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Leyendas

novela
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ROBERT

LITTELL

LEYENDAS

UNA NOVELA DE FALSAS APARIENCIAS


TRADUCCIN DE ISABEL FERRER & CARLOS MILLA

nausca

M U R C I A

1. edicin Nausca octubre del 2007


www.nausicaa.es

Copyright Robert Littell, 2005


Copyright de la traduccin, Isabel Ferrer & Carlos Milla, 2007
Copyright de la edicin, Nausca Edicin Electrnica, s.l. 2007
Ttulo original: Legends

Reservados todos los derechos. De acuerdo con la legislacin


vigente, y bajo las sanciones en ella previstas, queda totalmente
prohibida la reproduccin o transmisin parcial o total de este
libro, por procedimientos mecnicos o electrnicos, incluyendo
fotocopia, grabacin magntica, ptica o cualesquiera otros
procedimientos que la tcnica permita o pueda permitir en el
futuro, sin la expresa autorizacin por escrito de los propietarios
del copyright.

Impreso en Espaa - Printed in Spain

Para mis musas:


Marie-Dominique y Victoria

Todos los nombres son seudnimos.


Romain Gary (escrito con el sobrenombre de Emile Ajar)

uno de esos individuos con mltiples rostros como tantos


de los espas de la mitologa de la Guerra Fra que invariablemente resultaban ser distintos de quienes parecan y, cuando
creemos que los hemos situado en el centro de un gran acertijo, se muestran como parte de otro acertijo an mayor
Bernard-Henri Lvy, Quin mat a Daniel Pearl?

1993: EL CONDENADO ALCANZA A VER EL ELEFANTE

OR FIN SE haban decidido a asfaltar el ramal de tierra de siete


kilmetros que comunicaba Prigorodnaia con la autova de
cuatro carriles entre Mosc y San Petersburgo. El sacerdote
del pueblo, tras resurgir de una juerga de una semana, encendi velas
de cera de abeja por Inocencio de Irkutsk, el santo que en la dcada
de 1720 haba reparado la carretera a China y ahora estaba a punto de
llevar la civilizacin a Prigorodnaia en forma de banda de macadn
con una raya blanca recin pintada en medio. Los campesinos, que
tenan una idea ms acertada sobre el funcionamiento de la Madre
Rusia, opinaban que esta muestra de progreso, si poda llamarse as,
guardaba relacin ms probablemente con la compra, varios meses
antes, de la amplia dacha de madera del difunto y poco llorado Lavrenti Pavlovich Beria, adquirida por un hombre identicado slo
como el Oligarkh. Apenas se saba nada de l. Iba y vena a horas
intempestivas en un reluciente Mercedes S-600 negro, su mata de
pelo cano y sus gafas de sol, una fugaz aparicin detrs de las lunas
tintadas. Se deca que una lugarea contratada para hacer la colada
lo vio tirar la ceniza de un puro desde el mirador de la dacha, semejante a una torrecilla, antes de volverse para dar instrucciones
a alguien. La mujer, que estaba aterrorizada por la nueva lavadora,
el ltimo grito en electrodomsticos, y lavaba la ropa en el trecho
menos profundo del ro, se encontraba demasiado lejos para distin-

ROBERT LITTELL

guir ms que unas pocas palabras Enterrado, eso quiero, pero


vivo; aun as, sinti un escalofro, tanto por las propias palabras
como por el tono brutal del Oligarkh, y todava ahora se estremeca
cada vez que lo contaba. Dos campesinos que cortaban lea al otro
lado del ro haban alcanzado a ver al Oligarkh de lejos: con la ayuda
de unas muletas de aluminio y visible esfuerzo, recorra el camino
que iba desde detrs de su dacha hasta la ruinosa fbrica de papel,
cuyas gigantescas chimeneas arrojaban humo de un blanco sucio
catorce horas diarias, seis das por semana, y ms all, hasta el cementerio del pueblo y la pequea iglesia ortodoxa con desconchones
en las deslucidas cpulas bulbosas. Un par de borzois se revolcaban
por el suelo ante el Oligarkh mientras l, al andar, adelantaba una
cadera y arrastraba la pierna, y repeta luego el movimiento con la
otra cadera. Lo seguan tres hombres con vaqueros Ralph Lauren y
telnyashki las caractersticas camisas a rayas que los paracaidistas
a menudo continuaban ponindose despus de abandonar el ejrcito, con escopetas bajo el brazo, apoyadas en la sangra del codo.
Los campesinos estuvieron muy tentados de acercarse a ver mejor
al recin llegado, un hombre rechoncho y cargado de espaldas, pero
descartaron la idea cuando uno de ellos record al otro lo que haba
proclamado desde el plpito el metropolitano venido de Mosc para
celebrar la Navidad ortodoxa en enero haca dos aos: Si sois tan
tontos como para cenar con el demonio, usad al menos una cuchara
larga, por el amor de Dios.
Los peones camineros, junto con las gigantescas apisonadoras
y niveladoras de orugas y los camiones llenos a rebosar de asfalto y
piedra triturada, haban llegado de noche, cuando la aurora boreal
titilaba todava al norte como fuego de artillera insonoro; no se necesitaba mucha imaginacin para suponer que ms all del horizonte
se libraba una gran guerra. Proyectando sombras alargadas a la luz
fantasmagrica de los faros, los hombres se enfundaron monos rgidos a causa del alquitrn y botas de goma hasta las rodillas y se
pusieron manos a la obra. Al clarear el da, con cuarenta metros de
carretera asfaltada a sus espaldas, la aurora y las estrellas haban desaparecido, pero se vean dos planetas en el cielo sin luna: uno, Marte,
justo encima; el otro, Jpiter, en poniente, suspendido an sobre la

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LEYENDAS

bruma baja saturada con el resplandor ambarino de Mosc. Cuando


los obreros que iban en cabeza llegaron al hoyo circular abierto el da
anterior en el ramal de tierra por una excavadora de vapor, el capataz
toc el silbato. Las mquinas se detuvieron entre chirridos.
Impaciente, uno de los conductores se asom desde la cabina de
su apisonadora y, a travs de la mscara que se haba improvisado
para protegerse del hedor a azufre de la fbrica de papel, pregunt:
Por qu paramos?
Los hombres, que no cobraban por hora sino por metro, deseaban avanzar a toda costa.
Esperamos que, de un momento a otro, Jess vuelva a la tierra en forma de zar ruso respondi el capataz perezosamente.
Cuando cruce el ro, no queremos perdrnoslo. Encendi un grueso cigarrillo turco con el ascua del anterior y se acerc a la orilla del
ro que discurra paralelo a la carretera a lo largo de varios kilmetros. Era el Lesnia, y ese mismo nombre reciba el denso bosque por
el que serpenteaba su cauce en las inmediaciones de Prigorodnaia. A
las 6.12 horas, un sol fro asom por encima de los rboles y empez
a disipar con su calor la bruma de septiembre, espesa como la mostaza y adherida al ro, que se haba desbordado creando pantanales
en ambas mrgenes; se vea ondular en la corriente largas hojas de
hierba.
El bote de pescadores que surgi de la bruma no pudo llegar a la
orilla y sus tres ocupantes se vieron obligados a desembarcar y vadear el resto del ro. Los dos hombres con camisas de paracaidista se
descalzaron y se remangaron los vaqueros hasta las rodillas. El tercer
ocupante no tuvo necesidad de eso. Iba en cueros. Llevaba en la cabeza una corona de espinas, e hilos de sangre manaban all donde haban traspasado la piel. Entre los omplatos, un cartn prendido de
la carne mediante un gran imperdible rezaba: Kafkor el espa. El
prisionero, con las muecas y los codos atados a la espalda con cable
elctrico, tena una barba apelmazada de varias semanas, y moratones, y unas marcas que parecan quemaduras de cigarrillo por todo el
cuerpo consumido. Pisando el cieno con cuidado hasta llegar a tierra
rme, en aparente estado de desorientacin, contempl su imagen en
el agua poco profunda del ro mientras los paracaidistas se secaban

