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Sujetos de violencia en sociedades agropastoriles de la Puna meridional
argentina: prácticas mortuorias y evidencia de traumas en esqueletos humanos
del sitio de Punta de la Peña 9.I, Antofagasta de la Sierra, Catamarca,
Argentina
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Lucía G. Gonzalez Baroni, Claudia M. Aranda y Leandro H. Luna
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Este artículo discute las evidencias de violencia perimortem y las relaciones espaciales de partes esqueletales recuperadas en
la Estructura Funeraria 4 del sector I del sitio de Punta de la Peña 9 (Antofagasta de la Sierra, Catamarca, Argentina). Esta
estructura, que contiene varios individuos correspondientes a la segunda mitad del primer milenio dC, presenta evidencias de
haber sido reabierta en al menos dos eventos de inhumación, lo que produjo alteraciones de los patrones mortuorios y desarticulación de partes anatómicas. Estas reaperturas se relacionan con una dinámica particular de las prácticas de entierro en
Antofagasta de la Sierra. Se trata del primer entierro secundario múltiple identificado para el área, el cual incluye a su vez los
primeros casos de trauma intencional y muerte en condiciones violentas. Se inhumaron al menos siete individuos de ambos
sexos y de distintos rangos de edad, cuatro de los cuales presentan lesiones perimortem en los cráneos, evidencia directa de
situaciones de violencia interpersonal para los grupos agropastoriles de este período.
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Palabras clave: arqueología de la Puna meridional argentina, violencia interpersonal perimortem, entierro secundario
múltiple, sociedades agropastoriles
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In this article, we discuss the evidence of perimortem violence and the spatial relationships of human osteological remains
recovered from Funeral Structure 4, Sector I of the Punta de la Peña 9 site (Antofagasta de la Sierra, Catamarca, Argentina).
This structure contained several individuals that were buried during the second half of the first millennium AD. It was reopened
at least twice, which altered the mortuary patterns and disarticulated skeletal elements. The reopening of this tomb is related to
the particular dynamics of the burial practices in Antofagasta de la Sierra. This study is especially noteworthy because it is the
first multiple secondary burial identified in the area and shows the first evidence of intentional trauma and violent death. At
least seven individuals of both sexes and different age ranges were buried in the tomb, four of whom present perimortem lesions
in their skulls. This is direct evidence of interpersonal violence in the agropastoral societies of this period.
Keywords: archaeology of the Southern Puna (Argentina), perimortem interpersonal violence, multiple secondary burials,
agropastoral societies
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E
humanos recuperados del sector I del sitio de
Punta de la Peña 9 (PP9.I), ubicado a 10 km de
Antofagasta de la Sierra (ANS), Catamarca,
Argentina. Este tema fue abordado a través del
análisis del arte rupestre, interpretando escenas
de enfrentamientos producto de situaciones de
competencia por recursos y territorios (Aschero
ste trabajo contribuye a la problemática
que evalúa los procesos de conflicto
social en los Andes Centro-Sur, cuyos
antecedentes son escasos e indican cambios
sociopolíticos profundos en las sociedades puneñas del primer milenio de la era. Se discute información obtenida a partir del análisis de restos
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Lucía G. Gonzalez Baroni ▪ CONICET. Instituto de Arqueología y Museo. Facultad de Ciencias Naturales, Universidad
Nacional de Tucumán, Argentina (luciagonzalezbaroni@gmail.com)
Claudia M. Aranda ▪ Cátedra de Endodoncia, Facultad de Odontología, Universidad de Buenos Aires, Argentina
(arandaclau@gmail.com)
Leandro H. Luna ▪ CONICET. Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas. Facultad de Filosofía y Letras, Q1
Buenos Aires, Argentina (lunaranda@gmail.com, autor de contacto)
Latin American Antiquity, pp. 1–20
Copyright © 2019 by the Society for American Archaeology
doi:10.1017/laq.2019.41
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y Martel 2005). Las lesiones traumáticas perimortem y las prácticas mortuorias de desmembramiento evidenciadas en los restos humanos de la
Estructura Funeraria 4 (EF4) de PP9.I aportan
nuevos datos al respecto (Gonzalez Baroni 2013).
Las evidencias más tempranas de situaciones
de violencia como fenómeno social fueron identificadas en especies homínidas diferentes de
Homo sapiens (Hutton Estabrook y Frayer
2014; Sherrow 2012). En su largo desarrollo
desde entonces, constituyó y constituye una
práctica humana modelada por la ideología y
con una diversidad de expresiones culturales
(Ogilvie y Hilton 2000; Parker Pearson y Thorpe
2005; Scherer y Verano 2014). Se considera aquí
que el concepto de violencia incluye cualquier
práctica social que implique el uso de la fuerza
material o ideológica para dañar física o psíquicamente y que involucre vínculos de poder jerárquico y desigual (Knüsel y Smith 2014). El
estudio bioarqueológico de los indicadores de
violencia contribuye al análisis de procesos de
tensión social en distintos niveles, ya sea disputas de pocas personas durante períodos cortos o
problemáticas más complejas y prolongadas
como la guerra, que implica el desarrollo de
acciones articuladas, sistemáticas, prolongadas
e institucionalizadas (Guilaine y Zammit 2005;
Parker Pearson y Thorpe 2005; Scherer y Verano
2014; Walker 2001). En este caso se evalúan
indicadores de violencia a pequeña escala, que
involucran a actores sociales en grupos reducidos
de pastores y agricultores en un área sin indicadores arqueológicos como estructuras defensivas
o grandes poblados para el periodo analizado.
Los estudios sobre la violencia prehispánica
en los Andes fueron considerados usualmente
en el contexto de expansiones y colapsos
imperiales, competencia económica, sacrificios
humanos o guerras rituales (Arkush y Stanish
2005; Kurin 2016; Tung 2012; Verano 2007,
2008). Desde la óptica de la sacralidad, se le
otorgó una valoración positiva como elemento
cohesionador de la sociedad y, en general, se la
explicó como un acto ritual, justificándola ideológicamente (Scherer y Verano 2014). Esta perspectiva se nutre principalmente en el desarrollo
de batallas rituales similares al tinku, destacando
su aspecto funcional de liberación de la tensión
social (Arkush y Stanish 2005; Tung 2007a;
Turner 1969). En contraste, son escasos los estudios bioarqueológicos que se centran en la violencia no ritual (e.g., Tung 2012; Tung y Owen
2006; Vega 2014).
Este trabajo adhiere a la propuesta de Tantaleán y Gonzáles Panta (2012), quienes plantean
un enfoque que trasciende la dicotomía simplificadora de las acciones humanas como buenas o
malas, para evitar enfatizar en forma artificial
las características “exóticas” de las sociedades
prehispánicas desde una perspectiva occidental.
