Notas de paz, de guerra y de exilio
Traduccin y prlogo
de
GREGORIO MARAN
de la Real Academia Espaola de la Lengua
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LEN DEGRELLE
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Poltico y soldado belga (Bouillon, 15 de junio de 1906 - Mlaga, 31
de marzo de 1994). Comenz su actividad poltica al lado de
Monseor Picard, jefe de Accin Catlica, al fundar en 1933 el
Movimiento Rexista, que en las elecciones de 1936 obtuvo un gran
triunfo electoral. Durante la Segunda Guerra Mundial cre la Legin
Valona, voluntarios belgas contra el bolchevismo, que combati en el
frente ruso junto a los alemanes. Al trmino de la Segunda Guerra
Mundial, se exili en Espaa. En los ltimos aos se dedic a escribir
obras histricas.
DEGRELLE POLTICO
LEN DEGRELLE fue, como todos sabemos, el ltimo superviviente
de los grandes Jefes del Movimiento llamados "fascistas" que han
tenido la ms directa participacin en el drama histrico de la
Segunda Guerra Mundial. Hitler sucumbi bajo las ruinas de Berln;
todos sus colaboradores de primera fila, Goering, Ribbentrop,
Himmler, han cado de manera trgica. Mussolini fue fusilado y,
despus, ahorcado. Ahorcaron igualmente, en Praga, a Monseor
Tisso, el caudillo de los eslovacos. El Mariscal Ptain muri, a los
noventa y un aos, encarcelado en la isla de R. Pierre Laval fue
abatido por doce balas en Fresnes. Tambin fueron fusilados el Jefe
de los nacional-socialistas holandedes, Mussert, y Quisling, que lo
era de los noruegos.
LEN DEGRELLE era el ms joven de todos los conductores de la
"Nueva Europa". A los veintinueve aos, con sus dinmicos escritos y
su inflamado verbo, haba levantado la masa ms idealista del pueblo
belga. Centenares de millares de electores haban asegurado a
Degrelle un gran triunfo. Su movimiento, muy social, basado en los
ms puros principios del catolicismo, haba entusiasmado
extraordinariamente a la juventud.
DEGRELLE SOLDADO
Fueron millares, de jvenes belgas, maravillosos de fe, los que
siguieron a Degrelle en la Cruzada Anticomunista del Frente del
Este. El Jefe rexista se alist en ella, como soldado raso, para
compartir exactamente los sufrimientos de sus camaradas ms
humildes. Lleg a General, consiguiendo todos sus ascensos por
mritos de guerra. Fue herido cinco veces. En su hoja de servicios,
cuenta anotados 62 combates cuerpo a cuerpo. Est en posesin de
las ms altas condecoraciones militares, entre las que figuran el
famoso Collar de la Ritterkreuz y las Hojas de Roble.
Luch hasta el ltimo momento en el frente y, milagrosamente,
durante la noche del mismo da de la capitulacin, utilizando un
avin abandonado, pudo salvarse, despus de un vuelo, sobre
territorio enemigo, de ms de dos mil kilmetros.
El libro ALMAS ARDIENDO, de "insuperable hermosura", como
escribe en su prlogo el doctor Maran, es la ms ntima y
espiritualista de las treinta obras de LEN DEGRELLE, escritor de
primer orden, gran poeta, adems de poltico famoso y heroico.
PRLOGO
Prlogo? No. Slo unas lneas para decir a los hombres de mi
lengua que pasan y que me quieran escuchar, que lean las pginas,
breves y anhelantes como latidos, del libro en cuya portada las estoy
escribiendo.
Yo no admito, no he admitido, ni admitir jams, que los hombres
podamos alejarnos los unos de los otros ms que por motivos
profundos y permanentes. Y an esa profundidad y esa permanencia
hay que aquilatarla tanta que casi nunca, si se es leal con la verdad,
acaban por ser suficientes.
Y claro es, que los motivos de orden poltico, por envueltos que nos
parezcan en la pasin y en el humo y la sangre de las revoluciones y
de las guerras, no son nunca otra cosa que circunstancias.
Circunstancias que, de la piel adentro, no pueden contar, que no
deben tener acceso a la morada recndita en la que la conciencia
elabora su juicio definitivo sobre las cosas y sobre los hombres.
Y digo esto para explicar a los que fueran capaces de extraarse que
sea yo el que alabe y presente este libro, centelleante como una
llama, en el que cuenta su vida, la de fuera y la de dentro, un hombre
cuya trayectoria social est separada de la ma. Y aado que no tiene
esta explicacin nada de excusa, porque no la mereceran los que
pretendieran perdrmela, y no la mereceran por el slo hecho de
intentarlo. Estas palabras mas, llenas de amistad, son slo un gesto
de liberacin; gesto que, aun siendo mo y por tanto humilde, supone
una leccin que necesitan, ante todo, si el mundo ha de marchar por
buen camino, los que se creen, sin serlo, liberales.
Es un gusto profundo y consolador comprobar, y se comprueba
siempre que se quiere, que el hombre que piensa de otro modo es
como uno mismo y como cualquier otro que tenga los ideales que le
plazca. Basta que nos despojemos del disfraz con que andamos por
la vida y hablemos, en silencio, de lo que pasa en nuestro corazn.
El corazn, si se le deja solo, es, siempre, casi igual a todos los
dems corazones.
Quin lo podra dudar leyendo, por ejemplo, las pginas de este
libro tituladas El corazn y las piedras?
Pginas de insuperable hermosura y patetismo humano, llenas de
esperanza de un mundo comn y mejor, para las cuales, dentro de
nuestras fuerzas, hemos pulido, como el oro en que se va a engarzar
una esmeralda, nuestro ms alado y ms noble castellano.
GREGORIO MARAN
ALMAS ARDIENDO
LEN DEGRELLE
Notas de paz, de guerra y de exilio.
A mis diez nietos madrileos y, a travs de ellos, a Fuerza Joven, fiel
y orgullosa, que mantiene enhiesta la bandera roja y gualda de la
Espaa una, grande y libre, invencible en la medida en que un
ideal ardiente infunda fe y esperanza a cada corazn,
Degrelle
AGONA DEL SIGLO
El mundo no es sino confusin y tormento. El odio destroza sus
entraas. Mata, mancha y arrastra a sus vctimas en el oleaje
fangoso de su furor. Los hombres se buscan con maldad de chacales.
Se les oye rugir en la noche iluminada por los rayos. Los pueblos se
detestan. Los individuos se detestan. Ya no respetan nada, ni siquiera
al vencido que yace en la tierra, ni a la mujer que implora, ni a Los
nios de ojos abiertos a los sueos. Ha muerto el soar. Solo vive la
bestia, la bestia salvaje que pisotea a los tmidos y a Los fuertes, a
Los inocentes y a los culpables.
Todo titubea, el armazn de los Estados, las leyes de las relaciones
sociales, el respeto a la palabra. Los hombres que antes, creaban la
riqueza en un esfuerzo redoblado, se enfrentan ahora como fieras
desencadenadas. Mentir es slo una forma ms de ser hbil. El honor
ha perdido su sentido, el honor del juramento, el honor de servir, el
honor de morir. Los que permanecen fieles a estos viejos ritos hacen
sonrer a los dems. La virtud ha olvidado su dulce murmullo de
manantial. Las sonrisas no son ya confesiones del amor sino
reticencias, estafas o rictus. Se asfixian las almas. El denso aire est
cargado de todas las abdicaciones del espritu. El olfato busca en
vano un aura pura, el perfume de una flor, la frescura de una brisa
impregnada de mar...
El mar de los corazones est hosco. No tiene velas blancas. No hay
alas que canten sobre su lomo Inmenso. Los jardines del corazn han
perdido su color. No tienen pjaros. Qu pjaro, por acaso, podra
cantar en medio de la tormenta, mientras el hombre busca al otro
hombre, para odiarle, para corromper su pensar, para hollar con los
pies la rosa? Los dones han muerto, el don del pan para los cuerpos
frgiles, el don del amor para las almas que sufren.
Amar? Por qu? Para qu amar?
El hombre, encerrado en su concha, ha hecho de su egosmo una
barricada. Quiere gozar. La felicidad, para l, se ha convertido en un
fruto que devora vidamente, sin recrearse en l, sin repartirlo, sin
dejarle, siquiera, ver a los dems.
Para qu aguardar al fruto maduro que tendra que repartirse entre
todos? El amor, el mismo amor, ya no se da a los dems; se huye con
l entre los brazos, deprisa, deprisa. Sin embargo la nica felicidad
era aquello: el don, el dar, el darse; era la nica felicidad consciente,
completa, la nica que embriagaba, como el perfume sazonado de
Las frutas, de las flores, del follaje otoal. La felicidad slo existe en
el don. Su desinters de sabores de eternidad, vuelve a los labios del
alma con dulzura inmortal. Dar: haber visto los ojos que brillan
porque han sido comprendidos, alcanzados, colmados. Dar: sentir
esos anchos estremecimientos de dicha, que flotan como inquietas
aguas sobre el corazn, sbitamente serenado, empavesado de sol.
Dar: haber llegado a esas mltiples fibras secretas con las que se
tejen, los misterios ardientes de una sensibilidad, emocionada, como
si la lluvia suave del verano hubiera refrescado los rosales que
trepan por los muros polvorientos y clidos. Dar: tener el gesto que
alivia, que hace olvidar a la mano que es de carne, que derrama un
deseo de amar en el alma entreabierta. Entonces, el corazn se
torna tan leve como el polen de las flores, y se eleva como el canto
del ruiseor, con su misma voz ardiente, que alienta nuestra
penumbra. Desbordamos la felicidad porque hemos derramado la
capacidad de ser dichosos, la felicidad que no habamos recibido
para que fuera slo nuestra, sino para derramarla, porque nos
ahogaba, como la tierra que no puede retener sus manantiales, los
deja desbordar sobre las flores numerosas de las praderas, o por las
hendiduras de las rocas grises.
Pero hoy, Los manantiales no brotan ya. La tierra, egosta, no quiere
despojarse del tesoro que la agobia. Retiene la felicidad y la ahoga.
Las rocas se secan y saltan en pedazos. Y las flores, oprimidas en los
corazones, sucumben. Se ha cegado el impulso de Los manantiales.
Las almas mueren, no solamente porque solo reciben odio, sino
tambin porque se ha desnaturalizado su propio amor, cuya esencia
era probar y darse.
Esta es la agona de nuestro tiempo.
El siglo no se hunde por falta de elementos materiales. Jams fue el
universo tan rico, ni estuvo tan colmado de comodidades, gracias a
una enorme y fecunda industrializacin. Jams hubo tanto oro. Pero
el oro est escondido en los cofres blindados, ms seguro que en las
ms profundas cavernas. Los bienes materiales, monopolizados,
sirven para matar a los hombres y no para socorrerles. Son una
razn ms para odiar. Han convertido en garras, las manos que los
tocan, y en jaguares Los cuerpos humanos que los utilizan. Sin amor,
sin fe, el mundo se est asesinando a s mismo. El siglo ha querido,
ciego de orgullo, ser tan slo el siglo de los hombres. Este orgullo
insensato le ha perdido.
Ha credo que sus mquinas, sus stocks. Sus lingotes de oro, le
podran dar la felicidad. Y slo le han dado alegras, pero no la
alegra, no esa alegra que es como el sol que nunca se apaga en los
paisajes que antes, ha llenado de ardiente esplendor. Las tristes
alegras de la posesin se han endurecido como pas y han herido a
los que, creyndolas flores, las acercaban a su rostro. El corazn de
los vencedores del siglo, vencedores de un da, est lleno de
melancola, de acritud, de una horrible pasin de apoderarse de
todo, enseguida, de una clera brutal, que se eriza frente a todos los
obstculos.
Millones y millones de hombres se han batido y se han odiado. Un
huracn les arrastra, cada vez ms desencadenado, a travs de los
aires encendidos. La lengua seca, fras las manos, adivinan ya, en
medio de su delirio, el instante prximo en que su obra de locos ser
aniquilada. Desaparecer, porque era contraria a las leyes del
corazn y a las leyes de Dios. El solo, Dios, daba al mundo su
equilibrio, dominaba las pasiones, sealaba el sentido de los das
felices o desgraciados. Para qu haber sido ambicioso, cuando el
verdadero bien se ofreca sin lmites, generosamente, a todos los
corazones puros y sinceros?
El mundo ha renegado de esta alegra, sublime y orgullosa, como los
chorros de una fuente. Ha preferido hundirse en los ptridos mares
del egosmo, de la envidia y del odio. Se asfixia en la cinaga. Se
debate en medio de sus guerras, de sus crisis, en medio de los lazos
resbaladizos de su egosta pasin. Aunque se renan todas las
conferencias del mundo y se agrupen los jefes de Estado y los
expertos, nada podrn cambiar. La enfermedad no est en el cuerpo.
El cuerpo est enfermo porque lo est el alma. Es el alma la que
tiene que curarse y purificarse. La verdaderamente grande y nica
revolucin que est por hacerse es sa: an tan slo las almas,
llamadas por el amor del hombre y alimentadas por el amor de Dios
podr devolver al mundo l claro rostro y una mirada limpia a los
ojos purificados por el agua serena de la entrega generosa. No hay
opcin: o revolucin espiritual, o fracaso del siglo. La salvacin del
mundo est en la voluntad de las almas que tienen fe. Por esto,
Espaa mstica, Espaa de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, de
San Francisco Javier, de San Ignacio, por esto, creo yo en tu misin,
en una misin junta a la cual tus pasajeras desgracias nada son;
misin privilegiada entre todas: la de derramar en las almas en
agona la sangre de tu alma ardiente. Ningn pas, hoy, tiene tu fe.
Tu fe, la ruda fe de los penitentes de Lorca o de Sevilla y la de los
Cruceros de Navarra. Tu fe alegre de las panderetas navideas y la
de las carretas abigarradas de la Romera del Roco. Ningn otro
pas ha sido bendecido con ms amor por la Virgen, tu Virgen
milenaria del Pilar, tu Virgen de los guerreros de Covadonga, tu
Virgen del Camino para los que andan a tientas buscando su
sendero. Tu Virgen de los Desamparados, para las almas a la deriva.
Tu Virgen de las Angustias, para los corazones destrozados por el
dolor. Toda tu tierra es oracin, don alegre don doloroso, impulso
mstico, confianza y esperanza. Tus mujeres, bajo sus mantillas
negras, tienen los ojos ardientes y dulces como los ptalos
aterciopelados de los pensamientos. Tu pueblo se asocia a Dios en
todos sus actos. Has conquistado una ancha parte del mundo
confiando a la Virgen las velas de tus carabelas y clavndola Cruz en
cada uno de los pedazos de tierra hallados por tus conquistadores y
por tus monjes. En todos tus monasterios, en cada iglesia, donde las
campanas cantan por el aire azulado de la noche, en cada hogar
donde los nios duermen mezclando el nombre de la Virgen a sus
cndidos sueos, en toda tu resplandece la fe como ese sol que al
amanecer se derrama sobre los speros montes y las llanuras
onduladas, sobre los pueblos blancos y los torreones de los castillos,
y los santos de piedra de tus catedrales.
T vives tu Dios. Tu juventud es como un ejrcito de Cruzados.
Contempla, con el corazn henchido y desbordante, al mundo que le
llama.
Espaol, hijo de Dios, sigue derecho tu camino!
El siglo te aguarda!
Las almas ardientes lo pueden absolutamente todo!
VIDA RECTA
Los que titubean ante el esfuerzo es porque tienen adormecida el
alma. El gran ideal da siempre fuerza para domar el cuerpo, para
soportar el cansancio, el hambre, el fro.
Qu importan las noches en vela, el trabajo abrumador, o el dolor, o
la pobreza? Lo esencial es conservar en el fondo del corazn la gran
fuerza que alienta y que impulsa, que aplaca los nervios desatados,
que hace latir de nuevo la sangre cansada, que hace arder en los
ojos, adormecidos por el sueo, un fuego ardiente y devorador.
