España en África: Siglo XIX
España en África: Siglo XIX
Hoy vamos a hablar de la presencia española en el África colonial del siglo XIX, en qué
consistió y cómo se produjo. En este rato que estaremos juntos hablaremos de tierras
desconocidas, exploraciones, guerras y aventuras que no estuvieron exentas de peligros.
La presencia española en África no es cosa de hace poco tiempo. A finales del siglo XV,
en el reinado de los Reyes Católicos, el cardenal Cisneros apoya la expansión de
Castilla por la costa norte de África realizándose sucesivas expediciones destinadas a
controlar puntos de la costa norteafricana. Estos puntos se extenderán cada vez más al
este durante el reinado de Carlos I de España y emperador Carlos V de Alemania: así se
ocupa Melilla en 1497, Mazalquivir en 1505, el peñón de Vélez de la Gomera en 1508,
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Orán en 1509, Bugía y Argel en 1510, hubo un tropezón en el intento de conquista de la
isla de Gelves en 1511, pero se culmina con la conquista de Túnez en 1535.
En los siglos siguientes muchas de estas posiciones cambiaron de manos varias veces y
otras se fueron perdiendo, pero hoy en día además de las llamadas “plazas de soberanía”
como Ceuta y Melilla siguen manteniéndose muchos de esos pequeños puntos en la
costa norteafricana como el peñón de Alhucemas, las islas Chafarinas o la hoy conocida
isla de Perejil entre otros.
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El territorio de Ifni, en la costa oeste de África próxima a las islas Canarias, ya es
totalmente diferente. En un principio la costa de Ifni fue frecuentada por marineros y
pescadores que en tiempos de los Reyes Católicos a finales del siglo XV establecieron
una base temporal llamada Río de la Mar Pequeña. Más tarde hacia 1476 el caballero
castellano don Diego García de Herrera construyó una torre fortificada llamada “Santa
Cruz de Mar Pequeña”, llamada por los beréberes de la zona “Borx el Rumi” o fortaleza
del cristiano, que protegía la costa y servía de base para incursiones españolas en el
interior. Esta torre tuvo que ser reconstruida en 1496, pero los enfrentamientos con los
lugareños llevaron a su evacuación en 1524 quedando el lugar abandonado y olvidado
durante siglos. Mucho más tarde, tras el tratado de 1860, esta presencia sirvió de base
para lo que sería el retorno español a este territorio, de lo cual hablaremos dentro de
poco.
Más al sur la actual Guinea Ecuatorial, en el golfo de Guinea, tiene también un pasado
antes del siglo XIX. De hecho los portugueses fueron los primeros europeos en recorrer
su costa, buscando una ruta hacia la India rodeando África. Así en 1471 el portugués
Fernando Poo descubrió la isla hoy llamada de Bioko que en muchos mapas sigue
llevando su nombre, y en 1475 fueron Joao de Santarem y Pero Escobar los que
descubrieron la isla de Annobón. Allí establecieron factorías para el tráfico de esclavos.
Pero la situación cambió algo más de un siglo más tarde, cuando por los tratados de San
Ildefonso de 1777 y de El Pardo de 1778 Portugal cedió sus derechos sobre las islas y
territorios de la zona a España, a cambio de la colonia de Sacramento en el actual
Uruguay. Una expedición española mandada por el brigadier de los reales ejércitos don
Felipe de Santos Toro, VII Conde de Argelejo, salió de Montevideo y se presentó en el
mismo año 1778 en Fernando Poo para hacer efectivo el tratado en nombre del rey
Carlos III de España. Así se dio la paradoja de que las islas africanas de Guinea
dependían administrativamente del virreinato del Río de la Plata en América. Luego
vendrán más vicisitudes, ya durante el siglo XIX, que contaremos más tarde.
Acabamos de ver que España no era un recién llegado a África en el siglo XIX, pero es
que tenía a sus espaldas una larga tradición de exploraciones y conquistas. Aún así hay
quien duda de si alguna vez hubo exploradores españoles.
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De hecho la “época de los descubrimientos” del siglo XVI está protagonizada por dos
naciones: Portugal que explorará África y Brasil, y España que explorará América y el
océano Pacífico.
Todos hemos oído hablar del descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492,
el descubrimiento del océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa en 1513 del que este
año se cumplen 500 años, la conquista de Méjico por Hernán Cortés entre 1519 y 1521,
la primera vuelta al mundo de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano de
1519 a 1522, o la conquista del imperio inca en Perú por Francisco Pizarro entre 1532 y
1533. La expansión española en América culmina por el norte con la fundación de El
Paso en 1610 en el actual centro de los Estados Unidos por Pedro de Peralta, y por el sur
con la fundación de Buenos Aires en 1580 por Juan de Garay, y el descubrimiento por
Gabriel de Castilla de la Antártida en 1603. Pero mas allá está el océano Pacífico, que
cruza Miguel López de Legazpi en 1564 y funda Manila en 1565 en las islas Filipinas,
con el descubrimiento de la hoy llamada “corriente de Kuro Sivo” por Andrés de
Urdaneta en 1565 que permitía el viaje de retorno a América.
