CHARLAS CUARESMALES 2005
EUCARISTÍA Y SACERDOCIO
En la Eucaristía celebramos la ofrenda sacrificial de Cristo para el perdón de los
pecados (Mt 26,28), la salvación de los hombres, sus hermanos. No sólo conmemoramos este
acto redentor, sino que participamos activamente en él.
"La interpretación sacrificial de la muerte de Jesús se imponía cada vez más a la fe, ya
que se mostraba necesaria para expresar el valor profundo del acontecimiento. […] Esto
suponía una reelaboración completa de la idea de sacrificio. En vez de una ceremonia ritual,
realizada con la sangre de un animal, había que vérselas con acontecimiento tremendamente
real de la historia humana, en la que Jesús había comprometido todo su ser de hombre en el
camino de la obediencia a Dios y del don de sí mismo a sus hermanos hasta la muerte"1
Este acto sacrificial de Cristo no es pues de tipo ritual, como los del AT o como los
ofrecidos en las otras religiones. Estos sacrificios rituales son externos y no alcanzan al
hombre en lo más íntimo. Por eso se han mostrado ineficaces, hasta el punto que "al entrar en
el mundo Cristo dice. «No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo;
no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces yo dije: Aquí vengo, oh Dios,
para hacer tu voluntad. Así está escrito de mi en un capítulo del libro». En primer lugar dice:
«No has querido ni te agradan los sacrificios, ofrendas, holocaustos ni víctimas por el pecado,
que se ofrecen según la Ley». Después añade: «Aquí vengo para hacer tu voluntad». De este
modo anula la primera disposición y establece la segunda. Por haber cumplido la voluntad de
Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre,
nosotros hemos quedado consagrados a Dios" (Heb 10,5-10).
Este sacrificio existencial de Cristo se ha mostrado totalmente eficaz, de modo que no
hay necesidad de repetirlo. El sacrificio eucarístico no es un nuevo sacrificio, como si el
sacrificio de Cristo en la cruz no hubiera sido eficaz. Su eficacia atraviesa los años y los
siglos, por eso en la celebración de la Eucaristía hacemos presente este único sacrificio,
apropiándonos en el momento actual esa redención ese perdón de nuestros pecados, esa
reconciliación con Dios, entrando en relación de intimidad con él. Este es el mensaje de toda
la carta a los Hebreos, especialmente en el capítulo 9,11-14.
1
A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento. Salamanca 1984, pág. 318.
Pero si se trata de un sacrificio ofrecido a Dios, es necesario un sacerdote que lo
ofrezca. Ahora bien, a una nueva idea de sacrificio corresponde también una comprensión
nueva del sacerdocio. "Puesto que Jesús se había ofrecido a sí mismo en sacrificio perfecto —
a Dios y para los hombres —, era preciso reconocerlo como el sacerdote perfecto, mediador
de la nueva alianza"2. Una vez más es la carta a los Hebreos la que expone este
descubrimiento doctrinal. Y el punto fundamental es que no hay un solo sacerdote, en el pleno
sentido de la palabra, más que Jesucristo. Él es el único mediador entre Dios y los hombres.
Esto era posible que es el Hijo de Dios (Heb 1,5-13; 3,6), pero también es hombre, "semejante
a sus hermanos, para ser ante Dios sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito, capaz
de obtener el perdón de los pecados del pueblo" (Heb 2,17). Su mediación es, pues, única y
ninguno puede sustituirle.
"Sin embargo, sigue siendo posible y justificable hablar de "sacerdotes" en plural, con
tal que no sea en detrimento de esta posición de base"3. Esto es lo que hace el Apocalipsis: da
el título de "sacerdotes" a todos los cristianos y especialmente a los que llevan su fidelidad
hasta el martirio, pero siempre en dependencia del de Cristo (1,5-6; 5,9-10; 20,6). Pedro, por
su parte, habla más bien del sacerdocio común de todo el pueblo, gracias a su adhesión a
Cristo y que se ejerce sólo a través de la mediación única de Cristo. (1 Pe 2,1-10, sobre todo
los vv. 5 y 9). Esta mediación es única porque "realizó en su propia persona la unión
completa y perfecta del hombre con Dios, en beneficio de todos los hombres. Por esto, el
sacerdocio de Cristo esta fundamentalmente abierto a la participación" 4. Por eso, nosotros
unidos a Cristo por la fe y el bautismo, estamos asociados a su sacerdocio, ya que en Él
encontramos una relación inmediata con Dios. Así como Cristo presentó la ofrenda perfecta al
Dios en el ofrecimiento total de su persona en una obediencia total al Padre, así también los
cristianos que participamos de su sacerdocio debemos ofrecer toda nuestra existencia como
ofrenda perfecta al Padre (Rom 12,1).
Dentro de este sacerdocio común del pueblo cristiano, están aquellos que ejercen el
"sacerdocio ministerial", porque el aspecto de mediación en sentido fuerte, pertenece
exclusivamente a Cristo, ya que "hay un solo Dios y también un solo mediador entre Dios y
los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por
todos" (1 Tim 2,5). Por eso, no podemos abrir nuestra existencia a Dios sin la mediación de
Cristo.
2
Íbidem, pág. 318.
3
Íbidem, pág. 319.
4
Íbidem, pág. 319.
2
Por eso se hace necesario el sacerdocio "ministerial" que haga visible y operante esta
mediación5. Por medio del sacramento del Orden, unos miembros de ese pueblo sacerdotal,
reciben el espíritu que los configura con Cristo sumo sacerdote de la nueva alianza. Es por
medio del ejercicio de este ministerio sacerdotal que la mediación de Cristo se hace presente,
posibilitando la ofrenda sacerdotal del todo el pueblo sacerdotal.
Esto es lo que sucede en la Eucaristía. Cuando Cristo dice en la Última Cena. "haced
esto en memoria mía" (Lc 22,19; 1 Cor 11,25), está ordenando que hagamos presente a través
de la historia su sacrificio para la salvación de los hombres. La persona del sacerdote es, en la
celebración de la Eucaristía, la presencia sacramental de Cristo, sumo sacerdote, mediador
único entre Dios y los hombres. El sacerdote, prestándole a Cristo sus manos, su voz 6 y toda
su persona, hace presente a Cristo ofreciéndose al Padre. Por esta presencia de Cristo, a través
del sacerdote, se hace posible que toda la comunidad cristiana, como pueblo sacerdotal,
ofrezca la ofrenda de Cristo y, con Él, se ofrezca ella misma como ofrenda agradable a Dios
por la santificación del mundo. A pesar de este "servicio" esencial, su ministerio no le autoriza
a considerarse una casta aparte, sino más bien a estar al servicio de la comunión entre todos
los fieles cristianos, sus hermanos, de cuyo pueblo él es un miembro más 7. De este modo el
sacerdocio ministerial esta al servicio del sacerdocio común del Pueblo de Dios y no al revés.
Esto debería interrogarnos sobre nuestra participación en la Eucaristía. ¿Somos actores
o espectadores? ¿Cómo hacemos realidad, en nuestra vida de cada día, este ofrecimiento de
nuestra existencia como ofrenda agradable a Dios, uniéndola a la de Cristo en la celebración
de la Eucaristía?
5
Íbidem, pág. 324.
6
JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistía, nº 5.
7
A. VANHOYE, op. cit., pág. 323.
3