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GIR Trans-REAL Lab. Universidad de Valladolid, Campus de Soria
Dpto. De Didáctica de la Lengua y la Literatura. Universidad de Valladolid, Campus de Soria
2
*Autor para correspondencia e-mail: franjosefran@hotmail.com
RESÚMEN.
La intención de este artículo es la de establecer las bases de la ciencia
didáctica. Esta perspectiva parte de la concepción de la didáctica como una ciencia
hermenéutica. Pero no sólo eso. Didáctica es ciencia y arte. Una disciplina híbrida que
necesita de esta intermediación epistémica. De aquí que la didáctica que se propone
es fuertemente analógica.
Palabras clave. Didáctica, hermenéutica, enseñanza, analogía.
ABSTRACT.
The aim of this paper is to establish the basis for teaching science. This
perspective arises from a teaching’s didactical conception as an hermeneutical
science. But not only that. Teaching is a science and an art. A hybrid discipline that
needs this epistemic intermediation. Hence the proposed teaching is strongly analog.
Key words: Teaching, hermeneutic, education, analogy.
4
Introducción
La Hermenéutica Analógica (de ahora en adelante H.A.) se ha venido
configurando desde su propuesta original, a manos del filósofo mexicano Mauricio
Beuchot (2009), como una herramienta tremendamente útil a la hora de cruzar el difícil
tránsito entre la teoría y la praxis en diversas disciplinas (filosofía, derecho, filología y
crítica literaria, etc.). Acaso por esto, se nos antoja pertinente que también la didáctica
como ciencia aplicada vuelva sus ojos hacia algunos de los conceptos seminales de la
H.A.
Cabe decir aquí que ya disponemos de textos que se ocupan de la relación de
forma general entre la H.A. y la Educación, en su sentido más amplio (Contreras,
2006; Beuchot, 2007; Esteban, 2008), textos estos que, sin duda, alientan el presente
trabajo, pero que no nos habrán de ocupar de forma pormenorizada pues nuestros
objetivos son otros.
En las siguientes páginas nos disponemos, por tanto, a profundizar un poco
acercándonos de este modo a la aplicación de elementos propios de la H.A. a la
didáctica, no sin antes detenernos brevemente en algunas de las aportaciones que se
han venido haciendo a los campos disciplinares que cubren los procesos de
enseñanza-aprendizaje. Todo esto, de alguna manera, se fundamenta en el deseo de
comprender lo que “es”, para así poder transmitirlo de forma adecuada y en cierto
sentido reglada y sistematizada, sin perder la efervescencia que se manifiesta en la
emergencia de cada acto significativo dentro de una cultura determinada.
Acaso, desde la ciencia pedagógica de la didáctica, tengamos un espacio
privilegiado para realizar esto, para mirar de forma atenta cómo la práctica se
despliega en la teoría y, a la vez, entender nuestros condicionamientos como seres
lógico-racionales y poético-intuitivos, porque de esta manera uno es más consciente
de ciertos aspectos que, aunque no pueda controlar, sí puede al menos modificar o
modular hasta cierto grado de optimización o adecuación socio-educativa. No es
cuestión de romper el tablero porque el juego no nos guste, o porque creamos ir
perdiendo; es hora de tomar cartas en el asunto y aceptar responsabilidades, como
nos han recordado, por ejemplo, Krishnamurti (2013) o Meirieu (2004). También es
importante señalar que estos aspectos han sido puestos en relación con el progreso
tecnocientífico y sus peligros, si no se enfoca el mismo de manera consciente, ética y
5
prudente, como bien han dado cuenta al respecto Riechmann (2004, 2005, 2009 y
2015) y Coca (2010).