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También en esta época aparecen las
primeras expediciones científicas.
En 1570 el rey Felipe II de España,
por medio de la “Biblioteca
Lorenzana” de San Lorenzo de El
Escorial, organiza la expedición
botánica a Nueva España del médico
del rey don Francisco Hernández de
Toledo que se prolongará durante siete
años, hasta 1577, reuniendo los
conocimientos sobre plantas del actual
Méjico. Aparte de los trabajos
archivados en la biblioteca lorenzana,
esta expedición se abrirá al público
con la publicación del libro “Los
cuatro libros de la naturaleza, y
virtudes de las plantas, y animales que
están recevidos en el uso de Medicina
en la Nueva España” (originalmente
en latín, y cuya primera edición en
español es de 1615).
En la misma línea científica se fundarán las hoy en día más conocidas “Royal Society”
de Londres en 1662, y la “Academie des Sciences” de París en 1666, con parecidos
avatares a lo largo de su historia.
Pero, ¿Y África?
África tenía que llegar. El misionero jesuita Pedro Páez nacido cerca de Madrid no sólo
fue el primer europeo que entre múltiples aventuras atravesó el sur de Arabia, el
primero que probó y describió el café en 1603 en Yemen, sino que en Etiopía en 1618
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descubrió el nacimiento del Nilo Azul, publicando sus descubrimientos en su “Historia
de Etiopía” publicada en 1622. Mucho más tarde, en la segunda mitad del siglo XVIII
en 1768, el británico James Bruce reclamaría ese descubrimiento, pero sabemos que no
fue el primero.
El desafío de África
Desde luego no había falta de exploradores y aventureros, pero ¿Por qué África fue el
último continente en ser explorado por los europeos?
Hace apenas poco más de cien años amplias zonas de los mapas de África se mantenían
en blanco. Aparte de algunos viajeros y comerciantes árabes, los europeos dejaron
África para el final principalmente porque hasta el siglo XIX las potencias europeas más
importantes, como Gran Bretaña, Francia y España seguían centradas en América y
Asia.
Desde el oeste la costa occidental africana es totalmente abierta sin puertos naturales ni
refugios marítimos llegando el desierto hasta la propia orilla del océano. Al sur del
desierto en el golfo de Guinea a lo largo del litoral hay junglas tropicales muy difíciles
de atravesar plagadas de enfermedades, mientras la desembocadura del río Níger tardó
mucho en encontrarse y el río no es navegable. También ofrecían dificultades los ríos
que conducen a África central como el Congo desde el oeste, Zambeze desde el este y el
Nilo desde el norte, ya que tampoco son navegables en todo su recorrido debido a los
rápidos y cataratas que tienen en su curso.
Por su parte el siglo XIX europeo es un siglo caracterizado por los cambios y
convulsiones en todos los órdenes, tanto dentro como fuera de España. Fueron cambios
sociales, ideológicos y políticos con las guerras napoleónicas, las revoluciones
burguesas y el liberalismo, la emigración del campo a la ciudad y de Europa al resto del
mundo, monarquía absoluta y parlamentaria, república unitaria y federal, cantonalismo
y restauración, unificaciones nacionales en Italia y Alemania, hambres, epidemias,
revueltas, guerras y la primera revolución proletaria con la Comuna de París. Cambios
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económicos como el liberalismo del libre mercado, la industrialización, la expansión
colonial y la mundialización del comercio y la economía. Además de cambios
tecnológicos, como la aparición del telégrafo, el ferrocarril o la fotografía…
Frente a todo ello en 1800 la costa norte africana estaba ocupada por los reinos
musulmanes y el imperio turco, mientras las costas del resto del sur del continente
estaban salpicadas por aisladas factorías portuguesas y en el extremo sur estaba la
colonia holandesa de Ciudad el Cabo. Todas ellas sin apenas presencia en el interior del
continente africano.
Domingo Badía y Leblich (1767-1818) fue un erudito arabista, espía y sobre todo
aventurero español, que en 1803 a las órdenes de don Manuel Godoy, primer secretario
del rey Carlos IV de España, inició un viaje con el que pasaría a la historia.
Haciéndose pasar por un aristócrata sirio musulmán educado en Europa que quería
hacer su peregrinación a la Meca, bajo el nombre de Alí Bey el Abbasí, recorrió
Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Arabia, Siria, Turquía y Grecia. Visitó regiones que
nunca habían sido visitadas por occidentales, siendo uno de los primeros europeos en
entrar en el santuario de La Kaaba en La Meca totalmente prohibido a los no
musulmanes. Además Badía fijó su posición geográfica exacta y describió los detalles
de los santuarios, como confirmó y reconoció casi un siglo después el explorador y
aventurero británico Richard Burton que repitió su hazaña.
