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Londres, en la actualidad:
Lily, una joven enóloga inglesa a punto de viajar a Italia para trabajar en uno de los mejores viñedos del país, recibe una inesperada convocatoria de un despacho de abogados. Al acudir a la cita, descubre que su abuela nació y fue dada en adopción en Hope's House, un hogar para madres solteras; las únicas pistas que tiene sobre su pasado familiar son una antigua receta de cocina manuscrita y un programa del teatro La Scala de Milán, de 1946.
Ya en Italia y con la ayuda de Antonio, un joven viticultor, Lily decide seguir ambas pistas, que la llevarán hasta una pequeña región del Piamonte donde descubrirá una fascinante historia de amor del pasado que cambiará su vida para siempre.
Milán, ochenta años atrás:
Estee, destinada a convertirse en la mayor prima ballerina de Italia, y Felix, heredero de una gran familia de empresarios, lo son todo el uno para el otro desde que se conocieron en la adolescencia, y, más que nada en el mundo, desean ser felices. Pero en una época en la que la moral y las normas sociales se imponen sobre la libertad de elegir un camino propio, ambos deberán enfrentarse con coraje y fortaleza al destino que otros han decidido para ellos.
Una novela arrolladora sobre secretos familiares, el poder del pasado y la fuerza del destino.
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La hija italiana (Serie Las hijas perdidas 1) - Soraya Lane
1
L
ONDRES, EN LA ACTUALIDAD
Lily empujó la puerta de su apartamento y entró en él tirando de la maleta y el petate.
—¿Hola? —preguntó en voz alta mientras cerraba la puerta acompañándola con el pie y lo dejaba caer todo al suelo.
Al no recibir respuesta, avanzó algunos pasos más, mirando a su alrededor, y constató que durante los cuatro años que había pasado fuera de casa allí no había cambiado nada. Ni las paredes de color blanco cálido, ni los cojines mullidos del sofá, ni el espejo dorado que colgaba sobre la repisa de la chimenea, en la que se amontonaban innumerables marcos.
Lily se detuvo a mirar las fotografías, que en su mayoría le devolvieron su propia amplia sonrisa. Estiró la mano para tocar la de su padre, resiguió su rostro con el pulgar, antes de pasar a la de su madre y darse cuenta de lo mucho que la había echado de menos.
Se paseó por la cocina y supo de manera instintiva, sin tener que buscar más, que su madre no estaba en casa. Vio una nota sobre el banco y la cogió, se apoyó en la encimera mientras su mirada se desplazaba veloz sobre aquellas palabras.
Me muero de ganas de verte, cariño, pero he decidido pasar unas semanas en Italia, aprovechando que hace tan buen tiempo ahora mismo. ¿Nos vemos allí?
Con amor,
M.
Lily se rio y dejó caer la nota. «¡Aquí estoy yo, anticipando el encuentro que tanto anhelaba, y resulta que se ha ido a Italia!» Pero no podía culparla; había tenido que buscarse la vida sin su única hija cuando esta se había ido a vivir al extranjero, y a Lily le encantaba que fuera feliz.
Vio una pila de sobres sin abrir, abandonados al lado de la tostadora, y los cogió con la esperanza de que fueran para ella. Encontró varios dirigidos a su madre, pero el que llamó su atención fue el que había abajo del todo.
A los herederos de Patricia Rhodes.
Lily hizo girar el sobre entre los dedos, preguntándose por qué su madre había dejado de abrir una carta dirigida a los herederos de su abuela. Reparó en el sello oficial de un bufete de abogados y pasó la uña por debajo, decidida a echarle un vistazo, mientras bostezaba porque el jet-lag de su vuelo de veinticuatro horas de duración estaba comenzando a afectarle. En el lugar donde había estado viviendo debía de ser casi medianoche, así que no era extraño que estuviera cansada.
A quien corresponda, en relación con la herencia de Patricia Rhodes.