Lo importante aquí, por lo tanto, es destacar que la didáctica es un camino
intermedio entre la practicidad absoluta y la teorización extrema, que tiende a su vez
un puente entre la normatividad y la realidad del aula. Entre la sistematicidad del
método y la individualidad de cada acto concreto de enseñanza aprendizaje. Esta
dualidad la recogió de forma concreta Fowler al decir lo siguiente:
El científico debe transcenderse incluso a sí mismo y unirse a la
generalización para eliminar todo sentimiento personal del
proceso de experimentación y observación, y en el momento
de proceder a la enunciación de sus resultados. Tal vez estudie
al individuo, pero solo con el fin de establecer leyes y hechos
más ampliamente aplicables. La ciencia dispone de poco
tiempo para las pequeñas excepciones. Pero la naturaleza, al
igual que la humanidad, está hecha de pequeñas excepciones,
de entidades que, de alguna manera, no se ajustan a la norma
general, aunque resulten indiferentes desde un punto de vista
científico. Creer en este tipo de excepciones es tan fundamental
para el arte como para la ciencia lo es creer en la utilizada de
las generalizaciones. (Fowler, 2015: 83)
Así, la didáctica intenta mediar entre lo científico y lo artístico. Participa, por
tanto, de la Ciencia y del Arte y por ello toda aproximación hermenéutica a los
fenómenos didácticos resulta natural, más aún si cabe, al repensar la didáctica desde
la H.A. Aquí, Gadamer es claro al respecto en la labor unificadora de la hermenéutica
como ciencia y como método de trabajo:
Según la hermenéutica, toda labor de conceptualización
persigue en principio el consenso posible, el acuerdo posible, e
incluso debe basarse en un consenso si se ha de lograr que las
personas se entiendan entre sí. No se trata de ningún
postulado
dogmático,
sino
de
una
simple
descripción
fenomenológica. Sin algo vinculante no puede haber verdadero
diálogo (Gadamer, 2010: 116).
6
Con estas consideraciones en mente, sería conveniente empezar desde el
principio y partir de los aspectos más propiamente científicos que sustentan el campo
disciplinar de la didáctica.
La Ciencia Didáctica
Empezaremos, por tanto, por un somero recuerdo de algunos de los principios
reguladores de la didáctica como ciencia aplicada; en otras palabras, como paso a la
praxis de un cuerpo teorético de base epistemológica.
Acaso el primer dato relevante nos lleve a reflexionar sobre la realidad de la
didáctica como ciencia, como constructo epistemológico que parte de una ontología
híbrida y se dirige hacia la realización de metodologías concretas. De esta manera,
tenemos que reconocer los campos de conocimiento que usualmente se han adscrito
como pertenecientes a la didáctica, en otras palabras, sus enfoques epistemológicos.
Al respecto, generalmente se distinguen tres: 1) un enfoque normativo, 2) uno críticoreflexivo (y por tanto teórico) y 3) una vertiente eminentemente práctica (Díaz Barriga,
1992). Esta visión tripartita es meramente un modo claro de sistematizar los ámbitos
de acción y los desarrollos epistemológicos más propiamente asociados a la ciencia
didáctica. División, por cierto, que, de algún modo, recuerda a la división de la
hermenéutica que propone Recas (2006), ontológica, metodológica y crítica.
Partiendo de aquí, debemos recordar que en cualquier caso lo que nos ocupa
son todos aquellos elementos y procesos derivativos y que conforman cualquier
contexto de enseñanza-aprendizaje y, más propiamente, aquellos insertos en una
estructura reglada que solemos denominar sistema educativo. Así, en esta realidad tan
rica y compleja, la didáctica se conforma a la vez como ciencia y como arte (Medina,
2007) y de alguna manera incide en una pregunta tan compleja como es ¿cómo se
aprende a enseñar? (Moral y Pérez, 2009).
Por todo ello, por esta intrínseca complejidad que sustenta el acto de enseñar y
aprender, el pensador y pedagogo indio Jiddu Krishnamurti nos recuerda que aprender
es un acto sutil y poderoso y, por ello, el aprender a enseñar es un proceso harto
complejo. En sus palabras:
En cambio, la mente humana cuando aprende tiene mucha más
capacidad que el simple adquirir y acumular información. Pero
7
ese aprender sólo es posible con una mente nueva, cuando no
dice: “Yo sé”. Así pues, uno debe separar y distinguir entre el
aprender
y
el
acumular
conocimientos,
porque
los
conocimientos hacen que uno actúe de forma mecánica,
mientras que el aprender provoca que la mente se renueve, sea
joven e inquisitiva; pero no pueden aprender si se limitan a
seguir a la autoridad del conocimiento. En todo el mundo, lo
único que la mayoría de los educadores hacen es memorizar e
impartir conocimientos, y de esa manera la mente se vuelve
mecánica e incapaz de aprender. Tan sólo podemos aprender
cuando no sabemos, y aprendemos sólo cuando no hay temor,
cuando no hay autoridad (Krishnamurti, 2009: 56 y 57).