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ROBERT LITTELL

los pies con una camisa vieja y acto seguido se ponan los calcetines
y las botas y se desdoblaban las perneras de los pantalones.
Kafkor el espa no pareci reconocer el rostro que lo miraba boquiabierto desde la supercie del ro.
Para entonces las dos docenas de peones camineros, atnitos por
la llegada de las tres guras, haban perdido todo inters en su trabajo. Los conductores se apearon de las cabinas; los hombres con rastrillos o palas se detuvieron a mirar, incmodos, desplazando el peso
del cuerpo de un pie a otro. Nadie dudaba que algo espantoso estaba
a punto de ocurrirle a aquel Cristo desnudo, a quien los paracaidistas empujaban a codazos pendiente arriba. Tampoco dudaban que
se haba previsto que ellos lo presencieran y difundieran el hecho.
ltimamente en Rusia esas cosas sucedan casi a diario.
Tras regresar al tramo de carretera recin asfaltado, el ferretero
del equipo se sec las palmas sudadas en el grueso delantal de cuero,
cogi una ambrera del carro tirado por un buey y cargado de herramientas para soldar subi la cuesta para ver mejor lo que suceda. El
ferretero, que era bajo y fornido y llevaba gafas con montura de acero
y cristales tintados, levant la tapa de la ambrera y meti la mano
dentro para encender la cmara oculta preparada para disparar por
un agujero en el fondo de un termo. Tras apoyar con naturalidad el
termo en las rodillas, empez a girar el tapn y sacar fotografas.
Abajo, el prisionero, consciente de pronto de que todos los peones camineros lo miraban, pareci ms afectado por su desnudez
que por la apurada situacin en que se encontraba: eso hasta que vio
el hoyo. Era aproximadamente del tamao de una rueda grande de
tractor. Al lado haba gruesas tablas de madera apiladas en el suelo.
Se par en seco y los paracaidistas tuvieron que sujetarlo por los
brazos y llevarlo a rastras los ltimos metros. El prisionero cay de
rodillas al borde del hoyo y se volvi para mirar a los peones, los ojos
hundidos a causa del terror, la boca abierta, tragando aire a bocanadas speras por la garganta seca. Vio objetos que reconoci, pero su
cerebro, aturdido por las sustancias qumicas liberadas por el miedo,
no encontr las palabras para describirlos: las chimeneas idnticas
despidiendo columnas de humo blanco sucio, la aduana abandonada
con una estrella roja deslucida pintada encima de la puerta, la hilera

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LEYENDAS

de colmenas enjalbegadas en una ladera cerca de un manzanar de


rboles raquticos. Aquello era una pesadilla, pens. En cualquier
momento el miedo sera demasiado grande para seguir soando; se
obligara a s mismo a atravesar la membrana que separaba el sueo
de la vigilia y, todava bajo los efectos de la pesadilla, le costara volver
a dormirse. Pero senta el suelo hmedo y fro bajo las rodillas, y un
escozor en los pulmones debido al leve olor a azufre que otaba en el
aire, y el sol glido que le acariciaba la piel pareca avivar el dolor de
las quemaduras de cigarrillo, y el dolor lo indujo a cobrar conciencia
de que lo ocurrido, y lo que iba a ocurrir, no era ningn sueo.
Un Mercedes avanz lentamente por la carretera de tierra desde
el pueblo, seguido de cerca por un 4 4, un Land Cruiser gris metlico lleno de guardaespaldas. Ninguno de los dos vehculos llevaba
matrcula, y los peones que vean desarrollarse la escena supieron que
eso signicaba que sus ocupantes eran demasiado importantes para
ser detenidos por la polica. El Mercedes dio media vuelta y, atravesado en la carretera, se detuvo a unos diez metros del prisionero arrodillado. El cristal de la ventanilla trasera baj el ancho de un puo. Se
vio al Oligarkh escudriar tras sus gafas de sol. Se quit el puro de
la boca y observ al prisionero desnudo durante un buen rato, como
si encomendara tanto a l como el momento a la memoria. A continuacin, con una mirada de pura malevolencia, toc en el hombro
al acompaante del conductor con una muleta. El hombre abri la
puerta delantera y sali. Era delgado, de estatura mediana, de rostro
alargado y contrado. El pantaln, sujeto con tirantes, le quedaba muy
por encima de la cintura, y llevaba una americana italiana de color negro azulado, colgada sobre los hombros como una capa, y una camisa
blanca almidonada, sin corbata y con los botones abrochados hasta la
nuez, muy prominente. En el bolsillo de la camisa se distinguan las
iniciales bordadas s y u-z. Se dirigi al 4 4 y le quit de la boca a uno
de los guardaespaldas un cigarrillo encendido. Sostenindolo entre
los dedos pulgar y corazn a cierta distancia del cuerpo, se acerc
al prisionero. Kafkor levant la vista y, al ver el cigarrillo, retrocedi
con un respingo, pensando que el hombre se dispona a marcarlo con
el ascua de la punta. Pero s u-z, con una parca sonrisa, se limit a
tender el brazo y a ponerle el cigarrillo al prisionero entre los labios.

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ROBERT LITTELL

Es una tradicin dijo. Un condenado a muerte tiene derecho a un ltimo cigarrillo.


Ellos me han hecho dao, Samat? susurr Kafkor con voz
ronca. Alcanz a ver la mata de pelo plateado en la gura que observaba desde el asiento trasero del Mercedes. Me encerraron en un
stano inundado de aguas negras; no saba si era de da o de noche;
perd la nocin del tiempo, me despertaban con msica a todo
volumen cuando me dorma. Dnde, explcamelo si es que existe
una explicacin, est el porqu? El condenado hablaba ruso con
marcado acento polaco, pronunciando con mayor intensidad las os
abiertas y acentuando la penltima slaba. El terror lo empujaba a
formar frases retorcidas, de sintaxis barroca. Si algo no dira a nadie ni en el peor de los casos, es aquello que en teora no s.
Samat se encogi de hombros como si dijera: no depende de m.
Si te acercas demasiado a la llama, debes soportar la quemadura,
aunque slo sea para ahuyentar a los dems de la llama.
Tembloroso, Kafkor daba chupadas al cigarrillo. El acto de fumar
y el humo que le cauterizaba la garganta parecan distraerlo. Samat
j la mirada en la ceniza, esperando que se desprendiera por su propio peso para poder seguir adelante con la ejecucin. Kafkor, chupando el cigarrillo, tambin permaneci atento a la ceniza. La propia vida
pareca depender de ella. Desaando la gravedad, desaando el sentido comn, lleg a ser ms larga que la parte sin fumar del cigarrillo.
Y nalmente un soplo de viento procedente del ro se llev la
ceniza. Kafkor escupi la colilla.
Poshol ty na khuy musit, articulando las os de poshol con
cuidado. Coge una polla y emplate. Se sent sobre los talones y,
entrecerrando los ojos, mir hacia el manzanar de rboles raquticos
en la ladera por encima de l. Mira! exclam, venciendo el terror tan slo para enfrentarse a un nuevo enemigo, la locura. All
arriba! Respir hondo. Veo el elefante. Puede decirse que es una
bestia asquerosa.
De pronto se abri la puerta trasera del Mercedes y sali una
mujer frgil con un abrigo de tela hasta los tobillos y chanclos de
campesina. Como llevaba un sombrero casquete con un velo que le
cubra los ojos, a quien no la conociera le sera difcil saber su edad.