Busca superar el carácter meramente descriptivo
para explicar la naturaleza de la acción (origen,
desarrollo y fines) desde la materialidad. Para
identificar las prácticas violentas, consideran
los medios disponibles para ejercerlas o rechazarlas (armas, cascos, cadáveres expuestos o desmembrados, etc.), su espacio de ejercicio (fosas
comunes, arquitectura, etc.) y sus sujetos (traumatismos, heridas, mutilaciones, etc.; Lull et al.
2006; Tantaleán y Gonzáles Panta 2012). Asimismo, plantean que estas situaciones se desencadenan como consecuencia de tensiones en las
relaciones personales, ya que el conflicto puede
ser entendido como una herramienta de negociación y competencia dentro del entramado social
(De Waal 2000). En este contexto, el objetivo del
presente trabajo es contribuir a la discusión acerca
de la naturaleza de estas prácticas a partir del estudio bioarqueológico de los individuos recuperados
en EF4, considerando las evidencias de violencia
perimortem y las características particulares de la
distribución y completitud esqueletal.
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Antecedentes de Situaciones de Violencia y
Entierros Secundarios en Antofagasta de
la Sierra y Zonas Aledañas
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Se describe y discute el primer caso documentado de trauma perimortem en Antofagasta de
la Sierra, insertándolo en el marco de los procesos sociales planteados para las sociedades agropastoriles de la segunda mitad del primer milenio
dC. Los antecedentes de manifestaciones de violencia en zonas aledañas son escasos. Para el
Noroeste Argentino (NOA), Ortíz y Seldes
(2012) proporcionan datos sobre traumas perimortem atribuibles a situaciones de violencia
en sitios del piedemonte del Valle de
San Francisco (San Pedro de Jujuy, Jujuy) a
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SUJETOS DE VIOLENCIA EN SOCIEDADES AGROPASTORILES
comienzos de la era cristiana (ca. 2030 aP). También se documentaron contextos contemporáneos
de conflicto en Las Pirguas (Salta), específicamente hundimientos circulares en huesos parietales y fracturas en huesos nasales (Baffi et al. 1996);
en Til 20 (Quebrada de Humahuaca, Jujuy), donde
se documentó una punta de proyectil en un calcáneo (Arrieta et al. 2016); y en Campo del Pucara
(Andalgalá, Catamarca), donde se recuperaron
cinco cráneos trofeo (Tartusi y Núñez Regueiro
1993) con múltiples traumas perimortem efectuados con objetos filosos y fracturas circulares en la
base (Roldan y Sampietro Vattuone 2011).
La complejidad de los asentamientos en sitios
como Campo del Pucará indica el desarrollo de
procesos de desigualdad y centralización del
poder que dista de las consideraciones tradicionales de sociedades pacíficas, con organización
simple y sin marcadas desigualdades sociales
(Núñez Regueiro 1974). La identificación de
áreas exclusivas de entierro separadas de las
zonas residenciales y la construcción de cámaras
sepulcrales complejas en Cancha de Paleta y Salvatierra (Valle Calchaquí, Salta; Baldini 2007),
así como de recintos circulares y subcirculares
aglomerados en sitios de los valles de Santa
María y Yutopian (Catamarca; Scattolin 2007),
muestran una organización social más compleja
(Ortíz y Seldes 2012), en las cuales las situaciones
de tensión social no habrían sido excepcionales.
Entre aproximadamente 1000 y 1400 años dC
se produjeron en el NOA cambios sociopolíticos
que llevaron al incremento de las situaciones de
conflicto, evidenciadas a partir del aumento de
la cantidad de estructuras defensivas, concentración poblacional, escenas de batallas en el arte y
cráneos trofeo (Nielsen 2010). Cambios climáticos con periodos de mayor aridez contribuyeron
a intensificar la tensión social y la competencia
social por el acceso y control de los recursos
(Gheggi y Seldes 2012; Nielsen 2007). Desde
un enfoque bioarqueológico, Gheggi y Seldes
(2012) compararon las evidencias de violencia
en Juella, Volcán, Los Amarillos y La Huerta
(Quebrada de Humahuaca) y Andalhuala, Fuerte
Quemado, Tolombón, La Poma, Molinos-Cachi,
Payogasta, La Paya y Fuerte Alto (Valle Calchaquí). Identificaron un predominio de estas entre
los masculinos en las muestras de este último
valle, en contraste con lo observado en sitios de
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la Quebrada de Humahuaca, donde las frecuencias fueron similares entre sexos. En Yacoraite y
Los Amarillos, las evidencias de traumas premortem podrían indicar enfrentamientos pautados,
rituales o en emboscada (Gheggi y Seldes 2012).
En el Desierto de Atacama (Puna chilena),
Torres-Rouff y Costa Junqueira (2006) compararon los patrones de violencia durante los períodos
Intermedio temprano (200 aC-600 dC), horizonte Medio (600–950 dC), Intermedio tardío
(950–1400 dC) y horizonte Tardío (1400–1532
dC), identificando mayores frecuencias de
trauma perimortem y lesiones remodeladas
durante los periodos de grandes cambios sociales, en coincidencia con eventos de sequías, procesos de tensión social y la aparición de
jerarquías marcadas. Entre los varones predominan los traumas agudos, asociados a conflictos
violentos; entre las mujeres prevalecen las lesiones nasales remodeladas, relacionadas con situaciones de violencia doméstica (Lessa 2014;
Standen et al. 2010).
En síntesis, si bien los antecedentes de indicadores de violencia son escasos en el NOA e inexistentes en Antofagasta de la Sierra, los casos
descriptos enriquecen el conocimiento disponible
sobre los procesos de tensión social acaecidos en
el NOA. El estudio de los eventos traumáticos
sufridos por los individuos de PP9.I que aquí se
presenta, abordado inicialmente por Gonzalez
Baroni (2013), contribuye con nueva evidencia
a la caracterización de dichos procesos.
Es necesario mencionar los antecedentes de
inhumación de partes anatómicas aisladas y de
entierros secundarios. El caso de estudio evidencia prácticas de entierro de porciones corporales
con distintos grados de integridad. En la Puna de
Jujuy hay evidencias de entierros secundarios
desde fechas tempranas (ca. 10.200–3700 aP;
Fernández Distel 1986; Yacobaccio et al.
2001). Sin embargo, la información es discontinua para ANS, pese a la larga secuencia ocupacional desde aproximadamente 12.000 aP. Este
patrón mortuorio fue identificado en entierros
secundarios múltiples de aproximadamente
8000 años de antigüedad con marcas de procesamiento y rastros de pintura en Peña de las Trampas 1.1 (Martínez 2014). Además, en Quebrada
Seca 3 se recuperó un fardo funerario que contenía el entierro secundario incompleto de un feto
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fechado para aproximadamente 4000 aP (Gonzalez Baroni et al. 2017). Por último, para la
segunda mitad del primer milenio dC se identificaron tres entierros secundarios en Punta de la
Peña 9 (Babot et al. 2009; Gonzalez Baroni
2013) que indicarían la selección y trasporte de
partes anatómicas, así como la reapertura de contextos funerarios como práctica usual para
momentos agropastoriles. De todos estos casos,
EF4 es la única inhumación que presenta esqueletos con indicadores de trauma.