Entonces, nada es spero ya. El dolor se ha transformado en alegra
porque, gracias a l, nos damos ms por entero, y el sacrificio
nuestro se purifica. La facilidad adormece el ideal. Le alienta, en
cambio, l estimulo de la vida dura que nos hace adivinar lo profundo
del deber cumplido, las responsabilidades que hay que afrontar, y la
gran misin digna de nosotros. Lo dems no cuenta. La salud nada
importa. No estamos en este mundo para comer a horas fijas, para
dormir con regularidad, para vivir cien o ms aos. Todo esto es vano
y es necio. Slo una cosa cuenta: tener una vida til; perfilar el alma;
estar pendiente de ella, instante por instante; Vigilar sus debilidades
y exaltar sus impulsos; servir a Los dems derramar a nuestro
alrededor la dicha y la ternura; ofrecer el brazo al prjimo, para
elevarnos todos, ayudndonos los unos a los otros. Una vez
cumplidos nuestros deberes qu ms da morir a los treinta aos o a
los cien aos? Lo que importa es sentir el corazn encendido,
cuando la bestia humana grita extenuada! Que se levante y que
siga, a pesar de todo! Ah est para eso, para agotarse, hasta el fin.
Slo el alma cuenta, y ella tiene que dominar a todo lo dems Breve
o larga, la vida slo vale algo si en el instante de entregarla no
tenemos que sonrojarnos de ella. Cuando la dulzura de la vida nos
invita a la felicidad de amar, la belleza de un rostro o un cielo claro,
da una seal que, de lejos, nos llama, cuando estamos dispuestos a
ceder ante unos labios o a la luz y a los colores y al descanso de las
horas largas, entonces es cuando estrecharemos dentro del corazn
todos los sueos nimbados del oro de los instantes de suprema
evasin. La verdadera evasin es renunciar a las prendas amadas, y
renunciarlas en el instante mismo en que su perfume nos haca
desfallecer. En esta hora en que hay que rechazar y hundir lo ms
entraable de nuestro ser y alzar el amor por encima del corazn, y,
por lo tanto, cuando todo es cruel dolor, entonces es cuando tambin
comienza a ser completo y puro el sacrificio. Hemos franqueado
nuestros propios lmites; por fin podemos dar algo. Antes, todava,
nos buscbamos a nosotros mismos y a esas briznas de orgullo y de
gloria que corrompen tantos brotes generosos del alma. No damos
nada por el puro dar, sin calcularlo antes, pues todo est en uno de
los platillos de la balanza, ms que cuando, previamente, hemos
matado el amor a nosotros mismos. Esto no es fcil, no, porque la
bestia humana es reacia a comprender lo que la amargura quiere
ensearnos.
Qu dulce es soar con el ideal y construirlo en el pensamiento!
Pero es, en realidad, muy poca cosa. El ideal hay que construirlo
dentro mismo de nuestro vivir. Arrancando piedra a piedra, para
construirlo a nuestras comodidades, a nuestras alegras, a nuestro
descanso, a nuestro propio corazn. Cuando, a pesar de todo, el
edificio al cabo de Los aos se alza ya, y cuando, a pesar de ello, no
s detiene uno en la faena, sino que se sigue y se sigue, aunque la
piedra ya no se deje pulir, entonces solamente es cuando el ideal
empieza a volar. El ideal vivir en la medida en que nosotros, nos
entreguemos a l hasta morir.
Qu drama, en verdad, el de la vida recta!
LA TIERRA ORIGINAL
El hombre pertenece a un pueblo, a su tierra, a su pasado. No
podemos ignorarlo. Podemos intentar olvidarlo. Pero los
acontecimientos se encargan bien pronto de recordarnos Las fuentes
de la vida. Nos aproximan primeramente a los hombres de nuestra
misma sangre: avergonzada o luminosa, la familia nos enlaza al
tiempo, cada vez ms estrechamente. Cada vez con mayor dureza. A
veces nos ahoga. Pero jams nos desprendemos de ella. Nos
estremecemos en cuanto la sangre en juego. La sangre tiene razn.
Nos unimos a los que tienen nuestra sangre misma' como si nuestras
venas fueran comunes, como s la familia entera no tuviera que un
corazn, un corazn que proyecta la misma sangre en cada uno de
nosotros y nos ata a todos a un solo centro vital. Lo mismo ocurre
con la tierra. No nos podemos evadir de ella. No somos ms que una
unidad con los dems hombres de nuestra patria. La imagen de
alguna de nuestras catedrales, el recuerdo del aroma de las dunas
del dulce gris de nuestras colinas, del curso onduloso de nuestros
ros, hacen subir nuestra garganta un estremecimiento de amor.
Pasado del pas nuestro es el fondo de nuestra conciencia y de
nuestra sensibilidad Todo, en nuestra tierra, es como sobrevivir,
como renacer. El Pasado de un pas renace en cada generacin como
la primavera se renueva en cada germinar. Podemos cambiar,
recorrer el mundo, distraer nuestro espritu: es igual. El pas, eterno,
llenar de sangre nuestro corazn. La voz gangosa de una
transmisora que nos trae las ondas vagas del pas lejano, que no
hemos creado pero que nos domino, basta para que los recuerdos,
los lazos, las leyes, surjan de nuevo como joyeles engarzados
indestructiblemente en la trama de nuestros das atormentados.
EL CORAZN Y LAS PIEDRAS
Es preciso haber barloventeado por los ms lejanos mares, haber
conocido las noches rojizas del trpico, las hogueras de las caas de
azcar, los cantos de los negros, los desiertos de arenas rosadas y de
arbustos sin hojas, con los esqueletos de caballos deshechos por el
viento; haber navegado por los lagos helados y las nieves ardientes;
haber cogido mimosas junto a las ruinas de Cartago, y toronjas en La
Habana, y una brizna de hierba a la sombra del Acrpolis; es preciso
todo esto para poder amar plenamente a nuestro pas, a la tierra que
vivimos con los nicos ojos penetrantes que son los ojos del nio.
Hace falta haber conocido otras casas con sus muebles y sus ropas,
sus libros sus cuadros, con su estricta sencillez; ha falta haber sido
ese nmada de los pisos annimos, donde uno se sienta como en un
tren, para conocer la pasin y la nostalgia del primero y el mejor de
los paisajes: de ese marco de nuestro corazn que es nuestra casa.
Podemos evocar sin pesadumbre los grandes recuerdos jubilosos de
las tierras extranjeras.
Doran an nuestras pupilas: el da amanece, como de oro y plata,
sobre las palmeras que bordean el mar de las Antillas la niebla se
eleva en el valle de Delfos; los pescadores reman en la noche azulada
de las Cyclades; el bosque de palmeras est inundado de sol, junta a
las murallas rojizas de Marraquech.
Pero el recuerdo de las horas errantes en esa prisin sin alma, que es
el cuarto del hotel, nos pes, nos oprime.
Qu queda en nuestra vida de estos aposentos impersonales?
Los muros donde, sin amor, se han colgado y descolgado Los
cuadros; el aposento vecino desde donde nos observan; el ruido del
telfono; la escalera donde nos cruzamos con el desconocido; l
coche celular del ascensor con sus dobles barrotes.
Miramos toda esa decoracin de la vida, con la mirada hmeda y
llena de desesperacin.
Qu nos dicen esos tabiques, esa cocina. Abierta al srdido
jardincito lleno de piedras, y los estrechos senderos, sin rincones
imprevistos, sin follaje y sin nidos?
Qu nos dicen esas camas y esos muebles puestos de cualquier
modo. Incmodos, molestos, como si se sintieran fuera de su
ambiente, pobres, desgraciados nmadas como nosotros?
Porque los muebles tambin tienen alma.
Ese arcn que estorba en el pasillo, ese reloj de pared que se ha
parado para no molestar, han vivido tambin antes, y han conocido
una verdadera casa, han tenido durante cien aos, durante
doscientos aos, su sitio, sus tropiezos, su olor. Sus puertas se abran
como alas. Las horas surgan cantando del reloj de pared.
Pobre arcn y pobre reloj, alejados ahora del suelo encerado, del
aroma de lavanda, del agua que arrastraba lo sucio, de las voces de
las vecinas, del saludo del sol que penetraba bruscamente por la
puerta abierta...
Nosotros, los desterrados modernos, arrastrados de casa en casa por
las ciudades de mirada vaca, nos sentimos como sin corazn cada
vez que tenemos que franquear un nuevo umbral, y encender la luz
de esos pasillos demasiado blancos, y acostumbrarnos a esas
persianas y a esas puertas desvencijadas, y a ese gas de llama
excesiva, a esos tranvas que pasan con su estrpito brutal que nos
rompe el alma...
Podremos callar. Pero no podremos olvidar.
Y el hombre, como el viejo arcn, y como el gran reloj ah, inmvil,
los ojos empaados, mirando y viendo...
La casa natal se reanima en nuestros recuerdos. Ah est. Un ligero
follaje alegra la portada. Dos escalones de piedra azulada. Un gran
balcn emparrado, frente a los jardines. Todo est en su sitio. Todo
tiene un sentido, un olor, una forma. Veamos el armario: el armario,
palabra magnfica, est henchido y grave porque encierra el pan y
Los alimentos esenciales. Con Los ojos cerrados podemos encontrar
coda cosa. Este rincn huele a tabaco, aquel otro al gato que busca
siempre el sitio ms templado para dormitar. Ese ruido es que el
padre se levanta de la silla. Ese paso, que a veces se detiene, es de la
madre que arregla Las flores en el comedor. Esos cuartos no son
cuartos de paso, es el cuarto de encima de la sala, es el cuarto de
encima del despacho, es el cuarto de Los nios, aunque ya sean
hombres...
Cada uno de esos cuartos tiene su historia, ha conocido sus noches
en vela, sus enfermos; de aquel cuarto bajaron un da con un cuerpo
querido, en brazos...
Ah..., el horror de esas cases annimas donde han nacido o han
muerto nuestros hijos, ante esos decorados sin vida, abandonados
entonces, y donde otros nmadas como nosotros han emprendido, a
su vez, su vida entrecortada, sin recuerdos en el alma, sin atreverse
a recogerlos y a contemplarlos, pues no sabran dnde ponerlos...
Casa de antao, con tus pobres cretinos, tu mal gusto a veces, tus
fotografas de nios, y la bola del tramo de la escalera, y el gran
piano y la negra chimenea; con el bao de zinc, donde entrbamos
uno tras otro; con esas pisadas que parece que suenan an, diez
aos despus, slo con evocarlas; con los suspiros que pasan todava
junto a nosotros, con ese rostro de Mam que sonre a lo lejos y que
luego se acerca casi impenetrable y nos transforma de nuevo en
nios que quisieran ser otra vez mecidos en la cuna.
Retorna a nosotros una ternura infinita, con lejanos perfumes de
flores y de hojas; el murmullo del agua se oye al fondo del jardn,
acariciado por un sol ms dulce que el sol de ninguna otra parte.
Todo lo que somos viene de aquel tiempo. Desgraciados los nios que
no han tenido un hogar y no pueden guardar estos recuerdos que son
los que hacen la vida...
La casa, el hogar, es lo que nos modela.
Cmo podramos tener alma si la casa no tuviera rostro, si no fuera
ms que una careta que cambia en cada uno de Los carnavales de los
hombres?
No podemos centrar la vida ms que sobre el corazn y sobre las
piedras. Lo dems desaparece como los troncos, lanzados a la deriva,
de las aguas invernales.
Hogar...
Todo va hacindose poco a poco, corpreo, a medida que se suceden
Los trabajos y Los dolores comunes, a medida que los nios
nacen.......
Las paredes han guardado los amores y los sueos. Los muebles,
bonitos o feos. Fueron compaeros y testigos.
Un aroma surge dulcemente de esas almas mltiples de las cosas; y,
despus, un recogimiento un descanso, una certidumbre, que serena
los altos jadeantes, en el azar del vivir.
Dulzura, equilibrio, puntos de referencia, testimonio          inefable,
examen entraable de uno mismo...
Sin la madre y sin la casa, dime, alma ma, qu sera de nosotros?
LA CARNE QUE DESPIERTA
El mundo puede envilecerse, vivir en una agitacin cada vez ms
angustiosa, pero la grandeza de lo que es la madre es inmutable.
Conmueve tanto al universo de hoy como en los tiempos en que las
primeras mujeres sintieron l inefable estremecimiento de sus
entraas. Desde ese momento, una profunda transformacin les
invade todo su ser.
Ayer corran con la mirada cndida, con el alma vaca.
La vida que nace en ellas como recndita floracin les da, de
repente, una gravedad, una seguridad, una fuerza inmensa pura y
orgullosa: la conciencia de crear, de darse, y el encanto trmulo del
vivo misterio que surgir un da de sus dolores.
Ren an al pasar, pero su mirada es mas profunda. Llevan en s un
tesoro, cuyas palpitaciones se unen a sus palpitaciones ms ntimas.
Sus impulsos, su melancola, ese gran ideal, a veces inconfesado, que
las anima o las atormentas, sus pensamientos sus pesadumbres, las
alegras y los deseos son slo ya una misma cosa fundida en su vida
invisible a todos, y para ellas presente a cada instante; una cosa que
les da sangre y alma, en comunin exacta de carne y corazn.
Son valerosas en su laxitud. Su cuerpo est fatigado, vencido;
cansada est su juventud que s encorva como las ramas cargadas
de frutos batidos por el sol y por el viento. Pero las hace valerosas el
renacer que brota en la ternura de su seno.
Saben que ese alma en flor, abierta apenas, ser maana frescor,
inocencia, rosa, s el corazn de ellas la cubre, como cielo lleno de la
dulzura y de la paz de las noches perfectas, en las que todo es
silencio y estrellas.
Por el mundo agitado pasan las madres llevando su noche de luz. Sus
ojos suean, contemplan los grandes paisajes lunares en los que un
mundo que ellas slo conocen, duerme inmenso y eficaz.
Contemplan las montaas azules, las aguas oscuras y lisas, el
hechizo del cielo acribillado de fuegos que parecen engarzados en el
terciopelo de la noche, como inaccesibles piedras preciosas.
Andan bajo la claridad nocturna, con el corazn oprimido, pero con
paso seguro
Nadie Las acompaa. E1 universo est distrado. Slo ellas tienen la
mirada humana. Avanzan con el cuerpo cansado pero con el alma
dispuesta y como absorbida por la grandeza del misterio nocturno.
Estos meses en que la carne florece, all dentro, son su exclusiva
primavera; una primavera en la que las sombras y los perfumes, los
colores y las luces esperan su definitivo, su gran amor, con los brazos
abiertos a la vida, en el jardn del corazn.
De ellas sern el alba liberada de la carne y el nacimiento de los
sueos; y, luego, los esfuerzos atroces, tensos hacia los cuerpos y
hacia las almas nuevas, que las encantan y las atemorizan a la vez.
Oh, la realidad del ser nuevo, radiante y tembloroso!
Qu brotar en esos corazones?
Podrn, acaso, conservar l son y la virginidad de las aguas en la
montaa?
Esos ojos cndidos, podrn hacernos algn da llorar? Esas
cabecitas rizadas, del color del sol sobre la piedra blanca,
albergarn los pensamientos claros y los nobles ideales que la
madre soaba para sus vstagos, henchidos de rectitud y de luz?
Para no temer demasiado, para no llorar demasiado, lo mejor ser
trazarse el camino recto pero bordeado de verdura, sobre el cual
pasan las nubes blancas que van alisando los caminos de plata que
unen al cielo y a la tierra.
La madre ahora y siempre dar al corazn de sus hijos lo que es alma
y carne de ella.
El alma de sus hijos slo ser lo que ha sido el alma de ella. Las
imgenes de su propio corazn s relajarn en el corazn de sus
hijos, como las sombras que avanzan en los campus bajo el bochorno.
