Fuentes Lenci, Álvaro Augusto
La imagen primigenia : un enfoque multidisciplinar del cine / Álvaro Augusto Fuentes
Lenci ; compilado por Álvaro Augusto Fuentes Lenci. - 1a ed . - La Plata : Malisia, 2016.
STAFF
234 p. ; 23 x 16 cm.
Editor
ISBN 978-987-3972-23-2
Álvaro Fuentes
1. Cine. I. Fuentes Lenci, Álvaro Augusto , comp. II. Título.
Colaboradores en edición
CDD 778.5
Álvaro Bretal, Ezequiel Iván Duarte y Pablo Ceccarelli.
Correctores
Álvaro Bretal, Ezequiel Iván Duarte, Pablo Osorio, Alejandro
Noviski y Álvaro Fuentes.
Escribas
Julio Cabrera, Mariano Colalongo, Álvaro Fuentes, Juan Jorge
Michel Fariña, Jorge Assef, Hugo Dvoskin, Irene Cambra Badii,
David Oubiña, Pablo Osorio, Ezequiel Iván Duarte, Alejandro
Noviski, Julieta Laucella, Francisco Goin, Mariano Vázquez,
Gonzalo Federico Zubia, Gustavo Provitina, Giuliana Nocelli, Pablo
Ceccarelli, Álvaro Bretal y Nicolás Toler.
malisiaeditorial@gmail.com
Diagonal 78 #506 | La Plata
Dirección de arte, diseño de tapa e interiores
SUMARIO
Agustina Magallanes y Agustín Arzac
Primera Edición
Noviembre de 2016
Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Editorial
11
I. Alegorías de la cueva
13
-Repetición y cine vacío, por Julio Cabrera
15
-Langosta: la post humanidad en pareja o la animalidad solitaria,
por Mariano Colalongo
39
-Cine y Ontología: sobre Borrá todo lo que dije del amor porque
ISBN 978-987-3972-23-2
no sabía bien quién era, por Álvaro Fuentes
49
II. Rosebud
55
-Agamben, Zizek, Lacan: un diálogo clínico-cinematográfico, por
VI. Arquitectos
179
-Panorama del amor en el cine de Kieslowski,
Juan Jorge Michel Fariña
57
por Gustavo Provitina
181
-Babel: la comunicación no existe, por Jorge Assef
67
-La historia como necrópolis, por Giuliana Nocelli
195
-Método clínico en el análisis de películas a partir de La decisión
de Sophie, por Hugo Dvoskin
-Batman según Nolan: luces y sombras de una trilogía,
77
por Pablo Ceccarelli
203
87
VII. Géneros al margen
215
-El cine y la interrogación por la responsabilidad,
por Irene Cambra Badii
-Los usos del material. Sobre el found footage y otras reelaboraciones,
III. La palabra en imagen
99
-El cine esferoidal de Alexander Kluge, por David Oubiña
101
-Solo contra todos. 120 días de consideración en torno a la
categoría de adaptación, por Pablo Osorio
107
IV. Lenguajes del mundo
115
-Cosmos: un cine trascendente, por Ezequiel Iván Duarte
117
-La imagen fisionómica en la cultura del emoticón,
por Álvaro Fuentes
125
-En torno a la poiesis del protocine, por Alejandro Noviski
131
-El desafío de preservar lo que es nuestro. Cine argentino en la era
digital, por Julieta Laucella
139
V. Mundos distópicos
147
149
-Cine, distopía y prospectiva, por Francisco Goin
-laobsesiondenarciso@blackmirror.com,
por Mariano Vazquez y Gonzalo Federico Zubia
-1+1=0 (La Historia como ruina), por Ezequiel Iván Duarte
161
173
por Álvaro Bretal
217
-De las formas del cine documental de divulgación científica en pleno
225
siglo veintiuno, por Nicolás Toler
173
1+1=0 (LA HISTORIA COMO RUINA)
POR EZEQUIEL IVÁN DUARTE (* )
(*)
GONZALO FEDERICO ZUBIA
Gonzalo Federico Zubia es becario postdoctoral del CONICET con
lugar de trabajo en las UNQ y docente en la UNLaM y en la UBA.
Su tarea de investigación se desarrolla en torno al giro espacial de
los estudios culturales, la geografía cultural y los espacios críticos.