Creemos que las duras palabras krishnamurtianas tienen todavía, durante el
primer cuarto del siglo XXI, vigencia y abren puertas oscuras en el edificio educativo.
Básicamente, señalamos, que queda mucho por hacer, algo que se nos viene
recordando desde distintos puntos críticos, sobre todo, desde aquellos relacionados
con la creatividad (Robinson, 2009 y 2011; Cobo y Moravec, 2011). De este modo,
cabe recordar también los trabajos ya clásicos de Postman (1994 y 1996) al respecto,
porque siempre nos ayudan a “tirar de la manta” para así poder ver qué cosas
solucionar, qué cambiar, qué eliminar, qué, simplemente, renovar, un poco como han
señalado, por ejemplo, Cury (2007) y Tonucci (2012). Más allá de esto, qué duda
cabe, están ya casos más complejos, como todos aquellos que se insertan en las
conocidas como “dificultades en el aprendizaje” de las que se ha ocupado más
extensamente Miranda (2000).
Pues bien, desde las perspectivas meramente didácticas, uno ha de ser
prudente y aventurero a la vez, aquí radica la dificultad de la empresa. Uno se ha de
alejar del territorio conocido para así experimentar y ser capaz de intuir mejorías,
evaluar problemas, pero este alejamiento ha de hacerse con un alto grado de
consciencia. Dicho proceso ha de tomar puntos de referencia y anclarse, para así no
perderse durante la aventura, durante la exploración. Aquí radica uno de los puntos
centrales de las estrategias didácticas, la potencialidad de la enseñanza basada en la
indagación y el descubrimiento para el alumno (Fernández, 2009) y, como vemos,
también para el profesor en su rol de investigador educativo.
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El aprendizaje a través de la indagación se convierte en un espacio común
para docentes y alumnos, como bien ha señalado Short (1999), una tierra abierta a la
cooperación y el entendimiento que permita controlar los miedos y avanzar hacia
proyectos educativos más integrales y acordes con las realidades propias del
desarrollo humano. No sin razón, podemos ver tal idea a la luz de la seriedad de llegar
al “centro” de manera simbólica y antropológica a partir de las palabras de Eliade:
El “centro” es, pues, la zona de lo sagrado por excelencia, la de
la realidad absoluta. (…) El camino es arduo, está sembrado de
peligros, porque de hecho, es un rito del paso de lo profano a lo
sagrado; de lo efímero y lo ilusorio a la realidad y la eternidad;
de la muerte a la vida; del hombre a la divinidad. El acceso al
“centro equivale a una consagración, a una iniciación; a una
existencia, ayer profana e ilusoria, le sucede ahora una nueva
existencia real, duradera y eficaz (Eliade, 1997: 25 y 26).
El centro, aquí, es la realidad educativa, no de forma teórica o abstracta, muy al
contrario es la situación educativa concreta en la que se desarrolla de forma particular
un proceso de enseñanza-aprendizaje de manera contextualizada y singular. Aquí la
didáctica busca eso: bajar a ese nivel, profundizar en el camino hacia lo real. Sólo que
esto no es tan sencillo porque, al llegar al final, el investigador en didáctica ha de
reconocer el aspecto cíclico del proceso de indagación e investigación educativa
porque el final es, simplemente, una nueva excusa para volver a comenzar, para
poder, por decirlo de otro modo, profundizar aún más en las realidades educativas que
analiza constantemente. Como Sísifo, el educador lleva la piedra al precipicio, la lanza,
baja a por ella, la recoge, y se dispone a empezar de nuevo el duro camino de la
enseñanza y el aprendizaje. Pero eso sí, algo habrá cambiado, al menos, creemos, en
cuestión de profundidad.