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LEYENDAS

Jozef! grit. A trompicones, avanz hacia el prisionero a punto de ser ejecutado; luego, postrndose de rodillas, se volvi hacia el
hombre en el asiento trasero del coche y pregunt: Y si empieza
a nevar?
El Oligarkh movi la cabeza en un gesto de negacin.
Creme, Kristyna: tendr menos fro bajo tierra si el agujero
est cubierto de nieve.
Es como un hijo para m dijo la mujer entre sollozos, y su
voz se apag hasta convertirse en un ronco gimoteo. No debemos
enterrarlo sin comer.
Todava de rodillas, estremecindose por el llanto, la mujer empez a arrastrarse hacia el hoyo por el camino de tierra. En el asiento trasero del Mercedes, el Oligarkh hizo un gesto con el dedo. El
conductor abandon su asiento de inmediato y, tapando la boca a la
mujer con la palma de la mano, llev a la mujer medio a rastras hasta
el coche, donde la meti, encogida, en el asiento de atrs. Antes del
posterior portazo, se la oy preguntar llorando:
Y si no nieva? Qu pasar entonces?
El Oligarkh subi la ventanilla y observ el desarrollo de la escena a travs de la luna tintada. Los dos paracaidistas agarraron al
prisionero por los brazos y, en volandas, lo acercaron al hoyo, donde
lo depositaron de costado, acurrucado en posicin fetal en la cavidad
redonda. A continuacin, comenzaron a tapar el hoyo con los gruesos tablones, hundiendo los extremos en la tierra a patadas para que
los tablones quedaran a ras de suelo. Al acabar, extendieron un trozo
de malla metlica sobre las tablas. Mientras tanto, nadie hablaba. En
la ladera, los peones, fumando, desviaban la vista o se miraban los
pies.
Cuando los paracaidistas terminaron de tapar el hoyo, retrocedieron unos pasos para admirar su obra. Uno de ellos hizo una sea
al conductor de un camin. ste se sent al volante y ech marcha
atrs en direccin al hoyo, donde accion la palanca del volquete
para verter el asfalto en la carretera. Varios peones se acercaron y
esparcieron el asfalto con largos rastrillos hasta que los tablones
quedaron cubiertos por una espesa y reluciente capa y dejaron de
verse. Los hombres se apartaron y los paracaidistas hicieron seas a

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ROBERT LITTELL

la apisonadora. Acompaada de nubes de humo negro procedentes


del tubo de escape, la mquina herrumbrosa avanz pesadamente
hasta el borde del hoyo. Ante la aparente vacilacin del conductor,
son la bocina del Mercedes y uno de los guardaespaldas, a un paso,
agit un brazo en un gesto de irritacin.
No tenemos todo el da grit para hacerse or por encima del
estruendo del motor de la apisonadora.
El conductor puso la marcha y pas sobre el hoyo, alisando el
asfalto. Cuando lleg al otro lado, retrocedi y, tras apisonar por segunda vez, sali de la cabina para inspeccionar el tramo de autova
recin asfaltado. De pronto se arranc la mscara improvisada e, inclinado, se vomit en los zapatos.
Con un sonido casi inaudible, el Mercedes dio marcha atrs, rode al 4 4 y, tomando el camino de tierra, se dirigi hacia la amplia
dacha de madera en los aledaos del pueblo de Prigorodnaia, que
pronto quedara comunicado con la autova entre Mosc y San Petersburgo y con el mundo mediante una banda de macadn con
una raya blanca recin pintada en medio.

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1997: MARTIN ODUM CAMBIA DE SENTIMIENTOS

N LA AZOTEA, vestido con un mono blanco deslucido y un viejo


salacot provisto de una red mosquitera para protegerse la cabeza, Martin Odum se acerc con cautela a las dos colmenas
por el ngulo ciego para no interponerse en el vuelo de las abejas que
volvan desordenadamente a los marcos. Accionando el fuelle del ahumador, dirigi una tenue nube blanca hacia la colmena ms cercana;
el humo era una seal de peligro para la colonia e induca a las veinte
mil abejas a atiborrarse de miel, lo cual las calmaba. Abril era sin duda
el mes ms cruel para las abejas, ya que no haba manera de prever si
la miel acumulada durante el invierno en los marcos de la colmena
bastara para evitar la hambruna; si escaseaba, Martin Odum tendra
que preparar caramelo e introducirlo en la colmena para que la reina
y su colonia resistieran hasta la llegada del buen tiempo, cuando los
rboles de Brower Park retoasen. Martin tendi una mano desnuda
para sacar un marco; siempre haba usado guantes para trabajar con
las colmenas, hasta que un da Minh, su amante ocasional, empleada
en el restaurante chino de la planta baja, debajo de la sala de billar, le
inform de que las picaduras de abeja estimulaban las hormonas y avivaban el impulso sexual. Desde que Martin criaba abejas en una azotea
de Brooklyn, haca ya dos aos, haba recibido bastantes picaduras, sin
observar jams el menor efecto en sus hormonas; los aguijonazos, en
cambio, parecan despertar recuerdos que no poda precisar del todo.

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ROBERT LITTELL

Martin, que tena profundas ojeras no debidas a la falta de sueo,


desprendi el primer marco y lo extrajo con cuidado para ponerlo a
la luz del medioda e inspeccionar las celdillas. Centenares de abejas
obreras, zumbando asustadas, se aferraron a las celdillas, que, aun
mermadas, contenan suciente miel para alimentar a la colonia.
Rascando, arranc un trozo de cera del marco y lo examin en busca
de seales de loque americana. Al no encontrarlas, volvi a encajar
el marco con delicadeza; despus retrocedi, se quit el salacot y, juguetonamente, ahuyent a manotazos al puado de cras de abeja
que lo seguan buscando venganza.
Hoy no, amigas dijo Martin, y dej escapar una plcida risa al
retirarse al interior del edicio y cerrar de un portazo.
Abajo, en la habitacin trasera de lo que en su da fue una sala de
billar, convertida ahora en vivienda, Martin se quit el mono y, tras
tirarlo al catre militar deshecho, se prepar un whisky, a palo seco.
Sac un bidi Ganaesh de una estrecha lata llena de cigarrillos indios.
Despus de encenderlo y aspirar el humo de las hojas de eucalipto,
se acomod en la silla giratoria con el mimbre roto que le rascaba
la espalda; la haba comprado a precio de ganga en una liquidacin
de muebles usados en Crown Heights el da en que alquil la sala de
billar y peg en la puerta de la calle el ojo impasible, smbolo de Alan
Pinkerton, por encima de las palabras martin odum: detective privado. Los euvios del bidi, que ola a marihuana, surtan en
Martin el mismo efecto que el humo en las abejas: le despertaban el
apetito. Abri una lata de sardinas, las ech en un plato, sucio desde
haca varios das, y se las comi acompaadas de una rebanada de
pan de centeno seco que encontr en la nevera, la cual (se record)
haba que descongelar con carcter de urgencia. Reba el plato con
un mendrugo de pan y le dio la vuelta para usar el dorso como plato
de postre. Era una costumbre que haba adquirido Dante Pippen en
las tierras agrestes y tribales de Pakistn cerca del puerto de montaa
de Khyber: el puado de americanos all apostados para supervisar
a agentes u operaciones coman con los dedos arroz y cordero rebosante de grasa de los platos, eso cuando disponan de algo parecido a
platos; luego les daban la vuelta y coman fruta en el dorso, eso en las
raras ocasiones en que encontraban algo parecido a fruta. Recordar

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LEYENDAS

un detalle del pasado, por trivial que fuera, proporcionaba a Martin


un amago de satisfaccin. Sobre el dorso del plato, con movimientos
diestros y precisos, pel una mandarina valindose de una navaja
pequea y bien alada.
Es curioso que algunas de las cosas que uno hace, las hace bien
desde la primera vez haba reconocido ante la doctora Treer en
una de sus primeras sesiones.
Como qu?
Como pelar una mandarina. Como cortar la mecha de un
explosivo plstico lo bastante larga para darte tiempo a salir de su
radio de accin letal. Como organizar un pase de material con un
intermediario en un zoco atestado de gente en Beirut.
Qu leyenda usabas en Beirut?
Dante Pippen.
se no era el supuesto profesor de historia en una escuela universitaria? El que escribi un libro sobre la Guerra de Secesin y,
como no encontr editor, nanci l mismo la publicacin?
No, ests pensando en Lincoln Dittmann, con dos tes y dos
enes. Pippen era el dinamitero irlands de Castletownbere que empez como instructor de explosivos en la Granja. Despus, hacindose pasar por dinamitero del ira, se inltr en una familia de la maa
siciliana, entre los muls talibn de Peshawar y en una unidad del
Hezbol en el valle de la Bekaa libans. Fue en esta ltima misin
cuando qued al descubierto.
Me cuesta acordarme de todas tus identidades.
A m tambin. Por eso estoy aqu.
Ests seguro de haber identicado todas tus biografas
operativas?
He identicado las que recuerdo.
Tienes la sensacin de que quiz ests reprimiendo alguna?
No lo s. Segn tu teora, cabe la posibilidad de que reprima al
menos una de ellas.
La literatura sobre el tema coincide ms o menos en que
Crea que no estabas muy convencida de que yo encajara bien
en la literatura sobre el tema.
T eres un fuera de serie, Martin, de eso puedes estar seguro. En