(*)
MARIANO VÁZQUEZ
Mariano Vázquez es doctor en Comunicación Social por la Facultad
de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Investiga sobre
temas asociados al periodismo digital, la comunicación en la web
y las interacciones virtuales en Internet. Es ayudante adscripto en
el Taller de Tecnologías y en la cátedra 1 de Comunicación y Teorías
en la FPyCS.
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LA IMAGEN PRIMIGENIA
Un imperativo: trabajar con la misma materialidad de la película. ¿De qué forma expresar el apocalipsis? La imagen es ictérica,
sulfúrica: todo está impregnado de un tinte amarillento: las catacumbas del museo, las montañas de basura y escombro, el polvo
levantado y arremolinado por vientos feroces, el barro, la piel, las
máscaras de gas. El fuego. Volutas gigantes de fuego. O también,
de rojo, color de la sangre, del crepúsculo, de llamas irreales. Claroscuros sanguinolentos en interiores en suspenso.
En 1979, el cineasta soviético-ucraniano Konsantin Sergueievich Lopushansky oficiaría de asistente de producción en La zona
(Stalker), la adaptación que Andréi Tarkovski hiciera de Picnic junto al camino —a veces llamada Picnic extraterrestre—, novela de Arkadi y Borís Strugatsky. El maestro ruso conseguía lo que le había
sido esquivo en Solaris, su adaptación de Stanislaw Lem: romper
los límites del género de la ciencia-ficción para crear una obra
donde la textura fílmica y el paisaje enrarecido dieran cuenta de
un estado particular del alma y de la religiosidad, para mal de los
que abjuran del Tarkovski profuso en levitaciones.
No cabe duda de que hay algo del espíritu europeo oriental en
el desasosiego metafísico de estas obras, a menudo materializadas en monólogos atormentados y en vistas imposibles. Lopushansky aprendió la lección del maestro cuando en 1986 realizó Cartas de un hombre muerto (Pisma myortvogo cheloveka), su ópera
prima. La Unión Soviética entraba en su etapa final a un año de la
asunción del reformador Gorbachov y su impulso hacia una economía socialista de mercado. El temor a la hecatombe nuclear, a la
Destrucción Mutua Asegurada (MAD —curiosamente, ‘loco’— por
sus siglas en inglés) característico de la Guerra Fría lejos estuvo de
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cesar: en 1983 se había producido el “Incidente del equinoccio
de otoño” donde una particular conjunción satelital-planetaria-solar llevó a creer a los sistemas moscovitas que Estados Unidos
acababa de lanzar un ataque. No por casualidad, el film recupera
el Manifiesto Russell-Einstein de 1955 que alertaba sobre los peligros de las armas de destrucción masiva.
Si muchas obras barrocas se caracterizan por la división entre
un abajo material, enredado, craso, cerrado y un arriba etéreo, celestial, abierto al que propenden los cuerpos, Cartas de un hombre muerto plantea su paisaje post-catástrofe atómica con una
división abajo-arriba donde todo es desolación: abajo, un grupo,
liderado por un científico premio Nobel, se refugia en los sótanos
del museo en el que solía trabajar. Arriba, todo es escombro, viento y polvo tóxico. Para salir, hay que vestir traje y máscara. El futuro
del hombre yacería bajo tierra: Hombre-Topo.
Con excepción de un par de gélidas escenas donde prevalece
un tinte azul, la película está teñida de amarillo azufre, lo que sumado al ambiente arrasado, a las ropas de abrigo que llevan los
personajes y a la luz escasa —bajo tierra, una lámpara accionada
por pedales; en la superficie, una luz tenue, rasante y nublada—,
contribuye a generar una sensación de invierno nuclear, de calor
frío o de frío caliente que, por paradójica, resulta particularmente
incómoda. Algunos, la encontrarán repulsiva.
El profesor y sus compañeros de refugio rumian ideas sobre el
fin de la humanidad o sobre la esperanza de un nuevo comienzo.
Atormentado, el científico contempla cómo los ‘avances’ producidos por el conocimiento racional han conducido al apocalipsis.
Es una de las reflexiones centrales de la modernidad crítica: ¿estamos ante las consecuencias de la práctica de la irracionalidad o
de una racionalidad dogmática? El hombre de ciencia se siente
responsable.
La crisis terminal de la Unión Soviética sumada a décadas de
tensiones acumuladas en la Guerra Fría debe haber contribuido a
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LA IMAGEN PRIMIGENIA
que la distopía se sintiera como algo muy cercano. El mismísimo
Borís Strugatsky colaboró en el guión del film. Y es que el mundo
distópico no funciona como mero escenario para el desarrollo de
una narración genérica, sino que es el centro y razón de ser mismos del relato y de su puesta en forma.
