Vargas, una geografía entre la montaña y el mar. A 20 años de la tragedia EL ALARGADO Y ESTRECHO ESPACIO GEOGRÁFICO del estado Vargas se extiende entre la montaña y el mar, con casi mil quinientos kilómetros cuadrados de territorio...
moreVargas, una geografía entre la montaña y el mar. A 20 años de la tragedia EL ALARGADO Y ESTRECHO ESPACIO GEOGRÁFICO del estado Vargas se extiende entre la montaña y el mar, con casi mil quinientos kilómetros cuadrados de territorio mayormente montañoso, localizado en la región venezolana denominada Litoral Central. El mar Caribe, sobre el cual el estado asoma cerca de 120 kilómetros de costas, y las cumbreras de la serranía del Litoral, de abruptas vertientes norteñas por las que se precipita la caldereta, limitan y definen la geografía de la entidad federal que desde 1864, con múltiples variantes político-administrativas, honra la memoria del ilustrísimo prócer civil José María Vargas. La montaña es una presencia constante en el estado Vargas, desde la cima del Naiguatá, a 2.765 metros de elevación, hasta los peñascosos tramos costeros, donde se hunde directamente en el mar. Pero la montaña también está presente en los conos y abanicos aluviales sobre los que se asientan los principales centros poblados, así como en los pedregosos playones que bordean las pequeñas ensenadas-Macuto es uno de los mejores ejemplos,-donde "a lo largo de la playa resuena interminable el fragor del pedrusco arrastrado por la resaca", en palabras de Rómulo Gallegos. Porque los peñones, gravas y arenas que conforman aquellas acumulaciones, fueron alguna vez arrancados de la montaña y depositados a orilla del mar por torrentes como el Piedra Azul, el Osorio, El Cojo, los Camurí-Chico y Grande-, el San Julián y otros, que bajan de las alturas avileñas como mansos hilos de agua si sólo los alimenta el escurrimiento de la selva nublada, o como descomunales corrientes de inmenso poder de arrastre, cuando reciben en sus cabeceras precipitaciones de extraordinaria magnitud, como las de febrero de 1951 y de diciembre de 1999. Alguien podría hablar, entonces, también de un tremendo poder destructivo, pero esta apreciación sería marcadamente antropocéntrica y pasaría por alto flaquezas exclusivamente humanas, como la ignorancia, la desmemoria y la irresponsabilidad. Quizá también la miseria. La evolución cuaternaria del Litoral Central registró numerosos episodios de esta última naturaleza: formidables crecientes cuyas huellas están depositadas en los estratos milenarios que conforman una suerte de infolio geológico, cuyas páginas no han terminado de estudiarse.