La madre no podra soportar la mirada de su hijo si no fuera tan
clara como la suya. Todo lo que no es fresco y puro extraa al nio y
desconcierta su corazn. Ms tarde de, Los hijos no sern fuerza y
renunciacin, sabidura y sencillez, virtud y alegra si su alimento
espiritual no fuera tan cndido como la leche que hencha el seno. El
rostro de la madre es noble, soberanamente claro, cuando la pureza
de las vidas inocentes lo ha refrescado una y mil maanas de dolor y
de sacrificio.
Mujeres mudas, cuya carne se estremece, vuelta hacia el sueo
interior que hace alentar y que hace arder el gran secreto de la vida
que empieza.
LA VOCACIN DE LA FELICIDAD.
A medida que avanzamos entre sonrisas hipcritas, entre miradas
llenas de codicia o de deshonestidad, entre manos interesadas, ms
nos decepciona la mediocridad de la existencia.
Rpidamente nos damos cuenta de que ya slo nos quedan, slidas y
eternas, las alegras que nacieron en nuestro corazn de nio.
Entonces es cuando nos hicimos felices o desgraciados para siempre.
Si nuestra infancia fuera tranquila y dulce como un inmenso cielo
dorado; si hemos aprendido a amar Y a darnos a los que nos rodean;
si hemos gozado desde pequeos del encanto que emerge del cielo y
de la luz, del rbol y de la flor, de la naturaleza que nos envuelve en
perpetua metamorfosis; si nos han modelado un corazn sencillo,
como la mirada de los animales, ingenuo como la maana, humano,
sensible, bueno, abierto al querer verdadero y fragante, entonces, la
vida ser para nosotros hasta el final de los caminos llenos de barro
y de piedras, como un cielo que nos gua, luminoso y eficaz, a travs
de los pasos peligrosos.
Hay siempre una vocacin de la felicidad. Podemos despus
desarrollarla o ahogarla: pero existe.
Si formamos a los nios, con sencillez, si los hacemos amar las
alegras profundas y elementales, avanzarn por la vida conservando
en sus ojos la luz de la vida interior, equilibrada, sin sobresaltos.
Pero si deformamos su infancia, si los nios han odo o visto
demasiado, si los dejamos arrastrar por el torbellino vital, si los aos
de una niez en calma no han fortificado en ellos la frgil dicha de su
inocencia, entonces su vida ser lo que ha sido su infancia y en vez
de irritarse ante el desorden, sern ellos mismos desorden. Como sus
gustos, sus sentimientos, sus pensamientos, fueron siempre
inestables, estarn para siempre a la merced del vendaval de las
turbias alegras que consumen al alma y se escapan de nuestras
manos y crean, a expensas del sufrir de los dems, el propio
sufrimiento.
Despus, es ya tarde para cambiar.
No se endereza el rbol endurecido. Todo lo ms que podremos
hacer para intentar que sea diferente es podarle. Cuando era joven,
hirviente de savia, se le hubiera podido doblar con un dedo experto,
orientarle y ayudarle a desarrollarse.
Cuando los nios parece que estn jugando y mirando sin ms al
gorrin o a la alondra que pasan, cuando comienzan a hablar y a
besar, cuando fotografan en su corazn, en su imaginacin, l
espectculo exacto que somos los mayores, esa es la hora de
poderlos modelar.
La vida no har ms que revelar la fotografa. Los cidos de la
existencia imprimirn en ellos las imgenes hermosas y pujantes o
atormentadas y entristecedoras, que habamos ofrecido a sus ojitos
vidos de curiosidad y a su corazn impoluto, como una hoja de
papel.
Todo aquello de que les privamos por nuestro orgullo, por nuestra
agitacin, o ay! por nuestras pasiones, todo ello tendremos que
pagarlo cruelmente ms tarde, vindoles inquietos, insatisfechos el
alma sin aliento o arrasada por nuestra grandsima culpa.
PASCUA DE NAVIDAD
La nieve cubra Los tejados y se haca ms y ms espesa, sobre
nuestros zuecos.
Estbamos seguros de haber visto a San Jos en la esquina de la
calle. La cuesta que conduca a la Iglesia era dura de subir a la
medianoche. Tenamos permiso de entrar y de que darnos all en la
ltima fila, con Los zuecos, quitados, en la mano. Y bruscamente
penetrbamos en el templo, envueltos en el aroma clido de sus
naves.
Nos daba un poco vueltas la cabeza. El Den estaba tambin plido.
Pero el santo clamor resonaba poderoso, capaz de ahuyentar a los
jabales a dos kilmetros de nuestros bosques apretados. El
organista pedaleaba como si temiera llegar tarde. E1 maestro diriga
a los cantores como en un torbellino. Llegado el momento, fue tal la
emocin, que nos subimos a las sillas, esperando que,
repentinamente, los ngeles descendieran del coro.
Pero los ngeles continuaron juiciosamente haciendo su guardia,
entre las velas, con sus grandes alas en reposo. Nos habamos
acercado a ellos con una moneda de cobre, escondida bajo los
guantes de lana. Nos arrodillamos sobre el mrmol. El buey pardo y
el burro gris estaban all, a nuestro alcance y ardamos en deseos de
tocarlos para ver si su cola se mova como en el abrevadero. Pero los
nios quieren an ms que los animales, a los nios... Jess estaba
tendido sobre la paja. Nuestros corazones se enternecan pensando
en el fro que sentira. Nadie le haba dado, como a nosotros, gruesas
medias clidas. Ni zuecos, ni bufanda para proteger su divina nariz,
ni guantes de lana verde para cubrir sus sabaones. Esto nos oprima
el corazn. Mirbamos un poco asombrados al Padre San Jos, que
pareca querer pasar inadvertido y a la Madre, azul y blanca, tan
inmvil y tan bella...
Conocamos a tantas y tantas Madres bellas, con ojos puros donde
asomarse y donde verlo todo, pero los de la Madre del Nio Jess nos
fascinaban como si el Cielo enseara a los nios algo ms que a los
hombres...
Callbamos todos, cuando volvamos, bajando la cuesta. Y cuando los
nios no dicen nada es porque tienen muchas cosas que decir, en
casa, al volver, el chocolate humeante, la gran mesa cubierta de
pasteles nos han hecho olvidar las conversaciones invisibles,
entabladas de nio a nio, de nios a madres humanas, del divino
Infante con la madre del Cielo.
Sobre el piano, haba otro nacimiento donde podamos, de pie sobre
el taburete, coger entre las manos el burro y el buey. Encendamos
todas las noches las velitas azules y rosas. Cada uno tena la suya
para apagarla de un gran soplo, una vez concluidos los rezos. Detrs,
arrodillada junto a una silla, en la penumbra, la madre diriga
nuestros rezos y nos guiaba.
Cuando haba terminado todo, cuando nos volvamos hacia ella, para
apagar nuestras minsculas luces, veamos sus ojos brillar con
emocionado fervor... El paraso desciende al corazn de los nios
cuando lo lleva en su alma la madre...
A esa hora humilde, y llena de ternura, la Madre saba que nuestras
almas infantiles estaban ya sealadas para siempre y que, aunque
soplasen sobre las velas encendidas en nuestro corazn, nadie podra
apagarlas nunca ms.
Y as cada invierno, cuando la Navidad llega, las pequeas llamas
encendidas por nuestras madres se alzan de nuevo erectas y
crepitantes.
LOS CIEGOS
Los hombres estn extenuados por el agobio y la angustia o porque
sus almas han dejado secar sobre ellas el beso de Dios.
E1 dinero, los honores ganados a fuerza de envilecerse, la pugna por
conseguir una felicidad terrenal, que se desvanece entre sus dedos y
que se escapa para siempre, hacen que el rebao humano se
convierta en horda pululante, que se agita y corre hacia aqu y hacia
all, tropezando y destrozndoles, en busca de una liberacin que
nunca se encuentra.
Las miradas estn llenas de rencores, que aumentan ms y ms ante
los deseos nunca satisfechos.
Baranda lastimosa, donde las risas estridentes suenan solo para
recordarnos que no se trata de rebaos, sino de hombres.
Un pataleo infernal que despus de maltratar a los individuos,
maltrata a los pueblos. Ya no es un grupo de individuos arrastrados
por locas pasiones.
Son las colectividades, embriagadas por el vrtigo de lo imposible,
por el deseo de ser las primeras, es decir, de aplastar a las dems;
deseo de descargar el poder sobre lo humano, de ahogar y pisotear
lo espiritual, con tanta mas rabia cuanto que si la carne se aniquila,
resurge siempre lo espiritual, alzndose como un reproche o como
una maldicin.
La vileza ha sobrepasado los crculos de las minoras, para alcanzar a
los grupos vastos y temblorosos de las masas, sacudidas tambin por
las ondas, dilatadas hasta el infinito, de la envidia, de la ambicin y
del odio.
El agua clara de los corazones esta turbia hasta su recndito manar.
El ro de los hombres arrastra un olor profundo a lodo.
El desorden del siglo ha conmovido todo lo que antes fue claridad,
verdad y vuelos inefables de golondrinas.
Los hombres y los pueblos se observan con mirada violenta, las
manos llenas de seales, cansadas, mordidas por las vctimas
frenticas.
Cada da es ms injusto el mundo, ms egosta y ms brutal.
Los hombres se odian entre s, y las clases sociales unas a otras, y los
pueblos: porque todos se aferran al fantasma de los bienes limitados,
cuya posesin, furtiva, se desvanece en la nada.
Y todos, todos vuelven la cara ante los bienes, propicios a todos, del
amor universal y de la eternidad espiritual.
Corremos como locos, la frente ensangrentada a fuerza de tropezar
contra todos los obstculos, por los caminos del odio y la locura,
gritando nuestras pasiones, de desbaratando todo, para apoderarnos,
nosotros solos, de lo que jams podremos conseguir.
HUELLAS DE DOLOR
No hay, en verdad, ningn corazn que no este manchado de
villanas, de clculos srdidos, de faltas inconfesables, de todo eso
que deja en la mirada resplandores equvocos.
Incluso los corazones purificados, de vuelta de las aguas turbias,
conservan, para siempre, un regusto amargo, de imperfeccin y de
cenizas.
Podremos recomponer la porcelana rara que se ha cado, pero el que
sabe que estuvo rota conocer las huellas de la fractura, por muy
disimuladas que estn. Nunca mas la pieza que se quebr recobrara
la unidad invisible de lo que es perfecto, la unidad que ni la muerte
puede hacer desaparecer.
Cuanto ms avanzamos por la vida, mas se ahondan en nuestro
corazn las huellas del dolor, imperceptibles para los que no nos
conocan, pero desgarradoras porque esta hechas de cosas delicadas
que se deshicieron, como la seda sutil de un tejido que se desgarra.
Bienaventurados los que se purifican con sufrimientos invisibles y se
mantienen en pie a la hora del declinar.
Pero, Hay ojos que sean capaces de mirar y de no temblar? Hay
algunos que no escondan algo?
Quien es el que no se ha envilecido algn da. Quien es el que no
tiene   que    callar palabras,   gestos,   deseos,   abdicaciones
inconfesables?
Cunto lodo tras lo convencional, tras la sonrisa!
Cuantos hombres, cuantas mujeres tienen que esconder el fracaso
de su sensibilidad, de sus juramentos, de su cuerpo!
La cada es solo el final de muchas traiciones previas.
La carne no se abate mas que cuando las fibras innumeras del
corazn se han roto secretamente, una tras otra, entre subterfugios,
pretextos y abandonos envueltos en sonrisas.
Una vez comenzado el descenso, lo dems viene solo.
La bajeza esta en el pensamiento antes que el barro lo advierta.
El cuerpo no cede ms que cuando el alma ha abandonado a la
corriente los remos que debieran trazar caminos rectos sobre el agua
inmaculada.
LOS SANTOS
Los Santos nos ensean que la perfeccin esta al alcance de
cualquiera.
Ellos fueron tambin hombres sencillos, mujeres sencillas, llenos de
pasiones, de flaquezas y, con frecuencia, de culpas.
Ellos tambin se han abandonado, han cedido, han debido pensar
que jams podran desprenderse del olor a lodo y a pecado que nos
acompaa a los hombres.
Pero han sabido sufrir.
Se han levantado despus de cada cada, decididos a estar ms
alerta que antes, mas alerta cuanto ms dbiles se sintieran.
La virtud no es revelacin repentina, sino una conquista lenta, dura y
difcil.
Los Santos han sentido el goce sobrehumano de saberse, al fin,
vencedores de su cuerpo y de su pensamiento.
Su lucha nos ensea que la felicidad en la tierra, y ms all de la
tierra, esta al alcance de cada cual.
A cada uno de nosotros nos ha sido dada una voluntad para servirnos
de ella.
El espritu, antes que el cuerpo, es el que gana o el que capitula.
Somos, hay que recordarlo, nuestros dueos.
Podemos caer en el abismo o evitarlo.
Todo puede hacerse, todo puede no hacerse.
CRUCIFIXIN ETERNA
Quin sufrir, quien estar all, junto a Cristo, en los das de su
nueva agona?
No nos atrevemos ni a pensar siquiera en ese desierto espiritual
donde se alza, cada primavera, la Cruz del Salvador.
La vida, trivial o turbia, de los hombres continua como un ro fro e
invisible.
Jess recibir, aun, los azotes y las espinas. Caer al suelo la Cruz y
aplastara su cuerpo; le clavaran, a martillazos tremendos, sobre el
duro leo. "Han traspasado mis manos y mis pies y han contado
todos mis huesos".
Que sabr el mundo de todo esto?
Su sangre correr lentamente sobre el cuerpo lvido. Sus ojos
buscaran, a un tiempo, a su Padre y a nuestras almas...
Esas almas nuestras, qu habrn comprendido de esta tragedia?
Ni se extraaran ni lloraran.
Tal vez, ni pensaran siquiera.
Ni se darn, quizs, por enteradas.
Cristo muere solo, completamente solo.
Las almas duermen o son estriles y, precisamente, mientras Su
Cuerpo cuelga ante el cielo y la tierra, dolorido, para poder librarlas
de la torpeza y de la muerte.
La angustia de Su Corazn lanza, en vano, gritos de desesperacin
que deberan sobrecoger al mundo, y dejar a los hombres sin aliento.
E1 mundo perece porque su espritu se ahoga.
E1 mundo tiene necesidad de esperanza, de caridad, de justicia, de
humildad, para recobrar un poco de aliento.
La vida espiritual, que es como la respiracin del alma de los
hombres, la hemos recibido y la guardamos en depsito.
Somos sus portadores; y nuestras manos estn lacias, y nuestros ojos
secos, y nuestros labios no saben temblar de fervor y de emocin...
La fe solo vale lo que es capaz de conquistar; el amor, mientras arde;
y la caridad, en tanto que salva...
NADIE
Una palmera tiembla. La arena se escape entre los dedos bronceados
del nio. Unos corderitos sealados de sangre juegan topndose.
Asnos minsculos, de hmedos ojos, bajan de la colina. Este paisaje
de Pascua es claro, brillante. El aire es fresco. Las margaritas se
desparraman por la ladera.
Por que, nos decimos, por que sufrir la ms desgarradora de las
agonas en estos das, en que las mimosas, a montones, estallan en l
recodo de los caminos?
Esos caminos claros y tibios llevan, empero, al Cristo doloroso y
mudo hacia los clavos, las espinas, hacia su sangre y los salivazos.
Seor!, nosotros te seguimos confundidos en ese cortejo
polvoriento, mezclndonos a esos pescadores rudos y cobardes que
te amaban pero como nosotros te amamos, con medida, como s la
medida no fuera un insulto a tu amor.
Estamos cerca de ellos y no peores que otros, la mirada brillante, a
veces, de la alegra de poder servirte. Alejamos los intrusos,
agitamos las palmas, creemos estar muy cerca de tu corazn. Y todo
eso nos da una opinin demasiado buena de nosotros mismos.
En tus tristes ojos se refleja esta pobre vanidad nuestra.
Y a la hora de la agona, como nuestro amor era frgil, estaremos
lejos de tus heridas, de tus sudores de sangre y de ese gran grito,
helado, que destrozara la tierra y apualara los corazones...
Seor!, volvemos, djanos volver junto a tus pies amoratados.