Para ello la hermenéutica, como veremos, nos podrá ayudar a ver mejor según
qué peligros y según qué aspectos más propiamente positivos. Por último, recordemos
también que de manera integradora, el término Ciencias de la Educación ha venido a
ofrecer cierto grado de amparo holístico a las diferencias terminológicas entre
Pedagogía, Didáctica general, Didácticas específicas, etc, como bien han señalado
Colom et al., (2011). Este ámbito disciplinar ayuda a aunar ciencias afines para
colaborar de forma estrecha sin que se diluyan sus campos de especialización más
9
concreta. Con esto en mente, sería bueno que ahora nos ocupásemos de acercar aún
más la H.A. y la didáctica; a ello procedemos en lo que sigue.
Un enfoque phronésico entre la norma y la anarquía
Teniendo en cuenta la importancia de los procesos didácticos en la educación,
una primera reflexión nos lleva a considerar el primer enfoque del que hablamos
anteriormente, el normativo, desde la phrónesis, esto es, desde la prudencia vivencial
que frecuenta la experiencialidad de lo vivido. Una aproximación analógica y, por lo
tanto, phronésica de la realidad normativa que da marco a las manifestaciones
educativas se antoja como altamente necesaria, aunque sólo sea para poder atender a
las actualizaciones concretas que las normas intentan acomodar de una manera u
otra. La norma es unívoca, esto es, en principio indiscutible. La realidad es asimisma
unívoca. Pasemos a ver esto con un poco más de detenimiento.
La realidad, entendida como fenómeno principal, es la que es; pero en tanto en
cuanto la realidad es entendida como manifestación actualizada de una categoría o
esencia en un contexto concreto es plurívoca y, por lo tanto, ha de tender a lo
equívoco. Además está expuesta a la interpretación de los agentes que la perciben y
experimentan. En este sentido la realidad no sería fenómeno sino epifenómeno, o
acaso podríamos hablar de una Realidad-0 (fenoménica) y una Realidad-1
(epifenoménica), siendo la primera de naturaleza y esencia unívoca (es lo que es) y la
segunda, como manifestación concreta, más propiamente equívoca. De esta manera,
ambas esferas mantienen relación y permiten que en la segunda (la Realidad-1) se
desplieguen diversas gradaciones interpretativas (distintos grados de realidad en lo
real manifestado). Sobre esto esperamos poder ocuparnos en futuros escritos pues la
conceptualización para ello es especialmente compleja y nos aleja de los objetivos
más concretos del presente trabajo.
El acto educativo es un acto, qué duda cabe, expuesto asimismo a la
interpretación y preñado de significación dentro del contexto, formal o informal, en el
que se manifiesta o se aprehende. De la complejidad de esto ha dado cuenta de
manera prolija Sacristán Gimeno (1998) y es que estamos ante un aspecto tan
inquietante como fascinante. He aquí una de las complejas encrucijadas ante las que
se encuentra el docente como experto en didáctica: cómo interpretar adecuadamente
el acto educativo de manera ontológica y más concretamente cómo entenderlo en la
10
singularidad de sus unidades de significación educativa en cada proceso de
interacción, por ejemplo, entre docente-discente. La mediación prudente se antoja vital
en tales casos y, asimismo, una profunda atención al momento desnudo de cada,
repetimos, interacción educativa. De alguna manera, puede verse mejorada, por
ejemplo, gracias a una mirada atenta (Esquirol, 2006) o el tan de moda “mindfulness”
(Kabat-Zinn, 2011; Gunaratana, 2012).
