RESIDENT EVIL VOLUMEN 1
La conspiración Umbrella
S.D. PERRY
TIMUN MAS
LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
Los sucesos malvados
proceden de causas malvadas.
Aristófanes
Prólogo
Latham Weekly, 2 de junio, 1998
EXTRAÑOS ASESINATOS EN RACCOON CITY
RACCOON CITY — Ayer, a última hora del día, en un solar abandonado que
se encontraba no demasiado alejado de su casa, fue descubierto el cuerpo mutilado
de Anna Mitaki, de cuarenta y dos años, al noroeste de Raccoon City. Es la cuarta
víctima de los supuestos «asesinos caníbales» que se ha encontrado en el distrito
de Victory Lake o cerca de éste en lo que va de mes. El cuerpo de Mitaki mostraba
signos de haber sido mordido, al igual que los demás cadáveres encontrados hasta
la fecha, según informes del forense. Al parecer, los mordiscos fueron producidos
por mandíbulas humanas. Irons, el jefe de policía, proporcionó una breve nota de
prensa poco después de que una pareja de corredores encontrase el cadáver de
Mitaki hacia las nueve de la noche de ayer. Irons insistió en que el departamento
de policía de Raccoon City «está trabajando denodadamente para capturar a los
culpables de unos crímenes tan horribles», y que ya estaba consultando con las
autoridades sobre la posibilidad de tomar medidas aún más extremas de
protección para los ciudadanos de Raccoon City. Además de las muertes causadas
por estos asesinos caníbales, otras tres personas han muerto en el bosque de
Raccoon en las últimas semanas, aunque debido a ataques de animales, lo que
eleva el total de víctimas de muertes misteriosas a siete...
Raccoon Times, 22 de junio, 1998
¡HORROR EN RACCOON! APARECEN MÁS VÍCTIMAS
RACCOON CITY — Los cuerpos de dos jóvenes fueron encontrados a
primera hora de la mañana en Victory Park. Deanne Rusch y Christopher Smith
son la octava y la novena víctimas de la ola de violencia que tiene aterrorizada a la
ciudad desde mediados de mayo de este año. Los padres de ambas víctimas, de 19
años de edad, avisaron de su desaparición la noche del sábado, y los cuerpos
fueron descubiertos por los agentes de policía en la orilla oeste del lago Victory
aproximadamente hacia las dos de la madrugada del domingo. Aunque el
departamento de policía todavía no ha hecho ninguna declaración oficial, los
testigos del descubrimiento de los cuerpos afirman que los cadáveres de ambos
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jóvenes mostraban heridas muy similares a las descubiertas en las víctimas
anteriores. Todavía no se ha confirmado si los atacantes eran animales o seres
humanos. Según amigos de la pareja de jóvenes, ambos habían estado hablando
sobre la posibilidad de «rastrear» los supuestos perros salvajes que recientemente
se habían divisado en el bosque del parque, y habían planeado violar el toque de
queda impuesto en la ciudad para poder ver una de las criaturas nocturnas. El
alcalde Harris dará una rueda de prensa esta tarde, y se espera que anuncie alguna
novedad sobre esta ola de asesinatos, como, por ejemplo, un cumplimiento más
estricto del toque de queda...
Cityside, 21 de julio, 1998
STARS, LA ESCUADRA DE TÁCTICAS ESPECIALES Y RESCATES1, LLEGA
A RACCOON CITY PARA SALVARLA
RACCOON CITY — Finalmente, tras la desaparición de tres excursionistas en
el bosque de Raccoon a principios de esta semana, los miembros del consejo
municipal han decretado el bloqueo de la carretera rural número 6, en las laderas
de los montes Arklay. El jefe de policía, Brian Irons, anunció ayer que los STARS
participarán en las tareas de búsqueda de los excursionistas y que trabajarán de
forma conjunta con el departamento de policía de Raccoon hasta que se ponga fin a
la oleada de crímenes y desapariciones que está azotando a nuestra comunidad. El
jefe Irons, un antiguo miembro de los equipos STARS, declaró hoy (en una
entrevista telefónica en exclusiva para Cityside) que «ha llegado el momento de
utilizar las habilidades de estos hombres y mujeres en la seguridad de nuestra
ciudad. Ya hemos sufrido nueve asesinatos brutales en menos de dos meses, y
cinco desapariciones conocidas hasta la fecha, y todos estos hechos han ocurrido
muy cerca del bosque de Raccoon. Esto nos lleva a creer que es bastante probable
que los autores de estos crímenes se oculten en algún lugar próximo al distrito de
Victory Lake. Los miembros de los STARS tienen la experiencia necesaria para
encontrarlos». Cuando le preguntamos al jefe Irons el motivo de la tardanza de la
inclusión del equipo de los STARS en la investigación respondió que dicho equipo
había estado asesorando a la policía desde el comienzo de la oleada de asesinatos y
que sería un «refuerzo bienvenido» al equipo de investigación ahora que se
dedicaría a tiempo completo.
La STARS, organización de carácter privado fundada en Nueva York en 1967
por un grupo de antiguos oficiales del ejército y miembros retirados de la CIA y el
FBI, se creó originariamente como una medida directa contra organizaciones
terroristas de carácter religioso. Bajo la dirección de Marco Palmieri, un ex jefe de
la Agencia Nacional de Seguridad y Defensa (NSDA), el grupo creció rápidamente
Las siglas STARS corresponden a su nombre en inglés: «Special Tactics and Rescue Squad». Se mantendrá en
el idioma original para respetar el juego en el que está basado esta novela.
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para incluir entre sus actividades y servicios desde la negociación y rescate de
secuestrados hasta la infiltración informática, pasando por el control de desórdenes
públicos. Cada una de las ramas de los STARS trabaja de forma coordinada con los
departamentos de policía locales, y está preparada para actuar como un equipo
autónomo e independiente. El equipo de los STARS de Raccoon City se formó en
1972 gracias a los esfuerzos monetarios de numerosos hombres de negocios locales,
y hoy en día se encuentra bajo el mando del capitán Wesker, que fue ascendido
hace seis meses...
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Capítulo 1
Jill ya llegaba tarde a la reunión cuando, sin quererlo, metió sus llaves dentro
de la taza de café que estaba tomando mientras se acercaba a la puerta. Oyó un
leve tintineo apagado cuando llegaron al fondo de la taza. Se paró en seco,
mirando incrédula la taza humeante y, en ese preciso instante, el fajo de papeles
que llevaba bajo el otro brazo se le cayó. Los documentos, los clips y las notas
amarillas autoadhesivas acabaron desparramados por el suelo.
—Oh, mierda.
Echó un vistazo a su reloj y se dio la vuelta hacia la cocina, con la taza aún en
la mano. Wesker había convocado la reunión a las 19.00 horas en punto, lo que
significaba que le quedaban nueve minutos para recorrer los diez minutos de
trayecto en coche, encontrar aparcamiento y poner su trasero en una de las sillas.
La primera reunión oficial desde que los STARS habían entrado de lleno en el
caso... Demonios, de hecho, su primera reunión oficial desde que había sido
transferida a Raccoon City y, para colmo, iba a llegar tarde. La primera vez en años
que me preocupa llegar puntual y la fastidio justo antes de salir de casa... Se acercó
corriendo al fregadero, sintiéndose a la vez tensa y enfadada consigo misma por no
estar lista antes. Era el caso, el puñetero caso. Había recogido las copias de su
memorándum después del desayuno y había pasado todo el día revisando los
informes, en busca de algún dato que los policías hubiesen pasado por alto,
sintiéndose más y más frustrada a medida que pasaba el día y no lograba
encontrar nada nuevo. Vació la taza y recogió las llaves húmedas y tibias del fondo
del fregadero. Las secó contra la tela de sus vaqueros mientras se dirigía
apresuradamente hacia la puerta. Se agachó para recoger los informes... y se
detuvo, mirando fijamente la fotografía que había acabado encima del montón.
Pobres chicas, pobres niñas...
Lentamente cogió la fotografía, aun a sabiendas de que no tenía tiempo, pero
incapaz de separar la vista de las imágenes de sus rostros cubiertos de manchas de
sangre. Sintió cómo se intensificaban los nudos de angustia que habían ido
creciendo a lo largo del día, y durante unos instantes, lo único que pudo hacer fue
respirar mientras se quedaba mirando fijamente la fotografía de la escena del
crimen. Becky y Priscilla McGee, de nueve y siete años. Había pasado de largo
aquella fotografía, diciéndose que no había nada nuevo que ver, que no necesitaba
mirarla...
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Pero eso no es cierto, ¿verdad? Puedes seguir engañándote, o puedes admitirlo: ahora
todo es distinto. Todo es diferente desde el día en que ellas murieron. Jill se hallaba
sometida a una gran tensión cuando llegó a Raccoon City por primera vez. No se
sentía muy segura acerca de la idea del traslado, ni siquiera estaba muy segura de
querer seguir perteneciendo al equipo de STARS. Era muy buena en su trabajo,
pero sólo había aceptado el empleo por la insistencia de Dick. Después de ser
encarcelado, él había comenzado a presionarla para que trabajara en otra cosa.
Había tardado bastante tiempo, pero su padre era muy persistente, y le había
repetido una y otra vez que ya había bastante con un Valentine entre rejas, aunque
también admitió que se había equivocado al educarla como lo hizo. Ella no tenía
muchas opciones de trabajo con sus habilidades y su pasado, pero los STARS, al
menos, apreciaban sus capacidades y no les importaban dónde ni cómo las había
aprendido. El salario era bastante bueno, existía cierto grado de riesgo del que ella
había acabado disfrutando... Si reflexionaba sobre ello, el cambio de carrera había
sido sorprendentemente fácil. Aquello hacía feliz a Dick, y a ella le daba la
oportunidad de ver cómo vivía el resto de la gente. Sin embargo, el cambio de vida
había resultado más duro de lo que ella había pensado al principio. Se había
sentido realmente sola por primera vez desde que Dick ingresó en prisión, y
trabajar para la ley le había empezado a parecer un chiste irónico: ella, la hija de
Dick Valentine, trabajando para la verdad, la justicia y el estilo de vida
estadounidense. Su ascenso a miembro del equipo Alfa, una pequeña y agradable
casa en las afueras... Todo aquello era una locura, y había estado pensando muy
seriamente en salir pitando de la ciudad, abandonarlo todo y volver a convertirse
en lo que había sido... Hasta que aquellas dos chiquillas que vivían al otro lado de
la calle aparecieron en su puerta y le preguntaron con lágrimas en los ojos si de
verdad era policía. Sus padres estaban en el trabajo, y ellas no podían encontrar a
su perro... Becky con su uniforme verde de la escuela, la pequeña Pris con su mono
enterizo. Las dos llorando, tímidas... El cachorro estaba dando vueltas por el jardín
de un vecino a un par de casas de distancia. No había sido difícil encontrarlo, y ella
había logrado con la misma facilidad dos amiguitas. Las hermanas se habían
acostumbrado inmediatamente a Jill, y siempre aparecían después de clase para
llevarle desastrados ramos de flores. Jugaban en su patio durante los fines de
semana mientras cantaban incansablemente las canciones que habían aprendido en
las películas o en los dibujos animados. No es que las niñas hubiesen acabado
milagrosamente con la soledad de Jill pero, al menos, la idea de marcharse se había
quedado en la trastienda de su mente durante una temporada. Por primera vez en
los veintitrés años de su vida, había comenzado a sentirse parte de la comunidad
en la que vivía y trabajaba, y el cambio había sido tan sutil y gradual que apenas se
dio cuenta de él. Seis semanas antes, Becky y Pris se habían alejado del lugar
donde celebraban una merienda campestre familiar en Victory Park... y se habían
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convertido en las dos primeras víctimas de los psicópatas que habían aterrorizado
a la ciudad desde entonces. La fotografía tembló ligeramente en su mano y no le
dijo nada nuevo. Becky estaba tumbada de espaldas, con los ojos abiertos y vacíos
mirando fijamente el cielo, con un enorme agujero desgarrado en su abdomen. Pris
estaba a su lado, con los brazos extendidos y sus delgadas extremidades
desgarradas. Ambas chicas habían sido destripadas y habían muerto a causa de la
brutal agresión que habían sufrido, antes de desangrarse. Si habían tenido tiempo
de gritar, nadie las había oído... ¡Ya basta! ¡Han muerto, pero tú puedes hacer algo para
compensarlo!
Jill metió precipitadamente los papeles en la carpeta y salió de su casa. Inspiró
profundamente varias veces el tibio aire de la tarde. El aroma del césped recién
cortado inundaba todo el vecindario. Un perro ladraba en algún lugar de la calle,
un poco más abajo, mezclado con el sonido de la risa de los niños. Se apresuró a
llegar hasta el pequeño y abollado automóvil gris que estaba aparcado delante de
su casa y se obligó en silencio a no mirar hacia la casa de los McGee mientras ponía
en marcha el coche y se alejaba del lugar. Jill atravesó las amplias calles del
vecindario de las afueras con la ventanilla bajada y pisando a fondo el acelerador,
pero siempre atenta a los posibles niños o mascotas que estuviesen jugando en la
calle. Tampoco es que hubiera demasiados por los alrededores. Desde que habían
comenzado los asesinatos, la gente mantenía a sus hijos y animales dentro de sus
casas, aun a plena luz del día. El pequeño automóvil se sacudió cuando aceleró por
el carril que daba a la autopista 22.
La brisa seca y cálida azotaba su largo cabello y lo mantenía alejado del
rostro. Se sentía bien, como si se estuviese despertando de un mal sueño. Recorrió
a buena velocidad la carretera bajo el sol de la tarde, que arrojaba la larga sombra
de los árboles sobre el asfalto.
Ya fuese por pura causalidad o por capricho del destino, lo que estaba
ocurriendo en Raccoon City la había afectado. No podía seguir actuando como si
simplemente fuese una ladrona hastiada que intentaba mantenerse fuera de la
cárcel y que procuraba comportarse bien para tener contento a su padre. Ni
tampoco pensar que lo que estaban a punto de hacer los STARS era una misión
más. Era importante. A ella le importaba que aquellas niñas estuviesen muertas y
que sus asesinos todavía estuviesen libres para cometer otro crimen. Los extremos
de las hojas de los informes sobre las víctimas aleteaban en el asiento del
acompañante. Quizás eran nueve fantasmas inquietos, y Becky y Priscilla McGee
estaban entre ellos. Puso su mano derecha sobre la hoja superior, y detuvo aquel
movimiento suave. Luego juró en silencio que no importaba lo que le costase, ella
encontraría a los responsables. No importaba lo que ella había sido en el pasado.
No importaba lo que sería en el futuro. Había cambiado... y no descansaría hasta
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que los asesinos de aquellas inocentes niñas hubieran sido castigados por sus
crímenes.
—¡Hola, Chris!
Chris le dio la espalda a la máquina de refrescos y vio a Forester Speyer
cruzando la sala vacía a grandes zancadas, con una ancha sonrisa en su rostro
moreno y juvenil. En realidad, Forest era unos cuantos años mayor que Chris, pero
tenía todo el aspecto de un adolescente rebelde: pelo largo, una chaqueta vaquera
llena de tachones metálicos y el tatuaje de una calavera fumando un cigarrillo en
su hombro izquierdo. También era un mecánico excelente, y uno de los mejores
tiradores en acción que jamás había visto Chris.
—Eh, Forest. ¿Qué tal?
Chris sacó una lata de refresco de la máquina y echó un vistazo a su reloj.
Todavía disponía de un par de minutos antes de la reunión. Sonrió con aire
cansado cuando Forest se detuvo delante de él, con sus ojos azules chispeantes.
Forest también llevaba parte de su equipo: chaleco, cinturón de combate y una
pequeña mochila.
—Wesker le ha dado permiso a Marini para comenzar la búsqueda. El equipo
Bravo va a entrar en acción.
Aunque estaba excitado, el acento de Alabama de Forest convertía su
conversación en un monótono canturreo. Dejó caer el equipo que llevaba en una de
las sillas para invitados, todo ello sin dejar de sonreír por un instante. Chris lo miró
ceñudo.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo. En cuanto ponga en marcha unos cuantos minutos el
helicóptero —Forest se colocó el chaleco de Kevlar1 sobre la camiseta mientras
hablaba—. Mientras los del equipo Alfa os quedáis tomando nota, ¡nosotros vamos
a dedicarnos a patearles el trasero a unos cuantos caníbales! Hay que reconocer
que tenemos una enorme confianza en nosotros mismos.
—Sí, bueno... Oye, tú por si acaso, vigila tu trasero, ¿de acuerdo? Creo que en
todo esto hay algo más que unos simples chiflados asesinos escondidos en el
bosque.
—Tú sabrás.
Forest se echó el pelo hacia atrás y recogió su cinturón. Obviamente, estaba
concentrado en la misión y en nada más. Chris pensó en hacerle algún otro
comentario, pero decidió que era mejor no hacerlo. A pesar de su aire de valentón,
Forest era todo un profesional. No hacía falta que le dijera que tuviera cuidado.
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El Kevlar es el material empleado en la mayoría de los chalecos antibalas actuales. (N del T.)
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¿Estás seguro, Chris? ¿Crees que Billy fue suficientemente cuidadoso? Chris suspiró para
sus adentros y palmeó suavemente la espalda de Forest antes de dirigirse a la sala
de operaciones. Atravesó la pequeña sala de espera y pasó por la sala de entrada
mientras se preguntaba sorprendido por qué Wesker enviaba por separado a
ambos equipos. Aunque lo habitual era que el equipo menos experimentado de los
STARS efectuara el reconocimiento inicial, la verdad es que aquella operación no
tenía nada de habitual.
El gran número de víctimas ya por sí solo era más que suficiente para iniciar
una investigación más exhaustiva. Eso por no hablar del hecho de que existían
indicios más que suficientes como para pensar que los crímenes mostraban signos
de organización, lo que debería haber elevado el asunto al nivel A1 y, sin embargo,
Wesker todavía parecía considerarlo algo así como una especie de operación de
entrenamiento. Nadie más lo ve. No conocían a Billy...
Chris volvió a recordar la conversación a altas horas de la noche que había
mantenido la semana previa con su amigo de la infancia. No había oído nada de
Billy desde hacía tiempo, pero sabía que había logrado un puesto como
investigador en la compañía farmacéutica Umbrella, el principal responsable de la
prosperidad de Raccoon City. Billy nunca había sido un tipo asustadizo, y el
desesperado terror de su voz lo había despabilado por completo y le había causado
una profunda preocupación. Billy había balbuceado que su vida estaba en peligro,
que todos ellos estaban en peligro de muerte. Le había rogado a Chris que se
encontrara con él en un restaurante de la carretera situado en las afueras de la
ciudad... y no había aparecido jamás. Nadie había sabido nada de él desde aquel
día. Chris le había dado vueltas en la cabeza una y otra vez a todo aquello a lo
largo de las insomnes noches desde la desaparición de Billy. Había intentado
convencerse de que no había relación alguna entre los crímenes ocurridos en
Raccoon City y la desaparición de Billy... y, sin embargo, no pudo librarse de la
sensación de que había algo más que lo que estaba ocurriendo a simple vista, y que
Billy sabía qué era. La policía había registrado la casa de Billy, pero no había
descubierto ningún indicio de delito. Pero el instinto de Chris le gritaba que su
amigo estaba muerto, y que lo había asesinado alguien que no quería que contara
lo que sabía. Y al parecer, yo soy el único que le cree. A Irons le importa una mierda mi
teoría, y los de mi equipo creen que me ha afectado demasiado la muerte de mi viejo amigo.
Dejó sus pensamientos a un lado mientras daba la vuelta a una esquina. Los
tacones de sus botas lanzaban un eco sordo por las paredes del pasillo de la
segunda planta. Tenía que concentrarse, centrar su mente en lo que podía hacer
para descubrir la razón de la desaparición de Billy, pero estaba exhausto. Apenas
había logrado dormir, y había sufrido un estado de ansiedad casi continua desde la
llamada de Billy. Quizás estaba perdiendo el sentido de la perspectiva, quizá su
objetividad se había visto mermada por los recientes acontecimientos... Se obligó a
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sí mismo a no pensar en nada concreto mientras se acercaba a la oficina de los
STARS, decidido a mantener la cabeza despejada para la reunión. La luz
procedente de los tubos fluorescentes del techo aumentaba en exceso la
luminosidad procedente de los brillantes rayos del sol de la tarde que inundaban el
estrecho pasillo. El edificio de la policía de Raccoon City tenía una estructura
arquitectónica clásica, aunque poco convencional. Había mucho ladrillo y mucha
madera, además de numerosas ventanas para que entrara la luz del sol. El edificio
había sido la alcaldía de Raccoon City cuando él era un niño. Hacía diez años,
cuando aumentó la población, lo habían convertido en la biblioteca municipal, y
cuatro años antes acabaron convirtiéndolo en una comisaría de policía. Parecía que
siempre se estaba llevando algún tipo de renovación... La puerta de la oficina de
los STARS estaba abierta, y hasta él llegó el sonido de unas voces masculinas. Chris
se detuvo un instante, indeciso sobre si seguir adelante o no al oír la voz del jefe de
policía Irons. «Llámame Brian» Irons era un político egoísta y ególatra disfrazado
de policía. Era un secreto a voces que tenía las manos metidas en más de un pastel.
Se había visto implicado en el escándalo sobre la cesión y venta de terrenos en el
distrito de Cider, allá por 1994, y aunque no había podido demostrarse nada en los
tribunales, cualquiera que lo conociera en persona no tendría ninguna clase de
duda sobre su culpabilidad.
Chris meneó la cabeza mientras percibía la melosa voz de Irons. Parecía
increíble que durante una temporada dirigiera la sección de los STARS en Raccoon
City, aunque sólo fuera como un chupatintas. Era más difícil de creer que el hecho
de que acabaría algún día como alcalde de aquella ciudad. Bueno, la verdad es que
tampoco ayuda mucho que te odie a muerte, ¿verdad, Redfield? Bueno, de acuerdo. A
Chris no le gustaba andar besando culos, y Irons no sabía mantener otro tipo de
relaciones con sus subordinados. Por lo menos, Irons no era un incompetente
absoluto, ya que había recibido entrenamiento militar. Chris puso su mejor cara de
circunstancias y entró en la pequeña y atestada estancia que servía como centro de
operaciones y oficina. Barry y Joseph estaban sentados en la mesa común.
Hablaban en voz baja mientras revisaban una caja llena de papeles. Brad Vickers,
el piloto del equipo Alfa, bebía café al mismo tiempo que mantenía la mirada fija
en la pantalla del ordenador, con una expresión amargada en el rostro. Al otro lado
de la estancia se encontraba el capitán Wesker, recostado sobre su silla, con una
sonrisa fija en su cara mientras escuchaba al jefe Irons. El policía apoyaba su
corpulento cuerpo sobre el escritorio de Wesker, a la vez que se acariciaba el bigote
con los dedos de una mano.
—Así que le dije: «Vas a escribir lo que te digo, Bertolucci, y te va a gustar, ¡O
no vas a recibir ni un solo comunicado de prensa más de esta oficina!», y va el tipo
y me dice...
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—¡Chris! —dijo Wesker interrumpiendo a Irons al mismo tiempo que se
echaba hacia delante en su silla—. Me alegro de que hayas llegado. Parece que por
fin vamos a dejar de perder el tiempo.
Irons le lanzó una mirada furibunda, pero Chris mantuvo la misma expresión
en su rostro. Wesker tampoco pareció darle demasiada importancia al enfado de
Irons, ni mostró ningún esfuerzo superior al de ser simplemente educado con él. Y,
por el brillo de su mirada, tampoco parecía importarle mucho que Irons lo supiera.
Chris atravesó la oficina y se quedó en pie al lado del escritorio que compartía
con Ken Sullivan, uno de los miembros del equipo Bravo. Puesto que en la mayoría
de las ocasiones ambos equipos trabajaban en turnos diferentes, tampoco
necesitaban demasiado espacio. Dejó la lata de refresco sin abrir encima de la mesa
y se giró para mirar a Wesker.
—¿Vas a enviar el equipo Bravo? El capitán le devolvió la mirada,
impertérrito y con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Es el procedimiento habitual, Chris.
Chris se sentó con el entrecejo fruncido.
—Sí, ya lo sé, pero con todo lo que habíamos hablado durante la última
semana, pensé que quizás...
Irons lo interrumpió.
—Yo di la orden, Redfield. Sé que piensas que existe algún tipo de trama
secreta en todo esto, pero yo no veo ninguna razón para cambiar el sistema
habitual.
Cretino santurrón... Chris se obligó a sí mismo a mostrarle una sonrisa, a
sabiendas de que aquello irritaría a Irons.
—Por supuesto, señor. No tiene por qué darme explicaciones.
Irons se quedó mirándolo unos instantes, entrecerrando los ojos, pero
finalmente dejó pasar el comentario y se giró hacia Wesker.
—Espero un informe en cuanto regrese el equipo Bravo. Y ahora, si me
disculpa, capitán...
Wesker se limitó a asentir.
—Jefe.
Irons pasó al lado de Chris y salió de la estancia. Había pasado menos de un
minuto desde su marcha cuando Barry comenzó el choteo.
—¿Creéis que el jefe Irons ha logrado cagar hoy? Lo digo porque quizá
debería poner cada uno algo de dinero para comprarle unos cuantos laxantes estas
Navidades.
Joseph y Brad soltaron unas cuantas carcajadas, pero Chris no logró unirse a
la alegría general. Un tipo como Irons era un chiste con patas, pero su manejo de la
investigación no era nada divertido. Debería haber llamado a los STARS desde el
mismísimo comienzo, y no limitarse a permitirles ser un apoyo. Volvió a mirar a
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Wesker. Era difícil adivinar lo que pensaba un hombre que mostraba siempre la
misma expresión. Había llegado procedente de Nueva York unos cuantos meses
atrás, y había tomado el mando de los STARS de Raccoon City. En todo aquel
tiempo, Chris no había logrado adivinar apenas nada sobre su carácter. El nuevo
capitán parecía ser todo lo que su reputación había prometido: tranquilo,
profesional y eficaz. Sin embargo, mantenía las distancias con el resto del equipo,
como si a veces tuviera la cabeza en otro sitio y no en lo que se estaba hablando...
Wesker suspiró y se puso en pie.
—Lo siento, Chris. Sé que querías que el plan fuese de otra manera, sin
embargo Irons no hizo demasiado caso a tus... sospechas.
Chris asintió lentamente. Es posible que Wesker hubiera efectuado algunas
sugerencias, pero el único con la capacidad para subir el nivel de gravedad de una
misión era Irons.
—No es culpa tuya.
Barry se acercó hasta ellos rascándose su pelirroja barba con los dedos de una
mano enorme. Barry Burton sólo medía un metro ochenta, pero tenía la robustez
de un camión. Su única pasión, aparte de su familia y de su colección de armas, era
el levantamiento de pesas, y los resultados de su afición eran claramente visibles.
—No te preocupes, Chris. Marini nos llamará en el mismo instante que haya
el mínimo problema. Irons sólo está tratando de molestarte.
Chris asintió de nuevo, pero seguía sin gustarle ni un pelo. Por todos los...
Enrico Marini y Forest Speyer eran los únicos soldados de verdad en el equipo
Bravo. Ken Sullivan era un buen explorador y un excelente químico, pero, a pesar
del entrenamiento que había recibido en los STARS, era incapaz de acertarle a la
pared de un granero. Richard Aiken era un experto de primera clase en
comunicaciones, pero también carecía de experiencia de campo. Para rematar el
equipo Bravo, estaba Rebecca Chambers, quien sólo llevaba tres semanas con los
STARS, y era, supuestamente, una especie de genio de la medicina. Chris había
hablado con ella un par de veces, y desde luego parecía muy inteligente, pero sólo
era una adolescente. No es suficiente. Puede que ni siquiera todos nosotros al
mismo tiempo fuéramos suficientes en esta misión. Abrió su lata de refresco, pero
no bebió. Se quedó pensativo, preguntándose contra qué se iban a enfrentar los
STARS, recordando la desesperada súplica en la voz de Billy, y sus palabras
resonaron una vez más en su mente.
«¡Van a matarme, Chris! ¡Van a matar a todo aquel que sepa algo! Nos vemos
en la cafetería de Emmy, ahora mismo. Te lo contaré todo...»
Exhausto, Chris se quedó mirando al vacío, pensando que era el único que
sabía que aquellos asesinatos sólo eran la punta del iceberg.
Barry se quedó en pie al lado del escritorio de Chris durante un minuto
mientras pensaba en algo más que decir, pero su compañero no tenía aspecto de
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querer conversar. Barry se encogió de hombros y regresó a la mesa donde él y
Joseph estaban revisando los informes. Chris era un buen tipo, pero a veces se
tomaba las cosas demasiado a pecho. Se le pasaría en cuanto fuese su turno para
ponerse en acción. ¡Demonios, qué calor hacía! El sudor le corría en lo que le
parecían interminables ríos por su amplia espalda, pegándole la camiseta que
llevaba puesta. El aire acondicionado estaba estropeado, para variar, y aun con la
puerta abierta de par en par, la pequeña oficina de los STARS resultaba
insoportablemente calurosa.
—¿Ha habido suerte?
Joseph levantó la vista de la pila de papeles que estaba revisando y lo miró
con una sonrisa tristona en su rostro delgado.
—¿Estás de guasa? Te aseguro que es como si alguien hubiera ocultado esos
malditos papeles a propósito.
Barry suspiró y recogió un puñado de informes.
—Quizá Jill los ha encontrado. Todavía estaba aquí cuando me fui ayer por la
noche. Seguía revisando las declaraciones de los testigos por centésima vez...
—Bueno, y a todo esto, ¿puede saberse qué demonios es lo que estáis
buscando? —preguntó Brad.
Barry y Joseph miraron al mismo tiempo a Brad, que todavía estaba sentado
delante del ordenador con los auriculares puestos. En pocos minutos estaría
supervisando el vuelo del equipo Bravo sobre el distrito del bosque, pero en aquel
momento tenía toda la pinta de estar muy aburrido. Fue Joseph el que contestó.
—Bueno, Barry dice que existen planos de las distintas plantas de la vieja
residencia Spencer, algo así como un resumen arquitectónico que apareció cuando
se construyó el edificio principal... —Se calló por un momento y luego le sonrió a
Brad—. Aunque a mí me parece que el bueno de Barry se está quedando senil.
Dicen que lo primero que se pierde es la memoria.
Barry lanzó un bufido amistoso.
—El bueno de Barry sería capaz de patearte el trasero durante toda una
semana a pesar de su edad, pequeñín.
Joseph se quedó mirándolo con seriedad fingida.
—Sí, de acuerdo, pero ¿te acordarías después de haberlo hecho?
Barry soltó una pequeña risa mientras meneaba la cabeza. Sólo tenía treinta y
ocho años, pero llevaba quince en el equipo de Raccoon City, lo que lo convertía en
el miembro más veterano. Soportaba numerosas bromas sobre su edad, sobre todo
por parte de Joseph. Brad levantó una ceja.
—¿La residencia Spencer? ¿Qué demonios puede haber en un almacén así?
—Chicos, tendríais que aprender un poco de historia —reprendió Barry—.
Fue diseñada por el gran y único George Trevor, justo antes de desaparecer de la
faz de la tierra. Era aquel famoso arquitecto que construyó todos aquellos
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rascacielos en Washington capital. De hecho, se rumorea que puede que la
desaparición de Trevor fuese la razón por la que Spencer cerró la mansión. Se dice
que Trevor se volvió loco durante la construcción del lugar, y que cuando acabó, se
perdió y vagabundeó por los salones y por los pasillos hasta que murió de hambre.
Brad lanzó un bufido de desprecio, pero se removió inquieto en su silla.
—Menudo montón de mierda. Nunca he oído algo igual.
Joseph le guiñó un ojo a Barry.
—No, de veras. Es cierto. Ahora su torturado espíritu vaga por la mansión
todas las noches, pálido y enjuto, y he oído decir que a veces se le oye hablar, y que
dice algo así como: «Traedme a Vickers... Traedme a Brad Vickers».
Brad se ruborizó lentamente.
—Sí, sí. Ja, ja. Eres todo un humorista, Frost.
Barry sonrió mientras volvía a menear la cabeza, pero se preguntó de nuevo
cómo era posible que Brad hubiese llegado hasta el equipo Alfa. Era, sin duda, el
mejor pirata informático que había ingresado en las filas de los STARS, y era
bastante buen piloto, pero no tanto cuando se encontraba sometido a una fuerte
tensión. Joseph solía llamarlo «Brad, el gallina» cuando no estaba presente, y
aunque generalmente los miembros de los STARS solían apoyarse los unos a los
otros, en este caso nadie discutía la valoración personal de Joseph.
—¿Y por eso Spencer cerró la mansión? —preguntó Brad a Barry, con las
mejillas todavía encendidas.
Barry se encogió de hombros.
—Lo dudo mucho. Se supone que iba a ser una especie de casa de invitados
para los ejecutivos más importantes de Umbrella. La verdad es que Trevor
realmente desapareció justo cuando terminaron las obras de construcción, pero
Spencer ya estaba loco desde mucho antes. Decidió trasladar las oficinas
principales de Umbrella a Europa, no recuerdo exactamente dónde, y se limitó a
cerrar la mansión. Probablemente un par de millones de dólares se fue
directamente a la basura.
Joseph lanzó un bufido de desprecio.
—Y qué. Como si Umbrella fuese a sufrir mucho por algo así.
Aquello era cierto. Es posible que Spencer estuviese completamente majara,
pero disponía del dinero y de los conocimientos financieros suficientes para
contratar a la gente adecuada. Umbrella era una de las mayores compañías
farmacéuticas y de investigación médica de todo el mundo. Ni siquiera treinta
años antes, la pérdida de un par de millones de dólares habría supuesto un gran
descalabro para su propietario.
—De todos modos —continuó diciendo Joseph—, la gente de Umbrella le dijo
a Irons que había enviado a un equipo para comprobar el lugar, y que todo estaba
orden y que nadie había penetrado en su interior.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
—Entonces, ¿por qué buscáis los planos? —preguntó Brad.
Fue Chris quien respondió, lo que le provocó un respingo a Barry por el
sobresalto. Se había levantado para acercarse a ellos, y su juvenil rostro mostraba
un rictus de intensidad que parecía casi algo obsesivo.
—Porque es el único lugar del bosque que no ha sido inspeccionado en
persona por la policía y porque se encuentra prácticamente en el centro geográfico
de todas las escenas de los crímenes. Y porque no siempre puedes fiarte de lo que
te dice la gente.
Brad frunció el entrecejo.
—Pero si los de Umbrella dicen que ya han enviado a los suyos...
Sea cual fuese la respuesta que tenía preparada Chris, fue interrumpida por la
suave voz de Wesker, que se alzó desde el centro de la habitación.
—Muy bien, gente. Puesto que parece que la señorita Valentine no tiene
previsto reunirse con nosotros, ¿por qué no empezamos ya?
Barry se acercó a su mesa. Empezó a preocuparse por Chris por primera vez
desde que todo aquel asunto había comenzado. Lo había reclutado para los STARS
hacía ya unos cuantos años gracias a un encuentro casual en una armería de la
localidad. Chris había demostrado ser una incorporación valiosa al equipo, un
joven inteligente y planificador, además de un tirador de primera y un piloto muy
capacitado. Pero ahora...
Barry miró con cariño la fotografía de Kathy y de sus hijas que tenía sobre la
mesa. La obsesión que sentía Chris por resolver los crímenes de Raccoon City era
más que comprensible, sobre todo después de que su amigo desapareciera sin
dejar rastro. Ninguno de los habitantes de la ciudad quería que se produjera otro
crimen semejante. Barry tenía una familia, y estaba tan decidido como cualquier
otro miembro del equipo a acabar con los asesinos, pero las sospechas de Chris
habían llegado demasiado lejos. ¿Qué quería decir con eso de «no siempre puedes
fiarte de lo que te dice la gente»? O bien que Umbrella mentía, o bien que el jefe
Irons estaba... Aquello era ridículo. La fábrica y los edificios administrativos de
Umbrella situados en las afueras de Raccoon City proporcionaban tres cuartas
partes de los empleos de la ciudad. Sería contraproducente para ellos mentir.
Además, la integridad de Umbrella era tan sólida como la de cualquier otra gran
corporación. Es posible que participara en casos de espionaje industrial, pero el
robo de secretos médicos estaba muy lejos de ser un asesinato. Y, en cuanto al jefe
Irons, puede que fuese un gordo y escurridizo aprendiz de politicucho, pero no era
del tipo de funcionarios que se arriesgaba más allá de aceptar fondos ilegales para
sus campañas. Por dios santo, el tipo quería llegar a ser alcalde. La mirada de Barry
se quedó clavada en la foto de su familia unos instantes más, antes de que diera la
vuelta al la silla para situarse de frente a la mesa de Wesker. De repente; se dio
cuenta de que quería con todas sus fuerzas que Chris estuviera equivocado.
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S. D. PERRY
Fuera lo que fuese que estaba pasando en Raccoon City, aquella clase de feroz
brutalidad no podía ser planeada. Y eso significaba que... Barry no sabía qué
significaba. Suspiró y esperó a que comenzara la reunión.
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S. D. PERRY
Capítulo 2
Jill se quedó muy aliviada cuando oyó la voz de Wesker mientras se acercaba
al trote a la puerta abierta de la oficina de los STARS. Había visto uno de los
helicópteros del equipo despegar desde el helipuerto justo cuando llegaba, y estaba
convencida de que se habían marchado sin ella. Los miembros de los STARS eran
bastante informales en algunos aspectos, pero no había sitio para los que no
lograban mantener el ritmo, y ella deseaba más que nada permanecer en aquella
misión.
—La policía de Raccoon City ya ha establecido un perímetro de búsqueda que
incluye los sectores uno, cuatro, siete y nueve. Nosotros vamos a ocuparnos de las
zonas centrales, y el equipo Bravo se colocará aquí...
Al menos no llegaba demasiado tarde. Wesker siempre comenzaba las
reuniones del mismo modo: una puesta al día de la información, la exposición de
teorías y luego seguían las preguntas y respuestas. Jill inspiró profundamente y
entró en la oficina. Wesker estaba señalando un punto del mapa pegado en la
pared frontal de la estancia, que estaba cubierto de pequeños alfileres de colores
que indicaban la localización exacta donde se habían descubierto los cadáveres.
Apenas cambió el tono de voz cuando Jill entró en la oficina y se dirigió
rápidamente a su mesa. Se sentía como si hubiese regresado al curso básico de
entrenamiento y hubiera llegado tarde a clase. Chris Redfield le dirigió una media
sonrisa mientras se sentaba, y ella respondió a su saludo con un asentimiento de
cabeza antes de centrar su atención en Wesker. No conocía mucho a los demás
miembros del equipo de STARS en Raccoon City, pero Chris se había esforzado
por hacerla sentir bienvenida desde el mismo instante de su llegada.
—…después de sobrevolar las demás zonas centrales. En cuanto recibamos
sus informes, tendremos más idea de dónde concentrar nuestros esfuerzos.
—¿Y qué pasa con la mansión Spencer? —preguntó Chris—. Está
prácticamente en el centro de las escenas de los crímenes. Si comenzamos allí,
podremos llevar a cabo una búsqueda más exhaustiva...
—Si la información que recibimos del equipo Bravo señala en esa dirección,
no te quepa la menor duda de que empezaremos la búsqueda por allí. No veo
razón alguna de momento para considerarla una prioridad.
En el rostro de Chris asomó un gesto de incredulidad.
—Pero sólo tenemos la palabra de Umbrella con respecto a la seguridad de
ese lugar...
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S. D. PERRY
Wesker apoyó los brazos en el escritorio, pero los fuertes rasgos de su rostro
permanecieron inalterables.
—Chris, todos queremos llegar al fondo de esta cuestión, pero tenemos que
trabajar en equipo, y el mejor método para cumplir esta misión es llevar a cabo una
búsqueda minuciosa de esos excursionistas extraviados antes de empezar a sacar
conclusiones definitivas. Bravo efectuará un reconocimiento aéreo y realizaremos
esta misión siguiendo las reglas habituales.
Chris frunció el entrecejo, pero no dijo nada más. Jill resistió la tentación de
poner los ojos en blanco tras el discursito de Wesker. Técnicamente estaba
haciendo lo correcto, pero estaba siendo demasiado políticamente correcto, tal
como quería el jefe de policía Irons. Éste había repetido una y otra vez a lo largo de
la ola de crímenes que él estaba al mando de la investigación y era él quien daba
las órdenes. A Jill no le hubiera importado demasiado si no fuese porque Wesker
se había presentado a sí mismo como una persona que pensaba por su cuenta, una
persona alejada del entramado político. Ella se había unido a los STARS porque no
podía soportar todo aquel politiqueo que rodeaba a las supuestas fuerzas del
orden, y la obvia sumisión de Wesker hacia el jefe Irons era bastante irritante.
De acuerdo, pero no olvides que estuviste a punto de acabar en la cárcel si no hubieras
cambiado de «ocupación»...
—Jill, veo que has logrado encontrar tiempo suficiente para reunirte con
nosotros. Ilumínanos con tus brillantes ideas. ¿Qué nos traes?
Jill miró directamente a los ojos de Wesker y le sostuvo la mirada. Intentó
mantener la misma apariencia de tranquilidad que él desprendía.
—Me temo que nada nuevo. El único punto en común obvio es la
localización...
Bajó la mirada a las notas que tenía sobre el montón de informes colocados
encima de su escritorio, y les echó un vistazo para consultarlas.
—Esto, las muestras de tejido tomadas de debajo del cuerpo de Becky McGee
y de debajo de las uñas de Chris Smith coinciden exactamente. Nos informaron
ayer... y Tonya Lipton, la tercera víctima, había estado paseando por las colinas, en
el sector... Sí, en el sector 7-B...
Levantó la vista de nuevo para mirar a Wesker y se atrevió a decir lo que
pensaba.
—Mi teoría es que existe un posible culto ritual oculto en las montañas,
compuesto por entre cuatro y siete miembros, con perros guardianes entrenados
para atacar a los intrusos que entren en su territorio.
—Extrapola —le dijo Wesker mientras cruzaba los brazos y se mantenía a la
espera.
Al menos, nadie se había reído. Jill se atrevió un poco más, ampliando el
tema.
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—El canibalismo y los desmembramientos sugieren un comportamiento
ritual, lo mismo que los restos de carne descompuesta encontrados sobre algunas
de las víctimas. Puede ser que los atacantes llevasen consigo parte de sus
anteriores victimas, y que nos sean desconocidas. Tenemos muestras de tejidos y
de saliva de cuatro atacantes humanos distintos, aunque las declaraciones de los
testigos visuales indican la presencia de diez o incluso once personas. Todas las
víctimas muertas por animales fueron descubiertas o se descubrió que habían sido
atacadas en la misma zona, lo que sugiere que entraron en algún tipo de zona
prohibida. Las muestras de saliva parecen indicar que se trata de perros, aunque
existen ciertas discrepancias...
Se calló sin terminar la frase. El rostro de Wesker no mostró indicio alguno de
lo que estaba pensando, pero asintió con lentitud.
—No está mal. No está nada mal. ¿Pruebas en contra?
Jill lanzó un suspiro. Odiaba tener que echar abajo su propia teoría, pero era
parte de su trabajo, y, para ser sinceros, la parte que más animaba a pensar de una
manera clara y racional. Los instructores de los STARS entrenaban a la gente para
que no se sometiera a un único modo de pensar para llegar hasta la verdad. Echó
un nuevo vistazo a sus notas.
—Es muy improbable que un culto de semejantes dimensiones se mueva
mucho, y los asesinatos comenzaron hace muy poco tiempo como para que sea
algo local. La policía de Raccoon City habría detectado algunos signos hace
tiempo, algún tipo de empeoramiento en los crímenes antes de llegar a esto.
Además, el grado de violencia post-mortem indica que se trata de atacantes
desorganizados, y habitualmente actúan en solitario.
Joseph Frost, el especialista en vehículos y mecánica del equipo Alfa, habló
desde el fondo de la habitación.
—Lo cierto es que la parte que se refiere a los ataques de los animales encaja,
como si protegieran su territorio o algo así.
Wesker tomó un rotulador de su mesa y se levantó para dirigirse hacia la
pizarra de plástico que tenía cerca de su escritorio, hablando mientras andaba.
—Estoy de acuerdo.
Escribió territorialidad en la pizarra y luego se giró para mirarla de nuevo.
—¿Algo más?
Jill negó con la cabeza, pero se sintió mejor por haber contribuido en algo.
Sabía que la idea de un culto era una teoría frágil, pero no se le había ocurrido
nada mejor. Desde luego, a la policía no se le había ocurrido nada en absoluto.
Wesker centró su atención en Brad Vickers, quien sugirió que quizás era una nueva
forma de terrorismo, y que en poco tiempo empezarían a conocer las
reivindicaciones. Wesker escribió terrorismo en la pizarra, pero no parecía muy
entusiasmado por la idea. Ninguno de los demás miembros del equipo parecía
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S. D. PERRY
apoyarla tampoco. Brad se concentró rápidamente de nuevo en los auriculares
para comprobar la situación del vuelo de reconocimiento del equipo Bravo. Ni
Joseph ni Barry expresaron teoría alguna, y lo que pensaba Chris acerca de los
asesinatos ya era conocido por todos los presentes, aunque su teoría era algo vaga
y confusa: estaba convencido de que se trataba de un ataque organizado en el que,
en cierto modo, estaba implicado algún tipo de influencias externas. Wesker le
preguntó si tenía algo nuevo que añadir (Jill se dio cuenta de que Wesker había
hecho hincapié en la palabra nuevo), pero Chris meneó la cabeza, con aspecto de
sentirse ligeramente deprimido.
Wesker tapó la punta del rotulador que había utilizado y se sentó a su mesa.
Se quedó mirando pensativo la superficie de la pizarra.
—Es un comienzo —dijo finalmente—. Sé que ya habéis leído los informes de
la policía y del forense y que habéis oído las declaraciones de los testigos oculares...
—Aquí Vickers. Adelante.
La voz de Brad, procedente del fondo de la habitación, interrumpió a Wesker
cuando el piloto del equipo Alfa comenzó a hablar. El capitán bajó su tono de voz
y continuó hablando.
—Llegados a este punto, no sabemos a qué nos enfrentamos, y sé que todos
nosotros tenemos ciertas... preocupaciones sobre el modo en que el departamento
de policía de Raccoon City se ha hecho cargo de la situación. Pero ahora ya
formamos parte de la investigación del caso, así que yo...
—¿Qué?
Jill se giró al oír el tono de voz más alto de Brad, al igual que los demás
miembros presentes en la reunión. Se había puesto en pie y parecía estar muy
nervioso. Apretaba con fuerza uno de los auriculares contra su oído.
—Equipo Bravo. Informe. Repito, equipo Bravo.¡Informe!
Wesker se puso en pie de un salto.
—¡Vickers, pásalo al altavoz!
Brad pulsó un botón y el sonido chasqueante de la estática resonó por toda la
habitación. Jill se esforzó por percibir la voz humana en medio de todos aquellos
chasquidos, pero no pudo distinguir ningún sonido coherente durante varios
segundos. Justo entonces...
—¿... me recibís?... fallo, vamos a tener que...
El resto fue ahogado por un estallido de nuevos zumbidos y chasquidos.
Parecía la voz de Enrico Marini, el jefe del equipo Bravo. Jill comenzó a
mordisquearse el labio inferior e intercambió una mirada llena de preocupación
con Chris. La voz de Enrico había sonado... histérica. Todos permanecieron en
silencio escuchando durante unos cuantos segundos más, pero sólo oyeron el
sonido de una comunicación abierta.
—¿Posición? —dijo repentinamente Wesker.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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La cara de Brad estaba completamente pálida.
—Están en el sector, eeeh, en el sector veintidós, al final del área e... pero
hemos perdido la señal. El localizador no transmite.
Jill se sintió aturdida, y vio que el mismo sentimiento se reflejaba en los
rostros de los demás miembros del equipo. El localizador del helicóptero se había
diseñado para que funcionara sin importar las condiciones atmosféricas reinantes.
Lo único que podía impedir su funcionamiento era algo grave, como un fallo total
del sistema o un daño grave. Como, por ejemplo, si se estrellaba el helicóptero.
Chris sintió que se le formaba un nudo en el estómago cuando reconoció las
coordenadas en las que se encontraba el helicóptero. La mansión Spencer. Marini
había dicho algo acerca de un fallo, así que tenía que ser una coincidencia, pero él
tenía la sensación de que no era así. Los Bravos estaban metidos en problemas, y
justo encima de la vieja residencia de Umbrella. Todo aquello pasó por su cabeza
en una décima de segundo e inmediatamente se puso en pie, listo para entrar en
acción. Pasara lo que pasara, los STARS cuidaban los unos de los otros.
Wesker ya se había puesto en movimiento. Comenzó a hablarle al equipo
mientras sacaba las llaves del bolsillo y se dirigía al armario de las armas.
—Joseph, ponte en la radio e intenta contactar con ellos. Vickers, pon en
marcha el helicóptero y pide permiso para despegar. Quiero que salgamos de aquí
en cinco minutos.
El capitán abrió la cerradura del armario al mismo tiempo que Brad le
entregaba los auriculares a Joseph y salía a la carrera de la habitación. Las puertas
de metal reforzado se abrieron de par en par y dejaron a la vista un arsenal de
rifles y pistolas colocadas encima de cajas de municiones. Wesker se giró hacia
ellos, con el rostro tan tranquilo como siempre, pero con la voz llena de energía y
de autoridad.
—Barry, Chris. Quiero que llevéis las armas al helicóptero, que las carguéis y
que las aseguréis. Jill, ve por los chalecos y las mochilas y reúnete con todos
nosotros en el tejado.
Sacó una llave de su llavero y se la arrojó.
—Voy a llamar a Irons para asegurarme de que nos envía apoyo —continuó
diciendo Wesker. Luego lanzó un rápido bufido—. Cinco minutos o menos, gente.
Vamos allá.
Jill salió de la habitación para dirigirse a los vestuarios y Barry agarró una de
las bolsas de lona del fondo del armario mientras asentía con la cabeza en dirección
a Chris. Éste recogió otra bolsa y comenzó a llenarla de cajas de munición,
cargadores y cartuchos de escopeta, mientras Barry iba llenando su bolsa con
armas que antes comprobaba una por una. Joseph continuó intentando entrar en
contacto con el equipo Bravo, pero sin éxito. Chris se volvió a preguntar si era
simplemente coincidencia la cercanía del equipo Bravo a la residencia Spencer en
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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su última comunicación. ¿Estaban relacionados ambos hechos? y si era así, ¿cuál
era la relación?
Billy trabajaba para Umbrella, y la corporación es la propietaria de la
mansión...
—¿Jefe? Soy Wesker. Acabamos de perder contacto con el equipo Bravo. Nos
dirigimos hacia el lugar del último contacto.
Chris sintió el súbito impulso de la adrenalina en sus arterias y comenzó a
trabajar con mayor rapidez. Se había dado cuenta de que cada segundo contaba,
que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte para sus camaradas y
amigos. Era poco probable que se hubiese producido un accidente grave. El equipo
Bravo volaba a baja altura y Forest era un buen piloto, pero... ¿qué ocurriría
cuando estuvieran en el suelo? Wesker le comunicó con rapidez a Irons la
información de la que disponían hasta entonces, y después colgó, para dirigirse
hacia donde se encontraban los demás.
—Voy a asegurarme de que nuestro helicóptero se encuentra en condiciones
de vuelo. Joseph, sigue intentándolo durante un minuto más y luego pásale las
comunicaciones a la gente de la centralita. Ayuda a estos dos a llevar el equipo
arriba. Os veré en el tejado.
Wesker se despidió de ellos con un gesto de la cabeza y se marchó a paso
ligero. Sus pisadas resonaron con fuerza por el pasillo.
—Es bueno —dijo Barry en voz baja, y a Chris no le quedó más remedio que
estar de acuerdo con él. Era tranquilizador comprobar que su nuevo capitán no
perdía los nervios. Chris no tenía muy claros sus sentimientos personales hacia él,
pero su respeto por las cualidades de mando de Wesker crecía a cada momento.
—Adelante, equipo Bravo. ¿Me recibes? Cambio. Repito...
Joseph continuó pacientemente, con una voz repleta de tensión, pero sus
llamadas se perdían en mitad de la estática que resonaba en la habitación. Wesker
atravesó a paso vivo la sala de espera de la segunda planta, y en el camino saludó a
un par de policías uniformados que estaban tomando un refresco al lado de la
máquina automática. La puerta que daba al pasillo que finalmente lo llevaría al
tejado estaba abierta de par en par, y una ligera brisa húmeda refrescaba el
pegajoso calor del interior del edificio. Todavía era de día, pero no tardaría mucho
en hacerse de noche. Tenía la esperanza de que aquello no complicara aún más la
situación, aunque supuso que probablemente lo haría... Wesker torció a la
izquierda y empezó a bajar la escalera que conducía al helipuerto mientras
revisaba mentalmente de forma sistemática la lista... comenzar procedimiento de
emergencia, armamento, demás equipo, informar... Ya sabía que todo estaba en
orden, pero volvió a repasar la lista de todas maneras. No convenía confiarse, y las
suposiciones eran el primer paso hacia el error. Le gustaba pensar en sí mismo
como un hombre preciso, que tenía en cuenta todas las posibilidades y que decidía
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el mejor curso de acción después de sopesar cuidadosamente todos los factores. Ser
jefe consistía simplemente en tener el control. Pero para cerrar este caso... Se quitó
de la cabeza aquella idea antes de que llegara más lejos. Sabía lo que tenía que
hacer, y todavía quedaba tiempo de sobra. Ahora tenía que concentrarse sólo en
traer de regreso a los miembros del equipo Bravo, sanos y salvos. Wesker abrió la
puerta que daba finalmente al exterior y salió a la brillante luz del atardecer. El
creciente zumbido de los motores del helicóptero y el olor a combustible asaltaron
sus sentidos. El aire en el pequeño helipuerto del tejado era más fresco que en el
interior del edificio. Estaba parcialmente bajo la sombra de una vieja torre de
almacenamiento de agua, vacío excepto por el helicóptero gris metalizado del
equipo Alfa. Se preguntó por primera vez qué le habría sucedido al equipo Bravo.
Había ordenado que el novato y Joseph revisaran ambos aparatos el día anterior, y
estaban en perfectas condiciones.
Dejó a un lado aquella línea de pensamiento mientras se encaminaba hacia el
helicóptero, con su ya alargada sombra siguiéndole pegada a los talones. No
importaba el porqué. Al menos, ya no importaba el motivo. Lo realmente
importante era lo que seguía a continuación. Espera lo inesperado era el lema de los
STARS, aunque lo que realmente significaba era estar preparado para cualquier
cosa. No esperes nada. Ése era el lema de Albert Wesker. Quizás era menos
pegadizo, pero era infinitamente más útil. Era una garantía prácticamente infalible
de que nada te sorprendería jamás en la vida. Entró en la cabina del piloto y recibió
una bienvenida por parte de Vickers en forma de temblorosa señal del pulgar hacia
arriba. El tipo estaba completamente pálido por el miedo, y por un instante Wesker
pensó en dejarlo atrás. Chris podía pilotar, y Vickers tenía fama de venirse abajo en
situaciones tensas. Lo último que necesitaba era que uno de los suyos se quedara
paralizado por el miedo si se presentaban problemas. Sin embargo, pensó en los
Bravo desaparecidos y decidió que era mejor que los acompañara. Al fin y al cabo,
sería una misión de rescate.
Lo peor que podía hacer Vickers era vomitar encima de sí mismo si el
accidente del helicóptero de los Bravo había sido muy grave, y Wesker podría
soportar algo así. Abrió la puerta de carga lateral y efectuó una rápida revisión del
equipo colocado en las paredes del aparato. Bengalas de emergencia, raciones de
campaña... Abrió la tapa de las pesadas cajas situadas detrás de los asientos y
comprobó los suministros médicos básicos mientras asentía. Estaban todo lo
preparados que se podía estar...
Wesker sonrió de repente al preguntarse qué estaría haciendo Irons en aquel
preciso instante.
Estará cagándose en los pantalones, seguro.
Wesker lanzó una pequeña carcajada mientras saltaba al asfalto recalentado
por el sol. Se imaginó claramente a Irons con sus gordas mejillas rojas por la
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indignación y con la mierda corriéndole pantalones abajo. A Irons le gustaba
pensar que podía tener bajo su control absolutamente todo lo que lo rodeaba,
incluidas las personas, y se enfurecía cuando no era el caso, lo que lo convertía en
un perfecto idiota. Por desgracia para todos ellos, era un idiota con cierto poder en
Raccoon City. Wesker había investigado un poco sobre el jefe de policía antes de
ocupar su nuevo puesto dentro de los STARS. Se había enterado de unos cuantos
asuntos que no dejaban muy bien parado a Irons. No tenía intención alguna de
utilizar aquella información, pero si Irons intentaba una vez más fastidiar la
operación, Wesker no tendría el menor remordimiento en dejar filtrar aquella
información a la prensa... O al menos en decirle que tenía conocimiento de ciertos
«asuntillos». Desde luego, aquello lo mantendría alejado de la operación. Barry
Burton apareció con la bolsa de municiones al hombro, y sus enormes bíceps se
tensaron cuando se cambió la bolsa de hombro y se encaminó hacia el helicóptero.
Chris y Joseph lo seguían de cerca. Chris cargaba con las armas de cinto, y Joseph
llevaba al hombro un RPG en su funda, uno de aquellos lanzagranadas de tipo
compacto. Wesker volvió a quedar sorprendido por la fuerza bruta de Burton
cuando el miembro Alfa subió al helicóptero y dejó la bolsa en el suelo con
facilidad, como si en realidad no pesara más de treinta kilos. Barry era bastante
inteligente, pero, dentro de los STARS, el tener músculos era toda una ventaja. El
resto de la escuadra estaba en buena forma, pero, comparados con Barry, los
demás miembros del equipo eran unos palillos. Wesker volvió a centrar su
atención en la puerta que daba acceso al helipuerto a la espera de que apareciera
Jill mientras los demás colocaban en su sitio el equipo que habían llevado. Echó un
vistazo a su reloj y frunció el entrecejo. Hacía menos de cinco minutos que habían
perdido el contacto con el equipo Bravo, de modo que habían reaccionado en un
tiempo excelente, así que... ¿dónde demonios estaba Valentine? No había tenido
mucho contacto con ella desde su llegada a Raccoon City, pero su expediente era
todo un historial. Tenía unas excelentes recomendaciones por parte de todos
aquellos con los que había trabajado, y su último capitán la alababa diciendo que
era notablemente inteligente y que se mantenía «increíblemente» tranquila en las
situaciones de tensión. Era normal, teniendo en cuenta su vida pasada. Su padre
era Dick Valentine, el mejor ladrón de guante blanco de hacía un par de décadas.
Él se había encargado personalmente de entrenarla y formarla para que siguiera
sus pasos, y a ella le había ido bastante bien hasta que finalmente encarcelaron a su
padre...
Sea una chica prodigio o no, podría comprarse un reloj en condiciones. Le
ordenó en silencio que se diera prisa para meter su trasero en el helicóptero y le
indicó a Vickers que comenzara a hacer girar los rotores del aparato.
Había llegado el momento de descubrir lo mal que estaban las cosas.
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S. D. PERRY
Capítulo 3
Jill se giró hacia la puerta de entrada del silencioso y poco iluminado
vestuario de los STARS, con dos abultadas bolsas de lona colgando de los brazos.
Las dejó un momento en el suelo para recogerse el pelo y meterlo en una boina
negra que se puso. La verdad es que hacía demasiado calor para ponérsela, pero
era su gorro de la suerte. Echó un vistazo a su reloj antes de levantar las bolsas,
satisfecha de haber empacado todo en menos de tres minutos. Había recorrido los
armarios de todos los miembros del equipo Alfa recogiendo los cinturones de
servicio, los guantes sin dedos, los chalecos de Kevlar y las pequeñas mochilas de
combate. Advirtió que los armarios reflejaban la personalidad de su propietario. El
de Barry estaba cubierto con fotografías de su familia, además de otra procedente
de una revista de armas en la que se veía una de las escasas Luger que todavía
existían, puesta sobre un tapete de terciopelo rojo. Chris tenía fotografías de sus
compañeros de las fuerzas aéreas, y las estanterías de su armario eran el típico caos
juvenil: camisetas arrugadas, papeles sueltos e incluso un yoyó de los que brillan
en la oscuridad, pero con la cuerda rota. Brad Vickers tenía un montón de libros de
auto ayuda para superar los problemas de carácter, y Joseph, un calendario de los
hermanos Marx. Sólo el armario de Wesker carecía de cualquier clase de detalle
personal. En cierto modo, aquello no la sorprendió en absoluto. El capitán le
parecía demasiado tenso con respecto a su comportamiento como para darle
mucho valor sentimental a cualquier objeto. Su propio armario era una mezcolanza
de novelas baratas de segunda mano de crímenes verdaderos, junto con un cepillo
de dientes, hilo dental y pastillas refrescantes del aliento de menta, además de tres
gorros. En la puerta del armario tenía puesto un pequeño espejo y una vieja
fotografía arrugada en la que aparecían ella y su padre. La habían hecho cuando
era pequeña, un día que había ido con su padre a la playa en pleno verano.
Mientras recogía su equipo decidió que reorganizaría su armario en cuanto tuviera
un poco de tiempo libre. Cualquiera que echara un vistazo a su interior pensaría
que era alguna clase de fanática del cuidado de los dientes. Jill se agachó
ligeramente para cerrar la puerta con llave mientras sostenía las dos bolsas sobre
una rodilla. Había logrado cerrarla cuando oyó un carraspeo deliberado detrás de
ella. Sorprendida, Jill dejó caer las bolsas y se dio media vuelta buscando con la
mirada la persona que había carraspeado, mientras su mente revisaba
instintivamente la situación. La puerta de entrada al vestuario estaba cerrada con
llave cuando ella llegó. La pequeña habitación tenía tres hileras de armarios y
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estaba a oscuras y en silencio hasta que ella entró. Había otra puerta al otro lado de
la estancia, pero nadie había entrado desde que ella estaba allí... lo que significa que
ya había alguien dentro cuando yo llegué, oculto justo en la sombra tras la última hilera de
bancos. ¿Un poli echándose una siestecita? Era poco probable. El comedor del
departamento disponía de un par de camastros en su parte trasera, y eran mucho
más cómodos que la estrecha superficie de un banco de metal sobre el frío
cemento. Quizás es alguien que esta pasando un «buen rato» con una de esas revistas —
pensó con un gruñido su mente—. Bueno, ¿y qué importa? Tienes poco tiempo. ¡Mueve
el trasero! Muy bien. Jill recogió las bolsas y se dio la vuelta para marcharse.
—La señorita Valentine, ¿verdad? —dijo una voz en tono bajo. Una sombra se
separó de la parte trasera de la habitación y avanzó un paso. Era un hombre alto
con una voz melodiosa. Tenía unos cuarenta y pocos años, su pelo era oscuro y su
complexión delgada. Sus ojos tenían una mirada intensa. Iba vestido con una
gabardina, a pesar del calor, de buena calidad.
Jill se preparó para actuar con rapidez si era necesario. No había reconocido al
extraño.
—Sí, así es —asintió precavida. El hombre avanzó hacia ella, y una sonrisa
iluminó su rostro.
—Tengo algo para usted —dijo con voz suave y tranquilizadora.
Jill entrecerró los ojos y adoptó inmediatamente una postura defensiva,
apoyando el peso de su cuerpo en la punta de los pies.
—Quieto, capullo. No sé quién puñetas te crees que eres o lo que te crees que
yo quiero, pero estamos en una comisaría de policía...
Dejó lentamente de hablar mientras el extraño meneaba la cabeza y sonreía
aun más, al mismo tiempo que sus ojos oscuros chispeaban divertidos.
—Se equivoca con respecto a mis intenciones, señorita Valentine. Por favor,
disculpe mis modales. Me llamo Trent y soy... un amigo de los STARS.
Jill se fijó atentamente en la postura del individuo y se relajó un poco. Lo miró
fijamente a los ojos por si detectaba el menor indicio de movimiento. No es que se
sintiera amenazada por él, no exactamente... Pero ¿cómo sabía mi nombre?
—¿Qué quiere?
Trent ensanchó aún más su sonrisa.
—Ah, vaya, directa al grano. Pero claro, anda bastante corta de tiempo...
Metió la mano lentamente en su gabardina y sacó lo que parecía ser un
teléfono móvil.
—Aunque la verdad es que lo importante no es lo que yo quiero, sino lo que
yo creo que debería tener.
Jill miró breve y rápidamente al objeto que el extraño individuo sostenía en la
mano y frunció el entrecejo.
—¿Eso? —le preguntó.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
—Sí. He reunido unos cuantos documentos que serán muy interesantes para
usted. Yo diría que muy interesantes.
Le acercó la mano que sostenía el artefacto mientras hablaba.
Ella extendió la mano con sigilo y, al hacerlo, se dio cuenta de que en realidad
era un lector de minidiscos, un ordenador de bolsillo muy caro y sofisticado. Trent
disponía de una buena financiación, quienquiera que fuese.
Él negó con la cabeza.
—Eso no es importante, al menos, no en este momento, aunque sí puedo
decirle que hay mucha gente importante observando con detenimiento Raccoon
City en este preciso instante.
—¿Ah, sí? ¿Y esa gente, también son «amigos» de los STARS, señor Trent?
Trent lanzó una pequeña risa en voz baja.
—Tantas preguntas y tan poco tiempo. Lea los informes. Y, si yo fuera usted,
no le mencionaría a nadie esta pequeña conversación. La verdad es que podría
tener consecuencias bastante graves.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta trasera de la habitación, pero se
giró hacia Jill cuando agarró el pomo. Los rasgos del curtido rostro de Trent
perdieron todo resto de humor, y su mirada se volvió más intensa y penetrante.
—Sólo una cosa más, señorita Valentine, y esto es algo vital. No se lo tome a
la ligera: no puede fiarse de todo el mundo, y no todos son lo que aparentan ser...
ni siquiera las personas que conoce. Si quiere permanecer con vida, haría bien en
recordarlo.
Trent abrió la puerta y salió sin volver a hablar, y así, tan tranquilamente, se
marchó y desapareció sin más.
Jill se quedó mirando la puerta abierta, y su mente divagó en mil direcciones
a la vez. Se sentía la protagonista de una de aquellas viejas películas
melodramáticas de espías que acaba de encontrarse con un misterioso extraño. Era
de risa, y sin embargo... y sin embargo acaba de entregarte un aparato que cuesta varios
miles de dólares sin vacilar ni un instante y encima te ha dicho que vigiles tu espalda.
¿Crees que este tipo está de broma? No sabía qué pensar, y tampoco tenía tiempo para
pararse a pensar. A esas alturas, era bastante probable que el equipo estuviese
reunido y esperándola mientras se preguntaban dónde demonios estaría. Jill se
colgó al hombro las pesadas bolsas y salió corriendo por la otra puerta. Ya habían
cargado y asegurado las armas y Wesker estaba comenzando a impacientarse.
Aunque sus ojos estaban ocultos por las oscuras gafas de sol de aviador, Chris se
dio cuenta por su postura y por la forma en que el capitán mantenía la cabeza
inclinada hacia la puerta de salida del edificio. El helicóptero estaba preparado y
en marcha, con las palas de los rotores azotando el húmedo y tibio aire de la tarde
y lanzándolo en oleadas hacia el estrecho compartimiento donde se encontraban.
La puerta estaba abierta, por lo que el sonido del motor ahogaba cualquier intento
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
de mantener una conversación. No quedaba otra cosa que hacer más que esperar.
Vamos, Jill. No nos retrases mas...
En el mismo momento en que Chris dirigía sus pensamientos hacia Jill, ésta
apareció en la puerta y comenzó a recorrer a la carrera los metros que la separaban
del helicóptero. Estaba claro que llevaba todo el equipo de los Alfa en las bolsas y
un gesto de disculpa en el rostro. Wesker se bajó de un salto para ayudarla y
agarró una de las bolsas mientras ella subía a bordo. Wesker subió inmediatamente
detrás de la joven y cerró las dobles puertas del helicóptero. El rugido de la turbina
del motor quedó reducido inmediatamente a un apagado zumbido.
—¿Algún problema, Jill?
La voz de Wesker no parecía mostrar enfado, pero el tono era lo bastante seco
como para sugerir que tampoco estaba muy satisfecho. Jill negó con la cabeza.
—Una de las cerraduras estaba atascada. Las he pasado canutas para que
funcionara la llave de una vez.
El capitán se quedó mirando fijamente a Jill. Era evidente que estaba
decidiendo si iba a hacerle pasar un mal rato o no, pero finalmente se encogió de
hombros.
—Llamaré a los de mantenimiento cuando regresemos. Reparte el equipo.
Recogió unos auriculares y se los puso mientras se sentaba al lado de Brad. Jill
comenzó a repartir los chalecos antibalas al mismo tiempo que el helicóptero se
elevaba, lentamente al principio. El edificio de la comisaría de Raccoon City se
quedó abajo y atrás cuando Brad colocó al aparato para volar en dirección
noroeste. Chris se sentó en cuclillas al lado de Jill cuando terminó de colocarse el
chaleco y la ayudó a distribuir los guantes y los cinturones mientras sobrevolaban
la ciudad en dirección a los montes Arklay. Las concurridas calles del centro de la
ciudad dieron paso a la tranquilidad del extrarradio urbano, con avenidas más
amplias y casas apacibles situadas en mitad de rectángulos de hierba y rodeadas
de vallas blancas. La luz del atardecer bañaba aquella comunidad creciente pero
aislada y difuminaba los bordes de aquel cuadro bucólico dándole un aire onírico e
irreal. Los minutos pasaron en silencio mientras los miembros del grupo Alfa se
terminaban de equipar y se preparaban mentalmente, cada uno de ellos perdido en
sus propios pensamientos. Con un poco de suerte, el helicóptero del equipo Bravo
sólo habría sufrido una ligera avería mecánica. Con seguridad Forest habría
posado el aparato en uno de los numerosos claros que salpicaban el bosque, y
probablemente estaría de grasa hasta los codos mientras maldecía en voz alta e
intentaba arreglar el motor y esperaba que aparecieran los del equipo Alfa. Marini
no comenzaría la búsqueda si el aparato no estaba en funcionamiento. La
alternativa a aquello... Chris frunció el entrecejo en un gesto de disgusto. No quería
considerar ninguna de las otras alternativas. Ya había visto con anterioridad las
consecuencias de un helicóptero estrellado a toda velocidad cuando todavía era
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
miembro de la fuerza aérea. Un error del piloto había provocado la caída a plomo
de un Bell Huey que transportaba a once hombres y mujeres en una misión de
entrenamiento. Para cuando llegó el equipo de rescate, sólo quedaban huesos rotos
y medio carbonizados en mitad de los restos chamuscados del aparato. El pegajoso
y dulzón hedor de la carne quemada se entremezclaban con la peste del
combustible ardiendo. Incluso la superficie del suelo había ardido, y esa imagen lo
había perseguido en sueños durante los meses siguientes: el suelo en llamas, el
fuego químico que devoraba la mismísima tierra bajo sus pies... Se produjo un
pequeño salto al cambiar de altura cuando Brad ajustó el grado de inclinación del
rotor, y aquello lo hizo regresar de sus desagradables recuerdos. Los abruptos
límites exteriores del bosque de Raccoon pasaron velozmente bajo ellos, y los
indicadores de color naranja de las barricadas de la policía destacaban frente al
apagado color verde de los árboles. El atardecer llegaba a su fin, y el bosque
empezaba a llenarse de sombras.
—Tiempo estimado de llegada... tres minutos —anunció Brad.
Chris miró alrededor, a sus compañeros, y advirtió sus expresiones ceñudas y
silenciosas. Joseph se había atado un pañuelo alrededor de la cabeza y estaba
concentrado en volverse a atar las botas. Barry pasaba un trapo por encima de su
arma preferida, un revólver Colt Python, mientras miraba fijamente por la ventana
del helicóptero. Se giró para mirar a Jill y se sorprendió al ver que era ella la que lo
estaba mirando fijamente y con expresión pensativa. Estaba sentada en el mismo
banco que él, y le sonrió por un instante, casi de forma nerviosa cuando vio que él
la había pillado observándolo. Se desabrochó repentinamente el arnés de
seguridad y se sentó a su lado. Él pudo oler el ligero aroma de su piel, y el limpio
olor a jabón.
—Chris... lo que has estado diciendo acerca de unos factores externos en este
caso...
Hablaba en voz tan baja que él tuvo que inclinarse sobre ella para poder oírla
por encima del zumbido del motor. Jill lanzó una rápida mirada alrededor, como si
quisiera asegurarse de que ninguno de los otros escuchaba su conversación, y
luego se giró de nuevo hacia él, con una mirada cuidadosamente neutral.
—Creo que tenías razón —continuó diciendo en voz baja—, y comienzo a
creer que no es buena idea hablar sobre ello en voz alta.
Chris sintió que la garganta se le resecaba repentinamente.
—¿Ha ocurrido algo?
Jill negó con la cabeza, y sus bellos rasgos no revelaron emoción alguna.
—No, sólo que he estado pensando que sería mejor que tuvieses cuidado con
lo que dices. Puede que no todos los que te escuchan estén en nuestro mismo
bando...
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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S. D. PERRY
Chris la miró ceñudo. No estaba muy seguro de lo que ella quería decir
exactamente.
—Las únicas personas con las que he hablado son las del equipo...
La mirada de ella continuó mostrándose imperturbable, y él se dio cuenta de
repente de lo que la joven estaba intentando decirle.
¡Jesús, y yo que pensaba que estaba un poco paranoico!
—Jill, conozco a esta gente, y aunque no los conociera, los de la central de
STARS tienen perfiles psicológicos de todos y cada uno de los miembros, además
de informes sobre su vida personal y su historial particular. No existe modo
alguno de que eso ocurriera.
Ella dejó escapar un profundo suspiro.
—Mira, olvida lo que te he dicho. Tú sólo... sólo ten cuidado, ¿de acuerdo?
Eso es todo.
—¡Muy bien, gente! Espabilad. Estamos llegando al sector veintidós, así que
podrían estar en cualquier parte.
Jill lanzó una última mirada de advertencia a Chris después de la
interrupción de Wesker antes de levantarse y colocarse al lado de una de las
ventanas. Chris la imitó, mientras Joseph y Barry se situaban en el otro costado del
helicóptero para comenzar la búsqueda visual desde el otro lado. Chris se dedicó a
escrutar el terreno que corría por debajo de ellos, cada vez más oscuro en la
sombría luz del atardecer, a través de la pequeña ventana de forma automática,
mientras su mente funcionaba a toda velocidad sopesando lo que le había dicho
Jill. En teoría, debería estar agradecido de no ser el único que sospechaba algún
tipo de encubrimiento, pero ¿por qué no se lo había dicho antes? Además, eso de
advertirle sobre sus propios compañeros de STARS, la verdad... Sabe algo. Debía
saber algo nuevo; ésa era la única explicación razonable y con sentido. Decidió que
hablaría de nuevo con ella en cuanto hubieran recogido a los miembros del equipo
Bravo. Intentaría convencerla de que lo mejor sería hablar con Wesker. Si los dos
insistían, al capitán no le quedaría más remedio que ceder finalmente. Se quedó
mirando al aparentemente interminable mar de árboles que el helicóptero
sobrevolaba a baja altura y se obligó a concentrarse en la búsqueda. La mansión
Spencer tenía que estar bastante cerca, aunque no podía distinguirla en la creciente
oscuridad reinante. Las ideas acerca de Billy, de Umbrella y de las extrañas
advertencias de Jill hacía un momento comenzaron a dar vueltas en su cabeza,
aprovechando su cansancio en un intento por romperle la concentración, pero él se
resistió. Aún estaba preocupado por los miembros del equipo Bravo, aunque a
medida que pasaban por encima de más y más árboles se iba convenciendo de que
no estaban realmente metidos en problemas. Probablemente no sería nada grave
más allá de un cable fundido. Forest había apagado todos los sistemas para
efectuar una reparación... Fue justo entonces cuando lo vio, a poco menos de dos
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
kilómetros, en el mismo instante en que Jill señalaba hacia el lugar y abría la boca.
Entonces su preocupación se convirtió en un temor indefinible.
—¡Chris, mira!
Una espesa columna de humo negro atravesaba los últimos rayos de sol del
día y manchaba el cielo como un anuncio de muerte. Oh, no... Barry apretó la
mandíbula mientras observaba la columna de humo que se elevaba por encima de
los árboles, y se sintió enfermo.
—¡Capitán, a las dos en punto!1 —exclamó Chris, y el aparato comenzó a virar
inmediatamente en dirección a la negra mancha en el cielo que sólo podía
significar una cosa: el helicóptero de los Bravo se había estrellado.
Wesker regresó al compartimiento de carga, con las gafas de sol todavía
puestas. Miró por la ventana y habló en voz baja, con tono tranquilo.
—No supongamos lo peor. Existe la posibilidad de que se declarase un fuego
después de que aterrizaran o de que encendieran el fuego a propósito, para hacer
una señal que indicase dónde se encontraban exactamente.
Barry deseó que pudieran creerle, pero incluso Wesker sabía la verdad. Si el
helicóptero había aterrizado por un fallo en los sistemas, era poco probable que se
hubiese iniciado un incendio, y si los del equipo Bravo hubiesen querido hacer una
señal, hubiesen utilizado las bengalas luminosas. Además, la madera no provoca
ese tipo de humo...
—Pero sea lo que fuere que haya pasado, no lo sabremos hasta que lleguemos
allí. Y ahora, si me prestáis atención, por favor...
Barry se separó de la ventana y vio que los demás hacían lo mismo. Chris,
Joseph y Jill tenían la misma mirada, la misma que supuso tendría él: estaban
conmocionados. Era cierto que los miembros de los STARS a veces resultaban
heridos durante las misiones. Al fin y al cabo, era parte del trabajo, pero los
accidentes como aquél... La única señal de inquietud de Wesker era su boca: la
tenía tan apretada que formaba una línea recta en su tez morena.
—Muy bien. Escuchadme con atención. Tenemos a nuestra gente ahí abajo, en
un ambiente probablemente hostil. Os quiero a todos armados, y quiero un
despliegue organizado, la dispersión habitual en cuanto nos posemos. Barry, tú
irás en cabeza.
Barry asintió y recuperó la compostura. Wesker tenía razón. No era el
momento de dejarse llevar por los sentimientos.
—Brad va a dejarnos lo más cerca posible del lugar indicado, en lo que parece
ser un pequeño claro a unos cincuenta metros aproximadamente al sur de las
Los pilotos dividen el cielo utilizando la esfera del reloj para hacer referencia a su situación. Así, tomando
como punto central el piloto, justo delante serían «las doce», noventa grados a la derecha serían «las tres»,
noventa grados a la izquierda serían «las nueve», y justo a la espalda serían «las seis». (N. del T.)
1
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últimas coordenadas. Permanecerá en el helicóptero y lo mantendrá en marcha por
si surgen problemas. ¿Alguna pregunta?
Nadie dijo nada, y Wesker asintió.
—Bien. Barry, entréganos la artillería. Dejaremos el resto del equipo a bordo y
regresaremos a buscarlo si es necesario.
El capitán entró de nuevo en la cabina del piloto para hablar con Brad,
mientras Jill, Joseph y Chris se giraban hacia Barry. Este último era el especialista
en armas, de modo que comprobaba a fondo el armamento de cada uno de los
miembros del equipo de los STARS y lo mantenía en perfectas condiciones. Barry
se acercó al pequeño armario colgado de una de las paredes del compartimiento de
carga del helicóptero y abrió la tapa, dejando a la vista seis pistolas Beretta de 9
mm colgadas de una pequeña barra metálica, completamente limpias y con el
punto de mira revisado el día anterior. Cada una de las armas poseía un cargador
con una capacidad de quince balas semiblindadas y de punta hueca. Eran buenas
armas, pero Barry prefería su Colt Python, cuyos proyectiles tenían una potencia
de impacto superior.
Distribuyó rápidamente las armas y entregó tres cargadores a cada uno de
ellos.
—Espero que no las necesitemos —dijo Joseph mientras se guardaba uno de
los cargadores.
Barry asintió para mostrar que estaba de acuerdo con él. Pertenecía a la
Asociación Nacional del Rifle1, pero eso no significaba que fuese un idiota
dispuesto a apretar el gatillo a la menor oportunidad. Simplemente le gustaban las
armas de fuego. Wesker se colocó a su lado de nuevo, y los cinco se colocaron al
lado de las compuertas del helicóptero, a la espera de que Brad se posara en el
suelo. Las palas del rotor del helicóptero removieron la negra columna de humo
que ascendía mientras se acercaban, lo que creó una especie de neblina negra que
se fundió con las oscuras sombras del crepúsculo. Aquello imposibilitó por
completo cualquier ocasión de divisar desde el aire al aparato estrellado. Brad
sobrevoló durante unos instantes aquel punto y luego se dirigió a una pequeña
zona herbosa, donde posó el helicóptero. La hierba alta se agitó con fuerza azotada
por el viento provocado por las palas del rotor. Barry ya tenía la mano puesta en el
tirador de la compuerta antes incluso de que los patines del aparato tocaran el
suelo, listo para saltar a tierra.
Una cálida mano se posó repentinamente sobre su hombro. Barry se giró y vio
a Chris mirándolo con intensidad.
—Estamos justo detrás de ti —le dijo Chris, y Barry se limitó a asentir.
La Asociación Nacional del Rifle es una institución que reúne a la mayoría de los aficionados a las armas de
fuego de Estados Unidos. Sus miembros suelen ser fanáticos del derecho constitucional a llevar armas, por lo
que se niegan a restringir el acceso a ellas, y practican regularmente el tiro. (N. del T.)
1
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S. D. PERRY
No estaba preocupado por sí mismo, no con los miembros del equipo Alfa
apoyándolo. Lo único que le inquietaba era la situación del equipo Bravo. Enrico
Marini era un buen amigo suyo. La esposa de Marini había cuidado de sus hijas
más veces de las que Barry se podía acordar, y también era muy amiga de Kathy.
La sola idea de que hubiera muerto debido a un estúpido fallo mecánico... Aguanta,
compañero ya llegamos...
Barry tiró del abridor de la compuerta con una mano mientras con la otra
empuñaba su Colt Python, y saltó al oscuro y húmedo crepúsculo del bosque de
Raccoon, preparado para cualquier cosa.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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S. D. PERRY
Capítulo 4
Se desplegaron y comenzaron a dirigirse hacia el norte, con Wesker y Chris
situados detrás y a la izquierda de Barry, y Joseph y Jill a su derecha. Justo enfrente
de ellos había un pequeño grupo de árboles, y Jill percibió el combustible ardiendo
y los jirones de humo que atravesaban el follaje a medida que las aspas del
helicóptero de los Alfa descendían de velocidad. Atravesaron a paso rápido la
zona boscosa, donde la visibilidad disminuía notablemente bajo las ramas de los
árboles. El tibio aroma de la tierra y de las agujas de pino estaba prácticamente
oculto por el hedor de gasolina incendiada que aumentaba a cada paso. Bajo la
escasa luz que se filtraba, Jill vio que más adelante se abría otro claro de hierba
bastante alta.
—¡Ya lo veo! ¡Ahí delante!
Jill sintió que su corazón le daba un vuelco cuando oyó el grito de Barry, y
todos comenzaron a correr un instante después, deseosos de reunirse con el
compañero que iba en cabeza. Salió del bosquecillo de árboles con Joseph a su
derecha. Barry ya estaba al lado del helicóptero estrellado, con Chris y Wesker a su
espalda. Todavía salía humo del aparato, pero iba disminuyendo. Si se había
producido fuego, ya se había apagado. Ella y Joseph alcanzaron al resto del equipo
y se quedaron mirando. Nadie dijo absolutamente nada mientras observaban la
escena. El largo y ahusado fuselaje del helicóptero estaba intacto, sin un solo
arañazo visible. El patín de aterrizaje de babor parecía algo doblado, pero aparte
de eso y de la cada vez más débil columna de humo procedente del rotor, no
parecía tener ningún problema. Las compuertas estaban abiertas, y la linterna de
Wesker reveló una cabina y un compartimiento de carga completamente intactos.
Por lo que se veía, la mayor parte del equipo de los Bravo todavía estaba en el
interior del helicóptero. ¿Dónde demonios están? No tenía el menor sentido. Sólo
habían pasado quince minutos desde la última transmisión. Si alguien hubiese
resultado herido, se habrían quedado allí esperando, y si habían decidido
marcharse, ¿por qué iban a dejar su equipo atrás? Wesker le entregó su linterna a
Joseph e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la cabina.
—Compruébala a fondo. Los demás desplegaos en busca de alguna pista:
huellas, casquillos, señales de lucha... Si encontráis cualquier indicio, avisadme
inmediatamente. Y permaneced alerta.
Jill se demoró unos instantes más mirando el humeante helicóptero y
preguntándose qué había ocurrido. Enrico había dicho algo sobre un fallo. De
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
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acuerdo, los Bravo se habían posado. ¿Qué había ocurrido después? ¿Qué les había
hecho abandonar su mejor oportunidad de ser encontrados y dejar atrás su equipo
de emergencia, sus armas más potentes... Jill descubrió con la mirada un par de
chalecos antibala tirados en un rincón y meneó la cabeza, asombrada ante esa
nueva muestra de acciones al parecer completamente irracionales. Se dio la vuelta
para unirse a la búsqueda mientras Joseph entraba en la cabina del piloto. Él
parecía tan confundido como ella. Esperó para oír el informe de Joseph mientras
éste le devolvía la linterna a Wesker, encogiéndose de hombros de forma nerviosa.
—No sé qué ha podido ocurrir. El patín doblado sugiere un aterrizaje forzoso,
pero excepto el sistema eléctrico, todo lo demás parece encontrarse en perfecto
estado.
Wesker suspiró y luego levantó la voz para que los demás pudiesen oírlo con
claridad.
—¡Desplegaos en círculo! ¡Separación, tres metros, y aumentadla a medida
que vayáis avanzando!
Jill caminó hasta colocarse entre Chris y Barry. Todos comenzaron registrar
con la mirada el suelo bajo sus pies, mientras aumentaban el perímetro del círculo,
uno hacia el este y el otro hacia el noroeste del helicóptero caído. Wesker entró en
la cabina del piloto mientras la registraba con la linterna, y Joseph se dirigió hacia
el oeste.
Las hojas secas crujieron ruidosamente bajo sus pies mientras avanzaban, era
el único sonido que se oía en el cálido y húmedo aire aparte del distante zumbido
del motor del helicóptero del equipo Alfa. Con la punta de sus botas, Jill fue
registrando entre la alta hierba, echando a un lado la espesa capa verde que cubría
el suelo. En poco rato no habría luz para ver nada. Tendrían que sacar las linternas
que los del equipo Bravo habían dejado atrás...
Jill se detuvo de repente y se quedó a la escucha. Los suaves pasos de los
demás compañeros, el chasquido de las hojas secas al partirse, el distante ronroneo
del motor de su helicóptero... y ni un solo sonido más. Ni el canto de un pájaro, ni
siquiera el zumbido de los insectos. Absolutamente nada. Estaban en mitad del
verano. ¿Dónde estaban los animales, los insectos? El silencio del bosque no era
natural. Los únicos sonidos audibles eran los provocados por los humanos. Jill
sintió miedo por primera vez desde que se posaron en tierra. Estaba a punto de
gritar para avisar a los demás de aquello cuando Joseph gritó desde el otro
extremo del claro, a sus espaldas. Su voz resonó tensa y aguda.
—¡Eh! ¡Por aquí!
Jill se dio la vuelta y comenzó a recorrer al trote la distancia que los separaba,
y vio que Chris y Barry hacían lo mismo. Wesker todavía estaba en el helicóptero y
cuando oyó el grito de Joseph sacó inmediatamente la pistola, que luego mantuvo
apuntada hacia arriba, y también comenzó a correr hacia Joseph. Jill distinguió a
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S. D. PERRY
duras penas la oscura silueta en la penumbra de los últimos momentos del
crepúsculo. Estaba en cuclillas cerca de unos árboles situados a unos treinta metros
del helicóptero. De repente, se sintió invadida por una sensación de desastre
inminente y desenfundó instintivamente su arma al mismo tiempo que aceleraba el
ritmo de su carrera. Joseph se puso en pie sosteniendo algo en su mano y lanzó un
grito de terror antes de dejarlo caer, con los ojos completamente abiertos por el
horror. La mente de Jill se negó por un instante a creer lo que había visto en la
mano de Joseph. Una pistola de los STARS, una Beretta...
Jill corrió a mayor velocidad aún y se puso a la par de Wesker.
Y la mano que todavía la empuñaba, arrancada a la altura de la muñeca. Se
oyó un gruñido bronco y gutural a la espalda de Joseph, procedente de la
oscuridad de los árboles. El sonido de un animal que gruñía... Al que se unió el
agudo aullido de otro animal...y de repente varias siluetas oscuras saltaron desde
el bosque y se abalanzaron sobre Joseph, derribándolo.
—¡Joseph!
El grito de Jill retumbó en los oídos de Chris, quien se detuvo
inmediatamente y desenfundó su arma. Intentó tener una línea de tiro clara contra
las bestias que estaban atacando a Joseph, pero lo que el delgado rayo de luz de la
linterna de Wesker iluminó era una escena de pesadilla. El cuerpo de Joseph
apenas se veía, completamente tapado por tres animales que estaban
desgarrándole la carne con grandes mordiscos con unas enormes fauces goteantes
de saliva. Tenían el tamaño y la forma de un perro, aproximadamente de un pastor
alemán, pero ahí terminaba la similitud, porque parecían no tener pelo, ni siquiera
piel. Bajo la luz de la linterna de Wesker se distinguían los rojos músculos y los
blancos tendones mientras las criaturas destrozaban entre rugidos a Joseph con un
frenesí de sangre. Joseph lanzó otro grito, un sonido líquido y gorgoteante,
mientras se debatía débilmente en un intento por salir de debajo de sus salvajes
atacantes. La sangre salía a borbotones de sus múltiples heridas. Había sido el grito
de un hombre agonizante. No había tiempo que perder: Chris apuntó y abrió
fuego. Tres proyectiles impactaron contra el costado de uno de los perros, mientras
un cuarto disparo pasó por encima de él. La bestia sólo lanzó un agudo gañido
antes de derrumbarse, respirando pesadamente. Los otros dos animales
continuaron con sus ataques sin hacer el menor caso de los disparos. Chris observó
con horror cómo una de aquellas bestias infernales se lanzaba directamente a la
garganta de Joseph y se la arrancaba de cuajo, dejando a la vista la palpitante carne
llena de sangre y el hueso blanquecino. Todos los STARS abrieron fuego al mismo
tiempo y lanzaron una lluvia de proyectiles explosivos contra los asesinos de
Joseph. El aire se llenó de surtidores de sangre roja, pero las bestias siguieron
intentando arrancarle trozos de carne al todavía tembloroso cadáver mientras las
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S. D. PERRY
balas acribillaban sus extraños cuerpos. Finalmente, cayeron lanzando una serie de
gruñidos broncos y aullidos lastimeros... y no volvieron a levantarse de nuevo.
—¡Alto el fuego!
Chris apartó el dedo del gatillo, pero continuó apuntando con su pistola a las
caídas criaturas, decidido a acribillar a la primera de ellas que levantara una sola
pata. Dos de ellas continuaban respirando mientras gruñían suavemente entre
respiraciones entrecortadas. La tercera estaba tumbada sin vida al lado del cuerpo
destrozado de Joseph. ¡Deberían estar muertas! ¡Deberían haber caído con los
primeros disparos! ¿Qué son? Wesker dio un único paso hacia la escena de la
matanza...
El cálido aire alrededor de ellos se llenó con el eco de broncos aullidos y de
los sonidos de furia depredadora que resonaron mientras se acercaban al equipo
de los STARS procedentes de todas direcciones.
—¡Al helicóptero, ahora mismo! —gritó Wesker.
Chris empezó a correr, con Barry y Jill por delante de él, con Wesker
protegiendo la retaguardia. Los cuatro atravesaron a la carrera el bosque a oscuras,
y las invisibles ramas les golpearon el rostro y los brazos mientras los aullidos
aumentaban de volumen y de ritmo. Wesker se giró y disparó a ciegas hacia los
árboles que habían dejado atrás, mientras los demás corrían tropezando hacia el
helicóptero que los esperaba, y cuyas aspas ya estaban comenzando a girar. Chris
sintió que el alivio lo embargaba. Seguro que Brad había oído los disparos. Todavía
tenían una oportunidad...
Chris percibió con mayor claridad el ruido de las criaturas que los perseguían,
el roce seco de unos cuerpos musculosos que arrastraban las hojas y apenas se
preocupaban por esquivar los árboles. También distinguió el rostro pálido y con
los ojos abiertos de par en par de Brad a través del cristal frontal de la cabina del
helicóptero. La luz verde del panel de mando iluminaba con un resplandor
enfermizo su cara desencajada por el miedo. Estaba gritando algo, pero el rugido
de los motores impedía oír su voz, y el viento de las aspas había convertido el claro
del bosque en un ondulante mar de hierba. Diez metros más. Ya casi estamos...
De repente, el motor del helicóptero aceleró y el aparato saltó al aire,
elevándose precipitadamente. Chris pudo distinguir un último atisbo del rostro de
Brad; la única emoción que reflejaba era terror en su estado puro, el pánico
incontrolable que lo dominaba mientras pulsaba botones y tiraba
desesperadamente de la palanca de mando.
—¡No! ¡No te vayas! —gritó Chris, pero los patines del helicóptero ya estaban
fuera de su alcance. El aparato se lanzó hacia adelante y hacia arriba, alejándose de
ellos a través de la oscuridad. Iban a morir. ¡Maldito seas, Vickers!
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Wesker se giró y disparó de nuevo, y su esfuerzo se vio recompensado por el
aullido lastimero lanzado por uno de sus perseguidores. Había al menos otros
cuatro detrás de ellos y se acercaban rápidamente.
—¡Continuad! —gritó mientras intentaba apuntar al mismo tiempo que ellos
corrían tropezando. Los penetrantes aullidos de los perros mutantes los hacían
correr cada vez más deprisa. El sonido del helicóptero se desvanecía a lo lejos. El
cobarde de Vickers se lo llevaba y huía a costa del resto del equipo. Wesker
disparó de nuevo. El proyectil pasó muy lejos de su objetivo, y otra silueta sombría
se unió a la manada que los perseguía. Los perros eran increíblemente veloces. No
tenían ninguna oportunidad de escapar, a menos que... ¡La mansión!
—¡Girad a la derecha, a la una en punto! —aulló Wesker con la esperanza de
que su sentido de la orientación permaneciera intacto. No podrían dejar atrás a sus
perseguidores, pero quizá pudieran mantenerlos alejados el tiempo suficiente para
ponerse a cubierto. Se dio media vuelta y disparó el último cartucho del cargador.
—¡Vacío!
Sacó el cargador vacío y manoteó en busca de uno nuevo en su cinturón
mientras Barry y Chris se encargaban de cubrirlo, disparando por cada uno de sus
lados contra la jauría que se aproximaba. Wesker metió un cargador lleno con una
palmada, al tiempo que llegaban al borde del claro lleno de matojos y se metían de
nuevo en otro grupo de árboles. Trastabillaron y esquivaron los árboles mientras
tropezaban debido al terreno desigual, y los perros asesinos se acercaban cada vez
más. Los pulmones le dolían por el ansia de oxígeno, y Wesker sintió que podía
oler el hedor de la fétida carne descompuesta de las bestias a medida que
acortaban las distancias, y de algún modo encontró fuerzas para correr más
deprisa. Ya deberíamos estar allí. Tenemos que estar cerca...
Chris fue el primero en verla a través de las sombras de los árboles: una
enorme monstruosidad iluminada por la luz de la luna que acababa de salir.
—¡Allí! ¡Corred hacia esa casa!
Por su aspecto exterior parecía abandonada. Las desgastadas maderas y
piedras de la gigantesca mansión parecían estar a punto de desmoronarse. No se
distinguían las dimensiones reales de la casa, oculta por las sombras de los setos
que habían crecido demasiado y que la aislaban del bosque que la rodeaba. Un
enorme porche frontal con unas puertas dobles era su única oportunidad de
escapar. Wesker oyó el sonido de unas mandíbulas chasqueantes a su espalda, y se
giró de un brinco para disparar intuitivamente al origen de aquel ruido mientras
corría hacia la parte delantera de la mansión.
Percibió un aullido gorgoteante y a continuación la criatura se desplomó al
suelo. Los aullidos de sus compañeros aumentaron de intensidad, en un frenesí
provocado por la emoción de la caza. Jill fue la primera en llegar a la puerta, y se
abalanzó con el hombro por delante contra la pesada madera mientras agarraba
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uno de los pomos con la mano. Sorprendentemente, se abrió de par en par, y una
brillante luz iluminó los peldaños de piedra que llevaban al porche. Se dio la
vuelta y comenzó a disparar para cubrir a los tres hombres boqueantes por falta de
aliento que se dirigían hacia la puerta. Se lanzaron hacia la puerta de la mansión, y
Jill fue la última en entrar. Barry empujó con su considerable peso la puerta y la
mantuvo cerrada frente a los aullidos que estaban a pocos metros. Se desplomó
contra ella, con la cara roja y sudorosa, mientras Chris manoteaba el cerrojo del
pasador y finalmente lograba hacerla correr para cerrar por completo la puerta.
Lo habían conseguido. Los perros aullaron en el exterior y se dedicaron
inútilmente a arañar la pesada puerta de hoja doble. Wesker inhaló una profunda
bocanada del fresco y tranquilo aire que llenaba la habitación y luego lo soltó
rápidamente. Como él ya sabía, la mansión Spencer no estaba abandonada en
absoluto, y ahora que estaban allí, todos sus cuidadosos planes se habían ido al
traste. Wesker maldijo en silencio a Brad Vickers de nuevo y se preguntó si estaban
más a salvo en el interior que en el exterior...
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Capítulo 5
Jill echó un vistazo alrededor mientras recuperaba el aliento y se sintió como
el personaje de una pesadilla que acababa de convertirse en un enorme sueño
fantástico. Unos monstruos aullantes y salvajes, la repentina y terrible muerte de
Joseph, una terrorífica huida a través del bosque... y ahora aquello. Conque
desierta, ¿eh?
Era un palacio, pura y simplemente, lo que su padre habría llamado un golpe
perfecto. La estancia en la que habían entrado era el ejemplo ideal de lujo. Era
enorme, probablemente más grande que toda la casa de Jill. Estaba recubierta por
mármol gris, y la pieza central era una amplia escalera cubierta por una moqueta,
que llevaba hasta una balaustrada en la segunda planta. Unas columnas de
mármol arqueadas rodeaban aquel espléndido salón y soportaban el peso de la
balaustrada de madera oscura y de aspecto pesado de la planta superior. Unos
candelabros alargados arrojaban rayos de luz a lo largo de las paredes de color
crema con rebordes de cuero, que contrastaban con el color ocre oscuro de la
moqueta del suelo. En pocas palabras: era un escenario impresionante.
—¿Qué es esto? —murmuró Barry.
Nadie le respondió. Jill respiró profundamente y llegó a la conclusión de que
no le gustaba. Notaba una sensación de... discordancia en aquella enorme sala, una
atmósfera vagamente opresiva. Se sentía acechada, por algo o por alguien, aunque
no podía decir qué. Bueno, es muchísimo mejor que ser devorada por un perro mutante,
eso sí que tengo que reconocerlo. A aquel pensamiento le siguió otro inmediatamente.
¡Pobre Joseph!
No había habido tiempo para lamentar su muerte, y tampoco tenían tiempo
en aquel momento, pero sin duda lo echarían de menos. Se dirigió hacia la enorme
escalera con la pistola en la mano, y el sonido de sus pasos sonó amortiguado por
la gruesa alfombra que llevaba hasta ella desde la puerta delantera. Vio una
antigua máquina de escribir sobre una pequeña mesa situada a la derecha de las
escaleras, con una hoja en blanco colocada en su interior preparada para escribir en
ella. Era una pieza de decoración bastante extraña, pero, aparte de ella, la enorme
sala estaba vacía. Se dio la vuelta para encararse con los demás y se preguntó qué
estarían pensando sobre ese lugar. Tanto Barry como Chris parecían indecisos, con
sus rostros enrojecidos por el esfuerzo y sudando a mares mientras registraban con
la vista la inmensa entrada. Wesker estaba agachado delante de la puerta
examinándola detenidamente.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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Se puso en pie, con las gafas de sol todavía puestas y con el mismo aspecto
tranquilo de siempre.
—La madera alrededor del pestillo está astillada. Alguien forzó esta puerta
antes de que llegáramos nosotros.
El rostro de Chris se iluminó por una oleada de esperanza.
—Quizá fueron los del equipo Bravo, ¿no?
—Es lo que yo pienso —asintió Wesker—. La ayuda ya estará en camino, eso
suponiendo que nuestro «amigo» Vickers se decida a llamar pidiéndola.
Su voz rezumaba sarcasmo, y Jill sintió que su propia furia crecía. Brad la
había cagado a base de bien, y aquello casi les había costado la vida. No había
excusa alguna para lo que había hecho. Wesker continuó hablando mientras
atravesaba la estancia hacia una de las dos puertas que había en su extremo
occidental. Tiró del pomo, pero ninguna de ellas se abrió.
—No es nada seguro salir ahí afuera. Será mejor que echemos un vistazo por
aquí hasta que llegue la caballería. Es obvio que alguien ha mantenido este lugar
en condiciones habitables, aunque por qué y durante cuánto tiempo...
Su voz fue disminuyendo de volumen hasta desaparecer.
—¿Cómo andamos de munición?
Jill sacó el cargador de su Beretta y contó las balas: tres. Tenía otros dos
cargadores, pero completos, lo que daba un total de treinta y tres balas. A Chris
sólo le quedaban veintidós, y a Wesker diecisiete. Barry tenía dos cilindros de
recarga rápida para su Colt, además de unos cuantos proyectiles sueltos en una
cartuchera al cinto, con un total de diecinueve balas. Jill pensó en todo lo que se
había quedado en el helicóptero y sintió otra oleada de rabia contra Brad. Cajas de
munición, linternas, radios portátiles, escopetas. Eso por no mencionar el equipo
médico. Aquella Beretta que Joseph había encontrado en el claro, con los pálidos
dedos de la mano arrancada todavía empuñando la pistola... uno de los STARS
podía estar muerto o moribundo, y ellos, gracias a Brad, ni siquiera tenían una
venda que ofrecerle si lo encontraban.
¡Pum! Fue el sonido de algo pesado que se había deslizado hasta el suelo.
Todos se dieron la vuelta al unísono hacia la única puerta que se abría en la pared
oriental. Jill recordó repentinamente todas las películas de terror que había visto:
una casa extraña, un sonido extraño... Su cuerpo se estremeció involuntariamente,
y decidió que le patearía su estrecho culo a Brad Vickers en cuanto saliera de allí.
—Chris, comprueba ese sonido y regresa para informar lo antes posible —
ordenó Wesker—. Te esperaremos aquí por si la policía de Raccoon City llama a la
puerta. Si te encuentras metido en un problema, dispara y te encontraremos.
Chris asintió y comenzó a dirigirse hacia la puerta. Sus pisadas resonaron
fuertemente contra el suelo de mármol. Jill sintió aquella sensación de premonición
recorrerle todo el cuerpo de nuevo.
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—¿Chris?
Él se dio la vuelta justo cuando puso la mano en el picaporte, y Jill se dio
cuenta de que nada de lo que pudiera decirle tendría sentido. Todo estaba
ocurriendo con tal rapidez, la situación era tan terrible que no sabía por dónde
comenzar... y él es un profesional entrenado, lo mismo que tú. Empieza a comportarte
como tal.
—Ten cuidado —dijo finalmente. No era exactamente lo que quería decir,
pero tendría que ser suficiente. Chris le lanzó una sonrisa de medio lado cómplice,
luego levantó su Beretta y cruzó el umbral. Jill oyó el tictac de un reloj y, a
continuación, él desapareció después de cerrar la puerta tras de sí. Barry la miró a
los ojos y le sonrió, con una mirada con la que quería decirle: no te preocupes. Sin
embargo, Jill no pudo quitarse de encima la sensación de que Chris ya no
regresaría.
Chris registró con la vista la habitación y se percató de la exquisita elegancia
del lugar. También se dio cuenta de que estaba solo. Quienquiera que hubiera
provocado aquel ruido no estaba allí. El solemne tictac de un reloj carillón
resonaba en el fresco aire de la habitación, y sus ecos rebotaban en los azulejos
negros y blancos. Era un enorme salón comedor, de la clase que sólo había visto en
películas sobre gente muy rica. Al igual que la sala de entrada, aquella estancia
tenía un techo increíblemente alto y una balaustrada en su segunda planta, pero
además estaba decorada con piezas de arte que parecían de valor y disponía de
una chimenea en el extremo más alejado con un escudo de armas y unas espadas
cruzadas encima de la abertura. No parecía haber forma alguna de subir a la
segunda planta de aquella habitación, excepto quizás una puerta cerrada a la
derecha de la chimenea... Chris bajó su arma y comenzó a acercarse a la puerta,
impresionado todavía por la evidente riqueza desplegada en la «abandonada»
mansión en la que habían entrado los STARS.
Las paredes de estuco de color beige de la sala comedor tenían unos rebordes
de madera pulida de color rojo, y en el centro se extendía una larga mesa de
madera que ocupaba toda la estancia. La mesa disponía de espacio para al menos
veinte personas, aunque sólo estaba puesta para un puñado de gente. A juzgar por
la capa de polvo que cubría todo, no se había servido nada en aquel lugar desde
hacía varias semanas. Pero se supone que no ha habido nadie en esta casa desde
hace treinta años, ¡así que aún menos puede haber una cena de gala!
Spencer mandó cerrar este lugar antes de que nadie se alojase aquí... Chris sacudió
la cabeza. Era obvio que alguien había rehabilitado el lugar hacía ya bastante
tiempo... así que, ¿cómo era posible que todo el mundo en Raccoon City creyese
que la mansión Spencer no era más que un montón de ruinas en mitad del bosque?
Y lo que era aún más importante: ¿por qué Umbrella le había mentido al jefe Irons
sobre el estado real de la propiedad?
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Asesinatos, desapariciones, Umbrella, Jill…
Era una sensación frustrante. Notaba que tenía buena parte de las respuestas,
pero no estaba seguro sobre qué preguntas hacer. Llegó hasta la puerta y le dio la
vuelta al pomo lentamente mientras escuchaba con atención para intentar percibir
cualquier ruido al otro lado de ella. No oía nada aparte del tictac del viejo reloj
carillón. Estaba apoyado contra la pared, y cada movimiento de su péndulo
reverberaba con un sonido hueco, amplificado por la cavernosa estancia.
La puerta se abrió y ante él apareció un estrecho pasillo que se dirigía a
derecha e izquierda, iluminado únicamente por unas cuantas lámparas de estilo
antiguo colgadas de la pared. Chris echó un rápido vistazo en ambas direcciones.
A la derecha se abrían quizás unos diez metros de otra sala de entrada, con una
puerta al final, y otras dos puertas justo delante de él. La sala de entrada doblaba
abruptamente a la izquierda de donde él se encontraba, ensanchándose. Vio un
rastro de gotas marrones en aquel lugar.
Arrugó la nariz al mismo tiempo que el entrecejo. En el aire había un vago
olor, un ligero aroma a algo desagradable, a algo familiar. Se quedó en el umbral
de la puerta mientras intentaba concretar el recuerdo de aquel olor. Un verano,
cuando él todavía era un chaval, se le había salido la cadena de la bicicleta
mientras daba un paseo con sus amigos. Había acabado en una zanja a un metro de
distancia aproximadamente de los restos de un atropello: el cadáver reseco de lo
que parecía haber sido una marmota. El paso del tiempo y el calor del verano
habían disipado parte del hedor, aunque lo que quedaba era suficientemente
asqueroso para hacerle vomitar todo su almuerzo, para mayor diversión de sus
amigos, sobre el cadáver. Luego había respirado profundamente... y había vuelto a
vomitar. Todavía recordaba la peste de la podredumbre reseca recalentada por el
sol. Olía a una mezcla de leche agria y bilis, el mismo olor que impregnaba aquel
pasillo, como si fuera un mal sueño. Fuuump.
El sonido procedía de detrás de la primera puerta de la derecha. Era un ruido
suave y deslizante, como el de un puño rozando la pared. Había alguien al otro
lado.
Chris se dirigió lentamente hacia la sala de entrada y se acercó con precaución
a la puerta, sin dar la espalda a la zona que no había explorado. El ruido se detuvo
mientras se acercaba, y Chris advirtió que la puerta no estaba realmente cerrada.
Qué mejor momento.
La puerta se abrió completamente con un ligero golpe a una pequeña estancia
en penumbra que tenía las paredes cubiertas de papel verde moteado. Un hombre
de anchas espaldas se encontraba a poco más de seis metros de donde él estaba,
medio oculto en las sombras y de espaldas a Chris. Se dio la vuelta lentamente,
arrastrando los pies con la misma actitud que alguien borracho o enfermo, y el olor
que Chris había notado antes le llegó desde el hombre en apestosas oleadas. Las
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ropas del extraño estaban hechas jirones y manchadas, y la parte posterior de su
cabeza mostraba unos cuantos mechones sueltos de cabello. Debe estar enfermo. Es
posible incluso que esté moribundo... Fuera lo que fuera lo que le pasase, a Chris
no le gustaba un pelo: todos sus instintos le gritaban que actuara. Atravesó la
puerta y apuntó la Beretta al pecho del individuo.
—¡Quieto! ¡No se mueva!
El hombre terminó de darse la vuelta y se dirigió hacia Chris, arrastrando los
pies hasta situarse a la luz. El rostro del individuo, de aquello, tenía la blanca
palidez de un cadáver, rota sólo por el manchurrón de sangre que rodeaba sus
labios putrefactos. Unos jirones de piel seca colgaban de sus hundidas mejillas, y
los oscuros pozos de los ojos de la criatura brillaban hambrientos mientras
extendía sus esqueléticas manos hacia él...
Chris disparó tres tiros que se estrellaron contra el pecho de la criatura
provocando finos surtidores de sangre. Aquello se desplomó al suelo con un
pequeño grito ahogado. Chris retrocedió a trompicones, y los pensamientos en su
cabeza marcharon a la misma velocidad que su corazón palpitante, que le
martilleaba en el pecho. Golpeó la puerta con el hombro y apenas se dio cuenta de
que se cerró con un suave chasquido detrás de él mientras seguía mirando atónito
al apestoso cuerpo que se había derrumbado en el suelo. ¡Está muerto, esa maldita
cosa es uno de esos malditos muertos andantes!
Todos los ataques caníbales de Raccoon City se habían producido cerca del
bosque. Había visto suficientes películas en el canal nocturno como para saber de
qué se trataba, pero aun así no podía creérselo. Un zombi. No, no, de ninguna
manera, eso era sólo ficción... Quizás era algún tipo de enfermedad que se
manifestaba por los mismos signos. Tenía que contárselo a los demás. Se dio la
vuelta e intentó abrir la puerta, pero la pesada hoja de madera no se movió. Se
habría cerrado al tropezar con ella... Oyó un sonido detrás de él, como de algo
húmedo moviéndose. Se dio la vuelta de nuevo, y los ojos se le abrieron como
platos al ver que la criatura se movía espasmódicamente clavando las uñas en el
suelo de madera, arrastrándose hacia él con silenciosa determinación. Chris se dio
cuenta de que aquello estaba babeando, y fue la visión de los pegajosos
espumarajos de color rosa acumulándose en charcos en el suelo lo que finalmente
lo hizo actuar. Disparó de nuevo, dos tiros en dirección al descompuesto rostro
levantado de la criatura.
En su cráneo aparecieron dos agujeros negros que dejaron salir dos pequeños
riachuelos de líquido y tejido carnoso en descomposición hacia su mandíbula
inferior. La criatura putrefacta se desplomó finalmente con un largo suspiro en un
creciente charco de sangre. Chris no se atrevió a esperar que continuara tumbada.
Le dio otro inútil tirón al pomo de la puerta y después pasó cuidadosamente al
lado del cuerpo para seguir avanzando por el pasillo. Movió el picaporte de la
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puerta situada a su izquierda, pero estaba cerrada con llave. Había un pequeño
grabado en el panel metálico del picaporte, algo parecido a una espada. Almacenó
aquella información junto al resto de sus confusos pensamientos mientras
continuaba avanzando con la Beretta en la mano, empuñándola con fuerza. Había
un entrante a su derecha, con una puerta, pero hizo caso omiso de aquella
abertura. Lo que quería era encontrar un modo de llegar de nuevo a la sala de
entrada principal. Lo más probable era que los demás hubiesen oído sus disparos,
pero tenía que suponer que habría otras criaturas como las que había matado. Era
posible que los demás miembros del equipo ya estuviesen ocupados en salvar sus
propias vidas. Divisó una puerta en el extremo de la sala, a la izquierda donde el
pasillo giraba. Chris se apresuró en llegar a ella. El pútrido hedor de la criatura...
Es un zombi. Llámalo por su nombre.
Sintió deseos de vomitar. Se dio cuenta de que el hedor empeoraba a medida
que se acercaba a la puerta y se intensificaba con cada paso que daba. Oyó el suave
gemido justo en el momento que tocaba el pomo de la puerta, mientras su mente le
decía que sólo le quedaban dos balas en el arma. Sintió un movimiento en las
sombras a su derecha. Tengo que recargar, tengo que encontrar un lugar seguro... Chris
abrió de un tirón la puerta y se dio de bruces con los brazos extendidos de otra
criatura tambaleante que lo esperaba al otro lado, con los dedos despellejados y
engarfiados que se lanzaron sobre su garganta.
Tres disparos. Segundos después, dos más. Los sonidos llegaban débilmente
pero con claridad hasta la palaciega sala de entrada.
—¡Chris!
—Jill, ¿por qué no...? —comenzó a decir Wesker, pero Barry lo interrumpió y
no lo dejó terminar la frase.
—Yo también voy —dijo mientras comenzaba a andar hacia la puerta situada
en la pared oriental.
Chris no desperdiciaría munición de esa manera a menos que no le quedase
más remedio. Estaba claro que la necesitaba. Wesker cedió y asintió lentamente.
—Id. Os esperaré aquí.
Barry abrió la puerta, con Jill pegada a su espalda. Entraron en una enorme
sala comedor, no tan ancha como la sala de entrada, pero probablemente tan larga
como ella. En el otro extremo había otra puerta, más allá de un gran reloj carillón
cuyo tictac resonaba en el aire polvoriento y frío de la estancia. Barry se encaminó
al trote hacia ella, con el revólver empuñado en una mano, tenso y preocupado.
¡Dios, vaya tocada de pelotas de misión! A menudo, los equipos de STARS eran
enviados a misiones peligrosas en las que las circunstancias eran poco habituales,
pero ésta era la primera vez desde que había comenzado como un novato en la que
Barry sentía que la misión había quedado completamente fuera de control. Joseph
estaba muerto, Vickers el gallina los había dejado abandonados para que fueran
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devorados por unos perros infernales, y ahora Chris estaba metido en problemas.
Wesker no debería haberle enviado a solas. Jill fue la primera en llegar a la puerta.
Tocó el picaporte con sus delgados dedos y miró a su compañero. Barry asintió y
ella la abrió, agachándose en el mismo movimiento y colocándose abajo y a la
izquierda. Barry ocupó el otro lado, y entre ambos recorrieron todo el pasillo con
sus armas.
—¿Chris? —dijo Jill en voz baja, pero no hubo respuesta. Barry lanzó un
bufido después de olisquear el aire. Algo olía a fruta podrida.
—Comprobaré las puertas —dijo.
Jill se limitó a asentir y se movió hacia la izquierda, manteniéndose alerta y
concentrada. Barry se dirigió hacia la primera de las puertas, sintiéndose bien por
tener a Jill a su espalda. Había pensado que tenía un poco de mal genio cuando la
conoció después de ser trasladada, pero había demostrado ser una luchadora
inteligente y capacitada, un miembro bienvenido al equipo Alfa...
Jill dejó escapar un agudo grito de sorpresa y Barry se giró en redondo. El
hedor a podredumbre había inundado de repente toda la estancia. Jill estaba
retrocediendo de espaldas de una abertura en el extremo del pasillo, y su arma
apuntaba contra algo que Barry no llegaba a ver.
—¡Alto!
Su voz sonó aguda y temblorosa, y la expresión de su rostro mostró horror...
Entonces disparó una, dos veces, mientras seguía retrocediendo hacia Barry, y su
respiración se volvió más rápida y entrecortada.
—¡Quítate, ponte a la izquierda!
Barry alzó su Colt cuando ella se quitó de la línea de tiro, y en ese momento
apareció en su campo de visión un hombre de elevada estatura. Los brazos de la
silueta estaban levantados en alto como si fuera un sonámbulo, y los dedos de sus
manos estaban curvados como si fueran garras. Barry vio el rostro de la criatura y
no lo dudó ni un momento. Disparó uno de los pesados proyectiles de su revólver,
y la bala rebanó la parte superior de su cráneo color ceniza con un estallido. La
sangre comenzó a bajar por los extraños y horribles rasgos de aquel ser hasta tapar
los ojos, que se habían vuelto hacia arriba. Cayó hacia adelante y se derrumbó boca
arriba a los pies de Jill. Barry corrió a situarse junto a ella.
—¿Pero qué... —comenzó a decir, y entonces vio lo que había en la moqueta
del pasillo que se abría delante de ellos, tendido en una pequeña zona de espera
que señalaba el final del pasillo…
Barry pensó por un momento que se trataba de Chris... hasta que vio la
insignia del equipo Bravo de los STARS en el chaleco, y sintió una clase diferente
de horror cuando se esforzó por reconocer los rasgos de su cara. El Bravo había
sido decapitado, y la cabeza se encontraba a menos de un metro del cuerpo, con el
rostro completamente tapado por una máscara de sangre. Oh, leches. Es Kenneth.
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Kenneth Sullivan, uno de los mejores exploradores que jamás había conocido Barry
y, además, un tipo realmente estupendo. En su pecho tenía un agujero irregular y
profundo, y de aquella sangrienta abertura salían restos de carne parcialmente
devorada y vísceras. Le faltaba la mano izquierda, y su arma no estaba a la vista
por allí cerca, así que Barry dedujo que la mano con el arma que Joseph había
encontrado en el bosque debía de ser la suya...
Barry desvió la mirada, completamente asqueado. Ken había sido un hombre
tranquilo y amable, que sabía un montón sobre química. Tenía un hijo adolescente
que vivía con su ex mujer en algún lugar de California. Barry pensó en sus propias
hijas, Moira y Poly, y sintió miedo por ellas. No es que le asustara la muerte, pero
la idea de que quizá tendrían que crecer sin un padre...
Jill se acuclilló al lado del destrozado cuerpo de Ken y registró rápidamente
su cinturón. Le dirigió una mirada culpable a Barry, pero éste asintió. Necesitaban
la munición, y estaba claro que a Ken ya no le hacía falta. Encontró dos cargadores
de proyectiles de nueve milímetros y se los metió en el bolsillo de su costado. Barry
se dio la vuelta y se quedó mirando al asesino de Ken con una mezcla de asco y
curiosidad. No tenía la menor duda de que se trataba de uno de los asesinos
caníbales que habían estado atacando a los habitantes de Raccoon City. Tenía una
costra seca de sangre alrededor de la boca y sus uñas estaban repletas de una capa
de restos también sangrientos. La camiseta que llevaba puesta también estaba
cubierta de manchas de sangre seca. Lo que le extrañaba era... lo muerto que
parecía. En una ocasión Barry había realizado una misión de rescate encubierta en
Ecuador. Unos guerrilleros rebeldes habían capturado a un grupo de campesinos y
los mantenían como rehenes. Varios de ellos habían muerto al comenzar el
conflicto. Los STARS habían capturado a los rebeldes, y Barry se había acercado
con uno de los supervivientes para reconocer a los que estaban muertos. Las cuatro
víctimas habían muerto debido a los disparos y sus cuerpos habían sido arrojados
a la parte trasera de la cabaña de madera que los rebeldes habían utilizado como
refugio. Después de tres semanas bajo el tórrido sol de aquella parte de
Sudamérica, la piel de sus caras se había levantado en jirones, y la carne había
comenzado a separarse de los tendones y también de los huesos. Todavía
recordaba con total claridad aquellos rostros, y volvió a verlos cuando miró la
criatura del suelo. Era el rostro de la muerte. Además, huele igual que un matadero en
un día caluroso. A alguien se le olvidó decirle a este tipo que los muertos no caminan por
ahí dando vueltas. Advirtió la misma confusión asqueada reflejada en el rostro de
Jill, las mismas preguntas, por el momento, sin respuestas. Tenían que encontrar a
Chris para reagruparse con él y con Wesker. Retrocedieron juntos por el corredor y
comprobaron las tres puertas, sacudiendo y tirando de los pomos y empujándolas
con el hombro. Todas estaban bien cerradas.
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Pero Chris ha tenido que pasar por una de ellas. No puede haber ido a ningún otro
sitio...
Aquello no tenía sentido, y aparte de echar abajo las puertas, no había nada
más que pudiera hacerse.
—Deberíamos informar a Wesker sobre la situación —dijo Jill, y Barry asintió.
Si por casualidad habían encontrado la guarida de los asesinos, iban a
necesitar un plan de ataque. Atravesaron de nuevo la sala comedor a la carrera, y
el aire rancio del lugar fue un alivio refrescante después del hedor a sangre y
corrupción del pasillo. Llegaron a la puerta que daba a la sala de entrada principal
y la cruzaron a paso ligero. Jill se preguntó qué conclusión sacaría el capitán de
todo aquello.
Era realmente...
Barry se detuvo en seco y registró con la mirada la elegante sala vacía. Se
sentía como el tonto de un chiste que no tenía la menor gracia.
Wesker había desaparecido.
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Capítulo 6
—¡Wesker! —La potente voz de Barry resonó multiplicándose por el eco de la
estancia—. ¡Capitán Wesker!
Se dirigió al trote hacia una hilera de arcos que había en la parte trasera de la
estancia mientras le gritaba a Jill.
—¡No salgas de la sala!
Jill se dirigió hacia las escaleras, sintiéndose casi mareada.
Primero Chris, y ahora el capitán. No habían estado fuera ni cinco minutos, y
él había dicho que no se movería. ¿Por qué se habría marchado? Miró alrededor en
busca de signos de lucha, de un cartucho de bala, de una mancha de sangre, pero
no había ninguna señal que indicara qué había ocurrido.
Barry apareció al otro lado de la gigantesca escalera, meneando la cabeza
mientras caminaba lentamente de regreso hacia ella. Jill se mordió el labio inferior
al tiempo que fruncía el entrecejo.
—¿Crees que Wesker se ha encontrado con una de esas... cosas? —preguntó.
Barry lanzó un profundo suspiro.
—No creo que fuese la policía de Raccoon City la que apareciera y se lo
llevara así de golpe. Además, si hubiese estado metido en problemas, habríamos
oído disparos...
—No necesariamente. Puede que le hayan tendido una emboscada o que lo
hayan arrastrado lejos de aquí.
Se quedaron en silencio unos momentos, pensando. Jill todavía estaba un
poco afectada por el enfrentamiento cara a cara con el cadáver andante, pero
pensaba que al menos había aceptado los hechos con bastante facilidad: los
bosques que rodeaban Raccoon City estaban infestados de zombis. Después de
toda una vida leyendo malas novelas sobre asesinos en serie, ¿tan difícil es aceptar
la idea de un zombi caníbal? En cierto modo, no lo era, ni tampoco el hecho de los
perros asesinos ni la mansión mantenida en buen estado en secreto. No se podía
negar su existencia. La pregunta era: ¿por qué? ¿Tenía la mansión algo que ver con
los asesinatos, o simplemente los zombis habían entrado a saco al igual que habían
hecho con el bosque de Raccoon? ¿Fue esa criatura lo último que vieron Becky y
Pris? Rechazó aquella idea de forma casi violenta: pensar en las niñas en ese
momento sería un error muy grave.
—¿Qué hacemos? ¿Damos una vuelta en su busca o nos quedamos aquí
esperándolo? —preguntó por fin Jill en voz alta.
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—Vamos a echar un vistazo. Ken logró llegar hasta aquí. Es posible que los
demás Bravo estén en algún lugar de la casa. Es muy fácil perderse aquí. Chris...
Barry dejó de hablar y medio sonrió, aunque Jill advirtió una sombra de
preocupación en su mirada.
—Chris y Wesker se han... perdido —continuó diciendo—, pero los
encontraremos. Va a hacer falta algo más que un par de tíos tiesos andando para
causarles un problema a alguno de ellos.
Se metió la mano en uno de los bolsillos de su chaleco, sacó algo que tenía
envuelto en un pañuelo y se lo entregó. Ella sintió las pequeñas formas metálicas a
través de la tela y supo inmediatamente qué era.
—Te devuelvo las que me diste para que practicase durante el último mes —
le dijo—. Supongo que tú sabrás utilizarlas mejor.
Jill asintió, y se metió las ganzúas en el bolsillo de la cadera. Barry se había
sentido interesado por su antigua «profesión», y ella le había prestado unos
cuantos elementos de su antiguo arsenal de herramientas, que incluía varias
ganzúas y unas cuantas palanquetas. Quizá podrían ser útiles. El pequeño bulto
que le había dado Barry se quedó encima de algo duro y de formas redondeadas...
¡El ordenador de Trent! Con toda aquella agitación, se había olvidado por
completo del extraño encuentro en los vestuarios. Abrió la boca para decírselo a
Barry, pero la cerró inmediatamente cuando recordó el enigmático aviso de Trent.
«Si yo fuera usted, no le mencionarla a nadie esta pequeña conversación.» Que le
dieran. De todas maneras, había estado a punto de decírselo a Chris... ¿y dónde está Chris
ahora? ¿Quién dice que las «terribles consecuencias» de las que te advirtió Trent no han
ocurrido ya? Jill se dio cuenta de lo que estaba pensando y tuvo que hacer un
esfuerzo por no reírse de sí misma. Lo que había ocurrido con Trent
probablemente no tenía nada que ver con el embrollo en que estaban metidos, y no
importaba si podía confiar o no en Barry: de lo que estaba segura era de que no
confiaba en Trent. De todas maneras, decidió no contarle nada a Barry, al menos
hasta que supiera qué contenía el pequeño ordenador.
—Creo que deberíamos dividirnos —dijo Barry—. Sé que es peligroso, pero
tenemos que cubrir mucho terreno. Si alguno de los dos se encuentra con alguien,
nos reuniremos aquí. Utilizaremos esta sala como base.
Barry se frotó la barbilla con una mano mientras clavaba una dura mirada en
los ojos de Jill.
—¿Estás preparada, Jill? Podríamos buscar juntos si no...
—No, tienes razón, Barry —admitió ella—. Yo me encargo del ala oeste.
A diferencia de los policías, los miembros de los STARS rara vez actuaban por
parejas. Eran entrenados para que vigilasen sus propias espaldas cuando actuaban
de forma independiente en situaciones peligrosas. Barry se limitó a asentir en
silencio.
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RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
—Muy bien. Yo regresaré por donde hemos venido e intentaré «convencer» a
alguna de esas puertas para que se abra. Mantente siempre ojo avizor en busca de
una vía de retirada, ahorra munición... y ten cuidado.
—Tú también.
Barry sonrió al tiempo que levantaba su Colt Python.
—No te preocupes por mí.
No quedó nada más por decir. Jill se dirigió en línea recta hacia las puertas de
la pared oeste que Wesker había dejado sin abrir con anterioridad. Barry, a sus
espaldas, se apresuró a entrar en el salón comedor. Oyó cómo abría y luego cerraba
la puerta. Estaba sola… y no pasa nada. Las puertas pintadas de azul se abrieron
suavemente, sin ofrecer resistencia, y dejaron al descubierto una habitación
pequeña y envuelta en sombras, también pintada con diferentes tonos de azul.
Estaba tan vacía y silenciosa como la sala principal. Unas pequeñas lámparas
iluminaban débilmente las pinturas enmarcadas y colgadas de las oscuras paredes.
En el centro de la habitación había una gran estatua de una mujer sosteniendo una
urna sobre un hombro. Jill cerró la puerta tras de sí y esperó hasta que sus ojos se
acostumbraron a la penumbra; entonces vio las dos puertas que se encontraban
justo enfrente de la puerta por la que ella había entrado. La que se encontraba a la
izquierda estaba abierta, aunque había un pequeño cofre justo delante de ella, lo
que impedía el paso. Era poco probable que Wesker hubiera pasado por allí. Se
dirigió hacia la que se encontraba a la derecha e intentó abrirla: cerrada con llave.
Suspiró y extendió la mano hacia el paquete de ganzúas, pero dudó por un
instante al sentir el peso del ordenador de bolsillo. Veamos qué es lo que el señor Trent
cree que es tan importante... Lo sacó y lo estudió durante unos momentos. Luego
pulsó un botón, y una pantalla del tamaño de una carta se encendió; después de
pulsar unas cuantas veces más, aparecieron varias líneas escritas en el pequeño
monitor. Las leyó y reconoció unos cuantos nombres y fechas que habían
aparecido en las noticias de los periódicos locales. Aparentemente, Trent había
recopilado todos los artículos que había encontrado sobre los asesinatos y las
desapariciones en Raccoon City, además de los artículos sobre los STARS. Aquí no
hay nada nuevo...
Jill fue pasando página tras página del monitor, preguntándose adónde
quería llegar el tal Trent. Encontró una lista de nombres después de todos los
artículos. WILLIAM BIRKIN, STEVE KELLER, MICHAEL DEES, JOHN HOWE,
MARTIN CRACKHORN, HENRY SARTON, ELLEN SMITH, BILL RABBITSON.
Jill frunció el entrecejo. Ninguno de los nombres le resultaba familiar, excepto... ¿El
amigo de Chris no se llamaba Bill Rabbitson, el que trabajaba para Umbrella? No
estaba segura. Tendría que preguntárselo a Chris... Eso suponiendo que lo encontremos.
Aquello era una pérdida de tiempo. Tenía que comenzar a buscar a los demás
STARS. Pulsó el botón de avance para llegar hasta el final del archivo y apareció
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S. D. PERRY
una imagen: unas pequeñas líneas dispuestas en formas geométricas. Había
cuadrados y largos rectángulos, con pequeñas marcas que comunicaban las
distintas cajas vacías. Debajo del dibujo había una línea de texto, con un mensaje
tan enigmático como cabría esperar de alguien como el señor Trent: LLAVES DE
CABALLERO; OJOS DE TIGRE; CUATRO HERÁLDICAS (PUERTA DE LA
NUEVA VIDA); ESTE-ÁGUILA/OESTE-LOBO. Vaya, cuan esclarecedor. Esto lo
explica todo, ¿verdad? Se dio cuenta de que el dibujo era una especie de mapa.
Parecía el plano de una planta de edificio. La zona más amplia ocupaba el centro, y
otra zona un poco más pequeña se hallaba a la izquierda... Jill sintió que el corazón
le daba un salto. Se quedó mirando fijamente la pequeña pantalla mientras se
preguntaba cómo demonios lo había sabido Trent. Era la primera planta de la
mansión. Pulsó de nuevo el botón de avance y en la pantalla apareció lo que sólo
podía ser la segunda planta de la mansión. Las formas correspondían a las del
primer mapa. No había nada después del segundo mapa, pero aquello era más que
suficiente. Por lo que a ella correspondía, no le quedaba la menor duda de que la
mansión Spencer era el origen de la ola de terror que azotaba a Raccoon City... lo
que significaba que las respuestas se encontraban en algún lugar del edificio, a la
espera de ser descubiertas.
El zombi gruñó cuando Chris le disparó dos veces a quemarropa en el
estómago. El sonido de impacto de los proyectiles fue absorbido por su carne
rancia, y el cadáver andante cayó sobre él al tiempo que expelía una bocanada de
aire apestoso sobre su rostro. Chris lo alejó de un empujón mientras se le formaba
un nudo en la garganta por las arcadas. Sus manos y el cañón de su arma estaban
llenos de fluidos viscosos que goteaban. La criatura se derrumbó en el suelo, con
sus extremidades moviéndose todavía de forma espasmódica. Chris retrocedió al
mismo tiempo que limpiaba el cañón de su arma en su chaleco antibalas mientras
intentaba por todos los medios no vomitar. El zombi de la sala había sido un
cuerpo reseco, encogido y lleno de pellejos, pero éste estaba... fresco; si ésa era la
palabra adecuada. Necrótico, repleto de pus, húmedo...
Tragó saliva con dificultad, y el ansia por vomitar poco a poco pasó. No es
que tuviera un estómago delicado, pero aquel olor... ¡Dios! Recupérate. Puede que
haya mas por ahí...
La sala en la que había entrado estaba compuesta completamente por
maderas oscuras y se hallaba en silencio. Por unos instantes, sólo percibió el sonido
del latido de la sangre en sus oídos. Bajó la vista al cuerpo que yacía a sus pies y se
preguntó qué era, qué había sido. Había sentido su aliento cálido y apestoso en su
propio rostro. No era un cadáver reanimado, aunque lo pareciese. Decidió que
aquello no tenía importancia. A todos los efectos pertinentes, era un zombi. Había
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RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
intentado morderlo, y criaturas como aquélla ya habían devorado una parte de la
población de Raccoon City. Tenía que encontrar un camino de regreso hacia el
resto del grupo, y tenían que salir de allí todos juntos para conseguir ayuda. No
disponían de la potencia de fuego suficiente para hacer frente a aquella situación
ellos solos. Sacó el cargador vacío de la pringosa arma y lo sustituyó por otro lleno.
Sintió que se le encogía el pecho por la tensión: sólo le quedaban quince balas.
Tenía un cuchillo Bowie1 pero la idea de enfrentarse a un zombi sólo con un
cuchillo no le atraía en absoluto. A su derecha había una puerta de aspecto sencillo.
Chris tiró del pomo, pero estaba cerrada con llave. Se quedó mirando el cerrojo, y
no le sorprendió ver que en él había un pequeño grabado con la forma de lo que
parecía ser una armadura. Espada, armadura... Desde luego, aquello estaba
relacionado de alguna manera. Avanzó a lo largo de la amplia sala, atento al
menor ruido y realizando frecuentes inspiraciones profundas por la nariz. Los
restos de podredumbre que le cubrían el chaleco y las manos hacían difícil detectar
la presencia de algún otro mediante el olfato, ya que el olor lo cubría por completo,
pero podía ser la única oportunidad de evitar otro encuentro tan cercano.
La sala se abría a la izquierda y Chris dobló la esquina con rapidez, mientras
cubría toda la zona, recubierta de madera, con su Beretta. Una columna de apoyo
obstaculizaba ligeramente su línea de visión, pero pudo discernir claramente la
espalda de un hombre justo detrás de ella. Sus hombros caídos y sus ropas
manchadas y andrajosas indicaban que era otra de aquellas criaturas. Chris se
dirigió ligeramente hacia la derecha para poder disparar con mayor precisión. El
zombi estaba a unos trece o catorce metros de él, pero no quería desperdiciar sus
últimos proyectiles. La criatura comenzó a girar arrastrando los pies cuando oyó el
ruido de las botas de Chris sobre el duro suelo de madera. Se movía con tal
lentitud que Chris dudó, al ver el modo en que avanzaba. Éste parecía haber sido
sumergido en una delgada capa de baba. La débil luz se reflejaba en su brillante
piel mientras se balanceaba torpemente hacia Chris. El ser levantó lentamente los
brazos mientras su cabeza sin pelo colgaba de su mecido cuello sobre uno de sus
hombros. Avanzó en silencio, con el único sonido del arrastrar de sus pies. Chris
retrocedió un paso hacia la izquierda, y el zombi cambió la dirección de su marcha,
girando hacia él ansiosamente, acortando la distancia que los separaba con su lento
andar.
Igual que en las películas: peligrosos pero torpes. Y fáciles de dejar atrás a la
carrera...
Tenía que ahorrar munición por si llegaba a darse el caso de que quedara
acorralado. Vio unas escaleras al final de la estancia, y Chris respiró
Gran cuchillo de caza parecido a un machete que, según se dice, fue inventado por James Bowie, uno de los
personajes más famosos en la guerra de secesión de Texas contra México, que murió a causa de una
enfermedad durante el asedio del fuerte El Alamo. (N. del t.)
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profundamente preparándose para echar a correr. Dio otro paso atrás para
disponer de espacio suficiente... Oyó un suave quejido a su espalda. Una nueva
oleada de hedor rancio invadió su olfato. Se giró, aunque sabía qué encontraría
aun antes de verlo. El zombi estaba a pocos metros de él y se aproximaba
lentamente, mientras trozos de sus podridas entrañas salían por su destrozado
abdomen. No lo había matado, no había esperado lo suficiente para asegurarse, y
su estupidez estaba a punto de costarle la vida.
¡Oh, mierda! Chris salió corriendo por el pasillo y esquivó a ambos mientras se
maldecía a sí mismo por su torpeza. Pasó al lado de la gruesa columna y, casi había
llegado a las escaleras cuando se detuvo en seco al darse cuenta de lo que le
esperaba en su extremo superior. Sólo captó fugazmente a la descarnada criatura
antes de darse la vuelta para hacerles frente a los atacantes que se tambaleaban
hambrientos en su dirección.
Un suspiro gorgoteante y el arrastrar de unos pasos procedentes de las
sombras bajo la escalera le indicaron la presencia de otro zombi. Estaba atrapado,
no podría matarlos a todos de ninguna manera...
¡Una puerta!
Estaba a un lado de las escaleras. Su madera oscura se confundía tanto con las
sombras que era difícil verla. Chris corrió hacia ella y agarró el pomo, rezando para
que estuviera abierta mientras las criaturas cerraban el círculo alrededor de él. Si
estaba cerrada con llave, era hombre muerto.
Rebecca Chambers jamás había tenido tanto miedo en sus dieciocho años.
Había oído durante lo que le parecía una eternidad los suaves ruidos de carnes
putrefactas rozándose con la madera de la puerta, todo ello mientras intentaba
desesperadamente idear un plan para escapar y su miedo crecía y crecía. La puerta
no tenía cerradura, y había perdido su pistola en la aterrorizada carrera que los
había llevado hasta la casa. En la pequeña habitación de almacenaje, aunque bien
provista de materiales químicos y montones de papeles, no había encontrado otra
cosa para defenderse que un bote de repelente para insectos medio vacío. Sostenía
aquel objeto con fuerza en la mano, apostada detrás de la puerta de la pequeña
habitación. Si los monstruos descubrían finalmente cómo utilizar el pomo de la
puerta había decidido rociarle las caras con el insecticida y luego echar a correr.
Quizá comiencen a reírse con tanta fuerza que tendré una oportunidad de escapar.
Repelente para bichos, qué gran arma…
Había oído ruidos que le parecieron disparos en algún lugar cercano, pero no
se habían repetido. Tenía la esperanza de que fuera uno de los miembros de su
equipo, pero a medida que los segundos pasaban, perdió aquella esperanza.
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S. D. PERRY
Comenzó a pensar seriamente en que era la única superviviente justo cuando la
puerta se abrió de golpe y una figura boqueante entró en la habitación.
Rebecca no dudó ni por un instante. Dio un paso adelante y apretó el botón
del aparato, lanzando una nube de rocío químico contra el rostro del supuesto
atacante al mismo tiempo que se preparaba para echar a correr y...
—¡Aaaarghh!
La figura gritó y retrocedió de un salto hacia la puerta, cerrándola de golpe.
Se cubrió los ojos y empezó a toser. No era un monstruo: acababa de dejar fuera de
combate a uno de los miembros del equipo Alfa. ¡Oh no! Rebecca se puso
inmediatamente a rebuscar en su equipo médico de emergencia, y su inmensa
sensación de alivio por ver a otro miembro de los STARS pugnaba con la enorme
vergüenza que sentía en aquel instante.
Manoteó en busca de un trapo limpio y una pequeña botella rociadora de
agua mientras se acercaba a él.
—Mantén los ojos cerrados. No te los frotes con las manos.
El Alfa dejó caer las manos y Rebecca pudo verle el rostro enrojecido. Lo
reconoció instantáneamente: era Chris Redfield, no sólo el tipo más atractivo del
equipo de los STARS, sino además su superior. Sintió cómo se le enrojecía la cara y
por un momento se alegró de que no pudiera verla. Bien hecho, Rebecca. Así se hace
para lograr dar la mejor impresión posible en tu primera misión. Pierdes tu pistola, te
pierdes, y para colmo dejas ciego a un compañero...
Lo condujo hasta un pequeño catre que había en una esquina de la habitación
y lo hizo sentarse, dejándose llevar por el entrenamiento que había recibido.
—Echa la cabeza hacia atrás. Esto te va a escocer un poquito, pero sólo es
agua, ¿de acuerdo?
Le aplicó el trapo húmedo en los ojos, muy aliviada de no haberle rociado la
cara con algo peor.
—¿Qué era eso que me echaste? —preguntó Chris mientras parpadeaba
rápidamente. Las lágrimas y el agua corrían por su cara, pero no parecía haber
sufrido nada grave en la vista.
—Ehh, insecticida. Han arrancado la etiqueta, pero probablemente su
principal compuesto activo es permefrina, un irritante, pero el efecto no debería
durar demasiado. Perdí mi pistola, y cuando entraste pensé que eras uno de esos
monstruos, aunque si todavía no se han imaginado cómo funciona un pomo de
puerta, supongo que probablemente no...
Se dio cuenta de que estaba balbuceando y hablando de forma incontrolada,
de modo que se calló inmediatamente y terminó de remojar los ojos antes de dar
un paso atrás. Chris se enjugó la cara y la miró con unos ojos inyectados en sangre.
—Rebecca... Chambers, ¿verdad?
Ella asintió cabizbaja.
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—Sí. Mira, lo siento mucho...
—No te preocupes —interrumpió él, y le sonrió—. La verdad es que como
arma no está nada mal.
Se puso en pie y echó un vistazo alrededor. Frunció el entrecejo al ver mejor la
pequeña habitación. Tampoco es que hubiera mucho que ver: un baúl abierto lleno
de papeles, una estantería repleta de botellas con productos químicos pero sin
etiqueta de ninguna clase, un pequeño camastro y una mesilla de escritorio. Estaba
claro que Rebecca lo había registrado en busca de un arma contra aquellas
criaturas.
—¿Qué ha pasado con el resto de tu equipo? —le preguntó.
Rebecca meneó la cabeza.
—No lo sé. Algo le ocurrió al helicóptero y tuvimos que posarnos. Nos
atacaron unos animales, una especie de perros y Enrico nos dijo que corriéramos
para ponernos a cubierto.
Se encogió de hombros y, de repente, se sintió como si tuviera doce años.
—Yo... di vueltas por el bosque y acabé delante de la puerta principal de este
sitio. Creo que otro de los de mi equipo la echó abajo, porque estaba abierta
cuando llegué a ella...
Bajó la voz hasta callarse, y apartó los ojos de la intensa mirada de Chris. De
todas maneras, el resto era probablemente bastante obvio: había perdido su arma,
se había perdido y había acabado en aquel lugar. En resumen: una actuación
bastante penosa.
—Eh —dijo él en voz baja—. No podías haber hecho nada más. Enrico te
ordenó echar a correr, y tú echaste a correr. Te limitaste a obedecer sus órdenes.
Esas criaturas de ahí eran... los zombis, están por todos lados. Yo también me he
perdido, y los demás miembros del equipo Alfa puede estar en cualquier lugar.
Hazme caso, si has logrado llegar sana y salva hasta aquí...
Uno de los monstruos del exterior lanzó un aullido grave y lastimero, y Chris
dejó de hablar inmediatamente, y su rostro adquirió una expresión grave. Rebecca
se estremeció.
—¿Qué hacemos ahora?
—Vamos a buscar a los demás y a intentar descubrir una manera de salir de
aquí. —Lanzó un suspiro mientras miraba la pistola—. El caso es que tú no tienes
arma, y yo casi no tengo munición...
Rebecca abrió los ojos de alegría y metió la mano en un bolsillo de su
pantalón de combate. Sacó dos cargadores completos y se los entregó, encantada
de poder hacer algo útil por él.
—¡Ah! También he encontrado esto en la mesa —Sacó de su bolsillo una llave
plateada con el grabado de una espada. No sabía qué puerta abriría, pero pensé
que podía ser útil.
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Chris se quedó mirando pensativamente la llave y luego se la metió en uno de
sus propios bolsillos. Se acercó hasta el baúl abierto y miró los montones de
papeles. Se agachó para empezar a rebuscar entre ellos y frunció el entrecejo.
—Tú estudiaste bioquímica, ¿verdad? ¿Le has echado un vistazo a todo esto?
Rebecca se acercó hasta él.
—Apenas. He estado muy ocupada vigilando la puerta.
Él levantó el brazo y le entregó una de las hojas de papel. Rebecca la leyó
rápidamente. Era una lista de neurotransmisores acompañada de unos indicadores
de nivel.
—Química cerebral —dijo ella en voz alta—. Pero estas cifras deben estar
equivocadas. La serotonina y la noradrenalina son demasiado bajas... Y fíjate en
esto: la dopamina esta fuera de la tabla. Este tipo es un perturbado de los grandes...
Advirtió la incrédula mirada en la cara de Chris y se limitó a esbozar una
sonrisa. Era una licenciada universitaria de dieciocho años, así que estaba
acostumbrada a miradas como aquélla. Los STARS la habían reclutado
inmediatamente después de la graduación, y le habían prometido un equipo de
investigadores y un laboratorio propio para estudiar biología molecular, su
auténtica pasión. Bueno, eso suponiendo que superase el entrenamiento básico y
adquiriera un poco de experiencia de campo. Nadie más había mostrado interés en
contratar a una chica como ella... Oyó el sonido del choque de un cuerpo contra la
puerta: su sonrisa desapareció. Desde luego, estaba adquiriendo experiencia. Chris
sacó de nuevo la llave con la espada grabada y miró fijamente a Rebecca.
—He pasado por delante de una puerta que tenía grabada una espada en su
cerradura, justo encima del agujero de una llave. Voy a comprobar si esta llave la
abre y a ver si lleva hasta la sala principal de entrada. Quiero que te quedes aquí y
que leas todos esos informes. Quizás encuentres algo de utilidad.
La inquietud que sintió al oírlo debió de reflejarse en su cara, porque él bajó la
voz y sonrió ligeramente para darle ánimos….
—Tengo mucha munición, gracias a ti, y no tardaré en volver.
Ella asintió mientras se esforzaba por relajarse. Estaba atemorizada, pero
mostrarle el miedo que sentía no iba a ayudar en nada a Chris. Probablemente
también él estaba bastante atemorizado. Se dirigió hacia la puerta mientras seguía
hablando.
—La policía de Raccoon City llegará en cualquier momento, así que, si no
vuelvo, quédate aquí esperando.
Alzó su arma con una mano y con la otra agarró el pomo de la puerta.
—Prepárate. En cuanto salga de aquí, coloca el baúl delante de la puerta. Te
daré un grito en cuanto vuelva.
Rebecca volvió a asentir, y Chris abrió la puerta tras lanzarle una última y
rápida sonrisa. Antes de salir, miró a ambos lados, y Rebecca cerró la puerta
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pegando la cabeza a ella. Se quedó escuchando unos instantes. Durante unos
cuantos segundos no oyó nada, y después sintió una descarga de cinco o seis
disparos. Luego todo quedó en silencio de nuevo. Tardó unos cuantos minutos en
mover finalmente el baúl para bloquear la puerta; lo apoyó en la parte de las
bisagras, para poder quitarlo de en medio con facilidad. Se arrodilló delante de él
mientras intentaba aclarar sus pensamientos. Comenzó a revisar los papeles,
procurando no sentirse tan joven e insegura como se sentía en aquel momento.
Suspiró. Finalmente, sacó un fajo de hojas y empezó a leer.
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S. D. PERRY
Capítulo 7
Abrir la cerradura fue cosa de niños. Era un mecanismo simple de tres piezas
en línea. Jill podría haberla abierto con un par de clips para papeles. Según el mapa
del ordenador de Trent, la puerta daba a un amplio pasillo... Allí estaba. Echó otro
vistazo a la pantalla del pequeño ordenador y lo guardó de nuevo, pensativa. Al
parecer, existía una ruta de salida hacia la parte de atrás de la casa, que atravesaba
varios pasillos y salas, situada más allá de una serie de habitaciones. Podría buscar
a Wesker y a los demás por el camino y, quizás, asegurar la ruta de escape al
mismo tiempo. Entró en el pasillo con la Beretta completamente cargada. Era un
muestrario de rarezas. El pasillo en sí no le llamó la atención: la moqueta y el papel
de las paredes eran de color marrón y beige, y las amplias ventanas sólo mostraban
la oscuridad que reinaba en el exterior. Sin embargo, las cajas de los muestrarios
alineadas a lo largo de la pared interior... En total había tres, y encima de cada una,
una pequeña lámpara iluminaba su interior, mostrando una amplia variedad de
huesos humanos blanqueados colocados en estanterías, mezclados con otros
objetos oscuros más pequeños. Jill recorrió el pasillo deteniéndose un momento
ante cada una de las cajas para mirar aquel extraño espectáculo. Allí había cráneos,
huesos de brazos y piernas, manos y pies. Correspondían al menos a tres
esqueletos completos, y junto a los huesos se veían plumas, cuentas, cintas de
cuero retorcidas... Jill cogió una de las cintas de cuero en su mano, pero la dejó
enseguida de nuevo en su sitio y se frotó los dedos en los pantalones. No estaba
segura, pero le pareció que aquello tenía el mismo tacto que tendría una piel
humana curtida, rígida y al mismo tiempo ligeramente grasienta... ¡Cliiiang! La
ventana situada a sus espaldas se partió en mil pedazos; una silueta ágil y
musculosa saltó al pasillo gruñendo y arqueando las mandíbulas. Era uno de los
perros mutantes asesinos, con los ojos tan rojos como su goteante cuerpo. Se
deslizó directamente hacia ella, y sus dientes relucieron con el mismo brillo
peligroso que el cristal de la destrozada ventana que todavía estaba cayendo al
suelo.
Jill se metió entre dos de las cajas y abrió fuego. El ángulo de disparo fue
demasiado bajo, y la bala se estrelló contra el suelo de madera, haciendo saltar
astillas que no detuvieron al perro, que se abalanzó de un salto contra ella
lanzando un ronco gruñido. La golpeó en las piernas y la aplastó dolorosamente
contra la pared, abriendo las mandíbulas para arrancarle la carne. El olor de la
carne descompuesta la envolvió mientras disparaba una y otra vez, apenas
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consciente de que estaba gimiendo de miedo y asco, un sonido tan gutural y
primitivo como los de los feroces y a la vez moribundos aullidos procedentes de
aquella abominación perruna. La quinta bala, disparada directamente contra el
pecho del animal, lo lanzó hacia atrás. La criatura se derrumbó en el suelo con un
quejido lastimoso casi de cachorro mientras los borbotones de sangre manchaban
la alfombra. Jill mantuvo la pistola apuntando contra la forma inmóvil en el suelo
mientras aspiraba grandes bocanadas de aire. Las patas del perro se estremecieron
de repente, y sus grandes garras desgarraron la húmeda y roja alfombra antes de
quedarse definitivamente inmóviles. Jill se relajó al reconocer aquel movimiento
como un espasmo de muerte: la vida había abandonado aquel cuerpo. Ella tenía
varios morados, pero el perro estaba definitivamente muerto. Se quitó el flequillo
de delante de los ojos y se agachó al lado de la criatura. Se fijó en especial en la
extraña y visible musculatura y en sus enormes fauces. La carrera hacia la casa
había sido demasiado confusa, y además prácticamente en la oscuridad, como para
ver realmente bien el aspecto de los seres que habían matado a Joseph. Sin
embargo, a la luz del pasillo, la primera impresión que había tenido no cambió en
absoluto: parecía un perro despellejado. Se puso en pie y se alejó, vigilando
atentamente las ventanas del pasillo. Era obvio que no ofrecían protección alguna
frente a los peligros procedentes del exterior. El pasillo giraba bruscamente a la
izquierda, y Jill se apresuró a llegar allí, pasando a la carrera al lado de los demás
muestrarios macabros que decoraban toda la pared interior de aquel pasillo. La
puerta que había al extremo del pasillo no estaba cerrada con llave. Daba entrada a
otro pasillo, menos iluminado que el anterior, pero también menos tétrico. El
neutro papel de pared de color verde grisáceo sólo estaba cubierto por pinturas de
escenas campestres y paisajes rurales. No había nada asqueroso o siniestro en
aquel lugar. La primera puerta a la derecha sí estaba cerrada con llave, en la placa
de la cerradura vio que había grabada una armadura. Jill recordó algo que había
leído en el ordenador de bolsillo, algo relativo a unas llaves de caballero, pero
pensó que era mejor dejarlo a un lado por el momento. Según el mapa de Trent, al
otro lado había una habitación que no llevaba a ningún lado. Además, si Wesker
había pasado por allí, se supone que no iba a dejar puertas cerradas con llave a su
espalda... Bien, también supusiste que Chris no desaparecería. No supongas nada en
absoluto en un lugar como éste. La siguiente puerta que intentó abrir daba a un
pequeño cuarto de baño con una decoración antigua, con detalles como un
ventilador de techo y una bañera con cuatro patas. No se veían señales de que
alguien lo hubiera utilizado recientemente. Se quedó allí en pie por un momento,
en la pequeña habitación de olor rancio, respirando profundamente y sintiendo los
efectos posteriores de la descarga de adrenalina del pasillo. Mientras crecía había
aprendido a disfrutar de la sensación de peligro, de la emoción de entrar y salir de
sitios desconocidos solo con la ayuda de un puñado de utensilios y su propio
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ingenio para mantenerse a salvo. Aquella sensación se había ido desvaneciendo
desde que había ingresado en los STARS, perdida en la rutina diaria de reuniones
de información y entrenamiento con armas; ahora había regresado, inesperada
pero bienvenida. No podía engañarse a sí misma sobre la pura alegría que a
menudo sentía después de enfrentarse a la muerte y salir ilesa. Se sentía... bien. Se
sentía viva.
Bueno, no comencemos la fiesta todavía —le recordó su mente sarcásticamente—.
¿O has olvidado que a los STARS se los están comiendo vivos en este agujero infernal? Jill
retrocedió hasta el silencioso pasillo y dobló otra esquina, preguntándose si Barry
habría encontrado a Chris y si uno de los dos se habría encontrado con alguno de
los Bravo. Sentía que disponía de una ventaja al tener aquel mapa, y decidió que en
cuanto tuviera asegurada la ruta de escape, volvería a la sala principal y esperaría
a Barry. Entre los dos podrían efectuar una búsqueda más minuciosa y rápida con
el mapa de Trent. El pasillo acababa en dos puertas situadas una enfrente de otra.
La que ella buscaba era la que estaba a su derecha. Probó a abrirla y se vio
recompensada por el clic del pomo que hacía girar el pestillo. Entró en una sala
oscura y vio a uno de los zombis. Era una silueta pálida y ominosa situada a unos
tres metros de la puerta. La criatura comenzó a dirigirse hacia ella mientras
levantaba el arma, emitiendo unos suaves quejidos de hambre con sus podridos
labios. Uno de los brazos colgaba flácido en su costado, y aunque su hombro era
un manojo de huesos asquerosos, su puño putrefacto se abría y se cerraba por el
ansia mientras extendía el otro brazo hacia ella. La cabeza, apunta a la cabeza... El
ruido de los disparos resonó con estrépito en la fría penumbra. El primero le voló
la oreja derecha, pero el segundo y el tercero abrieron dos agujeros justo encima de
las cejas. Unos oscuros fluidos comenzaron a bajar por su reseco rostro, hasta que
la criatura cayó de rodillas, y sus vacíos e incansables ojos se pusieron en blanco al
volverse hacia arriba. Oyó un sonido apagado de pasos arrastrándose en las
sombras de la parte posterior de la habitación, justo hacia donde ella pretendía ir.
Jill apuntó con su arma a la oscuridad y esperó a que aquello se acercara, con el
cuerpo cargado de tensión. ¿Cuantas de estas criaturas hay por aquí? Disparó en
cuanto el zombi asomó al doblar la esquina. La Beretta saltó ligeramente en sus
sudorosas manos. El segundo disparo atravesó el ojo del podrido cuerpo, que se
desplomó inmediatamente al suelo de madera oscura y pulida. La viscosa y
pegajosa sustancia que componía su ojo descendió por su esquelético rostro. Jill se
quedó a la espera, pero aparte de los crecientes charcos de sangre que se extendían
por el suelo alrededor de las criaturas muertas, no se movió nada más. Respiró por
la boca para evitar lo peor de aquel hedor, y se apresuró a llegar al otro lado de la
estancia para luego doblar a la derecha y entrar en un estrecho y corto pasillo que
daba a una oxidada puerta de metal. La abrió y un soplo de aire fresco la inundó,
un olor tibio y limpio después del frío hedor parecido al de un depósito de
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cadáveres. Jill sonrió al percibir el ruido de las cigarras y el zumbido de los grillos
en el aire nocturno. Había llegado al final de su pequeña excursión, y aunque
todavía no estaba fuera, los sonidos y olores del bosque renovaron su sensación de
misión cumplida. Ya tenemos un camino seguro, en la parte trasera de este lugar.
Podemos dirigirnos hacia el norte, llegar hasta una de las carreteras locales y parar a
alguien para que nos lleve hasta las barricadas de la policía. Salió a un sendero cubierto,
compuesto por piedras verdes de mosaico rodeadas de unas altas paredes de
cemento. En el techo del pasillo se abrían unos pequeños agujeros por donde
circulaba el leve aroma de los pinos. La hiedra bajaba por las aberturas como un
recordatorio del mundo exterior. Recorrió apresuradamente el pasaje en penumbra
mientras recordaba que había visto en el mapa que al otro lado, al fondo y a la
derecha, había una pequeña habitación, probablemente una cabaña de almacén...
Dobló la esquina y se detuvo en seco ante otra puerta de metal de aspecto sólido.
Su sonrisa se desvaneció cuando extendió instintivamente la mano hacia el pomo y
se dio cuenta de que el agujero de la cerradura estaba taponado. Se agachó e
inspeccionó el pequeño agujero con una de las ganzúas, pero quedó desilusionada:
alguien lo había rellenado de material sellador. A la izquierda de la puerta había
una especie de diagrama incrustado en el cemento y fabricado con cobre. Eran
cuatro depresiones hexagonales talladas sobre la placa lisa de metal, y cada uno de
los agujeros del tamaño de un puño estaba conectado con los demás por una
delgada línea. Jill entrecerró los ojos para poder leer las palabras grabadas en la
placa de metal, deseando tener una linterna mientras se esforzaba por descifrar las
palabras. Limpió con la mano la delgada capa de polvo de las letras grabadas y lo
intentó de nuevo. CUANDO EL SOL... SE PONGA EN EL OESTE Y LA LUNA SE
ELEVE POR EL ESTE, LAS ESTRELLAS COMENZARÁN A BRILLAR EN EL
CIELO... Y EL VIENTO SOPLARÁ HACIA EL SUELO. ENTONCES LA PUERTA
DE LA NUEVA VIDA SE ABRIRÁ. Jill parpadeó. Cuatro agujeros... ¡La lista de
Trent! Cuatro símbolos heráldicos, y algo acerca de una puerta de la nueva vida. Es
un mecanismo de combinación para abrir la cerradura de la puerta. Coloca los
cuatro símbolos heráldicos en su sitio y entonces la puerta se abre... El problema es que aún
tengo que encontrar los cuatro símbolos heráldicos.
Jill probó a empujar la puerta y sintió que su esperanza se desvanecía: la
puerta ni siquiera se movió dentro de su quicio. No se movió en absoluto.
Tendrían que descubrir otro modo de salir de allí, a menos que encontrasen los
símbolos heráldicos, lo que en un sitio como aquél podría llevar años. Un solitario
aullido resonó en la lejanía, y los aullidos de los demás perros cercanos a la
mansión se unieron en un coro demoníaco. Los extraños sonidos ululantes
rasgaron el tranquilo silencio del bosque. Había docenas de ellos allí afuera, y Jill
se dio cuenta de que la idea de escapar por la puerta trasera quizá no era tan buena
después de todo. Disponía de cantidad limitada de munición, y sin duda habría
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
más criaturas de pesadilla deambulando por los pasillos, hambrientas, arrastrando
los pies en un silencio carente de inteligencia mientras buscaban su siguiente festín
macabro... Lanzó un profundo suspiro y comenzó a regresar hacia la casa,
temiendo volver a oler aquel hedor a muerte frío y apestoso incluso antes de entrar
e intentando al mismo tiempo prepararse mentalmente para enfrentarse a los
peligros que parecían acechar en todos y cada uno de los rincones. Los STARS
estaban atrapados.
Chris sabía que tenía que aprovechar al máximo la poca munición de la que
disponía, así que, en cuanto dejó atrás a Rebecca, cruzó a toda velocidad el oscuro
pasillo, con sus botas resonando pesadamente en el suelo de madera. Todavía
quedaban tres de ellos, agrupados muy cerca de las escaleras. Los esquivó con
facilidad y continuó su carrera hasta cruzar la estancia y doblar una esquina. Se
colocó en la típica postura de tirador en cuanto llegó a la puerta que daba acceso a
la otra sala: bien apoyado en las piernas, una mano sosteniendo a la otra y el dedo
en el gatillo. Los zombis aparecieron uno por uno, doblando la esquina, gruñendo
y tambaleándose torpemente. Chris apuntó con cuidado, mantuvo la respiración
pausada, se concentró… Apretó el gatillo y envió dos proyectiles a través de la
gangrenosa nariz de la primera criatura. Disparó un tercer proyectil justo en el
centro de la frente del segundo zombi. Los fluidos cerebrales y el tejido blando
salpicaron la pared de madera que había detrás de ellos cuando los proyectiles
atravesaron sus cabezas. Acertó sus disparos contra el tercer zombi cuando los
otros dos todavía no habían terminado de caer al suelo. Se oyeron dos nuevas
explosiones apagadas y el entrecejo de la criatura se hundió hacia el interior de su
cabeza, para luego desplomarse como el saco de huesos que era. Chris bajó su
Beretta mientras sentía una oleada de orgullo. Era un tirador de primera clase,
incluso tenía un par de premios que lo demostraban, pero siempre era agradable
comprobar lo que era capaz de hacer si disponía del tiempo suficiente para
apuntar. Su puntería al disparar mientras desenfundaba no era tan buena. Ésa era
la especialidad de Barry. Extendió la mano hacia el pomo de la puerta, espoleado
por el recuerdo de todo lo que estaba en juego. Supuso que cada uno de los
miembros del equipo Alfa sería capaz de cuidar de sí mismo, y que tenían las
mismas oportunidades de sobrevivir que él, pero ésta era la primera operación de
Rebecca, y ella ni siquiera tenía un arma. Tenía que sacarla de aquel lugar. Regresó
a la estancia de suave luz y papel de pared verde y echó un vistazo en ambas
direcciones. Más allá, el pasillo estaba envuelto en la oscuridad, por lo que no tenía
modo alguno de saber si no había peligro allí.
A su derecha estaba la puerta con la espada grabada en la placa de la
cerradura, y el primer zombi contra el que había disparado, tendido en el suelo en
una posición grotesca y sin vida. Chris se sintió agradecido al ver que la figura no
se había movido en absoluto. Al parecer, los tiros en la cabeza eran realmente la
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RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
mejor manera de cargarse a un zombi, justo lo mismo que ocurría en las películas.
Chris se dirigió hacia la puerta en cuestión, mientras apuntaba con su pistola a la
derecha, luego a la izquierda y de nuevo a la derecha: ya había tenido suficientes
sorpresas por un día. Tras comprobar que no había nadie en la pequeña abertura
que había enfrente de la puerta; sacó la pequeña llave y la introdujo en la
cerradura. Giró sin problemas. Chris entró en un pequeño dormitorio, sólo un poco
mejor iluminado que el pasillo, puesto que únicamente había una pequeña
lámpara en el escritorio de una esquina. No había peligro a la vista, a no ser que
estuviera oculto debajo del pequeño camastro... o en el estrecho armario situado
frente a él. Se estremeció y cerró la puerta tras de sí. Aquéllos eran los primeros
temores de cualquier niño, y también habían sido los suyos: monstruos en el
armario y seres que se ocultaban bajo la cama, a la espera de algún niño
imprudente al que agarrar por el tobillo... Oye, ¿cuantos años tienes ahora? Chris se
quitó de la mente aquellos temores producidos por los nervios y se avergonzó de
sus desvaríos imaginativos. Recorrió lentamente en círculos la habitación, mientras
buscaba con la vista cualquier objeto que pudiera ser útil. No había ninguna otra
puerta ni nada semejante que llevara de regreso a la sala principal, pero quizá
podría encontrar un arma mejor para Rebecca que el bote de insecticida. Aparte de
una mesa de madera de roble y una estantería con libros, en la habitación sólo
había una pequeña cama sin tender y una mesa escritorio. Le echó un rápido
vistazo a los libros, luego pasó de los pies de la cama a la mesa escritorio. Había un
cuaderno al lado de la lámpara, y aunque el escritorio estaba cubierto por una capa
de polvo era evidente que alguien había utilizado el diario hacía relativamente
poco tiempo. Chris lo tomó intrigado y lo abrió por las últimas páginas.
Quizás encontraba una pista sobre lo que estaba ocurriendo. Se sentó en el
borde de la cama y comenzó a leer.
9 de mayo, 1998: he jugado al póker esta noche con Scout y Alias de Seguridad,
y con Steve de Investigación. Steve ha ganado una pasta, pero creo que hacía trampas.
Cabrón.
Chris sonrió ligeramente al leer aquello. Pasó a la siguiente anotación y la
sonrisa se le heló en los labios, y su corazón perdió un latido.
10 de Mayo, 1998: uno de los jefazos me ha encargado que me ocupe de un
nuevo experimento. Tiene todo el aspecto de un gorila despellejado. Las instrucciones
sobre su alimentación especifican que se le den animales vivos. Cuando le metí en la
jaula un cerdo, pareció que la criatura se ponía a jugar con él..., le arrancó las
extremidades una por una y lo despanzurró antes de ponerse realmente a comer.
¿Experimento? ¿Podría ser que el que escribiera aquello se refiriese a los
zombis? Chris continuó leyendo, animado por el descubrimiento. Era obvio que el
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S. D. PERRY
diario pertenecía a alguien que trabajaba allí, lo que significaba que el
encubrimiento de los casos iba más allá de lo que él mismo imaginaba.
11 de Mayo, 1998: Scott me despertó alrededor de las cinco de la mañana. Me
acojonó vivo. Llevaba puesto uno de esos trajes protectores que parecen un traje
espacial. Me entregó otro igual y me ordenó que me lo pusiera. Me dijo que se había
producido un accidente en el laboratorio subterráneo. Sabía que pasaría algo así. Esos
capullos de investigación jamás descansan, ni siquiera de noche.
12 de Mayo, 1998: he llevado el maldito traje espacial desde ayer. La piel se me
está poniendo rasposa y me pica todo el cuerpo. Los puñeteros perros me han mirado
de una forma muy rara hoy, así que he decidido no darles de comer. Que se jodan.
13 de Mayo, 1998: he ido a la enfermería porque tengo la espalda hinchada y me
pica mucho. Me han puesto un gran vendaje y me han dicho que ya no hace falta que
lleve el traje protector. Sólo quiero dormir.
14 de Mayo, 1998: encontré otra pústula en el pie esta mañana. Acabé
arrastrando el pie todo el camino hasta la jaula de los perros. Habían estado tranquilos
todo el día, lo que es bastante raro. Entonces, me di cuenta de que algunos de ellos se
habían escapado. Si alguien lo descubre, me costará la cabeza.
15 de Mayo, 1998: mi primer día libre después de mucho tiempo y me siento
hecho una mierda. Decidí ir a visitar a Nancy de todas maneras, pero los guardias me
detuvieron cuando intenté salir de la mansión. Me dijeron que la compañía ha
ordenado que nadie abandone el lugar. Ni siquiera puedo llamar por teléfono. ¡Han
arrancado todos los cables! ¿Qué clase de situación de mierda es ésta?
16 de mayo, 1998: se rumorea que uno de los investigadores intentó escapar ayer
por la noche y fue acribillado a balazos. Siento calor en todo el cuerpo, además de
picores, y me paso todo el tiempo sudando. Me he rascado un bulto del brazo y se ha
desprendido todo un trozo de carne podrida. No he vomitado hasta que me he dado
cuenta de que el olor me daba hambre…
La escritura comenzaba a ser temblorosa. Chris dio vuelta a la página y
apenas pudo entender las últimas líneas, ya que las palabras estaban colocadas casi
al azar por toda la página.
19 de Mayo, 1998: no fiebre, pero pica. Hambre… comida de perros. Pica, pica.
Scott cara fea, pero mate. Sabroso.
4 / / PICA. SABROSO.
Las demás páginas estaban en blanco. Chris se puso en pie y se metió el diario
en el chaleco mientras sus pensamientos corrían a toda velocidad. Por fin algunas
de las piezas de aquel rompecabezas comenzaban a encajar: investigaciones
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S. D. PERRY
secretas en una residencia secreta, un accidente en un laboratorio escondido, un
virus o algún otro tipo de infección que escapó de todo control y que transformó a
la gente que trabajaba allí, convirtiéndolos en muertos vivientes devoradores de
carne... Y algunos de ellos lograron escapar. Los asesinatos y las desapariciones en
Raccoon City comenzaron a finales de mayo, coincidiendo con los efectos del
«accidente». La cronología de los hechos coincidía. Pero ¿qué clase de
experimentos estaban efectuando exactamente aquellos investigadores, y cuál era
la implicación real de Umbrella en ellos? ¿Cuan implicado estaba Billy? No quería
pensar en ello, pero mientras intentaba olvidarse de aquel pensamiento, se le
ocurrió otro: ¿qué pasaría si la zona todavía era contagiosa? Se apresuró a abrir la
puerta, repentinamente ansioso por informar a Rebecca de lo que había
descubierto. Gracias a su entrenamiento, ella sería capaz de imaginar lo que había
quedado suelto por toda la mansión procedente del laboratorio secreto. Chris tragó
saliva con dificultad. Puede que en ese mismo instante, tanto él como los restantes
STARS estuviesen infectados.
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S. D. PERRY
Capítulo 8
Después de que Jill y Barry se hubieran marchado cada uno por su lado,
Wesker permaneció agazapado y pensativo detrás de la balaustrada de la sala
principal. Sabía que la cuestión del tiempo era esencial, pero quería delimitar unas
cuantas posibilidades antes de comenzar a actuar. Ya había cometido unos cuantos
errores, y no quería cometer ninguno más. Los Alfas del grupo Raccoon eran
miembros bastante inteligentes, por lo que su margen de error era realmente
estrecho. Había recibido sus órdenes hacía ya un par de días, pero no había
esperado encontrarse en condiciones de llevarlas a cabo tan pronto. El aterrizaje
forzoso del helicóptero del equipo Bravo había sido pura casualidad, lo mismo que
el repentino ataque de cobardía de Brad Vickers. Aun así, tendría que haber estado
más preparado. Verse sorprendido así, con los pantalones bajados, era tan... tan
poco profesional.
Suspiró y dejó aquellos pensamientos a un lado. Ya habría tiempo más tarde
para recriminarse sus errores. No había esperado acabar allí, pero allí estaba, y
cabrearse consigo mismo por la falta de previsión no iba a cambiar nada. Además,
todavía quedaba mucho por hacer. Conocía los terrenos de la propiedad bastante
bien, y el de los laboratorios como la palma de su propia mano, pero solo había
estado en el interior de la mansión unas cuantas veces y no había vuelto a pasar
por allí desde que había sido «oficialmente» transferido a Raccoon City. El lugar
era un laberinto, diseñado por un arquitecto por encargo de un loco. Spencer
estaba mal de la chaveta, de eso no había duda, y había ordenado construir la casa
con infinidad de pequeños mecanismos con trampa, con un montón de estupideces
de «espías» tan populares en los últimos años sesenta. Todas esas estupideces de espía
van a multiplicar por dos la dificultad real de la misión. Llaves ocultas; túneles secretos...
Es igual que si estuviese atrapado en una película de espionaje, incluidos los científicos
locos y el reloj que hace tictac con la cuenta atrás… Su plan inicial había consistido en
llevar tanto al equipo Alfa como al equipo Bravo al interior de los terrenos de la
mansión Spencer para pasar luego a la mansión propiamente dicha y limpiar la
zona antes de bajar a los laboratorios inferiores y acabar allí con el asunto. Tenía las
llaves maestras y todos los códigos, por supuesto. Los habían enviado junto con las
órdenes, y todo ello abriría la inmensa mayoría de las puertas de la mansión. El
problema consistía en que no existía una llave para la puerta que llevaba al jardín,
ya que tenía una cerradura de rompecabezas, y en aquellos momentos era la única
vía de entrada a los laboratorios, aparte de caminar un buen rato por el bosque.
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S. D. PERRY
Que es algo que no pienso hacer. Los perros se lanzarían encima de mí antes de
que diera dos pasos, y si los 121 han logrado escapar… Wesker se estremeció al
recordar el incidente con uno de los guardias novatos. Se había acercado
demasiado a una de sus jaulas, de eso hacía ya un año más o menos. El chico había
muerto antes incluso de que le diera tiempo a abrir la boca para pedir auxilio.
Wesker no tenía la menor intención de salir de nuevo al exterior sin un ejército que
le respaldara. El último contacto con la mansión se había producido seis semanas
antes. Había sido una llamada histérica de Michael Dees a uno de los ejecutivos
superiores de las oficinas principales de White Umbrella. El médico había aislado
la mansión ocultando las cuatro piezas del rompecabezas en un inútil intento de
impedir que los portadores del virus entraran en la casa. Para entonces, todos
estaban infectados y sufrían una especie de manía paranoica, uno más de los
encantadores efectos secundarios del virus. Sólo Dios sabía los mecanismos ocultos
y las trampas que los investigadores de los laboratorios habían fastidiado mientras
perdían lentamente la razón… Dees no había sido una excepción, aunque había
logrado mantener la cordura durante más tiempo que sus compañeros. Tenía que
ver algo con el metabolismo individual de cada persona, eso le habían dicho a
Wesker. La compañía ya había decidido efectuar una limpieza completa, aunque le
habían asegurado al balbuceante científico que la ayuda ya se encontraba en
camino. Wesker se había reído con ganas a costa de aquello. Los chicos de la
gerencia no iban a arriesgarse de modo alguno a que la infección se propagase. Se
habían quedado muy quietecitos durante dos meses permitiendo que Raccoon City
sufriera las consecuencias mientras el virus perdía gradualmente su potencia, y
después lo habían enviado a él para que solucionara aquel follón, que era bastante
considerable en aquel momento. El capitán pasó sus dedos inconscientemente por
la suave alfombra mientras intentaba recordar los detalles de la reunión durante la
que le habían informado sobre la llamada de Dees. Le gustase o no, tendría que
encargarse de todo aquella misma noche. Tendría que recoger todas las pruebas y
llegar hasta el laboratorio, y eso implicaba encontrar las piezas de la cerradura de
rompecabezas. El habla de Dees había sido prácticamente incoherente, y contaba
cosas sobre cuervos asesinos y arañas gigantes, pero había insistido una y otra vez
en que las llaves heráldicas para la cerradura de rompecabezas «estaban ocultas
donde sólo Spencer podría encontrarlas», y aquello sí tenía sentido. Todos los que
trabajaban en la casa conocían la atracción de Spencer por los mecanismos secretos.
Por desgracia para él, Wesker no se había preocupado por conocer nada sobre la
mansión, ya que nunca pensó que necesitaría la información. Recordaba alguno de
los escondrijos más pintorescos: le vino a la memoria la estatua del tigre con los
ojos de distinto color, lo mismo que la habitación llena de armaduras con el gas y
la habitación secreta en la biblioteca... Pero no tengo tiempo de pasar por todos
esos sitios...
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Wesker sonrió de repente y se levantó, sorprendido de no haber pensado
antes en ello. ¿Quién decía que tenía que pasar él mismo? Había dejado a un lado a
los STARS para trazar un nuevo plan y buscar las cuatro piezas heráldicas, pero no
había razón alguna por la que él tuviera que hacerlo todo. Chris no era viable, era
demasiado lanzado y temerario, y a Jill todavía no la conocía lo suficiente. Sin
embargo, Barry... Barry Burton era un hombre de familia, y tanto Jill como Chris
confiaban en él.
Y mientras ellos se dedican a pasearse por la casa, yo puedo poner en marcha el
mecanismo de autodestrucción y salir pitando de aquí. Misión cumplida. Wesker, todavía
sonriendo, se dirigió a la puerta que llevaba a la balaustrada de la sala comedor, y
se sintió sorprendido al descubrir que estaba deseando comenzar aquella pequeña
aventura. Era su oportunidad de poner a prueba sus habilidades frente a los
restantes miembros del equipo y frente a los involuntarios sujetos infectados que
sin duda todavía estaban rondando por el lugar, por no mencionar el viejo Spencer
en persona. Y si lograba salir adelante, sería un hombre muy rico. Puede que
incluso aquella misión fuera divertida.
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Capítulo 9
¡AAk!
Jill apuntó rápidamente hacia el lugar de donde procedía el lastimero grito,
que resonó por toda la estancia al tiempo que la puerta se cerraba detrás de ella.
Fue entonces cuando vio qué había lanzado aquel grito, y se tranquilizó. Pero
sonriendo con nerviosismo.
¿Qué demonios están haciendo aquí?
Todavía estaba en la parte trasera de la casa, y había decidido echar un
vistazo a algunas de las demás estancias antes de comenzar a regresar a la sala
principal. La primera puerta que había probado a abrir estaba cerrada con llave. Se
había fijado que en la placa de la cerradura había grabado el casco de una
armadura. Sus ganzúas no habían servido de nada. La cerradura era de un tipo que
jamás había visto antes, así que decidió probar suerte en la puerta que estaba
enfrente, al otro lado de la estancia. Se había abierto con facilidad, y había entrado
preparada para enfrentarse a cualquier situación... aunque lo que menos se
esperaba era ver una bandada de cuervos, posados a lo largo de la barra de apoyo
de las lámparas que iluminaban la estancia y que cubría toda la longitud del techo
de la habitación. Otro de los grandes pájaros lanzó un graznido lastimoso y Jill se
estremeció al oírlo. Había al menos una docena de ellos, limpiándose las plumas
con el pico y vigilándola con ojos brillantes como cuentas de vidrio mientras ella
registraba rápidamente la habitación en busca de alguna posible amenaza: no
apareció ninguna.
La cámara en la que había entrado tenía forma de «U», y su temperatura era
quizás un poco más baja que la del resto de la casa. No había ningún mueble en
ella. Era una sala de exposiciones, y en su pared interior sólo se veían retratos y
paisajes. El gastado suelo de madera estaba salpicado de plumas negras aquí y allá
entre los montones de restos secos de las deposiciones de los cuervos. Jill se
preguntó de nuevo cómo habrían logrado entrar los cuervos en aquel lugar y
cuánto tiempo llevarían allí. Desde luego, su aspecto tenía algo extraño. Parecían
mucho más grandes que los cuervos normales, y la observaban con una intensidad
que tenía algo de... que era casi antinatural. Jill volvió a estremecerse y se dio la
vuelta hacia la puerta. No había nada importante en aquella estancia, y los pájaros
la estaban atemorizando. Ya era hora de largarse.
Echó un vistazo a los cuadros, en su mayoría retratos, mientras se dirigía a la
salida, y se fijó en que había interruptores debajo de los grandes marcos. Supuso
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que eran para iluminar mejor los cuadros, aunque no tenía muy claro por qué
alguien se había molestado en instalar una galería de exposición tan completa para
unos cuadros tan mediocres. Un bebé, un hombre joven... No es que fueran malos,
pero tampoco nada del otro mundo. Se detuvo cuando tocó el frío metal del pomo
de la puerta y frunció el entrecejo. Había un pequeño panel de control situado a la
altura de los ojos y a la derecha de la puerta, con un cartelito que indicaba «luces».
Pulsó uno de los botones y la luz de la habitación disminuyó cuando una de las
lámparas se apagó. Varios de los cuervos graznaron su desacuerdo y aletearon. Jill
volvió a encender la luz mientras pensaba. Si éstos son los interruptores de las
luces, entonces, ¿para qué son los botones que hay debajo de los cuadros? Quizás
había algo más en la habitación de lo que ella pensaba. Se dirigió al primer cuadro
que había cerca de la puerta. Era una gran pintura que representaba a varios
ángeles volando al lado de nubes atravesadas por rayos de sol. El título era «De la
cuna a la tumba». No había ningún interruptor debajo del cuadro, así que Jill se
dirigió al siguiente. Éste era el retrato de un hombre de edad madura, con los
rasgos de la cara hundidos por el agotamiento, en pie cerca de una chimenea
decorada. Por el corte del traje y por el peinado calculó que había sido pintado a
finales de los años cuarenta o a principios de los cincuenta. Debajo del cuadro
había un simple botón de encendido-apagado, sin indicación alguna. Jill movió de
izquierda a derecha y se produjo un chasquido eléctrico... Los cuervos situados
detrás de ella explotaron en un estallido de movimiento chirriante, alzándose todos
a la vez de la barra que les servía como percha. Lo único que oyó fue el batir de sus
alas negras y la súbita y enloquecida ferocidad de sus graznidos mientras se
abalanzaban sobre ella. Jill echó a correr. La puerta parecía encontrarse a un millón
de kilómetros, y Jill sintió que su corazón le saldría por la boca. El primero de los
cuervos la alcanzó en el instante en que agarraba el pomo de la puerta con una
mano. Sus garras le arañaron la suave piel de la nuca, y sintió un agudo dolor
detrás de la oreja derecha. Jill manoteó contra las plumas que le azotaban las
mejillas, lanzando gritos mientras los feroces graznidos la rodeaban. Palmeó el aire
a su espalda y se vio recompensada por un súbito graznido de sorpresa. El pájaro
se alejó de ella, dejándola tranquila por un momento.
Demasiados, tengo que salir, salir, SALIR... Abrió de golpe la puerta y cayó de
bruces en el pasillo. Le dio una patada a la puerta para cerrarla en cuanto estuvo
en el suelo. Permaneció allí tendida por unos instantes, mientras recuperaba el
aliento y disfrutaba del frío silencio del pasillo a pesar del hedor a zombi. Ninguno
de los cuervos había logrado salir. Cuando su ritmo cardíaco volvió más o menos a
la normalidad, se sentó y se tocó cuidadosamente la herida que tenía detrás de la
oreja. Sus dedos tocaron humedad, pero no parecía demasiado grave. La sangre ya
se estaba coagulando: había tenido suerte. Pensó en lo que podría haber ocurrido si
hubiese tropezado y se hubiese caído al suelo...
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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S. D. PERRY
¿Por qué la había atacado? ¿Qué le había ocurrido al pulsar el botón del
cuadro?
Recordó el chasquido eléctrico que sonó cuando lo pulsó, el sonido de una
chispa... ¡La barra de apoyo! Sintió a regañadientes una oleada de admiración hacia
quien quiera que hubiese diseñado aquella trampa tan sencilla.
Evidentemente, al pulsar el interruptor había enviado una corriente eléctrica a
la barra de apoyo de metal donde estaban posados los cuervos. Nunca había oído
hablar de cuervos entrenados para atacar, pero no se le ocurría ninguna otra
explicación... lo que significaba que alguien se había tomado muchas molestias
para mantener en secreto lo que quiera que hubiese oculto en aquella habitación. Y
para obtener la respuesta a aquel enigma, tendría que entrar de nuevo. Puedo
quedarme en la puerta e ir eliminándolos uno por uno.
No le atraía demasiado la idea. No se fiaba mucho de su puntería y, desde
luego, malgastaría mucha munición. Sólo los tontos aceptan lo obvio y no piensan
más. Utiliza el cerebro, Jill. Esbozó una sonrisa. Era la voz de su padre recordándole
el entrenamiento que había tenido antes de ingresar en los STARS. Uno de sus
primeros recuerdos era haberse escondido en los matorrales en las afueras de una
vieja casa de Massachussets que su padre había alquilado para ellos. Se dedicaron
a estudiar las oscuras y vacías ventanas mientras él le explicaba cómo «evaluar una
posibilidad». Él lo había convertido en un juego, y durante los siguientes diez años
le enseñó todos los trucos sobre cómo entrar en una casa, desde cómo reciclar
paneles de cristal enteros sin dañarlos en absoluto hasta subir por unas escaleras
sin que crujiera la madera. Y también le enseñó, una y otra vez, que cualquier
acertijo tiene más de una respuesta.
Matar a los pájaros era demasiado obvio. Cerró los ojos y se concentró.
Botones y retratos... un niño pequeño, un bebé, un hombre joven, un hombre
maduro...
«De la cuna a la tumba.» De la cuna a la tumba. Cuando por fin se le ocurrió
la solución, casi se sintió avergonzada por su sencillez y por no haber pensado en
ella antes. Se puso en pie y se sacudió el polvo, preguntándose cuánto tardarían los
cuervos en regresar a su percha. No debería tener ningún problema en resolver el
enigma en cuanto ellos se posasen. Abrió un poco la puerta y escuchó el susurrante
batir de alas mientras se prometía a sí misma que la siguiente vez tendría más
cuidado. Pulsar el botón equivocado en aquella casa podía ser letal.
—¿Rebecca? Déjame entrar. Soy Chris.
Oyó el ruido de algo pesado que era arrastrado, y la puerta del pequeño
almacén se abrió un poco. Rebecca se apartó y se apresuró a entrar, al mismo
tiempo que se sacaba el diario del chaleco.
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S. D. PERRY
—He encontrado este diario en una de las habitaciones —le anunció—. Parece
que se ha estado llevando a cabo una serie de investigaciones. No sé de qué clase,
pero...
—Virología —lo interrumpió Rebecca, y levantó sonriendo un fajo de
papeles—. Tenías razón sobre lo de hacer algo útil aquí.
Chris cogió el fajo de papeles de su mano y le echó un vistazo a la primera
página. Aquello estaba escrito en un lenguaje incomprensible para él, compuesto
de números y letras.
—¿Qué demonios es todo esto? DH5A—MCR...
—Estás mirando una tabla de cepas —repuso Rebecca con satisfacción—. Ésa
se refiere a un huésped para generar bibliotecas genómicas que contienen citosina
metilada, o residuos de adenina, depende.
Chris levantó una ceja y le sonrió.
—Oye, supongamos que no tengo ni idea de lo que estás hablando y
probemos de nuevo. ¿Qué es lo que has encontrado?
Rebecca se sonrojó ligeramente y tomó de nuevo los papeles en su mano.
—Lo siento. Básicamente, lo que hay es mucho, eeh, material sobre
infecciones virales.
Chris se limitó a asentir.
—De acuerdo, eso lo entiendo. Un virus...
Pasó rápidamente las páginas del diario, contando los días que habían
transcurrido desde la primera mención del accidente en el laboratorio.
—El once de mayo se produjo un escape o contagio procedente de un
laboratorio de este lugar. A los ocho o nueve días, el que había escrito esto se
convirtió en una de esas criaturas de ahí fuera.
Los ojos de Rebecca se abrieron de par en par.
—¿Dice cuándo aparecieron los primeros síntomas?
—Al parecer... a las veinticuatro horas. Él comenzó a quejarse de picores en la
piel, y de hinchazones y pústulas a las cuarenta y ocho horas.
Rebecca palideció.
—Vaya, eso es... Bueno.
Chris asintió.
—Si, eso es exactamente lo que yo pienso. ¿Hay alguna forma de averiguar si
nosotros estamos infectados?
—No sin disponer de más información. Todo eso —Rebecca señaló al baúl
lleno de papeles— es bastante viejo, desde hace diez años o más, y no se especifica
nada sobre su aplicación. Aunque la verdad, un virus de esa clase y que se
transmite por el aire a esa velocidad y con esa toxicidad... Si todavía fuera viable,
todo Raccoon City estaría infectado a estas alturas. No puedo estar completamente
segura, pero la verdad es que no creo que siga siendo contagioso.
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Chris se sintió aliviado por sí mismo y por los demás miembros del equipo de
los STARS, pero el hecho de que todos aquellos «zombis» en realidad fuesen
víctimas de una enfermedad... era deprimente, aunque fuese un desastre
provocado por ellos mismos.
—Tenemos que encontrar a los demás —dijo finalmente—. Si uno de ellos
llega a los laboratorios sin saber lo que hay allí...
Rebecca pareció alarmada ante la idea, pero asintió con tranquilidad y se
dirigió rápidamente hacia la puerta. Chris pensó que con un poco de
entrenamiento y experiencia sería un miembro de primera clase de los STARS. Era
obvio que era una experta en química, y que incluso sin un arma estaba dispuesta a
abandonar la relativa seguridad de aquel pequeño almacén para ayudar al resto
del equipo. Recorrieron rápidamente la oscura estancia de madera, con Rebecca
pegada a su lado. Chris comprobó su Beretta cuando llegaron a la puerta que daba
al primer pasillo y luego se volvió hacia Rebecca.
—Quédate a mi lado. La puerta a la que quiero llegar está al final y a la
derecha. Probablemente tendré que disparar contra la cerradura, y estoy bastante
seguro de que habrá uno o dos zombis deambulando por ahí, así que necesito que
vigiles mi espalda.
—Sí, señor —dijo ella en voz baja, y Chris sonrió a pesar de la situación. Él era
técnicamente su superior, pero resultaba un poco raro que lo dijera en voz alta.
Abrió la puerta y entró apuntando la pistola hacia las sombras que tenía delante de
él y luego hacia su derecha. No se movió absolutamente nada.
—Adelante —susurró.
Recorrieron al trote el pasillo, saltando por encima de la criatura tendida en el
suelo en mitad de su camino. Rebecca se dio la vuelta para vigilar el espacio
abierto a sus espaldas mientras Chris tironeaba del pomo de la puerta, esperando
en vano que la cerradura se hubiera abierto sola. No hubo suerte. Retrocedió
alejándose de la puerta. Apuntó cuidadosamente. Disparar contra la cerradura de
una puerta no era tan fácil ni tan seguro como parecía en las películas: una bala
rebotada en el metal a una distancia tan corta podía matar al tirador...
—¡Chris!
Miró por encima de su hombro y vio una figura tambaleante al otro extremo
de la estancia, que avanzaba lentamente hacia ellos. A pesar de la escasa luz, Chris
vio que le faltaba un brazo. El penetrante y peculiar hedor de la podredumbre
llegó hasta ellos mientras el zombi gemía tambaleándose en su dirección. Chris se
giró de nuevo hacia la puerta y disparó dos veces contra la cerradura. La madera
saltó en pedazos, y la caja metálica de la cerradura quedó al descubierto detrás de
una lluvia de astillas. Tiró de nuevo del pomo y esta vez la cerradura cedió, y Chris
pudo abrir la puerta. Se giró y agarró por el brazo a Rebecca, empujándola hacia la
otra habitación mientras apuntaba con su Beretta al otro lado de la estancia. La
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criatura la había recorrido a medias, pero se había detenido al llegar a la altura del
zombi sin vida que Chris había matado antes. Mientras Chris miraba horrorizado y
asqueado, el zombi de un solo brazo se agachó, se puso de rodillas y metió la mano
que le quedaba en el interior del aplastado cráneo del otro. Gimió de nuevo,
lanzando un sonido gorgoteante y húmedo, y se llevó un puñado de materia gris
goteante a sus ansiosos labios. La leche... Chris se estremeció de la cabeza a los pies
involuntariamente, y se apresuró a reunirse con Rebecca, cerrando la puerta para
dejar atrás la asquerosa escena. Rebecca estaba pálida, pero parecía mantener la
compostura, y Chris se quedó admirado de nuevo de su valentía. Era joven pero
resistente, más resistente de lo que él mismo había sido a los dieciocho años.
Recorrió la sala de un vistazo e inmediatamente se dio cuenta de los cambios. A la
derecha, a unos seis metros, vio el cadáver de una de las criaturas, con la parte
superior de su cabeza completamente despedazada. Se hallaba boca arriba, y los
agujeros de los ojos estaban llenos de sangre. A la izquierda se encontraban las dos
puertas que Chris no había Intentado abrir cuando llegó por primera vez a aquel
lugar. La del extremo de la sala estaba abierta de par en par, pero sólo se veían
sombras oscuras.
Al menos uno de los STARS ha pasado por aquí, probablemente en mi búsqueda...
—Sígueme —dijo en voz baja a su acompañante, y se dirigió hacia la puerta
abierta, agarrando con firmeza la Beretta en su mano. Quería regresar a la sala
principal con Rebecca, pero la idea de que uno de sus compañeros hubiera pasado
por aquella puerta hacía que mereciese la pena echar un vistazo.
Rebecca se detuvo un momento al pasar junto a la puerta cerrada de la
derecha.
—Al lado de la puerta hay un dibujo de una espada —susurró.
Él mantuvo la atención fija en la oscuridad que había más allá del umbral de
la puerta, pero cuando ella habló se dio cuenta de que existían muchas maneras de
perderse. No creía que el resto del grupo se hubiera quedado allí esperándolo,
pero la orden que había recibido era muy específica: regresar para informar. No
debería estar llevando a una novata desarmada hacia una zona desconocida sin al
menos explorar el terreno antes. Chris suspiró y bajó su arma.
—Regresemos a la sala principal —le dijo a Rebecca—. Podemos volver más
tarde para registrar esta zona.
Ella asintió y recorrieron juntos el salón comedor. Chris mantenía la loca
esperanza de que, contra toda lógica, hubiera alguien allí esperándolos.
Barry apuntó su Colt hacia la criatura que se arrastraba hacia él y disparó. El
pesado proyectil esparció el semi podrido cráneo de aquel ser justo cuando le
tocaba la bota. Unas pequeñas gotas le salpicaron la cara mientras el zombi se
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movía espasmódicamente y moría definitivamente. Barry se limpió el rostro con el
dorso de la mano, sin intentar contener el enorme gesto de asco. Los pequeños
azulejos blancos de la pared de la cocina se llevaron la peor parte de las
salpicaduras, y unos pequeños regueros de sangre comenzaron a bajar hasta llegar
al gastado linóleo marrón del suelo y a formar charquitos allí. Era realmente
asqueroso. Barry bajó el revólver y sintió de nuevo el dolor del brazo izquierdo. La
puerta de arriba había estado sólidamente cerrada, y los morados así lo
demostraban. Bajó la mirada al zombi que tenía a los pies y se dio cuenta de que
iba a tener que volver para romper otra. Si no había estado bastante seguro hasta
ese momento, ya lo estaba: Chris no había ido por allí. Si lo hubiese hecho, aquella
criatura no habría estado en condiciones de atacarlo. Así que, ¿dónde demonios estás,
Chris?
De las tres puertas cerradas con llave, Barry había escogido la del extremo de
la estancia sólo por puro instinto. Había acabado en un oscuro y silencioso pasillo
que lo había llevado más allá de un ascensor hasta un estrecho tramo de escaleras.
La blanca cocina del fondo parecía haber estado desierta. Las estanterías tenían
casi un dedo de polvo y las paredes estaban repletas de manchas de corrosión. No
había señal de uso reciente, no había señal de Chris y la única puerta al lado del
lavadero estaba cerrada con llave. Estaba a punto de irse cuando se fijó en las
marcas en el polvo del suelo. Barry las había seguido y... Suspiró profundamente y
pasó por encima del apestoso monstruo; echando un vistazo final antes de dirigirse
a la puerta número dos. Había unas cuantas cajas apiladas y el mismo hueco de
ascensor de estilo antiguo, también vacío. No se preocupó por pulsar el botón de
llamada porque el del piso de arriba tampoco había funcionado. Además, a juzgar
por las manchas de óxido, nadie lo había utilizado en bastante tiempo. Se dio la
vuelta para regresar por el mismo camino por el que había llegado, preguntándose
cómo le iría a Jill. Cuanto antes salieran de allí, mejor. A Barry nunca le había
asqueado tanto un lugar como aquella mansión. Era fría, era peligrosa y además
olía igual que un refrigerador de carne que llevara semanas desenchufado.
Generalmente, no era del tipo de personas que se asusta con facilidad o que deja
que se le desboque la imaginación, pero la verdad es que esperaba ver un tipo con
sábana blanca y arrastrando cadenas cada vez que doblaba una esquina... Oyó un
repiqueteo metálico resonar en la lejanía. Barry se giró en redondo con un nudo de
miedo en el estómago. Apuntó al azar una y otra vez su arma contra el aire, con los
ojos abiertos de par en par y con la boca seca. Oyó otro repiqueteo metálico,
seguido de un zumbido mecánico que sólo podía ser producido por un motor.
Barry inspiró profundamente y dejó salir el aire poco a poco mientras recuperaba
el control de sí mismo. No era un espíritu, después de todo: sólo era alguien que
utilizaba el ascensor. ¿Pero quién? Chris y Wesker han desaparecido, y Jill está en la otra
ala... Se quedó quieto donde estaba y bajó un poco su revólver mientras esperaba.
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No creía que los zombis fueran lo bastante listos como para darle a los botones, y
mucho menos abrir la anticuada puerta, pero no quería correr el menor riesgo.
Estaba a unos seis metros de la puerta, eso suponiendo que se parara en aquella
planta, y tendría una línea de tiro clara contra quienquiera que saliese del ascensor
y apareciese en la esquina. Tuvo un rayo de esperanza en aquellos momentos de
confusión: quizá fuera uno de los miembros del equipo Bravo, o alguien que vivía
allí y que quizá podría explicarle que estaba ocurriendo... El ascensor se detuvo en
la cocina con un sonoro chasquido metálico. Se oyó un chirrido de hierro sobre
hierro y el sonido de unos pasos... y apareció el capitán Wesker, con sus siempre
presentes gafas de sol colocadas sobre sus cejas. Barry bajó el revólver mientras
sonreía por la oleada de alivio que le recorrió el cuerpo. Wesker se paró en seco y
contestó a su sonrisa con otra.
—¡Barry! Justo la persona que estaba buscando —le dijo con tono alegre.
—¡Dios, qué susto me ha dado! Al oír que subía el ascensor creí que iba a
darme un ataque al corazón... —La voz de Barry fue bajando hasta desaparecer, lo
mismo que su sonrisa—. Capitán —dijo lentamente—, ¿dónde se había metido?
Cuando regresamos, ya no estaba, se había marchado.
La sonrisa de Wesker se hizo aún más amplia.
—Siento haberlo hecho. Tenía ciertos asuntos que atender... Ya sabes, las
obligaciones del cuerpo.
Barry sonrió de nuevo, pero se quedó sorprendido por la confesión. Estaban
allí, atrapados en mitad de un territorio hostil, ¿y el tipo se marchaba a echar una
meada? Wesker levantó la mano y se puso las gafas de sol sobre los ojos,
rompiendo así el contacto visual. Barry se sintió de repente un poco nervioso. La
sonrisa de Wesker se había hecho aún más amplia, si eso era posible, hasta el
punto de que parecía estar mostrando toda su dentadura.
—Barry, necesito que me ayudes. ¿Has oído hablar de White Umbrella?
Barry meneó la cabeza en un gesto negativo, sintiéndose cada vez más
incómodo a cada segundo que pasaba.
—White Umbrella es una sección de la compañía Umbrella, una sección muy
importante. Están especializados en... lo que podríamos llamar investigaciones
biológicas. La residencia Spencer alberga las instalaciones de investigación, y hace
poco tiempo se produjo un accidente.
Wesker despejó con la mano parte de la mesa central de la cocina y se apoyó
tranquilamente contra ella. Su tono de voz se convirtió en algo parecido a una
conversación consigo mismo.
—Este departamento de Umbrella mantiene ciertas relaciones con los STARS,
y no hace mucho tiempo me pidieron que los... ayudara a manejar esta situación.
La verdad es que es una situación muy delicada, sabes, y debemos ser muy
discretos: White Umbrella no quiere que se filtre ningún rumor de su participación
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en todo este asunto. Verás, se supone que lo que yo debo hacer es bajar hasta los
laboratorios que hay aquí y destruir ciertas pruebas inculpatorias, una serie de
pruebas que demuestran que White Umbrella es la responsable del accidente que
ha causado tantos problemas últimamente en Raccoon City. El problema es que no
tengo la llave que lleva a esos laboratorios. Bueno, en realidad son varias llaves. Y
ahí es donde entras tú. Necesito que me ayudes a encontrar esas llaves.
Barry se quedó mirándolo fijamente por unos instantes, incapaz de hablar
mientras su mente daba vueltas sin parar. Un accidente, un laboratorio donde se
realizaban experimentos biológicos... y perros asesinos y zombis sueltos por los
bosques... Levantó su revólver y lo apuntó al sonriente rostro de Wesker, pasmado
y furioso.
—¿Estás loco? ¿Crees que voy a ayudarte a destruir pruebas? ¡Zumbado hijo
de puta!
Wesker meneó lentamente la cabeza, comportándose como si la actitud de
Barry fuese la de un niño chico.
—Ay, Barry, no lo entiendes. No puedes elegir. Verás, unos cuantos de mis
amigos de White Umbrella están ahí mismo justo delante de tu casa, vigilando a tu
mujer y a tus hijas. Si no me ayudas, matarán a tu familia.
Barry sintió cómo la sangre se retiraba de su rostro. Amartilló su Colt
mientras sentía un repentino y feroz odio hacia Wesker, un odio que le recorría
todas y cada una de las fibras de su ser.
—Antes de que aprietes el gatillo, deberías saber que si no me pongo en
contacto con mis amigos dentro de poco, tienen órdenes de seguir adelante con el
plan y matarlas de todas maneras.
Aquellas palabras atravesaron la neblina roja que empañaba la mirada de
Barry, y sus manos se empaparon de sudor por el súbito miedo. ¡Kathy, las niñas!
—Te estás tirando un farol — susurró, y la sonrisa de Wesker desapareció por
fin. Su rostro volvió a adquirir la misma expresión indescifrable que solía tener.
—No lo estoy haciendo —repuso con frialdad—. Ponme a prueba. Siempre
podrás disculparte con ellas delante de sus lápidas.
Ninguno de los dos se movió por unos instantes, y el silencio era casi
palpable. Barry desmontó finalmente el percutor de su revólver y bajó el arma, al
mismo tiempo que se hundían sus hombros. No podía arriesgarse. No lo haría.
Para él, su familia lo era todo. Wesker asintió y metió la mano en uno de sus
bolsillos. De repente, comenzó a comportarse de una manera profesional como si
no hubiese pasado nada. Sacó un puñado de llaves unidas por un aro.
—Hay cuatro placas de cobre en algún lugar de la casa. Tienen el tamaño de
una taza de café, y en cada una hay un grabado en uno de los lados el sol, la luna,
las estrellas y el viento. Al otro lado de la mansión, en la parte trasera de la casa,
hay una puerta donde encajan las cuatro placas. —Wesker sacó una llave del anillo
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y la puso en la mesa, deslizándola en dirección a Barry—. Esta llave debería abrir
todas las puertas de la otra ala de la mansión. Al menos las puertas más
importantes. Encuentra esos grabados, entrégamelos, y tu mujer y tus hijas estarán
completamente a salvo.
Barry extendió la mano y cogió las llaves con los dedos entumecidos por el
miedo, sintiéndose débil y más atemorizado como nunca en su vida.
—Chris y Jill...
—Querrán ayudarte sin duda en tu búsqueda. Si ves a alguno de ellos, diles
que la puerta trasera que has descubierto podría ser la salida. Estoy seguro de que
estarán más que encantados de cooperar con su amigo de fiar, el viejo Barry. De
hecho, deberías abrir todas las puertas que puedas para facilitar el trabajo y para
que la búsqueda sea más exhaustiva.
Wesker sonrió de nuevo de forma amistosa, algo que desmentían sus
palabras.
—Por supuesto, siempre puedes contarles a tus compañeros que me has visto,
aunque eso complicaría la situación. Si me encuentro metido en una situación del
tipo, digamos, un tiro por la espalda, bueno... Ya he dicho suficiente antes,
¿verdad? Será mejor que no le contemos esto a nadie.
La llave tenía grabada una pequeña silueta que representa la placa pectoral de
una armadura medieval. Barry se la metió en el bolsillo.
—¿Dónde estarás?
—Ohh, no te preocupes, estaré por los alrededores. Me pondré en contacto
contigo cuando sea el momento adecuado.
Barry miró de forma suplicante a Wesker y fue incapaz de lograr que la voz
no le temblara por el miedo que sentía.
—Les dirás que te estoy ayudando, ¿verdad? ¿No te olvidarás de informar?
Wesker se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la puerta del ascensor
mientras le contestaba por encima del hombro.
—Confía en mí, Barry. Haz lo que te he dicho, y no tendrás nada por que
preocuparte.
Se oyó el chasquido de la puerta metálica del ascensor abrirse y cerrarse, y
Wesker desapareció. Barry se quedó allí unos momentos, mirando el espacio vacío
donde había estado Wesker mientras intentaba encontrar una forma de eludir
aquella amenaza. No la había, y tampoco había duda alguna entre qué prefería, si
su honor o su familia: podía vivir sin honor. Apretó la mandíbula y regresó a las
escaleras, decidido a hacer lo que fuese necesario para salvar a Kathy y a las niñas.
Aunque cuando todo aquello acabara, cuando estuviera seguro de que no corrían
peligro... No tendrás sitio donde esconderte, capitán. Barry apretó sus gigantescos
puños. Los nudillos se le pusieron blancos, y se prometió a sí mismo que Wesker
pagaría por lo que estaba haciendo. Con intereses.
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S. D. PERRY
Capítulo 10
Jill metió el pesado símbolo heráldico de cobre con las estrellas grabadas en
su lugar dentro del diagrama. Justo encima de los otras tres aberturas. Encajó en su
sitio con un ligero chasquido metálico y se quedó pegado a la superficie metálica.
Uno menos... Dio un paso atrás para alejarse de la cerradura rompecabezas y
sonrió. Los cuervos la habían vigilado atentamente en la sala de pinturas, sin
moverse de su sitio, graznando de vez en cuando mientras ella resolvía el sencillo
acertijo. Había seis retratos en total, de la cuna a la tumba, desde un recién nacido,
hasta un anciano de mirada bastante inquietante. Supuso que todos eran de lord
Spencer, aunque jamás había visto un retrato suyo... La última pintura era una
escena mortuoria, con un hombre de tez pálida tendido en una cama de su casa
rodeado de los suyos. Al pulsar el botón de aquel cuadro, el retrato había caído al
suelo empujado por cuatro pivotes metálicos, uno en cada esquina. Detrás había
encontrado una pequeña abertura alineada de terciopelo y en su interior se
encontraba la placa de cobre. Había abandonado la sala sin sufrir el menor
contratiempo, aunque no estaba muy segura de que los cuervos se sintieran
satisfechos por ello. Aspiró profundamente el fresco aroma del agradable aire
nocturno antes de regresar a la mansión. Sacó el pequeño ordenador de Trent
mientras caminaba. Estudió el mapa digital para decidir qué camino seguir tras
pasar cuidadosamente por encima del cuerpo tirado en la sala. Al parecer, lo mejor
sería volver por el mismo camino por el que había ido. Pasó de nuevo por las
puertas dobles que comunicaban el corredor con la sala donde estaban expuestos
los cuadros de los paisajes. Según el mapa, la puerta que estaba justo enfrente de
ella la llevaría a una pequeña habitación cuadrada que llevaba a otra mayor.
Completamente tensa, agarró el pomo de la puerta y la abrió de golpe,
agachándose y apuntando con su Beretta hacia el interior al mismo tiempo. La
pequeña habitación era completamente cuadrada, y además estaba completamente
vacía. Jill se puso en pie, y por unos instantes se quedó admirando la sencilla
elegancia de la habitación mientras la atravesaba para dirigirse a la puerta de la
derecha. Tenía un techo elevado y las paredes eran de mármol de color crema
salpicado con motas doradas: era precioso. Y caro, por quedarse corto. Sintió una
vaga nostalgia por los días pasados con su padre, con sus planes grandiosos y sus
esperanzas de dar el golpe definitivo. Eso era lo que podía comprarse si uno tenía
dinero de verdad... Se preparó de nuevo mientras agarraba el ondulante tirador de
frío metal de la siguiente puerta. La abrió y efectuó un rápido recorrido con la
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pistola por la estancia. Se tranquilizó, estaba completamente sola. A la derecha
había una chimenea con molduras, debajo de un tapiz rojo y dorado. Sobre una
alfombra de diseño oriental y color naranja oscuro había un sofá bajo y de estilo
moderno y una mesa de café ovalada, y en la pared posterior, una escopeta
semiautomática montada sobre un par de ganchos, brillando bajo la luz de un par
de lámparas de estilo antiguo que había encima de ella. Jill sonrió y cruzó deprisa
la habitación sin poder creer la suerte que había tenido. Por favor, que esté cargada.
Por favor, que esté cargada...
Reconoció el arma cuando se colocó delante de ella. No era precisamente una
experta en armamento, pero la escopeta era del mismo tipo que la que utilizaban
los STARS: una Remington M870, con cargador de cinco disparos. Enfundó la
Beretta y tomó la escopeta con las dos manos, todavía sonriente... Pero la sonrisa
desapareció cuando ambos ganchos saltaron hacia arriba al ser liberados del peso
de la escopeta, al mismo tiempo que sonaba un ruido pesado detrás de la pared,
como de algo metálico que cambiase de posición. Jill no tenía ni idea de qué era
todo aquello, pero no le gustó ni un pelo. Se dio la vuelta rápidamente y registró la
habitación con la vista en busca de algún posible movimiento, pero la estancia
estaba tan tranquila como cuando entró. No aparecieron pájaros chillando, ni
saltaron alarmas acústicas o luminosas, y ninguno de los cuadros se cayó de la
pared. No se trataba de trampa alguna. Más aliviada, comprobó el estado del arma.
Descubrió que estaba completamente cargada y que alguien se había ocupado de
mantenerla en buen estado, ya que el cañón estaba limpio y olía ligeramente a
aceite y a líquido limpiador. En esos momentos era el mejor olor que se le ocurría.
El peso del arma en sus brazos era reconfortante: era el peso del poder. Buscó por
el resto de la habitación y quedó decepcionada por no encontrar más proyectiles.
De todas maneras, la escopeta era un hallazgo magnífico. Los chalecos de los
STARS disponían de un bolsillo posterior donde podía colocarse una escopeta o un
rifle, y aunque ella no era una tiradora experta a la hora de desenfundar por
encima del hombro, al menos le permitiría tener las manos libres. No había nada
más de interés en la habitación, de modo que Jill se dirigió hacia la puerta, ansiosa
por regresar a la sala principal y compartir con Barry todo lo que había
descubierto. Había registrado todas las habitaciones que había podido abrir en la
primera planta de aquella ala de la mansión. Si él había logrado lo mismo, podrían
iniciar el registro de la segunda planta en busca de los miembros del equipo Bravo
y de sus propios compañeros de equipo. Y después, con suerte, saldremos pintando de
este matadero. Cerró la puerta tras de sí y caminó sobre el suelo de azulejos de la
elegante habitación de mármol, mientras mantenía la esperanza de que Barry
hubiese encontrado a Chris y a Wesker. Seguro que no han venido por aquí, pensó
mientras le daba la vuelta al pomo y empujaba la puerta. Estaba cerrada con llave.
Jill frunció el entrecejo mientras tironeaba infructuosamente. Se movió un poco,
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S. D. PERRY
pero no giró en absoluto. Echó un vistazo al hueco entre el marco y la puerta,
repentinamente un poco nerviosa.
Allí estaba, al lado de la manivela de la puerta: una gruesa placa de acero que
indicaba que el cerrojo estaba echado, y uno muy sólido: toda la zona estaba
reforzada con metal. Pero sólo hay una cerradura, y es para este pomo... ¡Clic!
¡Clic! ¡Clic!.
Sobre ella cayó una ligera lluvia de polvo al mismo tiempo que en la estancia
resonaba el sonido de mecanismos al ponerse en movimiento, el chasquido
profundo y rítmico del metal girando desde detrás de las paredes de piedra. ¿Qué
dem...? Jill miró hacia arriba, sorprendida, y sintió que el estomago se le encogía
mientras el mismo aire se le atragantaba. El elevado techo que minutos antes había
admirado estaba moviéndose, y el mármol de las esquinas se reducía a polvo por
empujar la roca contra la roca. Estaba bajando. Regresó inmediatamente a la
habitación donde había encontrado la escopeta. Intentó hacer girar la manivela... y
descubrió que estaba tan cerrada como el pomo de la otra puerta.
¡Mierda! ¡Mal! ¡Muy mal!
Jill corrió hacia la otra puerta de nuevo mientras sentía que el pánico se
apoderaba de su cuerpo y mantenía la mirada fija en el techo que bajaba. Recorría
entre seis y nueve centímetros por segundo, así que tardaría menos de un minuto
en llegar al suelo. Levantó la escopeta y apuntó hacia la puerta que daba al hall,
intentando no pensar cuántos disparos harían falta para echar abajo una cerradura
reforzada. Era la única salida que tenía, las ganzúas no servirían en una cerradura
como aquélla... El primer disparó se estrelló contra la puerta y una lluvia de astillas
saltó en todas direcciones, dejando al descubierto lo que ella se temía: la placa de
metal que sostenía la barra de acero se extendía hasta la mitad de la puerta. Su
mente se apresuró a buscar una solución, pero no encontró ninguna. No disponía
de la munición necesaria para abrirse paso a través de la puerta, y la Beretta estaba
cargada con proyectiles de punta hueca que se aplastarían en cuanto impactaran.
Quizás pueda debilitarla para derribarla luego... Disparó de nuevo, y esta vez
apuntó contra el propio marco de la puerta. El rugiente disparo destrozó la madera
y agujereó el mármol, pero no fue suficiente ni por asomo. El techo continuó su
chirriante descenso. Ya estaba a menos de tres metros de ella: iba a morir aplastada
por completo. Dios, no permitas que muera de esta manera...
—¿Jill? ¿Eres tú?
Una voz resonó apagada en el lado del pasillo. Jill sintió que la esperanza
volvía a recorrer inesperadamente su cuerpo al oír aquella voz. ¡Barry!
—¡Socorro! ¡Barry, échala abajo ahora mismo, deprisa! —gritó Jill con voz
aguda y temblorosa.
—¡Retrocede!
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Jill dio un paso atrás al mismo tiempo que oyó cómo la puerta recibía un
tremendo impacto. La madera se estremeció, pero resistió el golpe. A Jill se le
escapó un pequeño grito de frustración. Su mirada recorrió el espacio que había
entre la puerta y el techo. Otro fuerte impacto, y la puerta volvió a estremecerse. El
techo ya estaba a metro y medio de su cabeza.
Vamos, VAMOS.
El sonido del impacto del tercer golpe fue seguido por el crujido de la madera
rompiéndose y astillándose. La puerta se abrió de par en par, y la silueta de Barry
se recortó en el umbral. Tenía la cara completamente enrojecida y sudorosa pero ya
estaba extendiendo una mano hacia ella. Jill se lanzó hacia adelante y él la agarró
por la muñeca, levantándole literalmente los pies del suelo y arrastrándolos por el
aire hasta el pasillo. Ambos cayeron al suelo mientras a su espalda la puerta era
aplastada sobre sus goznes. La madera y el metal chirriaron a medida que el techo
continuaba bajando suavemente. La puerta se partió con una serie de crujidos y
chasquidos agudos. El techo llegó hasta el suelo con un último y resonante impacto
que pareció una explosión apagada. La casa quedó finalmente de nuevo en
silencio, como una tumba. Jill y Barry se pusieron en pie, y ella no dejó de mirar el
umbral de la puerta mientras lo hacía. Todo el espacio que antes ocupaba la
habitación estaba tapado por el sólido bloque de piedra que había constituido el
techo. Eran al menos un par de toneladas de roca.
—¿Estás bien? —preguntó Barry.
Jill no contestó por unos instantes. Miró la escopeta que todavía sostenía en
sus temblorosas manos y recordó lo confiada que se había sentido de que no había
ninguna trampa. Por primera, vez se preguntó cómo iban a lograr salir de aquel
lugar infernal.
Se quedaron en pie en la sala vacía. Chris se dedicó a pasear arriba y abajo
pisando la alfombra que estaba situada justo delante de las escaleras, pero Rebecca
prefirió quedarse apoyada en el pasamano, aunque se notaba su nerviosismo. La
enorme sala de entrada seguía tan fría y ominosa como la primera vez que Chris la
había visto. Las mudas paredes no revelaban ninguno de sus secretos, y los STARS
habían desaparecido, sin dejar ninguna pista sobre dónde habían ido o por qué. Se
oyó un profundo sonido retumbante procedente de algún lugar de la mansión,
como si alguien estuviese cerrando una gigantesca puerta. Ambos inclinaron
ligeramente la cabeza y permanecieron a la escucha, pero el ruido no se repitió, es
mas, ni siquiera estaba seguro de la dirección desde la que había llegado.
Estupendo. Es genial. Zombis, científicos locos, y ahora ruidos extraños en la noche.
Incomparable.
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Le sonrió a Rebecca, con la esperanza de que pareciera menos nervioso de lo
que realmente estaba.
—Bueno, no han dejado mensaje. Supongo que eso nos deja pasar al plan B.
—¿Cuál es el plan B?
Chris lanzó un profundo suspiro.
—Que me cuelguen si lo sé, pero podemos empezar por echarle un vistazo a
la habitación con el signo de la espada grabado. Quizá consigamos algo más de
información mientras esperamos a que el equipo se reagrupe, algo así como un
mapa o una cosa parecida.
Rebecca asintió, y ambos atravesaron de nuevo el salón comedor, con Chris a
la cabeza. No le gustaba la idea de exponerla a más peligros, pero tampoco quería
dejarla a solas, al menos no en la sala principal: ya no le parecía nada segura. Algo
pequeño y duro crujió bajo la bota de Chris cuando pasaron al lado del gran reloj
carillón que seguía marcando el paso del tiempo con su monótono tictac. Se agachó
y recogió del suelo un trozo gris oscuro de escayola pintada. Cerca había otros dos
o tres trozos similares.
—¿Te fijaste si estaban estos trozos cuando pasamos antes por aquí? —
preguntó a Rebecca.
Ella negó con la cabeza, y Chris bajó la vista para buscar más trozos. Él
tampoco recordaba haberlos visto antes. Al otro lado de la mesa vieron una pila de
fragmentos rotos. Se apresuraron a dar la vuelta alrededor del extremo de la
inmensa mesa, más allá de la chimenea de recargada decoración, y se detuvieron
delante del montón de fragmentos. Chris revolvió los trozos con la punta de la
bota. Por las formas y los ángulos de las piezas dedujo que habían pertenecido a
una estatua. Fuese lo que fuese, ahora no era más que basura.
—¿Es importante? —quiso saber Rebecca.
Chris se encogió de hombros.
—Puede que sí, puede que no. De todas maneras, merece la pena que
echemos un vistazo. En una situación como ésta, nunca se sabe lo que puede
terminar sirviendo como pista.
El resonante tictac del viejo reloj los siguió hasta la puerta del salón, hasta el
hedor a podredumbre que llenaba el estrecho pasillo. Chris sacó la llave con el
grabado de la espada de su bolsillo mientras se acercaban... Se detuvo en seco.
Desenfundó rápidamente su Beretta y se acercó a Rebecca. La puerta al otro
extremo del salón estaba cerrada: cuando habían salido de allí, estaba abierta. No
se sentía observado, ni percibía ningún movimiento en el salón, pero alguien tenía
que haber pasado por ahí mientras estaban en la sala de entrada. Aquel
pensamiento lo desconcertó y le reafirmó su creencia de que allí estaban
sucediendo acontecimientos secretos. La criatura muerta que estaba a su izquierda
continuaba en la misma posición inerte que antes, con los ojos llenos de sangre
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mirando sin ver al techo, y Chris se preguntó de nuevo quién la habría matado.
Sabía que debería registrar el cadáver y explorar la zona, pero no quería marchar
por su cuenta hasta que encontrara un lugar seguro para Rebecca.
—Vamos —le susurró.
Se dirigieron de nuevo hacia la puerta cerrada con llave, y Chris le entregó la
llave a Rebecca para que ella la abriera mientras él vigilaba el salón a sus espaldas.
La cerradura de la puerta de madera de intrincada decoración funcionó con un
suave chasquido metálico, y Rebecca le dio un ligero empujón para abrirla. Chris
advirtió que la habitación era segura incluso antes de terminar de efectuar una
rápida comprobación y de indicarle a Rebecca que podía pasar. Estaba montada
como un antiguo bar de copas, con un gran piano de cola que dominaba la pista al
otro extremo de la barra, que incluía taburetes fijos en toda su longitud. Quizá
fuera la suave luz o los apagados colores lo que le daba aquel aire de quieta
tranquilidad. Fuese cual fuese la razón, Chris decidió que era la estancia más
agradable que había encontrado hasta ese momento… y quizás sea el sitio adecuado
para que me espere Rebecca mientras intento encontrar a los demás... Rebecca se sentó en
el borde del polvoriento asiento del gran piano negro mientras Chris efectuaba una
exploración más exhaustiva del lugar. Además del piano, sólo había un par de
macetas con plantas, una pequeña mesa y un pequeño hueco detrás de donde
estaba situado el piano, con un par de estanterías de madera situadas en su
interior. La única entrada era por la que ellos habían pasado. Era el sitio ideal para
que Rebecca permaneciese oculta y a salvo.
Enfundó su arma y se puso al lado de ella en el piano e intentó escoger con
cuidado sus palabras. No quería asustarla con la idea de que tendría que quedarse
de nuevo a solas. Ella le sonrió dubitativa, lo que la hizo parecer aún más joven de
lo que era en realidad, y sus mechones rojizos reforzaron la impresión de que solo
era una chiquilla... Una chiquilla que tardó en licenciarse en la universidad menos tiempo
del que tardaste tú en sacarte el título de piloto, así que no te pongas en plan superior con
ella, porque seguramente es mucho mas lista que tú. Chris suspiró en su fuero interno y
le devolvió la sonrisa.
—¿Qué te parecería quedarte un rato aquí a solas mientras yo le echo otro
vistazo a la casa? —le preguntó.
Su sonrisa desapareció un poco, pero aguantó la mirada.
—Es lógico —contestó—. No tengo un arma, y si te ves metido en problemas,
yo sólo sería un estorbo... —Su sonrisa se hizo más ancha de nuevo y añadió—:
aunque si te patea el trasero un teorema matemático, no me vengas llorando.
Chris soltó una carcajada, tanto por la errónea apreciación que había tenido
sobre ella como por el propio chiste. Estaba claro que no debía subestimarla. Se
dirigió hacia la puerta y tras poner la mano en el pomo, se detuvo.
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—Regresaré lo antes que pueda —dijo—. Echa la llave en cuanto salga y no te
vayas de paseo, ¿de acuerdo?
Rebecca asintió, y él regresó al salón, cerrando la puerta inmediatamente
después de salir. Esperó hasta oír que ella echaba el cerrojo, y luego desenfundó su
Beretta, y el último resto de su sonrisa desapareció en cuanto comenzó a andar con
paso vivo y se alejó en dirección al pasillo. Cuanto más se acercaba a la criatura
putrefacta, peor era el olor. Realizó unas pequeñas inspiraciones mientras se
acercaba al cuerpo, pero pasó de largo para comprobar la extensión del pasillo
antes de comenzar a examinar los agujeros de bala pero se detuvo en seco. No
pudo evitar quedarse mirando el segundo cadáver que estaba tendido delante de
una pequeña abertura en la pared, sin cabeza y completamente cubierto de sangre.
Chris estudió detenidamente las facciones sin vida de la cabeza que estaba un poco
más lejos y llegó a la conclusión de que se trataba de Kenneth Sullivan. Sintió una
oleada de furia, y una renovada ansia de venganza le recorrió el cuerpo ante la
imagen del cadáver del miembro del equipo Bravo. Esto no está bien. Joseph, Ken,
Billy también probablemente... ¿Cuántos más han muerto? ¿Cuántos más tendrán que
sufrir a causa de un estúpido accidente? Se dio finalmente la vuelta y se dirigió con
paso decidido hacia la puerta que llevaba de regreso al salón comedor. Comenzaría
de nuevo desde la sala principal de entrada y comprobaría todos y cada uno de los
lugares por los que podrían haber pasado los demás STARS y mataría a todas y
cada una de las criaturas con las que se cruzase por el camino. Sus camaradas no
habrían muerto en vano. Chris se encargaría de eso, aunque fuese lo último que
hiciese en la vida.
Rebecca cerró la puerta inmediatamente después de que Chris saliera,
deseándole en silencio buena suerte antes de regresar al polvoriento piano y
sentarse delante de él. Sabía que él se sentía responsable de ella, y se preguntó
cómo podía haber sido tan estúpida como para soltar su arma. Si al menos tuviese
un arma, él no tendría que preocuparse tanto. Puede que no tenga experiencia, pero he
superado el entrenamiento básico, lo mismo que los demás... Pasó un dedo por encima de
las teclas cubiertas de polvo, sintiéndose completamente inútil. Debería haberse
llevado consigo unos cuantos de los archivos que había encontrado en el pequeño
almacén. No sabía si podría obtener mucha más información de ellos, pero al
menos tendría algo para leer. No era muy buena en eso de quedarse quietecita y
sentada, y no tener nada que hacer empeoraba la situación.
Podrías practicar un poco, se dijo, y sonrió al pensarlo mientras bajaba la vista
hacia las teclas. No, gracias. Había padecido cuatro largos años de interminables
lecciones de piano antes de que su madre finalmente le permitiera dejarlas. Se puso
en pie y echó un vistazo a la desierta habitación en busca de algo con que
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entretenerse. Se acercó hasta la barra del bar y pasó la mitad del cuerpo por encima
de ella, pero sólo vio unas cuantas estanterías de vasos y un puñado de servilletas,
todo ello cubierto por otra fina capa de polvo. También había unas cuantas botellas
de diversas bebidas alcohólicas, aunque la mayoría de ellas estaban vacías, y
algunas botellas de vino de aspecto caro y sin abrir, justo detrás de la barra...
Rebecca desechó el pensamiento en el mismo instante que se le ocurrió. No
era una gran bebedora, y se le ocurrió pensar que aquél no era el mejor momento
para comenzar. Suspiró y se dio la vuelta para registrar con la vista el resto de la
habitación. No había mucho más que ver aparte del piano. En la pared a su
izquierda tenía el pequeño retrato de una mujer, a una altura bastante regular con
un marco oscuro; cerca del piano había una planta con grandes hojas que se estaba
secando lentamente en el suelo; una mesa que sobresalía de una pared con un vaso
de martini volcado encima de ella. Si tenía en cuenta de todo lo que disponía para
entretenerse, el piano comenzaba a parecerle bastante interesante... Pasó de largo
junto al piano y se dedicó a curiosear en la pequeña abertura de la pared que tenía
a su derecha. Había dos estanterías para libros vacías a un lado. Nada interesante...
Frunció el entrecejo y se acercó a las estanterías. La mas pequeña, que además era
la más exterior, estaba vacía, pero la que estaba detrás de ella...
Colocó ambas manos en los extremos de la pieza y la empujó, lo que hizo que
la estantería exterior se deslizase hacia adelante. No pesaba mucho, por lo que la
desplazó con facilidad, dejando un rastro en el polvo del suelo de madera. Rebecca
registró las estanterías ocultas y se llevó una decepción: una vieja corneta mellada,
un plato de cristal para dulces, un par de jarrones de baratija... y una partitura
musical para piano de pie sobre un pequeño atril reposahojas. Le echó un vistazo
al nombre de la pieza musical y sintió una repentina oleada de nostalgia por la
época en que solía tocar piano: era la sonata número 14 «Claro de Luna», una de
sus piezas favoritas. Recogió las amarillentas hojas mientras recordaba las horas
que había pasado intentando aprender a tocarla cuando tenía diez u once años. De
hecho, había sido precisamente aquella pieza musical la que finalmente la había
convencido de que el piano no era lo suyo. Era una composición precisa y delicada,
y ella la había destrozado bastante cada vez que había intentado interpretarla.
Regresó con las hojas a la esquina donde estaba el piano y se quedó mirándolo
pensativamente. Tampoco es que tuviera algo mejor que hacer... Además, es posible
que otro de los miembros del equipo oiga cómo toco y venga a llamar a la puerta para
averiguar la procedencia de un ruido tan horrible. Limpió de polvo el asiento mientras
sonreía y se sentó, dejando las hojas abiertas en el pequeño atril del piano. Sus
dedos adoptaron la posición correcta de forma casi automática mientras leía las
primeras notas, como si nunca hubiera abandonado las clases. Era una sensación
reconfortante, un cambio bienvenido a los horrores de la mansión. Comenzó a
tocar lenta y dubitativamente. En cuanto las primeras notas melancólicas se
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alzaron en el aire, ella sintió que se relajaba, y dejó que la tensión y el miedo
desaparecieran. No es que tocara demasiado bien, ya que su tempo estaba tan
desencaminado como siempre, pero al menos pulsaba las notas apropiadas, y la
fuerza de la melodía compensaba de sobra la falta de calidad de la artista. Si las
teclas no estuviesen tan duras... Algo se movió a su espalda... Rebecca se levantó
de un salto, tirando el asiento al suelo mientras se daba la vuelta y buscaba
desesperadamente con la vista a su atacante. Lo que vio en realidad fue tan
inesperado que se quedó inmóvil por la sorpresa durante unos cuantos segundos,
incapaz de comprender lo que le estaban diciendo sus sentidos... La pared se está
moviendo...
Mientras las últimas notas seguían aún resonando el aire, el panel de casi un
metro de la pared de su derecha se movió hacia arriba, hacia el techo, donde se
detuvo suavemente con un ligero rugido. Rebecca no se movió durante unos
cuantos segundos, a la espera de que ocurriera algo horrible, pero los segundos
transcurrieron en silencio, y nada más se movía. La habitación volvía a estar tan
silenciosa y aparentemente segura como momentos antes. Una partitura oculta,
unas teclas extrañamente duras... ¿Como si estuviesen conectadas a alguna clase de
mecanismo?
La estrecha abertura dejó al descubierto una cámara oculta del tamaño de un
pequeño armario empotrado, tan poco iluminada como el resto de la habitación.
Estaba vacía, con excepción de un busto y un pedestal.
Avanzó hacia la abertura y se detuvo de repente al pensar en trampas letales
y en dardos envenenados. ¿Qué pasaría si seguía avanzando y disparaba algún
tipo de gigantesca trampa? ¿Qué ocurriría si la puerta se cerrase por completo, ella
se quedara allí atrapada y Chris no regresase? ¿Qué pasaría si fuese el único
miembro de los STARS que no lograra ni una mierda en esta misión? Vamos,
demuestra que tienes lo que hay que tener. Rebecca inspiró y se preparó para las
posibles consecuencias mientras entraba y miraba alrededor con cautela. Si había
alguna amenaza allí, ella era incapaz de verla. Las sencillas paredes de estuco eran
de color café con leche, bordeadas con unos marcos de madera oscura. La luz de la
pequeña cámara procedía de una ventana que daba a un pequeño invernadero a su
derecha, con un puñado de plantas secas y muertas detrás de los sucios cristales.
Se acercó un poco más al pedestal que había al fondo de la cámara y se dio cuenta
de que el busto de piedra en su parte superior era de Beethoven. Reconoció el ceño
y la expresión seria del compositor de la sonata «Claro de Luna». El pedestal lucía
un grueso emblema dorado con la forma de un escudo de armas, del tamaño de un
plato. Rebecca se agachó para ver mejor el emblema. Parecía sólido y grueso, y su
diseño le recordó vagamente a un símbolo real hecho de un oro algo más pálido.
Le sonaba familiar, había visto aquel dibujo en algún otro lugar de la casa... ¡En el
salón comedor, encima de la chimenea!
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Exacto, eso era, sólo que la pieza que estaba encima de la chimenea era de
madera, de eso estaba segura. Se había fijado en ella mientras Chris investigaba los
restos de la estatua rota. Tocó el emblema por pura curiosidad y pasó los dedos
por los bordes. Luego puso las dos manos en los bordes ligeramente resaltados y
tiró de ellos. El pesado emblema salió con facilidad, como si no debiera estar allí, y
la puerta detrás de ella se cerró, dejándola allí encerrada.
Volvió a colocar sin dudar el emblema en su sitio y aquella sección de pared
se alzó de nuevo, deslizándose suavemente de nuevo hacia arriba. Se quedó
mirando aliviada el pesado emblema dorado mientras pensaba. Alguien había
montado todo aquello para mantener oculto el emblema de metal, así que tenía
que ser importante pero ¿cómo se suponía que alguien iba a poder retirarlo? ¿Y el
que estaba encima de la chimenea también dejaba al descubierto un pasaje secreto?
o... ¿y si el que está encima de la chimenea tiene el mismo tamaño? No podía estar
completamente segura, pero sabía instintivamente que era la respuesta correcta. Si
los intercambiaba de lugar en aquella cámara, utilizando el emblema de madera
para mantener la puerta secreta abierta y luego colocar el de metal encima de la
chimenea... Rebecca regresó a la habitación. Chris le había dicho que se estuviera
allí quieta, pero no estaría fuera más de un minuto o dos a lo sumo. Quizás así
tendría algo que enseñarle cuando regresase, una auténtica contribución para
resolver los secretos de la mansión y una prueba de que, después de todo, no era
tan inútil.
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Capítulo 11
Barry y Jill estaban en pie junto a la puerta de salida, en el sendero cubierto,
respirando el limpio aire nocturno. Más allá de las altas paredes, los grillos
entonaban su incesante e interminable canción, un tranquilizador recordatorio de
que todavía existía un mundo en sus cabales allí fuera. El encuentro tan cercano
con la muerte había dejado a Jill un poco mareada y con el estómago ligeramente
revuelto. Barry la había llevado con suavidad del hombro hasta el exterior, con la
sugerencia de que el aire fresco la haría sentir mejor. No había encontrado ni a
Chris ni a Wesker, aunque al parecer estaba bastante seguro de que seguían con
vida. Le contó lo ocurrido rápidamente, volviendo a trazar mentalmente el
recorrido que había seguido. Jill seguía apoyada en la pared todavía aspirando
grandes bocanadas del tibio aire nocturno.
—Y entonces oí los disparos y me acerqué corriendo —concluyó Barry,
acariciándose de forma distraída su corta barba. Le sonrió a Jill, aunque de un
modo un tanto dubitativo—. Tuviste suerte. Un par de segundos más y habrías
sido un relleno de bocadillo de Jill.
Ella le devolvió la sonrisa y asintió agradecida, pero se dio cuenta de que él
parecía algo... tenso, y que su humor era un poco artificial. Pensó que era raro. No
creía que Barry fuera de los que se ponen nerviosos ante el peligro.
¿Te extraña? Estamos atrapados aquí dentro, no encontramos al resto del equipo, y
toda esta mansión está en contra de nosotros. No es que sea precisamente una situación
relajante.
—Espero poder devolverte el favor si alguna vez te metes en problemas —
contestó ella con voz suave—. De verdad. Me has salvado la vida.
Barry desvió la mirada y se sonrojó un poco.
—Me alegro de haber podido ayudarte —dijo con voz ronca—. Sólo ten un
poco más de cuidado. Este lugar es peligroso.
Ella asintió de nuevo, pensando en lo cerca que había estado de la muerte. Se
estremeció ligeramente, y luego se obligó a dejar a un lado aquellos pensamientos:
tenían que concentrarse en encontrar a Chris y a Wesker.
—¿De verdad crees que todavía están vivos?
—Sí. Además de los casquillos de bala, había todo un rastro de esas malditas
criaturas en la otra ala, todas con un tiro amplio en la cabeza. Tiene que ser Chris,
aunque yo también tuve que esparcir los sesos de unos cuantos allá arriba, así que
supongo que se habrá refugiado en algún sitio...
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Barry señaló con la barbilla el diagrama de cobre de la pared.
—Entonces, ¿el diagrama ese de las estrellas ya estaba ahí?
Jill frunció el entrecejo, sorprendida por el repentino cambio de tema. Era
extraño, porque Chris era uno de los amigos más íntimos de Barry.
—No, lo encontré en otra habitación con trampa. Este lugar parece estar
repleto de ellas. De hecho, creo que deberíamos continuar buscando a Chris y a
Wesker juntos. No tenemos ni idea de lo que pueden haber encontrado, ni de lo
que podría pasarnos a cualquiera de nosotros dos.
Barry hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No sé... Quiero decir que tienes razón, que deberíamos tener cuidado, pero
hay muchas habitaciones, y nuestra principal prioridad debería ser asegurarnos
una ruta de escape. Si nos dividimos, podremos intentar encontrar con mayor
rapidez los demás emblemas y buscar a Chris al mismo tiempo. Y a Wesker.
Aunque su actitud no cambió en absoluto, Jill tuvo la repentina sensación de
que Barry no se sentía cómodo. Se había girado para observar con mayor
detenimiento el símbolo heráldico de cobre, pero a ella casi le pareció que estaba
intentando no mirarla a los ojos.
—Además —continuó diciendo—, ahora ya sabemos a qué nos enfrentamos,
y mientras utilicemos el sentido común, no tendremos problemas de ningún tipo.
—Barry, ¿te encuentras bien? Pareces... cansado.
No era la palabra apropiada, pero fue la única que se le ocurrió en aquel
momento. Él lanzó un gran suspiro y finalmente se giró para mirarla a los ojos.
Parecía realmente cansado. Bajo los ojos tenía unos círculos oscuros, y también
tenía los hombros hundidos.
—No, estoy bien. Sólo es que estoy muy preocupado por Chris, ¿sabes?
Jill asintió, pero continuó teniendo la sensación de que había algo más. Desde
que la había arrancado de aquella trampa, Barry parecía actuar de una forma
inusitadamente deprimida, incluso nerviosa. ¿Estás paranoica? Eh, estás hablando de
Barry Burton, la espina dorsal de los STARS de Raccoon City, por no mencionar el hecho
de que es el hombre que acaba de salvarte la vida. ¿Qué podría estar ocultando? Jill sabía
que probablemente se estaba pasando con sus sospechas, pero de todas maneras
decidió no decir nada sobre el miniordenador de Trent. No se sentía tentada de
confiar en nadie después de todo lo que le había pasado. Además, por el modo en
que Barry hablaba, parecía que ya conocía la disposición de la mayoría de las
habitaciones de la mansión, así que tampoco es que necesitara su ayuda... Muy
bien, tú sigue así. Lo siguiente será pensar que el capitán Wesker ha organizado todo este
embrollo. Jill bufó despectivamente en su interior y se puso en pie separándose
lentamente de la pared. Seguida por Barry, comenzó a caminar de regreso al
interior de la mansión. Esa última idea sí que había sido bastante paranoica. Se
detuvieron al llegar a la puerta, y Jill aprovechó para inhalar unas cuantas
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bocanadas más del suave aire para intentar sanar sus nervios. Barry había
desenfundado mientras tanto su Colt Python y estaba recargando las cámaras
vacías con expresión ceñuda.
—Creo que volveré al ala este para ver si encuentro algún rastro de Chris —
dijo—. ¿Por qué no pruebas arriba y comienzas a buscar los demás símbolos? De
ese modo podremos registrar todas las habitaciones y luego regresar a la sala
principal.
Jill asintió y Barry abrió la puerta. Las oxidadas bisagras chirriaron como una
protesta, y una oleada de aire frío los rodeó. Jill suspiró intentando prepararse para
enfrentarse de nuevo a un laberinto de estancias sombrías y heladas, a otra serie de
puertas sin abrir y a los secretos que se ocultaban tras ellas.
—Lo harás bien —dijo Barry en voz baja mientras le ponía una tibia mano
encima del hombro y la empujaba con suavidad hacia el interior de la mansión. En
cuanto la puerta se cerró tras de ellos, levantó una mano con un saludo informal y
le sonrió—. Buena suerte —dijo, y antes de que ella pudiera responderle, se dio la
vuelta y se marchó con paso apresurado, con el arma en la mano. Pasó a través de
las puertas dobles del extremo de la estancia con otro crujido de metal viejo y
desapareció.
Jill se quedó mirando cómo se marchaba, sola de nuevo en el frío y apestoso
silencio del estrecho pasillo. No era su imaginación: Barry le ocultaba algo, pero
¿era algo por lo que debía preocuparse o es que sólo estaba intentando protegerla?
Quizás es que ha encontrado a Chris o a Wesker muertos y no ha querido decírmelo...
No era un pensamiento agradable, pero al menos explica el extraño
comportamiento de Barry. Era obvio que deseaba salir lo antes posible de la casa, y
que quería que ella permaneciese en el ala oeste. Y el modo en que había
examinado el rompecabezas de la puerta, como si estuviese más preocupado por la
posible vía de salida que por el paradero de Chris o de Wesker. Miró las dos
figuras tendidas en el suelo y las pegajosas manchas de sangre que las rodeaban y
que se estaban secando. Quizá se estaba esforzando demasiado en buscar unos
motivos que no existían. Quizá, lo mismo que ella, Barry estaba atemorizado, y le
angustiaba la sensación de que la muerte podía llegar en cualquier momento.
Quizá debería dejar de pensar en todo esto y comenzar a cumplir mi parte de la misión.
Encontremos o no a los demás Barry tiene razón en algo: debemos salir de aquí. Tenemos
que regresar a la ciudad para contarle a la gente lo que está pasando aquí. Jill enderezó los
hombros y se dirigió hacia la puerta que llevaba a las escaleras mientras
desenfundaba su arma. Si había logrado llegar de una pieza hasta entonces, podría
llegar un poco más lejos para intentar desentrañar el misterio que le había costado
la vida a tantas personas. O morir en el intento, le susurró su mente.
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Forest Speyer estaba muerto. El alegre chaval sureño con sus ropas callejeras
y su sonrisa fácil ya no estaba entre ellos. Ese Forest se había marchado dejando
atrás un impostor ensangrentado y sin vida medio apoyado en la pared. Chris se
quedó mirando hacia abajo, al cuerpo del impostor, y los distantes sonidos de la
noche se perdieron debido a un repentino golpe de viento que hizo retemblar los
aleros y gimió a lo largo del patio de la segunda planta. Era un sonido fantasmal,
pero Forest no podía oírlo. Forest no oiría nada nunca más. Chris se agachó al lado
del cuerpo inerte y le quitó cuidadosamente la pistola Beretta de los dedos fríos. Se
dijo a sí mismo que no miraría, pero mientras extendía la mano hacia el cinturón
de Forest no pudo evitar fijar la mirada en la terrible vacuidad de las órbitas de los
ojos del miembro del equipo Bravo.
Jesús, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha pasado, compañero?
El cuerpo de Forest estaba completamente cubierto de heridas, la mayoría de
unos dos o tres centímetros de largo, de forma irregular y rodeadas de carne
ensangrentada. Parecía que lo hubiesen apuñalado un centenar de veces con un
cuchillo sin punta, y cada puñalada había arrancado un trozo de carne y piel. Parte
de su caja torácica estaba parcialmente a la vista, y se veían trazos blancos bajo la
rojez de la carne. Su mirada sin ojos era el horror final. Parecía que su asesino no se
había conformado con quitarle la vida, sino que también quiso quitarle el alma...
En el cinturón de Forest había tres cargadores completos para la Beretta. Chris se
metió los cargadores en un bolsillo y se levantó rápidamente, apartando la vista
del cuerpo mutilado. Miró hacia el bosque mientras respiraba profundamente. Sus
pensamientos eran confusos. Intentaba encontrar una explicación y, sin embargo,
era incapaz de captar ni un solo hecho coherente. Había decidido que revisaría
todas las puertas para comprobar cuáles estaban cerradas sin llave y, cuando vio la
ensangrentada huella de una mano en la pequeña sala de arriba y oyó los
lastimeros graznidos de unos pájaros, había entrado a la carga, dispuesto a
impartir justicia. Cuervos. Sonaba como una bandada de cuervos... o un asesinato
en realidad. Manada de perros, gatitos juguetones, asesinato de cuervos...
Parpadeó, y su agotada mente se concentró en aquellos pensamientos
aparentemente triviales. Chris se agachó al lado del destrozado cuerpo de Forest
frunciendo el entrecejo, y observó más de cerca las heridas tan irregulares. Entre
las heridas más profundas había otras, docenas de pequeños rasguños y
rasponazos más regulares que formaban líneas... Garras. Patas con uñas. En el
mismo instante en que ese pensamiento se formó en su mente, percibió el batir de
unas alas. Se giró lentamente, teniendo todavía en una mano que se había quedado
repentinamente fría la Beretta de Forest. Un esbelto pero monstruoso pájaro estaba
posado en el pasamanos de la escalera, a menos de un metro de él, y lo miraba con
unos brillantes ojos negros. Sus suaves plumas brillaban de forma apagada en su
hinchado cuerpo y un trozo de algo rojo y húmedo le colgaba del pico. El pájaro
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inclinó la cabeza hacia un lado, soltó un penetrante graznido, y el colgajo de carne
de Forest cayó sobre el pasamanos. Graznidos de respuesta llegaron procedentes
de todos lados e inundaron el aire nocturno cuando los compañeros de bandada
del cuervo alzaron el vuelo. El susurrante batir de unas alas de extraordinario
tamaño resonó en toda la estancia cuando docenas de oscuras siluetas confusas se
dejaron caer desde los aleros del tejado, graznando y con las garras abiertas. Chris
echó a correr, con el recuerdo de la imagen de las sangrantes órbitas de los ojos de
Forest inundándole la mente mientras se apresuraba a escapar. Entró a tropezones
en otra pequeña estancia y cerró la puerta de golpe tras de sí, cortando de golpe los
graznidos de los pájaros atacantes. Sintió la adrenalina recorrer sus venas en
cálidas y repentinas oleadas. Respiró profundamente una y otra vez, y unos
momentos después sintió que las pulsaciones de su corazón disminuían, que
recuperaban un ritmo un poco más normal. Los graznidos de los cuervos fueron
perdiéndose en la distancia, arrastrados por las suaves ráfagas del gimiente viento
nocturno. Jesús, mira que puedo llegar a ser idiota. Estúpido, estúpido. Había llegado
dispuesto a combatir, deseoso de vengar la muerte del otro miembro de los STARS,
y se había quedado pasmado por lo que había descubierto. Si no se hubiese
quedado tan sorprendido por la muerte de Forest, probablemente se habría dado
cuenta de la relación entre el tipo de heridas que había sufrido su compañero y los
pájaros, incluso quizá se habría dado cuenta del creciente número de pajarracos
reunidos, que lo observaban desde las sombras, a la espera de su siguiente víctima.
Se dirigió hacia la puerta que llevaba a la sala principal, furioso consigo mismo por
meterse en una situación para la que no estaba preparado. No podía permitirse
seguir cometiendo errores, no podía dejar que su atención se desviase de lo que
tenía delante. Aquello no era un juego, donde podría pulsar el botón de «volver a
empezar». Fallaba y lo mataban. Allí la muerte era real, había gente muriendo, sus
amigos estaban muriendo...
Si no espabilas y comienzas a tener más cuidado, vas a reunirte con ellos donde quiera
que estén, y te convertirás en otro cadáver destrozado y sin vida tirado en algún frío pasillo,
otra víctima más de la locura de esta casa... Chris acalló aquel murmullo torturador e
inspiró profundamente mientras retrocedía hasta la galería de la entrada, cerrando
la puerta al pasar. Autoflagelarse era tan poco útil como cargar a ciegas en un
ambiente peligroso y extraño en busca de venganza. Tenía que concentrarse en lo
que era importante: en encontrar a los demás miembros del equipo Alfa. En
Rebecca... Se dirigió hacia las escaleras mientras se metía la pistola de Forest en el
cinturón. Al menos Rebecca podría defenderse ella sola...
—Chris.
Dio un súbito respingo, sobresaltado, y miró hacia abajo, donde vio a la joven
al pie de las anchas escaleras, sonriéndole de oreja a oreja. Bajó al trote las escaleras
y se alegró de verla a pesar suyo.
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—¿Qué ha ocurrido? ¿Va todo bien?
Rebecca levantó en alto una llave plateada cuando él llegó a su altura, sin
dejar de sonreír.
—He encontrado algo que quizá te sea útil.
Chris cogió la llave y advirtió que tenía grabada la imagen de un pequeño
escudo antes de guardársela en el chaleco. Rebecca resplandecía de alegría, y sus
ojos brillaban emocionados.
—Me puse a tocar el piano después de que te marchaste, y se abrió una puerta
secreta en la pared. Había un emblema de oro en su interior, y lo cambié por el que
había en el salón comedor, y entonces se movió el reloj carillón y la llave estaba
atrás del reloj.
Dejó de hablar de repente; y su sonrisa desapareció mientras lo miraba a la
cara.
—Lo siento... Sé que me dijiste que no saliera de allí, pero pensé que te
alcanzaría antes de que te alejases demasiado...
—Está bien, no te preocupes —la interrumpió él con una sonrisa forzada—.
Sólo estoy sorprendido de verte aquí. Mira te he traído un arma mejor que el
repelente para insectos.
Le entregó la Beretta junto con un par de cargadores. Rebecca tomó la pistola
en su mano y se quedó mirándola en forma pensativa. Cuando levantó la vista de
nuevo hacia su rostro, su mirada era seria e intensa.
—¿De quién era?
Chris pensó mentirle, pero sabía que ella no le creería. De repente se dio
cuenta por qué se sentía tan protector hacia ella, por qué deseaba evitar que
supiera la triste y nauseabunda verdad. Claire.
Eso era: le recordaba a su hermana pequeña, desde su sarcasmo y su ingenio
hasta su aspecto de muchacha traviesa, pasando por el modo en que se peinaba.
—Escucha —dijo ella en voz baja—. Sé que te sientes responsable de mí, y
tengo que admitir que soy completamente novata en este tipo de situaciones, pero
soy un miembro de este equipo, y al ocultarme los hechos podrías hacer que me
mataran, así que, ¿quién era?
Chris se quedó mirándola durante unos instantes antes de suspirar y
aceptarlo: ella tenía razón.
—Forest. Lo encontré en el exterior. Lo habían picoteado unos cuervos
inmensos hasta matarlo. Kenneth también está muerto.
Por sus ojos pasó una sombra de angustia, pero, sólo fue un instante, porque
asintió con firmeza y no apartó la mirada de sus ojos.
—Bueno. ¿Qué hacemos ahora?
Chris no pudo evitar sonreír ligeramente, e intentó recordar si él había sido
así de arrojado cuando era más joven.
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Señaló con un gesto las escaleras, esperando que no estuviese a punto de
cometer otro error.
—Supongo que tendremos que probar con otra puerta.
Wesker no captó gran cosa de la conversación que habían mantenido Barry y
Jill, pero después del ahogado «Buena suerte» de Barry, oyó una puerta abrirse y
cerrarse y; momentos después, el ruido de unas botas sobre el suelo de madera,
seguido de otra puerta que se cerraba. La estancia contigua había quedado vacía, y
los dos miembros de su equipo habían entrado para continuar con la búsqueda de
los restantes emblemas de cobre. Me parece que he escogido la habitación adecuada para
esperar. Había utilizado la llave con el grabado del yelmo para encerrarse en un
pequeño estudio cerca de la puerta trasera: el lugar perfecto para vigilar los
progresos del equipo. No sólo podría oírlos ir y venir, sino que además dispondría
de ventaja a la hora de encaminarse hacia los laboratorios. Sostuvo en alto el
pesado emblema que representaba el viento y lo puso bajo la luz de la lámpara de
la mesa escritorio. Sonrió. La verdad es que había sido demasiado fácil. Al pasar
junto a la estatua de escayola después de hablar con Barry, recordó que tenía un
compartimiento secreto en algún punto en su interior. En lugar de perder un
tiempo valioso buscando aquel compartimiento, se limitó a empujar aquel horrible
objeto por la balaustrada del salón comedor. No había encontrado uno de los
emblemas en su interior, pero el brillo de la joya azul entre los fragmentos había
sido un mejor hallazgo. En una habitación al otro lado del salón comedor había
una estatua de un tigre que tenía un ojo rojo y otro azul. Se trataba de uno de los
pocos mecanismos que recordaba de una visita anterior. Una rápida revisión de la
estatua del tigre había confirmado sus sospechas: le faltaban ambos ojos. Cuando
colocó la brillante piedra azul en el agujero apropiado, la estatua giró hacia un lado
dejando al descubierto el emblema. Y con algo tan simple se encontraba un paso
más cerca de completar la misión. Cuando los otros tres símbolos heráldicos estén
colocados en su lugar, esperaré a que salgan en busca de éste y lo pondré yo para poder
salir. Pensó en salir a comprobar el diagrama, pero decidió que era mejor no
hacerlo. La casa era grande, pero no era tan grande, y no había necesidad de
arriesgarse a que lo vieran. Además, probablemente todavía no habían logrado
encontrar ninguno de los demás emblemas. Ya se la había jugado al bajar por las
escaleras para recoger la joya, cuando casi se había topado de frente con Chris
Redfield. Chris había encontrado a la novata, y probablemente los dos estaban
dando vueltas en busca de «pistas». Además, esta habitación es realmente cómoda.
Quizá me eche una siesta mientras espero que los demás cumplan con su obligación. Se
reclinó sobre el respaldo de la silla, muy complacido consigo mismo por todo lo
que había conseguido hasta aquel momento. Lo que podía haberse convertido en
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RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
un desastre estaba resultando ser una operación estupenda, gracias a que había
pensado con rapidez. Ya había encontrado uno de las emblemas heráldicos, tenía a
Barry y a Jill trabajando para él... y había tenido la suerte de encontrarse con Ellen
Smith mientras registraba la biblioteca... Uy, borra eso. Se trata de la doctora Ellen
Smith, si no le importa... Se había acercado a la biblioteca después de recoger el
emblema del viento para comprobar el estado de la pequeña habitación que daba
al helipuerto de la mansión, y cuya entrada estaba oculta detrás de una estantería.
Un rápido registro que no había revelado nada útil, y estaba a punto de registrar la
habitación oculta cuando la doctora Smith se había dirigido tambaleante hacia él.
Había intentado salir con ella desde que lo habían trasladado a Raccoon City,
atraído por sus largas piernas y por su pelo rubio platino. Siempre le habían
gustado las mujeres rubias, sobre todo las listas. Ella no sólo lo había rechazado
una y otra vez, sino que además ni siquiera había intentado ser amable al hacerlo.
Cuando él la tuteó y la llamó Ellen, ella le informó con frialdad que era su superior,
además de médico y que debía dirigirse a ella como tal. La reina de hielo, de todas
todas. Si no hubiera sido tan condenadamente atractiva, él no le habría hecho caso.
Pero vaya, doctora Ellen, su belleza se ha marchitado...
Wesker cerró los ojos, sonriendo, y recordó la experiencia. Habían sido unos
deshilachados mechones de pelo los que lo habían ayudado a identificarla cuando
apareció por detrás de una estantería, gimiendo y trastabillando para alcanzarlo.
Sus piernas seguían siendo largas, pero habían perdido gran parte de su atractivo,
por no mencionar también buena parte de su piel.
—Qué perfume tan encantador lleva hoy, doctora Smith —había dicho él.
Luego le había metido dos disparos en la cabeza y ella se había derrumbado
con un estallido de fragmentos de huesos y salpicaduras de sangre. Wesker no se
consideraba un hombre frívolo, pero apretar el gatillo para dispararle a aquella
zorra altanera había sido algo maravillosamente gratificante, no, algo
profundamente gratificante. Como la guinda de un pastel de chocolate: una
pequeña recompensa por tenerlo todo bajo control. Quizá si tengo suerte es posible
que me encuentre con ese gilipollas de Sarton en los laboratorios. Wesker se levantó tras
unos instantes y se desperezó. Se dio la vuelta para echar un vistazo a algunos de
los libros que estaban en la estantería situada a su espalda. Estaba deseoso de
ponerse en movimiento, pero era bastante probable que los STARS tardaran algún
tiempo en encontrar las piezas del rompecabezas, y no podía hacer absolutamente
nada para acelerar el proceso. Más le valía entretenerse con algo... Frunció el
entrecejo cuando intentó comprender algunos de los títulos de los libros que había
allí. Uno de los libros se llamaba «Fagémidos: vectores de complementación alfa».
En el siguiente se leía «Bibliotecas de ADN y condiciones electroforéticas». Textos
de bioquímica y revistas de medicina. Estupendo. Quizá debería, después de todo,
echarse una siesta. El mero hecho de leer los títulos ya le estaba dando sueño. Su
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mirada se posó en un tomo de aspecto pesado que estaba solo en una de las
estanterías inferiores, encuadernado con un delicado cuero rojo. Lo tomó en sus
manos, contento de entender el título, aunque fuera algo tan estúpido como
«Águila del este, lobo del oeste»... Un momento. Eso es lo mismo que está escrito en la
fuente... Wesker se quedó mirando el lomo del libro y sintió que su buen humor iba
desapareciendo gradualmente. No podía ser: Era posible que los investigadores
hubieran enloquecido pero sin duda no estarían tan chalados como para cerrar por
completo los laboratorios. No había razón alguna para ello. Abrió el libro de forma
casi frenética, rezando para que estuviera equivocado. Dejó escapar un gemido de
furia incontrolable al ver lo que había metido en el hueco interior del falso libro: un
medallón de bronce con un águila grabada en una de sus caras. Era parte de una
llave para otra de las enloquecidas cerraduras de Spencer. Era la conclusión de un
chiste cruel. Tenía que encontrar los emblemas para poder salir de la casa. Una vez
en el patio tendría que atravesar un retorcido laberinto de túneles que acababan en
una sección oculta del jardín. Allí estaba la vieja fuente de piedra que señalaba la
entrada a los laboratorios subterráneos. La fuente era una de las caprichosas
invenciones de Spencer, una maravilla de la ingeniería que podía abrirse o cerrarse
para ocultar las instalaciones inferiores... eso suponiendo que se dispusiera de las
llaves: dos medallones fabricados con bronce, uno grabado con la imagen de un
águila y el otro con la de un lobo. El hecho de haber encontrado el medallón con la
imagen del águila grabada en él significaba que la puerta estaba cerrada, y eso
significaba que el medallón del lobo podía estar en cualquier lugar, absolutamente
en cualquier lugar de aquella casa, y que sus probabilidades de ser el primero en
entrar en los laboratorios habían quedado reducidas prácticamente a cero. Incapaz
de controlar su furia y su rabia, agarró el medallón y arrojó el libro contra la
lámpara de la mesa, derribándola con un crujido y un chasquido y sumiendo la
habitación en una repentina oscuridad. Ya no tenía sentido guardar el emblema del
viento: su plan perfecto se había ido al garete. Tendría que abandonar su ventaja y
mantener la esperanza de que uno de los otros encontrara por casualidad el
medallón del lobo, escondido en algún punto de aquella enorme propiedad.
Completamente enfurecido, Wesker se quedó de pie en mitad de la oscuridad, con
los puños apretados, intentando no gritar de rabia.
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Capítulo 12
Jill oyó un ruido parecido al de un cristal rompiéndose y se quedó
completamente inmóvil, a la escucha. Los sonidos se propagaban de forma extraña
en la mansión: los largos pasillos y la curiosa distribución de las estancias hacían
difícil saber de dónde procedían los ruidos. Eso si llegas a oírlos. Suspiró y echó un
vistazo alrededor, a la tranquila habitación repleta de libros situada arriba de las
escaleras. Ya había comprobado las otras tres habitaciones a lo largo de la
balaustrada superior y no había encontrado nada de interés: un dormitorio algo
espartano con dos camastros, una oficina y un cuarto de estudio sin acabar con una
puerta cerrada con llave y una chimenea en su interior. Los únicos interruptores
que había encontrado eran los de la luz, aunque se había quedado muy intrigada
por un botón negro de aspecto bastante siniestro situado en la pared de la oficina...
hasta que lo pulsó y se dio cuenta de que había logrado descubrir el sistema de
vaciado de una pecera vacía que había en una esquina de la estancia. Había
encontrado más munición para la escopeta. Pensó que debería estar agradecida por
ello. Era una docena de proyectiles que había encontrado en una caja de metal
debajo de uno de los camastros del dormitorio. Sin embargo, si en alguna de las
estancias había un emblema escondido, ella no lo encontró. Jill sacó el ordenador
de Trent y echó un vistazo al mapa, situándose en el extremo superior de las
escaleras. Más allá de la segunda puerta de la habitación de espera había un
amplio pasillo en forma de «u» que daba de nuevo a la balaustrada del salón
frontal. El pasillo también daba a otras dos habitaciones, una que era un callejón
sin salida, y otra que atravesaba bastantes más. Guardó el aparato y desenfundó su
Beretta, deteniéndose un momento para aclarar su mente antes de entrar en el
pasillo. No le fue fácil. Sus pensamientos eran bastante confusos, divididos como
estaban entre intentar adivinar qué había ocurrido en aquella casa para que
aparecieran esos monstruos y sus preocupaciones por su equipo. Tendrías que haber
mirado con mayor detenimiento aquellos papeles... La oficina era muy sencilla, con sólo
una mesa escritorio y una estantería de libros, pero también había en ella una
hilera de percheros al lado de la puerta con batas de laboratorio colgadas. Los
papeles, que estaban esparcidos por encima de la mesa, contenían listas de
números y letras en su mayor parte. Sabía lo suficiente de química para darse
cuenta de que aquello era química, así que ni siquiera intentó leerlos o descifrarlos.
Sin embargo, desde que había encontrado los papeles, había comenzado a pensar
que los zombis eran resultado de un accidente de laboratorio. La mansión estaba
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en unas condiciones demasiado buenas como para que fuera un particular el que
suministrara el dinero para ello, y el hecho de que todo aquello se hubiera
mantenido en secreto durante tanto tiempo sugería que era una tapadera. Calculó
que la capa de polvo correspondía a un par de meses, lo que coincidía con el
comienzo de los primeros ataques contra Raccoon City. Si los que habitaban
aquella casa habían estado llevando a cabo alguna clase de experimento y algo
había salido mal...
¿Algo que transformaba a la gente en comedores de carne humana? Creo que te estás
pasando un poquillo...
Sin embargo, de nuevo, era la teoría que tenía más sentido, aunque mantenía
su mente abierta a otras posibilidades.
Por lo que se refería a las preocupaciones sobre su equipo, Barry se estaba
comportando de una forma rara, y Chris y Wesker seguían desaparecidos. En ese
sentido no se habían producido cambios... y no los habrá si tú no te pones en marcha.
Jill dejó a un lado sus preocupaciones y entró en el pasillo.
Se dio cuenta del olor antes incluso de ver al zombi más allá del corredor,
tirado en el suelo. Los pequeños apliques de la pared iluminaban de forma
irregular el cuerpo, los reflejos que despedían eran rojizos, y teñían todo el pasillo
con un resplandor de color carmesí oscuro. Apuntó su arma hacia el cuerpo
inmóvil y oyó una puerta cerrarse en algún lugar cercano.
¿Barry?
Él le había dicho que registraría el otro lado de la mansión, pero quizás había
encontrado algo y había regresado para buscarla... o tal vez se iba encontrar por fin
con algún miembro del equipo.
Sonrió ante aquella idea y se apresuró a recorrer el lóbrego pasillo, deseosa de
ver otro rostro familiar. Justo en el momento que doblaba la esquina, una nueva
oleada de hedor y podredumbre la rodeó... Entonces la criatura caída a sus pies le
agarró uno de los tobillos, inmovilizándole el pie con una fuerza sorprendente.
Jill agitó los brazos en el aire sorprendida en un intento por mantener el
equilibrio y no gritar de asco al ver al zombi que acercaba su cara a la bota. Sus
esqueléticos y despellejados dedos arañaron débilmente el grueso cuero del
calzado para procurar tirarla... Jill levantó instintivamente la otra bota y le dio un
pisotón en la nuca. La suela resbaló encima del cráneo con un asqueroso sonido
húmedo. Un gran jirón de piel se quedó pegado a la suela de la bota y dejó al
descubierto el blanco hueso pero la criatura hizo caso omiso y siguió agarrándola.
El segundo y el tercer pisotón golpearon la base del cráneo y, finalmente, al
cuarto, Jill sintió y oyó el chasquido del hueso al romperse cuando las vértebras se
partieron bajo el impacto de la bota.
Las pálidas manos retemblaron por un instante, y el zombi se quedó inmóvil
sobre la polvorienta moqueta con un goteo líquido procedente de su garganta. Jill
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pasó por encima del cuerpo definitivamente inmóvil y dobló corriendo la esquina
mientras tragaba saliva con dificultad. Estaba convencida de que las criaturas que
recorrían la casa también eran víctimas en cierto modo, como lo habían sido Becky
y Pris, y liberarlos de su maldición era un acto casi oneroso, pero también eran una
amenaza, por no mencionar el hecho de que eran una fuente ambulante de
infecciones. Tendría que ser más cuidadosa.
A su derecha tenía una pesada puerta de madera con unas incrustaciones de
metal en forma de volutas. En la placa de la herradura había grabada una
armadura, pero al igual que las demás puertas que había encontrado hasta
entonces en el piso superior, no estaba cerrada con llave. No había nadie en el
interior de la iluminada habitación, pero ella se sintió de repente menos dispuesta
a continuar la búsqueda de quienquiera que estuviese en aquella zona. Dos de las
paredes de la gran estancia estaban cubiertas por una serie de armaduras
completas, ocho a cada lado, y una pequeña vitrina en la pared trasera, eso sin
contar un gran botón rojo situado en mitad del suelo de mosaico gris.
¿Otra trampa? Quizás es un rompecabezas... Intrigada, entró en la estancia y se
dirigió hacia la vitrina. Los silenciosos guardias sin vida de las paredes parecían
vigilar cada uno de sus movimientos. En el suelo había un par de agujeros con
rejilla bastante misteriosos, uno a cada lado del botón rojo. Quizás eran tomas de
ventilación. Su corazón se aceleró ligeramente. De repente, estuvo segura de que
había encontrado otra de las trampas de la mansión. Una rápida inspección ocular
de la vitrina hizo que se decidiera. No había forma alguna de abrirla: el cristal era
de una sola pieza. Pero algo brillaba en un pequeño hueco al fondo, con un brillo
que parecía cobre batido... y claro, se supone que debo apretar ese botón, pensando
que abrirá la vitrina... y después, ¿qué?
Se imaginó una escena bastante vívida: los huecos de ventilación cerrándose
mientras la puerta quedaba sellada. Una lenta muerte por asfixia en una tumba sin
aire. O quizá la estancia se llenaría de agua o con algún tipo de gas venenoso. Miró
alrededor frunciendo el entrecejo mientras se preguntaba si debía intentar
bloquear la puerta para que no se cerrase o si habría un botón oculto en una de las
armaduras que estaban vacías...
Cualquier acertijo tiene más de una respuesta, Jill, no lo olvides.
Sonrió de repente. ¿Por qué tenía que pulsar el botón? Se agachó al lado de la
vitrina y agarró con firmeza el cañón de su pistola. Con un simple golpe enérgico,
el cristal se rompió con un chasquido, y unas finas líneas de telaraña surgieron del
punto de impacto. Utilizó de nuevo la empuñadura del arma para abrir un agujero
y metió cuidadosamente la mano en el interior.
A continuación tomó el emblema hexagonal de cobre con un arcaico grabado
de un sol sonriente. Ella respondió a la sonrisa que aparecía en el grabado,
complacida por la solución que había encontrado. Al parecer, algunas de las
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triquiñuelas de la casa podían sortearse de un modo distinto al planeado, siempre
que no hiciera caso de las reglas del juego limpio. Aun así, prefirió regresar
rápidamente a la puerta, no quería cantar victoria hasta que hubiera salido de la
soleada estancia.
Salió de nuevo al pasillo de luz rojiza y se quedó allí por un momento, con el
emblema en la mano mientras sopesaba las distintas opciones de las que disponía.
Podía continuar buscando a quienquiera que fuese el que rondaba por aquella
zona y había cerrado la puerta que había oído, o podía regresar a la puerta con la
cerradura de rompecabezas y colocar cada emblema en su sitio. Sin embargo, por
mucho que deseara encontrar al resto del equipo, Barry tenía razón: lo primero era
salir de aquel lugar. Si alguno de los demás miembros del equipo estaba vivo, sin
duda estaría buscando un modo de salir de la mansión. Su pensativa mirada se
posó en la fétida criatura que había matado, y se detuvo durante unos instantes en
el charco de oscuro fluido que crecía lentamente alrededor de la cabeza del zombi.
Entonces, de repente, se dio cuenta de que quería salir de la casa
desesperadamente, quería escapar cuanto antes del aire viciado y del hedor de las
pestilentes criaturas que acechaban entre las polvorientas y frías estancias de aquel
sitio, quería salir lo antes que fuera humanamente posible. Jill tomó una decisión y
se apresuró a regresar por donde había llegado, sosteniendo con fuerza el emblema
en su mano. Ya había descubierto dos de las piezas del rompecabezas que
necesitaban los STARS para escapar de la mansión. No sabía hacia qué escaparían,
pero cualquier cosa sería mejor que lo que dejarían atrás...
—¡Richard!
Rebecca se puso inmediatamente de rodillas al lado del miembro del equipo
Bravo y le puso los dedos de una mano temblorosa en la garganta para comprobar
si todavía estaba vivo.
Chris permaneció mirando en silencio el cuerpo desangrado. Ya sabía que ella
no sentiría latido alguno bajo sus dedos; la tremenda herida en el hombro derecho
de Richard estaba secándose y de aquel destrozo en la carne ya no quedaba sangre.
Estaba muerto.
Observó cómo la delgada mano de Rebecca se retiraba del cuerpo de Richard
y se acercaba a los velados ojos del miembro del equipo Bravo para cerrarlos. Los
hombros de su compañera se hundieron, y Chris sintió por un momento que se
desmayaba al pensar en Richard: el experto en comunicaciones había sido un tipo
encantador, una buena persona, y sólo tenía treinta y tres años... Miró alrededor,
registrando con la vista la vacía habitación en busca de alguna pista sobre la causa
de la muerte de Richard. La estancia en la que habían entrado estaba un poco más
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allá de la balaustrada de la segunda planta, y sin ningún tipo de decoración.
Excepto Richard, allí no había nada más...
Chris frunció el entrecejo y caminó unos cuantos pasos hacia la segunda
entrada de la habitación. Se agachó y echó un vistazo más detenido al suelo de
baldosas oscuras. Allí había una mancha de sangre seca, con la imprenta de la bota
de Richard marcada, y estaba a mitad de camino entre el cuerpo de su compañero
y la sencilla puerta de madera que se encontraba a tres metros de él. Se quedó
mirando pensativo a la puerta, y apretó con fuerza la culata de su pistola.
Sea lo que fuere lo que ha matado a Richard, está al otro lado de la puerta, y quizás
esté esperando a más víctimas...
—Chris, échale un vistazo a esto.
Rebecca, todavía arrodillada al lado de Richard, tenía la mirada fija en el
destrozado hombro derecho del cadáver. Chris se arrodilló junto a ella, sin estar
seguro de que era lo que debía mirar. La herida tenía los bordes desiguales, y la
carne estaba descolorida por el traumatismo. Sin embargo, era cierto que había
algo raro: la herida no parecía muy profunda...
—¿Ves esas líneas de color púrpura que salen de los cortes? ¿Y la forma en
que el músculo ha sido perforado aquí y aquí? —Rebecca señaló dos agujeros
separados unos quince centímetros. La carne alrededor de cada uno de los agujeros
tenía un color rojo con aspecto de infección. Se sentó en cuclillas y levantó la vista
para mirar a Chris—. Creo que ha muerto envenenado. Me parece que es una
mordedura de serpiente.
Chris se quedó mirándola, ligeramente perplejo.
—¿Qué serpiente tiene ese tamaño?
Ella meneó la cabeza mientras se ponía de pie.
—Ni idea. Quizás ha sido otra criatura, pero lo que está claro es que esa
herida no era suficiente para matarlo. Le habría llevado horas desangrarse por esa
herida. Estoy bastante segura de que ha muerto envenenando.
Chris la miró con un nuevo respeto. Tenía buena vista de los detalles y se
estaba comportando estupendamente, teniendo en cuenta la situación general.
Registró rápidamente el cuerpo de Richard y encontró otro cargador completo y un
aparato de radio portátil. Le entregó ambos objetos a Rebecca y se metió la Beretta
de Richard en el cinturón.
Miró de nuevo a la puerta y luego a Rebecca.
—Sea lo que fuere lo que lo ha matado, puede que esté detrás de esa puerta...
—Entonces habrá que tener cuidado —respondió ella y, sin decir otra palabra,
se encaminó hacia la puerta y se quedó de pie al lado del umbral, esperándolo.
Tengo que dejar de pensar en ella como si se tratase de una niña. Ha sobrevivido al
resto de su equipo, y no necesita que ande sintiéndome superior a ella o diciéndole que se
quede a mi espalda. Se acercó hasta la puerta y le hizo un gesto de asentimiento. Ella
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giró el pomo y abrió la puerta, y ambos alzaron las armas y cubrieron el pasillo en
toda su extensión mientras cruzaban el umbral.
Justo delante de ellos vieron unas escaleras de madera que conducían a otra
puerta cerrada. A la izquierda, un ramal del pasillo daba a otra puerta. En las
paredes al lado de las escaleras había largas manchas de sangre, y Chris tuvo la
absoluta certeza de que lo que había matado a Richard estaba detrás de aquella
puerta.
Le señaló con un gesto el ramal a Rebecca y después habló con voz baja.
—Encárgate de esa habitación. Si te encuentras en problemas, regresa aquí y
espérame. Regresa de todas maneras en cinco minutos para ver si todo va bien.
Rebecca asintió y avanzó por el estrecho pasillo. Chris esperó que ella entrara
en la nueva habitación antes de subir las escaleras mientras sentía que el corazón le
palpitaba con fuerza bajo las costillas.
La puerta estaba cerrada con llave, pero Chris se percató de que en la placa de
la cerradura había grabado un pequeño escudo. Rebecca estaba resultando ser más
útil de lo que en principio se había imaginado. Sacó la llave que le había entregado
un rato antes y abrió la gran puerta, comprobando su Beretta antes de entrar en la
estancia.
Era un gran ático, tan sencillo y falto de adornos que contrastaba con el resto
de la mansión, tan decorada. Unas vigas de apoyo de madera iban desde el suelo
hasta el inclinado techo, y aparte de unas cuantas cajas y barriles puestos al lado de
las paredes, el lugar estaba completamente vacío.
Chris continuó adentrándose en la estancia, manteniendo la guardia alta
mientras la registraba. Al otro lado de la amplia estancia había un muro parcial, de
unos tres metros por dos metros, bastante separado de la pared posterior del ático,
que le recordó el establo de un caballo. Era la única zona oculta a la vista. Chris se
acercó hasta allí lentamente, los pasos de sus botas sobre el suelo de madera
lanzaron ecos huecos al frío aire.
Se pegó a la pared y asomó la Beretta al mismo tiempo que la cabeza, con el
corazón casi desbocado.
No vio ninguna serpiente cuando miró por encima del muro, pero sí un
agujero de contornos desiguales cerca de la unión entre las dos paredes, a unos
treinta centímetros de altura y con unos sesenta de diámetro. Chris husmeó el aire:
olía a algo acre y extraño, como el olor almizcleño de un animal salvaje. Frunció el
entrecejo y comenzó a alejarse...
De pronto se detuvo e inclinó el cuerpo para mirar mejor. Había un trozo de
metal redondeado cerca del agujero, como una moneda del tamaño de un puño
pequeño. Tenía algo grabado, como una luna en cuarto creciente o menguante...
Chris rodeó el pequeño muro y entró en el recinto rodeado, vigilando atentamente
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el agujero mientras se agachaba recogía el disco de metal. Era una pieza hexagonal
de cobre con una luna grabada, una bonita muestra de artesanía...
Oyó un ruido suave y siseante, como de algo grande que se arrastrase,
proveniente del agujero.
Chris retrocedió de un salto y apuntó hacia el agujero mientras se movía.
Continuó retrocediendo hasta que su espalda chocó con la pared del ático, y
comenzó a girarse para salir de allí...
Entonces un cilindro oscuro salió disparado del agujero a una velocidad del
rayo. Era tan grande como un plato e impactó contra la pared a escasos centímetros
de la pierna derecha de Chris. La madera saltó hecha astillas por el golpe...
¡Mierda! ¡Eso es una serpiente! Chris trastabilló al mismo tiempo que la
serpiente retrocedía para atacar de nuevo y a la vez sacaba el resto de su cuerpo
del agujero. Alzó su parte delantera y levantó su cabeza hasta la altura del pecho
de Chris. Abrió la boca y dejó al descubierto unos enormes colmillos goteantes.
Chris corrió hacia el centro de la habitación y allí se dio media vuelta. Apuntó
de nuevo y disparó contra la gran cabeza en forma de diamante del animal. La
serpiente soltó un extraño grito siseante cuando el proyectil atravesó un lado de las
tremendas fauces, abriendo un agujero en su estirada piel.
Se dejó caer al suelo de nuevo y se abalanzó contra él como un látigo, con un
solo empuje de su largo y musculoso cuerpo, de al menos seis metros de largo.
Chris disparó otra vez y un trozo de carne escamosa se desprendió de la espalda
de la serpiente, salpicando el suelo de sangre negra.
El animal volvió a alzarse delante de Chris con un siseo rugiente, y su cabeza
quedó a escasos centímetros de la cara de él, con la sangre saliendo a borbotones
del agujero de la boca... A los ojos. Apunta a los ojos.
Chris apretó el gatillo y la serpiente le cayó encima, tirándolo al suelo con las
tremendas convulsiones de su cuerpo. La cola azotó una de las vigas de apoyo con
tal fuerza que la agrietó. Chris luchó por liberar sus brazos aprisionados para
poder herirla gravemente antes de que lo matara...
El pesado y frío cuerpo se quedó fláccido de repente, desplomándose inerte al
suelo.
—¡Chris! —gritó Rebecca cuando entró corriendo en la habitación, y se
detuvo en seco cuando vio el monstruoso reptil—. Vaya...
Chris se esforzó por apoyar una de sus botas en una de las vigas de apoyo y,
después de empujar con fuerza, logró salir de debajo del grueso cadáver. Rebecca
se agachó para tirar de él y ayudarlo, con los ojos abiertos de par en par por la
sorpresa y la incredulidad.
Se quedaron mirando la herida que había logrado matar finalmente a la
criatura: el negro y rezumante agujero que había sido su ojo, atravesado y
machacado por un proyectil de nueve milímetros.
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—¿Estás bien? —preguntó ella en voz baja.
Chris se limitó a asentir. Quizá tenía unos cuantos morados, pero ¿qué
importaba? Había estado literalmente a escasos centímetros de una muerte segura,
y todo por agacharse a recoger…
Levantó la mano que sostenía el emblema de cobre y tuvo que tirar de sus
agarrotados dedos para separarlos del metal.
Lo había mantenido agarrado durante el enfrentamiento contra la serpiente
sin siquiera darse cuenta y, al mirarlo de nuevo, tuvo la sensación de que era algo
importante...
¿Quizá porque has estado a punto de convertirte en comida para serpientes por
recogerlo del suelo?
Rebecca lo tomó en su mano y recorrió con el dedo el grabado de la luna.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Chris.
Ella meneó la cabeza.
—Nada importante. Una mesa, un par de estanterías. ¿Para qué sirve esto?
Chris se encogió de hombros y volvió la vista hacia el sangriento agujero que
había sido el ojo derecho de la serpiente. Se estremeció involuntariamente al
pensar lo que podía haber ocurrido si hubiese fallado aquel último disparo...
—Quizá lo descubramos por el camino —respondió finalmente en voz baja—.
Vamos, salgamos de aquí.
Rebecca le devolvió el emblema y salieron apresuradamente del ático.
Mientras cerraba la puerta tras de sí, Chris se dio cuenta de repente que, aunque
nunca antes le había preocupado, a partir de aquel momento odiaba
profundamente a las serpientes.
Barry subió con pasos lentos y pesados las escaleras de la ala principal. El
nudo en el estómago provocado por el miedo crecía a cada paso. Había registrado
todas y cada una de las habitaciones del ala oriental que había podido abrir y no
había encontrado absolutamente nada. Las mismas imágenes horribles se repetían
una y otra vez su mente mientras recorría lentamente la escalera: Kathy, Moira y
Poly Anne, aterrorizadas y sufriendo en su propia casa a manos de un puñado de
extraños. Kathy conocía la combinación del armario blindado del sótano donde
guardaban las armas, pero las probabilidades de que llegara hasta él sin que
alguien... Barry llegó al primer rellano y aspiró aire con una inspiración temblorosa
y profunda. Kathy ni siquiera pensaría en correr hacia donde estaban las armas si
oía que alguien rompía las ventanas o la puerta. Su prioridad sería llegar hasta
donde se encontrasen las niñas, para asegurarse de que estaban bien.
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Si no encuentro esos emblemas, nada irá bien. No había ninguna radio ni teléfono en
toda la mansión. Si Wesker no lograba llegar hasta los laboratorios, ¿cómo podría estar en
contacto con la gente de White Umbrella para avisarle que retirara a los asesinos?
Barry llegó hasta la puerta del último rellano, que llevaba al ala occidental. Su
única esperanza era que Jill o Wesker hubiesen logrado encontrar los otros tres
símbolos heráldicos que faltaban. No sabía dónde estaba metido Wesker aunque
no tenía dudas de que aquel cabrón aparecería en poco tiempo, pero Jill
probablemente continuaría buscando el piso superior. Podrían repartirse las
habitaciones que ella no hubiera registrado y al menos eliminar las zonas menos
probables. Si no lograban encontrar ninguno de los emblemas, él tendría que
volver al ala oriental y empezaría a destrozar el mobiliario...
Abrió la puerta que llevaba al pasillo rojo... y casi se dio de bruces con Chris
Redfield y Rebecca Chambers mientras entraban en la puerta a su derecha. El
rostro de Chris se iluminó con una enorme sonrisa.
—¡Barry! —El joven dio un paso adelante y lo abrazó con fuerza. Luego
retrocedió sin dejar de sonreír—. ¡Jesús, me alegro de verte! Empezaba a pensar
que Rebecca y yo éramos los únicos que quedábamos vivos. ¿Dónde están Jill y
Wesker?
Barry logró esbozar una sonrisa mientras se esforzaba por inventar una
respuesta aceptable y casi se sintió enfermo por los remordimientos. Mentirle a Jill
había sido relativamente fácil, pero conocía a Chris desde hace años... Kathy y las
niñas, muertas...
—Jill y yo salimos en tu búsqueda, pero todas las puertas de aquella sala
estaban cerradas, y el capitán había desaparecido para cuando regresamos a la
entrada. Os hemos estado buscando a los dos e intentado encontrar una forma de
salir de aquí desde entonces...
Barry pudo sonreír de una forma más natural.
—Yo también me alegro mucho de verte, de veros a los dos.
Al menos, eso es verdad.
—¿Así que Wesker simplemente desapareció? —preguntó Chris.
Barry asintió, sintiéndose incómodo de nuevo.
—Sí. y hemos encontrado a Ken. Uno de esos bichos de dos patas lo ha
matado.
Chris suspiró.
—Sí, lo he visto. Forest y Richard también están muertos
Barry sintió una oleada de tristeza y tragó saliva con dificultad. De repente
notó que el odio que sentía por Wesker aumentaba todavía más. Las personas para
las que trabajaba el capitán habían provocado todo aquello, y ahora había que
ocultarlo todo para evitar la responsabilidad de sus acciones… y me guste o no, yo
voy a ayudarles a hacerlo.
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RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
Barry respiró profundamente y congeló una imagen de su mujer y sus hijas en
su mente.
—Jill encontró una especie de puerta trasera, que cree puede ser una salida. El
problema es que tiene algo así como una cerradura rompecabezas y necesitamos
encontrar las piezas para abrirla. Son cuatro emblemas de metal-cobre. Jill ya ha
encontrado uno, y creemos que los demás están escondidos en distintos sitios de la
mansión...
Dejó de hablar al ver la sonrisa de Chris mientras éste se metía la mano en un
bolsillo del chaleco.
—¿Algo parecido a esto?
Barry se quedó mirando al emblema que Chris había sacado, y sintió que el
corazón se le aceleraba.
—¡Sí, es uno de ellos! ¿Dónde lo has encontrado?
Rebecca comenzó a hablar, sonriendo con timidez.
—Tuvo que enfrentarse a una serpiente gigante para conseguirlo, una
serpiente realmente gigante. Creo que ha podido estar afectada por el accidente,
mediante un virus transgénico aunque los de ese tipo son muy raros.
Barry extendió la mano con toda la naturalidad que pudo hacia el símbolo
heráldico mientras fruncía el entrecejo.
—¿Un accidente?
Chris asintió.
—Sí. Hemos encontrado información que sugiere que existen ciertas
instalaciones científicas en este lugar, y que en lo que estaban trabajando se salió
de madre: un virus.
—Uno que al parecer puede afectar a mamíferos y reptiles —añadió
Rebecca—. No sólo diferentes especies, sino diferentes familias.
Ha afectado a la mía, desde luego, pensó Barry con amargura. Frunció el
entrecejo aún más, simulando estar pensativo y preocupado, cuando en realidad lo
que intentaba era encontrar una excusa para irse solo. El capitán no se le acercaría
a menos que estuviese a solas, y Barry estaba desesperado por colocar la pieza de
cobre en su sitio, por demostrar que estaba cooperando y que había convencido al
resto del equipo para que lo ayudara a buscar. Sentía cómo se le iban escapando
los segundos y el metal comenzaba a calentarse bajo sus sudorosos dedos.
—Tenemos que meter en el ajo a los federales1 —dijo finalmente—. Ya sabéis,
una investigación completa con apoyo militar, toda la zona en cuarentena...
Chris y Rebecca estaban asintiendo con la cabeza, y Barry sintió de nuevo un
ataque casi incontrolable de remordimientos. Dios, si no fueran tan confiados...
1
Otro nombres por los que son conocidos los miembros del Federal Bureau of Investigation, o FBI. (N. del t.)
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—Pero para ello tenemos que encontrar los demás emblemas —continuó
Barry—. Puede que Jill haya descubierto otro de ellos, quizás incluso ha
encontrado los dos que faltan...
Dios lo quiera...
—¿Sabes dónde está? —preguntó Chris.
Barry asintió mientras pensaba a toda velocidad.
—Creo que sí, pero este lugar es una especie de laberinto así que, ¿por qué no
nos esperáis en la sala principal por la que entramos mientras voy a buscarla? De
ese modo podremos organizar la búsqueda y realizar un registro más exhaustivo
—Sonrió, con la esperanza de que su voz sonara más convincente de lo que
realmente se sentía—. Aunque, si no regreso pronto, seguid buscando más
emblemas como éste para colocarlos en la puerta trasera que se encuentra al final
del pasillo del ala oeste, en la primera planta.
Chris se quedó mirándolo por un momento y Barry adivinó todas las
preguntas que se estaban formando en su mente, preguntas que Barry no podría
contestar: ¿Por qué debemos separarnos? ¿Qué tal si además buscamos al capitán
que también ha desaparecido? ¿Cómo podemos estar seguros de que esa puerta
trasera es una vía de escape y nos llevará al exterior?
Por favor, por favor, haz lo que te pido...
—Muy bien —aceptó finalmente Chris a regañadientes—. Esperaremos, pero
si ella no está donde tú crees, regresa con nosotros. Tenemos más oportunidades
de salir con vida de aquí si nos mantenemos juntos.
Barry sólo asintió; dio media vuelta y se marchó al trote por el oscuro pasillo
antes de que Chris tuviera ocasión de decir nada más. Había visto la duda en los
ojos de Chris, había oído la incertidumbre en su voz. Al oír sus últimas palabras,
Barry había sentido el impulso desesperado de advertirle sobre el capitán Wesker y
su traición. Marcharse había sido la única manera de impedirse a sí mismo decir
algo de lo que podría arrepentirse, algo que podría matar a su familia. En cuanto
oyó que se cerraba la puerta que daba al balcón, aumentó el ritmo de su carrera y
dobló las esquinas a toda velocidad. Había un zombi muerto cerca de la puerta que
llegaba a las escaleras, y Barry se limitó a saltar por encima. El hedor del cadáver
quedó atrás cuando atravesó el pasillo. Saltó los escalones de la escalera trasera de
tres en tres mientras su conciencia le machacaba de forma constante e
inmisericorde, recordándole sin cesar su traición.
Barry, eres un mentiroso. Utilizas a tus amigos del mismo modo que Wesker te utiliza
a ti: juegas con su confianza en ti. podrías haberles dicho lo que está pasando realmente
para que te ayudaran a detenerlo... Barry se sacudió aquellos pensamientos de la
cabeza cuando llegó a la puerta de metal que daba al camino cubierto y la abrió de
golpe. No podía arriesgarse, no lo haría. ¿Qué pasaría cuando Wesker estuviese
cerca de ellos y lo oyera? Wesker tenía a la familia de Barry para chantajearlo, pero
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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S. D. PERRY
cuando Chris y los otros supieran la verdad, ¿qué le impediría a Wesker matarlos
para que no hablaran? Si ayudaba a Wesker a destruir las pruebas, los STARS no
podrían demostrar nada, y el capitán podría dejarlos marchar sin mayor problema
a todos...
Barry se acercó hasta el diagrama situado junto a la puerta trasera y se paró
en seco, mirándolo fijamente. Una enorme sensación de alivio le inundó el cuerpo,
una oleada de tranquilidad y calma. Tres de los cuatro huecos del diagrama
estaban tapados por sus correspondientes emblemas: el sol, el viento y las estrellas.
Se había acabado.
¡El capitán ya puede llegar hasta los laboratorios y llamar a los suyos. Ya no nos
necesita más! Puedo regresar y mantener al resto del equipo ocupado mientras él hace lo
que tenga que hacer. La policía de Raccoon City aparecerá más tarde o más temprano y
podré olvidar todo lo sucedido...
Estaba tan emocionado que no oyó los pasos apagados sobre el suelo de
piedra, a su espalda. No se dio cuenta de que no estaba solo hasta que la suave voz
de Wesker sonó a su lado.
—¿Por qué no acaba el rompecabezas, señor Burton?
Barry dio un respingo sobresaltado. Miró fijamente a Wesker, odiando su cara
satisfecha medio oculta por las gafas de sol. El capitán indicó con un gesto de su
cabeza el emblema de cobre que Barry sostenía en la mano.
—Sí, de acuerdo —murmuró Barry en tono sombrío y colocó la última pieza
del rompecabezas en su lugar.
Se oyó un profundo chasquido metálico procedente del interior de la puerta,
cliiiing, y Wesker pasó a su lado, abriendo de un empujón la puerta y dejando a la
vista un pequeño y desvencijado almacén de herramientas. Barry asomó la cabeza
y vio la salida en la pared de enfrente. No había ningún diagrama a su lado, no
había más enloquecedores rompecabezas que resolver. Kathy y las niñas estaban a
salvo.
Wesker se inclinó en una reverencia burlona y le indicó a Barry que pasara al
interior, siempre sonriendo.
—No hay mucho tiempo, Barry, y todavía tenemos mucho por hacer.
Barry lo miró con una expresión confundida.
—¿Qué quieres decir? Ya puedes llegar al laboratorio...
—Bueno, ha habido un pequeño cambio de planes. Verás, resulta que necesito
que me encuentres otra cosa, tengo una ligera idea de dónde está, pero hay una
serie de peligros... has realizado un trabajo tan bueno hasta el momento que quiero
que vengas conmigo de nuevo...
La sonrisa de Wesker se transformó en una mueca parecida a la boca de un
tiburón, un frío e implacable recordatorio para Barry de lo que se encontraba en
juego.
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—De hecho, me temo que debo insistir en que vengas.
Después de un momento que pareció durar una eternidad, Barry asintió
cabizbajo.
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S. D. PERRY
Capítulo 13
Mi queridísima Alma:
«Estoy sentado aquí, intentando pensar por dónde empezar, en cómo explicar en pocas
palabras todo lo que ha ocurrido en mi vida desde la última vez que hablamos, y ya he
fallado en mi propósito. Espero que cuando recibas esta carta te encuentres sana y salva y
que perdones los rodeos que doy al escribir, pero no es fácil contarte esto. Incluso mientras
te escribo, noto cómo las ideas más simples se me escapan de la mente debido a los
sentimientos de desesperación y confusión, pero tengo que contarte lo que ha pasado y lo
que tengo en el corazón antes de descansar. Ten paciencia y acepta lo que voy a contarte
como la verdad que es. El relato completo de lo ocurrido llevaría horas de escritura, y me
queda poco tiempo, así que éstos son los hechos: el mes pasado se produjo un accidente en el
laboratorio, y el virus que estábamos estudiando escapó de nuestro control. Todos mis
colegas que resultaron infectados han muerto o pronto morirán, y la naturaleza de la
enfermedad es tal que los que todavía viven han perdido la cordura. El virus le roba a la
víctima su humanidad, y la enfermedad la obliga a buscar y a destruir toda vida que
encuentre. Puedo oírlos mientras te escribo esto, amontonados contra la puerta que he
cerrado con llave, lo mismo que animales hambrientos y sin inteligencia, aullando como
almas perdidas. No existen palabras suficientes ni con la necesaria profundidad para
describir la vergüenza y la pena que siento al pensar que soy responsable en parte de su
enfermedad. Creo que ahora ya no sienten nada, ni miedo, ni dolor, pero el hecho de que no
puedan sentir el horror de lo que se han convertido no me libera de mi terrible culpa. Esta
pesadilla que me rodea también es obra mía.
A pesar de la culpabilidad que arde en mi corazón y que me perseguiría durante toda
la vida, intentaré sobrevivir aunque sólo fuera para verte otra vez, sin embargo, todos mis
esfuerzos sólo han servido para retrasar lo inevitable: estoy infectado y no existe cura
alguna para lo que vendrá a continuación. La única solución es acabar con mi vida antes de
que pierda lo que me diferencia de ellos: mi amor por ti. Por favor, comprende lo que hago.
Quiero que sepas que lo siento mucho.»
MARTIN CRACKHORN
Jill suspiró y dejó el arrugado trozo de papel encima de la mesa con suavidad.
Las criaturas eran víctimas de su propia investigación. Al parecer, había adivinado
lo que había sucedido en la mansión, aunque leer aquella carta impedía que se
sintiera muy orgullosa de sus dotes de deducción. Había colocado el emblema del
sol, y había decidido que la oficina de la planta superior merecía un registro más
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exhaustivo. Después de rebuscar un poco, había encontrado el testamento de
Crackhorn metido en uno de los cajones.
Crackhorn, Martín Crackhorn. Era uno de los nombres de la lista de Trent...
Jill frunció el entrecejo y regresó a la puerta de la oficina caminando con lentitud.
Por alguna extraña razón que no lograba a comprender, Trent quería que los
STARS descubrieran lo que había ocurrido en la mansión antes que nadie. Sin
embargo, era obvio que él ya sabía bastante, así que ¿por qué no decírselo
directamente a los STARS? y además, ¿qué ganaba Trent diciéndoles lo poco que
había dicho? Atravesó el pequeño vestíbulo de la oficina y salió de nuevo a la sala,
todavía con el entrecejo fruncido. Barry había estado actuando de una forma
bastante rara poco antes, y ella necesitaba saber la razón. Quizá le respondiera con
franqueza si le hacía una pregunta directa... O quizá no. De todas maneras, al menos
me dará una respuesta.
Jill se detuvo en el rellano de las escaleras posteriores e inspiró
profundamente... y se dio cuenta de que algo había cambiado. Miró alrededor con
incertidumbre, mientras intentaba descubrir con exactitud lo que le estaban
diciendo sus sentidos.
Hace menos frío. Sólo un poco menos de frío, pero desde luego la
temperatura ha subido. Y el aire no huele tanto a estancado... Como si alguien
hubiese abierto una ventana o quizás una puerta.
Jill se dio la vuelta y comenzó a bajar las escaleras al trote, repentinamente
ansiosa por echarle un vistazo a la cerradura del diagrama. Cuando llegó al final
de las escaleras vio que la puerta que comunicaba una sala con la otra estaba
abierta de par en par. Oyó a lo lejos el sonido de los grillos, y sintió el cálido aire
nocturno soplar hacia ella a través de la fría hedionda de la mansión. Se apresuró a
llegar hasta el oscuro pasillo y dobló a la derecha mientras intentaba no hacerse
ilusiones. Dobló de nuevo a la derecha y vio que la puerta que llevaba hasta el
sendero abierto también estaba abierta de par en par. Quizá lo único que ocurre es
eso, que las dos puertas estaban abiertas. No significa que el rompecabezas esté
resuelto. Jill comenzó a correr, sintiendo la limpia tibieza del aire veraniego sobre
su piel mientras daba la vuelta a una esquina del sendero... Dejó escapar una corta
y triunfante carcajada cuando vio los cuatro emblemas colocados en su sitio al lado
de la puerta abierta. Una cálida brisa atravesaba la estancia que el rompecabezas
había abierto, un pequeño almacén para las herramientas de jardinería. La puerta
de metal que había al otro lado del almacén también estaba abierta, y Jill vio la luz
de los rayos de la luna brillando sobre una pared de ladrillo que había más allá de
la puerta de oxidadas bisagras. Barry había tenido razón: la puerta llevaba al
exterior. Ahora podrían buscar ayuda, podrían encontrar un camino seguro por el
que salir del bosque o, al menos, hacer una señal de fuego a la policía que...
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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S. D. PERRY
Pero si Barry ha encontrado los símbolos heráldicos que faltaban, entonces, ¿por qué
no ha venido a buscarme? La sonrisa de Jill se desvaneció cuando entró en el
cobertizo, mientras miraba con desgana las polvorientas cajas y barriles que se
alineaban a lo largo de las grises paredes de piedra. Barry sabía dónde se
encontraba, él mismo le había sugerido que se encargara de registrar la segunda
planta del ala oeste... Quizá no ha sido Barry quien ha abierto la puerta.
Cierto, podía haber sido Wesker o Chris, o tal vez incluso uno de los
miembros del equipo Bravo. Si era así, lo mejor que podía hacer era regresar en
busca de Barry. Mejor, incluso, investigaré la zona un poco, sólo para asegurarme de que
vale la pena el esfuerzo. Era una forma de racionalizar un sentimiento, porque la idea
de regresar a la mansión ahora que tenía una posible vía de escape delante de ella
no era tan atrayente. Desenfundó su Beretta y se encaminó hacia la puerta exterior.
Había tomado una decisión. De lo primero que se dio cuenta fue del ruido del
agua corriendo, que se oía por encima de los demás suaves ruidos nocturnos del
bosque. Sonaba como una pequeña catarata. Lo segundo y lo tercero fueron los
cuerpos de dos perros que estaban tirados en mitad del sendero pedregoso. Los
había abatido a disparos. Sin duda, alguno de los STARS ha pasado por aquí. Jill
entró en un gran patio que estaba rodeado por unos elevados muros, con unos
gruesos setos a cada lado. Unas nubes oscuras se cernían ominosas a poca altura.
Al otro lado de aquel espacio abierto vio una puerta de hierro, a continuación de
un plantío de arbustos, y a su izquierda divisó un sendero que se veía envuelto en
las sombras que proyectaban los altos muros de ladrillo de cuatro metros. El suave
murmullo de la catarata parecía provenir de aquella dirección, aunque el sendero
acababa abruptamente en otra puerta de metal de poco más de un metro. ¿Quizás
unas escaleras que bajan?
Jill dudó unos instantes. Miró la vieja y oxidada puerta de metal que se
encontraba delante de ella, y después a los retorcidos cuerpos de los perros
mutantes. Ambos estaban más cerca de la puerta que del sendero, y suponiendo
que ambos hubieran muerto mientras atacaban, el que había disparado debía
encaminarse en aquella dirección... De repente oyó un fuerte ruido de agua
salpicando en todas direcciones, y aquello tomó la decisión por ella. Jill se giró y
corrió por el sendero iluminado por la luna, con la esperanza de descubrir lo que
había provocado aquel sonido. Llegó al final del sendero de piedra y se asomó por
encima de la puerta. Retrocedió, sorprendida por el repentino vado que se abría a
sus pies. No había escalera alguna: la puerta daba a una pequeña plataforma de
ascensor y a un enorme patio a unos seis metros por debajo de ella. El sonido del
chapoteo procedía de su derecha, y Jill bajó la mirada justo a tiempo para ver una
silueta oscura que atravesaba una catarata, y desaparecía tras la cortina de agua
que dejaba por la pared oeste. ¿Qué demonios...? Se quedó mirando la pequeña
cascada y parpadeó, sin sentirse segura de lo que había visto. Quizá los ojos le
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S. D. PERRY
estaban jugando una mala pasada. El chapoteo había cesado en cuanto la persona
había desaparecido, y estaba bastante segura de que no tenía alucinaciones
auditivas... lo que significaba que la cascada ocultaba un pasaje secreto. Estupendo.
Eso es justamente lo que le falta a este lugar. Dios sabe que no me bastaba con lo que he
encontrado dentro de la casa. Los mandos para el ascensor, en el que sólo cabía una
persona, se encontraban en una barra de metal al lado de la puerta oxidada. La
plataforma se encontraba en el suelo del patio inferior, así que Jill apretó el botón
de encendido, pero no ocurrió nada. Tendría que bajar por otro método y perder
tiempo mientras el tipo de la silueta misteriosa se alejaba. A no ser que...
Jill observó detenidamente el estrecho hueco del ascensor, un rectángulo de
poco más de un metro de longitud del lado encarado hacia el patio abierto. Tener
que subir por allí sería una cabronada, pero ¿y bajar? Pan comido. Podría
descender en un minuto o poco más. Sólo tendría que utilizar la espalda como
punto de apoyo e ir bajando poco a poco con las piernas. Un inquietante
pensamiento la asaltó mientras se sacaba la escopeta de la funda de la espalda y se
preparaba para comenzar el descenso: si la persona que había atravesado la
cascada era uno de los miembros del equipo STARS, ¿cómo sabía que existía un
pasaje secreto en aquel lugar? Buena pregunta, y no una en la que quisiera
detenerse mucho rato. Jill empuñó con fuerza la escopeta, abrió la puerta que daba
al hueco del ascensor y comenzó a bajar lentamente por él.
Le habían dado a Barry quince minutos de margen antes de dirigirse hacia el
ala oeste y encontrar abierta la puerta trasera. Se quedaron allí en pie, mirando la
placa de cobre y los distintos emblemas grabados. Chris se fijó especialmente en el
emblema con el grabado de la luna en cuarto creciente que Barry se había llevado
consigo. Se sentía algo confuso y muy preocupado. Barry era una de las personas
más francas y honestas que jamás había conocido. Si él había dicho que iba en
busca de Jill y que volvería junto a ellos, eso es exactamente lo que pretendía hacer.
Pero no había regresado, y si se había metido en problemas, ¿cómo es que el
emblema habla acabado colocado en su sitio correspondiente? No le gustaba
ninguna de las explicaciones a las que había llegado su mente lógica: alguien se lo
podría haber arrebatado... él podría haberlo colocado en su sitio y luego haber
resultado herido... Las posibilidades parecían infinitas, y alguna de ellas era
demasiado esperanzadora. Suspiró, le dio la espalda al diagrama y miró a Rebecca.
—Sea lo que fuere lo que le ha pasado a Barry, deberíamos seguir adelante.
Puede que éste sea el único camino de salida de la mansión y sus alrededores.
Rebecca sonrió levemente.
—A mí me parece bien. Es que me siento bien por la idea de salir por fin de
aquí, ¿sabes?
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—Sí, te entiendo —contestó él con fervor.
No se había dado cuenta de que se había acostumbrado al frío y opresivo
ambiente de la mansión hasta que salieron al exterior. La diferencia era realmente
increíble.
Atravesaron el pequeño almacén de herramientas y se detuvieron en la puerta
trasera. Ambos respiraban de forma rápida y agitada. Rebecca comprobó su
Beretta por lo que le pareció a Chris que era la centésima vez desde que salieron de
la sala principal y volvió a morderse el labio inferior. Chris se dio cuenta de lo
tensa que estaba su compañera e intentó pensar en algo que la ayudara a relajarse,
cualquier cosa que le sirviera si se veían obligados a entrar en una situación de
combate. El entrenamiento de los STARS cubría todas las situaciones básicas, pero
disparar con una pistola de juguete contra una pantalla de vídeo gigante era muy
distinto a enfrentarse en un combate real.
Sonrió de repente al recordar las sabias palabras que le habían dicho en su
primera operación, un enfrentamiento contra un grupo de enloquecidos miembros
de una secta religiosa en la parte interior septentrional del estado de Nueva York.
Estaba aterrorizado, y había hecho todo lo humanamente posible por que no se le
notara. La capitana de la misión era una mujer extremadamente bajita y muy dura
de roer, una experta en explosivos llamada Kaylor. Lo había llevado aparte, lo
había mirado de arriba abajo y le había dado el mejor consejo que jamás había
recibido.
—Hijo, pase lo que pase, cuando comience el tiroteo, intenta no mearte en los
pantalones, ¿de acuerdo?
Aquello lo sorprendió tanto que lo sacó del estado de nerviosismo en el que
se encontraba. Lo que le había dicho era tan chocante que se había visto obligado a
olvidar su miedo para aceptar que le había dicho algo tan fuera de lo normal.
—¿De qué te ríes? —le preguntó intrigada Rebecca.
Chris sacudió la cabeza y su sonrisa desapareció. No creía que aquello
funcionara con Rebecca, y además, los peligros a los que se enfrentaban en aquel
momento no respondían a sus disparos.
—Es largo de contar. Vámonos.
Se adentraron en la oscuridad y la tranquilidad de la noche, sólo
interrumpida por el chirrido de los grillos. Estaban en una especie de patio interior,
con unos altos muros de piedra a cada lado y con un sendero que se dirigía hacia la
izquierda.
Chris podía percibir el sonido de agua corriendo cerca de allí y el lastimero
aullido de un coyote, un sonido solitario y lejano.
Y hablando de perros...
Había un par de ellos tendidos en el suelo del sendero de piedra, y la luz de la
luna se reflejaba en sus húmedos y fibrosos cuerpos.
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Chris se acercó a uno de ellos, se agachó a su lado y le tocó el costado. Retiró
con rapidez la mano y en su cara se dibujó un gesto de asco: el cuerpo del perro
mutante estaba tibio y pegajoso, como si le hubieran metido en una bañera llena de
mocos.
Se puso en pie mientras se limpiaba la mano en la pernera de sus pantalones.
—No lleva mucho tiempo muerto —dijo en voz baja—. Calculo que hace
menos de una hora que lo mataron.
Más allá de unos setos herbosos que se levantaban delante de ellos había una
puerta de hierro de aspecto oxidado. Chris le indicó con un gesto a Rebecca el
lugar, y ambos se dirigieron hacia allí. El ruido del agua aumentó hasta convertirse
en un rugido apagado. Chris tiró de la puerta, que se abrió sobre unas bisagras
oxidadas y ruidosas y dejó al descubierto un enorme depósito de agua cortado
directamente en la piedra, del tamaño de un par de piscinas grandes puestas
juntas. Unas sombras oscuras y profundas caían a cada lado, provocadas por el
aparentemente sólido muro de árboles y lujuriosa vegetación que amenazaba con
atravesar la valla que rodeaba el depósito. Avanzaron hasta detenerse en el borde
de la enorme piscina. Al parecer, se encontraba en el lento proceso de ser vaciada.
El rugido apagado lo causaba el estrecho flujo de agua que salía por el extremo
oriental a través de una pequeña compuerta. No había un sendero que rodeara el
depósito, pero Chris divisó una pasarela que cruzaba por el centro de la propia
superficie normal del agua, a unos dos metros de distancia por debajo de ella. Vio
también unas escaleras metálicas a ambos lados de la pasarela, y era obvio que el
propio sendero por el que caminaban había estado sumergido hasta hacía poco,
porque las piedras oscuras estaban salpicadas aquí y allá por algas goteantes. Chris
observó detenidamente todo el conjunto durante unos instantes, y se preguntó
cómo podía cruzarlo nadie cuando estaba completamente lleno de agua. Otro
misterio que añadir a la creciente lista de sucesos inexplicables. Bajaron sin decir
nada y se apresuraron a cruzar el sendero de la pasarela. Las botas chirriaban con
un sonido húmedo al pisar las piedras mojadas. Chris subió deprisa por la segunda
escalera y, en cuanto estuvo arriba, extendió la mano para ayudar a subir a
Rebecca. El sendero, oscurecido por la sombra de los árboles, estaba cubierto de
ramas y agujas de pino y parecía recorrer el borde oriental del depósito, pasando
por encima de la compuerta abierta. Comenzaron a andar hacia la catarata
artificial, y sólo habían recorrido unos cuantos metros cuando comenzó a llover.
Plop, plop, plop.
Chris frunció el entrecejo, y una voz interior le indicó que no se debería poder
oír las gotas de lluvia por encima del rugir del agua que se vaciaba. Miró hacia
arriba... Vio que una rama retorcida caía desde el follaje de los árboles que se
asomaban por encima de la verja, una rama que cayó sobre las piedras y comenzó
a deslizarse suavemente... Eso no es una rama... Entonces vio que había una docena
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en el suelo, arrastrándose por encima de las piedras negras, retorciéndose y
siseando mientras caían desde los árboles. Rebecca y él estaban rodeados de
serpientes.
—Oh, mierda...
Sorprendida, Rebecca se giró hacia Chris al oírlo maldecir, y entonces sintió
que el terror atravesaba su cuerpo de la cabeza a los pies y su corazón se encogía al
ver el sendero a espaldas de Chris. El suelo parecía haber cobrado vida, y unas
sombras negras se retorcían hacia sus pies y caían desde arriba como una lluvia
viviente. Rebecca comenzó a levantar su pistola, pero se dio cuenta de que eran
demasiadas justo en el momento en que Chris la agarraba del brazo.
—¡Corre! —le gritó.
Comenzaron a correr tambaleándose y Rebecca gritó de forma involuntaria e
incontrolada en el momento en que el cuerpo grueso que se retorcía le cayó encima
del hombro. Sintió el frío tacto de las escamas de la criatura sobre su brazo
mientras la serpiente caía hacia el suelo y se golpeaba con las piedras del camino.
Siguieron corriendo por el sendero zigzagueante bajo las sombras, con las suelas
de las botas aplastando carne gomosa en movimiento que casi les hacía perder el
equilibrio. Las serpientes se abalanzaban sobre ellos intentando morderles las
botas. Por fin llegaron a la compuerta de metal, y el agua negra y espumosa corrió
bajo sus pies y el sonido de sus botas sobre el metal se apagó debido al rugir del
agua. Las piedras situadas por delante de ellos estaban más despejadas de
serpientes, pero el sendero también desaparecía bruscamente, y una plataforma de
ascensor marcaba su final. No quedaba otro sitio hacia el que ir. Se apretujaron en
la pequeña plataforma y Rebecca manoteó los mandos mientras respiraba en
boqueadas aterrorizadas. Chris se giró y disparó repetidas veces. El chasquido del
arma resonó por encima del rugir de las turbulentas aguas al mismo tiempo que
Rebecca encontraba por fin el botón que ponía en funcionamiento el ascensor y lo
apretaba. La plataforma se estremeció y comenzó a descender, bajando pegada a la
gran pared rocosa hacia otro patio enorme y vacío que se encontraba a sus pies.
Rebecca se dio la vuelta y alzó su arma para ayudar a Chris... Se quedó con la boca
abierta, incapaz de hacer nada, frente a la tremenda y desagradable escena. Tenían
que ser cientos de serpientes, porque el sendero estaba prácticamente oculto por
las viscosas criaturas que se retorcían y siseaban mientras se abalanzaban unas
contra otras en un frenesí de mordiscos. Para cuando logró salir de su estupor, la
visión había desaparecido después de subir más allá del nivel de sus ojos. El
ascensor pareció tardar una eternidad, y ambos mantuvieron la mirada enfocada
hacia arriba, hacia el borde del sendero que acababan de dejar atrás mientras
contenían la respiración y esperaban que empezaran a caerles una lluvia de
cuerpos. Ambos saltaron de la plataforma del ascensor cuando éste se encontraba a
pocos metros del suelo, y se alejaron a toda velocidad, aunque a trompicones, a lo
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largo de la pared rocosa. Se dejaron caer de espaldas sobre la fría piedra, jadeantes.
Rebecca echó un vistazo al patio interior al que habían llegado entre dos bocanadas
de aire, y dejó que el suave sonido de la cascada la tranquilizara un poco. Era un
espacio abierto enorme, compuesto por piedras y ladrillos, y cuyos colores estaban
difuminados por la escasa luz. El agua procedente del depósito que habían dejado
atrás y arriba caía sobre dos piscinas cercanas, y enfrente de ellos había una única
puerta, y ni una sola serpiente. Tomó una última bocanada de aire y la dejó escapar
lentamente después. Luego se giró hacia Chris.
—¿Te han mordido? —preguntó preocupada.
Él negó con la cabeza.
—¿Y a ti?
—No, tampoco. Aunque si he de serte sincera, preferiría no volver por ahí. La
verdad es que me gustan más los gatos.
Chris se quedó mirándola por unos momentos antes de sonreír y alejarse de la
pared de piedra.
—Es curioso. Yo creí que te irían más las ratas de laboratorio. La...
Bip-bip. ¡La radio! Rebecca manoteó para desenganchar el aparato de su
cinturón, dejando repentinamente en el olvido el tema de las serpientes. Era el
sonido que había estado esperando escuchar desde que encontraron el cuerpo de
Richard. Alguien intentaba comunicarse con ellos, quizás una patrulla de rescate.
Levantó el aparato para que ambos pudieran oír la comunicación. La estática
chasqueó a través de pequeño altavoz junto al chillido de una débil señal.
—... oy Brad!... equipo Alfa... recibís? Si... escuchar esto...
La voz desapareció para ser sustituida por completo por la estática. Rebecca
pulsó el botón de comunicación y habló rápidamente.
—¿Brad? ¡Brad, adelante!
Ambos permanecieron a la escucha durante unos instantes más, pero no
lograron oír nada más.
—Debe de haber salido del radio de alcance de este aparato —dijo Chris.
Suspiró y se internó en el patio mientras miraba hacia el cielo oscuro y
nublado. Rebecca volvió a colocarse la silenciosa radio en el cinturón, pero se
sentía más llena de esperanza que en ningún otro momento de la noche. El piloto
estaba en algún lugar, allí fuera, sobrevolando en círculos la zona para
encontrarlos. Ahora que ya habían salido de la mansión, podrían oírle con mayor
claridad. Eso suponiendo que regrese. Rebecca hizo caso omiso de aquel pensamiento
y caminó hasta colocarse al lado de Chris, quien había visto otra pequeña
plataforma elevadora, oculta tras un repliegue más allá de la cascada. Una rápida
comprobación les mostró que no disponían de la energía necesaria en la batería
como para funcionar. Chris se dio la vuelta hacia la puerta mientras metía un
nuevo cargador en su Beretta.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
—¿Vemos qué hay detrás de la puerta número uno?
Era una pregunta retórica, porque a menos que quisieran cruzar por el medio
de todas aquellas serpientes, era su única opción. Aun así, Rebecca sonrió y asintió
con la cabeza, queriendo demostrarle que estaba preparada y dispuesta... y
deseando al mismo tiempo que, si pasaba algo, realmente lo estuviera.
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S. D. PERRY
Capítulo 14
Jill se quedó de pie al borde de un gran pozo en mitad del húmedo túnel,
mirando impotente la puerta que se hallaba al otro lado. La boca del pozo era
demasiado ancha para llegar de un salto al otro lado, y no había forma alguna de
bajar por un lado y luego subir por el otro. Al menos, ella no veía modo de hacerlo;
tendría que regresar y probar a entrar por la puerta que estaba cerca de la escalera.
Su suspiro de frustración se convirtió en un estremecimiento. La fría humedad que
emanaba de las paredes de piedra ya habría sido bastante mala sin que ella encima
estuviera completamente empapada. Menudo pasadizo secreto: para utilizarlo, tienes
que pillar una neumonía. Un reflejo metálico llamó su atención cuando se dio la
vuelta, con los pies haciendo chasquear el agua que tenía metida en las botas. Se
agachó para ver mejor mientras se quitaba un mechón de pelo mojado que le
tapaba los ojos. Era una pequeña placa de metal incrustada en una piedra, con un
agujero de seis lados del tamaño aproximado de una moneda en el centro. Volvió a
mirar a la puerta y se quedó pensativa.
Quizá pone en funcionamiento un puente o baja unas escaleras... No importaba, ya
que no disponía del elemento necesario para ello; era un callejón sin salida.
Además, era poco probable que quienquiera que fuese la persona que había visto
metiéndose debajo de la cascada hubiera logrado cruzar. Jill volvió a recorrer el
tortuoso pasaje hacia la entrada del túnel, todavía sorprendida por lo que había
encontrado detrás la cortina de agua. Al parecer, existía todo un complejo
entramado de túneles debajo de la propiedad Spencer. Las paredes del túnel eran
desiguales y rugosas, y de tanto en tanto salían unos trozos de piedra caliza de
ellas, pero en extraños ángulos. Sin embargo, la enorme cantidad de trabajo
necesaria para crear aquel camino subterráneo era pasmosa. Finalmente, llegó
hasta la puerta de metal que había cerca de la escalera y tuvo que esforzarse por
reprimir el castañeteo de los dientes cuando una fría corriente procedente del patio
superior recorrió su cuerpo. El ruido de la cascada le llegaba extrañamente
apagado. El continuo y rítmico golpeteo de las gotas de agua que caían sobre el
suelo de piedra sonaba mucho más fuerte, dando una atmósfera medieval a los
túneles... Abrió la puerta... y se quedó helada, sintiendo una intensa mezcla de
emociones cuando vio a Barry Burton darse la vuelta para encararse con ella, con
su revólver apuntándole al pecho. Ganó la emoción de la sorpresa.
—¿Barry?
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S. D. PERRY
Él bajó rápidamente su arma, con el mismo aspecto de sorpresa que ella, y con
el mismo aspecto empapado. Su camiseta colgaba chorreando de sus anchos
hombros, y su corto pelo estaba pegado al cráneo.
—¡Jill! ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Por lo visto, del mismo modo que tú, pero ¿cómo sabías...?
Él levantó la mano, indicándole con el gesto que se callara.
—Escucha.
Ambos guardaron un intenso silencio. Jill miró arriba y abajo el pasillo de
piedra, y no logró oír nada de lo que fuera que Barry hubiera oído. Había una
puerta de metal a cada lado, semiocultas en la sombra provocada por la escasa luz.
—Creí oír algo —dijo finalmente Barry—. Voces...
Antes de que ella pudiera formularle ninguna pregunta, se dio la vuelta y la
miró con una sonrisa insegura.
—Mira, siento no haberte esperado, pero oí a alguien caminando por el jardín
y decidí salir a mirar quién era. Encontré este lugar por casualidad. Tropecé y caí
dentro... Es igual. Me alegro de verte aquí. Vamos a echar un vistazo por los
alrededores a ver qué encontramos.
Jill asintió, pero decidió mantener vigilado a Barry durante un tiempo. Quizás
ella estaba paranoica, pero a pesar de lo que había dicho, Barry no parecía
realmente muy contento de verla...
Espera y observa, le susurró su mente. De momento, era lo único que podía
hacer. Barry encabezó la marcha hacia la puerta que se hallaba a la derecha, con el
Colt en alto. Tiró del pomo de la puerta, y ante sus ojos apareció otro túnel
envuelto en sombras. A pocos pasos a la derecha había otra puerta de metal, más
allá, el pasillo estaba completamente a oscuras. Barry le señaló con un gesto a Jill la
puerta y ella asintió. Barry la abrió y los dos entraron en otro silencioso corredor.
Jill suspiró para sus adentros mientras observaba detenidamente las paredes,
deseando tener un trozo de tiza con ella. El túnel en el que se encontraban parecía
idéntico a todos los que habían visto, aunque éste giraba a la izquierda al final. Ya
se sentía perdida, así que esperaba que no hubiese muchos más giros y esquinas...
—¿Hola? ¿Quién anda por ahí?
Una voz grave y familiar resonó procedente de algún punto por delante de
ellos, y las palabras rebotaron por el eco del lugar.
—¿Enrico? —dijo Jill.
—¿Jill? ¿Eres tú?
Emocionada, Jill recorrió a la carrera los últimos metros que la separaban de
la esquina, con Barry pegado a sus talones. El jefe del equipo Bravo todavía estaba
vivo, y de algún modo había acabado allí abajo... Dobló la esquina y lo vio sentado
con la espalda apoyada en la pared. El túnel se ensanchaba y acababa en un
pequeño gabinete, por supuesto, también envuelto en sombras.
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—¡Quieta! ¡No te muevas!
Jill se detuvo en seco, mirando fijamente la Beretta con la que Enrico la
apuntaba. Estaba herido, y el reguero de sangre que le salía de la pierna había
formado un charco en el suelo.
—¿Estás con alguien, Jill?
Tenía los ojos negros entrecerrados con una expresión de sospecha, pero el
cañón de su arma no osciló ni un milímetro.
—Barry también está aquí... Enrico, ¿qué ha pasado? ¿De qué va todo esto?
Enrico se quedó mirándolos en cuanto Barry dobló cautelosamente la esquina,
y durante un largo momento su mirada fue del uno al otro llena de nerviosismo...
Por fin se derrumbó y bajó el arma mientras se desplomaba de nuevo sobre la
pared. Barry y Jill se apresuraron a acercarse y se agacharon al lado del Bravo
herido.
—Lo siento —dijo Enrico con voz débil—. Tenía que asegurarme...
Al parecer, defenderse de aquel modo le había hecho gastar sus últimas
energías. Jill le tomó de las manos con suavidad, alarmada por la palidez de su
rostro. La sangre continuaba saliendo de la herida, y ya tenía la pernera de los
pantalones completamente empapada.
—Todo esto ha sido un montaje, una trampa —dijo de forma entrecortada
mientras la miraba con ojos temblorosos—. Me perdí y trepé por la valla... Vi los
túneles... encontré el papel... Umbrella lo sabía desde el principio...
Barry parecía asustado, y su rostro estaba casi tan blanco como el de Enrico.
—Aguanta, Enrico. Te sacaremos de aquí, sólo tienes que quedarte tumbado...
Enrico sacudió negativamente la cabeza sin dejar de mirar a Jill.
—Hay un traidor en los STARS —susurró—. Él me dijo...
¡Bang! ¡Bang!
El cuerpo de Enrico casi saltó en el aire cuando dos agujeros aparecieron de
repente en su pecho. La sangre comenzó a salir en grandes borbotones y, a pesar
del resonante eco de los disparos, pudieron oír el ruido de unos pies lanzados a la
carrera por el pasillo que estaba a sus espaldas. Barry se puso en pie de un salto y
echó a correr, doblando la esquina mientras Jill apretaba impotente la cada vez
menos temblorosa mano de Enrico. Su cuerpo se derrumbó definitivamente,
muerto antes ni siquiera de llegar al frío suelo de piedra. La mente de Jill se llenó
de preguntas mientras el eco de los pasos lanzados en la persecución de Barry se
alejaban y el silencio volvía a reinar en las profundas sombras.
¿Qué papel había encontrado Enrico? Cuando el miembro del equipo Bravo
había pronunciado la palabra «traidor», ella había pensado inmediatamente en
Barry, ya que actuaba de forma muy rara, pero él había estado justo a su lado
cuando alguien había disparado dos veces contra Enrico. ¿Quién lo ha hecho? ¿De
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
quién hablaba Trent? ¿A quién ha visto Enrico? Jill sostuvo la mano de Enrico
sintiéndose perdida y sola y esperó a que Barry regresase.
Rebecca estaba registrando un viejo baúl que había apoyado en una de las
paredes de la habitación en la que habían entrado, revolviendo ceñuda montones
de papel mientras Chris registraba el resto de la estancia. Los únicos elementos de
mobiliario eran un camastro con las sábanas revueltas, una mesa escritorio y un
antiguo y enorme mueble estantería. Después del frío y extraño esplendor de la
mansión Chris se sintió en cierto modo absurdamente agradecido por el ambiente
más sencillo y normal. Habían llegado hasta una casa situada al final de un largo y
tortuoso camino procedente del patio, un lugar mucho más pequeño e
infinitamente menos intimidatorio que la mansión. La sala en la que habían
entrado estaba construida con madera muy simple y sin decorar, lo mismo que los
dos dormitorios que habían descubierto justo al salir del silencioso pasillo. Chris
supuso que habían encontrado la casa de algunos de los empleados de la mansión.
Se había fijado en el polvo del suelo de la sala de entrada en el que no se veía ni
una sola huella, y se dio cuenta con resignada calma que ninguno de los otros
miembros de los STARS había pasado por allí. Ni él ni Rebecca tenían modo
alguno de regresar, por lo que la única opción que les quedaba era intentar
encontrar otra puerta trasera y salir en busca de ayuda. A Chris no le gustaba la
idea, pero no les quedaba más remedio. Después de un breve registro por encima
de las estanterías, Chris se dirigió hacia la desgastada mesa escritorio de madera y
tiró del primer cajón. Estaba cerrado con llave. Se agachó y recorrió con los dedos
el fondo del cajón, sonriendo cuando tocó con la punta un grueso trozo de cinta
adhesiva.