Djanos apretar esa madera de la Cruz entre nuestros brazos
temblorosos.
Cmo levantar nuestra mirada hacia tu cabeza ensangrentada, que,
dulcemente, se inclina?
Solo nos atrevemos a llorar!
Hubiera sido tan dulce entregarte nuestras almas en un impulso
nico y total, y estar a tu lado desde el Huerto de los Olivos hasta ese
montculo donde yaces, inerte, transido por el viento de la noche!
No hemos tenido la suerte del buen ladrn, l ultimo que te amo,
mirndote con esa mirada perdida que se hunda en el cielo.
Estamos deshechos por nuestras flaquezas, por nuestras cobardas,
por nuestras tibiezas...
Seor!, t nos dabas lo esencial y lo eterno, el pan y el vino, el
aliento y el sol. Acariciabas nuestros corazones y nos dabas fuerza.
Debimos saltar de gozo, ingrvidos, el corazn en fiesta, liberados
para siempre de todos los compromisos, de todos los pesares, de
cualquier esperanza que no fuera esta, suprema. Pero hemos
preferido permanecer, encogidos, en el quicio de una puerta a la
sombra plateada de un olivo.
Has pasado ante nosotros agotado y lleno de insultos. Ay, Dios mo!,
en esos minutos de dolor y de salvacin no hemos cogido contigo la
Cruz, no hemos besado tus llagas y tus espinas, no hemos
ahuyentado a tus verdugos, ni roto sus ltigos, ni ahogado sus
injurias... No hemos sabido amar.
A la hora de la entrega total, estaban ay!
Nuestros corazones vacos. Ah estabas, Dios mo!, abandonado de
todos, mudo y triste, rgidos los miembros. Nadie, nadie te segua.
Apretemos el madero de la muerte y, sin levantar la cabeza, dejemos
tendida a tus pies la derrota de nuestro corazn.
Volvers con la luz nueva, Seor!, y entonces, ten piedad de
nuestras almas vacas...
Sufrimos tanto, de vernos tan mezquinos y tan viles, tan imbuidos de
nosotros mismos, tan preocupadas de nuestros egosmos, de
nuestras ambiciones, de nuestras vanidades...
Te hemos dejado sufrir, hemos visto correr tu sangre, alzar tu cruz,
extinguirse la vida en tu rostro. Tendremos, acaso, valor para
contemplar tus llagas abiertas y tus ojos infinitamente fatigados?
Seor, se acerca la hora; tu luz va bruscamente a aparecer sobre la
colina. All estaremos, no obstante, avergonzados y tristes...
Enciende, Seor, nuestros corazones, con tu dulzura fulgurante,
danos el calor y la pureza de ese fuego divino de donde vas a
amanecer.
Agotados estamos al pie de tu sepulcro.
Seor!, haz que florezca en nuestras almas vencidas la llamarada de
la Resurreccin.
HABER AMADO MAL
En el cielo fro, de plido oro, vuela, estremecida, una alondra.
En que pensara? Vibra y lanza sus gritos agudos y, a cada instante,
parece que va a caer, pero un rpido batir de sus alas la cuelga del
cielo otra vez.
Ama solo por amar, hasta que de repente, rota por su propia dicha,
cae como una piedra, en l surco abierto.
As sube el alma, como una flecha, gritando de amor, pare quedar
suspendida en la inmensidad, por el prodigio de las alas invisibles
que la sostienen y la vuelven a lanzar hacia arriba.
No sabe siquiera que puede volver a caer, que la tierra esta debajo;
nada le importa y desprendida de todo, alienta estremecida y
palpitante, como aspirada por la altura.
La alondra que planea sobre la tierra seca debe sentir tambin esa
inefable alegra del amor colmado.
Nuestra alma esta destrozada, jadeante. Pero ese inmenso amor
vuelve, como las olas, sobre nosotros y otra vez nos inunda de
alegra y de gracia...
Si el gran drama del pecado nos hace sufrir tanto, es porque no nos
deja darnos, porque hace que sea imperfecto nuestro don.
Porque amar no es otra cosa que darse.
El castigo del pecado es el dolor de haber pisoteado el amor.
Quisiramos entonces, arrancarnos las manos y los ojos, el cuerpo
entero pecador.
Quisiramos llorar con todas nuestras lgrimas. Pero es tarde
tambin: no se puede recuperar lo que hemos desperdiciado. El da
del pecado quedara como un negro abismo a pesar del
arrepentimiento.
Aunque amemos con cuanto ardor queramos, el pasado no podremos
volverlo a crear. Ese amor nuevo ser un don nuevo, pero nada ms.
Por eso el pecado nos hace sufrir hasta el final de la vida.
Quisiramos ser Dios mismo, para recobrar ese da y devolverle su
frescura de alba, y guardarlo despus junto al corazn, con cuidado
infinito' hasta la noche.
Con el primer pecado aprendemos que ya no amaremos, nunca ms,
como hubiramos podido amar. Y esto es lo que hace que el
arrepentimiento sea desgarrador: porque no tiene solucin.
Cuando conocemos el dolor de lo irreparable, quisiramos
sobrepasar todava las posibilidades de nuestro corazn y arrancarle
algunas gotas de amor, capaces de compensar el amor que cay en la
sombra.
Sin duda, es as la paz que nos da el beso de la agona, la paz que
pone fin al dolor, a la desesperacin de haber amado mal, de haber
amado demasiado poco, de haber manchado el amor que naci tan
puro y tan limpio...
LA ALEGRA DE LOS HOMBRES
Ha desaparecido el sol. Media hora mas, y reinara la sombra.
Los pjaros lo saben, y cantan como locos en el jardn.
Por todas partes hay rosas tan empapadas de luz que se estn
muriendo.
El bosque duerme ya alrededor de los tejados.
Y de nuevo los pjaros lanzan sus gritos agudos y sus locos
parlamentos, sin dude, a la intencin de los dos enamorados que
suenan all cerca, sentados, con un inmenso sombrero blanco en las
rodillas.
Quien vive, edemas de esos pjaros, de ese perro que ladra y de
esos dos corazones que laten, flotando en la calma enervante de esta
tarde de junio?
Como creer en esta hora inefable, impregnada de paz y de dulzura,
que puedan existir entre hombres otras horas llena de odios, de
rostros crispados, de gritos de furor?
Acaso esos hombres no miraron nunca como se van apagando las
rosas en el clido silencio de la noche?
Pero hemos de dejar ya ese vasto mar florido donde el corazn se
serene.
Tenemos que tomar el rudo sendero, el camino donde las ruedas
maltratan el suelo con ruido de lluvia tenaz.
Hay que ir en busca de las luces brutales, de los rostros vacos, de
los rostros sin alma.
Ay!, el honor de los corazones ridos y de las sensibilidades
distintas.
Este jardn, en el crepsculo, es tan sencillo y se entrega como un
don total...
Estas rosas moribundas, estos grupos de rboles, los sembrados que
ondulan como un mar gris, los graves pinos, son tan puros y tan
simples, que toda nuestra infancia remota reaparece en nuestra alma
junto a esta infancia eterna de los rboles y de las flores...
Ya no se oye nada.
La noche besa las rosas.
Los bosques destacan su perfil negro sobre el claro final del
crepsculo.
E1 ultimo pjaro que cantaba cesa por un instante su canto para or
el silencio. Los dos enamorados se alzan ya, trmulas las manos,
estremecidos por el ligero viento los cabellos.
Y yo, yo tendr que levantarme tambin.
Y avanzare lentamente, sin tocar las hojas ni la vida infinita que se
desliza a travs de las sombras, adivinar el contorno de las cosas.
Sentir como florece ya, temblando en cada hoja, el roco que
refrescara manzana al sol, cuando aparezca por encima del bosque.
Silencio y dolor ante tanta profundidad y ante tanta inocencia...
Donde esta la noche de los corazones de la que resurgir esa
maana iluminada?
Tendremos que volver a nuestras melancolas, reanudar nuestra
marcha leal de hombre del campo y del bosque, perdido entre
corazones estriles.
All entre resplandores brbaros quien ser capaz de adivinar en
nuestros ojos temblorosos que acabamos de dejar los bosques y los
trigales, la sombra y el silencio?
Ms para que enternecerse? A1 borde del sendero esta la vida
cruel, la vida a dentelladas.
No miremos, no pensemos, no respiremos ms este aire cargado de
perfumes de muerte...
No ms claridad. Dejemos que la noche roa los corazones.
Maana, cuando el da remonte la cima de los rboles, ya no
tendremos ante nosotros ms que l horizonte cerrado de los
hombres.
Seamos fuertes, duros, alegres, a travs de todo, del sol de nuestras
almas.
Tarde que mueres, muda y segura de tu alba, danos la paz de las
luces que renacen, tras el inmenso despertar de las noches
propicias...
EL PRECIO DE LA VIDA
Hay que repetir sin cesar, cual es el precio de la vida.
Es el instrumento admirable, puesto en nuestras manos para forjar la
voluntad, pare educar nuestra conciencia, para construir una obra de
razn y de corazn.
La vida no es tristeza, sino alegra hecha carne.
Alegra de ser til.
Alegra de dominar lo que podra empequeecernos.
Alegra de actuar y de entregarse.
Alegra de amar todo lo que vibra, espritu o materia, porque todo,
engarzado en una vida recta, eleva y aligera en lugar de pesar sobre
nosotros.
Tenemos que amar la vida.
A veces, en las horas de cansancio y de hasto, llegamos a dudar de
ella.
Debemos dominarnos, reaccionar.
Son muchos los hombres viles. Pero junto a ellos, junto a esos cuya
bajeza es una blasfemia de vida, existen otros: Todos aquellos, los
que vemos y los que no vemos, que no son as y que, por no serlo,
salvan al mundo y al honor de vivir.
RENUNCIACIN
La felicidad, cuya causa se ignore, no es halagea. Es una especie
de felicidad vegetativa.
La verdadera felicidad, la felicidad digna del hombre, la que nos
eleva, es la felicidad asistida por el espritu, la que nace de la
renunciacin del alma, de su abdicacin, en plena conciencia, de los
placeres que la vida nos ofrece o nos regatea.
Feliz es aquel que no es esclavo del azar y que sabe gozar del placer
de fuera y, tambin, renunciar a el.
Mientras suframos por estas privaciones, mientras suframos
comparando nuestra suerte material con la de los dems, no seremos
ni felices ni libres.
Hay que guardar un humor uniforme, aunque tengamos que aligerar
nuestra alma, cuando el universo exterior es solo un inmenso vaco,
hay que vivir intensamente en esa "ausencia material" sintindonos
ingrvidos, purgados de preocupaciones, dueos de nuestros deseos,
doblegndolos al seoro pleno del espritu, y solo as surgir la
victoria del hombre y su ascensin a la felicidad inmutable.
Toda comparacin material parece entonces mezquina junto a la
liberacin que nos da la victoria del espritu sobre las inquietudes,
los bienes y las necesidades materiales.
La felicidad puede nacer en todas partes.
Y, en verdad, no es fuera de nosotros, sino dentro de cada uno, donde
esta, con sus supremas posibilidades.
EL PODER DE LA ALEGRA
Hay tantas cosas que pueden darnos felicidad...!
Solo el liberarnos de nuestros deseos nos puede hacer felices.
La alegra de vivir, por si sola, baste pare lograrla.
La alegra de tener radiante el corazn.
La alegra de tener un cuerpo robusto, brazos y piernas duros como
rboles y pulmones que beben la vida del aire.
La alegra de poseer ojos que reflejan en su espejo aterciopelado los
colores y las formas.
La alegra de pasar horas y horas trazando las grandes lneas rectas
de la razn o bordando, a capricho, nuestros sueos.
La alegra de creer, alegra de amar, de entregarse, de avanzar a
grandes pasos por la vida, como s avanza ingrvido por el agua.
Como, pues, no ser feliz...?
Es tan sencillo, tan elemental, tan natural!
A travs de las peores calamidades, la felicidad renace siempre como
un surtidor que se pretendiera sofocar.
Ser feliz y vivir son una misma cosa.
No ser feliz es dudar de nuestro cuerpo, del calor de nuestra sangre,
del fuego devorador del corazn, de la claridad del espritu que
inunda nuestro ser.
La desgracia misma nos trae la alegra dolorosa del alma que se
entrega sangrando, que sopesa su sacrificio y desmenuza y analiza
su amargura.
Alegra cruel, pero alegra de jerarqua excelsa, de la que solo es
capaz el hombre que, con el corazn desgarrado, todo 1o
comprende!
SOAR, PENSAR
Las horas del ensueo son las horas profundas de la vida, en las que
toda la poesa que bulle en nosotros se agrupa y flota como un fuego
fatuo.
Despus, el sol vuelve a salir.
Las brumas blanquecinas descienden como llamadas por el ro. Ya
solo se ve la gran espada del agua clara. Y la razn, entonces, ordena
y rene los fragmentos que brotaron del sueo y les imprime su
huella.
Que alegra encontrar y comparar! Que alegra dar a las cosas un
sentido de la belleza y una direccin! Que alegra comprender y
subir las laderas y llegar a las cima de la verdad y de lo eficaz!
El espritu traza las lneas claras de sus leyes.
El hombre se siente en ese momento superior a todo, dueo de este
universo monstruoso y desmesurado en el que, son los cerebros, no
ms grandes que una fruta o que un pjaro, los que imponen el orden
y la armona.
Quien no sepa gozar las posibilidades de soar y de pensar que, a
cada segundo, la vida ofrece al hombre, la nobleza de esa vida.
El hechizo es siempre posible, porque los sueos son los violoncelos
que suenan en el jardn de las almas.
Podemos pensar siempre, es decir, tener el espritu no solo ocupado,
sino vibrante, tenso hacia un dominio ms fuerte, ms exultante que
el fuego de los deseos infinitos.
Aburrirse es renunciar al sueo y al espritu.
El aburrimiento es la enfermedad de las almas y de los cerebros
vacos.
La vida, entonces, se convierte en un esfuerzo desesperadamente
gris.
El amor mismo no se exalta ni se hechiza sino en la medida en que el
espritu superior mantiene la poesa y fortifica los impulsos de la
sensibilidad.
Es tambin preciso soar y pensar nuestro amor.
LA PACIENCIA
La paciencia es la primera victoria, la victoria sobre si mismo, la
victoria sobre los nervios, sobre nuestra susceptibilidad.
Mientras que no la adquirimos, la vida no es sino un torrente de
capitulaciones. Capitulaciones, sin duda, estrepitosa, disfrazadas por
gritos de falsa autoridad, que solo representan, en verdad, la
abdicacin ante el orgullo.
Tener paciencia es saber aguardar nuestra hora con el dedo crispado
sobre el gatillo, alerta, como vigilando la presa.
Tener paciencia es construir cada acto de cada da con orden y
equilibrio, que son el andamiaje que sostiene la vida en pie.
La paciencia nos da la alegra de saber mantenernos sin ceder.
La impaciencia deja en el corazn el reproche de haberse dejado
llevar por el impulso y de haber creado, en torno nuestro, una vacua
y nefasta agitacin.
LA OBEDIENCIA
Nada fundamental puede realizarse si se es egosta, si se es
orgulloso.
Obedecer es una alegra, porque es una forma de darse, de darse
conscientemente.
Obedecer es un deber, pues el bien comn depende de la conjuncin
disciplinada de todas las energas.
La sociedad humana no es una nube de mosquitos encarnizados y
alocados, lanzados al viento segn su inters y su humor. Sino que es
un gran complejo sensible, que la anarqua convierte en estril o
peligroso, mientras que el orden y la armona dan posibilidades
ilimitadas.
Un pueblo rico, compuesto de milln de individuos aislados
egostamente, es pueblo muerto.
Un pueblo pobre, en el que cada cual reconoce inteligentemente sus
lmites y sus obligaciones y obedece y trabaja en equipo es un pueblo
vivo.
La obediencia es la forma ms elevada del uso de libertad.
Es una manifestacin constante de autoridad; autoridad sobre si
mismo que es ms difcil de todas.
