Paulina Machuca
Paulina Machuca es profesora-investigadora de El Colegio de Michoacán. En los últimos años se ha especializado en la historia de los intercambios culturales entre México y Filipinas durante los siglos XVI al XVIII, periodo en que el Galeón de Manila transportaba individuos, recursos materiales y naturales, pero también ideas y técnicas entre el mundo asiático y el americano. Para ello, ha realizado trabajo etnográfico en Luzón, las Bisayas y Mindanao (Filipinas) en distintos años, así como investigación documental en archivos de México, España y Filipinas. Entre la producción científica más reciente se encuentran el libro coordinado con Thomas Calvo (2016), México y Filipinas: culturas y memorias sobre el Pacífico, bajo el sello de El Colegio de Michoacán y el Ateneo de Manila University. En 2013 dirigió el documental Hacer tuba en México y Filipinas: cuatro siglos de historia compartida. Es autora de diversos artículos en revistas arbitradas y capítulos de libros en publicaciones nacionales e internacionales, entre los que destaca: “The arrival of American plants in the Philippines: ecological colonialism in the Sixteenth to the Eighteenth centuries”, revista Anais de História de Além-Mar de la Universidade Nova de Lisboa (2014). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 2, y en 2011 recibió la Beca para la Mujer en las Humanidades, distinción otorgada por la Presidencia de la República y el CONACYT.
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Filipinas está situada en una encrucijada de varios mundos. A lo largo de su historia ha recibido la influencia de diversas culturas, desde la India, China, el Medio Oriente, el Sudeste de Asia y el mundo occidental. La implantación del sistema colonial español (1565-1898) y estadunidense (1899-1946) marcó significativamente el devenir de las distintas poblaciones del archipiélago. Este doble proceso de colonización, implementado en las islas bajo modelos diferentes pero con una matriz occidental, ha convertido a Filipinas en “el país más occidental de Asia”, o si se quiere ver así, en “el país menos oriental del Oriente”; hay incluso quienes afirman que se trata de “un país latinoamericano en Asia”. Es, en efecto, una nación de mayoría católica que antaño constituyó la puerta hispanoamericana en Asia.
En noviembre de 2014, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, tuvo lugar un encuentro entre investigadores de los dos lados del Pacífico: esta vez fue un diálogo directo entre mexicanos y filipinos, sin intermediaciones. No se trataba de dar la espalda a los tiempos coloniales, el zócalo sobre el cual descansan las dos sociedades y sus culturas, sino de dialogar y reflexionar a partir de esa herencia común, vivida de manera conjunta en los siglos XVI al XVIII, pero con un rumbo distinto durante los siglos XIX y XX.
México y Filipinas tuvieron experiencias similares y complementarias a través de la lengua, la religión, y una diversidad de prácticas culturales. Como regiones tropicales, intercambiaron productos que hoy forman parte esencial de sus identidades: maíz, piña, cacao y papaya, a cambio de mango, tamarindo y palma de coco. ¿Qué significaron estos intercambios en la vida de cada país? Las respuestas a esa interrogante, reflexionadas desde la historia, la antropología y la geopolítica, y emanadas de ese coloquio, es lo que este libro ofrece al lector.
A cuatro siglos y medio desde aquel primer encuentro, es preciso volver a recobrar los lazos que una vez unieron a nuestras culturas y, con ello, empezar a escribir la segunda parte de esta historia.
Durante mucho tiempo, este tipo de intérprete cargó con el estigma de la traición. Hablar de traductores evoca a la Malinche (en Nueva España) o a Felipillo (en el Perú) cuando parecían entregar a sus pueblos a los conquistadores mediante la negociación lingüística.
Papers
de Manila, a menudo extendido en espacios, procesos y
volúmenes documentales de corte económico, este artículo
se enfoca en la observación de un fenómeno histórico local,
pero completamente imbricado en la red de interacciones
producidas por la primera globalización, a saber: la itinerancia
de tres individuos ordinarios procedentes del mundo asiático,
y su establecimiento en la provincia de Colima a principios
del siglo XVII. El principal rasgo de estos «chinos» o «indios chinos» —como se conocía a los asiáticos establecidos en la
Nueva España— es su capacidad de firmar sus nombres en
baybayin, la antigua escritura filipina. El hecho de que estas firmas
estén resguardadas en el Archivo Histórico del Municipio de
Colima, a más de 13,000 kilómetros de distancia de Filipinas, es
una muestra de las consecuencias de esa primera globalización.