¿Es que la gente ya no ve películas? La llave siempre está pegada debajo del
cajón. Tiró de la cinta adhesiva y una pequeña llave plateada cayó en su mano. Sin
dejar de sonreír, abrió la cerradura y tiró del cajón. Lo único que había dentro era
un mazo de cartas, unos cuantos bolígrafos y lápices, algunas gomillas, un
arrugado paquete de cigarrillos... en su mayor parte, cachivaches varios, del tipo
que siempre se acumula en los cajones de un escritorio. ¡Premio!
Chris levantó el grupo de llaves por el llavero de cuero, sintiéndose muy
satisfecho consigo mismo. Si encontrar la salida resultaba así de fácil, estarían en
Raccoon City en muy poco tiempo.
—Parece que hemos encontrado algo —dijo en voz baja con el llavero en la
mano.
El cuero tenía grabada a fuego la palabra «Alias» por un lado, y por el otro
tenía escrito a bolígrafo el número 345. Chris no tenía ni idea de la posible
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
importancia del número, pero recordó el mote por el diario que había encontrado
en la mansión.
Gracias, señor Alias.
Si se suponía que las llaves pertenecían a aquel lugar, estaban mucho más
cerca de salir de la propiedad Spencer.
Rebecca todavía estaba sentada al lado del baúl, rodeada de papeles, sobres e
incluso unas cuantas fotografías que también había sacado. Parecía totalmente
concentrada en lo que fuese que estuviese leyendo, y cuando Chris se acercó a ella
levantó la mirada con unos ojos llenos de preocupación.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Chris.
Rebecca levantó la hoja de papel que estaba leyendo.
—Un par de cosas. Escucha esto: «Han pasado cuatro días desde el accidente,
y la Planta 42 sigue creciendo y mutando a un ritmo increíble...» —Pasó de largo
unas cuantas páginas hablando mientras lo hacía—. Llama a esa criatura Planta 42
y dice que la raíz se encuentra en el sótano... aquí está: «Poco después del
accidente, uno de los miembros infectados del personal de investigación se volvió
muy violento y partió el depósito de agua del sótano, lo que inundó toda la
sección. Creemos que algunos residuos de los elementos químicos utilizados en las
pruebas del virus T han contaminado el agua y han contribuido a las tremendas
mutaciones de la Planta 42. Ya se ha descubierto un número de brotes en otras
partes de edificio, pero en este momento, la planta principal cuelga del techo de la
gran sala de conferencias de la primera planta. Hemos llegado a la conclusión de
que la Planta 42 ha logrado desarrollar cierta sensibilidad al movimiento alrededor
y se ha convertido en un ser carnívoro. Cuando se aproxima un humano, utiliza
sus lianas tentaculares y prensiles para inmovilizar a la víctima, mientras otros
miembros adaptados para atacar se pegan a la piel como si fueran sanguijuelas y
extraen ingentes cantidades de sangre. Varios miembros del personal han caído
víctimas de la planta». Esto tiene fecha del veintiuno de mayo, y está firmado por
Henry Sarton.
Chris meneó la cabeza incrédulo, preguntándose de nuevo cómo alguien
podía inventar un virus como ése. Parecía infectar todo lo que tocaba y contagiaba
la locura, transformando al ser infectado en un carnívoro letal, siempre deseoso de
sangre.
Dios, y ahora una planta devoradora de hombres.
Chris se estremeció, y de repente se sintió doblemente aliviado de poder salir
de allí tan pronto.
—Así que también infecta a las plantas —dijo—. Cuando realicemos nuestro
informe, tendremos que...
—Es que eso no es todo —interrumpió ella mientras le entregaba con
expresión preocupada una fotografía. Era una imagen borrosa de un hombre de
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S. D. PERRY
mediana edad vestido con una bata de laboratorio. Estaba en pie delante de una
sencilla puerta de madera. Chris la reconoció: era la misma puerta por la que
habían entrado unos escasos diez minutos antes, era la entrada a aquel edificio.
Le dio la vuelta a la fotografía y leyó en voz alta la pequeña anotación escrita.
—H. Sarton, enero de 1998. Punto 42.
Se quedó mirando fijamente a Rebecca, comprendiendo al fin su mirada
temerosa. Estaban en el punto 42. La planta carnívora estaba allí.
Wesker se quedó de pie en la oscuridad del túnel sin luz. Su irritación fue en
aumento mientras oía a Barry recorrer a la carrera los pasillos. Jill no se quedaría
esperando eternamente, y el enfurecido señor Burton no parecía darse cuenta de
que el asesino de Enrico simplemente se había metido en las sombras de la vuelta
de la esquina, el lugar más obvio donde esconderse. Vamos, vamos...
Había comenzado a pensar que las cosas iban bien desde que salieron de la
casa. Había recordado la habitación subterránea cerca de la entrada a los
laboratorios, y estaba casi seguro de que la medalla del lobo estaría allí. Además,
los túneles estaban despejados. Había esperado encontrar fuera a los MA2, pero al
parecer nadie había trasteado con los mecanismos de paso desde el accidente. Se
habían separado para buscar la palanca que hacía funcionar los mecanismos de
paso, y había estado a plena vista, colocado al lado del mismísimo mecanismo que
ponía en funcionamiento. Toda habría salido a la perfección... si el maldito Enrico
Marini no hubiese pasado por allí y hubiese encontrado un papel muy importante
que se le había caído accidentalmente a Wesker: su hoja de órdenes, directamente
enviadas desde las oficinas centrales de Umbrella. y para complicarlo todo, Jill
había aparecido en los túneles antes de que Wesker pudiera acabar con el
problema. Wesker suspiró para sus adentros. Si no era una cosa, era la otra. La
verdad era que ese asunto se había convertido en un enorme dolor de cabeza desde
el principio. Al menos, la seguridad de los departamentos inferiores no había sido
activada, aunque no había tenido forma alguna de estar seguro hasta que llegaron
a los túneles, y al haber llevado a Barry como seguro ante las posibles medidas de
seguridad, ahora tenía que cargar con las consecuencias. Si la suma de dinero que
le pagaban no fuese tan buena... Sonrió. ¿A quién quería engañar? La suma era
estupenda.
Barry apareció después de lo que a Wesker le parecieron años, blandiendo su
revólver a ciegas. El cuerpo de Wesker se tensó y esperó hasta que llegara al cuarto
del generador. Ahora venía la parte peligrosa: Enrico había sido amigo íntimo de
Barry. Justo cuando Barry entró en el cuarto, Wesker salió de las sombras y se puso
a su espalda, clavándole el cañón de su pistola en los riñones. Comenzó a hablar al
mismo tiempo en tono bajo y rápido.
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S. D. PERRY
—Sé que quieres matarme, Barry, pero quiero que pienses lo que estás a
punto de hacer. Si yo muero, toda tu familia muere, y ahora mismo, me parece que
Jill también va a tener que morir... pero tú puedes impedirlo. Puedes detener todas
estas muertes.
Barry había dejado de moverse inmediatamente al sentir la punta del arma
clavada en su espalda, pero Wesker advirtió la rabia apenas contenida de su voz, el
odio en su estado puro.
—Has matado a Enrico —dijo con un gruñido casi animal.
Wesker apretó aún más el cañón de su arma.
—Sí, pero no me quedó más remedio. Enrico había encontrado una
información que no debería saber, así que sabía demasiado y si le hubiera dicho a
Jill todo lo que sabía sobre Umbrella, también habría tenido que matarla a ella.
—Vas a matarla de todas maneras. Vas a matarnos a todos...
Wesker suspiró, y dejó que una nota de desesperación y súplica se filtrara en
su voz.
—¡Eso no es cierto! ¿No lo entiendes? ¡Sólo quiero llegar al laboratorio y
eliminar las pruebas antes que nadie más las encuentre! En cuanto destruya ese
material, ya no habrá razón alguna para que nadie más resulte herido.
Simplemente... nos iremos.
Barry se quedó en silencio, y a Wesker no le cupo duda alguna de que el
hombretón quería creerle, quería desesperanzadamente creer que la situación era
así de simple. Wesker le dejó dudar por unos momentos antes de presionarlo de
nuevo.
—Lo único que quiero que hagas es que mantengas ocupada a Jill, que la
mantengas a ella y a cualquier otro alejados de los laboratorios, al menos durante
un tiempo. Le estarás salvando la vida, y te juro que en cuanto consiga lo que
quiero, tú y tu familia no volveréis a oír de mí en toda vuestra vida.
Esperó, y cuando Barry finalmente habló, Wesker supo que lo tenía en el bote.
—¿Dónde están los laboratorios?
¡Buen chico! Wesker bajó su arma y mantuvo la expresión de su rostro
completamente neutra por si acaso Barry tenía una buena visión nocturna y le veía
la cara. Sacó un papel doblado de uno de los bolsillos de su chaleco y se lo puso en
la mano a Barry. Era un mapa de los túneles del primer nivel de las instalaciones
del subsuelo.
—Si por alguna razón no puedes mantenerla alejada de los laboratorios, al
menos manténla a tu lado. Hay muchas puertas con cerraduras en el exterior por
esa zona, y si la cosa se pone fea, puedes encerrarla hasta que todo esto haya
acabado. Lo digo en serio, Barry: nadie más tiene por qué resultar herido. Todo
depende de ti.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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S. D. PERRY
Wesker dio un rápido paso atrás y recogió la palanca con la punta de seis
lados que había dejado al lado del generador. Se quedó observando a Barry
durante unos cuantos segundos más, y vio cómo los hombros del grandullón se
hundían y su cabeza se inclinaba de forma sumisa. Satisfecho, Wesker se dio media
vuelta y salió de la estancia. En el muy poco probable caso de que cualquiera de los
STARS llegara hasta los laboratorios, el señor Burton se encargaría de neutralizarlo
para que no causara más problemas. Se apresuró a regresar a la entrada del túnel,
felicitándose en silencio por volver a tener la situación bajo control mientras se
acercaba al mecanismo del primer pasaje. Tenía que darse prisa. Había «olvidado»
mencionarle unos cuantos detalles a Barry, como, por ejemplo, el destacamento
experimental de seguridad que dejaría libre en los túneles en cuando abriera aquel
mecanismo por primera vez. Lo siento, Barry, tengo tantas cosas en la cabeza... Sería
interesante ver cómo su equipo se comportaba frente a los 121, los Cazadores. Ver
cómo se enfrentaban la agilidad y la fuerza de los STARS contra aquellas criaturas
iba a ser todo un espectáculo. Por desgracia, él se lo perdería. Era mucha mala
suerte, porque los Cazadores llevaban encerrados mucho, mucho tiempo, y
tendrían muchísima, pero muchísima hambre.
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S. D. PERRY
Capítulo 15
Barry tardaba mucho tiempo en volver, demasiado. Jill no tenía ni idea de la
extensión total de aquellos túneles y, por lo que había visto, todos tenían el mismo
aspecto. Era perfectamente posible que Barry se hubiese perdido mientras
intentaba encontrar el camino de regreso. O quizás había encontrado al asesino, y
al no tener apoyo alguno... Puede que no regrese nunca. En cualquier caso, quedarse
allí parada no le serviría de nada. Se puso en pie, miró por última vez la pálida
cara de Enrico y le deseó la paz en silencio antes de alejarse.
¿Qué es lo que encontró que hizo que lo mataran? ¿Quién fue? Enrico sólo
había logrado decir que el traidor era un hombre, pero eso no aclaraba gran cosa.
Excepto ella y la novata, todos los demás miembros del equipo STARS de Raccoon
City eran hombres. Podía eliminar a Chris, ya que él mismo estaba convencido de
que pasaba algo raro desde el principio, y tampoco era Barry, que había estado
justo a su lado en el momento que habían disparado contra Enrico. Brad Vickers no
era el tipo de persona dispuesta a correr ninguna clase de riesgo, y Joseph y
Kenneth estaban muertos, así que...
Eso sólo deja a Richard Aiken, a Forest Speyer y a Albert Wesker. Ninguno de ellos
le sonaba como posible traidor, pero al menos tenía que considerar la posibilidad.
Enrico estaba muerto, y ella no tenía ya ninguna duda de que Umbrella había
comprado a uno de los miembros de STARS. Se agachó para atarse mejor las
empapadas botas cuando llegó a la puerta. Tenía que estar preparada, porque
quienquiera que fuese el que había matado a Enrico, podía matarlos tanto a ella
como a Barry, y puesto que no lo había hecho, Jill suponía que simplemente no
quería matar a nadie más que no andaría a la búsqueda de nuevos objetivos. Si se
suponía que dicho individuo todavía se encontraba en aquel complejo subterráneo,
ella tendría que ser todo lo silenciosa que fuese posible, si quería encontrarlo,
porque los túneles eran excelentes conductores de sonido y amplificaban hasta el
menor susurro. Abrió la puerta de metal y se quedó a la escucha. Luego se internó
en el silencioso túnel, pegada a la pared. El corredor que se abría delante de ella
carecía de luces. Prefirió retroceder por donde había llegado, la oscuridad era
perfecta para una emboscada. No quería descubrir que estaba equivocada con
respecto a las intenciones del atacante recibiendo un balazo en la cabeza. A través
de las frías y ominosas paredes de piedra resonó un rugido bajo y reverberante,
como el ruido de algo grande moviéndose pesadamente. Jill utilizó el sonido
instintivamente para cubrirse y corrió varios pasos para alcanzar la siguiente
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puerta de metal justo cuando el rugido dejó de sonar. Se deslizó hasta el pasillo en
el que se había topado con Barry y cerró suavemente la puerta tras de sí.
¿Qué demonios era eso? ¡Parecía que se estaba moviendo toda una pared! Se
estremeció al recordar el techo que bajaba sin cesar en aquella habitación donde se
había visto atrapada. Quizá los túneles también estaban llenos de trampas.
Tendría que vigilar cada paso que daba. La idea de quedar completamente
aplastada bajo toneladas de roca por algún extraño mecanismo subterráneo...
¿Cómo el que había al lado del pozo, con el agujero hexagonal? Asintió lentamente para
sí misma y decidió que tendría que ir a echar otro vistazo a las puertas a las que no
había podido acceder antes. Quizás el asesino poseía la herramienta necesaria para
abrirlas, y el sonido que había oído antes era el mecanismo de apertura en
funcionamiento. Podía equivocarse, pero no perdía nada por echar un vistazo... Y,
al menos, no me perderé. Extendió la mano para abrir la puerta por la que había
llegado allí y se detuvo de repente, con la cabeza inclinada hacia un lado para
escuchar mejor el extraño ruido que llegaba procedente del túnel a su espalda.
Era... ¿una bisagra oxidada?
¿Alguna clase de pájaro? Era un sonido bastante fuerte, fuese lo que fuese.
Tump. Tump. Tump. Ese sonido sí que lo reconocía. Pasos, e iban en su dirección;
o bien era Barry o bien era alguien con su complexión física. Eran unos pasos
pesados, lentos, pero demasiado separados entre sí, demasiado... deliberados. ¡Sal
de aquí ahora mismo! Jill agarró la manivela metálica de la puerta y la abrió. Salió
corriendo hacia el siguiente túnel, sin importarle ya el ruido que hacía. Aunque a
veces no los interpretaba bien, sus instintos jamás le fallaban, y en aquel momento
le estaban diciendo que no debía estar allí cuando quienquiera o lo quequiera que
fuese que estaba provocando aquel ruido llegara hasta aquel lugar. Continuó
corriendo por el pasillo de piedra, alejándose de la escalera que llevaba de regreso
al patio exterior, y, llegado el momento, decidió que era mejor aminorar la marcha.
Respiró profundamente. No podía seguir corriendo de esa manera hacia adelante,
era muy posible que hubiera más peligros aparte del que se encontraba a su
espalda. La puerta se abrió detrás de ella.
Jill se giró y alzó su arma... y se quedó mirando horrorizada la criatura que
estaba allí. Era enorme, con una silueta humana... pero allí acababa el parecido.
Estaba desnuda y carecía de sexo. Todo su cuerpo musculoso estaba cubierto por
una piel parecida a la de los anfibios y de un color verde oscuro. Estaba tan
inclinado sobre su espalda que sus brazos increíblemente largos casi tocaban el
suelo, y tanto las manos como los pies acababan en unas garras de aspecto muy
afilado. Sus ojos, pequeños y de un color claro luminoso, resaltaban en su liso
cráneo reptilesco. La extraña criatura giró la cabeza y fijó su mirada en ella. Su
amplia mandíbula inferior bajó... y soltó un chillido agudo como jamás había oído
Jill antes, un grito que llenó su mente de un terror letal. Jill disparó, y tres
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RESIDENT EVIL VOL. 1
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proyectiles se incrustaron en el pecho de la criatura, lanzándola hacia atrás. El ser
trastabilló y se desplomó contra la pared del túnel... Lanzando otro feroz aullido se
abalanzó hacia ella, impulsándose sobre sus poderosas piernas y con las garras
extendidas hacia adelante, dispuestas a agarrar y desgarrar su carne.
Disparó una y otra vez mientras la criatura corría hacia ella, y los proyectiles
arrancaron trozos de carne e hiciera saltar al aire chorros de sangre... Finalmente, la
criatura se desplomó a un par de metros de ella, sin dejar de chillar y lanzando
zarpazos con una de las garras en un intento por agarrarle las piernas. Un olor
animal llegó hasta su nariz, un olor que hablaba de lugares oscuros y rabia salvaje.
Dios, ¿por qué no muere? Jill apuntó la Beretta hacia la parte posterior del cráneo y
vació el cargador. Continuó disparando mientras la carne verdosa se abría y los
huesos saltaban astillados, aun cuando las balas perforaron la masa pulposa y
sonrosada de su cerebro. Clic. Clic. Clic. No había más balas. Bajó el arma mientras
todo el cuerpo le temblaba. Se había acabado, la criatura estaba muerta, pero había
sido necesario casi un cargador completo, quince proyectiles de nueve milímetros,
y los últimos siete u ocho a quemarropa. Sacó el cargador vacío sin dejar de mirar
al monstruo caído y metió un nuevo cargador en la Beretta antes de enfundarla.
Sacó la escopeta Remington de la funda a su espalda y se sintió reconfortada por
su peso y solidez. ¿En qué demonios estaban trabajando aquí? Parecía que los
investigadores de Umbrella habían desarrollado algo más que un virus. Algo igual de letal,
pero con garras... y puede que haya más como éste. Jamás había tenido un pensamiento
tan horrible. Jill agarró con fuerza la escopeta, se dio la vuelta y comenzó a correr.
Chris y Rebecca recorrieron un largo pasillo de madera, mirando alrededor a
cada paso que daban. De cada grieta y agujero de las esquinas entre la pared y el
techo salía lo que parecía hiedra seca y muerta. Era una extensión de color hueso
que recorría las planchas de madera como si fuese un gigantesco hongo. Parecía
inofensivo, pero después de lo que Rebecca le había leído acerca de la Planta 42,
Chris se mantuvo alerta y preparado para salir corriendo. Después de revisar todos
los papeles del baúl, Rebecca había encontrado un informe sobre una clase de
pesticida que al parecer podía fabricarse en el Punto 42, y que ellos denominaban
Impacto-V. Se había llevado el informe consigo, aunque Chris dudaba que llegara
a ser útil. Lo único que quería era encontrar la salida y, si podían esquivar aquella
planta asesina, mucho mejor. La sala delantera había estado libre de cualquier
ramificación de la planta, aunque Chris no habría dicho que era zona segura.
Además de los dos dormitorios al lado de la puerta delantera, habían encontrado
una habitación de descanso bastante ominosa. Chris había echado un vistazo en su
interior, y todas las alarmas internas habían saltado en su cabeza, aunque no había
descubierto por qué. No había ningún peligro visible. Lo único que había en la
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RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
estancia era la barra de un bar y un par de mesas. Sin embargo, a pesar de la
aparente calma del lugar, Chris había cerrado rápidamente la puerta y ambos
habían pasado de largo. Su instinto era razón más que suficiente para alejarse de
allí. Se detuvieron delante de la única puerta que había en el largo y sinuoso
pasillo, sin dejar de mirar de forma nerviosa la hiedra seca que había cerca del
tejado. Chris tiró del pomo; la puerta se abrió. Una bocanada de aire húmedo y
caliente surgió de la estancia mal iluminada, con un fuerte aroma tropical, sólo que
tenía una ligera nota desagradable, como si fuera el hedor de la fruta podrida.
Chris puso instintivamente a Rebecca detrás de él al ver las paredes de la
habitación. Estaban completamente cubiertas del mismo tipo de excrecencia
vegetal que habían encontrado en el pasillo, sólo que en este caso, aquella especie
de hiedra mostraba un aspecto vivo e hinchado, con un verde parecido al de la
bilis. Del interior de la habitación surgió un ligero susurro como una leve
sensación de movimiento, y Chris se dio cuenta de que procedía de la propia
planta de aspecto enfermizo. Las paredes temblaban con un extraño efecto óptico
mientras las lianas no dejaban de crecer y extenderse.
Rebecca intentó pasar al lado de Chris para entrar y éste extendió el brazo
para detenerla.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Creí que habías dicho que esa cosa chupaba la sangre!
Ella negó con la cabeza sin dejar de mirar las temblorosas paredes llenas de
vida.
—Ésta no es la Planta 42, al menos, no la parte de la que hablaba el informe.
La Planta 42 tiene que ser mucho más grande y debe tener mucha mayor
movilidad. Nunca he estudiado mucha fitobiología, pero según lo que dice el
informe debemos buscar una angiosperma con follaje móvil... —Se detuvo y sonrió
nerviosa—. Lo siento. Piensa en una gran planta bulbosa con lianas de tres a seis
metros retorciéndose.
Chris sonrió.
—Estupendo. Gracias por tranquilizarme.
Entraron en la gran habitación, procurando no caminar demasiado cerca de
las siseantes paredes. Había otras tres puertas aparte de la que habían utilizado
para entrar. Una estaba justo frente a la entrada, y las otras estaban enfrente la una
de la otra a su izquierda, donde la habitación se ensanchaba. Chris se dirigió hacia
la puerta situada frente a la entrada, seguido de Rebecca, ya que probablemente
era la que los llevaría al exterior de aquel edificio. La puerta no estaba cerrada con
llave, y Chris comenzó a empujarla para abrirla... ¡BAM! La puerta se cerró con un
fuerte golpe, lo que hizo que ambos dieran un salto atrás al mismo tiempo que
levantaban las armas. A continuación oyeron una serie de golpes fuertes y
deslizantes, como si alguien al otro lado le estuviese dando patadas a las paredes...
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RESIDENT EVIL VOL. 1
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pero los golpes sonaban por todos lados: por arriba del marco de la puerta, a
ambos lados y por todos los rincones de la habitación contigua.
—Dijiste un montón de lianas, ¿verdad? —preguntó Chris a Rebecca.
Ella asintió.
—Creo que acabamos de encontrar a la Planta 42.
Se quedaron escuchando durante unos momentos, y Chris pensó en la fuerza
y el peso necesarios para mantener cerrada una puerta de semejante modo. Sin
duda, es más grande y más móvil y quizás está bloqueando la única salida de este lugar.
Estupendo. Retrocedieron y regresaron a la zona abierta. Se quedaron mirando a las
otras dos puertas. La que estaba a su derecha tenía el número 002 encima del
marco. Chris sacó el llavero que había encontrado en el cajón y rebuscó entre las
distintas llaves hasta encontrar la que tenía ese número. Abrió la puerta y entró,
con Rebecca pegada a su espalda. A la izquierda había una puerta más pequeña
que daba a un lavabo, silencioso y polvoriento. La habitación era un dormitorio,
con un camastro, una mesa escritorio y un par de estanterías. No había nada de
interés.
Oyeron otra serie de golpes fuertes y apagados procedentes del otro lado de
la pared más alejada y retrocedieron deprisa hacia la húmeda habitación de
paredes siseantes. Chris luchó contra la creciente certidumbre de que tendrían que
enfrentarse a la planta si querían salir de allí. No necesariamente. Puede que haya otro
modo de salir de aquí. Tal como estaban saliendo las cosas, no lo creía posible. Desde
los tambaleantes zombis que acechaban en el edificio principal hasta la carrera bajo
la lluvia de serpientes cayendo de los árboles, todas y cada una de las partes que
había en la residencia Spencer parecían diseñadas para que nadie la abandonara.
Chris dejó a un lado los pensamientos negativos mientras se aproximaban a la
última puerta de la sombría estancia, pero aquellas ideas regresaron
inmediatamente cuando vio un pequeño teclado verde adosado a un lado del
marco de la puerta. Probó a abrir la puerta, pero el pomo sólo se movió unos
milímetros. Era otro callejón sin salida.
—Es una cerradura de seguridad —dijo suspirando— No hay forma de entrar
si no sabes el código secreto.
Rebecca frunció el entrecejo mientras observaba detenidamente las pequeñas
luces rojas encendidas encima de los botones numerados.
—Podemos ir probando hasta pulsar la combinación correcta...
Chris negó con la cabeza.
—¿Sabes las probabilidades que tenemos de dar por casualidad con la
secuencia de números correcta...? —Se detuvo. Se quedó mirándola fijamente. A
continuación rebuscó en su bolsillo el llavero que había encontrado en la mesa de
la entrada—. Prueba con tres, cuatro, cinco —dijo, observando con atención a
Rebecca mientras ella pulsaba obedientemente los números que le había indicado.
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Vamos, señor Alias, no nos falles... El conjunto de luces rojas parpadeó y después
se apagó una por una. Cuando la última lucecita roja se apagó, oyeron un clic
procedente del interior de la puerta. Chris sonrió de oreja a oreja y empujó la
puerta para abrirla... y sintió que la moral se le venía al suelo cuando miró el
interior de la pequeña habitación. Estaba llena de anaqueles polvorientos repletos
de pequeñas botellas y redomas, además de un fregadero oxidado. No era la salida
que esperaba encontrar.
—No, eso hubiese sido demasiado fácil. Dios sabe que no podemos tenerlo
tan fácil...
Rebecca entró a paso ligero en la habitación. Se acercó a uno de los anaqueles
y observó detenidamente las distintas botellas, murmurando sus nombres mientras
las miraba.
—Hiosciamina, anhídrido, dieldrina...
Se giró hacia él; ahora era ella la que sonreía de oreja a oreja.
—¡Chris, podemos matar la planta! Ese veneno, el Impacto-V es una
fitotoxina, y puedo mezclarla aquí. Si podemos llegar al sótano y encontrar la raíz
de la planta...
Chris le devolvió la sonrisa.
—Entonces podremos destruirla sin tener que luchar contra esa condenada
criatura. ¡Rebecca, eres un genio! ¿Cuánto tiempo necesitas?
—Diez, quince minutos como mucho.
—Los tienes. Quédate aquí. Volveré lo antes posible.
Rebecca empezó a bajar botellas de los anaqueles al mismo tiempo que Chris
cerraba la puerta y comenzaba a recorrer al trote el camino que lo llevaría hasta el
pasillo que se encontraba más allá de las susurrantes paredes de color verde
oscuro. Iban a derrotar a aquel lugar y, en cuanto lograran salir de allí, Umbrella se
las iba a pagar todas juntas.
Barry estaba de pie al lado del frío cuerpo de Enrico, con el mapa de Wesker
arrugado en el puño. Jill ya no estaba para cuando había regresado al lugar, pero
en lugar de ponerse a buscarla, se había quedado allí paralizado, incapaz siquiera
de apartar la vista del cadáver de su amigo asesinado. Es culpa mía. Si no hubiese
ayudado a Wesker a salir de la casa, todavía estarías vivo... Barry se quedó mirando con
tristeza el rostro de Enrico. Se sentía tan lleno de vergüenza y culpabilidad que ya
no sabía qué hacer. Sí sabía que debía encontrar a Jill, que debía mantenerla alejada
de Wesker, mantener a su familia a salvo... pero aun así, no podía alejarse del
cadáver. Su mayor deseo en ese momento era poder explicarle a Enrico lo que
había ocurrido, hacerle entender por qué la situación había llegado a ese punto.
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Tiene a Kathy y a las niñas, Enrico... ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Qué otra cosa
puedo hacer si no obedecer sus órdenes? El miembro del equipo Bravo se quedó
mirándolo con unos ojos fijos y ligeramente velados, unos ojos que ya no veían. No
mostraban acusación alguna, ni comprensión, ni nada de nada. Incluso si Barry
continuaba ayudando al capitán y todo lo demás salía como se suponía, aun así
Enrico Marini continuaría muerto, y Barry no sabía cómo podría vivir sabiendo
que él era el responsable de aquello...
El eco de unos disparos resonó en los túneles. De muchos disparos... ¡Jill!
Barry giró la cabeza de repente. Su mano se dirigió inmediatamente a desenfundar
su arma. Aquellos disparos lo hicieron ponerse en movimiento cuando la rabia le
recorrió el cuerpo. Sólo cabía una explicación: Wesker había encontrado a Jill.
Barry comenzó a correr, abrumado por la idea de que otro de los miembros de
STARS muriera a manos del traidor, al mismo tiempo furioso por haber creído las
mentiras del capitán...
La puerta que se encontraba justo delante de él se abrió de golpe,
estampándose contra la pared, y Barry se detuvo en seco. Todos los pensamientos
que tenía sobre Wesker, Enrico y Jill desaparecieron de repente al ver la figura
encorvada que tenía delante. Su mente no podía comprender lo que veía, sus
asombrados ojos le suministraban retazos de información al cerebro, información
que no tenía sentido. Piel verde. Ojos penetrantes de color naranja. Garras. Aquello
aulló, un grito horrible y agudo, y Barry dejó de pensar automáticamente. Apuntó
y apretó el gatillo, y el aullido se convirtió en un gemido gorgoteante cuando el
pesado proyectil destrozó la garganta de aquel ser y lo arrojó al suelo. La criatura
agitó salvajemente los brazos mientras la sangre manaba a grandes borbotones del
todavía humeante agujero. Barry oyó varios crujidos como el de huesos al
romperse, y vio más sangre que salía a borbotones de los puños de la bestia
cuando sus largas y gruesas garras se partieron contra la pared de roca. Barry se
quedó mudo mientras observaba a la criatura que continuaba moviéndose violenta
y espasmódicamente, respirando a través de la burbujeante herida como si todavía
estuviese intentando aullar. Aquel disparo tendría que haberle arrancado el cuello,
separándoselo de la cabeza, pero tardó otro minuto largo en morir. Sus frenéticos
movimientos fueron reduciéndose de forma gradual a medida que la sangre salía a
chorros y la debilitaba. Finalmente, dejó de moverse, y al fijarse en el enorme
charco que se extendía a sus pies, Barry se dio cuenta de que se había desangrado
hasta morir y que no había perdido la conciencia en ningún momento. ¿Qué es lo
que acabo de matar? ¿Qué cojo...? Otro aullido muy semejante al lanzado por la
criatura que acababa de matar resonó en el túnel exterior, y el húmedo aire se vio
inundado de horror cuando a él se añadieron un segundo, y después un tercero.
Aquellos gritos animales se elevaron de tono hasta convertirse en algo furioso y
antinatural, los aullidos de unas criaturas que no deberían existir sobre la faz de la
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tierra. Barry metió unos dedos temblorosos en la bolsa colgada del cinturón donde
guardaba la munición y sacó unas cuantas balas para recargar el revólver mientras
rezaba con la esperanza de disponer suficientes proyectiles... y para que los
disparos que había oído no fuesen la última resistencia de Jill.
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Capítulo 16
Podría haber pasado por una araña si alguna especie de araña tuviese aquel
enorme tamaño. No podía ser otra cosa, por lo que se deducía de la gruesa capa de
telaraña que cubría toda la habitación, desde el suelo hasta el techo. Jill se quedó
mirando las curvadas y todavía temblorosas patas de aquella abominación y sintió
que se le ponía la carne de gallina. La criatura que la había atacado en la entrada
del patio había sido tan terrorífica, pero tan inverosímil al mismo tiempo, que no
había podido relacionarla con nada que ella conociera. Las arañas, sin embargo...
Ya las odiaba antes de encontrarse con aquélla. Odiaba sus cuerpos oscuros y
peludos, odiaba sus delgadas y veloces patas. La criatura que tenía delante era la
madre de todas las arañas, y aun muerta, la atemorizaba. Pero no lleva mucho
tiempo muerta...
Se obligó a mirar el cuerpo y los charcos de fluido verde que salían de los
agujeros en su cuerpo redondeado y peludo. Le habían disparado numerosas
veces, y por el líquido que todavía brotaba de sus heridas, dedujo que no llevaba
más de diez minutos muerta, quizá menos. Se estremeció y avanzó hacia la doble
puerta de metal que daba al exterior de aquella estancia llena de telarañas. Las
suaves tiras de aquella sustancia pegajosa se agarraban a sus botas y la obligaban a
esforzarse para avanzar. Caminó de forma lenta y deliberada, decidida a no caerse.
La sola idea de quedar cubierta de tela de araña, de tener todo el cuerpo... Se
estremeció de nuevo de los pies a la cabeza y tragó saliva. Piensa en cualquier otra
cosa, en lo que sea...
Al menos sabía que se encontraba en el buen camino, y cerca de quienquiera
que fuese el responsable de poner en marcha el mecanismo del túnel. Un buen
truco. Al llegar a la zona donde había visto el agujero, pensó que se había perdido.
El enorme pozo había desaparecido, y en su lugar sólo se veía piedra pulida.
Levantó la vista y divisó los bordes irregulares del pozo por encima de su cabeza.
Toda la sección central del túnel había dado la vuelta y había girado igual que una
gigantesca rueda mediante algún milagro de ingeniería.
Las puertas la habían llevado hasta otro túnel vacío y recto. En un extremo
había un enorme peñasco, y más allá, la habitación que estaba a punto de
abandonar... Jill agarró el pomo de una de las puertas y la abrió. Cruzó el umbral
para encontrarse en otro pasillo sombrío. Apoyó el cuerpo en la puerta y respiró
profundamente, resistiendo a duras penas la necesidad de sacudirse las ropas.
Puedo despedazar a tiros a zombis y monstruos a mansalva, y ahora veo una araña y pierdo
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la cabeza... El corto y vacío túnel iba de izquierda a derecha por delante de ella, con
una puerta a cada extremo, pero la puerta que tenía a la izquierda se encontraba en
la misma pared donde estaba la puerta por la que acababa de salir, y que llevaba
de regreso al patio. Jill decidió acercarse a la puerta de la derecha, con la esperanza
de que su sentido de la orientación todavía permaneciera intacto. La puerta de
metal se abrió con un crujido y, en cuanto entró, notó el cambio en el ambiente. El
túnel se dividía delante de ella. A la derecha había otro pasillo de paredes rocosas
que se hundía en las sombras, pero a la izquierda vio un pequeño ascensor, igual
que los que había encontrado en el patio. Una brisa cálida y suave la recorrió de
arriba abajo, y el dulce aroma del patio le pareció un sueño olvidado. Jill sonrió y
comenzó a acercarse al ascensor. Se dio cuenta de que la plataforma del ascensor
estaba arriba. Era bastante probable que todavía estuviese tras la pista del asesino
de Enrico... Pero tal vez no. Quizá fue por el otro pasillo y estoy a punto de perder su
rastro. Jill dudó y se quedó mirando con ganas el hueco del ascensor. Se dio la
vuelta finalmente con un suspiro, tenía que echar al menos un vistazo en la otra
dirección. Entró en el pasillo que se encontraba justo delante de ella, y la
temperatura descendió rápidamente hasta el familiar desagradable frescor del
resto del lugar. El túnel se extendía varios metros a su derecha y acababa en un
extremo sin salida. A su izquierda, otro peñasco enorme y redondeado como el que
había visto con anterioridad marcaba el final del otro extremo, a unos treinta
metros de distancia, y había algo pequeño justo delante de él, algo que despedía un
ligero reflejo azul. Jill frunció el entrecejo y avanzó hacia la roca gigante,
intentando distinguir qué era el objeto azul. En la mitad del pasillo había un
pequeño ramal a la izquierda, y reconoció la placa de metal que había a su lado.
Era del mismo tipo de mecanismo que había movido el pozo. Entró en el pequeño
ramal y examinó con atención las gastadas piedras de su entrada. A la derecha se
abría una pequeña puerta, y Jill se dio cuenta de que el pasillo y la habitación
podían esconderse mediante un mecanismo y que las paredes giraban para tapar la
entrada. Demonios, deben de haber tardado años en montar todo esto y pensar que yo
estaba impresionada con la casa... Abrió la puerta y echó un vistazo en su interior.
Sólo era una habitación cuadrada de mediano tamaño, y la única decoración era un
pedestal con la estatua de un pájaro. No tenia otra salida, y Jill sintió una repentina
sensación de alivio cuando se dio cuenta de lo que aquello implicaba. Ya podía
salir de los túneles subterráneos: el asesino ya se había marchado. Salió sonriendo
al pasillo de nuevo y comenzó a acercarse a la piedra gigante, aún curiosa por
saber qué era aquel objeto azul.
Se dio cuenta de que era un libro encuadernado con cuero teñido de color
azul. Lo habían arrojado descuidadamente al lado de la piedra, y estaba abierto y
boca abajo. Se colgó la Remington al hombro y se agachó para recogerlo. Era en
realidad una caja-libro. Su padre le había hablado de aquellos objetos, aunque ella
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no había visto ninguno con anterioridad. Las páginas estaban recortadas detrás de
la cubierta, y allí se escondían los objetos de valor, aunque éste ya estaba vacío... Le
dio la vuelta y recorrió con un dedo las doradas letras del título, Águila del Este,
Lobo del Oeste, mientras se encaminaba hacia el ascensor. No parecía un título
interesante, aunque el libro estaba muy bien encuadernado... Clic.
Se detuvo en seco cuando la pequeña piedra bajo su pie izquierdo se hundió
ligerísimamente... y en ese preciso instante se dio cuenta de que el pasillo estaba
algo inclinado en la dirección que ella estaba caminando. Oh, no. Detrás de ella
oyó un profundo sonido rugiente de roca rozando contra roca.
Jill dejó caer el libro y empezó a correr para ponerse a cubierto, con los brazos
y las piernas lanzados a toda velocidad mientras el rugido aumentaba y el peñasco
liberado tomaba velocidad. La oscura abertura del pequeño ramal parecía estar a
kilómetros de distancia... No voy a llegar, voy a morir...
Casi pudo sentir las toneladas de piedra abalanzándose sobre ella. Quería
mirar, sentía la necesidad de mirar, pero sabía que las décimas de segundo que ello
supondría representaban la diferencia entre la vida y la muerte. Se lanzó en una
desesperada explosión final de velocidad hacia la abertura, arrojándose al suelo y
metiendo las piernas... justo cuando la enorme roca pasó de largo sin alcanzarla
por escasos centímetros. Mientras aspiraba la siguiente angustiosa bocanada de
aire, el peñasco impactó contra el otro extremo del pasillo con un sonido
estremecedor que estremeció todo el túnel y la sacudió hasta los huesos. Lo único
que pudo hacer por unos instantes fue quedarse encogida sobre el frío suelo
mientras se esforzaba por no vomitar. Cuando logró superar aquella sensación, se
puso lentamente de pie y se sacudió el polvo que la cubría. Tenía las palmas de las
manos completamente arañadas y las rodillas llenas de cardenales a causa de la
caída de cabeza al suelo, pero pensó que, desde luego, si lo comparaba con ser
aplastada por una piedra gigante, había tomado la decisión correcta. Jill descolgó
la Remington y se dirigió de nuevo hacia el ascensor, deseosa de dejar atrás aquel
complejo subterráneo. Cruzó los dedos para que, fuese lo que fuese lo siguiente
que tuviera que enfrentar, fuese algo de sangre caliente y que no hubiera arañas.
El sótano estaba completamente inundado. Chris permaneció al comienzo de
la corta rampa que llevaba a las puertas del sótano, mirando el reflejo de su cara
sin sonrisa que se dibujaba en la ondulante agua. Parecía fría. Y profunda. Después
de dejar atrás a Rebecca, había seguido por la sala y había descubierto la habitación
003 en un extremo. La escalera que llevaba hasta el sótano estaba discretamente
oculta detrás de una estantería en el ordenado dormitorio. Había bajado hasta el
helado pasillo de cemento iluminado cae bombillas fluorescentes que, además de
luz, despedían un continuo zumbido, lo que representaba un cambio brusco con
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respecto a la sencilla decoración de madera de las estancias superiores. Al menos, he
descubierto el sótano... Al parecer, matar la Planta 42 era la única vía de escape. No
había visto ninguna otra salida del lugar, lo que significaba que tenía que
encontrarse al otro lado de la habitación que ocupaba la planta. O era eso, o no
había una puerta trasera, idea que lo dejó bastante inquieto. No le parecía posible,
pero tampoco se lo parecía una planta carnívora como aquélla. Y no lo descubrirás
hasta que acabes con esto. Chris suspiró y entró en el agua. Estaba fría y desprendía
un desagradable olor químico. Cruzó vadeando hasta que llegó a la puerta. El
agua, que en un principio le había llegado a las rodillas, continuó subiendo hasta
detenerse a la altura de la mitad del muslo. Se estremeció y empujó la puerta para
entrar. El sótano estaba dominado por un elemento: un enorme tanque de cristal en
el centro de la estancia que se extendía desde el suelo hasta el techo, y que
mostraba un gran agujero irregular en el fondo del lado derecho. Chris no era
demasiado bueno para juzgar el volumen de las botellas, pero calculó que para
llenar toda aquella zona de agua, el tanque debía tener una capacidad de bastantes
miles de litros de agua. ¿Qué demonios estaban estudiando aquí para necesitar
tanta agua? ¿Olas de maremotos? No importaba. Hacía frío y quería encontrar
cuanto antes lo que necesitaba para poder regresar a terreno seco. Se dirigió
lentamente hacia su izquierda, luchando contra la resistencia y el empuje de las
suaves olas. Aquello era totalmente irreal: vadear una estancia de cemento
completamente iluminada. Aunque, cuando lo pensó mejor, supuso que no era
más extraño que todo lo que le había pasado desde que el helicóptero del equipo
Alfa se había posado en tierra. Todo lo relativo a la propiedad Spencer tenía cierto
aire onírico, como si existiese en su propia realidad lejos de las reglas del resto del
mundo... Di más bien un aire de pesadilla. Plantas asesinas, serpiente gigantes, muertos
vivientes. Lo único que falta es un platillo volador o, quizás, un dinosaurio... Oyó un
suave chapoteo a su espalda y miró por encima del hombro... y lo que vio fue una
gruesa aleta triangular alzarse sobre la superficie del agua a unos diez metros de
él, que comenzó a avanzar en su dirección, seguida por debajo por una borrosa
silueta gris. El pánico se apoderó de él, un pánico tan absoluto que borró cualquier
pensamiento racional. Dio un paso gigantesco para echar a correr...
Se dio cuenta de que no podía correr cuando se cayó de bruces en la fría agua
repleta de productos químicos y luego salió escupiendo agua contaminada por la
nariz y por la boca, mientras deseaba fervientemente que Rebecca tuviese razón y
el virus hubiera perdido toda su potencia. Giró rápidamente la cabeza, con los ojos
irritados, y buscó con la vista la aleta... Entonces se dio cuenta de que la distancia
entre ellos había quedado reducida a la mitad. Ahora podía distinguirlo con mayor
claridad: era un tiburón; su cuerpo, de unos seis metros de largo, surcaba con
facilidad el agua, con su larga cola impulsándolo hacia adelante... y con unos ojos
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negros y sin expresión mirándolo por encima de su eterna sonrisa dentada. Las
balas mojadas no suelen disparar...
Chris trastabilló hacia atrás, a sabiendas de que no tenía ninguna oportunidad
de correr más que aquel bicho y de dejarlo atrás. Levantó los brazos para
equilibrarse mejor y se puso de lado. Logró dar unos cuantos pasos más antes de
que el tiburón se le echara encima... Saltó hacia un lado, esquivando al animal, y
dio enérgicas palmadas en el agua lanzando espumas por todos lados. El tiburón
pasó de largo, y su cuerpo suave y pesado le rozó la pierna. Chris se apresuró en
cuanto terminó de pasar, manoteando desesperado en el agua para intentar
seguirlo y mantenerse detrás de él mientras doblaba la esquina en la inundada
habitación. Si conseguía mantenerse suficientemente cerca, no podría girar para
morderlo... Sólo que el tiburón dispondría en pocos segundos de espacio más que
suficiente para maniobrar. Divisó dos puertas delante de él, a la izquierda, pero el
gigantesco pez ya lo estaba dejando atrás y se dirigía hacia la siguiente esquina
para girar y abalanzarse de nuevo sobre él. Chris inspiró profundamente y se
sumergió, sabiendo que era una locura pero que no tenía otra opción mejor. Braceó
desesperadamente hacia la primera puerta después de impulsarse con una patada
contra el suelo de cemento hacia adelante. Llegó a la puerta al mismo tiempo que
el tiburón daba la vuelta y comenzaba a nadar en su dirección. Agarró medio
ahogado el pomo de la puerta... que estaba cerrada con llave. Mierda mierda
mierda...
Chris metió la mano en su chaleco y rebuscó en uno de los bolsillos las llaves
del tal Alias mientras la aleta se acercaba cada vez más y veía con mayor claridad
los dientes de la feroz sonrisa...
Metió la llave en la cerradura, la única llave para la que no había encontrado
cerradura, y al mismo tiempo le dio un empujón con el hombro a la puerta. El
tiburón se encontraba ya a escasos metros de él. La puerta se abrió de golpe y Chris
cayó al otro lado, cayendo y pataleando frenéticamente a la vez. Una de sus botas
impactó de lleno contra el morro del tiburón, desviándolo de la abertura. Se
levantó de un salto y lanzó todo el peso de su cuerpo contra la puerta, que se cerró
lentamente con un chapoteo suave. Se desplomó de espaldas contra la puerta,
mientras se enjugaba con la manga los ojos llorosos por la picazón. El oleaje
provocado por su paso fue decreciendo gradualmente al mismo tiempo que él
recuperaba el aliento y su visión se aclaraba. Estaba a salvo, por el momento.
Desenfundó su Beretta y sacó el cargador chorreante, preguntándose cómo
demonios lograría llegar de nuevo arriba. Miró alrededor en la pequeña habitación
en la que se encontraba, pero no vio nada que pudiera utilizar como arma. Una de
las paredes estaba cubierta de botones e interruptores. Se acercó hasta ella dando
grandes zancadas sobre el agua. Se había sentido atraído por una luz roja
parpadeante. Me parece que he encontrado una sala de control. Genial. Quizá
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pueda apagar todas las luces y hacer que el tiburón se ponga a dormir. Al lado de
la luz intermitente había una palanca, Chris leyó el desgastado texto que había
debajo y sintió cómo crecía su incredulidad. Sistema de vaciado de emergencia.
Tiene que ser una broma. ¿Por qué nadie bajó esta palanca en el mismo instante en
que se rompió el tanque?
La respuesta se le ocurrió inmediatamente: las personas que trabajaban allí
eran científicos, de modo que no iban a perder la ocasión de estudiar su magnífica
Planta 42 vaciando de agua aquel lago artificial. Chris agarró la palanca y tiró hacia
abajo. Oyó un sonido metálico y deslizante al otro lado de la puerta, y el nivel de
agua comenzó a descender inmediatamente. Un minuto después, los últimos restos
desaparecían por debajo de la puerta, y un ruido burbujeante sonó en la dirección
del tanque roto. Regresó hacia la puerta y la abrió con cuidado... y oyó los
frenéticos golpes de un pez muy grande que intentaba nadar a través del aire.
Chris sonrió, pensando que quizá debería sentir lástima por aquella criatura
indefensa... pero en realidad esperaba que sufriera una muerte lenta y agonizante.
Wesker había abatido a cuatro de los trabajadores de Umbrella que estaban
infectados por el virus y muertos en vida durante su trayecto hasta la sala de
ordenadores del nivel tres. No había reconocido a ninguno de los cuatro, aunque
estaba bastante seguro de que el segundo que había matado era Steve Keller, uno
de los integrantes del equipo de investigaciones especiales. Steve siempre llevaba
puestos unos zapatos de cuero de tipo mocasín, y la criatura reseca que lo había
atacado en las escaleras llevaba puestos unos zapatos de su marca preferida. Al
parecer, los efectos causados por el vertido del virus al aire habían sido peores en
los laboratorios y, aunque ensuciaban menos, eran más inquietantes. Las criaturas
que recorrían las habitaciones y los pasillos estaban completamente deshidratadas,
con sus miembros completamente enjutos, fibrosos, y con los ojos igual que uvas
pasas. Wesker había esquivado a varios de ellos, pero los que tuvo que matar
definitivamente apenas habían sangrado. Se sentó delante del ordenador en una
habitación fría y estéril. Esperó a que el sistema se encendiera mientras por
primera vez en todo el día se sentía realmente con el control de la situación. Antes
había tenido buenos momentos, por supuesto: el modo en que había manejado a
Barry, cómo había encontrado la medalla del lobo en los túneles. Incluso dispararle
a Ellen Smith en la cara le había proporcionado una momentánea sensación de
cumplimiento, de que dominaba los acontecimientos. Sin embargo, habían salido
mal tantas cosas a lo largo del camino que no había podido disfrutar de ninguno
de sus éxitos.
Pero ahora ya estoy aquí. Si los STARS no están muertos ya, pronto lo estarán. Y si
no sufro una enorme disminución de mi habilidad, habré salido de aquí dentro de media
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hora, con la misión cumplida... Todavía existían unos cuantos peligros, pero Wesker
podría enfrentarse a ellos. Sin duda, los monos mutantes, los MA2, estaban sueltos
por el cuarto del generador, pero no era difícil esquivarlos, siempre que uno no
dejara de correr. Él lo sabía bien: había ayudado a desarrollar el diseño. Y también
quedaba el premio gordo, el Tirano a la espera en su urna de cristal, un nivel más
abajo, dormido, en el dulce sueño de los condenados... Del que sin duda jamás podrá
despertar. Qué desperdicio. Tanto poder, y sin embargo los de White deciden que se trata de
un fracaso... Un ligero pitido musical le indicó que el sistema estaba activado y
preparado. Wesker sacó una pequeña libreta de su chaleco y la abrió por la lista de
códigos, aunque ya los sabía de memoria. John Howe había puesto en marcha el
sistema ya hacía meses, utilizando su nombre y el de su novia, Ada, como claves
de acceso. Wesker introdujo la primera de las contraseñas, la que le permitiría abrir
todas las puertas de los laboratorios, y sintió un repentino y vago optimismo por la
emoción del día. Acabaría todo tan pronto, y no habría nadie que fuera testigo de
sus logros, que compartiera los recuerdos de todo lo ocurrido. Y, al pensarlo, se dio
cuenta de que era una lástima que ninguno de los miembros de los STARS pudiera
estar con él. Lo único mejor que un final grandioso era un final grandioso con
público.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
Capítulo 17
Jill había tomado el ascensor hasta lo que parecía ser otra parte del jardín o
del patio, aunque la zona estaba bastante aislada por estar completamente rodeada
por árboles. Lo había adivinado por unas cuantas plantas que crecían sin cuidado
alguno y por los tranquilizadores ruidos del bosque provenientes del otro lado del
vallado metálico. En aquel lugar no había nada más que ver que una puerta
oxidada, encajada en una pared cubierta de hiedra, y que había sido soldada, y un
gran pozo abierto. Por su interior bajaba una escalera en espiral que llevaba hasta
otro pequeño ascensor. En el que subí, pero ¿dónde demonios estoy ahora?
El ascensor la había llevado hasta un lugar completamente distinto a
cualquier otro de los que había registrado en la propiedad Spencer. Carecía del
olor fétido y extraño que flotaba en el aire de la mansión, y también de la
penumbra goteante de los subterráneos. Era como si ella hubiese pasado de la
ambientación de una novela de terror gótica a una instalación militar, al desolado
paraíso de un utilitariano.1
Se encontraba en una gran estancia de cemento reforzado con acero, con las
paredes pintadas del típico color naranja sucio de las instalaciones industriales.
Unos conductos y tuberías de metal cubrían el techo y la parte superior de las
paredes, y la estancia tenía el muy apropiado nombre de «XD-RSI», que estaba
pintado a lo largo del cemento con letras negras de varios metros de alto. Jill había
perdido completamente la orientación con respecto a la mansión.
Aunque hace tanto frío como en el resto del lugar, al menos sé que voy en el buen
camino... En uno de los laterales de la estancia vio una puerta de metal de aspecto
sólido, cerrada a cal y canto. El letrero que había a su izquierda indicaba que sólo
podía abrirse en caso de emergencia de primera clase. Supuso que la señal S1 que
había en la pared significaba «sótano nivel 1». Su teoría se vio confirmada cuando
divisó una escalerilla metálica atornillada a la pared que bajaba a través de un
estrecho agujero en el suelo de cemento. Lo normal es que a la S1 le siguiera S2.
Dadas las alternativas, me parece que es ahí hacia donde debo dirigirme, porque mi
otra opción es regresar a través de los túneles subterráneos. Echó un vistazo por el
agujero, y sólo vio un rectángulo de cemento al otro lado. Suspiró y comenzó a
descender tras enfundar la Remington.
Seguidor de la doctrina del utilitarismo, que considera la utilidad como el principio de la moral, es decir, que
sólo lo útil es bueno, y que la conducta apropiada de cualquier persona debería ser la utilidad de sus actos. (N.
del t.)
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S. D. PERRY
Se giró en cuanto llegó al último peldaño, desenfundando rápidamente la
escopeta. Se hallaba en una estancia mucho más pequeña, pero del mismo aspecto
industrial que la anterior: unos tubos fluorescentes insertados en el techo, una
puerta gris de metal y unas paredes de cemento, lo mismo que el suelo. Atravesó el
lugar a paso rápido, mientras comenzaba a sentirse esperanzada de que no
encontraría más trampas o más criaturas. Hasta ese momento, lo más peligroso
que había visto en los niveles del sótano era el ambiente gris y depresivo. Abrió la
puerta y su esperanza se desvaneció cuando el seco y polvoriento olor a carne
muerta y podrida le asaltó el olfato. Entró en una pasarela de cemento que llevaba
hasta el comienzo de unas escaleras, con una barandilla de metal que rodeaba todo
el camino. En el extremo superior de las escaleras vio un zombi derrumbado en el
suelo. Estaba tan reseco que parecía una criatura momificada. Mantuvo en alto la
escopeta, preparada para cualquier cosa, y se acercó lentamente a las escaleras.
Advirtió que en el punto donde la barandilla se acababa se abría un ramal a la
izquierda. Echó un rápido vistazo desde la esquina y comprobó que la zona estaba
despejada. Dobló la esquina sin dejar de vigilar al cuerpo reseco y atravesó el corto
pasillo hasta llegar a una puerta situada a su izquierda. Un cartel colocado a un
lado de la puerta indicaba «Sala de datos visuales». La puerta no estaba cerrada
con llave. La abrió y se encontró en una habitación gris con una larga mesa de
conferencias en el centro, con un proyector de diapositivas enfrente de una
pantalla portátil al otro extremo de la estancia. Jill vio un aparato de teléfono en la
pared de la derecha y hacia allí se dirigió, a sabiendas de que era esperar
demasiado de su suerte, pero tenía que comprobarlo de todas maneras. No era un
teléfono, sino un sistema de comunicación interna que parecía no funcionar.
Suspiró y pasó de largo al lado de una columna decorativa. Rodeó la mesa,
mirando sin interés al proyector de diapositivas vacío. Dejó que su mirada
vagabundease por el lugar, en busca de algo de interés, y se detuvo en un
cuadrado de metal sin marcas de ninguna clase que había en la pared,
aproximadamente del tamaño de una hoja de papel. Jill se acercó para mirarlo con
mayor detenimiento. Había una pequeña barra en el extremo superior del
cuadrado. La tocó suavemente y el panel de metal se deslizó hacia abajo, dejando
al descubierto un gran botón de color rojo. Miró alrededor la tranquila habitación,
intentando imaginar cuál sería la trampa esa vez. Y entonces se dio cuenta de que
ya no habría trampa alguna. La mansión, los túneles... Todo estaba preparado para
mantener a la gente alejada de este lugar, para impedir que llegaran hasta estos
niveles inferiores. Todas estas habitaciones son demasiado insulsas como para ser
otra cosa que un lugar de trabajo. De forma instintiva supo que aquel pensamiento
era completamente lógico. Ésa era una sala de reuniones, un sitio donde beber café
malo y discutir con los colegas de profesión. Nada iba a atacarla si apretaba aquel
botón. Jill lo apretó, y la columna ornamental situada detrás de ella se deslizó hacia
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un lado con un suave zumbido metálico. Detrás del sitio donde había estado la
columna aparecieron varias estanterías repletas de documentos... y también algo
brillante que relucía bajo la tenue luz de la estancia. Se acercó apresuradamente y
recogió una llave metálica, con un rayo grabado en su parte más ancha. Se la metió
en uno de los bolsillos y se dedicó a revisar los papeles de las estanterías. Todos
tenían estampado el logotipo de Umbrella, y aunque la mayoría de los informes
eran demasiado gruesos para ponerse a leerlos, el título de uno de ellos le dijo a Jill
lo que necesitaba saber, lo que ya había estado sospechando. «Umbrella/Informe
de las armas biológicas/ Investigación y desarrollo». Jill puso de nuevo el informe
en su sitio mientras asentía con lentitud. Por fin había encontrado las auténticas
instalaciones de investigación. Supo al instante que el traidor de los STARS estaría
en algún lugar de aquellas estancias. Iba a tener que ser muy, muy prudente. Jill
lanzó un vistazo final alrededor y decidió que lo mejor era buscar la cerradura a la
que pertenecía la llave que había encontrado. Ya era hora de colocar las últimas
piezas del rompecabezas que había organizado Umbrella y por el que los
miembros de los STARS se habían sacrificado para intentar resolverlo.
La retorcida y gruesa raíz de la Planta 42 ocupaba una gran esquina de la
habitación del sótano, y su mayor parte colgaba en forma de delgadas
extremidades de aspecto animal que casi tocaban el suelo. Unas cuantas de
aquellas extremidades parecidas a grandes gusanos se retorcían de un lado a otro,
chocando entre sí mientras se movían hacia adelante y hacia atrás como si
buscaran el suministro de agua que Chris había cortado.
—Dios, es asqueroso —dijo Rebecca en voz alta.
Chris se limitó a asentir. Aparte de la sala de control hacia la que había
escapado del tiburón, sólo había otras dos estancias en aquel sótano. Una de ellas
estaba llena de cajas con municiones para todo tipo de armas, y aunque la mayoría
de los proyectiles estaban inservibles por estar empapados, habían descubierto una
caja de balas de nueve milímetros en lo alto de una estantería, lo que había evitado
que se quedaran sin munición. La otra habitación era muy sencilla; sólo tenía una
mesa de madera, un camastro... y la enorme raíz de la planta carnívora que vivía
escaleras arriba.
—Sí —dijo finalmente Chris—. Bueno, ¿cómo lo hacemos?
Rebecca sostuvo en alto una pequeña botella llena de un líquido de color
púrpura y lo removió ligeramente, sin dejar de mirar los tentáculos que todavía se
movían.
—Bueno, tú te echas hacia atrás y no respiras muy fuerte. Esto incluye un par
de toxinas que ninguno de los dos queremos tragar, y el líquido se convertirá en
gas en cuanto impacte contra las células infectadas.
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Chris volvió a asentir.
—¿Cómo sabremos si está funcionando?
Rebecca sonrió.
—Si el informe sobre esta sustancia es correcto, lo sabremos. Mira.
Destapó la botella y se acercó a la retorcida rama. Luego le dio la vuelta a la
botella y salpicó los temblorosos tentáculos con el líquido. Una nubecilla de un
humo rojizo surgió rápidamente de la raíz mientras Rebecca vaciaba la botella y
retrocedía inmediatamente unos pasos. Oyeron un sonido chasqueante y silbante,
como el de la madera mojada recién arrojada sobre una hoguera y que empieza a
quemarse. Escasos segundos después, las retorcidas fibras comenzaron a romperse
y a desmoronarse hacia el suelo, donde se deshicieron en polvo. Los gruesos nudos
del centro de la raíz comenzaron a retorcerse y a secarse, encogiéndose sobre sí
mismos. Chris se quedó mirando pasmado mientras la gigantesca y atemorizadora
raíz se convertía en una goteante bola de musgo de un tamaño no mayor que el de
la pelota de un niño y se quedaba allí colgada, completamente muerta. Todo el
proceso no había durado más allá de quince segundos. Rebecca señaló con un
gesto de la barbilla hacia la puerta y ambos salieron mientras Chris meneaba,
incrédulo, la cabeza.
—Dios, ¿qué has puesto en ese mejunje?
—Fíate de lo que te digo: no quieras saberlo. ¿Estás listo para salir de aquí?
Chris sonrió de oreja a oreja.
—Vamos allá.
Ambos comenzaron a correr al trote hacia las puertas del sótano, recorriendo
rápidamente el frío pasillo hacia la escalera que llevaba arriba. Chris ya estaba
pensando en unos cuantos planes de escape para cuando salieran de aquel edificio.
La cuestión dependería mucho de hacia dónde llevara la salida. Si acababan
saliendo al bosque, lo mejor sería dirigirse a la carretera más cercana y encender
una hoguera, y luego esperar a que llegara la ayuda... Aunque quizá tengamos suerte
y lleguemos al aparcamiento de este puñetero lugar. Podríamos hacerle el puente a un coche
y salir de aquí pitando. Quizás así lograríamos que Irons hiciera algo útil por una vez,
como, por ejemplo, llamar a los refuerzos... Llegaron al pasillo de madera y se
encaminaron hacia la estancia donde estaba la planta. Cruzaron a grandes
zancadas la habitación verde de lianas siseantes y finalmente se detuvieron delante
de la puerta ocupada por la Planta 42. Chris respiró profundamente y asintió en
dirección a Rebecca. Ambos desenfundaron sus armas y Chris abrió la puerta,
deseoso de saber qué había más allá de la planta experimental.
Entraron en una enorme habitación, cuyo húmedo ambiente estaba cargado
con el olor a vegetación podrida. Fuera cual fuera el aspecto que tenía antes, el
monstruo que había sido la Planta 42 ahora no era más que un gran y humeante
lago de una viscosidad púrpura en el centro de la estancia. Unas lianas hinchadas
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del tamaño de mangueras antiincendios se extendían fláccidas a lo largo del suelo,
como una masa lívida y Chris registró la habitación con la vista en busca de la
puerta de salida, y lo único que vio fue una chimenea en una de las paredes, una
silla rota en una esquina... y una puerta que aparentemente llevaba de vuelta al
dormitorio que ya habían registrado. Era un pasadizo secreto que no habían
descubierto, y que llevaba hasta la mismísima estancia en la que se encontraban.
La entrada debe de estar escondida detrás de la estantería de libros...
No había salida del lugar. Matar a la planta había sido una pérdida de
tiempo. No bloqueaba el paso a ningún lugar. Rebecca parecía tan desilusionada
como él. Tenía los hombros hundidos y sus ojos de expresión sombría registraban
las paredes desnudas de la estancia.
—Lo siento, Rebecca.
Ambos recorrieron lentamente la habitación. Chris miraba la planta muerta
mientras caminaba e intentaba decidir qué hacer. Rebecca se acercó a la chimenea y
se agachó a su lado para examinada, removiendo las ennegrecidas cenizas. No la
haría regresar a la mansión. Ninguno de ellos estaba preparado para aquello.
Además, eran demasiadas serpientes incluso con la munición adicional que habían
conseguido. Podían esperar en el patio a que Brad sobrevolara el lugar de nuevo,
esta vez más cerca, y hasta que estuviera al alcance del pequeño aparato de radio
que llevaban...
—Chris, he encontrado algo.
Se dio la vuelta y vio que Rebecca sacaba un par de hojas de papel de entre las
cenizas. Tenían los bordes quemados, pero aparte de eso parecían estar en buen
estado. Cruzó la estancia y se inclinó para mirar por encima de su hombro... y
sintió que su corazón comenzaba a palpitarle con fuerza cuando leyó las primeras
palabras de la hoja que sostenía Rebecca.
PROCEDIMIENTOS DE SEGURIDAD
SÓTANO, NIVEL UNO
Helipuerto: uso exclusivo de los ejecutivos. Esta restricción no será aplicable si se
produce una emergencia. Las personas no autorizadas que entren en el helipuerto serán
abatidas sin previo aviso.
Ascensor: el ascensor queda sin funcionamiento durante las emergencias.
SÓTANO, NIVEL DOS
Sala de datos visuales: únicamente pueden utilizarla los miembros de la Sección de
Investigación Especial. Los restantes accesos a la Sala de datos visuales debe ser autorizado
por Keith Arving, directivo de sala.
SÓTANO, NIVEL TRES
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Prisión: la Sección Sanitaria controla el uso de la prisión. Un ayudante de
investigación (E. Smith, S. Ross, A. Wesker) debe estar presente si se autoriza el uso del
virus.
Cuarto de generadores: acceso limitado a los supervisores generales. Esta restricción
no es aplicable a los ayudantes de investigación con autorización especial.
SÓTANO, NIVEL CUATRO Con respecto a los progresos del «Tirano» tras el uso
del Virus-T...
El resto del papel estaba quemado y no podían leerse las palabras.
—A. Wesker —dijo Chris en voz baja—. Capitán.
Maldito sea Wesker... Barry le había dicho que Wesker había desaparecido
inmediatamente después de que los demás miembros del equipo Alfa se dividieran para
buscarlo, y fue Wesker el que nos condujo inmediatamente aquí cuando los perros nos
atacaron. El jefe competente, eficaz, inescrutable Wesker, y que ahora resulta que trabaja
para Umbrella...
Rebecca pasó a la segunda página y Chris se agachó aún más, deseoso de
observar con atención los pequeños carteles que había debajo de las líneas y los
recuadros del papel.
MANSIÓN. PATIO. CASA DE GUARDIA. SÓTANO. LABORATORIOS
Incluso había una brújula dibujada cerca del diagrama de la mansión, que
mostraba algo que no habían descubierto: una entrada secreta a las instalaciones
subterráneas, oculta tras la cascada. Rebecca se puso de pie y miró a Chris con ojos
inseguros.
—¿El capitán Wesker está metido en todo esto?
Chris asintió lentamente.
—Y si todavía está aquí lo más seguro es que se encuentre allí abajo, en esos
laboratorios, quizá con el resto del equipo. Si Umbrella lo ha enviado aquí, sólo
Dios sabe lo que está tramando.
Tenían que encontrarlo, tenían que advertir a los supervivientes del equipo de
los STARS que Wesker los había traicionado a todos.
Ya estaba todo hecho. Wesker entró en el ascensor que lo llevaría de regreso
al nivel tres, repasando la lista mientras bajaba la puerta exterior y deslizaba la
puerta interior hasta cerrarla. Muestras recogidas, archivos borrados, energía
conectada, soporte vital del Tirano desconectado... Era una auténtica pena lo del
Tirano. A pesar de su aspecto tan horrible, aquella criatura era una maravilla de la
ingeniería quirúrgica, química y genética. Se había quedado durante un largo rato
delante de la enorme vitrina de cristal, observándolo pasmado y en silencio antes
de desconectar a regañadientes el sistema de soporte vital. Mientras los tubos de
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fluidos se vaciaban, se había imaginado el espectáculo que habría sido verlo en
acción una vez que los investigadores hubieran acabado su trabajo.
Se hubiera convertido en el soldado definitivo, una bella criatura en el campo
de batalla..., que ahora tenía que ser destruida porque algún técnico idiota había
apretado el botón equivocado. Aquel error le había costado a Umbrella millones de
dólares y había matado a todos los investigadores que lo habían creado. Pulsó el
botón de subida y el ascensor cobró vida con un zumbido, llevándolo de vuelta
hacia el último paso de su misión: activar el sistema de autodestrucción que se
encontraba en la parte trasera del cuarto de generadores. Se daría sí mismo quince
minutos para asegurarse de que se encontraba fuera del radio de acción de la
explosión: bajaría por la escalera del helipuerto, tomaría la carretera trasera hacia
la ciudad... y luego, bum, se acabó la instalación secreta de Umbrella. Bueno, al
menos en el bosque de Raccoon... En cuanto regresara a la ciudad, empacaría sus
objetos y se dirigiría hacia al aeropuerto privado de Umbrella. Desde allí efectuaría
todas las llamadas necesarias para que sus contactos en White Umbrella supieran
lo que había ocurrido. Tenían a un equipo de «limpieza» preparado para rastrear
todo el bosque y eliminar a los especímenes supervivientes... y también estarían
ansiosos por ponerles las manos encima a las muestras de tejidos que había
recogido. Dos de cada uno de los especímenes, excepto del Tirano. Con todos los
científicos encargados del proyecto Tirano muertos, los jefazos de Umbrella habían
decidido anular aquella línea de investigación de forma indefinida. Wesker
pensaba que era un error pero, al fin y al cabo, a él no le pagaban por pensar.
Wesker abrió las puertas en cuanto el ascensor se detuvo. Salió y dejó a un
lado el maletín con las muestras mientras desenfundaba su Beretta. Recorrió
mentalmente el sinuoso trayecto a través de del cuarto de generadores. Tendría
que correr otra vez por la zona donde se encontraban los MA2 para llegar hasta el
sistema de activado. Ya lo había logrado antes para conectar el sistema de
encendido de los ascensores, pero se habían mostrado mucho más activos de lo
que él se esperaba. En lugar de debilitarlos, el hambre los había llevado a nuevas
cotas de ferocidad. Había tenido suerte de atravesar el lugar sin un solo rasguño...
Wesker se detuvo en seco cuando oyó un zumbido hidráulico procedente del
otro lado de la estancia. Unos pasos resonaron sobre el suelo de cemento, luego
dudaron, y finalmente se dirigieron hacia el cuarto de generadores, al otro extremo
del pasillo. Wesker asomó un poco la cabeza por la esquina y miró, justo a tiempo
para ver desaparecer a Jill Valentine a través de las puertas metálicas, que lanzaron
un siseo mecánico por todo el lugar antes de cerrarse. ¿Cómo ha logrado atravesar la
zona con los Cazadores? ¡Jesús!
Al parecer, la había subestimado... y, además, había llegado sola. Si era tan
buena, era posible que los MA1 no la matasen, y acababa de bloquearle la única
ruta de acceso hasta el sistema de activado de la autodestrucción. No podría
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enfrentarse a la vez a las criaturas que rondaban las pasarelas entrelazadas entre sí
como un laberinto y al mismo tiempo impedir que ella siguiera fisgoneando...
Completamente frustrado, Wesker recogió la maleta de muestras y cruzó a
paso rápido la estancia, de regreso a las puertas hidráulicas que llevaban al pasillo
principal del nivel tres. Si Valentine lograba salir de allí, tendría que pegarle un
tiro. Eso sólo retrasaría sus planes unos cuantos minutos, pero, aun así, era un
hecho inesperado. El juego había llegado demasiado lejos como para permitir más
sorpresas. Las sorpresas lo cabreaban, le daban la sensación de que no tenía las
cosas bajo control. Yo tengo el control ¡Aquí no ocurre nada que yo no pueda manejar!
Este es mi juego, y yo pongo las reglas. Lograré cumplir mi misión sin mas interferencias
por parte de esa pequeña zorra ladrona... Wesker se acercó al acecho hasta el pasillo
principal y vio que Jill había logrado eliminar a unos cuantos más de los resecos
investigadores y técnicos que deambulaban por los laboratorios subterráneos. Dos
de ellos estaban justo al lado de la puerta. Tenían los cráneos reventados y
convertidos en fragmentos polvorientos por lo que parecían ser impactos de
proyectiles de posta. Rabioso, le dio a uno de ellos una patada en las costillas, que
se partieron con un crujido seco bajo la punta de su bota... A ese crujido le siguió el
sonido de unas pesadas botas que bajaban por las escaleras metálicas que daban al
nivel dos, y su pesado taconeo resonó por toda la estancia. Justo después, Wesker
oyó una voz bronca pero titubeante.
—¿Jill?
Barry Burton, vivito y coleando...
Wesker alzó lentamente su arma, dispuesto a disparar contra Barry en cuanto
apareciera a la vista, pero la bajó inmediatamente, pensativo. Después de un
momento, una feroz sonrisa comenzó a extenderse lentamente por su rostro.
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Capítulo 18
Jill entró lentamente en la siseante y humeante dependencia, donde un denso
olor a grasa impregnaba el pegajoso aire caliente. Era una especie de cuarto de
calderas, aunque bastante grande. El pesado ruido de maquinaria industrial
resonaba por todos lados. El lugar estaba repleto de sinuosas pasarelas, y unas
enormes turbinas giraban sin cesar, generando energía con un zumbido continuo
al mismo tiempo que unas tuberías ocultas arrojaban vapor de forma regular e
intermitente.
Avanzó lentamente en aquel lugar escasamente iluminado, mirando hacia
abajo desde una de las pasarelas con elevadores. Desde donde estaba, pudo ver
que todo aquel gran centro de producción de energía, era un laberinto de caminos
y pasarelas que se retorcían entre enormes grupos de maquinaria.
Éste es el origen de toda la energía que consume este complejo. Eso explica
que hayan logrado mantenerlo en secreto durante tanto tiempo. Tenían su propia
ciudad aquí dentro, completamente autónoma. Probablemente también hacían que
les trajeran la comida desde fuera de Raccoon City...
Entró en una estrecha pasarela que se abría a su derecha, y registró insegura
con la vista el camino, a la espera de encontrarse con más de los extraños y pálidos
zombis con los que se había topado en la zona S3. La zona parecía despejada, pero
con todo aquel ruido y movimiento creado por las turbinas...
Algo le rasgó el hombro izquierdo, un tajo violento y repentino que le abrió el
chaleco y le arañó la piel.
Jill se giró y disparó en el mismo movimiento, y el tronar de la escopeta ahogó
los demás sonidos. La descarga sólo impactó contra el metal, y las postas del
proyectil rebotaron a lo largo de la pasarela vacía. Detrás de ella no había nada.
¿De dónde...? Una garra parecida a la hoja de una espada curva partió el aire
delante de ella. Había bajado desde arriba...
Jill retrocedió un par de pasos y levantó la vista hacia la malla metálica del
techo... y entonces vio una oscura silueta que correteaba por la parrilla metálica a
una velocidad increíble. En cada una de sus extremidades divisó unas garras
curvadas de aspecto afilado. Atisbó unas gruesas púas alrededor de su rostro
mutante y aplanado, y en ese mismo instante aquel ser se dio media vuelta y echó
a correr hacia las ruidosas sombras del cuarto de generadores.
Al final de la pasarela había una puerta, y Jill comenzó a correr hacia ella, con
el corazón palpitándole a toda velocidad y el agudo zumbido de los generadores
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taladrándole los oídos. Estaba a dos metros de la puerta cuando vio otra sombra
delante de ella. Levantó la escopeta y enderezó el cuerpo...
¡Hay más!
Eran dos las criaturas que se habían situado por encima y por delante de ella.
Eran seres achaparrados con grandes garras curvadas de aspecto inquietante en
lugar de manos. Una de las criaturas se descolgó agarrándose por las patas del
techo para intentar alcanzarla con las garras de una mano. Jill disparó y el ser
mutante aulló cuando la descarga le acertó de lleno en el pecho. Cayó al suelo
esparciendo la sangre que le salía a borbotones de la tremenda herida.
Se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la entrada mientras percibía el suave
chasquido de las garras correteando por la malla metálica. Otra de las aberrantes
criaturas parecidas a un mono mutante se descolgó delante de ella, pero Jill se
agachó en lugar de detenerse, temerosa de parar su carrera. El extraño brazo de la
criatura silbó justo a su lado, a menos de un centímetro de su oreja. Las puertas de
metal estaban delante de ella. Jill se abalanzó contra ellas con el hombro por
delante a la vez que bajaba la manivela de una de ellas, y entró a tropezones en la
fría tranquilidad del pasillo. La puerta se cerró cortando el frenético aullido de una
de las criaturas, que resonó por encima del traquetear de la maquinaria en
funcionamiento.
Se dejó caer de espaldas a la puerta, boqueando en busca de aire... y vio a
Barry Burton de pie en mitad del silencioso pasillo.
Él se aproximó corriendo hacia ella, con una expresión de profunda
preocupación en su barbudo rostro.
—¡Jill! ¿Estás bien?
Ella se alejó de la puerta, sorprendida.
—Dios, Barry, ¿dónde te habías metido? Pensé que te habías perdido en los
túneles.
Barry asintió ceñudo.
—Eso es lo que me pasó, y me encontré con algunos problemas para salir.
Jill vio las salpicaduras de sangre en sus ropas, los rasguños y desgarrones en
su camisa, y se dio cuenta de que se había encontrado con algunas más de aquellas
pesadillas de color verde. Tenía el mismo aspecto que si hubiera ido a la guerra... y
hablando de heridas...
Jill se llevó la mano al hombro. La retiró con los dedos ensangrentados, pero
la herida, aunque dolorosa, sólo era superficial. Sobreviviría.
—Barry, tenemos que salir de aquí. He encontrado unos cuantos archivos
arriba que son una prueba de lo que estaba pasando aquí. Enrico tenía razón:
Umbrella está metida en todo esto y uno de los STARS lo sabía. Es demasiado
peligroso seguir registrando este lugar. Tenemos que pillar esos informes y
regresar a la mansión para esperar a la policía de Raccoon...
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—Pero si creo que he encontrado el laboratorio principal —la interrumpió
Barry—. Hay un ascensor al bajar las escaleras, al final de la sala. He visto
ordenadores y todo ese tipo de cosas. Si podemos acceder a sus archivos
informáticos, entonces sí que los pillaremos.
No parecía muy emocionado por el descubrimiento, pero Jill apenas se dio
cuenta. Con toda la información que podían obtener de las bases de datos de
Umbrella, como nombres, fechas, material de investigación...
Podríamos descubrirlo todo y presentárselo a la policía en un lindo y jugoso paquete
envuelto con una cinta...
Jill asintió sonriendo.
—Muéstrame el camino.
Los túneles habían resultado un frío y triste laberinto, pero el mapa les había
permitido atravesarlos con rapidez. Rebecca y Chris habían llegado al primer nivel
de los sótanos; estaban empapados y tiritando, además de bastante impresionados
por las criaturas que se habían encontrado por el camino. Los científicos de
Umbrella habían sido repugnantemente creativos a la hora de crear sus terribles
monstruos. Chris intentó abrir la puerta que llevaba al helipuerto, pero estaba
firmemente cerrada. La señal de emergencia que había a su lado implicaba que
sólo podría abrirse con el sistema de alarma activado. Había esperado poder hacer
salir a Rebecca con la radio para pedir ayuda, mientras él se dedicaba a buscar a los
demás por las instalaciones. Miró hacia abajo por las estrechas escaleras y suspiró
mientras se daba la vuelta hacia ella.
—Quiero que te quedes aquí. Si te quedas cerca del ascensor, podrás captar la
señal de radio de Brad desde el exterior. Dile dónde estamos y lo que ha ocurrido.
Si no vuelvo en veinte minutos, regresa al patio y espera allí hasta que llegue
alguien en nuestra ayuda.
Rebecca se sonrojó y negó con la cabeza.
—¡Pero yo quiero ir contigo! Puedo cuidar de mí misma, y si encuentras el
laboratorio, me necesitarás para saber qué hay que buscar...
—No. Por lo que sabemos, Wesker ya ha matado a los demás miembros de
STARS , y está buscándonos para rematar su trabajo. Si somos los últimos, no
podemos arriesgarnos a que nos pille a los dos en una emboscada. Alguno de
nosotros tiene que sobrevivir para contar a la gente lo que está haciendo Umbrella.
Lo siento, pero es la única manera. —Le sonrió y le puso una mano en el hombro—
Ya sé que puedes cuidar de ti misma. Esto no tiene nada que ver con tu capacidad
como agente, ¿de acuerdo? Veinte minutos. Sólo quiero ver si alguien más ha
logrado permanecer con vida.
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Rebecca abrió la boca como si fuera a seguir protestando, pero la cerró y se
limitó a asentir en silencio.
—De acuerdo, me quedaré. Veinte minutos.
Chris se dio la vuelta y comenzó a bajar por la escalera, esperando poder
cumplir su promesa de regresar. El capitán había logrado engañarlos a todos,
actuando como si fuera un jefe preocupado durante semanas mientras la gente de
Raccoon City moría y él sabía los motivos. Aquel tipo era un psicópata.
Al parecer, Umbrella había creado más de un tipo de monstruo. Era hora de
descubrir cuánto daño había causado.
Barry no pudo mirar a Jill mientras tomaban el ascensor que los llevaría a S4.
Wesker los estaría esperando allí; y Jill descubriría que durante todo aquel tiempo
había estado ayudando al capitán. Había matado a otras tres de las criaturas más
feroces y violentas en los túneles antes de llegar al laboratorio... sólo para
encontrarse con Wesker, quien había insistido en que atrajera con engaños a Jill
hasta S4 y que lo ayudara a encerrarla. El sonriente cabrón le había recordado a
Barry la situación en que se encontraba su familia y le había prometido de nuevo
que sería lo último que le pediría hacer y que después de encerrar a Jill llamaría a
los suyos para que se retiraran y dejaran en paz a su mujer y sus hijas...
Sólo que eso es lo que ha dicho todas y cada una de las veces. «Encuentra los
símbolos heráldicos y te podrás ir. Ayúdame en los túneles y te podrás ir.
Traiciona a tu amiga...»
—Barry, ¿estás bien?
Él se giró hacia ella justo cuando el ascensor se detuvo, y miró con expresión
triste directamente a los preocupados ojos de Jill.
—Llevo preocupada por ti desde que llegamos a la mansión —dijo mientras le
ponía una mano en el brazo—. Incluso llegué a pensar... Bueno, no importa lo que
pensé. ¿Algo va mal?
Él abrió la puerta interior y luego levantó la exterior para tener una excusa
para desviar la vista.
—Yo... Sí, algo va mal —repuso en voz baja—. Pero ahora no es el momento.
Vamos a acabar con esto.
Jill frunció el entrecejo pero asintió, aunque sin dejar de mostrar un semblante
preocupado.
—Muy bien. Cuando esto acabe, podremos hablar.
—No querrás hablarme cuando todo esto acabe...
Barry entró en el corto pasillo y Jill lo siguió, con las botas de ambos
resonando sobre la rejilla metálica del suelo. Un poco más adelante la pasarela
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RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
giraba a la izquierda, y Barry se detuvo un momento fingiendo comprobar su
arma, por lo que Jill se colocó delante de él en el camino.
Doblaron la esquina y Jill se detuvo en seco, mirando fijamente el cañón de la
Beretta de Wesker, que le apuntaba directamente a la cara. Les sonrió a ambos, y
aunque las gafas de sol le tapaban los ojos, estaba claro que la sonrisa era burlona y
satisfecha.
—Hola, Jill. Qué detalle por tu parte pasar por aquí —le dijo—. Buen trabajo,
Barry. Quítale las armas.
Ella se giró y fijó su asombrada mirada en él, mientras Barry le arrancaba con
rapidez la escopeta de las manos y luego le desenfundaba la Beretta, con el rostro
completamente enrojecido.
—Ahora regresa a S1 y espérame allí al lado de la salida. Subiré dentro de un
par de minutos.
Barry se quedó mirándolo.
—Pero me dijiste que sólo ibas a encerrarla...
—Oh, no te preocupes. No pienso hacerle daño. Te lo prometo. Ahora
márchate.
Jill lo miró, y en su rostro se mezclaron una expresión de asombro, de miedo
y de ira.
—¿Barry?
—Lo siento, Jill.
Barry se dio la vuelta, derrotado y avergonzado, por no mencionar el temor
por lo que le pudiera pasar a Jill. Wesker le había dado su palabra, pero las
promesas del capitán no significaban nada. Probablemente la mataría en cuanto
oyese cerrarse las puertas del ascensor...
Pero ¿y si no subo al ascensor? Quizá todavía pueda hacer algo para salvarle
la vida...
Barry se acercó corriendo al ascensor, abrió las puertas... y luego las cerró de
golpe.
Apretó el botón que lo haría subir a S3 sin pasajero. Luego regresó
silenciosamente hacia la esquina y se quedó escuchando.
—No puedo decir que esté muy sorprendida, pero ¿cómo has logrado que
Barry te ayude?
Wesker lanzó una carcajada.
—El viejo Barry tiene problemas en casa. Le dije que Umbrella tenía un
equipo vigilando su casa, preparado para matar a su familia. Estuvo más que
encantado de ayudarme.
Barry cerró los puños y apretó la mandíbula, completamente enfurecido.
—Eres un cabrón, ¿lo sabías? —le dijo Jill.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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—Quizá, pero voy a ser un cabrón muy rico cuando todo esto acabe. Umbrella
me paga mucho dinero por solucionar este pequeño problema y por eliminar a
unos cuantos de esos fisgones de STARS al mismo tiempo.
—¿Por qué va a querer Umbrella eliminar a los STARS?
—Oh, no quiere eliminados a todos. Tiene grandes planes para algunos de
nosotros, al menos para los que queremos sacar beneficios. Sois vosotros, los
buenazos, a los que no quiere. Todos esos buenos ciudadanos, con una ética y toda
esa mierda feliz. La manera en que Redfield ha andado proclamando a voces su
teoría de la conspiración... ¿Crees que Umbrella no se iba a dar cuenta? Eso tiene
que acabar. Todo este lugar está preparado para saltar en pedazos en caso de
accidente... y desde luego, el derrame del virus-T puede considerarse un accidente.
En cuanto todos estéis muertos y las instalaciones hayan quedado destruidas,
nadie podrá saber la verdad.
El muy hijo de puta, nos iba a matar a todos...
—Pero ya basta de hablar de Umbrella. Te he hecho traer hasta aquí para
realizar yo mismo un pequeño experimento. Quiero ver cómo el miembro más ágil
de nuestro equipo se enfrenta al milagro de la ciencia moderna. Si eres tan amable
de cruzar esa puerta...
Barry se aplastó contra la pared cuando Wesker dio un paso atrás y parte de
su hombro quedó a la vista. Puso la mano en su Colt y lo desenfundó con lentitud.
—No puedo creer que estés haciendo esto —dijo Jill—. Vendernos para
proteger a un puñado de ejecutivos chantajistas sin ética ni moral...
—¿Chantajistas? Ah, te refieres a lo de Barry. Umbrella no se dedica a hacer
chantajes. Pueden permitirse comprar a quien quieran. Me inventé lo de su familia
para que hiciera todo lo que yo...
Barry golpeó el cráneo de Wesker con la culata de su revólver y con toda la
fuerza que pudo. Wesker se desplomó como un saco de patatas.
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S. D. PERRY
Capítulo 19
Jill se quedó mirando pasmada cómo Wesker dejaba de hablar de repente y
caía al suelo en redondo... hasta que Barry apareció doblando la esquina con el Colt
en la mano y se quedó mirando al cuerpo del capitán con los ojos llenos de odio
furibundo.
Ella se agachó rápidamente al lado de Wesker y le quitó la pistola que todavía
empuñaba en la mano inerte, metiéndosela en su propio cinturón. Barry se giró
para mirarla, esta vez con los ojos llenos de arrepentimiento y pidiendo disculpas.
—Jill, lo siento mucho. No debí creerle en ningún momento.
Ella se quedó mirándolo por un momento, pensando en las hijas de Barry.
Moira tenía la edad de Becky McGee...
—No importa —dijo por fin—. Has vuelto, y eso es lo que importa.
Barry le devolvió sus armas y ambos miraron de nuevo el cuerpo tendido de
Wesker. Todavía respiraba, pero estaba inconsciente. Estaba claro no se iba a
recuperar en bastante tiempo.
—Supongo que no llevarás unas esposas encima, ¿verdad? —preguntó Barry
en voz alta.
Jill negó con la cabeza.
—Quizá podamos echar un vistazo en el laboratorio y encontremos algo.
Tiene que haber un cable o algo similar que podamos utilizar para atarlo. Además,
siento curiosidad por saber qué es ese «milagro de la ciencia moderna» al que se
refería.
Se dio media vuelta y apretó el botón que abría la puerta hidráulica, fijándose
al mismo tiempo en la señal de peligro de contaminación biológica que había a un
lado de ella. La puerta se abrió deslizándose a un lado y los dos entraron en el
laboratorio. Por todos los...
Era una cámara enorme, con un techo altísimo, repleta de pantallas de
ordenador y de cables que serpenteaban por el suelo y que terminaban en una serie
de grandes tubos de cristal. Había ocho tubos en total, situados en el centro de la
estancia, y cada uno de ellos tenía el tamaño suficiente como para contener a una
persona adulta. Todos estaban vacíos.
Barry se agachó y recogió un puñado de cables con una mano, mientras con la
otra rebuscaba un cuchillo en su bolsillo. Mientras tanto, Jill caminó hacia la parte
trasera del lugar, mirando el equipo médico y técnico... y de repente se detuvo.
Sintió cómo se le abrían los ojos de par en par y la mandíbula le caía. Apoyado en
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S. D. PERRY
la pared posterior había un tubo mucho más grande que los demás, de al menos
dos metros y medio de altura, enganchado y conectado con un cable a su propia
pantalla de ordenador. La criatura que se encontraba en su interior tocaba ambos
extremos del tubo y era, sencillamente, monstruosa.
—Jill, ya tengo los cables. Voy a...
Barry se detuvo a su lado, y sus palabras se desvanecieron cuando vio aquella
abominación. Ambos comenzaron a acercarse sin decir ni una palabra, incapaces
de resistir el impulso de ver aquello más de cerca.
Era un ser de gran estatura y de proporciones físicas correctas, al menos por
lo que se refería al ancho y musculoso torso y a sus piernas. Aquellas partes
parecían humanas. Sin embargo, uno de los brazos había sido transformado en un
puñado de garras enormes, mientras que el otro brazo parecía normal, aunque
increíblemente grande. En el sitio donde debía encontrarse su corazón había una
especie de tumor grueso y lleno de sangre, y Jill se dio cuenta de que aquella masa
bulbosa era el corazón de la criatura. Palpitaba ligeramente, extendiéndose y
contrayéndose con latidos lentos y rítmicos.
Se paró delante del tubo de cristal, pasmada por aquella abominación. Podía
ver líneas de cicatrices en sus extremidades, cicatrices causadas por operaciones
quirúrgicas. No tenía órganos sexuales: estaba claro que se los habían extirpado.
Miró su cara y vio que también habían quitado parte de la carne del rostro. Los
labios habían desaparecido, y parecía sonreír continuamente a: través del rasgado
tejido de su cara, donde podían verse todos los dientes.
—Tirano —dijo Barry en voz baja.
Jill lo miró, y vio que observaba ceñudo la pantalla del ordenador que estaba
conectado al tubo de cristal mediante numerosos cables.
Jill miró de nuevo al Tirano y se sintió asaltada por una mezcla de pena y
asco. Fuese lo que fuese en aquel momento, antes había sido un hombre, y
Umbrella lo había convertido en un horror de pesadilla.
—No podemos dejar esto así —dijo en voz baja, y Barry asintió.
Se reunió con él delante de la pantalla del ordenador y estudió con
detenimiento las decenas de botones e interruptores. Tenía que haber algo que
acabara con la vida de aquello. Era lo menos que se merecía. Había una hilera de
seis interruptores rojos en la parte baja de los controles. Barry pulsó uno de ellos.
No pareció ocurrir nada. Él la miró, y ella se encogió de hombros, asintiendo con la
cabeza para indicarle que continuara. Barry utilizó el dorso de la mano para
pulsarlos todos a la vez.
Se oyó un repentino golpe sordo...
Ambos se giraron en redondo, justo a tiempo para ver cómo el Tirano retiraba
el brazo y luego golpeaba de nuevo el cristal del tubo. Unas grietas aparecieron en
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el lugar del impacto, aunque el cristal parecía tener un grosor de varios
centímetros...
—Aaaah... ¡Mierda!
Barry agarró a Jill por el brazo mientras la criatura retiraba sus
ensangrentados nudillos del cristal para golpearlo por tercera vez.
—¡Corre!
Ambos comenzaron a correr, y Jill deseó con todas sus fuerzas que hubieran
dejado tranquila a aquella bestia mientras el pánico invadía todo su cuerpo. Barry
aplastó con su mano el botón de apertura de la puerta, que se deslizó hacia un lado
justo en el mismo momento que detrás de ellos se oía el ruido del cristal que
finalmente se rompía.
Cruzaron atropelladamente la puerta, completamente aterrorizados, y
mientras Barry pulsaba de nuevo el botón de la puerta... se dieron cuenta de que
Wesker había desaparecido.
Wesker caminó trastabillando hacia el cuarto de generadores, con la cabeza
latiéndole y sintiendo las piernas como algo lejano y débil. Notaba que iba a
vomitar en cualquier momento.
Maldito Barry... Se habían llevado su pistola. Había recuperado el sentido
mientras ellos entraban en el laboratorio, y había aprovechado para arrastrarse
hasta el ascensor, maldiciéndolos a ambos, maldiciendo a Umbrella por crear tal
follón y maldiciéndose a sí mismo por no haber matado simplemente a todos los
STARS cuando había tenido la ocasión.
Esto no ha acabado todavía. Aún tengo el control. Éste es mi juego... La maleta con
las muestras se había quedado en el laboratorio, y probablemente aquellos idiotas
ya la estaban destruyendo. Y también al Tirano. Aquella magnífica criatura,
indefensa sin sus inyecciones de adrenalina, muerta. Dispararían contra su
dormido corazón y moriría sin haber probado jamás el sabor del combate.
Wesker llegó hasta la puerta del cuarto de generadores y se apoyó en ella
mientras intentaba recuperar el aliento. La sangre le golpeaba en los oídos. Sacudió
la cabeza para intentar aclarar la extraña niebla que le cubría los ojos y que se había
asentado en su cerebro. Ya no tenía las muestras de tejidos, pero todavía podía
cumplir la misión. Era importante, era muy importante que cumpliera la misión. Se
trataba de control, y el control era su especialidad.
Sistema de autodestrucción... cuidado con los monos... Los MA1, tenía que tener
cuidado con los MA1. Wesker abrió la puerta y se lanzó adelante. El suelo parecía
muy lejano y muy cercano a la vez. Las máquinas le siseaban, y chirriaban y
bufaban en el aire caliente y aceitoso. Su mano encontró la barandilla y la utilizó
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para impulsarse hacia la parte trasera del cuarto de generadores, intentando correr
pero descubriendo que sus piernas no estaban interesadas en obedecerle.
Una garra salió disparada desde arriba y le arrancó un trozo de cuero
cabelludo. Sintió un líquido tibio correr por su nuca y bajar hasta la espalda. Siguió
avanzando a tropezones, pero el dolor que sentía en la cabeza se hizo mucho más
agudo e intenso. Se llevaron mi pistola, los estúpidos, estúpidos majaderos se llevaron mi
pistola... Llegó a la puerta y, en el momento que logró abrirla, algo pesado lo golpeó
en la espalda y lo tiró de bruces hacia la siguiente habitación. Cayó sobre el frío
suelo de metal y un aullido penetrante desgarró el aire junto a su oído. Unas
gruesas garras perforaron la piel de su espalda. Wesker manoteó para librarse del
ser sonriente y aullante que intentaba matarlo. Golpeó a la criatura con toda la
fuerza que pudo, clavándole el canto de la mano en la garganta. El mono se retiró
de un salto y trepó de nuevo al techo. Wesker se puso de pie y avanzó
trastabillando, con nuevas oleadas de dolor y náusea recorriendo su cuerpo. El aire
estaba demasiado caliente, las turbinas resonaban demasiado altas e insistentes en
su frenesí giratorio... pero al fin pudo ver la puerta, la puerta que llevaba al lugar
donde podría dar cumplimiento a su misión.
Todos los STARS muertos, despedazados en el aire mientras yo escapo, mientras huyo
convertido en un hombre rico... Abrió la puerta de golpe y se acercó a la pequeña
pantalla brillante que estaba en la parte trasera de la estancia. Allí había más
tranquilidad, hacía más fresco. Las enormes máquinas que llenaban el lugar
zumbaban suavemente, y su propósito era completamente diferente a las que había
fuera. Las máquinas de aquel lugar lo ayudarían a recuperar el control. El ruido
procedente de la puerta abierta a su espalda le pareció muy lejano cuando llegó
hasta la pantalla. Sintió los dedos adormecidos mientras comenzaba a tocar las
teclas. Encontró las teclas que necesitaba, y el código se desparramó en letras
verdes por la pantalla después de sólo unos cuantos errores. Una voz sensual y
tranquila le informó de que la cuenta atrás comenzaría en treinta segundos.
Todavía aturdido, intentó recordar cómo se ponía en marcha el reloj. El sistema de
auto destrucción se podría en marcha automáticamente en cinco minutos, pero él
tenía que reprogramarlo, tenía que conseguir tiempo para volver a orientarse y
poder llegar al exterior... Algo chilló detrás de él. Wesker se dio la vuelta, confuso,
y vio a cuatro de los monos mutantes que corrían hacia él y se abalanzaban con sus
garras abiertas. Un dolor terrible subió desde sus piernas y se desplomó, cayendo
al duro suelo de metal. Esto no puede estar ocurriendo.
Una de las criaturas se puso sobre su pecho de un salto y, de repente, Wesker
apenas pudo respirar, ni siquiera pudo alzar sus débiles brazos para echarlo a un
lado. Otro le desgarró la pierna izquierda, arrancando un grueso trozo de carne
con su garra. La tercera y la cuarta criatura aullaron de alegría alrededor de él
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como niños malvados y siniestros, levantando las garras mientras saltaban sobre
sus patas rechonchas.
Sintió los ojos cubiertos de sangre y el mundo comenzó a dar vueltas, y los
aullidos y los siseos aumentaron hasta un nivel ensordecedor, y ardiente calor y su
mente...
Ha llegado el Tirano.
Wesker pudo sentir su presencia, la presencia vasta y poderosa de algo que lo
rodeaba. Sonrió a pesar del dolor que sentía y buscó la presencia a través de la roja
neblina de su reducida visión, deseando más que nada en el mundo ver cómo
causaba una matanza entre sus atacantes en una maravilla de movimientos
perfectos... pero sólo pudo distinguir una inmensa sombra que parecía cubrirlo por
entero, incluso pasar a través de él, y sólo pudo imaginarse que el magnífico y
poderoso guerrero se agachaba para alejarlo de sus torturadores...
Yo tengo el control. Quiero veeeeer... La oscuridad le arrebató todas sus
esperanzas, y Wesker no volvió a pensar en nada más.
—STARS Equipo Alfa, equipo Bravo, ¡cualquiera! ¡Si no podéis responder,
intentad hacerme una señal! Me estoy quedando sin combustible. ¿Me recibís?
¡Aquí Brad! Repito, STARS Equipo Alfa, equipo Bravo...
Rebecca apretó el botón de comunicaciones y habló con rapidez.
—¡Brad! ¡Hay un helipuerto al lado de la mansión Spencer! ¡Tienes que llegar
al helipuerto! ¡Brad, adelante!
Rebecca oyó un agudo pitido de la estática y algo parecido a la palabra
«recibido», pero no oyó el resto.
¿Qué había dicho? «¿Recibido?» o «¿Me has recibido?
No tenía forma de saberlo. Frustrada y preocupada, Rebecca agarró con
fuerza el aparato de radio, con la esperanza de que Brad la hubiera oído.
De repente, el agudo clamor de una alarma resonó en la silenciosa estancia a
través de algún altavoz oculto en el techo. Rebecca dio un salto por la sorpresa y
miró alrededor confundida por completo. Oyó un leve zumbido procedente del
interior de la puerta que llevaba al helipuerto y se acercó apresuradamente a ella.
Agarró el pomo y lo hizo girar. Esta vez, la puerta se abrió.
Una fría voz femenina comenzó a hablar de forma lenta y clara, audible
incluso por encima de la barahúnda causada por la estridente alarma.
—El sistema de autodestrucción ha sido activado. Todo el personal debe
evacuar la zona inmediatamente o comenzar el proceso de desactivación. Disponen
de cinco minutos. El sistema de autodestrucción ha sido activado...
Rebecca se quedó de pie en mitad del umbral de la puerta abierta mientras el
mensaje se repetía, vigilando el hueco de la escalera al tiempo que sentía que su
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S. D. PERRY
sangre corría cada vez más deprisa y esperaba que Chris apareciera, procedente de
los niveles inferiores.
Se había marchado hacía muy pocos minutos, pero ya se les había acabado el
tiempo.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
Capítulo 20
Jill y Barry corrieron desde el ascensor de vuelta hacia la sala principal de S3 y
la fría voz electrónica les informó que disponían de cuatro minutos y medio.
Llegaron al pasillo a toda velocidad, doblando la esquina como posesos y... vieron
a Chris Redfield a mitad de camino de las escaleras metálicas.
—¡Chris! —gritó Jill.
Él se dio la vuelta como un rayo, y su rostro se iluminó de alegría al verlos
correr hacia él.
—¡Deprisa! —les gritó—. ¡Hay un helipuerto en S1! ¡Gracias a Dios!
Chris los esperó hasta que llegaron al pie de las escaleras y luego echó a
correr de nuevo, atravesando a la carrera la pasarela y sosteniendo la trampilla que
daba acceso a las escaleras de mano. Jill y Barry llegaron hasta el extremo superior
de las escaleras y atravesaron también a la carrera la pasarela mientras la voz
electrónica les informaba de que disponían de cuatro minutos y quince segundos a
partir de aquel momento para salir de allí.
Barry fue el primero en subir por la escalera, y Jill la siguiente, con Chris
pegada a su espalda. Salieron a S1, y lo primero que Jill vio fue a Rebecca
Chambers de pie en la puerta de emergencia, con su juvenil rostro congestionado
por la preocupación. Chris la hizo pasar por la puerta y los cuatro se apresuraron a
recorrer todo lo rápidamente que pudieron un sinuoso pasillo de cemento. Jill rezó
con fervor pidiendo que les diera tiempo para salir de aquel lugar. Espero que te
achicharres aquí, Wesker.
Al final del pasillo encontraron un gran ascensor. Barry abrió con violencia la
puerta y la sostuvo mientras los demás entraban; en cuanto lo hicieron, saltó al
interior. La fría voz femenina les informó de que les quedaban cuatro minutos
justos. El ascensor pareció subir a paso de tortuga y Jill echó un vistazo a su reloj,
con su corazón acelerado mientras pasaban los segundos. No vamos a lograrlo. No
saldremos a tiempo... El ascensor se detuvo con un suave zumbido, y esta vez fue
Chris quien abrió la puerta de un fuerte tirón. El fresco aire del amanecer les
inundó los rostros... junto al dulce y maravilloso sonido de un helicóptero
sobrevolando.
—¡Me oyó! —gritó Rebecca, y Jill sonrió, sintiendo una repentina oleada de
cariño por la novata.
El helipuerto era enorme, y el amplio espacio estaba rodeado por unos altos
muros. Una circunferencia de color amarillo pintada sobre el asfalto negro le
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mostraba a Brad dónde debía aterrizar. Barry y Chris agitaron frenéticamente los
brazos, indicándole al piloto que se diera prisa mientras Jill miraba de nuevo su
reloj. Les quedaban poco más de tres minutos y medio. Tiempo más que de sobra...
¡BAAAMMMM! Jill se dio la vuelta en redondo y vio numerosos trozos de
cemento y asfalto volar por los aires y luego caer como lluvia sobre la esquina
noroccidental de la zona de aterrizaje. Una gigantesca garra salió del agujero y se
apoyó en el irregular reborde... y la pálida y enorme figura del Tirano salió de un
salto, aterrizando en la superficie del helipuerto. Se levantó ágilmente de su
posición agazapada... y comenzó a avanzar hacia ellos. ¿Qué demonios es eso? Debía
de medir al menos unos dos metros y medio, y algunas partes de su gigantesco
cuerpo estaban deformadas y mutiladas. Su sonriente rostro estaba concentrado en
ellos, incluso mientras se ponía de pie. Avanzó hacia ellos a paso lento, abriendo y
cerrando la garra de su brazo izquierdo.
No tenemos tiempo, Brad no puede aterrizar...
Chris apuntó contra el bulto oscuro en forma de tumor que aquella criatura
tenía en el pecho y disparó, apretando el gatillo cinco veces en rápida sucesión.
Tres de los proyectiles impactaron en su objetivo, y los otros dos se quedaron a
escasos centímetros del palpitante órgano rojo... y la criatura ni siquiera aflojó el
paso.
—¡Dispersaos! —gritó Barry.
Los STARS se separaron. Jill tiró de Rebecca hacia la esquina más alejada de la
enorme bestia y Chris se alejó corriendo hacia la pared sur. Barry se quedó en el
sitio y apuntó su Colt contra el monstruo que se le acercaba. Tres proyectiles del
calibre 357 atravesaron su abdomen, y el eco de los rugidos de los disparos rebotó
procedente de las altas paredes de cemento. De repente, la criatura aceleró su
marcha y comenzó a correr hacia Barry, echando hacia atrás su gigantesca garra...
Barry se echó a un lado justo cuando aquella criatura llegó a su altura
corriendo semiagachada y levantando la garra como si estuviera arrojando un bolo
en una bolera.
Las uñas de la garra abrieron varios surcos en el asfalto, como si éste tuviera
la consistencia del agua. El monstruo se detuvo en cuanto pasó de largo, y se giró
de forma casi indiferente para ver a Barry ponerse de pie trastabillando y disparar
de nuevo. La bala le arrancó un buen trozo de carne del hombro derecho. Un
grueso reguero de sangre comenzó a correrle pecho abajo para terminar
reuniéndose con los goteantes agujeros del estómago. El helicóptero de los STARS
continuó sobrevolando el lugar, incapaz de aterrizar, y la inmensa criatura no daba
señal alguna de que fuera a detenerse ni de que ni siquiera sintiese dolor por las
terribles heridas. Comenzó a correr de nuevo y dejó caer su enorme e inhumana
mano mientras se abalanzaba contra Barry... justo cuando el percutor del revólver
golpeaba un casquillo vacío.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
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S. D. PERRY
Barry se echó de nuevo a un lado, pero esta vez el monstruo giró con él y la
garra le rozó el costado y lo lanzó de bruces contra el suelo. ¡Barry!
Chris echó a correr hacia la criatura, disparando contra su espalda mientras se
agachaba sobre el caído miembro del equipo Alfa. Barry retrocedió de espaldas,
tumbado como estaba, con los ojos abiertos de par en par y su chaleco hecho
jirones...
La criatura debió de sentir finalmente los pinchazos causados por las balas,
porque se dio la vuelta y fijó su mirada sin expresión en Chris. Barry logró ponerse
en pie a trompicones y se alejó cojeando. ¡No tenemos tiempo! Chris vació el
cargador y los últimos proyectiles le dieron de lleno en la cara. Trozos de dientes y
de carne volaron por los aires procedentes de la boca sin labios del monstruo,
cayendo en el asfalto en fragmentos blancos y rojos. La criatura no pareció darse
cuenta de ello mientras echaba a correr de nuevo, esta vez hacia él, a una velocidad
increíble.
Tanto Jill como Rebecca comenzaron a disparar y a gritar para distraer su
atención y alejarlo de Chris, pero el monstruo ya se había fijado una presa y corría
hacia ella al mismo tiempo que echaba hacia atrás su garra...
Espera...
Se echó a un lado en el último instante posible y el monstruo pasó a su lado a
toda velocidad, con su garra abriendo una herida enorme en el asfalto justo donde
él había estado menos de un segundo antes.
Chris corrió y se dio cuenta de repente de que los segundos seguían pasando
y que no podrían matarlo a tiempo.
Barry sintió cómo corría la sangre por su muslo. El brutal zarpazo del Tirano
le había cortado en profundidad la carne. El dolor era soportable; la idea de que
iban a morir no lo era.
Moriremos por la explosión si esto no nos hace pedazos antes...
El Tirano fijó su atención en Rebecca y en Jill cuando ambas comenzaron a
disparar de nuevo contra el aparentemente invulnerable monstruo. Comenzó a
andar de nuevo con su paso tranquilo hacia ellas, sin hacer caso de los nuevos y
sangrientos agujeros que aparecían en su cuerpo. Las descargas de la escopeta de
Jill le alcanzaron en las piernas y en el pecho, y las balas de nueve milímetros
disparadas por Rebecca acribillaron su cuerpo... pero no dejó de andar.
El viento azotó el rostro de Barry al mismo tiempo que el rugir de las palas
del rotor del helicóptero aumentó de volumen. Oyó un grito procedente de arriba.
—¡Allá va!
Barry miró hacia arriba, hacia el helicóptero, que se encontraba a sólo cinco
metros del suelo, y vio cómo un objeto oscuro y de aspecto pesado salía volando
de la compuerta lateral abierta del aparato y se estrellaba contra el asfalto con un
sonoro golpe.
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Chris era el que estaba más cerca, y corrió hacia el objeto. El Tirano casi había
llegado a la altura de Jill y de Rebecca. Las dos se separaron y cada una echó a
correr en una dirección diferente. La criatura se dirigió sin dudarlo hacia Jill
mientras la seguía con su extraña y penetrante mirada.
—¡Jill, hacia aquí! —gritó Chris.
Barry se dio la vuelta y vio que Chris tenía sobre el hombro el pesado
lanzagranadas.
¡Sí!
Jill giró y comenzó a correr hacia Chris, con el Tirano muy cerca de ella.
—¡Fuera!
Ella saltó hacia un lado y rodó por el suelo al mismo tiempo que Chris
disparaba. El tremendo siseo del cohete al salir casi quedó ahogado por el tronar
de las aspas del helicóptero.
No se produjo ninguna explosión. La granada impactó de lleno en el pecho
del Tirano... y en una deflagración de luz incendiaria y de sonido ensordecedor,
voló al monstruo en un millón de trozos humeantes.
Brad hizo bajar el helicóptero mientras los destrozados restos de carne y
hueso caían sobre los cuatro miembros de los STARS, que se apresuraron a
acercarse al aparato.
Los patines del helicóptero todavía no habían tocado el suelo cuando Jill ya se
había lanzado de cabeza hacia la compuerta abierta, y Chris, Barry y Rebecca la
siguieron inmediatamente después.
—¡Vámonos, Brad, vámonos! —gritó Jill.
El aparato se alzó en el aire y se alejó a toda velocidad.
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LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
Capítulo 21
La tranquila voz femenina solo fue percibida por unos oídos inhumanos.
—Tienen cinco segundos, cuatro, tres, dos, uno. Sistema de autodestrucción
activado.
El circuito que recorría toda la residencia Spencer a todo lo largo y ancho se
activó.
Con un rugido y un trueno, seguidos de una avalancha de movimiento, toda
la residencia Spencer saltó en mil pedazos. Los artefactos explosivos estallaron
simultáneamente en el sótano de la mansión, detrás del enorme estanque, debajo
de una chimenea normal y corriente y en la casa de guardia y en el tercer nivel de
los laboratorios subterráneos. Las paredes de mármoles se derrumbaron sobre los
suelos , que se desintegraron en el interior de la mansión. Las rocas se partieron en
mil pedazos y el cemento se convirtió en un fino polvillo ennegrecido. Unas
enormes bolas de fuego anaranjado se alzaron bajo el sol del amanecer y pudieron
ser vistas a kilómetros de distancia entre los breves segundos de su brillante vida.
Mientras la potente onda sonora provocada por la explosión recorría el
bosque y moría mientras se alejaba, los restos del lugar comenzaron a arder.
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RESIDENT EVIL VOL. 1
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Epílogo
Los cuatro permanecían en silencio mientras Brad pilotaba el helicóptero de
regreso a la ciudad. Aunque él tenía un millón de preguntas que hacerles, había
algo en su silencio que no invitaba a comenzar una conversación. Chris y Jill
miraban por la ventana de la compuerta el fuego que se extendía por toda la zona
de la mansión Spencer, con una expresión ceñuda en sus rostros. Barry estaba
apoyado de espaldas en la pared que separaba la cabina del compartimiento de
carga, mirándose las manos como su nunca las hubiera visto antes. La chica nueva
iba de un lado curándoles las heridas, pero sin decir tampoco ni una sola palabra.
Brad mantuvo la boca cerrada. Todavía se sentía una mierda por haber salido
huyendo. Las había pasado canutas desde entonces. Había sobrevolado la zona en
círculos mientras veía como la aguja del indicador del combustible bajaba sin
parar. Había sido una completa pesadilla, y tenía que echar una meada más que
nada en el mundo.
Y aquel monstruo...
Se estremeció de los pies a la cabeza. Fuera lo que fuese, se alegraba mucho de
que estuviera muerto. Había tenido que utilizar todo su valor para no salir volando
en el mismo momento en que le puso la vista encima, y por lo que a él se refería,
merecía un poco de respeto por lograr lanzar el lanzagranadas por la compuerta
abierta.
Miró hacia atrás de nuevo, al silencioso cuarteto, preguntándose si debía
contarles lo de la misteriosa llamada que había recibido por radio. Justo instantes
después de que la novata gritara algo sobre un helipuerto a través de la estática,
una señal muy firme y poderosa le llegó, y una voz masculina le dio con toda
tranquilidad las coordenadas precisas del lugar. El tipo había estado escuchando la
conversación, lo que ya era muy extraño de por sí, pero el hecho de que conociera
la localización exacta del helipuerto era algo que atemorizaba muchísimo a Brad.
Frunció el entrecejo intentando recordar el nombre de aquel hombre misterioso.
¿Thad? ¿Terrence?
Trent. Eso es, dijo que su nombre era Trent.
Brad decidió que se lo contaría a sus compañeros otro día. Por el momento, lo
único que quería era regresar a casa.
169
LA CONSPIRACIÓN UMBRELLA
RESIDENT EVIL VOL. 1
S. D. PERRY
INDICE
Prólogo ..........................................................................................................2
Capítulo 1......................................................................................................5
Capítulo 2....................................................................................................17
Capítulo 3....................................................................................................25
Capítulo 4....................................................................................................34
Capítulo 5....................................................................................................40
Capítulo 6....................................................................................................49
Capítulo 7....................................................................................................59
Capítulo 8....................................................................................................67
Capítulo 9....................................................................................................70
Capítulo 10..................................................................................................80
Capítulo 11..................................................................................................90
Capítulo 12..................................................................................................99
Capítulo 13................................................................................................112
Capítulo 14................................................................................................121
Capítulo 15................................................................................................129
Capítulo 16................................................................................................137
Capítulo 17................................................................................................144
Capítulo 18................................................................................................152
Capítulo 19................................................................................................158
Capítulo 20................................................................................................164
Capítulo 21................................................................................................168
Epílogo ......................................................................................................169
170
RESIDENT EVIL VOLUMEN SEIS
CODIGO VERONICA
S.D. PERRY
S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Para Jay y Char, dos lectores fieles, dos locos de atar
Sin duda, los hijos del mal han perdido la cordura.
JUDITH MORIAE
Nota del autor
Lo más probable es que los lectores más fieles de esta serie ya hayan leído esta nota
aclaratoria, pero, por favor, permitid que la repita:
Puede que hayáis notado la existencia de discrepancias entre personajes o momentos
concretos entre las novelas y los juegos (o ente unos libros y otros). Debido a que las
novelizaciones y los juegos se escriben, se revisan y se producen en fechas distintas por
personas distintas, la coherencia completa es casi imposible. Tan sólo puedo disculparme
en nombre de todos nosotros, y tener la esperanza de que, a pesar de los errores
cronológicos, continuaréis disfrutando de la mezcla de zombis corporativos y de héroes
desventurados que convierten Resident Evil en algo tan entretenido… de escribir, y, si soy
afortunado, de ser leído.
2
S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Prólogo
A pesar de estar enfrentándose a su muerte, ya cercana, y de estar rodeado de
enfermos y moribundos mientras los restos ardientes del helicóptero seguían cayendo a su
alrededor, en lo único que Rodrigo Juan Raval pudo pensar fue en la chica. En ella, y en
quitarse de en medio como fuese.
Ella también va a morir… ¡Lárgate!
Se lanzó de cabeza para ponerse a cubierto detrás de una lápida sin nombre mientras
el pequeño cementerio se estremecía y retumbaba. Un enorme trozo del helicóptero
humeante se estrelló contra el suelo en la parte más alejada del camposanto y roció a los
soldados y a los prisioneros, todos en distintas fases de putrefacción, con chorros de
combustible en llamas. Unos arroyos relucientes de gasolina ardiendo recorrieron el suelo
como lava pegajosa, y cuando Rodrigo se estrelló contra el suelo, sintió un dolor tremendo
en la boca del estómago: dos de sus costillas se partieron al chocar contra un trozo de
mármol oscuro semienterrado y oculto bajo las malas hierbas que inundaban el
cementerio. El dolor fue repentino y terrible, paralizante, pero de algún modo logró no
desmayarse. No podía permitírselo.
La pala de un rotor se hundió en el suelo a menos de medio metro de él y lanzó un
surtidor de tierra suelta al cielo del anochecer. Oyó un nuevo coro de gemidos cuando los
portadores del virus protestaron sin palabras por aquella lluvia de fuego. Un guardia
infectado pasó cerca de él arrastrando los pies, con el cabello envuelto en llamas y unos
ojos sin vista que seguían buscando sin cesar.
No sienten nada, nada de nada, se recordó Rodrigo a sí mismo con cierta urgencia
desesperada, y se concentró en su respiración, temeroso de moverse mientras el dolor
pasaba del deseo de lanzar aullidos al de simplemente gritar. Ya no son humanos.
El aire estaba cargado de humo asfixiante y del hedor de cuerpos putrefactos y de
carne quemada. Distinguió el estampido de unos cuantos disparos en el interior del
edificio de la prisión, pero fueron muy pocos. La batalla se había acabado, y habían sido
derrotados. Rodrigo cerró los ojos todo el tiempo que se atrevió, bastante seguro de que no
volvería a ver amanecer. Vaya mierda de día.
Todo aquello había comenzado precisamente diez días antes en París. La chica,
Redfield, había conseguido infiltrarse en la sede administrativa de Umbrella y había
luchado con ferocidad antes de que el propio Rodrigo la hubiera capturado. La verdad es
que había tenido bastante suerte: el arma de la chica ya no tenía balas cuando le había
apuntado y apretado el gatillo.
Sí, vaya, mucha suerte, pensó con amargura. Si hubiese sabido lo que le esperaba,
quizá hasta le hubiera recargado el arma él mismo.
La recompensa por capturarla con vida, la oportunidad de llevar a su unidad de
seguridad de élite para que se entrenase con auténticos portadores del virus en las
instalaciones de Rockfort, una isla situada en un lugar remoto del Atlántico Sur. La chica
acabaría como otro espécimen para uso de los científicos, o quizá la mantuvieran con vida
para que sirviera como cebo para atraer a su problemático hermano y a los demás
protagonistas de aquella rebelión protagonizada por los antiguos miembros de los STARS
de la que Rodrigo no dejaba de oír rumores. El resultado de la incursión de la chica en las
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
oficinas había sido de diecisiete heridos y cinco muertos. La mayoría de ellos no eran más
que ejecutivos inútiles, y a Rodrigo le importaban una mierda, pero atrapar a la muchacha
significaba que podía esperar un buen aumento de paga. Por lo que a él se refería,
Umbrella podía convertirla en una cucaracha gigante de neón. Seguro que habían hecho
cosas peores.
Le pareció de nuevo que había tenido mucha suerte cuando le dijeron que disponía
de diez días para preparar a sus tropas, diez días mientras los interrogadores de la sede
central acribillaban a preguntas a la chica. El viaje de París a Rockfort con escala en
Ciudad del Cabo había transcurrido sin problemas. Los pilotos eran unos profesionales de
primera clase y la chica había mantenido la boca cerrada, lo que había sido muy
inteligente por su parte. Todos sus hombres habían sido aleccionados para aprovechar
aquella oportunidad. La moral era muy elevada cuando aterrizaron y comenzaron los
preparativos para los primeros entrenamientos.
Sin embargo, menos de ocho horas después de que llegaran a la isla, y sólo era la
segunda vez que estaba allí, todo el lugar había sido atacado con ferocidad por gente
desconocida en una incursión aérea de precisión surgida de la nada. Sin duda lo había
financiado alguna corporación empresarial, porque utilizaron tecnología avanzada y
munición como si no se les fuera a acabar nunca. Los helicópteros y aviones los habían
sobrevolado como una oscura tormenta de pesadilla. El ataque había sido bien planeado e
inmisericorde. Por lo que él sabía, habían atacado todas las instalaciones de la isla: la
prisión, los laboratorios, la zona de entrenamiento… Creía que la casa de los Ashford se
había salvado, pero no estaba muy seguro de ello.
El ataque aéreo fue devastador de por sí, pero no fue nada comparado con lo que
ocurrió a continuación: en algunas de las partes de la zona de los laboratorios se
guardaban muestras de media docena de variantes del virus T, que se había propagado,
además de la huida de unos cuantos especímenes de armas biológicas experimentales. Las
muestras del virus T convirtieron a los humanos en caníbales con el cerebro achicharrado.
Se trataba de un efecto secundario desafortunado, pero en realidad no había sido creado
para utilizarlo en la gente. Gracias a los logros milagrosos más que cuestionables de la
ciencia moderna, la mayoría de los organismos sujetos a la experimentación no eran
humanos ni de forma remota, y el virus los transformó en máquinas de matar.
Se había producido un caos tremendo. El comandante de la base, aquel loco
inquietante llamado Alfred Ashford, no había movido ni un dedo para organizar la
resistencia, de modo que les había tocado a los soldados de la tropa encargarse de todo.
Los prisioneros, como era evidente, no habían servido para nada, pero en el terreno había
soldados suficientes para montar una defensa y un contraataque tremendamente
ineficaces. Sus muchachos habían caído casi con la misma rapidez que todos los demás,
aniquilados de camino al helipuerto por un trío de OR1, los ejemplares sobre los que los
científicos estaban probando en ese momento el virus T.
Todo aquel entrenamiento perdido en poco más de un minuto o dos. Los OR1 eran
especialmente feroces y agresivos, muy violentos y con una gran potencia muscular. Por
suerte, tan sólo habían escapado unos pocos…, pero habían sido más que suficientes. Los
soldados los habían bautizado como bandersnatches,1 por sus largas extremidades. Le
pareció divertido que los miembros de su equipo hubieran tenido tanto cuidado en no
quedar infectados por el virus —se colocaron las mascarillas respiratorias protectoras—, y
al final, de todas maneras, habían muerto a manos de una forma del virus.
1
Monstruo que aparece en Jabberwocky, un relato de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el País de las Maravillas. (N. del t.)
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Al menos, todo ocurrió muy deprisa, antes incluso de que se dieran cuenta del problema en
que estaban metidos, pensó, mientras los envidiaba por la esperanza que habían tenido.
Estaba herido, agotado, y había visto cosas que sabía que lo perseguirían a lo largo de toda
su vida, por muy corta que fuese. Ellos tuvieron suerte.
Rockfort se había convertido en una sucursal del infierno en la Tierra. Aquel virus
creado por el hombre no duraba mucho en el aire, y sólo había infectado a la mitad de la
población de la isla…, pero los que habían caído enfermos habían empezado a devorar a la
otra mitad de forma casi inmediata, por lo que habían extendido la plaga. Algunos habían
logrado escapar a todo aquello, pero entre los infectados y las armas biológicas, huir de la
isla se había convertido en una opción casi imposible. Todo el lugar estaba patas arriba.
Quizá así es como debe ser. Quizá es lo que todos nosotros nos merecíamos.
Rodrigo sabía que no era un individuo del todo malo, pero no se engañaba: también
sabía que no era uno de los chicos buenos. Había cerrado los ojos a ciertas situaciones
infames de verdad a cambio de una buena paga, pero por mucho que le hubiese gustado
achacar la culpa a todos los que lo rodeaban, no podía negar su pequeña participación en
todo aquel pandemónium apocalíptico. Umbrella había jugado con fuego durante mucho
tiempo…, pero incluso después de la desaparición de Raccoon City como ciudad, después
de los desastres en la Ensenada de Calibán y en las instalaciones subterráneas, él jamás
pensó que algo así pudiera pasarles a él y a su equipo.
Otro cadáver ambulante pasó al lado de su escondrijo provisional. Una descarga de
escopeta bastante reciente le había arrancado la mandíbula inferior. Rodrigo se agachó
más todavía de forma instintiva y tuvo que esforzarse de nuevo para no desmayarse. La
nueva oleada de dolor fue sorprendentemente intensa. Ya se había roto varias costillas con
anterioridad, pero aquello era algo distinto, alguna herida interna. Quizá era una
perforación en el hígado, una herida letal si no lo operaban. Si continuaba su racha
increíble de mala suerte, lo más probable era que se desangrara por dentro antes de que
algo acabara comiéndoselo.
La cabeza se le iba y el dolor se había acentuado, pero, por mucho que quisiera
descansar, todavía estaba el asunto de la chica: no podía olvidarse de aquello. Estaba
cerca, muy cerca. Uno de los guardias la había dejado inconsciente de un golpe antes de
que le hicieran un examen físico o le dieran las ropas de la prisión, y eso había ocurrido
justo antes del ataque. Tenía que estar todavía en la celda de aislamiento, y la entrada
subterránea se encontraba un poco más allá de donde estaban esparcidos los restos
llameantes del helicóptero.
Ya casi he acabado. Después podré ponerme a descansar.
La mayoría de los humanos infectados con el virus se habían alejado de la zona en
llamas. Quizá obedecían a alguna clase de instinto primario. Había perdido su arma en
algún momento de su huida, pero si echaba a correr por detrás de las lápidas que había a
lo largo de la pared oeste…
Rodrigo se colocó sentado sobre el suelo, y el dolor empeoró todavía más, haciéndole
sentir débil y con ganas de vomitar. Sabía que tenía que haber una botella de líquido
hemostático en el botiquín de la zona de espera, y eso al menos disminuiría y retrasaría
cualquier clase de hemorragia interna que estuviese sufriendo, aunque se sentía preparado
para aceptar la muerte; tanto como cualquiera pudiera estarlo.
Pero no hasta que llegue donde está la chica. Yo la capturé y yo la traje hasta aquí. Es culpa
mía, y si muero ahora, ella también morirá.
A pesar de todas las escenas de horror que había contemplado aquel día, a los
camaradas que había perdido y al terror constante y casi paralizante de sufrir una muerte
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
realmente horrible, no podía dejar de pensar en ella. Claire Redfield tenía las manos
manchadas de sangre, sí, pero no había sido a propósito, no como la gente de Umbrella.
Como él. Ella no había matado por codicia, no había adormecido su conciencia y la había
despreciado durante todos aquellos años, y después de ver cómo su escuadra de élite
acababa convertida en carne picada a manos de unos monstruos auténticos, después de
pasar toda la tarde luchando por su propia vida, le había quedado muy claro que lo que
hacía la gente buena era intentar llevar a Umbrella ante la justicia por sus crímenes. La
chica se merecía que la ayudara por eso, aunque sólo fuese para que no muriese sola y en
la oscuridad. Rodrigo tenía un juego de llaves que había sacado del bolsillo de uno de los
guardianes muertos, y seguro que una de ellas abría la puerta de la celda de aislamiento.
Las chispas procedentes del incendio del helicóptero destellaban en el aire cada vez
más oscuro del anochecer, como insectos brillantes que refulgían antes de morir. Algunas
de las de mayor tamaño caían sobre la piel de los zombis más cercanos y chisporroteaban
con sonido de fritura sobre la carne gris antes de apagarse. No les importaba. Rodrigo
apretó los dientes y se puso en pie tambaleándose, a sabiendas de que la joven Claire no
lograría sobrevivir más allá de diez minutos sola y sin ayuda, pero sabiendo también que
tenía que darle esa oportunidad. No es que fuera lo mínimo que podía hacer por ella: era
lo único que podía hacer ya.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 1
Le dolía la cabeza. Estaba medio dormida, recordando lo que había pasado, cuando
un tronar distante atravesó la oscuridad y la acercó a un estado de vigilia. Había estado
soñando en la locura en que se había convertido su vida a lo largo de los meses anteriores,
y, aunque la parte casi consciente de su cerebro sabía que era verdad, todavía le parecía
demasiado increíble para ser cierta. Los recuerdos breves y fugaces de lo que había
ocurrido después de que la infección vírica se extendiera por todo Raccoon City seguían
acosándola, incluidas las imágenes de la criatura inhumana que las había perseguido a ella
y a la pequeña niña por toda aquella devastación, lo ocurrido a la familia Birkin, su
encuentro con León, sus constantes plegarias para que Chris estuviera bien.
Resonó otro trueno y se dio cuenta de que algo andaba mal, pero no pudo dejar de
dormir, de recordar. Chris. Su hermano se había ocultado en algún lugar de Europa y ellos
lo habían seguido, pero en este momento sólo sentía frío y le dolía la cabeza. No sabía por
qué.
¿Qué ha pasado?
Procuró concentrarse, pero tan sólo logró recordar algunos fragmentos, imágenes y
pensamientos de lo ocurrido en las semanas posteriores al desastre de Raccoon City.
Parecía incapaz de controlar su memoria y sus recuerdos, como si estuviese viendo una
película en sueños y no pudiera despertarse.
Imágenes de Trent en el avión, un desierto, el descubrimiento de un disco de
ordenador repleto de códigos que al final había resultado ser inútil por completo para los
planes de su hermano. El largo viaje hasta Londres y el siguiente, más corto, hasta París,
una llamada telefónica: «Chris está aquí, y está bien». La voz de Barry Burton, profunda y
amable. La risa, la sensación de alivio increíble que la inundó, la mano de León en su
hombro…
Era un comienzo, y la llevó hasta el siguiente recuerdo claro. Habían preparado un
encuentro en uno de los puestos de vigilancia del ala administrativa de la sede central de
Umbrella. León y los demás la estaban esperando en una furgoneta, al lado de las
instalaciones de la compañía farmacéutica. León y los demás la esperaban en el vehículo.
Le eché un vistazo al reloj, con el corazón palpitante por el nerviosismo, ¿dónde está?, ¿dónde
está Chris?
Claire no supo que estaba jodida hasta que las primeras balas le pasaron silbando al
lado, hasta que tuvo que echar a correr en un terreno cubierto por las luces de los focos,
hasta que entró en un edificio…
Y seguí corriendo por los pasillos, ensordecida por el retumbar de los disparos de las armas
automáticas y del rotor del helicóptero que sobrevolaba el exterior. Corrí y corrí, con las balas
estrellándose contra el suelo tan cerca de mí que los trozos de baldosa me hirieron los tobillos… Y
luego una explosión, y varios soldados retorciéndose en mitad de las llamas y…, y me atraparon.
La habían mantenido encerrada durante una semana entera y lo habían intentado
todo para hacerla hablar. Había acabado hablando, claro, pero sobre los momentos de
pesca que había pasado junto a Chris, sobre ideas políticas, sobre sus grupos de música
favoritos… A la hora de la verdad, lo cierto es que no conocía nada importante para ellos.
Estaba buscando a su hermano, y eso era todo, y había logrado convencerlos de algún
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
modo de que no conocía ningún dato vital sobre Umbrella. Contribuyó a ello el hecho de
que tan sólo tuviera diecinueve años y que pareciera tan letal y mortífera como una
girlscout. Lo poco que realmente sabía acerca del infiltrado en Umbrella, Trent, o sobre el
lugar donde se encontraba Sherry Birkin, la hija de la científica, lo mantuvo oculto en lo
más profundo de su interior.
Se la llevaron cuando se dieron cuenta de su inutilidad como fuente de información.
Esposada, atemorizada, y después de dos viajes en aviones privados y otro en un
helicóptero, llegó a la isla. Ni siquiera llegó a verla porque le pusieron una capucha, y la
oscuridad asfixiante fue un elemento añadido a sus temores. Rockfort Island, le parecía
que así era como la había llamado el piloto, estaba muy lejos de París, pero eso era todo lo
que sabía de aquel lugar. Truenos, había oído truenos. Recordó que la habían hecho
avanzar a empujones por un cementerio de prisión embarrado bajo la luz gris de la
mañana. Tan sólo pudo echar un breve vistazo a través de la capucha a las tumbas,
señaladas por lápidas bastante elaboradas. Bajó unas escaleras, le dieron la bienvenida y
¡BOOOM!
El suelo retembló y se estremeció. Claire abrió los ojos justo a tiempo para ver que las
luces se apagaban, y los gruesos barrotes de la celda se quedaron de repente impresos
como una imagen negativa en su retina y flotaron hacia la izquierda en la cerrada
oscuridad. Estaba tumbada de lado en el suelo sucio y húmedo.
Esto no está bien, nada bien, será mejor que me levante. Se enfrentó al tremendo palpitar
que notaba en el interior del cráneo mientras se ponía de rodillas. Tenía los músculos
agarrotados y doloridos. La oscuridad de la estancia fría y húmeda era total y el silencio,
absoluto, a excepción del sonido del goteo del agua, un palpitar rítmico, lento y desolado.
Se sintió sola.
Pero no por mucho tiempo. Joder, estoy metida hasta el cuello en la mierda. Umbrella la
tenía prisionera, y si tenía en cuenta los destrozos que había causado en París, era bastante
improbable que le dieran un helado y la mandaran de vuelta a casa.
Darse cuenta de nuevo de la situación en que se encontraba metida le provocó un
nuevo nudo en el estómago, pero Claire se esforzó todo lo que pudo por dejar a un lado
aquel miedo. Tenía que pensar con claridad, sopesar todas sus opciones, y necesitaba estar
preparada para entrar en acción. No habría sobrevivido a Raccoon City si se hubiera
dejado llevar por el pánico…
Sólo que ahora estás en una isla controlada por Umbrella. Incluso aunque lograras esquivar a
los guardias, ¿adónde ibas a huir?
Los problemas, de uno en uno. Lo primero que tenía que intentar era ponerse en pie.
Aparte del doloroso chichón que tenía en la sien derecha, provocado por el golpe que le
había propinado un capullo, no creía tener ninguna otra herida.
Oyó otro estruendo, apagado y alejado, y un poco de polvo se desprendió de las
rocas. Lo sintió caer sobre su nuca. Había percibido aquellos estruendos en sus sueños
medio inconscientes como si fueran truenos, pero en esos momentos le sonaron con
bastante claridad, como si Rockfort estuviese siendo atacado por proyectiles de artillería.
O por Godzilla. ¿Qué demonios estaba ocurriendo allí afuera?
Logró ponerse en pie, y se le escapó un gesto de dolor a causa de la herida en la sien
mientras se limpiaba de polvo los brazos y estiraba el cuerpo para desentumecerlo. La
celda subterránea la hizo desear llevar algo más que los vaqueros y el chaleco que se había
puesto para su encuentro con Chris.
¡Chris!¡Oh, Dios, que esté a salvo! Había logrado que los guardias de seguridad de
Umbrella se alejasen de León y de los demás, de Rebecca y de los otros dos antiguos
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
miembros de los STARS de Exeter. Si no habían capturado también a Chris, Claire supuso
que su hermano ya se habría reunido con el resto del equipo. Si pudiese echarle mano a un
ordenador con acceso a la red podría enviarle un mensaje a León…
Sí, vale. Sólo tienes que doblar estos barrotes, pillar un par de ametralladoras y acabar con
toda la gente de la isla. Bueno, aparte de entrar en un sistema de comunicaciones repleto de códigos
de seguridad, eso si encuentras un ordenador en condiciones. Además, sólo tienes que decirle a León
que estás en una isla que se llama Rockfort pero que no sabes dónde se encuentra…
Una voz interna la interrumpió.
Piensa de forma positiva, joder, ya tendrás tiempo de ser sarcástica más adelante, eso
suponiendo que sobrevivas. ¿Qué tienes a mano que te pueda servir?
Buena pregunta. Bueno, para empezar, no había guardias por ningún lado. También
estaba muy oscuro, y tan sólo se distinguía un levísimo resplandor procedente de algún
lugar situado a la derecha, lo que sería una ventaja si…
Claire se palpó los bolsillos con la loca esperanza de que nadie la hubiera registrado
mientras estaba inconsciente, pero segura de que alguien lo habría hecho… ¡Allí estaba! En
el bolsillo interior izquierdo del chaleco.
—Idiotas —susurró mientras sacaba el viejo encendedor metálico que Chris le había
dado hacía ya tanto tiempo. Su peso tibio en la mano la reconfortó. Cuando la registraron
en busca de armas, uno de los soldados, que apestaba a tabaco, se lo había quedado, pero
se lo había devuelto cuando ella le dijo que también fumaba.
Claire metió el encendedor de nuevo en el bolsillo. No quería encenderlo para no
perder la visión nocturna que poco a poco iban adquiriendo sus ojos al ajustarse a la
oscuridad. Había suficiente luz en el ambiente para que distinguiera la mayor parte de la
estancia: una mesa de escritorio y un par de armarios de oficina metálicos justo enfrente de
la celda, una puerta abierta a la izquierda, la misma puerta por la que había entrado, una
silla y un montón de objetos variados apilados a su derecha.
Vale, de acuerdo, ya conoces el entorno. ¿Qué más tienes?
Por suerte, su voz interior sonaba mucho más tranquila de lo que ella misma estaba.
Registró con rapidez los demás bolsillos y sacó un par de gomas elásticas para el cabello y
dos pastillas de menta para el aliento. Genial. A menos que quisiese acabar con sus
oponentes mediante el feroz impacto de una pastilla lanzada con una de las gomas, no
tenía ni una puta…
Pasos, en el pasillo que daba a la habitación de la celda, pasos que se acercaban. El
cuerpo se le tensó y la boca se le secó. Estaba desarmada y atrapada, y el modo en que
aquellos guardias la habían estado mirando durante el viaje…
Pues que vengan. Puede que esté desarmada, pero eso no quiere decir que esté indefensa. Si
alguien pensaba atacarla, para violarla o lo que fuese, se esforzaría por hacerle todo el
daño posible. Si iba a morir de todas maneras, no pensaba hacerlo sola.
Pam. Pam. Se percató de que sólo había una persona acercándose, y fuese quien
fuese, estaba herida. Las pisadas eran irregulares y lentas, arrastrando los pies, casi
como…
No, no. De ninguna manera.
Claire contuvo el aliento cuando la silueta de un hombre entró trastabillando en la
habitación con los brazos por delante. Se movía como uno de los zombis infectados por el
virus, como si estuviese borracho, tambaleándose inseguro, y se dirigió directamente
desde la puerta de la estancia hacia la puerta de la celda. Claire se alejó de forma
instintiva, aterrada por las implicaciones de todo aquello: si se había producido un brote
vírico en la isla acabaría muriendo de hambre detrás de los barrotes de la celda.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
¡Jesús!, ¿otra infección? En Raccoon City habían muerto miles de personas. ¿Cuándo
aprenderían los de Umbrella que sus enloquecidos experimentos biológicos no merecían la
pena?
Tenía que verlo con claridad para estar segura. Si se trataba de un guardia borracho,
al menos estaba solo, y quizá podría encargarse de él, y si se trataba de alguien infectado
por el virus, estaba a salvo, de momento. Que ella supiera, no podían abrir puertas, o al
menos, los que había visto en Raccoon City eran incapaces de manejar siquiera los
picaportes. Sacó otra vez el encendedor, abrió la tapa, y movió la ruedecilla con el pulgar.
Claire lo reconoció de inmediato y soltó un grito ahogado de sorpresa a la vez que
daba otro paso atrás. Alto y de constitución fornida, quizá de origen hispano, con un
bigote y unos ojos negros e inmisericordes, era el mismo hombre que la había atrapado en
París y la había llevado escoltada hasta la isla.
No es un zombi. Al menos, no es eso. Tampoco es que aquello supusiera demasiado
alivio, pero se aferraba a cualquier pequeña esperanza.
Se quedó de pie, inmóvil, sin tener muy claro lo que podía ocurrir a continuación. El
individuo tenía un aspecto diferente, y era algo que iba más allá de su rostro cubierto de
suciedad o de las pequeñas manchas de sangre que cubrían su camiseta blanca. Se trataba
más bien de una transformación interna y fundamental, o eso se podía adivinar por el
modo en que había cambiado la expresión de su rostro. Antes mostraba el gesto típico de
un asesino sin piedad, pero en esos momentos…, en esos momentos, Claire no estaba muy
segura de qué se trataba, pero cuando él metió una mano en el bolsillo y sacó un manojo
de llaves, rezó para que el cambio fuese a mejor.
Abrió la puerta de la celda sin decir una sola palabra y la miró sin expresión alguna
en los ojos antes de inclinar la cabeza hacia un lado por un momento: el gesto
internacional de «sal de aquí», si es que existía algo así.
El individuo dio media vuelta y se alejó tambaleante antes de que a ella le diera
tiempo a reaccionar. Era evidente que estaba herido por el modo en que se agarraba el
estómago con una mano temblorosa. Se dejó caer en una silla que había entre la mesa y la
pared más alejada y sacó con sus dedos ensangrentados una pequeña botella que había en
uno de los cajones. Sacudió la botellita, del tamaño aproximado de una bobina de hilo,
antes de arrojarla con gesto débil al otro lado de la estancia.
—Estupendo —murmuró para sí con voz quebrada.
La botellita, probablemente vacía, cayó repiqueteando por el suelo de cemento y
rodó hasta detenerse al lado de la celda. El tipo miró en su dirección con expresión
exánime, y su voz mostró un intenso agotamiento.
—Venga. Lárgate de aquí.
Claire dio un paso hacia la puerta pero se detuvo, dudando por un momento
mientras se preguntaba si todo aquello no sería más que un engaño muy elaborado. La
idea de que le dispararían por la espalda mientras «huía» le pasó por la cabeza, y no le
pareció muy descabellada teniendo en cuenta para quién trabajaba aquel individuo.
Todavía recordaba con claridad la expresión de su mirada cuando le puso la pistola en la
cara, el gesto frío y despectivo que había mostrado en los labios.
Se aclaró la garganta llena de nerviosismo, y decidió probar a pedirle una
explicación.
—¿Qué es lo que me estás diciendo exactamente?
—Que eres libre —contestó él antes de ponerse a murmurar de nuevo y hundirse en
la silla mientras la barbilla se inclinaba hasta tocarle el pecho—. No sé, a lo mejor queda
alguna clase de equipo de fuerzas especiales, las tropas normales han sido aniquiladas…
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
No hay posibilidad de escapar.
Su instinto le indicaba que el guardia realmente pretendía dejarla en libertad, pero no
quería arriesgarse lo más mínimo. Salió de la celda y recogió del suelo la botella que él
había tirado. Se movió con lentitud y cuidado, sin dejar de vigilarlo. No creía que
estuviese fingiendo lo de estar herido: tenía un aspecto malísimo, con una palidez casi
cadavérica en su piel oscura, casi como una máscara semitransparente. Ni siquiera
respiraba con regularidad, y la ropa le olía a sudor y a humo de alguna clase de
compuesto químico quemado.
Le echó un vistazo a la botellita, que más bien era un vial para jeringuilla, que
mostraba un nombre impronunciable en la etiqueta. Logró descifrar la palabra
«hemostático» en la diminuta letra. «Hemo» se refería a algo relacionado con la sangre, si
no recordaba mal… Quizá se trataba de algo para estabilizar las hemorragias.
Quizá tiene una herida interna… Quería preguntarle por qué la dejaba libre, cuál era la
situación en el exterior, adonde debería dirigirse después de salir de allí, pero se dio
cuenta de que estaba a punto de desmayarse: sus párpados no paraban de aletear.
No puedo marcharme así por las buenas, no sin intentar ayudarlo… ¡A la mierda! ¡Sal de
aquí de una vez! Puede que muera… ¡Puede que tú mueras! ¡Echa a correr!
La discusión consigo misma fue breve, y la conciencia triunfó sobre la razón, como
solía pasarle casi siempre. Era obvio que él no la había dejado libre por alguna clase de
afinidad personal, pero fuese cual fuese la razón, ella se lo agradecía. No tenía por qué
soltarla, pero lo había hecho de todas maneras.
—Y tú, ¿qué? —le dijo Claire, preguntándose si podría hacer algo por él. Era evidente
que no podría cargarlo por su peso, y no tenía conocimientos médicos como para…
—No te preocupes por mí —contestó él alzando la cabeza un momento, con un tono
de voz levemente irritado, como si le hubiese molestado que sacase aquel tema.
Perdió el conocimiento antes de que le diera tiempo a preguntarle lo que estaba
ocurriendo en el exterior: se hundió de hombros y el cuerpo quedó inmóvil. Todavía
respiraba, pero Claire no creía que sin la ayuda de un médico lo hiciese durante mucho
tiempo más.
El encendedor empezaba a quemarle la mano, pero soportó el calor el tiempo
suficiente para registrar la pequeña estancia, empezando por la mesa de escritorio. Vio un
cuchillo de combate tirado sobre una carpeta, unas cuantas hojas de papel sueltas… Vio su
nombre escrito en una de ellas, así que lo leyó mientras se metía la funda del cuchillo en la
cintura del pantalón:
«Claire Redfield, prisionera número WKD4496, fecha de transferencia, bla, bla, bla…
Trasladada bajo escolta de Rodrigo Juan Raval, jefe de la tercera unidad de seguridad de la
filial médica de Umbrella, París.»
Rodrigo. El hombre que la había capturado y que la había dejado en libertad, y que
en esos momentos parecía estar muriéndose delante de sus propios ojos. Tampoco es que
pudiera hacer nada para impedirlo, a menos que pudiese encontrar ayuda.
Y eso es algo que no puedo hacer si me quedo aquí abajo, pensó cerrando el encendedor
recalentado después de acabar con el resto del registro. No encontró nada más que objetos
inútiles: un baúl con uniformes de prisioneros que olían a humedad y montones y
montones de papeles en los cajones de la mesa. Recuperó los mitones que le habían
quitado, sus viejos guantes de montar en moto, y se los puso inmediatamente, agradecida
por el escaso calor que proporcionaban. Lo único de lo que disponía para defenderse era el
cuchillo. Se trataba de una arma de combate letal en unas manos entrenadas para ello…,
algo que, por desgracia, no era su caso.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
A caballo regalado…, así que no te quejes. Hace cinco minutos estabas encerrada y
desarmada. Al menos, ahora tienes una oportunidad de escapar. Deberías estar contenta y sentirte
agradecida de que Rodrigo no hubiese bajado aquí a acabar con tu sufrimiento. De todas maneras,
era muy mala en el manejo del cuchillo. Dudó un momento antes de hacerlo, pero al final
registró a Rodrigo, aunque no llevaba ninguna clase de arma encima. Encontró un manojo
de llaves, pero prefirió dejarlas por temor a que su tintineo llamara la atención en el
momento menos adecuado. Si llegara a necesitarlas, podría volver a por ellas. Ya va siendo
hora de que salga de la tienda de helados y vea cómo está la calle.
—Vamos allá —se dijo a sí misma en voz baja, tanto para ponerse en marcha como
para animarse. Se daba perfecta cuenta de que estaba aterrorizada ante lo que podía
encontrarse…, y también de que no tenía otra alternativa. Mientras permaneciese en la
isla, Umbrella la tenía atrapada, y hasta que no conociese cuál era la situación, no podría
hacer planes para escapar.
Claire empuñó el cuchillo con fuerza y salió de la estancia de la celda, preguntándose
si la locura de Umbrella no acabaría nunca.
Alfred Ashford estaba sentado a solas en uno de los peldaños de las amplias e
imponentes escaleras de su casa, cegado por la rabia. Por fin habían cesado de caer las
oleadas de destrucción de los cielos, pero su casa había quedado dañada, su hogar. La
había construido la bisabuela de su abuelo, la inteligente y bella Verónica, que Dios la
tuviera en su seno, en aquel oasis aislado que habían bautizado como Rockfort, donde
habían logrado llevar una vida encantada tanto ella como sus descendientes a lo largo de
las diversas generaciones…, pero en aquel momento, en poco más de un parpadeo, alguna
clase de grupo fanático horrible se había atrevido a probar suerte y lo había destruido
todo. La mayor parte de la segunda planta había quedado arrasada, con las puertas
empotradas en las paredes, y tan sólo se habían salvado sus estancias privadas.
Salvajes incultos, ignorantes. Ni siquiera son capaces de imaginarse la profundidad de su
propia ignorancia.
Alexia estaba llorando escaleras arriba, y su delicado corazón sufría sin duda por
aquella terrible pérdida. Tan sólo el hecho de pensar en el sufrimiento innecesario de su
hermana aumentó todavía más su rabia, haciéndole desear poder golpear algo…, pero no
había nadie contra quien descargar su ira; todos los oficiales de mando y los científicos
estaban muertos, incluso los miembros de su propio servicio personal. Había visto cómo
ocurría todo desde la sala de control secreta repleta de monitores que tenía en su casa.
Cada una de las pequeñas pantallas le había contado un suceso diferente, repleto de
sufrimiento brutal e incompetencia. Había muerto casi todo el mundo, y los
supervivientes salieron corriendo como conejos asustados. La mayoría de los aviones de la
isla ya habían despegado. Su cocinera personal fue la única que sobrevivió en la sala
común de la mansión, pero se puso a gritar con tanta fuerza e insistencia que tuvo que
matarla en persona de un disparo.
Pero nosotros todavía estamos aquí, a salvo de las sucias manos del resto del mundo. Los
Ashford sobrevivirán y prosperarán hasta bailar sobre las tumbas de nuestros enemigos, hasta beber
champán en los cráneos de sus hijos.
Se imaginó a sí mismo bailando con Alexia, abrazándola con fuerza, danzando al
compás de los gritos de dolor de sus enemigos torturados… Sería un éxtasis que
compartirían sin dejar de mirarse a los ojos mientras disfrutaban de la sensación de
superioridad sobre el resto de los mortales comunes, sobre la estupidez de aquellos que se
habían atrevido a intentar destruirlos.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
La cuestión era: ¿quién era el responsable de aquel ataque? Umbrella tenía
numerosos enemigos desde compañías farmacéuticas competidoras hasta accionistas
privados. Lo cierto era que las pérdidas en Raccoon City habían sido desastrosas para el
mercado, incluyendo a los pocos competidores de White Umbrella, su departamento de
investigación secreta sobre armas biológicas. Umbrella Pharmaceutical, el resultado de los
esfuerzos de lord Oswell Spencer y del abuelo del propio Alfred, Edward Ashford, era
una empresa muy lucrativa, todo un imperio industrial, pero, sin embargo, el verdadero
poder se encontraba en las actividades clandestinas de Umbrella, unas operaciones que
habían comenzado a extenderse tanto que ya era imposible que permanecieran ocultas por
completo. Además, había espías por todos lados.
Alfred apretó los puños con furia, frustrado, con todo el cuerpo convertido en un
cable de alta tensión por la fuerza de rabia…, y, de repente, se percató de la presencia de
Alexia a su espalda gracias a un leve aroma de gardenias en el aire. Había estado tan
concentrado en su propio caos emocional que ni siquiera la había oído acercarse.
—No debes sentirte desesperado, hermano mío —dijo ella con voz tranquila, y bajó
los peldaños para sentarse a su lado—. Al final, nos impondremos a nuestros enemigos;
siempre lo hemos hecho.
Lo conocía tan bien. Alfred se había sentido muy solo cuando ella permaneció fuera
de Rockfort todos aquellos años, atemorizado de que pudieran perder su «conexión» tan
especial… Sin embargo, habían acabado más unidos que nunca. Jamás hablaban de aquel
tiempo que permanecieron separados, sobre lo que había ocurrido después de los
experimentos efectuados en las instalaciones de la Antártida. Ambos se sentían tan
tremendamente felices de estar juntos de nuevo que no querían decir nada que pudiera
estropear aquella felicidad. Alfred estaba seguro de que ella pensaba lo mismo.
Se quedó mirándola durante un largo rato, tranquilizado por su grácil presencia,
sorprendido, como siempre, de su tremenda belleza. Si no la hubiera oído llorar en su
habitación, habría jurado que no había derramado una sola lágrima. Su piel de porcelana
era radiante, y sus ojos de color azul cielo eran claros y resplandecientes. Incluso en un día
como aquél, tan nefasto, su sola presencia le proporcionaba tanto placer…
—¿Qué haría sin ti? —se preguntó Alfred en voz baja, a sabiendas de que la
respuesta sería tan dolorosa que era mejor ni pensar en ella.
Se había vuelto medio loco por la soledad cuando ella había estado fuera, y todavía
sufría ciertas crisis extrañas, con pesadillas en las que todavía estaba solo, en las que
Alexia seguía alejada de él. Esa era una de las razones por las que él procuraba
convencerla de que nunca saliera de su residencia privada, extremadamente protegida,
situada detrás de la mansión para los visitantes. A ella no le importaba: seguía con sus
estudios y era muy consciente de que era demasiado importante, demasiado exquisita
como para que cualquiera pudiera admirarla. Se sentía más que satisfecha con el afecto y
las atenciones que su hermano le prodigaba, y confiaba lo suficiente en él como para que
fuera su único contacto con el mundo exterior.
Si pudiera quedarme con ella a todas horas, juntos y solos los dos, aquí ocultos… Pero no, él
era un Ashford, y era el encargado de velar por los intereses de los Ashford en Umbrella, y
el responsable único de todas las instalaciones en Rockfort. Cuando su padre, Alex
Ashford, un incompetente, desapareció quince años atrás, el joven Alfred tomó su lugar.
Los personajes clave en las investigaciones sobre armas biológicas de Umbrella intentaron
mantenerlo apartado de todo el meollo del asunto, pero sólo porque se sentían
intimidados por él y por la supremacía natural del mero nombre de su familia. Le
enviaban informes de manera regular, donde le explicaban con tono respetuoso las
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
decisiones que habían tomado en su nombre y le dejaban muy claro que se pondrían en
contacto de forma inmediata si surgía la necesidad.
Supongo que debería ser yo quien se pusiera en contacto con ellos en estos momentos para
contarles todo lo que ha ocurrido… Siempre dejaba ese tipo de asuntos en manos de su
secretario personal, Robert Dorson, pero aquel individuo había abandonado su servicio
hacía ya unas cuantas semanas para pasar a convertirse en uno más de los prisioneros
después de mostrar un exceso de curiosidad en todo lo relativo a Alexia.
Ella estaba sonriéndole en ese momento, y su rostro resplandecía de comprensión y
adoración. Sí, era evidente que ella se encontraba mucho mejor desde que había regresado
a Rockfort, tan entregada de verdad a él como él mismo había estado entregado a ella toda
su vida.
—Me protegerás, ¿verdad? —dijo ella, aunque era más una afirmación que una
pregunta—. Descubrirás quién nos ha hecho esto, y luego le demostrarás lo que se sufre
por intentar destruir un legado tan poderoso como el nuestro.
Alfred, henchido y embargado por un sentimiento de amor, alargó la mano para
tocarla y tranquilizarla, pero se detuvo al recordar que a ella no le gustaba el contacto
físico. En vez de eso, se limitó a asentir. Parte de la rabia que sentía regresó al pensar que
alguien podía intentar hacerle daño a su amada Alexia. Jamás. Mientras él viviera, eso no
ocurriría jamás.
—Sí, Alexia —le dijo con exaltación—. Les haré sufrir, te lo juro.
Vio en los ojos de su hermana que ella lo creía y su corazón se llenó de orgullo.
Volvió a pensar en cómo descubrir la identidad de sus enemigos. En su interior no paraba
de crecer un intenso odio hacia los atacantes de Rockfort por la mancha de debilidad con
la que había intentado salpicar el nombre de los Ashford.
Haré que se arrepientan, Alexia, y jamás olvidarán la lección que les voy a dar.
Su hermana confiaba en él. Alfred moriría antes que defraudarla.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 2
Claire apagó el encendedor a los pies de la escalera e inspiró profundamente
mientras intentaba prepararse en su fuero interno para enfrentarse a lo que pudiera
encontrar allí afuera. El frío del pasillo a oscuras que se alargaba a su espalda la empujaba
como una mano helada, pero siguió dudando. La empuñadura del cuchillo que sostenía en
la mano ya estaba empapada de sudor. Metió el encendedor aún caliente en un bolsillo del
chaleco. No es que deseara mucho subir las escaleras y salir a lo desconocido, pero no
tenía ningún otro sitio al que ir, a menos que quisiese regresar a la celda. Podía distinguir
el olor a humo aceitoso procedente del exterior, y adivinó que las sombras parpadeantes
en la parte superior de la escalera de peldaños de cemento indicaban la existencia de un
incendio.
Pero ¿qué es lo que hay afuera exactamente? Al fin y al cabo, estamos en una instalación de
Umbrella…
¿Qué pasaría si estuviese ocurriendo lo mismo que pasó en Raccoon City, si el ataque
a la isla hubiese provocado otro escape del virus, o que anduviesen sueltas algunas de las
abominaciones animales que Umbrella continuaba creando una y otra vez? A lo mejor
Rockfort tan sólo era una prisión para los enemigos de la compañía. Quizá los prisioneros
se habían escapado y se habían sublevado, quizá la situación sólo era mala desde el punto
de vista de Rodrigo…
Quizá podrías subir las puñeteras escaleras y descubrirlo en vez de quedarte aquí como un
pasmarote intentando adivinarlo, ¿vale?
Claire, con el corazón palpitándole con fuerza, se obligó a sí misma a subir el primer
peldaño, preguntándose por qué en las películas todo aquello parecía tan fácil, cómo era
posible que la gente se lanzase de cabeza de forma tan valiente hacia un peligro bastante
probable. Después de lo que había ocurrido en Raccoon City, ella sabía que no era así en
realidad. Puede que no tuviera muchas opciones entra las que elegir, pero eso no
significaba que no sintiese temor. Si se tenía en cuenta tal como estaba la situación, sólo un
imbécil completo no estaría atemorizado.
Subió con lentitud, prestando atención a todo con sus cinco sentidos mientras la
adrenalina inundaba su sistema sanguíneo. Recordó el breve vistazo que había podido
echarle al pequeño cementerio cuando pasó por allí escoltada por los guardias. Allí no
podría conseguir ayuda. Tan sólo había visto unas cuantas lápidas, y también se acordó de
que estaban demasiado ornamentadas para pertenecer a un simple cementerio de prisión.
Estaba claro que había un incendio en algún lugar cerca del final de la escalera, aunque no
debía de ser muy grande. No le llegaba ninguna sensación de calor, sólo una brisa fresca y
húmeda que le llevaba el fuerte olor a humo. Todo parecía tranquilo, y al llegar al final de
la escalera pudo oír el siseo de las gotas de agua al entrar en contacto con las llamas. Era
un sonido extrañamente tranquilizador.
Vio el origen del incendio al salir del pozo de la escalera. Se encontraba a pocos
metros de la salida. Un helicóptero se había estrellado contra el suelo y buena parte de él
estaba esparcida y envuelta en llamas, produciendo un humo espeso y aceitoso. Había una
pared a su izquierda, justo detrás de los restos en llamas. A la derecha se abría el espacio
ocupado por el cementerio, un sitio lúgubre invadido por la lluvia cada vez más espesa y
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
la noche que iba cayendo.
Claire entrecerró los ojos para ver con mayor claridad en la penumbra del anochecer
lluvioso y distinguió unas cuantas siluetas oscuras, aunque ninguna de ellas parecía
moverse. Sin duda, más lápidas. Un susurro de alivio pareció recorrer el borde de su
ansiedad. Fuese lo que fuese que había ocurrido, ya había acabado.
Pensó que era sorprendente que se pudiera sentir aliviada de encontrarse en mitad
de un cementerio y ya casi de noche. Seis meses atrás, su imaginación habría creado todo
tipo de entes y situaciones horribles. Al parecer, los fantasmas y las almas malditas ya no
entraban en su categoría de seres atemorizadores después de haber visto los monstruos
creados por Umbrella.
Giró hacia la derecha y siguió el sendero, avanzando con lentitud mientras recordaba
cómo la habían llevado por el cementerio antes de hacerla bajar a empujones por las
escaleras. Creyó distinguir la forma de una puerta más allá de la línea de lápidas situadas
en el centro de aquel camposanto. Sin duda, se trataba de una abertura en la pared más
alejada…
Y, de repente, se encontró volando, con el sonido de una explosión a su espalda
martillándole los oídos: ¡BAMMM! Una ola de calor abrasador la lanzó contra el barro. El
crepúsculo húmedo se hizo súbitamente mucho más brillante y el hedor a sustancias
químicas en llamas la asaltó, haciendo que le picaran los ojos y la nariz. Se estrelló contra
el suelo sin poder amortiguar su caída, pero al menos pudo evitar apuñalarse con el
cuchillo de combate que empuñaba. Todo ocurrió con tal rapidez que apenas pudo notar
sentirse confundida.
No pienses… Estoy herida… El depósito de combustible del helicóptero debe de haber
estallado…
—Nnnnnnn…
Claire se puso en pie casi de un salto. Aquel gemido lastimoso e inconfundible le
provocó una actividad rayana al pánico. Al primer sonido se le unió otro, y otro más. Se
giró en redondo y vio al primero que avanzaba tambaleante hacia ella procedente de lo
que quedaba del helicóptero. Era un hombre con el cabello y las ropas en llamas. La piel
de su cara se estaba llenando de ampollas y ennegreciéndose.
Se giró hacia el otro lado y vio a otras dos criaturas levantándose a rastras del suelo.
Sus rostros tenían un color blanquecino y gris repugnante, y alargaban sus dedos
esqueléticos como garras hacia ella, agarrando el aire mientras avanzaban en su dirección.
¡Mierda!
Al igual que había ocurrido en Raccoon City, el virus sintetizado por Umbrella había
convertido a aquellas personas en zombis y les había robado su humanidad y sus vidas.
No tenía tiempo para sentir incredulidad o desesperación, no con aquellas tres
criaturas acercándose cada vez más, no cuando se dio cuenta de que había unas cuantas
más al otro lado del sendero. Salieron tambaleándose de las sombras, y todos aquellos
rostros sin expresión, lacios, brutales, se giraron hacia ella con lentitud, con las bocas
abiertas y las miradas vacías y sin vida. Algunas llevaban puestas uniformes de camuflaje
o de color gris: guardias y prisioneros. Al parecer, después de todo, se había producido
otro escape del virus.
—Nnnnn…
—Aaaaannnnnn…
Los gemidos, que se solapaban unos a otros, representaban a la perfección un
sentimiento de ansia, el sonido quejumbroso de un hombre hambriento al ver un festín.
¡Maldita fuese Umbrella por lo que había hecho! Aquella transformación de unos seres
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
humanos en criaturas moribundas y sin mente que se pudrían mientras caminaban era
algo más que simplemente trágico. El destino inevitable de cada uno de los portadores del
virus era la muerte, pero no podía lamentarse por ellos, no en aquel preciso momento. Su
necesidad de sobrevivir limitaba su capacidad de compadecerlos.
¡Vete, vete, VETEYA!
La evaluación y análisis que hizo de la situación duraron menos de un segundo antes
de ponerse en marcha. No tenía ningún plan aparte de alejarse de allí. Tenía el camino
bloqueado en ambas direcciones, de modo que se dirigió hacia el centro del cementerio
pasando por encima de las lápidas de mármol que indicaban el lugar de descanso de los
que estaban muertos de verdad. Los tejanos estaban húmedos y llenos de barro, se le
pegaban a las piernas dificultando su avance, y las botas resbalaban sobre las lápidas
desgastadas. Sin embargo, logró subir a dos de ellas y mantener el equilibrio. Estaba fuera
de su alcance, de momento.
¡De momento! Tienes que salir de aquí, y zumbando.
El cuchillo no serviría para nada. No se atrevía a acercarse lo suficiente para
utilizarlo: un buen mordisco, uno solo, de una de aquellas criaturas, y acabaría uniéndose
a ellas, eso si no se la comían antes.
El que tenía la cara ennegrecida era el que estaba más cerca. El cabello ya le había
desaparecido, fundido por completo, y parte de la camisa seguía ardiendo. Ya estaba lo
bastante cerca para que Claire pudiera oler con claridad el fuerte hedor grasiento y
nauseabundo de la carne quemada, incluso por encima de la peste del combustible que
había ardido hasta abrasarla. Le quedaban diez, quince segundos como mucho, antes de
que estuviera al alcance de sus manos.
Echó un vistazo a la esquina sureste del cementerio con los brazos extendidos para
mantener el equilibrio. Sólo había dos zombis que se interponían entre ella y la salida,
pero dos eran más que suficientes: no lograría pasar entre ellos. Sabía por su experiencia
en Raccoon City que eran bastante lentos y que su capacidad de razonamiento era nula. En
cuanto divisaban a su presa, se movían en línea recta hacia ella, sin importarles lo que
hubiera en el camino. Si pudiera atraerlos para alejarlos de la puerta…
Era una buena idea, sólo que allí había demasiados. Eran unos seis o siete en total, y
acabarían rodeándola.
No si permanezco sobre las lápidas.
Había varios zombis a ambos lados de la línea central de lápidas, pero sólo uno al
final de la misma, justo frente a ella y ese precisamente no tenía muy buena pinta: le
faltaba un ojo, y uno de los brazos le colgaba, roto.
Se trataba de un plan arriesgado: si tropezaba, aunque fuera una sola vez, estaría
perdida, pero el individuo achicharrado ya estaba alargando las manos temblorosas y
quemadas hacia uno de sus tobillos mientras la lluvia repiqueteaba sobre el rostro girado
hacia arriba.
Claire saltó y agitó los brazos cuando aterrizó con los dos pies sobre el estrecho
extremo superior de la siguiente lápida de la línea. Empezó a inclinarse hacia adelante y
retorció y dobló el cuerpo para intentar mantener el centro de gravedad, pero fue inútil.
Iba a caerse…, y sin pensárselo, saltó rápidamente de nuevo, y luego otra vez, utilizando
las lápidas de tamaño desigual como piedras en el cauce de un río y su falta de equilibrio
como un empuje para seguir avanzando. Un portador del virus de rostro gris ceniciento
intentó atraparla por una de las piernas, gimiendo por el hambre febril que sentía, pero
ella ya había pasado de largo en pleno salto hacia la siguiente lápida. No tenía tiempo para
pensar cómo iba a lograr detenerse, lo que le vino bien…, porque aquel sendero tan
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CÓDIGO VERÓNICA
extraño se acabó un salto más tarde y terminó en un aterrizaje bastante torpe sobre un
hombro contra el suelo embarrado un metro por debajo de ella.
Una caída fuerte y dura, pero Claire se dejó llevar por el impulso y se puso en pie en
seguida, pero por los pelos, porque las piernas patinaban en el barro resbaladizo. El zombi
tuerto se tambaleó hacia ella, gorgoteante y ya muy cerca…, pero ella se apartó con
rapidez y se mantuvo en su lado ciego, con el cuchillo preparado en la mano. La criatura
intentó girarse una vez más para encontrar su comida, pero ella volvió a mantenerse sin
problemas fuera de su limitado campo visual.
Se arriesgó a echar un vistazo y a apartar la mirada de aquella extraña danza
macabra y se dio cuenta de que los demás zombis ya se estaban acercando. La lluvia
arreció y le limpió el barro del cuerpo.
Funciona. Unos cuantos segundos más…
El zombi tuerto, frustrado por su falta de éxito, manoteó en el aire con su brazo
bueno. Las uñas sucias y ennegrecidas de su mano arañaron el chaleco de la chica, y la
criatura gimió con ansia mientras sus dedos se esforzaban por agarrarse a la tela húmeda
sin conseguirlo.
Dios, me está tocando…
Claire dejó escapar un grito lleno de miedo y de asco y le lanzó varias cuchilladas,
abriéndole unos cuantos tajos en la muñeca por los que apenas salió algo de sangre. El
zombi continuó agarrándola, sin hacer caso en absoluto del daño que estaba sufriendo y
acercándose todavía más a ella. Claire decidió que había llegado el momento de
marcharse.
Echó hacia atrás los brazos, cerró los puños y dio un tremendo empujón con todas
sus fuerzas sobre el pecho de la criatura. Se giró hacia la fila de lápidas mientras el zombi
caía al suelo. Los otros ya estaban mucho más cerca.
Nunca supo cómo había logrado subirse de nuevo con tanta rapidez. Un momento
antes estaba en el suelo, y al siguiente ya estaba encima de un bloque de granito pulido.
Vio que la salida estaba despejada y que todos los zombis se encontraban agrupados cerca
de la pared occidental.
Su segundo trayecto a saltos fue sólo un poco más controlado que el primero. Cada
salto era un salto de fe, con la confianza de que no resbalaría y se heriría de gravedad. La
lluvia estaba disminuyendo y pudo distinguir los sonidos húmedos del arrastrar de pies
de sus perseguidores. A menos que recordaran de repente cómo debían echar a correr,
todos estaban ya demasiado lejos para alcanzarla.
Ahora sólo tengo que rezar para que la puerta no esté cerrada con llave, pensó con cierta
confusión mientras bajaba de un salto de la última lápida. El portón estaba abierto, pero la
puerta que se encontraba al otro lado no lo estaba. Si la habían cerrado con llave, lo más
probable es que fuera su final.
Con tres grandes zancadas cruzó el espacio que la separaba del portón y atravesó el
umbral. Alargó la mano para empuñar el picaporte de la puerta de metal abollado
encajada en la pared de piedra: se abrió con un chasquido suave. Avanzó con el cuchillo
por delante, preparada, pero con la esperanza de que si no había más zombis al otro lado,
al menos tendría probabilidades de sobrevivir. Los caníbales que habían quedado a su
espalda se lamentaron de su pérdida gimiendo en voz alta en cuanto ella cruzó por
completo la salida.
La puerta daba a una especie de patio repleto de pilas de restos metálicos
procedentes de vehículos. Todo el lugar estaba vigilado por una torre de guardia no muy
grande. A su izquierda vio un vehículo de transporte volcado, con un pequeño incendio
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CÓDIGO VERÓNICA
en su interior. La noche ya estaba cayendo con rapidez, pero también estaba saliendo la
luna, llena o casi llena, y pudo tranquilizarse mientras cerraba bien la puerta a su espalda
al darse cuenta de que no había ningún peligro inminente. Bueno, al menos, no se veía a
ningún zombi dirigiéndose hacia ella. Había bastantes cuerpos tirados por el suelo, pero
ninguno se movía, y Claire deseó de modo ferviente que por lo menos uno de ellos tuviera
una pistola y algo de munición.
De repente, un resplandor brillante la iluminó: el foco de la torre de guardia. El
destello la cegó inmediatamente…, y cuando apartó la mirada de forma instintiva, resonó
el zumbido de una ráfaga de arma automática y las balas levantaron pequeños surtidores
de barro a sus pies. Claire, cegada y atemorizada, se lanzó hacia un lado en busca de
alguna clase de cobertura, y se le volvió a ocurrir la idea en mitad de aquel acceso de
terror de que quizá habría hecho mejor quedándose en la celda.
El combate había acabado hacía ya bastante rato. Los últimos disparos habían
resonado más o menos una hora antes, pero Steve Burnside decidió que se quedaría donde
estaba un rato más, sólo por si acaso. Además, todavía estaba lloviendo un poco, y del mar
comenzaba a llegar un viento bastante frío. En la torre de guardia se estaba a salvo y seco,
no había gente muerta o zombis por allí, y podría ver a cualquiera que se acercase hasta él
con tiempo de sobra para acabar con quienquiera que fuese…, por supuesto, con la ayuda
de la ametralladora colocada sobre el borde de la ventana. Era una arma fabulosa y
bastante potente. Había acabado con todos los zombis del patio sin esforzarse apenas.
También disponía de una pistola, una nueve milímetros semiautomática que le había
quitado a uno de los guardias, ya muerto, y como arma estaba bastante bien, aunque no
era tan buena como la ametralladora.
Bueno, pues me quedo aquí otra hora o así, y si no se pone a diluviar otra vez, salgo a buscar
un modo de largarme de este islote.
Pensaba que podría pilotar un avión. Había visto a su… Había pasado en las cabinas
de los aviones bastante tiempo, pero estaba convencido de que lo mejor sería una lancha
motora. La caída no sería desde tan arriba si la cagaba a los mandos.
Steve se apoyó con gesto despreocupado sobre el borde de cemento de la ventana y
miró al patio iluminado por la luz de la luna. Se preguntó si debía buscar una cocina antes
de largarse. Los guardias no habían estado en condiciones de repartir la última comida, ya
que todos estaban agonizando en esos momentos, y, por lo que había visto, no
almacenaban donuts o cualquier cosa parecida en la torre de guardia. Ya había registrado
el lugar. Estaba hambriento.
Quizá debería marcharme a Europa para probar algo de cocina internacional. Ahora puedo ir
a donde quiera, a donde me dé la gana. Nada me lo impide.
En teoría, aquella idea debería animarlo, pero no lo hizo. Al contrario, hizo que se
sintiera ansioso, un poco extraño, así que volvió a pensar en la forma de salir de allí. La
puerta principal de salida de la prisión estaba cerrada con llave, pero supuso que si
registraba a fondo a los guardias encontraría una de las llaves maestras. Ya se había
topado con el cadáver del guardia principal, el fallecido Paul Steiner, pero todas sus llaves
habían desaparecido.
Lo mismo que la mayor parte de su cara, pensó Steve, aunque no se sintió muy apenado
por ello. Steiner había sido un auténtico gilipollas, un cabrón engreído que se creía el rey
del mambo en aquel lugar. Siempre sonreía cada vez que se enviaba a otro prisionero a la
enfermería. Nadie regresaba jamás de la enfermería…
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Clic.
Steve se quedó helado, mirando a la puerta de metal que había justo enfrente de la
torre de guardia. Lo que había al otro lado era el cementerio, y sabía con total certeza que
estaba repleto de zombis. Había echado un vistazo después de acribillar a los cadáveres
ambulantes del patio. Dios, ¿es que podían abrir las puertas? No eran más que vegetales
que caminaban, con los cerebros hechos polvo, se suponía que no eran capaces de abrir las
puertas, y si lo eran, ¿qué más podían hacer?…
No te dejes llevar por el pánico. Recuerda que tienes la ametralladora, ¿vale?
Todos los demás prisioneros estaban muertos. Si era una persona, él o ella no eran
amigos suyos…, y si no era algo humano, o se trataba de un zombi, acabaría con su
sufrimiento. En cualquier caso, no iba a dudar, y no iba a tener miedo. El miedo era para
las nenazas.
Steve empuñó el mango del foco con la mano derecha: ya tenía el dedo índice de la
izquierda en el gatillo de la pesada arma de color negro. Cuando la puerta se abrió del
todo, tragó saliva, encendió el toco y se puso a disparar en cuanto tuvo a la vista el
objetivo.
El arma vibró y escupió un chorro de balas. La empuñadura se estremeció dentro de
su puño mientras los proyectiles provocaban pequeñas fuentes de barro. Atisbó un borrón
de color rosa, quizá una camiseta, y un instante después, el objetivo se apartó de un salto
de la línea de fuego. Se movió con demasiada rapidez para ser uno de los zombis
caníbales. Había oído hablar de algunos de los monstruos que Umbrella había creado, y, a
pesar de estar armado con la ametralladora, le rogó a Dios que no tuviera que enfrentarse
a uno de ellos.
No tengo miedo, no tengo…
Giró el foco hacia la derecha y siguió disparando mientras unas cuantas gotas de
sudor provocado por el nerviosismo aparecieron en su frente. La persona o lo que fuera se
había refugiado detrás de la pared que sobresalía cerca de la base de la torre y estaba
oculta, pero al menos podría hacer que se marchara atemorizada. Los trozos de cemento
saltaron por los aires, el foco de luz iluminó la parte inferior del cadáver de un guardia, el
barro y restos diversos, pero no su objetivo.
De pronto, un destello de movimiento detrás de la pared, un breve atisbo de un
rostro pálido mirando hacia arriba…
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
El foco estalló lanzando al aire fragmentos de cristal al rojo blanco por todo el
interior de la torre de guardia. Steve soltó un grito involuntario y retrocedió de un salto
alejándose de la ametralladora. Alguien le estaba disparando, y no le importó que fuera de
nenazas: estuvo a punto de cagarse en los pantalones.
—¡No dispares! —gritó con voz entrecortada—. ¡Me entrego!
Todo quedó en un completo silencio durante unos segundos, y después una voz
femenina muy sensual le llegó procedente de la oscuridad. Parecía divertida por algo.
—Vale, date por vencido.
Steve parpadeó, confuso…, y un momento después recordó cómo respirar de nuevo
mientras sentía que las mejillas le enrojecían cuando el miedo desapareció.
«Me entrego.» Ha sido de niños. Menuda primera impresión.
—Voy a bajar —gritó, aliviado al comprobar que había mantenido la voz firme al
decirlo.
Decidió que cualquiera que pudiera hacer una broma después de que le disparasen
no debía de ser mala persona. Si era un enemigo, todavía tenía a mano la nueve
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milímetros…, pero fuese o no fuese alguien amistoso, no iba a pedirle otra vez que no
disparase contra él. Eso daría una impresión todavía peor.
Además, es una chica… Quizá hasta sea bonita…
Hizo todo lo posible por no hacer caso de aquella idea: no tenía sentido alentar falsas
esperanzas. Por lo que él sabía, podía perfectamente tener noventa y ocho años, ser calva y
fumar puros…, pero incluso en el caso de que no fuese así, de que se tratase de una tía que
estuviese buenísima, no quería acabar cargando con la responsabilidad de otra vida aparte
de la suya. A la mierda con eso. Tener al lado a alguien que dependiera por completo de
uno mismo era casi tan malo como tener que depender por entero de otros…
La idea era bastante incómoda en sí, y la hizo a un lado. De todas maneras, no es que
las circunstancias favorecieran un encuentro romántico, no con un puñado de monstruos
sueltos y repletos de enfermedades, con la posibilidad de encontrarte con la muerte en
cada esquina. Una muerte asquerosa y repugnante, además, con gusanos y repleta de pus.
Steve bajó las escaleras de la torre de guardia saltando los escalones de dos en dos.
La vista se le ajustó a la oscuridad mientras se acercaba a ella. La desconocida se
encontraba en mitad del patio con una pistola en la mano…, y cuando se acercó un poco
más, tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no quedarse mirándola con la boca abierta.
Estaba cubierta de barro y mojada de los pies a la cabeza, y era la chica más atractiva
que jamás había conocido. Tenía una cara de modelo de pasarela, con ojos grandes y
rasgos delicados y bellos. El cabello era pelirrojo y lo llevaba recogido en una cola. Era tres
o cuatro centímetros más baja que él, y calculó que tenía más o menos la misma edad: iba a
cumplir los dieciocho en un par de meses, y ella no podía ser mucho mayor. Llevaba
puestos unos pantalones vaqueros y un chaleco sin mangas de color rosa sobre una
camiseta negra ceñida que dejaba al descubierto su vientre completamente liso. Toda la
ropa acentuaba un cuerpo de complexión atlética…, y aunque parecía cansada y con una
actitud precavida, sus ojos de color azul grisáceo resplandecían, llenos de energía.
Di algo que mole, pórtate como un tío molón, no importa…
Steve quiso decir algo para disculparse por haber disparado contra ella, decirle quién
era y lo que había ocurrido durante el ataque, decirle algo genial e interesante y elegante…
—No eres una zombi —soltó de repente. Se reprendió a sí mismo nada más decirlo.
Vaya comentario genial.
—Venga ya —contestó ella con tranquilidad y cierta ironía. De repente, Steve se
percató de que el arma de la desconocida estaba apuntada hacia él. La mantenía baja, pero
no le cabía duda de que apuntaba hacia él. En el mismo momento en que se quedó inmóvil
por la sorpresa, ella dio un paso atrás, alzó el arma y se lo quedó mirando fijamente, con el
índice sobre el gatillo y la boca del arma a pocos centímetros de su cara—. ¿Y quién coño
eres tú?
El chaval sonrió. Si estaba nervioso, lo estaba disimulando muy bien. Claire no quitó
el dedo del gatillo, pero ya estaba medio convencida de que aquel tipo no representaba
una amenaza para ella. Lo había dejado sin el foco, pero él podía haber acribillado sin
problemas todo el patio y haberla matado.
—Relájate, preciosa —dijo sin dejar de sonreír—. Me llamo Steve Burnside. Soy…,
era un prisionero.
¿Preciosa? Vaya, genial.
Nada la cabreaba más que la trataran con condescendencia. Por otro lado, era obvio
que el chaval era más joven que ella, lo que significaba que lo más probable era que
estuviese intentando reafirmar su masculinidad, que intentase ser un hombre más que un
simple chaval. Por la experiencia que tenía en la vida, había pocas cosas más molestas y
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repelentes que alguien que intentaba ser algo que no era en realidad.
Él la miró de arriba abajo, en una demostración evidente de valoración, y Claire dio
otro paso atrás sin dejar de apuntar su arma contra él: no iba a correr ni el más mínimo
riesgo. Empuñaba una M93R, una arma italiana de nueve milímetros, una pistola
excelente que al parecer era el arma reglamentaria de los guardias de la prisión. Chris
tenía una. La había encontrado después de ponerse a cubierto, al lado del cadáver de un
hombre de uniforme…, y si le pegaba un tiro al joven Burnside a aquella distancia, la
mayor parte de su bella cara acabaría esparcida por el suelo. Se parecía a un actor famoso,
al protagonista de aquella película sobre un naufragio famoso. El parecido era tremendo.
—Supongo que tampoco eres empleada de Umbrella —siguió diciendo él con un
tono de voz relajado—. Por cierto, siento haberte disparado en cuanto te vi. No creía que
quedara nadie más con vida por aquí, así que cuando la puerta comenzó a abrirse… —Se
encogió de hombros—. Bueno —continuó, alzando una ceja en un intento muy evidente de
ser encantador—, y tú, ¿cómo te llamas?
Era imposible que Umbrella hubiese contratado a aquel chaval. Claire estaba más
segura con cada palabra que decía. Bajó con lentitud la pistola semiautomática mientras se
preguntaba por qué Umbrella querría mantener prisionero a alguien tan joven.
Querían encerrarte a ti también. ¿O es que no te acuerdas? Y sólo tenía diecinueve años.
—Claire, Claire Redfield —contestó—. Me acababan de traer prisionera hoy mismo.
—Eso sí que es sentido de la oportunidad —comentó Steve, y Claire tuvo que sonreír
un poco por el comentario: era lo mismo que había pensado ella—. Claire. Es un nombre
bonito —continuó diciendo mirándola fijamente a los ojos—. No se me olvidará, seguro.
Vaya por Dios. Se preguntó si debía darle un corte en ese mismo instante o si debería
dejarlo para más adelante (ella y León habían estrechado bastante su relación), pero
decidió al final que lo mejor era dejarlo para más tarde. No le cabía duda alguna de que
tendría que llevárselo con ella para buscar un modo de marcharse de allí, y no quería tener
que aguantar sus posibles reproches a lo largo de todo el camino de huida.
—Bueno, pues aunque me gustaría mucho quedarme charlando contigo, tengo que
tomar un avión —comentó con un suspiro melodramático—. Eso suponiendo que
encuentre uno. Te buscaré antes de marcharme. Ten cuidado, este sitio es peligroso.
Se dirigió hacia una puerta que había al lado de la torre de guardia y que se
encontraba justo enfrente de la que ella había utilizado para salir del cementerio.
—Nos vemos.
Claire estaba tan sorprendida que casi ni pudo responder. ¿Estaba zumbado o
simplemente era estúpido? Llegó a la puerta antes de que ella lograra contestar mientras
se le acercaba al trote.
—¡Steve, espera! Deberíamos mantenernos juntos…
Él se giró y negó con la cabeza, con una expresión de tremenda condescendencia en
su rostro.
—No quiero que me sigas, ¿vale? No quiero ofenderte, pero la verdad es que no
harías más que retrasarme.
Le sonrió de nuevo de un modo encantador sin dejar de mirarla a los ojos.
—Y la verdad es que, sin duda, me distraerías un montón. Mira, tan sólo tienes que
mantener los ojos y los oídos bien abiertos y no te pasará nada.
Cruzó la puerta y desapareció antes de que a ella le diera tiempo a contestar. Vio
entre asombrada y bastante cabreada cómo se cerraba la puerta, preguntándose cómo era
posible que aquel chaval hubiera sobrevivido. Su actitud parecía sugerir que se tomaba
todo aquello como una partida a lo grande de un juego de ordenador donde no podían
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herirlo o matarlo. También por lo que parecía, un comportamiento lleno de bravatas valía
para algo, y eso era algo de lo que los jóvenes tenían en abundancia.
Eso y la testosterona.
Si a aquel chaval lo que más le importaba era que lo consideraran un tipo genial, no
iba a durar mucho. Tenía que seguirlo, no podía permitir que muriera…
Ggraauuurrrrr…
Aquel rugido feroz, solitario y terrible que resonó en la noche tranquila y silenciosa
era un sonido que ella ya había oído antes en Raccoon City, y procedía de detrás de la
puerta que Steve acababa de cruzar. No podía confundirse con ningún otro sonido. Se
trataba de un perro infectado por el virus T, y transformado de animal de compañía en
asesino despiadado.
Registró con rapidez los demás cadáveres de los guardias que había en el patio y
consiguió dos cargadores completos y un tercero a medias. Claire estaba todo lo preparada
que podía estar, así que respiró profundamente varias veces y abrió con lentitud la puerta
empujándola con el cañón de la nueve milímetros. Tenía la esperanza de que la suerte le
durara a Steve Burnside hasta que lo encontrara…, y que al encontrarlo, su propia suerte
no hubiese empeorado mucho.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 3
A pesar de lo terrible y descorazonadora que había sido la destrucción de Rockfort,
Alfred no podía negar que se lo había pasado bien acabando del todo con algunos de sus
subordinados en el trayecto hasta la sala de control principal de las instalaciones de
entrenamiento. No había tenido ni idea hasta ese momento de lo gratificante que podía
llegar a ser verlos enfermos y moribundos, intentando alcanzarlo rabiando de hambre,
esos mismos hombres que se habían burlado de él a su espalda, que lo habían llamado
anormal, que habían fingido lealtad con los dedos cruzados detrás de la espalda, y que
habían acabado muertos a sus manos. Había aparatos de escucha y cámaras ocultas por
todo el lugar, artefactos instalados por su padre paranoico, conectados a una cámara de
vigilancia oculta en su residencia privada. Alfred había sabido siempre que no le gustaba a
aquella gente, que los empleados de Umbrella lo temían pero no lo respetaban como él se
merecía.
Pero ahora…
Pensó que en esos momentos ya no importaba. Sonrió al salir del ascensor y
encontrarse a John Barton al otro extremo del pasillo. Se tambaleaba hacia él con los brazos
extendidos por delante. Barton era el encargado del entrenamiento con armas cortas de la
creciente milicia de Umbrella, al menos, en las instalaciones de Rockfort. No se trataba
más que de un tipo bárbaro y vulgar, un individuo vociferante de actitud chulesca,
siempre con un puro barato en los labios, que no hacía más que flexionar sus músculos
hinchados hasta un extremo ridículo, y que siempre estaba sudando, siempre riendo. La
criatura pálida y empapada de sangre que se tambaleaba hacia él se le parecía muy poco,
pero sin duda se trataba de él.
—Ya no te ríes, señor Barton —dijo Alfred con voz alegre mientras alzaba su rifle de
calibre 22.
Colocó el diminuto punto rojo de la mira láser sobre el ojo izquierdo e inyectado en
sangre del instructor de tiro. El gemebundo y babeante Barton ni se dio cuenta…
¡Bang!
Aunque sin duda hubiese apreciado la excelente puntería de Alfred, además de la
munición que había escogido. El rifle estaba cargado con proyectiles de seguridad, unas
balas diseñadas para que la punta se achatara y se abriera al impactar en el cuerpo. Se las
llamaba «seguras» porque no atravesaban el objetivo y no podían herir a nadie más. El
disparo de Alfred destrozó el ojo de Barton y sin duda buena parte de su cerebro,
dejándolo inofensivo y prácticamente muerto. El hombretón se desplomó en el suelo y un
charco de sangre comenzó a extenderse bajo su enorme cuerpo.
Algunas de las armas biológicas lo intranquilizaban, así que se sintió aliviado de que
la mayor parte hubieran permanecido bajo llave en diversas partes de las instalaciones de
entrenamiento o hubieran muerto directamente por el ataque. Sin duda, no habría salido
tan tranquilo y sin más si hubiese algunas por allí sueltas, pero no creía que los portadores
del virus fueran demasiado atemorizadores. Alfred había visto a muchos hombres, y
también a unas cuantas mujeres, convertidos en aquellas criaturas parecidas a zombis
mediante el uso del virus T, unos experimentos que había observado desde que era niño, y
que había dirigido cuando ya era adulto. Sin embargo, nunca había más de cincuenta o
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sesenta prisioneros vivos en Rockfort a la vez. Entre el doctor Stoker, el anatomista e
investigador que trabajaba en la enfermería, y la necesidad constante de objetivos para el
entrenamiento, amén de la falta de piezas de repuesto, nadie permanecía en la isla
disfrutando de la hospitalidad de Umbrella más de seis meses.
¿Y dónde estaremos dentro de seis meses?
Alfred pasó por encima del cadáver hinchado de Barton y se dirigió hacia la sala de
control para llamar a sus contactos en el cuartel general de Umbrella. ¿Decidirían los
directivos de la compañía reconstruir Rockfort? ¿Lo permitiría él? Tanto Alfred como
Alexia habían permanecido a salvo por completo del virus durante su fase de propagación
«en caliente». Los dos caminos que comunicaban su residencia familiar con el resto de las
instalaciones habían permanecido cortados a lo largo de la mayor parte del ataque aéreo,
pero ya que sabía que el enemigo desconocido de Umbrella estaba dispuesto a recurrir a
unas medidas tan extremas, ¿estaría él de acuerdo en reconstruir un laboratorio tan cerca
de su hogar? Los Ashford no le tenían miedo a nada, pero tampoco eran unos insensatos.
Alexia jamás permitiría que se abandonasen las instalaciones, al menos ahora no, no cuando
ya está tan cerca de su objetivo…
Alfred se detuvo en seco y se quedó mirando a las hileras de teclados y monitores de
los equipos de radio y vídeo, a los monitores apagados de los ordenadores que le
devolvían la mirada con ojos grandes y muertos. Se quedó mirando, pero no vio nada, y
una extraña sensación de vacío se apoderó de su interior confundiéndolo por completo.
¿Dónde estaba Alexia? ¿Qué objetivo?
Se ha ido. Se ha marchado.
Era verdad, lo podía sentir en la médula de los huesos…, pero ¿cómo podía
marcharse, dejarlo allí, cuando ella sabía que lo era todo para él, que moriría sin ella?
La monstruosidad, ciega y aullante, un fracaso, y hacía frío, la hormiga reina estaba desnuda,
colgada sobre el mar, y él no podía tocarla, tan sólo podía sentir el frío y resistente cristal bajo sus
dedos ansiosos…
Alfred jadeó. Las imágenes de la pesadilla eran tan reales, tan horrendas, que por un
momento no supo dónde se encontraba, no supo lo que estaba haciendo. Sintió en la
lejanía que las manos se le cerraban con más y más fuerza alrededor de algo, cómo los
músculos de los brazos empezaban a temblar…, y un restallido de sonido estático surgió
de la consola que estaba delante de él. El sonido chasqueante le llegó con fuerza, y Alfred
se dio cuenta de que se trataba de alguien que estaba hablando.
—… por favor, si alguien me puede oír. Soy el doctor Mario Tica. Estoy en el
laboratorio de la segunda planta —decía la voz, dominada por el pánico—. Estoy
encerrado, y todos los tanques se han vaciado. Se están despertando… Por favor, tienen
que ayudarme, no estoy infectado, llevo puesto un traje de protección. Lo juro por Dios,
tienen que sacarme de aquí…
El doctor Tica, encerrado en la sala de cría de los embriones. Tica, que desde hacía ya
bastante tiempo enviaba informes privados a Umbrella sobre sus avances en el proyecto
Albinoide, unos informes secretos que eran distintos a los que le mostraba a Alfred. Alexia
le había sugerido unos cuantos meses antes que enviara a Tica al doctor Stoker. Seguro
que la divertiría mucho oírle gimotear de aquel modo.
Alfred alargó la mano para desconectar la súplica balbuciente del doctor Tica, y se
sintió mucho mejor al hacerlo. Alexia le había advertido una y otra vez sobre aquellos
ataques tan raros, sobre las sensaciones repentinas de soledad extrema y de confusión. Ella
había insistido en que se debía a la tensión acumulada y en que no debía preocuparse por
aquello, que ella jamás lo abandonaría de forma voluntaria. Lo amaba demasiado para
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hacer algo así.
Alfred pensó en ella, pensó en todos los problemas y la pena que las defensas
incompetentes organizadas por la gente de Umbrella habían provocado, y al hacerlo,
decidió de repente que no llamaría a la oficina central. Sin duda ya se habrían enterado de
que se había producido un ataque, y lo cierto es que enviarían un equipo de apoyo y
rescate de forma inmediata. No había necesidad de ponerse al habla con ellos…, y,
además, no merecían oír los comentarios que tenía respecto a la situación, no merecían
tener un conocimiento previo de los peligros a los que se enfrentarían. Él no era un
empleado, un servidor ignorante que tenía que informar a sus superiores. Los Ashford
habían creado Umbrella: deberían ser ellos los que le informaran a él.
Y hablé con Jackson hace menos de una semana, sí, sobre el asunto de la chica, Claire
Redfield…
Alfred abrió los ojos como platos mientras la mente le trabajaba a marchas forzadas.
Claire, la hermana de Chris Redfield, uno de los cabecillas de los STARS renegados, había
llegado tan sólo unas horas antes del ataque. La habían atrapado en París, en el interior del
edificio administrativo de la sede central de Umbrella. Al parecer, decía que había ido en
busca de su hermano, así que se la habían enviado para que la mantuviera encerrada
mientras pensaban qué hacer con ella.
Pero… ¿y si todo había sido un plan para atraer al hermano a terreno abierto, para
aplastar su ridícula resistencia de una vez por todas?, ¿un plan que por pura conveniencia
se habían olvidado de comentarle? ¿Qué pasaría si resultase que Redfield y sus
compinches la habían seguido hasta Rockfort, y su simple presencia había sido la señal
para lanzar el ataque? O quizá incluso había dejado que la capturaran. Le pareció que todas las
piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Por supuesto. Por supuesto, se había
dejado capturar. Una chica lista. Había cumplido bien su cometido. No importaba si
Umbrella había desencadenado el ataque de forma voluntaria o involuntaria, ya no. Se
encargaría de ellos más adelante. Lo que importaba era que aquella zorra de Redfield
había llevado a sus enemigos hasta Rockfort, y que quizá todavía estaba viva, robando
información, espiando, a lo mejor incluso planeando herir a Alexia…
—No —exclamó con un susurro.
El miedo se transformó en furia de forma inmediata. Resultaba obvio que ése había
sido su plan desde el principio: hacer el máximo daño posible a Umbrella, y, sin duda,
Alexia era la mente científica más brillante que trabajaba para la compañía en el campo de
la investigación de armas biológicas. De hecho, lo más probable era que fuese la mayor
mente científica en cualquier campo.
Claire no se saldría con la suya. La encontraría…, o mejor todavía, esperaría a que
fuese a él, como sin duda haría. La vigilaría, la esperaría como un cazador, y la chica sería
su presa.
Bueno, ¿y por qué matarla inmediatamente cuando puedes llegar a tener la oportunidad de
divertirte con ella mucho antes de eso? Era la voz de Alexia, metiéndose en sus pensamientos,
que le recordaba sus juegos de infancia, cuando habían compartido el placer de sus
propios experimentos, donde creaban entornos de dolor y observaban cómo sufrían los
seres con los que experimentaban. Aquello había forjado un nexo de unión entre ellos más
fuerte que el acero. Compartir unas experiencias tan íntimas como aquéllas…
Puedo mantenerla con vida, dejar que Alexia juegue con ella…, o todavía mejor, puedo
inventarme un laberinto de prueba para ella y así ver cómo se desenvuelve enfrentándose a algunas
de nuestras mascotas…
Había tantas posibilidades. Alfred podía, con pocas excepciones, abrir y cerrar todas
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las puertas de la isla desde su ordenador. Podía dirigirla con facilidad hacia donde
quisiera, y matarla cuando le viniera en gana.
Claire Redfield lo había subestimado, todos lo habían hecho, pero eso se había
acabado…, y si todo funcionaba tal como Alfred comenzaba a tener la esperanza de que lo
hiciese, el día acabaría de un modo mucho más satisfactorio de como había comenzado.
Si había perros infectados por los alrededores, se estaban escondiendo. El patio
abierto en el que entró Claire estaba sembrado de cadáveres. La piel de los cuerpos tenía
un color gris enfermizo bajo la luz pálida de la luna, excepto en los numerosos puntos
donde las salpicaduras de sangre los cubrían. No vio a ningún perro, a nada que se
moviera excepto las nubes bajas que cruzaban el cielo nocturno cada vez más cubierto.
Claire se quedó inmóvil unos instantes mientras escudriñaba con detenimiento las
sombras para asegurarse de que los alrededores estaban despejados antes de dejar atrás la
seguridad de la salida que tenía a la espalda.
—Steve —susurró con fuerza, temerosa de gritar por lo que pudiera andar acechando
en las cercanías de donde se encontraba.
Por desgracia, Steve Burnside estaba tan presente como el perro aullante que había
oído momentos antes. Por lo que parecía, no se había limitado a alejarse: se había largado
a la carrera.
¿Por qué? ¿Por qué había escogido permanecer solo? Quizá se equivocaba, pero
aquello que había dicho Steve sobre no querer que ella lo retrasara no le había sonado a
muy cierto. Encontrarse con León en aquella pesadilla que había sido Raccoon City había
significado la diferencia entre la vida y la muerte. No habían permanecido juntos todo el
tiempo, pero saber que había otra persona tan atemorizada y asombrada de todo aquello
como ella… En vez de sentirse sola y desamparada había logrado establecer objetivos
claros, objetivos más allá de la simple supervivencia: encontrar una forma de transporte
para salir de la ciudad, buscar a Chris, cuidar de Sherry Birkin.
Y desde un simple punto de vista de seguridad, tener a alguien que vigilara tu retaguardia era
mucho mejor que ir solo, de eso no cabía ninguna duda.
Fuese cual fuese su motivo, Claire iba a tener que esforzarse mucho para que se lo
dijera, y eso suponiendo que consiguiera encontrarlo. El patio que se abría ante ella era
mucho mayor que el que dejaba atrás. Había una cabaña alargada de un solo piso a su
derecha y una pared sin puertas a su izquierda, y probablemente se trataba de la parte
trasera de un edificio de mayor tamaño. Se veían las llamas de un pequeño incendio a
través de una de las ventanas rotas de la pared, y había muchísimos restos esparcidos
entre los cadáveres tirados por el suelo. Era la prueba de que se había producido un
ataque. Justo a su derecha había una puerta cerrada, y la luz de la luna mostraba un
sendero polvoriento al otro lado que llevaba hasta otra puerta cerrada…, lo que significaba
que Steve estaba en la cabaña o que la había rodeado utilizando un sendero que
serpenteaba al otro extremo del patio y que también se dirigía hacia la derecha.
Decidió probar suerte en la cabaña antes de nada. Mientras subía saltando los
escalones que llevaban al porche con barandilla que casi recorría por completo el edificio,
se preguntó quién había atacado Rockfort y por qué. Rodrigo había dicho algo sobre un
equipo de fuerzas especiales, pero si eso era cierto, ¿a quién obedecía? Al parecer,
Umbrella tenía sus enemigos, lo que sin duda era una noticia excelente, pero el ataque
contra la isla había sido una tragedia, sin duda alguna. Varios prisioneros habían muerto
junto a los empleados de Umbrella, y el virus T, incluso puede que también el virus G, y
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Dios sabía cuántos virus más, no distinguía entre culpables e inocentes.
Llegó a la puerta de madera de la cabaña y la abrió con suavidad mientras empuñaba
con firmeza la nueve milímetros…, y la cerró inmediatamente. Se decidió en cuanto vio a
los portadores de virus que había dentro y que estaban rodeando la mesa para dirigirse
hacia ella. Un segundo más tarde, oyó un ruido sordo procedente del otro lado de la
puerta, seguido de un gemido suave y lastimero.
Entonces, tendrá que ser por el sendero. Dudaba mucho que el gallito de Steve hubiera
dejado a aquellos dos zombis en pie si hubiese pasado por la cabaña, y lo más probable era
que ella hubiese oído los disparos.
A menos que lo mataran antes.
A Claire no le gustó la idea, pero la realidad implacable de la situación era que no
podía permitirse el lujo de desperdiciar la poca munición de que disponía para
averiguarlo. Seguiría el sendero para ver hasta dónde la llevaba…, y si no lograba
encontrarlo, pues entonces el chaval estaba solo. Quería hacer lo correcto, pero también
sentía que tenía que salvar su propio pellejo. Tenía que regresar a París y ponerse en
contacto con Chris y los demás, y no lo lograría si se dedicaba a desperdiciar munición y
acababa siendo la cena de uno de aquellos bichos.
Retrocedió a lo largo del porche, con todos los sentidos alerta a medida que se
aproximaba al extremo del edificio. No se había olvidado del perro o perros zombis, y se
esforzó por distinguir el repiqueteo de unas garras contra el suelo de tierra, por advertir el
posible jadeo que recordaba de su experiencia en Raccoon City. La noche húmeda y fría
permanecía en silencio. Lo único que se movía en el patio era una brisa helada, la única
respiración que se oía era la suya propia.
Echó un rápido vistazo al otro lado de la esquina cuando llegó al extremo del
edificio. No se veía nada aparte del cuerpo de un hombre que yacía sobresaliendo a
medias por el hueco que había debajo de la cabaña, a unos cinco metros de donde estaba
ella. A unos diez metros del cadáver el sendero giraba a la derecha de nuevo, y Claire
sintió un gran alivio: había visto aquel tramo desde la puerta cerrada y ya entonces estaba
vacío.
Debe de haberse marchado por esa puerta, la que está en la pared occidental… También era
un alivio saber algo, cualquier cosa con seguridad cuando Umbrella estaba implicada.
Empezó a recorrer el sendero mientras pensaba en lo que haría falta para convencer a
aquel machito juvenil para que permaneciera con ella. Quizá si le contaba lo que había
ocurrido en Raccoon City, si le explicaba que ya tenía cierta experiencia de primera mano
en lo relativo a los desastres provocados por Umbrella…
Claire estaba a punto de pasar por encima de la parte superior de aquel cadáver
solitario cuando el cuerpo se movió.
Retrocedió de un salto y apuntó inmediatamente la pistola semiautomática contra la
cabeza ensangrentada del hombre. El corazón le palpitaba martilleándole en el pecho…, y
se dio cuenta de que realmente estaba muerto, y que alguien o algo lo estaba arrastrando
tirando las piernas hacia las sombras del hueco que había entre la cabaña y el suelo. Era
algo muy fuerte que lo estaba metiendo a tirones…, como un perro que estuviese
retrocediendo con algo pesado atrapado entre sus fauces.
No pensó en nada después de aquello: saltó de forma instintiva por encima del
cadáver y salió corriendo para alejarse de allí, sabiendo a ciencia cierta que el perro, si era
eso lo que tiraba, no estaría ocupado con aquel cadáver durante mucho rato. Darse cuenta
de que estaba a menos de un metro de la criatura la hizo correr con mayor velocidad
todavía en cuanto dobló la esquina. Las botas repiqueteaban contra el suelo de tierra
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compacta y húmeda mientras movía los brazos arriba y abajo con fuerza. Los zombis eran
lentos y carecían de coordinación; los perros con los que ella y León se habían topado eran
feroces y extremadamente rápidos. Ni siquiera con una arma en la mano le interesaba
enfrentarse a una de aquellas criaturas. Acabaría infectada con uno solo de sus mordiscos.
¡Grraaaauuuuuu! El aullido gorgoteante procedía de un punto más allá de donde el
cadáver estaba siendo arrastrado, en algún lugar de la parte frontal del patio.
Mierda, pero cuántos… No importaba, ya casi había llegado. La salvación se
encontraba delante de ella, a su izquierda. No se atrevió a mirar atrás ni bajó el ritmo de la
carrera hasta que llegó a la puerta, agarró el picaporte y tiró. Se abrió con facilidad, y
puesto que no vio nada con los dientes al descubierto justo delante de ella, entró de un
salto y cerró la puerta a su espalda…, para oír a continuación varios gemidos de zombis y
oler el hedor putrefacto de los portadores del virus ya moribundos al mismo tiempo que
algo se estampaba contra la puerta con un fuerte golpe y empezaba a arañarla con sus
garras a la vez que soltaba un gruñido como un monstruo feroz.
¿Cuántos perros, cuántos zombis? La idea le pasó como un rayo por la mente azotada
por el pánico. La ansiedad por la necesidad de ahorrar munición se le había quedado
grabada después de lo ocurrido en Raccoon City. ¿Qué pasará si estoy metida en un callejón
sin salida? Casi se dio la vuelta a pesar del riesgo que eso suponía antes de darse cuenta de
dónde se encontraban los zombis.
El callejón en que había entrado estaba envuelto en las sombras, pero pudo distinguir
varios hombres tambaleantes encerrados en una zona vallada situada a su izquierda.
Todos ellos estaban bastante deshechos. Uno de ellos golpeaba la puerta alambrada, y de
sus manos casi esqueléticas colgaban varios jirones de carne: hacía caso omiso del destrozo
que estaba sufriendo su cuerpo en deterioro progresivo.
Debe de ser la perrera…
Claire dio unos cuantos pasos adelante y concentró su atención en la cerradura
sencilla y de aspecto débil que mantenía cerrada la puerta… Vio a los tres zombis que
andaban sueltos en el preciso momento que el primero de ellos avanzaba tambaleándose
hacia ella. Tenía la boca abierta y de ella salían varios regueros de saliva y de un fluido
negro y viscoso. Tenía alargadas sus manos de dedos huesudos hacia ella a punto de
alcanzarla. Se había concentrado tanto en las criaturas enjauladas que no se había dado
cuenta de que había más fuera del recinto vallado.
Agachó un poco el cuerpo de forma instintiva y lanzó la pierna izquierda contra el
pecho del zombi. La patada lateral, sólida y efectiva, hizo retroceder a la criatura. Claire
sintió cómo la suela de la bota se hundía en la carne putrefacta, pero no tenía tiempo de
sentir asco. Ya estaba alzando la nueve milímetros cuando la puerta de la perrera se abrió
con un leve chasquido metálico, y de repente se encontró enfrentada a siete zombis en vez
de a tres. Se agruparon mientras se acercaban a ella, pasando con torpeza al lado de un
contenedor grande de basura, unos cuantos barriles y los cuerpos de sus colegas ya caídos.
¡Bang! Disparó contra el que estaba más cerca de ella sin pensárselo. La bala abrió un
agujero limpio en la sien derecha del zombi, pero Claire se dio cuenta de que estaba
perdida mientras el cadáver, ya definitivo, de la criatura caía al suelo. Eran demasiados,
estaban demasiado juntos, no lo lograría…
¡Los barriles!
Uno de ellos tenía una señal de advertencia: INFLAMABLE.
Puedo usar el mismo truco que utilicé en París.
Claire se puso a cubierto detrás del contenedor de basura y se pasó la pistola a la
mano izquierda en cuanto se agachó. Tenía localizado su objetivo en la mente, así que sólo
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asomó la mano mientras los zombis, confundidos, tropezaban entre sí mientras la
buscaban de nuevo, gimiendo de hambre…
¡Bang! ¡Bang! ¡Ba…!
¡BAAAMMM!
El contenedor se estampó contra su hombro derecho y la lanzó hacia atrás. Se
encogió sobre sí misma, con los oídos zumbando, mientras una lluvia de restos metálicos
afilados y ardientes caían sobre el contenedor y a su alrededor. Algunos trozos pequeños
le cayeron sobre la pierna izquierda. Se los quitó a manotazos, apenas capaz de creerse que
aquel truco hubiera funcionado, que todavía estuviera viva.
Se levantó un poco hasta quedar en cuclillas y asomó la cabeza para ver lo que
quedaba de sus atacantes. Tan sólo uno de ellos se encontraba entero y de una pieza, pero
estaba apoyado contra la verja metálica de la perrera con la ropa y el cabello envueltos en
llamas. La parte superior de otro intentaba arrastrarse hacia ella centímetro a centímetro
mientras la piel ennegrecida y burbujeante se le caía a trozos. El resto estaban
desmembrados en diferentes trozos y las llamas que cubrían el suelo los chamuscaban
para acabar con los patéticos restos.
Claire acabó con rapidez con los dos que quedaban. Sentía lástima por el terrible final
que habían tenido aquellas personas. Sus sueños se habían llenado de zombis desde lo que
sufrió en Raccoon City. Todo su descanso era asaltado por criaturas pestilentes y
babeantes que andaban a la busca de carne viva para alimentarse. Umbrella no había
creado de forma intencionada aquellos monstruos en concreto, tan parecidos a los
cadáveres ambulantes de las películas de terror, y era un asunto de matar o morir, así que
no tenía ninguna clase de elección.
Pero eran personas hasta no hace mucho. Personas con familias y una vida propia, que
no habían merecido morir de aquel modo tan horrible, sin importar las maldades que
hubiesen cometido. Bajó la mirada hacia los lastimosos cuerpos achicharrados y casi se
sintió enferma por el sentimiento de compasión…, y por el lento pero constante aumento
de su odio por Umbrella.
Claire sacudió la cabeza para aclararse las ideas e hizo todo lo posible por apartar
aquello de su mente. Sabía que si se dejaba llevar por todo aquel dolor y lástima, era
posible que dudara en algún momento crucial. Al igual que un soldado en mitad del
combate, no podía humanizar a sus enemigos…, aunque no tenía ninguna clase de duda
sobre cuál era el enemigo de verdad, y deseó con todas sus fuerzas que los directivos de
Umbrella ardieran para siempre jamás en el infierno por todo lo que habían hecho.
Comprobó todos los huecos y las sombras del pasaje para que no la sorprendieran de
nuevo mientras pensaba en las distintas posibilidades que se le ofrecían para lo que haría a
continuación. En la parte posterior de la perrera había una guillotina de verdad, y la
cuchilla parecía estar manchada de sangre. Tan sólo mirarla le provocó un
estremecimiento por todo el cuerpo cuando le recordó al jefe de policía de Raccoon City,
Irons, y su sala de tortura oculta en la propia comisaría. Irons era la prueba viviente de
que Umbrella no hacía un examen psicológico a sus agentes encubiertos. Al otro lado del
desagradable instrumento de ejecución había una puerta, pero resultaba obvio que Steve
no había salido por allí debido a los zombis que habían estado encerrados en aquel lugar
hasta unos momentos antes. Al lado de la perrera había una compuerta corredera
metálica, pero no la pudo abrir…, y al lado de esta última, la única puerta por la que Steve
podía haber salido, ya que el callejón no tenía otra salida más allá.
Claire se acercó a la puerta. De repente, se sintió muy cansada y muy vieja, con las
emociones agotadas. Comprobó la pistola y luego alargó la mano hacia el picaporte
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mientras se preguntaba si lograría ver de nuevo a su hermano. A veces, mantenerse
agarrada a la esperanza era una carga pesada y terrible, que se hacía más pesada todavía
porque no podía perderla, ni siquiera por un momento.
Steve se sobresaltó cuando oyó la explosión en el exterior, y miró a su alrededor
pensativo, como si esperara que las paredes de la pequeña oficina abarrotada fuesen a
venírsele encima en cualquier momento. Se tranquilizó tras unos momentos y supuso que
se trataba de otra explosión de algún depósito de combustible, así que no tenía por qué
preocuparse. Los incendios sin control que se habían producido desde el comienzo del
ataque y que azotaban las instalaciones de cabo a rabo llegaban de vez en cuando a algo
inflamable en extremo, una lata de queroseno o una bombona de oxígeno, y entonces, se
producía otra explosión.
De hecho, había sido una de esas explosiones la que lo había mantenido con vida. Un
cascote que salió disparado de una pared cuando estalló un barril de gasolina lo derribó,
dejándolo inconsciente, y los demás escombros lo cubrieron por completo, ocultándolo a la
vista. Cuando recuperó el conocimiento, la gran festividad culinaria zombi había acabado,
y la mayoría de los guardias de la prisión y los propios prisioneros estaban muertos.
Mejor no pensar en ello. Sacudió la cabeza y volvió a centrar la atención en la
pantalla del ordenador, en el directorio de archivos con el que se había tropezado mientras
buscaba un mapa de la isla. Algún cretino había escrito el código de acceso en uno de
aquellos papelitos amarillos autoadhesivos y lo había pegado sobre el monitor, lo que le
había proporcionado vía libre a una información que era obviamente secreta. Era mala
suerte que la mayor parte de los archivos fueran tan aburridos como ver un deshielo: los
libros de cuentas de la prisión, nombres y fechas que no reconocía, información sobre un
tipo especial de aleación que los detectores de metal no podían descubrir. Eso último era
interesante, ya que él había tenido que pasar a través de un detector de metal para llegar
hasta la oficina, pero tres o cuatro balas bien colocadas se habían encargado de solucionar
ese «problemilla». También había tenido otro golpe de suerte: había encontrado una de las
llaves maestras de la puerta principal metida en un cajón, y, sin duda, abriría unas cuantas
cerraduras en su camino de regreso.
Y ahora lo único que necesito es un puñetero mapa para encontrar el barco o el avión más
cercanos, porque si no, estoy acabado.
Recogería a la muchacha después de que hubiera encontrado una ruta de escape, y
aparecería como su caballero salvador con armadura resplandeciente. Sin duda, ella
apreciaría sus esfuerzos, quizá hasta el punto de…
Uno de los nombres de la lista de archivos le llamó la atención. Steve frunció el
entrecejo y se acercó a la pantalla. Había una carpeta con el nombre Redfield, C. ¿Claire
Redfield? La abrió, sintiendo curiosidad, y todavía se encontraba leyendo su contenido,
absorto por completo, cuando oyó un ruido a su espalda.
Empuñó con rapidez la pistola que había dejado sobre la mesa y se dio la vuelta en
redondo, fustigándose mentalmente por no prestar más atención…, y allí estaba Claire,
con su pistola apuntando al suelo pero con un leve gesto de irritación en el rostro.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con tranquilidad, como si no lo hubiera
acojonado vivo con aquel susto—. ¿Y cómo has logrado pasar entre los zombis que hay ahí
afuera?
—Pues corrí —le contestó él, molesto con aquellas preguntas. ¿Es que se creía que era
un tipo sin recursos o algo así?—. Y estoy buscando un mapa… Por cierto, ¿estás
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emparentada con Christopher Redfield?
Claire frunció el entrecejo.
—Chris es mi hermano. ¿Por qué?
Hermanos. Eso lo explica.
Steve le indicó con un gesto la pantalla del ordenador mientras en su fuero interno se
preguntaba si toda la familia Redfield sería así de increíble. Bueno, su hermano sin duda lo
era: antiguo piloto de la Fuerza Aérea, miembro de un equipo de los STARS, tirador de
élite y toda una espina clavada en el costado de Umbrella. No pensaba admitirlo en voz
alta, pero lo cierto era que Steve estaba muy impresionado.
—Quizá quieras decirle que Umbrella lo mantiene vigilado —le comentó, y se echó a
un lado para que ella pudiera leer lo que ponía en la pantalla.
Al parecer, Redfield se encontraba en París, aunque Umbrella no había conseguido
averiguar su paradero exacto. Steve se alegró de haber encontrado aquel archivo. No le
importaría que ella se sintiera un poco agradecida con él.
Claire revisó toda la información y luego pulsó unas cuantas teclas antes de mirarlo
con una expresión de alivio en el rostro.
—Gracias a Dios que existen los satélites privados. Puedo ponerme en contacto con
León, un amigo, que lo más probable es que ya se haya reunido con Chris a estas alturas…
—Ya había comenzado a teclear de nuevo y siguió explicándole cosas con voz ausente
mientras los dedos corrían sobre el teclado—. Hay una lista de correos que utilizamos los
dos… ¿Ves? «Ponte en contacto lo antes posible. Toda la banda está aquí ya.»
Steve se encogió de hombros. No estaba demasiado interesado en la vida y milagros
de los colegas de Claire.
—Vete al archivo anterior y encontrarás la longitud y la latitud donde se encuentra
este islote —dijo sonriendo—. ¿Por qué no le envías a tu hermano la dirección y viene a
salvarnos?
Esperaba otra mirada de irritación, pero Claire se limitó a asentir con una expresión
de tremenda seriedad en la cara.
—Buena idea. Le diré que se ha producido un nuevo escape en estas coordenadas.
Ellos sabrán a qué me refiero.
Cierto, era bonita, pero también bastante ingenua.
—Era una broma —dijo él meneando la cabeza. Estaban en mitad de ningún lugar.
Ella se lo quedó mirando.
—Divertidísimo. Se lo contaré a mi hermano cuando llegue.
Sin aviso, por sorpresa, una rabia feroz surgió de su interior, un torbellino de furia y
desesperación junto a toda una serie de sentimientos que ni siquiera podía comenzar a
intentar comprender. Lo que sí comprendía era que la señoritinga Claire estaba muy
equivocada, que era estúpida y que estaba equivocada.
—¿Estás de guasa? ¿De verdad esperas que aparezca con lo que está pasando aquí?
¡Pero mira esas coordenadas! —Las palabras le salieron con mayor fuerza, ira y rapidez de
lo que él pretendía, pero no le importó—. ¡No seas idiota! ¡Créeme, no puedes depender
de la gente de esa manera! ¡Al final sólo lograrás que te hagan daño, y después tan sólo te
podrás echar la culpa a ti misma!
Ella lo estaba mirando como si hubiese perdido la cabeza, y en lo más intenso de su
furia le llegó una sensación aplastante de vergüenza, de que se había exaltado más de la
cuenta sin sentido alguno. Pudo sentir cómo las lágrimas amenazaban con saltársele, para
mayor humillación, y no estaba dispuesto de ningún modo a ponerse a llorar delante de
ella como un niño indefenso, ni hablar. Steve también sintió que se ruborizaba, así que dio
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la vuelta y echó a correr antes de que ella pudiera contestarle nada.
—¡Espera, Steve! —acertó a decir Claire por fin.
Él cerró la puerta de un fuerte golpe al salir y siguió corriendo. Tan sólo deseaba
salir, marcharse de allí.
A la mierda con el mapa, tengo la llave, ya se me ocurrirá algo, y mataré a cualquiera que
intente detenerme…
Salió al largo pasillo y cruzó el detector de metales inutilizado antes de entrar al
callejón con el arma preparada. Una parte de él se sintió amargamente decepcionada por
no tener nada contra que disparar cuando pasó al lado de la perrera, donde casi se cayó
dos veces al resbalar con los trozos de cuerpos chamuscados y húmedos por la sangre que
los cubría. No había nada que destrozar, nada le impedía sentir lo que estaba sintiendo.
Salió de estampida por la puerta que daba a la parte de atrás del barracón y comenzó
a rodear el largo edificio, sudando, con el corazón palpitándole con fuerza, el cabello
pegado al cráneo por el sudor a pesar del frío que hacía…, y estaba tan concentrado en su
extraña locura, en su necesidad de correr, que no vio ni oyó nada hasta que casi fue
demasiado tarde.
¡Bam!, algo lo golpeó por la espalda y lo tiró de bruces al suelo. Steve se dio la vuelta
de forma inmediata y un terror mortífero bloqueó de momento todos los demás
sentimientos y sensaciones…
Eran dos. Dos de los perros de los guardias de la prisión. Uno de ellos estaba
dándose la vuelta después de haber saltado sobre su espalda, y el otro se acercaba dejando
escapar un gruñido que le surgía de lo más profundo de la garganta. Iba con la cabeza
agachada y las patas tensas, caminando con lentitud pero con determinación.
Dios, qué pinta…
Sin duda, antes habían sido rottweilers, pero ya habían dejado de serlo. Estaban
infectados, no había más que ver sus ojos cubiertos de una leve película roja, sus hocicos
babeantes, los nuevos músculos que sobresalían bajo la capa de pellejo de aspecto casi
resbaladizo. Steve se dio cuenta, por primera vez desde que se produjo el ataque, de la
inmensidad de la locura de Umbrella: sus experimentos secretos, su ridícula mentalidad
con subterfugios de película de capa y espada. A Steve le gustaban los perros mucho más
de lo que le gustaban las personas, y lo que les había ocurrido a aquellos pobres animales
no era justo.
No es justo. El momento equivocado y en el lugar equivocado. No me merezco nada de lo que
me está pasando, no he hecho nada malo…
Ni siquiera se dio cuenta de que el objeto de su lástima había cambiado, de que
estaba admitiendo por fin lo jodida que era la situación, lo mal que lo tenía. No tuvo
tiempo de percatarse de ello. Había pasado menos de un segundo desde que se dio la
vuelta, y los perros ya estaban preparándose para atacarlo.
Todo acabó en otro segundo, el tiempo que tardó en apretar el gatillo una vez, girar,
y disparar de nuevo. Ambos animales murieron al instante. El primero recibió la bala en la
cabeza, y el segundo en el pecho. Este último dejó escapar un gañido de dolor o de
sorpresa antes de desplomarse sobre el barro, y el odio que Steve sentía hacia Umbrella se
multiplicó de forma exponencial al oír aquel sonido lastimero. Su mente le repitió una y
otra vez lo injusto que era todo aquello mientras se ponía en pie y comenzaba a correr de
nuevo, tambaleándose. Tenía la llave de la puerta de la prisión: no iba a ser su prisionero
nunca más.
Ya va siendo hora de que les haga pagar lo suyo, pensó con ira. De repente, deseó, rezó
para que uno de aquellos cabrones que tomaban las decisiones y trabajaban para Umbrella
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se cruzara en su camino. Quizá si oyera a uno de ellos implorar por su vida se sentiría un
poco mejor.
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Capítulo 4
Chris Redfield y Barry Burton estaban recargando munición en la habitación trasera
del piso franco de París, silenciosos y tensos, sin intercambiar palabra alguna. Habían sido
diez días muy malos, sin saber qué le había pasado a Claire, sin saber si Umbrella la
mantenía con vida.
Alto, le dijo su voz interior con firmeza. Ella está viva, tiene que estarlo. Era impensable
tener en cuenta otra alternativa.
Llevaba diez días diciéndose eso, pero ya no le parecía posible. Ya había sido
bastante malo enterarse de que había estado en Raccoon City durante la debacle final y
que había ido allí en su busca. León Kennedy, su joven amigo policía, le había puesto al
corriente de todos los detalles en su primer encuentro. Ella había sobrevivido en Raccoon,
pero habían sido «secuestrados» (ella, León y los tres renegados de los STARS) por Trent
en su camino a Europa; acabaron haciendo frente a un nuevo grupo de monstruos de
Umbrella en unas instalaciones de Utah. Chris no sabía nada de todo aquello, había
asumido que seguiría estudiando a salvo en la universidad.
Saber que se había visto envuelta en la lucha contra Umbrella era algo malo, de
acuerdo, pero saber que Umbrella la había capturado, que su hermana pequeña podría
estar ya muerta… Aquello lo estaba matando, lo estaba royendo por dentro. Era lo único
que podía hacer para no irrumpir en el cuartel general de Umbrella con un par de
ametralladoras y comenzar a pedir respuestas, incluso sabiendo que sería algo suicida.
Barry accionó de nuevo el pistón automático de la máquina de fabricar cartuchos
mientras Chris recogía la munición nueva y la ponía en cajas. El olor acre y familiar de la
pólvora inundaba el aire. Se sentía aliviado de que su viejo amigo pareciera entender su
necesidad de silencio, el constante clic-clic de la máquina era el único sonido en la
pequeña habitación.
También era un alivio tener algo que hacer tras toda una semana de estar sentado y
rezando, esperando que Trent se pusiera en contacto con ellos con noticias o para ofrecer
ayuda. Chris no conocía a Trent, pero el misterioso desconocido ya había ayudado alguna
vez a los STARS pasando información confidencial sobre Umbrella. Aunque sus
motivaciones exactas les eran desconocidas, su objetivo parecía bastante claro: destruir la
división secreta de armas biológicas de la compañía farmacéutica. Desafortunadamente,
esperar a Trent era una posibilidad remota; sólo se había puesto en contacto con ellos
cuando convenía a sus necesidades, y como no tenían forma alguna de ponerse en
contacto con él, la posibilidad de que los ayudara parecía más remota esta vez.
Clic-clic. Clic-clic. El repetitivo sonido se iba amortiguando de alguna manera, un
proceso mecánico sordo en el silencio del piso franco de alquiler. Todos tenían tareas
específicas que hacer en su promesa de echar abajo a Umbrella, tareas que cambiaban día a
día según surgían nuevas necesidades. Chris había estado ayudando a Barry con las armas
una semana y media antes, pero normalmente se encargaba de la vigilancia del cuartel
general. Habían recibido un mensaje de Jill unas pocas semanas atrás, estaba de camino a
París, y Chris sabía que su malgastada juventud sería muy útil para el reconocimiento
interno. León había resultado ser un pirata informático medio decente, y estaba en la
habitación de al lado sentado delante del ordenador; apenas había dormido desde la
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captura de Claire, y había pasado la mayor parte de ese tiempo intentando seguir los
últimos movimientos de Umbrella. El trío de STARS que había llegado con Claire y León a
Europa: Rebecca, del grupo disuelto de Raccoon City, y los dos STARS de Maine, David y
John, estaban en ese momento en Londres, reunidos con un traficante de armas. Al fin y al
cabo, lo habían pasado todo juntos, y los tres trabajaban bien en equipo.
No hay muchos como nosotros, pero tenemos la experiencia y la determinación necesarias. Sin
embargo, Claire…
Al estar sus padres muertos, Claire y él habían desarrollado una estrecha relación, y
él pensaba que la conocía muy bien; ella era inteligente, fuerte y llena de recursos, siempre
lo había sido…, ¡pero también era una estudiante universitaria, por Dios! A diferencia de
los demás, ella no poseía ninguna preparación específica de combate. No podía dejar de
pensar que había tenido suerte hasta entonces, y, en lo que se refiere a Umbrella, la suerte
no era suficiente.
—¡Chris, acércate!
Era León, y sonaba urgente. Chris y Barry se miraron. Vio reflejada su propia
preocupación en la cara de Barry, y se pusieron en pie. Chris se dirigió con el corazón en
un puño al lugar donde estaba León trabajando, dominado por la impaciencia y el miedo a
la vez.
El joven policía estaba de pie al lado del ordenador, con una expresión neutra.
—Está viva. —Eso fue todo lo que dijo León.
Chris ni siquiera había sido consciente de lo mal que estaban las cosas para él hasta
que oyó esas dos palabras. Era como si su corazón se hubiera liberado de repente después
de haber pasado diez días atrapado en un tornillo de banco, esa sensación de alivio tan
física y tan emocional, de sonrojo.
Viva, está viva…
Barry le dio una palmada en el hombro, riéndose.
—Por supuesto que está viva, es una Redfield.
Chris sonrió, dirigiendo su atención hacia León, y sintió cómo su sonrisa se
desvanecía al ver la expresión cuidadosamente neutra del policía. Había algo más.
Antes de que pudiera preguntar, León se dirigió a la pantalla y respiró
profundamente. Leyó el breve mensaje dos veces, para que lo digirieran lentamente.
Peligro de infección, aproximadamente 37" sur, 12° oeste, como consecuencia del ataque, tal
vez desconocido. No quedan malos, creo, pero no puedo moverme ahora. Vigila bien tus
movimientos, hermano, conocen la ciudad, aunque no la calle. Intentaré volver a casa pronto.
Chris se puso en pie, su mirada se cruzó con la de León en silencio mientras Barry
leía el mensaje. León sonrió, pero de manera forzada.
—No la viste en Raccoon —dijo—. Sabe cómo desenvolverse, Chris. Y consiguió dar
con un ordenador, ¿no?
Barry se estiró, siguiendo el ejemplo de León.
—Eso quiere decir que no está encerrada —dijo con expresión seria—. Y si Umbrella
está ocupada con otro escape viral, no van a prestar atención a nada más. Lo importante es
que está viva.
Chris asintió con la cabeza con gesto distraído, su mente ya ocupada con lo que
necesitaría para el viaje. Las coordenadas que había mencionado la situaban en un punto
increíblemente aislado, en medio de Atlántico Sur, pero tenía un viejo amigo en las
Fuerzas Aéreas que le debía un favor y podría llevarlo a Buenos Aires o, si no, tal vez a
Ciudad del Cabo; allí podría alquilar un barco, equipo de emergencia, cuerdas, botiquín,
un arsenal de mil demonios…
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—Voy contigo —dijo Barry, adivinando con precisión sus pensamientos. Eran
amigos desde hacía mucho tiempo.
—Y yo —dijo León.
Chris movió la cabeza de lado a lado.
—Ni hablar.
Ambos hombres comenzaron a protestar, pero Chris alzó la voz, acallando sus
quejas.
—Ya habéis visto lo que ha dicho, eso de Umbrella dirigiendo su atención hacia mí,
hacia nosotros —dijo con voz firme—. Eso quiere decir que tenemos que cambiar de sitio,
tal vez a una de las fincas de fuera de la ciudad. Alguien tiene que quedarse aquí a esperar
a que vuelva el equipo de Rebecca, y otro tiene que buscar una nueva base de operaciones.
Y no os olvidéis, Jill llegará en cualquier momento.
Barry frunció el entrecejo y se rascó la barba; su boca dibujó una línea fina y estrecha.
—No me gusta. Ir solo es una mala idea…
—Ahora mismo estamos en una fase crucial y lo sabéis —dijo Chris—. Alguien tiene
que quedarse encargado de la casa, Barry, y tú eres el indicado. Tienes la experiencia,
conoces todos los contactos.
—Bien, pero al menos llévate al chaval —dijo Barry, haciendo un gesto hacia León.
Por una vez, León no se molestó por el apelativo, tan sólo asintió con la cabeza,
irguiéndose, echando los hombros hacia atrás y alzando la cabeza.
—Si no lo haces por ti, piensa al menos en Claire —continuó Barry—. ¿Qué le
ocurrirá a ella si te matan? Necesitáis a alguien que os cubra, alguien que pueda atrapar la
bola si se os escapa.
Chris movió la cabeza de lado a lado, inflexible.
—Lo sabes muy bien, Barry, esto tiene que hacerse con la mayor discreción posible.
Puede que Umbrella haya enviado ya un equipo de limpieza. Sólo una persona, que entre
y salga antes de que nadie se dé cuenta de que estoy allí.
Barry todavía seguía frunciendo el entrecejo, pero no insistió. Tampoco lo hizo León,
aunque Chris podía ver que estaba intentando aceptarlo; era obvio que el policía y Claire
habían estrechado relaciones.
—La traeré de vuelta —dijo Chris, suavizando el tono y mirando a León. León dudó,
luego asintió con la cabeza, ruborizándose y haciendo que Chris se preguntara hasta qué
punto exactamente habían estrechado las relaciones su hermana y León.
Luego. Me puedo preocupar sobre sus intenciones si volvemos vivos…, cuando volvamos
vivos, se corrigió rápidamente. «Si» no era una opción.
—Está decidido, entonces —dijo Chris—. León, encuéntrame un buen mapa de la
zona, geográfico, político, todo, nunca se sabe lo que puede servir de ayuda. También
contéstale a Claire, por si acaso encuentra una oportunidad para comprobar el correo; dile
que estoy en camino. Barry, quiero llevar la máxima potencia de fuego posible, pero ligera,
algo con lo que pueda marchar sin demasiados problemas, tal vez una Glock… Tú eres el
experto, tú decides.
Ambos hombres asintieron con la cabeza y se dieron la vuelta para comenzar sus
tareas. Chris cerró los ojos durante un segundo, rezando rápidamente una oración en
silencio.
Por favor, por favor, mantente a salvo hasta que llegue, Claire.
No fue mucho tiempo, pero Chris tuvo la sensación de que rezaría mucho más en las
largas horas que estaban por llegar.
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La habitación de monitores secreta estaba situada detrás de una pared repleta de
libros de la residencia privada de los Ashford. Tras la vuelta a su casa, oculto detrás de la
mansión de alojamiento «oficial», Alfred se puso el rifle en bandolera, se acercó a la pared
y tocó los lomos de tres libros en rápida sucesión. Sentía cientos de ojos que lo observaban
desde las sombras del salón delantero y, aunque ya se había acostumbrado hacía mucho
tiempo a la colección desperdigada de muñecas de Alexia, a menudo deseaba que no lo
observaran de forma tan intensa. Había ocasiones en las que esperaba cierta intimidad.
Al girar sobre sí misma la pared, oyó el silbante chillido de los murciélagos que se
escondían en los aleros y frunció el entrecejo, torciendo los labios. Parecía que habían
entrado en el ático durante el ataque.
No importa, no importa. Las preocupaciones para otro día. Tenía otros asuntos más
importantes que exigían su atención.
Aparentemente, Alexia se había retirado a sus habitaciones una vez más, lo que era
incluso mejor; Alfred no quería molestarla, y las noticias de un posible asesino en Rockfort
tendrían ese efecto. Entró en la habitación oculta y cerró de un empujón la pared
cuidadosamente equilibrada.
Normalmente había setenta y cinco cámaras entre las que podía escoger, que se
podían ver en cualquiera de los diez pequeños monitores de la diminuta habitación,
aunque la mayoría del equipo distribuido por las instalaciones había sido dañado o
destruido, dejándolo tan sólo con treinta y una imágenes utilizables. Conociendo las malas
intenciones de Claire de robar información y buscar a Alexia, Alfred decidió concentrar su
atención en su vía de entrada a las instalaciones de la cárcel. No tenía ninguna duda de
que aparecería dentro de poco tiempo; alguien como ella no tendría la educación de morir
en el ataque o como resultado de él…, aunque según aumentaban sus expectativas y crecía
su interés en el juego, comenzaba a inquietarle que ella hubiera, de hecho, desaparecido.
Afortunadamente, su suposición inicial había sido correcta. Otro de los prisioneros
atravesó la puerta principal seguido a corta distancia por la chica Redfield. Alfred, a quien
le divertía su titubeante avance, observaba cómo Claire intentaba alcanzar al joven, el
prisionero 267, de acuerdo con la espalda de su uniforme, que parecía no tener ni idea de
que lo estaban persiguiendo.
Cuando el joven llegó a la parte superior de las escaleras que procedían de la zona de
la prisión y mientras observaba alrededor con aire inseguro entre el terreno del palacio y
las instalaciones de entrenamiento, Alfred introdujo 267 con el teclado situado debajo de
su mano izquierda y encontró un nombre, Steven Burnside. No tenía ningún significado
para él, y mientras el chico dudaba indeciso, Alfred volvió a concentrar su atención en su
presa, sintiendo curiosidad por la joven mujer que se iba a convertir pronto en su
compañera de juegos.
Claire atravesó el puente dañado que salvaba la garganta instantes después de
Burnside, caminando sobre la parte anterior de los pies, como una atleta. Parecía dueña de
sí misma, cautelosa pero nada arrepentida por la cuestión de creerse con derecho a cruzar
el puente…, pero también tenía cuidado de no mirar hacia la oscuridad envuelta en
neblina que tenía debajo, hacia las inmensas paredes de la hendidura que se alejaban
cientos de metros, y de no entretenerse. En la cálida seguridad del hogar, Alfred sonreía,
imaginando su delicioso miedo…, y se encontró recordando el truco que le habían hecho
una vez Alexia y él a un guarda.
Tenían seis o siete años y Francois Celaux era el jefe de turno, uno de los favoritos de
su padre. Era un servil adulador, un lameculos, pero sólo para Alexander Ashford. Una
tarde, a espaldas de su padre, se había atrevido a reírse cruelmente de Alexia cuando
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tropezó bajo una abundante lluvia y se salpicó de barro su vestido azul nuevo. No iban a
soportar una ofensa como ésa.
Ah, cómo lo planeamos, hablando hasta altas horas de la noche sobre un castigo adecuado para
su imperdonable comportamiento, nuestras mentes infantiles vivitas y maquinando todas las
posibilidades…
El plan final era sencillo y lo ejecutaron de forma perfecta dos días más tarde, cuando
Francois estaba de guardia en la puerta principal. Alfred le había rogado al cocinero que le
dejara llevar el café de la mañana a Francois, una tarea que a menudo había llevado a cabo
para los empleados favoritos. De camino al puente sobre la garganta, Alexia había añadido
algo especial a la fuerte y amarga bebida, sólo unas pocas gotas de una sustancia similar al
curare que había sintetizado ella misma. La droga paralizaba los músculos pero permitía
que el sistema nervioso continuara funcionando, para que el receptor no pudiera moverse
ni hablar, pero sí sentir y entender lo que le estaba ocurriendo.
Alfred se acercó lentamente a las puertas de la prisión, tan despacio que el
impaciente Francois salió a su paso. Sonriendo, sabedor de que Alexia había vuelto a la
residencia y estaba observando y escuchando en la sala de monitores (Alfred llevaba un
pequeño micrófono), se acercó a la barandilla antes de ofrecer, disculpándose, la taza de
café a Francois. Ambos gemelos observaron con silenciosa alegría cómo se lo bebía a
grandes tragos y cómo, pocos segundos después, respiraba con dificultad y se apoyaba
con todo su peso en la barandilla del puente. A cualquiera que estuviera observando le
parecería que el hombre y el chico estaban mirando al otro lado de la garganta, excepto a
Alexia, por supuesto, que más tarde le dijo que había aplaudido su representación de
inocencia.
Lo miré a la cara, a la expresión helada de miedo sobre sus refinados rasgos, y le expliqué lo
que habíamos hecho. Y lo que íbamos a hacer.
La mandíbula inmovilizada de Francois había llegado a emitir un suave chillido
cuando comprendió que estaba indefenso frente a un niño. Durante casi cinco minutos,
Alfred estuvo maldiciendo alegremente a Francois como a un descendiente de cerdos,
como a un campesino sin modales, y pinchándole en la cadera con una aguja de coser
demasiadas veces para poder contarlas.
Paralizado, lo único que podía hacer Francois Celaux era soportar el dolor y la
humillación, seguramente lamentando su conducta inhumana hacia Alexia mientras sufría
en silencio. Y cuando Alfred se cansó de su juego, le dio varias patadas al guardia en los
sucios tacones de las botas, describiendo con pelos y señales sus sensaciones a Alexia
mientras Francois se deslizaba indefenso por debajo de la barandilla y caía en picado hacia
su muerte.
Y entonces grité y fingí llorar cuando otros atravesaron corriendo el puente, intentando
desesperadamente consolar al joven maestro mientras se preguntaban cómo había podido ocurrir
una cosa tan horrible. Y más tarde, mucho más tarde, Alexia vino a mi habitación y me besó en la
mejilla, sus labios cálidos y suaves, sus cabellos de seda acariciándome la garganta…
Los monitores le hicieron desviar la atención de sus dulces recuerdos. Claire estaba
ahora de pie en el mismo punto donde Burnside había dudado. Bastante molesto consigo
mismo debido a su falta de atención, Alfred pasó unos momentos buscando al joven
matón, mirando de cámara a cámara, y al final lo descubrió en los mismos escalones de la
mansión de alojamiento. Rápidamente, Alfred comprobó la consola de paneles de control
para asegurarse de que todas las puertas de la mansión estaban abiertas, sospechando que
el chico siempre lo tendría fácil para ahorcarse…, y gritó de entusiasmo cuando vio que
Claire lo seguía y que escogía el mismo camino que su joven amigo.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Cuánto más exquisito será su terror cuando suplique por su vida arrodillándose entre la tibia
sangre del señor Burnside…
Si quería recibirlos de forma apropiada, tenía que irse ya. Alfred se puso en pie y
abrió de nuevo la pared. Podía sentir cómo crecía su nerviosismo cuando cerró y salió al
gran salón. Ardía en deseos de contarle a Alexia sus planes antes de salir, para compartir
algunas de sus ideas, pero le preocupaba que el tiempo fuera un factor importante.
—Estaré atenta, cariño —dijo ella.
Sorprendido, Alfred alzó la vista y la vio en la parte superior de las escaleras, no lejos
del muñeco de tamaño natural de un niño que colgaba del balcón superior, uno de los
juguetes preferidos de Alexia. Comenzó a preguntarle por qué lo sabía, pero se dio cuenta
de lo estúpida que era la pregunta. Por supuesto que lo sabía, pues conocía muy bien su
corazón: era el mismo que latía dentro de su propio pecho blanco como la nieve.
—Sigue ahora, Alfred —dijo ella, premiándolo con una sonrisa—. Disfrútalos por
nosotros dos.
—Lo haré, hermana —dijo, sonriendo a su vez, nuevamente agradecido por ser
hermano de tal milagro de la creación, afortunado de que ella comprendiera sus
necesidades y deseos.
Era como algún tipo de extraño guiño de la realidad, decidió Claire, cerrando las
puertas de la mansión tras ella. Del frío ruinoso e impregnado de muerte de los oscuros
patios de la prisión a donde ella se encontraba ahora…, era difícil de creer, pero a la vez
tan de Umbrella que ella no tuvo otra alternativa que hacerlo.
Maldición. Lo digo muy en serio.
El grandioso y bellamente diseñado recibidor que se abría frente a ella, sólo se veía
estropeado por unas cuantas huellas de pies manchados de barro que atravesaban el suelo
de baldosas fabricadas a mano y unos pocos manchurrones de sangre sobre las delicadas
paredes beige. También se veían unas cuantas grandes grietas cerca del techo y la huella
de una mano, granate, secándose sobre una de las gruesas columnas decorativas que
cubrían la pared oeste, unos finos hilillos rojos caían desde la base de la palma.
Así que los prisioneros no habían sido los únicos que habían sufrido una tarde de perros. Era
un poco clasista y mezquino por su parte, lo sabía, pero le hacía sentirse un poco mejor
saber que a los jefazos de Umbrella les habían zurrado igual que a los demás.
Se quedó en pie donde estaba durante un momento, aliviada de estar a cubierto y
todavía ligeramente conmocionada por las diferentes caras de la instalación de Rockfort,
como ella había comprobado en el diseño. Detrás de una de las columnas a su izquierda
había una puerta azul, una segunda puerta en la esquina noroeste de la espaciosa
habitación. Justo enfrente había un mostrador de recepción de caoba encerada, situado
junto a un tramo abierto de escaleras a lo largo de la pared derecha que conducía a un
balcón en el segundo piso, decorado con un retrato con extraños desperfectos: La cara de
la persona retratada había sido rayada a propósito.
Claire descendió hacia el recibidor, se agachó y deslizó un dedo por las huellas de
pisadas embarradas: todavía estaban húmedas. Otras huellas conducían a la puerta de la
esquina. No podía estar segura de que fueran de Steve, pero creía que era lo más probable.
Él había dejado rastros: desde la puerta abierta de la prisión hasta un par de casquillos
caídos justo fuera de la mansión, junto con dos perros muertos más. Para un joven con
obvios problemas, era un tirador sorprendentemente preciso…
¿Entonces por qué me estoy metiendo en tantos problemas para ayudarlo?, pensó
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
amargamente. No quiere mi ayuda, no parece necesitarla, y no es que no tenga nada más que
hacer.
Cuando él dejó de correr, ella no le había seguido inmediatamente, pues quería
enviar un mensaje a León tan pronto como fuera posible. También se había sentido
obligada a realizar una búsqueda rápida de suministros médicos en la oficina, algo para
ayudar a Rodrigo, pero no encontró nada que le sirviera…
—¡Socorro! ¡Ayúdenme! —Un grito apagado en el edificio.
¿Steve?
—¡Déjenme salir! ¡Eh, que alguien me ayude!
Claire fue corriendo hacia la puerta de la esquina con el arma preparada. Golpeó la
pesada madera y la puerta cedió y se abrió a un largo pasillo. Steve volvió a gritar desde el
otro extremo del corredor. Claire dudó el tiempo suficiente para comprobar que los tres
cuerpos que estaban desparramados sobre el suelo de baldosas no iban a levantarse y
echar a correr. Miró fijamente a la puerta que tenía enfrente.
—¡Ayuda!
Dios, ¿qué le ocurre? Su voz quebrada sonaba presa del pánico.
Llegó al fondo del salón y empujó la puerta, corrió moviendo el arma de un lado a
otro…, y no vio nada, tan sólo una habitación con vitrinas y sillones. Una alarma estaba
sonando en algún sito, pero no podía ver su procedencia.
Movimiento a la izquierda. Claire se dio la vuelta, ansiosa por encontrar un objetivo,
y vio que se estaba proyectando un trozo de película sobre una pequeña pantalla de pared,
silenciosa y vacilante. Dos atractivos niños rubios, un chico y una chica, estaban
mirándose fijamente a los ojos. El niño sostenía algo, algo que se retorcía. Una libélula, y
está…
Claire apartó la mirada involuntariamente, asqueada. El niño estaba arrancando las
alas del insecto, sonriendo, ambos niños estaban sonriendo.
¡Steve! ¿Por qué ya no gritaba, dónde estaba? Debía de estar en la habitación
equivocada…
—¿Claire? ¡Claire, aquí! ¡Abre la puerta!
Su voz provenía de la parte trasera de la pantalla de proyección. Claire atravesó
corriendo la habitación, buscando en la pared, distraídamente consciente de que los niños
rubios habían colocado a la torturada libélula en una caja llena de hormigas y
contemplaban cómo éstas picaban al insecto lisiado hasta matarlo.
—¿Qué puerta?, ¿dónde? —gritaba Claire, deslizando sus ansiosas manos por la
pared, empujando una vitrina de cristal, tirando de la pantalla…, y la pantalla se levantó,
desapareciendo por una ranura. Detrás de ella había una consola, un teclado y seis
pantallas en dos filas de tres, que tenían un interruptor situado debajo de cada una.
—¡Claire, haz algo, me estoy quemando!
—¿Qué hago?, ¿cómo te has metido ahí? ¡Steve!
No hubo respuesta, y ella oyó cómo crecía la desesperación en su propia voz, podía
sentir cómo iba avanzando en su cerebro…
Concéntrate. Hazlo ahora.
Claire reprimió su estado al borde del pánico, la clara voz de su mente, la voz del
intelecto. Si le entraba el pánico, Steve moriría.
No hay puerta. Hay una consola con pantallas.
Sí, eso es todo. Esa era la clave. Steve gritó a todo pulmón otra súplica aterrorizada,
pero Claire sólo miraba a las ventanas, concentrándose.
Cada una es diferente, un barco, una hormiga, una arma, un cuchillo, una arma, un avión…
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
No todas eran diferentes, había dos armas, una semiautomática y un revólver, y sus
interruptores tenían las etiquetas C y E. Ninguna de las otras coincidía, y su primer
pensamiento fue que era como uno de aquellos tests psicológicos del colegio: marcar las
parejas. Sin cuestionarse más su razonamiento, Claire alargó la mano y pulsó ambos
interruptores. Las dos ventanas se encendieron…, y a su derecha, apareció una vitrina de
la pared. La alarma se detuvo y la abertura expulsó una bocanada de calor seco y ardiente
que cayó sobre ella. Medio segundo después, Steve salió dando tropezones y cayó de
rodillas. Sus brazos y cara estaban al rojo vivo. Tenía en sus manos un par de armas
idénticas que parecían Lugers doradas.
Parece que seleccioné las ventanas correctas.
Se inclinó sobre él, intentando recordar cuáles eran los síntomas de un ataque al
corazón: mareos y náuseas, creyó recordar.
—¿Estás bien?
Steve alzó la vista. Con sus mejillas encendidas y su ligera expresión de vergüenza,
no parecía otra cosa que un niño pequeño a quien le había dado mucho el sol. Entonces
sonrió burlonamente, y la ilusión se desvaneció.
—¿Por qué has tardado tanto? —repuso secamente, poniéndose en pie.
Claire se enderezó, frunciendo el entrecejo.
—De nada.
Él suavizó su sonrisa e inclinó la cabeza, apartándose el grueso flequillo de la frente.
—Perdona…, y también siento lo anterior. Gracias, de verdad.
Claire suspiró. Justo cuando había decidido que era todo un gilipollas, él decidía ser
agradable.
—Y mira lo que tengo —dijo, apuntando a una de las vitrinas con las dos armas—.
Estaban colgadas ahí atrás, en una de las paredes, cargadas y todo. Qué bien, ¿eh?
Ella tuvo que dominar un urgente deseo de agarrarlo por los hombros y sacudirlo
hasta verlo con algo de sentido. Era valiente, eso tenía que reconocerlo, y obviamente tenía
al menos unas pocas dotes de supervivencia…, pero ¿no entendía que habría muerto si
ella no le hubiera oído pedir ayuda?
Además, este lugar probablemente está lleno de trampas; ¿cómo impido que salga corriendo?
Lo observaba mientras él fingía disparar a la estantería y se preguntaba de forma
ausente si toda esa actitud de macho era su forma de hacer frente al miedo. De repente, se
le ocurrió algo, una manera diferente de tratarlo, una que pensaba podría funcionar.
¿Quiere jugar al chico duro?, pues dejémosle. Apelemos a su ego.
—Steve, creo que tú no estás buscando una pareja, pero yo sí —dijo ella, haciéndolo
lo mejor posible para parecer sincera—. No…, no quiero estar sola ahí fuera.
Podía ver cómo inflaba el pecho y sintió una gran sensación de alivio, sabiendo que
había funcionado incluso antes de que él dijera una sola palabra. También se sentía un
poco culpable por manipularlo, pero sólo un poco. Era por una buena causa.
Además, no era exactamente mentir. Realmente no quería estar sola ahí fuera.
—Supongo que puedes venir conmigo —dijo explayándose—. Es decir, si tienes
miedo.
Ella sólo sonrió, apretando los dientes, plenamente consciente de que si abría la boca
para darle las gracias, no sabía qué podría salir.
—De todas maneras, sé cómo podemos salir de aquí —añadió. Sus modales
fanfarrones se abrían camino, su entusiasmo juvenil se desbordaba—. Hay un pequeño
mapa debajo del mostrador de recepción. Según él, hay un muelle justo al oeste de este
lugar y una pista de aterrizaje un poco más allá. Lo que significa que tenemos una
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oportunidad, pero mis artes para el pilotaje son un poco dudosas, así que voto por
navegar. Podemos irnos ahora mismo.
Tal vez lo había subestimado un poco.
—¿De verdad? Perfecto, esto… —La voz de Claire se fue apagando. Rodrigo, no
podía olvidar a Rodrigo.
Entre los dos podríamos llevarlo al muelle…
—¿Volverías conmigo a la prisión antes? —preguntó ella—. El tío que me ayudó a
salir de la celda está todavía allí. Está muy malherido…
—¿Uno de los prisioneros? —preguntó Steve, animándose.
Uh, uh. Podía mentir, pero él se enteraría en seguida de la verdad.
—Hum, creo que no…, pero me dejó escapar y me parece que se lo debo…
Steve estaba frunciendo el entrecejo, y ella añadió rápidamente.
—Me parece un acto de honor por mi parte llevarle al menos un botiquín de
primeros auxilios.
Él no se lo creía.
—Olvídalo. Si no es un prisionero, trabaja para Umbrella, y se merece lo peor.
Además, van a llegar tropas de un momento a otro. Es su problema, déjales que lo
resuelvan ellos mismos. ¿Vienes o qué?
Claire le sostuvo la mirada y vio ira y dolor en sus oscuros ojos, seguramente
causados por Umbrella. No podía culparlo por sus sentimientos, pero tampoco estaba de
acuerdo con él, no en el caso de Rodrigo. Y ella tenía claro que moriría antes de que llegara
Umbrella si nadie acudía en su ayuda.
—Supongo que no —contestó ella.
Steve se dio la vuelta para irse, dio unos pocos pasos en dirección a la puerta y se
detuvo, suspirando pesadamente. Se giró, claramente exasperado.
—De ninguna manera voy a arriesgar el cuello salvando a un empleado de Umbrella,
y no te ofendas, pero creo que no estás en tus cabales por querer hacerlo…, pero te
esperaré, ¿de acuerdo? Vete y dale una tirita o lo que sea y luego nos veremos en el
muelle.
Sorprendida, Claire asintió con la cabeza. Menos de lo que esperaba pero más de lo
que preveía, especialmente después de su perorata sobre la gente rara que te va a
defraudar…
¡Oh!
Por primera vez cayó en la cuenta de por qué Steve pudo haber dicho esas cosas, por
qué estaba negando el trauma de lo que había pasado, de lo que todavía pasaba. Estaba
solo, después de todo…, ¿cómo no iba a tener problemas de abandono?
Claire le dirigió una cálida sonrisa, recordando lo furiosa que se sintió de niña
cuando murió su padre. Haber sido arrebatado de la familia por la fuerza no podía ser
mucho mejor.
—Será agradable ir a casa —dijo dulcemente—. Apuesto a que tus padres se
alegrarán…
La burlona interrupción de Steve fue inmediata y excesiva.
—Mira, ven al muelle o no vengas, pero no te voy a estar esperando todo el día, ¿está
claro?
Sorprendida, Claire asintió con la cabeza en silencio, pero Steve ya estaba saliendo de
la habitación a grandes pasos. Ahora deseaba no haber dicho nada, pero ya era demasiado
tarde…, y al menos ahora sabía qué no debía decir. Pobre chico, probablemente echaba
muchísimo de menos a sus padres. Tendría que intentar ser un poco más comprensiva.
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CÓDIGO VERÓNICA
Tras una última mirada alrededor de la extraña guarida, Claire retrocedió hacia la
puerta delantera, preguntándose qué hacer con Rodrigo. Steve tenía razón, Umbrella
podría tener ya un grupo en camino, ellos podrían atenderlo, pero quería estabilizarlo
antes de abandonar el lugar. Necesitaba encontrar un frasco de aquel líquido hemostático;
no sabía mucho sobre emergencias, pero él parecía pensar que podría ser de ayuda.
Abrió las otras dos puertas del pasillo en el camino de vuelta al recibidor, parando
brevemente en la primera para echar un vistazo a unos retratos, una especie de habitación
que tenía la historia pintada correspondiente a una familia llamada Ashford. Había una
urna destrozada en el suelo, pero nada más de interés. Tras la segunda puerta había una
sala de conferencias vacía, unos pocos papeles desperdigados y silencio.
Claire volvió a entrar en el salón delantero, decidiendo que debería probablemente
intentar el tramo superior de escaleras antes que volver sobre sus pasos; justo encima del
puente a la prisión —no es que estuviera deseando cruzar otra vez aquella pesadilla
chirriante—, había una puerta que había dejado de lado cuando seguía el rastro de Steve.
Una minúscula luz roja en el suelo captó su atención: era como uno de esos punteros
láser. Su profesor de geometría utilizaba uno. La pequeña luz dio un salto hacia ella y
Claire miró hacia arriba siguiendo el rayo fino como un lápiz hasta…
¡Joder! Se tiró al suelo para protegerse cuando el primer disparo mordió las baldosas
tan sólo a unos centímetros de donde estaba e hizo volar varios fragmentos de ellas. Se
lanzó detrás de uno de los pilares ornamentales cuando el segundo tiro resonó en el
recibidor, haciendo añicos más baldosas.
Se puso en pie con dificultad, intentando hacerse tan pequeña como fuera posible,
preguntándose si realmente había visto lo que creía haber visto: un hombre delgado y
rubio con un rifle con mira láser, vestido con lo que parecía una chaqueta del uniforme de
gala de un club de yates, roja oscura, a juego con un pañuelo ahuecado blanco y un cordón
dorado. La idea infantil de vestimenta de un noble.
—Mi nombre es Alfred Ashford —dijo en alto una voz fina y presumida—. Soy el
comandante de esta base…, ¡y le exijo que me diga para quién trabaja!
¿Qué? Claire deseó poder decir algo brillante, alguna respuesta rápida, pero no pudo
pasar de ahí.
—¿Qué? —preguntó en alto.
—Ah, no tiene sentido que finjas ignorancia —continuó, mientras su voz burlona
temblaba un poco, como si estuviera descendiendo por las escaleras—. La señorita Claire
Redfield. Sé lo que estás planeando, lo sé desde el principio…, pero no estás tratando con
un cualquiera, Claire. No cuando estás tratando con un Ashford.
Se reía con disimulo, una risa nerviosa aguda y casi femenina, y Claire estuvo de
repente totalmente segura de que era un loco; estaba hablando con un loco.
Sí, y haz que siga hablando si no quieres perder su posición. Podía ver el parpadeo de la
pequeña luz roja en la pared situada a su espalda, como si estuviera intentando mantener
el pilar en la mira.
—Bueno, Alfred. ¿Qué es eso que estoy planeando? —Levantó el mecanismo de su
semiautomática tan silenciosamente como le fue posible, asegurándose de que había una
bala en la recámara.
Fue como si no hubiera hablado.
—Nuestro legado de profundidad, supremacía e innovación no tiene duda alguna —
dijo Alfred, arrogante—. Mi hermana y yo podemos rastrear nuestra genealogía hasta la
realeza europea, y hasta algunas de las mejores mentes de la historia. Pero, la verdad, no
creo que tus jefes te dijeran todo esto, ¿verdad?
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¿Mis jefes?
—No tengo ni idea de qué estás hablando —gritó Claire, mientras observaba el
parpadeante punto rojo y decidía que podía lanzar una mirada rápida desde detrás del
otro lado del pilar, tal vez incluso hacer un disparo antes de que él pudiera localizarla.
Cuanto más hablaba Alfred, más fuerte era su sensación de que encontrarlo cara a cara
sería una mala idea. Las personas desequilibradas y peligrosas eran impredecibles en el
mejor de los casos.
Él había mencionado a una hermana… ¿Los niños de aquella película con la libélula?
No tenía ninguna prueba, pero sus instintos clamaban un resonante sí. Parecía haber sido
constante en su camino, de repulsivo niño a adulto repulsivo.
—Por supuesto, si estuvieras dispuesta a rendirte ahora mismo —susurró Alfred—,
tal vez pudieras persuadirme de que te perdonara la vida. Siempre que confieses tu
traición a tus superiores…
¡Ahora!
Claire agachó la cabeza junto al pilar, arma arriba…, y ¡bang!, madera y yeso
explotaron junto a su cara y el disparo astilló la moldura del pilar cuando ella se echó para
atrás. Se dejó caer contra el pilar mientras respiraba de forma rápida y a bocanadas. Si el
otro hubiera sido un pelín más preciso…
—¿No eres tú el pequeño conejo veloz? —dijo Alfred, que sonaba
inconfundiblemente divertido—. ¿O debería decir una rata? Eso es lo que eres, Claire, una
rata. Tan sólo una rata enjaulada.
Otra vez aquella risa nerviosa, enajenada y artificial…, pero estaba alejándose,
siguiéndolo mientras subía las escaleras. Pisadas, y luego una puerta que se cerraba. Se
había ido.
Bueno, ¿no culminaba eso de una forma agradable todo lo que había pasado? ¿Qué es un
desastre biopeligroso sin un loco o dos? Sería casi divertido si no fuera algo tan demencial.
Alfred era un pirado.
Claire esperó un momento para estar segura de que se había ido, respiró
pesadamente, aliviada pero no relajada. No se relajaría, no se podría relajar hasta que
estuviera bien lejos de Rockfort, dejando bien atrás Umbrella, la locura y sus monstruos.
Dios, estaba cansada de toda aquella mierda. Era una teniente mayor de segundo
año, le gustaban el baile, las motos y una buena taza de leche caliente en un día lluvioso.
Quería a Chris y quería llegar a casa…, y como ninguna de esas dos cosas parecían
probables en este momento, decidió que se conformaría con un buen ataque de nervios,
completo, con gritos e histéricos golpes en el suelo.
Era casi tentador, pero eso tendría que esperar también. Suspiró para sus adentros.
Alfred había subido la escalera, así que pensó que mejor sería que subiera a comprobar
aquella otra puerta que había dejado de lado cerca del puente y ver si podía encontrar allí
algo para Rodrigo.
Al menos es probable que las cosas no empeoren, pensó en tono sombrío, sintiendo una
extraña sensación de haber pasado por eso antes cuando abrió la puerta delantera. La
sensación era tan similar a Raccoon City…, pero aquello había sido una completa
catástrofe más que un desastre aislado.
Vaya diferencia de mierda. El resultado es el mismo.
Claire no podía saber que, comparado con lo que estaba por venir, las cosas no
habían hecho sino comenzar a torcerse.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 5
El pretendido muelle no era en realidad un muelle, para disgusto de Steve, y no
había ni un solo barco a la vista. Él esperaba un largo malecón con pilotes y gaviotas, toda
esa mierda, y media docena de barcos entre los que poder escoger, cada uno de ellos
cargado de despensas repletas y camas mullidas. En lugar de todo esto, encontró una
diminuta y asquerosa plataforma que se asentaba sobre una zona casi lacustre de un
desapacible color gris, protegida del océano por una escollera de roca irregular que apenas
podía distinguir en la oscuridad. Había una especie de pulpito con el timón de un barco
pegado a él al borde de la plataforma, probablemente algún estúpido monumento al mar o
lo que fuera; una mesa decrépita con una especie de basura sobre ella, y un chaleco
salvavidas mohoso e infestado de ratas tirado en una esquina, lo que fuera en su día
brillante naranja convertido ahora en un sucio color mostaza. Nada más grande que una
canoa iba nunca a parar en este muelle; en una palabra: inútil.
Perfecto. ¿Entonces cómo se marchó de la isla toda esa gente, nadando de espalda? ¿Y si hay
una pista de aterrizaje, dónde diablos está?
No sólo tenía que buscar ahora otra vía de escape, sino que le había dicho a Claire
que viniera aquí. No podía salir volando, pero tampoco quería quedarse mucho tiempo
por allí.
También puedes dejarla tirada.
Steve frunció el entrecejo, pateando irritado un trozo totalmente corroído de algún
tipo de maquinaria. Tal vez fuera un poco ruidosa, un poco ingenua…, pero le había
salvado la vida, eso estaba claro, y su deseo de volver para ayudar a un empleado herido
de Umbrella sólo porque la había dejado en libertad…, eso era…, bueno, era bonito, era un
acto bonito. Dejarla tirada no parecía lo adecuado.
No muy seguro de qué hacer, se puso a andar hacia el timón (¿no tenía una especie
de nombre marinero, una de esas palabras de jerga marinerilla?, no sabía) y lo hizo girar,
sorprendiéndole lo suave que daba vueltas considerando la porquería que era el resto del
«muelle»…, y con un suave ruido mecánico, la plataforma que tenía a sus pies de pronto
se separó del resto y se deslizó sobre el agua, mientras burbujas gigantes comenzaban a
atravesar la superficie del agua que tenía enfrente.
¡Dios! Steve se agarró al timón con una mano y apuntó con la otra a las burbujas con
una de las Lugers doradas. Si era una de las criaturas de Umbrella, iba a respirar plomo
caliente…
Un pequeño submarino se elevó sobre el agua como un pez oscuro y metálico,
abriendo la escotilla justo enfrente de sus pies. Una escalera descendía hacia el submarino,
que parecía estar vacío. A diferencia de los inservibles alrededores, el pequeño submarino
parecía sólido y en buenas condiciones de mantenimiento.
Steve se quedó mirándolo, estupefacto. ¿Qué coño era aquella mierda? Era algo como
un cacharro de un parque de atracciones, algo tan raro que no estaba muy seguro qué
pensar.
¿Es que acaso esto es más raro que todo con lo que te has topado hoy?
Entendido. El mapa que había consultado en la mansión era un tanto vago, tan sólo
un par de flechas y las palabras «muelle» y «pista de aterrizaje»…, y aparentemente tienes
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
que hacer un viaje en submarino para llegar allí. Pues vaya una empresa que era esta
Umbrella.
Puso el pie en el primer peldaño y luego dudó: su piel todavía estaba roja del último
viaje a lo desconocido. No tenía más ganas de ahogarse que de que lo asaran vivo al
horno.
Ah, mierda, no lo sabrás hasta que lo intentes. Otra vez entendido. Steve descendió por la
escalera y, cuando saltó del último escalón, activó una placa de presión en el suelo del
submarino. Por encima de él, la escotilla se cerró. Rápidamente pisó otra vez y la escotilla
se volvió a abrir. Estaba bien saber que al menos no se quedaría sin aire.
El interior del submarino era muy simple, puede que tan amplio como un cuarto de
baño grande, dividido en dos por la estrecha escalera. Había un banco acolchado a un
lado, la parte trasera del submarino, y una sencilla consola de control al frente.
—Veamos qué es lo que tenemos aquí —murmuró Steve, avanzando hacia los
controles. Eran ridículamente sencillos, una única palanca con dos posiciones, que en ese
momento estaba en la posición superior, llamada «principal». La posición inferior era
«transporte». Steve sonrió, asombrado de que pudiera ser tan fácil. Eso sí que era facilidad
de uso.
Dio un toque a la placa de presión y la escotilla se cerró, preguntándose si Claire
estaría impresionada por su descubrimiento mientras bajaba la palanca. Escuchó un
sonido metálico sordo y suave y el submarino se movió, descendiendo. Sólo tenía un ojo
de buey, pero estaba muy oscuro para ver nada aparte de unas pocas burbujas
ascendentes.
El viaje sin clímax sorprendente terminó en diez segundos. El submarino pareció
detenerse. Escuchó un sonido metálico más agudo procedente de la escotilla, como si se
estuviera rozando con algo. Estaba claro que no era un sonido submarino. Hacia adelante
y hacia arriba. La escotilla se abrió cuando comenzaba a ascender la escalerilla, el arma
firmemente sostenida en la mano…, y salió a una plataforma metálica cercada por paredes
de cristal o plexiglás y rodeada completamente por oscuras aguas. Había unos pocos
escalones que conducían a un pasillo bien iluminado, donde sólo la pared de la izquierda
estaba hecha de agua.
Sí. Era como los tanques de algunos acuarios, donde podías andar por un túnel por
debajo del agua y mirar a los peces. A él nunca le habían gustado esas cosas; siempre
pensaba que sería muy fácil imaginarse cómo se rompía el cristal justo cuando el tiburón
se decidiera a nadar a su lado…, o algo peor.
Y era suficiente. Steve descendió hacia el pasillo y avanzó por él, tomando sus dos
primeras curvas y mirando deliberadamente hacia adelante. Era la primera vez desde el
ataque a la isla que se había sentido realmente nervioso, no tanto por la claustrofobia sino
por una especie de miedo primitivo, de que algo apareciera de repente de las oscuras
aguas hacia el cristal, un animal u otra cosa: una mano pálida, tal vez, o puede que un
muerto, con su blanca cara apretada contra el cristal, sonriéndole…
No podía evitarlo. Echó a correr, y cuando el corredor terminó en una puerta que
aparentemente proporcionaba una salida de la habitación del agua, se llamó cobarde,
aunque se sintiera aliviado.
Empujó la puerta y vio dos, tres…, cuatro zombis en total, y todos ellos bastante
contentos con su compañía. Se dieron la vuelta y comenzaron a cojear o tambalearse en
dirección hacia él. Sus ropas hechas jirones, no cabía duda de que eran uniformes de
Umbrella, les colgaban de los brazos abiertos. Había en el ambiente un olor a pescado
muerto.
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—Unnnh —murmuró uno de ellos y los otros lo imitaron. Los gemidos eran
extrañamente suaves, con un sonido lejano y de cierta tristeza. Considerando que
Umbrella se lo había hecho pasar muy mal, no es extraño que no sintiera mucha simpatía
por ellos. Ninguna, de hecho.
La habitación estaba dividida en dos por una pared, pero los tres zombis de la
izquierda no podían ver al solitario caminante de la parte derecha…, aunque tal vez sí
pudieran, pensó, mirando con más detenimiento. Cada miembro del trío tenía unos ojos
de un extraño rojo oscuro que parecían brillar. Le recordaban una película que había visto
una vez, una sobre un hombre que tenía visión de rayos X y que veía todo tipo de mierdas.
Supongo que nunca sabremos qué es lo que ven. Steve apuntó al más cercano, cerró un ojo
y ¡bang!, justo en medio del lóbulo frontal, un agujero limpio apareció en su frente verde
grisácea como por arte de magia. Los ojos rojos de la criatura parecieron difuminarse y
extinguirse en su caída, primero de rodillas, y luego al suelo, tan largo como eran, ¡splash!
Los compañeros del zombi no parecieron hacer mucho caso y siguieron avanzando.
Un mostrador había detenido el avance del caminante solitario, aunque él continuaba
andando, aparentemente sin percatarse de que no estaba yendo a ningún sitio.
Steve apuntó al siguiente del mismo modo que al primero, de un solo disparo, pero
por alguna razón, no se sentía muy bien con ello. Dispararles de esa manera. No le había
molestado antes, allá en la prisión. Entonces se había sentido bien, incluso poderoso; había
estado encerrado en aquel infierno durante tanto tiempo que se sentía muy cabreado, y
con buenas razones para ello, y recuperar cierto control en esos momentos había sido
como un regalo, como un gran regalo de Navidad que un niño lleva esperando todo el
año, como él solía esperar…
Cállate. Steve no quería pensar en ello, eso eran tonterías. Así que no se sentía como
para aplaudir cada vez que tumbaba a uno de ellos, ¿y qué? Todo lo que quería decir era
que se estaba aburriendo.
Disparó a los dos últimos rápidamente, disparos que parecieron más estruendosos
que los anteriores, prácticamente ensordecedores. Echó un rápido vistazo alrededor en
busca de algo útil, si unos clips y unas viejas tazas mugrientas fueran de alguna
utilidad…, ése era su día de suerte y ya estaba listo para continuar. Había dos puertas en
la pared trasera, una a cada lado de la habitación; eligió la izquierda por una cuestión de
principios. Había leído en algún sitio que cuando se da a elegir, la mayoría de la gente
elegía la derecha.
Después de comprobar la munición, pasó al lado de un gran tanque de peces vacío
que dominaba la parte izquierda de la habitación y, cuidadosamente, abrió la puerta y
abarcó todo lo que pudo de una sola mirada. Oscuro, cavernoso, olía a agua salada y a
aceite, nada se movía. Entró dentro, moviendo la Luger de lado a lado…, y soltó una
carcajada, un arrebato de pura alegría que recorrió todo su cuerpo mientras el eco de su
risa volvía a él. Era el hangar de un hidroavión, y había un gran hidroavión allí, enfrente
de él. Grande para él, que había volado más que nada en pequeños aviones privados de
dos motores.
Muy contento, Steve se dirigió hacia el aparato, que se encontraba justo debajo de la
plataforma de malla metálica que tenía bajo sus pies. Era un piloto sin experiencia, pero se
imaginaba que probablemente sabría lo suficiente como para no irse al suelo.
Lo primero, súbete a él y comprueba el combustible, su estado general, apréndete los
mandos…
Se detuvo al borde de la plataforma y miró hacia abajo, frunciendo el entrecejo. Se
encontraba por lo menos a tres metros por encima de la escotilla delantera, que parecía
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estar muy bien cerrada.
A su izquierda había un tablero de maquinaria que tenía algunos paneles
encendidos. Steve se acercó y les echó un vistazo, sonriendo cuando vio un mando para
poner en marcha el ascensor de carga. El sistema también debía abrir la puerta del avión,
de acuerdo con un diminuto diagrama.
—Listo —dijo, moviendo el interruptor. Un fuerte y chirriante ruido mecánico resonó
por todo el hangar gigante, haciéndole estremecerse, pero se detuvo después de unos
pocos segundos, al tiempo que un pequeño ascensor se paraba al borde de la plataforma.
Subió al ascensor, estudió el panel de control…, y comenzó a maldecir, cada una de
las palabras malsonantes que conocía, dos veces. Junto a un trío de espacios de forma
hexagonal estaban las palabras: «Introducir aquí las llaves maestras». Si no había llaves, no
se podía poner en marcha.
¡Podían estar en cualquier sitio de esta maldita isla! ¿Y qué posibilidades hay de que las tres
malditas llaves estén juntas?
Tomó aire, se intentó calmar un poco y pasó los siguientes minutos tratando de
descubrir cómo estaban conectados los controles del avión al resto del sistema, buscando
una forma que no hiciera necesarias las llaves. Y tras una cuidadosa y elaborada
deliberación, comenzó a maldecir otra vez. Cuando acabó por cansarse de ello, se rindió a
lo inevitable.
Steve se dio la vuelta y comenzó a buscar alrededor, mirando inquisitivamente en
cada oscura rendija, formulando teorías sobre dónde podrían estar las llaves maestras,
mientras deslizaba las manos sobre todos los grasientos y polvorientos armarios de la
maquinaria. Decidió que iba a bailar sobre los huesos del próximo empleado de Umbrella
que abatiera, sólo por el mero hecho de trabajar en un sitio tan innecesariamente
complicado. Llaves, emblemas, pruebas, submarinos; era un milagro que llegaran a acabar
algo.
El portador del virus vestía una bata de laboratorio y su mandíbula inferior se había
caído en algún sitio, o se había roto; borboteaba y balbuceaba de forma horrible, su lengua
infestada de gusanos yacía inerte en medio de la garganta. Claire no sabía si había sido un
hombre o una mujer, aunque suponía que tampoco importaba mucho. Tan penoso como
asqueroso, lo libró de sus miserias con un único disparo a la sien y luego registró la zona,
la oficina del laboratorio, el pequeño almacén, antes de volver al salón, desanimada por la
apabullante falta de éxito.
La entrada a la que había vuelto desde la mansión se abría a un patio de tierra
prensada razonablemente grande, más parecido a la prisión que al palacio, aunque incluso
después de registrar unas pocas habitaciones seguía sin tener claro dónde estaba
exactamente: tal vez en alguna clase de instalación para pruebas o un campo de
entrenamiento para guardias o soldados.
Puede que sólo un edificio diseñado para destruir la esperanza, pensó sombríamente,
mirando hacia la puerta delantera. Había entrado hacía unos diez minutos, esperando que
Rodrigo no estuviera ya muerto, que Steve hubiera encontrado un bote, que el señor Loco
Ashford y su hermana no estuvieran planeando hacer volar la isla…, pero en sólo diez
minutos estas esperanzas habían sido totalmente pisoteadas. Todo lo que ella realmente
quería ahora era un maldito frasco de medicina, porque así estaría un paso más cerca de
irse.
Primero lo había intentado en el piso de arriba, padeciendo una vibrante pequeña
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aventura que había recortado unos pocos años de su vida. Todo lo que había descubierto
era un pequeño laboratorio cerrado, con muchos cristales rotos en el suelo procedentes de
lo que parecían tanques rotos de sujeción. Había visto los daños a través de una ventana
de observación y estaba a punto de irse cuando un pobre y ensangrentado hombre vestido
con un traje de seguridad se lanzó contra el cristal. Ese había sido su último acto. El traje
obviamente no le había venido muy bien: su cabeza prácticamente había explotado,
recubriendo el interior del casco de sangre. Tampoco le había venido nada bien al corazón
de ella, ya que le dio un susto de muerte, y toda la experiencia del piso de arriba había
sido rematada por el cierre de una compuerta de emergencia, aparentemente accionado
por el hombre del traje. Prácticamente tuvo que tirarse escaleras abajo para evitar quedar
atrapada.
Buuuff.
Había tenido que matar a nueve zombis de momento, tres de ellos vestidos con batas
de laboratorio, y ni uno tenía siquiera una muestra de algodón. Nada en el vestuario, y
había revisado prácticamente cada una de las malditas taquillas, encontrando
suspensorios y artículos pornográficos, pero poco más; nada en la pequeña y extraña
ducha, nada de nada. Ella pensaba que una empresa farmacéutica podría tener unas
cuantas medicinas por algún sitio, pero cada vez parecía algo más dudoso.
Claire volvió al gran salón que arrancaba del primer piso del edificio, que se abría a
un patio exterior. Esperaba encontrar algo para Rodrigo sin tener que salir del propio
edificio, pero no parecía posible.
Si me pierdo, puedo sencillamente seguir el rastro de los cadáveres, pensó, andando deprisa
por el inclasificable corredor. No era divertido, pero no se sentía muy políticamente
correcta en ese momento. También empezaba a tener poca munición, lo que hacía que se
sintiera incluso menos inclinada a un estado positivo de ánimo.
Pasó del relativo calor del salón al patio envuelto en niebla, con olores del océano
que inundaban la fría noche gris. Un pequeño fuego lucía contra una pared. Toda la
instalación de Rockfort estaba extrañamente diseñada, pensaba, una singular combinación
de lo antiguo y lo moderno. Ineficaz, pero interesante; el pequeño patio estaba recubierto
de adoquines; seguro que no era un añadido reciente…
Claire se quedó helada. El estrecho haz de luz rojo de un láser cortó la niebla frente a
ella, moviéndose en su dirección desde algún punto más arriba. Un balcón a su derecha,
las escaleras contra la pared este.
¡Escaleras, a cubierto!
Eso fue todo lo que tuvo tiempo de pensar antes de que el pequeño punto rojo se
moviera vacilante sobre su pecho. Se tiró a un lado justo cuando el primer disparo
atravesó el frío aire, enterrándose en una fuente miniatura hecha de fragmentos de piedra.
Dio vueltas por el suelo hasta ponerse en pie y salió corriendo hacia las escaleras, la
luz roja saltando de un lado a otro, intentando encontrarla. ¡Bang!, un segundo disparo
falló, pero pasó lo bastante cerca como para que ella pudiera oír el modo en que cortaba el
aire con un zumbido muy agudo. Pudo ver un instante al tirador justo antes de agacharse
detrás de una balaustrada baja de piedra, no muy sorprendida de ver pelo rubio liso por
detrás y una chaqueta roja con ribetes en oro.
Estaba más enfadada que asustada por no haber tenido más cuidado después de todo
por lo que había pasado…, y porque casi había acabado con ella aquel pequeño psicópata
elitista.
Esto tiene que acabar ya. Claire alzó el arma por encima de la balaustrada de piedra y
disparó dos ráfagas en la dirección en la que se encontraba Alfred. De inmediato obtuvo la
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recompensa de un grito de sorprendida ira. No es tan divertido cuando los campesinos
contestan, ¿eh?
Dispuesta a aprovecharse de la sorpresa, Claire subió tres escalones gateando y se
arriesgó a asomarse por encima de la balaustrada, justo a tiempo para verlo correr a través
de una puerta de la pared oeste y cerrarla de golpe.
Subió las escaleras y salió detrás de él, abriendo la puerta de un empujón y corriendo
a través de un salón iluminado por la luna, donde columnas de fría luz atravesaban las
sombras. La decisión de perseguirlo no había sido consciente, sencillamente lo hizo, sin
querer volver a caer en otra de sus emboscadas. Podía ver al final del salón lo que parecía
una máquina de bebidas, y podía oír el sonido de sus pisadas a la carrera… Oyó cómo se
cerraba de golpe una puerta justo antes de que alcanzara el extremo del corredor, una
pequeña habitación con dos decrépitas máquinas de comida y bebida y dos puertas para
escoger entre ellas.
Claire dudó, mirando a ambas puertas…, pero al final puso las manos en las rodillas
para tomar aire, abandonando la persecución. Por lo que sabía, él estaba al otro lado de
una de esas puertas, esperando a que ella la atravesara.
Apúntale una al chiflado. No ha sido una gran victoria, de todas formas. Con suerte,
pronto estaría lejos de la isla, y Alfred Ashford sólo sería otro mal recuerdo.
Un momento después se irguió y se dirigió a comprobar las máquinas, una de
aperitivos y la otra de bebidas. De repente se dio cuenta de que estaba muy hambrienta y
que tenía una sed increíble.
Las máquinas estaban averiadas, pero un par de buenas y contundentes patadas
solucionaron el problema. La mayoría no valía para nada, pero había varias bolsas de
frutos secos surtidos y unas pocas latas de zumo de naranja. No era exactamente una cena
para chuparse los dedos, pero considerando las circunstancias, había sido una cosecha
plena de recompensas. Comió rápidamente y metió unas pocas bolsas sin abrir en los
bolsillos del chaleco para más tarde, sintiéndose más centrada casi inmediatamente.
Así que…, ¿puerta número uno o puerta número dos? Vamos a ver, elijamos una… La
puerta gris, a la derecha del corredor. Dudaba de que Alfred tuviera la paciencia de estar
todavía esperando, pero aun así se fue acercando poco a poco y con mucho cuidado a la
puerta, por si acaso, empujándola con el cañón de la 9 milímetros.
Claire se relajó. Una pequeña y acogedora habitación, un par de sofás, una antigua
máquina de escribir sobre una mesa y un gran y polvoriento baúl en una esquina. Parecía
segura: Alfred debía de haberse ido por la puerta número uno. Entró dentro para
registrarla, atraída por un pequeña pila de objetos de todo tipo sobre uno de los sofás…, y
se quedó sin respiración, con los ojos abiertos como platos.
¡Gracias, Alfred!
Alguien había tirado sobre el sofá los contenidos de una riñonera, que se encontraba
allí, arrugada, al lado del montón. Allí había dos agujas esterilizadas y una jeringuilla, un
paquete de cerillas impermeables, media caja de munición de 9 mm…, y una pequeña y
medio llena botella del mismo líquido hemostático que Rodrigo necesitaba, exactamente lo
que ella había estado buscando. También había otras cosas de todo tipo en el improvisado
botiquín de emergencia, un bolígrafo, un pequeño destornillador plano, un condón
envuelto en papel de aluminio…, al final, puso los ojos en blanco, sonriendo. Interesante lo
que algunas personas consideran necesidades básicas. Su sonrisa se desvaneció cuando
vio las manchas de sangre de la riñonera, pero se seguía sintiendo mejor que en los días
anteriores.
Volvió a llenar la riñonera y se la ató un poco baja a la cadera, traspasando unas
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pocas cosas de sus bolsillos llenos. Apenas podía creer la suerte que había tenido. La
medicina era lo que más la preocupaba, pero había sido un alivio increíble encontrar algo
de munición. Incluso un simple cargador era en esos momentos un regalo de los dioses.
Una búsqueda por el resto de la habitación no dio ya más resultados, aunque
tampoco le importó. Se sentía como si el final estuviera al alcance de la mano, un final a
esta horrible y espantosa noche.
Vuelve a la prisión, dale las medicinas a Rodrigo y luego vete a ver si Steve ha tenido suerte
en su lucha por conseguirnos un billete a casa, pensó alegremente, saliendo de la habitación.
Había sido un día muy duro, pero comparado con Raccoon, había sido como un día en el
campo…
El fuerte ruido de la compuerta cerrándose la despertó de golpe, el momento de
felicidad volatilizado mientras el corredor, su salida, quedaba bloqueado con un golpe
atronador.
Claire corrió a la compuerta metálica y la golpeó con el puño, plenamente consciente
de que no tenía ninguna posibilidad. Estaba encerrada y la única posibilidad de escape
que tenía ahora era la puerta que no había probado. Aquella por la que escapó Alfred.
—Bienvenida, Claire —dijo en alto una voz, tan altanera y pretenciosa como
recordaba, con la misma inflexión despreciativa que antes. Había un altavoz
intercomunicador por encima de una de las máquinas de comida, en la esquina superior
de la habitación.
Hooola, Alfred, pensó lúgubremente, no dispuesta a darle la satisfacción de sentir su
ira o su miedo. Todas las instalaciones estarían probablemente cableadas y dotadas de
micrófonos; había sido una estúpida por no pensar en ello, y sólo porque no viera una
cámara no quería decir que no hubiera ninguna.
—Estás a punto de entrar en una zona especial de juegos de todo tipo —continuó
Alfred—, y tengo un amigo a quien me gustaría mucho que conocieras; creo que jugaréis
bien juntos.
Qué bien, no puedo esperar.
—No te mueras demasiado pronto, Claire. Quiero disfrutar de todo esto.
Soltó una carcajada, esa loca, enervante y característicamente artificial risa nerviosa
suya, y luego desapareció.
Claire se quedó mirando sin comprender a la puerta que se suponía que tenía que
atravesar, calculando sus posibilidades. Eso era probablemente lo mejor que le había
enseñado Chris, que siempre había opciones; puede que todas fueran una mierda, pero
siempre había una posibilidad a pesar de todo, y pensar ahora en esas alternativas tenía
un efecto tranquilizador.
Puedo esconderme en la habitación a prueba de intrusos y vivir de golosinas hasta que
aparezcan los de Umbrella. Puedo sentarme aquí y rogar que algún grupo amigo venga
milagrosamente a rescatarme. Puedo intentar atravesar la compuerta metálica o una de las
paredes…, con este destornillador y un poco de paciencia probablemente pueda atravesarlas en unos
diez mil años. Puedo pegarme un tiro. O puedo atravesar la puerta de la zona de juegos de Alfred y
ver qué es lo que hay que ver.
Había unas cuantas variantes, pero creía que éstas resumían todas las demás…, y tan
sólo una tenía sentido.
¡Técnicamente, ninguna tiene sentido!, gritaba parte de ella. ¡Debería estar ahora en mi
habitación, comiendo pizza fría y empollando para algún examen!
Echó mano a un nuevo cargador completo y puso otro en su sujetador para que
estuviera a mano. Era hora de ver qué se traían entre manos Alfred y sus secuaces de allí
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mera, de ver si Umbrella ha conseguido la fórmula del guerrero bio-orgánico perfecto.
Claire avanzó hacia la puerta y se detuvo, preguntándose si debería ir a la batalla con
algún profundo pensamiento sobre su vida, o sobre el amor, preguntándose si estaba
preparada para morir…, y decidió que podía preocuparse de todo eso más tarde. Si no
había un más allá, no tenía por qué preocuparse por él, ¿no?
—Madre mía, qué inteligente soy —murmuró, y abrió la puerta de un empujón antes
de perder la calma.
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Capítulo 6
Todo era perfecto. Las cámaras estaban colocadas de forma que pudiera ver desde
cuatro ángulos diferentes; todo en color; el escenario de la batalla bien iluminado; su silla,
cómoda. Sólo lamentaba no haber tenido tiempo para volver a su residencia particular
para ver el espectáculo con Alexia a su lado, aunque eso había resultado ser también
beneficioso. El cuarto de control de las instalaciones de entrenamiento tenía cámaras que
podían ser redirigidas con el toque de un botón, garantizando la visión más clara posible.
Alfred sonrió, observando cómo Claire dudaba en la puerta, bastante satisfecho con
la marcha de su plan. Ella le había perseguido tal como esperaba, y entró en su trampa sin
oponer casi dificultades. No esperaba que le disparara, pero eso era algo que podía
pasarse por alto mirando en retrospectiva. Y la verdad, hacía que su anticipada muerte
fuera más dulce aún, añadiendo un aspecto de venganza personal.
El OR1, una avanzada arma biológica, creado específicamente para el combate
cuerpo a cuerpo, era uno de los favoritos de siempre de Alfred. El An3, el gusano de
arena, era impresionante y seguro; el Cazador 121 estándar, letal y rápido, pero los OR1
eran especiales: su estructura ósea humana se veía a simple vista, especialmente en la cara
y el torso, dándoles la apariencia de la clásica Muerte. Sus caras miraban de forma lasciva
entre cuerdas de tendones reales y sintéticos, como una nueva Parca. No eran sólo
peligrosos; su forma de mirar inspiraba terror al nivel más básico de los instintos.
Los empleados de la isla los llamaban bandersnatches, una palabra que no tenía
significado alguno procedente de algún poema que encajaba de alguna manera,
considerando su singular diseño y función. En Rockfort había treinta OR1, la mitad de
ellos en éxtasis, aunque Alfred sólo podía dar cuenta de ocho de ellos desde el ataque…
…¡oh! Claire estaba abriendo la puerta.
Eufórico, Alfred centró toda su atención en la chica, su mano izquierda en los
controles de la cámara, la derecha sobre las funciones de cierre de las áreas de
almacenamiento.
Claire entró en el balcón del gran espacio abierto de dos pisos con el arma en la
mano, intentando mirar a todos los sitios a la vez. Alfred acercó el zoom a su cara para
apreciar en toda su dimensión su miedo, pero le decepcionó su falta de expresión.
Después de suponer que no había peligro inmediato, parecía vigilante, nada más.
Pero cuando apriete este botón…
Alfred se reía disimuladamente, incapaz de contener su nerviosismo, golpeando
ligeramente los interruptores de los dos armarios de almacenamiento provistos de
compuertas con el dedo índice derecho, uno en el balcón, otro al lado del montacargas del
piso inferior. Claire Redfield moriría a su capricho. Es verdad, ella no era importante, su
muerte sería tan insignificante como seguramente lo había sido su vida; era el control lo
que importaba, su control.
Y el dolor, la exquisita tortura, la mirada de sus ojos cuando se dé cuenta de que su existencia
ha llegado a su fin…
Alfred controlaba su cuerpo tan firmemente como su vida y se enorgullecía por
dominar sus deseos sexuales, para no sentir nada salvo que él lo decidiera así…, pero sólo
pensar en la muerte de Claire le inspiraba una pasión que estaba más allá del deseo físico,
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más allá de las palabras, incluso más allá del simple alcance de la conciencia del hombre.
Alexia lo sabe, pensaba Alfred, seguro de que su hermosa hermana estaba viéndolo
también, de que comprendía lo que no podía ser explicado. En la muerte de Claire, ellos
estarían tan cerca como dos personas pudieran estarlo; era el milagro de su relación, la
culminación del legado Ashford.
No pudo contenerse ni un momento más. Mientras Claire daba otro sigiloso paso
hacia el centro de la habitación, él cerró la puerta por la que la chica había entrado,
bloqueando su vía de escape, y luego apretó el botón de la compuerta del segundo piso.
Instantáneamente, la estrecha compuerta metálica, situada a menos de tres metros de
donde ella estaba, se levantó y, mientras Claire tropezaba al retroceder intentando
distanciarse de la amenaza desconocida, apareció un bandersnatch totalmente desarrollado,
listo para entrar en combate.
Era «hermosa», la criatura. Entre dos y dos metros y medio, su cara era la de un
esqueleto sonriente, su cabeza estaba baja y en actitud amenazadora. El tronco superior
desproporcionadamente grande sostenía su arma principal: su brazo derecho, tan grueso
como una de sus piernas, grandes como el tronco de un árbol, y más largo que la mitad de
la longitud total de su cuerpo en posición de descanso; su mano abierta era lo bastante
grande para cubrir todo el pecho de una persona normal. El brazo izquierdo estaba
atrofiado, minúsculo y deforme, pero un bandersnatch sólo necesitaba uno.
Alfred esperaba algún tipo de exclamación, una maldición o un grito, pero
permaneció en silencio mientras retrocedía a lo que juzgaba como una distancia segura.
Claire abrió fuego casi de inmediato.
El bandersnatch rugió, un primitivo grito gutural, y luego llevó a cabo su ataque.
Alfred lo había visto una docena de veces, pero no se cansaba nunca de contemplarlo.
El inmenso brazo derecho se lanzó hacia Claire, que estaba probablemente a unos
cinco metros, los modificados músculos sobreextendiéndose, los elásticos tendones y
ligamentos estirándose…, y tiró a Claire al suelo prácticamente sin esfuerzo, donde cayó
todo lo larga que era mientras el brazo del bandersnatch volvía a su sitio.
¡Sí, oh, sí!
Sin incorporarse, Claire retrocedió tan rápidamente como pudo, deteniéndose sólo
cuando su espalda chocó con la pared. Alfred acercó el zoom para ver la delgada capa de
sudor que había surgido en su cara, pero seguía sin mostrar ninguna expresión más allá de
una especie de intensa vigilancia. Se puso en pie y anduvo de lado a lo largo de la pared,
moviéndose de prisa, obviamente deseando que el próximo golpe de la criatura no la
tirara por el balcón.
Alfred sonrió sin hacer caso de la decepción que le había ocasionado la aparente falta
de terror. Ella estaría fuera de esa pared en unos pocos segundos, atrapada en una
esquina.
Y entonces una serie de golpes, machacándola contra la pared… o un simple chasquido del
cuello, agarrarla por la cabeza y darle una única y firme sacudida…, ¿o jugará con ella, lanzándola
de un lado a otro como a una de las muñecas de trapo de Alexia?
Alfred se inclinó ansiosamente, cambiando el ángulo de una de las cámaras,
observando cómo la chica condenada levantaba su arma, apuntando cuidadosamente a
pesar de su posición desesperada…
¡Bang!
El bandersnatch chilló incluso más alto que el disparo, sacudiendo la cabeza de forma
descontrolada. Fluidos oscuros manaban de su cara en movimiento. El líquido de la
herida, la sangre y otras cosas salpicaron las paredes del balcón mientras el monstruo
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intentaba desesperadamente levantar el brazo, para proteger o aliviar la herida. Todo
sucedió tan rápidamente, tan violentamente, que fue como ver explotar de repente un
geiser en un tranquilo lago.
Los ojos. Ella disparaba a los ojos.
¡Bang!
Claire volvió a disparar, y otra vez más. El bandersnatch dio un grito de furia y de
dolor, todavía intentando agarrar su cabeza herida mientras se tambaleaba y andaba a
tropezones en círculo…, y, entonces, para asombro de Alfred, se derrumbó, sus
movimientos se volvieron menos espasmódicos y sus gritos se convirtieron en una ronca y
agonizante protesta.
Aturdido por la incredulidad, Alfred pudo ver por fin un atisbo de emoción en la
cara de Claire: lástima. Se acercó a la criatura y disparó una vez más, acallándola por
completo. Entonces se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras, de forma tan
despreocupada como si estuviera alejándose de una cena benéfica.
¡No-no-no-no!
Eso estaba mal, muy mal, pero no había terminado, todavía no. Furioso, golpeó el
otro interruptor liberando a la segunda criatura de su encierro. La compuerta se deslizó
tras una pila de contenedores de almacenaje que estaban al mismo nivel que el
montacargas.
No vas a tener tanta suerte esta vez, pensó desesperadamente, todavía sin poder creer lo
que acababa de ver. Claire había oído cómo se abría la segunda puerta, pero la pila de
contenedores obstaculizaba su punto de vista, escondiendo la nueva amenaza. Se detuvo
al pie de las escaleras, manteniéndose muy quieta, buscando la fuente exacta del ruido.
El segundo bandersnatch alargó el brazo para agarrarla. Claire lo vio venir en el
último instante, cuando ya era demasiado tarde para quitarse de en medio. La criatura
envolvió su cabeza con sus dedos musculosos y la levantó, estudiándola como estudiaría
un gato a un ratón.
O a una rata, pensó Alfred, mientras volvía parte de su anterior alegría al ver cómo la
chica perdía el arma y luchaba por soltarse, tratando de agarrar el firme puño del OR1 con
sus presurosas manos…, y la atención de Alfred se desvió hacia el sonido de cristales
rompiéndose en algún sitio fuera de pantalla. Alguien estaba disparando, y el repentino
aluvión de ruido y actividad hizo chillar al bandersnatch, que dejó caer a Claire.
¿Qué…?
La ventana, se contestó Alfred a sí mismo, viendo con horror cómo el joven
prisionero, Burnside, se lanzaba hacia la cámara disparando dos armas a la vez y
acribillando a la asustada criatura, que gritó de agonía cuando Claire recogió su arma y se
unió a la refriega. El bandersnatch intentó atacar, dirigiendo rápidamente su arma hacia el
nuevo agresor, pero la pura cantidad de fuego que estaba recibiendo en su cuerpo lo hizo
retroceder, desplomándose sobre un contenedor de almacenamiento. Muerto.
Sin que mediara una decisión consciente para hacerlo, Alfred echó una mano a los
controles del montacargas, una parte de él recordando que abajo había al menos un OR1
más, así como varios portadores de virus. Los dos jóvenes dieron un traspié cuando el
suelo bajo ellos comenzó a descender llevándolos al sótano de las instalaciones de
entrenamiento. Allí no había ninguna cámara en funcionamiento, pero disfrutar de sus
muertes ya no era la preocupación principal de Alfred. No, mientras murieran.
No puede ser, esto no puede estar ocurriendo. Los OR1 deberían haber despachado a
Claire y a su entrometido amigo sin esfuerzo alguno, pero allí estaban, vivos, y sus
mascotas habían sufrido y muerto. Intentó convencerse a sí mismo de que los dos
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perecerían pronto en el sótano, que tenía cerrado y aislado desde el primer escape viral,
pero ya nada parecía seguro.
—Alexia —susurró Alfred, sintiendo cómo su cara palidecía, sintiendo cómo todo su
ser se sonrojaba de vergüenza. Tenía que hacerle ver que no había sido culpa suya, que su
trampa había funcionado perfectamente, que lo imposible había ocurrido…, y él tendría
que aceptar la frialdad resultante de su mirada, el trasfondo de desencanto de su dulce
voz cuando lo tranquilizaba asegurándole que lo había comprendido.
Lo único que superaba su sentimiento de vergüenza era su nuevo odio hacia Claire
Redfield, más intenso que un millar de estrellas brillantes. Ningún sacrificio sería
demasiado grande para garantizar su tormento, el suyo y el de su reluciente caballero.
Hasta que ambos no hubieran ofrecido penitencia en forma de carne y sangre, Alfred
no podría descansar. Lo juró.
—Steve, al otro lado —dijo Claire en el mismo instante en que comenzó a moverse el
montacargas. Steve asintió con la cabeza. Claire recargó y Steve trepó encima de dos
pesados cajones con las dos Lugers preparadas. Como si mediara un acuerdo de silencio,
ninguno habló mientras descendía el montacargas, ambos observando con todo
detenimiento qué iba a ser lo próximo.
Me ha salvado la vida, pensaba Claire sorprendida, mirando cómo pasaban de largo las
marcas de grasa de la pared, con la sangre todavía bullendo en sus venas desde que se dio
cuenta de que iba a morir. Y Steve Burnside, a quien había tachado de fanfarrón casi
incompetente y bien intencionado, aunque atribulado, había impedido que eso ocurriera.
Aunque puede que sólo haya pospuesto lo inevitable… No sabía qué tenía Alfred ahora en
mente, pero no estaba deseando encontrarse con ninguno de sus «amigos». Dos pirados
cara-calaveras armados de brazos de goma habían sido más que suficientes. Había tenido
una suerte increíble de salir sólo con un par de moretones y un cuello dolorido.
Claire esperaba que el montacargas los dejara en alguna especie de zona de
almacenaje de armas biológicas, pero se vio sorprendentemente decepcionada. El inmenso
montacargas sencillamente se detuvo. Sólo había una salida que ella pudiera ver y, aunque
no se hacía ilusiones sobre lo seguras que serían las cosas al otro lado de la puerta, le
parecía que estaban libres de peligro de momento.
—Eh, Claire, mira esto.
Steve bajó de las cajas sosteniendo en la mano lo que sólo podía ser algún tipo de
metralleta, cuadrada, oscura y de aspecto letal, provista de una amplia recámara.
—Estaba detrás de uno de los cajones —dijo Steve, contento. Ya se había metido una
de las Lugers doradas en el cinturón—. Nueve milímetros, justo igual que las Lugers y las
armas de los guardias. Ah, por cierto, toma.
Abrió uno de los bolsillos exteriores de sus pantalones de camuflaje y sacó tres
cargadores para el M93R.
—He registrado a un par de guardias cuando venía desde el muelle. Prefiero las
Lugers, y ahora que tengo esto —sostenía en alto la nueva arma, sonriendo—, ya no
necesito más cacharros. Toma también el arma.
Claire aceptó agradecida los cargadores y el arma, no muy segura de cómo
agradecerle todo lo que había hecho, pero decidida a hacerlo de todas maneras.
—Steve…, si no hubieras aparecido cuando lo has hecho…
—Olvídalo —dijo, encogiendo los hombros—. Ya estamos iguales.
—Bueno, gracias de todas formas —dijo Claire, ofreciéndole una cálida sonrisa.
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Él le devolvió la sonrisa y Claire notó una chispa de verdadero interés en su mirada,
una sinceridad que era bastante diferente a sus poses anteriores. No sintiéndose muy
segura sobre lo que debía hacer, por él o por sí misma, siguió adelante con la conversación.
—Creí que ibas a esperar en el muelle —dijo.
—En realidad no era un muelle —dijo Steve, y le contó lo que había ocurrido desde
que se habían separado. El hidroavión era una noticia excelente, y tener que lidiar otra vez
con la manía de la llave de Umbrella no era tan tremendo—. Cuando no las pude
encontrar, pensé que mejor me daba una vuelta y comprobaba si tú te habías encontrado
con algo así —terminó, encogiendo los hombros de nuevo y haciendo un esfuerzo para no
parecer preocupado—. Entonces fue cuando oí los disparos. ¿Y tú qué tal, algo
interesante? Aparte de encontrarte con un par de los monstruos de Umbrella, quiero decir.
—Pues, ¿sabes algo de Alfred Ashford?
—Sólo que él y su hermana están muy pirados —dijo Steve rápidamente—. Y que los
guardias le tienen…, le tenían miedo. Se notaba por la manera como evitaban hablar de él.
Oí que envió a su propio ayudante al hospital. Allí estaba trabajando un médico muy
chiflado, me imagino. Llevaron al hospital a muchos prisioneros y nunca se supo de ellos.
No hace falta ser un genio, ¿sabes?
Claire asintió con la cabeza, fascinada a su pesar.
—¿Y sobre la hermana?
—No he oído mucho sobre ella, excepto que debe de estar como encerrada —dijo
Steve—. Nadie sabe qué aspecto tiene. Creo que su nombre es Alexia…, Alexandra tal vez,
no recuerdo. ¿Por qué?
Le contó los detalles de sus encuentros con Alfred seguido de un breve resumen de
dónde había estado y qué había encontrado. Cuando mencionó que tenía las medicinas
que había estado buscando, Steve frunció el entrecejo…, y luego parpadeó, expresando
claramente un repentino cambio de parecer.
—Tal vez ese tío de Umbrella…
—Rodrigo —agregó Claire.
—Vale, lo que sea —dijo Steve impaciente—. Tal vez él sepa algo de esas llaves
maestras. Como, por ejemplo, dónde están.
Buena idea.
—Sería mejor que registrar toda la isla, ¿no? —dijo Claire—. ¿Te apuntas a un viaje
de vuelta a la prisión? Suponiendo que podamos salir de aquí, claro.
—Bien, yo despejaré el camino —dijo Steve, sin rastro de duda en su voz—. Deja que
yo me encargue de eso.
Claire abrió la boca para comentar los problemas de la excesiva confianza en uno
mismo, especialmente en lo que se refería a Umbrella, pero en seguida la cerró. Tal vez era
esa fe en sí mismo lo que le había llevado tan lejos, que por no aceptar la posibilidad de la
derrota se estaba asegurando una victoria.
En teoría, bien; en la práctica, peligroso. Por lo menos, ella estaría ahí para cubrirlo.
—Estábamos en el primer piso de las instalaciones de entrenamiento —continuó—.
Lo que significa que ahora estamos en el sótano… Lo sé por mi…
Steve movió la cabeza de lado a lado, nervioso por alguna razón, pero antes de que
ella pudiera preguntar, continuó como si nada hubiera pasado.
—Hay una sala de calderas y una zona de alcantarillas… básicamente. Iremos por ese
camino —dijo, señalando hacia la puerta.
Claire decidió no replicar que, dado que era la única puerta, ella ya había llegado a
esa conclusión.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
—Cuentas con todo mi apoyo.
—No te alejes —dijo Steve bruscamente, andando hacia la puerta y mirando por
encima del hombro. Intentaba parecer fiero, con la mandíbula apretada y los ojos
entrecerrados. Claire se debatía entre la irritación y la risa, y finalmente escogió pensar en
él con cariño. Entonces Steve abrió la puerta y la realidad de la situación se impuso; en el
ambiente flotaba un olor a tejido gangrenado. Ella dejó de preocuparse por cosas sin
importancia, concentrándose en la necesidad de sobrevivir.
Lo que Steve sabía sobre armas se podía resumir en cinco segundos, pero sí, sabía lo
que le gustaba. Y decidió inmediatamente apretar el gatillo de su última adquisición, que
era genial, sin dudarlo un segundo.
Salió del montacargas preparado para patear el culo de cualquiera y vio su
oportunidad a menos de tres metros. Allí había cinco de ellos, bueno, cinco y medio,
incluyendo la asquerosidad que se arrastraba por el suelo, y todo lo que tenía que hacer
era dar un leve apretón al gatillo… Un momento después intentaba desesperadamente
mantener el control del arma para que no se le fuera de las manos.
¡Bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang!…
Movió la poderosa arma en abanico de izquierda a derecha, soltando el gatillo
cuando el cerebro como un queso suizo del último zombi abandonó la compañía de su
cabeza, que también parecía un queso suizo. Todo había acabado en unos pocos segundos,
tan rápidamente que no parecía real, como si hubiese tosido y hubiera explotado un
edificio o algo así.
Claire se había encargado del fiambre del suelo durante la refriega, y cuando él se
dio la vuelta, triunfante, se quedó un poco sorprendido de que ella no estuviera
sonriendo…, hasta que lo pensó un segundo y se sintió un poco avergonzado de sí mismo.
Por lo que a él se refería, ya no eran realmente personas. Sabía que si en algún momento se
veía infectado le gustaría que alguien lo llenara de plomo, para que no hiciera daño a
nadie…, por no hablar del tema de una muerte rápida antes que dejar que se pudriera
lentamente.
Pero ellos fueron humanos en su día. Lo que les ocurrió fue algo totalmente injusto y una
putada, eso está claro.
Cierto, tal vez debería ser más respetuoso, pero, por otro lado, el arma era
increíblemente buena y ellos eran zombis. Era un tema delicado, no algo con lo que
estuviera dispuesto a jugar, así que decidió que podía al menos no reírse de ello delante de
Claire. No quería que ella pensara que era un gilipollas sanguinario.
Señaló a la puerta que tenían delante y a la de la derecha, bastante seguro de que se
movían en la dirección correcta, al menos aproximadamente. Tal como él lo veía, saldrían
bastante cerca del patio delantero de la instalación de entrenamiento.
Claire asintió con la cabeza y Steve se puso al frente una vez más, abriendo la puerta
y entrando a la parte superior de un tramo de escaleras que conducían a la sala de
calderas. Una habitación llena de grandes máquinas de aspecto achatarrado, sibilantes,
aunque en realidad Steve no tenía ni idea de qué apariencia tenía una caldera. Había
cuatro zombis dando vueltas entre ellos y las escaleras que iban hacia arriba, al otro lado
de la fría y sibilante habitación.
Steve alzó la metralleta y estaba a punto de disparar cuando Claire le dio un
golpecito en el arma, acercándose a él.
—Mira —dijo, y apuntó su 9 milímetros al grupo de los zombis, aunque no
exactamente a ellos, observó, sino que apuntaba un poco más bajo, a algo que estaba justo
detrás de ellos. ¡Bang! ¡BUUM!
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Tres de las criaturas cayeron, ennegrecidas y echando humo. Tras ellas se veía lo que
quedaba de un pequeño contenedor de combustible, tan sólo trozos ensortijados e
irregulares de metal rodeados por una nube de humo tóxico.
El cuarto zombi había sido alcanzado, pero no tan gravemente. Claire lo remató de
un solo tiro en la cabeza antes de decir nada.
—Ahorra munición —dijo simplemente, y pasó a su lado en dirección a los escalones.
Steve la siguió, ligeramente intimidado pero fingiendo indiferencia, como si él ya hubiera
pensado en ello. Si había algo que sabía sobre las chicas era que no les gustaban los tíos
que se pasaban el día soñando con todo, haciendo el tonto.
No es que me importe una mierda lo que ella piense de mí, se dijo con seguridad. Ella es
sólo…, algo genial, eso es todo.
Claire llegó la primera a la siguiente puerta y esperó hasta que él llegó a su lado,
asintiendo para señalar que estaba lista. Tan pronto como ella abrió se relajaron. Vio cómo
Claire bajaba los hombros y cómo su propio corazón volvía a latir. A un lado se abría un
pasillo de piedra negra. En algún lugar más abajo corría agua y había una especie de verja
estrecha enfrente de ellos, como una antigua puerta de ascensor.
—Esto está empezando a parecer un poco demasiado fácil —dijo Claire en voz baja.
—Sí —susurró Steve—. Y luego hablan de los trucos malignos de patio de juegos de
los chicos de Alfie.
Estaban a mitad de camino cuando lo oyeron, resonando desde algún lugar en las
negras aguas que tenían debajo, un trino extraño y agudo, penetrante, inhumano pero
tampoco de un animal. Fuera lo que fuera sonaba extrañamente enfadado y, a juzgar por
el ruido del agua, se estaba acercando.
Steve estaba preparado para comenzar a disparar pero Claire lo agarró del brazo y se
puso a correr casi sin darle tiempo a reaccionar. Tardaron dos segundos en llegar al
ascensor. Claire echó a un lado con violencia la verja y metió a Steve de un empujón en la
minúscula cabina del ascensor, saltando tras él y cerrando la verja de golpe.
—Vale, eh, no hace falta empujar —dijo Steve, frotándose el brazo, indignado.
—Perdona —dijo ella, colocándose un mechón errante de pelo detrás de la oreja, tan
nerviosa como a él le había parecido—. Es sólo que…, he oído ese sonido antes.
Cazadores, creo que se llaman, muy mal asunto. Había un montón de ellos sueltos por
Raccoon City.
Sonrió nerviosamente, lo que hizo desear a Steve ponerle el brazo alrededor, o
agarrarle la mano o algo así. No lo hizo.
—Trae malos recuerdos, ¿sabes? —dijo ella.
Raccoon…, ése era el sitio que había sido destrozado hacía unos pocos meses, si la
memoria no le fallaba, justo antes de que llegara a Rockfort. El propio jefe de policía lo
había hecho, ¿no?
—¿Umbrella tuvo algo que ver con lo de Raccoon?
Claire parecía sorprendida, pero sonrió más tranquila, centrando atención en los
controles del ascensor.
—Es una larga historia. Ya te la contaré cuando salgamos de aquí. ¿Primer piso?
—Sí —dijo Steve, y luego cambió de opinión—. Espera, tal vez deberíamos ir al
segundo. Así podremos dominar el patio, ver a qué nos enfrentamos.
—¿Sabes?, eres más listo de lo que pareces —dijo Claire burlonamente, y apretó el
botón. Steve estaba todavía intentando pensar una respuesta ocurrente cuando el ascensor
se detuvo. Claire abrió la verja.
A la derecha había una puerta cerrada con una corredera, así que se fueron a la
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CÓDIGO VERÓNICA
izquierda, hacia el corto pasillo vacío. También había sólo una puerta en esa dirección,
pero estaban de suerte: el pomo giró cuando Claire lo intentó.
De nuevo, no hubo sorpresas. La puerta se abrió a un estrecho balcón de madera,
lleno de polvo, que dominaba un gran espacio abierto repleto de trastos: un oxidado jeep
militar, montones de asquerosos bidones viejos de gasolina, cajas rotas y cosas así. Parecía
más un depósito de almacenamiento que cualquier otra cosa y, aunque estaba bien
iluminado, había tantos montones de basura que era imposible ver si había alguien ahí
abajo. Sin embargo, sí había alguien, Steve oyó cómo alguien arrastraba los pies.
Dio unos pocos pasos a la izquierda, intentando ver la esquina debajo del balcón y
Claire lo siguió. Los tableros crujían y se movían bajo sus pies.
—No parece muy sólido… —comenzó a decir Claire, pero la interrumpió un
tremendo craaaac de madera rompiéndose, mientras partes del suelo del balcón volaban a
la vez que ellos caían.
Mierda…
Steve no tuvo ni tiempo para prepararse para el impacto, todo pasó en un instante.
Aterrizó sobre su lado izquierdo, magullándose el hombro y golpeándose la rodilla
izquierda contra algún trozo de madera.
Casi inmediatamente, cayó detrás de él una pirámide de barriles vacíos, produciendo
un repiqueteo hueco sobre el terreno. Steve oyó el hambriento gemido de un zombi.
—¿Claire? —llamó Steve, arrastrándose hasta levantarse y darse la vuelta,
buscándola a ella y al zombi. Allí estaba, entre los barriles, todavía en el suelo, frotándose
un tobillo. Su arma estaba a unos tres metros. Steve vio cómo sus ojos se abrían
aterrorizados y siguió su mirada: un zombi se acercaba a ella tambaleándose…, y todo lo
que pudo hacer fue mirarlo. De repente sintió su cuerpo a millones de kilómetros de allí.
Claire dijo algo pero no pudo oírlo, demasiado concentrado en el portador de virus. Había
sido un hombre grande, tendiendo a gordo, pero alguien le había volado parte de las
tripas. Las abiertas heridas pegajosas del estómago estaban rezumando, y la oscura camisa
parecía más oscura debido a la prácticamente uniforme capa de sangre que había
empapado la tela. Tenía la cara gris y los ojos hundidos, y alguien le había arrancado la
lengua o había estado comiendo, su boca estaba manchada de sangre.
Claire dijo algo más, pero Steve estaba recordando algo, un repentino y vívido
destello de memoria tan real que era casi revivir la experiencia. Él tenía cuatro o cinco años
cuando sus padres lo llevaron a su primer desfile, un desfile de Acción de Gracias. Estaba
sentado sobre los hombros de su padre viendo pasar a los payasos, rodeado por gente
hablando alto, gritando, y él comenzó a llorar. No podía recordar porqué; lo que recordaba
era a su padre mirándolo, sus ojos preocupados y llenos de amor. Cuando preguntó qué
pasaba, su voz era tan familiar y tan amada que Steve había estrechado sus diminutos
brazos alrededor del cuello del padre y escondido su cara, todavía llorando pero sabiendo
que estaba seguro, que ningún daño le podía suceder mientras su padre lo sostuviera…
—¡Steve!
Claire gritó su nombre, y él supo que el zombi estaba casi encima de ella, sus dedos
grises cerrándose sobre su chaleco, tirando de ella hacia su boca sangrante y babeante.
Steve gritó también, abriendo fuego. El estruendo de las balas rasgando la cara y el
cuerpo de su padre, separándolo de Claire. Siguió disparando, siguió gritando hasta que
su padre yació inmóvil. El estruendo desapareció, sólo se oían secos chasquidos
procedentes del arma, y un momento después, Claire le estaba tocando el hombro,
alejándolo mientras él llamaba a su padre, llorando.
Se quedaron sentados un rato. Cuando él pudo hablar le contó parte de ello, con los
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brazos alrededor de las rodillas y la cabeza gacha. Le habló de su padre, que había
trabajado para Umbrella como conductor de camiones, a quien habían sorprendido
intentando robar una fórmula de uno de sus laboratorios. Le habló de su madre, a quien
un trío de soldados de Umbrella había matado a tiros en su propia casa, tumbada y
ahogada en su sangre y agonizando sobre el suelo del salón cuando Steve llegó a casa del
colegio. Los hombres se los habían llevado, se habían llevado a Steve y a su padre a
Rockfort.
—Creí que había muerto en el ataque aéreo —dijo Steve, secándose las lágrimas—.
Quería sentirme mal por ello, lo hice, pero seguía pensando en mamá, en su aspecto…,
pero no quería que muriera, no quería…, yo también le quería.
Hablar de ello en voz alta hizo que comenzara a llorar de nuevo. Tenía el brazo de
Claire alrededor, pero apenas podía sentirlo, estaba tan triste que pensó que podía morir.
Sabía que tenía que levantarse, que tenía que encontrar las llaves e ir con Claire y volar en
el avión, pero nada de eso parecía ya importante.
Claire había estado bastante callada, sólo escuchando y abrazándolo, pero en ese
momento se levantó y le dijo que se quedara donde estaba, que volvería pronto y que
podrían irse. Eso le venía bien, estaba bien, él quería estar solo. Y estaba más cansado que
nunca en su vida, tan cansado y pesado que no quería moverse.
Claire se fue y Steve decidió que debería ir en seguida a buscar las llaves maestras,
de inmediato, tan pronto como parara de temblar.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 7
Rodrigo había descansado intranquilo en la fría oscuridad. En ese preciso momento
acababa de oír un ruido en el pasillo, así que se esforzó por abrir los ojos, por prepararse
para lo que venía. Alzó la pistola y apoyó la muñeca en la mesa cuando se dio cuenta de
que no le quedaban fuerzas para sostenerla en alto.
Mataré al que intente joderme, pensó, más por costumbre que por otra cosa. Se sentía
alegre por tener la pistola, a pesar de saber que era hombre muerto. Un guardia convertido
en zombi había caído por las escaleras y había entrado a rastras en el cuarto de la celda
poco después de que la muchacha se fuera, pero Rodrigo lo había matado de un patadón
en la cabeza y le había quitado el arma, que todavía llevaba metida en la funda de la
cadera que se había roto.
Se mantuvo a la espera, deseando volverse a dormir mientras se esforzaba por
mantenerse alerta. La pistola lo tranquilizaba y apagaba buena parte de sus temores. Iba a
morir en muy poco tiempo, aquello era inevitable…, pero no quería convertirse en una de
esas criaturas, sin importar lo que hiciera falta para evitarlo. Se suponía que el suicidio era
un pecado muy, pero que muy grave, pero también sabía que si no lograba acabar con uno
de los portadores del virus que se le echara encima, se metería un balazo en la boca antes
de permitir que lo tocase. De todas maneras, lo más probable es que fuese al infierno
directamente.
Resonaron pisadas y alguien entró en la estancia, pero demasiado de prisa. ¿Un
zombi? Los sentidos no le funcionaban bien. No tenía muy claro si todo se movía con
mayor lentitud o con mayor rapidez, pero sabía que tendría que disparar en breve o
perdería su oportunidad.
De repente apareció una luz, pequeña pero penetrante…, y allí estaba ella, de pie
delante de él como si surgiera de un sueño. La chica Redfield, viva y coleando, que
sostenía un mechero en el aire. Lo dejó encendido y lo puso sobre la mesa, como si fuera
una linterna diminuta.
—¿Qué estás haciendo aquí? —murmuró Rodrigo, pero ella estaba rebuscando en
una riñonera que llevaba en la cintura y no le estaba mirando siquiera. Él dejó caer la
pistola y cerró los ojos durante un segundo, o quizá fueron varios. Cuando los abrió de
nuevo, ella estaba agarrándolo de un brazo y tenía una jeringuilla en la otra mano.
—Es esa medicina hemostática —le explicó. Su voz y sus manos eran suaves y
tranquilas, y el pinchazo de la jeringuilla fue rápido y apenas lo sintió—. No te preocupes.
No se parará la sangre ni nada parecido. Alguien escribió las dosis en la parte de atrás de
la botella. Dice que reducirá cualquier hemorragia interna, así que estarás más o menos
bien hasta que llegue la ayuda. Te dejaré el encendedor aquí… Mi hermano me lo regaló, y
trae buena suerte.
Rodrigo se concentró en despertarse mientras ella le hablaba. Se esforzó por superar
la apatía que se había apoderado de él. Lo que le estaba diciendo no tenía sentido. Él la
había dejado marchar, había permitido que se escapara. ¿Por qué había regresado para
ayudarlo?
Porque la dejé escapar. Al darse cuenta de aquello, sintió que le embargaban unos
sentimientos de vergüenza y de gratitud.
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CÓDIGO VERÓNICA
—Eres… Eres muy amable —susurró.
Deseó tener la oportunidad de hacer algo por ella, decir algo que compensara aquella
generosidad. Rebuscó en su memoria datos, hechos y rumores sobre la isla.
Quizá pueda escapar…
—La guillotina —dijo parpadeando con fuerza. Se esforzó para que la voz no sonara
demasiado pastosa—. La enfermería está detrás de ella, tengo la llave en el bolsillo… Se
supone que allí hay secretos. Él sabe cosas, las piezas del rompecabezas… ¿Sabes dónde
está la guillotina?
Claire asintió.
—Sí. Gracias, Rodrigo. Eso me ayudará mucho. Ahora descansa, ¿vale?
Ella alargó una mano y le quitó un mechón de cabello de la frente con un gesto tan
sencillo, tan dulce, que a él le entraron ganas de llorar.
—Descansa —le dijo de nuevo.
Él cerró los ojos, más tranquilo, con la mayor sensación de paz que jamás había
sentido en toda su vida. Su último pensamiento antes de dormirse fue que si ella era capaz
de perdonarlo con todo lo que le había hecho, de mostrar tanta compasión, como si se la
mereciera, quizá al final no iría al infierno, después de todo.
Rodrigo estaba en lo cierto cuando mencionó lo de los secretos. Claire había llegado
al final de un pasillo oculto en el subsuelo, preparándose para enfrentarse a lo que hubiera
detrás de la puerta sin letrero alguno que estaba a punto de abrir.
La enfermería en sí era pequeña y desagradable, en nada parecida a lo que se hubiera
esperado en una clínica de Umbrella. No había ninguna clase de equipo médico a la vista,
nada moderno en absoluto. Tan sólo había a la vista una mesa de reconocimiento en la sala
principal, con el suelo de madera astillada a su alrededor manchado de sangre, y una
bandeja repleta de instrumentos de aspecto medieval cerca de ella. La estancia que había
al lado se había quemado hasta quedar irreconocible. No había forma de estar segura de
para qué había servido, pero parecía un cruce entre una sala de recuperación y un
crematorio, por lo menos olía como uno de éstos.
Había una oficina pequeña y abarrotada al salir de la primera habitación, y justo
delante de ella, un cadáver. Se trataba de un hombre que llevaba puesta una bata de
laboratorio manchada de sangre que había muerto con una expresión de horror en su
delgada cara de color ceniciento. No parecía que hubiese sido infectado, y puesto que no
había portadores del virus en la estancia y no mostraba ninguna herida evidente, supuso
que había muerto de un ataque cardíaco o algo parecido. La expresión contorsionada que
mostraban los rasgos de su rostro, los ojos a punto de salírsele de las órbitas y la boca
abierta y torcida en gesto jadeante sugerían que había muerto de miedo.
Claire pasó con cuidado por encima de él y descubrió el primer secreto de la pequeña
oficina casi por casualidad. La suela de la bota se le deformó al pisar algo duro, y pensó
que se trataba de una piedra o de un trozo de mármol hasta que lo vio: era una llave de lo
más rara. En realidad, era un ojo de cristal que pertenecía a la grotesca cara de plástico del
muñeco anatómico de la oficina, que se encontraba en el suelo apoyado contra una
esquina.
Claire recordó lo que Steve le había dicho sobre que nadie regresaba de la
enfermería, y lo que ella ya sabía sobre el tipo de locos que Umbrella solía atraer y
contratar, así que no se sorprendió cuando descubrió un pasadizo oculto detrás de la
pared de la oficina. Un tramo de escalones de piedra desgastados quedaron al descubierto
cuando colocó el ojo en el hueco que le correspondía, algo que tampoco la sorprendió. Era
un secreto, un truco, y a los de Umbrella les encantaban los trucos y los secretos.
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Así que abre ya la puerta. Acaba de una vez.
Vale. No tenía todo el día. Tampoco quería dejar solo a Steve durante demasiado
tiempo. Estaba preocupada por él. Había tenido que matar a su propio padre. Claire no
tenía ni idea de la clase de daño psicológico que algo como aquello podía provocar en una
persona.
Meneó la cabeza, irritada por sus divagaciones. No importaba que estuviese en un
lugar desolado donde al parecer había muerto mucha gente, donde todavía se podía
percibir la atmósfera de terror que desprendían las frías paredes y que intentaba
envolverla como un sudario en una tumba.
—No importa —se dijo a sí misma antes de abrir la puerta.
En cuanto lo hizo, tres portadores del virus tambaleantes se dirigieron hacia ella y
atrajeron su atención, lo que le impidió fijarse en los detalles de la estancia de gran tamaño
donde se encontraban encerrados. Los tres estaban muy desfigurados, les faltaban
extremidades y la piel les colgaba en tiras largas, dejando al descubierto su carne en estado
de putrefacción. Se movían con lentitud, arrastrando los pies con dificultad hacia ella, y
gracias a ello pudo distinguir cicatrices antiguas en los tejidos musculares expuestos y
podridos. El nudo de miedo que tenía en el estómago se hizo más patente mientras
apuntaba con cuidado contra ellos, y eso la hizo sentirse enferma.
Al menos, todo acabó con rapidez, pero la terrible sospecha que le había ido
creciendo en la mente y que había tenido la esperanza de que fuera errónea, se vio
confirmada con un simple vistazo a su alrededor.
Oh, Dios.
La estancia, extrañamente elegante, estaba iluminada por una luz suave procedente
de una lámpara de araña que colgaba del techo. El suelo estaba embaldosado, con una
alfombra de evidente calidad que iba desde la puerta hasta una zona donde sentarse al
otro lado de la habitación. Allí había una silla de adornos recargados y de tapicería de
terciopelo y una mesa de madera de cerezo. La silla estaba encarada hacia el resto de la
habitación para que quien se sentase allí pudiera verla por completo…, lo que era peor de
lo que se había imaginado, peor que la sala privada subterránea del jefe Irons, oculta bajo
las calles de Raccoon City.
Había dos pozos de agua artesanales, uno con un cepo para la cabeza y las manos
construido sobre su borde, mientras que sobre el otro permanecía suspendida una jaula de
acero. De las paredes colgaban varias cadenas, algunas con argollas de hierro con aspecto
de haber sido bastante usadas y otras con collares de cuero con garfios en su interior.
Había unos cuantos artefactos de aspecto más elaborado a los que no quiso mirar con
detenimiento, y que incluían engranajes y pinchos de metal.
Claire tragó la bilis que amenazaba con subirle a la boca y se concentró en la zona
preparada para estar sentado. La elegancia del mobiliario y de la propia estancia
empeoraba en cierto modo la situación, pues añadía un toque de egocentrismo desaforado
a la evidente psicopatología de su creador. Como si no le pareciera suficiente ver cómo se
torturaba a la gente, lo quería observar rodeado de lujo, como si se tratara de un
aristócrata enloquecido.
Vio un libro al extremo de la mesa y se acercó para recogerlo, sin apartar la vista de
él. Los zombis creados por los virus, los monstruos y las muertes sin sentido eran algo
horrible, situaciones trágicas, atemorizadoras, o ambas a la vez, pero el tipo de
enfermedad mental que sugerían todas aquellas cadenas y artificios de tortura era algo
que la afectaba en lo más profundo porque la hacía perder su fe en la humanidad.
El libro era en realidad un diario encuadernado en cuero y con un papel grueso de
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gran calidad. La anotación de la primera página indicaba que era propiedad del doctor
Enoch Stoker, pero sin ninguna otra indicación.