Se solicita su presencia en las oficinas de Williamson, Clark & Duncan en Paddington, Londres, el viernes 26 de agosto a las 9 de la mañana para que se le haga entrega de un objeto que se ha legado a los herederos. Por favor, póngase en contacto con nuestro despacho para confirmar la recepción de esta carta.
Saludos cordiales,
John Williamson
Lily se frotó los ojos y volvió a leer la carta. Su abuela había fallecido cuando ella era una adolescente, más de diez años atrás, y ver su nombre le provocó un escalofrío extraño. Lily adoraba a su abuela; se trataba de la mujer más cariñosa y gentil que había conocido, y se dio cuenta, con sensación de culpa, de que llevaba mucho tiempo sin pensar de verdad en ella, en comparación con lo mucho que pensaba en su padre. Sonrió al recordar las visitas que le hacía, cuando a menudo se sentaban las dos a tomar el té bajo el sol mientras Lily le contaba todos sus problemas de adolescente.
Cogió el móvil y se apresuró a mandar un correo electrónico al abogado, pidiéndole más información. «Deben de haberse equivocado de persona. Me habría enterado si quedara algún asunto de la herencia por solucionar, ¿no?», pensó.
2
Lily abrió los ojos. Tardó unos instantes en descubrir dónde estaba; en un primer momento, al mirar hacia arriba, antes de incorporarse y apoyarse sobre los codos, el techo blanco y alto le había parecido desconocido.
Acabó por sentarse con las piernas fuera de la cama y se pasó los dedos por el pelo en un intento por desenredarlo. La habitación estaba a oscuras, la única luminosidad que se filtraba en ella procedía del pasillo, donde era evidente que se había dejado la luz encendida, y, mientras le echaba una ojeada al reloj que tenía al lado de la cama, vio que había dormido varias horas. Eran casi las cuatro de la mañana, lo cual quería decir que se había pasado durmiendo la mayor parte del día y de la noche, pero eso no había hecho que se sintiera mejor, se notaba tan aturdida como en el momento en que se acostó.
Se dirigió al baño y se echó agua en la cara mientras contemplaba su reflejo en el espejo circular que colgaba por encima del mueble del lavabo. Sin maquillaje, vio que tenía el puente de la nariz y el centro de las mejillas salpicados de pecas, una oda a la feroz luz solar de Nueva Zelanda, donde había estado viviendo y trabajando. Se tocó la piel con la yema de los dedos y sonrió, satisfecha con aquella nueva apariencia ligeramente bronceada. En combinación con su cabellera larga, oscura e indómita, parecía más una chica de playa que de ciudad, y eso también le gustó. Era una versión de sí misma más relajada; una versión que había tardado años en encontrar, y no quería renunciar a ella solo por haber regresado a casa, a Londres.
Lily se apartó la melena larga y oscura y se la recogió en un moño. Se dirigió con lentitud hacia la cocina en busca del móvil, que encontró sobre la encimera, allí donde lo había dejado. Revisó con rapidez su correo electrónico y vio un mensaje de un antiguo compañero, que venía acompañado de una foto del viñedo en el que ella había trabajado, los racimos de uvas cubiertos por una malla y la hierba teñida de blanco a causa del clima helado. Sonrió al imaginarse de nuevo allí, yendo a buscar su café diario al restaurante cuando este abriera, contemplando las filas y más filas de viñas que se extendían hasta donde llegaba la vista. Suspiró. Quizá debería haberse quedado en Nueva Zelanda en vez de aceptar aquel empleo de verano en Italia, pero siempre se había prometido a sí misma que obtendría toda la experiencia posible en países diferentes antes de establecerse en algún sitio.
Volvió a la bandeja de entrada, ojeándola en busca de algo interesante, y vio que el bufete de abogados le había contestado.
Estimada señorita Mackenzie:
Gracias por ponerse en contacto con nosotros. Somos conscientes de que el mensaje que le enviamos puede parecer misterioso, pero en nuestra opinión lo mejor sería discutir este tema en persona con usted o con otro miembro de su familia. Por favor, confírmenos que podrá asistir a la cita del viernes; si no es así, concertaremos otro encuentro a fin de poder reunirnos con usted.