Descripción de la Muestra y Metodología
PP9 se ubica en los sectores intermedios de ANS
(ca. 2.600 m snm; Olivera 1992), sobre la margen izquierda del Río Las Pitas. Es una base residencial multicomponente con una ocupación
desde 1.970 ± 50 años 14C aP hasta el momento
colonial moderno (Babot et al. 2006:59). Fue
dividido en cuatro sectores, cuya característica
común es la reocupación reiterada de los recintos, ya sea manteniendo o modificando su función (Babot et al. 2006, 2009; López Campeny
2002). El sector I (PP9.I), en el cual se hallaron
los restos analizados, está compuesto por distintas áreas de actividad (espacios con arte rupestre,
de molienda, etc.). En la parte más elevada de la
planicie aluvial se identificaron dos estructuras
residenciales, E5 y E3, y dos tumbas en contacto
con E5, denominadas EF1 y EF4 (Figura 1;
Babot et al. 2009; Gonzalez Baroni 2013). Los
datos radiocarbónicos para E3 (1290 ± 50 aP),
E5 (1250 ± 70 aP) y EF1 (1240 ± 50 aP; Babot
et al. 2009:187; Gonzalez Baroni 2013) son contemporáneos con el uso de EF4. Esta última
incluye un entierro secundario de restos antrópicamente removidos, algunos en posición vertical
en el sedimento y porciones anatómicas desmembradas (Figura Suplementaria 1). Tres
dataciones radiocarbónicas indican una cronología correspondiente al siglo séptimo: 1306 ± 45
aP (AA98366; 672–880 cal dC [2σ]; costilla
del individuo 4), 1363 ± 45 aP (AA 98365;
644–783 cal dC [2σ]; coxal del individuo 2) y
1388 ± 45 años aP (AA98367; 614–778 cal dC
[2σ]; costilla del individuo 3; Gonzalez Baroni
2013:250). El acompañamiento mortuorio incluye
un fragmento de hacha lítica, una pala lítica y una
cesta “tipa” propia de la zona de valles datada en
1288 ± 40 aP (AA89387; 682–887 cal dC [2σ];
fibra vegetal; Gonzalez Baroni 2013:247). La
puerta de entrada fue clausurada mediante artefactos de molienda e instrumentos líticos.
Para estimar el número mínimo de individuos
se consideraron las frecuencias, lateralidad,
tamaño y robusticidad de los especímenes recuperados y la información obtenida sobre el sexo
y la edad (Gonzalez Baroni 2013), lo cual contribuyó a identificar elementos homólogos de un
mismo esqueleto y mejorar las estimaciones
(Adams y Byrd 2008; Osterholtz et al. 2014).
Solo se estimó el sexo en los individuos adultos,
analizando los rasgos morfológicos del coxal y
del cráneo junto con las medidas de los diámetros máximos de las cabezas femorales y humerales (Buikstra y Ubelaker 1994). Las edades de
muerte de los adultos se obtuvieron relevando
las sínfisis púbicas y las superficies auriculares
de los coxales (Buikstra y Ubelaker 1994); las
de los subadultos, midiendo la longitud de los
huesos largos (Scheuer y Black 2000), debido a
la ausencia de dientes. El porcentaje de completitud esqueletal se obtuvo dividiendo la cantidad
de huesos asignados a cada individuo por el
número total que conforma un esqueleto completo (adultos: 179 huesos; subadultos: 317 huesos para el individuo 2 [de 10–12 años] y 310
para el individuo 5 [menor a 2 años]; Guichón
Fernández 2017; Scheuer y Black 2000; White
y Folkens 1991).
Las patologías traumáticas fueron analizadas
según las propuestas de Etxeberria y colaboradores (2005), Lovell (2008) y Ortner (2003), considerando: a) tipo de hueso, lateralidad, sexo y
edad; b) sector afectado; c) tipo, forma y tamaño
de la lesión; d) hipótesis sobre el tipo de fuerza
aplicada; e) identificación de condiciones preexistentes en el hueso y de complicaciones derivadas (infección, artrosis, etc.); f) en los casos
pertinentes, tipo y forma del callo y grado de
remodelación ósea. Se utilizó un calibre digital
manual para medir las lesiones. Para diferenciar
fracturas postdepositacionales de lesiones perimortem se consideró que los huesos en estado
seco presentan fracturas angulares, con bordes
irregulares, dentados, rectangulares, longitudinales o escalonados, mientras que una fuerza ejercida sobre huesos frescos suele producir
fracturas helicoidales o curvilíneas, ya que el
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Figura 1. Ubicación geográfica y plano de Punta de la Peña 9.
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colágeno está bien preservado (Lovell 2008;
Mann y Murphy 1990). El análisis se orientó a
precisar el tipo de fuerza ejercida, su origen y
su trayectoria; se diferenciaron las fracturas causadas por fuerzas directas, con un claro sector de
impacto, de las derivadas de fuerzas indirectas,
que pueden provocar fracturas en otros sectores.
Sexo, Edad, Número Mínimo de Individuos y
Completitud Esqueletal
Se identificaron restos de siete individuos de
ambos sexos y diferentes edades: un infante, un
niño, cuatro adultos jóvenes (20–35 años; uno
masculino, uno femenino y dos probablemente
femeninos) y un adulto medio femenino (35–
50 años). En ningún caso la representación
ósea superó el 40%, de manera que se trataría
de la inhumación de cuerpos incompletos producto de la acción antrópica (Tabla 1). Los agentes postdepositacionales de origen animal no
habrían afectado la estructuración del conjunto,
debido a las bajas frecuencias de marcas de carnívoros y roedores identificadas. Esto contrasta
con la importante acción de los agentes antrópicos, inferida por la distribución espacial de los
restos, identificándose conjuntos óseos en la
periferia correspondientes a varios individuos y
porciones óseas articuladas y desmembradas en
el centro del recinto, lo cual indica una manipulación que no produjo alteraciones visibles en los
restos óseos, pero sí en su patrón de distribución
(Gonzalez Baroni 2013).
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Características del Tratamiento Mortuorio
La distribución de los restos indica procesos de
remoción, mezcla e inhumación de partes de
cuerpos en dos eventos diferentes. En ningún
caso se identificaron entierros primarios ni
secundarios completos. Se destacan tres
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Tabla 1. Individuos Identificados y Porcentajes de
Completitud Esqueletal.
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F = femenino; M = masculino; In = indeterminado; PF =
probablemente femenino.
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Figura 2. Ubicación espacial de los individuos identificados en EF4: individuo 3 (gris oscuro) e individuo 4 (gris claro).