Nadie sabe, en verdad, dirigir a los dems si no ha sabido antes
dirigirse a s mismo, dominar el corcel orgulloso que, dentro de cada
cual, hubiera querido lanzarse alocadamente al viento de la
aventura.
Despus de haber obedecido, entonces, si podemos mandar, no para
gozar brutalmente del derecho de aplastar a los otros, sino porque el
mando es una cosa magnifica cuando tiende a disciplinar las fuerzas
impacientes de los dems, y a conducirlas a la plenitud de su
rendimiento, manantial supremo de la alegra.
LA BONDAD
Una palabra, a veces una sola palabra afectuosa, una mirada llena de
sincera amistad, pueden salvar a un hombre.
Con el amor y con el ejemplo lo podemos todo, absolutamente todo.
Excitarse, gritar, conducen difcilmente al fondo de los problemas.
Hay que ser bueno, adivinar lo que ocurre en medio de la niebla de
los corazones, endulzar la severidad necesaria con la palabra
amistosa que da esperanza, ponerse siempre en el lugar del prjimo,
en el alma del prjimo, pensar en nuestra propia reaccin si nos
viramos en el trance de ser reprendidos en lugar de ser nosotros los
que criticamos.
Todo hombre es un nio grande, un tanto vicioso, pero ingenuo,
sensible, inclinado hacia el amor.
No hay treinta y seis caminos para dirigirle hacia el bien sino uno
solo: el del corazn.
Los otros caminos parecen a veces ms fciles, pero no conducen a
parte alguna.
BEATA SOLITUDO
La compaa, en el fondo, solo es agitacin, ruido, perturbacin en
torno a la propia soledad.
Buscar sin cesar lo que llamamos animacin es miedo a encontrarse
frente a si mismo.
Cmo hemos podido confundir la alegra           con   la   inmersin
permanente en la baranda tumultuosa?
Por que sumergidos en los dems para ser felices?
Sumergirnos en los dems es ponernos en contacto con su corteza,
gozar tan solo sus actitudes artificiales o superficiales. Esto puede
divertirnos, darnos un placer fugaz, como bocanada de aire.
Pero qu diferencia entre ese placer sin profundidad y la felicidad
profunda, esencial, de la conversacin consigo mismo, del anlisis de
los ntimos pensamientos y de la propia sensibilidad!
Entonces, todo lo vemos hasta el fondo.
Negar el poder, la amplitud de esa alegra, la verdadera, es negar la
vida interior.
La soledad es para el alma la magnifica ocasin de conocerse, de
vigilarse, de formarse a si misma.
Solo los cerebros vacos, o los corazones inconstantes, tienen miedo
de quedar en silencio frente a s mismos.
Solo en esos momentos veremos si los sentimientos son slidos o si,
por el contrario, eran no ms, ruido y fugacidad.
Los sentimientos elevados pueden vivir solos, sin presencia fsica:
mas aun, el aislamiento los purifica y los engrandece.
La alegra, la gran alegra que es como un bloque de granito bajo el
agua de la vida que corre, la alegra que no abandona ni decepciona,
cual surge de la lucha interior, de la exaltacin interior. Hay, pues,
que vigilarse, que dominarse, que purificarse, que elevarse; hay que
tener el valor de pensar.
Porque es mucho ms sencillo ser perezoso o cobarde ante el
trabajo espiritual!
Es duro, si, tener la energa suficiente pare dilatar nuestros campos
secretos para amar intensamente, es decir, pare darse en el silencio!
Y as, preferimos olvidar que esas alegras fundamentales existen,
contentndonos con los placeres inmediatos, ruidosos, despus de
los cuales nada queda, sino polvo en el corazn y heridas en las alas.
Los msticos han conocido este esfuerzo constante de la vida interior.
Y eran acaso menos felices? Era su alegra menor que la nuestra?
Menor que la de nosotros, que charloteamos, con gente que no
sabemos como son, palabras y palabras que mueren en un mismo
eco?
Pero esta alegra de los msticos no es ms que un ejemplo.
La misma alegra interior existe          en   otras   regiones   de   la
espiritualidad y de la sensibilidad.
La presencia corporal no es completamente indispensable. Podemos
amar de un modo perfecto y estar alegres, de las ms altas alegras,
en ausencia de lo corporal y en la misma muerte.
Mientras no nos desprendamos, un da de todo lo externo y no
seamos capaces de vivir solos, es decir, en compaa de lo mas real,
lo que nada turba, no pisaremos el umbral de la felicidad.
En lugar de quejarnos de la soledad, bendigmosla, aprovechemos la
posibilidad inesperada que nos da para examinarnos en silencio,
para dominarnos lucidamente y totalmente, hasta en nuestros ms
contradictorios pensamientos.
Se nos cierran las puertas del mundo? Se interrumpe nuestro
contacto con lo de fuera?
Tanto mejor!
Ello significa, si nosotros queremos, que las puertas se le abren al
alma, que estamos en contacto exacto con nosotros; ello significa las
alegras exultantes del conocimiento, de la plenitud espiritual; del
mstico don, el ms delicado y el ms completo.
GRANDEZA
Muchas veces alcanzamos la grandeza haciendo, con toda la nobleza
de que somos capaces, las mil cosas pequeas y molestas de la vida.
Es infinitamente ms difcil que el alma se afane mil veces cada da
en deberes pequeos, que realizar, en una ocasin solemne, una
hazaa memorable.
E1 prestigio del gran momento, el afn de asombrar a los dems, nos
da entonces la fuerza necesaria para actuar y nos hace concebir la
ms alta opinin de nosotros mismos.
Podemos triunfar, pues, maravillosamente la gran ocasin y estar sin
embargo muy lejos de la verdadera grandeza.
La grandeza verdadera esta en la nobleza del alma, que se da y se
gasta, anhelante de darse, en cada uno de nuestros deberes, sobre
todo en los que estn limpios de vanidad.
Todo esto concierne a la mujer como al hombre.
La grandeza para la mujer esta en entregarse por completo, hora
tras hora, a sus cotidianos deberes.
Nadie la admirara, sin embargo.
Porque es difcil conocer los mltiples combates que ha tenido que
librar, en el fondo de su corazn, a la pereza, al orgullo, a las
pasiones sugestivas, a la blandura que llama al alma y al cuerpo
hacia las arenas clidas de la vida fcil.
La mujer que a pesar de todo esto avanza, resiste, progresa, es en
verdad puesto que se ha dado por entero, sin necesidad de estmulos
artificiosos y pasajeros.
Cuanta gente, colmada de todo, se queja de continuo, lo encuentra
todo mal y no acierta a gozar nunca de nada!
Todo les parece aburrido, porque ellos no se saben dar nunca,
porque abordan cada uno de los momentos en que debieran entregar
algo de su propio ser, con el propsito previo de no dar ms que lo
indispensable, y ese poco, con pesar.
Todo esta en darse y en saberse dar.
Las gentes felices son las que saben darse. Los insatisfechos, lo son
porque ahogan su existencia en una suspicacia perpetua, y se
preguntan, cada vez que tienen que dar, Cuanto es lo que van a
perder.
Virtud, grandeza, felicidad, todo gira en torno de esto, solo de esto:
darse.
Darse completamente y en todo instante. Hacer lo que se debe hacer,
con mpetu, con gracia y con el mximo inters, incluso cuando el
deber carezca de aparente grandeza.
Hombre o mujer, rico o pobre, el problema es exactamente el mismo:
es el don, el saberse o no saberse dar, lo que hace claras a las almas
o las hace recalcitrantes y turbias.
LOS GRANDES EJERCICIOS.
Morir veinte aos antes o despus, importa poco.
Lo que importa es morir bien.
Entonces es, tan solo, cuando empieza la vida.
Puedo morir maana. La humildad de mi destino en la vida del frente
me prepara mejor a la asctica renuncia. Como no he sido un santo,
deseara morir con el alma, al menos, limpia.
Tal vez tenga las semanas contadas. Tendr, pues, que multiplicar las
ocasiones de purificarme.
Yo haba soado, antao, con una larga enfermedad que me
preparara a morir.
Hubiera esto ocurrido en una atmsfera de lenta decadencia.
Pero aqu, esa preparacin acaece en plena fuerza, en la plenitud de
la voluntad. Me doy cuenta de esta ventura.
Ms tal vez vuelva con vida, con ms vida que nunca.
De todos modos, estos grandes ejrcitos que terminan en la vida o en
la muerte, habrn sido una bendicin para m.
Gozo de ellos como de un sol esplendoroso.
El soldado aprende a ser grande en medio de las cosas ms
corrientes, ms sencillas y penosas.
El herosmo consiste en resistir, en luchar calladamente, en estar
siempre alerta, alegre y fuerte, en medio de ese fango, de esos
montones de excrementos, de esos cadveres, de esa niebla de agua
y de nieve, de esos campos interminables y descoloridos, de esa
ausencia total de felicidad externa...
Nos alejamos un poco ms cada da. No somos ya como medio
muertos que avanzan, apretando los dientes, a travs de la bruma?
Debemos mirar siempre hacia los que tienen menos que nosotros y
contentarnos, y gozar lo que poseemos, sin alimentar nuestro
espritu de quimeras.
La vida es siempre bella si sabemos mirarla con ojos apacibles, con
luz de un alma en paz.
Aqu nada tenemos, y somos felices.
Tenemos que despojarnos de todo para poder encontrar, despus, la
felicidad que florece solo en las almas desnudas.
En el silencio turbado por el crepitar de las balas, solo del pasado se
nutre mi corazn.
Que otra cosa podra tener aqu!
Comemos los animales que matamos y que preparamos, nosotros
mismos, como podemos. Tras las horas de espera o de combate,
tendidos en el suelo helado, regresamos, transidos, a la paja de
nuestros refugios miserables. Una pequea lmpara, vacilante,
diluye la sombra.
Junto a ella me desojo leyendo a Montaigne y a Pascal.
No hay mas remedio que alimentar al espritu, para no dejarse caer
en el embrutecimiento, en la suciedad, en la mediocridad. Pienso y
trato de forjar, en mis sueos despiertos, las primaveras del maana.
El trigo de dolor que lanzamos sobre tierras negruzcas se levantara,
tarde o temprano, duro y poderoso.
Mi pequea lmpara brilla con su luz dorada. Mi corazn vive como
ella: ardiente y solitario...
La guerra. No solo es combate: es, sobre todo, una larga serie, a
veces agotadora, de renuncias silenciosas, de sacrificios cotidianos y
sin relieve.
En todas partes, la virtud se forja del mismo modo.
Las privaciones, esta espera humilde, ingrata, ese servicio sin
ostentacin en el que uno se juega la vida, en campos y en bosques
desconocidos; ese remanso al margen de todas las alegras, es la
verdadera guerra, la guerra que hacen millones de hombres que no
conocern jams la gloria, y que regresaran' con el rostro triste,
apretados los labios, pues los dems no habrn podido comprender
todo lo que ha tenido su oscuro herosmo, de desgarro y de
renunciacin.
La masa no se emociona ms que con el herosmo brillante y ruidoso.
Lo que al pblico impresiona es el resplandor fugitivo, pero no la
penosa y lenta ascensin de las almas que ascienden en la
penumbra, hacia la grandeza.
Es que se ve o se oye, de cada cual, algo mas que lo externo?
Hay en el fondo de los corazones un abismo tal de deseos, de
renuncias, de penas y de esperanzas, que preferimos no afrontarlo.
Es ms sencillo y ms agradable atenerse al exterior de las cosas y
gozar, sin pensar demasiado las palabras y actitudes que tejen el velo
que nos oculta el drama humano.
Nosotros estamos al otro lado de ese velo.
Que almas tendrn la fuerza necesaria para venir a unirse,
espiritualmente, con nosotros?
Nada ms terrible que un jefe que no se conoce.
E1 celo, la misma inteligencia, bastan a suplir otras cosas.
Hay una cultura, un equilibrio del espritu, una madurez clida del
pensamiento que solo pueden ser el resultado de la larga disciplina,
de las facultades superiores, aplicadas, con fervor y con mtodo, al
estudio de la obra desnuda de la humana inteligencia.
Solo el estudio desinteresado de las civilizaciones antiguas, que son
manantial de las ideas y de los sistemas; el estudio de la filosofa; el
estudio de las matemticas y el estudio comparado de la Historia,
solo ellos pueden darnos la plena armona del espritu, sin lo que los
xitos mas aparatosos son frgiles y pasajeros.
La madurez intelectual no es inconciliable con el genio. La madurez
da al genio exactitud y calor humano, y acierta a canalizarle. Su
fuerza no disminuye y se hace ms eficaz. Richelieu no hubiera dado
a Francia la mitad de lo que su genio le dio, si hubiera sido un
autodidacta.
La debilidad de nuestro siglo consiste en que es el siglo de los
autodidactas. La obra de estos tiene siempre un carcter
desordenado, inhumano, inestable. El genio verdadero es
equilibrado; por lo menos el genio bienhechor, el que crea felicidad,
progreso y orden.
El genio instintivo maravilla y asombra, pero cuesta caro.
La noche parece ms negra todava despus de apagarse los fuegos
artificiales.
He presenciado la matanza de un cerdo. Se agarraba a su vida y, casi
exange, hociqueaba y gema aun Animales u hombres, somos
iguales ante la muerte. Tenemos que vigilarnos speramente para
hacernos con un valor que pueda liberarnos de los aullidos de la
bestia, en las horas en que nuestro honor de hombres est en juego.
La muerte esta frente a nosotros. Esta en todas partes. Y, sin duda,
por esto, comprendemos mejor que los dems la grandeza de la vida.
Si el alma no se eleva, recta como el calor de fusil, recta como la
cruz de las tumbas, pronto nos desharamos.
Todo nuestro mundo es, ahora, un bosque, unos campos, unos
pantanos, unos rboles desnudos, cerca de los cuales estamos al
acecho, da y noche, soplndonos las manos heladas, frotndonos las
orejas, golpeando el suelo con el pie. Tierra que se ha vuelto dura
como la piedra, despus de haber sido un mar de fango donde nos
enterrbamos.
Por la noche, que empieza a las cuatro, no hay mas que la sombra, en
la que solo alimenta el espritu.
Hay que estrechar los frenos que rigen el corazn, para no llorar
ante el abismo.
El alma esta totalmente, totalmente sola.
Y sin embargo, se siente orgullosa y canta porque esta desnuda como
en los das de la inocencia; porque tiene la plena conciencia de la
gravedad de la misin que se ofrece a los que rescataran, en los
abismos de la soledad, las cobardas y las impurezas del tiempo en
que el alma giraba en el vaco.
Aqu sus alas empiezan a batir, a sacudir, el barro que las manchaba,
a recobrar la dicha primitiva del aire puro, del espacio.
Si hemos sufrido aqu tilmente, nuestra ser la victoria!
Pero sabremos sufrir, con pureza, hasta el final?
No pareceremos ridculos, con nuestros halos de luz, cuando
regresemos?
Tendremos el valor de no avergonzarnos ante las burlas de las
almas mediocres, que parecern triunfadoras?
DOMAR LOS CORCELES
Las pulgas han invadido, en filas apretadas, nuestros uniformes
terrizos; los ratones corretean. Una rata se calienta pegada a mi
nariz mientras duermo.
Estas compaas dan la gran leccin a nuestra vanidad, a nuestro
orgullo, a nosotros, que no podemos librarnos de los animalillos ms
pequeos, ms ridculos y ms sucios.
Pero la poesa esta en todas partes. Delante de nuestros fusiles,
millares de gorriones saltan en los arbustos, moviendo sus vientres
redondos. Escuchan, a un metro de distancia, las fiestas que trato de
hacerles; y se instalan despus, en locos bandos, entre los juncos,
gritando, piando y silbando como si el cielo plateado lanzara
bocanadas de clara alegra sobre el paisaje helado.
Tambin hay cuervos que pasan, mudos, aislados, como rayos
negros. De vez en cuando, lanzan su grito ronco, sin duda para
recordarnos que la muerte nos acecha ruda y voraz, como ellos, con
el ala sombra y cortante...