Saludos cordiales,
John Williamson,
en nombre de los herederos de Hope Berenson
«¿Hope Berenson?» Lily frunció el ceño mientras le daba vueltas a aquel nombre en la cabeza, intentando descubrir si lo había oído antes o no. No le resultó familiar, y deseó que su madre estuviera allí para poder preguntárselo. Quizá se tratara de alguien procedente del pasado de su abuela, alguien que le había legado algo en su testamento, ignorando que ella había muerto mucho tiempo atrás. Esperó que no se tratara de algún artefacto antiguo que tuviera que arrastrar de vuelta a casa después de la cita.
Lily dejó el móvil y decidió prepararse un café. Necesitaba desesperadamente algo de cafeína que la ayudara a despertarse.
—¡Cariño! ¡Me alegro mucho de oír tu voz!
Lily se rio y apretó el móvil contra la oreja en un intento por oír mejor la voz rasposa de su madre, aquel mismo día más tarde.
—¡No me puedo creer que hayas decidido irte a Italia! —dijo—. Estaba medio esperando una fiesta de bienvenida.
Intentó no sonar demasiado alicaída ante el hecho de haber regresado a un apartamento vacío: si su madre era feliz, ella era feliz. Aún no había conocido a su nueva pareja, pero sin duda parecían llevar un estilo de vida maravilloso.
—Cariño, tú odias ser el centro de atención. Cómo iba a organizarte una fiesta...
Tenía razón. Lily lo odiaba, mientras que su madre se crecía en esas situaciones. Siempre se había preguntado si la extravagancia de su madre no habría influido en su naturaleza, más tímida e introvertida.
—¿Cuándo vienes? ¿Te veremos en el lago de Como?
—Llegaré dentro de un par de semanas. Será genial verte, aunque solo sea por una noche o dos.
—¡Maravilloso! Ahora tengo que dejarte, cariño, estamos a punto de subir a un hermoso yate para pasar el día en él, pero... ¿estás segura de que no puedes cambiar el vuelo y venir antes para pasar más tiempo con nosotros?
Pese a que su madre no podía verla, Lily negó con la cabeza. Tenía muchas ganas de viajar por Italia, era un lugar que siempre había deseado visitar, pero no quería estar allí rodeada de tantos turistas. No veía el momento de empaparse de su cultura y caminar por sus viñedos, inhalando el aire fresco y conociendo a los responsables de la vendimia y de hacer el vino. Quería descubrir pequeños restaurantes y codearse con la gente del lugar en mercados pintorescos, no sumarse a la muchedumbre de fans que acudían al lago de Como para intentar entrever a George Clooney. Que, por extraño que pudiera parecer, era exactamente la intención de su madre.
—Tengo algunas cosas que hacer en Londres antes, así que no podré cambiarlo, pero tengo muchas ganas de verte —contestó Lily—. Ah, antes de que te vayas, el nombre de Hope Berenson, ¿te dice algo?
—No, ¿por qué?
—Es solo que había una carta aquí, de un abogado, dirigida a los herederos de la abuela.
—Ya sabes cómo soy con el correo, querida. Debí de olvidar abrirla.
—No pasa nada. Voy a averiguar de qué va todo esto y ya te contaré.
—Ciao, bella! —dijo su madre con una cantinela antes de que se cortara la comunicación.
Lily permaneció un instante con el móvil en la mano, imaginándose a su madre con uno de sus caftanes de colores brillantes, repleta de joyería, mientras se subía a algún barco bonito. Se sentía feliz de veras por ella. Siempre había sido una madre maravillosa; de pequeña, en todo momento pensó primero en Lily y mantuvo las cosas en pie tras la muerte de su padre, se centró en su pequeña familia hasta que Lily se marchó a la universidad. Y, por muy agradecida que ella se sintiera por el hecho de que su madre hubiera conocido a alguien, también estaba nerviosa ante la idea de encontrarse con el primer hombre que había apresado su corazón desde la muerte de su padre.