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agrupaciones esqueletales articuladas y desmembradas. El individuo 1 presenta parte de la
columna vertebral (desde la doceava vértebra
dorsal) articulada a la cintura pélvica. En el individuo 4, los huesos del miembro inferior derecho
están articulados, aunque el fémur está separado
del coxal correspondiente, mientras que el fémur
izquierdo articula con la pelvis; el cráneo articula
con las tres primeras vértebras cervicales, al igual
que la mayoría de los huesos del tronco (costillas
y vértebras) con la cintura pélvica (Figura 2). Por
último, el individuo 3 está segmentado en dos
porciones separadas por unos 50 cm. La desarticulación se ubica entre la tercera y la cuarta vértebra lumbar. La porción inferior del esqueleto
(cuarta y quinta vértebra lumbar, cintura pélvica
y miembros inferiores) se encuentra articulada,
en posición de decúbito dorsal y extendida; la
superior (resto de la columna vertebral, costillas
y cráneo) también se recuperó en posición de
decúbito dorsal, pero en dirección opuesta. Asimismo, el cráneo está rotado hacia la izquierda,
con los huesos de la cara apoyados en el sedimento. Se considera que la manipulación del
cuerpo durante la depositación alteró el eje normal de articulación (Figura 2).
Las porciones esqueletales desmembradas no
presentan marcas de procesamiento producto de
la segmentación, lo cual permite proponer que
la manipulación se habría producido en un estado
de descomposición avanzado (aunque incompleto) de los tejidos blandos. Un caso similar
fue registrado por Ratto y colaboradores (2016)
en Los Nacimientos 2 (Hualfín, Catamarca), en
el cual un esqueleto en urna, fechado en 842 ±
31 aP (Ratto et al. 2016:159), presenta evidencias de desarticulación intencional de los miembros superiores. Dado que no se detectaron
marcas de corte, proponen que los tejidos blandos todavía cumplían su función de sostén articular y que la separación se habría producido por
torsión, en una etapa avanzada del proceso de
descomposición cadavérica.
Los análisis de sedimento previamente realizados contribuyeron a interpretar las prácticas
mortuorias. Las muy bajas proporciones de fósforo, materia orgánica y albúminas indican que
gran parte del proceso de descomposición cadavérica se habría producido en otro lugar (Gonzalez Baroni 2013) y que los individuos fueron
depositados en un estado avanzado de esqueletización, aunque los tendones y ligamentos aún
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SUJETOS DE VIOLENCIA EN SOCIEDADES AGROPASTORILES
cumplían su función sostenedora (Bristow et al.
2011).
Con respecto a los dos eventos de depositación, el análisis de los registros de excavación,
la asociación anatómica y las superposiciones
esqueletales permitieron identificar restos de los
individuos 1, 2, 5, 6 y 7 en la periferia del recinto,
con un porcentaje de representación menor en
comparación con los individuos 3 y 4, inhumados en el centro. De todos ellos, los individuos
2, 6 y 7 fueron inhumados en primer lugar, mientras que los restantes corresponden al segundo
evento de depositación (Gonzalez Baroni 2013).
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N.° de
lesiones
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por golpe
por golpe (directa)
por golpe (directa)
por golpe (directa)
por golpe (directa)
Tipo de fractura
(fuerza ejercida)
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por golpe (directa)
por golpe (directa)
por golpe y corte (directa)
por golpe
por corte (directa)
[Gonzalez Baroni et al.]
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PP
PP
A
A
A
P
PP
P
PP
P
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parietales y frontal
cresta ilíaca
parietales y occipital
mandíbula
frontal, parietales y
occipital
mandíbula
parietal
epífisis proximal
epífisis proximal
tercio medio de la
diáfisis
Sector afectado
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b
Ind. = individuo.
F = femenino; M = masculino; In = indeterminado
c
P = perimortem; PP = posiblemente perimortem; A = antemortem.
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a
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F
19–24
cráneo
tibia izquierda
peroné izquierdo
peroné izquierdo
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19–24
In
F
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F
19–24
cráneo
ilion izquierdo
cráneo
mandíbula
cráneo
35–39
10–12
19–24
F
M
M
1
2
3
Edad (años)
Elemento
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Sexob
Algunos de los indicadores de trauma y violencia
identificados remiten a eventos completamente
superados, mientras otros indican situaciones
de violencia perimortem (Tabla 2). Se relevaron
tres lesiones antemortem en los individuos analizados. Dos de ellas se ubican en la epífisis proximal de la tibia izquierda del individuo 6
(probablemente femenino de 19–24 años) y
corresponden a una contusión oval de unos
10 mm de diámetro producida por presión que
provocó el hundimiento del tejido compacto
(Figura 3a) y una anquilosis postraumática en
el extremo proximal del peroné y la tibia izquierdos (Figura 3b). La tercera lesión es una reacción
perióstica en el tercio medio del peroné izquierdo
del individuo 7, de aproximadamente 100 mm de
longitud (Figura 3c), probablemente producto de
un golpe y posterior inflamación de la zona. Asimismo, se observó una fractura primaria incompleta con pérdida de tejido, probablemente
perimortem, en el sector superior posterior de
la cresta ilíaca izquierda del individuo 2 (de
10–12 años). Tiene una longitud de 39 mm y
presenta un sector con desprendimiento óseo y
depresión del hueso cortical en la cara anterior
(Figura Suplementaria 2). Se identificaron múltiples traumas perimortem en los cráneos de tres
adultos y un subadulto (Tabla 2), los cuales
merecen una descripción detallada para determinar los patrones de fractura, la dirección de los
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Ind.a
Patologías Traumáticas Accidentales e
Intencionales
Tabla 2. Indicadores de Trauma Identificados en la Muestra.
Resultados e Interpretación
Tipo de
lesiónc
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Figura 3. Traumas antemortem en los individuos 6 y 7: (a) hundimiento con remodelación en epífisis proximal de tibia
izquierda; (b) anquilosis postraumática en epífisis proximales de tibia y peroné izquierdos; (c) reacción perióstica en
diáfisis de peroné izquierdo.
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golpes efectuados y en algunos casos, el tipo de
arma utilizado.
Individuo 1. Se trata de una mujer de 35–39
años con numerosas lesiones perimortem en el
cráneo (Figura 4 y Figura Suplementaria 3),
dos de ellas en el parietal izquierdo. La primera
(L1) se ubica sobre la sutura sagital; tiene
forma oval, un largo de 22,3 mm y un ancho
de 6,1 mm. El golpe hundió la tabla externa aproximadamente 1,5 mm, sin atravesar completamente el diploe. Un segundo impacto (L2) se
distingue en la parte central del parietal
izquierdo, próximo a la sutura sagital. Ambos
golpes produjeron la pérdida de gran parte de
ese hueso y de la base del cráneo, así como del
occipital y el temporal (Figura 4 y Figura Suplementaria 3a). Fueron ocasionadas por golpes con
objetos contundentes y su ubicación sugiere una
posición relativa inferior de la víctima respecto
de la del agresor. En L2 se inicia una extensa
fractura sin pérdida de tejido (L3), de
156,9 mm de longitud, que afecta la zona medial
del parietal izquierdo, continúa por el centro del
frontal, avanza por la sutura nasomaxilar derecha
y termina en el sector medial del maxilar
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Figura 4. Lesiones en el cráneo del individuo 1: (a) vista frontal; (b) vista sagital.