Nos esforzamos, una y otra vez, en sonrer a los gorriones que
cantan y a los cuervos solemnes que pasan. Pero el corazn es el
corazn; y detrs de la sonrisa en los labios y en los ojos, siguen
enhiestos nuestros pobres secretos del animal que sufre.
Nos sentimos vigilados desde todas partes por la muerte; cuesta dar
cada paso, paso pesado, paso que hay que aligerar a pesar de la
ametralladora que gravita, y de los pies que tropiezan, y de las
cosechas podridas que crujen al avanzar, y de los grandes hoyos en
los que caemos sin decir palabra.
He aqu la vida ingrata de las armas, sin arrebatos ni espectadores,
en la que, en cualquier momento, puede uno ser apualado y muerto,
o arrastrado vivo hasta los enemigos de enfrente.
Hay que avanzar con calma, metro a metro, sin pensar en el tiro que
puede estallar de repente, diez pasos ms all. Unos golpes sordos,
un grito ronco... y la noche seguir oscura, cerrada, helada,
implacable...
Todas las fuerzas de la vida querran sublevarse en estos momentos,
porque queremos vivirla, porque no queremos perder nuestros
miembros, la sangre que late, poderosa, en nuestro cuerpo;
queremos seguir siendo de carne y hueso, queremos la luz que
volver a renacer. E1 vigor, el calor, el latido de la bestia humana
gritan su voluntad de seguir adelante, de arder, de crepitar. Terrible
leccin de energa, la de guardar la vida as, encogida, subyugada, o
prendada en la sombra, dispuesta para el ltimo estremecimiento y
el ltimo estertor!
Volveremos con los impulsos encadenados.
Pero, entonces, la alegra de vivir ser ms fuerte aun porque
sabremos, en verdad, el precio de esa alegra, el sabor, la ardiente
dulzura de cada segundo de alentar que nace, como una gota de
silencio, en nuestros corazones crispados.
Amamos desenfrenadamente nuestra existencia mortal, el ritmo de
nuestros pensamientos, el mpetu de nuestros sentidos, que un rayo,
en la noche, podr deshacer.
Nuestros brazos, nuestras piernas, nuestros ojos, prestos para
abrazar, para avanzar, para mirar con pasin, con imperio!
Todo esto grita, grita su derecho a la vida; derecho de la fiera que
quiere correr y morder; derecho de la inteligencia que quiere soar,
encantarse y crear.
La vida...! Que hermosa, que indescriptiblemente hermosa es!
Exultante, suave como las pieles, luminosa como el medioda,
ardiente como el fuego!
Quisiramos aprisionar esta vida en nuestras manos duras de rudos
soldados, expectantes pacientes y vigilantes de la sombra!
Hemos aprendido a dominarnos, a dominar los corceles salvajes que
relinchaban en los campos inmensos de nuestros sueos. Pero,
mientras los sujetamos con puo de acero, aspiramos, con
voluptuosidad que nos hace cerrar los ojos, el vaho pujante de vida
que humea de sus cuerpos extenuados Vida! Vida!
Es tan intenso el fro que los frascos de medicamentos estallan.
Hasta el alcohol se ha helado en la Ambulancia. Pobres de nuestros
pies, pobres orejas, pobres narices plidas y momificadas en esas
noches en que silba ferozmente el viento!
Ha llegado esta maana la orden de marchar hacia otro sector.
Iremos a donde nos digan, sonrientes sobre la nieve que, desde
nuestro despertar, cae lentamente como grandes copos de algodn.
Nuestros pies estarn transidos, nuestros labios agrietados; nuestros
cuerpos, doblados para soportar mejor el fro, nos pesara como el
plomo, pero el fuego interior continuara subiendo y brillara ante
nuestros ojos como un resplandor.
Siento, no se por que, abandonar este rincn del frente.
Aqu se nos ha ensanchado el alma.
Esos cerros, esas hileras de pinos, esos montones de heno podrido,
nos han visto un da y otro, con el ojo alerta, espiando las sombras.
Ese cielo negro, que contemplo ahora por ultima vez, lo he rasgado
con mis balas agudas, mientras las balas enemigas lanzaban,
gritaban como gatos perseguidos.
Ya tengo preparada mi mochila. Miro la paja pisoteada en trozos
menudos, donde descansaba fatigado y helado al volver de la patrulla
nocturna. El pequeo quinqu humeante alumbra con su llama
amarillenta mi mapa. Cuelgan de una cuerda algunas camisas
algunos pauelos. Lavados de cualquier modo, y cubiertos ya de
polvo.
Adis pobres paredes de barro, adis horno que encendamos con
trozos de ruinas, adis ventanilla de cristales cuadrados llenos de
musgo.
Recogemos las cazuelas abolladas, las peludas cantimploras y las
armas negras y brillantes.
Mas tarde, volver a haber aqu plantas esplndidas; iconos como
mujeres de faldas rudas; el olor acre del aceite.
Pero habr muerto para siempre la vida humilde y bulliciosa de
muchachos extranjeros, perdidos en el fondo de la estepa ucraniana,
que no saban, al salir cada noche, si regresaran palpando con sus
manos la carne llena de sangre caliente...
Este msero trozo de penumbra ha sido el asilo de una intensa vida
espiritual, que se ira con nosotros para renacer al azar de los
caminos helados, de los refugios improvisados, de los taludes, de las
trincheras desde donde habr que espiar y castigar al enemigo.
Volveremos aqu algn da?
Lo esencial habr desaparecido ya.
Por esto, nos iremos en seguida, sin volver la cabeza hacia atrs. La
vida est delante de nosotros, aunque la vida pueda ser la muerte.
Bah! Cuanto mayor es el sacrificio, mas completa es nuestra
entrega; y para darnos, hemos venido aqu.
EL CIELO APOCALIPTICO
Sopla el viento, en rfagas cortantes haciendo silbar la nieve como la
arena en el desierto. El rio esta helado y helados sus pequeos
afluentes que corren por las hondonadas, heladas las colinas, los
cardos de los taludes y las fabricas en ruinas.
Mi corazn siente, siente fro, el fro de estos meses, con el alma en
tensin de encogimiento, en la soledad inhumana; el fro de sentirme
como esos rboles negros e inmviles, azotados por la brisa.
Estamos todos transidos. Comemos un trozo de pan helado, sobre la
paja que nos sirve de lecho comn. Con la navaja desprendemos las
enormes capas de barro que cubren nuestras ropas y el fango negro
de nuestras botas. No hay agua. Tenemos que ir a cuatro kilmetros
a buscar un lquido oscuro lleno de hierbajos!
Amamos, sin embargo, nuestra miseria, porque nos eleva y nos
prepara para los altos destinos que reclaman corazones fuertes y
puros.
El ciclo de la guerra se hace apocalptico: las ondas se ensanchan
cada vez ms, crecen en velocidad y fuerza, para extenderse en un
movimiento giratorio y fabuloso.
La guerra se ha convertido rpidamente en revolucin.
El mundo entero esta engranado en ese vertiginoso torbellino, las
armas se entrechocan, las fuerzas econmicas se enfrentan, se
destrozan en mortal combate; las fuerzas del espritu se entregan a
un duelo decisivo.
El universo entero tiene que sangrar, luchar, conocer el terror de la
huida, la agona de las separaciones. Millares de hombres, millones
de hombres, miraran con ojos fros o febriles la Muerte, siempre la
misma, es decir, para siempre cruel, capaz de destrozar al mismo
tiempo la carne y el corazn.
Este drama era ineludible.
Solo los ciegos y los necios, es decir, casi todo el mundo, crean que
se trataba de conflictos entre naciones rivales, conflictos que podran
localizar.
No. Se trata de una guerra de religin, implacable como todas las
guerras de religin, pero esta alcanzara proporciones casi ilimitadas;
hasta la ultima isla de Tahiti o de Laponia tendrn, como todos, que
elegir.
Cundo y cmo se cerrar este prodigioso proceso?
Nuestras vidas, durante largo tiempo todava, estarn cruzadas por
estos rayos.
Nuestros hijos crecern en este tumulto, entre el cegador relumbrar
de las ideas y de las armas que caen o que se alzan triunfantes.
Siglo en el que, a veces, la sangre se hiela ante la magnitud de un
drama!, pero siglo pattico en el que el universo entero se rehace,
mas aun por el espritu que por el hierro.
Tragedia como no conoci jams el mundo. Millones de corazones
estn en escena: unos, ingenuos todava; otros, ya maduros y mudos;
o bien, otros destrozados...
Despus de andar cien metros entre las lneas de combate, fangosas,
volvemos desechos, como si hubiramos atravesado un estanque de
goma endurecida.
No tenemos nada que hacer.
No hay nada que leer; no tenemos ms que una lmpara msera de
petrleo, pequea llama amarillenta, que solo ilumina un metro
cuadrado de nuestro refugio.
Se necesita mas valor para vivir as, enterrado en el fango, que para
avanzar frente al enemigo, con la ametralladora bajo el brazo.
La tentacin nos acecha; omos las voces sordas y las preguntas
desmoralizadoras. Que haces t ah? No ves que estas perdiendo el
tiempo? Para que tu esfuerzo `tus sacrificios? Acaso se han
enterado de si existes? No ves que otros utilizan tus sacrificios,
mientras t te pudres en el olvido y en el agua?
Pero el alma recobra al punto su serenidad: sabe que nada hay ms
precioso que este renunciamiento, que esta bajada muda al fondo
mismo de la conciencia.
La verdadera victoria, la victoria sobre s mismo! Donde podr
lograrse mejor que en medio de esas humillaciones, soportadas alta
la cabeza, dominando, sin intiles gestos, la materia rebelde, los
desfallecimientos del corazn, todos los sutiles enemigos que
quisieran asaltar al espritu?
LUCES
Para nosotros, la guerra es: los pobres compaeros de rostros
verdosos que se hunden en la tierra congelada; y es tambin, y sobre
todo, el dolor oscuro sin alharacas, el barro, la nieve, las ratas, los
pies destrozados por las marchas sin fin, las cien miserias, un poco
vergonzantes, que rodean la vida del soldado en el frente, como una
niebla pegajosa y triste.
Esta vida ahogada exige, sin cesar, una reaccin de energa, un
sobresalto del alma, que tiene que desprenderse de la niebla para
seguir brillando. Pero esta vida nada tiene que ver con las ideas
brillantes del pblico, acerca de las hazaas guerreras.
No debemos, empero, deformar la bella estampa, de vivos colores,
que se haba formado.
Sin embargo, yo apuro cada da esta vida, con una alegra un poco
triste pero eficaz, porque es una leccin incomparable de paciencia,
de mortificacin, de elevacin.
No quejaros jams!
No intentis eludir la gran prueba, ni de ahogar su voz. Si su leccin
fuera intil, si vuestras almas no estuvieran al regresar
transfiguradas, entonces se levantara un muralla entre los que
temblaron ante la gran prueba y los que supieron mirar, cara a cara
a los das graves que nos podan ensear a ser grandes
La vida distribuye en serie sus zancadillas.
Yo me haba evadido, con el corazn cansado, inquieto, devorado. No
regresare hasta que haya vuelto a encontrar, en la paz, la inocencia.
Navidad! Veo caer la nieve incansablemente, y, a pesar de su
ligereza, siento como si se me ahogase.
Pasan unos soldados apresurados bajo sus mochilas henchidas.
Nada en torno mo; siempre la paja, el viento que sopla, un hombre
mordindose las unas, otros que duermen, rendidos por la fatiga de
las noches en vela.
Jess, pienso yo, hubiera podido nacer en este refugio.
Oh, el candor de los buenos animales del pesebre, que hicieron todo
lo que podan hacer!
No se nos pide ms a nosotros.
Oh, el candor del corazn de los pastores que no dudaron un
segundo, que no calcularon, que lo trajeron todo...!
No tenan ms que corderos, y dieron sus corderos.
Quin no recobrar el valor pensando en ellos? Lo que cuenta, al
fin, no es lo que se da, corderos o millones, sino el fervor del corazn
que vivifica la ddiva.
A veces, la vida me parece tan desgarradora, tan dolorosa, que no
puedo pensar en ella...
Hoy es casi una angustia.
Hay que olvidarse de que tenemos sensibilidad, de que tenemos un
alma, un alma que nos grita.
Pero, quin nos ayudara a olvidar?
Hemos pasado el da matando los montones de piojos, ahtos, que
nos devoran. Eso es todo. Y el alma debe permanecer altiva,
orgullosa, inaccesible.
El alma es lo que le queda al alma.
Pero desde all, desde lo hondo, llegan, de repente, grandes voces
ahogadas, trmulas...
Que vaco, que abandono, el de esta noche...!
No somos hombres diferentes de los dems. A nosotros nos gustara
tambin, cuando solo escuchamos los gritos de la vida de fuera, que
rodase entre nuestros dedos el dinero ganado sin esfuerzo; el estar
sentados en torno de una mesa alegre, gozando de los ms delicados
manjares; tener en nuestros brazos hermosas mujeres, con ojos
resplandecientes de deseo y de placer.
La bestia humana, la juventud, el afn de dominar, se encabrita en
estos momentos: No estars desperdiciando los aos radiantes de tu
vida? Entre la paja y los piojos, no tienes remordimientos, ni el
impulso de romperlo todo y de correr, de rodar, con los labios
entreabiertos, hacia el bullicio y las gentes que son el clima de los
muchachos de su edad?
Es el momento en que hay que agarrotar las pasiones para
alimentar al alma y a fe, a costa de los deseos, tan humanos, que
espejean ante nuestros ojos!
Montamos la guardia, con un poco de amargura, si, pero
orgullosamente             felices             de            nuestro
sacrificio, renovado cada da sin saber, siquiera, si seremos, algn
da, comprendidos.
Recapitulo los das del ao que va a morir.
Un ao, con sus secretos, con sus resplandores!
Secretos que escondemos detrs de la sonrisa, pero que sangran,
muchas veces, como las heridas que no se cierran....
Y, luego, las luces....
Luces que los ojos de los hombres pueden ver. Son las menos bellas.
Es el gesto teatral ante los dems, incluso cuando queremos
aparecer modestos. Porque, qu difcil es conservar ingenuo el
corazn y no sentirse demasiado satisfecho de si mismo!
Estas luces, imperfectas luces, son las que recordaremos despus.
Est bien.
Pero esa luz daa a los ojos y nos ciega, cuando desaparece, y
muchas veces, de la cruda luz, nos hundimos de nuevo en la
penumbra de la frivolidad o del fracaso.
Me acuerdo bien de estas luces y las amo, en cierto modo, por
cuando han iluminado, un da. El ideal hacia donde marcho.
No debera amar esas luces ms que por eso. Pero ya se que me
dejare dominar por la satisfaccin de m mismo. Al fin, esas luces,
necesarias para la accin, me entristecen porque me ensean que
cada da muerdo, poco o mucho, el anzuelo de la vanidad y del
orgullo...
Ms hay otras luces que nadie percibe desde fuera.
Iluminan nuestra alma como los rayos X.
Sabemos, entonces, exactamente lo que valemos y ya, claro es, nos
sentimos menos orgullosos... Vemos, crudamente, todas nuestras
flaquezas, y nos es difcil hallar excusas a nuestros pecados, siempre
los mismos y siempre renovados. Que injustas nos parecen,
entonces, las ponderaciones de los dems! Sabemos bien que nos
sonrojaramos, como el sol que se pone, si los dems vieran
exactamente el fondo de nuestra conciencia....
Pero, precisamente porque conocemos demasiado bien nuestra
mediocridad, sentimos una alegra embriagadora cuando las luces
que nacen del fondo del alma, iluminan, al fin, nuestro esfuerzo.
No es esto, aun, una gran cosa; pero ha nacido despus de tantas
cobardas secretas, que esa primera sonrisa interior nos sumerge en
una indecible felicidad.