Filipinas está situada en una encrucijada de varios mundos. A lo largo de su historia ha recibido la influencia de diversas culturas, desde la India, China, el Medio Oriente, el Sudeste de Asia y el mundo occidental. La implantación del sistema colonial español (1565-1898) y estadunidense (1899-1946) marcó significativamente el devenir de las distintas poblaciones del archipiélago. Este doble proceso de colonización, implementado en las islas bajo modelos diferentes pero con una matriz occidental, ha convertido a Filipinas en “el país más occidental de Asia”, o si se quiere ver así, en “el país menos oriental del Oriente”; hay incluso quienes afirman que se trata de “un país latinoamericano en Asia”. Es, en efecto, una nación de mayoría católica que antaño constituyó la puerta hispanoamericana en Asia.
En noviembre de 2014, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, tuvo lugar un encuentro entre investigadores de los dos lados del Pacífico: esta vez fue un diálogo directo entre mexicanos y filipinos, sin intermediaciones. No se trataba de dar la espalda a los tiempos coloniales, el zócalo sobre el cual descansan las dos sociedades y sus culturas, sino de dialogar y reflexionar a partir de esa herencia común, vivida de manera conjunta en los siglos XVI al XVIII, pero con un rumbo distinto durante los siglos XIX y XX.
México y Filipinas tuvieron experiencias similares y complementarias a través de la lengua, la religión, y una diversidad de prácticas culturales. Como regiones tropicales, intercambiaron productos que hoy forman parte esencial de sus identidades: maíz, piña, cacao y papaya, a cambio de mango, tamarindo y palma de coco. ¿Qué significaron estos intercambios en la vida de cada país? Las respuestas a esa interrogante, reflexionadas desde la historia, la antropología y la geopolítica, y emanadas de ese coloquio, es lo que este libro ofrece al lector.
A cuatro siglos y medio desde aquel primer encuentro, es preciso volver a recobrar los lazos que una vez unieron a nuestras culturas y, con ello, empezar a escribir la segunda parte de esta historia.
Durante mucho tiempo, este tipo de intérprete cargó con el estigma de la traición. Hablar de traductores evoca a la Malinche (en Nueva España) o a Felipillo (en el Perú) cuando parecían entregar a sus pueblos a los conquistadores mediante la negociación lingüística.
de Manila, a menudo extendido en espacios, procesos y
volúmenes documentales de corte económico, este artículo
se enfoca en la observación de un fenómeno histórico local,
pero completamente imbricado en la red de interacciones
producidas por la primera globalización, a saber: la itinerancia
de tres individuos ordinarios procedentes del mundo asiático,
y su establecimiento en la provincia de Colima a principios
del siglo XVII. El principal rasgo de estos «chinos» o «indios chinos» —como se conocía a los asiáticos establecidos en la
Nueva España— es su capacidad de firmar sus nombres en
baybayin, la antigua escritura filipina. El hecho de que estas firmas
estén resguardadas en el Archivo Histórico del Municipio de
Colima, a más de 13,000 kilómetros de distancia de Filipinas, es
una muestra de las consecuencias de esa primera globalización.
Ces déclarations de Pineda doivent être mises en contexte dans le cadre d’une conjoncture histo¬rique qui n’a pas été suffisamment abordée encore, celle des déplacements transcontinentaux dans l’espace de la Monarchie hispanique, au long de l’époque moderne ; et plus encore l’histoire des connexions rurales et la circulation des savoirs traditionnels entre sociétés indigènes, à travers le Pacifique, aux temps du galion de Manille. C’est pour cela que dans cet article j’essaierai de mettre en scène les formes d’insertion des Philippins–connus en Nouvelle Espagne comme « Indiens chinois »- en particulier ceux que leur profession faisait appeler « vinateros » (producteurs de vin de palmier) dans la province de Colima, au long du XVIIe siècle. J’ai divisé le texte en deux parties : dans un premier temps je traiterai de quelques aspects sociaux de cette population, comme leurs origines géographiques, leur localisation à Colima, leur statut juridique, leur activité comme vinateros. Dans un second temps j’expliquerai les différents mécanismes d’insertion socio-économique de ces individus dans les différentes haciendas de beneficio de palma.
Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Primavera 2019, volumen 6, número 1
http://revista.carayanpress.com/page143/vinodecocos.html