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derecho. La porción más cercana a L2 presenta
un patrón suave y curvilíneo, mientras que el
resto tiene bordes irregulares y angulares, lo
cual indica que la lesión perimortem habría afectado solo el sector posterior de la fractura, mientras el resto se habría producido como
consecuencia de agentes posdepositacionales.
Otras dos lesiones se localizan en la cara. L4
es una fractura transversal en el sector distal del
hueso nasal, probablemente producto de otro
golpe que contribuyó a la pérdida de la mitad
izquierda del esplacnocráneo (Figura 4 y Figura
Suplementaria 3a). En el sector superior del
arco orbital derecho se identificaron dos fracturas
horizontales (L5), posiblemente producto de un
mismo golpe: una en el sector lateral, con un
punto de impacto lineal, y la otra sobre el
borde medial, con pérdida de tejido (Figura 4 y
Figura Suplementaria 3a). Considerando la
extensión, morfología curvilínea y falta de regeneración ósea, habrían sido la causa de muerte
del individuo. Asimismo, según los sectores en
los cuales cada fractura finaliza, L1 y L2 se
habrían producido primero y L3 sería un derivado de L2; L4 y L5 habrían sido generadas en
una segunda instancia.
Individuo 3. Este individuo masculino de
19–24 años presenta 10 lesiones en el cráneo;
dos son cortes pseudocirculares tangenciales al
hueso (scalps) que afectaron exclusivamente al
cortical (L1 y L2; Figura 5a y Figura Suplementaria 4). El primero está situado en la parte superior del arco supraorbital derecho y tiene un
diámetro máximo de 18,3 mm. El segundo se
localiza en el sector posterior del parietal
izquierdo y su diámetro máximo es de
18,0 mm. En la parte posterior del cráneo se
observan dos fracturas en el occipital (L3) y el
parietal izquierdo (L4; Figura 5a), provocadas
por la acción de un objeto contundente. Presentan bordes curvilíneos y produjeron pérdida
masiva y hundimiento del tejido. El área afectada
es de 124,1 por 90,5 mm. Dos golpes consecutivos habrían causado estas fracturas, uno en la
zona inferior del occipital, con dirección oblicua
y de abajo hacia arriba (L3), y el otro cerca de la
sutura sagital, con desprendimiento de la caja
craneal en la zona del parietal (L4). En la base
del cráneo se observa una fractura incompleta
de 28,1 mm, sin pérdida ósea, sobre el cóndilo
occipital derecho (L5), posiblemente generada
por el impacto de L3. Según la localización de
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Figura 5. Lesiones perimortem en los individuos 3 y 4. Individuo 3: (a) scalp (L2) y lesiones por golpe en occipital y
parietal izquierdos (L3 y L4); (b) fractura rectangular en el temporal derecho (L6); (c) fractura en la cara interna
del cuerpo mandibular (L7). Individuo 4: (d) corte en el parietal derecho (L1 a L5 y L15); (e) corte en el sector lateral
izquierdo (L6 a L10 y L13); (f) corte en el occipital (L11 a L13 y L15).
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estas lesiones, el individuo habría sido atacado
por detrás y posiblemente estaba ubicado en
una posición inferior a la del agresor, aunque
una caída violenta hacia atrás contra algún objeto
duro (e.g., una roca) no puede descartarse.
En la porción posterior inferior del temporal
derecho se relevó una fractura rectangular con
pérdida y hundimiento del tejido (L6). Su eje
máximo mide 56,4 mm y afecta parte del
conducto auditivo, parcialmente desprendido
(Figura 5b). El golpe fue provocado de costado
en la rama ascendente y el temporal, produciendo
la pérdida del cóndilo mandibular, la apófisis
cigomática, la articulación temporomandibular
y parte del temporal. En la zona ocular se registraron tres lesiones adicionales. L8 es una fractura completa que afecta ambas órbitas y que
provocó la pérdida de los arcos cigomáticos,
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SUJETOS DE VIOLENCIA EN SOCIEDADES AGROPASTORILES
ambos malares y el esplacnocráneo. L9 es un
punto de impacto producido desde adelante por
un elemento contundente en la glabela; generó
una fractura curvilínea que contribuyó a la pérdida de parte de ambas órbitas y de las regiones
nasal y maxilar. La zona afectada tiene una
extensión de 55 mm de largo y 101 mm de
ancho (L9). En el borde superior de la órbita
derecha se observa un trauma inciso-contuso de
forma redondeada e irregular, con pérdida ósea;
su diámetro máximo es de 10 mm y posiblemente fue producido por un objeto punzante
que impactó frontalmente en el hueso (L10).
Por último, se identificó una fractura completa
sin pérdida de tejido y con bordes curvilíneos en
la hemimandíbula derecha. En la cara externa
presenta una orientación vertical; en la interna,
un recorrido en forma de V, característico de
las lesiones por trauma agudo con impacto lateral
(L7; Figura 5c). Esta fractura y L6 serían consecuencia directa del mismo impacto.
Ninguna de estas lesiones muestra signos de
remodelación, lo cual, sumado a su ubicación y
características, sugiere que habrían provocado
la muerte del individuo. Resulta difícil inferir el
orden de las agresiones; algunas fueron efectuadas por detrás (en la zona posterior de la bóveda)
y otras por delante (en el sector facial), mientras
que un golpe fue producido desde el costado
derecho.
Individuo 4. Se relevaron 17 lesiones en el
cráneo de este individuo femenino de 19–24
años (Figura 5d–f y Figura Suplementaria 5), la
mayoría ocasionadas por corte y solo dos por
golpes, con hundimiento de la tabla externa.
Las lesiones por corte son incompletas, sin pérdida de tejido y fueron producidas por incisiones
perpendiculares al hueso. Cuatro están localizadas en la parte posterior del parietal derecho
y presentan una orientación vertical (Figura
5d). L1 presenta una inclinación leve y una longitud de 35,4 mm; el arma utilizada removió
parte del tejido. L2 es un corte de 21,6 mm que
penetró la tabla externa, produjo un desprendimiento parcial y dejó expuesta parte del diploe.
La longitud de L3 y L4 es de aproximadamente
29 mm, con un bisel similar. En la parte posterior
del temporal derecho, sobre la apófisis mastoides, se identificó otra lesión vertical por corte
11
(L5), que desprendió parte de la tabla externa.
La longitud es de 28,6 mm, con una profundidad
mayor que las anteriores; generó una fisura que
llega hasta el interior del conducto auditivo.