Él sabe cosas, las piezas del rompecabezas…
Claire no quería ni tocar aquello, y mucho menos leerlo, pero Rodrigo estaba
convencido al parecer de que a lo mejor le serviría de ayuda. Hojeó unas cuantas páginas y
vio que no había anotaciones que indicaran la fecha, así que empezó a echarle un vistazo a
las letras de trazos delgados con mayor detenimiento en busca de algún nombre o palabra
familiar, algo que mencionase un rompecabezas… Allí estaba: una anotación en la que
aparecía mencionado bastantes veces el nombre de Alfred Ashford. Inspiró
profundamente y comenzó a leer.
Hoy hemos hablado por fin sobre los detalles relativos a mis preferencias y gustos. El señor
Ashford no me comentó los suyos, pero se esforzó por animarme, lo mismo que ha hecho desde que
llegué aquí hace seis semanas. Ya se le informó al comienzo que mis necesidades son muy poco
convencionales, pero ahora ya lo sabe todo, incluso los detalles más pequeños. Al principio me sentí
incómodo, pero el señor Ashford…, Alfred, insiste en que lo llame Alfred, demostró ser un oyente
muy interesado. Me dijo que tanto él como su hermana están muy a favor de que se investigue en
los límites de la experiencia. Me dijo que debía considerarlos almas gemelas, y que aquí puedo
sentirme libre por completo.
Me sentí muy extraño describiendo en voz alta los sentimientos, las sensaciones y los
pensamientos que jamás había compartido con nadie. Le conté cómo había empezado todo, cuando
todavía no era más que un chiquillo. Le hablé de los animales con los que había experimentado al
principio, para luego seguir con los demás niños. En aquel entonces no sabía que era capaz de
matar, pero sí tenía muy claro que la visión de la sangre me emocionaba y me excitaba, que provocar
dolor ajeno llenaba un vacío en mi interior con unos sentimientos de tremendo poder y control.
Creo que entiende la necesidad de los gritos, lo importante que es para mí que los gritos…
Fue suficiente. No era lo que estaba buscando, y estaba a punto de provocarle un
ataque de vómitos. Pasó unas cuantas páginas más y encontró otra anotación sobre Alfred
y su hermana, ojeó una referencia a una casa privada…, y retrocedió, frunciendo el
entrecejo.
Alfred asistió a una de mis vivisecciones, mis autopsias en vivo, y después me comentó que
Alexia había preguntado por mí, que quiere saber si tengo todo lo que necesito. Alfred adora a
Alexia y no permite que nadie esté cerca de ella. Todavía no le he pedido conocerla, y no tengo
intención de hacerlo. Alfred quiere que su residencia privada continúe siendo privada y tenerla sólo
para él. Me dijo que la casa está detrás de la mansión común, y que la mayoría de la gente ni
siquiera sabe que existe. Alfred me cuenta cosas que nadie más sabe. Creo que aprecia disponer de
un conocido que comparte una serie de intereses comunes.
Me ha dicho que en Rockfort existen muchos lugares para los que se necesitan llaves muy poco
comunes si se quiere entrar, parecidas al ojo que me entregó, y que algunas son nuevas y otras muy
antiguas. Al parecer, Edward Ashford, el abuelo de Alfred, estaba obsesionado con la idea del
secretismo, una obsesión que compartía con el otro fundador de Umbrella, o eso dice Alfred. Dice
que él y Alexia son las únicas personas que conocen todos los escondrijos y rincones ocultos de
Rockfort. Alfred tiene un juego de llaves completo que hicieron para ellos dos cuando él ocupó el
puesto de su padre. Hice una broma sobre lo conveniente que es tener una copia de repuesto por si te
las dejas dentro y no puedes volver a entrar, y él se echó a reír y me contestó que Alexia siempre lo
dejaría entrar.
Estoy convencido de que los gemelos tienen a menudo una unión mucho más profunda que el
resto de las clases de hermanos. Que, en un sentido figurado, si le das un corte a uno, el otro
sangrará. Me gustaría poner a prueba esta teoría de un modo mucho más literal, sobre todo en
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relación a los niveles de dolor. He descubierto que si se rellena una herida abierta con cristales rotos
y después se sutura…
Claire se sintió enferma y arrojó a un lado el libro antes de efectuar un gesto de
limpiarse las manos en los vaqueros. Decidió que ya disponía de información más que
suficiente para continuar. Deseó con todas sus fuerzas que el cadáver que se había
encontrado en el piso de arriba fuese el doctor Stoker, que su negro corazón le hubiese
fallado y que había sido la idea de que iba a ir derecho al infierno lo que le había
provocado aquel gesto de terror…, y, de repente, se dio cuenta de que ya había tenido más
que suficiente de todo aquel ambiente, de que si se quedaba en la enfermería un solo
minuto más acabaría vomitando. Se dio la vuelta y se dirigió con rapidez hacia la puerta.
Llegó corriendo a la escalera, subió los peldaños de dos en dos y pasó a toda carrera por la
habitación de arriba sin mirar al cadáver, sin pensar en nada más que no fuera su
necesidad de salir de allí.
Cuando por fin llegó al sendero que llevaba de regreso a la puerta de guillotina, se
dejó caer contra una pared y respiró jadeante grandes bocanadas de aire mientras se
concentraba en no vomitar. Tardó más de dos minutos antes de tranquilizarse lo
suficiente.
Metió un nuevo cargador en la pistola cuando se encontró mejor y se dirigió de
regreso a las instalaciones de entrenamiento. Se dio cuenta de que había perdido la
segunda arma que le había entregado Steve en algún punto entre la cámara de tortura y la
puerta delantera, pero no estaba dispuesta por nada del mundo a regresar y ponerse a
buscarla. Iba a volver con Steve para encontrar las puñeteras llaves que les hacían falta y
después se iban a marchar cagando leches de aquel manicomio que Umbrella había creado
en Rockfort.
Steve lloró durante un rato, balanceándose adelante y atrás, apenas consciente de que
había hecho algo «muy importante». Por lo que se refería a su experiencia en la vida,
estaban las pequeñas cagadas, las grandes cagadas y por fin las cagadas muy importantes.
Algunas cosas cambiaban a la gente para siempre, y ésa era una de ellas. Había tenido que
matar a su propio padre. Su padre y su madre, buenas personas los dos, incapaces de
hacer daño, estaban muertos. Eso significaba que ya no quedaba nadie en el mundo que lo
quisiera y amara, y esa idea se repitió una y otra vez en su mente, haciéndole seguir
llorando y balanceándose.
Pensar en las Lugers fue lo que le hizo salir de su pequeño infierno emocional, lo que
le hizo recordar dónde se encontraba y lo que estaba ocurriendo. Todavía se sentía
horrible, con el cuerpo y el alma llenos de dolor, pero comenzó a regresar a la realidad,
deseando que Claire estuviese a su lado, deseando tener un vaso de agua a mano.
Las Lugers. Steve se frotó los párpados hinchados y después las sacó de la cintura del
pantalón para mirarlas con mayor detenimiento. Era algo estúpido, sin importancia…,
pero en algún rincón de su mente había relacionado por fin el hecho de que justo cuando
había cogido las dos pistolas de la pared había sido el momento en que se había quedado
encerrado y había comenzado a hacer aquel calor. Era una trampa, y por lo que él suponía,
el único motivo para tener una trampa como aquélla era impedir que alguien se apoderara
de las armas.
Lo que significa que a lo mejor sirven para algo más que para disparar. Sí, bueno, tenían
adornos de oro y lo más seguro era que fuesen muy caras, pero también era obvio que a
los Ashford no les faltaba el dinero…, y las armas tenían alguna clase de valor sentimental,
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
¿por qué utilizarlas como cebo de una trampa?
Decidió que sería mejor que regresara y que echara un vistazo más detenido al lugar
donde habían estado colocadas, por si el hecho de ponerlas de nuevo en su sitio sirviera
para algo. Tan sólo era un paseo de unos dos minutos como mucho hasta la mansión, así
que podría ir y volver en cinco minutos a lo sumo. Seguro que Claire lo esperaría si
llegaba antes de que él regresara.
Porque si me quedo aquí seguiré llorando. Quería, necesitaba hacer algo.
Se puso en pie, sintiéndose tembloroso y algo vacío mientras se sacudía la tierra
húmeda de los pantalones, y fue incapaz de evitar echar una mirada hacia el lugar donde
había muerto su padre. Sintió una oleada de alivio cuando se percató de que Claire había
tapado el cadáver con una lona plástica. Era una muchacha excelente…, aunque por
alguna extraña razón sentía algo raro con ella, con la idea de contarle todo aquello. No
estaba seguro de cómo se sentía.
Salió afuera y se sorprendió un poco al ver que no se encontraba en el patio frontal
de las instalaciones de entrenamiento. También se sintió sorprendido de que en el lugar
rodeado de paredes al que había salido se hallaba lo que tenía todo el aspecto de ser un
tanque Sherman de la segunda guerra mundial. Gigantesco, con las cadenas cubiertas de
barro y la torreta giratoria con el tremendo cañón.
Quizá le hubiera interesado un rato antes, o se habría sentido algo más que
simplemente un poco sorprendido, porque no se le ocurría ningún motivo para que
hubiera un tanque en una isla como Rockfort, pero en ese momento lo único que quería
era comprobar la trampa de las Lugers para ver si podía contribuir con algo al intento de
ambos por salir de la isla. No se sentía muy a gusto con que Claire no hubiera tenido más
remedio que encargarse de interrogar al tipo herido de Umbrella a solas, ya que había sido
idea de él.
Al otro lado del tanque había una puerta que daba al patio de entrenamiento. Al
menos, no había perdido del todo el sentido de la orientación. Todo parecía más oscuro
que un rato antes. Steve alzó la mirada y vio que el cielo estaba encapotado de nuevo, y las
nubes tapaban la luna y las estrellas. Estaba ya a mitad del patio cuando oyó el restallido
de un trueno, lo bastante cercano y potente como para que el suelo pareciera estremecerse
un poco bajo sus pies. Cuando llegó al otro lado ya había empezado a llover otra vez.
Steve apresuró el paso. Dobló a la derecha en la salida y marchó al trote ligero hacia
la mansión. La lluvia caía con fuerza y era fría, pero le dio la bienvenida. Abrió la boca y
alzó el rostro hacia el cielo, dejando que le mojara el cuerpo. Quedó empapado en pocos
segundos.
—¡Steve!
Claire.
Sintió que el estómago se le encogía un poquito mientras se giraba para mirarla. Ella
lo alcanzó en la puerta que llevaba a los terrenos de la mansión. Su rostro mostraba una
expresión preocupada.
—¿Estás bien? —le preguntó mientras lo miraba con unos ojos llenos de
incertidumbre que no dejaban de parpadear para protegerse de la lluvia.
Steve quiso contestar que sí, que se sentía estupendamente, que ya había pasado lo
peor y que estaba preparado para enfrentarse de nuevo a decenas de zombis, pero cuando
abrió la boca no salió nada de eso.
—No lo sé. Creo que sí —respondió con sinceridad. Logró sonreír a medias. No
quería preocuparla, pero tampoco quería hablar demasiado sobre ello.
Ella pareció entenderlo, porque cambió de tema con rapidez.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
—He descubierto que los gemelos Ashford tienen una casa privada y secreta
escondida detrás de la mansión —le dijo—. Y no estoy segura al cien por cien, pero puede
que las llaves que estamos buscando estén allí. Creo que es bastante probable.
—¿Has descubierto todo eso por…, cómo se llama, Rodrigo?
Steve lo preguntó con un tono de voz lleno de duda. Le resultaba difícil creer que un
empleado de Umbrella proporcionase toda aquella información a un enemigo.
Claire dudó, pero luego asintió.
—Sí, en cierto modo —contestó, y a Steve le dio la impresión de que había algo de lo
que ella no quería hablar. No insistió, y prefirió esperar.
—El problema es llegar hasta la casa —continuó diciendo ella—. De lo que estoy
segura es de que está cerrada a cal y canto. Creo que lo mejor es dar unas cuantas vueltas
más por la mansión para ver si podemos encontrar un mapa o un pasadizo…
Se quitó los mechones empapados de delante de los ojos y le sonrió.
—Y de paso, quitarnos de debajo de la lluvia antes de que pillemos algo malo.
Steve se mostró de acuerdo. Cruzaron la entrada y el cuidado jardín, pasando por
encima de los cadáveres que encontraron en el camino. Él le contó lo que se le había
ocurrido sobre las Lugers, y ella se mostró de acuerdo en que debían probar suerte…,
aunque también comentó que con gente como la familia Ashford al mando de lo que
ocurría en la isla, los pequeños y entretenidos rompecabezas de Umbrella no tenían
necesariamente por qué ser lógicos.
Se detuvieron delante de la puerta para intentar secarse todo lo posible las ropas, que
resultó no ser mucho. Ambos estaban empapados por completo, aunque hicieron lo que
pudieron por sacudirse el exceso de agua. Por suerte para los dos, los pies se les habían
mantenido secos. Andar con las ropas empapadas era un incordio, pero intentar andar en
silencio con unas botas chorreantes era el colmo de la incomodidad y de lo imposible.
Steve abrió la puerta con las dos armas por delante. Entraron temblando…, y oyeron
cómo se cerraba una puerta en el piso de arriba.
—Alfred —dijo Steve en voz baja—. Me apuesto algo. ¿Qué te parece si le abrimos
unos cuantos agujeros más en su culo de mierda?
Empezó a acercarse a las escaleras: la pregunta había sido retórica. Ese loco cabrón
merecía morir, y por más razones de las que Steve podía llegar a imaginarse.
Claire lo alcanzó y le puso una mano en el hombro.
—Escucha… Verás, parte de lo que encontré en la prisión… No es que esté loco, es
que se trata de un maníaco peligroso. Como uno de esos psicópatas asesinos en serie.
—Sí, lo entiendo —contestó Steve—. Razón de más para cargárnoslo, y cuanto antes
mejor.
—Vale, pero… ten cuidado. ¿De acuerdo?
Claire parecía preocupada, y Steve notó una enorme sensación protectora hacia ella.
No te preocupes, a éste me lo cargo, vaya que sí, pensó, pero asintió para tranquilizar a
Claire.
—Entendido.
Subieron con rapidez las escaleras y se detuvieron al lado de la puerta que habían
oído cerrarse. Steve se colocó delante, y Claire alzó una ceja, pero no dijo nada.
—A la de tres —susurró él. Giró con lentitud el pomo de la puerta y suspiró aliviado
al comprobar que no estaba cerrada con llave—. Uno…, dos…, ¡tres!
Empujó con fuerza la puerta con el hombro y entró con la metralleta por delante,
preparado para disparar contra lo primero que se moviera…, pero nada se movió. La
estancia, una oficina apenas iluminada llena de estanterías repletas de libros, estaba vacía.
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Claire había entrado detrás de él y había girado hacia la izquierda, pasando al lado
de un sofá y una mesa de café situadas al lado de la pared norte. Steve, decepcionado y
disgustado, se colocó a su espalda y la siguió, esperando encontrar otra puerta que diera a
una nueva estancia, estaba tan harto ya de los estúpidos laberintos de aquel lugar que se
iba a cagar en…
Se detuvo y se quedó mirando, lo mismo que había hecho Claire. A unos tres metros
había una pared, un callejón sin salida…, con dos huecos en una placa situada a la altura
del pecho: unos huecos con la forma de las Lugers.
Steve sintió una oleada de adrenalina recorrerle todo el cuerpo. No tenía un modo
racional de saber que habían encontrado la forma de entrar en la residencia privada de los
Ashford, pero lo creía con total seguridad. Por lo que parecía, Claire creía lo mismo.
—Me parece que la hemos encontrado —dijo ella en voz baja—. Te apuesto algo.
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Capítulo 8
Joder, vaya. Esto es… Joder, pensó Claire.
—Joder —susurró Steve, y Claire asintió, sintiéndose por completo ajena cuando
estudió el entorno que los rodeaba. ¿Había dicho asesino en serie psicópata?
Más bien parece una convención de asesinos en serie psicópatas. Habían tenido que
resolver otro rompecabezas después de que las Lugers hubieran abierto la pared, algo que
tenía que ver con unos códigos numéricos y un pasadizo bloqueado, pero ellos habían
hecho caso omiso por completo de aquello: ambos se habían puesto a empujar y el
pasadizo no había permanecido bloqueado durante mucho rato. En cuanto salieron al
exterior de nuevo, pudieron ver la residencia privada, que se alzaba sobre una colina baja,
como un buitre ansioso bajo la lluvia espesa. Lo cierto es que se trataba de una mansión,
pero no tenía nada que ver con la que acababan de dejar atrás: era mucho, mucho más
antigua, más oscura y siniestra, rodeada por las ruinas decrépitas de lo que antaño había
sido un jardín lleno de esculturas. Varios querubines de ojos ciegos y dedos rotos los
observaban junto a las gárgolas de alas desgastadas mientras se dirigían hacia la casa,
esquivando los trozos de mármol roto sembrados por doquier.
Inquietante, desde luego…, pero esto está tan más allá de inquietante que ni siquiera cae en la
misma categoría.
Estaban en el vestíbulo, iluminado tan sólo por unas cuantas velas colocadas de
forma estratégica. El aire estaba cargado de un olor a mustio, un olor viejo producido por
el polvo y el pergamino que se deshacía. El suelo estaba cubierto de alfombras gruesas,
pero eran tan viejas que en algunas partes la trama había quedado al descubierto por el
exceso de uso. Además, era difícil determinar su color más allá del calificativo de
«oscuro». Justo delante de ellos había lo que antaño había sido sin duda una escalera
espectacular y que llevaba a las balconadas de los pisos segundo y tercero. Todavía
quedaba algo de elegancia trasnochada en sus pasamanos ennegrecidos y en sus escalones
desgastados, lo mismo que en la polvorienta biblioteca que había a la derecha de los dos
intrusos y en los óleos de marcos dorados y recargados que colgaban de las paredes
abarrotadas de ellos. La palabra «fantasmal» habría sido la más adecuada, si no hubiese
sido por las muñecas.
Unos rostros pequeños los acechaban desde todos los rincones, frágiles muñecas de
porcelana, muchas de ellas descascarilladas o descoloridas, vestidas para tomar el té con
ropa de tafetán. Niños de plástico con ojos de plástico abiertos de par en par y boquitas
fruncidas de color rosa. Muñecas de trapo con extraños rostros hechos con botones y
restos del relleno saliéndoles por las extremidades rotas. Había montones de ellas,
auténticas pilas, incluso unos cuantos bebés de trapo sin rasgos y que estaban empalados.
Claire no pudo distinguir ninguna clase de orden en aquel batiburrillo sin sentido.
Steve le dio un leve codazo y señaló hacia arriba. Claire pensó por un momento que
estaba mirando a Alexia, que colgaba de un alero, pero no se trataba más que de otra
muñeca, de tamaño natural, y a la que habían vestido para su extraño ahorcamiento con
un sencillo vestido de fiesta. El reborde floreado flotaba alrededor de sus delgados tobillos
sintéticos.
—Quizá deberíamos… —empezó a decir Claire, pero se calló en seco y se puso a
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escuchar.
El sonido de alguien hablando les llegó procedente de arriba. Era la voz de una
mujer. Parecía enfadada. La cadencia de su voz era rápida y áspera.
Alexia.
A la voz enfurecida le siguió el sonido de alguien que hablaba con un tono
quejumbroso y lastimero, y que Claire reconoció inmediatamente como perteneciente a
Alfred.
—¿Qué te parece si nos pasamos a charlar un rato? —susurró Steve, y sin esperar a
que Claire le respondiera se dirigió hacia las escaleras.
Claire se apresuró a seguirlo, sin estar muy segura de que fuese una buena idea, pero
sin querer tampoco que fuera solo.
Las muñecas los observaron en silencio mientras subían, mirándolos fijamente con
sus ojos sin vida, manteniendo su vigilancia y su tranquilidad lo mismo que habían hecho
durante muchos años.
Alfred jamás se sentía tan cerca de Alexia como cuando se encontraban en sus
estancias privadas, donde habían reído y jugado cuando eran unos niños. También se
sentía cerca de ella en aquellos momentos, pero al mismo tiempo incómodo por su enfado.
Deseaba desesperadamente que fuera feliz de nuevo. Después de todo, era culpa suya que
ella estuviera enfadada.
—Y es que no puedo entender por qué esa tal Claire Redfield y ese amigo suyo están
suponiendo un desafío tan grande para ti —dijo Alexia, y a pesar de la vergüenza que
estaba pasando, no pudo evitar mirarla con un sentimiento de adoración mientras recorría
la estancia arriba y abajo con su bata de seda. Su gemela era extremadamente refinada,
incluso en su enfado.
—No te fallaré de nuevo, Alexia, te lo prometo…
—Es cierto, no lo harás —lo cortó ella con brusquedad—, porque voy a ocuparme en
persona de este asunto.
Alfred se quedó sorprendido.
—¡No! Querida, no debes arriesgarte de ese modo… ¡No lo permitiré!
Alexia lo miró fijamente por unos instantes…, y después dejó escapar un suspiro,
meneando la cabeza. Se acercó a él mientras sus ojos mostraban de nuevo una mirada
tierna y dulce.
—Te preocupas demasiado, querido hermano —dijo—. Debes recordar quiénes
somos, debes recordar que tienes que enfrentarte siempre a las dificultades con orgullo y
vigor. Al fin y al cabo, somos Ashford. Nosotros… —Alexia abrió los ojos de par en par y
palideció. Se giró hacia la ventana que daba al pasillo central y se llevó una mano al cuello
alto de su bata—. Hay alguien en el vestíbulo.
¡No!
Alexia debía mantenerse a salvo, nadie podía tocarla, ¡nadie! Se trataba de Claire
Redfield, por supuesto, que había aparecido para cumplir su propósito y misión: asesinar
a su amada hermana. Alfred se giró frenético y miró a su alrededor. Allí estaba: el rifle
estaba apoyado contra la mesa de maquillaje de Alexia, donde lo había dejado antes de
abrir la puerta que llevaba a la habitación del ático. Se dirigió hacia él, sintiendo el miedo
de ella como suyo propio, con la ansiedad compartida como si fueran una única persona.
Alfred alargó la mano para empuñar el arma…, y dudó un momento, confundido.
Alexia había insistido en encargarse de la situación. Podría enfadarse de nuevo si él
interfería en aquello…, pero si algo le pasaba, si la perdía…
El pomo de la puerta giró de repente, justo en el mismo momento en que Alexia se
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adelantaba a Alfred y empuñaba el rifle. Apenas tuvo tiempo de alzarlo antes de que la
puerta se abriera de un fuerte golpe. Era la primera vez en casi quince años que alguien
entraba en su sacrosanta residencia privada, y Alexia se sintió tan confusa por aquella
intrusión que no disparó inmediatamente. No quería que Alfred resultara herido, no
quería morir. Los dos prisioneros estaban armados y los apuntaban con sus armas.
Alexia recuperó la compostura, negándose a sentirse atemorizada por dos chiquillos
que la estaban mirando con expresión extrañada. Sus rostros plebeyos mostraban sorpresa
y confusión. Al parecer, no estaban acostumbrados a la presencia de sus superiores, de
aquellos que eran mejores que ellos.
Utilízalo para sacar ventaja. Que sigan sorprendidos y con la guardia bajada.
—Señorita Redfield, señor Burnside —dijo Alexia con la barbilla alzada y con un
tono de voz tan digno como requería su ascendencia Ashford—. Por fin nos conocemos.
Mi hermano me ha dicho que han causado bastantes problemas.
Claire avanzó hacia ella y bajó la pistola un poco mientras miraba con mayor
atención el rostro de Alexia. Esta dio un paso atrás de forma involuntaria, asqueada por
sus ropas empapadas y sus modales tan directos y rudos, pero no perdió de vista el arma
de Claire. La chica estaba demasiado concentrada en mirarla, lo mismo que el joven, que
se había colocado detrás de Redfield.
Alexia retrocedió otro paso. Estaba arrinconada, atrapada entre su mesa de
maquillaje y los pies de la cama, pero una vez más, eso podía servirle para sacar ventaja.
Cuando estén convencidos de que no represento peligro alguno…
—¿Usted es Alexia Ashford? —preguntó el joven con un tono de voz asombrado, con
la boca abierta.
—Lo soy.
No sería capaz de soportar aquella terrible falta de educación durante mucho tiempo
más, no de alguien tan inferior a ella.
Claire asintió con lentitud, pero sin dejar de mirarla directamente a los ojos, con
impertinencia.
—Alexia…, ¿dónde está tu hermano?
Alexia se giró para mirar a Alfred…, y dio un respingo. Su hermano no estaba en la
habitación. Se había marchado y la había dejado sola para que se enfrentase a aquella
gente sin ayuda alguna.
No, no puede ser, jamás me abandonaría de este modo… Notó un movimiento a su
derecha…, pero se dio cuenta de que tan sólo era un espejo, y… y…
Alfred la estaba mirando. Era la cara de Alexia, con los labios pintados y las pestañas
rizadas, pero era el cabello de Alfred, y su chaqueta. Se llevó la mano derecha a la boca,
asombrada, y Alfred hizo lo mismo sin dejar de mirarla. Sintiendo el mismo asombro que
ella. Como si fueran uno solo.
Alexia gritó y dejó caer el rifle haciendo caso omiso por completo de los dos intrusos
mientras los empujaba para echarlos a un lado, sin importarle si disparaban o no contra
ella. Corrió hacia la puerta que daba al cuarto de Alfred y lanzó un nuevo grito cuando vio
la larga peluca rubia tirada en el suelo y la preciosa bata arrugada que había a su lado.
Cruzó otra puerta sin dejar de llorar y salió de la habitación de Alfred…, mi
habitación…, sin estar segura de hacia dónde se dirigía mientras corría tambaleante por el
pasillo en dirección a la gran escalera. Se había acabado, todo se había acabado, todo
estaba perdido, todo era una mentira. Alexia se había marchado muy lejos y jamás
regresaría, y él había…, ella era…
Los gemelos supieron de repente lo que debían hacer. La respuesta a todo aquello
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llegó con claridad a través del torbellino oscuro que eran sus mentes en ese momento, y les
mostró el camino. Llegaron a las escaleras y las bajaron mientras formaban un plan en sus
cabezas, comprendiendo que había llegado el momento en que pronto estarían juntos de
nuevo y de verdad, porque por fin había llegado la hora para ello.
Pero antes de eso, debían destruirlo todo.
—Me cago… —soltó Steve, y al no ocurrírsele qué más decir, lo repitió.
—Así que Alexia jamás ha estado aquí —dijo Claire. Su rostro mostraba una
expresión de asombro que Steve sospechaba era la misma que había en su propia cara. Ella
se acercó hasta la peluca y la recogió del suelo mientras meneaba la cabeza—. ¿Crees que
Alexia ha existido alguna vez de verdad?
—Quizá cuando era una niña—contestó Steve—. Uno de los guardias más antiguos
de la prisión dijo que la había visto una vez, hace unos veinte años, cuando Alexander
Ashford estaba a cargo de todo.
Se quedaron unos cuantos segundos mirando simplemente la habitación. Steve pensó
en la expresión de la cara de Alfred cuando se había visto a sí mismo en el espejo. Había
sido tan patético que casi sintió lástima por el tipo.
Siempre creyó que su hermana estaba aquí, con él, probablemente la única persona en el
mundo que no pensaba que él era un capullo…, y resulta que ni siquiera tenía eso…
Claire se estremeció de repente, como si le hubiera dado un escalofrío, y los hizo
volver a la realidad.
—Será mejor que nos pongamos a buscar las llaves antes de que uno de los gemelos
regrese.
Señaló con un gesto de la cabeza la estrecha escalera que había en la cabecera de la
cama. Llevaba hasta un recuadro abierto en el techo.
—Yo miraré ahí arriba. Tú échale un vistazo a estas habitaciones.
Steve asintió y comenzó a abrir cajones y a rebuscar en ellos mientras Claire
desaparecía a través de la abertura en el techo.
—No te vas a creer lo que hay aquí arriba —gritó Claire justo en el momento en que
Steve abría un cajón repleto de piezas de encaje de seda: sujetadores, bragas, medias y
unas cuantas cosas más que ni siquiera tenía idea de para qué servían.
—Lo mismo digo —gritó a su vez, mientras se preguntaba hasta qué extremos había
llegado Alfred para comportarse como Alexia. Decidió que en realidad no quería ni
saberlo.
Se acercó a la mesa de maquillaje y oyó a Claire caminar por la estancia superior
mientras él comenzaba a registrarla. Encontró muchos perfumes y piezas de joyería, pero
ni pruebas ni emblemas, ni siquiera una llave normal.
—Nada todavía, pero…, ¡eh, hay otra escalera! —gritó Claire.
Eso es bueno, pensó Steve. Encontró una caja de sobres con el papel estampado con
pequeñas flores blancas. Cada vez estaba más nervioso con la idea de que Alfred
regresara, y quería salir de aquella habitación enloquecida con psicosis de hermana.
Había una pequeña tarjeta blanca encima de la pila de sobres. La recogió y se fijó en
la caligrafía femenina de fuerte carácter al leerla:
«Queridísimo Alfred: eres un soldado valiente y brillante que siempre luchas por devolver a la
familia Ashford su antiguo esplendor. Siempre pienso en ti, mi amado. Alexia».
Aagh… Steve dejó caer la tarjeta y puso cara de asco. ¿Se lo imaginaba, o era que
Alfred había creado una relación muy antinatural con su hermana imaginaria?
Sí, pero no era real, no podían hacer nada… físico. Aagh y aagh. Steve decidió de nuevo
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que no quería ni saberlo.
—¡Steve! ¡Steve! ¡Creo que las he encontrado! ¡Bajo!
Steve se sintió inundado por una irrefrenable sensación de optimismo y esperanza.
Se giró hacia la escalera con aquellas palabras mágicas resonándole todavía en los oídos.
—¿No te estás quedando conmigo? —le preguntó.
Lo primero que apareció fueron las atractivas piernas. Su voz era mucho más clara y
Steve notó el mismo nerviosismo y emoción en su respuesta mientras descendía.
—No me estoy quedando contigo. Había un tiovivo ahí arriba, y un ático encima de
la habitación… Mira esta llave en forma de libélula…
De repente, comenzó a sonar una alarma y el eco se extendió por todo el gigantesco
edificio de forma insistente y con fuerza. Claire se bajó de un salto de la cama. Llevaba tres
llaves y un objeto metálico estrecho y alargado en la mano. Se miraron el uno al otro e
intercambiaron una expresión de temor, y Steve se dio cuenta de que la alarma también se
oía en el exterior de la casa, acompañada del sonido metálico chirriante de unos altavoces
potentes, pero de mala calidad. Parecía que el mensaje iba dirigido a todos los residentes
en la isla.
Antes de que ninguno de los dos pudiera decir ni una sola palabra, una voz tranquila
empezó a hablar al mismo tiempo que seguían sonando las sirenas. Era una voz femenina,
suave, la voz de un mensaje grabado.
«Se ha activado el mecanismo de autodestrucción. Todo el personal debe marcharse
inmediatamente. Se ha activado el mecanismo de autodestrucción. Todo el personal…»
—Ese cabrón —exclamó Claire, y Steve asintió con vehemencia mientras maldecía en
silencio al psicópata pomposo, pero sólo durante un par de segundos. Tenían que llegar a
aquel avión.
—Vámonos —dijo Steve.
Recogió el rifle de Alfred del suelo y le puso una mano en la espalda a Claire para
urgirla a que se pusiera en marcha. El centro de detención y las instalaciones de
entrenamiento de Umbrella en Rockfort, el lugar donde Steve había lamentado la muerte
de su madre y donde había perdido a su padre, donde el último descendiente de la familia
Ashford se había ido volviendo loco de un modo discreto y donde los enemigos de
Umbrella habían desencadenado el principio del fin, estaba a punto de desaparecer, y no
tenía ninguna intención de estar allí cuando eso ocurriera.
A Claire no le hacía falta que la aconsejara precisamente sobre ese tema en concreto.
Salieron por la puerta casi a la vez y echaron a correr, dejando atrás los patéticos restos de
la retorcida fantasía de Alfred.
Alfred y Alexia se dirigieron corriendo a la sala de control principal después de
activar la secuencia de autodestrucción. Alexia se puso a trabajar con la consola de
complicados mandos. A su alrededor, las luces parpadeaban y los ordenadores impartían
órdenes por encima del ruido de las sirenas. Era todo un espectáculo, incómodo para ella,
pero terrorífico sin duda para los asesinos.
Alexia tenía un plan de huida, que incluía una llave hasta el hangar subterráneo
donde se encontraban los aviones a reacción de despegue vertical, pero antes tenía que
estar segura de que los jóvenes plebeyos se quedaban en la isla. Hasta que no supiera con
certeza que morirían, ni ella ni Alfred se podrían marchar.
Oh, sí, vaya si morirán, pensó Alexia sonriendo. Tenía la esperanza de que no les
alcanzara ninguna explosión directa. Sería mejor que sufrieran alguna herida provocada
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por los cascotes y demás restos, que vivieran atormentados mientras sus existencias se
iban apagando poco a poco…, o quizá los depredadores supervivientes de la isla los
acecharían y los matarían, devorándolos a dolorosos mordiscos.
Alexia conectó las cámaras de seguridad de la mansión común y de los terrenos que
la rodeaban, ansiosa por ver a Claire y a su pequeño caballero acobardados y agazapados
en un rincón, o gritando de pánico. No vio nada de aquello: la mansión estaba vacía, y las
alarmas y las sirenas que avisaban del desastre inminente seguían su tarea de forma inútil,
alertando a los pasillos vacíos y a las habitaciones cerradas.
Puede que todavía estén en nuestra casa, que tengan demasiado miedo como para salir, con la
patética esperanza de que la destrucción no les afectará si se quedan allí… No sería así, por
supuesto. No había ningún sitio en la isla donde pudieran estar a salvo de las
explosiones…
Alexia los vio en ese momento y sintió que su buen humor desaparecía por ensalmo
y que su odio hervía de nuevo para convertirse en una rabia furibunda. La pantalla
mostraba que los dos se encontraban en el atracadero del submarino y que el muchacho
estaba haciendo girar la rueda. El cielo comenzaba a aclararse, pasando del negro al azul
oscuro. La pálida luz de la luna que se estaba poniendo iluminó su plan furtivo y astuto.
No. No tenían ninguna posibilidad. Sí, era cierto que el avión de carga vacío seguía en su
sitio, con el puente elevado, pero Alfred había tirado las llaves maestras al mar después
del comienzo del ataque aéreo. No creerían de verdad que tenían alguna posibilidad de…
¡Pero han estado en mis estancias privadas!
—¡No! —aulló Alexia, y lanzó un puñetazo contra la consola de mandos, poseída por
la rabia. No lo permitiría. ¡No lo permitiría! ¡Los mataría ella misma, les sacaría los ojos
con las uñas, los destrozaría!
No te olvides del Tirano, le susurró su hermano al oído. La furia de Alexia se convirtió
en una alegría exultante. ¡Sí! ¡Sí! ¡El Tirano, que todavía estaba en su cámara de estasis! Y
ya era lo bastante inteligente para poder obedecer órdenes, siempre que fueran sencillas y
que indicaran con exactitud lo que se quería.
—¡No os escaparéis! —gritó Alexia entre carcajadas mientras bailaba para celebrar su
victoria…, y, un momento después, Alfred se unió a ella, incapaz de resistirse a aceptar lo
maravilloso, lo satisfactorio que iba a ser todo aquello, justo cuando la computadora
central cambió su cantinela y comenzó la cuenta atrás.
Su huida hacia el avión fue como un borrón en la memoria: una carrera enloquecida
para salir de la mansión de los Ashford y bajar por la superficie empapada de la colina
hasta la siguiente mansión, para bajar luego las escaleras, a las que siguieron más escaleras
hasta llegar por fin a un muelle diminuto donde Steve hizo aparecer el submarino. Con
cada paso que daban, las alarmas sonaban más y más deprisa mientras el mensaje repetido
una y otra vez les recordaba lo que era obvio.
La suave voz femenina cambió justo cuando estaban subiendo al submarino, y dejó
de repetir el mensaje anterior para comenzar uno nuevo, y aunque las palabras no eran
exactamente las mismas, Claire tuvo un vívido recuerdo de lo ocurrido en Raccoon City:
estaba de pie en una estación de metro mientras otro mensaje de autodestrucción
anunciaba que el final ya estaba cerca.
«Se ha activado la secuencia de autodestrucción. Quedan cinco minutos para la
detonación inicial.»
—Más vale que salgamos volando de aquí —dijo Steve.
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Era lo primero que decía desde que habían salido a la carrera de la mansión, y a
pesar del miedo que sentía por la posibilidad de que no salieran de allí a tiempo, a pesar
del agotamiento y de los horribles recuerdos que sin duda se llevaría con ella, el
comentario de Steve le pareció hilarante.
Pero, ¿es que nos vamos de aquí volando, o no?
Claire empezó a reírse, y aunque intentó parar de inmediato, no pudo lograrlo. Le
pareció que ni siquiera su muerte inminente podría detener las risas. Era eso o que la
histeria era mucho más divertida de lo que ella había esperado y la expresión que Steve
tenía en la cara no la estaba ayudando mucho.
Histérica o no, sabía que tenían que seguir corriendo.
—Vámonos —dijo entre risas y casi ahogada, ayudándose de un gesto.
Steve, sin dejar de mirarla como si se hubiera vuelto loca, la agarró del brazo y tiró de
ella. Después de dar unos cuantos pasos tambaleantes y de darse cuenta de que era posible
que su ataque de risa acabara matándolos a los dos, Claire logró controlarse.
—Estoy bien —dijo, respirando profundamente, y Steve la soltó a la vez que un gesto
de evidente alivio cruzaba por su cara.
Bajaron corriendo por otras escaleras y atravesaron un túnel que parecía estar bajo el
agua. Cuando llegaron a la puerta que había al otro extremo, la voz del ordenador les
informó de que había pasado otro minuto, y de que sólo les quedaban cuatro. Si antes
había existido alguna posibilidad de que se le repitiera el ataque de risa, aquello la había
hecho desaparecer.
Steve abrió la puerta de un empellón y giró hacia la izquierda, y los dos pasaron de
varios saltos por encima de un trío de cadáveres, todos portadores del virus y todos
vestidos con uniformes de Umbrella. Claire se acordó de Rodrigo de repente y sintió una
punzada en el corazón. Deseó que estuviera a salvo donde se encontrara en ese momento,
o que se encontrara lo suficientemente mejor como para alejarse de los edificios…, pero no
pudo engañarse sobre las posibilidades que tenía. Le deseó suerte en silencio y luego
procuró olvidarse de él para concentrarse en seguir a Steve y atravesar otra puerta.
Su carrera terminó en una caverna enorme y oscura cubierta de andamios de metal:
un hangar para hidroaviones. Su esperanza de lograr huir estaba justo delante de ellos:
una pequeña aeronave de carga que flotaba precisamente debajo de la plataforma de
descarga sobre la que ellos estaban. A la derecha, no muy lejos, la luz previa al amanecer
mostraba la enorme salida al mar.
—Por allí —dijo Steve, y se dirigió corriendo hacia un pequeño ascensor que había en
el borde de la plataforma y que tenía una consola de mandos. Claire corrió detrás de él
mientras rebuscaba en su riñonera para sacar las tres llaves poliédricas.
«Se ha activado la secuencia de autodestrucción. Quedan tres minutos para la
detonación inicial.»
La consola de mandos tenía un panel en la parte superior con tres huecos de forma
hexagonal. Steve agarró dos de las llaves y ambos introdujeron y empujaron a la vez las
tres.
Oh, por favor, tío, por favor…
Se oyó un chasquido muy audible…, y los controles del panel de mandos se
encendieron y surgió un zumbido profundo de debajo de la maquinaria que sobresalía.
Steve soltó una carcajada y Claire se dio cuenta de que había estado conteniendo la
respiración cuando por fin logró respirar de nuevo.
—Agárrate a algo —le dijo Steve, y pasó la mano por encima de los mandos
encendiendo todos los controles.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
El ascensor se puso en marcha con un pequeño salto y empezó a bajar en ángulo
inclinado a la vez que la puerta redonda lateral del avión se abría hacia abajo hasta formar
una especie de escalerilla. A Claire le pareció que todo pasaba a cámara lenta, envuelta en
una especie de irrealidad mientras el ascensor llegaba a la base de los escalones y se
detenía con una nueva sacudida. Era difícil creer que estuviera ocurriendo por fin, que
estuvieran a punto de marcharse de aquella maldita isla de Umbrella.
¡A la mierda con creérselo! ¡Vámonos ya!
Subieron a bordo del avión y Steve se dirigió corriendo a la cabina de mando para
poner en marcha el aparato mientras Claire echaba un vistazo al resto de la aeronave: el
grueso del artefacto estaba constituido por un compartimento de carga separado de la
cabina por una mampara de metal a prueba de ruido. No había comodidades de ninguna
clase excepto un pequeño retrete con una puerta detrás del asiento del piloto, pero al
menos había un armarito en la parte posterior de la cabina de mando con un par de
bidones de agua de dos litros, para gran alivio de Claire.
Siguieron oyendo, aunque como un ruido apagado, la grabación que resonaba por
todo el hangar mientras Steve pulsaba el mando que cerraba la puerta. La escotilla de
entrada se alzó y se cerró sellando el avión cuando quedaban dos minutos. Claire se sentó
a su lado, con el corazón a punto de sal írsele por la boca: dos minutos era apenas nada.
Quería ayudarlo, preguntarle qué podía hacer, pero Steve estaba concentrado por
completo en el panel de instrumentos. Recordó que él había comentado que poseía «leves»
nociones de pilotaje, pero puesto que ella no tenía ningunas en absoluto, no iba a quejarse.
Los segundos fueron pasando y tuvo que esforzarse para no empezar a balbucear de puro
nerviosismo, para no hacer nada que pudiera distraerlo.
Los motores del avión se encendieron con un rugido y el sonido fue creciendo y
creciendo y haciéndose más agudo. Los nervios de Claire se tensaron a juego con el
ruido…, y cuando la temida voz femenina del ordenador habló de nuevo, Claire se percató
de que estaba agarrada con todas sus fuerzas a la parte posterior de la silla de Steve y de
que tenía los nudillos blancos por la tensión.
«Queda un minuto para la detonación inicial. Cincuenta y nueve…, cincuenta y
ocho…, cincuenta y siete…»
¿Qué pasará si es demasiado complicado, si no lo logra?, pensó Claire, bastante segura de
que ella misma estaba a punto de explotar.
«Cuarenta y cuatro…, cuarenta y tres…»
Steve se enderezó de repente y empujó hacia adelante una palanca que tenía a la
derecha antes de colocar las manos sobre el timón. El ruido de los motores se incrementó
más y más todavía, y lenta, muy lentamente, el avión comenzó a avanzar.
—¿Estás lista? —le preguntó Steve con una sonrisa, y Claire casi se desmayó del
alivio. Sintió las rodillas débiles y temblorosas.
«Treinta…, veintinueve…, veintiocho…»
El avión siguió avanzando y pasó por debajo de un puente metálico no demasiado
elevado y lo bastante cerca de la puerta como para ver las olas romper contra sus costados
de metal. Oyeron un fuerte golpe en el techo, como si el puente hubiese rozado la parte
superior del avión, pero siguieron moviéndose de forma lenta pero incesante.
«Diecisiete…, dieciséis…»
Cuando Steve hizo que el avión entrara en aguas abiertas, la cuenta atrás había
llegado a diez…, y después ya estuvo demasiado lejos como para oírla, ya que los motores
rugieron a plena potencia y aceleraron. El suave avance se hizo más agitado cuando
comenzaron a saltar por encima de las olas. Había la claridad suficiente en el cielo para
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
que Claire pudiera ver la costa de la isla a su derecha, llena de rocas traicioneras. Buena
parte de la costa de Rockfort eran acantilados que se alzaban sobre el agua como murallas
rugosas de una fortaleza.
Claire vio las primeras explosiones justo en el momento en que Steve tiraba de la
palanca de mando para hacer que el avión se elevara. El sonido les llegó un segundo
después: una serie de estampidos rugientes y profundos que se quedaron atrás con
rapidez cuando Steve elevó por fin el aparato.
Unas gigantescas nubes y columnas de humo negro se alzaron bajo la incipiente luz
del amanecer mientras el avión de carga ascendía, y proyectaron unas largas sombras
sobre los edificios que se derrumbaban. Las llamas surgieron por doquier, y aunque Claire
no conocía la disposición exacta de las distintas partes del lugar que estaba observando,
creyó ver la residencia privada de los Ashford consumida por un incendio, una inmensa
luz anaranjada que surgía de detrás de lo que quedaba de la mansión. Todavía quedaban
algunas estructuras en pie, pero les faltaban enormes trozos, convertidos en polvo y en
escombros.
Claire inspiró profundamente y después dejó escapar el aire con lentitud, sintiendo
cómo unos cuantos músculos agarrotados se destensaban. Ya había acabado. Otra
instalación de Umbrella destruida, y todo debido al incumplimiento de la integridad
científica, al vacío moral que parecía ser un componente fundamental en la política
comercial de la compañía. Deseó que el alma retorcida y torturada de Alfred Ashford
hubiera encontrado por fin alguna clase de paz…, o lo que mereciese de verdad.
—Bueno, ¿y adónde vamos? —preguntó Steve con despreocupación, y Claire, de
vuelta a la realidad, se apartó de la ventanilla lateral sonriendo, dispuesta a besar al piloto.
Steve la miró a los ojos, también sonriendo, y ambos entrecruzaron sus miradas…, y
a medida que los segundos se fueron alargando en ese intercambio visual, ella pensó por
primera vez que Steve no era tan sólo un chaval. Ningún chaval la miraría del modo que
lo estaba haciendo él…, y a pesar de la firme decisión que había tomado de no animarlo en
absoluto, no apartó la mirada. Sin duda, era un individuo atractivo, pero había pasado la
mayor parte de las doce horas anteriores considerándolo un hermano menor
incordiante…, algo que no era fácil de olvidar, aunque hubiese querido hacerlo. Por otro
lado, después de lo que habían pasado juntos, también se sentía muy unida a él de un
modo sólido, fuerte, con un afecto que le parecía perfectamente natural y…
Claire fue la primera en apartar la vista. Llevaban a salvo tan sólo un minuto y
medio: quería pensar un poco en todo aquello antes de seguir adelante.
Steve volvió a concentrarse en los mandos, aunque parecía un poco encendido…, y
justo entonces oyeron otro golpe en el techo, como cuando habían salido del hangar.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Claire mirando hacia arriba, como si realmente
esperase ver algo a través del metal.
—No tengo ni idea —contestó Steve frunciendo el entrecejo—. Ahí arriba no hay
nada, así que…
¡CRAAAACCC!
El avión pareció dar un salto en el aire y Steve se apresuró a compensar la maniobra
imprevista. Claire miró de forma instintiva hacia atrás. El tremendo crujido había sonado
en el compartimento de carga.
—La puerta del compartimento de carga principal está abierta —dijo Steve
golpeando con el dedo una pequeña luz parpadeante del panel de mandos, y apretó otro
botón—. No puedo hacer que se cierre de nuevo.
—Echaré un vistazo —le contestó Claire, y sonrió por el gesto de incomodidad de
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Steve—. Tú procura que sigamos volando, ¿vale? Te prometo que no pienso saltar en
marcha.
Se giró hacia el compartimento de carga y, en cuanto Steve apartó la vista, recogió el
rifle de Alfred, que estaba apoyado en el respaldo del asiento del piloto. Todavía tenía la
semiautomática, pero la mira láser del rifle implicaba disponer de una puntería precisa…,
aparte de que, como no quería dejar el avión hecho un colador con agujeros de bala, lo
mejor sería utilizar el arma de calibre veintidós. Sabía que existían uno o dos monstruos en
la isla, y era posible que alguno de ellos hubiese acabado como polizón, pero no quería
que Steve se preocupara o que se involucrara en aquello. Tanto ella como él mismo
necesitaban que permaneciese a los mandos del avión.
Sea lo que sea, tendré que ser yo quien se encargue de ello, pensó, ceñuda, mientras se
disponía a abrir la puerta. Le pareció que probablemente estaba reaccionando
excesivamente ante lo que seguramente sería una avería menor, como un panel suelto y
una bisagra rota. Abrió la puerta y pasó de un salto. La cerró de un portazo antes de que
Steve pudiera oír con claridad aquel ruido.
Con que avería menor…
Toda la parte posterior del compartimento de carga había desaparecido por
completo. Habían arrancado la compuerta y las nubes y el cielo azul pasaban a una
velocidad increíble. Claire dio un paso adelante, confundida…, y vio cuál era el problema.
El señor X, pensó por un momento al recordar al ser monstruoso que había
encontrado en Raccoon City, su perseguidor incansable vestido con un abrigo largo de
color negro; pero la criatura que se encontraba sobre el montacargas hidráulico no era la
misma. Tenía forma humanoide, de un tamaño gigantesco y sin un solo cabello, al igual
que aquel monstruoso X, pero también era de mayor estatura, con unos hombros anchos
hasta lo increíble y un abdomen de abultados músculos. No parecía tener sexo alguno, y
su entrepierna no era más que un bulto sin forma. Las manos ya no eran humanas sino
algo mucho más letal. Su puño izquierdo era una maza repleta de pinchos metálicos y de
un tamaño mayor que la cabeza de la propia Claire, y su mano derecha era una
extremidad híbrida, combinación de carne y cuchillos de aspecto afilado. Dos de ellos
medían más de treinta centímetros.
Y no lleva abrigo, pensó de forma inopinada mientras el monstruo se giraba y centraba
aquellos ojos blancos que parecían sufrir cataratas en ella antes de inclinar la cabeza hacia
arriba y lanzar un rugido tremendo de rabia sangrienta y furia asesina.
Claire, aterrorizada pero decidida, alzó su arma, que de repente le pareció patética,
cuando la criatura se dirigió hacia ella y colocó el punto rojo sobre el monstruoso ojo
derecho monocolor. Apretó el gatillo…, y oyó el chasquido del percutor al golpear en la
recámara vacía.
Fue un ruido ensordecedor que resonó incluso por encima del rugido del viento que
llegaba desde el exterior.
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CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 9
No existía una maldición lo bastante fuerte para expresar por completo su
desesperación. Claire dejó caer inmediatamente el rifle inútil y echó a correr hacia la
derecha, esquivándolo. No quería acabar atrapada en una esquina. No podía creer que no
le hubiera echado un vistazo al cargador del puñetero rifle. Había seis o siete cajas
apiladas contra el mamparo de la puerta de la cabina de mando, pero allí no podía
ponerse a cubierto, a ninguno de los lados. Aquel ser la iba a atrapar.
¡Venga, venga, venga!
La pesada criatura se giró con lentitud, siguiéndola mientras ella corría a lo largo del
costado derecho del avión. Sacó la pistola de debajo de su cinturón y le quitó el seguro sin
mirar, temerosa de apartar sus ojos del monstruo ni siquiera un momento. La criatura
avanzó dando pisotones con sus piernas como troncos, concentrado de un modo
inquietante en cada paso que daba ella.
El compartimento de carga no era demasiado grande, poco más de diez metros de
largo por cuatro de ancho. Llegó en un momento al otro lado del avión, a la parte
posterior. El aire helado comenzó a tirar de ella intentando arrastrarla hacia las nubes.
Claire echó a correr semiagachada y cruzó el espacio que la separaba de la otra pared
procurando no pensar en lo que ocurriría si tropezaba antes de lograr agarrarse a un
reborde metálico con dedos temblorosos.
La criatura todavía estaba a más de seis metros de ella. Claire se mantuvo agarrada a
la pared, esperando a que estuviera más cerca para echar a correr de nuevo. Al menos, era
un bicho bastante lento, pero tenía que pensar en algo y con rapidez. No podía estar
siempre dando vueltas y vueltas en el compartimento.
Estaba observando a la criatura, la veía con claridad…, pero lo que ocurrió a
continuación le pareció una especie de ilusión óptica. La criatura agachó un poco su
cabeza plateada…, y de repente se situó a tan sólo un par de metros de ella. La distancia se
había reducido en una fracción de segundo. Ya estaba dejando caer su brazo derecho, y las
cuchillas resplandecientes cruzaban el aire con un silbido audible y característico…
Claire no pensó: actuó. Sintió de improvisó el estómago en la boca y no fue
consciente de su propio movimiento. Durante una fracción de segundo no fue más que un
cuerpo que se agachaba y echaba a correr…, y después, ya estaba al otro lado del avión, al
lado de las cajas apiladas, mirando cómo la criatura se daba la vuelta de forma lenta, muy
lenta.
¡Joder, a la mierda!
El avión sobreviviría si le abría unos cuantos agujeros. Disparó ocho veces hacia el
centro de su pecho…, y todas las balas impactaron en estrecho agrupamiento sobre el
objetivo. Vio que los agujeros de bordes ennegrecidos se abrían muy cerca de donde
debería estar su corazón si fuera humano, pero no salió sangre, sino un tejido oscuro y
húmedo que formó unos bultos esponjosos sobre las heridas. La criatura se detuvo en
seco…, y comenzó a avanzar de nuevo menos de dos segundos después, un paso tras otro,
con lentitud, pero sin cambiar su centro de atención.
Sintió una punzada de pánico.
Tengo que salir de aquí, me va a matar, tengo que llamar a Steve, a lo mejor con otra pistola…
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
No, no podía, y además, no serviría de nada, tan sólo empeoraría la situación. El
señor X había sido programado con un único objetivo: obtener una muestra del virus.
Claire sospechaba que aquella criatura iba a por ella en concreto, así que si entraba en la
cabina y cerraba la puerta, el monstruo seguramente arrancaría la puerta y la mataría a
ella…, y a Steve. Si se quedaba en el compartimento de carga, Steve al menos tendría una
oportunidad. Además, las únicas armas que tenían a bordo eran pistolas de calibre nueve
milímetros, y si aquel bicho podía recibir ocho tiros en el pecho sin venirse abajo, otra
pistola no iba a suponer mucha diferencia.
Intenta pegarle un tiro en la cabeza, como con el otro monstruo.
Podía intentarlo, pero tenía la sospecha de que algo como aquello que no sangraba
tampoco se quedaría ciego. Tenía unos ojos muy extraños, y a lo mejor incluso ni los
utilizaba para ver…, eso sin contar que estaban en el interior de un avión en pleno vuelo
que no paraba de moverse y de estremecerse. ¿Cómo iba a poder apuntar en condiciones
sin una mira, y mucho menos acertar?
Todo aquello pasó por su mente en menos de un segundo, y a continuación se puso
en movimiento de nuevo, en dirección a la parte posterior del avión otra vez. Tenía miedo
de echar a correr, tenía miedo de quedarse quieta, y se preguntó cuánto tardaría el
monstruo en abalanzarse una vez más y qué es lo que haría para…
La criatura agachó la cabeza como había hecho antes, y el cuerpo de Claire reaccionó
como en la otra ocasión, pero mientras tanto, se le ocurrió una idea. Se alejó de la pared y
corrió hacia la criatura, pero echándose a un lado.
Si esto no funciona, estoy muerta…
Y sintió el frío de su extraña carne cuando pasó a toda velocidad a su lado. Estuvo
tan cerca que olió la podredumbre de su cuerpo…, y un momento después ambos estaban
en lados opuestos de aquel espacio abierto y el monstruo se estaba dando la vuelta de
forma mecánica otra vez. Había funcionado, pero por los pelos: si hubiese estado un
centímetro más cerca, si ella hubiese sido una fracción de segundo más lenta, todo habría
acabado ya.
La pistola no servía, no podía huir de allí, así que era la criatura la que tenía que salir,
pero ¿cómo? La corriente de aire que salía por el hueco posterior abierto en el
compartimento era fuerte, pero si ella podía resistirlo, el pesado monstruo sin duda ni lo
notaría… Tenía que lograr que perdiera el equilibrio. Quizá si lo atraía hasta la abertura y
lo hacía tropezar, pero no tenía tanta fuerza…
¡Piensa, maldita sea! Ya se dirigía hacia ella de nuevo, un paso, dos. Apartó la mirada
el tiempo suficiente para echar un rápido vistazo a la zona de suelo que estaba cerca de la
abertura en busca de algo que lo hiciera tropezar, quizá la cinta mecánica…
La cinta mecánica hidráulica.
Se utilizaba para llevar las cajas más pesadas hasta la parte trasera del avión y
descargarlas. De hecho, había dos cajas vacías en la plataforma metálica al comienzo de la
cinta, a pocos pasos de la puerta que llevaba a la cabina de mando. Los mandos que la
controlaban estaban situados en la pared exterior, justo delante de la puerta.
Es demasiado lenta, no servirá. Pero…, era lenta porque normalmente iba cargada con
algo pesado: si sólo había una o dos cajas vacías sobre ella, ¿cuan rápidamente iría? Tenía
que llegar hasta los controles y ver…
Notó un movimiento de refilón y la maza llena de pinchos apareció de repente,
directa hacia un lado de su cabeza. Claire saltó hacia adelante y se echó a un lado de un
modo instintivo, pero no fue lo bastante veloz. Los pinchos no llegaron a darle, pero sí lo
hizo el fuerte antebrazo, que le impactó dolorosamente contra la oreja y la lanzó al suelo.
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La criatura se agachó un poco de forma instantánea y golpeó con el brazo derecho,
pero ella ya se había apartado y se puso a rodar por el suelo en cuanto cayó. Las cuchillas
de la mano arañaron con fuerza el suelo e hicieron saltar chispas. La criatura lanzó un
aullido de rabia cuando Claire se puso en pie de un salto intentando no hacer caso a la
oreja palpitante de dolor ni a los puntitos negros que asomaban en los bordes de su campo
de visión. Echó a correr hacia los mandos de la cinta hidráulica a la vez que la criatura
también se ponía en pie. El monstruo se movía de nuevo de forma mecánica, mostrando
tanta falta de sentimientos como furia había tenido tan sólo unos segundos antes.
Claire dio unas cuantas zancadas y enseguida estuvo al lado de los mandos de la
cinta. Era un panel de control bastante sencillo: un botón de encendido, un marcador que
indicaba el peso aproximado de la carga, los botones de avance y retroceso, una pequeña
pantalla digital indicadora y un apagado de emergencia. Claire pulsó el botón de
encendido y llevó el marcador hasta la anotación máxima de carga, poco menos de tres
toneladas.
Echó una mirada hacia la criatura, todavía a una distancia segura, y vio que sólo
estaba a un paso o dos de colocarse en la trayectoria de la plataforma de la cinta. Puso la
mano encima del botón azul de avance que la haría salir disparada hacia la salida del
compartimento de carga a una velocidad tremenda. Con tan sólo unos cuantos kilos de
contenedor donde se suponía que tenía que haber tres toneladas, derribaría a la criatura
como un bolo.
Casi… Casi… ¡Ahora!
Claire apretó el botón cuando la criatura ya estaba casi sobre la cinta mecánica…, y
no ocurrió nada.
¡Mierda!
Miró de nuevo el botón de encendido. Quizá no lo había pulsado bien…, y fue
entonces cuando vio lo que ponía en la pequeña pantalla digital. Soltó un quejido. Ponía
simplemente: «Recarga en proceso: espere la señal».
¡Dios!, ¿y cuánto tardará?
La criatura todavía estaba a unos seis metros y caminaba sobre la cinta casi en
silencio. No dispondría de otra oportunidad mejor, porque, entre otras cosas, el siguiente
golpe podría matarla…, pero si se quedaba allí, donde estaba, y el monstruo llegaba hasta
ella antes de que el motor del aparato estuviese cargado, quedaría atrapada entre la pared
y las cajas almacenadas a su lado. La machacaría contra la puerta de la cabina de mando.
Es mejor que eche a correr.
Es mejor que me quede donde estoy.
Claire dudó un instante de más y la criatura se abalanzó sobre ella de nuevo. Avanzó
como una catástrofe natural y fue demasiado tarde, ya no tenía ni tiempo de darse la
vuelta para refugiarse en la cabina…
¡Ping!
La criatura comenzó a bajar el brazo izquierdo para golpearla al mismo tiempo que
Claire apretaba el botón y cerraba los ojos con fuerza, segura de que el mundo iba a
desaparecer en una oleada de dolor, un momento antes de que el monstruo saliera
disparado hacia atrás alejándose de ella cuando las cajas lo golpearon en las piernas y lo
hicieron salir catapultado de espaldas. La criatura utilizó aquel increíble poder de
aceleración antes de que a ella le diera tiempo a aceptar que su plan estaba funcionando, y
se agarró a la parte frontal del contenedor para intentar recuperar el equilibrio y avanzar
de nuevo…
Pero Claire no quiso esperar a ver cuál de las dos fuerzas era más poderosa. Empezó
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a disparar y le metió dos, tres balazos en la cabeza. Los proyectiles rebotaron de un modo
inofensivo en el cráneo blindado, pero lo distrajeron. La criatura luchó otro medio
segundo antes de que ella y las cajas vacías desaparecieran al hundirse en el profundo
cielo plomizo.
Claire se quedó mirando al cielo que pasaba por la abertura durante unos momentos,
sabiendo que debería sentirse tremendamente aliviada: había matado al monstruo, había
sobrevivido a otro desastre provocado por Umbrella, estaban, por fin, a salvo…, pero
también estaba totalmente agotada, y cualquier posibilidad de sentir alguna clase de
emoción fuerte había salido por la abertura junto al hermano mayor del señor X.
—Por favor, que se haya acabado —dijo en voz baja antes de darse la vuelta y abrir la
puerta para entrar en la cabina de mando.
Steve echó la vista atrás y frunció el entrecejo mientras ella subía los dos escalones
que llevaban a la zona de pilotaje.
—¿Qué ha pasado? ¿Va todo bien?
Claire asintió y se dejó caer en el asiento de al lado, completamente exhausta.
—Sí. Un nuevo gol para los chicos buenos. Ah, por cierto, la compuerta de carga
posterior ha desaparecido por completo.
—¿Estás de broma? —preguntó Steve.
—No —contestó ella, y un momento después bostezó con todas sus ganas,
repentinamente abrumada por el cansancio—. Oye, voy a descansar un momento. Si me
quedo dormida, despiértame a los cinco minutos, ¿vale?
—Vale —contestó Steve, que parecía seguir confundido—. ¿La compuerta ha
desaparecido por completo?
Claire no le respondió. La oscuridad se abalanzaba sobre ella, su cuerpo se disolvía
en el asiento…
Steve empezó a sacudirla, repitiendo su nombre una y otra vez.
—¡Claire! ¡Claire!
—Sí —murmuró ella, segura de que no se había quedado dormida en cuanto abrió
los ojos. Se preguntó por qué Steve querría torturarla de ese modo…, hasta que vio la
expresión de su cara, y una sensación de alarma la espabiló del todo.
—¿Qué?, ¿qué pasa? —preguntó mientras se sentaba.
Steve parecía muy preocupado.
—Hace menos de un minuto cambiamos de rumbo y los mandos se bloquearon de
repente —contestó—. No sé qué está pasando. No hay radio, pero todo lo demás funciona
a la perfección…, sólo que no puedo virar, ni cambiar de altitud o de velocidad. Parece
atascado en el piloto automático.
Se oyó un chasquido procedente de encima de sus cabezas antes de que ella tuviera
tiempo de contestar. Se trataba de una pequeña pantalla situada en el techo de la cabina y
en la que Claire no se había fijado antes. Unas cuantas rayas de distorsión aparecieron y
permanecieron durante unos momentos, pero cuando por fin les llegó la imagen, fue
bastante clara.
¡Alfred!
Él también parecía estar volando. Estaba sentado en el asiento delantero de un avión
a reacción de dos plazas, o en un aparato similar. Todavía tenía manchas de maquillaje por
toda la cara y los bordes de los ojos resaltados de negro, y cuando habló, lo hizo con la voz
de Alexia.
—Os pido disculpas —dijo con voz suave—, pero no puedo permitir que os escapéis.
Al parecer, habéis logrado desembarazaros de otro de mis juguetitos. Sois muy traviesos.
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—Psicópata travestido —le respondió Steve con un gruñido, pero Alfred o no lo oyó,
o no le importó.
—Disfrutad del viaje —siguió diciendo Alfred entre risitas, la pantalla se apagó
después de una descarga estática final.
Claire se quedó mirando a Steve, quien la observó con un sentimiento de inutilidad,
y después ambos se quedaron mirando el mar de nubes y cómo los primeros rayos de sol
las atravesaban.
Steve soñaba con su padre cuando se despertó sobresaltado, atemorizado por alguna
razón. El sueño fue desapareciendo mientras se daba cuenta de dónde se encontraba.
Claire dejó escapar un leve sonido somnoliento desde la parte posterior de su garganta y
se arrebujó contra él colocando mejor la cabeza sobre el hombro izquierdo de Steve. Sintió
su respiración tibia contra el pecho.
Ah, pensó él, sin querer moverse por temor a despertarla. Se habían quedado
dormidos uno al lado del otro apoyados contra la pared de la cabina de mando, y, por lo
que parecía, se habían acercado bastante en algún momento del sueño. No tenía ni idea de
la hora que era, o cuánto tiempo habían dormido, pero todavía estaban en el aire, y la luz
apagada del sol seguía entrando por las ventanas.
Habían hablado durante un rato después de que Alfred se hubiera hecho con el
control del avión, pero no sobre lo que harían al final de aquel vuelo secuestrado. Claire
había insistido en que, puesto que no podía hacer nada al respecto, no tenía sentido
preocuparse por ello. En vez de eso, se habían puesto a comer (Claire había sacado a
golpes unos cuantos paquetes de almendras de una máquina de aperitivos, algo por lo que
Steve le estaría eternamente agradecido) y habían hecho todo lo posible por lavarse algo
con un poco del agua embotellada. Después se habían puesto a hablar, pero a hablar en
serio.
Ella le contó todo lo que le había pasado cuando estuvo en Raccoon City para ver a
su hermano Chris, y lo que sabía sobre Umbrella y sobre aquel tipo que recordaba a un
espía, Trent…, y también le contó otras muchas cosas. Iba a la universidad y tenía dos
años más que él. Montaba en moto, pero lo más probable era que lo dejara por lo peligroso
que solía ser. Le gustaba bailar, así que le gustaba la música de baile, pero también le
gustaban grupos como Nirvana, y pensaba que la política era muy aburrida, y su comida
preferida eran las hamburguesas con queso. Era una chica genial, la más genial que él
jamás hubiera conocido, y lo que era incluso mejor todavía, estaba interesada de verdad en
lo que él decía. Se rió mucho con los chistes que le contó Steve, y pensaba que era
estupendo que él se entrenara corriendo campo a través, y cuando había hablado un poco
sobre sus padres, ella lo había escuchado con atención sin preguntar demasiado.
Y es tan lista y tan guapa…
La miró, miró su cabello y sus largas pestañas, y su corazón palpitó con fuerza
aunque intentaba relajarse. Ella se movió de nuevo, inquieta en su sueño, y alzó un poco la
cabeza…, y sus labios levemente separados quedaron lo bastante cerca de los suyos como
para que la pudiera besar. Lo único que tenía que hacer era bajar la cabeza unos cuantos
centímetros. Deseaba tanto hacerlo que de hecho comenzó a inclinarse hacia ella y bajó los
labios hacia los suyos…
—Mmmmmm —murmuró ella, todavía dormida por completo. Steve se detuvo y
retrocedió un instante después, con el corazón palpitándole con mayor rapidez todavía.
Deseaba hacerlo con todas sus fuerzas, pero no así, no si ella no lo quería también. Él creía
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que sí quería, pero Claire también le había hablado un poco de León, y no estaba muy
seguro de que tan sólo fueran buenos amigos.
Se sentía torturado por tenerla tan cerca pero que no fuera suya, así que se sintió
muy aliviado cuando ella se apartó de él unos momentos más tarde. Se puso en pie y
estiró las piernas, que tenía medio dormidas, y se acercó a la parte delantera de la cabina
de mando preguntándose si ya habrían comenzado a utilizar el depósito de combustible
de reserva. La idea de tener que enfrentarse otra vez al cabrón enloquecido de Ashford le
borró los últimos pensamientos positivos que tenía. Esperaba que Claire durmiera un poco
más; estaba tan cansada…, hasta que vio lo que había afuera. Leyó el rumbo y se dio
cuenta de que la altitud había disminuido de forma considerable. El avión comenzaba a
cabecear y a estremecerse un poco, y no era de extrañar. La lectura del mapa que había al
lado de la brújula proporcionaba la longitud y latitud aproximadas de su posición.
—¡Claire, despierta! ¡Tienes que ver esto!
Ella se puso a su lado unos segundos más tarde frotándose los ojos…, que se abrieron
como platos cuando miró por la ventana. Había una ventisca de hielo y nieve que se
extendía hasta donde alcanzaba la vista.
—Estamos sobre el Antártico —dijo Steve.
—¿En el Polo Sur? —preguntó Claire con incredulidad. Se agarró al respaldo del
asiento del piloto cuando el avión se inclinó para virar—. ¿Donde los pingüinos, las orcas
y todo eso?
—No conozco la fauna del lugar, pero estamos en la latitud 82.17 Sur —contestó
Steve—. Sin duda, el culo del mundo. Y no estoy seguro del todo, pero creo que estamos
descendiendo para aterrizar. Bueno, al menos, estamos aminorando la velocidad.
Quizá el plan de Alfred era dejarlos caer en mitad de la nada y que se helaran hasta
morir. No demasiado brillante ni llamativo, pero serviría a la perfección. Steve deseó
poder ponerle las manos encima aunque sólo fuera durante un minuto, uno solo. No era
un luchador nato, pero Alfred se desharía como un merengue.
—Debemos de estar dirigiéndonos hacia eso —exclamó Claire señalando a la
derecha, y Steve entrecerró los ojos, apenas capaz de ver a través de la ventisca. Pero unos
momentos más tarde vio los demás aviones y los edificios bajos y alargados que ella había
visto, y a sólo unos minutos de vuelo.
—¿Crees que es una instalación de Umbrella? —preguntó Steve, a pesar de que ya
sabía antes de que ella asintiese que tenía que ser así. ¿Dónde si no iban a parar?
El morro del avión continuó bajando, llevándolos a donde Alfred hubiera decidido,
pero Steve se sentía de hecho un poco aliviado. Tener otro encuentro con Umbrella no era
agradable, desde luego, pero al menos puede que allí hubiera otra persona a cargo del
lugar, y no todos los empleados de Umbrella podían ser tan mamones como Alfred, aparte
de que no podía imaginarse que todo el mundo dejara lo que tuviese entre manos para ir a
besarle el culo a aquel degenerado. A lo mejor Claire y él encontraban a alguien con quien
hacer un trato, o a quien pudieran sobornar de algún modo…
Se estaban acercando para efectuar una primera pasada. El avión comenzaba a
balancearse demasiado debido a la acumulación de hielo en las alas…, y Steve se dio
cuenta de que iban demasiado bajos, demasiado bajos y demasiado rápidos. El tren de
aterrizaje se había bajado por su cuenta en algún momento, pero no había forma alguna de
que pudieran aterrizar en condiciones con esa altitud y esa velocidad.
—Sube, sube… —gimió Steve mientras observaba cómo el tamaño de los edificios
crecía con demasiada rapidez. Sintió que las gotas de sudor le salían por todos los poros
del cuerpo. Se colocó en el asiento del piloto, agarró la palanca de mando y tiró con todas
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sus fuerzas…, pero no ocurrió nada.
Joder.
—¡Claire, ponte el cinturón! ¡Vamos a estrellarnos! —gritó Steve abrochándose el
cinturón mientras Claire se sentaba de un salto en su sitio. Los cierres de seguridad
soltaron un chasquido justo cuando tocaban tierra…, y las alarmas comenzaron a sonar en
el panel de mandos cuando el tren de aterrizaje se partió y quedó atrás. La panza del avión
chocó contra el suelo. La cabina de mando se estremeció de arriba abajo y los cinturones
de los asientos fue lo único que impidió que se estamparan de cabeza contra el techo. A
Claire se le escapó un grito cuando una tremenda ola de nieve se estrelló contra los
cristales de las ventanas de la cabina. Se oyó un gigantesco chirrido metálico detrás de
ellos cuando la cola o una de las alas se desgajó del fuselaje, y de las ventanas del morro se
desprendió la nieve suficiente para que vieran el edificio que tenían delante de ellos y
cómo el avión se deslizaba fuera de control hacia allí y que todo estaba cubierto de humo.
Iban a estrellarse y…
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 10
A Claire le dolía la cabeza. Otra vez. Algo estaba ardiendo. Distinguió el olor a humo
al mismo tiempo que notó que tenía un frío espantoso. Recordó de repente lo que había
ocurrido: la nieve, el edificio, el aterrizaje forzoso. Alfred. Abrió los ojos y alzó la cabeza.
Le fue bastante difícil, ya que seguía sujeta por el cinturón al asiento, y éste se encontraba
inclinado hacia adelante en un ángulo de cuarenta y cinco grados…, y fue en ese momento
cuando vio a Steve, inmóvil en su propio asiento.
—¡Steve! ¡Steve, despierta!
Steve dejó escapar un gruñido y murmuró algo. Claire respiró con más tranquilidad.
Logró desabrochar el cinturón después de unos cuantos intentos y se deslizó hasta quedar
agachada con los pies sobre lo que unos momentos antes era el panel de instrumentos. No
podía ver mucho del exterior por el ángulo en que se encontraba inclinado el avión, pero
le pareció que se encontraban en el interior de un edificio de gran tamaño. Había unos
paneles grises de metal a unos quince o veinte metros delante de ellos, y por el costado
agujereado del avión vio un trozo de pasarela con pasamanos a unos dos o tres metros por
debajo.
¿Dónde está todo el mundo? ¿Hay alguien aquí? Era una instalación de Umbrella, así
que, ¿por qué no había ya un montón de tipos de seguridad sacándolos a rastras del avión
estrellado? Bueno, o al menos unos cuantos encargados cabreados.
Steve estaba recuperando el sentido, aunque Claire vio un chichón con mal aspecto
en el borde de su cuero cabelludo. Alzó la mano y descubrió que ella también tenía un
chichón justo por encima de la sien derecha, un poco más arriba del otro con el que se
había despertado…, ¿el día anterior?, ¿el anterior a ése?
Vaya, cómo pasa el tiempo cuando no haces más que estar inconsciente.
—¿Qué se está quemando? —preguntó Steve abriendo los ojos.
—No lo sé. —Tan sólo había un leve olor a humo en la cabina de mando, así que
supuso que procedía de algún otro punto del avión. De cualquier manera, no quería
quedarse por allí cerca por si acaso algo estallaba—. Deberíamos salir de aquí. ¿Puedes
andar?
—Desde luego —murmuró Steve, y Claire sonrió mientras lo ayudaba a quitarse el
cinturón de seguridad.
Recuperaron lo que pudieron de las armas que tenían a sus pies. Se quedaron con el
subfusil de Steve y la nueve milímetros de ella. Por desgracia, no les quedaba mucha
munición, y, además, habían perdido un par de cargadores. A ella le quedaban veintisiete
balas y a él quince. Se las repartieron, y puesto que no tenían nada más que hacer allí
dentro, Steve se colgó del borde del avión y se dejó caer sobre la pasarela.
—¿Qué hay ahí afuera? —preguntó Claire mientras se sentaba en el borde del
agujero y se metía la pistola en el cinturón. Hacía el frío suficiente como para que el aliento
se condensara, pero pensó que podría soportarlo durante un rato.
—No hay mucho que ver —contestó Steve mientras miraba a su alrededor—.
Estamos en un edificio circular y grande. Creo que está construido alrededor de la boca de
un pozo de mina o algo así. Hay un agujero justo en el medio. Aquí no hay nadie. —Alzó
la mirada y los brazos—. Venga, baja. Yo te agarro.
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CÓDIGO VERÓNICA
Claire lo dudaba. Steve estaba en buena forma, pero tenía la complexión de un
corredor, y no era muy musculoso. Por otro lado, tampoco podía quedarse en el avión
todo el tiempo y odiaba saltar más allá de un par de metros. Desde luego, le apetecía que
alguien le echara una mano…
—Venga, voy a saltar.
Se agarró al borde del agujero y fue bajando el cuerpo todo lo que pudo…, hasta que
tuvo que dejarse caer. A Steve se le escapó un bufido cuando la recogió en sus brazos, y un
momento después estaban los dos en el suelo. Steve cayó de espaldas, rodeándola con los
brazos, y Claire encima de él.
—Bien atrapada —dijo ella.
—Ah, no fue nada —contestó Steve con una sonrisa.
Su cuerpo era tibio, atractivo y dulce, y era obvio que estaba interesado por ella.
Durante unos segundos, ninguno de ellos se movió. Claire se encontraba a gusto entre sus
brazos, pero Steve quería más, y ella lo pudo ver con total claridad en su mirada y en la
forma en que recorría su cara con los ojos.
¡Por Dios, que no estáis de vacaciones! ¡Levántate ya!
—Deberíamos…
—… averiguar dónde estamos —dijo Steve interrumpiéndola y acabando la frase por
ella.
Aunque Claire vio un destello de decepción en sus ojos, él procuró esconder su
disgusto suspirando de forma melodramática mientras bajaba los brazos con un gesto de
rendición. Ella se puso en pie de mala gana y lo ayudó a levantarse a su vez.
Realmente parecía el pozo de una mina, de unos veinte metros de ancho más o
menos, y la pasarela sobre la que se encontraban llegaba hasta la mitad, con un par de
escaleras. Claire vio dos puertas desde donde se encontraba, ambas abajo y a la izquierda.
Sólo había una puerta a su altura, a la derecha, pero Steve se acercó a echarle un vistazo y
comprobó que estaba cerrada con llave.
—¿Dónde crees que está todo el mundo? —preguntó en voz baja. Era bastante
probable que el eco fuese muy fuerte en un lugar tan vacío y amplio como aquél.
Claire negó con la cabeza.
—No sé. ¿Jugando con bolas de nieve?
—Ja, ja —dijo Steve—. ¿Alfred no debería estar ahora mismo echándose encima de
nosotros con un lanzallamas o algo parecido en las manos?
—Sí, sería lo más lógico —contestó Claire. Ella había pensado lo mismo—. Quizá
todavía no haya llegado, o no se esperaba que nos estrellásemos y está en uno de los otros
edificios donde se suponía que teníamos que aterrizar…, lo que significa que deberíamos
espabilarnos, por si podemos hacernos con uno de esos aviones antes de que él logre
encontrarnos.
—Venga, vamos a hacerlo —dijo Steve—. ¿Quieres que nos separemos? Podríamos
cubrir más terreno de ese modo y hacerlo con mayor rapidez.
—¿Con Alfred suelto por aquí? Yo voto que no —contestó Claire, y Steve asintió.
Pareció aliviado—. Bueno…, vamos por allí mismo —indicó Claire, y se dirigió hacia la
primera escalera con Steve pegado a su espalda.
Subieron por ellas y llegaron a la siguiente puerta. En realidad, se trataba de una
puerta con hojas dobles un poco alejada de la pasarela. También estaba cerrada con llave.
Steve se ofreció a abrirla de una patada, pero ella sugirió que sería mejor que antes
probasen con todas las demás. Claire estaba cada vez más inquieta con el hecho de que el
lugar estuviese tan silencioso y tranquilo, y no quería que el eco de una puerta al ser
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CÓDIGO VERÓNICA
derribada anunciara su presencia.
Aunque deben de encontrarse en estado de coma si no han oído el aterrizaje forzoso…
Se dirigieron hacia la siguiente puerta, que era la última que quedaba antes de llegar
a otro tramo de escaleras que iban hacia abajo. Claire probó con el pomo de la puerta, que
giró sin presentar resistencia. Steve y ella prepararon las armas por si acaso, y en cuanto
Steve asintió, Claire abrió la puerta de un empujón…, y notó que se quedaba con la boca
abierta por la sorpresa, tan grande era.
¿Cuántas son las probabilidades de que algo como esto ocurra?
Era un dormitorio para empleados, a oscuras y hediondo, y al oír que la puerta se
abría, tres, no, cuatro zombis se giraron y se dirigieron hacia ellos. Todos ellos habían
quedado infectados hacía poco tiempo: la mayor parte de la piel seguía pegada a la carne.
Uno de ellos comenzaba a entrar en estado de gangrena, y el fuerte y asqueroso olor
dulzón de la carne putrefacta impregnaba el aire frío.
Steve se había puesto pálido, y mientras ella se apresuraba a cerrar la puerta tragó
saliva, aunque con dificultad. Parecía que se había puesto enfermo, y su voz sonó como si
realmente lo estuviera.
—Uno de esos tipos trabajaba en Rockfort. Era uno de los cocineros.
¡Por supuesto! Ella había creído por un momento que también en aquel sitio se había
producido un escape del virus, pero era una coincidencia demasiado monstruosa. Al
menos uno de los aviones que habían visto en el exterior procedía de la isla. Lo más
probable era que se tratase de un puñado de empleados, pero no científicos, casi con toda
seguridad, que habían huido presas del pánico sin darse cuenta de que llevaban la
infección a bordo.
Más caníbales enfermos y moribundos infectados por el virus… ¿Qué es lo siguiente?
Claire se estremeció cuando intentó imaginarse qué clase de combatiente estaba
intentando crear Umbrella para que necesitase un entorno ártico…, y cuáles de los
animales autóctonos podrían haberse visto infectados antes de que ellos llegaran.
—Tenemos que salir zumbando de aquí —dijo Steve.
Bueno, con un poco de suerte, lo mismo se han comido a Alfred, pensó Claire. Era una idea
optimista, pero lo cierto es que ya se merecían algún golpe de suerte.
—Vámonos.
El último lugar que les quedaba por comprobar, unas escaleras que bajaban en
espiral, se encontraban al final de la pasarela y descendían hacia una oscuridad completa.
Claire recordó las cerillas que había encontrado en Rockfort, así que le entregó por un
momento la pistola a Steve y las sacó de la riñonera. Le dio la mitad a él antes de volver a
empuñar la pistola. Steve se colocó en cabeza y encendió dos de las cerillas a mitad de las
escaleras para luego sostenerlas en alto. No ofrecían mucha luz, pero eran mejor que nada.
Llegaron al final de la escalera y comenzaron a recorrer un pasillo estrecho. Claire se
puso en alerta en cuanto se adentraron en la oscuridad. Algo olía mal, como a maíz
podrido, y aunque no podía oír que nada se moviese a su alrededor, no le parecía que
estuviesen solos. Solía confiar mucho en sus instintos, pero todo estaba tan quieto y
silencioso, sin ni siquiera un susurro de sonido o de movimiento…
Serán los nervios, pensó con esperanza.
Tan sólo podían ver a un metro por delante de ellos, pero avanzaban con toda la
rapidez posible. La sensación de estar al descubierto y vulnerables por completo les
impelía a marchar a toda prisa.
Dieron unos cuantos pasos más y vieron que el pasillo se dividía. Podían girar a la
izquierda o a la derecha.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
—¿Qué te parece? —susurró Claire…, y el pasillo se llenó de repente de una
explosión de movimiento, de aleteos, y el olor a podrido los envolvió por completo. Steve
soltó un taco cuando las cerillas se apagaron de improviso y los dejaron sumidos en la
oscuridad más absoluta. Algo pasó rozando la cara de Claire, algo leve y plumoso que no
hizo el menor ruido, y ella empezó a manotear de forma instintiva por el asco, con la piel
de gallina, sin estar muy segura de adonde o a qué disparar.
—¡Vámonos! —gritó Steve, y la agarró del brazo para tirar de ella. Ella lo siguió
tambaleante y sin aliento mientras algo aleteó sobre su cara, algo seco y polvoriento…
Steve la hizo pasar en ese preciso momento por el umbral de una puerta que cerró de
golpe en cuanto entraron. Ambos se dejaron caer contra ella. Claire estaba temblando,
terriblemente asqueada.
—Polillas —dijo Steve—. Dios, eran enormes. ¿Las has visto? Eran tan grandes como
pájaros, como halcones…
Claire lo oyó escupir, como si estuviese intentando aclararse la garganta.
Ella no contestó y empezó a manotear en busca de una cerilla. La habitación estaba
completamente a oscuras y quería asegurarse de que no hubiera más revoloteando por allí.
Polillas… ¡Qué asco!
Le pareció que en cierto modo eran peores que los zombis, que podían pasar
rozándote, revolotearte en la cara… Se estremeció de nuevo y encendió la cerilla.
Steve se había metido en una oficina, una que por lo que se veía estaba libre de
polillas gigantes y de otras sorpresas desagradables de Umbrella. Vio un par de velas en
una mesa a su derecha y se apresuró a encenderlas también, y después le entregó una a
Steve antes de echar un vistazo a su alrededor. La suave luz de las velas iluminó su
refugio improvisado llenándolo de sombras. Una mesa de escritorio de madera, unas
cuantas estanterías, un par de cuadros colgados de la pared… La estancia era
sorprendentemente agradable si se tenía en cuenta el estilo funcional del resto del lugar.
Tampoco hacía frío. Echaron rápidamente un vistazo por toda la habitación en busca de
armas o munición, pero no encontraron nada.
—Eh, a lo mejor nos sirve de algo uno de éstos —comentó Steve acercándose a la
mesa.
Sobre ella había unos cuantos montones de papeles, incluida lo que parecía una serie
de mapas esparcidos por la superficie, pero a Claire de repente le interesó mucho más el
bulto blanquecino que él tenía en la parte posterior de su hombro derecho.
—No te muevas —dijo mientras se colocaba a su espalda.
Tenía una especie de excrecencia espesa parecida a una telaraña que contenía el
bulto, que medía unos quince centímetros y era algo deforme, como un huevo de gallina al
que han estirado demasiado.
—¿Qué es? Quítamelo —dijo Steve con voz muy tensa.
Claire acercó la vela y se dio cuenta de que aquel bulto blanco no era opaco del todo.
Podía ver un poco en su interior…, hasta el punto de distinguir un pequeño gusano que se
movía envuelto por la gelatina translúcida. Era un envoltorio de huevo; la polilla le había
puesto un huevo encima.
A Claire le dieron ganas de vomitar, pero se mantuvo firme y comenzó a buscar algo
con lo que agarrar y quitarle aquello. Había una bola de papel arrugado en una papelera al
lado de la mesa y la recogió.
—Quieto un momento —dijo, sorprendida mientras tiraba del capullo por lo
tranquila que había sonado su voz. El bulto no cedió, ya que la red de tiras pegajosas que
lo rodeaba se mantuvo firme, pero al final se soltó y cayó al suelo con un chasquido
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húmedo.
Steve se agachó y se inclinó sobre el papel, acercando la vela…, y se puso de pie de
repente, con un aspecto tan asqueado como el de ella. Lo aplastó con un fuerte pisotón y
por debajo de la suela salieron varios chorros de gelatina de color claro.
—Joder —dijo con una mueca de disgusto—. Recuérdame que eche la papa después,
cuando hayamos comido. Y la próxima vez que pasemos por ahí, nada de llevar cerillas
encendidas.
Steve le echó un vistazo a la espalda de Claire, limpia, gracias a Dios, y luego se
repartieron los papeles que había sobre la mesa. Steve se encargó de estudiar los mapas y
ella revisó el resto.
Inventarios, factura, factura, lista de inventario… Claire tuvo la esperanza de que a Steve
le estuviese yendo mejor a que a ella. Por lo que pudo ver, estaban en lo que Umbrella
denominaba una «terminal de transporte», fuese lo que fuese aquello, y estaba construida
alrededor del pozo de una mina. No tenía ni idea de lo que habían estado buscando con la
excavación, pero había bastantes recibos por equipo caro y nuevo, además de un montón
de materiales de construcción, casi los suficientes como para construir una pequeña
ciudad.
Encontró una serie de memorándums de comunicaciones escritos por dos ejecutivos
extremadamente aburridos. Era más aburrido todavía porque todo parecía perfectamente
legal. La oficina en la que se encontraban pertenecía a uno de ellos, un tal Tomoko Oda, y
lo que por fin le llamó la atención lo escribió precisamente Oda. Se trataba de una posdata
al final de uno de sus extensos informes de contabilidad, y que databa de tan sólo una
semana antes:
PD: Por cierto, ¿recuerdas lo que me contaste cuando llegué aquí sobre lo del «monstruo»
prisionero? No te rías, pero por fin lo he oído en persona hace dos noches en esta misma oficina. Es
tan terrorífico como cuentan los rumores. Es una especie de grito gemebundo furioso que resonó
procedente de los niveles inferiores. Mi capataz dice que los trabajadores llevan oyéndolo desde hace
unos quince años, y casi siempre tarde, avanzada la noche. El rumor más popular dice que aúlla así
porque se han olvidado de alimentarlo. También he oído contar que es un fantasma, que es un
engaño, o un experimento científico que salió mal, incluso algunos dicen que es un demonio.
Todavía no tengo una opinión formada al respecto, y como no se nos permite a nadie bajar a esos
niveles, supongo que continuará siendo un misterio. Lo cierto, y debo admitirlo, es que después de
oír ese aullido horrible y enloquecido, no tengo ningún interés en bajar de la planta B2.
Hazme saber cuando llega ese envío de remaches. Un saludo, Tom.
Por lo que parecía, los trabajadores de las plantas superiores no sabían mucho sobre
lo que ocurría en los niveles inferiores. Claire pensó que probablemente había sido lo
mejor para ellos…, aunque vista la situación, quizá no.
Steve se rió de repente con una breve carcajada de triunfo y se puso en pie con una
sonrisa de oreja a oreja. Colocó un mapa político del Antártico sobre la mesa con una
palmada.
—Estamos aquí —dijo señalando un punto rojo que alguien había pintado—, a mitad
de camino entre esta base japonesa, la Monte Fuji, y el propio Polo Sur, en territorio
australiano. Y justo aquí está la base de investigación australiana…, a unos veinte o
veinticinco kilómetros como mucho.
—¡Genial! Vaya, si casi podemos llegar andando en cuanto tengamos el equipo
adecuado…
Y si logramos salir de este lugar, pensó también, y parte de su entusiasmo desapareció.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Steve desplegó un segundo mapa.
—Espera, que eso no es lo mejor. Échale un vistazo a esto.
Era la fotocopia de unos planos. Claire estudió los diagramas dibujados a mano, los
planos laterales y de alzado de un edificio alto y sus tres plantas, con todos los niveles y
las estancias indicados con precisión. Claire se puso en pie, demasiado emocionada para
quedarse quieta. Era un mapa completo del lugar donde se encontraban, que no se
extendía hacia lo alto, sino hacia abajo.
—Estamos aquí —dijo Steve, señalando un pequeño recuadro con una indicación
donde ponía «oficina del gerente», en el nivel B2. Llevó el dedo hacia abajo, hacia la
izquierda y hacia abajo de nuevo hasta detenerse en un recuadro de forma desigual
situado al final del diagrama. Parecía un signo de interrogación tumbado. Las pequeñas
letras negras indicaban que se trataba de la «sala de minado», donde había un túnel
esbozado con lápiz que salía de él, al lado del que ponía «a la superficie/ inacabado»,
también en lápiz.
—Y ahí es adonde tenemos que ir —comentó Claire moviendo la cabeza con
incredulidad. Lo más probable era que el mapa que Steve había encontrado les ahorrara
horas de vagabundeo por todo el lugar, y con tan poca munición como tenían, también era
posible que les hubiese salvado la vida.
—Sí, y si nos encontramos con puertas cerradas con llave, las derribamos o les
pegamos un tiro en la cerradura, lo que sea —dijo Steve con tono alegre—. Y está a poco
más de un minuto, por lo que parece. Estaremos cruzando el cielo en un momento.
—Aquí dice que el túnel está inacabado… —comenzó a decir Claire, pero Steve la
cortó.
—¿Y qué? Si todavía están trabajando en ello, seguro que hay alguna clase de equipo
pesado para hacerlo —dijo Steve con un tono de voz despreocupado—. Bueno, aquí dice
«sala de minado», ¿verdad?
No podía discutir con su lógica, pero es que tampoco quería. Casi era demasiado
bueno para ser verdad, y estaba más que deseosa de oír buenas noticias para ellos…, y
aunque significara tener que correr otra vez por el pasillo atestado de polillas, esta vez
estarían preparados.
—Tú ganas —dijo entusiasmándose a su vez.
Steve alzó las cejas con gesto inocente.
—¿Ah, sí? ¿Cuál es el premio?
Estaba a punto de contestarle que estaba dispuesta a oír sus sugerencias cuando un
sonido alarmante e inesperado la detuvo. Llegó a la oficina desde todos los lugares y de
ninguno a la vez. Pensó durante una fracción de segundo que se trataba de alguna clase de
sirena de alarma por lo fuerte y penetrante que era, pero ninguna sirena comenzaba a
sonar con un tono tan bajo y profundo, o seguía subiendo de tono de aquel modo, o
provocaba semejante sensación de miedo. Había furia en aquel sonido, una rabia ciega tan
intensa que era incomprensible.
Ambos se quedaron inmóviles, escuchando, mientras aquel grito increíble y
espantoso se alargaba y finalmente se apagaba. Claire se preguntó cuánto tiempo había
pasado desde que le habían dado la última comida. No le cabía ninguna duda de que se
trataba de una de las creaciones de Umbrella. Ningún fantasma podía producir un sonido
tan visceral, y ninguna alma humana podía contener tanta rabia.
—Vámonos ya —dijo Claire en voz baja, y Steve se limitó a asentir, con los ojos
abiertos de par en par con un gesto ansioso mientras doblaba y se guardaba los mapas.
Comprobaron y empuñaron sus armas, acordaron un plan de forma breve, y después
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
de contar hasta tres, Steve abrió la puerta de un empujón.
Alfred sonrió a través de los gruesos barrotes de metal a la monstruosidad que había
lanzado el rugido mientras éste se apagaba en la lejanía. Se quedó admirando el resultado
de la brillantez intelectual de su hermana, encerrado en aquella celda húmeda y vacía. Él
la había ayudado, por supuesto, pero ella era el genio que había creado el virus T
Verónica, y tan sólo con diez años…, y aunque ella había considerado un fracaso su
primer experimento, Alfred no pensaba lo mismo. El resultado era muy gratificante en el
plano personal.
Todo estaba mucho más claro desde el mismo momento que se había marchado de
Rockfort. Habían vuelto todos sus recuerdos, ideas que había perdido o mantenido
enterradas, sentimientos que incluso había olvidado que tenía. Después de permanecer
quince años en una zona gris, de estar confundido y envuelto en una fantasía inestable,
Alfred sintió que su mundo se aproximaba por fin al orden establecido, y también
comprendió la razón por la que habían atacado su hogar en Rockfort.
—Verás, ellos también sabían que había llegado la hora —dijo Alfred—. Si no
hubiese sido por ese ataque, puede que yo hubiera seguido creyendo que ella estaba
conmigo.
Observó con cierta diversión cómo la monstruosidad inclinaba su cabeza asquerosa
hacia la puerta, escuchándolo. Estaba encadenada a su silla, con los ojos tapados, y las
manos atadas a la espalda, y aunque aquello había sido incapaz de llevar una vida normal
a lo largo de un decenio y medio, todavía respondía al sonido de las palabras. Quizá
incluso reconocía su voz a un nivel animal e instintivo.
Debería alimentarlo, pensó Alfred. No quería que muriera antes de que Alexia se
despertara…, pero eso ocurriría dentro de poco tiempo, muy poco tiempo. Quizá incluso
el proceso ya habría comenzado. La idea lo llenaba de admiración: iba a presenciar su
milagroso renacer.
—La he echado tanto de menos —dijo Alfred con un suspiro. Tanto que había creado
una imagen reflejada de ella para que compartiera con él todos aquellos años en soledad—
Pero pronto reaparecerá como la reina madre, conmigo como su soldado más fiel, y nunca
jamás nos separaremos otra vez.
Eso le recordó su última tarea, un último objetivo que le quedaba por cumplir antes
de que pudiera sentarse cómodamente a esperar. La alegría que había sentido al descubrir
que el avión se había estrellado no duró mucho cuando descubrió que el aparato estaba
vacío, pero después de recordar la disposición de las instalaciones se dio cuenta de que
sólo podían estar en uno o dos lugares. Había tomado un rifle de francotirador de la
armería de uno de los otros edificios, un Remington de cerrojo del calibre 30.06 con
teleobjetivo, un juguete maravilloso, y estaba decidido a probarlo. No podía permitir que
Claire y su amiguito aparecieran en el momento menos oportuno y estropeasen la
celebración…
De repente, Alfred comenzó a reírse cuando se le ocurrió una idea. La monstruosidad
tenía que comer… ¿Por qué no le servía a aquellos dos plebeyos en bandeja? Claire
Redfield había llevado la destrucción a Rockfort, había intentado manchar el nombre de
los Ashford, lo mismo que había hecho aquella monstruosidad, en cierto modo.
Devorará a los agentes enemigos, un homenaje al regreso de Alexia…, y después tendremos
una pequeña reunión familiar, sólo los tres.
Al oír su risa, la monstruosidad se puso nerviosa y tiró de las cadenas que la
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CÓDIGO VERÓNICA
sujetaban con tanta fuerza que Alfred dejó de reírse. Soltó otro aullido tremendo y
prolongado mientras se esforzaba por liberarse, pero Alfred calculó que las cadenas
aguantarían un poco más.
—Pronto regresaré —prometió Alfred antes de empuñar el rifle y alejarse. Se
preguntó qué era lo que pensaría Claire al reunirse con el padre de los gemelos en unas
circunstancias tan poco habituales, es decir, cuando la matara de forma salvaje. La
monstruosidad se sentía atraída por el calor del cuerpo y por el olor a miedo, o eso le
gustaba creer a Alfred, y deseaba muchísimo ver cómo acechaba a la indefensa Claire en
plena oscuridad.
Cuando Alfred comenzó a subir las escaleras que llevaban a la segunda planta del
sótano, Alexander Ashford aulló de nuevo, al igual que había hecho quince años atrás
cuando sus propios hijos pequeños lo habían drogado y le habían arrebatado la vida.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 11
Se adentraron en la oscuridad. Steve iba delante de Claire, que dejó la puerta de la
oficina abierta. Había la luz suficiente para ver dónde el pasillo se dividía a la derecha, ésa
era toda la luz que necesitaban.
A la derecha, camina, la puerta de la derecha, camina, escalones a la izquierda…
Aquello no paraba de darle vueltas en la cabeza. Las indicaciones eran sencillas, pero
no quería cometer el más mínimo error. El recuerdo de lo que Claire le había quitado de la
espalda seguía fresco en su memoria, y no sabían qué más eran capaces de hacer las
polillas.
Dieron dos pasos y la primera polilla se dirigió hacia ellos, un borrón blanquecino y
silencioso. Steve abrió fuego.
¡Bang, bang, bang! Tres disparos y la criatura aleteante se desintegró en el aire. Los
trozos se estrellaron contra el suelo con unos leves chasquidos húmedos mientras el resto
salían del pasillo al que se dirigían Claire y Steve. Volaron como una oleada polvorienta
de olor a podrido, unas siluetas sombrías y suaves…, ¿qué era aquel bulto grueso del
tamaño de un hombre que colgaba del techo?
Ni lo pienses, vete, vete…
—¡Vámonos! —gritó Steve, y Claire salió corriendo desde detrás de él, dirigiéndose a
toda velocidad hacia la derecha para cruzar el pasillo a la vez que él comenzaba a disparar
de nuevo con ráfagas de dos y tres proyectiles.
Sobre él cayó una lluvia de trozos de alas grandes y suaves y de una sustancia
pegajosa mientras acribillaba las siluetas oscuras que revoloteaban alrededor. Aquella
cascada de restos orgánicos hizo que le dieran arcadas. Las polillas morían de forma tan
silenciosa como atacaban. Sintió cómo una de ellas se posaba en la cabeza, y algo tibio y
pegajoso engancharse a su cuero cabelludo. Se frotó con fuerza en esa parte con una mano
mientras seguía disparando con la otra, y logró que el pegajoso envoltorio con el huevo en
el interior se desprendiera.
—¡Despejado! —gritó Claire desde mucho más cerca de lo que él se esperaba, y
aunque había planeado retroceder de espaldas a lo largo del pasillo sin dejar de disparar,
el contacto de aquella sustancia en el cabello fue la gota que colmó el vaso. Se agachó, se
cubrió la cabeza con un brazo y echó a correr.
Divisó su silueta en el hueco de una puerta a la derecha y se lanzó hacia ella,
corriendo en línea recta hacia el brazo extendido de la chica. Claire lo agarró por la camisa
y lo metió de un tirón. Cerró la entrada de un portazo, y se dio la vuelta para empezar a
disparar mientras lo cubría con su propio cuerpo.
—¡Eh!, ¿qué puñetas…?
¡Bang! ¡Bang! La estancia era enorme, y el eco de los disparos llegaba rebotado desde
unas esquinas muy alejadas.
Había un poco de luz procedente de algún lugar, pero Steve los oyó antes de verlos.
Zombis, gimiendo con sonidos quejumbrosos. Eran tres o cuatro que ya se estaban
acercando a ellos. Distinguió sus siluetas, que se tambaleaban y oscilaban mientras
avanzaban en su dirección. Vio que dos de ellos caían abatidos, pero otros dos aparecían y
tomaban su lugar.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
—¡Estoy bien! —exclamó Steve entre los estampidos de los disparos, y Claire se echó
a un lado al mismo tiempo que le gritaba que se ocupara del flanco derecho.
Steve apuntó y disparó, entrecerrando los ojos para no quedar cegado por los
fogonazos en aquella oscuridad y esforzándose por alcanzarlos en la cabeza. Mató de
forma definitiva a tres, luego a un cuarto, ya tan cerca que la sangre le salpicó una mano.
Se la limpió inmediatamente frotándosela contra el pantalón, rezando para que no tuviera
ningún corte, para no quedarse sin munición, pero apareció otro zombi, y otro más…, y
entonces, Claire lo agarró de nuevo y tiró otra vez de él. Steve dejó de disparar y permitió
que ella lo guiara hasta donde debía de estar la sala del pozo de la mina. Los zombis
arrastraron los pies y siguieron gimiendo a su espalda mientras empezaban a perseguirlos
a cámara lenta. Tropezó con un cuerpo tibio y pisó otro, sintiendo cómo algo crujía al
partirse bajo el pie. Sin embargo, por mucho temor y desesperación que sintiera, no fue
nada comparado con lo que se le vino encima cuando oyó a Claire soltar un grito de dolor
y notar que le soltaba la mano.
—¡Claire!
Steve, aterrorizado, alargó el brazo hacia ella, pero no encontró más que el aire…
—Cuidado por donde pisas. Me he dado un porrazo tremendo en la punta del pie —
dijo Claire con voz irritada, a menos de un metro de él.
Steve sintió que las rodillas le temblaban del alivio. También sintió una barandilla de
metal contra el hombro derecho: las escaleras de la sala del pozo de la mina. Lo habían
logrado.
Subieron juntos los peldaños. Claire seguía avanzando en cabeza, y cuando abrió la
puerta, la luz del sol entró a raudales en el hueco atravesando la oscuridad.
—Gracias a Dios —murmuró Steve manteniendo abierta la puerta mientras Claire
entraba, y antes de que pudiera seguirla, oyó la risita infantil y femenina que había
acabado reconociendo y odiando. Claire deslizó con rapidez una mano a la espalda y le
indicó que no se moviera. Steve soltó la puerta y ella se quedó allí, dejando que se cerrara
hasta que se detuvo en su cadera. Alfred dijo algo y ella levantó con lentitud las manos.
Al parecer, Alfred había pillado desprevenida a Claire…
Pero no a mí, pensó Steve, sin darse cuenta de la sonrisa tensa y amenazadora que
había aparecido en su rostro. Alfred tenía muchas maldades por las que responder, pero
Steve estaba bastante seguro de que en un minuto o dos más, no iba a tener oportunidad
de decir mucho más…, para siempre.
La había pillado. Tal como había previsto, ellos…, bueno, ella se había acercado a
echarle un vistazo al túnel, la única salida de la terminal para la que no hacía falta
disponer de una llave. Sin duda, no se trataba de una chica estúpida, pero él era superior,
tanto en el plano intelectual como en el estratégico. Entre otras cosas.
Claire, que seguía en el umbral de la puerta, alzó las manos, pero la expresión que
mostraba su rostro era irritantemente tranquila. ¿Por qué no estaba atemorizada?
—Suelta el arma —dijo Alfred con un gruñido y con el dedo en el gatillo del rifle.
Su voz, amplificada de forma natural por el pozo de la mina, que constituía la mayor
parte del lugar, resonó por toda la estancia helada con un tono autoritario y un poco cruel.
Le gustó aquella voz fuerte, y supo que era efectiva cuando ella dejó caer el arma sin
dudarlo ni un momento.
—Acércamela de una patada —ordenó Alfred, y ella obedeció. El arma cruzó el suelo
de cemento con un repiqueteo. No la recogió, sino que la envió de otra patada por debajo
de la barandilla que tenía a la izquierda. Ambos se quedaron oyendo cómo la única
esperanza de Claire caía rebotando sobre las rocas cubiertas de hielo hasta desaparecer en
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
las profundidades del pozo congelado.
¡Qué maravilloso es ejercer un control así!
—¿Qué le ha pasado a tu compañero de viaje? —preguntó con un tono de voz
burlón—. ¿Es que ha tenido un accidente? Por cierto, sepárate de la puerta si no te
importa, y procura mantener las manos donde pueda verlas.
Claire avanzó un poco. La puerta se cerró casi por completo a su espalda, y Alfred
adivinó un leve gesto de contrariedad en su rostro. Supo de forma inmediata que había
acertado con su comentario. Eso suponía una comida caliente menos para su padre, pero
dudaba mucho que el monstruo se quejara.
—Ha muerto —dijo ella con sencillez—. ¿Qué le pasó a Alexia? ¿O es que estoy
hablando con Alexia? Verás, es que os parecéis tanto…
—Cierra la boca, niña—rezongó Alfred—. No eres merecedora de pronunciar su
nombre. Ya sabes que ha llegado el momento de su regreso, por eso tu gente atacó
Rockfort, para atraerla a una trampa… ¿O es que esperabais matarla directamente, antes
de que pudiera respirar su primera bocanada de aire libre?
Claire pareció confundida. Al parecer, seguía decidida a mantener su
comportamiento inocente y fingido, pero Alfred ya no quería oír ninguna más de sus
mentiras. Estaba perdiendo el interés por aquel juego. Ante el triunfo inminente de Alexia,
todo lo demás carecía de importancia.
—Lo sé todo —le espetó—, así que ni te molestes. Y ahora, si eres tan amable de
venir conmigo…
Claire levantó de repente la mirada hacia un punto situado a su derecha: la
plataforma donde comenzaba el túnel.
—¡Cuidado! —gritó a la vez que se tiraba al suelo. Alfred se dio la vuelta y tan sólo
vio la enorme máquina excavadora de hielo, la entrada al oscuro túnel.
La puerta a la espalda de Claire se abrió de golpe para dejar paso al chico, que cayó
sobre su costado, apuntándole con una arma.
Alfred se giró de nuevo, enfurecido, y apretó el gatillo del rifle tres, cuatro veces,
pero no tuvo tiempo de apuntar con precisión y los proyectiles explosivos ni se acercaron
a su objetivo.
De repente, sintió que una mano gigantesca lo empujaba hacia atrás y le quitaba la
respiración. El chico siguió disparando hasta que se quedó sin balas.
Alfred trastabilló hacia atrás otro paso. Abrió la boca para soltar una carcajada, listo
para matarlos a los dos, pero el rifle ya no estaba en sus manos. Lo había dejado caer por
alguna razón, y su risa no era más que un carraspeo doloroso y gorgoteante, y algo cedió a
su espalda. Un instante después, caía hacia el pozo de la mina, donde aterrizó sobre una
gruesa capa de hielo. Intentó levantarse inmediatamente, pero notó un dolor intenso y
lacerante en el pecho. ¿Sería posible que le hubiesen disparado?
El hielo cedió sin apenas hacer ruido y volvió a caer, chillando. Tenía que verla una
vez más, tenía que tocarla de nuevo, pero lo que oyó fue a su padre gritando también
mientras se dirigía en su busca, y después todo desapareció en el dolor y en la oscuridad.
El sonido del tremendo aullido que había resonado al encuentro de Alfred hizo que
se pusieran en marcha de forma inmediata. Claire sólo se detuvo el tiempo suficiente para
recoger del suelo el rifle de Alfred antes de subir en pos de Steve hacia la plataforma
elevada. A Steve se le había acabado la munición, y la pistola estaba en el fondo del pozo
de la mina, así que era su única arma.
Subieron a la cabina de la enorme máquina de color amarillo aparcada delante del
túnel con una inclinación ascendente. Steve se puso al volante…, y un instante después
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oyeron otra vez aquel grito inhumano y enloquecido. Sin ninguna clase de duda, había
sonado mucho más cerca. El monstruo prisionero andaba suelto en uno de los pasillos
interiores.
Steve pulsó unos cuantos interruptores, asintiendo y murmurando para sí mismo
mientras lo hacía. Claire estuvo atenta al aullido mientras comprobaba la munición del
rifle: sólo disponía de seis balas. Se dio cuenta de que la máquina perforadora, con aspecto
de ser un enorme taladro, en realidad calentaba la punta para derretir el hielo. No le
importó cómo lo hiciera con tal de que lograra sacarlos de allí antes de que el monstruo los
alcanzara.
Steve le explicó mientras el aparato calentaba motores que el túnel estaría inacabado
probablemente porque los operarios tendrían que haber avanzado con lentitud y sin
utilizar el elemento calorífico de la perforadora para así evitar inundar la mitad de las
instalaciones.
—Pero nosotros no tenemos que preocuparnos por eso —añadió él con una sonrisa—
¿Qué te parece si creamos un lago artificial?
—Por mí, encantada —le contestó ella con otra sonrisa. Sin embargo, en su interior
deseaba sentir un poco más de entusiasmo. Estaban a punto de escapar, habían acabado
por fin con Alfred Ashford, y no había nadie que se interpusiera en su camino, de modo
que, ¿por qué se sentía tan insegura?
Es por todas esas chorradas que soltó sobre su hermana… Vale, estaba loco, pero aquello le
había hecho recordar una pregunta para la que todavía no tenía respuesta: ¿por qué
habían atacado Rockfort?
Steve apretó el pedal de aceleración y el aparato comenzó a avanzar a saltos. No
había cinturones de seguridad, por lo que Claire tuvo que agarrarse apoyando una mano
en el techo de la cabina. La perforadora retemblaba tanto como el avión cuando estaban a
punto de estrellarse. El campo de visión estaba muy restringido por el gigantesco taladro
del morro, pero su poder fue obvio en cuanto llegaron al final del túnel, sin duda alguna.
El ruido fue increíble, ensordecedor, como si alguien hubiera metido piedras en una
picadora, pero cien veces más potente. Les llegó el olor a vapor recalentado, y mientras
avanzaban con lentitud a través de una oscuridad total, Claire oyó el rugido del deshielo
incluso por encima del de la excavación. A los lados de la cabina pasaban unos tremendos
torrentes de agua.
El ruido de la perforación y de las impresionantes corrientes de agua siguió mientras
ellos continuaban ascendiendo…, hasta que la perforadora se detuvo y el vehículo se
estremeció mientras las cadenas de las orugas se esforzaban por hacerlo continuar. Una
luz repentina inundó la cabina, una luz gris, sombría y hermosa.
El vehículo perforador salió del agujero que acababa de abrir cerca de una torre.
Claire se percató de que era un helipuerto al mismo tiempo que Steve señalaba a los
trineos motorizados que se encontraban aparcados cerca de la base. Estaba nevando. Unos
pesados copos húmedos caían del cielo de color pizarra, y la fría humedad caló en el
interior de la cabina antes de que llevaran ni siquiera un minuto sobre la superficie.
Soplaba algo de viento que hacía que la nieve cayera en ángulo. No era un viento muy
fuerte, pero sí continuo.
—¿Helicóptero o trineo? —preguntó Steve con voz despreocupada, pero Claire se dio
cuenta de que había comenzado a temblar. Lo mismo que ella.
—Tú eliges, piloto —contestó ella. En un helicóptero irían con mayor rapidez, pero le
pareció que quedarse en el suelo era más seguro—. ¿Podremos despegar con esta ventisca?
—Siempre que no empeore —respondió él a su vez.
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Miró hacia la torre, pero no parecía muy seguro de sí mismo. Claire estaba a punto
de sugerir que utilizaran uno de los trineos cuando él se encogió de hombros y abrió la
puerta. Salió y la llamó por encima del hombro.
—Vamos a acercarnos a la torre, conductora —dijo—. Al menos podremos ver si
tenemos posibilidades de elegir.
Claire también salió y alzó la cabeza, pero tampoco pudo ver el extremo superior de
la torre. Hacía un frío intenso, helador.
—Lo que tú digas, pero vamos ya —contestó Claire, colgándose el rifle del hombro.
Steve se acercó al trote a las escaleras y ella lo siguió de cerca, helada pero exultante,
inundada de repente por la maravillosa sensación de poder escoger, de poder decidir qué
querían hacer, de cómo lo querían hacer. De un modo u otro llegarían a la base australiana
en una hora más o menos, y estarían arropados con mantas mientras bebían algo caliente y
contaban lo que les había pasado.
Bueno, al menos, las partes más creíbles, pensó subiendo los peldaños detrás de Steve.
Ni siquiera las personas de mente más abierta de todo el mundo se creerían la mitad de lo
que les había pasado.
Su felicidad fue menguando a medida que se acercaban a la parte superior de la
torre, a tres pisos de altura. Los dientes le castañeteaban con fuerza, y cuando Steve se dio
la vuelta con el entrecejo fruncido, ya nada le importaba mucho más aparte de entrar en
calor.
—No hay ningún helicóptero —dijo. La nieve se le estaba solidificando sobre el
cabello—. Supongo que tendremos que…
Vio algo detrás de Claire, y su rostro se contorsionó con una expresión de horror y
sorpresa. Alargó la mano para ayudarla a subir, pero ella ya se había puesto en
movimiento.
—¡Vamos! —gritó Claire, y él se dio media vuelta y echó a correr escaleras arriba, con
la chica pegada a menos de un peldaño. Claire no sabía qué era lo que él había visto…
Sí que lo sabes…
Por la expresión de su cara, sabía que no quería tener aquello justo a la espalda.
Es la criatura, el monstruo, estaba suelto y ahora va a por vosotros, le dijo de modo
servicial el profundo miedo que sentía. Un momento después, la agarró del brazo y la hizo
subir de un salto los pocos escalones que quedaban. Llegó tambaleante a una gigantesca
plataforma cuadrada y vacía. Las líneas de señalización estaban casi tapadas por completo
por la nieve recién caída, y una extraña niebla oscura y gris dificultaba la visión.
—Dame el rifle —jadeó Steve, pero ella no le hizo caso. Se giró para ver si era verdad,
si reconocería el tremendo dolor del ser que había aullado de forma tan terrible…, y
mientras la criatura se acercaba a la plataforma, ella vio que era verdad, y lo reconoció sin
problema alguno. Se descolgó el rifle del hombro y retrocedió, indicándole con un gesto a
Steve que permaneciera detrás de ella.
Alfred se despertó en mitad de un mundo de dolor. Apenas podía respirar y tenía
sangre por toda la cara procedente de la boca y de la nariz. Cuando intentó levantarse, la
sensación de agonía fue inmediata y paralizante. Cada parte de su cuerpo estaba rota,
cortada o atravesada, y sabía que iba a morir. Lo único que le quedaba por hacer era
rendirse a la oscuridad. Tenía mucho miedo, pero sentía tanto dolor que quizá lo mejor
sería dormirse.
Alexia…
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No podía rendirse, no cuando había estado a punto de conseguirlo, no cuando
todavía estaba a punto de lograrlo. Se obligó a sí mismo a abrir los ojos, y vio a través de
una leve neblina roja que se encontraba en una de las plataformas inferiores que
sobresalían asomándose al pozo de la mina. Había caído desde una distancia de tres pisos
por lo menos, quizá incluso cinco.
—Aaa… leeexiaaa —susurró, y notó cómo la sangre salía a borbotones por su pecho,
sintió cómo los huesos chirriaban unos contra otros cuando se movió de nuevo, sintió
miedo del dolor que tendría que soportar…, pero iría hasta ella, porque ella era su
corazón, su gran amor, y resistiría con su nombre en los labios.
—Dame el rifle —dijo Steve otra vez mientras veía cómo la criatura daba un primer
paso hacia ellos.
Claire no le estaba prestando atención. Tenía el ojo pegado a la mira telescópica y
estaba viendo lo mismo que él pero ampliado, y lo que veía era una abominación.
Era evidente que la criatura, cegada con una venda, con las manos atadas a la
espalda, con un sucio taparrabos de cuero desigual atado a la cintura por toda vestimenta,
había sufrido de forma horrible. Distinguió con claridad las cicatrices abultadas, los
verdugones antiguos, las marcas sangrientas alrededor de los tobillos. Habría tenido un
aspecto humano si no hubiera sido por su cuerpo de enorme tamaño y su extraña carne,
de color gris moteado. Sus músculos eran poderosos hasta el punto de haber rasgado la
propia piel dejando al descubierto la carne. Llevaba el torso desnudo, y Steve vio una
especie de rojez palpitante en el centro del pecho: un objetivo claro. Durante unos
segundos pensó que, después de todo, estaban a salvo; no tenía armas.
Y en ese preciso instante se oyó el sonido de algo que se desencajaba, y cuatro
apéndices desiguales, parecidos a las patas de un insecto, aparecieron desdoblándose en la
parte superior de su espalda. El más largo mediría como mínimo tres metros, y asomaba
por encima de su hombro derecho como la cola de un escorpión. Avanzó tambaleante otro
paso y un líquido oscuro comenzó a caerle del cuerpo, del pecho o de la espalda. Cuando
las gotas se estrellaron contra el cemento helado, un gas verde purpúreo comenzó a surgir
siseante de los agujeros que abrieron, y el viento helado y cargado de nieve arrastró las
diferentes volutas a un lado o a otro.
La criatura aulló otro grito sin palabras y dio otro paso adelante con las nuevas
extremidades agitándose por encima de su cabeza sin pelo. Aquello hizo que se balancease
de un lado a otro, casi incapaz de mantener el equilibrio. Steve empezó a correr en cuanto
se dio cuenta de aquello.
Ve agachado, con la cabeza bajada, derríbalo mientras todavía está cerca del borde…
—¡Steve! —gritó Claire llena de temor, pero él ya casi había llegado, ya estaba lo
bastante cerca como para que el hedor acre del gas producido por su sangre corrosiva le
quemara las fosas nasales.
Tiene que ser veneno, tengo que mantenerlo alejado de ella.
Justo antes de estrellarse contra el monstruo, algo lo golpeó con fuerza en la espalda
y lo lanzó contra el suelo.
—¡Steve! —gritó Claire de nuevo, pero esta vez, horrorizada por completo: Steve se
deslizaba sin control por el suelo de cemento cubierto de hielo. Aunque intentó detenerse
clavando los dedos helados sobre la superficie helada, no quedó plataforma a la que
agarrarse.
Steve se encontraba casi al lado del monstruo cuando uno de sus extraños brazos
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CÓDIGO VERÓNICA
pasó por encima de los dos y golpeó a Steve en la espalda y lo arrojó a un lado.
—¡Steve!
Su compañero se deslizó por la plataforma helada como una piedra lisa sobre una
superficie de agua tranquila y desapareció por el borde.
¡Dios mío! ¡No!
Claire se dobló sobre sí misma. El dolor provocado por la emoción la impactó como
si se tratase de un golpe físico, duro y seco, en la boca del estómago. Había intentado
protegerla, y eso le había costado la vida. No pudo moverse ni respirar durante un
segundo, no pudo ni sentir el frío, no le preocupó el monstruo en absoluto.
Pero sólo fue durante un segundo.
Miró de nuevo al animal torturado y tambaleante que se aproximaba bamboleándose
hacia ella. Supo sin lugar a dudas que la rabia en sus aullidos procedía de largos años de
torturas y abusos, de experimentos efectuados con él, y no sintió nada por ello. Su corazón
se había aislado por completo, y su mente estaba más fría que su propio cuerpo. Se irguió,
metió una bala en la recámara del rifle y evaluó la situación con tranquilidad.
Era obvio que podía dejarlo atrás corriendo, allí plantado en la plataforma, y
encontrarse a un kilómetro de él antes de que el monstruo lograra bajar los peldaños de la
escalera, pero eso ya no era una opción. Su muerte sería un acto de misericordia, pero eso
tampoco lo incluía en su cálculo de la situación.
Ha matado a Steve, y ahora yo voy a matarlo, pensó con frialdad, y se dirigió hacia la
esquina noroeste de la plataforma, la más alejada de la escalera. El monstruo giró con un
movimiento dolorosamente lento mientras sus apéndices seguían agitándose. Por fin, su
rostro cegado quedó encarado hacia ella.
La criatura soltó otro aullido feroz e incoherente, y su cuerpo expulsó otro chorro de
aquel líquido humeante, probablemente alguna especie de ácido o de veneno. Se preguntó
por un momento quién habría creado una criatura semejante, y cómo. Aquello no era un
monstruo zombi modificado por el virus T, y por su aspecto torturado y castigado
tampoco se trataba de una arma biológica de Umbrella. Supuso que jamás lo sabría.
Claire alzó el rifle y colocó el ojo en la mirilla telescópica, concentrándose en el tejido
palpitante del centro del pecho antes de subir el cañón del arma y apuntar a su rostro gris
y sin expresión. No sabía si aquel tejido rojizo era su corazón, pero estaba segura de que
no sobreviviría a un disparo en la cabeza con una bala del calibre 30.06. No quería perder
el tiempo acechándolo, y tampoco causarle un dolor innecesario. Lo quería muerto.
Apuntó al centro de su frente. Tenía una mandíbula de rasgos fuertes y una nariz
recta bajo la piel cubierta de arrugas, como si antaño hubiese sido alguien bello, incluso
aristocrático.
A lo mejor es otro Ashford, pensó con cierta sorna, y disparó.
La cabeza del monstruo se partió por la mitad; casi pareció desmembrarse cuando el
proyectil se incrustó en su objetivo. Los trozos de hueso y los restos de cerebro volaron por
los aires. Todo ello de un color gris como el mismo cielo. Una vaharada de vapor surgió
del cuenco vacío en que se había convertido su cráneo mientras se desplomaba hacia el
suelo: primero de rodillas, con los brazos mutantes agitándose en el aire helado, y después
directamente de cara contra el suelo cubierto de nieve.
Claire no sintió nada: ni placer, ni alegría, ni siquiera compasión. Estaba muerto, eso
era todo, y ya había llegado el momento de que se marchara. Todavía no sentía el frío,
pero su cuerpo se estremecía con espasmos violentos. Le castañeteaban los dientes, sabía
que tenía que entrar en calor…
—¿Claire?
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CÓDIGO VERÓNICA
La voz, débil y temblorosa, era inconfundible: Steve la llamaba desde algún punto
del borde oriental de la plataforma. Claire se quedó mirando al espacio vacío durante una
fracción de segundo, confundida por completo…, y después echó a correr. Se dejó caer de
rodillas sobre la suave nieve y apoyó las manos en el borde para asomarse y verlo
agarrado a un pilón de apoyo metálico cubierto de hielo, rodeándolo en una postura
extraña con los dos brazos y una pierna.
Tenía la cara azul por el frío, pero al verla se le iluminaron los ojos y en su rostro
pálido apareció una expresión de alivio increíble.
—Estás viva —dijo.
—Es lo que suelo hacer —contestó ella, dejando el rifle a un lado y afianzándose con
fuerza en el borde antes de inclinarse para agarrarle del brazo. Costó unos instantes, pero
un momento después, Steve volvió a estar sobre la plataforma. Se quedaron abrazados,
sintiendo demasiado frío para hacer otra cosa.
—Lo siento, Claire —dijo Steve con tristeza—. No pude detenerlo.
El corazón se le había abierto al ver que seguía vivo, y al oír aquello se le encogió.
Steve sólo tenía diecisiete años, su vida había acabado destrozada por culpa de Umbrella,
y casi acababa de morir por intentar salvarla. Otra vez. Y era él quien pedía perdón.
—No te preocupes. Esta vez me lo he cargado yo —dijo, decidida a no echarse a
llorar—. Del próximo te encargas tú. ¿De acuerdo?
Steve asintió y se sentó sobre los talones para mirarla.
—Lo haré —contestó, con tanta vehemencia que a ella no le quedó más remedio que
sonreír.
—Genial —dijo Claire a su vez, y se puso en pie y alargó la mano para ayudarlo a
levantarse—. Eso me ahorrará un poco de trabajo. Y ahora, ¿qué te parece si nos
montamos en uno de los trineos?
Se apoyaron uno en el otro y se quedaron juntos para mantener el calor corporal
mientras bajaban las escaleras. A ninguno de los dos le apetecía soltarse de aquel abrazo.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 12
Alexia Ashford vio a su gemelo morir a sus pies, sangrando y con un dolor agónico,
mientras alargaba una mano para tocar el tanque de estasis con los ojos llenos de
adoración hacia ella. Nunca había sido demasiado listo o competente en sus funciones,
pero ella lo había querido, y mucho. Su muerte era una gran tristeza, pero también la señal
que había estado esperando. Había llegado el momento de salir de allí.
Sabía desde hacía unos cuantos meses que el final llegaría en poco tiempo. O más
bien, el comienzo, el surgimiento de una nueva vida sobre la Tierra. Su estado de estasis
había permanecido estable durante la mayor parte de los quince años que había
necesitado, y a lo largo de ese tiempo, su cuerpo y su mente habían permanecido ajenos a
la vida de su alrededor, ajenos al hecho de que se encontraba en el interior de un tanque
lleno de líquido amniótico helado mientras sus células cambiaban con lentitud y se
adaptaban al virus Verónica-T.
Sin embargo, eso había cambiado en el transcurso del año anterior. Había mantenido
la hipótesis de que si se le proporcionaba el tiempo suficiente, el virus Verónica-T elevaría
la conciencia hasta niveles mentales insospechados, expandiendo áreas de la mente que
sobrepasarían los simples sentidos humanos, y estaba en lo cierto. Durante los diez meses
anteriores había comenzado a experimentar su propia existencia a pesar del estasis en que
se encontraba, poniendo a prueba su conciencia, y había sido capaz de ver a través de sus
ojos humanos cuando había querido.
Alexia expandió su mente hasta apagar los interruptores de las máquinas de apoyo
vital. El tanque comenzó a vaciarse, y ella se quedó mirando a su hermano muerto,
tremendamente descontenta de que fuera así. Podía elegir no hacer caso de sus emociones,
pero ella había sido humana a su lado. Le parecía lo más apropiado.
Cuando el tanque estuvo vacío del todo, Alexia abrió la puerta y salió a su nuevo
mundo. Había poder por todos lados, y era suyo, tan sólo tenía que apropiarse de él, pero
en ese momento se sentó delante del tanque, colocó la cabeza ensangrentada de Alfred
sobre su regazo y experimentó la tristeza.
Comenzó a cantar una tonadilla infantil que le había gustado mucho a su hermano
mientras le apartaba con cuidado el cabello de la cara. Distinguió arrugas de tristeza
alrededor de su boca y de sus ojos, y Alexia se preguntó cómo había sido la vida de su
hermano. Se preguntó si se habría quedado en Rockfort, si se habría quedado en la casa de
Verónica, el hogar de sus antepasados.
Alexia concentró su mente, sin dejar de cantar, en buscar a su padre, y se quedó
sorprendida al no encontrarlo: o estaba muerto, o estaba más allá de su alcance de
percepción. Había entrado en contacto con su mente escaso tiempo atrás y estudiado lo
poco que quedaba de ella. En cierto modo, él era responsable de lo que le había ocurrido a
ella. El virus Verónica-T había convertido su mente en papilla, lo había vuelto loco, lo
mismo que le habría pasado a ella si no se le hubiera ocurrido probarlo antes en él.
Extendió la percepción de su mente y descubrió enfermedad y muerte en los niveles
superiores de la terminal. Una pena. Había deseado comenzar de nuevo sus experimentos
de forma inmediata. Sin embargo, sin sujetos a los que poner a prueba, no tenía sentido
que se quedara allí.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Descubrió a dos personas no muy lejos de las instalaciones de Umbrella, y decidió
poner a prueba su control sobre la materia para determinar cuánto esfuerzo le costaba, y
comprobó que apenas era un esfuerzo de verdad. Se concentró durante unos pocos
segundos, vio un macho y una hembra en el interior de un trineo motorizado, y deseó que
regresaran a las instalaciones.
De forma instantánea, unas extremidades de materia orgánica atravesaron la capa de
hielo y se dirigieron hacia el trineo. Alexia observó divertida con sus sentidos cómo un
tentáculo gigante de la sustancia recién formada surgía del suelo, se enroscaba alrededor
del vehículo y lo alzaba en el aire sin ninguna clase de dificultad antes de lanzarlo hacia
las instalaciones. El aparato rodó sobre sí mismo y su motor estalló en llamas antes de
detenerse contra la pared de uno de los edificios de Umbrella.
Se dio cuenta de que ambos seguían vivos, y se mostró contenta. Podía utilizar a uno
de ellos en un experimento sobre el que llevaba cavilando desde hacía varias semanas, y
sin duda le encontraría una buena utilidad al otro a su debido tiempo.
Alexia continuó cantándole a su hermano muerto, intrigada por los cambios que veía
llegar, deseando obtener el control completo de sus poderes recién adquiridos. Acarició el
cabello de Alfred mientras seguía soñando.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 13
La situación se complicó con bastante rapidez en cuanto llegó a aquella isla de
mierda.
Chris estaba de pie al borde de un acantilado a primera hora de la noche. Estaba
recuperando el aliento y maldiciéndose a base de bien. Todo estaba en aquella bolsa, las
armas y la munición, el equipo de escalada para que pudieran bajar al bote, la linterna, el
botiquín de urgencia, todo.
Bueno, no todo. Todavía le quedaban tres granadas en el cinturón. Genial. A mitad
de camino del risco, pierde el asidero y deja caer la bolsa al mar, pero por lo que parecía,
todavía le quedaba sentido del humor.
Sí, eso servirá de mucho para salvarle la vida a Claire. Barry tenía razón. Tendría que haber
traído a alguien de apoyo.
Bueno. Podía pasarse todo el puñetero día deseando que las cosas fueran diferentes,
o podía ponerse en marcha. Prefirió ponerse en marcha.
Chris se agachó y entró en una cueva baja que había escogido para empezar la
búsqueda. Se trataba de una zona aislada, pero sin duda conectada con el resto de las
instalaciones. Había un mástil de antena en el exterior, y cuando se irguió después de
avanzar unos cuantos pasos, se encontró en el interior de una estancia amplia y abierta.
Las paredes y el techo eran de piedra natural, pero el suelo había sido nivelado con arena.
Había luz un poco más adelante, y Chris se dirigió hacia ella cruzando los dedos
mentalmente: no deseaba aparecer en mitad de una cena de los miembros del equipo de
seguridad de Umbrella. Lo dudaba mucho. Por lo que pudo ver de la isla, el ataque del
que había hablado Claire había sido excesivamente brutal.
Estaba a menos de doce pasos de otra estancia, más sombría, cuando la cueva se vio
sacudida por un leve temblor que hizo caer polvo y una lluvia de pequeños fragmentos de
roca sobre su cabeza, y cerrando la entrada por la que acababa de pasar. Las rocas grandes
producían un sonido muy característico al caer. Por lo que parecía, el ataque contra la isla
la había dejado en una situación inestable.
—Vaya, genial —murmuró, pero se sintió un poco más contento de llevar las
granadas encima. Tampoco es que fueran de mucha ayuda en una situación como aquélla.
Incluso en el caso de que pudiera hacer volar las rocas que taponaban la entrada de la
cueva sin que se desplomara todo el techo, seguía estando demasiado alto para poder
saltar, y la cuerda estaba en la bolsa que había perdido. A menos que hubiera tomado
lecciones sin que él lo supiera, Claire no era tan buena escaladora como para poder bajar
por aquella pared de roca sin la ayuda de una cuerda…
—¿Qué? —jadeó alguien, y Chris se agachó para tomar una posición defensiva.
Escrutó las sombras y vio a un individuo en el suelo de la cueva, recostado contra
una pared. Llevaba puesta una camiseta blanca rasgada y manchada de sangre, lo mismo
que sus pantalones y botas militares. Era un guardia de Umbrella, y no se encontraba en
buen estado de salud precisamente. De todas maneras, Chris se colocó con rapidez a su
lado, preparado para machacarlo a patadas si se le ocurría ni siquiera estornudar.
—No sabía que todavía hubiera alguien más por aquí —dijo el hombre con voz débil
antes de toser un poco—. Pensé que era el último que quedaba después de la secuencia de
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
autodestrucción.
Tosió de nuevo. Era obvio que estaba a punto de morir.
Aquellas palabras le provocaron un nudo en el estómago a Chris. ¿Autodestrucción?
Se agachó a su lado e intentó hablar con voz tranquila.
—He venido a buscar a una chica. Se llama Claire Redfield. ¿Sabes dónde está?
Al oír el nombre de Claire, el individuo sonrió, aunque no a Chris.
—Es un ángel. Se marchó, logró escapar. La ayudé…, la dejé libre. Intentó salvarme,
pero ya era demasiado tarde.
Chris sintió que sus esperanzas renacían.
—¿Estás seguro de que logró escapar?
El moribundo asintió.
—Oí cómo se marchaban los aviones. Vi cómo un reactor salía de la instalación
subterránea, debajo de… —Tosió de nuevo—. Debajo del tanque. Tú también deberías
marcharte. Ya no queda nada aquí.
Chris sintió cómo parte de su miedo y de sus tensiones desaparecían, relajando
parcialmente sus hombros y el cuello. Si no estaba allí, estaba a salvo.
—Gracias por ayudarla —dijo con sinceridad—. ¿Cómo te llamas?
—Raval. Rodrigo Raval.
—Soy el hermano de Claire, Chris. Déjame ayudarte, Rodrigo. Es lo mínimo que
puedo hacer y…
¡Grroooaaarrr!
Un ensordecedor aullido animal resonó por toda la cueva, y en ese mismo instante,
otro temblor realmente fuerte sacudió el lugar. El suelo se estremeció con tanta violencia
que Chris cayó al suelo, y un chorro de tierra surgió como una erupción. Chris pensó en
un primer momento que se trataba de una explosión. Era una fuente de tierra y de rocas
que ascendió, y siguió ascendiendo. Chris vio una gruesa capa de cieno cubierto de
desechos, olió el hedor a sulfuro y a podredumbre, vio un enorme cilindro de goma que
seguía subiendo también.
Y el cilindro aulló de nuevo. Su parte superior se retorció sobre sí misma y unos
tentáculos agusanados aparecieron en su enorme boca abierta de par en par. Chris se
esforzó por ponerse en pie mientras agarraba una de las granadas que llevaba al cinto…, y
la gigantesca serpiente-gusano se abalanzó sobre ellos sin dejar de aullar, con las fauces
extendidas…
Se tragó a Rodrigo de un solo bocado antes de meterse en el suelo arenoso donde él
había estado sentado. Entró en el suelo como un nadador lo haría en el agua, y su largo y
tremendo cuerpo se arqueó para seguir a la cabeza. ¡Dios!
Chris se alejó tambaleándose mientras el suelo continuaba temblando y la criatura
excavadora lo cubría todo con una lluvia de fragmentos de rocas, arena y suciedad. Se dio
cuenta de que tenía que matarla o largarse de allí con rapidez, porque podía aparecer
debajo de él en cualquier momento y acabaría siendo con facilidad otro aperitivo para
aquel monstruo.
Corrió hacia la pared exterior de la cueva e ideó un plan en una fracción de segundo
antes de que el gusano surgiera del suelo de nuevo a su espalda. Su boca de pesadilla se
abrió en el momento en que llegó a su altura máxima y permaneció allí un instante,
preparada para abalanzarse sobre él mientras las rocas caían a su alrededor…
Chris le quitó la anilla de seguridad a la granada, tiró del detonador y echó a correr
hacia la parte inferior de la criatura, en el punto donde sobresalía del suelo. Una locura, esto
es una locura…
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Se agachó justo antes de tocar el cuerpo musculoso y repugnante y dejó la granada
delante de él, sin dejar de correr, con todo el cuidado que pudo para que no estallara en
ese preciso momento…, y después se puso a cubierto detrás del cuerpo serpenteante del
gusano, rodando sobre sí mismo antes de cubrirse la cabeza con un brazo al mismo tiempo
que el animal se lanzaba a por él, aullando…
¡BOOM!, la explosión hizo estremecerse el suelo con mayor fuerza todavía de lo que lo
había hecho el monstruo y el aullido se cortó en seco. El estampido de la granada quedó
medio ahogado por media tonelada de tripas del gusano que salieron disparadas en todas
direcciones, pegajosas y tibias, que pintaron las paredes de la cueva con manchas viscosas.
Chris rodó sobre su espalda, empapado de restos, y vio la parte delantera del animal
retorcerse de forma convulsa, muerta ya…, y cuando sus músculos se tensaron y relajaron
por última vez, la serpiente-gusano expulsó una oleada de ácidos estomacales y rocas por
su enorme boca, vomitando su última comida.
¡Rodrigo!
Antes siquiera de que el enorme cuerpo se quedara inmóvil por completo, Chris ya
estaba al lado de Rodrigo, horrorizado y con una sensación de impotencia por el pobre
hombre torturado por un dolor agónico. Estaba cubierto por completo por una capa de
bilis amarilla, y Chris vio que en algunos sitios ya había comenzado a atravesar la piel.
Rodrigo dejó escapar un leve quejido lastimero: estaba demasiado debilitado para
lograr gritar en lo que tenía que ser un dolor increíble. Chris se quitó la chaqueta que
llevaba puesta y le limpió la cara del fluido pegajoso y ácido.
—Te vas a poner bien, tranquilo. No intentes hablar —le dijo Chris, consciente de
que Rodrigo moriría en cuestión de minutos, quizá incluso segundos. Siguió hablando,
manteniendo un tono de voz tranquilizador a pesar de la desesperación que sentía.
Rodrigo abrió los ojos, y aunque estaban llenos de sufrimiento, también mostraban la
mirada lejana y perdida de alguien que estaba a punto de dejarlo todo atrás, de alguien
que estaba a punto de verse libre de todo dolor y miedo.
—Bolsillo… derecho… —susurró Rodrigo—. El ángel… me lo… dio… para que…
tuviera suerte.
Rodrigó inspiró una profunda bocanada de aire con lentitud, y la dejó salir con la
misma lentitud, una exhalación que pareció durar una eternidad, y después murió.
Chris cerró con un gesto automático sus ojos medio abiertos, sintiéndose a la vez
triste y aliviado por la muerte de Rodrigo, el fin de una vida, pero también el fin de una
agonía.
Descansa, amigo.
Suspiró y metió una mano en el bolsillo indicado por Rodrigo, sintió el metal de un
objeto tibio por el contacto con la piel…, y sacó el desgastado y pesado encendedor viejo
que le había regalado a Claire hacía ya mucho tiempo. Para que le diera suerte.
Chris lo sostuvo contra su pecho, embargado de repente por una oleada de amor
hacia su hermana. Claire había llevado aquel encendedor con ella durante años a todos
lados, pero se lo había dado a un hombre moribundo para aliviar su sensación de soledad,
que además lo más probable era que fuese uno de los individuos que la habían capturado.
Se lo metió en un bolsillo y se puso en pie, alegre de poder devolvérselo, y de decirle
que ella había supuesto una alegría en las horas postreras de la vida de Rodrigo, quien
había muerto con una sonrisa en los labios al oír su nombre. Aunque no hiciera falta que
rescatara a Claire, el viaje de Chris hasta la isla había merecido la pena y el esfuerzo.
El hedor que inundaba la cueva salpicada de restos empezó a asfixiarlo. Ya sabía que
su hermana estaba salvo, por lo que lo único que le quedaba por hacer era regresar a casa.
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La entrada de la cueva había quedado bloqueada por el alud de rocas, pero si alguien
había activado el sistema de autodestrucción de Umbrella… Por lo que parecía, todas sus
instalaciones ilegales poseían aquella clase de sistema, ya que era un modo excelente de
destruir pruebas si algo salía mal, de manera que no debería tener demasiados problemas
en encontrar la instalación subterránea de la que había hablado Rodrigo y ver si quedaba
otro avión.
—No hay regreso posible —dijo en voz baja. Rezó una breve oración por el descanso
del alma de Rodrigo y se marchó para ver lo que encontraba.
Estaba a punto de producirse un enfrentamiento en una de las pantallas que
quedaban de la sala de control, y Albert Wesker, frustrado después de todo un día de
búsqueda infructuosa y sin ganas de efectuar otro largo viaje en avión, arrastró una caja y
se sentó a observarlo. Ya había enviado a sus chicos de vuelta y estaba solo, excepto que, al
parecer, alguien se le había escapado, y ese alguien todavía estaba dando vueltas por la
isla.
Aunque no por mucho tiempo más, pensó con alegría. Deseó que la recepción en el
monitor fuese de mejor calidad. Gracias a ese fracasado solitario, Alfred Ashford, el
sistema de autodestrucción lo había jodido todo, pero por fin estaba a punto de ocurrir
algo interesante.
¡Joder, está desarmado!
Sin duda, o era un idiota, o estaba loco o no sabía lo que podía encontrarse en la isla.
Wesker sonrió. El tipo desarmado caminaba lentamente por las instalaciones de
entrenamiento situadas justo una planta por debajo de él y estaba a punto de encontrarse
de frente con una de las creaciones biológicas más recientes de Umbrella, una que había
quedado atrapada en el sistema de alcantarillas hasta que Wesker había aparecido por allí
y la había dejado libre. Tan sólo los separaba un pasillo. En cuanto aquel idiota doblase la
siguiente esquina, lo mataría.
Wesker se colocó bien las gafas de sol, distraído de forma agradable y alejado de sus
problemas. Umbrella había bautizado a sus nuevos monstruos con el nombre de
«Barredores». Sin embargo, básicamente no eran más que Cazadores con garras
envenenadas. Eran enormes, anfibios, y con un comportamiento violento inaudito. En
opinión de Wesker, los Cazadores, la serie 121, ya eran unos cabrones de cuidado sin
necesidad de añadirles el detalle del veneno.
Pero así eran los de Umbrella. Siempre andaban desperdiciando recursos, jugando en vez de
ganar guerras.
Sí, así era, pero en ese momento estaba punto de producirse un baño de sangre.
Wesker dejó a un lado el disgusto que sentía hacía la compañía y se inclinó hacia adelante
para ver mejor.
El idiota desarmado, un tipo alto de cabello castaño rojizo —eso era lo único que
permitía distinguir la estática de la pantalla—, estaba a dos pasos de su desastre personal.
El Barredor estaba esperándolo justo al otro lado de la esquina, cuando el individuo se
detuvo y retrocedió un paso, pegándose a la pared.
Wesker frunció el entrecejo. El tipo comenzó a retroceder, con lentitud y precaución,
sin despegarse de la pared. Bueno, puede que no fuese idota del todo.
Había recorrido la mitad del pasillo por el que había llegado cuando el Barredor se
impacientó y decidió pasar a la acción. No quedaba nada en funcionamiento del sistema
de sonido, pero cuando la criatura echó la cabeza hacia atrás en la pantalla, supo que
estaba lanzando su feroz aullido, y el grito agudo llegó a Wesker a través de las
habitaciones derruidas del edificio una fracción de segundo después.
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CÓDIGO VERÓNICA
—Ve a por él —susurró Wesker con voz ansiosa mientras giraba la cabeza para mirar
al pobre idiota condenado…, justo a tiempo para verle lanzar algo, algo pequeño y oscuro,
en el mismo momento en que el Barredor saltaba saliendo de la esquina sin dejar de aullar.
El objeto aterrizó a sus pies, y el edificio se estremeció. Las pantallas se pusieron primero
blancas y después negras, y el profundo retumbar de una explosión rugió a través del
suelo.
Wesker se quedó sorprendido, y después se sintió furioso. Aquella criatura había
sido un logro maravilloso de la ciencia, un guerrero creado para el combate ¿Quién era
aquel cabrón que había entrado a tontas y a locas y lo había hecho volar en pedazos?
Un cabrón muerto, pensó Wesker con rabia, quitando la caja de en medio de una
patada. Se dirigió a las escaleras y bajó los peldaños de dos en dos, rodeando con cuidado
los pocos incendios que todavía ardían. Se dio cuenta de que estaba canalizando toda su
frustración y rabia contra el desconocido, pero no le importó lo más mínimo. Alexia no
estaba en Rockfort, lo que significaba que tendría que ir nada menos que a la Antártida,
donde se encontraba la única instalación donde ella podía estar. ¿Por qué habría ido
Alfred allí si no? Y si Wesker no llegaba antes de que ella se despertase, era muy posible
que tuviese que marcharse con las manos vacías, lo que representaba un fracaso, y si había
algo que Wesker odiaba era perder.
Cruzó las instalaciones de entrenamiento cubiertas de escombros hasta llegar al
pasillo que buscaba. Procuró caminar en silencio mientras avanzaba. En el aire todavía
quedaban restos de humo cuando dobló la esquina donde se había producido el
enfrentamiento, pero quedaba muy poco del Barredor. La mayor parte se encontraba
pegada a las paredes y al techo.
Allí estaba, delante y a la izquierda. Podía oler al intruso, olía el miedo y el sudor que
emanaba del pequeño laboratorio donde se había ocultado.
Esto te va a doler más a ti que a mí, pensó. Se animó un poco al pensar en aquel
pequeño encuentro.
No quería que el desconocido lo hiciese saltar por los aires a él también, así que
Wesker no dudó. No le dio al individuo ni el tiempo ni la oportunidad de ponerse
paranoico. Entró en la estancia, vio al futuro cadáver de pie y de espaldas a él, y avanzó.
Lo hizo del único modo que podía: en un segundo atravesó la puerta, y al siguiente le
estaba dando la vuelta al intruso que tenía agarrado por la garganta antes de levantarlo en
vilo…, y se encontró mirando al rostro sorprendido de Chris Redfield.
Vaya.
Chris, que había pertenecido a los STARS de Raccoon City, que había participado
bajo el mando del propio Wesker en la operación de la mansión Spencer, donde se había
encargado de joder por completo todos sus planes. Chris Redfield le había costado dinero,
y casi le había costado la vida, pero lo peor de todo era que había sido el responsable del
mayor fracaso de toda la carrera de Wesker.
Se recuperó con rapidez de la sorpresa, y una alegría siniestra y maravillosa se
extendió por todo su cuerpo.
—Chris Redfield, vivito y coleando. ¿Qué es lo que te trae por Rockfort? Si no te
importa decírmelo, vamos…
La voz de Wesker se fue apagando poco a poco mientras miraba el rostro cada vez
más rojo de Redfield, que seguía intentando de modo inútil apartar los dedos de su
atacante de la garganta. ¡La chica, por supuesto! Ni siquiera sabía que Redfield tenía una
hermana, pero la carta enloquecida que Alfred Ashford había dejado atrás de forma tan
meticulosa lo explicaba todo, incluidos los planes que tenía reservados para la joven Claire
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Redfield.
—No está aquí —le dijo Wesker con una sonrisa. Se colocó bien las gafas de sol con la
mano libre.
—Estás…, estás muerto —jadeó Chris, y la sonrisa de Wesker se ensanchó. Ni se
preocupó por responder a una afirmación tan estúpida.
—Chris, no cambies de tema. ¿No quieres saber dónde está Claire? ¿Sabes que su
avión tomó un desvío inesperado hacia la Antártida?
Chris se estaba asfixiando con lentitud, pero Wesker se dio cuenta de que lo que le
estaba contando sobre su hermana le hacía más daño que la idea de su propia muerte
inminente.
¡Excelente!
—Allí se están llevando a cabo unos cuantos experimentos —susurró Wesker con un
tono de voz burlón, como si le estuviera contando un secreto muy preciado—. Tengo
planeado ir allí a ver si puedo efectuar uno o dos experimentos por mi cuenta. Dime, ¿tu
hermana es atractiva? ¿Crees que le interesaría pasarlo bien un rato? Porque, verás, me
estoy empalmando como no te puedes hacer ni idea…
Chris intentó golpear a Wesker, y la furia impotente de sus ojos fue algo
enormemente placentero. Por fin, le dio en plena cara y le hizo saltar las gafas de sol, que
cayeron al suelo, y Wesker se echó a reír. Parpadeó con lentitud para que pudiera verlo
con claridad. Todavía no se había acostumbrado a su nuevo aspecto, y sus ojos de gato de
color rojizo dorado lo sorprendían cuando se miraba en un espejo, y tuvieron el efecto que
precisamente había esperado.
—¿Qué…, eres? —jadeó Chris.
—Soy mejor, eso es lo que soy —contestó Wesker—. Verás, tengo nuevos jefes.
Después de lo que me pasó en la mansión Spencer me hizo falta un poco de ayuda para
lograr ponerme en pie de nuevo, y ellos se mostraron más que dispuestos a
proporcionármela. ¿Crees que le gustará a Claire?
—Monstruo —le espetó Chris.
Te voy a enseñar lo monstruo que soy, mierdecilla.
Wesker comenzó a cerrar la mano poco a poco. Vio cómo los ojos de Chris
empezaban a salírsele de las órbitas, cómo se le hinchaba una vena de la frente.
Se detuvo al oír el sonido de una risa. Una risa femenina, fría, que llenó la estancia,
rodeándolos.
—¿No prefieres jugar conmigo? —dijo una voz. Era la misma mujer, con un tono
ronco, sensual y peligroso, y después empezó a reírse de nuevo. Era un sonido bello,
inmisericorde, que se fue apagando poco a poco hasta desaparecer.
¡Alexia!
Dios, estaba despierta ya… Wesker pensó en el poder que debía de tener para
conseguir verlo allí, para que su mente llegara tan lejos…
Lanzó a Chris a un lado y apenas prestó atención al crujido del yeso cuando su
cabeza chocó contra la pared. Estaba concentrado por completo en Alexia. Tenía que llegar
hasta ella lo antes posible. Tenía que apoderarse de ella, y no sólo por la muestra, aunque
se conformaría con lo que pudiera conseguir.
—Ya voy —dijo.
Recogió sus gafas y se puso en movimiento, cruzando a toda velocidad las
instalaciones destruidas para llegar hasta donde lo esperaba su avión privado. Chris
representaba su pasado; Alexia Ashford era su futuro.
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CÓDIGO VERÓNICA
Chris se puso en pie poco después de que Wesker se hubiera marchado. Le dolía el
cuerpo en una docena de sitios diferentes, y la garganta era el peor de todos. No sabía lo
que había ocurrido con exactitud, no sabía quién era la mujer de la risa o por qué Wesker
se había mostrado tan ansioso de llegar hasta ella, pero en ese momento comprendió quién
había atacado Rockfort, y sospechaba el motivo. Albert Wesker debería haber muerto
cuando la mansión Spencer ardió hasta los cimientos, pero por lo que parecía, había
vendido su alma a cambio de su vida a alguien nuevo, alguien que obviamente era tan
inmoral y cruel como Umbrella. Alguien a quien no le importaba en absoluto matar para
conseguir lo que quería, algo que Umbrella tenía en su poder.
A Chris no le importaba todo aquello. En esos momentos, lo único que le importaba
era Claire y el modo de llegar hasta la instalación de la Antártida. Sabía que Umbrella
tenía una base legal allí, tenía que ser la misma, y si no lo era, seguro que alguien sabría
dónde se estaban realizando los experimentos.
Le quedaba una granada. Si lograba encontrar el aeropuerto subterráneo no tendría
problemas para lograr entrar, y sabía pilotar cualquier cosa con alas. Utilizaría la radio
durante el trayecto para localizar con exactitud la base de Umbrella, y si no conseguía una
arma, utilizaría las manos desnudas.
Lo único que importaba era Claire. Y él ya estaba en camino.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 14
Estaban tan sólo a unas pocas horas de llegar. Dos hombres relacionados por su
pasado. Uno era su enemigo. El otro… Alexia no sabía apenas nada sobre el otro, todavía,
pero lo que sabía era que estaba dispuesto a rescatar a la muchacha del trineo motorizado
que ella había capturado después de haberla hecho regresar de forma tan brusca. Lo más
probable era que también quisiese rescatar al muchacho. Por supuesto, ninguno de ellos
saldría de allí, pero deseaba observar las intrigas sin sentido y los dramas desmesurados
que su humanidad traería hasta su hogar. Disfrutaría de la oportunidad de observar sus
tendencias e instintos naturales antes de alterar por completo sus vidas para siempre.
Estaba de pie en medio del gran salón, considerando todos los elementos de la
situación: los futuros posibles, su transformación ya próxima, los cambios estructurales y
psicológicos que su nueva síntesis vírica provocaría en los humanos, cómo recibiría a sus
nuevos invitados, y se le ocurrió que quizá les sería difícil llegar hasta su hogar, enterrado
en las profundidades bajo el hielo y la nieve. Deseó inmediatamente que todas las puertas
se abrieran, que todos los obstáculos desaparecieran, y vio y oyó el resultado en ese
preciso instante, en un centenar de sitios a la vez, cuando las cerraduras saltaron por los
aires y las paredes cayeron derribadas, cuando los escombros fueron arrinconados a un
lado y las aberturas se ampliaron.
Estaba preparada. Todo iría con mayor rapidez a partir de aquel momento, y lo que
ocurriera a lo largo de las horas siguientes definiría, hasta cierto punto, las decisiones que
tomaría durante cierto tiempo. Todo era todavía tan reciente que las premisas que regirían
su nueva vida no estaban más que escritas en la arena…
Alexia sonrió ante su talante poético y se dispuso a preparar la primera serie de
inyecciones para el chico.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 15
Algo iba mal, muy mal, en la instalación que Umbrella tenía en la Antártida, pero
Chris no sabía lo que era.
Estaba en el quinto nivel subterráneo de la construcción que se hundía en tierra, a
decenas de metros bajo la superficie de la tierra, de pie frente a lo que parecía ser una
mansión levantada con ladrillo blanco. Había una fuente a su espalda, plantas en grandes
macetas, incluso un tiovivo recargado de adornos. Había acabado allí, probablemente
porque alguien de dentro así lo había querido, pero no tenía ni idea ni de quién había sido
ni del motivo.
Todos sus instintos le gritaban que saliera zumbando de allí, pero no hizo caso. Tenía
que seguir, aunque no supiera si iba como oveja al matadero o de si lo estaban llevando
hasta su hermana. Desde que había aterrizado con el reactor en el hangar de la parte
superior lo habían guiado a cada paso que daba: entraba en los pasillos y las puertas se
cerraban a su espalda mientras que otras se abrían justo delante de él. En dos ocasiones
había encontrado piedras preciosas en el suelo frío de cemento que le indicaban qué
dirección concreta debía seguir, y una vez, después de equivocarse al doblar una esquina,
todas las luces del pasillo se habían apagado. Habían vuelto a encenderse cuando regresó
hasta la esquina donde había cometido el error.
Ya había sido bastante raro llegar hasta las instalaciones de Umbrella, sobrevolando
los interminables kilómetros de hielo y nieve grises para después verlas por primera vez,
sobresaliendo de la planicie como un espejismo.
Pero eso de que te conduzcan como un animal de rebaño hasta un sitio sin conocer el
motivo…
Chris estaba atemorizado, más atemorizado de lo que se atrevía a admitir. Intentó
detenerse, echar un vistazo a su alrededor en busca de armas o de alguna pista, pero lo
habían quitado todo de en medio, y todas las puertas que había intentado abrir estaban
cerradas con llave, excepto, por supuesto, aquellas que se suponía tenía que cruzar. Las
cámaras que debían de estar vigilándolo estaban tan bien ocultas que no había visto ni una
sola de ellas, aunque en realidad casi parecía que supieran lo que pensaba, qué señales
debían mostrarle y cómo hacer que continuara avanzando. Al principio pensó que se
trataba de Wesker, que todo aquello no era más que un montaje para atraparlo… Sin
embargo, ¿para qué molestarse? Podía haberlo estrangulado en la isla si hubiera querido.
No, lo estaban guiando por alguna otra razón, y al parecer no le quedaba más remedio que
seguir el juego si quería encontrar a Claire.
Respiró profundamente, abrió la puerta delantera y entró en la mansión.
Era bella, tan extravagante como la fachada del edificio había sugerido: una
grandiosa escalinata central, unos arcos con columnas, y extrañamente familiar, aunque
tardó unos momentos en darse cuenta debido a los colores y a una decoración diferentes.
Era el diseño: se trataba básicamente del mismo diseño de la sala de entrada de la mansión
Spencer. Era algo surrealista, pero tan perfectamente en armonía con las demás rarezas
que ni siquiera pestañeó al darse cuenta de ello.
Se quedó allí de pie, esperando, y miró a su alrededor en busca de una señal, y en ese
momento oyó lo que le pareció una risa procedente de detrás de las escaleras. Era la
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CÓDIGO VERÓNICA
misma risa que había oído en las instalaciones de Rockfort; era la misma mujer.
¿Qué era lo que había dicho? ¿Algo sobre jugar?
Sin duda, todo aquello parecía un juego, y él no era más que una pieza movida por
otra persona que estaba disfrutando con ello, y eso empezaba a cabrearlo. El hecho de
estar atemorizado no hizo sino enfurecerlo más todavía.
Chris se dirigió hacia la parte trasera de la sala de entrada, preparado para
enfrentarse a aquella mujer, a exigirle unas cuantas respuestas, pero cuando rodeó una de
las columnas cargadas de decoración, vio que allí no había nadie.
—¿Qué coño pasa aquí? —murmuró mientras se daba la vuelta.
Y allí estaba Claire, pegada a la parte posterior de la escalinata como si la hubiera
colocado allí una araña gigante. Tenía los ojos cerrados y la cabeza le colgaba flácida.
Wesker no se sorprendió al descubrir que ciertas partes de la instalación de Umbrella
en la Antártida habían sido construidas para que se parecieran a la mansión Spencer.
Aquella extravagancia subterránea constituía un despilfarro tremendo, increíble, pero, tal
como había pensado muchas veces antes, era lo propio de Umbrella.
Para ellos, todo iba de intrigas y similares al principio, antes de que todo se convirtiera en una
película de espías muy mala.
Oswell Spencer y Edward Ashford eran los responsables de la creación del virus T,
pero ése había sido su único logro; el resto no era más que dinero derrochado. Lo cierto
era que toda aquella instalación, a excepción de los laboratorios, por supuesto, no era más
que una broma muy cara montada por viejos y por niños con muy poca imaginación y
mucho dinero.
Wesker sabía que lo más probable era que Alexia lo estuviese vigilando, así que se
tomó su tiempo mientras pasaba de nivel a nivel y eliminaba de paso unos cuantos zombis
que lo atacaron. No llevaba ninguna arma, y simplemente les había partido el cuello y los
había dejado tirados para que se asfixiaran. En un par de ocasiones, otras criaturas habían
detectado su presencia, criaturas que él había sentido pero que no había llegado a ver,
pero no lo habían molestado, quizá porque lo habían reconocido como uno de los suyos.
Siguió avanzando, seguro de que Alexia lo encontraría en cuanto estuviese
preparada para ello. Había aterrizado a cierta distancia de las instalaciones, deseoso de
hacerle entender con claridad lo diferente que él era: que los elementos y el clima no le
afectaban, que era más fuerte que cinco hombres juntos, que tenía mayor resistencia y
mejores sentidos. También quería demostrarle que respetaba su espacio vital, que estaba
dispuesto a ser paciente, y que estaba muy, muy decidido.
Cuando quieras, querida, pensó mientras cruzaba un pasillo helado del quinto nivel
subterráneo. No había estado antes allí, pero sabía que la mansión estaba en aquel lugar y
sospechaba que ella quería recibirlo a lo grande. No le importaba lo más mínimo. Por lo
que a él se refería, como si le llevaba toallas perfumadas en la mano; seguía pensando que
no era más que era una niña tan consentida y vanidosa como su hermano. Por poderosa e
inteligente que fuese, también se trataba de una chavala rica de veinticinco años que había
pasado quince años de su vida durmiendo.
Rica, hermosa… y juguetona. Lo más probable era que ni siquiera entendiese todavía
sus propios poderes, pero no tardaría mucho en hacerlo. Podía sentirlo. Dejó atrás la
helada tranquilidad del pasillo y se dirigió de nuevo hacia la mansión.
Claire se despertó lentamente. Alguien sostenía su cuerpo dolorido con unas manos
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CÓDIGO VERÓNICA
tibias que la alzaron y la abrazaron. Estaba medio tumbada en el frío suelo, y era eso lo
que la había despertado. Cuando abrió los ojos, lo que vio fue a su hermano, sonriendo.
—¡Chris!
Claire se irguió y lo abrazó a su vez sin hacer caso de sus músculos cansados y
doloridos, tan feliz de verlo que por un momento se olvidó de todo lo demás. Era Chris,
era él, ¡por fin!
—Hola, hermanita —dijo a la vez que respondía con fuerza a su abrazo. El sonido
familiar de su voz hizo que Claire se sintiera segura y a salvo. Deseó que aquella sensación
durara para siempre.
¡Después de tanto tiempo!
—Claire… Creo que deberíamos largarnos de aquí cuanto antes —dijo Chris, y ella
notó el tono de profunda preocupación de sus palabras, lo que la despabiló por completo y
le hizo recordar todo lo que había ocurrido—. No sé qué está pasando exactamente, pero
no creo que estemos a salvo.
—Tenemos que encontrar a Steve —dijo, y comenzó a ponerse en pie, preocupada.
Chris la ayudó a levantarse, dejando que se apoyase en él mientras lo hacía.
—¿Quién es Steve?
—Un amigo —contestó Claire—. Huimos juntos de Rockfort, y también estábamos a
punto de escaparnos de aquí, pero algo…, una especie de criatura atrapó nuestro trineo
motorizado y lo lanzó por los aires.
Levantó la mirada hacia Chris, y de repente se sintió más que preocupada.
—Le oí gritar mi nombre justo antes de perder el conocimiento. Chris, está vivo, no
podemos dejarlo aquí…
—No lo haremos —la cortó Chris con firmeza, y Claire sintió que le temblaban las
piernas por el alivio que la inundó.
Chris había llegado, y conocía Umbrella a fondo. Encontraría a Steve y los sacaría de
allí.
Risotadas. Una mujer se estaba riendo a carcajadas con un sonido cruel. Chris salió
de detrás de la escalinata con Claire pegada a su espalda. Ambos alzaron la mirada hacia
la balconada. Allí había una mujer, era…
¿Alfred?
No, no era Alfred. Y eso significaba que…
—Alexia existe de verdad —murmuró Claire—. Quién se lo iba a imaginar.
Alexia Ashford se dio la vuelta sin dejar de reírse y se alejó hasta salir por la puerta
situada en la cabecera de la escalinata.
—Puede que sepa dónde está Steve —dijo Chris a la vez que se le ocurría lo mismo a
Claire, y un momento después, los dos estaban subiendo la escalinata a la carrera. Ella lo
adelantó con facilidad, dispuesta a sacarle la verdad a la hermana de Alfred aunque fuera
a golpes…
¡CRAASHH!
Las escaleras desaparecieron a su espalda. Claire se arrojó al suelo cuando un
gigantesco tentáculo como el del trineo atravesó la balconada y desapareció un momento
después de vuelta al agujero que había perforado y dejando atrás un trozo de escalera
machacado. El grueso de la escalinata seguía en pie, pero ella había quedado atrapada en
la segunda planta. Tendría que bajar deslizándose.
—¡Claire!
Se puso en pie y vio a Chris allá abajo, agarrándose dolorido una pierna en medio de
los restos de la escalera.
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CÓDIGO VERÓNICA
—¿Estás bien? —le preguntó, y Chris asintió, al mismo tiempo que se oía un grito.
Claire sintió que se le helaba la sangre.
Procedía del otro lado de la puerta por la que Alexia había desaparecido, y era Steve
quien lo había lanzado, a Claire no le cabía ninguna duda. Era Steve, y algo le estaba
produciendo un dolor intenso.
No puedo abandonar a Chris, pero…
—Chris, es él —dijo mirando a la puerta y a su hermano alternativamente, sin saber
qué hacer.
—¡Ve, ya te alcanzaré! —gritó Chris.
—Pero…
—¡Ve! ¡Estoy bien, pero ten cuidado!
Claire, aterrorizada, se dio media vuelta y echó a correr, con la esperanza de que no
fuese demasiado tarde.
Wesker entró en el gran vestíbulo de la mansión subterránea y se dio cuenta de que
ya no era tan grandioso: algo le había ocurrido a la escalinata central, y parte de la
balconada superior estaba esparcida por el suelo.
Oyó a alguien moverse detrás de un enorme trozo de balconada destrozado que
todavía colgaba de la alfombra medio rasgada, y allí estaba ella, de pie al lado de la
escalinata, con un vestido negro satinado ajustado al cuerpo y su cabello rubio y sedoso
recogido en una cola para dejar al descubierto su precioso rostro.
—Alexia Ashford —dijo Wesker, sorprendido al darse cuenta de que, después de
todo, estaba impresionado. Parecía humana, delicada e indefensa, pero él sabía que no era
así en absoluto.
Haz tu jugada, y que sea buena.
Wesker carraspeó para aclararse la garganta, dio un paso adelante y se quitó las gafas
de sol.
—Alexia, me llamo Albert Wesker. Represento a un grupo de personas que han
admirado tu obra y tu trabajo desde hace tiempo, y que han estado esperando impacientes
y ansiosos tu… regreso.
Ella se lo quedó mirando sin pestañear, con la cabeza inclinada levemente hacia un
lado y la espalda recta y enhiesta. Parecía una debutante en su primera fiesta de
presentación social.
—Y debo añadir que es un honor personal conocerte —siguió diciendo Wesker con
sinceridad—. Mis jefes me lo han contado todo sobre ti. Sé que tu padre te engendró con
los genes de su propia tatarabuela, Verónica… Que con su material genético, la base
misma de la familia Ashford, os creó a ti y a Alfred para que fueseis la culminación de su
genio. Verónica estaría sin duda muy orgullosa.
»Sé que creaste el virus Verónica-T en su honor, y que eres el único ser vivo que tiene
acceso al virus.
Cuidado, no debes mencionar lo que le hizo a su padre, no la cagues.
—Yo soy el virus —replicó Alexia con frialdad, observándolo fijamente con los ojos
entrecerrados.
—Sí, claro, por supuesto —contestó Wesker.
Dios, odiaba toda aquella mierda de diplomacia, era muy malo con aquellas cosas,
pero quería impresionarla y hacerle saber lo valiosa que era para determinada gente.
—Bueno —continuó diciendo mientras pensaba en lo fácil que habría sido todo si
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
hubiera llegado hasta ella cuando todavía estaba en estasis—, pues me gustaría mucho, es
decir, mis jefes apreciarían mucho que tuvieras la amabilidad de acompañarme para
reunirte con ellos en un encuentro privado. Te aseguro que no te arrepentirás.
Ella esperó unos momentos para ver si ya había terminado, y después se echó a reír
de un modo fuerte y estridente. Wesker sintió que se sonrojaba. Estaba claro por el tono de
su risa lo que pensaba de su propuesta.
Muy bien, se acabó lo de ser amable.
Wesker avanzó hacia ella y alzó una mano.
—Queremos una muestra del virus Verónica-T —dijo, y el tono educado desapareció
de su voz—. Y voy a tener que insistir en ello.
Cuando ella comenzó a bajar las escaleras, Wesker pensó durante un segundo que
iba a hacerlo, pero en ese momento empezó a cambiar, y él dejó de pensar en nada. Sólo
pudo quedarse mirando, y su asombro se duplicó.
Bajó un peldaño y su vestido se esfumó envuelto en llamas producidas por un
resplandor de luz dorada ardiente. La luz salía de su cuerpo. Bajó otro peldaño y su carne
cambió de color y pasó a ser gris oscuro, al mismo tiempo que su cabello desaparecía
sustituido por unos rizos musculosos también de color gris que salieron de la parte
superior de la cabeza y le enmarcaron la cara. Su desnudez se vio transformada con el
siguiente paso, cuando una gruesa capa de blindaje natural empezó a crecerle por una
pierna, luego subió hacia la ingle para continuar hasta sostener un pecho redondeado y
cubrirle el brazo derecho. Para cuando llegó al pie de la escalera ya no se parecía en
absoluto a Alexia Ashford.
Wesker, que se había quedado sin respiración, alargó un brazo hacia ella, y Alexia lo
golpeó con el dorso de la mano, lanzándolo por los aires hasta que se estrelló con un fuerte
porrazo contra la puerta principal.
¡Cuánto poder!
Se puso en pie y se dio cuenta de que quizá lo mejor sería utilizar la fuerza bruta, así
que se preparó para moverse, para utilizar su propio poder…
Y ella sonrió moviendo una mano. Un instante después, unas llamaradas surgieron
del suelo de mármol y lo rodearon por completo, encendidas por sus esbeltos dedos.
Alexia bajó la mano y las llamas disminuyeron de tamaño pero no se apagaron. Siguieron
ardiendo sobre la piedra, sobre la piedra pura y simple.
Wesker supo en ese momento que todo había acabado. Tendría suerte si ella decidía
perdonarle la vida. Sin decir ni una sola palabra más, dio media vuelta y salió de la sala,
echando a correr en cuanto la puerta se cerró a su espalda.
La criatura en parte humana se marchó, y pocos segundos después lo hizo el joven,
creyendo que escapaba de forma inadvertida. Alexia se quedó mirando cómo huían,
divertida pero algo decepcionada. Había esperado mucho más.
La criatura en parte humana no era ninguna amenaza, así que decidió perdonarle la
vida. Su arrogancia le había agradado, aunque no podía decir lo mismo de su patética
oferta. Sin embargo, el joven… Era valiente y con capacidad de sacrificio, leal y
compasivo. Físicamente era un buen espécimen. Y además, amaba profundamente a su
hermana, quien estaba a punto de morir. Aquello podría dar como resultado una
interesante reacción fisiológica.
Alexia decidió que crearía un enfrentamiento para que ambos interactuaran. Probaría
una nueva forma y vería si su dolor lo hacía ser más valiente, o si por el contrario
demostraba ser una desventaja.
Se rió al imaginar una forma adecuada, apropiada, que tomar. A excepción de
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Alfred, nadie supo nunca cuál era el sencillo secreto del virus Verónica-T: que estaba
basado en la genética de la hormiga reina. Probaría una configuración de insecto y
experimentaría las ventajas y los puntos fuertes que podía ofrecer una forma semejante.
Se le había pasado el disgusto. La chica y su amigo morirían, y luego se divertiría con
el joven.
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 16
Claire recorrió a la carrera las estancias y los pasillos de la mansión temiendo oírle
gritar de nuevo, y temiendo que no lo hiciera porque entonces no sabría dónde buscar.
Atravesó los lugares más ornamentados y llegó hasta una zona llena de celdas a ambos
lados. El ambiente era frío y opresivo de nuevo. Un solitario portador del virus alargó las
manos hacia ella desde el otro lado de unos barrotes, gimoteando.
—¡Steve!
Su voz resonó a su espalda, llena de miedo y de tensión, pero Steve no contestó. A su
derecha había una puerta gruesa de metal diferente a las demás, ya que estaba reforzada
con barras metálicas. La abrió y vio que daba paso a una pequeña estancia desnuda que a
su vez daba a otra mucho mayor.
—¡Steve!
No hubo respuesta, pero la estancia grande era alargada y estaba mal iluminada.
Parecía un pasillo enorme, así que no pudo ver lo que había al otro extremo. Lo que sí vio
era que había una puerta corredera suspendida sobre el espacio intermedio entre la
estancia pequeña y el pasillo grande, lo que la hizo detenerse. Miró a su alrededor y vio un
trozo de madera rota en el suelo. Lo recogió y lo usó como una cuña entre la puerta
exterior y su quicio: no quería acabar encerrada allí dentro.
Se apresuró a entrar en el gigantesco pasillo. Era un lugar intimidatorio, con estatuas
de caballeros medievales de enorme tamaño alineadas a lo largo de las paredes envueltas
en sombras. Su ansiedad crecía a cada segundo que pasaba. ¿Dónde estaba Steve? ¿Por qué
había gritado?
Estaba a mitad de camino por el pasillo cuando lo vio, tirado sobre una silla al otro
extremo de la estancia, con una especie de barra sobre el pecho que lo mantenía
inmovilizado.
Dios…
Claire echó a correr, y se dio cuenta cuando ya estuvo más cerca que la barra era el
mango de una hacha enorme, más bien una alabarda, y que la hoja estaba firmemente
hundida en la pared que tenía al lado. Parecía muy pequeño y muy joven, y tenía los ojos
cerrados y la cabeza agachada, pero vio que respiraba y sintió algo de alivio.
Llegó a su lado y tiró de la enorme arma, pero ésta no se movió ni un milímetro. Se
agachó a su lado y le tocó el brazo. Él se removió, inquieto, y abrió los ojos.
—¡Claire!
—Steve, gracias a Dios que estás bien. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo has llegado hasta
aquí?
Steve empujó el mango de la alabarda con las dos manos pero tampoco consiguió
moverla.
—Alexia, ha tenido que ser Alexia. Es igual que su hermano. Me ha inyectado algo y
me ha dicho que me va a hacer lo mismo que le hizo a su padre, pero que esta vez lo iba a
hacer bien…
Empujó de nuevo la alabarda, tensando sus músculos al máximo, pero no se movió
en absoluto.
—En otras palabras: está zumbada. Supongo que ella y Alfred realmente se parecían
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
mucho, después de todo…
La voz de Steve se fue apagando poco a poco y sus mejillas se encendieron de
repente con un rubor tremendo. Las manos empezaron a temblarle, seguidas de todo el
cuerpo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Claire, atemorizada, muy atemorizada.
Steve se dobló sobre sí mismo y cerró los puños con fuerza. La expresión de sus ojos
era enloquecida y aterrorizada.
—C… Claire…
Su voz se hizo más profunda y el nombre de Claire se convirtió en un gruñido. Un
momento después, Steve se retorcía en la silla mientras sus ropas se rasgaban. Abrió la
boca y dejó escapar un sollozo que al principio sonó atemorizado, pero que después se fue
transformando en un gemido furioso. Rabioso.
—No —susurró Claire, y comenzó a retroceder.
Steve agarró de nuevo la alabarda, desclavó la hoja de un solo tirón de la pared y se
puso en pie. Su cuerpo continuó encorvándose, con la cabeza gacha, y los músculos
siguieron creciendo bajo su piel, que se había puesto de color gris verdoso. De su hombro
izquierdo surgieron varios pinchos, uno, dos, tres en total; sus manos se alargaron
mientras una gigantesca herida sin sangre se abría a lo largo de su espalda y sus ojos se
volvían rojos y de aspecto animal.
La criatura en la que Steve Burnside se había convertido abrió la boca y lanzó un
aullido enfurecido. Claire se dio media vuelta y echó a correr, sintiéndose enferma de
miedo y de pena. Corrió por su vida.
El monstruo la persiguió blandiendo la enorme hacha, y el filo del arma siseó al
cortar el aire. Claire sintió el desplazamiento del aire provocado por la hoja y de algún
modo encontró fuerzas para que sus piernas actuaran con mayor rapidez y así correr más
de prisa.
El monstruo blandió la alabarda de nuevo y le dio a algo. El ruido fue potente y
ensordecedor.
Más rápido, más rápido…, la habitación pequeña está justo delante…
Y fue entonces cuando vio que la puerta corredera estaba bajando, que estaba a
punto de dejarla encerrada en el pasillo con el monstruo. No importaba cómo; el caso era
que lo estaba haciendo, y que debía correr más rápido o estaba muerta…
Con un impulso final, Claire se lanzó de cabeza hacia el espacio cada vez más
reducido que había entre el fondo de la puerta y el suelo. Se deslizó sobre el estómago, y la
puerta se cerró con un estampido a su espalda.
El monstruo rugió y comenzó a propinar unos golpes tremendos con la alabarda. Las
chispas saltaron por los aires cuando impactó contra los barrotes metálicos de la puerta.
Claire vio horrorizada que partía tres de ellos, doblando el acero por la pura fuerza de los
golpes, antes de percatarse que tenía que salir de allí.
La puerta, dejé la puerta abierta, pensó con cierta confusión. Se puso en pie y se dirigió
hacia su ruta de escape cuando algo atravesó la pared con un fuerte crujido. No era el
monstruo. Se trataba de algo que la rodeó como si fuera una boa constrictora y la levantó
por los aires. Era otro tentáculo. El monstruo continuó dándole hachazos a la puerta de
metal. Claire se dio cuenta de que no tardaría más de unos segundos en romperla y que el
tentáculo la mantenía inmovilizada en su abrazo gomoso.
Salió de su confusión y empezó a golpear a su captor. Intentó liberarse, pero el
tentáculo ni se inmutó. Se limitó a mantenerla agarrada mientras esperaba que el
monstruo rompiera la puerta.
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CÓDIGO VERÓNICA
Quería golpearla y cortarla, quería despedazarla, así que golpeó una y otra vez los
barrotes con el arma hasta que por fin abrió un agujero por el que podía pasar.
Ella se quejaba mientras se esforzaba por liberarse de aquello que la aprisionaba,
unos gemidos jadeantes que hicieron que su sangre hirviera y se acelerara, que hicieron
que alzara el hacha deseando acabar con ella.
Bajó la alabarda con fuerza y recordó lo que le había dicho, lo que le había
prometido: «Del próximo te encargas tú…»
Lo haré.
Y el monstruo, él, detuvo el arma cuando casi ya tocaba el cráneo de la muchacha. El
tentáculo esperó y la sujetó con más fuerza, y él recordó.
Claire.
Steve alzó la alabarda de nuevo, con fuerza. Era muy fuerte, y la descargó contra el
tentáculo partiéndolo por la mitad.
El apéndice respondió entre una lluvia de fluido verde y lo golpeó en mitad del
pecho, arrojándolo con una fuerza increíble contra la pared antes de desaparecer. Sintió y
oyó cómo se le partían las costillas, notó cómo se le enfriaba la furia en la sangre, cómo las
fuerzas lo abandonaban.
Llegó el dolor, un dolor agudo que le recorrió todo el cuerpo, pero abrió los ojos y
allí estaba ella, a salvo, tomándolo de la mano. Claire Redfield, tomándolo de la mano con
lágrimas en los ojos.
El monstruo había desaparecido.
Alargó una mano para sostenerle la suya y él la llevó hasta su rostro, hasta su bello
rostro moribundo, y la posó en la mejilla.
—Estás tibia —susurró.
—Aguanta —dijo ella con un tono de voz suplicante. El nudo que tenía en la
garganta casi la ahogaba—. Por favor, mi hermano ha venido y nos llevará con él. ¡Por
favor, no te mueras!
Los párpados de Steve aleteaban, como si estuviese esforzándose por no quedarse
dormido.
—Me alegro de que tu hermano haya venido —susurró con voz cada vez más
apagada—. Y me alegro de haberte conocido. Te…, te quiero.
Al decir aquella última palabra, su cabeza se desplomó hacia adelante y no volvió a
levantarse. Su pecho dejó de moverse, y Claire se quedó sola.
Steve había muerto.
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CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 17
Chris corrió. Sabía que tenían poco tiempo mientras Alexia siguiera viva, y temía que
ya la hubiera atrapado de nuevo.
—¡Claire! —gritó mientras llamaba con el puño a todas las puertas por las que
pasaba. No importaban los gritos. Si Alexia era tan siquiera la mitad de poderosa de lo que
él se imaginaba, ya sabría dónde estaba, y dónde estaba Claire.
Por favor, por favor, no le hagas daño, pensó, y aquel pensamiento se repitió una y otra
vez mientras recorría un nuevo pasillo, cruzaba una nueva puerta, otro pasillo, y otro más.
No sabía si existía algo que fuera capaz de detener a Alexia, pero si encontraba a Claire y
lograban llegar al ascensor de evacuación, estaba más que dispuesto a activar el sistema de
autodestrucción antes de marcharse. Alexia estaba a mitad de camino de la omnipotencia
y de la maldad más pura. Era un Apocalipsis a la espera de comenzar, y tenían que
detenerla.
¡Claire!
Pasó por otro pasillo que le resultaba familiar: otra copia de la mansión Spencer.
Cruzó una nueva puerta, pero ésta daba a una especie de prisión oscura, con diversas
celdas alineadas a lo largo de las paredes. Tenía que encontrarla. Si no lograba hacerlo, no
podría marcharse. Quería matar a Alexia, pero no pondría en peligro la vida de Claire por
nada en el mundo, y sacarla de allí era su máxima prioridad.
En ese preciso momento oyó a alguien sollozando detrás de una de las puertas
cerradas. Chris dejó de correr y se detuvo a escuchar, procurando no respirar e intentando
no escuchar los golpes incesantes del portador del virus que estaba encerrado en otra
celda. Otro gemido sollozante…
¡Claire! ¡Gracias a Dios, estás viva!
Abrió la puerta de golpe, preparado para atacar cualquier cosa que estuviera cerca de
ella, y vio que estaba sentada en el suelo, llorando, rodeando con los brazos a un joven
desnudo que tenía el cuerpo cubierto de moretones y golpes. Estaba muerto.
Mierda.
Sólo podía ser Steve, el amigo de Claire, y aunque lamentaba la muerte de aquel
chico al que jamás había conocido, a Chris se le partió el corazón por ella. Parecía tan
frágil, tan sola… Algo más de lo que culpar a Alexia. Chris no tenía ninguna duda de que
Steve había muerto por culpa de aquella zorra enloquecida. Sin embargo, por mucho que
quisiese sentarse y consolar a Claire, sostenerle la mano y acompañarla en su dolor, sabía
que tenían que salir de allí cuanto antes.
—Tenemos que irnos, Claire —dijo con toda la suavidad que pudo, y se sintió
aliviado cuando ella asintió. Dejó con cuidado la mano de su amigo y cerró sus ojos con
mano temblorosa. Después lo besó en la frente y se puso en pie.
—Vale —dijo asintiendo de nuevo—. Estoy lista.
No miró atrás, y a pesar de todo lo ocurrido, él tuvo un momento para sentirse
orgulloso de su hermana. Era fuerte, más fuerte de lo que él habría sido si le hubieran
pedido que dejara atrás a alguien querido.
Cruzaron juntos el pasillo a la carrera. Chris calculó que debían de encontrarse cerca
de la esquina suroeste del edificio, donde había aterrizado y donde había visto el ascensor
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RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
de evacuación. Supuso que el sistema de autodestrucción estaba lo bastante cerca del
ascensor como para que se pudiera escapar con rapidez. Si lograban llegar hasta el
ascensor, comprobaría todos los pisos mientras subían.
Había unas escaleras en el extremo sur del pasillo, y Chris se dirigió corriendo hacia
ellas seguido de Claire. Sintió cómo los segundos pasaban uno a uno mientras se
acercaban con rapidez a las escaleras. Sintió que el tiempo se les acababa, que Alexia ya
había dejado de jugar.
Atravesaron el umbral de la puerta abierta que había al final de la escalera y llegaron
a una plataforma enorme de rejilla metálica, y Chris soltó una breve carcajada cuando
miró a su espalda y vio las puertas sin señal ni marca alguna del ascensor de emergencia.
—¿Qué? —preguntó Claire.
Chris señaló las puertas con una sonrisa en los labios.
—Eso nos llevará directamente hasta el avión.
Claire asintió sin sonreír, pero con expresión de alivio.
—Bien. Vámonos.
Chris se había girado para mirar la pared que estaba enfrente del ascensor.
—Antes tengo que comprobar una cosa —dijo. Quería echar un vistazo más de cerca
a la puerta de la esquina, que parecía ser de seguridad—. Ve tú primero. Te alcanzaré en
seguida.
—Olvídalo —contestó ella con firmeza. Echó a andar detrás de él, con los ojos
enrojecidos por el llanto pero con el mentón firme en gesto de determinación—. No pienso
permitir que nos separemos de nuevo.
Chris se inclinó para echarle un vistazo a la cerradura de la puerta y suspiró mientras
se erguía de nuevo. Lo más probable era que el sistema de autodestrucción estuviese
detrás de aquella puerta. Era una cerradura complicada para la que hacía falta una llave
que no tenía. Además, a la derecha de la puerta había un lanzagranadas de un modelo que
reconoció, y en la barra que lo mantenía fijado a la pared ponía: «Sólo para casos de
emergencia».
Da igual, deberíamos salir de aquí cuanto antes, pensó, pero no le hacía gracia. ¿Cuánto
poder podría desplegar Alexia antes de que tuvieran otra oportunidad como aquélla?
—Eh, eh, espera un momento —dijo Claire, y se puso a rebuscar en la riñonera que
llevaba a la cintura.
Antes de que Steve le pudiera preguntar qué pasaba, Claire sacó una delgada llave
metálica con la forma de una libélula. No había duda alguna de que encajaría en la
cerradura.
—La encontré en Rockfort —comentó ella mientras se agachaba y la metía en la
ranura correspondiente. Encajó a la perfección, y la cerradura se abrió con un fuerte
chasquido metálico—. Vas a activar el sistema de autodestrucción, ¿verdad? —No era una
pregunta—. ¿Tienes el código de activación?
Chris no respondió. Pensó que existía una cantidad increíble de coincidencias en la
vida, y que a veces te ayudaban.
—Código Verónica —dijo en voz baja, y abrió la puerta dispuesto a acabar con todo
aquello, comprendiendo que así era como debía ser.
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CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 18
El chico estaba muerto, pero la chica no. Y el joven intentaba destruir el hogar de
Alexia. Ya no era un juego o un experimento que observar, tenía que morir de forma
dolorosa y humillante. ¿Cómo se atrevía siquiera a pensar algo así? Debería estar de
rodillas delante de ella, como un suplicante miserable a su servicio para que hiciese con él
lo que quisiera. ¿Cómo se atrevía?
Alexia vio a los hermanos alejarse caminando después de cometer su acto
traicionero. Sintió sus deseos de abandonar el lugar en cuanto la secuencia automática
comenzó y las luces y los sonidos de alarma se pusieron en marcha y los demás sistemas
se cerraron en el resto de la terminal. Por supuesto, su perfidia no serviría para nada. Ella
podría interrumpir la secuencia de autodestrucción con un esfuerzo mínimo; podría
utilizar su control sobre la materia orgánica para cortar todas las conexiones con la
instalación, pero lo que la enfurecía era el pensamiento que había impulsado ese acto. Él
había sido testigo de la gloria de sus poderes, la había visto y había huido aterrorizado…,
y aun así, ¿se creía merecedor de eliminar una vida como la de ella?
Alexia se controló y reabsorbió todo su poder hasta quedar completa de nuevo. Sabía
que el joven había cogido una arma que se encontraba al lado del teclado, un revólver que
alguien había dejado allí. No le pareció mal, porque sabía que el arma de fuego le daría
esperanza, y para que una victoria fuese completa, el vencedor debía arrebatarlo todo. Ella
le arrebataría la esperanza, le arrebataría la vida de su hermana, y después le arrebataría la
suya.
Cuando por fin estuvo completa, se imaginó a sí misma convirtiéndose en un ser
líquido que viajaba a través de la estructura de sus alrededores con la misma facilidad que
las extensiones orgánicas que controlaba, y un instante después, así ocurría y se dirigía
hacia los intrusos.
Se quedaron sorprendidos, como si realmente esperasen que pudieran triunfar.
Alexia salió del interior de su portador orgánico y se desplegó, girándose para mirar a sus
ojos apagados, a sus rostros borreguiles. Los observó con atención, sintiendo una cierta
curiosidad a pesar de la ira.
Se pusieron a discutir delante de ella. El joven insistió en que él se encargaría de todo
y que la chica debía huir. Ella aceptó, pero a regañadientes, e insistió en que él a su vez
debía sobrevivir. Después de soltar aquel comentario idiota, la chica se dio la vuelta y echó
a correr hacia el ascensor.
Alexia se movió para impedírselo y alzó la mano para golpear a la chica cuando notó
una perforación en su carne que la distrajo de forma momentánea. Una bala había entrado
en su cuerpo. Se giró y le sonrió al joven, que tenía el revólver en la mano, y metió la mano
en su propia carne para sacar la bala y arrojarla hacia él.
A pesar de lo gratificante que fue la expresión de su rostro, para cuando se giró de
nuevo la chica ya se había marchado.
Alexia decidió que había llegado el momento de expandir sus límites, de mostrarle lo
que ella era, lo que podía hacer, y hacerle sentir un temor divino, porque en cuanto cerró
los ojos, imaginando, deseando, dejó de ser Alexia Ashford y se convirtió en la Ira, divina
e inmisericorde.
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CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 19
«La secuencia de autodestrucción ha sido activada —anunció una voz grabada que
reverberó por toda la estancia, casi apagando el resto del mensaje—. Quedan cuatro
minutos y treinta segundos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.»
A eso se unió el retumbar de las sirenas y el centelleo de las luces de emergencia, por
lo que Chris se encontró con los sentidos saturados incluso antes de enfrentarse a aquella
monstruosidad.
Alexia alzó un brazo para golpear a Claire, y Chris disparó. La 357 casi se le escapó
de las manos, y el estampido explosivo del disparo resonó por encima del clamor de las
sirenas del sistema de autodestrucción.
¡Sí! Un impacto directo justo en las tripas. Claire ya estaba en el ascensor, entrando y
apretando el botón de subida…
Pero en vez de ponerse a sangrar, de ni siquiera titubear un paso, Alexia le sonrió.
Alzó una de sus esbeltas manos y la introdujo en su cuerpo. La carne cedió sin esfuerzo,
fluyendo como si fuera agua. Un segundo después, sostuvo en alto la bala que le había
disparado y se la arrojó con un gesto tranquilo.
Esto no es bueno, nada bueno, pensó Chris aturdido, y en ese preciso momento, ella
comenzó a cambiar.
El ser femenino y esbelto que estaba sobre la rejilla metálica y su carne líquida
comenzaron a temblar. Se formaron pequeños hoyuelos y protuberancias en su cuerpo
mientras los tejidos burbujeaban y se expandían. Las protuberancias se convirtieron en
excrecencias, los hoyuelos en brechas, todo cambió a color gris a la vez que las
extremidades se doblaban sobre sí mismas. Los brazos se curvaron y se unieron a la masa
creciente, las piernas desaparecieron en su interior, la textura de la piel se hizo gruesa y
estriada, aparecieron venas gruesas como cables, y ella siguió hinchándose. La cabeza
rodó hacia abajo y se convirtió en parte del gigantesco cuerpo redondeado. El gris se
convirtió en rojizo tejido muscular, y el púrpura y el azul de los diferentes conductos de la
sangre se extendieron por toda la superficie como una marea.
«Quedan cuatro minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad», dijo
alguien, pero Chris apenas oyó aquella voz femenina. Estaba retrocediendo, cada vez más
y más convencido de que aquello no iba a terminar bien de ninguna de las maneras. El
camino hacia el ascensor estaba bloqueado, y ella no hacía más que aumentar su tamaño.
Unos gruesos tentáculos surgieron de debajo de aquella masa elefantina, ondulando
como olas, y se extendieron por la plataforma. La espalda de Chris tocó la pared,
deteniéndolo, y la criatura, la enorme criatura parecida a un tumor se irguió de repente
desdoblando el cuerpo, como si tuviera una cintura de verdad, y extendió unas alas
tremendas, alas de libélula. En mitad del cuerpo se veía una cara medio humana,
deformada y contorsionada.
La cara abrió la boca y de ella surgió un fortísimo alarido aullante. Las alas
retemblaron por el poder de aquel sonido. El rugido se cortó en seco, y la criatura le
escupió un delgado chorro de bilis verde amarillento que salpicó la plataforma a sus pies y
comenzó a disolver el metal.
—¡Mierda! —exclamó Chris con un grito, y saltó a un lado para esquivar un
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tentáculo. Tenía que vigilar la boca y los tentáculos a la vez, y entonces, de unas esferas
rosadas que habían crecido alrededor de la base del cuerpo gigantesco, surgieron más
criaturas que comenzaron a corretear y a arrastrarse.
Chris corrió hacia la esquina más alejada del monstruo en que se había convertido
Alexia y apuntó con la 357, pero sin tener muy claro contra qué tenía que disparar. Las
pequeñas criaturas ya estaban en la plataforma. Algunas parecían pequeñas rocas planas
con tentáculos, otras parecían escarabajos, y otras no se parecían a nada que hubiera visto
jamás en su vida, y todas se dirigían hacia él a toda velocidad.
A los ojos. Si no puedes matarla, al menos puedes cegarla…, pero los ojos ya estaban
cegados, ya que no eran más que unos agujeros redondos y grises con unos pozos de
oscuridad dentro, y, además, ya había visto lo efectivas que eran las balas contra la carne
de su cuerpo.
Eso lo decidió. Chris apuntó, disparó, y la criatura hinchada y palpitante gritó de
nuevo, esa vez de dolor, cuando una de sus alas cayó revoloteando al suelo de la
plataforma.
Unos cuantos de aquellos pequeños organismos llegaron hasta él, y una de las
criaturas parecidas a escarabajos le saltó a la pierna e intentó subir. Chris la apartó de un
manotazo, asqueado, pero otra tomó su lugar, seguida de una tercera. Un tentáculo salió
disparado hacia su cara procedente de una de las criaturas parecidas a piedras lisas y
Chris logró bloquearlo, aunque a duras penas.
¡Espabila!
«Quedan tres minutos y treinta segundos para alcanzar la distancia mínima de
seguridad.»
Chris corrió pegado a la pared trasera, llegó a la otra esquina opuesta al monstruo y
apuntó de nuevo intentando acertarle a otra ala. El disparo salió muy desviado, pero el
siguiente acertó de pleno.
La criatura aulló, y el ala rota quedó colgando del poco tejido que la mantenía unida
al resto del cuerpo. Escupió de nuevo, y el chorro de bilis no le dio en la cara a Chris por
pocos centímetros. El monstruo tan sólo disponía ya de las dos alas superiores, y aunque
él sabía que la había herido, no parecía ser nada grave.
Y sólo me quedan dos balas.
Tenía que haber algo que pudiera hacer, algún modo de detenerla. El sistema de
autodestrucción iba a hacerlos saltar a todos por los aires y era por su culpa. Saltó de
nuevo a un lado cuando un tentáculo salió como un rayo de la base de la criatura. Intentó
pensar. Aquello era una emergencia en toda regla, y tenía que pensar.
Sólo para casos de emergencia…
El monstruo hinchado aulló de nuevo. Más de aquellas criaturas parecidas a
escarabajos le saltaron al pantalón, pero él no hizo caso. Sólo tuvo que girar la cabeza para
ver el arma colocada al lado de la puerta y bloqueada por una barra de cierre. Era un
lanzagranadas o un lanzacohetes, pero fuese lo que fuese, su diseño era magnífico. Sin
embargo, la barra seguía echada y no se podía sacar.
«Quedan dos minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.»
Clac.
La barra de cierre se soltó.
Chris sacó el arma de un tirón, la empuñó y apuntó contra las tripas hinchadas del
monstruo. No sabía qué podía hacer o qué potencia tenía, pero esperaba que fuera
suficiente, esperaba que acabara con aquella cabrona.
No había botón de seguro ni recámara que cargar. Chris apretó el gatillo, y un chorro
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
de luz blanca y calor surgió del cañón del arma y se incrustó en la gorda tripa de la
criatura como una flecha en un globo. El efecto fue impresionante, y la explosión,
monstruosa.
Un tremendo surtidor de sangre y gelatina gris saltó fuera del inmenso agujero y le
salpicó la cara, pero él sólo fue capaz de ver a la bestia, a Alexia, que aullaba mientras su
carne y sus huesos se desintegraban, mientras su cuerpo se desinflaba.
La parte superior del cuerpo intentaba separarse de la masa moribunda, con las dos
alas agitándose de forma frenética, pero al ser solo dos, no podían liberarse, de modo que
también estaba muriendo. Chris lo sabía porque veía cómo se quedaba sin sangre, cómo el
color de su horrible piel cambiaba, se volvía gris ceniza, cómo se estremecían las pequeñas
criaturas que habían surgido de ella, por la expresión de odio absoluto y completo que
mostraba su rostro, junto al de una sorpresa también absoluta.
Cuando el monstruo que había sido Alexia quedó en silencio y comenzó a hundirse
sobre sí mismo, con todo el cuerpo goteante, Chris oyó que sólo le quedaba un minuto.
Claire.
Dejó caer el arma y echó a correr.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Capítulo 20
Claire se sentía como una mierda, y no podía hacer nada por evitarlo. Steve había
muerto y Chris llegaría en cualquier momento, o no lo haría, y todo iba a saltar por los
aires en muy poco tiempo, y ella no podía hacer nada de nada en ninguno de los tres
casos.
«Quedan dos minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad», dijo la
computadora con amabilidad.
Claire extendió el dedo corazón de la mano derecha hacia el altavoz más cercano.
Desde luego, si existía el infierno, ya sabía lo que ponían en los ascensores en vez de
música.
Sólo había un avión en el lugar donde el ascensor la había llevado, y Claire estaba
sentada en la barandilla que había delante del aparato. Tenía los brazos cruzados con
fuerza por la tensión y la mirada fija en las puertas del ascensor. Miró y esperó a la vez
que su ansiedad crecía cada vez más. Una parte de ella estaba convencida de que Chris no
lo lograría. Mientras, las alarmas seguían resonando por todo el hangar casi vacío y su eco
rebotaba hacia ella.
No me dejes, Chris, pensó, y se abrazó a sí misma con más fuerza. Pensó en Steve, y
recordó el ataque de risa que le había provocado allá en la isla. Cómo la había mirado
pensando que se había vuelto loca.
Venga ya, Chris.
Cerró los ojos y lo deseó con todas las fuerzas que pudo. No podía perderlo a él
también. No sería capaz de soportarlo.
Sólo quedaba un minuto para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
Cuando el edificio comenzó a temblar bajo sus pies pensó que se echaría a llorar,
pero no le salió ninguna lágrima. En vez de eso, se puso a observar de nuevo las puertas
del ascensor, con la seguridad de que su hermano había muerto. Tan segura estaba que,
cuando la puerta del ascensor se abrió y Chris apareció, pensó que tenía una alucinación.
—¿Chris? —preguntó con una voz que apenas era un susurro, y él echó a correr hacia
ella, con toda la cara y los brazos salpicados de sangre y de algo más, y fue en ese
momento cuando se dio cuenta de que no se trataba de una alucinación. No se lo habría
imaginado con toda aquella porquería en la cara.
—¡Chris!
—Entra —ordenó él, y Claire subió de un salto al asiento del copiloto, feliz,
atemorizada y ansiosa, sola y aliviada, deseando que Steve estuviera con ellos, y triste
porque no era así. Albergaba más sentimientos, le parecían docenas, pero en aquellos
momentos no podía enfrentarse a ellos, así que los dejó a un lado y no pensó en absoluto,
no sintió otra cosa que no fuera esperanza.
Chris abrochó los cinturones y empezó a apretar botones. El pequeño reactor cobró
vida. El techo se abrió por encima de ellos y las nubes de tormenta se abrieron mientras se
dirigían hacia ella después de que Chris los hiciera salir del hangar con suavidad y sin
problemas. Segundos más tarde, se alejaban a toda velocidad y dejaban atrás la instalación
moribunda.
Los hombros de Chris se relajaron de forma visible y se pasó una mano por la frente
129
S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
en un intento por quitarse parte de aquella baba asquerosa de olor horrible.
—No me vendría mal una ducha —dijo con un tono de voz despreocupado, y fue
entonces cuando los ojos de Claire se llenaron de lágrimas.
Chris, pensé que también te había perdido a ti…
—No vuelvas a dejarme sola, ¿vale? —le contestó, esforzándose al máximo por evitar
que esas lágrimas asomaran a su voz.
Chris dudó un momento, y ella supo inmediatamente por qué, supo que aquello
todavía no había acabado para ninguno de los dos. Era pedir demasiado.
—Umbrella —dijo Claire, y Chris asintió.
—Tenemos que acabar con esto, Claire, de una vez por todas —afirmó con voz
tensa—. Tenemos que hacerlo, Claire.
Ella no supo qué decir, y finalmente eligió no decir nada. Cuando el rugido de la
explosión les llegó un momento después, ni siquiera miró. En vez de eso, cerró los ojos, se
reclinó en su asiento y tuvo la esperanza de, al dormirse, no soñar.
130
S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
Epílogo
Wesker, ya a kilómetros de distancia, oyó la explosión y vio la nube de humo negro y
espeso que se elevó del lugar poco después. Pensó en dar la vuelta y echar un vistazo,
pero decidió que era mejor no hacerlo. No tenía sentido. Si Alexia no había muerto, su
gente lo descubriría dentro de poco. Demonios, todo el mundo lo descubriría.
—Espero que estuvieras ahí dentro, Redfield —dijo en voz baja sonriendo levemente.
Por supuesto que estaba allí dentro. Chris no era ni lo bastante listo ni lo bastante veloz
para haber salido de allí a tiempo…
Aunque puede que sea lo bastante afortunado.
Wesker tuvo que admitir aquello. Redfield tenía una suerte de mil demonios.
Había sido una pena que Alexia rechazara su ofrecimiento. Ella era algo increíble,
algo aterrador y maligno, pero sin duda, algo increíble. Sus jefes no iban a estar nada
contentos cuando vieran que regresaba sin ella, y no podía culparlos. Habían invertido
mucho en el ataque a Rockfort, y él les había asegurado que obtendrían resultados.
Lo soportarán. Si no les gusta la idea, siempre pueden buscarse a un nuevo chico de los
recados. Pero Trent…
Wesker torció el gesto. No deseaba en absoluto encontrarse con él. Le debía mucho a
aquel tipo. Después del fracaso en la mansión Spencer, Trent le había sacado, de forma
muy literal, el culo de la hoguera, y lo había dispuesto todo para que lo curaran y acabara
mejor que cuando estaba sano. Además, había sido el responsable de que lo conocieran sus
nuevos jefes, hombres que aspiraban a tener poder de verdad y que disponían de los
medios para conseguirlo.
Además…
Además, y él nunca lo admitiría en voz alta, Trent le daba miedo. Era tan tranquilo,
tan educado, tan reposado a la hora de hablar. Pero había un brillo en sus ojos que daba la
impresión de que siempre se estaba riendo, como si todo lo que estuviese pasando fuese
un chiste y sólo él fuera capaz de entenderlo. Según la experiencia que Wesker tenía en la
vida, los que sonreían eran los individuos más peligrosos. No parecían tener que
demostrar nada, y normalmente estaban como mínimo un poco locos.
Me alegro de que estemos en el mismo bando, se dijo Wesker para tranquilizarse. Porque
tener que enfrentarse a alguien como Trent era una idea muy, muy mala.
Bueno, ya tendría tiempo de preocuparse por Trent más adelante, después de que
hubiera presentado las excusas apropiadas a la gente apropiada. Al menos, Redfield había
muerto, mientras que él seguía vivito y coleando, además de trabajar para el bando que
iba a ganar cuando todo aquello acabara.
Wesker sonrió, deseoso de ver ese final. Iba a ser espectacular.
El sol había salido y su luz se reflejaba contra la nieve creando un brillo radiante,
cegador por su perfección. La pequeña aeronave siguió a toda velocidad, mientras su
sombra la perseguía incansable.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 6
CÓDIGO VERÓNICA
ÍNDICE
Nota del autor ................................................................................................................................................. 2
Prólogo ............................................................................................................................................................. 3
Capítulo 1......................................................................................................................................................... 7
Capítulo 2....................................................................................................................................................... 15
Capítulo 3....................................................................................................................................................... 24
Capítulo 4....................................................................................................................................................... 35
Capítulo 5....................................................................................................................................................... 46
Capítulo 6....................................................................................................................................................... 54
Capítulo 7....................................................................................................................................................... 63
Capítulo 8....................................................................................................................................................... 71
Capítulo 9....................................................................................................................................................... 81
Capítulo 10..................................................................................................................................................... 88
Capítulo 11..................................................................................................................................................... 96
Capítulo 12................................................................................................................................................... 104
Capítulo 13................................................................................................................................................... 106
Capítulo 14................................................................................................................................................... 113
Capítulo 15................................................................................................................................................... 114
Capítulo 16................................................................................................................................................... 120
Capítulo 17................................................................................................................................................... 123
Capítulo 18................................................................................................................................................... 125
Capítulo 19................................................................................................................................................... 126
Capítulo 20................................................................................................................................................... 129
Epílogo ......................................................................................................................................................... 131
132
RESIDENT EVIL VOLUMEN TRES
LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
S.D. PERRY
La maldad sin oposición crece,
la maldad tolerada envenena todo el sistema.
Jawaharlal Nehru
Prólogo
Raccoon Times, 26 de agosto, 1998
EL ALCALDE ANUNCIA UN PLAN PARA MANTENER LA SEGURIDAD EN LA
CIUDAD
RACCOON CITY — El alcalde Harris anunció en una rueda de prensa
celebrada ayer por la tarde frente a las escaleras del ayuntamiento de la ciudad
que el consejo municipal contratará diez nuevos agentes para que se unan a la
policía de Raccoon City, como medida de respuesta ante la suspensión de las
Escuadras de Rescate y Tácticas Especiales (los STARS), iniciada desde los
brutales asesinatos que asolaron Raccoon City a comienzos del verano. Harris,
respaldado en todo momento por el jefe de policía Brian Irons y los demás
miembros del consejo municipal, aseguró a los ciudadanos que Raccoon City
volverá a ser una ciudad tranquila y segura, una comunidad próspera en la que
se podrá trabajar y vivir sin temor. También confirmó que las investigaciones
sobre los once asesinatos «caníbales» y los tres ataques causados por animales
salvajes no han terminado, ni mucho menos.
«El hecho de que nadie haya sido atacado a lo largo del último mes no
significa que los policías de esta ciudad se vayan a relajar —declaró Harris—.
Las buenas gentes de Raccoon City merecen tener confianza en su policía, y
pueden estar seguros de que los miembros del departamento del jefe Irons
están haciendo todo lo posible para mantener la seguridad de los ciudadanos.
Como muchos de ustedes saben, lo más probable es que la suspensión de los
STARS se confirme de forma permanente. La enorme incompetencia que
demostraron durante las investigaciones preliminares de los asesinatos y su
posterior desaparición de Raccoon City indican que no les importa en absoluto
esta comunidad. Sin embargo, yo quiero asegurarles que nosotros sí nos
preocupamos por ustedes, y que yo, el jefe Irons y los hombres y mujeres que
ven aquí hoy quieren más que nada en este mundo que Raccoon City sea un
lugar donde nuestros hijos puedan crecer sin miedo.»
Harris siguió a continuación con la explicación de un plan muy detallado
que consta de tres puntos, para aumentar la confianza de los ciudadanos de
Raccoon City e impedir que se cometan actos violentos. Además de reclutar
entre diez y doce nuevos agentes de policía, el toque de queda continuará
vigente al menos hasta finales de septiembre, y el jefe de policía Irons estará al
mando de una fuerza de choque compuesta por numerosos agentes y detectives
que seguirá en la búsqueda de los asesinos que mataron a once personas entre
mayo y julio de este año...
Cityside, 4 de septiembre, 1998
UMBRELLA PLANEA RENOVAR SU COMPLEJO INDUSTRIAL
— La planta química propiedad de la compañía Umbrella
que se encuentra al sur de la ciudad sufrirá una gran remodelación, que
comenzará el próximo lunes. Ésta será la tercera renovación estructural de
envergadura en lo que va de año por parte de la próspera compañía
farmacéutica. Según declaró Amanda Whitney, portavoz de la empresa, dos de
los laboratorios situados en el interior de la planta principal se proveerán de
nuevos equipos, por un valor de varios millones de dólares, que se han
diseñado para sintetizar vacunas, y el edificio será equipado con un sistema de
seguridad de la más alta tecnología. Además, en todos los edificios de oficinas
se renovarán las computadoras a lo largo de las próximas semanas. ¿Esto no
aumentará los problemas de tráfico en la ciudad? Amanda Whitney afirmó que
«sabemos que el edificio del departamento de policía de Raccoon City acaba de
finalizar otra de sus renovaciones, por lo que los conductores están bastante
cansados de los atascos en el centro, pero no hay ningún motivo para
preocuparse: la mayor parte de la reconstrucción será externa, y las demás
modificaciones se efectuarán después de las horas de trabajo».
Como nuestros lectores recordarán, en la zona exterior delantera del
edificio de la policía aparecieron numerosas grietas tanto en el cemento como
en los jardines, lo que obligó a repavimentar toda la zona y a desviar el tráfico
durante seis días a lo lago de Oak Street.
Cuando le preguntaron por el motivo de tantas «transformaciones» en los
últimos tiempos, la portavoz contestó que Umbrella había permanecido a la
cabeza del mercado durante tanto tiempo debido a la utilización de la
tecnología más reciente y avanzada, y que estarían ocupados durante un par de
meses como máximo para seguir renovándose, pero que creía que el esfuerzo
merecería la pena una vez hubiesen acabado...
RACCOON CITY
Editorial del Raccoon Weekly, 17 de septiembre, 1998
¿SE PRESENTARÁ IRONS?
RACCOON CITY — El alcalde Harris posiblemente tendrá una primavera
agitada. Las fuentes de información de este diario dentro del departamento de
policía han revelado que el jefe de policía de Raccoon City, Brian Irons, que
lleva en su cargo desde hace cuatro años y medio, está pensando en presentarse
al máximo cargo del ayuntamiento en las próximas elecciones, enfrentándose al
popular y hasta la fecha sin oponentes Devlin Harris, que ha permanecido en el
cargo desde hace ya tres legislaturas. Aunque Irons no quiso confirmar su
posible participación en las elecciones, el antiguo miembro de los STARS
tampoco desmintió el rumor ante los medios de comunicación.
Gracias a su popularidad, mayor que nunca y en aumento desde que se
puso fin a la serie de asesinatos que se produjeron este verano, y que aún están
sin resolver, y al incremento de plantilla planeado para el departamento de
policía de Raccoon City, es posible que el jefe Irons sea el único capaz de
derrotar a Harris e impedirle que renueve su cargo en el ayuntamiento. Sin
embargo, queda pendiente una cuestión: ¿serán capaces los votantes de olvidar
los cargos imputados a Irons en el escándalo de los sobornos y la estafa
ocurridos en el distrito de Cider? ¿No tendrán en cuenta sus costosos gustos en
arte y decoración, que han convertido ciertas zonas del edificio del
departamento de policía en un museo más que en una zona de trabajo? Si
finalmente se decide por aspirar a la alcaldía, les aseguro que este periodista
está más que dispuesto a echar un vistazo a sus cuentas bancarias.
Raccoon Times, 22 de septiembre, 1998
JOVEN ATACADA EN UN PARQUE DE LA CIUDAD
— La pasada noche, aproximadamente a las seis y media,
la joven de catorce años Shanna Williamson fue atacada por un misterioso
extraño en el parque de Birch Street, situado en el centro de la ciudad, mientras
se dirigía de regreso a su casa después de entrenar. El individuo, que apareció
repentinamente desde detrás de un seto en el extremo sur del parque derribó a
la señorita Williamson antes de intentar agarrarla. La joven logró escapar con
sólo unos cuantos rasguños y huyó corriendo hacia la cercana casa de Tom y
Clara Atkins. La señora Atkins llamó a la policía, que inició un registro
exhaustivo e infructuoso del parque, puesto que los agentes no encontraron el
menor rastro del atacante. Según declaró la joven (en un comunicado difundido
a primera hora de esta mañana por el departamento de policía), el hombre
parecía ser un vagabundo. Sus ropas y su pelo estaban muy sucios, y describió
el hedor que desprendía como «olor a fruta podrida». También declaró que
parecía estar borracho, ya que se tambaleó y se cayó mientras la perseguía
cuando ella huyó.
Debido a la serie de asesinatos caníbales que se produjeron entre mayo y
julio del presente año (que sigue todavía sin resolver), el departamento de
policía de Raccoon City se ha tomado muy en serio el ataque contra la señorita
Williamson. El atacante muestra un enorme parecido con los miembros de una
«banda» que fue vista por diversos testigos en Victory Park en junio pasado. El
alcalde Harris ha convocado una conferencia de prensa para última hora de
hoy, y el jefe de policía Irons ha declarado que gracias a la incorporación de los
nuevos agentes de policía, cuya llegada está prevista para la próxima semana,
los equipos regulares extenderán sus patrullas para incluir los bloques de
viviendas del centro de la ciudad...
RACCOON CITY
Capítulo 1
6 de septiembre, 1998
Los demás la estaban esperando fuera, junto a la camioneta de Barry, por
lo que Jill procuró apresurarse. No le fue fácil: la casa había quedado
completamente revuelta desde la última vez que ella había estado allí. El suelo
de todas las habitaciones estaba cubierto por montones de libros y de papeles, y
el lugar estaba demasiado oscuro para andar con rapidez por aquel mar de
desechos. Le cabreaba que su pequeño hogar hubiese sido invadido de esa
manera, aunque no le sorprendía en absoluto. Se figuró que al menos tenía la
buena suerte de no ser una persona sentimental... y de que los intrusos no
hubieran encontrado su pasaporte.
Agarró un puñado de calcetines y de ropa interior limpia en mitad de la
oscuridad de su dormitorio y lo metió todo sin orden en su desgastada mochila,
deseando poder encender las luces. Hacer la maleta en la oscuridad era mucho
más difícil de lo que parecía, y lo sería de todos modos aunque no le hubieran
registrado a fondo la casa. Sin embargo, sabía que no debía correr riesgos. Era
poco probable que Umbrella todavía estuviese vigilando sus casas, pero si
alguien lo estaba haciendo, una luz en cualquier habitación podría atraer
disparos.
Al menos has salido al exterior. Se acabó el esconderse.
Y ésa era la única parte buena. Se dirigían a un país extranjero para asaltar
las oficinas centrales del enemigo, y lo más probable es que los mataran en la
operación, pero al menos no tendría que permanecer en Raccoon City por más
tiempo. Y, por lo que había leído en los periódicos, quizás era lo mejor. Dos
ataques en la última semana... Chris y Barry se mostraban escépticos con
respecto al peligro que aquello pudiera representar, aun a sabiendas de los
efectos del virus-T en la gente. Barry creía que era algún tipo de truco de
publicidad, que Umbrella «rescataría» a Raccoon City antes de que nadie
resultase realmente herido de gravedad. Chris se mostró de acuerdo con esa
idea e insistió en que Umbrella no se atrevería a echar mierda en el jardín de su
propia casa, es decir, en la ciudad, y menos si se tenía en cuenta que el desastre
de la mansión Spencer había ocurrido hacía tan poco tiempo. Sin embargo, Jill
no quería suponer nada: los tipos de Umbrella ya habían demostrado que no
eran capaces de «contener» los resultados de su investigación. También habría
que tener en cuenta lo ocurrido a Rebecca y David Trapp en los laboratorios de
Maine...
No era el momento de ponerse a recordar aquello: tenían que tomar un
avión. Jill dejó de apuntar al armario con la linterna y, cuando ya estaba a punto
de salir para dirigirse a la sala, se acordó de que sólo llevaba un sujetador
encima. Gruñó y se dio la vuelta de nuevo para comenzar a rebuscar en los
cajones abiertos. Ya tenía ropa más que suficiente, escogida entre la que Brad
había dejado atrás en su piso cuando había salido huyendo de Raccoon City.
Ella y los chicos habían permanecido ocultos en la casa vacía durante varias
semanas, desde que Umbrella había atacado la casa de Barry. Aunque la ropa
de Brad no le servía a Chris, demasiado alto, ni a Barry, demasiado fuerte, ella
había logrado aprovecharla. Sin embargo, la ropa interior femenina no era parte
del vestuario del piloto de los STARS, y a Jill no le apetecía bajarse del avión e ir
a comprar sujetadores en cuanto llegasen a Austria.
—Vanidad, tienes nombre de corsé1 —murmuró en voz baja mientras
manoteaba entre el montón de ropa.
Encontró uno de los esquivos sujetadores después de registrar dos veces
los cajones, y lo metió completamente arrugado en la mochila mientras trotaba
hacia la pequeña entrada de la casa de alquiler.
Era la segunda vez que había pasado por allí desde que habían decidido
ocultarse, y tenía la sensación de que tardaría bastante tiempo en volver.
Decidió que se llevaría una fotografía que tenía oculta en uno de los libros
colocados en las estanterías.
Pasó con agilidad por encima de los confusos montones y bultos que había
en el suelo. Tapó con una mano el extremo de la linterna y apuntó el estrecho
haz de luz hacia la esquina donde debía estar la estantería y el libro que
buscaba.
La estantería ya no estaba. El equipo de Umbrella lo había arrancado todo
de la pared, pero no parecía que hubiesen registrado los propios libros. Sólo
Dios sabía qué era lo que buscaban con exactitud. Probablemente intentaban
encontrar alguna pista para descubrir el paradero de los renegados de STARS.
Después del ataque contra la casa de Barry y de lo que había ocurrido durante
la desastrosa misión en la Ensenada de Calibán, ella no se hacía ilusiones con
respecto a las probabilidades que tenían de que Umbrella no prestara atención a
sus actos.
Jill descubrió por fin el libro que estaba buscando, un ejemplar de tapa
blanda de una novela bastante sensacionalista titulada La vida en la prisión. Su
padre se habría partido de risa. Recogió el libro del suelo y hojeó entre sus
páginas. Se detuvo cuando la luz iluminó el rostro sonriente y burlón de Dick
Valentine. Le había enviado la fotografía en una de sus últimas cartas, y ella la
había metido en el libro para no perderla. Esconder los objetos importantes para
ella era un hábito que había adquirido desde muy pequeña, una costumbre que
le había sido útil una vez más.
Dejó caer el libro y, mientras miraba la fotografía, se olvidó de la prisa que
tenía. En sus labios se dibujó una leve sonrisa. Probablemente era el único
hombre al qué incluso le sentaba bien el traje naranja de la prisión de máxima
seguridad. Se preguntó por un momento que pensaría él de la situación en la
que se encontraba metida. En cierto modo, él era responsable de ella. Bueno, al
menos de que hubiera ingresado en los STARS. Después de que lo encerraran,
había insistido para que dejara el negocio de los robos e incluso llegó a decir
que se había equivocado al entrenarla como ladrona...
Juego de palabras que hacen referencia a una frase de «Otelo», un drama de William Shakespeare:
«Fragilidad, tienes nombre de mujer». (N. del t.)
1
Así que cambié de trabajo, e incluso me puse a trabajar para la sociedad en lugar
de enfrentarme a ella, y luego la gente de Raccoon City comenzó a morir. Los STARS
descubrimos una conspiración para crear armas biológicas complejas con un virus que
convierte a todo bicho viviente en un auténtico monstruo y, por supuesto, nadie nos
cree, y los miembros de los STARS que Umbrella no puede comprar son desacreditados
ante el mundo o son eliminados. Así que nos escondimos, intentamos sacar a la luz
alguna prueba y acabamos con las manos vacías, mientras Umbrella continúa jodiendo a
todo el personal con sus peligrosas investigaciones y más gente honrada muere por su
culpa. Y ahora nos embarcamos en una misión suicida en Europa, con la intención de
infiltrarnos en las oficinas centrales de una compañía multimillonaria y así impedir que
destruyan todo el maldito planeta. Me pregunto qué es lo que pensarías. Bueno,
suponiendo que te creyeras todo eso, ¿qué pensarías?
—Te sentirías orgulloso de mí, Dick —susurró, sin apenas darse cuenta de
que estaba hablando en voz alta.
Tampoco estaba muy segura de que aquello fuera verdad. Su padre quería
que trabajara en algo menos peligroso, y comparado con lo que ella y sus ex
compañeros de los STARS iban a enfrentar, el robo con escalamiento era tan
peligroso físicamente como la contabilidad.
Después de un largo instante, colocó con cuidado la fotografía en uno de
los bolsillos de la mochila y miró alrededor, a los destrozados restos de su
pequeña casa, sin dejar de pensar en su padre y en lo que diría sobre el extraño
rumbo que había tomado su vida. Si todo salía bien, quizá podría contárselo en
persona. Rebecca Chambers y los demás supervivientes de la misión en la
Ensenada de Calibán todavía se mantenían ocultos. Con discreción, habían
entrado en contacto con los demás miembros de confianza de la organización
de los STARS en busca de apoyo e información, mientras esperaban que ella,
Chris y Barry les contaran lo que sabían de las oficinas centrales de Umbrella.
La sede oficial estaba en Austria, aunque sospechaban que las mentes que
habían planeado todo el proyecto del virus-T se encontraban ocultas en algún
otro lugar...
Lugar que no encontrarás si no mueves el trasero. Los chicos pensarán así que te
has parado a echarte una siesta.
Jill se echó al hombro la mochila y dio un último vistazo a la habitación
antes de retroceder hacia la puerta trasera, atravesando la cocina. En el aire se
percibía un ligero olor a fruta podrida procedente de un cuenco de manzanas y
peras que había encima de la nevera y que ya hacía tiempo se había
desintegrado en un montón de moho y polvo. Aunque conocía su origen, el olor
le provocó un escalofrío que le recorrió toda la espina dorsal. Apresuró el paso
para acercarse a la puerta de salida mientras intentaba detener la oleada de
recuerdos sobre lo que habían encontrado en la mansión Spencer...
Pudriéndose mientras seguían caminando, intentando agarrarme con sus húmedos
y descarnados dedos, con los rostros derritiéndose convertidos en una masa de pus y
carne podrida...
Ella apenas pudo contener un grito de sorpresa al oír la llamada en voz
baja de Chris, que todavía estaba fuera. La puerta se abrió, y la silueta de Chris
quedó recortada en la oscuridad por la luz de una lejana farola.
—Sí, estoy aquí —contestó al mismo tiempo que daba un paso adelante—.
Siento haber tardado tanto. Los de Umbrella han pasado por aquí con una
máquina excavadora.
A pesar de la escasa luz, pudo ver la media sonrisa en su juvenil rostro.
—Estábamos empezando a pensar que te habían pillado los zombis. —
Aunque el tono de voz de Chris era risueño, ella advirtió cierto grado de
preocupación en ella.
Jill sabía que su intención era reducir la tensión del momento, pero no
pudo responder a la sonrisa. Había muerto demasiada gente por culpa de lo
que Umbrella había dejado escapar a los bosques que rodeaban Raccoon City. Si
el escape del virus se hubiera producido en el centro de la ciudad...
—No tiene gracia —fue lo único que dijo.
La sonrisa de Chris se esfumó.
—Lo sé. ¿Estás lista?
Jill asintió, aunque no se sentía realmente preparada para lo que se les
avecinaba. Sin embargo, tampoco se había sentido preparada para lo que
dejaban atrás. Su concepto de realidad había cambiado bruscamente en cuestión
de semanas, y las pesadillas se habían convertido en lo habitual.
Grandes compañías malvadas, científicos locos, virus asesinos, sin olvidar
los muertos vivientes...
—Sí —contestó por fin—. Estoy lista.
Salieron juntos. En el mismo instante en el que Jill cerró la puerta, tuvo una
repentina y ominosa sensación: jamás volvería a poner sus pies en aquella casa,
ninguno de ellos regresaría nunca a Raccoon City...
Pero no porque nos vaya a pasar algo. No, algo va a pasar, pero no será a nosotros.
Permaneció, ceñuda, con el pomo de la puerta en la mano, dudando por
un momento mientras intentaba darle un sentido a esa extraña sensación. Si
sobrevivían a la operación de reconocimiento, si lograban tener éxito en su
lucha contra Umbrella, ¿por qué no iban a poder regresar a sus casas? No lo
sabía, pero la sensación era tremendamente poderosa. Algo saldría mal, algo iba
a ocurrir...
—Eh, Jill, ¿estás bien?
Jill levantó la mirada y vio en su cara el mismo gesto de preocupación que
momentos antes. Habían llegado a conocerse bastante bien en las últimas
semanas, aunque ella sospechaba que Chris deseaba conocerla aún más.
Ah, vaya. ¿No te gustaría a ti también?
La sensación de catástrofe se fue diluyendo, y otras sensaciones confusas
la reemplazaron. Jill sacudió mentalmente su cabeza y asintió con un gesto de la
barbilla, mientras dejaba de lado sus sentimientos. El vuelo a Nueva York no
iba a esperarla para que se dedicara a revisar sus sentimientos o para que se
preocupara por asuntos que no podía controlar, fueran imaginados o
verdaderos.
Y, sin embargo, esa sensación...
—Salgamos de una vez de aquí —dijo por fin, y lo dijo de corazón.
Se adentraron en la noche y dejaron la oscura casa a sus espaldas,
silenciosa y solitaria como una tumba.
Capítulo 2
3 de octubre, 1998
El crepúsculo ya se había asentado a lo largo de las montañas y había
pintado el paisaje quebrado con tonos de penumbra púrpura. El cielo
serpenteaba a través de la creciente oscuridad, rodeado por colinas sombrías
que se alzaban hacia el cielo sin nubes, extendiéndose hacia las primeras
insinuaciones del brillo de las estrellas.
León habría apreciado más la belleza del paisaje si no fuese porque iba a
llegar tan tarde. No tendría problema para estar a tiempo en la comisaría
cuando comenzara su turno, pero habría deseado pasar antes por su
apartamento para soltar su equipaje, darse una ducha y comer algo. Tal como
estaban las cosas, sería una suerte si tenía tiempo para pararse a comprar algo
en un bar de carretera. En la última parada se había cambiado de ropa y se
había puesto su uniforme, lo que le había ahorrado un par de minutos, pero aun
así, realmente la había fastidiado bastante.
Muy bien, agente Kennedy, así se hace. El primer día de trabajo y tendrás que
quitarte los restos de la hamburguesa de queso de entre los dientes mientras pasan lista
y explican las patrullas. Todo un profesional.
Su turno empezaba a las nueve en punto, y ya eran más de las ocho. León
apretó un poco más el pedal del acelerador, aunque su jeep acababa de pasar al
lado de una señal que le indicaba que estaba a media hora de Raccoon City. Al
menos, la carretera estaba bastante despejada. Con excepción de un par de
coches, no había visto a nadie en lo que a él le habían parecido horas. Aquello
era un cambio agradable comparado con el atasco de tráfico que había sufrido
en las afueras de Nueva York y que le había costado la mayor parte de la tarde.
Incluso había llamado la noche anterior para intentar dejarle un mensaje al
sargento encargado del turno de noche para decirle que quizá llegaría tarde,
pero debía haber algún fallo en la línea telefónica, porque lo único que había
sonado era la señal de comunicando.
El poco mobiliario del que disponía ya lo había trasladado al pequeño
apartamento tipo estudio en el distrito Trask, un barrio de trabajadores pero
acogedor. Había un parque a poco más de dos manzanas de su casa, y la
comisaría estaba a sólo cinco minutos en coche. Se acabaron los enormes
atascos, se acabaron los tugurios superpoblados, se acabaron los actos de
brutalidad sin sentido. Si lograba sobrevivir a la vergüenza de empezar su
primer turno como agente de policía sin haber tenido tiempo de deshacer las
maletas, deseaba vivir en una pequeña ciudad pacífica como Raccoon City.
Este lugar tendrá bien poco que ver con la Gran Manzana1, muchas gracias...
Bueno, excepto en estos últimos meses, con esos asesinatos...
A pesar de intentar evitarlo, sintió un ligero estremecimiento por la
emoción. Por supuesto, lo que había ocurrido en Raccoon City había sido
1
Nombre con el que también se conoce a la ciudad de Nueva York. (N. del t.)
horrible, pero no habían atrapado a los asesinos, y lo cierto es que la
investigación apenas había comenzado. Y si le caía bien a Irons, tan bien como
les había caído a los directores de la academia de policía, quizá tendría la
oportunidad de trabajar en el caso. Le habían llegado rumores de que el tal
Irons era un poco capullo, pero León sabía que su entrenamiento había sido de
primera clase y que incluso un capullo estaría un poco impresionado. Después
de todo, se había graduado entre los diez primeros de su promoción, y no era
un completo extraño en Raccoon City, ya que había pasado la mayoría de los
veranos allí cuando era un chaval, mientras sus abuelos vivían. Por entonces, el
edificio de la comisaría había sido una biblioteca, y a Umbrella todavía le
quedaban muchos años para convertir el pueblo en una pequeña ciudad.
Sin embargo, en su mayor parte seguía siendo el lugar tranquilo que
recordaba de sus años infantiles. En cuanto los asesinos caníbales estuvieran
entre rejas, Raccoon City sería un lugar ideal de nuevo, una comunidad
tranquila y limpia asentada entre las montañas como un recóndito paraíso.
Así que me instalo y, en una o dos semanas, Irons se da cuenta de lo bien
redactados que están mis informes o lo buen tirador que soy en la galería de tiro. Me
pide que eche un vistazo a los informes del caso, sólo para familiarizarme con los detalles
antes de enviarme a realizar los trabajos cotidianos, y yo veo algo que nadie ha visto.
Quizás una pauta o un motivo común para asesinar a algunas de las víctimas,.. Quizás
un error en el informe de un testigo que nadie ha comprobado porque todos llevan
demasiado tiempo metidos en el caso. Y fíjate que llega este poli novato y resuelve el
caso, y no hace ni un mes que ha salido de la academia...
Algo se cruzó por delante del jeep.
—¡Jesús!
León apretó el freno y el todoterreno viró de un lado a otro mientras él
salía de su ensimismamiento y se esforzaba por controlar el vehículo. Los frenos
se bloquearon y el chirrido de las gomas de las ruedas sonó como un grito. El
jeep dio la vuelta hasta quedar encarado hacia los oscuros árboles que se
alineaban a lo largo de la carretera y finalmente se detuvo en el arcén tras una
última sacudida de toda la carrocería.
León tenía el corazón en un puño y el estómago en la garganta. Abrió la
ventana y sacó el cuello para poder ver al animal que había pasado a toda
velocidad por la carretera. No le había llegado a dar, pero había estado muy
cerca. Le pareció que se trataba de un perro, pero no lo había visto con claridad.
Era de gran tamaño, quizás un pastor alemán o un dobermann algo crecido,
pero había algo raro en aquel perro.
Sólo lo había visto una fracción de segundo, como un relámpago de ojos
rojizos y un cuerpo esbelto y ágil parecido al de un lobo, pero había algo más,
parecía estar...
¿Sudoroso? No, sólo fue una impresión, la luz me ha jugado una mala pasada en
la vista. O estabas tan cagado de miedo que viste otra cosa. Estás bien y no le has dado,
eso es lo importante.
—Jesús —dijo de nuevo, esta vez en voz más baja, y se sintió a la vez
aliviado y bastante enfadado mientras la adrenalina comenzaba a disminuir en
su sistema sanguíneo. Los que dejaban sueltos a sus perros eran auténticos
idiotas. Proclamaban a los cuatro vientos que querían que sus mascotas fueran
libres, pero luego se sorprendían cuando acababan aplastados bajo las ruedas
de un coche.
El jeep se había detenido a pocos metros de una señal de tráfico en la que
se leía: «Raccoon City 10». Distinguió las letras con la escasa luz del moribundo
crepúsculo. León echó un vistazo a su reloj. Todavía le quedaba poco más de
media hora para llegar a su comisaría. Le sobraba tiempo, pero, por alguna otra
extraña razón, se quedó allí quieto y sentado, respirando profundamente con
los ojos cerrados. La suave brisa cargada con el olor a pinos le refrescó la cara.
El desierto tramo de carretera parecía tranquilo, pero de un modo antinatural,
como si todo el paisaje estuviese conteniendo la respiración, a la espera.
Cuando su corazón recobró su ritmo normal, se sorprendió al descubrir que
seguía intranquilo, que incluso sentía un poco de ansiedad.
Los asesinatos de Raccoon City… ¿Verdad que algunas de las personas
murieron por ataques de animales? ¿Unos perros salvajes o algo parecido?
Quizás ése no era un perro de compañía, después de todo.
Un pensamiento inquietante..., que aumentó cuando de repente también
sintió que el perro todavía se encontraba en las cercanías, que quizá lo estaba
observando oculto entre las sombras de los árboles.
Bienvenido a Raccoon City, agente Kennedy. Vigile las cosas que quizá lo están
vigilando...
—No seas capullo —se dijo a sí mismo con un murmullo, y se sintió un
poco mejor cuando oyó el tono de adulto en plan «no digas tonterías» en su
voz. A menudo se preguntaba si alguna vez se libraría de su imaginación
desbordante.
Sueñas despierto como un chaval con la idea de atrapar a los tipos malos y luego te
inventas a unos monstruos con forma de perros que acechan en los bosques... Oye, León,
intenta comportarte según la edad que tienes, ¿de acuerdo? Por Dios, eres un poli, una
persona adulta...
Encendió de nuevo el motor y volvió a la carretera, sin hacer caso de la
extraña sensación de intranquilidad que había logrado apoderarse de él a pesar
del tono autoritario de su mente consciente. Tenía un nuevo trabajo y un lindo
apartamento en una bonita y floreciente ciudad. Era un tipo competente,
inteligente y con cierto atractivo: mientras mantuviera a raya a sus glándulas
creativas, todo iría bien.
—Y ya estoy de camino —se dijo a sí mismo, obligándose a sonreír de un
modo que le sonó fuera de lugar pero que de repente le pareció necesario para
tranquilizarse. Estaba de camino hacia Raccoon City, hacia una prometedora
nueva vida. No había nada por que preocuparse, nada en absoluto...
Claire estaba exhausta, tanto física como emocionalmente, y el hecho de
que el trasero le doliera desde hacía un par de horas no ayudaba mucho. Le
parecía que el rugido del motor de su Harley Davidson se había asentado con
firmeza en sus huesos, como contrapunto físico de las mariposas que sentía en
el estómago y, por supuesto, lo peor de todo parecía proceder de su recalentado
y dolorido trasero. Además, estaba oscureciendo y, como perfecta idiota que
era, no llevaba sus ropas de cuero para montar en moto. Chris se cabrearía un
montón.
Va a gritarme hasta que se le salten las venas del cuello, pero no me importa en
absoluto. Por favor, Dios, que esté allí para gritarme por lo idiota que soy...
La Harley siguió zumbando a lo largo de la oscura carretera. El ruido de
su motor regresaba como un eco después de rebotar en las laderas de las
colinas, repletas de árboles. Dobló las curvas con mucho cuidado: se había
percatado de que la carretera estaba prácticamente desierta, así que, si se caía,
pasaría mucho tiempo antes de que alguien pasara para ayudarla.
Como si eso importara. Cáete de la moto sin el equipo de protección puesto y
tendrán que apartar tus restos del asfalto con una espátula.
Era una estúpida. Sabía que había sido una estúpida por salir con tanta
prisa como para no vestirse en condiciones... pero también sabía que a Chris le
había pasado algo. Diablos, algo le había pasado a toda la ciudad. A lo largo de
las dos últimas semanas, la creciente sospecha de que su hermano estaba
metido en problemas se había convertido en una certidumbre. Y las llamadas
que había efectuado a lo largo de la mañana le habían corroborado sus temores.
No hay nadie en casa. No hay nadie en ninguna casa. Es como si todo
Raccoon City se hubiera mudado y no hubiera dejado una dirección de
contacto.
Era realmente malo, aunque no le importaba lo que le pasara a Raccoon
City. A ella lo único que le importaba era que Chris vivía allí, y que si le había
ocurrido algo malo...
Ella no podía, no debía pensar de ese modo, no podía pensar en eso. Chris
era lo único que le quedaba en la vida. Su padre había muerto durante la
construcción de un edificio cuando los dos todavía eran unos críos, y cuando su
madre había muerto en un accidente de coche tres años antes, Chris había
hecho todo lo posible por adoptar la función de sus padres muertos. Aunque
sólo tenía algunos años más que ella, la había ayudado a escoger una
universidad y le había encontrado un psicólogo bastante bueno para que la
ayudara a superar el trauma. Incluso le mandaba algo de dinero todos los
meses aparte de lo que ella cobraba del dinero del seguro de vida de sus padres.
Era lo que él llamaba «dinero para salir». Y además de todo eso, la llamaba cada
dos semanas, sin fallar, como un reloj.
Ese mes, sin embargo, no la había llamado ni una sola vez, y ni siquiera
había contestado a los mensajes que ella le ha había dejado. Había intentado
convencerse de que era una tontería preocuparse. Quizás había encontrado por
fin una chica, o había ocurrido algo con respecto a la suspensión de los STARS,
fuese lo que fuese exactamente eso. Pero después de tres cartas sin contestación
y de esperar durante días a que el teléfono sonase, había acabado llamando a la
policía de Raccoon City aquella misma tarde, con la esperanza de que alguien
supiera qué le había pasado. Lo único que había obtenido era la señal constante
de comunicación.
Allí sentada en su dormitorio, mientras oía el latido mecánico sin vida del
teléfono, había comenzado a preocuparse de verdad. Incluso una pequeña
ciudad como Raccoon City tenía un sistema de contestador automático para
todas las llamadas en espera. La parte racional de su mente le aconsejó que no
se dejara dominar por el pánico, que una línea sobrecargada no era motivo para
alarmarse... pero su parte más emocional ya estaba gritando que una leche, que
allí ocurría algo raro, y malo, por añadidura. Tras hojear con manos
temblorosas su agenda de teléfonos había llamado a unas cuantas personas a las
que ella consideraba amigos de Chris, a sitios o a gente a los que él le había
dicho que llamara si estaba metida en problemas y él no estaba en su casa:
Barry Burton, el restaurante de Emmy, un policía al que nunca había conocido
llamado David Ford... Incluso llamó al teléfono de Billy Rabbitson, aunque
Chris le había dicho que había desaparecido hacía meses. Con excepción de un
sobrecargado contestador automático en la casa de David Ford, sólo había
obtenido señales de comunicación.
Para cuando colgó después de la última llamada, la preocupación se había
convertido en algo muy parecido al terror. Sólo tardaría unas seis horas y media
desde su universidad hasta Raccoon City. Su compañera de habitación le había
pedido prestadas sus ropas de montar en moto para irse con su nuevo novio
motero, pero Claire tenía un casco de repuesto, así que, con aquella sensación
que todavía no llegaba a ser de pánico entremetiéndose en sus pensamientos,
simplemente había agarrado el casco y se había marchado.
Estúpida, quizás. Impulsiva, desde luego. Y si Chris está sano y salvo, los dos
podremos reírnos de mis paranoias hasta que reventemos de la risa. Pero hasta que
descubra qué está pasando, no tendré un momento de paz.
Los últimos restos de la luz del día se escapaban por el horizonte del cielo
sin nubes, aunque la débil luz de la luna casi llena y el faro de su Softail le
proporcionaban luz suficiente para ver, más que suficiente para distinguir con
claridad el cartel de «Raccoon City 10».
Claire volvió a centrar su atención en conducir su pesada moto mientras se
decía a sí misma que Chris estaría bien, que si hubiese ocurrido algo extraño en
Raccoon City, alguien habría dado la voz de alarma a aquellas alturas. Pronto
sería noche cerrada, pero estaría en Raccoon City antes de que oscureciera
demasiado como para montar en moto sin problemas.
Pronto descubriría si Raccoon City era un sitio seguro o no.
Capítulo 3
León llegó a las afueras de la ciudad con veinte minutos de sobra, pero
decidió que la posible cena caliente tendría que esperar. Sabía por sus anteriores
visitas a la comisaría de la ciudad que había un par de máquinas de aperitivos y
chucherías, por lo que podría aguantar el tirón hasta que encontrara tiempo
para comer en condiciones. La idea de una chocolatina pasada y unos
cacahuetes rancios no pareció agradarle nada a su estómago, que llevaba un
rato gruñendo, pero la culpa sólo la tenía él. La próxima vez que se marchara de
viaje tendría en cuenta el tráfico de salida desde Nueva York.
Conducir de nuevo hasta la ciudad había hecho mucho por tranquilizar
sus agitados nervios. Había pasado al lado de unas cuantas pequeñas granjas
que se encontraban al este de la ciudad, con sus terrenos arados y sus
almacenes de grano, y finalmente había pasado por el bar de carretera que
separaba al Raccoon City campestre del Raccoon City urbano. La idea de que en
poco tiempo patrullaría aquellas carreteras secundarias y las mantendría
seguras, le proporcionó una sorprendente sensación de bienestar y un ligero
orgullo. La primera brisa del otoño que entraba por la ventanilla bajada era
agradablemente fresca, y la luz de la luna lo bañaba todo con un resplandor
plateado. Después de todo, no llegaría tarde. En menos de una hora sería
oficialmente uno de los defensores y protectores de Raccoon City.
Cuando León dobló la esquina que daba a la calle Bybee, en dirección a
una de las calles que lo conduciría hasta la comisaría de policía, tuvo el primer
indicio de que algo iba mal, muy mal. A lo largo de las primeras manzanas se
quedó un poco sorprendido: cuando pasó por la quinta, empezó a quedarse
pasmado. No era extraño, era más bien... imposible.
Bybee era la primera calle de verdad de la ciudad, y entraba desde el este,
donde el número de edificios superaba ampliamente al de solares vacíos. Había
numerosos bares, cafeterías y restaurantes de barrio, además de una sala de cine
donde sólo parecían poner películas de terror y comedias picantes, así que era
uno de los sitios más populares de Raccoon City para la juventud del lugar.
Incluso había unas cuantas tabernas donde en invierno servían caldo casero y
bebidas calientes con ron para los alumnos entusiastas del esquí. A las nueve y
cuarto de una noche de sábado, la calle Bybee tendría que estar repleta de
gente.
Sin embargo, León vio que la mayoría de las tiendas y los restaurantes de
ladrillo situados a lo largo de la calle tenían las luces apagadas, y en las pocas
que se veía alguna luz no parecía haber nadie en su interior. A los lados de la
calle había un montón de coches aparcados, y aun así, no logró ver ni a una sola
persona. Bybee, el lugar preferido de los quinceañeros y de los estudiantes de la
universidad, estaba completamente desierto.
¿Dónde demonios se ha metido todo el mundo?
Su mente se esforzó por encontrar una respuesta mientras avanzaba con el
coche por la desierta calle, en busca de una razón lógica y también, en cierto
modo, para aliviar la creciente ansiedad que volvía a apoderarse de su cuerpo.
Pensó que quizá todos estaban en alguna celebración multitudinaria, como una
misa al aire libre o los festejos de la salsa de tomate. Aquello le dio otra idea:
quizá Raccoon City tenía su propia versión de la Oktoberfest1 y habían
empezado a devorar salchichas a diestro y siniestro en otro lugar de la ciudad.
Sí, muy bien, pero ¿se ha ido todo el mundo a la vez? Tiene que ser una
fiesta de mil pares de narices.
En ese preciso instante, León se dio cuenta de que tampoco había visto un
solo coche circulando desde que se había pegado el susto a diez kilómetros de
la ciudad. Ni uno solo. Y, junto con aquel inquietante pensamiento, se dio
cuenta de algo más. Era algo menos llamativo, pero mucho más próximo.
Algo olía mal. De hecho, algo olía a mierda.
Demonios, huele como a mofeta muerta, Bueno, es que más bien huele a una
mofeta que hubiese vomitado sobre sí misma antes de morir.
Había reducido la velocidad del jeep hasta circular casi al ritmo de un
peatón. Había planeado doblar hacia la izquierda en la calle Powell, una
manzana más adelante... pero aquel horrible olor y la total ausencia de vida lo
estaban atemorizando bastante. Pensó que quizá lo mejor sería detener el coche
y bajarse para comprobar si todo iba bien, para echar un vistazo y ver si
descubría alguna indicación de...
—Oh, vaya...
León sonrió y sintió una inmensa oleada de alivio que hizo desaparecer su
ansiedad y su estado de confusión. Había un par de personas de pie en la
esquina, prácticamente delante de él. La luz de la farola no le permitía verlos
con claridad, porque estaba justo detrás de ellos, pero León distinguió sus
siluetas. Era una pareja, un hombre y una mujer. Ella iba vestida con una falda
y él llevaba puestas unas botas de trabajo. Cuando se acercó, se dio cuenta, por
el modo en que caminaban hacia la calle Powell, de que estaban borrachos
como una cuba. Ambos iban trastabillando de un lado a otro de las sombras
provocadas por los edificios, pero iban en su misma dirección, así que no
pasaría nada si se paraba a preguntarles qué demonios estaba ocurriendo.
Deben de haber salido del bar de Kelly. Seguro que se han tomado una o dos
cervezas de más, pero como no están conduciendo, eso a mí no me importa. Me voy a
sentir realmente estúpido cuando me digan que esta noche es el concierto anual gratuito
o la gran barbacoa de «come todo lo que puedas sin pagar».
Casi mareado por el alivio que sentía, León dobló la esquina y entrecerró
los ojos mirando hacia las densas sombras para intentar descubrir dónde estaba
la pareja. No los vio, pero divisó un callejón que se abría entre dos tiendas, una
joyería y una de ultramarinos. Quizá sus dos amigos borrachos se habían
metido allí para utilizarlo como lavabo o quizás estaban metidos en algo más
turbio...
—¡Mierda!
Festival de octubre. Fiesta típica de la ciudad alemana de Munich, donde todo el mundo come salchichas
y bebe cerveza. (N. del t.)
1
Apretó a fondo el pedal de freno al mismo tiempo que media docena de
siluetas oscuras saltaban del asfalto, iluminadas por los faros del jeep como si
fueran hojas arrastradas por el viento. Sorprendido, tardó un segundo en darse
cuenta de que eran pájaros. No oyó ningún graznido ni ninguna otra clase de
grito, aunque estaba lo bastante cerca para oír el batir de sus alas. Eran cuervos,
que disfrutaban de un festín, probablemente algún animal atropellado, aunque
más bien parecía...
Oh, Dios mío.
Vio un cuerpo humano tendido en mitad de la carretera, a unos seis
metros del jeep. Estaba boca abajo, pero parecía una mujer... y, a juzgar por las
manchas rojas que cubrían su antaño blusa blanca, no era una estudiante que se
había hinchado de cerveza y que se había tumbado para echarse una siesta en el
lugar equivocado.
Un atropello con huida. Algún cabrón le pasó por encima y luego huyó.
Jesús, qué destrozo...
León apagó el motor, y ya tenía medio cuerpo fuera del jeep cuando sus
pensamientos se precipitaron uno detrás de otro. Dudó con un pie puesto ya
sobre el asfalto, y con el hedor de la muerte y la podredumbre impregnando
todo el aire nocturno. Su mente se había quedado congelada en una idea que no
quería ni pararse a considerar, pero sabía que era lo que debía hacer. Aquello
no era un ejercicio de entrenamiento: podía estar jugándose la vida.
¿Qué pasa si no es un atropello con huida? ¿Qué pasa si no hay nadie por aquí
porque por los alrededores ronda alguna clase de psicópata con su arma automática
dispuesto a practicar el tiro al blanco? Puede que todo el mundo esté metido en el
interior de las casas, oculto. Quizá la policía de Raccoon City ya viene hacia aquí, y
quizás el par de individuos que vi antes no estaban borrachos, sino heridos e intentaban
buscar ayuda.
Se metió de nuevo en el coche y rebuscó debajo de su asiento para
encontrar su regalo de graduación: una Desert Eagle 50AE Magnum, con un
cañón personalizado de diez pulgadas, un arma de fabricación israelí. Su padre
y su tío, ambos policías, se la habían regalado entre los dos. No era el arma
reglamentaria de la policía de Raccoon City, sino una mucho más potente.
Cuando León sacó un cargador de la guantera y lo metió de un golpe seco,
sintiendo el peso del arma en sus manos ligeramente temblorosas, decidió que,
en aquel momento, era el mejor regalo que jamás le habían hecho. Se metió
otros dos cargadores en el cinturón por pura precaución: cada cargador sólo
llevaba seis balas.
Mantuvo la Magnum apuntando hacia el suelo mientras salía del jeep y le
echaba un rápido vistazo a los alrededores. No estaba familiarizado con
Raccoon City por la noche, pero sabía que la ciudad no debería estar tan oscura
como estaba en esos momentos. Muchas de las farolas a lo largo de la calle
Powell no tenían bombillas o simplemente no estaban encendidas. Las sombras
más allá del cuerpo empapado en sangre eran muy profundas: si no hubiese
sido por los faros de su jeep, no habría podido ver nada en absoluto.
Empezó a caminar hacia el cuerpo, sintiéndose terriblemente expuesto
cuando abandonó la relativa cobertura del jeep, pero a sabiendas de que quizás
ella todavía estaba viva. Era poco probable, pero tenía que comprobarlo.
Dio unos cuantos pasos más y pudo ver que sin ninguna duda era una
mujer joven. Su pelo de color rojo oscuro y lacio le tapaba la cara, pero las ropas
delataban su edad: pantalones vaqueros ceñidos y unas sandalias de moda. Las
heridas estaban casi ocultas por la camisa ensangrentada, pero parecía haber
docenas de ellas. Los agujeros irregulares en la tela húmeda dejaban entrever
carne desgarrada y brillante, y tejidos musculares en las heridas más profundas.
León tragó saliva con esfuerzo y se cambió el arma de mano para luego
agacharse a su lado. La piel fría y pegajosa cedió con facilidad bajo la presión de
sus dedos en la garganta. Intentó encontrar el pulso con la punta de dos dedos
apretándolos contra la carótida. Pasaron unos cuantos segundos, unos
segundos durante los cuales se sintió terriblemente joven mientras intentaba
recordar el procedimiento que había que seguir para efectuar una recuperación
cardiorrespiratoria y al mismo tiempo rezaba para que sus dedos encontraran
un solo latido.
Cinco compresiones, dos respiraciones cortas, mantener los codos bien colocados...
Vamos, por favor, no estés muerta...
No halló el pulso, y no quiso esperar ni un segundo más. Se metió la
pistola en el cinturón y la agarró por los hombros para darle la vuelta y
comprobar si al menos respiraba... pero en cuanto empezó a levantarla, vio algo
que le hizo dejarla de nuevo en el suelo, mientras el estómago se le subía a la
garganta.
La camisa de la víctima se había salido de los pantalones lo suficiente para
dejar al descubierto la columna y parte de las costillas. Los trozos blanquecinos
de hueso todavía tenían hebras de carne colgadas, y las estrechas y curvadas
puntas de las costillas se hundían en trozos de tejido destrozado. Tenía todo el
aspecto de haber sido derribada... y masticada. Los retazos de información que
su mente había recogido hasta el momento y que le habían parecido poco
importantes de repente adquirieron una enorme trascendencia, y en el mismo
instante que todos los hechos encajaron, sintió los tentáculos del verdadero
miedo apoderarse de los rincones de su mente.
Los cuervos no pueden haber hecho esto. Habrían tardado horas, ¿y quién
demonios ha oído hablar de cuervos que se alimentan después de caer el sol? Y ese olor a
podrido no procede de ella, ha muerto hace poco y...
Caníbales. Asesinatos.
No. De ninguna manera. Para que ocurriera algo así, para que una persona
fuera asesinada y luego parcialmente... devorada en mitad de una calle sin que
nadie lo impidiese... Y con tiempo suficiente para que lleguen los carroñeros...
Para que eso pasara, los asesinos tendrían que haber matado a la mayor
parte de la población. ¿Parece probable? No. Bien. Entonces, ¿de dónde procede
ese olor asqueroso? ¿Y dónde está todo el mundo?
León percibió a su espalda un gruñido bajo y suave. Unos pasos
arrastrados y luego otro sonido. Un sonido húmedo.
Tardó menos de un segundo en ponerse en pie y darse la vuelta en
redondo mientras su mano desenfundaba de forma instintiva su pistola. Eran la
pareja de antes, los borrachos, que se tambaleaban hacia él, a la que se había
unido un tercer individuo de aspecto fornido... con toda la camisa empapada de
sangre. Sangre en su pechera. Y en sus manos. Y goteando desde su boca, una
boca roja con aspecto gomoso en mitad de un rostro descompuesto, como si
fuese una herida purulenta. El otro hombre, el que llevaba puestas las botas de
trabajo y un mono de faena, tenía un aspecto muy parecido, y el escote de la
blusa rosa de la mujer dejaba al descubierto un busto por el que aparecían
manchas oscuras, muy parecidas al moho.
El trío continuó avanzando hacia él, tambaleándose, y pasaron al lado de
su jeep mientras levantaban sus pálidas manos en su dirección y emitían unos
gemidos hambrientos. Un líquido viscoso pero fluido salió de repente de una de
las ventanas de la nariz del tipo fornido y le cayó sobre los labios que se movían
débilmente. León se quedó inmóvil por el terrible conocimiento de saber que el
tremendo hedor era olor a podrido y a carne putrefacta y que procedía de
ellos...
Entonces vio a otra de aquellas criaturas que salía de una puerta al otro
lado de la calle, una joven con una camiseta manchada y el pelo recogido que
dejaba a la vista una cara carente de expresión y sin señal alguna de
inteligencia.
Otro gruñido a su espalda. León miró por encima de su hombro y esta vez
vio a un joven de pelo oscuro con los brazos podridos que salía de debajo de las
sombras de una marquesina.
León levantó su arma y apuntó hacia el individuo más cercano, el tipo del
mono de faena, aunque todos sus instintos le gritaban que saliera corriendo.
Estaba aterrorizado, pero su lógica entrenada insistía en que debía existir una
explicación para todo aquello que estaba viendo, y que lo que estaba viendo no
eran muertos vivientes.
Control y procedimiento. Eres un policía...
—¡Muy bien! ¡Ya os habéis acercado bastante! ¡Todos quietos!
Su tono de voz era potente, autoritario, y llevaba puesto su uniforme, así
que… Oh, Dios, ¿por qué no se detienen?
El hombre con el mono de faena gimió de nuevo, sin hacer caso de la
pistola que le estaba apuntando al pecho, con los demás siguiéndolo de cerca a
cada lado, a menos de tres metros de él.
—¡No se muevan! —repitió León, pero esta vez a voz en grito.
El pánico reflejado en su propia voz lo hizo retroceder un paso mientras
miraba a izquierda y a derecha. Vio que más gente como aquélla empezaba a
salir de todas las sombras de la calle.
Algo lo agarró por el tobillo.
—¡No! —gritó, dando la vuelta con el arma por delante...
Y entonces vio que el supuesto cadáver víctima del atropello estaba
arañando su bota con unos dedos empapados en sangre al mismo tiempo que
intentaba arrastrar su cuerpo destrozado hasta él. Su agónico lamento de
hambre se unió al de los demás mientras intentaba morderle la bota, y unas
gruesas gotas de saliva mezclada con sangre resbalaron por encima de su
barbilla completamente arañada y le mancharon el cuero del calzado.
León disparó contra su torso superior. El tremendo estampido explosivo
del proyectil hizo que ella lo soltara... y a aquella distancia tan corta,
probablemente hizo pedazos su corazón. El cuerpo se desplomó de nuevo sobre
el asfalto entre espasmos de muerte...
Cuando se dio de nuevo la vuelta y vio que los demás estaban a menos de
dos metros, disparó otras dos veces. Los proyectiles hicieron florecer dos
fuentes carmesíes en el pecho del más cercano, y de las heridas comenzó a salir
un caño de sangre.
El hombre con el mono de faena apenas detuvo su marcha cuando los dos
balazos le abrieron el pecho y sólo se tambaleó durante un segundo. Abrió otra
vez su ensangrentada boca y de nuevo emitió un gemido lastimero de hambre,
mientras mantenía las manos alzadas hacia él como si necesitara que lo
dirigieran hacia la fuente de su alivio.
Debe de estar drogado. Esa potencia de fuego habría derribado a un búfalo…
León disparó otra vez mientras retrocedía. Y otra vez. Y otra vez. Y cuando
el cargador estuvo vacío, lo dejó caer al suelo y metió otro. Disparó más
proyectiles, pero aun así, ellos siguieron acercándose, impertérritos ante los
disparos que arrancaban trozos de su podrida y apestosa carne. Sólo era un mal
sueño, como en una mala película. Aquello no era real... pero León supo que, si
no se convencía con rapidez, moriría enseguida. Devorado vivo por aquellos...
Vamos, Kennedy. Dilo. Por estos zombis.
Aquellas criaturas le impedían acercarse a su jeep, así que León continuó
retrocediendo, sin dejar de disparar.
Capítulo 4
Menuda vida nocturna. Este lugar está muerto. Claire sólo había visto a un par
de personas cuando finalmente entró en el casco urbano de Raccoon City, ni de
cerca las que esperaba ver. De hecho, el lugar parecía estar desierto. El casco le
tapaba buena parte de la visión periférica, pero, desde luego, no parecía haber
mucho movimiento en la parte oriental de la ciudad. Tampoco parecía haber
mucho tráfico. Le pareció muy raro, pero si tenía en cuenta los desastres que se
había imaginado, tampoco era especialmente siniestro. Al menos, Raccoon City
todavía existía, y vio a un nutrido grupo de gente con aspecto de haber salido
de una fiesta cuando se acercaba al restaurante abierto las veinticuatro horas del
día que había en la calle Powell. Caminaban por el centro de una calle lateral.
Sin duda, eran chavales borrachos con ganas de bronca, si no recordaba mal su
última visita a la ciudad. Molestos, pero, desde luego, no los cuatro Jinetes del
Apocalipsis.
Nada de ruinas por bombardeos, nada de incendios colosales, nada de
ataque aéreo. Bueno, por ahora, todo va bien.
Había pensado ir directamente a casa de Chris, pero luego se dio cuenta de
que iba a pasar por delante del restaurante de Emmy. Claire se acordó de que
Chris apenas sabía cocinar, así que vivía a base de cereales por la mañana, un
bocadillo frío a mediodía y una cena en Emmy unos seis días por semana.
Incluso aunque no estuviera allí, merecería la pena pararse para preguntar por
él a una de las camareras, por si lo había visto hacía poco.
Claire se percató de la presencia de un par de ratas cuando detuvo la
moto. Los roedores saltaron de encima de los cubos de basura de la acera y
escaparon velozmente hacia un pequeño callejón lateral. Bajó la horquilla de la
moto y desmontó, se quitó el casco y lo dejó encima del asiento tibio.
Se sacudió el cabello, recogido en una coleta, y arrugó la nariz con
desagrado. Estaba claro que, por el olor que desprendía, la basura llevaba
bastante tiempo allí tranquila sin que nadie la molestara. Fuese lo que fuese lo
que habían tirado en ella, desprendía un olor que sin duda alguna podía
considerarse tóxico.
Se sacudió las partes de sus piernas y brazos que estaban al aire antes de
entrar, tanto para hacerlas entrar en calor como para quitarse un poco la mugre
que se le había pegado por el camino. Unos pantalones cortos y una camiseta de
manga corta ceñida al cuerpo no eran las prendas más apropiadas para una
noche de octubre, y aquello le volvió a recordar lo estúpida que había sido por
montar de aquel modo. Chris le echaría un sermón de mil demonios... Pero no
será aquí.
El cristal de la gran ventana frontal le permitía una buena visión del
interior del hogareño e iluminado restaurante, y pudo distinguir con claridad
desde los altos taburetes de color rojo del mostrador hasta las sillas acolchadas
de las mesas alineadas en las paredes... y no había absolutamente nadie a la
vista. Claire frunció el entrecejo, y su decepción inicial dio paso a un
sentimiento de confusión. Había visitado a Chris muchas veces a lo largo de los
últimos años, por lo que había estado en aquel lugar a casi todas las horas del
día o de la noche. Ambos eran bastante noctámbulos, y en más de una ocasión
habían decidido salir a las tres de la madrugada a tomarse una hamburguesa, lo
que significaba que siempre acababan en el restaurante de Emmy. Y siempre
había algún cliente en Emmy, charlando con una de las camareras vestidas con
delantales de plástico rosa o inclinados sobre una taza de café mientras leían el
periódico, sin importar la hora del día o de la noche que fuese.
Así que… ¿dónde están? Ni siquiera son las nueve de la noche todavía...
En el cartel de la puerta se leía «Abierto», y no descubriría por qué no
había nadie si se quedaba allí, en mitad de la calle. Echó una última mirada a su
moto, abrió la puerta y entró en el restaurante. Inspiró profundamente y llamó
en voz alta, con la esperanza de que alguien le contestara.
—¿Hola? ¿Hay alguien?
Su voz pareció carecer de tono en cierto modo al resonar en el silencio del
vacío restaurante. Con excepción del monótono zumbido de los ventiladores
del techo, no se oía absolutamente ningún otro sonido. En el aire flotaba el
familiar aroma a grasa rancia, pero había algo más. Era un olor muy penetrante,
pero a la vez muy dulzón, como el de flores pudriéndose.
El restaurante tenía forma de L, y las mesas se extendían enfrente de ella y
a su izquierda. Claire empezó a avanzar, caminando con lentitud. La zona de
los camareros se encontraba al final de la barra, y más allá estaba la cocina. Si
Emmy estaba realmente abierto, los miembros del personal estarían por allí, tan
sorprendidos como ella de que no hubiera ni un solo cliente...
Pero eso no explicaría todo este desorden, ¿verdad?
No era exactamente un desorden. La falta de orden era lo bastante sutil
como para que ella no se hubiera percatado desde fuera. Había unas cuantas
cartas de menú tiradas por el suelo, un vaso de agua derramado en la barra y
un par de piezas de cubertería esparcidas aquí y allá. Aquéllas eran las únicas
señales de que algo iba mal, pero eran suficientes.
Al infierno lo de echar un vistazo a la cocina. Todo esto es demasiado raro. Algo
está realmente jodido en esta ciudad. Quizá sólo les han robado, o quizás están
preparando una fiesta sorpresa. ¿Qué más da? Ya es hora de que me marche a otro
lugar.
En ese preciso instante oyó un ruido procedente del hueco al final de la
barra, un lugar que no podía ver. Era un sonido débil de algo que se movía, un
susurro de tela arrastrándose seguido de un gruñido abogado. Allí había
alguien, agachado y oculto a la vista.
Claire habló de nuevo en voz alta mientras notaba cómo su corazón le
aporreaba la caja torácica por la tensión que sentía.
—¿Hola?
No percibió nada durante un latido y, a continuación, otro gruñido, un
gemido ahogado que le puso los pelos de la nuca de punta.
A pesar de sus temores, Claire se apresuró a acercarse al lugar, sintiéndose
de repente muy infantil por su deseo previo de marcharse. Quizá se había
producido un robo y los clientes estaban atados y amordazados. O peor incluso,
tan malheridos que ni siquiera podían gritar pidiendo ayuda. Le gustase o no,
ella estaba involucrada.
Llegó al final de la barra, giró a su izquierda... y se detuvo en seco,
quedándose completamente inmóvil, sintiéndose como si le hubieran dado una
bofetada. Lo que vio fue un hombre calvo vestido con el uniforme de un
cocinero, al lado de un carrito lleno de bandejas, de espaldas a ella. Estaba
agachado sobre el cuerpo de una camarera, pero había algo muy raro en ella,
algo tan raro que la mente de Claire no pudo aceptarlo al principio. Su mirada
recorrió el uniforme rosa, los zapatos de trabajo, incluso la tarjeta de plástico
que todavía estaba enganchada a la pechera de su vestido, con el nombre: Julie
o Julia...
La cabeza. Le falta la cabeza.
En cuanto Claire se dio cuenta de lo que faltaba, no fue capaz de borrarlo
de su mente, por mucho que lo intentó. Donde debería haber estado la cabeza
de la enfermera sólo había un charco de sangre secándose, una masa informe y
pegajosa rodeada por restos de cráneo, mechones de pelo negro aplastado y
trozos diversos de carne. El cocinero tenía las manos sobre la cara, y mientras
Claire miraba horrorizada el cadáver sin cabeza, el individuo dejó escapar un
gemido lastimero.
Claire abrió la boca, sin saber exactamente qué iba a salir de ella. Un grito,
una pregunta sobre qué había ocurrido o un ofrecimiento de ayuda. No sabía
qué decir, y cuando el hombre se dio la vuelta y bajó las manos, se quedó
pasmada de que no saliera absolutamente nada de su boca.
El tipo se estaba comiendo a la camarera. Sus gruesos dedos estaban
cubiertos por oscuros restos de carne. La extraña y enajenada cara que la miraba
estaba completamente cubierta de sangre.
Un zombi.
Se había criado oyendo cuentos sobre criaturas monstruosas, tanto en las
fogatas de los campamentos de verano como en las películas de terror, así que
su mente lo aceptó en el mismo instante que lo vio y pensó: «No estoy loca». La
criatura, completamente pálida, desprendía aquel hedor dulzón y enfermizo
que ella había olido antes, con los ojos cubiertos por un velo semitransparente.
Zombis en Raccoon City. Eso sí que no lo esperaba.
Al mismo tiempo que su mente lógica aceptaba los hechos con
tranquilidad, su cuerpo sintió un repentino espasmo de terror. Claire trastabilló
al retroceder, y el pánico ascendió otro grado en sus tripas cuando el cocinero
siguió girando mientras se levantaba. Era un tipo enorme, de casi dos metros de
alto, y tan ancho como un armario...
¡Y está muerto! ¡Está muerto y se está comiendo a la camarera, así que no dejes
que se te acerque más!
El cocinero dio un paso hacia ella, y sus manos ensangrentadas se cerraron
en sendos puños. Claire retrocedió con mayor rapidez y casi se resbaló al pisar
una de las cartas de menú. Un tenedor chirrió cuando lo pisó con una de sus
botas.
¡Sal de aquí ahora mismo!
—Ya me marcho —logró balbucear—. De veras, no hace falta que me
acompañe a la salida...
El cocinero se tambaleó hacia adelante, y sus ojos ciegos resplandecieron
con un brillo hambriento e insensible. Claire dio otro paso atrás y extendió una
mano hacia su espalda. No tocó nada, sólo aire...
Un instante después, tocó el frío metal del tirador de la puerta. Una
descarga de adrenalina por la sensación de triunfo recorrió todo su cuerpo
cuando se giró, agarró la puerta... y un momento después, gritó, una
exclamación de horror y miedo. Había otras dos, no, tres de aquellas criaturas
allí fuera, con su putrefacta carne pegada al cristal de la ventana frontal del
restaurante. Uno de los seres sólo tenía un ojo: donde debía estar el otro, sólo
había un agujero supurante. Otra de las criaturas carecía de labio superior, y su
rostro mostraba una constante y desigual sonrisa macabra. Todos estaban
golpeando el cristal con sus manos engarfiadas como garras, como animales
feroces y torpes. Sus rostros grises estaban casi completamente cubiertos de
sangre... y desde las sombras, al otro lado de la calle, otras oscuras siluetas
salieron tambaleándose dirigiéndose hacia el restaurante.
No puedo salir, estoy atrapada... ¡Dios, la puerta trasera! Con el rabillo del ojo
vio la reluciente luz verde de la señal de salida de emergencia que brillaba
como un faro en la oscuridad. Claire se giró de nuevo y apenas miró al cocinero
que estaba a poco más de un metro de ella: tenía toda su atención concentrada
en su única esperanza de huida.
Echó a correr, y sus botas se convirtieron en un borrón de color al mismo
tiempo que sus brazos se convertían en pistones para conseguir mayor
velocidad. La puerta daba a un callejón trasero: iba darse de bruces contra ella a
toda velocidad y, si estaba cerrada con llave, estaba jodida.
Claire se estrelló contra la puerta, que se abrió de par en par, y luego
contra la pared de ladrillo de uno de los lados del callejón... y luego vio un arma
que le apuntaba directamente a la cara. Era probablemente lo único que la
habría detenido en su carrera en ese momento: alguien con una pistola.
Se detuvo inmediatamente y levantó los brazos de forma instintiva, como
para detener un golpe.
—¡Un momento! ¡No dispare!
El tipo de la pistola no se movió, y el arma de aspecto letal continuó
apuntando hacia su cabeza...
Va a matarme...
—¡Al suelo! —gritó el individuo, y Claire se dejó caer. Sus rodillas
cedieron tanto por la orden que le habían dado como por los fríos dedos que de
repente agarraron su hombro...
¡Bam! ¡Bam!
El hombre disparó, y Claire giró la cabeza para ver al cocinero muerto
desplomarse hacia atrás justo a su espalda, con un enorme agujero en mitad de
la frente. Unos lentos goterones de sangre comenzaron a salir de la herida, y sus
ojos blanquecinos quedaron cubiertos por una capa de color rojo. El cuerpo
acabó de caer y se estremeció. Una, dos veces... y por fin dejó de moverse.
Claire se volvió para mirar al hombre que le había salvado la vida, y se dio
cuenta por primera vez del uniforme que llevaba puesto. Un policía. Era joven y
alto... y tenía un aspecto casi tan aterrorizado como ella. Su labio superior
estaba completamente cubierto de terror, y tenía los ojos, de color azul, abiertos
de par en par. Sin embargo, al menos su voz sonó tranquila y llena de confianza
cuando extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—No podemos quedarnos aquí. Venga conmigo, estaremos mucho más
seguros en la comisaría de policía.
Mientras decía aquello, Claire percibió un coro de gemidos y gruñidos que
se acercaba procedente de la calle. Los hambrientos sollozos de aquellas
criaturas sonaban cada vez más fuerte. Claire dejó que la levantara y le agarró
la mano con firmeza. Se alegró un poco de que los dedos del hombre estuviesen
tan temblorosos como los de ella.
Ambos echaron a correr, esquivando cubos y bidones de basura y saltando
por encima de cajas esparcidas por doquier, perseguidos por los tenebrosos
gemidos de los zombis que salían del callejón y empezaban a seguirlos.
Capítulo 5
León corrió al lado de la chica mientras intentaba de forma desesperada
recordar el trazado general de la ciudad. El callejón debería dar a la calle Ash,
no demasiado lejos de Oak Street, la calle donde estaba el edificio de la
comisaría... situado a más de quince manzanas al oeste de donde se
encontraban en ese momento. A menos que consiguieran algún medio de
transporte, no lograrían llegar. Sólo le quedaba el cargador que ya tenía metido
en la pistola, y sólo cuatro balas en su interior. Por los sonidos que surgían de
las sombras del callejón, había docenas, quizá centenares de aquellos seres en su
interior.
Cuando llegaron al final del callejón, León levantó la mano y frenó el ritmo
de la carrera hasta convertirlo en un trote. Echó un vistazo a la calle mal
iluminada. No pudo ver mucho, pero desde donde se hallaban hasta la
siguiente farola, había unas once o doce criaturas a su derecha, tambaleándose y
trastabillando mientras atravesaban la pestilente oscuridad. A la izquierda sólo
había tres, no muy lejos de...
¡Aleluya!
—¡Allí!
León señaló con el dedo un coche patrulla de la policía que estaba
aparcado justo al otro lado de la calle, sintiendo una oleada de alivio y
esperanza. No vio agente alguno: ya era pedir demasiado... pero las dos puertas
delanteras estaban abiertas, y las tres cosas que vagabundeaban en sus
cercanías no llegarían a tiempo de impedir que entrasen. Aunque las llaves no
estuviesen puestas, en su interior había una radio y los cristales eran a prueba
de bala. Probablemente podrían resistir frente a los cadáveres ambulantes hasta
que llegase la ayuda...
—Es la única oportunidad que tenemos. ¡Vamos!
Dudó el tiempo suficiente como para que la chica asintiera con un gesto de
la cabeza, con su pelo recogido en una cola de caballo agitándose por el brusco
movimiento. Un instante después, ambos volvieron a echar a correr hacia el
coche de policía, y el asfalto se convirtió en un borrón bajo sus pies. León
mantuvo su arma apuntada hacia las criaturas que estaban más cerca de ellos, a
unos quince metros. Deseaba dispararles, impedirles que dieran un solo paso
más hacia ellos, pero sabía que debía ahorrar munición, que no podía permitirse
el lujo de desperdiciar la poca que le quedaba.
Dios mío, por favor, que las llaves estén puestas...
Llegaron hasta el coche al mismo tiempo y se separaron. La chica se desvió
para entrar por la puerta del acompañante, y León se dio cuenta horrorizado de
que probablemente ella pensaba que era su coche. Esperó a que cerrara la
puerta de un portazo antes de entrar de un salto y colocarse detrás del volante.
Una pequeña pero aterrorizada parte de su mente le gritaba que era su primer
día de servicio mientras se apresuraba a cerrar la puerta de un tirón.
Su plegaria fue respondida: las llaves estaban puestas. León dejó caer la
Magnum en su regazo y las agarró, sintiendo de nuevo aquella esperanza y
alivio, como si hubiera otras opciones además de la de morir.
—Ponte el cinturón —le dijo, y sin apenas oír su respuesta afirmativa giró
las llaves y las luces se encendieron.
La calle Ash y las criaturas quedaron bañadas por unos pálidos remolinos
de luces rojas y azules. Los colores transformaron las sombras, cambiándoles la
forma y el tamaño. Era una visión infernal, y apretó el pedal del acelerador a
fondo para alejarse de allí con toda la rapidez que pudo.
El coche saltó de la acera con un chirrido de goma. León enderezó las
ruedas primero a la derecha y luego a la izquierda, esquivando por poco a una
mujer con la mitad del cuerpo cabelludo arrancado. Pudo oír, incluso a través
de las ventanas cerradas, su gemido aullante de frustración mientras se alejaban
a toda velocidad, al que se le unieron varios... muchos más.
Refuerzos. Pide refuerzos y apoyo.
León manoteó en busca de la radio sin quitar la vista de la calzada. Las
criaturas estaban dispersas pero eran numerosas: monstruos tambaleantes de
siluetas oscuras que salían trastabillando a la calle como si fuesen atraídos por
el ruido del coche que pasaba a toda velocidad. Tuvo que esquivar a varios más
mientras el coche patrulla salía de la calle Powell y continuaba a toda velocidad.
La chica le estaba hablando mientras miraba al desolado panorama y León
apretaba el botón que abría las comunicaciones de la radio. Su sensación de
desamparo aumentó: ni señal de estática, ni nada de nada.
—¿Qué demonios pasa aquí? Llego a Raccoon City y todo el lugar es una
pura locura que...
—Estupendo. La radio no funciona —la interrumpió León, dejando caer el
micrófono y centrando su atención en la conducción.
Toda la ciudad parecía un mundo alienígena, con las calles envueltas en
extrañas sombras. Aquello tenía ciertas cualidades oníricas, pero el olor le
impedía pensar que aquello era un sueño. El hedor a carne putrefacta había
impregnado incluso el interior del coche patrulla, lo que hacía bastante difícil
concentrarse en conducir. Al menos, no había tráfico ni tampoco gente. Bueno,
no gente de verdad...
Excepto la chica y yo. Tengo que cumplir mi deber, tengo que protegerla de
cualquier daño. Pobre chavala, no debe de tener más de diecinueve o veinte años y
probablemente está aterrorizada. Tengo que mantenerme firme y alejarla de cualquier
otro peligro, tengo que llegar la comisaría y...
—Eres un poli, ¿verdad?
El tono de voz cantarín pero en cierto modo sarcástico de la chica le sacó
de sus aterrorizadas ensoñaciones. Le dirigió una mirada rápida y se dio cuenta
de que, aunque estaba bastante pálida, no parecía estar temblando al borde de
un ataque de nervios. Incluso detectó cierto destello de humor en sus ojos de
color gris claro, y a León le dio la impresión de que ella no era del tipo de
personas que tenían ataques nerviosos. Algo realmente bueno, si tenía en
cuenta las circunstancias en las que se encontraban.
—Sí. Mi primer día de trabajo. Estupendo, ¿verdad? Me llamo León
Kennedy.
—Claire —le contestó ella—. Claire Redfield. He venido a buscar a mi
hermano, Chris, y...
Se fue callando poco a poco mientras observaba la calle. Dos de las
criaturas se dirigían tambaleándose hacia un punto por donde tenía que pasar
el coche. León pisó aún más el acelerador y logró pasar en medio de ellas. La
reja de metal que separaba el compartimiento trasero del delantero estaba
bajada, lo que le proporcionaba una clara visión por el espejo retrovisor. Los
dos zombis continuaron andando como estúpidos detrás del coche.
Hambrientos. Lo mismo que en las películas.
Ninguno de los dos habló durante unos momentos, y la cuestión principal
quedó en el aire sin que la mencionaran. Fuese lo que fuese lo que había pasado
y que había convertido a Raccoon City en una película de terror, no importaba
tanto saber cómo había ocurrido como saber cómo iban a sobrevivir. Sólo
tardarían un par de minutos en llegar a la comisaría, suponiendo que las calles
permanecieran relativamente despejadas. Existía un aparcamiento subterráneo.
Intentaría entrar por allí en primer lugar, pero si sus puertas estaban cerradas,
tendrían que cruzar un pequeño trecho a pie. Había un pequeño patio delante
del edificio, una zona de aparcamiento...
Me quedan cuatro balas... y quizá toda la ciudad está llena de estas cosas.
Necesitamos otra arma...
—Eh, abre la guantera —le dijo. Si estaba cerrada, seguro que una pequeña
llave que había al lado de la llave de contacto del coche la abriría.
Claire apretó el botón y metió la mano en su interior. Al agacharse, dejó al
descubierto la espalda de su chaleco rosa sin mangas. 'Tenía una ilustración
pintada: un voluptuoso ángel femenino que sostenía una bomba. Debajo había
un cartel que ponía: «Fabricado en el cielo». Todo el conjunto era el apropiado
para ella.
—Hay un arma aquí dentro —anunció, extrayendo una pistola
semiautomática.
La sujetó con cuidado y comprobó que estaba cargada antes de meter la
mano otra vez para sacar un par de cargadores. Era de las antiguas armas de
ordenanza del departamento de policía de Raccoon City, una Browning HP.
Desde el comienzo de la serie de asesinatos, los policías de la ciudad habían
sido equipados con las Hekler und Koch VP70, también con un calibre de nueve
milímetros. La principal diferencia consistía en que la Browning sólo podía
albergar trece proyectiles, mientras que la VIVO disponía de un cargador de
dieciocho balas más una en la recámara. Por el modo en que la manipulaba,
León dedujo que la chica sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
—Será mejor que te la quedes tú —le dijo. En la comisaría encontraría un
arsenal más que decente. Suponiendo que todavía quedaran algunos policías
allí, podría recoger su arma reglamentaria... ¿Y por qué supones nada en absoluto?
Cuando León estaba doblando la esquina entre la calle Ash y la Tercera,
quizás a una velocidad un poco elevada, se dio cuenta de repente de que era
posible que la comisaría estuviese repleta de cadáveres. Todo estaba ocurriendo
con tanta rapidez que ni siquiera se le había ocurrido aquella posibilidad.
Enderezó el coche y frenó un poco, para disponer de algo de tiempo para
diseñar un plan alternativo con toda la tranquilidad y la frialdad posible. Quizá
se estaba desarrollando una defensa organizada de la comisaría, pero no era
fácil sentir esperanza con el hedor a podrido que impregnaba con tanta fuerza
el aire.
Tenemos el depósito casi lleno. Es más que suficiente para cruzar las montañas, y
podríamos estar en Latham en menos de una hora.
Podrían pasar al lado de la comisaría y si el lugar tenía un aspecto
inseguro, salir pitando de la ciudad. A él le parecía un buen plan. Comenzó a
girar la cabeza para decírselo a Claire para saber qué pensaba... cuando el
asqueroso olor a matanza lo rodeó por completo y algo se lanzó contra él desde
la parte trasera del coche.
Claire lanzó un grito, y el monstruo, que había estado oculto desde que
ellos entraron en el automóvil, agarró con sus manos heladas el hombro de
León, y su apestoso aliento le dio de lleno en el rostro. Le agarró también el
brazo derecho y tiró de él para acercarlo a sus labios y dientes babeantes.
—¡No! —gritó León mientras el coche viraba brutalmente a la derecha y se
dirigía de frente contra un edificio.
La criatura perdió el equilibrio y aflojó la presión sobre el brazo de León.
Éste aprovechó para hacer girar el volante, pero fue demasiado tarde para
esquivar por completo la pared. El metal chirrió y una brillante lluvia de
chispas iluminó las manos y la macabra expresión del zombi que iba en el
asiento trasero cuando el coche salió rebotado hacia el pavimento.
El zombi cambió de objetivo y se abalanzó sobre Claire. León no se lo
pensó siquiera y aceleró a tope, girando luego a la derecha. La parte trasera del
coche dio un bandazo y se estrelló contra una camioneta de reparto aparcada,
lanzando otra lluvia de ardientes chispas. El cadáver babeante cayó tumbado
sobre el asiento trasero, pero se levantó de nuevo y se lanzó otra vez contra la
chica, intentando despedazarla con garras y dientes.
El coche patrulla avanzó a toda velocidad por la calle Tercera. León intentó
mantener el control del vehículo al mismo tiempo que se esforzaba por agarrar
su arma y darse la vuelta, con su Magnum empuñada por el cañón. Ni siquiera
pensó en apartar el pie del pedal del acelerador, no pensó en nada más que en
que el zombi estaba a punto de enterrar sus dientes en el hombro de la
forcejeante Claire.
Bajó la pesada arma con fuerza contra su cara. La empuñadura arrancó
parte de la piel, que se desprendió en una gran tajada. La sangre saltó de la
herida cuando aplastó la nariz y el cartílago se separó del hueso con un crujido
húmedo. La criatura lanzó un gorgoteo y se agarró la cabeza sangrante. León
tuvo tiempo de saborear un sentimiento de triunfo durante un segundo... antes
de que Claire gritara: «¡Cuidado!».
León levantó la vista para darse cuenta de que estaban a punto de
estrellarse.
León golpeó al zombi con su arma, y Claire se encogió de forma instintiva
ante el chorro de sangre que siguió a continuación. Su mirada horrorizada se
fijó en que la calle por la que iban estaba a punto de acabar.
—¡Cuidado!
Vio de reojo sus nudillos blancos de apretar el volante, su mandíbula
también apretada por la tensión... y el coche comenzó de repente a girar sobre sí
mismo chirriando, y los edificios y las farolas pasaron tan rápidamente a su
lado que lo único que pudo ver fue un borrón general, y entonces...
Se produjo una enorme explosión de sonido, cristales rotos y metal
aplastado cuando el coche de policía se estampó contra algo sólido, arrojando a
Claire contra el cinturón de seguridad, que la detuvo en seco. El impacto lanzó
al zombi hacia adelante al mismo tiempo, y ella levantó los brazos de forma
instintiva cuando el ser muerto atravesó el parabrisas...
... y luego, todo se detuvo. Sólo pudo oír el sonido del metal caliente
crujiendo al comenzar a enfriarse y el palpitar de su propio corazón, atronando
en sus oídos. Claire bajó lentamente los brazos y vio que León, que ya se había
recuperado, contemplaba el destrozado cuerpo que estaba despatarrado encima
de la parte delantera del automóvil, aunque por suerte, la cabeza de la criatura
no estaba a la vista. No se movía en absoluto.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Claire se giró y miró a León. Tuvo que reprimir un repentino acceso de
risa histérica. Raccoon City había sido tomada por una legión de muertos
vivientes y acababan de tener un accidente grave de coche porque un muerto
había intentado comérselos. Si tenían en cuenta todo aquello, «bien» no era la
primera palabra que se le venía a la mente.
Sin embargo, cuando vio la expresión preocupada y sincera del rostro de
León, la necesidad de echarse a reír se le pasó de forma inmediata. Él mismo
parecía al borde de un ataque de nervios. Si daba rienda suelta a sus propios
nervios, no sería de gran ayuda.
—Todavía sigo de una sola pieza —logró contestarle por fin, y el joven
policía asintió, con aspecto de sentirse aliviado.
Claire inspiró profundamente, sintiéndose como si fuese la primera vez
que respiraba en horas, y miró alrededor para ver dónde habían acabado. León
había logrado efectuar un giro de 180 grados justo al final de la calle, donde
terminaba en una pared. El coche patrulla estaba completamente encarado
hacia el lugar por donde habían llegado. No había zombis en las inmediaciones,
pero Claire tenía el presentimiento de que no disponía de demasiado tiempo
para ponerse a cubierto. Por lo que había visto hasta aquel momento, la mayor
parte de Raccoon City, si no toda la ciudad, se había visto afectada por... por lo
que fuera que hubiese pasado. Empuñó con firmeza la pistola, intentando
mantener bajo control sus desbocadas emociones.
—Tenemos que... —comenzó a decir León, pero se detuvo, abriendo los
ojos de par en par mientras miraba más allá de ella, hacia la calle. Claire giró la
cabeza... y por un segundo, sólo pudo pensar que alguien le había echado una
maldición en algún momento en su viaje desde la universidad.
Estoy maldita. Alguien quiere que muera, por eso me pasa todo esto.
Un camión de transporte venía disparado por la avenida lateral que daba a
la calle donde ellos estaban. Todavía se hallaba a unos cuantos bloques de
distancia, pero lo bastante cerca para darse cuenta de que avanzaba sin control
alguno.
El camión daba bandazos de un lado a otro, y aplastó una pequeña
camioneta que estaba aparcada a un lado de la calle, y después se lanzó de
frente contra un buzón que estaba al otro lado. Con un horror impotente Claire
se dio cuenta de que era un camión cisterna y, por el modo en que la cisterna
iba oscilando, era obvio que estaba cargado hasta los topes. En la fracción de
segundo que tardó en procesar aquella información y en rezar para que no
fuese gasolina o gas de calefacción, el camión había recorrido la mitad de la
distancia que los separaba de ellos. Pudo llegar a ver las llamas pintadas en la
cabina de color verde oscuro, pero ni siquiera entonces fue real, no hasta que
León rompió su pasmado silencio.
—¡Ese loco nos va a atropellar! —dijo en un susurro, y en ese preciso
instante, ambos comenzaron a manotear para soltar sus cinturones de
seguridad, al mismo tiempo que Claire rezaba para que no se hubieran
atascado...
El sonido de los cinturones al deslizarse después de abrirse fue
completamente inaudible bajo el impresionante rugido del camión y el
tremendo crujido de los coches al ser aplastados a derecha y a izquierda. Estaría
encima de ellos en menos de tres segundos.
—¡Corre!
Un instante después, ella abrió de golpe la puerta del coche y salió al
suave aire de la noche, que le refrescó la sudorosa piel mientras el rugido del
motor del camión tapaba todo lo demás.
Dio cinco enormes zancadas y luego oyó tanto como sintió el estampido
del impacto, con el asfalto temblando bajo sus pies al mismo tiempo que el
enorme chirrido del metal retorciéndose atronaba a su espalda.
Otras dos zancadas y...
¡Baaaammmmm!
Fue empujada sin consideración ni modales por una inmensa onda de
presión formada por el calor y el sonido. Logró aterrizar de pie mientras la
explosión de la cisterna convertía la noche en día por un brillante momento.
Cayó aparatosamente sobre su hombro y rodó sobre sí misma. La suciedad le
raspó la piel recalentada y terminó cayendo detrás de un coche aparcado
formando una bola jadeante.
Se produjo una breve y chasqueante lluvia de restos humeantes, y
momentos después Claire se puso en pie. Se tambaleó hacia el centro de la calle
para buscar entre las enormes antorchas de fuego alguna señal de León. El
corazón se le encogió con lo que vio. El camión cisterna, el coche patrulla y lo
que un minuto antes era una ferretería, todo, estaba envuelto en una enorme
nube de fuego y llamas químicas, y la calle estaba completamente bloqueada
por una masa de retorcidos restos ardiendo.
—Claire...
La voz le llegó ahogada pero audible a través de la muralla de llamas. Era
León.
—¿León?
—¡Estoy bien —gritó él—. ¡Dirígete hacia la comisaría! ¡Nos vemos allí!
Durante un segundo, Claire dudó y se quedó mirando la pistola que
todavía sostenía en su temblorosa mano. Tenía miedo, estaba atemorizada ante
la idea de encontrarse sola en una ciudad que se había convertido en un
cementerio viviente... pero tampoco es que tuviera mucho donde elegir. Desear
que las circunstancias fuesen distintas era una pérdida de tiempo.
—¡De acuerdo!
Se giró e intentó orientarse a través del humo y de las luces desprendidas
por las ondulantes llamas. La comisaría estaba cerca, a un par de manzanas de
allí...
Y también lo estaban las criaturas que salieron de las sombras, desde
detrás de los coches y desde el interior de los oscuros edificios. Con un
propósito fijo e inmutable, se tambalearon hacia ella bajo la extraña luz
producida por el accidente, emitiendo pequeños sonidos hambrientos mientras
se acercaban: dos, tres, cuatro en total. Pudo ver su piel desgarrada y sus
podridos miembros, y unos agujeros oscuros en el lugar donde deberían estar
los ojos... y, aun así, continuaron avanzando hacia ella, como si la carne viva les
atrajera de un modo instintivo.
Oyó disparos más allá de la muralla de fuego, dos tiros procedentes quizá
de una manzana de distancia, y luego nada más, excepto los chasquidos de las
llamas que lo devoraban todo y los gemidos lastimosos de los muertos que se
acercaban a ella arrastrando los pies.
León está solo ahora, y ya se ha puesto en movimiento. ¡Muévete tú!
Claire inspiró profundamente. Divisó una abertura en el letal círculo de
muertos que se le acercaba y echó a correr.
Capítulo 6
Ada Wong introdujo el brillante disco de metal en la ranura de la estatua,
dándole golpecitos hasta que encajó perfectamente en el mármol. En cuanto
estuvo colocado en su lugar, percibió el leve ruido producido por los
mecanismos ocultos y dio un paso atrás para ver qué pasaba. El eco de sus
pasos resonó a través de la enorme sala de entrada de la comisaría de Raccoon
City, un eco que llegó hasta sus oídos procedente incluso desde la parte
superior del edificio de tres plantas.
¿Otra llave?¿Una de las medallas del subsótano?¿O quizá la mismísima
muestra, oculta pero a la vista de todos...? Eso sí que sería una bonita sorpresa.
Si los deseos fueran monedas... La ninfa de piedra que llevaba un cántaro
de agua se inclinó un poco hacia adelante, y de la vasija apoyada en su hombro
cayó un pequeño trozo de metal sobre el borde de la fuente ya sin agua. La llave
de picas.
Suspiró mientras la recogía. Ya tenía las llaves. De hecho, ya disponía de
todo lo necesario para registrar la comisaría, y la mayoría de los objetos que
necesitaba para entrar en los laboratorios. Si no fuese porque a alguno de los de
Umbrella se les había ido la mano, el trabajo habría sido un auténtico paseo.
Dinero fácil.
Pero en vez de encontrarme con tres días de vacaciones sans comforts1 me
encuentro con que soy la protagonista de la película «Mantén alejados a los muertos
vivientes», y que además tengo que jugar a «Métele una Bala en el Cerebro» y a
«Encuentra al Periodista» al mismo tiempo. Las muestras podrían estar en cualquier
lugar, dependiendo de quién haya sobrevivido. Suponiendo que logre salir de aquí con la
mercancía, voy a pedirme una bonificación de mil pares de diablos. Nadie debería tener
que trabajar en estas condiciones.
Ada se metió la llave en una pequeña bolsa que llevaba colgada en la
cadera y luego miró sin ver la balaustrada superior de la impresionante sala
mientras comprobaba mentalmente todas las estancias por las que había pasado
y las que había registrado de forma más concienzuda. Bertolucci no parecía
estar en ningún lugar del ala este del edificio, ni en los pisos superiores ni en los
inferiores. Había pasado lo que le habían parecido horas mirando los rostros de
los muertos, rebuscando entre las hediondas pilas de cuerpos para encontrar su
mandíbula cuadrada y su pelo recogido en una anacrónica cola de caballo. Por
supuesto, era perfectamente posible que estuviese en movimiento para intentar
huir, pero por los informes que tenía sobre él, el periodista era del tipo conejil, y
se habría escondido ante la menor señal de peligro.
Y hablando de peligro...
Ada salió de su estado pensativo con una sacudida y se puso en marcha,
dirigiéndose hacia la puerta que daba acceso a la parte inferior del ala este. La
1
En francés en el original. (N. del t.)
entrada estaba bastante despejada de portadores del virus, ya que no parecían
entender el concepto de los pomos de las puertas... pero había otras amenazas
aparte de los infectados. Sólo Dios sabía lo que los de Umbrella eran capaces de
enviar para efectuar una «limpieza»... o lo que habría salido de los laboratorios
cuando se produjo el escape. Menos temibles pero igualmente molestos eran los
policías que todavía estaban vivos y buscaban a alguien a quien salvar. Había
oído disparos aislados, unos más cercanos, otros más lejanos, aproximadamente
cada hora desde que había llegado al lugar. Estaba claro que había unas cuantas
personas que no estaban infectadas en el interior del enorme y antiguo edificio.
Sin embargo, la idea de tener que intentar convencer a un aterrorizado machote
con una pistola de que ella estaba realmente viva, que no era uno de los
muertos vivientes y de que, además, no quería que la escoltase y la protegiese
casi hacía atractivo el encuentro con los zombis.
Ada caminó sobre la punta de sus pies para evitar hacer ruido, atravesó la
puerta que se encontraba en un extremo de la extensa sala y luego se apoyó
sobre ella. Aunque todavía no había explorado el sótano y existían unos cuantos
infectados en los despachos de los detectives, todas las puertas de la sala
estaban cerradas. Si alguien o algo intentaba atacarla, podría verlo llegar y salir
a tiempo del lugar.
¡Ah, la emocionante vida del agente libre! ¡Viaja por el mundo! ¡Gana dinero
robando objetos importantes! ¡Enfréntate a los muertos vivientes cuando no te has
duchado o has comido en condiciones desde hace tres días! ¡Impresiona a tus amigos!
Se recordó que debía insistir en el tema de la bonificación. Cuando había
llegado a Raccoon City hacía menos de una semana, ella creía estar preparada:
había estudiado todos los mapas, memorizado los informes y preparado su
tapadera: una joven que estaba buscando a su novio, un científico de Umbrella.
Esa parte era casi verdad. De hecho, había sido su breve relación sentimental
con John Howe diez meses antes la que le había proporcionado el trabajo. La
verdad es que más bien se había tratado de un revolcón de una noche, y uno no
demasiado bueno, pero John se había creído que era otra cosa, y su relación con
Umbrella, aunque era probablemente lo que lo había matado, se había
convertido en un golpe de suerte para ella.
Así pues, había estado preparada, pero a las veinticuatro horas de alojarse
en el hotel más agradable de Raccoon City, su suerte había cambiado: había
oído los primeros gritos en el exterior mientras comía en el restaurante casi
vacío del hotel Arklay Inn. Los primeros, pero en absoluto los últimos.
En cierto modo, aquel desastre era una ventaja para ella.
No habían quedado guardias para proteger el exterior de los laboratorios,
ni había tenido que efectuar incontables y sigilosos recorridos de prueba. El
tiempo que había pasado estudiando la situación y el virus-T la había
tranquilizado en el sentido de que su período de vida en el aire era bastante
limitado y de que se disipaba con rapidez en el aire, su principal medio de
transporte. El único modo de contagiarse en aquel momento era entrar en
contacto con alguien infectado, así que no había ningún problema, y en cuanto
ella y otro par de decenas de personas habían logrado llegar a la comisaría de
policía, había visto que Bertolucci estaba entre los supervivientes. Incluso con el
factor de los no muertos dando vueltas por los alrededores, la situación
inicialmente parecía estar a su favor.
Objetivos de la misión: interrogar al periodista, descubrir cuánto sabe y
matarlo o dejarlo a un lado según sea el caso. Obtener una muestra del nuevo
virus, la última maravilla del doctor Birkin. Sin problemas, ¿verdad?
Tres días antes, gracias a que sabía cómo estaban conectados los
laboratorios de Umbrella con el sistema de alcantarillado de Raccoon City y con
Bertolucci justo delante de sus narices, había pensado que el trabajo ya estaba
hecho. Por supuesto, fue entonces cuando todo comenzó a salir mal.
La comisaría reformada, con todos los despachos cambiados de sitio
después del fiasco de los STARS, con lo que la mitad de mi preparación se fue al
garete. La gente que empezó a desaparecer. Las barricadas que no paraban de
caer. El jefe de policía, Irons, lanzando órdenes como si fuera un dictador de
pacotilla mientras seguía intentando impresionar al alcalde Harris y a su
gimoteante hija, al mismo tiempo que los muertos se amontonaban...
Había vigilado a Bertolucci lo bastante de cerca para darse cuenta de que
estaba más que dispuesto a salir corriendo y a esconderse, pero lo había
perdido de vista justo en el momento que se escabulló para huir. Ni siquiera
había tenido tiempo de entrar en contacto con él antes de que desapareciera en
el laberinto que se había convertido la comisaría aprovechando la confusión
causada por los primeros ataques.
Ada había decidido marcharse también y permanecer sola cuando tres
cuartas partes de los civiles habían muerto después de que a alguien se le
olvidara cerrar una de las puertas del garaje. No estaba dispuesta a morir para
mantener su tapadera de turista aterrada que buscaba a su novio.
Y así comenzó la espera. Casi cincuenta horas de espera mientras toda la
situación se calmaba, encerrada en la torre del reloj de la tercera planta,
deslizándose en silencio hasta las plantas inferiores para buscar comida o para
utilizar el lavabo durante los períodos de tiempo cada vez más largos entre las
ráfagas de disparos. Entre los estampidos de las balas y los gritos y los
aullidos...
Estupendo. Así que ahora has salido ¿y qué haces? Quedarte de pie como un
pasmarote y ponerte a reflexionar. Sigue con la tarea: cuanto antes termines, antes
podrás recoger tu paga y retirarte a una preciosa isla en algún lugar del Caribe.
Aun así, Ada no se movió por unos instantes, mientras tamborileaba con
aire ausente el cañón de su Beretta contra una de sus largas piernas, cubiertas
por medias de seda. Delante de ella había tres cuerpos tirados a lo largo del
pasillo. No pudo dejar de mirar uno de los cadáveres, hecho un guiñapo debajo
del alféizar de una ventana. Era una mujer con unos pantalones vaqueros
recortados y una camiseta de deporte, con las piernas despatarradas de forma
obscena y un brazo puesto por encima de su cabeza ensangrentada. Los otros
dos cadáveres pertenecían a dos policías. No reconoció a ninguno de los dos,
pero la muchacha había sido una de las personas con las que había hablado
cuando había llegado a la comisaría. Su nombre era Stacy nosequé, una chica
nerviosa pero de fuerte carácter que acababa de cumplir dieciocho años.
Stacy Kelso, eso era. Había ido a la ciudad para comprar helado y había
acabado arrastrada por la multitud que huía. Pero, a pesar de la situación en la
que se encontraba, estaba más preocupada por lo que les pudiese pasar a sus
padres y a su hermanito pequeño, que todavía estaban en casa. Una chica con
conciencia. Una buena chica.
¿Por qué estaba pensando en aquello? Stacy estaba muerta, con un agujero
en su sien izquierda, y Ada no era amiga íntima suya. No es que tuviera que
sentirse personalmente responsable de lo que le había pasado. Había ido allí
por un trabajo, y no era culpa suya que la situación en Raccoon City hubiera
saltado por los aires...
Quizá no es un sentimiento de culpabilidad —le susurró una parte de su
mente—. Quizá sólo lamentas que no consiguiera sobrevivir. Después de todo,
era una persona, y ahora está tan muerta como probablemente lo están ya su
hermano pequeño y sus padres...
—Espabila —se dijo a sí misma en voz baja pero con un tono de irritación.
Desvió la mirada de la patética silueta de la muchacha y la concentró en un
cenicero roto al otro extremo del pasillo. Sentirse mal por las cosas que ella no
había podido controlar no era su estilo. No era de ese modo como había logrado
llegar a ser una de las mejores del negocio, y si tenía en cuenta lo mucho que le
iba a pagar el señor Trent por mantener sus servicios, aquél no era el mejor
momento para comenzar a analizar su capacidad de empatía. La gente moría,
así era el mundo, y si algo había aprendido a lo largo de su vida era que sufrir
por aquella verdad no tenía ningún sentido.
Objetivos de la misión: hablar con Bertolucci y conseguir la muestra del
virus-G. Eso era de lo único que tenía que preocuparse.
Ada todavía debía comprobar un mecanismo en un lugar situado a unos
cuantos pasillos de donde se encontraba. Era en la sala de conferencias de
prensa. Las notas de Trent sobre las últimas reformas realizadas por el
arquitecto en el edificio de la comisaría eran bastante esquemáticas, pero ella
sabía que estaban relacionadas principalmente con unas lámparas de gas
esculpidas y una pintura al óleo. Quienquiera que hubiese encargado todo
aquel trabajo tenía una rica vida secreta. Existían numerosos pasajes secretos en
los pisos superiores, detrás de la pared de lo que antaño había sido una
habitación de almacenamiento. Todavía no los había registrado, aunque un
rápido vistazo a la habitación le indicó que había sido remodelada como
despacho. A juzgar por el ambiente sobrecargado y por la neurótica decoración
machista, sin duda debía tratarse de la oficina particular de Irons. Se había dado
cuenta, incluso en el corto período de tiempo que había permanecido cerca de
él, que no era el hombre más estable emocionalmente con quien se había
encontrado. Se había percatado con rapidez y de un modo muy claro que estaba
a sueldo de Umbrella, pero había algo de él que pedía a gritos un psiquiatra.
Ada comenzó a recorrer el pasillo, con sus sandalias de fiesta resonando
con fuerza sobre las baldosas azules. Ya estaba temiendo tener que enfrentarse a
otro rompecabezas mecánico que le haría perder tiempo. No es que creyera que
sirviera de mucho, porque estaba convencida desde el principio de que el virus
todavía estaba en el laboratorio, pero no podía dejar pasar una oportunidad de
encontrarlo antes de tiempo. Los informes indicaban que había entre ocho y
once pequeños viales con la sustancia requerida. Era una información que
procedía de una grabación de vídeo que tenía dos semanas de antigüedad, y el
laboratorio de Birkin no era precisamente impenetrable. El laboratorio
subterráneo estaba comunicado con la comisaría mediante las alcantarillas, por
lo que tenía que pensar en la posibilidad de que hubieran cambiado las
muestras de sitio. Además, Bertolucci podía estar escondido en la biblioteca de
investigación o en la oficina de los STARS, situada en el ala oeste, o incluso en el
cuarto oscuro donde se revelaban las fotografías. Tenía que encontrarlo, vivo o
muerto. Así también tendría la ocasión de recoger unos cuantos cargadores de
nueve milímetros de los policías completamente muertos.
Siguió avanzando por el pasillo y atravesó una pequeña sala de espera,
con una máquina de aperitivos que ya había sido despanzurrada y saqueada. Al
igual que el resto de la comisaría, el aire del pasillo era frío y necesitaba
urgentemente un ambientador. Había logrado acostumbrarse al hedor, pero el
frío la estaba matando. Ada deseó por centésima vez desde que abandonó la
mesa en el Arklay Inn haberse vestido de un modo más informal para la cena.
El vestido ceñido y sin mangas y las sandalias eran estupendos para su
tapadera, pero no resultaban nada prácticos para aquella misión.
Llegó al extremo del pasillo y abrió con cuidado la puerta que daba a la
izquierda, con su arma medio alzada. Al igual que antes, el pasillo estaba vacío,
pero era otra muestra de la elegancia pretenciosa del edificio: las paredes eran
del color pardo de la arena polvorienta y el suelo estaba cubierto de azulejos
con decoraciones simétricas. La comisaría debía de haber sido magnífica
antaño, pero los años de servicio como edificio institucional le habían
arrebatado su grandeza. El gastado aspecto general de mansión de película y el
frío y desesperanzado ambiente creaban una atmósfera bastante siniestra, como
si, en cualquier momento, una mano helada fuese a posarse sobre su hombro y
un soplo de fétido aliento le erizase los pelos de la nuca...
Ada frunció el entrecejo de nuevo: después de aquel trabajo, iba a tomarse
unas vacaciones muy, muy largas. De lo contrario, se buscaría otro tipo de
trabajo. Su concentración, su capacidad para fijar su atención, ya no era lo que
había sido. Y en su trabajo, equivocarse en el momento inadecuado podía
significar la muerte, literalmente hablando.
Una gran bonificación. Trent apesta a dinero. Le voy a pedir una cifra de siete
dígitos, como mínimo de seis, y el primero muy elevado.
Cuando intentó dejar a un lado sus pensamientos racionales para que su
percepción más animal se pusiera al mando, descubrió que no podía desechar
una imagen que se introdujo de forma constante en su mente: era el recuerdo de
la joven Stacy Kelso, colocándose nerviosamente el pelo detrás de las orejas
mientras le hablaba de su hermano pequeño, poco más que un bebé...
Ada logró librarse con una sacudida mental de aquel recuerdo inquietante
después de lo que le pareció una eternidad y continuó andando por el siguiente
pasillo mientras se prometía a sí misma que ya no tendría más fallos de
concentración... y preguntándose por qué no lograba convencerse de ello.
Capítulo 7
Las botas de León hicieron crujir los fragmentos de cristal roto que
alfombraban el suelo de la armería Kendo mientras abría los distintos cajones y
el sudor manchado de ceniza le bajaba por el rostro. Si no encontraba
municiones del calibre 50 para su arma en poco tiempo, estaba jodido. Las
pocas armas que quedaban en el interior de la tienda saqueada eran
inaccesibles, rodeadas como estaban de un cable de acero de un grosor más que
respetable, y el escaparate frontal estaba completamente destrozado. Las
criaturas no tardarían mucho en descubrirlo, sólo le quedaba una bala y todavía
debía recorrer un par de manzanas antes de llegar a la comisaría.
Vamos, vamos. Alguien tiene que haber pedido munición del calibre 50 para una
Magnum, tiene que haber alguien en Raccoon City que...
—¡Sí!
En el cuarto cajón, debajo de los rifles para cazar ciervos. Media docena de
cargadores vacíos y otras tantas cajas de munición. León agarró una caja y se
dio la vuelta, dejándola en el mostrador mientras dirigía una fugaz mirada a la
parte delantera de la pequeña tienda.
No se veía a nadie todavía, si no incluía al tipo muerto que estaba en el
suelo. Aún no se movía, pero León dedujo por la frescura de las heridas que
todavía rezumaban en su considerable tripa y que manchaban su gruesa
camiseta blanca, que no disponía de demasiado tiempo. No sabía cuánto tiempo
tardaban los muertos recientes en volver a levantarse, pero no tenía la menor
gana de descubrirlo en ese momento.
De todas maneras, tengo que darme prisa. Soy como un faro para esas criaturas, y
es fácil entrar en este lugar.
León comenzó a llenar los cargadores mientras dividía sus miradas entre
el mostrador, donde se movían sus temblorosas manos, y la parte delantera de
la tienda.
Había tropezado por casualidad con la tienda de armas. La había olvidado
por completo en su alocada huida de pesadilla de los restos del choque y del
posterior incendio. Pero cuando vio que el camino más rápido hacia la
comisaría se hallaba obstruido por los restos de la explosión, había decidido
que el mejor desvío era a través de la tienda. Había sido una coincidencia que
sin duda le había salvado la vida. Aunque había matado a dos o tres de los no
muertos en el camino, su número casi lo había derrotado...
—Unnnhhhh...
Una silueta esquelética y tenebrosa surgió entre las sombras de la calle y se
dirigió tambaleante hacia la tienda.
—Demonios —murmuró León, y sus dedos lograron descubrir el modo de
ir con mayor rapidez. Ya había llenado un cargador. Llenaría otro y el resto se
lo llevaría. Si no controlaba sus nervios en aquel momento, estaría muerto antes
de llegar a la comisaría.
De repente, otra figura leprosa apareció delante de la destrozada puerta de
cristal de la tienda. Estaba tan podrida que León pudo ver los gusanos
retorciéndose por entre las fibras musculares.
Cuatro... cinco... ¡Listo!
Agarró la Magnum y sacó el cargador prácticamente vacío, que cayó al
suelo. La criatura de los gusanos se estaba abriendo paso con el hombro a través
de los trozos de cristal de la puerta que todavía seguían unidos al marco. Algo
líquido gorgoteó suavemente en su garganta.
Una bolsa. Necesitaba una bolsa. La nerviosa mirada de León recorrió el
espacio que había detrás del mostrador y se detuvo en una bolsa de deporte
manchada de grasa que estaba apoyada en un taburete alto en la esquina
trasera. De dos veloces zancadas la agarró y vació su contenido mientras
regresaba hacia la pila de cargadores y de balas sueltas que había encima del
mostrador. Las piezas de un equipo de limpieza de armas cayeron al suelo de
linóleo, y León barrió los cargadores hacia la bolsa abierta con el brazo y con la
mano, dejando caer las balas sueltas en las cajas que seguían en el cajón del
armario.
El monstruo putrefacto continuó arrastrando los pies hacia él, tropezando
con el cuerpo del hombre de la gran tripa, y León pudo oler su terrible hedor.
Levantó rápidamente la Magnum y apuntó al rostro de aquel asqueroso ser.
En la cabeza, lo mismo que en las películas.
El cráneo reventó con un sonido líquido tras el tremendo estampido del
arma, y unos gruesos chorros de fluido se esparcieron con un chasquido
húmedo por las paredes y las cajas de muestras situadas a su espalda. León se
dio la vuelta incluso antes de que el cuerpo se derrumbara y se agachó al lado
del cajón del armario. Metió todas las pesadas cajas en la bolsa de nilón. Tenía
el estómago encogido y temblaba de miedo ante la sola idea de que en aquel
instante el callejón de la parte de atrás de la tienda estuviese llenándose con
más seres como aquél e impidiéndole llegar hasta donde tenía que llegar.
Cinco cargadores por caja, cinco cajas, sal pitando de aquí ahora mismo...
Se puso en pie y se cargó la bolsa al hombro mientras se dirigía hacia la
puerta trasera. Vio con el rabillo del ojo que la otra criatura había logrado por
fin entrar en la tienda y, por el ruido de cristales rotos al ser pisados, dedujo
que no había sido la única, y que unas cuantas más se encontraban detrás de
ella.
Abrió la puerta de emergencia y asomó la cabeza, mirando a izquierda y
derecha. Terminó de salir y la puerta se cerró a su espalda con un suave
chasquido metálico. Sólo vio cubos de basura metálicos y contenedores para el
material de reciclaje, todos rebosantes de restos medio podridos y llenos de
moho.
Desde donde se encontraba observó que el callejón seguía hacia la
izquierda y que luego doblaba de nuevo hacia la izquierda. Si su sentido de la
orientación no le fallaba, aquel estrecho y atestado callejón lo llevaría
directamente hacia la calle Oak y saldría a menos de una manzana de distancia
de la comisaría.
Hasta el momento había tenido suerte. Lo único que le quedaba era desear
que la racha de suerte continuase y que le permitiese llegar hasta el edificio de
la comisaría de Raccoon City sano y salvo, y que, Dios mediante, encontrase un
gran contingente de personas muy bien armadas que supiesen qué demonios
estaba ocurriendo.
Y a Claire. Mantente a salvo, Claire Redfield, y si llegas antes que yo, no cierres
la puerta con llave.
León se recolocó la pesada bolsa repleta de munición sobre su espalda y
comenzó a recorrer el callejón mal iluminado, dispuesto a acribillar a cualquiera
que se interpusiera en su camino.
Claire llegó a la comisaría sin apenas tener que disparar. Los zombis que
inundaban las calles de Raccoon City en un goteo continuo eran incansables
pero lentos, y la adrenalina que todavía inundaba su sistema sanguíneo le había
facilitado la tarea de esquivarlos. Supuso que el ruido de la colisión los había
hecho salir de sus escondites y que luego se habían limitado a seguir su rastro
con la nariz o con lo que les quedaba de ellas: de los más o menos diez zombis
que se habían acercado a ella lo suficiente para verlos con claridad, al menos la
mitad estaba en un avanzado estado de descomposición, con la carne
desprendiéndose de sus huesos.
Estaba tan concentrada en vigilar la calle y en pensar en todo lo que le
había ocurrido hasta aquel momento que casi pasó de largo frente a la comisaría
de policía. Había estado dos veces con anterioridad en el edificio de la
comisaría, cuando había visitado a Chris, pero jamás había entrado por la parte
de atrás, menos aún había llegado en mitad de una oscuridad fría y pestilente,
perseguida por siniestros cadáveres andantes. Un coche patrulla estrellado y un
par de zombis con uniformes de policía le indicaron por casualidad que había
llegado donde quería, después de atravesar una pequeña zona de aparcamiento
y una especie de cobertizo para herramientas que daba a un diminuto patio
cubierto donde, en una ocasión, ella y Chris habían almorzado juntos, sentados
en los peldaños que llevaban al helipuerto de la segunda planta del edificio. Y
así de fácil, había llegado por fin a su objetivo.
Correr y esquivar a los dos cadáveres ambulantes de uniforme que
recorrían sin rumbo fijo el patio en forma de «L» resultó muy fácil. Fue tal el
alivio que sintió al ver que se encontraba en un lugar que reconocía, de sentir
que estaba a punto de encontrarse a salvo, que no vio a la mujer hasta que casi
fue demasiado tarde. La mujer, con un brazo colgando completamente inútil de
su correspondiente hombro y una camiseta corta hecha jirones empapada de
sangre, salió de las sombras al pie de las escaleras y rozó el brazo de Claire con
unos dedos rugosos y fríos.
Claire dejó escapar un pequeño grito de sorpresa y retrocedió
trastabillando ante el brazo extendido de la criatura... y a punto estuvo de caer
en los brazos de otro individuo, también putrefacto, que había salido de detrás
de las escaleras, tambaleándose pero en silencio.
Claire la esquivó echándose a un lado y apuntó su nueve milímetros
contra el hombre. Retrocedió un paso... y sintió cómo su pantorrilla chocaba
contra los peldaños de la escalera que llevaba al tejado. La mujer estaba a unos
dos metros a su derecha; la camiseta recortada y destrozada dejaba al
descubierto un pecho medio arrancado, mientras el brazo que todavía le
funcionaba estaba extendido hacia Claire. El hombre estaba a un paso de
tocarla, y ella ya no podía retroceder más.
Claire apretó el gatillo y se produjo un tremendo estampido. El arma saltó
y casi se le cayó de la mano. La parte derecha del reseco rostro sin expresión del
hombre desapareció, convertido en un estallido de chorros de líquido oscuro
que salieron disparados de su destrozado cráneo.
Agarró con más fuerza la pistola y apuntó a la cara pálida y gimiente de la
mujer. Se oyó otro estampido ensordecedor, y el creciente gemido se
interrumpió de repente. La frente de color de cera se hundió hacia dentro, y por
detrás de su cabeza asomó un chorro de astillas de hueso y sangre. La mujer
cayó hacia atrás, estrellándose contra el pavimento como...
Como un cadáver, que es lo que ya era. No volverán a levantarse después
de esto.
De repente, se dio cuenta de todo lo que acababa de ocurrir cuando había
apretado el gatillo, como si su mente consciente llegara tarde a la cita y se
encontrara con todo aquello. Por unos instantes fue incapaz de moverse. Se
quedó mirando los dos cuerpos tirados y medio podridos de las dos personas
contra las que acababa de disparar y sintió que estaba a punto de perder el
control. Había crecido rodeada de pistolas y había acudido a galerías de tiro
docenas de veces para practicar... pero con una pistola del calibre 22, y había
disparado contra dianas de papel. Eran dianas que no sangraban, que no
esparcían trozos de sustancia cerebral cuando acertaba, como los dos seres
humanos que ella acababa de...
No —la interrumpió una voz tranquila en el interior de su propio
cerebro—. No eran humanos, ya no lo eran. No te engañes ni pierdas más tiempo con
un remordimiento inútil. Puede que León ya esté dentro y esté buscándote. Y si han
llamado a los STARS, es posible que Chris también esté dentro.
Por si aquello no era una motivación suficiente, los dos policías zombis
que ella había pasado de largo cuando entró por primera vez en el patio se
dirigían hacia ella, arrastrando las botas sobre las losas del pavimento. Había
llegado el momento de irse.
Subió al trote las escaleras, apenas capaz de percibir el eco metálico de sus
pasos sobre los peldaños debido al zumbido que sentía en los oídos. Los
estampidos de los proyectiles de nueve milímetros la habían ensordecido de
forma temporal... lo que explicó por qué no oyó el helicóptero hasta que casi
estuvo en el tejado.
Claire llegó a la plataforma que daba paso al tejado y se detuvo en seco.
Una agitada ventolera azotó rítmicamente sus hombros desnudos cuando el
gran vehículo oscuro se puso parcialmente a la vista mientras se mantenía en el
aire, con la otra mitad permanecía perdida en las sombras. Estaba cerca de la
antigua torre-depósito de agua que estaba al borde del helipuerto en la esquina
sudeste, aunque no estaba segura de si acababa de despegar o se disponía a
aterrizar.
No estaba segura, y no le importaba.
—¡Eh! —gritó con todas sus fuerzas mientras levantaba su mano en el
aire—. ¡Eh! ¡Aquí! ¡Aquí!
Sus gritos se perdieron en los remolinos de polvo levantados por las aspas
y que recorrieron el tejado, ahogados por el continuo rugido del motor y el
zumbido de las palas del rotor. Claire agitó los dos brazos con frenesí mientras
sentía que le había tocado algo parecido a la lotería.
¡Ha venido alguien! ¡Gracias, Dios mío, gracias!
Un intenso rayo de luz surgió procedente de un foco situado en mitad del
fuselaje del aparato. Recorrió el tejado... pero en la dirección equivocada,
alejándose de ella. Claire movió los brazos con mayor frenesí mientras inhalaba
aire para gritar con mayor fuerza...
Entonces vio lo mismo que vio el foco en ese momento, mientras percibía
el ininteligible grito por encima del batir de las aspas: un hombre, un policía, de
pie en la esquina opuesta a las escaleras donde ella estaba, apoyado de espaldas
contra un pequeño murete del tejado. Empuñaba lo que parecía ser una
ametralladora, y también parecía estar muy, pero que muy vivo.
—Ven aquí...
El agente gritaba al helicóptero, con la voz teñida de pánico. Claire vio en
aquel instante el motivo de su pánico, y sintió que su alivio y su esperanza se
evaporaban: dos zombis se tambaleaban recorriendo la superficie del helipuerto
y se dirigían hacia el objetivo perfectamente iluminado que representaba el
policía que gritaba. Ella alzó su pistola por un momento, pero la bajó
desesperada, temerosa de acertar al hombre acorralado.
El foco permaneció fijo, sin dejar de iluminar todo aquel horror con una
brillante claridad. El policía no pareció darse cuenta de la proximidad de los
zombis hasta que lo agarraron, con sus resecos brazos invadiendo el círculo de
luz blanca.
—¡Retroceded! ¡No os acerquéis más! —gritó.
Esta vez, Claire pudo oírlo perfectamente gracias al puro terror que
desprendía su voz, y también oyó su aullante grito de agonía cuando las dos
siluetas podridas se abalanzaron sobre él.
El ruido de su arma automática recorrió el helipuerto, y Claire percibió
incluso por encima del tronar del helicóptero el zumbido de las balas perdidas.
Se dejó caer inmediatamente, y sus rodillas crujieron al estrellarse contra el
metal del último peldaño mientras el tableteo de los disparos seguía sin parar...
Entonces se produjo un cambio en el ruido del motor del helicóptero, que
se convirtió en un extraño zumbido que elevó su tono hasta terminar siendo un
aullido mecánico. Claire levantó la vista y vio que el enorme aparato bajaba el
morro mientras la cola se agitaba de un lado a otro de forma errática y salvaje.
¡Dios mío, les ha dado!
El foco del helicóptero comenzó a iluminar en todas direcciones a la vez,
restallando brevemente en las tuberías metálicas, en el cemento del tejado y en
la todavía forcejeante y moribunda figura del policía, que todavía estaba
disparando mientras los zombis le arrancaban trozos de carne...
Y en ese preciso instante, el helicóptero se desplomó de lado y las palas de
su rotor empezaron a morder el cemento de la superficie del helipuerto con un
chirrido tremendo. Un momento después, antes de que Claire pudiera siquiera
parpadear, el morro del aparato se estrelló contra la misma superficie y lanzó
una lluvia de fragmentos de cristal y brillantes chispas.
La explosión se produjo cuando el enorme aparato se deslizó hasta chocar
con la esquina sudeste... justo encima del policía muerto y de sus atacantes. El
tableteo maníaco de la ametralladora fue finalmente interrumpido por el rugido
de las llamas que saltaron después de la explosión inicial e iluminaron todo el
tejado con un poderoso brillo rojizo. Al mismo tiempo, algo cedió en el tejado
con un tremendo crujido y el morro del aparato lo atravesó y desapareció de la
vista.
Claire se puso de pie sobre unas piernas que apenas sentía y se quedó
mirando incrédula la hoguera en que se había convertido la mitad del
helipuerto. Todo había pasado demasiado deprisa como para que ella sintiera
que había pasado nada en absoluto, y las llamas y el humo que eran la prueba
tangible de lo ocurrido sólo acrecentaban la sensación de irrealidad. El hedor
dulzón a carne quemada le llegó con una oleada de aire recalentado, y en el
repentino silencio percibió los gemidos de los zombis que todavía deambulaban
por el patio.
Echó un vistazo hacia abajo, hacia el pie de las escaleras, y vio que los dos
policías muertos permanecían allí, tropezando y cayendo una y otra vez contra
el primer peldaño. Al menos, no podían subir las escaleras...
No pueden subir. Las escaleras.
Claire giró sus aterrorizados ojos hacia la puerta que llevaba al interior del
edificio de la comisaría, situada a unos diez metros de las rugientes llamas que
estaban devorando lentamente el fuselaje del helicóptero. Con excepción de las
escaleras, aquella puerta era el único medio de llegar al tejado, y si los zombis
no podían subir por las escaleras...
Es que estoy metida hasta el cuello en mierda. La comisaría no es segura.
Se quedó mirando pensativamente los restos ardientes mientras sopesaba
sus distintas posibilidades. La nueve milímetros contenía muchas balas y
todavía tenía otros dos cargadores: podía regresar a la calle, buscar un coche
que tuviera las llaves puestas y marcharse en busca de ayuda.
Pero ¿qué pasa con León? Y ese policía todavía estaba vivo... ¿Qué pasa si
hay más gente en el interior, planeando un modo de escapar?
Pensó que se las había apañado muy bien ella sola hasta el momento, pero
también sabía que se sentiría mucho más segura si otra persona estuviese al
mando. Una escuadra de policías antidisturbios estaría bien, aunque ella se
conformaría con un policía veterano cargado hasta los dientes de armas. O con
Chris. Claire no sabía si lo encontraría en la comisaría, pero estaba firmemente
convencida de que todavía estaba vivo. Si había alguien preparado para
sobrevivir a una crisis como aquélla, esa persona era su hermano.
Encontrara a alguien o no, no podía irse sin decírselo a León. Si no lo hacía
así, si salía pitando de la ciudad y a él lo mataban por seguir buscándola...
Tomó una decisión. Se dirigió hacia la entrada, bordeando con cuidado las
llamas y vigilando las sombras alerta ante cualquier posible movimiento. Cerró
los ojos por un momento cuando por fin llegó a la puerta y, con una mano
sudorosa, agarró el tirador.
—Puedo hacerlo —dijo en voz baja, y aunque el tono de voz y las palabras
no sonaron todo lo confiadas que a ella le hubieran gustado, al menos su voz no
tembló ni le falló. Abrió los ojos y luego la puerta: cuando nada se abalanzó
hacia ella procedente de las sombras, se deslizó en silencio hacia el interior.
Capítulo 8
El jefe de policía Brian Irons estaba de pie en uno de sus pasillos privados,
mientras intentaba recuperar el aliento, cuando sintió el estremecedor impacto
que recorrió todo el edificio. También lo oyó, oyó algo: un sonido explosivo
lejano, seguido de lo que debió ser un tremendo crujido, pesado y abrupto.
En el tejado —pensó de forma distraída—. Algo en el tejado...
No se preocupó por llevar aquel pensamiento a ninguna conclusión. Fuese
lo que fuese lo que había pasado, no podía empeorar la situación.
Irons se separó de la dura pared de piedra sobre la que había estado
apoyado con una cadera bien rolliza y a continuación levantó a Beverly con
toda la delicadeza de la que fue capaz. Llegarían al ascensor en un momento, y
desde allí sólo había un pequeño trecho hasta su despacho. Allí podría
descansar, y después...
—Y después —murmuró—. Ésa es la cuestión, ¿verdad? ¿Y después, qué?
Beverly no le respondió. Sus rasgos perfectos permanecieron inmóviles y
silenciosos, y sus ojos cerrados... pero le pareció que se acurrucaba aún más
entre sus brazos, con su largo y esbelto cuerpo apretujado sobre su pecho. Era
su imaginación, sin duda.
Beverly Harris, la hija del alcalde. La joven y preciosa Beverly, que había
protagonizado muchos de sus sueños culpables con su belleza rubia. Irons la
abrazó con mayor fuerza y continuó andando hacia el ascensor mientras
intentaba no mostrar lo exhausto que estaba por si ella se despertaba en ese
instante.
Para cuando hubo llegado al ascensor, tanto su espalda como sus brazos
eran un puro dolor. Probablemente debería haberla dejado en su habitación de
juegos privada, a la que a él le gustaba llamar el Santuario. Se trataba de un
lugar tranquilo, y también uno de los lugares más seguros que había en toda la
comisaría. Sin embargo, en el momento en que había decidido acercarse hasta
su despacho para recoger su diario así como unos cuantos objetos personales, se
había dado cuenta de que no podía soportar dejarla atrás. Le había parecido tan
vulnerable, tan inocente... Le había prometido a Harris que la protegería, ¿qué
pasaría si la atacaban durante su ausencia? ¿Qué pasaría si regresaba de su
despacho y ella simplemente hubiera... desaparecido? Desaparecido, como todo
lo demás...
Toda una década de trabajo. Intrigando, buscando los contactos adecuados,
labrándome una posición con mucho cuidado... Todo eso desaparecía de un plumazo.