19

ROBERT LITTELL

mi profesin, nadie se ha topado con un paciente como t. Cuando


publique mi artculo, se armar un buen revuelo
Cambiando los nombres para proteger a los inocentes.
Para sorpresa de Martin, la doctora Treer respondi con algo
que poda interpretarse como sentido del humor.
Cambiando los nombres para proteger tambin a los culpables.
Ya en el presente, Martin pens (continuando mentalmente su
conversacin con la doctora Treer): Hay otras cosas que, por
mucho que las hagas, nunca las haces mejor. Por ejemplo (prosigui,
previendo la pregunta de la doctora), pelar huevos duros. Por ejemplo,
irrumpir en la habitacin de un hotelucho para fotograar a hombres
casados practicando el sexo oral con prostitutas. Por ejemplo, dar a
una psiquiatra contratada por la Compaa la impresin de que no
tena previsto ni remotamente desarrollar una crisis de identidad.
Dime otra vez qu esperas sacar de estas conversaciones, la oy
decir. l le dio la respuesta que pens que ella deseaba or: En teora,
quisiera saber cul de las leyendas soy yo. La oy preguntar: Por
qu en teora? l reexion por un momento. Luego, meneando la
cabeza, se sorprendi al or su propia voz que contestaba en voz alta:
No estoy seguro de que necesite saberlo; en la prctica, es posible
que me sea ms fcil seguir con mi vida aburrida si no lo s.
Martin habra seguido con este dilogo cticio entre la doctora
Treer y l, aunque slo fuese por matar el tiempo, si no hubiera
sonado el timbre. Descalzo, atraves la sala de billar, que haba convertido en despacho, donde empleaba una de las dos mesas como
escritorio y la otra para exponer la coleccin de armas de fuego de la
Guerra de Secesin de Lincoln Dittmann. En lo alto de la escalera de
madera que conduca a la calle, estrecha y en penumbra, se agach
para ver quin poda ser. Entre las letras del rtulo y el logo del ojo
del seor Pinkerton, distingui a una mujer que, de espaldas a la
puerta, observaba el trco de Albany Avenue. Martin esper a ver
si volva a tocar el timbre. Cuando lo hizo, baj al vestbulo y abri
las dos cerraduras y la puerta.
Pese a ser un da soleado, la mujer vesta una gabardina larga, y
una cartera de piel le colgaba del hombro. Morena, llevaba el pelo
recogido en una trenza que le caa hasta el hueco de la espalda, all

20

LEYENDAS

donde Martin portaba la pistola (haba modicado las ranuras por


las que se prenda la funda en el cinturn a n de que la pistola quedase ms arriba, a la altura de una vieja herida de metralla) en los
tiempos en que iba armado con algo ms letal que su cinismo. Cuando la mujer se dio la vuelta para mirarle, el dobladillo de la gabardina
se arremolin por encima de sus tobillos
Usted es el detective, pues? pregunt.
Martin la examin tal como le haban enseado a mirar a las
personas que quiz algn da tendra que reconocer en un lbum de
contraespionaje. Aparentaba entre treinta y cinco y cuarenta aos
(adivinar la edad de las mujeres nunca haba sido su fuerte). Finas
arrugas se irradiaban desde las comisuras de sus ojos, que tena entornados, slo un poco pero de manera permanente. En sus delgados
labios se dibujaba lo que de lejos podra haberse interpretado como
un asomo de sonrisa; de cerca pareca un gesto de exasperacin contenida. Por lo que Martin vea, no iba maquillada; un ligero olor a
perfume de rosas pareca emanar de debajo del cuello de la gabardina desde la nuca. Se la habra podido considerar guapa de no ser por
una mella en un diente delantero.
En esta encarnacin contest l por n, tericamente soy
detective.
Eso signica que ha tenido otras encarnaciones?
En cierto modo.
La mujer desplaz el peso del cuerpo de un pie a otro.
Me invita a pasar o no?
Martin se hizo a un lado y seal la escalera con el mentn. La
mujer vacil como si sopesara hasta qu punto una persona que viva
encima de un restaurante chino poda ser realmente un detective
profesional. Debi de decidir que no tena nada que perder, porque
respir hondo y, volvindose de medio lado y hundiendo el pecho,
pas junto a l y subi por la escalera. Cuando lleg a la sala de billar,
se dio la vuelta para verlo salir de las sombras de la escalera. Se j
en que arrastraba un poco la pierna derecha al caminar.
Qu le ha pasado en el pie? pregunt ella.
Un pinzamiento del nervio. No tengo sensibilidad en la pierna.
La cojera no es una desventaja en un trabajo como el suyo?

21

ROBERT LITTELL

Todo lo contrario. Nadie en su sano juicio sospechara que lo


sigue un cojo. Es demasiado obvio.
De todos modos, debera hacrselo ver.
He estado visitando a un acupuntor hasdico y a un herbolario
haitiano, pero no distingo a uno del otro.
Y lo han ayudado?
Aj. Uno s. Ahora tengo la pierna menos insensibilizada. Pero
no s cul de los dos.
Un asomo de sonrisa se advirti en sus labios.
Tiene usted el don de complicar las cosas sencillas, segn
parece.
Martin, con una fra urbanidad que ocult lo poco que le faltaba
para perder todo inters, repuso:
A mi entender, es mejor eso que simplicar las cosas
complicadas.
Despus de dejar la cartera en el suelo, la mujer se quit la gabardina y, con cuidado, la coloc plegada sobre la barandilla. Llevaba zapatillas de deporte, pantaln de vestir pinzado y camisa de hombre
con los botones a la derecha. Martin vio que tena los tres botones
superiores desabrochados, quedando a la vista un tringulo de piel
plida en el pecho. No se adivinaba seal alguna de sujetador. Al
observar ese detalle, Martin se succion las mejillas, pensando que
tal vez las picaduras de avispa s tenan algn efecto.
La mujer se apart de l y empez a pasearse por la sala de billar, jndose en el desvado eltro verde de las dos viejas mesas, las
cajas de cartn de la empresa de mudanzas an cerradas con cinta
adhesiva y apiladas en un rincn al lado de la mquina de remo, el
ventilador de techo que giraba con una lentitud tan extrema que pareca contagiar su ritmo letrgico al espacio que ventilaba. Aqul era
obviamente un mundo donde el tiempo se ralentizaba.
No tiene usted aspecto de fumar puros se aventur a decir
ella cuando vio el humidicador de caoba con termmetro incorporado en la mesa de billar empleada como escritorio.
No fumo. Es para las mechas.
Mechas para velas?
Mechas para bombas.

22

LEYENDAS

La mujer levant la tapa.