De todas formas Domingo Badía no había sido enviado para hacer turismo. Su misión
era recoger información y sondear a las autoridades de los territorios que atravesaba,
buscando que aceptaran la protección de la corona española, o bien descubrir sus
enfrentamientos para utilizarlos en beneficio de los intereses españoles. Espionaje en
estado puro.
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Este primer viaje duró desde 1803 a 1807, llevando Badía un detallado diario donde
describía las ciudades y territorios que visitaba así como observaciones sobre geografía,
botánica, zoología, geología, meteorología y etnografía. Detalles de los lugares, sus
habitantes y su forma de vivir. La primera edición de su libro “Los Viajes de Alí Bey”
se publicó francés en París en 1816 en dos volúmenes, siendo leído en toda Europa y
después traducido al inglés y alemán, siendo la primera edición española la publicada en
Valencia en 1836.
En 1818 Domingo Badía inició un nuevo viaje, partiendo de París bajo el nombre de Alí
Othman con destino a Damasco. Pero al llegar allí el pachá local, por encargo del
espionaje británico, le invitó a la que sería su última taza de café. Así terminó el primero
de nuestros grandes aventureros del siglo XIX.
Poco después de las aventuras de Domingo Badía, un joven aventurero francés, René
Caillé, haciéndose pasar por egipcio atraviesa el desierto del Sahara en un viaje que se
prolongó durante tres años, de 1827 a 1830, llegando a la ciudad santa musulmana de
Tombuctú, siendo el primer europeo que la visitó y pudo volver para contarlo.
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granjeros bóeres abandonan el territorio trasladándose al interior hasta establecerse en el
Transvaal, fundando su propio estado independiente.
Tras la visita de don José de Moros, en 1840 los británicos atacaron y quemaron
dependencias y factorías españolas en las islas de Annobón y Corisco, se instalaron en
Fernando Poo… tras lo cual en 1841 el gobierno británico hizo una oferta formal de
compra de la isla de Fernando Poo al gobierno español. El asunto se consideró una
ofensa, y en 1843 se envió al comandante don Juan José Lerena y Barry (1796-1866)
al mando del bergantín “Nervión”, con rango de comisario regio para la isla de
Fernando Poo. Al llegar allí en marzo de 1843 izó el pabellón español en la capital de la
isla la actual Malabo proclamando la soberanía española, cambió el nombre de la ciudad
del británico Port Clarence que le habían adjudicado al de Santa Isabel, expulsó a los
británicos de sus asentamientos en la isla y organizó la administración española en la
zona con base en la ciudad de Santa Isabel / Malabo donde recibió y aceptó la alianza de
los jefes tribales de la zona. Acto seguido anexionó la isla de Corisco a la corona
española a petición de su jefe indígena, explorando y colonizando, ya en la Guinea
continental, el territorio desde la desembocadura del río Benito hasta el Cabo de Santa
Clara. Tomó también posesión de las islas Elobeyas y de la isla de Annobón, más allá
de la línea del ecuador. A su regreso a España, en un viaje lleno de penalidades,
presentó un informe al secretario de Despacho de Estado, que motivó la organización de
una segunda expedición más amplia pocos años después.
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en este mismo museo de l’Iber el pasado 25 de abril de 2013. En 1843 la corbeta de la
Real Armada española “Venus” de 20 cañones y 125 tripulantes fue destinada a la
expedición de colonización del Golfo de Guinea. Estaba mandada por el capitán de
fragata don Nicolás de Manterola, estando la expedición dirigida por el cónsul don
Adolfo Guillemard de Aragón. Se exploró tanto la isla de Fernando Poo como sus
alrededores, regresando a Cádiz el 4 de mayo de 1846 con la información obtenida.
Pero mientras todo eso pasó en el centro de África, en Marruecos hubo una guerra.
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La “Primera Guerra de África” (1859-1860)
De hecho desde 1840 las ciudades españolas de Ceuta y Melilla sufrían incursiones de
grupos rifeños, e incluso se producían ataques a las tropas españolas que debían realizar
a su vez incursiones de represalia. Por otro lado el sultanato de Marruecos mantenía una
postura ambigua sobre la piratería marítima con base en el territorio marroquí.
Buscando una solución a estos problemas en 1859 el gobierno español presidido por el
capitán general don Leopoldo O’Donnell como presidente del gobierno firmó un
acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos sobre las plazas de soberanía española
de Melilla, Peñón de Alhucemas y Peñón de Vélez de la Gomera, pero el acuerdo
aceptado por el sultán no incluía la ciudad de Ceuta. Eso era una señal evidente de que
algo iba a pasar allí y el gobierno español decidió la construcción de fortificaciones para
proteger la ciudad, lo cual a su vez fue considerado por el gobierno marroquí como una
provocación.