—Diviértete —le dijo al móvil mientras lo dejaba y decidía darse una ducha.
Abrió el grifo del baño y esperó a que el agua se calentara y el vapor llenara la estancia mientras no dejaba de darle vueltas en la cabeza al nombre de Hope Berenson. Cerró los ojos y permitió que el agua le corriera por la cara y descendiera por su cuerpo.
Tendría que esperar dos días hasta la cita y la curiosidad la estaba matando.
3
Lily permanecía sentada en la sala de espera de Williamson, Clark & Duncan, con la revista que fingía estar leyendo plantada sobre los muslos. Levantó la vista cuando entró una mujer joven; la observó detenerse a hablar con la recepcionista en susurros.
Antes de que la mujer se volviera, Lily se apresuró a bajar los ojos hacia la revista, ya que no deseaba que la pillara mirándola fijamente. Pero era extrañísimo: había un solo hombre allí sentado, esperando. El resto eran mujeres de edad parecida a la suya que hojeaban sus revistas en silencio.
Lily consultó el reloj y se removió en el asiento a la vez que una voz llamaba su atención.
—Discúlpenme todas, y pido perdón por dirigirme a ustedes como grupo, pero, por favor, ¿podrían acompañarme Lily, Georgia, Claudia, Ella, Blake y Rose?
Lily intercambió una mirada con algunas de las otras mujeres, preguntándose qué demonios estaba pasando.
—¿Tienes alguna idea de qué va todo esto? —le preguntó en un susurro a una guapa mujer rubia que avanzaba a su lado.
La rubia negó con la cabeza.
—Ni idea. De hecho, estoy comenzando a preguntarme para qué he venido.
—Somos demasiado curiosas como para no hacerlo, supongo —dijo otra mujer, y Lily sonrió mirándola a los ojos—. Quizá estamos aquí para heredar una millonada, o están a punto de secuestrarnos. En un caso u otro, en el fondo estoy convencida de que se trata de una estafa.
Lily se rio. Estaba bastante segura de que no iban a encontrar un final espeluznante en un despacho de abogados cuya fachada de cristal daba a Paddington, pero sin duda compartía su escepticismo.
Al fin entraron en una amplia sala de conferencias y las guiaron a sus asientos. En la cabecera de la mesa las esperaba un hombre bien vestido, con un traje de color gris. A su izquierda había una mujer en la treintena de vestuario impecable, con una blusa de seda y unos pantalones negros de cintura alta, el pelo recogido en una cola de caballo tirante. No obstante, pese a su aspecto pulcro, parecía nerviosa, tenía los ojos muy abiertos.
Lily se sentó mientras el asistente que las había llevado hasta aquella sala repartía unas hojas de papel. Nadie tocó las pastas y el café que habían colocado en el centro de la mesa, ni siquiera cuando el asistente las invitó a hacerlo.
—Quiero darles la bienvenida a todas y agradecerles que hayan venido —dijo el hombre tras ponerse en pie, sonriéndoles. Tenía el cabello canoso, de un tono más claro que el color gris de su traje, y pareció más joven al dirigirse al grupo—. Se habrán dado cuenta de que son ustedes seis personas, y, aunque soy consciente de que es muy poco habitual que a uno lo inviten de manera inesperada a una reunión de grupo, en este caso tenía sentido que estuvieran todas juntas.
Lily lo examinó, sin tener aún la menor idea de lo que estaba pasando. Se aclaró la garganta, tentada de ponerse en pie y marcharse de allí sin más, pero la curiosidad pudo de nuevo con ella.
—Me llamo John Williamson, y esta es mi clienta, Mia Jones. Fue ella quien tuvo la idea de reunirlas a todas hoy aquí, ya que está siguiendo los deseos de su tía, Hope Berenson, a quien nuestro bufete también representó hace muchos años.