Parecen cartuchos de escopeta.
Las mechas y los cartuchos tienen que estar siempre secos.
Ella le lanz una mirada de inquietud y prosigui con su
inspeccin.
No vive rodeado de comodidades advirti la mujer, y sus palabras otaron por encima de su hombro cuando dio media vuelta
sobre las anchas tablas del suelo de parquet.
Martin pens en todos los pisos francos donde haba vivido, amueblados al ya clsico estilo nrdico moderno; sospechaba que la cia haba comprado abrelatas, exprimidores y escobillas de vter a miles porque eran idnticos en todos los pisos francos. Y como la seguridad era
un aspecto esencial en un piso franco, ninguno era del todo seguro.
Es un error poseer objetos cmodos dijo a la mujer. Sofs
mullidos, camas amplias, baeras grandes y cosas as. Porque cuando nada es cmodo, uno no se apoltrona; est siempre en movimiento. Y en movimiento tiene ms posibilidades de ir por delante de
quienes intentan alcanzarlo. Frunciendo los labios en una sonrisa,
aadi: Eso nos atae especialmente a nosotros los cojos.
Al echar una ojeada a la habitacin trasera por la puerta abierta,
la mujer vio hojas de peridico arrugadas en torno al catre militar.
Qu hace todo ese papel de peridico en el suelo? pregunt.
Cuando la oy hablar, Martin record lo grata que poda resultar
la musicalidad de una voz humana normal.
Aprend ese truco en El halcn malts. Un tal Thursby pona
papel de peridico alrededor de su cama para que nadie pudiera
acercarse sigilosamente a l mientras dorma. Empezaba a agotrsele la paciencia. Todo lo que s sobre el trabajo de detective se lo
debo a Humphrey Bogart.
La mujer se volvi en redondo y se plant ante Martin; escrut su
rostro, pero no habra sabido decir si le tomaba el pelo o no. Comenzaba a tener sus dudas sobre la conveniencia de contratar a un detective que haba aprendido el ocio con las pelculas de Hollywood.
Es verdad que a los detectives los llamaban chanclos? pregunt ella, mirando los pies descalzos de Martin. Retrocedi hacia
la mesa de billar llena de armas de avancarga, cuernos de plvora

23

ROBERT LITTELL

y medallas de la Unin prendidas a un cojn de color carmes, buscando alguna excusa para salir de all sin herir los sentimientos de
aquel hombre. Sin saber qu decir, acarici con los dedos la mira
telescpica de latn de un fusil antiguo. Luego coment: Mi padre
colecciona armas de la Gran Guerra Patritica.
Aj. O sea que su padre es ruso. En Estados Unidos la llamamos
Segunda Guerra Mundial. Le agradecera que no tocara las armas
aadi. Eso es un Whitworth ingls. Fue el fusil preferido de los
francotiradores confederados. Los cartuchos que hay en el humidicador son del Whitworth. En la Guerra de Secesin, los cartuchos
eran caros, pero con esa arma un tirador diestro poda acertar a
cualquier cosa al alcance de la vista.
Es usted un entusiasta de la Guerra de Secesin o algo as?
Lo es mi alter ego contest Martin. Pero, oiga, ya est bien
de charla. Vaya al grano, seora. Debe de tener usted un nombre.
La mujer se llev la mano izquierda al pecho y se tap el tringulo de piel.
Soy Estelle Kastner anunci. Mis contados y muy queridos
amigos me llaman Stella.
Quin es usted? insisti Martin, ahondando en busca de estratos de identidad ms profundos que un nombre.
La pregunta la sorprendi; era evidente que haba en ese hombre
algo ms all de las apariencias, y siendo as, aumentaban las probabilidades de que pudiera ayudarla.
Mire, Martin Odum, aqu no hay atajos. Si quiere averiguar
quin soy, tendr que dedicar tiempo.
Martin se reclin contra la barandilla.
Qu es lo que espera que haga por usted?
Espero que encuentre al marido de mi hermana, que ha abandonado el hogar conyugal.
Por qu no lo intenta con la polica? Hay un departamento de
personas desaparecidas especializado en casos como se.
Porque la polica en cuestin est en Israel. Y tienen asuntos ms
urgentes que atender antes que buscar a maridos desaparecidos.
Si el marido de su hermana desapareci en Israel, por qu lo
busca en Estados Unidos?

24

LEYENDAS

Creemos que es uno de sus posibles destinos cuando se march


de Israel.
Creemos?
Mi padre, el ruso que llama Gran Guerra Patritica a la Segunda Guerra Mundial, y yo.
Y cules son los otros posibles destinos?
El marido de mi hermana tiene contactos profesionales en Mosc y Uzbekistn. Por lo visto, tambin particip en un proyecto de
algn tipo en Praga. Tena papel de carta con membrete de Londres.
Empiece por el principio orden Martin.
Stella Kastner se sent en el borde de la mesa de billar que Martin empleaba como escritorio.
La historia es la siguiente dijo ella, cruzando las piernas a la
altura de los tobillos y toquetendose el tercer botn desabrochado de
la camisa. Mi hermanastra, Elena, es hija de mi padre con su primera esposa, que descubri la fe y se uni a la secta de Lubavitch aqu en
Crown Heights, poco despus de que emigrramos a Estados Unidos,
en 1988. Hace unos aos el rabino fue a ver a mi padre y propuso un
matrimonio concertado con un seguidor de Lubavitch ruso que quera
emigrar a Israel. No hablaba hebreo y buscaba una esposa devota que
hablara ruso. Mi padre no acababa de ver claro que Elena se marchara
de Brooklyn, pero mi hermana soaba con vivir en Israel y lo convenci para que diera su consentimiento. Por razones demasiado complicadas para explicrselas ahora, mi padre no poda viajar libremente,
as que tuve que acompaar yo a Elena a Israel. Cogimos un sharoot
Advirti la expresin de desconcierto de Martin. Es un taxi comunitario. Lo cogimos para ir al asentamiento judo de Kiryat Arba en
Cisjordania, al lado de Hebrn. Elena, que nada ms poner los pies en
Israel se cambi el nombre por el de Yaara, se cas una hora y cuarto
despus de aterrizar el avin en una ceremonia celebrada por el rabino
de all, que haba emigrado de Crown Heights diez aos antes.
Hbleme de ese ruso con el que se cas su hermana sin siquiera
haberlo visto antes.
Se llamaba Samat Ugor-Zhilov. No era ni alto ni bajo, sino un
trmino medio, y delgado a pesar de que siempre repeta en las comidas y picaba a todas horas. Deba de ser por su metabolismo. Era

25

ROBERT LITTELL

una de esas personas con los nervios a or de piel, siempre en movimiento. Vindole la cara, larga y delgada, daba la impresin de que se
la hubieran aplastado con un torno, y de tan triste siempre pareca
estar llorando la muerte de un pariente cercano. Tena las pupilas de
un color verde alga y los ojos no reejaban la menor emocin: yo los
describira como fros y calculadores. Vesta trajes italianos caros y
llevaba camisas con sus iniciales bordadas en el bolsillo. Nunca lo vi
con corbata, ni siquiera en su propia boda.
Lo reconocera si volviera a verlo?
sa es una pregunta extraa. Aunque se tapara la cabeza como
un rabe, me bastara con verle los ojos para distinguirlo en medio
de una multitud.
En qu trabajaba?
Si se reere a trabajar en el sentido habitual del trmino, en
nada. Haba comprado una casa nueva de dos niveles en los lmites
de Kiryat Arba, y a tocateja, o eso me susurr el rabino al odo de
camino a la sinagoga para celebrar la boda. Tena un Honda japons
nuevo amante y siempre pagaba, al menos delante de m, en efectivo.
Me qued en Kiryat Arba diez das y dos aos despus volv a pasar
otros diez das, pero nunca lo vi acudir a la sinagoga, ni estudiar la
Tor, ni ir a un despacho como otros hombres del asentamiento. En
la casa haba dos telfonos y un fax, y daba la impresin de que uno
de ellos no paraba de sonar. A veces se encerraba en el dormitorio de
arriba y se pasaba horas hablando por telfono. Las pocas veces que
habl por telfono delante de m, lo hizo en armenio.
Ya.
Ya qu?
Me recuerda a uno de esos nuevos capitalistas rusos que describen en los peridicos. Su hermana tiene hijos?
Stella neg con la cabeza.
No. Si quiere que le diga la verdad, no s si llegaron a consumar
el matrimonio. Se baj de la mesa y se acerc a la ventana para
contemplar la calle. El hecho es que no le culpo por abandonarla.
Creo que Elena nunca me acostumbr a llamarla Yaara no tena
la menor idea de cmo complacer a un hombre. Samat debi de fugarse con una rubia teida que le daba ms placer en la cama.

26

LEYENDAS

Martin, que escuchaba con indiferencia, de pronto se anim.