En palabras del semanal “El Museo Universal”, del que luego hablaremos, “Mientras la
España recobraba su puesto en Europa, y mientras cobraba la importancia militar y
política que merece toda nación grande, rica y civilizada, era conveniente que su
pabellón paseara por otros países, que los territorios que en otros tiempos habían
pertenecido a su corona recordaran la dignidad e importancia de la madre patria,
haciendo así más dignos de estimación y de respeto en todas partes a sus hijos”
Por otro lado Francia se expandía desde Argelia y le beneficiaba el debilitamiento del
sultanato de Marruecos, pero Gran Bretaña vetaba cualquier expansión territorial que
pudiera fortalecer la posición de otra potencia europea sobre el estrecho de Gibraltar a la
que consideraba una de “sus” llaves del Mediterráneo.
El ejército expedicionario español sumaba un total de 163 jefes, 1.599 oficiales, 33.228
infantes y 2.947 jinetes con 74 cañones, organizados en tres cuerpos de ejército: 1º CE
del mariscal de campo don Rafael de Echagüe, 2º CE del teniente general don Juan
Zabala conde de Paredes, 3º CE del teniente general don Antonio Ros de Olano, junto
una división de reserva dirigida por el teniente general don Juan Prim conde de Reus y
la división de caballería del mariscal de campo don Félix Alcalá-Galiano marqués de
Piedras Albas, todos bajo el mando del capitán general don Leopoldo O’Donnell conde
de Lucena que también era el presidente del gobierno en ese momento siendo su jefe de
estado mayor el mariscal de campo don Luis García. Con estos efectivos era un ejército
comparativamente pequeño para la época. Actúa apoyado por una flota de la Armada
Real bajo el mando del brigadier de la Armada don Segundo Díaz Herrero con 41
barcos incluyendo cuatro buques-hospital: seis vapores de hélice, otros once vapores de
ruedas, cuatro veleros y veinte cañoneras, además de doce transportes de ellos nueve
vapores de ruedas y tres de vela.
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de percusión y modelo 1858 Lefaucheux de 11mm con cartucho metálico de espiga
además de la espada de ordenanza. La artillería estaba formada por 74 piezas, todas
ellas cañones de avancarga de ánima rayada que eran la novedad armamentística del
momento, y los mencionados cohetes. En general un armamento tecnológicamente
superior al que se utilizaría en la hoy más conocida Guerra de Secesión norteamericana
(1861-1865), que empezaría poco después de este conflicto.
Aspecto de las tropas españolas y de kabileños marroquíes, “África” de José Cusachs (1888)
El uniforme de campaña las tropas españolas era desde 1856 botines y polainas negros,
pantalón gris celeste para la infantería de línea y rojo para las unidades de cazadores
(consideradas de elite), levita azul marino con cuello rojo cubierta en campaña por un
capote corto con esclavina color pardo con cuello rojo, como prenda de cabeza el “ros”
blanco con el escudo real y visera negra, correaje negro con cartuchera ventral y
portabayoneta, cantimplora, mochila de lienzo color negro y manta que en campaña con
frecuencia se llevaba terciada sobre el hombro izquierdo cruzando el torso para
amortiguar golpes. Por el Real Decreto de 13 de octubre de 1843 de la reina Isabel II se
ha unificado la bandera “rojigualda” roja y amarilla con el escudo real como enseña
para todas las fuerzas armadas españolas, que anteriormente ya usaba la marina desde
1785 y actualmente sigue siendo la bandera nacional de España.
Entre los periodistas destacados para cubrir la guerra, ocho corresponsales españoles y
cinco extranjeros, resalta el equipo del semanario ilustrado “El Museo Universal”
formado por el entonces joven periodista y escritor Pedro Antonio de Alarcón y el
primer reportero gráfico español el fotógrafo malagueño Enrique Facio. También estaba
presente en la zona el fotógrafo José Requena, aunque su trabajo no tenía como objetivo
la guerra sino retratos de habitantes de Tetuán tras su ocupación. La campaña recibió
amplia cobertura informativa tanto en textos como en imágenes: los periodistas de la
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época actuaban acompañados por un ilustrador, siendo la guerra de Crimea (1853-1856)
apenas unos años antes la primera cubierta con presencia de fotógrafos como Roger
Fenton considerado uno de los primeros pioneros en este género. De todas formas las
fotografías se publicaban en los periódicos adaptadas a grabado, o bien se vendían como
postales o en álbumes de fotos, ya que por razones técnicas no se pudo publicar
fotografías directamente en la prensa hasta 1884. Pedro Antonio de Alarcón escribiría
después su “Diario de un testigo de la guerra de África”, ilustrado con grabados de
paisajes e imágenes de batallas, recogiendo sus crónicas de la campaña publicadas
originalmente en 1859 y 1860.