Irons la bajó hasta el frío suelo y entonces abrió la puerta mientras
intentaba por todos los medios no pensar en todo lo que había perdido. En ese
momento, Beverly era lo más importante.
—Voy a mantenerte a salvo —murmuró. ¿No se había levantado un poco
una de las comisuras de sus labios? ¿Sabía ella que estaba salvo, que el tío Brian
estaba cuidándola? Cuando todavía era una chiquilla, cuando él todavía solía ir
a cenar a la casa de los Harris, ella lo llamaba así: el tío Brian.
Lo sabe. Por supuesto que lo sabe.
La llevó medio a rastras hasta el interior del ascensor y luego la dejó
apoyada en una esquina, mirando con ternura su angelical rostro. De repente se
sintió inundado por un amor casi paternal hacia ella, y no se sorprendió al notar
que tenía los ojos llenos de lágrimas, lágrimas de orgullo y afecto. Desde hacía
varios días sufría aquellos súbitos accesos de emoción: rabia, terror, incluso
alegría. Nunca había sido un hombre especialmente emotivo, sin embargo se
había acostumbrado a aceptar aquellos intensos sentimientos, incluso a
disfrutarlos, en cierto modo. Por lo menos, no eran confusos. También había
habido momentos en los que se había visto inundado por una extraña e
inquietante confusión, una ansiedad sin forma ni sentido que lo había dejado
profundamente intranquilo... y tan desorientado como si fuera un niño pequeño
y perdido.
Se acabó todo eso. Ya nada puede salir mal. Beverly está conmigo y, en cuanto
recoja todas mis cosas, nos esconderemos a salvo en el Santuario y descansaremos un
poco. Necesitará tiempo para recuperarse y… y… yo puedo, yo puedo resolver la
situación. Sí, eso es: la situación necesita ser resuelta.
Parpadeó y a continuación se libró de las lágrimas, ya casi olvidadas,
cuando el metálico ascensor comenzó a subir. Luego desenfundó su arma y
finalmente sacó el cargador para contar cuántas balas le quedaban. Sus
estancias privadas eran totalmente seguras, pero el despacho era otra cosa:
quería estar preparado.
El ascensor se detuvo por fin y Irons abrió la puerta con una pierna antes
de levantar a la chica, gruñendo por el esfuerzo. La cargó en brazos como
hubiera llevado a una criatura dormida, con su fresco y suave cuerpo
completamente relajado en sus manos, con la cabeza echada hacia atrás y
balanceándose mientras él caminaba. La había levantado mal, y su vestido
blanco se le había subido, dejando al descubierto la blanca y sedosa piel de sus
piernas. Irons se obligó a apartar la vista y se concentró en el panel de mandos
que abrían la pared que daba a su despacho. No importaba las inocentes
fantasías que había tenido hasta el momento: ahora ella era su única y total
responsabilidad. Él era su protector, su caballero andante...
Logró apretar con fuerza el botón que sobresalía con una de las rodillas y
entonces la pared se deslizó lentamente hacia un lado, dejando a la vista su
despacho, con una decoración tremendamente recargada... y también
absolutamente vacío, afortunadamente. Los únicos ojos que lo miraron fueron
los vidriosos globos de las cabezas de los animales que había matado y colgado
como trofeos. La enorme mesa de castaño que había importado desde Italia se
encontraba justo delante de él, y su resistencia estaba disminuyendo con
tremenda rapidez. Beverly era una muchacha pequeña, pero él ya no estaba tan
en forma como antaño. Se apresuró a dejarla encima de la mesa, empujando y
tirando una jarra llena de bolígrafos con el codo.
—¡Ya está! —dijo con una profunda exhalación, y luego le sonrió.
Ella no le respondió a la sonrisa, sin embargo él sintió que se despertaría
en poco tiempo, lo mismo que había ocurrido antes. Metió la mano debajo de la
mesa y entonces pulsó uno de los botones que había debajo. La pared se cerró
de nuevo a su espalda.
Se había preocupado cuando la había encontrado, profundamente
dormida cerca del despacho del agente Scott, en la parte posterior. George Scott
estaba muerto, completamente cubierto de heridas, y en el momento en que
Irons había visto la enorme mancha roja que había en el regazo de Beverly,
había temido que ella también estuviera muerta, pero cuando la tomó en brazos
para llevársela hasta el Santuario, hasta un lugar seguro, ella le había susurrado
al oído que no se sentía bien, que estaba herida, y también que quería que la
llevaran a su casa...
¿De verdad? ¿De verdad lo había hecho? Irons frunció el entrecejo, arrancado
de aquel recuerdo confuso por algo, algo que había sentido cuando la había
dejado en su mesa de trabajo del Santuario y había alisado su manchado
vestido blanco, algo que no podía precisar ni recordar con exactitud. No le
había parecido importante en aquel momento, pero ahora, alejado de la oculta
comodidad del Santuario, le estaba aguijoneando la memoria, Le recordaba que
había sufrido uno de aquellos ratos de confusión cuando, cuando...
Había sentido la fría y gomosa viscosidad de los intestinos bajo sus dedos,
bajo la tela del vestido...
Cuando la había tocado.
—¿Beverly? —llamó a la joven con un suave susurro mientras se sentaba
detrás cuando sus piernas se quedaron sin fuerzas de repente.
Beverly se mantuvo en silencio, y una turbulenta marea de sentimientos
asaltó a Irons como una gigantesca ola, pasando por encima de él y llenándole
la mente con recuerdos, imágenes y verdades que él no quería admitir. El corte
de las líneas de comunicación después de los primeros ataques. Umbrella y
Birkin y los muertos andantes. La matanza en el garaje, cuando el aire se había
impregnado del penetrante olor a sangre fresca, cuando el alcalde Harris había
sido devorado vivo mientras gritaba hasta el último momento. El número cada
vez menor de seres vivos a lo largo de la terrible primera noche, y la brutal y
despiadada percepción de que la ciudad, su ciudad, ya no existía.
Después de aquello, le invadió de nuevo la confusión. La extraña e
histérica alegría cuando se dio cuenta de que no sufriría ninguna consecuencia
por los actos que había cometido. Irons recordó el juego en el que había
participado a lo largo de la segunda noche, cuando algunas de las «mascotas»
de Birkin habían logrado entrar en la comisaría y se habían apoderado de casi
todos los policías que quedaban vivos. Había encontrado a Neil Carson oculto
en la biblioteca, y había... había perseguido al sargento como si se tratase de un
animal campestre.
¿Qué importaba? ¿Qué importa aquello ahora si mi vida en Raccoon City se ha
acabado?
Todo lo que le quedaba, lo único a lo que podía agarrarse era el
Santuario... y a esa parte de él que lo había creado, el glorioso y oscuro corazón
que habitaba en su interior y que siempre había logrado mantener oculto. Esa
parte de él ya era libre...
Irons miró el cadáver de Beverly Harris, extendido a lo largo de su mesa
como si fuera un frágil y delicado sueño, y se sintió despedazado por el miedo y
el horror que luchaban en su pecho. ¿La había matado él? No podía recordarlo.
El tío Brian. Hace diez años, yo era su tío Brian. ¿En qué me he convertido?
Era demasiado, no podía soportarlo. Sacó de su funda su VP70 cargada sin
apartar la vista de su rostro sin vida y comenzó a frotar el cañón del arma con
sus dedos insensibles, con suaves caricias que lo reconfortaron en cierto modo
mientras giraba la boca del arma hacia él. Cuando el cañón de la pistola estuvo
firmemente apretado contra su suave y blanda tripa, sintió que tenía al alcance
de la mano una especie de paz. Apoyó dos de los dedos en el gatillo y, en ese
preciso instante, Beverly le susurró de nuevo, con sus labios inmóviles y su
dulce y musical voz procedente de ningún sitio y de todos los lugares al mismo
tiempo.
No me abandones, tío Brian. Dijiste que me mantendrías a salvo, que me
cuidarías. Piensa en todo lo que podrías hacer ahora que todo el mundo se ha ido y no
hay nada que te impida hacer lo que quieras...
—Estás muerta —susurró Irons totalmente confundido, pero ella continuó
hablando, con un tono de voz suave e insistente.
Nada que te impida realizarte por primera vez en toda, tu vida...
Torturado por las dudas, Irons apartó poco a poco, con mucha lentitud, la
pistola de nueve milímetros de la boca de su estómago. Tras un instante de
inmovilidad, se inclinó y apoyó su frente sobre el hombro de Beverly y cerró
sus cansados ojos.
Ella tenía razón: no podía abandonarla. Él se lo había prometido, y había
algo de cierto en lo que había dicho acerca de todas las cosas que podría
realizar. Su mesa de trabajo en el Santuario era lo bastante grande para dar
cabida a toda clase de animales...
Irons suspiró, sin estar seguro de qué era lo siguiente que debía hacer... y
preguntándose por qué tenía que decidirlo con tanta prisa. Descansarían
durante un rato, quizás incluso echarían una siesta juntos, y, cuando se
despertaran, todo estaría mucho más claro.
Sí, eso era lo que harían. Descansarían y luego él podría resolver la
situación y ocuparse de todo. Al fin y al cabo, era el jefe de policía.
Brian Irons sintió que volvía a controlar sus nervios. Se deslizó
suavemente en un duermevela inquieto, sintiendo la fría piel de Beverly como
un bálsamo sobre su febril frente.
Capítulo 9
Gracias a una furgoneta aparcada en el callejón situado detrás de la
armería, la ruta directa de León hacia la comisaría se había convertido en unos
cuantos desvíos a través de una cancha de baloncesto infestada de zombis, otro
callejón y un autobús aparcado que apestaba por la gran cantidad de cadáveres
que había en su interior. Era una pesadilla, resaltada por susurrantes aullidos,
el hedor de la podredumbre y, en una ocasión, por una distante explosión que
le hizo estremecer las piernas. Aunque se había visto obligado a disparar contra
tres más de los muertos andantes y estaba hasta las cejas de adrenalina y de un
sentimiento de horror, había logrado mantenerse de algún modo de una pieza
gracias a la esperanza de que el edificio de la policía de Raccoon City sería un
lugar seguro, de que allí se habría establecido algún tipo de gabinete de crisis,
dirigido por la policía y con médicos, gente con autoridad dispuesta a tomar
decisiones y a reunir el personal necesario. No era sólo una esperanza: era una
necesidad. La posibilidad de que no quedara nadie vivo en Raccoon City con
capacidad de mando era sencillamente impensable.
Cuando por fin salió a la calle que daba a la comisaría y vio los coches
patrulla ardiendo, sintió que lo golpeaban en el estómago. Pero lo que
realmente le arrebató toda esperanza fue la visión de agentes de policía
gimoteantes y medio podridos, tambaleándose en mitad de las ondulantes
llamas. Sólo había cincuenta o sesenta agentes de policía en la comisaría de
Raccoon City, y al menos un tercio de ellos estaban atravesando los restos de los
coches o se hallaban ensangrentados y tirados a menos de treinta metros de la
entrada de la comisaría.
León se obligó a sí mismo a dejar a un lado su desesperación y a fijar su
atención en la puerta que llevaba al patio delantero de la comisaría. No
importaba si alguien había sobrevivido o no: tenía que aferrarse a su plan e
intentar llamar por radio para conseguir ayuda... y también tenía que pensar en
Claire. Si se concentraba en sus propios miedos sólo lograría hacer más difícil lo
que debía llevar a cabo.
Corrió hacia la puerta, esquivando con agilidad a un agente de uniforme
horriblemente quemado que tenía unos huesos ennegrecidos por únicos dedos.
Cuando agarró el frío tirador metálico y lo empujó se dio cuenta de que cierta
parte de su ser era cada vez más insensible a la tragedia, a la idea de que
aquellos seres habían sido antaño ciudadanos de Raccoon City. Las criaturas
que recorrían las calles no eran menos horribles por ello, pero el impacto
emocional de todo aquello no podía soportarse durante mucho tiempo: había
demasiados.
Gracias a Dios, no hay demasiadas por aquí.
León cerró la puerta con un fuerte empujón en cuanto pasó, y se apartó un
sudoroso mechón de pelo de la frente al mismo tiempo que inspiraba
profundamente una gran bocanada de aire casi fresco mientras registraba con la
vista el patio. El pequeño y herboso parque a la derecha estaba lo bastante
iluminado como para ver que por allí sólo deambulaban unas cuantas de
aquellas criaturas que antes habían sido humanas, y que ninguna estaba lo
bastante cerca de él como para ser una amenaza. También divisó las dos
banderas que adornaban la fachada del edificio y que colgaban inertes en las
inmóviles sobras. Aquella visión le hizo recuperar la esperanza que había
perdido: al menos, pasase lo que pasase, por lo menos había logrado llegar a un
lugar que conocía. Y ese sitio tenía que ser sin duda más seguro que las calles.
Pasó corriendo al lado de un trío de muertos que caminaba en círculos y
los esquivó con facilidad. Eran dos hombres y una mujer, que habrían pasado
con facilidad por seres humanos con vida si no hubiese sido por sus lamentos
hambrientos y su paso trastabillante y sus movimientos descoordinados. Tenían
que haber muerto hacía poco tiempo...
Sólo que no están muertos, porque la gente muerta no echa sangre por la boca
cuando les disparas. Eso por no mencionar el hecho de dedicarse a ir dando vueltas
intentando pegarle un mordisco a las demás personas...
Los muertos no andan... y los vivos tienden a caer en redondo al suelo
después de recibir varios impactos de una bala de calibre 50 y no soportan tener
carne podrida pegada a los huesos. Las preguntas que todavía no había tenido
tiempo de hacerse a sí mismo inundaron su mente mientras recorría al trote la
distancia que lo separaba de los peldaños que lo llevarían a la entrada principal
de la comisaría, unas preguntas para las que no tenía respuesta... pero que
pronto descubriría, sin duda alguna. Estaba seguro de ello.
La puerta no estaba cerrada por dentro, pero León no se sorprendió por
ello. Con todo lo que había pasado desde el momento que había llegado a la
ciudad, supuso que lo mejor era procurar no sorprenderse en absoluto y
mantener sus esperanzas al nivel más bajo posible. La abrió y entró, con la
Magnum por delante y con el dedo en el gatillo.
Vacío. No había signo alguno de vida en la enorme sala de entrada del
edificio de la policía de Raccoon City... y tampoco indicio alguno del desastre
que había sufrido la ciudad. León abandonó sus intentos de no sorprenderse
mientras cerraba la puerta a sus espaldas y se adentraba en el interior.
—¿Hola? —dijo en voz baja, pero el eco le devolvió la palabra como un
suave susurro.
Todo tenía el mismo aspecto que recordaba de la última vez que había
estado allí: tres plantas de un estilo arquitectónico clásico cubiertas de roble y
mármol; una estatua de piedra de una mujer llevando un cántaro de agua en la
parte inferior de la gran sala; una rampa a cada lado que llevaban a la oficina
del recepcionista; el símbolo de la policía de Raccoon City, que brillaba
débilmente, como recién pulido, bajo la difusa luz de las lámparas de las
paredes y que estaba en el suelo, justo delante de la estatua.
Ningún cuerpo, nada de sangre... Ni siquiera un casquillo de bala. Si aquí
se ha producido un ataque, ¿dónde demonios están las pruebas?
León comenzó a subir por la rampa de la izquierda, sintiéndose
intranquilo por el profundo silencio que reinaba en la enorme sala. Se detuvo al
llegar al mostrador de recepción y asomó el cuerpo por encima de él: excepto
por el hecho de que no había nadie atendiendo a los recién llegados, todo
parecía estar en su sitio y no había nada fuera de lo normal. Vio un teléfono en
la mesa de detrás del mostrador, y tomó el auricular, colocándoselo entre el
hombro y la oreja mientras pulsaba los números con unos dedos que le
parecieron fríos y distantes. Ni siquiera oyó el tono habitual: sólo los latidos de
su propio corazón, martilleando con fuerza.
Dejó el auricular de nuevo en su sitio y se giró para no perder de vista la
amplia sala mientras decidía hacia dónde dirigirse en primer lugar. Por mucho
que deseara encontrar a Claire, antes también quería, y de forma desesperada,
unirse a otros policías. Había recibido la copia de un memorándum de la policía
de Raccoon City en el que se informaba de la reubicación de numerosos
departamentos, pero la verdad es que aquello no tenía mucha importancia: si
quedaban policías en el interior del edificio, no estarían precisamente
preocupados por mantenerse cerca de las mesas de sus despachos.
Vio tres puertas que salían de la gran sala de entrada y que llevaban a
diferentes partes de la comisaría, dos en la parte oeste y una en la parte este. De
las dos que daban al oeste, una llevaba a través de una serie de salas y pasillos
hacia la parte trasera del edificio, más allá de una hilera de oficinas de archivos
y de una sala de reuniones; la segunda conducía a las oficinas de los agentes de
uniforme y a los vestuarios, que a su vez estaban comunicados con un pasillo
que llevaba a unas escaleras que daban a la segunda planta. La puerta que daba
al este, bueno, de hecho, toda la parte este del edificio estaba dedicada a los
despachos de los detectives: oficinas, cuartos de interrogatorios, una sala de
prensa... También había un acceso a la planta sótano y otra escalera que llevaba
al exterior del edificio.
Claire probablemente habrá entrado por el garaje... o por las escaleras de
atrás que llevan al tejado...
O podía haber dado la vuelta y haber entrado por la misma puerta que él,
eso suponiendo que hubiese logrado llegar hasta la comisaría. Podía estar en
cualquier sitio. Y si tenía en cuenta que el edificio casi ocupaba el mismo
espacio que una manzana de pisos, tenía mucho terreno que registrar.
Por fin decidió que tenía que empezar por algún lado, así que se dirigió
hacia la zona de los policías de uniforme, donde estarían los agentes de a pie y
su propio armario personal. Era una elección al azar, pero allí era donde más
tiempo había pasado en sus anteriores visitas a la comisaría, entre las distintas
entrevistas y las revisiones de los horarios de los turnos del trabajo. Además,
era la parte del edificio más cercana, y el silencio de cementerio de la gran sala
estaba comenzando a atemorizarlo.
La puerta no estaba cerrada con llave, y León la abrió con lentitud,
conteniendo la respiración con la esperanza de que la habitación estuviese tan
tranquila y despejada como la sala de entrada. Pero lo que vio fue la
confirmación de sus primeros y peores temores: las criaturas habían pasado por
allí... y se habían cebado con ganas.
La gran estancia estaba arrasada, con las mesas y las sillas hechas pedazos
y sus restos esparcidos por todos los rincones. Las paredes estaban decoradas
con largas chorreones de sangre seca, como grandes brochazos, y también había
grandes manchas rojas y señales de arrastre con la misma sustancia en el suelo,
que llevaban hasta...
—Oh, leches...
El policía estaba sentado con la espalda apoyada sobre los armarios
personales situados a la izquierda, con las piernas abiertas y separadas de par
en par y medio tapadas por una mesa derribada y rota. Al oír la voz de León,
levantó débilmente una pistola, empuñada por una mano temblorosa, y apuntó
con ella hacia donde se encontraba León... pero la bajó inmediatamente, como si
el esfuerzo lo hubiera dejado exhausto. Su vientre estaba cubierto por completo
con sangre fresca, y sus rasgos oscuros estaba retorcidos por el dolor.
León se acercó en dos zancadas, se agachó a su lado inmediatamente y le
tocó con suavidad en el hombro. No podía ver la herida, pero por la cantidad
de sangre que había estaba claro que era muy grave.
—¿Quién eres? —le preguntó el policía con un susurro.
El tono suave y casi somnoliento de su voz atemorizó a León tanto como la
herida todavía sangrante y la mirada vidriosa de sus ojos: el hombre estaba
perdiendo la vida con rapidez. Nunca habían sido formalmente presentados,
pero León ya le había visto con anterioridad. Le habían hablado del joven
policía negro como de un tipo muy inteligente que se estaba haciendo acreedor
con mucha rapidez del ascenso a detective.
Marvin. Marvin Branagh...
—Soy Kennedy. ¿Qué ha pasado? —le preguntó sin bajar la mano del
hombro de Branagh. La piel del agente desprendía un calor enfermizo a través
de la camisa hecha jirones.
—Hace unos dos meses —dijo Branagh con un hilo de voz—... los
asesinatos caníbales... los STARS descubrieron zombis en la mansión del
bosque...
Tosió débilmente, y León pudo ver una pequeña burbuja de sangre
formarse en una de las comisuras de sus labios. León pensó en decirle que se
tranquilizara y que descansara, pero la mirada fija y perdida de Branagh lo hizo
desistir: era evidente que el policía estaba decidido a contarle lo que había
ocurrido, le costase lo que le costase.
—Chris y los demás descubrieron que Umbrella estaba detrás de todo el
asunto... Arriesgaron sus vidas por nosotros y nadie les creyó... y luego ocurrió
esto.
Chris... Chris Redfield. El hermano de Claire.
León no había relacionado aquellos hechos, aunque sabía algo de los
problemas que habían tenido los STARS en la ciudad. Sólo conocía algunos
retazos del asunto: la suspensión de empleo y sueldo de los miembros de la
Escuadra de Rescate y Tácticas Especiales, después de que se los acusara de
negligencia durante la investigación de los casos de asesinatos, había sido la
razón de la contratación de más policías para la comisaría de Raccoon City,
entre ellos, él. Incluso había leído los nombres de los famosos miembros de los
STARS en uno de los periódicos locales, junto a unos historiales de su carrera
realmente impresionantes...
Y Umbrella es la que en realidad dirige esta ciudad. Se ha producido algún
tipo de escape químico, algo que intentaron ocultar echándole la culpa a los de
STARS y librándose así de ellos...
Todo aquello pasó por su mente en una fracción de segundo, y en ese
instante, Branagh tosió de nuevo, pero con menos fuerza aún que antes.
—Aguanta un momento —dijo; miró con rapidez alrededor en busca de
algo con lo que detener la tremenda hemorragia, mientras se fustigaba en su
fuero interno por no haberlo hecho antes.
En uno de los armarios que se hallaba cerca de Branagh, parcialmente
abierto, vio una camiseta arrugada tirada en el fondo. León la recogió del suelo
y la dobló de forma desigual, apretándola contra el estómago de Branagh. El
policía colocó una de sus ensangrentadas manos sobre aquel vendaje
improvisado, y cerró los ojos cuando comenzó a hablar de nuevo con voz
entrecortada.
—No... te preocupes por mí. Hay... tienes que intentar rescatar a los
supervivientes...
La resignación en la voz de Branagh era terriblemente evidente. León
meneó la cabeza, incapaz de aceptar la realidad, deseoso de hacer algo para
aliviar el dolor de Branagh, pero el policía herido se estaba muriendo y no había
nadie a quien pedirle ayuda.
No es justo. Esto no es justo.
—Vete —pidió Branagh con un susurro y con los ojos todavía cerrados.
Branagh tenía razón: León no podía hacer otra cosa, pero no se movió, no
pudo moverse durante unos momentos... hasta que Branagh alzó de nuevo su
arma, apuntándolo con un repentino arranque de energía que le proporcionó a
su voz un tono de mando.
—¡Vete de una vez! —le ordenó, y León se puso en pie, preguntándose si
él sería tan altruista si se encontrara en la misma situación mientras intentaba a
la vez convencerse de que Branagh lograría salir adelante.
—Volveré —dijo con firmeza, pero el brazo de Branagh ya había caído, y
su barbilla estaba apoyada sobre su jadeante pecho.
—Rescata a los supervivientes.
León retrocedió hacia la puerta, tragando saliva mientras se esforzaba por
aceptar un cambio de planes que podría causarle la muerte, pero que no podía
rechazar. Hubiera tomado posesión de su cargo o no, era un policía. Si existían
otros supervivientes, su deber moral y cívico era intentar encontrarlos y
ayudarlos.
Había un almacén de armas en el sótano, cerca del garaje de aparcamiento.
León abrió la puerta y pasó de nuevo a la sala de entrada, rezando para que los
armarios del almacén estuviesen bien provistos... y que quedase alguien con
vida para ayudarlo.
Capítulo 10
Claire salió del tejado en llamas y atravesó un sinuoso pasillo repleto de
fragmentos de cristal, pasando al lado de un policía muy muerto, una
ensangrentada confirmación sobre sus temores acerca de la seguridad en el
interior de la comisaría. Pasó deprisa por encima del cadáver y continuó
avanzando, con su tensión nerviosa aumentando en cada momento. Por las
destrozadas ventanas alineadas a lo largo del pasillo entraba una brisa fresca,
algo que le daba vida a la oscuridad. Vio unas cuantas plumas negras pegadas a
las manchas de sangre que salpicaban el suelo, y su suave y ondulante
movimiento la hizo saltar y apuntar su pistola hacia cualquier sombra a cada
momento.
Pasó al lado de una puerta que probablemente llevaba al exterior y a unas
escaleras, pero continuó avanzando, doblando hacia la derecha y hacia lo que
ella creía que era el centro del edificio. El modo en que el helicóptero había
enterrado el morro en el tejado le estaba aguijoneando la imaginación y le hacía
pensar en toda la comisaría envuelta en llamas.
Por el aspecto de la situación, tal vez no sería una idea tan mala...
Cadáveres y huellas de manos manchadas de sangre por las paredes.
Claire no estaba precisamente entusiasmada con la idea de vagabundear por el
edificio de la comisaría. De todas maneras, morir por un incendio tampoco era
una idea muy atractiva. Necesitaba ver cuan mala era la situación antes de
comenzar a buscar a León.
El pasillo acababa en una puerta cuya superficie estaba fría al tacto. Cruzó
mentalmente los dedos, la abrió... y retrocedió trastabillando ante la oleada de
humo acre que la asaltó, con un cargado olor a metal y a madera quemada en el
aire caliente. Se acuclilló ligeramente y entró, echando un vistazo al pasillo que
se extendía a la derecha. El pasillo doblaba a la derecha otra vez a unos treinta
metros aproximadamente, y aunque no pudo ver el fuego, la luz de las llamas
se reflejaba con claridad en las paredes de paneles grises de la esquina. El
chasquido de las llamas al restallar era aumentado por la estrechez del pasillo, y
resonaba con la misma hambre devoradora y sin sentido de los zombis del
patio.
Vaya, menuda mierda ¿Y ahora, qué?
Vio otra puerta situada en diagonal al punto donde estaba acuclillada, sólo
a unos pasos. Claire inspiró profundamente y avanzó hacia allí, todavía
agachada para permanecer por debajo de la gruesa capa de humo y con la
esperanza de encontrar un extintor de incendios... y de que el extintor de
incendios fuera suficiente para apagar el incendio que había provocado el
helicóptero al estrellarse.
La puerta daba a una sala de espera vacía. Sólo había un par de sofás de
vinilo verde y un mostrador redondo, con otra puerta enfrente de la puerta por
la que había entrado. La pequeña estancia parecía estar intacta, tan tranquila e
inofensiva como ella se había esperado, y, a diferencia de lo que le había
ocurrido a lo largo de la noche, no se topó con ningún desastre al acecho entre
las sombras causadas por los tubos fluorescentes del techo, ni tampoco con el
hedor putrefacto a zombis que arrastraban los pies.
Ni tampoco hay un extintor de incendios...
Bueno, no al menos a simple vista. Cerró la puerta que daba al humeante
pasillo y se dirigió hacia el mostrador, levantando la tapa de entrada con la
punta de la pistola. Vio una vieja máquina de escribir en una mesa y, a su
lado..., un teléfono. Claire se apresuró a levantar el auricular, luchando contra la
desesperanza, pero no oyó absolutamente nada. Suspiró, lo dejó de nuevo en su
sitio y se agachó para echar un vistazo debajo de la mesa. Una guía telefónica,
unos cuantos montones de papeles... y justo allí, medio escondido detrás de un
bolso de mujer, encontró la familiar silueta que había esperado descubrir,
cubierta por una gruesa capa de polvo.
—Ahí estás —murmuró y se detuvo sólo un momento para meterse la
pistola dentro del chaleco antes de levantar el pesado cilindro. Nunca antes
había utilizado uno de aquellos aparatos, pero parecía bastante sencillo: una
manivela de metal con una anilla metálica con una bocacha de caucho negro a
un lado. Sólo medía poco más de medio metro, pero pesaba entre unos veinte y
unos veinticinco kilos. Supuso que eso significaba que estaba lleno.
Claire volvió a la puerta con el extintor y comenzó a inspirar con
bocanadas breves pero intensas, para llenarse los pulmones de aire puro. Sintió
un ligero mareo, pero la hiperventilación le permitiría aguantar más tiempo sin
respirar. No quería desmayarse debido a la inhalación de humo antes de apagar
el incendio por completo.
Inspiró por última vez y abrió la puerta, recorriendo el pasillo, mucho más
caliente en aquellos momentos, en una postura semiagachada. La columna de
humo, ahora mucho más densa, y se había convertido en una niebla de más de
un metro de grosor que bajaba desde el techo.
Mantente agachada, respira superficialmente y ten cuidado de dónde pisas...
Dobló la esquina y sintió una extraña mezcla de alivio y pena al ver los
restos ardientes que se encontraban justo delante de ella. Inclinó la cabeza y
aspiró un poco de aire a través de la tela de su chaleco mientras sentía que su
piel comenzaba a sentir los efectos del calor. El fuego no era tan peligroso como
ella se había imaginado: era más humo que otra cosa, y ni siquiera era tan alto
como ella. Las llamas estaban lamiendo la pared con unos dedos amarilloanaranjados que parecían tener problemas para mantenerse, detenidos como
estaban por la gruesa madera de una puerta medio derribada. Fue el morro del
helicóptero lo que le llamó la atención, la ennegrecida cáscara de la cabina... y el
ennegrecido cadáver del piloto, todavía enganchado con el cinturón a su
asiento, con la boca abierta en un silencioso grito. No había manera de saber si
había sido un hombre o una mujer: los rasgos faciales se habían borrado por
completo, derretidos como cera negra.
Claire tiró de la anilla que mantenía inmóvil la manivela y apuntó con la
corta manguera de bocacha negra hacia el suelo, donde las llamas bailaban con
colores azules y blancos. Apretó la manivela, y una estela de espuma blanca
salió silbando, esparciendo los restos con una nube polvorienta. Incapaz de ver
nada con claridad en mitad de aquella tormenta blanca, dirigió la corta
manguera hacia todos lados, cubriendo todo el morro del helicóptero con el
anulador del oxígeno. El fuego pareció apagarse menos de un minuto después,
pero siguió apretando la manivela hasta que el extintor se quedó vacío.
Claire lo soltó cuando salió el último chorro de espuma e inspiró unas
cuantas veces antes de inspeccionar los humeantes restos en busca de algún
punto todavía en llamas. Ni una sola chispa, pero de la puerta de madera
situada al lado de la cabina del helicóptero, cubierta por manchas blancas,
todavía salían unas cuantas pequeñas columnas de humo. Se acercó un poco y
pudo ver un brillo anaranjado bajo la superficie. La zona alrededor de la puerta
ya estaba completamente achicharrada, pero Claire no quiso correr el menor
riesgo: dio un paso atrás y propinó una fuerte patada a la puerta, apuntando a
las ascuas encendidas.
Cuando su bota golpeó de lleno un punto caliente, la puerta se abrió de
par en par con un sonoro crujido, y la madera quemada cedió arrojando una
lluvia de chispas encendidas. Unas cuantas aterrizaron sobre su pantorrilla
desnuda, pero ella sacó su arma antes de agacharse un poco para quitárselas
con el dorso de la otra mano, más temerosa de lo que pudiera aparecer por la
puerta que de unas cuantas pequeñas ampollas.
Vio un pequeño pasillo con el suelo cubierto por trozos irregulares de
madera astillada y una ligera capa de humo, y una puerta al otro lado y a la
izquierda. Claire se dirigió hacia ella, movida tanto por el deseo de respirar un
poco de aire fresco como por las ganas de saber adonde llevaba. Había acabado
con la amenaza más inmediata, la del incendio, así que tenía que empezar a
buscar a León... y a pensar en lo que necesitaban para sobrevivir. Si pudiera
echarle un vistazo en el camino mientras encontraba a León, quizás encontrara
algo que los ayudara y que pudieran utilizar.
Un teléfono que funcione, las llaves de un coche... Leches, un par de
ametralladoras o incluso un lanzallamas nos vendrían bien, pero me conformaré con lo
que encuentre.
La sencilla puerta al otro extremo del pasillo no estaba cerrada con llave.
Claire la abrió con un ligero empujón, preparada para disparar contra cualquier
cosa que se moviera... y se detuvo en seco, bastante sorprendida por el extraño
ambiente de la sobrecargada habitación. Era algo así como la parodia de un club
exclusivo para hombres de los años cincuenta, un gran despacho cuya
extravagante decoración rozaba lo ridículo. Las paredes estaban cubiertas por
grandes y pesadas estanterías de caoba y las mesas alineadas debajo hacían
juego, rodeando una especie de zona para sentarse compuesta por sillas
tapizadas en cuero y una pequeña mesa de mármol, todo ello colocado sobre
una alfombra oriental obviamente muy cara. Del techo colgaba una lámpara
muy recargada, que lanzaba una luz densa y potente sobre la escena. Aquí y
allá había delicados jarrones y cuadros con marcos de aspecto sólido, pero
todos aquellos diseños clásicos se veían contrastados y empequeñecidos por las
cabezas de animales y los pájaros en diferentes posturas que dominaban el
ambiente de la estancia, todos colocados alrededor de una enorme mesa en el
otro extremo... ¡Jesús!
Extendida sobre la mesa, como un personaje sacado de una novela de
terror gótico, vio a una mujer joven y bella con un largo vestido blanco, que
tenía las tripas hechas jirones sangrientos. El cadáver estaba colocado corno si
fuera una pieza de decoración central, con los muertos ojos de cristal de las
polvorientas cabezas de los animales fijos en ella. Vio un halcón y lo que le
pareció un águila, con sus alas colocadas de un modo que imitaba el vuelo,
además de un par de cabezas de ciervo con sus correspondientes maderas y la
cabeza de un alce, con su característico morro. El efecto era tan inquietante y
surrealista que Claire se quedó sin respiración por un momento...
Y cuando la silla de respaldo alto de detrás de la mesa se dio la vuelta de
repente, apenas pudo contener un respingo y un grito de terror supersticioso,
esperando ver una imagen de la Muerte con sus sonrientes dientes. Sólo era un
hombre... pero era un hombre con una pistola, y la estaba apuntando con ella.
Ninguno de los dos se movió durante un segundo... y entonces el hombre
bajó el arma y en su porcino rostro apareció una media sonrisa enfermiza.
—Lo siento muchísimo —dijo con un tono de voz tan falso y melifluo
como el de un mal político—. Pensé que era otro de esos zombis.
Se pasó un grueso dedo por su erizado bigote mientras hablaba y, aunque
Claire nunca lo había visto antes, supo inmediatamente de quién se trataba.
Chris había despotricado de él muy a menudo.
Gordo, con bigote, y tan falso como un vendedor de reliquias de santos: es
el jefe de policía, Irons.
No tenía buen aspecto: sus mejillas estaban completamente enrojecidas, y
unas manchas blancas rodeaban sus ojos porcinos. La forma en que su mirada
se posaba aquí y allá por toda la habitación era bastante inquietante. Parecía
encontrase bajo los efectos de una tremenda paranoia. De hecho, parecía estar
desequilibrado, como si no estuviese en contacto en absoluto con la realidad.
—¿Es usted el jefe de policía Irons? —le preguntó Claire. Intentó que el
tono de su voz sonase lo más respetuoso posible mientras se acercaba a la mesa.
—Sí, soy yo —repuso con un tono suave y tranquilo—. ¿Y quién es usted?
Sin embargo, antes de que pudiera contestar, Irons continuó hablando, y lo
que dijo a continuación, lo mismo que el tono petulante en el que lo dijo,
confirmó las sospechas de Claire.
—No, no me lo diga. No tiene importancia. Acabará como todos los
demás...
Dejó el resto de la frase en el aire y se quedó mirando a la joven muerta
que estaba delante de él con alguna clase de emoción que Claire no pudo
precisar. Sintió lástima por él, a pesar de todo lo que Chris le había contado
acerca de él, sobre su personalidad corrupta y su absoluta falta de
profesionalidad. Sólo Dios sabía los horrores que había presenciado o lo que
había tenido que hacer para sobrevivir.
¿Es tan extraño que tenga tantos problemas para aceptar la realidad? León y yo
hemos aparecido en esta película de terror en la última parte. Irons lleva aquí desde los
anuncios previos, y probablemente ha visto morir a sus amigos más cercanos.
Bajó la vista hacia la joven tendida a lo largo de la mesa, y Irons habló de
nuevo, con una voz que sonó al mismo tiempo triste y pomposa.
—Ésta es la hija del alcalde. Se suponía que yo tenía que protegerla, pero
he fallado de forma patética...
Claire buscó algunas palabras de consuelo, deseando decirle que tenía
suerte de estar vivo, que no había sido culpa de él... pero las palabras murieron
en su garganta, junto a la piedad que sentía, cuando él continuó con su lamento.
—Mírela. Era una auténtica belleza, con una piel prácticamente perfecta.
Pero todo eso se pudrirá dentro de poco... y, en una hora o menos, se convertirá
en una de esas cosas. Lo mismo que los demás.
Claire no quiso sacar conclusiones precipitadas, pero el tono insatisfecho
de su voz y la hambrienta mirada llenada de deseo en sus ojos le puso la carne
de gallina. El modo en que miraba a la joven muerta...
Te lo estás imaginando todo. Es el jefe de policía, no un lunático perverso.
Además, es la primera persona con la que te has encontrado que puede proporcionarte
alguna información. No desaproveches la oportunidad...
—Debe de existir algún modo de impedirlo... —sugirió Claire con un tono
de voz amable.
—Sí. Con una bala en la cabeza... o decapitándola.
Levantó por fin la vista del cuerpo, pero no miró a Claire. Se fijó en las
criaturas disecadas y colocadas en el borde su mesa, y su voz adquirió un tono
resignado pero hasta cierto punto alegre.
—Y pensar que la taxidermia era mi afición favorita. Eso se acabó...
Las alarmas internas de Claire saltaron en un frenético clamor. ¿La
taxidermia? ¿Qué demonios tenía que ver aquello con el cuerpo humano
muerto que había encima de la mesa?
Irons la miró finalmente, y a Claire no le gustó ni un pelo. Su mirada
oscura y lacrimosa estaba fijada en su cara, pero él no parecía verla realmente.
Ella pensó por primera vez que él no le había preguntado cómo había llegado
hasta allí y que no había comentado nada en absoluto sobre el humo que se
había ido filtrando hasta su oficina. Y el modo en que hablaba de la hija del
alcalde... No había auténtica pena en su voz por la muerte, sólo autocompasión
y una especie de retorcida admiración.
Tío, tío y tío... No es que esté fuera de contacto con esta realidad, es que está en
otro puñetero planeta.
—Por favor —pidió Irons en voz baja—. Me gustaría estar a solas.
Se hundió en la silla, cerró los ojos y dejó la cabeza apoyada en el respaldo
acolchado, como si estuviera exhausto. Y así, con aquella facilidad, ella había
sido despedida del lugar. Aunque tenía un millón de preguntas por hacerle,
muchas de las cuales él podría responder sin duda, creyó que quizá lo mejor
sería salir pitando de allí, al menos, en ese momento...
Oyó un suave crujido a su espalda y a la izquierda, tan bajo que no estuvo
segura de haberlo oído realmente. Claire se giró con el entrecejo fruncido y
advirtió que había una segunda puerta en el despacho. No se había dado cuenta
de su existencia hasta aquel momento, y el suave crujido había salido de allí.
¿Otro zombi? O quizás alguien que se está escondiendo...
Miró de nuevo a Irons y comprobó que ni siquiera se había movido.
Aparentemente, no había oído nada, y ella había dejado de existir para él, al
menos, por el momento. Había regresado a cualquiera que fuese su mundo
privado antes de que ella entrara en la estancia.
Así que, ¿regreso por donde he venido o pruebo a ver qué hay detrás de la
puerta número dos?
León. Necesitaba encontrar a León, y tenía la profunda impresión de que
Irons estaba zumbado, sin importar si estaba realmente loco o no. No
representaba una gran pérdida que no pudiera unirse a ellos. Pero si había más
personas escondidas en el edificio, personas a las que ella y León podrían
ayudar o que incluso podrían ayudarlos a ellos dos...
Sólo tardaría un momento en echar un vistazo. Miró por última vez a
Irons, derrumbado sobre sí mismo al lado del cadáver de la hija del alcalde y
rodeado por sus animales sin vida, y se dirigió hacia la puerta, con la esperanza
de no estar cometiendo un error.
Capítulo 11
Sherry llevaba mucho tiempo escondida en el edificio de la comisaría, por
lo menos tres o cuatro días, y todavía no había visto a su madre. Ni siquiera una
vez, ni siquiera cuando todavía quedaba un montón de gente con vida. Había
encontrado a la señora Addison, una de las profesoras de la escuela, justo
después de haber llegado allí, pero la señora Addison ya había muerto. Un
zombi se la había comido. Poco después, Sherry había descubierto un túnel de
ventilación que recorría la mayor parte del edificio, y había decidido que
permanecer escondida era mucho más seguro que quedarse con los mayores,
porque los mayores no paraban de morir, y porque había un monstruo en el
edificio que era peor que los zombis o que los hombres vueltos del revés, y
estaba bastante segura de que ese monstruo la estaba buscando a ella.
Probablemente no era más que una tontería. Ella no creía que los monstruos
escogieran a una persona para perseguirla... pero la verdad es que tampoco
había creído en monstruos, hasta ese momento.
Así que Sherry se había quedado escondida en la habitación del caballero.
Allí no había gente muerta, y el único modo de entrar, aparte del túnel de
ventilación que salía de detrás de las armaduras, era por un largo pasillo
guardado por un gran tigre. El tigre estaba disecado, pero daba miedo de todas
maneras, y Sherry pensó que quizás el tigre ahuyentaría al monstruo. Una parte
de ella sabía que aquello era una tontería, pero de todas formas la hacía sentir
mejor.
Había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo desde que los zombis
habían tomado todo el edificio de la comisaría. Cuando estaba dormida, no
tenía que pensar en lo que podía haberle ocurrido a sus padres o preocuparse
por lo que le podría ocurrir a ella. En el túnel de ventilación había el calor
suficiente para estar cómoda, y tenía mucha comida que había sacado de la
máquina de chucherías de la gran sala, pero tenía miedo, y peor que sentir
miedo era sentirse sola, así que había dormido todo lo que había podido.
Estaba dormida, calentita y encogida detrás de los caballeros cuando un
tremendo ruido la había despertado, un rugido procedente del algún punto del
exterior del edificio. Estaba segura de que era el monstruo. Sólo lo había visto
de refilón una vez, y sólo su tremenda y horrible espalda, a través de una rejilla
metálica, pero lo había oído gritar y aullar muchas veces desde entonces y por
todos lados de la comisaría. Sabía que era terrible, terrible y violento y que
estaba hambriento. A veces desaparecía durante horas, y ella tenía la esperanza
de que se hubiera marchado por fin, pero siempre regresaba, y no importaba
dónde se metiera ella: siempre parecía estar en algún lugar cercano.
El tremendo ruido que la había despertado de su intranquilo sueño fue
muy parecido al que provocaría el monstruo si empezara a echar abajo las
paredes. Se acurrucó aún más en su escondite, preparada para salir corriendo
hacia el túnel de ventilación si el ruido se acercaba mucho más. No lo hizo; no
se movió durante mucho rato, esperando con sus ojos firmemente cerrados
mientras sostenía con fuerza su amuleto de la suerte, un precioso colgante de
oro que su madre le había regalado precisamente la semana anterior, tan grande
que le llenaba toda la mano. Al igual que en ocasiones anteriores, el amuleto
había funcionado: el tremendo y horrible ruido no se había repetido. O quizás
había sido el gran tigre el que había ahuyentado al monstruo y le había
impedido encontrarla. De cualquier manera, al oír los suaves sonidos de unos
pasos, se había sentido lo bastante segura para salir de su escondrijo y acercarse
al pasillo para escuchar. Los zombis y los hombres del revés no podían utilizar
las puertas y, si se hubiese tratado del monstruo, seguro que ya habría
atravesado a golpes la puerta y habría entrado aullando en busca de sangre.
Tiene que ser una persona. Quizá se trate de mamá...
A mitad del pasillo, donde se abría una puerta a la derecha, oyó a gente
hablar en aquella oficina y sintió una oleada de esperanza y de soledad al
mismo tiempo. No podía oír con claridad lo que decían, pero era la primera vez
que oía a alguien desde hacía dos días sin que esa persona estuviese gritando. Y
si había gente hablando, quizás era porque por fin había llegado la ayuda a
Raccoon City.
El ejército del gobierno, o los marines, o quizá todos ellos...
Emocionada, se apresuró a recorrer el pasillo. Se encontraba al lado del
gran tigre rugiente, justo al lado de la puerta, cuando su emoción se desvaneció.
Las voces habían dejado de hablar. Sherry se quedó muy quieta y, de repente,
se sintió muy nerviosa. Si hubiera llegado gente para ayudar a los de Raccoon
City, ¿no habría oído los aviones y los camiones? ¿No habría oído los disparos y
las bombas y los hombres con altavoces diciendo que todo el mundo saliera
fuera?
Quizá las voces no son de gente del ejército, después de todo. Quizá son voces de
gente mala. Gente loca, como aquel hombre...
Poco después de que Sherry se escondiera, había visto algo horrible a
través de la rejilla del conducto de ventilación que llevaba a la habitación de los
armarios. Un hombre alto y pelirrojo estaba en mitad de la habitación, hablando
solo y balanceándose hacia adelante y hacia atrás sentado en una silla. En el
primer momento Sherry había pensado al principio preguntarle si sabía dónde
estaban sus padres y pedirle ayuda para encontrarlos, pero algo en la forma que
hablaba y se reía en voz baja mientras se balanceaba le hizo sentir miedo; se
detuvo y lo observó en silencio durante un rato desde la segura oscuridad del
túnel de ventilación. El hombre tenía un cuchillo muy grande en la mano y,
después de mucho rato, sin dejar de reírse, de murmurar y de balancearse, se lo
había clavado en el estómago. Sherry había sentido más miedo de aquel hombre
que de los zombis, porque lo que había hecho no tenía sentido, ningún sentido.
No quería encontrarse con nadie más como aquel hombre. Y aunque la
gente de la oficina no estuviese mal de la cabeza, quizá la sacarían de su lugar
seguro e intentarían protegerla, lo que equivaldría a su muerte, porque estaba
segura de que el monstruo no sentía miedo de los adultos.
Se sentía mal por darse la vuelta, pero no tenía otra elección. Sherry
comenzó a darse la vuelta para regresar a la habitación de las armaduras...
¡Crac!
Permaneció inmóvil cuando el suelo de madera crujió bajo sus pies. El
chasquido del listón de madera resonó con un ruido increíble, y ella contuvo la
respiración, agarrando su pendiente y rezando para que la puerta no se abriera
de golpe a sus espaldas y que algún loco saliera por ella y... y la atrapara.
No oyó ruido alguno, pero estuvo segura de que el agitado latir de su
corazón la delataría, porque sonaba tremendamente fuerte. Después de diez
largos segundos, comenzó a avanzar de nuevo lentamente por el pasillo,
pisando con toda la suavidad que pudo y sintiendo que estaba saliendo de una
cueva llena de serpientes durmiendo. Le pareció que el pasillo que llevaba de
regreso a la sala de las armaduras medía un kilómetro de largo, y tuvo que
hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echar a correr en cuanto
llegó a la esquina, porque si algo había aprendido de las películas de la tele, era
que huir corriendo del peligro siempre significaba tener una muerte horrible.
Llegó por fin a la entrada de la habitación de las armaduras y sintió que
casi se desmayaba del alivio. Estaba a salvo de nuevo, y podría acurrucarse otra
vez en la vieja manta que la señora Addison había encontrado en una de las
oficinas y que le había dado...
La puerta de la otra oficina se abrió y luego se cerró, y Sherry oyó unos
pasos un segundo después, unos pasos que iban en su busca.
Sherry entró de golpe en la estancia, sin pensar en nada más que en el
arranque de pánico y terror que recorrió todo su cuerpo. Pasó zumbando al
lado de tres caballeros, dejando a un lado su refugio porque sabía que tenía que
huir, que tenía que alejarse de allí todo lo que pudiera. Sabía que existía una
habitación oscura más allá de la vitrina que se alzaba en mitad de la habitación,
y oscuridad era lo que ella necesitaba, una sombra en la que desaparecer...
Oyó los pasos que echaban a correr en algún punto a su espalda,
resonando sobre el piso de madera mientras ella se metía en la habitación
oscura y se apretujaba en el rincón más alejado. Sherry se acurrucó entre los
polvorientos ladrillos de la chimenea y la silla tapizada que había a su lado e
intentó hacerse lo más pequeña posible, abrazándose las rodillas y escondiendo
la cabeza entre ellas.
Por favor, por favor, por favor. No entres, no me veas. No estoy aquí...
Los pasos habían llegado a la puerta de la habitación y ahora eran más
lentos, como si dudaran, rodeando la gran vitrina de cristal que se alzaba en el
centro de la estancia. Sherry pensó en su lugar de refugio, en la boca del túnel
de ventilación por la que podría haberse marchado lejos y se esforzó por
contener las tibias lágrimas de rabia y arrepentimiento. La habitación de la
chimenea no ofrecía ninguna forma de escapar: estaba atrapada.
El sonido hueco y resonante de cada paso acercaba más y más al extraño a
la habitación oscura en la que Sherry estaba escondida. Se apretujó aún más,
prometiendo que haría cualquier cosa, cualquier cosa, si el extraño se
marchaba...
Pam. Pam. Pam.
De repente, la habitación de llenó de una luz cegadora, y el suave
chasquido del interruptor quedó ahogado por el aterrorizado grito de Sherry.
Se levantó de golpe del rincón donde estaba metida y echó a correr, chillando y
sin mirar, con la esperanza de pasar de largo al lado del extraño y llegar hasta el
túnel de ventilación... cuando una cálida mano la agarró con fuerza por el
brazo, impidiéndole dar un solo paso más. Gritó de nuevo, retorciéndose con
toda la fuerza que pudo, pero el extraño era fuerte...
—¡Espera!
Era una mujer, y su voz sonó casi tan frenética como el acelerado palpitar
del corazón de Sherry.
—¡Suéltame! —gimió Sherry, pero la mujer siguió agarrándola e incluso se
acercó a ella un poco más.
—Tranquila, tranquila... No soy un zombi. Tranquilízate, todo va bien...
La voz de la mujer había adquirido un tono tranquilizador, y las palabras
sonaron casi como una nana. La mano que la tenía agarrada era fuerte pero
tibia. La dulce y suave voz musical repitió las tranquilizadoras palabras una y
otra vez,
—Tranquila, está bien. No voy a hacerte daño. Ya estás a salvo...
Sherry levantó por fin la vista y miró a la mujer. Vio lo bonita que era, su
mirada dulce y llena de preocupación y comprensión. En un segundo, Sherry
dejó de forcejear y de intentar huir y sintió que unas tibias lágrimas
comenzaban a bajarle por las mejillas, unas lágrimas que había estado
conteniendo desde que había visto al hombre de pelo rojo suicidarse. Se abrazó
de modo instintivo a la joven y bonita extraña, y la mujer respondió rodeando
con sus brazos los temblorosos hombros de la niña.
Sherry lloró durante un par de minutos, permitiendo que la mujer
acariciase su cabello y le siguiera susurrando palabras tranquilizadoras al oído.
Por mucho que quisiera quedarse acurrucada en los brazos de la mujer y
olvidar todos sus miedos, por mucho que le gustaría creer que estaba a salvo,
sabía que no era cierto. Además, ya no era una niña: ya había cumplido doce
años el mes anterior.
Sherry se separó de los brazos con un gran esfuerzo y se frotó los ojos para
secarse las lágrimas. Levantó la vista hacia su bello rostro y se dio cuenta de que
no era una mujer mayor, que quizá sólo tendría unos veinte años. Las ropas que
llevaba eran realmente juveniles: unas botas, unos pantalones vaqueros de color
rosa y de perneras recortadas y una camiseta chaleco sin mangas que hacía
juego con los pantalones. Llevaba su brillante pelo castaño recogido en una cola
de caballo y, cuando sonrió, le pareció una estrella de cine.
La mujer se puso en cuclillas a su lado, sin dejar de sonreír con dulzura.
—Hola. Me llamo Claire. ¿Cómo te llamas?
Sherry sintió timidez por un momento, avergonzada por haber huido a la
carrera de una chica tan amable. Sus padres le decían a menudo que actuaba
como un bebé emocional, que era «demasiado imaginativa» para su propio
bien, y allí estaba la prueba: Claire no le iba a hacer daño, estaba segura de ello.
—Sherry Birkin —contestó, y luego sonrió con la esperanza de que Claire
no estuviese enfadada con ella. No parecía enfadada, de hecho, parecía
encantada con su respuesta.
—¿Sabes dónde están tus padres? —preguntó con el mismo tono de voz
dulce.
—Trabajan en la planta química de Umbrella, a las afueras de la ciudad —
contestó Sherry.
—En la planta química... Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
—Mi madre llamó por teléfono y me dijo que viniera a la comisaría. Dijo
que iba a ser muy peligroso quedarse en casa.
Claire se limitó a asentir.
—Por lo que parece, tenía toda la razón. Pero este lugar también es
peligroso...
Claire frunció ligeramente el entrecejo, pensativa, pero volvió a sonreír
otra vez.
—Será mejor que vengas conmigo.
Sherry sintió que se le formaba un nudo en el estómago y negó con la
cabeza, preguntándose cómo podría explicarle a Claire que no era buena idea,
que en realidad, era una idea muy mala. En aquellos momentos, quería más que
nada en el mundo no estar a solas, pero no era algo seguro para Claire.
Si me marcho con ella y el monstruo me encuentra...
Mataría a Claire. Y aunque Claire era delgada, Sherry estaba bastante
segura de que no cabría en el túnel de ventilación.
—Ahí fuera hay algo —dijo por fin—. Lo he visto, es más grande que los
zombis. Y viene por mí.
Claire meneó la cabeza y abrió la boca para decirle algo tranquilizador,
probablemente para intentar hacerle cambiar de idea, pero de repente, un
tremendo sonido repleto de furia inundó la habitación, resonando en tremendas
oleadas por todo el edificio y procedente de un sitio indeterminado de su
interior... pero de un sitio cercano.
—Raaaarrrrrghhh...
Sherry sintió que su sangre se convertía en hielo. Los ojos de Claire se
abrieron de par en par y su piel se quedó pálida.
—¿Qué ha sido eso?
Sherry retrocedió trastabillando, sin aliento, y con su mente corriendo ya
hacia su escondrijo seguro detrás de las tres armaduras.
—Eso es lo que intentaba decirte —dijo con un jadeo, y se dio la vuelta y
echó a correr antes de que a Claire le diera tiempo a impedírselo.
—¡Sherry!
La pequeña no hizo caso de la súplica en el grito y pasó corriendo al lado
de la vitrina para llegar a la seguridad de la entrada al túnel de ventilación.
Saltó con agilidad a lo alto del pedestal del caballero y se dejó caer sobre las
manos y las rodillas, agachando la cabeza y metiéndose a cuatro patas en el
antiguo agujero de piedra que existía en la base de la pared.
Su única oportunidad, la única oportunidad de Claire, era que ella se
mantuviera lo más alejada posible de su amiga más reciente. Quizás se
encontrarían de nuevo cuando el monstruo ya se hubiera ido.
Sherry abrigó la esperanza de que no fuera ya demasiado tarde mientras
reptaba por la estrecha y sinuosa oscuridad del túnel de ventilación.
Capítulo 12
Ada se quedó sentada sobre el borde de la atestada mesa del despacho del
jefe de detectives mientras dejaba descansar sus doloridos pies y miraba sin ver
la vacía caja fuerte que se encontraba en una esquina. Se le estaba agotando la
paciencia. No sólo no lograba encontrar la muestra del virus-G por ningún lado,
sino que además empezaba a pensar que Bertolucci había salido volando de allí.
Había registrado la sala de descanso, la oficina de los STARS, la biblioteca... De
hecho, estaba más que segura de que había registrado todos los lugares a los
que el periodista habría tenido acceso con facilidad, y ya había vaciado dos
cargadores completos para ello. No es que le fuera a faltar munición. Lo que la
molestaba era la pérdida de tiempo que representaban las balas disparadas:
veintiséis proyectiles y ningún resultado positivo, excepto que ahora había una
docena más de cadáveres cargados de virus tumbados en el suelo. Y dos de los
extraños híbridos de Umbrella...
Ada se estremeció al recordar la deforme y retorcida carne roja y los
resonantes aullidos de las estrambóticas criaturas contra las que se había
enfrentado en la sala de prensa. Nunca se había preocupado por la avaricia de
las corporaciones para las que trabajaba, pero lo cierto es que Umbrella había
llegado a realizar experimentos ciertamente inmorales. Trent le había advertido
sobre los especímenes del proyecto Tirano, seres que, por suerte, todavía no
habían aparecido, pero las criaturas humanoides de extensa lengua y largas
garras eran toda una afrenta para su sensibilidad. Por no mencionar el hecho de
que eran mucho más difíciles de matar que los humanos infectados. Si aquellos
seres eran producto de la experimentación con el virus-T, tendría que mantener
los dedos cruzados para que Birkin no hubiera puesto a prueba todavía su
última creación. Según le había dicho Trent, la serie G todavía no había sido
inyectada a ningún ser vivo, pero se suponía que era el doble de potente que la
T...
Ada dejó que su mirada vagara por los alrededores y estudió con la vista
la oficina práctica y funcional. No era el lugar más propicio o acogedor para
tomarse un descanso, pero al menos estaba bastante libre de manchas de sangre
y similares. Además, con la puerta cerrada apenas podía oler a los agentes
muertos en la sala principal. Ya estaban bastante muertos cuando ella los había
matado del todo, y se encontraban en aquella especie de estado húmedo y sin
huesos que, al parecer, precedía al colapso total.
Tampoco es que importe mucho si yo puedo olerlos a ellos. A estas alturas, mi pelo
y mis ropas han absorbido el maldito hedor. Y cuando las cosas empiezan a ir mal todo
parece ocurrir de repente...
Deseó haberse preocupado por aprender algo más sobre el virus-T en el
plano científico. Sabía para qué utilizaban el virus-T, pero no había creído
necesario investigar sobre los efectos fisiológico-químicos. ¿Para qué
preocuparse, cuando no tenía razón alguna para pensar que Umbrella soltaría
toda una carga de aquella mierda en su propia ciudad? Estaba obteniendo un
montón de información de primera mano sobre lo bien que funcionaba, pero le
hubiera venido bien saber exactamente qué ocurría en la parte del cuerpo y de
la mente que resultaban infectadas, qué era lo que convertía a una persona en
un devorador de carne sin mente ni razón. En lugar de eso, sólo podía
almacenar en su mente la información que iba obteniendo por el camino e
intentar adivinar la verdad.
Por lo que había visto, antes de que pasara una hora la persona infectada
por el virus se convertía en un zombi. A veces, antes de eso la víctima caía en
una especie de coma febril, lo que presumiblemente quemaba ciertas partes de
su cerebro y reforzaba la impresión de que se estaban levantando de entre los
muertos cuando se alzaban en busca de carne fresca. Los síntomas del ataque
del virus eran los mismos para todos, pero no la rapidez con que causaba
estragos. Había visto al menos tres casos en los que la víctima se había
convertido en una criatura sedienta de sangre a los pocos minutos de ser
infectada, en la etapa que ella había empezado a llamar «tener cataratas». Una
de las características comunes era que los ojos de todas las víctimas quedaban
tapados por una capa de mucosa blanca parecida a la clara de huevo cuando se
convertían definitivamente en zombis, y aunque el proceso de putrefacción
comenzaba inmediatamente, algunos tardaban más que otros en
descomponerse...
¿Y por qué demonios estás pensando en todo eso? Tu misión no incluye buscar
una vacuna para esto, ¿verdad?
Suspiró y se agachó para frotarse los dedos de los pies. Aquello último era
completamente cierto. De todas maneras, era algo en lo que merecía la pena
pensar. Concentrarse en todo momento en permanecer viva era una tarea
agotadora y absorbente. No tenía ocasión de considerar todas las circunstancias
mientras se dedicaba a limpiar de zombis los pasillos. Estaba con los nervios de
punta y necesitaba que su cerebro se despejara un poquito pensando en los
aspectos más inquietantes y extraños de la misión.
Y existen algo así como un millar con los que distraerse... Trent, lo que Bertolucci
puede o no puede saber... los STARS. ¿Qué demonios le ha ocurrido a todo ese equipo?
Por los artículos que Trent había incluido en el memorándum de
información sobre su trabajo sabía que los STARS habían sido suspendidos de
empleo y sueldo. Si tenía en cuenta lo que habían estado investigando, no hacía
falta ser un genio para imaginarse que Umbrella se había encargado de
quitarlos de en medio por descubrir parte, si no toda, su operación con armas
biológicas. Probablemente, Umbrella ya se habría ocupado de eliminarlos por
completo, eso si ellos no se habían escondido. Se preguntó si Trent había tenido
algo que ver con la pequeña desgracia de los STARS, o si había intentado
ponerse en contacto con ellos antes de lo ocurrido o después.
De lo que estaba segura era de que él no se lo diría. Trent era un auténtico
enigma, sin duda alguna. Sólo había tenido un encuentro cara a cara con él,
aunque se había puesto en contacto con ella varias veces antes de que Ada
partiera hacia Raccoon City, sobre todo por teléfono. Lo curioso era que,
aunque ella se jactaba de su capacidad para saber lo que pensaba y sentía la
gente, no había tenido ni la más remota idea de qué era lo que realmente le
interesaba a aquel tipo, para qué quería el virus-G o cuáles eran sus conexiones
con Umbrella. Era obvio que tenía alguna clase de contacto con ellos, ya que
sabía demasiado sobre el funcionamiento interno de la compañía, pero si ése era
el caso, ¿por qué no tomaba su puñetera muestra propia y luego se marchaba?
Reclutar a un agente exterior era la acción que llevaría a cabo alguien que no
quisiese involucrarse, pero ¿involucrarse en qué? No era su deber preguntar
por qué...1
Un buen principio para seguir en la vida: a ella no le pagaban por adivinar
qué pensaba Trent. La verdad es que dudaba mucho que fuera capaz de
adivinarlo aunque le pagaran por hacerlo: jamás había encontrado a nadie que
tuviera una capacidad de autocontrol semejante a la de Trent. Cada vez que
habían hablado o se habían encontrado, ella había tenido la sensación de que se
reía por dentro, como si supiera algún secreto muy divertido sólo conocido por
él. Y, sin embargo, no le había parecido arrogante ni prepotente. Era un tipo
tranquilo, y su genialidad era tan natural que ella se había sentido un poco
intimidada. Puede que ella no supiera sus motivos con precisión, pero había
visto aquel tipo de humor calmado: era el rostro del auténtico poder, de una
persona con un plan y con los medios para llevarlo a cabo.
Así que, ¿ha estropeado sus planes, cualesquiera que sean, el escape del virus? ¿O
estaba preparado para esta contingencia? Puede que no lo haya planeado, pero no creo
que la expresión «pillar desprevenido» esté en el vocabulario de Trent...
Ada se reclinó hacia atrás y giró suavemente su cabeza y su cansado cuello
antes de bajarse de la mesa y ponerse de nuevo sus incómodos zapatos. Ya
había descansado lo suficiente. No podía dedicarle más que unos pocos
minutos a sus dolores e incomodidades, y tampoco creía que fuera a averiguar
mucho más hasta que se marchase de Raccoon City. Todavía tenía un par de
zonas que registrar en busca de Bertolucci antes de dirigirse a las alcantarillas, y
había visto que las barricadas de la primera planta no eran tan sólidas como a
ella le hubiera gustado. No le apetecía nada ver su camino interrumpido por un
nuevo grupo de seres infectados procedentes del exterior.
También existían los pasillos «secretos» del ala este y las celdas de
detención más allá del garaje de aparcamiento. Si no lograba encontrarlo en
ninguno de esos dos lugares, tendría que admitir que había abandonado la
comisaría y centrar sus esfuerzos en recuperar la muestra.
Decidió probar suerte en el sótano en primer lugar. Le parecía poco
probable que él hubiera descubierto los pasillos secretos. Por lo que había leído
en los informes, ni siquiera era un periodista lo bastante bueno como para
encontrar su propio culo. Y si estaba escondido en las celdas de detención o
cerca de ellas, no tendría que seguir dando vueltas por la comisaría, a la espera
de la inevitable invasión de zombis. La entrada al subsótano se encontraba justo
abajo, así que si no surgían complicaciones, podría dirigirse directamente hacia
el laboratorio.
Ada salió de la oficina y frunció la nariz por la vaharada a podrido que la
asaltó, empujada por el lento rotar de las aspas de los ventiladores del techo. En
aquella estancia repleta de mesas tenía que haber unos siete u ocho cuerpos,
1
Verso de un poema de Lord Alfred Tennyson, «La carga de la Brigada Ligera» (N. del t.)
todos ellos policías, y al menos los tres contra los que ella había disparado
estaban ya bastante podridos...
¿No había cinco infectados todavía caminando cuando pasé antes por
aquí?
Ada se detuvo un instante en el exterior de la gran estancia y miró de
nuevo el estrecho pasillo que comunicaba con la escalera trasera. ¿Habían sido
cinco? Sabía que había acabado con un par en su primera visita. Los demás
habían sido demasiado lentos como para incomodarla, y ella creía que había
visto cinco. Y sin embargo, sólo había tenido que acabar con tres cuando había
regresado para tomarse un descanso.
Había chico. Puede que no esté en el mejor momento de mis facultades
físicas y mentales, pero todavía sé contar.
No solía dudar de su capacidad para registrar mentalmente aquellos
detalles, y el hecho de que se hubiera dado cuenta hacía sólo un minuto era una
demostración de lo cansada que estaba. Dos días antes, se hubiera dado cuenta
inmediatamente. No tenía forma alguna de saber si los otros cuerpos habían
sido acribillados a balazos o simplemente se habían desintegrado por sí solos
sin que ella se expusiera al contacto físico: estaban demasiado descompuestos,
pero lo mejor era considerar que todavía quedaban unos cuantos supervivientes
por el edificio.
Pero no por mucho tiempo, ya sea de un modo u otro...
No importaba si los zombis lograban entrar o no: Umbrella no tardaría
mucho en actuar, si no lo había hecho ya. Lo que había ocurrido en Raccoon
City era la peor pesadilla de cualquier accionista, y lo que Ada tenía muy claro
era que Umbrella no iba a dejar de lado el problema. Probablemente ya habrían
planificado un enorme desastre que lo borrara todo y luego le proporcionarían
su propia historia a la prensa. También estaba segura de que intentarían
recuperar una muestra del virus-G, el último descubrimiento de Birkin, antes de
provocar el desastre que tenían preparado, lo que significaba que ella debía
tener mucho cuidado. Al parecer, Birkin había mantenido bastante en secreto
todo su trabajo, y Trent le había informado de que Umbrella finalmente no
tardaría en enviar un equipo para recuperar la muestra, y con Raccoon City
convertida en zona de guerra, aquella posibilidad había aumentado sus
probabilidades de cumplirse.
Con suerte un equipo formado por miembros humanos. Puedo enfrentarme a eso.
Pero con un Tirano... No necesito esas dificultades.
Ada se alejó de la estancia, caminando hacia la puerta cerrada que la
llevaría a la escalera hacia el sótano. «Tirano» era el nombre en clave de una
serie de investigaciones de Umbrella para obtener un arma biológica
orgánicamente compleja, unos experimentos que comprendían las aplicaciones
más destructivas del virus-T. Según Trent, los científicos de White Umbrella, los
que trabajaban en los laboratorios secretos, habían comenzado las pruebas para
crear una especie de sabueso humanoide, diseñado para perseguir un
determinado olor o sustancia para el que se lo hubiera programado, todo ello
con unas capacidades inhumanas y con un tesón implacable. Un perdiguero
Tirano, un ser casi indestructible compuesto por carne podrida y mecanismos
implantados de forma quirúrgica, exactamente lo que enviarían para encontrar
algo así, por poner un ejemplo, como una muestra del virus-G...
En cuanto encontrara la muestra que quería Trent, saldría pitando de allí y
se marcharía con su dinero a alguna playa lejana para beber margaritas1. Y no
importaba lo que sintiera o dejara de sentir sobre ese asunto, ni cuántos
inocentes habían muerto ni para qué quería Trent la muestra del virus-G. Ése
era otro punto en la lista en el que no necesitaba pensar para realizar el trabajo.
Con sus defensas emocionales bien altas, Ada comenzó a bajar hacia el
sótano para intentar encontrar al incómodo y problemático periodista.
León se ajustó las cinchas, de pie y delante del saqueado armario del
sótano donde se guardaban las armas, mientras intentaba pensar dónde podía
estar Claire en esos momentos.
Por lo poco que había podido ver hasta llegar al sótano, la comisaría no era
tan peligrosa como había pensado. Hacía frío, apestaba, estaba fatalmente
iluminada y había montones de cadáveres por los pasillos, pero no existía tanto
peligro como en las calles. No era para dar saltos de alegría, pero se conformaba
con lo poco que pudiera sacar de bueno de la situación.
Había matado a dos de sus colegas de uniforme y a una mujer con un
uniforme de la patrulla de tráfico completamente hecho jirones en su camino
hasta el sótano. A los dos policías les había disparado en la planta superior, y a
la mujer fuera del depósito de cadáveres, a unos pocos metros de la pequeña
habitación donde se guardaba el armamento de la policía de Raccoon City. Sólo
tres zombis desde que había entrado en la comisaría, sin incluir los pocos que
había logrado esquivar en las dependencias de los detectives, pero había
pasado por encima de al menos una docena de cadáveres y había visto agujeros
de balas en la mitad de ellos, justo a través de los ojos o directamente en mitad
de la frente. Gracias al número de criaturas «liquidadas» con tanta limpieza y al
número de armas que faltaban del armario, León tuvo la esperanza de que
Branagh estuviese en lo cierto y de que hubiese supervivientes...
Marvin Branagh... que a estas alturas probablemente estará muerto.
¿Significa, eso que se convertirá en un zombi? Si Umbrella está realmente detrás
de todo esto, entonces tiene que ser una especie de plaga o enfermedad. Son
una compañía farmacéutica... Pero ¿cómo se contagia? ¿Es algo que se contagia
por contacto directo, o sólo con respirar ya puedes...?
León dejó de pensar en eso. El sótano era un lugar fresco y húmedo, pero
la sola idea de que podría infectarse con la enfermedad de los zombis lo hizo
sudar. ¿Qué pasaba si toda Raccoon City todavía era zona de contagio y él
había enfermado sólo con entrar en ella en el coche? Las atestadas estanterías
del almacén parecieron echarse ligeramente sobre él, en un repentino ataque de
ansiedad de proporciones épicas.
Típica bebida servida en los centros turísticos, que es un combinado tropical compuesto principalmente
por tequila y zumo de limón. (N. del t.)
1
Sin embargo, antes de que el pánico tuviera siquiera tiempo de asentarse,
una voz en su mente le recordó la realidad, y con ella llegó su aceptación, lo que
le permitió dejar pasar de largo el miedo y el temor.
Si estás enfermo, estás enfermo. Puedes pegarte un tiro en la boca antes de llegar a
ponerte realmente malo. Si no estás enfermo, tal vez sobrevives para contarles a tus
nietos lo que está sucediendo. De todas maneras, probablemente ya no puedes hacer
nada... excepto intentar comportarte como un buen policía.
León asintió suspirando. Ese plan era mejor que quedarse allí
preocupándose de forma inútil, y ahora tenía el equipo necesario para llevarlo a
cabo con mayores probabilidades. Alguien había abierto a balazos el cerrojo
electrónico del depósito de armas, lo que le había ahorrado la necesidad de
buscar la tarjeta de acceso o tener que abrirla a balazos él mismo. Era bastante
obvio que la puerta exterior había sido forzada: los cerrojos y el tirador de la
puerta estaban prácticamente destrozados. Había quedado desilusionado
después del primer registro que había efectuado en el lugar, aunque lo más
correcto sería decir descorazonado. No quedaba absolutamente ninguna pistola,
y muy poca munición en los mellados cajones, pero al menos había encontrado
una caja entera de cartuchos de escopeta y, después de una segunda y mucho
más desesperada búsqueda, había descubierto una escopeta del calibre 12
oculta detrás de un montón de cajas. También vio un par de arneses de hombro
para la Remington que acababa de encontrar, que todavía estaban colgados en
la pared de enfrente, además de un cinturón de trabajo con una capacidad aún
mayor que el que llevaba puesto. Incluso encontró una pequeña bolsa de cadera
con capacidad suficiente para meter todos los cargadores de su Magnum.
Dio un apretón final al arnés y decidió que lo mejor era buscar en primer
lugar en los lugares más obvios: cada uno de los pasillos que comunicaban con
cada entrada. Regresaría en primer lugar a la sala de entrada, buscaría algo
donde dejar un mensaje y...
¡Bam!¡Bam!¡Bam!
Unos disparos, y cercanos. El eco le indicó que se habían producido en el
garaje que se encontraba justo al otro lado de donde él estaba. León desenfundó
la pistola de un tirón y corrió hacia la puerta, donde perdió unos segundos
preciosos forcejeando con el destrozado tirador.
El lugar estaba despejado, con excepción de la policía de tráfico muerta
que se hallaba a la derecha, justo delante tenía la entrada al garaje, y León se
apresuró a acercarse, recordándose a sí mismo que debía tener cuidado y
avanzar con precaución para evitar que alguien armado con una pistola y
completamente enloquecido por el temor le abriera un agujero de bala.
Poco a poco, echa un buen vistazo antes de seguir adelante, identifícate con
claridad...
La puerta, en la pared de la derecha, estaba abierta de par en par, y cuando
León asomó la cabeza por un momento, con el cuerpo protegido por la pared de
hormigón, vio algo que lo sorprendió tanto que se olvidó por completo de que
allí había alguien armado con una pistola. El perro. Es el mismo maldito perro.
Era imposible y, sin embargo, el animal tendido sin vida en el suelo en
mitad del lugar repleto de coches tenía exactamente el mismo aspecto. Incluso
con la breve visión que había tenido de él, el demonio con forma canina de
aspecto pegajoso y con una piel húmeda, que había estado a punto de
provocarle un accidente a diez kilómetros de la ciudad, podría ser de la misma
camada que el que tenía delante. Bajo las chasqueantes luces de las bombillas
fluorescentes que iluminaban el frío garaje lleno de manchas de aceite, León
advirtió lo anormal que era ese perro.
No parecía haber nada en movimiento, y no se oía nada excepto el
zumbido de las bombillas, así que León entró en el garaje, sin dejar de empuñar
su Magnum, decidido a echarle un vistazo más detenido a la criatura... cuando
vio un segundo perro al lado de un coche patrulla aparcado, tan muerto al
parecer como el primero. Ambos estaban tendidos sobre pegajosos charcos de
su propia sangre, con los miembros despellejados despatarrados.
Umbrella. Los ataques de los animales salvajes, la enfermedad... ¿Cuánto
tiempo lleva toda esta mierda ocurriendo? ¿Y cómo lograron mantenerlo oculto
después de todos aquellos asesinatos?
Lo que más lo confundía era el hecho de que Raccoon City no estuviese ya
llena hasta los topes con el equipo de los servicios de apoyo. Puede que
Umbrella hubiese sido capaz de mantener oculta su relación con los asesinatos
«caníbales», pero ¿cómo habían podido impedir que los ciudadanos de Raccoon
City llamasen para pedir ayuda al exterior de la ciudad?
Y ahora estos perros, como fotocopias el uno del otro... ¿quizás otra cosa
que los de Umbrella han creado en sus laboratorios?
Frunciendo el entrecejo, dio otro paso hacia las criaturas parecidas a
perros, sin gustarle ni un pelo las teorías de la conspiración que se estaban
formando en su cabeza, pero sin ser capaz de desecharlas. Lo que le gustó aún
menos fue el aspecto de las manchas de aceite que había en el suelo de cemento:
tenían un color rojo oxidado, y había demasiadas como para poder contarlas. Se
agachó para echar un vistazo desde más cerca, y estaba tan concentrado en no
confirmar la terrible y creciente sospecha, que no oyó el disparo hasta que la
bala pasó silbando a escasos centímetros de su cabeza.
¡Bam!
León se giró hacia la izquierda mientras levantaba la Magnum y gritaba,
todo al mismo tiempo...
—¡No dispare!
Entonces vio que quien disparaba bajaba su arma. Era una mujer con un
vestido rojo corto y unas medias negras que estaba de pie al lado de una
furgoneta aparcada al lado de la pared más alejada. Comenzó a andar hacia él,
contoneando sus bien formadas caderas, con la cabeza bien alta y los hombros
echados hacia atrás, como si se encontrara en una fiesta de copas.
León sintió una momentánea oleada de ira al ver que mostraba tanta calma
aun después de estar a punto de matarlo... pero, en cuanto ella estuvo un poco
más cerca, descubrió que estaba más que dispuesto a perdonarla. Era preciosa,
y mostraba una expresión de alegría genuina al verlo. Era una visión
maravillosa después de ver tanta muerte.
—Lo siento mucho —se disculpó—. Cuando vi el uniforme, pensé que era
otro de esos zombis.
De rasgos asiáticos, era bastante alta aunque de huesos delicados, y su
pelo corto y espeso lanzaba unos atractivos destellos negros. Su voz profunda y
melodiosa era casi un ronroneo, lo que provocaba un extraño contraste con el
modo en que lo miraba. La ligera sonrisa en sus labios no parecía estar reflejada
en sus ojos almendrados, que parecían estudiarlo a fondo.
—¿Quién es usted? —preguntó León.
—Ada Wong.
Aquel ronroneo de nuevo. Inclinó un poco la cabeza hacia un lado, sin
dejar de sonreír en ningún momento.
—Me llamo León Kennedy —dijo por puro reflejo, sin saber qué decir o
por dónde empezar—. Yo... ¿Qué está haciendo aquí abajo?
Ada señaló con un gesto de la barbilla la furgoneta que estaba a su
espalda, un vehículo para el transporte de prisioneros de la policía de Raccoon
City que estaba obstruyendo el paso a la zona de las celdas para detenidos.
—Vine a Raccoon City en busca de un hombre, un periodista llamado
Bertolucci. Tengo razones para pensar que está en una de esas celdas de ahí
atrás, y creo que puede ayudarme a encontrar a mi novio... —su sonrisa se
desdibujó un poco mientras fijaba su mirada electrizante en los ojos de León—.
También creo que sabe todo lo que ha pasado aquí. ¿Me ayudará a mover la
furgoneta?
León estaba más que dispuesto a ayudarla si así podía conocer a ese
periodista encerrado al otro lado de la pared, sobre todo porque podría
contarles qué había ocurrido. No estaba seguro de cómo tomarse la historia de
Ada, pero tampoco podía imaginarse ningún motivo por el que ella tuviera que
mentir. La comisaría no era un lugar seguro, y estaba buscando supervivientes,
exactamente lo mismo que él estaba haciendo.
—Sí, claro —le contestó, sintiéndose un poco desconcertado por su forma
tan directa de hablarle, aunque fuera de un modo tan suave y tan dulce. Tenía
la sensación de que ella había tomado el control de su encuentro, mediante
alguna manipulación sutil pero deliberada que la había puesto al mando... y,
por el modo tan desenfadado y despreocupado con el que se dio la vuelta y
comenzó a caminar hacia la furgoneta, como si estuviese segura por completo
de que él la seguiría, León se dio cuenta de que ella lo sabía de sobra.
No seas paranoico. También existen mujeres de carácter fuerte. Y cuanta más
gente podamos encontrar, de más ayuda dispondré para encontrar a Claire.
Quizás había llegado el momento de dejar de hacer planes y de
mantenerse a la expectativa. León enfundó su pistola y la siguió, con la
esperanza de que el periodista estuviera donde Ada creía y de que todo
comenzara a tener sentido de una vez.
Capítulo 13
Sherry Birkin se había marchado, desapareciendo a través del túnel de
ventilación, y Claire no cabía de ninguna manera en aquel estrecho conducto,
por lo que no pudo ir detrás de ella. Fuese lo que fuese lo que había lanzado
aquel grito espeluznante que había aterrorizado tanto a Sherry, no había
aparecido, pero la chiquilla ya no estaba, y quizá todavía se encontraba
gateando frenéticamente en algún oscuro y polvoriento túnel. Al parecer,
llevaba escondida cierto tiempo al lado del conducto del aire. Claire encontró
envoltorios de chocolatinas y una manta vieja debajo de la abertura, en el
patético escondite situado detrás de las tres armaduras que estaban de pie.
Claire se apresuró a regresar a la oficina de Irons en cuanto se dio cuenta
de que Sherry no iba a regresar. Tenía la esperanza de que quizás él le pudiera
indicar dónde terminaba en túnel de ventilación... pero Irons había
desaparecido, junto con el cuerpo de la hija del alcalde.
Claire se quedó allí, de pie en mitad del despacho del jefe de policía,
vigilada por los ojos de cristal de expresión vacía de las morbosas piezas de
decoración, y por primera vez desde que llegó a la ciudad se sintió realmente
insegura con respecto a lo que debía hacer a continuación. Había comenzado
todo aquello para encontrar a Chris, una preocupación que se había
transformado en esquivar zombis, seguir pegada a León y evitar todo posible
contacto innecesario con el macabro jefe de policía Irons, por ese preciso orden.
Pero en algún punto entre el momento en que encontró a aquella chiquilla y el
instante en que había oído aquel estremecedor aullido, sus prioridades habían
cambiado de forma repentina y completa. Una niña se había visto atrapada en
aquella pesadilla, una criatura dulce y pequeña que creía que un monstruo la
estaba persiguiendo.
Y que quizás existe de verdad. Si tu mente puede aceptar que existen zombis en
Raccoon City, ¿por qué no un monstruo? Demonios, ¿por qué no ya vampiros o robots
asesinos?
Quería encontrar a Sherry, pero no sabía por dónde empezar. También
quería encontrar a su hermano mayor, pero tampoco tenía ni idea de dónde
podía encontrarlo... y empezaba a preguntarse si él realmente tendría alguna
idea de lo que había ocurrido en Raccoon City.
Él había evitado responder a sus preguntas sobre el motivo de la
suspensión de los STARS la última vez que había hablado con él. Chris le había
insistido en que no había nada por lo que preocuparse, que su equipo y él se
habían enfrentado con ciertos problemas de índole política en la oficina y que
habían salido malparados, pero que todo se iba a arreglar. Ella ya se había
acostumbrado a sus manías protectoras, pero cuando lo recordó de nuevo, ¿no
era más bien que había sido muy evasivo? Y los STARS habían estado
investigando los asesinatos caníbales, así que tampoco era necesario ser un
genio para relacionar aquello con toda la actividad devoradora de carne que se
estaba desarrollando por aquellos alrededores...
Y eso significa... ¿qué? ¿Qué significa? ¿Que Chris y sus compañeros habían
descubierto algún plan malvado y me lo estaba ocultando?
No tenía ni idea. Lo único que sabía era que no creía que él estuviera
muerto, y que su plan de encontrar a Chris o a León había quedado en segundo
plano frente a su necesidad de encontrar a Sherry. Por mala que fuera la
situación, Claire disponía de unas cuantas defensas: tenía un arma, tenía cierta
madurez emocional y, después de casi dos años de carreras de diez kilómetros
diarias, estaba en una excelente forma física. Sin embargo, Sherry Birkin no
podía tener más de once o doce años, a lo sumo, y parecía frágil, en todos los
sentidos de la palabra, desde su pelo rubio lleno de polvo y suciedad hasta la
desesperada ansiedad de sus grandes ojos azules. La chiquilla había despertado
todos los instintos protectores de Claire y...
¡Thump!
Una vibración pesada y hueca recorrió todo el techo de la estancia e hizo
temblar la gran lámpara del despacho de Irons. Claire miró instintivamente
hacia arriba mientras empuñaba su pistola con más fuerza por puro reflejo. No
se veía nada más que madera y escayola, y el sonido no se repitió.
Algo en el tejado... ¿pero qué demonios puede haber causado un ruido como ése?
¿Un elefante aterrizando en paracaídas?
Quizá se trataba del monstruo de Sherry. El feroz rugido que había oído en
la sala de exposiciones de armaduras había llegado a través del conducto de
ventilación o de la chimenea, así que había sido imposible determinar su punto
de origen, pero perfectamente podía haber sido el tejado. Claire no estaba muy
dispuesta ni muy deseosa de encontrarse cara a cara con el ser que había
lanzado aquel aullido, pero Sherry estaba segura de que la criatura la estaba
siguiendo...
¿Así que si encuentras al que aúlla, encuentras a Sherry? No es mi ideal de un
plan perfecto, pero no tengo mucho donde escoger en este momento. Puede que sea el
único modo de encontrarla...
O quizás era Irons el que estaba allí arriba. A pesar del mal sabor de boca
que le había dejado su encuentro con él, lamentaba no haber intentado sacarle
algo más de información. Loco o no, no le había parecido estúpido. Puede que
no fuera tan mala idea encontrarse de nuevo con él, al menos para hacerle unas
cuantas preguntas sobre el sistema de ventilación.
No sabría nada hasta que se pusiese en movimiento. Claire se dio la vuelta
y salió por la puerta del despacho que daba al pasillo exterior, donde había
apagado el incendio provocado por la colisión del helicóptero. El humo se había
disipado en el pasillo de al lado, y aunque el aire todavía estaba caliente, ya no
era el calor de un incendio en toda regla. Al menos, con aquello había tenido
éxito...
Claire regresó al pasillo principal, esquivando con la mirada lo que
quedaba del cadáver del piloto, cuando...
¡Crraaaacc!
Se detuvo en seco al oír un tremendo crujido provocado por una gran
superficie de madera al astillarse, seguido por los pasos pesados de alguien que
debía ser enorme y que estaba atravesando el pasillo que había más allá de la
siguiente esquina. Todos los ruidos tenían un matiz deliberado y atronador.
El tío debe de pesar una tonelada, y... Oh, Dios, dime que no era el ruido de una
puerta al ser arrancada de cuajo...
Claire miró rápidamente hacia atrás, hacia el pequeño pasillo que llevaba
de vuelta al despacho de Irons, con todos sus instintos gritándole que echara a
correr al mismo tiempo que su parte racional le recordaba que aquella ruta de
escape no tenía salida, por lo que su cuerpo se quedó paralizado entre ambas
reacciones contrapuestas...
Y justo en ese instante, apareció el hombre más grande que jamás hubiera
visto, ante su atónita mirada, medio oculto por las escasas volutas de humo que
quedaban en el pasillo. Estaba vestido con un largo abrigo de color verde oliva,
como los del ejército, que resaltaba su enorme tamaño. Era tan alto como una de
las estrellas de la liga de baloncesto... No, era más alto, pero su cuerpo era
proporcionado, por lo que su tamaño era enorme. Pudo ver un gran cinturón de
trabajo alrededor de su cintura, y aunque no distinguió arma alguna, sintió la
violencia que emanaba de él en oleadas invisibles. Vio su cara de tez blancuzca
y enfermiza, su cráneo sin cabello... y de repente, Claire estuvo segura de que
aquello era realmente un monstruo, un asesino con puños cubiertos de guantes
negros, puños tan grandes como una cabeza humana normal.
¡Dispara! ¡Dispárale!
Claire le apuntó, pero dudó por un segundo, temiendo cometer un terrible
error... hasta que aquello dio un largo paso hacia ella con sus piernas como
troncos y oyó el crujir de la madera astillándose bajo sus grandes botas como las
del monstruo de Frankenstein, y vio sus ojos negros rodeados de rojo. Eran
como pozos repletos de lava rodeados por un peñasco blanco desigual, sin
expresión pero con capacidad de ver. Su mirada se encontró con la de ella... y
alzó un tremendo puño: la amenaza era inconfundible.
Dispara-dispara-dispara...
Apretó el gatillo una, dos veces, y vio los impactos: un trozo de la solapa
de su abrigo saltó en pedazos cuando la bala se hundió debajo de su garganta y
un poco hacia un lado, y el segundo proyectil atravesó por completo un lado de
la garganta...
El monstruo dio otro paso sin que apareciera el menor rastro de emoción
en sus rasgos tallados en piedra, con el puño todavía en alto, en busca de un
objetivo, con la intención de aplastarlo...
El agujero negro y humeante en su garganta no estaba sangrando. ¡Oh, mierda!
Claire sintió un acelerón en su cuerpo debido a la descarga de adrenalina
provocada por el terror y apuntó la pistola hacia el corazón de la criatura.
Apretó el gatillo una y otra vez mientras el gigante daba otro paso avanzando
hacia la lluvia de proyectiles sin ni siquiera pestañear...
Claire perdió la cuenta de los disparos, incapaz de creer que siguiera
avanzando hacia ella, que estuviera a menos de tres metros mientras los
proyectiles se estrellaban contra su mastodóntico pecho...
La pistola se quedó sin balas, justo en el momento en que el monstruo dejó
de dar sus enormes pasos y comenzó a bambolearse como un enorme tronco
mecido por el viento. Claire sacó otro cargador de su chaleco sin apartar la vista
del oscilante monstruo y manoteó intentando meterlo en la pistola mientras su
cerebro procuraba darle un nombre a aquel aborto andante.
Terminator, el monstruo del doctor Frankenstein, el Doctor Malvado, el Señor X...
Fuese lo que fuese, las más de siete balas semiperforantes que habían
atravesado su pecho habían cumplido su misión.
La tremenda criatura cayó poco a poco y en silencio hacia la derecha,
desplomándose contra una pared ennegrecida por el humo. Se quedó allí,
medio reclinada, sin caer tumbada, pero sin moverse más tampoco.
Ha caído en un ángulo raro, eso es todo, pero está muerto, sólo se ha quedado así
por su propio peso...
Claire no se acercó y mantuvo su arma apuntada hacia el gigante inmóvil.
¿Había sido él quien había gritado de esa manera? No lo creía, a pesar de su
aspecto inhumano y poderoso. No era el demonio furibundo y primitivo que
debía haber lanzado aquel grito en su búsqueda de sangre. Este ser era más
bien una máquina sin alma, una carne sin sangre que podía hacer caso omiso al
dolor... o aceptarlo sin problemas.
—Ya está muerto, así que ya no importa—susurró Claire, tanto para
tranquilizarse a sí misma como para cortar la interminable sucesión de
pensamientos sin sentido.
Tenía que pensar, que averiguar qué era aquello... Eso no era alguna
especie de zombi mutante, así que ¿qué demonios era? ¿Por qué no había caído
antes? Casi había vaciado un cargador completo... ¿Habría alguien oído los
disparos? ¿Quizá Sherry, o Irons, o incluso León? Quizás alguno de ellos o
cualquiera que estuviese rondando todavía por la comisaría los habría oído y se
acercaría para saber quién era. ¿Debería quedarse allí?
La criatura a la que ella ya había comenzado a llamar como el Señor X ya
no respiraba, y su musculoso cuerpo estaba inmóvil, con los ojos cerrados y el
rostro inerte como la máscara de la muerte. Claire se mordió el labio inferior
mientras contemplaba a la increíble criatura medio apoyada en la pared e
intentaba pensar en algo con claridad en mitad de sus aterradas sensaciones...
cuando vio que sus ojos se abrían, sus brillantes ojos negros y rojos. Sin mostrar
gesto alguno de esfuerzo o dolor, el Señor X se inclinó hacia atrás para
recuperar el equilibrio y ponerse en pie, bloqueando todo el pasillo y
levantando de nuevo sus gigantescas manos...
Con un tremendo movimiento, balanceó los brazos y sus puños
atravesaron velozmente el aire, pasando a escasos centímetros de ella justo
cuando trastabillaba dando un paso atrás. El impulso fue suficiente para que
sus dos manos atravesasen la pared en la que había estado apoyada momentos
antes. El impacto hizo que los dos puños se enterrasen y sus brazos quedasen
atascados en la madera y la escayola hasta los codos.
Mi cuerpo, podría haber sido MI cuerpo...
Si huía hacia la oficina de Irons, quedaría atrapada. Sin pensarlo dos veces,
Claire echó a correr hacia el Señor X, pasando como una exhalación a su lado, y
su brazo llegó a rozar su abrigo, con su corazón perdiendo un latido cuando el
tejido rozó su piel.
Siguió corriendo, dobló a la izquierda y atravesó lo que quedaba de pasillo
cargado de humo, intentando recordar qué había detrás de la sala de espera,
intentando no oír los inconfundibles ruidos de movimiento a su espalda cuando
el Señor X sacó de un tirón sus brazos de la pared. Dios, ¿qué es ESO?
Claire llegó a la sala de espera y cerró la puerta tras de sí de golpe
mientras seguía corriendo y decidió que ya lo pensaría más tarde. Corrió, sin
dejar de pensar en otra cosa que no fuera cómo lograr correr con mayor rapidez
aún.
Ben Bertolucci estaba oculto en la última celda de la habitación más alejada
del garaje, metido en un pequeño camastro de metal y roncando con fuerza.
Ada mantuvo la expresión de su cara cuidadosamente neutral y dejó que León
lo despertara. No quería parecer ansiosa por hablar con él, y si algo había
aprendido en sus relaciones con los hombres era que siempre resultaba más
fácil manejarlos si creían que estaban al mando. Ada miró a León con una
paciencia que en realidad no sentía y esperó.
Habían registrado una perrera vacía y un sinuoso pasillo de cemento antes
de encontrarlo, y aunque el aire estancado apestaba a sangre y a podredumbre,
no habían tropezado con ningún cuerpo, lo que era extraño, si se tenía en
cuenta la matanza que, ella sabía, se había producido en el garaje. Pensó en
preguntarle a León si él sabía lo que había pasado, pero luego decidió que
cuanto menos hablara, mejor. No tenía sentido que él se acostumbrara a que ella
estuviera cerca. Había visto un portillo de acceso a las zonas inferiores en una
de las perreras, con una reja oxidada y en un rincón oscuro, y se había sentido
más tranquila después de ver una palanqueta en un armario abierto cercano.
Cuando por fin había visto a Bertolucci roncando delante de ellos, pensó que
por fin la situación empezaba a estar bajo control.
—Déjame adivinar —dijo León en voz bien alta, mientras extendía la mano
para golpear los barrotes de metal con la culata de su pistola—. Tú debes de ser
Bertolucci, ¿verdad? Levántate, ahora.
Bertolucci gruñó y se levantó lentamente para quedarse sentado por
último mientras se frotaba la barba sin afeitar de varios días. Ada resistió la
tentación de sonreír al verlo con aquel aspecto tan horrible, con las ropas
completamente arrugadas y su lacia coleta despeinada, mirándolos a ella y a
León con el entrecejo fruncido y el aspecto de estar algo confuso.
Pero todavía lleva puesta su corbata. El pobre idiota probablemente piensa que le
da más apariencia de periodista.
—¿Qué queréis? Estoy intentando dormir.
Parecía malhumorado, y Ada tuvo que contener de nuevo una sonrisa. Se
lo merecía por ser tan difícil de encontrar.
León la miró, también con aspecto de estar un poco confundido.
—¿Es éste el tipo que buscas?
Ella asintió, y de repente se dio cuenta de que León probablemente creía
que Bertolucci era un preso. La conversación disiparía rápidamente aquella
idea, pero ella no quería que León supiera más de lo necesario, de modo que
tendría que escoger con cuidado sus palabras.
—Ben —dijo mientras imprimía sus palabras con un ligero tono de
desesperación—. Les dijiste a los agentes que sabías lo que estaba ocurriendo en
la ciudad, ¿verdad? ¿Qué les dijiste?
Bertolucci se puso en pie y se quedó mirándola, frunciendo los labios.
—¿Y quién demonios eres tú?
Ada hizo caso omiso del comentario y subió un grado su tono de
desesperación, pero sólo un poco. No quería pasarse en su actuación como
hembra indefensa: aquello no pegaba nada con el hecho de que hubiera
sobrevivido durante tanto tiempo.
—Estoy intentando encontrar a... a un amigo mío, John Howe. Trabajaba
en una oficina de Umbrella con sede en Chicago, pero desapareció hace unos
cuantos meses, y me han dicho que estaba aquí, en esta ciudad...
Dejó la frase en el aire, observando con detenimiento la expresión de
Bertolucci. Estaba claro que sabía algo, pero ella no creía que lo fuera a soltar
con tanta facilidad.
—No sé nada de nada —repuso con un tono de voz gruñón y áspero—. Y
aunque lo supiera, ¿por qué iba a decírtelo?
Muy original. Si el poli no estuviese aquí estorbando, probablemente le dispararía
aquí mismo y ahora.
La verdad es que ella sabía que en realidad no lo haría. No le gustaba
matar por matar o por pura diversión, y pensaba que probablemente obtendría
toda la información que necesitaba con alguno de sus métodos más
persuasivos: si sus considerables encantos femeninos no funcionaban, siempre
le quedaba el recurso del tiro en la rodilla. Por desgracia, no podía hacer nada
con el agente León por allí cerca. No había planeado su encuentro, pero, por el
momento, no le quedaba más remedio que permanecer a su lado.
Era bastante obvio que al agente de policía no le había gustado ni un pelo
la respuesta de Bertolucci.
—Bueno, yo voto por que lo dejemos aquí dentro —dijo con voz molesta,
dirigiéndose a Ada pero sin dejar de mirar a Bertolucci con un gesto de
irritación más que evidente.
Bertolucci sonrió a medias mientras metía una mano en uno de sus
bolsillos y sacaba un manojo de llaves plateadas: las llaves de las celdas en su
correspondiente llavero circular. Ada no se sorprendió, pero León pareció aún
más cabreado.
—Por mi bien —dijo Bertolucci con aire satisfecho—. De todas maneras, no
pienso abandonar esta celda. Es el lugar más seguro de todo el edificio. Por ahí
rondan otros seres que no son zombis, podéis creerme.
Por el modo en que lo dijo, Ada pensó que probablemente tendría que
matarlo de todas maneras. Las instrucciones de Trent habían sido muy claras: si
Bertolucci sabía algo sobre el trabajo de Birkin con el virus-G, debía eliminarlo.
No conocía el motivo exacto, ni siquiera estaba segura de sospecharlo, pero ésa
era su misión. Si lograra quedarse unos cuantos momentos a solas con él, podría
asegurarse de cuánto sabía realmente.
La cuestión era, ¿cómo lograrlo? No quería tener que dispararle a León.
Por regla general, no mataba a gente inocente y, además, le gustaban los
policías. No es que fueran necesariamente el tipo de personas más inteligentes
con las que se había encontrado, pero cualquiera que aceptara un trabajo en el
que era necesario poner la propia vida en juego merecía su respeto. Y, para
colmo, tenía buen gusto por lo que se refería al armamento: la Desert Eagle era
una elección excelente, una de las mejores de su lista...
Así que, ¿por qué lo racionalizas todo? Si lo despisto y luego regreso no significa
que me esté volviendo blanda...
¡Raaaarghaaahggg!
Un aullido inhumano y repleto de violenta ferocidad resonó en el tenso
silencio. Ada se giró inmediatamente con la Beretta en alto, apuntando hacia la
puerta que llevaba a la salida a través de la zona de celdas vacías. Fuese lo que
fuese, era algo que estaba en el sótano...
—¿Qué ha sido eso? —preguntó León a su espalda con un susurro.
Ada deseó conocer la respuesta. El eco todavía resonante del aquel feroz
aullido no se parecía a nada que hubiese oído antes en toda su vida... y nada
para lo que ella estuviera preparada para oír, aun sabiendo como sabía en qué
consistían los experimentos de Umbrella.
—Como ya he dicho antes, no pienso abandonar esta celda —repitió
Bertolucci, con voz ligeramente temblorosa—. ¡Ahora, largaos antes de que
atraigáis a lo que sea eso hasta mí!
Cobarde rastrero...
—Mira, es posible que yo sea el único policía que queda con vida en este
edificio —le dijo León.
Algo en la mezcla de miedo y fuerza en el tono de su voz hizo que Ada
mirara hacia atrás, hacia él. La mirada del agente estaba fija en Bertolucci, y sus
ojos azules mostraban una expresión dura y aguda.
—Así que si quieres seguir con vida, tendrás que venir con nosotros.
—Olvídalo —respondió Bertolucci con brusquedad—. Me quedaré aquí
hasta que lleguen los refuerzos... y, si sois listos, haréis exactamente lo mismo.
León meneó lentamente la cabeza.
—Pueden pasar días antes que llegue nadie, así que nuestra mejor
oportunidad de sobrevivir es encontrar un modo de salir de Raccoon City. Y ya
has oído ese aullido. ¿De verdad quieres recibir una visita de esa criatura?
Estaba impresionada: alguna de las criaturas más monstruosas creadas por
Umbrella estaba cerca de ellos en ese instante, y León estaba intentando salvar
el despreciable pellejo del periodista.
—Me arriesgaré —dijo Bertolucci—. Buena suerte en lo de salir. Vais a
necesitarla...
El desastrado periodista se acercó hasta los barrotes y paseó su mirada del
uno al otro mientras se pasaba la palma de la mano por el grasiento cabello.
—Escuchad —dijo con voz más amable—. Existe una perrera en la parte
trasera del edificio que tiene un portillo de acceso. Podéis llegar hasta las
alcantarillas desde allí. Probablemente es el modo más rápido de salir de la
ciudad.
Ada suspiró en su interior. Estupendo: se acabó su ruta secreta de acceso a
los laboratorios de Umbrella. Si dejaba atrás a León y lo despistaba, sólo
tardaría cinco minutos en encontrarla de nuevo.
Siempre puedes matarlo, si no queda más remedio. También puedes despistarlo en
el interior de las alcantarillas y regresar luego por Bertolucci mientras él te despeja el
camino.
A diferencia de Bertolucci, no quería ver ni de lejos a la criatura que había
lanzado aquel aullido espantoso, y ahora que sabía que el periodista no se iba a
mover de allí, el siguiente paso lógico era despistar al policía.
Hay que ver las cosas que llego a hacer para evitar inútiles derramamientos de
sangre...
—Muy bien, voy a comprobarlo —dijo, y, sin esperar la respuesta de León,
se dio la vuelta y echó a correr hacia la puerta.
—¡Ada! ¡Ada! ¡Espera!
Ella hizo caso omiso de sus gritos y pasó corriendo al lado de los calabozos
hasta llegar al frío garaje, aliviada al ver que el pasillo todavía estaba despejado,
y también sintiéndose un poco nerviosa por su repentina resistencia a
simplificar la situación. El asunto sería mucho más fácil si se limitaba a
eliminarlos a ambos. Era una decisión que habría tomado sin dudarlo ni un
segundo si las circunstancias hubieran sido diferentes, pero estaba harta de ver
tanta muerte, harta y cansada y asqueada con Umbrella por lo que habían
llegado a realizar. No iba a matar al policía a menos que no le quedara más
remedio.
¿Y qué ocurriría si llegaba a tener que hacerlo? ¿Y si se daba el caso de que tuviera
que elegir entre la vida de un inocente y el éxito de su trabajo?
El solo hecho de estar haciéndose aquella pregunta le indicaba más sobre
su estado mental de lo que estaba dispuesta a admitir. Llegó a la puerta de la
perrera e inspiró profundamente, expulsando todo rastro de duda de su mente.
Entró en las alcantarillas para esperar a León Kennedy.
Capítulo 14
Era tan bella... Incluso muerta, Beverly Harris estaba radiante, pero Irons
no podía arriesgarse a que se despertara mientras él no estaba mirando. Dobló
con mucho cuidado su cuerpo y lo metió en el armario de piedra que había
debajo del lavadero. Lo cerró con el pestillo mientras se prometía a sí mismo
que volvería más tarde a por ella en cuanto tuviera tiempo. Ella sería el animal
más exquisito que jamás hubiera transformado, eternamente perfecta en cuanto
la hubiera preparado de la manera adecuada. Era un sueño hecho realidad. Si
tengo tiempo. Si me queda tiempo.
Sabía que estaba compadeciéndose de sí mismo de nuevo, pero no había
nadie más con quien desahogarse, nadie que se diera cuenta de la enorme
magnitud de todo lo que había sufrido. Se sentía fatal, triste y furioso y solo,
pero también sentía que por fin la situación se había aclarado de forma
definitiva. Él se había dado cuenta, por fin se había dado cuenta de por qué lo
perseguían, y aquel conocimiento le había permitido concentrarse. Por
deprimente que fuera la verdad, al menos ya no estaba perdido.
Umbrella. Una conspiración de Umbrella para destruirme, en eso ha consistido
todo esto...
Irons se sentó en la desgastada y manchada mesa del Santuario, su lugar
privado y especial, y se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que la joven
viniera a por él. Aquella que tenía aquel cuerpo tan atlético, aquella que se
había negado a darle su nombre. En cierto modo, ella era la responsable de la
claridad mental que acababa de encontrar. Se trataba de una ironía que no
podía evitar apreciar: había sido su repentina aparición la que le había
proporcionado una visión de la verdad.
Ella lo encontraría, por supuesto. Era una espía de Umbrella, y era
bastante obvio que Umbrella llevaba mucho tiempo vigilándolo. Probablemente
tenían listas de todo lo que poseía, tomos enteros de informes de resultados
psicológicos, incluso copias de sus cuentas bancarias. Todo tenía sentido ahora
que había dispuesto de un poco de tiempo para pensar. Él era el hombre más
poderoso de todo Raccoon City, y Umbrella había planeado su caída hasta el
más mínimo detalle, había programado cada golpe bajo para causarle la mayor
agonía posible.
Irons se quedó mirando sus tesoros, sus herramientas y sus trofeos
dispuestos en las estanterías que tenía frente a él, pero no sintió el orgullo
habitual que le inspiraban. Todos aquellos huesos pulidos eran simplemente
algo que mirar mientras su mente funcionaba, absorbido como estaba por la
traición de Umbrella.
Unos cuantos años antes, cuando había comenzado a aceptar dinero para
cerrar los ojos ante los delitos de la compañía, todo había sido diferente. En
aquel entonces, todo lo había basado en la política, en encontrar su hueco en la
estructura del poder que realmente controlaba Raccoon City. Y todo había
funcionado a la perfección durante mucho tiempo: su carrera había progresado,
había logrado el respeto de los demás funcionarios y de los ciudadanos por
igual, y sus inversiones habían dado fruto en la mayoría de los casos. La vida
había sido completamente maravillosa.
Y entonces apareció Birkin. William Birkin, la neurótica de su mujer y la
bastarda de su hija.
Después del escape del virus en la mansión Spencer, casi se había
convencido de que los STARS y el maldito capitán Wesker habían sido los
causantes de todos los problemas, pero ahora veía con mayor claridad que
había sido la llegada de Birkin y de su familia, hacía ya casi un año, lo que había
dado comienzo a su racha de mala suerte, la destrucción de la mansión Spencer
sólo había precipitado la situación. Era muy probable que Umbrella lo hubiera
estado vigilando desde el día que conoció a Birkin. Al principio, sólo lo habían
vigilado: observándolo, instalando micrófonos y cámaras. Los espías habrían
llegado más tarde...
Los Birkin habían llegado a Raccoon City para que William hallara una
síntesis superior del virus-T, basándose en las investigaciones que se habían
llevado a cabo en los laboratorios de la mansión Spencer. William era a veces
muy peculiar y muy desagradable, pero desde el principio le cayó bien a Irons.
William había sido el chico prodigio de Umbrella, pero, al igual que Irons, no
era del tipo de persona que se vanagloriaba de su posición. William era un
hombre humilde, interesado sólo en llevar a su máxima capacidad todo su
potencial intelectual. Ambos habían estado demasiado ocupados para
desarrollar una amistad profunda, pero habían sentido un respeto mutuo. A
menudo, Irons se había percatado de que William lo admiraba...
Y mi mayor error fue permitirlo. Permitir que mi bondad hacia él enturbiara mis
instintos, y aquello impidió que me diera cuenta de que me estaban vigilando a todas
horas y desde el principio.
La pérdida de los laboratorios de la mansión Spencer había sacudido con
bastante fuerza la jerarquía de Umbrella, y sólo unos cuantos días después de la
explosión, Annette Birkin se había puesto en contacto con él para entregarle un
mensaje de su marido... y para pedirle un favor. Birkin estaba preocupado por
la posibilidad de que Umbrella le exigiera que entregara la nueva síntesis, el
virus-G, antes de que estuviera realmente lista. Al parecer, estaba bastante
insatisfecho con las aplicaciones sufridas por su trabajo anterior. Tenía algo que
ver con la prohibición de Umbrella de que perfeccionara el proceso de
replicación, pero no lo recordaba con exactitud. Umbrella deseaba recuperarse
del desastre económico que había supuesto la pérdida de la mansión Spencer, y
los Birkin temían que sus ejecutivos pusieran en peligro la integridad del virus,
que todavía no había sido puesto a prueba. Birkin le había pedido ayuda a
través de Annette y le había ofrecido un pequeño incentivo económico para que
todo fuera justo. Por cien mil de los grandes, lo único que tenía que hacer era
ayudarlo a mantener oculto el virus-G. En resumen, vigilar la posible presencia
de espías de Umbrella y no perder de vista a los miembros supervivientes de
los STARS para impedir que efectuaran más «descubrimientos» sobre sus
investigaciones.
Eso era todo. Cien mil dólares por hacer algo que ya estaba realizando: vigilar mi
ciudad y no perder de vista a ese pequeño grupo de problemáticos rebeldes. Fácil, dinero
fácil, y tendría más si todo salía como estaba planeado. Pero se trataba de una trampa,
una trampa de Umbrella...
Irons se había metido de cabeza en ella, y fue en ese preciso momento
cuando Umbrella comenzó a conspirar contra él, utilizando toda la información
que ya había reunido para sellar su destino. De otro modo, ¿cómo era posible
que todo empezase a ir tan mal con tanta rapidez? Los STARS habían
desaparecido, después lo había hecho Birkin, y antes de que tuviera tiempo
siquiera de estudiar y evaluar la situación, los ataques caníbales comenzaron de
nuevo. Apenas le había dado tiempo de aislar Raccoon City antes de que todo
se fuera al carajo.
Y todo porque quise ayudar a un amigo, y nada menos que para mayor beneficio de
la compañía. Trágico.
Irons se puso en pie y comenzó a andar lentamente en círculos alrededor
de la mesa de corte, recorriendo con el dedo los tajos y las cuchilladas marcadas
en la madera. Detrás de cada una de aquellas señales había una historia, el
recuerdo de un logro. Sin embargo, tampoco esta vez pudo encontrar consuelo
en ello. El tranquilo y fresco ambiente del Santuario siempre lo relajaba. Era
donde practicaba sus aficiones, donde realmente era capaz de ser él mismo...
pero aquello se había acabado. Todo se había acabado. Umbrella había logrado
arrebatárselo, lo mismo que le había arrebatado la ciudad. ¿Tan descabellado
era pensar que habían soltado su propio virus para derribarlo, para lograr
quitarle el poder, y que luego habían enviado a la chica de pelo castaño y de
escasas ropas para burlarse de él? Si no, ¿por qué era tan atractiva? Ellos
conocían sus debilidades, y estaban dispuestos a sacar partido de ellas, en un
intento por impedir que le quedara el mínimo retazo de dignidad...
Y dentro de poco vendrá por mí. Quizá seguirá jugando a ser inocente e ingenua,
tal vez todavía intente seducirme con su aspecto de indefensión. Una asesina de
Umbrella, una espía y una profesional, eso es lo que es. Probablemente se estaba riendo
de mí tras esa linda cara...
Quizás el escape había sido de verdad un accidente. William Birkin había
mostrado un aspecto un poco paranoico y exhausto la última vez que se habían
visto, y además los accidentes ocurren incluso en la mejor de las condiciones, y
no digamos en aquéllas. Pero los demás eran hechos demostrados, y no cabía
otra posibilidad para explicar la completa ruina en que se había convertido su
vida. Aquella chica iba por él, la había enviado Umbrella y la había enviado
para asesinarlo. Y no se conformaría con eso. Oh, no, encontraría a Beverly y... y
la profanaría de algún modo, sólo para asegurarse de que no quedaba nada de
lo que para él representaba algo en la vida.
Irons miró alrededor, la pequeña estancia que había sido completamente
suya, deteniendo la mirada en sus instrumentos, que estaban pulidos por el uso,
así como mobiliario, impregnados por los familiares aromas del desinfectante y
del formol que también emanaban de las rugosas paredes de piedra.
Mi Santuario. Mío.
Recogió la pistola que estaba sobre su mesa de cortes especiales, la VP70
que todavía era suya, y sintió que una sonrisa amarga curvaba sus labios. Su
vida se había acabado, se había dado cuenta de ello. Todo aquel asunto había
comenzado con Birkin, y acabaría allí, por su propia mano, pero todavía no.
Todavía no.
La chica vendría a buscarlo; él la mataría antes de despedirse
definitivamente de Beverly, antes de admitir su derrota pegándose un tiro. Pero
antes, él se encargaría personalmente de que la asesina entendiera todo lo que él
había llegado a sufrir. Ella pagaría en sus propias carnes cada una de las
torturas por las que él había tenido que pasar, y la factura infligiría en sus
músculos y en sus huesos todo el dolor que él fuera capaz de causar.
Iba a morir, pero no moriría solo, y no sin oír a la chica gritar de agonía,
creando así una voz para la muerte de sus sueños: una voz tan clara y auténtica
que su eco llegaría incluso a los negros corazones de los ejecutivos que lo
habían traicionado.
La oficina de los STARS estaba vacía y desordenada, además de fría y de
cubierta de polvo, pero Claire se resistía a marcharse. Después de su
atropellada y aterrorizada huida a través de los pasillos repletos de cadáveres
de la segunda planta, encontrar el lugar donde su hermano había pasado sus
horas de trabajo durante tantos días la había dejado débil por la sensación de
alivio. El Señor X no la había seguido, y aunque estaba ansiosa por encontrar a
León y por ayudar a Sherry, descubrió que estaba retrasándose a propósito, que
tenía miedo a salir de nuevo a los fríos pasillos sin vida... y que dudaba en
abandonar el único lugar donde sentía la presencia de Chris.
¿Dónde estás, hermano mayor? ¿Qué voy a hacer? Zombis y fuego, muerte, tu
estrambótico jefe Irons y esa pequeña niña perdida. .. y justo cuando pensaba que esta
enloquecida situación no podía empeorar, tengo que enfrentarme a El Ser Que No
Quería Morir, la locura de todas las locuras. ¿Cómo voy a superar todo esto?
Se sentó en la mesa de Chris y se quedó mirando la pequeña tira de
fotografías en blanco y negro que había encontrado en uno de los cajones de la
mesa. Las cuatro instantáneas eran de ellos dos gesticulando y poniendo caras
en un fotomatón, un recuerdo de la semana que habían pasado juntos en Nueva
York las últimas Navidades. El hallazgo de esas fotografías casi la había hecho
llorar, y todo el miedo y la confusión que había contenido surgieron por fin al
ver su sonrisa encantadora. Sin embargo, cuanto más miraba su cara o bien la
imagen de ellos dos riendo y pasándolo bien, mejor se sentía. No contenta, ni
siquiera bien, y no menos temerosa de lo que se avecinaba, simplemente mejor.
Más tranquila. Más fuerte. Ella lo quería a rabiar, y sabía que dondequiera que
él se encontrase, también estaría pensando en ella. Y si los dos habían sido
capaces de sobrevivir a la terrible pérdida de sus padres, de reconstruir sus
vidas y de compartir unas locas Navidades a pesar de no tener un hogar
propiamente dicho al que ir, podrían enfrentarse a cualquier situación. Ella
podría.
Podría y lo haría. Encontraré a Sherry y a León y, si Dios quiere, encontraré a mi
hermano, y todos juntos vamos a salir de Raccoon City.
La verdad es que tampoco le quedaba otra opción, pero necesitaba pasar
por todo el proceso de la aceptación de su escasez de opciones para poder
actuar. Había oído decir que el valor no era la ausencia de miedo, sino la
aceptación de ese miedo y de hacer lo que fuese necesario en ese momento. En
cuanto estuvo sentada y se quedó pensando en Chris, creyó estar preparada
para hacerlo.
Claire inspiró profundamente, se metió las fotografías en el chaleco y se
alejó de un pequeño salto de la mesa. No sabía hacia dónde se dirigía el gran
Señor X, pero no parecía del tipo de personas que se quedan a la espera.
Volvería a la oficina del jefe Irons y comprobaría si Sherry había regresado, o
Irons, ya puestos. Si el Señor X todavía estaba por allí, siempre podría echar
otra vez a correr.
Además, debería haber registrado su despacho en busca de alguna información
sobre los STARS, porque aquí no hay nada que me indique qué ha pasado con ellos...
Echó un último vistazo alrededor allí en medio, de pie, deseando que la
oficina de los STARS le hubiera proporcionado algo más de información. Lo
único que había encontrado era un libro detrás de la mesa de Chris. Según
indicaba la tarjeta de biblioteca que estaba en una de sus solapas, pertenecía a
Jill Valentine. Claire no la había conocido personalmente, pero Chris le había
hablado de ella en un par de ocasiones y había mencionado que era muy buena
tiradora con la pistola...
También es mala suerte que no haya dejado ninguna en el cajón de su mesa.
Estaba claro que los miembros del equipo habían retirado todo el material
de importancia después de que los suspendieran, aunque todavía quedaba un
número sorprendentemente elevado de objetos personales, desde fotografías
enmarcadas hasta tazas de café con el nombre de cada uno. Había descubierto
cuál era la mesa de Barry casi en el mismo momento en que entró gracias a la
maqueta de pistola de modelismo semiacabada que había en ella. Barry Burton
era uno de los mejores amigos de Chris, un tipo enorme como un oso y con una
enorme afición a las armas. Claire tuvo la esperanza de que dondequiera que se
encontrara Chris, Barry se hallaría cerca de él protegiéndole la espalda... a ser
posible, con un lanzacohetes.
Y hablando de eso...
Sobre todo, lo que necesitaba encontrar era otra arma o incluso más
munición para la que tenía en ese momento. Solamente le quedaba un cargador
con trece balas, un cargador completo, y cuando se le acabaran, estaría lista de
papeles. Quizá debería detenerse a registrar algunos de los cadáveres en su
camino de regreso al ala este. Incluso a lo largo de su alocada huida se había
fijado en que algunos de los cuerpos pertenecían a policías, y también que su
pistola era la de ordenanza en algunos de ellos. A Claire no le gustaba ni un
pelo la idea de tocar alguno de aquellos cuerpos muertos, pero quedarse sin
munición era mucho peor, sin duda, sobre todo si tenía en cuenta que el Señor
X todavía estaría dando vueltas por la zona.
Claire se dirigió a la puerta y la abrió, intentando organizar sus
pensamientos al mismo tiempo que se asomaba al sombrío pasillo. Dejar atrás
la oficina de su hermano puso a prueba su resolución y su fuerza de voluntad.
Tuvo que reprimir un estremecimiento cuando recordó la imagen del Señor X
mientras cerraba la puerta a su espalda, sintiéndose de repente vulnerable de
nuevo. Giró a la derecha y comenzó a regresar hacia la biblioteca. Decidió que
no pensaría en el gigante a menos que fuese estrictamente necesario, y que no
volvería a hacer pasar por su mente el recuerdo de aquellos ojos inhumanos y
sin expresión o el modo en que había alzado su terrible puño, como si estuviese
dispuesto a destruir todo lo que encontrase en su camino...
Así que, deja de pensar en ello. En su lugar, piensa en Sherry, piensa en cómo
conseguir de una puñetera vez algo más de munición o en cómo manejar a Irons la
próxima vez que lo veas. Bueno, eso si lo encuentras. Piensa en cómo mantenerte viva.
El oscuro pasillo de madera giraba de nuevo a la derecha delante de ella, y
Claire intentó prepararse para la tarea que la esperaba. Si la memoria no le
fallaba, había un policía muerto justo al doblar la esquina...
Como si no pudiera adivinarlo por el olor... Tendría que registrarlo. No
presentaba un aspecto demasiado asqueroso. Bueno, al menos a ella no se lo
había parecido...
Dobló la esquina y se quedó inmóvil, mirando incrédula. El estómago se le
encogió y le indicó que estaba en peligro antes incluso de que sus sentidos se lo
advirtieran: el cuerpo sobre el que había saltado en su huida hacia las oficinas
de los STARS ya sólo era un montón de carne destrozada, con unos cuantos
huesos que sobresalían aquí y allá entre los ensangrentados restos y los jirones
de su uniforme. Le había desaparecido la cabeza, aunque no estaba segura de si
se la habían arrancado o la habían machacado hasta convertirla en una pulpa
irreconocible. Parecía que alguien había pasado con un hacha o con un martillo
pilón por allí y se había dedicado a mutilar el cuerpo hasta dejarlo irreconocible
durante los breves minutos que habían transcurrido desde que ella había
pasado por allí y lo había convertido en poco más que una mancha con relieve
sobre el suelo.
Pero cómo, cuándo. No he oído nada de nada...
Algo se movió. Una sombra leve y veloz pasó por encima de los restos
aplastados, a unos diez metros de donde se encontraba ella, y al mismo tiempo,
Claire oyó un extraño sonido rasposo, como una respiración...
Miró hacia arriba sin estar segura todavía de lo que veía u oía: aquella
respiración jadeante y el clac de las garras chocando contra la madera, las
propias garras, gruesas y curvadas, las garras de una criatura que no podía
existir. Era grande, del tamaño de una persona adulta, pero aquél era el único
parecido, y era un ser tan imposible, que su mente sólo fue capaz de admitirlo
por partes mientras se esforzaba por unirlas para verlo por entero: la carne
sonrosada e hinchada de la criatura desnuda y de largos miembros que colgaba
del techo; el tejido blanco y grisáceo de su cerebro parcialmente al aire; los
agujeros rodeados de cicatrices donde deberían haber estado los ojos...
No estoy viendo esto...
La criatura echó hacia atrás su redondeada cabeza, y su amplia mandíbula
se abrió. Un grueso hilo de baba oscura salió de ella y cayó salpicando sobre lo
que quedaba del policía. Aquello comenzó a extender su lengua, una lengua
rosada del mismo grosor de una anguila, con la superficie rugosa y brillante por
la humedad. Siguió saliendo y saliendo, y dejó de ser una lengua, para
transformarse en una serpiente que se desenroscaba y que danzaba de un lado a
otro. Era tan larga que incluso atravesó la carne podrida del cadáver.
Todavía incapaz de moverse, Claire se quedó mirando con una
horrorizada expresión de incredulidad cómo aquella lengua increíble se
enroscaba de nuevo con rapidez, esparciendo gotas de sangre por el aire. Todo
aquel movimiento solamente había durado un segundo, pero el tiempo parecía
haberse detenido. El corazón desbocado de Claire latía a tanta velocidad que
todo lo demás ocurría a cámara lenta... incluso la caída de la criatura al suelo de
madera, girando en mitad del aire para aterrizar en una postura agachada sobre
el cuerpo mutilado del policía.
La criatura abrió de nuevo la boca y aulló...
Y Claire pudo moverse por fin cuando el extraño y agudo grito surgió de
la garganta de aquel otro monstruo. Por fin pudo apuntar y disparar. El rugido
del arma de nueve milímetros apagó el aullido que resonaba por el estrecho
pasillo...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Y la criatura salió disparada hacia atrás, todavía chillando con aquel grito
agudo, y sus garras se agitaron en el aire. Los movimientos espasmódicos de
sus patas arrancaron grandes trozos ensangrentados del cuerpo destripado, y
Claire vio un pedazo de cuero cabelludo desgarrado con la oreja todavía intacta
estrellarse con un sonido húmedo contra la pared y quedarse allí pegado un
momento antes de deslizarse lentamente hacia el suelo...
La criatura logró poner sus patas bajo su cuerpo de algún modo y se lanzó
hacia adelante con un salto. Avanzó corriendo hacia ella como una araña sobre
sus patas a toda velocidad, agarrándose al suelo de madera con sus terribles
garras mientras continuaba chillando.
Claire disparó de nuevo sin darse cuenta de que ella también estaba
chillando. Otros tres proyectiles se estrellaron contra el ser que se lanzaba
contra ella medio agazapado sobre sus patas, y atravesaron la materia gris que
sobresalía de su cráneo abierto.
Iba a morir. Se le echaría encima en menos de un segundo y la destrozaría. Sus
garras ya estaban a escasos centímetros de sus piernas...
Y entonces, tan repentinamente como había comenzado, el ataque cesó.
Todos los miembros de su fibroso cuerpo se estremecieron y se desplomaron
mientras un líquido grisáceo brotaba de los agujeros en su cabeza, al mismo
tiempo que sus garras rascaban la madera del suelo formando un tatuaje
frenético. La criatura lanzó un gemido susurrante final y murió. Esta vez no
había posibilidad de error: le había agujereado el cerebro y no se levantaría de
nuevo.
Se quedó mirando al monstruo mientras su pasmada mente intentaba
relacionarlo con algún animal que conociera, o incluso con algún ser mitológico,
pero dejó de intentarlo al cabo de unos momentos al darse cuenta de que era
imposible. Aquello no era una criatura natural, y ahora que estaba tan cerca,
también pudo olerla: era un olor menos penetrante que el de los zombis. Era un
hedor más agrio, con un ligero tono aceitoso, más químico que animal...
Ya podría oler a galletas de chocolate, me importa una mierda. Raccoon City está
repleta de monstruos, así que ya va siendo hora de que dejes de quedarte pasmada cada
vez que veas uno de ellos.
El tono autoritario de su conciencia no era demasiado convincente. Por
mucho que quisiera sentirse decidida y valiente, que quisiese hacer pasar sus
piernas una por una por encima de aquella criatura monstruosa y seguir con su
plan, se quedó allí de pie unos instantes, considerando muy seriamente la idea
de regresar a las oficinas de los STARS, meterse dentro, cerrar la puerta con
llave y esconderse. Esconderse hasta que llegase la ayuda. Allí podría estar a
salvo...
Vamos, decídete. Haz algo. Una cosa u otra, pero deja de dudar y de lloriquear,
porque ya no se trata sólo de ti. ¿También estará Sherry a salvo todo el rato? ¿Quieres
sobrevivir a costa de su vida?
El momento de duda pasó. Claire pasó con cuidado por encima de la
criatura procurando no rozar ni siquiera su roja carne al descubierto y se
agachó al lado de los restos del policía. Con el cañón de su arma echó a un lado
un desgarrado y ensangrentado trozo de uniforme. Tragó saliva varias veces,
con el estómago en la garganta, mientras registraba la carne podrida y los
huesos rotos esforzándose en no pensar quién había sido el policía o cómo
había muerto.
Nada. Sólo le quedaban siete balas... pero se negó a dejarse llevar por el
pánico y, en lugar de eso, dejó que su desilusión alimentara su determinación
de continuar. Si podía registrar un cuerpo destrozado como aquél, podía
registrar cualquier otro.
Claire se puso en pie mientras echaba un último vistazo al deforme ser que
había matado y luego se dirigió con rapidez hacia el extremo del pasillo. Había
tomado una decisión: se acabó el esconderse y el huir llena de miedo. Como
mínimo, podría llevarse unos cuantos monstruos por delante, lo que elevaría las
posibilidades de Sherry de sobrevivir.
Era mejor morir intentándolo que no intentarlo en absoluto. No dudaría
más.
Capítulo 15
León encontró a Ada en la perrera, intentando levantar el oxidado portillo
de acceso del que les había hablado el periodista. Había sacado una palanqueta
de algún lado y tenía metida su punta bajo el borde de la pesada tapa de metal.
Sus bíceps perfectamente definidos brillaban ligeramente debido a la capa de
sudor mientras se esforzaba por empujar la barra hacia abajo. Había logrado
levantar la tapa un par de centímetros, pero la dejó caer de nuevo cuando él
entró, y el poderoso chasquido metálico resonó en la fría y vacía estancia.
Antes de que León pudiera decir nada, ella dejó a un lado la palanqueta en
el suelo de cemento y lo miró medio sonriente, frotándose las manos cubiertas
de óxido y polvo.
—Me alegro de que estés aquí. No creo que tenga la fuerza suficiente para
levantarlo yo sola...
No había estado seguro antes, pero la actitud de fragilidad e indefensión
que ella adoptaba no le pegaba. Estaba procurando engañarlo o, al menos, lo
intentaba con sutileza. Sólo conocía a Ada desde hacía veinte minutos, pero
dudaba mucho que jamás se hubiese sentido indefensa en una situación
semejante.
—A mí me parece que te las apañas bastante bien —repuso León mientras
enfundaba su arma, pero no se acercó al portillo para ayudarla. Se limitó a
cruzarse de brazos con el entrecejo ligeramente fruncido. No estaba furioso:
sólo sentía un poco de curiosidad—. Además, ¿qué prisa tienes? Pensé que
querías hablar con el periodista. Sobre John, tu amigo de Umbrella...
Su actitud de dama en apuros desapareció en un instante y sus rasgos
adquirieron una expresión dura y fría, pero no desagradable. Le dio la
impresión de que le estaba permitiendo ver su verdadera personalidad, la
mujer de personalidad fuerte y de carácter seguro que había conocido en
primer lugar. León se dio cuenta de que la había sorprendido al no apresurarse
a ayudarla, y aquello le agradó. Ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse
para encima tener que procurar evitar ser manipulado por una misteriosa
desconocida. Ella había tenido mucho cuidado en no responder a sus
preguntas, pero había llegado el momento de que la señorita Wong le explicase
unas cuantas cosas.
Ada se puso en pie y lo miró directamente a los ojos.
—Ya lo has oído: no va a decirnos nada. Y con este lugar poniéndose cada
vez más peligroso, la verdad es que no quiero quedarme por aquí mientras
espero a desarrollar una buena conciencia... —Bajó la vista, y el tono de su voz
se suavizó—. Y, además, ni siquiera sé si John está en Raccoon City. Lo que sí sé
es que no está aquí, y quiero salir de la comisaría antes de que los zombis la
invadan por completo.
Tenía sentido, pero por alguna razón que no podía precisar, sentía que ella
le estaba ocultando algo. Se esforzó durante unos cuantos segundos en pensar
un modo educado de decirle que se lo contara todo... y después pensó que más
le valía enviar al infierno sus dudas: en aquellas circunstancias, tendría que
dejar a un lado las convenciones sociales.
—¿Qué es lo que está pasando, Ada? ¿Sabes algo que no me estás
contando?
Ella levantó la vista y lo miró fijamente a los ojos, y León tuvo de nuevo la
impresión de que había vuelto a sorprenderla... pero su mirada fría y tranquila
seguía tan indescifrable como siempre.
—Sólo quiero salir de aquí —dijo, y la sinceridad de su respuesta estaba
fuera de toda duda. Aunque no se creyese nada de lo demás que había dicho, al
menos eso último era verdad por completo.
Ojalá fuese tan fácil como decirlo, pero está Claire, e incluso Ben, nuestro
conocido desagradable, y Dios sabe cuántos más...
León meneó la cabeza en un gesto negativo.
—No puedo irme. Ya lo he dicho antes: es posible que sea el único policía
que queda en todo el edificio, y si todavía hay gente con vida por aquí, mi deber
es intentar al menos ayudarla. Y creo que lo mejor sería que te quedases
conmigo.
Ada lo miró con otra de sus sonrisas a medias.
—Aprecio de veras tu preocupación por mi seguridad, León, pero puedo
cuidar de mí misma.
Él no lo ponía en duda, pero tampoco quería ver puesta a prueba su
habilidad para sobrevivir. Bueno, puede que quizás él tampoco fuera un
veterano encallecido, pero había sido entrenado para enfrentarse a situaciones
de crisis. Al fin y al cabo, era parte de su trabajo.
Además, admítelo: has perdido a Claire, no pudiste ayudar a Branagh, y a Ben
Bertolucci le importa un bledo tu supuesta capacidad para protegerlo. Lo que no quieres
es fallarle a Ada para colmo. Y, además, no quieres estar solo.
Ada pareció darse cuenta de lo que estaba pensando, y antes de que León
pudiera contestarle con un argumento convincente, se acercó hasta él y le puso
una mano en el brazo. El brillo de humor desapareció de sus ojos.
—Sé que quieres cumplir con tu trabajo aquí, pero tú mismo lo has dicho:
tenemos que encontrar un modo de salir de Raccoon City para intentar buscar
ayuda exterior, y las alcantarillas probablemente son el mejor modo de lograrlo.
El suave contacto lo sorprendió... y le provocó una descarga eléctrica en el
estómago, una inesperada oleada de calor que lo dejó confundido y
desorientado. Logró ocultar su reacción, pero a duras penas.
Ada frunció el entrecejo y continuó hablando.
—Qué te parece esta idea: ayúdame a levantar la tapa del portillo de
acceso y echemos un vistazo por ahí abajo. Si el lugar tiene un aspecto
peligroso, me vuelvo contigo, pero si no tiene mala pinta... bueno, podemos
hablar de nuestro siguiente movimiento.
Quiso protestar, pero la verdad era que no podía obligarla a hacer nada en
contra de su voluntad, y también quería demostrarle que no era un tipo
machista y sobreprotector, sino que era comprensivo y estaba dispuesta a llegar
a un acuerdo con ella...
León, ¿te suena el nombre de «John»? Esto no es una cita, por amor de Dios, así
que deja de pensar con las hormonas.
Se sintió incómodo por pensar aquello con la mano de Ada todavía posada
sobre su brazo, así que dio un paso atrás y asintió brevemente. Se agacharon
juntos al lado del portillo de acceso, y León agarró la palanqueta. La incrustó en
la hendidura, bajo la tapa. Apoyó su peso al mismo tiempo que tiraba hacia
atrás, y Ada tiró con él. La pesada tapa se levantó con un chirriante sonido de
metal contra metal, y León la echó a un lado, dejando el hueco al descubierto...
y ambos retrocedieron ante el asqueroso olor que salió a borbotones del negro
agujero, un hedor asqueroso, mezcla de sangre, orina y vómitos.
—Aaargghh, ¿a qué demonios huele? —dijo León entre toses.
Ada se sentó en cuclillas con una mano puesta sobre la boca.
—Son los cuerpos de los que murieron en el garaje. Deben de haberlos
tirado a todos aquí abajo...
Antes de que León pudiera preguntarle de qué estaba hablando, un grito
de puro terror resonó por todo el sótano, atravesando incluso la puerta cerrada.
El grito continuó sin cesar, repitiéndose una y otra vez. Era la voz de un
hombre, sin duda, pero el grito de terror se convirtió de repente en un lastimero
aullido de dolor.
El periodista.
León cruzó su mirada con la de Ada, y vio que ella también había llegado
a la misma conclusión a través de su sorpresa. Un instante después, ambos
estaban de pie y corriendo mientras desenfundaban sus armas y cruzaron la
puerta justo antes de que los gritos cesaran de sonar.
Lo he dejado solo. No debería haberlo dejado solo...
Atravesaron a la carrera el pasillo de los calabozos, y el sentimiento de
culpabilidad hizo que León corriera a mayor velocidad de la que se creía
posible. Algo o alguien había logrado llegar hasta Bertolucci... y había pasado
justo a sus espaldas para hacerlo.
Sherry estaba de pie en mitad del despacho de Irons, frotando con los
dedos de una mano su colgante de la suerte mientras deseaba que Claire
regresara. Había recorrido a gatas una docena de polvorientos túneles para huir
del monstruo y para alejarlo de Claire. Estaba bastante segura de que lo había
logrado: no había vuelto a oírlo y, finalmente, había regresado, para descubrir
que se había marchado. Mejor: si el monstruo la hubiera encontrado, estaría allí
muerta y hecha pedazos.
Pero no está aquí. Aquí no hay nadie...
Sherry se sentó sobre una mesita baja que había en mitad de la estancia,
preguntándose qué debía hacer. Se había acostumbrado a estar sola, pero su
encuentro con Claire había cambiado aquello. Sherry quería verla de nuevo,
quería estar con más gente, quería estar otra vez con sus padres con tanta
intensidad que casi le dolía. Incluso quedarse con el señor Irons estaría bien,
aunque a Sherry no le gustaba nada de nada. Sólo lo había visto en un par de
ocasiones, pero era raro. Era presuntuoso y falso y, además, su oficina le daba
miedo. Aun así, estaría dispuesta a aguantar a su lado si eso significaba que ya
no estaría sola más tiempo...
Pasos. En el pasillo que daba a la oficina donde ella estaba.
Sherry se puso en pie y echó a correr hacia la puerta abierta que llevaba de
vuelta a la sala de las armaduras, con la esperanza de que fuera Claire, pero
preparada para echar a correr de nuevo si no lo era. Se puso a cubierto detrás
de la jamba de la puerta y contuvo la respiración, mirando el tigre disecado del
pasillo y rezando en silencio.
La otra puerta se abrió y se cerró. Oyó unos pasos apagados sobre la
gruesa alfombra y tensó su cuerpo, preparada para echar a correr otra vez, al
mismo tiempo que intentaba reunir el valor suficiente para asomar la cabeza y
echar un breve vistazo...
—¿Sherry?
¡Era Claire!
—¡Estoy aquí!
Regresó corriendo al despacho de Irons y allí vio a Claire, con el rostro
iluminado por una radiante sonrisa. Sherry se lanzó en sus brazos abiertos de
par en par, tan feliz de verla que casi se echó a llorar.
—Te he estado buscando —le dijo Claire mientras la abrazaba con
fuerza—. No vuelvas a irte corriendo de esa manera, ¿de acuerdo?
Claire se arrodilló delante de ella, sin dejar de sonreír, pero Sherry pudo
ver en sus ojos grises una sombra de preocupación detrás de aquella sonrisa.
—Lo siento —respondió Sherry—. Tuve que hacerlo o el monstruo habría
venido por nosotras.
—¿Qué aspecto tiene? —inquirió Claire un instante después de que su
sonrisa desapareciera—. ¿Es algo así como rojo y con unas garras enormes?
Sherry tragó saliva con dificultad.
—¡Los hombres del revés! Has visto uno, ¿verdad?
Aunque le pareció increíble en aquella situación, Claire sonrió mientras
meneaba la cabeza.
—Sí, eso fue exactamente lo que vi, un hombre vuelto del revés... Buena
descripción.
Se calló y miró a Sherry completamente seria de nuevo y frunciendo el
entrecejo.
—¿Hombres? ¿Hay más de uno?
—Sí —asintió Sherry—, pero no se parecen en nada al monstruo. Sólo lo he
visto una vez, por detrás, pero es un hombre, un hombre muy alto...
—¿Calvo? ¿Con un abrigo largo? —Claire pareció estar muy interesada.
—No, tenía pelo, pelo castaño. Y uno de sus brazos era muy raro, mucho
más largo que el otro.
Claire lanzó un suspiro.
—Estupendo. Parece ser que Raccoon City tiene un monstruo distinto para
cada persona. Bueno... —Extendió una mano, tomó una de las manos de Sherry
y la apretó—. Ésa es razón más que suficiente para que te quedes a mi lado. Te
has portado realmente bien, has cuidado muy bien de ti misma y has sido muy
valiente, pero hasta que encontremos a tus padres, creo que ahora soy yo quien
debe cuidar de ti. Y si viene el monstruo, yo... yo le patearé el culo, ¿de
acuerdo?
Sherry se rió, sorprendida por lo que Claire había dicho. Le gustaba que no
le hablara como a una niña pequeñita. Asintió con la cabeza, y Claire le apretó
la mano de nuevo.
—Bien. Bueno, así que tenemos zombis, hombres vueltos del revés y un
monstruo. Ah, y un tipo grande y calvo... Sherry, ¿sabes qué es lo que ha
pasado en Raccoon City? ¿Cómo empezó todo esto? Dime lo que sepas,
cualquier cosa que sepas... Seguro que será importante.
Sherry frunció el entrecejo y se puso a pensar.
—Bueno, hubo una serie de asesinatos en mayo, o en junio... murieron
como diez personas, y luego ya no murió nadie más, pero atacaron otra vez a
alguien la semana pasada.
Claire asintió para darle ánimos.
—Muy bien. ¿Hubo alguien más que sufriera ataques o...? ¿Qué hizo la
policía?
Sherry negó con la cabeza, deseando poder ayudarla más de lo que lo
estaba haciendo.
—No lo sé. Justo antes de que atacaran a esa chica, mi madre llamó muy
enfadada desde el trabajo y me dijo que no podía salir de casa. La señora Willis,
nuestra vecina de al lado, vino a mi casa y me hizo la cena, y ella fue la que me
dijo lo de la chica. Mamá volvió a llamar al día siguiente, y esta vez me dijo que
se habían quedado encerrados en la fábrica y que no podrían ir a casa durante
un tiempo. Luego, justo hace tres días, me llamó de nuevo y me dijo que viniera
aquí, a la comisaría. Me fui a ver a la señora Willis para saber si iba a venir
conmigo, pero su casa estaba a oscuras y vacía. Supongo que para entonces
todo estaba ya bastante mal.
Claire la estaba mirando muy fijamente.
—¿Estuviste sola todo este tiempo? ¿Incluso antes de venir a la comisaría?
—Bueno, sí —Sherry asintió—, pero me quedo sola muchas veces. Mi
padre y mi madre son científicos. Su trabajo es muy importante, y a veces no
pueden dejar lo que están haciendo. Y mi madre dice que yo soy muy
autosuficiente cuando quiero.
—¿Sabes qué clase de trabajo hacen exactamente tus padres? ¿En
Umbrella?
Claire todavía la miraba muy fijamente.
—Inventan remedios para las enfermedades —contestó Sherry con
orgullo—. Y fabrican medicamentos, como los sueros que utilizan los
hospitales...
Dejó de hablar poco a poco cuando se dio cuenta de que Claire parecía
distraída de repente, con la mirada perdida en el infinito. Ya había visto aquella
clase de mirada muchas veces antes, en el rostro de su padre y de su madre:
significaba que ya no la estaban escuchando. Sin embargo, Claire volvió a
concentrarse en ella en cuanto dejó de hablar y levantó la mano para darle un
par de palmaditas en la mejilla y, por alguna estúpida razón, aquello hizo que
Sherry quisiera llorar de nuevo.
Porque me está escuchando. Porque quiere protegerme.
—Tu madre tiene razón —le dijo Claire con dulzura—. Eres muy
autosuficiente, y que hayas sobrevivido sana y salva hasta ahora significa que
también eres muy fuerte. Y eso es bueno, porque las dos vamos a tener que ser
fuertes para poder salir de aquí.
—¿Qué quieres decir? ¿Salir de la comisaría? —preguntó Sherry con los
ojos abiertos de par en par—. ¡Pero hay zombis por todos lados, y no sé dónde
están mis padres! ¿Qué pasa si necesitan ayuda o me están buscando?
—Cariño, estoy segura de que tus padres están a salvo —respondió Claire
con rapidez—. Probablemente todavía están en la fabrica, ocultos y a salvo, lo
mismo que tú, esperando que llegue alguien de fuera de la ciudad, para, para
arreglarlo todo...
—Quieres decir para matarlo todo —la interrumpió Sherry—. Ya no soy
una niña, ¿sabes? Tengo doce años.
Claire volvió a sonreír.
—Lo siento. Sí, a matarlo todo. Pero hasta que lleguen los chicos buenos,
estamos solas. Y lo mejor que podemos hacer, lo más inteligente, es quitarnos
de en medio... alejarnos lo más posible. Tienes razón, las calles no son seguras,
pero quizá consigamos un coche...
Esta vez fue Claire la que dejó de hablar poco a poco. Se puso en pie y se
dirigió hacia la gran mesa que había en el extremo de la estancia, mirando
alrededor mientras caminaba.
—Quizás el jefe Irons dejó las llaves de su coche por aquí, o quizás otra
arma, cualquier otra cosa que pueda sernos útil...
Claire vio algo en el suelo, detrás de la mesa. Se agachó y Sherry se
apresuró a acercarse a ella, tanto por permanecer cerca como para ver qué era lo
que había encontrado. Ya estaba completamente segura de que no quería estar
lejos de ella, pasase lo que pasase.
—Aquí hay sangre —dijo Claire en voz baja, tan baja que Sherry pensó que
no había querido decirlo pero que le había salido solo.
—¿Y?
Claire levantó la vista y miró la pared sin decoración, ceñuda, y luego bajó
los ojos de nuevo para mirar al gran goterón de sangre que se estaba secando en
el suelo.
—Para empezar, todavía está húmeda. ¿Y ves el modo en que parece que
la han interrumpido? Debería de haber más en esta pared...
Golpeó ligeramente la madera oscura que rodeaba la pared, y luego la
propia pared. Percibió una diferencia evidente: mientras en el borde había
sonado un golpe seco, en la pared notó un sonido hueco.
—¿Hay una habitación ahí detrás? —quiso saber Sherry.
—No lo sé con seguridad, pero por el sonido parece ser que sí. Y eso
explica dónde se fue con... con viento fresco a otro lado. El jefe Irons.
Miró a Sherry mientras comenzaba recorrer con los dedos los paneles de
madera que rodeaban la pared, empujándolos uno por uno.
—Sherry, mira alrededor de la mesa a ver si encuentras un botón o una
palanquita. Sospecho que el mecanismo de apertura tiene que estar escondido
en algún lado por aquí cerca, quizás en uno de los cajones...
Sherry también comenzó a buscar el mecanismo, empezando por la parte
de atrás de la mesa... y se cayó al suelo al resbalar sobre un puñado de lápices
que no había visto. Se agarró al borde de la mesa para intentar recuperar el
equilibrio, pero lo único que logró fue caer sólo de rodillas, aunque con bastante
fuerza.
—¡Ay!
Claire llegó a su lado en un momento y le puso un brazo alrededor de los
hombros.
—¿Estás bien?
—Sí, sólo me he... ¡Eh, mira!
Sherry se olvidó de sus doloridas rodillas y señaló con la mano un
interruptor que había debajo del primer cajón de la mesa, colocado sobre una
pequeña placa de metal. Parecía un interruptor de la luz, pero ella sabía que
tenía que ser el botón del mecanismo de apertura de la puerta.
—¡Lo encontré!
Claire extendió la mano y pulsó el interruptor... y una sección de la pared
de un par de metros de ancho a sus espaldas se deslizó suavemente hacia
arriba, desapareciendo en el techo y dejando al descubierto una habitación
escasamente iluminada con las paredes de ladrillos de gran tamaño. Una brisa
fresca y limpia entró en el despacho: era un pasadizo secreto, como los de las
películas.
Se pusieron en pie juntas y se acercaron a la abertura. Claire mantuvo a
Sherry a su espalda con un brazo mientras ella echaba un vistazo en primer
lugar. La pequeña habitación estaba completamente vacía. Sólo había tres
paredes de ladrillo y un suelo de madera manchado, y medía aproximadamente
la mitad del despacho. La cuarta pared albergaba una puerta de ascensor de
estilo antiguo.
—¿Vamos a subir? —preguntó Sherry.
Estaba intrigada, pero también bastante nerviosa.
Claire había desenfundado su arma. Se agachó junto a Sherry y le sonrió,
pero la niña vio que no era una sonrisa de alegría, y supo lo que Claire iba a
decir antes de que abriera la boca.
—Cariño, creo que lo más seguro para las dos sería que yo bajara y echara
un vistazo antes mientras tú me esperas aquí...
—¡Pero me dijiste que deberíamos estar juntas! ¡Dijiste que encontraríamos
un coche y que nos iríamos! ¿Qué pasa si el monstruo regresa y tú no estás
aquí? ¿O si te matan?
Claire la abrazó con fuerza, pero Sherry se sintió frustrada por su inútil ira.
Ahora ella le diría que no se preocupase, que el monstruo no vendría, que no
ocurriría nada malo... y se iría de todas maneras.
Estúpidas mentiras de los mayores...
Claire se separó de ella y le apartó suavemente el cabello que le había
caído en la cara.
—No te culpo por tener miedo. Yo también tengo miedo. Es una situación
realmente mala, y la verdad es que no sé qué va a pasar, pero quiero hacer lo
correcto, y eso significa que no voy a meterte en una situación en la que puedes
resultar herida si puedo evitarlo.
Sherry se tragó las lágrimas que tenía en los bordes de los ojos y lo intentó
de nuevo.
—Pero yo quiero ir contigo... ¿Qué pasa si no regresas?
—Voy a regresar —contestó Claire con firmeza—. Te lo prometo. Y si... y si
no regreso, quiero que te escondas otra vez, como hiciste antes. Verás cómo
alguien llega, y pronto, con ayuda, y te encuentra.
Al menos, estaba siendo sincera. A Sherry no le gustaba, no le gustaba ni
un pelo, pero al menos no intentaba mentirle... y por la expresión de su cara, se
dio cuenta de que nada de lo que dijera la haría cambiar de opinión. Podía
comportarse como una niña pequeña, o podía aceptarlo.
—Ten cuidado —le dijo con un susurro, y Claire la abrazó de nuevo, se
puso en pie y se dirigió hacia el ascensor.
Pulsó un botón que había al lado de la puerta y se oyó un zumbido bajo y
lejano. Al cabo de unos segundos, el ascensor apareció a la vista y se detuvo con
una suave sacudida. Claire tiró de la puerta hacia un lado para abrirla y entró
en su interior, dándose la vuelta para mirar una última vez a Sherry.
—Quédate ahí, cariño —le indicó—. Regresaré en unos minutos.
Sherry se obligó a sí misma a asentir con la cabeza, y Claire dejó que la
puerta se cerrara. Pulsó algo en el interior del ascensor y éste comenzó a bajar.
Su rostro sonriente se perdió de vista y dejó a Sherry completamente a solas en
aquel lugar frío y oscuro.
Se sentó en el polvoriento suelo, abrazó sus rodillas para acercárselas al
cuerpo, y luego comenzó a balancearse con lentitud hacia adelante y hacia atrás.
Claire era valiente y muy lista, y regresaría pronto. Tenía que regresar pronto...
—Quiero que venga mi mamá—susurró Sherry, pero no había nadie allí
para oírla. Estaba sola otra vez, lo que menos quería en el mundo en aquel
preciso momento.
Pero soy fuerte. Soy fuerte y puedo esperar.
Apoyó la barbilla en una rodilla, rodeó con una mano la gargantilla que le
había regalado su madre para traerle buena suerte y comenzó a esperar que
Claire regresara en cualquier momento.
Capítulo 16
Annette Birkin estaba sentada en la sala de monitores del laboratorio.
También estaba completamente exhausta, pero aun así no dejaba de mirar la
pared de pantallas colocadas sobre la consola de vigilancia. Llevaba allí lo que a
ella ya le parecían años, a la espera de que apareciera William, pero empezaba a
pensar que nunca lo haría. Esperaría un poco más, pero si no lo veía pronto,
tendría que efectuar otra búsqueda.
Maldita tecnología...
Era un sistema completamente nuevo, y llevaba en funcionamiento menos
de un mes: veinticinco pantallas con un canal de control que le permitía
observar todos y cada uno de los rincones de la instalación. Un magnífico
avance en el campo de la seguridad... si no fuera porque sólo once de las
pantallas funcionaban y estaban encendidas, y más de la mitad de ellas sólo
mostraban estática, con una interminable danza de partículas blancas y negras.
Y todo lo que veía en las cinco que mostraban una imagen nítida y definida, lo
único que había que ver, eran cuerpos muertos en distintas fases de
putrefacción y algún que otro Re3, dándose un banquete o durmiendo...
—Lamedores. Los llamaste lamedores por sus enormes lenguas...
Ella había creído que ya había pasado lo peor de su dolor, pero el solitario
sonido de su voz en la fría y cavernosa cámara, y el hecho de darse cuenta de
que no habría respuesta, que nunca recibiría de nuevo una respuesta de aquella
voz familiar, hicieron que sintiera una nueva oleada de pena. William se había
marchado, se había ido definitivamente, y ella estaba completamente sola.
Annette bajó la cabeza hasta la consola de mando y cerró sus cansados
ojos. Al menos, no le quedaban más lágrimas. Había derramado un océano de
ellas desde el día en que Umbrella había ido a reclamar el virus-G, pero ya
estaba demasiado cansada como para seguir llorando. Ahora sólo le quedaba el
dolor, mezclado con ataques de furia violenta y desesperada por lo que
Umbrella les había hecho a los dos.
Sólo otro mes, como mucho dos, y se lo habríamos entregado. Se lo habríamos
entregado sin oponer resistencia, y a William lo habrían nombrado miembro del consejo
ejecutivo, y todos habríamos estado contentos. Todo el mundo habría estado satisfecho...
Oyó un suave pitido procedente de una de las pantallas. Annette levantó
la vista, con miedo y esperanza a la vez... pero sólo se trataba de un lamedor,
una planta más arriba, en la sala de cirugía, Se había dejado caer desde su
guarida en el techo para darse otro pequeño festín con lo que quedaba del
cuerpo de uno de los técnicos, aullando estúpidamente para sí mismo mientras
arrancaba trozos de las tripas del cadáver. El muerto se parecía a Don Weller,
uno de los encargados de la planta química, pero no podía estar segura: su
cuerpo mutilado tenía un aspecto tan desfigurado como el mismo Re3 que lo
estaba devorando.
Se quedó mirando en la pequeña pantalla cómo el lamedor se alimentaba,
pero sin verlo realmente. Su mente divagaba repasando lo que le quedaba por
hacer. Ya había borrado toda la información que había en las computadoras y
había cerrado los códigos de las cuentas atrás. El laboratorio estaba preparado,
y su ruta de escape estaba asegurada. Sin embargo, no podía acabar con todo
hasta que lo viera de nuevo, hasta que hubiera visto que había regresado a las
instalaciones de Umbrella. Destruir el laboratorio no serviría de nada si él no se
encontraba dentro del radio de acción de los explosivos. Ellos lo encontrarían y
extraerían el virus de su sangre...
Umbrella no lo tendrá. Moriré antes que permitir que lo obtengan, por Dios que lo
haré.
Su único consuelo a lo largo de todo ese penoso y horrible asunto era que
Umbrella no había podido poner sus codiciosas manos en la última síntesis de
William. No lo habían hecho y no lo harían jamás. Todo lo que había
participado en la creación del virus-G quedaría enterrado bajo cientos de
toneladas ardientes de piedra y madera, junto con William y todos los
monstruos que habían creado para la compañía. Se escondería durante una
temporada, pasaría un tiempo recuperándose y pensando en sus distintas
opciones... y luego vendería el virus-G a la competencia. Umbrella era la mayor
compañía, pero no era el único grupo comercial que trabajaba en la
investigación de armas biológicas... y, cuando acabara con ellos, ya no serían la
mayor compañía. No era una gran venganza, pero era lo único que le quedaba.
—Con excepción de Sherry —susurró Annette, y el recuerdo de su
pequeña hija le provocó un espasmo de dolor en el corazón, un dolor diferente,
pero un dolor de todas maneras.
Annette había deseado pasar más tiempo con ella desde el mismo día que
nació, había planeado concentrarse en Sherry más que en el magnífico trabajo
de William. Y, sin embargo, los años habían pasado con rapidez, los ascensos de
William habían sido imparables y el trabajo había crecido hasta convertirse en
algo irresistiblemente interesante y valioso. Aunque tanto ella como William se
habían prometido a sí mismos y mutuamente que desarrollarían una vida más
familiar, siempre lo habían ido dejando para otro momento.
Y ahora ya es demasiado tarde. Ya nunca seremos una familia, ya nunca seremos
padres juntos. Todo ese tiempo desperdiciado, esclavizados para una compañía que al
final nos ha traicionado...
Ya era demasiado tarde. No tenía sentido lamentarse por lo que podía
haber sido su vida. Lo único que podía hacer era asegurarse de que Umbrella
no sacara nada más de la familia Birkin. William se había ido, pero todavía le
quedaba Sherry.
Aquella parte de William seguiría viviendo, y Annette estaba decidida a
convertirse en la madre que debería haber sido a lo largo de todos aquellos
años. Estaba claro que tendría que esperar y mantenerse alejada mientras la
situación se tranquilizaba antes de volver para llevarse a Sherry. Deberían pasar
al menos unos cuantos meses, pero la chiquilla estaría a salvo: los policías la
enviarían a vivir con la hermana de William. Ambos lo habían establecido así
en su testamento...
A menos que Irons continúe con vida. Ese cabrón gordo y codicioso podría
encontrar el modo de joderlo todo si tiene la mínima oportunidad.
Tenía la esperanza de que hubiera muerto ya. Aunque no fuese
directamente responsable del conocimiento por parte de Umbrella de la
existencia del virus-G, Brian Irons era un hombre arrogante y repulsivo con la
misma capacidad moral que una babosa. Después de permanecer leal a la
compañía a lo largo de años, ellos lo habían comprado por sólo cien mil dólares.
Incluso William se había quedado sorprendido, y eso que él tenía una opinión
aún peor que ella del jefe de policía...
Vio por la pantalla que el Re3 había acabado su comida. Lo único que
quedaba del muerto era un cascarón vacío, con unas costillas arqueadas y
ensangrentadas y un cráneo sin rostro. Los indudables colores vívidos de la
escena se perdían debido las diversas tonalidades de gris de la pantalla. El
lamedor se salió del ángulo de visión de la cámara, dejando a su paso un
viscoso rastro de fluidos. Gracias al virus-T, todas las criaturas pertenecientes a
la serie de reptiles eran unos asesinos muy eficientes, aunque era evidente que
los Re3 tenían fallos de diseño. El más obvio era el cerebro protuberante, pero
también poseían un metabolismo terrible y ridículamente elevado. Mantenerlos
alimentados había sido una molestia continua.
Eso ya no es un problema. Tienen un montón de carroña de la que
disfrutar, y van a tener aún más suerte: dentro de poco tendrán una comida
caliente de verdad.
Annette se sentía completamente agotada, y no quería regresar a las
instalaciones, pero no podía permanecer allí con la esperanza de que William
pasara por delante de una de las cámaras que todavía funcionaban. Lo había
oído caminar por el nivel tres, hacía ya unos dos días, pero no lo había visto en
al menos el doble de ese tiempo. No podía seguir esperando. La gente de
Umbrella probablemente ya estaban intentando entrar. Aunque había borrado
por completo el sistema principal, existían otros modos de atravesar las
puertas...
Y es posible que William haya encontrado una manera de salir. No puedo seguir
negándolo, por mucho que quiera lo contrario.
Había una fábrica abandonada al oeste del laboratorio, una antigua
compañía de transporte que había sido adquirida por Umbrella para asegurarse
de que los niveles inferiores se mantenían en secreto. Así había sido como
Umbrella había logrado construir todo aquel complejo sin levantar sospechas.
Habían escondido todo el equipo y el material en los almacenes de la fábrica y
luego habían utilizado la carretilla mecánica de transporte de material pesado
para llevarlos de un lado a otro. La última vez que ella había comprobado las
entradas a la fábrica, estaban completamente selladas, pero aun así, existía la
posibilidad de que William hubiera logrado entrar en el lugar y, si había podido
acceder a la fábrica, también habría podido entrar en el sistema de
alcantarillado.
Annette se a obligó a sí misma a levantarse e hizo caso omiso del dolor y
de las agujetas en sus piernas y espalda mientras empuñaba la pistola. No sabía
mucho sobre armas, aunque se había figurado con rapidez cómo funcionaba
después de...
Después de que vinieran por el virus-G. Los hombres con las máscaras
antigás, disparando y corriendo, y William muriendo en mitad de un charco de
sangre. No vi la jeringuilla hasta que fue demasiado tarde...
Inspiró profundamente una gran bocanada de aire y se estremeció,
intentando dejar a un lado el terrible recuerdo, intentando olvidar el incidente
que le había arrebatado a William y que había convertido a Raccoon City en la
ciudad de los muertos. Ya no importaba. La tarea que tenía por delante no era
agradable y tenía que concentrarse. Estaban los Re3, los humanos infectados en
la primera y la segunda etapas, los experimentos botánicos, la serie de
arácnidos... Podía toparse con cualquiera de los seres infectados con el virus-T,
por no mencionar cualquier cosa que Umbrella hubiese decidido enviar.
Y con William. Mi esposo, mi amado... el primer humano infectado con el
virus-G, y que ya no es humano en absoluto.
Había estado equivocada al pensar que ya no le quedaban más lágrimas en
su interior. Annette se quedó de pie en mitad de la enorme sala esterilizada,
cinco pisos por debajo de la superficie de la ciudad, y se echó a llorar con
desesperación, con unos sollozos desgarradores que ni siquiera sirvieron para
mitigar un poco el dolor provocado por su soledad.
Haría que Umbrella lamentara todo aquello. En cuanto estuviera segura de
que William estaba fuera del alcance de sus científicos, destruiría sus preciosas
instalaciones, se llevaría consigo el virus-G y echaría a correr. Iba a asegurarse
de que se enteraran y de que entendieran que la habían jodido a base de bien...
y que Dios ayudase a cualquiera que se entrometiera en su camino.
Capítulo 17
Ada entró en el bloque de los calabozos sólo un paso por detrás de León,
justo a tiempo para ver al periodista salir a trompicones de su celda y caer al
suelo.
—¡Ayúdalo! —le gritó León, y pasó corriendo al lado de Bertolucci para
echarle un vistazo a la celda.
Ada se detuvo delante del jadeante reportero y, sin hacer caso a la orden,
se quedó a la espera para ver si lo que lo había atacado salía de un salto por la
puerta de la celda...
Estaba protegido por los barrotes. ¡Cómo demonios ha ocurrido esto?
Esperó apuntando a un lado de León mientras éste se colocaba delante de
la celda, con el corazón palpitando a toda velocidad... y vio la sorpresa reflejada
en su rostro, el asombro en su cara. El modo en que miró a uno y otro lado del
calabozo le indicó que estaba vacía y que no había nada en su interior, a menos
que el atacante fuese invisible...
De ninguna manera. Ni siquiera empieces a pensar en algo así, no dejes que esa
idea se apodere de tu mente.
Ada se arrodilló al lado del periodista y se dio cuenta inmediatamente de
que se encontraba en muy mal estado. De hecho, se estaba muriendo. Se había
desplomado en una posición medio sentada, con la cabeza apoyada en los
barrotes de la celda adyacente a la suya. Todavía respiraba, pero no tardaría
mucho en dejar de hacerlo. Ada había visto aquella clase de mirada
anteriormente, con los ojos fijos en un punto más allá de donde se encontraban,
además del temblor y de la palidez... pero lo que no había visto era lo que lo
había provocado, y eso era lo que más miedo le daba. No se veía ninguna
herida, así que supuso que debía tratarse de un ataque al corazón, quizás un
infarto... Pero, ¿y el grito?
—¿Ben? Ben, ¿qué ha ocurrido?
Ben clavó su mirada perdida en el rostro de Ada, y ésta advirtió que las
comisuras de la boca estaban un poco rasgadas y sangraban. Abrió la boca para
hablar, pero lo único que logró articular fue un gruñido ahogado e ininteligible.
León se agachó al lado de ambos, tan confundido como ella. Hizo un gesto
negativo con la cabeza hacia Ada, como una respuesta no hablada a una
pregunta que no había hecho: no existía pista alguna de lo que había ocurrido.
Ada bajó la vista hacia Bertolucci y lo intentó de nuevo.
—¿Qué ha pasado, Ben? ¿Puedes decirnos qué ha pasado exactamente?
Las temblorosas manos del reportero subieron hasta colocarse encima de
su pecho. Logró susurrar una única palabra con un esfuerzo visible.
—Ventana...
Ada no se sintió más tranquila al oír eso. La «ventana» del calabozo medía
poco más de treinta centímetros y, desde luego, menos de medio metro, y
estaba a una altura de unos dos metros y medio del suelo del calabozo. En
realidad, no era más que un pequeño agujero de ventilación que se abría al
garaje. Nada podía haber pasado por allí... al menos, nada de lo que ella
hubiera leído u oído hablar, y eso significaba que existían peligros para los que
no estaba preparada.
Bertolucci todavía estaba intentando hablar. Tanto Ada como León se
inclinaron para poder oírlo mejor, esforzándose por entender sus doloridos
susurros.
—Pecho. Me arde... duele...
Ada se relajó un poco. Estaba claro: había visto u oído algo fuera de la
celda, algo que le había provocado un infarto masivo. Podía comprender eso.
Una putada para el periodista, pero aquello le ahorraría el trabajo de tener que
matarlo...
Bertolucci extendió una mano de repente y la agarró por el antebrazo,
mirándola con tal intensidad que la sorprendió. Su apretón tenía poca fuerza,
pero pudo ver la desesperación en sus ojos húmedos, una desesperación y una
pena frustrada que le inspiraron un poco de culpabilidad por lo que acababa de
pensar.
—Nunca he contado... lo que sé sobre Irons —dijo con un fuerte suspiro.
Era obvio que estaba agarrándose a la vida con las dos manos para poder
explicarlo todo—. Ha estado trabajando... para Umbrella... durante todo este
tiempo. Los zombis... son fruto de... las investigaciones de Umbrella... y él
encubrió los asesinatos... pero yo no pude... demostrarlo... iba a ser... mi
exclusiva.
Bertolucci cerró sus párpados hinchados, y su respiración se hizo aún más
débil mientras sus dedos se separaban sin fuerza ya de su brazo, y ella sintió
una oleada de compasión sin poder evitarlo. El pobre idiota: su gran secreto era
que Umbrella estaba realizando investigaciones sobre armas biológicas y que
Irons lo estaba encubriendo. Habría sido todo un bombazo periodístico, pero, al
parecer, ni siquiera había podido conseguir pruebas sobre ello.
No sabe ni una mierda sobre el virus-G, nunca lo ha sabido... y va a morir de todas
maneras. Eso sí que es una putada.
—Jesús —dijo León en voz baja—. El jefe Irons...
Ada se había olvidado de lo fuera de onda que estaba el joven policía. Era
obvio que se trataba de un novato, tanto en el trabajo como en Raccoon City,
pero un par de veces le había parecido tan perceptivo que la había sorprendido.
Lo que también estaba claro era que el chaval no era un simple caso de
testosterona, sino que tenía en buen funcionamiento la parte de la azotea.
Ya vale. No es mucho más joven que tú. El periodista está a punto de estirar la
pata y tienes que ponerte en camino, no preocuparte por el agente Don Simpático...
Bertolucci se estremeció espasmódicamente de improviso, y sus manos
agarraron su pecho mientras gemía, con un sonido agudo y lastimero de
agonía. Arqueó la espalda y sus dedos se curvaron como garras... y el gemido
adquirió un tono líquido cuando la sangre comenzó a salir de su boca como un
grotesco surtidor. Los miembros de Bertolucci comenzaron a agitarse mientras
se ahogaba y se estremecía al mismo tiempo, con todo el cuerpo
convulsionándose a la vez que sus toses esparcían gotas rojas por el aire...
Entonces Ada vio que florecía una gran mancha roja en su pecho, que se
extendió por toda su arrugada camisa bajo sus frenéticas manos, y en ese
mismo instante también oyó el húmedo chasquido de los huesos al partirse. Se
levantó de un salto hacia atrás mientras León sostenía las manos del reportero,
sin saber qué era lo que ocurría con exactitud, pero absolutamente convencida
de que aquello no era un simple ataque al corazón.
¡Dios Santo! ¿Qué es eso?
Bertolucci se quedó inmóvil de repente; sus ojos se le dieron vuelta y se
quedaron en blanco, sin ver ya nada más. La sangre siguió saliendo por sus
labios agrietados y Ada siguió oyendo aquel ruido, el horrible ruido de la carne
al ser desgarrada, y un instante después vio que algo se movía bajo la húmeda
tela de la camisa.
—¡Retrocede! —le gritó Ada a León mientras apuntaba con su Beretta al
pecho del periodista muerto.
En la fracción de segundo que tardó en apuntar, una cosa surgió del
ensangrentado pecho de Bertolucci. Una cosa del tamaño del puño de un
hombre, algo completamente cubierto de pedazos de carne que abrió una boca
que no era más que pequeño agujero, pero repleto de agudos dientes cubiertos
de rojo, algo que lanzó un agudo aullido. La criatura se contoneó para salir del
agujero que ella misma se había abierto, salpicando todo el frío cemento de
alrededor con trozos de carne y restos húmedos de tejido.
Salió del cuerpo del periodista con un chorro de sangre y, con un último
empujón, cayó al suelo... y salió disparada hacia la puerta abierta que daba a la
salida, impulsándose con su cola serpenteante y unas patas que Ada no llegó a
ver, dejando un rastro ensangrentado a su paso.
Salió por la puerta antes de que Ada se acordara de que estaba
empuñando una pistola. Por primera vez desde que había llegado a Raccoon
City, por primera vez en toda su vida, se había sentido tan sorprendida que no
había pensado en reaccionar.
Una criatura parasitaria que se alojaba en el pecho y luego lo desgarraba
para salir, como sacada de una película de ciencia-ficción...
—Eso era... ¿Has visto...? —logró articular León.
—Lo he visto —dijo Ada en voz baja, interrumpiéndolo.
Se giró, bajó la vista y miró la cara de Bertolucci, inmovilizada para
siempre en una angustiosa contorsión de dolor, y luego al agujero del pecho del
que todavía rezumaba sangre, justo debajo del esternón.
Su boca, agrietada por las comisuras...
Algo le había implantado la criatura. No sabía qué era y no quería saberlo.
Lo que quería era terminar cuanto antes su trabajo y luego alejarse todo lo
posible de Raccoon City. De hecho, pensó que jamás había querido algo tanto
como aquello último. Cuando se había dado cuenta por primera vez de que se
había producido un escape del virus-T, había esperado tener que enfrentarse a
unos cuantos organismos bastante desagradables, pero la idea de que uno de
aquellos seres fuera introducido o se metiera a la fuerza por su garganta,
anidara en su cuerpo como un feto aberrante antes de abrirse paso a mordiscos
por tu pecho... si no era lo más horrible que podía imaginarse, desde luego no
estaba muy lejos.
Miró a León y dejó a un lado todo intento de parecer razonable. Iba a salir
de allí para dirigirse al laboratorio, y era una cuestión que, por supuesto, no
estaba dispuesta a discutir.
—Me marcho de aquí —anunció, y se dio la vuelta sin ni siquiera esperar
una respuesta por su parte.
Comenzó a caminar en dirección a la puerta, evitando con mucho cuidado
pisar el reluciente y sangriento rastro que había dejado el pequeño monstruo.
—¡Espera! Mira, creo que... ¿Ada? Eh...
Ella entró en el pasillo con el arma preparada, pero la criatura no estaba a
la vista. El rastro de sangre se desdibujaba y desaparecía por fin en la mitad del
pasillo, pero ella dio cuenta de que habían dejado la puerta de la perrera
abierta...
Y también han dejado la tapa del portillo de acceso levantada. Estupendo.
León llegó a su altura antes de que hubiera avanzado unos cuantos pasos.
Se puso delante de ella, impidiéndole seguir, y Ada pensó por un momento que
iba a intentar detenerla por la fuerza.
No lo hagas. No quiero hacerte daño, pero te lo haré si no me queda más remedio.
—Ada, por favor, no te vayas —dijo León, con tono de súplica, no de
mando—. Yo... Cuando llegué a Raccoon City, me encontré con una chica, y
creo que está en algún lugar de la comisaría. Si me ayudas a encontrarla,
podremos salir los tres de aquí. Tendremos muchas más posibilidades...
—Lo siento, León, pero éste es un maldito país libre. Haz lo que debas
hacer, y buena suerte, pero yo no pienso quedarme. Ya he tenido más que
suficiente. Si... cuando salga de aquí, te enviaré ayuda.
Ada lo empujó ligeramente para pasar por su lado, con la esperanza de no
tener que utilizar de verdad la violencia, deseando poder decirle que no
intentara detenerla, decirle lo peligroso que sería para él siquiera intentarlo...
cuando León volvió a sorprenderla.
—Entonces, te acompañaré —concluyó. La miró directamente a los ojos,
con una mirada decidida y firme—. No voy a permitir que te vayas sola. No
quiero que nadie más... No quiero que sufras daño.
Ada se quedó mirándolo, sin saber qué decirle. Ahora que Bertolucci
estaba muerto, no quería tener que dejar colgado y a solas a León en las
alcantarillas. No sería demasiado difícil: sabía que el sistema de alcantarillado
era muy extenso. Sin embargo, era tan puñeteramente amable, estaba tan
decidido a ser servicial, que ella estaba empezando a... no querer que le pasara
nada malo. Todo habría sido mucho más fácil si simplemente se hubiera tratado
de un capullo con una actitud machista...
Vale, pues haz pedazos tu tapadera. Dile que eres una agente privada que estás
intentando robar el virus-G y que no quieres ni necesitas compañía. Cuéntale el alivio
que sentiste cuando el periodista estaba a punto de palmarla, o que no tienes ninguna
clase de problema con eso de matar, siempre que sea por una buena causa: que te
paguen. A ver si es tan amable y servicial después de eso.
No era una opción. Tampoco lo era intentar convencerlo de que no la
acompañara, porque no tendría sentido. Y la verdad es que había una parte de
ella, una parte que ella no quería admitir, que quería evitar a toda costa
quedarse de nuevo a solas. Ver aquella criatura que se había abierto paso a
mordiscos a través del pecho de Bertolucci la había dejado con la sensación de
que no era tan invulnerable como a ella le gustaba pensar que era.
Bueno, pues entonces deja que venga contigo al laboratorio y, en cuanto
encuentres un lugar seguro, lo dejas allí. Si no hay daño, no hay mal.
León seguía mirándola fijamente, como si estuviese estudiándola, a la
espera de su aprobación.
—Vamonos —aceptó Ada por fin, y la sonrisa que él le dedicó, aunque
fuera encantadora, la hizo sentir todavía más incómoda.
Comenzaron a caminar hacia la perrera sin cruzar ninguna otra palabra.
Ada seguía preguntándose en su interior qué demonios estaba haciendo... y si
sería capaz de hacer lo que fuera necesario para cumplir con su trabajo.
Claire estaba de pie delante de una puerta de estilo medieval, situada al
final de un pasillo muy parecido a los de los calabozos de aquella época, donde
se había detenido el ascensor. El aire en el interior de toda la comisaría era
bastante fresco, pero la humedad helada que desprendían las paredes de piedra
de aquel pasillo hacía que el ambiente del resto del edificio pareciera de verano.
Era como si hubiera descendido a las profundidades de un castillo antiguo,
sacado directamente con una maldición de la Edad Media.
Aspiró profundamente mientras decidía cómo iba a entrar. Estaba segura
de que al jefe Irons no le gustaría ni un pelo tener una visita sorpresa, pero la
idea de llamar a la puerta le parecía ridícula, por no decir peligrosa. Descubrió
unas antorchas ardiendo en unos candelabros de la pared a ambos lados de la
maciza puerta de madera. La puerta estaba reforzada con tiras de metal
oxidado. Si había albergado alguna duda de que Irons estaba como una chota
de loco, la visión de aquel pasillo de ambiente frío y ominoso, unido a las
antorchas chisporroteantes, le habían despejado cualquier indecisión al
respecto.
Un túnel secreto, una estancia oculta con su correspondiente iluminación
misteriosa... ¿Qué persona todavía en sus cabales se metería en un lugar como
éste? No fue el desastre lo que provocó su locura: Irons estaba chiflado mucho
antes de que ocurriera el accidente de Umbrella.
También ahora estaba segura de otra cosa, aunque no tenía pruebas para
demostrarlo; cuando Sherry le había dicho en qué trabajaban sus padres para
ganarse la vida y lo que había sucedido justo antes de que ella se fuera a la
comisaría, algo encajó en el interior de su cerebro. Umbrella realizaba
investigaciones sobre enfermedades, y lo que estaba claro era que los habitantes
de Raccoon City sufrían un grave caso de algo. Sin duda, se había producido
alguna clase de accidente, una especie de escape que había dejado suelta una
extraña plaga de zombis...
Deja de divagar.
Claire se mordió el labio inferior, sin saber qué hacer. No tenía la menor
duda de que Irons estaba en algún lugar de las cercanías, y de que no deseaba
encontrarse de nuevo con él. Quizá debería regresar, reunirse con Sherry e
intentar encontrar otro modo o camino de salir de allí. Que aquella zona fuese
un lugar secreto no quería decir que necesariamente incluyera una ruta de
escape.
Sigues divagando, y Sherry sigue allí arriba y sola. Además, todavía empuñas una
pistola, ¿te acuerdas?
Una pistola con muy poca munición. Si esa era la guarida secreta de Irons,
seguramente guardaba armas en su interior... o quizá sólo era otro pasillo, uno
que se hundía aún más en las profundidades de la comisaría. De todas maneras,
seguir pensando de aquel modo no le estaba proporcionando una mierda de
información con la que decidir.
Claire apoyó la mano en el pomo de la puerta, inspiró profundamente de
nuevo, y empujó para abrirla. La pesada puerta giró lentamente sobre sus
goznes bien engrasados. Dio un paso atrás y levantó su arma...
Jesús.
Una estancia vacía, tan húmeda y poco acogedora como el pasillo... pero
con una decoración y un mobiliario que le puso la piel de gallina y los pelos de
punta. Una única bombilla desnuda colgaba del techo e iluminaba el lugar más
tétrico que ella jamás había visto. En mitad del recinto había una mesa,
manchada y desgastada, con una pequeña sierra y otras cuantas herramientas y
utensilios esparcidos por su superficie. También vio un mellado cubo de metal
y una fregona, apoyados en una pared manchada de agua, al lado de un
fregadero portátil con manchas secas de algo rojo en su interior. Las estanterías
de las paredes estaban repletas de botellas polvorientas y de lo que parecían ser
huesos humanos, pulidos y de color pálido, dispuestos como si fueran
macabros trofeos. Y el olor. Un olor químico, un hedor ácido y penetrante, que
apenas lograba tapar otro olor más siniestro. Un olor a locura.
Incluso el mero hecho de mirar la hacía sentir enferma. «Chiflado» era un
término que desde luego se quedaba corto para definir el estado mental del jefe
de policía, pero no había nadie más por allí, y eso significaba que podría haber
otro pasadizo secreto en el lugar. Además, como mínimo debía entrar para
encontrar alguna otra arma.
Claire entró en la estancia después de tragar saliva, aliviada de no haber
llevado a Sherry con ella. Ver aquella cámara de torturas le habría producido
pesadillas, no era cuestión de exponer a la chiquilla a…
—Quieta, o te disparo ahí mismo.
Claire se quedó de piedra. Cada músculo de su cuerpo se congeló mientras
Irons empezaba a reírse detrás suyo, desde detrás de la puerta donde no se le
había ocurrido mirar.
Oh Dios mío, oh, Dios, oh, Sherry lo siento mucho.
La risita ahogada de Irons creció hasta convertirse en la carcajada jovial y
eufórica de un hombre loco, y Claire comprendió que iba a morir.
Capítulo 18
Tratando de no respirar muy profundamente, León llegó al fondo de la
escalera de metal y se giro rápidamente, apuntando su Magnum en la gruesa
penumbra. El agua turbia chapoteaba bajo sus botas, y cuando sus ojos se
acostumbraron a la escasa luz, vio la fuente del terrible olor.
Partes de ella, en cualquier caso...
El túnel del subsuelo que se alargaba enfrente de él estaba cubierto de
trozos de cadáveres, cuerpos humanos que habían sido despedazados.
Extremidades, cabezas y torsos estaban esparcidos aleatoriamente por todo el
pasaje de piedra, bañados por los pocos centímetros de oscura agua que cubría
el suelo.
—¿León? ¿Hay algo? —La voz de Ada resonó desde el círculo de luz
encima de la escalera, provocando ecos a su alrededor. León no respondió, tenía
su conmocionada mirada fija en la terrible escena, mientras su mente trataba de
reunir las partes trituradas para calcular un número.
¿Cuántos? ¿Cuántas personas?
Demasiados para contarlos. Vio una cabeza sin cara, con el largo pelo
envolviéndola en una nube.
El tronco decapitado de una mujer gruesa, con un pecho sobresaliendo del
agua y meciéndose a su compás. Un brazo todavía dentro de los restos hechos
jirones de la manga de una camisa de policía. Una pierna desnuda, que aún
llevaba un calcinador de gimnasia puesto. Una mano agarrotada, con los dedos
blancos y relucientes.
¿Una docena? ¿Veinte?
—¿León?
El tono de la voz de Ada se había agudizado un poco.
—Está... Está bien —contestó mientras se esforzaba para que su voz no
sonara entrecortada—. No se mueve nada.
—Voy a bajar —dijo ella.
Se alejó un poco de la escalerilla para dejarle sitio y recordó algo que ella
había dicho antes sobre unos cuerpos arrojados allí...
Ada saltó desde el último peldaño de metal y lanzó unas cuantas
salpicaduras por el túnel. Los ojos de León ya se habían adaptado lo suficiente a
la escasa luz para advertir el gesto de asco en sus delicados rasgos. Asco, y algo
parecido a la tristeza.
—Se produjo un ataque en el garaje —dijo Ada en voz baja—. Catorce o
quince personas murieron...
Su voz se desvaneció poco a poco y dio un paso para pasar a su lado y
echar un vistazo desde más cerca a los restos mutilados. Cuando habló de
nuevo, su voz reflejó un tono de preocupación.
—No llegué a presenciar el ataque, pero no creo que los despedazaran de
ese modo...
Levantó la vista y registró el techo del túnel con la mirada, empuñando
con mayor fuerza su pistola. León siguió la dirección de su mirada, pero sólo
vio piedras cubiertas de moho. Ada meneó la cabeza y bajó de nuevo la vista
hacia la escena cargada de restos humanos.
—Los... zombis no hicieron esto. Algo destrozó los cadáveres de esta gente
cuando ya estaban muertos.
León sintió un escalofrío por la espina dorsal. Eso era precisamente lo
último que quería oír en medio de esa oscuridad húmeda y apestosa, rodeado
por cadáveres descuartizados.
—Así que no estamos seguros aquí abajo. Deberíamos subir de nuevo y...
Ada comenzó a avanzar, esquivando los restos humanos. El ruido de sus
pasos cuidadosos y del pequeño oleaje que provocaban parecía resonar por
todo el túnel, que se encontraría en absoluto silencio si no fuese por ellos.
Maldita sea. ¿No hace caso a nadie, o sólo le pasa conmigo?
León la siguió, vigilando dónde ponía los pies, y extendió su mano libre
para tocarle el hombro.
—Al menos, deja que yo vaya delante, ¿de acuerdo?
—Bueno —admitió ella con un tono casi exasperado, aunque no del todo—
Tú diriges.
Se colocó delante de ella y avanzaron de nuevo. León intentó dividir su
atención entre la oscuridad que tenía por delante y los empapados trozos de
carne y hueso que tenía a sus pies. Un poco más delante, el túnel giraba hacia la
derecha, y en la aceitosa superficie del agua se veía un ligero reflejo luminoso.
Los restos humanos disminuyeron poco a poco.
León se detuvo sólo un momento para descolgarse la escopeta Remington
del hombro y comprobar que hubiera un cartucho en la recámara. Fuese lo que
fuese lo que hubiera descuartizado a los cadáveres, no parecía estar cerca, pero
quería estar preparado por si decidía regresar.
Ada esperó sin decir palabra, aunque él podía sentir su impaciencia. Se
preguntó, y no por primera vez, si le ocultaba algo más. León tenía miedo, y
también tenía frío y estaba cansado. Temía que algo le hubiera ocurrido a
Claire, que quizá todavía estaba dando vueltas por la comisaría... pero ni
siquiera sabía si Claire todavía estaba viva. No se había sentido nada tranquilo
con la idea de que Ada se metiera en una mala situación estando sola.
Ada, en cambio... Parecía tranquila y con los nervios bajo control, como un
soldado veterano, y lo único que expresaba era un irritado deseo de continuar
adelante con todo el asunto... y, si apreciaba de algún modo su presencia a su
lado, se estaba esforzando mucho por no demostrarlo. No es que él necesitara o
quisiera su gratitud...
Pero ¿no es cierto que la mayoría de la gente se sentiría contenta y aliviada
de tener a su lado a un policía? ¿Aunque fuera uno novato?
Puede que no, y no era el lugar ni el momento adecuado para empezar a
realizar preguntas. León dejó de pensar en aquello y comenzó a andar de
nuevo, pasando con cuidado por encima de un trozo de carne masticado que no
pudo identificar con exactitud.
—Para —le susurró Ada de repente—. Escucha.
León tensó su cuerpo, con la Remington en una mano y la Magnum en la
otra. Inclinó la cabeza hacia un lado para intentar escuchar mejor, pero sólo oyó
el lejano y constante gotear del agua... y un suave pataleo. Un sonido rápido
pero aleatorio, como martillos envueltos en tela que golpearan una superficie
cubierta de tela. Fuese lo que fuese, se estaba acercando a ellos, procedente de la
esquina del túnel que se veía un poco más adelante.
¿Por qué no oímos el chapoteo? ¿Por qué no se oyen las pisadas en el agua si...?
León retrocedió un paso y levantó sus dos armas ligeramente al recordar el
modo en que Ada había mirado antes al techo... y fue cuando la vio, la vio y
sintió que su corazón se detenía en mitad de un latido. Era una araña del
tamaño de un perro grande, que se deslizaba por encima de las húmedas
piedras de la parte superior de la pared interior, con las puntas de sus peludas y
huesudas patas resonando...
No es posible...
En ese preciso instante oyó unas tremendas detonaciones casi al lado de su
oreja derecha. Bam, bam, bam. El resplandor procedente de la boca del cañón
de la pistola iluminó brevemente el túnel cuando él disparó a su vez, y el eco de
los estallidos resonaron a lo largo de todo el túnel mientras la gigantesca araña
caía de la pared y se estrellaba contra el agua con un chapoteo.
Se irguió de nuevo y continuó avanzando hacia ellos, herida, arrastrando
dos de sus múltiples patas a través del agua sucia mientras de su grotesco
cuerpo redondeado escapaban unos oscuros fluidos. Saltó por encima de una
cabeza humana, y el cráneo rodó hacia un lado cuando lo rozó con su abdomen
hinchado. León distinguió sus brillantes ojos negros, cada uno del tamaño de
una pelota de ping-pong... y apretó el gatillo de la escopeta, sin siquiera sentir el
tremendo retroceso del disparo, con su atención totalmente centrada en aquella
araña inconcebible. La descarga le acertó de pleno, y destrozó su cara imposible
en mil pedazos. La araña se dio la vuelta de espaldas y se deslizó hacia atrás,
con sus gruesas patas estremeciéndose mientras se curvaban sobre su peludo
cuerpo.
León cargó de nuevo su escopeta con los oídos zumbando y con el corazón
en la boca. Su mente le decía que era imposible que hubiera salido disparada
hacia atrás una araña de aquel tamaño, que tenía que haberse desplomado bajo
su propio peso, que había algo erróneo en todo aquello...
Ada pasó a su lado dándole un empujón mientras le gritaba.
—¡Vamonos! ¡Puede que vengan más!
León echó a correr detrás de ella, obligado por el atrevido comportamiento
de Ada a dejar a un lado su asombro. Atravesó a la carrera la oscuridad,
pasando por encima de los restos humanos y de la araña muerta, una araña que
no debería haber existido jamás en la ciudad de Raccoon City que él había
conocido.
—Suelta tu arma —le ordenó Irons, y ella lo hizo, dudando sólo un
momento.
La Browning cayó al suelo con un chasquido metálico, y Irons tuvo que
reprimir el deseo de echarse a reír otra vez. Apenas era capaz de creer la forma
tan estúpida en la que ella se había comportado. Estaba claro que la asesina de
Umbrella se había confiado en exceso, entrando en su Santuario como si el lugar
le perteneciera, y su actitud engreída le iba a costar la vida.
—Date la vuelta, muy lentamente, y mantén las manos donde yo pueda
verlas —le dijo, sin dejar de sonreír.
¡Ah, que victoria tan fácilmente gloriosa! Era la última vez que Umbrella lo
subestimaba de aquel modo.
La chica obedeció de nuevo, girando lentamente con las manos levantadas
y abiertas, para mostrar que estaban vacías. La expresión de su cara era
impagable: sus bellos rasgos estaban congelados en una máscara de miedo y
asombro. No se había esperado algo como aquello. Sin duda, había creído que
sería una tarea fácil eliminar a Brian Irons. Después de todo, no era más que un
hombre desmoralizado, una sombra de su antigua personalidad, con su ciudad
y su forma de vida arrebatadas por completo...
—Te has equivocado, ¿verdad? —dijo mientras sentía que se le acababa el
buen humor y surgía de nuevo la rabia.
Mantuvo su VP70 apuntada hacia su rostro ridículamente joven. Era
insultante: habían enviado a una chiquilla para realizar el trabajo sucio. Aunque
fuera una tan bonita como aquélla...
—Tranquilícese, jefe Irons—dijo la muchacha.
Incluso furioso como estaba, él se sintió complacido al oír la tensión en su
seductora voz, las huellas del miedo bajo su inútil súplica. Iba a disfrutar de
aquello, mucho más incluso de lo que se había imaginado...
Pero antes, quiero unas cuantas respuestas.
—¿Quién te envía? ¿Es Coleman, de la sede central? ¿O las órdenes las
recibes de mucho más arriba...? ¿De la junta directiva, quizá? No tiene sentido
que intentes mentirme, ya no importa.
La chica se quedó mirándolo, con los ojos abiertos de par en par
simulando que estaba confusa.
—Yo... Yo no sé de qué me está hablando. Por favor, debe tratarse de una
equivocación...
—Oh, claro que ha habido una equivocación —respondió Irons con
desprecio—. Tú la has cometido. ¿Cuánto tiempo lleva Umbrella vigilándome?
¿Cuáles eran tus órdenes exactas? ¿Se suponía que tenías que matarme
directamente o Umbrella quería que yo sufriera un poco antes de eso?
La muchacha no respondió inmediatamente. Era obvio que estaba
intentando decidir qué podía contarle. Era muy buena, y la expresión de su
rostro sólo dejaba ver un miedo atroz, pero él se dio cuenta de lo que realmente
pensaba.
La he pillado. Se ha dado cuenta de que no pienso dejarla con vida, así que va a
intentar ocultarme la verdad incluso en un momento como éste. Joven, pero bien
entrenada.
—Vine a Raccoon City en busca de mi hermano —repuso con lentitud con
sus ojos grises fijos en la boca del arma de Irons—. Era miembro de los STARS,
y yo sólo quería...
—¿Los STARS? ¿Eso es lo mejor que puedes inventarte?
Irons se rió con amargura mientras meneaba la cabeza. Los STARS de
Raccoon City se habían marchado mucho antes de que todo se fuera a la
mierda, y de lo último que se había enterado era de que Umbrella ya había
«reconvertido» a la organización para sus propios propósitos y que estaba
trabajando para eliminar a todos aquellos que no se vendieran al mejor postor.
Como tapadera para su misión, no servía de mucho.
Pero hay algo que...
Entrecerró los ojos y estudió con mayor detenimiento su cara pálida y
nerviosa.
—¿Y quién dices que es tu hermano?
—Chris Redfield. Usted lo conoce... Yo soy Claire, su hermana, y no tengo
ni idea de lo que ha hecho Umbrella ni nadie me ha enviado para matarlo.
Habló con rapidez, tartamudeando en su intento por decírselo todo.
La verdad es que se parecía a Redfield, pensó, por lo menos en los ojos...
aunque el motivo por el que ella pensaba que aquello la iba a ayudar era un
misterio para Irons. Chris Redfield siempre había sido un jovenzuelo pomposo
e irrespetuoso que lo había desafiado abiertamente en muchas ocasiones. De
hecho, cuando lo pensó de nuevo...
—Redfield estaba trabajando para Umbrella, ¿verdad?
Mientras se lo preguntaba en voz alta, Irons se dio cuenta de que estaba en
lo cierto, y su furia se incrementó como una marea roja, como un calor infernal
que recorrió sus venas y le hizo sentirse enfermo.
Incluso mis empleados, desde el principio, todos unas traicioneras marionetas de
Umbrella.
—La mansión Spencer, las acusaciones contra Umbrella.., todo fue un
montaje. Le ordenaron que causara problemas para distraerme, y así ellos
podrían robar el nuevo virus de Birkin...
Irons dio un paso hacia Claire, casi incapaz de evitar apretar el gatillo a
pesar de lo que había planeado para ella. La muchacha dio un paso atrás
mientras ponía las manos por delante con las palmas vueltas hacia él, como si
quisiera protegerse de su furia justiciera.
—Así es como se enteraron los miembros de los STARS de cuándo debían
marcharse de la ciudad —dijo con un gruñido—. ¡Les avisaron de que se fueran
de la ciudad antes de que se produjera el escape del virus-T!
Él dio otro paso hacia ella, pero Claire se había detenido, con los ojos aún
más abiertos de par en par.
—¿Quiere decir que Chris no está en Raccoon City?
Su leve susurro de esperanza sólo logró aumentar la ira que le recorría el
cuerpo, y el sentimiento fue tan poderoso que superó la rabia, y centró sus
intenciones en algo mucho más brutal y preciso. No era suficiente que hubiese
sido traicionado por Umbrella y por los STARS, no era suficiente que hubiese
sido manipulado, atormentado, perseguido...
No. No, además esta chiquita tiene que mentirme, una espía y una asesina
procedente de una familia de traidores. Toda una vida dedicada al servicio, toda una
vida de experiencia y sacrifico personal, y ésta es mi recompensa.
—Una bofetada en la cara —dijo en voz baja, con un tono de voz tan frío
como el salvajismo que lo invadía, convirtiéndolo en el cazador—. Me tratas
como si fuera idiota. Ni siquiera me muestras el respeto de mentirme en
condiciones.
Extendió el brazo que sostenía su pistola y caminó hacia ella. Cada paso
era deliberado y premeditado, y esta vez, él se dio cuenta de que su miedo era
real por el modo en que retrocedía, por la manera en que sus labios temblaban y
su pecho respiraba entrecortadamente de una forma casi deliciosa. Estaba
aterrorizada e intentaba buscar con la vista un arma o un modo de salir de allí
mientras lo observaba, todo al mismo tiempo. No logró ninguna de las tres
cosas mientras él seguía avanzando.
—Yo tengo el poder —le dijo—. Éste es mi Santuario, éste es mi dominio.
Tú eres la intrusa. Tú eres la mentirosa, tú eres la malvada... y voy a
despellejarte viva. Voy a lograr que grites, zorra, voy a hacer que desees no
haber nacido nunca. Te pagasen lo que te pagasen, no habrá sido lo suficiente.
Ella retrocedió hasta una de las estanterías, tropezando con la pata de la
mesa de trabajo, y casi se cayó sobre la puerta de una salida que estaba en la
esquina. Irons la siguió mientras sentía aquella emocionante y bella sensación
de poder recorrerle el cuerpo, mientras se notaba cada vez más excitado por su
indefensión.
—¡Por favor! ¡Yo no soy quien usted se cree que soy! ¡Usted no quiere
hacer esto en realidad!
Sus patéticos razonamientos lo hicieron detenerse y soltar una carcajada.
Deseaba aumentar su terror, deseaba que sintiera que su control de la situación
era absoluto. Estaba situada entre una estantería llena de trofeos y la trampilla
del hueco oculto. Irons permaneció a una distancia prudencial, disfrutando de
la mirada que se veía en los relucientes ojos de la muchacha: el pánico que
sentía un animal atrapado, un animal indefenso, un animal de carne tibia y
blanda, de fácil manejo...
Irons se lamió los labios, y su mirada hambrienta recorrió la esbelta silueta
de su presa. Otro trofeo, otro cuerpo que transformar... y ya iba siendo hora de
que pusiera manos a la obra, de que...
¡Raaaargggh!
¿Qué demonios...?
La trampilla que cubría la entrada al subsótano salió disparada por los
aires, partiéndose con un crujido terrible, y una de las grandes astillas se clavó
en la cadera de Irons. Trastabilló, incapaz de comprender lo que había
ocurrido... Él tenía el control, y sin embargo, algo había salido mal,
terriblemente mal...
Algo le agarró el tobillo. Algo que lo apretó con tanta fuerza que oyó cómo
crujían los huesos. Sintió un dolor agudísimo que le subía por la pierna... y
cruzó su mirada con la de la chica, cuyos ojos mostraban ahora un nuevo terror,
y en aquel breve instante de contacto, quiso decirle tanto... Quiso decirle que no
era una mala persona, que era un buen hombre, que era un hombre que nunca
mereció que le pasasen todas las cosas que le habían pasado...
Pero aquello que lo tenía agarrado pegó un tremendo tirón. Irons cayó al
suelo, soltó su arma, y fue arrastrado hacia los gritos, hacia el dolor y hacia la
bestia que lo esperaba allí debajo.
Capítulo 19
Un momento antes, Irons estaba de pie delante de ella, mirándola a los
ojos con una increíble expresión de odio... y un momento después, había
desaparecido. Fue arrastrado por el suelo hasta el agujero por un brazo al que
apenas logró ver, del que sólo distinguió unos músculos goteantes y unas
garras de unos treinta centímetros. Desapareció de su vista en un instante,
llevándose consigo a Irons hacia la oscuridad inferior.
Oyó otro tremendo rugido de la criatura, un aullido poderoso y salvaje
que fue inmediatamente superado por el grito aterrorizado y lastimero de Irons.
Claire se quedó petrificada por los penetrantes sonidos, incapaz de moverse,
mientras los sentimientos de asombro, alivio y miedo recorrían
simultáneamente su cuerpo, oyendo los horribles gritos que surgían del agujero
abierto y azotaban sus oídos en el frío y tenebroso subterráneo que Irons había
creado...
Hasta que los gritos fueron interrumpidos por un gorgoteo, un segundo o
dos después... cuando comenzaron los húmedos y rasposos sonidos de carne al
ser arrancada y devorada.
Claire se movió. Recogió del suelo la pistola que Irons había dejado caer y
corrió alrededor de la mesa situada en mitad de la estancia, deseosa de no ser
agarrada y arrastrada del mismo modo que lo había sido él.
Lo ha matado. Lo ha matado, y él iba a matarme...
La fuerza de lo que acababa de ocurrir, de lo que habría ocurrido, golpeó
su conciencia de repente, provocando que sus piernas se convirtieran en
gelatina. Claire se obligó a sí misma a alejarse un poco más de la trampilla y a
desplomarse contra una pared que rezumaba humedad, aspirando grandes
bocanadas del aire estancado y cargado de aromas químicos.
Había planeado matarla, pero no matarla de golpe. Ella había visto que su
mirada cargada de locura había recorrido su cuerpo de arriba abajo, había
sentido el ansia en su enloquecida risa...
Percibió un gruñido bajo procedente de la esquina, un sonido bestial, el
gruñido de un león que se ha hartado de carne. Claire levantó su arma,
sorprendida de ser todavía capaz de sentir horror... cuando algo surgió del
agujero, algo que agitaba los brazos. Claire disparó, pero el tiro salió
completamente desviado. Una botella de cristal de una de las estanterías
explotó al mismo tiempo que aquello aterrizaba en el suelo...
Y entonces vio que era Irons, aunque sólo la mitad de él. Algo lo había
cortado por la mitad, el ser que había tirado de él lo había partido en dos. Todo
lo que hasta hacía escasos segundos estaba por debajo de su gruesa cintura
había desaparecido, y unos jirones de piel y de músculo colgaban sobre el
charco de sangre que se estaba formando y que sustituía a sus piernas.
Claire retrocedió hacia la puerta, con su arma todavía apuntada hacia la
abertura, y oyó a la criatura, al monstruo, aullar de nuevo. El eco del rugido se
fue desvaneciendo hacia una lejanía que ella no podía imaginar. Un segundo
más tarde, dejó de oírlo: se había marchado.
El monstruo de Sherry. Ese era el monstruo de Sherry.
Se acercó lentamente hacia el destrozado cuerpo del jefe Irons, hacia la
vacía oscuridad del agujero... sólo que no todo era oscuridad. Pudo ver que
hasta allí llegaba un poco de luz procedente de algún lugar inferior, la
suficiente para darse cuenta de que había otro piso por debajo, lo que parecía la
rejilla metálica de una pasarela industrial... y una escalera que llevaba hasta
ella.
Un subsótano... ¿Una salida?
Se alejó de la abertura, con sus pensamientos desorganizados y
persiguiéndose, intentando absorber toda la información que le había
proporcionado Irons. Chris ya no estaba en Raccoon City, los demás miembros
de los STARS también se habían marchado. Aquello representaba un alivio
maravilloso, pero también terrible, porque significaba que él no estaría por los
alrededores para ayudarla. Se había producido un escape de los laboratorios de
Umbrella, lo que al menos explicaba los zombis, pero ¿qué era lo que había
dicho sobre Birkin...? No, sobre el virus de Birkin, que además... era el padre de
Sherry.
Y quizá los zombis son el resultado de algún tipo de accidente de
laboratorio, pero ¿cómo se explicaban las demás criaturas, como el Señor X y los
hombres vueltos del revés?
El modo en que Birkin había maldecido a Umbrella sugería que, aunque el
accidente había sido algo inesperado, la compañía farmacéutica no era una
víctima inocente. ¿Cómo lo había llamado?
—El virus-T —dijo en voz baja, y se estremeció—. Habló del nuevo virus
de Birkin, y del virus-T...
La enfermedad de los zombis tenía un nombre, y no se pone un nombre a
algo a menos que se conozca bien, lo que significaba que...
Lo que significaba que no tenía ni idea de lo que quería decir todo aquello.
Lo único que sabía era que ella y Sherry tenían que huir de Raccoon City, y que
aquel subsótano podía ser una vía de escape. No era un callejón sin salida, eso
seguro, porque el monstruo que había matado se había marchado a algún
lugar...
¿Y de verdad quieres seguirlo?¿Con Sherry, además? Podría regresar... y si es
cierto que la está buscando...
No era una idea muy agradable. Sin embargo, tampoco lo era salir a la
calle, y la comisaría ya estaba repleta de Dios sabía qué otras criaturas. Claire
comprobó cuánta munición le quedaba al arma que Irons había utilizado para
amenazarla. Contó diecisiete balas. No eran suficientes para repeler a todas las
criaturas de la comisaría... pero sí, quizá, para mantener a raya a un monstruo...
Era una posibilidad, pero ella estaba dispuesta a correr el riesgo. Claire
inspiró profundamente y luego dejó escapar el aire con lentitud, intentando
calmarse. Tenía que mantener sus nervios bajo control, si no por ella, al menos
por Sherry.
Se dio la vuelta y bajó la vista para contemplar los restos destrozados del
jefe de policía. Había sido un modo terrible de morir, pero no logró sentirse
triste. Irons había estado dispuesto a violarla y a torturarla, se había reído
cuando ella le había suplicado por su vida, y ahora era él quien estaba muerto.
No se alegraba por ello, pero tampoco iba a derramar una lágrima por lo
ocurrido. Su único sentimiento al respecto era que debía tapar lo que quedaba
de él antes de ir en busca de Sherry y bajar de nuevo. La chica ya había visto
suficiente violencia para toda una vida.
Tú y yo, las dos, chiquilla —pensó Claire con cansancio, y comenzó a mirar a
su alrededor en busca de alguna tela suficientemente grande para cubrir el
cadáver del jefe Irons.
León la alcanzó en el frío pasillo de estilo industrial que llevaba a la
entrada de las alcantarillas, a unos cuantos pasos del subsótano inundado. Ada
había echado a correr para adelantarse a él y poder colocar las llaves que les
permitirían acceder a las alcantarillas. No quería tener que explicarle cómo las
había conseguido. Apenas le había dado tiempo a arrojarlas a un cuarto de
calderas antes de que las botas del policía resonaran en los peldaños metálicos a
su espalda.
Al menos, no tengo que fingir que tengo que recuperar el aliento…
Ada se dio cuenta por su expresión que tenía que suavizar la situación, así
que comenzó a hablar en el mismo instante que él entró en el sombrío pasillo.
—Siento haber echado a correr —se disculpó mientras le sonreía con
nerviosismo—. Es que odio las arañas.
León frunció el entrecejo y la miró fijamente. Al ver la mirada de sus ojos
azules, Ada se dio cuenta de que tendría que hacerlo mucho mejor, que tendría
que esforzarse mucho más. Dio un paso hacia él para acercarse un poco, no lo
bastante como para invadir su espacio personal, pero sí lo suficiente para que él
sintiera el calor de su cuerpo. Mantuvo el contacto visual e inclinó un poco la
cabeza hacia atrás para resaltar la diferencia de altura entre ellos dos. Era un
pequeño detalle, pero en su experiencia profesional, los hombres por lo general
respondían de forma adecuada a los pequeños detalles.
—Supongo que tengo mucha prisa por salir de aquí —dijo en voz baja, y
dejó de sonreír—. Espero no haberte preocupado.
Él bajó la mirada, pero no antes de que ella advirtiera un destello de
interés. Estaba confundido y algo aturdido, pero, desde luego, estaba interesado
en ella, por lo que se sorprendió mucho más cuándo León dio un paso atrás
para alejarse.
—Bueno, pues sí, has hecho que me preocupe. No vuelvas a hacerlo,
¿entendido? Puede que no sea un gran policía, pero al menos lo estoy
intentando... y sólo Dios sabe con qué nos podemos topar aquí abajo. —La miró
de nuevo a los ojos, y siguió hablando en voz baja—: Vine contigo sólo porque
quiero ayudarte, quiero hacer mi trabajo, y no puedo hacerlo si sigues
lanzándote a la carga de ese modo. Además —dijo con una leve sonrisa—, si
sales corriendo, ¿quién va a ayudarme a mí?
Esta vez le tocó a Ada mirar hacia otro lado. León estaba siendo
completamente sincero con ella y admitía sin reparos el miedo que estaba
sintiendo. Además, la respuesta que había dado a su insinuación no demasiado
sutil había sido dar un paso atrás y decirle que quería ser un buen policía.
Está interesado en mí, pero no se va a dejar arrastrar por sus hormonas. Y, para
colmo, es lo bastante hombre para admitir delante de mí que su habilidad como policía
no es la mejor del mundo.
Ella se vio obligada a responder a su sonrisa, pero le costó trabajo.
—Haré todo lo que pueda—respondió.
León asintió y se dio la vuelta para registrar con la vista el pasillo, dejando
a un lado la conversación, para alivio de Ada. No estaba segura de lo que
pensaba de él, pero se estaba dando cuenta, y se sentía incómoda por ello, de
que su respeto por él aumentaba a cada momento. Aquello no era nada bueno,
si se tenían en cuenta las circunstancias que rodeaban todo el asunto.
No había mucho que ver en el húmedo y escasamente iluminado pasillo:
dos puertas y un callejón sin salida. El cuarto de calderas, donde ella había
tirado las llaves (aunque más bien eran clavijas como las de los aparatos de
música), estaba delante de ellos, y la entrada a las alcantarillas, en una esquina
posterior. Según el cartel que había en la pared, la otra puerta daba paso a un
pequeño cuarto de almacenamiento.
Ada siguió a León cuando éste se dirigió hacia la puerta más cercana, la
del cuarto de almacenamiento, pero se mantuvo a su espalda mientras él la
abría con el cañón de su Magnum y entraba con cuidado. Unas cajas, una mesa,
un camastro... Nada importante, pero al menos no se habían encontrado con
más bichos amenazadores. Después de un rápido registro, él salió de nuevo al
pasillo y se dirigieron hacia el cuarto de calderas.
—Bueno, ¿y cómo has aprendido a disparar de ese modo? —preguntó
León cuando se detuvieron delante de la puerta. Su tono de voz era indiferente,
pero ella creyó detectar algo más que una simple curiosidad—. Lo digo porque
eres muy buena. ¿Estuviste en el ejército o algo así?
Buen intento, señor agente.
Ada sonrió, y se dispuso a interpretar de nuevo su ya practicada
personalidad de tapadera.
—Pistolas de pintura, aunque no lo creas. Ya sabes, esas que disparan
bolas rellenas de pintura. Asistí a una partida con mi tío cuando era una
jovencita, y no me atrajo demasiado, pero hace unos años, un amigo de la
galería de arte donde trabajo como compradora, en Nueva York, me llevó,
bueno, casi me arrastró a uno de esos fines de semana de supervivencia para
descansar, y fue toda una experiencia. Me lo pasé genial. Ya sabes: escalamos
montañas, hicimos senderismo, de todo eso, y además, otra vez pistolas de
pintura. Es divertidísimo, así que vamos una vez cada dos meses, más o menos,
aunque nunca pensé que tendría que utilizarlo en la vida real.
Ella se dio cuenta de que él la creía, de que quería creerla. Probablemente
era la respuesta a muchas de las preguntas que se había estado haciendo sobre
ella, unas preguntas que no se había atrevido a plantear.
—Bueno, pues eres mucho mejor tiradora que algunos de mis compañeros
de academia. De verdad. Entonces, ¿estás dispuesta a seguir adelante?
Ada se limitó a asentir. León abrió la puerta que daba al cuarto de
calderas. Paseó la mirada por la antigua y oxidada maquinaria que había en
aquel amplio espacio antes de indicarle a ella que podía entrar. Ada se esforzó
por no bajar la mirada, para que fuese León quien encontrase el pequeño
envoltorio que ella había tirado allí minutos antes.
Ella no había mirado a fondo el lugar cuando tiró las llaves. El cuarto, que
tenía forma de H mayúscula puesta de lado, disponía de unas barandillas
oxidadas y estaba dominada por dos enormes calderas viejas, una a cada lado.
Unos cuantos tubos fluorescentes lanzaban pequeños chasquidos por encima de
ellos, y la luz de los pocos que todavía funcionaban provocaba una serie de
extrañas sombras al tropezar con las tuberías por las paredes repletas de
manchas de humedad. La puerta que llevaba al sistema de alcantarillado estaba
en la esquina izquierda más alejada. Divisó un portón de hierro de aspecto
pesado y, a su lado, un pequeño panel.
—Eh... —León se agachó y recogió del suelo el puñado de clavijas que ella
había tirado allí y que, sabía, abrirían el portón—. Parece que a alguien se le ha
caído algo...
Antes de que Ada pudiera comenzar a fingir y a preguntarle qué había
encontrado, oyó un ruido. Era un sonido suave, como el de algo que se
arrastrara, procedente de la zona de la esquina derecha trasera, que estaba
tapada por una de las calderas.
León también lo oyó. Se puso en pie con rapidez, dejando caer el puñado
de clavijas al mismo tiempo que alzaba la escopeta. Ada también apuntó con su
Beretta hacia el punto de donde provenía el ruido, y de repente recordó que la
puerta estaba entornada cuando ella llegó procedente del subsótano.
Oh, mierda. El implante.
Sabía lo que era incluso antes de que apareciera ante su vista
arrastrándose... y, aun así, se quedó pasmada. La pequeña criatura había
crecido, y había crecido muy deprisa, hasta alcanzar un tamaño veinte veces
superior al inicial, logrado en otros tantos minutos... y todavía seguía creciendo,
al parecer, a un ritmo exponencial. En los pocos segundos que tardó la criatura
en llegar hasta el centro de la estancia, pasó de tener el tamaño de un pequeño
perro hasta la altura y el grosor de un niño de diez años.
La forma también había cambiado, estaba cambiando, todavía. Ya no era
aquella pequeña bestezuela alienígena que se había abierto camino a mordiscos
para salir del pecho de Bertolucci. Le había desaparecido la cola, y la criatura
que avanzaba centímetro a centímetro sobre el oxidado suelo de metal había
desarrollado unas extremidades, unos brazos que se extendían desde su
gomosa carne. Vio unas garras que empezaban a sobresalir de su oscura y
cambiante piel, acompañadas de un sonido chasqueante como el del cartílago al
partirse. De repente, comenzaron a crecerle piernas, al principio blandas como
el agua, pero a medida que tomaban forma, los músculos y los tendones
adquirieron fuerza, y la criatura comenzó a caminar de un modo más ágil, casi
felino.
La escopeta de León y la pistola de Ada dispararon al mismo tiempo, y
una serie de fuertes estampidos se intercalaron con el sonido más agudo de los
proyectiles de nueve milímetros. La criatura continuó cambiando, alargando su
figura e intentando ponerse en pie mientras adoptaba una figura humanoide.
Su respuesta a los estruendosos disparos que atravesaban con sonido húmedo
su pellejo fue abrir la boca y vomitar un chorro de proyectiles de bilis verde y
podrida...
Unos proyectiles que cayeron al suelo y comenzaron a moverse. El chorro
que había surgido de sus fauces estaba vivo, y la docena de criaturas similares a
cangrejos que habían estado semiocultas en el chorro parecían saber con
exactitud dónde se encontraba la amenaza a su fétido y mutante progenitor. Las
escurridizas y reptantes criaturas se lanzaron como un silencioso enjambre en
dirección a León y Ada mientras el monstruoso implante daba un enorme paso
hacia adelante, con unos tendones saltones de su cuello increíblemente largo y
grueso.
León tenía una mayor potencia de fuego...
—¡Yo me ocupo de ellos! —gritó Ada mientras apuntaba y disparaba
contra el más cercano de los verdes y diminutos cangrejos. Eran veloces, pero
ella fue más rápida: apuntó y disparó, apuntó y disparó, apuntó y disparó, y los
pequeños monstruos fueron estallando uno tras otro en fuentes de fluidos
oscuros y espesos, y muriendo tan silenciosamente como se acercaban.
León disparó una y otra vez con la escopeta, pero Ada no podía mirar en
su dirección para comprobar cómo le iba con la bestia madre. Quedaban cinco
de las pequeñas criaturas, y sólo le quedaban tres balas...
Y en ese momento oyó que la escopeta golpeaba el suelo, y el estampido
de un tono más grave pero menos potente de los proyectiles de la Magnum de
León resonó a través de toda la estancia metálica mientras ella eliminaba a otras
dos criaturas antes de que el percutor golpeara con un chasquido seco sin que le
respondiera el sonido de un disparo.
Ada soltó la Beretta sin pararse a pensar y se tiró al suelo. Agarró la
escopeta por el cañón, rodó hacia León y se quedó agachada a su lado, fuera de
su línea de tiro. Blandió el arma con fuerza y dos de los seres mutantes
quedaron reducidos a pulpa por la pesada culata... pero el tercero, el último,
saltó hacia adelante de forma completamente inesperada... y aterrizó en su
muslo, agarrándose con sus patas con puntas como garras. Ada soltó la
escopeta gritando mientras el animal se deslizaba velozmente por su pierna, y
su peso húmedo y tibio casi la hizo enfermar de asco.
—¡Fuera, fuera, FUERA!
Cayó hacia atrás, manoteando frenéticamente contra la criatura que ya le
había logrado llegar al hombro y se dirigía hacia su cara, hacia su boca...
Y en ese preciso instante, León la agarró del otro hombro y la levantó con
rudeza con una mano mientras con la otra agarraba a la criatura. Ada se
tambaleó sobre él y lo cogió de la cintura para no caerse. El bicho se enganchó
con fuerza al tejido de su traje de noche, pero León lo tenía agarrado con mayor
fuerza. Lo arrancó de allí y, mientras lo arrojaba al otro lado de la habitación,
gritó:
—¡Mi Magnum!
El arma estaba metida en el cinturón de León. Ada la sacó de un tirón y vio
que la criatura aterrizaba cerca del monstruoso ser que la había lanzado contra
ellos, y que yacía destrozada por los disparos de León...
Y disparó contra ella, logrando acertarle de lleno a pesar de no estar en
una postura adecuada para disparar y a pesar del pánico que sentía por haber
estado a punto de ser implantada con uno de aquellos seres. El pesado proyectil
rebotó con un sonido metálico, levantando una lluvia de chispas y restos
oxidados, y reventó a la criatura, convirtiéndola en una fea mancha en la pared.
Destrozada.
Nada se movió a continuación, y los dos se limitaron a quedarse allí de pie
durante unos instantes, apoyados el uno contra el otro como si fueran los
supervivientes de un accidente repentino y catastrófico, lo que en cierto modo
era verdad. Todo aquel tiroteo había durado menos de un minuto, y habían
salido de él sanos y salvos... pero Ada no se engañaba sobre lo cerca que había
estado de morir, ni sobre lo que acababan de lograr matar.
El virus-G.
Estaba completamente segura de ello. El virus-T no hubiera podido lograr
crear una criatura tan complicada, no sin al menos un equipo de cirujanos.
Además, ella la había visto crecer. ¿Cuan grande, cuan poderosa habría llegado
a ser aquella criatura si no la hubieran encontrado cuando lo hicieron? Tal vez
la bestia era alguna clase de experimento preliminar con el virus-G, pero ¿y si se
trataba de un escape? ¿Qué pasaría si existían más criaturas como aquélla?
Las alcantarillas, la fábrica, los niveles subterráneos... Lugares oscuros y
resguardados, lugares secretos, donde puede estar creciendo cualquier cosa...
Fuese cual fuese la situación, el camino hacia el laboratorio ya no le parecía
un paseo y, de repente, Ada se alegró de que León hubiese decidido
acompañarla. Ya que insistía tanto en ir el primero, si algo los atacaba, ella
tendría muchas más probabilidades de sobrevivir...
—¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?
León, que todavía la tenía agarrada de un brazo, la miraba con unos ojos
llenos de preocupación sincera. Ada se dio cuenta de que podía olerlo muy
bien. Desprendía olor a jabón, a limpio, y lo empujó para alejarlo. Extendió la
mano con la que empuñaba la Magnum para devolverle su arma y luego se
estiró el vestido. Se dedicó a observarlo con cuidado como si buscara alguna
rotura, para no tener que mirarlo.
—Gracias, pero no tienes por qué preocuparte. Estoy bien.
Le salió en un tono más desagradable del que ella pretendía, pero se sentía
confundida y nerviosa, y no sólo por el feroz ataque seguido del intento de
implante. Lo miró, y no estuvo segura de cómo sentirse al ver que su respuesta
había pillado a León con la guardia bajada. Parpadeó con lentitud, y en su
mirada se posó algo parecido a cierta frialdad, lo que indicaba una fuerza de
carácter de la que Ada no lo había creído capaz.
—Dijiste pistolas de pintura, ¿verdad? —contestó él con tono neutro. Sin
decir una sola palabra más, se dio la vuelta para recoger del suelo el envoltorio
que ella había tirado allí minutos antes.
Ada se quedó mirándolo, diciéndose a sí misma que era ridículo
preocuparse por lo que pensase de ella. Estaban a punto de embarcarse en un
viaje durante el cual quizá tendría que abandonarlo o ver cómo sacrificaba su
vida para que ella pudiera salvar la suya propia...
O quizá tenga que matarlo yo misma. No olvidemos eso, amigos y amigas, así que,
¿a quién coño le importa si él piensa que soy una perra desagradecida?
Enderezó el cuerpo. Debería estarle agradecida por recordárselo.
Ada se agachó para recoger la escopeta, sintiendo que debía tener más
claras cuáles eran sus prioridades... y un vacío en el interior de su alma al que
no había prestado atención desde hacía mucho, mucho tiempo.
Capítulo 20
El señor Irons había sido un hombre muy malo. Un hombre enfermo.
Sherry supuso que lo había sabido en cierto modo todo el tiempo, pero el hecho
de ver su cámara secreta de tortura, como el taller de algún científico loco, lo
confirmó. El lugar era asqueroso, repleto de huesos, de botellas y con un olor
incluso peor que el de los zombis. Quizá por todos esos motivos, ver aquel
bulto en el suelo, la silueta de un cuerpo incompleto bajo una tela empapada de
sangre, no la inquietó ni la mitad de lo que Claire se esperaba. Sherry se quedó
mirando el bulto, preguntándose qué había sucedido exactamente.
—Vamos, cariño. Tenemos que continuar —instó Claire.
El tono de alegría forzada en su voz le indicó a Sherry que el cuerpo del
señor Irons había sufrido grandes destrozos. Lo único que Claire le había
contado era que el señor Irons la había atacado y que luego algo había atacado
al señor Irons, y que existía la posibilidad de llegar a un lugar seguro si bajaban
por aquel sitio. Sherry se había sentido tan aliviada al ver a Claire sana y salva
que ni se había molestado en hacerle preguntas.
No es un bulto lo bastante grande para que quepa una persona entera ahí debajo...
¿Se lo habrán comido en parte? ¿O lo habrán descuartizado?
—¿Sherry? Vamonos, ¿de acuerdo?
Claire apoyó una mano en su hombro y tiró con suavidad de ella para
alejarla de lo que quedaba del jefe de policía. Sherry dejó que la llevara hacia un
agujero negro que se abría en una de las esquinas y decidió que dejaría las
preguntas que tenía en la cabeza para más adelante. Pensó en decirle a Claire
que no le importaba que Irons estuviera muerto, pero no quería parecer
maleducada o irrespetuosa. Además, Claire sólo quería protegerla, y a Sherry
no le importaba en absoluto que lo hiciera.
Claire bajó por la escalera en primer lugar, y después de un instante, la
llamó para decirle que el lugar era seguro y que podía bajar. Sherry apoyó los
pies con cuidado en los oxidados peldaños de metal, sintiéndose realmente feliz
por primera vez desde hacía muchos días. Al menos, estaban haciendo algo.
Estaban saliendo de la comisaría y dirigiéndose hacia una ruta de escape.
Pasara lo que pasase, se sentía muy bien.
Claire la ayudó a bajar los dos últimos peldaños levantándola y dejándola
luego en el suelo. Sherry se dio la vuelta, miró alrededor y abrió los ojos de par
en par.
—Vaya —fue lo único que dijo, y la palabra se alejó en un susurro a través
de las sombras, de donde regresó como un eco después de rebotar en la
superficie de las extrañas paredes.
—Sí —dijo Claire—. Vamos.
Claire comenzó a caminar, y sus botas provocaron ecos metálicos mientras
Sherry la seguía de cerca, sin dejar de mirar alrededor con asombro. Era
idéntico al escondite de uno de los tipos malos que aparecían en alguna de las
películas de espías que había visto, una especie de pasillo industrial en el
interior de una montaña o algo así. Estaban en una pasarela metálica rodeada
de barandillas, y una sucia luz verde se filtraba a través de la rejilla del suelo
procedente de algún lugar que no podían ver. Aunque la pared de la derecha
era de ladrillo, la de la izquierda era de roca natural, como la de una cueva.
Divisó unas enormes columnas de piedra que se alejaban hacia la oscuridad
hasta desaparecer, manchadas también por la misma luz verdosa y fantasmal.
Sherry frunció la nariz por el mal olor. Por muy interesante que fuera el
sitio, apestaba a podrido. Tampoco le gustaba el modo en que los ruidos
recorrían aquel espacio frío, haciendo que todo pareciera hueco.
—¿Tú qué crees que es este lugar? —preguntó en voz baja.
Claire meneó la cabeza.
—No estoy segura. Por el olor y su localización, yo diría que estamos en la
planta de tratamiento de aguas residuales.
Sherry asintió, contenta de saberlo. Y se sintió aún más contenta cuando
vio la salida un poco más adelante, justo delante de ellas. El pasillo no era muy
largo: giraba a la izquierda hasta llegar a otra escalera al final, una que subía.
Cuando llegaron a ella, Claire se detuvo, con aspecto dubitativo. Miró hacia
arriba, hacia la abertura, y luego hacia la cueva oscura y vacía.
—Yo debería subir en primer lugar... ¿Qué te parece si subes detrás de mí,
pero te quedas en la escalera mientras yo compruebo que no hay peligro?
Sherry asintió, aliviada. Había temido por un segundo que Claire le dijera
que se quedara allí abajo y que la esperara, como había hecho antes.
Ni hablar. Este sitio es oscuro, apesta y me da miedo. Si hubiera un monstruo,
seguro que estaría por aquí...
Claire subió con facilidad por los peldaños, y Sherry la siguió hasta que
salió por el agujero. Luego se quedó agarrada con fuerza a los fríos barrotes de
metal. Sólo tuvo que esperar unos cuantos segundos antes de que los brazos de
Claire aparecieran para ayudarla a salir.
Estaban de nuevo en terreno firme, en un corto sendero de cemento que
parecía luminoso y limpio comparado con la pasarela de la cueva. Sherry
supuso que todavía estaban en la planta de residuos, aunque el olor no era tan
desagradable, pero a la izquierda del sendero vieron un río inmóvil de aguas
residuales, de unos treinta centímetros de profundidad y de un metro y medio
o poco más de ancho. El agua fangosa podía correr en cualquiera de los dos
sentidos, hacia un túnel bajo y redondo o hacia una gran puerta de metal,
cerrada en ese momento. Por encima de ellos vieron una gran galería, pero
Sherry no vio ninguna escalera.
Lo que significa que... Puaj, qué asco.
—¿Tenemos que hacerlo? —preguntó a Claire. Claire lanzó un profundo
suspiro.
—Me temo que sí. Pero míralo por el lado bueno: ningún monstruo en sus
cabales nos seguiría a través de esta porquería.
Sherry sonrió. No había sido un comentario demasiado divertido, pero
apreciaba lo que Claire estaba intentando hacer. Era lo mismo que le había
impulsado a tapar el cuerpo de Irons o a decirle que sus padres probablemente
estarían a salvo en algún lugar.
Está intentando protegerme de lo realmente mal que está la situación.
A Sherry le gustaba aquello, tanto que ya estaba temiendo el momento en
que Claire tuviera que marcharse de forma definitiva. Al final, terminaría
haciéndolo: tenía una vida en alguna otra ciudad, con sus propios amigos y
familiares, y en cuanto salieran de Raccoon City, volvería a su lugar de origen y
Sherry se quedaría sola de nuevo. Incluso si sus padres estaban sanos y salvos,
estaría sola otra vez... y aunque ella deseaba muchísimo que estuvieran bien, no
deseaba tener que separarse de Claire.
Sólo tenía doce años, pero ya sabía desde hacía un par de ellos que su
familia era diferente a la mayoría de las demás. Los demás compañeros de la
escuela tenían padres que pasaban tiempo con ellos, daban fiestas de
cumpleaños y salían de viaje, además de que tenían hermanos y hermanas, e
incluso mascotas. Ella nunca había tenido nada que se pareciera a todo aquello.
Sabía que su padre y su madre la querían, que la amaban, pero a veces sentía
que, sin importar lo buena, lo tranquila o lo autosuficiente que fuese, ella les
estorbaba.
—¿Estás preparada?
La voz suave y tranquila de Claire la hizo regresar de nuevo a la situación
y le recordó que tenía que estar más alerta. Sherry se limitó a asentir y Claire se
metió en el agua oscura y sucia, para luego darse la vuelta y ayudarla a bajar.
El agua estaba fría y grasienta, y le llegaba hasta las rodillas. Era algo
asqueroso, pero no completamente repugnante. Claire le indicó con una seña de
su pistola la puerta de metal situada a la izquierda, con aspecto de estar tan
asqueada como ella.
—Parece que vamos a tener que...
Un fuerte ruido en la galería la interrumpió, y ambas levantaron la vista.
Sherry se acercó instintivamente a Claire cuando el ruido se produjo de nuevo.
Parecían pasos, pero eran demasiado lentos, hacían demasiado ruido para que
fuera algo normal... y Sherry vio a un hombre con un largo abrigo. Sintió que se
le secaba la boca por el miedo. Era una persona gigantesca, de más de dos
metros de altura, y su cráneo desnudo brillaba con el mismo color blanquecino
y enfermizo que la tripa de un pescado muerto. No podía verlo con claridad
debido al ángulo en que se encontraba, pero lo que vio fue más que suficiente.
Pudo sentir que era algo malo, que había algo muy malo y extraño en él.
Aquella sensación irradiaba de él como si fuese una enfermedad.
—¿Claire? —dijo con voz aguda y temblorosa que se convirtió en un
gemido cuando aquel ser comenzó a andar de nuevo y a girarse hacia ellas, de
forma lenta, muy lenta. Sherry no quería ver su cara, no quería verle la cara a
un hombre que era capaz de atemorizarla tanto con el simple hecho de
caminar...
—¡Corre!
Claire la agarró por una mano y las dos comenzaron a correr, chapoteando
a través del agua espesa en dirección a la puerta. Sherry se concentró en no
caerse y al mismo tiempo en rezar para que la puerta se abriera...
Que no esté cerrada, por favor, ¡que no esté cerrada!
También se concentró en no mirar hacia atrás. No quería ver lo que el
gigante, el hombre malvado, estaba haciendo. La puerta estaba cerca, pero le
pareció que tardaban una eternidad, y que cada segundo se alargaba mientras
luchaban contra la resistencia que ofrecía el agua fría y aceitosa.
Trastabillaron hasta llegar a la compuerta y Claire encontró el botón en
mitad de un ataque de pánico que hizo que Sherry tuviera aún más miedo. La
puerta se abrió por la mitad, y una parte se deslizó hacia arriba mientras la otra
se hundía bajo las olas que ellas habían creado.
Sherry no miró atrás, pero Claire sí lo hizo. Fuera lo que fuera lo que vio,
la hizo saltar al otro lado de la puerta tirando de Sherry tras de sí hacia el largo
y oscuro túnel que se abría más allá de la puerta. Claire comenzó a buscar el
botón y lo apretó manoteando en cuanto pasaron el umbral. La puerta se cerró,
dejándolas en la oscuridad goteante.
—No te muevas y quédate en silencio —susurró Claire.
Gracias a una difusa claridad procedente de algún lugar por encima de
ellas, Sherry pudo ver que Claire mantenía la pistola que empuñaba por delante
de ella, apuntando hacia la densa oscuridad del resto del túnel por si aparecía
alguna nueva amenaza. Sherry le obedeció, con el corazón palpitante mientras
se preguntaba quién, qué era aquel hombre. Era obvio que se trataba del
hombre sobre el que Claire le había preguntado antes, pero aun así, ¿qué era?
La gente no crecía tanto, y Claire también se había sentido aterrada...
Clinc.
Un ruido metálico y apagado en la pared que estaba a su espalda... y
Sherry sintió de repente que al agua comenzaba a correr alrededor de sus pies,
una súbita corriente que empezó a tirar de sus tobillos, que le hizo perder el
equilibrio... y la hizo tropezar y caer de cara en la fría y asquerosa agua cuando
la corriente se hizo aún más fuerte, y tiró de ella hacia atrás. Sherry extendió la
mano en un intento por agarrarse a algo, a cualquier cosa, mientras sentía cómo
el resbaladizo suelo de piedra corría bajo sus dedos y las rugientes aguas la
alejaban y la separaban de Claire.
No puedo respirar...
Sherry pataleó con frenesí, retorciendo su cuerpo, con los ojos picándole
por la sucia agua... y logró inspirar una bocanada de aire cuando su cabeza salió
por fin a la superficie. En ese momento, se dio cuenta de que estaba en un túnel,
un conducto negro como la noche que apenas medía un poco más que los
conductos de ventilación de la comisaría. El veloz flujo de agua la arrastraba y
Sherry logró seguir respirando el asqueroso aire a bocanadas cada vez que
podía a pesar de la velocidad. Se obligó a sí misma a no luchar contra el
tremendo poder del líquido turbulento y siseante. El túnel tenía que acabar en
algún lugar y, fuese donde fuese, ella tenía que estar preparada para comenzar
a correr si era necesario.
Por favor, Claire, por favor. No me abandones...
Estaba perdida, ciega y sorda y se deslizaba a través de la oscuridad cada
vez más y más lejos de la única persona que podía protegerla de las criaturas de
pesadilla que se habían apoderado de Raccoon City.
Annette ya no tenía dudas sobre si su marido había salido o no de los
niveles del laboratorio. Lo había hecho. No sólo la mitad de las entradas al
lugar estaban abiertas, sino que, además, las vallas que rodeaban la fábrica
habían sido destrozadas. Para colmo, los túneles de alcantarillado, esos túneles
que deberían haber estado prácticamente vacíos, en realidad estaban repletos de
humanos infectados que sin duda debían proceder del exterior. A pesar de lo
avanzado de su deterioro celular, había tenido que abatir a disparos a cinco de
ellos para abrirse paso desde el tranvía eléctrico hasta el centro de operaciones
del sistema de alcantarillado.
Después de lo que le pareció una eternidad de vadear a través de las aguas
oscuras a medio depurar del laberíntico sistema, llegó hasta la plataforma que
buscaba. Subió hasta el túnel de cemento mirando con temor la puerta cerrada
que estaba a unos cuantos metros de ella. Cerrada y sin daños aparentes: era
una buena señal, pero ¿y si había pasado por allí antes de perder todo rastro de
inteligencia humana, antes de que se hubiera convertido en un animal violento
y sin capacidad de razonar? Es posible que incluso en aquel momento retuviera
algo parecido a la memoria. La verdad es que no tenía ni idea de si aquello era
posible. Ninguno de los dos había probado el virus-G en los humanos todavía...
¿Y si ha pasado por aquí? ¿Y si ha logrado llegar a la comisaría?
No podía, no consideraría siquiera esa posibilidad. Si tenía en cuenta todo
lo que sabía sobre los progresivos cambios quimiofisiológicos, lo que él sería
capaz de hacer si el virus actuaba como se suponía que debía actuar, la idea de
que llegara a ponerse en contacto con la población no infectada... bueno, era
impensable.
La comisaría está a salvo —pensó con firmeza—. Irons será un estúpido
incompetente, pero los policías bajo su mando no lo son. Dondequiera que esté William,
no puede haber pasado sus barreras.
No podía permitirse el lujo de pensar otra cosa: Sherry estaba allí, si había
hecho lo que se suponía que debía hacer y le había obedecido. Además de ser
carne de su carne y sangre de su sangre (lo que ya era razón más que suficiente
para preocuparse por ella, se recordó a sí misma), Sherry tenía un papel muy
importante en sus planes de futuro.
Annette se apoyó contra una fría y húmeda pared. Sabía que se le acababa
el tiempo, pero fue incapaz de seguir dando ni un paso más sin descansar por
un momento. Había confiado tanto en su instinto territorial inscrito en los genes
para mantenerlo cerca del laboratorio, había estado tan segura de que lo
encontraría, de que su aroma a persona viva lo atraería... pero estaba casi al
final de la zona de contención, y todo lo que había encontrado era una docena
de sitios por donde podía haber escapado.
Y los de Umbrella llegarán de nuevo dentro de poco tiempo. Tengo que regresar y
activar el sistema de auto destrucción antes de que puedan detenerme.
William merecía descansar en paz... pero, además, el hecho de destruir a la
criatura que antaño había sido su marido erradicaría cualquiera de sus dudas
sobre el éxito de su objetivo. ¿Qué ocurriría si hacía volar por los aires el
laboratorio y después descubría que Umbrella lo había capturado? Todos sus
esfuerzos, todo su trabajo, todo para nada...
Annette cerró los ojos, deseando que existiera un modo más fácil de tomar
la decisión que debía tomar. La verdad era que la muerte de William no era un
hecho tan crucial como librarse por completo del laboratorio, y además existían
muchas posibilidades de que no lo encontraran, de que ni siquiera fueran
capaces de darse cuenta de su transformación...
Y tampoco es que tenga muchas más opciones. No está aquí y no tengo ni idea de
dónde está.
Se alejó de la pared con un ligero empujón de las caderas y comenzó a
caminar lentamente hacia la puerta. Comprobaría los últimos túneles que
quedaban, echaría una ojeada a la sala de conferencias para saber si había
sufrido muchos daños y después regresaría. Regresaría y acabaría con lo que
Umbrella había comenzado.
Annette empujó la puerta para abrirla...
Oyó el sonido de pasos que resonaban en el pasillo, procedentes de algún
punto situado un poco más adelante. El pasillo tenía forma de «T», y los
sonidos eran confusos, mezclándose entre sí, por lo que era imposible saber
exactamente de dónde procedían. Sin embargo, de lo que estaba segura era de
que se trataba de los pasos seguros y decididos de un humano que no había
sido infectado. Quizás eran más de uno, lo que sólo podía significar una cosa.
Umbrella. Por fin han vuelto.
Una rabia feroz recorrió todo su cuerpo e hizo que sus manos comenzaran
a temblar mientras sus labios se tensaban, dejando al descubierto sus dientes
apretados. Tenían que ser ellos, tenía que tratarse de uno de sus espías asesinos.
Aparte de Irons y de unos cuantos funcionarios del ayuntamiento, sólo la gente
de Umbrella sabía que aquellos túneles todavía estaban en uso... y que llevaban
a los laboratorios subterráneos. La posibilidad de que se tratara de algún
inocente superviviente de la catástrofe ni siquiera se le pasó por la cabeza, como
tampoco se le ocurrió la idea de huir. Levantó su pistola y esperó a que el
cabrón asesino e inmisericorde apareciera.
Una silueta apareció ante la vista, una mujer vestida de rojo, y Annette
disparó...
Bam.
Pero estaba temblando, aullando en su interior, y el disparo salió desviado
por arriba. Rebotó en la pared de cemento con un zumbido agudo. La mujer
también llevaba un arma, una pistola que alzó y con la que empezó a apuntar...
Y Annette disparó de nuevo, pero de repente apareció otra figura, una
silueta borrosa que cruzó el aire y se puso delante de la mujer, derribándola con
la fuerza del impulso de su salto, todo a la vez...
Annette oyó un grito de dolor, un grito de hombre, y sintió una oleada de
rugiente triunfo.
Le di. Le he dado a él.
Pero tal vez había más, y no le había acertado a la mujer... y ellos eran
asesinos entrenados.
Annette se dio la vuelta y echó a correr. Su sucia bata de laboratorio ondeó
y sus zapatos húmedos repiquetearon contra el suelo. Tenía que regresar a toda
prisa al laboratorio.
Se le había acabado el tiempo.
Capítulo 21
León se detuvo un momento para ajustarse el correaje del hombro, así que
Ada siguió caminando hasta adelantarlo, reflexionando sobre lo
sorprendentemente despejados que habían estado los primeros túneles. Si no le
fallaba la memoria, el pasillo por el que caminaban llevaba directamente a la
sala de operaciones del tratamiento de aguas residuales. Pasada la sala se
encontraba el tranvía eléctrico que llevaba a la fábrica y después el ascensor que
subía a la superficie. Sin duda, la situación se tornaría más peligrosa a medida
que se acercaran a los laboratorios, pero el avance había estado libre de
problemas hasta aquel momento, así que se sentía optimista.
León se había quedado incómodamente tranquilo después de que se
habían abierto paso hasta las alcantarillas, y sólo había hablado cuando había
sido estrictamente necesario: ten cuidado donde pisas, espera un momento,
hacia dónde crees que deberíamos ir... Ada no creía que ni siquiera se hubiera
dado cuenta de las barreras defensivas que había levantado, pero ella ya era
capaz de darse cuenta de lo que pensaba. El agente Kennedy era un tipo
valiente, poseía más cerebro que la media, era un tirador excelente... pero no
sabía una mierda acerca de las mujeres. Cuando ella le había reventado el
intento de tranquilizarla, se había quedado confundido y dolido, y ahora él no
sabía cómo comportarse con normalidad con ella, así que había preferido
retirarse antes que arriesgarse a que le rechazara otra vez.
Es lo mejor, de verdad. No tiene sentido que lo maneje cuando no es necesario, y
me ahorra el esfuerzo de alabar su ego...
Llegó a una intersección del vacío pasillo pensando cuál sería el mejor
lugar para separarse de su escolta... cuando vio a la mujer, justo en el momento
que ésta le disparaba.
¡Bam!
Ada sintió unos cuantos trozos de cemento caer sobre sus hombros
desnudos mientras alzaba su Beretta, y toda una serie fugaz de emociones
pasaron por su mente en el instante que tardó en reaccionar. Comprendió que
no le daría tiempo a responder al fuego de la mujer y que el siguiente disparo la
mataría, y sintió una emoción mezcla de rabia y frustración contra sí misma por
ser tan estúpida... y, por último, reconoció a la mujer.
Birkin...
Oyó el estampido del segundo disparo, y algo la golpeó... apartándola a un
lado y haciéndola caer al frío suelo mientras León gritaba por el dolor y la
sorpresa. Su gran cuerpo tibio cayó sobre ella.
Ada inspiró profundamente mientras comprendía lo que había ocurrido, al
mismo tiempo que León rodaba para echarse a un lado y quitarse de encima de
ella. Se incorporó hasta sentarse y vio que se agarraba el brazo. Oyó unos pasos
apresurados a la vez que la respiración dolorida y entrecortada de León.
Oh, Dios mío. Me cago en la leche...
León había recibido un balazo para salvarla.
Ada se incorporó a trompicones y se inclinó sobre él.
—¡León!
Él levantó la vista hacia ella, con la mandíbula apretada por el dolor. La
sangre manaba a través de los dedos de la mano que tenía apretada sobre la
herida, en el hombro izquierdo.
—Estoy... bien —logró decir con un jadeo.
Aunque su cara estaba pálida por completo y tenía los ojos enturbiados
por el dolor, pensó que él tenía razón. Sin duda, le dolía muchísimo, pero no lo
mataría, no debería morir por una herida así.
Me habría matado a mí. León me ha salvado la vida.
Y justo después de aquella idea...
Annette Birkin. Todavía sigue viva.
—Esa mujer... —dijo Ada con un barboteo, con el cuerpo azotado por un
sentimiento de culpabilidad mientras se daba la vuelta—. Tengo que hablar con
ella.
Ada salió corriendo, dobló la esquina y recorrió a toda velocidad el pasillo,
viendo que la puerta seguía abierta. León sobreviviría, estaría bien, y si lograba
atrapar a Annette Birkin, toda aquella maldita pesadilla se acabaría. Había
memorizado todas las fotografías de los informes: era la esposa de William
Birkin y, si no llevaba encima una muestra del virus-G, Ada estaba tan segura
como que algún día habría de morir que sabía dónde podría encontrar una.
Atravesó a la carrera la puerta y se detuvo justo antes de caer en otro túnel
lleno de agua. Se detuvo el tiempo suficiente como para oír con detenimiento y
observar la superficie del agua. No se oían sonidos de chapoteo y todavía
quedaban unas cuantas olas lamiendo el borde izquierdo... donde había una
escalera atornillada a la pared, que llevaba hasta un hueco de ventilador...
Que lleva a la sala de control.
Ada se lanzó al agua y llegó hasta la escalerilla. Vio un pasillo a mitad del
túnel, pero llevaba a un callejón sin salida. Sin duda, Annette había preferido
escapar.
Trepó con rapidez por los escalones de metal, negándose a pensar en León
(¡porque está bien!), mientras asomaba la cabeza al llegar al hueco del
ventilador y comprobaba que el lugar estaba despejado. Doña Doctora todavía
estaría corriendo, pero Ada no estaba dispuesta a encontrase de bruces con otra
bala.
Entró en el conducto, lo atravesó, echó un rápido vistazo más allá de las
inmóviles y enormes palas del ventilador que había en el otro extremo y lo
atravesó para bajar por otra escalerilla. La gigantesca estancia de dos pisos que
albergaba la maquinaria para el tratamiento de las aguas residuales estaba
completamente vacía, con un aspecto tan frío y tan industrial como ella se había
esperado. En mitad del lugar se alzaba un puente hidráulico que abarcaba a los
dos extremos del lugar y que estaba elevado hasta el nivel donde ella se
encontraba, lo que significaba que Annette debía de haber salido por medio de
la escalera occidental, la única otra vía de salida. Ada comenzó a pasar las
páginas de los mapas que tenía en la mente mientras comenzaba a cruzar el
puente. Recordó que bajaba hasta uno de los vertederos del centro de reciclaje...
—¡Suéltala, zorra!
Un grito a su espalda. Ada se detuvo, mientras sentía un pinchazo de
dolor en su interior: el pinchazo de una bofetada a su ego. Era la segunda vez
que la cagaba, y además en otros tantos minutos, pero no estaba dispuesta a
obedecer a la histérica orden de Annette. La puntería de su oponente era una
mierda, y Ada tensó el cuerpo, preparada para dejarse caer, darse la vuelta y
disparar...
¡Bam! ¡Piiinnnng!
El disparo impactó en el suelo al lado del pie derecho de Ada y rebotó
contra el metal oxidado del puente. Annette la tenía bien pillada.
Ada dejó caer la Beretta y levantó ambas manos con lentitud mientras se
giraba para mirar cara a cara a la científica.
Jesús, merezco morir por esto...
Annette Birkin comenzó a caminar hacia ella, con una Browning de nueve
milímetros empuñada por su mano vacilante. Ada frunció la cara con un mohín
de susto al ver la temblorosa pistola, pero también vio que tenía una posible
oportunidad al darse cuenta de que Annette se acercaba aún más a ella y que
por fin se detenía a menos de tres metros de ella.
Demasiado cerca. Está demasiado cerca y además al borde de un colapso nervioso,
¿verdad?
—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
Ada tragó saliva con dificultad y fingió un ligero tartamudeo al hablar.
—Ada, Ada Wong. Por favor, no me dispare, por favor. No he hecho nada
malo...
Annette frunció el entrecejo y dio un paso atrás.
—Ada... Wong. Yo conozco ese nombre. Ada... es el nombre de la novia de
John...
Ada abrió la boca de par en par.
—¡Si, John Howe! Un momento... ¿De qué lo conoce? ¿Sabe dónde está?
La despeinada científica la miró fijamente.
—Sé quién eres y quién era él porque trabajaba para mi marido, William.
A él le conocerás, por supuesto. Es William Birkin, el creador del virus-T.
Annette pareció pavonearse con una mezcla de orgullo y desesperación
mientras hablaba, lo que dio una esperanza a Ada: era una debilidad que
podría utilizar. Ada había leído los informes sobre William Birkin: su continua
y veloz escalada a lo largo de la jerarquía de Umbrella, sus descubrimientos
sobre virología y en las secuencias genéticas... y su ambición científica, que lo
había convertido en un auténtico psicópata. Parecía que su mujer estaba en la
misma onda, lo que significaba que Annette Birkin no tendría problema alguno
en apretar el gatillo para matarla.
Hazte la tonta y no le des ningún motivo para que dude de ti.
—¿Virus-T? ¿Qué es...? —Ada parpadeó, y luego abrió mucho los ojos—.
¿William Birkin? ¿Se refiere al famoso doctor Birkin, el bioquímico?
Ella vio un fugaz sentimiento de orgullo recorrer el rostro de Annette, pero
desapareció inmediatamente, y sólo quedó un sentimiento de desesperación.
Desesperación y un atisbo de locura amargada en el fondo de sus ojos
enrojecidos.
—John Howe está muerto —dijo con frialdad—. Murió hace tres meses en
la mansión Spencer. Mi más sentido pésame, pero, de todas maneras, estás a
punto de reunirte con él, ¿verdad? ¡No vas a llevarte el virus-G, no vas a
quitármelo, no vas a quedártelo!
Ada comenzó a hacer temblar todo su cuerpo.
—¿Virus-G? ¡Por favor, no sé de qué me está hablando!
—Lo sabes —respondió Annette con un gruñido—. Umbrella te ha
enviado para que lo robes. ¡No lograrás engañarme! William ha muerto para
mí, Umbrella me lo arrebató. ¡Ellos lo obligaron a utilizarlo! Ellos lo obligaron...
Su voz se convirtió en un susurro y su mirada quedó perdida de repente.
Ada tensó su cuerpo... pero Annette regresó inmediatamente. Sus ojos estaban
llenos de lágrimas, pero la pistola seguía apuntando directamente a la cara de
Ada.
—Vinieron hace una semana —susurró—. Vinieron para llevárselo, y le
pegaron un tiro a William cuando se negó a entregarles las muestras. Se
apoderaron de su maleta, se llevaron todas las pruebas finales de las dos
series... excepto la que él había logrado guardar: el virus-G...
De repente, la voz susurrante de Annette se convirtió en un grito, pero en
un grito patético y a la vez suplicante en cierto modo.
—¡Se estaba muriendo! ¿No lo entiende? ¡No tenía otra elección!
Ada lo entendió. Lo entendió todo por completo.
—Se lo inyectó a sí mismo, ¿verdad?
La científica asintió, y su pelo rubio y lacio cayó sobre sus ojos.
—Revitaliza las funciones celulares. —Su voz se convirtió en un susurro—.
Lo... lo transformó. No vi... lo que le hizo, pero sí vi los cuerpos de los hombres
que enviaron para matarlo... y oí sus gritos.
Ada dio un paso adelante para acercarse, levantando la mano como si
fuera a consolarla, con todo su rostro transformado en una máscara de
comprensión... pero Annette la amenazó con su arma. A pesar incluso de todo
el dolor que sentía, no iba a permitir que Ada se le acercase más. Pero casi estoy
lo bastante cerca...
—Lo siento tanto —dijo Ada bajando sus brazos—. Así que ese tal virus-G
se escapó y ha infectado y transformado a todo Raccoon City...
Annette sacudió la cabeza con un gesto negativo.
—No. Cuando los asesinos de Umbrella... fueron detenidos, el maletín con
las muestras se abrió y se rompieron. El virus-T se escapó. Los trabajadores del
laboratorio que fueron afectados por el virus transportado por el aire fueron
retenidos, pero nadie pensó en las ratas. Las ratas del alcantarillado... —Dejó de
hablar un momento, con los labios temblorosos—. A menos que William, mi
querido William, haya comenzado a reproducirse implantando embriones,
replicándose... No debería haber llegado todavía el momento, pero yo...
Se calló de nuevo y entrecerró los ojos. La locura la invadió otra vez, de un
modo tan visible como si una ola la hubiera empapado de arriba abajo. En sus
pálidas mejillas aparecieron unas fuertes manchas de rubor y sus ojos
comenzaron a brillar por la paranoia. Prepárate...
—No lo tendrás —gritó Annette lanzando un pequeño chorro de saliva
que salió de entre sus agrietados labios—. Dio su vida para impedir que lo
consiguieseis. Eres una espía de ellos y no lo tendrás...
Ada se agachó y, acto seguido, lanzó todo su cuerpo hacia ella, con los
brazos por delante para ponerlos por debajo de los de Annette y así alejar el
cañón de la pistola. El arma se disparó y envió un proyectil hacia arriba, donde
rebotó contra el techo metálico mientras las dos luchaban para apoderarse por
completo de la Browning. Annette era más débil físicamente, pero tenía la
desesperación que le proporcionaban el odio y la pérdida que sentía, además de
la locura, que le proporcionaba una fuerza bruta tremenda. Pero no piensa...
Ada soltó de repente el arma y Annette trastabilló, desequilibrada y
sorprendida por la ausencia de fuerza en aquel lado. Cayó con fuerza sobre la
barandilla del puente, y Ada se lanzó contra ella, dándole un codazo en el
estómago, justo por debajo de su centro de gravedad...
Y Annette se dio media vuelta en una extraña contorsión, con la boca
abierta por la sorpresa y agitando los brazos para recuperar el equilibrio... y
finalmente cayó por encima de la barandilla, en silencio y sin soltar ni un solo
grito o sonido hasta que su cuerpo impactó contra el suelo, a unos quince
metros de distancia, con un golpe sordo.
—Mierda —dijo Ada con un susurro.
Dio un paso y se asomó por la barandilla. Allí estaba, boca abajo e inmóvil,
con la pistola todavía empuñada en una pequeña mano blanca.
Esto es estupendo. Me meto de lleno en una emboscada, no una sino dos veces, por
todos los demonios, y luego voy y mato a la loca que es la única que sabe dónde pueden
estar las muestras...
Un ligero gemido surgió del cuerpo de Annette Birkin... y un instante
después, empezó a moverse, arqueando la espalda en un intento por darse la
vuelta.
Mierda. Mierda. Mierda.
Ada se dio la vuelta y comenzó a correr por el puente, recogiendo del
suelo su Beretta sin detenerse, mientras se apresuraba a acercarse a lo que
parecía ser un panel de control situado al lado de la escalera que llevaba al
conducto del ventilador. Tenía que bajar el puente, tenía que llegar hasta la
doctora Birkin antes de que se alejara arrastrando...
Pero el panel era para poner en marcha el ventilador. Oyó otro gemido, un
gemido que sonó un poco más fuerte que el anterior y que resonó por toda la
estancia. Ada sabía que no le quedaba mucho tiempo.
El vertedero. Puedo pasar a través del vertedero y regresar por uno de los túneles
secundarios...
Comenzó a correr de nuevo, incluso mientras todavía lo estaba pensando,
en dirección a la escalerilla occidental, con la esperanza de que la penosa
científica estuviese suficientemente herida para no poder moverse en un minuto
o dos. Vio una pequeña balaustrada al final del puente y que daba al vertedero,
y la escalerilla de metal que colgaba de una abertura en el extremo derecha.
Ada bajó todo lo deprisa que pudo, dejándose caer los últimos metros y
aterrizando sobre la superficie de metal.
El área del vertedero era una gran zona cuadrada con sus paredes repletas
de desechos industriales amontonados contra ellas: cajas rotas, tuberías
oxidadas, paneles repletos de cables y cartones que se pudrían poco a poco. Se
bajó de la plataforma de cemento y se metió en el casi un metro de profundidad
de limo negro y espeso que le llegaba hasta los muslos. No le importó: lo único
que quería era llegar hasta la doctora Birkin y acabar de una vez con su estancia
en Raccoon City...
Pero algo se movió. Bajo el líquido opaco y apestoso algo realmente
grande se movió. Parecía una espina dorsal de reptil repleta de espinas
deslizarse a través de la asquerosa sustancia, y Ada vio y oyó caer al agua un
montón de cajas al mismo tiempo, a pesar de que estaban a más de tres metros
del lugar.
No puede ser.
Fuese lo que fuese, era lo bastante grande como para que cambiase de idea
y se replantease la prisa que tenía por llegar hasta donde se encontraba Annette
Birkin. Ada retrocedió hasta la plataforma y se subió de un salto, sin dejar de
mirar por un instante la silueta sin forma que avanzaba sumergida por el fétido
y espeso estanque... y que emergió en un tremendo y repentino geiser oscuro,
directo hacia ella. Ada levantó la Beretta y comenzó a disparar.
Vio una pequeña plataforma elevadora, como un montacargas, en una
esquina de la vacía sala de conferencias, un simple cuadrado de metal que en
este caso parecía bajar. Claire se apresuró a acercarse a ella, y el líquido fétido
que empapaba sus ropas salpicó el suelo. Se sentía perdida, pero ansiosa de
seguir en movimiento para encontrar a Sherry.
Por favor, sigue viva, cariño, sigue viva...
Había encontrado el agujero de drenaje, pero no a Sherry. Gritó durante
un rato e intentó meterse en el pequeño hueco, pero tuvo que abandonar sus
esfuerzos. Sherry había desaparecido; quizás estaba ahogada, quizá no... pero a
menos que la corriente de agua cambiara de repente de dirección, no volvería.
Claire encontró el panel de mando del ascensor unipersonal y apretó un
botón. Un motor oculto empezó a zumbar y la plataforma comenzó a bajar a
través del suelo. Probablemente la llevaría a otro lugar vacío, a alguna otra
estancia desconocida y desolada o, aun peor, directamente al camino de otra de
aquellas criaturas antinaturales.
Cerró sus manos empapadas por la frustración que sentía mientras el
ascensor bajaba con lentitud. Deseó que bajara con mayor rapidez, que hubiera
alguna manera de acelerar su búsqueda. Tenía la sensación de que estaba
corriendo a ciegas y que tomaba el primer camino que se le ponía por delante.
Había salido del túnel donde había perdido a Sherry y había encontrado un
pasillo apenas iluminado que llevaba directamente a la espartana sala de
conferencias, con un aspecto casi esterilizado. El lugar parecía una enorme casa
de la risa —sans1 risa— y Claire se sentía muy mal por haber llevado a Sherry
hasta allí. Si la niña estaba muerta, sería por su culpa...
Dejó de pensar en aquellas ideas estériles que no servían para nada y se
concentró. El sentimiento de culpa era un asesino en aquel tipo de situaciones, y
ella no podía permitírselo. El ascensor estaba llegando a un pasillo, y Claire se
agachó, apuntando con la pesada pistola por delante de ella mientras el nuevo
corredor aparecía ante su vista.
Al final del pasillo de cemento vio otro ascensor, y otro pasillo lo cortaba
por la mitad, a unos doce metros de donde ella estaba. También vio un cuerpo
apoyado contra la pared al lado del cruce de pasillos. Parecía un policía...
Sintió una mezcla de angustia y disgusto, y en ese momento, sus ojos se
abrieron como platos cuando vio los relajados rasgos de su cara, el color de su
pelo, la complexión... No puede ser... ¿León?
Claire saltó antes de que la plataforma llegara al suelo y comenzó a correr
hacia el cuerpo semi tumbado. Era León, y no se movía en absoluto: estaba
inconsciente... o quizá muerto... pero no, respiraba, y cuando ella se agachó a su
lado, abrió los ojos. Tenía la mano derecha apretada contra su hombro
izquierdo y sus dedos estaban empapados de sangre.
—¿Claire?
Sus ojos azules mostraban una mirada despejada, cansada pero consciente.
—¡León! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Me han disparado. Debo de haberme desmayado durante un minuto...
Separó con cuidado su mano derecha y dejó al descubierto un pequeño
agujero justo por encima de su sobaco izquierdo. Un poco de sangre salía
rezumando, así que debía dolerle un montón, pero al menos no salía a
borbotones.
León entrecerró los ojos por el dolor y puso parte de la tela de la camisa
sobre la herida antes de volver a apretar con la mano.
—Duele de narices, pero creo que sobreviviré. Ada, ¿dónde está Ada?
La última frase la dijo en un tono casi frenético mientras se esforzaba por
ponerse en pie apoyándose en la pared. Volvió a caer exhalando un ligero
gruñido. Era obvio que no estaba en condiciones de moverse.
—Quédate quieto y descansa durante unos minutos —dijo Claire—.
¿Quién es Ada?
—La conocí en la comisaría —le contestó—. No pude encontrarte, y nos
enteramos de que se puede salir de Raccoon City por las alcantarillas. La ciudad
no es un lugar seguro. Al parecer, se ha producido un escape en los laboratorios
de Umbrella, y Ada quería que nos marchásemos inmediatamente. Alguien nos
disparó, y me dio a mí. Ada fue detrás de ella por ese pasillo. Dijo que era una
mujer...
Sacudió la cabeza como si quisiera despejarla, y luego levantó la vista
hacia Claire, con el entrecejo fruncido.
—Tengo que encontrarla. No sé cuánto tiempo llevo desmayado, pero no
deben de ser más de un par de minutos. No puede haber ido muy lejos...
1
En francés en el original (N. del T.)
Empezó a incorporarse de nuevo, pero Claire lo detuvo y lo empujó con
suavidad hacia atrás.
—Yo iré. Yo... yo estaba con una niña que encontré en la comisaría, y la he
perdido en algún lugar de las alcantarillas. Quizá pueda encontrarlas a las dos.
León dudó por un momento, y luego asintió, resignándose a sufrir los
efectos de su herida.
—¿Qué tal andas de munición?
—Eh, siete en ésta —dijo mientras palmeaba el arma que había sacado de
la guantera del coche patrulla y que tenía metida en su cinturón. Le pareció que
habían pasado un millón de años desde que habían conducido en el automóvil
en aquella carrera salvaje—. Y tengo otras diecisiete en esta otra.
Levantó el arma que había pertenecido a Irons, y León asintió de nuevo.
—Muy bien, eso está muy bien. Podré seguirte en unos cuantos minutos.
Ten cuidado, ¿de acuerdo? Y buena suerte.
Claire se puso en pie, deseando disponer de más tiempo. Quería contarle
todo sobre Chris, sobre Irons, sobre el enorme Señor X y sobre el virus-T.
Quería saber todo lo que él sabía sobre Umbrella y sobre la ruta de escape por
las alcantarillas...
Pero puede que esa tal Ada se esté enfrentando ahora mismo a un francotirador, y
Sherry puede estar en cualquier sitio. En cualquier sitio.
León ya había cerrado los ojos. Claire se dio la vuelta y comenzó a bajar
por el pasillo, preguntándose si alguno de ellos tendría una remota posibilidad
de salir con vida de aquella locura.
Capítulo 22
A Annette le dolía todo el cuerpo. Se irguió un poco con lentitud hasta
lograr sentarse, sintiéndose enferma por los cientos de dolores y pinchazos que
le recorrían el cuerpo y que reclamaban su atención. Su cuello y su estómago
eran una sinfonía de dolor, se había torcido la muñeca derecha y sentía cómo
las rodillas se le iban hinchando a cada segundo que pasaba. Sin embargo, el
dolor que era una pura agonía se localizaba en el costado derecho. Estaba
segura de que se había roto una o dos costillas o, al menos, se las había
astillado.
Horrible mujer...
Annette se reclinó un poco hacia atrás, apoyando su dolorido cuello en su
mano sana, pero lo único que vio arriba fue metal y sombra. Al parecer, Ada
Wong, la zorra de Umbrella, había salido corriendo. Había pretendido
engañarla diciendo que no sabía de qué iba todo aquello, pero a ella no le
tomaba el pelo. Annette Birkin no es ninguna estúpida, pensó. Probablemente la
espía ya estaba de camino hacia el laboratorio o quizá corría para llegar hasta
ella, ansiosa por rematar su trabajo.
Umbrella, Umbrella es la culpable de todo esto...
Annette logró ponerse en pie con un tremendo esfuerzo, utilizando la
rabia para sobreponerse al dolor. Tenía que salir de allí, tenía que llegar al
laboratorio antes de que lo hicieran... ¡pero le dolía tanto! La sensación de tener
un cuchillo clavado en el estómago era atroz, como si le estuviera aserrando las
entrañas, y el laboratorio parecía estar a un millón de kilómetros...
No puedo permitir que le roben su trabajo...
Se tambaleó hacia la puerta de la cavernosa estancia, con un brazo
comprimiéndose el pecho, donde también notaba una sensación ardiente... y se
detuvo. Inclinó la cabeza hacia un lado para oír mejor.
Disparos. Su eco llegó a través del aire frío, procedente del vertedero
adyacente... y un segundo después, un siseo poderoso, más disparos, un
tremendo chapoteo...
Annette sonrió, aunque su sonrisa no tenía nada de alegre. Después de
todo, ella podría llegar antes al laboratorio. El puente. Baja el puente para que no
pueda escapar. Cansada y dolorida, Annette caminó tambaleándose hasta los
controles hidráulicos y activó el descenso del puente. El poderoso zumbido de
los motores del puente ahogó los sonidos de cualquiera que fuese el
enfrentamiento que se estuviese produciendo. La enorme plataforma bajó
dando vueltas sobre sí misma y se acopló en su lugar con un gran chasquido
metálico.
Annette se alejó de la pared con un empujón y se dejó caer sobre la consola
que había al lado de la puerta. Encontró los botones que ponían en marcha el
gran ventilador y los apretó, todo ello sin dejar de sonreír. El zumbido agudo de
la puesta en marcha fue sustituido en poco tiempo por un rugido bronco. Ada
estaba metida en problemas en el vertedero, y Annette no iba a permitir que
saliera trepando por la escalera. Con el puente bajado y el conducto de
ventilación bloqueado, la señorita Wong tendría que abrirse paso a tiros.
Espero que te hayas encontrado con una manada de lamedores, zorra. Espero que
te hagan pedazos ahí dentro...
Annette se dio la vuelta para alejarse de la consola y se cayó. El dolor y el
mareo eran demasiado fuertes ya. Sus amoratadas e hinchadas rodillas
golpearon el suelo y enviaron una nueva oleada de pinchazos de dolor a lo
largo de sus piernas.
Entonces la puerta que tenía justo delante se abrió. Annette levantó la
pistola, pero fue incapaz de apuntar, y utilizó las pocas fuerzas que le quedaban
en no gritar por el sufrimiento y la frustración.
Lo siento, William, me duele tanto. Lo siento, pero no puedo...
Una mujer joven se puso en cuclillas delante de ella, con un gesto de
preocupación en su rostro. Iba vestida con unos pantalones vaqueros recortados
y un chaleco, y estaba empapada con agua de las alcantarillas... y también
llevaba en la mano una estilizada pistola de aspecto imponente, aunque no la
estaba apuntando con ella. En realidad, no parecía estar apuntando a ningún
lugar.
Otra espía.
—¿Eres Ada? —preguntó la chica en tono dubitativo mientras estiraba una
mano para tocarla.
Aquello fue más de lo que Annette Birkin fue capaz de soportar: ser tocada
por un peón conspirador e inmisericorde de la compañía Umbrella.
—Aléjate de mí —le contestó con un gruñido al mismo tiempo que
apartaba con una débil palmada la mano de la joven—. No soy tu contacto, y no
lo llevo encima. Ya puedes matarme, porque no lo encontrarás.
La chica retrocedió, con una expresión confundida en su rostro sucio.
—¿Encontrar qué? ¿Quién es usted?
Otra vez las preguntas, pero la rabia desapareció, dejándola agotada.
Estaba cansada de soportar engaños. El dolor era demasiado grande y ya no
tenía fuerzas para pelear.
—Annette Birkin —repuso con voz débil—. Como si no lo supieras...
Ahora me matará. Se acabó, todo se acabó.
Annette no pudo evitarlo. Las lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas,
unas lágrimas tan inútiles como sus planes. Le había fallado a William, había
fallado como esposa y como madre, e incluso había fallado como científica. Al
menos, todo acabaría pronto, al menos existiría un final para toda aquella
angustia...
—¿Es usted la madre de Sherry?
Las palabras de la joven la dejaron sorprendida, pero la sacaron de su
estado exhausto como si le hubieran dado una bofetada en la cara.
—¿Qué? ¿Quién...? ¿Qué es lo que sabes de Sherry?
—Está perdida por las alcantarillas —contestó la chica con voz rápida y
cargada de preocupación mientras se metía la pistola en el cinturón—. Por
favor, tiene que ayudarme a encontrarla. Se la tragó uno de los conductos de
drenaje y no sé dónde buscarla...
—Pero le dije que se marchara a la comisaría... —se lamentó Annette.
Había olvidado todo su dolor físico, y su corazón latía en oleadas de
incredulidad horrorizada—. ¿Por qué está aquí? ¡Este sitio es peligroso! ¡Puede
morir! Y el virus-G... Umbrella la encontrará y se la llevarán. ¿Por qué está aquí?
La joven extendió el brazo de nuevo y la ayudó a levantarse. Annette no se
opuso esa vez: estaba demasiado débil y horrorizada para resistirse. Si Sherry
estaba en las alcantarillas, si Umbrella la encontraba...
La chica se quedó mirándola fijamente, y parecía sentirse al mismo tiempo
preocupada y culpable, pero también esperanzada, todo al mismo tiempo.
—La comisaría fue asaltada... ¿Adónde llevan las alcantarillas? Por favor,
Annette, ¡tienes que decírmelo!
La verdad apareció en mitad de su cansancio y miedo como un amargo
rayo de luz.
Las alcantarillas llevan hasta el estanque de filtración... que casualmente
está al lado del tranvía de la fábrica. El modo más rápido de llegar a los
laboratorios. Todo aquello no era más que un truco. La chica estaba utilizando
el nombre de Sherry para llegar hasta las instalaciones de Umbrella y para
conseguir información sobre el virus-G. Sherry todavía estaba en la comisaría,
sana y salva, y todo no era más que un montaje para engañarla…
Pero la gente de Umbrella sabe cómo llegar al laboratorio, ¿por qué me lo
iba a preguntar si ya lo sabe? ¡No tiene sentido!
Annette levantó otra vez su pistola, y su dolorida muñeca no dejó de
temblar. Se alejó de la muchacha. Se sentía demasiado confundida, había
demasiadas preguntas sin respuesta... y como no estaba segura de nada, no
pudo apretar el gatillo.
—No te muevas. No me sigas —dijo, haciendo caso omiso del dolor
mientras extendía la mano hacia atrás para abrir la puerta—. Te pegaré un tiro
si intentas seguirme.
—Annette... no lo entiendo... sólo quiero ayudar...
—¡Cállate! ¡Cállate y déjame sola! ¿Es que no puedes dejarme tranquila?
Atravesó la puerta sin dejar de retroceder y luego la cerró en las narices de
la sorprendida y atemorizada muchacha. Apretó su brazo sobre sus costillas,
astilladas o rotas, en cuanto la puerta estuvo cerrada.
Sherry...
Era una mentira, todo aquello tenía que ser una mentira... pero no
cambiaba nada, de todas maneras. Todavía podía lograrlo, tenía que lograr
llegar hasta las instalaciones para acabar con lo que había empezado.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar tambaleándose, cojeando y jadeando.
Entró en la fría oscuridad del pasillo de comunicación y dejó que cada doloroso
paso fuera un recordatorio de lo que Umbrella le había hecho.
Una caverna fría y silenciosa, con las paredes recubiertas de hielo, y estoy perdido.
Estoy perdido y agotado y llevo corriendo atemorizado desde hace mucho tiempo, así que
me he sentado para descansar. Aquí se está tan tranquilo, tan fresco... pero me duele el
brazo. Estoy sentado apoyado contra una pared, una pared en la que han empezado a
crecer espinas, y una de ellas se me está clavando en la carne, y me está atravesando.
Duele mucho, y tengo que levantarme, tengo que encontrar a una persona, tengo que...
Levantarme.
León abrió los ojos y se dio cuenta inmediatamente de que había vuelto a
perder el conocimiento. Darse cuenta de ello lo hizo dar un respingo, y el miedo
repentino lo despertó por completo.
Ada, Claire... Jesús, ¿cuánto tiempo llevo así?
Apartó con suavidad la mano del hombro y notó la costra todavía húmeda
y pegajosa de la sangre entre sus dedos. Le dolía, pero no con tanta intensidad
como minutos antes. Al menos, había dejado de salir sangre, como mínimo en
la entrada de la herida: los jirones de la camisa habían taponado el agujero,
formando un sello junto a la sangre coagulada.
Se inclinó un poco hacia adelante y extendió el brazo para tocar el lugar
por donde había salido la bala. Sintió otra amalgama de tejido y de sangre
solidificándose bajo el palpitar de la herida. No tenía forma alguna de estar
seguro, pero casi estaba convencido de que la bala había atravesado
limpiamente su cuerpo, perforando la carne pero sin llegar a tocarle el hueso, lo
que significaba que había tenido mucha, mucha suerte.
Aunque me hubiera volado el brazo... Ada todavía está por ahí, y dejé que Claire
fuera en su busca. Tengo que buscarlas a las dos.
Pensó que había sido el impacto de la herida, más que la pérdida de sangre
o el dolor, lo que le había provocado el desmayo. No podía permitirse pasar
más tiempo recuperándose. Apretó los dientes y se apoyó sobre su brazo sano.
Sintió sus músculos agarrotados por el frío húmedo que desprendía el cemento
sobre el que había estado apoyado.
Su hombro izquierdo rozó un momento la pared, y León jadeó cuando el
dolor se intensificó por un momento, punzante y tibio, hasta que retrocedió
poco a poco después de unos segundos para convertirse en un latido sordo.
Esperó mientras el dolor remitía, respirando trabajosamente y recordándose a sí
mismo que podía haber sido mucho peor.
Cuando por fin se puso completamente en pie, decidió que podía seguir
adelante. No se sentía mareado ni aturdido, y aunque vio manchas de sangre en
la pared y en el suelo, no era tanta como había creído que vería. León se giró
procurando no mover demasiado el hombro de la herida y comenzó a recorrer
el pasillo que llevaba hasta una puerta cerrada, situada en uno de sus extremos.
Avanzó todo lo deprisa que pudo y se atrevió.
Vio otro túnel repleto de agua cuando cruzó la puerta, un túnel que se
prolongaba en ambas direcciones. Había una escalera a la izquierda, pero ni
siquiera pensó en cómo podría subirla sin abrir de nuevo su herida. Además, en
el extremo de la escalera oyó las palas de un enorme ventilador que estaba en
marcha. Se dirigió hacia la derecha, metiéndose en el agua oscura y provocando
pequeñas olas, con la esperanza de ver alguna pista que le indicara hacia dónde
se habían dirigido Ada y Claire.
Perseguir a quien nos ha disparado... ¿Cómo ha podido hacer eso? ¿Cómo ha
podido dejarme allí así?
Se había jurado a sí mismo después de su enfrentamiento con el ser que les
había vomitado aquellos bichejos que no daría nada por supuesto sobre la
señorita Ada Wong. A ratos era encantadora y tonteaba con él, y al momento
siguiente se dedicaba a rechazarlo. Además, si de verdad había aprendido a
disparar con pistolas de pintura, él era un ejecutivo de banca. Sin embargo, a
pesar de su comportamiento capaz de confundirlo y de su más que probable
duplicidad, le gustaba. Era inteligente y tenía mucha confianza en sí misma,
además de que era muy guapa. Él suponía que debajo de aquella fachada
contradictoria se encontraba una buena persona...
Pero te abandonó para perseguir a quien os había disparado, te dejó tirado en el
suelo con una bala en el hombro. Si, vaya, es estupenda. Deberías casarte con ella.
Llegó a una bifurcación del túnel y decidió dejar de intentar imaginarse los
motivos de las acciones de Ada, y se dijo que debía preguntárselo a ella cuando
la encontrara... si la encontraba. La puerta de la derecha estaba cerrada con
llave, así que se giró a la izquierda, atisbando con inseguridad en las sombras
cada vez más oscuras mientras avanzaba. No debería haber permitido que
Claire saliera en busca de Ada sin él. Debería haberse levantado y haberla
acompañado...
Se detuvo cuando creyó percibir algo. Disparos, en la lejanía, en algún
punto por delante de donde él se encontraba, con el eco distorsionado por el
laberíntico diseño de los túneles que formaban el sistema de alcantarillas.
León apretó su muñeca contra la herida sin soltar la Magnum y empezó a
correr. El dolor se intensificó de nuevo inmediatamente y le provocó náuseas.
No pudo avanzar más rápido que a un pequeño trote, y el agua retrasaba su
marcha tanto como el agudo dolor... pero cuando el eco de los últimos disparos
se desvaneció, encontró fuerzas para avanzar a mayor velocidad.
Divisó un pequeño ramal lateral a la izquierda un poco más adelante, del
que salía un leve rayo de luz amarillenta que iluminaba la espesa agua negra.
Incluso antes de llegar allí, se dio cuenta de que debería tomar una decisión,
porque un poco más adelante de aquel punto vio una especie de plataforma,
con una puerta de aspecto resistente en mitad de los ladrillos que cortaban
aquella parte del túnel. Del techo caía más agua en unos delgados chorros
continuados. Una elección obvia, aunque quizás..,
León se detuvo en el largo y estrecho haz de luz procedente del ramal de
la izquierda. Al fondo vio otra puerta, pero no tenía tiempo para explorar y
decidirse, y los disparos podían haber salido de cualquiera de las dos... ¡Bam!
¡Bam!
A la izquierda. León se lanzó hacia el nuevo túnel y el dolor se agudizó
aún más, al mismo tiempo que sentía una cálida humedad en la muñeca cuando
la herida se abrió y comenzó a rezumar sangre. Hizo caso omiso del dolor,
apresurándose en llegar hasta la puerta y abrirla, para oír con claridad más
disparos mientras recorría el resto del pasillo en el que había entrado.
El corredor era mucho más amplio que los túneles del sistema de
alcantarillado, aunque igual de oscuro y frío. Probablemente era un túnel de
transporte para material pesado industrial. Giró a la izquierda y luego a la
izquierda otra vez. En la segunda esquina pudo ver, mientras corría, un montón
de cajas apiladas y una estantería de metal llena de contenedores metálicos,
justo al lado de una puerta de carga y descarga.
Acetileno1 o quizás oxígeno... Dios, ¿qué clase de criatura necesita tantas balas
para morir?
Oyó otra andanada de disparos, luego un chapoteo en el agua... y un ruido
diferente, un siseo gutural y profundo que le heló la sangre de las venas. Era un
sonido extrañamente familiar, pero demasiado fuerte para que fuera posible.
Un millón de serpientes a la vez, quizás un millar de gatos gigantes o,
incluso, algún tipo de dinosaurio primitivo y terrible...
Echó a correr, abandonando por fin la pretensión de mantener cerrada la
herida. Necesitaba los dos brazos para impulsarse si quería avanzar con mayor
rapidez. El final del túnel ya estaba cercano. Vio un panel de luces titilantes y
una abertura a la izquierda, otra puerta de carga enorme... y se detuvo justo a
tiempo antes de cruzarse en la línea de fuego cuando sonó otra rápida sucesión
de disparos a la vez que una tremenda rociada de líquido inundaba el pasillo,
haciendo bajar grandes cortinas de agua de las paredes.
—¡Alto! ¡Voy a pasar! —gritó.
Entonces oyó la voz de Ada. Sintió una enorme oleada de alivio a pesar del
horror que, sabía, se encontraba a un paso de ellos.
—¡León!
¡Está viva!
Se plantó delante de la puerta abierta con la Magnum en alto y la herida
abierta y sangrando... y vio a Ada al otro lado de un lago de mugre, cajas y
maderos rotos que flotaban sobre el turbio y turbulento líquido.
Estaba de pie sobre una pequeña plataforma de cemento que sobresalía,
detrás de una escalera, con su Beretta apuntando hacia las agitadas aguas
estancadas en el lugar.
—Ada, ¿qué...?
¡Blaaaaffff!
Un gigantesco surtidor salió disparado del pequeño lago y lo arrojó de
espaldas hacia el pasillo de nuevo. Ocurrió tan deprisa que no llegó a verlo
hasta que se encontró por los aires, y su mente absorbió la imagen justo cuando
aterrizaba en el suelo. Cayó sobre su hombro herido y lanzó un grito,
provocado tanto por el fuerte dolor como por lo que había visto.
Un cocodrilo...
León se puso en pie y comenzó a alejarse tambaleándose antes de saber ni
siquiera si podría levantarse. El gigantesco lagarto, un cocodrilo de diez metros
como mínimo, apareció en el pasillo a su espalda lanzando un tremendo
rugido. Las superficies temblaron cuando el enorme reptil salió de la guarida
que lo albergaba, y su cuerpo arrojó litros de agua además de la que resbalaba
por sus fauces abiertas repletas de dientes.
Una boca tan grande como yo; no, más grande...
León empezó a correr, sin sentir ya dolor alguno, con el corazón latiéndole
a toda velocidad debido al pánico puramente animal que sentía. Iba a
1
El acetileno es una sustancia muy combustible que se emplea en los sopletes industriales. (N. del t.)
devorarlo, iba a masticarlo hasta convertirlo en un millar de trozos
sanguinolentos y aullantes...
Y la bestia rugió de nuevo, un aullido bronco que le hizo temblar los
huesos, que le provocó la necesidad de expulsar sudor por todos y cada uno de
los temblorosos poros de su cuerpo.
León miró hacia atrás y se dio cuenta de que era mucho, mucho más veloz
que el monstruoso lagarto. Todavía estaba subiendo por la puerta de carga, con
unas piernas redondas como troncos: su grueso cuerpo era demasiado grande
para permitirle desplazarse con rapidez.
León cambió de arma en mitad de su terror, y su herida aulló de dolor
cuando metió un cartucho en la recámara de la escopeta con el sistema de carga
manual. Caminó de espaldas con cierto bamboleo y, cuando llegó a una
esquina, se situó detrás de ella y descargó los cinco cartuchos con toda la
rapidez que pudo cargarlos en la recámara. Los pesados proyectiles atravesaron
el grotesco morro de la horrible parodia de cocodrilo.
El monstruo rugió, agitando la cabeza de un lado a otro, y la sangre surgió
a raudales de su sonriente cara, pero, aun así, siguió avanzando, arrastrando
tras de sí su cola blindada desde el estanque de agua fétida.
No es suficiente. No es suficiente potencia de fuego.
León se dio la vuelta y echó a correr de nuevo, horrorizado ante el hecho
de tener que retirarse, temeroso de lo que podría pasarle a Ada si dejaba el
cocodrilo atrás, pero sabiendo que harían falta cincuenta descargas como
aquélla para detenerlo. Eso, o una explosión nuclear...
¿Por qué demonios me entretengo en pensar? Lo que tengo que hacer es salir de
aquí y después pensar en algo. Aguanta, Ada.
Los atronadores pasos del gigante resonaron en sus oídos mientras pasaba
de largo al lado de las cajas, de los cilindros de metal...
Y entonces dejó de correr. Todos sus instintos le gritaban que siguiera
corriendo apelando a su cordura, pero había tenido una idea, y mientras el
terrible lagarto seguía avanzando, León se dio la vuelta y regresó.
Que esto funcione. Funciona en las películas, por favor, Dios, escúchame...
La hilera de cinco cilindros relucientes estaba metida en un profundo
hueco de la pared y asegurada en su sitio con un cable de acero. Vio un botón al
lado para soltar el cable, y León lo apretó de un manotazo con la palma. Un
extremo del pesado cable cayó al suelo, mientras el otro se mantenía en su
lugar.
Dejó caer la escopeta al suelo y agarró el cilindro que tenía más cerca. Sus
músculos se tensaron por el esfuerzo, y la sangre comenzó a empapar la manga
izquierda de su camisa. Sintió los débiles regueros de sangre que corrían por su
pecho, mezclados con las gotas de sudor, pero no cejó en sus esfuerzos,
apoyándose en los talones para tirar con mayor fuerza del contenedor de gas
comprimido...
¡Ya está!
León saltó hacia atrás cuando el alargado envase plateado cayó al suelo,
donde rodó unos cuantos centímetros. Levantó la mirada y vio que el cocodrilo
había avanzado casi veinte metros y se hallaba lo bastante cerca para ver con
claridad las puntas de sus colmillos blancuzcos de más de diez centímetros
cuando lanzó otro atronador rugido, lo bastante cerca para oler su aliento fétido
y asqueroso, que le llegó en una vaharada de aire un segundo después, lo
bastante cerca...
León apoyó una bota en el cilindro y lo empujó con toda la fuerza que le
quedaba. El artefacto comenzó a rodar lentamente hacia el lagarto que se
acercaba. Por algún increíble golpe de suerte, el suelo del pasillo estaba un poco
inclinado hacia el monstruo. Los más de cien kilos del cilindro aceleraron un
poco su avance mientras se dirigían hacia el monstruo describiendo una ligera
semicircunferencia.
Sacó su Magnum del cinturón mientras retrocedía de nuevo. Apuntó con
su arma el resplandeciente contenedor y se obligó a sí mismo a no disparar. El
cocodrilo siguió avanzando, y su cola azotó las paredes con tal fuerza, que
provocó unos pequeños desprendimientos de polvo de cemento que cayeron
desde el techo y las paredes con cada coletazo. León estaba completamente
asombrado, en un estado de terror tan primario que lo único que pudo hacer
para no darse la vuelta y salir corriendo fue seguir allí mirando asombrado.
Vamos, cabrón...
El cocodrilo y el cilindro se hallaban a poco menos de treinta metros de
donde él se encontraba... y León apretó el gatillo. El primer disparo rebotó en el
suelo justo delante del contenedor, y también justo en el momento que las
enormes fauces se abrieron. La bestia bajó la cabeza para agarrar el obstáculo y
echarlo a un lado.
... Tranquilo...
León disparó de nuevo y... ¡BAAAAMMM!
Fue lanzado de espaldas y al suelo cuando el cilindro explotó. La cabeza
del monstruo desapareció literalmente bajo la deflagración de metales
retorcidos y gases encendidos y estalló como un globo pinchado. Casi
simultáneamente, León fue alcanzado por una oleada de restos humeantes, con
trozos de dientes y huesos y pedazos de carne destrozada y rasgada que
cayeron sobre él como una manta húmeda.
León se sentó boqueando y con los oídos zumbando, mientras el brazo
seguía sangrando sin parar, y miró cómo el cadáver sin cabeza se quedaba
finalmente inmóvil sobre el suelo, con las piernas desplomándose bajo el peso
sin mente del monstruo reptilesco. Volvió a apretar su mano cubierta de sangre
contra la herida. Se sentía exhausto, enfermo, dolorido... y tremendamente
satisfecho, más de lo que se había sentido desde hacía bastante tiempo.
—Te pillé, capullo de mierda —dijo en un murmullo, y sonrió.
Así fue como se lo encontró Ada cuando llegó corriendo unos momentos
después: mirando los resultados de su proeza con una mirada turbia y
mareada, ensangrentado y sangrando... y con una sonrisa de niño feliz.
Capítulo 23
Ada cortó en tiras la camiseta blanca que León llevaba puesta debajo de su
camisa de uniforme para vendarle el brazo y el hombro con los trozos y, de
paso, confeccionó una especie de cabestrillo para que lo utilizara en cuanto se
pusiera de nuevo la camisa. Parecía haber perdido suficiente sangre como para
estar un poco mareado, casi indefenso. Ada aprovechó su ligero estado de
confusión para explicarle, mientras lo atendía, los motivos que la habían
impulsado a marcharse de repente. Ella también se sentía un poco confundida,
pero por la mezcla de sentimientos que luchaban en su interior...
—Su cara me resultaba conocida. Creí que John me la había presentado, y
casi la alcancé, pero supongo que me dejó pasar de largo en alguno de los
pasillos. Me perdí en los túneles mientras intentaba encontrar el camino de
regreso...
No había nada de verdad en lo que decía, pero León no parecía darse
cuenta de ello, como tampoco parecía darse cuenta de la suavidad y el cuidado
con que lo estaba tocando, ni del ligero temblor en su voz mientras le pedía
disculpas por tercera vez por dejarlo solo.
Me ha salvado la vida. Otra vez. Y lo único que le doy a cambio son más mentiras,
un engaño calculado por toda respuesta a su capacidad de sacrificio.
Algo había cambiado en Ada desde que él había recibido la bala en vez de
ella, sólo para salvarla. El problema era que no sabía cómo revertir el cambio y,
lo que era aún peor, no sabía si quería revertirlo. Era algo parecido al
nacimiento de un nuevo sentimiento, una emoción que no podía precisar y a la
que no podía poner nombre, pero que parecía llenarla por completo. Era
inquietante, incómoda... pero en cierto modo, no era desagradable. La
inteligente solución a la que había llegado para eliminar el problema del
cocodrilo casi invencible, la criatura a la que apenas había logrado mantener a
raya a pesar de todos sus esfuerzos, había fortalecido aquel sentimiento sin
nombre. El agujero de su hombro sólo era una herida leve, pero por los
regueros de sangre fresca que le bajaban por el brazo y por el pecho, supo que
le había dolido horrores, que le había drenado la vida mientras se esforzaba por
salvarle el trasero a ella.
Líbrate de él ahora mismo —le susurró su mente—. Abandónalo, no dejes que
esto afecte el trabajo. El trabajo, Ada, la misión. Tu vida.
Sabía que eso era lo que tenía que hacer, que era lo único que podía hacer...
pero, en cuanto acabó de vendarlo lo mejor que pudo y le contó su patética
mentira sobre lo último que había ocurrido, se olvidó de forma conveniente de
escucharse a sí misma. Ada lo ayudó a ponerse en pie y lo alejó del lugar
repleto de restos donde el reptil monstruoso había encontrado su fin, mientras
seguía balbuceando alguna tontería sobre que había encontrado lo que parecía
una salida cuando se había perdido.
Annette Birkin había desaparecido. En cuanto León había atraído al
cocodrilo hasta sacarlo del estanque, ella se había apresurado a subir las
escaleras para comprobarlo. Efectivamente: la doctora había mantenido el
sentido común suficiente como para poner en marcha el ventilador y bajar el
puente, lo que había cortado de forma muy eficaz cualquier vía de escape para
Ada. Era muy probable que la mujer fuera una psicótica, pero no era estúpida.
Y aunque se hubiera equivocado en el nombre del patrón de Ada, había
acertado de pleno en el propósito de su misión. Para llevar a cabo la misión,
Ada tendría que llegar cuanto antes al laboratorio, antes de que Annette
pudiera hacer nada... definitivo. Pero León, el silencioso y tambaleante León, la
haría tardar el doble.
¡Suéltalo! Libérate de ese peso, ¡no eres una maldita enfermera, por el amor de
Dios! Esa no eres tú, Ada...
—Tengo sed —dijo León con un susurro, y su cálido aliento le acarició el
cuello.
Ella levantó la mirada hasta su rostro cubierto de restos ensangrentados y
descubrió que esa vez le resultaba más fácil hacer caso omiso de la voz en su
interior. Estaba claro que tendría que dejarlo. Al final tendrían que separarse...
Pero todavía no.
—Entonces, me temo que tendré que encontrar algo de agua —y lo
condujo con suavidad en la dirección que ella necesitaba tomar.
Sherry se puso en pie en medio de la oscuridad, con un sabor asqueroso y
amargo en la boca. Una corriente de una sustancia fría y repugnante tiraba de
sus ropas. Entonces oyó un sonido rugiente que la envolvió, un ruido como si el
cielo estuviera cayéndose. Durante un segundo, no pudo recordar qué había
ocurrido ni dónde estaba... y cuando se dio cuenta de que no podía moverse, le
entró pánico. El sonido rugiente fue aminorando poco a poco hasta desaparecer,
pero ella siguió atascada en mitad de un río repugnante, aprisionada contra
algo duro y húmedo, y estaba sola.
Abrió la boca para gritar... y de repente se acordó del monstruo aullante,
del monstruo y después del gigantesco hombre calvo, y por último, de Claire.
Acordarse de Claire impidió que se pusiera a gritar. En cierto modo, su
recuerdo era como una caricia que le calmaba la sensación de terror y le
permitía pensar con claridad.
Me absorbió un agujero, y ahora estoy... estoy en otro sitio, y empezar a gritar no
me va a servir de nada.
Era un pensamiento valiente, era un pensamiento fuerte, y pensar en ello
la hizo sentirse mejor. Se alejó de la superficie dura que tenía a la espalda y
avanzó a través del agua. Descubrió que no estaba inmovilizada en absoluto.
Había estado pegada a una serie de barrotes o de aberturas en la roca, y la
fuerza de la corriente la había mantenido apretada contra ese lugar, lo que
probablemente le había salvado la vida al evitar que muriera ahogada. El
repugnante líquido de densidad lechosa seguía fluyendo lentamente alrededor
de ella, burbujeando como un arroyo normal, pero no con tanta fuerza como
antes. El mal sabor de boca significaba que debía de haber bebido unos cuantos
tragos involuntarios...
Recordar aquello le hizo recobrar toda la memoria. Había estado flotando
hasta que un remolino de la corriente le había dado la vuelta y la había
sumergido, y ella se había tragado parte de aquel líquido de sabor horrible y
con regusto químico y había perdido el conocimiento, se había desmayado, o
eso creía.
Al menos, el ruido ya no se oía, fuese lo que fuese. Sonaba como un tren en
movimiento, o como un gigantesco camión que tronaba en la lejanía. Y en ese
momento, ya más despierta, se dio cuenta de que podía ver. No mucho, la
verdad, pero lo suficiente para saber que estaba en una gran estancia repleta de
agua y que había un pequeño rayo de luz procedente de algún punto de la
parte superior.
Tiene que haber una salida. Alguien construyó este lugar, así que necesitaban una
salida para llegar fuera...
Sherry nadó un poco más y, al patalear, notó que las puntas de sus zapatos
rozaban algo duro. Algo duro y liso. Se sintió estúpida por no haber pensado en
ello antes. Tomó una gran bocanada de aire, encogió las piernas... y se puso en
pie. El agua le llegaba hasta los hombros, pero podía permanecer en posición
erguida.
Los últimos restos del pánico que había sentido se desvanecieron mientras
se mantenía en pie en mitad del lugar, girando lentamente sobre sí misma
mientras sus ojos acababan de acostumbrarse a la escasa luz... y se percataban
de la existencia de la silueta de una escalera en la pared más alejada. Todavía
estaba atemorizada, de eso no le cabía la menor duda, pero el descubrimiento
de aquellos peldaños de metal significaba que había descubierto una salida, y
eso la tranquilizó un poco. Sherry levantó los pies del sumergido suelo y
comenzó a chapotear en dirección a la escalera, sintiéndose orgullosa de cómo
se estaba comportando.
Nada de gritos ni de lloriqueos. Como dijo Claire. Fuerte. Llegó a la
escalera y puso las rodillas sobre el último peldaño, situado a unos cuantos
centímetros por encima de la superficie del agua. Luego subió los pies y
comenzó a ascender, poniendo cara de asco por el tacto grasiento y resbaladizo
de los peldaños de metal. La escalera parecía no tener fin y, cuando se atrevió a
bajar la vista para ver cuánto había subido, sólo pudo ver una pequeña mancha
de agua que brillaba donde la escasa luz llegaba de forma directa. También
pudo ver el origen de la luz: una estrecha abertura en el techo, no mucho mas
arriba de donde ella se encontraba.
Casi he llegado arriba. Además, si me caigo, no me pasará nada, así que no tengo
nada de que preocuparme.
Sherry tragó saliva, deseosa de que aquel pensamiento fuera
absolutamente cierto, y miró hacia arriba de nuevo.
Unos cuantos peldaños más... y de repente, cuando fue a agarrarse del
siguiente, su mano tropezó con un techo de metal. La superficie era irregular,
pero ella sintió una oleada de orgullo por haberlo conseguido. Empujó con una
mano... y la puerta de metal no se abrió. Ni siquiera se movió.
—Mierda —dijo con un susurro, pero la palabra no le sonó enfadada,
como ella había esperado. Sonó más bien pequeña y solitaria, casi como una
súplica.
Sherry encajó un codo en el último peldaño al que estaba agarrada, tocó su
colgante para que le diera buena suerte y lo intentó de nuevo, empujando de
veras. Esta vez lo hizo con todas sus fuerzas, y creyó notar que cedía un poco,
un poco... pero ni de cerca lo suficiente para poder salir. Bajó la mano y volvió a
soltar un taco, pero esta vez en silencio. Estaba atrapada.
No se movió durante varios minutos. No quería bajar de nuevo al agua,
pero tampoco quería creer que realmente estaba atrapada. Sin embargo,
también empezaba a notar el cansancio en sus brazos, y tampoco quería tener
que saltar.
Por fin, comenzó a bajar, a un paso mucho más lento con el que había
subido. Cada peldaño que bajaba era una admisión de la derrota.
Cuando había recorrido tal vez la tercera parte de la escalera, oyó unos
pasos por encima de su cabeza. Al principio, sólo se trató de un ligero golpeteo,
más una pequeña vibración que otra cosa, pero pronto se dio cuenta de que
eran pasos y de que cada vez sonaban más cercanos... Aún más cercanos, hasta
que se aproximaron al extremo superior del pozo donde se encontraba.
Por un momento Sherry pensó en no hacer caso de los pasos, pero luego se
apresuró a subir de nuevo por los peldaños tras decidir que merecía la pena
correr el riesgo. Cabía la posibilidad de que no se tratara de Claire ni de alguien
dispuesto a ayudarla, pero lo más seguro era de que se tratara de su única
oportunidad de escapar.
Comenzó a gritar antes de llegar al final de la escalera.
—¡Hola! ¡Socorro! ¿Alguien puede oírme? ¡Hola! ¡Hola!
Los pasos parecieron detenerse, y en cuanto llegó de nuevo al techo,
comenzó a golpear el portillo de metal con el puño.
—¡Hola! ¡Hola! ¡Hola!
Se dispuso a dar otro golpe con su dolorido puño... pero sólo golpeó el
aire, y una luz cegadora le obligó a cerrar los ojos.
—¡Sherry! ¡Oh, Dios mío! ¡Cariño, me alegro tanto de verte!
Claire. Era Claire, y aunque Sherry no podía verla, se sintió abrumada por
una inmensa sensación de alegría al oír su voz. Unas manos fuertes y cálidas la
ayudaron a salir y luego unos brazos cálidos y húmedos la abrazaron con
fuerza. Sherry parpadeó y entrecerró los ojos para distinguir un poco mejor los
detalles de la enorme estancia a través del velo blanco de luz.
—¿Cómo supiste que era yo? —preguntó Claire, sin dejar de abrazarla.
—No lo sabía, pero no podía salir por mí misma, y oí pasos...
Sherry miró alrededor, al gran espacio donde Claire la había sacado, y se
sintió pasmada y asombrada por el simple hecho de que Claire la hubiera oído.
El lugar era enorme, y lo atravesaban de lado a lado largas pasarelas metálicas
que lo cruzaban en diagonal... y se dio cuenta de que la sección de suelo donde
se encontraba el portillo por el que había salido estaba en la esquina más alejada
de la zona más oscura de la sala, y que el portillo en sí apenas tenía medio
metro de ancho.
Jolín. Si no hubiera golpeado el portillo o si ella hubiera estado caminando
más deprisa...
—Me alegro de que seas tú —dijo Sherry con firmeza, y Claire sonrió, con
el mismo aspecto de sorpresa y alegría que tenía Sherry.
Claire se arrodilló delante de ella, y su sonrisa se desvaneció un poco.
—Sherry... He visto a tu madre. Está viva y está bien...
—¿Dónde? ¿Dónde la has visto? —la interrumpió Sherry, excitada por la
noticia... pero sintiendo al mismo tiempo una tensión nerviosa indefinida que le
dificultaba la respiración.
Miró los ojos llenos de preocupación y se dio cuenta que estaba pensando
de nuevo en mentirle, que estaba buscando la mejor manera de decirle algo que
iba a resultar desagradable. Unas cuantas horas antes, Sherry quizá se lo
hubiera permitido...
Pero eso se acabó. Tenemos que ser fuertes y valientes...
—Dime la verdad, Claire. La verdad.
Claire suspiró y meneó la cabeza.
—No sé hacia dónde se marchó. Tenía... tenía miedo de mí, Sherry. Creo
que me confundió con otra persona, alguien loco o malo. Huyó de mí, pero
estoy segura de que vino por aquí, y estaba intentando encontrarla cuando te oí
gritar.
Sherry asintió con lentitud mientras se esforzaba por asimilar la idea de
que su madre se había estado comportando de una manera rara, lo bastante
rara como para que Claire intentara dorarle la píldora.
—¿Y crees que vino por aquí? —preguntó Sherry por fin.
—No estoy completamente segura. También me encontré con el policía al
que conocí al llegar aquí, León, antes de tropezar con tu madre. Lo conocí en
cuanto llegué a la ciudad. Se encontraba en uno de esos túneles por los que te
estuve buscando cuando desapareciste. Estaba herido y no podía acompañarme
para seguir buscándote, así que cuando tu madre se marchó corriendo, regresé
a buscarlo, pero ya no estaba...
—¿Estaba muerto?
Claire negó con la cabeza.
—No, no. No estaba, simplemente se había marchado, así que deshice mis
pasos y, por lo que sé, éste es el único camino por el que ha podido venir tu
madre. Pero ya te he dicho que no estoy segura...
Se quedó dudando, con el entrecejo fruncido, mientras miraba de forma
pensativa a Sherry.
—¿Tu madre te habló alguna vez de algo llamado el virus-G?
—¿El virus-G? No, creo que no.
—¿Te dio algo para que lo guardaras, como un pequeño frasquito de
cristal o algo parecido?
Esta vez, fue Sherry la que frunció el entrecejo.
—No, nada. ¿Por qué?
Claire se puso en pie y apoyó una mano sobre su hombro al mismo tiempo
que se encogía de hombros.
—No es demasiado importante.
Sherry entrecerró los ojos y Claire volvió a sonreírle.
—De verdad. Vamos, veamos si podemos adivinar hacia dónde se fue tu
madre. Apuesto a que te está buscando.
Sherry dejó que Claire tomara la delantera, preguntándose por qué estaba
tan segura de repente, con una certeza casi absoluta, de que Claire no creía lo
que estaba diciendo... y preguntándose también por qué ella misma no se
atrevía a preguntarle más sobre el asunto.
El ascensor de la fábrica, lo mismo que el tranvía eléctrico, estaban
exactamente en el mismo sitio donde Annette los había dejado. El margen de
tiempo que le quedaba se había reducido sin duda, pero todavía estaba por
delante de los espías, de Ada Wong y de su pequeña amiga desarrapada...
Mentiras, me han contado mentiras, lo mismo que hacen siempre, como si el hecho
de que haya perdido a William, de que sienta tanto dolor no fuera suficiente para ellos,
no fuera suficiente para hacerles sentir vergüenza de sí mismos...
Sacó con mano temblorosa la llave de control del bolsillo de su destrozada
bata de laboratorio y apoyó el cuerpo en el panel de control dejándose caer
pesadamente sobre él. Metió con dificultad la llave y la hizo girar. Sus
temblorosos dedos tocaron el botón de activación, y una hilera de luces
apareció en la consola, con un brillo demasiado intenso incluso en la oscuridad
sólo iluminada por la luna. Una fresca brisa de otoño recorrió su dolorido
cuerpo, un viento amistoso y secreto que olía a fuego y a enfermedad...
Como en Halloween, como las hogueras en la oscuridad cuando sacan a
los muertos, y lanzan sus podridos y pestilentes cuerpos al fuego, quemando
sus cadáveres repletos de enfermedad...
En el aire nocturno resonaron cuatro bocinazos. Era el aviso de que el
enorme ascensor estaba preparado para bajar. Annette subió trastabillando los
escalones grises y amarillos, incapaz de recordar qué había estado pensando
con anterioridad. Había llegado el momento de irse y estaba tan, tan cansada.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había dormido por última vez?
Tampoco podía recordarlo.
Me he dado un golpe en la cabeza, ¿verdad? O quizá sólo estoy somnolienta...
Ya se había sentido agotada en otras ocasiones, pero el dolor incesante de
sus heridas la había transportado a un sitio delirante que ella nunca había
imaginado que podría existir. Sus pensamientos se perseguían unos a otros en
espiral, con unas repentinas oleadas de sentimientos que ella no podía resolver,
al menos no hasta el punto de sentirse satisfecha. Sabía lo que tenía que hacer:
encender el sistema de autodestrucción, abrir la puerta subterránea para
escapar, esconderse en las sombras y esperar hasta que estuviera curada. Sin
embargo, todo el resto se había convertido en algo extraño, en un deslavazado
grupo de pensamientos inconexos agrupados de forma libre y desordenada,
como si hubiera tomado algún tipo de droga que hubiera sobrecargado sus
sentidos y que sólo le permitiera pensar en una cosa cada vez y al mismo
tiempo.
Ya casi se había acabado. Aquello era algo a lo que podía agarrarse, uno de
los únicos pensamientos fijos y constantes en su confusa mente. Era una frase
segura y casi mágica en cierto modo, una frase que todavía podía ver, sin
importar lo ciega que pudiera quedar. Mientras se dirigía hacia la fábrica, había
tosido y tosido una y otra vez, y después había vomitado por el dolor que
sentía. Sólo había echado un ligero y ácido chorro de bilis que le había
provocado la aparición de unos puntos negros en la vista, y la negrura
permaneció en sus ojos durante tanto tiempo que pensó que se quedaría
totalmente ciega...
Ya casi se ha acabado.
Se agarró a aquella idea como si fuese su amor perdido, encontró el tirador
del compartimiento metálico y se metió en su interior. Pulsó los controles en
mitad de un sueño confuso. El movimiento y el sonido provocado por el
movimiento la rodearon mientras se tendía en el banco metálico y cerraba los
ojos. Unos cuantos momentos de descanso y todo habría acabado...
Annette se dejó llevar por la oscuridad, y el ronroneo de los motores la
sumergió de forma casi instantánea en un sueño profundo. Estaba bajando, y
sus músculos se relajaban, mientras todos sus dolores dejaban de ejercer
influencia sobre ella, y durante un espacio interminable de tiempo, encontró el
silencio...
Hasta que un aullido, un grito feroz y terrible penetró como un cuchillo en
su oscuridad. Era un rugido que mostraba tal furia y dolor que le habló
directamente a su corazón. Ella se levantó de un salto, jadeante y temerosa... y
en ese preciso instante se dio cuenta de qué era lo que la había sacado de
repente de su descanso sin sueño. Sus pensamientos se reorganizaron, dándole
una nueva idea a la que agarrarse.
Se trataba de William. William, que había regresado a su hogar, que la
había seguido. Umbrella ya no tendría nada de nada, porque el ser en el que se
había transformado su esposo había regresado a la zona de explosión.
El aullido apareció de nuevo, y esta vez, su eco resonó en uno de los
numerosos recovecos secretos del laboratorio mientras el ascensor seguía
bajando y bajando.
Annette volvió a cerrar los ojos, y el nuevo pensamiento se unió a su
antiguo amor perdido, y la unión de ambos le proporcionó la felicidad por fin.
William ha regresado a casa. Ya casi se ha acabado.
El tercer pensamiento siguió a los dos primeros de una forma natural, y se
unió a ellos mientras ella se deslizaba de nuevo hacia el silencio, aun a
sabiendas de que tendría que levantarse en poco tiempo para empezar su viaje
final. Cuando el ascensor se detuviera por fin, se levantaría y estaría preparada.
Umbrella sufrirá por todo lo que han hecho, y todo el mundo acaba por morir.
Sonrió y se quedó dormida, soñando con William.
Capítulo 24
León comenzó a sentirse mejor allí sentado, en la sala de control donde
Ada lo había dejado. Había encontrado un botiquín en una de las estanterías
cubiertas de polvo, junto a una botella de agua, y le había vendado el hombro.
Se había marchado hacía sólo diez minutos, pero la aspirina estaba empezando
a surtir efecto y el agua había hecho maravillas.
Estaba sentado delante de una consola repleta de interruptores e intentaba
recordar lo que había ocurrido después de la explosión en las alcantarillas. Lo
último que realmente recordaba con claridad era la imagen del cuerpo de
cocodrilo descabezado desplomándose en el suelo, y luego la sensación de
verse asaltado por el mareo y por la debilidad. Ada lo había vendado y lo había
llevado hasta allí a través de los pasillos...
Y de lo que parecía un túnel de metro. Estuvimos allí durante un minuto o
dos...
Y finalmente habían llegado a aquella habitación, donde ella le había dicho
que esperara descansando mientras se marchaba fuera para comprobar algo.
León había protestado, recordándole que aquél no era un lugar seguro, pero en
ese instante todavía estaba demasiado mareado para hacer otra cosa que
sentarse donde ella lo había dejado. Jamás se había sentido tan indefenso o tan
dependiente de otra persona. Sin embargo, ya se sentía mucho mejor después
de beberse el litro y medio de agua de la botella. Al parecer, la pérdida de
sangre provocaba deshidratación...
Así que me dio el agua y luego se marchó para comprobar... ¿qué? ¿Y cómo supo
el modo de llegar hasta aquí?
Apenas había tenido fuerzas para andar, y mucho menos para empezar a
hacer preguntas, pero incluso en su agotado delirio, se había dado cuenta de la
seguridad con que caminaba, de cómo había escogido el camino sin dudar y con
una precisión infalible. ¿Cómo podía saberlo? Era una marchante de arte en
Nueva York, así que, ¿cómo podía conocer absolutamente nada sobre el sistema
de alcantarillado de Raccoon City?
Además, ¿dónde está? ¿Por qué no ha regresado ya? Ella lo había
ayudado, de hecho, probablemente le había salvado la vida, pero él no podía
seguir creyendo que era lo que decía ser. Quería saber exactamente qué estaba
haciendo allí, y quería saberlo ya. No sólo porque ella le había estado ocultando
algo: Claire estaba en algún lugar de aquellas alcantarillas, y si Ada conocía el
camino de salida de la ciudad, León debía al menos intentar descubrirlo.
León se puso en pie con lentitud, agarrándose al respaldo de la silla, e
inspiró profundamente. Todavía estaba débil, pero ya no se sentía mareado, y
su brazo tampoco le dolía tanto. Quizá se trataba de la aspirina. Desenfundó la
Magnum y se dirigió hacia la puerta de la pequeña estancia polvorienta,
prometiéndose a sí mismo que no aceptaría más mentiras ni más sonrisas
conciliadoras.
Abrió la puerta y salió a un almacén con un extremo al aire libre y que era
lo bastante grande como para guardar un avión. Estaba vacío, y era un lugar
decrépito y repleto de sombras, pero la fresca brisa nocturna que lo recorría lo
convertía en un sitio casi agradable...
En ese preciso momento, vio a Ada que entraba en una plataforma
elevada, justo por fuera del hangar, y desaparecía detrás de lo que parecía el
compartimiento de un tren. Era un ascensor de transporte industrial y, por el
aspecto de los raíles que recorrían el almacén, era una sección de la fábrica
abandonada que no había sido realmente abandonada por completo.
—¡Ada!
León corrió hacia el ascensor mientras mantenía apretado su brazo herido
contra su costado. Sintió un feroz enfado cuando oyó el zumbido de los motores
del transporte, el eco de su fuerte sonido metálico, reverberar en el aire
nocturno: Ada se marchaba, no iba a «comprobar» nada...
Pero no se marchará hasta que me diga el motivo.
León salió corriendo al espacio abierto bajo la luna, oyendo cómo la puerta
del transporte se cerraba de golpe justo cuando pasaba al lado de una consola
de control y subía hasta la plataforma metálica que temblaba. Casi tropezó y se
cayó en los peldaños de colores brillantes, y el ascensor comenzó a descender
antes de que hubiera recuperado el equilibrio. Unos paneles de metal corrugado
de casi un metro de alto se alzaron alrededor del tren de transporte, rodeando
la gran plataforma mientras se hundía con suavidad en la tierra.
León agarró el tirador de la puerta mientras la oscuridad envolvía al
transporte que retemblaba, y el cielo se convertía en una mancha estrellada más
y más pequeña por encima de su cabeza. La fría y pálida luz de la luna fue
reemplazada rápidamente por la luz naranja de las lámparas de mercurio del
transporte.
Entró dando tropezones, y vio la expresión de susto y asombro en la cara
de Ada mientras se levantaba del banco que estaba atornillado a uno de los
lados del ascensor, con la Beretta medio alzada en su dirección. La bajó de
nuevo, y él vio un destello de culpabilidad en sus ojos, que desapareció en el
tiempo que él tardó en levantar la mano y cerrar la puerta.
Ninguno de los dos pronunció una palabra durante unos momentos, y se
quedaron mirándose el uno al otro mientras el ascensor continuaba con su
suave descenso. León casi pudo ver el esfuerzo de Ada para inventarse una
explicación. Decidió que estaba demasiado cansado para estar de humor para
tragarse otra mentira.
—¿Adónde vamos? —preguntó, y esta vez no intentó ocultar la cólera que
sentía en su voz.
Ada suspiró y se sentó de nuevo. León vio cómo se le hundían los
hombros.
—Creo que es la salida de este lugar —respondió en voz baja. Levantó la
vista y sus ojos castaños buscaron los suyos—. Lo siento. No debería haber
intentado marcharme sin ti, pero tenía miedo...
León percibió un auténtico arrepentimiento en su voz, lo vio en sus ojos, y
sintió que su ira cedía un poco.
—¿Miedo de qué?
—De que no lo lograras. De que yo no lo lograra al intentar mantenernos a
los dos a salvo.
—Ada, ¿de qué estás hablando?
León se dirigió al banco y se sentó a su lado. Ella bajó la vista hasta sus
manos y siguió hablando en voz baja.
—Mientras te estaba buscando, allá en las alcantarillas, descubrí un mapa
en una pared —explicó—. Mostraba lo que parecía ser una especie de fabrica o
de laboratorio subterráneo y, si el mapa era correcto, existe un túnel que lleva
desde allí hasta las afueras de la ciudad. —Ella lo miró a los ojos, y parecía
realmente alterada—. León, no creí que estuvieras en condiciones de realizar un
recorrido como ése, tal como estás. Y también tenía miedo de que si te llevaba
conmigo, de que si llegábamos a un callejón sin salida o una de esas criaturas
nos atacaba...
León asintió con lentitud. Ella había intentado protegerse... y protegerlo a
él.
—Lo siento —volvió a decir—. Debería habértelo dicho. No debería
haberte dejado allí de ese modo. Después de todo lo que has hecho por mí, yo...
yo al menos debía haberte dicho la verdad.
La pena y la culpa que sus ojos mostraban no podían simularse. León
extendió su mano para tomar la de ella, dispuesto a decirle que lo entendía y
que no debía culparse por ello...
Entonces oyó un fuerte golpe en el exterior. Todo el transporte se
estremeció, muy ligeramente, pero lo suficiente para que a los dos se les tensara
el cuerpo.
—Probablemente se trata de un pequeño salto en los raíles... —sugirió
León, y Ada asintió, mirándolo con una intensidad que lo hizo sentir
agradablemente incómodo. También sintió que un repentino calor empezaba a
recorrerle el cuerpo...
¡Baaam!
Y Ada salió despedida del banco, arrojada al suelo por algo curvado que
había atravesado la pared del transporte y que había desgarrado la superficie
de metal del costado del habitáculo como si en realidad sólo fuera papel. Era un
puño, un puño con garras de hueso, cada una de más de treinta centímetros de
largo, garras de la que goteaba...
—¡Ada!
La gigantesca mano se retiró, y sus garras ensangrentadas abrieron nuevos
agujeros en la pared metálica mientras León se dejaba caer al suelo al lado de
Ada y agarraba su cuerpo inerte, arrastrándola al centro del transporte. Un
terrible aullido recorrió la oscuridad en movimiento del exterior. León estuvo
seguro de que se trataba del mismo aullido que habían oído antes en la
comisaría, sólo que esta vez era mucho más violento, mucho más cercano, e
incluso mucho más inhumano que antes.
León mantuvo agarrada a Ada con su brazo sano, sintiendo el cálido goteo
de la sangre empaparle su costado derecho, sintiendo su peso muerto sobre su
pecho jadeante.
—¡Ada, despierta! ¡Ada!
Ninguna respuesta. La dejó otra vez en el suelo con suavidad y luego
apartó la tela empapada de su vestido, justo un poco por encima de su cadera.
La sangre salía de dos agujeros profundos, aunque no había forma alguna de
saber su gravedad real, y León arrancó un trozo de tela del reborde de su corto
vestido y apretó el tejido doblado sobre sí mismo contra las heridas...
El monstruo aulló de nuevo, y la rabia que desprendía su garganta no era
nada comparada con la que León sentía en aquel momento mientras miraba los
ojos cerrados y la cara inmóvil de Ada. Extendió el vestido sobre el vendaje
improvisado para mantenerlo apretado lo mejor que pudo y se puso en pie
mientras se descolgaba la Remington del hombro.
Ada lo había cuidado, lo había protegido cuando él no había podido
protegerse a sí mismo. León empezó a cargar la escopeta con gesto ceñudo, sin
sentir ninguna clase de dolor mientras se preparaba para devolverle el favor.
Fue Sherry la que adivinó por dónde podía haberse marchado su madre
mientras ella y Claire registraban lo que parecía ser el final de la línea de
habitaciones. Habían llegado a otra estancia abierta y sombría, pero sólo había
una puerta en ella. No parecía existir otro modo de salir de aquel lugar
cavernoso, a menos que la madre de Sherry hubiese saltado del piso elevado
sobre el que se encontraban y hubiese atravesado caminando la completa
oscuridad que las rodeaba.
Se quedaron al borde de la oscuridad, intentando divisar algo a través de
la negrura más absoluta, pero sin resultado. La habitación parecía ser un muelle
de carga y descarga. Una plataforma con raíles corría a lo largo de la pared
trasera a partir de la puerta y luego acababa de repente, dando paso a lo que
parecía ser un abismo sin fondo. O Annette había bajado y había comenzado a
recorrer alguna clase de sendero secreto o Claire se había equivocado sobre la
dirección que la madre de Sherry había tomado cuando huyó de ella.
¿Y ahora qué hacemos? ¿Regresamos o intentamos seguirla? No quería hacer
ninguna de las dos cosas, aunque lo de retirarse le sonaba muchísimo mejor que
lo de meterse en un agujero negro que no sabía adonde llevaba. Además, lo más
seguro era que León estuviese todavía en algún lugar de por allí detrás...
—A lo mejor es un tren. Se parece a una estación de tren —dijo Sherry, y
en cuanto pronunció la palabra «tren», Claire se dio mentalmente una fuerte
patada en el culo.
Una plataforma que en realidad es un andén, unas vías, un centenar de lo
que parecen ser «tuberías» en el techo...
Claire sonrió a Sherry mientras meneaba la cabeza por su propia
estupidez. Estaba claro que estaba perdiendo facultades.
—Sí, creo que es eso —asintió—. Pero has sido tú la que lo has adivinado,
no yo. Debo de tener el cerebro en huelga...
La pequeña consola de ordenador que estaba a un lado del andén, y que
ella había considerado poco importante, era probablemente el panel de mando.
Claire se dirigió hacia ella. Sherry la siguió mientras manoseaba de forma
inconsciente su colgante de oro y le describía los sonidos que había oído
mientras se hallaba en el fondo del pozo de drenaje.
—Y se alejaba, lo mismo que un tren. Me hizo pasar mucho miedo, porque
el ruido era muy fuerte.
Allí estaba, justo debajo de la pequeña pantalla del monitor que se
encontraba encima de la consola: un código de regreso y un grupo de diez
teclas. Claire introdujo el código y pulsó la tecla de «intro»: la cámara se inundó
con el sonido del zumbido de la maquinaria que se ponía en funcionamiento. El
sonido de un tren.
—Eres una chiquita muy inteligente, ¿sabes? —le dijo Claire, y el rostro de
Sherry se iluminó, con toda su cara arrugada por la gran sonrisa que apareció
en ella.
Claire le rodeó los hombros con un brazo y regresaron hacia el extremo del
andén para esperar la llegada del tren.
Las luces del tranvía aparecieron después de unos cuantos segundos. Los
dos pequeños círculos de luz se fueron haciendo más y más grandes mientras
los observaban llegar. Después de todos los apuros que habían pasado, Claire
decidió que sería todo lo optimista que pudiera sobre aquel acontecimiento. En
primer lugar, para alejar cualquier idea sobre cualquier próximo hecho horrible
que pudiera ocurrir. El tren las sacaría de la ciudad, sin duda, y estaría repleto
de comida y de agua. Tendría duchas y ropas limpias y tibias...
Naaa, olvida eso. Una bañera llena de agua caliente, un par de esos albornoces
peludos y unas zapatillas calentitas.
Eso estaría bien, pensó, pero se conformaría con cualquier otra cosa que no
incluyera monstruos o gente con trastornos mentales. Miró a Sherry y se dio
cuenta de que todavía estaba manoseando el colgante.
—¿Qué es lo que tienes ahí? —preguntó, deseosa de que Sherry sonriera
de nuevo—. ¿Tienes una foto de tu novio o algo así?
—¿Aquí dentro? Oh, no, no es un medallón para fotos —contestó Sherry, y
Claire se alegró de ver en sus mejillas asomó un ligero tono de rubor—. Mi
madre me lo regaló. Es un amuleto de buena suerte... y no tengo novio. Los
chicos de mi edad son unos críos todavía.
La sonrisa de Claire se hizo aún más amplia.
—Acostúmbrate, cariño. Por lo que yo he visto, algunos de ellos jamás
terminan de crecer.
El tren ya estaba lo bastante cerca para ver su silueta. Se trataba de un
único coche de unos cinco o seis metros de largo que avanzaba con suavidad
bajo su guía superior.
—¿Adónde crees que lleva? —preguntó Sherry, y antes de que Claire
respondiera, la puerta del andén saltó por los aires.
La escotilla estalló hacia dentro, arrancada de cuajo de los goznes con un
chillido de metal y un tremendo estampido contra el suelo...
Claire agarró a Sherry y la acercó a su cuerpo, mientras el enorme Señor X
entraba, doblando su cuerpo de lado y hacia abajo para pasar a través de la
estrecha abertura que representaba para él la puerta. Su mirada sin alma se fijó
inmediatamente en ellas.
—¡Ponte detrás de mí! —gritó Claire a Sherry mientras sacaba la pistola de
Irons.
Se arriesgó a mirar hacia atrás, al tren que se aproximaba. Diez segundos,
lo único que necesitaban eran diez segundos...
Pero el Señor X dio un gigantesco paso hacia ellas, y Claire supo
inmediatamente que no los tenía. Su terrible cara sin expresión y sus manos ya
alzadas estaban todavía a seis metros de ella, pero eso sólo significaba cuatro de
sus inmensas zancadas...
—¡Sube al tren en cuanto llegue! —dijo Claire con otro grito, y apretó el
gatillo.
Cuatro, cinco, seis disparos contra su pecho. El séptimo proyectil arrancó
un trozo de su blanquecina mejilla, pero el Señor X ni siquiera parpadeó.
Tampoco sangró, y tampoco se detuvo. Dio otra gran zancada, y el negro y
humeante agujero de su cara fue otra muestra clara de su falta de condición
humana. Claire bajó el ángulo de disparo de la pistola y siguió apretando el
gatillo.
Piernas, rodillas...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Se detuvo por un momento cuando los proyectiles lo acribillaron. Al
menos una de las balas había sido un impacto directo contra su rodilla
izquierda, pero sus ojos no dejaron de mirarla, fijos en ella como si se tratase de
un proyectil dirigido contra un objetivo...
—¡Aquí! ¡Vamonos!
Sherry le estaba tirando del chaleco, gritando, y Claire comenzó a
retroceder, apretando de nuevo el gatillo. Otros dos proyectiles alcanzaron al
monstruo en las tripas...
Y, de repente, se encontró en el interior del tren: Sherry había hallado los
mandos de apertura de la puerta. La cerró, con un sonido veloz y siseante, y el
Señor X quedó encuadrado en la pequeña ventana, sin avanzar más, pero sin
llegar a caer. Sin morir.
—¡Sígueme! —le gritó al divisar el tablero de luces intermitentes, que
estaba a su derecha. Sabía que la puerta no resistiría ni un segundo si la
gigantesca y terrible criatura comenzaba a caminar de nuevo y se lanzaba
contra ella.
Corrió hacia el tablero de mandos con Sherry a su lado y, mientras
apretaba con mano temblorosa el botón rojo que indicaba «avance», dio gracias
a Dios porque el ingeniero que había diseñado el aparato lo había planeado
para ser lo más simple posible...
Y el tren se puso en marcha, alejándose con suavidad del andén,
alejándose de aquella criatura inhumana e indestructible mientras se internaba
en la oscuridad.
Annette estaba sentada en la zona de descanso del personal, en la cuarta
planta. Esperaba que el sistema principal respondiera al encendido general
mientras discutía consigo misma si iniciar o no la secuencia P-épsilon. En
cuanto el sistema de autodestrucción se pusiera en marcha, todas las puertas de
los pasillos quedarían desbloqueadas y todas las que estuviesen conectadas
electrónicamente quedarían abiertas. Las criaturas que habían permanecido
atrapadas a lo largo de los últimos días quedarían libres para salir, y la mayoría
estarían muy hambrientas...
Hambrientas e infectadas, supurando virus en su estado más puro a través
de su carne putrefacta...
No quería tener ningún encuentro... desagradable al marcharse, pero en
cuanto las primeras líneas del código aparecieron en la pantalla, decidió no
poner en marcha la secuencia. El gas P-épsilon era sólo un experimento, algo en
lo que habían trabajado un par de investigadores de microbiología para dejar
tranquilo y satisfecho al personal de control de daños de Umbrella. Si lograba
funcionar, dejaría fuera de combate a los Re3 y a todos los humanos infectados
por la oleada de virus transportados por el aire, la primera, lo que le
garantizaría un trayecto más seguro hasta el túnel del transporte de escape. Sin
embargo, los espías estaban cada vez más cerca, y Annette no quería facilitarles
el trabajo. Había oído que alguien hacía regresar el ascensor después de que ella
saliera trastabillando camino al laboratorio de síntesis. En realidad, aquello era
genial: llegarían a tiempo para el gran final, y quería que tuvieran que luchar
por sus vidas mientras ella se alejaba a toda velocidad hacia la seguridad, se
alejaba de la inmensa explosión que arrasaría las instalaciones de miles de
millones de dólares...
Todo arderá, arderá y yo me veré libre de esta pesadilla. Final de la partida, y yo
habré ganado. Umbrella perderá, de una vez por todas. Esos cabrones traicioneros y
rastreros, asesinos...
Se sintió bien, despierta, completamente consciente y sin apenas sentir
dolor. Había decidido dirigirse hacia la terminal de ordenador más cercana en
cuanto regresara, para poner en marcha el sistema de autodestrucción incluso
antes de recoger la muestra, pero apenas había sido capaz de ver lo que tenía
delante cuando salió a tropezones del ascensor. Había tenido miedo de
olvidarse de algo o, aún peor, de caerse y no poder levantarse de nuevo. Un
pequeño paseo hasta el armario de los medicamentos del laboratorio de síntesis
había acabado con todo aquello y lo había arreglado. El terrible dolor ya no era
más que un recuerdo lejano, y había desaparecido, lo mismo que los extraños
procesos mentales que habían dificultado tanto su concentración. Cuando su
pequeña combinación de fármacos perdiera su efectividad, pagaría los efectos,
pero durante las siguientes dos horas, al menos, estaba muy bien, mejor que
como nueva.
Epinefrina, endorfina, anfetamina. ¡Vaya, vaya!
Annette sabía que estaba drogada y que no debía sobrestimar sus
capacidades, pero ¿por qué no iba a sentirse contenta? Sonrió a la pequeña
pantalla de ordenador que tenía delante y comenzó a teclear los códigos. Sus
dedos volaron sobre el teclado, y sintió que los dientes se le iban a partir por la
energía que le había proporcionado la adrenalina sintética que su acelerada
corriente sanguínea transportaba por sus arterias. Había logrado regresar al
laboratorio, William había regresado también, y la muestra, la única muestra
viable de virus-G de todo el laboratorio estaba metida en el bolsillo de su bata
de investigadora. La había escondido en una de las cápsulas de fusión antes de
marcharse en busca de William, y la había recogido de camino a la estancia de
descanso del personal...
76E, 43 L, 17A. Tiempo para ponerse a salvo... 20. Aviso vocal/ corte de
energía, 10. Autorización personal: 0001 Birkin...
Y eso era todo. Annette no pudo dejar de sonreír. No quiso dejar de
hacerlo mientras acariciaba con suavidad la tecla de «intro». La sensación de
triunfo fue como una espiral tibia y líquida de alegría que recorrió su
magullado cuerpo. Un simple apretón, y nada en la Tierra podría detenerlo.