Comete usted el mismo error que la mayora de las mujeres. Si
se fug con otra mujer, es porque l fue capaz de darle a ella ms
placer en la cama.
Stella se volvi para mirar a Martin. Entorn ms los ojos.
Usted no habla como un detective.
Claro que s. Es el tipo de frase que habra dicho Bogart para
convencer a un cliente de que, bajo la aparente dureza, hay un alma
sensible.
Si eso es lo que pretende, le est saliendo bien.
Tengo una pregunta: Por qu su hermana no le pide al rabino local que declare que su marido la abandon y los divorcie in
absentia?
He ah el problema contest Stella. En Israel, una mujer religiosa necesita que un tribunal religioso le conceda el divorcio para
poder seguir adelante con su vida. El divorcio se llama get. Sin get,
una mujer juda es una agunah, que signica mujer encadenada, y
segn la ley juda, no puede volver a contraer matrimonio; aunque se
case bajo la ley civil, se considerar bastardos a sus hijos. Y para que
una mujer pueda conseguir el get, el marido debe comparecer ante
los rabinos del tribunal religioso y aceptar el divorcio. No hay otra
manera, al menos para las personas religiosas. Cada ao desaparecen muchos maridos hasdicos para castigar a sus mujeres; se largan
a Estados Unidos o Europa. A veces viven con nombres falsos. Y vete
a buscarlos! Segn la ley juda, el marido puede vivir con una mujer
que no es su esposa, pero la esposa no tiene el mismo derecho. No
puede volver a casarse, no puede vivir con un hombre y no puede
tener hijos.
Empiezo a entender por qu necesita los servicios de un detective. Cunto tiempo hace que ese tal Samat plant a su hermana?
El n de semana que viene har dos meses.
Y hasta ahora no ha intentado contratar a un detective?
No sabamos con certeza que no volvera hasta que no volvi.
Despus perdimos mucho tiempo preguntando en hospitales y depsitos de cadveres, a las embajadas estadounidense y rusa de Israel, a
la polica local de Kiryat Arba y la polica nacional de Tel Aviv. Incluso

27

ROBERT LITTELL

sacamos un anuncio en el peridico ofreciendo una recompensa por


la informacin. Levant un hombro. Desafortunadamente no
tenemos mucha experiencia en rastrear a personas desaparecidas.
Antes ha comentado que su padre y usted pensaron que tal vez
Samat vino a Estados Unidos. Cmo llegaron a esa conclusin?
Por las llamadas. Una vez ech un vistazo a su factura de telfono: era de muchos miles de shekels, una suma suciente para hacer
un buen agujero en una cuenta bancaria normal. Me j en que varias llamadas eran a un mismo nmero de Brooklyn. Reconoc el pas
y el prejo, 1 para Estados Unidos y 718 para Brooklyn, porque es el
mismo que el nuestro en President Street.
No anotara usted ese nmero, por casualidad?
Neg con la cabeza en un gesto de desesperacin.
No se me ocurri
No se culpe. No poda saber que ese Samat dejara plantada a
su hermana. Martin advirti que ella desviaba la mirada al instante. O s?
Nunca pens que ese matrimonio durara. No vea a Samat enterrado en Kiryat Arba hasta el nal de sus das. Estaba demasiado metido en el mundo; era demasiado dinmico, demasiado atractivo
Le pareca atractivo?
No he dicho que a m me pareciera atractivo contest ella a la
defensiva. Ahora bien, s entenda que pudiera atraer a ciertas mujeres. Aunque no a mi hermana. Nunca haba estado desnuda delante
de un hombre. Por lo que s, tampoco haba visto a un hombre desnudo. Incluso cuando vea a un hombre totalmente vestido, apartaba la
mirada. Cuando Samat miraba a una mujer, jaba la vista en ella sin
parpadear; la desnudaba. Se deca religioso, pero ahora pienso que eso
podra haber sido una tapadera, una forma de entrar en Israel, de desaparecer en el mundo de los hasidim. Nunca lo vi con el teln, nunca
lo vi entrar en una sinagoga, nunca lo vi rezar cuatro veces al da como
hacen los judos. No besaba la mezuzah cuando entraba en su casa
como haca mi hermana. Elena y Samat vivan en mundos distintos.
Tiene fotos de l?
Cuando desapareci, tambin desapareci el lbum de fotos de
mi hermana. Tengo una foto que saqu el da de su boda: se la envi

28

LEYENDAS

a mi padre, que la enmarc y colg encima de la repisa de la chimenea. Cogi la cartera y sac un sobre marrn, del que extrajo con
cuidado una fotografa en blanco y negro. La mir un momento, y el
vislumbre de una sonrisa angustiada le deform los labios; luego se
la ofreci a Martin.
Martin dio un paso atrs y levant las manos.
Samat la toc alguna vez?
Stella se quedo pensando por unos segundos.
No. Revel el carrete en la colonia alemana de Jerusaln y se lo
envi a mi padre desde la ocina de correos de enfrente de la tienda
de revelado. Samat ni siquiera saba que exista.
Martin acept la foto y la lade hacia la luz del da. La novia, una
joven plida y claramente obesa vestida de satn blanco con un corpio sin escote, y el novio, con una camisa blanca almidonada y abotonada hasta el cuello y una chaqueta negra colgada de los hombros
con desenfado, miraban a la cmara impertrritos. Martin imagin
a Stella diciendo el equivalente en ruso de Luiiis! para arrancarles
una sonrisa, pero obviamente el recurso no haba surtido efecto; el
lenguaje corporal los novios uno al lado del otro pero sin tocarse se corresponda ms con el de dos desconocidos en un velatorio
que con el de unos recin casados. Samat tena la cara casi por completo oculta tras una barba negra y desgreada y un bigote. Slo se le
vean los ojos, encapotados de ira. Obviamente estaba irritado, pero
por qu? La ceremonia se haba alargado demasiado? Ante la perspectiva de dicha conyugal en una mazmorra de Cisjordania con una
lubavitch voluntariamente sometida como compaera de celda?
Cunto mide su hermana? pregunt Martin.
Un metro sesenta. Por qu?
l es un poco ms alto, o sea que mide un metro sesenta y cinco
o sesenta y ocho.
Me permite que le haga una pregunta? dijo Stella.
Adelante, adelante contest Martin con impaciencia.
Cmo es que no toma notas?
No tengo ninguna razn para tomarlas. No tomo notas porque
no acepto el caso.
A Stella se le cay el alma a los pies.

29

ROBERT LITTELL

Pero por qu? Mi padre est dispuesto a pagar lo encuentre o


no.
No acepto el caso repiti Martin porque sera ms fcil
encontrar una aguja en un pajar que al marido desaparecido de su
hermana.
Al menos podra intentarlo gimi Stella.
Sera malgastar el dinero de su padre y mi tiempo. Mire, los revolucionarios rusos de principios de siglo se dejaban una barba como
la del marido de su hermana. Es un truco empleado por los clandestinos desde que Moiss envi a sus espas a averiguar el orden de
batalla del enemigo en Jeric. Un hombre lleva la barba tanto tiempo
que la gente lo identica con ella. El da que quiere desaparecer, hace
lo que hacan los revolucionarios rusos: se la afeita. Ni siquiera su
propia mujer lo reconocera en una rueda de identicacin. Es un
decir, pero pongamos por caso que Samat era uno de esos gngsters
capitalistas de los que tanto se oye hablar ltimamente. Es posible
que las cosas se le hubieran puesto feas a su futuro ex cuado el ao
en que apareci en Kiryat Arba para casarse con su hermanastra.
Las bandas chechenas, que operaban desde ese hotel monstruoso
enfrente del Kremlin el Rossiya, si no recuerdo mal, estaban en
pugna con la Alianza Eslava por el control del lucrativo negocio de la
proteccin a los comercios en la capital. En esta lucha territorial, haba tiroteos a diario. Y los testigos de los tiroteos eran abatidos antes
de poder ir a la polica. Por las maanas, de camino al trabajo, la gente se encontraba hombres colgados de las farolas. Samat podra ser
judo, o podra ser un catlico apostlico armenio. Da igual. Compra
una partida de nacimiento que certica que su madre es juda las
venden como rosquillas en el mercado negro y presenta una solicitud para emigrar a Israel. Como los trmites pueden alargarse entre
seis y ocho meses, para acelerar el proceso le pide a un rabino que le
concierte un matrimonio con una mujer lubavitch de Brooklyn. Es la
tapadera perfecta, la manera perfecta de desaparecer del mapa hasta
que acaben las guerras entre bandas en Mosc. Desde su refugio, la
casa de dos niveles en un asentamiento cisjordano, se mantiene en
contacto con sus socios; vende y compra acciones, organiza la exportacin de materias primas rusas a cambio de ordenadores japoneses