Esto no es otra cosa que es estar, llanamente, a lo que se está. Se trata de un
principio hermenéutico (¿cómo si no se podrá alcanzar una interpretación y luego una
comprensión adecuada de algo?) y didáctico (¿cómo si no se podrá en verdad
transmitir algún tipo de aprendizaje o cómo aprehender significativamente una
enseñanza?). Por eso, repetimos, la phrónesis es una virtud propiamente didáctica,
además de una de los fundamentos más propios de la H.A., que uno de sus
precursores, Gadamer, ya puso en relevancia en su obra capital Verdad y Método. No
está de más recordar aquí que:
De Heidegger aprendió Gadamer el significado de la phrónesis,
de aquel saber práctico que nos es necesario a la hora de
actuar y tomar decisiones en las diversas situaciones vitales:
no podemos de hecho interrogar a los expertos cuando hemos
de deliberar en una circunstancia concreta de la vida. Dicho de
otro modo: las cosas que se dicen no pretenden elevarse al
rango de verdades definitivas, y tampoco el interlocutor
considera ni mucho menos en esos términos lo que se
comunica; uno y otro cuentan sin embargo con la exigencia de
lanzarse a pensar aquello que no se sabe expresar, para
hallarse justamente en ese punto en el cual el lenguaje llega a
constituirse (Margiotta,2008: 33).
Justamente, Beuchot (2007, 2009) insiste en la importancia de ese enfoque
que a la vez acepta la sistematicidad teórica y la concreción individualizadora de la
práctica, algo en consonancia con el saber propiamente didáctico. Así, el saber
propiamente didáctico es el saber phronésico, el saber (de manera epistemológica)
mediado por la práctica (que se imbrica en una metodología adecuada y una “lectura”
correcta de la situación que se despliega ante el educador). Pero esto va más allá,
claro, pues la situación es altamente compleja y viene a señalar hacia una
hermenéutica del umbral en los términos que siguen:
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Una hermenéutica diagramática y del umbral tiene la ventaja de
obligarnos a vivir en el paso de ambas cosas, lo fenoménicos y
lo nouménico, lo empírico y lo trascendental. Es la condición del
símbolo, al concretar (en sí mismo) dos reinos distintos, es una
especie de híbrido (Beuchot, 2003: 84).
Así didáctica y hermenéutica analógica se muestran como aspectos propios de
la intermediación significativa entre agentes en procesos de interpretación y
comprensión, y por extensión en aquellos de enseñanza y aprendizaje que acontecen
en cualquier situación educativa formal e informal. También se encuentran aquí en
cuanto a su naturaleza dada a la hibridación y el mestizaje, pues ambas celebran la
inclusión y favorecen la integración. Y lo hacen más allá incluso de la doble naturaleza
de todo docente y de todo discente, pues cada maestro es alumno y cada alumno,
maestro, si no de forma concreta, en una potencialidad máxima. Como ejemplo de
esto, uno no puede dejar de reconocer que, generalmente, la mejor manera de que un
niño aprenda es que se lo enseñe otro niño, esto es, una enseñanza entre pares. Esto
nos ayuda a ser conscientes de que uno siempre es un aprendiz, pero aun así uno no
puede dejar de enseñar algo, aunque no se lo proponga. Tal es la radicalidad
educativa del ser humano, tal el abismo de significación al que se abre en su primera
identidad, en ese encuentro con el otro que es distinto pero no su negación, porque es
su análogo y por tanto ante él y con él se hermana para abrazar una común y
compartida realidad.
La mediación analógica y la necesidad del (con)tacto en la didáctica
El aula como texto se pone de manifiesto ante cualquier proceso didáctico que
se precie. El aula como constructo edificado a partir de una base racional narrativa
deja así una fundamentación clara de posible lectura y, de este modo, el especialista
en didáctica no puede dejar de ser un devoto y convencido hermeneuta. Por ello, a
partir de lo metonímico podrá afianzar grupos significativos de sentido más o menos
estables, para a partir de ellos dar paso a lo metafórico con su tendencia a la
equivocidad y, por tanto, a lo explosión de plurivocidad que tiene lugar en cualquier
aula concreta. En resumidas cuentas, el emplazamiento de la didáctica, creemos, se
aviene a una de las ideas basales de la H.A., esto es, la didáctica media entre lo
unívoco y el equívoco, si bien está más cerca del último. Pero veamos este aspecto
con mayor detenimiento.