Diez minutos después de pulsar la tecla, las cintas grabadas con los avisos
comenzarían a ponerse en funcionamiento, y el ascensor de transporte quedaría
inmovilizado, aislando las instalaciones del mundo exterior. Las cintas
comenzarían la cuenta atrás: cinco minutos para alcanzar en tren la distancia
mínima de seguridad, y otros cinco minutos después y...
Buuummm. Veinte minutos antes de la explosión. Tiempo más que
suficiente para llegar hasta el túnel y encender el tren, sin importar lo que ande
suelto por ahí. Tiempo más que suficiente para alejarme del reloj que avanzará
sin detenerse, bajo las calles de la ciudad, a través de las aisladas laderas de las
colinas en las ajueras de Raccoon City. Tiempo más que suficiente para llegar al
final de la vía, salir a la extensión de terreno privado, dar la vuelta... y ver cómo
Umbrella lo pierde todo.
Cuando la cuenta del reloj llegase a cero, las cargas de autodestrucción de
explosivo plástico instaladas en el reactor central de la planta de energía del
laboratorio estallarían. Incluso si sólo estallaba una de las doce cargas
instaladas, esa única explosión sería suficiente para activar todas las cargas
secundarias colocadas a lo largo de las paredes. El sistema de autodestrucción
de Umbrella había sido diseñado para destruirlo absolutamente todo. El
laboratorio se convertiría en un infierno en llamas que haría saltar por los aires
la ciudad muerta, lo que sería visible a kilómetros de distancia... y ella estaría
allí para verlo, para saber que había hecho todo lo posible para hacer justicia.
Esto va por ti, William...
El pensamiento fue agridulce. Durante cierto tiempo, no habían...
disfrutado de su relación como marido y mujer. William era tan inteligente,
estaba tan entregado al trabajo, que los placeres de las síntesis y de los
desarrollos habían sustituido los hábitos y los deberes diarios de un
matrimonio. Ella había llegado a reconocer su genio, a disfrutar de la tarea de
apoyarlo sin la incomodidad de las peleas en una relación... Sin embargo, en
aquel momento, con el dedo apoyado para acabar con todo para siempre,
descubrió de repente que deseaba con todas sus fuerzas que hubiera ocurrido
algo mucho más profundo entre ellos a lo largo de los últimos años, algo más
aparte de su tremenda adoración por sus increíbles dones, del aprecio de
William por su ayuda...
Este es nuestro último beso, amor mío. Esta es mi contribución final a tu trabajo,
mi último acto de amor por lo que compartimos.
Sí, exactamente ése era su sentimiento. Annette apretó la tecla con el
corazón alegre y vio el código brillar en la pantalla con luz verde.
—Les entrego respetuosamente mi dimisión —dijo en voz baja, y comenzó
a reírse.
Capítulo 25
La oscuridad pasó zumbando al lado de la plataforma en movimiento, una
oscuridad metálica bañada en una tenebrosa luz naranja. Fuera lo que fuese lo
que había abierto el agujero en la pared del transporte, había desaparecido.
León había rodeado dos veces el aparato y no había visto absolutamente nada.
Tampoco había oído nada, con excepción del suave zumbido de los motores en
marcha.
De repente, la criatura aulló por fin y León alzó el cañón de la escopeta,
pero lo que vio lo dejó paralizado por completo. En el segundo que tardó en
verlo realmente, su furia vengativa se había disuelto como polvo en el viento, y
fue reemplazada por un asombro que le heló toda la sangre de las venas. Me
cago en...
La criatura todavía estaba aullando, con la cabeza echada hacia atrás, con
un grito gutural y gorgoteante que parecía una voz surgida del infierno de la
oscuridad que la envolvía. Sin duda, antaño había sido un hombre: todavía
podía ver en sus enormes brazos y piernas los restos de las ropas que había
llevado puestas... pero todo lo que tenía de humano había desaparecido y
cambiado, y todavía estaba cambiando al mismo tiempo que aullaba su rabia a
la fría oscuridad, mientras León sólo podía quedarse mirando.
Su cuerpo estaba hinchado y repleto de extraños músculos. Tenía el pecho
desnudo y dilatado por completo por su aullido interminable. Su brazo derecho
era unos veinte centímetros más largo que el izquierdo, y las ensangrentadas
garras de hueso sobresalían de una mano palpitante. Lo más curioso era el
tumor bulboso y en movimiento que tenía en su bíceps derecho, y que más bien
parecía un ojo del tamaño de plato. Giraba con movimientos húmedos de un
lado a otro, como si estuviese buscando algo...
Y el aullido también cambió. Su tono se hizo más profundo, más rugiente.
El rostro estaba cayendo hacia adelante... y fundiéndose con el pecho. Como si
se tratase de cera caliente, como si fuera un efecto especial sacado de una
película, la cabeza de la criatura se hundió en el torso y desapareció bajo la
inflamada y aparentemente voraz piel...
Y, al mismo tiempo, otro rostro comenzó a aparecer y a formarse,
alzándose desde detrás de su cuello con un horrible sonido crujiente, parecido
al de los huesos al astillarse y romperse. La piel se partió de repente y las
aberturas de unos ojos parpadearon, a la vez que otra parte de la cara se
agrietaba y aparecía un agujero rojizo rodeado de huesos que comenzaba a
cumplir las funciones de boca y tomaba el relevo del aullido con una nueva
voz...
León apretó el gatillo en respuesta, como una negativa a la impura
existencia de aquel monstruo.
¡Bam!
Las postas del disparo le alcanzaron de lleno en el pecho, y un espeso
chorro de sangre de color púrpura saltó de la herida, cortando inmediatamente
el aullido de la criatura... pero fue lo único que logró. La nueva cabeza del
monstruo se giró hacia León, se inclinó hacia un lado... y la criatura bajó de un
salto a la plataforma, aterrizando en una postura semiagachada sobre unas
piernas que tenían el diámetro del pecho de León. Le bastó un paso que casi
pareció un salto para ponerse lo bastante cerca de León como para que éste
pudiera oler el extraño hedor químico que emanaba de su reluciente piel... y
para que pudiera ver que la herida del pecho había dejado de sangrar, y que la
piel ya estaba cubriendo los pequeños agujeros.
La criatura alzó sus tremendas garras y León retrocedió trastabillando.
Cargó con un chasquido de la corredera del cañón otro proyectil en la recámara
y disparó justo cuando la garra comenzó a bajar... ¡Sshhhiiink!
Una lluvia de chispas salió despedida de la barandilla metálica al mismo
tiempo que las postas perforaban el estómago del monstruo, provocando otro
chorro de sangre púrpura procedente de su cuerpo. El tremendo impacto del
poderoso cartucho disparado a quemarropa apenas detuvo al enorme
monstruo. Dio otro paso, y León volvió retroceder mientras cargaba otro
cartucho... y tropezó con los peldaños que llevaban hasta el cubículo de
transporte, tropezó y se cayó de culo. El disparo pasó por encima de la cabeza
del monstruo. Otro paso, y estaría encima de él... Muerto. Estoy...
Pero no dio aquel paso. En lugar de eso, se giró hacia la barandilla e
inclinó su extraña cabeza al mismo tiempo que las aletas de su rudimentaria
nariz se agitaban...
Y en silencio, de un modo casi grácil, saltó por encima del borde la
plataforma, hacia la oscuridad que subía.
León se quedó inmóvil durante unos instantes. No pudo moverse: estaba
demasiado ocupado intentando comprender que, al final, el monstruo no lo
había matado. Había olido o sentido algo, y había detenido su ataque, que sin
duda habría sido letal e imparable... y simplemente había saltado por encima de
la barandilla del transporte en marcha. No estoy muerto. Se ha ido y no estoy
muerto. El porqué no lo sabía, y no tenía tiempo para intentar adivinarlo. Ya era
suficiente aceptar el hecho de que estaba vivo. Poco después, quizás unos
escasos segundos después, sus liados sentidos y su confusa mente le advirtieron
de que el transporte estaba disminuyendo de velocidad, que el hueco por el que
bajaban tenía más luz, y que la oscuridad ya no era tan negra, sino más bien
grisácea.
León se puso en pie con dificultad y se acercó para ver el estado de Ada.
Sherry había oído el monstruo a lo lejos, en lo profundo del gigantesco
agujero, e incluso sintió más miedo del que había sentido cuando el gigante (el
Señor X lo había llamado Claire) había aparecido en la estación de tren. Claire le
había dicho que probablemente no se trataba del monstruo, sino más bien de
algún problema de la maquinaria, pero Sherry no quedó convencida. El sonido
procedía de tan lejos que podría haber sido cualquier otra cosa...
Pero, ¿y si no lo es? ¿Y si Claire se equivoca?
Se quedaron de pie fuera de un almacén en mitad de la helada oscuridad,
de pie sobre el gran agujero del suelo, mientras esperaban que los ruidos
mecánicos se detuvieran. La luna casi llena resplandecía cerca del horizonte, y
Sherry se dio cuenta, por el color azul oscuro del cielo en aquella zona, de que
la noche ya estaba muy avanzada y el amanecer estaba cerca. Sin embargo, no
estaba cansada. Sentía miedo y nerviosismo, e incluso a pesar de que Claire la
agarrara de la mano, no quería bajar a través del negro agujero donde podía
encontrarse el horrible monstruo.
Después de lo que les pareció una eternidad, el zumbido de la maquinaria
se detuvo. Claire se alejó del agujero —el hueco del transporte, lo había
llamado—, y se dio la vuelta hacia el almacén.
—Vamos a ver si podemos llamar al... ¿Sherry?
Sherry no se había movido para seguirla. Se había quedado inmóvil
mirando el agujero, agarrando su amuleto y deseando ser tan valiente como
Claire... pero no lo era. Sabía que no lo era, y sabía que no quería bajar a la
oscuridad.
No puedo, no puedo bajar ahí. No soy como Claire, y no me importa nada que
mamá haya bajado por ahí. No me importa nada de nada...
Sherry sintió una calidez que le recorría la espalda y levantó la vista
sorprendida. Era Claire, que se había quitado su chaleco y se lo estaba
colocando por encima de los hombros.
—Quiero que te quedes con esto —dijo Claire, y Sherry sintió una
repentina oleada de alegría y confusión.
—Pero... ¿por qué? Es tuyo, y vas a pasar frío...
Claire no le hizo caso durante un minuto, mientras la ayudaba a ponérselo
correctamente. Era demasiado grande para ella, y estaba bastante cubierto de
suciedad, pero era la prenda más linda que jamás había tenido puesta. Es para
mí. Quiere que yo me quede con él. Claire se arrodilló delante de ella. Ahora sólo
llevaba puesta su camiseta negra y sus pantalones cortos, y se quedó mirando
con mucha seriedad a Sherry mientras tiraba de las solapas del chaleco y se lo
cerraba mejor sobre el pecho.
—Quiero que te lo quedes porque sé que tienes miedo —dijo con
firmeza—, y porque hace mucho tiempo que tengo este chaleco, y con él me
siento capaz de patearle el culo a cualquiera, como si nada pudiera detenerme.
Mi hermano tiene una chaqueta de cuero con el mismo dibujo, y él sí que patea
los culos de los malos... pero porque me robó la idea.
Sonrió de repente. Era una sonrisa cansada pero cálida, y aquello le hizo
olvidar a Sherry cualquier recuerdo de su madre, aunque sólo fuera por un
minuto.
—Así que ahora es tuyo, y cada vez que tú te lo pongas, quiero que
recuerdes que eres la mejor chica de doce años con la que jamás me haya
cruzado.
Sherry le devolvió la sonrisa, abrazando con fuerza el chaleco de color rosa
gastado para apretarlo contra su cuerpo.
—Y además es un soborno, ¿verdad?
Claire asintió sin dudarlo ni un segundo.
—Aja. Y además es un soborno, así que, ¿qué me dices?
Sherry suspiró y extendió su mano para tomar la de Claire, y regresaron al
almacén para buscar los mandos del ascensor.
Ada se despertó cuando León la depositó con suavidad en el chirriante
camastro. Se despertó sintiendo un dolor punzante en la cabeza y un dolor
agudo en su costado. Su primer pensamiento fue creer que le habían disparado,
pero en cuanto abrió los ojos y la imagen del preocupado y pálido rostro de
León se hizo más nítida, lo recordó todo.
Iba a besarme. Bueno, eso creo. Y después...
—¿Qué ha pasado?
León bajó su mano y le apartó un mechón de pelo de su frente, con una
leve sonrisa.
—Ha pasado un monstruo. Creo que ha sido el mismo que mató a
Bertolucci. Atravesó con su mano la pared del ascensor y te hirió. Te golpeaste
en la cabeza después de que... te atravesara con su garra.
¡El virus!
Ada se esforzó por incorporarse para mirarse la herida, pero el fuerte
dolor de cabeza la obligó a tumbarse de nuevo. Estiró la mano y se tocó con
cuidado el lugar donde sentía el palpitante dolor. Entrecerró los ojos cuando
pasó los dedos por encima del chichón pegajoso.
—Eh, eh, tranquila. Quédate quieta —le advirtió León—. La herida no es
demasiado grave, pero te diste un golpe muy fuerte...
Ada cerró los ojos mientras intentaba recuperar el control. Si se había
infectado, ya no podía hacer nada para evitarlo... y aquello sería realmente una
ironía. Si había sido Birkin quien la había herido y todavía estaba lleno de
gérmenes, ella terminaría recogiendo el virus-G de un modo muy personal.
Respira profundamente, mantén la calma. Ya no estás en el transporte. Eso, ¿qué
te dice?
—¿Dónde estamos? —preguntó mientras volvía a abrir los ojos.
León meneó la cabeza con un gesto negativo.
—No estoy seguro. El sitio es como tú dijiste. Estamos en una especie de
fábrica o de laboratorio subterráneo. El transporte está justo ahí fuera. Te he
traído a la habitación más cercana.
Ada giró su doliente cabeza lo suficiente para ver las pequeñas ventanas,
justo encima de una mesa repleta de papeles, que daban a la gran nave donde
había llegado el transporte.
Debemos de estar en la cuarta planta, donde se detiene el ascensor...
El laboratorio principal de síntesis estaba en la quinta planta.
León la estaba mirando con tal sinceridad, con unos ojos azules tan
decorosamente enternecidos, que Ada pensó seriamente por unos cuantos
segundos en abortar la misión. Todavía podían bajar juntos hasta el túnel de
escape, montar en el tren y salir de la ciudad. Podrían huir, marcharse lejos,
muy lejos...
Y después, ¿qué? ¿Llamarás a Trent y le dirás que vas a devolverle el dinero?
Claro. Luego quizá puedas conocer a los padres de León, comprarte un anillo y después
una linda casa de color blanco con una pequeña valla de madera también de color
blanco, quién sabe, tener un par de críos... Podrías aprender a hacer punto y a lo mejor
masajearle los pies cuando regrese a casa después de un duro día de trabajo encerrando a
borrachos y despejando atascos de tráfico. Y vivieron felices...
Ada cerró los ojos de nuevo, incapaz de mirarlo a los suyos mientras
hablaba.
—León, me duele mucho la cabeza, y el túnel que vi, el del mapa... No sé
dónde está exactamente...
—Yo lo encontraré —afirmó él en voz baja—. Lo encontraré, y después
vendré a buscarte. No te preocupes por nada, ¿de acuerdo?
—Ten cuidado —le respondió ella con un susurro, y un instante después
sintió sus labios rozar muy levemente su frente. Oyó que se ponía en pie y
caminaba hacia la puerta.
—Tú sólo tienes que quedarte ahí. Volveré pronto —dijo, y la puerta se
abrió y se cerró. Estaba sola.
No le pasará nada. Se perderá intentando encontrar el túnel, regresará y verá que
me he ido y tomará el ascensor para regresar de nuevo a la superficie... Yo podré
encontrar la muestra y escapar y todo habrá terminado.
Ada esperó un minuto y luego se incorporó con lentitud. El rostro se le
torció con una mueca cuando sintió el doloroso palpitar en el interior de su
cabeza. Estaba claro que había sido un golpe bastante fuerte, pero no uno capaz
de incapacitarla. 'Todavía podía manejarse sola.
Oyó un ruido en el exterior. Se puso en pie y caminó hacia una de las
ventanas. Sabía cuál era el origen del ruido antes incluso de mirar a través del
cristal, y sintió que el ánimo se le hundía un poquito: el transporte subía de
nuevo, probablemente llamado por un equipo de Umbrella que ya se
encontraba en la fábrica...
Lo que significa que no dispongo de mucho tiempo. Y si lo encuentran...
No, a León no le pasaría nada de nada. Era un luchador y tenía el sentido
común suficiente para alejarse a marchas forzadas de cualquier peligro.
Además, era fuerte y honesto... así que no necesitaba en su vida a nadie como
ella cerca de él. Había sido una estupidez pensar en ello, aunque sólo hubiera
sido por un momento. Había llegado el momento de acabar con el asunto, de
llevar a cabo la misión para la que había ido a Raccoon City, de recordar quién
era ella en realidad: una agente independiente, una mujer que no tenía reparos
ni escrúpulos algunos sobre robar o matar para lograr llevar a cabo una misión
con éxito. Era una ladrona fría y eficiente que se enorgullecía de no haber
fallado ni siquiera en uno de los trabajos que había llevado a cabo a lo largo de
toda su carrera. Ada Wong siempre se marchaba con la mercancía que había ido
a buscar, y haría falta algo más que unas cuantas horas con un policía de ojos
azules para lograr que lo olvidara.
Ada sacó las tarjetas de acceso y la llave maestra de su pequeño bolso y
abrió la puerta, diciéndose a sí misma que estaba haciendo lo correcto... e
intentando mantener la esperanza de que esta vez lograría convencerse a sí
misma.
Capítulo 26
Annette se había tropezado con un serio problema. El trayecto hasta el
compartimiento de carga no había sido complicado. Sólo se había encontrado
con un infectado, uno de los primeros enfermos, y le había abierto un agujero
en su cabeza reseca y blanquecina con el primer disparo. Había pasado bajo un
Re3 dormido, pero éste no se había movido en absoluto en su cómodo lecho del
techo, y, al parecer, las demás criaturas que acechaban desde las sombras de las
instalaciones no se habían dado cuenta todavía de que eran libres. Si no era así,
significaba que se habían desmenuzado convirtiéndose en polvo antes de lo que
ella había pensado. En cualquiera de los dos casos, ella se habría marchado del
lugar antes de tener que preocuparse por una u otra posibilidad.
Había logrado llegar al compartimiento de carga en menos de tres minutos
y había pulsado el código clave con una enorme sensación de logro y de triunfo.
El subidón provocado por la mezcla de drogas empezaba a desaparecer, pero
todavía se sentía bien... hasta que la escotilla del compartimiento se negó a
abrirse. Annette introdujo de nuevo el código, bastante sencillo, pero esta vez
con más cuidado... y no ocurrió nada. Era una de las pocas puertas de las
instalaciones que no se abría automáticamente cuando se ponía en marcha el
sistema de autodestrucción, pero aquello no debería haber supuesto un
problema, ya que existía un disco de verificación en una ranura situada bajo los
controles de apertura. El disco siempre estaba allí a pesar de la insistencia del
personal directivo de seguridad de Umbrella en que sólo debían tenerlo en sus
manos los jefes de departamento de cada una de las secciones...
Y, por supuesto, en cuanto había metido la mano en la ranura, se había
encontrado con que el disco no estaba allí, donde se suponía que debía estar.
Alguien se lo había llevado.
Annette se quedó de pie delante de la compuerta cerrada, en la vacía
estancia, y comenzó a sentir los primeros tentáculos de miedo recorrer su
mente. Era un ataque de histeria que no podía permitirse.
El laboratorio va a saltar por los aires, y ya he desperdiciado casi cinco minutos,
así que, ¿dónde demonios está el maldito disco?
—Tranquila, tranquila. No pasa nada, estás bien...
Un suave eco, un susurro razonado en mitad de la reluciente sala. Sólo
tenía que subir en el ascensor hasta la siguiente planta. Al fin y al cabo, tenía la
tarjeta maestra de apertura, tenía un arma y tenía tiempo. Tampoco demasiado,
pensó después, pero suficiente.
Respiró profundamente y regresó al pasillo que llevaba hasta las escaleras,
recordándose a sí misma que todo iba bien y que aquel contratiempo no tenía
importancia, que Umbrella iba a pagar de todos modos, lograra o no, salir de
allí. No quería morir, no iba a morir, pero los relucientes pasillos de paredes
cubiertas de sangre y los laboratorios, antaño completamente esterilizados, iban
a arder de todas maneras, así que no había necesidad de dejarse llevar por el
pánico...
Justo cuando giró a la derecha y avanzó con rapidez por el pasillo que la
llevaría hasta su objetivo, con sus pasos resonando con un sonido hueco en el
silencio, un panel del techo cayó precisamente delante de ella... y un Re3, un
lamedor, aterrizó en el suelo y aulló exigiendo su sangre. ¡No!
Annette apretó el gatillo, pero el disparo sólo abrió un agujero en el
hombro de la criatura en el preciso momento que se lanzaba de un salto sobre
ella, extendiendo una garra deforme para destriparla. Sintió un fuerte dolor en
el antebrazo y disparó de nuevo, asombrada e incrédula...
El segundo proyectil le acertó de lleno en la garganta. El monstruo aulló de
nuevo mientras la sangre salía con un chorro borboteante de su destrozada
garganta. Su aullido se convirtió en un feroz grito rugiente cuando se abalanzó
de nuevo sobre ella.
El tercer disparo destrozó la gelatinosa sustancia gris que constituía su
cerebro, y la criatura cayó al suelo inmediatamente, quedando hecha un
montón de carne que se estremecía de forma espasmódica a escasos centímetros
de sus piernas, igualmente temblorosas.
Annette comenzó a jadear al darse cuenta de lo cerca que había estado de
morir. Bajó la mirada hacia su sangrante brazo, a los profundos cortes que
habían atravesado la tela de la bata de laboratorio...
Y algo se rompió de forma definitiva. Algo en su mente, los pensamientos
de su mente corrían a toda velocidad, lo mismo que su corazón palpitante: la
sangre y el lamedor, el lamedor de William, muerto en el suelo delante de ella.
Todo lo anterior giró y giró, danzando mientras formaba un círculo en el
interior de su cabeza y se concentraba hasta formar una única idea, un
pensamiento increíblemente simple. Un pensamiento que le daba sentido a todo
lo que había ocurrido.
No es suyo.
Estaba tan claro, tan claro como el agua. No podía huir del dolor, porque
el dolor la encontraría en cualquier lugar hacia el que corriera. Tenía la prueba
allí mismo, goteando por su brazo. William lo había comprendido, pero se
había perdido a sí mismo antes de poder explicárselo a ella, antes de decirle lo
que ella realmente tenía que hacer: tenía que enfrentarse a sus atacantes y
asegurarse de que se enterasen, que se enterasen que el virus-G no era suyo,
porque no les pertenecía. Pero ¿lo entenderán? ¿Podrán entenderlo? Quizá sí,
quizá no. Sin embargo, se sentía tan apabullada por aquella verdad de una
sencillez tan profunda que supo que al menos tenía que intentarlo. Era el
trabajo de la vida de William. Era su legado, y ahora le pertenecía a ella. Ya lo
había intuido antes, pero ahora lo sabía. Era un rayo de luz en su mente que
convertía a todos los demás problemas en asuntos triviales.
No es suyo. Es mío.
Tendría que encontrarlos a todos, decírselo, y en cuanto hubieran aceptado
la verdad de lo que les diría, tendrían que dejarla tranquila. Después, si todavía
le quedaba tiempo, se marcharía.
Pero antes, tendría que pincharse otra vez. Sonrió, con los ojos abiertos de
par en par y con la mirada un poco perdida. Annette pasó por encima del
lamedor y se dirigió hacia las escaleras.
León creyó oír disparos.
Estaba en una especie de estancia quirúrgica, la primera habitación al final
del primer pasillo que había tomado después de dejar atrás a Ada. Levantó la
vista del montón de papeles arrugados que había estado revisando y se quedó a
la escucha. Sin embargo, los chasquidos no se repitieron, así que continuó con
su búsqueda. Pasó con rapidez las páginas, desesperado por encontrar algo más
aparte de las interminables listas de números y letras bajo el anagrama de
Umbrella.
Vamos, vamos. Tiene que haber algo útil entre toda esta información...
Quería salir de allí, quería agarrar a Ada y salir cagando leches de allí. El
cuerpo despanzurrado tirado sobre una esquina era razón más que suficiente,
pero había algo más aparte de aquello. El mismo aire de la habitación, del
pasillo que daba a la habitación y, estaba seguro, el de todas las estancias de la
instalación, era insano. Olía a muerte, pero lo que era aún peor era la atmósfera,
el ambiente creado por algo mucho más siniestro, mucho más inmoral. Mucho
más... malvado.
Aquí realizaron experimentos, llevaron a cabo pruebas y Dios sabe qué
más cosas... y crearon una plaga de zombis y crearon el monstruoso demonio
zombi que atacó a Ada. Han matado a toda una ciudad. Fuese lo que fuese lo
que pretendían hacer, era algo malvado sin lugar a dudas.
Maldad a gran escala. El transporte los había llevado hasta una instalación
secreta de Umbrella, bastante grande. Sabía por los números que aparecían en
las paredes que se encontraba en la cuarta planta, significase lo que significase
aquello. La pasarela, una de las tres entre las que había podido elegir, por la que
había llegado hasta el pasillo y hasta la habitación de operaciones donde se
encontraba, pasaba por encima de un espacio abierto de unos veinticinco o
treinta metros, cuyo fondo no era visible, completamente perdido en la
oscuridad. No sabía a la profundidad que habían bajado Ada y él, aunque la
verdad es que tampoco le importaba. Lo único que quería era encontrar un
mapa como el que ella había descubierto en las alcantarillas, un diagrama claro
y sencillo con una flecha que indicara «salida»... Y no está aquí.
León echó a un lado los papeles, lleno de frustración... y vio un disco de
ordenador en la mesa de acero, que había estado oculto por el montón de
papeles sobre los resultados de experimentos químicos. Lo recogió con el
entrecejo fruncido por la intriga y leyó la etiqueta: «Para la verificación del
almacén de carga». Estaba escrito con grandes letras mayúsculas, pero con
cierto descuido.
León lanzó un suspiro y se lo guardó en un bolsillo. Se frotó los cansados
ojos con la mano derecha. El brazo izquierdo le había quedado casi inútil
después de trasladar a Ada desde el ascensor. No quería ponerse a buscar un
ordenador para saber lo que había en el disco, no quería ir de habitación en
habitación para encontrar la salida, descubriendo una y otra vez nuevas
atrocidades llevadas a cabo por Umbrella antes de que todo se fuera al garete.
Estaba cansado y dolorido, además de preocupado por Ada... y, mientras se
dirigía hacia la puerta de salida, decidió que debía volver para ver cómo estaba
y hablar con ella. Quería tranquilizarla, decirle que encontraría la salida, pero
que el puñetero lugar era enorme. Si al menos ella recordara la dirección
general donde se encontraba la salida, o quizás incluso el número de la planta o
piso.
León abrió la puerta, entró en el pasillo... y entonces vio, justo delante de
él, una mujer con una pistola en la mano, una nueve milímetros con la que le
apuntaba directamente al pecho. La desconocida estaba sangrando. Unos
débiles regueros de sangre bajaban lentamente por su sucia bata de
laboratorio... y por la expresión de su cara, por la extraña mirada que vio en sus
ojos vidriosos, se dio cuenta inmediatamente que estaba drogada hasta las cejas
con alguna sustancia, y que realizar cualquier movimiento brusco sería una idea
realmente mala.
Jesús, ¿qué es esto?
—Tú asesinaste a mi marido —le dijo—. Tú y tu compañera, y también la
joven. Todos vosotros, todos queríais bailar en su tumba, ¡pero yo tengo algo
que deciros!
Tenía un subidón tremendo. Podía notarlo en el temblor agudo de su voz
y en el modo que a veces su piel se tensaba y temblaba en su cara. León
mantuvo las manos a lo largo de sus costados y habló con voz baja y tranquila.
—Señora, soy agente de policía, y estoy aquí para ayudarla, ¿de acuerdo?
No quiero hacerle daño, sólo...
La mujer metió su ensangrentada mano en uno de los bolsillos de su bata y
sacó algo que sostuvo en alto. Se trataba de un tubo de cristal lleno de un
extraño fluido púrpura. Sonrió con salvajismo y lo sostuvo aún más alto, por
encima de su cabeza, pero sin dejar de apuntarle al pecho.
—¡Aquí está! Esto es lo que queréis, ¿verdad? Escúchame. ¿Me escuchas
atentamente? ¡No es vuestro! ¿Entiendes lo que te digo? ¡No es vuestro! Fue
William quien lo creó y yo lo ayudé, ¡así que no os pertenece!
León asintió con lentitud, y luego habló con tranquilidad.
—Tiene razón, no me pertenece. Es suyo, completamente su...
La mujer ni siquiera lo oía.
—Creéis que podéis llegar y tomarlo, pero yo os detendré. Impediré que os
lo llevéis. Todavía queda mucho tiempo, tiempo de sobra para matarte, para
matar a Ada, ¡y a cualquier otra persona que intente llevárselo!
Ada...
—¿Qué sabe acerca de Ada? —dijo León con voz agitada al mismo tiempo
que daba medio paso hacia la enloquecida mujer. Ya no se sentía tan
tranquilo—. ¿Le ha hecho daño? ¿Dígamelo?
La mujer se echó a reír, con unas carcajadas completamente carentes de
humor y repletas de locura.
—¡Fueron los de Umbrella los que la enviaron aquí, idiota! ¡La propia Ada
Wong en persona, la señorita «Los amo y los abandono». Sedujo a John para
apoderarse del virus-G, ¡pero tampoco le pertenece a ella! No lo es, no es
vuestro, es mí...
Una enorme conmoción sacudió el suelo, arrojando a León contra la pared
y luego contra el suelo. La rugiente vibración estremeció hasta las paredes... y
¡bam!, del techo comenzaron a caer tuberías y trozos de yeso. Una gruesa viga
abatió a la mujer con un chasquido sordo. León se protegió la cabeza con el
brazo derecho cuando varios trozos de cemento y de escayola comenzaron a
caer encima de él y alrededor...
Un instante después, todo acabó. León se incorporó y se quedó mirando a
la mujer completamente pasmado, sin comprender qué había ocurrido. La
desconocida no se movía en absoluto. La viga de metal que la había golpeado
todavía estaba colgada del techo, y tenía uno de los brazos atrapado debajo del
alargado trozo de metal...
De repente, una voz clara y carente de sentimiento resonó procedente de
unos altavoces ocultos en algún lugar de las paredes. Era una voz femenina y
tranquila, que resaltaba incluso por encima del clamor de las sirenas de alarma.
«La secuencia de autodestrucción ha sido activada. Esta secuencia de
autodestrucción no puede ser abortada. Todo el personal debe evacuar las
instalaciones inmediatamente. La secuencia de autodestrucción ha sido
activada. Esta programa no puede ser abortado. Todo el personal debe evacuar
las instalaciones inmediatamente...»
León trastabilló hasta que consiguió ponerse en pie y se acercó con rapidez
a la mujer caída en el suelo. Se agachó, le quitó el cilindro de cristal de su mano
abierta y se lo metió en uno de los compartimientos de su cinturón. No sabía
quién era, pero sabía que estaba lo bastante loca como para tener metida
cualquier cosa en aquel tubo de ensayo.
Ada...
Tenía que regresar junto a Ada y salir de allí. Las alarmas intermitentes y
aullantes resonaban por todo el lugar, persiguiéndolo a lo largo de todo el
camino desde la puerta hasta la pasarela metálica, junto con el mensaje con voz
femenina indiferente que repetía incesantemente el anuncio de su destrucción.
La voz grabada no daba ninguna indicación de cuánto tiempo les quedaba,
pero León estaba completamente seguro de que no quería estar por los
alrededores cuando el reloj llegara al final de la cuenta atrás.
Capítulo 27
El fresco y oscuro viaje a través del pozo del ascensor terminó con un
chirrido de frenos hidráulicos... y, a continuación, sólo se oyó el silencio cuando
los motores se apagaron y las dejaron atrapadas en algún punto del
aparentemente interminable túnel.
—¿Claire? ¿Qué...?
Claire levantó un dedo y se lo llevó a los labios, indicándole a Sherry que
se quedara callada... y percibió un sonido muy parecido a una sirena de alarma,
un bramido agudo y repetitivo, aunque sonaba muy lejano. También le pareció
oír una voz, pero sólo pudo distinguir un murmullo como el de una voz de tono
femenino.
—Vamos, cariño. Me parece que el viaje se ha terminado. Vamos a ver
dónde hemos acabado. Y quédate cerca de mí.
Salieron del cubículo del transporte y pasaron a la plataforma. Los sonidos
distantes ya no eran tan distantes... y también distinguieron algo de luz,
procedente de algún punto por detrás del ascensor. Claire tomó a Sherry de la
mano mientras salían a toda prisa. No quería alarmar a la niña, pero estaba
bastante segura de que lo que oía sí era una alarma. Sin duda, lo que también se
oía era una voz grabada por encima de los bocinazos rítmicos, y Claire quería
saber lo que estaba diciendo.
El ascensor se había detenido a poco más de un metro de una especie de
túnel de servicio. La luz que había visto procedía de una bombilla que colgaba
del techo del pequeño túnel. No había ninguna puerta, pero sí espacio
suficiente para permitir que una persona pasase por allí al final del estrecho y
corto túnel. Era casi seguro que se trataba un espacio pensado para que un
obrero trabajase en caso de avería. Tendría que ser suficiente...
Si no, tendremos que trepar hasta la superficie, y probablemente sólo será un
kilómetro o una cosa así hacia arriba...
No les quedaba más remedio. Claire aupó a Sherry y luego subió detrás de
ella, pasando delante y arrastrándose por el negro agujero. Los bocinazos de la
alarma aumentaron más y más de volumen a medida que se acercaban al
espacio adaptado para el trabajo de los obreros, y el murmullo se convirtió en la
voz de una mujer. Se esforzó por oír mejor las palabras para entenderlas, con la
esperanza de oír algo así como «avería en el ascensor» o la palabra
«temporalmente», pero siguió sin oír nada con claridad. No les quedaba más
remedio que dejar atrás el ascensor y mantener la esperanza de que lo
abandonaban por algo mejor.
Claire giró un poco su cuerpo y lanzó un suspiro.
—Chica, me parece que nos va a tocar arrastrarnos un poco. Yo iré en
primer lugar, y tú...
¡Blam!
Sherry gritó cuando algo aterrizó con un ruido tremendo sobre el techo del
ascensor de transporte que habían dejado atrás, atravesándolo con un enorme
chirrido de metal partido y doblado. Claire tiró de Sherry para acercarla más a
ella, con el corazón encogido y la respiración detenida... y una mano, a la que
siguió otra, apareció a través del agujero en el techo. Después, dos gruesos
brazos, oscurecidos por las sombras... y, por último, el cráneo blanco, enorme y
reluciente del Señor X, como una luna llena en una noche sin estrellas.
Claire se giró de nuevo y empujó a Sherry hacia la oscuridad del estrecho
espacio diseñado para el personal de reparación, con el corazón palpitándole a
toda velocidad y el cuerpo cubierto repentinamente de sudor.
—¡Vete! ¡Vete! ¡Voy detrás de ti!
Sherry desapareció en la oscuridad, desapareciendo de la vista como un
ratón asustado, y Claire no miró hacia atrás. Estaba demasiado aterrorizada
para volver la vista mientras seguía a Sherry hasta el negro agujero. Estaba
segura de que su incansable perseguidor estaba trepando por encima del
destrozado ascensor para continuar con su decidida y extraña persecución.
Ada había oído parte de la enloquecida conversación de León con Annette
desde las sombras del centro de la pasarela, donde los tres senderos metálicos
se encontraban. Se había obligado a sí misma a no acudir en ayuda de León,
prometiéndose a sí misma que si oía disparos, volvería a reconsiderarlo..., pero
en ese preciso instante, toda la instalación se había estremecido con fuerza, y la
suave voz grabada había comenzado su repetitiva letanía. ¡Mierda!
Ada se puso en pie, furiosa con la científica, y una parte de su ser lo sintió
por León. Sabía lo que aquello significaba: Annette había puesto en marcha el
sistema de autodestrucción. Eso significaba que probablemente les quedaban
menos de diez minutos para salir pitando del lugar... Y León no conoce el camino
de salida.
No importaba, no importaba. Eso no era importante. Ella iba a recoger la
muestra, que sin duda Annette llevaba consigo, y necesitaba hacerlo
inmediatamente. León no era su problema, nunca había sido su problema, y no
podía abandonar la misión en ese momento, no después del infierno por el que
había pasado para conseguir el preciado virus de Trent.
Ada se alejó un paso del panel principal que conectaba las tres pasarelas...
y en ese preciso instante oyó unas pisadas que iban en su dirección. Eran unos
pasos demasiado pesados como para tratarse de Annette. Se ocultó de nuevo
entre las sombras, en la pasarela que llevaba al oeste detrás de la estructura
metálica.
Un segundo después, León pasó corriendo por el lugar, probablemente de
regreso al lugar donde esperaba encontrarla a ella esperándolo. Ada inspiró
profundamente y dejó escapar el aire con lentitud mientras se esforzaba por
sacarse a León de la cabeza. Después salió corriendo en dirección al lugar
donde había oído a Annette.
Ada se había marchado.
«... ha sido activado. Esta secuencia de autodestrucción...»
—¡Cállate, cállate. —dijo León con un fuerte susurro.
Se quedó allí de pie, en mitad de la habitación, sintiéndose perdido e
inútil, con un nudo en el estómago y las manos crispadas en un puño.
Le habría entrado pánico al oír la sirena y la alarma y habría salido
corriendo. Probablemente estaba perdida en el interior de las enormes
instalaciones, perdida y confundida. Quizá lo estaba buscando mientras aquella
voz infernal y tranquila repetía su mensaje, mientras las sirenas sonaban una y
otra vez.
¡El ascensor de transporte!
León se dio la vuelta y atravesó corriendo la puerta... y vio que había
desaparecido. Sólo había un gran agujero negro de un par de metros de
profundidad donde había estado unos minutos antes. Había estado demasiado
concentrado en llegar hasta donde estaba Ada como para darse cuenta de que el
ascensor ya no estaba allí...
¡Tenemos que encontrar el túnel! ¡Tenemos que encontrarlo! ¡Sin el ascensor
estamos atrapados!
León se dio la vuelta mientras lanzaba un silencioso aullido de frustración
y comenzó a correr hacia las pasarelas, rezando para encontrarla antes de que
fuera demasiado tarde.
El espacio para reparaciones se acababa de repente, justo delante de un
hueco vertical de unos dos metros de altura que daba a un túnel. A Sherry le
zumbaban los oídos y tenía la boca seca como un zapato. Sherry se agarró a los
bordes del agujero cuadrado, cerró los ojos y saltó al interior.
Se balanceó sobre el pasillo y se dejó caer en cuanto estuvo en posición
vertical. Aterrizó mal y se cayó cuando se le dobló la pierna derecha. Le dolió,
pero apenas lo sintió. Empezó a arrastrarse sobre las rodillas y sobre las manos
para quitarse de en medio. Se quedó mirando al agujero... y por allí apareció la
cabeza de Claire. Sus ojos preocupados inspeccionaron rápidamente a Sherry
para comprobar si estaba bien y, a continuación, si el pasillo estaba despejado y
era seguro... aparte de que había una mujer hablando por los altavoces, de que
las sirenas estaban provocando un jaleo infernal y de que el Señor X les estaba
pisando los talones.
Claire extendió al brazo todo lo que pudo, con la pistola en la mano.
—Sherry, necesito que agarres esto. No puedo darme la vuelta.
Sherry se puso en pie, estiró el brazo y agarró la pistola por el cañón. Se
sorprendió al descubrir lo mucho que pesaba el arma cuando Claire la soltó.
—No apuntes a nada con eso —le susurró Claire, y se deslizó fuera del
agujero, doblando su cuerpo y aterrizando sobre su hombro, con la cabeza
inclinada hacia dentro. Dio una pequeña voltereta y sus pies golpearon la pared
de cemento.
Claire se puso en pie antes incluso de que Sherry tuviera tiempo de
preguntarle si estaba bien. Tomó la pistola de su mano y apuntó hacia la puerta
que estaba al otro extremo del pasillo.
—¡Corre! —gritó, y ella misma también empezó a correr, empujando a
Sherry por la espalda con una mano mientras se dirigían hacia la puerta, y la
voz de los altavoces les decía que salieran del lugar, que la secuencia de
autodestrucción había sido activada...
Detrás de ellas oyeron un sonido de metal retorciéndose que superó al de
las sirenas, y Sherry corrió con mayor rapidez aún, completamente
aterrorizada.
Capítulo 28
Annette Birkin salió a gatas de debajo del aplastante peso del frío metal,
sin dejar de empuñar la pistola, pero sin el frasco de virus-G. Cuando abrió la
boca para gritar su furia, para maldecir a Dios por la injusticia de su terrible
suplicio, un chorro de sangre salió de entre sus labios, como un torrente medio
coagulado. Mío, mío, mío... Logró levantarse sin saber ni cómo.
Ada se dijo a sí misma que, de todas maneras, no se merecía la buena
opinión de León Kennedy. Nunca se la había merecido.
Perdóname...
Cruzó corriendo la pasarela procedente de la zona de descarga,
desesperado por el miedo que sentía por ella, y Ada salió de las sombras y lo
apuntó con la Beretta a la espalda.
—¡León!
Él se giró inmediatamente, y Ada sintió que la garganta se le quedaba
atenazada cuando vio la expresión de alivio que le recorrió la cara... y se esforzó
por no sentir nada más cuando la sonrisa de alegría de León se convirtió en un
gesto de amargura, que borró por completo la sonrisa.
¡Dios, perdóname!
—Te he estado esperando —dijo, sin sentir el menor orgullo por lo
tranquila y calmada que sonó su voz. Lo fría y profesional que le pareció.
Las alarmas siguieron sonando, y la voz mecánica sonó casi con la misma
frialdad que la suya, indicándoles que la secuencia de autodestrucción no podía
detenerse. No tenía tiempo de dejar que León se hiciese a la idea de que era un
monstruo tan carente de alma como uno de los zombis que se habían
encontrado o la criatura en que se había convertido Birkin.
—El virus-G —le dijo—. Dámelo.
León no movió ni un músculo.
—Me dijo la verdad —sin un atisbo de ira, sólo con un dolor que era más
de lo que Ada quería oír—. Trabajas para Umbrella.
—No —Ada negó con la cabeza—, pero tampoco es asunto tuyo para
quién trabajo. Yo, yo...
Ada sintió, por primera vez en muchos años, desde que era una chiquilla,
el picor de las lágrimas en sus ojos, y de repente, lo odió por ello, por hacer que
se odiase a sí misma.
—¡Lo he intentado! —gritó con un lamento. Toda su compostura fue
barrida por el feroz torrente de rabia que recorrió su cuerpo—. ¡Intenté perderte
de vista en la fábrica! ¡Y además, tenías que quitárselo, ¿verdad? ¡No podías
dejárselo encima!
Ella vio la compasión reflejada en su rostro y sintió que su furia se
desvanecía, reemplazada sin tregua por una oleada de pena, pena por lo que
había perdido, por lo que había perdido con él, por la parte de su ser que había
perdido hacía tanto, tanto tiempo atrás.
Quiso hablarle de Trent, de sus misiones en Europa y en Japón, de cómo se
había convertido en lo que era. Quiso hablarle sobre todo y cada uno de los
hechos de su miserable vida repleta de éxitos que la habían llevado hasta aquel
lugar, hasta empuñar un arma contra el hombre que le había salvado la vida, un
hombre con el que hubiera podido compartir algo, en otro momento y otro
lugar. El reloj seguía su marcha atrás.
—Entrégamelo —le dijo—. No me obligues a matarte.
León se quedó mirándola a los ojos, y simplemente dijo:
—No.
Pasó un segundo, y después otro.
Ada bajó su pistola.
León se preparó para recibir el disparo, la bala procedente del arma de
Ada que le quitaría la vida...
Y ella bajó con lentitud su Beretta, al mismo tiempo que sus hombros se
hundían y una lágrima comenzaba a bajar por su piel de porcelana.
León dejó escapar el aire que había estado conteniendo, sintiendo
demasiadas cosas a la vez: una mezcla de tristeza y pena por su traición, junto a
la compasión por un alma torturada, reflejada en sus preciosos ojos negros...
Y oyó un disparo procedente de las sombras que ella tenía a su espalda.
Los ojos de Ada se abrieron de par en par, y su boca se quedó abierta por la
sorpresa mientras caía hacia adelante. La pistola repiqueteó al chocar contra el
suelo, y su cuerpo tropezó con la barandilla y pasó por encima.
—¡Ada, no!
Echó a correr y se agachó, y al mismo tiempo que ella lograba agarrarse a
la barandilla, él la sostuvo de la muñeca. Su cuerpo quedó colgando de un lado
a otro sobre la vacía oscuridad sin fondo, mientras la sangre salía a borbotones
de su destrozado hombro.
—¡Ada, aguanta!
—Mío —susurró Annette.
Alzó la pistola de nuevo, preparándose para disparar contra el otro y para
recuperar lo que era suyo por derecho, para hacerles pagar a todos... y la pistola
comenzó a pesar demasiado. Se caía, y ella se caía con su arma. Cayeron juntas
hacia el oscuro metal, y la oscuridad empezó a girar en el interior de su mente.
Por fin se llevaba el dolor.
William...
Fue su último pensamiento antes de quedarse dormida.
La puerta daba paso a una habitación repleta de máquinas aullantes. Los
chirridos y zumbidos de los siseantes y traqueteantes gigantes ahogaban el
gemido de las sirenas de alarma. Claire corrió, tirando y empujando a Sherry
junto a ella mientras buscaba desesperadamente una salida. Sabía que el
monstruo estaba cerca.
¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué nos persigue? Allí...
Una plataforma en la esquina, a unos dos metros del suelo, con un puñado
de cajas echadas a un lado justo debajo de ella.
—¡Por aquí! —gritó Claire.
Echaron a correr, pasando al lado de las temblorosas consolas de metal.
Claire sintió un tremendo calor que salía desprendido de las máquinas cuando
aupó a Sherry para que subiera y luego la siguió. ¡Crrrraaccc!
Se dio la vuelta y vio que la enorme criatura estaba rajando la puerta de
metal. Entró con grandes zancadas en la sofocante habitación y comenzó a
buscar...
Vieron una doble compuerta de metal en el otro extremo de la plataforma.
Se abalanzaron en aquella dirección mientras Claire no pensaba en otra cosa
que no fuera seguir huyendo o en el modo de destruir a aquel monstruo que
había sobrevivido a todo lo que...
La compuerta estaba abierta y entraron en otra plataforma. El calor en
aquella sombría estancia era tremendamente intenso, terrible... y además el
lugar era un callejón sin salida. Claire se dio cuenta de ello antes de dar media
docena de pasos en aquella enorme estancia. Se encontraban en la plataforma
de observación de una fundición, y el infernal calor procedía de los enormes
depósitos al rojo vivo que estaban debajo de ellas.
Tenía doce balas, divididas entre dos pistolas. Claire se acercó a
trompicones al borde de la plataforma, con Sherry a su lado. La luz anaranjada
del metal fundido las iluminó con su brillo afiebrado. Aquel calor era suficiente
como para achicharrar cualquier cosa...
¿Cómo? ¿Cómo lo hago saltar?
—¡Sherry, vete allí!
Apuntó con el dedo el punto más alejado de la plataforma. Sherry negó
con la cabeza mientras su rostro temblaba por el miedo.
—¡Hazlo! ¡Ahora mismo! —gritó Claire, y Sherry lanzó a su vez un grito,
aunque de terror, mientras echaba a correr, con su gargantilla rebotando contra
las solapas del chaleco de tela vaquera...
No es un colgante...
Sherry volvió a gritar. Claire se dio la vuelta y vio al Señor X que se
aproximaba a ellas.
Caminó por la estancia con el mismo andar erguido y rígido que Claire
había visto cuando lo encontró por primera vez. La extraña luz anaranjada le
daba un tono aún más de pesadilla. Claire se mantuvo firme donde se
encontraba. Se metió la pistola de Irons en los pantalones mientras el plan a
medio formar que tenía en su atemorizada cabeza comenzaba a adquirir
detalles. Probablemente no saldría bien, pero tenía que intentarlo de todas
maneras...
Se abalanza sobre mí, salto por encima de la barandilla, lo agarro y lo arrastro
conmigo...
El Señor X centró su mirada sin emoción en ella mientras daba otro de sus
enormes pasos. Los negros agujeros de sus ojos y el que tenía en la garganta
eran sólo unos pozos de sombras en su terrible piel pálida, coloreada como una
calabaza bajo la luz de aquel lugar... y se giró hacia Sherry. Se abalanzó hacia
ella mientras alzaba sus terribles puños.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Estoy aquí! —gritó Claire, pero la criatura no la oyó, no la vio.
Todo su monstruoso ser estaba concentrado en la pequeña y acobardada
chiquilla gimoteante que estaba acurrucada en un rincón de la pared más
alejada mientras agarraba su colgante...
Justo en ese momento, Claire supo lo que quería. Las frases pronunciadas
por Sherry y por Annette se unieron en un relámpago de comprensión, que le
proporcionó la respuesta.
El virus-G. Destrozarla. Amuleto de buena suerte...
No era un colgante...
—¡Sherry! ¡Quiere tu colgante! ¡Tíramelo!
Si estaba equivocada, ambas estaban muertas. El Señor X se acercó aún
más a la niña, lo que le impidió a Claire verla...
La gargantilla, el colgante que contenía en su interior al virus-G y que
Annette le había entregado a su hija, junto con el peligro de llevarlo puesto,
llegó volando procedente de la caliente oscuridad, y cayó a los pies de Claire,
justo delante de ella.
El Señor X dio inmediatamente la vuelta, siguiendo con su mirada
inexpresiva el vuelo del colgante, y dejó a un lado a Sherry en el mismo instante
que la gargantilla abandonaba la mano de la niña. Había estado en lo cierto.
¡Buena chica!
Claire lo recogió del suelo y lo balanceó delante del monstruo, sintiendo
una oleada de increíble rabia y de alegría maliciosa cuando el hinchado gigante
comenzó a dirigirse hacia ella con su paso decidido y con los puños en alto de
nuevo. Sus ojos sin expresión estaban fijos en la brillante gargantilla.
—¿Quieres esto? —dijo Claire con tono de burla, provocándolo. Las
palabras rezumaron su furia por las balas malgastadas, por el miedo que ella y
Sherry habían sufrido—. ¿Sí? ¡Pues entonces, ven a buscarlo, miserable
monstruosidad sin sesos!
La criatura estaba ya a menos de dos metros de ella cuando Claire se giró y
lanzó el regalo de Sherry a la gran superficie burbujeante y abrasadora. La
gargantilla desapareció inmediatamente en el hierro fundido... y la criatura
sobrenatural que las había aterrorizado a lo largo de toda aquella interminable
noche caminó directamente hacia la barandilla. Las barras metálicas se
partieron bajo su paso implacable... mientras el monstruo se desplomaba en
silencio hacia el gigantesco caldero. Una gran ola de metal fundido y siseante
golpeó por un momento los lados del contenedor y unas erupciones
espontáneas de llamas saltaron de su cuerpo mientras desaparecía bajo la
superficie del burbujeante líquido.
Sintió triunfo, un triunfo dulce y maravilloso... y un instante después, la
fría voz mecánica de los altavoces cambió de repente, arrebatándole la alegría
que le proporcionaba ver al Señor X darse un baño de lava.
El mensaje que oyó por encima del barullo de las sirenas le heló la sangre.
«Quedan cinco minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
Todo el personal que quede debe abandonar inmediatamente las instalaciones.
Por favor, diríjanse a la plataforma inferior. Repito, por favor, diríjanse a la
plataforma inferior. Repito, por favor, diríjanse...»
Sherry ya estaba a su lado, y Claire la agarró de la mano y comenzó a
correr.
Sentía un dolor insoportable, y Ada cerró los ojos, preguntándose si
bastaría para matarla.
—¡Aguanta, Ada! ¡Tú sólo aguanta, yo te subiré!
A través de los latidos de la sangre y del clamor de las sirenas, Ada oyó el
aviso del comienzo de la cuenta atrás del sistema de autodestrucción. Cinco
minutos.
Intenta salvarme. Vamos a morir los dos.
El agarrón de León era fuerte, y la determinación en su atemorizada y
suplicante voz era casi tan fuerte como la voluntad de ella. Casi, pero no lo
bastante.
Ada levantó la cara para mirarlo, y vio que, a pesar de todo lo ocurrido, él
quería salvarla, quería que sobreviviera. Quería ayudarla a subir y llevarla a un
lugar seguro lejos de allí.
Esta vez no. No por mí...
Su vida se había basado en el egoísmo, en ella misma y nadie más, en la
avaricia. Había visto morir a mucha buena gente, y en algún momento de su
vida, había perdido su capacidad de sentir preocupación por los demás. Se
había dicho a sí misma que aquel esfuerzo era una pérdida de tiempo y un
signo de debilidad.
Y estaba equivocada. Fui egoísta y estuve equivocada todo este tiempo, y ahora ya
es demasiado tarde.
No, no era demasiado tarde. Fuese lo que fuese lo que la esperase abajo, ya
había tomado una decisión.
—León... baja, dirígete hacia el oeste y encuentra el almacén de carga...
más allá de la fila de... las sillas de plástico. Necesitarás el... disco. Está en mi...
bolsito.
—¡Ada! ¡Ya lo tengo! ¡El disco del almacén de carga y descarga! ¡Ya lo
encontré! ¡No hables, sólo aguanta! ¡Déjame que te ayude!
Intentó agarrarse mejor a la barandilla.
Hablar le suponía un esfuerzo horrible, pero tenía que acabar, tenía que
advertirle antes de que el tiempo se le acabase.
—El código es 345. Monta en el ascensor y baja. El túnel... subterráneo
lleva al exterior. Tienes que ir... a toda velocidad. Ten cuidado con Birkin, el
infectado por el virus-G... Ya está cambiando. ¿Lo has entendido?
León asintió, mirándola intensamente con sus profundos ojos azules.
—Vive —dijo ella, y fue una buena palabra, una palabra maravillosa con la
que despedirse y marcharse. Estaba cansada, la misión estaba acabada y León
estaba a salvo.
Se soltó de la barandilla y León gritó su nombre. Aquel sonido la siguió
hacia la oscuridad como un adiós agridulce.
Capítulo 29
Sherry estaba aterrorizada, pero el Señor X estaba muerto, y sin duda, él
era el monstruo que había visto, no el de la comisaría, sino el monstruo de
verdad, el que había querido despedazarla desde el principio...
Pero no tuvo tiempo de pensar en ello, porque Claire tiraba de ella
mientras recorrían a toda velocidad el camino por el que habían llegado hasta la
fundición. A través de la sala de maquinaria, a través del pasillo con el espacio
para reparaciones, doblando una esquina...
Y Sherry lanzó un grito al ver un zombi, justo delante de ellas, que se giró
en su dirección. Una criatura muerta y blanquecina, apenas unos cuantos
huesos polvorientos. Claire levantó la pistola y disparó..., bang, y la cara de la
criatura se hundió hacia dentro. La gimiente parodia de ser humano se
desplomó al suelo, y Claire tiró de Sherry para que pasara por encima del
cuerpo y siguiera corriendo hacia la puerta que estaba al final del pasillo.
Se trataba de un ascensor, y Sherry se apoyó en una de sus paredes como
si se derrumbara después de que Claire la metiera de un fuerte empellón.
Intentó recuperar el aliento mientras ella pulsaba los botones. Después de la
velocidad a la que habían corrido para huir del Señor X, les pareció que el
ascensor bajaba a paso de tortuga, con un zumbido pausado y tranquilo.
—Vamos a lograrlo —la animó Claire entre jadeos—. Ya falta muy poco.
Sherry asintió, y su corazón empezó a palpitar con mayor fuerza aún
cuando oyó que la voz de los altavoces indicaba que sólo les quedaban cuatro
minutos para alcanzar la distancia de seguridad mínima.
León sintió que no sabía cómo ponerse en pie y alejarse. La imagen de su
bello y sereno rostro un segundo antes de dejarse caer...
Ya no está. Ada se ha marchado.
Extendió el brazo para recoger la Beretta del suelo, y una nueva oleada de
dolor y tristeza le recorrió el alma cuando la empuñó. La pistola todavía estaba
tibia con el calor de la mano de Ada... y además pesaba poco. Pesaba muy poco
porque no estaba cargada con ninguna bala. Ni siquiera tenía metido un
cargador. Ella nunca había querido hacerle daño. Le había mentido, le había
mentido siempre, pero nunca había pretendido hacerle daño...
«...quedan cuatro minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
Todo el personal que quede debe abandonar inmediatamente las instalaciones.
Por favor, diríjanse a la plataforma inferior...»
Cuatro minutos. Le quedaban cuatro minutos para llegar lo bastante lejos
y cumplir el último deseo de Ada.
Se puso en pie y se dirigió a toda prisa hacia la puerta... y se detuvo de
repente, metiendo una mano en un bolsillo del cinturón. Sacó el pequeño tubo
de cristal repleto de líquido púrpura. Sabía que no tenía tiempo que perder,
pero sólo tardó un segundo en echar el brazo atrás y arrojar con todas sus
fuerzas la muestra lo más lejos que pudo. Quiso alejarla todo lo posible de él.
Si el laboratorio responsable de tantas muertes iba a arder, que el virus-G
ardiera con él.
—¡Sí!
La puerta del ascensor se abrió... y allí estaba el tren. Un tren subterráneo
de color plateado que brillaba suavemente bajo las luces. Estaba oscuro y en
silencio, sin ninguna clase de potencia motriz. No se trataba de la máquina llena
de energía y dispuesta a partir que Claire se había imaginado, pero era el
vehículo de huida más precioso que jamás había visto.
Sherry se mantuvo pegada a su lado, agarrada a su brazo, mientras corrían
hacia la puerta delantera de aquella especie de tranvía subterráneo de tres
vagones. Las irritantes alarmas seguían sonando, y su eco se multiplicaba a lo
largo del túnel de cemento. La suave voz de mujer, la voz que Claire había
comenzado a odiar hacía sólo unos momentos, les informó de que les quedaban
tres minutos para alcanzar la distancia mínima de seguridad.
Se apresuraron a subir a bordo del tren. Claire se dio cuenta, aunque no le
importó en absoluto, de que no había asientos, sólo un amplio y vacío espacio
donde los pasajeros podían permanecer de pie. La cabina de control estaba a la
izquierda.
—Vamos a poner en marcha esta preciosidad —dijo Claire, y la radiante y
esplendorosa mirada de esperanza que apareció en la sucia y cansada cara de
Sherry le partió el corazón, pero sólo un poco.
Oh, cariño...
Claire apartó la mirada con rapidez y subió a saltos los escalones que
llevaban al interior de la cabina mientras se prometía a sí misma que si el tren
no funcionaba, ella misma llevaría a cuestas a Sherry por el túnel. Haría todo lo
que estuviese en su mano para que aquel débil rayo de esperanza en los ojos de
la chiquilla no se apagase.
El código y el disco de verificación que había encontrado en la sala de
operaciones abrieron la puerta, como Ada le había dicho. La ancha compuerta
daba paso a un corto pasillo. A León sólo le quedaban tres minutos, así que lo
recorrió a toda velocidad, atravesó otra puerta, que tenía un símbolo de peligro
biológico en su dintel, y finalmente llegó a la bodega de carga y descarga.
No tenía tiempo para detenerse y echar un vistazo alrededor. Estaba
concentrado en llegar hasta el ascensor antes de que la voz grabada le dijera que
ya no tenía posibilidad de salir con vida de las instalaciones. León corrió hacia
la parte trasera de la enorme estancia, teñida de un extraño color rojo, y
encontró los mandos del enorme ascensor del tipo habitual en los almacenes.
Apretó el botón de bajada, preparado para entrar y salir pitando...
Pero no ocurrió nada, excepto que se encendió una hilera de lucecitas,
quizás unas veinte lucecitas, en la parte superior de la puerta. Comenzaron a
parpadear y a apagarse en orden descendente. Y muy lentamente.
León extendió el brazo y volvió a apretar el botón, sintiendo una aturdida
incredulidad mientras el ascensor seguía descendiendo, deteniéndose en lo que
le parecieron minutos en las distintas plantas, mientras las alarmas seguían
atronando y la cuenta atrás para la destrucción del laboratorio seguía
acercándose más y más a su final.
—¡Jesús!
Se dio la vuelta y sintió deseos de gritar si tenía que esperar mucho más...
y, por primera vez, echó un vistazo a la estancia en la que se encontraba. Las
dos altas y anchas hileras de estanterías múltiples que recorrían el lugar de lado
a lado estaban repletas de una «mercancía» muy especial: aunque la media
docena de gigantescos contenedores de cristal que se alineaban en cada
estantería sólo tenían un líquido claro y rojo en su interior, León sintió un
escalofrío sólo con mirarlos. Cada uno de ellos era lo bastante grande para
contener a un hombre adulto, y eso le hizo preguntarse para qué los habían
fabricado.
No importa. Van a volar hechos pedazos en un par de minutos, lo mismo que yo si
este condenado cacharro no se da prisa y no logro salir de este puñetero lugar...
Se giró de nuevo hacia el ascensor, casi agradecido de sentir frustración e
ira, de sentir algo aparte de pérdida..., y el techo encima del ascensor comenzó a
estremecerse. León dio un paso atrás, apuntando con su Magnum hacia el
sólido panel de metal del techo justo cuando salió despedido por los aires...
El monstruo con el que se había enfrentado en el otro ascensor de
transporte aterrizó delante de él. Se trataba de la misma criatura demoníaca que
había herido a Ada, que casi lo había matado a él...
¿Birkin?
Por el modo en que echó atrás su extraña cabeza y comenzó a aullar, con
un grito que ahogó el sonido de las alarmas, León estuvo seguro de que había
ido a acabar su trabajo.
El tranvía ya estaba preparado: disponía de la potencia suficiente y estaba
listo para ponerse en marcha... si no fuese porque el sistema automático de
apertura de la puerta del túnel parecía haberse estropeado. Ante sí tenía toda
una consola repleta de pequeñas luces verdes, excepto una única señal roja que
insistía en que la puerta tenía que abrirse de forma manual.
Dos minutos para llegar a la distancia mínima de seguridad.
No lo lograremos. No vamos a lograrlo.
—Quédate aquí —le indicó Claire a Sherry, y salió al exterior para
encontrar el sistema de apertura manual, rezando para que no fuese una avería
grave.
León se dio la vuelta y echó a correr cuando el monstruo comenzó a andar
hacia él. Cada uno de sus poderosos pasos resonó en la estancia mientras el eco
de su terrible aullido todavía se multiplicaba en las paredes del lugar.
¡Piensa!
La poderosa escopeta no había sido suficiente. Tenía que acertarle en
algún punto vulnerable...
Los ojos... Utiliza la Magnum.
León había llegado de nuevo a la puerta. Se giró y disparó, apuntando su
arma al rostro de la criatura...
Pero el rostro estaba cambiando de nuevo. La mandíbula estaba bajando
mientras gritaba. Unos grandes colmillos o garras salieron de lo que quedaba de
su boca, de la parte superior de su palpitante pecho... y León vio, mientras la
criatura rugía de nuevo con su boca mutante, que le estaban saliendo otros dos
brazos de sus costados. Las extremidades se colocaron en su sitio, y los codos se
doblaron mientras de la punta de cada brazo comenzaban a salir unos gruesos
gusanos que se convirtieron en unos dedos acabados en garras. ¡Bam! ¡Bam!
¡BAM!
Los disparos fueron muy seguidos y atravesaron con facilidad la tirante
piel encima del ojo izquierdo. El monstruo rugió otra vez, pero en esta ocasión
de dolor, y León vio saltar unos cuantos trozos de hueso y un fluido púrpura
con consistencia de pus, mientras un pequeño chorro de sangre negra le bajaba
hasta tapar la pupila amarilla de su ojo.
El ser sacudió la cabeza a un lado y a otro, arrojando más líquido
alrededor, agachándose sobre sus enormes piernas como si se tratase de una
gigantesca rana mutante... y saltó al aire, hacia arriba y a la derecha. Aterrizó en
una de las estanterías de más de dos metros con un gruñido animal. Mierda.
¿Cómo hará eso?
No podía verle los ojos. De hecho, no pudo ver nada más que la espalda
mientras la criatura comenzó a bajar... mientras cambiaba de nuevo. De eso no
cabía duda: percibió los húmedos chasquidos óseos antes incluso de ver las
puntas de las espinas que le salieron encima de la columna dorsal de su carne
púrpura.
No quería ver en lo que se estaba convirtiendo, pero el ascensor todavía no
había llegado, y le quedaban dos malditos minutos.
León sacó otro cargador y lo introdujo con una palmada y un chasquido, y
luego disparó contra lo que podía ver: una forma con seis patas, una silueta que
ya había perdido todo parecido con un ser humano.
El proyectil atravesó uno de los musculosos hombros, y la criatura saltó.
Cayó al suelo como si se tratase de una especie de bestia salvaje y arácnida y
aterrizó a pocos metros de donde él estaba. Su pecho se había convertido en una
pared de dientes extraños, de pinchos, que se abría y se cerraba al son de sus
jadeos... y en ese momento gritó de nuevo. Era un sonido demoníaco,
completamente diferente a cualquier otra cosa que hubiera oído antes. Parecían
los gritos moribundos de un millar de almas condenadas al infierno.
León disparó dos veces contra el puñado de dientes y retrocedió y, por fin,
bajo el ensordecedor ulular de las sirenas, oyó el campanilleo que anunciaba la
llegada del ascensor.
Claire corrió hacia la parte delantera del tren, mirando todos y cada uno
de los botones y de las palancas que sobresalían de la pared del túnel,
frunciendo el entrecejo, y menos de diez segundos después, encontró la palanca
de color rojo y blanco que buscaba y la bajó de golpe. Percibió el chirrido del
roce de metal contra metal en algún lugar por delante del tren y echó a correr
de nuevo hacia la puerta... cuando oyó otro chirrido metálico: el ruido del acero
al ser desgarrado y doblado hasta perder su forma original. El sonido procedía
de algún punto detrás del tranvía, en la parte trasera del túnel...
No. No puede ser...
Se quedó mirando hacia los últimos vagones, más allá de las rejas
metálicas de una puerta cerrada que llevaba de regreso a las sombras... y
percibió un sonido muy parecido al del hueso al chocar contra el cemento, un
sonido chirriante y pesado que se repitió una y otra vez.
Pasos.
Claire corrió hacia la puerta, aun a sabiendas de que no podía ser el Señor
X, que no podía serlo de ninguna manera. Estaba derretido, ya no existía, y
además, ellas ya no tenían el virus-G... y en ese momento, divisó un atisbo de
movimiento más allá de las rejas, a unos diez metros de distancia. Era algo
grande y alto, y de su silueta salían pequeñas volutas de humo que manchaban
la oscuridad... y le llegó el olor acre y penetrante de algo quemado. Aquello
salió de las sombras en dirección a la parte trasera del último vagón y alzó unos
enormes puños achicharrados...
¡Bam!
El vagón llegó incluso a balancearse mientras Claire se daba cuenta por fin
de que sí se trataba del Señor X, o lo que quedaba de él..., y de que, sin duda,
era un demonio surgido directamente del infierno.
Había colocado las balas que había en los dos cargadores en un solo
cargador mientras estaban montadas en el ascensor. Le quedaban en total once
balas. Estaba claro que no iban a ser suficientes, sin embargo era lo único de lo
que ambas disponían.
Claire alzó la pistola de Irons, preguntándose si aquél iba a ser su final.
León corrió y rodeó la estantería que tenía a la derecha para regresar al
ascensor. Oyó los atronadores pasos justo a su espalda, y supo que no podía
parar de ninguna manera.
Dio otro giro, luego atravesó de nuevo el centro de la estancia... y algo lo
golpeó en la espalda y lo lanzó disparado hacia adelante y hacia el suelo: la
bestia se había abalanzado contra él y lo había embestido.
León rodó sobre sí mismo y la criatura se colocó enseguida encima de él,
con sus dientes goteantes de saliva preparados para atravesarle el cráneo
mientras las patas lo mantenían inmovilizado. El tumor parecido a un ojo
seguía todavía allí, mirándolo desde un hombro...
El policía colocó el cañón de la pistola justo debajo de la babeante barbilla
y apretó el gatillo una y otra vez mientras gritaba, vaciando el cargador de
pesados proyectiles en la cabeza de la criatura.
La bestia aulló y pataleó, para terminar finalmente cayendo a un lado de
León. El enorme y alucinante animal todavía estaba aullando cuando León se
puso en pie y se acercó a la carrera al ascensor. Entró y se dio la vuelta,
pulsando el botón de bajada.
Vio que la bestia se estremecía, cambiaba y aullaba, al mismo tiempo que
despedía trozos de carne y hueso y chorreones de sangre, luego se daba la
vuelta y volvía a dirigirse hacia el ascensor. Tomó velocidad con cada paso
tembloroso.
La puerta se fue cerrando con gran lentitud, y la criatura casi volaba ya...
León agarró bien la escopeta con las dos manos, metió un cartucho en la
recámara y apretó el gatillo. El impacto le dio de lleno en el pecho y la hizo
retroceder... justo cuando la puerta se cerró. León ya bajaba. Sólo le quedaba un
minuto.
Capítulo 30
¡Bam! Sherry sintió que el vagón se bamboleaba con fuerza.
¡Corre!
Corrió hacia la puerta, recordando que Claire le había dicho que no saliera,
pero sin importarle. No sabía de qué se trataba, ni de qué forma ella podría
ayudar, pero no iba a quedarse allí, con los brazos cruzados...
¡Bam!
Y la vagoneta se estremeció de nuevo con fuerza de arriba abajo, al mismo
tiempo que el eco del tremendo impacto resonaba a través del aire rancio y
estanco. Hasta el mismo suelo se estremeció bajo sus pies. Sherry extendió el
brazo hasta la puerta y pulsó el botón de apertura. Su corazón le palpitaba a
cien por hora, y el sudor le bajaba por el rostro en grandes regueros,
arrastrando la suciedad de su cara consigo.
La puerta se abrió deslizándose hacia un lado... y allí estaba Claire,
apuntando con su pistola contra algo que Sherry no pudo ver y que estaba en la
parte trasera del tren.
La mirada de Claire se posó un momento en ella, y las temblorosas
palabras que le gritó estaban llenas de miedo y pánico.
—¡No salgas! ¡Cierra la puerta!
Sherry estiró el brazo de nuevo hacia el mando de cierre y de apertura,
pero dudó por un momento, aterrorizada por lo que pudiera pasarle a Claire,
deseando ver qué era...
Una mirada rápida...
Sacó la cabeza velozmente, un segundo, buscando con la vista la causa del
pánico de Claire, que estaba golpeando de esa manera el vagón del tren. Un
olor parecido al de la carne quemada y a productos químicos inundaba el
andén escasamente iluminado, un olor procedente de...
Sherry gritó en cuanto lo vio, cuando vio el achicharrado monstruo que
estaba provocando las sacudidas del tranvía, justo detrás de una pared de
barras metálicas. Vio su gigantesco puño machacar la pared metálica del vagón,
pero de donde no pudo apartar la vista fue de la cara del monstruo.
El Señor X.
Su piel se había quemado por completo y había desaparecido de todo su
cuerpo. Unas cuantas volutas de humo todavía se desprendían de su cráneo con
aspecto de caramelo derretido, pero los ojos seguían allí: rojos y negros,
lanzando un humo acre, pero repletos de vida.
—¡Sherry! ¡Hazlo ahora mismo! —le gritó Claire sin apartar ni un instante
su mirada del humeante monstruo, de su terrible y gigantesco cuerpo cubierto
por músculos rojos y metálicos, tan quemados y rojos como sus impresionantes
y desagradables ojos.
Sherry pulsó el botón, y la puerta se cerró justo cuando Claire comenzó a
disparar.
El ascensor comenzó a bajar, aunque no como León había esperado, ni
todo lo rápidamente que él necesitaba que bajara. La amplia plataforma se
deslizó hacia abajo por un túnel en ángulo, como por un tobogán, mientras unas
luces de neón sobre unas paredes negras indicaban el avance. Muy lentamente.
—Quedan cuarenta segundos para alcanzar la distancia mínima de
seguridad.
—Vamos, vamos, vamos... —dijo León en voz baja.
Había olvidado todos y cada uno de los dolores que sentía en el cuerpo
ante el temor creciente que sentía en su cerebro.
La voz había dejado de mencionar la cuestión de llegar a la plataforma de
descarga, y ahora sólo anunciaba cada fracción de diez segundos. Por mucho
que odiara las instrucciones repetidas, era mucho peor no oírlas. Los silencios
que se abrían entre las frases le indicaban que no merecía la pena esforzarse por
intentarlo.
Llegar hasta aquí, hasta tan lejos, y morir por culpa de un ascensor lento...
No podía aceptarlo. Había pasado por demasiadas penalidades. El
accidente de automóvil, Claire, la huida a la carrera, los monstruos, y Ada y
Birkin... Tenia que lograrlo, o todo aquello no habría servido para nada.
No parecía existir un suelo de verdad bajo la plataforma que descendía, o
de lo contrario habría intentado bajar a pie, pero, por lo que pudo ver, el
ascensor bajaba mediante unos raíles colocados a ambos lados, en la oscuridad,
gracias a alguna clase de mecanismo que no llegaba a ver.
«...veinte segundos para alcanzar la distancia...» El cuerpo de León empezó
a estremecerse, con la tensión agitando sus músculos y agarrotándolos de tal
modo que le costaba respirar. ¿Cuál era la distancia de seguridad? Cuando
aquella voz fría e inhumana llegase a cero, ¿cuánto tardaría en producirse la
explosión?
A toda velocidad, ella dijo a toda velocidad... El tren tendría que ser muy
veloz, y a él sólo le quedaban diez segundos para llegar hasta el aparato. El
extraño ascensor continuó su lento, tranquilo y suave descenso hacia la
oscuridad.
La puerta se cerró y Sherry estuvo a salvo, de momento. Los pensamientos
de Claire se habían acelerado a tope revisando sus escasas posibilidades en un
relámpago.
No puedo dejar que lo saque de las vías...
Sabía que no tenía ninguna esperanza de herir a la criatura, pero quizá
podría distraerla lo suficiente para poder escapar. Deseó haberle enseñado a
Sherry cómo funcionaban los sencillos mandos del tren, deseó que el tren ya
estuviera en marcha, alejándose con Sherry y llevándosela a la seguridad del
exterior...
Pero no lo hice, y tenemos que irnos ya.
El mensaje grabado estaba contando atrás los últimos diez segundos para
llegar a la distancia mínima de seguridad. Claire apuntó a la cabeza mutante del
Señor X mientras el cuerpo humeante de la feroz criatura golpeaba brutalmente
de nuevo la ya mellada pared del tren.
Cinco disparos. Cuatro de ellos se estrellaron contra el extraño material
que formaba su carne, alrededor del punto donde debía encontrarse una oreja
en un humano normal. El quinto proyectil salió demasiado alto, y mientras el
eco de las explosiones de los disparos resonaba por el helado andén, la criatura
que ella había bautizado como el Señor X se giró lentamente hacia ella.
¿Y ahora, qué?
La voz femenina grabada la distrajo por un momento, justo cuando el
Señor X dio un único paso hacia ella, un paso gigantesco y monstruoso que lo
sacó de las sombras.
«...tres, dos, uno. Es necesaria la distancia mínima de seguridad. La
autodestrucción ocurrirá dentro de cinco minutos. Quedan cinco minutos antes
de la detonación final.»
Las alarmas siguieron aullando, pero al menos la voz se quedó callada,
aunque ella no lo hubiera notado, ya que tenía sus ojos abiertos de par en par
fijados en la criatura. Era un ser odioso, sobre todo por su forma todavía
humanoide, como una burla de la realidad, de la cordura de la vida. A pesar de
los trozos superficiales que se veían quemados en la mayor parte de su cuerpo,
su carne antinatural no había perdido nada de su elasticidad. La materia rojiza
que se encontraba bajo las quemaduras se contraía y se extendía como si se
tratara de auténtico músculo. Tenía todo el aspecto de un gigante despellejado
salido de debajo de un edificio en llamas... y no pudo estar segura de si había
sufrido con su baño de metal fundido. Otro increíble paso y levantó los brazos,
arrancando de cuajo la puerta de rejas. Las barras de hierro cayeron al suelo...
Lento al principio. Al menos, tengo esa ventaja...
Era la única ventaja que tenía. Claire echó a correr hacia la puerta, todavía
atemorizada, pero el humeante monstruo era bastante lento, poderoso pero
incapaz de moverse de un modo...
De repente, el Señor X dejó de caminar. La criatura se dobló por la cintura,
dobló las rodillas... y salió impulsada del suelo con un empuje dinámico que
arrancó trozos de cemento del suelo y sus deformes pies se lanzaron hacia ella a
toda velocidad.
Claire ni siquiera pensó. Se echó hacia la derecha y corrió para alejarse del
monstruo semiagachado, todo lo deprisa que pudo. Estuvo a punto de
atraparla, con unos reflejos absolutamente inhumanos, como si la pérdida de su
capa de piel lo hubiera liberado, como si el metal líquido lo hubiera reducido a
su estado de fuerza más puro. Oyó el sonido de unos dedos que no eran de
carne arañando el cemento cuando saltó por encima de la puerta rota y se lanzó
hacia las sombras. Miró hacia atrás y vio que el Señor X había levantado un
brazo, rasgando el aire donde ella se encontraba un instante antes. Había
querido destriparla...
Pero ¿por qué? Ya no tengo el virus-G, no tiene motivo alguno...
Claire corrió para adentrarse aún más en la resonante oscuridad, mientras
el sistema de altavoces le informaba de que les quedaban cuatro minutos.
«Quedan cuatro minutos antes de la detonación...»
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Por fin el ascensor se detuvo, justo cuando creía que tendría un ataque al
corazón por la frustración que sentía. León se abalanzó sobre la manivela de la
gruesa puerta de metal, preparado para salir corriendo.
La puerta se abrió dando paso a la pared de un pasillo, un corredor de
cemento que estaba iluminado por unos tubos fluorescentes. No vio ninguna
señal de hacia dónde debía dirigirse.
¿Izquierda o derecha?
Los pocos segundos que estuviera dudando podían costarle la vida... eso si
todavía tenía alguna oportunidad de salvarla.
Una vez había oído decir que cuando la gente se enfrenta a una decisión
así, la mayoría gira de forma instintiva hacia el lado de su mano dominante.
Decidió que, con la mierda de suerte que había tenido a lo largo de aquella
larga, larga noche en Raccoon City, lo mejor sería ir en la otra dirección.
A la izquierda. León corrió, con las botas resonando contra el suelo,
preguntándose si debería importarle hacer tanto ruido.
Claire vio no demasiado lejos de la puerta rota una pasarela que cruzaba la
vía por encima del tren. Las escaleras estaban ocultas por las profundas
sombras...
Oyó las potentes pisadas del Señor X cuando comenzó a perseguirla de
nuevo. Cada paso resonaba con el chasquido de aquella carne mutante contra el
suelo de cemento. El terror la impulsó a correr aún más deprisa. Sus pies apenas
tocaban el suelo, sin importarle si se estaba lanzando de cabeza contra una
pared que no vería a tiempo en aquella oscuridad. Quizás eso sería lo mejor.
Aquella criatura era tremendamente poderosa, era veloz, era imposible de
matar. No tenía la menor oportunidad si llegaba a atraparla...
Los pasos sonaban cada vez más rápidos y fuertes. Oyó el chasquido de
sus dedos con garras al arañar el suelo de cemento. Como mucho le quedaba,
quizás, un segundo antes de que su mano la destrozara...
Se lanzó de nuevo a la derecha de forma repentina, arrojándose hacia un
pozo de oscuridad que se abría justo al pasar las escaleras. El Señor X pasó
zumbando como un mamut, una masa borrosa por la velocidad que llevaba, y
ella llegó incluso a sentir el viento provocado por su mano al intentar agarrarla
por la pierna cuando se lanzó al suelo.
Sintió un dolor agudo a lo largo del brazo cuando su codo se estrelló con
fuerza contra el suelo de cemento. No hizo caso del dolor y se puso en pie de un
salto, en busca del monstruo en la oscuridad.
¿Puede verme? ¿Me ve?
Su mano encontró la esquina de una pared a la derecha, con cemento a su
izquierda y a su espalda. Estaba en el espacio que se abría debajo de las
escaleras, y no tenía ni idea de dónde se encontraba el increíblemente silencioso
Señor X. Las sombras no le servirían de mucha ayuda si aquella criatura podía
ver en la oscuridad.
Recorrió las paredes con las manos y encontró un interruptor. Lo pulsó, y
la textura de las sombras cambió cuando una débil luz se filtró hasta allí
procedente de algún punto de arriba... y pudo ver al monstruo a menos de
veinte metros justo en el momento que se giraba y su mirada rojiza registraba el
desierto andén... y la descubría, fijando su vista en ella. El único sonido que se
oía era el leve chasquido de su piel al enfriarse, aunque todavía humeaba, hasta
que dio un paso desde la escalera y el cemento crujió bajo una pierna de color
púrpura.
Me quedan seis o siete disparos. Los ojos, a los ojos...
Claire salió rápidamente de debajo de las sombras y alzó la pistola de
Irons. Apretó el gatillo y comenzó a retroceder hacia las escaleras.
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
El Señor X se puso en posición para lanzarse a un nuevo ataque mientras
las balas se estrellaban contra su cara derretida. Dos de los proyectiles
rebotaron cuando él giró la cabeza para centrarse en ella.
¡Bam! ¡Bam!
Ella ya estaba en las escaleras, subiendo un escalón de espaldas. Las balas
parecían inútiles, y el Señor X comenzó a correr semiagachado de nuevo. Se le
echaría encima antes de que tuviera tiempo de darse la vuelta, antes de que
pudiera subir por las escaleras.
Voy a morir..., pero al menos, le haré daño antes...
El Señor X dio uno, dos pasos enormes y redujo a la mitad la distancia que
los separaba mientras Claire apuntaba con cuidado, decidida a sacar el máximo
partido posible a sus últimos disparos. Iba a morir, y sólo lo sentía por Sherry.
Sólo deseaba incapacitar todo lo que pudiera al Señor X antes de que la matara.
Disparó, y el ojo izquierdo del monstruo explotó con un estallido de un
líquido de color negro tinta y que salpicó todo su contrahecho rostro inhumano.
¡Sí!
El Señor X se giró hacia la derecha, sin detenerse pero sin dirigirse hacia
ella... pero se estrellaría contra la base de las escaleras. ¡Demasiado cerca! Tenía
que intentar acertarle en el otro ojo, y sólo le quedaban unos dos segundos...
Claire volvió a apuntar con cuidado, se centró en su objetivo y...
¡Clic!
No quedaban más balas y el monstruo ya estaba pisando la base de los
escalones. El hedor a carne quemada la rodeó cuando la criatura levantó una de
sus gigantescas manos. Por un momento, lo único que Claire pudo ver fue su
enorme y terrible corpachón.
Claire se encogió sobre sí misma formando una bola y se dejó caer
escaleras abajo...
Y lanzó un grito de dolor cuando los dedos con garras del Señor X la
arañaron profundamente a lo largo de su muslo izquierdo. Una voz distante le
indicó que sólo le quedaban tres minutos.
Capítulo 31
Se había equivocado de camino. Los diferentes giros y esquinas del pasillo
frío y vacío por el que había pasado lo habían llevado hasta una estancia de
almacenamiento... un callejón sin salida.
«Quedan tres minutos para la detonación.» León se giró para regresar por
el mismo camino por el que había llegado hasta aquel almacén, y se obligó a sí
mismo a correr trastabillando con lo que sintió que eran los últimos restos de
sus fuerzas. Estaba demasiado cansado para sentirse desilusionado, para
sentirse preocupado por la posible cercanía de su muerte, para desear que todo
hubiera salido de otro modo. Seguir en movimiento consumía todas las
energías que le quedaban.
Lo lograría o no lo lograría. En cualquiera de los dos casos, no creía que se
tratase de una sorpresa.
Claire se golpeó contra el suelo al pie de las escaleras, pero se puso de pie
enseguida, aunque la sangre le bajaba corriendo por su pierna como un tibio
latido de dolor punzante. Se alejó tambaleándose, sin ningún hueso roto..., pero
sabía que su pierna desgarrada sólo sería el principio de lo que el monstruo le
haría, un preludio del auténtico dolor que se avecinaba.
El Señor X seguía inclinado sobre la barandilla de las escaleras, pero se
puso en pie mientras ella se alejaba trastabillando con la espalda vuelta hacia la
puerta rota del andén. El monstruo giró su inmenso cuerpo en dirección a ella.
Un extraño líquido oscuro y espeso salía de la abierta negrura de su cuenca de
ojo vacía. Sin embargo, ella estaba segura de que tendría otros sentidos que
compensarían la pérdida del ojo. La compensarían, le harían tomar la dirección
adecuada, empezaría a correr de nuevo hacia ella... y la mataría como la
máquina implacable que en realidad era. Claire no podría hacer nada para
impedirlo.
Al menos, moriré en la explosión...
Tropezó con una de las rejas metálicas de la puerta y a duras penas logró
no caerse. La sangre salpicó el suelo cuando dio otro paso tambaleante.
Por favor, que sea rápido...
—¡Toma! ¡Utiliza esto!
Claire se giró, vio que el Señor X se estaba poniendo en posición para
lanzarse en otro de sus letales ataques... y también vio una silueta que estaba en
lo alto, en la pasarela que cruzaba las vías justo por encima del tren. Eran la voz
y la silueta de una mujer. La figura envuelta en sombras le tiró alguna cosa...
¿Quién?
El objeto repiqueteó al caer en el suelo y se deslizó hasta detenerse entre
ella y el Señor X. Era de metal, de un metal plateado... Claire lo había visto
antes, en las películas: era una ametralladora... y corrió hacia ella. Una nueva
esperanza final, otra oportunidad, aunque fuera muy leve, para que ella y
Sherry sobrevivieran.
Se agachó para recoger el arma y vio al Señor X que se abalanzaba hacia
ella, con el sonido de sus pasos atronando en el aire y estremeciendo el suelo...
En ese preciso instante, Claire agarró la pesada arma y dio una patada al
suelo para rodar de espaldas. Su tembloroso dedo encontró el hueco del gatillo
y su cuerpo se movió para acomodarse al arma. Culata en el suelo, brazos
alrededor del cañón del frío metal. Apuntó...
Por favor, por favor, por favor...
El monstruo sólo estaba a un paso de ella cuando el chorro de balas surgió
con un rugido de la ametralladora, una cadena de pequeñas explosiones que
sacudieron por completo el cuerpo de Claire... y se estrellaron contra las tripas
del monstruo. La fuerza bruta de tantos impactos lo detuvo en mitad de un
paso... y lo obligó a retroceder.
Ratatatatatatatatatata...
Sintió que el vibrante metal intentaba librarse de ella así como de su
agarrón, por lo que apretó todavía más los brazos, y la culata del arma golpeó el
suelo a un ritmo enloquecido. Las balas continuaban atravesando el abdomen
de la criatura, tantas y con tanta rapidez, que ni siquiera pudo oír sus propios
gritos de alegría y exaltación, ni tampoco sus jadeos de dolor...
El Señor X seguía intentando avanzar, pero algo extraño estaba
sucediendo, algo extraño y maravilloso: sus tripas estaban siendo despedazadas
por el interminable chorro de proyectiles, y el agujero en su abdomen iba
ganando profundidad mientras unos fluidos negros bajaban hasta sus piernas
procedentes de la tremenda herida. La boca del Señor X estaba abierta, y era un
agujero negro y vacío como la cuenca de su ojo derecho, y al igual que la
cuenca, un líquido espeso salía de ella, oscureciendo los rasgos inmisericordes
de su cara.
Ratatatatatatatatatata...
Claire continuó con el gatillo apretado dirigiendo el chorro de balas,
viendo cómo la criatura se esforzaba por enfrentarse a aquella lluvia de
proyectiles que la atravesaban, viendo cómo sangraba, cómo parecía...
condensarse, cómo su enorme cuerpo se derrumbaba y su torso se hundía.
Las balas seguían saliendo cuando el Señor X levantó los brazos... y se
partió en dos.
Claire separó el dedo del gatillo cuando la parte superior del cuerpo del
monstruo cayó al suelo y se estrelló contra él con un sonido húmedo de pieza
de carne de matadero, y sus piernas se derrumbaron y cayeron a un lado. De
ambas mitades siguieron saliendo más chorros de extraña sangre. Unos grandes
charcos de aquella sustancia negra crecieron alrededor de las grandes mitades
del cuerpo partido e inundaron el lugar con un fuerte hedor. La criatura estaba
muerta... y, en caso de que no lo estuviera ya no importaba. A menos que
pudiera arrastrarse por el suelo sobre sus brazos con tanta rapidez como lo
hacía con sus piernas, su combate contra el terrible misterio que había sido el
Señor X había terminado por fin...
A la mierda con todo eso. ¡Vete ya!
Claire se puso en pie en menos de un segundo, sin hacer caso del
chasquido húmedo de la sangre en el interior de su bota y el dolor que lo había
causado. Su mirada recorrió la pasarela donde había estado su salvadora. Allí
no había nadie, y no sabía si ya había pasado otro minuto. No había podido oír
el aviso de los altavoces debido al rugido de la ametralladora.
—¡Eh! —gritó Claire, retrocediendo hacia el vagón del tren—. ¡Tenemos
que irnos ahora mismo!
No obtuvo respuesta, ningún sonido excepto el zumbido en sus oídos y el
eco de sus temblorosas palabras. Si quería salvar a Sherry...
Claire se dio la vuelta y echó a correr.
«... quedan dos minutos para la...»
León se obligó a sí mismo a correr más deprisa. Las paredes del sinuoso
túnel se convirtieron en un borrón gris que pasaba al lado de su dolorida
percepción. Hacía tiempo que había perdido la cuenta de todos los giros y de
todas las esquinas del corredor, y también perdía rápidamente la esperanza.
Una pequeña voz en un rincón de su mente le decía que quizá lo mejor sería
que se detuviera, que se sentara y que se quedara descansando...
En ese momento lo oyó, un ruido que destrozó el pequeño susurro
desesperado de su mente.
Era el ruido de maquinaria pesada poniéndose en movimiento en algún
lugar por delante de él.
¡Un tren!
Más rápido. Sintió las piernas como algo lejano y gomoso. Los pulmones le
ardían y sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. De un modo u otro,
aquello estaba a punto de terminar.
Capítulo 32
Claire entró como una tromba en el tren empuñando un rifle enorme y con
la pierna completamente cubierta de sangre. Apenas se detuvo un instante para
pulsar el botón de cierre de la puerta antes de continuar corriendo hacia la
cabina del conductor. Sherry sabía que estaban metidas en graves problemas,
que si lo conseguían iba a ser por los pelos, así que no le hizo perder el tiempo
con preguntas inútiles. Se limitó a seguirla, aliviada más allá de lo que jamás se
había sentido al ver que Claire estaba viva, pero sin decirlo en voz alta.
Está bien, Claire está bien, y ya nos vamos de aquí...
Una pequeña versión de las alarmas y un diminuto equivalente de la voz
de los altavoces de fuera resonó en la pequeña cabina.
—Quedan dos minutos para la detonación.
Claire había dejado caer el rifle de silueta extraña y ya estaba pulsando
botones y apretando interruptores, con la atención completamente centrada en
la consola de mando. Un gigantesco zumbido mecánico las envolvió de repente,
un aullido creciente y agudo que le hizo apretar los dientes a Claire. Sherry no
estuvo segura de si se trataba de una sonrisa, pero ella sonrió cuando sintió que
el tren comenzaba a moverse hacia adelante... alejándolas del andén.
Claire se giró y vio a Sherry de pie detrás de ella. Intentó sonreír, y colocó
una mano sobre el hombro de Sherry, pero no dijo nada; Sherry tampoco lo
hizo, a la espera de lo que ocurriría.
El tren comenzó a avanzar con mayor rapidez, pasando al lado de andenes
escasamente iluminados, mientras el túnel que se abría ante ellas permanecía
oscuro y vacío. Sherry dejó que el calor que desprendía la mano de Claire le
recordara que eran amigas, que, pasara lo que pasase, Claire era su amiga...
De repente, vio a un hombre, a un policía, aparecer tambaleante un poco
más adelante, a la izquierda, y un instante después, el tren pasó delante de él.
Sus ojos estaban abiertos de par en par como buscando algo, con una expresión
de desesperación en el rostro.
—¡Claire!
—¡Lo he visto!
Claire se giró y salió corriendo de la cabina de mando hacia la puerta, con
sus pies resonando sobre el suelo de metal del tren. Apretó de un puñetazo el
botón de apertura de las puertas y la que tenía delante se abrió hacia un lado.
Los rugientes ruidos del túnel se colaron junto con el viento en el vagón.
—¡León! —gritó—. ¡Date prisa!
Se echó hacia atrás de forma involuntaria cuando una pared apareció de
repente y se giró con el mismo gesto de desesperación que el hombre, que León.
Después de un segundo, se giró y cerró la puerta.
—¿Lo ha logrado? —le preguntó Sherry, pero se dio cuenta mientras lo
decía de que Claire no tenía forma alguna de saberlo con certeza.
Claire se acercó hasta ella y le rodeó cariñosamente los hombros con un
brazo. El tren siguió avanzando y cobrando velocidad mientras su cara
mantenía el mismo gesto de preocupación...
Y la voz del altavoz les dijo que les quedaba un minuto...
Y la puerta trasera del vagón se abrió. León entró tambaleante, con un
brazo envuelto en un vendaje desgarrado y empapado de sangre y el pelo
aplastado contra el cráneo por una sustancia negra y pegajosa. Sin embargo, sus
ojos azules seguían brillando con intensidad tras la máscara de suciedad que
cubría su rostro.
—¡A toda velocidad! —gritó, y Claire asintió.
León dejó escapar un gran suspiro. Se acercó a ellas trastabillando, con el
tren agitándose cada vez más mientras iba tomando velocidad y atravesaba con
mayor rapidez el túnel. Puso su brazo sano alrededor de Claire, y ella lo abrazó
con fuerza.
—¿Ada? —le preguntó Claire con un susurro—. ¿Aun... la científica?
León negó con la cabeza, y Sherry se dio cuenta de que estaba a punto de
echarse a llorar.
—No. No pude... No.
«... treinta segundos para la detonación. Veintinueve, veintiocho...»
La voz de la mujer continuó con la cuenta atrás. Los números parecían
pasar al doble de velocidad de lo que deberían, y Sherry hundió su rostro en el
tibio costado de Claire, pensando en su madre y en su padre. Esperaba que
hubieran logrado salir, que estuvieran a salvo...
Pero probablemente no es así. Probablemente están muertos.
Sherry percibió los latidos del corazón de Claire y se abrazó con mayor
fuerza a su amiga, pensando que ya se ocuparía de ello más adelante.
«... cinco, cuatro, tres, dos, uno. Secuencia completa. Detonación.»
Durante unos segundos no oyeron nada. Las alarmas habían dejado de
sonar por fin, y lo que único que se oía era el traqueteo del tren al avanzar a
toda velocidad...
Un instante después se produjo una fuerte explosión, un ruido apagado,
un aullido amortiguado que fue creciendo y creciendo de volumen, hasta
convertirse en un rugido descomunal.
Sherry cerró los ojos con fuerza y el tren se estremeció de forma violenta
de un lado a otro con una fuerza terrible, y se vieron arrojados al suelo de metal
al mismo tiempo que una brillante luz parpadeó a través de las ventanas, como
si los ruidos de un accidente de coche los rodearan por todos lados, a la vez que
sobre el techo sonaban unos pesados golpes...
Y el tren continuó su marcha. Continuó su marcha, la luz desapareció, y
ellos seguían vivos.
El cegador resplandor disminuyó de potencia y desapareció. León sintió
cómo la tensión abandonaba su cuerpo. Rodó hacia un costado y vio a Claire
incorporándose mientras extendía una temblorosa mano hacia la chiquilla que
estaba a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Claire a la niña, y la pequeña asintió. Ambas se
giraron hacia él. Sus caras expresaban claramente lo que sentían: asombro,
cansancio, incredulidad, esperanza.
—León Kennedy, te presento a Sherry Birkin —dijo Claire, pronunciando
las palabras con mucho cuidado, con un levísimo acento lleno de intención en
«Birkin».
Él captó el mensaje incluso sin necesitar ver la intensidad de su mirada, y
asintió para mostrar que lo había recibido antes de sonreírle a la chiquilla.
—Sherry, éste es León —continuó diciendo Claire—. Lo conocí nada más
llegar a Raccoon City.
Sherry le devolvió la sonrisa, pero se trataba de una sonrisa demasiado
cansada y adulta que parecía fuera de lugar en una niña como ella. Era
demasiado joven para conocer una sonrisa de aquella clase.
Otra consecuencia negativa debida al comportamiento de Umbrella: una
criatura que pierde su inocencia de este modo terrible…
Se quedaron sentados en el suelo durante unos segundos sin hacer nada,
simplemente mirándose unos a otros, mientras las sonrisas iban desapareciendo
poco a poco. León apenas se atrevía a mantener la esperanza de que todo
hubiera acabado de verdad, que estuvieran dejando atrás todo aquel horror. Vio
de nuevo esos mismos sentimientos reflejados delante de él, en el ceño de
Sherry y en la expresión cansada de Claire...
Así que cuando oyeron el distante chirrido de metal doblado procedente
de algún punto en la parte trasera del tren, no se sorprendió en absoluto, ni vio
reflejado ese sentimiento en sus rostros. Era un sonido que indicaba que el
metal estaba siendo rasgado... al que le siguió un sonido de algo pesado al caer
al suelo, aunque casi sonó sigiloso. Después, ningún otro ruido.
Debería haberme imaginado que esto no había acabado...
—¿Un zombi? —preguntó Sherry con un susurro, y las palabras casi se
perdieron bajo el ruido del suave traqueteo del tren.
—No creo, cariño —repuso Claire con voz tranquila, y León se dio cuenta
por primera vez que su pierna izquierda estaba profundamente desgarrada y la
sangre salía de numerosos arañazos de gran tamaño. Había estado demasiado
sorprendido por su huida por los pelos como para darse cuenta antes.
—¿Qué tal si voy allí y echo un vistazo? —dijo León, dándose cuenta de la
sugerencia no expresada de Claire, pero manteniendo la voz tranquila y
calmada. No tenía sentido atemorizar aún más a Sherry. Se puso en pie y señaló
con un gesto de su barbilla a la pierna de Claire.
—Sherry, ¿por qué no te quedas aquí con Claire y le echas un vistazo a esa
pierna? Voy a ver si encuentro algunas vendas mientras compruebo que no
pasa nada. No dejes que se mueva, ¿de acuerdo?
Sherry asintió, y su rostro volvió a mostrar una intensidad de intención
que no era la que correspondía su edad.
—Entendido.
—Regresaré en un momento. —Se dio la vuelta para dirigirse hacia la
parte trasera del bamboleante tren, rezando para que no fuese nada, pero
sabiendo que no iba a ser así. Empuñó con fuerza la escopeta Remington y
empezó a caminar para ver de qué se trataba.
León abrió la puerta y los ruidos de la marcha del tren se amplificaron
durante un segundo antes de que se cerrara a su espalda. Claire no pudo verlo
entrar en el siguiente vagón debido a la posición en que se encontraba tirada en
el suelo, y deseó haber estado en la forma física adecuada para acompañarlo. Si
había algo más aparte de ellos en el tren, Sherry no estaba a salvo, ninguno de
ellos lo estaba...
No pienses de ese modo. Seguro que no es nada. Ya se ha acabado...
¿Como se acabó el Señor X?
—¿Qué debo hacer? —preguntó Sherry, sacando a Claire de aquellos
descorazonadores pensamientos—. Tengo que ejercer una presión directa, ¿a
que sí?
Claire asintió con una sonrisa.
—Exacto, sólo que ambas estamos bastante llenas de mugre, y creo que la
sangre ya está empezando a coagularse. Esperemos para ver si León regresa con
algo limpio para tapar la herida...
Su voz se apagó poco a poco, y sus pensamientos regresaron al Señor X.
Había algo que la estaba inquietando y no sabía qué era. Estaba un poco
mareada por la sangre que había perdido...
El virus-G. Quería el virus-G.
¿Por qué había bajado el Señor X al andén del tren de escape? ¿Por qué
había intentado entrar en el tren? A no ser que...
Claire se esforzó por ponerse en pie, intentando sobreponerse al mareo
que sentía y al pulsante dolor de su pierna.
—Eh, no te muevas —le dijo Sherry con una mirada de profunda
preocupación en sus ojos—. ¡León dijo que te quedaras quieta!
Quizá podría haber superado sus problemas físicos, pero ver a Sherry en
aquel estado, a punto de dejarse llevar por el pánico, fue demasiado para ella. Si
a bordo del tren se encontraba alguna criatura producto del virus-G, si ése era el
motivo por el que el Señor X había bajado hasta allí, León tendría que
enfrentarse a semejante monstruo él sólo. No podía dejar sola a Sherry. Si León
no regresaba, ella tendría que averiguar cómo desenganchar el vagón en el que
se encontraban o detener el tren antes de que la criatura pudiera llegar hasta
ellos...
Claire apartó a un lado aquellos pensamientos y se obligó a sí misma a
sonreírle a Sherry.
—Sí, señora. Sólo quería asegurarme de que había podido llegar sin
problemas al segundo vagón.
Vio cómo una sensación de alivio recorría la cara de Sherry.
—Ah. Bueno, pues olvídate de eso. Yo soy la que te cuida a ti ahora, y te
digo que te estés quieta.
Claire asintió con aire ausente, con la esperanza de estar equivocada, de
que León regresara en cualquier momento...
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
El tronar de la Remington fue perfectamente audible. Sherry la agarró de
la mano cuando otros dos disparos destrozaron las esperanzas de Claire
mientras el tren seguía avanzando a toda velocidad a través de la oscuridad.
El segundo vagón estaba despejado. Era el espacio completamente abierto
por el que había entrado León minutos antes. Todo era acero polvoriento y poco
más. Estaba claro que quienquiera que hubiese sido el que había diseñado el
vehículo de escape, había planeado y previsto que los empleados de Umbrella
tendrían que ir apretados como sardinas en lata.
Sin embargo, sólo vamos nosotros tres... y nuestro polizonte.
No había nada extraño a la vista, pero León avanzó con lentitud,
registrando con cuidado las zonas envueltas en sombras y preparándose
mentalmente para encontrarse con lo que fuera que hubiese entrado por el
último vagón. Fuese lo que fuese, no podía ser tan malo como con lo que se
había encontrado en el almacén de carga y descarga, la cosa-Birkin, si realmente
se trataba de eso. La idea de que aquella criatura tuviera algo que ver con la
joven amiga de Claire era tremendamente inquietante, incluso obscena. Un
monstruo y una loca, ambos destruidos, ambos padres de aquella niña...
Llegó a la parte trasera del traqueteante y mal iluminado vagón y miró a
través del cristal, dejando a un lado todos aquellos pensamientos mientras se
esforzaba por distinguir algo en el último vagón. Oscuridad, nada más.
Leches.
Quizás no había nada que ver, pero no obstante tenía que comprobarlo.
Sintió que su corazón comenzaba a bombear nueva adrenalina en la corriente
sanguínea y cómo su cansancio desaparecía por momentos. Nada, seguro que
no pasaba nada, pero tenía una sensación de inquietud. Mala.
Lo último, ya es lo último...
Aspiró una gran bocanada de aire y a continuación abrió la puerta. El
viento producido por la velocidad del tren lo azotó aullando mientras se
agarraba a la barandilla. El ensordecedor traqueteo del tren ahogó el palpitar de
su corazón cuando abrió la puerta que daba paso al último vagón y entraba en
la oscuridad.
Levantó inmediatamente el cañón de su escopeta. Todos sus sentidos le
gritaron que diera media vuelta y saliera corriendo mientras la puerta se
cerraba deslizándose a su espalda. Alargó el brazo hacia su espalda buscando
alguna clase de interruptor de la luz. La oscuridad estaba impregnada de un
fuerte olor a lejía o a cloro, y también a un suave sonido húmedo, de
movimiento...
Una única bombilla en el centro del vagón se encendió justo cuando
encontró el botón y lo apretó, y por un momento pensó que había perdido la
cabeza y se había vuelto loco del todo.
Una cosa. Aquella criatura había perdido todo remoto parecido a un ser
humano, con excepción del extraño tumor pulsante que tenía a un lado, un orbe
que tenía un aspecto muy parecido al de un ojo.
Birkin.
La criatura no era otra cosa que una gigantesca burbuja de materia oscura
y pegajosa, que tenía el ancho del vagón, de un lado a otro. León no pudo
calcular su altura. La cosa-Birkin tenía extendidos unos gruesos cordones de su
ser, unos tentáculos de materia elástica húmeda que estaban agarrados a todos
los espacios posibles que tenía delante de sí: el techo, el suelo, las paredes, Y
mientras León la miraba fijamente, aquella bestia alienígena se arrastró hacia
adelante cuando los oscuros miembros se contrajeron, haciendo avanzar unos
pocos metros la masa de su enorme cuerpo.
No estaba loco. Estaba viendo la realidad, estaba viendo el cambio de
colores oscuros de su superficie: negro, rojo, verde púrpura a lo largo de sus
tentáculos cuando se extendieron de nuevo. Aquel material viscoso se pegó de
algún modo a las superficies metálicas del vagón, arrastrando a la burbuja unos
cuantos metros más. El cuerpo en sí era poco más que una enorme boca, una
húmeda abertura en la que todavía se veían dientes... y que lo alcanzaría en
poco tiempo si no salía inmediatamente de su estupor asqueado.
León apuntó hacia el gigantesco agujero que era su boca y apretó el gatillo.
Metió otro cartucho en la recámara y disparó, otro cartucho en la recámara y
otro disparo... y el gatillo disparó en seco: se había quedado sin cartuchos, y la
gigantesca cosa semilíquida todavía seguía avanzando sin dar indicios de
detenerse.
No sabía cómo matarla. Ni siquiera sabía si los disparos le habían causado
algún daño. Su mente se aceleró en un intento por encontrar la solución, una
solución que acabase de una vez por todas con el terrible monstruo que había
creado el virus-G. Podía separar el último vagón disparando a los remaches y a
las cadenas que lo unían al siguiente, si pudiera encontrar el mecanismo de
enganche...
Todavía estaría vivo. Seguiría vivo y cambiando en la oscuridad del túnel,
convirtiéndose en algo nuevo...
La forma elástica de su cuerpo indefinido avanzó otro poco, y León
extendió la mano hacia atrás para buscar el botón de apertura de la puerta.
Tendría que intentar separar los vagones. No tenía otra elección...
A menos que...
Dudó por un momento, pero luego desenfundó la Magnum y apuntó hacia
aquella criatura de existencia imposible, hacia el extraño tumor que sobresalía a
través de una abertura en su carne gomosa: el ojo que había aparecido en todas
y cada una de las formas que había adoptado el ser que antaño había sido
Birkin. Apuntó con cuidado...
¡Bam!
El efecto fue inmediato y completo. El pesado proyectil atravesó la esfera
semilíquida... y de la enorme abertura dentada que hacía las veces de boca salió
una especie de silbido aullante como nada que él hubiera oído jamás en la
tierra, como si fuera el rugido de un ser mecánico y enloquecido. Los tentáculos
de materia sin forma se encogieron hacia el cuerpo y se ennegrecieron mientras
se secaban...
Y entonces la criatura implosionó, metiéndose dentro de sí misma,
arrugándose hasta formar una bola humeante con un tamaño menor a una
cuarta parte de su tamaño original. El gélido orbe se encogió igual que si se
tratase de una pelota de playa que se deshinchaba, deformándose hasta
convertirse en un disco grueso y luego en un charco ancho y espeso de materia
burbujeante.
—Chúpate ésa —dijo León en voz baja mientras las últimas burbujas
explotaban y el charco quedaba convertido en algo inanimado y sin vida. Se
quedó mirando durante unos momentos, sin pensar en nada en absoluto... y por
fin se dio la vuelta para reunirse con Claire y con Sherry para decirles que todo
había acabado.
Es mi primer día en este trabajo —pensó.
—Quiero un aumento de sueldo —dijo León en voz alta, sin dirigirse a
nadie en concreto, y no pudo evitar la sonrisa que de repente apareció en su
cara, una muestra de alegría cansada que desapareció con rapidez... pero en los
pocos segundos que permaneció en su rostro, lo hizo sentirse mejor de lo que se
había sentido desde hacía mucho tiempo.
León había regresado y había encontrado un mono de trabajo que rompió
en pedazos y que utilizó para vendar la pierna de Claire. Lo único que dijo fue
que ya estaban a salvo, aunque Sherry había visto como él y Claire
intercambiaban una de aquellas miradas de «no debemos hablar de esto delante
de ella». Sherry estaba tan cansada que ni siquiera se sintió ofendida.
Se acomodó entre los brazos de Claire. Ella comenzó a acariciarle el
cabello, y ninguno de los tres habló. No tenían nada que decir, al menos
durante un buen rato. Estaban vivos, en un tren que se alejaba a toda velocidad
del peligro... y de algún punto no demasiado por delante de ellos, comenzó a
filtrarse una suave luz a través del cristal de la cabina de mando, y Sherry pensó
que se parecía mucho a la luz del amanecer.
Epílogo
Vieron las consecuencias de la explosión desde una distancia de veinte
kilómetros: una enorme nube negra que se alzaba sobre la ciudad bajo la luz del
amanecer como si se tratase de una terrible tormenta...
O de un mal sueño —pensó Rebecca—. Un sueño recurrente. Umbrella.
No lo dijo en voz alta, porque no era necesario. John y David no habían
pasado aquella infernal noche en la mansión Spencer, pero sí habían estado en
las instalaciones de la Ensenada de Calibán, así que habían sido testigos de lo
que Umbrella era capaz de realizar. Lo sabían.
Nadie habló mientras David aumentaba la velocidad, con los nudillos
blancos a causa de la fuerza con que agarraba el volante. Por una vez, John no
soltó ningún chiste sobre lo que podía haber ocurrido. Todos sabían que aquélla
era una mala señal. Antes de que Jill, Chris y Barry se marchasen rumbo a
Europa, la propia Jill les había comunicado por radio sus sospechas sobre la
posibilidad de otro accidente y les había pedido que se mantuvieran alerta. En
cuanto las líneas telefónicas se habían quedado sin comunicación, cargaron la
furgoneta todo terreno y se dirigieron hacia Maine para ver qué podían hacer.
La única pregunta que podían hacerse de momento era: ¿cuánta gente había
muerto en aquella ocasión?
Quizás éste sea el final, por fin. Una explosión de esa magnitud... Umbrella
no podrá ocultar lo que ha ocurrido con tanta facilidad, no si realmente está tan
mal la situación como parece.
Fue John quien rompió por fin el silencio. Su voz profunda y potente
parecía extrañamente «acogotada».
—¿Autodestrucción?
David lanzó un suspiro.
—Probablemente. Y por si se ha producido un escape de cualquier clase,
no vamos a entrar. Daremos un rodeo alrededor de la ciudad y llamaremos a
Latham para pedir ayuda. Seguro que los de Umbrella ya estarán enviando su
propio equipo de limpieza.
Rebecca asintió junto a John. Ninguno era ya, en teoría, miembro de los
STARS, pero David había sido capitán, y por buenos motivos. Se quedaron de
nuevo sumidos en un tenso silencio mientras los árboles apenas tocados por la
luz del amanecer pasaban velozmente al lado del vehículo de transporte.
Rebecca se preguntaba con qué se encontrarían, cuando vio a las personas que
salían a la carretera agitando los brazos en el aire.
—Eh... —comenzó a decir, pero David ya estaba pisando los frenos,
bajando la velocidad a medida que se acercaban al trío de desarrapados
desconocidos. Se trataba de un policía con un brazo vendado y una joven con
camiseta y pantalones cortos, ambos armados, una niña pequeña que llevaba
puesto un chaleco rosa que evidentemente no era de su talla. No estaban
infectados o, al menos, no mostraban señales visibles de ello a los ojos de
Rebecca. No obstante, tenían un aspecto horrible. Con aquellas ropas
desgarradas, con unos rostros tan blancos y con unas expresiones tan perdidas
bajo sus máscaras de suciedad, podían haber pasado perfectamente por unos
muertos vivientes.
—Yo hablaré —dijo David, con su voz de acento británico suave pero
firme, y en ese momento se detuvieron al lado de los supervivientes de Raccoon
City.
David abrió la ventanilla de su puerta y apagó el motor. El joven policía se
adelantó un paso mientras la joven rodeaba los hombros de la chiquilla con un
brazo.
—Se ha producido un accidente en Raccoon City —les dijo, y aunque era
evidente que estaban muy cansados y heridos, y muy necesitados de ayuda, en
el tono de voz del policía se adivinaba un tono de precaución, un tono
precavido que era una sugerencia de lo mala que era la situación—. Un
accidente terrible. Será mejor que no entren en la ciudad. No es un lugar seguro.
David frunció el entrecejo.
—¿Qué clase de accidente, agente?
Fue la joven la que contestó, con un gesto de amargura en la boca.
—Un accidente de Umbrella —dijo, y el policía se limitó a asentir mientras
la chiquilla hundía su rostro en el costado de la joven.
John y Rebecca intercambiaron una mirada, y David apretó el botón que
quitaba el seguro de las puertas.
—¿De veras? Ésos suelen ser los peores —dijo con voz amable—.
Estaremos encantados de ayudarlos, si quieren, o quizá podríamos llamar
pidiendo ayuda...
Era una pregunta. El policía miró hacia atrás, a los ojos de la joven, y luego
fijó la mirada en los ojos de David durante unos largos segundos. Debió ver
algo en sus ojos que le hizo fiarse de David, porque asintió con lentitud y luego
le hizo un gesto a la muchacha y a la chiquilla para que entraran en el vehículo.
—Gracias —dijo con una voz en la que por fin apareció el enorme
cansancio que sentía—. Si pudieran llevarnos, sería un gran favor.
David sonrió.
—Entren, por favor. John, Rebecca, ¿podríais echarles una mano?
John agarró un par de mantas que había en la parte trasera del vehículo
mientras Rebecca se encargaba de acercar el botiquín, procurando no dejar al
descubierto los ocultos rifles que se encontraban colocados al lado del montante
de la rueda.
Un accidente de Umbrella...
Rebecca se preguntó si se daban cuenta de la suerte que habían tenido al
sobrevivir, pero cuando miró de nuevo aquellos tres rostros agotados y con
expresiones parecidas a los de los combatientes después de una batalla, se dio
cuenta de que probablemente sí se percataban de aquello.
Comenzaron a hablar incluso antes de que David hiciera girar el
vehículo... y muy pronto descubrieron que tenían en común mucho más de lo
que ellos creían. La chiquilla se quedó dormida mientras regresaban por el
mismo camino que habían llegado, dejando atrás la ciudad en llamas.
RESIDENT EVIL VOLUMEN CERO
HORA CERO
S.D. PERRY
S.D. PERRY
RESIDENT EVIL 0
HORA CERO
Para Myk y Cy, mis chicos
El ansia de poder es la verdadera raíz del mal.
JUDITH MORIAE
Prólogo
El tren se mecía bamboleante mientras atravesaba los bosques de Raccoon. El
estruendoso traqueteo de las ruedas se repetía como en un eco en los truenos que
rasgaban el cielo del ocaso.
Bill Nyberg hojeó el expediente Hardy, que había sacado del maletín que
tenía a sus pies. Había sido un día muy largo, y el suave balanceo del tren lo
adormilaba. Era tarde, más de las ocho, pero el Expreso Eclíptico estaba casi lleno,
como solía pasar a la hora de la cena. Era un tren de la compañía y, desde la
renovación —Umbrella había gastado mucho dinero para dar un aire retro al
vagón restaurante, desde los asientos de terciopelo hasta las lámparas de
lágrimas—, muchos de los empleados llevaban allí a su familia o amigos para que
disfrutaran del ambiente. Normalmente había unas cuantas personas de fuera de la
ciudad que hacían trasbordo en Latham, pero Nyberg habría apostado a que nueve
de cada diez pasajeros trabajaban para Umbrella. Sin el apoyo del gigante
farmacéutico, Raccoon City ni siquiera sería una área de descanso en la carretera.
Uno de los camareros pasó a su lado y lo saludó con un leve movimiento de
cabeza al ver la pequeña insignia de Umbrella en la solapa de su chaqueta, lo que
identificaba a Nyberg como un pasajero habitual. Nyberg le devolvió el saludo. En
el exterior, el resplandor de un relámpago fue seguido rápidamente por el
estruendo de otro trueno. Al parecer se avecinaba una tormenta de verano. Incluso
en el agradable frescor del tren, el aire parecía cargado con la tensión de la lluvia
inminente.
Y mi gabardina está… ¿en el maletero? Fantástico.
Tenía el coche al final del parking de la estación. Antes de llegar a la mitad
del camino ya estaría calado.
Suspirando, volvió a centrar la atención en el expediente mientras se
arrellanaba en el asiento. Ya había revisado el material varias veces, pero quería
estar seguro de cada uno de los detalles. Una niña de diez años llamada Teresa
Hardy había participado en la prueba clínica de un nuevo medicamento pediátrico
para el corazón: Valifin. Resultó que la droga hacía exactamente lo que se esperaba
de ella, pero también causaba fallos renales, y en el caso de Teresa Hardy el daño
había sido muy severo. Sobreviviría, pero probablemente tendría que someterse a
diálisis el resto de su vida. El abogado de la familia pedía una fuerte
indemnización. El caso tenía que resolverse con rapidez, porque la familia Hardy
pretendía mantenerse a la espera hasta poder arrastrar a su doliente querubín de
rosadas mejillas ante un tribunal en una sala atestada de periodistas. Y ahí era
2
S.D. PERRY
RESIDENT EVIL 0
HORA CERO
donde Nyberg y su equipo entraban en acción. El truco consistía en ofrecer lo justo
para satisfacer a la familia, pero no lo suficiente como para que su abogado, uno de
esos leguleyos del tres al cuarto de «nosotros no cobramos a no ser que usted
cobre», viera el cielo abierto. Nyberg sabía cómo tratar a esos cuervos que se
presentaban en la cama del paciente incluso antes que el médico; lo tendría todo
solucionado antes de que Teresa regresara de su primer tratamiento. Para eso le
pagaba Umbrella.
La lluvia salpicó ruidosamente la ventana, como si alguien hubiera lanzado
un cubo de agua contra el cristal. Sorprendido, Nyberg miró hacia el exterior. Justo
entonces varios golpes secos resonaron sobre el techo del tren. Perfecto. Iban a
tener hasta granizo.
El destello de un rayo rasgó la creciente oscuridad e iluminó la pequeña
colina empinada que se hallaba en la parte más profunda del bosque. Nyberg alzó
la mirada y vio una alta figura recortada contra los árboles en la cima de la colina,
alguien con un abrigo largo o una túnica oscura sacudida por el viento. La figura
alzó los brazos hacia el furioso cielo… y el resplandor del rayo se desvaneció,
sumergiendo de nuevo en sombras la extraña escena.
—¿Qué demonios…? —comenzó a decir Nyberg, y más agua golpeó el cristal.
Pero no era agua, porque el agua no se quedaba enganchada formando gruesas
masas oscuras, porque el agua no babeaba ni se abría para mostrar docenas de
brillantes dientes afilados como agujas. Nyberg parpadeó sin saber qué era lo que
estaba viendo. Alguien comenzó a gritar en la otra punta del vagón, un alarido
largo y estridente, mientras más de las oscuras criaturas parecidas a babosas del
tamaño del puño de un hombre se lanzaban contra las ventanas. El sonido del
granizo al caer sobre el techo pasó de repiqueteo a torrente, y su estruendo ahogó
los muchos nuevos gritos.
¡No es granizo, eso no puede ser granizo!
Un pánico ardiente recorrió el cuerpo de Nyberg, y se alzó de golpe. Llegó
hasta el pasillo antes de que el vidrio a su espalda saltara hecho añicos, antes de
que todos los vidrios del tren volaran en pedazos con un sonido agudo y seco que
se mezcló con los gritos de terror, todo ello casi ahogado por el continuo estruendo
del ataque. Las luces se apagaron, y Nyberg notó que algo frío, húmedo y cargado
de vida le caía sobre la nuca y empezaba a morder.
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HORA CERO
Capítulo 1
Las aspas del helicóptero cortaban la oscuridad que cubría el bosque de
Raccoon.
Rebecca Chambers estaba sentada muy tiesa, esforzándose por parecer tan
tranquila como los hombres que la rodeaban. El ambiente era serio, tan sombrío y
nublado como los cielos que cruzaban. Las bromas y los chistes se habían quedado
atrás, en la reunión informativa. No se trataba de un ejercicio de entrenamiento.
Tres personas más, tres excursionistas, habían desaparecido, un hecho no tan
extraño en un bosque tan grande como el que rodeaba Raccoon, pero con la ola de
asesinatos salvajes que habían aterrorizado a la pequeña población durante las
últimas semanas, la palabra «desaparecido» había adquirido un nuevo significado.
Sólo unos pocos días antes se había encontrado a la novena víctima, tan destrozada
y mutilada como si la hubieran pasado por una picadora de carne. Estaban
matando a gente. Algo o alguien atacaba salvajemente en los alrededores de la
ciudad, y la policía de Raccoon no estaba obteniendo ningún resultado. Finalmente
habían llamado al comando local de los STARS para que colaborase en la
investigación.
Rebecca alzó ligeramente la barbilla, en un destello de orgullo que superó su
nerviosismo. Aunque estaba graduada en bioquímica, la habían asignado al equipo
Bravo como médico de campo. Hacía menos de un mes que pertenecía al grupo.
Mi primera misión. Lo que quiere decir que más vale que no la fastidie.
Respiró hondo y soltó el aire lentamente, mientras intentaba mantener una
expresión neutra.
Edward le dedicó una sonrisa alentadora, y Sully se inclinó hacia adelante en
la abarrotada cabina para darle una palmadita tranquilizadora en la pierna. Al
parecer, su fingida calma no colaba. A pesar de todo lo lista que era y de lo
preparada que estaba para iniciar su carrera, no podía hacer nada respecto a su
edad, o respecto a parecer aún más joven. A sus dieciocho años, era la persona más
joven que los STARS habían aceptado nunca, desde su creación en 1967. Y como
era la única mujer en el equipo B de Raccoon, todos la trataban como si fuera su
hermana pequeña.
Suspiró, le devolvió la sonrisa a Edward y le hizo un gesto a Sully con la
cabeza. No era tan terrible tener un puñado de tipos duros como hermanos
mayores, vigilándola. Siempre y cuando entendieran que podía cuidar de sí misma
cuando hiciera falta.
Eso creo, añadió para sí en silencio. Después de todo, era su primera misión, y
aunque estaba en perfecta forma física, su experiencia en combate se limitaba a las
simulaciones de vídeo y a las misiones de entrenamiento de fin de semana. La
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HORA CERO
Escuadra de Tácticas Especiales y Rescates la quería en sus laboratorios, pero era
obligatorio cubrir un tiempo en servicio de campo, y Rebecca necesitaba
experiencia. De todas formas, inspeccionarían los bosques en grupo. Si se
encontraban con la gente o con los animales que habían estado atacando a los
habitantes de Raccoon, tendría quien le cubriera las espaldas.
Se vio el destello de un rayo hacia el norte, cerca. El ruido del trueno se
perdió bajo el rugido del helicóptero. Rebecca se inclinó ligeramente hacia adelante
e intentó penetrar la oscuridad. Había sido un día claro y despejado, pero justo
antes de la puesta de sol habían comenzado a formarse nubes. No cabía duda de
que volverían a casa mojados. Al menos iba a ser una lluvia cálida; supuso que
podría ser mucho…
¡Boom!
Había estado tan concentrada pensando en la tormenta que se cernía sobre
ellos, que durante un segundo, incluso mientras el helicóptero se inclinaba
peligrosamente y caía, creyó que se trataba del ruido de un trueno. Desde la cabina
se fue alzando un terrible gemido agudo y el suelo empezó a vibrar bajo sus botas.
Captó el olor caliente del metal quemado y del ozono.
¿Un rayo?
—¿Qué ha sido eso? —gritó alguien. Era Enrico, desde el asiento del copiloto.
—¡El motor ha fallado! —explicó a gritos el piloto, Kevin Dooley—.
¡Aterrizaje de emergencia!
Rebeca se sujetó con fuerza a un hierro de la estructura y miró hacia sus
compañeros para evitar la visión de los árboles, que subían rápidamente hacia
ellos. Observó el gesto decidido y serio del mentón de Sully, los dientes apretados
de Edward y la mirada de preocupación que intercambiaron Richard y Forest
mientras se agarraban a los salientes de la estructura y los asideros de la vibrante
pared. Delante, Enrico estaba gritando alguna cosa, algo que Rebecca no pudo
descifrar por encima del sonido agonizante del motor. Cerró los ojos durante un
instante, pensó en sus padres… Pero el viaje era demasiado violento como para
poder pensar. Los golpes y los azotes de las ramas de los árboles sacudían el
helicóptero con tal estruendo que lo único que pudo hacer Rebecca fue no perder la
esperanza. El helicóptero giró fuera de control y se precipitó describiendo una
espiral escalofriante, entre sacudidas y bandazos.
Un segundo después todo había acabado. El silencio fue tan repentino y
completo que Rebecca pensó que se había quedado sorda. Todo movimiento se
detuvo. Entonces oyó el goteo sobre el metal, el jadeo ahogado del motor y los
feroces latidos de su propio corazón. Se dio cuenta de que estaban en tierra. Kevin
lo había logrado, y sin un solo rebote.
—¿Estáis todos bien? —Enrico Marín, el capitán, estaba medio vuelto en el
asiento.
Rebecca unió su gesto inseguro al coro de afirmaciones.
—¡Bien pilotado, Kev! —exclamó Forest, y se alzó un nuevo coro. Rebecca
estaba totalmente de acuerdo.
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—¿Funciona la radio? —preguntó Enrico al piloto, que estaba dando
golpecitos a los controles y moviendo los interruptores.
—Parece que se ha frito toda la parte eléctrica —contestó Kev—. Debe de
haber sido un rayo. No nos ha dado de lleno, pero ha pasado lo suficientemente
cerca. La baliza tampoco funciona.
—¿Se puede arreglar?
Enrico formuló la pregunta para todos, pero miró a Richard, que era el oficial
de comunicaciones. A su vez, Richard miró a Edward, que se encogió de hombros.
Edward era el mecánico del equipo Bravo.
—Voy a echarle una ojeada —repuso Edward—, pero si Kev dice que el
transmisor está quemado, es que seguramente lo está.
El capitán asintió con un lento movimiento de cabeza mientras se acariciaba
el bigote con una mano y consideraba qué opciones tenían. Pasados unos
segundos, suspiró.
—Llamé cuando el rayo nos alcanzó, pero no sé si el mensaje salió —
informó—. Tienen nuestras últimas coordenadas. Si no informamos pronto,
vendrán a buscarnos.
Los que vendrían a buscarlos eran el equipo Alfa de los STARS. Rebecca
asintió con los demás, sin estar segura de si debía estar decepcionada o no. Su
primera misión había acabado incluso antes de empezar.
Enrico volvió a tocarse el bigote, atusándoselo en las comisuras de la boca con
los dedos índice y pulgar.
—Todo el mundo afuera —ordenó—. Veamos dónde estamos.
Salieron uno a uno de la cabina. Rebecca se fue dando cuenta de la situación
en la que se hallaban mientras se iban reuniendo en la oscuridad. Tenían
muchísima suerte de estar vivos.
Nos ha caído un rayo. Y mientras buscamos asesinos locos, ni más ni menos, pensó,
sorprendiéndose. Incluso si la misión había concluido, sin duda había sido lo más
excitante que le había pasado nunca.
El aire se notaba cálido y cargado de la inminente lluvia. Las sombras eran
profundas. Pequeños animales correteaban por el sotobosque. Se encendieron un
par de linternas y los haces de luz cortaron la oscuridad mientras Enrico y Edward
rodeaban el helicóptero examinando los daños. Rebecca sacó su linterna de la
mochila, aliviada de no habérsela olvidado.
—¿Cómo lo llevas?
Rebecca se volvió y vio a Ken «Sully» Sullivan sonriéndole. Había sacado su
arma, y el cañón de la nueve milímetros apuntaba hacia el nuboso cielo,
recordándole tristemente cuál era la razón de su presencia allí.
—Realmente sabéis cómo hacer una entrada sonada, ¿no? —bromeó,
devolviéndole la sonrisa.
El hombre alto rió, y los blancos dientes resaltaron contra la oscuridad de la
piel.
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—La verdad es que siempre hago esto para los nuevos reclutas. Es un gasto
en helicópteros, pero tenemos que mantener nuestra reputación.
Rebecca estaba a punto de preguntar qué opinaría el jefe de policía de ese
gasto —era nueva en la zona, pero ya había oído decir que el jefe Irons era famoso
por su tacañería— cuando Enrico se unió a ellos, sacando su arma y alzando la voz
para que todos pudieran oírlo.
—De acuerdo, chicos. Abrámonos en abanico e inspeccionemos los
alrededores. Kev, quédate en el helicóptero. El resto, no os separéis demasiado,
sólo quiero que aseguréis la zona. El equipo Alfa podría estar aquí en menos de
una hora.
No completó la frase, no dijo que también podría pasar mucho más tiempo,
pero era innecesario. Al menos por el momento, estaban solos.
Rebecca sacó la nueve milímetros de la funda y comprobó cuidadosamente
los cargadores y la recámara como le habían enseñado, con el arma en posición
vertical para evitar apuntar a alguien sin darse cuenta. Los otros se movían a
ambos lados, comprobando sus armas y encendiendo las linternas.
Rebecca respiró hondo y comenzó a andar en línea recta, enfocando el rayo
de luz de la linterna hacia adelante. Enrico estaba sólo a unos cuantos metros y
avanzaba en paralelo a ella. Se había alzado una fina neblina baja, que se enrollaba
entre los matojos como una marea fantasmal. A unos doce metros, los árboles se
abrían y formaban un sendero lo suficientemente ancho para considerarse una
carretera pequeña, aunque la niebla le impedía estar segura. Todo estaba en
silencio excepto por los truenos, que sonaban más cerca de lo que se había
esperado; tenían la tormenta casi encima. El haz de luz iluminó árboles, luego
oscuridad y luego otra vez árboles, con un destello de lo que parecía…
—¡Mire, capitán!
Enrico se puso a su lado y, en segundos, cinco luces más se dirigieron hacia el
brillo metálico que Rebecca había visto y lo iluminaron: una estrecha carretera de
tierra y un jeep volcado. Mientras el equipo se acercaba, Rebecca pudo ver las
letras PM grabadas en un lado. Policía Militar. Vio una pila de ropa que salía por el
parabrisas roto y frunció el entrecejo. Se acercó para ver mejor y, mientras
rebuscaba el kit médico, corrió a arrodillarse junto al jeep volcado. Ya antes de
agacharse supo que no podría hacer nada. Había tanta sangre…
Dos hombres. Uno había salido disparado limpiamente y yacía a unos
cuantos metros. El otro, el hombre rubio que tenía ante sí, aún tenía medio cuerpo
dentro del jeep. Ambos llevaban ropa militar de trabajo. El rostro y la parte
superior del cuerpo de ambos habían sido horriblemente mutilados. Tenían
grandes desgarros en la piel y en los músculos, y unas heridas profundas en el
cuello. Era imposible que fueran resultado del accidente.
Pensativa, Rebecca le buscó el pulso y se fijó en que la piel estaba muy fría. Se
incorporó y fue hacia el otro cadáver; de nuevo buscó alguna señal de vida, pero
estaba tan frío como el primero.
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—¿Crees que son de Ragithon? —preguntó Richard. Rebecca vio un maletín
junto a la pálida mano extendida del segundo cadáver y fue a buscarlo medio
agachada. La respuesta de Enrico le llegó mientras levantaba la tapa del maletín.
—Es la base más cercana, pero mira la insignia. Son marines. Podrían ser de
Donnell —dijo.
Sobre un puñado de carpetas de informes había un sujetapapeles con un
documento de aspecto oficial. En la esquina superior izquierda se veía la foto de
carnet de un hombre apuesto y de ojos oscuros vestido de civil. Ninguno de los
cadáveres se le parecía. Rebeca alzó las hojas y leyó en silencio… y se le quedó la
boca seca.
—¡Capitán! —consiguió decir, mientras se levantaba.
Enrico levantó la vista desde donde se hallaba agachado junto al jeep.
—¿Sí? ¿Qué ocurre?
Rebecca leyó en voz alta la parte relevante.
—Una orden judicial para transportar a alguien… «Prisionero William Coen,
ex teniente, de veintiséis años de edad. Sometido a un consejo de guerra y
sentenciado a muerte el 22 de julio. El prisionero será transportado a la base de
Ragithon para ser ejecutado.»
El teniente había sido acusado de asesinato en primer grado.
Edward le cogió el documento de las manos. Dijo en voz alta y cargada de
furia lo que ya se estaba formando en la mente de Rebecca.
—Estos pobres soldados. Sólo estaban haciendo su trabajo, y ese canalla los
ha asesinado y se ha escapado.
Enrico, a su vez, le tomó los documentos de las manos a él y les echó una
rápida ojeada.
—Muy bien, muchachos. Cambio de planes. Tenemos un asesino suelto.
Separémonos y reconozcamos la zona más próxima, a ver si podemos localizar al
teniente Billy. Manteneos alerta e informad cada quince minutos, pase lo que pase.
Todos hicieron gestos de asentimiento. Rebecca respiró hondo mientras los
otros comenzaban a moverse y comprobó su reloj, decidida a ser tan profesional
como cualquier otro componente del equipo. Quince minutos sola, ningún
problema. ¿Qué podía pasar en quince minutos? Sola, en medio de esos bosques
tan oscuros.
—¿Tienes tu radio?
Rebecca pegó un bote y se volvió al oír la voz de Edward. El mecánico estaba
justo a su espalda y le dio una palmadita en el hombro, sonriendo.
—Tranquila, nena.
Rebecca le devolvió la sonrisa, aunque odiaba que la llamaran «nena». ¡Por el
amor de Dios, Edward sólo tenía veintiséis años! Rebecca dio unos golpecitos a la
unidad de radio que colgaba de su cinturón.
—Comprobado.
Edward hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se alejó. Su mensaje era
claro y tranquilizador. Rebecca no estaría realmente sola, no mientras tuviera la
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radio. Miró alrededor y vio que algunos de los otros ya estaban fuera de su vista.
Kevin seguía en el asiento del piloto y estaba examinando el portafolios que ella
había encontrado. La vio y le dedicó un saludo militar. Rebecca alzó el pulgar y
cuadró los hombros mientras volvía a desenfundar su arma y se adentraba en la
noche. En lo alto, retumbó un trueno.
Albert Wesker se hallaba sentado en la planta de tratamiento Con B1. La
única luz en la sala provenía del parpadeo de seis monitores de observación, que
cambiaban de imagen en rotaciones de cinco segundos. Se veían todos los niveles
del centro de formación, los pisos superior e inferior de la planta de tratamiento
del agua y el túnel que conectaba a los dos. Contempló las silenciosas pantallas en
blanco y negro sin verlas realmente; la mayor parte de su atención estaba centrada
en la transmisión que estaba recibiendo de los del comando de limpieza. Un grupo
de tres hombres —bueno, dos y el piloto— estaba de camino en helicóptero, en
silencio la mayor parte del tiempo; eran profesionales y no perdían el tiempo con
bromas de machos o chistes de jovencitos, lo que significaba que Wesker estaba
oyendo un montón de estática. Ningún problema; el ruido blanco combinaba bien
con los rostros inexpresivos de mirada fija que veía en los monitores, los cuerpos
destrozados tirados por los rincones, los hombres que habían sido infectados
vagando sin rumbo por los corredores vacíos. Como en la mansión y los
laboratorios Arklay, a unos cuantos kilómetros de allí, los campos privados de
entrenamiento de White Umbrella y los centros conectados a ellos habían sido
atacados por el virus.
—Tiempo de llegada estimado, treinta minutos, cambio —dijo el piloto, y su
voz resonó en la sala tenuemente iluminada.
—Recibido —contestó Wesker, inclinándose sobre el micro.
De nuevo silencio. No hacía falta hablar sobre lo que ocurriría cuando
llegaran al tren… y, aunque era un canal seguro, era mejor no decir más de lo
estrictamente necesario. Umbrella se había cimentado en el secreto, una
característica del gigante farmacéutico que, en los niveles superiores de gestión,
todos seguían respetando. Incluso de los negocios legítimos de la compañía,
cuanto menos se hablase, mejor.
Todo se está viniendo abajo, pensó Wesker sin preocuparse, mientras observaba
las pantallas. La mansión Spencer y los laboratorios que la rodeaban habían caído a
mediados de mayo. White Umbrella lo tomó como un «accidente», y se sellaron los
laboratorios hasta que los investigadores y el personal infectado pasaran a ser
«inefectivos». Después de todo, siempre ocurren errores. Pero la pesadilla del
centro de formación, que aún se estaba representando ante él, había sucedido a
continuación, menos de un mes después…, y hacía sólo unas cuantas horas, el
maquinista del tren privado de Umbrella, el Expreso Eclíptico, había apretado el
botón de alarma de peligro biológico.
Así que no sirvió de nada encerrarlo, el virus se filtró y se esparció. Es así de simple,
¿no?
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En el comedor del centro de formación había un puñado de reclutas
infectados. Uno de ellos caminaba en círculos irregulares alrededor de lo que había
sido una bonita mesa. Le goteaba algún fluido viscoso de una fea herida en la
cabeza mientras avanzaba a trompicones, sin conciencia de dónde estaba, ni del
dolor, ni de nada. Wesker apretó varias teclas del panel de control que se hallaba
bajo el monitor para impedir que la imagen cambiara. Se recostó en la silla y se
dedicó a observar al caminante condenado dar vueltas alrededor de la mesa.
—Podría haber sido sabotaje —dijo en voz baja. No podía estar seguro. De ser
así, estaba preparado para parecer natural; un vertido en el laboratorio de Arklay,
un aislamiento incompleto. Unas cuantas semanas después, un par de
excursionistas desaparecidos, posiblemente obra de uno o dos sujetos
experimentales escapados; y unas semanas más tarde, infección en el segundo
centro de White Umbrella. Era muy improbable que uno de los portadores del
virus hubiera ido a parar por casualidad a uno de los otros laboratorios de
Raccoon, pero era posible. Excepto que en ese momento tenía que pensar también
en el tren. Y eso no parecía un accidente. Daba la sensación de estar… planeado.
Mierda, podría haberlo hecho yo mismo, si se me hubiera ocurrido.
Desde hacía algún tiempo había estado buscando la forma de salir de todo
esto, cansado de trabajar para una gente que eran claramente inferiores a él, y
plenamente consciente de que pasar demasiado tiempo en la nómina de White
Umbrella no era muy aconsejable para la salud. Y ahora pretendían que condujera
a los STARS a la mansión y a los laboratorios de Arklay para descubrir qué tal lo
hacían las mascotas guerreras de Umbrella contra soldados armados. ¿Y les
preocupaba que él pudiera morir en la misión? En absoluto, siempre y cuando
registrara los datos primero, de eso estaba seguro.
Investigadores, médicos, técnicos, cualquiera que trabajara para White
Umbrella durante más de una década o dos tenía la costumbre de acabar
desapareciendo o muriendo. George Trevor y su familia, el doctor Marcus, Dees, el
doctor Darius, Alexander Ashford… Y ésos eran sólo los nombres de los más
importantes. Sólo Dios sabía cuánta gente menos importante había acabado
enterrada en alguna parte… o se había transformado en el sujeto experimental A, B
o C.
La sombra de una sonrisa se le formó en la comisura de la boca. Pensándolo
bien, él sí que tenía una buena idea de cuántos. Trabajaba para White Umbrella
desde finales de los años setenta, y la mayor parte de ese tiempo había estado
destinado al área de Raccoon. Y había visto a los matasanos utilizar a un buen
número de sujetos experimentales, muchos de los cuales él mismo había ayudado a
conseguir. Tendría que haber dejado Umbrella hacía ya tiempo, y si lograba
conseguir los datos que querían los peces gordos, quizá hasta podría lanzarse a
una pequeña escaramuza de buen regateo, un regalo de despedida para financiar
su jubilación. White Umbrella no era el único grupo interesado en la investigación
de armas biológicas.
Pero primero, una buena limpieza al tren.
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Y a este lugar, pensó, contemplando cómo el soldado con la herida en la
cabeza tropezaba con una silla e iba a parar al suelo. El centro de formación estaba
conectado con la planta «privada» de tratamiento del agua por un túnel
subterráneo; se tendría que despejar todo.
Pasaron unos segundos, y el soldado que se veía en la pantalla consiguió
ponerse en pie y siguió su paseo a ninguna parte. Parecía tener un tenedor clavado
en el hombro derecho, un recuerdo de la caída. El soldado, naturalmente, no lo
notó. Se trataba de una enfermedad encantadora. Sin duda se habrían dado el
mismo tipo de escenas en los laboratorios Arklay, de eso Wesker estaba
convencido; las últimas llamadas desesperadas desde el laboratorio en cuarentena
habían mostrado un retrato muy vívido de la gran efectividad del virus-T. Eso
también se tendría que limpiar, pero no hasta que hubiera llevado allí a los STARS
para un pequeño ejercicio de entrenamiento.
Iba a ser un encuentro interesante. Los STARS eran buenos, él personalmente
había elegido a la mitad de ellos, pero nunca se habían enfrentado a nada parecido
al virus-T. El soldado agonizante de la pantalla era un ejemplo perfecto: cargado
del virus recombinante, seguía recorriendo el comedor, incansable, lenta y
estúpidamente. No sentía ningún dolor, y atacaría sin dudarlo a cualquiera o
cualquier cosa que se cruzara en su camino, con el virus buscando constantemente
nuevos portadores a los que infectar. Aunque el vertido original supuestamente
había contaminado el aire, pasado ese tiempo, el virus sólo se contagiaba a través
de los fluidos corporales. Por la sangre, o por un mordisco. Y el soldado tan sólo
era un hombre, a fin de cuentas; el virus-T atacaba a todo tipo de tejido vivo, y
había otros… animales… para ver en acción, incluyendo desde creaciones de
laboratorio a la fauna local.
Enrico debería de tener ya a los Bravo en acción, buscando a los
excursionistas desaparecidos, pero no era muy probable que encontraran nada allí
donde había planeado buscar. Muy pronto, Wesker se encargaría de organizar una
excursión de los dos equipos a la «desierta» mansión Spencer. Entonces borraría
todas las pruebas, iniciaría su nueva y rica vida, y mandaría al infierno a White
Umbrella, al infierno su vida de agente doble, jugando con las vidas de hombres y
mujeres que no le importaban en absoluto.
El hombre agonizante de la pantalla volvió a caerse, consiguió levantarse con
esfuerzo y continuó dando vueltas.
—A por el oro, muchacho —dijo Wesker, y soltó una risita que resonó en el
oscuro vacío.
Algo se movió entre los matorrales. Algo mayor que una ardilla.
Rebecca se volvió hacia el sonido mientras dirigía el haz de la linterna y su
nueve milímetros hacia el matojo. La luz captó el final del movimiento, las hojas
aún se movían y la luz de la linterna temblaba al mismo ritmo. Se acercó un paso,
tragando saliva y contando hacia atrás desde diez. Fuera lo que fuera, se había ido.
Un mapache, seguro. O quizá el perro de alguien que se ha escapado.
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Miró el reloj convencida de que debía de ser la hora de regresar, pero vio que
únicamente había estado sola durante poco mas de cinco minutos. No había visto u
oído nada desde que se alejó del helicóptero; era como si todos los demás hubieran
desaparecido de la faz de la tierra.
O he desaparecido yo, pensó sombría. Bajó ligeramente el cañón de la pistola y
miró hacia atrás para comprobar su posición. Había estado dirigiéndose más o
menos hacia el suroeste del lugar donde habían aterrizado; seguiría adelante
durante unos minutos y luego…
Rebecca parpadeó sorprendida al ver una pared de metal bajo la luz de la
linterna, a menos de diez metros. Recorrió la superficie con el haz y vio ventanas,
una puerta…
—Un tren —murmuró, frunciendo el entrecejo. Le parecía recordar algo sobre
una vía en aquella zona… Umbrella, la corporación farmacéutica, tenía una línea
privada que iba de Latham a Raccoon City, ¿no? No estaba muy segura de la
historia porque no era de la región, pero juraría que la compañía se había fundado
en Raccoon. La sede principal de Umbrella se había trasladado a Europa hacía
algún tiempo, pero aún seguían siendo los dueños de casi toda la ciudad.
¿Y qué hace esto aquí, en medio del bosque, a estas horas de la noche?
Recorrió el tren de arriba abajo con el haz de luz y descubrió que había cinco
vagones altos, de dos pisos cada uno. Justo bajo el techo del vagón que tenía
delante vio escrito EXPRESO ECLÍPTICO. Había unas cuantas bombillas encendidas,
pero eran muy tenues, con una luz casi incapaz de atravesar las ventanas, y de
éstas, varias estaban rotas. Le pareció ver la silueta de una persona junto a una de
las que permanecían intactas, pero no se movía. Quizá estuviera durmiendo.
O herida, o muerta. Tal vez esta cosa se detuvo porque Billy Coen encontró la manera
de llegar a la vía.
¡Menuda idea! En ese mismo momento podía encontrarse dentro, con
rehenes. Había llegado la hora de pedir refuerzos. Movió la mano hacia la radio,
pero se detuvo.
O quizá el tren se averió hace un par de semanas y todavía sigue aquí, y todo lo que
encontrarás dentro será una colonia de marmotas.
¿Se burlarían los del equipo de eso? No, se mostrarían muy amables, pero ella
tendría que aguantar que le tomaran el pelo durante semanas o incluso meses por
pedir refuerzos para entrar en un tren vacío.
Volvió a mirar el reloj y vio que habían pasado dos minutos desde la última
vez. De repente, sintió que una gota de un líquido frío le caía en la nariz y después
otra en el brazo. Luego oyó el repique suave y musical de cientos de gotas que
caían sobre las hojas y la tierra, y finalmente de miles, cuando la tormenta por fin
se desencadenó.
La lluvia decidió por ella; echaría un vistazo rápido al interior del tren antes
de regresar, sólo para asegurarse de que todo estaba como debería estar. Si Billy no
rondaba por ahí, al menos podría informar de que el tren parecía estar despejado.
Y si él estaba allí…
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—Tendrás que vértelas conmigo —murmuró, y sus palabras se perdieron en
el estruendo de la tormenta, que fue arreciando mientras ella avanzaba hacia el
tren.
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Capítulo 2
Billy estaba sentado en el suelo entre dos filas de asientos e intentaba abrir las
esposas con un clip que había encontrado tirado. Una de las esposas, la derecha,
estaba suelta. Se había roto cuando el jeep había volcado, pero a no ser que quisiera
pasearse con un brazalete ruidoso e incriminatorio, tenía que librarse de la otra.
Librarme de ella y salir de aquí a toda prisa, pensó, hurgando el cierre con la
delgada pieza de metal. No alzaba la vista; no necesitaba recordar dónde se
hallaba, no hacía ninguna falta. El aire estaba cargado de olor a sangre, que se
encontraba por todas partes, y aunque en el vagón de tren en el que había entrado
no había cuerpos, no tenía ninguna duda de que los otros vagones estaban llenos.
Los perros, han tenido que ser esos perros…, aunque, ¿quién los habrá azuzado?
El mismo tipo que habían visto en el bosque. Tenía que ser él. El tipo que se
había plantado delante del jeep y hecho que se estrellaran después de perder el
control. Billy había salido bien parado, y excepto por unos cuantos morados, estaba
ileso. Pero los policías militares que lo escoltaban, Dickson y Eider, habían
quedado atrapados bajo el vehículo volcado, aunque seguían vivos. Al hombre que
los había hecho parar, fuera quien fuera, no se lo veía por ninguna parte.
Habían sido un par de minutos temibles, de pie en la creciente oscuridad,
mientras el olor cálido y aceitoso de la gasolina le daba en la cara e intentaba tomar
una decisión: ¿salir corriendo o pedir ayuda por la radio? No quería morir, no
merecía morir, a no ser que ser confiado y estúpido fuera una ofensa que mereciera
la muerte. Pero tampoco podía dejar a esos hombres atrapados bajo una tonelada
de metal retorcido, heridos y semiinconscientes. La elección que habían hecho,
tomar un camino de tierra que atravesaba los bosques hasta la base, significaba que
podía pasar mucho tiempo antes de que alguien los encontrara. Sí, era cierto que lo
llevaban ante el pelotón de ejecución, pero sólo estaban cumpliendo órdenes, no
era nada personal, y ellos merecían morir tan poco como él.
Había decidido optar por una solución intermedia: pediría ayuda por la radio
y luego saldría corriendo a toda pastilla… Pero entonces llegaron los perros. Tres
cosas grandes, húmedas y horrorosas, y no había tenido más opción que correr
para salvarse, porque notó algo muy, muy raro en esos bichos; lo notó incluso
antes de que atacaran a Dickson, antes de que le destrozaran el cuello con los
dientes mientras lo arrastraban hasta sacarlo de debajo del jeep.
Billy pensó que había oído un clic e intentó abrir la esposa, pero dejó escapar
un bufido entre dientes al ver que el cierre de metal se negaba a abrirse. Maldito
trasto. Había encontrado el clip por casualidad, aunque había cosas tiradas por
todos lados, papeles, bolsas, abrigos, objetos personales, y casi todas estaban
manchadas de sangre. Quizá encontraría algo más útil que el clip si buscaba con
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más calma, pero eso significaría quedarse en el tren, lo cual no tenía ninguna pinta
de ser una buena idea. Por lo que sabía, incluso podía ser ahí donde vivían esos
perros, quizá se escondieran allí con el estúpido chalado que se lanzaba ante
coches en movimiento. Sólo había subido al tren para esquivar a los perros, para
tranquilizarse y pensar cuál sería su próximo movimiento.
Y resulta que este tren es el Expreso del Matadero —pensó mientras meneaba la
cabeza—. Esto sí que es salir del fuego para caer en las brasas.
Cualquiera que fuera la mierda que pasaba en esos bosques, él no quería
formar parte. Se sacaría las esposas, buscaría algún tipo de arma, quizá cogiera una
cartera o dos entre todo ese equipaje manchado de sangre —estaba seguro que a
los dueños ya no les importaría— y regresaría a la civilización. Y luego a Canadá, o
quizá a México. Nunca antes había robado, tampoco nunca había pensado en
abandonar el país, pero llegado a ese punto tenía que pensar como un criminal,
sobre todo si tenía intención de sobrevivir.
Oyó truenos, luego el suave golpeteo de la lluvia sobre algunas de las
ventanas rotas. Los golpecitos se convirtieron en un repiqueteo estruendoso. El aire
con olor a sangre se hizo menos espeso cuando una ráfaga de viento entró por uno
de los vidrios destrozados. Magnífico. Al parecer tendría que hacer una excursión
en medio de una tormenta.
—Lo que sea —murmuró, y tiró el inútil clip contra el asiento que estaba ante
él. La situación ya se había fastidiado todo lo posible, así que dudaba que pudiera
empeorar.
Billy se quedó inmóvil, conteniendo la respiración. La puerta exterior del
vagón se estaba abriendo. Pudo oír el roce del metal; la lluvia sonó más fuerte
durante un instante, y luego igual que antes. Alguien había subido.
¡Mierda!
¿Y si era el loco con los perros?
¿Y si alguien ha encontrado el jeep?
Sintió un pesado nudo en el estómago. Podría ser. Tal vez alguien de la base
había decidido coger la carretera secundaria esa noche; quizá ya hubieran avisado,
al ver el accidente y enterarse de que debía haber un tercer ocupante, un hombre
camino de su ejecución.
Incluso podría ser que ya lo estuvieran buscando.
No se movió; se quedó escuchando atentamente los movimientos de quien
fuera que había entrado desde la lluvia. Durante unos segundos no oyó nada,
luego un paso silencioso, luego otro y otro más. Se alejaban de él, dirigiéndose
hacia la parte delantera del vagón.
Billy se inclinó hacia adelante mientras se guardaba cuidadosamente bajo el
jersey las chapas de identificación para que no tintinearan, y se movió con sigilo
hasta asomar la cabeza por el canto del asiento junto al pasillo. Alguien estaba
atravesando la puerta que conectaba un vagón con otro; alguien delgado, bajo, una
chica, o quizá un chico muy joven, cubierto con un chaleco antibalas de Kevlar y
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ropa militar de color verde. Billy consiguió distinguir unas letras en la espalda del
chaleco, un S, una T, una A…, y entonces él o ella desapareció de su vista.
STARS. ¿Habrían enviado un equipo en su búsqueda? No podía ser, no tan
deprisa. El jeep había volcado hacía cosa de una hora, como mucho, y los STARS
no tenían relación directa con el ejército, eran una rama del Departamento de
Policía, nadie los habría hecho intervenir. Probablemente su presencia estaría
relacionada con los perros que había visto antes, evidentemente alguna manada
salvaje mutante. Normalmente, los STARS se ocupaban de la mierda local que los
polis no podían o no querían tocar. O quizá hubieran acudido a investigar qué le
había pasado al tren.
No importa el porqué, ¿o sí? Tendrán armas, y si averiguan quién eres, este rato de
libertad será el último. Lárgate de aquí, ahora mismo.
¿Con perros mutantes corriendo por los bosques? No saldría sin una arma, de
ninguna manera. Tenía que haber alguien de seguridad en el tren, un tipo de
uniforme con una pistola, lo único que tenía que hacer era buscarlo. Iba a ser
arriesgado, con los STARS ahí dentro, pero, bien mirado, sólo había uno. Si tuviera
que…
Billy negó con la cabeza. Ya había visto muerte más que suficiente en las
Fuerzas Especiales. Si no podía evitarlo, allí y en ese momento, lucharía o
escaparía, pero no volvería a matar nunca más. Al menos no a uno de los buenos.
Billy se puso en pie, inclinado hacia adelante, con las esposas colgándole de la
muñeca. Primero miraría qué había en ese vagón, luego se iría alejando del STARS
intruso, y vería qué podía encontrar. No tenía sentido enfrentarse con él si podía
evitarlo. Simplemente…
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Tres disparos, procedentes del vagón de delante. Una pausa, luego tres,
cuatro más, y después silencio.
Al parecer no todos los vagones estaban vacíos. Sintió que el nudo en el
estómago se le estrechaba aún más, pero no permitió que eso lo detuviera. Cogió el
primer portafolios que encontró y empezó a revolver su contenido.
En el primer vagón no había vida, pero algo muy malo había ocurrido allí, de
eso no cabía duda.
¿Un choque? No, la estructura no está dañada… ¡y hay mucha sangre!
Rebecca cerró la puerta a su espalda, aislándose de la espesa cortina de agua,
y contempló el caos que la rodeaba. El vagón había sido elegante, con paneles de
madera oscura y moqueta cara, lámparas antiguas y papel pintado con relieves
aterciopelados. En ese momento había periódicos, portafolios, abrigos y bolsos,
abiertos y tirados por todas partes. El panorama parecía el de un choque, y las
gotas y las manchas de sangre que cubrían en grandes cantidades las paredes y los
asientos parecían confirmar esa teoría.
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Avanzó por el interior del vagón, apuntando con la pistola a un lado y otro
del pasillo. Había unas cuantas lucecitas encendidas, lo suficiente para ver algo,
pero las sombras eran espesas. Nada se movía.
El respaldo de la silla que tenía a la izquierda estaba manchado de sangre.
Alargó la mano y tocó una de las manchas. Rápidamente se la limpió en los
pantalones con una mueca de asco. Era fresca.
Luces encendidas, sangre fresca. Sea lo que sea lo que ha pasado, ha ocurrido hace
poco.
¿El teniente Billy quizá? Estaba acusado de asesinato… Pero a no ser que
tuviera toda una banda con él, no parecía probable; la destrucción era demasiado
amplia, demasiado exagerada, más parecida a un desastre natural que a una
situación con rehenes.
O como los asesinatos del bosque.
Asintió mentalmente, respirando hondo. Los asesinos debían de haber
actuado de nuevo. Los cuerpos que se habían recuperado estaban desgarrados y
mutilados, y las escenas del crimen seguramente tenían el mismo aspecto que ese
vagón de tren, con sangre por todas partes. Debía salir, hablar por radio con el
capitán y llamar al resto del equipo. Comenzó a volverse hacia la puerta, y dudó.
Primero podría comprobar que el tren es seguro.
Ridículo. Permanecer ahí sola sería una locura estúpida y peligrosa. Nadie
esperaría que revisara la escena de un crimen ella sola, eso suponiendo que alguien
hubiera sido asesinado. Por lo que sabía, también podría haber habido un tiroteo o
algo así y el tren podría haber sido evacuado.
No, eso sí que es estúpido. Habría polis por todas partes, equipos médicos de
urgencias, helicópteros, periodistas… Pasara lo que pasara, soy la primera persona que ha
entrado aquí… y asegurar la escena es la máxima prioridad.
No pudo evitar preguntarse qué dirían los muchachos cuando vieran que se
las había arreglado sola. Tendrían que dejar de llamarla «nena». Como mínimo
superaría su categoría de novata mucho más de prisa. Podía echar un vistazo
rápido, por encima, y si algo parecía aunque fuera mínimamente peligroso,
llamaría al equipo inmediatamente.
Asintió mentalmente. De acuerdo. No tendría problemas por echar un
vistazo. Respiró hondo y comenzó por la parte delantera del vagón, pisando con
cuidado entre el desparramado equipaje. Cuando alcanzó la puerta de conexión, se
armó de valor, la atravesó rápidamente y abrió la segunda puerta sin darse tiempo
para repensárselo.
¡Oh, no!
El primer vagón ya había sido duro, pero allí había gente. Cinco personas,
que pudiera ver desde donde se hallaba, y todos claramente muertos, con los
rostros destrozados por las garras de algo desconocido y los cuerpos empapados
de una oscura humedad. Unos cuantos estaban desplomados sobre los asientos,
como si los hubieran asesinado brutalmente en el sitio que ocupaban. El olor a
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muerte se podía tocar, como el del cobre y las heces, como la fruta podrida en un
día caluroso.
La puerta se cerró automáticamente a su espalda y Rebecca pegó un brinco,
con el corazón latiéndole con fuerza y vagamente consciente de que todo eso era
demasiado para ella. Tenía que pedir ayuda, pero entonces oyó los susurros y se
dio cuenta de que no estaba sola.
Apuntó con la pistola hacia el pasillo vacío, sin estar segura de dónde
procedía el sonido y con el corazón funcionándole al doble de velocidad.
—¡Identifíquese! —dijo, con una voz más firme y autoritaria de lo que se
esperaba. El susurro continuó, estrangulado y distante, extrañamente apagado en
medio del silencioso vagón. Supuso que así sonaría un asesino loco, murmurando
para sí mismo después de disfrutar de una masacre.
Estaba a punto de repetir la orden cuando, sobre el suelo, hacia la mitad del
pasillo, vio el origen del susurro. Era una radio minúscula, al parecer sintonizada
en una emisora AM de noticias. Fue hacia ella, aturdida por el alivio. Después de
todo, sí que estaba sola.
Se detuvo ante la radio y bajó su semiautomática. Había un cadáver en el
asiento de la ventana, a su izquierda, y después de una rápida ojeada inicial evitó
volver a mirarlo. Le habían desgarrado el cuello y tenía los ojos en blanco. Su
rostro grisáceo y las destrozadas ropas brillaban empapadas de fluidos de aspecto
viscoso, lo que lo hacía parecer un zombi de una película de terror de serie B.
Rebecca se inclinó y recogió la radio, sonriendo para sí a pesar del miedo que
aún la recorría. Su «asesino loco» era una mujer leyendo las noticias. La recepción
era muy mala, y se oía el chirrido de la estática cada dos o tres frases.
De acuerdo, era una idiota. En cualquier caso, ya era hora de llamar a Enrico.
Rebecca se volvió, pensando que tendría mejor recepción si salía fuera del tren, y el
movimiento que notó en el asiento de la ventana fue tan lento y sutil que por un
momento creyó que lo que había visto era la lluvia. Pero entonces el origen del
movimiento gimió, con un leve sonido de angustia, y Rebecca comprendió que no
era la lluvia en absoluto.
El cadáver se había levantado del asiento y se acercaba a ella. La deformada
cabeza estaba echada hacia atrás y hacia un lado, y dejaba a la vista la desgarrada
piel del cuello. El gemido se hizo más profundo, más anhelante, mientras el
hombre alargaba los brazos ante sí y del machacado rostro chorreaba sangre y algo
viscoso.
Rebecca dejó caer la radio y dio un tambaleante paso hacia atrás, horrorizada.
Se había equivocado; ese hombre no estaba muerto, pero resultaba evidente que
estaba loco de dolor. Tenía que ayudarlo.
No hay mucha cosa en el botiquín, pero tengo morfina. Debería ayudarlo a tumbarse.
Oh, Dios, ¿qué demonios ha pasado aquí?
El hombre se aproximó arrastrando los pies, intentando alcanzarla, con los
ojos en blanco y babas negras cayéndole de la boca destrozada. Y a pesar de saber
que su deber era ayudarlo, aliviar su sufrimiento, Rebecca, inconscientemente, dio
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otro paso atrás. Una cosa era el deber, pero su instinto le decía que echara a correr,
que saliera de allí, que ese hombre pretendía hacerle daño.
Se volvió, sin estar segura de qué hacer, y vio a dos personas más de pie en el
pasillo a su espalda, ambos con un rostro tan inexpresivo y destrozado como el
hombre de los ojos en blanco y ambos avanzando hacia ella con los movimientos
rígidos y tambaleantes de los monstruos de las películas de terror. El hombre que
tenía delante llevaba uniforme, era algún tipo de empleado del tren, con el rostro
demacrado, huesudo y gris. Tras él había un hombre con la cara medio arrancada;
se le veían demasiados dientes en el lado derecho.
Rebecca sacudió la cabeza mientras alzaba el arma. Algún tipo de
enfermedad, un vertido químico o algo así. Estaban enfermos, tenían que estar
enfermos. Pero mientras los tres hombres se le acercaban, con los huesudos dedos
en alto y gimiendo con avidez, supo que eso no era cierto. Además, quizá
estuvieran enfermos, pero también estaban a punto de atacarla. Estaba tan segura
de eso como de su propio nombre.
¡Dispara! ¡No dudes más!
—¡Deténganse! —gritó, mientras se volvía hacia el hombre de los ojos en
blanco, que era el que estaba más cerca, demasiado cerca. Si éste era consciente de
que lo estaba apuntando con una arma, no lo demostró—. ¡Voy a disparar!
—¡Aaaahh! —carraspeó gravemente el monstruo, e intentó agarrarla,
descubriendo unos dientes negros. Rebecca disparó.
Tres disparos. Las balas penetraron en la carne descolorida. Dos en el pecho.
La tercera le hizo un agujero encima del ojo derecho. La criatura lanzó un chillido
hueco, un sonido de frustración más que de dolor, y cayó al suelo.
Rebecca se volvió y rogó que con los disparos los otros dos hombres se
hubieran detenido, pero vio que los tenía casi encima, con los ojos vidriosos y
gimiendo impacientes. El primer disparo dio en el cuello al hombre uniformado, y
mientras éste se tambaleaba hacia atrás, Rebecca apuntó al segundo hombre a la
pierna.
Quizá pueda simplemente herirlo, hacer que caiga…
El hombre del uniforme comenzó a avanzar de nuevo mientras del cuello le
manaba la sangre a borbotones.
—¡Dios! —exclamó Rebecca, con una voz que casi no le salía del cuerpo. Pero
los hombres seguían avanzando, no tenía tiempo de hacerse preguntas ni de
pensar. Alzó el arma y disparó tres veces más, todos los tiros directos a la cabeza.
Sangre y trozos de carne saltaron por los aires. Los dos hombres cayeron al suelo.
De repente, silencio, quietud. Rebecca recorrió el vagón con los ojos muy
abiertos por la impresión y el cuerpo vibrante por la adrenalina. Había dos o tres
«cadáveres» más, pero ninguno se movió.
¿Qué acaba de pasar? Creí que estaban muertos.
Y estaban muertos. Eran zombis.
No, los zombis no existían. Mientras intentaba entender algo, Rebecca
comprobó su arma automáticamente para ver si tenía una bala en la recámara. No
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eran zombis, no como los de las películas. Si de verdad hubieran estado muertos
los disparos no los habrían hecho sangrar de esa manera; si el corazón no late no
puede bombear la sangre.
Pero sólo han caído después de que les disparara a la cabeza.
Cierto, pero eso podía significar que era algún tipo de enfermedad, quizá
algo que bloqueara los receptores del dolor.
Los asesinatos del bosque. Rebecca sintió que los ojos se le abrían más aún
mientras completaba el rompecabezas. Si hubiera habido algún vertido químico o
enfermedad, podría haber afectado a un gran número de personas en el bosque,
impulsándolos a atacar a otros. Recientemente se habían recibido informes sobre
perros salvajes. ¿Era posible que afectara a especies diferentes? Algunas de las
víctimas habían sido parcialmente devoradas, y al menos dos de los cuerpos
presentaban mordiscos de fauces tanto humanas como animales.
Oyó un ligero movimiento y se quedó sin respiración. Junto a la puerta por la
que había entrado, un cadáver sentado parecía haberse escurrido un poco del
asiento. Lo observó durante lo que le pareció una eternidad, pero el cuerpo no
volvió a moverse y lo único que se oía era el ruido de la lluvia en el exterior. ¿Un
cadáver o una víctima de alguna circunstancia trágica? Rebecca no tenía ningunas
ganas de descubrirlo.
Retrocedió, esquivando al hombre de los ojos en blanco, que finalmente
estaba muerto del todo, y decidió ir hacia la puerta de la parte delantera del vagón.
Tenía que salir del tren y explicarles a los otros lo que había encontrado. La cabeza
le daba vueltas mientras intentaba decidir qué habría que hacer después: se tendría
que alertar a la comunidad y declarar una cuarentena inmediatamente. El gobierno
federal también tendría que meterse en el asunto, así como el Centro de Control de
Enfermedades, o el Instituto Médico de Enfermedades Infecciosas del ejército, o
quizá la Agencia de Protección Medioambiental, que tenía el suficiente poder para
cerrarlo todo e investigar qué había sucedido. Sería una enorme labor, pero ella
podría contribuir, marcar la…
El cadáver del fondo del vagón se movió de nuevo. Bajó la cabeza hasta
apoyarla sobre el pecho, y cualquier idea de salvar Raccoon voló de la asustada
mente de Rebecca. Se volvió y corrió hasta la puerta intermedia, enferma de terror.
Lo único que quería era salir de allí.
No tardó mucho en encontrar una arma, y, por suerte, Billy conocía
perfectamente la pistola de reglamento de la policía militar. La había hallado en un
petate metido bajo un asiento. También había un cargador de recambio, media caja
de balas de 9x19 mm parabellum y un mechero con tapa, otro aparato muy
conveniente para tener a mano; nunca se sabía cuándo sería necesario encender un
fuego.
Cargó el arma, se metió el otro cargador en el cinturón y las balas en los
bolsillos delanteros, mientras pensaba que ojalá fuera vestido con su uniforme de
campaña en vez de con ropas civiles. Los tejanos no eran lo mejor para cargar con
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toda esa mierda. Comenzó a buscar una chaqueta, pero cambió de idea; incluso
con la lluvia, hacía una noche cálida, y arrastrarse por ahí con unos tejanos
empapados ya iba a ser suficientemente malo. Tendría que conformarse con los
bolsillos que tenía.
Se quedó ante la puerta que lo llevaría de vuelta a los bosques con el arma en
la mano, mientras se repetía que tenía que marcharse pero sin decidirse a hacerlo.
No había oído nada más del STARS desde los siete disparos. Sólo habían pasado
unos minutos. Si el chico tenía algún problema todavía no era demasiado tarde
para ir hacia allí y…
¿Estás loco? —le gritó su cerebro—. ¡Lárgate! ¡Corre, idiota!
Claro, naturalmente. Tenía que marcharse. Pero no podía sacarse de la cabeza
el eco de esos disparos, y había pasado demasiado tiempo siendo uno de los
buenos como para darle la espalda a otro si necesitaba ayuda. Además, si el chico
estaba muerto, eso le aportaría una arma extra.
—Sí, eso es —murmuró, completamente consciente de que estaba buscando
una razón de peso para justificar su decisión. No podía evitarlo, tenía que ir a
echar un vistazo.
Gruñendo mentalmente, Billy se apartó de la puerta, de la libertad, y avanzó
hacia la parte delantera del vagón. Atravesó la primera puerta y se detuvo un
instante en la plataforma intermedia antes de agarrar el picaporte de la segunda
para entrar en el siguiente vagón. El único sonido era el de la lluvia, que se estaba
convirtiendo en una verdadera tormenta. Tan sigilosamente como pudo, abrió la
segunda puerta y la atravesó.
El inconfundible olor fue lo primero que notó. Apretó los dientes mientras
recorría el vagón con la mirada y contaba las cabezas. Tres en el pasillo. Dos más
adelante a la derecha y uno a su izquierda, tirado sobre el asiento. Todos muertos.
El hombre de la carretera…
Billy frunció el entrecejo al darse cuenta de que cualquiera de los cadáveres
que había a su alrededor podría haber pasado por el estúpido que había causado el
accidente al cruzarse con el jeep. Sólo había podido echarle una mirada, pero
recordaba haber pensado que le había parecido enfermo. Quizá fuera uno de ésos,
pero no, éstos llevaban días muertos.
Entonces, ¿contra qué disparaba el chico?
Billy se acercó al cadáver más próximo, se agachó junto a él y contempló las
heridas con ojo experto mientras respiraba agitadamente por la boca. El tipo
llevaba muerto un buen rato; le faltaba parte de la mejilla izquierda, por lo que
parecía como si le estuviera dedicando una amplia sonrisa, y los negros bordes del
tejido muerto mostraban ya la descomposición. Pero tenía dos agujeros de bala en
la frente, y un charco de sangre fresca le rodeaba la cabeza y la parte superior del
cuerpo como una sombra roja. Billy tocó el charco, y su ceño se acentuó. Estaba
caliente. El cuerpo más cercano a éste, el empleado del tren, mostraba un aspecto
bastante similar, sólo que una de las heridas la tenía en el cuello.
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Billy no era ningún Einstein, pero no carecía totalmente de lógica. La sangre
fresca únicamente podía significar que esta gente sólo parecían muertos. Y que
estuvieran llenos de agujeros recientes sugería que habían intentado atacar al
solitario miembro de los STARS.
Lo que significa que más vale que lleve todo el cuidado del mundo, pensó mientras
se ponía en pie. Volvió a mirar el cuerpo que se hallaba en el asiento, ahora a su
espalda, y entornó los ojos. ¿Se había movido o era sólo un efecto de la luz? Fuera
lo que fuera, más le valía marcharse a toda prisa.
Se apresuró por el pasillo, esquivando los cadáveres mientras intentaba
vigilarlos a la vez y maldecía la necesidad que lo había impulsado a buscar al chico
de los STARS. Si no tuviera una maldita conciencia, ya haría rato que se habría
largado.
Atravesó las dos puertas y entró en el siguiente vagón con el arma preparada.
No era un vagón de pasajeros y no estaba decorado. Desde la entrada sólo podía
ver un corto pasillo que torcía más adelante, dos puertas cerradas a la derecha y
unas cuantas ventanas en el lado opuesto. Pensó en comprobar las cabinas, seguro
de que sería lo más inteligente, ya que darle la espalda a una zona que no era
segura representaba un riesgo, pero estaba empezando a ocurrírsele que su
conciencia se podía ir a la porra. No quería asegurar todo el tren, lo único que
quería era ver que el chico estaba bien y luego salir de allí.
Y si el chico no aparece en un par de minutos, salto del tren de todas maneras. Esto es
una mierda.
«Mierda» no era la palabra adecuada, ni siquiera empezaba a describir el
terror que le retorcía el estómago, pero había visto incluso a los más fuertes
paralizados por el miedo y no quería pensar demasiado en monstruos y oscuridad.
Mejor tomárselo a la ligera, como si fuera una pesadilla de la que se reiría mañana,
y seguir adelante.
Avanzó lentamente por el pasillo, en silencio, apoyando la espalda contra la
pared. El corredor torcía a la derecha y continuaba, pasando ante otra puerta
bloqueada por unas cajas caídas. Un almacén, probablemente. Al menos no había
cuerpos, pero el olor a podrido flotaba en el aire. Las pocas ventanas ante las que
pasó que no estaban rotas reflejaron una pálida sombra de sí mismo sobre un
fondo exterior de oscuridad y lluvia. Se fijó inquieto en que gran parte de los
vidrios de las ventanas rotas estaban en el interior del vagón, esparcidos sobre el
suelo de madera oscura. Lo que significaba que alguien había intentado entrar, no
salir. Espeluznante.
Parecía que más adelante el pasillo volvía a torcer, esta vez hacia la izquierda,
justo después de otra puerta cerrada que tenía una placa en la que ponía
DESPACHO DEL REVISOR. Tenía que estar cerca de la parte delantera.
De repente, vio otra pálida sombra reflejada en una ventana, justo después de
la esquina. Se detuvo, permaneció inmóvil contemplando a la figura que se
agachaba dando la espalda al pasillo sin pensar en las amenazas que podía haber
detrás. Si era un STARS, ella o él necesitaba más entrenamiento.
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Billy avanzó un par de pasos, alzó su arma y se colocó detrás de la figura
agachada. Sabía que debía evitar un enfrentamiento —obviamente el chaval estaba
en perfectas condiciones y él tenía otros lugares adonde ir—, pero también quería
saber qué estaba pasando, y ésa podía ser su única oportunidad de conseguir
información.
El miembro de los STARS se volvió, vio a Billy y se alzó muy lentamente, sin
dejar de mirarle a la cara.
No se había equivocado mucho con lo de «chaval», pensó Billy, mientras
contemplaba los grandes e inocentes ojos de una chica muy joven. ¿Estarían
contratando a gente del instituto últimamente? Era baja, puede que quince
centímetros menos que él, y bonita; cabello castaño rojizo, delgada, musculosa, con
rasgos delicados y regulares. Si pesaba más de cuarenta kilos, sería una sorpresa.
La chica había estado inclinada sobre un hombre muerto, cuyo cadáver
mutilado yacía medio tumbado contra la esquina, junto a la puerta de salida del
vagón, y si se había sorprendido al ver a Billy, lo disimuló muy bien.
—Billy —dijo la chica con voz clara y melódica. Sus palabras le hicieron
apretar los dientes—. Teniente Coen.
Mierda. Al parecer alguien había encontrado el jeep.
Billy mantuvo el arma en alto, apuntando directamente al ojo derecho de la
chica, haciéndose el duro.
—Así que me conoces. Has estado teniendo fantasías conmigo, ¿es eso?
—Eres el prisionero que trasladaban para ejecutar —respondió ella, y su voz
adquirió un tono duro—. Estabas con los soldados de ahí fuera.
Cree que lo he hecho yo, que yo los he matado, pensó Billy.
Estaba escrito en su cara de duendecillo. Billy se dio cuenta de que si no había
relacionado los muertos andantes con lo que le había pasado al jeep,
probablemente ella tampoco tenía ni la más remota idea de lo que estaba
sucediendo. Y no veía ninguna razón para sacarla de su error. Estaba intentando
hacerse la dura, pero Billy notó que la intimidaba. Podría usar eso para salir de allí.
—Uuh, ya veo —dijo—. Estás con los STARS. Bueno, sin ánimo de ofender,
pero los tuyos no parecen quererme mucho. Así que nuestra pequeña charla se
tiene que acabar.
Bajó el arma, se volvió y se alejó, andando tranquilamente y sin prisas, como
si no estuviera interesado en absoluto por la presencia de la chica. Contaba con que
su clara falta de experiencia y el temor que él le inspiraba le impidieran actuar. Era
un riesgo calculado, pero pensó que valdría la pena.
Se metió el arma bajo el cinturón, y ya estaba a mitad del pasillo cuando oyó
cómo corría para alcanzarlo.
Mierda, mierda.
—¡Espera! ¡Estás arrestado! —dijo ella con voz firme.
Billy se volvió y vio que la chica ni siquiera había desenfundado su arma. Se
esforzaba por parecer feroz, pero no lo acababa de conseguir. Si la situación
hubiera sido menos peligrosa, menos extraña, Billy habría sonreído.
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—No, gracias, muñeca. Ya he llevado las esposas —repuso, alzando la mano
izquierda y haciendo tintinear las esposas. Se volvió y siguió avanzando.
—¡Podría dispararte, lo sabes! —gritó ella a su espalda, pero ahora había
desesperación en su voz. Billy continuó avanzando. Ella no le siguió, y al cabo de
unos segundos Billy estaba atravesando la primera puerta de conexión.
Con una leve sonrisa, aliviado, abrió la puerta del vagón donde se hallaban
los pasajeros muertos. Era mejor así, que cada uno se las arreglara por su cuenta y
todo eso…
Y se encontró con que el hombre muerto que había estado medio tirado sobre
el asiento del fondo se hallaba de pie, tambaleante, con el ojo que le quedaba
clavado en Billy. Con un gemido hambriento, la criatura trastabilló hacia adelante
y extendió sus destrozados dedos como si tuviera que tantear su camino hasta
Billy.
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Capítulo 3
Rebecca contempló a Billy salir del vagón y se sintió impotente y muy joven.
Él ni siquiera miró hacia atrás, como si no valiera la pena preocuparse por ella.
Y al parecer, así es, pensó Rebecca, dejando caer los hombros. No se había
esperado que fuera tan…, bueno, tan atemorizador. Grande, musculoso, con unos
ojos de acero oscuro y un intrincado tatuaje tribal que le cubría todo el brazo
derecho. Pudo verlo porque la fina camiseta de algodón que llevaba le dejaba
ambos brazos al descubierto. Tenía un aspecto duro, y después de su terrible
encuentro con los casi muertos andantes, Rebecca no se había sentido capaz de
detenerlo.
Sin mencionar que te pilló desprevenida.
Había encontrado un cadáver solitario en la parte delantera del vagón, uno
de los operarios del tren, y vio lo que parecía una llave en la fría mano del muerto.
Como la única otra puerta por la que salir del tren estaba cerrada, había intentado
conseguir la llave; era eso o regresar a través del vagón de pasajeros. Estaba tan
concentrada intentando coger la llave sin romper los rígidos dedos que no había
oído acercarse al convicto, no hasta que fue demasiado tarde. Después de su
encuentro, mientras regresaba a la parte delantera del vagón, se fijó en que, de
todas formas, la puerta cerrada se abría con tarjeta. Fantástico. Hasta el momento
lo estaba haciendo de maravilla.
Se volvió y agarró la radio, dispuesta a admitir la derrota. Si pudiera
conseguir que los del equipo vinieran rápidamente, ellos se encargarían de Billy. Y
lo más importante, deseaba no ser la única en saber que alguna especie de plaga se
había abatido sobre Raccoon. Resultaba curioso. De repente, atrapar a un asesino
convicto había descendido bruscamente en su lista de prioridades.
¡Bam! ¡Bam!
Incluso antes de que pudiera tocar el botón del transmisor, oyó los dos
disparos en el vagón contiguo, en la dirección en la que Billy se había marchado.
Dudó un momento, sin saber qué hacer, y en ese instante, una ventana estalló a su
espalda.
Se volvió, y en medio de los añicos de cristal vio una figura humana cayendo
al suelo.
—¡Edward!
El mecánico no respondió. Rebecca corrió al lado de su compañero de equipo,
evaluando rápidamente su estado. Aparte de una enorme herida abierta en el
hombro derecho, tenía la cara grisácea por el espanto y la mirada empañada y
desenfocada. Todas las partes expuestas de su cuerpo estaban cubierta de
contusiones y abrasiones.
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—¿Estás bien? —preguntó Rebecca, mientras abría su botiquín de campaña y
sacaba un grueso parche de gasa. Rompió el envoltorio y se lo aplicó sobre el
hombro a su compañero mientras pensaba con una sensación de abatimiento que
no le serviría de mucho. A juzgar por la cantidad de sangre que le empapaba la
camisa, seguramente tenía la vena subclavia seccionada. Se sorprendió de que
siguiera con vida, y más aún de que hubiera tenido fuerzas para saltar por la
ventana.
—¿Qué ha pasado?
Edward giro la cabeza hacia ella, parpadeando lentamente. Su voz estaba
crispada por el dolor.
—Peor que… No podemos…
Rebecca aguantó la venda con firmeza, pero ya estaba casi empapada.
Edward necesitaba un hospital inmediatamente, o no lo resistiría.
La voz de Edward sonó aún más débil.
—Ten cuidado, Rebecca… —dijo trabajosamente—, el bosque está lleno de
zombis… y monstruos…
Rebecca comenzó a decirle que no hablara más, que no malgastara sus
fuerzas, cuando otra ventana estalló a su izquierda, cubriéndolos a ambos de
fragmentos de vidrio. Dos figuras gigantescas entraron saltando a través del marco
vacío. Una desapareció por la esquina del pasillo y la otra se volvió hacia ellos.
Zombis y monstruos.
Un perro, era un perro enorme. Pero no era como ninguno de los perros que
había visto en su vida. Podría haber sido un doberman en algún momento, pero al
ver las fauces abiertas goteantes de saliva y los pedazos de carne y músculo que le
colgaban de las ancas, Rebecca se dio cuenta de que también «eso» estaba infectado
por la enfermedad que había acabado con los pasajeros del tren. No sólo tenía
aspecto de muerto, sino que parecía destruido, con una película roja sobre los ojos
y el cuerpo apedazado como un mosaico enloquecedor de piel mojada y tejidos
sanguinolentos.
Edward no sería capaz de protegerse. Rebecca se alzó lentamente y dio un
paso atrás, alejándose del agonizante mecánico. Tenía la pistola en la mano,
aunque no recordaba haberla desenfundado. Oyó al segundo perro jadeando por el
corredor, fuera de su vista.
Apuntó al ojo izquierdo del animal y por primera vez comprendió el
verdadero horror de esa enfermedad, fuera ésta cual fuera. Su enfrentamiento con
los pasajeros casi muertos había sido terrible, pero tan aturdidor que casi no había
tenido tiempo de considerar lo que significaba. Pero al ver a la monstruosa bestia
de patas tiesas que tenía delante, cuyo gruñido se iba alzando hasta convertirse en
un penetrante aullido de hambre, se acordó del perro de su infancia, un peludo
labrador de color negro llamado Donner, se acordó de cuánto lo había querido, y se
dio cuenta de que eso probablemente había sido alguna vez la mascota de alguien.
Igual que esa gente a la que había disparado, que alguna vez habían sido humanos
y se habían reído o llorado, y tenían familias que los echarían de menos, familias
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que quedarían destrozadas por su pérdida. Ya fuera una enfermedad, un escape
químico o un ataque, lo que había causado todo eso era una abominación.
La idea cruzó su mente por un instante y desapareció. El perro tensó sus
descarnados costados, preparándose para atacar, y Rebecca apretó el gatillo. La
nueve milímetros le dio una fuerte sacudida en la mano y el estruendo resultó
ensordecedor en un espacio tan pequeño. El perro se desplomó.
Rebecca se volvió y apuntó hacia el pasillo, esperando a que apareciera el
segundo perro. No tuvo que esperar mucho.
Rugiendo, el animal saltó desde la esquina con las fauces abiertas. Rebecca
disparó. El tiro entró por el pecho del perro y lo lanzó hacia atrás con un agudo
gemido de dolor, pero siguió en pie. Se sacudió como si acabara de salir del agua y
gruñó, dispuesto a ir a por ella, aunque una sangre oscura y pustulenta le manaba
de la herida.
¡Debería haberlo matado, esa bala debería haberlo dejado seco!
Igual que la gente en el vagón de pasajeros, parecía que sólo una herida en la
cabeza acabaría con él. Rebecca alzó la pistola y disparó de nuevo. Esta vez le dio
en el centro de la estrecha cabeza. El perro cayó, se sacudió en un espasmo y quedó
inmóvil.
Podía haber más. Rebecca bajó ligeramente el arma, se volvió hacia las
ventanas rotas e intentó ver a través de la oscuridad y la lluvia a la vez que se
esforzaba por oír algo que no fuera la tormenta. Al cabo de unos segundos desistió.
Se volvió hacia Edward mientras buscaba una nueva venda en la mochila, y se
detuvo con la mirada clavada en su compañero de equipo. De la herida del
hombro ya no salía sangre.
Rápidamente le buscó el pulso bajo la oreja izquierda, pero no encontró nada.
Edward miraba hacia el suelo con los ojos medio abiertos, muerto.
—Lo siento —murmuró Rebecca, quedándose en cuclillas. Resultaba
inconcebible que Edward hubiera muerto en el corto espacio de tiempo en que ella
había estado disparando contra aquellas cosas perrunas, y sintió que la
culpabilidad la invadía. Si hubiera sido más rápida, si le hubiera vendado mejor la
herida…
Pero no lo hiciste, y cuanto más rato estés aquí sentada sintiéndote culpable, más
probabilidades tienes de acabar como él. ¡Muévete!
Rebecca se sintió aún más culpable ante ese frío pensamiento, pero una
mirada hacia las ventanas abiertas la hizo ponerse en pie. Tendría que evaluar su
culpa más tarde, cuando no fuera peligroso hacerlo.
El radiotransmisor emitió un pitido. La agarró mientras se alejaba de las
ventanas y del pobre Edward.
La recepción era mala, pero supo que era Enrico. Se llevó el altavoz a la oreja
y sintió un gran alivio al oír la voz del capitán entre la estática.
—¿… me recibes? … más información sobre… Coen…
De mala gana, Rebecca se acercó a las ventanas confiando en que mejoraría la
recepción, pero la estática siguió casi igual.
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—… internado … mató al menos a veintitrés personas… cuidado…
¿Qué?
Rebecca apretó el botón de transmisión.
—¡Enrico, aquí Rebecca! ¿Me recibes? Cambio.
Estática.
—¡Capitán! STARS Bravo, ¿me recibes?
Largos segundos de estática. Había perdido la señal. Volvió a colgarse el
radiotransmisor del cinturón. Tenía que regresar al helicóptero, explicar a los otros
lo de Edward, lo de Billy y lo del tren, y el terrible peligro al que se enfrentaban.
Cambió el cargador de la nueve milímetros y se tomó unos momentos para
recargar el que tenía medio lleno. Lanzó una triste mirada final a su compañero
caído, saltó sobre el cuerpo del perro, intentando no resbalar en el charco de sangre
que lo rodeaba, y se dirigió al vagón de pasajeros.
Aunque sabía que debería estar impaciente por correr detrás del preso
escapado para arrestarlo, esperaba no volver a ver a Billy. La muerte de Edward,
los perros… Se sentía aturdida e incapaz de imponer su autoridad. ¿Veintitrés
personas? La recorrió un escalofrío, y se sorprendió de que no la hubiera matado
cuando tuvo la oportunidad.
En el vagón de pasajeros vio el resultado de los dos tiros que había oído
antes. La víctima enfermiza que antes creyó ver moverse, aunque no estaba segura,
al parecer seguía viva, a fin de cuentas. Debía de haber intentado atacar a Billy
igual que los otros fueran a por ella. Se detuvo en la puerta del fondo del vagón
por la que había entrado inicialmente y contempló los cuerpos descompuestos de
la gente a la que había matado. Si Edward estaba en lo cierto, tendría que moverse
con rapidez.
Y quizá no fuese Billy quien había matado a los marines.
Rebecca parpadeó. No se le había ocurrido antes, pero puede que hubieran
atacado el jeep y eso había permitido a Billy escapar, lo había obligado a salir
corriendo. Parecía probable. Los dos cadáveres tenían señales de haber sido
atacados violentamente, no les habían disparado; los perros podrían haberlo
hecho.
Negó con la cabeza. No importaba. De todas maneras era un asesino, y si no
se sentía capaz de apresarlo, más le valdría buscar a alguien que pudiera hacerlo.
Por muy seria que fuera la desconocida enfermedad, no podían dejar que Coen
escapara.
Dejó a su espalda el vagón de pasajeros y se apresuró a cruzar el vagón vacío
hasta la puerta, esperando que los demás estuvieran de regreso en el helicóptero.
No sabía muy bien cómo dar la noticia de la muerte de Edward; eso iba a ser duro.
Rebecca frunció el entrecejo y empujó con fuerza la puerta corredera, que se
negaba a abrirse. Presionó el picaporte una y otra vez, luego le pegó una patada a
la puerta, maldiciendo en silencio. Estaba atascada, o Billy la había cerrado para
evitar que lo siguiera.
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—¡Maldita sea! —Se mordisqueó el labio inferior y recordó la llave en la
mano del operario muerto. No había conseguido sacársela y se había olvidado de
ella después de su encuentro con Billy, por no hablar de Edward y los perros. Pero
¿quién necesitaba una llave? Le sería más fácil salir por una de las ventanas rotas;
no representaría ningún problema.
Oyó el sonido de una puerta que se cerraba y miró a la izquierda, hacia el
final del tren. Alguien se movía en el siguiente vagón. Otro pasajero enfermo,
probablemente. O quizá Billy seguía allí. De cualquier manera, ella estaba lista
para salir y tenía ventanas donde elegir.
A no ser… que sea otra persona la que esté allí, alguien que necesita ayuda.
Incluso podía ser otro de los STARS. Una vez se le ocurrió esa idea, se sintió
en el deber de echar un vistazo, aunque eso no fuera muy inteligente. Caminó
rápidamente hasta el fondo del vagón mientras se preparaba para cualquier cosa.
No parecía posible que esa noche pudiera ocurrir algo más extraño aún, pero
también era cierto que la mayoría de lo que había pasado no parecía posible.
Quería estar preparada para todo.
Abrió la puerta del siguiente vagón y echó una ojeada mientras barría el
espacio con la nueve milímetros. Se sintió muy aliviada al encontrarlo vacío y sin
sangre. A la izquierda había una escalera que subía, y al frente, una puerta. Ésa
debía de ser la puerta que había oído cerrarse…
Y entonces se abrió y por ella entró Billy Coen.
Billy se detuvo, miró a la chica y a la pistola que llevaba en la mano y se
alegró de que estuviera viva, de que tuviera una arma y de que, al parecer, supiera
utilizarla. Después de lo que había descubierto, tener un compañero podía ser su
única oportunidad de sobrevivir.
—La cosa está mal —dijo, y pudo ver que ella sabía que no se refería al arma
que lo apuntaba. Rebecca no respondió, sólo lo miró fijamente y siguió
apuntándolo con la nueve milímetros. Billy supo que se habían acabado los juegos
y alzó las manos. La esposa que le colgaba le golpeó la muñeca.
—Esa gente, los que has matado, estaban enfermos —prosiguió Billy—. Uno
intentó morderme. Le pegué un tiro y encontré una libreta en su bolsillo.
¿Puedo…?
Comenzó a bajar la mano para llevársela al bolsillo trasero.
—¡No! ¡Mantén las manos en alto! —ordenó la chica, moviendo el arma. Aún
parecía asustada, pero aparentemente estaba dispuesta a arrestarlo.
—De acuerdo —contestó—. Cógela tú. Está en mi bolsillo trasero.
—Estás de broma, ¿no? No voy a acercarme a ti.
Billy suspiró.
—Es importante, es una especie de diario. No lo entiendo demasiado, pero es
algo sobre una investigación en un laboratorio que ha sido abandonado o
destruido, y también habla sobre un puñado de asesinatos que han estado
ocurriendo por aquí y de la posibilidad de que se haya escapado un virus. Algo
llamado el virus-T.
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Billy captó una chispa de interés en los ojos de Rebecca, pero ésta quería jugar
sobre seguro.
—Lo leeré cuando te vuelvas a poner las esposas —dijo.
Billy negó con la cabeza.
—No sé lo que está pasando, pero es peligroso. Alguien ha cerrado todas las
salidas, ¿te has dado cuenta? ¿Por qué no cooperamos hasta que podamos salir de
aquí?
—¿Cooperar? —Alzó las cejas—. ¿Contigo?
Billy se acercó y bajó las manos sin hacer caso del arma que le apuntaba a la
cara.
—Escucha, pequeña, por si no lo has notado, hay una mierda bien extraña en
este tren. Yo, por mi parte, quiero salir de aquí, y solos no tendremos ninguna
oportunidad de lograrlo.
Rebecca no bajó el arma.
—¿Esperas que confíe en ti? No necesito tu ayuda, puedo arreglármelas sola.
Y no me llames pequeña.
Billy estaba empezando a hartarse de ella, pero se contuvo.
—Muy bien, señorita Hazlotumisma —dijo—. ¿Cómo debo llamarte?
—Me llamo Rebecca Chambers —respondió—. Y para ti, agente Chambers.
—Bueno, Rebecca, ¿por qué no me explicas tu plan de acción? —preguntó
Billy—. ¿Vas a arrestarme? Perfecto, hazlo. Llama a todo el ejército y diles que
traigan la artillería pesada. Podemos esperarlos aquí.
Por primera vez, ella pareció dudar.
—La radio no funciona —repuso.
Mierda.
—¿Cómo vas a salir de aquí? —preguntó él—. ¿Por tierra o por aire? ¿Está
muy lejos tu transporte?
—Hemos venido en helicóptero, pero… se ha averiado —respondió
Rebecca—. Aunque eso no es asunto tuyo. Ponte las esposas. Mi equipo está
esperando fuera.
Billy bajó las manos.
—¿Están lejos? ¿Estás segura de que siguen por aquí?
La chica frunció el entrecejo.
—Esto no es un concurso de preguntas, teniente. Te voy a sacar de aquí. Date
la vuelta y ponte de cara a la pared.
—No. —Billy cruzó los brazos—. Dispara si tienes que hacerlo, pero de
ninguna manera voy a entregar mi arma o a dejar que me pongas las esposas.
Las mejillas de Rebecca enrojecieron.
—Tú harás lo que lo te diga o si no…
¡Craaak!
Ventanas rotas en el compartimento superior. Billy y Rebecca miraron hacia
arriba y luego el uno al otro. Unos segundos después oyeron encima de sus
cabezas lo que sonaba como pesadas pisadas, lentas y regulares… Luego nada.
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—El comedor —dijo Billy—. Y estaba vacío hace unos minutos.
Rebecca lo observó durante un instante y luego bajó ligeramente el arma. Fue
hasta el pie de las escaleras y miró hacia arriba con una expresión decidida en su
joven rostro.
—Espera aquí —le ordenó—. Iré a ver qué es.
Billy casi sonrió. Él había estado en las Fuerzas Especiales durante siete años
y había aprendido a disparar seguramente antes de acabar la escuela secundaria,
¿iba ella a protegerle a él?
—Creía que no confiabas en mí. ¿Qué impedirá que salte por una de las
ventanas y me escape?
La chica sonrió, aunque con una sonrisa fría y leve.
—Es peligroso, ¿recuerdas? Solo no tienes ninguna oportunidad.
Antes de que se le ocurriera algo adecuadamente cortante, ella había
comenzado a subir las escaleras, dispuesta al parecer a probarle que tenía la
suficiente autoridad. Chica tonta, con todo lo que estaba pasando, intentar probar
algo no tendría que ser su prioridad. Billy sabía que debía seguirla, impedir que se
dejara matar, pero necesitaba un minuto para pensar. La contempló llegar a lo alto
de la escalera y desaparecer al doblar la esquina sin mirar atrás.
Como dice la canción, ¿debo quedarme o debo irme?
Rebecca quería arrestarlo, pero eso también significaba que tendría que
mantenerlo vivo. Y ella necesitaba su ayuda, sin duda; era demasiado inexperta
para estar allí sola.
¿Y quién ha muerto y te ha nombrado su salvador personal? ¿Cuándo te vas a
enterar? Ya no eres uno de los buenos, ¿te acuerdas?
Salir corriendo seguía siendo una opción, pero ya no se sentía tan seguro de
sus opciones. Por si necesitara más pruebas de que los bosques eran peligrosos, la
libreta que había encontrado, el diario del hombre que lo había atacado, era más
que suficiente para convencerlo. Lo sacó y pasó las páginas hasta llegar a las
últimas anotaciones, las que le habían llamado la atención.
14 de julio
Hoy hemos tenido noticias del laboratorio de Arklay… y nos enviarán la semana que
viene para comprobar su estado. Algunos de los otros están preocupados por las
condiciones, por lo que puede quedar, pero como dice el jefe, alguien tiene que echar el
primer vistazo. Bien podemos ser nosotros…
El que escribía continuaba hablando de su novia, que se enfadaría al saber
que debía salir de la ciudad. Billy siguió adelante, buscando en las notas lo que
había leído antes.
16 de julio
… Hay tanto que aún no sabemos sobre las respuestas al virus-T… Dependiendo de
la especie y del entorno, sólo una dosis mínima del T causa sorprendentes cambios de
tamaño, un comportamiento agresivo y el desarrollo del cerebro… al menos en animales.
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Nada es inmune. Pero hasta que se puedan controlar mejor los efectos, la compañía está
jugando con fuego.
Billy pasó la página.
19 de julio
Finalmente se acerca el día… Estoy más ansioso de lo que esperaba. Los periódicos y
las emisoras de televisión de Raccoon City han estado informando sobre extraños asesinatos
en las afuera de la ciudad. No puede ser el virus. ¿O sí? Si lo es… No. No puedo pensar en
eso ahora. Tengo que concentrarme en la investigación, asegurarme de que avance sin
trabas.
Cambios de tamaño, comportamiento agresivo, desarrollo del cerebro. ¿En un
perro, por ejemplo? Y esa frase sobre «al menos en animales». ¿Qué haría ese virusT a los humanos? Billy estaba seguro de que ya había visto los resultados.
—Los convierte en zombis —murmuró. O en algo que era como los zombis.
El que había matado de un tiro estaba sin duda buscando alguna cosa para
almorzar. ¿Cómo llaman los caníbales a los humanos? Cerdos largos, eso era. Ese
destrozo andante buscaba algún cerdo largo, sin duda.
Bosques llenos de caníbales y monstruos. Probaría suerte con la chica. Hasta
ese momento ella se las había arreglado bien, había matado por lo menos a tres
pasajeros y conseguido no volverse loca. Si se quedaba con ella hasta que pudieran
salir de allí, luego ya inventaría un modo de escapar antes de que el resto del
equipo llegara, suponiendo que quedara algo de ese equipo.
Una chica, la chica, gritó desde lo alto; un sonido de puro terror. Billy agarró
el arma y se lanzó escaleras arriba; subió de dos en dos los escalones y esperó no
haber tardado demasiado en tomar una decisión.
En lo alto de la escalera había una pequeña curva y luego una puerta. Rebecca
la abrió, lenta y cuidadosamente, empujando con el cañón de la pistola, y entró.
Fue recibida por un humo fino y acre y por el tenue parpadeo de un fuego
que hacía bailar las sombras en las paredes. Era el vagón comedor, como había
dicho Billy, y había sido bonito, con las mesas cubiertas de manteles de lino y las
ventanas con cortinas de color crema. Pero estaba destrozado. Por todas partes
había platos y vasos rotos, mesas volcadas, manteles empapados de sangre y vino
derramado. Y cerca del fondo, una figura solitaria se hallaba encorvada sobre una
mesa. El extremo del mantel estaba ardiendo y las llamas ascendían lentamente.
Rebecca vio una lámpara de aceite hecha pedazos junto a la mesa; ése debía de ser
el origen del fuego, y aunque éste aún era pequeño, no lo sería por mucho rato.
El hombre apoyado sobre la mesa estaba absolutamente inmóvil, y cuando
Rebecca se acercó, vio que no era como los pasajeros de abajo. No parecía estar
infectado por lo que, según Billy, era el virus-T. Se trataba de un hombre mayor, de
aspecto distinguido, vestido con un traje marrón y con el cabello blanco
engominado peinado hacia atrás. Tenía la cabeza apoyada sobre el pecho, como si
se hubiese quedado dormido durante la cena.
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¿Un ataque al corazón? ¿O se habría desmayado? No parecía probable que
hubiera roto la ventana del piso superior y hubiera entrado por ahí, pero por lo
que Rebecca veía, no había nadie más en el salón. Nadie más podía haber dado los
pesados pasos que habían oído.
Rebecca se aclaró la garganta mientras se acercaba a él.
—Perdone —dijo, deteniéndose junto a la mesa. Notó que el hombre tenía el
rostro y las manos mojadas y que brillaban ligeramente bajo la luz del fuego—.
¿Señor?
No obtuvo respuesta. Pero el hombre respiraba. Rebecca podía ver cómo se le
movía el pecho. Se inclinó sobre él y le puso la mano en el hombro.
—¿Señor?
El hombre comenzó a alzar la cabeza y a volver el rostro hacia ella. Se oyó un
sonido enfermizo y húmedo, como de labios chupando algo viscoso, y la cabeza
del hombre resbaló por el torso y cayó al suelo.
El sonido húmedo se hizo más fuerte. El cuerpo decapitado comenzó a
temblar, a bullir, como si estuviera lleno de algo vivo. Rebecca retrocedió
tambaleante, y gritó con todas sus fuerzas cuando el cuerpo del hombre se
desmoronó como bloques mal apilados y cayó al suelo en grandes pedazos.
Cuando los trozos golpearon el suelo se desintegraron y la tela del traje cambió de
color: se volvió negra y se convirtió en muchas cosas, cada una del tamaño de un
puño.
Babosas, son como babosas…
Babosas con filas de minúsculos dientes. No babosas sino sanguijuelas,
gordas, redondas y de algún modo capaces de imitar la figura de un hombre,
incluso la ropa de un hombre.
¡No es posible, esto no puede estar pasando!
Rebecca retrocedió más, enferma de terror, mientras las criaturas se juntaban
de nuevo y se mezclaban unas con otras en una masa anormal e hinchada hasta
formar una brillante torre de oscuridad. Se remodelaron, adquirieron forma y
color, y de nuevo fueron el hombre mayor que Rebecca había visto sentado ante la
mesa. Las miró horrorizada, sin poder creer lo que veía. Incluso sabiendo que
estaba formado de cientos, tal vez miles, de desagradables criaturas, no podía ver
los espacios entre ellas, no hubiera podido saber que no era un hombre excepto por
lo que ya había visto con sus propios ojos. El tono del traje, la forma y el color del
cuerpo… La única pista de que no era un hombre era el extraño brillo de su piel y
de su traje.
El falso hombre extendió el brazo hacia atrás, como si estuviera a punto de
lanzar una pelota, y luego lo llevó de golpe hacia adelante. El brazo se alargó de
forma imposible. Rebecca se hallaba al menos a cinco metros, pero la brillante
mano húmeda dio un manotazo al aire a sólo unos centímetros de su rostro.
Rebecca tropezó con sus propios pies en su prisa por salir de allí y cayó al suelo,
mientras el brazo se recomponía de nuevo, volvía a ir hacia atrás y se preparaba
para un nuevo ataque.
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¡La pistola, estúpida! ¡Dispara!
Alzó el arma y disparó. Los dos primeros tiros fallaron el blanco, pero el
tercero y el cuarto desaparecieron entre el tambaleante cuerpo de la cosa. Pudo ver
la falsa piel formar ondas cuando las balas la alcanzaron. El traje y el cuerpo que
había debajo se movieron ligeramente, como si ella los viera a través de las ondas
que produce el calor sobre el asfalto en un día de verano. La criatura ni se detuvo
antes de lanzar de nuevo el brazo contra ella. Rebecca lo esquivó, pero la mano la
alcanzó y le golpeó ligeramente la mejilla izquierda. La joven gritó de nuevo, más
por la sensación de la mano que por la fuerza del golpe. Era una sensación fría,
áspera y viscosa, como piel de tiburón mojada en una ciénaga fangosa. Y, antes de
retirarse, esa mano la golpeó de nuevo y le hizo soltar la pistola. El arma resbaló
por el suelo y se detuvo bajo una de las mesas. El hombre dio otro paso
tambaleante. Ya estaba lo suficientemente cerca como para que su siguiente golpe
no fuera fácil de esquivar, y Rebecca sólo tuvo tiempo de pensar que era mujer
muerta.
¡Bam! ¡Bam! ¡bam!
La criatura retrocedía torpemente. Alguien disparaba una y otra vez. El
inesperado sonido la hizo encogerse mientras se ponía en pie con dificultad. Los
primeros disparos desaparecieron dentro de la forma, como antes, pero los tiros
siguieron. Encontraron el rostro maduro y brillante del monstruo y sus relucientes
ojos. Un líquido oscuro brotó de repentinas aberturas en el grupo mientras las
sanguijuelas saltaban en pedazos. En el sexto o séptimo tiro, el hombre cosa
comenzó a deshacerse en sus componentes, y los pequeños animales negros se
arrastraron hacia las ventanas rotas en cuanto tocaron el suelo.
Rebecca miró hacia la puerta y vio a Billy Coen de pie, en la clásica posición
de tirador, el arma agarrada con ambas manos y la mirada fija en la monstruosidad
que tenía ante sí mientras ésta completaba su silencioso desmoronamiento y volvía
a ser muchas criaturas. Las sanguijuelas seguían dirigiéndose hacia las ventanas,
dejando marcas de mucosidad sobre el suelo cubierto de restos y sobre las paredes
manchadas. Se deslizaron sin esfuerzo sobre los bordes puntiagudos de los vidrios
y desaparecieron en la tormenta nocturna. Al parecer, habían finalizado su ataque.
Un canto agudo y extraño atravesó el sonido de la lluvia. Aún bajo los efectos
de la impresión, Rebecca se acercó a la ventana, evitando con cuidado las
sanguijuelas que aún salían del vagón, y recuperó su arma antes de mirar hacia
fuera en busca del origen del canto. Billy se unió a ella sin intentar esquivar las
extrañas criaturas, y varias reventaron bajo el tacón de sus botas.
Lo vieron gracias a la luz de un relámpago. De pie en una colina de poca
altura hacia el oeste del tren. Una figura solitaria —un hombre a juzgar por su
altura y por la anchura de los hombros— alzó los brazos en un gesto de bienvenida
mientras cantaba con una voz de soprano sorprendentemente dulce, una voz
joven, sonora y potente. Cantaba en latín, como si fuera algo de iglesia. Y por si no
fuera suficientemente estrambótico, parecía estar en medio de un lago poco
profundo, porque el suelo parecía formar ondas a su alrededor. Estaba demasiado
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oscuro para verlo bien. Sólo una negra sombra y una silueta marcaban la presencia
del solitario cantante.
—Oh, Dios —exclamó Billy—. Mira eso.
Rebecca sintió que se le erizaban los pelos de la nuca y su boca se curvaba en
una mueca de asco. No había ningún lago. El suelo estaba cubierto de sanguijuelas,
miles de sanguijuelas que avanzaban hacia el joven cantante. La chica pudo ver
como el borde de su abrigo largo o de su túnica ondeaba cuando las criaturas se
metían y desaparecían bajo él.
—¿Quién es ese tipo? —pregunto Billy, y Rebecca movió la cabeza, negando.
Quizá fuera como el hombre de antes, hecho de pequeñas criaturas.
El tren se sacudió inesperadamente. Un sonido ascendente y mecánico
invadió el vagón, y el suelo vibró bajo sus pies. De repente, el tren comenzó a
moverse, primero lentamente, pero ganando velocidad rápidamente.
Rebecca miró a Billy y vio en su rostro la misma confusión que en el de ella.
Por primera vez sintió algo aparte de un furioso desprecio por el criminal. Estaba
atrapado en esa… pesadilla igual que lo estaba ella.
Y acaba de salvarme la vida…
—¿Aún te las arreglas sola? —preguntó él con una sonrisa irónica, y Rebecca
sintió que se deshacía el ligero vínculo que los unía. Pero antes de que pudiera
contestar, Billy pareció darse cuenta de que su intento de sarcasmo no era lo que la
situación requería—. Creo que a ambos nos iría bien un poco de ayuda —
prosiguió—. ¿Qué te parece? Sólo hasta que salgamos de ésta, ¿de acuerdo?
Rebecca pensó en las víctimas del virus que había visto y en las que había
matado, y sobre lo que Edward le había dicho: que el bosque estaba lleno de
zombis y monstruos. Pensó en el hombre hecho de sanguijuelas y en su extraño
amo cantante que habían visto bajo la lluvia. Y finalmente pensó en que alguien, o
algo, había puesto en marcha el tren. Incluso si Enrico y el resto del equipo seguían
aún vivos, se estaba alejando de ellos por minutos.
—Vale, de acuerdo —respondió, y aunque la pose arrogante y huraña de
Billy no cambió, Rebecca se dio cuenta de que el hombre se sentía aliviado. Y supo
que ella también.
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Capítulo 4
La solitaria figura sobre la colina contemplaba el tren mientras éste ganaba
velocidad y desaparecía entre la tormenta. Tenía el corazón rebosante de la canción
que se había derramado de sus labios y vibraba con tanta dulzura en el salvaje aire
de la noche llamando de vuelta a sus ayudantes. Habían cumplido su cometido. El
tren estaba preparado para la inevitable cuadrilla de limpieza, que llegaría en
cuanto el sol se pusiera. También habían hecho que la mayoría de infectados se
perdieran por los bosques, habían cerrado las puertas y puesto en marcha el motor.
Quería que fueran las sanguijuelas las que se alimentaran, no los portadores del
virus, y una vez que el equipo de Umbrella subiera al tren, no habría forma de
escapar. La lluvia caía sobre las sanguijuelas mientras éstas reptaban colina arriba
contestando a su llamada, a sus deseos. Las recibió con una sonrisa al acabar su
canción. Las cosas iban tan bien como pudiera desear. Después de una espera tan
larga, ya no quedaba mucho. Su sueño se cumpliría. Se convertiría en la pesadilla
de Umbrella y luego en la del mundo entero.
—Lo primero que tenemos que hacer es detener el tren —propuso Rebecca.
Billy asintió con un gesto.
—¿Alguna idea?
—Separémonos —contestó ella, tranquila, sorprendentemente tranquila
considerando por lo que acababa de pasar—. El vagón de cabeza está cerrado.
Tenemos que conseguir abrir esa puerta para llegar hasta la máquina.
—Disparemos a la cerradura —dijo Billy.
—Es un lector magnético —repuso Rebecca, negando con la cabeza—.
Tenemos que encontrar la tarjeta que hace de llave.
—He visto la oficina de un revisor…
—Cerrada —informó Rebecca—. Tendremos que encontrar una por nuestra
cuenta.
—Eso nos puede llevar un buen rato —indicó Billy—. Deberíamos
permanecer juntos.
—Entonces tardaríamos el doble. Preferiría salir de este trasto antes de que
llegue a donde sea que vaya.
Aunque no le gustaba nada andar solo por el tren y quería aún menos que
ella fuera sola, Billy no podía discutir la lógica de Rebecca.
—Comenzaré desde atrás e iré hacia adelante —dijo ésta—. Tú encárgate del
segundo piso. Nos encontraremos en el vagón de cabeza.
Estás hecha toda una mandona, ¿no crees, pequeña?, pensó Billy, pero prefirió no
decirlo. En algún momento de un futuro no muy distante, ella podría ser lo único
que le impidiera convertirse en el almuerzo de alguien.
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—Y te pegaré un tiro si intentas cualquier cosa rara —añadió Rebecca. Billy
estaba a punto de replicarle, pero entonces vio el brillo en los ojos de la chica. No
estaba hablando en serio. No del todo.
La joven hizo un gesto con la cabeza indicando el arma de Billy.
—¿Necesitas munición para ese trasto?
—Estoy servido. ¿Y tú?
Con otro gesto de cabeza, Rebecca fue hacia la puerta. Al llegar allí, se volvió.
—Gracias —dijo mientras gesticulaba vagamente hacia el fondo del vagón—.
Te debo una.
Antes de que él pudiera contestar, ella se había ido. Billy se quedó mirándola
un momento, bastante sorprendido de la disposición de la joven a enfrentarse a los
peligros del tren en solitario. ¿Había sido él tan valiente a su edad?
Se le llama «negación de la mortalidad». Pasa cuando eres tan joven, pensó. Sí,
también él había pensado que viviría para siempre. Pero que te condenaran a
muerte te hacía ver las cosas de una manera ligeramente diferente.
Se detuvo un instante para comprobar el vagón restaurante. Miró con asco los
restos aplastados y líquidos de unas cuantas docenas de sanguijuelas mientras
inspeccionaba apresuradamente detrás de la pequeña barra del bar y bajo las
mesas. Había una puerta cerrada al fondo de la sala, pero una patada rápida y una
ojeada le mostraron que sólo era una cabina de servicio vacía con un agujero en el
techo. No se entretuvo más de lo necesario. Suponía que lo mejor que podía hacer
era registrar los cuerpos de los empleados del tren.
Bajó las escaleras, se detuvo un momento al final y miró hacia el extremo del
tren antes de seguir. Rebecca Chambers parecía capaz de cuidar de sí misma, por
lo tanto, más valía que se ocupara de vigilar su propia espalda.
Volvió a cruzar la doble puerta; atravesó el primer vagón de pasajeros, que
seguía completamente vacío, y respiró profundamente antes de dirigirse hacia el
segundo. Lanzó una rápida mirada para asegurarse de que no había nadie por ahí,
y fue hacia las escaleras, sin querer mirar el cuerpo del hombre al que había
matado. Ya había matado antes, pero no era algo a lo que llegaras a acostumbrarte
si tenías conciencia.
El olor lo alcanzó antes de llegar al segundo piso, y avanzó más despacio,
respirando superficialmente. Era como agua de mar y podredumbre. Cuando llegó
arriba, vio el origen del olor y tragó bilis.
Ahora sabemos de dónde vienen.
Había llegado a un rellano al final de las escaleras. De allí partía un corredor
que giraba a la derecha unos cuantos metros más allá, y, desde el suelo hasta el
techo, la esquina izquierda del rellano estaba cubierta por algo parecido a una
inmensa tela de la que colgaban cientos de saquitos de huevos, como si fuera el
nido de una araña. Pero esos sacos eran negros y húmedos y brillaban bajo la tenue
luz de un aplique medio enterrado. Se balanceaban suavemente con el traqueteo
del tren, lo que los hacía parecer casi vivos. Por suerte, estaban vacíos. Deseaba con
todas sus fuerzas no encontrarse con la criatura que los había puesto.
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Se alejó lentamente de la esquina entelada pisando los hilos de materia
brillante, que se esparcían sobre el rellano como una alfombra, mientras
consideraba vagamente si, después de todo, el accidente del jeep había sido
realmente una suerte. No quería morir de ninguna manera, pero un pelotón de
fusilamiento, organizado y limpio, resultaba mucho más atractivo que ser
devorado por un montón de sanguijuelas de formas cambiantes.
No te líes, soldado. Estás donde estás.
Cierto. Recorrió el corredor y se relajó un poco al ver que estaba vacío. Había
dos puertas cerradas, una a cada lado del estrecho pasillo y ambas marcadas con
un número. Por eso y por la lujosa decoración supuso que se trataba de cabinas
privadas. Era una buena suposición. Abrió la primera puerta, la 102, y se encontró
en un pequeño dormitorio bien equipado y, por suerte, sin cuerpos ni sangre.
Desgraciadamente, tampoco había mucho más, aunque sí encontró un montón de
artículos personales en un pequeño armario. Había papeles, un paquete de fotos y
un joyero. Abrió el joyero y encontró dentro un anillo de plata de un diseño poco
corriente. Parecía parte de unos de esos grupos de anillos entrelazados, con un
claro dibujo hecho con muescas y giros. Como no estaba comprando joyas, lo
volvió a dejar en el joyero y se dirigió hacia el otro compartimento.
Cuando abrió la puerta de la 101 sintió una nueva esperanza. Allí, colocada
en el suelo como un regalo, había una escopeta. Billy la recogió y la abrió. Era una
Western de cañones superpuestos y cargada con dos cartuchos del calibre doce.
Rebuscando, encontró un puñado más de cartuchos, pero ninguna llave de tarjeta.
Cierre magnético o no, seguramente esto abrirá esa puerta, pensó, mientras se
guardaba los cartuchos en el bolsillo delantero. El peso del arma le resultaba
reconfortante. Estuvo tentado de ir a buscar a Rebecca inmediatamente, pero
decidió que más valía acabar lo que había empezado. Había una puerta al final del
corredor que seguramente llevaría al segundo piso del vagón contiguo y que
además lo acercaría a la cabeza del tren. Cuanto antes se reuniera con la chiquilla,
mejor. No tenía miedo de estar solo, no era eso, y ni siquiera estaba preocupado
por Rebecca, aunque algo había. Eran tantos años en el servicio que, si algo había
aprendido, era que estar solo en medio de un combate era la peor manera de estar.
La puerta no estaba cerrada con llave y se abría a un vagón salón, vacío y muy
elegante. A su derecha vio una barra de bar muy pulimentada y bien provista.
Junto a las paredes se alineaban elegantes mesitas que dejaban libre una amplia
extensión de suelo enmoquetado bajo unas recargadas lámparas que colgaban del
techo. Al igual que en el vagón anterior, no había sangre ni cuerpos. Billy echó un
vistazo detrás de la barra y luego se dirigió hacia la puerta que había en el otro
extremo del salón. Sintió una extraña inquietud al cruzar el espacio abierto y
apretó con más fuerza la escopeta.
Cuando ya casi había llegado al otro extremo de la sala, algo se estrelló contra
el techo.
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El sonido fue estruendoso, ensordecedor, y el golpe tan fuerte que la lámpara
que se hallaba tras el bar cayó al suelo y el cristal se hizo añicos. El tren se sacudió
sobre los raíles, y Billy se tambaleó y estuvo a punto de caer.
Consiguió mantener el equilibrio y se volvió para mirar. En el lugar donde
había estado la lámpara había una profunda hendidura. El metal estaba retorcido,
y mientras Billy miraba, dos «cosas» gigantes se clavaron en el techo,
atravesándolo a unos dos metros una de otra.
Billy las contempló asombrado, sin saber qué estaba viendo. Las agudas
piezas, grandes, cilíndricas y acabadas en punta, parecían estar divididas
longitudinalmente, partidas por la mitad. Parecían… ¿pinzas?
Se le hizo un nudo en el estómago. Eso era exactamente lo que eran, como las
pinzas de un cangrejo o un escorpión gigante, y mientras las contemplaba, se
abrieron mostrando unos bordes serrados. Las enormes pinzas se torcieron hacia
arriba y comenzaron realmente a serrar el techo de acero. El sonido del metal al
romperse era como un chirrido agudo.
Ya había visto bastante. Se dio la vuelta y corrió los escasos metros que lo
separaban de la puerta. Notó que lo cubría un sudor frío. A su espalda, el grito del
metal torturado continuaba creciendo. Agarró el manillar de la puerta, apretó…
Y estaba cerrada con llave. Claro.
Se volvió justo a tiempo de ver al propietario de las enormes pinzas saltar a
través del retorcido agujero que había hecho y bloquearle la única ruta de escape.
Rebecca acababa de decidir que el último vagón era seguro cuando el perro
atacó.
Después de dejar a Billy, había atravesado la cocina, situada en el último
vagón. Rebosaba de sangre y de utensilios culinarios caídos por todos lados, pero
por lo demás estaba vacía. Rebecca estaba comenzando a preguntarse si algunos de
los pasajeros y empleados podrían haber escapado, quizá cuando el tren fue
atacado por primera vez. Había demasiada sangre para tan pocos cadáveres. Pero
considerando el estado de los pocos pasajeros con los que se había topado, tal vez
fuera mejor así.
Le patinaron los pies sobre un charco de aceite mientras inspeccionaba la
cocina, pero aparte de eso su búsqueda transcurría sin incidentes. La puerta que
daba al resto del vagón, seguramente a algún tipo de almacén, estaba cerrada con
llave, pero había una especie de trampilla a la altura del suelo con una cubierta que
no le costó levantar. No le gustaba la idea de arrastrarse por un agujero oscuro,
pero sólo era un corto túnel, de un par de metros. Además, le había dicho a Billy
que comenzaría por la parte trasera del tren y tenía intención de ser concienzuda.
Hacer bien su trabajo era algo a lo que aferrarse en medio de toda esa locura. Las
víctimas del virus ya eran un gran mal rollo, y el hombre hecho de sanguijuelas…
No pienses en eso. Busca la tarjeta, encuéntrala, detén el tren, consigue ayuda de
verdad. Alguien que no sea un asesino convicto.
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Billy era su único puerto en medio de la tormenta, por así decir, y era cierto
que le había salvado la vida, pero confiar en él más de lo estrictamente necesario
sería una estupidez.
Había tenido razón con respecto al siguiente compartimento. Después de
arrastrarse claustrofóbicamente por lo que, por suerte, había sido un corto trecho,
se levantó en un espacio de almacenamiento apenas iluminado por una única
bombilla. Había cajas y bidones a lo largo de las paredes, la mayoría ocultos entre
las sombras. Nada se movía excepto el propio tren, que avanzaba traqueteando
sobre la vía.
Al fondo del compartimento se encontraba una puerta con una ventana.
Rebecca se acercó con el arma por delante y los brazos extendidos y vio oscuridad
y movimiento al otro lado. El sonido del tren se hizo más fuerte. Se dio cuenta de
que por fin estaba en el último vagón, mirando hacia el exterior. Sintió algo
parecido al alivio sólo de saber que el mundo seguía existiendo allá fuera. Y
llegado lo peor, siempre podía saltar. El tren iba bastante rápido, pero era una
opción. Clic.
Se volvió al oír el ligero sonido a su espalda y apuntó hacia la nada con el
corazón golpeándole dentro del pecho. El tren seguía avanzando, y las sombras
yendo y viniendo. El sonido no se repitió. Después de un tenso instante, Rebecca
respiró hondo y sacó todo el aire. Probablemente habría sido una de las cajas al
bambolearse. Como el resto de ese vagón —bueno, al menos el piso bajo—, el
almacén parecía ser seguro. Dudaba de que hubiera una llave de tarjeta en este
lugar, pero al menos podría decir que lo había registrado. Clic. Clic. Clic-clic-clic.
Rebecca se quedó helada. El sonido estaba justo a su lado, y sabía qué era;
cualquiera que hubiera tenido un perro lo sabría: el golpeteo de las uñas sobre una
superficie dura. Movió lentamente la cabeza hacia la derecha, donde vio que había
un par de cestas para perros, ambas con la puerta abierta. Y saliendo de las
sombras, detrás de la más cercana…
Todo pasó muy de prisa. Con un furioso gruñido, el perro saltó. Rebecca tuvo
tiempo de apreciar que era como los otros que había visto, enorme, infectado y
destrozado. Luego, su pie derecho se alzó en un acto reflejo. Lanzó una violenta
patada y le dio a la criatura en el costado del enorme pecho. Con un horrible
sonido húmedo, oyó y notó como un gran trozo del pecho del animal se hundía, la
piel se separaba del músculo grisáceo y un pedazo de pellejo apelmazado se le
pegaba a la suela del grasiento zapato.
Increíblemente, el perro siguió avanzando como si no notara la herida, con las
goteantes fauces abiertas. La atraparía antes de que ella pudiera levantar el arma,
estaba segura. Casi podía sentir los dientes clavándosele en el brazo, y también
supo que un mordisco de ese perro la mataría, la transformaría en uno de los
muertos vivientes.
Pero antes de que los dientes llegaran a tocarla, se le fue el otro pie,
manchado de aceite, y resbaló. Rebecca cayó al suelo y se golpeó la cadera, pero el
perro pasó sobre ella, soltando un penetrante olor a carne podrida. El perro llegó a
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tocarla. Llevado por el impulso, una de las patas traseras le había pisoteado el
hombro izquierdo al pasar sobre ella.
Su afortunada caída sólo le había regalado un segundo. Rebecca rodó sobre el
estómago, extendió el brazo y disparó. Le dio al animal mientras éste se volvía
para seguir atacando. El primer tiro fue demasiado alto, pero el segundo dio en el
blanco y la bala le entró a la pobre bestia por el ojo izquierdo.
El perro se desplomó sobre el suelo, muerto ya antes de caer. La sangre
empezó a derramarse alrededor del animal. Rebecca se alejó arrastrándose y se
puso en pie. La virología no era su especialidad y sólo tenía conocimientos básicos,
pero estaba dispuesta a apostar a que la sangre del perro estaría caliente y sería
altamente infecciosa. No tenía ningún interés en pillar lo que corría por ahí. Eso no
era un resfriado común y corriente.
Suponiendo que esto sea un virus, pensó, mientras miraba a la masa podrida que
había sido un can. Ese misterioso virus-T del que había hablado Billy tenía tan
poco sentido como todo lo demás. ¿Cómo se había extendido? ¿Cuál era su grado
de toxicidad y con qué rapidez se multiplicaba en el cuerpo del portador?
Se raspó la suela del zapato contra una de las perreras y esperó que el
húmedo sonido de desgarro se le borrara de la memoria con la misma facilidad. De
repente, vio algo brillando en las sombras. Se inclinó y recogió un pequeño anillo
de oro grabado con un dibujo poco corriente. No parecía ser de oro auténtico y
probablemente no valía nada, pero era bonito. Y teniendo en cuenta todo lo
sucedido, se podía considerar afortunada de estar ahí contemplándolo.
—Lo que lo convierte en un anillo de la suerte —dijo, y se lo puso en el dedo
índice de la mano izquierda. Le ajustaba casi a la perfección.
El anillo fue todo lo que encontró. No había ninguna tarjeta magnética
rondando por ahí, ni nada que le pudiera ser útil. Salió un momento a la
plataforma trasera e inmediatamente se quedó empapada. La tormenta era
torrencial, y el tren iba a demasiada velocidad para pensar en saltar. Sintió un
breve rayo de esperanza cuando vio un panel en el que ponía FRENO DE
EMERGENCIA , pero unos cuantos toques a los controles demostraron que no tenían
corriente. ¡Pues vaya con las emergencias!
Regresó al interior mientras se apartaba el pelo mojado de la frente. Había
llegado el momento de ir hacia adelante e intentar registrar los cuerpos de los
hombres que Billy y ella habían matado. Por muy desagradable que fuera esa idea,
no tenía muchas alternativas. No sabían si alguien estaba conduciendo el tren o si
iba sin control. Fuera como fuera, tenían que conseguir controlarlo.
Miró hacia el perro que yacía a su espalda una vez más antes de marcharse,
por la puerta esta vez, y no pudo evitar pensar en lo afortunada que había sido y
en cuan fácilmente podría haber recibido un mordisco o haber muerto destrozada.
No volvería a bajar la guardia; sólo esperaba que Billy estuviera teniendo
mejor suerte.
¡Dios bendito!
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Billy se quedó mirando con la boca abierta y el cerebro paralizado ante lo
imposible que resultaba la cosa que tenía delante de él, a menos de diez metros.
Podía parecerse a un escorpión, si los escorpiones crecieran hasta tener el
tamaño de un coche deportivo. El monstruo que había atravesado el techo del tren
era como un insecto, de unos tres metros de largo, con un par de pinzas gigantes y
acorazadas a cada lado del rostro plano y una cola larga e hinchada que se
arqueaba sobre su espalda y acababa en un aguijón curvado más grande que la
cabeza de Billy. Tenía muchas patas, pero Billy no estaba de humor para contarlas,
no mientras esa cosa avanzara hacia él, emitiendo un sonido parecido al de un
motor sobrecalentado al golpear el suelo con sus articuladas extremidades. La
lluvia caía a raudales por el agujero del techo. Era como una escena infernal, con la
criatura emergiendo de la húmeda niebla como en una pesadilla.
No había tiempo para pensar. Billy se echó la escopeta de caza al hombro, la
montó y apuntó al cráneo plano y chato de la cosa. Entre el movimiento del tren y
el avance rasposo y tambaleante de la monstruosidad, le llevó unos segundos
asegurar el tiro, unos segundos que le parecieron eternos. La criatura se acercó, y a
cada resonante paso los duros pelos de sus puntiagudas pezuñas arrancaban
retazos de la elegante alfombra.
Billy apretó el gatillo, y la escopeta le golpeó el hombro con suficiente
violencia como para causarle un hematoma. Diana. La cosa lanzó un chillido
agudo y un borbotón de un fluido lechoso salió a presión del cráneo acorazado.
Billy no se detuvo a evaluar el daño, volvió a apuntar y disparó.
¡Bumm!
La cosa gritó aún más fuerte, pero siguió avanzando. Billy abrió el arma, hizo
saltar los cartuchos y buscó unos nuevos. Hurgó en el bolsillo nerviosamente y los
cartuchos cayeron al suelo mientras el monstruo cubría la distancia rápidamente,
demasiado rápidamente.
Le quedaba un solo cartucho en el bolsillo. Lo agarró, lo metió en el cañón y
se colocó la escopeta a la altura de la cadera.
Como no sirva éste…
El tiro le dio al monstruo en el centro de su desagradable rostro, a sólo un
metro de donde se hallaba Billy, tan cerca que notó que el calor del residuo de
pólvora le golpeaba la piel desnuda y se le incrustaba. El agudo chillido se detuvo
cuando un gran pedazo irregular de exoesqueleto saltó por los aires desde la parte
trasera de la cabeza del monstruo y salpicó la espasmódica cola de sangre y trozos
de masa cerebral. Un temblor sacudió a la cosa, las enormes pinzas saltaron hacia
fuera, abriéndose y cerrándose, y la cola aguijoneó el aire. Con un borboteante
grito final, el monstruo cayó al suelo y pareció desinflarse mientras las pinzas y el
resto del cuerpo dejaban de moverse.
El olor que despedía, como de grasa sucia, rancia y caliente, era casi
devastador, pero Billy permaneció inmóvil durante más de un minuto, esperando
para asegurarse de que el bicho estaba muerto. Podía ver por dónde habían
penetrado los dos primeros tiros, ligeramente a la izquierda, aunque el último
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había sido bueno y había descascarillado la armadura que protegía los negros
ojillos.
¿Qué era aquello? Lo contempló horrorizado, sin estar muy seguro de
quererlo saber. Debía de estar relacionado con los perros y los muertos vivientes,
con el virus-T. El diario que había encontrado decía algo sobre que incluso
pequeñas dosis causaban cambios de tamaño y agresividad…
Lo que significa que este tipo debe de haberse tragado unos diez litros como mínimo.
¿Accidentalmente? Para nada.
El diario también decía algo de un laboratorio. Y de controlar los efectos del
virus y de que, hasta que lo pudieran controlar, la empresa estaba «jugando con
fuego».
Las implicaciones estaban bien claras. Quizá el virus-T se hubiera escapado
accidentalmente, pero esa empresa, fuera la que fuera, sabía de antemano lo que el
virus podía hacer. Habían estado experimentando con él.
Pero, por el momento, lo único que importaba era que la cosa estaba muerta y
que se había acabado el buscar la llave. A la porra el ir solo. Si el rey escorpión
tenía hermanos o hermanas rondando por ahí, Billy quería que fuera otro quien
tuviera que aguantarlos.
Recogió los cartuchos que se le habían caído y cargó la escopeta. Luego rodeó
con cuidado el enorme cuerpo apestoso del monstruo y fue en busca de Rebecca.
Quizá ella hubiera tenido mejor suerte.
Justo al entrar en el siguiente vagón, Rebecca creyó oír una arma de fuego a
su espalda. Se detuvo en la puerta y se apoyó en el marco mientras contemplaba
aturdida el perro muerto y escuchaba atentamente. Los truenos retumbaban en el
exterior. Pasado un momento, desistió de intentar oír algo y avanzó hacia la cabeza
del tren.
Se movía lentamente, preparándose para ver a Edward de nuevo, y deseó
haber pensado en coger una manta o algo entre el revoltijo del vagón de pasajeros.
Quizá el abrigo de alguno de los muertos. Lo que era seguro es que no tenía nada
más, excepto una creciente sensación de indignación hacia quien fuera que hubiera
dejado escapar el virus-T y un fuerte dolor de cabeza de tanto contener la
respiración. Ni llaves ni nada que pudiera servir para algo. Pensó en el cadáver del
empleado del tren que había hallado en el vagón delantero, donde también se
había encontrado con Edward. Quizá la llave que agarraba con su mano muerta
resultara útil.
Llegó a la esquina del pasillo y se obligó a doblarla, evitando el charco de
fluidos que habían salido del perro muerto.
Edward había desaparecido.
Rebecca se detuvo en seco y se quedó observando el lugar. El segundo perro
continuaba en el mismo sitio, pero un trozo de gasa roja y unas cuantas
salpicaduras sangrientas era todo lo que indicaba que el cuerpo de Edward
también había estado allí. Eso y el penetrante olor a putrefacción. Una brisa fresca
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y húmeda entraba por las ventanas, pero el hedor era demasiado fuerte para que
pudiera con él.
Todo pareció moverse a cámara lenta cuando miró hacia abajo y vio huellas
sobre la sangre del perro. Las siguió con la mirada. Las marcas de botas eran
manchas rojas alargadas, como si quien caminara estuviera borracho o… enfermo.
No. No le había encontrado el pulso. El tiempo se ralentizó aún mas. Finalmente
alzó la mirada del suelo y vio el borde de un brazo desnudo; alguien a quien no
podía ver estaba justo al final del corredor. Alguien alto. Alguien que calzaba
botas.
—No —exclamó, y Edward se apartó de la pared y quedó a la vista. Cuando
la vio, sus resecos labios se abrieron y dejó escapar un gemido. Avanzó
rígidamente hacia ella, con la cara gris y los ojos en blanco—. ¿Edward?
Él continuó avanzando, tambaleándose, rozando la pared con el hombro
empapado de sangre, los brazos colgando sin fuerza a los costados y el rostro
vacío, sin rastro de inteligencia. Era Edward, era su colega, pero Rebecca alzó la
pistola, dio un paso atrás y le apuntó.
—No me obligues a hacerlo —dijo, mientras una parte de su mente se
preguntaba cuan parecido a la muerte era el estado en que el virus sumía a sus
víctimas. Debe de haberle reducido el ritmo cardíaco… Edward gimió de nuevo.
Parecía desesperadamente hambriento, y aunque sus ojos casi no se distinguían
bajo la nube blanquecina, Rebecca alcanzó a verlo como para entender que eso ya
no era Edward. Él se tambaleó, acercándose.
—Descansa en paz —murmuró Rebecca, y disparó. La bala le perforó un
limpio agujero en la sien izquierda. Lo que había sido Edward permaneció
completamente inmóvil por un instante, sin que desapareciera su expresión
embotada de hambre, y luego se desplomó sobre el suelo.
Cuando Billy la encontró, unos minutos después, Rebecca aún seguía allí,
apuntando con la pistola al cadáver de su amigo.
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Capítulo 5
William Birkin se apresuró a atravesar el fondo de la planta de tratamiento de
agua mientras se dirigía hacia el control B, en el primer sótano, varios pisos por
encima. Se sentía atemorizado incluso por el resonante sonido metálico de sus
propios pasos en los cavernosos pasillos. El lugar parecía frío y muerto, como una
tumba, lo que, hasta cierto punto, no era una mala analogía. Pero él sabía lo que
merodeaba detrás de las puertas cerradas ante las que pasaba, sabía que estaba
rodeado de abundante vida, al menos de un cierto modo de vida. De alguna forma,
ese conocimiento hacía que los vagos ecos causados por sus movimientos le
resultaran aún más sacrílegos, como si estuviera gritando en medio de un depósito
de cadáveres.
Que es lo que realmente es. Aún no están muertos. Tus colegas, tus amigos…
Tranquilízate. Todos sabíamos que existía esta posibilidad, todos. Ha sido mala suerte, eso
es todo.
Mala suerte para ellos. Él y Annette se hallaban en los laboratorios de la
ciudad, finalizando la descomposición de la nueva síntesis, cuando ocurrió el
vertido.
Había llegado a las escaleras de comunicación de la parte trasera del B4 y
comenzó a subir. Se preguntó si Wesker seguiría esperando. Probablemente. Birkin
llegaba tarde. Le había costado abandonar su trabajo aunque fuera por un
momento, y Albert Wesker era un hombre preciso y puntual, entre otras cosas. Un
soldado. Un investigador. Un sociópata.
Y quizá fue él. Quizá fue él quien provocó el vertido.
Era posible. Wesker sólo era leal a Wesker, y siempre había sido así, y aunque
llevara mucho tiempo en Umbrella, Birkin sabía que estaba buscando la manera de
salirse. Por otro lado, echarse piedras a su propio tejado no formaba parte de su
estilo, y Birkin conocía a Wesker desde hacía unos veinte años. Si Wesker hubiera
causado el vertido, sin duda no se habría quedado por ahí para ver qué pasaba.
Birkin llegó al final del tramo de escaleras, dio media vuelta y comenzó a
subir el siguiente tramo. Supuestamente, los ascensores seguían funcionando, pero
no quería arriesgarse. No había nadie por ahí que pudiera ayudarlo si algo iba mal.
Nadie excepto Wesker, y a juzgar por las apariencias, el capitán de los STARS
había decidido marcharse a casa.
En lo alto del segundo tramo, Birkin oyó algo, un sonido suave que provenía
de detrás de la puerta que daba acceso al segundo nivel de los sótanos. Se detuvo
un instante y se imaginó a algún desgraciado tras la puerta; tal vez estuviera
golpeándose irracionalmente una y otra vez contra el obstáculo en un vago afán de
salir de allí. Cuando se identificó la infección, las puertas interiores se cerraron
automáticamente atrapando a la mayoría de los trabajadores infectados y a los
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sujetos de estudio que habían escapado. Los corredores principales estaban
limpios, al menos entre las salas de control.
Echó una mirada a su reloj y comenzó a subir el tramo final de escaleras. No
quería que se le escapara Wesker, suponiendo que aún siguiera por allí.
Pero si Wesker no lo había hecho, entonces ¿quién?, ¿cómo?.
Todos pensaron que había sido un accidente, incluso él mismo, hasta hacía
una horas, cuando Wesker lo había llamado para explicarle lo del tren. Con ése ya
eran demasiados accidentes. Dios sabía que había gente más que suficiente con
razones para intentar sabotear a Umbrella, pero no era fácil conseguir un pase para
los niveles inferiores en ninguno de los laboratorios de Raccoon.
Y si… Wesker había mencionado algo sobre que la compañía quería datos
reales sobre el virus, no sólo simulaciones sino algo práctico; quizá lo hubieran
dejado escapar ellos mismos. Podían haber enviado a uno de sus comandos para
hacer saltar el corcho que no debería haber saltado nunca, por decirlo de alguna
manera.
O tal vez sea así como planean conseguir el virus-G. Creando todo este caos y luego
colándose sigilosamente para robarlo.
Birkin apretó los dientes. No. Aún no sabían lo cerca que estaba de lograrlo, y
no lo sabrían hasta que él estuviera bien preparado. Había tomado precauciones,
escondido cosas, e incluso Annette había sobornado a los vigilantes para que se
mantuvieran apartados. Lo había visto ocurrir demasiadas veces: la compañía
apartaba a un científico de su investigación porque quería resultados instantáneos,
y para ello se la entregaba a gente nueva… Y al menos en dos casos que conocía
directamente, el científico inicial había sido eliminado, la mejor manera de que no
se pasara a la competencia.
Pero a mí no me pasará. Y tampoco al virus-G.
Era la obra de su vida, pero lo destruiría antes de dejar que se lo arrebataran
de las manos.
Llegó a la sala de control que buscaba. En realidad se trataba de una
plataforma de observación que compartía el espacio con el generador auxiliar de la
planta, que afortunadamente se hallaba en silencio. Las luces no funcionaban, pero
mientras avanzaba por la pasarela metálica vio a Wesker sentado ante las pantallas
de vigilancia, con la espalda recortada contra el destello de los monitores. Como
hacía a menudo, Wesker llevaba puestas las gafas de sol, una costumbre afectada
que siempre había irritado a Birkin; era como si el tipo pudiera ver en la oscuridad.
Antes de que le anunciara su presencia, Wesker ya había alzado una mano,
sin mirar siquiera por encima del hombro, para que Birkin se acercara.
—Ven a ver esto.
Su voz era autoritaria y urgente. Birkin se apresuró a unirse a él y se inclinó
sobre la consola para ver lo que tanto interesaba a Wesker.
Éste tenía la vista fija en una escena del centro de formación, en lo que parecía
la videoteca del segundo piso. Un recluta vagaba por la sala. Era evidente que
estaba infectado y llevaba el uniforme de trabajo manchado de sangre y otros
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fluidos. Sin duda se lo veía mojado, pero Birkin no notó nada especialmente
extraño en él.
—No veo… —comenzó, pero Wesker lo interrumpió.
—Espera.
Birkin contempló cómo el joven recluta, un chico que nunca llegaría a viejo
gracias al virus-T, chocaba con un pequeño escritorio en un rincón de la sala, luego
se daba la vuelta y regresaba, tambaleándose como hacían todos los portadores,
hacia los bancos de los ordenadores. La cámara lo siguió. Justo cuando Birkin
estaba a punto de preguntar a Wesker qué estaban buscando, lo vio.
—Ahí —indicó Wesker.
Birkin parpadeó sin estar seguro de lo que había visto. Mientras volvía hacia
los ordenadores, el brazo del recluta se había alargado y afinado, se había estirado
casi hasta tocar el suelo y luego había vuelto a su forma normal. El proceso había
durado menos de un segundo.
—Es la tercera vez que pasa durante la última media hora, más o menos —
informó Wesker sin alzar la voz.
El recluta continuó vagando por la reducida sala, y de nuevo pareció
indistinguible de cualquiera de los otros condenados que aparecían en las
pequeñas pantallas.
—¿Un experimento del que no estábamos informados? —preguntó Birkin.
Pero sabía que era improbable. Ambos estaban tan al corriente de todo como
cualquier otra persona fuera de las oficinas centrales.
—No.
—¿Mutación?
—Tú eres el científico, dímelo tú —replicó Wesker.
Birkin reflexionó un instante y luego negó con la cabeza.
—Supongo que sería posible, pero… No, no lo creo.
Observaron en silencio al soldado durante un momento, pero éste volvió a
cruzar la sala sin que nada se alargase o cambiase. Birkin no sabía qué era
exactamente lo que habían visto, pero no le gustó nada de nada. En la complicada
serie de ecuaciones en que se había convertido su vida, entre su trabajo y su
familia, entre los desastres de Raccoon y sus sueños de conseguir crear
artificialmente el virus perfecto, lo que habían visto era una incógnita. Era algo
nuevo.
Un crujido de estática rompió el silencio y la voz desconocida de un hombre
se oyó en medio de un zumbido.
—Tiempo de llegada aproximado, diez minutos, cambio.
Eso tenía que ser el equipo de limpieza de Umbrella dirigiéndose hacia el
tren. Wesker le había dicho que estaban en camino. Éste apretó un botón.
—Afirmativo. Informe cuando alcancen el objetivo. Cambio y corto.
Volvió a apretar el botón, y los dos hombres continuaron contemplando al
soldado desconocido, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Birkin no
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sabía lo que pensaba Wesker, pero él empezaba a creer que había llegado la hora
de abandonar Raccoon.
—Rebecca.
La joven no contestó ni se volvió hacia él, únicamente bajó el arma. Billy
deseó que hubiera algo que pudiera decir, pero supuso que sería mejor mantener la
boca cerrada. La situación hablaba por sí misma: el hombre tendido en el suelo
llevaba el uniforme de los STARS, probablemente era un amigo de la chica, y había
sido infectado.
Billy le concedió un momento a Rebecca, pero no pensaba que pudieran
permitirse muchos más lujos. No podía estar seguro, pero parecía que el tren
estaba ganando velocidad. Si estaba sin control, seguramente descarrilarían y
probablemente morirían. Si alguien lo controlaba, entonces necesitaban saber quién
y por qué.
—Rebecca —dijo de nuevo, y esta vez la joven se volvió hacia él, sin
avergonzarse de sus lágrimas. Lo miró sorprendida.
—¿Te he oído disparar hace unos minutos? —le preguntó.
Billy asintió con un gesto e intentó sonreír, pero no le salió.
—Un bicho monstruoso. ¿Y tú?
—Un perro —contestó Rebecca, y se enjugó la última lágrima—. Y… alguien
a quien conocía.
Billy se removió incómodo y ambos se quedaron en silencio durante un
segundo. Finalmente, Rebecca suspiró y se apartó el flequillo de la frente.
—Dime que has encontrado las llaves —dijo.
—Algo parecido —repuso él, alzando la escopeta.
—No servirá —replicó ella, y suspiró de nuevo—. Tiene cierres magnéticos,
como la cámara de un banco o algo así.
—¿En un tren de pasajeros? —preguntó Billy.
—Es privado. —Rebecca se encogió de hombros—. Umbrella.
La compañía farmacéutica. Entre el consejo de guerra y la sentencia, Billy no
había prestado mucha atención sobre donde lo iban a ejecutar, pero lo recordó de
repente: Raccoon City, lo más parecido a una metrópolis que había en esa zona y el
lugar donde la megacorporación se había instalado inicialmente.
—¿Tienen su propio tren?
Rebecca asintió.
—Umbrella está por todas partes aquí. Oficinas, investigación médica,
laboratorios…
«Hoy hemos tenido noticias del laboratorio de Arklay… y nos enviarán la
semana que viene para comprobar su estado.»
El bosque de Raccoon, la misma Raccoon City, todo se hallaba situado en las
montañas Arklay.
Los pensamientos de Rebecca parecían ir en la misma dirección.
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—No pensarás que…
—No lo sé —repuso Billy—. Y en este momento, no me importa. Aún
tenemos que atravesar esa puerta.
Rebecca comenzó a caminar de nuevo hacia la parte delantera del tren, luego
pareció pensárselo mejor, quizá porque no quería ver a su amigo. Fijó los ojos en el
suelo y habló en voz baja.
—Hay un cadáver junto a la puerta, un hombre con una llave en la mano —
dijo—. Puede que abra algo útil.
—Espérame un segundo —le indicó Billy.
Pasó ante ella y avanzó por el corredor hasta llegar al final. El decrépito
cadáver de un empleado del tren se hallaba apoyado contra la puerta cerrada, era
el cuerpo sobre el que la joven estaba inclinada cuando se vieron por primera vez.
Y sí que tenía una llave metálica en la agarrotada mano. Billy se la cogió y la
observó bajo la tenue luz. Tenía pegada una etiqueta en la que se leía VAGÓN
RESTAURANTE.
Qué gran ayuda, muchísimas gracias.
La dejó a un lado y pasó cerca de un minuto registrando la chaqueta del
cadáver. En un bolsillo sólo encontró un paquete de cartas, y en el bolsillo
delantero un puñado de caramelos de menta cubiertos de borra… Pero en otro
había varias llaves más cogidas a una anilla. Dos no estaban etiquetadas, pero en
una tercera estaba grabada la palabra REVISOR en el metal. Billy se las guardó en el
bolsillo y, después de pensarlo un momento, se agachó y con cuidado le sacó la
chaqueta al cadáver. No pudo evitar una mueca de asco al notar la textura fría y
esponjosa de su piel. El pobre tipo no parecía haber pillado el virus, pero una o
varias personas desconocidas lo habían mordido repetidamente, del rostro y las
manos le habían arrancado grandes pedazos de piel y músculo; estaba hecho un
desastre.
Billy regresó a donde se hallaba Rebecca, pero se detuvo antes para cubrir con
la chaqueta el cadáver del STARS muerto. Sólo le ocultaba el rostro y la parte
superior del cuerpo, pero supuso, pensando en la chica, que cualquier cosa sería
mejor que nada. Cuando ella se acercó, le hizo un movimiento con la cabeza en
señal de agradecimiento, pero no dijo nada.
—La llave que viste era del vagón restaurante, donde ya hemos estado —le
explicó, y sacó el llavero del bolsillo—, pero puede ser que éstas abran algo.
Se hallaban ante la puerta que estaba señalada como la oficina del revisor.
Billy alzó la llave grabada. Con un gesto de asentimiento de Rebecca, la metió en la
cerradura y la hizo girar sin problemas. Alzó su arma y empujó la puerta,
preparado para disparar contra cualquier cosa que no se identificara al primer
segundo.
No había nadie. Billy se relajó un poco y entró en la oficina. Rebecca esperó
en la puerta con el arma desenfundada y miró hacia el escritorio cubierto de
papeles. Comenzó a revisarlos mientras Billy registraba el resto de la cabina.
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—Horarios, cartas… Hay algo llamado «Manual de uso del lanzagarfios» —
dijo Rebecca—. Informes de mantenimiento; una nota sobre un cierre de anillo, sea
lo que sea eso; hojas de pedido para la cocina…
Billy abrió el armario mientras ella seguía recitando el contenido del
escritorio. Un par de letreros, postales y varias notas enganchadas en el interior de
la puerta, talonarios de gastos y un maletín cerrado. Billy lo cogió y lo sacudió.
Algo se agitó en el interior, pero pesaba muy poco. ¿Podría ser una llave? No era
probable, pero siempre quedaba la esperanza.
Examinó la cerradura con el entrecejo fruncido. No había agujero para
ninguna llave, aunque en la parte superior tenía una hendidura en forma de
círculo. Movió el picaporte. Estaba firmemente cerrado. Seguramente lo podría
desmontar, pero era de buena calidad y posiblemente le ocuparía un tiempo que
no podía perder.
—Hace un momento has dicho algo de un cierre de anillo, ¿no? —preguntó.
Rebecca apartó unos cuantos papeles.
—Ah… Aquí. Es una nota escrita a mano; dice: «Modo de acceso a porta,
cierre de anillo separado, dos partes.»
¿A «porta» qué? Billy comenzó a encogerse de hombros, y entonces sintió una
oleada de excitación. ¡Al portafolios! La llave estaba en el maletín, lo presentía.
Observó atentamente la cerradura y de repente recordó el extraño anillo de plata
que había hallado arriba, antes de su encuentro con la cosa escorpión. Las muescas
de la hendidura se parecían a las del anillo.
Pero en la nota dice dos partes, y…
—Eh, he encontrado un anillo en la parte trasera del tren —exclamó Rebecca.
Billy alzó la mirada mientras la joven se sacaba un anillo de oro del dedo índice, y
antes de que se lo entregara, supo que se trataba de la segunda parte.
—Creo que hemos dado en el clavo —dijo Billy, sonriendo. Era su primera
sonrisa desde… desde no sabía cuándo. En la cabina del maquinista tenía que
haber una radio, y controles, y tal vez un mapa que les dijera cómo diablos salir de
los bosques.
Ya casi habían salido de ésta, estaba seguro.
Pero no tenía ni idea.
Alguien había hecho arrancar el maldito tren. Era posible que alguno de los
empleados siguiera vivo, pero Wesker supuso que lo más seguro era que uno de
los portadores, con el cerebro hecho papilla, se hubiera caído sobre los controles.
En cualquier caso, el piloto del helicóptero ni siquiera había dudado, simplemente
había cambiado el momento de llegada en unos cuantos segundos. Lo habían
alcanzado a tiempo; si no lo detenían, el tren se iría directo contra el centro de
formación y se estrellaría, y lo último que necesitaban era llamar la atención sobre
cualquiera de las áreas infectadas que se habían aislado.
—Nos desplegamos ahora, cambio.
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Wesker esperó. Podía oír el ruido del helicóptero en el fondo, incluso podía
oír las cuerdas por las que descendían los hombres cortando el viento. Deseó a
medias estar allí, a punto de pisar el maldito tren que avanzaba a toda velocidad
bajo la noche tormentosa, con el arma desenfundada, y los enfermos andantes
esperando encontrar el descanso eterno en medio de un baño de sangre y huesos.
Birkin le interrumpió su agradable fantaseo. Había inquietud en su voz y su
actitud mientras extendía la mano para tapar el micrófono con la palma.
—¿Estás seguro que esto es el virus? Quiero decir, ¿no podría tratarse de un
secuestro o de… un fallo mecánico, quizá? Quiero decir, ¿sabemos sin duda que
ese equipo está aquí para encargarse del tren?
Wesker suspiró internamente. William Birkin era un hombre inteligente, pero
también obsesivamente paranoico. Su convicción de que Umbrella quería robarle
su trabajo era de una intensidad casi infantil.
—Estamos seguros —respondió—. ¿Qué otra cosa podría ser, si no fuera el
virus?
Birkin hizo un gesto con la cabeza hacia el monitor donde había visto al
soldado con el brazo de goma.
—Quizá algo relacionado con eso.
Wesker se encogió de hombros. Era una mutación, tenía que serlo. Extraña,
pero no imposible.
—Lo dudo. No te preocupes, William. Nadie de arriba sabe nada de tu
precioso virus-G. —No era exactamente cierto, pero Wesker no estaba de humor
para consolarlo—. En cuanto al tren…, quizá el virus-T se adapte mejor de lo que
pensábamos.
Esa explicación no pareció convencer a Birkin, lo que no era una sorpresa,
porque a Wesker tampoco lo convencía. Si la infección en el tren era un accidente,
entonces él era la tetera de su tía Maddie, por decir algo.
—La mansión, los laboratorios, el tren… ¿Quién lo habrá hecho? —preguntó
Birkin en voz baja—. ¿Y por qué?
Uno de los comandos de limpieza los interrumpió.
—Estamos abajo, cambio. —El sonido de fondo de las hélices del helicóptero
había sido reemplazado por el rítmico traqueteo de un tren en movimiento.
¡Ya era hora!
—Excelente —dijo Wesker, y volvió a tapar el micrófono para poder contestar
a Birkin.
—Eso es irrelevante. Lo que importa ahora es que no salga, que no se
extienda más. Hay que destruir el tren. Todas las pruebas deben desaparecer.
Seguro que lo entiendes, William. En eso no hay ningún problema, así que no crees
uno. —Destapó el micro y habló por él—. ¿A qué distancia se hallan de la próxima
bifurcación? Cambio.
—A no más de diez minutos, probablemente…
Wesker esperó a que pasara la estática.
—Repita. No lo he entendido. Cambio.
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Hubo un chirriante estallido de acoples, lo suficientemente alto como para
doler. Wesker se echó hacia atrás y vio a Birkin haciendo una mueca ante el
sonido…
Y entonces se oyeron gritos, ambos hombres en el tren chillaron a la vez.
—¡Ah, Dios! ¿Qué demonios…?
—¡Jesús!
—¡Sácamelo, sácamelo de encima!
—¡No! ¡Nooo! ¡Noo…!
Se oyeron varias ráfagas de los rifles automáticos, luego el grito inarticulado
de dolor y terror de un hombre sobre ese sonido y finalmente sólo el zumbido de la
estática.
Wesker apretó los dientes con fuerza mientras a su espalda, Birkin
comenzaba a farfullar presa del pánico. Al parecer sí que había un problema.
Se hallaban ante la puerta cerrada. Rebecca sujetaba la tarjeta y tenía una
sensación de triunfo desproporcionado en comparación con lo que realmente
habían logrado. Supuso que probablemente se debía a que se sentía
emocionalmente agotada. No había sido difícil, habían encontrado un par de
anillos y habían abierto el portafolios. A pesar de todo, se sentía como si hubiera
resuelto el enigma de la maldita esfinge.
Billy le hizo un gesto para que abriera la puerta, inclinando la cabeza hacia un
lado. Seguía escuchando atentamente. Le aseguró que había oído un helicóptero en
el exterior cuando habían ido a buscar el anillo, y a alguien gritando poco después.
Rebecca no había oído nada. Probablemente él estaba tan exhausto como ella,
considerando…
… considerando que estaba de camino hacia su ejecución. No empieces a hacer
comparaciones. Por mucho que haya hecho para ayudarte, sigue siendo un animal, y
olvidarlo te puede costar la vida.
De acuerdo. En cuanto hubiera llegado a una radio que funcionara, se habría
acabado esa tregua. Pasó la tarjeta por el lector y la lucecita roja cambió a verde. La
puerta se abrió con un clic y Billy la empujó hacia dentro.
El sonido del tren se convirtió en un rugido mientras la puerta se abría sobre
una pasarela de rejilla que estaba parcialmente expuesta a los elementos. El viento
y la niebla los salpicó cuando pisaron la pasarela. A la derecha había una especie
de jaula cerrada con equipo que se extendía a lo largo de todo el vagón; a la
izquierda sólo había un pasamanos y la violenta noche que atravesaban a toda
velocidad. Delante, en otro vagón, vieron lo que debía de ser la cabina del
conductor, aunque era difícil juzgar en la oscuridad. Rebecca se aferró al
pasamanos cuando se dio cuenta de la velocidad a la que avanzaba el tren;
realmente estaba volando sobre las vías.
Oh.
Rebecca se detuvo mientras Billy avanzaba rápidamente unos pasos y se
agachaba junto a un hombre o una mujer. Había un segundo cuerpo a más o
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menos un metro del primero. Ambos iban vestidos con trajes de asalto y tenían el
rostro oculto tras visores tintados.
¿SWAT? ¿Cuándo han llegado aquí? ¿Y por qué sólo dos?
Mientras se acercaba, la joven pudo ver que ambos brillaban a causa de la
baba que los cubría, la misma porquería espesa que excretaban las sanguijuelas del
vagón restaurante. El uniforme, los chalecos antibalas y las piezas metálicas no
llevaban ninguna insignia. No eran del departamento de policía de Raccoon City ni
militares.
Billy observaba la pared de rejilla metálica de la derecha. Rebecca le siguió la
mirada y vio lo que parecía una tela de araña gigante hecha de hilos negros
enganchada a la parte interior de la reja, de la que colgaban miles de sacos
semitranslúcidos.
Sacos de huevos. De las sanguijuelas.
Rebecca sintió un escalofrío, y Billy se incorporó de nuevo sacudiendo la
cabeza. Tuvo que gritar para que ella le pudiera oír sobre el estruendo de tren.
—¡No hay nada que hacer! ¡Están muertos!
Rebecca ya lo había supuesto, pero no iba a fiarse de su palabra. Pasó ante él
y examinó los dos cuerpos en busca de alguna señal de vida. Notó las extrañas
hemorragias que brotaban de pequeños montículos sobre la piel pálida. Billy tenía
razón, y tal vez también la había tenido al decir que había oído gritos. A pesar de la
lluvia, ambos cuerpos aún estaban calientes.
Se incorporó, se volvió a agarrar a la barandilla y siguió a Billy hasta el
siguiente vagón. Justo estaba pensando qué iban a hacer si se encontraban con otra
puerta cerrada cuando vio a Billy empujar hacia dentro la puerta.
Salieron de la lluvia y entraron en una cabina de maquinista relativamente
pequeña, limpia y ordenada, excepto por la fina y homogénea capa de baba que
cubría la consola de controles que se hallaba enfrente. Los oídos le silbaron a
Rebecca por el súbito silencio cuando la puerta se cerró tras ella, pero estaba más
preocupada con las numerosas luces rojas parpadeantes que cubrían la reluciente
consola.
Billy se acercó y contempló los múltiples paneles de control durante un
momento y luego presionó sobre un teclado que se hallaba ante una pequeña
pantalla. El monitor permaneció negro. Billy se volvió para mirar a Rebecca con
una expresión sombría.
—Los controles están bloqueados —dijo.
Rebecca sacó la tarjeta magnética del bolsillo de su chaleco. No había
números en ningún lado, nada que pudieran utilizar como secuencia. Se acercó a
Billy, intentando no prestar atención a la lluvia que golpeaba el parabrisas y a la
vertiginosa masa tenebrosa de los bosques, y apretó unos cuantos botones. Las
teclas parecían bloqueadas, no se hundían completamente. Comenzó a buscar
cualquier cosa con la palabra EMERGENCIA escrita encima.
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—Aquí —dijo Billy, y alargó la mano hacia una palanca que sobresalía de un
lado de la consola. Cuando la apretó, por la pantalla del ordenador comenzaron a
pasar palabras.
FRENOS DE EMERGENCIA - LAS TERMINALES FRONTAL Y POSTERIOR DEBEN ESTAR
ACTIVADAS ANTES DE FRENAR. ¿RESTAURAR LA CORRIENTE A LA TERMINAL
POSTERIOR?
Eran los controles que Rebecca había visto al final del tren. Billy apretó la
tecla de activación.
CORRIENTE RESTAURADA EN LA TERMINAL POSTERIOR DE FRENADO.
—Gracias a Dios —exclamó Rebecca—. Hazlo ya, detén esta cosa.
El tren parecía ir a una velocidad imposible. El rugido de los motores era más
estruendoso que antes y parecía a punto de llegar a un volumen de paroxismo.
Billy apretó la palanca. Se movió con facilidad, con demasiada facilidad, y
nuevas palabras recorrieron la pantalla.
LA SECUENCIA DE LOS FRENOS TRASEROS DEBE SER ACTIVADA ANTES DE QUE SE
ACCIONEN LOS FRENOS.
—¡Oh, tiene que ser una broma! —exclamó Billy, haciendo una mueca—.
¿Cómo que no podemos activar los frenos de emergencia desde la maldita sala de
control?
—Es posible que podamos, sólo que no sin autorización —repuso Rebecca—.
Aunque, manualmente… He visto la terminal posterior, está fuera del último
vagón. Voy para allí.
Billy negó con la cabeza, mirando hacia la oscuridad que pasaba ante ellos
demasiado de prisa.
—No, déjame que vaya yo. No te ofendas, pero creo que puedo correr más de
prisa que tú. ¿Hay por ahí un sistema intercomunicador? Te puedo llamar cuando
lo haya activado.
Ambos comenzaron a buscar, pero la consola estaba llena de interruptores y
paneles sin ninguna indicación, tardarían demasiado tiempo en descubrir para qué
servían. Rebecca comenzó a decirle que tendría que correr, y por la gran velocidad
a la que parecía avanzar el tren, seguramente tendría que hacer un sprint, cuando
de repente se acordó de Edward.
—La radio de Edward —dijo—. La tenía antes de que… Todavía debe de
llevarla encima.
Billy ya corría hacia la puerta.
—La cogeré de camino.
—Ten cuidado.
Billy asintió con un gesto y lanzó otra mirada hacia el exterior.
—Estate preparada para darle a los frenos desde aquí. Tengo la sensación de
que, de una forma u otra, vamos a parar muy pronto.
Abrió la puerta hacia el estruendo, y salió.
Los segundos pasaban lentamente. Rebecca se aseguró de que su radio
estuviera funcionando y mantuvo la mano sobre la palanca de frenos mientras
contemplaba la noche. El tren tomó una curva demasiado rápido, y Rebecca cerró
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los ojos rogando para que la máquina descontrolada se mantuviera en la vía e
imaginando que sentía elevarse las ruedas para luego volver a caer sobre los raíles.
Billy tenía razón, de una forma u otra, no iban a ir mucho más lejos.
¿Por qué tarda tanto?
Sólo habían pasado unos minutos, pero eso ya era mucho. Agarró la radio y
apretó el botón para transmitir.
—¿Billy, me oyes? ¿Cuál es tu situación? Cambio.
Nada.
—¿Billy? —Esperó mientras contaba lentamente hasta cinco y el corazón
empezaba a latirle a toda prisa. Vio que se acercaba otra curva—. ¿Billy, me oyes?
¡Mierda!
Quizá no hubiera encontrado la radio, o igual había olvidado encenderla. O
algo había pasado con los controles y no los podía activar.
O está muerto. Quizá algo lo haya atrapado.
El tren entró en la curva, y esta vez no hubo que imaginar nada, el tren se
inclinó demasiado y aceleró mientras se sacudía al caer de nuevo. Otra curva como
ésa y todo habría acabado. Tendría que ir ella a la parte trasera; no había tiempo,
pero tampoco tenía otra opción.
—¡Ahora, Rebecca!
Rebecca vio una masa borrosa a la derecha del tren, pero desapareció tan
rápidamente que no supo lo que era hasta que hubo pasado: el andén de una
estación. El andén de la estación, y eso significaba que lo único que quedaba
delante era el lugar donde guardaban el maldito tren, y eso significaba que tal vez
ya era demasiado tarde.
—¡Sujétate! —gritó por la radio mientras agarraba la palanca y la apretaba
con todas sus fuerzas. Algo avanzaba hacia la ventanilla frontal, una oscuridad
más profunda que la de la noche. Un túnel. Los frenos chirriaban mientras el tren
se lanzaba hacia la negrura y partía alguna débil barrera de la que pasaron trozos
de madera volando por delante de la ventana. El tren se inclinó de nuevo, pero esta
vez no recuperó la estabilidad.
Rebecca oyó su propio grito junto con el chirrido del tren, que caía contra el
suelo y comenzaba a deslizarse. El metal se rasgaba y saltaban chispas como si
fueran unos fuegos artificiales infernales. La pared se convirtió en el suelo, y
Rebecca se golpeó contra él mientras la locomotora se estrellaba contra algo aún
más duro y se apagaban las luces.
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Capítulo 6
Billy volvió en sí entre dolor y un olor a material sintético quemado. Abrió los
ojos y parpadeó, evaluando lo que lo rodeaba con tanta rapidez como se lo
permitía su espesa cabeza, lo que significaba que lo hacía muy lentamente. Se
hallaba tendido sobre la espalda, mirando hacia un techo alto y vacío. La luz de
varios fuegos parpadeaba a su alrededor, y las sombras de escombros y rocas
bailoteaban sobre parte de la pared que tenía a su izquierda. De alguna manera,
estaba dentro.
Los frenos, el tren… ¿Rebecca?
Eso lo espabiló. Se incorporó hasta quedar sentado y se sorprendió, aliviado,
al darse cuenta de que sólo tenía una luxación en el hombro y unos cuantos
arañazos; nada grave.
—¿Rebecca? —llamó, y le cogió un ataque de tos. Estuviera donde estuviera,
el ondeante humo del descarrilamiento estaba comenzando a aumentar. Tenían
que salir de ahí.
Se puso en pie y se sujetó el brazo derecho mientras miraba a su alrededor. El
tren parecía haber chocado contra un almacén, un espacio enorme, vacío, hecho de
hormigón, con andamios en un lado y unas cuantas luces con pantalla en lo alto.
No estaba muy bien iluminado, pero cuando Billy miró hacia abajo, vio una vía
dentada bajo sus pies y se dio cuenta de que seguramente se habían estrellado
contra la terminal de mantenimiento del tren. Fuera donde fuera.
—Mmm. —Una silueta yacía junto a un montón de piedras humeantes.
—¡Rebecca! —Billy se acercó tambaleante, esperando que la joven se
encontrara bien. Su voz parecía cargada de pánico cuando lo había llamado,
cuando él no había respondido, pero estaba demasiado ocupado apretando
botones para poder hablar. Lo lamentaba; al fin y al cabo sólo era una niña, y
estaba aterrorizada.
Debería haberla reconfortado, algo…
Llegó hasta el cuerpo retorcido y golpeado, y comenzó a arrodillarse a su
lado. Se hallaba boca abajo, con la ropa hecha jirones.
—¿Billy?
Billy se volvió y vio a Rebecca caminando hacia él, con la nueve milímetros
en la mano. Tenía un hilillo de sangre que le bajaba por la frente, pero por lo
demás parecía estar en perfecto estado.
La persona que tenía ante él se dio la vuelta y gimió de nuevo. Billy no podía
asegurar si la lenta criatura era hombre o mujer, porque gran parte de su rostro y
su cuerpo estaban deshechos, tanto por la enfermedad como por el accidente. La
criatura se puso de rodillas lentamente y volvió un rostro desfigurado hacia Billy.
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La boca le colgaba abierta y una baba teñida de sangre se deslizaba entre los
dientes rotos mientras se lanzaba contra él.
—¡Apártate! —ordenó Rebecca, y Billy no tuvo ningún problema en obedecer.
Retrocedió con pies y manos, y notó que la esposa suelta se le clavaba
dolorosamente en la palma de la mano izquierda. Rebecca apuntó y disparó dos
veces. Ambas balas alcanzaron el cráneo fracturado de la criatura que había sido
humana y acabaron con lo que le quedaba de vida. Cayó sobre el hormigón con
algo que casi sonó como un suspiro.
Billy se puso en pie, y ambos pasaron unos tensos segundos recorriendo con
la mirada los destrozos en busca de otros cuerpos. Si había más, estaban muy bien
escondidos.
—Gracias —dijo Billy, y miró de nuevo a la patética criatura. Al menos le
habían ahorrado más sufrimiento, y con dos tiros limpios. Billy estaba sorprendido
y bastante impresionado por la habilidad de Rebecca—. ¿Estás bien?
—Sí. Tengo un dolor de cabeza espantoso, pero eso es todo. Ya es la segunda
vez que me estrello hoy.
—¿De verdad? —preguntó Billy—. ¿Cuál fue la primera?
Rebecca sonrió, comenzó a hablar y se detuvo de golpe. Su expresión se tornó
fría, y Billy sintió una auténtica punzada de tristeza; era evidente que la joven
había recordado con quién estaba hablando. A pesar de todo, aún seguía pensando
que era un asesino en masa.
—No tiene ninguna importancia —repuso Rebecca—. Vamos. Deberíamos
salir de aquí antes de que el humo empeore.
Ambos seguían teniendo las radios, y emplearon unos momentos para buscar
la pistola de Billy, que por fin hallaron medio escondida bajo un bloque de
hormigón no muy lejos de donde él había despertado. La escopeta había pasado a
la historia. Ninguno sugirió buscarla por el tren. Los pequeños incendios se
estaban apagando, pero la espesa capa de humo negro que colgaba del techo crecía
sin parar.
Atravesaron el gran almacén. Sólo encontraron una puerta a unos veinte
metros de la destrozada locomotora, y muy poco más. Billy esperaba que los
llevara hasta el aire fresco, a su libertad y a la seguridad para Rebecca. Desde la
puerta, miró hacia atrás a los humeantes restos y una de las comisuras de la boca
se le curvó hacia arriba.
—Bueno, al menos conseguimos detener el tren —bromeó.
Rebecca asintió con un gesto y sonrió levemente.
—Lo hicimos —contestó.
Se volvieron hacia la puerta. Billy respiró hondo, cogió el picaporte y la abrió.
Era una imagen surrealista; habían visto en la pantalla el tren estrellándose
dentro del sótano del centro de formación y un instante después habían oído el
atenuado estruendo del choque. Y también habían sentido un leve temblor en las
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paredes que los rodeaban. En segundos, la lente de la cámara estaba cegada por el
humo.
—Deberíamos salir de aquí, ahora —dijo Birkin, que iba de un lado a otro por
detrás de Wesker. No le preocupaba el fuego, ya que la vieja terminal estaba
construida casi completamente de cemento, pero era difícil no notar el
descarrilamiento de un tren, y no todos los polis y los bomberos de la vecindad
estaban en la nómina de Umbrella. El centro estaba aislado, pero sólo sería
necesaria una llamada de algún ciudadano preocupado y el trabajo de Umbrella
con armas biológicas podría quedar a la luz.
Wesker ni siquiera lo estaba escuchando. Tecleó algo en los controles del
monitor y cambió las imágenes de las cámaras a otras dependencias del centro,
buscando algo. Casi no había dicho ni una palabra desde la última transmisión del
equipo de limpieza.
—¿Estás escuchándome? —preguntó Birkin por enésima vez en los últimos
minutos. Se sentía tenso y la actitud displicente de Wesker no lo ayudaba nada.
—Te oigo, William —contestó Wesker, sin dejar de mirar la pantalla—. Si
quieres largarte, lárgate.
—De acuerdo. ¿Tú no vienes?
—Oh, dentro de un rato —respondió con tono calmado y sereno—. Sólo
quiero comprobar unas cuantas cosas.
—¿Como qué? Yo diría que el tren ya está bastante limpio. Fue por eso por lo
que vinimos, ¿no es cierto?
Wesker no contestó, sólo siguió observando las pantallas. ¡Dios, era un
hombre insufrible! Ése era el problema con los sociópatas. Su incapacidad para
identificarse con los demás hacía que fueran completamente egocéntricos.
Yo sí que tengo trabajo que hacer, pensó Birkin, mirando hacia la puerta. El
trabajo, la familia… No se iba a quedar esperando a que Joe, el bombero, llamara a
la puerta buscando una explicación sobre por qué había zombis vagando por el
lugar del accidente.
—Ah, aquí lo tenemos —exclamó Wesker, y presionó una tecla bajo una de
las pantallas. Era el vestíbulo principal del centro, que se había creado para dar la
bienvenida tanto a oficiales como a machacas al mundo no del todo legal de White
Umbrella. Y mientras miraba, una mano había aparecido y abierto una trampilla
cuadrada,
Ése es el viejo túnel de acceso que sale de la terminal.
Birkin se inclinó hacia adelante, curioso a pesar de sí mismo.
Un hombre con un complicado tatuaje en uno de los brazos salió del oscuro
cuadrado en la esquina noroeste de la sala; lo siguió una mujer de baja estatura
vestida con el uniforme de los STARS, una muchacha en realidad. Ambos llevaban
pistola y miraban el vestíbulo finamente decorado con una expresión que Birkin
era incapaz de interpretar a través de la pequeña pantalla.
—¿Quién diablos son esa gente? —preguntó.
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—La chica es una novata de los STARS, del equipo B —contestó Wesker—.
Nadie importante. Al hombre no lo conozco.
—¿Crees que podían estar en el tren?
—No puede ser de otro modo —repuso Wesker.
Birkin sintió que lo invadía de nuevo el pánico.
—¿Qué vamos a hacer?
Wesker alzó la mirada hacia él con una ceja arqueada.
—¿Qué quieres decir?
—Están…, bueno, la chica está con los STARS, y a saber para quién trabaja él.
¿Qué pasa si se escapan?
—No seas obtuso, William. No se escaparán. Aunque el centro no estuviera
sellado, está lleno de portadores por todas partes. Lo único que tienen que hacer es
abrir una puerta o dos, y dejarán de ser una preocupación.
El tono indiferente de Wesker era escalofriante, pero no le faltaba razón. Las
posibilidades de que alguien saliera del centro eran muy escasas o nulas.
Mientras los observaban, los dos intrusos, barriendo con las pistolas de lado a
lado, atravesaron sigilosamente la gran sala, la única en todo el edificio en la que
no había infectados. Después de inspeccionarla a fondo, la chica empezó a subir
por la gran escalinata y se detuvo en un pequeño rellano entre pisos. En él había
un retrato de grandes proporciones del doctor Marcus. La chica pareció
sorprenderse, como si lo reconociera. El hombre del tatuaje se unió a ella, y Birkin
pudo comprobar que estaba leyendo en voz alta la plaquita que figuraba bajo el
retrato: DOCTOR JAMES MARCUS, PRIMER DIRECTOR GENERAL.
Birkin se removió inquieto. Odiaba ese cuadro. Le recordaba cómo había
conseguido su auténtica entrada en Umbrella, y eso era algo en lo que no le
gustaba pensar.
«Atención. Les habla el doctor Marcus.»
Birkin pegó un brinco, y miró alrededor con los ojos muy abiertos y el
corazón latiéndole a toda prisa. Wesker ni siquiera hizo un gesto, pero subió el
volumen del antiguo aparato intercomunicador que había en la consola y la voz de
un hombre que llevaba diez años muerto resonó en los espacios vacíos y los
corredores de todo el centro.
«Por favor, guarden silencio mientras reflexionamos sobre el lema de nuestra
compañía. La obediencia genera disciplina. La disciplina genera unidad. La unidad
genera poder. El poder es vida.»
El hombre y la mujer de la pantalla también estaban mirando a todos lados,
pero Birkin casi no les prestaba atención. Agarró a Wesker por el hombro,
nervioso. Era una grabación que no había oído desde que él y Wesker habían sido
estudiantes en ese centro.
Quién…, dónde…
Wesker gesticuló con la mano indicando la pantalla, donde la imagen estaba
desapareciendo. Pareció parpadear, y luego se sorprendieron al ver a un joven en
otra localización. Birkin no reconoció la sala, pero el joven que les devolvía la
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mirada le parecía conocido. Llevaba el pelo largo y tenía los ojos negros, y
probablemente estaba en los veintitantos. También tenía una sonrisa seca y cruel,
tan fina y cortante como una hoja de acero.
—¿Quién eres? —preguntó Wesker, sin esperar realmente una respuesta. El
audio no estaba conectado…
El joven se puso a reír, y el sonido salió por el intercomunicador como si
fuera seda negra. No era posible, él no llevaba auriculares, y no estaba cerca de
ningún sistema intercomunicador, pero de todas formas lo podían oír claramente.
—Fui yo quien esparció el virus-T por la mansión —contestó el joven, con voz
fría. Su sonrisa se hizo más irónica—. No hace falta decir que también he
contaminado el tren.
—¿Qué? —soltó Birkin— ¿Por qué?
La fría voz del joven pareció hacerse más profunda.
—Venganza. Contra Umbrella.
Se volvió de espaldas a la cámara y alzó los brazos hacia las sombras. Birkin y
Wesker se inclinaron sobre la pantalla, intentando ver qué estaba haciendo el
joven. Pero sólo vieron movimientos en la oscuridad y oyeron algo semejante al
ruido que produce el agua.
El joven se volvió para mirarlos, con una sonrisa aún más sardónica. Y desde
las sombras surgió un hombre alto y distinguido, con traje y corbata y el blanco
cabello engominado peinado hacia atrás. Sus rasgos estaban marcados por la edad,
pero eran enérgicos, acostumbrados a dar órdenes. Era el mismo rostro que había
en el retrato del vestíbulo.
—¿Doctor Marcus? —exclamó Birkin ahogadamente.
—Hace diez años, el doctor Marcus murió asesinado por Umbrella —explicó
el joven, y su voz era casi un gruñido—. Y vosotros los ayudasteis, ¿no es cierto?
Rió de nuevo, con una risa oscura y suave, una risa que no prometía ninguna
clemencia. Birkin y Wesker miraban atónitos y en silencio la presencia visible y
viviente de un hombre al que habían visto morir hacía una década.
El joven cantó, y ellos, los muchos, sus niños, apartaron la cámara y
manipularon los controles que permitían que su voz viajara. Ya había dicho todo lo
que quería decir, al menos de momento. Quedaba mucho por hacer, muchas
posibilidades por considerar. Las cosas se iban desarrollando, siempre en nuevas
direcciones.
Cantó una canción más lenta, y el cuerpo de Marcus se descompuso en sus
muchos niños. Se reunieron a sus pies y subieron por su cuerpo, acariciándolo,
adorándolo. Dispuestos a esperar a que decidiera cuál sería el paso siguiente.
No tenía ningún plan, aparte de la destrucción de Umbrella. Había empleado,
y seguiría haciéndolo, todos los métodos que tenía a su alcance: el virus, los
muchos, las falsas imágenes que los muchos eran capaces de crear, como la de
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Marcus. Ésta había sido como regalo para Albert y William, y sin duda los había
dejado asustados y confusos.
El joven sonrió. Qué casualidad que de entre todos fueran ellos los que
presenciarían la caída de Umbrella. Con suerte, tendría la oportunidad de verlos
morir, de permanecer ante ellos como ellos habían estado, sin ninguna piedad,
observando a su mentor en sus últimos y desesperados momentos. Aunque sus
muertes no tenían ninguna importancia en el conjunto. Lo que importaba era que
Umbrella pronto dejaría de existir.
Pensó en el hombre y la mujer del tren, en cómo los podría usar una vez que
habían entrado en el complejo. Su primera idea había sido matarlos para evitar que
se entrometieran, pero eso parecía un desperdicio. Después de todo, ¿no había
pasado Umbrella a ser también su enemigo? Lucharían por su vida, lucharían por
ser libres, y si lo conseguían, inmediatamente atraerían la atención sobre el
desastre, lo que él siempre había visto como la cruz sobre la tumba de Umbrella.
Podía destruir sus laboratorios, matar a sus empleados, pero ellos siempre podían
construir otros laboratorios, contratar a otros empleados. Sin embargo, una vez que
el faro de la prensa internacional se hubiese vuelto hacia Umbrella, su ruina sería
completa. Y el mundo por fin podría saber su nombre.
El centro estaba sellado, naturalmente. Lo habían diseñado con casi tantos
trucos en las puertas y tantos pasajes escondidos como la mansión Trevor, que
había sido construida una década antes. Oswell Spencer, uno de los cofundadores
de Umbrella, había vivido obsesionado con las películas y los libros de espías, y
tan paranoico como cualquier megalómano, lo que aseguraba un sellado
extremadamente seguro. Había llaves ocultas, puertas que no se abrían sin las
piezas que les faltaban, e incluso una habitación o dos diseñadas para atrapar a los
incautos intrusos. No sería fácil que nadie escapara.
Además había otros hombres falsos repartidos por todo el complejo, hombres
creados por los muchos, todos preparados para infectar a cualquiera que se
acercara; ellos habían sido los primeros que lo habían ayudado a esparcir el virus.
Pero había llegado el momento de usarlos para abrir el centro de formación, para
buscar las llaves y abrir las puertas, para asegurarse de que el hombre y la mujer
tuvieran por lo menos una oportunidad de sobrevivir. Tenían muy pocas
posibilidades, ya que los hombres falsos no eran los únicos portadores del virus
que vagaban por las salas, pero el hombre y la joven ya habían demostrado ser
mucho más resistentes que la mayoría.
El joven se puso a reír pensando en Albert y William, y preguntándose qué
pasaría por sus cabezas. Los alumnos más brillantes de James Marcus, que
trabajaban para minimizar los daños para Umbrella. Después de todos estos años.
Era una gran ironía.
Los niños lo arrullaban, lo cubrían, encantados de su risa y cantando su
propia dulce canción, una canción de caos e interdependencia, mientras sus
cuerpos fríos y resbaladizos, hinchados de la sangre de sus enemigos, se
mezclaban y lo envolvían.
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«… genera poder. El poder es vida.»
La poderosa voz se desvaneció y el gran salón volvió a sumirse en el silencio.
Tenía que ser una grabación o algo así. No sonaba como algo vivo, pero alguien la
había puesto en marcha, y Rebecca pensó que tenía una idea sobre quién podría
ser. Devolvió su atención al retrato del doctor Marcus y notó que un escalofrío le
recorría la columna.
—Vaya, eso sí que era sobrecogedor —dijo Billy.
—No tan sobrecogedor como verlo en el tren —expuso Rebeca, señalando el
retrato con un gesto—. Formado por bichos pringosos.
—Quizá sea otro estado de la enfermedad, o algo así —aventuró Billy.
Rebecca hizo un gesto de asentimiento, aunque dudaba de que fuera así. La
gente zombi que habían visto en el tren y el hombre del vagón restaurante, que al
parecer era una especie de James Marcus, no tenían los mismos síntomas.
—O quizá las sanguijuelas infectaron a alguna gente y…, no lo sé, se ganaron
a otra gente —repuso finalmente.
—Sí —dijo Billy. Se pasó la mano por el cabello y le sonrió con una sonrisa
sorprendentemente agradable—. Bueno, deberías buscar un teléfono o algo así y
llamar para que vinieran tus amigos.
Su tono era desdeñoso. La mano de Rebecca apretó los nueve milímetros con
más fuerza.
—¿Y qué vas a hacer tú?
Billy se volvió y comenzó a bajar las escaleras con paso ligero.
—He pensado que podría dar una vuelta —contestó.
Rebecca lo siguió mientras se dirigía hacia la puerta principal, sin saber qué
hacer o qué decir. Dudaba realmente de que pudiera dispararle, sobre todo
después de que le hubiera salvado la vida, pero tampoco podía dejarlo irse sin
más.
—No creo que sea una buena idea —replicó.
Billy abrió la puerta. El aire nocturno, fresco y húmedo, entró de golpe, como
si la lluvia se hubiera tornado chirimiri.
—Aunque aprecio que te preocupes por mí, creo que me he ganado tener un
poco de iniciativa, ¿no crees? Así que…
Se detuvo a media frase sin acabar de dar el paso, contemplando el paisaje
cubierto por la lluvia que tenían ante sí. El centro, al parecer, se había construido
en la ladera de una colina. Ante ellos había un camino pavimentado, lo
suficientemente grande para ser una carretera, que se extendía unos diez metros y
luego se detenía abruptamente, cayendo hacia la nada.
Avanzaron juntos hasta el final del camino. Había faroles a ambos lados de la
puerta principal. Sólo funcionaba uno, pero era suficiente para ver que, sin una
cuerda, ninguno de los dos iría a ningún lado. El camino acababa en una línea
irregular de escombros, sobre una pendiente que caía en picado unos cinco metros,
tal vez más. Estaba demasiado oscuro para ver bien.
—¿Qué estabas diciendo? —se burló Rebecca.
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—Pues bien. Buscaré otra puerta —insistió Billy, y se volvió para mirar el
edificio. Parecía una casa señorial, y sin duda estaba decorada como el refugio de
fin de semana de algún millonario forrado, pero ambos habían visto el letrero:
CENTRO DE FORMACIÓN DE UMBRELLA incrustado en el mármol del suelo. Tenía
aspecto de abandonada, pero había electricidad, luces… Claro que todo lo que
habían visto hasta el momento era el lugar donde se había estrellado el tren, el
extravagante recibidor y el túnel medio sumergido que conectaba los dos. No
mucho para poder juzgar.
—He visto al menos dos ahí dentro, eso sin contar lo que sea que está en lo
alto de las escaleras —prosiguió Billy—. Y si todo lo demás falla, quizá pueda
arrastrarme por el tren hasta llegar afuera.
—Suponiendo que mis amigos no aparezcan antes —dijo Rebecca. Dio un
paso atrás, cogió la radio y apretó la señal de transmitir. La radio de Billy pitó en
respuesta, pero fue la única. Después de un largo momento de silencio, el único
sonido fue el de la lluvia goteando en árboles lejanos.
—Suponiendo que encuentres un teléfono.
¡Dios, qué hombre más irritante! Rebecca se dirigió de vuelta a la casa,
ligeramente sorprendida de sentirse lo suficientemente segura como para darle la
espalda a Billy. Aunque si él hubiera querido verla muerta, había tenido ya
múltiples oportunidades. A pesar de sus intenciones, tenía dificultades para pensar
en él como en alguien peligroso. Su instinto le decía lo contrario, y ésa era una de
las primeras lecciones que se enseñaba a los STARS: puede que malinterpretes tu
intuición, pero ésta nunca se equivoca.
Billy la alcanzó cuando entraba en la casa, y ambos se detuvieron,
observando. El cuadro de Marcus había desaparecido. En su lugar había un portal,
una abertura oscura en la pared. Desde su posición al final de las escaleras no
podían ver qué había al otro lado.
Rebecca estaba a punto de decirle a Billy que se quedara atrás cuando él
avanzó con la pistola preparada. Mientras el hombre cubría el área, con una actitud
y una mirada completamente alerta, Rebecca tuvo de nuevo una fuerte sensación
de que él no era lo que al principio había parecido ser.
Y no es que yo necesite protección.
Se puso a su altura, examinando la habitación como le habían enseñado, y
juntos subieron las escaleras y se detuvieron en el rellano. La nueva puerta daba a
unas escaleras que iban hacia abajo por un corredor neutro y tenuemente
iluminado.
—¿Preguntas?, ¿comentarios? —-dijo Billy, mirando hacia abajo.
—Alguien quiere que bajemos —repuso la joven.
—Eso mismo estaba pensando yo. Y también pienso que podría no ser muy
buena idea.
Rebecca asintió con la cabeza. Se alejó de la abertura y buscó otras opciones a
su alrededor. Había dos puertas en la parte baja, una en la pared de la izquierda y
otra en la de la derecha. En el segundo piso vio cuatro puertas más desde donde se
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hallaba. Mientras miraba, el sonido de un fuerte golpe le llegó desde algún lugar a
su espalda, de algún lugar en el interior del corredor neutro y oscuro que se abría
en el rellano de las escaleras. Sonaba como algo muy suave y muy pesado cayendo
al suelo. Sin mediar palabra, ambos se alejaron de la abertura.
—¿Te parece que sigamos con nuestra tregua durante un rato más? —
preguntó Billy, y aunque su voz era despreocupada, no sonreía.
Rebecca asintió con un gesto de cabeza.
—De acuerdo —respondió, preguntándose en qué se habrían metido y qué
tendrían que hacer para salir de allí.
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Capítulo 7
Regresaron al vestíbulo. Billy se alegraba de que la joven estuviera de
acuerdo en seguir cooperando. Ese lugar, fuera lo que fuera, era sin duda un mal
rollo. La chica podía ser inexperta, pero al menos no le faltaba ningún tornillo.
—Deberíamos separarnos —dijo Rebecca.
Billy lanzó una carcajada totalmente falta de humor.
—¿Te has vuelto loca? ¿Es que nunca has visto una película de terror?
Además, mira lo que pasó la última vez.
—Si no recuerdo mal, encontramos la llave de aquel maletín. Y lo que
necesitamos ahora es una forma de salir de aquí.
—Si, claro, pero vivos —replicó Billy—. Se ve en todo que este lugar es
territorio hostil. Si sugerí que hiciéramos una tregua fue porque no quiero morir,
¿lo pillas?
—Hasta ahora te las has arreglado para cuidarte bastante bien —insistió
Rebecca—. No digo que nos tengamos que meter en líos. Sólo abrir unas cuantas
puertas, eso es todo. Y ahora tenemos las radios.
Billy suspiró.
—¿Los STARS no te hablaron del trabajo en equipo?
—La verdad es que ésta es mi primera misión —reconoció Rebecca—. Mira,
echamos una ojeada y nos llamamos si encontramos algo. Yo voy arriba y tú miras
por aquí abajo. Si las radios se estropean, nos encontramos aquí dentro de veinte
minutos.
—No me gusta nada.
—No tiene que gustarte, pero debes hacerlo.
—Señor, sí, señor —se burló Billy. No podía negar que a la joven no le faltaba
madera de líder, aunque tal vez no resultara tan difícil dar órdenes a un
condenado cuando trabajabas del lado de la ley—. ¿Y tú, qué edad tienes? Me
gustaría saber que recibo órdenes de alguien ligeramente más maduro que la
media de chicas exploradoras.
Rebecca le lanzó una mirada asesina, luego se volvió y se dirigió hacia las
escaleras. Unos segundos después, Billy oyó que se cerraba una puerta. Echó una
mirada al vestíbulo.
Bueno. Pito, pito…
—Colorito —dijo Billy, y se dirigió hacia la pared izquierda. No quería
hacerlo solo, prefería tener refuerzos, pero probablemente fuera mejor así. Si
encontraba una salida podría largarse, después de todo. La llamaría para decirle
adiós de camino. Dejarla atrás no le haría sentirse muy bien, pero la joven podría
esconderse y esperar a que la rescataran; no le pasaría nada. Él no podía olvidar su
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salud, y si algún otro STARS aparecía por allí, o la policía de Raccoon City o los de
la policía militar, se encontraría regresando a Ragithon antes de darse cuenta.
Apartó esa idea de su cabeza y se acercó a una puerta. Se había sentido
bastante hecho polvo desde que lo habían condenado, furioso y angustiado a
partes iguales. Desde el accidente del jeep había sido capaz de olvidar su cita con la
muerte, algo necesario si quería pensar con claridad. Tenía que seguir así.
—Veamos qué hay detrás de la puerta número uno —murmuró mientras
abría la puerta. Se tensó, alzó la pistola y apuntó. Era un comedor y había sido
bastante elegante. Pero en ese momento tres hombres infectados vagaban
alrededor de la destrozada mesa que se hallaba en el centro de la sala, y los tres se
estaban volviendo hacia él. Tenían el aspecto de zombis, con la piel gris y rasgada,
y los ojos en blanco. Uno de ellos tenía un tenedor clavado en un hombro.
Rápidamente, Billy retrocedió y cerró la puerta, esperando a ver si alguna de
las criaturas sabía arreglárselas con el pomo de la puerta. La soledad del vestíbulo
le pesaba en la espalda como una fría mirada. Unos segundos después oyó que
rascaban la madera y luego un gruñido grave y frustrado, un sonido tan carente de
inteligencia como parecían estar los zombis.
Bueno. La casa, el centro de formación o lo que fuera, estaba infectada al igual
que el tren. Eso respondía a esa pregunta en concreto. Agarró la radio y apretó el
botón de transmisión.
—Rebeca, responde. Tenemos zombis por aquí. Cambio.
Recordó la cosa escorpión gigante y sintió un escalofrío. Ojalá sólo fueran
zombis lo que había ahí.
Hubo una pausa y luego sonó una voz juvenil.
—Recibido. ¿Necesitas ayuda? Cambio.
—No —contestó Billy, molesto—. Pero ¿no crees que deberíamos
reconsiderar tu plan? Cambio.
—Eso no cambia nada —repuso ella—. Aún tenemos que encontrar una
salida. Sigue buscando y dime lo que encuentres. Cambio y corto.
Magnífico. La chica maravillosa seguía con el plan. Así que hacia la puerta
número dos, a no ser que quisiera probar suerte con tres de esas cosas. Se volvió y
atravesó la estancia, pensando que eso sólo sería desperdiciar municiones, y era
cierto. También era cierto que no quería disparar contra gente enferma, por muy
enloquecidos… Y los zombis estaban realmente idos de la cabeza, así que si podía
evitarlos, mejor.
Abrió la segunda puerta y la aguantó, con todos los sentidos en alerta. Daba a
un lujoso corredor que se dirigía hacia su derecha y torcía a pocos metros. No se
oía nada, ni ruido ni movimiento, y olía a polvo, nada más terrible. Esperó un
momento, luego entró en el corredor y dejó que la puerta se cerrara a su espalda.
Avanzó sigilosamente ayudado por la espesa moqueta que apagaba el sonido
de sus pasos. Dobló la esquina con el arma por delante y dejó de contener la
respiración cuando vio que el corredor seguía estando desierto. Hasta ahí, todo
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bien. El corredor seguía y volvía a torcer un poco más adelante, pero había una
puerta a la izquierda por la que Billy podía probar suerte.
La abrió lentamente, y sonrió al encontrarse en un baño vacío, con una fila de
lavabos que se veían desde la puerta.
—Eso me recuerda… —dijo mientras entraba. Revisó la sala rápidamente.
Había lavabos a ambos lados de la habitación con forma de U, cuatro cubículos con
váteres cubrían la tercera pared, discretamente ocultos desde la puerta. Por muy
elegante que fuera la casa, parecía estar abandonada, quizá desde hacía poco. La
puerta de uno de los cubículos colgaba de las bisagras medio arrancadas, el asiento
del váter parecía roto y había unos cuantos trastos tirados por el suelo: botellas
vacías, tiestos con plantas y extraños restos en un baño. Encontró una botella de
plástico de gasolina en uno de los cubículos. Por otro lado, en un barreño había
agua relativamente limpia… Lo que, teniendo en cuenta la urgencia de su visita, ya
le estaba bien.
Un minuto después, se estaba subiendo la cremallera cuando oyó que alguien
entraba en el baño. Un paso, luego una larga pausa. Otro paso.
¿Había cerrado la puerta? No lo recordaba, y se maldijo en silencio por el
despiste. Alzó la pistola, giró sobre los talones en silencio y abrió ligeramente la
puerta del cubículo. Desde ahí no podía ver la puerta, pero sí parte de la sala
reflejada en un largo espejo que había frente a los lavabos. Mantuvo el arma en alto
y esperó.
Un tercer paso, y de nuevo silencio. Quien fuera tenía los pies mojados,
porque oía el sonido de succión que producía al levantar los zapatos del suelo. Y
con el cuarto paso vio un perfil en el espejo y salió del cubículo, sintiendo una
extraña mezcla de horror y alivio mientras se preparaba para disparar. Era un
zombi, un hombre, con el rostro brillante y sin expresión. Miraba al vacío mientras
se balanceaba ligeramente, intentando mantener el equilibrio. Los zombis
resultaban asquerosos, pero al menos eran relativamente lentos. Y aunque no le
gustara mucho ese trabajo, matarlos sin duda era un acto de piedad.
El zombi dio otro paso y se puso en la línea de fuego de Billy. Éste apuntó
cuidadosamente sobre la oreja derecha del ser. No quería malgastar un tiro.
Y el zombi se volvió de golpe, rápidamente, a mayor velocidad de la que
tenía derecho a moverse. Se agachó ligeramente, miró a Billy a través de un ojo
inyectado en sangre mientras el otro miraba hacia la pared, y fue a por él.
Aún estaba a dos metros de distancia… pero el brazo se le estaba alargando;
se le adelgazaba mientras lo lanzaba contra Billy como una goma elástica, y el
tejido de su camisa húmeda e incolora se estiraba con él.
Billy lo esquivó. La mano del ser le pasó sobre la cabeza y se estrelló contra la
puerta del cubículo con un golpe húmedo. Luego se retiró, recuperando su forma
junto al cuerpo inhumano que parecía un zombi.
En el tren, como Marcus…
Estaba lo suficientemente cerca para ver el movimiento de la ropa de la
criatura y el extraño efecto ondeante del brazo al volver a su lugar. Sanguijuelas, la
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maldita cosa estaba hecha de sanguijuelas. Y cuando eso avanzó un paso, Billy
retrocedió hasta meterse en el cubículo mientras disparaba contra el rostro húmedo
y carnoso.
La cosa dudó un instante, y un líquido negro rezumó de la herida que le
apareció justo bajo el ojo derecho. Y de golpe la herida desapareció, una piel falsa
se extendió sobre ella y las sanguijuelas se recolocaron. Podían regenerarse.
La cosa dio otro paso y Billy cerró la puerta del cubículo de una patada y la
aguantó con el pie. Su mente recorría las posibilidades y las descartaba a la misma
velocidad.
Llama a Rebecca, no hay tiempo; sigue disparando, no tengo suficientes balas; sal
corriendo, me cierra el paso…
Billy bufó de frustración, y su enloquecida mirada cayó sobre la botella de
gasolina de plástico rojo. Se inclinó hacia adelante, aguantando la puerta con el
hombro y se metió la mano en el bolsillo del pecho. Allí, bajo una de las balas de la
escopeta…
Sacó el mechero que había encontrado en el tren, dando gracias por haberlo
cogido, y alzó la botella de gasolina. La esposa suelta golpeó contra el plástico. No
estaba llena ni hasta la mitad.
Dios, espero que sea realmente gasolina.
Algo golpeó la puerta como si fuera un ariete. Billy salió rebotado, pero se
lanzó de nuevo contra ella, con el hombro dolorido, mientras desenroscaba el
tapón de la botella con una mano temblorosa. La criatura fue horrible y
extrañamente silenciosa al volver a cargar contra la puerta, golpeando con fuerza
suficiente para mellar el metal.
El mareante olor a gasolina llenó el pequeño cubículo. Billy arrancó el rollo de
papel higiénico de la pared… y la puerta se abrió de golpe, arrancada de cuajo por
otro potente golpe inhumano. La criatura estaba allí, balanceándose, con su
extraño ojo buscando a Billy, clavándose en él.
Billy alzó la botella mientras recuperaba el equilibrio y se salpicó de gasolina.
Sacudió la botella hacia adelante y lanzó su contenido sobre el pecho de la criatura.
La reacción fue inmediata y repugnante. El cuerpo comenzó a retorcerse, a
temblar, y un chillido agudo inundó la sala. No era una voz, sino miles de
diminutas criaturas aullando al mismo tiempo. Un fluido oscuro y espeso empezó
a manar de cada supuesto poro del cuerpo y el rostro.
Billy le lanzó una potente patada y la cosa se tambaleó hacia atrás, aún
cohesionada, aún chillando, y con el sonido clavándose en cada rincón de la sala.
Billy no sabía si la gasolina sola sería suficiente, y no se iba a quedar a verlo. Abrió
el mechero, le dio a la rueda y sujetó el rollo de papel higiénico sobre las llamas.
Un segundo después, el papel ardía.
Billy saltó fuera del cubículo y esquivó al monstruo chirriante. En cuanto lo
hubo sobrepasado, se volvió y le lanzó el papel en llamas. Éste golpeó al hombresanguijuela justo por debajo de la clavícula, y el enloquecedor chillido se
intensificó durante un horrible y ensordecedor segundo mientras las llamas lo
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envolvían, antes de que se deshiciese en mil trozos ardientes. Una especie de
charco negro y llameante se formó sobre las losetas del suelo, y los grititos
individuales fueron muriendo en cuestión de segundos.
Unas cuantas sanguijuelas se retorcieron saliendo de las llamas, pero estaban
desorganizadas y se deslizaron subiendo por las paredes sin ningún orden y
reptando junto a los pies de Billy. Éste retrocedió, alejándose de ellas y del
burbujeante fuego, mientras volvía a guardarse el mechero en el bolsillo y se
acercaba a la puerta.
De vuelta en el corredor, respiró hondo, soltó el aire lentamente y agarró la
radio. Ya no le importaban los planes de Rebecca. Iban a reunirse lo antes posible y
salir a toda prisa de este lugar aunque tuvieran que agujerear las paredes con sus
propias manos.
4 de diciembre
Cuando comenzamos, tenía mis dudas, pero esta noche lo estamos celebrando.
Finalmente lo hemos logrado, después de todo este tiempo. Vamos a llamar Progenitor al
nuevo virus que hemos creado. Es una idea de Ashford, pero me gusta. Comenzaremos a
probarlo inmediatamente.
23 de marzo
Spencer dice que va a crear una empresa especializada en investigación farmacéutica,
quizá en la rama de producción de medicamentos. Como siempre, él es el empresario del
grupo. Su interés en el Progenitor es sobre todo económico. Quiere vernos alcanzar el éxito,
lo que significa que nos sigue financiando, y mientras siga firmando cheques, puede hacer lo
que le dé la gana.
19 de agosto
El Progenitor es una maravilla, pero sus aplicaciones aún no están probadas. Justo
cuando pensábamos que teníamos documentada la velocidad de amplificación, cuando
tenemos media docena de pruebas que dan el mismo resultado, todo se viene abajo. Ashford
sigue apostando por trabajar sobre los números de la citosina, y vuelve a ello una y otra vez,
pero está soñando. Debemos seguir mirando por otros lados.
Spencer sigue pidiéndome ser el director de este nuevo centro de formación. Quizá sea
por el negocio, pero se está poniendo intolerablemente insistente. En cualquier caso, me lo
estoy pensando. Necesito un lugar donde poder explorar adecuadamente las nuevas
posibilidades del virus, un lugar donde nadie interfiera conmigo.
30 de noviembre
Maldito sea. «Vamos a divertirnos, James —me ha dicho—, por los viejos camaradas
y los buenos tiempos.» Es una estupidez. Lo que quiere es que el Progenitor esté listo ya.
Sus «amigos» en su club de White Umbrella, con sus ridículos juegos de espías para los
ricos y hastiados, quieren algo excitante con lo que jugar, algo que subastar, y no quieren
esperar a que esté listo. Idiotas. Spencer piensa que en el fondo todo será un asunto de
dinero, pero está equivocado. No es de eso de lo que va todo esto. Tengo que reforzar mi
posición, vigilar a mi reina, por así decirlo, o me pisotearán.
19 de septiembre
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¡Por fin, por fin! He creado un plásmido con ADN de sanguijuelas y luego lo he
recombinado con el Progenitor, ¡y es estable! Ha sido el avance que estaba esperando.
Spencer estará contento, maldito sea, aunque sólo le diré que ha habido algunos progresos,
no hasta qué punto, ni cómo. Le he puesto el nombre que doy a Spencer privadamente. Lo
llamaré T, de Tirano.
23 de octubre
No puedo pensar en ellos como seres humanos. Son sujetos para pruebas, eso es todo,
eso es todo. Sabía que mis investigaciones llegarían algún día a este punto. Lo sabía y… no
pensé que sería así.
No debo perder de vista mis objetivos. El virus-T es magnífico. Esos sujetos deberían
sentirse honrados de experimentar tal perfección. Sus vidas preparan el terreno hacia un
mayor conocimiento.
Sujetos experimentales. Eso es todo. Son peones. A veces hay que sacrificar los peones
para conseguir un bien superior.
13 de enero
Mis mascotas han ido progresando. Con su propio ADN en el virus recombinante
pensé que podría predecir cómo los alteraría la infección, pero me equivoqué. Han
comenzado a formar colonias, como las hormigas o las abejas. Ningún individuo es mejor
que otro, sino que trabajan juntos, con una mentalidad de colmena, uniéndose para
alcanzar objetivos más elevados. Mi objetivo. Al principio no lo supe ver, estaba ciego, pero
es mucho más gratificante que el trabajo con los humanos. Debo continuar estos
experimentos, sin embargo… no puedo revelar que he descubierto el verdadero sentido, el
valor de T y lo que representa. Spencer querría intentar apoderarse de él, lo sé. Mi rey está
al descubierto.
11 de febrero
Han estado vigilándome. Entro en el laboratorio y veo que han movido cosas.
Intentan ocultarlo, hacen ver que todo está igual, pero yo lo noto. Es Spencer, maldita sea
su alma, sabe lo de mis sanguijuelas, lo de mi hermosa colonia, y esto, esta persecución, no
acabará hasta que uno de nosotros muera. No puedo confiar en nadie… Quizá en Albert y
William, mis torres, ellos creen en mi trabajo, pero tendré que eliminar a algunos de los
otros. El juego se acerca a su final. Ellos intentarán ir a por mi reina, pero seré yo quien
gane la partida. Jaque mate, Oswell.
Ésa era la última anotación. Rebecca cerró el diario y lo dejó junto al juego de
ajedrez que estaba colocado en el centro del escritorio. Cuando encontró el alijo
oculto, pensó que los rudimentarios mapas serían el premio. Había dos; uno
mostraba lo que parecían ser los tres pisos de los sótanos del edificio, incluidas
unas cuantas zonas sin señalizar que quizá condujeran al exterior. El otro parecía
ser de la parte superior, con una habitación marcada como OBSERVATORIO junto a
una área abierta y amplia marcada como BALSA CRIADERO. Pero el pequeño diario
encuadernado en cuero, polvoriento y arrugado por los años —Rebecca no sabía
cuántos años exactamente, pero una de las anotaciones sobre el trabajo con
sanguijuelas tenía «1988» escrito en la esquina superior—, había sido un auténtico
descubrimiento. Seguramente estaba escrito por James Marcus, al parecer el
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creador del virus-T, el mismo virus que convertía a la gente en zombi y había
infectado el tren y posiblemente la mitad del bosque de Raccoon, si se tomaban los
últimos asesinatos como una pista.
Rebecca contempló la extraña decoración de la sala, el tablero gigante de
ajedrez que cubría el suelo, la mente que había detrás. Evidentemente, hacia el
final se había vuelto loco con sus divagaciones sobre el ajedrez y sobre el
«verdadero sentido» del virus. Tal vez hacer experimentos con personas había sido
demasiado para él.
Su radio emitió la señal de llamada. En cuanto apretó el botón de recepción,
la voz jadeante de Billy le resonó en el oído.
—¿Dónde estás? Tenemos que reagruparnos, ahora mismo. ¿Hola? Ah,
cambio.
—¿Qué ha pasado? Cambio.
—Lo que ha pasado es que me he topado con otra de esas personassanguijuelas y ésta ha estado a punto de acabar conmigo. Los zombis sé cómo
manejarlos, pero esas cosas se comen las balas, Rebecca. No tenemos suficiente
munición para mantenerlas a raya. Cambio.
«Han comenzado a formar colonias, como las hormigas o las abejas.»
¿Quién las estaría controlando? ¿Marcus? ¿O habrían desarrollado su propio
líder? ¿Una reina?
—De acuerdo —respondió Rebecca. Cogió los planos del sótano y del
observatorio que había encontrado y se los metió bajo el chaleco mientras se ponía
en pie. Después de dudar un segundo, agarró también el diario y se lo metió en el
bolsillo de la cadera—. Reúnete conmigo en el rellano, donde estaba el cuadro de
Marcus. Tal vez haya encontrado la salida, cambio.
—Voy para allá. Vigila. Cambio y corto.
Rebecca se apresuró a salir del cuarto y a recorrer el distribuidor, moviéndose
con rapidez. No había llegado muy lejos en su exploración, sólo a una sala de
reuniones vacía y luego a la oficina con los ajedreces. Por suerte, no se había
topado con nada hostil. Billy tenía razón con respecto a los hombres-sanguijuela,
no había forma de que pudieran contener a más de esos seres. De hecho, era muy
posible que la única razón por la que todas las sanguijuelas que había en el tren no
los hubieran atacado era porque las habían llamado. Tenía la vaga esperanza de
quedarse tranquilamente en la casa hasta que llegara ayuda, pero después de leer
el diario de Marcus y de oír que el centro de formación estaba infectado, tenían que
salir de ahí.
Después de todo por lo que había pasado esa noche —el aterrizaje forzoso
con el helicóptero, el tren, Billy, el descarrilamiento, y esto— aún seguía esperando
que apareciera la caballería, que otra persona se hiciera cargo, que la enviaran a
casa para poder cenar caliente y acostarse, y despertarse al día siguiente y
comenzar de nuevo su vida normal. Pero al parecer era todo lo contrario, y cada
vez estaba más metida en el misterio de Marcus y sus creaciones, de Umbrella y
sus malvados experimentos.
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HORA CERO
El joven se había retirado a un lugar donde la colmena se podía reunir con
comodidad, un espacio grande, cálido y húmedo, y alejado de la luz del día. Los
muchos lo rodeaban, cantando sus inarmónicas canciones de agua y oscuridad,
pero no conseguían tranquilizarlo. Había observado con una fría furia cómo la
chica —el asesino la había llamado Rebecca— robaba el diario de Marcus y se lo
metía en el bolsillo antes de salir del despacho. No era para eso que él había dejado
abierto el escritorio, en absoluto. El mapa del observatorio, se suponía que sólo
debía coger el mapa.
Los dos se acababan de reunir delante del cuadro, ambos hablando al mismo
tiempo, sin duda explicándose lo que habían encontrado, sus proezas criminales.
Podía ver a la ladrona y al asesino en la pantalla de vídeo a un lado de su nuevo
entorno, en lo más bajo de la planta de tratamiento, pero los podía ver mejor a
través de las docenas de pares de ojos rudimentarios que los observaban, sus niños
que los contemplaban desde las sombras. Las mentes de los muchos eran
poderosas, capaces de enviarse imágenes unos a otros y también a él; así era como
podían trabajar juntos de una forma tan efectiva. Rebecca y Billy no tenían ni idea
de lo vulnerables que eran, o de la facilidad con que él podía arrebatarles la vida.
Seguían vivos sólo por su voluntad.
Una ladrona y su amigo asesino. Billy había matado a un colectivo. Lo había
quemado. Los pocos supervivientes aún se estaban arrastrando hacia su amo, con
sus pobres cuerpos chamuscados, demostrándole la muerte del todo por su falta de
cohesión. ¿Cómo había osado, ese hombre sin importancia, ese insecto miserable?
Rebecca sacó los mapas y ambos los estudiaron, demasiado estúpidos, sin
duda, para saber qué se esperaba de ellos. El observatorio era la clave de su huida,
pero sin duda lo intentarían primero por el sótano. Ya le iba bien. Ya no estaba tan
seguro de querer que escaparan.
Comenzaron a bajar las escaleras, y desaparecieron de la pantalla y de los
ojos de los muchos, pero sólo durante un instante. Mientras, la pareja volvía a
aparecer en la pantalla a través de otra cámara; se detuvieron y contemplaron la
masa de cuerpos arácnidos, muertos y encogidos en el suelo. Había cuatro arañas
gigantes, y todas habían muerto hacía sólo unos instantes. Habían sido eliminadas
para que Rebecca y su amigo pudieran evitar su veneno. Las arañas eran otro
experimento, uno condenado a fracasar por ser demasiado lentas y demasiado
difíciles de manejar, pero eran lo suficientemente letales como para que el joven se
hubiese preocupado. Lo empezaba a lamentar. Ver morir a la ladrona y al asesino
sería un placer, a pesar de lo que eso representaba en sus planes contra Umbrella.
La pareja siguió avanzando sin saber que los observaban las criaturas que habían
matado a las arañas y que en estos momentos se escondían en sus cuerpos
hinchados y segmentados.
¿Qué hacer? Si los mataba aplacaría una necesidad propia, la necesidad de
vengar las vidas de sus niños, la necesidad de afirmar su control. Pero denunciar a
Umbrella era la prioridad. Llevar la compañía a la ruina al abrir su apestoso
corazón era lo que Billy y Rebecca harían con toda seguridad, si sobrevivían.
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HORA CERO
Los dos siguieron el corredor hasta el final, luego atravesaron la puerta de un
despacho abandonado hacía tiempo. Después de consultar el mapa brevemente,
continuaron hasta una habitación sin ninguna otra salida donde anteriormente se
habían guardado especímenes vivos. Hacía tiempo que allí ya no había jaulas y la
habitación estaba vacía. El joven no estaba seguro de por qué habían elegido un
camino sin salida hasta que los vio dirigirse a la esquina noroeste y mirar hacia un
rectángulo negro próximo al techo.
La salida de la ventilación. No tendría puesto el nombre en el mapa. Quizá
pensaran que era una vía de salida, pero la verdad era que llevaba a…
El joven movió la cabeza. Las habitaciones privadas del doctor Marcus, la sala
donde hubo un tiempo en que invitaba a ciertos sujetos de prueba jóvenes y
atractivos. ¿Por qué no se marchaban de una vez? No encontrarían nada en las
habitaciones privadas, nada.
A no ser que…
El sistema de ventilación estaba conectado a otra área de especímenes, y ésa
no estaba vacía. Y hacía días que las criaturas no comían. Estarían muy, muy
hambrientas. Lo único que necesitaba hacer era dejar que los muchos abrieran una
reja o dos…
En vez de considerarlos como una parte integral de su plan, quizá debería
considerar a Billy y a Rebecca como sujetos de estudio. Podían morir, lo que, sin
duda, sólo retrasaría la denuncia de Umbrella durante un corto tiempo. Estaba
impaciente, pero tenía que considerar el entretenimiento que podía obtener. O
podrían sobrevivir. Y en ese caso, aún tendrían algo más que explicar.
El joven esbozó su afilada sonrisa mientras Billy impulsaba a Rebecca y la
alzaba hasta el agujero de la ventilación. Ésta entró a cuatro patas y desapareció de
la vista. ¿No se sorprenderían si unos cuantos restos de la serie de primates se
sumaran al juego?
A su alrededor, sus niños susurraban. Las paredes y el techo goteaban sus
viscosos fluidos. Rodeado de los muchos, con el destino de Umbrella en sus
manos, y además con dos soldaditos para jugar, para divertirse viendo cómo
medían su habilidad contra los restos de las armas bioorgánicas de Umbrella, se
sintió feliz. ¿Vivirían o morirían? De cualquier forma, él estaría satisfecho.
—Abrid las jaulas, queridos —murmuró, y comenzó a cantar.
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HORA CERO
Capítulo 8
Rebecca entró en el conducto de ventilación sin hacer caso de las capas de
polvo y las telarañas que se le pegaban en el pelo y la ropa, ni tampoco de la
claustrofóbica sensación de tener tan próximas las delgadas paredes de metal. El
mapa sólo indicaba el conducto que unía dos salas en el primer piso del
subterráneo, pero había espacios en el segundo nivel del sótano que parecían
formar también parte del sistema. Era posible que alguno de los conductos se
abriera al exterior. A Billy no le había entusiasmado la idea —«posible» no era
exactamente lo mismo que «probable», había dicho—, pero ambos coincidieron en
que valía la pena probarlo.
Al menos no es muy largo, pensó Rebecca, mientras se arrastraba hacia el
rectángulo de luz que se veía no mucho más adelante. Una fina rejilla de metal
cubría la salida, pero saltó al darle unos cuantos golpes y rebotó contra el suelo.
Echó una ojeada a la gran sala de piedra. Bajo el parpadeo de un fluorescente
en las últimas, la habitación parecía vacía, fría y húmeda. Rebecca se inclinó hacia
fuera, agarró el borde de la abertura y saltó dando una voltereta hasta un sofá. Se
incorporó, se sacudió la ropa y observó la sala.
¡Vaya!
Parecía una mazmorra medieval, grande y oscura como una cueva de piedra.
De las paredes de roca colgaban cadenas y las cadenas acababan en grilletes. Había
una serie de artefactos que no supo reconocer, pero que sólo podían estar pensados
para infligir dolor. Tablas con clavos oxidados, manojos de cuerdas anudadas, y
cerca de una fuente cubierta de moho y porquería que había en la pared se hallaba
una especie de caja vertical que parecía una dama de hierro. No tenía ninguna
duda de que las manchas oscuras y desvaídas que cubrían las grietas de los
rugosos muros eran de sangre.
—¿Va todo bien? Cambio.
Rebecca cogió la radio.
—No creo que «bien» sea la palabra adecuada —contestó—, pero no me pasa
nada. Cambio.
—¿Hay otro conducto de ventilación? Cambio.
Rebecca observó las paredes en busca de otra rejilla de ventilación, y vio una
a más de tres metros de alto.
—Sí, pero está en el techo —respondió con un suspiro. Incluso si tuvieran una
escalera para llegar hasta allí, luego no podrían ascender verticalmente por el
conducto. Vio la única puerta de la sala en la esquina suroeste—. ¿Hacia dónde
lleva? Cambio.
Una pausa.
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—Parece que da a una sala pequeña que vuelve al corredor por el que hemos
pasado —la informó Billy—. ¿Nos encontramos en el corredor? Cambio.
Rebecca se dirigió hacia la puerta.
—Es lo más lógico. Quizá podamos…
Antes de acabar la frase, un terrible ruido inundó la sala, un sonido como
nunca había oído, pero que al mismo tiempo le resultó extrañamente familiar. Era
un chillido agudo, semejante al de un mono…
Eso es. El área de los primates en el zoo.
… que reverberaba en el cavernoso lugar y que provenía de todas y ninguna
parte a la vez. Rebecca alzó la mirada justo a tiempo de ver una criatura pálida y
de largos miembros que la observaba desde el conducto de ventilación del techo.
La criatura mostró los dientes, grandes y afilados, mientras parecía querer agarrar
el aire ante su pecho musculoso con ágiles dedos y seguía chillando de una forma
espantosa.
Antes de que Rebecca pudiera dar un paso, la criatura saltó desde el conducto
del ventilador hasta la pared, rebotó en ella y aterrizó en posición agachada sobre
una pila de maderas que había en el centro de la habitación. La miró con una
mueca que dejaba al descubierto sus dientes amarillentos. Era como un babuino
con pelo corto y blanco excepto por los grandes desgarrones en el pelaje, por
donde se veían brillantes trozos de denso músculo rojo. No parecía que lo hubieran
atacado, sino que era como si los músculos hubieran desgarrado la piel al haber
crecido demasiado para que ésta los pudiera cubrir. Las manos eran demasiado
grandes y las uñas demasiado largas, y la criatura las arrastraba dejando marcas
sobre el suelo de piedra mientras se acercaba a Rebecca desde la pila de maderas
con una sonrisa maliciosa en su rostro contorsionado.
Despacio…
Rebecca cogió lentamente el arma que le colgaba de la cadera, tan asustada
como lo había estado durante toda la noche. Los babuinos normales eran capaces
de hacer trizas a una persona, y éste en concreto tenía la pinta de estar infectado.
El babuino se acercó más, y Rebecca oyó al menos dos voces más
comenzando a chillar desde arriba. El ruido fue aumentando al irse aproximando
más animales enfermos. Al primero ya lo tenía lo suficientemente cerca como para
poder olerlo, el cálido y almizclado olor de la orina, las heces, la brutalidad y, por
encima de todo, de la infección.
—¡Rebecca! ¿Qué está pasando?
Aún tenía la radio en la mano izquierda. Apretó el botón, temiendo hablar
pero aún temiendo más que los gritos de Billy incitaran a la criatura a atacarla.
—Sshhh —dijo con voz suave, tanto para calmar al animal como para callar a
Billy. Retrocedió un paso, se colgó la radio del cuello de la camisa y alzó la nueve
milímetros. El babuino se agachó aún más, tensando las patas.
Y saltó justo en el momento en que ella disparaba, justo en el momento en
que dos seres ágiles saltaban chillando a la sala desde el conducto de ventilación.
Uno de ellos le lanzó un zarpazo al pasar, y sus afiladas uñas le rasgaron el pelo.
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Al esquivar el ataque se alejó de su atacante, pero también perdió el equilibrio y el
tiro dio en la pared. Todos cayeron sobre la pila de maderas…, y entonces el suelo
se hundió.
No había habido novedades. El extraño joven, fuera quien fuese —y Wesker
tenía sus sospechas, que se reservaba para sí— no había vuelto a aparecer, como
tampoco la imagen de James Marcus. Las cámaras no parecían funcionar
correctamente, por lo que la vigilancia pasaba a convertirse en un punto discutible.
Muchas simplemente se habían apagado y lo habían dejado sin nada que ver, sin
nada que evaluar.
Después de varios largos y tediosos momentos de escuchar a Birkin hablando
de su nuevo virus, Wesker se apartó de la consola de vigilancia y se puso en pie,
desperezándose. Resultaba curioso, unos años atrás quizá le hubiera interesado el
trabajo de su viejo amigo. Pero estando a punto de abandonar su larga relación con
Umbrella, se sentía incluso incapaz de fingir interés.
—Bueno, ha sido un día largo —dijo Wesker, interrumpiendo el obsesivo
monólogo de William cuando éste se detuvo a respirar—. Me marcho.
Birkin se lo quedó mirando, su rostro pálido y angustiado resultaba
fantasmal bajo la luz blanquecina de las pantallas.
—¿Qué? ¿Adónde vas?
—A casa. Aquí no podemos hacer nada más.
—Pero… dijiste… ¿Y qué pasa con la limpieza?
Wesker se encogió de hombros.
—Umbrella enviará otro equipo, seguro.
—Pensaba que ocultar la infección era lo más importante. ¿No dijiste que era
vital?
—¿Lo dije?
—¡Sí! —Birkin estaba realmente enfadado—. No quiero que venga nadie más
de Umbrella. Podrían empezar a hacerme preguntas sobre mi trabajo. Necesito
más tiempo.
Wesker volvió a encogerse de hombros.
—Bueno, pues activa tú mismo el sistema de autodestrucción y dile a nuestro
contacto que todo está arreglado.
Birkin asintió con un gesto de cabeza, aunque Wesker podía ver la inquietud
que brillaba en su mirada. Birkin tenía miedo de su nuevo contacto con los peces
gordos de la central y evitaba tener cualquier relación con él. Wesker no podía
culparlo. Había algo en ese Trent, esa extraña serenidad en su actitud…
—¿Y qué pasa con… él? —Birkin hizo un gesto con la cabeza hacia las
pantallas.
Wesker también sintió una punzada de inquietud, pero su expresión se
mantuvo imperturbable.
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—Un fanático resentido. Se le dan muy bien los trucos de vídeo, pero
supongo que arderá como cualquier otro. —El propio Wesker no acababa de
creerse eso, pero no estaba interesado en resolver este misterio. No era el detective
de alguna novela barata de conspiraciones, guiado por la necesidad de llegar al
fondo del asunto. Por experiencia personal sabía que las anomalías solían tender a
resolverse por sí mismas, de una forma u otra.
—Si saliera de aquí algo sobre lo que realmente le pasó al doctor Marcus…
—No saldrá —afirmó Wesker.
Birkin se negaba a ceder.
—Pero ¿y la mansión Spencer y los centros que hay allí?
—Déjame eso a mí —repuso Wesker—. Umbrella quiere datos de combate, y
se los voy a dar. Llevaré a los STARS allí dentro, a ver cómo gente con auténtico
entrenamiento se enfrenta a las armas bioorgánicas. —Sonrió mientras pensaba en
el talento del equipo Alfa. El forzudo Barry, la puntería infalible de Chris, Jill y su
ecléctica educación por ser la hija de un ladrón sin igual… Sería un enfrentamiento
de lo más interesante. Después de ver a Rebecca Chambers en el centro, resultaba
evidente que algún imprevisto le había ocurrido al equipo de Enrico. Wesker
podría aprovecharse de ello, llevaría a los Alfa a «buscar» a los hombres del otro
equipo.
Incluso si los Bravos han conseguido regresar por sí solos a la civilización, aún
quedará Rebecca.
La joven era brillante, pero el cerebro no valía lo mismo que la experiencia en
combate. De hecho, lo más seguro era que ya estuviera muerta.
Salieron de la sala de control. Wesker se dirigió hacia el vestíbulo y Birkin
correteó detrás para mantenerse a su altura. Se aproximaron al ascensor, que
seguía abierto desde la llegada de Wesker, y éste se metió dentro. Birkin se lo
quedó mirando. Bajo la luz más brillante del pasillo, Wesker se fijó en la expresión
de locura que marcaba el rostro del científico. Unas grandes ojeras oscuras le
rodeaban los ojos y tenía un tic en la comisura de la boca. Wesker se preguntó
vagamente si Annette habría notado el descenso de su marido a los profundos
pozos de la paranoia, y decidió que probablemente no. Esa mujer estaba ciega a
todo excepto a la «grandeza» del trabajo de su marido. Una desgracia para su hija,
tener unos padres semejantes.
—Activaré la secuencia de destrucción —dijo Birkin.
—Prográmala para la mañana —repuso Wesker con una sonrisa—. El
amanecer de un nuevo día.
Las puertas se cerraron frente a la decidida expresión de Birkin, una mirada
de resolución en el rostro de una oveja. La sonrisa de Wesker se hizo más amplia, y
se sintió exultante al pensar en lo que iba a suceder. Todo estaba a punto de
cambiar para todos ellos.
—¡Billy, socorro!
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HORA CERO
Billy había comenzado a correr en cuanto oyó los chillidos de animales y los
golpes, y ya estaba en el corredor cuando el aterrado grito de Rebecca crepitó en la
radio. Corrió más de prisa mientras se metía los mapas en el bolsillo trasero, con el
arma en la mano y maldiciéndose por dejarla ir por el conducto de la ventilación.