Lily cogió el papel que tenía frente a ella y se puso a juguetear con las esquinas mientras escuchaba.
—Mia, ¿quieres tomar el relevo y explicarte un poco más?
La mujer asintió con la cabeza y se puso en pie con aspecto nervioso. Lily se recostó en la silla para escucharla.
—Yo también quiero daros las gracias por haber venido hoy, y os pido perdón por el rubor en mis mejillas. No estoy acostumbrada a hablar con tanta gente a la vez. —Les dirigió una sonrisita ansiosa—. Debo confesar que llevo toda la mañana nerviosa.
Lily sonrió y fue casi como si todo el mundo hubiera exhalado a la vez. Tras aquella admisión, la sala se relajó de inmediato.
—Como acabáis de saber, mi tía se llamaba Hope Berenson, y durante muchos años dirigió una residencia privada aquí, en Londres, llamada Hope’s House, para madres solteras y sus bebés. Era muy conocida por su discreción, así como por su bondad, pese a la época —dijo Mia con una risita, y paseó una mirada nerviosa por la sala—. Estoy segura de que os estaréis preguntando por qué demonios os cuento todo esto, pero confiad en mí, muy pronto tendrá sentido.
Lily se inclinó hacia delante. ¿Cuál podría haber sido la relación de su abuela con esa tal Hope’s House? Hasta donde ella sabía, solo había tenido un hijo: su padre. ¿Había otro niño ahí fuera, dando vueltas por el mundo, nacido en los años de juventud de su abuela? ¿O la conexión se remontaba aún más atrás en el tiempo?
—La casa lleva muchos años abandonada, pero dentro de poco la demolerán para dejar sitio a un nuevo complejo residencial, así que fui a echarle un último vistazo al lugar antes de que lo tiraran abajo.
Lily miró al resto de las mujeres alrededor de la mesa. Todas observaban a Mia, la mayor parte con el ceño fruncido o las cejas enarcadas, como si ellas también estuvieran intentando entender su conexión personal con esa casa de la que les estaban hablando.
—Exactamente, ¿qué tiene que ver esa vieja casa con nosotras? —preguntó una joven de cabello castaño que estaba sentada justo delante de Lily.
—Perdón, ¡debería haber comenzado por ahí! —dijo Mia con aspecto avergonzado mientras se alejaba de su silla y cruzaba la estancia—. Mi tía tenía allí un despacho de gran tamaño donde guardaba sus documentos y demás, y recordé lo mucho que le gustaba a mi madre la alfombra de aquella habitación. Así que decidí enrollarla y ver si podía usarla en algún sitio en vez de dejar que la tiraran, pero al hacerlo vi algo entre dos de los tablones del suelo. Y, porque soy como soy..., bueno, tuve que regresar con algo con lo que levantarlos para ver lo que había debajo.
Un escalofrío recorrió a Lily, que tragó saliva con dificultad a la espera de oír el resto de la historia, mientras observaba a Mia coger una cajita de la mesa situada al fondo de la sala.
—Tras levantar el primer tablón vi dos cajas pequeñas y polvorientas, y cuando quité el segundo encontré más, todas alineadas y con etiquetas manuscritas a juego. No podía creer lo que había descubierto, pero en cuanto vi que cada cajita llevaba escrito un nombre supe que no me correspondía a mí abrirlas, por mucho que me muriera de ganas de averiguar lo que contenían. —Mia sonrió mientras levantaba la vista y la paseaba por cada una de las presentes antes de proseguir—: Hoy he traído esas cajas conmigo, para mostrároslas. No me puedo creer que mi curiosidad os haya reunido a todas.
Mia fue colocando con cuidado una caja tras otra sobre la mesa, y Lily estiró el cuello para mirarlas. En ese momento lo vio, claro como el agua: «Patricia Rhodes». Miró a Mia, incrédula, mientras el abogado volvía a tomar la palabra. «¿Por qué aparece el nombre de mi abuela en una de esas cajas?», se preguntó.