12
La didáctica transita entre lo general (normativo y teórico) y lo particular
(práctica educativa concreta) y aunque ha de conocer bien estos ámbitos, siempre
estará más cerca de la realidad del aula porque su finalidad última son los procesos
de enseñanza y aprendizaje concretos, algo que es todavía más acuciante en las que
se conocen como didácticas específicas. Las didácticas específicas son ya el paso
último de lo más abstracto y normativo a lo más concreto e interpretativo. Pues bien,
aquí la mediación analógica y phronésica ha de ser evidente, el sentido de proporción
y la prudencia vivencial deben ayudar al experto en didáctica cuando “baja” a las
trincheras o cuando desarrolla instrumentos que sean usados apropiadamente y de
manera particular en contextos definidos de aprendizaje. Esto por una parte.
Por otra, quisiéramos detenernos ahora en la importancia del tacto en la
enseñanza, algo que se nos antoja de especial interés ante la progresiva
pantallización del mundo, como bien ha observado Esquirol (2015). Algo que,
consideramos, puede tener un profundo impacto en los desarrollos didácticoeducativos de los próximos años. Es evidente que las pantallas de los diversos medios
tecnológicos de los que nos servimos (algunos argumentarían que es al contrario, que
somos nosotros los que somos utilizados por ellos o en ellos) empieza a estar de
manera omnipresente en nuestras vidas. La vida del aula, como fragmento de esa vida
más grande, también está pantallizada, lo que, en nuestra opinión, implica un cambio
ontológico en cuanto a aspectos tan mundanos como la visión o el tacto. En lo que
respecta a la visión, por ejemplo, los entornos didácticos del pasado favorecían el
encuentro de los ojos que se miraban entre sí. Ahora, ya se trate del ordenador o de la
tablet, el alumnado pasa más y más tiempo enfocando su vista hacia el mundo plano
de la pantalla. Un mundo plano, sí, pero aparentemente más profundo (por ilimitado)
que el de la vida real. Internet en esto ha supuesto, todos lo sabemos, una revolución
epistemológica, pero también promueve una mutación ontológica sin precedentes por
la velocidad del proceso y por la potencialidad de crear y explorar nuevos mundos
virtuales que ya no sólo se asemejan a los reales: a su manera, los superan.
Así, queda el enfoque mínimo, el prestar atención a lo minúsculo, algo que las
didácticas, generales o específicas, tienen que tener en mente a riesgo de alejarse
mucho de su origen científico y artesano, como ciencia sistematizadora y arte
particularizador. Un poco mediando entre lo teórico-abstracto y lo profundamente
individual que viene a ser. Por usar las palabras de Bonnefoy (2014), nuestro territorio
interior, nuestro espacio más íntimo que, muchas veces, es lo que nos recuerda que el
13
otro es distinto porque potencialmente es el análogo, esto es, el igual-diferente, al
menos en su materialización concreta vital.
Pero volviendo, pues, al tacto, de este aspecto se ha ocupado ampliamente
Manen (1998) y, como decíamos, es un aspecto al que se debe volver desde la
didáctica, especialmente cuando la consideramos desde la H.A. De esta manera, la
didáctica es la más fronteriza de las avanzadillas de la Pedagogía hacia el mundo real
en el que se inserta el sistema educativo: la clase como campo de acción propiamente
didáctico-práctico.
Así, la idea de tacto hace referencia, por un lado, al sentido de prudencia y
respeto que debe alentar todo esfuerzo del docente para acercarse al discente, pero
por otro lado y, más concretamente, al tacto como acto concreto de tocar: de tocar con
el mismo respeto que implica el tacto como modo prudencial. Así, docentes y
discentes, al compartir mundo, están en una situación permanente de posibilidad de
tacto, a veces es un tacto físico, a veces emocional o intelectual, a veces es una sutil
sonrisa que es capaz de hacer que un niño entienda que está en un sitio seguro, que
nada le puede pasar allí. El tacto media, el tacto humaniza. Un tacto que incluye y da
seguridad, que protege, que compensa ese otro tacto, también necesario pero más frío
y aséptico que es el de la pantalla de la tablet o de otros objetos tecnológicos. Es un
tacto analógico que compensa la velocidad, pues nace de la lentitud que da el respeto
y el profundo cariño. La didáctica, así, se manifiesta también en los gestos, no sólo en
los instrumentos o los métodos, y esta sutileza es recalcada por la H.A. una vez que
es aplicada en los entornos didácticos. La Hermenéutica y la didáctica son, por tanto,
ciencia y arte. Y por ello, pueden compartir un buen número de principios
metodológicos, pero sobre todo, participan de una ontología propia si bien sus campos
epistemológicos pueden variar enormemente.