En el sector izquierdo del cráneo se observó
una fractura incompleta alargada (L6), con una
longitud de 72,8 mm, que afectó al parietal y al
temporal, provocando la pérdida de parte del sector, posiblemente relacionada con una acción de
palanca ejercida al retirar el arma. El ala mayor
del esfenoides presenta dos cortes lineales horizontales cortos (L7: 13,7 mm; L8: 10,0 mm)
con pérdida de tejido. En esa zona se encuentra
otra lesión por corte (L9), sin pérdida ósea, de
15,0 mm de longitud, que afecta el arco supraorbital en forma diagonal. A su vez, en el malar
izquierdo se registró una lesión de 18,0 mm
(L10) que provocó la pérdida de parte del arco
cigomático (Figura 5e).
En el occipital se identificaron tres traumas,
dos en la parte superior izquierda (L11 y L12;
Figura 5f). Son dos cortes que se intersectan en
la sutura lambdoidea izquierda y provocaron el
desprendimiento de una porción triangular de
hueso. Uno, con orientación horizontal, se
ubica sobre esa sutura y mide 34,7 mm (L11);
el otro tiene una longitud de 40,05 mm e involucra parte del parietal izquierdo (L12). En los
extremos laterales derechos de ambas lesiones
se observa una morfología semicircular, lo que
permite considerar que fueron producidas por
una misma arma de corte que presentaba un
borde irregular. La tercera lesión se ubica en la
parte inferior izquierda del occipital (L13) y atraviesa la sutura lambdoidea izquierda, afectando
una pequeña porción del parietal. Su longitud
es de 27,6 mm y produjo un corte profundo
que atraviesa la tabla interna del hueso en la
zona central del impacto (Figura 5e–f).
A la altura del borde superior de la órbita
derecha, otra lesión completa (L14) por corte,
que continúa en el sector nasal, provocó la pérdida de parte de los huesos de la cara (malar y
apófisis cigomática derechos; parte de la órbita
derecha, del malar izquierdo y de la región
nasal; cuerpo del maxilar izquierdo y parte del
derecho). Las lesiones por corte relevadas en
este individuo son similares a las descriptas por
Etxeberria y colaboradores (2005) y Patriks
(2006), las cuales fueron provocadas por un
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objeto filoso metálico, sin evidencias de trituración y con bordes suaves.
Con respecto a las lesiones por golpe, que
provocaron fracturas con hundimiento del cortical, L15 se localiza en la porción superior derecha del occipital, afecta la sutura lambdoidea y
tiene una forma oval de 22,4 mm de diámetro
(Figura 5d y f), mientras que L16 se ubica en
la parte superior del frontal, tiene una morfología
similar y su diámetro es de 13,0 mm. Ambas son
similares a las atribuidas por Rodríguez Cuenca
(2006) a la acción de objetos contundentes. Por
último, en el sector anterior derecho del cuerpo
mandibular se observa un trauma irregular de
28,2 mm de longitud (L17), con algunos bordes
curvilíneos. Probablemente corresponda a una
fractura perimortem, aunque parte del borde es
sinuoso e irregular, lo cual puede atribuirse a
fracturas de hueso seco (Botella et al. 2000).
Dado que las demás lesiones de este individuo
carecen de remodelación ósea, varias de ellas
(L6, L11, L12 y L14) habrían producido la
muerte.
Individuo 5. Este individuo, menor a 2 años,
presenta una lesión traumática perimortem en un
parietal, provocada por un objeto puntiagudo. Es
un trauma inciso-contuso de 20 mm de diámetro
con un punto de impacto redondeado desde el
cual se irradian cinco fracturas secundarias
(Figura 6) y que produjo además pérdida ósea
en parte de la zona afectada.
Discusión y Conclusiones
El caso de estudio presentado se apoya en el análisis del contexto, los estudios sedimentológicos,
la distribución de los restos y la aproximación
bioarqueológica. Se identificaron numerosos
indicadores traumáticos que remiten a actitudes
intensas de violencia perimortem. Al menos cuatro individuos fallecieron a consecuencia de los
traumas infringidos. Los dos eventos de inhumación permiten considerar más de un episodio violento dentro de un lapso relativamente corto de
tiempo. A su vez, dado que los individuos muertos violentamente son de ambos sexos y uno es
inmaduro, se infiere que no hubo preferencias
de ataque a un segmento del grupo, sino que se
trató de un acto de eliminación de una parte de
la población, posteriormente inhumada
siguiendo patrones mortuorios diferentes a los
documentados para la zona. Es posible concebir
la violencia sin distinción de sexo y edad en un
contexto de tensión a pequeña escala, quizás a
nivel familiar o intergrupal. La violencia ajena
a la guerra puede incluir abuso dentro del hogar
(violencia doméstica) y tensión intracomunitaria,
mientras que, a mayores escalas, la agresión
suele manifestarse sin distinción de sexo y edad
o en un segmento acotado del grupo social y
está asociada a armamentos, arquitectura y equipos defensivos (e.g., Arkush y Tung 2013; Tung
2012).
Respecto de los objetos utilizados para infligir
las heridas, dos lesiones del cráneo del individuo
3 se corresponden en tamaño y forma a la parte
basal (pasiva) del hacha lítica recuperada en
EF4 (Figura 7). Asimismo, las lesiones contundentes identificadas en la órbita derecha de este
individuo y en un parietal del individuo 5 pueden
haber sido producidas por un objeto punzante,
mientras que los traumas por corte registrados
en los cráneos de los individuos 3 y 4 fueron producidos por objetos con filo. Las huellas producidas por la acción de hojas metálicas presentan
patrones característicos (Patriks 2006), con surcos
profundos en V o U, bordes suaves y uniformes,
sin estriaciones o con estriaciones uniformes y
marcas de tipo scalps. Varias de las lesiones identificadas presentan estas características, particularmente en el individuo 4.
Si bien en EF4 y en otros sitios de la localidad
no se hallaron hojas de metal, hay evidencias en
sitios de valles aledaños para cronologías similares (ca. 1.340 años aP). En Piedras Blancas
(Valle de Ambato) se recuperó un fragmento de
hoja de morfología similar a las hachas T estudiadas por González (1975). En el mismo valle, en
Iglesia de los Indios y La Rinconada (Gordillo
y Buonno 2007) se hallaron hachas y placascuchillos en un entierro de camélido y recintos
domésticos.
Los datos obtenidos permiten discernir situaciones de violencia interpersonal para las sociedades agropastoriles del primer milenio dC.
Las formas de depositación (principalmente en
los individuos 3 y 4, cuyos rostros estaban apoyados contra el sedimento), hasta ahora no documentadas en otros contextos funerarios de
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Figura 6. Trauma en un parietal del individuo 5.