—Después de encontrarlas, Mia me trajo las cajas y repasamos todos los viejos registros del despacho de su tía. Estaban meticulosamente documentados y, aunque esos registros deberían haber seguido siendo privados, en este caso decidimos buscar los nombres que aparecían en las cajas, para ver si podíamos entregárselas a sus legítimos propietarios. Me sentí obligado a hacer todo lo posible.
—¿Has abierto alguna? —preguntó Lily, mirando a Mia a los ojos.
—No —dijo la mujer en voz baja, más suave que antes—. Ese es el motivo por el que os he pedido que vinierais hoy aquí, para que podáis decidir si queréis abrirlas o no. —Se le llenaron los ojos de lágrimas, y Lily vio que se las secaba con rapidez—. Debieron de tener una gran importancia para mi tía si las mantuvo ocultas durante todo ese tiempo, pero lo que no entiendo es por qué no llegó a dárselas a sus legítimas propietarias en vida. Sentí que mi deber consistía al menos en intentarlo, y ahora cada una de vosotras debe decidir si permanecen cerradas o no.
Lily sintió un deseo abrumador de ponerse en pie y abrazar a Mia, pero, mientras la observaba, vio que la mujer enderezaba la espalda y que aquel momento de vulnerabilidad había quedado atrás.
—Lo que no sabemos —dijo el abogado, que plantó las manos sobre la mesa mientras se levantaba con lentitud de la silla— es si hubo otras cajas que sí se entregaron con el paso de los años. O si Hope decidió quedarse estas siete por algún motivo, o si no las reclamaron.
—O si decidió, de nuevo por sus propias razones, que era mejor que siguieran escondidas —terminó Mia la frase por él—. En tal caso, habré revelado algo que debía permanecer enterrado.
El abogado se aclaró la garganta.
—Sí. Pero, sea cual sea el motivo, mi deber consiste en entregárselas a sus legítimas propietarias o, para el caso, a los herederos de estas.
—¿Y no tienen ni idea de lo que hay en su interior? —preguntó otra mujer al otro lado de la sala.
—No, no lo sabemos —contestó Mia.
—Bueno, por interesante que suene todo esto, yo tengo que volver al trabajo —dijo una hermosa mujer morena, que ocupaba el asiento más apartado del resto—. Si me pueden pasar la caja con la etiqueta de Cara Montano, me iré.
A Lily la sorprendió la falta de interés que aparentaba, ya que ella misma ansiaba abrir la caja de su abuela para ver su contenido.
—Gracias por venir —dijo el abogado—. Si tiene alguna pregunta, no dude en ponerse en contacto conmigo.
La mujer asintió con la cabeza, pero, a juzgar por la expresión de su rostro, Lily dudó que tuviera la menor intención de mantener el contacto. Nadie más se movió mientras ella firmaba un papel y mostraba un documento de identificación con su foto. Acto seguido, dejó caer la cajita en su bolso extragrande y salió dando zancadas de la sala. Lily vio que se llamaba Georgia.
El abogado se aclaró la garganta.
—Si son tan amables de ir diciendo su nombre de una en una y firmar la documentación que tienen delante, les entregaré las cajas que quedan. Soy consciente de que algunas tienen otras cuestiones que atender.
Lily permaneció sentada mientras le echaba un vistazo al papel que tenía enfrente, le dirigió una sonrisa a Mia cuando esta le pasó un bolígrafo.
—Gracias. —Firmó y levantó la mirada—. Todo esto resulta bastante misterioso, ¿no?
Mia sonrió y Lily se dio cuenta de lo bonita que era cuando sus rasgos se relajaban. Era como si una máscara los hubiera estado comprimiendo; quizá había fingido confianza para dirigirse a todas ellas.
—Sé que toda esta situación es extraña, pero, cuando vi el cuidado con el que mi tía había etiquetado cada caja, me sentí obligada a buscar a sus legítimas propietarias. No podría haber vivido conmigo misma si hubieran seguido en el edificio cuando lo demolieran.