30

LEYENDAS

o vaqueros americanos. Hasta que un buen da, cuando en Rusia las


aguas han vuelto a su cauce, decide que ya est harto de su mazmorra israel. Como no quiere que su mujer, los rabinos o el Estado de
Israel le pregunten adnde va, ni que lo busquen cuando llegue all,
coge el lbum de fotos de su mujer y se afeita la barba y, tras salir
furtivamente de Israel, desaparece de la faz de la tierra.
Stella escuch boquiabierta a Martin mientras le ofreca su
perspectiva.
Cmo es que sabe tanto sobre Rusia y las guerras entre
bandas?
Martin se encogi de hombros.
Si le dijera que no estoy muy seguro de cmo lo s, me
creera?
No.
Martin cogi la gabardina de Stella de la barandilla.
Lamento que haya perdido el tiempo.
No lo he perdido replic ella en voz baja. Ahora s ms que
cuando he llegado.
Cogi la gabardina, meti los brazos en las mangas y se la ci al
cuerpo para protegerse del fro de las rfagas emocionales que pronto se le ltrara hasta la mdula. Casi como si se le acabase de ocurrir,
sac un bolgrafo del bolsillo y, cogindole la mano, le apunt en la
palma un nmero de telfono que empezaba por 718.
Si cambia de parecer
Martin neg con la cabeza.
No se haga ilusiones.

La montaa de platos sucios en el fregadero era ya demasiado alta


incluso para Martin. Remangado hasta los codos, tena a medio lavar
la primera pila cuando son el telfono en la sala de billar. Como
siempre, se tom su tiempo para contestar; segn su experiencia, las
llamadas que se atendan eran las que le complicaban a uno la vida.
Al ver que el telfono segua sonando, se dirigi con parsimonia a la

31

ROBERT LITTELL

sala de billar y, despus de secarse las manos en el pantaln, se llev


el auricular al odo y lo sujet con el hombro.
Si lo desea, puede dejar un mensaje recit.
Oye, Dante vocifer una mujer.
De pronto Martin sinti el embate de un atroz dolor de cabeza
detrs de las cuencas de los ojos.
Se ha equivocado de nmero mascull, y colg.
El telfono volvi a sonar casi de inmediato. Martin se apret
la frente con la palma de la mano donde tena anotado el nmero y
contempl el aparato durante lo que pareci una eternidad antes de
decidirse a cogerlo.
Dante, Dante, no te conviene colgarme. De verdad que no te
conviene. No es civilizado. Por Dios, s que eres t.
Cmo me has encontrado? pregunt Martin.
La mujer al otro extremo de la lnea contuvo una carcajada.
Ests en la lista de ex agentes preseleccionados a los que seguimos la pista contest. Y ms seria, aadi: Estoy abajo, Dante.
En un telfono pblico al fondo del restaurante chino. Va a darme
un mareo de tanto glutamato monosdico. Tienen men; baja y te
invito a algo.
Martin respir hondo.
Dicen que los dinosaurios habitaban la Tierra hace sesenta y
cinco millones de aos. T eres una prueba viviente de que todava
existen.
Palabras necias, Martin, palabras necias. Y aadi con voz
tensa: Un consejo: no te conviene no bajar. De verdad que no te
conviene.
Se cort la comunicacin.
Poco despus Martin pasaba ante el escaparate lleno de patos
desplumados colgados de ganchos y entraba por la pesada puerta de
cristal en el restaurante mandarn Xing, debajo de la sala de billar.
Como siempre, Tsou Xing, que adems era su casero, montaba guardia sentado en un taburete alto detrs de la caja. Salud a Martin con
su nico brazo.
Hola dijo el viejo con voz aguda. Comes aqu o te lo llevas
a casa? Eh?

32

LEYENDAS

He quedado con alguien


Ech una ojeada a la docena de clientes que haba en el restaurante largo y estrecho y, en un reservado cerca de las puertas de vaivn de
la cocina, vio a Crystal Quest, ms conocida por toda una generacin
de agentes de la cia como Fred por su increble parecido con Fred
Astaire. En cierta ocasin circul la ancdota de que el presidente de
Estados Unidos, despus de verla en una reunin con los servicios
de inteligencia en el Despacho Oval, pas una nota a un ayudante
preguntando por qu una drag queen representaba a la cia. Ahora
Quest, consumada maestra del ocio, estaba sentada de espaldas a
las mesas, frente a un espejo donde poda vigilar quin entraba y
sala. Por el espejo, vio acercarse a Martin.
Se te ve estupendo, Dante dijo ella cuando l se sent en el
banco delante de ella. Cul es tu secreto?
De pronto me dio por comprarme una mquina de remo contest l.
Cuntas horas le dedicas al da?
Una por la maana antes de desayunar. Otra en plena noche
cuando me despierto baado en sudor fro.
Y por qu una persona con la conciencia tranquila se despierta
baada en sudor fro? Por Dios, no me digas que sigues obsesionado
con la muerte de aquella puta de Beirut.
Martin se llev una mano a la frente, que segua dolindole.
A veces me acuerdo de ella, pero no es eso lo que me quita el
sueo. Si supiera por qu me despierto, puede que durmiera toda la
noche de un tirn.
Fred, una mujer delgada que haba ascendido en la cia hasta ser
la primera mujer nombrada subdirectora de Operaciones, vesta uno
de sus famosos trajes pantaln de solapa ancha y una camisa de gala
con volantes en la pechera. Como siempre, llevaba el pelo muy corto
y teido de color xido para ocultar las canas que salan a los altos
cargos que se desvelaban, o eso sostena Fred, por aplicar el Procedimiento Ocial de Operaciones: Habra que partir de una hiptesis y
analizar los datos de manera que la conrmen, o partir de los datos
y cribarlos para encontrar una hiptesis til?
Qu te apetece, Dante? pregunt Fred, y tras apartar un pla-

33

ROBERT LITTELL

to a medio comer, meti los dedos en su daiquiri helado, se los llev


a la boca y mastic ruidosamente unos trozos de hielo mientras miraba a su invitado con los ojos inyectados en sangre.
Martin levant un palillo en direccin a Tsou Xing y luego lo
hizo girar entre los dedos. En la barra, el dueo del restaurante le
sirvi un whisky, a palo seco. Se lo llev una esbelta camarera china
que vesta una falda ajustada con una raja a un lado.
Gracias, Minh dijo Martin.
Deberas comer algo, Martin aconsej la camarera. Se j
en que Martin jugueteaba con el palillo. Los chinos dicen que un
hombre con un solo palillo se muere de hambre.
Con una sonrisa, Martin dej el palillo en la mesa.
Me llevar una racin de pato lacado cuando me vaya.
Por el espejo, Fred observ alejarse a la muchacha.
Eso es lo que llamo un buen culo, Dante. Ya lo has catado?
Y t qu, Fred? pregunt l en tono agradable. Sigue la
gente dispuesta a joderte?
Lo intentan replic ella con los msculos faciales contrados
en una tensa sonrisa, en los dos sentidos de la palabra. Pero nadie
lo consigue.
Con una mueca burlona, Martin sac un bidi de la lata y lo encendi con una cerilla extrada de un librito con el nombre del restaurante que encontr en la mesa.
No has dicho cmo has dado conmigo.
Exacto, no te lo he dicho, verdad? En realidad nunca te hemos
perdido. Cuando apareciste como los restos de un naufragio encima
de un restaurante chino de Brooklyn, se arm la de Dios es Cristo en
las salas de color gris plomo de la agencia. Conseguimos una copia
del contrato de alquiler el mismo da que lo rmaste. Pero que conste que nadie se sorprendi al saber que habas adoptado la leyenda de
Martin Odum. Era lo ms lgico. De hecho, Martin se cri en Eastern
Parkway; asisti al colegio pblico 167; Crown Heights fue su barrio;
su padre tena una tienda de electrodomsticos en Kingston Avenue. Martin incluso tena un compaero de colegio cuyo padre era
el dueo de un restaurante chino en Albany Avenue. Martin Odum
era la leyenda que desarrollaste bajo mi tutela, o te has olvidado de