Allí, ante él, estaba la puerta, no muy lejos del cuerpo de una de las arañas
gigantes. Se lanzó contra ella y la empujó con el hombro mientras accionaba el
picaporte. La puerta se abrió con un crujido y Billy entró en la sala. Los
fluorescentes del techo parpadeaban y daban a la estancia un aspecto irreal, quizá
de algún tipo de laboratorio, aunque había una especie de catre cubierto de
humedad en una esquina.
¡No importa, vamos!
Atravesó la sala a toda prisa hacia la siguiente puerta. Rebecca volvió a gritar;
le advertía que tuviera cuidado, que se diera prisa. Mientras giraba el pomo, notó
movimiento en un lado, se volvió y vio a un zombi de aspecto decrépito en una
esquina. Las luces se encendían y se apagaban con un zumbido. El hombre
agonizante lo contemplaba en silencio, y su arruinada silueta desaparecía en la
oscuridad con cada parpadeo. Comenzó a avanzar lentamente hacia él.
Luego, tío.
Billy abrió la segunda puerta y entró.
Casi inmediatamente, algo saltó sobre él chillando. Se agachó, notó una
informe masa de rojo y blanco y un olor animal, y entonces la criatura —era un
mono, algún tipo de mono— pasó sobre él sin dejar de chillar. Rápidamente se le
unieron dos más y formaron un amplio círculo alrededor de Billy. Sus miembros,
largos y musculosos se movían constantemente, intentando alcanzarlo, y sus
cuerpos enfermos se le acercaba danzando y volvían a alejarse. Billy retrocedió y se
colocó en la esquina donde la puerta se juntaba con el muro de piedra. No quería
que lo arrinconaran, pero le preocupaba más dejar la espalda al descubierto. Los
monos continuaron bailoteando de adelante atrás, chillando.
—¡Rebecca! —gritó Billy.
—¡Aquí!
Sonaba lejos. Billy se fijó entonces en un agujero, a unos cuantos metros.
Trozos de madera cubrían el suelo a su alrededor. No podía ver a Rebecca.
—¡Aguanta! —gritó, y dedicó toda su atención a los monos, justo cuando uno
de ellos se acercó lo suficiente como para tocarlo.
El mono intentó golpearlo con una enorme zarpa, y las uñas le arañaron la
parte alta de la pernera del pantalón. No había llegado a rasgarle la piel, pero
seguramente lo lograría al próximo intento. Billy no apuntó, simplemente bajó el
arma y disparó.
El mono salió despedido hacia atrás, aullando, mientras un chorro de sangre
oscura le manaba del pecho. Pero no estaba muerto. Sacudió la cabeza y avanzó de
nuevo. Billy pensó que probablemente estaba bien fastidiado, porque los monos
eran demasiado fuertes, demasiado organizados. No podía dispararle a ninguno
sin quedar expuesto a un ataque…
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Pero los otros dos saltaron sobre el herido y empezaron a despedazarlo con
manos ávidas. El animal herido gritó y se resistió, pero su sangre había desatado
una hambre frenética, y los otros dos lo hicieron pedazos en un momento mientras
se metían grandes trozos de carne en la boca.
Billy pudo por fin apuntar y lo hizo. Tres tiros y los monos cayeron, muertos
o agonizando.
Corrió hasta el agujero, se puso de rodillas y se acercó al borde irregular con
el corazón golpeando con fuerza dentro del pecho, luego se le cayó a los pies al ver
lo abajo que estaba Rebecca. Colgaba, agarrada con ambas manos, de un trozo de
cañería de metal, todo un piso por debajo de donde él se hallaba. Bajo ella se abría
la oscuridad. Era imposible decir hasta dónde podría caer.
—Billy —suplicó jadeante, y lo miró con ojos temerosos.
—No te sueltes —repuso Billy, y sacó los mapas del bolsillo para buscar su
posición y ver el camino más rápido de llegar hasta ella. No había ningún acceso
rápido al segundo piso del sótano, no desde donde él estaba. Tendría que regresar
al vestíbulo, probablemente a través del comedor donde había visto a los zombis.
Las escaleras al subsótano se hallaban en el lado este de la casa.
—No sé cuánto podré aguantar —susurró la joven. Su susurro fue
amplificado por la radio y llegó hasta Billy. En algún momento, Rebecca había
dejado el canal abierto.
—No te atrevas a dejarte ir. Es una maldita orden, jovencita, ¿te enteras?
Rebecca no replicó, pero él vio cómo apretaba los dientes.
Bien. Quizá meterse con ella la haría ser más fuerte. Billy ya estaba en pie de
nuevo.
—Ya voy —dijo. Se dio media vuelta, salió corriendo y atravesó la puerta que
daba al laboratorio con iluminación estroboscópica. El zombi que estaba allí se
había movido y se hallaba entre él y la salida que daba al corredor, pero Billy ni
pensó en el arma, estaba demasiado preocupado por Rebecca para malgastar
tiempo. Puso uno de los brazos como un quarterback en medio de un partido
importante y cargó contra la criatura. La empujó con toda su fuerza y siguió
corriendo mientras el zombi se tambaleaba hacia atrás y caía al suelo. Billy ya
estaba lejos antes de que el grito frustrado y hambriento de la criatura llegara a sus
oídos.
Atravesó el corredor, pasó ante los cuerpos de pesadilla de las arañas y subió
las escaleras. Sacó el cargador de su nueve milímetros, se lo metió en el bolsillo,
buscó a tientas el que tenía de recambio y lo encajó en el arma justo cuando entraba
en el vestíbulo.
Aguanta, aguanta…
No dudó ni un momento antes de entrar en el comedor. Abrió la puerta de
golpe y corrió hacia el interior. Vio a dos zombis que estaban fuera de su camino, a
una distancia segura, con la mesa de por medio. El tercero se hallaba cerca de la
puerta que lo llevaría hasta Rebecca. Era el soldado con el tenedor clavado, y Billy
se detuvo el tiempo justo de apuntar y dispararle dos tiros a la ya rezumante
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cabeza. Falló el primero, pero el segundo le voló una buena parte del hueso de la
parte trasera del cráneo y pintó la pared posterior de materia gris en
descomposición. El cuerpo se quedó inmóvil por un instante, y Billy pasó ante él
antes de que cayera al suelo.
Atravesó la puerta, que daba a un corto pasillo.
¿Derecha o izquierda?
Sin el mapa del primer piso no podía estar seguro, pero el emplazamiento de
las escaleras en el plano del sótano le hacía pensar que era hacia la derecha. Sin
tiempo para reflexionar, siguió corriendo en esa dirección con el arma levantada.
Bajó unos escalones y rodeó una caldera gigante y siseante. El vapor llenaba la sala
de mantenimiento, pero Billy encontró el camino y bajó otras escaleras, éstas de
metal oxidado.
Al fondo había una puerta. La empujó mientras recordaba que, según el
mapa, entraría en una sala muy amplia con una especie de fuente en medio, algo
grande y redondo. Había dos estancias más pequeñas hacia el oeste que se abrían a
otro pequeño distribuidor, y en una de ellas tenía que estar Rebecca.
Quizá la que está más al fondo…
La sala grande era fría y húmeda, y tenía las paredes y el suelo de piedra. La
atravesó corriendo mientras lanzaba una mirada hacia el gran monumento que
tenía a la izquierda, lo que en el mapa había pensado que era una fuente. En
realidad eran algún tipo de estatuas.
Unos ojos ciegos lo contemplaron desde los rostros esculpidos de animales,
observándolo mientras corría.
Y justo entonces, al doblar una esquina, oyó un grito proveniente del corredor
que tenía justo delante. Reconoció el sonido fácilmente: otro mono. ¡Mierda!
Tendría que acabar con él, no podía correr el riesgo de dejarlo a su espalda…
—¡Billy… por favor!
La voz de la radio sonaba totalmente desesperada, y Billy aceleró sin hacer
caso a la parte de su cerebro que le ordenaba parar y esperar a que el animal se
mostrara para poder acabar con él a una distancia segura. Se lanzó hacia adelante,
dobló la esquina, y allí se hallaba el mono, terrible, con un aspecto medio
desollado, aullando…
Y Billy, que había sido corredor en el instituto, saltó. Pasó sobre él y aterrizó a
dos pasos de una puerta, la puerta que buscaba, mientras el mono chillaba furioso
a su espalda. Si la puerta estaba cerrada, se habría metido en un buen lío, pero por
suerte no fue así. La atravesó a toda velocidad, se lanzó de rodillas y se deslizó
hasta llegar al gran agujero del suelo.
Rebecca estaba allí, aún estaba allí, agarrándose ya sólo con una mano, y Billy
vio que se le estaba resbalando. Tiró su arma y alargó el brazo. La agarró por la
muñeca justo cuando los dedos de la joven perdían su aguante.
—Te tengo —exclamó jadeante—. Te tengo.
Rebecca comenzó a llorar mientras él se echaba hacia atrás y la sacaba del
agujero. Billy sintió una satisfacción que casi había olvidado que existía después de
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HORA CERO
todos esos meses en la cárcel: la de saber simplemente y con seguridad que había
hecho lo correcto y lo había hecho bien.
Billy la sacó del agujero, usando su cuerpo como contrapeso, y casi la puso
encima de él en una especie de tosco abrazo. En vez de apartarse, Rebecca dejó que
la sujetase durante un momento, incapaz de contener las lágrimas de gratitud y de
alivio. Billy pareció entender lo que ella necesitaba y la abrazó con fuerza. Había
estado tan segura de que se iba a caer, a morir, perdida y olvidada en algún sótano
hediondo, su cuerpo devorado por animales infectados.
Pasado un momento, rodó hacia un lado mientras se secaba el rostro con una
mano temblorosa. Ambos se sentaron en el suelo, y Billy contempló los tristes
muros de roca de otra cámara del sótano, sin nada que la diferenciase de las
demás. Rebecca observó a Billy. Cuando el silencio se prolongó demasiado, la
joven le puso la mano en el brazo.
—Gracias —dijo—. Me has salvado la vida. Otra vez.
Él la miró un instante y luego apartó la vista.
—Bueno, sí. Ya sabes que tenemos esa especie de tregua.
—Sí, lo sé —repuso ella—. Y también sé que no eres un asesino, Billy. ¿Por
qué te llevaban a Ragithon? ¿Es cierto que… que tuviste algo que ver con esas
muertes?
Billy la miró a los ojos.
—Podría decir que sí —contestó—. Al menos estaba allí.
Estaba allí…
Eso no era lo mismo que decir que había matado a alguien.
—No creo que mataras a tu escolta antes; creo que fue una de esas criaturas y
que tú tan sólo saliste corriendo —insistió Rebecca—. Y aunque no hace mucho
que te conozco, tampoco creo que asesinaras a veintitrés personas.
—No importa —replicó Billy, mirándose las botas—. La gente cree lo que
quiere creer.
—Me importa a mí —afirmó Rebecca suavemente—. No voy a juzgarte. Sólo
quiero saberlo. ¿Qué pasó?
Billy seguía mirándose las botas, pero su mirada parecía perdida, como si
contemplara otro tiempo y otro lugar.
—El año pasado enviaron a mi unidad a África para intervenir en una guerra
civil —le explicó—. Ya sabes, alto secreto, ninguna interferencia de EE.UU., esas
cosas. Se suponía que debíamos arrasar la guarida de una guerrilla. Era en pleno
verano, cuando el calor arrecia más, y nos soltaron bastante lejos de la zona donde
debíamos atacar, en medio de una densa jungla. Tuvimos que avanzar como
pudimos…
Se quedó en silencio unos instantes, mientras cogía las chapas de
identificación y las apretaba con fuerza.
—El calor acabó con la mitad de nosotros. El enemigo hizo el resto, nos fue
pillando uno a uno. Cuando llegamos adonde se suponía que se hallaba la guarida,
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HORA CERO
sólo quedábamos cuatro. Estábamos agotados, medio locos, enfermos de calor,
enfermos de puro abatimiento, supongo, al ir viendo morir a nuestros compañeros.
»Así que cuando llegamos a las coordenadas del objetivo estábamos a punto
para volarlos a todos por los aires. Como para hacer que alguien lo pagara, ¿sabes?
Por toda esa enfermedad. Sólo que no había ninguna guarida. El chivatazo no era
bueno. Resultó ser un tranquilo pueblecito, un puñado de granjeros. Familias.
Viejos. Niños.
Rebecca hizo un gesto de asentimiento, animándolo a seguir, pero se le estaba
formando un nudo en el estómago. El final de la historia era inevitable; podía ver
adonde iba a parar y no resultaba nada agradable.
—El jefe del grupo nos dijo que los reuniéramos, y así lo hicimos —continuó
Billy—. Y luego nos dijo que…
Se le quebró la voz. Alargó la mano, recogió la pistola del suelo y se la metió
en el cinturón casi con tanta rabia como con la que se levantó y se dirigió hacia la
salida. Rebecca también se puso en pie.
—¿Lo hiciste? —preguntó—. ¿Los mataste?
Billy se volvió hacia ella con una mueca en los labios.
—¿Y qué si te lo digo? ¿Me juzgarás?
—¿Lo hiciste? —insistió Rebecca, examinando el rostro del hombre, sus ojos,
decidida al menos a intentar entenderlo. Y como si él lo pudiera ver, como si
notara que estaba dispuesta a aceptar la verdad, la miró durante un momento y
luego negó con la cabeza.
—Intenté detenerlos. Lo intenté, pero me golpearon. Estaba casi inconsciente
pero lo vi, lo vi todo… y no pude hacer nada. —Apartó la mirada antes de
proseguir—: Cuando todo hubo acabado, cuando nos recogieron, fue su palabra
contra la mía. Hubo un juicio, una sentencia y… bueno, entonces pasó esto. —
Abrió los brazos, abarcando lo que los rodeaba—. Así que si salimos de aquí,
también estoy muerto. Eso, o correr y no parar.
Sus palabras sonaban ciertas. Si mentía, entonces se merecía un Oscar… Y
Rebecca no creía que estuviera mintiendo. Intentó pensar en algo que decir, algo
que lo animara, que de alguna manera hiciera las cosas mejores, pero no se le
ocurrió nada. El tenía razón respecto a sus opciones.
—¡Hey! —exclamó él, mirando algo por encima del hombro de Rebecca—.
Mira eso.
Rebecca se volvió mientras él avanzaba. Vio una pila de piezas de metal
apoyadas contra la pared del fondo y, medio escondida entre ellas, lo que parecía
ser una escopeta.
—¿Es lo que creo? —preguntó.
Billy cogió el arma, y sonrió mientras la abría y la comprobaba.
—Sí, señora, sin duda lo es.
—¿Está cargada?
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—No, pero me quedan unos cuantos cartuchos del tren. Es del calibre doce.
—Sonrió de nuevo—. Las cosas mejoran. Quizá no consigamos salir, pero hay un
mono en el corredor que está pidiendo probar esta maravilla.
—Lo cierto es que creo que se trata de un babuino —repuso ella, y se
sorprendió al encontrarse sonriendo también. A ambos se les escapó la risa por la
absoluta futilidad de su corrección. Estaban atrapados en una mansión aislada y
los perseguían un montón de monstruos diferentes, pero al menos sabían que la
criatura del pasillo probablemente era un babuino. Las risitas pasaron a ser
carcajadas.
Rebecca lo contempló mientras reía y dejaba de lado cualquier aire de
arrogancia o de tipo duro, y sintió que lo veía realmente por primera vez, el
auténtico Billy Coen. En ese momento se dio cuenta de que había fallado
totalmente en su primera misión. Él era tanto su prisionero como ella lo era de él.
Suponiendo que sobrevivieran, si él se escapaba, ella no sería capaz de detenerlo.
Vaya con tu carrera en defensa de la ley.
Y esa idea la hizo reír con más ganas aún.
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Capítulo 9
El babuino se abalanzó corriendo hacia ellos en cuanto entraron de nuevo en
el pasillo, y murió espectacularmente, hecho pedazos con un ensordecedor
bramido por la escopeta de doble cañón. Billy la recargó con el único cartucho que
le quedaba. Pensaba que tenía más, pero al parecer los había perdido en algún
momento. De cualquier forma, no tuvieron más encuentros hasta que llegaron a la
sala principal. Billy se sentía más alegre de lo que se había sentido en mucho
tiempo. Además del ataque de risa, que tan bien le había sentado, como una pausa
en el incesante caos que habían estado soportando, era la primera vez que había
contado su historia a alguien que realmente lo escuchaba, alguien que estaba
dispuesto a considerar que tal vez estuviera diciendo la verdad.
Se detuvieron ante el gigantesco círculo que formaba la especie de
monumento en medio de la gran cámara y lo contemplaron. Eran seis animales
tallados y colocados a igual distancia formando un círculo, con el rostro hacia
fuera. Cada uno tenía una plaquita delante y una pequeña lámpara de aceite junto
a cada placa. Los animales estaban cincelados por manos expertas, pero el conjunto
era una monstruosidad, una auténtica pesadilla.
El animal que se hallaba frente a Billy era una águila en pleno vuelo con una
serpiente atrapada entre las garras. Leyó la placa: DANZO LIBREMENTE EN EL AIRE,
CAPTURANDO UNA PRESA SIN PATAS. Frunció el entrecejo, avanzó hasta el siguiente
animal, un ciervo, y leyó su placa: ME ALZO FIRME SOBRE LA TIERRA MOSTRANDO
LAS ASTAS CON ORGULLO.
Rebecca rodeó la desafortunada obra de arte y se detuvo junto a una verja de
acero que se hallaba detrás. La verja cerraba el paso hacia un corto pasillo con dos
puertas, una en cada pared.
—Hay un cartel aquí. Básicamente dice que hay que ir del más débil al más
fuerte y encender las lámparas. —Se volvió hacia los animales y los contempló—.
Es una especie de acertijo. —Agarró una de las barras de metal de la reja—. Debe
de abrir esta verja.
—Así que tenemos que encender las lámparas por orden, empezando por el
animal más débil —dijo Billy. Estúpido. ¿Por qué se tomaría alguien tantas
molestias? Sacó el mapa del bolsillo trasero y lo examinó—. Sólo parece haber un
par de habitaciones por ahí. No veo ninguna salida.
Rebecca se encogió de hombros.
—Sí, pero quizá haya algo que podamos usar. ¿Qué daño puede hacernos?
—No lo sé —respondió sinceramente—. Quizá mucho.
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Rebecca sonrió y se volvió hacia el animal de piedra que tenía más cerca, un
tigre, en cuya placa se leía: SOY EL REY DE TODO LO QUE VEO, NINGUNA CRIATURA
PUEDE ESCAPAR DE MÍ.
Billy se fue hacia la izquierda, hasta la talla de una serpiente enroscada en la
rama de un árbol.
—Ésta dice: « AVANZO SIGILOSA SOBRE MIS VÍCTIMAS EN UN SILENCIO SIN PASOS
Y CONQUISTO HASTA EL MÁS PODEROSO DE LOS REYES CON MI VENENO».
Rebecca leyó los dos restantes en voz alta. Las palabras bajo el lobo eran: MI
AGUDO INGENIO ME PERMITE ABATIR HASTA LA MAYOR BESTIA CORNUDA . El sexto
animal era un caballo alzado sobre las patas traseras, y en su placa ponía:
NINGUNA ASTUCIA PUEDE IGUALAR LA VELOCIDAD DE MIS ÁGILES PATAS.
Bestia cornuda. Billy volvió hasta el ciervo y volvió a leer la parte sobre
«mostrar las astas con orgullo».
—Así que el lobo es más fuerte que el ciervo —concluyó.
—Y si la astucia no puede correr más que el caballo, entonces el caballo es
más fuerte que el lobo —continuó Rebecca—. ¿Qué es más fuerte que la serpiente?
—Tiene que ser el águila; lleva una serpiente —repuso Billy.
Ambos rodearon la estatua mientras hacían observaciones e intentaban
resolver el acertijo. Finalmente estuvieron de acuerdo en la secuencia, y Billy fue
de animal en animal encendiendo las lámparas en el orden acordado, de más débil
a más fuerte. Al parecer, según las estatuas, el orden era ciervo, lobo, caballo, tigre,
serpiente y águila.
Cuando Billy encendió la lámpara del águila, se oyó un pesado ruido
metálico que provenía de algún punto en medio del conjunto, y la verja de acero se
alzó suavemente hasta desaparecer en algún hueco en lo alto del arco.
Juntos entraron en el pasillo. A primera vista, la primera sala, la de la
derecha, parecía no contener nada valioso. Había un grupo de cajas de embalaje y
unas cuantas estanterías desordenadas. Billy estaba dispuesto a seguir adelante
cuando Rebecca entró y se dirigió hacia las cajas. Una de ellas estaba girada hacia
la pared y desde la puerta no podían ver qué contenía. Cuando Rebecca llegó hasta
ella, soltó una risa excitada, se agachó y le dio la vuelta para que Billy la pudiera
ver. El hombre corrió hacia ella, sintiéndose como un niño en Navidad.
Supongo que, después de todo, valía la pena resolver el maldito acertijo.
Dos cajas y media de cartuchos de nueve milímetros. Media caja del
veintidós, que no les serviría de mucho, como tampoco el par de cargadores
rápidos —Billy tuvo que explicarle que esos artilugios de metal servían para
recargar rápidamente un revólver— con balas del calibre 50. Pero la caja de
cartuchos de escopeta, catorce en total, sin duda le serían de gran ayuda. A Billy no
le habría importado encontrarse una bazuca, pero teniendo en cuenta su situación,
no podían haber hallado nada mejor.
Se pasaron cinco minutos metiendo balas en los cargadores que ya tenían.
Rebecca encontró una riñonera con la cremallera rota en uno de los estantes y
también la cargaron, además de su cinturón de combate. Estuvieron de acuerdo en
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que era mejor llevarse toda la munición, por si acaso encontraban otras armas. Billy
hizo un apaño en la cremallera con un imperdible que encontró en el suelo y se
colocó la riñonera; el peso de tanta munición lo reconfortó.
—Podría besarte —exclamó, levantando la escopeta. Al notar el silencio de la
joven, se volvió para mirarla y vio que se había sonrojado ligeramente. Rebecca
volvió el rostro hacia otro lado mientras se ajustaba el cinturón—. No me refería
literalmente —repuso a toda prisa—. Quiero decir, no es que no seas atractiva,
pero eres… yo… esto…
—No te pongas de los nervios —replicó ella fríamente—. Ya sé qué quieres
decir.
Billy asintió con la cabeza, aliviado. Ya tenían bastante sin tener que empezar
con la cosa de hombre y mujer.
Aunque realmente es muy guapa…
Apartó esa idea de la cabeza y se recordó que, aunque acabara de pasar un
año lejos de cualquier mujer, no era en absoluto el momento adecuado para pensar
en ello.
Se dirigieron hacia la segunda puerta y vieron que no estaba cerrada con
llave. Era una habitación con literas, desorganizada y sucia. Las literas estaban
hechas de contrachapado puesto de cualquier manera y las pocas mantas que había
tiradas estaban deshilachadas y mugrientas. Teniendo en cuenta la calidad del
alojamiento y la verja de hierro, Billy supuso que los ocupantes no debían de ser
voluntarios. Rebecca le había explicado lo que ponía en el diario, lo de hacer
pruebas con humanos…
Todo el complejo le ponía los pelos de punta. Cuanto antes pudieran salir de
allí, mucho mejor.
—¿Vamos hacia abajo o hacia arriba? —le preguntó Rebecca cuando
volvieron a salir al pasillo.
—Hay un observatorio arriba, ¿no? —inquirió Billy. Rebecca asintió—. Pues
vayamos a observar. Quizá podamos mandar una señal de aviso o algo así.
Se dio cuenta de que acababa de sugerir que intentaran conseguir que los
rescataran, pero no lo retiró, aunque sabía bien lo que podía significar para él.
Prefería morir luchando por su vida que ser ejecutado… Pero tenía que pensar en
Rebecca. Era una buena persona, honesta y sincera, y él haría todo lo que estuviera
en sus manos para que saliera viva de allí.
Siguieron avanzando. Billy se preguntó dónde habría ido a parar su carácter
criminal, pero decidió rápidamente que estaba mejor así. Por primera vez desde
aquel terrible día en la jungla sintió que se gustaba de nuevo.
Los observó mientras recogían la munición, a la vez impresionado y
decepcionado por su fortaleza. Después de hacer otra consulta a los mapas, se
fueron hacia arriba, seguramente hacia el observatorio; aunque los niños podían
oír sus voces, no llegaban a distinguir las palabras.
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Había hecho que sus niños buscaran las tablillas que iban a necesitar, y las
había hecho llevar hasta las puertas que daban al observatorio. A no ser que Billy y
Rebecca fueran absolutamente tontos —y ya habían demostrado que no lo eran—,
averiguarían cómo poner en funcionamiento la rotación de la estructura, lo que los
acercaría a la salida. Desde allí podrían pasar al laboratorio escondido detrás de la
capilla…
Se preguntó qué encontrarían allí, en los laboratorios de Marcus. Quizá
alguna cosa más que robar. Quería que descubrieran todo lo posible sobre el
verdadero carácter de Umbrella, pero no le gustaba verlos picotear entre los tristes
despojos de la brillante carrera de Marcus.
Seguía pensando en ellos como en los laboratorios de Marcus, aunque Marcus
no había estado allí desde hacía más de una década. Todo el complejo se había
cerrado después de la «desaparición» del director, pero hacía poco Umbrella había
vuelto a abrir los laboratorios, la planta de tratamiento y el centro de formación.
Ninguno de ellos se hallaba en completo funcionamiento cuando el virus atacó;
sólo contaban con los empleados imprescindibles para el mantenimiento, a los que
dirigía un grupo de aspirantes a mandos intermedios. De todas formas la
compañía había perdido a bastantes empleados leales.
Billy y Rebecca atravesaron las salas de la zona este del primer piso y
regresaron al vestíbulo, luego se dirigieron hacia el segundo piso. Encontraron sin
ningún problema la puerta que los llevaría al tercer piso y llegaron al pie de las
escaleras con las armas desenfundadas. En sus juveniles rostros se leía la
determinación y, al parecer, la ausencia de miedo. Los observó comenzar a subir
los escalones y se sintió ante un dilema emocional. Quería que tuvieran éxito y
también quería verlos morir. ¿Existía una manera de lograr ambas cosas? Se las
habían arreglado bastante bien con la serie Eliminador, aunque los primates se
hallaban debilitados por el hambre y la falta de atención. ¿Cómo les iría con los
Cazadores? ¿O con el proto-Tirano?
¿Y qué pasaría si llegaban a donde él y los niños esperaban y los observaban?
¿Qué harían?
El joven frunció el entrecejo en un gesto de desagrado ante esa idea. Sensible
a sus estados de ánimo, varios de los muchos le subieron por las piernas y por el
pecho y se agruparon para formar una especie de abrazo. Los acarició y se aseguró
por el tacto de que todo estaba bien. Si los dos aventureros llegaban a su nido —lo
que no parecía muy probable—, los dejaría pasar, claro, para que pudieran relatar
la historia de los pecados de Umbrella.
—O quizá los mate —dijo, encogiéndose de hombros. Él sería quien decidiera
cuándo ocurriría y si ocurriría. No era cierto decir que su destino le era indiferente.
Mientras esperaba la muerte de Umbrella, había resultado un placer contemplar a
Billy y a Rebecca, y estaba muy interesado en saber qué sería de ellos. Pero los
mataría antes que permitirles que volvieran a hacer daño a sus niños.
Habían llegado a lo alto de la escalera y miraban cautelosamente por encima
del pasamanos en busca de algún movimiento. De repente, el joven se acordó del
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Centurión, escondido en las paredes de la balsa criadero, y se preguntó si saldría a
ver quién había invadido su territorio. Más les valía a Billy y a Rebecca que no
fuera así. Si los Eliminadores sólo eran peones en ese juego, el Centurión era uno
de los alfiles. El joven se inclinó hacia la pantalla, ansioso por ver qué pasaba.
El camino hasta el tercer piso había sido tranquilo, aunque se habían tenido
que apresurar para atravesar el comedor. Los dos zombis que vagaban alrededor
de las mesas eran demasiado lentos para molestarse en dispararles, pero Rebecca
tampoco se sentía especialmente tranquila paseando lentamente ante las
moribundas criaturas. Billy iba tres escalones por delante de ella, por lo que
supuso que él sentía lo mismo.
Al llegar a lo alto de la escalera, Rebecca se relajó ligeramente. El tercer piso,
o al menos la parte en que se encontraban, era una única estancia gigantesca, sin
esquinas ocultas de las que preocuparse. Las puertas del observatorio se hallaban a
la derecha. Frente a ellos se encontraba la balsa criadero, un pozo vacío que
ocupaba la mayor parte de la sala, y a la izquierda, una puerta que, según el mapa,
llevaba a un patio exterior.
—¿Qué crees que estarían criando? —preguntó Billy en voz baja. Aun así,
resonó ligeramente en la enorme sala.
—No sé. Quizá sanguijuelas —contestó Rebecca. Recordó la solitaria figura
que había visto desde el tren, la que cantaba a las sanguijuelas, y contuvo un
estremecimiento—. ¿El observatorio o el patio?
Billy miró a un lado y otro, y se encogió de hombros.
—Parecen seguros. Podríamos probar con una puerta cada uno. Pero sólo
abrirla y echar una ojeada, nada de separarnos, ¿vale?
Rebecca asintió con un gesto. Se sentía mucho más segura teniendo una
buena reserva de municiones, pero la caída que había sufrido le había enseñado a
ser cauta. La idea de separarse ya no la entusiasmaba.
—Yo voy al patio.
Empezaron a caminar y sus pasos resonaron en la gran sala. La puerta del
observatorio era la más cercana; así que, pasado un instante, sólo se oyeron los
pasos de Rebecca, que continuaba avanzando hacia la pared sur.
—Eh —la llamó Billy justo cuando ella llegaba a la puerta. Tenía en una mano
lo que parecía un libro, y dos más en la otra mano. Rebecca forzó la vista y vio que
estaban hechos de piedra y que tenían un extremo redondeado—. Había esto
delante de la puerta.
—¿Qué son? —preguntó Rebecca. Su voz, aunque baja, se oyó perfectamente
en el aire frío y quieto.
—Tal vez sean objetos de decoración —respondió—. Todas tiene una palabra
grabada. —Miró las tabulas—. Ah… tenemos unidad, disciplina y obediencia.
Aquella grabación que habían oído, la voz del doctor Marcus recitando el
lema de la compañía… eran las mismas tres palabras.
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—Guárdalas —dijo Rebecca—. Podrían ser parte de algún acertijo, como el de
los animales.
—Lo mismo estaba pensando —exclamó Billy, y añadió en voz baja —
Maldita casa de locos.
Rebecca se volvió hacia la puerta y levantó el arma mientras movía el pomo
de la puerta. Se hallaba cerrada con llave. Suspiró y relajó los hombros, y se dio
cuenta de que había estado esperando algún tipo de ataque.
—Cerrada —informó.
Billy había abierto la puerta del observatorio y aún estaba mirando hacia el
interior. Miró hacia atrás, manteniendo la puerta abierta.
—Esto parece prometedor. No sé para qué sirve nada, pero hay un montón
de equipo aquí dentro; podría hasta haber una radio.
Una radio. Rebecca sintió renacer la esperanza.
—Allá…
La palabra «voy» fue ahogada por el sonido de un animal en movimiento, un
golpeteo pesado que reverberó en toda la sala. Rebecca y Billy se miraron, y la
distancia que los separaba se hizo de repente mucho más grande de lo que parecía
al principio.
De nuevo se oyó el ruido. Era el sonido de algo duro repicando contra la roca,
como si alguien tamborileara con dedos de acero sobre una mesa, y sonaba muy
fuerte. Fuera lo que fuera, era grande y se estaba acercando. Resultaba difícil
decidir de dónde procedía el sonido, porque los ecos ocultaban la dirección.
—La balsa criadero —gritó Billy, mientras hacía señales a Rebecca para que se
uniera a él—. ¡Ven, rápido!
Rebecca comenzó a correr con el corazón golpeándole dentro del pecho.
Temía mirar hacia la balsa y temía no mirar. Notó movimiento allí, algo oscuro y
fluido, y corrió más rápido. Finalmente se arriesgó a lanzar una mirada de pasada.
La visión casi le arrebató la consciencia. Era un ciempiés, o mejor un milpiés,
lo suficientemente grande para avergonzar a las arañas del tamaño de un perro
pastor. Múltiples ojos amarillos parecían relucir desde ambos lados de un brillante
cráneo negro; largas antenas vibraban y temblaban en lo alto de la cabeza. El
cuerpo, enorme y sinuoso, cubierto de duras placas segmentadas, rozaba el suelo y
se movía sobre docenas de agudas patas rojas. Debía de medir unos catorce
metros, tal vez más, y era redondo como un barril… Se movía hacia Rebecca
rápidamente, con las patas ondeantes, mientras se propulsaba sobre la balsa vacía.
—¡Corre! —gritó Billy, y Rebecca corrió con todas sus fuerzas. Le llegó el
hedor de la criatura, un terrible olor agrio que le habría causado náuseas si hubiera
tenido tiempo que perder. Billy mantenía abierta la puerta del observatorio con el
pie, y apuntaba la escopeta justo más allá de ella. Rebecca pudo sentir lo cerca que
estaba la criatura, como una sombra a punto de alcanzarla.
Justo cuando llegó hasta Billy, éste disparó, montó la escopeta de nuevo y
volvió a disparar mientras ella se lanzaba en plancha hasta el otro lado de la
puerta. En cuanto estuvo dentro, él saltó hacia atrás y cerró la puerta de golpe.
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Medio segundo después oyeron el cuerpo del monstruo junto a la puerta y el
sonido de sus placas presionando contra la pesada madera. Esperaron, ambos con
los ojos clavados en la puerta, pero pasados unos segundos el ruido cesó y volvió a
oírse el repiqueteo de muchos pies que se alejaban.
—Dios —exclamó Billy. Rebecca asintió con un gesto.
Billy se agachó y la ayudó a ponerse en pie; ambos estaban jadeantes.
—No volvamos por ahí —sugirió Rebecca, deseando con todas sus fuerzas no
tener que hacerlo.
—Parece un buen plan.
Permanecieron en silencio durante unos instantes mientras contemplaban su
santuario. Era una sala grande y circular de dos niveles. Se hallaban sobre una
especie de pasarela que rodeaba a medias el perímetro del espacio; en el lado norte
se veían varias puertas. Cerca de ellas había una corta escalerilla que bajaba de la
pasarela y llevaba a una especie de plataforma de rejilla donde se alineaban
diferentes aparatos. Bajo la plataforma sólo había oscuridad.
Recorrieron la pasarela y se pararon junto a la siguiente puerta. Cerrada.
Intercambiaron una sombría mirada pero siguieron en silencio hacia la escalerilla.
Rebecca bajó primero y se detuvo junto a una gran máquina que dominaba la sala
desde el centro, posiblemente el telescopio. Había un brazo de telescopio, pero
estaba en lo alto, fuera de su alcance. Detrás de ella, Billy estaba echando una
mirada al resto del equipo, consolas de ordenadores y otras máquinas que Rebecca
no supo reconocer. Se volvió hacia el telescopio y miró a la consola, y sintió que se
quedaba sin aliento. Había tres cavidades, todas con la forma de una lápida, rectas
en un extremo y curvadas en el otro.
—No veo una radio por aquí, pero… —decía Billy, hasta que ella lo
interrumpió.
—Dime que todavía tienes aquellas tablillas —dijo.
Billy se volvió y miró a la consola mientras abría su bolsa. Sacó las tres
tablillas, cada una del tamaño de un libro de bolsillo, pero más delgadas. Rebecca
las cogió al tiempo que recordaba el desconcertante lema de Umbrella para
colocarlas en su lugar.
—La obediencia genera disciplina. La disciplina genera unidad. La unidad
genera poder…
—Y el poder es vida —concluyó Billy.
En cuanto la tercera tablilla estuvo en su sitio, un atronador sonido llenó el
espacio, el ruido de enormes máquinas funcionando, y notaron que la sala
comenzaba a descender, como un ascensor. No sólo la plataforma, sino toda la sala,
paredes y todo. Bajo sus pies, la oscuridad se alzaba, se convertía en una piscina,
con el agua agitada por el movimiento de la plataforma. Durante un segundo,
Rebecca se preguntó si la plataforma iba a detenerse, para sentir pánico por si iban
a morir ahogados, y entonces el sonido de maquinaria se desvaneció y la sala se
detuvo. Mientras se apagaba el zumbido de las máquinas, oyeron un claro clic
sobre sus cabezas procedente de las puertas del lado norte.
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Se miraron el uno al otro, y Rebecca vio su propia sorpresa reflejada en el
delgado rostro de su compañero.
—Supongo que ya sabemos adonde nos toca ir ahora —bromeó Billy,
tratando de esbozar una sonrisa, aunque ésta no le salió muy convincente. Los
estaban guiando, pero ¿hacia la libertad o como corderos al matadero?
Sólo hay una manera de saberlo.
Sin mediar palabra, se dirigieron hacia la escalerilla.
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Capítulo 10
Cruzaron por la puerta del norte y se encontraron bajo el fresco aire nocturno.
Billy sintió un auténtico alivio y respiró profundamente. Hasta ese momento no se
había dado cuenta de lo mucho que temía que no fueran capaces de salir del
complejo de Umbrella. Por desgracia, vio en seguida que aún no habían escapado,
al menos no exactamente. La puerta del observatorio se abría hacia un paseo largo
y estrecho que iba directo hasta otro edificio, a unos cincuenta metros. A ambos
lados del paseo había agua, algún tipo de embalse o lago que lindaba con el lado
este del complejo.
Se alejaron del observatorio. Luego se volvieron para mirar dónde habían
estado y se pasaron unos minutos intentando averiguar cuál era su situación en
relación con el vestíbulo y las salas que habían visitado. Era una tarea imposible.
Billy nunca había tenido mucho sentido de la orientación y, al parecer, Rebecca
tampoco. Finalmente se rindieron y dirigieron su atención hacia el alto edificio de
aspecto inquietante que se alzaba al otro extremo del sendero.
Caminaron hacia allí. Billy seguía respirando grandes bocanadas de aire
dulce y húmedo. Era tarde, probablemente faltaba poco para el amanecer, pero no
había ningún cielo por el que juzgar, sólo un gran manto de nubarrones grises
cargados de lluvia.
—¿Dónde crees que estamos? —preguntó.
—Ni idea —respondió Rebecca—. Espero que en alguna parte haya un
teléfono.
—Y una cocina —añadió Billy. Estaba muerto de hambre.
—Ojalá —exclamó con tono anhelante—. Cargada de pizza y helado.
—¿Pepperoni?
—Hawaiana. Y helado de pistacho.
—Aag —protestó él, haciendo una mueca. Estaba disfrutando de la
conversación. No habían tenido mucho tiempo para conocerse, aunque sentía que
algo los unía, una conexión que a menudo había notado con otros durante el
combate—. Y probablemente también te gustará la comida naranja.
—¿Comida naranja?
—Sí, ya sabes. Ese color naranja antinatural. Lo ponen en los macarrones, en
el queso, en las bebidas con sabores artificiales, los pastelillos, los ganchitos de
queso…
Rebecca sonrió de medio lado.
—Me has pillado. Me chifla esa porquería.
Billy puso los ojos en blanco.
—Adolescentes… Porque eres una adolescente, ¿no?
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—Justo la edad para votar —respondió ella, en un tono ligeramente
defensivo. Antes de que él le pudiera preguntar cómo había llegado a los STARS a
su edad, añadió—: Soy una de esos niños prodigio, licenciada y todo eso. ¿Y tú qué
edad tienes, abuelo? ¿Treinta?
Le tocó el turno a Billy de ponerse ligeramente a la defensiva.
—Veintiséis.
Rebecca rió.
—¡Hala, qué vejestorio! Déjame que te traiga la silla de ruedas.
—¡Calla ya! —le replicó él sonriendo.
—He dicho: ¡déjame que te traiga la silla de ruedas! —fingió gritar,
burlándose. Él no pudo evitar reír. Aún reían cuando pasaron ante una pequeña
caseta de guardia a la derecha del sendero y vieron un cuerpo dentro, tendido en el
suelo.
Parte de un cuerpo, pensó Billy, y su buen humor se evaporó en un segundo
mientras se detenían, incapaces de no mirar. Yacía boca abajo y le faltaban las
piernas y un brazo, lo que hacía que el cadáver pareciera estar hundido en el
espeso charco de sangre que lo rodeaba.
No volvieron a hablar hasta que llegaron al edificio; el recordatorio de la
tragedia que había ocurrido allí los había serenado. Era imposible tenerla presente
en todo momento; pensar constantemente en el horror del brote viral haría que les
fuera demasiado difícil funcionar, y reírse de vez en cuando proporcionaba una
válvula de escape importante, incluso necesaria, para seguir manteniendo la
cordura. Por otro lado, si podías mirar el cuerpo de un hombre muerto y seguir
riendo, entonces la salud mental se convertía en algo por lo que preocuparte de
una forma totalmente diferente.
Llegaron al desconocido edificio y aflojaron el paso para estudiar su trazado.
Había pequeños senderos que partían del paseo principal, justo frente al edificio,
flanqueados de flores y árboles que hacía tiempo que se habían secado. Los
senderos desaparecían tras setos mal cortados. Quedaban unas cuantas farolas sin
romper, pero sólo conseguían que las sombras fueran aún más oscuras. No era el
entorno más atractivo, pero Billy no vio ningún zombi u hombres sanguijuelas, por
lo que le pareció mucho mejor que el edificio anterior.
Unos amplios escalones daban a una puerta de dos hojas. Billy se quedó
vigilando los sombríos senderos mientras Rebecca subía hasta la puerta y trataba
de abrirla.
—Está cerrada con llave —informó.
—A la porra —exclamó Billy, y la siguió hasta arriba. Intentó abrir la puerta y
decidió que la madera era fuerte pero la cerradura no tanto—. Aparta.
Se puso a un lado, bajó su centro de gravedad y le dio una fuerte patada a la
cerradura, luego otra. A la tercera, oyó cómo se astillaba la madera, y a la quinta la
puerta se abrió de golpe y la barata cerradura de metal saltó por los aires.
Ambos atravesaron el umbral y miraron hacia el interior. Después de todo
por lo que habían pasado, Billy pensaba que ya nada lo sorprendería, pero se
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equivocaba. Era una iglesia, y tan ornamentada como cualquier otra que hubiese
visto, desde la vidriera en lo alto de la pared tras el altar hasta los brillantes bancos
de madera. Y también estaba destrozada; al menos la mitad de los bancos estaban
volcados, y sólo se podía ver gracias a un enorme agujero en el techo, no lejos de
donde se hallaban.
—Mira el altar —susurró Rebecca.
Billy asintió con la cabeza. No tanto el altar como lo que había a su alrededor.
Sobre la plataforma en la parte delantera de la iglesia había cientos de velas
consumidas, estatuas religiosas derribadas y grandes ramos de flores muertas.
Resultaba escalofriante.
—A mí ya me vale largarnos de aquí —dijo Billy, y alzó la voz ligeramente al
darse cuenta de que también él estaba susurrando—. Podríamos inspeccionar el
jardín y ver adonde van a parar esos senderos.
Rebecca asintió y dio un paso atrás. Y entonces algo enorme y negro
descendió hacia ellos desde el techo abovedado, algo que lanzaba un chillido
increíblemente agudo, que revoloteaba y planeaba y agitaba unas enormes alas
polvorientas. El tiempo pareció pasar a cámara lenta, lo suficiente para que Billy
pudiera verlo claramente. Era alguna especie de murciélago, pero mucho,
muchísimo más grande que los normales. La cosa tenía, como mínimo, la
envergadura de un cóndor.
En el último instante, el bicho se elevó y voló como enloquecido hacia la
oscuridad de lo alto, pero ya se había acercado lo suficiente como para que una
oleada de su pútrido aliento los alcanzara. Billy empujó a Rebecca con un brazo y
agarró los pomos rotos de la puerta con el otro. La cerró como pudo, deseando no
haberla forzado, y se dio cuenta al instante de que no importaba. Podían oír al
gigantesco murciélago atravesar el agujero del techo, podían oír sus enormes
garras despellejadas arañando las tejas.
—¡Vamos! —gritó Billy.
Bajaron los escalones corriendo, y Rebecca torció hacia la derecha seguida de
Billy. Hacia ese lado parecía haber más protección; parte del sendero que
circundaba la casa estaba cubierto. Giraba bruscamente dos veces, y en esos puntos
quedaba oculto por setos y plantas descuidadas. Rebecca era rápida, pero Billy no
le iba a la zaga, muy motivado por la imagen de unas alas correosas envolviéndolo
y unas garras rasgándole la carne…
—¡Allí! —Rebecca aminoró la marcha y señaló en una dirección.
A la derecha del camino, un poco más adelante, había lo que parecía ser un
ascensor situado junto a la pared de la iglesia. Billy no estaba seguro de si sería lo
mejor, pero podía oír claramente el golpeteo de las alas en algún punto sobre su
cabeza y el agudo chillido del murciélago en busca de una presa. Siguió a Rebecca
hasta el ascensor, agradeciendo en silencio que las puertas se abrieran al tocarlas.
Era pequeño, casi no había sitio para los dos. Se empotraron dentro y vieron que
sólo iba hacia abajo. Mejor así, Billy no tenía ningunas ganas de visitar el
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campanario de la iglesia para ver si el murciélago loco tenía algún pariente
cercano.
Rebecca apretó el botón para cerrar las puertas. Justo antes de que se
cerraran, un zombi trastabilló hacia ellos desde ninguna parte, una mujer que
extendía unos dedos desollados hasta mostrar el hueso. Gimió, enseñando unos
dientes negros, y entonces las puertas se cerraron, apartándolos de la zombi y del
chillido de alta frecuencia del murciélago infectado.
Ambos se dejaron caer contra las paredes del pequeño ascensor. Oían los
gritos hambrientos de la zombi a través de las puertas, el chirriante arañazo del
hueso de sus dedos contra el metal. En unos segundos, a sus gemidos graves y
ásperos se le sumaron otros, y luego unos terceros, todos gimoteando de ansia y
frustración.
Tenían dos opciones, Bl o B2. Billy miró a Rebecca, y ésta negó con la cabeza,
pálida. Afuera, los zombis seguían arañando las puertas. Billy apretó el Bl. El
ascensor no se movió.
—Vale. Pues que sea B2 —dijo Billy, y confió en que no se hubieran quedado
atrapados. Apretó el botón. El ascensor dio una ligera sacudida y comenzó a
descender suavemente. Billy se inclinó ante Rebecca, preparó la escopeta y confió
en que las puertas no estuvieran a punto de abrirse ante una horda de criaturas
infectadas, ansiosas por una cena tardía.
Las puertas se deslizaron sin hacer ruido y dejaron a la vista un corredor
cubierto de escombros, pero deshabitado. Billy volvió a apretar el botón de B1
esperando encontrar otra opción, pero ni siquiera se cerraron las puertas del
ascensor. Al parecer, podían elegir entre volver con el murciélago y los zombis o
explorar el segundo nivel del sótano. Billy optó por la exploración.
Salió cautelosamente, con Rebecca a su espalda. Como en la mansión del
centro de formación, la decoración y la arquitectura eran refinadas y
probablemente de gran valor. El suelo era de mármol, cascado en algunos puntos
pero pulido hasta brillar; en el pasillo se alineaban elegantes columnas de apoyo, y
las entradas eran altas y arqueadas. A su izquierda había una escalera que
ascendía, obstruida por tozos de roca y fragmentos de mampostería. Otra puerta se
encontraba un poco más adelante, justo donde el corredor torcía abruptamente
hacia la derecha.
Se detuvieron ante la escalera, pero era inútil, los escombros se apilaban hasta
el techo. Si querían regresar arriba tendría que ser con el ascensor. Pero de
momento, Billy no quería volver arriba. Parecía que el continuo aluvión de
criaturas desagradables, peligrosas y espantosas no iba a acabar nunca, y estaba
más que dispuesto a tomarse un respiro.
—Los que estén a favor de no más monstruos —dijo en voz baja.
—Me apunto —contestó Rebecca con un tono igualmente bajo. Le lanzó una
sonrisa, pero pareció forzada. Empezaron a recorrer el pasillo, aplastando
escombros con las botas al avanzar.
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Rebecca se quedó junto a la primera puerta mientras Billy inspeccionaba el
resto del corredor. Había otra puerta, con un cierre de combinación, y una posible
tercera puerta. Billy no estaba seguro, parecía como si el corredor simplemente
acabara de pronto ante una pared azul, pero había en ella una especie de elaborada
hornacina: dos estatuas puestas de frente recortaban un perfil de alguien que se
parecía mucho a James Marcus. No había ninguna cerradura, pero debajo del busto
localizó una depresión del tamaño del puño de un niño, como si faltara una pieza.
Fantástico. Más cerraduras con truco, pensó Billy, fastidiado, mientras regresaba
a donde se hallaba Rebecca. ¿Qué les pasaba a esa gente? Si tenían que ser tan
listillos, ¿por qué no se quedaban con los crucigramas?
Por suerte, la primera puerta no estaba cerrada. Entraron y se encontraron en
otra elegante y descuidada habitación, cubierta de estanterías con libros. Una
manchada alfombra oriental cubría el suelo de la primera parte del cuarto. La sala
tenía más o menos la forma de una U. Varias lámparas estaban encendidas, lo que
la convertía en la habitación más iluminada de las que habían entrado en toda la
noche. Además de los estantes, había varias mesas bajas y un pequeño escritorio
con una antigua máquina de escribir. Billy se acercó a la mesa más cercana y cogió
un trozo de papel.
—«No creo que haya problemas, pero he tomado precauciones —leyó—. Para
esconder una hoja, ponla en el bosque. Para esconder una llave, haz que parezca
una hoja.»
—Bueno, eso lo aclara todo —se burló Rebecca, y Billy asintió con un gesto.
Insistía, ¿qué le pasaba a esta gente?
Rebecca miró por las estanterías mientras Billy recorría la sala. Se fijó en un
gran agujero que había en el techo. Estaba alto, pero usando una de las mesas…
—La mayoría son de biología —comentó Rebecca—. Mamíferos, insectos,
anfibios…
—Ven a ver esto —dijo Billy. Mientras ella giraba la esquina, Billy cogió la
mesa más cercana y la empujó bajo el agujero. No era suficiente.
—Podría subir yo —propuso Rebecca—. Echar una ojeada y encontrar una
cuerda o algo para que puedas subir.
Billy frunció el entrecejo.
—No sé. La última vez que fuiste a mirar…
—Sí —repuso Rebecca, pero su expresión era firme. Estaba dispuesta a ir,
incluso ansiosa por intentarlo, y tenían que hacer algo.
Billy se subió a la mesa y entrelazó los dedos para ayudarla. Ella subió
después, puso el pie derecho entre las manos de él y una mano sobre el hombro.
Era ligera como una pluma; probablemente Billy podría inmovilizar a dos como
ella sin demasiado esfuerzo. La subió con facilidad y Rebecca desapareció de su
vista a través del agujero. Un segundo después, se asomó por él.
—Parece tranquilo, pero está oscuro —informó—. Tiene pinta de laboratorio,
hay muchos estantes y un par de escritorios. Déjame ver qué encuentro.
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Volvió a desaparecer. Billy esperó, mirando hacia el agujero y recordándose
que la joven sabía cómo arreglárselas sola. Ya había demostrado tener más
fortaleza y capacidad que muchos soldados veteranos que había conocido, y si
había algún problema, sólo tendría que saltar. No había nada de que preocuparse.
Rebecca lanzó un grito corto y agudo, y la sangre de Billy se le heló en las
venas.
—¡Rebecca! —gritó, con la mirada clavada en el negro agujero del techo.
Parecía un laboratorio, un laboratorio que se hubiera usado
intermitentemente durante la última década y que no se hubiera limpiado en todo
ese tiempo. Había una gruesa capa de polvo sobre el suelo y los estantes, pero en
algún momento se habían movido cosas y habían dejado marcas: señales detrás de
las sillas, huellas de dedos en botellas de especímenes. Rebecca echó una rápida
mirada a lo que la rodeaba y luego se inclinó sobre el agujero. La expresión de Billy
era tensa, expectante.
—Parece tranquilo, pero está oscuro. Tiene pinta de laboratorio, hay muchos
estantes y un par de escritorios. Déjame ver qué encuentro.
Se volvió y recorrió de nuevo la sala con la mirada. Notó que era más grande
de lo que había pensado, parte de ella quedaba oculta tras una gran estantería que
dividía el área en dos. No lo hubiera notado de no ser por una lucecita azulada y
pálida que parecía emanar de la sección oculta. Con la nueve milímetros en la
mano, pasó al otro lado y… lanzó un grito. Casi estuvo a punto de disparar al
monstruo radiante que flotaba, en el interior de un tubo, frente a ella antes de
darse cuenta de que no estaba vivo.
—¡Rebecca!
—¡Estoy bien! —contestó, contemplando la espeluznante criatura—. Me he
llevado una sorpresa, eso es todo. Espera.
Se acercó al espécimen de tamaño humano que flotaba en el tubo lleno de un
líquido claro e iluminado por dentro. En realidad había cuatro de esos tubos, todos
en fila, y cada uno contenía un horror ligeramente diferente. Las cosas de dentro
habían sido humanas alguna vez, pero habían sufrido alteraciones quirúrgicas y
seguramente las habrían infectado con el virus-T. Intentó pensar en alguna
descripción para darle a Billy, pero eso no se podía describir: miembros
horriblemente deformados colgaban de torsos musculosos y apedazados; los
rostros casi irreconocibles mostraban terribles expresiones de angustia y deseos de
sangre. Eran horripilantes.
Más allá de las filas de monstruosidades humanoides había una vitrina de
especímenes llena de tubos mucho más pequeños. Rebecca se inclinó y vio que
dentro de cada tubo había una sanguijuela. Hizo una mueca de asco y estaba a
punto de alejarse cuando se fijó en que uno de los tubos era diferente. La
sanguijuela de dentro era… No era una sanguijuela.
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Abrió la polvorienta puerta de vidrio, sacó el tubo diferente y lo alzó para
que le diera la tenue luz. El tapón del tubo estaba pegado o soldado, y la cosa de
dentro tenía forma de sanguijuela, pero estaba esculpida o tallada, y era de un
intenso azul cobalto.
¿Por qué alguien haría una falsa sanguijuela y luego la pondría…?
Parpadeó al recordar el trozo de papel que Billy había leído: «Para esconder
una hoja, ponla en el bosque. Para esconder una llave…»
Rebecca volvió al agujero y levantó el tubo para que lo viera Billy.
—Creo que he encontrado la llave hoja —dijo, y se lo lanzó—. O supongo que
debería decir la llave sanguijuela.
Billy atrapó el tubo y lo observó.
—Estoy seguro de que encajará en una de esas puertas. Baja y vamos a verlo.
—El tapón no sale… —Se detuvo al ver a Billy tirar el tubo al suelo junto a la
mesa. El joven le sonrió, y luego aplastó el tubo con el tacón de la bota. El vidrio
crujió, y un segundo después, Billy tenía la talla en la mano.
—Resuelto —dijo—. Vamos.
Rebecca se mordisqueó el labio mientras miraba por el laboratorio. Había
motones de archivadores y de papeles por todas partes.
—Ve a probarlo tú. Yo voy a ver si encuentro otro mapa.
Billy frunció el entrecejo.
—¿Estás segura?
—¿Tienes miedo de ir solo? —preguntó, sonriendo ligeramente.
—La verdad es que sí —respondió él, pero luego le devolvió la sonrisa—. De
acuerdo. Volveré en un minuto. No te vayas muy lejos, ¿vale? Si necesitas algo,
llámame.
Rebecca le dio unos toquecitos a la radio.
—Ningún problema.
Billy la observó durante un instante más y luego se alejó. Rebecca contempló
el laboratorio de nuevo y se fijó en el mayor de los dos escritorios de la sala.
—Bueno, Marcus, veamos si nos has dejado algo que nos sirva —dijo, y se
acercó al escritorio sin saber que la estaban observando muy, muy atentamente,
mientras cogía una hoja de papel y comenzaba a leer.
¡Esto no puede ser!
Apretó los puños, furioso. Los niños intentaron calmarlo, subiéndosele hasta
los hombros, pero él los apartó sin hacerles caso.
Rebecca estaba leyendo las notas personales de Marcus. Había encontrado el
amuleto que llevaba al santuario interior del doctor Marcus y se lo había dado a
Billy. Todo lo que tenían que hacer era coger el teleférico, abrir una o dos
cerraduras y estarían fuera de allí. Pero parecía que no querían dejar en paz la
memoria del doctor Marcus, que tenían que violar las pocas cosas privadas que
había dejado atrás.
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—A no ser que los detengamos —dijo a los niños, mientras contemplaba
cómo Billy usaba la pequeña talla para abrir las habitaciones de Marcus y Rebecca
removía sin ningún cuidado los papeles privados del doctor. Observar a esos dos
había sido una divertida distracción, pero se había acabado. El mundo tendría que
enterarse de la verdad sobre Umbrella sin ellos.
Era hora de enviar a los niños a jugar.
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Capítulo 11
Como sospechaba, el santuario que cerraba el pasillo era una puerta, y la
pequeña estatua de la sanguijuela que Rebecca había encontrado encajaba
perfectamente en la «cerradura». Se oyó un suave clic y el cerrojo se abrió.
Billy observó la parte delantera de la puerta antes de entrar, y decidió que el
perfil sí que era el del doctor James Marcus. Se pregunto por qué el hombre de
sanguijuelas que habían visto en el tren se parecería a Marcus; las sanguijuelas las
controlaba alguien que era claramente más joven, el que cantaba fuera. ¿Estaría el
auténtico Marcus todavía por ahí? No parecía probable. El diario que Rebeca había
encontrado… Marcus tenía delirios paranoicos sobre Spencer yendo a por él para
apoderarse de su trabajo, y eso había sido hacía diez años. La gente que perdía
tanto la cabeza normalmente no era capaz de mantener su trabajo.
Rebecca estaba esperando. Dejó ese misterio menor a un lado y empujó la
extravagante puerta con el cañón de la escopeta. Una rápida ojeada buscando
movimiento…, nada… y bajó el arma a la vez que entraba del todo en la sala.
—¡Jo! —exclamó en voz baja al mirar la habitación. Era un despacho grande,
lujosamente decorado con estantes y armarios empotrados de madera oscura
pulida y cristal biselado en un lado, y con una recargada chimenea al otro lado.
Los muebles antiguos de madera, una mesa baja, sillas y un gran escritorio, eran
impactantes; la gruesa alfombra silenciaba sus pasos. Vio una puerta al fondo de la
sala, detrás del escritorio, y cruzó mentalmente los dedos esperando que resultara
ser una ruta de escape.
Gran parte de la iluminación de la sala procedía de un enorme acuario que
dominaba la esquina noroeste, cerca de donde él se hallaba, y lo teñía todo de una
luz acuosa azulada, aunque el acuario en sí estaba vacío.
¿Vacío? Billy frunció el entrecejo y se acercó más. No, no estaba vacío. No
había peces, ni rocas, ni plantas, pero había numerosas cosas flotando en lo alto,
cosas desagradables, irreconocibles, pero no por ello menos grotescas. Parecían ser
trozos de piel humana, pero sin forma, sin huesos, como pedazos amputados y
deformes. Billy se apartó rápidamente, asqueado por los objetos flotantes.
Uno de los armarios de la pared estaba abierto. Billy se acercó a él y echó una
ojeada a los libros que había dentro. En un estante encontró un antiguo álbum de
fotos y lo cogió. Sabía que debía volver con Rebecca, pero le picaba la curiosidad y
se preguntó si el busto de la puerta indicaba que se hallaba en el despacho de
Marcus.
Las fotos estaban viejas, amarillentas y curvadas. Pasó unas cuantas páginas y
decidió que era una pérdida de tiempo. Iba a poner el álbum en el estante cuando
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una foto suelta cayó revoloteando. Se agachó para recogerla, y la contempló bajo la
luz azulada y ondulante.
La foto no era particularmente interesante: tres hombres jóvenes, de los años
treinta o cuarenta, bien vestidos y limpios, sonriendo a la cámara. En el reverso,
alguien había escrito: «Para James, como recuerdo de tu graduación, 1939».
Billy observó la foto y decidió que el joven del medio podía ser James Marcus.
Algo en la forma de la cabeza… le resultaba de algún modo familiar.
—Aquel tipo —se dijo a sí mismo. El cantante del tren. No lo habían visto
muy bien, pero tenía el mismo aire, los mismos hombros anchos…—. Podría ser el
hijo de Marcus. O su nieto.
Todo eso era como un rompecabezas, y estaba empezando a pensar que había
encontrado otra pieza. Si Spencer se había deshecho de Marcus y le había robado
su trabajo, ¿el hijo de Marcus, o el hijo de su hijo, no querría vengarse? Quizá la
infección viral no había sido un accidente. Quizá el tipo de las sanguijuelas lo había
provocado.
Billy suspiró y dejó la foto encima del álbum. Todo eso estaba muy bien, pero
en un sentido práctico, ¿a quién diablos le importaba? Lo que tenía que hacer era
buscar una salida.
Registró el escritorio en busca de mapas o llaves, pero no encontró nada, y
fue hacia la segunda puerta de la sala, que, afortunadamente, no estaba cerrada
con llave. La abrió y sintió que sus esperanzas se desvanecían; no había ningún
gran túnel con una señal de salida brillando en lo alto. Era un almacén de arte, o lo
parecía, con cuadros apoyados contra las paredes y unas cuantas esculturas
cubiertas con fundas viejas. Una estatua permanecía descubierta, una pieza de
mármol blanco que parecía uno de esos dioses romanos sentado contra una pared
adornada, la polvorienta mirada hacia lo alto, una mano curvada sobre el abdomen
y sujetando alto. Algo verde.
Billy se acercó, cogió el pequeño objeto de los pálidos dedos de la estatua y
sonrió ligeramente al ver qué era. Había encontrado otra talla de una sanguijuela,
pero ésta era verde en vez de azul.
Otra llave, quizá de otra puerta secreta. Y ésta podía ser su verdadero billete
de salida.
Día 1
Administré T a cuatro sanguijuelas. Su simple estructura biológica las convierte en
candidatas perfectas para esta investigación, pero puede que sean demasiado simplistas para
adaptarse. No se observan cambios inmediatos.
La palabra «cuatro» estaba subrayada. En el margen alguien había escrito
«cambio de secuencia» con trazos delgados y lo había rodeado con un círculo.
Era parte de un diario de laboratorio, principalmente números y fechas.
Rebecca había estado a punto de dejarlo cuando descubrió varias frases y palabras
subrayadas en una de las últimas páginas. Siguió buscando pasajes marcados.
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Día 8
Ha pasado una semana. Rápido crecimiento hasta doblar su tamaño original.
Comienzan a mostrar señales de transformación. Reproducción con éxito, su número se ha
doblado, pero se ha iniciado un comportamiento caníbal, posiblemente debido a un aumento
del apetito. Me apresuré a aumentar la provisión de alimento, pero he perdido a dos.
«Número se ha doblado» y «dos» estaban subrayados.
Día 12
Les di comida viva, pero perdí la mitad cuando la presa se defendió. Sin embargo,
aprenden de la experiencia, comienzan a mostrar comportamiento de ataque en grupo. Su
evolución supera las expectativas.
«Perdí la mitad» estaba subrayado.
No había más entradas marcadas, pero Rebecca siguió hojeando, inquieta por
el éxito del extraño experimento.
Día 23
Las sanguijuelas ya no muestran características individuales, se mueven como una
colectividad.
Día 31, se reproducen a una velocidad fantástica, ahora comen todo lo que se les
ofrece…
La última anotación le indicó claramente hasta dónde había llegado la locura
del doctor Marcus.
Día 46
Un día digno de recordar. Hoy han comenzado a imitarme. Creo que reconocen a su
padre. Siento un fuerte afecto hacia ellas. ¿Son capaces de querer? Creo que sí. Ahora somos
nosotros, sólo yo y mis brillantes niños. Nadie los apartará de mí. Con todo lo que he
aprendido, no se atreverán.
—¡Eh!
Era Billy, que llamaba desde el piso de abajo. Rebecca dejó los papeles, fue
hasta el agujero y se arrodilló en el borde.
—¿Has encontrado algo que sirva? —preguntó, mirándolo desde arriba.
—Quizá. Cógelo —respondió, y le lanzó algo pequeño por el hueco. Rebecca
lo atrapó. Era otra llave de sanguijuela, en este caso verde.
—¿Hay una puerta ahí arriba con un busto de Marcus delante? —preguntó
Billy.
Rebecca negó con la cabeza.
—No lo sé. No en esta sala, eso seguro. He estado leyendo algo más sobre
este experimento de chiflados. ¿Quieres que eche una ojeada por ahí?
Billy dudó un instante.
—¿Por qué no subo y entonces podremos mirar los dos? Déjame que busque
una mesa o algo…
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—Tendré cuidado —aseguró Rebecca—. ¿No has dicho que había otra puerta
ahí abajo? Tal vez deberías intentar abrirla mientras voy a ver si encuentro la
cerradura para esta cosa.
—Tiene una cerradura con combinación —contestó Billy—. A no ser que
tengas a mano un juego de ganzúas, no sé cómo vamos a abrirla.
Rebecca suspiró. Era una pena que Jill Valentine no estuviera con ellos. Era
del equipo Alfa y, según Barry, podía abrir cualquier puerta…
… cambio de secuencia.
—Espera. ¿Una cerradura con combinación?
Billy asintió. Rebecca se apartó del agujero y volvió de prisa al escritorio.
Leyó los pasajes subrayados, hizo los cálculos y regresó al agujero.
Cuatro sanguijuelas… Doblar… Perder dos… Perder la mitad…
—Prueba con… cuatro, ocho, seis, tres —propuso.
—¿Una inspiración divina? —preguntó Billy.
Rebecca sonrió ligeramente.
—Posiblemente. Pruébalo. —Alzó la sanguijuela verde tallada—. Yo veré si
encuentro donde va esto.
Billy asintió a regañadientes. Rebecca se puso en pie y se dirigió hacia la
puerta de la sala, sin estar muy segura de si estaba siendo valiente o estúpida. En
verdad no quería hacer nada sola, no desde su encuentro con los primates, pero
como ya estaba en el primer piso, tenía sentido que fuera ella a echar una ojeada.
La puerta del laboratorio daba a un corto pasillo con tres puertas, además de
la que ella había cruzado. La primera puerta, a la derecha, estaba cerrada con llave.
La segunda, a la vuelta de una esquina y también a la derecha, estaba abierta, pero
una rápida mirada la convenció de que sólo era una gran habitación vacía con un
pequeño despacho adosado a un lado. Estaba demasiado oscuro para ver nada
más. Rebecca cerró la puerta, aliviada de llevar ya dos tercios de su pequeña
inspección, y fue hacia la última puerta, al fondo del pasillo.
Tampoco necesitaba llave. Rebecca la abrió y vio otra puerta a sólo unos
metros ante ella; a la izquierda, la sala se abría hacia lo que parecía ser el mismo
laboratorio desde el que había salido. No lo era, pero por la manera en que las
salas estaban orientadas tenía que estar conectado al primer laboratorio. Quizá los
hubieran separado en algún momento.
Movimiento. Allí, cerca de la mesa junto a la pared divisoria, había uno de los
hombres infectados, descarnado y amarillento, con los ojos en blanco y la boca
abierta y hambrienta. Avanzó a trompicones hacia ella, haciendo un sonido
gorgoteante desde el fondo de la garganta.
Era lento, muy lento. Rebecca miró el espacio entre él y la puerta que tenía
enfrente mientras notaba el peso de la llave sanguijuela en la mano. Se lanzó,
avanzó hasta la puerta y la abrió, pasó rápidamente al otro lado y la cerró a su
espalda antes de que el demacrado zombi pudiera dar otro paso.
Había entrado en una sala de operaciones, vieja y sucia; los azulejos, en otro
tiempo esterilizados, estaban cubiertos de una ligera película gris de porquería.
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Había unas cuantas camillas de metal sobre ruedas torcidas. Y allí, frente a ella y
hacia la izquierda, había una puerta verdosa con el perfil del doctor Marcus.
—Ya te tengo —exclamó, y se acercó a la puerta intentando no mirar
demasiado a la mesa de operaciones que había en el rincón del fondo después de
ver las fuertes sujeciones que tenía adosadas. Tenía una idea de lo que Marcus
había estado haciendo; no necesitaba recrearse en los detalles.
La pequeña sanguijuela encajaba perfectamente en una depresión que había
bajo el busto del doctor Marcus. Oyó el sonido de un cerrojo. La puerta se abrió…
Rebecca dio un paso atrás, tambaleándose por el olor, un hedor que ya le
resultaba demasiado familiar. La estrecha habitación estaba cubierta en ambos
lados con los cajones de un depósito de cadáveres, varios de ellos abiertos. En el
suelo yacían dos cuerpos, ambos inmóviles, pero de todas formas apuntó al más
cercano con la pistola. Respirando superficialmente, entró en la sala.
Dios, que haya algo por lo que valga la pena entrar —pensó mientras rodeaba una
camilla volcada—. Y que esté a la vista, si no es demasiado pedir.
No tenía ninguna intención de registrar los cajones.
Al fondo, la sala se abría hacia la derecha. Rebecca pasó por encima del
segundo cuerpo, dobló la esquina e intentó no vomitar por el atroz hedor. Había
otra camilla a un lado, y sobre ella una llave de metal.
La cogió sintiendo una mezcla de emociones. Había encontrado algo, eso era
bueno, pero… otra llave. Podía llevar a cualquier lado; por lo que sabía incluso
podía ser la llave de la casa de veraneo de Marcus.
Quizá la primera puerta del pasillo…
—¿Rebecca?
Guardó la llave en el bolsillo, cogió la radio y contestó mientras se dirigía
hacia la puerta.
—Sí. ¿Qué pasa? Cambio. —Atravesó la sala de operaciones y se detuvo ante
la puerta que llevaba al laboratorio secundario. Tendría que correr hasta la entrada
del pasillo para evitar tener que disparar contra el zombi…
—No hay ningún dial en la cerradura —contestó Billy con voz irritada—. He
vuelto al despacho de Marcus pero no he visto nada. ¿Has tenido mejor suerte?
Cambio.
—Quizá —repuso—. Déjame probar una cosa. Nos encontraremos en la
biblioteca. Cambio.
—Ten cuidado. Cambio y corto.
Cuidado. Rebecca agitó la cabeza ligeramente mientras volvía a colgarse la
radio del cinturón, atónita ante lo rápido que podía cambiar una relación en las
circunstancias adecuadas, o inadecuadas. Hacía sólo unas horas lo había
amenazado con pegarle un tiro y estaba convencida de que él estaba dispuesto a
dispararle a ella. Pero ahora, eran… bueno, «amigos» quizá no fuera la palabra
adecuada, pero cada vez era más improbable que tuvieran que acabar matándose.
Por primera vez en un buen rato se preguntó qué estarían haciendo sus
compañeros de equipo. ¿Seguirían intentando cazar a Billy? ¿La habrían estado
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HORA CERO
buscando? ¿Y a Edward? ¿Se habrían encontrado con problemas? Los habrían
pillado las secuelas del vertido del virus-T?
Y hablando de eso…
Escuchó a través de la puerta durante un momento y no oyó nada. Respiró
hondo, abrió la puerta y atravesó a toda prisa la corta distancia que la separaba de
la siguiente puerta sin ni siquiera mirar hacia el laboratorio. Mientras cerraba la
puerta a su espalda, oyó un ahogado gemido de frustración y sintió una oleada de
compasión por la demacrada víctima. El tipo probablemente habría trabajado allí,
pero ella no deseaba la enfermedad del zombi ni a su peor enemigo. Era una mala
forma de morir.
Avanzó hasta la primera puerta que había probado y confió en que la llave la
abriera, aunque no tenía muchas esperanzas. Supuso que tendrían que hacer una
búsqueda más exhaustiva para encontrar lo que abría, o simplemente buscar otra
cosa, otro mapa, otra llave, otro agujero en el suelo de algún lugar. Era
desalentador, por no decir nada peor. Si no podían encontrar algo, tendrían que
volver al ascensor y probar suerte arriba…
Metió la llave en la cerradura de la puerta y la giró, oyó y sintió cómo cedía el
cerrojo.
—De fábula —murmuró sonriente, y abrió la puerta.
Algo enorme y oscuro saltó hacia ella, aullando.
Billy esperó junto al agujero entre el primer y el segundo piso, pensando sin
convicción en si habría alguna manera de volar la puerta de combinación con los
cartuchos de la Magnum, y de repente oyó resonar un terrible grito inhumano
desde el primer piso, seguido de dos disparos.
No intentó usar la radio. Saltó sobre la mesa bajo el agujero, lanzó la escopeta
a través de él, dio un salto y se agarró al borde con ambas manos. Antes había
dudado de sus capacidades, pero en ese momento ni le cruzó la mente la
posibilidad de no ser capaz de subirse. Con un gruñido de esfuerzo, pasó el cuerpo
por el agujero, primero apoyándose en los codos y finalmente pasando una rodilla.
Agarró la escopeta, y ya estaba en pie cuando volvió a oír el aullido del
animal, un sonido extraño y de otro mundo, como si estuvieran haciendo trizas a
un pájaro. Tardó medio segundo en orientarse y encontrar la puerta, luego se lanzó
a correr.
Cruzó la puerta de golpe y salió al pasillo, y allí estaba Rebecca, apoyada en
la pared opuesta. Una de las mangas de su camisa estaba destrozada y tenía cuatro
profundos arañazos en la parte alta del brazo. Apuntaba con el arma a…
Qué demonios…
…a un monstruo, un inmenso monstruo con aspecto de reptil. Era
humanoide, con músculos enormes y la piel rugosa de un asqueroso color verde
oscuro. Tenía los brazos tan largos que las manos provistas de garras casi tocaban
el suelo.
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Al ver a Billy, dejó caer la mandíbula y lanzó otro chillido; los ojos en su
cráneo liso y protuberante brillaban de maldad. Un grueso chorro de sangre oscura
le manaba de la parte alta del pecho, resultado de uno de los disparos de Rebecca,
pero el monstruo no parecía demasiado afectado por la herida.
Prueba esto, pensó Billy, y alzó la escopeta mientas Rebecca volvía a disparar.
El tiro de la escopeta dio de lleno en el rostro de la criatura. Billy la cargó de nuevo
y disparó otra vez, sin esperar a ver cuál había sido el efecto del primer tiro.
La cosa ya no tenía rostro, le había saltado en trozos y se había esparcido
salpicando la pared y el suelo. El pesado cuerpo se derrumbó. Un burbujeante río
de sangre brotaba de los restos del cuello y de lo poco que quedaba de la cabeza:
un trozo de mandíbula, unos cuantos dientes y jirones de piel renegrida.
Billy no se movió durante varios segundos, escuchando, buscando algún otro
sonido, otros movimientos, pero no había nada. Fijó su atención en Rebecca, que se
apretaba el hombro izquierdo herido con la mano derecha. La sangre se escurría
entre sus dedos.
—La bolsa de mi cinturón —dijo—. Hay una botella de antiséptico dentro, y
vendas y esparadrapo… Sólo me ha arañado. No me ha mordido.
Se la veía pálida; hizo una mueca de dolor cuando Billy le limpió y le cubrió
la herida, pero lo aguantó con valentía, soportando el dolor en vez de dejarse llevar
por él. Era una mala herida y probablemente necesitaría puntos, pero también
podía haber sido mucho peor. Cuando Billy terminó, Rebecca hizo un gesto con la
cabeza indicando la puerta medio abierta que tenían delante.
—Estaba encerrado ahí. Esa cosa, quiero decir.
Parecía conmocionada, atontada. Billy fue hasta la puerta, quería estar entre
ella y cualquier otra cosa que pudiera salir de allí. Se detuvo ante el monstruo sin
cabeza y se quedó mirándolo.
—Tiene la pinta de la Criatura de la Laguna Negra cargada de esteroides —
comentó Billy, echando una mirada a Rebecca y esperando que sonriera. Consiguió
una sonrisa bastante temblorosa pero auténtica, y una vez más se quedó
sorprendido de la fortaleza de la joven. No era habitual recuperarse tan pronto de
un ataque sorpresa, sobre todo si provenía de una pesadilla como el monstruo que
tenía ante él. La mayoría de la gente aún estaría temblando horas después.
Rebecca se puso a su lado y empujó una de las gruesas piernas de la criatura
con la punta de la bota.
—Sorprendente —comentó—. Las cosas que estaban haciendo aquí.
Ingeniería genética, virus recombinantes…
—Creo que «psicopatía» es la palabra que estás buscando —apuntó Billy.
Rebecca asintió.
—Eso no se puede negar. Veamos si estaba custodiando algo importante.
Rodearon el cuerpo de la criatura. Mientras entraban en la sala, Rebecca
explicó a Billy lo que había encontrado en el resto del piso. Se hallaban en una
especie de perrera, pero Billy estaba casi seguro de que no la habían utilizado para
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guardar perros; había una serie de jaulas con barras de acero, muchas de ellas con
ataduras, y el olor en el aire era de animales salvajes, un hedor fuerte y apestoso.
—… que es donde encontré la llave de esta sala —estaba diciendo Rebecca—.
Esperaba que eso significara que había algo importante.
La sala también tenía forma de U dividida por estantes. Avanzaron entre las
estanterías mientras Rebecca hacía sonidos de asco. En el rincón más alejado había
un pila de pieles rasgadas y huesos roídos, que parecían ser los restos de unas
cuantas de esas criaturas parecidas a babuinos. También había gran cantidad de
excrementos por todas partes, espesas pilas de una sustancia negra y pringosa que
olía como, bueno, como mierda. Al parecer el monstruo había estado un tiempo
encerrado.
Entre dos hileras de jaulas, se encontraba una pequeña mesa de madera con
unos cuantos papeles revueltos encima.
Billy se acercó, fijándose en dónde ponía los pies, y cogió la página que estaba
más arriba, mientras Rebecca empezaba a revisar unas cuantas jaulas abiertas. Lo
escrito parecía ser parte de un informe.
… aun así, hasta el día de hoy la investigación ha mostrado que cuando el virus
Progenitor se administra a organismos vivos, cambios celulares violentos provocan el
colapso de todos los sistemas importantes, sobre todo y más intensamente, en el sistema
nervioso central. Además, no se ha encontrado ningún método satisfactorio para controlar
los organismos que se pretende usar como armas. Es evidente que es esencial una mayor
coordinación en el nivel celular para permitir un crecimiento posterior.
Experimentos con insectos, anfibios y mamíferos (primates) han dado resultados por
debajo de los esperados. Al parecer no se puede lograr ningún avance sin usar humanos
como el organismo base. Nuestra recomendación en este momento es que los animales
experimentales se mantengan con vida para posteriores estudios y como posibles presas
para pruebas de campo de las nuevas armas bioorgánicas híbridas propuestas, como la
próxima serie Tirano.
¡Cielo santo! Billy rebuscó entre las hojas el resto del informe, pero sólo
encontró un puñado de horarios de alimentación manchados de café.
La serie Tirano. Todas las criaturas que hemos visto… Y estaban trabajando en algo
que seguramente les podía dar una patada en el culo a todas ellas.
Billy alzó la vista y vio a Rebecca que sujetaba algo pequeño con un gesto
triunfante.
—¿Quieres marcar algún número?
Billy dejó caer los papeles sobre la mesa.
—Me estás tomando el pelo.
—Para nada. Estaba en una de las jaulas. —Le lanzó el objeto. Billy lo cogió y
notó que también se le formaba una sonrisa. Era exactamente lo que habían estado
buscando, una especie de pomo redondo hecho para encajar en la parte frontal de
la puerta de combinación que habían encontrado en el piso inferior.
—¿Cuatro, ocho, seis, tres? —preguntó Billy.
Rebecca asintió.
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—Cuatro, ocho, seis, tres —repitió, y alzó la mano para enseñarle que tenía
los dedos cruzados. Billy cruzó los suyos. Era una tontería, una superstición
infantil, pero ya no le importaba comportarse o no de forma racional. Cualquier
cosa que pudiera ser de ayuda, no dejaría de intentarla.
—Vayamos a ver —dijo, y sintió que de nuevo le renacía la esperanza
mientras salían de la habitación del monstruo, sorprendido de la facilidad con que
se recuperaba ese sentimiento. En alguna parte figuraba una cita sobre que
mientras hubiera vida, seguiría habiendo esperanza. La había oído mientras lo
juzgaban, y en aquel momento le había parecido obvia y estúpida. Qué extraño y
hasta cierto punto maravilloso que hubiera descubierto la verdad de esa
afirmación mientras luchaba por su vida en unas circunstancias totalmente
diferentes.
Juntos, se dirigieron hacia el laboratorio. Billy mantuvo los dedos cruzados.
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Capítulo 12
Observó cómo la joven pareja bajaba por el agujero y volvían a la puerta con
cierre de combinación. Finalmente, habían encontrado la manera de abrirla; supuso
que forzarían la cerradura, pero, al parecer, uno de ellos había hallado los informes
de crecimiento de las sanguijuelas y había descifrado el código.
Por lo visto, un único Cazador, un guerrero solitario, no era suficiente rival
para ellos. El joven se sintió sorprendido, pero no demasiado, mientras los
observaba abrir la puerta. Esos dos poseían una cierta inteligencia animal; qué
triste para el mundo que tuvieran que ser destruidos.
El joven sonrió. Sin duda la humanidad se recuperaría de esa pérdida con
tiempo suficiente para llevar a cabo la crucifixión de Umbrella. Además, los niños
ya estaban en sus puestos.
Billy empujó la puerta que daba al teleférico, y se congratularon mutuamente
por haber «descubierto» el modo de escapar del laboratorio. El teleférico
funcionaba, aunque ellos no lo pondrían en marcha; sus vidas estaban a punto de
acabar. Los niños los observaban desde las sombras bajo el teleférico, desde dentro
de las cloacas medio secas, unidos en dos formas humanoides. Con un
pensamiento y un suspiro, el joven los soltó; lanzó a los dos alfiles contra la presa.
Un sonido, un grito. Frunció el entrecejo y se volvió para contemplar a uno de
los falsos hombres y ver qué había gritado desde la oscuridad que se abría tras él.
Y éste fue atacado por un Eliminador. El primate saltó sobre el humanoide por
sorpresa, aullando mientras atacaba al colectivo con fauces babeantes.
El sonido de lucha alertó a Rebecca y a Billy, que se hallaban sobre la
plataforma. Rápidamente prepararon las armas. Furioso, el joven vaciló sin saber
qué hacer; quería acabar con ellos, matarlos, pero estaba preocupado por los
niños…
Los hizo avanzar sin prestar atención al ataque del primate. Los muchos se
dividieron y escaparon de las sanguinarias fauces para reformarse de nuevo en el
extremo de la plataforma, junto al otro humanoide. Los dos falsos hombres
saltaron sobre la plataforma, ansiosos por probar el sabor de los intrusos. El
Eliminador los siguió.
Contempló horrorizado cómo Billy disparaba un único tiro con la escopeta a
uno de los falsos hombres y lo alcanzaba de lleno. El joven sintió gritar a los
muchos, sintió que su enjambre disminuía. Su furia se intensificó y se mezcló con
la angustia por sus niños cuando Billy disparó de nuevo y Rebecca se le unió con la
pistola. En segundos, uno de los colectivos estuvo prácticamente destruido.
¡No, no!
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Los muchos nunca se habían enfrentado a una escopeta. No tenía ni idea de
que ésta podía hacerles tanto daño tan rápidamente, pero ya no podía retirarlos, no
a medio ataque. Sus pensamientos se apresuraron a indicar a los supervivientes
que se unieran al segundo hombre falso mientras el Eliminador se lanzaba contra
Billy e intentaba alcanzarlo con sus gruesas garras. El primate forcejeó con el
asesino, y ambos cayeron por encima del pasamanos y desaparecieron en la cloaca
con una gran salpicadura.
Rebecca gritó y corrió hacia el pasamanos, pero el segundo colectivo estaba
casi sobre ella. El joven sintió una agradable satisfacción al ver al falso hombre
extender un enorme brazo y golpear el estúpido rostro de Rebecca con la suficiente
fuerza para hacerla caer. La joven rodó sobre el suelo mientras él se detenía un
momento para decidir cuál sería la mejor manera de acabar con ella. Las pérdidas
que había sufrido el enjambre eran tremendas, sin precedentes, y deseaba con
todas sus fuerzas que la joven pagara por ello.
Pero ella se había vuelto a poner en pie y, con el rostro crispado de furia,
sujetaba la escopeta que Billy había dejado caer. Disparó hacia el colectivo y le voló
uno de los brazos. Los niños gritaron de dolor mientras ella disparaba una y otra
vez.
El joven ya casi no podía verla; quedaban pocas miradas, ya que muchos de
los ojos estaban muriendo mientras él se esforzaba por mantener el contacto. Su
última visión de la chica fue un contorno borroso, una sombra que iba
oscureciéndose y que finalmente desapareció por completo.
A su alrededor, los muchos lloraban, sus saladas lágrimas se mezclaban con
sus huellas, y el triste olor del océano se alzaba de la masa desesperada. El joven
cerró los ojos y lloró con ellos, pero no por mucho rato. Estaba demasiado furioso.
Ella tenía que morir, igual que su asesino amigo había muerto, sin duda.
Pero no quería arriesgar la vida de más niños…
El Tirano. Su rey.
Consiguió esbozar una sonrisa. Su rabia era grande, pero su cólera lo sería
aún más.
En la cabina del teleférico había una Magnum sujeta por las manos frías y
gomosas de un muerto. Mientras la pequeña cabina aérea recorría el corto trayecto
de una plataforma a la otra, planeando silenciosamente sobre la insondable
oscuridad, Rebecca consiguió hacerse con el arma. Recordó que Billy llevaba un
par de cargadores rápidos con cartuchos del calibre 50 Magnum, pero Billy
estaba…
Está, está vivo y voy a encontrarlo, —se dijo con firmeza.
Bajó de la cabina cuando ésta se detuvo, sin hacer caso de la voz aterrorizada
que susurraba dentro de su cabeza, la parte que continuaba insistiendo en que Billy
estaba muerto, perdido en el agua de la alcantarilla que corría veloz bajo la
plataforma del teleférico y que había arrastrado a él y al monstruo en esa dirección.
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Pero estaba vivo y ella lo encontraría. El pensamiento le daba vueltas en la cabeza
y se repetía constantemente; le debía esa esperanza, ese convencimiento.
La segunda plataforma del teleférico se parecía mucho a la primera, pequeña,
fría y oscura, pero había una escalerilla que iba de arriba abajo del hangar. Rebecca
se tomó un momento para recolocarse las armas y recargar la nueve milímetros.
Billy tenía los cartuchos de reserva de la escopeta, pero la había recargado después
del ataque del monstruo en el exterior de la perrera.
Después de salvarte la vida de nuevo.
Todavía quedaban dos cartuchos. No pensaba dejarla atrás, ni tampoco creyó
conveniente abandonar la Magnum. Podría ser que encontrara otra reserva de
municiones. El pesado revólver le tiraba del cinturón y la escopeta le resultaba
incómoda sobre el hombro herido, pero quería estar preparada para lo que fuera.
Está muerto, Rebecca, Tienes que salvarte…
No… salvarte tú, ahora, tienes que…
¡No!
Corrió escaleras arriba sin prestar atención a su cansancio.
Tengo que encontrarlo, tengo que encontrarlo.
Al final de la escalerilla había una puerta que daba a un gran almacén casi
vacío, con el extremo opuesto abierto hacia la noche. Rebecca atravesó la sala, saltó
por encima de una cinta de transporte y pasó junto a los barriles medio podridos
que se alineaban contra la pared. Tenía la mente demasiado ocupada con Billy para
pensar con claridad. Si estaba herido, si estaba…
Muerto. Puede que esté muerto.
Intentó desechar esa idea por principio, pero su voz mental no estaba
aterrorizada ni se estaba dejando llevar por el pánico, estaba tranquila y calmada.
Razonable. Aspiró profundamente unas cuantas veces, se detuvo un instante en la
plataforma del montacargas industrial que se hallaba en un extremo de la gran
nave y contempló frío el cielo azul oscuro de primeras horas de la mañana. Las
nubes estaban despejando y se veían brillar un puñado de estrellas, pálidas y
distantes. Confió en que eso fuera una señal de que las cosas iban a mejorar. Pero
sólo podía esperar. Si Billy había muerto, y probablemente era así, tendría que
enfrentarse a ello.
No voy a hacer nada hasta que lo sepa seguro.
Había una consola de control en la parte norte de la plataforma del
montacargas. Rebecca miró los controles durante un momento y decidió que debía
descender al nivel más bajo, el B4, e intentar encontrar allí una entrada a la
alcantarilla. Apretó el botón. La enorme plataforma octogonal dio una sacudida y
comenzó a descender. Las paredes del gigantesco pozo que rodeaba la plataforma
comenzaron a alzarse ante ella y el cielo nocturno fue desapareciendo en lo alto.
El montacargas se detuvo en una sala grande, funcional, de paredes grises y
acero. A su derecha había un pequeño despacho con un cartel que decía
SEGURIDAD, y un pequeño corredor que daba a otro ascensor más convencional,
como de un edificio de oficinas. A su izquierda había un desprendimiento, bloques
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de escombros se apilaban hasta un techo bajo y roto, y allí, ante los restos
retorcidos, parecía haber otro ascensor, pero mayor, como el ascensor de un
almacén.
Salió de la plataforma y observó la sala poco iluminada en busca de señales
de vida. Sus pasos resultaron sorprendentemente silenciosos sobre el suelo de
hormigón. La estancia estaba vacía. Rebecca fue hasta el despacho de seguridad y
encontró la puerta cerrada, pero una mirada a través de la mugrienta ventana que
había en la puerta le mostró que no había nada que valiera la pena recuperar.
Suspiró sin saber hacia dónde ir. Su plan había sido seguir descendiendo con
la esperanza de llegar hasta el agua, pero cualquier ascensor podría llevarla en la
dirección equivocada.
Así que elige uno. Mejor equivocarme que perder el tiempo decidiendo.
De acuerdo. Lanzó mentalmente una moneda y se dirigió hacia el ascensor
que estaba al oeste de la plataforma.
Miró el panel de control, y estaba a punto de apretar el único botón que había
allí cuando se oyó un suave timbre y el ascensor se paró en su piso.
Retrocedió apresuradamente, no había tiempo ni lugar para escaparse. Se
aplastó todo lo que pudo contra la esquina contigua a las puertas y confió en que
quien fuera tuviera demasiada prisa para mirar hacia atrás.
Las puertas se abrieron. Rebecca apretó la escopeta y contuvo el aliento. Salió
una única persona del ascensor, un hombre, con un chaleco…
Rebecca bajó el arma y abrió los ojos de sorpresa mientras Enrico Marini se
volvía apuntándola con su nueve milímetros.
—¡No dispares!
Vio la sorpresa dibujarse en la cara del hombre al reconocerla. Éste alzó el
arma y apuntó hacia el techo.
—¡Rebecca! —exclamó, mientras se relajaba ligeramente. La joven se fijó en la
suciedad que le cubría el rostro y las manos, y las manchas de sangre en los brazos.
Los nudillos de ambas manos parecían machacados e hinchados; su chaleco con la
palabra STARS estaba rasgado en varios sitios. Era evidente que ella no había sido
el único miembro del equipo Bravo que había tenido que luchar por sobrevivir—.
¿Estás bien?
—Estás vivo —repuso Rebecca acercándose a él, tan contenta de verlo que no
sabía por qué no lloraba de alivio. Él la rodeó torpemente con un brazo y le dio
unas palmadas en el hombro antes de apartarse—. ¿Y los otros?
Enrico se volvió y miró hacia el ascensor industrial.
—Iban por delante. Os estábamos buscando, a Edward y a ti.
Rebecca bajó la mirada.
—Edward… no lo consiguió.
La mirada de Enrico se endureció ligeramente, pero sólo asintió con la
cabeza.
—¿Has visto pasar al resto del equipo?
—No.
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—Se te han escapado por muy poco —explicó—. Hemos encontrado unos
documentos… —Negó moviendo la cabeza, como si negara una historia que sería
demasiado larga de explicar. Rebecca lo entendió perfectamente.
»Hacia el este de aquí hay una vieja mansión —continuó—. Creemos que
Umbrella la usa para sus investigaciones. Vamos. Los podremos alcanzar si nos
damos prisa.
Enrico comenzó a alejarse, y Rebecca sintió que se le hacía un nudo, ardiente
y duro, en el corazón.
—¡Espera! —soltó antes de pensárselo dos veces—. Tengo que encontrar a
Billy.
Enrico se volvió para mirarla.
—¿Billy Coen? ¿Lo has encontrado?
—Sí, pero nos hemos separado y… —Dejó la frase a medias, sin saber cómo
explicarse.
—No hace falta que te preocupes por él —contestó Enrico—. De todas formas
la va a palmar. Vamos.
—Señor, yo… —Tragó saliva y se obligó a mirarlo a los ojos—. Es una historia
muy larga, pero tengo… tengo que encontrarlo. No te preocupes. Ya os alcanzaré.
—Rebecca… —comenzó Enrico, pero pareció haber notado algo en la voz de
Rebecca, en su rostro, quizá la misma historia que ella podía leer en el de él; habían
pasado demasiadas cosas y una explicación tardaría más tiempo del que podían
permitirse—. Ten cuidado —dijo finalmente.
Rebecca se puso firmes y asintió con un movimiento seco; el reconocimiento
de un profesional a otro.
Enrico se marchó. Rebecca lo contempló mientras se alejaba, lo vio llegar
hasta los escombros que se apilaban al otro lado de la gran sala, dirigirse al
ascensor que había allí y desaparecer de su vista.
Finalmente encuentro a mi equipo y les digo que se vayan sin mí, pensó, demasiado
cansada para sorprenderse de su decisión. Al menos sabía que estaban vivos. En
cuanto encontrara a Billy iría —irían— hacia el este y alcanzarían al equipo dentro
de la mansión de Umbrella.
Inspeccionó el ascensor por el que había aparecido Enrico y vio que sólo iba
hacia arriba. Eso simplificó su decisión. Atravesó la sala hasta el otro ascensor.
Apretó el botón de llamada, oyó un crujido y el sonido de movimiento, y el
mecanismo zumbó desde algún punto dentro del hueco. Era lento, parecía
arrastrarse desde el punto en que Enrico lo había dejado. Rebecca se apoyó contra
la puerta y deseó que fuera más rápido. Estaba demasiado cansada para detenerse,
temía no ser capaz de volver a moverse.
Un gran trozo de roca rodó en las sombras desde lo alto de la pila de
escombros, golpeó el suelo de hormigón cerca de donde ella se hallaba y se deshizo
en varios pedazos. Rápidamente lo siguió otro y luego un tercero. De golpe, una
pequeña avalancha movió muchas de las piedras y las recolocó en medio de una
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nube de polvo que se alzó de los escombros. Rebecca se apartó de la puerta del
ascensor y contempló la pila con inquietud.
Crunch. Crunch. Crunch.
Sonaban como pesados pasos acercándose desde la pila de cascotes. Cayeron
más piedras, resonando contra el suelo.
—¿Enrico? —llamó con una voz esperanzada que se perdió en medio del aire
cargado de polvo.
Crunch.
Crunch.
Volvió a apretar el botón de llamada. Por el ruido, el ascensor continuaba
acercándose, pero Rebecca pudo ver que se movía algo más, algo entre las
sombras, algo muy grande, y se dirigía hacia ella.
Billy se agarraba a los restos de un erosionado pilar de soporte mientras el
agua oscura lo golpeaba una y otra vez y trataba de soltarle los adormecidos
dedos. Se aferró con fuerza, medio inconsciente, intentando evaluar, decidir. Casi
no podía pensar. Recordaba el mono…
Babuino, había dicho ella…
Atacándolo, sus sucias garras clavándosele en los brazos. Recordaba haberse
golpeado con fuerza contra el pasamanos; también el impacto contra el agua sucia,
su sabor aceitoso y agrio y el olor mientras se lo tragaba. Recordaba a Rebecca
gritando su nombre, su voz perdiéndose mientras la corriente lo arrastraba. Luego
el grito borboteante del aterrorizado animal mientras lo soltaba, la oscuridad y
finalmente un saliente rocoso y un agudo dolor en la sien. Y de repente estaba allí.
En alguna parte.
Estaba herido, mareado, perdido. A su derecha, las aguas se arremolinaban y
rugían al entrar en una tubería gigantesca que conducía a la oscuridad. A unos
diez metros a su izquierda había una especie de pasarela suspendida sobre el agua,
pero por la posibilidad que tenía de alcanzarla, tanto le daba que hubiese estado a
años luz. El agua iba demasiado rápida, la corriente era demasiado fuerte y él no
era un gran nadador.
Se aferró con fuerza. Era lo único que podía hacer.
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Capítulo 13
La criatura que surgió de entre los escombros no se parecía a nada que
Rebecca hubiera visto antes. Se detuvo junto a la cima de detritos, alzó los brazos
como si hiciera estiramientos y permitió que lo contemplara claramente. Rebecca
notó que se le secaba la boca y se le cubrían las manos de sudor. Sintió la urgente
necesidad de ir al lavabo.
Era humanoide. Humano, casi, porque tenía los rasgos faciales de un hombre,
excepto que ningún hombre brillaba con tal palidez; la piel sin vello y el cuerpo
eran de un blanco casi luminoso. Ningún hombre tenía garras que alcanzaran casi
la misma longitud que los brazos, garras curvadas y brillantes como cuchillos de
acero, más largas en la mano derecha que en la izquierda. Las venas eran como
gruesas cuerdas visibles a través de la piel; masas de tejido rojo y blanco se
amontonaban sobre los enormes hombros y el gigantesco pecho. Grupos de llagas
de color rojo sangre se repartían sobre los tres metros de cuerpo, y la mayor parte
de la piel de la parte baja del rostro estaba arrancada y dejaba al descubierto una
especie de sonrisa sangrante de hueso y carne. Volvió su macabra sonrisa hacia
Rebecca mientras flexionaba las garras, como si esperase deseoso su encuentro.
La criatura la miró y su asquerosa sonrisa pareció agrandarse ligeramente.
Rebecca lo oía respirar, un sonido rasposo y seco; también podía ver los latidos de
su extraño corazón bombeante, sólo parcialmente cubierto por la caja torácica.
Casi sin darse cuenta de que había alzado la escopeta, Rebecca disparó.
El estallido cubrió el cuerpo del monstruo con hilos de sangre oscura que
comenzaron a resbalarle por el cuerpo. La criatura tiró su enorme cabeza calva
hacia atrás y gritó, un alarido apocalíptico, como el fin de todo. Pero había más
rabia y furia que dolor, y Rebecca comprendió de repente que no iba a sobrevivir
durante mucho rato.
De un único salto, el monstruo pasó ágilmente desde la pila de roca
destrozada hasta quedar agachado a unos cuatro metros de Rebecca. Ésta notó que
el suelo temblaba. Las garras de la criatura arañaron el hormigón mientras se
incorporaba y fijaba su mirada gris y maligna sobre la joven. Ésta retrocedió y
cargó la escopeta; le temblaba todo el cuerpo mientras intentaba apuntar hacia la
horrible sonrisa. La cosa se acercó, se puso entre ella y el ascensor justo cuando éste
se detuvo y las puertas comenzaban a abrirse. La criatura dio otro paso.
Al menos es lento. Si lo pudiera alejar y luego volver corriendo.
Otro paso, y Rebeca vio y oyó aparecer una grieta en el suelo bajo las gruesas
uñas negras de los pies del monstruo. La joven retrocedió e intentó ampliar la
distancia entre ambos. Y de repente la cosa se puso a correr, veloz, su brazo era
como un reflejo borroso mientras lo bajaba y lo subía a gran velocidad, las hojas de
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sus manos pasaron lo suficientemente cerca de Rebecca como para que ella pudiera
captar su propio reflejo mientras se movía para esquivarlas. Se tiró al suelo y rodó
sobre el hombro, con la escopeta apretada contra el pecho, y ya volvía a estar en
pie cuando la criatura acabó su extraño movimiento. Saltaron chispas de la pared
junto al ascensor cuando el panel de control quedó hecho pedazos.
Tras ella se encendieron luces de alarma y comenzó a sonar una sirena. Una
enorme puerta de metal empezó a descender entre Rebecca y la plataforma del
montacargas por el que había bajado. Dividiría la sala en dos y la dejaría atrapada
con el horripilante monstruo.
Se puso a correr, decidida a quedarse al otro lado de esa puerta. Era pesada y
bajaba de prisa, una gruesa cortina de metal que seguramente sería impenetrable
para la criatura. Alcanzó el otro lado fácilmente y se volvió para mirar, corriendo
hacia atrás.
La monstruosidad creada por el hombre corrió tras ella y se agachó para
pasar bajo el panel deslizante. Rebecca sintió que el corazón la golpeaba dentro del
pecho, y un sudor frío le cubrió el cuerpo. Si acababa en el mismo lado que esa
cosa, todo habría terminado.
Esperó, viendo cómo la criatura avanzaba hacia ella lentamente y sin vacilar,
y cuando la parte baja del panel le llegó a la altura de la cabeza, corrió de vuelta
hacia el otro lado. Tuvo que agacharse para pasar, y rogó por que la cosa quedara
atrapada.
Pero la criatura volvió a seguirla; se agachó bajo el panel y alzó las garras
sobre la cabeza. Rebecca sintió un rayo de esperanza; quizá la puerta lo aplastaría.
Entonces oyó un chirrido de metal cuando las garras gigantes arañaron el panel.
Contempló, horrorizada y sorprendida, cómo la cosa conseguía detener el
descenso de la puerta el tiempo suficiente para pasar por debajo. Lo consiguió, y la
puerta se cerró sobre el suelo con un resonante clang.
Todos los instintos de Rebecca le gritaban que corriera, que saliera de allí,
pero no había adonde ir. Con la puerta cerrada, la sala no era mucho mayor que su
apartamento. Tenía que llegar al ascensor. Era su única oportunidad.
Corrió hacia allí, agarró el pomo de la puerta y comenzó a abrirla, y oyó al
monstruo acercarse, oyó sus pesadas pisadas, el crujido del cemento bajo sus pies.
¡Mierda!
Ni siquiera se volvió, pero instintivamente supo que no tenía tiempo. Se
agachó, cayó de rodillas y se echó hacia un lado justo cuando las garras cayeron y
golpearon contra la puerta del ascensor, clavándose en la pared ante la que ella
había estado un segundo antes.
Caminó hacia atrás mientras el monstruo daba la vuelta, le clavaba la mirada
de nuevo y daba un paso. Estaba centrado en ella, tan implacable como una
máquina. Lanzó hacia atrás el desmesurado brazo, como si fuera a lanzar una
pelota, y dio un segundo y resonante paso.
¡Piensa! ¡Piensa!
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No podía luchar contra él, probablemente tampoco podría matarlo con nada
de lo que llevaba; su única esperanza era engañarlo de algún modo.
El plan aún se estaba formando cuando lo puso en acción. La criatura era
demasiado grande y no le resultaba fácil parar cuando comenzaba a correr. Si
conseguía que la persiguiera y la esquivaba en el último segundo quizá tuviera
tiempo de abrir la puerta del ascensor. Rebecca se detuvo lo más lejos del ascensor
que pudo en ese pequeño espacio.
Otro paso. Las garras chasquearon. Rebecca necesitó toda su fuerza de
voluntad para no echar a correr. Apuntó a la criatura con la escopeta y se preparó
para lanzarse hacia el ascensor en cuanto el monstruo ganara velocidad.
La sonrisa del monstruo se hizo más amplia mientras inclinaba las rodillas
ligeramente, preparándose para saltar.
Y entonces se movió, sólo unas cuantas zancadas y estaría sobre ella. Rebecca
salió volando, se agachó para esquivarlo y corrió hasta la puerta del ascensor. La
agarró con manos temblorosas, la abrió, se lanzó dentro y se volvió para cerrarla.
La cosa ya estaba yendo a por ella de nuevo, moviéndose de prisa, demasiado
de prisa. La puerta no aguantaría, estaba segura. Levantó la escopeta y disparó sin
tener tiempo de apuntar.
El tiro le dio en el hombro derecho. La criatura se tambaleó hacia atrás,
gritando; la sangre saltó a chorro de la herida, y Rebecca ya no vio más. Cerró la
puerta de golpe, pulsó el botón más bajo del tablero, apretó los ojos, y rezó.
Pasaron los segundos. El ascensor continuó bajando y finalmente se detuvo.
Rebecca dejó de rezar cuando oyó la corriente de agua en el exterior, pero estaba
demasiado aterrorizada para preocuparse de eso en este momento, todo su cuerpo
seguía temblando incontrolablemente.
Después de lo que le pareció un largo rato, el temblor fue cesando. Estaba
bien. O al menos estaba viva, y eso ya era algo. Rogando para no volver a ver esa
cosa nunca más, Rebecca abrió la puerta y salió.
William Birkin por fin —¡por fin!— se estaba marchando cuando oyó el grito
inhumano resonar en el hasta el momento silencioso edificio, un grito de pura
rabia. Se detuvo en la entrada del pequeño subterráneo que llevaba al exterior y se
volvió para mirar hacia la sala de control ejecutivo. Se había pasado dos horas en
esa pequeña área escondida, primero luchando por tomar una decisión y luego
luchando para que el ordenador obedeciera su orden de cancelación. La secuencia
de autodestrucción estaba programada para dentro de poco más de una hora;
como había sugerido Wesker, la destrucción del centro y el complejo que lo
rodeaba coincidiría con el comienzo del nuevo día.
Ese grito… Nunca había oído algo igual, pero supo inmediatamente lo que
era porque había visto las últimas fases del proyecto. Nada más podía hacer un
sonido así. El prototipo del Tirano estaba libre.
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De repente, las sombras que rodeaban el estrecho túnel le parecieron
demasiado profundas, demasiado solitarias. Demasiado capaces de contener
secretos. Birkin se apresuró; acababa de convencerse de que había tomado la
decisión correcta.
Todo iba a ser pasto de las llamas.
Billy oyó algo. Levantó pesadamente la cabeza y consiguió girarla
ligeramente. Allí, hacia la izquierda, se abrió una puerta que daba a la pasarela y
apareció una figura humana.
—¡Eh! —llamó, pero el sonido de su voz se perdió entre el rugido del agua.
Cerró los ojos.
—¡Billy!
Miró de nuevo y sintió una ola de calor llenándolo por dentro. Rebecca. Era
Rebecca, inclinada sobre el pasamanos, llamándolo, y al verla y oírla sintió que se
recuperaba un poco, que su terrible cansancio desaparecía ligeramente.
—Rebecca —dijo, alzando la voz, sin estar seguro de que pudiera oírlo.
Intentó pensar en algo que decirle, alguna cosa que ella debiera hacer, pero sólo
pudo repetir su nombre de nuevo; la situación se explicaba por sí sola, y él estaba
mal. Si quería ayudarlo, tendría que ocurrírsele algo a ella solita.
—¡Billy, cuidado! —Rebecca hacía frenéticos gestos con una mano mientras
buscaba la pistola con la otra.
El terror en su voz alertó a Billy. Éste se aferró con más fuerza al pilar e
intentó elevarse para ver a qué estaba apuntando Rebecca, y vio de refilón algo que
se movía de prisa, algo largo y oscuro que se escurría por el agua como una
serpiente gigante y se dirigía hacia él.
Intentó moverse, ponerse al otro lado del pilar, pero la corriente era
demasiado fuerte. Si se soltaba, estaría perdido en menos de un segundo.
Rebecca disparó dos tiros, y la criatura desconocida golpeó el pilar con tal
fuerza que hizo que Billy se soltara.
Billy gritó, y chapoteó furiosamente para mantenerse a flote en el agua
espumeante, para resistir la corriente que lo arrastraba contra la tubería, pero no
sirvió de nada. En segundos, fue arrastrado hacia la oscuridad, golpeándose y
revolcándose; el sonido del agua le invadió los oídos mientras se lo llevaba la
corriente.
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Capítulo 14
Durante la breve batalla de Rebecca con el prototipo de Tirano, William
Birkin salió disimuladamente del centro, con la cabeza gacha y la proverbial cola
entre las piernas. El joven le había perdido el rastro hacía unas horas y había
supuesto que el científico habría seguido a Wesker hacia afuera, como habían
hecho los del equipo de Rebecca hacía un momento, pero allí estaba de nuevo,
medio corriendo por uno de los túneles ocultos de salida, con el rostro pálido y
tembloroso como una máscara de terror. Sin duda aterrorizado por los ruidos de la
batalla, y completamente ignorante de que sólo seguía vivo porque su vida carecía
totalmente de importancia.
Aunque le hubiera gustado ocuparse de él personalmente, el joven dejó que
el científico se marchara por el momento, ya sería su presa otro día. Estaba
demasiado atrapado en la lucha, demasiado ansioso de ver cómo le arrancaban los
miembros uno a uno a Rebecca. Pero en vez de eso, la vio esquivar de nuevo su
destino, una comunión de habilidad y suerte tonta que resultaba maravilloso
contemplar. La observó dejar atrás al Tirano y encontrar a Billy un momento
después, aún vivo, agarrado como una lapa a una roca mientras un mar de agua de
cloaca se agitaba a su alrededor. El golpe de una de las criaturas acuáticas se lo
llevó dando vueltas hacia una de las muchas salas de filtros de la planta y dejó a
Rebecca gritando tras él, sin duda medio enloquecida de frustración, rabia y
decepción.
El joven sonrió, una sonrisa fría y desagradable, y se sintió más tranquilo de
lo que había estado últimamente al ver a Rebecca cruzar la pasarela, encontrar otro
ascensor en el centro de operaciones y avanzar hacia las profundidades de la
planta, donde él y su colmena esperaban acurrucados en su capullo de refulgentes
excreciones líquidas. Con suerte, pronto volvería a encontrarse con Billy, quizá aún
vivo. De hecho, probablemente vivo. El joven acababa de comprender que tal vez
había puesto demasiado empeño en acelerar las cosas, en precipitarlos a su
destino. Era inevitable un enfrentamiento… ¿Y no había deseado durante tanto
tiempo tener público, alguien que pudiera apreciar la magnificencia de la tarea que
se había asignado? Además, pronto amanecería, un momento peligroso para los
niños, porque sus delicados cuerpos ardían fácilmente incluso con la luz solar más
débil; mejor que los intrusos vinieran a él. Así conocerían su gloria antes de que los
aplastara personalmente.
Observó y esperó, ansioso por comenzar el último capítulo de su triunfo.
Rebecca no estaba segura de dónde se encontraba. Los niveles y las salas de
ese edificio estaban incomprensiblemente entremezclados, pero siguió yendo hacia
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abajo. Los corredores estaban despejados, pero dos de las salas por las que había
pasado, otra pequeña sala de control de propósito desconocido y una destrozada
sala de estar para empleados, se hallaban infestadas de zombis. Sólo había
disparado contra dos de los siete que había visto, el resto estaban demasiado
decrépitos y eran demasiado lentos para representar una amenaza. Deseaba haber
tenido tiempo y munición suficientes para matarlos a todos, para librarlos del
horror en que se había convertido su vida, pero el haber visto a Billy la hacía
apresurarse. Estaba herido, pero seguía vivo, y perdido en alguna parte de las
profundidades del confuso trazado de la planta.
El edificio era la planta de tratamiento de agua, cosa que hubiera podido
deducir por el omnipresente hedor, además de por los carteles y los paneles de
control que llenaban casi todas las salas, pero pensó que también era otro centro de
las actividades ilegales de Umbrella; ¿por qué si no iba a estar conectado con el
centro de formación, aunque fuera indirectamente? Atravesó una especie de patio
interior en el séptimo nivel del sótano, o al menos creía que era el séptimo, que
estaba en construcción cuando el virus atacó, y dudó de que el bunker excavado en
la piedra, lleno de carretillas elevadoras, tuviera algo que ver con el tratamiento
del agua.
Sí, pero y yo qué diablos sé, se le ocurrió pensar, mientras se esforzaba por
avanzar más de prisa, cruzaba otra puerta y entraba en otra habitación con una
zanja llena de cajones de embalar en un lado. Hasta esa noche no creía en zombis o
en conspiraciones con armas biológicas. Para ser sinceros, ni siquiera creía que una
maldad tan deliberada pudiera existir. Lo que había visto, lo que había
experimentado desde que subió a aquel tren hacía un montón de horas… Nada ya
era igual. No sabía si volvería a ser capaz de ver el mundo a su alrededor con la
misma inocencia de antes, si sería capaz de mirar a una persona o un lugar sin
pensar que algo se escondía bajo las apariencias. No estaba segura de si debía
sentirse furiosa o agradecida por la pérdida de la inocencia, pero si continuaba con
los STARS, sin duda sería una ventaja.
En el fondo de la habitación de las cajas se hallaba una escalera de metal.
Rebecca se detuvo ante ella, miró hacia abajo conteniendo la respiración e hizo una
mueca de asco, sin saber bien qué hacer. Vio sanguijuelas en las escaleras, al menos
media docena repartida por los escalones, colgando de hilos de baba o dejando una
brillante huella sobre el metal gris. No quería acercarse a ellas, temiendo que la
pudieran atacar si se aproximaba demasiado o hería a alguna, pero tampoco quería
retroceder. Notaba que el tiempo corría de prisa, que las cosas ocurrían cada vez
más rápido, que tenía que seguir adelante o arriesgarse a perderse.
O arriesgarme a encontrarme de nuevo con aquella cosa. Aquella máquina de matar
con garras.
El furioso grito de la criatura aún resonaba en su cabeza. La había herido,
pero las probabilidades de que se hubiera refugiado en algún rincón oscuro para
morir eran pocas o ninguna. Las cosas nunca eran tan fáciles.
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Apretó los dientes y pisó con cuidado entre las sanguijuelas, deteniéndose a
cada paso, y tuvo que tragar su repugnancia cuando una serpenteó por encima de
su bota y continuó su camino. Por lo menos, la escalera era corta; llegó hasta abajo
sin pisar ninguna de esas horrendas criaturas y alcanzó la puerta que había al
fondo sin más incidentes.
Cuando la abrió, una niebla fría le salpicó la piel sudada, y el rugido de las
tuberías desaguando fue como música. Era una nave enorme, dominada por
enormes conductos que sobresalían por un lado y desde los que caía el agua sobre
una serie de filtros de red.
Y en medio de los detritos flotantes…
—¡Billy!
Rebecca corrió hacia Billy, que yacía boca arriba junto a una desagradable
cascada. Se arrodilló junto a él y le puso la mano en el cuello. Apartó las chapas de
identificación temblando por dentro. Pero allí estaba el pulso, fuerte y estable. Él
abrió los ojos al sentir su contacto y la miró con ojos nublados.
—¿Rebecca? —Tuvo un acceso de tos e intentó incorporarse. Tenía un gran
hematoma en la sien izquierda. La joven le puso una mano sobre el pecho y lo hizo
tumbarse de nuevo.
—Descansa un momento —dijo, y tuvo que forzar las palabras para que le
pasaran por el nudo que tenía en la garganta. Había querido creer que Billy estaría
bien, pero había sido duro—. Déjame que te examine.
Una pequeña sonrisa cruzó los labios de Billy.
—De acuerdo, pero luego me toca a mí —murmuró, y volvió a toser.
Respondió a las preguntas que Rebecca le hizo sin problemas, mientras ella lo
iba examinando, comprobaba su movilidad y le limpiaba algunos de los arañazos
más profundos. El golpe en la cabeza parecía ser la peor herida y le causaba
mareos y náuseas, pero no estaba tan mal como ella había temido. Después de
unos minutos de atención, Billy se incorporó para sentarse y le sonrió débilmente.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo, e hizo una mueca cuando Rebecca le tocó la
sien—. Sobreviviré, pero no si sigues apretándome por todas partes.
—Vale —repuso Rebecca, y se sentó en cuclillas con una sorprendente
sensación de satisfacción; había ido a buscarlo y lo había encontrado. No tenía ni
idea de que la simple sensación de lograr lo que se había propuesto fuera tan
gratificante, que pudiera anular fácilmente todo lo negativo de su situación,
aunque sólo fuera por un momento—. Me alegro de que estés vivo, Billy.
Billy asintió e hizo una mueca de dolor al moverse.
—Tú y yo. Ambos estamos vivos.
Rebecca lo ayudó a ponerse en pie y lo sostuvo hasta que recuperó el
equilibrio. Cuando se sintió lo suficientemente seguro, Billy se apartó de ella, y
Rebecca le vio poner una expresión de desagrado y una mueca de asco mientras se
dirigía hacia uno de los rincones de la nave donde un chorro de agua sucia caía
sobre otro filtro.
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El rincón estaba lleno de huesos amontonados. Huesos humanos, pulidos por
años de estar bajo el chorro de agua y cubiertos de una gruesa capa de moho
bacteriano verdoso. Rebecca contó al menos once cráneos entre la montaña de
fémures y costillas, la mayoría aplastados o quebrados.
—¿Algunos de los viejos experimentos de Marcus? —Billy habló en voz baja;
no era realmente una pregunta y Rebecca no contestó, sólo asintió con la cabeza.
—Es Umbrella —añadió un momento después—. Lo animaron. Estaban todos
metidos en esto.
Le tocó a Billy el turno de no contestar, sólo se quedó mirando hacia los
huesos con alguna emoción desconocida encerrada en su dura mirada. Un
segundo después, se sacudió aquella emoción y se alejó de los macabros restos de
vida humana.
—¿Qué piensas de que volemos por los aires esta parada de chuches? —
preguntó, y aunque pareció hablar a la ligera, ninguno de los dos sonrió.
—Sí —contestó Rebecca, y alargó la mano para cogerle los dedos durante un
momento y apretárselos. Él le devolvió el gesto—. Sí, me parece una gran idea.
Billy se sentía hecho un asco, pero siguió a Rebecca hacia alguna parte más o
menos en dirección este mientras deseaba con todas sus fuerzas librarse del
maldito parque de atracciones de Marcus antes de desmayarse. Mientras
avanzaban por un laberinto de pasillos y habitaciones, Billy quedó completamente
desorientado después de la segunda esquina, Rebecca le fue explicando lo que le
había pasado desde que se había caído de la plataforma del teleférico. Se había
encontrado con el jefe de su equipo y tenido un encontronazo con una especie de
supercriatura tipo Frankenstein en el que le faltó poco para dejarse la piel. También
había encontrado un revólver Magnum 50 que funcionaba con parte de la
munición que él llevaba encima, algo fuerte de verdad, y también había
conseguido conservar la escopeta. En conjunto, Billy pensó que lo había hecho
incluso mejor de lo que, en las mismas circunstancias, lo habría hecho él.
Hallaron un dormitorio vacío y aprovecharon para cargar las armas. Billy
tomó la Magnum y Rebecca se quedó con la escopeta. Encontraron una garrafa de
agua precintada bajo una de las literas y se turnaron para beber, ambos necesitados
de hidratación. Al parecer, nadar en el agua de una alcantarilla no ayudaba mucho
a calmar la sed.
Una vez saciada la sed y con armas decentes y cargadas, Billy sintió que
podría ser que se recuperara de su paseo por los rápidos. Tomaron la salida sur del
dormitorio, atravesaron una sala de tratamiento industrial y luego otra. Las salas
de la planta se confundían en la mente de Billy; todas eran iguales, paredes y
suelos de metal medio corroído, tuberías y grandes muros de paneles de control
cubiertos con diales y conmutadores. Parte del equipo seguía funcionando y su
sonido llenaba las salas de un estruendo metálico, aunque sólo Dios sabía quién lo
estaba controlando. Billy se dio cuenta de que no le importaba demasiado.
Mientras continuaban avanzando, ambos pudieron oír el estrépito del agua, de
mucha agua, cada vez más próximo, y después de atravesar una enorme sala de
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bombeo que se abría hacia el frío amanecer, se encontraron sobre un camino que
cruzaba una represa.
Se detuvieron unos instantes y contemplaron la negra superficie del embalse,
que se extendía a lo largo del edificio del que habían salido hasta la cortina de agua
que lo delimitaba al otro extremo. El fragor les impedía oírse, y regresaron a la sala
de bombeo sonriendo. Por lo menos habían encontrado una salida. La pasarela
sobre la presa llevaba a otro edificio, pero sólo ver las pálidas estrellas y la luna
baja fue una inyección de ánimo para Billy. Su paseo de pesadilla por el complejo
de Umbrella pronto se acabaría, lo presentía, veía el final con tanta seguridad como
que el nuevo día pronto amanecería.
—Mi equipo probablemente pasó por aquí y nos limpió el camino —dijo
Rebecca, esperanzada. Tenían casi que gritar para oírse sobre el estruendo de la
cascada y las bombas de agua que ocupaban media sala. Su voz hizo vibrar
levemente la pasarela que rodeaba una balsa de agua que se hallaba en el centro de
la sala—. Dijo que irían hacia el este. Prácticamente estamos fuera de aquí.
—Pensé que dijiste que Enrico había subido en el ascensor —dijo Billy.
—Oh, es cierto —repuso Rebecca, y su expresión se ensombreció—. Perdón.
Lo había olvidado.
—Es comprensible. Pero tienes razón, estamos prácticamente fuera de aquí.
—Tocó la Magnum que llevaba en el cinturón y la esposa suelta que le colgaba de
la muñeca resonó contra ella, un inesperado recordatorio de su vida antes del
accidente del jeep. Esa vida parecía muy lejana, como si fuera la de otro hombre…
Pero aún lo estaba esperando, en alguna parte ahí fuera.
Dejó estos pensamientos para más tarde. Esbozó una ligera sonrisa y le dio
unas palmaditas al Magnum.
—Esto es como una llave universal. Abre puertas, acaba con indeseables
portadores de enfermedades, lo que quieras.
Rebecca le devolvió la sonrisa y comenzó a decir algo, pero se detuvo de
golpe, mirándolo a los ojos, y ambos se quedaron helados al oír agua salpicando la
pasarela de metal. Al unísono, se volvieron a mirar y vieron a un gigante alzarse
de la balsa a unos cuantos metros de distancia, una cosa que, Billy lo supo al
instante, era el monstruo que Rebecca le había descrito, el del ascensor. Era
enorme, blanco, cubierto de sangre y llagas; salió de la balsa apoyándose en unas
garras largas afiladas como cuchillos, con las puntas arañando el metal de la
pasarela.
Billy sacó el Magnum y retrocedió mientras intentaba empujar a Rebecca tras
él. Ella se soltó y se quedó donde estaba con la escopeta en alto. Las ideas heroicas
de Billy se fueron al garete cuando la criatura los vio y lanzó un grito terrible, un
sonido profundo y enloquecedor de odio, de deseo no sólo de matar sino de
mutilar y desgarrar. Enfrentarse a eso solo no era de héroe, era una estupidez
suicida.
—Cuando empieza a moverse no maniobra muy bien —lo informó Rebecca
rápidamente, a media voz. Billy tuvo que esforzarse para oírla sobre el rítmico
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golpeteo de las potentes bombas—. Si podemos alejarlo de la puerta, hacer que
corra, podremos esquivarlo cuando intente volverse.
Billy apuntó cuidadosamente hacia el tosco rostro de la criatura. La cosa dio
un paso y ellos retrocedieron.
—¿Y si en vez de eso lo matamos?
—No —contestó Rebecca con un tono de pánico en la voz—. Sólo lo
enfurecerás. Lo que ves ahora lleva dos tiros de escopeta, uno de ellos casi a
quemarropa.
La cosa dio otro paso, se agachó ligeramente y tensó las piernas como si fuera
a saltar.
—¡Corre!
Billy no necesitó que se lo repitiera. Ambos se dieron la vuelta y comenzaron
a correr, torciendo hacia la izquierda por la pasarela. A su espalda oyeron tres
pasos que resonaron contra el quejumbroso metal, y las garras del monstruo
rasgaron y traspasaron la pared de la esquina con un tremendo chirrido del metal
al curvarse como virutas de madera.
Billy dio media vuelta y levantó el Magnum mientras el monstruo se paraba y
se volvía hacia él.
—¡Sigue corriendo! —le gritó a Rebecca, y apuntó hacia el tumor rojo que
palpitaba medio enterrado en el pecho de la criatura, lo que tenía que ser el
corazón. El monstruo dio un paso y sus opacos ojos se clavaron en Billy mientras
alzaba las garras.
Billy disparó. El retroceso del potente revólver le sacudió la mano y el
estallido fue ensordecedor. Se abrió un agujero en el pecho de la cosa, no
directamente en el corazón, pero cerca. La sangre empezó a manar por la herida y
resbaló por su grueso abdomen blanco. La cosa aulló, un sonido aún más potente
que el del cañón de mano que era la Magnum e infinitamente más peligroso, pero
no cayó.
Cielos, eso hubiera detenido a un elefante…
—¡Vamos! —le gritó Rebecca, tirándole del brazo. Él se soltó y apuntó de
nuevo. Si la cosa sangraba, podía morir, y después de un lanzagranadas, un
Magnum 50 tenía que ser la mejor arma para lograr ese objetivo.
El monstruo dio un inseguro paso adelante, luego pareció recobrar el
equilibrio, y su mirada asesina se posó sobre Billy. La sangre continuaba manando
de la herida, y le había empapado la asexuada entrepierna y la parte alta de los
musculosos muslos. Esa sonrisa, esa horrible sonrisa… La cosa parecía estar
riendo, como si no pudiera esperar a compartir alguna broma privada con él.
Billy pensó que el chiste probablemente incluía arrancarle un brazo y
golpearlo con él hasta matarlo. Apuntó al corazón y apretó el gatillo…
Otro tremendo cañonazo, más sangre por los aires, el monstruo aullando.
¡Oh, Dios mío, que eso sea de dolor!
Pero no cayó. Aún no cayó. Era difícil decir dónde le había dado, porque
había sangre por todas partes, pero el corazón continuaba latiendo.
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—¡Aparta!
Rebecca apartó a Billy y avanzó un paso. Levantó la escopeta mientras la
criatura comenzaba a inclinarse y a tensar las piernas. Apuntó bajo, demasiado
bajo, así no le iba a dar en el corazón.
La escopeta tronó y, finalmente, el monstruo cayó con un grito de furia
asesina. Rasgó el metal con las garras, lo que provocó un doloroso chirrido
metálico.
Billy vio que Rebecca le había volado una rodilla, y dudó sólo un instante, el
tiempo suficiente para pensar por qué no se le habría ocurrido hacer eso. La cosa
no estaba muerta, pero a no ser que le salieran alas, iba a tardar en ir detrás de
ellos. Entonces Billy levantó de nuevo el Magnum y apuntó al cráneo blanco
mientras la criatura intentaba arrastrarse usando las garras, sin duda para seguir
atacando. Sólo consiguió resbalar hasta el agua y la oscura balsa se cubrió de
espuma rosa mientras la cosa intentaba salir.
—¿Un pequeño gasto inútil de munición? —medio preguntó Billy. Miró a
Rebecca en busca de apoyo. Por muy terrible que fuera la cosa, no se sentía bien
dejándola que se desangrara hasta morir, que siguiera sufriendo. En cierto modo
era otra de las víctimas de Umbrella; no había pedido nacer.
—Sí —repuso Rebecca, asintiendo con la cabeza, y Billy vio compasión en su
rostro, vio que ella sentía lo mismo—. Hazlo.
Dos tiros, el segundo para asegurarse, y el enorme cuerpo cayó en silencio al
agua y desapareció bajo la superficie.
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Capítulo 15
Caminaron sobre la represa bajo la luz naciente; el azul oscuro de las
primeras horas fue dando paso a un gris pálido y desvaído que ocultó todas las
estrellas a excepción de las más brillantes.
Rebecca caminaba en silencio junto a Billy y se fijó en que las nubes se iban
deshaciendo. Iba a ser otro caluroso día de verano, aunque por el momento estaba
esforzándose por no temblar de frío. Se sentía cansada, más de lo que recordaba
haberlo estado nunca, pero sólo saber que esa noche eterna y horrible se acercaba a
su fin, que llegaba un nuevo día, era suficiente para evitar que flaqueara.
Al final del camino sobre la represa había una corta escalerilla que daba a una
puerta. La subieron, Billy delante, y entraron en la sala de turbinas; más
pasamanos oxidados rodeando paredes de hormigón y más tuberías alineadas
contra las paredes. Había dos puertas. La del norte llevaba a un almacén sin salida.
La que daba al oeste estaba abierta y llevaba, a través de un largo corredor vallado,
hasta otra puerta.
—¿Seguimos adelante? —preguntó Billy, y Rebecca asintió.
Seguramente sería otro callejón sin salida, pero quería retrasar lo más posible
el tener que volver por donde habían venido. Ya habían contemplado suficiente
muerte y destrucción; no les apetecía tener que volver a repetir.
Rebecca se detuvo mientras Billy avanzaba por el pasillo, y notó que la
pesada puerta tenía un canto metálico. Estaba reforzada con acero y había un lector
de tarjetas magnéticas junto a ella. Alguien había colocado un palo bajo la puerta
para evitar que se cerrara.
Un palo mojado, pensó, mientras se agachaba para tocar la brillante madera.
Cuando apartó la mano, finos hilos de babas se le pegaron a los dedos, estirándose
desde el palo.
Durante un segundo, se le ocurrió la extraña idea de que, por alguna razón,
las sanguijuelas habían abierto y bloqueado la puerta, pero la rechazó y se recordó
que había sanguijuelas por todo el complejo. Se limpió la mano en el chaleco y
alcanzó a Billy, que ya casi estaba llegando al otro extremo del pasillo mientras
recargaba el Magnum.
La puerta no estaba cerrada con llave y Billy la empujó para abrirla. Otra
entrada de cemento y metal que llevaba a otro corredor. Billy entró y suspiró.
Rebecca lo imitó. ¿Llegarían alguna vez al final de ese lugar?
La sala olía como una playa con marea baja, aunque no podían ver nada
desde la entrada porque la habitación quedaba fuera de su campo de visión.
Habían dado dos pasos hacia el interior cuando oyeron el clic de una cerradura y la
puerta se cerró a su espalda.
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—¿Cerradura automática? —preguntó Rebecca, frunciendo el entrecejo.
Billy volvió a la puerta y accionó el pomo.
—Estaba cerrada antes, pero sin llave. No tiene sentido que se active la
cerradura después de que entremos.
Entonces, Rebecca oyó algo, un sonido bajo que hizo que el corazón le diera
un vuelco. El sonido aumentó de intensidad rápidamente y se convirtió en una risa
profunda y seca que llegaba de la habitación que había más allá de la entrada.
Sin decir palabra, ella y Billy se apartaron de la puerta, apretaron las armas en
la mano y rodearon la esquina…
Se quedaron de piedra al contemplar el vasto mar de vida que los rodeaba.
Parecía cubrir cada centímetro cuadrado de pared y caía y se arrastraba por el
techo y el suelo. Sanguijuelas, miles, cientos de miles de sanguijuelas. La sala era
grande, alta y amplia, dividida por un pequeño corredor que discurría a lo largo
de la pared del fondo. Varios incineradores se alineaban en una construcción
central que se alzaba hasta el techo, y se veían llamas a través de varias aberturas
en el metal. En la pared sur se hallaba una gran puerta metálica, al fondo de un
pequeño vestíbulo, que parecía ser la única salida; y eso suponiendo que quisieran
pasar por encima de todas esas sanguijuelas, a lo que Rebecca no se sentía nada
dispuesta. El cavernoso espacio tenía dos niveles, una pasarela rodeaba la
construcción central y una chimenea a un lado de la parte superior lanzaba una
fulgor tembloroso sobre el mar negro y bullente que se extendía por todos los
rincones de la sala. Sobre la pasarela, una figura solitaria, un joven alto y de
hombros anchos, reía; su voz, fuerte y extraña, resonaba en el aire salado y pútrido.
—Bienvenidos —dijo sin parar de reír. Tenía una sanguijuela acurrucada en
cada hombro y otras le recorrían el brazo extendido. Estaba rodeado de esas
criaturas—. Me alegro mucho de que os hayáis unido a nosotros. Al fin y al cabo,
esto será vuestro velatorio.
Rebecca se lo quedó mirando, demasiado sorprendida para hablar, pero Billy
avanzó un paso y alzó la voz.
—Eres su hijo, ¿no? ¿O su nieto?
Rebecca supo inmediatamente de quién estaba hablando y se encontró
asintiendo con la cabeza.
Claro…
—Correcto —asintió el joven, con una sonrisa amplia y maliciosa—. En cierto
sentido, soy ambas cosas.
Hizo un gesto indiferente con los brazos y cambió, la transformación recorrió
su cuerpo como si se tratara de agua o como un efecto cinematográfico. El largo
pelo oscuro se acortó y se volvió blanco. Sus rasgos juveniles envejecieron y
aparecieron líneas y arrugas; los ojos le cambiaron de color y las pupilas se le
agrandaron. En segundos, ya no era aquel joven, aunque su sonrisa seguía siendo
tan fría y brutal.
Le tocó el turno a Billy de callarse mientras Rebecca susurraba el nombre,
incapaz de creer que no era otro truco, otra cara falsa.
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—¿Doctor Marcus?
El hombre sobre la pasarela asintió y comenzó a hablar.
—Hace diez años, Spencer hizo que me asesinaran —comenzó. Los recuerdos
fueron apareciendo en su mente de enjambre, los niños recordando por él. Las
imágenes eran desenfocadas y oscuras, sin un color o una forma clara, pero las
sensaciones eran tan marcadas como lo fueron el día que perdió la vida.
Había estado esperando el ataque durante algún tiempo, pero aun así lo
había cogido por sorpresa. Estaba trabajando en su laboratorio mientas los niños
jugaban en la balsa a sus pies, cuando la puerta se abrió de golpe. Luego hubo
disparos, potentes y definitivos. Recordaba el dolor mientras caía de rodillas,
apretándose los agujeros del pecho y del vientre, y también recordaba haber visto
dos caras conocidas, las de los hombres que entraron en la sala, sus brillantes
discípulos, sus mejores estudiantes, contemplándolo mientras exhalaba su último
aliento. Albert Wesker y William Birkin, y ambos sonreían, ¡sonreían!
Recordaba la sensación de pérdida, la increíble rabia que se aferraba a su
mente moribunda mientas su cuerpo caía, salpicando el agua de la balsa, y los
niños iban de un lado a otro mientras todo se volvía negro.
Y entonces los recuerdos cambiaban, pasaban a ser los pensamientos de los
muchos. Podía ver su propio rostro y su cuerpo, medio sumergido, pálido y feo
por la muerte, pero querido, profundamente querido por la mente colectiva. Él
había sido su dios, su creador y su maestro, su padre. Nadaron hasta él, se colaron
reptando entre sus labios muertos, se removieron y se esforzaron por entrar en los
agujeros que le habían abierto en su pobre carne.
Marcus siguió hablando, explicando a sus dos asombrados oyentes lo que
tenían que saber y entender.
—Me dejaron para que me pudriera. Se llevaron mis notas y cerraron mi
laboratorio para que el tiempo acabara con él. No lo entendieron. Tiempo era lo
que hacía falta. Hicieron falta años para que se reconstruyera el virus-T dentro de
mi reina, para que evolucionara… Y para que se convirtiera en la variante que creó
lo que soy ahora.
Sonrió, disfrutando del mudo asombro de sus invitados, disfrutando de ese
momento bajo el calor de su sorpresa.
—Así que tenéis razón. Soy Marcus, pero también soy el hijo de Marcus y su
nieto, y cualquier otra extensión, cualquier otra progenie, la unión entre Marcus y
su reina. Mi reina. Ella vive en mi interior. Ella canta a sus niños.
Ante la intensidad de su júbilo, de su triunfo, los niños fueron hacia él, le
subieron por las piernas, recorrieron su forma más familiar, la de James Marcus. Él
disfrutó de la sensación mientras se reía a carcajadas de la repulsión que veía
reflejada en los rostros de sus dos jóvenes invitados. ¡Si ellos supieran! El fantástico
éxtasis que sentía al ser parte del enjambre, al ser su líder y su seguidor. La muerte
de Marcus lo había liberado, lo había hecho muy superior de lo que su vida
humana nunca le hubiera permitido.
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—Yo dejé escapar el virus —dijo—. El mundo sabrá ahora lo que Umbrella ha
hecho. Lo que Spencer y su estúpida codicia han ideado. Umbrella arderá, pero
Marcus será aclamado como un dios por lo que ha creado. Soy el arquetipo de un
nuevo hombre, muy superior al viejo modelo de humanidad; el mundo me
buscará, me rogará unirse al enjambre, unirse en una sola mente, ¡un ser
todopoderoso!
El hombre, Billy, habló de nuevo, con una expresión de aborrecimiento en el
rostro y la voz tensa de odio.
—Estás soñando. Estás enfermo, monstruo retorcido, seas lo que seas. Y es
verdad que el mundo te buscará, pero sólo para matarte, ¡para acabar con tus
delirios de locura!
¡Qué imbécil, qué prepotente en su propia estupidez! Sintió que una gran
furia lo invadía y también a los niños, y empañaba su júbilo. Sentía que su cuerpo
se estremecía de rabia.
—Ya veremos quién va a morir —dijo con voz temblorosa de furia, pero ya
no era la voz de Marcus, se había vuelto a transformar en el joven, en la imagen
que tenían los niños de Marcus de joven. Frunció el entrecejo, sin saber muy bien
por qué había cambiado o cómo, él no lo había querido, no había cantado ni
propiciado el cambio de forma.
Los niños lo cubrían, hinchados por su furia y desoyendo sus órdenes
internas. Y por primera vez desde que había surgido de la balsa hacía unos pocos
meses, desde que el enjambre le había dado su nueva vida, perdió el control sobre
ellos. Los muchos no lo escuchaban, sólo querían caer sobre los intrusos,
aplastarlos.
El joven sintió cómo le subían por la garganta, salpicando como bilis, lo
ahogaban. Intentó aguantar, imponer su influencia, pero la furia era demasiado
poderosa, lo abarcaba todo. Estaba cambiando, transformándose en algo
completamente nuevo, y su lucha por el dominio se perdió en medio de esa nueva
cosa.
¡La reina! Podía sentir su conciencia llenándolo, su poder creativo
apoderándose de él, llevado por los niños a todas las partes de su metamorfosis. La
reina quería matar, quería destruir a los dos humanos que se atrevían a juzgarla, y
era mucho más fuerte de lo que Marcus hubiera imaginado.
La cosa que había sido Marcus no tuvo más remedio que rendirse para
convertirse en el jugador más poderoso de todos. Convertirse en la reina.
Marcus comenzó a cambiar de nuevo, de una forma que pareció sorprenderlo
a él mismo tanto como sorprendió a Billy. Las sanguijuelas comenzaron a salirle de
la boca, ahogándolo. Salían por docenas en torrentes de babas y golpeaban el suelo
como gruesas gotas de lluvia. Los ojos del joven estaban muy abiertos y su
expresión se transformó en incredulidad mientras seguía atragantándose con la
marea de sanguijuelas.
En cuanto llegaban al suelo, las criaturas se apresuraban a volver hacia el
joven y le iban cubriendo el cuerpo, entrelazándose y anidando en él. Siluetas
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redondeadas se movían bajo su piel, lo perforaban y cambiaban la forma y la
textura de su carne. Sus ropas desaparecieron mientras las sanguijuelas
continuaban agolpándose y daban a su cuerpo una extraña apariencia gomosa. Sus
brazos y piernas empezaron a ser como grandes masas de gusanos entrelazados.
Su rostro se alargó y se ensanchó, mientras la piel se le rasgaba para mostrar estrías
elásticas de tejido muscular violáceo, palpitante, que se volvía grueso y húmedo al
cubrirse de una sustancia pringosa
Junto a Billy, Rebecca ahogó un grito mientras la criatura Marcus perdía
totalmente su apariencia humana. Todo su cuerpo estaba formado por gruesos
gusanos negros, pegados por chorreantes redes de babas transparentes. También
aumentó de tamaño. Todas las sanguijuelas cercanas se unieron a la multitud y
añadieron masa y peso. Unos tentáculos largos y fibrosos, con el color de una
inflamación o de una infección, le salieron de la espalda y empezaron a sacudirse
como banderines en una ventisca.
—La reina —masculló Rebecca sin voz—. Se está haciendo con el control.
Billy apuntó a la creciente criatura con el Magnum. La cosa dio un gran salto
y salió volando hacia arriba. Golpeó el techo con un fuerte sonido chapoteante y se
quedó allí enganchada durante un instante mientras espesos fluidos chorreaban
hasta el lejano suelo. Excepto por las cuatro extremidades, ya no era ni
remotamente humano.
Billy disparó hacia el techo, pero la cosa ya no estaba allí; se había dejado caer
al suelo frente a ellos y se condensó ligeramente al tocar la piedra, como un
gigantesco juguete de goma. La cosa se estiró de nuevo y se alzó por encima de
Billy y de Rebecca; sus oscuros tentáculos golpearon el aire alrededor mientras se
acercaba a ellos, iba a por ellos.
Billy y Rebecca retrocedieron. El hombre sintió que sus botas resbalaban
sobre el suelo al pisar algunas de las muchas sanguijuelas que aún lo cubrían, y
oyó los suaves y desagradables estallidos de cada criatura al ser aplastada bajo sus
botas. Rebecca lo agarró por el brazo y también estuvo a punto de caer al resbalar
sobre la alfombra de cuerpos de sanguijuelas.
La muerte de sus horrendos niños tuvo un efecto inmediato. La reina retrajo
sus tentáculos y lanzó un agudo gorjeo de lamento, algo nunca antes oído, un
sonido que resultaba aún más horrible por ser completamente ajeno a este mundo.
Todas las sanguijuelas de la sala fueron hacia ella inmediatamente. Al alejarse de
los pasos asesinos de Billy y Rebecca, les dejaron el camino libre.
La reina sanguijuela continuó creciendo al irse añadiendo a ella los pequeños
cuerpos de los niños, y su tamaño se duplicó en menos de un minuto. Billy lanzó
una mirada sobre su hombro y vio que si dejaban que el monstruo les eligiera el
camino, en un sentido literal, acabarían en un callejón sin salida, con la espalda
contra la puerta cerrada por la que habían entrado.
En la parte sur de la habitación había otra puerta cerrada, situada en una
especie de vestíbulo adosado. Un mar de sanguijuelas los separaban de ella, pero el
mar se movía, dirigiéndose hacia el creciente monstruo reina-Marcus. Ésta parecía
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haberse olvidado de Billy mientras seguía juntando a su colmena y alcanzaba
proporciones gigantescas con un movimiento continuo que siseaba como un
líquido revuelto.
—Puerta sur —dijo Billy en voz baja mientras continuaban retrocediendo.
Tenían que actuar de prisa y en ese mismo instante, o perderían su única
oportunidad.
—¿Y si está cerrada con llave? —le susurró Rebecca como respuesta.
—Tenemos que arriesgarnos —insistió Billy—. Yo te cubro. A la de tres.
Uno…, dos…, ¡tres!
Rebecca echó a correr mientras Billy disparaba una y otra vez contra el
gigantesco cuerpo hinchado de la reina. Ésta gritó de nuevo, con su agudo gorjeo
cargado de dolor y de odio, y lanzó un puñado de tentáculos, rápidos como el
rayo, hacia Billy.
Los apéndices lo atraparon y lo elevaron en el aire. Billy soltó
involuntariamente el Magnum y no pudo alcanzar su otra pistola mientras lo
sacudían violentamente; la cabeza le iba de un lado a otro y tenía los brazos
inmovilizados por la fuerza bruta de la criatura. Los tentáculos le rodearon el
pecho y se lo apretaron como una gran tenaza, estrechándolo con tanta fuerza que
Billy casi no podía respirar. En unos pocos segundos, Billy sintió que estaba
perdiendo el conocimiento, y el mundo que se sacudía ante sus ojos se fue
deshaciendo en brillantes puntos de negrura.
Oyó el ruido de la escopeta y al monstruo aullando de nuevo. La reina lo dejó
caer y se volvió para enfrentarse a su nuevo atacante. Billy se golpeó contra el
suelo. Sin reparar en el dolor, buscó el Magnum mientras más de cien sanguijuelas
se dirigían hacia él. Rebecca disparó de nuevo y el monstruo fue a por ella,
sacudiendo los tentáculos en todas direcciones.
Billy se puso en pie y vio que Rebecca estaba de espaldas. El segundo disparo
no lo había dirigido hacia la reina, sino a una consola de control que se hallaba
junto a la puerta sur. La joven volvió a disparar al mismo tiempo que daba una
patada a la puerta. Ésta se abrió de golpe, pero la reina ya casi estaba allí, y tenía
dos veces el tamaño de Rebecca y era muchísimo más pesada.
La destrozará como si fuera una muñeca de papel.
—¡Eh! —gritó Billy. No tenía tiempo de recargar el Magnum, pero tenía que
conseguir atraer la atención de la reina inmediatamente.
Así que saltó sobre la oleada de sanguijuelas que tenía más cerca, botó sobre
ellas, las pisoteó y las pateó con todas sus fuerzas. Reventaban por docenas, y su
sangre y sus babas salpicaron el suelo y le empaparon las botas. Billy danzó sobre
los cuerpos agonizantes, y sintió una satisfacción fiera y desinhibida cuando la
reina se volvió de nuevo hacia él, aullando de desesperación.
Billy vio a Rebecca cruzar el umbral de la puerta sur y tuvo medio segundo
de alegría. El monstruo lo agarró de nuevo y lo lanzó a través de la habitación con
furia asesina.
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Billy se estrelló contra la pared del fondo. Notó cómo se le partía una costilla
y fue cayendo hasta aterrizar pesadamente sobre el hormigón. Se quedó sin
respiración, pero en segundos ya volvía a estar de pie y corría hacia la puerta sur e
intentaba respirar mientras las sanguijuelas reventaban bajo sus botas.
El monstruo estaba más o menos a la misma distancia que él de la puerta.
Billy vio que no lo conseguiría, que la reina llegaría a la puerta antes que él, y rogó
a quien fuera que estuviera escuchando que Rebecca pudiera salir viva de allí…
Y entonces la vio, no al otro lado de la puerta sur, sino en medio de la sala,
con la escopeta apuntando a la reina sanguijuela y la espalda contra el incinerador
central. Billy supuso que había regresado corriendo mientras la reina estaba
ocupada lanzándolo contra la pared.
Le gritó que volviera a la puerta, pero Rebecca no le hizo caso y disparó
contra la reina cuando ésta se disponía a arremeter contra Billy. Con cada tiro,
puñados de sanguijuelas saltaban disparadas del enorme cuerpo, pero por cada
una que perdía, media docena se juntaban en el monstruo. Al cuarto disparo, la
reina se volvió hacia ella, dudando, como si no pudiera decidir contra quién ir.
—¡Sal de aquí! —gritó Rebecca a Billy—. ¡Voy en seguida!
Billy corrió hacia la puerta, anhelando que Rebecca tuviera un plan. Ésta
continuaba disparando contra la criatura, cargando y disparando, cargando y
disparando, y entonces Billy sólo oyó un seco clic, el sonido de la derrota
inevitable.
La reina también lo oyó y fue a por Rebecca. Se lanzó hacia adelante con un
sonido húmedo mientras su cuerpo seguía aumentando sin cesar. Billy había
llegado a la puerta sur y sentía cómo la adrenalina le recorría el cuerpo. Rebuscó en
su bolsa los dos últimos cartuchos del Magnum.
—¡Corre! —gritó, pero Rebecca siguió sin hacerle caso y no se movió. No
estaba recargando la escopeta, ni siquiera sacó la pistola mientras la reina se
acercaba. En vez de eso, agarró la escopeta por los cañones, dio un paso atrás hasta
ponerse junto a la pared del incinerador, y atravesó con la pesada culata la hoja de
metal de la tubería e hizo saltar uno de los paneles con un chirrido de aluminio
retorcido. Material ardiente se desparramó por el suelo. Rebecca saltó en medio y
comenzó a darle patadas, a lanzar trozos de basura en llamas a la oleada de
sanguijuelas que tenía más cerca.
La reina chilló y dejó de avanzar, lejos aún del inesperado incendio. Pero las
sanguijuelas quemadas se arrastraron hasta su padre-reina e intentaron ascender
por su enorme cuerpo en busca de alivio, y con ellas llevaron el dolor al unirse al
enjambre. El chillido de la reina aumentó de intensidad cuando las sanguijuelas
humeantes y ardientes se unieron a ella, hiriéndola, haciéndola retorcerse en lo que
Billy esperó que fuera una agonía insufrible.
Rebecca vio su oportunidad y la aprovechó. Corrió hacia la pared sur
mientras la reina se sacudía gritando. Billy vació el revolver en el suelo, metió las
dos últimas balas en el tambor y lo cerró. Apuntó a la reina mientras Rebecca
pasaba junto a ella, pero el engendro estaba demasiado ocupado, al menos de
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momento. Parte de su cuerpo se ennegrecía, se deshacía y se derretía como melaza
sobre el suelo humeante.
Billy siguió apuntando a la reina con el Magnum hasta que Rebecca pasó ante
él y salió por la puerta. Rápidamente la siguió y la chica cerró la puerta en cuanto
Billy hubo pasado.
Billy respiró hondo y sintió dolor en las costillas, en los brazos y las piernas,
en la cabeza, una sorda agonía en todos los poros de su cuerpo. Hasta que se
volvió y vio lo que Rebecca estaba señalando con una sonrisa de alegría en su
rostro sorprendido y sucio. Billy sintió que el dolor desaparecía, que se convertía
en un molesto recuerdo ante su propio alivio.
Se habían encerrado en el pozo de un montacargas. Uno que iba hacia arriba,
y por la longitud del amplio túnel que se abría sobre ellos en diagonal hacia un
lejano círculo de luz, el montacargas parecía ascender hasta la superficie.
Se sonrieron como niños, demasiado atontados de felicidad para poder
hablar, pero sólo por un instante. Sus sonrisas desaparecieron cuando la
agonizante reina rugió y oyeron su voz en la habitación contigua, un recordatorio
de lo cerca que habían estado de morir.
Sin decir una palabra corrieron hasta la plataforma y la consola que
controlaba el montacargas. Billy inspeccionó los interruptores durante un instante
y luego, esperando no equivocarse, le dio al contacto.
La plataforma comenzó a elevarse, llevándoselos hacia lo alto, lejos de la
pesadilla. O al menos, eso creían.
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Capítulo 16
La agonía tenía proporciones grandiosas, iba muriendo con una intensidad
más allá de lo que nunca había experimentado. Los niños ardientes se pegaban a
ella, hambrientos de alivio, y al tocarla, al tocar a sus hermanos, les traspasaban el
dolor en oleadas imparables. Siguió y siguió hasta que partes del colectivo se
fueron soltando, cayendo, muriendo, deshaciéndose, sus niños sacrificándose para
que ella pudiera vivir. Lentamente, muy lentamente, la agonía fue decreciendo,
dejó de ser física para convertirse en una pena infinita por las muertes.
Mientras los heridos se soltaban y dejaban sus envolventes brazos para morir
solos, el resto de los niños se acercó, cantando suavemente para ella, calmando su
tormento lo mejor que sabían. La envolvieron, la tranquilizaron con sus besos
líquidos y con su gran número, y la relevaron. Sólo pasó un momento. La reina
perdió su identidad de la misma manera que Marcus había perdido la suya, se
rindió al enjambre, se convirtió en más. En todos.
La unidad en todos de la nueva criatura era completa y sana, un gigante,
diferente de antes. Más fuerte. Oyó ruidos mecánicos en las proximidades. Se
volvió hacia sí mismo, accedió a su mente para obtener información y lo entendió:
los asesinos estaban intentando escapar.
No escaparían. El enjambre se transformó en mil ágiles patas y fue a por ellos.
Ninguno de los dos quería pensar en encontrarse con más problemas, pero
tenían que esperar lo peor. Rebecca comprobó las pistolas mientras Billy recargaba
la escopeta, y ambos informaron de los patéticos números de su reserva de
municiones: quince proyectiles de nueve milímetros, cuatro cartuchos de la
escopeta, dos balas del Magnum.
—Probablemente tampoco los necesitaremos —dijo Rebecca, esperanzada,
mientras contemplaba el creciente círculo de luz. El montacargas era lento pero
seguro y ya estaba a medio camino de la superficie; llegarían arriba en un minuto o
dos.
Billy asintió con un gesto de cabeza mientras se apretaba el costado izquierdo
con una mano sucia.
—Creo que esa zorra me ha roto una costilla —explicó, pero sonrió
ligeramente, también mirando hacia la luz.
Rebecca se acercó a él, preocupada, y alargó la mano para tocarle el costado,
pero antes de que pudiera hacerlo, una alarma comenzó a sonar en el pozo del
ascensor. En todas las puertas por las que iban pasando habían empezado a
destellar luces rojas que proyectaban manchas de color carmesí sobre la
plataforma.
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—¿Qué…? —comenzó a decir Billy, pero lo interrumpió la voz femenina y
pausada de una grabación.
«El sistema de autodestrucción ha sido activado. Todo el personal debe
evacuar inmediatamente el complejo. Repito. El sistema de autodestrucción…»
—¿Activado por quién? —preguntó Rebecca. Billy la hizo callar agarrándola
del brazo y siguió escuchando.
«… inmediatamente. La secuencia comenzará en diez minutos.»
Las luces seguían destellando, y la sirena aullaba sin parar, pero la voz se
silenció. Billy y Rebecca intercambiaron una mirada de preocupación, pero no
podían hacer gran cosa. En diez minutos, ellos ya se habrían marchado de allí, con
un poco de suerte.
—Quizá la reina… —dijo Rebecca, pero no acabó la frase. No parecía
probable que fuera la reina, aunque no se le ocurría de qué otra forma se podía
haber activado el sistema.
—Tal vez —repuso Billy, aunque parecía dudarlo—. De todas formas,
estaremos fuera de aquí antes de que ocurra.
Rebecca movió la cabeza asintiendo, y entonces oyeron un estruendo bajo
ellos, el chirriante sonido del metal destrozado, de una destrucción increíble en la
base del pozo del montacargas.
Ambos miraron hacia abajo a través de los agujeros de la rejilla que cubría
parte del suelo de la plataforma y vieron lo que subía. Era la reina, sólo que ya no
era la reina. Eso era mucho, muchísimo mayor, y también muchísimo más veloz;
una oscura masa gigantesca que se dirigía hacia ellos.
Rebecca miró hacia lo alto y vio lo cerca que estaban.
Sólo otro minuto y estaremos fuera…
Volvió a mirar hacia abajo y se quedó sin aliento al ver lo próxima que estaba
la cosa. Tuvo la imagen de una gran ola a punto de estrellarse, negra y viva, que se
abría mientras avanzaba hacia ellos a gran velocidad y les mostraba la oscuridad
de su interior.
—¡Oh, mierda! —exclamó Billy.
La plataforma se levantó por un extremo, atravesó una pared y los lanzó a
ambos por los aires.
Rebecca aterrizó de costado con un fuerte golpe, pero se puso en pie
inmediatamente, aún aferrando la escopeta. Billy estaba levantándose del suelo a
unos cuantos metros. Bajo sus pies unas líneas amarillas destellaban sobre la
superficie.
Un helipuerto. Un helipuerto subterráneo.
Se hallaban en un gran hangar. No se veía ningún helicóptero, pero había un
montón de equipo salpicando el suelo. Las pequeñas islas de metal sólo
contribuían a aumentar la enormidad de la sala. La poca luz que había procedía de
unos cuantos rayos de sol que se colaban aquí y allá por el techo móvil, lo que
significaba que sólo estaban a un piso por debajo de la superficie. Rebecca sólo
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tardó menos de un segundo en ver dónde se hallaban, y el resto del segundo en
localizar a la reina. O en lo que se había convertido la reina.
La cosa estaba arrastrándose por el irregular agujero en la pared que la
plataforma del montacargas había abierto; masas de tentáculos se movían
bamboleantes sobre los trozos de metal y piedra. Mientras pasaba desde el pozo y
su forma colosal iba entrando y entrando, era como una ilusión óptica alucinante.
La cosa que finalmente quedó sobre el suelo de hormigón era tan grande como un
camión, largo y bajo y palpitante, con gruesas lianas retorcidas de sanguijuelas
hechas materia.
Rebecca se quedó mirando boquiabierta, y casi se cayó al suelo cuando Billy
la agarró del brazo y tiró de ella.
—¡Hay una escalera por allí! —Billy hizo un gesto vago hacia una cartel
donde ponía SALIDA , al otro lado de la nave, a lo que parecía una distancia
increíblemente lejana.
Como si pudiera oírlos, como si los hubiera entendido, la monstruosa reina
avanzó arrastrando su enorme grosor por el suelo con sorprendente velocidad
hacia la ruta de escape. Se volvió a medias hacia ellos. Los tentáculos que le salían
de la cabeza sin forma azotaban el aire, y un grueso charco de una
sustancia pringosa y negruzca chorreaba bajo su horrendo cuerpo. La cosa
comenzó a erguirse, entonces lanzó un chillido y se agitó salvajemente de un lado a
otro mientras un sonido siseante y agudo surgía de su miserable cuerpo. De su
parte superior comenzó a salir auténtico humo, allí donde…
La luz del sol.
Un rayo de sol, fino, pero lo suficientemente brillante, caía sobre lo que era la
espalda de la bestia. La criatura se arrastró hacia un lado y volvió a perseguirlos.
Billy agarró de nuevo a Rebecca y la arrastró. La alarma del sistema de
autodestrucción seguía aullando en el helipuerto, y la tranquila voz femenina les
informó de que quedaban ocho minutos antes de que comenzara la secuencia.
—¡No soporta la luz del sol! —gritó Rebecca, mientras ella y Billy se volvían y
echaban a correr. Se dirigieron hacia el rincón noroeste de la nave, el más alejado
del monstruo que se arrastraba hacia ellos esquivando los rayos de sol. No era tan
rápida como lo había sido en el pozo del montacargas, pero casi podía correr tanto
como ellos.
—¿Tienes idea de cómo abrir el techo? —preguntó Billy, mientras lanzaba
una mirada a su espalda y se desplazaba más hacia el norte.
—No hay corriente —jadeó Rebecca—. Pero debe de haber cierres manuales,
probablemente hidráulicos. Si el techo está inclinado, se deslizará hasta abrirse en
cuanto los activemos. Supongo.
—Inténtalo —repuso Billy, visiblemente falto de aliento—. Trataré de
distraerla.
Rebecca asintió con la cabeza y lanzó una mirada hacia la criatura. Se había
quedado atrás, pero no flaqueaba, no le costaba coger aliento como les costaba a
ellos.
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Se dirigió a lo que parecía un panel en la pared más cercana mientras, a su
espalda, Billy se volvía y comenzaba a disparar con la nueve milímetros.
El enjambre se lanzó a por ella mientras se le desprendía toda la parte donde
lo había tocado la luz del sol. Su conciencia no era por completo animal, ni
humana, sino que poseía elementos de ambas. Sabía que su hogar estaba
amenazado, que otra fuerza destruiría su refugio en poco tiempo. También sabía
que la luz del sol representaba dolor, incluso la muerte, y sabía que los dos
humanos que corrían delante de ella eran la causa de todo aquello, eran el
instrumento de su destrucción inminente.
Uno de los humanos se detuvo, apuntó con una arma y disparó. Los
proyectiles le atravesaron la carne exterior hiriéndola, pero sin penetrar hasta el
núcleo. Al igual que había ocurrido con las quemaduras provocadas por el sol, la
criatura dejó caer la materia herida y siguió avanzando hasta casi alcanzarlos. Ya
estaba lo bastante cerca para oler el terror del humano. Se lanzó hacia adelante y lo
derribó.
¡Mierda!
Billy aterrizó en el suelo mientras la reina monstruo saltaba sobre él. Uno de
los tentáculos lo había atrapado por un pie y lo había hecho caer. Intentó rodar
para alejarse, pero tenía el tobillo derecho firmemente agarrado. Maldiciendo, Billy
se acercó a la masa de la criatura y pisoteó con todas sus fuerzas el tentáculo que lo
atrapaba. El apéndice se retrajo y el monstruo se retorció, apartándose de él.
Billy se puso en pie de un salto, vio a Rebecca en la pared oeste, ocupada con
el panel de control. Se volvió hacia el este, corrió y miró hacia atrás para asegurarse
de que la cosa iba tras él.
«La secuencia comenzará en siete minutos.»
Fantástico. Si no quieres chocolate, toma dos tazas.
Billy corrió más deprisa, forzándose hasta el límite, y el monstruo lo seguía
demasiado de cerca para su tranquilidad.
Cuando hubo llegado lo suficientemente lejos para arriesgarse, se volvió y vio
a Rebecca en otro panel de control al otro lado de la nave. El monstruo fue a por él,
pero aún se hallaba demasiado lejos y sus patas estiradas al máximo quedaron a un
metro de Billy. Éste le clavó un tiro en lo que parecía ser el rostro, luego se volvió y
siguió corriendo, tambaleándose sobre unas piernas que parecían de mantequilla.
La cosa lo siguió, al parecer incansable.
Vamos, Rebecca, rogó en silencio y se obligó a correr más deprisa.
Rebecca llegó hasta el cuarto y último cierre cuando la grabación los informó
de que les quedaban seis minutos. Agarró la ruedecilla que servía de llave manual,
la giró y… estaba medio atascada. Necesitó de toda su fuerza sólo para darle
media vuelta. Se esforzó más y sintió que los músculos le pedían clemencia
mientras conseguía media vuelta más.
Ya casi…
—¡Rebecca, muévete!
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Lanzó una mirada a su espalda y vio que, de alguna manera, la reina se le
había acercado mucho, demasiado; estaría sobre ella en treinta segundos, pero no
podía correr, no quería correr, sabía que no le quedaba el tiempo necesario para
dar la vuelta e intentarlo de nuevo.
Billy estaba disparando, la segunda bala penetró en una carne líquida
aterradoramente próxima. No miró, sabía que perdería el valor si veía lo cerca que
realmente estaba.
—¡Vamos! —gritó, mientras tiraba de la obstinada rueda con todas las fuerzas
que le quedaban… Y la rueda se desatascó, justo cuando un grueso y húmedo
tentáculo le rodeaba el tobillo izquierdo, un tentáculo horriblemente vivo con un
movimiento sinuoso y enfermizo.
Con un pesado chirrido de oxido pulverizado, los cielos se abrieron y la luz
los bañó a todos.
¡La luz! ¡La luz!
El enjambre gritó mientras la muerte le llovía encima, primero escaldándole
la piel, luego hirviéndola. Miles de sanguijuelas fueron muriendo, cayendo ante un
ardor peor que el del fuego porque estaba por todas partes a la vez. Intentó
escapar, buscar refugio contra esa tortura, pero no había ninguno, ningún lugar
adonde ir.
Los dos humanos corrieron y desaparecieron por un agujero en la pared, pero
la criatura no se fijó, no le importaba. Se retorció y se revolcó agónicamente,
grandes haces de carne se le iban rasgando y cayendo, capas de su cuerpo se iban
deshaciendo y emplastando en el suelo de hormigón, y, finalmente, su centro, rosa
y palpitante, quedó expuesto a la luz asesina y cruel, la luz purificadora del día.
Cuando el edificio explotó, unos minutos después, ya casi no quedaba nada
de la cosa, sólo un puñado de desorientadas sanguijuelas que se ahogaban en el
charco de muerte que había sido su padre, que una vez había sido James Marcus.
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HORA CERO
Capítulo 17
Corrieron a trompicones, rodeando los troncos de los árboles bajo el fresco
aire de la mañana. A Billy le daba la sensación de algo surreal, enloquecido. Había
pasado de estar disparando en la oscuridad a una sanguijuela monstruosa a estar
corriendo por el bosque, con los pájaros trinando sus canciones matutinas y una
ligera brisa que le alborotaba el cabello sucio y apelmazado. Siguieron adelante.
Billy contaba en silencio hasta que llegó cerca de cero.
Se detuvo y miró a su alrededor mientras Rebecca también se detenía,
jadeando pesadamente. Habían salido de los bosques y se hallaban en un pequeño
claro, en lo alto de una colina desde la que se veía la parte este del bosque de
Arklay.
—Aquí parece estar bien —dijo Billy. Tomó una gran bocanada de aire limpio
y se estiró en el suelo; sus músculos lo agradecieron. Rebecca lo imitó, y unos
segundos después la cuenta atrás llegó a su final.
La explosión fue devastadora; el suelo tembló y el fragor cubrió el bosque y
se extendió sobre el valle que se abría más allá. Pasado un momento, Billy se sentó
y observó las nubes de humo que se alzaban sobre la copa de los árboles. A pesar
de lo agotado que estaba, a pesar del dolor, del hambre y el cansancio emocional,
se sintió en paz al contemplar como el humo de aquel terrible lugar desaparecía en
el nuevo día. Rebecca se sentó a su lado, también en silencio y con una expresión
casi soñadora. No había necesidad de decir nada; ambos habían estado allí.
Billy se rascó la muñeca distraídamente al sentir un escozor, y las esposas
cayeron al suelo, aterrizando sobre la hierba con un sonido apagado. Billy sonrió.
En algún momento, la esposa suelta se debía de haber caído. Meneó la cabeza y
pensó en lo bien que hubiera estado haberlas perdido doce horas antes. Luego las
cogió y las lanzó hacia un grupo de árboles. Rebecca se puso en pie, le dio la
espalda al humo y se protegió los ojos del sol.
—Aquél debe de ser el lugar del que hablaba Enrico —dijo. Billy se obligó a
levantarse y se puso a su lado. Allá, a unos dos o tres kilómetros por debajo de su
mirador, se veía una enorme mansión semioculta entre los árboles. Las ventanas
centelleaban bajo la luz matutina y le daban una apariencia cerrada y vacía.
Billy asintió, y de repente no supo qué decir. Ella debía de estar deseando
reunirse con su equipo. Y en cuanto a él…
Rebecca alargó la mano, le cogió las chapas de identificación y tiró con fuerza.
La cadena se soltó. Rebecca se las ató a su delgado cuello mientras contemplaba la
mansión.
—Supongo que ha llegado el momento de despedirnos —dijo.
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Billy la miró, pero ella no le devolvió la mirada, sólo se quedó contemplando
su nuevo destino, la silenciosa casa medio escondida entre los árboles.
—Oficialmente, el teniente William Coen está muerto —añadió Rebecca.
Billy intentó reír, pero no le salió.
—Sí, ahora soy un zombi —se burló, un poco sorprendido por la inesperada
sensación de nostalgia que le oprimió el pecho.
Rebecca se volvió y lo miró a los ojos. Él vio sinceridad y compasión en ellos,
y también fuerza. Vio que ella sentía la misma extraña añoranza, la misma vaga
tristeza que había caído sobre él como una sombra.
Si las cosas hubieran sido de otra manera… Si las circunstancias no fueran las que
son…
Rebecca hizo un ligerísimo gesto de asentimiento, como si le hubiera leído la
mente y estuviera de acuerdo con lo que pensaba. Luego se irguió, alzó la cabeza,
cuadró los hombros y lo saludó militarmente sin dejar de mirarlo a los ojos.
Billy imitó su postura, le devolvió el saludo y lo mantuvo hasta que ella bajó
la mano. Sin mediar más palabras, Rebecca comenzó a alejarse y se dirigió hacia la
ligera pendiente que descendía entre los árboles.
Billy la contempló hasta perderla de vista entre las sombras del bosque, luego
se volvió y buscó su propio camino. Decidió que el sur podía estar bien y comenzó
a andar, disfrutando del calor del sol en los hombros y del canto de los pájaros que
le llegaba desde los árboles.
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Epílogo
La distante explosión se notó en la mansión Spencer e hizo temblar
ligeramente el suelo. El polvo se removió sobre las mesas. Cayó tierra sobre el
suelo de los túneles subterráneos. Y las criaturas que aún seguían vivas volvieron
sus ciegos ojos muertos hacia las ventanas y las paredes, escuchando, andando a
tientas en la oscuridad, esperando que el ligero movimiento significara que pronto
llegaría comida. Estaban hambrientas.
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Acerca de la autora
S. D. (Stephani Danelle) Perry escribe novelizaciones multimedia en los reinos
de la fantasía, la ciencia-ficción y el horror, cosa que hace por amor y por dinero,
algunas veces en ese orden. Ha trabajado con los universos de Resident Evil, Aliens,
Xena y, más recientemente, Star Trek. También ha escrito unos cuantos cuentos y ha
convertido en novela un par de guiones de cine. Danelle, como prefiere que la
llamen, vive en Portland con un marido increíblemente paciente y dos ridículos
perros. Hace poco, se les ha unido el mejor bebé del mundo, Cyrus Jay.
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HORA CERO
ÍNDICE
Prólogo ............................................................................................................................................... 2
Capítulo 1 .......................................................................................................................................... 4
Capítulo 2 ........................................................................................................................................ 14
Capítulo 3 ........................................................................................................................................ 25
Capítulo 4 ........................................................................................................................................ 36
Capítulo 5 ........................................................................................................................................ 45
Capítulo 6 ........................................................................................................................................ 56
Capítulo 7 ........................................................................................................................................ 65
Capítulo 8 ........................................................................................................................................ 74
Capítulo 9 ........................................................................................................................................ 84
Capítulo 10 ...................................................................................................................................... 92
Capítulo 11 .................................................................................................................................... 100
Capítulo 12 .................................................................................................................................... 109
Capítulo 13 .................................................................................................................................... 115
Capítulo 14 .................................................................................................................................... 119
Capítulo 15 .................................................................................................................................... 126
Capítulo 16 .................................................................................................................................... 134
Capítulo 17 .................................................................................................................................... 139
Epílogo ........................................................................................................................................... 141
Acerca de la autora....................................................................................................................... 142
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RESIDENT EVIL VOLUMEN CUATRO
INFRAMUNDO
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RESIDENT EVIL 4
INFRAMUNDO
Hay miles cortando las ramas del árbol del mal
por cada uno que está asestando golpes a la raíz.
HENRY DAVID THOREAU
Prólogo
Associated Press, 6 de octubre, 1998
MUEREN MILES DE PERSONAS EN EL TERRIBLE INCENDIO DE UN PUEBLO DE
LAS MONTAÑAS. SE SOSPECHA DE UN BROTE INFECCIOSO
NUEVA YORK, NY — La aislada comunidad montañosa de Raccoon City,
Pensilvania, ha sido declarada oficialmente zona catastrófica por el estado y por
los funcionarios del gobierno federal mientras los esforzados bomberos siguen
luchando contra las llamas, cada vez menores, y la cifra de muertos sigue
creciendo. Ahora mismo se calcula que más de siete mil personas murieron por
las explosiones y los incendios que azotaron Raccoon City desde las primeras
horas del domingo 4 de octubre. Este hecho es considerado como el peor
desastre en Estados Unidos en términos de pérdidas de vidas humanas desde el
comienzo de la era industrial. Los destrozados familiares y amigos de los
ciudadanos de Raccoon City, llegados al mismo tiempo que las organizaciones
nacionales de ayuda y la prensa internacional, se agolpan alrededor del bloqueo
que rodea a las ruinas todavía en llamas de la ciudad, a la espera de alguna
noticia procedente de la cercana población de Latham.
El director de la Agencia Nacional de Control de Desastres (ANCD),
Terrence Chavez, que actúa como coordinador de los esfuerzos combinados de
las distintas unidades de bomberos y de emergencia, efectuó una declaración
oficial a la prensa la noche pasada en la que dijo que, salvo complicaciones
imprevisibles, se espera que los incendios quedarán extinguidos por completo a
mitad de semana, pero que pueden pasar bastantes meses antes de que se
pueda averiguar con certeza cuál ha sido el origen del fuego, tanto si fue
intencionado como si no. Según Chavez, «la magnitud de los daños, tan sólo en
términos de superficie afectada, va a motivar que encontrar las respuestas sea
una tarea ardua, pero esas respuestas están ahí. Llegaremos hasta el fondo de la
cuestión sin importar lo que haga falta».
A fecha de hoy, a las seis de la mañana, la cifra de supervivientes es de
setenta y ocho, y sus nombres y el estado en que se encuentran se ha mantenido
en secreto. Han sido trasladados a una instalación federal desconocida para
permanecer en observación y/ o recibir tratamiento. Los primeros informes de
los equipos de emergencia indican al parecer la existencia de una enfermedad
desconocida que puede haber sido la causante del increíble número de víctimas,
ya que los ciudadanos infectados no pudieron escapar debido a la gravedad de
la dolencia. Además, existen rumores que indican que la enfermedad puede
haber provocado una psicosis de tipo violento en algunos de los pacientes
infectados. Los funcionarios de las agencias de control de enfermedades, tanto
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públicas como privadas, han pedido que se extiendan los límites de la
cuarentena, y aunque no se ha hecho ninguna declaración oficial en ese sentido,
se han «filtrado» numerosas descripciones de las anormalidades físicas y
biológicas de las víctimas. Según una de las fuentes, un trabajador de un equipo
de asesoramiento federal dijo que «algunas de esas personas no habían muerto
simplemente quemadas o asfixiadas por la inhalación de gases. Vi a gente que
había muerto por disparos o por apuñalamiento, además de por otras formas de
violencia. Vi a individuos que era evidente que habían estado enfermos,
muertos o moribundos antes de que les alcanzasen las llamas. El incendio ha
sido terrible, devastador, pero no es el único desastre que se ha producido aquí,
me apuesto lo que sea».
Raccoon City fue noticia a principios de este año debido a una serie de
extraños asesinatos que conmocionaron a la población. Se trataba de crímenes
sin móvil aparente, de una tremenda violencia, y bastantes de ellos incluían
actos de canibalismo. Ya se están produciendo por parte de la prensa local
cercana a Raccoon City, intentos de relacionar los once asesinatos sin resolver
del pasado verano con los rumores de actos violentos en masa que se
produjeron antes de que estallara el enorme incendio.
El señor Chavez se negó a confirmar o desmentir esos rumores, y se limitó
a declarar que las investigaciones relativas a esa tragedia serán exhaustivas…
Nationwide Today, Primera Edición, 10 de octubre de 1998
SIGUE AUMENTANDO LA CIFRA DE MUERTOS EN RACCOON CITY TRAS LOS
ESFUERZOS COMBINADOS DE LOS EQUIPOS DE BÚSQUEDA Y RESCATE
— El recuento oficial de muertos casi llega a 4.500,
aunque las ennegrecidas ruinas de Raccoon City siguen siendo registradas en
búsqueda de más víctimas de los hechos apocalípticos que tuvieron lugar la
mañana del pasado domingo. Mientras la nación comienza su periodo de luto,
más de seiscientos hombres y mujeres trabajan para desvelar las razones que
provocaron la destrucción de la antaño pacífica comunidad. Las organizaciones
de ayuda local, los científicos, los soldados, los agentes federales y los equipos
de investigación de las distintas compañías se han unido en una muestra de
afán y resolución, aunando sus recursos y aceptando las responsabilidades que
se les han asignado para poder esclarecer la verdad.
Al director de la ANCD, Terrence Chavez, que es el máximo responsable
de la operación conjunta, se le han unido investigadores de máximo nivel de los
centros de control de enfermedades de todo el mundo, agentes de seguridad
nacional de distintas organizaciones federales y un equipo privado de
microbiólogos procedente de Umbrella Corporation, financiado por la misma
compañía farmacéutica, y que está investigando la posibilidad de que exista
una conexión entre su laboratorio químico situado en las afueras de la ciudad y
la extraña infección conocida ya como el «síndrome de Raccoon».
Los estudios iniciales sobre la enfermedad han sido imprecisos y no han
llegado a ninguna conclusión, según palabras del jefe del equipo de Umbrella,
el doctor Ellis Benjamin, pero también dice textualmente que «sin embargo,
estamos convencidos de que los ciudadanos de Raccoon City resultaron
NUEVA YORK, NY
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infectados por algo, ya fuese de modo accidental o intencionado. Lo único que
sabemos con certeza en este momento es que no parece transmitirse por vía
aérea, y que el resultado final es una rápida desintegración celular y la muerte.
Todavía desconocemos el hecho de si se trata de una infección bacteriana o
vírica, o cuáles son los síntomas, pero no descansaremos hasta que hayamos
agotado todos nuestros recursos. Sean cuales sean los resultados de la
investigación, nos hemos comprometido a llegar hasta el final. Es lo menos que
podemos hacer, si tenemos en cuenta lo mucho que nuestra compañía le debe a
la gente de Raccoon City». La planta química y las instalaciones administrativas
de Umbrella Corporation proporcionaban casi un millar de puestos de trabajo a
la localidad.
Los ciento cuarenta y dos supervivientes siguen bajo estricta cuarentena
para ser interrogados y sometidos a una estricta observación en un lugar
desconocido. Aunque sus nombres siguen siendo un secreto, el FBI ha
publicado una lista en la que se indican las diferentes condiciones médicas en
las que se encuentran. Diecisiete supervivientes han sufrido tan sólo algunas
heridas leves y se encuentran en situación estable, setenta y nueve todavía se
encuentran en estado crítico tras tener que sufrir operaciones quirúrgicas, y
cuarenta y seis, aunque no han resultado heridos, han sufrido alguna clase de
colapso mental o de crisis nerviosa. No se ha confirmado si están o no
infectados con el síndrome, pero la declaración incluye una referencia a los
relatos de los supervivientes que confirman la existencia de esa infección.
El general Martin Goldman, supervisor a cargo de todas las operaciones
militares en la ciudad devastada, mantiene la esperanza de que todas las
personas que todavía se encuentran desaparecidas serán encontradas en los
próximos siete días. «Ya tenemos a cuatrocientas personas distribuidas en
equipos que están trabajando veinticuatro horas al día todos los días en busca
de supervivientes y realizando comprobaciones de identidad. Y me acaban de
decir que llegarán otras doscientas el lunes por la mañana…»
Fort Worth Bugler, 18 de octubre de 1998
LA TRAGEDIA DE RACCOON CITY PUDO SER UNA CONSPIRACIÓN PERPETRADA
POR EMPLEADOS DE LA CIUDAD
FORT WORTH, TEXAS — Los equipos de limpieza que trabajan en Raccoon
City, Pensilvania, han encontrado nuevas pruebas que indican que el
«síndrome de Raccoon», la enfermedad causante de la mayor parte de las 7.200
muertes, cifra oficial hasta el momento, que han tenido lugar en esa ciudad,
puede haber sido extendido entre la desprevenida población por el jefe de
policía de Raccoon City, Brian Irons, y varios miembros de la escuadra de
tácticas especiales y rescates (los STARS) de la localidad.
El portavoz del FBI, Patrick Weeks, el director de la ANCD, Terrence
Chavez, y el doctor Robert Heiner (convocado por el jefe del equipo de
Umbrella Corporation, el también doctor Ellis Benjamin) revelaron en una
conferencia de prensa que tuvo lugar ayer por la tarde que existen importantes
pruebas circunstanciales de que el desastre de Raccoon City fue consecuencia
de un ataque terrorista que salió tremendamente mal. Los incendios posteriores
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que casi han arrasado la pequeña ciudad pueden haber sido un intento por
parte de Irons y de sus cómplices de tapar los catastróficos efectos secundarios
de la propagación de la enfermedad. Según Weeks, se han encontrado
numerosos documentos entre las ruinas del edificio central de la policía de
Raccoon City que implican a Irons como el jefe de toda la trama de una
conspiración cuyo objetivo era asaltar y tomar por la fuerza la planta química
de Umbrella Corporation situada en las afueras de la ciudad. Al parecer, Irons
estaba furioso porque el equipo dirigente de la alcaldía había suspendido las
actividades de los STARS a finales de julio por los tremendos errores que
cometieron al efectuar la investigación de los múltiples asesinatos, los crímenes
caníbales, ya bien documentados, y que costaron la vida a once personas el
verano pasado. Los STARS de Raccoon City fueron retirados después de que se
produjera un accidente de helicóptero en la última semana de julio, en el que
murieron seis miembros del equipo. Los cinco miembros supervivientes fueron
suspendidos de empleo y sueldo después de que las pruebas encontradas
sugirieran la ingestión de drogas y/ o alcohol como posible causa del accidente.
Aunque Irons apoyó en público la suspensión de la escuadra de élite, los
documentos hallados indican que Irons planeaba amenazar al alcalde Devlin
Harris y a otros miembros del consejo de la ciudad con soltar varios productos
químicos volátiles y extremadamente peligrosos a menos que cumplieran
ciertas demandas económicas. Weeks continuó diciendo que Irons tenía un
historial de inestabilidad emocional, y que los documentos, la correspondencia
entre Irons y uno de sus cómplices, revelaban un plan diseñado por Irons para
extorsionar y pedir un rescate al equipo de la alcaldía, y después huir del país.
El cómplice sólo aparece como «C.R.», pero también aparecen numerosas
referencias a «J.V», a «B.B.» y a «R.C.». Todas ellas son las iniciales de cuatro de
los cinco miembros de STARS suspendidos.
Terrence Chavez declaró: «Si suponemos que estos documentos son
verdaderos, Irons y los suyos habían planeado atacar la planta de Umbrella a
finales de septiembre, lo que correspondería exactamente con la fecha
establecida por el doctor Heiner como la de mayor propagación del "síndrome
de Raccoon". Ahora mismo estamos trabajando con la hipótesis de que se
produjo el asalto, y que ocurrió un accidente inesperado con unos resultados
catastróficos. Todavía no sabemos si el señor Irons o alguno de los miembros
del equipo de STARS sigue con vida, pero se les busca para interrogarlos.
Hemos establecido una orden de búsqueda y captura a nivel nacional, y todos
nuestros aeropuertos internacionales, las aduanas y las patrullas fronterizas han
sido alertadas. Le pedimos a cualquiera que tenga información sobre este caso
que la haga pública».
El doctor Heiner es un microbiólogo famoso además de miembro asociado
de la División de Materiales Biopeligrosos, y declaró que la composición y la
combinación exacta de productos químicos vertidos en Raccoon City quizá no
se sepa nunca: «Es obvio que Irons y los suyos no tenían ni idea de lo que
estaban manejando. El problema es que Umbrella está continuamente
investigando y desarrollando nuevas variantes de síntesis de enzimas, cultivos
bacterianos y represores virales, por lo que el componente letal fue,
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prácticamente sin duda, un añadido accidental. Las posibles combinaciones de
materiales se elevan a millones, por lo que las probabilidades de reproducir con
éxito la mezcla causante del "síndrome de Raccoon" son infinitesimales».
El director nacional de los STARS no ha efectuado ninguna declaración,
pero Lida Willis, la portavoz a nivel regional de la organización, ha dicho que
están «asombrados y entristecidos» por el desastre, y que van a dedicar a todos
sus agentes disponibles a la búsqueda de los miembros desaparecidos del
equipo de STARS, además de cualquier contacto del que pudieran disponer
todavía en su círculo de trabajo.
Lo que resulta irónico es que los documentos fuesen encontrados por uno
de los equipos de búsqueda de Umbrella Corporation…
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INFRAMUNDO
Capítulo 1
—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó David, y John Andrews apretó a fondo
el pedal del acelerador, haciendo girar la pequeña furgoneta en una esquina
mientras el tableteo de los disparos resonaba a través de la fría noche de Maine.
John había detectado los dos coches, sedanes de color negro y sin ninguna
clase de insignia, tan sólo un momento antes, lo que apenas les había dado
tiempo a armarse. Fuesen quienes fuesen los que estaban pegados a sus
traseros, Umbrella, los STARS de la localidad, o los policías del lugar, no
importaba, todos eran Umbrella…
—¡John, despístalos! —le dijo David, y de algún modo logró que su voz
sonara tranquila y relajada incluso mientras las balas acribillaban la parte
trasera del vehículo. Era su acento.
Siempre suena igual, ¿y dónde demonios está Falworth?
John se sentía disperso, y los pensamientos cruzaban raudos por su mente
en confusa mezcolanza. Era un hacha en las misiones previamente planeadas,
pero los ataques por sorpresa le ponían los nervios de punta…
… directos a Falworth y de cabeza a la pista de despegue… ¡Dios!, diez minutos
más y ya nos habríamos marchado…
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que John había
entrado en combate, y jamás lo había hecho en mitad de una persecución en
coche. Era muy bueno en eso, pero llevaba una furgoneta…
¡Bang, bang, bang!
Alguien estaba respondiendo a los disparos desde la parte posterior del
vehículo, haciendo fuego a través de una de las ventanillas traseras. Las
detonaciones del arma de nueve milímetros en un espacio tan reducido eran tan
atronadoras como la voz de un dios iracundo y le machacaron los oídos a John,
haciéndole todavía más difícil concentrarse.
Diez puñeteros minutos más.
Estaban a diez minutos de la pista de despegue donde les estaba
esperando un vuelo charter. Era una broma pesada… Después de pasar
semanas ocultos, a la espera, sin correr ninguna clase de riesgo, van y les pillan
justo cuando iban a salir del puñetero país.
John se agarró con fuerza al volante cuando entraron a toda velocidad en
la calle Sexta. La furgoneta era demasiado pesada para superar en maniobras a
los sedanes. Incluso sin el peso de las cinco personas y la cantidad de artillería
que llevaban en el interior, el voluminoso y cuadrado vehículo no era
precisamente un coche de carreras. David la había comprado precisamente por
eso, porque no era nada llamativa, porque se trataba de un automóvil en el que
nadie se fijaría, y ahora lo estaban pagando. Si lograban despistar a sus
perseguidores, sería un milagro. Su única posibilidad era encontrar algo de
tráfico, y hacer un poco de juego de esquiva. Era algo peligroso, pero también lo
era salirse de la carretera y que te acribillaran a balazos.
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—¡Cargador! —pidió a gritos León, y John echó un vistazo por el espejo
retrovisor.
Vio que el joven policía estaba en cuclillas junto a una de las ventanillas
traseras, al lado de David. Habían quitado los asientos posteriores para el viaje
hasta el aeropuerto para así disponer de más espacio para las armas, pero eso
también implicaba de no disponer de cinturones de seguridad. Si doblaban una
esquina a demasiada velocidad, los cuerpos saldrían volando…
¡Bang! ¡Bang!
Otros dos disparos de los capullos del primer sedán, probablemente de un
arma del calibre 38. John apretó un poco más el acelerador de la retemblante
furgoneta al mismo tiempo que León respondía a los disparos con su Browning
de nueve milímetros. León Kennedy era el mejor tirador del grupo. David le
había ordenado probablemente que apuntara a las ruedas…
Bueno, el mejor tirador después de mí, ¿y cómo diablos voy a perderlos de vista en
Exeter, Maine, a las once de la noche de un día de diario? No hay casi coches…
Una de las mujeres le lanzó un cargador a León. John no pudo ver cuál de
ellas porque tuvo que girar el volante a la derecha para dirigirse hacia el centro
de la ciudad. La furgoneta, con un chirrido de caucho sobre el asfalto, se
estremeció al doblar la esquina de Falworth, en dirección al este. El aeropuerto
estaba hacia el oeste, pero a John no le pareció que ninguno de los ocupantes de
la furgoneta estuviese demasiado preocupado por llegar a tiempo para tomar el
avión.
Lo primero es lo primero, y tenemos que librarnos de los gorilas que Umbrella ha
contratado. Dudo mucho que haya sitio para todos en el avión…
John vio unos destellos de color rojo y azul reflejados en el espejo
retrovisor: al menos uno de los coches había colocado una luz en el techo del
vehículo. Quizás eran policías de verdad, lo que sería mala suerte. La labor de
control de Umbrella había sido exhaustiva: gracias a ellos, probablemente todos
los policías del país creían que su pequeño equipo era responsable, al menos en
parte, de lo que había ocurrido en Raccoon City. Los STARS también estaban en
sus manos. Algunos de los cargos de mayor rango se habían vendido, pero lo
más probable era que los agentes a pie de calle no tuvieran ni idea de que la
organización se había convertido en una marioneta en manos de la compañía
farmacéutica…
Lo que hace que sea todavía más difícil responder a los disparos.
Nadie del improvisado equipo quería que algún inocente resultara herido.
Ser engañado por Umbrella no era un crimen, y si los ocupantes de los coches
eran policías…
—No llevan antenas, no nos han dado ningún aviso, ¡no son policías! —
gritó León, y John tuvo tiempo de sentir un par de segundos de alivio antes de
ver unas barricadas que se extendían ante ellos y la señal de desvío al siguiente
bloque. Vio el blanco rostro de un hombre con un chaleco naranja, sosteniendo
una indicación de «Aminorar la velocidad», y soltándolo a toda prisa para
ponerse a cubierto…
… hubiese sido divertido sino fuese porque iban a más de ochenta y les
quedaban aproximadamente tres segundos antes de estrellarse.
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—¡Agarraos! —gritó John, y Claire apoyó las piernas contra la pared
contraria de la furgoneta, vio como David sostenía a Rebecca, a León
aferrándose a una manilla…
… y la furgoneta chirriando, saltando y corcoveando como un caballo
salvaje, inclinándose hacia un lado…
… y Claire realmente sintió el espacio vacío bajo el lado derecho de la
furgoneta cuando su cuerpo se vio comprimido hacia la izquierda y su nuca
golpeó dolorosamente contra el neumático de repuesto.
--Oh, mierda.
David gritó algo pero Claire no pudo oírle por encima del chirrido de los
frenos, no le entendió hasta que David se echó hacia el lateral derecho y
Rebecca se arrastró junto a él…
… ¡bam!, la furgoneta se enderezó con un terrorífico bote y John pareció
recuperar el control, pero todavía se oía el punzante chillido de unos frenos
provenientes de…
¡CRASH!
La explosión de metal y cristales tras ellos estuvo tan cerca que el corazón
de Claire perdió un latido. Se volvió, mirando por la ventanilla con los demás y
vio que uno de los coches se había estrellado contra la barricada, una barricada
contra la que ellos mismos se habrían estrellado un segundo o dos antes. Ella
sólo captó el breve vistazo de una capota retorcida, ventanillas rotas y una nube
de humo antes de que el segundo sedán le bloquease la vista, rechinando al
pasar la esquina y continuando con la persecución.
—Perdón por eso —les gritó John, sin aparentar arrepentimiento en
absoluto sino un estado de júbilo provocado sin duda por el subidón de
adrenalina.
En las pocas semanas transcurridas desde que León y ella se habían unido
a los ex STARS fugitivos, había descubierto que John hacía bromas con
prácticamente cualquier cosa. Era a la vez su más atractivo y su más irritante
rasgo.
--¿Todos bien? –preguntó David, y Claire asintió. Rebecca hizo lo mismo.
--Me he llevado un porrazo pero estoy bien --dijo León, frotándose el brazo
con una expresión de dolor—. Pero no pienso…
¡BAM!
Lo que fuese que León no pensara fue interrumpido por la poderosa
detonación que sacudió la trasera de la furgoneta.
En un intento de detenerles, el pasajero del sedán les había disparado,
unas pocas pulgadas más alto y los proyectiles habrían entrado por la
ventanilla.
—John, cambio de planes —gritó David mientras la furgoneta viraba
bruscamente, su voz fría y autoritaria elevándose por encima del ruido del
motor—. Estamos a tiro…
Antes de que pudiese acabar la frase, John tiró de pronto a la izquierda.
Rebecca cayó hacia atrás, a punto de aplastar a Claire. La furgoneta ahora
enfilaba una tranquila calle residencial.
--Agarraos a vuestros traseros —gritó John por encima del hombro.
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El frío aire nocturno azotó la furgoneta, casas oscuras pasaron velozmente
a su lado cuando John aumentó la velocidad. León y David ya estaban
recargando sus armas, acuclillados detrás de la puerta de metal. Claire
intercambió una mirada con Rebecca, que parecía tan intranquila por la
situación como ella misma. Rebecca Chambers también era una antigua
integrante del grupo de los STARS de Raccoon City, y había entrado en acción
junto al hermano de Claire, Chris, además de participar en una reciente
operación contra Umbrella llevada a cabo por David y John. Pero la joven había
sido entrenada como médico, con estudios profundos sobre bioquímica. La
puntería no era uno de sus puntos fuertes, incluso Claire tiraba mejor, y eso que
ella era la única entre los ocupantes de la furgoneta que no había recibido
entrenamiento de verdad…
A menos que consideres sobrevivir a Raccoon City como algo parecido.
Claire se estremeció involuntariamente mientras John tomaba una curva
cerrada a la derecha y esquivaba un camión aparcado, con el sedán ganándole
terreno por momentos. Raccoon City: los arañazos y los moretones en el cuerpo
de Claire aún no habían desaparecido del todo, y sabía que a León el hombro
todavía le dolía… ¡BOUM!
Otra descarga de escopeta a sus espaldas, pero esa vez el disparo salió
muy desviado. Esta vez…
—Cambio de planes —dijo David de nuevo, con su tranquilizador acento
británico, como si fuera la voz de la razón y de la lógica en mitad del caos. No
era de extrañar que hubiese ascendido hasta ser capitán de los STARS.
—Que todo el mundo se prepare para un choque. John, en cuanto dobles
la siguiente curva, frena en seco. Golpear y huir, ¿vale?
David levantó las rodillas y apoyó los pies con fuerza contra el costado de
la furgoneta.
—Ya que nos quieren tanto, pues que nos pillen.
Claire se deslizó por el suelo, afirmó sus pies contra el respaldo del asiento
del pasajero, con las rodillas dobladas y la cabeza agachada. Rebecca se acercó a
David, y León se aproximó a Claire hasta dejar la cabeza a la altura de la suya.
Intercambiaron una mirada y León sonrió levemente.
—Esto no es nada —le dijo en voz baja.
A pesar del miedo que sentía, Claire le devolvió la sonrisa. Después de
sobrevivir a la locura y al caos de Raccoon City, esquivando a los enloquecidos
humanos y haciendo frente a las criaturas de Umbrella, por no mencionar el
hecho de haber escapado muy por los pelos de la muerte cuando las
instalaciones secretas de Umbrella estallaron y volaron por los aires; comparado
con todo aquello, un simple choque entre coches no era más que una merienda
campestre.
Sí, vale, tú sigue diciéndote eso, le susurró su mente, y después no pensó en
nada más, porque la furgoneta dobló una esquina, John pisó a fondo el pedal
del freno y se quedaron a escasos segundos de ser impactados por una tonelada
y media de metal y cristal a toda velocidad.
David inhaló y exhaló profundamente, relajando todo lo que pudo sus
músculos, con el sonido de fondo del chirrido de los frenos acercándose a toda
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velocidad por detrás… y ¡pam!, un estremecimiento brutal, una sensación de
vibración increíble, un segundo que pareció prolongarse a lo largo de una
eternidad silenciosa e interminable…, y el ruido que se produjo
inmediatamente después… la rotura de cristales y el sonido del aplastamiento
de una lata amplificado un millón de veces. David se vio arrojado hacia delante
y hacia atrás, oyó a Rebecca dejar escapar un gemido ahogado… y todo se
acabó. John ya estaba acelerando a fondo para cuando David se puso de rodillas
y alzó su Beretta. Echó un vistazo por la ventanilla y pudo ver que el sedán se
había quedado inmóvil, cruzado en mitad de la calle a oscuras, con el radiador
frontal y los faros totalmente machacados. Las difusas siluetas caídas detrás del
parabrisas agrietado estaban tan inmóviles como el propio coche.
Tampoco es que nosotros hayamos salido mucho mejor librados…
La barata furgoneta de color verde que había comprado específicamente
para el trayecto hasta el aeropuerto ya no tenía parachoques ni luces traseras, ni
tampoco placa de matrícula… ni, por lo que él supiera, modo alguno de poder
abrir las puertas traseras. Ambas partes no eran más que una masa metálica
hundida, deformada y completamente inútil.
No es que fuera una gran pérdida. A David Trapp no le gustaban las
furgonetas, y tampoco es que tuviera pensado llevársela hasta Europa. Lo
importante era que todavía estaban vivos, y que, al menos de momento, habían
logrado esquivar el infinitamente largo brazo de Umbrella.
David se dio la vuelta para observar a los demás mientras el vehículo se
alejaba del coche destrozado. Alargó la mano de un modo reflejo para ayudar a
Rebecca a ponerse en pie. Al igual que John, le había tomado bastante cariño a
la joven, desde la malhadada misión al laboratorio de Umbrella situado en la
costa. El resto del equipo no había logrado sobrevivir…
Dejó a un lado aquellos pensamientos antes de que se aferrasen a su
mente, y le indicó a John que diese la vuelta para ir en dirección a su destino
original, pero que permaneciese alejado de las calles principales. Había sido
mala suerte que les detectasen justo cuando se iban… pero tampoco es que
fuese sorprendente. Umbrella había mantenido vigilada la ciudad de Exeter
desde hacía ya dos meses, justo después de que regresaran de la ensenada de
Calibán. Tan sólo había sido cuestión de tiempo.
—Buen truco, David —le dijo León—. Procuraré recordarlo la próxima vez
que me persigan los sicarios de Umbrella.
David asintió, inquieto. Le gustaban León y Claire, pero no sabía qué
pensar acerca del hecho de que otras dos personas buscaran su liderazgo. Podía
entenderlo de John y de Rebecca, ya que antes habían formado parte de los
STARS, pero León no era más que un policía novato de Raccoon City y Claire
una estudiante universitaria que tan sólo daba la casualidad de que era la
hermana pequeña de Chris Redfield.
Cuando tomó la decisión de apartarse de los STARS tras descubrir que
estaban controlados por Umbrella, no se esperaba que continuaría al mando de
un grupo, no había querido nada de eso…
Pero no era cuestión mía tomar esa decisión, ¿verdad?
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INFRAMUNDO
No había pedido su fidelidad, ni tampoco se había ofrecido para ser el que
debía tomar las decisiones… pero no importaba, así habían salido las cosas. En
la guerra no se suele tener el lujo de poder elegir.
David paseó la vista a su alrededor, a los demás, antes de volver a mirar
por la ventanilla trasera para ver cómo pasaban de largo las casas y los edificios
en la oscura noche. Todo el mundo parecía un poco relajado tras el subidón de
la adrenalina. Rebecca estaba sacando los cargadores y recolocando las armas;
León y Claire estaban sentados muy juntos enfrente de ella, sin hablar. Solían
estar muy cerca el uno del otro, y tan unidos como la primera vez que les
vieron, cuando David, John y Rebecca los recogieron justo en las afueras de
Raccoon City hacía menos de un mes, sucios, heridos y aturdidos después de su
encuentro con Umbrella. David no creía que hubiera nada romántico en ello, al
menos, no de momento. Era más bien que compartían las mismas pesadillas. El
hecho de estar a punto de morir juntos puede ser una experiencia muy
unificadora.
Por lo que David sabía, Claire y León era los únicos supervivientes del
desastre de Raccoon City que conocían la existencia del virus-T de Umbrella y
su vertido accidental. La niña que había estado con ellos tenía una leve idea de
lo que había ocurrido, aunque Claire había tenido mucho cuidado de proteger y
ocultarle a la niña la verdad. Sherry Birkin no necesitaba saber que sus padres
habían sido los máximos responsables de la creación de una de las armas
biológicas más poderosas de Umbrella. Era mejor que recordase a su padre y a
su madre como personas normales…
—¿David? ¿Te pasa algo?
Sacudió la cabeza para regresar de sus vagabundeos mentales y le hizo un
gesto de asentimiento a Claire.
—Lo siento. Sí, estoy bien. Lo cierto es que estaba pensando en Sherry.
¿Cómo está?
Claire sonrió, y David se quedó sorprendido de nuevo al ver cómo se
animaba cada vez que alguien mencionaba a Sherry.
—Está bien, y se está adaptando. Kate no se parece en nada a su hermana,
lo que desde luego es una ventaja. Y a Sherry le cae bien.
David asintió de nuevo. La tía de Sherry le había parecido una persona
agradable, pero además de eso, sería capaz de proteger a Sherry si Umbrella
decidía ponerse a buscar a la niña. Kate Boyd era una abogada criminalista
competente y preparada, una de las mejores de toda California. A Umbrella le
convendría mantenerse alejada de la única descendiente de los Birkin.
Mala suerte que eso no se pueda aplicar a nuestro caso. Eso haría que todo fuese
mucho más fácil…
Rebecca ya había acabado de reorganizar su arsenal, bastante
impresionante por cierto. Se acercó para sentarse a su lado y se apartó un
mechón de cabellos de la frente. Sus ojos parecían mucho más viejos que el resto
de los rasgos de su cara. Apenas tenía diecinueve años, pero ya había pasado
por dos incidentes armados con Umbrella. Era, en la práctica, la persona más
experimentada de todos ellos respecto a los manejos de la compañía
farmacéutica.
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Rebecca se quedó callada unos instantes, mirando por la ventanilla cómo
pasaban las calles. Cuando por fin habló, lo hizo en voz baja, pero al mismo
tiempo observándole con atención.
—¿Crees que todavía están vivos?
Ni siquiera intentó pintarle un cuadro de color de rosa. A pesar de lo joven
que era, la muchacha era capaz de discernir las verdaderas intenciones de la
gente.
—No lo sé —le dijo, procurando que los demás no le oyeran. Claire
deseaba ansiosamente reunirse con su hermano—. Lo dudo. Ya sabríamos algo
de ellos. Me temo que eso significa que tienen miedo de que los localicen o…
Rebecca lanzó un suspiro. No estaba sorprendida por ello, pero tampoco
satisfecha.
—Sí. Incluso si no pudieran entrar en contacto con nosotros… Texas
todavía tiene instalada la antena decodificadora, ¿verdad?
David asintió. Texas, Oregón, Montana… todas aquellas bases disponían
de canales abiertos, con miembros honestos de los STARS en los que podían
confiar, y no habían recibido ningún mensaje desde hacía ya más de un mes. El
último lo había enviado Jill. David se lo sabía de memoria. De hecho, había
estado presente en sus sueños todos los días desde hacía semanas.
SANOS Y SALVOS EN AUSTRIA. BARRY Y CHRIS TIENEN UNA PISTA
SOBRE LA OFICINA CENTRAL DE UMBRELLA. PARECE BUENA.
PREPARAOS.
Preparados para reunirse con ellos, para llamar a las pocas tropas leales
que él y John habían logrado convocar. Preparados para asaltar la verdadera
oficina central de Umbrella, el poder oculto detrás de todas las demás
instalaciones. Preparados para atacar al mal en su fuente y origen. Jill, Barry y
Chris se habían marchado a Europa para descubrir dónde se estaban
escondiendo los verdaderos jefes de las operaciones secretas de Umbrella,
empezando por la sede central en Austria… y habían desaparecido.
—Ánimo, chicos, ya estamos —dijo John desde la parte delantera. David
apartó los ojos del rostro serio de Rebecca y miró por la ventanilla para ver que
ya habían llegado al aeropuerto.
Fuera lo que fuera lo que les hubiera pasado a sus amigos, ellos lo
descubrirían muy pronto.
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Capítulo 2
Rebecca se acomodó en el pequeño asiento del pequeño avión, se puso el
cinturón de segundad y miró por la ventanilla, deseando que David hubiera
alquilado un avión a reacción. Un avión sólido, grande, un reactor de los «no
puede pasar nada malo porque soy gigantesco». Podía ver desde donde ella
estaba sentada las hélices en una de las alas del aparato. Las hélices, como en el
juguete de un niño.
Apuesto a que este trasto se hundirá como una piedra en cuanto caiga desde el
cielo a unos cuantos cientos de kilómetros por hora y se estampe contra el océano…
—Para que lo sepas, éste es el tipo de avión en el que siempre se matan las
estrellas de rock y gente así. Justo cuando despegan y se elevan en el aire, llega
una ráfaga de viento y los estrella contra el suelo.
Rebecca levantó los ojos y vio la sonriente cara de John. Se había asomado
por encima de los asientos situados delante de ella, con sus enormes brazos
apoyados en los respaldos. Probablemente necesitaría dos asientos para él solo.
No es que John fuera muy grande, es que tenía la complexión de un levantador
de pesas: ciento diez kilos de músculos concentrados en un cuerpo de un metro
ochenta de altura.
—Tendremos suerte si conseguimos despegar cargando ese culo tan gordo
que has criado —le replicó Rebecca, y se vio recompensada por un atisbo de
preocupación en los ojos negros de John.
Se había roto un par de costillas y había sufrido una perforación en el
pulmón en su última misión, menos de tres meses atrás, y todavía no estaba en
condiciones de ponerse a trabajar en el banco de pesas. Rebecca sabía que a
pesar de su actitud burda y machista, John era muy vanidoso y se preocupaba
de su aspecto físico, y realmente odiaba no haber podido entrenar.
La sonrisa de John se hizo todavía más amplia, y la piel de color marrón
oscuro de su cara se agrietó con unas pequeñas arrugas.
—Sí, probablemente tienes razón. Subiremos unos cuantos cientos de
metros y luego, ¡pam!, se acabó la historia.
Nunca debió decirle que era la segunda vez que iba a volar. La primera
ocasión fue cuando acompañó a David a Exeter para participar en la misión de
la ensenada de Calibán. Ése era exactamente el tipo de cosas de las que John
sacaba continuamente partido para soltar chistes y burlarse…
El avión comenzó a estremecerse cuando los motores empezaron gemir
hasta que produjeron un rugido profundo que hizo que Rebecca apretara los
dientes. No estaba dispuesta a permitir que John se diera cuenta de lo nerviosa
que estaba. Volvió a mirar por la ventanilla y vio a León y a Claire acercándose
a los peldaños metálicos de la escalerilla. Al parecer, todas las armas ya estaban
cargadas.
—¿Dónde está David? —preguntó Rebecca, y John se encogió de hombros.
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—Creo que hablando con el piloto. Sólo tenemos uno, ¿sabes?, un amigo
de un amigo de un tipo de Arkansas. Supongo que no existen demasiados
pilotos que estén dispuestos a meter gente a escondidas en Europa…
John se inclinó para acercarse a ella y bajó la voz hasta convertirla en un
susurro fingido al tiempo que la sonrisa desaparecía de su rostro.
—He oído decir que bebe. Lo conseguimos por un precio tan bajo porque
estrelló su avión con todo un equipo de fútbol contra la ladera de una
montaña…
Rebecca soltó una carcajada y meneó la cabeza.
—Tú ganas. Estoy aterrorizada, ¿te vale?
—Me vale. Eso es lo único que quería —dijo con voz grave, y se giró para
sentarse de nuevo mientras Claire y León entraban en el reducido espacio de
pasajeros.
Se colocaron en el centro del avión, acomodándose en los asientos situados
al otro lado del pasillo de la misma fila donde estaba Rebecca. David había
comentado que la zona ubicada justo encima de las alas era la más estable,
aunque tampoco es que hubiera mucho donde escoger, el aparato tan sólo
disponía de veinte asientos.
—¿Has volado antes? —le preguntó Claire inclinándose sobre el pasillo
que las separaba, y con aspecto de estar un poco nerviosa también.
Rebecca se encogió de hombros.
—Una vez. ¿Y tú?
—Un par de veces, pero siempre en aviones de línea grandes, Boeing
747… o 727, no me acuerdo. Ni siquiera sé qué clase de avión es éste.
—Es un DHC 8 Turbo —dijo León—. Eso creo. David lo ha comentado en
algún momento…
—Es un ataúd, eso es lo que es —les dijo la profunda voz de John flotando
por encima de los asientos—. Una piedra con alas.
—John, cariño… Cállate la boca —le dijo Claire con un tono de voz
amistoso.
John soltó una carcajada, obviamente encantado de haber encontrado
alguien nuevo con quien jugar.
David apareció tras las cortinas de la parte delantera, procedente de la
cabina del piloto, y John se calló. Todos le prestaron atención inmediatamente.
—Al parecer, ya estamos preparados para despegar —dijo David—.
Nuestro piloto, el capitán Evans, me ha asegurado que todos los sistemas son
completamente operacionales, y que despegaremos dentro de un momento. Me
ha pedido que nos quedemos sentados hasta que nos indique lo contrario.
Aahh… el lavabo está al otro lado de la cabina, y hay una nevera pequeña al
otro extremo del avión con bocadillos y bebidas…
Su voz fue apagándose poco a poco, y se quedó con aspecto de querer
decir algo más, pero de no saber qué era exactamente. Era una apariencia que
Rebecca había visto a menudo en las semanas anteriores, una especie de
incertidumbre intranquila. Suponía que desde el día que Raccoon City había
volado en mil pedazos hecha una mierda, todos habían tenido esa mirada en un
momento u otro…
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Porque no deberían haberlo podido hacer. Eso debería haber sido su fin, y no lo ha
sido, y ahora todos estamos más cabreados y atemorizados de lo que ninguno quiere
admitir.
Cuando las noticias sobre el desastre comenzaron a aparecer en los
periódicos, todos habían estado completamente seguros de que, esa vez,
Umbrella no podría ocultar las pruebas. El accidente en la mansión Spencer
había sido relativamente pequeño, fácil de explicar después de que el fuego
arrasara toda la mansión y los edificios adyacentes. La instalación situada en la
ensenada de Calibán se hallaba en un terreno privado y estaba demasiado
aislada como para que nadie sospechara nada… De nuevo, Umbrella había
recogido todas las pruebas y se había mantenido callada.
Pero había llegado Raccoon City. Miles de personas muertas… y Umbrella
se había salido de rositas después de colocar pruebas falsas y conseguir que sus
científicos mintieran por la compañía. Debería haber sido imposible. Aquello
los había dejado descorazonados. ¿Qué posibilidades tenían un puñado de
fugitivos contra una compañía de miles de millones de dólares que podía matar
a todos los habitantes de una ciudad y encima salirse con la suya?
David decidió por fin no decir nada en absoluto. Hizo un breve gesto de
asentimiento y se acercó para sentarse con ellos, pero antes se detuvo un
momento al lado de Rebecca.
—¿Necesitas compañía?
Ella se dio cuenta de que estaba intentando darle ánimos… y también de
que estaba muy cansado. David se había mantenido despierto casi toda la
noche, comprobando hasta el más mínimo detalle los preparativos del viaje.
—No, estoy bien —le respondió con una sonrisa—. Además, si quiero
cháchara siempre tengo a John a mano.
—Ya sabes que sí, cariño —le dijo John en voz alta, y David asintió de
nuevo mientras le daba un ligero apretón en el hombro antes de marcharse
hacia los asientos posteriores.
David necesita un poco de descanso. Todos lo necesitamos, y es un vuelo bastante
largo… así que, ¿por qué tengo la sensación de que no vamos a poder tenerlo?
Por los nervios, sólo era eso.
El ruido del motor se hizo más fuerte, más agudo, y el avión comenzó a
avanzar después de dar un brusco tirón. Rebecca se agarró a los reposabrazos y
cerró los ojos, pensando que si tenía agallas para enfrentarse a Umbrella, desde
luego podía soportar un viaje en avión.
E incluso aunque no pudiera, ya era demasiado tarde para cambiar de
idea: ya estaban en camino, y no había marcha atrás.
Llevaban en el aire tan sólo veinte minutos y Claire ya estaba medio
dormida apoyada en el hombro de León. Él también estaba cansado, pero sabía
que no podría dormirse con tanta facilidad. Para empezar, tenía hambre… por
no mencionar el hecho de que no estaba seguro de estar actuando del modo
más correcto.
El mejor momento para ponerte a pensar eso, ahora que estás metido hasta el cuello
—le dijo su subconsciente con voz sarcástica—. Quizá podrías pedirles que te
dejaran bajar en Londres, o algo así. Podrías esperarles en un pub hasta que acaben… o
mueran.
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León se ordenó callar a sí mismo, y dejó escapar un pequeño suspiro.
Estaba comprometido. Lo que Umbrella había estado haciendo no sólo era un
delito criminal, era algo malvado… o al menos, lo más cercano a la maldad a
que podían llegar todos aquellos avariciosos capullos de la compañía. Habían
asesinado a miles de personas, habían creado armas biológicas capaces de
asesinar a miles de millones, habían destruido la vida que él había planeado, y
habían sido los responsables de la muerte de Ada Wong, una mujer por la que
había sentido respeto y bastante aprecio. Se habían ayudado mutuamente en
algunos de los momentos más difíciles de aquella terrible noche en Raccoon
City. Sin ella no hubiera logrado salir con vida de allí.
Creía en lo que David y su gente estaban haciendo, y no es que tuviera
miedo, no era nada de eso en absoluto…
León lanzó otro suspiro. Había pensado mucho en todo aquello desde que
Claire, Sherry y él habían salido de la ciudad en llamas, y la única conclusión
verdadera a la que había llegado era tan estúpida que no quería creérsela.
Enfrentarse a Umbrella era hacer lo correcto… pero es que él no se sentía
cualificado para estar allí.
Sí, eso es bastante estúpido.
Quizás era algo estúpido, pero le estaba haciendo contenerse, le hacía
sentirse inseguro, y tenía que examinarlo en profundidad.
David Trapp había pasado casi toda su carrera profesional en los STARS, y
había visto caer a la organización de su vida en manos de Umbrella; había
perdido a dos amigos en una misión de infiltración en una instalación de
pruebas de armas biológicas, al igual que John Andrews. Rebecca Chambers
acababa de comenzar su vida profesional en los STARS cuando todo el asunto
saltó por los aires, pero era una especie de niña científico prodigio que sentía un
gran interés por los trabajos desarrollados por Umbrella, y el hecho de que
hubiera pasado por más penalidades que ninguno de ellos hacía que fuese
comprensible su dedicación continua. Claire quería encontrar a su hermano,
que era la única familia que le quedaba: sus padres habían muerto, y eso los
había acercado todavía más. No había llegado a coincidir con Chris, Jill y Barry,
pero estaba seguro de que tenían motivos propios más que suficientes. Sabía
que la mujer y los hijos de Barry habían sufrido amenazas, Rebecca se lo había
dicho…
¿Y qué pasaba con León Kennedy? Se había encontrado de repente metido
en aquella lucha sin tener ni una sola pista, Era tan sólo un policía recién salido
de la academia de camino a su primer día en el trabajo, que resultó ser el
departamento de policía de Raccoon City. También era cierto que debía tener en
cuenta a Ada… pero la había conocido durante menos de medio día, y ella
había muerto justo después de admitir que era una especie de agente secreto a
la que habían enviado para que robara uno de los virus de Umbrella.
Así que perdí mi trabajo, y una posible relación con una mujer a la que apenas
conocía y en la que no podía confiar. Está claro que alguien debe detener a Umbrella,
pero… ¿tengo derecho a estar aquí?
Se había hecho policía porque quería ayudar a la gente, pero siempre había
supuesto que eso sólo se refería a mantener la paz en la ciudad, a empapelar a
los conductores borrachos, a detener las broncas en los bares, a pillar a los
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rateros. Jamás, ni en sus sueños más desbocados, se hubiera imaginado que
acabaría atrapado en mitad de una conspiración a nivel internacional, en una
estrategia de infiltración del tipo de espías y misterios contra una compañía
gigantesca que creaba monstruos para la guerra. Era un crimen a una escala
mucho mayor de la que él se sentía preparado a enfrentarse… ¿Y ésa es la
verdadera razón, agente Kennedy? Y en ese preciso instante, Claire murmuró
algo en su sueño inquieto y metió su cabeza en el hueco de su brazo antes de
quedarse quieta y en silencio de nuevo… lo que provocó que León se percatara
de un modo incómodo de otro aspecto de su relación y compromiso con los
STARS: Claire. Claire era… era una mujer increíble. Habían hablado mucho a lo
largo de los días posteriores a su huida de Raccoon City, sobre lo que les había
pasado, las experiencias que habían sufrido, tanto juntos como por separado. En
aquellos momentos le había parecido un simple intercambio de información,
una manera de rellenar los detalles que faltaban en el relato. Ella le había
contado su encuentro con el jefe Irons y la criatura a la que ella llamaba el señor
X, y él le contó todo sobre Ada y el terrible ente que antes había sido William
Birkin.
Entre los dos habían logrado hilar un relato continuado, con información
de importancia para el grupo de fugitivos.
Al pensar en ello de forma retrospectiva, se dio cuenta de que aquellas
largas conversaciones fragmentadas habían sido esenciales por otra razón
completamente distinta: habían sido la manera de extraer el veneno de lo que
les había ocurrido, como si hubiesen conversado sobre una pesadilla. Pensó que
si hubiera tenido que quedarse con todo aquello en su interior, se hubiera
vuelto loco.
En cualquier caso, los sentimientos que tenía hacia ella eran algo confusos:
cariño, entendimiento, dependencia, respeto, y otros a los que no podía
ponerles nombre. Y eso le daba miedo, porque jamás antes había tenido unos
sentimientos tan fuertes hacia una persona… Y porque no estaba muy seguro
de cuánto de aquello era verdadero y cuánto era producto de una especie de
estrés postraumático.
Enfréntate a ello, deja de engañarte con toda esta mierda. Lo que de verdad temes
es que sólo estés aquí por ella, y no te gusta lo que eso puede suponer respecto a tu
persona.
León asintió en su fuero interno, y se dio cuenta de que era verdad, que
ése era el verdadero motivo que causaba su incertidumbre. Siempre había
pensado que querer estaba bien, pero ¿necesitar? No le gustaba ni un pelo la
idea de verse arrastrado por alguna clase de compulsión neurótica que le
obligaba a estar cerca de Claire Redfield.
¿Y qué pasa si no es una necesidad? Quizá tan sólo se trata de querer, y todavía
no lo sabes…
Se fustigó a sí mismo por sus patéticos intentos de autoanalizarse, y
decidió que quizá lo mejor sería dejar de preocuparse tanto por todo aquello.
Fuese cual fuese la razón por la que se había comprometido con aquella
empresa, lo cierto es que estaba comprometido. Podía patear culos tan bien
como el mejor de ellos, y Umbrella merecía que le patearan el culo, y a base de
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bien. En aquellos instantes, lo que más necesitaba era mear, y luego iba a comer
algo antes de intentar con todas sus fuerzas dormir algo.
León se apartó suavemente de debajo de la cálida cabeza de Claire,
haciendo lo posible por no despertarla. Se deslizó al pasillo, observando a los
demás. Rebecca observaba por su ventanilla, John ojeaba una revista de
culturismo y David dormitaba. Todos eran buena gente, y pensar eso hizo que
se sintiese un poco mejor acerca de las cosas.
Eran buenos chicos. Demonios, yo soy un buen tío, luchando por la verdad, la
justicia y contra unos cuantos zombies producidos por un virus…
El baño estaba al frente. León se encaminó hacia él, sujetándose a cada
asiento al pasar, pensando que el sonido de los motores del avión tenía un
efecto calmante, como una cascada… cuando la cortina que separaba la cabina
del resto se descorrió y un hombre alto y sonriente llevando un abrigo que a
primera vista parecía muy costoso, dio un paso al frente. No era el piloto, y se
suponía que no había nadie más en el avión. León sintió que se le secaba la boca
con un terror casi supersticioso, a pesar de que el delgado y sonriente hombre
no parecía estar armado.
—¡Hey! --gritó León, dando un paso hacia atrás--. ¡Hey, tenemos
compañía!
El hombre sonrió, sus ojos brillaban.
—León Kennedy, supongo —dijo con suavidad, y León supo
inmediatamente que quien fuese, este hombre significaba problemas con P
mayúscula.
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Capítulo 3
John ya se había puesto en pie antes de que León terminara su aviso,
saltando al pasillo y plantándose delante de León con una única zancada.
—Qué demonios… —gruñó John, sus hombros tensos, listo para partir al
tipo en dos si tan sólo se le ocurría parpadear de forma incorrecta.
El extraño levantó unas manos pálidas y de dedos largos, dando la
impresión de que apenas podía contener su regocijo, lo cual hizo que John
desconfiase aún más. Podría convertir al tipo fácilmente en una hamburguesa,
¿por qué demonios parecía tan feliz?
—Y tú eres John Andrews —dijo el hombre, su tono era bajo y tranquilo,
tan complacido como su expresión—. Anteriormente un experto en
comunicaciones y reconocimiento de campo para los STARS de Exeter. Es un
placer conocerte… dime, ¿cómo van tus costillas? ¿Todavía duelen?
Mierda. ¿Quién es este tipo? John se había fracturado dos costillas y astillado
una tercera en una misión encubierta, y no conocía a este hombre… ¿cómo
demonios le conocía a él?
—Mi nombre es Trent —dijo el extraño con sencillez, señalando con la
cabeza tanto a León como a John—. Presumo que vuestro Sr. Trapp puede
confirmar mi identidad…
John echó un rápido vistazo a su espalda, y vio que David y las chicas
estaban justo a su espalda. David asintió a su vez, con un gesto tenso.
Trent. Mierda. El misterioso señor Trent.
El mismo señor Trent que le había entregado una serie de mapas y pistas a
Jill Valentine justo antes de que los STARS de Raccoon City descubrieran el
escape inicial del virus T de Umbrella en la mansión Spencer. El mismo Trent
que le había entregado un paquete similar a David una lluviosa noche de
agosto, y que contenía información sobre las instalaciones de Umbrella en la
ensenada de Calibán, donde Steven y Karen habían sido asesinados.
El mismo Trent que había estado jugando con los STARS y con la vida de
su gente, desde el principio.
Trent todavía estaba sonriendo, todavía mantenía sus manos en alto. John
se fijó en un anillo con una piedra negra tallada que mostraba en un delgado
dedo, el único adorno que el señor Trent parecía llevar. Tenía un aspecto
pesado y caro.
—¿Y qué cojones quieres? —volvió a gruñir John.
No le gustaban las sorpresas ni los secretos, y tampoco le gustaba el hecho
de que Trent no pareciera estar impresionado en absoluto por su gran tamaño.
La mayoría de la gente retrocedía cuando se plantaba delante de ellos. Trent
parecía simplemente estar divirtiéndose…
—Señor Andrews, por favor…
John no se movió, y se quedó mirando a los ojos oscuros y de mirada
inteligente de Trent. Éste le devolvió la mirada, impasible, y John pudo ver en
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aquellos ojos una tranquila confianza en sí mismo, con una mirada que casi era,
pero que no terminaba de serlo, condescendiente. John, a pesar de ser tan
grande y tan bocazas, no era un tipo violento, pero aquella mirada alegre y
confiada le hizo pensar que al señor Trent no le vendría mal una buena paliza.
No dada por él, no necesariamente, pero alguien debería dársela.
¿Cuánta gente ha muerto tan sólo porque ha decidido remover un poco el asunto?
—Está bien, John —dijo David en voz baja—. Estoy seguro de que si el
señor Trent hubiese pretendido hacernos daño no estaría ahí de pie
presentándose a vosotros.
David tenía razón, le gustase o no a John. Suspiró en su fuero interno y se
hizo a un lado, pero pensó que aquello no le gustaba nada. Por lo poco que
sabía de aquel tipo, no le gustaba nada en absoluto.
Voy a estar vigilándote, «amigo»…
Trent se limitó a asentir como si no hubiera ocurrido nada y pasó de largo
por delante de John, sonriéndoles a todos. Les indicó con un gesto que se
sentaran a un lado del pasillo. Se quitó la gabardina y la dejó sobre un asiento,
moviéndose con lentitud y cautela, evidentemente a sabiendas de que cualquier
movimiento brusco podría ser perjudicial para su salud. Bajo la gabardina
llevaba puesto un traje negro, corbata negra y zapatos a juego. John no sabía
mucho sobre ropa, pero los zapatos eran de la marca Asante. Estaba claro que
Trent tenía buen gusto, y un montón de dinero si podía permitirse el lujo de
gastarse dos mil dólares en unos zapatos.
—Esto llevará un rato —les dijo—. Por favor, pónganse cómodos.
Se reclinó en uno de los asientos que había enfrente de ellos, moviéndose
con una cierta elegancia que hizo que John se sintiera todavía más intranquilo.
Se movía como alguien que hubiera recibido entrenamiento en artes
marciales…
Los otros se sentaron también o se apoyaron en los asientos, cada uno de
ellos observando con atención al invitado sorpresa, cada uno con el mismo
aspecto de sentirse incómodo por la aparición repentina que tenía John. Trent
los observó atentamente a cada uno de ellos por turno.
—El señor Andrews, el señor Kennedy, el señor Trapp y yo ya nos
conocemos…
Trent miró alternativamente a Claire y a Rebecca, y su mirada chispeante
se posó finalmente en Claire.
—Claire Redfield, ¿verdad?
Parecía algo dubitativo, lo que tampoco era de extrañar. Rebecca y Claire
podían haber pasado por hermanas. Ambas eran morenas, de la misma
estatura, y con tan sólo unos pocos meses de diferencia de edad.
—Sí —dijo Claire—. ¿El piloto sabe que está a bordo?
John frunció el ceño, irritado consigo mismo por no haberlo preguntado él
en primer lugar. Era una pregunta bastante importante, y no se le había
ocurrido a él. Si el piloto había dejado a Trent que subiera a bordo…
Trent asintió y se pasó una mano por su encrespado cabello negro.
—Sí, sí que lo sabe. De hecho, el capitán Evans es un conocido mío, así que
cuando me percaté de que se marchaban de… viaje, lo arreglé todo para que
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estuviera en el sitio adecuado en el momento adecuado. En realidad, es mucho
más fácil de lo que parece.
—¿Por qué? —le preguntó David, y John percibió un tono en su voz que
sólo le había oído en situaciones de combate. El capitán estaba a punto de
enfadarse mucho—. ¿Por qué hizo todo eso, señor Trent?
Trent pareció hacer caso omiso de su pregunta.
—Me doy perfecta cuenta de que están preocupados por sus amigos en
Europa, pero déjenme que les asegure que están sanos y salvos. De veras. No
existe motivo alguno para que estén preocupados…
—¿Por qué? —La voz de David sonó fría y amenazante.
Trent se lo quedó mirando y luego suspiró.
—Porque no quiero que vayan a Europa, y hacer que el capitán Evans
fuera el piloto era uno de los modos de lograrlo. No pueden. De hecho, vamos a
virar en cualquier momento.
Claire se lo quedó mirando a su vez, sintiendo un nudo en el estómago,
sintiendo que ese nudo se transformaba en una furiosa rabia.
Dios, no voy a ver a Chris…
John se separó del asiento en el que había estado apoyado y agarró a Trent
por el brazo antes de que Claire tuviera tiempo de abrir la boca, antes de que
nadie tuviera tiempo de responder a aquella declaración de intenciones.
—Dígale a su «conocido» que mantenga el rumbo que debe tomar hasta
nuestro destino —le dijo John iracundo mientras se mantenía de pie y
amenazante sobre Trent.
Por el modo en que las manos de su amigo estaban temblando, Claire
pensó que era bastante probable que le rompiera el brazo a Trent…, y se dio
cuenta de que no pensaba que fuera tan mala idea.
Trent mostró una expresión de leve incomodidad, pero nada más.
—Siento mucho interrumpir sus planes —les dijo—, pero si escuchan lo
que tengo que decirles, creo que estarán de acuerdo conmigo en que es lo
mejor… es decir, si lo que quieren es detener los planes de Umbrella.
¿Lo mejor? Chris, tenemos que ayudar a Chris y a los otros, de modo que, ¿qué
clase de mierda es todo esto?
Esperó que los demás se pusieran en movimiento, que se lanzaran sobre el
señor Trent, lo maniataran a un asiento y lo obligaran a explicarse con mayor
claridad, pero todos se quedaron callados, mirándose los unos a los otros y a
Trent con algo de asombro, rabia… e interés. Un interés precavido, pero interés
al fin y al cabo. John aflojó un poco su presa y miró a David para saber qué
hacer.
—Será mejor que tenga una buena razón, señor Trent —le dijo David con
un tono de voz seco—. Ya sé que nos ha… ayudado en otras ocasiones, pero
este tipo de interferencia no es la clase de ayuda que queremos o necesitamos.
Le hizo un gesto con la cabeza a John. Éste soltó del todo a Trent a
regañadientes, y retrocedió. Pero no mucho, como pudo fijarse Claire.
Si Trent se había sentido preocupado en algún momento, no se veía
ninguna señal de ello. Asintió en dirección a David y comenzó a hablar en voz
baja con su tono musical.
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—Estoy seguro de que todos saben ya que Umbrella Corporation posee
instalaciones a todo lo largo y ancho del mundo, fábricas y plantas de
producción que emplean a miles de trabajadores y que generan unas ganancias
de miles de millones de dólares al año. La mayoría de ellas son compañías
asociadas, farmacéuticas o químicas, de carácter legítimo y que no tienen nada
que ver con lo que estamos hablando, a excepción de que son muy rentables. El
dinero que los intereses legales de Umbrella producen les permiten financiar
sus operaciones menos públicas, operaciones con las que usted y los suyos han
tenido la desgracia de tropezar.
»La organización de estas operaciones recae en una división de la empresa
llamada White Umbrella, y la mayor parte de su actividad está relacionada con
la creación de armas biológicas. Existen muy pocas personas que conozcan
todos los entresijos del funcionamiento de White Umbrella, pero los que los
conocen son gente muy, muy poderosa. Gente poderosa y decidida a crear todo
tipo de situaciones desagradables: Armas químicas, enfermedades letales… Los
virus de la clase T y G que tantos problemas nos han dado últimamente.
A eso se le llama quedarse corto, pensó Claire algo asqueada, pero intrigada a
pesar de todo. Saber por fin algo sobre el ente al que se estaban enfrentando…
—¿Por qué? —le preguntó León—. La guerra química no es tan rentable,
cualquiera que tenga una centrifugadora y unos cuantos productos de
jardinería puede crear una arma química.
Rebecca asintió para mostrar que estaba de acuerdo.
—Y el tipo de investigaciones que están realizando, la aplicación de
viriones de fusión rápida a la redistribución genética tiene un coste
extremadamente elevado, y es tan peligroso como trabajar con residuos
nucleares. Peor.
Trent meneó la cabeza.
—Lo están haciendo porque pueden hacerlo. Porque quieren hacerlo. —
Sonrió ligeramente—. Porque cuando eres más rico y más poderoso que
ninguna otra persona en el planeta, acabas aburriéndote.
—¿Quién se aburre? —le preguntó David.
Trent se lo quedó mirando por un momento, y luego continuó hablando,
haciendo caso omiso a la pregunta de David de un modo evidente.
—El campo de trabajo actual de White Umbrella son los soldados
bioorgánicos, si queréis llamarlos así. Especímenes individuales, la mayoría de
ellos alterados genéticamente, y todos ellos con una inyección con alguna clase
de variante de los virus creados para convertirlos en seres más violentos y
fuertes, además de insensibles al dolor. El modo en que esos virus amplifican
sus efectos en los humanos, la reacción de tipo «zombi», no es más que un
efecto secundario inesperado. Los virus que Umbrella crea no están pensados
para ser utilizados en humanos, al menos de momento.
Claire estaba interesada en lo que les estaba contando, pero también se
estaba impacientando.
—Vale, ¿cuándo llegamos a la parte en la que nos cuentas por qué estás
aquí, y por qué no debemos ir a Europa? —le espetó de forma descortés, sin
intentar ocultar su rabia e impaciencia.
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Trent la miró, y sus ojos oscuros mostraron de repente un sentimiento de
comprensión, y ella se dio cuenta de que él sabía el motivo por el que estaba tan
furiosa, que conocía todas las razones que tenía para desear ir a Europa. Lo notó
por el modo en que la miraba, y sus ojos le dijeron que lo comprendía…, y ella
se sintió muy incómoda de repente.
Lo sabe todo, ¿verdad? Todo sobre nosotros…
—No todas las instalaciones de White Umbrella son iguales —continuó
diciendo—. Algunas sólo manejan datos e información, otras llevan a cabo las
transformaciones químicas necesarias, en algunas crían a los especímenes, o los
unen mediante la cirugía, y muy pocos de esos especímenes son puestos a
prueba. Y eso nos lleva al motivo por el que estoy aquí, y por qué me gustaría
que pospusieran su viaje.
»Existe una instalación de Umbrella que está a punto de entrar en
funcionamiento en Utah, justo al norte de los desiertos de sal. Ahora mismo
sólo está trabajando un pequeño equipo de técnicos y de… manipuladores de
especímenes, y está previsto que se halle a pleno rendimiento dentro de tres
semanas. El individuo encargado de supervisar los preparativos finales es uno
de los personajes clave dentro de White Umbrella, un hombre llamado Reston.
Se supone que ese trabajo debería haberlo llevado a cabo otra persona, un
despreciable tipo llamado Lewis, pero el señor Lewis ha sufrido un desgraciado
accidente, no demasiado imprevisto, y ahora Reston se encuentra al mando de
todo. Y como es uno de los nombres más importantes dentro de White
Umbrella, tiene en sus manos un pequeño libro negro. Sólo existen tres
ejemplares de ese libro, y los otros dos son casi imposibles de conseguir…
—¿Y qué hay en ese libro? —le interrumpió John—. Ve al grano.
Trent le sonrió como si John se lo hubiera preguntado con la mayor
educación posible.
—Cada uno de los libros es una especie de llave maestra. Cada uno tiene
un directorio completo de códigos que se utilizan para programar la
organización de todas las instalaciones de White Umbrella. Con ese libro,
cualquier persona podría entrar impunemente en cualquier laboratorio o
instalación de investigación y acceder a cualquier clase de archivo, desde los
datos personales de los empleados hasta los balances financieros. Por supuesto,
cambiarán todos los códigos en cuanto se den cuenta de que el libro ha sido
robado, pero, a menos que quieran perder todo lo que tiene almacenado, les
llevará meses.
Nadie dijo nada durante unos momentos, y el único sonido fue el
persistente zumbido de los motores del avión. Claire los miró uno por uno a
todos, vio sus expresiones pensativas, vio que estaban pensando seriamente en
la propuesta implícita en las palabras de Trent…, y se dio cuenta de que, al fin y
al cabo, iba a ser bastante improbable que fueran a Europa después de todo.
—Pero ¿qué pasa con Jill, con Barry y con Chris? Ha dicho que estaban
bien, pero, ¿cómo lo sabe? —le preguntó Claire, y David pudo notar la
desesperación apenas oculta en su tono de voz.
—Me llevaría bastante tiempo explicarles cómo conseguí esa información
—le respondió Trent con voz suave—. Y aunque estoy seguro de que no
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quieren oír esto, me temo que tendrán que confiar en mí. Su hermano y los
demás no se encuentran en un peligro inminente, y no les necesitan de
momento, pero la oportunidad de conseguir el libro de Reston, de entrar en ese
laboratorio, se perderá en menos de una semana. No existe ningún
destacamento de seguridad ahora mismo, la mitad de los sistemas ni siquiera
están en funcionamiento, y mientras se mantengan lejos del programa de
pruebas, no tendrán que enfrentarse a ninguna criatura.
David no sabía qué pensar. Sonaba bien, sonaba exactamente como la
oportunidad que habían estado esperando…, pero también había ocurrido lo
mismo con la ensenada de Calibán. Lo mismo que tantas otras cosas.
Y por lo que respecta a confiar en el señor Trent…
—¿Cuál es su interés en todo esto? —le preguntó David—. ¿Por qué quiere
perjudicar a Umbrella?
Trent se encogió de hombros.
—Digamos que es una afición que tengo.
—Lo digo en serio —le respondió David.
—Yo también.
Trent sonrió, y en sus ojos siguió brillando un cierto humor chispeante.
David tan sólo le había visto una vez con anterioridad, y no habían
intercambiado más allá de unas pocas palabras, pero Trent parecía estar
extrañamente contento de tenerlos allí. Fuese lo que fuese lo que le impulsaba,
estaba claro que le estaba proporcionando mucha alegría.
—¿Por qué tiene que ser tan críptico? —le espetó Rebecca. David asintió, y
vio que los demás hacían lo mismo—. El material que le entregó a Jill, y a
David… todos esos acertijos y adivinanzas. ¿Por qué no nos cuenta lo que
necesitamos saber?
—Porque deben averiguarlo —le contestó Trent—. O más bien, porque
debe parecer que lo averiguan ustedes solitos. Y como ya he dicho, muy poca
gente sabe lo que White Umbrella está haciendo. Si parece que saben
demasiado, puede que me descubran al final.
—Entonces, ¿por qué debemos arriesgarnos ahora? —le preguntó David—.
En cuanto a eso, ¿para qué nos necesita? Es obvio que tiene conexiones con
White Umbrella. ¿Por qué no lo hace público, o les sabotea desde dentro?
Trent sonrió de nuevo.
—Corro el riesgo porque ha llegado el momento de arriesgarse. Y respecto
a lo demás… lo único que puedo decir es que tengo mis razones.
Habla y habla, y todavía no sabemos qué puñetas está haciendo, o por
qué… ¿Cómo demonios lo logra?
—¿Por qué no nos cuenta unas cuantas de esas razones, señor Trent?
Nada de todo aquello le estaba haciendo ninguna gracia a John. David se
dio cuenta de que su compañero miraba enfurecido al polizón, con todo el
aspecto de que haría falta hablar bastante con él para que no empezara a darle
puñetazos al señor Trent.
Trent no respondió. En vez de eso, se puso en pie, recogió su gabardina, y
se giró para mirar a David.
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—Me doy perfecta cuenta de que querrán discutir sobre todo eso antes de
tomar una decisión —le dijo—. Tendrán que perdonarme, pero aprovecharé
para visitar a nuestro capitán. Si deciden no ir en busca del libro de Reston, me
quitaré de en medio. Antes les dije que no tenían alternativa, pero supongo que
fue una entrada en plan dramático. Siempre existe una alternativa.
Tras decir aquello, Trent se dio la vuelta, se dirigió hacia la parte delantera
del avión y desapareció tras la cortinilla sin mirar hacia atrás.
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Capítulo 4
John rompió el silencio apenas dos segundos después de que Trent
desapareciera en la cabina del piloto.
—A la mierda con todo esto —dijo con aspecto de estar más cabreado de lo
que jamás Rebecca lo había visto—. No sé vosotros, pero a mí no me gusta ni un
pelo que jueguen conmigo de esta manera. No estoy aquí para ser el chico de
los recados del señor Trent, y no me fío de él. Yo digo que le obliguemos a
contarnos todo lo que sepa sobre Umbrella, que nos diga lo que sabe sobre
nuestro equipo en Europa, y que si nos da otra de esas respuestas que no dicen
nada, le pateemos su evasivo culo hasta echarlo por la puerta.
Rebecca sabía que John estaba tremendamente enfadado, pero no se pudo
contener.
—Sí, John, pero dinos, ¿cómo te sientes de verdad?
Él la miró… y sonrió, y de algún modo, aquello rompió la tensión que
todos sentían. Era como si de repente hubieran recordado respirar a la vez. La
inesperada visita de su misterioso benefactor había hecho difícil durante unos
momentos recordar nada más.
—Ya tenemos el voto de John —dijo David—. ¿Claire? Sé que estás
preocupada por Chris…
Claire asintió con lentitud.
—Sí, y quiero volver a verle lo antes posible…
—Pero —replicó David iniciando el resto de la frase.
—Pero… creo que dice la verdad. Sobre lo de que están bien, me refiero.
León asintió a su vez.
—Yo también lo creo. John tiene razón en lo de que es escurridizo, pero no
creo que nos haya estado mintiendo sobre nada de lo que ha dicho. No nos ha
dicho mucho, pero no me dio la impresión de que nos estuviera intentando dar
gato por liebre con lo que nos ha contado.
David se giró para mirar a Rebecca.
—¿Rebecca?
Ella suspiró y meneó la cabeza.
—Lo siento, John, pero estoy de acuerdo con ellos. Creo que tiene algo de
credibilidad. Nos ha ayudado con anterioridad, a su manera rara y extraña, y el
hecho de que apareciera aquí, y desarmado, significa algo…
—Significa que es un capullo idiota —murmuró John, y Rebecca le
propinó un leve puñetazo en el brazo, y de repente se dio cuenta, de modo
instintivo, de por qué se resistía tanto a aceptar la palabra de Trent.
John no ha intimidado a Trent.
Estaba segura. Conocía a John lo bastante bien como para saber que la
indiferencia de Trent le tenía que haber sacado de sus casillas por completo.
Rebecca escogió las palabras con cuidado, mantuvo un tono de voz jovial y
le sonrió.
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—Creo que lo que te saca de quicio es que no se haya asustado de lo
grande y feo que eres, John. La mayoría de la gente se mea en los pantalones
cuando te pones así por encima de ellos.
Era lo más adecuado que se podía haber dicho. John frunció el ceño
pensativo, y luego se encogió de hombros.
—Sí, bueno, a lo mejor. De todas maneras, sigo sin fiarme de él.
—No creo que ninguno de nosotros deba hacerlo —dijo David—. Se está
guardando muchas cosas en la manga para ser alguien que quiere ayudarnos.
La cuestión es, ¿vamos en búsqueda de ese tal Reston, o continuamos con
nuestro plan original?
Nadie habló por un momento, y Rebecca se percató de que nadie quería
decirlo, reconocer que si Trent estaba diciendo la verdad, no había motivo
alguno para ir a Europa. Ella tampoco quería decirlo: sentía que en cierto modo
era una traición a Jill, a Barry y a Chris, algo así como decir «Hemos encontrado
algo mejor que hacer que acudir en vuestra ayuda».
Pero si no nos necesitan…
Rebecca decidió que ella bien podía ser la primera en hablar.
—Si ese lugar es tan fácil de atacar como él dice, ¿cuándo encontraremos
otra oportunidad como ésta?
Claire se estaba mordisqueando el labio, y no parecía estar muy contenta.
Parecía estar dividida.
—Si encontramos ese libro de códigos, tendremos algo útil que llevar a
Europa. Algo que realmente podría resultar ventajoso.
—Si encontramos el libro —dijo John, pero Rebecca se dio cuenta de que la
idea ya estaba calando en él.
—Podría ser un punto de inflexión —dijo David en voz baja—. Cambiaría
las posibilidades que tenemos en contra de un millón a uno a quizás unos
cuantos miles contra uno.
—Tengo que admitir que sería estupendo poder filtrar a la prensa los
archivos privados de Umbrella —dijo John—. Descargar de sus ordenadores
todos sus secretos de mierda y pasárselos a todos los periódicos del país.
Todos asintieron, y aunque llevaría un poco más de tiempo hacerse a la
idea, Rebecca sabía que la decisión ya estaba tomada.
Al parecer, iban a ir a Utah.
Si alguno de ellos esperaba que Trent saltara de alegría por la noticia, se
quedó profundamente decepcionado. Cuando David lo llamó para que
regresara y le dijo que estaban dispuestos a ir a la nueva instalación de pruebas,
Trent se limitó a asentir, con la misma sonrisa enigmática en su cara curtida.
—Éstas son las coordenadas de la instalación —les dijo mientras sacaba
una hoja de papel de su chaqueta—. También encontrarán una lista con
bastantes códigos numéricos, uno de ellos es el de entrada, aunque quizá sea
difícil encontrar el teclado que da acceso. Lo siento, pero no pude descubrir
nada más para poder ser más concreto.
León se quedó mirando cómo David tomaba el papel de manos de Trent y
éste regresaba a la cabina del piloto para hablar con el capitán, y se preguntó
por qué no podía dejar de pensar en Ada. Desde qué había escuchado el
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pequeño discurso de Trent sobre White Umbrella, los recuerdos sobre la
habilidad y la belleza de Ada Wong, los ecos de su profunda y atractiva voz,
habían estado asaltando la mente de León. No fue algo consciente, al menos no
al principio. Era que algo de aquel hombre le recordaba a ella. Quizá se trataba
de su enorme autoconfianza, o ese asomo de sonrisa astuta…
Y al final, antes de que aquella enloquecida mujer le disparara, la acusé de ser una
espía de Umbrella, y ella me dijo que no lo era, que no era asunto mío para quién
trabajaba…
Aunque Claire y él habían llegado a aquella lucha bastante tarde, habían
sido informados en profundidad sobre lo que los demás sabían de Umbrella, y
el servicio que les había proporcionado Trent en el pasado. La única constante,
aparte de ser muy esquivo a la hora de suministrar información personal, era
que parecía conocer toda clase de detalles que nadie más sabía.
No pasará nada si se lo pregunto.
Cuando Trent regresó al compartimento de pasajeros, León se le acercó.
—Señor Trent —le dijo con mucho tacto y cuidado, sin dejar de
observarle—. En Raccoon City conocí a una mujer llamada Ada Wong…
Trent se lo quedó mirando, sin dejar translucir ninguna emoción.
—¿Y?
—Me preguntaba si usted sabía algo sobre ella, o para quién trabajaba.
Estaba buscando una muestra del virus G…
Trent alzó las cejas.
—¿De veras? ¿Y la consiguió encontrar?
León se fijó bien en sus ojos oscuros y penetrantes, preguntándose por qué
tenía la sensación de que Trent ya conocía la respuesta. No podía saberla, por
supuesto, porque Ada había muerto justo antes de que el laboratorio explotara
en mil pedazos.
—Sí, lo logró —le dijo León—. Sin embargo, al final, ella… se sacrificó en
cierto modo, en vez de tener que elegir entre matar a alguien y perder la
muestra.
—¿Y ese alguien era usted? —le preguntó Trent en voz baja.
León se dio cuenta de que los demás los estaban mirando, y no se
sorprendió demasiado al descubrir que tampoco le importaba mucho. Un mes
antes, una conversación sobre temas tan personales le hubiera hecho sentirse
avergonzado.
—Sí —dijo en un tono de voz casi desafiante—. Era yo.
Trent asintió lentamente, sonriendo un poco.
—Entonces me parece que no necesita saber nada más sobre ella, sobre su
carácter o los motivos que la impulsaban a hacerlo.
León no estaba muy seguro de si estaba esquivando la respuesta o le
estaba diciendo sinceramente lo que pensaba, pero de cualquier manera, la pura
lógica de aquella contestación le hizo sentirse mejor. Era como si él mismo
hubiese sabido la respuesta a sus dudas desde el principio. Fuese cual fuese la
clase de psicología que Trent estaba utilizando, era todo un maestro en ella.
Es educado, culto y atemorizador como el mismísimo diablo a su modo tranquilo…
A Ada le hubiera gustado.
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—A pesar de lo mucho que disfruto de mis charlas con ustedes, debo
tratar sin demora ciertos asuntos pendientes que tengo con el capitán —les
estaba diciendo Trent—. Llegaremos a Salt Lake City en unas cinco o seis horas.
Dicho aquello, los saludó con una inclinación de cabeza y desapareció tras
la cortina de nuevo.
—¿Qué pasa? ¿Es demasiado bueno como para sentarse con la tropa? —
preguntó John, sin haber superado obviamente su disgusto inicial hacia el
individuo.
León paseó la vista entre los demás, y vio unos cuantos rostros con
expresiones de preocupación e intranquilidad, vio a Claire con cara de querer
poder cambiar de opinión.
León se acercó hasta donde ella estaba apoyada en un asiento, con los
brazos cruzados con fuerza, y le puso una mano en el hombro.
—¿Acaso estás pensando en Chris? —le preguntó con voz amable.
Para su sorpresa, ella negó con la cabeza y le dirigió una sonrisa nerviosa.
—No. Lo cierto es que estaba pensando en la mansión Spencer, y en el
ataque a la ensenada de Calibán, y en lo que ocurrió en Raccoon City. Estaba
pensando en que no importa lo que diga Trent sobre lo fácil que va a ser, nada
es tan simple con Umbrella. La situación logra complicarse siempre que ellos
están involucrados. Una pensaría en que ya deberíamos estar acostumbrados a
todo eso…
Su voz se fue apagando lentamente, y luego sacudió la cabeza como si
estuviese intentando aclararse las ideas. Le sonrió de nuevo, pero de un modo
más alegre.
—Mira cómo hablo. Voy a pillar un bocadillo. ¿Quieres algo?
—No, gracias —le respondió con gesto ausente, pensando todavía en lo
que ella había dicho mientras Claire se alejaba. Se preguntó de repente si su
viajecito hasta Utah no sería el último error que alguno de ellos cometería.
Steve López, el bueno de Steve, con su cara tan falta de expresión y tan blanca
como una hoja de papel, de pie en mitad del extraño y enorme laboratorio, de pie y
apuntándole con su arma semiautomática y diciéndoles que soltaran las armas…
Y la rabia, el dolor y la furia que asaltaron a John con la fuerza de un
huracán cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido, de que Karen estaba
muerta, de que Steve había sido convertido en uno de aquellos soldados zombis
cabrones…
Y John gritó, ¡qué le has hecho! No pensó, en vez de eso giró sobre sí
mismo y disparó al ser sin voluntad que tenía a su espalda, el proyectil le
atravesó limpiamente la sien izquierda y el aire frío comenzó a apestar como la
misma muerte mientras la criatura caía…
¡Y el dolor! Un dolor que le atravesó cuando Steve, su amigo y camarada
Stevie, le disparó por la espalda. John sintió la sangre en la boca, sintió cómo
daba la vuelta, sintió más dolor del que jamás creyó poder sentir. Steve le había
disparado, el doctor loco había utilizado su virus con él y Steve ya no era Steve,
y el mundo giraba, y gritaba…
—John, John, despierta, tienes una pesadilla. Eh, tiarrón…
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John se enderezó en el asiento, con los ojos abiertos de par en par y con el
corazón a punto de saltarle del pecho, desorientado y atemorizado. La mano
fría que notaba en su brazo era la de Rebecca, su contacto era suave y
reconfortante, y se dio cuenta de que estaba despierto, de que había estado
soñando y de que ya estaba despierto.
—Mierda —murmuró, y se dejó caer sobre el respaldo del asiento cerrando
los ojos. Todavía estaban en el avión, y el suave ronroneo de los motores y el
siseo del aire acondicionado lo tranquilizaron del todo.
—¿Estás bien? —le preguntó Rebecca, y John se limitó a asentir,
respirando profundamente unas cuantas veces antes de abrir los ojos de nuevo.
—¿He llegado a… gritar, o algo así?
Rebecca le sonrió, y lo miró atentamente.
—No. Lo que pasa es que volvía del lavabo y te he visto retorcerte como el
rabo de una lagartija. No me pareció que estuvieras divirtiéndote
precisamente… Espero no haber interrumpido nada bueno.
Dijo lo último casi como una pregunta. John se obligó a sí mismo a sonreír
y evitó por completo hablar del tema. Prefirió mirar por la ventanilla a la veloz
oscuridad.
—Me parece que comerme esos tres bocadillos de atún antes de irme a
dormir no ha sido una buena idea. ¿Ya estamos llegando?
Rebecca hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Acabamos de comenzar el descenso. David dice que quedan unos
quince o veinte minutos.
Ella todavía lo estaba mirando fijamente, con la misma impresión de
calidez y preocupación, y John se dio cuenta de que estaba actuando como un
idiota. Mantener toda aquella mierda encerrada y sin sacar era un pasaporte
seguro para perder la chaveta.
—Estaba en el laboratorio —le dijo, y Rebecca volvió a asentir. Era lo único
que le tenía que decir. Ella también había estado allí.
—Yo tuve una así hace un par de días, justo después de que decidiéramos
marcharnos de Exeter —dijo Rebecca en voz baja—. Una pesadilla realmente
desagradable. Era una especie de mezcla entre el laboratorio de la mansión
Spencer y el de la ensenada.
A John le tocó el turno de asentir, y pensó en lo increíble que era aquella
chica. Se había enfrentado a toda una casa llena de monstruos en su primera
misión con los STARS, y aun así había decidido aceptar participar en la misión
que les llevó a la ensenada cuando David se lo pidió.
—Rebecca, eres cojonuda. Si yo tuviera un par de años menos, creo que
quizá llegaría a ser amor —le dijo, y se quedó encantado al ver que ella se
ruborizaba y sonreía.
Ella era, casi con toda seguridad, el doble de lista que él, pero también era
una adolescente, y si él no recordaba mal sus días de juventud, a las chavalas no
les disgustaba oír lo mucho que molaban.
—Cállate —le dijo, pero su tono de voz le indicó que había logrado
avergonzarla por completo, pero que a ella no le importaba en absoluto.
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Se produjo un momento de silencio cómodo y tranquilo entre los dos, con
los últimos restos de la pesadilla evaporándose mientras la presión de la cabina
de pasajeros iba cambiando a medida que el avión descendía. Llegarían a Utah
en pocos minutos. David ya había sugerido que debían dirigirse a un hotel para
comenzar a trazar planes, y que entrarían al día siguiente por la noche.
Entramos, pillamos el libro y salimos cagando leches. Fácil… excepto que me
parece que ése es el mismo plan que teníamos para la instalación de la ensenada.
John decidió que en cuanto aterrizaran tendría otra pequeña charla con el
señor Trent. Ya estaba de acuerdo con la misión, con lo de coger el libro y de
paso torpedear un poco las actividades de Umbrella, pero seguía sin estar
contento con la información tan selectiva que les había proporcionado Trent. Sí,
vale, el tipo les estaba ayudando, pero ¿por qué portarse de un modo tan raro
para hacerlo? ¿Y por qué no les había contado lo que estaban haciendo sus
compañeros en Europa, o quién estaba al mando de White Umbrella, o cómo
había logrado colocar a su propio piloto en el vuelo privado que habían
contratado?
Porque le encanta manejar a la gente. Es un loco de la autoridad.
No le parecía la respuesta más acertada, pero a John no se le ocurría
ninguna otra razón para que el señor Trent se comportara como una especie de
agente secreto en plan espía. Quizá si le retorcía un poco el brazo hablaría con
mayor claridad…
—John, sé que no te cae bien, pero ¿crees que lleva razón con eso de que va
a ser una misión facilona? Quiero decir que, bueno, ¿qué pasará si Reston se
resiste? O qué pasará si… ¿Qué pasará si ocurre alguna cosa?
Estaba intentando sonar como una profesional, con un tono de voz
tranquilo y relajado, pero la mirada preocupada que se asomaba a sus ojos
castaños la delataba.
Alguna cosa. Algo como un estallido vírico, algo como un científico
enloquecido, algo como unos monstruos biológicos sueltos y sin control. Algo
como lo que siempre ocurre en Umbrella…
—Si lo que yo haga sirve para algo, lo único que saldrá mal es que Reston
se cagará encima y el olor será asqueroso —dijo, y se vio recompensado de
nuevo con una sonrisa de la chica.
—Eres un idiota —le respondió ella, y John se encogió de hombros
pensando en lo fácil que era lograr que la chavala sonriera, y preguntándose a
la vez si era buena idea darle mayores esperanzas.
Momentos más tarde, el avión aterrizó suavemente, y el piloto utilizó por
primera vez el sistema de comunicación interno. Les dijo que permanecieran
sentados y con los cinturones abrochados hasta que el avión se detuviera por
completo, y luego cortó la comunicación, sin soltarles el rollo habitual sobre que
esperaba que hubieran disfrutado del vuelo o cuál era la temperatura media del
exterior. John se sintió agradecido, al menos por aquello. El pequeño aparato
recorrió la pista de aterrizaje hasta detenerse con suavidad, y el equipo se puso
en pie desperezándose y poniéndose los abrigos.
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INFRAMUNDO
En cuando oyó abrirse la puerta exterior, John pasó de largo al lado de
Rebecca y se dirigió hacia la cabina del piloto, decidido a no dejar marcharse a
Trent antes de que hubieran charlado un rato. Atravesó la cortina, y un soplo
frío de viento les llegó a los demás ocupantes del compartimento de pasajeros,
situado a espaldas de la cabina del piloto, pero vio que había llegado
demasiado tarde. El piloto, Evans, estaba solo en la puerta que daba a la cabina.
Trent había logrado de algún modo escaparse en los escasos segundos que
John había tardado en cruzar el pequeño avión. Las escalerillas metálicas que
bajaban desde la puerta del aparato estaban vacías, y aunque John bajó los
peldaños de dos en dos, llegando al suelo en menos de un segundo, no pudo
ver nada más que la vacía extensión de la pista de aterrizaje, y desde luego, a
nadie más excepto al trabajador del aeropuerto que había ayudado a bajar las
escalerillas. Cuando le preguntó por Trent, el individuo insistió en que la
primera persona que había bajado del avión había sido el propio John.
—Hijo de puta —dijo con rabia, pero ya no importaba, porque estaban en
Utah. Con Trent o sin él, habían llegado, y como ya era medianoche, disponían
de menos de un día para prepararse.
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INFRAMUNDO
Capítulo 5
Jay Reston estaba encantado. De hecho, estaba más contento de lo que lo
había estado desde hacía mucho tiempo, y si hubiera sabido lo bueno que era
estar de nuevo en el trabajo de campo, lo habría hecho muchos años antes.
Manejar a los empleados, los de la clase que se ensucian las manos. Ordenar que se
hagan cosas y ver cómo se desarrollan los resultados, ser parte de ese proceso. Ser algo
más que una simple sombra, más que una oscuridad siniestra y sin nombre a la que
temer…
Pensar en todo aquello le hacía sentirse fuerte y lleno de vitalidad de
nuevo. Tenía poco más de cincuenta años, y todavía no se consideraba ni
siquiera de edad madura, pero trabajar de nuevo en la línea del frente le había
hecho darse cuenta de lo que se había perdido a lo largo de los años.
Reston estaba sentado en la sala de control, el corazón palpitante de
Planeta, con las manos detrás de la cabeza y su atención fijada en la pared llena
de pantallas que tenía frente a él. En una de las pantallas, un individuo vestido
con un mono de trabajo estaba trabajando en una serie de árboles de la fase
Uno, añadiendo otra capa de verde a las falsas plantas de hoja perenne. El
hombre se llamaba Tom Nosequé, del departamento de construcción, pero su
nombre no era importante. Lo que realmente importaba era que Tom estaba
pintando los árboles porque Reston le había dicho que lo hiciera, cara a cara, en
la reunión matinal.
En otra pantalla, Kelly McMalus estaba recalibrando el control de
temperatura del desierto, también cumpliendo las órdenes de Reston. McMalus
era el manipulador jefe de los escorps, al menos hasta que llegara el personal
definitivo. Todo los trabajadores iniciales de Planeta eran de carácter temporal.
Era una de las nuevas medidas de White Umbrella para evitar el sabotaje. En
cuanto todo estuviera preparado y en funcionamiento, los nueve técnicos y la
media docena de investigadores «preliminares», que en realidad no eran más
que manipuladores de especímenes sobrevalorados, aunque él jamás se lo diría
a la cara, serían trasladados.
Planeta. La instalación se llamaba en realidad «B.O.W. Entorno de Prueba
A», pero Reston creía que llamarlo Planeta era mucho más adecuado. No estaba
seguro de quién había sido el que lo había dicho, tan sólo que había surgido en
una de las reuniones de trabajo matinales, y que había cuajado. Referirse a las
instalaciones de prueba en sus informes periódicos al equipo base como Planeta
le hacía sentirse más parte de todo el proceso.
«Las conexiones de los vídeos han sido puestas en marcha hoy mismo,
aunque al parecer existe alguna clase de problema con los micrófonos, así que el
audio no está funcionando todavía. Haré que lo solucionen lo antes posible. Ha
llegado el último de los Ma3K, y ninguno de los especímenes ha sufrido ningún
daño. En general, todo marcha bien. Creemos que Planeta estará listo bastantes
días antes de lo previsto…»
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Reston sonrió al recordar la última conversación que tuvo con Sidney.
Había notado un leve tono de celos en la voz de Sidney, ¿una nota de envidia?
Ya era parte de ese «nosotros», un nosotros que llamaba al Entorno de Prueba A
con un sobrenombre. Después de treinta años de delegar responsabilidades,
tener que supervisar los últimos toques y detalles de sus instalaciones más
innovadoras y costosas hasta la fecha, era una bendición inesperada. Y pensar
que se había sentido irritado cuando le comunicaron que el automóvil de Lewis
se había despeñado por un precipicio. El accidente había sido probablemente el
mejor trabajo que aquel individuo había hecho para Umbrella, ya que
significaba que él estaría cargo del nacimiento de Planeta.
Otro técnico apareció caminando por una de las pantallas, con una caja de
herramientas y un rollo de cuerda. Cole, Henry Cole, el electricista que había
estado trabajando en los sistemas de vídeo y de intercomunicación. Se
encontraba en el pasillo principal que comunicaba los laboratorios de
investigación y la zona de pruebas, y que también llevaba hasta el ascensor.
Reston se había dado cuenta el día anterior de que bastantes cámaras de la
superficie no funcionaban bien. Ninguna de las cámaras de Planeta había sido
conectada todavía al sistema de audio, pero, de vez en cuando, las cámaras de
las instalaciones de superficie se quedaban con la pantalla en blanco y llena de
estática durante varios minutos, y le había pedido a Cole que revisara aquello…
Pero después de que acabara de arreglar el sistema de intercomunicadores, no
antes. ¿Cómo voy a estar en contacto con esta gente si no dispongo de un sistema de
intercomunicadores en funcionamiento?
Incluso el sentimiento de irritación que sentía hacia el técnico era una
emoción exultante. En vez de pulsar un botón y decirle a algún encargado
siempre obediente que lo arreglara, tendría que supervisarlo todo él en persona.
Reston se alejó de la consola y se desperezó mientras se ponía en pie,
echando un último vistazo a la hilera de monitores para recordar si había algo
más de lo que debiera ocuparse.
Intercomunicadores, cámaras de vídeo… será necesario reforzar el puente de Tres,
pero no es una prioridad. Deberíamos hacer algo respecto a los colores de la ciudad, son
demasiado monótonos…
Atravesó la sala de control de diseño estilizado, pasando al lado de una
línea de sillones de cuero, tan nuevos que su fuerte olor todavía se mantenía en
el fresco ambiente de aire acondicionado. Los sillones estaban encarados hacia
una pared llena de pantallas de gran resolución. En menos de un mes, allí se
sentarían los investigadores, los científicos y los administradores más
importantes, el verdadero corazón de White Umbrella, además de los dos
patrocinadores más poderosos del proyecto. Incluso Sidney y Jackson estarían
allí para ver la serie inicial de experimentos del programa de prueba.
Y Trent —pensó Reston esperanzado—. Estoy seguro de que no rechazará una
invitación para asistir a los primeros experimentos…
Reston se colocó sobre la plancha de presión colocada delante de la puerta
cuya gruesa hoja de metal se deslizó hacia arriba con tan sólo un susurro, y
salió al ancho pasillo que recorría a lo largo todo Planeta. La sala de control no
estaba demasiado lejos del montacargas industrial, de hecho, casi estaba
enfrente, pero el electricista ya había comenzado a subir a la superficie. Esa
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misma semana se pondrían en funcionamiento otros cuatro ascensores que
llegaban hasta uno de los otros edificios de la superficie, pero de momento sólo
había aquel montacargas industrial. Tendría que esperar hasta que Cole saliera.
Pulsó el botón y tiró de las mangas de su chaqueta, pensando en cómo
planearía el recorrido de visita. Hacía mucho tiempo que Jay Reston no se
dedicaba a soñar despierto, pero en el poco tiempo que llevaba en Planeta,
imaginarse el día en que les daría la bienvenida a los demás y los guiaría por las
instalaciones que él había dirigido y que había transformado en una máquina
puesta a punto se había convertido en su pasatiempo favorito. Del escaso
número de personas que estaban al frente de White Umbrella, que tomaban las
grandes decisiones, él era el más joven entre los aceptados en el círculo interior,
y aunque Jackson a menudo le aseguraba que su opinión era tan valorada como
la de cualquier otro, había notado en más de una ocasión que era el último en
ser consultado. En ser tenido en cuenta.
No después de esto. No después de que vean que con menos de una docena de
ayudantes atentos a mi más mínima orden, he logrado poner a punto y en marcha a
Planeta sin ninguna clase de problemas y antes de lo previsto. Me gustaría ver si Sidney
es capaz de hacerlo la mitad de bien…
Llegarían de noche, por supuesto, y probablemente en varios grupos.
Colocaría a los manipuladores de especímenes en la entrada para recibirlos y
darles la bienvenida antes de llevarlos a los ascensores (los nuevos, no la sucia
monstruosidad en la que estaba a punto de subir). De camino a las
profundidades, les hablaría a los visitantes de los eficientes y elegantes
habitáculos donde vivir, del sistema de filtrado de aire autónomo, de la sala de
cirugía…, de todo lo que convertía a Planeta en la instalación más innovadora.
Los llevaría desde los ascensores hasta la sala de control y les explicaría los
distintos entornos y ambientes, y las nuevas series de especímenes, ocho de
cada una. Luego saldrían y los llevaría hasta la zona norte, hacia el comienzo
del área de pruebas.
Las atravesaremos todas, las cuatro fases, hasta llegar al laboratorio químico y la
sala de autopsias. Por supuesto, tendremos que detenernos a contemplar a Fósil, y luego
pasaremos por la zona habitable, donde habrá café y algo de bollería esperándonos, o
quizás unos cuantos emparedados, y después regresaremos a la sala de controla observar
las primeras pruebas. Sólo espécimen contra espécimen, por supuesto, la
experimentación con humanos sería todo un engorro…
Un suave pitido le hizo volver a la realidad y le indicó que el montacargas
había regresado. La puerta se abrió, la rejilla se deslizó hacia un lado y Reston
entró en el gran compartimento. La plataforma de acero reforzado resonó con
un chasquido metálico bajo sus pies. Una leve polvareda se alzó desde la
superficie metálica y se posó sobre la piel brillante de sus zapatos.
Reston suspiró, y pulsó los botones que le llevarían a la superficie,
pensando en todo lo que había tenido que soportar desde que llegó a Planeta
tan sólo diez días antes. El trabajo avanzaba, pero jamás pensó en todas las
incomodidades que se tenían que sufrir para que una de aquellas instalaciones
se pusiera en marcha. Las comidas recalentadas pero apenas tibias, la constante
necesidad de prestar atención a todos y cada uno de los ínfimos detalles, y la
suciedad: por todos lados, finas capas de polvo de construcción que se pegaban
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a sus ropas y a su cabello, que obstruían los filtros… Incluso en la sala de
control había tenido que tomar medidas de precaución adicionales para que no
se metiera en la unidad central. Había tenido que trabajar con tres
programadores distintos para que todo el sistema informático se pusiera en
funcionamiento, pero ésa era otra de las precauciones adoptadas por Umbrella
para evitar que nadie supiera demasiado sobre el lugar. Si el sistema fallaba y se
desconectaba…
Reston lanzó otro suspiro palmeando suavemente un cuadrado pequeño y
liso que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta mientras el montacargas
iniciaba con un zumbido el ascenso. Tenía los códigos. Si el sistema fallaba, sólo
tenía que llamar a unos nuevos programadores. Un inconveniente, pero desde
luego, no un desastre. Raccoon City, eso sí que fue un desastre, y una de las
razones más poderosas para que quisiera que todo funcionara a la perfección en
Planeta.
Lo necesitamos. Después del verano que hemos sufrido, el escape del virus y todos
esos metomentodos de los STARS, además de perder a Birkin… Necesito que esto vaya
bien.
Aunque la decisión había sido unánime, había sido la gente de Reston la
que había ido a Raccoon City para quitarle el virus G a Birkin. Un acto que
había dado corno resultado la pérdida de su científico en jefe y más de mil
millones de dólares en equipo, en trabajadores y en instalaciones. Por supuesto,
estaba claro que no había sido culpa suya, nadie le había atribuido aquel fallo,
pero había sido un mal verano para todos, y que el Entorno de Prueba A
estuviese preparado y en funcionamiento tranquilizaría la situación de un
modo considerable.
Pensó en lo que les había dicho Trent, justo antes de que Reston se
marchase camino a Planeta: mientras no perdiesen la cabeza, no tendrían que
preocuparse por nada. Un aviso tranquilizador muy corriente, pero que dicho
por Trent sonaba como una verdad absoluta. Era curioso. Habían contratado a
Trent para que resolviera los problemas, y en menos de seis meses se había
convertido en uno de los miembros más respetados de su grupo. Nada parecía
inquietarle, el tipo era puro hielo. Habían tenido suerte de encontrarlo, sobre
todo si se tenía en cuenta su reciente serie de desgracias.
El montacargas se detuvo, y Reston enderezó los hombros preparándose
para redirigir las labores del señor Cole. La sola idea de hacerlo poner de pie de
un salto le hizo sonreír de nuevo, y echó a un lado todas sus preocupaciones.
Un currante más, pensó con alegría, y salió del montacargas para
encargarse de todo.
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Capítulo 6
En el cielo nocturno, una media luna desparramaba una pálida luz azulada
por la vasta y abierta llanura, haciéndola parecer incluso más frío de lo que era.
Y hace un frío de mil demonios, pensó Claire, temblando a pesar de la
calefacción del vehículo de alquiler. Era otra furgoneta, e incluso con tres de
ellos moviéndose en la parte trasera, comprobando y recargando las armas, no
parecían generar ni de cerca el calor suficiente para mantener fuera el helado
aire que se colaba a través de la delgada chapa de metal.
—¿Tienes los 380? —le preguntó John a León, quien se estiraba sobre la
caja de la munición para cargar las cartucheras de sus caderas. David conducía,
Rebecca comprobaba la posición en un GPS. Si las coordenadas de Trent eran
correctas, ya estaban cerca.
Claire miró hacia fuera, al paisaje que corría junto al polvoriento camino, a
lo que parecían interminables millas de nada bajo el ancho cielo, y se estremeció
de nuevo. Era un lugar árido y abandonado, la carretera por la que iban apenas
era más que un camino de polvo dirigiéndose a ninguna parte; el asentamiento
perfecto para Umbrella.
El plan era sencillo. Dejar la furgoneta a media milla más o menos de las
coordenadas de Trent, cargar con todas las armas que tenían, y deslizarse en el
complejo tan silenciosamente como pudiesen.
«… encontramos el tablero de acceso que mencionó Trent, introducimos
los códigos y entramos —había dicho David—, cuando esté bien entrada la
noche. Con un poco de suerte, la mayoría de los trabajadores estarán dormidos;
sólo será cuestión de encontrar sus habitaciones y reunirles. Les encerraremos y
realizaremos una búsqueda de este libro del Sr. Reston. John, tú y Claire
vigilaréis a nuestros prisioneros, mientras el resto buscamos. Probablemente
estará en la sala de operaciones o en las habitaciones privadas de Reston. Si no
lo encontramos en, digamos, veinte minutos, tendremos que preguntarle
directamente al Sr. Reston… un último recurso para evitar implicar a Trent. Con
el libro en las manos, nos iremos por donde venimos. ¿Preguntas?»
Su sesión de planificación en el hotel lo había hecho parecer bastante fácil
y con la escasa información de que disponían, las preguntas habían sido pocas.
Aunque ahora, conduciendo a través de un interminable y helado yermo,
intentando mentalizarse para una confrontación… ahora no parecían tan
simple. Era una perspectiva aterradora, entrar en un lugar donde ninguno de
ellos había estado antes e intentar encontrar un objeto no mayor que una
novela. Además era Umbrella, además tenemos que intimidar a un montón de técnicos
y posiblemente acabar torturando a uno de los tipos importantes.
Al menos entrarían bien armados, parecía que habían aprendido la lección
en lo que concernía a tratar con Umbrella: que llevar una potencia de fuego de
cojones era una idea estupenda. Además de las pistolas de nueve milímetros y
todos los cargadores que pudieran llevar encima, también estaban equipados
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con dos rifles automáticos M-16 AI, uno para John y otro para David, junto a
media docena de granadas de fragmentación. Sólo por si acaso, les había dicho
David.
En caso de que todo el plan se desmorone. En caso de que tengamos que hacer
saltar por los aires y en pedazos alguna clase de criatura increíble y monstruosa, o un
centenar de ellas…
—¿Tienes frío? —le preguntó León.
Claire apartó la vista de la ventanilla y le miró. León había acabado de
preparar las bolsas de todo el equipo y le estaba entregando la suya. La tomó y
asintió para responder a su pregunta.
—¿Tú no tienes?
León negó con la cabeza, sonriente.
—Ropa interior térmica. Me habría venido bien en Raccoon City…
Claire sonrió.
—¿Te hubiera venido bien a ti? Te recuerdo que yo iba correteando con
unos pantalones cortos. Tú al menos tenías tu uniforme.
—Que acabó cubierto de tripas de lagarto antes de que hubiera recorrido
la mitad de las alcantarillas —le respondió, y a ella le alegró ver que era capaz
de bromear sobre aquello.
Se está recuperando. Los dos lo estamos haciendo.
—Niños, niños —les dijo John con voz severa—. Si no paráis ahora mismo,
haré que el coche dé la vuelta…
—Frena un poco —dijo Rebecca desde el asiento del acompañante, y su
voz hizo que todos se callaran. David levantó un poco el pie del acelerador, y la
furgoneta redujo la velocidad hasta apenas avanzar.
—Me parece… creo que está a un kilómetro aproximadamente, hacia el
sureste de nuestra posición —dijo Rebecca.
Claire respiró profundamente, vio cómo John empuñaba uno de los rifles
automáticos y a León apretar los labios en cuanto David detuvo la furgoneta.
Había llegado el momento. John abrió la portezuela lateral, y el aire entró,
helado, seco, espantosamente frío.
—Espero que tengan encendida la máquina de hacer café —dijo John en
voz baja, y saltó a la oscuridad.
Se dio la vuelta para recoger su pequeña mochila de cadera. Rebecca metió
unos cuantos suministros médicos más en la suya, y cuando ella y David
salieron, León le puso una mano en el hombro a Claire.
—¿Te ves con fuerzas? —le preguntó en voz baja, y Claire sonrió en su
interior pensando que era un hombre muy dulce: ella se había estado
preguntando si debía decirle eso mismo.
Se habían hecho bastante íntimos desde que se conocieron en Raccoon
City, y aunque no podía estar completamente segura, creía haber detectado
ciertas señales que le indicaban que a él no le importaría que esa intimidad se
hiciera más profunda. No estaba segura de si eso sería una buena idea…
Pero desde luego, ahora no es el momento para decidir algo sobre eso. Cuanto antes
consigamos ese libro de códigos, antes podremos marcharnos a Europa. A ver a Chris.
—Estoy tan fuerte como nunca —le respondió. León asintió y ambos
salieron a la helada noche para reunirse con los demás.
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David situó a John a retaguardia del grupo, y se colocó él en cabeza,
obligándose a expulsar todos sus pensamientos negativos mientras se acercaban
al lugar donde Trent había dicho que estaría la instalación de Umbrella. No iba
a ser fácil: se disponían a entrar a saco con menos de un día de preparación, sin
mapas del lugar, sin idea del aspecto que tenía Reston o contra qué clase de
medidas de seguridad se enfrentaban…
La lista es interminable, ¿verdad?, y aun así voy a hacerles entrar. Porque si lo
logramos, podré retirarme. Umbrella estará acabada, y nadie tendrá que venir a pedirme
ayuda, nunca jamás.
Era una idea que le atraía mucho: una jubilación tranquila. En cuanto los
monstruos a cargo de White Umbrella fueran entregados a la justicia,
combatiente fugitivo o no, ya no tendría otra responsabilidad mayor que
mantenerse alimentado y bañado. Quizá criaría plantas de invernadero…
—Creo que… debemos girar unos pocos grados a la izquierda —le dijo
Rebecca a su espalda, lo que le sobresaltó y le hizo concentrarse de nuevo en
sus alrededores.
Ella apenas había susurrado, pero la noche estaba tan tranquila y tan
silenciosa, con el aire tan inmóvil, que cada paso que daban, cada exhalación,
parecían asaltar sus oídos.
David les condujo a través de la oscuridad, deseando que pudieran utilizar
las linternas. Ya debían estar muy cerca. Sin embargo, a pesar de ir
completamente vestidos de negro, estaba preocupado por la posibilidad de que
los descubrieran incluso antes de entrar… fuese lo que fuese lo que significase
eso. Trent no les había dado ninguna indicación del aspecto que tenían las
instalaciones del lugar. De cualquier modo, con la luz de aquella media luna no
las verían hasta que prácticamente estuvieran encima…
Ahí.
Una sombra más oscura, justo por delante de ellos. David alzó una mano,
lo que hizo que los demás también se aproximaran con mayor lentitud cuando
vieron el techo ondulado que reflejaba la luz de la luna. Después pudieron ver
la valla, y por último, un puñado de edificios, todos ellos a oscuras y en
silencio.
David comenzó a acercarse en cuclillas, indicando a los demás que
hicieran lo mismo y apretando el rifle automático contra su pecho. En silencio,
se aproximaron lo bastante como para distinguir con claridad el solitario grupo
de estructuras de un solo piso detrás de una valla baja.
Cinco, seis edificios, sin luces, sin movimiento visible… Sin duda una
fachada para engañar…
—Bajo tierra —le susurró Rebecca, y David asintió.
Era lo más probable. Ya habían discutido varias posibilidades, y les parecía
que era la más factible. Incluso con aquella escasa claridad pudo discernir que
los edificios eran viejos, y que estaban oxidados y polvorientos. Había una
estructura un poco más pequeña delante, y cinco edificios largos y bajos en fila
detrás de ella, y todos tenían techos de metal ondulado. Desde luego, el
conjunto era lo bastante grande como para albergar un terreno de prueba. Los
edificios más grandes tenían el tamaño de un hangar para aviones, pero dado el
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lugar donde se encontraban, en mitad del desierto, y el aspecto de viejo y
desgastado, supuso que las verdaderas instalaciones estaban bajo tierra.
Aquello era bueno y malo. Bueno porque eso significaba que no sería
demasiado difícil entrar en el lugar sin demasiadas complicaciones. Malo
porque sólo Dios sabía qué clase de sistema de vigilancia habrían montado.
Tendrían que infiltrarse con rapidez.
David se giró, sin dejar de permanecer en cuclillas y le habló a su equipo.
—Tendremos que entrar a la carrera —les dijo en voz baja—, y permanecer
lo más agachados posible. Treparemos por la valla y nos dirigiremos a la
estructura que está más cerca de la entrada principal, en el mismo orden: yo iré
en punta y John en retaguardia. Tenemos que encontrar la verdadera entrada lo
antes posible. Cuidado con las cámaras, y quiero a todo el mundo con las armas
en la mano en cuanto entremos en ese lugar.
Todos asintieron, con los rostros serios y expresión decidida. David se dio
la vuelta y comenzó a acercarse a la valla, con la cabeza agachada y los
músculos tensos y alerta. Veinte metros para llegar, con el frío aire haciéndole
daño en los pulmones y secando el leve sudor de su piel. Cinco metros, y pudo
leer los letreros de PROHIBIDO ENTRAR colocados en la valla, y cuando
finalmente llegaron a la puerta, David vio el letrero que indicaba que se trataba
de una propiedad privada, la ESTACIÓN DE VIGILANCIA E
INVESTIGACIÓN DE LA ATMÓSFERA N.° 7. Levantó la vista hacia las
siluetas redondeadas de lo que sólo podían ser unos discos de antenas de
comunicación por satélite en dos de los edificios, además de las numerosas
hileras de antenas normales que surgían de otro de ellos.
David tocó la valla con la punta del cañón de su M-16 primero, y luego con
la mano. No ocurrió nada, y tampoco distinguió alambre de espino, ni cables de
sensores o de alarma a la vista.
Es obvio que ninguna clase de estación de control del tiempo tendría
dispositivos semejantes. Umbrella es tan precisa en sus fachadas como en todo
lo demás.
Se colgó el rifle del hombro, se agarró al grueso alambre y comenzó a
subir. La valla apenas medía dos metros, y estuvo en su borde superior en cinco
segundos. Pasó por encima y se dejó caer al polvoriento suelo del interior del
lugar.
Rebecca fue la siguiente, y trepó con facilidad y rapidez, una sombra ágil
en la oscuridad. David alargó la mano para ayudarla a bajar, pero ella saltó con
destreza al suelo sin apenas hacer ruido. Desenfundó inmediatamente su arma,
una H&K VP70, y se dio la vuelta para cubrir la oscuridad mientras David se
giraba de nuevo hacia la valla.
León casi se cayó cuado estaba pasando por encima del borde de la valla,
pero David lo ayudó agarrándolo de la mano. En cuanto bajó, hizo una
inclinación de cabeza para darle las gracias y se giró para ayudar a Claire.
De momento, todo va bien…
David estudió la oscuridad que les rodeaba mientras John trepaba. El
corazón le latía con fuerza, y tenía todos los sentidos en alerta. No se oía ningún
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otro ruido aparte del chasqueo de la valla, ni se notaba ningún movimiento en
la oscuridad.
Miró hacia atrás cuando John cayó pesadamente al lado de la valla, y luego
indicó con un gesto de la cabeza el edificio más pequeño, el que estaba delante.
Si él hubiera tenido que pensar en un sitio para ocultar la entrada, la hubiera
escondido en un lugar donde nadie miraría: un cuarto para las escobas en la
parte trasera del último edificio, a través de una trampilla en el suelo. Sin
embargo, los de Umbrella eran gente demasiado engreída, demasiado
presuntuosa como para preocuparse por unas precauciones tan simples.
Estará en el primer edificio, porque creen que la han ocultado tan bien que nadie
podría encontrarla. Porque si hay algo con lo que podemos contar, es con que los de
Umbrella piensan que son demasiado listos como para que los pillen…
O eso esperaba. Sin dejar de permanecer en cuclillas, David avanzó hacia
el edificio en cuestión, rezando para que si había cámaras en funcionamiento en
aquella zona, no hubiera nadie mirando las pantallas.
Ya era tarde, pero Reston no estaba cansado. Seguía sentado en la sala de
control, bebiendo coñac en una taza y pensando vagamente en las tareas del día
siguiente.
Por supuesto, ya había elaborado su informe: Cole todavía no había
logrado arreglar el sistema de intercomunicadores, aunque al parecer, todas las
cámaras funcionaban a la perfección. El manipulador de los Ca6, Les Duvall,
quería que uno de los mecánicos revisara una cerradura que se atascaba en la
jaula que los dejaba libres. Y todavía quedaba el asunto de la ciudad. Los Ma3K
no podrían lucirse precisamente si los únicos colores de los edificios eran el
marrón y el ladrillo…
Tengo que hacer que los de construcción se metan en Cuatro mañana. Y tengo que
supervisar cómo les va a los Avi en sus perchas…
Una luz roja comenzó a parpadear en uno de los paneles que tenía delante,
acompañada por un suave pitido mecánico. Era la sexta o la séptima vez que
ocurría en la última semana. Tendría que hacer que Cole arreglara aquello
también. Los vientos que recorrían la llanura podían llegar a soplar con mucha
fuerza. En un día malo, incluso llegaban a hacer estremecer las puertas de los
edificios de la superficie con la fuerza suficiente como para que saltaran los
sensores.
Aun así, menos mal que todavía estaba aquí…
En cuanto Planeta estuviera a pleno rendimiento, siempre habría alguien
sentado delante de las cámaras para repasar los sensores, pero en aquellos
momentos, el único que tenía acceso a la zona de control era él. Si hubiera
estado metido ya en la cama, el suave pero insistente pitido de la alarma
sonando en su habitación le hubiera obligado a levantarse.
Reston alargó la mano hacia el interruptor y miró a la hilera de pantallas,
más por costumbre que porque esperara ver nada…
… y se quedó helado, con la mirada fija en una pantalla que le mostraba la
estancia de entrada, a casi unos trescientos metros por encima de donde él se
encontraba, con una panorámica desde la esquina sureste del techo. Cuatro, no,
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cinco personas que encendían sus linternas, y todas vestidas de negro. Los
estrechos haces de luz recorrieron los paneles de control cubiertos de polvo, las
paredes repletas de equipo metereológico… e iluminaron las armas que
empuñaban.
Oh, no.
Reston se sintió durante un segundo atemorizado y desesperado antes de
recordar quién era. Jay Reston no se había convertido en uno de los hombres
más poderosos del país, incluso puede que del mundo, por dejarse vencer por
el pánico.
Alargó la mano bajo la consola en busca del teléfono colocado en un hueco
al lado de la mesa y que le pondría en contacto con las oficinas privadas de
White Umbrella. En cuanto lo levantó, tuvo línea.
—Soy Reston —dijo, y pudo sentir el acerado tono de su voz, pudo oírlo y
sentirlo—. Tenemos un problema. Quiero que me pongan con Trent, quiero que
Jackson me llame… y quiero que me envíen un equipo ahora mismo, vamos,
que lo quiero aquí hace veinte minutos.
Se quedó mirando a la pantalla mientras hablaba, a los intrusos, y apretó
los dientes, y su miedo inicial se convirtió en rabia. Sin duda eran los STARS
fugitivos…
No importaba. Incluso si encontraban la entrada, no tenían los códigos, y,
quienesquiera que fuesen, pagarían muy caro haberle causado aunque sólo
fuera un segundo de inquietud.
Reston dejó el auricular en su sitio, cruzó los brazos y observó a los
desconocidos moverse en silencio por la pantalla, preguntándose si tenían idea
de que en media hora estarían muertos.
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Capítulo 7
El edificio era frío y oscuro, se podía escuchar un suave zumbido de
maquinaria que rompía el silencio, y que se escuchaba incluso por encima de
los tremendos latidos de su corazón. El lugar no era muy grande, quizá de unos
diez metros por sesenta, pero formaba una única estancia, lo bastante amplia
como para hacerla sentirse intranquila, vulnerable. Unas pequeñas luces se
encendían y se apagaban al azar a su alrededor, como si fueran docenas de ojos
que les vigilaran desde la oscuridad.
Tío, odio esto.
Rebecca pasó el haz de luz de su linterna por la pared oeste del edificio en
busca de algo que se saliera de lo habitual e intentando no sentirse a punto de
vomitar al mismo tiempo. En las películas, los detectives privados y los policías
que entran a hurtadillas en la casa de alguien siempre caminan con
tranquilidad, en busca de pruebas, como si el sitio fuera suyo. En la vida real,
meterse en un sitio en donde estaba claro que no debías estar era terrorífico.
Sabía que eran los buenos, que estaban haciendo lo correcto, pero aun así sentía
las palmas de las manos llenas de sudor y el corazón le martilleaba más que le
palpitaba, y deseó desesperadamente tener un lavabo al que poder ir. Le
parecía que su vejiga se había reducido al tamaño de una avellana.
Y eso tendrá que esperar, a menos que quiera entrar chorreando en mitad de
territorio enemigo…
No era algo que Rebecca deseara.
Se inclinó para tener una mejor visión de la máquina que tenía enfrente, un
aparato del tamaño de una nevera cubierto de botones, la etiqueta del frente
decía «Estación OGO», a saber lo que era. Hasta donde podría contar, la
habitación estaba repleta de enormes y macizas máquinas llenas de
interruptores. Si el resto de los edificios estaban equipados de forma similar,
encontrar el panel oculto de acceso iba a llevarles toda la noche.
Cada uno se ocupaba de una pared, y John investigaba las mesas situadas
en el centro del cuarto. Probablemente había una cámara de vigilancia en
alguna parte del edificio, lo cual hacía la urgencia todavía más grande…
aunque todos esperaban que el personal mínimo significaría que nadie estaría
observando. Si tenían mucha suerte, el sistema de seguridad ni siquiera estaría
operativo aún.
No, eso sería un milagro. Bastante suerte tendremos si conseguimos entrar y salir
de esto vivos e ilesos, con o sin ese libro…
Desde que habían dejado la furgoneta, las alarmas internas de Rebecca
habían estado sonando hasta convertirla en un manojo de nervios. Durante el
poco tiempo que llevaba en los STARS, había aprendido que confiar en sus
instintos era importante, quizá incluso más importante que tener un arma; el
instinto le decía a las personas cuando esquivar las balas, a esconderse cuando
el enemigo estaba cerca, a saber cuando esperar y cuando actuar. El problema
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era, ¿cómo saber si era el instinto o sólo estás acojonada? Ella no lo sabía. Lo
que sabía era que no se sentía bien en su incursión nocturna. Tenía frío y estaba
nerviosa, su estómago le dolía, y no podía sacarse de encima la sensación de
que algo malo iba a ocurrir.
Por otro lado, debería tener miedo… todos deberían estarlo. Lo que
estaban haciendo era peligroso. Algo malo podría ocurrir realmente,
reconocerlo no era paranoia, era ser realista.
—Hola. ¿Qué es eso?
Justo a la derecha de la máquina OGO había algo que parecía un
calentador de agua, un aparato alto y redondeado con una ventanilla delante.
Tras el pequeño cuadrado de cristal había una bobina de papel cuadriculado,
cubierta con unas hileras negras, nada que hubiese reconocido, lo que había
captado su atención era el polvo en el cristal. Era el mismo polvo que parecía
haber por toda la habitación… pero había algo más. Había un borrón a través
de la suciedad, una línea húmeda que podría haber sido causada por el dedo de
alguien.
¿Un borrón en el polvo?
Si alguien hubiese pasado la mano sobre el polvoriento cristal, habría
dejado algo más. Rebecca lo tocó frunciendo el ceño… y sintió la irregular
superficie del polvo, las diminutas crestas y espirales como papel de lija bajo
sus dedos. Lo habían espolvoreado o pulverizado encima… así pues, falso.
—Creo que tengo algo —susurró, y tocó el cristal donde se encontraba el
borrón. La ventana se abrió, balanceándose y mostró un brillante cuadro
metálico tras ella, un equipamiento de diez teclas en un panel limpio de polvo.
El papel cuadriculado también era falso, tan solo parte del cristal.
—Bingo —musitó John tras ella, y Rebecca dio un paso atrás sintiendo un
arrebato de emoción mientras los demás se les unían, sintiendo la tensión que
provenía de ellos. Sus respiraciones combinaciones formaron una nubecilla en
la helada habitación, recordándola lo aterida que estaba.
Demasiado frío… deberíamos volver a la furgoneta, volver al hotel para darnos un
baño caliente. Ella podía captar la desesperación en su voz interior. No era el frío,
era el lugar.
—Brillante —dijo David con suavidad y dio un paso al frente, sosteniendo
su linterna en alto. Había memorizado los códigos de Trent, once en total, cada
uno de ocho dígitos.
—Va ser el último, ya veréis —le susurró John. Rebecca habría lanzado
una carcajada si no hubiera sido porque sentía tanto miedo.
John se quedó callado cuando le vio empezar a teclear el primero de los
números. Rebecca pensó que si ninguno de ellos funcionaba, tampoco se
sentiría demasiado decepcionada.
Jackson había llamado y había informado a Reston con su voz tranquila y
educada que dos equipos de cuatro hombres cada uno se hallaban en camino
tras partir en helicóptero de Salt Lake City.
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—Resulta que nuestra oficina allí disponía de algunas tropas —le dijo—.
Tenemos que agradecérselo a Trent. Nos sugirió que comenzásemos a
redistribuir algunos de nuestros equipos de seguridad antes del gran estreno,
por así decirlo.
A Reston le había encantado oír aquello, pero no estaba demasiado
contento con que ellos estuvieran allí, tres hombres y dos mujeres armados
dando vueltas alrededor de la entrada a Planeta en mitad de la noche…
—No pueden entrar, Jay —le interrumpió con suavidad para
tranquilizarle—. No tienen acceso.
Reston se había tragado la cáustica respuesta que se le había ocurrido, y en
vez de eso le dio las gracias. Jackson Cortlandt era probablemente el hijo de
puta más arrogante y displicente que Reston jamás había conocido, pero
también era extremadamente competente… y extremadamente feroz si
necesitaba serlo. El último hombre que se había cruzado en su camino y le había
cabreado acabó regresando a su familia en diferentes envíos postales. Decirle
«¡Y una mierda!» al miembro más antiguo era como saltar desde el tejado de un
edificio muy alto.
Jackson le había dejado bastante claro que aunque agradecía que le
hubiera llamado, lo mejor sería que Jay manejara ese tipo de asuntos por su
cuenta en el futuro, y que si se molestara en mantenerse al día sobre los cambios
internos, se habría enterado de la existencia de los equipos en Salt Lake City.
No se había tratado de una bofetada explícita, pero Reston captó el mensaje de
todas maneras. Colgó el teléfono sintiéndose tremendamente humillado. Ver
cómo los cinco intrusos se dedicaban a dar vueltas por el edificio de la entrada
no hizo más que aumentar todavía más la tensión que sentía.
No tienen el código, no tienen acceso aun en el caso de que encuentren el teclado.
Veinte minutos. Lo único que tenía que hacer era esperar veinte minutos,
media hora en el exterior. Reston respiró profundamente, y dejó escapar el aire
con lentitud…
… y se olvidó de inhalar de nuevo cuando vio que uno de ellos, una chica,
apretaba la ventanilla que daba acceso al teclado. Lo habían encontrado, y
seguía sin saber quiénes eran o cómo conocían la existencia de Planeta…, pero
por el modo en que uno de ellos se acercó al teclado y comenzó a pulsar
botones, le pareció que veinte minutos sería demasiado tiempo para esperar la
ayuda.
Está intentando adivinarlo, está marcando números al azar, no es posible que…
Reston se quedó mirando cómo el individuo alto y de cabello oscuro
continuaba marcando números y recordó lo que Trent les había dicho en la
última reunión: que era posible que en White Umbrella hubiera un infiltrado.
Alguien filtra información, alguien de muy arriba. Alguien que conoce los códigos
de entrada.
Alargó la mano para levantar el auricular de nuevo, pero se detuvo. La
sutil advertencia de Jackson le provocó un ligero sudor frío. Tenía que manejar
la situación él en persona, era él quien tenía que impedir que entraran, pero
todo el mundo estaba dormido y no disponía de servicio de
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intercomunicadores, tenía una pistola en su habitación, pero si tenían el código,
no le quedaba tiempo para…
¡Control manual de anulación!
Reston se apartó de las pantallas y se dirigió a la puerta, dándose de
bofetadas mentalmente mientras salía de la sala de control. Había un control
manual de anulación en un panel oculto al lado del montacargas, y podía
mantenerlo abajo aunque tuvieran el código de acceso…
Los equipos de seguridad llegarán y pillarán a nuestro pequeño grupo de
invasores, y yo habré logrado manejar la situación.
Sonrió, con un gesto carente por completo de humor, y comenzó a correr.
León miró con ansiedad a David mientras tecleaba otra serie de cifras,
esperando que su presencia no hubiese sido detectada todavía. No había visto
ninguna cámara, pero eso no significaba que no hubiese una. Si Umbrella podía
construir unos inmensos laboratorios subterráneos y crear monstruos, podían
esconder una cámara de vídeo.
David pulsó una última tecla… y oyeron y sintieron un movimiento y un
sonido al mismo tiempo: el suave siseo de unos engranajes hidráulicos y el
distante zumbar de una maquinaria. Una gigantesca parte del muro situado a la
derecha del teclado se elevó. Los cinco levantaron sus armas al unísono… y las
bajaron de nuevo cuando vieron la gruesa puerta de rejilla y el hueco negro y
vacío de un ascensor.
—Maldita sea —dijo John, con un tono de temor en su voz, y a León no le
quedó más remedio que estar de acuerdo.
El panel tenía tres metros de ancho, y estaba repleto de máquinas
adosadas a él, y sin embargo, había desaparecido en dos segundos por la
abertura del techo. Fuese cual fuese el mecanismo que lo hacía funcionar, tenía
que ser tremendamente poderoso.
—¿Qué es eso? —dijo Rebecca, y León lo oyó un segundo más tarde: un
zumbido lejano.
Al parecer, el código de entrada también servía para llamar al ascensor.
Podían oír cómo iba subiendo, el resonante eco de un aparato bien engrasado
en el helado hueco del ascensor. Subía con rapidez, pero todavía estaba muy
abajo. León se preguntó, y no por primera vez, cómo demonios había logrado
Umbrella construir algo semejante. El laboratorio de Raccoon City también
había sido inmenso, con Dios sabía cuántas plantas llenas de instalaciones, y
todas a gran profundidad bajo la ciudad.
Deben tener más dinero que Midas. Y un pedazo de arquitecto.
—Puede que hayamos activado alguna clase de alarma —dijo David en
voz baja—. Puede que no esté vacío.
León asintió, lo mismo que los demás. Todos se quedaron en silencio y en
tensión mientras esperaban, con John apuntando su rifle automático hacia la
puerta de rejilla.
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RESIDENT EVIL 4
INFRAMUNDO
Reston encontró el panel liso y sin ranuras, y lo abrió sin ningún
problema…, pero había una cerradura sobre el interruptor, un pequeño pasador
enganchado a la parte superior, lo que impedía que se pulsara hasta el fondo.
No fue hasta que vio la cerradura que se acordó de ello: era otra de las
precauciones tomadas por Umbrella, una que le pareció increíblemente
estúpida en aquel momento.
Las llaves, todos los trabajadores tienen un manojo, a mí me dieron uno cuando
llegué…
Reston se pasó las manos por el pelo, azuzando a su cerebro, sintiéndose
desesperado y exasperado.
¿Dónde he puesto las puñeteras llaves de seguridad?
Cuando oyó que el montacargas subía a la superficie segundos después,
fue lo único que pudo hacer para no ponerse a gritar. Tenían el código. Tenían
armas, eran cinco y tenían el código.
El montacargas tarda dos minutos en llegar arriba, todavía tengo tiempo y las
llaves están en…
En blanco. Su mente estaba en blanco, y los segundos pasaban con rapidez.
Ya había pulsado el botón de llamada, pero el montacargas no bajaría si alguien
abría la puerta de la superficie. Por lo que él sabía, los asesinos o los
saboteadores o lo que puñetas fuesen ya habrían abierto la puerta y estarían
mirando cómo subía el montacargas, esperando…
O quizás están lanzando unos cuantos kilos de explosivo plástico por el hueco…
o… ¡control! ¡Están en la sala de control!
Reston se dio la vuelta y echó a correr por el ancho pasillo, a los tres
metros giró hacia la derecha para entrar en el pequeño ramal que llevaba a la
sala de control. En su primer día en Planeta, uno de los encargados de
construcción le había enseñado dónde estaban todas las cerraduras internas:
generador de apoyo, la enfermería con las medicinas y las drogas… y el control
manual de anulación. Se había aburrido bastante a lo largo del recorrido, y
después había tirado las llaves en un cajón de la sala de control, a sabiendas de
que no las necesitaría.
Cruzó la puerta a toda prisa, y decidió que más tarde se fustigaría por
olvidarse de las llaves. Se preguntaba cómo era posible que la situación se
hubiera salido de madre en un tiempo tan corto. Hacía tan sólo diez minutos
estaba disfrutando de un poco de coñac y relajándose…
Y dentro de diez minutos, puede que estés muerto.
Reston corrió más deprisa.
El ascensor era muy grande, de al menos tres metros de ancho por cuatro
de largo. John entrecerró los ojos cuando comenzó a aparecer delante de ellos:
la fuerte luz de la bombilla sin pantalla que colgaba del techo era casi cegadora
después de todo el tiempo que llevaban en la oscuridad.
Al menos está vacío. Ahora, todo lo que tenemos que hacer es procurar no caer en
una emboscada y que nos maten cuando apretemos el botón de bajada.
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INFRAMUNDO
El ascensor se detuvo con suavidad. El pestillo que mantenía cerrada la
puerta de rejilla se abrió y ésta se deslizó hasta desaparecer en la pared. Miró a
David, quien le indicó con un gesto de la cabeza que entrara.
—Primera planta: zapatos, ropa de caballero, capullos de Umbrella —dijo,
y no le importó demasiado que los demás no se rieran. Cada uno de ellos tenía
su método preferido para enfrentarse a la tensión. Además, su sentido del
humor estaba mucho más desarrollado.
Muy por encima de ellos, pensó mientras echaba un vistazo a las paredes
del ascensor en busca de algo raro. Bueno, quizá no por encima de ellos; más
bien se trataba de que no apreciaban su fino ingenio. Lo importante es que él
lograba mantenerse alegre y entretenido, lo que impedía que se quedara helado,
incapaz de moverse, o que se convirtiera en un simple tronco inmóvil.
El ascensor parecía estar en orden, lleno de polvo pero sólido. John entró
con paso cuidadoso en su interior, con León justo detrás…, y en ese preciso
momento, John oyó un ruido, a la vez que una señal roja comenzó a parpadear
en el panel de control del ascensor.
—Quedaos quietos —dijo con un siseo, levantando la mano. No quería que
nadie más entrase hasta que hubiese comprobado qué quería decir aquella luz
roja…
La puerta de rejilla se cerró a su espalda y el pestillo se aseguró con un
chasquido. Se giró y vio que León ya estaba dentro, vio a Rebecca y a Claire
lanzarse en dirección a la puerta desde el otro lado y a David corriendo hacia el
teclado.
Se oyó un chasquido y León, que era el que estaba más cerca, avisó con un
grito a Rebecca y a Claire…
—¡Atrás!
El panel de la pared estaba bajando, estaba cortando el aire, y las chicas
retrocedieron trastabillando. John pudo ver una última imagen de sus rostros
pálidos y desencajados en la penumbra… La puerta quedó cerrada, y aunque él
no había tocado absolutamente nada, el ascensor comenzó a bajar. John se puso
en cuclillas al lado del panel de control, apretando diversos botones, y
comprendió el motivo del encendido de la luz roja.
—Es un control manual de anulación —dijo, y se puso en pie, mirando al
joven policía, sin saber qué decir. Su sencillo plan acababa de joderse por
completo.
—Mierda —dijo León, y John se limitó a asentir, pensando que lo había
resumido a la perfección.
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Capítulo 8
—Mierda —dijo Claire con un susurro, sintiéndose inútil y atemorizada,
deseando poder golpear el panel de la pared hasta que liberara a los dos
hombres.
Una trampa, era una trampa, una emboscada…
—Escuchad… está bajando —dijo Rebecca, y Claire también lo oyó.
Se giró y vio a David tecleando con una mano, con la linterna en la otra, y
una expresión preocupada en la cara.
—David… —empezó a decir Claire, pero se calló cuando David le dirigió
una breve pero intencionada mirada, una mirada que le decía que se esperara.
No había dejado de pulsar botones, y volvió a concentrarse por completo en el
panel de control.
Claire se giró hacia Rebecca, y vio que su compañera se estaba
mordisqueando el labio de puro nerviosismo mientras miraba a David.
—Debe de estar probando otra vez con todos los códigos —le susurró a
Claire, y ésta asintió, sintiendo náuseas por la preocupación; deseando ponerse
a hablar de cómo entrar en acción, pero consciente de que David necesitaba
concentrarse. Se atrevió a inclinarse un poco y a responderle en susurros a
Rebecca. Si se quedaba quieta en la fría oscuridad, perdería el control y se
volvería loca.
—¿Crees que ha sido cosa de Trent?
Rebecca frunció el ceño y luego negó con la cabeza.
—No. Me parece que hemos activado alguna clase de alarma silenciosa o
algo así. Vi una luz que se encendía dentro del ascensor justo antes de que se
cerrara la puerta.
Rebecca sonaba tan atemorizada como ella misma, y Claire pensó en lo
amigos que ella y John parecían haberse convertido. Quizá tan amigos como
ella y León. Claire alargó de forma instintiva su mano en busca de la de
Rebecca, y ésta la apretó con fuerza mientras las dos se quedaban observando a
David.
Vamos, vamos, uno de esos códigos tiene que abrirla, tiene que traerlos de
vuelta…
Pasaron unos cuantos segundos llenos de ansiedad, y David dejó de pulsar
botones. Levantó el haz de la linterna hacia el techo, y el reflejo del mismo fue
suficiente para que se vieran las caras los unos a los otros.
—Al parecer los códigos no funcionan si alguien está utilizando el
ascensor —les dijo. Su voz sonaba tranquila y relajada, pero Claire pudo ver
que tenía la mandíbula apretada, y los músculos de sus mejillas temblaban—.
Lo intentaré otra vez dentro de un momento, pero como parece que alguien
más tiene el control principal del ascensor, debemos pensar en otras opciones.
Rebecca, comienza a buscar una cámara, comprueba las esquinas y el techo. Si
vamos a estar aquí un rato, necesitamos un poco de «intimidad». Claire, a ver si
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puedes encontrar alguna herramienta que podamos utilizar para abrirnos paso
a través de la pared: un cortafríos, un destornillador, lo que sea. Si los códigos
siguen sin funcionar, intentaremos forzar la entrada. ¿Alguna pregunta?
—No —contestó Rebecca, y Claire negó con la cabeza.
—Bien. Respirad profundamente y manos a la obra.
David volvió a concentrarse en el teclado y Rebecca se dirigió hacia una
esquina, registrando el techo con su linterna. Claire inspiró profundamente y se
puso a mirar la polvorienta superficie de la mesa. Tenía varios cajones a ambos
lados. Abrió el primero de ellos, y mientras echaba a un lado todos los papeles
y los pequeños objetos que había en su interior, pensó que David se comportaba
de un modo magnífico cuando se encontraba bajo una gran presión.
Un cortafríos, un destornillador, lo que sea… Tened cuidado, por favor, tened
cuidado, y procurad que no os maten…
Claire se obligó a respirar profundamente otra vez, y luego abrió el
siguiente cajón, prosiguiendo con su búsqueda.
John se puso en cabeza, y a León no le molestó en absoluto. Puede que
hubiera sobrevivido al horror de Raccoon City, pero el antiguo miembro de los
STARS había estado metido en situaciones de combate desde hacía nueve años.
Él llevaba ventaja.
—Agáchate —le dijo John, agazapándose él mismo. Luego se tumbó por
completo boca abajo y agarró con firmeza su M-16, rodeando su musculoso
brazo con la correa—. Si es una emboscada, estarán apuntando a lo alto cuando
la puerta se abra, y nosotros les dispararemos a las rodillas. Funciona a la
perfección.
León se tumbó a su lado, apoyando su mano derecha sobre la izquierda,
con la nueve milímetros apuntando al hueco de la puerta. La oscuridad pasaba
velozmente afuera, y no se veía nada más que el pozo del ascensor cubierto de
metal.
—¿Y si no es así?
—Te levantas y te encargas de la derecha, yo lo haré de la izquierda.
Quédate dentro si puedes. Si descubres que estás apuntando a una pared, date
la vuelta y dispara bajo.
John le miró, y de manera increíble, le sonrió de oreja a oreja.
—Piensa en toda la diversión que se van a perder. Nosotros vamos a freír a
balazos a unos cuantos tíos de Umbrella, y ellos se van a quedar en la
oscuridad, muertos de frío y sin nada que hacer.
León estaba demasiado tenso como para responder a su sonrisa, aunque lo
intentó.
—Sí, hay gente con suerte —le dijo.
John meneó la cabeza, y su sonrisa desapareció.
—No podemos hacer otra cosa que bajar con el ascensor —le contestó, y a
León no le quedó más remedio que tragar saliva.
Puede que John estuviera loco, pero en eso tenía toda la razón. Estaban
donde estaban, y desear otra cosa no serviría para evitarlo.
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Tampoco pasa nada si lo hago. Dios, ojalá no hubiera entrado en este trasto…
El ascensor continuó bajando, y ambos se quedaron callados, esperando.
León agradeció que John no fuera muy charlatán. Le encantaba soltar chistes y
gracias, pero era obvio que no se tomaba las situaciones peligrosas a la ligera.
León se fijó en que estaba respirando de forma profunda y acompasada,
apuntando con su M-16, preparado para cualquier cosa que fuese a ocurrir.
León respiró profundamente varias veces, intentando relajarse en aquella
posición tumbada… y el ascensor se detuvo. Oyó un leve tintineo metálico, un
soniquete, y la puerta de reja comenzó a moverse hacia un lado, desapareciendo
en un hueco de la pared lateral. Una puerta exterior sin ventanilla comenzó a
elevarse al mismo tiempo. Una suave luz inundó el interior del ascensor… y no
vieron a nadie. Una pared de cemento alisado a unos seis metros de ellos, un
suelo de cemento también alisado. Un vacío gris.
¡Arriba, vamos!
León se puso en pie, con el corazón palpitándole a toda velocidad, y John
hizo lo mismo a su izquierda, en silencio y a mayor velocidad incluso.
Intercambiaron una mirada y ambos dieron un paso al exterior del ascensor,
con León apuntando su VP70 con un gesto rápido a la derecha, preparado para
disparar… y tampoco vio nada. Un amplio pasillo que parecía alejarse hasta un
kilómetro de distancia, y un ligero olor mezcla de polvo y desinfectante
industrial en el aire fresco. Fresco, que no frío. Comparado con la superficie,
estaban en verano. El pasillo podía medir perfectamente ciento cincuenta
metros de largo, o incluso más. Se veían unos cuantos ramales que salían a los
lados, unas cuantas lámparas colocadas a intervalos regulares en el techo y
ninguna señal… tampoco de vida.
Entonces, ¿quién nos ha hecho bajar? ¿Y por qué, si no estaban planeando
esperarnos aquí abajo con unas cuantas balas?
—Quizás están jugando al bingo —dijo John en voz baja. León miró al otro
lado, y vio que excepto por la ubicación de unos cuantos pasillos laterales, el
lado que John estaba cubriendo era prácticamente idéntico al suyo. Y estaba
igual de vacío.
Ambos entraron de nuevo en el ascensor. John alargó la mano hacia los
botones y pulsó el de subida, pero no ocurrió nada.
—¿Y ahora qué hacemos? —dijo León.
—A mí no me preguntes. El cerebro del grupo es David —le contestó
John—. Aunque yo soy el más atractivo.
—Dios, John —resopló León—. Tú eres el más veterano de los dos. Para
ya, ¿vale?
John se encogió de hombros.
—Vale. A mí me parece que quizá no es una trampa. Quizás… Si hubiese
sido una trampa, habrían intentado atraparnos a todos a la vez. Y ahora mismo
estaríamos metidos en mitad de un tiroteo. Y la casualidad. El ascensor sólo
estuvo arriba unos cuantos segundos… como si alguien se hubiese dado cuenta
de que lo habíamos llamado…
—Alguien intentó impedir que nos subiéramos, ¿verdad? —dijo León, más
que preguntarlo—. Para que no pudiéramos bajar.
John asintió.
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—Premio para el chaval. Y si es así, eso significa que alguien nos teme. Me
refiero a que no hay tipos de seguridad, ¿verdad? Quienquiera que fuese el que
nos trajo aquí abajo probablemente se largó zumbando a una habitación con
cerradura.
»En cuanto a lo que hacemos ahora —continuó diciendo—, estoy
dispuesto a escuchar sugerencias. Sería estupendo poder reunirnos con el resto
del grupo, pero si no se nos ocurre un modo de poner de nuevo en marcha el
ascensor…
León frunció el ceño, pensativo, recordando que antes de que llegar a
Raccoon City le hubiera supuesto poner fin a su carrera profesional, lo habían
entrenado para que fuera policía…
Utiliza las herramientas de las que dispones…
—Aseguremos la zona —dijo lentamente—. Sigamos el plan original, al
menos la primera parte. Reunamos a todos los trabajadores, y luego nos
preocuparemos por el tema del ascensor. Lo de Reston tendrá que esperar, de
momento…
John levantó una mano de repente, cortándolo, con la cabeza inclinada
hacia un lado. León permaneció atento, pero no oyó nada. Pasaron unos
cuantos segundos antes de que John bajara la mano. Se encogió de hombros,
pero sus ojos oscuros permanecieron alerta, y sostuvo el rifle automático con
ademán de estar preparado.
—Buena idea —dijo por fin—. Si podemos encontrar a los puñeteros
empleados. ¿Prefieres ir a la izquierda, o a la derecha?
León sonrió levemente al recordar la última vez que había tenido que
elegir en qué dirección ir. Había escogido la izquierda en el sótano del
laboratorio de Umbrella en Raccoon City, y habían llegado a un callejón sin
salida. Tener que retroceder todo aquel camino casi les había costado la vida.
—A la derecha —dijo—. La izquierda me trae malos recuerdos.
John enarcó una ceja, pero no dijo nada. A pesar de lo extraño que era,
parecía estar satisfecho con el razonamiento de León.
Quizá porque él está loco. Bueno, al menos lo bastante loco como para andar
soltando chistes en mitad de una situación como ésta.
Salieron juntos del ascensor, se adentraron en el largo y vacío pasillo y
giraron a la derecha, avanzando con lentitud, con John vigilando su retaguardia
y León atento a todas las entradas a los ramales en busca de cualquier signo de
movimiento. El primer pasillo lateral estaba a su izquierda, a menos de dos
metros de la puerta del ascensor.
—Espera —le dijo John, y se metió por el corto pasillo, caminando con
rapidez hasta la puerta que había en su extremo. Forcejeó ligeramente con el
picaporte y luego regresó rápidamente, meneando la cabeza.
—Me pareció oír algo —y León asintió, pensando en lo fácil que sería para
cualquiera matarles.
Se encierra con llave en una habitación, espera a que pasemos, y ¡pam!…
Mejor no pensar en aquello. León dejó a un lado aquella idea y
continuaron su lento avance por el pasillo, barriendo todos los rincones con sus
armas. Se dio cuenta de que su ropa interior térmica no había sido una buena
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idea en cuanto el sudor comenzó a bajarle por la espalda… Y preguntándose, de
repente, cómo podían haber ido las cosas tan mal con tanta rapidez.
Reston tuvo una idea.
Casi se había dejado llevar por el pánico después de que les oyera decir
cosas que se suponía que no debían saber, oculto en la sala de control con la
puerta abierta sólo una rendija. Cuando oyó que uno de ellos mencionaba su
nombre, sintió que el miedo le subía por la garganta como si fuera bilis, y le
llenó la mente con visiones muy detalladas de su propia muerte. Cerró la puerta
con llave, y se dejó caer al suelo mientras intentaba pensar qué hacer, ver qué
opciones tenía.
Había estado a punto de echarse a gritar cuando uno de ellos intentó abrir
la puerta, pero había logrado mantenerse muy quieto, no hacer ningún ruido en
absoluto hasta que el intruso había comenzado a alejarse. Le llevó unos cuantos
segundos recuperarse de aquello, recordar que esa situación era algo que él
podía manejar. Lo curioso es que fue la imagen de Trent lo que lo logró. Trent
no se dejaría llevar por el pánico. Trent sabría exactamente qué hacer… y desde
luego, no correría a llamar a Jackson para pedir ayuda.
A pesar de ello, estuvo a punto de descolgar el teléfono varias veces
mientras veía por los monitores cómo los dos individuos aterrorizaban a sus
trabajadores. Eran eficientes, a diferencia de sus camaradas de la superficie, que
todavía estaban intentando hacer funcionar el montacargas. Los dos intrusos
habían tardado cinco minutos en reunir a todos los trabajadores en cuanto
llegaron a la zona de descanso. Les había ayudado el hecho de que cinco de
ellos todavía estaban despiertos y jugando a las cartas en el comedor, tres de los
albañiles y dos de los mecánicos. El joven blanco se quedó vigilándolos
mientras el otro se acercaba a los dormitorios y despertaba a los demás,
obligándolos a agruparse y a dirigirse hacia el comedor.
Reston quedó decepcionado por la falta de espíritu combativo de su gente,
ni un solo luchador entre ellos, y seguía sintiendo mucho miedo. En cuanto los
equipos procedentes de la ciudad llegasen, tendría algo con lo que trabajar,
pero hasta entonces podían ocurrir todo tipo de cosas malas.
«Lo de Reston tendrá que esperar, de momento…» ¿Qué ocurrirá cuando se den
cuenta de que no estoy entre el grupo de rehenes? ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué van a
querer, si no es mantenerme secuestrado para pedir un rescate, o matarme
directamente?
Había estado a punto de llamar a Sidney, a pesar de que sabía que Jackson
se acabaría enterando, pero se arriesgaría a sufrir la desaprobación de sus
colegas, se arriesgaría a perder su puesto dentro del círculo interno si con eso
lograba sobrevivir a aquel ataque.
Estaba alargando la mano para levantar el auricular cuando se dio cuenta
de que faltaba alguien. Reston, frunciendo el ceño, se acercó más al monitor que
mostraba el comedor, olvidado ya el teléfono.
¿Dónde está el que falta? ¿Quién es el que falta?
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Reston alargó la mano y tocó la pantalla para ir señalando una por una las
caras de sueño de los rehenes. Los cinco albañiles. Los dos mecánicos. El
cocinero, los manipuladores de especimenes, los seis…
—Cole —murmuró, y frunció los labios.
El electricista, Henry Cole, no estaba allí.
Una idea comenzó a formarse en su mente, pero dependía del lugar exacto
donde estuviera Cole. Reston comenzó a pulsar los botones que controlaban las
cámaras, con la creciente esperanza de que había encontrado un modo no sólo
de sobrevivir, sino de ganar. De salir triunfante por completo.
Había veintidós pantallas en la sala de control, pero existían casi cincuenta
cámaras a lo largo de todo Planeta y de las instalaciones de la estación
«meteorológica» de la superficie. Planeta había sido construido con la idea de
poder ser vigilado por vídeo. El diseño era bastante simple: desde la sala de
control se podía ver casi cada rincón de todos los pasillos, habitaciones y
entornos, gracias a las cámaras colocadas en los puntos clave. Encontrar a
alguien era tan sólo cuestión de pulsar el botón adecuado que iba cambiando
las imágenes.
Reston revisó las estancias de prueba en primer lugar, todas y cada una de
las cámaras desde la fase Uno hasta la Cuatro. No tuvo suerte. A continuación,
probó en la zona científica, las salas de cirugía, el laboratorio químico, incluso el
recinto de estasis. Tampoco vio a nadie.
No está en la zona de los dormitorios, está claro que han sacado a todos de ahí… y
no tiene ningún motivo para estar en la superficie.
Reston sonrió de repente, enfocando las cámaras de la zona de las celdas
de contención. Cole y los dos mecánicos habían estado utilizando las celdas
para almacenar equipo, cables, herramientas y diversas piezas de maquinaria.
¡Ahí!
Cole estaba sentado en el suelo, entre las celdas uno y nueve, rebuscando
en una caja repleta de pequeñas piezas metálicas, con sus escuálidas piernas
abiertas de par en par por delante de él.
Reston volvió la vista al comedor, vio que los dos hombres armados
parecían estar hablando mientras vigilaban al apiñado e indefenso grupo de
obreros. Los otros, todavía en la superficie, continuaban pulsando botones del
teclado de control y buscando algo…
La idea tomó forma repentinamente, y las posibilidades se le fueron
apareciendo de una en una, cada una más interesante y más emocionante que la
anterior. Los datos que podría recoger, el respeto que se ganaría, el problema
que solucionaría a la vez que se promocionaba.
Podría montar las cintas para que fueran algo continuo, tendría algo que
mostrarles a mis visitantes después de la gira de inspección… y Sidney se morirá de
envidia cuando Jackson vea lo que he logrado, cómo he manejado la situación. Por una
vez, y para variar, seré el preferido…
Reston se puso en pie delante de los mandos, sin dejar de sonreír, nervioso
pero esperanzado. Tendría que darse prisa, y tendría que utilizar todo su
talento para la actuación con Cole. Eso no representaba ningún problema, si se
tenía en cuenta que llevaba treinta años de su vida desarrollándolo y
perfeccionándolo… Antes de incorporarse a Umbrella había sido diplomático.
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Funcionaría. Querían a Reston: él les entregaría a Reston.
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Capítulo 9
Cole estaba trasteando en una caja de transistores bipolares, pensando que
era un idiota. Ya debería estar durmiendo. Tenía que ser cerca de la
medianoche, y llevaba todo el día partiéndose el culo para contentar al señor
Azul, y tendría que sacar el culo de la cama dentro de seis horas para seguir
haciendo lo mismo. Estaba cansado y hasta las narices de que le increparan
porque el último capullo con una caja de herramientas que había pasado por
Planeta lo había hecho todo mal.
No es culpa mía —pensó con resentimiento—, que ese majadero no conectara
los cabezales del MOSFET antes de instalarlos. Y además, sus conductos externos son
una porquería, no pensó en la carga inductiva de Planeta… capullo incompetente…
Quizá se estaba pasando, pero no se sentía muy misericordioso después
del día que había tenido. El señor Azul le había ordenado claramente que
arreglara las cámaras de vídeo de la superficie en primer lugar… y luego le
había seguido y había insistido en que lo que él había dicho era que arreglara el
sistema de intercomunicadores en primer lugar. Cole sabía, lo mismo que los
demás trabajadores de Planeta, que aquel tío era un mierda, pero Reston era
uno de los cargos más importantes, un verdadero peso pesado, así que cuando
decía que saltaras, saltabas, y nunca se cuestionaba quién tenía razón. Cole sólo
llevaba trabajando un año para Umbrella, pero había ganado más dinero en ese
año que en los cinco anteriores juntos. Él no iba a ser quien cabreara al señor
Azul (al que llamaban así porque siempre iba vestido con un traje azul) para
que lo despidiera.
¿Estás seguro de eso? ¿Después de todo lo que has visto en las últimas semanas?
Cole dejó a un lado la caja llena de transistores y se frotó los ojos. Le
escocían y los notaba irritados. No había dormido demasiado bien desde que
había llegado para trabajar en Planeta. Tampoco es que fuera un tipo sensible, y
le importaba una mierda en lo que se gastaran los de Umbrella su dinero,
pero…
Es difícil sentirse a gusto en este sitio. Tiene mala pinta. Es un circo de
horrores.
Había montado las conexiones de energía de un laboratorio químico en la
costa oeste, había instalado un puñado de anuladores de cortocircuitos en una
megacomputadora en la otra costa y, en general, había realizado numerosos
trabajos de mantenimiento dondequiera que le llevasen a lo largo de todo el año
que llevaba trabajando en Umbrella. La paga era realmente estupenda, no era
un trabajo muy difícil, y la gente con que solía trabajar era bastante agradable.
Eran sobre todo tipos de chaqueta haciendo el mismo tipo de trabajo que él. Y
lo único que había tenido que hacer, aparte de sus tareas normales, era
prometer que no diría nada sobre lo que había visto. Había firmado un contrato
a tal efecto cuando lo habían empleado por primera vez, y aquello nunca le
había supuesto un problema. No hasta que había visto Planeta.
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Cuando Umbrella te llamaba para que hicieras un trabajo, no te explicaban
nada de nada. Sólo te decían: «Arregla eso», tú lo arreglabas y ellos te pagaban.
Las directrices de la empresa desaconsejaban de forma rotunda las discusiones
sobre el fin que tenían las instalaciones, incluso dentro de los mismos grupos de
trabajo. Sin embargo, los rumores corrían, y Cole ya sabía lo bastante sobre
Planeta como para pensar que ya no quería trabajar para Umbrella nunca más.
Para empezar, estaban aquellas criaturas, los animales de prueba. En
realidad, no los había visto, ni tampoco al ser al que llamaban Fósil, el monstruo
congelado, pero los había oído un par de veces. La primera vez fue en mitad de
la noche, un sonido aullante y chirriante que lo dejó completamente helado, un
sonido parecido al de un pájaro, pero como un chillido tremendo. La segunda
fue el día que estaba en la fase Dos, realineando una de las cámaras de vídeo,
cuando oyó un extraño ruido repiqueteante, como el de unas uñas que
golpearan una caja de madera vacía… pero el sonido también era animal.
Estaba vivo. Había oído decir que eran unos seres especialmente creados para
Umbrella, una especie de híbridos genéticos que servían para el estudio, pero
híbridos ¿de qué?. Además, todas las criaturas tenían nombres raros y
desagradables. Había escuchado cómo los tipos de investigación hablaban sobre
ellos en más de una ocasión.
Dáctilos. Escorps. Escupidores. Cazadores. Parecen un grupo interesante…
para una película de terror.
Cole se puso en pie, estirando sus cansados músculos, sin dejar de tener
pensamientos desagradables. Y también estaba Reston, por supuesto. El tipo era
un dictador de primer grado, y de la peor clase, el típico con un montón de
poder y muy poca paciencia. Cole estaba acostumbrado a tratar con directivos,
pero el señor Azul estaba demasiado arriba en la cadena alimenticia como para
que se sintiera cómodo. El tipo intimidaba todo lo que podía. Pero eso no es lo
peor, ¿verdad?
Suspiró, y echó una mirada a su alrededor, a la docena de celdas, seis en
cada pared, que se alineaban en la estancia. No, lo peor estaba justo delante de
él. En cada celda había un camastro, un retrete, un lavabo… y correas de
sujeción enganchadas a las paredes y al camastro. Y el bloque de celdas estaba a
menos de seis metros del vestíbulo del primer entorno, donde las puertas tenían
las cerraduras en el exterior.
Después de esto, voy a pensar muy seriamente en cuáles son mis prioridades.
Tengo ahorrado lo suficiente como para tomarme unas largas vacaciones, y reflexionar
un poco…
Cole suspiró de nuevo. Eso estaba muy bien, pero para más adelante. Sin
embargo, en aquel momento tenía que intentar dormir un poco. Se dio la vuelta
y se dirigió a la puerta. Apagó las luces de un manotazo mientras abría la
puerta…, y se encontró a Reston. Estaba dando la vuelta a toda prisa a la
esquina donde el pasillo principal giraba hacia los ascensores, con una
expresión de extrema inquietud.
Mierda, ¿y ahora qué?
Reston lo vio y prácticamente corrió hacia él, con su traje azul arrugado,
algo inusual, mientras sus ojos miraban nerviosamente a izquierda y derecha.
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—Henry —dijo, casi sin aliento, y se detuvo delante de él, jadeante—.
Gracias a Dios. Tienes que ayudarme. Hay dos hombres, unos asesinos, han
entrado y me están buscando para matarme. Necesito que me ayudes.
Cole se quedó tan sorprendido por su comportamiento como por lo que le
había dicho. Nunca había visto a Azul inmutarse lo más mínimo, o perder
aquella sonrisilla satisfecha que sólo poseían los increíblemente ricos.
—Yo, yo… ¿Qué?
Reston inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud.
—Lo siento. Es que yo… Han invadido Planeta. Hay dos hombres dentro
que me están buscando. Quieren matarme, Henry. Los he reconocido de un
intento de asesinato contra mí de hace seis meses. Han colocado a otro hombre
en la superficie, al lado de la puerta, y estoy atrapado, me encontrarán…
Se calló, jadeando de nuevo. ¿Estaba intentando no llorar?
Cole se lo quedó mirando, pensando: Me ha llamado Henry.
—¿Por qué quieren matarle? —le preguntó.