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ANS, indicarían actitudes de apuro en el acto
mortuorio, lo cual, sumado a las evidencias
directas de traumas perimortem, permiten
reconstruir el escenario que vincula el deceso
violento con el tratamiento mortuorio. La disposición de los individuos 3 y 4 denotaría una inhumación poco cuidada por su carácter urgente y
traumático; quizás los cuerpos fueron abandonados en superficie durante un período corto, como
se ha documentado en casos de muertes de enemigos en emboscadas, asesinatos en masa y
exposición intencional a los carroñeros (Verano
2007). Además, si los esqueletos no se descompusieron in situ, es posible plantear que los cuerpos fueron trasladados desde otro lugar a EF4,
estructura acondicionada mediante la clausura
de la puerta, la incorporación de restos culturales,
la aplicación de un sello de arcilla y la colocación
de piedras como evento de cierre, actitudes que
demuestran una relevancia simbólica del acto y
un importante trabajo invertido en la preparación
de espacio de inhumación. Se trataría de una
manera inusual de entierro que combina una
depositación rápida pero socialmente relevante
y no de una fosa definida por la ausencia de un
ritual de inhumación y el amontonamiento descuidado de los cuerpos (Osgood 2005).
Todo ello contribuye a sostener que las prácticas sociales de traslado e inhumación de partes
de cuerpos, identificadas en otros contextos
(Aschero 2007; Babot et al. 2009; Martínez
2014), fueron un aspecto usual de la dinámica
social, independientemente de la forma (violenta
o natural) de muerte de los individuos. Ya mencionadas en los antecedentes, las evidencias
arqueológicas de entierros secundarios tienen
una notable antigüedad en la Puna, aunque el
caso aquí analizado es el único que da cuenta
de un entierro de ese tipo con señales de trauma
intencional. Estos antecedentes y las evidencias
del caso abordado indican que el culto a los
ancestros (Nielsen 2007) se produjo y reprodujo
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Figura 7. Correspondencia entre la morfología del hacha lítica y las lesiones perimortem en el parietal izquierdo (a) y en
el temporal derecho (b) del individuo 3.
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en circunstancias diversas. El proceso se
enmarca en una actitud de relación íntima entre
los vivos y los muertos, los cuales interactuaron
en la vida cotidiana de manera fluida y constante,
como está documentado en sociedades andinas
contemporáneas y del pasado (Aschero 2007;
Nielsen 2007).
Es factible realizar una aproximación inicial
acerca de los motivos de la violencia interpersonal en las sociedades prehispánicas a partir de la
evidencia arqueológica. Para las poblaciones
agropastoriles de la segunda mitad del primer
milenio dC en ANS, se destacan sitios con arte
rupestre como Curuto 5 y Peñas Chicas 3, que
contienen escenas de posibles enfrentamientos
interpersonales y conflicto (Aschero 1999; Martel 2005, 2006), denotando tensiones sociales
probablemente relacionadas con el control en el
manejo del agua (Martel 2010). En este contexto,
interpretar a los actores del pasado como seres
pasivos que solo aplican la violencia signados
por conductas rituales resulta una manera simplista e idealizada de concebir las respuestas
emocionales ante circunstancias de descontento
o tensión interpersonal e intergrupal. Más allá
de la conocida existencia de situaciones de violencia ritual (Nielsen 2007), existe un abanico
de posibilidades que deben considerarse para
dinamizar los esquemas de justificación cuando
se abordan las conductas agresivas en el pasado,
de manera de evitar distorsionar el conocimiento
generado por las preconcepciones subjetivas
impuestas desde el presente. Actualmente, las
corrientes teóricas que tratan este tema están
divididas entre aquellas que suavizan la intencionalidad de la violencia considerándola como
ritual (Benson y Cook 2001), las que la conciben
como una herramienta más para la negociación
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SUJETOS DE VIOLENCIA EN SOCIEDADES AGROPASTORILES
de los conflictos sociales (Tantalean y Gonzáles
Panta 2012; Verano 2007) y las que evitan la
dicotomía entre lo secular y lo ritual por considerar que todo conflicto tiene un componente ritual
inherente (Nielsen 2015). También es escaso el
consenso sobre cuán frecuentes fueron las situaciones de violencia, su escala, su grado de ritualización y sus niveles de destrucción (Arkush y
Stanish 2005), así como sobre el concepto de
“guerra”, el cual para algunos no es directamente
aplicable en el marco de la cosmovisión andina
(Topic y Topic 1997), mientras otros consideran
que estuvo presente en contextos precoloniales y
fue un promotor del cambio social (Nielsen
2015; Nielsen y Walker 2009).
Entre los antecedentes de violencia extrema
en el área andina central y meridional se destacan
las investigaciones de Kurin (2012) en
Andahuaylas, Perú, quien considera que el
colapso imperial Wari (ca. 600–1000 dC) provocó un aumento en la tensión social entre las
poblaciones posimperiales. La excesiva violencia perimortem evidenciada en cráneos modificados culturalmente de las comunidades
Chanka posimperiales (ca. 1000–1400 dC)
sugiere que esos individuos fueron seleccionados para ejercer sobre ellos una fuerza física
especialmente destructiva. En contraste, los individuos sin deformación craneal sufrieron pocos
eventos traumáticos intencionales. Según la
autora, este tipo de violencia, de contenido altamente simbólico, busca aumentar el sufrimiento
de la víctima y promover el deterioro de la propia
identidad. Este modus operandi fue y es un
método usual en las sierras peruanas: las crónicas
de Betanzos mencionan la utilización de piedras
para aplastar cabezas, procedimiento también
registrado en el accionar de la organización terrorista Sendero Luminoso (Kurin 2012).
Señales de violencia extrema también fueron
registradas después del colapso del imperio
Huari en Monqachayoq, durante el periodo Intermedio tardío. Los reiterados golpes efectuados
con objetos contundentes en gran cantidad de
cráneos no distinguen sexo ni edad, lo que
sugiere que los individuos sufrieron ataques
indiscriminados (Tung 2007a). Uno de los traumas registrados en el frontal de un individuo
masculino (Tung 2007a:111) presenta un patrón
de fractura similar al del individuo 3, golpeado
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con la parte basal de un hacha de piedra. Los
estudios efectuados por Tung (2007b) en los
sitios peruanos de Conchopata, Beringa y La
Real atribuyen la alta frecuencia de traumas a
guerras, redadas y luchas rituales. Los esqueletos
de Conchopata no muestran lesiones anteriores
ni fracturas del antebrazo en actitud defensiva
( parry fractures), esperables para individuos en Q3
situaciones de guerra, por lo que probablemente
no participaron de combates físicos directos. En
Beringa, las lesiones letales en parietales y occipitales, junto con las fracturas del antebrazo identificadas en ambos sexos y en diferentes edades,
indican una actitud de defensa en enfrentamientos cara a cara que sugiere violencia física efectuada durante redadas a cualquier individuo del
grupo. Por el contrario, en La Real, la ausencia
de fracturas defensivas y la concentración de
lesiones en el sector anterior de los cráneos masculinos son atribuidas a luchas rituales. Estas
heridas son frecuentemente no letales porque el
objetivo es herir, pero no matar, como medio
para expresar y resolver conflictos (Tung
2007b). En el presente caso no se registraron
fracturas que indiquen una actitud de defensa,
aunque sí se relevaron múltiples lesiones en el
sector lateral y posterior de los cráneos, localización característica de emboscada o redadas
(Tung 2007b). Así, el carácter letal de las lesiones no permite asociarlas a batallas rituales.