Para 1989, año de la apertura del Muro de Berlín, Lopushansky
tendría listo su segundo largometraje: El visitante del museo (Posetitel muzeya), su ‘película roja’. Y no por comunista, sino porque
el tinte prevaleciente ahora es el rojo en contrastados claroscuros.
Ahora sí la URSS daba sus últimos estertores. El mundo bipolar
llegaba a su fin. Hablé antes de racionalidad dogmática: perdido
el dogma de la sociedad soviética ante el derrumbe material de
la cosmovisión, muchos se volcaron —de nuevo— a la religión en
busca de solaz y de alguna sustancia a la que aferrarse ante la
incertidumbre del universo.
Aquí, el realizador se acerca como nunca a Stalker: un viajero llega de la ciudad a un sitio remoto para intentar alcanzar un
museo sepultado bajo un mar tóxico. Cada cierto tiempo y por
sólo siete días, las aguas se retiran y permiten el acceso, siempre y
cuando se sobreviva a la larga caminata sin que el océano vuelva
a cerrarse. Nuevamente, como en Cartas de un hombre muerto, el
museo en ruinas funciona como alegoría de la Historia como ruina, alegoría reforzada por el propio carácter ruinoso del ambiente
en general.
En El visitante del museo, la división arriba-abajo se materializa en una suerte de nueva división de clases: por un lado, las
personas ‘normales’, no afectadas por la contaminación del mundo post-apocalíptico y defensoras del pensamiento racional; por
otro, los “degenerados” —tal como se los denomina en la película—, hombres y mujeres deformes y discapacitados, propensos
a los arrebatos místicos y a la “irracional” creencia religiosa. Los
‘normales’ no pueden entender por qué alguien querría arriesgar
su vida para visitar un montón de ruinas. Los mutantes presienten
V. M U N D O S D I S T Ó P I C O S
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cualidades espirituales en el lugar. El visitante se desgarra entre
ambos mundos en el transcurso de la historia.
El punto de vista de la película es confuso —o, más bien, expresa confusión— y por ello es interesante y dicente. La crítica a las
consecuencias de idealizar el conocimiento racional es innegable,
como deja ver el maltrato y desprecio dispensados por los ‘normales’ a los “degenerados”. La posición respecto a la religión es más
ambigua, en tanto el film ve con alguna compasión a los deformes.
Pero el vagabundeo del protagonista en la secuencia final —que
incluye una escena terrorífica en la que marcha indeciso entre las
olas arremolinadas del mar tormentoso—, entre gritos y pedidos a
Dios —“¡Déjenme salir de aquí!” es la exclamación que repiten los
pobres mutantes, clamando para que sus sufrimientos terrenales
sean redimidos—, donde, finalmente, lo vemos alejarse de la cámara en ajada marcha hacia el horizonte por un terreno yermo, expresa una angustia implacable. Angustia que, podríamos decir, más
allá de connotaciones existencial-trascendentales, también remite
a la transición traumática de las repúblicas soviéticas.
Pero no sería justo quedarnos en una mirada reduccionista que
colocara a ambas películas como simples metáforas de una circunstancia histórico-política que, de todos modos y como he advertido, no deja de informarlas. De nuevo: lo distópico aquí aparece como sustancia de la reflexión estética. En ella se repite la
figura del museo, lugar de preservación, estudio, almacenamiento
y exhibición del patrimonio de la humanidad. Pero, en ambas películas, el archivo ha sido destruido. Persiste la arquitectura en ruinas —y los seres humanos en ruinas—, como escondrijo sin futuro y
puerta a un afuera tóxico en un caso; como misterioso arcano de
la Historia cuyo desciframiento implica la caída en el desasosiego,
en el otro.
Si el enemigo no ha cesado de vencer y de escribir, por tanto,
la historia, Lopushansky parece indicarnos que el desgarro es propio y que el ángel no sólo mira al pasado con horror, sino que vive
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LA IMAGEN PRIMIGENIA
el presente arrasado con desesperación e intuye el futuro con dudosa expectación —en las palabras finales del profesor a los niños
que ha tomado bajo su cuidado: “Anden. Mientras el hombre camine, tendrá esperanza”, mientras los chicos luchan con el viento
y la geografía imposibles que los hacen tropezar— o con angustia
espiritual —en el ruego a Dios por escapar de este mundo—.
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