—Fui el encargado de llevar a cabo una adquisición hostil el año pasado,
una empresa de empaquetado. El hombre al que se la compramos era un poco
inestable mentalmente y juró que me las haría pagar. Y ahora han venido,
acaban de encerrar a todo el mundo en la cantina, pero sólo me quieren a mí.
He llamado pidiendo ayuda, pero no llegarán a tiempo. Henry, por favor, ¿me
ayudarás? Yo, yo… te recompensaré, te lo prometo. No tendrás que volver a
trabajar, tus propios hijos no tendrán que volver a trabajar…
La súplica evidente en los ojos de Reston era tan desconcertante que le
impidió a Cole decirle que no tenía hijos. El hombre estaba aterrorizado, su cara
arrugada estaba temblorosa, y su cabello plateado estaba despeinado en
mechones. Cole lo hubiera ayudado incluso aunque no le hubiera ofrecido
dinero.
Bueno, quizás.
—¿Qué quiere que haga?
Reston casi sonrió de alivio, y alargó la mano para agarrarle del brazo.
—Gracias, Henry. Gracias. No… No lo sé. Si pudieras… Sólo me quieren a
mí, así que si pudieras distraerles de algún modo…
Frunció el ceño, todavía con los labios temblorosos, y luego miró por
encima del hombro de Henry a la pequeña habitación que era la antesala de la
entrada a los entornos.
—¡Esa habitación! Tiene una cerradura por la parte de fuera, y es la
entrada a Uno… Si pudieras atraerlos hacia ti, y meterte en Uno… Los podría
encerrar dentro, podría cerrar todo el lugar en cuanto salieras. Podrías pasar
directamente hasta Cuatro y salir por la zona médica. Yo te la abriría en cuanto
ellos quedaran atrapados.
Cole asintió, indeciso. Debería funcionar, si no fuese porque…
—¿No se darán cuenta de que no es usted? Bueno, me refiero a que deben
tener una fotografía suya o algo parecido, ¿verdad?
—No serán capaces de verlo. Sólo te verán por un segundo, cuando doblen
la esquina, y desaparecerás inmediatamente. En cuanto estén dentro, yo cerraré
el lugar… Puedo esconderme en el bloque de celdas..
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Los ojos claros de Reston estaban brillando por la acumulación de lágrimas
no derramadas. El tipo estaba desesperado… y por lo que se refería al plan,
tampoco estaba mal.
—Sí, vale —le dijo, y la mirada de gratitud del hombre mayor casi fue
reconfortante.
Casi. Si fuese un ser humano en condiciones, lo sería.
—No te arrepentirás de esto, Henry —le dijo Reston, y Henry se limitó a
asentir, sin saber qué más decir.
—No le pasará nada, señor Reston —comentó por fin, sintiéndose
incómodo—. No se preocupe.
—Estoy seguro que llevas razón, Henry —le contestó Reston antes de
darse la vuelta y dirigirse hacia el oscuro bloque de celdas sin decir ni una sola
palabra más.
Cole se quedó allí de pie durante un segundo, y luego se encogió de
hombros y se quedó mirando a la pequeña habitación, nervioso pero también
un poco irritado. El señor Azul estaba asustado, pero seguía siendo el mismo
capullo.
Nada de «Tú tampoco te preocupes, Henry», o «Ten cuidado». Ni siquiera un
«Buena suerte, espero que no te peguen un tiro por equivocación»…
Meneó la cabeza y entró en la pequeña habitación. Al menos, si ayudaba a
aquel pez gordo, probablemente podría dormir, quizás incluso irse de Planeta y
de Umbrella sin mayores problemas. Sólo Dios sabía lo mucho que necesitaba el
descanso: en los últimos días le había costado horrores dormir bien…
Por lo menos, Rebecca encontró la cámara. Era una lente de poco más de
un centímetro, oculta en la esquina suroeste del edificio, a unos tres centímetros
del techo. Había llamado a David, y él la había cubierto con la mano, deseando
haber hecho una comprobación más exhaustiva del lugar antes de meter a su
equipo. Había sido un estúpido. Casi con toda seguridad John y León estaban
muertos por su culpa.
Claire, en su búsqueda, había encontrado un rollo de cinta adhesiva, pero
poco más. David había tapado el agujero con la cinta mientras se preguntaba
qué iban a hacer. Hacía mucho frío, tanto, que no sabía cuánto tiempo pasaría
antes de que empezaran a perder reflejos. Los códigos ya no funcionaban, haría
falta mucho más de lo que tenían para abrir la entrada sellada, y dos miembros
de su equipo estaban en algún lugar de las instalaciones subterráneas, quizás
heridos, quizá moribundos…
O infectados. Infectados como Karen o como Steve fueron infectados, sufriendo,
perdiendo poco a poco su humanidad…
—Para ya —le dijo Rebecca, y él se bajó de la mesa que habían empujado
hasta la esquina.
Él medio sabía a qué se refería ella, pero no estaba preparado para
admitirlo. Rebecca tenía la capacidad de adivinar sus pensamientos en el peor
momento posible.
—¿Qué pare de qué?
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Rebecca se le acercó, mirándolo fijamente a los ojos y tapando un poco el
haz de su linterna.
—Sabes de qué hablo. Tienes esa mirada, y la conozco. Te estás diciendo
que todo esto es culpa tuya. Que si hubieras actuado de un modo diferente,
ellos todavía estarían aquí.
Él lanzó un suspiro.
—Te agradezco tu preocupación, pero éste no es el momento más
apropiado para…
—Sí, sí que lo es —le contestó, interrumpiéndolo—. Si vas a empezar a
echarte la culpa, no pensarás con la claridad necesaria. Ya no somos los STARS,
y tú ya no eres el capitán de nadie. No es culpa tuya.
Claire se había acercado hasta ellos, y en sus claros ojos grises se podía ver
una mirada de curiosidad y de interés a pesar de la expresión de preocupación
que mostraban sus delicados rasgos.
—¿Piensas que es culpa tuya? No lo es. Yo no lo pienso.
David levantó ambas manos.
—¡Dios, vale! No es culpa mía, y podremos pasar un rato analizando de lo
que sí soy responsable cuando salgamos de aquí, pero, de momento, por ahora,
¿podemos concentrarnos en el problema que tenemos delante?
Ambas jóvenes asintieron, y aunque se alegraba de haber detenido la
sesión de terapia antes de que hubiera empezado, se dio cuenta de que no sabía
qué hacer a continuación, qué tareas encargarles aparte de las que ya habían
realizado, cómo iban a resolver aquella crisis, qué decir o cómo decirlo. Era un
momento terrible. Estaba acostumbrado a tener algo contra lo que luchar, algo
frente a lo que reaccionar o contra lo que disparar o contra lo que planear, pero
su situación parecía ser estática, parecía haberse estancado. No existía un
camino claro para resolver el problema, y aquello era todavía peor que la
culpabilidad que sentía por su falta de previsión.
Y justo en ese momento, oyó el distante zumbido de un helicóptero que se
acercaba, un lejano palpitar que no podía ser otra cosa… y aunque hasta cierto
punto era una solución, era la peor de todas.
Ningún lugar donde ponerse a cubierto excepto este conjunto de edificios, y nunca
lograríamos regresar a la furgoneta, sólo tenemos dos o tres minutos…
—Tenemos que salir de aquí —dijo David mientras comenzaba a pensar en
todo lo que tendrían que hacer si querían tener una oportunidad de sobrevivir,
incluso cuando ya estaban corriendo hacia la puerta.
Los trabajadores fueron pan comido. Se produjeron algunos momentos
tensos cuando los levantaron de sus camastros en las habitaciones a oscuras,
pero todo había transcurrido sin incidentes. Aun así, John había observado con
cuidado a dos de ellos cuando los había conducido hasta la cantina, donde León
seguía vigilando a los jugadores de cartas. Eran, sobre todo, dos en concreto;
ambos tipos musculosos con aspecto de dárselas de machote, y un individuo
flaco y nervioso de ojos hundidos que al parecer no podía parar de lamerse los
labios. Era algo compulsivo: cada pocos segundos su lengua salía disparada, se
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movía velozmente entre los labios y luego desaparecía durante unos cuantos
segundos. Inquietante.
Sin embargo, no había tenido problemas. Había catorce hombres, pero
ninguno tuvo ganas de ponerse a jugar a ser el héroe después de que John les
diera unas cuantas razones. Había sido breve y claro:
—Hemos venido en busca de algo, no tenemos intención de herir a nadie,
sólo queremos que os mantengáis al margen mientras estamos aquí. No seáis
estúpidos y no os pegaremos un tiro.
Bien fuera por la lógica del asunto o por el M-16, aquello había sido
suficiente para convencerles de que sería mejor no discutir.
John se quedó en la puerta que daba al extenso pasillo, de espaldas a ella
mientras vigilaba al grupo de aspecto infeliz que estaba sentado en mitad de la
gran sala, alrededor de una larga mesa. Unos cuantos parecían cabreados, otros
parecían atemorizados, y la mayoría parecían cansados. Nadie dijo una palabra,
lo que dejó aliviado a John. No quería tener que preocuparse de que alguien
provocara un incidente.
A pesar de la certidumbre razonable que sentía de que todo iba bien, le
alegró oír el ligero golpeteo en la puerta. León sólo había estado ausente unos
cinco minutos, pero le había parecido mucho más tiempo. Entró con un trozo
largo de cadena y un par de perchas de alambre.
—¿Algún problema? —le preguntó León en voz baja. John negó con la
cabeza sin dejar de observar al grupo, que se mantenía en silencio.
—Han estado tranquilos y callados —le contestó—. ¿Dónde has
encontrado la cadena?
—En una caja de herramientas que estaba en una de las habitaciones.
John asintió, y luego habló más alto, sin dejar de mantener un tono de voz
tranquilo.
—Muy bien, señores, estamos a punto de irnos. Les agradecemos su
paciencia…
León le dio un ligero codazo.
—Pregúntales si Reston está aquí —le dijo con un susurro.
John suspiró.
—¿Crees que nos lo van a decir a nosotros?
El joven se encogió de hombros.
—Merece la pena intentarlo, ¿no? Cosas más raras han pasado…
John carraspeó para aclararse la garganta antes de hablar de nuevo.
—¿Está un individuo llamado Reston entre ustedes? Tenemos que hacerle
una pregunta. No pretendemos hacerle daño.
Los hombres se los quedaron mirando a los dos, y John se preguntó, por
un instante, si sabían lo que estaban haciendo allí. No parecían nazis, sino un
puñado de currantes. Tipos que trabajaban a base de bien y a los que les
gustaba tomarse un par de cervezas después de un día de trabajo duro. Eran,
eran… tíos.
¿Y qué aspecto tenían los nazis? Esta gente es parte del problema, trabajan
para el enemigo. No van a ayudarnos…
—Azul no está aquí.
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Era un tipo grande con barba, que sólo llevaba puesta una camiseta y unos
calzoncillos largos, uno de los individuos que John había estado vigilando más
de cerca. Tenía la voz carrasposa y parecía irritado. Su cara seguía hinchada por
el sueño.
John miró a León, sorprendido, y vio que el novato tenía esa misma
expresión en el rostro.
—¿Azul? —preguntó John—. ¿Se refiere a Reston?
Un hombre que estaba sentado en el otro extremo de la mesa, de cabellos
largos y manos manchadas de grasa asintió.
—Sí. Y es el señor Azul para ti.
El sarcasmo era evidente. Algunos de los miembros del grupo
intercambiaron miradas de odio… y un par de risas flojas.
Trent dijo que Reston es uno de los tipos importantes. Y casi todo el
mundo odia a su jefe… ¿pero hasta el punto de meterse con él delante de un par
de terroristas?
Reston debía ser realmente impopular.
—¿Hay algún otro que trabaje aquí y que no esté en esta habitación? —les
preguntó León—. No queremos sorpresas…
La implicación era obvia, pero también era obvio que no iban a sacar nada
más de los empleados allí reunidos. Puede que odiaran a Reston, pero John
pudo darse cuenta por sus brazos cruzados y por sus miradas que no iban a
hablar de uno de sus compañeros. Si es que había alguien más en las
instalaciones, algo que él dudaba mucho. Trent había dicho que había poco
personal…
Lo que significa que probablemente fue Reston el que nos hizo bajar, lo que
significa que podríamos matar dos pájaros de un tiro si lo encontramos: tendríamos el
libro y le obligaríamos a poner el ascensor en funcionamiento otra vez. Encerramos a
Reston en algún cuartito, regresamos con David y las chicas, y nos vamos antes de que
ocurra algo inesperado de nuevo.
John le hizo un gesto de asentimiento a León con la cabeza y empezaron a
retroceder hacia la puerta. John se dio cuenta de que no quería irse sin más, que
sentía algo parecido a la comprensión por aquellos hombres a los que había
sacado casi a rastras de la cama. No mucha, pero al menos, alguna.
—Vamos a cerrar del todo esta puerta —les dijo—, pero estarán bien hasta
que la compañía envíe a alguien. Tienen comida… y si no les importa que les dé
un pequeño consejo, escuchen con atención: los de Umbrella no son los buenos.
Les paguen lo que les paguen, no es suficiente. Son unos asesinos.
Las miradas sin expresión los siguieron hasta que salieron del lugar. León
cerró la puerta doble y comenzó a montar el cierre improvisado, metiendo la
cadena por los tiradores y doblando las perchas para unirla. John se acercó unos
cuantos pasos hasta la siguiente esquina y miró a lo largo del extenso pasillo
gris en el que habían entrado al salir del ascensor. Podían continuar el camino
que habían tomado al principio para seguir buscando a Reston. Había otra
esquina no muy lejos de la zona de descanso del personal…
Pero no está por ahí —pensó al recordar el ruido que creyó oír cuando
bajaron del ascensor—. Está en algún lugar del sitio por donde vinimos.
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León acabó de asegurar la cadena que cerraba las puertas y se acercó a él,
con la cara un poco pálida, pero todavía entero.
—Ya, ahora qué… ¿Nos ponemos a buscar a Reston?
—Sí —le respondió John, pensando que el chaval lo estaba haciendo
bastante bien, teniendo en cuenta las circunstancias. No tenía demasiada
experiencia, pero era listo, tenía agallas, y no se arredraba bajo la tensión—.
¿Estás bien?
León asintió.
—Sí. Yo sólo… ¿Crees que están bien allí arriba?
—No, creo que se les está helando el culo de esperarnos —le contestó John
con una sonrisa, y esperó que fuese así: que Reston, después de anular el
sistema del ascensor, no hubiese soltado a los perros o cualquiera que fuese el
equivalente que tenía aquel lugar.
O que hubiese llamado pidiendo ayuda…
—Vamos a lo nuestro —le dijo John, y León volvió a asentir. Se dieron la
vuelta para recorrer otra vez el pasillo por donde habían venido para resolver la
situación.
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Capítulo 10
Salieron a la oscuridad de la noche, con el batir de los rotores del
helicóptero sonando cada vez más cerca. Rebecca vio sus luces a menos de un
kilómetro al noroeste, vio que estaba inmóvil en el aire, con el reflector
apuntando a la llanura desértica.
La furgoneta, han descubierto la furgoneta.
Claire también se había percatado de aquello, pero David estaba mirando
a los edificios parecidos a almacenes que estaban a su espalda a la vez que se
descolgaba el rifle del hombro, con su intensa mirada estudiando su
disposición. Rebecca apenas podía verlo con la pálida luz de la luna.
—Tendrán que posarse en el exterior de este lugar, al otro lado de la valla
—les explicó—. Seguidme, y manteneos cerca de mí.
Empezó a trotar hacia la oscuridad, con el sonido de las hélices del
helicóptero aumentando a su espalda.
Dios, espero que pueda ver mejor que yo, pensó Rebecca empuñando con
fuerza su pistola de nueve milímetros, sintiendo el frío metal contra sus dedos
ateridos. Ella y Claire empezaron a correr detrás de David, que se dirigía hacia
una de las estructuras a oscuras, en concreto la segunda de la izquierda en la
hilera de cinco. No sabía la razón por la que había escogido aquélla, pero David
tendría algún motivo, siempre lo tenía.
Corrieron hacia el espacio en negro que se abría entre el primer y el
segundo edificio, unos cinco metros de sedimento árido y prensado que se
extendía por delante de ellos hasta una distancia indeterminada. El aire helado
le abrasaba los pulmones, y salía en vaharadas de vapor que ella no podía ver.
El tronar del helicóptero ahogó el sonido de sus pasos y le impidió oír la mayor
parte de lo que David le estaba diciendo mientras se paraba, con una puerta a
cada lado de donde ellos estaban.
—… escondernos hasta que… no podemos… volver…
Rebecca negó con la cabeza y David lo dejó, girándose hacia la izquierda y
señalando con su arma la puerta del primer edificio. Rebecca y Claire le
siguieron. Rebecca se preguntó qué estaba tramando. Si la gente del helicóptero
aterrizaba para empezar a buscar, cosa que harían sin duda, la puerta
acribillada a balazos les delataría. Parecía estar hecha a base de alguna clase de
plástico de alta densidad, pero no destacaba por ninguna otra característica.
Tenía un tirador y una cerradura en vez de una apertura por tarjeta. El edificio
en sí parecía construido con cierto tipo de material de estuco, sucio y
polvoriento, y no se podía distinguir su color. La estructura que estaba detrás
de ellos presentaba el mismo aspecto. Ninguno de los dos tenía ventanas.
El haz del foco del helicóptero estaba recorriendo la valla situada en la
parte delantera del complejo, y su resplandor iluminaba la fría noche como una
llama brillante. Unos torbellinos de polvo se alzaban en el aire, ensuciándolo, y
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Rebecca pensó que quizá tenían un minuto como máximo antes de que los
encontraran. El lugar tampoco era tan grande. ¡Bang-bang-bang-bang!
La mayor parte del ruido quedó ahogado por el rugido del motor del
helicóptero. Rebecca pudo ver la fila de agujeros incluso en la oscuridad, todos
concentrados alrededor de la cerradura. David dio unos pasos y le propinó una
fuerte patada a la puerta, luego otra… y salió despedida hacia dentro,
convertida en un hueco negro en la pared.
El rayo de luz volvió a pasar por encima del complejo de edificios, y la
panza hinchada del helicóptero les sobrevoló casi por encima mientras el foco
iluminaba el otro lado del primer edificio. El bramido de su motor y la
tremenda polvareda que estaba levantando le hicieron sentir a Rebecca como si
la Muerte se estuviese acercando. No la muerte de todos los días, sino la Muerte
con mayúscula, esa bestia mitológica de poder inmisericorde y decisión
inamovible…
David se giró y las tomó a ella y Claire de la mano, empujándolas con
firmeza hacia la puerta abierta. En cuanto la cruzaron, les indicó con un gesto
que se detuvieran y que le esperaran. David desenfundó su pistola, cruzó al
trote el espacio abierto, y se quedó de pie cerca de la puerta del segundo
edificio. Giró su cuerpo un poco y… ¡BANG!
El proyectil de nueve milímetros resonó con mayor fuerza que el calibre
5.65 del rifle automático, pero apenas se oyó cuando el helicóptero comenzó a
recorrer la hilera donde se encontraba, y la puerta salió disparada hacia dentro.
David se metió en el interior de un salto, justo en el momento que el foco
iluminaba el terreno que los separaba. Medio segundo más tarde, y la luz
cegadora lo habría enfocado. Los casquillos de los disparos de David quedaron
perdidos, por suerte, en mitad de aquel torbellino de nubes de polvo que los
azotaban y que les hacía difícil respirar. Se giró y vio que Claire había metido la
cara dentro de su camiseta negra, y la imitó. El aire frío y lleno de partículas de
tierra quedó filtrado por la lana, y a pesar del ruido ensordecedor, Rebecca
pudo percibir el sonido de los latidos de su corazón, veloces y atemorizados, en
los oídos.
Un segundo más tarde, la luz pasó de largo. Otro segundo después, el
polvo pareció comenzar a asentarse, aunque era difícil de decir debido a la
oscuridad. La repentina ausencia de luz implicaba que sus ojos tendrían que
acostumbrarse de nuevo a la oscuridad…
—¿Estás bien?
Rebecca dio un salto a causa del susto cuando David le gritó prácticamente
delante de la cara, sin ser más que una sombra justo enfrente de ella. Claire dejó
escapar un pequeño grito.
—¡Lo siento! —les dijo David—. ¡Vamos! ¡Al otro edificio!
Rebecca, que apenas veía nada, salió trastabillando, con Claire a su lado.
David se colocó a sus espaldas, tocándoles los hombros para guiarlas hacia el
segundo edificio. El helicóptero todavía se estaba alejando de ellos, en dirección
sur, pero se quedaría sin nada que observar en muy poco tiempo, y entonces
aterrizarían y se acercarían a registrar el lugar. Todos sabían que el helicóptero
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era de Umbrella; la única duda era saber cuántos hombres habían enviado, y si
los capturarían para interrogarlos o los matarían directamente.
Cuando atravesaron la puerta del segundo edificio, Rebecca se dio cuenta
de lo que David había hecho. Los sicarios de Umbrella verían la primera puerta
acribillada a balazos y supondrían que su objetivo se había escondido allí.
Y sólo hizo un disparo a la cerradura de la puerta de este edificio. Al final acabarán
viendo el agujero, pero eso nos da algo más de tiempo…
O eso esperaba ella. La oscuridad era casi tan fría como la del exterior, y
olía a polvo acumulado. Apareció una pequeña fuente de luz: la linterna que
David estaba tapando con una mano, y que les sirvió lo justo para ver que
estaban rodeados de cajas. Cajas grandes, cajas pequeñas, de cartón y de
madera, apiladas en estanterías y en el suelo hasta el techo inclinado. En el
breve instante que David iluminó con la linterna la enorme estancia, vieron que
tenía que haber miles de cajas.
—A ver qué puedo hacer con la puerta y para cortar las luces —dijo
David—. Buscad un sitio donde escondernos. Es nuestra mejor opción hasta
que sepamos cuántos son y qué táctica van a emplear. Puede que tengan visores
nocturnos, no nos sirve el suelo. Tiene que ser en lo alto y en una esquina. Lo
mejor serían las estanterías. ¿Entendido?
Ambas asintieron y la luz se apagó, dejándolos a todos en la oscuridad
más absoluta. Antes, al menos, podía distinguir las siluetas y las sombras. En
ese momento, Rebecca no era capaz de ver ni siquiera la mano que puso delante
de su cara.
—¿Qué esquina? —susurró Claire, como si la helada oscuridad en la que
se encontraban exigiera silencio.
Rebecca alargó una mano, encontró la de Claire y la colocó en su propia
espalda.
—A la izquierda. Vamos hacia la izquierda hasta que tropecemos con algo.
Oyó un susurro de movimientos a sus espaldas: era David que se afanaba
con sus preparativos. Rebecca inspiró profundamente, puso las manos por
delante de ella y comenzó a avanzar lentamente.
Todas las puertas que daban al pasillo estaban cerradas con llave, a
excepción de un pequeño trastero situado más allá del ascensor. Allí no
encontraron absolutamente nada de interés, a no ser que las estanterías repletas
de rollos de toallas de papel y montones de vasos de plástico fueran algo
interesante. Intentaron de nuevo poner en marcha el ascensor, pero no hubo
suerte, y no encontraron ninguna caja de fusibles ni ningún mando manual de
control cerca del mismo. No se sorprendió, pero León sintió una punzada de
inquietud. Los otros tres ya tendrían que estar realmente preocupados…
¿Y tú no lo estás? ¿Qué pasa si ha ocurrido algo malo allí arriba? Quizá la zona
de pruebas de este lugar está allí arriba precisamente. Y quizá Reston ha soltado a
algunos de los especímenes guerreros de Umbrella, y Claire está ahora mismo…
—¿Qué te parece que si nos encontramos con otra puerta cerrada con llave
utilicemos las granadas? Yo tengo dos —le dijo John con un tono de voz
irritado.
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Acababan de intentar abrir la novena puerta del silencioso pasillo, y casi
habían llegado a la esquina situada más al norte. Por lo que sabían, era posible
que ya hubiesen pasado de largo del sitio donde estaba Reston, o del corredor
que les podía llevar hasta él.
—Al menos, veamos lo que hay al otro lado de la esquina antes de
empezar a hacer saltar cosas por los aires —le contestó León, aunque él también
estaba perdiendo la paciencia. No es que le importara dañar la propiedad de
Umbrella, no, pero es que aquélla no era su prioridad: quería reunir al equipo lo
antes posible. Ya habían decidido que si no lo encontraban en poco tiempo,
regresarían a la cantina e intentarían que uno de los trabajadores arreglara el
ascensor, y que Reston se fuera al diablo. La misión sería un fracaso, pero al
menos todos estarían vivos para luchar otro día.
Eso suponiendo que todos continuemos con vida…
Llegaron a la esquina y se detuvieron. John alzó su M-16 y bajó la voz.
—¿Te cubro?
León asintió, y se acercó más a la pared interna.
—A la de tres. Una… dos… tres…
Se alejó un paso de la pared con toda rapidez y se agachó apuntando con
su semiautomática al extremo occidental del pasillo al mismo tiempo que John
se asomaba con el rifle por la esquina. El pasillo era mucho más corto, no
llegaba a veinte metros, y acababa en una estancia abierta y sin puerta. Había
una puerta a la izquierda… y alguien cruzó el espacio abierto en el extremo del
pasillo, la silueta presurosa de un hombre.
Reston.
León le vio, un tipo delgado, no demasiado alto, con unos pantalones
vaqueros y una camisa de trabajo de color azul. El señor Azul, justo como lo
habían descrito…
—¡Alto! —gritó John.
Reston se giró, asombrado… y desarmado. Vio el M-16 y se alejó casi de
un salto de la puerta de doble hoja, quizás en dirección a una salida… León
echó a correr, moviendo los brazos para conseguir mayor velocidad, pero John
le sobrepasó a plena carrera. Llegaron a la habitación en un instante, y allí
estaba Reston, intentando abrir desesperadamente una puerta situada a la
derecha. Echó una mirada aterrorizada por encima del hombro cuando entraron
en tromba en la estancia, con los ojos abiertos de par en par por el pánico.
—¡No se abre! —gritó con una voz cargada de histeria—. ¡Abra la puerta!
¿Con quién habla?
—Déjalo ya, Reston —le dijo John con voz ronca…
Una compuerta metálica a sus espaldas bajó hasta cerrar la abertura,
encerrándolos en la habitación con un chasquido tremendo. León bajó la vista, y
se dio cuenta de que el suelo era de acero… y sintió la primera punzada de
intranquilidad.
Reston se giró con los brazos en alto y sus delgados rasgos deformados por
el miedo.
—Yo no soy él, no soy Reston —balbuceó, y su pálida faz se cubrió de
sudor…
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Detrás de ellos apareció una cara en la ventanilla de la compuerta de
metal, con los rasgos deformados por la gruesa hoja de plexiglás, pero que
obviamente estaba sonriendo. Era un hombre mayor, vestido con un traje de
color azul oscuro…
Oh, no…
El individuo desvió la mirada un momento, alargó la mano para tocar algo
que León no pudo ver… y una voz suave y culta llegó a la habitación
procedente de un altavoz colocado en el techo.
—Lo siento, Henry —dijo el hombre, con la cara deformada por el cristal—
Permítanme que me presente: me llamo Jay Reston. Quienesquiera que sean,
me alegro mucho de haberles conocido. Bienvenidos al programa de pruebas de
Planeta.
León miró a John, quien no había dejado de apuntar con su rifle al casi
histérico Henry. Él le devolvió la mirada, y León pudo ver en sus ojos negros
que John empezaba a darse cuenta de la situación a la vez que él mismo.
Estaban metidos hasta el cuello en la mierda.
¡Sí!
Reston empezó a reírse a carcajadas. Los pistoleros estaban atrapados, y
los tres de la superficie probablemente ya habrían sido eliminados por los
equipos enviados por Umbrella. Había logrado manejar la situación, y lo había
hecho de un modo magnífico.
Claro que no es tan divertido si no tienes a nadie cerca para que lo aprecie… pero
también tengo una audiencia atrapada, ¿verdad?
—No estaba previsto iniciar el programa hasta dentro de veintitrés días —
dijo Reston, sonriendo de oreja a oreja, mientras ya se imaginaba la expresión
del hinchado rostro de Sidney—. Llegado ese momento, iba a poner en marcha
la prueba inicial de nuestro programa, cuidadosamente diseñado, para un
grupo de gente extremadamente importante. Iba a incluir sólo especímenes, no
habíamos planeado utilizar humanos en las distintas fases todavía, y mucho
menos soldados. Pero ahora, gracias a vosotros, podré mostrarle a mis invitados
una grabación de vídeo de la razón para la que fueron creados nuestros
especímenes. Siento deciros que vuestros amigos de la superficie ya habrán sido
capturados a estas horas, pero creo que vosotros tres seréis suficientes. Sí, creo
que lo haréis bastante bien.
Reston se echó a reír otra vez, incapaz de contenerse.
—Quizá queráis matar a Henry antes de empezar. Al fin y al cabo, sólo
será una carga para vosotros, y ha sido él quien os ha atraído, ¿verdad?
—¡Cabrón!
Henry Cole se apartó de la pared y entonces se abalanzó hacia la
compuerta. Empezó a golpearla con los puños, pero los cinco centímetros de
metal ni siquiera resonaron o se estremecieron.
Reston meneó la cabeza, sin dejar de sonreír.
—Lo siento, de verdad, Henry. Te echaremos mucho de menos. No
acabaste de arreglar el sistema de intercomunicadores, ¿verdad? O el sistema de
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audio… Al menos, conectaste éste, y te estoy muy agradecido por ello. ¿Se me
oye con claridad ahí dentro? ¿No hay interferencias ni chasquidos?
Fuese cual fuese la rabia demoníaca que se había apoderado del
electricista, desapareció, y el hombre se derrumbó contra la compuerta,
respirando de forma jadeante. El más grande de los dos hombres armados, el
tipo musculoso de piel oscura que llevaba el rifle automático, se acercó hasta la
ventana con una expresión amenazadora.
—No vas a hacernos pasar por ninguna de tus pruebas —le dijo, con su
voz profunda y temblorosa por la rabia—. Adelante, mátanos, porque no
estamos solos… y Umbrella va caer, y no importa si nosotros vamos a estar
presentes o no para verlo.
Reston suspiró
—Tienes razón en lo de que no vais a estar presentes. En cuanto al resto…
sois algunos de esos miembros de los STARS, ¿verdad? Vosotros y vuestros
ataques ridículos no son nada para nosotros. Sois unos mosquitos, una simple
molestia. Y participaréis aunque no queráis…
—Participa de esto —le respondió John, y se agarró la entrepierna. El gesto
fue inconfundible a pesar de la gruesa hoja de plexiglás.
Qué vulgar y soez. Los jóvenes de hoy no tienen ningún respeto por sus
mayores…
—John, ¿por qué no utilizas una de tus granadas? —dijo el otro hombre
con voz tranquila, y Reston suspiró de nuevo.
—Las paredes son de acero recubierto de escayola, y la compuerta puede
aguantar mucho más de lo que podáis llevar encima. Sólo lograréis volaros a
vosotros mismos en pedazos. Sería una pena, pero si tenéis que hacerlo,
hacedlo.
No parecieron capaces de ofrecer una respuesta ingeniosa a aquello. Nadie
habló, aunque Reston siguió oyendo los jadeos de Cole a través del
intercomunicador. De todas maneras, ya se había cansado de pincharlos. Los
equipos de superficie le llamarían a la sala de control en poco tiempo, y debía
estar allí.
—Caballeros, si me disculpan —les dijo—. Debo atender a otros asuntos,
como por ejemplo, soltar a nuestras mascotas para que entren en sus nuevos
hogares. Sin embargo, estén tranquilos, porque seguro que estaré observando
su debut. Al menos intenten superar las dos primeras fases, si pueden.
Reston se apartó de la ventana, se acercó al panel de control de su
izquierda, e introdujo el código de activación. Uno de los individuos comenzó a
gritar que no estaban dispuestos a hacerlo, que no podía obligarlos…, y en ese
momento, Reston pulsó un botón verde y grande, el que al mismo tiempo abría
la compuerta que daba a Uno y liberaba un gas lacrimógeno en la pequeña
antesala desde unas aberturas en el techo. Regresó a la ventanilla, interesado
por ver lo efectivo que era el proceso.
Una neblina blanca descendió en pocos segundos desde lo alto, ocultando
a los tres hombres. Reston escuchó sus gritos y cómo empezaban a toser, y un
segundo más tarde distinguió el chasquido de la otra compuerta al bajar, lo que
significaba que habían pasado al otro lado. Las placas de presión del suelo, al
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quedar desactivadas, pusieron en marcha un sistema de ventilación del lugar
que vació la habitación de gas en menos de un minuto.
Muy bonito. Tendría que acordarse de felicitar al diseñador que hubiera
recomendado semejante sistema.
—Tomaré nota —le dijo Reston a la habitación vacía.
Se alisó las solapas del traje y se dio media vuelta para dirigirse a la sala de
control, emocionado por ver cómo se comportarían aquellos individuos frente a
las nuevas adquisiciones de la familia Umbrella.
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Capítulo 11
A Cole no le quedó más remedio que seguir tambaleante a los asesinos,
medio asfixiado y sintiendo náuseas, con el corazón lleno de odio y miedo.
Reston le había abandonado a una muerte segura, el tipo incluso había animado
a los asesinos para que lo mataran. Ya no sabía si realmente eran asesinos, no
sabía quiénes se suponía que eran esos STARS, no sabía nada aparte de que le
escocían los ojos y que no podía respirar.
Al menos, que lo hagan con rapidez, por favor, que sea rápido e indoloro…
Atravesaron la abertura que llevaba a Uno, y la compuerta se cerró con un
chasquido a su espalda. Cole se apoyó en el frío metal mientras intentaba
recuperar el aliento y las lágrimas salían por debajo de sus párpados cerrados.
No quería ver cómo apretaban el gatillo, preferiría no tener que sufrir el
suspense antes de morir. Morir en sí ya le parecía bastante malo. Quizá
simplemente me dejen aquí.
La pequeña esperanza que aquella idea le trajo fue aplastada
inmediatamente cuando una mano grande y ruda lo agarró por el brazo y lo
sacudió.
—¡Eh, levanta!.
Cole abrió a regañadientes sus ojos llorosos, parpadeando con rapidez. El
hombretón negro lo estaba mirando desde arriba, y parecía estar lo bastante
cabreado como para empezar a golpearle. Su rifle estaba apuntándole al pecho.
—¿Quieres explicarme qué cojones es este sitio?
Cole se aplastó contra la puerta. Su voz salió a borbotones, tartamudeante.
—Fase Uno. El bosque.
El hombre puso los ojos en blanco.
—Sí, el bosque. Eso ya lo veo. Pero ¿por qué?
¡Dios, es enorme!
El tipo tenía músculos encima de los músculos. Cole sacudió la cabeza,
seguro de que iba a recibir una gran paliza, pero sin saber con seguridad qué
era lo que le estaba preguntando.
El otro se acercó hasta ellos, con aspecto de estar más molesto que furioso.
—John, Reston también le ha jodido a él. ¿Cómo te llamabas? ¿Henry?
Cole asintió, intentando desesperadamente no cabrear a nadie.
—Sí, Henry Cole. Reston me dijo que habíais venido a matarlo, y me dijo
que me quedara allí, que sólo iba a encerraros, juro por Dios que no sabía que
iba a hacer esto…
—Tranquilo —le dijo el hombre más pequeño—. Me llamo León Kennedy,
y él es John Andrews. No hemos venido aquí a matar a Reston…
—Aunque deberíamos haberlo hecho —murmuró John mirando a su
alrededor.
León continuó hablando como si John no hubiera dicho nada.
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—… ni a nadie. Sólo queríamos algo que se supone que Reston tiene, eso
es todo. Bien, ¿qué puedes decirnos de ese programa de pruebas?
Cole tragó saliva, y se limpió la cara de lágrimas. León parecía sincero…
Además, ¿qué otras opciones tienes? Puedes dejar que te disparen, que te dejen
aquí solo o cooperar con estos tíos. Tienen armas, y Reston dijo que los especímenes de
prueba habían sido diseñados para luchar contra personas, y ¡oh mierda! ¿cómo me he
metido en este follón?
Cole miró a su alrededor, a la fase Uno, y se quedó sorprendido de lo
diferente que parecía, ahora que estaba allí encerrado, lo… amenazante. Los
enormes árboles artificiales, los arbustos de plástico y los leños sintéticos caídos
en el suelo. Con la tenue luz y la atmósfera cargada de humedad, con las
paredes oscuras y el techo pintado, casi parecía un bosque de verdad en mitad
de la caída de la noche.
—No sé demasiado —les dijo Cole, mirando a León—. Hay cuatro fases:
bosque, desierto, montaña y ciudad. Todas son bastante grandes, del tamaño de
dos campos de fútbol pegados por los lados anchos, no me acuerdo de las
medidas exactas. Se dice que tienen que ser hábitats apropiados para esos
animales híbridos de prueba. Incluso les iban a proporcionar animales vivos,
como ratones, conejos y cosas así. Umbrella está poniendo a prueba alguna
clase de control de enfermedades, y se suponía que los animales de prueba, con
un sistema circulatorio muy similar al humano, o algo así, serían un buen
material de estudio…
Se fue quedando callado al darse cuenta de la mirada que los dos hombres
habían intercambiado cuando empezó a hablar de las criaturas de prueba.
—¿De verdad te has creído todo eso, Henry? —le preguntó John con una
expresión neutral en su rostro, al parecer sin estar cabreado ya.
—Yo… —comenzó a decir Cole, pero cerró la boca y se quedó pensativo.
Pensó en el sueldo increíble y en la política de la empresa de no preguntar
sobre nada de nada. Sobre las preguntas que les hacía cualquiera que fuese la
persona encargada de supervisar los trabajos…
¿Te gusta trabajar aquí? ¿Crees que te están pagando lo bastante?
… y sobre las celdas… y sobre las correas para atar…
—No —dijo, y sintió una oleada de vergüenza por su ignorancia
deliberada. Debería haberlo sabido. Lo hubiera sabido si se hubiera atrevido a
mirar con más atención—. No, no me lo creo. Ya no.
Ambos desconocidos asintieron, y Cole se sintió aliviado al ver que John
cambiaba ligeramente la posición de su rifle y apuntaba en otra dirección.
—Entonces, ¿sabes cómo salir de aquí? —le preguntó John.
Cole afirmó con la cabeza.
—Sí, claro que sí. Todas las fases tienen unas puertas que las conectan.
Están en esquinas alternas. Tienen un pestillo, pero nada de llaves o así, excepto
la última, Cuatro, que tiene un cerrojo por la parte de fuera.
—Así que la primera puerta a la que queremos llegar está por ahí, ¿no? —
le preguntó León señalando hacia el sureste. Estaban en la esquina noroeste.
Desde donde ellos estaban, la pared más alejada ni siquiera era visible debido a
la densidad del bosque falso. Cole sabía que había al menos un claro de tamaño
respetable, pero aun así, sería un pequeño paseo si querían llegar al otro lado.
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Cole asintió.
—¿Qué puedes decirnos de esos animales de prueba? ¿Qué aspecto tienen?
—inquirió John.
—Nunca los he visto. Yo sólo estaba aquí para montar cables, ya sabéis,
cámaras, conductos y cosas así. —Les miró a uno y a otro—. Pero tampoco
pueden ser tan malos, ¿verdad?
Las expresiones que vio en sus rostros no eran muy alentadoras. Cole
estaba punto de empezar a preguntarles a ellos qué le podían contar a él cuando
en el aire resonó un fuerte traqueteo metálico, como el de una gigantesca puerta
que estuviera siendo alzada. Llegaba procedente de sus espaldas, de la pared
occidental, y Cole sabía que las jaulas de los animales estaban en esa zona…
Un segundo más tarde sonó un chillido agudo y penetrante que atravesó el
aire, un largo y gorjeante sonido al que se le unió rápidamente otro, y otro más
y otro, hasta que fueron demasiados como para poder diferenciarlos.
También se oía un eco rítmico, tan fuerte que, por un momento, Cole no
pudo distinguir qué era… y cuando lo hizo, estuvo a punto de lanzar un grito.
Alas. Era el sonido de unas gigantescas alas que batían el aire.
Estaban a cinco metros por encima del suelo, sobre una doble fila de cajas
de madera en una esquina del almacén. Incluso el más mínimo movimiento los
hacía tambalearse un poco, lo que intranquilizaba bastante a Claire.
No es suficiente que John y León hayan desaparecido, o que estemos
escondiéndonos de un puñado de matones de Umbrella. No, tenemos que subirnos al
Monte Precario en una nevera a oscuras. Como uno de nosotros estornude demasiado
fuerte, nos vamos todos al suelo.
—Esto es una mierda —susurró, tanto para romper el tenso silencio como
para desahogarse. El helicóptero había dejado de sonar en el exterior, pero
todavía no habían oído a nadie moverse fuera.
Se sorprendió al notar que el cuerpo de Rebecca, que estaba a su lado,
empezaba a temblar, y oyó una risita contenida: la joven bioquímica estaba
intentando impedirlo, y no lo estaba pasando bien. Claire sonrió, sintiéndose
satisfecha de un modo absurdo.
Pasaron unos cuantos segundos, y Rebecca consiguió hablar por fin.
—Sí. Tienes tanta razón —y ambas tuvieron que contener las carcajadas.
Las cajas se balancearon suavemente.
—Por favor —dijo David con voz nerviosa. Él estaba encima de la segunda
pila de cajas, al otro lado de Rebecca.
Claire y Rebecca se calmaron, y de nuevo un silencio tenso y expectante se
apoderó de ellos. Estaban colocados en la esquina noroeste, ambas tumbadas
sobre sus estómagos, con las pistolas apuntando hacia la pared enfrente de
ellas, hacia la zona donde estaba la puerta. David les había dicho que había dos
puertas. Él estaba encarado hacia la que se encontraba al sur, cubriendo aquella
por la que habían entrado.
Las risitas liberadoras de tensión habían relajado un poco a Claire. Seguía
sintiendo frío, seguía teniendo miedo por John y por León, pero la situación no
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le parecía tan terrible. Desde luego, era mala, pero se había encontrado en
circunstancias mucho peores.
En Raccoon City estaba sola. Además, tenía que cuidar de Sherry, y el señor X nos
perseguía, estábamos rodeadas por un cargamento de zombis de mierda que tuvimos que
atravesar, y también estábamos perdidas. Al menos, ahora tengo una cierta idea de lo
que ocurre y contra lo que nos enfrentamos. Incluso un ejército de majaderos de gatillo
fácil no es tan malo como no saber lo que pasa…
Se oyó un ruido en el exterior del almacén. Alguien estaba tirando de la
puerta que Rebecca y ella tenían que cubrir: un tironeo rápido y luego todo
quedó en silencio de nuevo… excepto que Claire pudo distinguir el sonido de
unos pasos furtivos que resonaban sobre el suelo, fuera.
Están comprobando las puertas. Y si el truco de David con las cerraduras no es
convincente, o se les ocurre mirar con detenimiento…
Al menos, tenían a David cubriéndolas. Era un tipo increíble, tranquilo y
eficiente, y con la mente más ágil que ella jamás hubiera conocido. Era como si
supiese qué hacer, de un modo instantáneo, sin importar lo que estuviese
sucediendo. Incluso en aquel momento: David les había comentado que
probablemente realizarían un barrido directo, que empezarían por un extremo
o por el otro, y que registrarían los edificios por equipos.
Un estratega militar, sin duda.
Claire repasó mentalmente lo que les había dicho, que no era un plan sino
más bien una lista de «Y si pasa esto…». Aun así, tener algo en lo que
concentrarse era un alivio.
Si sólo entra un equipo, tres o menos individuos, nos quedamos quietos y no nos
movemos hasta que se vayan. Nos dirigimos hacia la puerta contraria a por la que hayan
salido y esperamos. Cuando oigamos que están al otro lado, salimos y vamos hacia la
valla. Si entran y nos descubren, les disparamos. Abatimos a los demás uno por uno a
medida que vayan entrando por la puerta, luego bajamos y echamos a correr.
Si entran dos o más equipos, esperamos hasta que David lance su granada y luego
disparamos. Lo mismo si tienen gafas de visión nocturna: la granada los cegará. Si
logran contestar a nuestros disparos, bajamos por la parte de atrás y utilizamos las cajas
como cobertura…
Las otras variables desaparecieron cuando oyó que la otra puerta se
estremecía. Se estremecía… y luego era abierta de una patada. ¡Blam!
La puerta se abrió de par en par, y un rectángulo de pálida claridad
apareció en la penumbra. El brillante rayo de una linterna atravesó la
oscuridad, recorriendo por encima una hilera de cajas antes de volverse hacia la
puerta.
Se oyó un suave chasquido… y luego un exabrupto susurrado.
—¿Qué pasa? —dijo otra voz, también susurrando.
—No hay luces. —Se produjo una pausa—. Bueno, vamos. De todos
modos, probablemente estén en el otro edificio, no acabaron de abrir la
cerradura de esta puerta.
Gracias a Dios. Bien hecho, David.
Los dos iban a ponerse a registrar, pero ninguno sospechaba de su
presencia.
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Apareció un segundo haz de linterna, y Claire pudo distinguir a duras
penas unas figuras humanas recortadas detrás de dos intensos focos de luz.
Ambos eran hombres por el tono de su voz. Comenzaron a avanzar, con los
haces de luz pasando de un lado a otro de los montones de cajas y similares.
Quédate quieta, no te muevas, espera. Claire cerró los ojos, sin querer que
ninguno de los dos hombres se sintiera observado. Una vez oyó decir que ése
era el truco para esconderse sin que te pillaran: no mirar.
—Yo miraré al sur —susurró una de las voces, y Claire se preguntó si
tendrían idea de lo bien que el sonido se desplazaba en los espacios abiertos.
Podemos oíros, idiotas. Una idea divertida, pero estaba aterrada. Los zombis al
menos no tenían armas.
Las luces se separaron. Una se alejó de ellos, y la otra comenzó a acercarse.
Menos mal que apuntaba hacia abajo. Quienquiera que fuese, no era capaz de
imaginarse que las personas podían subirse a las cajas.
Por mí, vale. Tú sólo date prisa y sal de aquí. Deja que nos larguemos en silencio
sin tener que pelear.
David dijo que regresarían a por John y León cuando los de Umbrella se
hubieran marchado. También comentó que probablemente dejarían un guardia,
quizá dos, pero que encargarse de un guardia sería mucho más fácil que tener
que enfrentarse a toda una escuadra…
Un rayo de luz iluminó el rostro de Claire, y el resplandor la obligó a
cerrar los ojos.
—¡Eh!
Un grito de sorpresa procedente de abajo, y luego… ¡bang!, un disparo, y
sintió tanto como oyó que algo debajo de ella cedía, a la vez que Rebecca soltaba
una exclamación cuando la pila de cajas comenzaba a caer hacia atrás.
Claire se dio de espaldas contra la pared y se agarró a la caja donde ellas
habían estado tumbadas mientras oía todo un coro de gritos procedente del
exterior y veía el resplandor anaranjado de las ráfagas de disparos del arma de
David… y con un ruido estruendoso, todas las cajas cayeron al suelo, y Claire se
precipitó en la oscuridad.
John sintió que se le helaba la sangre cuando oyó aquel poderoso aleteo y
los gritos penetrantes. No le gustaban los pájaros, nunca le habían gustado, y
tener que enfrentarse a una bandada de pájaros de Umbrella, en un bosque
artificial y surrealista…
—Cojones —dijo, y alzó su M-16, apretando con firmeza la culata de
plástico contra su hombro.
León también estaba apuntando su arma a lo alto. El techo estaba al menos
a unos cinco metros de los árboles más altos, y lo habían pintado de un color
azul oscuro, como el atardecer. Los árboles tenían distintos tamaños, desde los
tres metros hasta los ocho o diez metros de altura, y John distinguió en lo más
alto de todos ellos unas «ramas» que claramente servían como perchas para que
se posaran los pájaros, y cada una tenía el grosor de una pelota de baloncesto.
Esos pájaros deben de tener unas garras bastante grandes si necesitan algo así
para posarse…
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El extraño gorjeo había cesado, y John ya no oía el sonido de aleteo… pero
se preguntó cuánto tardarían los pájaros en decidirse a buscar una presa.
—Tienen que ser pterodáctilos —susurró Cole, con voz temblorosa—.
Dáctilos.
—Estás de broma —musitó John, y distinguió con su visión periférica que
el trabajador de Umbrella negaba con la cabeza.
—Quizá no son los de verdad, es sólo un sobrenombre que oí.
Era evidente que Cole estaba aterrorizado.
—Vamos hacia esa puerta —dijo León mientras comenzaba a entrar en el
falso y sombrío bosque.
Vaya que sí.
John empezó a seguirle, tres, cinco metros, intentando mantener la vista
alzada y mirar por dónde pisaba al mismo tiempo. Tropezó casi enseguida
cuando una de sus botas golpeó una roca de plástico, y logró a duras penas no
caerse completamente de bruces.
—Esto no va a salir bien —dijo—. Cole… ¿Henry?
Miró atrás y vio que Cole todavía estaba agazapado contra la compuerta,
con el rostro sudoroso y pálido mirando al cielo.
Al techo, maldita sea…
León se había parado y los estaba esperando, sin dejar de mirar entre las
ramas espaciadas entre sí.
—Te tengo cubierto —le indicó.
John deshizo el camino andado, furioso, frustrado y con una sensación de
tremenda incomodidad: estaban en un situación apurada. David y las chicas
podían estar luchando en ese mismo instante por sus vidas, allá en la superficie,
y él no estaba dispuesto a perder tiempo animando a un lacayo aterrorizado de
Umbrella. Aun así, no podían dejarlo allí atrás, no sin al menos intentarlo.
—Henry. Eh, Cole.
John alargó la mano y le palmeó en el brazo, y Cole por fin bajó la vista y
lo miró. Sus ojos castaños estaban velados por el miedo, eso era evidente.
John suspiró, y sintió un poco de pena por el individuo. Por todos los
diablos, tan sólo era un electricista, y parecía que la ignorancia había sido su
único crimen de verdad.
—Mira, entiendo que tengas miedo, pero si te quedas aquí, lo único que
vas a lograr es que te maten. León y yo ya nos hemos enfrentado antes con las
mascotas de Umbrella, así que lo mejor que puedes hacer es venir con nosotros.
Además, nos vendría bien tu ayuda. Tú conoces mejor este lugar que nosotros.
¿Vale?
Cole asintió, tembloroso.
—Sí, vale. Lo siento. Es que yo… es que tengo miedo.
—Bienvenido al club. Los pájaros me dan escalofríos. Lo de volar está muy
bien, pero son tan raros, con esos ojos brillantes como cuentas de vidrio, y esos
pies escamosos… ¿Has visto alguna vez a un ratonero? Tienen cabeza de
escroto.
John fingió temblar de asco y miedo, y vio que Cole se relajaba un poquito,
y que incluso intentaba sonreír.
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—Vale —dijo Cole de nuevo, esa vez con mayor firmeza. Fueron
caminando hasta donde León los estaba esperando, sin dejar de observar arriba.
—Henry, como nosotros tenemos las armas, ¿qué tal si te pones en cabeza?
—le sugirió John—. León y yo estaremos vigilando las alturas, así que
necesitaremos un camino despejado para no tener que preocuparnos de andar
tropezando con lo que haya por el suelo. ¿Crees que podrás hacerlo?
Cole asintió, y aunque todavía tenía un aspecto un poco pálido, John se
dio cuenta de que mantendría el tipo. Al menos, durante un rato.
Su guía se colocó delante de León y se dirigió aproximadamente hacia el
suroeste, siguiendo una retorcida senda a través del extraño bosque. León y
John lo siguieron, y John se dio cuenta rápidamente de que tener a Cole de guía
no representaba una gran diferencia.
Si no miras por dónde vas, te vas a caer —se dijo después de tropezar por
sexta vez con un «tronco» caído—. No hay forma de rodearlos.
Los dáctilos, como los llamaba Cole, todavía no habían aparecido ni
habían hecho ningún otro ruido. Mejor: John creía que cruzar un bosque de
plástico ya era tarea suficiente. Era una sensación muy extraña ver los árboles y
los arbustos de aspecto tan realista y notar la humedad en el aire… y darse
cuenta al mismo tiempo de que no había olores a tierra o a seres vivos, ni brisa
ni leves sonidos de movimiento, ni bichos. Era una experiencia parecida a un
sueño, y uno inquietante.
John seguía avanzando, con la vista fija en el entrecruzamiento de ramas
por encima de sus cabezas, cuando Cole se detuvo.
—Estamos… hay una especie de claro delante de nosotros —dijo.
León se giró frunciendo el ceño y miró a John.
—¿Lo rodeamos?
John avanzó un poco más y miró a través de los árboles, distribuidos
aparentemente al azar, para observar el claro. Tenía unos quince metros de
largo como mínimo, pero John prefería no pasar por allí: que un pterodáctilo te
atacara en picado no parecía nada divertido.
—Sí. Henry, gira a la derecha. Vamos a…
El resto de sus palabras se perdieron cuando un chillido agudo y
gorgoteante inundó todo el bosque antinatural, y una sombra marrón grisácea
apareció de repente en el claro y voló hacia ellos, extendiendo unas garras de
treinta centímetros de largo.
John vio unas alas de dos o tres metros de largo, cuyas puntas de aspecto
correoso acababan en unos garfios curvados. También distinguió un pico
aullante y lleno de dientes, un cráneo alargado y esbelto, unos ojos negros y
lisos del tamaño de platillos de café, brillantes…
Él y León empezaron a disparar cuando la criatura se posó en la primera
fila de árboles. Sus enormes garras abrieron varios surcos en el duro plástico, y
extendió sus grandes alas membranosas en un esfuerzo por mantener el
equilibrio…
¡Bang-bang-bang! Aparecieron unos cuantos agujeros en su delgada piel y
unos delgados hilos de sangre aguada comenzaron a salir de las aberturas. El
animal chilló, desde tan cerca que John no pudo oír el sonido de los disparos,
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no pudo oír nada más aparte del chillido agudo y tembloroso… y la criatura se
dejó caer, aterrizando en el suelo oscuro, replegando las alas… Se puso a
caminar hacia ellos sobre sus codos, como un murciélago, avanzando a saltitos
entre los árboles acribillados, lanzando unos breves graznidos, casi como
ladridos. Otro aterrizó en el claro a su espalda, provocando una pequeña brisa
sin olor cuando cerró las alas. Abrió el pico y dejó al descubierto unos pequeños
dientes aserrados…
Esto va mal, mal, mal…
El animal que corría hacia ellos estaba a menos de dos metros cuando John
logró apuntarle a la cabeza, en el redondo ojo brillante, y apretó el gatillo.
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Capítulo 12
El más alto, John, apuntó con su rifle automático al Avi y disparó una
ráfaga. Los proyectiles, como un torrente de destrucción, alcanzaron al dáctilo
en su estrecho cráneo y destrozaron su parte posterior, lanzando un chorro de
fluidos oscuros que mancharon los árboles recién pintados. Los dos ojos
reventaron como globos llenos de agua.
Maldita sea. Poca resistencia. Es por culpa de los huesos huecos… Reston
observó cómo el otro pistolero apuntaba con su arma contra el segundo dáctilo
que se había posado en el claro. Incluso sin sonido, Reston pudo ver que la
pistola saltaba tres, cuatro veces, en la mano del individuo y que los proyectiles
impactaban al espécimen en su delgado pecho. El esbelto cuello del dáctilo se
agitó de un lado a otro en una temblorosa danza de muerte, antes de
desplomarse en el suelo, sangrando.
No vio posarse a ningún otro animal, pero los tres hombres se batieron en
retirada hacia lo profundo del bosque. El pobre Cole parecía estar bastante
desquiciado, con la boca abierta de par en par, como en un aullido silencioso, y
el cabello prácticamente pegado al cráneo por el sudor, con todos los miembros
temblando.
Se lo merece por no poner en marcha el sistema de audio. La falta de sonido era
irritante, aunque supuso que la grabación no perdería por aquello. Todo el
mundo sabía ya cómo sonaban las balas y los gritos.
Los tres se alejaban en dirección oeste. Reston cambió de cámara, pasando
de la que estaba colocada en el árbol a la que le daba una panorámica desde la
pared norte. Estaba claro que Cole intentaba llevarlos hasta la puerta que daba a
la otra fase… aunque también era evidente que ahora había un segundo espacio
abierto, y de mayores dimensiones, en su camino. Sin embargo, al menos de
momento, los dáctilos también se habían retirado. En general, solían acercarse a
los espacios abiertos. Los intrusos sólo habían matado a dos de ellos, lo que
significaba que quedaban seis especímenes sanos para darles la bienvenida en
la «pradera».
Reston había soltado a todas las criaturas en sus hábitats justo después de
que le llegara una llamada de un tal sargento Steve Hawkinson, el hombre
encargado de la operación en la superficie. Tan sólo había informado a Reston
de que dos equipos de Umbrella, nueve hombres incluido él, estaban
comenzando a rastrear el conjunto de edificios, y que el vehículo de transporte
había sido localizado. Todavía estaban en la zona a menos de que dispusieran
de un segundo vehículo, una posibilidad bastante remota. Reston le dijo que la
cámara de la entrada había sido inutilizada por uno de los intrusos, le ordenó
que le informara en cuanto se produjese cualquier novedad, y se preparó para
disfrutar del espectáculo.
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Se sirvió otro coñac mientras miraba cómo los tres avanzaban
serpenteando a través de los árboles, con John apuntando hacia arriba, y el otro
vigilando las sombras que les rodeaban…
Él también necesita un nombre. Tenemos a Henry, a John y a… ¿Rojizo? Su pelo
es algo rojizo…
No era así, pero serviría, lo mismo que «dáctilos» servía para los Avi. Por
supuesto, no existía ninguna clase de relación con los pterodáctilos. «Av» se
refería a aves, y de hecho, los dáctilos se parecían más a los murciélagos que a
ninguna otra cosa. Lo que ocurría es que ya existían demasiados en la serie de
mamíferos. Los criadores de especímenes, a petición del propio Jackson, habían
añadido nuevas especies en la clasificación para lograr una mayor claridad,
utilizando algunos de los contribuyentes de segundo grado al registro genético
de esa especie. Como, por ejemplo, los escupidores, que estaban más cerca de
las serpientes que de las cabras, pero que habían sido designados Ca6, por
copra debido a las pezuñas hendidas…
Y los dáctilos se parecen a los pterodáctilos, o al menos, al concepto actual que
tenemos de ellos, pensó Reston mientras miraba la pantalla donde aparecía la
entrada de la jaula. Dos de los animales permanecían dentro. El cuerpo
musculoso y ahusado, el estrecho pico, la curvatura ósea sobre la parte superior
de la cabeza, las alas fibrosas… Lo cierto es que eran bastante elegantes, a su
brutal modo. Los dos que se habían quedado dentro de la «cueva» situada al
otro lado de aquel escenario estaban evidentemente nerviosos, caminando de
un lado a otro sobre sus alas dobladas y agitando sus cabezas en un vaivén
permanente. Reston no sabía mucho de biología, pero sí sabía que cazaban
siguiendo el movimiento y el olor, y que sólo dos de ellos podían abatir a un
caballo en menos de cinco minutos.
Sin embargo, no son tan eficientes cuando se les dispara. Tampoco es que
supusiera mucha diferencia. Los Avi habían sido diseñados para actuar en
situaciones del Tercer Mundo, donde los machetes seguían siendo más
numerosos que los rifles. Era malo que murieran con tanta rapidez, y los
manipuladores se disgustarían por las pérdidas, pero de todas maneras
hubieran tenido que superar alguna clase de prueba frente a las armas de fuego.
Y hablando de eso…
Los tres hombres se estaban acercando al segundo claro y saliéndose del
ángulo de visión de la cámara. Ése sería el lugar donde los dáctilos harían su
jugada. Reston se inclinó para ver mejor, dándose cuenta de que las imágenes
que estaba grabando podrían acabar con su carrera… pero que a pesar de ese
hecho, estaba disfrutando a base de bien con todo aquello.
David empezó a disparar en cuanto el rayo de luz del sicario los descubrió,
y oyó el disparo de una única arma por debajo de ellos… Sintió cómo la madera
se astillaba a su izquierda y una lluvia de trocitos de madera se estrellaba contra
su brazo. Estaba demasiado concentrado en abatir al oponente como para dejar
de disparar, pero supo, con un repentino temor, que estaban a punto de caerse,
que las dos jóvenes se estrellarían contra el cemento si no hacía algo…
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RESIDENT EVIL 4
INFRAMUNDO
Un instante después, él mismo estaba cayendo cuando las planchas de
madera situadas bajo él desaparecieron de repente, haciendo que se desplomara
hacia la helada oscuridad. David mantuvo empuñada su arma, alargó los
brazos y flexionó las rodillas en el medio segundo que duró la caída a oscuras…
y luego sus rodillas contra el cartón, contra una caja que no había visto y que se
deshizo bajo su peso, amortiguando la caída. Se puso en pie de forma inmediata
y se giró hacia la otra linterna, que todavía estaba brillando en mitad del
almacén. El primer individuo ya había caído. No había tiempo para comprobar
cómo estaban Rebecca y Claire… los gritos procedentes del exterior estaban casi
encima de ellos.
El portador de la linterna cayó bajo la corta ráfaga de proyectiles que
David disparó con su M-16 en un arco de metro y medio contra la oscuridad
que había tras la luz. Los estampidos secos de los disparos resonaron en los
pasillos formados por las cajas, y cuando la linterna cayó al suelo, acompañada
de un breve grito de dolor y sorpresa, David giró su arma hacia la puerta.
Venga, vamos, entrad…
¡Rrrratatatatataatttt!
Unos disparos de metralleta procedentes del exterior recorrieron todo el
ancho de la puerta… pero nadie entró. David se movió hacia la izquierda y
respondió con una ráfaga de su arma, aunque no esperaba darle a nadie. Las
balas se estrellaron inútilmente en el marco de la puerta. Necesitaba conseguir
algo de tiempo para ellas, aunque tan sólo fueran unos cuantos segundos.
—Auuh… —Un leve quejido de dolor a su espalda.
—¡Rebecca! ¡Claire! ¡Informad! —susurró con voz tensa, sin dejar de
vigilar el rectángulo pálido y vacío del hueco de la puerta.
—Yo… Claire, quiero decir, yo estoy bien, pero me parece que ella está
herida… ¡Maldita sea!
David sintió que su corazón se paraba por un momento y retrocedió un
paso, pensando en varias ideas a la vez, con un nudo en el estómago a causa del
miedo. Había pasado menos de medio minuto desde el primer disparo, pero el
equipo de Umbrella ya habría rodeado el edificio, si es que eran tan buenos
como creía. Necesitaban salir de allí antes de que los atacantes se organizaran
por completo.
—Claire, acércate hasta mí, sigue mi voz. Necesito que cubras la puerta. Si
ves algo, aunque sea una sombra, dispara a matar. ¿Entendido?
Oyó unos sonidos furtivos mientras hablaba y alargó la mano hacia ella,
hasta tomarla del brazo,
—Espera —le dijo, y soltó otra descarga contra el marco de la puerta.
Se descolgó inmediatamente el M-16 del brazo y se lo entregó a Claire
mientras la metralleta respondía a su vez con más disparos. Sus balas se
esparcieron por todas direcciones en la oscuridad.
—¿Sabes utilizar esto?
—Sí…
Sonaba nerviosa pero capaz de aguantar la presión.
—Bien. En cuanto lo diga, vamos a empezar a movernos hacia la puerta
oeste. Tú nos cubrirás.
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INFRAMUNDO
Ya se estaba girando hacia la esquina donde debía estar Rebecca. Oyó otro
murmullo ahogado de dolor y fijó el punto donde se encontraba, moviéndose
con rapidez. Se dejó caer de rodillas y comenzó a palpar frente a él en busca de
la chica herida. Sintió un tacto sedoso bajo los dedos: el cabello de Rebecca.
Recorrió su rostro con las dos manos, notando la sensación pegajosa de la
sangre caliente.
—Rebecca, ¿puedes hablar? ¿Sabes dónde estás herida?
Una tos… y luego sintió que sus dedos le tocaban el brazo, y supo que
estaba bien incluso antes de que le hablara.
—Me di un golpe en la nuca —le dijo con voz baja pero clara—. Quizá
tenga una conmoción, me he hecho un daño de mil pares de diablos en el
cóccix, las piernas parecen funcionar…
—Voy a ayudarte a levantarte. Si no puedes andar, yo te llevaré, pero
tenemos que irnos ya…
Como para demostrar que llevaba razón, sonó otra ráfaga de metralleta
procedente del exterior…, y un grito que le hizo ponerse en marcha incluso
antes de que hubiera acabado de decirlo.
—¡Fuego en el agujero!
David se giró, se levantó, tiró de Claire desde atrás mientras la avisaba con
un grito.
—¡Cierra los ojos! —le dijo mientras cerraba los suyos por si era una
granada incendiaria, y rezaba para que no fuera una de fragmentación…
Oyó el chasquido sordo del disparo de un lanzagranadas, seguido de una
pequeña implosión y un siseo, lo que le indicó que era una granada de gas. Se
apartó de Claire, sintió que ella se sentaba a su lado y oyó su respiración
agitada y temerosa.
Por favor, Dios, que no sea gas sarin, o soman, que nos quieran pillar vivos…
En pocos segundos, la nariz de David empezó a moquear con fuerza y sus
ojos se llenaron de unas lágrimas incontenibles, y sintió una oleada de alivio.
No era un gas nervioso, sino uno lacrimógeno. El equipo de Umbrella los quería
sacar mediante el humo.
—Puerta oeste —dijo David, y Claire tosió como respuesta afirmativa.
El compuesto químico se había dispersado de forma rápida en el frío aire,
y era un arma muy efectiva, aunque afortunadamente no era letal.
David se dio la vuelta y sintió que una mano le rozaba el pecho.
—Puedo… andar —le dijo Rebecca entre toses. David le pasó el brazo por
los hombros de todas maneras y se dirigió hacia la puerta, moviéndose con toda
la rapidez que podía en la oscuridad. Escuchó jadear a Claire mientras se
mantenía a su par. David se apresuró hacia delante, haciendo planes e
intentando no inspirar demasiado profundamente. Habría gente en ambas
puertas, esperando…
… pero, ¿cuánto de cerca? Querrán estar justo allí, aguardando para someter a
sus asfixiadas víctimas…
Tenía una idea. Cuando se aproximaron a la pared, David buscó en su
riñonera, sacando la granada antipersona y sujetando la anilla.
—¡Claire, Rebecca, detrás de mí!
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Todavía a ciegas en la oscuridad, las lágrimas solamente dolían; no
interfirieron en su propósito cuando alzó su 9 mm y lo paseó ante él hasta
encontrar la puerta.
¡BAM!
Descerrajó la puerta, abriendo un agujero en su borde, y escuchó los gritos
de sorpresa de los hombres del exterior. Sin apenas una pausa, David abrió la
puerta del todo —¿cuánto habrá hasta la valla? ¿Cincuenta, sesenta metros…?— y
lanzó la granada con suavidad hacia fuera, cerrando la puerta tan rápido como
pudo, apoyando su peso contra ella y rogando a Dios porque fuese lo bastante
resistente…
… y ¡KA-WHAM!, la puerta luchó contra él mientras la onda expansiva
lanzaba polvo y metralla como una bestia salvaje que intentase abrirse camino.
David aguantó el segundo que duró. La ensordecedora explosión de la M68 dio
paso a gemidos y aullidos de dolor, apenas audibles por encima del zumbido
de sus oídos y el dolor de sus pulmones.
—¡Cubre la derecha y ve hacia la izquierda! —gritó, y pateó la puerta, con
la H&K apuntando a un lado y al otro. La pálida luz de la luna le mostró
solamente tres hombres, todos caídos, todos heridos y gritando, todavía vivos
por lo que pudo ver a través del velo de sus lágrimas.
Kevlar, de cuerpo entero seguramente…
Esperarían una huida al frente, hacia su vehículo, así que David giró a la
izquierda. Fijó su llorosa mirada en la oscura valla mientras Claire y Rebecca se
tambaleaban al exterior tras él, tosiendo y llorando.
—Valla —les dijo, tan alto como pudo atreverse, y sostuvo a Rebecca
deslizando el brazo por su cintura. Pasaron sobre uno de los hombres caídos,
encogiéndose ante su ensangrentado rostro, y comenzaron a correr agachados,
con Claire justo detrás. Ella se mantenía cerca de ellos, con el M-16 apuntado
hacia atrás al resto del recinto.
Buena chica, lo conseguiremos, pasaremos la valla y daremos un rodeo
apartándonos de la furgoneta, internándonos en el desierto…
Corrieron, acortando la distancia con más rapidez de la que David podría
haber esperado, la valla estaba a solo diez yardas tras el edificio en el que
habían estado, el edificio que había escogido precisamente por eso; las demás
construcciones se curvaban hacia el frente, a demasiada distancia, y el primero
habría sido demasiado evidente…
… ya casi habían llegado a la valla cuando alguien disparó una metralleta
desde la oscuridad que tenían delante, cubierto por el otro lateral del edificio.
Como mínimo uno de los miembros del equipo de Umbrella había pensado con
lógica e interceptaba la ruta imprevista.
Claire se ocupó, devolviendo el fuego, las veloces ráfagas de las dos
automáticas unidas en un dúo explosivo.
O le alcanzó o el tirador invisible se había puesto a cubierto cuando Claire
acribilló la oscuridad con los 223.
Rebecca necesitará ayuda.
—¡Claire! ¡Arriba! —gritó David, cogiendo el M-16. Ella se lo entregó y
girándose escaló fácilmente la valla.
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—¡Rebecca, sube!
David apretó el gatillo y lo mantuvo así, rociando de balas la fría noche, y
oyendo disparos de respuesta por todos lados al mismo tiempo. Tres, quizá
cuatro enemigos… Oyó un grito a su espalda, de Rebecca, que sólo estaba a
mitad de camino de la reja metálica. Unas cuantas gotas tibias le cayeron a
David en la cara, y dejó de disparar inmediatamente, saltando para atraparla
antes de que se cayera.
—¡Yo me encargo! —dijo Claire desde el otro lado de la valla, y comenzó a
disparar con su pistola a través de la reja metálica. Los proyectiles de su nueve
milímetros resonaron con fuerza, pero David sintió que su pulso latía con
mayor fuerza todavía. Rebecca estaba pálida y jadeaba trabajosamente. Era
obvio que sentía dolor… pero logró mantenerse sobre la valla, e incluso trepar
un poquito mientras David se encaramaba y se colocaba a horcajadas para
ayudarla a subir.
La medio arrastró hasta pasarla por encima del extremo superior, y en
cuanto Claire alargó los brazos para ayudarla, David se giró y comenzó a
disparar a su vez contra los atacantes que se acercaban, todavía ocultos en las
sombras, y la furia que sentía secó las últimas lágrimas causadas por la química.
Cabrones hijos de puta, sólo es una chiquilla… El M-16 se quedó sin balas, y bajó de
un salto. Rebecca se colocó entre ellos, apoyada sobre todo en David, y se
alejaron trastabillando hacia la oscura y congelada noche desértica.
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Capítulo 13
A los pocos minutos del ataque, León se dio cuenta de que Cole no estaba
en condiciones de ir en cabeza. El trabajador de Umbrella caminaba a ciegas, y a
duras penas seguía la dirección en la que necesitaban ir, más por casualidad
que por voluntad propia.
Y ahora que sabemos que también pueden atacarnos por tierra…
Ni él ni John tenían que vigilar el cielo al mismo tiempo, por así decirlo.
—Henry… ¿Por qué no me dejas ir en cabeza un rato? —le preguntó León,
y miró a John. Éste asintió, sin tener un aspecto tan seguro de sí mismo en aquel
momento. Se le veía extremadamente tenso, mirando de un lado a otro sin
cesar, con el M-16 apretado con fuerza en las manos.
Quizás está pensando en los demás. Sobre eso de que hayan sido «pillados».
—Sí, vale, eso estaría…, vale —le respondió Cole mientras asentía con la
cabeza. Su alivio era evidente. Se pasó la mano por el sudoroso cabello castaño
y se apresuró a colocarse detrás de León. John se mantuvo a retaguardia.
León estaba nervioso, pero no tan atemorizado como había estado antes, al
menos por ellos tres. Los pájaros, aquellos dáctilos, eran desagradables y
peligrosos, pero había sido un alivio verlos: no eran tan terribles como su
imaginación le había hecho creer al oír sus primeros chillidos salvajes. Los
monstruos de la mente siempre son peores que los de la realidad, y los dáctilos
no eran tan resistente ni de cerca. Mientras John y él se mantuvieran en guardia,
todo iría bien.
Se dirigían hacia el sur, de modo que León les hizo girar de nuevo, y se dio
cuenta de que estaba empezando a vislumbrar algunos retazos de lo que podía
ser la pared más alejada. Todo el montaje era bastante desorientador; los árboles
no estaban tan pegados, pero estaban esparcidos de modo que el bosque
pareciera denso cuando mirabas hacia el otro lado. La gruesa cobertura del
suelo, fabricada con alguna clase de plástico moldeado, no cedía bajo sus pasos,
pero había ondulaciones y pequeñas crestas en el material que hacían todavía
más difícil darse verdadera cuenta del tamaño de la estancia.
Todo esto es tan extraño, tan raro… tan verdaderamente propio de Umbrella.
Era como la inmensa instalación de laboratorios que se encontraba bajo
Raccoon City, que además de una factoría propia incluía su propio servicio de
metro. Algo increíble, excepto que él lo había visto en persona. Y sabía por los
otros STARS que también había existido otra instalación en una ensenada
apartada y solitaria de la costa de Maine protegida por zombis causados por un
virus, además de una mansión «abandonada» en el bosque de Raccoon, la
residencia Spencer, la que había estado repleta de secretos, llaves, códigos y
pasadizos secretos, como en la ambientación de una película de espías que
nadie se creería.
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INFRAMUNDO
Y ahora aquello: un ambiente natural de imitación en las desiertas llanuras
de sal de Utah. ¿Cómo lo había llamado Reston? Planeta. Era un derroche
extravagante, decadente, inmoral. Una ridiculez, si no fuera por…
… si no fuera porque estamos metidos en su interior, y sólo Dios sabe a qué nos
enfrentaremos después.
León siguió avanzando, intentando no pensar por lo que podían estar
pasando Claire y los demás en esos momentos. Reston estaba obviamente
seguro de que el resto del equipo había sido capturado, pero en realidad no lo
sabía. Tampoco tenía ni idea de lo que eran capaces Claire y Rebecca, o el
brillante estratega que era David. Ya habían escapado de las garras de Umbrella
con anterioridad, y no existía motivo alguno para pensar que no lo podían
hacer otra vez.
León estaba tan concentrado en su charla privada consigo mismo que no
se dio cuenta de que habían llegado a un claro casi hasta meterse de lleno en él,
a menos de seis metros de él. Se detuvo en seco y recordó el ataque anterior, y
se reprochó no haber estado atento.
—Vamos a dar la vuelta y a rodearlo —dijo… y en ese momento oyó el
batir de alas, y supo instantáneamente que era demasiado tarde.
Uno, dos, tres de ellos, medio ocultos en las lánguidas sombras por encima
del espacio abierto, se lanzaban en picado desde sus perchas sobre el claro.
¡Mierda!
Uno de ellos comenzó a chillar, y de repente, los demás, ocultos por
encima de sus cabezas en los árboles falsos, se unieron al grito, formando una
cacofonía horrenda y ensordecedora de sonidos agudos. León retrocedió, y de
pronto, se encontró con John a su lado, con el rifle apuntando al espacio abierto.
El primero se dirigió hacia los árboles, girando sobre sí mismo como si se
dispusiera a volar entre ellos. Ascendió en el último instante de forma tan
repentina que no pudieron reaccionar para dispararle. León vio, mientras aquél
ascendía, que había otros dos en el suelo que arrastraban hacia delante sus
nervudos cuerpos apoyándose en sus alas dobladas.
¡Aquel ruido! Era doloroso, tan agudo y terrible como mil bebés que
chillaran, y León sintió más que oyó los disparos de su nueve milímetros
cuando la pesada arma de metal saltó entre sus manos. Los pájaros se quedaron
en silencio cuando el más cercano de los dos recibió el disparo en su pescuezo
curvado. El agujero se abrió justo por encima de su delgado pecho, y los trozos
de pellejo marrón grisáceo se extendieron como los pétalos de una flor oscura.
La sangre acuosa surgió de la herida, pero el segundo ya estaba pasando por
encima del cuerpo espasmódico de su compañero, con un único objetivo en su
mente: atacar. León apuntó con cuidado y… Eh, eh, oh, mierda…
El grito histérico de Cole lo distrajo, y el disparo se desvió a la derecha,
fallando. John disparó contra el segundo dáctilo, y la ráfaga del rifle automático
partió al animal. León se dio la vuelta y vio a Cole retrocediendo espantado, con
otro de los feroces pájaros atacándole de lleno. ¿Cómo no lo hemos visto?
León volvió a apuntar con cuidado. El dáctilo estaba a menos de dos
metros de Cole, y justo mientras apretaba el gatillo, otra de las criaturas se
lanzó en picado directamente por encima de su cabeza. A una distancia tan
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corta, el proyectil de nueve milímetros atravesó el pecho del animal y le abrió
un agujero del tamaño de un puño en la espalda. El dáctilo ya estaba muerto
antes de caer al suelo. El recién llegado dio un gran aletazo y las puntas de sus
poderosas alas barrieron el suelo antes de retroceder y alejarse.
—¡Henry, ponte detrás de mí! —le gritó León mientras levantaba la vista…
y veía que otro dáctilo saltaba desde una de las perchas situadas justo por
encima de los tres, replegaba las alas y se lanzaba directamente hacia ellos.
Necesitaba ayuda—. ¡John!
El pájaro abrió sus correosas alas a muy poca distancia del suelo y se posó
de un modo sorprendentemente grácil. Se dio la vuelta hacia León y comenzó a
acercarse a él. Oyó a su espalda una ráfaga de disparos… que dejó de sonar. Lo
que sí oyó fue el exabrupto de John y al M-16 de aleación de aluminio caer al
suelo y repiquetear.
El dáctilo que estaba justo delante de León abrió su largo pico y graznó,
con un sonido furioso y voraz, deslizándose hacia delante sobre sus alas
dobladas con la misma rapidez con que León retrocedía. La criatura se
tambaleaba hacia un lado y otro, y León no disponía de suficiente munición
como para desperdiciarla, necesitaba un tiro claro… y el animal dio un salto, un
extraño brinco que lo dejó a treinta centímetros de él. Lanzó su cabeza hacia
delante con otro chillido agudo, y su pico abierto se cerró alrededor del tobillo
de León. Pudo sentir, incluso a través del grueso cuero, la punta de sus dientes,
la fuerza de su mandíbula…, y antes de que pudiera dispararle, apareció John.
Pisó el serpenteante cuello del dáctilo y apuntó con su pistola…
¡Bang!, el proyectil le partió la espina dorsal. Una de las vértebras de su
estrecha espalda explotó en pedazos, y los pálidos fragmentos de hueso
saltaron junto a los chorreones de sangre acuosa. El animal soltó el tobillo, y
aunque su cuello continuó retorciéndose, el resto del cuerpo se quedó inmóvil,
inmóvil y sangrando.
Cuántos, cuántos quedan…
—¡Vamonos! —les dijo John mientras recogía del suelo su rifle automático
y se daba la vuelta para echar a correr—. ¡A la puerta, tenemos que llegar a la
puerta!
Echaron a correr. Atravesaron el claro con Cole pegado a sus talones, con
el batir de alas a sus espaldas, con otro chillido agudo resonando en el aire.
Volvieron a entrar en el bosque, en aquel bosque sin vida, tropezando con las
ramas caídas y rodeando los troncos retorcidos de plástico.
—¡La pared, ahí está la pared!
Y también estaba la puerta, una compuerta de doble hoja con un cerrojo
situado en la parte baja, a la derecha..
León oyó el terrible chillido en su oído, a escasos centímetros, y sintió un
soplo del aire en la nuca…, dobló las piernas, dejándose caer al suelo, y sintió
un dolor repentino cuando algo le agarró un mechón de cabello de la parte
trasera de la cabeza y se lo arrancó.
—¡Cuidado! —gritó León cuando levantó la vista y vio al inmenso pájaro
cernirse sobre John, que estaba casi en la puerta, con Cole a su lado.
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John se giró, sin achicarse, sin retroceder ni un paso. Alzó su pistola y
apretó el gatillo: un disparo certero a quemarropa, y el dáctilo cayó al suelo
como si fuera de plomo cuando su pequeño cerebro se licuó de repente por el
tiro y salió desparramado por el aire.
Cole estaba forcejeando para abrir la puerta, y John no dejó de apuntar por
encima de la cabeza de León, y éste oyó otro chillido, como el de una Furia
mitológica, en algún punto a su espalda…
La puerta se abrió de par en par… y León echó a correr de nuevo, con John
cubriéndole mientras seguía a Cole trastabillando. Salieron del frescor del
bosque oscuro a un calor abrasador. John entró justo detrás de él, cerró la
puerta de golpe…
… y entraron en la fase Dos.
Rebecca seguía corriendo, ya sin aliento, exhausta pero sin poder parar, sin
poder descansar. David y Claire corrían con ella, sosteniéndola, pero aun así
sentía que cada paso que daba era un esfuerzo de pura voluntad. Sus músculos
ya no querían cooperar y estaba desorientada, con el equilibrio perdido, con los
oídos zumbándole. Estaba herida, y no sabía con qué gravedad, sólo sabía que
le habían disparado, que en algún momento se había golpeado la cabeza, y que
no podían detenerse hasta que estuvieran bastante lejos de las instalaciones.
Estaba oscuro, demasiado oscuro como para ver el suelo que pisaban, y
hacía frío. Cada inspiración era una daga helada en su garganta y en sus
pulmones. Tenía la mente confusa, pero sabía que había sufrido alguna clase de
disfunción cerebral, aunque no estaba segura de qué tipo. Las posibilidades la
atemorizaron. La bala era menos complicada: sabía por el dolor palpitante
dónde la habían alcanzado. Le dolía horriblemente, pero no creía que hubiera
sufrido una fractura, y la sangre no estaba saliendo a borbotones. Estaba mucho
más preocupada por su falta de coherencia mental.
El disparo ha atravesado el glúteo izquierdo y se ha alojado en el isquion, suerte,
suerte, suerte, ¿shock o conmoción? ¿conmoción o shock?
Tenía que pararse y comprobar su pulso en el temporal, comprobar que no
le salía sangre por los oídos… o fluido cerebroespinal, que era algo en lo que ni
siquiera quería pensar. Incluso en el estado de confusión en el que se
encontraba, sabía que perder fluido cerebroespinal era probablemente una de
las peores consecuencias de un golpe en la cabeza.
Después de lo que le pareció muchísimo tiempo, y de más cambios de
dirección de los que pudo contar, David bajó el ritmo de marcha y le dijo a
Claire que se parara para poder dejar en el suelo a Rebecca.
—De costado —les dijo Rebecca—. La bala está en el izquierdo.
David y Claire la bajaron cuidadosamente hasta el frío suelo. Rebecca
estaba jadeando, falta de aire, y pensó que jamás se había sentido tan
agradecida de estar tumbada. Tuvo un breve atisbo del cielo nocturno cuando
David le dio la vuelta. Las estrellas eran increíbles, claras y resplandecientes en
un profundo mar negro…
—Linterna —les dijo ella, dándose cuenta de nuevo de lo extraños que se
habían vuelto sus pensamientos—. Hay que comprobar algo.
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—¿Ya estamos lo bastante alejados? —preguntó Claire, y Rebecca tardó
unos momentos en darse cuenta de que estaba hablando con David.
Oh, mierda, esto no va bien…
—Deberíamos estarlo. Y les veríamos venir —dijo rápidamente, y encendió
su linterna. El rayo iluminó el suelo a pocos centímetros de la cara de Rebecca.
—Rebecca, ¿qué hacemos? —le preguntó, y ella notó el tono de
preocupación de su voz y sintió una oleada de cariño hacia él por eso. Eran una
familia, lo habían sido desde lo de la ensenada, y él era un buen amigo y un
buen hombre…
—¿Rebecca? —Su voz sonó atemorizada esa vez.
—Sí, lo siento —exclamó, preguntándose cómo explicarles lo que estaba
sintiendo. Decidió que lo mejor sería empezar a hablar y que ellos se dieran
cuenta.
—Miradme el oído —les dijo—. A ver si hay sangre o alguna clase de
fluido de color claro, creo que tengo una conmoción cerebral, no puedo pensar
con claridad. Miradme el otro oído también. Me han disparado, y creo que
tengo la bala metida en el isquion, en la pelvis. Suerte, suerte. No debería estar
sangrando mucho, puedo desinfectarlo, vendarlo, si me dais mi botiquín. Hay
gasas, y eso es bueno, aunque la bala podía haberme seccionado la espina
dorsal o haberme machacado la arteria femoral. Mucha sangre, eso es malo, y
yo, el único médico, herida…
David le iluminó la cara mientras hablaba, y luego le levantó suavemente
la cabeza y miró al otro lado antes de dejarla en su regazo. Sus piernas eran
cálidas, y sus músculos temblaban por el esfuerzo.
—Un poco de sangre en tu oído izquierdo —le dijo—. Claire, quítale la
mochila a Rebecca, por favor. Rebecca ya no tienes por qué hablar más, te
curaremos. Intenta descansar, si puedes.
No hay pérdida de fluido cerebroespinal, gracias a Dios… Quería cerrar
los ojos, dormir, pero tenía que acabar de decírselo todo.
—La conmoción parece ser menor, lo que explica la confusión, el tirritus y
la falta de equilibrio… puede durar sólo unas horas. O unas semanas. No debe
ser muy grave, pero tampoco debería moverme. Descanso en la cama. Busca mi
pulso temporal, está en un lado de mi frente. Si no puedes, quizá sea el shock:
calor, aumento de…
Aspiró profundamente, y se dio cuenta de que la oscuridad ya no estaba
solo fuera. Estaba cansada, muy, muy cansada, y una especie de velo negro
comenzaba a rodear su campo de visión.
Eso es todo, les he dicho todo… John. León.
—John y León —exclamó, mientras intentaba levantarse un poco,
horrorizada por haberse olvidado de ellos, aunque sólo hubiera sido por unos
instantes. Darse cuenta de aquello fue como si le hubieran dado una bofetada
en la cara—. Puedo andar. Estoy bien, tenemos que regresar…
David apenas la tocó, pero descubrió que tenía la cabeza de nuevo en su
regazo. Claire levantó un poco la parte trasera de su camisa y pasó una gasa por
su cadera, enviando una nueva oleada de dolor por todo su cuerpo. Cerró con
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fuerza los ojos, intentando respirar profundamente, intentando respirar, por lo
menos.
—Regresaremos —le dijo David, y su voz pareció llegar de muy lejos,
desde el borde superior del pozo en el que ella estaba cayendo—. Pero tenemos
que esperar a que se marche el helicóptero, suponiendo que lo haga… y
necesitas algo de tiempo para recuperarte…
Si dijo algo más, Rebecca no lo oyó. En vez de eso, se durmió, y soñó que
era una niña que jugaba sobre la fría nieve.
¡El desierto!
No había animales a la vista; debían estar al otro lado de la duna, pero
Cole pensó que tenía una cierta idea de cuáles eran los que pertenecían a la fase
Dos. Cole comenzó a barbotear antes de que John o León pudieran dar un paso
adelante, antes incluso de que los oídos dejaran de zumbarles por los terribles
chillidos de los dáctilos.
—El desierto, la fase Dos es un desierto, así que deben ser los escorps, los
escorpiones, ¿entendéis?
John estaba sacando un cargador curvo, entrecerrando los ojos debido a la
brillante luz artificial procedente del techo. Debía de haber al menos unos
cincuenta grados de calor en aquel lugar, y entre las paredes blancas y la
tremenda luz, parecía que hacía todavía más. León observó con cuidado la
reluciente zona arenosa que tenían por delante de ellos, y se giró hacia Cole con
la misma expresión que si se hubiera comido un limón.
—Estupendo, esto es genial. ¿Escorps? Escorps y dáctilos… ¿Cómo se
llaman los demás, Henry? ¿Te acuerdas?
La mente de Cole se quedó en blanco por un momento. Asintió mientras se
rompía la cabeza intentando recordar, con el sudor del cuerpo completamente
evaporado ante aquel calor abrasador.
—Ah, eran motes: dáctilos, escorps… ¡Cazadores! Cazadores y
escupidores, los manipuladores les habían puesto esos sobrenombres…
—Qué bonito. Como Chuchi o Pelusa —les interrumpió John mientras se
secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano—. ¿Y dónde están?
Los tres miraron a su alrededor, en la fase Dos, a la enorme duna de arena
que se alzaba en mitad de la estancia, reluciente bajo la brillante luz de las
lámparas solares del techo. Tenía unos ocho o diez metros de alto, y les impedía
ver la pared sur, incluida la puerta situada en el extremo derecho de la misma.
No había nada más que ver.
Cole sacudió la cabeza, pero no les dijo nada: los escorps estaban en algún
lugar, y tenían que cruzar la ardiente y reluciente duna de arena para llegar a la
salida.
—¿Cómo eran las demás fases? ¿Las de montaña y ciudad? ¿Las has visto?
—le preguntó León.
—La Tres es como un, ¿cómo se llama?, como un abismo, en una cima. Es
como un precipicio en una montaña, algo así, muy rocoso. Y Cuatro es una
ciudad, bueno, unas cuantas manzanas de una ciudad. Tuve que comprobar las
conexiones de vídeo en todas las fases en cuanto llegué aquí.
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John asintió y miró a su alrededor, entrecerrando los ojos debido a la
fuerte luz.
—¡Eso es!… el vídeo. ¿Te acuerdas de dónde están las cámaras?
¿Para qué querrá saber algo así?
Colé le señaló a la izquierda, hacia una pequeña lente cristalina metida en
la pared a unos tres metros de altura.
—Hay cinco en este lugar. La más cercana es ésa…
John sonrió de oreja a oreja, alzó las dos manos y levantó los dedos
corazón, bien a la vista.
—Chupa de aquí, Reston —dijo en voz bien alta, y Cole estuvo seguro de
que John le caía bien, pero que muy bien. Lo cierto es que León también, y no
porque fueran su único modo de salir con vida de aquella situación. Fuesen
cuales fuesen sus motivos para estar allí, era obvio que eran los buenos de la
película, y que fueran capaces de bromear en un momento como aquél…
—Entonces, ¿tenemos un plan? —preguntó León en voz alta sin dejar de
mirar el muro de arena de color amarillo claro que se alzaba ante ellos.
—Vamos hacia allí —le respondió John señalando hacia su derecha—.
Luego subimos. Si vemos algo, disparamos.
—Es brillante, John. Deberías dejarlo escrito. Sabes, creo que…
León se calló de repente, y Cole lo oyó entonces. Era un sonido
repiqueteante, como el de unas uñas al golpear repetidamente una mesa de
madera hueca, el sonido que había oído unas semanas antes mientras arreglaba
una de las cámaras.
Un sonido de pinzas abriéndose y cerrándose, como mandíbulas
chasqueantes…
—Escorps —dijo John en voz baja—. ¿No se supone que los escorpiones
son bichos nocturnos.
—Estamos en Umbrella, ¿te acuerdas? —le respondió León—. Tienes dos
granadas, yo tengo una…
John asintió, y luego dijo:
—¿Sabes cómo utilizar una semiautomática?
El individuo grande estaba mirando la duna, así que Cole tardó un
segundo en darse cuenta de que le estaba hablando a él.
—Oh. Sí. Nunca he utilizado una, pero fui a unas prácticas de tiro con mi
hermano, hace seis o siete años…
Habló en voz baja todo el rato, escuchando con atención aquel extraño
sonido.
John lo miró directamente, como evaluándolo… y luego asintió mientras
sacaba una pistola de aspecto pesado de su funda. Se la entregó a Cole, con la
empuñadura por delante.
—Es una nueve milímetros, con dieciocho balas. Tengo más cargadores si
te quedas sin munición. ¿Conoces todas las reglas de seguridad? ¿No apuntes a
nadie a menos que quieras matarlo, no me dispares a mí ni a León, y todas esas
cosas?
Cole hizo un gesto afirmativo con la cabeza y empuñó la pistola; era
pesada, y aunque tenía más miedo del que jamás había sentido en sus treinta y
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INFRAMUNDO
cuatro años de vida, el sólido peso del arma en su mano le hizo sentir un alivio
increíble. Recordó lo que le había dicho su hermano pequeño sobre lo de la
seguridad y comprobó con mano torpe si había una bala en la recámara antes
de levantar de nuevo la mirada.
—Gracias —le dijo, y lo dijo de corazón. Había atraído a aquellos dos a
una trampa, y aun así, le estaban dando un arma; le estaban dando una
oportunidad.
—No importa. Así no tendremos que preocuparnos de tener que cubrirte
el culo además de cuidar del nuestro —le contestó John, con una leve sonrisa—.
Venga, pongámonos en marcha.
John se colocó en cabeza con León situado a su espalda. Comenzaron a
dirigirse hacia el este, avanzando lentamente a través del entorno uniforme. La
arena era arena de verdad. Se movía bajo los pies, y junto al tremendo calor,
hacía que caminar fuera una tarea difícil.
Sólo habían avanzado unos metros cuando León les dijo que parasen.
—Ropa interior térmica —murmuró mientras enfundaba su arma antes de
quitarse su camiseta negra y atársela a la cintura. Debajo llevaba puesta una
camiseta blanca gruesa—. No pensé que llegaríamos hasta el Sahara…
Todos lo oyeron, un segundo antes de verlo… de verlos a los tres,
alineados en la cresta de la duna. Unos pequeños arroyos de arena bajaban de
cada una de sus múltiples patas, cada una tan gruesa y de aspecto tan sólido
como un bate de béisbol recortado. Tenían garras, unas grandes garras delgadas
y negras en forma de pinza con el borde interior serrado, y unos largos cuerpos
segmentados que se estrechaban hasta las colas, retorcidas y dobladas sobre sus
espaldas… y acabadas en aguijones. Unos aguijones de al menos treinta
centímetros, de aspecto peligroso y goteantes.
El trío de criaturas de color arenoso, cada una de unos dos metros de largo
y uno de alto, comenzó a castañetear. Las protuberancias estrechas y levantadas
parecidas a colmillos y situadas bajo los ojos de arácnido de las criaturas,
chascaron unas contra otras produciendo el extraño ritmo de repiqueteo que
habían oído antes… y entonces, las tres criaturas, los monstruos, empezaron a
deslizarse hacia ellos con un equilibrio perfecto, avanzando sobre la escurridiza
arena con facilidad. Y en la cresta de la duna, aparecieron otras tres.
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INFRAMUNDO
Capítulo 14
—Mierda —soltó John en voz baja, y ni siquiera se dio cuenta de que había
hablado mientras alzaba su M-16 y empezaba a disparar.
¡Bangbangbangbang!…
El primer ente-escorpión dejó escapar un extraño sonido seco y siseante,
como el aire al salir de un neumático gigante, cuando las primeras balas
atravesaron su cuerpo. Un fluido blanco y espeso brotó de las heridas que se
habían abierto en el rostro de insecto, un rostro repleto de colmillos babeantes y
ojos de araña, un rostro con un agujero deforme por toda boca. Cayó sobre su
costado con el cuerpo arqueándose y las pinzas en alto, y se retorció de forma
espasmódica, cavando su propia tumba en la superficie de arena caliente.
Tanto León como Cole ya estaban disparando también, y el tronar de las
armas de nueve milímetros ahogó cualquier otro siseo y provocó la aparición de
más de aquella sangre parecida a pus en los otros dos escorps. El líquido salía a
borbotones, como los vómitos, pero había otras tres criaturas bajando ya por la
ladera…
La primera, la que John había dejado acribillada a balazos, estaba saliendo
de la arena. Saliendo de un modo inseguro, pero saliendo de todas maneras.
Sus heridas estaban rezumando aquella pasta viscosa blanca., y justo cuando
empezó a avanzar hacia ellos de nuevo, John pudo ver que el líquido se estaba
endureciendo. Estaba cubriendo las heridas tan bien como el yeso tapaba un
agujero de la pared.
—¡Vamos, vamos, vamos! —les gritó John a los demás cuando las otras
dos criaturas, abatidas por León y por Cole, comenzaron a moverse otra vez,
con sus heridas cubiertas por las costras blancas. El segundo trío ya estaba a
mitad de camino de la duna y se acercaba con rapidez—. Tenemos que salir de
aquí.
Todavía quedaban dos más de aquellos «entornos», y ya habían disparado
al menos la tercera parte de su munición. Aquella idea le atravesó la mente a
John en la fracción de segundo que tardó en rociar a los escorps con una ráfaga
de proyectiles mientras Cole y León echaban a correr hacia el este.
Ni siquiera intentó eliminar a alguno de los seis; sabía que no habría
diferencia en la situación. La ráfaga de proyectiles explosivos había sido para
retrasar su avance hasta que los dos hombres estuvieran a salvo. Su mente
intentó encontrar una solución mientras aquellos animales de existencia
imposible agitaban sus pinzas serradas, arrastrándose por encima de la arena y
exudando más de aquella extraña pasta blanca.
Una granada, pero ¿cómo logro que estén todos juntos?, ¿cómo evitamos que nos
alcance la metralla…?
El más cercano de los escorps estaba quizás a una docena de pasos cuando
John se dio la vuelta y echó a correr, moviéndose todo lo deprisa que pudo en
aquel calor achicharrante, con la adrenalina a cien y subiendo. León y Cole
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RESIDENT EVIL 4
INFRAMUNDO
estaban a unos cincuenta metros por delante de él, avanzando tambaleantes por
la arena, con León corriendo de lado, vigilando delante y detrás, trazando
semicírculos con su semiautomática.
John se arriesgó a mirar a su espalda, y vio que las criaturas escorpión
seguían aproximándose. Se arrastraban con mayor lentitud, pero sin detenerse.
Sus cuerpos con aguijón seguían dejando escapar un rastro de fluido blanco, y
mantenían sus largas y extrañas pinzas en alto, abriéndose y cerrándose sin
parar. Además, iban ganando velocidad de nuevo con cada paso que daban, un
enjambre de bichos no muertos que querían cenar…
Un enjambre, un enjambre reunido…
Puede que no tuvieran otra oportunidad mejor. John dejó caer el rifle, que
le quedó colgando de un modo raro del cuello, y metió una mano en su mochila
de cadera sin dejar de correr a bastante velocidad. Sacó una de las granadas, le
quitó el seguro y se dio la vuelta, trotando de espaldas. Intentó calcular la
distancia mientras repasaba frenéticamente las instrucciones de uso de la
granada M68 en su mente, con los escorps a veinte o veintiún metros a su
espalda.
… espoleta de impacto, se arma dos segundos después del impacto, temporizador
de seis segundos…
—¡Granada! —gritó, y arrojó el artefacto al aire, rezando para que hubiera
calculado bien mientras se daba la vuelta y se tiraba de cabeza al suelo. La
granada todavía estaba en el aire cuando aterrizó al otro lado de la duna.
John se metió braceando en ella, utilizando toda su considerable
musculatura, y se enterró bajo la arena caliente, quedándose ciego y sin
respiración. Hacía más fresco bajo la superficie, y las oleadas de partículas de
arena se aplastaron contra su cara e intentaron meterse en su boca y en su nariz,
pero no pudo pensar en otra cosa que no fuera meter las piernas bajo la
superficie… y en lo que los fragmentos de metal de la explosión podían hacerle
a la carne humana.
Dio una última y desesperada patada y…
¡BOOUUMM!
Se produjo un tremendo movimiento a su alrededor, y sintió una presión
brutal contra la pared de arena que le cubría y contra él mismo. El peso de su
refugio sobre su espalda aumentó enormemente, obligándole a vaciar el aire de
sus pulmones. Le hizo falta toda su fuerza para levantar una mano y poder
taparse la boca con ella para así lograr respirar de forma entrecortada. Comenzó
a abrirse paso hasta la superficie, retorciéndose y dando patadas.
León, consiguieron ponerse a cubierto a tiempo, ha funcionado…
Luchó contra las corrientes de granulos pulidos que seguían bajando por
la ladera, e inspiró profundamente antes de utilizar las dos manos para apartar
la pesada arena. Salió en pocos segundos, chorreando granos por todos lados y
con los irritados ojos, llorosos. Se los limpió con una mano y empuñó el M-16 de
nuevo mientras miraba a su alrededor en busca de la amenaza… que ya no era
una amenaza. La granada debió caer justo delante de ellos: de los seis
escorpiones mutantes que les habían estado persiguiendo, cuatro estaban
hechos pedazos. John vio una pinza que todavía se abría y cerraba de forma
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espasmódica en mitad de un charco de la sustancia blanca, una cola con el
aguijón todavía en su extremo sobresaliendo de un lado de la duna, una pata,
otra pata. El resto era irreconocible, tan sólo se trataba de grandes trozos de
carne húmeda esparcidos en un amplio semicírculo irregular.
Los dos escorps situados en la retaguardia del enjambre todavía estaban
vivos y casi enteros, pero estaba claro que no se iban a levantar de nuevo: sus
cuerpos estaban casi intactos, pero sus ojos y su boca, las extrañas mandíbulas,
los «rostros», habían desaparecido.
De hecho, han quedado hechos polvo. No hay cantidad suficiente de esa mierda
blanca que pueda tapar eso…
—¡John!
Se giró y vio a León y a Cole caminar hacia donde él estaba, con una
expresión de asombro en ambas caras. John se permitió sentir un momento de
orgullo absoluto y completo mientras los miraba acercarse. Había estado genial,
en el cálculo de tiempo, en la puntería, en todo.
Bueno, el verdadero soldado no recibe felicitaciones por el trabajo bien hecho. Le es
suficiente saberlo…
Para cuando llegaron hasta su altura, ya tenía otra vez los pies en el suelo.
Pensar en la situación en la que se encontraban fue suficiente. Estaban en mitad
de un terreno de pruebas de unos maníacos en el que estaban metidos por culpa
de un loco de Umbrella. Su equipo se encontraba dividido y separado,
disponían de una munición limitada y no tenían un modo claro de salir de allí.
Muy bien, pero estás jodido. Darte palmaditas en la espalda es tan útil como darle
aspirina a un muerto: no sirve de nada.
Aun así, al ver la débil esperanza que se reflejaba en los rostros sudorosos
y acalorados de los otros dos compañeros… La esperanza podía ser falsa, pero
muy pocas veces era algo malo.
—Todavía puede que haya más de esos bichos —dijo mientras limpiaba de
arena el M-16—. Vamonos de aquí.
… clicclicclicclic…
Aquel sonido de nuevo. Todos se quedaron inmóviles, mirándose los unos
a los otros. No sonaba cerca, pero en algún lugar al otro lado de la duna,
quedaba al menos un escorp con vida.
David había detectado la luz, quizás a medio kilómetro al suroeste de
donde se encontraban, pero no se había acercado más. Claire pensó que, si no
fuese por el frío, se hubiera sentido aliviada. Las probabilidades de que alguien
los encontrara en aquellos interminables kilómetros de oscuridad eran casi
nulas. Los tipos de Umbrella la habían fastidiado. Incluso con el foco del
helicóptero, que al parecer no estaban dispuestos a utilizar, sería cuestión de
pura suerte que tropezaran con ellos tres.
Aunque a lo mejor eso sería una suerte para nosotros. Quizá tienen café y mantas,
chocolate caliente, sidra especiada…
—Claire, ¿cómo estás?
Se esforzó por impedir que sus dientes castañetearan, pero no lo logró.
Llevaban así una hora, probablemente más.
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—Tengo bastante frío, David. ¿Y tú?
—Lo mismo. Menos mal que nos hemos puesto ropa de abrigo, ¿eh?
Si era un chiste, ella no le vio la gracia. Claire se acercó más a Rebecca,
preguntándose cuándo había dejado de sentir las extremidades. No sentía las
manos en absoluto, y la cara parecía estar punto de congelarse y quedarse
hecha un máscara, a pesar de que haber estado cambiando de posición de forma
casi constante. David estaba al otro lado de Rebecca, y los tres estaban tan
acurrucados como les era humanamente posible. Rebecca no se había
despertado, pero su respiración era lenta y acompasada. Al menos, ella estaba
descansando cómodamente.
Por lo menos, uno de nosotros…
—Ya no debe faltar mucho —dijo David—. Unos veinte o quizá veinticinco
minutos. Dejarán un hombre o dos de guardia y luego se marcharán.
—Sí, eso dijiste —le contestó Claire—. Pero ¿cómo calculas el tiempo?
Sentía que sus labios ya se habían convertido en trozos de hielo.
—Búsqueda a lo largo del perímetro, de quizá medio kilómetro de extremo
a extremo, y suponiendo que dispongan de seis o menos hombres, calculo…
—¿Por qué?
La voz de David se estremeció por el frío.
—Tres por la puerta trasera del edificio, dos abatidos en el interior, y por el
ruido que hacían, yo calculo entre tres y siete hombres al otro lado. De ocho a
doce hombres. Si fueran más, no habrían cabido en el helicóptero. Si fueran
menos, no podrían haber cubierto las dos entradas a la vez.
Claire se quedó impresionada.
—Entonces, ¿por qué de veinte a veinticinco minutos?
—Como ya he dicho, cubrirán una cierta distancia alrededor del complejo
antes de abandonar la búsqueda. Por el tamaño del complejo, entre medio y un
kilómetro, y se calcula cuánto tarda un hombre en recorrer la cuarta parte de
esa distancia. Vimos la luz hace más o menos una hora, y puesto que lo más
probable es que cada uno hubiera tomado una dirección y buscara en ese sector
únicamente… Bueno, pues de veinte a veinticinco minutos. Eso incluye el
tiempo que tardarán en revisar la furgoneta. Ése es mi cálculo.
Claire sintió cómo sus labios helados intentaban sonreír.
—Te estás quedando conmigo, ¿verdad? Te lo estás inventando.
La voz de David sonó sorprendida y ofendida.
—¡No! Lo he repasado varias veces, y creo que…
—Era broma —le interrumpió Claire—. De verdad.
Se produjo un breve silencio, y luego David soltó una pequeña risa. El
sonido recorrió con facilidad la fría oscuridad.
—Claro que sí. Lo siento. Creo que la temperatura ha afectado a mi sentido
del humor.
Claire cambió de manos y sacó la derecha de debajo de la cadera de
Rebecca para meter la izquierda.
—No, yo lo siento. No debería haberte interrumpido. Sigue, es muy
interesante, de verdad.
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—No hay mucho más que contar —siguió diciendo David, y ella
distinguió el rápido castañeteo de sus dientes—. Querrán prestarle atención
médica a sus heridos, y dudo mucho que Umbrella quiera que uno de sus
helicópteros sea visto sobrevolando las llanuras de sal durante el día. Dejarán
una guardia y se marcharán.
Le oyó cambiar de posición, y sintió cómo el cuerpo de Rebecca se movía
cuando él cambió de postura.
—De cualquier manera, ése será el momento en el que nos pongamos en
marcha. Lo primero que haremos será regresar al complejo y hacer un poco de
sabotaje… y luego, ya veremos qué pasa…
El modo en que su voz fue apagándose, el buen humor forzado en su tono
de voz, que apenas había logrado ocultar su desesperación… todo ello le indicó
a Claire lo que él había estado pensando.
Lo que los dos hemos estado pensando.
—¿Y Rebecca? —le preguntó en voz baja.
No podían dejarla allí, se congelaría, e intentar infiltrarse de nuevo en el
complejo de edificios, intentar anular a dos hombres armados mientras llevaban
a cuestas una mujer inconsciente…
—No lo sé —dijo David—. Antes de que ella… dijo que quizá se
recuperaría en un par de horas, si descansaba.
Claire no respondió. Resaltar lo obvio no iba a ayudar en nada.
Se quedaron callados. Claire se dedicó a escuchar la suave respiración de
Rebecca mientras pensaba en Chris. El afecto que David sentía hacia Rebecca
era obvio: era como el amor entre un padre y su hija. O entre un hermano y una
hermana. De todas maneras, pensar en él era un modo de pasar el tiempo.
¿Qué estás haciendo ahora mismo, Chris? Trent dijo que estabas a salvo, pero ¿por
cuánto tiempo? Dios, ojalá nunca te hubieran asignado a esa misión en la propiedad
Spencer. O a Raccoon City, ya puestos. Luchar por la verdad y la justicia es un peñazo,
hermano…
—No te estarás quedando dormida, ¿verdad? —le preguntó David. Se lo
había preguntado cada vez que se habían quedado callados durante más de un
minuto.
—No, estaba pensando en Chris —le respondió. Articular las palabras le
costaba horrores, pero supuso que era mejor que dejar que se le congelaran los
labios—. Y apuesto a que estás empezando a desear que nos hubiéramos ido a
Europa, después de todo.
—Yo sí… —dijo Rebecca con voz débil—. Odio este clima…
—¡Rebecca!
Claire sonrió, incapaz de sentir el gesto, pero sin importarle lo más
mínimo. Abrazó a la chica mientras David se incorporaba un poco para buscar
la linterna, y aunque estaba helándose, aunque estaban separados de sus
amigos, sin una ruta de escape y enfrentados a un futuro incierto, Claire sintió
que la situación empezaba a mejorar.
La llamada llegó justo después de que John hiciera volar por los aires seis
de los Arl2.
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Reston había estado deseando poder tener palomitas hasta ese preciso
momento. Los sistemas de defensa de los escorps estaban funcionando justo
como las hipótesis habían predicho. El daño a los exoesqueletos se reparó
incluso con mayor rapidez de la que habían esperado. Lo que no habían
previsto era la tremenda fragilidad de los tejidos que unían los diferentes
segmentos de los arácnidos.
Una granada. Una puñetera granada.
El deseo que había sentido por las palomitas estaba tan muerto como los
Arl2. Todavía quedaban otros dos, que correteaban por el lado de la esquina
suroeste, pero Reston ya no tenía mucha fe en los Arl2, y aunque se trataba de
una información importante, no estaba muy seguro de que a Jackson le gustara
el modo en que la había obtenido.
Querrá saber por qué no les quité los explosivos. Por qué liberé a todos los
especímenes. Por qué no llamé a Sidney, al menos para que me aconsejara. Y ninguna
respuesta que le dé será suficiente…
Cuando el teléfono sonó, Reston dio un tremendo respingo, casi saltando
de la silla. Por un momento, estuvo seguro de que era Jackson. Aquella idea
ridícula ya había desaparecido cuando levantó el auricular, pero le había hecho
pensar… y le había alegrado bastante que los sujetos de las pruebas no fueran a
sobrevivir a Tres.
—Reston —respondió
—Señor Reston, soy el sargento Hawkinson, del equipo de tierra blanco
uno, siete, cero…
—Sí, sí —le interrumpió Reston suspirando mientras veía a Cole y a los
dos individuos de los STARS reagruparse—. ¿Qué ha pasado ahí arriba?
—Esto… —Hawkinson respiró profundamente—. Señor, lamento
informarle de que hubo un enfrentamiento con los intrusos y que han escapado
de la instalación —dijo de un tirón, sintiéndose obviamente muy incómodo.
—¿Qué? —exclamó Reston poniéndose en pie y casi volcando al silla—.
¿Cómo? ¿Cómo ha ocurrido?
—Señor, los teníamos acorralados en uno de los almacenes, pero se
produjo una explosión, dispararon a dos de mis hombres y otros tres se
encuentran en estado crítico…
—¡No quiero ni oírlo! —gritó. Reston estaba furioso, incapaz de creer que
semejantes incompetentes estuvieran trabajando para él—. ¡Lo que quiero oír es
que no ha fracasado de un modo lamentable, que esos tres individuos no han
logrado escapar de su equipo de «élite» y que no me ha llamado para decirme
que no puede encontrarlos!
Se produjo un silencio momentáneo al otro lado de la línea, y Reston deseó
que aquel idiota se atreviera a decirle algo, que le diera alguna razón más para
hacerle la vida imposible.
En vez de eso, la voz de Hawkinson sonó adecuadamente contrita.
—Por supuesto, señor. Lo siento, señor. Voy a regresar en helicóptero a
Salt Lake City y a traer a algunos de nuestros nuevos reclutas para ampliar
nuestro perímetro de búsqueda. Voy a dejar a mis tres últimos hombres aquí
para que monten guardia, uno al este y otro al oeste, y el tercero en el vehículo
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de los intrusos. Regresaré en… noventa minutos, señor, y les encontraremos,
señor.
Los labios de Reston se curvaron en una sonrisa desagradable.
—Que así sea, sargento. Si no lo hace, la habrá cagado a base de bien.
Apagó el botón de conexión y arrojó el auricular sobre la consola de
mando. Al menos, sentía que estaba haciendo algo para facilitar el proceso.
Apretarle las pelotas a los subalternos funcionaba de maravilla: Hawkinson
sería capaz de arrastrarse sobre cristales rotos con tal de conseguir algún logro,
y así era como debía ser exactamente.
Reston se sentó de nuevo y se quedó mirando a los sujetos de la prueba
mientras se esforzaban por avanzar sobre la duna de arena. Cole empuñaba un
arma y les dirigía hacia la puerta que conectaba con Tres. Reston se preguntó si
John o Rojizo sabían lo inútil que era Cole. Probablemente no, porque si le
habían dado un arma…
Los otros dos escorps atacaron cuando ellos llegaron a la cima de la duna y
pasaron al otro lado. A pesar de lo que había ocurrido antes, Reston observó el
enfrentamiento con atención, manteniendo una última esperanza: que acabaría
allí, que los hombres serían finalmente detenidos. No es que albergara ninguna
duda sobre la eficacia de los Ca6 que había en la fase Tres, desde luego no
sobrevivirían a aquellos…
Pero ¿qué pasa si lo hacen?¿Qué pasa si lo hacen, y luego llegan a Cuatro y
encuentran un modo de salir? ¿Qué le dirás a Jackson, qué le dirás al grupo de visita
cuando no queden especímenes que observar? Entonces serás tú el que la habrás cagado.
Reston hizo caso omiso de la susurrante vocecita y se concentró en la
pantalla. Ambos escorps se acercaron velozmente, con las pinzas y los aguijones
en alto, con sus ágiles cuerpos de insecto preparados para atacar…
Los tres hombres comenzaron a disparar en una batalla silenciosa, con los
Arl2 esquivando y escurriéndose, y cayendo finalmente bajo la lluvia de balas.
Reston había cerrado las manos hasta convertirlas en puños, aunque no se dio
cuenta: su atención estaba centrada por completo en los escorps abatidos,
esperando que se recuperaran a tiempo para atacar a los hombres antes de que
llegaran a la puerta…, sólo que John y Rojizo avanzaron hacia los animales,
apuntándoles con sus armas y disparándoles a los ojos. Lo hicieron de modo
rápido y eficaz, y aunque los dos escorps ya se estaban moviendo para cuando
los hombres se dirigieron hacia la puerta, las criaturas, cegadas, sólo podían dar
vueltas por la arena. Una de ellas logró encontrar un objetivo: arqueó todo su
cuerpo y su aguijón repleto de veneno extraordinariamente letal se hundió en la
espalda del otro. El Arl2 atacado se dio la vuelta y atravesó el abdomen del
primero con una de sus garras, empalándole. Se retorció débilmente, vivo, pero
incapaz de moverse o de ver, moribundo, a su hermano muerto.
Reston sacudió la cabeza lentamente, disgustado por la pérdida de tiempo
y de dinero, por los millones de dólares y de horas de investigación que se
habían invertido en el desarrollo de los habitantes de las fases Uno y Dos.
Y Jackson querrá sin duda esa información. En cuanto los sujetos de las pruebas
estén muertos y sus amigos sean capturados, podré poner las cosas en su sitio. Durante
la visita de algunos de nuestros patrocinadores, una actuación tan mala de nuestros
especímenes «estrella» habría sido un revés importante. Mejor haberlo sabido ahora…
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Sí, podría salirse con la suya. Rojizo estaba abriendo la puerta que les
llevaría hasta la fase Tres. A menos que tuvieran una caja llena de granadas,
estarían muertos en cuestión de minutos.
Reston respiró profundamente, recordando quien tenía el control de la
situación, quién estaba al mando. Hawkinson se encargaría de la situación en la
superficie, Jackson se sentiría satisfecho, y los tres mosqueteros estaban a punto
de ser cegados, pisoteados y devorados. No había nada por lo que preocuparse.
Reston dejó escapar el aire contenido, logrando de algún modo sonreír,
aunque intranquilo, y se obligó a relajarse conectando las pantallas que le
mostrarían el hábitat de los Ca6.
—Ya podéis despediros —dijo, y se sirvió otro coñac.
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Capítulo 15
Del terrible y abrasador calor del cegador desierto de escorpiones pasaron
al frescor sombrío de un pico montañoso. Se quedaron al lado de la puerta
mientras observaban con detenimiento su nueva prueba. León se preguntó si se
enfrentarían a los cazadores o a los escupidores en aquel lugar de color gris.
Gris era la ladera empinada de una montaña tachonada de rocas que se
alzaba ante ellos. Grises también eran las paredes, el techo, y el serpenteante
sendero que se dirigía hacia el oeste, rodeando la cima montañosa. Incluso los
escasos hierbajos que había sobre y alrededor de las rocas irregulares, eran de
color gris. La montaña parecía muy real, con peñascos de granito mezclados
con el cemento, que había sido pintado y tallado para adaptarse a la piedra
natural y formar unos riscos. El efecto general era el de un picacho solitario y
barrido por el viento en lo más alto de una montaña desolada.
Excepto que no hay viento… ni ningún olor. Igual que en las otras dos,
ningún olor en absoluto.
—Quizá quieras ponerte otra vez esa camiseta —le dijo John a León, pero
el joven ya se estaba desanudando la prenda de la cintura. La temperatura
había caído al menos cuarenta grados, y el frío estaba secando el sudor que se
había formado en la fase Dos.
—¿Y adónde vamos? —preguntó Cole, nervioso y con los ojos abiertos de
par en par.
John señaló en diagonal a través de la estancia, hacia el suroeste.
—¿Qué te parece la puerta?
—Creo que se refería a por qué camino —le dijo León. Mantuvo la voz
baja, lo mismo que los demás. No había ningún motivo para poner sobre aviso a
los habitantes del lugar e indicarles dónde estaban. Sin duda, pronto entrarían
en acción.
Los tres examinaron sus opciones, que eran dos: seguían el sendero gris o
trepaban por la ladera gris. Cazadores o escupidores…
León suspiró en su fuero interno. Sentía el estómago hecho un nudo, y ya
temía lo que fuera a ocurrir a continuación. Si lograban salir de allí, si lograban
encontrar a Reston, iba a darle al señor Azul una buena tanda de patadas en el
culo. Iba contra sus creencias como policía hacer algo así, pero también lo era la
misma existencia de White Umbrella.
—Desde un punto de vista defensivo, yo escogería el sendero —dijo John
mientras observaba la rocosa superficie de la ladera—. Podríamos quedar
atrapados si subimos por ahí.
—Creo que hay un puente —indicó Cole—. Sólo arreglé una de las
cámaras de este sitio, la de ahí…
Señaló hacia arriba, a la esquina de la derecha. León ni siquiera pudo
verla: las paredes tenían unos veinte metros de altura, y su color monótono se
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confundía con el del techo. Creaba una especie de ilusión óptica que hacía
parecer la estancia infinitamente vasta.
—… y yo estaba subido a una escalera y podía ver por encima de eso, más
o menos —continuó explicando Cole—. Hay una garganta al otro lado, y la
cruza uno de esos puentes de cuerda.
León abrió su mochila de cadera mientras Cole hablaba y le echó un
vistazo a la munición que le quedaba.
—¿Cuánto queda para el M-16?
—Unos quince cartuchos, más o menos, en éste —le respondió John
palmeando el cargador curvo que estaba puesto—. Otros dos llenos, con treinta
en cada uno… dos cargadores para la H&K, y una granada. ¿Y tú?
—Me quedan siete balas en el puesto, otros tres cargadores y una granada.
Henry, ¿has contado las veces que has disparado?
El trabajador de Umbrella asintió.
—Creo que… cinco disparos. He disparado cinco veces.
Tenía aspecto de querer decir algo más. Miró a John y a León
alternativamente, y por último, bajó los ojos a sus botas sucias. John miró a
León, que se encogió de hombros. No sabían nada de Henry Cole, excepto que
no encajaba en aquel lugar más de lo que ellos encajaban.
—Escuchad… Sé que seguramente no es el momento ni el lugar
apropiado, pero quiero deciros que lo siento. Quiero decir que sabía que había
algo raro en todo esto, en Umbrella. Y sabía que Reston era un cabrón de
narices, y si no hubiese sido tan estúpido o tan avaricioso, nunca os habría
metido en este follón.
—Henry —le contestó León—. No lo sabías, ¿vale? Y créeme, no eres el
primero al que engañan…
—Eso seguro —le interrumpió John—. En serio, el problema son los tipos
de chaqueta, no gente como tú.
Cole no levantó la mirada, pero asintió, y sus estrechos hombros se
relajaron, como si se sintiera aliviado. John le entregó otro cargador, y señaló
con un gesto de la barbilla al sendero mientras Cole se lo metía en el bolsillo de
atrás del pantalón.
—Vamos allá —dijo John, hablándoles a los dos, pero dirigiéndose en
realidad a Cole. León detectó en su voz profunda un cierto tono de ánimo a
Cole que le sugirió que el trabajador de Umbrella empezaba a caerle bien—. Si
la cosa se pone muy fea, nos retiramos a Dos. Permaneced unidos, en silencio, e
intentad dispararles a la cabeza o a los ojos… suponiendo que tengan ojos.
Cole sonrió levemente.
—Yo me quedo en retaguardia —dijo León, y John asintió antes de
separarse de la puerta y girar a la izquierda.
El aire frío seguía tan silencioso como desde el primer momento que
habían entrado en el lugar. No se oían más ruidos que los que ellos producían.
León se colocó el último de la fila, y Cole comenzó a avanzar lentamente por
delante de él.
El sendero era estriado, como si alguien hubiese pasado un rastrillo por su
superficie antes de que se secara el cemento. La «cima» quedaba a mano
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INFRAMUNDO
derecha mientras que el sendero se extendía algo más de veinte metros hacia
delante antes de girar bruscamente hacia el sur y desaparecer detrás de una
colina abrupta y pedregosa.
Habían avanzado unos quince metros cuando León oyó un leve repiqueteo
de rocas a su espalda. Grava suelta que caía por la ladera.
Se dio la vuelta sorprendido, y vio al animal cerca de la punta de la cima, a
unos diez metros por encima de ellos. Lo vio pero no estuvo seguro de lo que
veía, excepto que estaba caminando, deslizándose hacia abajo sobre cuatro
gruesas patas, como una cabra montes.
Como una cabra despellejada. Como… como…
Como nada que hubiera visto en su vida, y casi había llegado al suelo
cuando oyeron un sonido húmedo y gorgoteante en algún lugar por delante de
ellos. Eran unos sonidos parecidos al de una garganta cargada de flema al
carraspear, o al de un perro que gruñera con la boca llena de sangre… y estaban
atrapados, incapaces de huir, porque los terribles sonidos comenzaron a llegar
desde los costados.
Regresar al complejo de edificios fue tremendamente fácil. Rebecca
necesitó ayuda para poder subir por la valla, pero parecía estar mejor a cada
minuto que pasaba, y ya había recuperado buena parte de su sentido del
equilibrio y de la coordinación. David estaba más aliviado de lo que estaba
dispuesto a admitir, y casi tan agradecido a la guardia de Umbrella, o más bien,
de su falta. Tres hombres, dos en la valla y otro en la furgoneta: era algo
patético.
Volvieron en cuanto el helicóptero despegó y se dirigieron hacia el sur,
estirando los músculos helados mientras atravesaban la oscuridad en silencio.
Cuando llegaron a unas pocas decenas de metros, David las dejó atrás para
efectuar un rápido reconocimiento, y luego regresó y condujo a sus dos
temblorosas compañeras hasta pasar la valla y entrar en el complejo. David
sabía que tenían que encontrar un sitio seguro y a resguardo del frío antes de
encargarse de los guardias, para repasar su plan y comprobar mejor el estado
de Rebecca. Escogió el edifico más obvio: el que estaba en el centro. En su techo
se podían ver dos antenas de plato para satélites y una serie de antenas
normales, además de un conducto protegido que bajaba por una de las paredes.
Si no se equivocaba, era un centro de comunicaciones, y era exactamente donde
quería estar.
Y si me equivoco, hay otros dos donde mirar. Uno será el edificio del generador, y
seguro que tiene alguna clase de climatizador. Puedo dejarlas allí y dedicarme al
sabotaje yo solo…
Habían pasado la valla por el lado sur. David estaba pasmado de lo mal
que los de Umbrella habían previsto su posible regreso. Los dos hombres que
estaban vigilando el perímetro estaban situados delante y detrás, como si no
hubiera ninguna posibilidad de que alguien entrara por otro lado. En cuanto
estuvieron dentro, David dirigió al grupo hacia el extremo más alejado del
último edificio de la línea y les indicó que se acercaran.
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—El edificio de en medio —les susurró—. No debería estar cerrado con
llave, si es lo que yo me imagino, pero lo más probable es que la luz de dentro
esté encendida. Yo entraré primero, y luego os haré una señal para que me
sigáis. Si escucháis disparos, meteos dentro todo lo deprisa que podáis.
Permaneced cerca de los edificios y agachadas mientras nos acercamos. ¿Vale?
Claire y Rebecca asintieron al unísono. Rebecca seguía apoyándose en
Claire. Aparte de una ligera cojera, parecía estar bien. Les había dicho que
todavía estaba un poco mareada y que le dolía la cabeza, pero al parecer, los
pensamientos confusos y erráticos que tanto la habían atemorizado habían
desaparecido.
David se dio la vuelta y comenzó a avanzar a lo largo de la pared del
edificio más cercano a la valla, aprovechando todas las sombras y mirando
hacia atrás con frecuencia para asegurarse de que sus compañeras le seguían.
Llegaron a la esquina de la pared encarada al oeste y la doblaron con rapidez,
después de que David comprobara dónde estaba el guardia estacionado al
oeste. Estaba demasiado oscuro como para ver apenas nada, pero había una
sombra más oscura que las demás apoyada en la verja metálica, y eso lo delató.
David alzó su M-16 y le apuntó, preparado para disparar si les veía.
Mala suerte que no podamos dispararle ahora mismo…, pero un disparo
alertaría a los demás, y aunque a David no le preocupaba el otro guardia de la
verja, el que estaba apostado en la furgoneta podía resultar un problema: estaba
lo bastante lejos como para mandar un mensaje por radio antes de bajar a
comprobar qué ocurría.
Estos dos serán bastante fáciles, pero ¿cómo acercarse al otro? No existía
ninguna clase de cobertura si el guardia de la furgoneta detectaba su
acercamiento…
Eso podía esperar. Tenían tareas por delante antes de tener que
preocuparse por los guardias. David se mantuvo agazapado y les indicó a
Rebecca y a Claire que cruzaran, sin dejar de apuntar a la sombría figura de la
valla. Contuvo el aliento mientras cruzaban el espacio abierto, pero lograron
pasar sin apenas hacer ruido.
David las siguió en cuanto estuvieron al otro lado, y sus años de
entrenamiento le permitieron moverse tan silenciosamente como un fantasma.
Se relajó un poco en cuanto estuvieron bajo la cobertura de la sombra del
edificio: lo peor ya había pasado. Podían llegar hasta la estructura central bajo
la densa oscuridad del pasillo formado por los edificios.
Llegaron a su destino en menos de un minuto. David les hizo un gesto a
sus compañeras para que esperaran y cruzó el trecho que quedaba hasta la
puerta, donde se detuvo. Tocó el frío metal del pomo de la puerta y lo bajó,
asintiendo para sí mismo cuando oyó el leve clic de la cerradura al abrirse.
Es el centro de comunicaciones. El jefe del equipo lo ha dejado abierto para que
puedan entrar los hombres que ha dejado aquí y tengan acceso a la conexión por satélite
por si regresamos.
Era una intuición, pero acertada.
Había llegado el momento de rezar para tener un poco de suerte: si las
luces estaban encendidas, abrir la puerta sería como encender un faro para
cualquiera que tan sólo estuviese mirando de reojo. Los guardias estaban
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mirando al exterior del complejo cuando había efectuado el reconocimiento,
pero eso no significaba nada.
David respiró profundamente, abrió la puerta, y se dio cuenta de que
había poca luz mientras entraba y cerraba la puerta a su espalda. Se recostó en
la puerta y contó hasta diez, luego se relajó, inhalando agradecido el aire tibio
mientras examinaba el interior. La estructura en forma de almacén había sido
dividida al parecer en pequeñas estancias, y en la que él había entrado estaba
repleta de equipos de ordenador, de gruesos cables que cruzaban el suelo y
subían por las paredes, de conectores de satélites…
Todo lo que comunica esta instalación con el mundo exterior.
David pulsó el interruptor de la pared y apagó la única luz del techo.
Sonrió y les abrió la puerta a Claire y a Rebecca para que entraran.
—¡Contra la pared! —gritó León, y Cole lo hizo antes ni siquiera de saber
por qué. El sonido carraspeante parecía proceder de algún lugar por delante de
ellos… y entonces vio a la criatura que se acercaba lentamente desde detrás, lo
que hacía imposible la retirada, y logró reprimir a duras penas un grito. Se
detuvo a unos cinco o seis metros de ellos, y a Cole le pareció que seguía sin
verlo bien de lo extraño que era.
Oh, Dios, ¿qué es eso?
Tenía cuatro patas acabadas en pezuñas hendidas, como una cabra o un
carnero, y tenía aproximadamente el mismo tamaño… pero no tenía pelo, ni
cuernos, ni nada que pareciera un desarrollo propio de la naturaleza. Su cuerpo
esbelto estaba cubierto de unas pequeñas escamas de color marrón rojizo, como
la piel de una serpiente, pero en tono apagado en vez de brillante. A primera
vista parecía que estaba cubierto de sangre reseca. Su cabeza tenía aspecto de
anfibio, como la de una rana: un rostro liso y sin orejas, unos pequeños ojos
oscuros que sobresalían a los lados, una boca demasiado ancha, en la que de su
saliente mandíbula inferior asomaban unos dientes afilados. Era una mandíbula
de bulldog en una cabeza cubierta de escamas de sangre reseca.
Aquel ser abrió la boca y dejó al descubierto unos pocos dientes afilados,
tanto en la mandíbula superior como en la inferior, pero ninguno de ellos en la
parte frontal, y aquel terrible sonido gorgoteante surgió de la oscuridad de su
garganta. La extraña llamada fue respondida por otras, procedentes de algún
punto al otro lado de la cima artificial.
La llamada aumentó y se alargó, haciéndose más profunda y fuerte
cuando el ser levantó la cabeza, girando su cara asquerosa hacia el techo… y
luego la bajó de repente, con un movimiento rápido e inesperado, y les escupió.
Un grueso y pegajoso escupitajo rojizo de una sustancia semilíquida cruzó el
espacio que les separaba, hacia León… y el joven levantó el brazo para
detenerlo al mismo tiempo que John comenzaba a disparar, alejándose de la
pared y acribillando al monstruo escupidor a balazos.
La sustancia impactó a León de lleno en el brazo, y le hubiera dado en la
cara si no la hubiera parado. El escupidor, por toda respuesta a la lluvia de
balas, se giró y saltó por la ladera de la montaña artificial. Subió dando largos
saltos sin aparente esfuerzo y llegó a la cima en pocos segundos, sin mostrar
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señal alguna de pánico o de frenesí. Trotó unos seis o siete metros y luego bajó
con agilidad de nuevo al suelo, deteniéndose delante de la puerta que llevaba a
Dos, como si supiera que estaba impidiendo su huida.
Y ni siquiera ha pestañeado, me cago en…
Los múltiples gritos, cuyos causantes permanecían fuera de la vista, no
elevaron su volumen, pero tampoco cesaron. Los sonidos gargajeantes sí
pararon, poco a poco, ya que no había presas contra las que escupir. De repente,
todo se quedó en silencio de nuevo, tan tranquilo como cuando habían entrado
por primera vez.
—¿Pero qué demonios era eso? —dijo John al mismo tiempo que sacaba
otro cargador de su macuto, con una expresión de absoluta incredulidad en su
rostro.
—Ni siquiera estaba herida —susurró Cole, empuñando su nueve
milímetros con tanta fuerza que empezó a perder la sensibilidad en los dedos.
Apenas lo notó, porque estaba observando cómo León tocaba el pegote húmedo
y abultado que le manchaba la manga… y lanzaba un siseo de dolor, retirando
la mano como si se la hubiera quemado.
—Esto es venenoso —les dijo.
Se secó rápidamente los dedos en la sudadera y luego los mantuvo en alto.
Las puntas de sus dedos índice y corazón se habían puesto tremendamente
rojas. Enfundó inmediatamente su pistola y se quitó la camisa negra,
procurando no tocar de ningún modo el fluido ácido, dejándola caer al suelo.
Cole se sintió enfermo. Si León no lo hubiera parado con el brazo…
—Vale, vale, vale —dijo John con el ceño fruncido—. Esto pinta mal, así
que queremos salir de aquí lo antes posible… ¿Dices que hay un puente?
—Sí, pasa por encima de la, mm…, trinchera —le respondió Cole
rápidamente—. Mide unos seis o siete metros de ancho, pero no vi lo profunda
que era.
—Vamos —dijo John.
Comenzó a caminar a grandes pasos hacia el punto donde el sendero
giraba y quedaba fuera de la vista. Cole le siguió, con León justo a su espalda.
John se detuvo a unos tres metros de aquella curva y se pegó a la pared de
nuevo, mirando de reojo a León.
—¿Quieres cubrirme, o te cubro yo? —le dijo León.
—Cúbreme —le respondió John—. Yo salgo el primero y atraigo su
atención. Tú echas a correr, con Henry pegado a tus talones, y con la cabeza
agachada, ¿entendido? Cruzad, llegad hasta la puerta, y si podéis, me
ayudáis…
El rostro de John estaba completamente serio.
—Y si no podéis, no podéis.
Cole volvió a notar una sensación muy familiar, la de vergüenza.
Me están protegiendo, ni siquiera me conocen y yo les he metido en este follón…
Si pudiera hacer algo para devolverles el favor, lo haría, aunque de repente
estuvo bastante seguro de que jamás podría pagar del todo su deuda. Le debía
la vida a aquellos tipos, y por lo menos un par de veces ya.
—¿Listos?
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—Espera… —le dijo León, y regresó al trote al lugar donde había dejado
caer la sudadera.
El escupidor apostado al lado de la puerta permaneció tan silencioso e
inmóvil como una estatua, observándoles. León recogió la prenda del suelo y se
apresuró a regresar con sus compañeros mientras sacaba una navaja de su
mochila de cadera. Cortó la manga manchada y la tiró, luego le entregó el resto
de la prenda a John.
—Si te vas a quedar de pie y quieto, mantén cubierta la cara —le indicó
León—. Puesto que parece que las balas no les afectan, no tendrás por qué ver
ni disparar. Te daré un grito en cuanto estemos al otro lado. Y si no es seguro,
yo…
Los gritos de llamada sonaron de nuevo, y a Cole le recordaron, por algún
motivo, el chirrido de las cigarras, el soniquete casi mecánico de las cigarras en
una calurosa noche de verano. Tragó saliva con dificultad e intentó convencerse
de que estaba preparado.
—Se acabó el tiempo —les dijo John—. Preparaos para salir pitando…
Levantó la sudadera y entonces, sorprendentemente, le sonrió a León.
—Pero tío, tienes que gastarte más dinero en un buen desodorante.
Apestas como un perro muerto.
John se colocó la sudadera sobre la cabeza sin esperar una respuesta, pero
dejó un hueco por debajo para poder ver el suelo. Salió al trote a terreno abierto
con la cara hacia abajo, y León y Cole se pusieron tensos…
Oyeron un rápido patpatpatpat, y la tela que cubría el rostro de John
quedó cubierta de repente de grandes hilachos de aquel espeso veneno rojo. Él
les hizo un gesto brusco con la mano…
—¡Vamos! —gritó León, y Cole echó a correr detrás de él con la cabeza
agachada, viendo tan sólo las botas de León una detrás de la otra, lo mismo que
sus delgadas piernas, con el suelo de roca gris convertido en un borrón. Oyó
otro grito gorgoteante a su izquierda y se agachó todavía más, aterrorizado…
A continuación oyó el chasquido de la madera justo delante de él, y un
instante después, se encontraba sobre el puente, con las planchas de madera
atadas con cuerdas de fibra vegetal, crujiendo bajo sus pies. Vio el abismo en
forma de V más abajo, vio que era profundo, que había sido excavado en la
tierra bajo Planeta, unos doce o quince metros… y la roca gris apareció de
nuevo antes de que le diera tiempo a sentir vértigo. Siguió corriendo, pensando
en lo maravilloso que era tener que prestar atención tan sólo a las botas de
León, con el corazón golpeándole con fuerza contra el esternón.
Segundos o minutos después, no lo supo con seguridad, las botas bajaron
de ritmo y Cole se atrevió a levantar la vista. La pared, ¡la pared, y allí estaba la
puerta! ¡Lo habían logrado!
—¡John, vamos! —gritó León con todas sus fuerzas, regresando unos
pocos pasos por el mismo camino que ya había recorrido, con su
semiautomática empuñada y preparado para disparar—. ¡Vamos!
Cole se giró y vio a John quitarse la improvisada capucha negra, vio al
puñado de escupidores reunidos delante de él, en un grupo de seis o siete de
ellos, gritando de nuevo. John atravesó el grupo, y al menos dos de ellos le
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escupieron, pero iba demasiado deprisa, lo bastante como para que sólo le
rozaran un hombro, por lo que Cole pudo distinguir. Las monstruosas criaturas
comenzaron a perseguirlo con su movimiento saltarín, no tan veloces, pero casi.
¡Corre, corre, corre!
Cole apuntó con su nueve milímetros hacia los escupidores, listo para
disparar si conseguía tener una línea de tiro despejada, mientras John llegaba al
puente… y desaparecía.
El puente se hundió, y John desapareció.
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Capítulo 16
John sintió que el puente se hundía unos cuantos centímetros antes de que
las cuerdas se partiesen. Alzó las manos de un modo instintivo sin dejar de
correr, pensando que lograría llegar… y un instante después, estaba cayendo.
Las rodillas golpearon contra un suelo de planchas de madera en movimiento, y
sus manos se cerraron sobre lo primero sólido que tocaron…
Todo lo que oyó fue el sonido del aire al pasar rápidamente junto a su
oído, luego, los nudillos de su mano derecha chocaron contra la roca, y
descubrió que estaba colgando sobre un barranco bastante profundo, con un
trozo de madera suelta en su mano izquierda. Había logrado agarrarse a una de
las planchas que seguían amarradas a la cuerda del puente, que colgaba de uno
de los lados. Los dos cabos que lo habían mantenido sujeto al lado norte de la
hondonada se habían partido.
John dejó caer el trozo inservible de madera y lo oyó estrellarse contra el
fondo del barranco junto a varias piezas que se habían soltado. Intentó levantar
el brazo para agarrarse mejor… y ¡plaf!, un pegote de mucosidad roja apareció
de repente justo delante de él, a un palmo a la derecha de su cara, y empezó a
escurrirse por la pared del barranco hasta formar un hilo de baba.
Menuda mierda…
¡Bangbangbang!
Alguien estaba disparando una nueve milímetros, y el chasquido creciente
de los escupidores preparándose para arrojarle más babas, le indicó que tenía
que subir ya.
Alzó el brazo de nuevo y flexionó los bíceps, la tela de su sudadera se
tensó cuando se agarró a una de las rocas salientes y se elevó unos centímetros.
Unos disparos sonaron de nuevo por encima de él, más cercanos, y luego oyó
un grito de León que fue interrumpido por el tronar de nuevos disparos.
Muy bien, chicos. Ya voy…
Ascender subiendo una mano tras otra era una putada, sobre todo con los
nudillos sangrando y un rifle colgando del cuello, pero pensó que lo estaba
haciendo bastante bien, y alargó el brazo para agarrarse al siguiente asidero
cuando una humedad tibia cubrió el dorso de su mano derecha, y le dolió, era
como el ácido, abrasaba…
Soltó aquella mano, sacudiéndola para quitarse de encima el frío ácido y
frotándosela de forma frenética contra la sudadera. Se mantuvo agarrado al
tembloroso puente con la mano izquierda, pero por los pelos, pues el dolor era
un fuego enloquecedor. Fue lo único que pudo hacer para resistirse a su instinto
natural, que era taparse la herida con la otra mano, y por la comezón que
empezó a sentir en los dedos, pensó que no tendría que preocuparse mucho
más por ello.
—¡Ya está aquí!
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Un grito histérico directamente encima de él. John alzó la cabeza y vio a
Cole agachado sobre el borde del barranco, con su camisa de trabajo subida
hasta taparle la nariz y con una mirada en los ojos entre frenética y
atemorizada.
—¡John, dame la mano! —le instó, y alargó el brazo todo lo que pudo,
varios trozos de cemento cayeron al ser desprendidos por las suelas de sus
botas. Si dijo algo más, John no lo pudo oír por los nuevos estampidos del arma
de León, que intentaba mantener a raya a los escupidores.
John sólo tardó una fracción de segundo en reaccionar a la orden de Cole,
y en ese breve instante, se dio cuenta de que se caería. Henry Cole medía como
mucho un metro setenta de altura, y probablemente pesaba unos sesenta y
cinco kilos. Con ropa mojada puesta. Lo que era todavía mejor, parecía una
especie de tortuga enloquecida metida en el interior de su caparazón.
Esto es demasiado divertido.
Divertido, y frenéticamente conmovedor, y aunque la puñetera mano
todavía le dolía a base de bien, había olvidado por completo el dolor durante
uno o dos segundos.
John sonrió e hizo caso omiso de los temblorosos dedos de Cole, y se
obligó a sí mismo a concentrarse en subir con su mano herida. Oyó más gritos
reverberantes a su espalda, pero por el momento no cayeron nuevas bombas de
saliva corrosiva.
—Dile a León que utilice su granada —dijo entre jadeos, y Cole se giró,
gritando para hacerse oír por encima de otra andanada de disparos de la
semiautomática de León.
—… ¡tu granada! John dice que utilices tu granada!
—¡Todavía no! —le gritó León por respuesta—. ¡Que salga de ahí!
Plaf, plaf. Otros dos salivazos cruzaron el barranco; uno le dio de lleno a
Cole en la bota, y el otro cayó a escasos centímetros de la cara de John.
Ponte las pilas, John…
John se agarró a la madera del extremo superior con un tremendo gruñido
final y se alzó otro trecho, tiró de nuevo de sí mismo y de repente tuvo que
agacharse para poder poner la rodilla sobre el suelo.
—¡Ya estoy aquí, vamonos!
Cole, la tortuga loca, no necesitaba más incentivos. Empezó a correr
mientras León continuaba cubriendo a John y éste corría encorvado hacia él y
metía su mano herida en la mochila de cadera sacando su última granada. Ya le
había quitado la anilla de seguridad cuando vio que León tenía la suya en la
mano.
—¡Hazlo! —le gritó John cuando llegó a su lado.
León echó el brazo atrás y arrojó bien alto la potente carga explosiva hacia
los escupidores. Ambos echaron a correr, y John echó un vistazo a su espalda y
vio que tres o cuatro de los animales ya habían saltado al interior del barranco.
No había tiempo para pensar. John arrojó su granada hacia abajo con toda
la fuerza que pudo, y el artefacto desapareció en el vacío al mismo tiempo que
la de León caía justo delante de las otras criaturas…
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Un momento después, los dos se tiraron de cabeza al suelo y rodaron
sobre sí mismos. Las explosiones fueron casi simultáneas, ¡BOOUUUMM!
Oyeron el ruido de los trozos de roca cayendo y los chillidos increíblemente
agudos que sonaban procedentes de algún lugar…
—¡Los habéis pillado! ¡Los habéis pillado!
Cole estaba de pie delante de ellos, con una expresión de júbilo
incontenible y de no poco asombro en su estrecho rostro. John se irguió, León le
imitó, y ambos se giraron para ver lo ocurrido.
No los habían matado a todos. Dos de los cuatro que se habían quedado al
otro lado estaban casi intactos, vivos… pero cegados y rotos, con las patas
partidas y con un fluido negro que tapaba lo que quedaba de sus caras mientras
chillaban de rabia, como el mismo sonido de un conejillo de indias al ser pisado.
Los otros dos debieron estar situados justo delante de la explosión: no eran más
que bolsas de carne rotas y sangrantes, con huesos que sobresalían del montón
de restos como… como huesos rotos. Del barranco artificial también salían
chillidos agudos, y del mismo no surgió ninguna criatura dispuesta a atacarlos.
Aquel enfrentamiento se había acabado a todos los efectos.
John se puso en pie y miró detenidamente el dorso de la mano herida. Al
contrario de lo que se esperaba por lo que había sentido, la piel no se había
derretido. Vio que se estaban formando unas cuantas ampollas, y que la piel
parecía quemada, pero no estaba sangrando.
—¿Estás bien? —le preguntó León mientras se ponía en pie y se sacudía la
ropa. Sus rasgos juveniles ya no le parecieron tan juveniles a John.
No pienso volver a llamarle novato.
John se encogió de hombros.
—Creo que me he roto una uña, pero sobreviviré.
Vio que Cole seguía mirándolos, con el cuerpo todavía tembloroso por la
adrenalina descargada que seguía en su cuerpo. Parecía incapaz de encontrar
las palabras adecuadas para hablar, y John recordó de repente y con toda
claridad cómo se había sentido después de su primer combate, el primero en el
que había actuado con valentía. Lo exultante que se había notado sin poder
evitarlo. Lo increíblemente vivo.
—Henry, eres un tipo curioso —le dijo a Cole al mismo tiempo que le daba
una palmada en la espalda al hombrecillo y le sonreía.
El electricista le sonrió a su vez, inseguro, y los tres se dirigieron hacia la
puerta que los conduciría hasta la fase Cuatro, dejando atrás los furiosos
chillidos de los animales moribundos.
Cuando el polvo se aclaró y vio que los tres hombres seguían con vida,
Reston golpeó con el puño el tablero de mandos sintiendo a la vez ira y un
miedo creciente. El estómago le dio un salto, y se quedó con los ojos abiertos de
par en par por la incredulidad que sentía.
—¡No, no, no, estúpidos cabrones, estáis muertos!
La voz le salía un poco pastosa, pero estaba demasiado asombrado como
para darse cuenta, demasiado cabreado. No sobrevivirían a los cazadores, de
eso estaba seguro…
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Pero tampoco hubieran tenido que sobrevivir a los Ca6.
Reston no podía creerse que hubieran llegado hasta allí. No podía creerse
que de los veinticuatro especímenes con los que se habían enfrentado, sólo
hubiese sobrevivido uno de los dáctilos, y que todos los demás habían acabado
muertos o moribundos. Sobre todo, no podía creerse haber permitido que
siguiera aquella situación, que su orgullo y ambición le hubieran impedido
hacer lo que tendría que haber hecho en primer lugar. No es que estuviese fuera
de su terreno, pertenecía al círculo interior, ya tenía superadas toda aquella
clase de inseguridades… pero debería haber hablado con Sidney, al menos, o
con Duvall. No en busca de consejo, sino para cubrirse las espaldas. Después de
todo, no podía ser responsable de todo aquel asunto si había consultado a uno
de los otros miembros más antiguos…
Todavía no era tarde. Llamaría y les explicaría su plan, les explicaría que
estaba algo preocupado… Podía decir que los intrusos todavía estaban en la
fase Dos, eso ayudaría, ya modificaría la hora que aparecía en los vídeos más
tarde… y los cazadores ya habían sido puestos a prueba con anterioridad, en
cierto sentido, no los de la clase 3K, pero sí los 121. Algunos se habían escapado
de la propiedad Spencer, y por los datos que se habían recopilado sobre
aquello, sabía que los tres hombres morirían en la fase Cuatro. Incluso si no los
mataban, no podrían salir de allí, y con el apoyo de la oficina central, casi se
saldría con la suya y quedaría limpio.
Satisfecho por haber tomado la decisión correcta, Reston alargó la mano
bajo el tablero de control y levantó el auricular.
—Umbrella, Divisiones Especiales y…
Silencio. La suave voz femenina al otro lado de la línea se interrumpió en
mitad de la frase, ni siquiera se oía el ruido de la estática.
—Soy Reston —dijo con un tono de voz perentorio, y se dio cuenta de que
una sensación helada se estaba apoderando de su corazón, ahogándolo—.
¿Hola? ¡Soy Reston!
Nada. De repente, un momento después, se dio cuenta de que la luz de la
estancia había cambiado, de que se había hecho más intensa. Se dio la vuelta
sobre la silla, deseando fervientemente no ver lo que le parecía que era…
En toda la hilera de pantallas que mostraban lo que ocurría en la superficie
sólo se veía estática. Las siete, fuera de servicio…. y pocos segundos después,
antes de que Reston ni siquiera pudiera darse cuenta de lo que estaba
ocurriendo, las siete se apagaron de golpe y se quedaron completamente
negras.
—¿Hola? —le susurró al teléfono inútil, y su febril aliento cargado de
alcohol empañó el auricular. Silencio.
Estaba solo.
Andrew “ Asesino” Berman tenía un frío de narices, además de estar
aburrido y de preguntarse por qué el sargento se había molestado en poner a
nadie de guardia al lado de la furgoneta. Los malos no iban a volver, ya se
habían marchado hacía rato… e incluso si decidían regresar, estaba muy claro
que no iban a intentar llegar hasta su vehículo. Sería un suicidio.
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O tienen otro coche de apoyo o se han helado en algún lugar de esa llanura. Esto es
una mierda.
Andy se subió la bufanda hasta las orejas, y flexionó los dedos para
agarrar mejor su M41. Cinco kilos de rifle no parecían mucho peso, pero llevaba
mucho rato de pie. Si el sargento no regresaba pronto, se metería en la
furgoneta durante un rato, descansaría los pies y se quitaría el frío del cuerpo.
No le pagaban lo bastante como para que se le congelaran las pelotas en la
oscuridad.
Se apoyó en el parachoques trasero y se preguntó de nuevo si Rick estaría
bien. No conocía demasiado a los demás tipos a los que les había pillado la
granada de fragmentación, pero Rick Shannon era su colega, y estaba cubierto
de sangre cuando lo metieron en el helicóptero.
Que esos cabrones se atrevan a volver y yo les dejaré ensangrentados a ellos…
Andy sonrió al pensar que lo habían apodado Asesino por algo. Era un
tirador de narices, el mejor de su equipo, y era el resultado de toda una vida
cazando ciervos.
Y también era un tipo helado, aburrido, cansado e irritable. Menuda
mierda de obligación. Si el trío de capullos aparecía de nuevo, se comía los
calzoncillos.
Todavía estaba pensando en ello cuando oyó la voz suave y gimoteante
que surgió de la oscuridad.
—Ayúdenme, por favor… No me disparen, por favor, ayúdenme. Me han
disparado…
Una voz dulce y femenina. Una voz atractiva, y Andy agarró su linterna e
iluminó la oscuridad, descubriendo a la propietaria de la voz a menos de diez
metros de él.
Era una chica, vestida con ropas negras ceñidas, y que se tambaleaba en su
dirección. Estaba desarmada y herida, iba cojeando de una pierna, con el rostro
descubierto, pálido y vulnerable bajo la luz de la linterna.
—Eh, quieta —le dijo Andy, aunque no con demasiada rudeza.
Era joven, y aunque él mismo sólo tenía veintitrés años, ella parecía
incluso más joven que él, apenas mayor de edad. Y una mayor de edad bastante
buena.
Andy bajó un poco el cañón de su arma pensando en lo bien que estaría
ayudar a una dama en apuros. Puede que ella fuera una de aquellos tres
criminales, lo más probable es que así fuera, pero era obvio que no representaba
una amenaza para él. Podía retenerla hasta que regresara el helicóptero, y
quizás ella se mostraría agradecida por su ayuda…
Comportarse como un héroe es un buen modo de ganar puntos, seguro
que sí. Puede que los tipos agradables lleguen en último lugar, pero desde
luego se acuestan con muchas mujeres en el camino.
La chica se le acercó cojeando y Andy apartó la luz de la linterna de su
rostro para no deslumbrarla. Puso la nota adecuada de sinceridad en su tono de
voz (las pavas se tragan todo eso), y dio un paso hacia ella, alargando un brazo.
—¿Qué ha ocurrido? Ven, déjame que te ayude…
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INFRAMUNDO
Algo oscuro y pesado le golpeó por el costado con fuerza, y lo derribó al
suelo dejándole sin respiración. Antes de darse cuenta de lo que había pasado,
la luz de una linterna le estaba iluminando la cara y el M41 le era arrancado de
las manos mientras se esforzaba por volver a respirar.
—No te muevas y no te dispararé —dijo un hombre, inglés por el acento, y
Andy sintió el frío cañón de un arma clavándose en un lado de la garganta. Se
quedó inmóvil, sin atreverse a mover ni un solo músculo.
¡Oh, mierda!
Andy levantó la mirada y vio a la chica empuñando el rifle, su rifle,
mirándolo a su vez. Ya no parecía tan indefensa.
—Zorra —dijo con un gruñido, y ella sonrió levemente mientras se encogía
de hombros.
—Lo siento. Si te sirve de consuelo, tus dos amigos también picaron con el
mismo truco.
Oyó la voz de otra mujer a su espalda, y sonó divertida.
—Además, piensa que ahora entrarás en calor. El cuarto del generador es
muy agradable y calentito.
Asesino no lo encontraba nada divertido, y se juró a sí mismo, mientras lo
ponían en pie y lo obligaban a bajar hacia el complejo, que era la última vez que
subestimaba a una pava, y aunque no pensaba comerse sus propios
calzoncillos, desde luego iba a recordar aquello la próxima vez que se sintiese
aburrido.
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Capítulo 17
La fase Cuatro era una ciudad de verdad, y León pensó que era lo más
anormal que había visto hasta entonces. Las tres primeras fases habían sido
raras, irreales, pero también habían sido montajes obvios: los bosques estériles,
las paredes blancas del desierto, la montaña esculpida. En ningún momento se
habían olvidado de que el entorno era un montaje.
Pero esto… esto no es hábitat orgánico falso. Esto es realmente como debe parecer
de verdad.
La fase Cuatro consistía en varios bloques de una ciudad por la noche. Un
pueblo más bien, ya que ninguno de los edificios superaba los tres pisos de
altura, pero era un pueblo: farolas, aceras, tiendas y casas, coches aparcados, y
calles de asfalto. Habían salido de una montaña para meterse en Hometown,
Estados Unidos de América.
Sólo había dos cosas que no encajaban, al menos a primera vista: los
colores y el ambiente. Los edificios eran todos de color rojo ladrillo o de una
especie de tono alquitranado oscuro. No parecían acabados, y todos los pocos
coches aparcados que León pudo ver eran de color negro, aunque era difícil
estar seguro en aquella sombría oscuridad.
Y el ambiente…
—Inquietante… —dijo John en voz baja, y León y Cole se limitaron a
asentir. Se quedaron con la espalda pegada a la puerta y observaron con
detenimiento el silencioso pueblo, y descubrieron que era tremendamente
perturbador.
Como una pesadilla, una de esas en las que estás solo y no encuentras a
nadie y todo te da mala espina…
No es que fuera un pueblo fantasma, no tenía el aspecto de ser un lugar
abandonado, un lugar que había superado su época de utilidad. Nadie había
vivido allí, y nadie lo haría jamás. Ningún coche había recorrido sus calles,
ningún niño había jugado en sus esquinas, ningún ser viviente lo había llamado
su hogar… y aquel sentimiento vacío y sin vida era… inquietante.
La puerta por la que habían entrado daba a una calle que iba de este a
oeste y que terminaba bruscamente en una pared pintada de color azul oscuro.
Podían ver, desde donde estaban, toda una larga calle pavimentada que iba
hacia el sur, y que acababa en la oscuridad a una distancia indeterminada.
Varias calles se cruzaban en perpendicular en toda su longitud. La escasa luz de
las farolas provocaba largas sombras, y brillaban con la luminosidad justa para
ver los objetos, pero insuficiente para distinguirlos con claridad.
Había un coche justo delante de ellos, aparcado enfrente de un edificio
parduzco de dos plantas. John caminó hasta él y golpeó suavemente el capó.
León pudo oír el sonido hueco bajo su mano: estaba vacío.
John regresó hasta la puerta, observando con aprensión las sombras.
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—Así que… cazadores —dijo, y León se dio cuenta de repente que aquello
era casi tan enfermizo como los edificios sin vida que se alineaban delante de
ellos.
—Todos los sobrenombres son descriptivos —dijo mientras sacaba el
cargador de su semiautomática para contar las balas que le quedaban. Cinco, y
sólo tenía otro cargador, aunque a John le quedaban un par… No, sólo le
quedaba uno, Cole tenía el otro. Y a menos que se equivocase, León sabía que a
John sólo le quedaba otro cargador para el M-16 treinta proyectiles, más lo que
le quedara en el rifle. Ya no quedan granadas, apenas tenemos munición…
—Entonces, ¿qué? —preguntó Cole.
Fue John quien le contestó, entrecerrando los ojos mientras hablaba, y su
expresión se hizo aún más vigilante mientras observaba las densas sombras de
cada esquina, de cada ventana.
—Piensa un poco —le dijo—. Pterodáctilos, escorpiones, animales que
escupen… cazadores.
—Yo… ah —Cole parpadeó y miró a su alrededor con un temor
renovado—. Esto no pinta bien.
—¿Dices que la última puerta está cerrada con cerrojo? —le preguntó
León.
Cole asintió, y John meneó la cabeza al verle.
—Y yo, como un idiota, voy y utilizo la última granada —dijo en voz
baja—. No podremos echar la puerta abajo.
—Si no lo hubieras hecho, estaríamos muertos —le contestó León—. Y
probablemente no hubiera servido de nada si tiene el mismo tipo de montaje
que la de la primera entrada.
John dejó escapar un gran suspiro, pero asintió.
—Supongo que nos podremos encargar de ese problema cuando se
presente.
Los tres se quedaron callados unos instantes, en un silencio
tremendamente incómodo que Cole rompió por fin.
—Entonces… mantenemos los ojos y los oídos bien abiertos, y
permanecemos juntos, ¿no? —dijo dubitativamente, más como una pregunta
que como una afirmación.
John alzó las cejas y sonrió.
—No está mal, ¿eh? ¿Qué vas a hacer en la vida si logramos salir de aquí?
¿Quieres unirte a la causa, darle un palo a Umbrella?
Cole sonrió con nerviosismo.
—Pregúntamelo otra vez si logramos salir de aquí.
Estaban todo lo preparados que podían estar, así que se dirigieron al sur
caminando lentamente por el centro de la calle, con los oscuros edificios
observándolos con sus ojos de cristal sin expresión. Aunque intentaron avanzar
en silencio, el eco del pueblo vacío parecía devolver los leves ruidos de sus
pisadas en el asfalto, incluso el sonido de sus respiraciones.
Ninguno de los edificios mostraba carteles o decoración alguna, y por lo
que León pudo percibir, tampoco había luces en su interior. La sensación
opresiva y como sin vida le trajo desagradables recuerdos de la noche que había
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llegado a Raccoon City en su primer día como policía, después de que Umbrella
hubiera esparcido su virus.
Sólo que las calles olían a muerte y los caníbales rondaban por doquier en la
oscuridad, los cuervos se estaban comiendo a los muertos, era una ciudad en los
estertores de la muerte…
John levantó una mano cuando llegaron a la mitad de la manzana, lo que
sacó a León de su ensimismamiento.
—Un segundo —dijo, y se acercó al trote hasta una de las «tiendas»
situadas a la izquierda, un establecimiento con vitrinas que a León le recordó
una pastelería de esas que siempre tienen pasteles de boda en el escaparate.
John miró a través del cristal y luego intentó abrir la puerta. Para sorpresa de
León, se abrió. John metió el cuerpo durante un largo instante, luego la cerró y
regresó a paso ligero.
—No hay mostradores ni nada de eso, pero es un local de verdad —dijo,
siempre hablando en voz baja—. Hay una pared trasera y un techo.
—Quizá los cazadores están escondidos en uno de los edificios —comentó
León.
Sí, y nos tienen más miedo ellos a nosotros que nosotros a ellos. Eso estaría bien.
Sería toda una suerte…
—¡Eso es! —exclamó Cole en voz demasiado alta, y luego la bajó
inmediatamente, sonrojándose—. Ya sé cómo podemos salir de aquí, bueno,
quizá. Todos los, eeeh, animales, se mantienen en jaulas o en una especie de
perreras o en algo parecido detrás de las paredes traseras. No sé en las otras
fases, pero hay un pasillo que corre alrededor de la Cuatro. He visto la puerta
que lleva a él, a unos seis metros de la esquina suroeste. Tiene que ser mucho
más fácil de abrir que la salida. Me refiero a que estará cerrada, pero no tendrá
una barra que impida abrirla.
John comenzó a asentir, y León pensó que era muchísimo más factible que
intentar atravesar una puerta cerrada con una gran barra en el lado opuesto.
—Bien —dijo John—. Buena idea. Vamos a ver si podemos…
Algo se movió. Algo en las sombras de un edificio de dos pisos de la
derecha, algo que hizo que John se callara y que todos apuntaran hacia la
oscuridad, tensos y alertas. Pasaron diez segundos, luego veinte… y fuese lo
que fuese, parecía capaz de mantenerse perfectamente inmóvil.
O en realidad no hemos visto nada.
—Nada por aquí —susurró Cole, y León comenzó a bajar su nueve
milímetros, indeciso, pensando que le había parecido que algo se movía…, y en
ese preciso momento, algo que no podían ver lanzó un chillido, un grito agudo
y terrible como el de alguna clase de pájaro espantoso, como el de una bestia
salvaje cegada por la furia… Y la misma oscuridad se movió. León seguía sin
poder distinguirlo con claridad, porque era como una sombra, una parte del
edificio que se hubiera puesto en movimiento, pero vio los pequeños ojos
brillantes, resplandecientes y al menos a dos metros del suelo, y las garras
melladas y desiguales que casi tocaban el asfalto. Se dio cuenta de que era un
camaleón justo cuando se lanzó a por ellos sin dejar de chillar.
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Reston se apresuró a regresar a la sala de control, y el peso de la pistola en
su funda le hizo sentirse mejor. Se sentiría todavía mejor si lograba regresar a
tiempo para ver cómo los cazadores despedazaban a los tres hombres, aunque
se conformaba con ver los tres cadáveres.
Me conformaría con eso, no me importaría siempre que mueran.
Reston quería tomarse una copa, quería estar cuanto antes de vuelta en la
sala de control, encerrarse y esperar a que Hawkinson regresara. Se sintió casi
histérico un momento cuando se dio cuenta de que las comunicaciones habían
quedado cortadas, pero lo cierto es que nada había cambiado. El montacargas
seguía desconectado y el incompetente sargento volvería con el helicóptero en
poco tiempo. Si los tres intrusos del exterior habían sido los autores del corte de
comunicaciones, algo sobre lo que no tenía dudas, ninguna en absoluto,
Hawkinson se encargaría de ellos. Si por una casualidad se trataba de un
problema técnico, enviarían a un nuevo electricista en cuanto no realizara su
informe matutino rutinario.
No ser capaz de poder comunicarse con sus colegas había sido algo
inquietante, pero luego pensó que podría utilizarlo a su favor. ¿Quién no se
sentiría impresionado de que, en unas circunstancias tan terribles, él hubiera
logrado manejar la situación a pesar de todo? Si se tenían en cuenta todas las
circunstancias, atrapar a los intrusos en el programa de prueba había sido su
única posibilidad. Nadie lo culparía por ello, al menos, no demasiado.
Recoger el revólver del calibre 38 de su habitación lo había tranquilizado
todavía más. Se lo había llevado a Planeta sobre todo porque era un regalo de
Jackson, y aunque sabía muy poco del manejo de armas de fuego, estaba seguro
de que lo único que tenía que hacer con aquella arma era apretar el gatillo. El
pesado revólver casi se disparaba él solo, ni siquiera tenía que trastear con un
mecanismo de seguro…
Reston estaba a mitad de camino de la sala de control cuando se le ocurrió
que quizá debería haber dejado salir a los trabajadores de la cantina. Había
pasado justo por delante de la puerta cerrada dos veces, y ni siquiera había
pensado en ello. Quizás había tomado demasiado coñac. Pensó por un breve
momento en retroceder, pero luego decidió que bien podían esperar otro rato.
Asegurarse de que los 3K se estaban comportando como debían era mucho más
importante. Además, estaba resuelto a despedirlos a todos en cuanto recuperara
el contacto con la oficina central. Ninguno de aquellos inútiles había ni siquiera
intentado proteger a Planeta o a su jefe.
Vio la sala de control un poco más adelante. Reston echó casi a correr y
dobló la esquina que daba al corto pasillo, apresurándose a atravesar la puerta.
Distinguió movimiento en una de las pantallas, y se acercó a la carrera a la silla,
a la vez nervioso y ansioso por ver morir a los intrusos. No tenía por qué
avergonzarse de ello, al fin y al cabo, ellos eran de los malos…
Y vio que no estaban muertos, ninguno de ellos, pero también se dio
cuenta de que sólo era cuestión de segundos. Los tres hombres estaban
disparándole a uno de los cazadores, y mientras miraba, apareció en escena un
segundo. Seguía del mismo color negro intenso del coche tras el que
seguramente se había estado ocultando.
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Rojizo se giró hacia su derecha y empezó a disparar contra la nueva
amenaza, pero el 3K no iba a echarse atrás por unas cuantas balas: el cazador
cruzó la distancia que los separaba de un tremendo y único salto, seis metros de
golpe. Reston sabía por los datos preliminares que podían saltar hasta casi siete
metros…
Cole empezó a disparar también contra el segundo espécimen, mientras
John continuaba acribillando al primero, ya del color gris oscuro del asfalto. El
primero había recibido bastantes disparos de los tres intrusos, así que se dio la
vuelta y saltó fuera del ángulo de visión de la pantalla.
El segundo todavía mantenía su intenso color negro, y su cuerpo quedó
claramente definido cuando alzó un musculoso brazo para intentar detener las
balas que estaban acribillando su cuerpo. Era una figura humanoide enorme,
desnuda y sin sexo, una bestia formidable, con un cráneo alargado y reptiliano
y unas garras de casi diez centímetros, que echó atrás la cabeza y lanzó un
aullido. Reston conocía aquel grito, y su mente suplió la carencia de sonido en
el sistema mientras la silenciosa criatura empezaba a desaparecer en el entorno.
La concordancia de colores con la calle era casi perfecta cuando alzó de nuevo el
brazo y Rojizo salió volando hacia un lado.
¡Sí!
John se colocó delante de su camarada caído y acribilló al monstruo furtivo
mientras Cole ayudaba a Rojizo a ponerse en pie para luego retroceder ambos.
Intercambiaron algunas palabras y los dos se salieron del ángulo de visión de la
cámara, hacia el sur…
¿Habían herido a la criatura? John dejó de disparar y vio sangre saliendo
de algún lado, cubriendo la cara del 3K, cubriendo su pecho…
En los ojos, debe haberle acertado en los ojos. ¡Maldita sea!
La criatura trastabilló y retrocedió. No era una herida mortal, pero la
dejaría temporalmente incapacitada.
John se giró y echó a correr en pos de sus compañeros. No había más
cazadores a la vista, al menos Reston no lo creía. Tampoco es que importara,
porque los tres intrusos ya podían considerarse muertos. No había modo
alguno de que pudieran atravesar la ciudad sin que los atacasen, ni tenían
ningún sitio donde esconderse… aunque Reston, sólo por estar seguro, apretó
el botón que cerraba la puerta que daba a la fase Tres.
No existe retirada posible, caballeros…
Todavía no habían aparecido en la pantalla que mostraba la calle justo al
sur de la primera cámara. Reston frunció el ceño y cambió de cámara,
conectando la que había en la parte delantera de un edificio… y vio que se
cerraba una puerta: los intrusos habían buscado refugio en una de las tiendas.
Reston meneó la cabeza. Aquello les protegería probablemente durante cinco
minutos, pero seguro que no más. Los 3K tenían la fuerza suficiente como para
echar abajo toda la ciudad, si así lo querían, y cazaban sobre todo con el sentido
del olfato. Rastrearían a los acobardados hombres, los descubrirían, y
finalmente pondrían fin a sus inútiles vidas causantes de problemas.
No había cámara en el edificio en que habían entrado. Tendría que esperar
a que reapareciesen, o a que los cazadores los sacasen. Reston sonrió, y sus
dientes chirriaron por la impaciencia que sentía, preguntándose por qué
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tardaban tanto los puñeteros 3K. Ya iba siendo hora de que acabara la prueba,
de que Planeta volviera a la normalidad.
Los cazadores no le fallarían. Tan sólo tenía que esperar unos cuantos
minutos más.
Encontraron el modo de entrar en la parte trasera del edificio central, al
otro lado del cuarto del generador, donde habían dejado a los tres furibundos
guardias. Fue cuestión de pura suerte, ya que sólo habían estado buscando los
controles para desbloquear el ascensor del edificio de entrada.
Eran cuatro en total, toda una serie de ascensores en un gabinete
enmoquetado en la pared occidental. No funcionaban, pero había un ascensor
para dos personas en el primer hueco que abrieron, aunque con bastante
esfuerzo, David y Claire. Aunque estaba cansada y no se sentía bien, ver la
pequeña plataforma enganchada a su propio sistema de cables hizo que
Rebecca sintiera deseos de reír a todo pulmón.
Ni siquiera sospecharán que bajamos, nos colaremos como sombras.
—Me parece que a alguien se le olvidó cerrar la puerta trasera —dijo
David con una expresión de triunfo en su rostro cansado.
Claire miró dubitativamente el pequeño espacio metálico.
—¿Cabremos todos?
David no contestó inmediatamente, sino que se giró para mirar a Rebecca.
Ella sabía lo que le iba a sugerir, y comenzó a pensar en una razón convincente
antes de que su compañero abriera la boca.
Puede que el helicóptero regrese, probablemente lo hará; si os hieren, me
necesitaréis, ¿qué ocurrirá si los guardias consiguen soltarse…?
—Rebecca… necesito que digas sinceramente cuál es tu estado físico —le
dijo con una expresión cuidadosamente neutral en su rostro.
—Estoy cansada, me duele la cabeza, cojeo… y me necesitáis ahí abajo,
David. No estoy al cien por cien, pero tampoco estoy al borde del desmayo, y
dijiste que probablemente ya han enviado otro equipo que estará de camino…
David sonrió y alzó ambas manos.
—Vale, vale, bajaremos todos. Estaremos apretados, pero no creo que el
peso sea un problema, las dos sois pequeñitas…
Entró e iluminó con la linterna primero los cables, y luego los mandos de
aspecto simple conectados al sistema de cableado propio del ascensor.
—Creo que nos las podremos apañar bastante bien. ¿Vamos?
Rebecca y Claire entraron en el ascensor. La plataforma de servicio
improvisada sólo cubría una cuarta parte del espacio a oscuras. Encima y
debajo sólo sentían el frío y oscuro aire, y el raíl corría sólo por un lado. Claire
se apretó intranquila contra la barra metálica: los tres estaban bastante
apretujados.
—Ojalá tuviera un caramelo para el aliento —murmuró Claire.
—Desde luego, ojalá tuvieras un caramelo para el aliento —le replicó
Rebecca, y a Claire le entró la risa floja. Rebecca sintió el movimiento de las
costillas de Claire contra su brazo. Estaban realmente apretados allí dentro.
—Allá vamos —dijo David, y pulsó el botón de arranque.
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INFRAMUNDO
El ascensor comenzó a bajar con un zumbido rugiente y sonoro que
resonaba tanto que Rebecca se pensó otra vez lo del ataque sorpresa. También
era bastante lento, puesto que descendía a la mitad de velocidad que cualquier
ascensor normal.
Demonios, esto puede tardar días…
Aquella idea hizo que Rebecca se sintiera muy cansada de repente, y el
ruido del rugiente motor aumentó su dolor de cabeza. Quedarse de pie y quieta
le hizo darse cuenta realmente de lo enferma que se sentía, y cuando el brillante
rectángulo de la entrada al ascensor desapareció hacia arriba mientras ellos
bajaban a la oscuridad, se sintió agradecida de estar tan apelotonados: le
proporcionaba una excusa para apoyarse del todo en David, con los ojos
cerrados, para intentar mantenerse de una pieza un poco más de tiempo.
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Capítulo 18
Estaban metidos hasta el cuello en un buen problema. Entraron en el
edificio y se dirigieron hacia la pared trasera a través de la oscuridad, sudando
y jadeando. Cole se esperaba que la débil puerta saltara hecha astillas en
cualquier momento.
… pam, y entrarán a saco, chillando, destrozándonos con sus garras antes de que
tengamos siquiera oportunidad de verlos…
—Tengo un plan —dijo John entre resoplidos, y Cole sintió un leve atisbo
de esperanza que duró hasta la siguiente frase de John—. Echamos a correr
como locos hasta la pared trasera —dijo con voz firme.
—¿Estás chalado? —le dijo León—. ¿Viste saltar a ése? No hay manera de
que les ganemos corriendo…
John inspiró profundamente y luego comenzó a hablar en voz baja y
rápida.
—Tienes razón, pero tú y yo somos buenos tiradores y podemos cargarnos
algunas de las farolas mientras corremos. Incluso si pueden ver en la oscuridad,
eso les distraerá, y quizá les confunda.
León no dijo nada, y aunque Cole no podía distinguir con claridad su cara,
vio que se estaba frotando el hombro donde la criatura le había golpeado.
Lentamente, como si estuviera sopesando la idea de John.
¡Los dos están chalados!
Cole se esforzó para que su voz no mostrara su evidente terror.
—¿No hay ninguna otra opción? Me refiero, no sé, a que podríamos subir
a los edificios e ir de tejado en tejado.
—Todos los edificios tienen alturas diferentes —le dijo John—. Y no creo
que los hayan construido para soportar demasiado peso.
—¿Y qué tal si…?
León lo interrumpió sin rudeza.
—No tenemos munición apenas, Henry.
—Entonces nos volvemos a la fase Tres y nos lo pensamos bien…
—Estamos más cerca de la pared suroeste —dijo John, y Cole supo que
tenía razón, lo supo y lo odió mientras intentaba buscar otra solución. Los
cazadores eran terribles, casi se trataba de los seres más terribles que Cole jamás
había esperado ver…
De algún lugar del exterior les llegó el chillido de uno de ellos, un sonido
aullante y feroz que atravesó las delgadas paredes, y Cole se dio cuenta de que
no tenían tiempo de pensar en un plan mejor.
—Vale, sí, vale —dijo, y pensó que, como mínimo, debía tragarse su temor
y enfrentarse a lo inevitable como si de verdad tuviera valor.
No seré una carga para ellos, pensó, y respiró profundamente, enderezando
un poco los hombros. Si eso era lo que tenía que ocurrir, no iba a deshonrarse a
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sí mismo convirtiéndose en un cobarde tembloroso… y tampoco iba a reducir
sus probabilidades de supervivencia convirtiéndose en esa carga.
Cole sacó del bolsillo trasero el cargador que John le había dado y manoteó
para cambiarlo por el de la pistola, ya vacío, con el corazón palpitante… y se
quedó un poco sorprendido al comprobar que una vez tomada la decisión, una
vez comprometido, se sentía más fuerte, más valiente.
Puede que muera, se dijo a sí mismo, y esperó a que le asaltara una oleada
de horror… pero no llegó. Ya habría muerto si no hubiera sido por John y por
León, y quizás era su oportunidad para impedir que uno de ellos, o los dos,
resultaran heridos.
Los tres se dirigieron a la puerta sin intercambiar una sola palabra más.
Cole pensó que su vida había cambiado más en las dos horas anteriores que en
los últimos diez años de su vida… y que a pesar de cómo había llegado, le
alegraba aquel cambio. Se sentía completo. Se sentía vivo.
—Preparados… —dijo John, y Cole inspiró profundamente mientras León
le sonreía bajo la escasa luz que llegaba por la ventana.
—¡Ya!
John abrió la puerta de par en par y salieron corriendo a la calle mientras a
su alrededor la noche estallaba en la enorme algarabía de los feroces chillidos
de los cazadores.
Los ojos de Reston brillaron. Se inclinó sobre la pantalla y se quedó
mirándola fijamente, encantado de que hubieran tomado aquella decisión
suicida. Los tres salieron del lugar hacia la oscuridad como enloquecidos. Como
muertos que no tenían la sensatez suficiente como para dejar de moverse.
Corrieron hacia el sur, con John a la cabeza y Rojizo y Cole pegados a sus
talones. Un cazador saltó desde una acera situada a su derecha, dispuesto a
darles la bienvenida… y se vio un resplandor, un brillante estallido de luz
anaranjada procedente de arriba, y unos cristales ardientes comenzaron a caer
sobre la calle como una lluvia resplandeciente. Una de las farolas, le habían
disparado a una de las farolas, y los 3K parecieron enloquecer cuando los
cristales rotos cayeron sobre ellos. El cazador de color rojizo cambiante a gris
retorció su cuerpo, frenético y aullante, en busca de su atacante… e hizo caso
omiso por completo de los hombres que pasaron corriendo a su lado. Los tres
pasaron de largo con las armas en alto, disparando al cielo, disparando contra
más farolas, y Reston vio que otro de los cazadores saltaba a la calle, una
sombra casi oculta entre las demás sombras… y Cole, Henry Cole, fintó a la
izquierda y luego a la derecha, aplastó el cañón de su pistola contra la cabeza
del 3K agachado y se vio surgir un surtidor de líquido, de cerebro y de sangre,
procedente de su sien. El electricista le había pegado un tiro a quemarropa. Los
brazos y las piernas del cazador se movieron espasmódicamente en todas
direcciones, pero ya estaba muerto. Cole se apartó de un salto y siguió
corriendo, alcanzando a los otros dos mientras más bombillas de las farolas
estallaban haciendo volar fragmentos de cristal de las luces blancas
estroboscópicas.
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—No —susurró Reston, sin darse cuenta de que había hablado, pero
bastante consciente de que todo iba horriblemente mal.
John corrió, se detuvo para disparar, echó a correr de nuevo. Los feroces
aullidos les seguían, la lluvia de cristales y el olor a metal recalentado les
llegaba de todos lados… y vio a uno de ellos en mitad de la calle, justo delante
del cruce que los llevaría hasta las jaulas, vio los extraños ojos centelleantes y el
agujero negro de su boca aullante…
No desperdicies la munición, Jesús, es igual que la calle…
Siguió corriendo directamente hacia él, sin dejar de apuntarle, con los
estampidos de nueve milímetros a su espalda, y el monstruo aullante a menos
de tres metros cuando por fin disparó.
¡Ahora!
Una ráfaga corta, medida, directamente al rostro antinatural y salvaje… y
no cayó, y aunque giró para esquivarle, no llegó muy lejos. Su cara rugiente,
cubierta de sangre, pareció quedarse a escasos centímetros de la suya, y uno de
sus brazos, tan largo como increíble, se proyectó contra él y le pegó en el pecho.
El golpe impactó en su pectoral izquierdo, y John esperó ser aplastado,
volar por los aires con el cuerpo destrozado… pero la criatura debía estar
debilitada por las balas, desorientada, quizá cegada, porque aunque sintió que
el pecho se le contraía por el dolor, había sufrido golpes peores. Trastabilló,
pero no cayó, y para cuando se quiso dar cuenta, ya lo había dejado atrás y
giraba a la izquierda, en dirección oeste.
Echó un vistazo a su espalda, vio que los otros lo seguían, miró hacia
delante…
¡Ahí está!
La calle acababa en una pared pintada a menos de un edificio de distancia,
y una abertura se abría a unos tres metros del suelo, un agujero de dos metros y
medio de ancho y de al menos tres metros de altura…
Otro aullido a su derecha. No pudo ver al cazador camuflado, pero
¡bangbang! León o Cole dispararon contra la criatura, y el grito se volvió
frenético por la rabia. John alzó su M-16 e hizo estallar la bombilla de otra
farola.
Diez segundos y ya estaremos…
Un panel de color azul oscuro comenzó a bajar para tapar la abertura, de
modo lento pero inexorable. En pocos segundos, se quedarían sin ruta de
escape.
Reston apretó frenéticamente el botón de cierre de la jaula, y la puerta
siguió bajando como un puñetero caracol. Tenía las manos pegajosas por el
sudor, y la mente, embriagada, le daba vueltas por la incredulidad.
No, no, no, no…
Había cerrado las jaulas de las fases Dos y Tres, pero uno de los cazadores
se había quedado en el interior de la suya, así que la había dejado abierta, se
había olvidado… y ahora el animal había salido y los tres hombres estaban a
punto de escapar. De escapar de él, de la muerte que se les había asignado.
¡Más rápido!
John estaba mirando a su espalda, gritando, con Rojizo justo detrás de él y
con Cole casi al lado de éste… y vio a un cazador a menos de siete metros de
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ellos, acercándose a toda velocidad, ganando terreno, con su inmenso cuerpo
pasando del marrón edificio al negro asfalto y viceversa y sus garras dejando
grandes arañazos el suelo.
¡Mátalos, vamos, salta, mátalos!
John llegó a la abertura y sus manos se agarraron al borde inferior, para
meterse luego en el interior con un ágil salto.
Sacó una de las manos, Rojizo llegó un instante después, la agarró y John
lo metió de un tirón en el interior…
Cole lo alcanzó al momento siguiente, y también iba a lograr pasar, la
puerta no se cerraría a tiempo y ya había dos manos esperándolo…
Entonces, el cazador que lo perseguía alargó sus dos brazos y los bajó de
golpe. Las garras destrozaron la espalda de Cole, atravesando la camisa, la piel,
el músculo y quizás incluso los huesos.
Los otros metieron a Cole de un tirón mientras la puerta acababa de bajar.
Cole no gritó mientras lo dejaban con cuidado en el suelo, aunque debía
estar sufriendo una dolorosa agonía. Lo colocaron boca abajo con tanta
suavidad como pudieron. León se sintió embargado por la pena cuando vio el
destrozo de carne que antes había sido la espalda de Cole.
Se está muriendo, muriendo.
En pocos segundos, el suelo bajo su cuerpo quedó cubierto por un charco
de sangre. León pudo distinguir la carne desgarrada a través de los jirones de
su camisa húmeda y ya de color rojo, las fibras musculares rotas y el brillo
fresco del hueso por debajo, hueso aplastado. El daño había sido hecho a lo
largo de dos extensas heridas, de arriba abajo, y cada una comenzaba por
encima de los omóplatos y acababa en la cintura. Eran heridas mortales.
Cole respiraba de forma superficial y jadeante, con los ojos cerrados y las
manos temblorosas.
Estaba inconsciente. León miró a John, vio su expresión de angustia y
apartó la vista. No podían hacer nada por él.
Estaban en el interior de una jaula gigantesca que apestaba a animales
salvajes, al final de un profundo pasillo de cemento, uno que al parecer recorría
a lo largo las cuatro áreas de prueba. Estaba casi a oscuras, con tan sólo unas
cuantas bombillas encendidas, y se vislumbraban las jaulas en la penumbra.
Cada una de ellas estaba separada por unas paredes con unas inmensas
ventanas acristaladas, y León pudo ver con mayor claridad la que tenía justo al
lado, el hogar de los escupidores. Estaba cubierta por un plástico grueso y
transparente, con el suelo repleto de huesos.
La jaula de los cazadores estaba vacía, y era de al menos diez metros de
ancho y el doble de larga, con un par de abrevaderos bajos adosados a las
paredes de rejilla metálica. Era un lugar triste y solitario donde morir, pero al
menos estaba inconsciente y no sentía ningún…
—Dad… me la vuelta —susurró Cole. Tenía los ojos abiertos, y los labios
temblorosos.
—Eh, quédate tranquilo —le dijo John con voz suave—. Te vas a poner
bien, Henry, tú quédate donde estás, no te muevas, ¿vale?
—Y una… mierda —le respondió Cole—. Dadme… la vuelta. Me… muero.
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John intercambió una mirada con León, quien asintió a regañadientes. No
quería causarle más dolor a Cole, pero tampoco quería negarle nada. Se estaba
muriendo, y debían hacer lo que les pidiera.
John levantó lenta y cuidadosamente a Cole, y le dio la vuelta. Cole gimió
cuando su espalda tocó el suelo, abriendo los ojos de par en par y girándolos
sobre sí mismos, pero pareció sentir algo de alivio unos momentos después.
Quizás era el frío del suelo… o quizás es que ya estaba más allá de poder sentir
dolor, ya estaba insensible.
—Gracias —dijo con un susurro, y una burbuja de sangre surgió de entre
sus pálidos labios.
—Intenta descansar, Henry —le dijo León con cierta dulzura, deseando
poder echarse a llorar. El hombre había intentado tanto ser un valiente,
mantenerse a su nivel…
—Fósil —murmuró Cole con la mirada fija en León—. En un… tubo. El
tipo dijo… que si salía… destrozaría… todo. En el… laboratorio… Al oeste.
¿Vale?
León asintió, entendiéndole perfectamente.
—Una criatura de Umbrella en el laboratorio. Fósil. Quieres que la
dejemos salir.
Cole cerró los ojos, y su rostro ceniciento se quedó tan quieto que León
pensó que ya se había acabado… pero habló de nuevo, en voz tan baja que
tuvieron que inclinarse para poder oírlo.
—Sí —exhaló—. Bien.
Cole inspiró por última vez, dejó escapar el aire… y su pecho no volvió a
moverse.
Los dos averiguaron cómo salir de la jaula de los cazadores pocos minutos
después de la muerte de Cole. Reston se quedó mirando a la pantalla, sin sentir
nada, decidido a no sentirse sorprendido. Simplemente no eran humanos, eso
era todo. Una vez se aceptaba eso, ya no cabía posibilidad alguna de
sorprenderse.
Los pilones para la alimentación habían sido soldados firmemente a unos
largos y estrechos huecos en la malla metálica de acero para que los cuidadores
pudieran darle la comida a los especímenes sin tener que entrar en la jaula. Una
pequeña parte del pilón sobresalía lo suficiente como para que tan sólo hubiera
que dejar caer la comida y los animales la recibieran por el otro lado. No
importaba si los 3K intentaban tirar de los pilones, o empujarlos hacia fuera, ya
que el hueco era demasiado pequeño para sus cuerpos.
Pero no para unos cuerpos humanos… o para los suyos, sean lo que sean.
John y Rojizo comenzaron a darle patadas al pilón, y en cuanto empezó a
salirse por el otro lado, Reston tomó su revólver, se puso en pie y le dio la
espalda a las pantallas. No tenía sentido quedarse mirando. Había fallado, las
pruebas de Planeta habían demostrado ser demasiado sencillas y sería
castigado con severidad por lo que había hecho, incluso era posible que lo
mataran. Pero no estaba dispuesto a morir, todavía no… y no a manos de ellos.
Pero, ¿y el montacargas?, ¿y la gente en la superficie…?
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Tampoco era muy seguro ir arriba. Todo el complejo había sido tomado
por aquellos soldados de los STARS, lo habían aislado, y ahora tan sólo estaban
esperando que sus dos muchachos lo obligaran a salir…
No puedo subir, no puedo matarlos, no tengo suficiente tiempo… ¡la cantina!
Sus empleados lo ayudarían. En cuanto los hubiera liberado, en cuanto les
hubiera explicado lo que había ocurrido, se agruparían a su alrededor y lo
protegerían de cualquier daño. Tendría que inventarse los detalles, por
supuesto, pero podría hacerlo de camino.
Tengo que irme, llegarán enseguida para buscarme. Quizá para vengar a Cole.
Para hacer que me arrepienta, cuando sólo hice mi trabajo, lo mismo que hubiera hecho
otro cualquiera…
Dudaba mucho de que fueran capaces de entenderlo. Reston salió de la
sala de control, imaginándose ya lo que iba a contar, preguntándose cómo era
posible que todo hubiera salido tan mal.
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Capítulo 19
Al salir de la jaula accedieron a un pasillo limpio y de aspecto esterilizado
que se torcía a la izquierda, hacia el oeste. Avanzaron con rapidez, y ninguno
de ellos habló: no había nada que decir hasta que encontraran lo que Cole había
llamado Fósil, hasta que pudieran decidir si era la idea más correcta.
John, por primera vez desde que había entrado en Planeta, no se sentía con
ganas de hacer chistes. Cole había sido un buen tipo, había hecho todo lo
posible por compensar el hecho de haberlos atraído al programa de pruebas,
había hecho todo lo que le habían dicho… y estaba muerto, destrozado
brutalmente, muerto sobre su propia sangre en el suelo de una jaula.
Reston. Reston pagaría por todo aquello, y si el mejor modo de lograrlo era
soltar a alguno de los monstruos de Umbrella, que así fuera. Un castigo
apropiado.
A la mierda el libro de códigos. Si el tal Fósil es tan mal asunto como Cole parecía
creer, lo soltamos y dejamos que los trabajadores escapen. Que destroce todo este lugar,
que pille a Reston…
El pasillo giraba a la derecha y luego se enderezaba, continuando hacia el
oeste. Cuando doblaron la esquina, vieron una puerta a la derecha, y de algún
modo, John supo que era el laboratorio del que había hablado Cole. Lo
presintió.
Tenía razón, en cierto sentido. La puerta de metal se abrió, después de que
hubieran utilizado una llave de nueve milímetros, y entraron en un pequeño
laboratorio lleno de mesas y ordenadores, y que a su vez daba a una sala de
operaciones, llena de acero reluciente y bordes de porcelana. La puerta colocada
al otro lado de la sala de operaciones era la que Cole les había dicho que debían
encontrar… y cuando John vio la criatura, se dio cuenta de por qué había
insistido en hablarles de ella, incluso en sus estertores de muerte. Si era la mitad
de feroz de lo que parecía, Planeta estaba acabado.
—Dios —murmuró León, y a John no se le ocurrió nada que añadir a
aquello. Se dirigieron lentamente hacia el enorme cilindro que se encontraba en
una esquina de la gran estancia, más allá de la mesa de autopsias de acero y de
las bandejas repletas de instrumental reluciente, hasta detenerse delante del
artefacto. Las luces de la habitación estaban apagadas, pero había una bombilla
direccional encendida que apuntaba al contenedor desde el techo, iluminando
aquel ser. El Fósil.
El cilindro tenía unos cinco metros de alto y al menos unos diez de
diámetro. Estaba lleno de un fluido de color rojo claro, y rodeado por el fluido,
conectado a unos tubos y a unos cables que salían por la parte superior, había
un monstruo. Una pesadilla.
John supuso que lo llamaban Fósil por el aspecto que tenía, por lo que
parecía, al menos, en parte: una especie de dinosaurio, aunque uno que jamás
había caminado sobre la superficie de la Tierra. La criatura de tres metros era de
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un color pálido, y su piel escamosa relucía con un tono rosáceo debido al
líquido rojizo que la rodeaba. No tenía cola, pero sí las poderosas patas traseras
y la gruesa piel de un dinosaurio. Era obvio que había sido diseñado para
caminar sobre esas patas traseras, y aunque tenía los ojos pequeños y el morro
redondeado de un dinosaurio carnívoro, como el de un tiranosaurio o el de un
velocirraptor, también poseía unos largos y musculosos brazos y unas manos
con dedos delgados y capaces de agarrar. Por imposible que fuera, parecía el
resultado mutante de un hombre y un dinosaurio.
¿En qué estaban pensando? ¿Por qué… por qué hicieron algo semejante?
Estaba dormido, o en alguna especie de coma, pero desde luego, estaba
vivo. Pudieron ver una pequeña máscara que cubría sus orificios nasales
conectada a un estrecho tubo, y una banda de plástico rodeaba su grueso morro
para mantener cerradas las gigantescas fauces. John no pudo verlos, pero estaba
seguro de que la ancha boca de la criatura debía de estar repleta de hileras de
dientes afilados. Sus ojos, como cuentas de cristal, estaban cubiertos por alguna
clase de párpado interior, una delgada capa de piel purpúrea, y pudieron
distinguir el lento subir y bajar de su grueso pecho, los suaves movimientos
flotantes de su enorme cuerpo en la sustancia rojiza.
Había un sujetapapeles colgado de la pared al lado de Fósil, sobre una
pequeña pantalla donde unas delgadas líneas verdes parpadeaban en silencio.
León descolgó el sujetapapeles y fue pasando las hojas mientras John se
quedaba mirando a la criatura, impresionado y asqueado a la vez. Una de las
garras del monstruo se estremeció, y sus ocho dedos se cerraron hasta formar
un puño.
—Dice que estaba prevista su autopsia para dentro de tres semanas y
media —explicó León mientras seguía pasando las hojas—. «El espécimen se
mantendrá en estasis, bla, bla, bla, hasta que se le inyecte una dosis letal de
hyptheon antes de su disección.»
John miró a la mesa de autopsias y vio que había dos hojas de acero
dobladas a cada extremo, y tres sierras de cortar hueso metidas debajo. Al
parecer, la mesa había sido diseñada para acomodar a animales más grandes.
—¿Para qué mantenerlo con vida? —preguntó John mientras se giraba
para mirar de nuevo al Fósil durmiente.
Era difícil no quedarse mirando: la criatura era imponente, horrible y
maravillosa, una aberración que llamaba la atención.
—Quizá para que los órganos se mantengan frescos —dijo León antes de
respirar profundamente—. Entonces… ¿lo hacemos? Es la pregunta del millón
de dólares, ¿verdad? No conseguiremos los códigos, pero Umbrella tendrá un
sitio menos donde jugar a ser dioses con su retorcida ciencia. Y quizás un jefe
menos.
—Sí —respondió John—. Sí, hagámoslo.
Los hombres le escucharon en silencio, con los rostros pensativos, mientras
conocían el horror que había invadido Planeta. La invasión procedente de la
superficie, su llamada en busca de ayuda, cómo los asesinos lo dejaron
inconsciente después de matar a Henry Cole a sangre fría.
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No le hicieron preguntas, sólo se quedaron sentados, bebiendo café,
alguien había hecho café, y se lo quedaron mirando mientras hablaba. Nadie le
ofreció una taza de café.
—… y cuando recuperé el conocimiento, vine hacia aquí —siguió diciendo
Reston mientras se mesaba el cabello con una mano temblorosa, ofreciendo una
mueca de dolor para ser más convincente. Los temblores no hacía falta que los
fingiese—. Yo… todavía están ahí fuera, en algún lugar, quizás están colocando
cargas explosivas, no lo sé… pero podemos detenerlos si actuamos unidos.
Pudo ver en sus miradas vacías que no estaba funcionando, que no los
estaba inspirando para que actuasen. No tenía empatía con las personas, pero
era capaz de adivinar muy bien su estado de ánimo.
No se lo están tragando, probemos con lo de Henry…
Reston hundió los hombros y dejó escapar una nota de dolor y temblor en
su voz.
—Le pegaron un tiro —dijo mientras mantenía la mirada baja con una
expresión de dolor horrorizado—. Estaba pidiendo, suplicando que le dejaran
vivir, y ellos… le dispararon.
—¿Dónde está el cadáver?
Reston levantó la mirada y vio que había sido Leo Yan el que había
hablado, uno de los manipuladores de los 3K. El rostro de Yan no mostraba
absolutamente ningún tipo de expresión mientras seguía apoyado sobre el
borde la mesa con los brazos cruzados.
—¿Qué? —le preguntó Reston con aspecto de estar confundido, pero
sabiendo perfectamente qué era lo que quería decir Yan.
Piensa, maldita sea, ya deberías haber pensado en eso…
—Henry —dijo algún otro, y Reston vio que era Tom Nosequé, del
departamento de construcción. Su voz áspera sonaba claramente escéptica—. A
él le dispararon, a usted le dejaron inconsciente… así que todavía sigue en la
zona de celdas, ¿no?
—Yo… no lo sé—contestó Reston sintiendo mucho calor, sintiendo que
quizás estaba deshidratado por tomar tanto coñac, sintiendo que no se podría
recuperar de aquellas preguntas inesperadas—. Sí, allí debe de estar, a menos
que lo hayan movido por alguna razón. Me desperté confundido, mareado,
quería reunirme con vosotros para asegurarme de que nadie más había
resultado herido. No me fijé en si seguía allí…
Se lo quedó mirando un mar de rostros que ya no eran neutrales. Reston
vio incredulidad, falta de respeto, furia… y en los ojos de uno o dos, lo que
podía ser odio.
¿Por qué, qué he hecho yo para merecer ese desprecio? Soy su jefe, su superior, yo
les pago sus puñeteros salarios…
Uno de los mecánicos se puso en pie y se dirigió a los demás, haciendo
caso omiso de Reston. Era Nick Frewer, uno de los individuos más populares
entre los demás trabajadores.
—¿Quién vota por que nos larguemos de aquí? —dijo—. Tommy, ¿sigues
teniendo las llaves del camión?
Tom asintió.
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—Claro que sí, pero no las de la puerta ni las del almacén.
—Esas las tengo yo —exclamó Ken Carson, el cocinero. También se puso
en pie, y la mayoría lo imitó, desperezándose, bostezando y apurando la taza de
café.
Nick asintió.
—Bien. Que todo el mundo recoja sus cosas, nos vemos en el ascensor en
cinco…
—¡Un momento! —gritó Reston, incapaz de creerse lo que estaba oyendo:
que rehusaban cumplir su deber moral, sus obligaciones. Que no le hicieran
caso—. Hay más de ellos en la superficie, os matarán. ¡Tenéis que ayudarme!
Nick se dio la vuelta y le dirigió una mirada tranquila y terriblemente
condescendiente.
—Señor Reston, no tenemos que hacer nada de eso. No sé lo que está
pasando de verdad, pero creo que nos está mintiendo… y no hablaré por los
demás, pero por lo que se refiere a mí, no me pagan lo bastante como para ser
su guardaespaldas.
De repente, sonrió, y sus ojos brillaron alegres.
—Y además de todo eso, no es a nosotros a quien buscan.
Nick se dio la vuelta de nuevo y se alejó, y Reston pensó por un momento
en dispararle… pero sólo tenía seis balas, y no tenía ninguna duda de que los
demás hombres se lanzarían a por él si hería a uno de sus compañeros de la
clase trabajadora. Pensó decirles que sus vidas habían acabado, que no olvidaría
su traición, pero no quiso desperdiciar el aliento, y tampoco le quedaba mucho
tiempo.
Esconderme.
Era lo único que podía hacer.
Reston dio la espalda a sus subordinados y se apresuró a salir mientras su
mente repasaba todos los posibles lugares a donde podía ir, rechazándolos por
demasiado obvios, demasiado expuestos…
Y entonces se le ocurrió: el grupo de ascensores al otro lado de la esquina
de las instalaciones médicas. Era perfecto. A nadie se le ocurriría mirar en un
ascensor que ni siquiera funcionaba, podía abrir las puertas de uno de ellos a la
fuerza y estaría a salvo dentro. Al menos durante un tiempo, hasta que se le
ocurriese qué otra cosa podía hacer.
Reston estaba sudando a pesar de fría tranquilidad gris del pasillo central.
Giró a su derecha y empezó a correr.
Después de lo que les pareció una eternidad bajando por la oscuridad,
apiñados en el interior frío e incómodo de un ascensor de servicio, con un ruido
infernal, llegaron al fondo.
O a la superficie, según se mire, pensó Claire mirando a través de un panel
abierto mientras la luz de la linterna de David se desplazaba por el lujoso
interior y el ruidoso motor se detenía. Habían acabado posándose encima del
techo de otro ascensor, que estaba vacío a excepción de una escalera de mano
apoyada en una de las paredes.
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Salieron del recuadro de metal, y Claire se sintió aliviada de haber
regresado a una superficie razonablemente sólida. Bajar por el hueco del
ascensor en un montacargas abierto en el que un movimiento en falso te podía
hacer caer al vacío y matarte, no era su idea de pasarlo bien.
—¿Crees que alguien nos habrá oído? —preguntó Claire, y vio que la
silueta de David se encogía de hombros.
—Si estaban a trescientos metros o menos de este trasto, sí —le
respondió—. Espera, voy a traer la escalera…
Claire encendió su linterna mientras David se sentaba y agarrándose a los
bordes de la abertura del panel bajaba hasta el ascensor. Rebecca encendió su
linterna mientras él colocaba la escalera, y Claire pudo distinguir fugazmente
su cara.
—Eh, ¿estás bien? —le preguntó, preocupada.
Rebecca parecía muy enferma, demasiado pálida y con unas ojeras de
color rojizo oscuro.
—Sí. He estado mejor, pero sobreviviré —le dijo en tono alegre.
Claire no quedó convencida, pero antes de que pudiera insistir, David las
llamó.
—Venga… Dejad colgando los pies. Yo os diré dónde están los peldaños y
luego os ayudaré a bajar.
Claire le indicó con un gesto a Rebecca que bajara ella en primer lugar.
Pensó que si ella no estuviera bien, probablemente diría algo al respecto, pero
mientras David ayudaba a Rebecca a bajar, se le ocurrió que ella no diría nada.
Querría quedarme para ayudar, no querría que me dejaran atrás. Seguiría
adelante aunque eso me matase…
Claire dejó a un lado aquellos pensamientos y bajó del techo del ascensor.
Rebecca no era tan testaruda como ella, y era médico. Estaba bien.
En cuanto Claire estuvo abajo, David le hizo un gesto con la cabeza y
ambos tiraron de cada una de las frías puertas metálicas, mientras Rebecca
mantenía empuñada su semiautomática en dirección a la abertura cada vez
mayor. Cuando lograron separarlas medio metro, más o menos, David salió el
primero, y luego les hizo un gesto para que lo siguieran.
Vaya.
Claire no estaba muy segura de lo que se esperaba ver al llegar, pero desde
luego no era un pasillo gris de cemento levemente iluminado. Se extendía hacia
la derecha y acababa en una puerta, y a la izquierda formaba una esquina a
unos seis metros del ascensor y se dirigía al este. Claire no estaba muy segura
respecto a las orientaciones, pero sabía que el ascensor que había atrapado a
León y a John estaba más o menos hacia el sureste… bueno, suponiendo que
hubiera bajado en línea recta.
Todo estaba en silencio, absolutamente tranquilo y en silencio. David
inclinó la cabeza hacia la izquierda, indicando que deberían ir en aquella
dirección, y tanto Claire como Rebecca asintieron.
Podríamos empezar por el ascensor e intentar adivinar en qué dirección se han
marchado…
Claire miró a Rebecca de nuevo, y procuró no quedarse mirando, pero se
sentía intranquila por su estado físico. No tenía muy buen aspecto, y cuando
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Rebecca giró en dirección a la esquina del pasillo, Claire se quedó un poco
retrasada. Atrajo la mirada de David e hizo un leve gesto con el mentón hacia la
joven doctora, al mismo tiempo que fruncía el ceño.
Él dudó un instante, y luego asintió a su vez, y Claire se dio cuenta de que
él no ignoraba el estado en que se encontraba su compañera. Al menos, él lo
sabía…
Rebecca soltó un grito agudo de sorpresa cuando ya estaba en la esquina…
justo en el momento en que un individuo vestido con un traje azul saltó y la
agarró, haciéndole soltar el arma de la mano y colocándole el cañón de su
revólver contra la cabeza. Le pasó un brazo alrededor de la garganta, con
fuerza, y los miró con unos ojos enloquecidos, con el dedo en el gatillo y una
sonrisa temblorosa en la cara.
—¡La mataré! ¡Lo haré! ¡No me obliguéis a hacerlo!
Rebecca se agarró de su brazo con las dos manos y él apretó incluso con
más fuerza, con las manos también temblorosas mientras sus ojos se movían
frenéticos de Claire a David y a la inversa. Los ojos de Rebecca se cerraron un
poco, y sus dedos soltaron el brazo del individuo. Claire se dio cuenta de que
estaba demasiado débil, de que estaba a punto de desmayarse en aquella
situación.
—¡No me vais a matar, alejaos! ¡Alejaos o la mato!
Estaba apoyando con todas sus fuerzas el cañón del revólver contra el
cráneo de la muchacha. Si David o Claire hacían el menor movimiento…
Vieron impotentes cómo aquel tipo enloquecido retrocedía,
manteniéndose a distancia de ellos y arrastrando a Rebecca con él hacia la
puerta del final del pasillo.
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Capítulo 20
Fue escalofriantemente fácil sacar a Fósil de su estado de estasis. León
accedió en cuestión de segundos al programa de observación y en imaginarse
cómo vaciar el cilindro gigante. Según el contador digital que apareció en la
pantalla, sólo tardaría cinco minutos en despertar en cuanto se diera la orden de
comienzo.
Tío, cualquiera que trabajase aquí podía haberlo hecho en cualquier momento. Para
ser una compañía tan paranoica con lo de la seguridad, a Umbrella le gusta
arriesgarse…
—Eh, mira esto —exclamó John, y León se separó del pequeño ordenador
sin dejar de mirar con algo de temor al monstruo.
Incluso después de sobrevivir al infierno de Raccoon City, después de
enfrentarse a zombis y a arañas gigantescas, incluso a un cocodrilo titánico,
aquello que tenía delante era probablemente lo más extraño que jamás había
visto.
John estaba al lado de la pared situada al otro extremo de la habitación
mirando un diagrama tras un cristal. Cuando León estuvo más cerca, pudo
darse cuenta de que era un mapa de Planeta, con cada zona cuidadosamente
indicada. Las instalaciones de prueba tenían un trazado bastante simple.
Básicamente, se trataba de un pasillo gigantesco que rodeaba las cuatro fases, y
la mayoría de las estancias y oficinas estaban conectadas directamente a un
pasillo principal.
John golpeó con la punta del dedo un pequeño recuadro situado al este,
justo enfrente de donde se encontraba el montacargas.
—En este letrero dice « CONTROL DE PRUEBAS/ SALA DE MONITORES» —
dijo—. Y por aquí está la salida.
—¿Crees que Reston se ha quedado por ahí? —le preguntó León.
John se encogió de hombros.
—Si nos estaba viendo en el programa de pruebas, ahí es donde debería
haber estado… A mí lo que me interesa saber es si por un casual se ha dejado su
pequeño librito negro por ahí.
—Tampoco pasa nada si lo comprobamos —repuso León—. El cilindro
tardará unos cinco minutos en vaciarse, así que tenemos tiempo… suponiendo
que el ascensor no sea un problema.
John se giró para mirar a Fósil, dormido en su útero gelatinoso.
—¿Crees que se despertará de verdad?
León asintió. Los datos que aparecían listados en el sencillo programa de
observación parecían coincidir, y su lento ritmo cardíaco y su profunda
respiración indicaban un sueño profundo. No existía ningún motivo que
impidiera que se despertara en cuanto su tibio baño nutriente se hubiera
vaciado.
Y probablemente se despertará con frío, cabreado y hambriento…
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—Sí —dijo—. Y no deberíamos estar cerca cuando eso ocurra.
John sonrió ligeramente. No era su expresión de alegría habitual, pero era
una sonrisa de todos modos.
León se acercó al ordenador, que estaba iluminado por el pálido
resplandor rojizo procedente del tubo de estasis. Fósil flotaba tranquilamente,
como un gigante durmiente. Una monstruosidad creada por gente monstruosa
y que estaba viviendo una existencia inútil en un lugar construido para la
muerte.
Llévatelo todo por delante, pensó León, y pulsó la tecla de «intro». El reloj
empezó a desgranar los segundos: les quedaban cinco minutos.
David pensó que probablemente era Reston, aunque no tenía modo alguno
de estar seguro. Tampoco importaba; lo único que le interesaba era cómo
separar a Rebecca de aquel individuo, pero mientras el enloquecido directivo de
traje azul retrocedía hacia la puerta, se dio cuenta de que no podía hacer nada.
Todavía no.
—¡Idos de una vez! ¡Dejadme en paz!
El hombre, Reston, no dejó de gritar, y un instante después desapareció.
Rebecca también desapareció, y la mirada débil e impotente que les lanzó antes
de que la puerta se cerrara atemorizó, y mucho, a David.
—¿Qué hacemos ahora?
Miró a Claire, y vio la ansiedad y el miedo en su cara, y se obligó a sí
mismo a inspirar profundamente y a dejar escapar el aire con lentitud. No
podrían hacer nada si se dejaban llevar por el pánico…
E incluso podríamos provocar que la matara.
—Cálmate —le dijo, sintiendo cualquier cosa menos calma—. No
conocemos la estructura del edificio, así que no podemos dar la vuelta para
sorprenderlo por la espalda… Tendremos que seguirlo.
—Pero ha dicho que…
—Sí, sé lo que ha dicho —la interrumpió David—. No tenemos alternativa,
en este momento. Dejamos que se alejen una distancia prudencial, luego los
seguimos y esperamos una oportunidad.
Y esperemos que no esté tan desequilibrado como parece.
—Claire… Esto debe hacerse con sigilo, no podemos hacer el más mínimo
ruido. Quizá sería mejor que te quedaras aquí…
Claire negó con la cabeza, y en sus ojos apareció una mirada de
determinación.
—Puedo hacerlo —dijo con voz firme y clara. No tenía dudas sobre ello, y
aunque no había recibido entrenamiento, había demostrado ser veloz y fiable.
David asintió y se acercaron a la puerta, donde se quedaron a la espera.
Dos minutos, a menos que les oigamos salir por otra puerta, probaremos a ver si la
puerta hace ruido…
Se obligó de nuevo a respirar profundamente, y se maldijo por haber
permitido que Rebecca bajara con ellos. Estaba agotada y herida, y no podría
luchar si el desconocido decidía apretar un poco más su brazo alrededor de su
garganta…
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No. Aguanta, Rebecca. Ya vamos, y podemos esperar toda la noche a que ese tío
cometa un error, a que aparezca nuestra oportunidad.
Esperaron, y mientras tanto, David rezó para que Reston no le hiciera
daño a Rebecca, jurando que si se lo hacía, le sacaría su propio hígado y se lo
haría tragar.
Buscaron el ascensor, sin correr por el interminable pasillo gris, pero sin
perder el tiempo. La cantina estaba vacía, y un registro de medio minuto
convenció a John de que los trabajadores se habían marchado. Había señales
claras de que los tipos habían agarrado todas sus pertenencias y habían salido
cagando leches.
Bueno, al menos espero que Reston todavía esté por aquí…
John decidió mientras recorrían el pasillo, que si el señor Azul seguía en la
sala de control, lo dejaría inconsciente. Un buen puñetazo en la sien sería
suficiente, y si no se despertaba antes de que Fósil empezara a destruir todo
aquello, mala suerte.
Pasaron de largo por delante del pequeño pasillo que llevaba a la sala de
control, ambos jadeantes, ambos conscientes de que necesitaban mucho más un
ascensor en funcionamiento de lo que necesitaban joder a Reston. Como León
bien había dicho, no querían estar en Planeta cuando ocurriera el gran
espectáculo final.
El panel abierto y la pequeña luz que brillaba encima del letrerito donde
ponía OCUPADO fueron suficientes para que John sonriera como un niño feliz.
Sintió el alivio como una oleada de frescor: se habían arriesgado mucho al
decidir soltar a Fósil antes de asegurarse una ruta de escape.
León pulsó el botón de llamada mientras su cara mostraba la misma
expresión de alivio que John.
—Dos, dos minutos y medio —dijo, y John asintió.
—Sólo un vistazo rápido —le respondió, y se dio la vuelta hacia el
pequeño pasillo que cruzaba el corredor principal. León se había quedado sin
munición, pero a John todavía le quedaban unas cuantas balas en el M-16 por si
acaso a Reston se le ocurría hacer algo estúpido.
Se apresuraron en llegar a la puerta al final del pasillito y descubrieron que
no estaba cerrada con llave. John entró el primero y trazó un semicírculo con su
rifle que cubrió toda la estancia, y luego lanzó un silbido al ver todo el
despliegue de medios.
—Mierda —exclamó en voz baja.
Había una hilera de sillas de cuero negro colocada delante de una pared
completamente cubierta de pantallas. Una moqueta de color rojo intenso. Una
consola de mandos plateada y resplandeciente, de aspecto ultramoderno, con
una mesa de lo que parecía mármol macizo justo detrás.
Al menos no tenemos que andar rebuscando entre papeles y similares…
No había nada a la vista excepto una taza de café y un termo plateado en
la consola. Ni informes, ni material de oficina, ni objetos personales… ni un
libro de códigos secretos.
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INFRAMUNDO
—Será mejor que nos vayamos —dijo León—. Estoy calculando el tiempo
de memoria, y no me gustaría equivocarme ni por un minuto.
—Sí, vale. Vamos…
Vieron que algo se movía en una de las pantallas de la pared, una de las
centrales de la segunda fila empezando por arriba. John se acercó
preguntándose de quién demonios podía tratarse.
Los empleados ya se han ido, y son dos personas, no pueden ser…
—Oh, mierda —profirió John, y sintió que el estómago le daba un vuelco,
una sensación que pareció repetirse una y otra vez mientras seguía mirando la
pantalla.
Reston con un revólver que arrastraba a Rebecca por un pasillo
agarrándola del cuello con el brazo. Los pies de Rebecca medio arrastrándose
por el suelo, con la cabeza bamboleante y los brazos completamente fláccidos.
—¡Claire!
John apartó la vista de la pantalla y vio que León estaba mirando otro
monitor, y advirtió que Claire y David recorrían a toda prisa y armados otro
pasillo sin detalles reconocibles.
—¿Podemos volver a llenar el cilindro? —gritó John, con aquella sensación
todavía en el estómago, todavía más atemorizado que en cualquier otro
momento de la noche al ver allí a sus compañeros.
Ese cabrón tiene a Rebecca…
—No lo sé —respondió León con rapidez—. Podemos intentarlo, pero
tenemos que irnos ya…
John se separó de la pared en busca de la pantalla que mostraba la zona
del laboratorio. Su agotamiento había desaparecido por completo ante la nueva
descarga de adrenalina que había producido su cuerpo.
Allí estaba, una estancia a oscuras con una única bombilla que alumbraba
un cilindro y al ser que forcejeaba en su interior. Instantes después, unas manos
goteantes atravesaron la sustancia transparente, rompiendo, partiendo, y luego
apareció una enorme pata de reptil que salió en casi toda su longitud.
Demasiado tarde: Fósil había despertado.
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Capítulo 21
La criatura denominada serie Tirano ReH1a, comúnmente conocida como
Fósil, estaba motivada únicamente por sus instintos, y más concretamente, por
uno solo: comer. Todas sus acciones se veían determinadas por aquel único
estímulo primario. Si algo se interponía entre Fósil y su alimento, lo destruía. Si
algo le atacaba, o intentaba impedir que comiera, Fósil lo mataba. No sentía
ninguna necesidad de reproducirse, ya que Fósil era el único miembro de su
especie.
Fósil se despertó hambriento. Percibió el alimento al detectar las descargas
eléctricas en el aire, los olores, el distante calor… y destruyó la cosa que le
mantenía encerrado. El entorno le era desconocido, pero eso no le importaba a
Fósil: estaba hambriento, y había comida.
Con una altura de tres metros y un peso de casi media tonelada, la pared
que se interponía entre Fósil y la comida no duró mucho tiempo en pie. Al otro
lado había otra pared, luego otra… y entonces notó muy cerca el sabroso aroma
y el olor del alimento, tan cerca, que Fósil experimentó lo más parecido que
tenía a una emoción: necesidad; un estado de su ser que iba más allá del
hambre, una poderosa extensión de su instinto que le animaba a moverse con
mayor rapidez. Fósil se comería prácticamente cualquier cosa, pero el alimento
vivo siempre le hacía sentir necesidad.
La pared que le había impedido finalmente llegar a la comida era más
gruesa y resistente que las otras, pero no tanto como para poder detener a Fósil.
Atravesó capa tras capa de material y llegó a un lugar extraño, sin nada
orgánico excepto la comida, la aullante comida en movimiento.
La comida se abalanzó contra él, y aunque era difícil de ver, olía mucho.
La comida alzó una garra y atacó a Fósil, gritando de furia por el deseo de
atacar y matar que sentía. Fósil lo sabía por su olor. En pocos segundos, Fósil se
vio rodeado de comida, y sintió de nuevo la necesidad. Los animales, la comida,
aullaron y chillaron, saltaron de un lado a otro, y Fósil alargó un brazo y agarró
al más cercano.
La comida tenía garras afiladas, pero el pellejo de Fósil era grueso. Fósil
mordió la comida y arrancó un gran trozo del cuerpo que se retorcía, y se sintió
satisfecho. Su sentido del deber se veía cumplido siempre que masticara y
tragara, con la sangre caliente corriéndole por la garganta, con la carne caliente
desgarrada entre sus dientes.
Los otros animales comida continuaron atacándole, lo que hizo que a Fósil
le resultara fácil comer. Fósil devoró todos los animales comida en poco tiempo,
y su metabolismo utilizó el alimento casi con la misma rapidez, lo que le
proporcionó a Fósil fuerzas para encontrar más comida. Era un proceso
extremadamente simple, un proceso que no se detenía jamás mientras Fósil
estuviese despierto.
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Fósil, una vez acabó su tarea en la habitación oscura y cavernosa donde
había encontrado la comida aullante, se lamió los dedos y desplegó sus sentidos
en busca de su siguiente comida. Descubrió en pocos segundos dónde había
más, viva y en movimiento cerca de allí.
Fósil sentía necesidad. Fósil estaba hambriento.
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INFRAMUNDO
Capítulo 22
La chica estaba enferma, con la piel pegajosa por el sudor. Sus intentos de
escaparse fueron débiles y patéticos. Reston deseó poder librarse de ella, dejarla
caer y echar a correr, pero no se atrevió. Ella era su salvoconducto para los
demás intrusos de la superficie. Seguro que no matarían a una de los suyos.
Aun así, deseó que la estúpida chica no estuviese tan enferma. Le estaba
retrasando, ya que apenas era capaz de caminar, así que no tuvo más remedio
que continuar arrastrándola por el pasillo trasero, hacia el norte, y luego hacia
el este, a la esquina más alejada de la instalación, en dirección a la puerta que
daba al bloque de celdas. El montacargas estaba a dos minutos de donde
estaban las celdas.
Ya casi hemos llegado, ya casi ha terminado esta noche increíble, imposible, ya no
estamos lejos…
Era un individuo extremadamente importante, un miembro respetado que
pertenecía a un grupo que tenía más poder y más dinero que muchos países, él
era nada menos que Jay Wallingford Reston… y allí estaba, siendo acosado en
sus propias instalaciones, viéndose obligado a tomar un rehén, a apuntar su
arma a la cabeza de una chica enferma y a escaparse como si fuera un criminal.
Era algo ridículo, casi increíble.
—No puedo respirar —susurró la muchacha con la voz estrangulada y
áspera.
—Mala suerte —le respondió él sin dejar de arrastrarla tirando de su
garganta con su brazo; debería habérselo pensado antes de intentar atacar
Planeta.
La hizo pasar a través de la puerta que llevaba al bloque de celdas,
sintiéndose mejor con cada paso que daba. Cada uno de ellos representaba estar
un paso más cerca de la salvación, de la supervivencia. No lo matarían a
balazos un grupo de paletos justicieros sin visión de futuro; antes se pegaría un
tiro él mismo.
Pasaron por delante de las celdas vacías, casi habían llegado a la puerta…
y la chica trastabilló, cayendo encima de él con tanta fuerza que casi lo derribó.
Se agarró con fuerza a él intentando recuperar el equilibrio, y Reston sintió una
repentina oleada de furia contra ella, de rabia.
Asesina, zorra estúpida, espía, debería matarte aquí mismo, ahora, volarte los
estúpidos sesos y esparcirlos por las paredes…
Recuperó el autocontrol antes de apretar el gatillo, pero la pérdida del
dominio sobre sí mismo lo asustó un poco. Hubiera sido un error, y bastante
grave.
—Hazlo otra vez y te mataré —le dijo con voz helada, y abrió de una
patada la puerta que llevaba al pasillo principal, encantado del tono
inmisericorde de su voz. Sonaba fuerte, como el de un hombre que no dudaría
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en matar si así le convenía para sus propósitos… y se dio cuenta de que eso era
él. Atravesó al puerta y llegó al pasillo…
—¡Suéltala, Reston!
John y Rojizo estaban en la esquina, y los dos lo apuntaban con sus armas.
Le cortaban el paso al montacargas.
Reston se dio inmediatamente la vuelta con la chica. Tendrían que
retroceder hasta el bloque de celdas mientras decidía cómo solucionar…
—Olvídalo —le dijo Rojizo con voz agresiva—. Están justo detrás de ti, les
vimos persiguiéndote. Estás atrapado.
Reston apretó con mayor fuerza el cañón del revólver contra la cabeza de
la muchacha, completamente desesperado. Tengo al rehén, no pueden, tienen que
dejarme marchar…
—¡La mataré!
Retrocedió hacia la estancia previa al programa de pruebas, con la chica
esforzándose por mantenerse en pie.
—Y entonces nosotros te mataremos —le contestó John, sin ningún asomo
de duda en su voz—. Si le haces daño a ella, nosotros te lo haremos a ti. Suéltala
y nos marcharemos.
Reston llegó a la puerta de metal cerrada y alargó la mano en busca del
panel de control. Apretó el botón que abría la puerta y la compuerta que daban
a la fase Uno.
—No pretenderéis que me crea eso —les dijo en tono de burla mientras la
hoja de metal ascendía. Sólo quedaba un dáctilo con vida y había dejado abierta
su jaula.
Puedo subirme a ella, todavía puedo escapar de ellos, ¡no es demasiado tarde!
En aquel instante, la puerta del bloque de celdas se abrió y aparecieron los
otros dos… interponiéndose entre los asesinos y él, y actuó antes de ni siquiera
haberlo pensado, arriesgándose.
Reston apartó de sí a la muchacha de un fuerte empujón, enviándola hacia
los cuatro individuos, y saltó a su izquierda en el mismo movimiento,
golpeando la compuerta con su hombro. La puerta que daba a la fase Uno se
abrió inmediatamente y la atravesó, cerrándola de golpe. Había un cerrojo, y él
lo cerró inmediatamente. El ruido metálico le sonó a música celestial.
Mientras se mantuviera alejado de los claros, estaba a salvo. No podían tocarlo.
Unas manos fuertes la agarraron antes de que pudiera caerse al suelo, y
pudo respirar de nuevo, y John y León estaban vivos… El alivio que sintió fue
como una oleada de calidez que la envolvió y la hizo sentirse todavía más débil
de lo que se encontraba. El continuo ahogo le había quitado las pocas fuerzas
que le quedaban. De hecho, Rebecca se dio cuenta al pensarlo de que se sentía
como la muerte sobre dos piernas, como mierda sobre una tostada, que era lo
que solía decir cuando era más joven…
Claire la sostuvo, fueron las fuertes manos de Claire las que había sentido,
y todo el mundo se reunió a su alrededor. John la alzó con facilidad. Rebecca
cerró los ojos y se dejó llevar por el agotamiento.
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—¿Estás bien? —le preguntó David, y ella asintió, aliviada y alegre al ver
que todos estaban juntos de nuevo, que nadie había resultado herido… Bueno,
nadie menos yo…
Y supo que en cuanto tuviera ocasión de descansar, se recuperaría.
—Tenemos que salir de aquí, ahora mismo —dijo León, con un tono de
voz tan urgente que hizo que Rebecca abriera los ojos, y las sensaciones de
calidez y somnolencia desaparecieron inmediatamente.
—¿Qué pasa? —inquirió David, con un tono de voz igualmente alarmado.
John se dio la vuelta y comenzó a recorrer el pasillo con ella en brazos,
hablando por encima de su hombro.
—Ya te lo contaremos mientras subimos, pero tenemos que salir pitando
de aquí, y sin bromas.
—¿John? —dijo Rebecca, y él bajó la vista, sonriendo un poco, pero sus
ojos oscuros indicaban otra emoción.
—No pasa nada —le contestó—. Tú tranquilízate y empieza a inventarte
algún cuento sobre tus heridas de guerra.
Ella jamás lo había visto tan intranquilo, y comenzó a decirle que estaba
herida, pero que no se había vuelto estúpida… cuando sonó un crujido
tremendo y rugiente en algún sitio por delante de ellos, un sonido parecido al
de una pared al venirse abajo, al de una ventana que estallara, como el que
haría un elefante en una tienda de porcelana…
John dio media vuelta inmediatamente, corriendo para desandar el camino
que llevaba recorrido… y ella ya no pudo ver nada, pero oyó a Claire jadear por
la sorpresa, oyó exclamar «¡Oh, Dios mío!» a David con una expresión de
incredulidad pasmada, y sintió que su cansado corazón comenzaba a palpitar
con fuerza por el miedo.
Algo realmente malo se estaba acercando.
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Capítulo 23
Maldita sea, no corremos bastante… Fósil apareció en el pasillo que llevaba al
montacargas en mitad de un torbellino de trozos de cemento y una polvareda
repleta de cascotes, como una visión procedente del infierno. Su morro y sus
manos estaban completamente rojas, y su cuerpo, de un color blanquecino
enfermizo e igualmente cubierto de manchas rojas, llenó todo el pasillo.
—¡Cargador! —gritó León sin apartar la vista del inmenso monstruo, que
seguía a treinta metros de ellos, lo que no era lo bastante lejos. Desenfundó su
H&K y sacó el cargador vacío, sin apenas darse cuenta de que era Claire quien
se lo daba, mientras Fósil daba otro paso hacia ellos…
David empezó a disparar su M-16, con el tableteo del arma resonando por
todo el pasillo. Fósil dio otro enorme paso mientras León metía de una palmada
el cargador en su sitio. John apareció de repente a su lado, con el cargador de
rifle que le había entregado David, Claire se situó al otro lado de David, y todos
ellos apuntaron contra la criatura.
León centró el punto de mira en el ojo derecho del monstruo y apretó el
gatillo. El estampido de su nueve milímetros se perdió entre el estruendo de la
potencia de fuego combinada de todas las armas…
¡Bangbangbangbang!, todos los estampidos se fundieron en un único
tronar ensordecedor. Fósil inclinó la cabeza hacia un lado, como si sintiera
curiosidad, mientras daba otro paso hacia el muro de proyectiles.
—¡Retroceded! —gritó David, y León dio un paso atrás, horrorizado ante
la falta de heridas visibles en Fósil. Si le estaban haciendo daño, León era
incapaz de verlo, pero le tiraban con todo lo que tenían. Intentó acertarle de
nuevo en el ojo y oyó que Claire gritaba algo; se giró lo suficiente para ver de
refilón que había sacado una granada y se la entregaba a David.
—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó David a su vez, y John agarró del brazo
a León y tiró de él. Ambos se dieron la vuelta y salieron disparados con Claire a
su lado. León rezó para que estuvieran lo bastante lejos para no ser impactados
por los fragmentos de metal caliente.
Claire siguió corriendo, aterrorizada, pensando que jamás había visto algo
como aquello. Una pesadilla pintada de sangre, una sonrisa malvada repleta de
dientes afilados, y unas manos, unas manos con los dedos demasiado largos y
también manchados de rojo…
Qué es eso, cómo puede existir eso…
—¡Fuego en el agujero! —aulló David, y Claire pegó un salto para alejarse
lo máximo posible, intentando volar, y viendo en ese segundo en el aire el
rostro pálido y agotado de Rebecca. La chica estaba recostada sobre la pared
trasera, todavía a treinta metros…
¡BOUUM!, echó realmente a volar, con John a su derecha. Un cuerpo
cálido cayó sobre su espalda… y todos se estrellaron contra el suelo. Claire
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intentó aterrizar sobre su hombro, pero en vez de eso lo hizo con todo su peso
sobre un brazo.
¡Au, au, au!
David se había arrojado sobre ella, ya fuera a propósito o por la onda
expansiva, y cuando se incorporó y giró para mirar, vio una expresión de dolor
en su rostro. También vio dos, tres trozos de metal oscuro sobresaliendo de su
espalda, clavando el tejido de lana a su piel. Alargó la mano para ayudarlo… y
se dio cuenta de que el monstruo seguía en pie. Se estaba frotando el pecho y la
tripa, en las ennegrecidas manchas producidas por la explosión de la granada
de fragmentación. Unos cuantos pedazos de metralla le habían atravesado la
piel, pero Claire pensó, aunque era difícil decirlo por el silencio de la criatura,
que, por el modo en que daba otro paso adelante, no parecía sentirse
amenazada. Abrió la boca, sus tremendas fauces de lagarto, y dejó al
descubierto tiras de una carne desconocida colgando entre sus dientes afilados.
Dio otro paso adelante en silencio, sonriendo con su sonrisa carnívora, y Claire
se imaginó que podía oler la carne ensangrentada en su aliento, de fuese lo que
fuese lo que se estuviese pudriendo en sus entrañas…
¡ESPABILA!
Se puso en pie, haciendo caso omiso del dolor del brazo, y alargó el otro
para tomar la mano extendida de David y ayudarlo a incorporarse. En cuanto lo
hubo hecho, alzó su nueve milímetros y empezó a disparar de nuevo, a
sabiendas de que no sería suficiente, pero no sabiendo qué otra cosa hacer.
Heridas en cuatros puntos de la espalda, todas en la parte superior, todas
dolorosamente agudas. David dejó escapar el aire entre los dientes, decidió que
el dolor era soportable y no pensar más en ello hasta que fuera el momento
oportuno. Aquel monstruo de locura seguía en pie, y puede que hubieran
frenado su avance, pero no lo habían detenido, y no tenían nada más potente
que utilizar contra él de lo que ya habían usado.
A correr, tenemos que echar a correr…
Ya estaba abriendo la boca mientras lo pensaba, listo para gritar y hacerse
oír por encima de los disparos de John, León y Claire, que estaban vaciando los
cargadores, aunque los proyectiles eran tan inútiles como la granada.
—¡John, lleva a Rebecca! ¡Retroceded, no podemos pararlo!
John ya había desaparecido, y León y Claire retrocedían de lado,
disparando, al igual que él, por si existiera una ínfima posibilidad de herirlo de
algún modo, de que alguno de los proyectiles impactara en algún sitio que le
hiciera daño.
—¡David, podemos pasar por donde las pruebas, es de acero reforzado! —
le gritó John.
David no tuvo muy claro de lo que estaba hablando, pero entendió las
palabras «acero reforzado». Probablemente tampoco detendría al mutante, pero
era posible que al menos lo retrasara lo bastante como para que se reagruparan
y se les ocurriera algún plan.
—¡Vamos! —le gritó a su vez David, y el monstruo dio dos, tres pasos
hacia ellos. Al parecer, ya no le interesaba un acercamiento cauteloso. A aquella
velocidad, los alcanzaría en escasos segundos.
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—¡Corred, seguid a John! —dijo con otro grito, y cubrió a León y a Claire
por un segundo antes de dar la vuelta y echar a correr a su vez.
Acero, acero reforzado… Un mantra1 que recorrió una y otra vez su mente
mientras seguía corriendo. Claire y León doblaron la esquina, y vio a John y a
Rebecca en el interior de la estancia situada al final del pasillo en cuanto él
mismo dobló la esquina. Era la estancia donde el individuo enloquecido había
entrado.
—¡David, aprieta el botón, cierra la puerta! —le gritó John.
David vio los controles, las pequeñas luces que había sobre los grandes
botones redondeados, y se dirigió hacia ellos, sin dejar de correr a toda
velocidad.
Claire y León ya estaban dentro. David alargó con rapidez el brazo y
apretó con la palma de la mano el botón más grande de la pared, esperando
haber escogido el adecuado… y pasó al otro lado, justo un instante antes de que
la hoja de metal cortara el aire a su espalda, lo bastante cerca como para que
notara el movimiento de bajada en la nuca.
Se dio la vuelta justo a tiempo para ver cómo el pesado cuerpo blanco del
híbrido se estrellaba contra la puerta, con su pecho aplastándose contra la
gruesa ventana de plexiglás colocada en mitad de la misma. La puerta se
estremeció en sus monturas, y David se dio cuenta de que no aguantaría mucho
rato.
Por favor, aguanta, aunque sólo sea un momento…
Se giró y vio que León estaba junto a la pequeña compuerta situada al otro
lado, vio el horror reflejado en su rostro, su cara desprovista de color, su mano
temblorosa sobre el tirador de la puerta.
—Cerrada —dijo, y en el exterior, el monstruo se lanzó de nuevo contra la
puerta.
Reston oyó el sonido mientras estaba intentando encontrar un modo de
subirse a la madriguera de los Av. La jaula estaba a unos tres metros del suelo,
un simple agujero abierto en la pared, y no había ninguna escalera. El árbol más
cercano estaba a unos dos metros por lo menos, así que era imposible, pero el
otro único modo de salir de allí era por donde había entrado, y no se atrevía a
regresar al pasillo principal. Estaba a punto de decidirse por subir al árbol e
intentar saltar cuando unos estruendos se colaron en la estancia procedentes de
la fase Dos.
Reston se acercó hasta la puerta que conectaba la fase Uno con la Dos,
notando cierta curiosidad a pesar del miedo que también sentía. Las distintas
fases estaban prácticamente insonorizadas. Un ruido semejante sólo podía
proceder de una bomba o de un equipo de demolición…
Lo que significa que se trata de una bomba. Al final esos monstruos han
colocado explosivos.
Un mantra es una especie de rezo repetitivo propio del hinduismo y del budismo. Normalmente es un
canto monótono y reiterativo que provoca un cierto tipo de trance que libera la mente. (N. del T.)
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Reston se quedó esperando al lado de la puerta por un momento, pero no
oyó nada más. El dáctilo solitario soltó un grito en algún lugar de la estancia,
pero al parecer, se había quedado sin ganas de pelear después de perder a todos
sus compañeros. Ni siquiera había intentado atacarle.
Explosivos…
La fase Dos se encontraba directamente detrás de la sala de control, con
una pared de doble grosor entre las dos, lo que significaba que los intrusos
habían volado la sala de control, el lugar más importante y el más caro de todo
Planeta. No podían haber escogido un objetivo mejor: la instalación no servía
prácticamente para nada con la sala de control destruida.
Pero quizá me han proporcionado otro modo de salir…
Reston no tenía muy claro si aquellos mercenarios bárbaros se habían
marchado o no por fin, dejando atrás los restos destrozados de Planeta…
Pero si lo han hecho…
Si lo habían hecho, podría marcharse. Quizá simplemente marcharse… y
no sólo de Planeta, sino de White Umbrella. Estaba bastante seguro de que
Jackson lo mataría por todo lo que había ocurrido… pero no podría si Reston
desaparecía.
Unos cuantos miles de dólares para Hawkinson, para que me lleve a un sitio
seguro…
Podría funcionar si lo organizaba bien, si cambiaba de nombre e identidad
y se marchaba lejos, muy lejos. Funcionaría.
Asintió para sí mismo y abrió ligeramente la puerta que llevaba a la fase
Dos sin saber lo que podría haber… pero aun así fue toda una sorpresa ver los
enormes, los tremendos agujeros en dos de las paredes del desierto, y el
cemento, la madera y el acero hechos pedazos. Cada boquete tenía como
mínimo tres metros de anchura, y quizás unos seis de altura. No vio restos de
humo por ningún lado, pero se imaginó que los saboteadores habían utilizado
algún compuesto explosivo de alta tecnología, alguna clase de material al que la
escoria como ellos siempre tenía acceso.
Seguía haciendo mucho calor, y las luces le deslumbraban, pero estaba
claro que algo había refrescado con la nueva «ventilación»… y aunque se quedó
escuchando durante un buen rato, no oyó ningún ruido que indicara la
presencia de los intrusos. A menos que fuese alguna clase de trampa…
Reston sacudió la cabeza, divertido por su propia paranoia. En ese
momento, cuando había decidido ser libre, dejando atrás las ruinas de su vida
anterior, sentía una especie de júbilo. Una sensación de nuevas posibilidades,
incluso de renacimiento. Ellos ya se habían marchado, con su misión cumplida
y Planeta devastado.
Dios mío, han conseguido todo lo que se proponían, ¿verdad?
La destrucción era casi total. El enorme agujero estaba casi exactamente
donde había estado la pared llena de pantallas. Unos gruesos fragmentos de
cristal, algunos trozos de cables y circuitos, un leve olor a ozono… eso era todo
lo que quedaba del excelente sistema de vigilancia por vídeo. Cuatro de las
sillas de cuero habían sido arrancadas de sus monturas fijas al suelo, y la mesa
de talla y valor únicos había sido partida en dos… y en la pared noroeste de la
estancia se abría otro gigantesco agujero rodeado de escombros.
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Y a través de ese agujero…
Reston podía ver el montacargas. El montacargas en funcionamiento, con
las luces encendidas, con el ascensor allí mismo.
¿Era una trampa? Parecía demasiado bueno para ser verdad… pero en ese
momento oyó un golpeteo lejano, en algún punto más allá del bloque de celdas,
y pensó que por fin estaba teniendo suerte. Los empleados ya se habían
marchado, así que aquellos ruidos sólo podían proceder del equipo de malditos
ex-agentes de los STARS. Estaban lo bastante lejos como para que él ya
estuviera a mitad de camino de la superficie antes de que pudieran regresar.
Reston sonrió, sorprendido de que todo acabara de ese modo. Le parecía
que era tan, tan… un anticlímax, algo vulgar.
¿Y me voy a quejar por ello? No, nada de quejas. No mías desde luego.
Reston atravesó el agujero, avanzando con cuidado para evitar los
fragmentos de cristal.
La lucha con los animales comida le había hecho sentirse hambriento de
nuevo, le hacía sentir ansia de comer. Que hubiera una pared resistente
interponiéndose en el camino de Fósil sólo le avivó las ganas de comer, de
cumplir su propósito. Siguió machacando el recio obstáculo, sintiendo cómo la
materia se doblaba, se hacía menos rígida… y aunque no pasaría mucho tiempo
antes de poder llegar a los animales, Fósil olió de repente nueva comida. Del
lugar por donde había venido, alimento en terreno abierto y expuesto, sin
ningún obstáculo entre ellos y Fósil.
Regresaría después de haber comido. Fósil se dio media vuelta y echó a
correr, hambriento y con necesidad, decidido a comer antes de que el alimento
pudiera marcharse.
En cuanto Fósil se dio media vuelta y se marchó a toda velocidad, John
empezó a patear la puerta al darse cuenta de que era la única oportunidad que
tendrían de escapar. El increíble machaqueo continuado que el monstruo había
hecho sufrir a la puerta se lo había puesto fácil, ya que el grueso metal casi se
había salido de sus raíles.
Claire y León empezaron a patear también la puerta. En pocos segundos
ya habían logrado separar lo bastante la hoja de sus raíles como para que cayera
y se estrellara contra el suelo con un resonante estruendo metálico… y un
instante después ya estaban corriendo, corriendo hacia el ascensor. David
llevaba a Rebecca, y todos se mantuvieron en silencio. Sabían que Fósil
regresaría, todos ellos lo sabían, y que no tenían ninguna posibilidad de
supervivencia si lo hacía.
—¡NO! ¡NO! ¡NO!
Era un hombre el que gritaba, y cuando John dobló la esquina, vio que se
trataba de Reston, vio que estaba corriendo por el pasillo, con Fósil
acercándosele cada vez más.
Siguieron corriendo, y John se preguntó cuánto tardaría el monstruo en
comerse por entero a un ser humano. Cuando llegaron al ascensor, saltaron a
través de las puertas, y cuando León bajaba la puerta de rejilla oyeron un grito
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aullante que se elevó de tono hasta convertirse en un chillido inhumano… que
se interrumpió de repente, cortado por un fuerte crujido chasqueante.
El ascensor comenzó a subir.
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Capítulo 24
Rebecca se estaba quedando dormida. El zumbido del ascensor era tan
tranquilizador como el latido del corazón de David. A pesar de lo cansada que
estaba, logró levantar una mano increíblemente pesada hasta el libro negro que
llevaba metido en la cintura de los pantalones. Reston ni siquiera se había dado
cuenta, y al parecer no se había imaginado que era capaz de fingir una caída
como la mejor de las actrices.
Pensó en decírselo a los demás, en romper el silencio que se cernía sobre el
ascensor y contárselo, pero luego decidió que era mejor esperar: se merecían
una sorpresa agradable.
Rebecca cerró los ojos y descansó. Todavía les quedaba mucho camino,
pero la situación estaba cambiando: Umbrella pagaría por sus crímenes. Ellos se
encargarían de que así fuera.
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Epílogo
Los cinco agotados soldados agotados salieron, David y John sosteniendo
a la joven Rebecca, y León y Claire sonriéndose mutuamente como un par de
enamorados, y se encontraron bajo el suave amanecer del desierto de Utah.
Trent se recostó en la silla con un suspiro mientras jugueteaba con su
anillo de ónice engastado. Esperaba que se tomaran un día o dos de descanso
antes de ponerse en camino de su siguiente gran enfrentamiento… quizá su
última gran batalla. Se merecían algo de descanso después de todo lo que
habían sufrido. Lo cierto es que, si alguno de ellos sobrevivía a lo que se les
avecinaba, se aseguraría de que fueran ampliamente recompensados.
Suponiendo que todavía esté en condiciones de otorgar recompensas…
Lo estaría, por supuesto. Cuando Jackson y los demás se dieran cuenta de
lo que estaba haciendo, tendría que desaparecer… pero disponía de media
docena de identidades completamente imposibles de rastrear donde escoger,
repartidas a lo largo y ancho de todo el mundo, y cada una de ellas era
extremadamente acaudalada. Y los de White Umbrella no disponían de los
recursos necesarios para seguirle la pista. Era cierto que disponían del dinero y
del poder suficientes, pero simplemente no eran lo bastante inteligentes. He
logrado llegar hasta donde estoy, ¿no?
Trent suspiró de nuevo y se recordó a sí mismo que no debía dormirse en
los laureles, al menos, no de momento. Sabía que no era conveniente confiarse
demasiado. Personas mucho mejores que él habían muerto a manos de
Umbrella. En cualquier caso, o acababa con ellos o ellos acababan con él. Fin de
sus problemas, de un modo u otro.
Se puso en pie, estiró los brazos por encima de la cabeza y liberó la tensión
de los hombros. El satélite pirata le había permitido ver y oír casi todo lo que
había ocurrido, y había sido una noche larga y llena de acontecimientos. Unas
cuantas horas de sueño era lo único que necesitaba. Lo había preparado todo
para no estar disponible hasta mediodía más o menos, pero luego tendría que
llamar a Sidney… y el viejo bebedor de té estaría casi histérico para entonces, lo
mismo que los demás. Los servicios del misterioso señor Trent serían necesarios
de un modo desesperado, y tendría que salir en el siguiente vuelo. Por mucho
que deseara ver el regreso de Hawkinson y observar cómo intentaba
inútilmente eliminar a Fósil, necesitaba mucho más dormir.
Trent apagó las pantallas y salió de su centro de operaciones, una sala de
estar con unas pocas modificaciones bastante costosas. Entró en la cocina, que
era simplemente una cocina. La pequeña casa en la zona alta de Nueva York era
su santuario, si no su hogar. Era desde allí desde donde dirigía la mayor parte
de su trabajo. No los grandiosos planes que desarrollaba para White Umbrella,
sino su verdadero trabajo. Si alguien realizaba alguna comprobación,
descubriría que la casa de estilo Victoriano de tres plantas pertenecía a una
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RESIDENT EVIL 4
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ancianita llamada Helen Black. Era un pequeño chiste privado, comprensible
sólo para él.
Trent abrió la nevera y sacó una botella de agua mineral mientras pensaba
en el aspecto que había mostrado Reston en sus últimos momentos, cara a cara
con su final. Un trabajo estupendo aquello de utilizar a Fósil contra él. Lo que
había sido mala suerte era lo de Cole. El hombre podría haber sido todo un
valor añadido al pequeño pero creciente grupo de la resistencia.
Se llevó el agua arriba y utilizó el baño antes de cruzar un corto pasillo
mientras se preguntaba de cuánto tiempo disponía todavía. En las primeras
semanas de su entrada en contacto con White Umbrella, se había medio
esperado que lo llamaran a la oficina de Jackson y que le pegaran directamente
un tiro en cualquier momento. Pero las semanas se habían transformado en
meses, y no había detectado ni siquiera un rumor de duda de ninguno de ellos.
Una vez en el dormitorio, preparó la ropa que iba a llevar en el vuelo y
luego se desvistió. Decidió que haría la maleta mientras se tomaba el café,
después de llamar a Sidney. Apagó la luz y se metió en la cama, quedándose
sentado un momento mientras bebía sorbos de la botella y repasaba los
meticulosos planes de las siguientes semanas. Estaba cansado, pero la meta
final de su vida estaba por fin a su alcance. No era fácil conseguir dormirse
cuando uno estaba a punto de lograr la culminación de tres décadas de planes y
sueños, de un deseo tan guardado que se había convertido en una parte
inseparable de él… Pero al final…
Trent sonrió, dejó la botella en la mesilla de noche y se deslizó bajo la
gruesa colcha. Al final, la maldad de White Umbrella saldría a la luz. Matar a
los protagonistas hubiera sido mucho más fácil, pero no hubiera quedado
satisfecho con sus muertes. Quería verlos destruidos, financiera y
emocionalmente, con sus vidas destrozadas en todos los sentidos prácticos. Y
cuando llegase ese día, cuando los jefes vieran todos sus preciosos esfuerzos
convertirse en cenizas, allí estaría él. Él estaría allí para bailar sobre la tumba de
sus sueños, y sería realmente un día maravilloso.
Y como hacía a menudo, Trent repasó el discurso que tenía en la mente, el
discurso que había pasado toda una vida practicando para ese día. Jackson y
Sidney tendrán que estar allí, lo mismo que los «chicos» europeos y los
financieros japoneses, Mikami y Kamiya. Todos ellos sabían la verdad, habían
sido conspiradores en la traición…
Estaré de pie ante ellos, sonriendo, y les diré: «Por si acaso alguno de ustedes lo ha
olvidado, les haré una breve introducción.
»A comienzos de la existencia de Umbrella, antes de que hubiera nada parecido a
White Umbrella, vivió un científico que trabajaba en la sección de investigación y
desarrollo. Se llamaba James Darius. El doctor Darius era un microbiólogo con una
ética y un compromiso, y junto a su adorable esposa Helen, de hecho doctora en
farmacología, pasó incontables horas desarrollando para sus jefes un compuesto capaz de
reparar los tejidos, una sustancia que el propio James había creado. Aquel compuesto
que absorbió tantas horas de trabajo del matrimonio era una estructura vírica de diseño
brillante que, si se desarrollaba adecuadamente, poseía el potencial de reducir
enormemente el sufrimiento de la humanidad, e incluso de erradicar las muertes por
heridas traumáticas.
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INFRAMUNDO
»Tanto James como Helen tenían grandes esperanzas puestas en su trabajo, y eran
tan responsables, tan leales y tan confiados, que se dirigieron inmediatamente a
Umbrella en cuanto se dieron cuenta de las capacidades de lo que habían diseñado. Y
Umbrella también se dio cuenta de su potencial, excepto que lo que ellos vieron fue un
desastre comercial si un milagro semejante salía al dominio público. Imagínense todo el
dinero que una compañía farmacéutica podría perder si millones de personas dejan de
morir cada año, pero imagínense también la cantidad de dinero que se podría ganar si
aquella estructura vírica pudiera desarrollarse para tener aplicaciones militares.
Imagínense el poder.
»Lo cierto es que, con unos incentivos como aquéllos, Umbrella no tuvo elección.
Tomaron la estructura vírica del doctor Darius, sus notas y sus investigaciones, y se lo
entregaron todo a un joven y brillante científico llamado William Birkin, que apenas
tenía veinte años y ya era jefe de su propio laboratorio. Verán, Birkin era uno de ellos.
Un hombre que tenía la misma visión, la misma falta de ética, un hombre al que podrían
utilizar. Y con su propia marioneta ya funcionando, ellos se dieron cuenta de que tener
al buen doctor y a la buena doctora podría causar algunos inconvenientes.
»Así pues, se produjo un incendio. Un accidente, según se dijo, una terrible
tragedia: dos científicos y tres leales ayudantes murieron abrasados. Mala suerte, muy
triste, caso cerrado. Y así es como comenzó la división de Umbrella conocida como
White Umbrella. Investigación sobre armas biológicas. Un juego para los ricachones y
sus pelotilleros, para individuos que habían perdido cualquier cosa parecida a una
conciencia hacía mucho, mucho tiempo —aquí sonreiré de nuevo—. Para hombres como
ustedes.
»Los de White Umbrella habían pensado en todo, o eso creyeron. Lo que no habían
tenido en cuenta, ya fuera por ser demasiado cortos de vista o por ser unos prepotentes
ignorantes, era al joven hijo de James y Helen, su único hijo, que estaba en un colegio de
internado cuando sus padres fueron quemados vivos. Quizá simplemente lo olvidaron.
Pero Victor Darius no olvidó. De hecho, Victor Darius creció pensando en lo que
Umbrella había hecho. Yo me atrevería a decir que creció obsesionado con ello. Llegó un
día en que Victor ya no podía pensar en otra cosa, y fue entonces cuando decidió hacer
algo al respecto.
»Victor Darius sabía que para vengar a su padre y a su madre tendría que ser
extremadamente inteligente y muy, muy cauteloso. Así que pasó años tan sólo haciendo
planes. Y más años aprendiendo lo que necesitaba saber, e incluso más años
estableciendo los contactos adecuados, moviéndose en los círculos de poder adecuados, y
se comportó de un modo tan tortuoso y tan deshonesto como sus enemigos. Y un día
asesinó a Umbrella, lo mismo que ellos habían asesinado a sus padres. No fue fácil, pero
estaba decidido a ello, y había dedicado toda su vida a aquel proyecto».
Sonreiré de oreja a oreja, y añadiré: «Ah, por cierto, ¿he dicho que Victor Darius
se cambió de nombre? Era algo un poco arriesgado, pero decidió utilizar el segundo
nombre de su padre, o al menos, parte de él. Después de todo, James Trenton Darius ya
no lo utilizaba».
El discurso siempre cambiaba un poco, pero en lo esencial seguía siendo
igual. Trent sabía que jamás tendría la oportunidad de soltárselo a todos
aquellos hombres a la vez, pero había sido aquella idea la que lo había
empujado a seguir a lo largo de tantos años. En las noches que no había podido
dormir por la rabia que sentía, recitar aquel discurso había sido una especie de
amarga canción de cuna. Se imaginaba el aspecto que tendrían sus rostros viejos
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y cansados, el horror reflejado en sus ojos, su temblorosa indignación ante su
traición. De algún modo, aquella imagen siempre había logrado amainar la
furia que sentía y le había proporcionado algo de paz…
Pronto. Después de Europa, amigos míos… Aquel pensamiento lo siguió hacia
la oscuridad, hacia el dulce descanso sin sueños de los justos.
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RESIDENT EVIL 4
INFRAMUNDO
Índice
Prólogo ............................................................................................................................ 2
Capítulo 1........................................................................................................................ 7
Capítulo 2...................................................................................................................... 14
Capítulo 3...................................................................................................................... 20
Capítulo 4...................................................................................................................... 27
Capítulo 5...................................................................................................................... 34
Capítulo 6...................................................................................................................... 38
Capítulo 7...................................................................................................................... 44
Capítulo 8...................................................................................................................... 50
Capítulo 9...................................................................................................................... 57
Capítulo 10.................................................................................................................... 65
Capítulo 11.................................................................................................................... 72
Capítulo 12.................................................................................................................... 80
Capítulo 13.................................................................................................................... 86
Capítulo 14.................................................................................................................... 94
Capítulo 15.................................................................................................................. 102
Capítulo 16.................................................................................................................. 110
Capítulo 17.................................................................................................................. 116
Capítulo 18.................................................................................................................. 123
Capítulo 19.................................................................................................................. 129
Capítulo 20.................................................................................................................. 135
Capítulo 21.................................................................................................................. 139
Capítulo 22.................................................................................................................. 141
Capítulo 23.................................................................................................................. 144
Capítulo 24.................................................................................................................. 150
Epílogo ........................................................................................................................ 151
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RESIDENT EVIL VOLUMEN DOS
LA ENSENADA CALIBAN
S.D. PERRY
S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
A través de la avaricia, el mal sonríe.
A través de la locura, canta.
Anónimo
Prólogo
Raccoon Times, 24 de julio, 1998
LA MANSIÓN SPENCER RESULTA DESTRUIDA TRAS UNA EXPLOSIÓN Y UN
INCENDIO
Raccoon City — Los vecinos del distrito de Victory Lake se vieron
despertados de su sueño aproximadamente a las seis de esta madrugada por una
rugiente explosión que resonó por todo el nordeste del bosque de Raccoon,
causada aparentemente por un incendio que arrasó la abandonada mansión
Spencer y provocó el estallido de unos productos químicos almacenados en su
sótano. Los retrasos causados por las barricadas policiales establecidas en la zona
del perímetro del bosque (por la serie de asesinatos en cadena producidos en
Raccoon City) impidieron a los bomberos de la localidad salvar los edificios del
terreno. Después de una batalla de tres horas contra el devorador incendio, la
mansión de treinta y un años de antigüedad y el edificio colindante, para el uso
de los sirvientes, fueron totalmente destruidos.
Construida por el aristócrata europeo Lord Oswall Spencer, uno de los
fundadores de la compañía internacional farmacéutica Umbrella Inc., la mansión
fue diseñada por el famoso arquitecto George Trevor como casa de invitados
para los ejecutivos de mayor nivel de la compañía, pero fue clausurada por
razones desconocidas poco después de finalizar su construcción. Según Amanda
Whitney, portavoz de la compañía Umbrella, algunas partes de la propiedad se
utilizaban como almacén de ciertos productos de limpieza y disolventes de tipo
industrial empleados por la compañía. Whitney anunció ayer en una declaración
pública que Umbrella asumiría la total responsabilidad de lo ocurrido y del
desafortunado incidente, admitiendo que fue «… un grave descuido por nuestra
parte. Todos esos productos químicos deberían haber sido trasladados de la
mansión Spencer hace mucho tiempo, y debemos estar agradecidos de que nadie
resultara herido».
Se desconocen por el momento las causas que provocaron el incendio, pero
Whitney afirmó que Umbrella traería su propio equipo de investigadores que
registrarían todo el lugar y los restos para intentar aclarar el punto de origen del
incendio…
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Raccoon Weekly, 29 de julio, 1998
LOS STARS SON APARTADOS DE LA INVESTIGACIÓN SOBRE LOS ASESINATOS
Raccoon City — En unas sorprendentes declaraciones por parte de las
autoridades de la ciudad, ayer, durante una conferencia de prensa, la sección de
los STARS en Raccoon City fue oficialmente apartada de la investigación sobre
los nueve brutales asesinatos y las cinco desapariciones de ciudadanos ocurridas
a lo largo de las últimas diez semanas. El miembro del consejo municipal que
leyó la declaración, Edward Weist, afirmó que la principal razón de la retirada de
los STARS del caso es un acto de grave incompetencia.
Los lectores recordarán que la primera acción de los STARS, tras serles
asignados los casos, fue registrar la zona noroeste del bosque en busca de los
supuestos asesinos caníbales. Weist declaró que debido a su «conducta y a su
evidente falta de profesionalidad» su misión acabó en un desastre completo, que
tuvo como resultado un helicóptero estrellado y la pérdida de seis de sus once
miembros, incluido el jefe de la sección, el capitán Albert Wesker.
«Después de ver los errores cometidos por los STARS en su registro del
bosque —continuó diciendo Weist—, hemos decidido que sea el departamento
de policía de Raccoon City el encargado de resolver los casos. Tenemos motivos
suficientes para creer que los agentes de los STARS ingirieron alcohol y/ o drogas
antes de iniciar la búsqueda, y hemos suspendido el uso de sus servicios por un
período de tiempo indefinido.»
Junto a Weist se encontraba Sarah Jacobsen, en representación del alcalde, y
el comisionado de policía J. C. Washington para leer la declaración y responder a
las preguntas. No ha sido posible contactar ni con el jefe de policía, Irons, ni con
ninguno de los supervivientes del equipo de los STARS para que respondieran a
nuestras preguntas…
Cityside, 3 de agosto, 1998
EL INCENDIO DE LA MANSIÓN SPENCER SE CONSIDERA ACCIDENTAL
Raccoon City — Después de una investigación exhaustiva por parte de los
especialistas que trabajan para Umbrella, la División de Servicios Industriales, se
ha determinado que el fuego que arrasó la propiedad de la empresa contratante,
situada en el bosque de Raccoon, fue causado por la imprudencia por parte de
una o varias personas desconocidas, lo que fue anunciado ayer en una
conferencia de prensa. El jefe de dicho equipo de investigación de la División de
Servicios Industriales, David Bischoff, dyo: «Al parecer, alguien intentó encender
una fogata dentro de una de las habitaciones de la mansión. No hemos
encontrado ningún indicio de que se tratara de un incendio provocado de forma
voluntaria». Continuó diciendo que aunque la destrucción de la propiedad ha
sido completa, no se han encontrado pruebas de que alguien muriera por el
incendio o por la posterior explosión.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
El jefe del departamento de policía de Raccoon City, Brian Irons, estuvo
presente en la rueda de prensa, y, cuando se le preguntó si creía que el incendio
estaba relacionado con la serie de asesinatos y desapariciones todavía sin
resolver que han estado asolando la ciudad, contestó que no había forma alguna
de estar seguro.
«En este momento —dijo Irons—, cualquier cosa que dijera sería una pura
conjetura, aunque he de admitir que el hecho de que los asesinatos hayan cesado
desde la noche del incendio puede significar que quizá los criminales estaban
ocultándose en ese lugar. Sólo podemos mantener la esperanza de que hayan
abandonado la zona y de que sean capturados dentro de poco.»
El jefe Irons se negó a realizar comentarios sobre las alegaciones del consejo
municipal relativas a la grave falta de profesionalidad de los STARS durante su
breve asignación a la investigación sobre los asesinatos. Únicamente admitió que
estaba de acuerdo con la decisión del consejo municipal y que estaban pensando
tomar medidas disciplinarias.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 1
Rebecca Chambers pedaleó montada en su bicicleta de montaña a través de
las oscuras y sinuosas calles del distrito de Cider. La tardía luna de verano
brillaba oronda sobre el despejado cielo nocturno. Aunque era relativamente
temprano, las calles de las afueras continuaban desiertas, ya que el toque de
queda seguía en vigor: nadie menor de dieciocho años podía estar fuera de su
casa después de caer la noche hasta que los asesinos se encontraran entre rejas.
Había sido un verano muy tenso pero muy tranquilo en Raccoon City, al menos
en apariencia…
Pasó en silencio junto a las mudas casas. El brillo de los televisores
encendidos se desparramaba sobre el césped bien cortado, y el lejano chirrido de
los grillos y algún que otro ladrido esporádico de un perro de la vecindad eran
los únicos sonidos presentes en el aire que pasaba zumbando al lado de sus
orejas. Los intranquilos ciudadanos de Raccoon City vivían detrás de puertas
bien cerradas con llave, a la espera de la declaración que anunciara que los
asesinos habían sido capturados y que su ciudad era por fin segura de nuevo.
Si supieran la verdad…
Rebecca los envidió durante unos momentos por su ignorancia. A lo largo
de las dos últimas semanas había llegado a la desalentadora conclusión de que
saber la verdad no era tan bueno como ella suponía, sobre todo si nadie la creía.
Habían pasado trece largos e inmisericordes días desde la pesadilla
ocurrida en la mansión Spencer. Los STARS supervivientes habían logrado
escapar de la muerte y de la traición sólo para encontrarse de bruces con un
enorme muro de incredulidad desdeñosa cuando habían intentado contar lo que
había sucedido. Jill, Chris, Barry y ella misma habían sido tachados de adictos a
las drogas y de cosas aun peores en los periódicos locales, sin duda por las
presiones de Umbrella, y después de su suspensión, hasta la policía de Raccoon
City se había negado a creerles. Y ahora, Umbrella estaba haciéndose cargo de la
investigación sobre el fuego que había destruido la mansión, y se estaría librando
sin duda alguna de las últimas pruebas. Parecía que, fuesen donde fuesen los
STARS, Umbrella había llegado antes y había «untado» al personal necesario,
ocultando su rastro e impidiendo que alguien quisiera escuchar su relato, cuanto
menos creerlo.
De todos modos, tampoco habría sido sencillo. Una de las compañías farmacéuticas
más grandes y respetables del mundo, por no mencionar la principal suministradora de
puestos de trabajo en Raccoon City, involucrada en la investigación sobre armas
biológicas en el interior de un laboratorio secreto, donde creaba monstruos experimentales.
Si no supiese la verdad, yo también creería que es una locura.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Al menos, lo peor ya había pasado. Con el laboratorio destruido, los ataques
contra Raccoon City habían cesado, y aunque la gente responsable de todo
aquello todavía no había sido acusada, supuso que sólo sería cuestión de tiempo.
Umbrella estaba experimentando con algo muy peligroso, y no podría ocultarlo a
una investigación de los STARS, una en profundidad. Ella y los demás sólo
tendrían que vigilar sus espaldas mientras la oficina central enviaba refuerzos…
Hablando de lo cual… ¡Ay!
La funda que llevaba le estaba golpeando las costillas. Rebecca la acomodó
a través del fino tejido de algodón de su camiseta, con la esperanza de que
después de aquella noche ya no tendría que llevar el arma durante más tiempo.
Era un revólver de cañón corto del calibre 38, una de las piezas de la colección de
Barry. No sabía cómo lo llevarían los demás, pero ella no había podido dormir ni
una sola noche de un tirón desde que habían logrado escapar de la mansión
Spencer, y la verdad es que ir armada a todos lados no era su idea de sentirse
segura.
Suspiró para sus adentros y dobló hacia la izquierda en la calle Foster,
pedaleando a través de la oscuridad en dirección a la casa de Barry y recordando
que su compañero probablemente había convocado la reunión porque había
recibido órdenes de la oficina central. Se había limitado a decir que se habían
producido «cambios» y que lo mejor era que se acercara a su casa lo antes posible,
y aunque estaba intentando que su imaginación no se desbocara, no podía evitar
que el pulso se le acelerara por la emoción que sentía en el estómago desde que él
había llamado.
Quizá nos harán volar hasta Nueva York para que informemos al equipo de
investigación, o incluso hasta Europa, para que estemos presentes en el momento que
entren en las instalaciones principales de Umbrella…
Fuera donde fuese que los mandasen, sería mejor que permanecer en
Raccoon City. La tensión de mirar permanentemente a la espalda por encima del
hombro estaba agotándolos a todos. Chris creía que Umbrella estaba esperando
que la opinión pública dejara de prestar atención a los STARS para realizar algún
tipo de ataque, aunque sólo era una teoría, y no precisamente la mejor para
dormir con tranquilidad. El gallina de Vickers se había marchado de la ciudad
sólo dos días después, incapaz de soportar la tensión, y aunque Jill, Barry y Chris
habían criticado la cobardía de Brad, Rebecca comenzaba a preguntarse si la idea
del piloto del equipo Alfa no había sido la mejor. No es que quisiera que
Umbrella se saliera de rositas y quedara sin castigo, ni que sus experimentos no
fueran moralmente reprobables, pero hasta que la oficina central de STARS
mandara refuerzos, Raccoon City era una ciudad peligrosa para ellos.
Pero esto se acaba esta noche. Sólo se trata de aguantar un poco más y todo esto
habrá acabado. Se acabaron las armas, se acabaron las puertas cerradas con llave. Se
acabó preocuparse por lo que hará Umbrella contra nosotros por saber la verdad de todo.
Cuando habían redactado su informe, sus superiores de Nueva York les
habían dicho que no hicieran nada. El subdirector Kurtz en persona les había
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
prometido iniciar una investigación y comunicarles los resultados, pero de
aquello ya hacía once días, y todavía no habían recibido mensaje alguno. No
tenía intención de salir corriendo, como había hecho Brad, pero había acabado
odiando la sensación causada por la pistolera, odiando el peso del acero letal que
llevaba en su costado a todas horas del día y de la noche. Por el amor de Dios, se
suponía que ella era una científica…
Y en cuanto lleguen los refuerzos, quiza pueda pedir un traslado a uno de los
laboratorios para estudiar el virus. Técnicamente, todavía soy miembro del equipo Bravo,
así que no creo que me quieran de ninguna manera en la línea de combate…
No había duda de cuál sería el mejor modo de aprovechar su talento. Los
demás eran soldados ya curtidos y experimentados, pero Rebecca sólo llevaba en
los STARS cinco semanas. Su primera misión había sido explorar el bosque de
Raccoon, en la que se había perdido la mitad de los efectivos de la sección en la
ciudad y en la que habían descubierto el secreto de Umbrella. Desde entonces,
había pasado bastante tiempo repasando la estructura molecular de los virus,
intentando determinar la estrategia de reproducción del virus-T. Los STARS no
necesitaban médicos de campo en aquel preciso momento, necesitaban científicos,
y si ella había aprendido algo del desastre en la mansión Spencer era que su
espacio natural era un laboratorio. Había logrado mantener el tipo aquella noche,
pero también sabía que trabajar con el virus-T era la mejor contribución que
podía hacer para detener a la compañía Umbrella.
Y será mejor que lo admitas —le susurró su mente—, estás fascinada por él. La
oportunidad de estudiar un mutágeno emergente sin clasificar, descubrir cómo funciona.
Eso es lo que te hace funcionar a ti.
Bueno, tampoco es que fuera una vergüenza disfrutar de su trabajo. Se
había alistado en los STARS con la esperanza de disponer de una oportunidad
semejante, y con algo de suerte, después de aquella noche empacaría sus cosas y
saldría pitando de Raccoon City, para comenzar una nueva fase de su vida como
bioquímica de los STARS.
Se detuvo al final del bloque enfrente de una enorme casa de estilo
victoriano remodelada y de dos pisos, pintada de color amarillo pálido. Miró
alrededor para comprobar que no había nadie sospechoso y, más tranquila, bajó
de la bicicleta. La familia Burton vivía al lado de un enorme parque, repleto de
árboles. Incluso unas cuantas semanas antes, ella habría vagabundeado por el
silencioso parque disfrutando de la suave noche veraniega mientras observaba
las estrellas. Aquella noche no era más que otro lugar oscuro donde podía haber
alguien escondido. Se estremeció ligeramente a pesar del ambiente cálido y
húmedo y se apresuró, a cruzar el sendero de la entrada.
Llevó la bicicleta hasta el porche de la entrada y se secó el sudor de la nuca
mientras echaba un vistazo a su reloj. Había tardado realmente poco, unos veinte
minutos contados desde la llamada de Barry. Rebecca apoyó la bicicleta en la
barandilla, rezando para que lo que tenía que decirle Barry fueran buenas
noticias.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Éste abrió la puerta antes de que tuviera tiempo de llamar a la puerta. Iba
vestido con una camiseta y unos pantalones vaqueros. Su musculoso cuerpo
tapaba casi todo el umbral de la entrada. Barry hacía pesas. Con muchas ganas.
Sonrió y dio un paso para que entrara. Echó un rápido vistazo a la desierta
calle antes de seguirla hasta la sala de entrada. Tenía enfundado su revólver Cok
Python en una pistolera de cadera, lo que le daba todo el aspecto de vaquero
demasiado crecido.
—¿Has visto a alguien? —le preguntó en tono despreocupado.
—No. —Rebecca negó con la cabeza—. Además, he venido por calles
secundarias.
Barry asintió, y aunque lo hizo con una pequeña sonrisa, ella percibió su
mirada de animal acosado, la misma mirada que tenía desde que los habían
rescatado. Rebecca deseaba decirle que nadie lo culpaba, pero sabía que no
serviría de gran cosa. Él todavía se consideraba el responsable de buena parte de
lo sucedido en la mansión aquella noche. También parecía estar perdiendo peso,
aunque supuso que esto tendría más que ver con que echaba de menos a su
mujer y a sus hijas, a las que había enviado de inmediato fuera de la ciudad en
cuanto regresaron, sintiéndose aterrorizado por su seguridad.
Otra pequeña muestra de cómo Umbrella ha dañado nuestras vidas…
La condujo a través de un espacioso pasillo más allá de las escaleras, con las
paredes decoradas por dibujos enmarcados realizados por sus hijas. La casa de
los Burton era amplia y laberíntica, repleta de muebles un poco gastados y
heterodoxos.
—Chris y Jill llegarán en cualquier momento. ¿Quieres café?
Parecía estar tenso y no paraba de rascarse su barba pelirroja.
—No, gracias. Prefiero un poco de agua…
—Sí, claro. Entra y preséntate tú misma. Regreso en un momento.
Se apresuró a entrar en la cocina antes de que ella pudiera preguntarle qué
era lo que ocurría.
¿Presentarme yo misma? ¿Qué demonios pasa aquí?
Atravesó el umbral arqueado del pasillo que daba a la acogedora y
abarrotada sala de estar y se detuvo en seco, un poco sorprendida al ver a un tipo
al que no conocía sentado en una de las butacas. Se puso de pie en cuanto ella
entró, sonriendo, pero por el modo en que sus ojos oscuros se entrecerraron al
mirarla, adivinó que estaba valorándola.
Unas cuantas semanas antes, aquel cuidadoso escrutinio la hubiera
incomodado terriblemente. Era el miembro más joven de los STARS jamás
admitido en servicio activo, y sabía el aspecto que tenía y la impresión que daba.
Pero si algo positivo había sacado del incidente en los laboratorios de Umbrella
era que ya no le importaban en absoluto situaciones como la vergüenza social.
Enfrentarse a una casa llena de monstruos llevaba a considerar la mayoría de los
planteamientos desde esa perspectiva. Además, verse observada por la gente se
había convertido en una práctica bastante habitual desde aquella noche.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Ella le respondió a su mirada con otra mirada imperturbable, al mismo
tiempo que aprovechaba para observarlo detenidamente a su vez. Pantalones
vaqueros, una camisa elegante, zapatillas de deporte. También llevaba una
Beretta de nueve milímetros en una funda en la cadera, el arma reglamentaria de
los STARS. Era bastante alto, quizá medía algo más de un metro ochenta y cinco,
por lo que le sacaba poco menos de treinta centímetros, y era delgado pero
robusto, con el físico de un nadador. Su rostro era bastante atractivo, del tipo de
una estrella de cine. Sus cejas y sus cabellos eran cortos y oscuros, sus rasgos
parecían tallados en piedra, y su penetrante mirada indicaba una gran
inteligencia.
—Tú debes de ser Rebecca Chambers —dijo. Se le notaba un acento
británico al hablar, y sus palabras sonaban precisas y hasta pulidas—. Eres la
bioquímica, ¿no es así?
Rebecca asintió.
—Así es. ¿Y usted es…?
La sonrisa del extraño se ensanchó al tiempo que meneaba la cabeza.
—Por favor, disculpe mis modales. No había esperado… quiero decir, yo
creía… —dio la vuelta a la mesa de café de Barry y le tendió la mano, un poco
sonrojado—. Soy David Trapp, de la sección Exeter de los STARS en Maine.
Rebecca sintió una oleada de alivio recorrerle el cuerpo: los STARS habían
enviado directamente ayuda en lugar de llamar antes. Por lo que a ella se refería,
encantada. Estrechó su mano y esbozó una sonrisa, porque sabía que su aspecto
lo había desconcertado. Nadie se esperaba a una científica de dieciocho años, y
aunque se había acostumbrado a las miradas de sorpresa, todavía sentía una
especie de placer travieso por pillar a la gente con la guardia bajada.
—Entonces, ¿es el explorador o algo así? —preguntó ella.
Trapp frunció el entrecejo con expresión extrañada.
—¿Cómo?
—Sí, para la investigación. ¿Los equipos restantes ya están aquí, o ha venido
el primero para echar un vistazo y empezar a publicarlo todo sobre Umbrella…?
Ella dejó de hablar poco a poco al ver que él sacudía la cabeza lentamente,
casi con tristeza, con un gesto negativo. En sus ojos oscuros brillaba una emoción
que Rebecca no llegó a discernir al principio.
Lo descubrió cuando Trapp comenzó a hablar y sus palabras rezumaron
rabia y frustración… y, mientras hablaba, Rebecca sintió que le temblaban las
rodillas por el pánico que la invadía.
—Siento tener que decirle esto, señorita Chambers, pero tengo razones más
que suficientes para creer que Umbrella controla a miembros clave de la
organización de STARS, ya sea mediante el chantaje o mediante el soborno. No
se va a llevar a cabo ninguna investigación… no va a venir nadie más.
Una expresión de terror y de sorpresa pasó de repente por los ojos de color
marrón avellana de la chica y desapareció con la misma rapidez con la que había
llegado. Inspiró profundamente y luego dejó salir el aire con lentitud.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—¿Está seguro? Quiero decir, ¿Umbrella ha intentado comprarle o, o…
¿Está completamente seguro?
David meneó la cabeza.
—No, no estoy absolutamente seguro, pero no estaría aquí si no me
sintiera… preocupado por el asunto.
Decir aquello era quedarse corto, pero David todavía no se había
recuperado de la sorpresa de ver que ella era tan joven, y sintió la necesidad
instintiva de no alarmarla más de lo necesario. Barry había mencionado que era
algo así como una niña prodigio, pero la verdad es que no se esperaba que
realmente fuese una niña. Llevaba puestos unos pantalones vaqueros recortados a
la altura de la rodilla y unos calcetines largos, todo ello rematado por una
camiseta negra.
Supera esto de una vez y mira más allá de su aspecto: es posible que esta chica sea el
único científico que nos quede.
Aquella idea hizo renacer la furia que David había sentido en las tripas
desde hacía unos cuantos días. Lo que había descubierto después de la llamada
de Barry no era precisamente bonito, sino un relato lleno de traiciones y mentiras.
El hecho de que los STARS, sus STARS, estuviesen involucrados en todo
aquello…
Barry entró en la habitación con un vaso de agua y Rebecca lo tomó
agradecida, bebiéndose casi la mitad de un solo sorbo.
Barry miró a David por un instante y luego centró su atención en Rebecca.
—Te lo ha dicho, ¿no?
La chica asintió.
—¿Lo saben Chris y Jill?
—Todavía no. Por eso os he llamado —contestó Barry—. Mira, no tiene
sentido que lo repitamos dos veces, así que será mejor que esperemos a que
lleguen antes de comenzar a contar los detalles.
—De acuerdo —fue la respuesta de David.
Generalmente, pensaba que las primeras impresiones eran las que más
decían de una persona, y si iban a trabajar juntos, quería conocer más a fondo el
carácter de la chica.
Se sentaron los tres, y Barry comenzó a contarle a Rebecca cómo se habían
conocido David y él durante el entrenamiento básico, cuando ambos eran mucho
más jóvenes. El relato de Barry fue bastante bueno, aunque sólo lo contase para
matar el tiempo hasta que llegaran los demás. David lo escuchó a medias,
mientras contaba una anécdota sobre su noche de graduación, que incluía
elementos como un sargento instructor con bastante poco sentido del humor y
numerosas serpientes de goma. La chica comenzó a relajarse e incluso a disfrutar
de las correrías juveniles de ellos dos…
Hace diecisiete años. Ella estaría celebrando su primer cumpleaños por aquellas
fechas.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Aún así, la chica había dejado a un lado todas las preguntas cuando Barry se
lo había pedido, aunque David sabía que estaría ansiosa por lo que él le había
dicho. La capacidad de redirigir la concentración con tanta rapidez era una
característica admirable, que él nunca había logrado poseer por completo.
No había sido capaz de pensar en casi nada más desde que había efectuado
aquella llamada a la sede principal de los STARS. La devoción que David sentía
por la organización había hecho aún más amarga la aparente traición, como un
mal sabor de boca que no lograra quitarse. Los STARS habían sido la vida de
David durante casi veinte años, y le habían proporcionado todo de lo que él
había carecido durante su crecimiento: un sentido de propósito en la vida,
autoconfianza, integridad…
Y ahora resulta que las vidas de unos hombres y unas mujeres dedicados y
entregados, mi vida y el trabajo de toda una vida son arrojados a un lado como si no
valiesen nada, ¿Cuánto les habrá costado? ¿Cuanto habrá tenido que pagar Umbrella
para comprar el honor de los STARS?
David se quitó de encima la rabia con una sacudida y dirigió de nuevo su
atención a Rebecca. Si todo lo que había descubierto era verdad, les quedaba
poco tiempo, y sus recursos también habían quedado muy mermados. Su
motivación no era tan importante en aquel momento como la de ella.
Por su postura adivinó que no era del tipo de personas sumisas o tímidas, y
que obviamente era muy inteligente: su mirada lo demostraba. Por lo que Barry
le había contado, se había comportado de un modo absolutamente profesional a
lo largo de toda la operación en la mansión Spencer. Su ficha sugería que estaba
más que preparada para trabajar en el estudio de un virus químico, suponiendo
que fuese tan buena como decían los informes sobre ella…
Suponiendo que quiera poner de nuevo su vida en peligro.
Aquél iba a ser el tema más complicado. Ella no llevaba mucho tiempo en
los STARS, y saber que sus propios compañeros la habían vendido al mejor
postor no iba precisamente a llenarla de confianza respecto a lo que se avecinaba.
Le sería mucho más fácil quitarse de en medio. En ese sentido, la verdad es que
sería la opción más inteligente para todos ellos.
Alguien llamó a la puerta, probablemente los otros dos miembros del
equipo Alfa. La mano de David bajó hasta la culata de su pistola de calibre nueve
milímetros mientras Barry se acercaba para abrir la puerta. David sólo se relajó
cuando Barry regresó seguido por los dos STARS, y luego se puso de pie para ser
formalmente presentado.
—Jill Valentine, Chris Redfield, éste es el capitán David Trapp, estratega
militar de la sección Exeter de los STARS de Maine.
Chris era el tirador experto, si David no recordaba mal, y Jill era algo así
como una especialista encubierta en economía y comercio. Barry también le había
dicho que el piloto, Brad Vickers, se había largado poco después de los
incidentes ocurridos en la mansión Spencer. De todas maneras, por lo que había
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
podido deducir, no se trataba de una pérdida importante. Al parecer, el tipo era
bastante poco de fiar cuando se encontraba en una situación límite.
Estrechó la mano de ambos y todos se sentaron. Barry lo señaló con un
gesto de la cabeza.
—David es un viejo camarada mío. Trabajamos juntos en el mismo equipo
durante unos dos años, justo después de salir del campo de entrenamiento.
Apareció en mi puerta hace una hora con ciertas noticias, y he creído que lo
mejor era no esperar. ¿David?
David carraspeó para aclararse la garganta e intentó concentrarse en los
hechos más importantes. Después de una pausa, comenzó por el principio.
—Como ya sabéis, Barry llamó hace unos seis días a varias ramas de los
STARS para saber si habían recibido alguna información sobre la tragedia que
había ocurrido aquí. Yo fui uno de los que recibieron esas llamadas. Fue la
primera noticia que tuve de todo ello, y desde entonces he descubierto que la
oficina de Nueva York no ha hablado con nadie sobre vuestros descubrimientos.
Ni avisos ni informes. No se ha comunicado absolutamente nada a los STARS
que sea referente a la compañía Umbrella.
Chris y Jill intercambiaron una mirada de preocupación.
—Quizá no han acabado de investigar —repuso Chris con lentitud.
David negó con la cabeza.
—Hablé con el subdirector en persona al día siguiente de que me llamara
Barry. No le dije que alguien había contactado conmigo, sino que simplemente
había oído ciertos rumores sobre un problema en Raccoon City y quería saber
qué había de cierto…
Miró al grupo que tenía reunido y suspiró para sus adentros, con la
sensación de que ya había pasado por aquello un millar de veces.
Pero sólo en mi mente, en busca de otra respuesta que no fuera ésa… sólo que no la
hay.
—El subdirector no me confirmó nada en ese momento —siguió diciendo—,
y sólo me dijo que no hablara con nadie sobre aquello hasta que fuera oficial. Lo
que sí admitió era que se había producido un accidente de helicóptero en
Raccoon City, y que los miembros supervivientes del equipo estaban intentando
echarle la culpa a Umbrella porque estaban furiosos con ciertos asuntos de apoyo
económico.
—¡Pero eso no es verdad! —exclamó Jill—. Estábamos investigando los
asesinatos, y descubrimos que…
—Sí, Barry ya me lo ha contado —la interrumpió David—. Descubristeis
que los asesinatos eran resultado de un accidente de laboratorio. El virus-T con el
que Umbrella estaba experimentando escapó de algún modo e infectó a los
investigadores, convirtiéndolos en asesinos enloquecidos.
—Eso es exactamente lo que pasó —intervino Chris—. Sé que suena a
patraña, pero nosotros estuvimos allí y lo vimos.
David asintió.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—Os creo. Tengo que admitir que me sentí bastante escéptico después de
hablar con Barry. Como has dicho, suena a «patraña», pero mi llamada a Nueva
York y lo que ha ocurrido desde entonces lo han cambiado todo. Conozco a
Barry desde hace muchos años, y sabía que él no sería capaz de culpar a
Umbrella por el desafortunado accidente si realmente la compañía no era
culpable. Incluso me contó que se había visto involucrado contra su voluntad en
un intento por ocultar las pruebas.
—Pero si Tom Kurtz le dijo que no existía una conspiración… —dijo Chris
sin terminar la frase.
David suspiró, esta vez en voz alta.
—Sí, eso significa que debemos suponer que o bien la organización falla en
la dirección… o que, al igual que ocurrió con vuestro capitán Wesker, existen
miembros de los STARS que trabajan para Umbrella.
Se produjo una pausa de pasmado silencio mientras acababan de absorber
aquella información. David advirtió la confusión y la furia reflejadas en sus
rostros. Sabía cómo se sentían. Aquello significaba que Umbrella había
controlado o sobornado a los directivos de STARS, y que, en cualquiera de los
dos casos, los supervivientes del equipo de Raccoon City se habían quedado
colgados y podían ser presa de cualquier acción de Umbrella.
Oh, Dios. Si al menos existiera la posibilidad de que se tratara de un error.
—Hace tres días, descubrí que alguien me estaba siguiendo mientras me
dirigía al trabajo —dijo en voz baja—. No pude distinguir de quién se trataba,
pero supongo que son agentes de Umbrella, alarmados por mi llamada a la
oficina central de Nueva York.
—¿Ha intentado entrar en contacto con Palmieri? —preguntó Jill.
David asintió. Él sabía que el jefe nacional de los STARS era una persona
que jamás aceptaría un soborno. Marco Palmieri había pertenecido a los STARS
desde su misma fundación.
—Me informaron de que estaba dirigiendo una operación secreta en Oriente
Medio y nadie podría ponerse en contacto con él durante meses. Además, se
rumorea que se están llevando a cabo los preparativos necesarios para jubilarlo
mientras está fuera.
—¿Cree que Umbrella está detrás de todo eso?
—Umbrella ha realizado donaciones muy importantes a los STARS a lo
largo de los años, lo que significa que tiene contactos en el interior de la
organización. Si los jefes de Umbrella están intentando que los STARS no los
investiguen, librarse del doctor Palmieri sería una gran ventaja para ellos.
David miró alrededor intentando discernir cuan preparados estaban para lo
que vendría a continuación. Tanto Jill como Rebecca parecían perdidas en sus
propios pensamientos, aunque se dio cuenta de que habían aceptado lo que les
había dicho como algo cierto. Al menos, aquello les ahorraría tiempo…
Chris se puso de pie y comenzó a andar arriba y abajo, con sus juveniles
rasgos enrojecidos por la ira.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—Así que, básicamente, no tenemos credibilidad en las fuerzas de
seguridad locales, no viene ningún refuerzo a apoyarnos y nuestra propia gente
nos tilda de mentirosos. La investigación sobre Umbrella está muerta y nosotros
estamos jodidos. ¿Es un buen resumen de nuestra situación?
David se dio cuenta de que la furia de Chris no estaba dirigida contra él, lo
mismo que la rabia que él sentía no iba contra el joven miembro Alfa. La idea de
lo que Umbrella había hecho, del asunto en que los STARS estaban
involucrados… Todo aquello lo hacía sentirse enfermo de rabia, con sentimientos
que no había tenido desde su infancia.
Deja de pensar en ti. Diles todo lo demás.
David se puso de pie y miró a Chris, aunque les habló a todos. Ni siquiera
había tenido tiempo todavía de decírselo a Barry.
—La verdad es que todavía hay más. Al parecer, existe otra instalación de
Umbrella que se dedica a continuar con los experimentos sobre ese virus. Está en
la costa de Maine y, al igual que ocurrió aquí, los investigadores han perdido el
control de la situación.
David se giró hacia Rebecca y cuando terminó de hablar, clavó su mirada en
los ojos desorbitados y horrorizados de la muchacha.
—Voy a ir con un equipo, sin la autorización de los STARS… y quiero que
vengas con nosotros.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 2
Todos se quedaron mirando fijamente a David. Chris se sentía igual que si
le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. Todavía estaba
asombrado por la información que les habían proporcionado sobre los manejos
internos en STARS, pasmado al darse cuenta de que iban a tener que apañárselas
ellos solos… ¿y además había otro laboratorio?
Y quiere que Rebecca lo acompañe.
David continuó hablando, con sus ojos oscuros fijos todavía en la joven
miembro del equipo Bravo.
—He hablado con la gente de mi equipo en la que creo que puedo confiar, y
tres de ellos han accedido a venir conmigo. No voy a mentirte: será peligroso y,
sin los STARS para apoyarnos, no tenemos garantía de que seremos capaces de
cerrar de una forma definitiva el laboratorio. Sólo queremos entrar, recoger
pruebas convincentes sobre ese tal virus-T y regresar antes de que nadie sepa que
hemos…
Chris lo interrumpió sin poder contenerse durante más tiempo.
—Yo también voy.
—Todos queremos ir —dijo Barry con firmeza. Jill asintió, colocando su
brazo alrededor de los hombros de Rebecca.
La joven parecía avergonzada por las atenciones, y sus mejillas se pusieron
rojas por la emoción. Al mirarla, Chris recordó de nuevo a su hermana Claire.
Era algo más que el parecido físico: Rebecca tenía el mismo ingenio, la misma
combinación inspirada de valor y de sentido de la preparación que tenía la
hermana pequeña de Chris. Además, desde que se había producido aquel
desastre en la mansión Spencer, Chris había sentido el mismo impulso protector
hacia Rebecca. Ya habían muerto demasiados amigos suyos: Joseph, Richard,
Kenneth, Forest y Enrico, por no mencionar a Billy Rabbitson. No se había
encontrado su cuerpo, pero Chris no tenía la menor duda sobre su destino:
Umbrella lo había matado para impedir que hablara. No es que Rebecca no fuese
capaz de cuidar de sí misma, pero…
Pero maldita sea, es parte de tu equipo. De ninguna manera irá sin nosotros.
David meneó la cabeza con un gesto negativo.
—Mira, ésta no es una operación a gran escala. La verdad es que cinco
personas ya es pasarse un poco. Rebecca tiene la formación que necesitamos para
encontrar los datos sobre el virus, y ya conoce los síntomas que estamos
buscando.
—Ya tiene un equipo aquí —repuso Chris—. Nos lleva a nosotros en lugar
de a los suyos, que se pueden dedicar a investigar toda la trama oculta…
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LA ENSENADA CALIBAN
David volvió a reclinarse en su butaca y miró fijamente a Chris, con el rostro
completamente inexpresivo.
—Dime quién está implicado en la conspiración de Umbrella para ocultar
sus investigaciones —dijo por fin.
Chris miró a los demás compañeros de equipo, y luego volvió a mirar a
David, decidido a que éste no advirtiera su confusión.
—Sospechamos de bastante gente de la localidad. De los trabajadores de las
oficinas de Umbrella, por supuesto… del jefe de policía, Irons, de un par de sus
hombres…
David asintió.
—Y ahora que parece que también los STARS están metidos en el ajo, ¿qué
propones que hagamos?
¿Adónde demonios quiere llegar con todo esto?
Chris suspiró.
—No lo sé. Yo… deberíamos contactar con los federales, quizá con una
división de asuntos internos que investigue a los STARS y a la policía de Raccoon
City…
Barry lo interrumpió metiéndose de lleno en la conversación.
—Nos pondremos en contacto con las demás secciones de los STARS.
Todavía hay buena gente trabajando que no va a estar nada contenta cuando se
entere de que Umbrella ha estado metiendo mano para intentar hacerse con el
control de la organización.
David asintió de nuevo.
—Así que estamos de acuerdo en que debemos detener a Umbrella, aunque
eso sea peligroso, ¿verdad?
—Joder, eso está claro —contestó Chris, furioso—. No podemos quedarnos
sentados sin hacer absolutamente nada. ¡No sabemos qué puede llegar a pasar si
el virus-T se escapa de nuevo!
—¿Y qué puedes decirme sobre la clasificación de ese virus? —preguntó
David con voz tranquila.
Chris abrió la boca para contestarle… pero la cerró de nuevo y se quedó
mirando pensativo a David.
Estaba a punto de contestarle que se lo preguntara a Rebecca, pero eso ya lo sabe.
David se puso de pie y los miró de uno en uno mientras hablaba con un
tono de voz intenso y decidido.
—Estoy de acuerdo con que debemos detener a Umbrella, pero no nos
engañemos: estamos hablando de separarnos de los STARS y de enfrentarnos a
una compañía multimillonaria nosotros solos y sin ayuda. No vamos a estar
seguros en ningún lado. Además, la única posibilidad que tenemos de lograr
nuestro objetivo es si cada uno de nosotros hace todo lo que puede, en lo que
hacemos mejor, para acabar con Umbrella.
Fijó su fría mirada en Chris, como si se hubiese dado cuenta de que era a él
a quien debía convencer.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—Tú, Jill y Barry ya sabéis lo que tenéis que buscar por aquí, y lleváis en los
STARS mucho más tiempo que Rebecca.
»Deberíais quedaros aquí, pero deberíais permanecer fuera de la vista, y ver
si podéis conseguir averiguar cuál es la conexión entre la policía local y Umbrella.
Poneos también en contacto con los miembros de STARS que creáis que son de
confianza y que puedan sernos de ayuda. —David se volvió de nuevo hacia
Rebecca y añadió—: Y si estás de acuerdo, creo que deberíamos salir esta misma
noche hacia Maine. Creo que, por la información de la que dispongo, la situación
ya se ha salido de madre. Mi equipo está preparado y a la espera. Podremos
infiltrarnos en las instalaciones de Umbrella mañana por la noche.
La habitación quedó en silencio durante unos instantes, silencio sólo roto
por el zumbido del ventilador del techo. Chris todavía se sentía furioso, pero no
pudo encontrar ningún fallo en la lógica de David. Tenía razón con respecto a las
opciones de que disponían y, le gustase o no, la decisión de ir a Maine
correspondía por entero a Rebecca.
—¿De qué información dispone? —preguntó Jill pensativa—. ¿Cómo ha
descubierto lo del laboratorio?
David extendió la mano hacia una desgastada cartera que había dejado al
lado de su butaca y rebuscó en su interior.
—Bueno, eso ya es otra cuestión, además de bastante extraña. Esperaba que
alguno de vosotros me ayudara a descifrar parte de esto… —dejó tres hojas de
papel en la mesita de café mientras hablaba. Parecían fotocopias de recortes de
papel y un diagrama bastante simple—. Poco después de hablar con la oficina
central, recibí la vista de un extraño, un hombre que dijo ser amigo de los STARS.
Me dijo que se llamaba Trent y me entregó todo esto.
—¡Trent! —lo interrumpió Jill, exaltada.
Se giró hacia Chris con los ojos abiertos de par en par, y éste sintió que el
corazón le daba un salto. Casi se había olvidado de su misterioso benefactor.
El tipo que le dijo a Jill que tuviera cuidado con los traidores, el que le dijo a Brad
dónde debía recogernos…
David se quedó mirando a Jill con una expresión extrañada en el rostro.
—¿Lo conoces?
—Justo antes de partir en la misión de rescate de los miembros del equipo
Bravo, un tal Trent me entregó información sobre la propiedad Spencer y me
advirtió sobre Wesker —explicó Jill—. Era todo un personaje, muy sombrío. No
logré adivinar nada sobre él, ¿sabe? Pero sabía lo que estaba ocurriendo en
Umbrella, y lo que me dijo encajaba a la perfección.
Barry asintió.
—Además, Brad Vickers nos dijo que Trent le había indicado por radio las
coordenadas de la mansión Spencer justo después de que Wesker activara el
sistema de autodestrucción. Si no hubiera llamado por radio, habríamos volado
por los aires con el resto de la mansión.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Chris se dio cuenta de repente de que empezaba a sentir un fuerte dolor de
cabeza, mientras los demás se acercaban a la mesita de café de Barry para echar
un vistazo a los papeles de David. Los STARS estaban trabajando para Umbrella,
había otro laboratorio repleto de virus-T en Maine, y Trent aparecía de nuevo, de
forma inesperada y como si se tratase de una extraña especie de hada madrina.
No tenía ni idea de los motivos que lo impulsaban a hacerlo. Era algo parecido a
un juego, y las apuestas eran todo o nada mientras luchaban por llegar hasta el
fondo de la conspiración Umbrella.
Y no nos queda más remedio que jugar, pero ¿a qué juego estamos jugando? ¿Qué
es lo que estamos arriesgando si fallamos?
Chris lanzó una rápida y desasosegada mirada a Rebecca, pensando de
nuevo en su hermana y deseando, no por primera vez, que nunca hubieran oído
hablar de Umbrella.
David los observó mientras estudiaban la información que Trent le había
entregado, y en cierto modo no se sorprendió de que aquel extraño y enigmático
individuo hubiese contactado con los STARS con anterioridad. Era obvio que el
hombre era un profesional, aunque lo que no estaba tan claro era en qué campo
exactamente, y David Trapp no lograba imaginárselo.
¿Por qué querría ayudarnos a luchar contra Umbrella? ¿Qué representa todo esto
para él?
David se dedicó a recordar el breve encuentro que había tenido con él sólo
cinco días atrás, e intentó rebuscar en su memoria alguna pista, algún dato que se
le hubiera pasado por alto. Había llegado tarde a casa del trabajo y había estado
lloviendo…
Mejor dicho, diluviando, una tremenda tormenta veraniega que hacía temblar los
cristales y que casi ocultó el leve sonido de sus llamadas a la puerta…
Los STARS de Exeter habían tenido un verano bastante tranquilo, con más
papeleo que acción. Los miembros del equipo Bravo se habían marchado a un
seminario sobre conductas criminales que se celebraba en New Hampshire, y
David había estado pensando en hacer una pequeña maleta y asistir los últimos
días… hasta que recibió la llamada de Barry, seguida del primer indicio de que
algo andaba mal en la oficina central.
Había pasado todo el día siguiente llamando a varios de sus contactos en las
demás secciones y haciéndoles preguntas muy discretas, mientras revisaba los
informes sobre Umbrella, y no había llegado a su casa hasta casi la medianoche.
La lluvia lo había obligado a entrar rápidamente, y el tiempo hacía juego
perfectamente con el humor que tenía. Se había servido un whisky escocés y,
literalmente, se había dejado caer sobre el sofá. La cabeza le daba vueltas por las
consecuencias de lo que se había enterado: o bien su viejo amigo Barry estaba
mintiendo, o bien el subdirector de los STARS había sido…
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LA ENSENADA CALIBAN
Los golpes en su puerta habían sido tan suaves que al principio ni los oyó
debido a la fuerza con la que caía la lluvia. Después sonaron más fuertes e
insistentes.
David frunció el entrecejo y miró su reloj. Se acercó lentamente a la puerta
preguntándose quién demonios podía llamar a su puerta a aquellas horas de la
noche. Vivía solo y no tenía familia, así que tenía que ser alguien del trabajo o
alguien que había tenido algún problema con su coche…
Abrió un poco la puerta… y vio a un hombre con una gabardina negra en
mitad del porche de entrada con unos gruesos regueros de agua bajándole por el
rostro.
El desconocido sonrió, con una expresión amistosa en la cara y con los ojos
brillando de buen humor.
—¿David Trapp?
David echó un rápido vistazo al individuo. Era alto y delgado, quizá con
unos cuantos años más que él, unos cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años. Su
pelo de color oscuro estaba chorreando agua y aplastado contra su cráneo por la
lluvia que caía. Tenía un gran sobre en una de sus enguantadas manos.
—¿Sí?
La sonrisa del desconocido se ensanchó.
—Me llamo Trent. Esto es para usted.
Extendió la mano para entregarle el sobre, pero David lo miró con sospecha,
indeciso sobre si tomarlo o no. El señor Trent no parecía peligroso o, al menos,
no parecía amenazador… pero aún así era un desconocido, y David prefería
conocer a la gente que le hacía regalos.
—¿Lo conozco? —preguntó David.
Trent meneó negativamente la cabeza, pero su sonrisa no disminuyó.
—No, pero yo sé quién es usted, señor Trapp. Y también sé contra lo que se
enfrenta. Créame, va a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.
—No sé de qué me está hablando. Quizá me ha confundido con otra
persona…
La sonrisa desapareció por completo del rostro del desconocido, y sus ojos
oscuros se entrecerraron ligeramente.
—Señor Trapp, está lloviendo, y esto es para usted.
Confuso y también un poco irritado, David abrió un poco más la puerta y
tomó el sobre. Trent se dio la vuelta y comenzó a alejarse en cuanto él cogió el
sobre.
—Un momento…
Trent hizo caso omiso y desapareció bajo la cortina de lluvia.
David se quedó, allí de pie, bajo el umbral de la puerta, sin saber qué hacer,
con el sobre en la mano y mirando la oscuridad durante todo un minuto antes de
entrar de nuevo en la casa. Cuando por fin estudió el contenido del sobre, deseó
haber salido en pos de Trent, sólo que para entonces, por supuesto, ya era
demasiado tarde.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Demasiado tarde, y lo que quería decir era demasiado obvio. Sabía lo que pasaba en
Umbrella y en los STARS, pero ¿para quién trabaja? Y lo que es más importante, ¿por
qué me escogió a mí?.
Jill y Rebecca estudiaban con detenimiento el mapa mientras Barry y y Chris
repasaban los recortes de los artículos de periódicos. Eran cuatro, todos recientes
y centrados en la zona costera de alrededor de un pequeño pueblo pesquero
llamado Ensenada de Calibán, en Maine. Tres de ellos comentaban la
desaparición de pescadores locales, y a todos se les daba por muertos. El cuarto
artículo trataba de una forma bastante «humorística» sobre los fantasmas que
habitaban en la ensenada. Al parecer, muchos habitantes de la localidad habían
oído extraños ruidos que flotaban por encima de las aguas a altas horas de la
madrugada, a los que habían descrito como «gritos de condenados». El autor del
artículo había sugerido chistosamente que los testigos de semejante hecho
deberían dejar de beberse los enjuagues bucales antes de irse a la cama.
Muy divertido, a menos que sepas lo que nosotros sabemos sobre Umbrella.
El mapa mostraba una franja de terreno costero justo al sur del pequeño
pueblo. Era una toma aérea de la propia ensenada. David había descubierto unos
cuantos datos sobre la zona en una visita a la biblioteca de Exeter. Se había
sentido un poco incómodo con la idea de utilizar el ordenador de los STARS
después de la llamada de Barry. Era un área bastante aislada que había sido
adquirida hacía ya bastantes años por un grupo anónimo. Al norte se alzaba un
faro en desuso, situado en lo alto de un risco supuestamente repleto de cuevas
marinas.
El mapa de Trent mostraba varios edificios detrás del faro, que llegaban
hasta un pequeño muelle en el extremo sur de la cala. En el mapa se veía una
línea que recorría toda la parte interior de la ensenada y que probablemente era
una valla. En el extremo superior se leía «Ensenada de Calibán» escrito con
grandes letras. Justo debajo, pero con letras más pequeñas, decía: «Investigación
y Pruebas, Umbrella».
La tercera hoja de papel que Trent le había entregado era la que David no
acababa de entender. Era una corta lista de nombres, seguida de un texto. Los
nombres eran siete en total: LYLE AMMON, ALAN KINNESON, TOM ATHENS, LOUIS
THURMAN, NICOLAS GRIFFITH, WILLIAM BIRKIN, TIFFANY CHIN.
El texto estaba justo debajo de la lista, y era algo en cierto modo poético,
escrito en mitad de la página con una letra recurvada.
Jill había tomado el papel en su mano y estaba leyendo el texto
cuidadosamente. Luego levantó la vista y miró a David con una media sonrisa en
el rostro.
—Está claro que se trata del mismo Trent. A este tipo le encantan los
acertijos.
—¿Tienes alguna idea de lo que significa? —quiso saber David.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Jill suspiró profundamente.
—Bueno, uno de los nombres que aparece aquí también estaba en la lista
que Trent me entregó a mí. Es William Birkin. Descubrimos que al menos
algunos de los nombres pertenecían a científicos que trabajaban en la mansión
Spencer, así que apostaría algo a que esta gente también trabaja para Umbrella.
Puede que Birkin no estuviera en la mansión cuando fue destruida. No
reconozco los demás nombres…
David asintió.
—Los he introducido en el ordenador de los STARS y no ha salido nada
sobre ellos. Pero en cuanto al resto… ¿Es alguna clase de adivinanza o algo así?
Jill miró de nuevo el papel, ceñuda, mientras lo leía para sí misma.
Mensaje de Ammon recibido/ serie azul/ introducir respuesta para la
clave/ letras y números a la inversa/ arco iris del tiempo/ no contar/ azul para
acceder.
Rebecca tomó el papel de manos de Jill mientras ésta miraba, de forma
pensativa, a David.
—Buena parte de lo que Trent me entregó parecía material escogido
bastante al azar, pero parte de él estaba relacionado con los secretos de la
mansión Spencer. Todo el lugar estaba repleto de cerraduras de rompecabezas y
de trampas. Quizás este texto consiste en lo mismo. Debe de estar relacionado
con lo que encontraremos en ese lugar…
—Oh, mierda.
Todos se giraron hacia Rebecca, que estaba mirando el extremo superior de
la página, con el rostro completamente pálido. Miró a David con una ansiosa
expresión de desesperación.
—Nicolas Griffith está en la lista.
—¿Sabes quién es? —inquirió David.
Ella los miró uno por uno, con una tremenda inquietud en su juvenil rostro.
—Sí, sólo que pensaba que estaba muerto. Era uno de los mejores, uno de
los científicos más brillantes que jamás haya trabajado en el campo de la biología
y de la bioquímica —miró fijamente a David, con los ojos llenos de temor, y
añadió—: Si está trabajando para Umbrella, tendremos que preocuparnos mucho
más que por un escape del virus-T. Es un genio en el campo de la virología
molecular… y si lo que se cuenta sobre él es cierto, también está completamente
loco.
Rebecca miró de nuevo la lista, con un nudo en el estómago.
El doctor Griffith todavía vivo… y trabajando para Umbrella. ¿Es que la cosa puede
ir aún a peor? No creo.
—¿Qué puedes contarnos sobre él? —preguntó David.
Rebecca sentía la boca seca. Extendió la mano hasta el vaso de agua y lo
vació de un trago antes de volverse hacia David.
—¿Cuánto sabes sobre el estudio de los virus? —preguntó ella a su vez.
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LA ENSENADA CALIBAN
—Absolutamente nada —repuso David, con una ligera sonrisa—. Por eso
estoy aquí.
Rebecca asintió mientras intentaba pensar por dónde empezar.
—Bien. Los virus se clasifican según su modo de reproducirse y
multiplicarse, y por el tipo de ácido nucleico que tienen en el virión, que es el
elemento especializado del virus que le permite transferir su genoma a otra
célula viva. Un genoma es una cadena sencilla de cromosomas. Según la
Clasificación Baltimore, existen siete tipos distintos de virus, y cada grupo infecta
a ciertos organismos de un modo concreto.
»A principios de los sesenta, un joven científico de una universidad privada
de California desafió esta teoría, insistiendo en que existía un octavo grupo,
basado en virus del tipo ADNds y además virus ADNss, el cual podría infectar a
cualquier organismo con el que entrase en contacto. Era el doctor Griffith. Publicó
numerosos artículos, y aunque las deducciones eran erróneas, sus razonamientos
eran excelentes. Lo sé porque los he leído. La comunidad científica se burló de la
teoría, pero su investigación sobre los organismos de inclusión específica de
virus en el citoplasma sin un genoma lineal…
Rebecca se calló poco a poco al darse cuenta de las expresiones de
desconcierto en sus caras.
—Lo siento. Bueno, el caso es que Griffith dejó de intentar demostrar su
teoría, pero mucha gente estaba muy interesada en saber con qué nueva idea
saldría.
Jill la interrumpió, con el entrecejo fruncido.
—¿Dónde has aprendido todo eso?
—En clase. Uno de mis profesores era un aficionado entusiasta de la historia
de la ciencia. Su especialidad eran las teorías pasadas de moda… y los escándalos.
—¿Qué es lo que ocurrió? —preguntó David.
—La siguiente vez que se oyó hablar de Griffith fue a raíz de su expulsión
de la universidad. El doctor Vachss, mi profesor, nos dijo que oficialmente lo
habían despedido por tomar drogas, meta-anfetaminas, pero los rumores decían
que había estado experimentando modificaciones de la conducta inducidas por
drogas en un par de sus estudiantes. Ninguno de los dos admitió nada, pero uno
de ellos terminó en el manicomio y el otro acabó suicidándose. No se pudo
demostrar nada, pero después de aquello, nadie quiso contratarlo nunca más.
Ésa fue la última vez que se oyó hablar de Nicolas Griffith.
—Pero hay algo más, ¿verdad? —insistió David.
Rebecca asintió lentamente.
—La policía tuvo que entrar a mediados de los años ochenta en un
laboratorio privado de Washington. Encontraron los cuerpos de tres hombres,
muertos por una infección filovírica. Se trataba del virus de Marburg, uno de los
más letales que existen. Llevaban más de tres semanas muertos, y fue el olor a
podrido lo que alertó a los vecinos. Los documentos que la policía encontró en el
laboratorio indicaban que los tres individuos eran los ayudantes de un tal doctor
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Nicolas Dunne, que se habían dejado inocular lo que ellos creían que era un virus
inactivo e inofensivo. El doctor Dunne quería encontrar una cura para ese virus.
Rebecca se puso de pie y cruzó los brazos con fuerza, como si quisiera
abrazarse a sí misma. La agonía que debían de haber sufrido aquellos hombres
tuvo que ser horrible. Ella había visto fotografías de las víctimas del virus de
Marburg. Comienza por un fuerte dolor de cabeza y luego, al cabo de pocos días,
aparecen todos los síntomas: fiebre, coágulos, lesiones en el cerebro, hemorragias
masivas por todos los orificios del cuerpo. Seguramente murieron sobre charcos
de su propia sangre…
—¿Y tu profesor pensó que se trataba de Griffith? —preguntó Jill en voz
baja.
Rebecca alejó aquellas imágenes de su mente y se dio la vuelta hacia Jill
para terminar el relato del mismo modo que lo había hecho el doctor Vachss.
—El nombre de soltera de la madre de Griffith era Dunne.
Barry dejó escapar un suave silbido mientras Chris y Jill intercambiaban
una mirada de preocupación. David la observaba fijamente, pero su mirada no
dejaba traslucir ningún pensamiento. No obstante, ella sabía lo que le estaba
pasando por la cabeza.
Se está preguntando si esto lo cambia todo, si iré con ellos a las instalaciones de la
Ensenada de Calibán ahora que sé que allí trabaja gente como Griffith.
Rebecca apartó la vista del intenso escrutinio de David y miró a los demás.
Se dio cuenta de que el resto del equipo estaba mirándola a ella, con los rostros
marcados por la preocupación. Desde aquella terrible noche en la mansión
Spencer, se habían convertido en algo muy parecido a una familia para ella. No
quería marcharse, no quería arriesgarse a no verlos nunca más…
Pero David tiene razón. Sin el apoyo de los STARS, ningún lugar será seguro para
nosotros. Ésta es mi oportunidad de contribuir en la misión, de hacer lo que mejor sé
hacer…
Quería creer que ésa era la única razón, que iba allí para librar una batalla
justa…, pero no podía evitar el ligero estremecimiento de emoción que suponía
ponerle las manos encima al virus-T. Sería una oportunidad de oro para estudiar
el mutágeno antes que nadie, de clasificar los efectos y de separar el virión justo
hasta su última y más pequeña cápside.
Rebecca inspiró profundamente y luego dejó escapar el aire lentamente.
Había tomado una decisión.
—Lo haré —dijo—. ¿Cuándo salimos?
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 3
Jill sintió que su corazón se aceleraba al oír las palabras de Rebecca. Sintió
que todo ocurría demasiado deprisa y que todavía no estaban preparados. Su
decisión le pareció demasiado precipitada, aunque Jill no había dudado en
ningún momento que Rebecca acudiría voluntariamente. Aquella muchacha era
mucho más fuerte de lo que parecía a simple vista.
Miró alrededor, a la amplia y agradable sala de estar de Barry, observando
discretamente la reacción de sus compañeros de equipo. El rostro de Chris
mostraba claramente la tensión que sentía. Tenía los labios apretados mientras
miraba con aire ausente el mapa de la zona de la Ensenada de Calibán.
Entretanto, Barry se había acercado a una de las ventanas de la sala de estar y
miraba hacia fuera refunfuñando sobre todo en general y sobre nada en
particular.
También están preocupados por ella, y quizás estamos en lo cierto. Ese tal Griffith
parece un psicópata de primera. Sin embargo, ¿habríamos dudado alguno de nosotros si
nos lo hubiera pedido?
Con su decisión, Rebecca acababa de demostrar que estaba tan
comprometida como cualquiera de ellos, lo cual no era sorprendente. Conocer a
fondo a la joven miembro del equipo Bravo había sido una de las pocas cosas
buenas que le había ocurrido a lo largo de los frustrantes días que habían pasado
desde que la mansión había ardido hasta los cimientos. La chica había
permanecido indefectiblemente optimista con respecto a las posibilidades que
tenían contra Umbrella aun después de que los hubieran suspendido de sus
cargos. Se había esforzado de forma incansable por mantener la moral alta.
Además, era extremadamente inteligente, pero nunca se había vanagloriado de
ello ni se había mostrado despectiva con ellos cuando habían discutido ciertos
aspectos técnicos del virus-T.
Rebecca parecía un poco inquieta, y miraba a los tres hombres de la estancia.
Incluso David Trapp parecía un poco incómodo por su decisión, probablemente
debido a la juventud de Rebecca.
Hombres, ella es joven, es bonita y sin duda es mucho más inteligente que todos
nosotros juntos, pero lo de joven y bonita suele hacerles perder de vista lo de inteligente.
Jill la miró a los ojos y le sonrió para darle ánimos. Jill ya era una ladrona
profesional a la edad de Rebecca, y bastante buena. Ella también estaba
preocupada por Rebecca, pero sólo porque la apreciaba. El hecho de que fuese
una mujer joven no era motivo para subestimar su talento o sus habilidades.
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LA ENSENADA CALIBAN
Rebecca le respondió con otra sonrisa y se acercó para sentarse a su lado
mientras David le dirigía un dubitativo gesto de asentimiento a su nueva
compañera de equipo.
—Bueno, pues entonces, muy bien. Hay un avión que sale de Bangor a las
once de esta noche —comenzó a explicar David—, y tomaremos otro vuelo que
nos llevará hasta un aeropuerto en las afueras de Exeter. Creo que podemos
discutir ahora un poco sobre estrategia y después pasar por tu casa de camino al
aeropuerto para que recojas algo para tu equipaje.
Rebecca asintió, y Barry se volvió a sentar con ellos, en el brazo de una de
las butacas, después de abrir una ventana. Cruzó sus brazos sobre su enorme
pecho y señaló con la barbilla a David.
—Tú eres el estratega —dijo sin dejar de ser amable—. ¿Por qué no
empiezas tú?
El respeto mutuo de ambos hombres era obvio, lo que hacía que a Jill le
gustase David aún más. A pesar de la actuación de Barry durante la operación
Spencer, Jill había acabado confiando ciegamente en él, algo que normalmente le
costaba mucho hacer con cualquier persona y, por lo que parecía, Barry también
confiaba a ciegas en las habilidades de David.
—No pretendo tomar el mando —repuso David—, pero tengo unas cuantas
ideas sobre cómo debemos enfrentarnos a esta situación. Conozco la traición
dentro de los STARS desde hace ya unos cuantos días, pero creo que todos
deberíamos pensar unos instantes en cuál ha de ser nuestro plan de acción. Me
doy perfecta cuenta de que esto debe haber sido un golpe para vosotros.
Jill advirtió el tono de amargura en la voz de David cuando pronunció la
palabra «traición». Era obvio que el hecho de que los STARS estuvieran «liados»
con Umbrella no le estaba sentando nada bien al señor Trapp…
Y probablemente tampoco a Barry y a Chris. Ambos han pasado mucho más tiempo
que Rebecca o yo en los STARS.
Jill estaba furiosa y decepcionada porque los STARS se hubiesen vendido,
pero eso no afectaría a su decisión de ayudar a derribar a Umbrella. Ya había
escogido su camino el día en que las hermanas McGee habían sido brutalmente
asesinadas. Las dos pequeñas niñas inocentes habían sido las primeras víctimas
de los efectos del virus-T en las criaturas de la mansión Spencer, y eran sus
amigas.
Alejó aquellos pensamientos y se concentró en lo que estaban discutiendo.
Sin el apoyo de los STARS, su misión iba a ser aún más difícil. No imposible,
pero tenía que admitir que sus probabilidades de éxito habían caído casi al nivel
de cero. Menos mal que a ella no le importaba hacer de David frente a Goliat…
Nada de eso importa. Umbrella va a pagar por lo que ha hecho, de un modo o de
otro…
La ronca voz de Barry rompió el silencio de la sala de estar.
Tenía la mirada pensativa.
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LA ENSENADA CALIBAN
—Quizá deberíamos hablar con la prensa. No con la local, sino con un
periódico nacional…
David suspiró mientras negaba con la cabeza.
—Ya pensé en ello. Es una buena idea, pero en este momento no tenemos
pruebas de ninguna clase para demostrar todo esto.
—Sí, pero al menos Umbrella no se atrevería a atacarnos mientras todo el
mundo está pendiente de nosotros.
—No podemos estar seguros de eso —respondió Jill—. Si han podido
comprar a los STARS, han podido comprar a cualquiera. Y sin ningún tipo de
prueba… Bueno, tenemos que admitirlo: es una historia que ni siquiera el
periódico más sensacionalista publicaría.
Se produjo una pausa de silencio malhumorado, como si las palabras de Jill
les hubieran recordado que todo aquello sonaba a locura, como le sonaría a
cualquier persona que no hubiera pasado por la situación que ellos habían vivido.
Un virus que accidentalmente convierte a las personas en zombis y que se utilizaba
para crear monstruos increíbles que actuaban como armas vivientes, un virus creado y
luego ocultado por una compañía que contrata a científicos locos para que experimenten
con seres humanos vivos. Lo único que falta es un criminal de guerra nazi que posee una
bomba atómica y entonces tendríamos todo un novelón en las manos.
—Bueno, sobre lo que estábamos hablando antes, lo de reclutar a unos
cuantos miembros fiables de STARS —intervino Chris—, he pensado en unas
cuantas personas, unos cuantos tipos con los que realicé el entrenamiento básico.
Además, sé que Barry tiene un montón de contactos.
—Sí —David asintió—, creo que eso debería ser una prioridad. Lo que me
preocupa es cómo ponernos en contacto con ellos. Es posible que los teléfonos de
las oficinas estén intervenidos, y Umbrella debe desconocer nuestros planes
durante el mayor tiempo posible. Por desgracia, no dispondremos de los STARS
durante mucho más tiempo.
—Quizá deberíamos buscar a alguien que actuara como intermediario —
dijo Jill con lentitud—. Alguien que no tenga ataduras con los STARS.
Chris sonrió de repente.
—Conozco a un tipo de cuando estaba en la Fuerza Aérea y que ahora
trabaja para Jack Hamilton, uno de los jefes de sección del FBI. No conozco
mucho a Hamilton, pero Pete es todo lo honesto que se puede ser, y además me
debe un favor.
—Estupendo —convino David—. Quizá podrías pedirle que también te
ayude a investigar a la policía local. En cuanto tengamos pruebas procedentes de
las instalaciones de Umbrella en Maine, podremos acudir a tu amigo y pedirle
que inicie una investigación federal.
Sonaba bien, pero Jill comenzó a sentirse frustrada por toda aquella charla.
Quería entrar en acción. Esperar a que los STARS entrasen en contacto con ellos
ya había sido bastante duro, pero saber con toda seguridad que Rebecca iba a
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LA ENSENADA CALIBAN
arriesgar su vida mientras ellos se quedaban cruzados de brazos iba a ser algo
muy, pero muy difícil.
—Ha dicho que tenía unas cuantas ideas sobre lo que debíamos hacer —dijo
Jill.
—Sí —asintió David—, aunque en cuanto el gobierno esté involucrado, es
posible que no haga falta algo tan atrevido y arriesgado. He estado desarrollando
un plan para infiltrarnos en las oficinas centrales de Umbrella. Como veis, es una
propuesta bastante osada, y me quedo corto. De momento, creo que lo mejor es
trabajar a una escala mucho menor, pero de lo que sí estoy convencido es de que
vosotros tres deberíais quitaros de la circulación cuanto antes. También creo que
sería bastante prudente intentar averiguar todo lo que podáis del tal señor Trent,
aunque me da la sensación de que no descubriréis mucho sobre él, eso si
encontráis algo…
Sonrió ligeramente, y Jill, que ya había conocido a Trent, comprendió sus
dudas. Su extraño benefactor le había parecido un hombre cuidadoso en extremo.
—Tengo la impresión de que sólo descubriremos lo que a él le interese que
descubramos —continuó diciendo David—, pero merece la pena intentarlo y
echar un vistazo. Necesitamos acordar un punto de encuentro para después de
que…
Su suave y musical voz se detuvo de repente cuando inclinó la cabeza hacia
un lado, como si escuchara con mucha atención. Jill oyó el sonido en ese mismo
instante, y sintió que el corazón se le encogía en el pecho.
Un susurro de voces proveniente del arbusto situado al lado de la ventana
que Barry había abierto.
Umbrella.
—¡Agachaos! —gritó Jill mientras se tiraba del sofá y arrastraba a Rebecca
con ella justo en el momento en que la ventana saltaba en pedazos y las cortinas
se veían sacudidas por las ráfagas de disparos de un rifle automático.
David se lanzó de cabeza al suelo casi al mismo tiempo que las balas
acribillaban la butaca en la que estaba sentado momentos antes, a la vez que
desenfundaba su arma. Unas cuantas motas del relleno de la butaca pasaron
flotando por delante de sus ojos mientras en la pared de enfrente se abría una
hilera de agujeros humeantes que lanzaron una lluvia de astillas de madera y
restos de yeso.
Por todos los…
Se produjo una brevísima pausa en el tiroteo, la suficiente para oír el ruido
de cristales rotos en la parte trasera de la casa.
—¡Barry, las luces! —gritó David, pero Barry ya lo había pensado, y el
tronar de su revólver Colt ahogó el ruido de las intermitentes ráfagas de fuego
automático.
¡Bam! ¡Bam!
La estancia se oscureció cuando los proyectiles de Barry acertaron en sus
objetivos, y los cristales comenzaron a caerles desde arriba. La luz continuó
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LA ENSENADA CALIBAN
entrando en la sala procedente del pasillo de la entrada, y otra ráfaga de
proyectiles llegó desde la ventana.
Chris se arrastró sobre los codos y las rodillas hasta la entrada al pasillo y,
con un ágil movimiento, rodó sobre su costado y disparó, eliminando las luces
del pasillo. Ahora la sala de estar se encontraba completamente a oscuras, y las
ráfagas de fuego automático cesaron.
Por encima del zumbido de sus oídos, David percibió el ruido de unas botas
que aplastaban cristales rotos en la parte posterior de la casa, en la cocina. Los
pesados pasos se detuvieron: probablemente el intruso estaba esperando a que el
tirador de la ventana lo alcanzara…
Y habrá más de dos, todos cubriendo las salidas: la puerta, de la cocina, el porche
frontal, alguien vigilando las ventanas…
Se oyó otra serie de pasos que entraba en la cocina. Esta vez eran pasos
apresurados y más discretos, pero también se detuvieron. Los dos individuos se
quedaron a la espera, ya fuera a que llegara el resto de su equipo o a que los
STARS allí reunidos efectuaran algún movimiento. Los pensamientos de David
comenzaron a formarse en su cabeza de forma independiente, formulando y
rechazando planes y teorías de un modo automático y a una velocidad de vértigo.
Subimos al piso de arriba, los eliminamos de uno en uno según vayan subiendo…
… a menos que pretendan incendiar la casa…
… así que nos lanzamos sobre ellos y salimos por la parte trasera…
… pero ellos tienen mayor potencia de fuego y, quizás incluso aparatos de visión
nocturna y sólo seremos objetivos en movimiento. No hay posibilidad así…
De lo único que estaba seguro era de que no podían permanecer allí quietos
donde se encontraban. No dispondrían de ningún lugar donde ponerse a
cubierto cuando los sicarios de Umbrella se cansaran de esperar.
Oyó un suave movimiento a la derecha cuando la enorme masa del cuerpo
de Barry se arrastró hacia donde él se encontraba. Los ojos de David ya se habían
acostumbrado lo suficiente a la oscuridad como para ver que Jill y Rebecca se
encontraban al otro lado de la mesita de café, acuclilladas y con sus pistolas en la
mano. No podía distinguir dónde se encontraba Chris, pero probablemente
estaba cerca del pasillo.
La casa de Barry era la última de la calle, justo al lado de un parque repleto
de árboles. Si pudieran salir y llegar hasta los árboles…
Aquella idea fue la que finalmente quedó. Era mejor tener un mal plan que
no tener ninguno en absoluto, y no tenían tiempo de pensar en alternativas.
—¿Puerta de sótano? —susurró David.
La ronca voz de Barry sonó esta vez mucho más suave pero llena de tensión.
—Sí.
No serviría: seguro que había alguien vigilándola. Tendrían que salir por la
segunda planta.
—Saldremos a través del parque —susurró velozmente—. Jill, acércate a
Chris y prepárate para cubrirme en cuanto te dé la señal. Barry, Rebecca, en
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LA ENSENADA CALIBAN
cuanto empecemos a disparar, echad a correr y subid las escaleras hasta llegar a
una ventana que dé al este. Es la caída menos peligrosa. Nosotros os seguiremos.
¿Preparados? Ahora.
Jill ya estaba dando la vuelta al sofá en silencio y desapareciendo en las
sombras, seguida de cerca por Barry y Rebecca. David se detuvo lo justo para
recoger los papeles que Trent les había entregado. Se los metió en la camisa y
sintió el frescor de las páginas contra su sudorosa piel. Nada de lo que había en
la cartera les causaría problemas si la encontraban los de Umbrella.
Se arrastró hasta la oscuridad de la entrada de la sala de estar y se dirigió
hacia donde se hallaban Jill y Chris. La entrada estaba encarada hacia un lado de
las escaleras. La puerta de entrada estaba a la izquierda, y a la derecha, la
tranquila cocina al extremo de un largo pasillo, donde dos de los agentes de
Umbrella los estaban esperando.
Ellos a la derecha, y yo a la izquierda. En cuanto comiencen los disparos, los
restantes atacantes se dirigirán hacia la puerta principal…
O eso esperaba David. Si la sincronización no era perfecta, estaban muertos.
Se hallaban demasiado lejos de la débil luz de las ventanas, y el pasillo estaba
demasiado oscuro para hacer señales con las manos. Se acercó hasta Jill y Chris y
habló en un susurro.
—Los dos a la derecha, Jill abajo y fuera —susurró. Sospechaba que sus
enemigos no apuntarían hacia el suelo, y Chris podría utilizar la cobertura de la
pared de la entrada como escudo.
—Yo me encargo de la puerta principal. Manteneos durante… seis
segundos exactos, ni uno más. En el segundo cero, tenéis que estar en las
escaleras y fuera del pasillo. A mi señal… ¡ahora!
Los tres se colocaron de un salto en sus posiciones, con Chris y Jill
disparando en dirección a la cocina y con David corriendo hacia la izquierda. Se
acercó velozmente a la puerta principal semiagachado mientras contaba en
silencio.
… seis… cinco…
Detrás de él, Barry y Rebecca se lanzaron corriendo hacia las escaleras en
mitad del tiroteo. David apuntó su Beretta hacia la oscuridad que tenía delante
de él, y sólo estaba a treinta centímetros de la puerta cuando alguien la abrió de
una patada.
¡Bum!
Su hombro entró en contacto con la pesada madera y lanzó su peso para
cerrarla de golpe. Se dejó caer al suelo y la mantuvo cerrada con el talón en una
esquina.
… dos…
Disparó a través de la puerta con un ángulo inclinado hacia arriba, cinco
disparos todo lo deprisa que pudo apretar el gatillo. Se oyó un grito ahogado y el
ruido de algo pesado que caía sobre el porche de la entrada. Disparó otras tres
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LA ENSENADA CALIBAN
veces antes de ponerse de pie y echar a correr hacia el hueco que había al lado de
las escaleras y salir de la línea de tiro. Se les había acabado el tiempo.
David se giró y vio que Chris y Jill se encaminaban hacia arriba y estaban a
mitad de camino, pero en cuanto sus pies pasaron el primer peldaño, oyó un
sonido parecido a una explosión a su espalda. La puerta principal comenzó a
convertirse de repente en una lluvia de astillas que se desperdigaron en todas
direcciones cuando unos pesados proyectiles atravesaron la madera y todo el
pasillo hasta la cocina. Estaba claro que el equipo de Umbrella había decidido
que ya era hora de poner fin al enfrentamiento. Si los disparos de los dos
miembros del equipo Alfa todavía no habían matado a los dos individuos de la
cocina, los proyectiles de sus camaradas ya lo habrían hecho.