Lily asintió con la cabeza.
—Es una lástima que pasaran tantos años escondidas.
Mia cogió los papeles de Lily y se los pasó al abogado antes de entregarle la cajita, que estaba hecha de madera. La rodeaba un cordel atado con firmeza y tenía una etiqueta de cartón que identificaba con claridad a su dueña. Lily resiguió con la mirada el nombre de su abuela, aquellas letras enlazadas entre sí con una caligrafía perfecta, igual que en el resto de las etiquetas. Era evidente que una misma persona se había encargado de etiquetar todas las cajas.
Sintió la tentación de tirar del cordel y desatarlo allí mismo, en aquel momento, pero en su lugar deslizó el pulgar por la superficie de la caja y dejó que se disparara su imaginación mientras se preguntaba qué podía haber allí dentro.
—No tengo nada más que añadir, así que, a menos que tengan alguna pregunta... —La voz del abogado se fue apagando.
Lily negó con la cabeza, acabó por levantar la vista y mirar de nuevo a los ojos de Mia. Había algo en ella que la impresionaba, quizá su soledad, y, mientras se ponía fin a la reunión, se descubrió inclinándose hacia la mujer para decirle:
—Estoy tentada de abrir la mía ahora mismo. Nunca se me han dado bien las sorpresas.
—Antes de abrirla, asegúrate de que de verdad quieres revelar el pasado. Conocerlo podría hacer que algunas cosas cambien, tanto en relación con tu familia como sobre lo que creías saber acerca de tu abuela. Hay secretos que deben permanecer ocultos, y ese ha sido mi único temor mientras os buscaba a todas.
Lily asintió con la cabeza.
—Lo comprendo. Si te soy sincera, me sorprende un poco saber que mi abuela está relacionada de algún modo con todo esto.
Mia asintió con la cabeza.
—Lo sé, créeme. Hasta hace muy poco no supe casi nada sobre este asunto, pero mi tía llevaba un diario y lo encontré escondido con las cajas. Lo he estado leyendo durante las últimas semanas. Por esa casa pasaron decenas de mujeres; algunas querían deshacerse de sus bebés y a otras les partió el corazón tener que renunciar a ellos. —Hizo una pausa.
—Pero, si tantas mujeres dieron a luz allí, ¿no debería haber más cajas? —preguntó Lily.
—Es posible —contestó Mia—. Pero quizá esas ya fueron reclamadas. Quizá vuestras abuelas fueron las que nunca volvieron por allí en busca de respuestas...
—Oh, ¿alguien ha olvidado esa? —preguntó Lily, haciendo un gesto hacia la caja que había quedado sobre la mesa mientras se guardaba la suya en el bolso.
—No, esta séptima está sin reclamar —contestó Mia—. Para serte sincera, ni siquiera sé por qué la he traído, ya que no hemos encontrado ningún dato de contacto, pero no me parecía bien dejarla de lado.
Lily se quedó mirándola, leyendo aquel nombre desconocido en su etiqueta y preguntándose a quién podría pertenecer. El hecho de que el resto de las mujeres hubieran acudido a reclamar sus cajas era increíble de por sí, pero supuso que todas habían sentido la misma curiosidad que ella.
—Gracias de nuevo por haber hecho todo esto —dijo Lily.
—Espero que la caja no contenga demasiadas sorpresas —contestó Mia, que levantó la mano a modo de despedida.
Lily le devolvió el saludo y abandonó la sala dirigiéndole una sonrisa a la mujer que salía al mismo tiempo que ella. Unas horas antes había estado echando de menos un país que no era su hogar de verdad, a la gente con la que había pasado los últimos cuatro años y medio, tentada de subirse a un avión y regresar. Pero, de repente, sentía que Londres era exactamente el lugar en el que debía estar. Y de no haber vuelto a casa, nunca habría recibido