INTRANSIGENCIA
Quien ha pensado en nosotros, perdidos en la estepa, sin nada que
beber, el ao Nuevo, como no sea la nieve derretida, llena de
hierbajos, o un poco de caf erzatz que ola a jabn?
Nadie puede imaginarse lo que es, para nosotros, para cientos de
nosotros, la inevitable disentera, con el fro que hace. No hay
ninguna instalacin sanitaria en el sector, y tenemos que salir
corriendo, quince, veinte veces en unas horas, en medio de la nieve,
y dejar que la brisa afilada corte nuestros cuerpos como un cuchillo o
los azotes como un ltigo!
Que vanidad la de nuestros cuerpos, de los que en algunos
momentos estamos tan orgullosos!
La bestia humana, gil, ardiente, debe humillarse as.
Se subleva, pero tiene al fin que humillarse.
Ay! cuerpo, tan satisfecho de tu vida rtmica. Te han acariciado,
besado, apretado con pasin, y ahora se empean en que te
avergences de ti mismo!
Y, sin embargo, nada de esto puede llegar hasta el espritu
dominador. Si el cuerpo se humilla es porque la voluntad lo condujo
a estas nieves silbantes y al fondo de estos srdidos refugios. Ayer
eran los piojos. Hoy es el fro que se pega a nuestra carne para
chuparla. Y todo, porque lo hemos querida as. No nos burlamos de
la naturaleza feroz, flageladora, hostil. Aguantaremos ms que ella.
Un da la brisa cruel se extinguir al renacer las hojas nuevas.
Nuestros cuerpos, sentirn la vida latir, mas ardientemente que
nunca, alrededor de nuestros huesos, fuertes como el metal, bajo la
carne, viva como la carne de las flores, dura y caliente como un
mrmol que se animara.
Abriremos anchamente los brazos, despus de haber sufrido y
triunfado.
Nuestros cuerpos lisos, poderosos y rudos, sentirn la savia de los
arboles vrgenes, alimentados por los vientos cantantes y por el sol.
Y nuestra voluntad, sabr conducir, domada, a la piafante y hermosa
bestia humana.
Toda la estepa crepita, silba y se levanta en ola gigantesca.
Nuestras paletadas de nieve vuelan como montones de flores
blancas.
A pesar del fro, que nos quema los pies, a pesar de las rfagas de
hielo que acribillan nuestro rostro, he hecho frente cien veces al
huracn para llenarme los ojos de tanta grandeza. Me senta
transportado por la borrasca, comulgando con el mpetu pico con
que la llanura blanca, el cielo y el viento mezclaban sus fuerzas, sus
sobresaltos, sus resplandores helados, sus gritos prolongados, que
venan del horizonte y pasaban aullando hasta el confn de la llanura
estremecida.
Que fuerzas se alzan en nosotros en esos momentos, al contacto con
los grandes dramas de la naturaleza! Me siento transportado; una
beatitud inmensa sube por todo mi cuerpo, como si se estableciera
un vnculo fabuloso entre mi sangre que corre y el viento que sopla;
entre la vida que bulle en mi cuerpo y la vida desatinada, lanzada por
el soplo gigantesco del cielo.
Debemos, todos nosotros, estar preparados para lo ms terrible.
Pero nos damos cuenta de lo que podemos dar?
La muerte, en medio de la humillacin, no es una forma de darse
mas, todava?
E1 sacrificio no admite clculos ni reservas.
Creemos mucho ms a los mentirosos, que en los corazones rectos,
desnudos y sinceros.
Si yo hubiera mentido como los dems, a donde habra llegado ya?
Pero, sin embargo, creo, creo ms que nunca, que solo los idealistas
podrn cambiar el mundo.
Las cosas sencillas tiene un encanto especial, un encanto completo,
sin floreos, sin preparacin, un encanto que se apura harte la ultima
gota.
Es el encanto de la hierba, del agua, de la viruta, de la florecilla del
bosque, fresca y frgil, de la margarita con su gran ojo recondo.
Tengo mas alegra contemplndolas a mi lado, que creando
sensaciones complicadas a mi espritu, ante las formas de la belleza
artificiosa, estudiada.
Estas son, a veces, impresiones, ms grandiosas; pero les falta la
exquisita inocencia de lo sencillo y fragante.
El trabajo manual tiene esta inocencia de lo natural, del esfuerzo
sencillo que no poseen nuestros complicados trabajos de
intelectuales, aferrados a las teoras, que se contemplan a s mismos
en su propio orgullo como en un espejo.
Y as, mientras cierro sin gracia la madera, me paseo feliz y contento
por los grandes paisajes libres y purificados del pensamiento
original.
Escribo dent del refugio, junto a un tonel entumecido, en cuyo
fondo flotan algunos hierbajos del agua helada de nuestra provisin.
Sufrimos esta pobreza, este aislamiento, sencillamente porque
hemos querido ser sinceros.
Y con mas firmeza que nunca, renuevo mis promesas de
intransigencia, en esta soledad donde los cuerpos y los corazones se
sienten invadidos por un fri implacable.
Ms que nunca, ir recto, sin ceder nada, sin fingir nada, duro con
mi alma, duro con mis deseos, duro con mi juventud.
Prefiero diez aos de fro y de abandono que sentir, un solo da mi
alma vaca, helada por la muerte de mis sueos.
Sin temblar, escribo precisas estas palabras que no obstante me
hacen sufrir. En la hora de la bancarrota del mundo se hacen las
almas rudas y altivas como rocas, sobre las que se rompern en vano
las olas desencadenadas.
NUESTRA CRUZ
Cundo nos llegara el turno?
La muerte pasa, insensible, y sus manos retuercen los corazones al
azar. Llega la metralla, se desliza, choca, o atraviesa un cuerpo joven
con sus largos dedos rojos.
Que hacer, pues, sino mantener el corazn puro, la mirada
tranquila, porque el sacrificio lo hemos elegido a tiempo y
libremente?
Si la muerte llega, la veremos llegar sin pestaear; nos iremos con
paso ligero y la sonrisa triste de los recuerdos que resucitan en los
ltimos segundos.
Si volviramos entonces, cuando la vida, tibia, nos haya hecho
olvidar este viento helado, nuestros corazones recobraran ya, para
siempre, el equilibrio de la vida que supo no temblar ante la muerte.
Que el destino nos encuentre siempre fuertes y dignos!
Pero debemos amar la felicidad, como amamos el canto fugitivo del
viento, como amamos los colores del atardecer, que se va a extinguir.
Porque los vientos renacen y cantan de nuevo y, cada aurora, los
colores suben al gran mstil del sol resucitado.
La alegra es el fuego de los corazones indomables, y ningn revs es
capaz de apagar sus colores ardientes.
Cuando vemos retirarse el mar sobre la arena y volver hacia las
sombras profundas de alta mar, pensamos en que ha de volver, unas
horas mas tarde, como una cascada blanca, centelleando bajo el sol,
audaz y fuerte, como si sus olas vinieran, por primera vez, al asalto
del mundo.
Sobre la sierra, hay tantas cosas mediocres, feas y bajas que, un da.
Acabaramos por ser sumergidos por ellas, si no llevramos en
nosotros el fuego de la Belleza, que quema todo lo que es feo,
consumindolo y purificndonos.
El arte es nuestra ntima salvacin, el jardn secreto que, sin cesar,
nos refresca y nos embalsama.
Poesa, pintura, escultura, msica, lo que sea, la cuestin es
evadirse de lo banal, elevarnos por encima del polvo, crear lo grande
en vez de sufrir lo pequeo, traer brotar la chispa de lo
extraordinario que todos poseemos, y convertirla en grandioso
incendio!
Los siglos muertos y negros son      aquellos en los que las almas
dudaron ante este esfuerzo. Los       siglos luminosos son los que
pudieron contemplar a las grandes   llamas del alma de los hombres,
jalonando, dominando las montaas   del espritu.
Las nicas y verdaderas alegras no son las que los otros nos dan,
sino las que llevamos en nosotros mismos, creando nuestra fe y
alimentando nuestra accin.
Lo dems viene y desaparece como la espuma del mar, reluciendo en
el borde mismo de la ola, temblando al extinguirse en la arena y
muriendo al punto, al reflejo de las ondas.
As es la felicidad que los dems nos dan.
La alegra que nace de nuestra pasin de vivir y de nuestra voluntad
es semejante a la fuerza inmensa que rueda y ruge en el abismo del
mar, que salta al encuentro del sol y que se renueva cada segundo
que pasa.
Agarrados al barco, hay que saber mirar como lanza el mar poderoso
sus olas, como inmensas pieles de leopardo, extendindose, flexibles
y lustrosas, levantndose como un fuego hecho de plata o como un
ramo prodigioso, de blancas flores; sin cesar, la vida vuelve, brinca;
nada, hasta el fin del mundo, podr detener su mpetu.
As deben ser nuestros corazones: fuertes, impetuosos; pero como
esa maravillosa fuerza rimada, ordenada y medida como una eterna
cancin.
Durante el da, en maestros puestos, pensamos en cosas banales.
Pero, de noche, la imaginacin teje sus sueos y nos lleva en las alas
de su fantasa, de sus recuerdos, de sus vibraciones.
Me pasma la lucidez implacable de mis sueos.
Cierto que el sueo es, a veces, como un cohete loco, una
fantasmagora. Pero, con frecuencia, es tambin un careo con mi
conciencia y con mis primeras intuiciones.
Me veo, en el sueo, al natural, tal como soy cuando mi voluntad no
tasca sus cuatro frenos sobre mis pasiones.
Se entonces, exactamente, donde estn mis puntos flacos.
Y tengo que decirme a mi mismo: cuidado, que tropiezas!
Tengo as la prueba, casi cotidiana, de que no puede resistir a mil
llamadas, ni conducir mi vida con honor ms que a fuerza de esa
voluntad que doma y frena, cada da en el fondo de m mismo, al
corcel que no se deja cambiar por la costumbre y que solo el ltigo
de la voluntad puede contener.
Si el freno se debilita, se desbarata todo.
El sueo lo demuestra.
La voluntad duerme? Me despierto vencido, llevado, por el sueo, a
la deriva.
No hay examen de conciencia ms deslumbrador, para mi, que la
interpretacin de mis sueos, al mostrarme mi alma desnuda; salgo
del sueo, poco edificado de mi mismo, sabiendo, sobre todo, que
debo estar siempre alerta, porque el fondo de nosotros mismos no
capitula jams, no va espontneamente hacia la virtud, sino que
espejean los campos ureos donde brota el mal.
El alma, liberada por el don que ha hecho de si misma, se remonta
cantando.
A1 escuchar nosotros ese canto sereno, es cuando nos damos cuenta
de que la obra por crear ser bella. Pues solo se crea la hermosura y
la grandeza con la alegra y con la fe.
Soldados,     debemos   amar   esta   penumbra,   esta   humildad   del
sacrificio.
Si amamos la virtud solamente en la medida en que puede ser
alabada, entonces la salpicaremos de orgullo. Dejamos de ser
virtuosos en cuanto solo deseamos que la virtud que hemos
alcanzado sea admirada.
As ocurre con todas las virtudes. Son bellas, dulces, radiantes, si las
amamos por ellas mismas, si las cultivamos por el nico placer de
haberlas conseguido.
Vamos a la vida, sin siquiera pensar que podremos ser o no ser
comprendidos!
El corazn sin complicaciones de los dems. Los corazones puros no
pueden imaginar que existan otros corazones, rencorosos y
manchados.
El sufrimiento es el amigo ms maravilloso, pattico y anglico,
lavando las almas de todo deseo y alzndolas a las cimas que
soaron alcanzar.
Las derrotas, las victorias, las penas y los xitos pasean, se olvidan,
como fuegos que brillan en un instante, como humos que se diluyen
en cuanto sopla el viento.
Lo esencial, lo nico, es el gran abrazo espiritual, sin el cual el
mundo no es nada.
Un poco, muy poco de fuego, en un rincn del mundo, y sern
posibles todos los incendios de la mas alta grandeza.
En la vida todo es cuestin de fe y de tenacidad.
La confianza no se mendiga, se conquista.
Y el mejor modo de conquistarla es entregarse, darse.
Todos llevamos nuestra cruz: debemos llevarla con la sonrisa
orgullosa, para que se sepa que somos ms fuertes que el
sufrimiento.
Que importa sufrir si hemos vivido en nuestra vida algunas horas
inmortales...!
Por lo menos hemos vivido...!
RECONQUISTA
Los trastornos que agitan a la opinin, las guerras que sacuden a las
naciones, son solo episodios.
Las reformas parciales no lograran cambiar todos esos accidentes.
Cambiar a los hombres seria una decepcin si no se acompaara de
una labor a fondo sobre las almas, de una transformacin bsica de
lo que es nuestro tiempo.
Todos los escndalos, la quiebra de la honradez y del honor, el
impudor de impunidad, la pasin del dinero que atropella todas las
conveniencias y la dignidad, y el respeto de s mismos, la
inmoralidad inconsciente, todo esto, descubre el mal que reclama
remedios profundos.
No se roba, ni se miente, ni se falsean las leyes morales y las del
cdigo, de repente; de repente no se aprende a ser hipcrita, a no
hablar mas que reticencias, a mentir con palabras virtuosas.
Esta deformacin de las conciencias, que nos escandaliza y nos
aterra, es el final de una larga decadencia de las virtudes humanas.
Es el final de la pasin del oro, de la voluntad de ser rico, sea como
sea, del frenes por los honores, del materialismo espantoso de
nuestro tiempo, del apetito inmediato por lo sensible y lo palpable,
del egosmo monstruoso, de la lucha por la propia convivencia que
ha corrompido a los hombres y, a travs de ellos, a las instituciones.
El mundo se preocupa cada da ms por las alegras banales, por la
comodidad, por la riqueza. El mundo esta como agazapado en
acecho, para guardar y ganar todo lo que pueda. Cada cual vive solo
para si, se deja dominar en el hogar y en la vida nacional por ese
egosmo constante que ha convertido a los hombres en lobos llenos
de odio y de codicia.
No podremos salir de esta decadencia ms que por enorme
resurgimiento moral, enseando a los hombres a amar, a
sacrificarse, a luchar y morir por un ideal superior.
En un siglo, en el que no se vive ms que para s, se necesitan
centenares, millares de hombres, que no vivan para ellos sino por un
ideal colectivo, aceptando de antemano todos los sacrificios, todas
las humillaciones y todos los herosmos.
Solo cuenta la fe, la ardorosa confianza, la ausencia completa de
egosmo y de individualismo, la tensin del ser de todo el ser. Para
servir, por ingrato que esto sea; para servir, no importa donde ni
como, a la gran causa que sobrepasa la conveniencia del hombre,
porque lo pide todo y no le promete nada.
Solo cuenta la calidad del alma, la vibracin, el don total, la voluntad
de colocar por encima de todo un ideal, con el ms absoluto
desinters.
Se acerca la hora en que ser necesario, para salvar al mundo, un
puado de hroes y de santos que emprendan su reconquista.
ESCUADRILLAS DE ALMAS.
Un pas resurge pronto de sus reveses financieros.
Reconstituye, sin demasiado trabajo, un nuevo corazn poltico.
Para ello solo hacen falta tcnicos hbiles y una voluntad que una los
esfuerzos.
Pero las grandes revoluciones no son polticas o econmica. Estas
son revoluciones pequeas, cambios en la maquinaria. Cuando los
especialistas ajustan las piezas, y los motores estn a puntos, y los
contramaestres los vigilan puntualmente, la revolucin material esta
ya hecha.
Lo dems ser cuestin de reparaciones, de cambiar algo de tiempo
en tiempo, aqu y all.
La maquina esta ya montada y revisada.
Trabaja y trabaja.
La verdadera revolucin es mucho ms complicada, porque es la que
pone a punto, no la mquina del Estado, sino la vida secreta de las
almas. Ya no se trata de revisin, de una vigilancia automtica, sino
de un problema de vicios y de virtudes, de clamores profundos y de
flaquezas, de esperanzas, tal vez de pobres esperanzas, pero bien
amadas...