David se dio la vuelta a mitad de camino de las escaleras y disparó otras
dos veces a través de la puerta que se desintegraba por momentos. Esperaba
haber conseguido suficiente tiempo para que los STARS pudiesen escapar.
Diez, quizá veinte segundos antes de que se den cuenta de que nos hemos ido.
El tiempo iba a ser muy justo, demasiado justo.
Rebecca estaba de pie en el oscuro rellano. El palpitar de su corazón
resonaba con tanta fuerza como los disparos que perseguían a Jill y Chris.
Vamos, vamos…
Barry estaba a su derecha en el extremo del rellano, apenas visible bajo la
luz de la luna que se derramaba a través de la ventana abierta. Jill fue la primera
en alcanzar el rellano. Rebecca la dirigió hacia Barry con un ligero toque en el
hombro, y Chris la siguió de cerca.
¡Bam! ¡Bam!
La boca del cañón de la pistola de David iluminó por un momento la
oscuridad de las escaleras, y un momento después apareció en la oscuridad justo
delante de ella, como si fuera un fantasma sudoroso.
—Por aquí…
Rebecca se giró y echó a correr hacia la ventana, con David a su lado. Jill ya
había desaparecido, y Chris estaba a mitad de su descenso, con Barry
agarrándolo de una mano mientras intentaba mantener el equilibrio.
Por favor, Dios mío, que haya un colchón, un montón de hojas…
¡Bum!
El ruido del impacto de la puerta al ser abierta de par en par fue seguido
por el de una serie de pasos pesados y el murmullo de unas voces masculinas
furiosas y con tono autoritario. Chris desapareció a través de la ventana y Barry
extendió la mano hacia ella, con los labios apretados. Rebecca metió la pistola de
nuevo en su funda y se acercó a la ventana.
Sintió la tibia mano de Barry en su espalda mientras se subía al alféizar y
miraba hacia abajo. Divisó unos setos pegados a la pared de la casa, frondosos y
espesos, y muy, muy abajo. Vio de refilón a Jill, de pie en el césped, apuntando
con su arma hacia la parte frontal de la casa. También vio a Chris, que miraba
hacia arriba, hacia ellos, y su rostro estaba marcado por la tensión…
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LA ENSENADA CALIBAN
No lo pienses. Sólo hazlo.
Rebecca se deslizó hasta quedar fuera de la ventana mientras los fuertes
dedos de Barry agarraban su mano. Su hombro protestó cuando la gravedad se
apoderó por completo de su cuerpo. Barry asomó su propio cuerpo todo lo que
pudo para acortarle la caída todo lo posible, y el cuerpo de Rebecca quedó
suspendido en mitad del aire.
La dejó caer antes de que ella tuviera tiempo de sentirse realmente
aterrorizada. Cayó sobre uno de los setos y sintió un ligero dolor cuando las
ramas y ramitas le arañaron sus piernas desnudas. Un instante después, Chris ya
estaba ayudándola a ponerse de pie, levantándola con facilidad de entre la
espesura.
—Cubre la parte trasera —le dijo en voz baja mientras ya centraba de nuevo
su atención en la ventana.
Rebecca desenfundó el revólver mientras salía al césped y se giraba para
encarar las sombras que componían el patio trasero del edificio. A unos veinte
metros a su izquierda se alzaba un oscuro grupo de árboles, silenciosos e
inmóviles.
Deprisa, deprisa…
Oyó una atronadora ráfaga de proyectiles en el interior de la casa y un
fuerte golpe en los arbustos a su derecha, pero no se volvió, concentrada en la
tarea que le habían encomendado.
Un movimiento en la esquina de la casa. Rebecca no dudó y disparó dos
proyectiles contra la sombra más oscura. El revólver de calibre 38 de Barry saltó
en sus manos. La silueta se derrumbó en el suelo y, al caer hacia adelante,
Rebecca vio que era un hombre que sostenía un rifle y que, desde luego, no
volvería a ponerse de pie de nuevo.
Nunca había disparado a nadie antes.
—¡Vamos! —gritó Chris.
Rebecca giró bruscamente la cabeza y vio a Barry salir de entre los arbustos
y tambalearse hacia ellos. Oyó un grito procedente de la ventana, al que siguió
una ráfaga de disparos de un rifle de asalto. Rebecca llegó a sentir los disparos
impactar contra el suelo cerca de sus pies y que levantaron grandes trozos de
césped demasiado crecido. Los terrones de tierra golpearon sus piernas.
¡Mierda!
David y Jill respondieron a los disparos mientras corrían hacia los árboles,
con Chris a la cabeza. El atacante de Umbrella se agachó o le acertaron, porque el
tableteo del arma automática cesó de repente. Cuando llegaron al primer árbol
del grupo más cercano a la casa, Rebecca oyó el ulular de unas sirenas que se
acercaban, al que siguió el ruido de pasos y gritos en el porche frontal de la casa
de Barry. Segundos después, oyó el chirrido de unos neumáticos al acelerar.
Rebecca avanzó tambaleándose a través del tupido grupo de arbustos al pie
de los árboles, esquivando sus troncos e intentando no perder de vista los demás.
Sentía la pesadez del revólver en su sudorosa mano, y le parecía que todo su
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LA ENSENADA CALIBAN
cuerpo latía. Le temblaban las piernas y su respiración era agitada y jadeante.
Todo había ocurrido con tanta rapidez. Ella sabía que se encontraban en peligro,
que Umbrella quería quitarlos de en medio… pero una cosa era saberlo y otra
muy distinta darse cuenta realmente de ello, darse cuenta de que unos
individuos entraban por la fuerza en la casa de Barry e intentaban matarlos…
Y puede que en lugar de eso hayamos matado a uno de ellos.
La idea de que podía haber matado a alguien… Se obligó a pensar en otra
cosa antes de que aquello la aturdiera, y se concentró en la difusa sombra de la
camiseta de Chris, que se encontraba delante de ella. Su conciencia tendría que
esperar hasta que tuviera tiempo de pensar a fondo.
El espeso bosque se abrió dando paso a un claro, y bajo la pálida luz de la
luna vio unos cuantos columpios y otros aparatos típicos de un parque de recreo
para niños. Chris bajó el ritmo de la carrera hasta convertirla en un trote y
finalmente se detuvo justo donde acababa la línea de árboles, al mismo tiempo
que se giraba para escudriñar las sombras en busca de sus compañeros.
Rebecca llegó a su lado, con Jill y Barry pegados a su espalda, todos ellos
jadeaban, y se los veía tan aturdidos y a la vez tan alertas como ella misma se
sentía.
—David. ¿Dónde está David? —preguntó Chris entre jadeos. Mientras se
daban la vuelta para registrar la oscuridad más allá de las ramas cercanas,
Rebecca percibió un ligero movimiento en las sombras que había a su izquierda.
Fue un movimiento silencioso y escurridizo—. ¡Cuidado!
Se tiró al suelo al mismo tiempo que gritaba y una nueva sensación de
pánico le recorría las venas.
La sombra disparó dos veces contra ellos, pero los disparos sonaron de un
modo casi discreto comparados con el tiroteo en el interior de la casa. Oyó un
tercer disparo, mucho más cercano y fuerte, y la sombra tropezó y cayó contra un
árbol antes de desplomarse en silencio al suelo. El parque quedó por completo en
silencio de nuevo, con excepción del lejano ulular de las sirenas de la policía.
Rebecca levantó lentamente la cabeza, alzándola por encima de su hombro,
y vio a David, de pie y todavía apuntando con su Beretta al tirador caído en el
suelo. Jill y Chris estaban agachados al lado de ella, ambos con las armas
desenfundadas y mirando alrededor con los ojos bien abiertos…
Y Barry estaba a su otro lado, tirado sobre el suelo del bosque, con la cara
enterrada en la capa de agujas de pino y hojas secas.
Estaba inmóvil.
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LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 4
Durante un rato impreciso, todo permaneció a oscuras, una oscuridad
silenciosa y absoluta… y después comenzó a oír voces, unas voces que lo
arrastraban desde las profundidades del limbo donde se encontraba, unas voces
que no pudo identificar al principio. Y a lo lejos, en algún punto indeterminado,
oyó el lamento de unas sirenas de policía.
Le han dado.
Oh, Dios mío.
Comprueba que no hay nadie más.
Espera. No puedo encontrar la herida. Ayúdame. ¿Barry? Barry, puedes…
—Barry, ¿puedes oírme?
Rebecca. Barry abrió los ojos y los cerró inmediatamente, apretando las
pupilas al sentir el palpitante dolor en el interior de su cabeza. Sentía otro
pinchazo de dolor en su brazo izquierdo, agudo y constante pero no tan intenso
como el dolor de su cabeza. Ya había conocido ambos tipos de dolor en el pasado.
Me han disparado y luego me he dado de frente contra un árbol… o contra algún
cabrón con un bate de béisbol.
Intentó abrir los ojos de nuevo mientras unas manos pequeñas le recorrían
el pecho, buscando suavemente. Tardó un segundo en enfocar la vista en los
preocupados rostros que lo rodeaban: Jill, Chris y una Rebecca de aspecto
aterrorizado que le estaba metiendo los dedos por debajo de su camiseta para
buscar la herida. Gracias a Dios, las sirenas habían enmudecido, aunque todavía
oía los coches de policía subir a toda marcha por la calle, el eco de sus potentes
motores resonando a través del parque boscoso.
—El bíceps izquierdo —murmuró Barry, y comenzó a levantarse.
Los oscuros árboles comenzaron a girar a un lado y a otro, y Rebecca lo
empujó suavemente para que se tumbara de nuevo.
—No te muevas —dijo con voz firme—. Quédate tumbado un momentito,
¿de acuerdo? Chris, dame tu camiseta.
—Pero Umbrella… —comenzó a decir Barry.
—No están aquí —dijo David, de rodillas junto a ellos—. Estáte quieto.
Rebecca le levantó el brazo con cuidado y lo miró por ambos lados. Barry
flexionó un poco el brazo y frunció el rostro por el dolor que sintió, pero se dio
cuenta de que la herida no era grave: el hueso estaba intacto.
—Justo en el deltoides —dijo por fin Rebecca—. Me parece que vas a tener
que dejar de levantar pesas durante una temporada.
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LA ENSENADA CALIBAN
Su tono de voz era desenfadado, pero él percibió la preocupación reflejada
en su mirada. Comenzó enrollar la camiseta de Chris alrededor de la herida
mientras lo observaba con detenimiento.
—Tienes un chichón bastante feo en la sien —dijo—. ¿Cómo te sientes?
Aunque sentía que la cabeza todavía le latía, el dolor se había convertido en
una molestia sorda. Estaba un poco mareado y sentía unas leves ganas de
vomitar, pero recordaba su nombre y qué día de la semana era. Si era una
conmoción cerebral, la verdad es que no le impresionaba mucho.
He tenido resacas peores.
—Me siento bastante jodido —contestó—, pero aparte de eso, estoy bastante
bien. Debo de haberme dado un golpe con un árbol al caer.
Se levantó de nuevo hasta quedarse sentado mientras Rebecca terminaba el
improvisado vendaje, y esta vez se mantuvo firme sin problemas. Tenían que
ponerse en movimiento antes de que la policía decidiera registrar el bosque, pero
¿adónde irían? Les parecía poco probable que Umbrella atacara dos veces en la
misma noche, pero no les apetecía poner a prueba su teoría. No estarían a salvo
en ninguno de sus hogares. Al menos, su familia estaba lejos del peligro en la
casa de los padres de Kathy, en Florida. La idea de que las niñas podían haber
estado jugando en sus habitaciones cuando comenzó el tiroteo…
Se puso de pie tambaleándose, pero encontró la fuerza necesaria para
hacerlo en la rabia con la que vivía desde aquella noche en la mansión Spencer.
Wesker había amenazado a Kathy y a las niñas para que Barry lo ayudara a
llegar a los laboratorios subterráneos y lo había obligado a cooperar con él para
ocultar todas las pruebas que implicaban a Umbrella. El sentimiento de
culpabilidad de Barry se había convertido en una sensación de furia en los días
siguientes, una rabia que superaba cualquier otro sentimiento similar que
hubiera tenido en su vida.
—Cabrones —gruñó Barry—. Malditos cabrones de Umbrella.
Los demás se pusieron de pie al mismo tiempo que él, y la pálida luz de la
luna se reflejó en el torso desnudo de Chris. Todos parecían sentirse muy
aliviados de que no estuviera gravemente herido… todos, menos David, que
parecía desolado como jamás antes lo había visto Barry. Tenía los hombros
hundidos por un peso invisible y desconocido y, cuando comenzó a hablar, fue
incapaz de mirar a los ojos de Barry.
—El hombre que te ha disparado —dijo David mientras levantaba una
mano en la que se veía una pistola del nueve con silenciador, con todo el cañón
manchado de sangre—. Barry, lo he matado. Es… es Jay Shannon.
Barry se quedó mirándolo fijamente. Entendió las palabras, pero no pudo
aceptar lo que significaban. No era posible.
—No, no has visto bien. Está demasiado oscuro…
David se dio la vuelta y atravesó el espacio lleno de árboles que los
separaba del cuerpo caído. Barry lo siguió tambaleándose, y su cabeza comenzó
a dolerle por algo más que un golpe contra el tronco de un árbol.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
No puede ser Shannon. No, de ninguna manera. David ha perdido los nervios por
el tiroteo. Eso es. Ha cometido un error…
Sólo que David jamás perdía los nervios en un tiroteo, jamás lo había hecho,
y no cometía errores con tanta facilidad. Barry apretó los dientes por el dolor que
sentía y lo siguió, esperando y deseando por primera vez que su amigo estuviese
equivocado.
El individuo se había caído de espaldas o David le había dado la vuelta.
Fuese como fuese, ahora sus ojos abiertos miraban sin vida el cielo estrellado, con
una aguja de pino metida en uno de ellos. El proyectil semi-perforante de la
Beretta de David había abierto un agujero directamente en el corazón del
atacante. Sin duda, había sido un disparo afortunado. Cuando miró la cara
blanca por la pérdida de sangre del cadáver, Barry sintió que su corazón también
quedaba sin vida y se convertía en piedra.
Dios, Shannon, ¿por qué? ¿Por qué lo has hecho?
—¿Quién es? —preguntó Jill en voz baja. Barry se quedó mirando fijamente
al hombre muerto, incapaz de contestar. La respuesta de David llegó carente de
tono y sentimiento.
—Es el capitán Jay Shannon, de los STARS de Oklahoma City. Barry y yo
nos entrenamos con él.
Barry encontró fuerzas para hablar, pero fue incapaz de dejar de mirar la
cara inmóvil de Jay.
—Lo llamé la semana pasada, cuando llamé a David. Estaba preocupado
por nosotros. Me dijo que se mantendría ojo avizor con respecto a las actividades
de Umbrella…
Y seguimos hablando de tonterías durante un par de minutos, poniéndonos al día
sobre nuestras cosas y también contándonos viejas historias. Le dije que le iba a enviar
fotografías de mis hijas, y él me dijo que tenía que colgar, que le había encantado hablar
conmigo pero que tenía que marcharse a una reunión…
En ese momento Umbrella ya debía de haberlo comprado, y darse cuenta de
aquello fue una revelación brutal y repentina, algo horrible y cruel. Puede que
Umbrella fuera la responsable del ataque, pero los que lo habían llevado a cabo
eran los STARS, de modo que la casa de Barry había sido destrozada por gente a
la que él conocía, y le había disparado un hombre al que él consideraba su amigo.
El silencio se vio roto por el ladrido de varios perros, un sonido que se filtró
a través de los árboles. Por el número y el lugar de donde procedían, parecían ser
el equipo de perros de la policía de Raccoon City, que había llegado a la casa.
Barry alejó la mirada del cadáver y sus pensamientos regresaron al presente y a
la situación en que se encontraban. Tenían que marcharse.
—¿Adónde podemos ir? —preguntó David con rapidez—. ¿Tenemos algún
lugar donde a Umbrella no se le ocurriría mirar? Una cabaña, un edificio vacío…
Algún lugar al que podamos llegar a pie.
¡Brad!
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LA ENSENADA CALIBAN
—El apartamento del gallina está alquilado por un par de meses —dijo
Barry—. Está vacío y a menos de dos kilómetros de aquí.
—Vamos —ordenó David.
Atravesaron el terreno de juego del parque con Barry a la cabeza y los
demás siguiéndolo bajo la luz de la luna. Vieron un pequeño sendero que salía
del parque, un par de bloques de edificios más allá, y hacia allí se dirigieron con
la esperanza de que estuvieran lo bastante lejos como para que los policías no se
acercaran a investigar. Barry había atravesado aquel parque un millón de veces
con su mujer a su lado y sus hijas trotando alrededor…
Mi hogar. Éste es mi hogar, y nunca volverá a ser el mismo para mí.
Barry sintió que el agujero de bala se volvía a abrir y comenzaba a sangrar
de nuevo. Apretó su mano derecha sobre la pegajosa camiseta y dejó que el dolor
que sentía alimentara su determinación de seguir adelante mientras atravesaban
los escasos árboles y se dirigían a la casa de Brad.
Se acabó. Esto se acabó. Mis hijas no van a crecer en un mundo en el que puede
suceder algo como esto, no si yo puedo hacer algo por evitarlo.
Ya habían ocurrido tantas cosas, y éste sólo era el comienzo de su lucha.
Todavía conocía gente en los STARS en quien sabía que podía confiar, personas
con las que podía contar, y no lo pillarían con la guardia bajada dos veces. Quizá
la próxima vez que Umbrella llamara a su puerta no tendrían que salir corriendo.
Y si Rebecca y David lograban tener éxito con la operación de Maine, tendrían lo
que necesitaban para hacer caer a la compañía, de una vez para siempre.
Umbrella se había metido con la gente equivocada, y Barry planeaba estar
en el lugar apropiado cuando se dieran cuenta de su error.
Jill abrió la puerta de la pequeña casa como una auténtica experta utilizando
un simple clip pisapapeles y uno de los pendientes de Rebecca. La joven se llevó
inmediatamente a Barry al cuarto de baño para utilizar el botiquín de la casa,
mientras Chris se dedicaba a buscar una camisa o algo similar para vestirse.
David y Jill registraron minuciosamente todo el lugar, y él se sintió a cada
minuto más satisfecho de la elección tomada.
No podían haber escogido un escondite mejor, y era un alivio saber que
tanto Barry como los otros dos miembros del equipo Alfa dispondrían de un sitio
seguro desde donde trabajar. La casa de dos dormitorios compartía un patio con
una familia muy preocupada por el tema de la seguridad: en cuanto David abrió
la puerta trasera, unas grandes y brillantes luces inundaron el pequeño
rectángulo de césped. Además, por el aspecto de la valla y unos cuantos detalles
más en su interior, adivinó que tenían un perro bastante grande en algún lugar
de la casa. También había otras dos casas a ambos lados, y la ventana de la parte
frontal daba al patio de un colegio, al otro lado de la calle. No existiría ningún
tipo de cobertura para cualquier equipo de asalto que quisiera acercarse.
La casa estaba amueblada de forma sencilla aunque desordenada. Era
bastante obvio que su anterior ocupante había huido presa del pánico. Unos
cuantos objetos personales y algunos libros estaban esparcidos aquí y allá por
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LA ENSENADA CALIBAN
todas las habitaciones, como si Vickers hubiera sido incapaz de decidir qué
llevarse en su apresuramiento por abandonar Raccoon City.
Y con lo que ha ocurrido esta noche, tampoco puedo culparlo por salir huyendo…
Era evidente que Vickers había escogido el trabajo equivocado, aunque eso
no lo convertía necesariamente en un cobarde. Arriesgar la vida de forma casi
diaria no era un trabajo adecuado para todo el mundo, y si se tenían en cuenta
todos los acontecimientos de las últimas horas, la opción más inteligente para
alguien como Brad Vickers era alejarse de aquella situación. Les hubiera venido
muy bien su ayuda, pero por lo poco que Barry le había contado sobre aquel
individuo, el piloto del equipo Alfa no era el tipo de persona con el que a él le
gustaba trabajar. Aun en el caso de que no se pegara un tiro por accidente,
Vickers había perdido la confianza de sus compañeros de equipo, y no había
nada peor que aquello en una situación de crisis.
David se quedó sentado en la atestada y oscura sala, sobre un sofá de un
horrible color verde, intentando ordenar sus ideas, mientras Jill inspeccionaba
más a fondo la cocina. Él había logrado encontrar una libreta y un bolígrafo, y ya
estaba escribiendo los nombres y los números de teléfono de los miembros de su
equipo y de sus contactos, además del teléfono de la casa de Brad para llevárselo.
Miró alrededor sin ver nada, mientras se esforzaba por recuperarse de los efectos
de la adrenalina sobrante, algo que siempre le ocurría después de un combate.
No quería olvidar nada importante, ningún detalle que necesitara ser discutido
antes de que él y Rebecca se marcharan. Barry, Jill y Chris tendrían que
enfrentarse a las consecuencias del ataque por sí solos.
Los STARS, el poema de Trent, los objetivos y los contactos…
Era difícil concentrarse después de pasar por una experiencia tan agotadora,
y el hecho de que ya hubiera llegado cansado a Raccoon City no lo ayudaba en
nada. Desde hacía días no dormía bien, y pensar en todo lo que se avecinaba
hacía aún más difícil concentrarse. La información de Rebecca sobre el doctor
Griffith era desconcertante, y eso era quedarse corto. Aunque estaba tan decidido
como antes a llevar la operación en la Ensenada de Calibán, era otra
preocupación que añadir a una lista ya de por sí interminable.
Chris entró en la habitación con una camiseta desteñida de color azul sin
mangas, y se dejó caer en una silla que había justo delante de David. El rostro le
quedó envuelto en las sombras de la estancia. Se quedó así durante unos
momentos, y luego se inclinó hacia adelante, por lo que su cara quedó iluminada
por los pocos rayos de luz que entraban por la ventana y David pudo ver su
expresión. La mirada del joven era cansada, pensativa… y estaba llena de
culpabilidad.
—Mira, David —dijo tuteándolo—. Las dos últimas semanas han sido muy
duras para todos nosotros, ¿sabes? Esperar para saber cuál iba a ser la reacción
de Umbrella, la suspensión de empleo y sueldo, la sensación de que nuestros
amigos habían muerto en vano… —Chris se detuvo un instante antes de
continuar—. Sólo quiero decirte que lo siento si empezamos con mal pie antes, y
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que me alegro mucho de que estés de nuestro lado. No tendría que haberme
portado como un auténtico capullo.
David se quedó sorprendido e impresionado por la sinceridad de aquellas
palabras. Cuando él tenía veinticinco años, hubiera preferido que le arrancasen
las uñas a mostrar sus sentimientos, excepto en el caso de la rabia, por supuesto.
Jamás había tenido problemas para expresar sus cabreos. Otra herencia de tu
querido padre…
—No creo que debas sentirte culpable por nada de eso —contestó David en
voz baja—. Tus preocupaciones están más que justificadas. Yo… yo también me
encuentro bastante tenso, y no quería llegar y ponerme en plan mandón. Los
STARS son… Para mí significan mucho, y quiero que nosotros… Quiero que los
STARS sean lo que fueron al principio…
Jill apareció procedente de la cocina, lo que le evitó a David tener que
continuar con su balbuceante discurso. Se sintió aliviado al ver que Chris parecía
entender lo que le había querido decir. El joven lo miró fijamente a los ojos y
asintió lentamente, como diciendo que la situación se había aclarado entre los
dos. David suspiró para sus adentros, preguntándose si alguna vez lograría
superar su reticencia a expresar sus emociones.
Había pensado mucho desde que Barry lo había llamado, tanto sobre sí
mismo como sobre su obsesiva rabia por la traición de los STARS, y había
llegado a la preocupante conclusión de que no estaba nada contento con el
rumbo que estaba tomando su vida. Se había lanzado de cabeza y se había
concentrado de tal modo en su trabajo para evitar tener que resolver sus
problemas causados por una niñez problemática. Era algo que siempre había
sabido, pero era en ese momento, cuando se enfrentaba a Umbrella y a la traición
de la organización que consideraba su familia, cuando se había visto obligado a
pensar en las consecuencias de su elección. Aquello lo había convertido en un
soldado excelente, pero no tenía amigos estrechos ni compromisos amorosos, y
quedarse de repente sin «familia» era un modo muy cruel de darse cuenta de que
había basado toda su vida en alejarse de cualquier contacto que no fuera
estrictamente profesional.
Es estupendo que me haya dado cuenta tan tarde en mi vida. Supongo que tendré
que darle las gracias a Umbrella por eso: si no me matan, al menos habrán logrado que
vaya a un psicólogo.
Jill había llevado una jarra con agua y varios vasos de distinto tamaño y
color que entregó a cada uno, mientras Barry y Rebecca se unían a ellos. Barry
llevaba puesto un vendaje limpio en el hombro, y su rostro parecía bastante
pálido bajo la escasa luz, y desde luego, bastante descompuesto después de
descubrir lo del capitán Shannon. David se sentía mal por haber matado a
Shannon, aunque ya se había hecho a la idea de lo que ocurría en un combate: la
gente moría. El capitán Shannon había tomado una decisión, y había resultado
ser la equivocada.
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Bebieron en silencio, con los cuatro miembros de los STARS de Raccoon
City (ex miembros) pensativos y con un aspecto sombrío, como si estuviesen
pendientes del tictac del reloj. Él y Rebecca tendrían que marcharse en pocos
minutos. Al otro lado de la calle, un poco más lejos, había una tienda y una
cabina de teléfonos al lado, desde donde podrían llamar a un taxi. David deseó
poder decir algo que los animara, pero la verdad era incuestionable: se
marchaban para meterse de lleno en una misión, y no existía garantía alguna de
que ninguno de ellos sobreviviría para verse de nuevo.
—¿Has pensado qué le dirás a la policía? —preguntó a Barry.
Este se encogió de hombros.
—No tendremos que mentir mucho. Nosotros tres estábamos en mi casa
cuando un grupo de individuos entraron a saco e intentaron matarnos, así que
salimos huyendo.
—Irons probablemente lo achacará a un intento fallido de robo —dijo Chris
con sarcasmo—. Si está tan metido en esto como yo creo, no querrá llamar la
atención sobre nada de lo que está haciendo Umbrella.
—Tened cuidado de no mencionar que habéis matado a gente —aconsejó
David—. Puede que tuvieran tiempo de retirar los cuerpos. También deberíais
decir que os persiguieron hasta el parque. Eso explicaría que abandonarais la
escena del crimen, además del cuerpo del capitán Shannon.
Barry sonrió con cansancio.
—Podemos manejar la situación. Mañana por la mañana llamaré a primera
hora para pedir algo de ayuda. Tú preocúpate de tu parte, ¿de acuerdo?
David asintió y se puso de pie, lo mismo que Chris. El capitán estrechó la
mano de todos y luego se giró hacia Rebecca, sintiéndose incómodo por alejarla
de sus amigos y compañeros de equipo. La chica los miró de uno en uno con
expresión pensativa, y de repente sonrió, con una sonrisa despreocupada y llena
de malicia y travesura.
—¿Estáis seguros de que podéis manejaros sin mí durante un par de días?
No me gusta pensar en vosotros yendo y viniendo sin dirección mientras David
y yo acabamos con Umbrella.
—Intentaremos sobrevivir sin ti, que eres nuestro cerebro —respondió Chris,
también sonriendo—. No será fácil, pero…
Rebecca le propinó un leve puñetazo en el hombro.
—Te enviaré una postal con instrucciones —le hizo un gesto con la barbilla
a Barry—. Cuídate ese brazo. Manténlo limpio y seco y, si tienes fiebre o te
sientes mareado, vete a un médico inmediatamente.
—Sí, señora —repuso Barry, sonriendo.
—Haz que las pasen canutas, Rebecca —se despidió Jill, abrazándola.
Rebecca asintió.
—Tú también. Buena suerte con Irons. —Se giró hacia David, todavía
sonriente—. ¿Nos vamos?
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LA ENSENADA CALIBAN
Echaron a andar juntos hacia la puerta mientras David se preguntaba a qué
venía la aparente tranquilidad del comportamiento de la chica. Habían
sobrevivido por los pelos a un ataque, un ataque perpetrado por personas que
probablemente la habían entrenado a ella misma, y allí estaba, marchándose con
un desconocido camino de una misión en la que podía perder la vida. O estaba
fingiendo o era increíblemente optimista. Y si estaba fingiendo aquella valentía,
merecía un premio por su interpretación.
La observó con atención mientras salían al pequeño y descuidado jardín de
la casa de Brad Vickers, y vio que su sonrisa desaparecía y era rápidamente
sustituida por una mirada de tristeza. Pero más allá, en la profundidad de sus
ojos, atisbó la misma concentración intensa que había advertido cuando ella les
habló acerca del doctor Griffith y sus investigaciones. Fuese lo que fuese lo que
estuviese pensando, aquella mirada le indicó a David que ella conocía
perfectamente los riesgos a los que se iban a enfrentar, pero que se negaba a
sentirse acobardada por ellos.
La definición más exacta de valentía. David estaba satisfecho por la decisión
que había tomado de alistar a Rebecca Chambers en aquella misión. Era
inteligente, profesional y estaba tan comprometida como el resto del equipo.
Además, era tan superior en su campo de especialización como los demás lo eran
en el suyo propio.
Su única esperanza era que la combinación de sus habilidades fuese
suficiente para entrar y salir de una sola pieza de las instalaciones de la Ensenada
de Calibán, con las pruebas necesarias para demostrar la naturaleza de los
experimentos de Umbrella. Aquello podía llevar a la ruina a la compañía que
había corrompido a los STARS, y, quizá, gracias a ello, él podría dormir de nuevo
tranquilo.
David asintió, y los dos comenzaron a andar hacia el teléfono para llamar al
taxi.
Rebecca dobló las hojas después de volver a leer toda la información sobre
la Ensenada de Calibán y las metió con cuidado en la bolsa de deporte que David
llevaba debajo de su asiento. Había comprado tres bolsas en el aeropuerto, una
para las armas, que en aquel momento estaba en el compartimiento de carga del
avión, y las otras a fin de no llamar la atención por no llevar equipaje. Rebecca
deseó que también hubiera comprado algo para comer de paso. No había
probado bocado desde el mediodía, y el paquete de cacahuetes que le habían
dado después del despegue no estaba aliviándole mucho el hambre que sentía.
Extendió la mano para apagar la luz de lectura y luego se reclinó e intentó
aprovechar el zumbido de los motores del Boeing 747 para dormitar un poco. La
mayoría de los pasajeros del avión a medio llenar ya estaban dormidos. La tenue
luz «nocturna» y el ronroneo de los motores ya habían hecho su efecto en David.
Sin embargo, a pesar de lo cansada que se sentía por los acontecimientos de
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LA ENSENADA CALIBAN
aquella tarde, tuvo que dejar de intentar dormir después de un minuto o dos.
Tenía que pensar en demasiadas cosas, y sabía que no podría dormir hasta que
resolviera al menos unas cuantas.
Me siento como si ya estuviera soñando. Esto no es más que otra posibilidad
estrambótica y una subtrama que se desarrolla a partir del campo izquierdo…
A lo largo de los últimos tres meses, se había graduado en la universidad,
había superado el entrenamiento del equipo Bravo de los STARS y se había
mudado a su primer apartamento, que además estaba en una ciudad
desconocida para ella. Y después de todo aquel follón, había acabado como uno
de los cinco supervivientes de una catástrofe provocada por el hombre, en la que
estaban implicados el uso de armas biológicas y una conspiración nacional con
una compañía farmacéutica como protagonista. Además, en las últimas tres
horas, su vida había dado otro cambio brusco y también completamente
inesperado. Había deseado tener una oportunidad de salir de Raccoon City para
investigar el virus-T. La ironía de la situación no se le escapaba, pero no estaba
muy segura de que le gustasen las circunstancias en las que se había cumplido su
deseo.
Giró la cabeza hacia un lado y miró a David, que tenía su cabeza apoyada
contra el cristal de la ventanilla. Pudo ver bajo sus ojos unos círculos oscuros
debidos al agotamiento. Después de explicarle unos cuantos detalles más sobre la
ensenada y de contarle cuál sería el plan de acción del día siguiente, David le
había dicho que intentara echar una cabezada («duerme un poco» habían sido
sus palabras exactas), y luego había seguido su propio consejo poco después. No
era que se hubiera dormido: más bien parecía que había caído en coma de forma
instantánea.
Incluso duerme de manera eficiente, sin dar vueltas ni moverse en su asiento.
Parece que se obliga a sí mismo a obtener el máximo descanso posible en el poco tiempo
que tiene.
Le parecía un hombre extremadamente eficaz e inteligente, aunque un poco
solitario. A pesar de la tranquilidad que mostraba cuando se encontraba bajo
presión, a la hora de mantener una charla informal parecía bloquearse, lo que
llevó a Rebecca a preguntarse qué clase de vida llevaba. Había quedado
impresionada por la rapidez con que había trazado un plan para escapar de la
casa de Barry, y estaba encantada de que fuera el jefe de la operación en la
Ensenada de Calibán, aunque le costaba pensar en él como en un capitán. No
emanaba una aureola de autoridad y no parecía agradarle la idea, ya que había
insistido en que lo llamara David. Incluso cuando había tomado el mando
durante el ataque, no parecía tanto que estuviera dando órdenes como que
estuviera ofreciendo consejos.
Quizá sea el acento. Todo lo que dice parece tan amable…
David frunció el entrecejo mientras dormía, y sus párpados se
estremecieron. Al cabo de unos cuantos segundos, sus labios dejaron escapar un
gemido casi infantil de angustia. Rebecca pensó por un momento en despertarlo,
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pero entonces pareció superar cualquiera que fuese su inquietud, ya que su ceño
desapareció. Rebecca apartó la vista al sentir de repente que estaba invadiendo
su intimidad.
Quizás está soñando con el ataque, por haber tenido que matar a alguien que
conocía…
Se preguntó si a ella la acosaría el recuerdo del hombre que había matado,
la silueta recortada entre las sombras que se había desplomado al suelo junto a la
casa de Barry. Todavía estaba esperando la sensación de culpabilidad, pero
cuando se detuvo a pensarlo con mayor tranquilidad, se sorprendió al descubrir
que no estaba intentando razonar sobre el asunto. Había disparado contra
alguien, y esa persona podía estar muerta… y lo único que sentía era alivio por
haber impedido que la matara a ella o a algún otro miembro del equipo.
Rebecca cerró los ojos e inspiró profundamente el fresco y presurizado aire
de la cabina. Notó el olor a sudor seco sobre su piel, y decidió que su principal
prioridad en cuanto llegaran al hotel sería darse una buena ducha. David no
quería correr el riesgo de ir hasta su casa por si alguno de los asaltantes lo había
reconocido, así que irían a un hotel cercano al aeropuerto poco después de
cambiar de aviones. La reunión previa a la misión se celebraría en la casa de uno
de los otros tres miembros del equipo, una experta forense llamada Karen Driver.
David le había comentado que probablemente Karen pudiera prestarle ropa
limpia, aunque se había ruborizado al decirlo. Desde luego, en algunas cosas era
un tipo raro…
E inmediatamente después de la reunión, recogeremos nuestro equipo y nos iremos,
asi de fácil.
Aquel pensamiento le provocó un nudo en el estómago, le envió un
escalofrío por todo el cuerpo, y la obligó a admitir la verdadera razón por la que
no podía dormir: sólo dos semanas después de la pesadilla vivida en la mansión
de Umbrella, allá en Raccoon City, estaba por enfrentarse de nuevo a la misma
situación. Sin embargo, al menos esta vez tenía una idea de lo que podía
encontrar y del embrollo en el que se estaba metiendo. Además, el plan era entrar
y salir de las instalaciones sin siquiera enfrentarse a las criaturas creadas por el
virus-T… pero el recuerdo del peor monstruo de Umbrella, el Tirano, estaba muy
fresco en su memoria. Aquel enorme cuerpo contrahecho creado con fragmentos
de su propio ser, como aquella tremenda garra, que habían visto en el helipuerto
de la mansión. La sola idea de que alguien como Nicolas Griffith pudiera tener
acceso al virus para utilizarlo…
Rebecca decidió que ya había pensado demasiado y que tenía que dormir
un poco. Aclaró su mente lo mejor que pudo y se concentró en su respiración,
inhalando y exhalando cada vez con mayor lentitud, al tiempo que contaba
mentalmente hacia atrás a partir de cien. Aquella técnica de meditación jamás le
había fallado con anterioridad, aunque no creía que funcionara en esa ocasión.
…noventa y nueve, noventa y ocho, el doctor Griffith, David, STARS, Calibán…
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Se quedó profundamente dormida antes de llegar a noventa. Soñó con
sombras que se movían, sin estar provocadas por ninguna luz.
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Capítulo 5
Al igual que la mayoría de las mañanas desde que había comenzado el
experimento, Nicolas Griffith se sentó en la terraza abierta que se encontraba en
la parte superior del faro y observó el sol que se alzaba por encima de la línea del
horizonte del mar. Era un espectáculo impresionante, desde el principio hasta el
fin. En primer lugar, las olas negras adquirían un color gris mientras el color del
cielo también se aclaraba. Luego, las rocas que se alineaban a ambos lados de la
ensenada comenzaban a tomar forma bajo los neblinosos vientos que subían
desde el agua. Cuando por fin el radiante astro comenzaba a asomar por encima
del borde del mundo, sus primeros rayos dubitativos manchaban el mar con un
profundo azul oscuro y pintaban el horizonte de un tono pastel repleto de
promesas de renovación y de una suave aceptación de todo lo que tocaba.
Por supuesto, todo era una mentira. A las pocas horas, el incandescente
monstruo golpearía inmisericorde con sus rayos la orilla y toda aquella mitad del
planeta. Su inicial bondad era un engaño, una pretendida ignorancia de la feroz
radiación y el agostador calor que vendría después…
Pero no es menos espectacular por ser una mentira. Después de todo, no se lo puede
culpar por no darse cuenta de lo que hace: es lo que es.
Griffith siempre se quedaba mirando hasta que el sol asomaba
completamente por encima del horizonte antes de comenzar con las tareas del
día. Aunque apreciaba la belleza de cada radiante amanecer, lo que más le atraía
era la exacta repetición diaria, no la suya, sino la del universo. Cada amanecer
era una declaración de intenciones que anunciaba la inevitable progresión del
tiempo, y un recordatorio de que el mundo continuaría girando eternamente
sobre sus pasos galácticos, haciendo caso omiso de los sueños de los seres que se
consideraban importantes y correteaban por encima de su superficie.
Seres como yo mismo, si no fuera por una diferencia crucial: sé cuánto merecen la
pena mis sueños…
Griffith se puso de pie mientras el hinchado sol se alzaba por encima del
mar, y se apoyó en la barandilla de la terraza al mismo tiempo que repasaba
mentalmente el trabajo del día. Había terminado por fin el trabajo sanguíneo en
la serie Leviatán, por lo que podría trabajar de forma más intensiva con los
doctores. Los tres habían respondido de manera favorable al cambio, y el ritmo
de degeneración celular se había reducido de forma considerable desde que
había comenzado a ponerles las inyecciones de enzimas. Había llegado el
momento de concentrarse en el comportamiento situacional, la última etapa del
experimento. En una semana, estaría preparado para expandirse más allá de los
confines de la instalación.
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LA ENSENADA CALIBAN
Expansión. Una limpieza.
El viento marino, fresco y salado, agitó sus cabellos grises. Los hambrientos
gritos de las gaviotas lo impulsaron por fin a ponerse en movimiento. Tenía que
hacer entrar a las Triescuadras antes de que aquellos pájaros carroñeros
comenzaran a explorar la costa en busca de comida. Ya habían quedado
horriblemente mutiladas muchas unidades, y no quería arriesgar más hasta que
hubiera finalizado sus planes. En cuanto perdían los ojos, quedaban inútiles para
las misiones de patrulla.
De todas maneras, ha pasado tanto tiempo y no ha venido nadie. Si el doctor
Ammon hubiese tenido éxito, ya habrían enviado a alguien. La verdad es que es mala
suerte: probablemente todavía está esperando…
Aquel pensamiento era bastante incómodo, y le traía recuerdos de escenas
llenas de color rojo y calor, de cuerpos tendidos en el suelo bajo el feroz sol del
verano y el tronar de las olas en la oscuridad. Echó a un lado aquellas visiones y
se recordó a sí mismo que aquello era parte del pasado. Además, sólo había
hecho lo que era estrictamente necesario.
Griffith entró en el faro, alisándose el cabello mientras bajaba por la escalera
en espiral. Sus zapatos resonaron sobre los peldaños metálicos, creando un
agradable eco en el amplio edificio. Tener todas las instalaciones para él solo lo
convertía en un trabajo agradable, y había acabado por disfrutar de los pequeños
detalles de la vida: comer a la hora que quería y lo que quería, tener sus propias
horas de trabajo, sus amaneceres en el tejado del faro. Antes, aquel lugar había
estado atestado de gente, se había visto obligado a adaptarse a unos horarios y a
unos esquemas de trabajo que parecían pensados para recortar la creatividad.
Horarios de comida, horarios de trabajo, horarios de sueño… ¿Cómo podía un
hombre respirar, pensar, crear, en esas condiciones? Había sufrido durante tanto
tiempo, había estado sentado a lo largo de interminables reuniones escuchando
los balbuceantes pensamientos e ideas de sus «colegas» mientras discutían
minucias sobre el virus del doctor Birkin. Habían esclavizado a personas para
crear las Triescuadras para Umbrella, quedando encantados como niños con los
resultados, y aparentemente habían olvidado el fallo con los Ma7. Eran incapaces
de ver más allá de su propia arrogancia, no eran capaces de ver el futuro y el
gran plan…
Como si las triescuadras fueran algo más que simples cuerpos con armas. Son útiles
como guardias pero apenas son un logro, apenas son importantes.
Aunque se había esforzado por no permitir que el éxito se le subiera a la
cabeza, Griffith se permitió un único momento de orgullo cuando llegó al final
de la escalera y se encaminó hacia la salida. Había visto el virus-T como lo que
realmente era: una plataforma de lanzamiento primitiva pero efectiva para algo
mucho más grande. Había aislado sus proteínas y había reorganizado la
envoltura de las nucleocápsides para permitir distintas variables de capacidad
infectiva. De ese modo, había creado una respuesta, la respuesta a la plaga en la
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LA ENSENADA CALIBAN
que se había convertido la raza humana. Una solución sin violencia ni
sufrimiento.
Salió por la puerta sonriendo y caminó bajo la sombra del faro hacia el
edificio de los dormitorios, con las olas del mar resonando a sus espaldas al
chocar contra las rocas. Ya había logrado sintetizar un virus capaz de infectar a
través del aire, y disponía de una cantidad más que suficiente como para infectar
toda Norteamérica. En cuanto el virus se extendiese, la evolución tomaría el
mando de nuevo y los más débiles de espíritu caerían ante aquellos con los
instintos más fuertes. Y cuando todo acabara, el sol saldría para iluminar un
mundo muy distinto, habitado por gente de carácter y voluntad pacíficas.
Quítale a un hombre su capacidad de elegir y su mente queda libre, como una hoja
de papel en blanco. Con un poco de entrenamiento se convierte en una mascota; sin ese
entrenamiento, se convierte en un simple animal tan inofensivo como un ratón. Cubre la
superficie del mundo con esos animales y sólo sobrevivirán los más fuertes…
Entró en una de las habitaciones del edificio y encendió las luces, sin dejar
de sonreír. Sus doctores estaban exactamente donde los había dejado, sentados
en la mesa de reuniones y con los ojos cerrados. En condiciones ideales, debería
haber llevado a cabo las pruebas con individuos sin entrenar, pero aquellos tres
hombres tendrían que bastar. Estaban infectados con la variante del virus que iba
a soltar, y eran los seres humanos más cercanos al mundo que estaba a punto de
eclosionar en unos cuantos días. Mis mascotas. Mis niños.
Además del laboratorio de investigación, las instalaciones de la ensenada
estaban diseñadas para entrenar las armas biológicas, como las Triescuadras o los
Ma7, pero también para medir el uso de la lógica por parte de los sujetos
humanoides. En los búnkers había una serie de objetos que podrían utilizar,
desde las pruebas con piezas de madera que tenían que meter en sus huecos
correspondientes hasta los rompecabezas más complejos para los sujetos con una
elevada capacidad de razonamiento. Dudaba mucho que los doctores fueran
siquiera capaces de superar la serie roja, pero observar su comportamiento y sus
reacciones le proporcionaría un material de información muy valioso, sobre todo
en las pruebas en las que existía un factor de presión ambiental.
Piensan, pero no pueden tomar decisiones. Funcionan, pero no sin recibir
información. ¿Cómo se las apañarán sin mi mano que los guíe?
El doctor Athens abrió los ojos cuando Griffith se acercó a la mesa, quizá
para determinar si lo que se acercaba era una amenaza. De los tres, Tom Athens
era el más fuerte, y el que tenía más posibilidades de sobrevivir por sí mismo.
Era uno de los especialistas en el comportamiento humano. De hecho, la idea de
formar equipos de tres unidades había sido suya, y ése era el origen de las
Triescuadras. Había insistido en que las unidades infectadas trabajarían con
mayor eficiencia en pequeños grupos. Había estado en lo cierto.
El doctor Thurman y el doctor Kinneson permanecieron inmóviles. Griffith
notó un hedor procedente de debajo de uno de ellos. Frunció el entrecejo y miró
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LA ENSENADA CALIBAN
por debajo de la mesa: sus sospechas se vieron confirmadas por la mancha de
humedad en los pantalones del doctor Thurman. Se ha cagado encima. Otra vez.
Griffith sintió de repente una sensación de lástima casi irrefrenable por
Thurman, pero aquel sentimiento fue sustituido casi inmediatamente por el de
asco irritado. Thurman ya era un idiota antes, un biólogo bastante bueno pero
con la misma estrechez de mente que los demás. Se había encargado de la crianza
de la mayoría de los Ma7, y cuando resultaron ser incontrolables, le echó la culpa
a todo el mundo menos a él mismo. Si alguien se merecía estar cubierto de
mierda, ése era Louis Thurman. Lo único malo era que el buen doctor era
incapaz en su estado actual de darse cuenta de que se había convertido en un ser
patéticamente repulsivo. No duraría ni un solo día si no fuese por mí.
Griffith suspiró y dio un paso atrás para alejarse de la mesa.
—Buenos días, caballeros —saludó. Los tres hombres giraron al unísono sus
cabezas para mirarlo, con unos ojos tan faltos de expresión como sus rostros. A
pesar de ser físicamente muy diferentes, sus rasgos carentes de cualquier
expresión y sus miradas lentas y vacías de contenido les hacían parecer
hermanos.
—Parece ser que el doctor Thurman ha vaciado sus intestinos —dijo
Griffith—. Está sentado sobre sus propias heces. Eso es divertido.
Los tres sonrieron al mismo tiempo. El doctor Kinneson incluso soltó una
pequeña carcajada. Había sido el último en ser infectado, por lo que era el que
había sufrido menos degeneración en los tejidos. Si se le daban las instrucciones
adecuadas, Alan todavía podía pasar por un ser humano normal. Griffith sacó el
silbato de policía de uno de sus bolsillos y lo puso en la mesa delante de Athens.
—Doctor Athens, haga regresar a las Triescuadras de sus rondas. Atienda
sus necesidades físicas y luego envíelas a la habitación fría. Cuando acabe sus
tareas, vaya a la cafetería y espéreme allí.
Athens recogió el silbato mientras se ponía de pie. Luego salió de la
habitación y recorrió el pasillo que llevaba a la otra salida. El silbato desactivaría
los equipos y los haría regresar. Eran cuatro Triescuadras, doce hombres en total.
En ese momento estarían rondando por los bosques pero cerca de las vallas o
acechando en la proximidad de los búnkers. Se los había entrenado para
permanecer alejados de la zona nororiental de las instalaciones, el faro y el
edificio dormitorio. Griffith había tenido que admitir que eran bastante efectivos
en su misión. Umbrella había pedido soldados que mataran sin compasión y que
lucharan hasta que se los volara literalmente en pedazos. El virus-T había sido
apropiado para ello, y puesto que habían logrado acelerar el tiempo de
amplificación, habían podido transformar a los sujetos en cuestión de horas en
lugar de tardar días. En cuanto se las entrenó en el uso de las armas, las
Triescuadras se habían convertido en máquinas de matar, aunque debido a la
reciente ola de calor, no sabía cuánto tiempo más serían viables…
Griffith centró su atención en el doctor Thurman, que todavía sonreía y
apestaba como una especie de extraño niño hiperdesarrollado. La verdad es que
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LA ENSENADA CALIBAN
realmente parecía un bebe, calvo y de grandes mejillas sonrosadas, con una
sonrisa tan inocente y falta de malicia como un niño pequeño.
—Doctor Thurman, vaya a su habitación y quítese la ropa. Luego dúchese y
póngase ropa limpia. Después vaya a las cuevas y alimente a los Ma7. Cuando
haya acabado, vaya a la cafetería y espéreme allí.
Thurman se puso de pie, y Griffith observó que el asiento de la silla estaba
húmedo y manchado.
Jesús.
—Llévese la silla con usted —indicó a Thurman con un suspiro—. Déjela en
su habitación.
Griffith se sentó frente a Alan en cuanto Thurman salió de la estancia, y de
repente se sintió muy cansado. El orgullo que había sentido unos momentos
antes había desaparecido y, en su lugar, sólo había quedado un vacío helado. Mis
niños. Mi creacion…
El virus era tan bonito, con una ingeniería genética tan perfecta, que había
llorado la primera vez que lo había visto. Habían sido meses de investigación
privada, de desmenuzar el virus-T y de aislar sus efectos, meses que habían
culminado cuando había obtenido aquel primer micrógrafo. Mientras los demás
se habían sentido orgullosos de sus juguetes de guerra, él había descubierto el
auténtico camino hacia un nuevo comienzo.
¿Y aprecian lo que he logrado? ¿Sabe alguno lo crucial que es mi descubrimiento?
Se caga encima como un niño asqueroso, como un mono, echando a perder mi trabajo, mi
vida…
Griffith miró a Alan Kinneson y observó atentamente sus bellos rasgos, sus
ojos carentes de toda expresión. El doctor Kinneson le devolvió la mirada,
esperando que le dijera qué tenía que hacer. Había sido neurólogo. En su
habitación tenía fotografías de su mujer y de su bebé, un niño con una sonrisa
preciosa y encantadora…
La cordura de Griffith se estremeció de repente, con un remolino que lo
mareó. Un millar de voces aullaron de forma ininteligible a través de las grietas
de realidad. Sintió por un momento que estaba perdiendo la cabeza.
¿Cuántos morirán de hambre, sentados en charcos de sus propias heces, esperando
que les digan qué hacer? ¿Millones? ¿Billones?
—¿Qué pasará si estoy equivocado? —susurró Griffith—. Alan, dime que
no estoy equivocado. Dime que todo lo que hago tiene una buena razón.
—No está equivocado —repuso el doctor Kinneson con voz tranquila—.
Hace todo esto por una buena razón.
—Dime que tu esposa es una puta —ordenó Griffith, mirándolo fijamente.
—Mi esposa es una puta —dijo el doctor Kinneson, sin ninguna pausa, sin
ninguna duda.
Griffith sonrió, y sus temores desaparecieron.
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Mirad lo que he logrado. Es un regalo. Mi creación es un regalo para el mundo. Es
una oportunidad para que el hombre sea fuerte de nuevo, una muerte pacífica para todos
los Louis Thurman que existen, y eso es mucho más de lo que merecen…
Había estado trabajando demasiado, se había agotado, y la tensión estaba
pasándole factura. Después de todo, sólo era humano… Pero no podía permitir
que la tensión de su cuerpo le afectara de nuevo la mente. Ya no habría más
pruebas. En su lugar, se pasaría el día efectuando los preparativos necesarios
para la purificación, preparándose a sí mismo para ello.
Al día siguiente, al amanecer, el doctor Griffith le entregaría su regalo al
viento.
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Capítulo 6
Karen Driver era una mujer alta y algo delgaducha de treinta y pocos años,
con un pelo corto y rubio y una actitud seria y profesional. Su pequeña casa
estaba inmaculadamente ordenada y limpia de un modo casi antiséptico. Había
escogido ropas muy prácticas para Rebecca y se las había entregado
perfectamente dobladas: una camiseta de color verde oscuro y unos pantalones a
juego, además de unos calcetines negros, lo mismo que la ropa interior. Hasta el
cuarto de baño parecía reflejar su personalidad. Las paredes blancas estaban
cubiertas de estanterías, cada una de ellas repleta de objetos perfectamente
ordenados según su uso.
Si rascas la superficie de un científico forense, encontrarás un maníaco compulsivo
debajo…
Rebecca se sintió culpable inmediatamente por pensar aquello. Karen había
sido muy amable al recibirla, incluso amistosa a su brusca manera. Quizá sólo
era que odiaba el desorden.
Se sentó en el borde del retrete y se enrolló los bordes del pantalón, que le
quedaba largo, alrededor de los tobillos, aliviada de poder librarse de sus viejas y
sudadas prendas. Se sentía sorprendentemente despejada después de una noche
de sueño interrumpido una y otra vez. David había alquilado coche en el
aeropuerto, y habían encontrado un hostal barato a primeras horas de la
madrugada. Se habían tambaleado cada uno hacia sus respectivas habitaciones y
Rebecca se había sentido demasiado exhausta incluso como para hacer otra cosa
que quitarse los zapatos y dejarse caer sobre la cama. Se despertó justo antes de
las diez, se dio una ducha y ya estaba esperando impaciente cuando David llamó
a su puerta.
Oyó que alguien abría la puerta de la calle y la cerraba, al mismo tiempo
que nuevas voces llegaban hasta ella procedentes de la sala de estar. Se puso sus
botas de caña alta y anudó los cordones rápidamente, sintiendo que su
nerviosismo aumentaba un grado: el equipo ya estaba reunido. Estaba mucho
más cerca de comenzar la operación, y aunque apenas había pensado en otra
cosa desde que se había despertado, se sobresaltó al tomar nuevamente
conciencia de ello. El ataque por sorpresa de Umbrella contra la casa de Barry
parecía haber ocurrido en otra vida, aunque sólo habían transcurrido horas…
Y dentro de unas cuantas horas, todo esto habrá acabado. Lo que me preocupa es lo
que va a ocurrir en ese tiempo. David y su equipo no estaban allí, no vieron los perros, las
serpientes, las criaturas antinaturales de los túneles… o al Tirano.
Rebecca apartó aquellas imágenes de su mente mientras se ponía de pie.
Recogió sus ropas sucias del suelo y las metió en la bolsa vacía que había llevado
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en el avión. No tenía razón alguna para suponer que las instalaciones de la
Ensenada de Calibán serían iguales que las de la mansión Spencer, y preocuparse
por ello no cambiaría nada. Se detuvo un momento delante del espejo, observó
con detenimiento los tensos rasgos de la joven que vio reflejada y luego salió del
cuarto de baño.
Se dirigió a la sala de estar, situada más allá de la resplandeciente cocina y a
la vuelta de la esquina del pasillo. Le llegó la cantarina voz de David, que al
parecer estaba resumiendo lo que había pasado la noche anterior.
—… y dijo que llamaría a otros a primera hora de esta misma mañana. Otro
de los miembros del equipo tiene un contacto en el FBI, al que va a utilizar como
intermediario y para iniciar una investigación en cuanto tengamos pruebas
palpables y suficientes. Esperan que nos comuniquemos con ellos en cuanto
hayamos finalizado la operación de hoy…
Se interrumpió en cuanto Rebecca entró en la habitación, y los ojos de todos
los presentes se volvieron hacia ella. Karen había colocado unas cuantas sillas
más en la sala y estaba sentada en una de ellas al lado de una mesita de café con
la superficie de cristal. Había dos hombres sentados en el sofá, justo enfrente de
David. Este sonrió mientras los dos hombres se ponían de pie y daban un paso
adelante para ser presentados.
—Rebecca, éste es Steve López, nuestro genio informático y, además,
nuestro mejor tirador.
Steve sonrió casi como pidiendo disculpas por la presentación tan elogiosa,
y la sonrisa encajaba a la perfección con sus rasgos juveniles. Le estrechó la mano,
y Rebecca se fijó en sus dientes, que resaltaban en su piel morena. Sus ojos,
negros como su cabello, eran vivaces, y sólo era un poco más alto que ella.
Tampoco tiene muchos más años que yo. Su mirada era directa y amistosa y, a
pesar de las circunstancias, Rebecca deseó haberse pasado al menos un cepillo
por el pelo antes de salir del baño. Dicho de un modo más sencillo, Steve era
muy atractivo.
—… y éste es John Andrews, nuestro especialista en comunicaciones y
explorador de campo.
La piel de John tenía un oscuro tono de color caoba y, aunque no llevaba
barba, le recordó a Barry. Tenía la constitución de un toro, y en sus más de un
metro ochenta resaltaban los músculos por todos lados. Le sonrió amistosamente,
y su sonrisa resplandeció.
—Ella es Rebecca Chambers, bioquímica y médico de campo de los STARS
de Raccoon City —dijo David como presentación.
John le soltó la mano, sin dejar de sonreír.
—¿Bioquímica? Por todos los… ¿Cuántos años tienes?
Rebecca respondió a las sonrisas con otra propia, y se dio cuenta del brillo
de humor que reflejaban los ojos de John.
—Dieciocho. Y tres cuartos.
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LA ENSENADA CALIBAN
John lanzó una carcajada mientras se sentaba de nuevo. Miró a Steve y
luego la miró de nuevo.
—Entonces será mejor que vigiles a López —dijo mientras bajaba la voz
hasta convertirla en un susurro fingido—. Acaba de cumplir veintidós, y está
soltero.
—Déjalo ya —intervino Steve con un gruñido al mismo tiempo que se
ruborizaba. La miró y meneó la cabeza—. Tendrás que perdonar a John. Cree que
tiene gracia, y nadie puede convencerlo de lo contrario.
—Tu madre cree que soy divertido —contestó John, pero David levantó una
mano antes de que Steve pudiera responderle.
—Es suficiente —dijo con voz tranquila—. Sólo tenemos unas pocas horas
para organizarnos si queremos llevar a cabo la operación hoy mismo.
Empecemos, ¿de acuerdo?
Las bromas entre Steve y John habían sido un alivio bienvenido para la
tensión que Rebecca sentía, y aquello hizo que se sintiera parte del equipo de
forma casi instantánea, pero también agradeció las miradas serias y concentradas
de sus rostros cuando centraron su atención en David. Éste sacó la información
que le había entregado Trent y la desplegó sobre la mesa. Le alegraba saber que
eran auténticos profesionales…
¿Pero eso importará algo? —le susurró su mente—. Los STARS de Raccoon City
también eran auténticos profesionales. Y saber el tipo de investigaciones que lleva a cabo
Umbrella, ¿servirá de algo? ¿Qué ocurrirá si el virus ha mutado y todavía es infeccioso?
¿Qué ocurrirá si el lugar está plagado de Tiranos… o de algo peor?
Rebecca no tenía ninguna respuesta para aquel insistente susurro. En lugar
de intentar hallarla, se concentró en David, diciéndose en silencio que sus
ansiedades no se interpondrían en su trabajo. Y que su segunda misión no sería
la última.
David comenzó la reunión como si se tratase de un equipo completamente
nuevo, para que Rebecca no se sintiera muy perdida. No quería que
permaneciera callada por temor a hablar fuera de tiempo. Quería aprovechar su
inteligencia y su experiencia en la anterior instalación de Umbrella.
—Nuestro objetivo es entrar en los laboratorios, recoger pruebas de las
investigaciones que está llevando a cabo Umbrella y de lo que ha conseguido
hasta ahora, y salir de allí con los menores contratiempos posibles. Voy a ir paso
por paso, a conciencia, y si cualquiera de vosotros tiene alguna idea o alguna
pregunta sobre la operación, quiero escuchar lo que tenga que decir. ¿Entendido?
Todos asintieron alrededor de la mesa. David continuó hablando, más
tranquilo después de haber dejado bien claro aquel asunto.
—Ya hemos discutido unas cuantas posibilidades con respecto a lo que ha
podido pasar, y todos habéis leído los artículos de los distintos periódicos.
Supongo que nos enfrentamos de nuevo a una especie de accidente. Umbrella se
ha esforzado mucho por ocultar el problema en Raccoon City, y aunque
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podemos suponer que han estando secuestrando o matando pescadores que han
entrado en su territorio, me parece poco probable que quieran llamar la atención.
—¿Por qué Umbrella no ha enviado un equipo para «limpiar» todo aquello?
—preguntó John.
—¿Quién dice que no lo han hecho? —respondió David meneando la
cabeza—. Puede que descubramos que ya se han encargado de eliminar todas las
pruebas del lugar. En ese caso, nos reuniremos con la gente de Raccoon City y
con nuestros propios contactos y comenzaremos de nuevo a partir de cero.
Todos los asistentes asintieron de nuevo. No se preocupó por decir algo que
era bastante obvio: el virus todavía podía ser contagioso. Todos sabían que
existía esa posibilidad, aunque David había planeado que Rebecca les diera una
pequeña charla antes de acabar la reunión.
David bajó la mirada al mapa de nuevo y suspiró para sus adentros antes de
pasar al siguiente punto.
—Lugar de entrada —dijo—. Si se tratara de un asalto directo y abierto,
llegaríamos por helicóptero o simplemente saltaríamos la verja, pero si todavía
queda gente viva allí dentro y hacemos saltar una alarma, todo habrá acabado
siquiera antes de empezar. Puesto que no queremos arriesgarnos a que nos
descubran, la mejor opción es acercarse en un bote. Podemos utilizar una de las
lanchas neumáticas de la operación contra el petrolero del año pasado.
Karen levantó la mano.
—¿No tendrán una alarma colocada en el muelle?
David señaló un punto en el mapa con el dedo, justo por debajo de la línea
intermitente que indicaba la valla, en la parte sur de las instalaciones.
—La verdad es que no veo que sea muy recomendable entrar por el muelle.
Si entramos por aquí, un poco más arriba del muelle… —Recorrió con el dedo la
costa de la ensenada—… podremos echar un vistazo a todas las instalaciones y,
al mismo tiempo, esconder la lancha en una de las cuevas que se encuentran
debajo del faro. Por lo que veo, existe un sendero natural que va desde la base
del risco hasta el propio faro. Si el sendero ha quedado bloqueado,
retrocederemos y buscaremos una ruta alternativa.
—¿No atraerá la lancha neumática la atención si alguien de fuera está
vigilando? —preguntó Rebecca.
David negó con la cabeza. Los STARS de Exeter habían utilizado lanchas de
aquel tipo el verano anterior para acercarse a un petrolero que había sido
secuestrado por unos terroristas que amenazaban derramar al océano toda la
carga si no se accedía a cumplir sus demandas. Había sido una operación
nocturna.
—Es negra y tiene un motor subacuático. Si entramos inmediatamente
después del anochecer, seremos casi invisibles. La otra ventaja de esta forma de
acercarnos es que si las instalaciones tienen un aspecto… insalubre, podremos
abortar la operación e intentarlo en otro momento.
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LA ENSENADA CALIBAN
Esperó mientras los demás pensaban en el plan propuesto, ya que no quería
presionarlos. Eran buenos soldados, eran su equipo, pero esta misión era
completamente voluntaria. Si cualquiera de ellos tenía dudas serias sobre todo
aquello, era mejor que las dijera en aquel momento. Además, estaba dispuesto a
escuchar otras sugerencias.
Su mirada se posó en el juvenil rostro de Rebecca, y advirtió que tenía la
mirada y la expresión de un buen operativo de los STARS en sus vivarachos ojos
castaños, y en su lento y pensativo cálculo de las posibilidades de su plan.
Comenzaba a gustarle, y por algo más que por su utilidad para la misión. Tenía
un carácter abierto y seguro que le atraía, sobre todo después de su aceptación de
su inseguridad emocional. Parecía estar tan segura de sí misma…
David se obligó a dejar a un lado aquellos pensamientos al darse cuenta de
repente de la tremenda tensión a la que había estado sometido, de lo cansado que
seguía: su capacidad de concentración había disminuido de manera notable.
Concéntrate, hombre. Este no es el momento de andar divagando.
—Y ahora, los detalles concretos —siguió—. En cuanto entremos,
avanzaremos en una línea escalonada a través de las instalaciones, siempre
pegados a las sombras. John marchará en cabeza, con Karen a su espalda, y
explorarán la zona en busca del laboratorio y para tener una idea de lo que ha
ocurrido. Steve y Rebecca los seguirán, y yo cubriré la retaguardia. Cuando
encontremos el laboratorio, entraremos juntos. Rebecca sabrá qué tenemos que
buscar en cuanto a material y pruebas, y si todavía les funciona el sistema de
computadoras, Steve podrá entrar en los archivos informáticos. Los demás los
cubriremos. En cuanto tengamos la información, saldremos por el mismo sitio
por el que habremos entrado.
Tomó en la mano el poema que Trent le había entregado y le dio unos
golpecitos con la otra mano.
—Una de los compañeros de equipo de Rebecca ya ha tenido tratos con el
tal señor Trent. Ella cree que esto puede ser importante para encontrar lo que
queremos, así que quiero que todos le echéis un vistazo otra vez antes de que nos
vayamos. Insisto, puede que sea importante.
—¿Podemos confiar en él? —preguntó Karen—. Quiero decir, este Trent,
¿está limpio?
David frunció el entrecejo, sin estar seguro de la respuesta.
—Sí. Parece ser que, por alguna razón que desconocemos, está de nuestro
lado en este asunto —dijo lentamente por fin—. Además, Rebecca ha reconocido
uno de los nombres de la lista. Es un investigador que ha trabajado con
anterioridad en el campo de los virus. La información parece ser correcta.
No era una respuesta demasiado clara, pero tendría que valer.
—¿Tenemos idea de cuáles son las probabilidades de que nos infectemos
con el virus? —preguntó Steve con voz baja y tranquila.
David inclinó la cabeza hacia Rebecca.
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—Si pudieras darnos algunas indicaciones sobre lo que podemos llegar a
ver, alguna información de lo que podemos encontrarnos…
Ella asintió, y se giró hacia el resto del equipo.
—No puedo deciros con qué nos vamos a encontrar con exactitud —
comenzó a explicar Rebecca—. Cuando a nuestro equipo lo echaron de la
investigación del caso, perdí la posibilidad de analizar las muestras de tejido y de
saliva. Sin embargo, por los efectos que pude ver, es bastante obvio que el virusT es un mutágeno y que altera la estructura de los cromosomas del ser que
infecta. Es un agente infeccioso multiespecie, o sea, que es capaz de afectar a
plantas, mamíferos, pájaros, reptiles… lo que queráis. En ciertas criaturas
provoca un crecimiento desmesurado, pero en todas causa un comportamiento
violento y agresivo. Por algunos informes que encontré en la mansión, estoy
segura de que afecta los procesos químicos cerebrales, al menos en los seres
humanos, y que induce un comportamiento parecido a una psicosis
esquizofrénica mediante unos niveles extremadamente elevados de receptores
D2. También anula la sensación de dolor. Las víctimas humanas con las que nos
encontramos en aquel lugar apenas reaccionaron a los impactos de bala, y
aunque se estaban descomponiendo, ni siquiera parecían darse cuenta…
La joven bioquímica se detuvo durante unos momentos, quizá recordando
lo ocurrido en la mansión Spencer. De repente, su rostro adquirió una apariencia
de mayor edad.
—La infección en la residencia Spencer parecía haberse extendido por el aire,
pero no creo que el virus se haya diseñado para diseminarse de ese modo o que
sea su vía preferida. Es prácticamente seguro que los científicos del lugar lo
inyectaban además de utilizar la experimentación genética. Y puesto que
ninguno de nosotros hemos contraído la enfermedad ni la hemos transmitido,
supongo que no tenemos que preocuparnos por respirar el virus.
»Con lo que sí debemos tener mucho cuidado es con no entrar en contacto
con uno de los seres infectados, y con eso quiero decir cualquier tipo de contacto.
Tengo que insistir: Esta infección es terriblemente agresiva en cuanto entra en la
corriente sanguínea, y una simple gota de sangre de un ser infectado puede
contener cientos de millones de partículas víricas. Necesitaríamos un laboratorio
completamente equipado y un virólogo experto en enfermedades contagiosas y
epidemias para estar seguros de cuál es su forma de reproducción, pero de todas
maneras debemos evitar a toda costa el contacto con las víctimas. Con un poco
de suerte, ya habrán muerto… o, al menos, se habrán deteriorado hasta perder la
capacidad de moverse. Bueno, eso por lo que respecta a los seres humanos.
Se produjo una pausa de tenso silencio mientras todos pensaban en las
consecuencias de lo que Rebecca había dicho. David se dio cuenta de que estaban
un poco conmocionados, lo mismo que él. Saber que un virus era infeccioso no
era lo mismo que conocer sus efectos sobre una persona.
Dios mío… ¿En qué estaban pensando esas gentes? ¿Cómo podían vivir con la
conciencia de que estaban infectando a cualquier ser vivo con algo así?
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Aquel pensamiento lo condujo a otro: ¿cómo podría vivir él si por su culpa
uno de los miembros del equipo contraía aquella enfermedad? Ya había estado al
mando de misiones en las que sus subordinados habían resultado heridos, y dos
veces, antes de que lo nombrasen capitán, había participado en misiones en las
que habían muerto operativos de STARS, pero aquello era distinto a llevar a un
equipo por propia iniciativa a una zona donde una enfermedad terrible y letal
podía infectarlos si no morían bajo las garras de un monstruo inhumano…
Me marcaría para siempre. Ésta es una misión no autorizada, y la responsabilidad
final es mía. ¿Realmente puedo pedirles que hagan esto?
—Bueno, suena mucho a una operación de mierda —dijo por fin John—,
pero si queremos llegar allí a tiempo, será mejor que empecemos a prepararnos
—le sonrió a David, con una sonrisa tímida nada habitual en él. Sin embargo,
seguía siendo una sonrisa—. Ya me conoces. Me encanta una buena pelea.
Además, alguien tiene que detener a esos cabrones para que dejen de esparcir esa
porquería, ¿verdad?
Tanto Steve como Karen asintieron con la cabeza para indicar su acuerdo
con las palabras de John, y sus rostros mostraban la misma determinación que la
de su compañero de equipo. Rebecca, que sabía mejor que cualquiera de ellos
con qué iban a encontrarse, ya había tomado su decisión en Raccoon City. David
sintió una repentina oleada de emoción hacia todos ellos, una extraña mezcla de
orgullo y miedo, junto a un sentimiento de cariño, y no supo muy bien qué hacer
con toda aquella combinación.
Después de unos segundos de silencio dubitativo, asintió con rapidez y
echó un vistazo a su reloj. Tardarían unas cuantas horas en llegar al lugar de
partida.
—Muy bien —concluyó—. Será mejor que recojamos el equipo y lo
carguemos. Podemos repasar el resto del plan en el camino.
Se levantaron para iniciar los preparativos de la marcha, y David se recordó
a sí mismo que hacían aquello porque era necesario, y que todos y cada uno de
ellos había tomado la decisión de participar en aquella peligrosa misión por
voluntad propia. Conocían los riesgos a los que se enfrentaban, y también sabían
que, si algo salía mal, aquel conocimiento los reconfortaría muy poco.
Karen estaba sentada en la parte posterior de la furgoneta, metiendo balas
en los cargadores de las armas. Las palabras del misterioso mensaje se repetían
una y otra vez en su cabeza mientras introducía los proyectiles de nueve
milímetros,
… mensaje de Ammon recibido/ serie azul/ introducir respuesta para la
clave/ letras y números a la inversa/ arco iris del tiempo/ no contar/ azul para
acceder.
Acabó de meter balas en un cargador, extendió la mano para dejarlo junto a
los demás y se limpió los dedos manchados de aceite en la pernera del pantalón
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LA ENSENADA CALIBAN
de forma distraída antes de tomar otro cargador. Una agradable brisa entró en la
parte trasera de la furgoneta, repleta de olor a sal y agua de mar calentada por la
fuerza del sol. Habían salido de la carretera en un punto al sur de la ensenada y
habían logrado encontrar un sendero que los había llevado a menos de medio
kilómetro de la orilla del mar. El sol había comenzado a ponerse, provocando la
aparición de largas sombras sobre el terreno polvoriento. El cercano ruido de las
olas rompiendo en la orilla era tranquilizador, un ruido de trasfondo sobre el que
destacaban las voces de los demás miembros del equipo mientras lo preparaban
todo. Steve y David estaban poniendo a punto la lancha neumática, mientras
John revisaba el motor. Rebecca estaba reuniendo los elementos que habían
tomado «prestados» del almacén de equipo de los STARS para formar un
pequeño botiquín de campaña.
Las letras y los números… ¿Quizás un código? ¿Está relacionado con un período de
tiempo? ¿Lo de contar se refiere a la suma de las líneas, o a otra cosa?
Su mente revisaba una y otra vez el acertijo de forma incesante, dándole
vueltas a las palabras lo mismo que un perro le da vueltas a un hueso para roerlo.
¿Estaban todas las líneas del mensaje relacionadas con un mismo y único
concepto, o cada una de ellas representaba un aspecto diferente de un enigma
mayor? ¿Era el tal Ammon el que había enviado el mensaje? ¿Y si trabajaba para
Umbrella, por qué lo había hecho?
Acabó de rellenar el último cargador y extendió la mano para recoger una
bolsa impermeable, concentrándose de nuevo en la tarea que estaba llevando a
cabo. Sabía que su mente volvería otra vez a ocuparse del corto y extraño poema
en cuanto finalizara la tarea que tenía encomendada. Así era como trabajaba su
mente: no podía relajarse cuando se encontraba frente a un enigma como aquél.
Siempre existía una respuesta, siempre, y encontrarla sólo era cuestión de
concentrarse lo suficiente, de dar los pasos adecuados en el orden correcto.
Las pistolas semiautomáticas estaban limpias y preparadas. Las había
colocado ordenadamente y en línea al lado del equipo de radio, que también
había comprobado de forma exhaustiva y que se encontraba en el suelo de la
furgoneta. No llevaban otra arma aparte de las Berettas reglamentarias de los
STARS. David había insistido en que tenían que viajar con poco peso. Aunque
Karen estuvo de acuerdo, lamentaba tener que dejar atrás los rifles de asalto,
equipados con visores de puntería nocturnos. Después de oír unos cuantos
detalles más sobre las criaturas parecidas a zombis durante el viaje hasta la
Ensenada de Calibán, no estaba muy segura de sentirse tranquila sólo con una
pistola y una linterna de luz halógena.
Reconócelo. Estás preocupada por todo este asunto, y llevas así desde que David te
lo contó todo. Todos los hechos se encuentran fuera de orden alguno, y las piezas no
encajan del modo que se supone que deberían hacerlo.
Resultaba irónico que las razones que la impulsaban a resolver el misterio
fueran las mismas que la hacían sentirse tan intranquila: Trent, la aparente
complicidad de los STARS con Umbrella, la posibilidad de un accidente de tipo
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bioquímico con agentes infecciosos en su estado natal. ¿Quién había sido
sobornado? ¿Qué había ocurrido en la Ensenada de Calibán? ¿Qué es lo que
expondrían a la luz pública? ¿Qué quería decir el poema?
No dispongo de los datos suficientes. Todavía no.
Siempre se había enorgullecido de su falta de imaginación, de su habilidad
para descubrir la verdad basándose en las pruebas empíricas más que en las
intuiciones sin base lógica y carentes de pruebas. Ésta era la clave del éxito en su
campo de trabajo, y aunque se daba cuenta de que a veces daba la impresión de
ser demasiado seca (incluso fría), aceptaba su propio modo de ser, la paz que
conocía al saber todos los hechos y todo sobre esos hechos. Ya fuese al examinar
la manera en que se habían esparcido las gotas de sangre sobre el tejido o al
medir los ángulos de incisión de una herida, para ella representaba una enorme
satisfacción no sólo resolver el porqué, sino también el cómo. Las preguntas sin
respuesta sobre la Ensenada de Calibán eran una afrenta a su meticuloso proceso
mental. Aquello iba contra su propia esencia como persona y alteraba su
ordenado sentido de la realidad. Y sabía que no encontraría descanso alguno
hasta que respondiera a todas aquellas preguntas.
Había acabado con las armas. Debía revisar todos los cinturones de combate
para asegurarse de que todos sus compartimientos estaban cerrados y con su
correspondiente equipo. Después le preguntaría a David qué era lo siguiente que
debía hacer…
Karen dudó por un momento y sintió que una gota de sudor tibio le corría
por la espalda. No se veía a nadie a través de la puerta abierta de la furgoneta, y
ya había comprobado dos veces cada bolsillo y cada compartimiento de los
cinturones de combate. Sintió un ligero sentimiento de culpa cuando metió
rápidamente la mano en uno de los bolsillos de su chaleco y sacó su secreto, y se
sintió tranquilizada por su peso mientras lo agarraba con la mano.
Demonios, si los chicos lo supieran, me lo echarían en cara para siempre.
Se lo había dado su padre, y era un recuerdo de su participación en la
Segunda Guerra Mundial, y uno de los pocos objetos que tenía como recuerdo de
él: una granada de mano con metralla, de las llamadas piñas por su aspecto
exterior. Llevarla encima durante las misiones era una de sus pocas manías que
no tenían un fin práctico, y era algo que la hacía sentir un poco tonta. Se había
esforzado mucho por dar la imagen de una mujer inteligente y completamente
racional, con poca inclinación a mostrar emociones sentimentales, y en la
mayoría de los sentidos, ella era así. Sin embargo, la granada era su patita de
conejo, su amuleto de la suerte, y jamás iba a una misión sin llevarla con ella.
Además, había logrado convencerse a medias de que quizás algún día le
resultaría útil…
Sí, muy bien, tú sigue convenciéndote con esos argumentos. Los STARS disponen
de granadas digitalizadas, con temporizadores, incluso granadas cegadoras y aturdidoras
con circuitos computarizados. La anilla de esta granada no podrías sacarla ni con unos
alicates…
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—Karen, ¿necesitas que te eche una mano?
Karen levantó la vista, sorprendida, y vio los juveniles rasgos del rostro de
Rebecca. La muchacha estaba apoyada con las dos manos en el suelo de la
entrada posterior de la furgoneta. Su mirada inquisitiva bajó rápidamente a la
granada, y sus ojos se abrieron de par en par, llenos de repente por una repentina
curiosidad.
—Creía que no íbamos a llevar explosivos… Oye, ¿eso no es una granada de
piña? Nunca había visto una de tan cerca. ¿Está cargada?
Karen echó un rápido vistazo alrededor, temerosa de que alguno de los
restantes miembros del equipo hubiera oído a Rebecca, y luego sonrió con
timidez a la joven bioquímica, avergonzada de su propia vergüenza.
Por todos los… Tampoco es que me haya pillado masturbándome. No me conoce, así
que, ¿qué demonios le importa a ella que sea un poco supersticiosa?
—¡Chist! Nos van a oír. Acércate un momento —le dijo, y Rebecca subió de
forma obediente a la furgoneta, con una sonrisa cómplice en el rostro.
A pesar de su autocontrol, Karen se sentía absurdamente complacida de
que Rebecca hubiera descubierto su pequeño secreto. Nadie lo había descubierto
en los siete años que llevaba sirviendo en los STARS, y a ella le había caído bien
la joven desde el principio.
—Sí, es una piña, y no, no planeamos llevar explosivos. No puedes decírselo
a nadie, ¿de acuerdo? La llevo porque me trae buena suerte.
Rebecca alzó las cejas en un gesto de sorpresa.
—¿Llevas una granada cargada para que te traiga buena suerte?
Karen asintió, mirándola muy seria.
—Sí, y si Steve o John se enteran, se cachondearán de mí. Sé que suena
estúpido, pero es algo así como un secreto.
—No creo que sea estúpido. Mi amiga Jill tiene una boina de la suerte —
Rebecca alzó la mano y se tocó el pañuelo rojo que llevaba atado en la frente y
que le sujetaba los mechones sueltos de cabello—. Yo llevo con esto puesto desde
hace casi dos semanas. Lo llevaba puesto cuando entramos en la mansión
Spencer.
Su joven rostro se ensombreció un poco, pero volvió a sonreír
inmediatamente, y la mirada de sus ojos castaños fue directa y sincera.
—No diré una palabra sobre ello.
Karen estuvo segura desde ese momento que la chica le caía bien. Metió la
granada de nuevo en su chaleco mientras asentía.
—Te lo agradezco. Entonces, ¿ya estamos listos para salir?
En la cara de Rebecca aparecieron unas pequeñas líneas de preocupación.
—Sí, ya casi estamos listos. John quiere efectuar otra comprobación con los
auriculares, pero aparte de eso, todo está preparado.
Karen asintió de nuevo, deseando poder decir algo para aliviar el miedo
que sentía la chica, pero no había nada que decir. Rebecca ya se había enfrentado
antes con Umbrella, y cualquier discurso que le dijera sonaría vacío y sin sentido.
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Incluso podía sonar pretencioso y altivo. Ella misma se sentía un poco nerviosa.
Sería una estúpida si no se sintiera así, pero sentir miedo era algo que no le
ocurría a menudo, y no le sentaba nada bien. Al igual que en la mayoría de las
misiones, su principal sentimiento era el de expectación, una especie de hambre
cerebral en busca de la verdad.
—Reparte las armas. Yo me encargo del resto —dijo Karen por último. Al
menos, podría mantenerla ocupada.
Rebecca la ayudó a descargar el equipo mientras el sol descendía aún más
en dirección al horizonte que separaba el cielo del mar. La brisa procedente del
océano se hizo más fría y las primeras estrellas brillaron con luz pálida sobre el
Atlántico.
Descendieron hasta el agua mientras el crepúsculo desaparecía para dar
paso a la noche, en un silencio incómodo. Enfundaron sus armas, se
desperezaron y se quedaron mirando las negras aguas que subían y bajaban,
repletas de secretos en su interior.
Cuando el último fulgor del día desapareció en el horizonte, ya estaban
todo lo preparados que podían estar. Mientras John y David deslizaban la lancha
neumática hasta la ondulante agua, Karen se puso una gorra de visera negra
como las de la armada y palmoteó el pesado bulto que llevaba en el chaleco para
tener suerte, diciéndose que no iba a necesitarla.
La verdad estaba esperándola. Era hora de descubrir qué estaba pasando de
verdad.
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Capítulo 7
Steve y David subieron a la lancha y se colocaron en la proa, y Karen y
Rebecca los siguieron. John fue el último en saltar a bordo, y apretó el botón de
encendido del motor en cuanto David le hizo la señal. La lancha era tan
silenciosa como había prometido David. Sólo se oía un levísimo zumbido por
encima del suave sonido del movimiento de las olas.
—Vámonos —indicó David en voz baja. Rebecca inspiró profundamente y
dejó escapar el aire con lentitud cuando pusieron rumbo al norte y se dirigieron
hacia la ensenada.
Nadie dijo ni una sola palabra mientras la orilla se deslizaba por babor. Sólo
se veían unas sombras rotas y fragmentadas bajo la pálida luz de la luna a la
izquierda, y un inmenso y susurrante vacío a la derecha.
Babor y estribor —le recordó su mente—. Proa y popa. Escudriñó la oscuridad
en busca de una señal que indicara el comienzo del terreno privado, pero no
distinguió gran cosa. Todo estaba mucho más oscuro de lo que ella se había
esperado, y también hacía más frío, pero los escalofríos que sentía se debían más
a que sabía que por debajo de ellos había un mundo infinito y extraño, repleto de
vida de sangre fría.
Rebecca vio un leve destello de luz cuando David sacó los prismáticos de
visión nocturna para descubrir si había algún movimiento en la orilla. El brillo
del aparato de infrarrojos iluminó su rostro justo antes de acomodarlo en sus ojos,
y aquello provocó que sus rasgos tomaran una extraña expresión de inmovilidad.
Ahora que por fin estaban en marcha, que realmente habían comenzado la
operación, Rebecca se sentía mucho mejor de lo que se había sentido a lo largo de
todo el día. No es que estuviera relajada, todavía sentía miedo, aquel temor a lo
desconocido y a lo que pudieran encontrar, pero los sentimientos de indefensión,
la ansiedad que embotaba su mente desde los incidentes en Raccoon City, todo
aquello había desaparecido y había dado paso a la esperanza.
Al menos, estamos haciendo algo positivo. Estamos tomando la ofensiva en lugar de
esperar a que vengan a buscarnos.
—Ya veo la valla —anunció David en voz baja. Su rostro era una mancha
pálida en la tensa oscuridad.
Lo siguiente es el muelle. Quizá veamos los edificios cuando el terreno ascienda en
dirección al faro y las cuevas…
El agua chapoteaba al estrellarse contra los costados de la lancha. El ruido
de las olas aumentaba cada vez que la pequeña embarcación era golpeada de
lado y se estremecía bajo su impacto. Rebecca también se estremeció y sintió que
se le aceleraba el corazón. Aunque le gustaba mirar al mar, no le entusiasmaba
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meterse en él. De pequeña había visto Tiburón, y una vez había sido más que
suficiente.
Mantuvo su atención fija en la orilla, intentando calcular la distancia que
había hasta ella y, más que ver, sintió cómo el terreno se abría mientras la lancha
se deslizaba por encima de las olas.
Las enormes siluetas de los árboles dieron paso a un claro, a unos veinte
metros de ellos. Percibió el agua batiendo suavemente contra la rocosa orilla, y
en aquel momento sintió que se abrían espacios a ambos lados de ellos. Habían
llegado a las instalaciones de Umbrella.
—Allí está el muelle —dijo David—. John vira a estribor, a las dos en punto.
Rebecca distinguió a duras penas la sombra de una silueta fabricada por el
hombre, una línea oscura que sobresalía del agua. Oyó un leve chirrido de metal
rozando madera: el pequeño muelle tensándose sobre las pilastras que lo
sostenían. No vio ningún bote.
Rebecca se esforzó por ver algo más allá mientras dejaban atrás el muelle. A
duras penas distinguió una estructura rectangular al otro lado de la madera
flotante, lo que parecía ser un almacén para botes y un embarcadero más grande
para las instalaciones. No vio ninguno de los otros edificios que aparecían en el
mapa que les había entregado Trent. Había otros cinco aparte del faro,
extendidos a lo largo de la ensenada, dispuestos en dos líneas paralelas a la costa,
con tres en la línea delantera y dos en la otra. El sexto edificio estaba justo detrás
del faro, y todos esperaban que aquél fuese el laboratorio, ya que podrían
conseguir lo que habían ido a buscar sin tener que recorrer todas las
instalaciones…
—El edificio del almacén de botes es de madera, los demás son de cemento.
No creo que… Un momento —el susurro de David adquirió un tono tenso—.
Veo a alguien… Dos, tres personas. Han desaparecido justo detrás de uno de los
edificios.
Rebecca sintió una extraña sensación de alivio recorrerle el cuerpo. El alivio
estaba entremezclado con la decepción y con un repentino sentimiento de
confusión. Si todavía quedaba gente con vida, quizá no se había producido un
escape del virus-T. Sin embargo, aquello también significaba que los edificios
estarían ocupados y que el lugar estaría vigilado por patrullas, lo que haría
imposible una misión relámpago sin que los descubrieran.
Entonces, ¿por qué está todo tan oscuro? ¿Por qué da una sensación de vacío y de
muerte este lugar?
—¿Abortamos la misión? —preguntó Karen en un susurro, pero antes de
que David pudiera responder, Steve dio un respingo, con una inspiración de aire
que heló la sangre a Rebecca. Sus pensamientos enloquecieron en un espasmo de
miedo primigenio.
—¡A las tres en punto! ¡Jesús, es enorme…!
¡Bam!
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Algo impactó contra la lancha y la lanzó por los aires en mitad de una
explosión de goteante negrura. La embarcación dio la vuelta en el aire y Rebecca
vio el cielo y olió un hedor frío y corrupto… y finalmente cayó al agua,
sumergiéndose en la oscuridad del océano.
El mar lo envolvió, y el agua salada le escoció los ojos y las ventanas de la
nariz mientras manoteaba de forma desesperada, confundido y sin aire.
Dónde está…
David había llegado a verlo: una inmensa y manchada superficie de carne
que surgía del agua justo antes del terrible impacto. Aquella superficie lo había
arrastrado hacia el fondo, y ahora estaba pataleando para alejarse de las
tenebrosas profundidades, completamente aterrorizado. Su cabeza salió
finalmente al exterior, a una tranquilidad ominosa.
¿Dónde está el equipo…?
David giró la cabeza mientras boqueaba en busca de aire, y en ese instante
oyó una tos ahogada a su derecha.
—Ve a la orilla —logró decir entre jadeos mientras seguía girando la cabeza,
en un intento por descubrir dónde se encontraban y dónde estaba la criatura, al
mismo tiempo que se maldecía por ser tan estúpido.
Pescadores desaparecidos, aguas malditas. Idiota, idiota…
La lancha neumática estaba a unos diez metros detrás de él, zozobrada por
completo, y las ahora agitadas olas chocaban contra sus costados. La fuerza del
ataque los había hecho volar por los aires, pero los había acercado a tierra. Vio
dos siluetas redondeadas que parecían flotar en el agua: rostros que se
encontraban entre él y la orilla. Oyó otro chapoteo cuando una tercera cabeza
apareció en la superficie del agua. No veía por ningún lado al ser antinatural que
había atacado la lancha, pero esperaba sentir sus dientes clavándosele en
cualquier momento, el frío tacto de unos colmillos como cuchillos desgarrándole
la carne.
—¡Id hacia la orilla! —logró gritar. Sentía los latidos de su corazón como
truenos en sus oídos, y sus piernas tremendamente vulnerables. Seguir
pataleando era llamar la atención de forma tan obvia…
No puedo seguir. Tres, ¿dónde está el cuarto?
—¡David!
El aterrorizado grito lo había lanzado John, que se encontraba al otro lado
de la lancha.
—¡Aquí! ¡John, por aquí! ¡Ven hacia aquí! ¡Sigue mi voz!
John comenzó a nadar hacia David mientras éste se impulsaba de espaldas
hacia la orilla sin dejar de gritar en ningún momento. Vio aparecer la cabeza de
John, y luego distinguió sus brazos nadando a toda velocidad sobre la negra
superficie del mar.
—Sígueme. Estoy aquí. Tenemos que llegar…
Una gigantesca y pálida silueta surgió suavemente por detrás de John. Era
redonda, tenía una anchura de al menos tres metros y goteaba. Era imposible que
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existiera una criatura así. El tiempo pareció frenar su marcha normal, y todo
comenzó a ocurrir como en cámara lenta. David distinguió unos gruesos
tentáculos a cada lado de la sombra que crecía a cada momento, y un enorme tajo
en aquella silueta de color de cadáver…
No, no son tentáculos. Son antenas…
Entonces se dio cuenta de que lo que veía era el vientre de un animal
monstruoso, un animal que era imposible que existiera: un barbo del tamaño de
una casa. La negra línea de su boca se abrió con un siseo y dejó al descubierto
hilera tras hilera de unos dientes grandes como puños y afilados como estacas.
En cuanto la bestia se sumergiera, John sería devorado por aquellas
inmensas mandíbulas, o sería aplastado o, incluso, arrastrado al fondo para
servir más tarde de alimento a la criatura…
Sólo tardó un segundo en darse cuenta de ello, y comenzó a gritar mientras
terminaba de percatarse de la situación.
—¡Sumérgete! ¡Sumérgete!
El tiempo se aceleró de nuevo, y la bestia comenzó a caer hacia adelante, y
su largo y sinuoso cuerpo dejó pequeño el tamaño de la lancha neumática. Su
sombra cubrió por completo al desesperado nadador. David distinguió unos
enormes ojos bulbosos del tamaño las pelotas de playa…
Y todo el conjunto se desplomó en el agua, lanzando surtidores al aire y
ocultando las estrellas bajo unos grandes chorros de espuma. Antes ni siquiera
de que David pudiera tomar aire, una enorme ola llegó hasta él y lo arrojó hacia
las burbujeantes y negras profundidades de nuevo.
Notó otra vez la sensación de indefensión cuando fue arrastrado. Luchó
contra la fuerza que lo tiraba de las extremidades, luchó por subir de nuevo y
llenar sus pulmones de aire. Volvió a patalear frenéticamente y atravesó el velo
líquido que lo separaba de la supervivencia, sintiendo el frescor del aire en su
piel… y unas manos cálidas que tiraban de sus hombros. Inhaló de forma
convulsiva mientas las rocas arañaban sus botas al ser arrastrado. Oyó la voz
ronca de Karen al lado de su oreja…
—Lo tengo.
David dejó que lo arrastraran de espaldas al tiempo que intentaba apoyar
los pies. Se dio la vuelta cuando finalmente recuperó el equilibrio. Unas siluetas
húmedas le tendían la mano. Eran Steve y Rebecca…
Oh, Dios mío. John…
—Estoy bien —dijo David entre jadeos y avanzando a tropezones. Sus
rodillas chocaban con las piedras que sus ojos aturdidos y velados se negaban a
ver—. John… ¿Alguien ve donde está?
Nadie respondió. Parpadeó para despejarse los ojos de la sal del mar y giró
la cabeza para enfrentarse a la oscuridad que lo rodeaba mientras las olas
seguían batiendo la orilla rocosa a sus pies.
—John —gritó en la voz más alta que se atrevió, mientras intentaba
discernir algo en la oscuridad, aunque no logró ver nada.
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LA ENSENADA CALIBAN
Sentía su corazón tan frío como su cuerpo, y en el pecho un peso similar al
empapado chaleco antibalas de Kevlar que llevaba puesto.
Sin chaleco salvavidas… ya lo habríamos visto…
—¡John! —gritó de nuevo su nombre, pero sus esperanzas disminuían por
momentos.
Una voz que tosía atragantada le respondió procedente de unas rocas
situadas a la izquierda.
—¿Qué?
David relajó los hombros, aliviado, y respiró profundamente cuando la
goteante silueta de John surgió de las sombras. Steve se apresuró a acercarse y
agarró el brazo del hombretón para ayudarlo a apoyarse en las rocas.
—Me sumergí —dijo con voz rasposa y cansada. David se dio la vuelta y
miró más allá de la estrecha playa de guijarros y rocas para observar con
detenimiento las instalaciones. Estaban al fondo de una ladera pronunciada, pero
a plena vista. La impresión causada por el monstruoso pez (si se lo podía llamar
pez) quedó de repente relegada a un segundo plano al darse cuenta de aquello.
Ya habían salido del agua y no estaban a cubierto.
¿Nos habrán oído? ¿Nos habrán visto? No vamos a poder llegar a las cuevas, y no
podemos quedarnos aquí…
—El almacén de botes —dijo con un susurro y girándose hacia el sur—.
Deprisa…
El equipo pasó trastabillando a su lado, con Karen a la cabeza y los demás
siguiéndola de cerca. Nadie parecía estar herido de gravedad, lo que era un
pequeño milagro. David trotó detrás de Steve, considerando la situación
mientras sus piernas doloridas lo llevaban a través de las rocas.
Tenemos que ponemos a cubierto, atrancar la puerta, reagruparnos, llegar a la
valla…
El terreno ascendía de forma abrupta delante de ellos, y el muelle apareció
ante sus ojos. Mientras terminaban de trepar por las rocas, David percibió un
apagado tintineo metálico: era Rebecca, que sostenía contra su pecho la goteante
bolsa en la que llevaban la munición. Sintió un nuevo rayo de esperanza. Si
lograban llegar al interior de alguna de las instalaciones, a algún lugar seguro…
El edificio se encontraba delante de ellos, un poco a la derecha. No se veía
ninguna luz en su interior, ni tampoco se oía ningún ruido. Una única puerta
cerrada daba al embarcadero de madera. No tenían modo alguno de estar
seguros de que no hubiera nadie en su interior, y aunque se encontraba a poco
menos de diez metros, era un terreno completamente despejado. No había ni un
miserable guijarro donde esconder aunque fuera la punta de la bota.
No tenemos elección.
—Avanzad agachados —susurró David a su equipo.
Instantes después, todos echaban a correr agazapados hacia el edificio.
Karen fue la primera en llegar a la puerta y la abrió. No salió luz de su interior, y
tampoco sonó ninguna alarma. Rebecca y Steve entraron después de ella,
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LA ENSENADA CALIBAN
seguidos por John y, finalmente por David, que cerró la puerta con un hombro
frío y húmedo.
—No os mováis de donde estáis —les dijo en voz baja mientras manoteaba
en busca de su linterna halógena.
Aparte de los jadeos de los miembros de su equipo, en la estancia reinaba el
silencio absoluto… aunque en el ambiente flotaba un hedor tremendo, el
pestilente olor a algo muerto ya hacía tiempo…
El estrecho haz de luz de la linterna atravesó la oscuridad y les mostró que
se encontraban en el interior de una gran estancia casi vacía y sin apenas
ventanas. Unos chalecos salvavidas y unas cuantas cuerdas colgaban de unos
percheros de madera, y a lo largo de una de las paredes se extendía una mesa de
trabajo. Unas cuantas estanterías, unos cuantos caballetes…
Oh, Dios mío…
La luz se detuvo sobre la otra puerta del edificio, situada justo enfrente de la
que habían utilizado para entrar. El haz recorrió a lo largo la fuente del hedor
que inundaba la estancia, reflejándose ligeramente en el hueso al desnudo y en
una bata de laboratorio desgarrada y manchada de algo aceitoso. Unos jirones
secos de músculos colgaban de un rostro sonriente.
Alguien había clavado un cadáver a la puerta, y una de las manos estaba
alzada a modo de gesto de bienvenida. Por su aspecto, llevaba allí colgado desde
hacía ya varias semanas.
Steve sintió que el estómago se le subía a la garganta. Tragó saliva para
calmar aquella sensación y miró a otro lado, pero la grotesca imagen ya estaba
fijada en su mente: la cara sin ojos y con tiras de piel colgando, los dedos
cuidadosamente puestos en su lugar para dar la impresión de saludo…
Jesús, ¿se supone que esto es una especie de broma?
Steve se sintió mareado, sin respiración desde su baño de pesadilla y su
alocada carrera a través de las rocas, sin contar con la visión de aquel monstruo
de Umbrella. El hedor seco y putrefacto de cadáver no era la mejor ayuda para
recuperarse precisamente.
Nadie dijo una palabra durante unos cuantos segundos. Por fin, David tapó
la luz con una mano y habló con una voz sorprendentemente tranquila y serena.
—Comprobad vuestros cinturones y reponed los cargadores. Quiero un
informe del estado de todos y cada uno de vosotros, primero de heridas y luego
del equipo. Quiero que todos respiréis profundamente. ¿John?
La profunda voz de John resonó por toda la habitación, procedente de algún
punto a la izquierda de Steve, acompañada por unos ruidos húmedos de ropa
mojada. Karen y Rebecca estaban a su derecha, y David permanecía cerca de la
puerta.
—Estoy cubierto por moco de pez, pero aparte de eso, estoy bien. Tengo mi
arma, pero me ha desaparecido la linterna. También las radios…
—¿Rebecca?
Su voz sonó titubeante pero rápida.
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—Estoy bien, y… eeech… Mi arma está aquí, la linterna también, el
botiquín… Ah, y también la munición.
Steve comprobó el estado de su equipo mientras ella hablaba. Desenfundó
su Beretta, sacó el cargador mojado y lo metió en uno de los bolsillos. Había un
hueco en su cinturón en el lugar donde debería estar su linterna.
—¿Steve?
—Bien, tampoco estoy herido. Tengo mi arma, pero me he quedado sin
linterna.
—¿Karen?
—Lo mismo.
David separó un poco los dedos del foco de la linterna y dejó que iluminara
ligeramente la estancia.
—Bueno, nadie ha resultado herido y todos estamos armados todavía. La
situación podría ser mucho peor. Rebecca, pasa los cargadores, por favor. La
valla no puede estar a más de cincuenta metros al sur de este punto, y
disponemos de suficiente árboles como para permanecer a cubierto en el camino,
suponiendo que nadie nos haya visto todavía. Esta operación queda abortada.
Nos vamos de aquí.
Steve tomó los tres cargadores que le entregó Rebecca y asintió para darle
las gracias. Metió de una palmada uno de los cargadores e introdujo un proyectil
en la recámara del arma inmediatamente.
Bien, estupendo, salgamos de aquí. Esa criatura casi nos come de un bocado, y ahora
el Doctor Muerte nos saluda con familiaridad, como si lo hubieran colocado ahí para
darnos la bienvenida…
Steve no se asustaba con facilidad, pero sabía reconocer una mala situación
en cuanto la veía. Admiraba profundamente a los STARS y quería participar en
la operación para hacer justicia, pero con su bote destrozado y con el plan inicial
hecho mierda, acabar con Umbrella tendría que esperar.
David se acercó al cadáver descompuesto, y en su rostro apareció una
muestra de asco visible bajo la luz de la linterna.
—Karen, Rebecca, acercaos a echar un vistazo. John, toma la linterna de
Rebecca. Tú y Steve registrad el lugar para ver si encontráis algo que pueda
sernos útil.
Rebecca le entregó su linterna a John, quien hizo un gesto de asentimiento a
Steve. Los dos hombres se alejaron hacia el final de la mesa de trabajo. Las voces
susurradas de los demás llegaron hasta sus oídos en la quietud de la estancia.
—El virus-T no es el responsable de esto —dijo Rebecca—. El proceso de
descomposición no es el habitual…
Se produjo un momento de silencio, interrumpido por Karen.
—¿Veis eso? David, déjame la linterna un momento.
John tapó a medias el rayo de luz de la linterna con una mano e iluminó la
plancha de madera de la mesa de trabajo. Una taza de café rota. Una pila de
tuercas y tornillos amontonados encima de una carta de mareas. Un
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destornillador eléctrico, oxidado y mellado. Un par de pequeñas piezas metálicas
encima de un trapo manchado.
Nada, aquí no hay nada. Deberíamos irnos antes de que alguien nos descubra…
John abrió un cajón y revolvió en su interior mientras Steve intentaba
averiguar lo que había en una de las estanterías superiores. A sus espaldas,
Karen comenzó a hablar de nuevo.
—No estaba muerto cuando lo clavaron en la puerta, aunque yo diría que le
faltaba poco para ello. Desde luego, estaba inconsciente. No hay desgarros, lo
que sugiere que no forcejeó… y mirad esto. Son marcas de arrastre, aquí y aquí.
Yo diría que lo mataron en la puerta trasera y lo arrastraron hasta aquí.
John ya había acabado de registrar el cajón y ambos continuaron avanzando.
Sus botas hicieron chirriar la madera del suelo. Un par de llaves inglesas. Una
radio barata. Una bola de papel al lado de un trozo de lápiz.
Algo se agitó en la mente de Steve. Se detuvo y miró de nuevo la bola de
papel. El lápiz…
Recogió la bola de papel y la extendió. Le dio la vuelta y pudo ver varias
líneas cerca del extremo inferior, escritas por una mano temblorosa.
—Eh, hemos descubierto algo —dijo John en voz baja iluminando mejor el
papel mientras los demás se apresuraban a acercarse.
Steve lo leyó en voz alta, entrecerrando los ojos para leer mejor la letra
temblorosa bajo la incierta luz de la linterna. En el arrugado papel, no había
ningún signo de puntuación, así que se esforzó todo lo que pudo para identificar
las pausas mientras leía.
… 20 de julio. La comida tenía droga. Estoy enfermo… Escondí el material para
vosotros, enviad los datos. Ha hundido los botes y ha dejado que las…
Steve frunció el entrecejo, incapaz de leer bien la palabra.
¿Tries…? ¿Triescuadras?
Ha hundido los botes y ha dejado que las Triescuadras salgan. Ya es de noche,
pronto vendrán. Creo que ha matado a todos los demás. Detenedle. Dios sabe lo que él
piensa hacer. Destruid el laboratorio… Encontrad a Krista, decidle que lo siento, que Lyle
lo siente. Ojalá…
Ya no había nada más.
—El mensaje de Ammon —dijo Karen en voz baja—. Lyle Ammon.
No hacía falta ser un genio de primera para hacerse una idea de quién era el
que estaba colgado de unos clavos en aquella puerta. El purulento y
desmadejado Doctor Muerte ya tenía una identidad, aunque aquello no sirviera
de mucho. Y el mensaje que Trent le había dado a David era tan incoherente
debido a que el pobre individuo estaba drogado cuando lo escribió.
—Es bonito ponerle un rostro al nombre, ¿verdad?
El intento de chiste por parte de John no provocó una sonrisa, ni siquiera en
su rostro. La breve nota desprendía desesperación además de ser ominosa, aun
sin tener en cuenta el brutal asesinato que respaldaba su contenido.
¿Qué es una Triescuadra?¿Quién es «él»?
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—Quizás deberíamos seguir echando un vistazo… —comenzó a decir
Rebecca en un tono de voz titubeante, pero David negó con la cabeza.
—Creo que es mejor que lo dejemos por ahora. Lo que haremos será…
Dejó de hablar cuando unos pasos pesados sonaron al otro lado del edificio
de madera, justo en el exterior de la puerta por la que habían entrado.
Todo el mundo se quedó inmóvil al instante y se mantuvo a la escucha.
Eran más de uno, y quienes quieran que fuesen, no se esforzaban en absoluto por
acercarse en silencio. Se detuvieron delante de la puerta… y allí se quedaron, sin
intentar abrirla con el pomo o de una patada, sin hacer ningún otro ruido.
Simplemente a la espera.
David trazó una circunferencia en el aire con un dedo, y luego señaló
primero a Karen y luego la puerta donde estaba colgado el reseco cuerpo del
doctor Lyle Ammon. Era la señal para ponerse en marcha, con Karen a la cabeza.
Se dirigieron hacia el sonriente cadáver. Steve fruncía el rostro con cada
crujido que provocaban en la madera mientras respiraba por la boca para evitar
inhalar el hedor causado por el muerto…
Y cuando Karen abrió la puerta, el silencio fue roto por el tableteo de las
armas automáticas que disparaban desde algún punto situado delante y a la
izquierda de ellos… de la dirección hacia donde querían escapar.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 8
Karen dio un salto atrás en cuanto las balas comenzaron a estrellarse contra
la madera y a atravesarla. Los trozos de carne podrida del cadáver de Ammon
comenzaron a saltar hacia todos lados. El cuerpo bailó y se agitó en un
movimiento provocado por un ritmo macabro.
David agarró la bata del cadáver y tiró de ella, pero la puerta se mantuvo
abierta debido a la potencia de los disparos… y los atacantes se estaban
acercando, porque los impactos de los proyectiles explosivos sonaban con mayor
fuerza, y los trozos de carne y piel que saltaban cada vez tenían mayor tamaño.
Estaban atrapados, y las dos salidas estaban bloqueadas.
Rebecca apretó su Beretta con mano temblorosa mientras esperaba una
señal de David. Éste señaló hacia el oeste, hacia el grupo de edificios, y gritó para
que lo escucharan por encima del tableteo de las armas automáticas.
—¡Rebecca, por la otra puerta! ¡John, Karen, asegurad el edificio más
próximo! ¡Steve, tú y yo los cubrimos! ¡Vamos!
Steve y David se asomaron al mismo tiempo y comenzaron a disparar. Los
rugientes estampidos de sus armas contrastaban con los proyectiles más ligeros
pero igualmente letales de sus atacantes.
John y Karen salieron a la carrera y desaparecieron inmediatamente en la
oscuridad. Rebecca se giró en redondo y apuntó su arma hacia la puerta trasera,
sintiendo el corazón a punto de salirle por la boca. Las paredes temblaban y se
estremecían por los impactos.
—¡Morid! ¡Jesús! ¿Por qué no se mueren? —gritó Steve a sus espaldas, con
un tono de voz que reflejaba incredulidad y terror.
A Rebecca se le heló la sangre.
¿Zombis?
Rebecca gritó lo más alto que pudo sin dejar de mirar el rectángulo de
oscuridad que se abría en la madera delante de ella, y su voz resonó por encima
del chasquido de las balas.
—¡En la cabeza! ¡Disparad a la cabeza!
No tenía forma de saber si la habían oído. Los rifles de asalto continuaron
con su tableteo, acercándose más y más. Sus pensamientos se aceleraron al
comprender lo que estaba ocurriendo, y a su mente acudieron los recuerdos de
las víctimas del virus-T. Se habían convertido en algo distinto a un ser humano,
en algo sin mente, lento…
Y había ocurrido de forma accidental, no a propósito. No a propósito…
—¡Rebecca, vámonos!
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Todavía se oía el ruido de un rifle automático, pero el almacén de botes ya
no temblaba por el impacto de los disparos. Miró hacia atrás y vio a Steve que
todavía disparaba contra algo y a David que le hacía gestos para que comenzara
a moverse.
Se dirigió hacia la puerta abierta y echó asqueada un último vistazo de reojo
al cadáver acribillado a balazos que todavía colgaba de la puerta. La cabeza se
había hundido sobre sí misma como una calabaza podrida, con los dientes
destrozados y unos pegajosos restos de tejido que colgaban de la parte trasera de
su cráneo. La mano que saludaba ya no estaba conectada al podrido brazo: el
radio y el cubito habían sido literalmente destrozados. La extremidad colgaba
como una pieza decorativa asquerosa, como si les estuviera haciendo señas…
Steve disparó una vez más y, finalmente, el tableteo del arma automática
cesó. Levantó su arma, con los ojos abiertos de par en par por la enorme sorpresa
mientras abría la boca para decir algo…
Y en ese preciso instante, la puerta trasera se abrió de golpe. Las balas
atravesaron la oscuridad, que se llenó de líneas de color naranja. David la
empujó con fuerza para que Rebecca saliera por la puerta delantera. Mientras
corría, oyó los estampidos de respuesta de los proyectiles de nueve milímetros a
su espalda.
Hay que llegar al edificio, hay que ponerse a cubierto…
Atravesó la oscuridad exterior a la carrera, y sus botas húmedas resonaron
sobre la polvorienta superficie rocosa. Su mirada logró discernir la silueta de un
enorme bloque de cemento y los árboles que lo rodeaban en las sombras que
tenía por delante.
—¡Aquí! —gritó una voz.
Torció hacia el lugar de donde había procedido el grito y vio la musculosa
figura de John recortada bajo la pálida luz de la luna en una de las esquinas del
edificio. Vio la puerta abierta cuando se acercó hasta él, y a Karen apuntando con
su arma hacia el almacén de botes. Las balas todavía resonaban en la oscuridad.
—¡Entra! —le gritó Karen quitándose de su camino.
Rebecca pasó corriendo a su lado, sin detenerse hasta que estuvo bien
adentro y se golpeó dolorosamente una cadera contra el borde de una mesa, que
no vio en la oscuridad.
Se dio la vuelta y vio que era Karen la que estaba disparando mientras John
gritaba…
—¡Vamos! ¡Vamos!
A continuación apareció Steve lanzado a la carrera y jadeando. Se detuvo
justo antes de chocar contra ella, sosteniendo una mano contra el pecho.
Rebecca se acercó a la puerta y se abrazó a la frialdad del material mientras
su mente absorbía el hecho de que era acero, al mismo tiempo que David
aparecía velozmente gritando.
—¡Karen, John!
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Ella continuó encarada hacia la oscuridad, con el arma todavía en alto.
Resonaron otros tres disparos procedentes de su Beretta antes de que por fin
John entrara corriendo, con la mandíbula apretada y las ventanas de su nariz
dilatadas por completo.
Rebecca cerró la puerta de golpe, y sus dedos encontraron un cerrojo de
pasador. Apenas percibió el suave chasquido de la cerradura al encajar porque
los oídos le zumbaban. Las balas habían dejado de silbar en el exterior. Los
atacantes no intercambiaron gritos, no se oyó el ulular de ninguna alarma, ni el
ladrido de perros, ni siquiera los gemidos de los heridos. El repentino silencio
fue absoluto, roto sólo por los jadeos de los miembros del equipo en la tibia y
esta vez acogedora oscuridad.
Un rayo de luz halógena apareció de repente e iluminó uno por uno los
pasmados rostros de todos los presentes cuando David lo fue pasando a su
alrededor para investigar el lugar en el que se habían visto obligados a refugiarse.
Era una habitación de mediano tamaño, repleta de mesas y equipos de
ordenadores. No se veía ninguna ventana.
—¿Habéis visto eso? —dijo Steve entre jadeos, sin preguntárselo a nadie en
particular—. Dios, no paran. ¿Los visteis?
Nadie le respondió, y aunque ya se encontraban fuera de cualquier peligro
inmediato, Rebecca sintió que los niveles de adrenalina seguían por las nubes en
su sangre, y que no daban muestras de bajar, lo mismo que las pulsaciones de su
corazón. Al parecer, Umbrella había encontrado una nueva utilidad para el
virus-T.
Nos guste o no —pensó Rebecca—, vamos a tener que enfrentarnos a las
consecuencias.
Estaban atrapados en la Ensenada de Calibán. Y en aquellas instalaciones,
las criaturas tenían armas automáticas.
David inspiró profundamente por última vez y exhaló con lentitud mientras
apuntaba el rayo de luz de la linterna hacia la puerta.
—Yo diría que nos han descubierto —dijo, con la esperanza de que lo que
decía no sonara tan desesperado como él se sentía—. Ya que estamos, podríamos
ver con más detalle dónde nos hemos metido. Rebecca, ¿puedes encender las
luces, por favor?
Tras pulsar el botón de la pared, la estancia quedó iluminada con unas
pulsantes luces de neón de techo. David parpadeó por el repentino brillo y, al
echar un vistazo rápido a los miembros de su equipo, advirtió que Steve tenía
una mano apretada contra el pecho.
—¿Te han dado?
—El chaleco ha detenido la bala —dijo, pero parecía más falto de aire que
los demás, y su rostro estaba más pálido de lo que debería estar.
Rebecca miró a David y lo interrogó con la mirada. El asintió.
No parece que tengamos ningún otro sitio al que ir…
—Comprueba cómo se encuentra. ¿Alguien más?
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LA ENSENADA CALIBAN
Nadie respondió, y Rebecca se acercó hasta Steve mientras le hacía gestos
para que se quitara el chaleco. David se dio la vuelta y estudió la estancia en la
que se encontraban, intentando contrastarla con lo que había visto en el mapa de
Trent y con lo poco que había visto desde el exterior. Había media docena de
mesas de metal barato, cada una con un ordenador y un montón de papeles
encima. Las paredes de cemento eran lisas y sin ningún tipo de decoración.
Había otra puerta en el lado oeste del edificio, que llevaba al interior de éste.
—Karen, vigila allí —indicó David. Ya registrarían el resto del edificio
cuando hubieran decidido qué iban a hacer.
Cuando tú hayas decidido qué hacer, capitán. Quizás te apetezca que naden un poco.
No puede ser peor que lo que has decidido hasta ahora.
David no hizo caso de aquella voz interior, aunque se daba perfecta cuenta
de lo mucho que había subestimado la situación. No era necesario que el resto
del equipo lo viera sumido en un mar de dudas. Aquello no los ayudaría en nada.
La cuestión era, ¿qué hacían a continuación?
—Veamos —dijo en voz alta—. Después de todo, no parece que nos
enfrentemos a un accidente. ¿Qué era lo que decía la nota? «La comida tenía
droga», y algo sobre un tal «él» que había matado a los demás… ¿Es posible que
no se haya producido un escape del virus-T?
Rebecca levantó la vista de su exploración del pecho de Steve. El experto en
ordenadores estaba sentado en una de las mesas enfrente de ella. Steve arrugó la
frente por el dolor cuando los dedos de Rebecca palparon el morado que se
estaba formando en su pectoral derecho. Ella sonrió con expresión culpable, pero
negó con la cabeza.
—Estás bien. No tienes nada roto.
Se giró hacia David, y la sonrisa desapareció de su rostro.
—Sí. Si se hubiera producido un escape, el tipo de la puerta, el tal Ammon,
habría resultado afectado. Pero lo de las Triescuadras… Si son el resultado de un
experimento con el virus-T, tendrían que haberse caído a trozos completamente
podridos a estas alturas. Hace más de tres semanas que escribió esa nota, así que
esa gente debería ser un montón de carne podrida. O es un virus diferente, o
alguien se ha ocupado de que se conserven en buen estado. Un mantenimiento
de las enzimas, o quizás algún tipo de refrigeración…
David asintió con lentitud mientras se percataba de las conclusiones de la
línea de razonamiento de Rebecca.
—Y si ese «alguien» se ha vuelto loco y ha matado a todos los demás
científicos, ¿por qué preocuparnos?
—Ese cadáver, saludándonos con la mano —intervino Karen con tono
pensativo—. Y la criatura, o las criaturas, en la ensenada. Es como si estuviese
esperando que llegase gente…
—… pero no quisiera que esa gente llegara demasiado lejos. —Steve
terminó la frase por ella.
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LA ENSENADA CALIBAN
Aquello le recordó a David la frase de la nota en la que pedía que lo
detuvieran.
Dios sabe lo que él piensa hacer.
Steve se puso de nuevo la camisa y se estremeció al sentir de nuevo la fría
humedad de la prenda.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
David no le respondió. No estaba seguro de qué decir. Se sentía tan cansado,
tan exhausto, tan inseguro…
—Yo… Nuestras opciones son marcharnos o meternos más a fondo —dijo
en voz baja—. Teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido hasta el momento, no
me agrada la idea de tener que tomar esa decisión. ¿Qué queréis hacer vosotros?
David miró una cara tras otra, esperando ver furia o desprecio: el jefe había
fallado, los había llevado hasta una situación peligrosa sin tener un plan de
emergencia. Y todo porque no podía soportar la idea de ver manchado el honor
de los STARS y, para colmo, ahora que estaban atrapados, no sabía qué hacer.
Las expresiones que tenían, como grupo, eran pensativas y concentradas. Se
quedó sorprendido al ver a Karen incluso sonreír, y cuando ella habló, su tono
era de impaciencia.
—Ya que lo preguntas, quiero resolver este enigma. Quiero saber qué es lo
que ha ocurrido aquí.
—Sí, yo también —dijo Rebecca, tras asentir varias veces mientras Karen
hablaba—. Además, todavía quiero echarle un vistazo al virus-T.
—Yo quiero encargarme de unos cuantos más de esos Triescorias —dijo
John también sonriendo—. Tío, zombis con rifles de asalto M-16… Ja, la noche de
la escuadra de los muertos vivientes.1
Steve suspiró mientras se apartaba unos mechones de cabello húmedo de la
frente.
—La verdad es que, ya puestos, podríamos seguir mirando —dijo, por fin—.
Volver por el mismo camino no es que sea precisamente muy seguro. No es el
modo en que me gustaría hacerlo, pero poner de mierda hasta el cuello a
Umbrella sí era parte del plan original, de modo que sí, quiero acabar con esos
cabrones.
David sonrió, y se sintió justamente avergonzado de sí mismo. No sólo
había subestimado la situación: también había subestimado a su equipo.
—¿Qué es lo que tú quieres? —preguntó Rebecca de repente—. De verdad.
La pregunta lo pilló por sorpresa, no sólo porque era ella quien se la había
hecho, sino porque, de repente, no tenía respuesta. Pensó en los STARS, en su
obsesión con su carrera y en lo que aquello les había costado hasta entonces. Su
único deseo a lo largo de los últimos días había sido sentir que el trabajo de su
vida había valido la pena… y se había convencido de que poner al descubierto la
traición dentro de la organización sería un descanso para su alma, como si
El comentario hace referencia a una famosa película que se ha convertido en un clásico de las películas de
terror, La noche de los muertos vivientes, que está repleta de zombis. (N. del t.)
1
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LA ENSENADA CALIBAN
desenmascarar la corrupción demostrara en cierto modo que su vida había
tenido sentido.
He adorado el altar de la organización durante tanto tiempo… pero ésa no es la
razón. ¿Cuál es el verdadero motivo? ¿Podría decirlo, aquí, en esta habitación, ante estas
caras?
Miró detenidamente sus rostros inquisitivos y sintió la tensión de su espera
mientras lo observaban.
—Quiero que todos nosotros sobrevivamos —dijo por fin, con acento
sincero—. Quiero que todos nosotros logremos salir de aquí.
—Amén a eso —dijo John con un murmullo. David recordó lo que había
dicho a los del equipo de Raccoon City, sobre hacer cada uno lo que mejor sabía
para lograr vencer a Umbrella. Lo había dicho para que Chris diera su
aprobación a su plan, pero era una verdad que podía aplicarse a todos ellos.
Ponte manos a la obra, capitán…
—John, tú y Karen echad un vistazo por el edificio y comprobad las puertas.
Regresad en menos de diez minutos. Steve, enciende uno de los ordenadores e
intenta sacar un plano detallado de los alrededores. Rebecca, tú y yo
registraremos las mesas. Buscamos mapas, datos sobre las Triescuadras y sobre
el virus-T… Cualquier dato personal sobre los investigadores del lugar que
pueda indicarnos quién está detrás de todo esto.
David les indicó con un gesto de asentimiento que se pusieran en marcha,
sintiéndose más despejado y equilibrado emocionalmente que nunca.
—Vamos allá —dijo. Al infierno con los STARS. Ellos solos iban a
encargarse de derribar a Umbrella.
Probablemente, el doctor Griffith no se habría enterado de la incursión si no
hubiese sido por los Ma7. Al parecer, iban a ser útiles después de todo, aunque
no del modo para el que habían sido diseñados.
Había pasado la mayor parte del día en el laboratorio, mirando sin ver los
recipientes presurizados que se encontraban al lado de la entrada. El reluciente
acero brillaba con un reflejo seductor bajo la suave luz de neón. En cuanto había
tomado la decisión de dejar libre el virus, se había dado cuenta de que ya no
necesitaba hacer nada más. Las horas habían pasado volando: cada vez que había
mirado el reloj, se había llevado una sorpresa, aunque no desagradable. Después
de todo, él sería el primero en convertirse al nuevo modo de vida de la Tierra.
Con aquello delante de él, por lo único que tenía que preocuparse era por llevar
los recipientes hasta lo más alto del faro, y con los doctores esperando silenciosa
y pacientemente sus órdenes, incluso eso estaba preparado. Justo antes del
amanecer, les daría las instrucciones finales y llevaría lleno de orgullo a la
especie humana a la luz, al milagro de la paz.
Entonces se había acordado de los Ma7, lo que lo llevó a levantarse y
acercarse a las cuevas, la única preocupación que no había considerado trivial. Ya
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LA ENSENADA CALIBAN
había cometido un error con los Leviatanes1. Cuando se había apoderado de las
instalaciones, había bajado las puertas de reja de las cuevas submarinas por un
súbito impulso, deseando que fueran tan libres como él se sentía. No fue hasta el
día siguiente que se dio cuenta de que era posible que Umbrella los descubriera y
se acercase hasta allí para averiguar qué había ocurrido, lo cual frustraría sus
planes. Él había continuado enviando informes semanales para mantener las
apariencias, pero no habría tenido una explicación «razonable» para que se
escaparan aquellas cuatro criaturas. Había sido pura suerte que los Leviatanes
hubiesen regresado por propia voluntad.
Por supuesto, los Ma7 era un asunto completamente distinto. Eran
demasiado violentos e impredecibles como para soltarlos, pero dejar que
murieran de hambre en sus jaulas no le había parecido justo, sobre todo porque
ellos también disfrutarían de los efectos de su regalo. No habían escogido existir
como criaturas de destrucción, ni siquiera habían elegido existir. Y, puesto que él
había contribuido un poco en el proceso de su creación, se sentía obligado a
hacer algo por aquellos pobres seres…
Se quedó delante de la puerta exterior durante bastante tiempo,
considerando todos los aspectos del problema mientras los cinco animales se
lanzaban repetidas veces contra la reforzada rejilla de acero y el sonido de sus
extraños aullidos parecidos a lamentos rebotaban por las paredes de las húmedas
y sinuosas cuevas. Había un mecanismo de apertura manual cerca del recinto, y
otro en el laboratorio, pero no había forma alguna de soltarlos desde el faro.
Desde luego, no podía dejarlos salir hasta que él se encontrara a salvo,
aunque podía enviar a uno de los doctores para que lo hiciera, pero los Ma7
tenían un metabolismo mucho más lento que los humanos, y existía el riesgo de
que llegaran hasta él antes de que se transformaran. Un mes antes, la doctora
Chin y dos de sus técnicos veterinarios habían cometido el error de querer
atender a uno de los ejemplares enfermos: había sido una muerte horrible. Y
aunque él no sentiría dolor en cuanto hubiese realizado la transición, deseaba
permanecer en el nuevo mundo el máximo tiempo posible.
Griffith había decidido finalmente que la eutanasia era la única opción
razonable. Era una decisión tomada a regañadientes, pero no había encontrado
otra alternativa. Aunque el laboratorio estaba bien aprovisionado de material, los
venenos no eran su punto fuerte, así que había decidido consultar hi base de
datos principal… y allí, en la fría comodidad de su laboratorio sellado, había
descubierto que su santuario había sido invadido.
Se sentó delante del ordenador, pasmado en cierto modo, y se quedó
mirando la parpadeante señal que indicaba que uno de los ordenadores del
bunker estaba accediendo al sistema. No existía ninguna posibilidad de que se
tratase de un error. Excepto los ordenadores del laboratorio, el resto del material
informático había sido apagado hacía ya varias semanas. Umbrella había llegado.
Monstruo marino descrito en la Biblia, de carácter maligno, y término que en general se aplica a cualquier
ser acuático de gran tamaño. (N. del t.)
1
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LA ENSENADA CALIBAN
La primera emoción que sintió después de la sorpresa pasmada fue la rabia,
una furia absoluta que le arrancó todo indicio de razón y le hizo ver puntitos
rojos, una ira que descendió sobre él como un fuego divino. Durante unos
momentos quedó perdido, y su cuerpo se vio poseído por aquella fuerza
primitiva. Agarró y arrancó y destrozó todo los inservibles e insignificantes
objetos que encontró a su alrededor.
Ellos NO me, NO me detendrán, NO lo harán…
Cuando por fin sus manos tocaron el frío metal de los recipientes
presurizados, aquel fuego se convirtió en cenizas. Los pulidos y plateados
envases fueron como una ola de razón que lo hicieron volver a ser él mismo. Su
autocontrol regresó de un modo tan abrupto como había desaparecido.
Mi creación. Mi trabajo.
Parpadeó entre jadeos y, de repente, se encontró en mitad de un torbellino
de destrucción, en medio de un mar de papeles destrozados, de cristales rotos y
de cables arrancados. Había logrado machacar el ordenador, el portador de las
malas noticias, contra el frío suelo. Cualquier otro día se hubiera sentido
avergonzado por el ataque de histeria, pero en aquel momento, en el umbral de
lograr la grandeza, reconoció que aquella furia estaba más que justificada.
Justificada quizá, pero no tiene sentido. ¿Cómo vas a lograr que no te detengan? No
puedes liberar el virus aquí, ni tampoco arriesgarte a salir, no en esta situación… ¿Qué
planean hacer? ¿Cuánto saben?
Podría averiguarlo con facilidad. Todavía quedaban otras dos terminales de
ordenador en el laboratorio. Se dirigió rápidamente hacia una de ellas, echando
un breve vistazo a los mudos doctores, sentados al lado de un compartimiento
estanco. Si se habían dado cuenta de su ataque de ira, no daban señal alguna de
ello. Sintió una breve oleada de odio hacia ellos por crear las inútiles
Triescuadras, los «imparables» guardias que le habían fallado en el preciso
momento que más los necesitaba.
Se sentó y giró el monitor, esperando impaciente a que el giratorio logotipo
de la compañía desapareciera de la pantalla. El sistema de seguridad de todo el
lugar tenía su base en el laboratorio. Podría ver qué estaban buscando los
intrusos sin que éstos detectaran su presencia. Bueno, eso si se acordaba de cómo
se accedía a la información…
Pulsó varias teclas, esperó, y luego introdujo su número de seguridad.
Después de una brevísima pausa, unas líneas de color verde repletas de datos
aparecieron por toda la pantalla. Lo había logrado.
Buscar, encontrar, localizar…
Frunció el entrecejo al ver la información, y se preguntó por qué demonios
cualquiera que Umbrella hubiese enviado estaría buscando el laboratorio. Y por
qué lo estaba buscando en el sistema principal. Los diseñadores de sistemas no
eran idiotas: no existía nada sobre el trazado de las instalaciones en aquellos
archivos…
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LA ENSENADA CALIBAN
En Umbrella lo saben, lo que significa… Una sensación de alivio recorrió su
cuerpo, una sensación tan agradable que empezó a reírse en voz alta. De repente
se sintió muy estúpido por la reacción tan infantil que había tenido al enterarse
de que alguien había entrado. La persona que estaba buscando información no
era de Umbrella, y aquello lo cambiaba todo. Incluso si lograban encontrar el
laboratorio, lo cual era bastante improbable dada su localización, no podrían
entrar sin una tarjeta de acceso, y Griffith las había destruido todas…
Todas, excepto la de Ammon, que nunca apareció. Griffith se quedó inmóvil por
un momento y luego meneó la cabeza. Una sonrisa nerviosa apareció en su cara.
No, no. Había buscado en todos los sitios posibles para encontrar la tarjeta que
faltaba, así que ¿qué probabilidades tendrían los allanadores de su laboratorio de
encontrarla?
¿Y cuáles eran las probabilidades de que lograran atravesar las Triescuadras, eh?
¿Y qué estuvo haciendo Lyle durante todas las horas que tardaste en encontrarlo? ¿Qué
pasa si logró enviar un mensaje? Sólo comprobaste las transmisiones con Umbrella, ¿pero
que ocurre si se ha puesto en contacto con otra gente?
Mientras aquella terrible e imposible idea llenaba su mente, en la pantalla
del ordenador comenzaron a aparecer listas de información sobre las pruebas de
habilidades lógicas, la serie de pruebas sociopsicológicas que el doctor Ammon
había diseñado.
Griffith sintió que su autocontrol desaparecía de nuevo. Cerró las manos y
apretó los puños, negándose a ceder a la rabia. Había demasiado en juego y no
podía permitir que las emociones lo dominaran, no en ese momento. Tenía que
pensar.
Soy un científico, no un soldado. ¡Ni siquiera sé disparar o luchar! Sería
completamente inútil en un combate, completamente…
Impredecible. Incontrolable.
Por el rostro de Griffith comenzó a extenderse lentamente una sonrisa.
De sus puños comenzó a caer sangre, procedente de las heridas causadas
por sus uñas al clavarse en la palma de sus manos, pero no sintió dolor alguno.
Su mirada vagó por el abierto y silencioso laboratorio y se detuvo un instante en
el compartimiento estanco. Luego miró las caras sin expresión de sus doctores.
Luego los cilindros llenos de aire comprimido y de virus, su milagro. Y,
finalmente, los controles que abrían la puerta de la verja del recinto de los
animales.
La sonrisa del doctor Griffith se ensanchó aún más.
Que vengan por mí.
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LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 9
Mientras Steve leía en voz alta, Rebecca observó que David miraba su reloj
y la puerta varias veces. No creía que hubieran pasado diez minutos, pero no
debía faltar mucho. John y Karen todavía no habían regresado.
—… donde cada uno está diseñado para medir la aplicación de la lógica a
su resolución, con técnicas proyectivas de índices combinados con precisión de
intervalo…
Era un tema bastante árido. Al parecer, se trataba de un informe interno
sobre el análisis de algún tipo de prueba de inteligencia. Era bastante obvio que
lo había escrito un científico. De hecho, era el tipo de cháchara en la que muchos
investigadores terminan cayendo cuando quieren explicar algo un poco más
complicado que una silla. Pero era lo que había aparecido en pantalla cuando
Steve había pedido información sobre la «serie azul». Puesto que la habitación
ofrecía poco más de interés, Rebecca se obligó a sí misma a prestar atención a la
vez que intentaba sacudirse de encima la inquietante sensación de miedo que la
atenazaba desde que habían comenzado su infructuosa búsqueda.
Alguien se había encargado de limpiar la habitación de toda prueba, y había
hecho un buen trabajo. Habían encontrado libros, archivadores, grapadoras,
bolígrafos y papeles, pero ni una sola hoja de papel con algo escrito, ni un solo
fragmento de información a partir del cual empezar a trabajar. La búsqueda de
Steve en el ordenador no había ido mucho mejor: no habían encontrado ningún
mapa ni información alguna sobre el virus-T. Fuese quien fuese el que se había
apoderado de las instalaciones, al parecer había logrado eliminar cualquier
indicio que hubiesen podido utilizar.
Excepto por toda esta mierda aburrida seudopsicopsiquiátrica, que hasta el momento
ni siquiera ha mencionado la palabra «azul». ¿Cómo se supone que vamos a lograr algo
así?
Steve pulsó otra tecla y su rostro se iluminó.
—Allá vamos…
«La serie roja, cuando se examina bajo un prisma estandarizado, es la más
sencilla y simple, aplicable hasta un coeficiente de inteligencia de 80. La serie
verde…
Dejó de leer y frunció el entrecejo.
—La pantalla acaba de quedarse en blanco.
Rebecca levantó la vista de la mesa casi vacía que había estado registrando,
y David se acercó hasta Steve.
—¿Un fallo de sistema? —preguntó preocupado.
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LA ENSENADA CALIBAN
Steve mantuvo el ceño mientras apretaba unas cuantas teclas más.
—Más bien parece un bloqueo de programa. No creo que… Eh, ¿qué es esto?
—Rebecca —dijo David en voz baja, indicándole con un gesto que se
acercara.
Ella cerró un cajón lleno de archivadores vacíos sin marcar y se colocó
detrás de Steve, agachándose para leer bien en la pantalla del ordenador.
« EL HOMBRE QUE LO FABRICA NO LO NECESITA. EL HOMBRE QUE LO COMPRA NO
LO QUIERE. EL HOMBRE QUE LO UTILIZA NO LO SABE. »
—Es un acertijo —afirmó David—. ¿Alguno de vosotros sabe la respuesta?
Antes de que alguno de ellos pudiera responder, Karen y John aparecieron
de nuevo en la habitación, ambos enfundando sus armas. Karen sostenía un
trozo de una hoja de papel en la mano.
—Todo bien amañado —informó John—. Media docena de oficinas, ni una
sola ventana y sólo otra puerta que da al exterior, en el extremo norte.
—Había archivadores en la mayoría de las oficinas —intervino Karen—,
pero todos estaban vacíos. Sólo he encontrado esto en uno de los cajones,
enganchado en una ranura. Debe haber quedado arrancado cuando limpiaron el
lugar.
Le entregó el trozo de papel a David. Leyó unas cuantas líneas y su mirada
adquirió de repente una intensidad mayor.
Se dio la vuelta hacia Karen.
—¿Esto es lo único que había?
—Sí —asintió Karen—, pero es suficiente, ¿no crees?
David levantó un poco la hoja rota y comenzó a leer su contenido en voz
alta:
Los equipos continúan funcionando de forma independiente, pero han mostrado una
mejora sustancial desde la modificación de las sinapsis auditivas. En el escenario dos,
donde se encuentra presente más de una Triescuadra, el segundo equipo (B) no traba
combate cuando el primer equipo (A) finaliza su tarea (cuando el objetivo deja de moverse
o de hacer ruido). Si el objetivo continúa proporcionando estímulos y A ha abandonado el
ataque (falta de munición/heridas incapacitantes a todos los miembros del equipo), B
entra en combate. Si se encuentran dentro del radio de acción, las patrullas adicionales
son atraídas hacia el combate y atacan en sucesión. No hemos logrado hasta el momento
expandir la habilidad sensorial para provocar el comportamiento deseado. Los estímulos
visuales de los escenarios cuatro y siete continúan siendo improductivos, aunque
infectaremos a un nuevo grupo de unidades mañana y esperamos obtener resultados
correspondientes al final de esta semana. Recomendamos continuar desarrollando aún
más las capacidades auditivas antes de pensar en implantar detectores de calor…
—Ahí es donde está arrancada —dijo David al tiempo que levantaba la
cabeza. Karen asintió de nuevo.
—Pero es suficiente para explicar un montón de cosas. Por qué el equipo en
la parte trasera de la casa no actuó: el equipo que se encontraba en la parte
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LA ENSENADA CALIBAN
frontal todavía estaba disparando. No fue hasta que Steve y yo los eliminamos
por completo cuando el segundo equipo entró en acción.
Rebecca frunció el entrecejo. No le gustaba el informe por algo más que por
las conclusiones obvias que habían sacado sus compañeros: Umbrella continuaba
sus experimentos con seres humanos. Por lo que había visto en Raccoon City, el
virus-T tardaba seis o siete días en apoderarse por completo del ser infectado, y
luego el individuo comenzaba a caerse a pedazos en menos de un mes.
Así que, ¿qué es eso de infectar a un nuevo grupo y conseguir datos y resultados en
una semana? Y ya puestos, ¿implantar detectores de calor y modificar la sensibilidad de
individuos ya infectados? No deberían tener tiempo para eso. Las unidades ya deberían
estar desintegrándose sin posibilidad de aprender nuevos comportamientos…
Se mordisqueó el labio llena de nerviosismo, preguntándose de repente qué
demonios habían estado haciendo los investigadores del laboratorio de la
Ensenada de Calibán con el virus. Si habían logrado encontrar un modo de
acelerar su capacidad de infección, quizá modificando la membrana de fusión
del virión, haciéndola más cohesiva…
O quizás han multiplicado la partícula de inclusión y han logrado que se
multiplique de forma exponencial… Podríamos estar enfrentándonos a una cepa que
actúa en horas, no en días.
Era una idea bastante desagradable, en la que ni siquiera quería pensar más
hasta que dispusiera de mayor información. Además, aquello no cambiaba la
situación en que se encontraban: las Triescuadras eran igualmente letales en
cualquier caso.
—El letrero de la puerta norte decía que nos encontrábamos en el bloque C,
sea lo que sea eso —dijo John mientras se acercaba al ordenador—. ¿Has
encontrado algún mapa?
—No —Steve suspiró—, pero echa un vistazo. Le pedí información sobre la
serie azul y comenzó a proporcionarme datos sobre unas pruebas de lógica y de
coeficientes de inteligencia, todas clasificadas por colores, y luego apareció esto
de repente. No puedo sacar nada más.
John se acercó a la pantalla y comenzó a leer murmurando.
—… que lo fabrica no lo necesita. El hombre que lo compra no lo quiere. El
hombre que lo utiliza no lo sabe.
Karen, que estaba leyendo de nuevo la información que habían logrado
sobre las Triescuadras, levantó la cabeza repentinamente interesada.
—Espera, ya sé qué es. Es un féretro.
Rebecca no se sintió sorprendida de que Karen conociera la respuesta del
acertijo. Desde el principio le había parecido que era muy aficionada a los
rompecabezas. Todos se reunieron inmediatamente alrededor de Steve mientras
éste tecleaba la palabra «féretro». La pantalla permaneció igual.
—Prueba con ataúd —indicó Rebecca.
Los dedos de Steve volaron sobre el teclado. En cuanto apretó la tecla de
«intro», el acertijo desapareció y fue sustituido por otro mensaje.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
SERIE AZUL ACTIVADA .
A aquello le siguió otro texto.
PRUEBA CUATRO (BLOQUE A), SIETE (BLOQUE D) Y NUEVE (BLOQUE B AZUL
PARA ACCEDER A LOS DATOS (BLOQUE E).
—Azul para… El mensaje de Ammon —dijo Karen con voz tensa y rápida—.
Eso es. El mensaje que recibimos estaba relacionado con la serie azul, y luego
decía «introducir respuesta para la clave». La respuesta era «ataúd»…
—Y los números de las pruebas son la clave —razonó David—. Después
hay otras tres líneas en el mensaje, y luego dice «azul para acceder». Las líneas
deben ser las respuestas a las pruebas: «letras y números a la inversa», «arco iris
del tiempo», y «no contar». Jill tenía razón. Es algo que debemos encontrar.
Rebecca sintió una oleada de emoción mientras David tomaba un bolígrafo
de una de las mesas y le daba la vuelta a la hoja con la información de las
Triescuadras. Todo lo que les habían dado tenía sentido por fin: el mensaje del
doctor Ammon realmente significaba algo.
Podemos hacerlo. Ahora ya tenemos algo con qué empezar…
David dibujó tres rectángulos en dos líneas, los mismos que aparecían en el
mapa de Trent, y escribió la letra C en el interior del rectángulo que se
encontraba más al sur. Después de una pausa, marcó dubitativamente los demás
rectángulos, empezando por el que estaba arriba y a la izquierda y yendo de
derecha a izquierda, apuntando el número de las pruebas al lado de cada letra.
—Vamos a suponer que éste es el orden apropiado —dijo—, y que tenemos
que llevar a cabo las pruebas en el orden indicado, nos moveremos en una línea
en zigzag entre los edificios.
—Y vamos a suponer que eso no les parece mal a las Triescuadras —acotó
John en voz baja.
Rebecca sintió que sus esperanzas se reducían, y advirtió la misma mezcla
de sensaciones en los sombríos rostros de sus compañeros mientras observaban
en silencio los rectángulos. Sabía que finalmente tendrían que salir de allí de
todas maneras, pero había logrado de algún modo evitar tener que pensar en ello,
dejarlo a un lado hasta que lo había tenido delante.
Pues bien, ya lo tenía delante de las narices. Y las Triescuadras estarían allí,
en el exterior, a la espera.
Estaban de pie al lado de la puerta norte del edificio, en un pasillo oscuro y
caluroso. Se apretaron los cordones de las botas, se ajustaron los cinturones y
metieron nuevos cargadores en las pistolas. Cuando David estuvo listo, se dio la
vuelta hacia John y asintió.
—Repítemelo —ordenó David.
—Tú, Steve y Rebecca tomaréis el edificio que está a la izquierda, al
noroeste de aquí. En cuanto comprobemos que todo está despejado, Karen y yo
cruzamos. Si tus sospechas son ciertas, estaremos en el bloque D. Si el mapa está
al revés, será el bloque B. De todas maneras, aseguramos el edificio, encontramos
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el número de la prueba, y esperamos a que aparezcas y que nos des la señal de
avanzar.
—Y si no aparezco…
Fue Karen esta vez la que recitó las restantes órdenes.
—Si no sabemos nada de ti en media hora, regresamos aquí y esperamos a
Steve y a Rebecca. Completamos las pruebas si es posible…
—… y sacamos nuestros culos por encima de la verja —terminó John
sonriendo, con un destello de dientes blancos en la oscuridad.
—Correcto —dijo David—. Bien.
Estaban preparados. Existía un número infinito de variables en la ecuación,
un montón de detalles que podían salir mal en un plan tan sencillo, pero siempre
era así. No había forma humana de estar preparado para todo lo que podía pasar,
no llegados a ese punto, y la decisión de dividirse en dos grupos era su mejor
posibilidad de evitar ser detectados por las Triescuadras.
—¿Alguna pregunta antes de salir?
Fue Rebecca la que habló, con su joven voz llena de preocupación.
—Me gustaría recordaros a todos que tengáis muchísimo cuidado con todo
lo que tocáis, o con lo que os toca. Los individuos que forman las Triescuadras
son portadores del virus, así que procurad evitar acercaros a ellos, sobre todo si
están heridos.
David se estremeció en su fuero interno al recordar lo que ella les había
dicho por la mañana: una gota de sangre infectada podía contener millones o
incluso cientos de millones de virus. No era un pensamiento agradable si se tenía
en cuenta que un proyectil de nueve milimetros podía causar muchos daños…
Y que no caen cuando son heridos. Los tres del almacén de botes continuaron
acercándose, andando y disparando y sangrando…
Estaban esperando a que les diese la señal. David descartó aquellos
pensamientos de la cabeza y le quitó el seguro a su Beretta mientras ponía la otra
mano en el tirador de la puerta.
—¿Preparados? Ahora, en silencio. Una… dos… tres.
Abrió la puerta de golpe y salió al exterior, adentrándose en la fresca noche
y en el susurro de las olas del océano. El lugar estaba mucho más iluminado que
antes, ya que la Luna había salido por completo y estaba prácticamente llena.
Todo el conjunto de edificios estaba bañado por una suave luz azul y plata. Nada
se movió en las cercanías.
Justo delante de él, a unos veinte metros, se encontraba el objetivo de John y
de Karen, y se sintió aliviado al ver que se abría una puerta en la pared de
cemento que daba al bloque C: no tendrían que dar la vuelta para entrar.
David se alejó de la puerta y se dirigió hacia la izquierda, pegándose a la
estrecha sombra que proyectaba la pared. Distinguió la parte delantera del
edificio que esperaba que fuese el bloque A, con unos pinos altos detrás y a la
izquierda. Vio una sombra un poco más oscura en mitad de la pared: una puerta.
No había cobertura alguna en los más de treinta metros de distancia hasta ella.
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LA ENSENADA CALIBAN
En cuanto se separaran de la pared del bloque C, estarían completamente
expuestos y serían vulnerables.
Si hay una Triescuadra entre las dos lineas de edificios…
Miró hacia atrás y vio a Rebecca y a Steve, tensos y a la espera detrás de él.
Si se iban a meter en un fuego cruzado, al menos él iría en primer lugar, y Steve y
Rebeca tendrían tiempo de retroceder para ponerse de nuevo a cubierto.
Aspiró profundamente, contuvo la respiración… y se alejó a toda prisa de la
pared, corriendo semiagachado en dirección al negro cuadrado de la puerta de
entrada. Unas siluetas pálidas y sombrías pasaron a su lado como un borrón.
Todo su ser estaba en tensión a la espera del chasquido de los disparos y de los
destellos de las armas automáticas, del agudo y paralizante dolor que lo
derribaría al suelo… pero todo estaba tranquilo y en silencio, y el único sonido
que percibía era el agitado latir de su corazón, el veloz flujo de su sangre en las
venas y sus pasos apagados. Los segundos se extendieron hasta convertirse en
una eternidad mientras la puerta aumentaba con lentitud de tamaño…
Un instante después, el tirador de la puerta estaba en su mano y él la abría,
metiéndose de lleno en una negrura opresiva y girándose para ver cómo Steve y
Rebecca entraban a la carrera detrás de él.
David cerró la puerta con rapidez pero con suavidad, para no hacer ruido.
En la oscuridad del lugar percibió que estaba vacío y que allí no había nadie
vivo… y, de repente, le golpeó el hedor. Oyó las arcadas de Steve y Rebecca, una
respuesta involuntaria provocada por el asco que sentían. David se llevó la mano
al cinturón y empuñó la linterna, aunque ya suponía lo que iba a ver.
Era el mismo olor asqueroso que habían sentido al entrar en el almacén de
botes, pero cien veces más intenso. Incluso sin haber tenido la referencia del olor
en el almacén, David lo hubiera reconocido. Ya lo había olido en la selva de
Sudamérica y en un campamento de fanáticos religiosos en ldaho, y una vez, en
el sótano de la casa de un asesino en serie. Era el hedor a podredumbre, a muerte
multiplicada, y era inolvidable. Era un olor rancio, como a leche agria y a carne
descompuesta.
¿Cuántos? ¿Cuántos cadáveres habrá?
El rayo de la linterna se encendió e iluminó el tambaleante y apestoso
apilamiento que ocupaba toda una esquina de la sala de almacenamiento, y
David se dio cuenta de que no era posible saberlo con exactitud: los cuerpos
estaban comenzando a fundirse entre ellos. La carne negruzca y arrugada se
había reblandecido, y la de un cadáver se entremezclaba con la de otros. Quizás
había unos quince, o tal vez veinte.
Steve se alejó trastabillando mientras todo su cuerpo daba arcadas y,
finalmente, vomitó con un sonido bronco y desamparado en la silenciosa
habitación, excepto por él. David echó un rápido vistazo al resto de la estancia y
descubrió una puerta en la pared trasera con la letra A escrita en negro.
No volvió a mirar el montón de cuerpos y le dio un ligero empujón a
Rebecca para que se dirigiera hacia la puerta del otro lado, agarrando a Steve del
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brazo por el camino. Una vez que llegaron al otro lado de la puerta, el olor llegó
a ser soportable.
Se encontraban en un pasillo sin ventanas y, aunque había un interruptor al
lado de la puerta, David hizo caso omiso de su presencia durante unos
momentos mientras tomaba aire y los dos miembros más jóvenes de su equipo se
recuperaban de la impresión que habían sufrido.
Al parecer, habían encontrado a los trabajadores de Umbrella en la
Ensenada de Calibán. Bueno, al menos a todos menos a uno. David decidió que
cuando se encontraran con él primero dispararía, sin preocuparse en absoluto
por hacer ningún tipo de preguntas.
Karen y John se quedaron de pie detrás de la puerta durante todo un
minuto después de que los demás miembros del equipo se hubieran ido. Sólo la
tenían abierta lo suficiente como para poder oír con claridad. El fresco aire
nocturno se coló hacia el interior, unido al suave murmullo de las olas, pero no
oyeron disparos, ni gritos.
Karen cerró la puerta y miró a John, con sus pálidas facciones apenas
visibles bajo la escasa luz. El tono de su voz era bajo y tranquilo, pero reflejaba
tensión.
—Ya deben de estar dentro. ¿Quieres ir tú por delante o prefieres que vaya
yo?
John no pudo evitarlo.
—Mis mujeres siempre se van en primer lugar —susurró—, aunque prefiero
cuando nos vamos juntos, tú ya me entiendes.
Karen suspiró profundamente, con un sonido de pura exasperación. John
sonrió, pensando que era muy fácil provocarla. Sabía que no debía meterse con
ella de ese modo, pero era difícil resistir la tentación. Karen Driver era una
tiradora jodidamente buena con cualquier clase de arma, y era aguda como un
alfiler en cuestión de inteligencia, pero también era una de las personas con
menos sentido del humor que jamás había conocido.
Es mi deber ayudarla a animarse. Si vamos a morir, será mejor que lo hagamos
riendo y no llorando…
Era una filosofía muy simple, pero a ella se aferraba con todas sus fuerzas:
lo había ayudado en más de una ocasión a salir de una situación «desagradable».
—John, limítate a responder a la maldita pregunta.
—Yo iré en primer lugar —respondió con voz apaciguadora—. Espera a que
pase y luego sígueme.
Ella asintió con cierta brusquedad, y se apartó para que él pudiera pasar.
John pensó por un momento decirle que la esperaría en la puerta sólo con una
sonrisa y con nada más puesto, pero decidió dejarlo. Llevaban trabajando juntos
desde hacía casi cinco años, y sabía hasta dónde podía llegar antes de que ella
comenzase a cabrearse de verdad. Además, era una buena frase, y no quería
desperdiciarla.
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En cuanto su mano tocó el tirador de la puerta, respiró profundamente y
dejó que su chispeante ingenio se sentara en la parte de atrás mientras lo que él
llamaba su «mente de soldado» se ponía al volante. Una cosa era el humor, y otra
derrotar al enemigo, y aunque él disfrutaba enormemente con ambas, hacía
tiempo que había aprendido a separarlas.
Ahora voy a convertirme en un fantasma. Voy a deslizarme a través de la oscuridad
como una sombra…
Abrió con lentitud la puerta. Ni un solo ruido, ni una sola señal de
movimiento. Salió del edificio empuñando relajadamente su Beretta y comenzó a
moverse con rapidez a través de la oscuridad plateada, fijando su atención en la
puerta que se encontraba a poco más de veinte pasos. Su mente de soldado le fue
suministrando los datos: la fresca brisa marina no traía ningún ruido hostil, sólo
el aroma y el rumor del océano, el crujido de sus botas al pisar el suelo
desigual… Pero su corazón le decía que él era un fantasma, un ser que flotaba
como una sombra invisible a través de la noche.
Llegó hasta la puerta y agarró el frío y húmedo tirador con mano
tranquila… pero no se movió ni un milímetro. La puerta estaba cerrada con llave.
Nada de pánico, nada de preocuparse: era una sombra que nadie podía ver.
Encontraría otra forma de entrar. John levantó una mano para indicarle a Karen
que esperara y se dirigió de forma silenciosa y huidiza hacia la derecha.
Silenciosa e intangible: una sombra sin forma alguna…
Llegó a la esquina y la dobló velozmente, mientras sus sentidos
reconcentrados continuaban proporcionándole información. Ni un solo
movimiento en la noche susurrante; el roce rugoso del cemento contra su
hombro izquierdo y contra la cadera del mismo lado; la continua sensación de
fluidez y de poder en sus músculos. Allí. Había otra puerta, encarada hacia el
amplio espacio vacío del océano. La luz pálida se reflejaba en el metal…
¡Ratatatatataat!
Las balas levantaron surtidores de polvo a sus pies. John se giró y dio un
salto hacia atrás, aplastándose contra la pared mientras su mano agarraba el
tirador de la puerta. Procedentes del almacén de botes, caminando en línea de
tres…
Y John abrió la puerta de golpe y se situó detrás de ella de un salto. Oyó el
chasquido de las balas en el momento en que se estrellaban contra el metal. Los
proyectiles impactaron a escasos centímetros de su cuerpo, y el cling-cling-clingcling estremeció la puerta.
Mantuvo la puerta abierta con un pie, y asomó la cabeza una fracción de
segundo para apuntar contra el resplandor de sus armas, apretando el gatillo
mientras trozos de cemento y pequeñas nubes de polvo saltaban de la pared a su
espalda. La nueve milímetros saltó en el aire, formando parte de su mano. En ese
momento era más animal que persona. Era un único ser del que formaban parte
los rugientes estampidos y el ritmo de su respiración. Era consciente de que era
algo más que un hombre: era el portador de la muerte.
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Otro vistazo y vio que la línea de individuos estaba más cerca. Las tres
siluetas comenzaban a tomar forma. John disparó otra vez y se ocultó
inmediatamente detrás de la puerta. Cuando se asomó de nuevo, sólo quedaban
dos figuras en pie. Crac.
Detrás de él.
John se giró en redondo y los vio: otros dos, a menos de tres metros de él, al
lado de la esquina noroeste del edificio. Ambos empuñaban rifles de asalto. Pero
no parece que vayan a disparar.
Entonces sintió pánico, una bestia aullante escondida en las tripas que
amenazaba con devorarlo desde su interior… ¡Menuda mierda!
Las ráfagas de los M-16 seguían acercándose, pero sólo tenía ojos para las
criaturas que estaban allí, de pie delante de él, mirándolo con ojos gomosos sin
expresión, tambaleándose sobre unas piernas inestables. El que estaba a la
izquierda sólo tenía media cara. De su nariz colgaba una masa semilíquida y
pulposa de tejido, trozos negros y húmedos que se mantenían unidos mediante
tiras de carne elástica. El que estaba a la derecha parecía intacto a primera vista,
aunque pálido como la muerte y muy sucio… hasta que vio la destrozada masa
de sus entrañas que salía por debajo de su ensangrentada camisa, con un trozo
de intestino que le llegaba hasta los pies.
No entran en combate hasta que termina de hacerlo el equipo A…
John retrocedió hasta la tibia oscuridad del edificio y utilizó el brazo para
mantener abierta la puerta frente al par de zombis que todavía disparaban. Sacó
su brazo y apuntó con todo el cuidado que pudo, liberándose del pánico.
Ninguna de las dos criaturas realizó gesto alguno de defensa. Sólo se quedaron
allí, tambaleándose sobre sus piernas podridas, mirándolo.
¡Bam! ¡Bam!
Dos tiros limpios contra las cabezas, con unos estampidos que ahogaron
durante un par de instantes el tableteo continuo de los M-16. Antes incluso de
que se derrumbaran al suelo, John oyó el estampido de otra Beretta sacudiendo
el aire nocturno.
Karen…
Echó otro vistazo al otro lado de la puerta, y vio cómo caían al suelo las dos
figuras que quedaban del otro equipo. Una de ellas continuó disparando
mientras caía de espaldas, con el rifle de asalto apuntando al cielo. Karen salió
del lugar entre dos edificios donde estaba agazapada, de espaldas a John, con la
pistola todavía apuntando al cadáver que disparaba de forma espasmódica.
Los equipos no entran en combate…
—¡No le dispares! ¡Ven aquí, déjalo!
Ella se giró, llena de gracia y agilidad, y comenzó a correr hacia él. En
cuanto entró, John cerró la puerta, y el tableteo del arma automática quedó
reducido a un ahogado sonido hueco.
John se dejó caer contra la puerta mientras Karen tanteaba en la oscuridad
en busca del cerrojo. Su cerebro todavía le gritaba que lo que había visto era
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imposible que existiera, que acababa de matar a dos hombres muertos, que no
había forma de que aceptara aquellos hechos, que eso lo volvería loco…
No puede ser, no puede ser, no lo creo, no lo creí antes y no lo creo ahora… y
estaban muertos, estaban muertos, podridos, y estaban…
El susurro ronco de Karen rasgó la oscuridad e interrumpió sus
pensamientos cada vez más enloquecidos.
—Eh, John… ¿Te ha gustado?
Él parpadeó e intentó comprender lo que le decía.
—Quiero decir, lo de irte primero. ¿Ha sido todo lo bueno que esperabas?
Sintió que un pasmo de sorpresa reemplazaba los terribles y agitados
pensamientos, que la confusión desaparecía y que su mente se aclaraba de nuevo.
—No tiene ninguna gracia —repuso.
Al cabo de un instante, ambos comenzaron a soltar grandes carcajadas.
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Capítulo 10
Cuanto más se alejaban de la parte delantera del edificio, más respirable era
el aire, y Rebecca se sintió aliviada. Había estado a punto de vomitar por el olor,
un hedor rancio que casi era palpable, como si fuera una entidad en sí mismo.
Comenzó a pensar de nuevo en el doctor Nicolas Griffith mientras
atravesaban en silencio al pasillo iluminado, y recordó la historia sobre las
víctimas del virus de Marburg. Aunque no tenía pruebas con respecto a la
responsabilidad de la matanza de los trabajadores de Umbrella, no podía evitar
pensar que él era el causante e inductor.
Pasaron por varias habitaciones abiertas a ambos lados del pasillo, todas tan
vacías y tan frías como el edificio que acababan de abandonar. También pasaron
junto a una puerta de salida al otro extremo del bloque y, finalmente, después de
doblar otra esquina del pasillo, llegaron a una puerta marcada con la letra A, y
bajo ella, los números 1-4. Bajos los números había tres triángulos, cada uno de
un color diferente, rojo, verde y azul.
David abrió la puerta. Se trataba de una estancia mucho más pequeña, que
apenas iluminaba la bombilla halógena de la linterna. Steve encontró los botones
de la luz y descubrieron que había otras dos puertas, una a cada lado. Rebecca
observó que había más triángulos de colores en la puerta de la derecha, pero
ninguno en la de la izquierda.
—Yo efectuaré la prueba —dijo David—. Steve, tú y Rebecca revisad la otra
habitación. Nos encontraremos aquí.
Rebecca asintió, y Steve hizo lo propio. Estaba un poco pálido, pero también
parecía mantener el control, aunque bajó la vista cuando se dio cuenta de que
ella lo estaba mirando. Comprendió lo que le ocurría: probablemente estaba
avergonzado de haber vomitado la cena.
Abrieron la puerta y entraron en otra habitación sin ventanas, tan calurosa y
con el ambiente tan cargado como el resto del edificio. Rebecca encendió las luces
y ante sus ojos apareció una oficina bastante grande repleta de estanterías. En
una esquina había una mesa escritorio de metal, un mueble archivador con los
cajones vacíos abiertos de par en par.
Steve suspiró.
—Parece que aquí tampoco vamos a tener suerte —dijo—. ¿Prefieres la
mesa o las estanterías?
—Supongo que las estanterías —repuso Rebecca encogiéndose de hombros.
—Mejor —dijo él, con una sonrisa tímida—. Tal vez encuentre unos
caramelos de menta para el aliento o algo parecido en los cajones.
Rebecca sonrió a su vez, contenta de que hubiera hecho aquel chiste.
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—Déjame uno para mí. Antes logré tragármelos, pero también estuve a
punto de largarlos junto con el desayuno.
Se cruzaron una mirada mientras seguían sonriendo. Rebecca sintió una
ligera oleada de excitación recorrerle el cuerpo mientras el momento se alargaba,
mientras el instante duraba unos cuantos latidos más de lo que debería durar
una mirada casual.
Steve fue el primero en apartar la mirada, pero su rostro ya tenía mejor
color, y sus mejillas incluso estaban un poco sonrosadas. Estaba claro que existía
una atracción, y que ésta era mutua…
Y desde luego, es el peor momento y el peor lugar para pensar en ello —le regañó
su mente racional—. Olvida toda esa mierda, inmediatamente.
Los libros trataban de todo lo que ella se esperaba, si tenía en cuenta lo que
había leído sobre las Triescuadras y Umbrella: química, biología, un grupo de
tomos encuadernados en cuero que trataban sobre la modificación del
comportamiento, varias revistas médicas… Mientras Steve rebuscaba en los
cajones de la mesa, a su espalda, recorrió la hilera de libros con un dedo,
empujándolos hacia la pared para separarlos entre sí mientras leía los títulos en
los lomos, con la esperanza de que hubiera algo oculto entre ellos o detrás de
ellos.
Sociología, Pavlov, psicología y psicología, patología…
Se detuvo y frunció el entrecejo al ver un delgado volumen metido entre
dos libros mucho más gruesos. No tenía título. Lo sacó y sintió que el corazón se
le aceleraba cuando lo abrió al ver la letra puntiaguda con la que habían escrito.
Era un diario.
Retrocedió a la primera página y leyó el nombre «Tom Athens» escrito con
letra muy clara.
Es uno de los nombres de la lista de Trent. ¡Es uno de los investigadores!
—¡Eh, he encontrado un diario! —dijo—. Pertenece a uno de los tipos que
aparecen en la lista de Trent, un tal Tom Athens.
Steve levantó la vista y por sus ojos pasó un relámpago de interés.
—¿De verdad? Vete a la última página. ¿Qué fecha pone?
Rebecca pasó las páginas hasta llegar a la última.
—Dieciocho de julio, pero no escribía todos los días. La fecha anterior es
nueve de junio.
—Lee la última anotación —indicó Steve—. Quizá nos diga qué está
pasando.
Rebecca se acercó hasta la mesa y se apoyó en ella, aclarándose la garganta.
Sábado, 18 de julio. Ha sido un día largo y ridículo, el colofón de una semana larga
y ridícula. Juro por Dios que le voy a meter una paliza a Louis si convoca otra estúpida
reunión. La de hoy era para decidir si incluíamos o no otro escenario en el programa de
las Triescuadras, como si necesitásemos otro. Lo único que quería era que su nombre
apareciera en el acta de la reunión, y el resto fue la parrafada habitual: la importancia del
trabajo en equipo, la necesidad de compartir la información para que todos podamos estar
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«en el camino correcto». Jesús, es como si no pudiera vivir con la idea de que hubiera una
reunión mensual y no apareciera su nombre en el resumen. Y no ha logrado una mierda
desde el desastre de los Ma7, y lo único que ha intentado es convencer a todo el mundo de
que la culpa la tenía la doctora Chin. Y eso que no le gusta hablar mal de los muertos.
Santurrón gilipollas. Alan y yo estuvimos ayer hablando de los implantes, y ese tema va
sobre ruedas. Va a escribir una propuesta sobre ello esta semana, y NO vamos a permitir
que Louis la toque. Con un poco de suerte, nos darán luz verde al final de mes. Alan tiene
la sospecha de que los chicos de la oficina central querrán que lo hagamos sin que Birkin
lo sepa, aunque sólo Dios sabe por qué. A B no le importa una mierda lo que estemos
haciendo aquí. Se conforma con ser el más brillante e inteligente. Tengo que admitir que
estoy deseando ver su próxima síntesis: quizás podamos subsanar alguno de los fallos en
las Triescuadras. Tuvimos un pequeño susto en D el miércoles, en el 101. Alguien dejó
abierto el refrigerador, y Kim jura una y otra vez que faltan productos químicos, aunque
empiezo a creer que ha vuelto a contar mal. Es difícil creer que ella esté a cargo del
proceso de infección. Esa mujer es una cabra loca y es condenadamente descuidada a la
hora de mantener limpio el equipo. No me explico cómo es que no ha infectado a todo el
equipo de investigadores. Dios sabe que hay material de sobra para ello. Debería ir a ver a
D para asegurarme de que todo está listo para mañana. Tengo una nueva cepa, y Griffith
en persona me ha pedido ver el proceso. Es la primera vez que sale del laboratorio desde
hace semanas. De hecho, es la primera vez que se interesa por lo que estamos haciendo los
demás. Sé que es una estupidez, pero aun así quiero impresionarlo. Es tan brillante como
Birkin, aunque sea a su modo tan inquietante. Creo que incluso intimida a Louis, y éste
es demasiado estúpido como para sentir temor… Seguiré escribiendo.
Las páginas restantes estaban en blanco. Rebecca levantó la vista hacia Steve,
sin saber qué decir. Su mente trabajaba a toda velocidad para obtener retazos de
información útil a partir de aquel desahogo mental. Allí había datos que le
preocupaban, algo que no podía determinar con exactitud…
Productos químicos que faltan. Proceso de infección. El brillante e inquietante
doctor Griffith…
No tenía la menor duda de que el doctor Griffith había matado a los demás
científicos, pero no era eso lo que había hecho saltar las alarmas internas de su
cerebro. Era…
—El bloque D —dijo Steve, y en su rostro se dibujó una expresión de miedo
angustiado—. Si nosotros estamos en el bloque A, Karen y John están en el
bloque D.
Donde hay suficiente virus-T como para infectar a todos los trabajadores de la
instalación. Donde se llevaba a cabo el proceso de infección.
—Debemos decírselo a David —concluyó Rebecca, y Steve asintió.
Ambos se apresuraron a salir de la habitación. Rebecca esperaba que Karen
y John no encontrasen la habitación 101… y que, si lo hacían, no tocaran nada
que pudiera hacerles daño.
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La sala de pruebas era grande, y tres de las paredes estaban cubiertas por
cubículos abiertos por un lado. En cuanto encendió las luces, David vio que las
pruebas estaban numeradas y coloreadas con toda claridad, con los símbolos
pintados en el suelo de cemento delante de cada una de ellas.
Todas las pruebas de la serie roja estaban a la izquierda, más cerca de la
puerta. Vio bloques de colores brillantes y trozos de madera de formas sencillas
encima de la mesa de cada cubículo mientras pasaba caminando a su lado en
dirección a la parte trasera de la habitación. La serie verde estaba en la pared
opuesta, pero no le prestó atención. La pared trasera estaba marcada con
triángulos azules, y la prueba número cuatro estaba en la esquina derecha, la
más alejada.
Mientras se acercaba a la parte posterior de la estancia, oyó un ligero
zumbido de energía procedente de la zona de las pruebas azules. Había un
pequeño ordenador en la mesa de la prueba número dos, y un teclado y unos
audífonos en la prueba tres. Como había prometido el texto de Trent, la serie
estaba activada, aunque no sabía a qué estaban conectadas.
No tengo ni idea ni me importa. En cuanto haya resuelto estos pequeños acertijos,
encontraremos lo que hayan escondido para nosotros y nos marcharemos de aquí. Nos
alejaremos de este cementerio. No veo la hora de hacerlo.
Ya había visto más que suficiente de la Ensenada de Calibán. Los cadáveres
de la entrada ya habían sido bastante ominosos, pero eran los pensamientos que
habían provocado lo que le preocupaba, lo que le hacía sentirse tan ansioso de
salir de allí con su equipo. Las Triescuadras eran letales y peligrosas, el monstruo
en las aguas de la ensenada había sido algo horrible… pero, en cierto modo, en
aquellas instalaciones acechaba un monstruo completamente distinto, uno que
había matado a los de su propia especie y que luego los había amontonado como
leña en un rincón. Aquel tipo de locura lo atemorizaba mucho más que la codicia
inmoral de Umbrella, y sentía pánico por lo que una persona como aquélla le
haría a un grupo de soldados que intentaban detenerlo.
Encontraremos el «material», probablemente notas sobre Umbrella, o quizás el
propio virus… y luego saldremos pitando hacia la valla y nos alejaremos de toda esta
locura. Que los Federales1 se encarguen del resto. Si son inteligentes, volarán en mil
pedazos este lugar y reunirán las pistas a partir de las cenizas…
Se detuvo delante del último cubículo y volvió a concentrarse en lo que
tenía que hacer. No estaba seguro de lo que vería, pero el despliegue de la
prueba número cuatro le sorprendió. Había una mesa y una silla, de un seco
metal de color gris. Encima de la mesa había un bloc de hojas de papel, un lápiz y
un juego de ajedrez barato, con todas las piezas colocadas. Cuando entró en el
cubículo, vio una placa de metal colocada sobre la superficie de la mesa, con una
serie de números grabados en la placa.
David se sentó en la silla, y observó atentamente los números.
9-22-3/ / 14-26-9-24-26/ / 2245/ / 15-6-20-26-9
1
Se refiere a los agentes del FBI. (N del T.)
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Frunció el entrecejo y levantó la vista hacia el tablero de ajedrez, y luego
miró otra vez los números. No había nada más que mirar: allí estaba todo lo
relativo a la prueba. Recordó todas las pistas del mensaje de Ammon,
preguntándose cuál de ellas sería la respuesta. Era la de «letras y números a la
inversa» o la de «no contar». Allí no había nada que hiciera referencia a un arco
iris, así que tenía que ser una de esas dos…
Si las pistas están en el mismo orden que las pruebas, se trata de la inversión de
letras y números. Pero ¿qué letras? Aquí no hay letras…
David sonrió de repente mientras meneaba la cabeza. Los números de la
placa de metal llegaban sólo hasta el veintiséis: era un código, y muy sencillo.
Tomó el lápiz y escribió rápidamente las letras del alfabeto 1 y luego las
numeró hacia atrás. A era veintiséis, B era veinticinco, y así hasta llegar a la Z,
que era la letra número 1.
Miró alternativamente el papel y la placa y comenzó a escribir los números
y a descifrar el mensaje.
Si… E…X…M…
La última letra era otra R. Miró al papel donde estaba escrita la frase y luego
el tablero de ajedrez. Parecía que alguien tenía cierto sentido del humor.
REX MARCA EL LUGAR
«Rex» en latín era «rey».
Las blancas siempre mueven en primer lugar, así que…
Extendió la mano y tocó el rey blanco. En cuanto sus dedos entraron en
contacto con la pieza, ésta se giró y quedó orientada hacia la parte trasera del
tablero. Simultáneamente oyó una suave tonadilla musical procedente de algún
lugar por encima de su cabeza. Levantó la vista y vio un pequeño altavoz en el
techo.
No ocurrió nada más. Ni hubo luces parpadeantes, ni se produjo la apertura
de un compartimiento secreto ni las paredes se alzaron para revelar un pasadizo
oculto. Al parecer, había superado la prueba.
Qué poco emocionante.
Le pareció que era una prueba tremendamente complicada para algo tan
supuestamente estúpido como las unidades de las Triescuadras, unos zombis sin
mente… aunque quizás los investigadores habían desarrollado planes para algo
distinto, algo inteligente…
Era una idea inquietante, y no quería ni pensar en ella. Se levantó y se
dirigió hacia la parte delantera de la estancia…
En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Rebecca y Steve entraron a la
carrera, ambos con expresión de temor en el rostro.
—¿Qué pasa?
Rebecca agitó el pequeño libro en la mano y comenzó a hablar con rapidez.
—Hemos encontrado un diario. Dice que la cepa del virus que se utilizaba
para infectar a las Triescuadras se encuentra en el bloque D, en la habitación
1
Ceñido al alfabeto de la lengua inglesa, puesto que parece más lógico en virtud del contexto. (N. del t.)
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
ciento uno. Puede que no pase nada, pero si Karen o John tocan algo que haya
quedado contaminado…
Ya había oído lo suficiente.
—Vamos.
Ambos se giraron y comenzaron a seguirlo cuando pasó a su lado para
encabezar la marcha y deshacer el camino que habían recorrido hasta allí,
mientras sus pensamientos se sucedían sin tregua. Habían pasado de largo al
lado de una entrada al otro extremo del edificio: podría enviar a Rebecca y a
Steve al siguiente bloque mientras él se acercaba al bloque D, tal como habían
planeado de antemano… sólo que ahora tenía que ir muchísimo más rápido,
además de llevar consigo el tremendo y horrible temor de que dos miembros de
su equipo podían entrar en contacto de forma accidental con el temible virus-T.
Eso no va a ocurrir, porque son muy cuidadosos. ¿Qué posibilidades hay de que uno
de ellos se corte y luego toque algo en una estancia que tiene que estar marcada para
indicar que es un laboratorio?
Los hechos tranquilizadores no calmaron sus temores. Todos se apresuraron
a llegar a la salida, mientras un nudo de miedo se aposentaba en el fondo del
estómago de David.
Estaban de pie en un corredor en el centro del bloque D, escuchando en
silencio para oír el sonido que les indicaría que David había llegado. Podrían
percibir cualquier ruido procedente de cualquiera de las tres puertas que daban
al exterior desde el lugar donde se encontraban. Después de comprobar que en el
edificio no había ningún peligro y de encontrar la sala de pruebas, Karen y John
habían abierto todos los pasillos que llevaban a las puertas de salida.
Karen echó un vistazo a su reloj y se frotó los ojos. Se sentía un poco
cansada por todo lo que había ocurrido a lo largo de aquella noche, y también un
poco enferma por lo que había visto en la habitación 101. Incluso John parecía
extrañamente tranquilo y, desde luego, estaba mucho más callado que de
costumbre. No había gastado ni una sola broma desde que habían salido de
aquella estancia para dirigirse hasta donde estaban esperando a David.
Quizás está pensando en la camilla, con las cuerdas manchadas de sangre. O en las
jeringuillas. O en el equipo quirúrgico metido en el fregadero…
Habían encontrado la sala de pruebas en primer lugar, una gran estancia
repleta de pequeñas mesas, cada una de ellas marcada con números entre el uno
y el ocho. Karen había quedado algo decepcionada al ver que la prueba número
siete de la serie azul no era más que un puñado de fichas de colores con una letra
escrita en cada una de ellas. La mitad de ellas estaban boca arriba y no querían
decir nada. Todos los colores correspondían a los del arco iris, aunque había dos
fichas violetas adicionales en el montón. Como no podían tocar nada hasta que
David hubiera realizado la primera prueba, se dio la vuelta a regañadientes y
sugirió que quizá deberían registrar el resto del edificio.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Habían atravesado un par de habitaciones vacías y una atestada sala de café,
donde habían encontrado una caja de bollos increíblemente duros y poco más.
En el laboratorio químico habían encontrado los mejores indicios sobre el tipo de
lugar que habían creado los directivos de Umbrella. Y aunque Karen no creía en
fantasmas, la estancia le había hecho experimentar una sensación como jamás
había tenido antes: el lugar estaba maldito. Así de simple: maldito por los
sentimientos de miedo y por la precisión fría y nazi de unos científicos que
cometieron atrocidades contra seres de su propia especie.
—¿Estás pensando en esa habitación? —preguntó John en voz baja.
Karen asintió, pero no dijo nada. John pareció percibir su deseo no
expresado en voz alta de que no quería hablar sobre ello, y Karen se sintió
agradecida por ello. La única sensación agradable para ella en ese momento era
el peso de su amuleto de la suerte en el interior de su chaleco. Deseaba poder
sacarlo para sentirse reconfortada por el recuerdo de su padre y las misiones
llevadas acabo con éxito. Cualquier cosa que le quitara de la cabeza aquella
habitación…
El signo en el exterior de la puerta de la habitación 101 indicaba claramente
que existía peligro biológico en aquel lugar. Ella y John habían discutido
brevemente sobre la posibilidad de entrar. Él argumentaba que era peligroso
entrar en una zona que quizás estaría contaminada, y Karen había insistido en
que ninguno de los dos tenía cortes o roces profundos en la piel y que podrían
encontrar alguna información sobre el virus-T que podrían llevarse con ellos. La
verdad era que ella no quería, no podía dejar pasar de largo una oportunidad
como aquélla: necesitaba saber lo que había detrás de esa puerta, porque estaba
allí, porque si no la abría, no se quedaría tranquila.
John había accedido por fin y habían entrado, pasando en primer lugar por
un corto pasillo que estaba cubierto con hojas de plástico grueso. Por encima de
sus cabezas vieron unas bocas de ducha, y en el suelo un agujero de desagüe.
Estaba claro que era una zona de descontaminación. Una segunda puerta, algo
más pequeña, llevaba a una habitación que era el sueño de cualquier científico
loco de las películas de terror.
Cristal roto en el suelo, crujiendo bajo las suelas de las botas. Un vago olor a sudor
provocado por el miedo, justo por debajo del acre y penetrante olor a lejía y a
desinfectante…
John encontró los interruptores de la luz, y antes incluso de que la gran
estancia apareciera ante sus ojos, Karen sintió que su corazón empezaba a latirle
con violencia. Una tensión siniestra llenaba la atmósfera del lugar, como un
presagio que irradiara de las mismas paredes. Se parecía a cualquiera de la
docena de laboratorios en los que ella había trabajado: estanterías y armarios
pegados a las paredes, un par de fregaderos de metal, una gran unidad de
refrigeración en una esquina con un candado en el tirador. Y en cierto modo, eso
era lo peor: que el ambiente le fuese tan familiar, un lugar en el que ella siempre
se había sentido a gusto.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Las pocas diferencias eran tremendas. La estancia estaba centrada alrededor
de una mesa de autopsia de acero inoxidable… con ataduras en las esquinas. Y
había otras dos camillas al lado de la mesa, equipadas de la misma manera.
Mientras se acercaba a una de ellas, vio unas manchas oscuras y secas en cada
uno de sus extremos. La fina tela de la camilla estaba empapada con la sangre
procedente de los sitios donde se encontrarían las muñecas y los tobillos de una
persona.
En la parte trasera de la habitación había una jaula del tamaño de un retrete.
Las gruesas barras rodeaban un pequeño banco sin acolchar. A su lado había
unas cuantas varas apoyadas en la pared, cada una de un metro
aproximadamente, con agujas hipodérmicas en la punta. Eran el tipo de
instrumento utilizado en los zoológicos para drogar a los animales salvajes, que
permitía a la persona encargada de hacerlo no ponerse al alcance de sus garras.
Karen miró de nuevo la camilla y tocó ligeramente la costra de sangre seca,
preguntándose qué clase de persona participaría voluntariamente como
investigador en un experimento de ese tipo. La mancha de sangre era vieja y
polvorienta, y su mente se llenó con las imágenes de lo que tenían que haber
soportado las víctimas, a la espera en el interior de la jaula, quizás observando
cómo un loco de manos enguantadas inyectaba un virus tóxico y mutante en un
ser humano indefenso… Era un mal lugar, un lugar repleto de hechos malvados.
Ambos lo habían sentido, ambos se habían visto afectados emocionalmente al
darse cuenta de lo que había pasado en aquel sitio.
A Karen comenzó a escocerle el ojo derecho; aquello la distrajo de los
terribles recuerdos y la volvió de regreso al presente. Se lo frotó, y luego miró de
nuevo su reloj. Sólo habían pasado veinte minutos desde que el equipo se había
separado, aunque parecía que había pasado mucho más tiempo…
Oyó el ruido de una puerta que se abría, seguido por un grito de David que
resonó por el pasillo. Había entrado por la puerta que daba al oeste.
—¡Karen, John!
John le sonrió a Karen, y ella le devolvió la sonrisa, sintiendo una oleada de
alivio: David estaba bien.
—¡Aquí! ¡Sigue andando! —respondió John—. ¡Gira a la derecha en el cruce
de pasillos!
El eco de sus pasos apresurados llegó hasta ellos a través del pasillo.
Segundos después, apareció por la esquina y siguió trotando hacia ellos, con el
rostro congestionado por la preocupación.
—¿Va todo…? —comenzó a preguntar Karen, pero David la interrumpió.
—¿Habéis encontrado el laboratorio? ¿La habitación ciento uno?
John frunció el entrecejo y su sonrisa desapareció.
—Sí, está por donde tú has venido…
—¿Habéis tocado algo? ¿Tenéis algún corte o alguna pequeña herida que
pueda haber entrado en contacto con cualquier cosa?
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Sus rostros dejaron translucir la confusión que sentían. David habló con
rapidez, mirando a uno y a otro de forma alternativa.
—Hemos encontrado un diario, y en él dice que en ese laboratorio es donde
se infectaba a los miembros de las Triescuadras.
—Vaya, no me jodas. —John volvió sonreír—. Lo adivinamos en cuanto
pasamos dos segundos en esa habitación.
—Ni un rasguño —repuso Karen, poniendo en alto sus dos manos.
David dejó escapar una profunda exhalación, y sus hombros se relajaron.
—Gracias a Dios. Tenía un presentimiento horrible mientras venía hacia
aquí. Hemos encontrado a los investigadores en el bloque A. Ammon tenía razón,
los ha matado a todos. Y ese misterioso «él» ya tiene nombre. Rebecca está
bastante segura de que se trata de Nicolas Griffith. Reconoció su nombre en la
lista de Trent, y el muchacho tiene un historial bastante macabro. Ya os lo contará
cuando nos reagrupemos… —meneó la cabeza, y una ligera sonrisa apareció en
sus labios—. Yo… Supongo que dejé que mi imaginación se desbocara por un
momento.
La sonrisa de John se hizo aún más amplia.
—Demonios, David, no sabía que te preocupáramos tanto. O que pensaras
que somos tan estúpidos como para pincharnos con agujas sucias en un sitio
como éste.
David soltó una pequeña risa.
—Por favor, acepta mis más sinceras disculpas.
—¿Dónde están Rebecca y Steve? —preguntó Karen.
—En estos momentos, probablemente se encuentren en la siguiente área. Vi
que llegaban sanos y salvos al bloque B antes de venir aquí. ¿Habéis encontrado
la prueba número siete?
—Por aquí —repuso John, y comenzó a contarle el encuentro que habían
tenido con las dos Triescuadras mientras se acercaban a la sala de pruebas.
Karen los siguió, frotándose con más fuerza el ojo para quitarse de encima
el molesto picor. Probablemente se lo había irritado aún más al frotárselo, porque
parecía estar peor. Y para colmo de males, sentía que iba a tener un dolor de
cabeza.
Se frotó el ojo de nuevo, suspirando para sus adentros por el momento tan
oportuno para ponerse enferma. Nunca tenía dolores de cabeza excepto cuando
estaba a punto de caer enferma. El chapuzón en el frío océano debía de haberla
preparado para un lindo resfriado, y por el creciente palpitar del dolor de cabeza,
sería uno de los grandes.
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Capítulo 11
Había preparado todas las jeringuillas después de decidir dónde se
escondería, después de haberle dado las instrucciones a Athens y de haberlo
enviado a que las cumpliera. No le quedaba otra cosa que hacer más que esperar.
A pesar de la confianza que sentía minutos antes, en ese momento estaba
nervioso y caminaba arriba y abajo del laboratorio de forma incesante. ¿Qué
pasaría si Athens hubiese olvidado cómo cargar un rifle? ¿Qué pasaría si el
sistema de apertura del recinto de los Ma7 no funcionaba o si los intrusos
disponían de la potencia de fuego suficiente como para eliminarlos? Había
procurado prepararse para cualquier posibilidad, y cada plan había dado lugar al
desarrollo de un plan de contingencia, pero ¿qué ocurriría si todo fallaba y los
intrusos lograban llegar hasta él?
Los mataré yo mismo. ¡Los estrangularé con mis propias manos! No impedirán que
hagan lo que debo hacer. No pueden, no después de todo lo que he logrado. No después de
todo por lo que he tenido que pasar para llegar hasta donde estoy…
Por segunda vez en aquel día, recordó cómo había logrado tomar el control
de las instalaciones… Las extrañas y vívidas imágenes de aquel soleado día,
hacía ya un mes. En lugar de desechar aquellos pensamientos, como había hecho
antes, los dejó seguir y les dio la bienvenida, para recordar lo que era capaz de
hacer si era necesario. Se detuvo bruscamente y se dejó caer sobre una silla,
cerrando los ojos.
Un día soleado…
En cuanto se dio cuenta de lo que tenía que hacer, se dedicó a planearlo
durante dos semanas, estudiando cada detalle de forma incansable hasta que
quedó satisfecho de que cada variable había sido prevista. Había pasado bastante
tiempo leyendo sobre el comportamiento de las Triescuadras, revisando los
horarios principales y memorizando las actividades diarias de las instalaciones.
Había observado y vigilado a sus colegas, aprendiéndose de memoria sus
programas de trabajo hasta que fue capaz de recitarlos de atrás hacia adelante. Se
quedó mirando los planos que había hecho de cada edificio y caminó por ellos en
su mente un millar de veces. Después de pensarlo detenidamente, eligió una
fecha, y varios días antes del día señalado, se coló en la habitación de
procesamiento de las Triescuadras y robó varios frascos con sustancias
extremadamente poderosas.
Kilosintesina, mamesidina, tralfenida, tranquilizantes animales y narcóticos
sintéticos, algunos de los mejores productos de Umbrella…
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Sólo había tardado una tarde en lograr la mezcla que quería en la
proporción adecuada, justo como había esperado. Entonces se había quedado a la
espera, igual que estaba haciendo en aquel momento…
El día anterior a la puesta en marcha de sus planes había observado el
proceso de formación de una Triescuadra y luego le había pedido a Tom Athens
que fuera al laboratorio después de la cena para discutir en privado unas cuantas
ideas que había tenido sobre cómo intensificar el factor de sugestión. Encantado
de aceptar su invitación, Athens había escuchado atentamente la descripción de
Griffith sobre la nueva cepa que había creado, en términos hipotéticos, por
supuesto, y después de una caliente y «cargada» taza de café, Athens había sido
el primero en experimentar el milagro de Griffith.
Griffith sonrió al recordar aquellos gloriosos momentos iniciales, la
primerísima y, por supuesto, más importante prueba de la efectividad de su cepa
de virus. Le había dicho a Athens que la única voz que podría percibir con
claridad sería la de Nicolas Griffith, y que todas las demás voces serían para él
un balbuceo incoherente, y la sugestión había funcionado con esa facilidad. En
las primeras horas de aquella mañana llena de promesas, había puesto en marcha
una cinta con un discurso del propio doctor Athens, y el servicial doctor no había
oído más que una charla ininteligible.
Si la cepa no hubiese superado la prueba, Griffith habría abortado su
intento de tomar el control de las instalaciones, y nadie habría sabido nada. Ya
tenía previsto un desafortunado accidente si el virus no actuaba del modo que se
suponía que tenía que hacerlo: el cuerpo del doctor Athens habría sido
descubierto al día siguiente, sobre las rocas de la orilla. Sin embargo, el increíble
éxito de su creación le había demostrado, más allá de cualquier duda, que no
tenía más remedio que continuar con sus planes…
Y así, pues a la cocina. Las gotas de sedante en las tazas de café, en los pastelillos,
inyectados con mucho cuidado en la fruta y disuelto en la leche, los zumos…
De los diecinueve hombres y mujeres que vivían en la Ensenada de Calibán,
sólo había una persona que se saltara el desayuno de forma habitual y que jamás
tomaba café: Kim D'Santo, la ridícula jovencita que trabajaba con el virus-T.
Griffith se había limitado a enviar al doctor Athens para que le rebanara la
garganta mientras dormía, antes de que saliera el sol…
Era un día soleado, sin una sola nube en el horizonte, mientras ellos se tragaban su
desayuno y se bebían su café. Luego salieron al fresco aire de la mañana y se cayeron al
suelo. Muchos de ellos ni siquiera lograron salir de la cafetería antes de derrumbarse
inconscientes. Unos cuantos lograron gritar que los habían envenenado, pero
inmediatamente no pudieron hablar más y cayeron dormidos bajo el efecto de las drogas…
Griffith frunció el entrecejo al intentar recordar qué había ocurrido después.
Había escogido a Thurman, incapaz de resistir el infantil placer de mostrarle al
buen doctor lo que había logrado crear. Luego había elegido a Alan Kinneson,
aunque no le había concedido el don hasta después, y lo había mantenido
sedado…
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LA ENSENADA CALIBAN
Conocía los demás hechos: Thurman y Athens se habían encargado de los
demás trabajadores y los habían apilado en el bloque A. Lyle Ammon había
logrado permanecer escondido durante cierto tiempo, pero las Triescuadras
habían logrado encontrarlo aquella misma tarde. Griffith había tomado un
almuerzo algo tarde y luego se había ido a la cama, para levantarse temprano y
empezar a trasladar todos los papeles y el material informático al laboratorio.
Ésos eran los hechos, los datos que conocía, pero por alguna extraña razón, la
realidad se había hecho borrosa y no podía recordar con exactitud qué había
visto, cómo había transcurrido el resto del día para él.
Griffith rebuscó entre sus recuerdos, concentrándose en ello, pero sólo pudo
traer a la memoria las mismas imágenes confusas e inciertas: el brillante sol del
mediodía, bañando los cuerpos dormidos y cubiertos de rojo. El grito de las
gaviotas sobre la ensenada, salvajes e incansables, sobre el cálido viento. Un
fuerte olor sobre el suelo sucio…
Y sangre en mis manos y en el escalpelo que brillaba húmedo y afilado, y que yo
hundía en la blanda carne de caras y estómagos y ojos, y después el rugir de las olas en la
oscuridad y el carrete de hilo de pescar, y Ammon, Ammon saludando con la mano…
Abrió los ojos de repente, y la pesadilla acabó en ese mismo instante.
Conmocionado, Griffith miró alrededor y vio su laboratorio iluminado por la fría
y suave luz de los tubos fluorescentes. Seguro que se había quedado dormido
por un momento. Sí, eso había sido, sin duda. Se había quedado dormido y había
tenido una horrible pesadilla.
Miró el reloj y comprobó que sólo habían pasado unos minutos desde que
había enviado a los doctores a cumplir sus instrucciones. Sintió una oleada de
alivio al ver que no se había quedado dormido durante mucho tiempo, pero a
medida que el alivio desaparecía, notó que el nerviosismo regresaba a su cuerpo,
lo mismo que la ansiedad provocada por los intrusos. No me detendrán. Es mío.
Griffith se puso en pie y comenzó a andar arriba y abajo de forma incesante,
a la espera.
Sólo fue necesario dedicar un poco más de tiempo a la prueba del «arco iris
del tiempo», la número siete, que a la prueba número cuatro, a la que David
llamó la «prueba del ajedrez». John y Karen le habían mostrado la pequeña mesa
en la gran habitación, y se habían quedado de pie a su espalda mientras él le
daba la vuelta a las fichas que estaban boca abajo y las ponía en fila. Debajo del
montón de fichas con los nueve colores del arco iris había una larga muesca, de
unos treinta centímetros de longitud y cinco centímetros de ancho. Estaba claro
que en ella sólo cabrían siete fichas.
Los siete colores del arco iris, así que son siete fichas. Es sencillo, de modo que, ¿por
qué hay nueve fichas?
David ordenó las fichas por colores y las colocó en una fila debajo de la
muesca. Cada una tenía una letra distinta en su parte superior, marcada con tinta
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negra. Rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil… y tres fichas violetas con tres
letras diferentes.
—¿Se supone que esto quiere decir algo? —preguntó John.
Si se leían de izquierda a derecha, las letras de las seis primeras fichas eran:
E, F, M, A, M y J. Las demás fichas tenían las letras J, D y O.
—No que yo sepa —dijo Karen en voz baja.
David suspiró.
—Es el tipo de rompecabezas en el que tienes que adivinar cuál es el
siguiente elemento —dijo—. Al parecer, tiene que ver algo con el tiempo.
¿Alguna idea?
Tanto John como Karen se quedaron mirando el rompecabezas, observando
con atención las letras. David se preguntó si se sentirían tan cansados como él
comenzaba a sentirse. John tenía un aspecto menos vivaracho que el habitual, y
Karen parecía bastante agotada, con la piel algo pálida y la mirada bastante
perdida.
Por supuesto que están cansados, pero al menos lo están intentando…
David volvió a mirar las fichas de colores e intentó centrar su atención en
ellas, pero no pudo sacar ni una sola idea coherente de su observación. Había
sido un día realmente largo, con períodos de concentración muy intensa,
intercalados con situaciones cargadas de adrenalina en las venas. Había sentido
miedo, dudas, decisión y luego miedo de nuevo, además de unas cuantas
emociones más no demasiado claras y delimitadas. En ese momento se sentía
rendido de cansancio, a la espera de lo que pasaría a continuación…
John sonrió de repente, con un brillo triunfal en la mirada.
—Las letras corresponden a las iniciales de los meses del año: enero, febrero,
marzo, abril, mayo, junio… julio. Es la J, la siguiente ficha es la que tiene
marcada la letra J.
—Brillante —celebró David.
Comenzó a colocar las fichas en la ranura al mismo tiempo que John,
todavía sonriente, le daba un pequeño codazo a Karen.
—Y tú que pensabas que sólo valía para el sexo.
Karen, como era habitual, ni siquiera se dignó en responder. David se sintió
aliviado de haber superado la segunda prueba y colocó la última ficha en su
lugar. Se oyó un ligero chasquido y el arco iris bajó un poco, muy poco, quizás
un milímetro. Por encima de sus cabezas percibieron un ligero sonido a
campanillas procedente de un pequeño altavoz situado en el techo. Éste estaba
escondido detrás de un tubo fluorescente.
—¿Eso es todo lo que recibo? —dijo John con tono pretendidamente
ofendido—. ¿No hay una orquesta o un desfile?
David enderezó el cuerpo y sonrió con cansancio.
—Yo oí lo mismo cuando superé la otra prueba. Deberíamos ponernos en
marcha y ver qué tal les va juntos a Steve y a Rebecca…
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—Un modo interesante de decirlo —repuso John con una pequeña
carcajada—. Muy bonito y educado.
David tardó unos segundos en pillar el doble sentido, aunque Karen había
levantado la vista al cielo inmediatamente… y luego se había frotado los ojos.
Cuando apartó la mano, David se dio cuenta de que su ojo derecho estaba muy
rojo, mientras que el izquierdo, aunque también estaba ligeramente enrojecido,
no presentaba tan mal aspecto.
Ella se dio cuenta de que la estaba mirando atentamente y le sonrió
mientras se encogía los hombros.
—Lo tengo irritado. Me pica, pero estoy bien.
—No te lo toques más o empeorará —dijo David mientras encabezaba la
marcha hacia la puerta—. Y que Rebecca le eche un vistazo en cuanto nos
reunamos con ella y con Steve.
Recorrieron el pasillo en dirección a la salida trasera. David se preparó para
otra carrera a través de los edificios de la instalación. Si las cuentas no le fallaban,
en total habían logrado abatir a tres de las Triescuadras: tres hombres en el
exterior del almacén de botes y un cuarto en el recorrido hacia el primer edificio,
y luego Karen y John habían acabado con otros cinco entre los bloques C y D.
Una información muy útil, David, si por casualidad supieras cuántas escuadras hay
ahí fuera.
Hizo caso omiso del sarcasmo interior de su conciencia mientras extendía la
mano hacia el tirador de la puerta de metal y Karen se preparaba para apagar las
luces. Desenfundaron sus armas y respiraron profundamente varias veces para
prepararse. En ese instante, David notó de nuevo una sensación familiar que le
recorría el cuerpo, una que ya había experimentado en situaciones similares pero
a la que no había podido ponerle nombre. No era tanto una sensación como un
estado de existencia, y aunque no era un hombre especialmente religioso, era lo
más parecido que tenía a la creencia en el destino, la sensación de que existían
hechos y fuerzas más allá de la influencia humana.
Pasase lo que pasase, fuese lo que fuese lo que estaba ocurriendo mientras
se preparaban para salir fuera, todos los factores decisivos se hallaban
firmemente situados en su lugar correspondiente y estaban interconectados
como las piezas de un rompecabezas. Lo sentía con una certidumbre que
desafiaba la razón y la lógica. Era como si una gran rueda de las oportunidades
que determinaban el resultado, que les daría o les quitaría la vida, se hubiese
puesto en marcha y se dirigiese hacia su inevitable final, sólo que, en lugar de ir
más lentamente, la rueda girase cada vez con mayor rapidez y acelerase al
mismo tiempo que les revelaba los planes que el cosmos tenía para ellos.
Había sentido a menudo cierta tranquilidad al darse cuenta de la presencia
de esa rueda, la indefinible sensación de que el resultado ya había sido decidido
y que lo único que podía hacer era presenciar cómo se acercaba. Cuando era un
niño y su padre se encontraba en uno de sus ataques de furor provocado por el
alcohol, la creencia en algo superior era lo único que a veces le había salvado de
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LA ENSENADA CALIBAN
caer en una desesperación total. Sin embargo, en esa ocasión… en aquel
momento sólo sentía que era algo terrible, una atracción de feria siniestra y
alucinante en la que se habían montado por error, y no se habían dado cuenta de
la verdad hasta que había sido demasiado tarde: no podían regresar ni dar
marcha atrás, y tampoco esquivar lo que se iban a encontrar más adelante.
Entonces nos agarramos a lo que podamos y aguantamos. Haremos lo que podamos.
David se acercó más a la puerta y le quitó el seguro a la Beretta. No importa
si tenía el control de lo que iba a pasar después: Rebecca y Steve estaban
esperándolos.
La sala de pruebas estaba en completo silencio con excepción del zumbido
procedente de las máquinas marcadas con números azules, del nueve al doce, y
del esporádico roce de las páginas del diario de Athens que Rebecca estaba
hojeando. Sentado en una mesa, Steve observaba cómo leía, aunque sus
pensamientos estaban en otro lado, tensos e inquietos, mientras esperaban que
aparecieran los demás miembros del equipo. Sentía un poco de dolor en el pecho,
provocado tanto por el impacto del proyectil de pequeño calibre contra su
chaleco antibalas como por la ansiedad causada por la posible situación de John
y Karen.
Ambos habían estado de acuerdo, después de echar un rápido vistazo a las
demás habitaciones, en que la sala de pruebas era el mejor lugar para esperar a
los demás. Al parecer, el bloque B de las instalaciones era el que Umbrella había
dedicado especialmente a los aspectos quirúrgicos de las investigaciones sobre
armas biológicas. Todas las habitaciones eran de color blanco y estaban repletas
de muebles de acero, pero también eran ominosamente espartanas y
desagradables. Aunque el ambiente del edificio estaba tan cargado y hacía tanto
calor como en los otros bloques, Steve sintió en éste un frío interior cuando
pasaron al lado de las distintas salas de operaciones, como si las propias
estancias hubiesen adquirido las características de las criaturas infectadas por el
virus-T. Frías y sin vida, con un propósito oscuro y en cierto modo insensible…
Rebecca levantó la vista, con los ojos llenos de emoción.
—Escucha esto —le dijo a Steve.
»Todavía están esperando que les pasemos el informe sobre la expansión desde que
el doctor Grifftth ha disminuido el tiempo de amplificación. Tenemos espacio para veinte
unidades, pero voy a negarme a crear más de doce. No podemos concentrarnos en el
entrenamiento de más de cuatro escuadras a la vez. Ammon me ha confirmado que me
apoyará si se produce alguna discusión.
Steve asintió, mitad aliviado, mitad preocupado por la información. Ya
habían eliminado a una de las Triescuadras mientras se acercaban a los bloques
de la instalación, además de herir de gravedad o incluso matar a un par de
individuos de otra escuadra. No estaba mal. Sin embargo, por otro lado, aquello
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
significaba que todavía quedaban otro par de escuadras al completo rondando
por ahí fuera…
A menos que ya se estén enfrentando a David y los demás…
Se enfadó consigo mismo y se obligó a pensar en otra cosa.
—¿Sabes lo que quiere decir eso de «ha disminuido el tiempo de
amplificación»?
Rebecca asintió con lentitud, frunciendo el entrecejo por la preocupación.
—Estoy bastante segura de que quiere decir que el doctor Griffith ha
acelerado el proceso de amplificación. Amplificación es el término que se utiliza
para indicar la expansión del virus por el cuerpo del organismo infectado.
Aquello tampoco sonaba como algo en lo que quisiera pensar. Por alguna
especie de acuerdo no expresado en voz alta, no habían hablado sobre la
posibilidad de que John o Karen se hubiesen infectado desde que David se había
marchado.
—Estupendo. ¿Has encontrado algo más?
Negó con la cabeza.
—La verdad es que no. Menciona lo que llama «los Ma7» un par de veces,
pero no dice nada más concreto aparte de que son un experimento con el virus-T.
Y desde luego, es una especie de gilipollas.
—¿Una especie de gilipollas?
Rebecca sonrió por un momento.
—Bueno, me he quedado corta. Es un cabrón inmoral y sediento de dinero.
Steve asintió mientras pensaba en el informe parcial que habían encontrado
sobre las Triescuadras y, en general, en toda la existencia de aquellas
instalaciones. Llamar a las víctimas del virus-T «unidades», crear salas de
operaciones como aquéllas y pruebas de aptitud como si fueran ratas de
laboratorio…
Es como si no pudieran reconocer que están realizando sus experimentos en seres
humanos, con gente de verdad…
—¿Cómo pueden hacer esto? —preguntó en voz baja, tanto a sí mismo
como a Rebecca—. ¿Cómo pueden dormir tranquilos por la noche?
Rebecca lo miró con ojos solemnes, como si tuviera la respuesta pero no
estuviera segura de cómo expresarla. Por último, suspiró.
—Cuando te especializas en un campo, sobre todo cuando es un área de
investigación que exige un pensamiento lineal y una concentración y un enfoque
muy definidos sólo en un pequeño elemento de algo más general… Es difícil
explicarlo, pero resulta tremendamente fácil perderse en ese pequeño elemento,
y da miedo, porque también es muy fácil olvidar que existe un mundo aparte y
real más allá de ese pequeño elemento. Cuando te pasas días y días mirando por
la lente de un microscopio, rodeado de números y letras y procesos… Alguna
gente se pierde. Y si, además, antes de empezar ya eran algo inestables
emocional o mentalmente, la ambición de lograr el éxito con ese pequeño
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LA ENSENADA CALIBAN
elemento se apodera de ti, y hace que todo lo demás carezca de importancia
alguna…
Steve se dio cuenta de lo que quería decir, y se sintió impresionado por la
profundidad que demostraba aquel pensamiento, por la claridad con que había
expresado su idea…
Y todo eso unido a una sonrisa capaz de iluminar todo este lugar. Si… cuando
salgamos de ésta, me voy a mudar a Raccoon City. Bueno, al menos, me enteraré de si
está saliendo con alguien…
Se oyó un sonido procedente de algún punto del edificio. Pasos. Steve se
levantó de la mesa y se dirigió con rapidez a la puerta.
Se asomó al pasillo y oyó la voz de David resonando por el vacío corredor.
—¡En la parte de atrás! —gritó Steve, y se quedó a la espera, mirando con
ansiedad hacia la esquina que David tenía que doblar para llegar hasta ellos. Por
fin lo hizo, con Karen y John sanos y salvos a su lado, con aspecto saludable y
sonriendo. Rebecca se acercó hasta donde se encontraba Steve y se puso a su lado,
y él vio la misma preocupación y esperanza escritos en su bello y juvenil rostro.
Extendió su mano de forma instintiva hacia la suya, y sintió un cosquilleo
electrizante cuando sus dedos se tocaron. Esperaba que ella apartase la mano,
pero no lo hizo; en su lugar, se apoyó en él mientras le apretaba la mano con
dulzura, con la piel de la palma de su mano tibia y suave contra la suya.
El eco de la resonante de voz de John llegó hasta ellos por el pasillo, llena de
buen humor y vivacidad.
—¡Eh, chavales! ¡Poneos la ropa, que viene gente!
Ella separó la mano con rapidez, pero la mirada que le lanzó compensó el
gesto con creces. Steve vio una expresión de cariño y ternura que hizo que su
corazón perdiera el compás, pero también madurez, una muestra clara de que se
daba cuenta de las circunstancias en las que se encontraban y que sabía cuáles
eran las prioridades en aquel caso.
Nada más hasta que salgamos de aquí.
Él asintió levemente, y se dieron la vuelta para esperar a los demás.
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LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 12
Rebecca todavía podía sentir la tibieza de la mano de Steve en la suya
mientras David, John y Karen se acercaban a la puerta. Vieron que John les
estaba sonriendo de oreja a oreja.
—Sentimos interrumpiros, pero pensamos que os vendría bien alguien que
hiciera de carabina —dijo—. No hay nada como el amor juvenil, ¿verdad?
Rebecca intentó no sonrojarse mientras los tres entraban en la sala. De
repente, se sintió muy poco profesional. Lo único que habían hecho era tomarse
de la mano, y sólo durante un segundo, pero estaban en mitad de una misión, en
un territorio hostil en el que cualquier fallo de concentración podía provocar la
muerte de todos ellos.
Al parecer, John se dio cuenta de su actitud avergonzada.
—Ah, no me hagas caso —se disculpó, mientras su sonrisa disminuía un
poco—. Sólo estoy gastándole una broma a Steve. No pretendía ofender a
nadie…
David lo interrumpió y lo miró fijamente.
—Creo que tenemos cosas más importantes de las que hablar —dijo con voz
tranquila—. Tenemos que ponernos al día con la información de la que
disponemos, y tengo unos cuantos asuntos que me gustaría considerar con
vosotros.
Señaló con la barbilla el diario que Rebecca sostenía en sus manos.
—Encontraron la habitación, pero no tocaron nada. ¿Has encontrado algo
útil?
Ella asintió, sintiéndose aliviada por lo que les había dicho David y
agradecida por el cambio de tema.
—Parece ser que sólo existen cuatro Triescuadras, aunque la anotación que
lo menciona data de hace seis meses.
David pareció aliviado también.
—Es una noticia excelente. John y Karen se encontraron con otras dos justo
fuera del bloque D, y lograron eliminar a los cinco miembros que las componían.
Eso significa que es posible que sólo quede una Triescuadra.
Cogieron unas sillas de las pequeñas mesas que estaban alineadas en las
paredes y formaron un semicírculo en el centro de la sala. David se quedó de pie
y les habló con solemnidad.
—Me gustaría efectuar una pequeña recapitulación de lo que ha ocurrido,
para asegurarme de que todos estamos informados antes de seguir adelante. En
resumen: estas instalaciones se han utilizado para efectuar experimentos con el
virus-T, y uno de los investigadores se ha apoderado de ellas por motivos
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desconocidos. Los demás trabajadores han sido asesinados y las oficinas han sido
registradas para llevarse cualquier prueba incriminatoria. Rebecca cree que el
responsable de todo lo anterior es el doctor Nicolas Griffith, y el hecho de que el
terreno todavía sea patrullado por las Triescuadras nos sugiere que todavía sigue
vivo en algún lugar de estas instalaciones, aunque no creo que debamos
preocuparnos por encontrarlo. Ya hemos superado dos de las pruebas que nos
planteaba el doctor Ammon a través de Trent, y tengo la esperanza de que el
«material» que ha ocultado para nosotros sean las pruebas que necesitamos para
acusar formalmente a Umbrella de actividades criminales.
Cruzó los brazos y comenzó a andar lentamente arriba y abajo, mirándolos
a cada uno de forma alternativa.
—Es obvio —siguió diciendo— que ya disponemos de multitud de pruebas
que demuestran que se han cometido actos ilegales en este lugar. Podríamos
marcharnos ya y denunciar el caso a las autoridades federales. Lo que me
preocupa es que todavía no disponemos de pruebas sobre la participación de
Umbrella. Su nombre no aparece en ningún lugar, con excepción del equipo
informático y el diario que encontraron Rebecca y Steve, y es posible encontrar
una explicación para ambos casos. Creo que debemos seguir con las pruebas y
encontrar lo que sea que el doctor Ammon ha dejado para nosotros antes de
marcharnos, pero antes de eso, quiero escuchar lo que tenéis que decir al
respecto. Esta no es una operación autorizada, y no seguimos ninguna orden, así
que si creéis que debemos irnos ya, nos iremos inmediatamente.
Rebecca se quedó sorprendida, y advirtió que las expresiones de los rostros
de los demás reflejaban el mismo asombro. David parecía tan seguro antes, tan
entusiasta con las posibilidades de éxito. El gesto que mostraba su rostro era
completamente distinto ahora. Casi parecía disculparse por querer seguir e,
incluso, le dio la impresión de que quería que alguno de ellos se opusiese.
¿A qué viene ese cambio? ¿Que ha ocurrido?
John fue el primero en hablar, mirando al resto de sus compañeros antes de
mirar otra vez a David.
—Bueno, hemos logrado llegar hasta aquí. Y si sólo queda otro grupo de
zombis ahí fuera, yo digo que acabemos.
—Sí —asintió Rebecca—, y además, todavía no hemos encontrado el
laboratorio principal, no sabemos por qué Griffith ha hecho todo esto. Puede que
haya sufrido un ataque psicótico o que esté ocultando algo. Es posible que no
encontremos nada, pero merece la pena echar un vistazo. Además, ¿qué pasará si
se le ocurre seguir destruyendo pruebas después de que nos hayamos ido?
—Estoy de acuerdo con vosotros —convino Steve—. Si los STARS están tan
involucrados en los asuntos de Umbrella como parece, no vamos a disponer de
otra ocasión como ésta. Quizá es la última oportunidad que tenemos para
establecer una conexión o relación entra las dos. Y ya estamos tan cerca… La
tercera prueba está justo ahí. Si la superamos, estaremos un paso más cerca de
lograr lo que queremos.
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LA ENSENADA CALIBAN
—Yo digo que sigamos —susurró Karen en voz baja.
Rebecca se volvió para mirarla al percibir el tenso tono de su voz, y se dio
cuenta por primera vez de que el aspecto de Karen no era demasiado bueno. Sus
ojos estaban completamente enrojecidos, y su piel estaba muy pálida, con un
tono casi cadavérico.
—¿Estás bien? —preguntó Rebecca.
—Sí —asintió Karen mientras lanzaba un suspiro—. Es sólo un dolor de
cabeza.
Debe de ser una migraña. Tiene un aspecto fatal.
—¿Qué pasa, David? ¿Qué es lo que te preocupa? —preguntó John de
golpe—. ¿Sabes algo que no quieres decirnos?
David se quedó mirándolos durante unos instantes, y luego negó con la
cabeza.
—No, no es nada de eso. Es sólo que… Es que tengo un mal presentimiento.
O más bien, el presentimiento de que va a pasar algo malo.
—Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees? —respondió John, pero con una
sonrisa—. Por cierto, ¿dónde estabas cuando entramos en la lancha?
David le respondió con una sonrisa cansada mientras se rascaba la nuca.
—Gracias, John. Casi lo había olvidado. Entonces, está decidido.
Resolvamos el siguiente rompecabezas, ¿de acuerdo? Ah, Rebecca, échale un
vistazo al ojo de Karen mientras nos ponemos manos a la obra. Le está
molestando mucho.
Se pusieron de pie y se dirigieron hacia la parte trasera de la sala, hacia la
mesa en la esquina noroeste marcada con un nueve de color azul. Steve y
Rebecca ya la habían observado con detenimiento cuando entraron en la sala por
primera vez, aunque seguían sin tener ni idea de en qué consistía la prueba. En la
mesa de metal lo único que había era una pequeña pantalla de ordenador en
blanco con un teclado de diez botones a su lado. Un enigma.
Rebecca le indicó con un gesto a Karen que se sentara en una silla delante
de la mesa de prueba número diez. El objetivo de aquella prueba también era un
misterio. Consistía en una placa de circuitos conectada a una plancha y lo que
parecía un par de alicates conectados a todo el conjunto por unos cables negros.
Se agachó para ver mejor y frunció el entrecejo. El ojo derecho de Karen estaba
extremadamente irritado. La córnea de color azul parecía flotar en un mar de
color rojo. El párpado parecía ligeramente hinchado.
Se giró para pedirle la linterna a David mientras él se sentaba y, justo en ese
momento, vio que la pantalla se encendía y aparecían varias líneas de escritura.
—Es una especie de sensor de movimiento —comenzó a decir Steve, pero
David levantó la mano de repente mientras leía en voz alta y rápida lo que
aparecía en la pantalla, con un tono que sonó nervioso.
MIENTRAS YO ME DIRIGÍA A SAINT YVES, ME ENCONTRÉ CON UN HOMBRE QUE
TENÍA SIETE ESPOSAS. LAS SIETE ESPOSAS TENIÁN SIETE SACOS, LOS SIETE SACOS
TENÍAN SIETE GATOS, LOS SIETE GATOS TENÍAN SIETE GATITOS. GATITOS, GATOS,
SACOS, ESPOSAS, ¿CUÁNTOS SE DIRIGÍAN HACIA SAINT YVES?
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
En la pantalla, un reloj digital mostraba las cifras 00:59. Para cuando David
terminó de leer el texto, ya habían pasado once segundos desde que apareciera el
mensaje en la pantalla.
David se quedó mirando a la pantalla, y sus pensamientos corrieron a toda
velocidad mientras su equipo permanecía detrás de él, todos con el cuerpo
inclinado para ver mejor. Una enorme tensión emanaba de ellos. De repente,
David sintió el picor de una gota de sudor bajar por su frente.
No contar, esa es la pista. Pero ¿qué quiere decir?
—Veintiocho —dijo John con rapidez—. No, veintinueve, incluido el
hombre…
—Pero si cada gato tiene siete gatitos —lo interrumpió Steve, hablando a la
misma velocidad—, serían cuarenta y nueve más veintiuno… setenta, setenta y
uno con el hombre.
—Pero el mensaje dice «no contar» —exclamó Karen—. Si se supone que no
hay que contar, ¿significa eso que no tenemos que sumar o…? Espera, está el
hombre de las esposas, el que habla, que es otro más…
Ya habían pasado treinta y dos segundos. La mano de David se acercó al
teclado…
¡Piensa! No contar, no contar, no contar…
—¡Uno! —dijo Rebecca casi gritando—. «Mientras me dirigía a Saint
Yves…». No dice hacia dónde iba el hombre con sus esposas. Eso es lo que
significa la pista: no hay que contar a nadie excepto al hombre que va a Sant Yves.
Sí, tiene sentido, una pregunta con truco…
Les quedaban veinte segundos.
—¿Alguien tiene otra idea o no está de acuerdo? —preguntó David con voz
crispada.
Nadie respondió. David pulsó la tecla con la cifra 1… y la cuenta atrás se
detuvo. Con dieciséis segundos de sobra. La pantalla se apagó sola y, procedente
de algún punto por encima de su cabeza, oyeron una musiquilla ya familiar para
algunos.
David dejó escapar un suspiro.
¡Gracias, Rebecca!
Se dio la vuelta para decírselo en voz alta, pero ya estaba agachada para
examinar el ojo de Karen completamente concentrada en su paciente.
—Necesito una linterna —dijo sin mirar apenas alrededor, y John le entregó
la suya.
La encendió y enfocó el ojo de Karen mientras los demás la miraban en
silencio. Karen no tenía buen aspecto: debajo de los ojos se les estaban formando
unos círculos oscuros, y su piel había pasado de un tono pálido a una coloración
cadavérica.
—Está muy inflamado… Mira hacia arriba. Hacia abajo. A la izquierda.
Ahora a la derecha. ¿Tienes la sensación de que algo se frota contra el ojo o
simplemente te escuece?
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LA ENSENADA CALIBAN
—En realidad, me pica —explicó Karen—. Como si me hubiera picado un
mosquito, sólo que diez veces peor. Me he estado rascando, así que quizás por
eso está tan enrojecido.
Rebecca apagó la linterna con el entrecejo fruncido.
—No veo nada en el ojo que pueda provocarte picor… El otro también está
bastante irritado. ¿Empezó a picarte de repente o te lo estuviste tocando antes?
—No me acuerdo —Karen meneó la cabeza—. Supongo que sólo empezó a
picarme.
En los ojos de Rebecca apareció de repente una mirada de tremenda
intensidad.
—¿Fue antes o después de que estuvieras en la habitación ciento uno?
David sintió que el corazón se le helaba. El rostro de Karen mostró una
repentina preocupación.
—Después.
—¿Tocaste algo mientras estabas allí, cualquier cosa?
—Yo no…
Los enrojecidos ojos de Karen se abrieron de par en par de repente, con una
mirada horrorizada, y cuando habló, fue con un susurro débil y apenas audible.
—La camilla. Había una mancha de sangre en la camilla y yo estaba
distraída… La toqué. Oh, Dios mío. Ni siquiera pensé en ello. Estaba seca, y yo
no tenía ningún corte… Oh, Dios mío. Me empezó a doler la cabeza
inmediatamente después de que comenzara a picarme el ojo…
Rebecca puso las manos en los hombros de Karen y los apretó con fuerza.
—Karen, respira hondo. Hondo, ¿de acuerdo? Es posible que sólo te pique
un ojo y tengas un dolor de cabeza, así que no saques conclusiones precipitadas.
No podemos saberlo con seguridad.
Su tono de voz era bajo y tranquilizador, y su forma de expresarse directa.
Aquello le hizo soltar un profundo y tembloroso suspiro a Karen y asentir con la
cabeza.
—Pero, si su mano no tenía ningún corte… —comenzó a decir John lleno de
nerviosismo.
Fue la propia Karen la que le respondió, con rostro sereno pero con la voz
ligeramente temblorosa todavía.
—Los virus pueden introducirse en el cuerpo humano a través de las
mucosas: la nariz, los oídos… los ojos. Yo lo sabía. Lo sabía pero no pensé en ello.
No… no pensé en ello.
Levantó a la vista hacia Rebecca y David pudo ver que estaba procurando
mantener la compostura.
—Si estoy infectada, ¿cuánto tiempo tardará? ¿Cuánto tiempo pasará antes
de que quede… incapacitada?
Rebecca negó con la cabeza.
—No lo sé —le contestó en voz baja.
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David sintió una tremenda negrura en su mente y en su corazón, una nube
de miedo y de preocupación tan enorme que amenazó con anular su capacidad
de pensar o incluso de moverse.
Es mi culpa. Mi responsabilidad.
—Existe una vacuna, ¿verdad? —preguntó John mientras miraba de forma
alternativa a una y a otra—. Tiene que haber un remedio, ¿o es que esta gente tan
egoísta no iba a tener una inyección o algo parecido por si uno de ellos se
infectaba por accidente? Tiene que haber un remedio, ¿verdad que sí?
David sintió una repentina oleada de esperanza, aunque desesperada.
—¿Es posible? —le preguntó a Rebecca con rapidez.
La joven bioquímica asintió con la cabeza, lentamente al principio, pero con
más energía luego.
—Sí, es posible. De hecho, es probable, ya que ellos lo crearon… —miró a
David con expresión seria y urgente—. Tenemos que encontrar el laboratorio
principal, donde sintetizaron el virus, y tenemos que hacerlo rápidamente. Si han
desarrollado un remedio, allí estará la información sobre él…
Rebecca dejó de hablar poco a poco, y David se dio cuenta por su expresión
que había dejado sin decir lo que le preocupaba: si había un remedio. Si el doctor
Griffith había llevado la información allí… Si podían encontrarla a tiempo…
—El mensaje de Ammon —dijo Steve—. En esa nota decía que debíamos
destruir el laboratorio. Quizá nos ha dejado un mapa o algunas indicaciones.
David se puso de pie, con sus esperanzas redobladas.
—Karen, ¿estás en condiciones de…?
—Sí —lo interrumpió la joven. Se puso de pie al mismo tiempo—. Sí, vamos
allá.
Sus ojos enrojecidos brillaban con una intensidad ferviente, con una mezcla
de desesperación y de esperanza tales que, al verla, a David le dolió en el
corazón.
Dios, Karen. ¡Lo siento tanto!
—A paso ligero —dijo al mismo tiempo que se daba la vuelta hacia la
puerta—. Pongámonos en marcha.
Recorrieron al trote la distancia que los separaba de la entrada al edificio.
John tenía la mandíbula apretada y sus pensamientos volvían una y otra vez a la
misma idea violenta y agresiva.
No va a ocurrir. De ninguna manera Karen va a caer por culpa de un bicho de
laboratorio, no señor. Y si encuentro al cabrón que ha creado esta pesadilla, está muerto,
muerto con M mayúscula, es un trozo de carne muerta. No. Karen no, de ninguna
manera…
Llegaron a la puerta delantera y desenfundaron en silencio sus armas, las
comprobaron y esperaron impacientes a que David diera la señal. Karen, tan
concentrada y fría en los momentos de crisis, tenía aspecto de estar un poco
perdida, como si le hubieran dado una patada en el estómago y todavía no
hubiera logrado recuperar el aliento. Era el mismo aspecto que John había visto
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una y otra vez en los rostros de los supervivientes de grandes desastres: la
incredulidad pasmada en los ojos, la falta de vida y expresión en el rostro, que
reflejaba el vacío que sentían por dentro. Le dolía verla así, le dolía y lo hacía
sentirse aún más furioso. Karen Driver no debería tener jamás ese aspecto.
—Yo iré en cabeza, John se pondrá a retaguardia, y los demás seguiréis en
fila india —indicó David en voz baja.
John vio que David también tenía el aspecto de encontrarse perdido, pero
de un modo diferente al de Karen. Era el sentimiento de culpa que lo corroía por
dentro. Podía adivinarlo por el modo en que rehuía sus miradas y por cómo
apretaba la mandíbula. John deseó poder decirle que no tenía motivo alguno
para echarse la culpa, que estaba equivocado al pensar así, pero no había tiempo
para ello y, además, no sabría encontrar las palabras adecuadas. David tendría
que cuidar de sí mismo, lo mismo que todos los demás.
—¿Listos? Adelante.
David abrió la puerta de un empujón y salieron con rapidez, de regreso al
suave murmullo de las olas y a la pálida luz de la luna. Primero David, luego
Steve, después Rebecca y, por último, John. Corrían agazapados sobre la sucia
superficie abierta entre los distintos edificios de la instalación.
El mismo aire oscuro, pero lleno del aroma a pino, a sal marina, sin
embargo, a la mente de soldado de John aquello no le decía nada nuevo mientras
recorría las sombras. Sólo pensaba en la furia, la ira, y en el miedo que sentía por
Karen… por lo que la repentina ráfaga de M-16 fue una completa sorpresa para
él.
¡Mierda!
John se tiró al suelo inmediatamente en cuanto las primeras ráfagas
resonaron a su derecha, y vio que el enemigo estaba casi a mitad de camino del
bloque en el momento que comenzó a rodar y a disparar contra ellos. Un
segundo después comenzaron a sonar en el aire los estampidos de los disparos
de nueve milímetros, que ahogaban el tableteo constante del fuego automático.
No puedo ver, no puedo apuntar…
Divisó los fogonazos de las armas automáticas a las tres en punto, y apuntó
su Beretta hacia allí. Apretó el gatillo seis, siete, ocho veces. Los fogonazos de
color naranja y blanco le impedían ver con claridad a sus atacantes, pero se dio
cuenta de que uno de los tableteos había dejado de oírse… y una rabia feroz se
apoderó de él, procedente no de la «mente de soldado», sino una furia que le
salía aullando desde el corazón, un odio feroz contra los atacantes podridos que
excedía cualquier sentimiento que hubiera tenido jamás hasta el momento.
Querían que Karen muriera, aquellas estúpidas pesadillas ambulantes sin mente
querían impedir que la salvaran.
No, Karen no. No, KAREN NO.
Sintió un bestial y extraño rugido palpitante en los oídos mientras se
levantaba del polvoriento suelo y se ponía en pie al mismo tiempo que seguía
disparando. Echó a correr y sólo cuando oyó los gritos de los demás miembros
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del equipo, cuando todas las Berettas excepto la suya dejaron de disparar, se dio
cuenta de que el que estaba aullando era él.
John corrió hacia adelante, gritando una y otra vez contra los seres que
querían detenerlos, que querían matarlos, que querían que Karen se convirtiera
en una de ellos. Sus pensamientos ya no eran palabras, simplemente una
sucesión de instintos negativos sin forma ni coherencia, una negación de la
existencia de aquellas pesadillas y del individuo que las había creado.
Cargó contra ellos, sin darse cuenta de que habían dejado de disparar, que
se derrumbaban al suelo, que las sombras habían quedado en silencio con
excepción del estruendo de su semiautomática y del aullido procedente de su
tembloroso cuerpo. Un instante después se encontraba de pie al lado de ellos y
su Beretta había dejado de disparar y saltar en su mano, aunque seguía
apretando el gatillo.
Tres siluetas de color blancuzco en las partes que no estaban teñidas de rojo,
con agujeros de carne podrida sobresaliendo de sus desgarrados cuerpos. Clic.
Clic. Clic.
El rostro de uno de ellos no era más que una masa de tejido cicatrizado. La
carne se retorcía sobre sí misma formando grandes verrugas blanquecinas
excepto en el punto rojo de su frente por donde había entrado la bala que había
acabado con él. Otro tenía el ojo salido de órbita y colgando de un trozo de tejido
viscoso sobre la pálida mejilla, mientras un chorro de fluido se deslizaba hacia su
descompuesta oreja.
Clic. Clic.
El tercero aún seguía vivo. La mitad de su garganta había desaparecido casi
por completo, convertida en una pulpa sanguinolenta. Su boca se abría y cerraba
sin dejar escapar sonido alguno, y sus ojos oscuros cubiertos de mucosa
parpadeaban lentamente sin dejar de mirarlo.
Clic.
Disparaba sin munición, y el aullido fue apagándose poco a poco en su
garganta. Fue el sonido del percutor golpeando inútilmente el metal caliente lo
que por fin lo liberó de la rabia enloquecedora que sentía; también el lento e
impotente parpadeo del desamparado ser que estaba tendido a sus pies.
No sabía qué era. No sabía quiénes eran ellos. Antaño había sido un hombre,
pero en ese momento no era más que un trozo de carne podrida con un arma y
una misión que no podía entender en absoluto.
Le han robado el alma…
—¿John?
Sintió una mano cálida en su hombro, y a Karen hablando en voz baja
tranquila a su lado. Steve y David aparecieron a su lado a continuación, y ambos
se quedaron mirando a la boqueante y parpadeante parodia de ser humano que
estaba en el suelo, el último resto de un experimento producto de la locura.
—Sí —dijo finalmente con un susurro—. Sí, estoy aquí.
David apuntó su Beretta hacia el cráneo del monstruo y habló en voz baja.
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—Retrocede.
John se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia su objetivo final, con Karen
a su lado y Rebecca un poco más adelantada. El disparo resonó con un
estampido increíblemente elevado, con un eco que pareció hacer retemblar
incluso el suelo a sus pies.
Karen no, por favor. Ninguno de nosotros. Ésa no es manera de marcharse de este
mundo. Ésa no es manera de morir…
David y Steve se pusieron a su lado en ese momento y, sin decir una sola
palabra, todos comenzaron a trotar hacia el bloque E. Atravesaron con rapidez el
silencio reclamado por la noche. Ya no existían las Triescuadras, pero la
enfermedad que los había convertido en zombis corría por las venas de Karen, y
la estaba convirtiendo en una criatura sin mente, sin alma, condenada a un
destino peor que la muerte.
John aceleró el paso y se juró a sí mismo en su interior que si encontraba a
Griffith, el doctor iba a lamentar muchísimo lo que había hecho.
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Capítulo 13
El bloque E no era distinto de los cuatro primeros en los que habían entrado,
con un aspecto tan industrial, aséptico y carente de personalidad como los demás,
un estudio sobre la eficiencia obtenida con cemento. Atravesaron con rapidez las
salas de ambiente cargado, encendiendo las luces a medida que avanzaban, en
busca de la estancia que guardaba la pista final del secreto del doctor Ammon.
No tardaron mucho en encontrarla: casi la mitad de la estructura del edificio
estaba ocupada por la galería de tiro, donde David encontró varias cajas con
cargadores completos para los M-16, pero no pudieron hallar ningún rifle de
asalto para utilizarlos. John preguntó si podrían tomar los de las Triescuadras,
pero Rebecca lo prohibió inmediatamente. Los rifles estarían infectados y,
probablemente, repletos de virus.
Como la sangre de Karen ahora mismo, con miles de viriones replicándose, saliendo
a presión de las células después de hacer estallar su membrana, en busca de nuevas
células que atacar para útilizarlas y destruirlas…
—¡Por aquí! —gritó Steve desde el otro extremo del sinuoso pasillo, y
Rebecca se apresuró a correr hacia él, con Karen y John siguiéndola de cerca.
David ya estaba al lado de Steve, y los triángulos de color rojo, verde y azul
eran la señal de que habían encontrado la habitación correcta. Steve buscó su
mirada, pero la única emoción que vio en sus ojos fue preocupación. A Rebecca
no le importó, y sólo se dio cuenta de ello con aire ausente. La infección de Karen,
la enloquecida carrera de John hacia la Triescuadra… No había espacio en su
mente nada más que para la imperiosa necesidad de encontrar el laboratorio.
Steve abrió la puerta y entraron en fila. Rebecca siguió vigilando a Karen en
busca de señales del avance de la enfermedad y preguntándose qué debería
hacer con la información que había obtenido sobre el tiempo de amplificación.
No tenía la menor duda de que Karen estaba infectada, sabía que nadie más lo
dudaba, pero ¿qué debía decirle?
¿Le he dicho que es posible que sólo tarde horas en ser irreversible? ¿Se lo digo a
David de modo discreto? Si existe una curación, tenemos que inyectársela antes de que
los daños en su cuerpo sean demasiado grandes, antes de que el virus comience a freírle el
cerebro, antes de que produzca tanta dopamina que deje de ser Karen Driver y se
convierta en… otra cosa.
Rebecca no sabía cómo abordar la situación. Ya estaban haciendo todo lo
que podían, y todo lo rápido que podían, pero ella no sabía lo suficiente sobre el
virus-T como para dar nada por seguro. Tampoco quería que Karen se sintiera
más aterrorizada de lo que ya estaba. Su compañera estaba haciendo todo lo
posible por mantener el control, pero era evidente que estaba a punto de perder
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LA ENSENADA CALIBAN
los nervios. Así lo reflejaban la creciente desesperación de sus enrojecidos ojos y
el aumento del temblor de sus manos. Sin embargo, a las Triescuadras les habían
inyectado sin duda mayores cantidades de virus que las que habían infectado a
Karen, así que quizá todavía tardaría días…
¿Habiendo aparecido los primeros síntomas menos de una hora después del contagio?
No te engañes. Deberías decírselo, advertirle a ella y a los demás de lo que puede pasar y,
además, dentro de poco tiempo.
Desechó ese pensamiento de un modo casi frenético y miró alrededor, la
estancia en la que habían entrado. Era más pequeña que las demás salas de
prueba que habían visto y estaba más vacía. Vio una larga mesa de reuniones
apoyada contía la pared de la parre trasera, con media docena de sillas detrás de
ella. En la parte delantera de la estancia había una pequeña estantería que
sobresalía de la pared, de poco más de un metro de largo y de treinta centímetros
de ancho. Había tres grandes botones en su superficie lisa: rojo, azul y verde, otra
vez. La pared de atrás de la estantería estaba cubierta de baldosas de color gris
suave, fabricadas con alguna especie de plástico industrial.
—Eso es —dijo Steve—. Azul para acceder.
David, tras menos de un segundo de duda, se encaminó hacia la estantería y
pulsó el botón azul… Una voz de mujer les habló desde un altavoz oculto
situado en algún punto por encima de sus cabezas. Aquello les sorprendió, pero
sólo se trataba de una grabación, y el tono de su voz le recordó a Rebecca los
últimos minutos en la mansión Spencer. Era la voz del sistema de
autodestrucción, poco tiempo antes de que todo saltara por los aires.
—La serie azul se ha completado. Acceso permitido.
Una de las baldosas detrás de la estantería se deslizó hacia un lado y dejó al
descubierto un oscuro hueco en el cemento. Mientras David extendía la mano
para meterla en el hueco, Rebecca sintió una repentina oleada de frustración,
rabia y disgusto hacia Umbrella. Por lo que habían hecho. Era despreciable.
Todas esas pruebas, todos esos experimentos, todo ese trabajo… Todo lo que habían
hecho para ofrecer una recompensa a las víctimas del virus-T. Supera las pruebas rojas,
buen perro, aquí tienes tu hueso… Y, a propósito, ¿cuál había sido su recompensa si
lograban superar las pruebas? ¿Un trozo de carne? ¿Drogas para tranquilizar su hambre?
Vio las mismas muecas de horror y asco en las caras de los demás, y la
misma desesperación cuando lo único que David sacó del agujero en la pared fue
un trozo de papel, que envolvía lo que parecía ser una tarjeta de crédito.
Se arremolinaron alrededor de él mientras David observaba atentamente el
objeto, con una expresión de desengaño furioso en sus ojos oscuros. Era una
tarjeta de color verde claro, similar a las que se utilizan para abrir puertas
electrónicas. Era completamente lisa, excepto por la banda magnética… y las
palabras garabateadas en el pequeño trozo de papel, que sólo constituían otro
mensaje críptico.
ACCESO AL FARO 135 - SUDOESTE/ ESTE.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—La escritura es la misma que había en la nota de Ammon —advirtió Steve
con un tono esperanzado—. Quizás el laboratorio está en el faro.
—Sólo hay un modo de saberlo —dijo John—. Vamos allá.
Parecía enfadado, y tenía la misma mirada desde que habían descubierto
que Karen estaba infectada. Después de ver cómo había cargado contra la
Triescuadra, Rebecca casi tenía la esperanza de que encontrasen al doctor Griffith:
John lo iba a despedazar en varios trozos.
David se limitó a asentir y a meterse la tarjeta en un bolsillo de su chaleco.
Era obvio que sentía miedo y culpabilidad, y ambos sentimientos cruzaban por
su cara formando una máscara cambiante.
—Muy bien. ¿Karen?
Ella asintió, y Rebecca se dio cuenta de que su piel, ya pálida de por sí,
había tomado un tono parecido al de la cera, como si las primeras capas de la piel
se hubieran vuelto traslúcidas. Karen comenzó a rascarse los brazos con aire
ausente mientras ella la miraba.
—Sí, estoy bien —respondió en voz baja.
Tiene que saberlo. Merece saberlo.
Rebecca sabía que ya no podía esperar más. Eligió cuidadosamente las
palabras, consciente de que tenían muy poco tiempo. Se giró hacia Karen y habló
con toda la tranquilidad que pudo.
—Mira, no sé qué han hecho con el virus-T en este lugar, pero existe la
posibilidad de que comiences a experimentar síntomas más graves en un período
de tiempo relativamente corto. Es importante que me digas, que nos digas a
todos, cómo estás, cómo te encuentras física y psicológicamente. Si se produce
cualquier cambio, por pequeño que sea, debemos saberlo. ¿De acuerdo?
Karen sonrió débilmente, sin dejar de rascarse los brazos.
—Estoy cagada de miedo, ¿qué te parece? Además, está empezando a
picarme todo el cuerpo.
Miró a David con sus ojos enrojecidos, y luego a Steve y finalmente a John
antes de volver a centrar su mirada en Rebecca.
—Escuchad. Si… si comienzo a actuar de forma… irracional, haréis algo,
¿verdad? No me dejaréis que haga daño… a nadie, ¿verdad?
Una única lágrima bajó deslizándose por su pálida mejilla, pero no apartó
los ojos, y su mirada continuó siendo tan firme y segura como antaño.
Rebecca tragó saliva y se esforzó para que su voz sonara tranquila y llena de
confianza, admirada por la valentía que veía en los ojos de Karen… y
preguntándose cuánto tiempo tardaría en desaparecer aquel valor bajo la
rugiente ola de virus que recorría sus venas.
—Vamos a encontrar el remedio para la enfermedad antes de llegar a ese
punto —dijo, con la esperanza de no estar diciéndole una mentira a Karen.
—Vámonos —ordenó David con voz tensa. Salieron del edificio.
El terreno de las instalaciones estaba ligeramente cuesta arriba, en dirección
al norte. Sin embargo, cuando salieron del bloque E para dirigirse hacia la negra
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LA ENSENADA CALIBAN
y elevada estructura del faro, la pendiente se hizo mucho más pronunciada. El
suelo rocoso ascendía formando una ladera bastante inclinada, quizá de unos
treinta grados, lo que convirtió el medio kilómetro de distancia en una marcha
para montañeros. David no hizo caso de la tensión que sentía en la espalda y en
las piernas: estaba demasiado preocupado por Karen y demasiado ocupado
fustigándose por su propia incompetencia como para ocuparse de una
incomodidad física.
Estaban más cerca de las rutilantes aguas de la ensenada en aquel punto
que desde cualquier otro que habían atravesado desde su salida a nado del mar.
La fresca y suave brisa bajo la luz de la luna habría sido muy agradable cualquier
otra noche en cualquier otro lugar. Los suaves rayos de luz y el tranquilizador
murmullo de las olas casi eran una burla de su desesperada situación. Eran un
contraste tan brutal con el caos que sentía en su interior que casi deseaba que
quedara alguna Triescuadra merodeando por los alrededores.
Al menos justificaría la sensación de pesadilla en la que realmente estamos metidos.
Y podría hacer algo, podría repeler el ataque, podría defenderlos frente a algo tangible…
El terreno en ascensión por delante de ellos se inclinaba luego hacia el este,
cayendo a pico hasta el espumeante océano que se abría por debajo de ellos. La
ensenada estaba bastante calma, pero el ruido de las olas chocando contra los
acantilados crecía y crecía a medida que avanzaban rápidamente, acercándose al
lugar donde el océano se encontraba con las paredes rocosas repletas de cuevas
que las horadaban. John se había puesto en cabeza, seguido de Karen y por los
dos miembros más jóvenes del equipo a continuación. David se encargaba de la
retaguardia, y dividía su atención entre las instalaciones a su izquierda y a su
espalda y las oscuras estructuras que aparecían delante de ellos.
El edificio que estaba justo a la espalda del faro debía de ser el dormitorio.
Era un bloque alargado y bajo, aproximadamente del doble de tamaño que los
edificios de cemento que habían dejado atrás. No habían encontrado los
aposentos de los trabajadores de Umbrella hasta el momento, y aquello tenía
todo el aspecto de ser un gran barracón, diseñado para comer y dormir, no para
ser bonito. Deberían comprobarlo, pero David no quería perder ni un momento
de su búsqueda del laboratorio.
Aquella idea le provocó otra oleada de culpabilidad y angustia que intentó
descartar, pero fue en vano. Tenía que ser efectivo, tenía que llevarlos cuanto
antes al laboratorio sin perder el tiempo con sus propias emociones y
sentimientos, pero en lo único que podía pensar, lo único que deseaba, era que
ojalá fuese él quien estuviese infectado.
Pero no lo estás —le susurró una parte de su mente—. Es Karen quien está
infectada y desear otra cosa es perder el tiempo. No la curará y disminuirá tu capacidad
para dirigirlos.
David siguió sin hacer caso de aquella pequeña voz interior y, en su lugar,
pensó cómo los había jodido a todos. ¿Quién se creía que era él para encabezar
una lucha contra Umbrella, para limpiar el nombre de los STARS y para
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
restaurar el honor de su organización? Ni siquiera podía mantener a salvo a su
propia gente, ni siquiera podía planear en condiciones una operación secreta…
Ni siquiera podía luchar contra los sentimientos de culpabilidad y de duda que
lo azotaban en su interior.
Se acercaron al aparentemente vacío barracón, y John bajó su ritmo de
marcha para que los demás lo alcanzaran. David advirtió que su equipo estaba
cansado, pero que al menos Karen no tenía peor aspecto. Parecía pálida y algo
frágil bajo la suave luz de la luna. El tono blancuzco de su piel bajo las luces
fluorescentes se había convertido en una tez de color alabastro, y el
enrojecimiento de los ojos había desaparecido en las sombras. Si no supiera la
verdad…
Ah, pero la sabes. ¿Cuánto tiempo tardará esa hermosa piel en empezar a caerse a
jirones? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que tengas que quitarle su arma porque ya no
confías en ella? ¿Antes de que tengas que impedir que ella…? ¡Basta!
Dejó que el grupo recuperara el aliento y se giró para observar mejor el faro,
a menos de veinte metros de ellos… y de repente, sintió que su estómago se
encogía y su corazón se estremecía, sin razón o motivo aparentes. Sólo era un
viejo faro, un edificio antiguo cilindrico y alto, desgastado por el paso del tiempo
y tan vacío al parecer como las demás instalaciones. Sin embargo, al mirarlo,
había notado de nuevo aquella sensación de destino abalanzándose sobre ellos,
de que las opciones se les acababan y de que la rueda de la oscuridad seguía
avanzando por delante de ellos.
—Vamos —los animó John con voz llena de energía, pero David lo detuvo
apoyando su mano en su brazo y negando lentamente con la cabeza.
No es seguro.
Aquella pequeña voz de nuevo, familiar y extraña a la vez.
Se quedó mirando la ominosa torre, sintiéndose perdido, sintiéndose
inseguro y sin capacidad de mantener el control mientras el viento sacudía el
faro por encima de ellos y las olas chocaban contra el acantilado. Los demás
estaban esperando. No era un lugar seguro, pero tenían que entrar, no podían
quedarse allí… y en ese instante se dio cuenta con claridad de lo que había
estado fallando en su cabeza. De lo que realmente estaba mal. No era su
capacidad de mando, ni su habilidad para pensar o planear o luchar. Era algo
mucho peor, algo de lo que se habría dado cuenta mucho antes si no hubiera
estado tan angustiado con su sentimiento de culpa.
Dejé de confiar en mis instintos. Sin la seguridad de los STARS para apoyarme,
para respaldarme, dejé de hacer caso a esa voz. Estaba tan aterrorizado por la idea de
fallar que perdí la capacidad de escucharme a mí mismo, de saber qué hacer. Cada vez que
sentía miedo, pasaba a través de la voz y no le hacía caso… y mi equivocación fue mucho
mayor y con peores consecuencias.
Mientras lo pensaba, mientras lo creía, sintió que la negrura de la duda se
apartaba de sus exhaustos pensamientos. El sentimiento de culpabilidad
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retrocedió, lo que le permitió vislumbrar una especie de claridad y, con ella, la
pequeña voz cobró un poder que casi había olvidado que pudiera conseguir.
No es un lugar seguro, así que hay que entrar con rapidez, dos por abajo y el resto
por arriba y alguien cubriendo las espaldas fuera…
Todo aquello pasó por su mente en cuestión de segundos. Se giró para
mirar a los miembros de su equipo, que lo estaban mirando, a la espera de que él
los dirigiera. Y por primera vez en lo que le parecía una eternidad, sabía que
podía.
—Creo que es una trampa —los alertó—. John, tú y yo entraremos por abajo.
Yo me encargo de la zona oeste. Rebecca, quiero que tú y Steve os quedéis de pie
a cada lado de la puerta y disparéis contra cualquier cosa que esté de pie. Seguid
disparando hasta que indiquemos que todo está despejado. Karen, lo siento, pero
esta vez te quedas sin participar.
Todos asintieron y se dirigieron a las profundas sombras que rodeaban el
faro. David iba por delante, sintiéndose por fin útil por hacer algo. Quizás aquel
destino giratorio era demasiado vasto, quizá se movía con demasiada rapidez
para que ellos hicieran caso omiso de él, pero no iba a permitir que les pasara por
encima sin siquiera plantarle un poco de cara.
Karen se merecía al menos eso. Todos se lo merecían.
Karen se quedó un poco rezagada mientras los demás se colocaban en
posición, y se apoyó contra la pared trasera del gran edificio que había detrás del
faro para observar y vigilar con tranquilidad. Se sentía agotada por la escalada
monte arriba, agotada y mareada, con un zumbido en su cabeza que no
desaparecía, que no le permitía concentrarse.
Me estoy poniendo enferma. Me estoy poniendo peor con rapidez.
Aquello la atemorizaba, pero, en cierto modo, no era tan malo como al
principio. De hecho, ya apenas la atemorizaba. El temor inicial había
desaparecido, se había marchado dejando sólo un ligero recuerdo de una
explosión de adrenalina, como si fuera el rescoldo de un sueño. El picor la
distraía, pero ya no era un picor exactamente. Lo que había sentido como un
millar de bichos que le picaran en la piel, y cada una de las picaduras fuera
distinguible y exigiera alivio, aquello se había… interconectado. Era la única
manera que tenía de poder describir aquella sensación. Las picaduras se habían
conectado entre sí y se habían convertido en una gruesa manta sobre su cuerpo,
una manta que se movía y se estiraba, como si su piel se estuviese rascando a sí
misma. Era raro, aunque no era exactamente desagradable…
—¡Ahora!
Al oír la voz de David, Karen volvió a concentrarse en la acción que estaba
transcurriendo delante de ella. El zumbido de su cabeza hacía que todo le
pareciera extraño, como si el presente hubiera aumentado de velocidad. La
puerta del faro se abrió de golpe, David y John saltaron al interior, hacia la
oscuridad, y las armas resonaron y lanzaron fogonazos. El tableteo agudo de un
M-16 en el interior. Steve y Rebecca, agachados y disparando, dentro y fuera otra
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vez, sus cuerpos borrosos por la velocidad y sus Berettas danzando como
extraños pájaros de metal negro.
Todo ocurrió tan rápido que le pareció que tardaba una eternidad en
terminar. Karen frunció el entrecejo, preguntándose cómo era posible aquello… y
entonces vio aparecer los rostros de David y de John, de nuevo bajo la luz de la
luna, y se dio cuenta de que se alegraba de verlos, aunque sus caras tuvieran ese
aspecto tan raro y distorsionado, y sus alargados cuerpos se movieran con tanta
rapidez…
¿Qué me está ocurriendo?
Karen sacudió la cabeza, pero el zumbido pareció aumentar de volumen e
intensidad… y tuvo miedo de nuevo, miedo de que David y John y Steve y
Rebecca la dejaran atrás. La dejarían atrás y no tendría nadie con quien, con
quien… desahogarse, y aquello sería malo.
David apareció de repente delante de ella y se quedó mirándola con
aquellos grandes ojos como cerezas oscuras.
—Karen, ¿estás bien?
Karen se sintió de nuevo feliz al ver su rostro redondo y el suave sonido de
su voz, y supo que tenía que decirle la verdad. Encontró la fuerza para hacerlo
con un tremendo esfuerzo, para decir lo que tenía que decir. Su voz salió de su
cuerpo estremecido por el picor uniforme, y le sonó tan extraña y ajena como el
viento.
—Me estoy poniendo peor —dijo—. No pienso con claridad, David. No me
abandones.
Sintió las tibias, las cálidas manos de John y de Rebecca tocándola,
guiándola hacia la oscuridad de la puerta abierta. Su cuerpo funcionaba, pero su
mente estaba confundida por el tembloroso zumbido. Quería decirles algunas
cosas, cosas que bailaban a través de la nube de su mente como destellos de
bonitas pinturas, pero el edificio al que la llevaban era oscuro y caliente, y había
un cuerpo tirado en el suelo sosteniendo un arma. Pudo ver su cara. No era
extraña; estaba pálida, blanca y arrugada, con una textura que zumbaba y
ondulaba. Era una cara que tenía sentido.
—Aquí está la puerta —dijo Steve, levantando la mirada y sonriendo,
blancos, dientes blancos—. Uno-tres-cinco.
Había un teclado al lado de un agujero abierto y unas escaleras que se
dirigían hacia abajo, y los dientes de Steve desaparecieron, su liso rostro se
arrugó.
—Karen…
—Debemos darnos prisa.
—Aguanta, nena, aguanta, llegaremos enseguida.
Karen les dejó que la ayudasen, preguntándose porqué sus caras parecían
tan raras, preguntándose porque olían tan fuerte y tan bien.
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Capítulo 14
Athens había fallado. El Dr. Griffith miró fijamente a la parpadeante luz
blanca de la puerta, maldiciendo a Athens, maldiciendo a Lyle Ammon,
maldiciendo su suerte. No le había dicho a Athens como volver dentro, lo cual
significaba que los intrusos habían terminado con él. Ammon les había dejado o
enviado un mensaje, tanto daba, lo importante era que venían y él debía asumir
que tenían la llave. Había arrancado las señales semanas atrás, pero tal vez ellos
tenían indicaciones, tal vez le habían encontrado y…
No te dejes llevar por el pánico, nada de pánico. Estás preparado para esto, tan solo
continúa, siguiente plan. Primero dividir, doble efecto, menos fuego, un cebo para más
tarde… y la oportunidad de comprobar lo bien que Alan puede actuar.
Griffith se volvió hacia el Dr. Kinneson y habló con rapidez, dando sus
instrucciones claras y sencillas, la ruta lo más fácil posible. Griffith ya había
calculado las preguntas que ellos probablemente harían, aunque sabía que esa
sería una posibilidad para que obtuviesen más información. Le había dado a
Alan unas pocas frases con las que contestar, después le había entregado una
pequeña pistola semiautomática que sacó del escritorio de la Dra. Chin. Vigiló
que Alan se la metiera debajo de la bata de laboratorio para asegurarse de que
estuviera bien oculta. El cargador estaba vacío, pero no creía que eso fuera
posible de adivinar, no si se apuntaba con el percutor levantado. También le
entregó a Alan su llave. Era un riesgo, pero todo el plan era un riesgo. Con el
destino del mundo en sus manos, estaba dispuesto a asumir cualquier riesgo.
Una vez que Alan se marchó, Griffith se sentó y se dispuso a esperar una
cantidad razonable de tiempo. Su mirada se desviaba a menudo hacia los seis
contenedores de acero inoxidable, con una impaciencia irresistible. Sus planes no
fallarían: la rectitud de su trabajo sobreviviría a la invasión. Si atrapaban a Alan,
todavía le quedaban los Ma7 y todavía le quedaba Louis, y sus jeringuillas y su
escondite, con los mandos del compartimiento estanco al alcance de la mano.
Y más allá de todo eso, estaba el amanecer, a la espera. El doctor Griffith
sonrió, lleno de sueños.
Karen todavía podía andar y aún parecía entender parte de lo que le decían,
pero las pocas palabras que había logrado articular no parecían tener relación
con nada. Había dicho «caliente» dos veces mientras bajaban por las escaleras, y
«no quiero», con un gesto de miedo en su pálida e inquieta cara, mientras
caminaban por el ancho túnel situado más allá del pie de las escaleras. Rebecca se
sintió aterrorizada por la posibilidad de que, aunque encontraran un modo de
revertir la carga vírica, fuese demasiado tarde.
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LA ENSENADA CALIBAN
Todo había ocurrido tan deprisa, de forma tan repentina, que apenas
llegaba a comprenderlo. Habían encontrado a un hombre esperándolos en la
oscuridad del interior del faro. Era una trampa, como David había intuido. En
cuanto entraron, el individuo había comenzado a disparar con un rifle de asalto,
ametrallando la puerta desde las sombras debajo de la escalera de caracol
metálica, todo había acabado en pocos segundos gracias al plan de David. John y
ella vigilaban al atacante caído mientras Steve descubría la puerta de acceso e
introducía el código de acceso. Bajo la luz de la linterna de John se habían dado
cuenta de que el hombre también estaba infectado: su pálida piel blanca estaba
despellejándose en jirones y cubierta por extrañas cicatrices. Sin embargo, su
aspecto era ligeramente distinto del de las víctimas de las Triescuadras. Parecía
menos podrido, y sus ojos abiertos de par en par mostraban una expresión un
poco más humana… pero David había llegado en ese momento con Karen y el
foco de interés de Rebecca se había visto desplazado de forma cruel.
Decidió que había sido la caminata cuesta arriba por la colina. Aunque
aquello no debería haber representado diferencia alguna, no encontraba otra
explicación para que el proceso de amplificación se hubiese acelerado tanto. De
algún modo, el virus-T había respondido a los cambios fisiológicos del aumento
de latidos y presión arterial de su cuerpo…, pero mientras ayudaban a entrar a
su confundida y tambaleante compañera, Rebecca descubrió que ya no le
importaba cómo había ocurrido aquello. Lo único que quería era llegar al
laboratorio para intentar salvar lo que quedaba de la cordura de Karen Driver.
El túnel bajo el faro, excavado en la piedra pizarra del risco, llevaba de
regreso hacia las instalaciones a lo largo de un recorrido curvado y sinuoso. Unas
lámparas como las utilizadas en las minas colgaban a lo largo de sus paredes,
lanzando extrañas sombras mientras avanzaban, silenciosos y un poco
atemorizados. Entre John y Steve llevaban a Karen. Rebecca iba en último lugar,
con una horrible sensación de haber vivido ya aquello mientras caminaban. La
situación le recordaba muchísimo su recorrido por los túneles que había bajo la
mansión Spencer. De la roca emanaba el mismo frío húmedo, y sentía la misma
impresión de estar caminando hacia un peligro desconocido, exhausta y con
miedo de estropearlo todo… y de no ser capaz de impedir un desastre.
El desastre ya ha ocurrido —pensó con desesperación mientras veía a Karen
luchando por seguir caminando—. La estamos perdiendo. En otra hora, o
probablemente en menos, estará demasiado ida para hacerla volver.
De hecho, John y Steve no deberían estar tocándola. Ella podría morder a
cualquiera de los dos con un simple giro de cabeza antes de que ninguno de ellos
pudiera reaccionar. Incluso aquella idea le provocó una pena indescriptible y un
fuerte y doloroso sentimiento de pérdida.
El túnel giró a la izquierda, y Rebecca se dio cuenta de que debían estar
muy cerca del océano. Las paredes de roca parecían temblar por el impacto sordo
de las olas, y todo el lugar olía a humedad y a pescado. Algunas partes del suelo
parecían demasiado suaves y lisas como para haber sido talladas por la mano del
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hombre. Rebecca se preguntó si el túnel se abriría más adelante, si quizás aquella
zona había estado inundada por el océano antes…
—Me cago en la leche —dijo David con un susurro enfurecido—. Mierda.
Rebecca levantó la vista. Cuando vio lo que tenían delante, perdió toda
esperanza de salvar a Karen.
Nunca llegaremos a tiempo al laboratorio, no lo encontraremos.
El túnel se abría, a pocas decenas de metros de donde se encontraba David,
que se había parado. Se ampliaba de forma considerable, de hecho, estaba unido
a cinco túneles más pequeños, y cada uno se desviaba ligeramente en una
dirección distinta.
—¿Cuál se dirige hacia el sudoeste? —preguntó John con voz ansiosa.
Karen estaba apoyada contra él, con la cabeza completamente inclinada hacia
adelante.
La voz de David resonó furiosa, y sus palabras llenas de frustración
elevaron el tono hasta resonar en el eco del túnel, y se dirigieron hacia los cinco
túneles para luego regresar y llenar la caverna con su voz.
—¡No lo sé! Creí que ya íbamos en dirección sudoeste, pero ninguno de esos
túneles sigue en línea recta, y tampoco ninguno de ellos sigue en dirección este.
Se adentraron en la caverna y, sin saber qué hacer, se quedaron mirando los
túneles, iluminados con lámparas en las paredes que desaparecían más allá de
sus esquinas y giros. Era obvio que habían sido tallados por la acción del agua, y
quizás antaño habían estado conectados con las cuevas costeras que David había
pretendido encontrar en un principio. Los túneles eran más estrechos que el que
acababan de recorrer, pero lo bastante anchos para que pasara una persona sin
demasiados problemas y de unos tres metros de altura. No había forma alguna
de saber cuál era el que llevaba al laboratorio…
Ni siquiera si alguno de ellos lleva al laboratorio. Ni siquiera estamos seguros de
que el laboratorio esté aquí abajo…
—Si ninguno de los túneles lleva al este, tendremos que escoger el que
parezca con mayor seguridad que lleva hacia el sudoeste —sugirió Steve en voz
baja—. Además, lo único que hay al este es el mar.
Karen murmuró algo ininteligible, y Rebecca dio un paso hacia ella, muy
preocupada, para ver cómo se encontraba. Aunque John y Steve la sostenían,
Karen no parecía tener problemas para mantenerse de pie por sí sola.
Rebecca le tocó la sudorosa frente, y los enrojecidos ojos de mirada
extraviada de Karen se fijaron en ella, con las pupilas completamente dilatadas.
—Karen, ¿cómo estás? —preguntó Rebecca en voz baja.
Ella parpadeó con lentitud.
—Tengo sed —contestó con un susurro. Su voz era apenas un barboteo
líquido.
Todavía está lúcida, gracias a Dios…
Rebecca le tocó con suavidad la garganta, y notó con los dedos su pulso
acelerado y agitado. Sin duda alguna, era más rápido que antes, cuando habían
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entrado en el faro. Fuese lo que fuese lo que le estaba haciendo el virus, el cuerpo
de Karen no tardaría mucho tiempo más en sucumbir.
Rebecca se giró, sintiéndose inútil y desesperada, y queriendo gritar que
alguien hiciera algo…
Entonces oyó unos pasos. El eco procedía de uno de los túneles.
Desenfundó su Beretta, y con el rabillo del ojo vio que John y David hacían lo
mismo, mientras Steve sostenía a Karen.
¿Por cuál? ¿Por dónde viene? ¿Griffith? ¿Es Griffith?
El ruido parecía llegar desde todos lados a la vez, rebotando en las paredes
de la caverna… y en ese mismo instante, Rebecca lo vio aparecer por la boca del
segundo túnel empezando por la derecha: una figura tambaleante, una bata de
laboratorio rota y polvorienta…
Momentos después, el individuo los vio, y Rebecca vio con claridad, a pesar
de los más de quince metros que los separaban, la expresión de sorpresa y de
alegría casi histérica que asomó a su rostro. El hombre corrió hacia ellos, con su
pelo castaño despeinado, los ojos brillantes y los labios temblorosos. No
empuñaba ningún tipo de arma, pero Rebecca no dejó de apuntarlo con su
pistola.
—¡Oh, gracias Dios, gracias Dios! ¡Tienen que ayudarme! Es el doctor
Thurman, se ha vuelto loco. ¡Tenemos que salir de aquí!
Salió trastabillando del túnel y casi se abalanzó sobre David, sin hacer caso
de las pistolas que lo estaban apuntando mientras hablaba.
—Tenemos que irnos. Todavía queda un bote que podemos utilizar.
Tenemos que salir de aquí antes de que nos mate…
David lanzó una rápida mirada a su espalda, y vio que Rebecca y John
todavía lo cubrían. Guardó su Beretta en la funda de su cadera y avanzó hacia el
tipo, tomándolo del brazo.
—Tranquilo, tranquilo. ¿Quién es usted? ¿Trabaja aquí?
—Alan Kinneson —dijo el individuo con un jadeo—. Thurman me ha
tenido encerrado en el laboratorio, pero oyó que venían y he logrado escaparme.
¡Pero está loco! ¡Tienen que ayudarme a llegar hasta el bote! Allí hay una radio, y
podemos pedir ayuda.
¡El laboratorio!
—¿Por dónde se va al laboratorio? —inquirió David con rapidez.
Kinneson no pareció escucharlo, demasiado aterrorizado por lo que pudiera
hacerle el tal Thurman.
—¡La radio está en el bote! ¡Podemos pedir ayuda y luego salir de aquí!
—El laboratorio —le repitió David—. Escúcheme. ¿Viene de allí?
Kinneson se giró y señaló al túnel que estaba al lado de la abertura por la
que había aparecido, el túnel que estaba justo en el medio de los demás.
—El laboratorio está por ahí… —dijo, y volvió a señalar al túnel por el que
había llegado—… y el bote está por ahí. Estas cavernas son como un laberinto.
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Aunque parecía haberse calmado un poco mientras señalaba los túneles,
parecía tan histérico como antes cuando se giró para mirarlos de nuevo. Parecía
tener treinta y tantos años a primera vista, pero David se fijó en las profundas
líneas que tenía en los lados de los ojos y en la comisura de los labios y se dio
cuenta de que debía de ser mucho mayor. Quienquiera que fuese, y fuese cual
fuese su edad, estaba atenazado por un pánico enloquecido.
—¡La radio está en el bote! ¡Podemos pedir ayuda y luego salir de aquí!
Los pensamientos de David corrieron a la misma velocidad que los latidos
de su corazón. Ése era el momento, ésa era su oportunidad…
Llegamos al laboratorio, obligamos a ese tal Thurman a que nos dé el remedio contra
esto y salimos pitando de este lugar antes de que nadie más resulte herido…
Se giró para mirar a los demás y vio la misma expresión de esperanza que él
tenía en sus rostros. John y Steve asintieron con rapidez. Rebecca no parecía tan
entusiasmada. Hizo un gesto con la cabeza para indicarle que se separara de
Kinneson para que no pudiera oírles hablar.
—Discúlpenos un momento —dijo David, con una cortesía y una
amabilidad que no sentía. Kinneson era uno de los nombres que aparecía en la
lista de Trent.
—¡Tenemos que darnos prisa! —dijo el hombre balbuceando, pero no siguió
a David cuando éste retrocedió unos cuantos pasos hacia el resto del equipo. Los
cuatro se agruparon para hablar, con Karen apoyada en el brazo de Steve.
El tono de voz de Rebecca era apresurado y preocupado.
—David, no podemos llevar a Karen al laboratorio si Griffith… si Thurman
está allí. ¿Qué pasará si tenemos que luchar?
John asintió y le echó una ojeada al científico de mirada enloquecida.
—Y no creo que debamos dejar a este tipo solo. Lo más probable es que
salga zumbando con nuestro único medio de salir de aquí.
David frunció el entrecejo mientras pensaba con rapidez. Steve era el mejor
tirador, pero John era mucho más fuerte. Si tenían que obligar a Thurman a que
les entregara el remedio para la enfermedad de Karen, John lo intimidaría mucho
más.
—Nos dividiremos. Steve, llévate a Karen contigo hasta el bote, y vigila a
Kinneson. Nosotros iremos hacia el laboratorio, tomaremos lo que necesitamos y
nos reuniremos con vosotros allí. ¿De acuerdo?
Todos asintieron, y David se giró para hablar con Kinneson.
—Tenemos que llegar al laboratorio, pero nuestra amiga Karen no se
encuentra demasiado bien. Nos gustaría que la llevara a ella y a su escolta hasta
el bote y que nos esperara allí con ellos.
Los ojos de Kinneson parecieron quedarse sin expresión por un instante.
Aquella mirada vacía y en blanco llegó y desapareció con tanta rapidez que
David ni siquiera estuvo seguro de haberla visto.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—Tenemos que darnos prisa —contestó con rapidez; luego se dio la vuelta y
comenzó a dirigirse de nuevo hacia el túnel por el que había aparecido,
caminando con paso vivo.
David se sintió preocupado de repente mientras observaba cómo se alejaba
velozmente Kinneson, con su sucia bata de laboratorio ondeando a su espalda.
Ni siquiera nos ha preguntado quiénes somos.
Mientras Steve entraba en la boca del túnel llevando a Karen con él, David
le tocó en el brazo y le habló en voz baja.
—Vigílalo bien, Steve. Estaremos con vosotros en cuanto podamos.
Steve asintió y se dispuso a seguir al extraño doctor Kinneson, con Karen
tambaleándose a su lado.
John y Rebecca ya estaban al lado de la entrada del túnel situado en medio,
con las armas todavía en la mano. La caverna se estremeció al mismo tiempo que
se oyó un rugido ahogado en el exterior.
Los tres entraron en el túnel sin necesidad de intercambiar ni una sola
palabra, recorriéndolo con un trote cansado pero decidido, preparados para
enfrentarse al monstruo humano causante de todas las tragedias en la Ensenada
de Calibán.
Steve dobló la primera esquina, con Karen agarrada de su hombro con una
mano fría y sudorosa, y vio que el investigador estaba doblando otra esquina, a
unos cien metros de distancia ya. Steve divisó la ondeante bata y un tacón de
zapato, y la figura desapareció, con el sonido de los pasos alejándose.
Estupendo. Perdidos en un maldito laberinto de cuevas submarinas porque el doctor
Caligari tiene un horario que cumplir…
Karen dejó escapar un suave quejido y Steve sintió que el estómago se le
encogía un poco más; su miedo a perderse ocupó el segundo lugar de la lista de
sus preocupaciones después de la que sentía por Karen. Cada vez se apoyaba
más en él, y comenzaba a arrastrar los pies por el suelo de pizarra.
David, John, Rebecca… por favor, daos prisa. Por favor, no dejéis que Karen se
ponga peor…
Tiró de ella con toda la rapidez que pudo, preocupado por la idea de
alcanzar a Kinneson, preocupado porque los demás se encontrasen en peligro,
preocupado por la mujer enferma que colgaba a su lado. Excepto por su
encuentro con Rebecca, había sido el peor día de su vida. Sólo llevaba un año y
medio en los STARS, y aunque se había visto metido en situaciones apuradas con
anterioridad, ninguna se acercaba ni de lejos a lo que había experimentado en las
pocas horas que habían pasado desde que su lancha había volcado.
Monstruos marinos, zombis con armas… y ahora Karen. La inteligente y seria
Karen que está perdiendo la cabeza y, quizá, convirtiéndose en una de esas cosas. Estamos
tan cerca de salir de aquí, y puede ser tan tarde de todas maneras…
Steve se dio cuenta de que ya no oía los pasos de Kinneson cuando llegaron
a la siguiente esquina. La dobló a trompicones mientras pensaba que quizá
debería gritarle para que los esperara, para que no se adelantara demasiado… y
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
se detuvo en seco, sintiendo que el alma se le desplomaba a los pies. Kinneson
estaba a menos de dos metros de ellos, apuntándolos con una pistola del calibre
32. Sus ojos y su cara estaban faltos de toda señal de emoción, como si fuera un
maniquí. Avanzó un par de pasos y apretó el cañón de la pistola contra la boca
de su estómago, con fuerza, y luego retrocedió al mismo tiempo que le sacaba su
Beretta de la funda. El doctor sin expresión en los ojos se apartó a un lado, con
las dos armas en la mano, y le indicó a Steve que avanzara por delante de él.
Vigílalo bien, Steve…
Steve agarró a Karen por el costado mientras se apresuraba a pensar en
algún modo de detenerlo, de razonar con Kinneson. Su cuerpo se tensó,
preparado para saltar mientras su mente le decía que obedeciera, que no era
necesario que le dispararan…
¿Qué le ocurrirá a Karen?
—Vendrás al laboratorio —dijo Kinneson con una voz sin ninguna clase de
inflexión— o te mataré.
Era la misma voz sin expresión que tendría una computadora, pero
procedente del rostro inmisericorde de un humano que, de repente, no parecía
humano, que no parecía humano en absoluto.
—Sabemos lo que habéis hecho aquí —contestó Steve con desprecio—. Lo
sabemos todo sobre vuestras malditas Triescuadras, sobre el virus-T y si quieres
salir de esta sin…
—Vendrás al laboratorio o te mataré.
Steve sintió que su cuerpo se estremecía de forma involuntaria. El tono de
voz de Kinneson no había variado en absoluto, y su mirada permanecía tan fija y
carente de emoción como su voz. Steve se dio cuenta en ese momento de las
delgadas líneas que le salían de los bordes de sus fríos ojos castaños y de las
comisuras de sus labios sin expresión.
Oh, Dios mío…
—Vendrás al laboratorio o te mataré —repitió, y esta vez, alzó las dos armas,
y las mantuvo a escasos centímetros de la colgante cabeza de Karen.
Steve sabía que se estaba muriendo, sabía que existían muchas
probabilidades de que la perdiera a causa del virus y que se convirtiera en una
criatura enloquecida antes de que acabara la noche…
Pero tengo que protegerla todo el tiempo que pueda. Si la sacrifico para salvarme y
luego resulta que existía una mínima posibilidad de salvarla…
Steve no lo haría, no podía hacerlo. Aunque ello significara perder su
propia vida.
Agarró con fuerza a Karen y comenzó a andar por delante de aquel ser.
Ya había pasado más que tiempo suficiente. Si los intrusos habían hecho lo
que él había supuesto que harían, ya se habrían dividido, y algunos de ellos se
dirigían hacia las jaulas y el resto acompañaría al buen doctor hacia el laboratorio.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Y si Alan había fallado, al menos los habría retrasado el tiempo suficiente para
mantenerlos en terreno abierto. De cualquier manera, ya era el momento.
Griffith pulsó el botón del panel conectado a las jaulas de los Ma7. Pensó en
lo divertido que habría sido poder ver las caras que pondrían al ver aquellas
criaturas. La luz roja se convirtió en una luz verde, lo que significaba que las
puertas de las jaulas ya estaban abiertas de par en par.
Bueno, no le importaba perdérselo, siempre que murieran.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 15
El serpenteante túnel parecía no tener fin. Cada vez que doblaban una
esquina, Rebecca esperaba ver una puerta cerrada, con una ranura electrónica a
su lado donde poder introducir la tarjeta de apertura que llevaba David. A
medida que las esquinas continuaban sucediéndose, que las luces iluminaban
otro tramo de túnel, cada uno tan vacío y tan carente de detalles como el anterior,
dejó de desear que apareciera la puerta. Una señal sería suficiente, una flecha
pintada en la pared, una marca de tiza… cualquier indicación que borrara sus
sospechas de que los habían mandado en una dirección equivocada.
¿Nos ha mentido un científico de Umbrella? Eso es imposible de creer…
Dejó a un lado el sarcasmo y tuvo que reconocer que Kinneson se había
comportado de manera extraña, pero que, desde luego, parecía estar aterrorizado
hasta llegar a la histeria. ¿Sería posible que, confundido por ese pánico, se
hubiera equivocado de túnel al darles las indicaciones? ¿O simplemente era que
el laboratorio estaba mejor escondido de lo que ellos pensaban?
¿O nos ha enviado a una búsqueda sin sentido, hacia alguna cueva sin salida… o
peor aun, hacia una trampa? Hacia un lugar peligroso, pensado para retrasarnos
mientras él…
Mientras él le hacía algo a Karen y a Steve. Aquel pensamiento la atemorizó
aún más que la idea de estar dirigiéndose hacia una trampa. Karen estaba
gravemente enferma, no podría defenderse por sí sola, y Steve…
No, Steve está bien. Podría acabar con Kinneson con una mano atada a la espalda y
en un segundo…
Si no fuera porque Karen está con él. Una Karen muy enferma, que se
esforzaba por mantenerse de pie.
Su anterior trote se había convertido en un paso rápido. Tanto David como
John jadeaban por el tremendo esfuerzo, y sus agotados rostros estaban
contraídos por el cansancio. David levantó una mano para indicar a los otros dos
que se detuvieran.
—No creo que sea por aquí —dijo entre jadeos—. Ya deberíamos haber
llegado a estas alturas. Y el trozo de papel que había junto con la tarjeta decía
sudoeste, este. No estoy seguro, pero creo que después de la última esquina nos
estamos dirigiendo hacia el oeste.
John asintió con la cabeza, con su corto cabello empapado y brillando por el
sudor.
—No sé en qué dirección vamos, pero lo que sí sé es que ese tal Kinneson
está lleno de mierda. El tío trabaja para Umbrella, por amor de Dios.
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RESIDENT EVIL 2
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—Estoy de acuerdo con él —convino Rebecca respirando profundamente—.
Creo que deberíamos regresar. Tenemos que llegar al laboratorio enseguida. No
creo que…
¡CLAAANK!
Se quedaron inmóviles, mirándose los unos a los otros. En algún punto por
delante de aquel túnel interminable, algo pesado fabricado con metal se había
movido.
—¿El laboratorio? —dijo Rebecca esperanzada—. Puede que…
Un extraño ruido la interrumpió, y las palabras se le quedaron en la
garganta cuando el ruido aumentó de volumen. Era un grito como jamás había
oído antes: era la mezcla de un largo ladrido de perro con un gemido agudísimo,
todo ello unido al llanto desesperado de un bebé recién nacido. Era un ruido
terrible y solitario, que subía y bajaba a lo largo del túnel y que por fin se
convirtió en un feroz aullido lastimero… al que se le unieron muchos otros.
De repente, sintió que no quería ver a la criatura capaz de lanzar aquel
sonido, en el mismo momento en que David comenzaba a retroceder, con la piel
de la cara pálida y los ojos abiertos de par en par.
—¡Corred! —dijo con un grito mientras apuntaba con su pistola hacia el
pasillo vacío que se abría delante de ellos. Esperó hasta que los dos pasaran a su
lado para darse la vuelta y comenzar a correr detrás de ellos.
Rebecca sintió de repente una oleada de energía increíble cuando una nueva
descarga de adrenalina llegó a sus arterias y la hizo correr a toda velocidad por el
sombrío túnel para escapar de los crecientes aullidos de aquellas criaturas que
los seguían. John estaba justo delante de ella, y sus musculosos brazos y piernas
se movían de forma acompasada pero a un ritmo infernal, y oía el ruido de las
botas de David a su espalda.
Los aullidos aumentaban de volumen, y Rebecca pudo sentir la piedra
vibrar bajo sus pies: eran las zancadas de las patas de las bestias que corrían en
su persecución. … no vamos a lograrlo…
Fin el mismo instante que su mente se dio cuenta de que aquellas criaturas
los alcanzarían en muy poco tiempo, oyó a David gritar.
—En la siguiente esquina…
Cuando llegaron al final del tramo, donde el túnel giraba de nuevo, Rebecca
se dio la vuelta en redondo y levantó la sudorosa mano con la que empuñaba su
Beretta, apuntando hacia la última esquina que habían doblado. John y David se
situaron cada uno a un costado, jadeando pero con sus pistolas de calibre nueve
milímetros apuntando a su lado. Eran veinte metros de pasillo despejado, pero
repleto por el eco de los aullidos de sus perseguidores, a los que todavía no
habían visto.
Cuando apareció el primero de ellos, los tres comenzaron a disparar, y los
proyectiles se estrellaron contra una criatura. Al principio, Rebecca pensó que se
trataba de una leona, luego creyó que era un lagarto gigante y, por fin, un perro.
Sólo pudo distinguir una visión fragmentada de aquel ser imposible, y su mente
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
sólo captó las partes que pudo admitir. Las pupilas parecidas a las de los gatos,
la gigantesca cabeza de serpiente, con una inmensa mandíbula repleta de dientes
afilados. Un cuerpo rechoncho y de pecho amplio de color arenoso, con unas
patas delanteras gruesas y unos cuartos traseros musculosos que la impulsaban
hacia adelante a grandes saltos y a una velocidad increíble…
Y mientras los proyectiles explosivos atravesaban su extraña piel reptilesca,
apareció otra criatura detrás de la primera…
Las primeras balas lanzaron de espaldas el grueso cuerpo de la criatura más
cercana y la hicieron saltar sobre sus patas con garras, a la vez que unos
surtidores de sangre aguada manchaban las paredes del túnel…
Y entonces cómo, después de sacudir la cabeza, comenzó a
aullar otra vez con su grito lastimero y se lanzó de nuevo contra ellos.
Oh, mierda…
Rebecca apretó de nuevo el gatillo, cuatro, cinco, seis veces, mientras su
mente le gritaba al mismo tiempo tanto como aquellos dos monstruosos animales
que corrían hacia ellos, siete, ocho, nueve, diez veces…
El primero caía y se quedaba en el suelo, pero todavía quedaba el segundo,
seguido de un tercero, que también recorría el túnel a toda velocidad, y la Beretta
sólo tenía quince balas…
Vamos a morir…
David retrocedió de un salto, detrás de la rugiente línea de tiro. Un
cargador vacío cayó al suelo, y un segundo después, estaba de nuevo a su lado,
apuntando y apretando el gatillo, con la Beretta disparando de forma fluida en
su experta mano.
Rebecca contó su último cartucho y retrocedió a trompicones, rezando para
poder recargar su arma con la misma rapidez que David…
Levantó por fin los ojos para ver cómo el tercer animal caía de espaldas, con
su amplio pecho lanzando varios chorros de sangre. Se desplomó sobre el charco
de fluido rojizo que él mismo había creado y se quedó allí, inmóvil.
No se movió absolutamente nada más en el túnel, pero quedaban al menos
otras dos criaturas al otro lado de la esquina. Sus aullidos lastimeros continuaron
subiendo y bajando de volumen a lo largo del túnel, pero no se acercaron y
permanecieron fuera de la vista, como si comprendieran lo que les había
ocurrido a sus compañeros y fueran lo bastante listas para no cargar de frente
contra la muerte que les esperaba.
—Retroceded —susurró David con voz ronca.
Sin dejar de apuntar contra la esquina, comenzaron a andar hacia atrás, con
los gritos de las feroces bestias pasando por encima de ellos como si fueran olas
del mar.
Griffith se apartó con rapidez de la puerta cuando oyó el ruido de la llave
en la cerradura. No quería estar demasiado cerca de quienquiera que hubiese
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
traído Alan. Ya tenía a Thurman preparado cerca de él, por si acaso había algún
problema, pero cuando vio al joven y a su pasiva compañera entrar en el
laboratorio, no creyó que hubiera ningún contratiempo.
¿Qué le pasa? ¿Unas cuantas copas de más? ¿Una herida grave que no es visible a
simple vista?
Griffith sonrió, a la espera de que el joven hablara o la mujer se moviera,
lleno de buen humor y con un talante cordial. Hacía tanto tiempo que no hablaba
con nadie sin tener que darle instrucciones… Además, el hecho de que sus planes
se estuvieran cumpliendo lo hacía sentirse contento. Alan cerró la puerta a su
espalda y se quedó de pie, sin expresión alguna en el rostro, pero apuntando con
sus dos armas a la extraña pareja.
El joven miró alrededor con sus ojos oscuros abiertos de par en par, y su
mirada se detuvo en la puerta del compartimiento estanco, con una expresión
parecida al asombro. La cabeza de la mujer seguía colgando sobre su pecho. La
piel del joven tenía un tono oscuro natural. Probablemente era hispano, o quizás
su origen era hindú. No era demasiado alto, pero se lo veía bastante robusto. Sí,
serviría muy bien… y puesto que quizás era el que había matado al doctor
Athens, aquello tendría algo de justicia poética.
La inquisitiva mirada del joven se posó por fin en Griffith, al mismo tiempo
curiosa y sin miedo, un miedo que Griffith pensó que debería sentir.
Bueno, nos ocuparemos de eso…
—¿Dónde estamos? —preguntó en voz baja.
—Estás en el laboratorio de investigación química, aproximadamente a
unos veinte metros por debajo de la superficie de la Ensenada de Calibán —le
respondió Griffith—. Es interesante, ¿verdad? Esos inteligentes diseñadores
incluso lo construyeron en el interior de los restos de un barco naufragado… ¿o
construyeron los restos del barco naufragado alrededor del laboratorio? Siempre
me olvido, tendrás que…
—¿Eres Thurman?
¡Qué modales!
Griffith sonrió de nuevo, meneando la cabeza.
—No. Esa criatura gorda y de aspecto lamentable que está a tu izquierda es
el doctor Thurman. Yo soy Nicolas Griffith. ¿Y tú eres…?
Antes de que el joven pudiera responder, la mujer levantó su cabeza, y su
rostro blanco de ojos rojos escrutó a su alrededor con mirada hambrienta.
¡Está infectada!
—Thurman, agarra a la mujer y manténla inmóvil —ordenó Griffith con
rapidez. No podía permitir que dañara el excelente espécimen que Alan había
logrado capturar…
Pero cuando Thurman agarró a la muchacha, el joven se resistió y empujó a
Louis con un rápido movimiento de manos, con un gesto de valor en el rostro.
Griffith sintió una oleada de disgusto y enfado.
—Alan, ¡golpéalo!
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
El doctor Kinneson levantó la mano con rapidez y golpeó con fuerza la
parte posterior del cráneo del joven, que dejó de luchar el tiempo suficiente para
que Thurman tirara de la mujer para alejarla de ellos dos.
—Ya es tarde —dijo Griffith con voz confiada, preguntándose por qué
demonios querría nadie permanecer unido a uno de ésos—. Mírala, ¿no te das
cuenta de que ya no es humana? Es una de esas marionetas de Birkin, uno de
esos seres patéticos alterados para tener siempre hambre. Un zombi. Una unidad
de Triescuadra sin entrenamiento.
Mientras Griffith hablaba, se produjeron una serie de hechos increíbles para
el joven. La mujer se dio la vuelta sobre sí misma a pesar de que Thurman la
tenía agarrada… y con un rápido movimiento, estiró el cuello y le mordió la cara
a Louis. Tiró con la cabeza, se llevó entre los dientes un trozo de su mejilla y
comenzó a masticar con entusiasmo.
—¡Karen! Oh, Dios mío. ¡Karen, no!
Aunque su voz sonó evidentemente emocionada, el joven no se movió ni
trató de impedirlo. Tampoco lo hizo Louis. El doctor se quedó de pie tan
tranquilo, con la sangre corriendo por su cara, observando cómo la víctima del
virus-T masticaba un pedazo de su cara. Griffith miraba encantado.
—Fíjate en eso —dijo en voz baja—. Ni un gesto de dolor, ni una muestra de
emoción… ¡Louis, sonríe!
Thurman sonrió mientras la mujer acercaba de nuevo la cabeza y lograba
morderle su protuberante labio inferior. Arrancó el labio con un sonido
desgarrado y húmedo, y la sonrisa de Thurman se hizo aún más amplia. La
sangre saltó al suelo. La mujer siguió masticando. Increíble. Absolutamente
maravilloso.
El joven estaba temblando, y su rostro moreno se había vuelto pálido. No
parecía apreciar qué era lo que merecía verse, y Griffith se dio cuenta de que
probablemente nunca lo haría: sin duda, la mujer había sido amiga suya. Mucha
suerte. Es como echarle flores a un cerdo…
—Alan, agarra al joven, y sosténlo con fuerza.
El joven ni siquiera forcejeó, demasiado absorto en el aparente horror que
estaba experimentando. La muchacha arrancó otro trozo de carne, y la sonrisa de
Thurman se estremeció, probablemente debido al traumatismo sufrido por algún
músculo.
Por mucho que a Griffith le apeteciera seguir mirando, tenía trabajo que
hacer. Tal vez los otros amigos del joven lograran abatir a los Ma7 y, si lo
lograban, lo más probable es que fueran en busca de su amigo.
Pero para entonces, será mi amigo…
Griffith se acercó a una mesa y recogió una jeringuilla llena. Golpeó con un
dedo en uno de sus lados y se dio la vuelta hacia su silencioso invitado,
preguntándose si debía revelarle su brillante plan para atrapar a sus amigos. ¿No
era eso lo que siempre hacían los «villanos» en las películas»? Sólo lo pensó
durante un momento, y decidió que era mejor no hacerlo. Siempre lo había
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
considerado una estupidez, y, desde luego, él no era ningún villano. Eran ellos los
que habían invadido su santuario y amenazado sus planes para crear una paz
mundial. Estaba claro quiénes eran los malvados.
El joven hispano todavía estaba mirando la terrible escena, con la boca
literalmente abierta, mientras Karen empezaba a tragarse la nariz de Thurman,
causando heridas todavía más graves en su cara. Tendría que acabar con ella
antes de que los brazos de Louis cedieran, pero eso le daba bastante tiempo
todavía.
Avanzó con rapidez y clavó la aguja en el musculoso brazo del joven,
apretando el émbolo de la jeringuilla.
Sólo en ese momento forcejeó un poco, clavando sus pasmados ojos en
Griffith y retorciendo el cuerpo. Uno de los brazos de Alan pareció ceder un poco,
pero tenía bien agarrado al forcejeante hispano.
Griffith le sonrió a la cara mientras meneaba la cabeza.
—Relájate —le dijo con un tono de voz tranquilizador—. En unos minutos,
no sentirás nada de nada.
Lenta, muy lentamente, retrocedieron hacia la cueva donde comenzaba el
túnel en el que se encontraban. Las criaturas reptilescas los habían seguido, pero
habían procurado mantenerse fuera de la vista mientras lanzaban sus lastimeros
aullidos. John no dejaba de pensar en Karen y en Steve, guiados hasta Dios sabía
dónde por el doctor de Umbrella, y deseó con desesperación que aquellos
monstruos cargaran contra ellos. Sentía cómo pasaba el tiempo, y era posible que
los minutos perdidos ya le hubieran costado a Karen su única oportunidad de
curarse, minutos durante los cuales Steve podía estar luchando por su vida…
¡Vamos, cabrones estúpidos! Estamos aquí mismo. ¡Comida gratis! ¡Vamos!
Habían intentado gritar para atraerlos, habían disparado y habían pateado
el suelo para simular que salían corriendo, pero las criaturas no picaron el cebo.
David había intentado una vez engañarlos: los tres echaron a correr y se
detuvieron en la siguiente esquina… y cuando los grandes reptiles asomaron
cautelosamente el cuerpo por el túnel para seguir detrás de ellos, salieron de la
esquina y comenzaron a disparar. John logró acertar una vez en el pecho de una
de las criaturas, y habían confirmado que sólo quedaban dos de aquellas bestias
imitantes, pero ambas habían logrado ponerse a cubierto de nuevo antes de que
las hiriesen de gravedad, y no habían vuelto a caer en aquel truco.
—Cabrones astutos —dijo John con un gruñido por vigésima vez,
retrocediendo de espaldas con toda la rapidez que podía—. ¿A qué demonios
están esperando?
Ni Rebecca ni David contestaron, puesto que ya lo habían discutido
mientras seguían retrocediendo: estaban esperando a que los tres se dieran
media vuelta.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Después de lo que les pareció una eternidad en cámara lenta, de retroceder
paso a paso por él túnel, oyeron por encima de los aullidos de las bestias el
distante pero familiar sonido de la cavernosa estancia de roca por la que habían
entrado: el ruido apagado de las olas y el estremecimiento de las paredes.
Gracias a Dios, gracias Dios. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Quince, quizás veinte
minutos?
—Cuando salgamos del túnel, poneos a cada lado —les indicó David con
voz tensa—. Voy a darme la vuelta y a echar a correr para atraerlos…
Rebecca sacudió la cabeza con un gesto negativo, con su juvenil rostro
contraído por la preocupación.
—Eres mejor tirador que yo, y yo puedo correr mucho más rápido que tú.
Yo debería servir de cebo.
Casi habían llegado a la caverna principal. John miró a David y vio que
dudaba en tomar la decisión… pero, por fin, asintió suspirando.
—Muy bien. Corre todo lo rápido que puedas, y regresa hacia las escaleras
del faro. Nos encargaremos de ellos en cuanto estén demasiado lejos de la
esquina como para darse la vuelta.
Rebecca dejó escapar una bocanada de aire.
—Entendido. Sólo dime cuándo.
John sintió el cambio en el aire a su espalda, y los soplos de la brisa que
corría por el interior de la caverna le tocaron con suavidad la nuca. Dio otro paso
hacia atrás y un momento después se halló en el espacio abierto.
Dio un rápido paso lateral y se quedó de pie al lado de la esquina, justo
entre la boca del túnel del que habían salido y el túnel de al lado. Vio que David
también se colocaba en posición, mientras Rebecca se quedaba completamente
inmóvil en mitad de la entrada del túnel…
—¡Ahora!
Rebecca se dio la vuelta y comenzó a correr, alejándose a gran velocidad.
John notó la tensión en su propio cuerpo. Sostenía la Beretta al lado de su cara,
mientras oía los aullidos que aumentaban de volumen, las patas pesadas que se
aproximaban…
—¡Ahora! —gritó David, y ambos asomaron al mismo tiempo sus cuerpos a
la vez que comenzaban a disparar.
¡Bam, bam, bam, bam, bam, bam!
Los aullantes monstruos estaban a menos de seis metros, y los proyectiles
explosivos abrieron unos enormes agujeros carmesíes en sus pellejos, y los trozos
de hueso y la sangre se alzaron como grandes surtidores.
Los aullidos desaparecieron bajo el tronar de los disparos, y ninguno de los
dos seres reptilescos logró llegar hasta la entrada del túnel. Los dos extraños
cuerpos quedaron inmóviles, como dos montones de carne en el suelo.
Rebecca apareció de regreso, al trote, en cuanto dejaron de disparar. Sus
mejillas estaban encendidas y sus ojos brillaban por la prisa.
—Vámonos —dijo David.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Los tres comenzaron inmediatamente a correr por el túnel donde había
desaparecido Kinneson. El tiempo que habían perdido le daba alas a sus pies.
John dejó por fin que el miedo se apoderara de él y abandonó la rabia
frustrante que había estado sintiendo a lo largo de su retirada paso a paso.
Karen, no te mueras. Por favor, que no le haya pasado nada. Ni a ella ni a López…
El túnel giró y bajó ligeramente; los tres doblaron la esquina, con el terror
que sentían por la suerte de sus compañeros impulsándolos a correr aún más.
John se juró que si los dos estaban bien, que si Karen todavía estaba a tiempo de
salvarse, si todos salían con vida de aquel lugar, daría todo lo que tenía.
Mi coche, mi casa, mi dinero, no me acostaré con ninguna otra mujer hasta que me
case. Renegaré de mis malos actos anteriores y caminaré por el sendero de la virtud y…
No era suficiente, y no se imaginaba por que nadie querría aceptarlo, pero
lo sacrificaría todo, costase lo que costase.
El túnel giró de nuevo, sin dejar de inclinarse hacia abajo. Doblaron la
siguiente esquina… y vieron un doble par de puertas, con un pequeño pasillo
entre la puerta exterior y el interior, y una gigantesca y apenas iluminada
estancia al otro lado. Steve se encontraba apoyado en el quicio de la puerta
interior, con la Beretta en la mano y el rostro pálido y sin expresión.
—¡Steve! ¿Qué ha…? —comenzó a decir David, pero la falta de expresión, el
terrible vacío que vieron en la cara de Steve, hizo que todos se detuvieran en seco.
Aunque su mente se negaba a aceptarlo, John sintió que su corazón se llenaba
con una terrible y dolorosa sensación de pérdida.
—Karen ha muerto —dijo Steve en voz baja, y luego se giró y entró en la
estancia.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 16
Oh, no… Rebecca sintió una enorme oleada de tristeza en su interior
mientras observaba la espalda de Steve, con John y David en silencio a su lado.
El vacío pasmado que habían visto en el rostro de Steve antes de que se diera la
vuelta les anunció lo que había pasado.
Pobre Karen. Y pobre Steve. Debe de haber sido terrible para él verla…
Habían encontrado el laboratorio demasiado tarde. Rebecca bajó la vista y
se fijó en la ranura para tarjetas cerca de la puerta de acceso cuando entró en el
pasillo que unía ambos juegos de puertas.
Sintió con una horrible emoción la futilidad y el sin sentido en que se había
convertido aquella misión. Habían llegado allí para obtener información, y sólo
habían encontrado una prueba tras otra, sólo habían logrado que Karen cayera
enferma… y que atacara a Steve justo cuando habían llegado al único lugar
donde podían haber tenido alguna oportunidad de curarla…
Pero ¿y Kinneson? ¿Y Thurman?
Atravesó la segunda puerta con el entrecejo fruncido. El laboratorio era
enorme y estaba lleno de equipos, con las mesas atestadas con enormes pilas de
papeles. Sin embargo, fue la compuerta abierta justo enfrente de ellos lo primero
que le llamó la atención, y su mirada se fijó de inmediato en la gruesa hoja de
plexiglás o de cristal reforzado que ocupaba parte de la puerta de metal.
Era un compartimiento estanco, con la puerta interior abierta, tras la
segunda puerta, más allá de una reja metálica, pudo ver las oscuras aguas del
mar: el laboratorio se encontraba bajo el océano.
Lo segundo en lo que se fijó fue la sangre, en el grueso rastro de color
carmesí que salpicaba el suelo de cemento formando pequeños charcos y
regueros, pero que finalmente se convertía en una larga mancha provocada por
el arrastre de un cuerpo, lo primero que pensó fue que Steve debía de haber
llevado el cuerpo de Karen… ¡Tanta sangre! Dios, no, Karen no…
Steve había entrado en el compartimiento estanco y se había dado la vuelta.
Parecía estar esperando que ellos cruzaran la habitación. Rebecca comenzó a
andar en su dirección, con un nudo en la garganta por las lágrimas y por la pena
que sentía. John y David estaban justo a su espalda, de pie y en silencio, mirando
alrededor, registrando con la vista la vacía estancia…
Entonces, detrás de ellos, la puerta que daba al pasillo se cerró de golpe.
Se dieron la vuelta en redondo y vieron a Kinneson de pie, apuntándolos
con una pequeña pistola del calibre 32 y sin mostrar expresión alguna en el
rostro.
—Soltad las armas.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
La voz tranquila y autoritaria que había sonado era la de Steve.
Rebecca se dio la vuelta de nuevo, sintiéndose confundida… y vio que Steve
los apuntaba con su Beretta, con un rostro tan inexpresivo como el de Kinneson.
Ahora que estaba lo bastante cerca del compartimiento estanco, pudo ver el
cuerpo en el suelo. Era el de Karen, cuyo pálido rostro estaba cubierto de sangre.
En el lugar donde debería estar su ojo izquierdo sólo se veía un agujero negro
rezumante de fluidos corporales.
Oh, Dios mío, ¿qué está ocurriendo?
David dio un paso hacia Steve, con la Beretta apuntando al suelo y con la
voz repleta de asombro, incredulidad y confusión.
—Steve, ¿qué estás haciendo? ¿Qué ha pasado?
—Soltad las armas —repitió Steve. Su voz no mostraba señal alguna de
emoción.
¿Qué le has hecho?
John lanzó un grito, se giró y disparó contra Kinneson. El proyectil atravesó
limpiamente su sien izquierda, y Kinneson se derrumbó en el suelo como una
marioneta sin cuerdas que la sostuvieran…
¡Bam!
El segundo proyectil salió de la pistola de Steve, y acertó a John un poco
más arriba de la zona de los riñones. La sangre comenzó a salir a borbotones del
agujero, y Rebecca vio en el rostro de John la incredulidad mientras trastabillaba
cuando intentaba dar media vuelta al mismo tiempo que la sangre comenzaba a
salirle entre los labios.
John también cayó a plomo en el suelo de cemento y se estremeció una vez
más antes de quedar completamente inmóvil. Todo había ocurrido en unos pocos
segundos.
—Soltad las armas —volvió a decir Steve con voz tranquila. Apuntó con su
arma a Rebecca.
La muchacha no pudo hacer absolutamente nada durante unos momentos.
Simplemente se quedó mirando a Steve con una expresión de profundo horror
mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, totalmente incapaz de comprender
lo que había pasado.
—Suéltala —dijo David en voz baja, y dejó que la suya cayera al suelo con
un tableteo metálico.
Rebecca también dejó caer su Beretta.
—Retroceded —ordenó Steve sin dejar de apuntar al pecho de Rebecca.
—Haz lo que dice —dijo David con la voz sólo un poco temblorosa.
Retrocedieron lentamente, mientras Rebecca era incapaz de apartar la vista
de los ojos de Steve, del rostro juvenil y atractivo que tanto le había atraído.
Ahora, ya no era más que una máscara, que llevaba puesta…
Un zombi.
Dejaron de retroceder al tropezar con una mesa, y miraron inmóviles cómo
Steve avanzaba para recoger sus armas del suelo. La mente de Rebecca estaba
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
pasmada por algo más que el horror y la sensación de pérdida. Un zombi que
podía caminar y hablar como una persona. Como Kinneson. Como Steve.
¿Cómo?¿Cuándo ha ocurrido?
Justo en el momento que Steve comenzaba a retroceder, una agradable voz
masculina sonó a sus espaldas, procedente de una esquina del laboratorio, desde
detrás de una mesa.
—Bueno, ¿ya hemos acabado? Dios mío, menuda tragedia griega…
A aquella voz le siguió un cuerpo. Un individuo delgado y de pelo gris se
puso de pie y rodeó la mesa, moviéndose con aspecto tranquilo hasta situarse al
lado de Steve. Tendría unos cincuenta y pocos años y llevaba el pelo lo bastante
largo como para que las puntas le rozaran el cuello de la bata de laboratorio que
llevaba puesta. En su rostro brillaba una sonrisa espléndida.
—Repetiré las instrucciones que le he dado para que nuestros invitados las
oigan —dijo el individuo con un tono de voz alegre—. Si cualquiera de los dos
efectúa un movimiento brusco, dispárales.
Rebecca supo inmediatamente quién era, supo que no había estado
equivocada, después de todo.
—El doctor Griffith —dijo en voz baja.
Griffith arqueó una ceja, ligeramente divertido al parecer.
—¡Ya veo que mi reputación me precede! ¿Cómo lo ha sabido?
—He oído hablar de usted —repuso con voz fría—. Y
también de Nicolas Dunne.
La sonrisa del hombre se congeló por un instante, pero se ensanchó de
nuevo.
—Todo eso forma parte del pasado —respondió como restándole
importancia al mismo tiempo que agitaba una mano en el aire—. Y me temo que
nunca tendrá la ocasión de contarle a nadie sobre el placer de nuestro encuentro.
La sonrisa de Griffith desapareció por completo, y su mirada azul adquirió
de repente una expresión gélida.
—Ya me habéis retrasado bastante. Estoy cansado de este juego, así que creo
que voy a hacer que este agradable joven os mate…
Su rostro se iluminó de repente, y Rebecca vio la locura brillar en sus ojos, el
absoluto alejamiento de la cordura.
—Ahora que lo pienso mejor, ¿por qué ensuciarlo todo aún más? Steve, si
eres tan amable, por favor, dile a nuestros amigos que entren en el
compartimiento estanco.
—Entrad en el compartimiento estanco —dijo con voz tranquila.
Rebecca comenzó a hablar con rapidez antes de que David pudiera dar ni
siquiera un paso, con un tono de voz serio y profesional.
—¿Ha sido el virus-T? ¿Lo ha utilizado como plataforma para desarrollar
sea lo que sea el nuevo agente infeccioso? Sé que ha sido el responsable del
aceleramiento del tiempo de amplificación, pero esto es algo completamente
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
nuevo, esto es algo que ni siquiera Umbrella conoce. Es un mutágeno con una
membrana de fusión instantánea, ¿a que sí?
Los ojos de Griffith se abrieron de par en par.
—Espera, Steve… ¿Qué es lo que sabes acerca de la membrana de fusión,
jovencita?
—Sé que la ha perfeccionado. Sé que ha logrado crear un virión de fusión
rápida que al parecer es capaz de infectar el tejido cerebral en menos de una
hora…
—En menos de diez minutos —la corrigió Griffith.
Toda su actitud cambió, y pasó de ser un sonriente hombre mayor a
convertirse en un fanático: entrecerró los ojos, que adquirieron un brillo intenso,
y apretó los labios contra los dientes.
—¡Esos estúpidos animales con su ridículo virus-T! Puede que Birkin tenga
algo de cerebro, pero los otros no son más que unos idiotas. ¡Juegan a la guerra
mientras yo he creado un milagro!
Se dio la vuelta y señaló con un gesto los relucientes depósitos de oxígeno
que había al lado de la entrada del laboratorio.
—¿Sabes qué es eso? ¿Sabes lo que he logrado sintetizar? ¡La paz! ¡La paz y
la libertad de no tener que escoger para toda la humanidad!
David sintió que su corazón se ponía a palpitar a toda velocidad, y todo su
cuerpo comenzó a exudar un sudor frío. Griffith comenzó a caminar de un lado a
otro delante de ellos, con los ojos brillando por su genio enloquecido.
—¡Existe suficiente material de mi cepa, de mi creación, como para infectar
a miles de millones de personas en menos de veinticuatro horas! He logrado
encontrar la respuesta, la respuesta a la penosa y egoísta especie en la que se ha
convertido la raza humana. Cuando le entregue mi regalo al viento, el mundo
será libre de nuevo, renacerá otra vez, un lugar simple y bello para todas las
criaturas, grandes y pequeñas, ¡y sólo sobrevivirán gracias al instinto!
—Está loco —dijo David con un susurro, incluso a sabiendas de que Nicolas
Griffith podía matarlos, de que iba a matarlos, pero fue incapaz de contenerse—.
¡Está completamente majara!
Y por eso ha muerto mi equipo, por eso han muerto todas esas personas. Quiere
convertir a todo el mundo en seres como Kinneson. Como Steve.
Griffith se giró hacia él con un gruñido y lanzando escupitajos por la
comisura de los labios.
—¡Y tú estás muerto! No estarás aquí cuando mi milagro bendiga la Tierra.
Yo, yo… te privo de mi regalo, ¡a los dos! Cuando el sol salga mañana por la
mañana, habrá paz, ¡y ninguno de los dos conoceréis ni un solo segundo de ella!
Se dio media vuelta y los señaló mientras hablaba a Steve.
—¡Mételos en el compartimiento estanco! ¡Ahora mismo!
Steve levantó de nuevo su Beretta y la utilizó para indicarles con un gesto
que atravesaran la puerta estanca y entraran en el compartimiento, donde el
cuerpo de Karen yacía ensangrentado y sin vida en el suelo.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Está demasiado lejos, no podré alcanzar el arma a tiempo…
—¡Steve, ahora! ¡Mátalos ahora mismo si no entran!
David y Rebecca entraron en el compartimiento estanco. David sintió el
cuerpo frío y tenso. Tenía que hacer algo o el mundo se vería infectado por el
sueño de aquel psicópata maníaco…
Steve cerró la puerta.
Estaban atrapados.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 17
Griffith estaba furioso, temblaba de ira mientras la puerta del
compartimiento estanco se cerraba con un gran golpe. ¿Es que no podían ver, es
que no entendían, es que no se daban cuenta de otra cosa que no fueran sus
miserables y estúpidas vidas?
Se quedó mirando al joven Steve, y la rabia amenazó con desbordar sus
sentidos, amenazó con hacerlo enloquecer, con hacerle vomitar, con hacerle
matar…
—¡Pon esa pistola en tu fea cara y aprieta el gatillo! ¡Muere, muere, muere!
¡Mátate!
Steve alzó su arma.
Rebecca gritó, golpeando inúltimente con sus puños la gruesa puerta de
metal.
No, no, no, no, no…
¡Baammm!
El tronar del disparo cortó sus gritos. El cuerpo de Steve cayó contra la base
de la compuerta y quedó misericordiosamente fuera de la vista.
Ya estaba muerto, ya estaba muerto. Ya no era Steve…
—Jesús… —susurró David, y Rebecca levantó la vista, directamente a los
ojos engreídos y petulantes de Griffith a través de la ventana…
Y Griffith sonrió de repente, con una sonrisa triunfal, repleta de orgullo y de
desprecio maligno. Los sentimientos de pérdida, tristeza y terror desaparecieron
al ver aquella sonrisa. Rebecca se quedó mirando aquellos ojos y se dio cuenta de
que jamás antes había odiado realmente a una persona.
Cabronazo asqueroso, hijo de…
Les había contado su plan, pero en ese momento la idea era demasiado
grande para entenderla de golpe, era una tragedia tan inmensa que su mente no
podía ni abarcarla ni asimilarla. Lo único en lo que podía pensar era en que había
matado a Karen y a John, que había matado a Steve… y quería destruirlo más
que nada en el mundo, quería verlo perder, quería verlo sufrir y sentir dolor y…
Si no hacemos nada, llevará a cabo su locura. Tenemos que detenerlo, detenerlo
antes de que se ponga a bailar en la mayor tumba de toda la historia del mundo.
Griffith se aproximó a un panel de control situado al lado de la compuerta y
comenzó a apretar botones sin dejar de sonreír. Oyeron el ruido de algo metálico
y pesado que se movía por debajo del suelo de rejilla… y empezó a entrar agua
gorgoteando, procedente de las negras profundidades de la ensenada. El
compartimiento estanco era apenas lo bastante ancho para que ella y David no
tuvieran que estar de pie sobre el ensangrentado y retorcido cadáver de Karen. El
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
agua ya comenzaba a ponerse roja, y la espuma formada por el paso a través de
un conducto estrecho empezó a cubrir las manos de dedos blancos de su
compañera y sus propios tobillos.
Nos queda un minuto de tiempo, quizás algo menos…
Todavía podía ver el laboratorio, y allí estaba Griffith, apoyado de espaldas
sobre una mesa, con los brazos cruzados sobre el pecho en un gesto de
satisfacción, observándolos. Por detrás de él, se veía una escena macabra repleta
de muerte. Kinneson, John y los relucientes cilindros llenos hasta los topes con el
producto del malvado ingenio de Griffith.
¡Tenemos que hacer algo!
Rebecca se giró con un gesto de desesperación hacia David, rezando por
que tuviera algún plan genial y brillante… y lo único que vio fue resignación y
tristeza en sus ojos mientras miraba el cuerpo tendido de Karen, con los hombros
hundidos por la derrota.
—David…
El levantó la vista y la miró con desesperación.
—Lo siento —susurró débilmente—. Todo ha sido culpa mía…
Las manos de Karen ya estaban flotando sobre el agua, y unos cuantos
mechones de su pelo corto tapaban como un halo su deshecha cara. Rebecca
empezó a dar tirones de la puerta, sin resultado, y sintió su peso inamovible,
sellado por los mandos de Griffith. El agua fría comenzó a empapar la tela de sus
pantalones y sintió su gélido tacto por encima de los tobillos. El olor a sal y a
sangre y la oscuridad la atemorizaban tanto como el murmullo desesperado de
David.
—Si no hubiese sido tan egoísta… Rebecca, lo siento tanto… tienes que
creerme, de veras, yo nunca quise…
Aterrorizada y al borde de la histeria, Rebecca lo agarró por los hombros y
le gritó.
—Vale, de acuerdo, eres un gilipollas, ¡pero si Griffith logra soltar su virus,
van a morir millones de personas!
Por un segundo creyó que no la había oído y sintió cómo el nivel del agua
seguía subiendo. Ya le llegaba a las pantorrillas, y su corazón latió con más
fuerza aún… y en ese momento, los ojos de David perdieron el brillo de la
desesperación y su mirada adquirió firmeza. Echó un rápido vistazo alrededor,
al estrecho compartimiento, y ella advirtió que su mente comenzaba a trazar
planes, que tomaba en cuenta todos los pequeños detalles del lugar: acero,
compuertas estancas, una malla metálica sobre la puerta que daba al exterior,
como si fuera una jaula para mantener alejados a los tiburones, de unos sesenta
centímetros de ancho, y por último, el agua burbujeante que ya les llegaba a las
rodillas, y que había levantado el torso y los brazos de Karen, que flotaban
libremente…
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—Las puertas son de acero, la ventana tiene unos cinco centímetros de
ancho y es de plexiglás… cuando la puerta exterior se abra, todavía quedará la
rejilla…
Él la miró a los ojos, con los suyos llenos de rabia, disculpa y asombro…
Meneó la cabeza con un gesto negativo de derrota.
Ella dejó los brazos a los costados, y su cuerpo empezó a temblar por el frío
mientras sus pensamientos se hundían en la más profunda y negra
desesperación. David se acercó a ella medio vadeando y la abrazó con fuerza.
—Has tenido la mala suerte de conocerme —dijo con voz suave al mismo
tiempo que le frotaba los brazos en cuanto a ella comenzaron a castañetearle los
dientes. El agua ya le llegaba a las caderas, y la mano sin vida de Karen le rozó la
pierna al pasar…
Suerte. Karen.
Rebecca sintió que su corazón se detenía en mitad de un latido.
David la tenía abrazada con fuerza, deseando un millón de cosas, a
sabiendas de que ya era demasiado tarde para ellos dos. Miró hacia el laboratorio
y vio a Griffith que todavía los miraba sin dejar de sonreír. Apartó la mirada y
sintió un odio vacío e inútil mientras las frías aguas le llegaban a la cintura.
Maldito cabrón asesino.
El cuerpo de Rebecca se tensó de repente. Apartó a David y agarró el cuerpo
de Karen. Sus dedos comenzaron a rebuscar frenéticamente en el chaleco de su
compañera muerta. Rebecca se echó a reír de repente, una breve muestra de
alegría histérica…
Ha perdido el juicio…
Entonces le lanzó un objeto redondo y oscuro que había sacado de uno de
los bolsillos del chaleco de Karen. Al verlo, David sintió que una oleada de pura
sorpresa le recorría todo su cuerpo.
—La llevaba encima para que le diera suerte —explicó con rapidez Rebecca
entre dientes castañeteantes—. Está cargada.
David se llevó la granada a la espalda mientras sus pensamientos se
perseguían unos a otros y calculaba cómo sacarle el mayor partido a aquel objeto
y las posibilidades que tenían. El agua le llegaba un poco más arriba de la cintura,
y a Rebecca a su pecho jadeante.
La puerta exterior se abre por la presión, tiro de la anilla y nos metemos en la jaula
y mantenemos la compuerta cerrada…
Lo más seguro es que murieran, pero si al menos arrancaban la puerta
interna de cuajo, no se irían solos al otro barrio.
Griffith observaba con actitud ausente cómo subía el agua y cómo los dos
supervivientes protagonizaban todos los momentos clásicos de un melodrama.
Sus pensamientos ya estaban centrados en el cercano amanecer y en el problema
de llevar los pesados depósitos escaleras arriba. Supuso que aquello le serviría de
lección: perder el control de esa manera no servía de nada.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
La pareja estaba dando todo un espectáculo. La chica estaba furiosa con la
apatía del hombre. Luego siguió la rápida y desesperada búsqueda para
encontrar un modo de escapar, el abrazo final y, por último, el pánico: la chica
abrazó el cadáver lleno de virus-T de su compañera al mismo tiempo que el otro
individuo trataba de hablar con ella, con el entrecejo fruncido y preocupado por
su cordura mientras el agua seguía subiendo.
Es triste, muy triste. Nunca deberían haber venido, nunca deberían haber intentado
detenerme…
En ese instante, el hombre la estaba abrazando, en un patético intento por
retrasar lo inevitable. El agua ya llegaba a la altura de la ventana. En cuanto
estuvieran muertos, abriría la jaula para entregarle una golosina a los Leviatanes
antes de dejarlos libres de nuevo, libres para nadar por un océano sin humanos y
vivir el resto de sus días en paz.
La tierra y el océano serán uno solo —murmuró su mente en tono soñador—.
Espejos de sencillez, instinto…
El cuerpo de la infectada pasó lentamente por delante de la ventana, y vio
que los dos invasores se habían acercado a la otra puerta, en un intento por
retener al máximo el poco aire que les quedaba. Era una pareja decidida, aunque
un poco estúpida. De repente, se le ocurrió que no se había preocupado por saber
quiénes eran ni quién los había enviado…
Ya no importa, ¿verdad?
El compartimiento estaba lleno de agua. Una luz del panel de control indicó
que la puerta exterior se había abierto. Se había acabado…, pero ellos empezaron
a patalear para salir al exterior, y algo pequeño pasó por delante de la ventana
justo cuando cerraron la puerta al pasar…
Griffith frunció el entrecejo y…
¡Baaammmmm!
Sólo tuvo tiempo de sentir incredulidad antes de que la compuerta se
estrellara contra su cuerpo y el rugiente torrente de líquido helado le quitara el
aliento.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Capítulo 18
Cuando la granada explotó, todo ocurrió tan deprisa que a Rebecca no le
dio tiempo a pensar en nada. Sólo tuvo sensaciones, una tras otra, y el terror fue
el que predominó.
Una luz brillante y un movimiento explosivo cuando la puerta salió
disparada hacia fuera, una sensación de resistencia contra su espalda que
desapareció en un instante y luego los pulmones que gritaban pidiendo oxígeno,
con un millón de burbujas como balas y, por último, una presión increíble,
imposible, que parecía continuar sin final posible, todo en tonos de negro y frío.
Más rápido, más rápido, movimiento y un extraño y ahogado sonido.
Unas sombras oscuras se movieron por encima de su mente consciente,
tapándolo todo con crecientes manchas de inconsciencia, mientras su pecho
estallaba hacia dentro y sus pulmones se devoraban a sí mismos. Braceó y
pataleó, pataleó y pataleó mientras sus piernas comenzaban a debilitarse y las
manchas oscuras se la tragaban…
Y luego el aire, el dulce aire, el maravilloso aire que le acariciaba su
moribundo rostro. Aspiró de forma convulsiva, con grandes jadeos ansiosos, sin
pensar en nada todavía. Su cuerpo pensó por ella y siguió absorbiendo vida con
glotonería. La espuma y la picazón provocada por la sal, las olas que la acunaban,
un zumbido agudo y elevado…
¡Baaam!
Una enorme onda de presión la lanzó hacia adelante y le metió agua a
raudales por las fosas de la nariz cuando una lluvia de agua de mar provocada
por la explosión comenzó a caer sobre ella.
Rebecca boqueó de nuevo en busca de aire, mareada, hasta que su mente
conectó de nuevo con su cuerpo.
¡David! ¿Qué…?
—¡Rebecca!
Un grito ahogado procedente de algún punto de la oscuridad llena de
zumbidos. El sonido era mucho más claro ya, era como…
¡Baaam!
Otra enorme ola, otro torrente de agua lanzado por encima de ella, en un
intento por ahogarla ya que Griffith no había sido capaz de conseguirlo, y
mientras la lluvia de gotas caía sobre ella, vio luz… poderosos rayos que
atravesaban la oscuridad y agitada superficie de la ensenada.
Una lancha. El poderoso rugido de un motor fueraborda que se dirigía hacia
ella por encima del oleaje.
—¡Rebecca!
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
El grito desesperado de David, a su izquierda.
¡Baaam!
Esta vez pudo ver la explosión y distinguió la enorme columna de agua
recortada contra el rayo de luz que la buscaba antes de que la ola llena de restos
la lanzara de espaldas, cegándola con una feroz bofetada de espuma. Logró
aspirar una bocanada de aire antes de que el enorme surtidor de agua se
desplomara sobre ella, cayendo con un rugido repiqueteante sobre las olas.
Cargas de profundidad. Están lanzando cargas de profundidad. Pero ¿quién?
¿Umbrella?
La lancha estaba a menos de treinta metros de ella cuando el motor se
apagó de repente y los focos de luz comenzaron a recorrer el agua. Oyó un
chapoteo cerca de ella…
Y uno de los cegadores rayos de luz apuntó a David y ella descubrió su
rostro agotado y chorreante a poca distancia de donde se encontraba…
Oyó la voz de un hombre, procedente de la lancha, que ahora se
aproximaba lentamente hacia ellos.
—¡Soy el capitán Blake, de los STARS de Filadelfia! ¡Identifíquese!
¿Los STARS?
Blake continuó hablando, y su voz adquirió volumen a medida que la
lancha se acercaba.
—¡El agua no es segura! ¡Vamos a sacarle!
David respondió por fin, con una voz rota por el cansancio.
—Trapp, David Trapp, de los STARS de Exeter, y Rebecca Chambers…
Cuando Blake habló de nuevo, dijo las palabras más maravillosas que
Rebecca había oído en toda su vida.
—¡Burton nos envía para ayudarlos! ¡Aguanten!
Barry. ¡Oh, gracias! ¡Dios, Barry!
A pesar de su agotamiento, de su cansancio espiritual después de una larga
noche de pánico, castigada por los sentimientos de pena y terror, Rebecca tuvo
fuerza suficiente para sonreír.
Fue justo en ese instante cuando percibió un gruñido ahogado a su espalda.
Sólo había oscuridad, teñida de rojo y con el eco del dolor. En aquella
oscuridad, no había reposo ni paz: estaba solo y trabado en feroz combate, una
lucha sin cuartel para encontrar el final de aquella ausencia de luz. Sabía que
encontrar el final con rapidez era importante, pero todo un laberinto de imágenes
extrañas y en cierto modo terroríficas le impedían el paso e insistían en que no
hacía falta darse prisa. Un fantasma, un soldado, una rabia. La melodiosa voz y
alegre risa de una mujer que había conocido y que nunca más vería… y los
terribles ojos muertos que le habían arrancado la luz después de una explosión
de fuego y de sonido. Unos ojos que conocía pero que tenía miedo de recordar…
El laberinto lo llamaba, lo atraía para que lo explorara con mayor
profundidad y que abandonara su búsqueda del final de la oscuridad, le decía
que eso sólo le proporcionaría mayor dolor… y casi había decidido dejar de
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LA ENSENADA CALIBAN
luchar y que las sombras lo agarraran cuando la luz lo encontró a él con una
onda expansiva y un trueno ensordecedor.
Un instante después, fue lanzado a través de una negrura líquida y helada,
y recuperó la conciencia debido al dolor… y fue el dolor el que le hizo
concentrarse a lo largo de aquel terrible y aullante viaje, el que lo empujó a
combatir la oscuridad. Su conciencia dio vueltas y vueltas mientras el aire se le
quedaba cuajado en los pulmones y el frío atenuaba el dolor… pero, momentos
después, pudo respirar, y el desgarrado trozo de madera al que estaba agarrado
le dijo que sí, que por fin había luz. No estaba muerto, aunque casi deseaba
estarlo: apenas podía respirar, y el dolor que sentía en la espalda era
insoportable… pero entonces oyó la voz de David entre el ruido del frío oleaje y
sintió que, después de todo, merecía la pena estar vivo.
Intentó gritar, pero lo único que salió de su garganta fue un gruñido
ahogado, un quejido de dolor y agotamiento. Vio un rayo de luz y un resplandor
que lo cegó… y luego la oscuridad de nuevo, pero esta vez tuvo un momento de
conciencia serena que le permitió comprender lo que ocurría. Dolor y
movimiento, una sensación de ingravidez y luego algo duro que se apretaba
contra su mejilla. Frío y luego más movimiento, el sonido de la tela rasgada y del
papel rompiéndose. Voces excitadas dando órdenes, y otra vez, el aullido de la
carne desgarrada. Cuando recuperó la conciencia de nuevo y vio una sombra con
un chaleco de los STARS inclinada sobre él, con un botiquín de emergencia en
una mano y una jeringuilla en la otra.
Espero que esa jeringuilla sea de morfina —intentó decir, pero, una vez más, lo
único que su boca pudo emitir fue un gruñido ahogado.
Un segundo después, otras dos sombras, pero esta vez pálidas, se inclinaron
sobre él mientras la otra sombra seguía trabajando sobre él con manos tibias y
suaves. Las sombras borrosas eran David y Rebecca, con grandes ojeras, el pelo
empapado y unas expresiones de cansancio y pena.
—Vas a ponerte bien, John —dijo David en voz baja y tranquilizadora—.
Sólo tienes que descansar. Ya se acabó todo.
Un creciente calor comenzó a extenderse por todo su cuerpo, una tibieza
maravillosa y adormecedora que expulsó el rugido de dolor hacia un lugar lejano
y muy distante. Justo cuando aquella oscuridad amistosa llegaba para llevárselo
consigo, miró a David a los ojos y logró susurrar algo que de repente quiso
expresar más que nada en el mundo, que le costó un gran esfuerzo, pero que
tenía que decir a pesar de todo.
—Tenéis el aspecto de haber sido tragados por un coyote y luego cagados
colina abajo —murmuró—. De verdad…
El dulce sonido de la risa siguió a John hacia la curativa oscuridad.
El médico de edad madura de los STARS se había llevado a John a la
pequeña cabina de la lancha, que tenía unos diez metros, y sólo salió para
decirles que todo parecía ir bien. John tenía dos costillas rotas, un fuerte
traumatismo y un pulmón perforado, pero lo habían vendado y su estado era
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
estable. Estaba descansando cómodamente mientras llegaba el helicóptero de
rescate médico al que habían llamado por radio. El médico estaba bastante
seguro de que John se recuperaría por completo y sin secuelas. David lloró al oír
aquello, pero no se sintió en absoluto avergonzado.
Se quedaron sentados en la parte trasera de la lancha, arrebujados bajo una
rasposa manta de lana, mientras Blake y el resto del equipo continuaban
lanzando cargas de profundidad, recorriendo con facilidad la ensenada arriba y
abajo. El equipo de Pennsylvania ya había acabado con cuatro de las gigantescas
criaturas antes de ver el surtidor de aire procedente del laboratorio y, al parecer,
ya no quedaba ninguna de aquellas aberraciones.
David tenía un brazo alrededor de Rebecca, y la chica se había recostado
sobre su pecho mientras el cielo negro se transformaba poco a poco hasta
adquirir un color azul profundo que luego continuó aclarándose. Ninguno de los
dos dijo una palabra, demasiado cansados para hacer otra cosa que ver al equipo
trabajar soltando cargas y comprobando los resultados, arriba y abajo una y otra
vez. Blake había prometido enviar unos buceadores para recuperar los
recipientes metálicos de Griffith en cuanto las aguas de la ensenada estuviesen
despejadas y John hubiera sido trasladado, y ya había dos trajes de buceo sobre
la cubierta. Un joven miembro del equipo Alfa, y cuyo nombre David había
olvidado, los estaba preparando para la inmersión con una intensidad
concentrada. A David le recordó un poco a Steve…
Por alguna razón, el recuerdo de Steve no le produjo el tipo de dolor que
esperaba. Le dolía, le dolía muchísimo… Karen había muerto, Steve había
muerto… pero cuando pensó en lo que habían logrado impedir, en lo que habían
participado…
No ha sido en balde. Hemos logrado detener a Griffith, hemos impedido que mate a
millones de personas inocentes. Dios, qué orgullosos estarían…
El dolor era malo, pero el sentimiento de culpabilidad no era tan devastador
como temía que fuese. Sabía que su responsabilidad por sus muertes sería algo
con lo que tendría que vivir en el futuro, pero pensó que tenía posibilidades de
vivir con ello sin que le remordiera continuamente la conciencia. No podía estar
seguro, por completo, pero estaba convencido de que las lágrimas que había
derramado por la recuperación de John lo llevaban en el buen camino para ello.
Los cansados pensamientos de David se centraron entonces en Umbrella y
en la función que había cumplido dentro de la locura de Griffith. Aunque estaba
seguro de que no habían planeado que su investigador principal enloqueciera de
ese modo, sus directivos habían creado las circunstancias apropiadas para que
aquello pudiera pasar: su completo desprecio por el valor de la vida humana sólo
podía animar a alguien como Griffith. Además, sin la ayuda de Umbrella, el
científico jamás hubiera tenido acceso al virus-T…
Algún día y en un futuro cercano, responderán por lo que han hecho. Quizás hoy no,
ni mañana… pero pronto.
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LA ENSENADA CALIBAN
Quizá Trent los ayudaría de nuevo. Quizá Barry, Jill y Chris descubrirían
más secretos en Raccoon City. Quizás…
Rebecca se acurrucó más contra él y sintió su cálido aliento incluso a través
de las ropas todavía húmedas. David dejó que aquellos pensamientos se
desvanecieran, y se conformó con permanecer sentado sin pensar en nada.
Estaba muy, muy cansado.
Blake declaró que las aguas eran seguras cuando los primeros rayos del sol
aparecieron por encima del horizonte, pero ni Rebecca ni David lo oyeron: ambos
se habían quedado dormidos bajo la penumbra del nuevo día.
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RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
Epílogo
La sala de reuniones era un ejemplo perfecto de elegancia sobria y sin
pretensiones. Había tres hombres sentados ante la mesa de roble de aspecto
oficial, y un cuarto individuo de pie al lado de la ventana, mirando hacia fuera
con semblante pensativo. El hombre junto a la ventana podía observar a los
demás por el reflejo en el cristal, aunque dudaba mucho que los otros advirtieran
su cuidadoso escrutinio: a pesar de que en el terreno de la política eran muy
avispados, eran bastante torpes para percatarse de lo que pasaba a su alrededor
más inmediato físicamente.
Tras escuchar la conferencia por teléfono, el hombre que siempre vestía de
color azul habló en primer lugar, directamente al hombre de edad más avanzada,
que tenía un gran mostacho que mostraba un cuidado muy esmerado.
—¿Tenemos que discutir las posibles ramificaciones de este asunto? —
preguntó Azul.
Mostacho suspiró.
—Creo que el informe ya las describe bastante bien —repuso con tono
descortés.
El bebedor de té entró en la conversación, dejando la taza en la mesa con un
leve chasquido. El líquido humeante se elevó por los bordes, distorsionando el
logotipo de la empresa que adornaba el lateral.
—No creo que sea buena idea subestimar la magnitud de esta… dificultad
—dijo Té—. Sobre todo si tenemos el actual factor de inestabilidad en el
desarrollo…
Azul asintió.
—Estoy de acuerdo. Las situaciones como ésta siempre encuentran el modo
de salirse de madre. Primero, el laboratorio secundario en Raccoon City, ahora en
la Ensenada…
Mostacho lo interrumpió con una mirada furiosa. Azul, completamente
avergonzado, se aclaró la garganta. Su cara se mantuvo ruborizada mientras
intentaba recuperarse.
—Es decir, creo que debemos efectuar una investigación exhaustiva en
relación con estos asuntos. ¿No opina lo mismo, señor Trent?
El hombre de pie delante de la ventana se dio media vuelta, preguntándose
cómo demonios habían logrado aquellas personas llegar a los puestos que
ocupaban. No sonrió, sabiendo lo mucho que les preocupaba el hecho de que no
lo hiciera.
—Me temo que tendré que insistir en ello —contestó Trent con frialdad.
Azul asintió con rapidez.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
—Por supuesto, tómese todo el tiempo que necesite. No hay prisa, ¿verdad,
caballeros?
Trent se giró sin decir ni una sola palabra más y salió de la habitación. Su
aspecto externo era todo lo intimidatorio y preciso que él pretendía que fuera,
que ellos querían que fuese.
Se preguntó en su interior cuánto tiempo más podría continuar el juego.
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S. D. PERRY
RESIDENT EVIL 2
LA ENSENADA CALIBAN
ÍNDICE
Prólogo ........................................................................................................................................... 2
Capítulo 1....................................................................................................................................... 5
Capítulo 2..................................................................................................................................... 15
Capítulo 3..................................................................................................................................... 24
Capítulo 4..................................................................................................................................... 33
Capítulo 5..................................................................................................................................... 44
Capítulo 6..................................................................................................................................... 50
Capítulo 7..................................................................................................................................... 61
Capítulo 8..................................................................................................................................... 70
Capítulo 9..................................................................................................................................... 79
Capítulo 10................................................................................................................................... 89
Capítulo 11................................................................................................................................... 98
Capítulo 12................................................................................................................................. 106
Capítulo 13................................................................................................................................. 115
Capítulo 14................................................................................................................................. 122
Capítulo 15................................................................................................................................. 130
Capítulo 16................................................................................................................................. 138
Capítulo 17................................................................................................................................. 143
Capítulo 18................................................................................................................................. 147
Epílogo ....................................................................................................................................... 152
154