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confiando en su caballería junto al constante acoso de fuerzas irregulares y la
superioridad numérica para imponerse en los combates que se avecinaban.
“Campamento militar del Serrallo frente a Ceuta”, fotografía de Enrique Facio (1860)
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El avance por tierra empezó dejando al 1º CE en Ceuta para su defensa mientras el resto
de las fuerzas expedicionarias dirigidas personalmente por el capitán general don
Leopoldo O’Donnell salieron de la ciudad el 1 de enero de 1860. Marchaba en cabeza la
división de reserva de Juan Prim y el 2º CE del general Zabala sumando 10.000
soldados, esperándoles a 10km de la ciudad el ejército de Muley-el-Abbas con 20.000
hombres produciéndose el mismo día la batalla de los Castillejos, venciendo las fuerzas
españolas y donde destacó el general don Juan Prim por primera vez en esta guerra así
como el cabo Pedro Mur del regimiento “Húsares de la Princesa” que capturó el primer
estandarte marroquí de la campaña. Acto seguido el ejército prosiguió el avance por la
costa cubierto por los cañones de la Armada Real.
El capitán general don Leopoldo O’Donnell y a la izquierda con pelliza blanca el regimiento
“Húsares de la Princesa”, en “La batalla de Tetuán” de Dionisio Fierros Álvarez (1894)
El día 7 de enero comenzó una auténtica tempestad de viento y lluvia que forzó a
paralizar las operaciones y retirar la flota, hundiendo dos barcos e impidiendo la llegada
de suministros al ejército durante cinco días, por lo cual el lugar de acampada fue
llamado “campamento del hambre” por la tropa. Una vez amainada la tormenta el día 12
de enero volvió la flota, se desembarcaron los abastecimientos y se reinició la marcha.
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también hermano del sultán: el 22 de enero atacaron las obras de construcción del
reducto y el 31 de enero se produjo el combate de Uad-el-Jelú, siendo en ambas
ocasiones rechazados por los españoles.
El 3 de febrero de 1860 llegan los refuerzos de la “División Ríos” desde Ceuta, y los
466 hombres del “Batallón de Voluntarios Catalanes” uniformados con su traje típico y
barretina roja que fueron recibidos por el general Prim con una arenga en catalán,
reiniciándose el avance hacia el interior del territorio. Se produce así la batalla de
Tetuán el 4 de febrero de 1860 enfrentándose 27.000 soldados españoles, del 2º CE
ahora bajo el mando de Prim y el 3º CE bajo Ros de Olano con un CE de reserva bajo
Diego de los Ríos y la división de caballería de Alcalá-Galiano, todos a las órdenes del
capitán general Leopoldo O’Donnell, frente a 35.000 marroquíes de Muley-el-Abbas
desplegados en dos campamentos, el principal de ellos defendido por una marisma
cubierta por un campo atrincherado y artillado con ocho cañones. El combate se saldó
con nueva victoria española en la que destacaron en el asalto a las trincheras artilladas
Prim y los voluntarios catalanes junto a unidades del ejército, produciéndose al día
siguiente la capitulación y ocupación de la ciudad. Durante el combate se capturaron a
los marroquíes en sus campamentos unas 800 tiendas de campaña incluida la del propio
Muley-el-Abbas, dos banderas así como los 8 cañones que defendían el campamento, y
al día siguiente otros 78 cañones en la ciudad de Tetuán.
El 23 de marzo de 1860 desde Tetuán se reinicia el avance sobre Tánger por el interior
del territorio y el mismo día se produce la batalla de Wad-Ras el 23 de marzo de 1860:
se enfrenta el ejército expedicionario casi al completo con 35.000 soldados de 1º CE de
Zabala, el 2º CE de Prim, el 3º CE de Ros de Olano, y el CE de reserva del general de
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los Ríos, junto a la división de caballería de Alcalá-Galiano todos bajo el mando del
capitán general Leopoldo O’Donnell, frente a más de 45.000 marroquíes de Muley-el-
Abbas desplegados bloqueando la ruta que conducía hacia Tánger al norte. El resultado
fue el combate más reñido de la campaña –ya iniciado el sagrado mes de Ramadán
musulmán- y una nueva victoria española, donde participan los voluntarios vascongados
volviendo a destacar junto a varias unidades del ejército el general Prim y los
voluntarios catalanes, y esa noche se ocupa el desfiladero de Fondak de Aín Yedida que
controlaba la ruta a la ciudad de Tánger.