Qu hay en el fondo de esa mirada, detrs de esos ojos que nos
miran como si sus secretos se posaran sobre nuestros prpados?
Un corazn, un alma la nobleza o la debilidad humana, los sollozos
que cuesta tanto adivinar, esa lucha incierta, confusa que es la
felicidad. Esos son los grandes dramas!
Ah esta la verdad revolucin. Llevar un poco de luz a esos espritus,
levantar a esas almas, dudar menos de s mismo, sobreponerse a lo
imperfecto, inclinarse hacia lo mejor y hacia lo bello y tambin hacia
los otros, respirar, en fin, su propia alma.
Solo esa revolucin puede seducirnos.
Y, sin embargo, nos da miedo porque es preciso que avancemos entre
la penumbra de enigmas y de enigmas.
A quien debemos creer? : A esa cabeza que se dobla bajo sus
tupidos cabellos de oro?, a esa risa que estalla demasiado brusca?,
a ese brazo que cae?
Diez rostros, diez abismos.
Quin nos engaa y quien trata de engaarnos?
No vemos ms que las sombras chinescas de los hombres.
Cada uno trata de engaarse con sus artificios y sus cabriolas.
Y es por ah sin, embargo, por donde hay que avanzar, entre
llamaradas de manos blancas, en medio de tanta noche.
Qu escogeremos entre todo esto?
Qu podremos hacer brotar de esos seres que se repliegan en sus
misterios, ms acongojantes aun, porque esa risa y esos ojos en flor,
y esa frente limpia y esta caricia dulce de sus cabellos sueltos, dan
resplandores de fiesta al remordimiento y a la angustia, al
desfallecimiento y a las perversidades estticos, arrodillados en
silencio?
Venimos de lejanos pases...El fondo de nuestros corazones solo
conoce los lazos secretos de nuestras propias almas, las esperanzas y
los errores, las verdaderas alegras y las verdaderas lagrimas...
Hay tantas alegras y tantas lagrimas que los dems creyeron
conocer, participar de ellas y calmar...! Contemplamos, en las horas
de soledad, lo verdadero de nosotros mismos, en donde nadie entrara
jams. Y esta morada recndita nos dice que ama y que quiere lo que
le aniquila y le desmorona, lo que le tienta, y lo que, quiz, podra
levantarle si sintiera pasar las alas invisibles...
Ah, ser ese flujo, esa brisa templada y larga y sube desde el fondo
de los horizontes espirituales y que da a las almas ese impulso
esencial...!
De repente, la vela se hincha, se redondea, impalpable, en la luz.
El casco de nuestro navo resbala sobre el agua.
La blancura inclinada de las velas separa el aire suavemente.
Pensamos, entonces, en esas miles y miles de velas inmviles, que
esperan     tambin    la   llegada    del viento         que les dar,
imperceptiblemente primero, y luego con temblorosa fuerza, la vida
y el movimiento, la alegra de cortar el aire y el agua, y de avanzar
hacia la lnea recta que el cielo traza en la lejana....
Las barcas son pesadas. El agua esta negra de tanto pesar sobre si
misma...
Ser como ese viento que vendar, desde las playas remotas, a hinchar
las velas de esas almas, a empujarlas hacia la alta mar; al principio,
tras tanta espera, torpemente; despus, felices y firmes, a medida
que se rehace la fuerza que las sostiene y la vida que las reanima;
ser como ese viento que enseara a todos esos seres, que la vida es,
puede ser bella y pura y grande, incluso tras todas las debilidades y
todos los desencantos; que puede hacer brotar de esos corazones,
secos o adormecidos, el manantial de la regeneracin. He ah, la
verdadera, la dura, la necesaria tarea!
Tarea temible!
Quisiramos coger en nuestros brazos esos seres en punto muerto,
sumergirnos en sus pupilas, apartar las lianas de sus reticencias...
Pero, que emocin al encontrar esos ojos que absorben la luz de
fuera, tan solo para detener mejor las otras luces; esos ojos que nos
dicen, al instante, desde su primera mentira, o desde su primera
confesin, la inquietud que hay en nosotros!
Cmo mirar, cara a cara, a alguien, sin or sus interrogaciones
crueles...? Mientes? Qu est pasando detrs de ese fuego. Oculto
en esa carne viva?, y,  qu quedara maana de la respiracin que se
alzaba penosamente, aferrada al salvavidas de esa mirada?
En verdad, ah esta el fondo de toda redencin; es decir, dar un clima
a esas almas, calmar sus tempestades, las tempestades que
destrozan los mstiles y arrancan sus velas; dar ese sol y ese aliento,
esa paz a los mares humanos, y ese horizonte claro a los cielos
nublados
Respirar...
Creer otra vez en las virtudes, en la belleza, en la bondad, en un
amor...
Sentir como avanzan alrededor nuestro, sobre las olas, miles de velas
ms, henchidas por el viento, llevadas por un mismo impulso, hacia
una misma llamada.
Cuando el mar dorado vea brotar esas velas, la revolucin estar en
marcha, enarbolada en esa escuadrilla de almas.
CIMAS
Tu camino es duro.
Te falta aliento. Hay momentos en que quisieras arrojar al suelo esa
moldura que te pesa, dejarte arrastrar por la pendiente y llegar a las
granjas que humean all abajo, como redes de azul sobre el fondo
verde y gris de los prados y de los techos de pizarra.
Sientes la nostalgia del agua que duerme, y de los juncos claros, del
remo que salpica y del sendero llano, sin esfuerzo, a lo largo de la
ribera.
Quisieras no pensar en nada, lavar tu pensamiento del recuerdo de
los hombres, y, tendido sobre la hierba mirar el cielo que pasa,
surcado por el vuelo de un pjaro.
Pero no, hay que seguir! No tiraras la mochila, ni dejaras caer el
bastn. No miraras tus rodillas ensangrentadas. No escucharas el
clamor de los odios, ni miraras esos ojos que sonren maldades
escondidas. Arriba es donde hay que mirar.
No debe vivir tu cuerpo ms que para los lazos que le aprietan; tu
corazn solo debe soar en esas cimas que t, y los otros, debis
alcanzar!
Cuntame, hasta el fondo, tu amargura
Creas en una inmensa alegra en cuanto llegases a lo alto,
conduciendo el rebao humano. Cunto habrs sufrido! A veces,
habrs sentido asco. Lo necesitabas. Era preciso que aprendieses la
leccin de que las ambiciones no pagan nunca y que, tarde o
temprano, abandonan al corazn que haban posedo. Ahora lo sabes
ya. No es cierto? Sabes ya que no hay que esperar que sea duradera
ninguna de las alegras que vienen de fuera; has aprendido a dudar
de la ayuda que te pueden dar los hombres; si tu cara se enrojece, no
ser por las caricias, sino por los golpes de los dems.
Sin duda, no pensabas que esto fuera as. Imaginabas que, a lo largo
del camino, las manos y las miradas de los dems se tenderan hacia
ti, para calmar tu fiebre...
Entonces, tal vez reflexiones y decidas volver abajo.
No, hijo mo, ahora es cuando la vida empieza a ser de verdad,
hermosa, porque hemos sufrido por ella, y solo con nuestro nico
esfuerzo la podremos sobrellevar.
Recuerdas los primeros das...? Deseabas que la ascensin fuera
maravillosa, es cierto. Ibas nada menos que a liberar tu alma.
Pero recuerda lo que es capaz de llevar el hombre escondido.
No es cierto que creas en ese turbio placer del demonio y de los
honores?
Si, tal vez no deseabas crudamente todo esto y tenias, para juzgarlo,
palabras bastante sinceras. Pero todo ello floreca, sin embargo, al
borde de tus acciones, como la espuma al borde del mar. Pensabas,
lealmente, que no vivas para esa orla luminosa, bella, porque
estabas lejos en el confn de las playas. Pero la tentacin estaba viva
en tu corazn. Queras algo grande, aunque todava tenas junto a ti,
entero, tu pensamiento. Tu orgullo te consenta una violencia, un
tanto cobarde.
Estabas dispuesto a cumplir tu deber. Pero dejabas a tu conciencia
aadir, en voz baja que tal vez el deber podra coincidir con el
renombre y con la ambicin.
Ahora no lo crees ya y, por eso, tus ojos tienen melanclicos reflejos
glaucos.
Miras al vaco. Y no debe ser as. Mira derecho, de frente, para
despreciar todo lo que amabas, a pesar de que no era puro.
Los que te sublevan tantas veces, por su maldad y sus injusticias, te
han ayudado ms que tu mismo.
Lo niegas? Dices que has dado en vano tu cuerpo y tu aliento, tu
corazn y tu pensamiento?
En vano? Por que no te has dado a ellos, ms dado?
Solo ahora es cuando empezaras a entregarte por entero!
Era preciso que te aniquilaran las maldades de los otros. Era preciso
que en la hora en que creas que ibas a hundirte, agotada tu
resistencia, en las burlas de los dems y en sus desprecios, hicieras
pie para seguir...
Era preciso que todos tus gestos de amor estuvieran salpicados de
odio, que todos tus impulsos se mancharan, que cada palpitacin de
tu corazn se acompaara de un golpe en tu rostro...
Has conocido tantas veces esos ltimos metros angustiosos, en que
sonreas ante la meta, a pesar del sudor y de la palidez. Y un
segundo despus rodabas, traicionado por los tuyos, perseguido por
los otros!
Haba que empezar de nuevo...!
Y, siempre, el vaco engaoso del valle te atraa y los lamos,
temblorosos, aprecian llamarte como una hilera de navos, sobre el
mar de los das fciles.
Has sufrido el rigor de los combates. Te has dicho a ti mismo que
cualquiera que sea la victoria, el precio es demasiado caro y no la
quieres comprar.
Pensabas siempre en ti mismo, s para ti mismo, tan solo por el
placer humano de haber llegado al final; pero el mercado era puro
engao ms, si la vida no te hubiera abofeteado cien veces,
hubieras, acaso, comprendido, jams, que existen otros placeres
adems del orgullo, de las sonrisas aduladoras y de la gloria?
Has adivinado la hipocresa en tantos rostros!
Has descubierto todas sus mentiras, toda su hiel, todas las bajezas
que te tenan guardadas! Esto, cada vez que emprendes el camino!
Ya no tienes derecho a nada.
Esa mirada que te vigila, esa mano que se tiende hacia ti, esa
palabra de aliento, se cargaran de oprobio y oirs el rumor confuso
de los odios viperinos.
En la hora suprema de haberlo dado todo, dirn que eres un
ambicioso.
En el momento en que tu corazn se sienta totalmente abandonado,
te pedirn los ms viles servicios.
Vuelves el rostro para que no te vean, a pesar tuyo, llorar? Por
qu? Es que piensas, aun, en ti mismo? Sufres todava de la
injusticia, cuando, en realidad, se trata solo de un problema tuyo?
Que trabajo le cuesta al hombre desprenderse del hombre!
Djales que se abatan sobre tu vida como chacales, djales rerse de
tus sueos, djeles abrir, a todos los vientos, el secreto de tu
corazn!
Sufre, que te arrojen a las bestias de la envidia, de la calumnia, de
las bajezas. Soporta, sobre todo -y nada te mortificara mas que
ello.... que, en el trance en que no puedas mas, y tus rodillas s
doblen y tus ojos busquen en el aire una mirada, y tus brazos una
mano amiga, entonces, cuando estas pendiente de esa palabra y de
esa mirada, la palabra caer sobre ti para deshacerte, y la mirada
para hacerte sufrir; acepta, en fin, que los que quieren aniquilarte
sean los que mas cerca tenias, aquellos a quienes te habas
abandonado, aquellos a quienes tan ingenuamente amabas, sin
reservas, sin una sola reticencia.
Tus ojos tienen una angustia ms pattica que un grito. No grites,
empero! Espera a que todo lo que ayer sufriste se renueve maana.
Acptalo de antemano. No te vuelvas, siquiera, al or, detrs de ti,
ese atroz murmullo. Bendice los golpes que recibas. Ama a los que
vendrn despus. Te sern ms tiles que los corazones que, en
verdad, te aman.
Tal vez encontraras un da, o acaso has encontrado ya, esos afectos
que te llegan a ti como una bocanada de aire puro o como el perfume
de las flores campestres.
Hasta que, a fuerza de sufrir no hayas aprendido a prescindir de
ellos, no los gozaras dignamente.
Los hubieras perdido, sin dude si no hubieras pagado, cien veces, su
precio, sin la menor seguridad de obtenerlos.
Ya no cuentan para ti
Arrjalos de tu pensamiento.
Mas, si algn da reaparecen, goza de ellos, como de uno de esos
paisajes sublimes que se ven al pasear. Son un detalle.
No habas venido para ver esto, no; te llamaban otras cosas: el aire,
la luz de las altas cimas...
Respiras ya mejor. Ahora espera, en paz, la verdadera alegra, las
grandes nieves de la conciencia, blancas, brillantes, sin la mancha de
una sola pisada, mudas en un dulce silencio... No pienses sino en
ellas, no mires ms que a ellas, apresrate y llega, ligero, puro, lleno
de sol.
Siente tus debilidades y tus faltas; arrepintete de ellas, y solo de
ellas. Tu orgullo, tu renombre, los mpetus de la vanidad de las
horas, ya lejanas, de la partida, todo esto arrjalo ms all de las
rocas...
No has odo como se rompan, rebotando...? Bien muerto esta todo
ello! La amargura y el abandono, en lugar de indignarte, sern tu
sostn por el camino que se abre; esos perros que allan guardaran
el rebao de tus pensamientos; sin ellos, que seria de ti?: tendras
que detenerte, te perderas, sin rumbo. No pierdas ni un instante.
Estas, aun, muy lejos. Y debes llegar hasta arriba...
Cuando alcances esas inmensidades puras, se har un gran silencio
detrs de ti. Todos los que gritaban apostrofandote, los que te
odiaban, los que queran aniquilarte a pesar de sus sonrisas, todos
los que te seguan por el camino, pero para golpearte, se darn
cuenta, bruscamente, de que detrs de ti. Ellos tambin han llegado
arriba, a las nieves puras, al aire nuevo, a los horizontes recortados
sobre el cielo... Entonces olvidaran su odio y te miraran con ojos
maravillados de nio. Habrn descubierto lo esencial. Sus almas se
habrn alzado hasta cimas que jams se hubieran atrevido a aceptar
como meta, si las hubieran visto. Pero se lo impeda tu espalda, la
espalda que ellos golpeaban.
Entonces la victoria ser tuya... Podrs, despus de haber dado hasta
tu ltimo esfuerzo, caer, con los brazos en cruz, desde la gran cima, y
rodar, con los guijarros, hasta el fondo lejano del abismo.
Todo habr terminado. La victoria ser tuya. Volver a bajar ya no
tendr importancia; habrs dejado la vida con el ltimo esfuerzo,
pero los otros estarn all, al borde de las inmensidades, virginales,
de su redencin...
Sabes que ah esta la nica, la verdadera felicidad.
Canta! Que tu voz resuene en los valles profundos!
No te arrepientas de tus lgrimas.
Lo mas duro esta ya hecho. Ahora, resiste y resiste! Aprieta los
dientes y pon una mordaza a tu corazn! Y sube!
SUMARIO
CORAZONES VACIOS
Agona del siglo. Vida recta.
MANANTIALES DE VIDA
La tierra original. Corazones y piedras. El despertar de la carne.
Vocacin de la dicha. Tiempo de Navidad.
LA CONGOJA DE LOS HOMBRES
Los ciegos. Perfil del dolor. Los santos. Crucifixin eterna. Nadie.
Haber amado mal.
LA ALEGRIA DE LOS HOMBRES
Fuertes y duros. El precio de la vida. Renunciacin. El poder de la
alegra. Soar, pensar. La paciencia. La obediencia. La bondad. Beata
Solitudo. La grandeza.
SERVICIO DE LOS HOMBRES
La gran retirada. Domar los corceles. El cielo apocalptico. Luces.
Intransigencia. Nuestra cruz.
EL DON TOTAL
Reconquista. Flotilla de almas. Cimas.