34

LEYENDAS

ese pequeo detalle? Ahora que lo pienso, t fuiste el ltimo agente


que supervis personalmente antes de que me ascendieran para supervisar a los ociales que supervisaban a los agentes. Sin embargo,
aunque fuera a distancia, siempre consider que era yo quien te diriga. Lo curioso es que no recuerdo que Odum fuera detective. Quiz
decidiste que esa leyenda necesitaba adornos.
Martin dio por supuesto que haban colocado micrfonos ocultos en la sala de billar.
Ser detective es mejor que tener que trabajar para ganarse la
vida.
Qu clase de casos te llegan?
Deudas de mahjong. Esposas furiosas que me pagan por fotograar a maridos ineles pillados in fraganti. Padres hasdicos que
sospechan que sus hijos se ven con chicas que no siguen la dieta
kosher. Una vez me contrat la familia de un ruso que muri en Little Odessa, el barrio de Brooklyn donde vive la mayora de los rusos
que vienen a Estados Unidos, porque estaban convencidos de que los
chechenos a cargo del crematorio del barrio arrancaban los dientes
de oro a los difuntos antes de incinerarlos. Otra vez me contrat
un poltico muy pintoresco de Little Odessa para que recuperase al
rottweiler secuestrado por su ex mujer cuando se retras en el pago
de la pensin alimenticia.
Trabajas mucho para Little Odessa.
Hago gestos de asentimiento con la cabeza cuando a mis clientes no les sale la palabra en ingls y acaban hablndome en ruso. Por
lo visto, creen que los entiendo.
Encontraste al perro?
Martin Odum siempre encuentra a su perro.
Fred choc su vaso contra el de l.
Por ti, Dante. Tom un sorbo de daiquiri y lo observ por encima del borde del vaso. No te dedicars por casualidad a maridos
desaparecidos?
La pregunta qued suspendida en el aire entre los dos. Martin chup su bidi por un momento y luego, con toda naturalidad,
contest:
Por qu me lo preguntas?

35

ROBERT LITTELL

Fred se tamborile con el ndice en la aleta de su nariz de Fred


Astaire.
Conmigo no juegues al Trivial Pursuit, Pippen.
Hasta ahora me he mantenido a distancia de los maridos
desaparecidos.
Y a partir de ahora?
Martin lleg a la conclusin de que no haban puesto micrfonos
ocultos en su casa; de haberlo hecho, Fred sabra que haba rechazado la propuesta de Stella Kastner.
Los maridos desaparecidos no son lo mo, sobre todo porque
el noventa y nueve por ciento de las veces estn cmodamente instalados con identidades nuevas y mujeres nuevas. Y es muy difcil, o
estadsticamente imposible, encontrar a una persona empeada en
no volver a vivir con su ex mujer.
Fred pareca haberse quitado un peso de las hombreras de la chaqueta. Sac otro cubo de hielo del daiquiri y se lo comi.
Siento debilidad por ti, Dante. De verdad. En los aos ochenta, a principios de los noventa, eras legendario por tus leyendas. La
gente todava habla de ti, aunque te llaman por nombres distintos,
segn la poca en que te conocieron. En qu anda el viejo Lincoln
Dittmann ltimamente?, me pregunt un alto cargo hace slo una
semana. Agentes como t no se encuentran ms que uno o dos en
una guerra. Flotabas en una nube de identidades y antecedentes falsos que te conocas de carrerilla, incluidos los signos del zodaco y
los cementerios donde estaban enterrados cada uno de tus parientes.
Si no recuerdo mal, Dante Pippen era catlico no practicante: saba
rezar el rosario en latn, cosa que aprendi cuando fue monaguillo
en County Cork, y tena un hermano sacerdote jesuita en el Congo
y una hermana que trabajaba en el hospital de un convento en Costa
de Marl. Luego estaba la leyenda de Lincoln Dittmann, segn la
cual te habas criado en Pennsylvania y dabas clases de historia en
una escuela universitaria. Inclua un montn de ancdotas, como la
de una redada policial en un baile del instituto de Scranton, o la del
to Manny, de Jonestown, que amas una pequea fortuna fabricando ropa interior para el ejrcito en la Segunda Guerra Mundial. En
esa encarnacin habas visitado todos los campos de batalla de la

36

LEYENDAS

Guerra de Secesin al este del Mississippi. Tuviste tantas identidades


en tu vida que decas que a veces te olvidabas de qu detalles biogrcos eran reales y cules inventados. Te involucrabas tanto en tus
leyendas, te documentabas tan a fondo, las vivas tan intensamente,
que el departamento de contabilidad no saba qu nombre poner en
tu nmina. Voy a contarte un extrao secreto, Dante: yo no slo admiraba tu pericia en el ocio; tambin te envidiaba como persona. A
todo el mundo le gusta llevar una mscara, pero la mscara suprema
es tener identidades distintas que puedes ponerte y quitarte como
si te cambiaras de ropa: con alias, biografas que las acompaan, y
al nal, si eres realmente bueno, con personalidades y lenguas que
acompaan a las biografas.
Martin traz la seal de la cruz en el aire con su bidi en un gesto
burln.
Ave Maria, Gratia Plena, Dominus Tecumi, Benedicta Tu In
Mulieribus.
Con una mueca, Fred levant la mano para llamar a Xing a travs
del espejo.
Sera mucho pedir que traigan la cuenta? pregunt a gritos.
Sonri a Martin con dulzura. Supongo que has captado el mensaje
por el que he me he dado semejante paseo. Mantnte a distancia de
los maridos desaparecidos, Dante.
Por qu?
La pregunta irrit a Fred.
Porque te lo digo yo, maldita sea. Si por una de sas lo encontraras, tendramos que dar marcha atrs y replantearnos seriamente
ciertas decisiones que tomamos respecto a ti. Al nal resultaste ser
una manzana podrida, Dante.
Martin no tena la ms vaga idea de qu le hablaba.
Tal vez haba lmites que no poda traspasar dijo, en un intento de proseguir con la conversacin, esperando averiguar por qu se
despertaba por la noche baado en sudor fro.
No contratamos tu conciencia, slo tu cerebro y tu cuerpo. Y de
pronto, un buen da, hiciste algo que no era propio de ti; de hecho,
no era propio de ninguna de tus personalidades, y adoptaste lo que
popularmente se conoce como una postura moral. Se te ocurri pen-

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ROBERT LITTELL

sar que la moralidad se presenta con distintos sabores. Celebramos


una cumbre en Langley. Las opciones que tenamos no eran muy
complicadas: podamos dar por concluido tu trabajo o podamos dar
por concluida tu vida.
Y cul fue el voto nal?
Te puedes creer que hubo empate? Mi voto fue el decisivo. Vot
por los que queran dar por concluido tu trabajo, a condicin de que
ingresaras en uno de nuestros centros psiquitricos privados. Necesitbamos estar seguros
Antes de que Fred terminara la frase, apareci Minh con la cuenta plegada en un platillo. La dej entre los dos. Fred la cogi y ech
un vistazo a la ltima lnea; luego separ dos billetes de diez dlares
de un fajo y los ech al platillo. Encima puso un salero para sujetarlos. Martin y ella permanecieron en silencio, en espera de que la
camarera retirase el salero y se marchase con el platillo.
De verdad tena debilidad por ti dijo Fred por n, cabeceando
al recordar.
Necesitaba ayuda para recordar musit como si hablara
solo. No la recib.
Considrate afortunado repuso Fred. Se levant del banco.
No hagas nada que me lleve a lamentar mi voto, Dante. Ah, y suerte
con tu trabajo de detective. Si hay algo que no soporto es a los chechenos que birlan dientes de oro antes de incinerar el corpus delicti.

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