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El mismo día 27 de abril se inició la repatriación de la fuerza expedicionaria, que hizo
su entrada triunfal en Madrid el 11 de mayo de 1860 y acampó en el lugar al que se
llamó “Tetuán de las Victorias” entonces a las afueras de la capital y hoy barrio de
Tetuán. Más tarde, cuando los soldados volvieron a sus lugares de origen, fueron de
nuevo recibidos en triunfo como héroes locales. En Barcelona la llegada de los últimos
237 voluntarios catalanes el 10 de mayo de 1860 fue calificada de “apoteósica”.
La guerra había costado a España 1.152 muertos en combate y 2.754 por enfermedades
–muchos de ellos por una epidemia de cólera que azotó los campamentos, llegando a
superar los 13.000 afectados, igual que había pasado en Crimea, aunque esta vez la
mayoría sobrevivió-, así como 4.944 heridos mientras 16 prisioneros fueron liberados
por el tratado, además de 236 millones de reales a la hacienda pública. En concreto los
466 voluntarios catalanes sufrieron 46 muertos y 165 heridos, casi la mitad de sus
efectivos, aunque otras unidades del ejército llegaron a superar estas cifras. En conjunto
un 24% de los soldados españoles fue baja: de ellos en torno a un 3% murieron en
combate, algo más de un 7% murió por enfermedades y un 14% resultó herido. Estas
cifras y porcentajes, que hoy nos parecen escalofriantes, eran los habituales en las
guerras anteriores al siglo XX y de hecho fueron superadas en las cronológicamente
cercanas Guerra de Crimea (1853-1856) y Guerra de Secesión norteamericana (1861-
1865). La guerra no estuvo exenta de brutalidad, con testimonios tanto de cuerpos de
españoles decapitados como de marroquíes cosidos a bayonetazos, pero se atendió a los
prisioneros marroquíes heridos y Muley-el-Abbas pagó a las kábilas rifeñas por cada
español capturado que le fuera entregado vivo bajo su protección. Sobre las pérdidas
marroquíes se capturaron 146 cañones durante el conflicto, pero sus bajas humanas son
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desconocidas pudiendo afirmarse por las descripciones de testigos que la artillería
española hizo estragos y sólo en los combates pudieron sufrir al menos 6.000 fallecidos.
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Palmaroli con “La batalla de Tetuán” (1870), José Cusachs con “África” (1888),
Dionisio Fierros Álvarez con “La batalla de Tetuán” (1894)… y hasta en pleno siglo
XX el pintor surrealista Salvador Dalí pintó su obra “La batalla de Tetuán” (1962).
El primero de ellos fue don José María de Murga y Mugártegui, más conocido como
“El moro vizcaíno” (1827-1876). Comandante de caballería del ejército español y
observador internacional en la guerra de Crimea, también combatió en el Maestrazgo
contra las partidas carlistas, pero fascinado por el mundo islámico pidió en 1861 su
retiro del ejército para viajar al Magreb por su cuenta.
Para ello estudió árabe en París y se doctoró en cirugía
menor en Madrid. Cuando en 1863 Murga llegó a
Marruecos decidió vestir chilaba y turbante, adoptó el
nombre musulmán de El Hach Mohammed el Bagdády, y
acompañado de un sirviente y un asno ejerció de
curandero y mercader recorriendo el interior del
Marruecos más profundo. En 1866, tras tres años
recorriendo Marruecos, regresó a Vizcaya donde redactó
y publicó su obra “Recuerdos marroquíes del Moro
Vizcaíno”, un conjunto de textos bastante irónicos
repletos de observaciones y descripciones sobre las
costumbres, la política y diversos aspectos históricos y
geográficos del gran país magrebí que conforman uno de
los libros de viajes más amenos e interesantes que se han escrito.
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Garay” en 1877. Fue él quien aseguró que estaba en la desembocadura del río Ifni. A
petición de la “Asociación Española para la Exploración de África” iba también en
aquel buque don Joaquín Gatell, del que antes hemos hablado, que se internó por los
territorios en otra misión científica… pero fue capturado, logró fugarse esa vez y dos
veces más hasta que por fin pudo reintegrarse a la expedición y finalmente regresó a
España.
Jóvenes soñadores seguían existiendo, como don Manuel Iradier y Bulfy (1854-1911),
que en 1872 se entrevistó con el ya famoso Henry Morton Stanley cuando como
periodista estaba cubriendo la tercera guerra carlista para el diario New York Herald.