En San Pedro de Atacama (norte de Chile),
Torres-Rouff y Costa Junqueira (2006) observaron variaciones durante el tiempo en las frecuencias de trauma. En el horizonte Temprano, son
relativamente bajos en Toconao Oriente, con
porcentajes mayores en las mujeres. Durante el
horizonte Medio, en Solcor 3 no se registran diferencias estadísticamente significativas entre
sexos, aunque la cantidad de lesiones es mayor
entre los individuos masculinos, con fracturas
craneales deprimidas y lesiones nasales. Asimismo, las frecuencias de traumas remodelados
son mayores que en el periodo anterior. Para el
Intermedio tardío, los cementerios de Coyo 3,
Yaye 42 y Quitor 6 indican un aumento en las
frecuencias de lesiones traumáticas múltiples
por enfrentamientos cara a cara, la mayoría cicatrizadas, similares entre sexos. Hacia el final de
ese periodo, la muestra de Catarpe presenta una
marcada disminución de las lesiones, solo
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presentes entre los hombres y sin registros de
traumas múltiples, lo cual coincide con el mejoramiento de las condiciones ambientales en los
oasis. Las interpretaciones sugieren que las situaciones de violencia fluctuaron en relación a la
disponibilidad de los recursos y a los procesos
de tensión social. Asimismo, las lesiones no letales, de pequeño tamaño y cicatrizadas, indican
situaciones de violencia ritual (Torres-Rouff y
Costa Junqueira 2006), también propuesto por
Standen y Arriaza (2000) para la cultura
Chinchorro.
Es destacable la alta letalidad de las lesiones
contundentes en la parte posterior del cráneo
del individuo 3, que afecta también la zona del
foramen magnum y que es similar a los múltiples
traumatismos contusos perimortem registrados
por Kurin (2012) en los cráneos con deformación
craneana de Chanka. De acuerdo a la autora, “if
individuals are on their knees with their head
bowed, the base of the skull is exposed and vulnerable to blunt force trauma. Several strikes to
the base of the skull by a standing assailant
would lead to a ring fracture” (Kurin
2012:201). En consecuencia, se considera que
los traumas registrados no deben ser interpretados en un contexto de violencia ritual. Debido
a la ausencia de fracturas defensivas, se sugiere
que algunos de los individuos inhumados pudieron haber sido inmovilizados.
Para finalizar, se destacan tres aspectos del
contexto funerario (Lull et al. 2006). Por un
lado, se cuenta con indicios de los medios de violencia, evidenciados por el hacha hallada en el
contexto de entierro y utilizada para matar al
individuo 3. Por otro lado, considerando el espacio de violencia, en EF4 hay ciertos indicadores
que presenta la tumba relacionados con las condiciones de muerte—específicamente, la disposición con el rostro hacia el suelo de los individuos
3 y 4 (Figura 2 y Figura Suplementaria 1) que
sugiere una inhumación apresurada y las señales
de traumas perimortem que presentan los esqueletos. El escenario de depositación de estos dos
individuos está estrechamente relacionado con
el evento de violencia al cual fueron sometidos,
lo que contribuyó a configurar las condiciones
finales de entierro. De todas formas, esta situación no implica un descuido en el acondicionamiento de la tumba y en la colocación de
acompañamiento mortuorio, lo cual denota una
relevancia social de las personas inhumadas.
Finalmente, los sujetos de violencia, representados en las evidencias de traumatismos perimortem, sitúan este hallazgo como un caso de
violencia interpersonal extrema, directa e
intencional.
Las situaciones de tensión social pueden ser
generadas en distintas escalas y por motivos
diversos, de manera que el contexto específico
en el cual se desarrolló la acción violenta es difícil de desentrañar desde la bioarqueología, sobre
todo cuando no se cuenta con antecedentes directos. En este caso solo es posible esbozar algunas
hipótesis, las cuales se alejan de interpretaciones
referidas a la violencia ritual. La presencia de
numerosos traumas perimortem en un mismo
cráneo podría enmarcarse de una manifestación
de ira que produjo actitudes negativas y violentas
hacia otras personas (Berkowitz y Harmon-Jones
2004). Debido al reducido número de individuos
involucrados, es probable que este evento de
muerte se haya desarrollado en un nivel intragrupal, quizás dentro del ámbito doméstico. Por otra
parte, teniendo en cuenta las características de las
sociedades agropastoriles del área, los grupos
humanos del primer milenio de la era sufrieron
profundas transformaciones a nivel ambiental,
social y simbólico, entre las que se destacan cambios en los patrones de ocupación del espacio
(mayor permanencia), intensificación de las
estrategias de subsistencia agrícolas y pastoriles,
eventos de sequía con circunscripción de lugares
específicos para el abastecimiento de recursos
(Babot et al. 2006; Escola et al. 2013; Grana
et al. 2016; Martel 2006) y proliferación de los
marcadores de tensión social indirectos en las
representaciones rupestres (luchas o enfrentamientos y armas). Cualquiera de estas situaciones podría haber desencadenado eventos de
violencia a pequeña escala como una forma de
solucionar conflictos, promover cambios en las
relaciones intergrupales, legitimar los roles
sociales o controlar espacios territoriales
(Aschero et al. 2006; Martel 2006). Para poder
realizar más precisiones al respecto, resulta
imprescindible obtener mayor información
bioarqueológica y de otras líneas de evidencia
que permita generar interpretaciones más
precisas.
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SUJETOS DE VIOLENCIA EN SOCIEDADES AGROPASTORILES
Agradecimientos. A la familia Morales por permitirnos
investigar en Punta de la Peña. A Carlos Aschero y Pilar
Babot, quienes dirigieron los trabajos de campo, y a los alumnos que colaboraron. A Pilar Babot y a los evaluadores, cuyos
comentarios mejoraron la calidad del trabajo. Financiaron
esta investigación los proyectos PIP-CONICET 464 y
577577 y PIUNT 26/G503, dirigidos por C. Aschero y
P. Babot, y una beca CONICET.
Declaración de Disponibilidad de Datos. Los materiales se
encuentran disponibles en el Instituto de Arqueología y
Museo, Universidad Nacional de Tucumán.
Materiales Suplementarios. Para acceder a los materiales
suplementarios que acompañan este artículo visitar https://
doi.org/10.1017/laq.2019.41.
Figura Suplementaria 1. Restos superpuestos y desmembrados durante el proceso de excavación de EF4.
Figura Suplementaria 2. Lesión traumática posiblemente
perimortem en la cresta ilíaca del individuo 2.
Figura Suplementaria 3. Croquis de las lesiones perimortem del individuo 1.
Figura Suplementaria 4. Croquis de las lesiones perimortem del individuo 3.
Figura Suplementaria 5. Croquis de las lesiones perimortem del individuo 4.
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