Acompañado de su cuñada Juliana y de su
esposa Isabel Urquiola, con solo 19 años
y tras licenciarse en Filosofía y Letras,
Manuel Iradier emprendió en 1873 su
primera aventura instalándose en
Fernando Poo donde dejó a su mujer y a
su cuñada, antes de trasladarse al territorio
de Guinea continental en 1875,
regresando a España en enero de 1877. De
este primer viaje surgió un completo
estudio de aquellos territorios, “Africa
Tropical”, en que logró realizar una
importante compilación geográfica,
biológica, etnológica y lingüística. Esto
no se consiguió sin sacrificios: su hija
recién nacida y su cuñada murieron de
malaria, mientras él sufrió secuelas de por
vida. Pero acorde con la mentalidad
europea de finales del XIX, Iradier quería
adelantarse a franceses y alemanes a
cualquier precio, y reclamar para España
la región que había explorado así como
otros territorios. Por este motivo ideó, esta
vez con una doble intención científica y
colonizadora, un nuevo viaje a la región
del Muni para la que buscó el apoyo de la
“Real Sociedad Geográfica” que se acabada de constituir en 1876. En 1883 se celebró
en Madrid el Congreso Español de Geografía, que desembocaría en la creación de la
“Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas”. Esta Asociación consiguió los
fondos que permitieron el regreso del aventurero alavés a la región del Muni ese mismo
año. Después de muchas penalidades, Iradier y el asturiano también explorador Amado
Ossorio, lograron la anexión a España de lo que hoy día es la región continental de la
actual República de Guinea Ecuatorial.
Fue el empujón final para la presencia española en esta parte de África. La isla de
Fernando Poo, hoy llamada Bioko, se había convertido en “Presidio” o guarnición
española por Real Orden de 20 de junio de 1861. La parte continental de la actual
Guinea Ecuatorial, conocida como Río Muni, se convertiría en protectorado español en
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1885 y finalmente en colonia en el año 1900 por el tratado de París celebrado ese año
que reconocía los límites fronterizos del territorio.
Otro aventurero excepcional fue don Cristóbal Benítez (1857-1924), que recorrió en
sus viajes buena parte del África occidental visitando Tombuctú y Senegal. Es conocido
porque en 1879 el doctor austriaco Oskar Lenz solicitó su colaboración para su
expedición a Tombuctú, especialmente por el conocimiento que Benítez tenía de las
lenguas y costumbres de la población de la zona. Pero en el libro que escribió Lenz no
se consideró apenas a Benítez, ante lo cual él escribió su propio libro titulado “Mi viaje
por el interior de África”.
En Sudáfrica en 1879 los británicos invadieron Zululandia venciendo a los zulúes. Pero
al año siguiente los bóeres se rebelaron contra los británicos, terminando la guerra en
1881 en tablas, con el gobierno británico debiendo reconocer a la república bóer de
Transvaal.
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Etiopía recorriendo la zona entre 1881 y 1883. Fruto de este viaje en 1883 dio una
conferencia ante la Sociedad Geográfica de Madrid que fue publicada bajo el título
“Notas del viaje del señor D.J.V. Abargues de Sostén por Etiopía, Xoa, Zebul, Uolo,
Galas”. En ella relata sus viajes por la Etiopía cristiana, sus encuentros con el negus
etíope Yohannes IV, y sus observaciones sobre la zona aunque sus informes tuvieran
poca repercusión posterior.
Otro de ellos fue don Emilio Bonelli Hernando (1855-1926), militar y explorador
artífice de la presencia española en el Sáhara y Rio Muni. Emilio Bonelli había pedido
actuar en solitario provisto "sólo de chilaba, babuchas, morral, una tetera y una pipa de
kifi". Desembarcó en 1.884 en los alrededores de la actual Villa Cisneros, ciudad que
fundó posteriormente ese mismo año, y gracias a su dominio del árabe y su habilidad
diplomática consiguió la adhesión de las tribus nómadas que permitieron la Declaración
de Protectorado Español del Sahara Occidental ese mismo año. La ocupación del Sahara
sólo le costó al estado español la cantidad de 7.500 pesetas que salieron del fondo de
gastos secretos a disposición de la Presidencia del Consejo.
Don Emilio Bonelli y una de las imágenes que dibujó de los habitantes del Sáhara
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asfixiante y sed hasta ataques de bandidos, llegaron a las Salinas de Iyil el 10 de julio de
1886 donde se entrevistaron con Ahmed uld Mohammed uld el Aidda sultán del Adrar
Tmarr firmando al día siguiente acuerdos comerciales y compromisos de protección con
las tribus de la zona que llevaron a la ampliación de la presencia española en todo el
territorio. En el camino de regreso siguieron otra ruta por el pozo de Aussert llegando a
Río de Oro el 24 de julio, embarcando 21 días después hacia Canarias de donde
partirían el 9 de septiembre hacia España, llegando a Madrid a principios de octubre de
1886 donde fueron recibidos como héroes. Además de la cartografía y los estudios
geológicos, las muestras recogidas por la expedición fueron entregadas al Museo de
Ciencias Naturales de Madrid, siendo clasificadas y estudiadas por renombrados
especialistas llevando entre otras cosas al descubrimiento de dos nuevas especies de
ortópteros hasta entonces desconocidas.
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La Conferencia de Berlín, el “reparto de África” y el “incidente de
Fashoda”
Pero África se estaba quedando pequeña para los colonialistas, y el riesgo de
enfrentamiento estaba en el aire. Leopoldo II de Bélgica había formado la “Asociación
Internacional del Congo” para explotar las riquezas de la cuenca de ese río, aunque
manteniendo dicho territorio en forma de propiedad privada y sin que dicha zona se
transformara aún en posesión de Bélgica. Esta situación, junto a la rivalidad entre
franceses y británicos por todo el continente africano, hizo evidente en Europa que la
carrera por África debía ser regulada.
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Pero este pacto no era una garantía, y encerraba manzanas envenenadas. En 1884 se
descubre oro en Sudáfrica creando una fiebre que dispara los intereses británicos sobre
el Transvaal de los bóeres. Por su parte en 1895 y 1896 Italia invade Etiopía, pero es
derrotada en la batalla de Adua por las fuerzas etíopes. Sin embargo lo más grave se
produjo en 1898.
Francia quería unir sus colonias africanas con una línea terrestre continua que cruzara el
norte de África, cruzando el desierto del Sahara y uniera el puerto de Djubiti en el
océano Índico con los puertos de Brazzaville y Duala en el océano Atlántico. Por su
parte, Gran Bretaña quería unir sus posesiones coloniales desde Egipto hasta Sudáfrica
atravesando todo el continente de norte a sur. Pero tras la conferencia de Berlín de 1884
había que asegurar primero la ocupación militar de los territorios para poder imponer
sus derechos antes que otras potencias europeas.
La pequeña ciudad de Fachoda o Fashoda, a orillas del río Nilo en el actual Sudán del
sur, era donde se cruzaban estas dos líneas de expansión colonialista y se convirtió así
en el escenario de la confrontación
francobritánica. La conocida como “Crisis
de Fashoda” se produjo cuando la columna
francesa del comandante Marchand, con
150 fusileros senegaleses acampada en
Fashoda, se encontró el 18 de septiembre
de 1898 con la flotilla británica del general
Kirtchener que ascendía por el Nilo.
Ninguno quería ceder su posición al otro
pero, aunque ambas columnas militares no
llegaron a cruzar ni un disparo, la tensión
en los gobiernos y la prensa europea
superó todos los límites. Finalmente se
impuso la razón, más bien el interés de
Francia de mantener a Gran Bretaña como
aliado frente a Alemania, y finalmente
ordenó a la columna Marchand que se
retirara a Brazzaville. De allí Marchand y
sus oficiales fueron enviados a Francia,
donde fueron recibidos como héroes
nacionales en la fiesta del 14 de julio de
1899.
Para España hubo otras guerras de Marruecos en 1909, que llevó a la ocupación pacífica
de Tetuán y a la formación del Protectorado Español de Marruecos en 1912, y la terrible
guerra de 1921 a 1926. Ambas terminaron con victorias españolas a un alto precio.
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marzo de 1934 que, tras embarcar en el cañonero “Canalejas” el 4 de abril, el 6 de abril
de 1934 desembarcó en Sidi Ifni y tomó posesión del territorio en nombre de la Segunda
República española. Al parecer la política podía cambiar, pero el espíritu colonialista no
había cambiado lo más mínimo.
Todos sabemos que queda mucho por contar, pero espero que hayan disfrutado de este
rato tanto como yo.
Bibliografía:
“Atlas de los Exploradores Españoles” Varios Autores, Edit. Planeta S.A. y Sociedad
Geográfica Española (2009)
“Grandes Exploradores” Varios Autores, Edit. Random House Mondadori (2011)
“Atlas The Times de las Grandes Exploraciones” Felipe Fernández-Armesto (coord.
edic. española), Edit. Prensa Valenciana, S.A. (1995)
“Exploradores en África” Richard Hall, Edit. Plesa SM (1978)
“Atlas de Historia de España” Fernando García de Cortázar, Edit Planeta (2005)
“Atlas Histórico de España II” Enrique Martínez-Ruiz, Consuelo Maqueda y Emilio
de Diego, Edit. Itsmo (1999).
“Atlas Histórico Mundial II” Hermann Kinder y Werner Hilgemann, Edit Itsmo (1990)
“Atlas Ilustrado de las Guerras de Marruecos 1859-1926” Emilio Marín Ferrer, edit.
Susaeta (2012)
“Soldados de España” José María Bueno (Edit. Almena, 1998)
“El ojo de la guerra. Aquella guerra tan bonita” Juan Pando. Artículo en revista La
Aventura de la Historia nº 6, abril 1999, pag 96 a 98.
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