De esta manera, repetimos, lo que mejor podemos hacer desde la didáctica
que es, reiteradamente, llamar a la prudencia, a la atención y al trabajo serio y
minucioso que pueda dar cabida a las voces que muchas veces se quedan aisladas.
Como dice Sacristán Gimeno:
La suma de las informaciones del tipo de saber hacer, que
componen las prácticas de todos los profesores en ejercicio y
las de los que han tenido ese oficio, es ingente, como lo es la
suma de la información descriptiva acerca de lo que se ha
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pensado sobre la educación o sobre los ideales y motivos que
mueven y han movido acciones y prácticas educativas. Sólo
que, al no comunicarse a otros por contacto directo y al no
estar sino mínimamente codificada esa información para
comunicarla a otros no presentes, se pierde por deriva cultural
o permanece aislada como cultura minoritaria (Sacristán, 1998:
97).
Con esto en mente, sería bueno tener en cuenta que la didáctica ha de
permanecer abierta a lo científico y a lo artístico, al detalle aparentemente
insignificante y al dato regularizador que promueve la norma. Al respecto, la H.A.
puede ayudar mucho, pues entiende que ambos aspectos son necesarios para una
aprehensión prudente de aquello que interpretamos como real y significativo en un
momento dado.
Una última referencia al tipo de (con)tacto al que nos venimos refiriendo podría
venir desde la sabiduría maya-tojobal en su insistencia en reaprender a escuchar y en
la necesidad de cercanía, como bien ha señalado Lenkersdorf:
El escuchar en serio, en cambio, exige ante todo que nos
acerquemos a la persona o a las personas que queremos
escuchar y que nos escuchen. Que nos arrimemos a la voz, a
la persona para escucharla y que nos escuche. Así el nosotros
se hace realidad tangible. (…) Dicho de otro modo, que nos
emparejemos y no dejemos al que hable en la tarima y nosotros
a sus pies. La cercanía no nos deja escapar palabra alguna
que debemos escuchar y entender. El teléfono supera las
distancias y nos acerca de alguna manera, pero falta que nos
miremos en los ojos, falta la cercanía corpórea, que nos demos
un abrazo. Lenkersdorf, 2008: 41).
De este modo, siendo conscientes de la visión, el tacto y la audición, como
elementos seminales de una didáctica integral, así como de una hermenéutica
propiamente analógica y prudente, podremos acercarnos al complejo fenómeno de la
vida educativa en el aula a partir de una interacción profundamente anclada en lo real
y, por lo tanto, de carácter integrador de los procesos, situaciones y agentes que
forman parte del verdadero acto educativo.
15
Conclusiones
Para concluir, dos reflexiones finales. Primeramente, reseñar que es
interesante tener en mente perspectivas actuales tales como la de García Matos
(2015), que de manera metafórica nos habla de una educación “cuántica”, o los
enfoques integrales a partir de disciplinas que no son propiamente asociadas a la
didáctica, como es el caso de la filosofía transpersonal, por ejemplo, a través de las
obras de Wilber (2005 y 2010), o las concepciones retroprogresivas de Pániker (2001,
2006 y 2016). Todas ellas, creemos, son capaces de aportar nuevas perspectivas en
las consideraciones pedagógico-didácticas.
Por fin, quisiéramos traer a colación la didáctica crítica en los términos precisos
de Rodríguez Rojo (1997) para quien hay una vía que actualiza enfoques modernos y
postmodernos al confluir en la percepción crítica de la realidad que se manifiesta y
que, por tanto, dará cabida a los procesos de enseñanza y aprendizaje que tengan
lugar en un momento y lugar concreto. De este modo, recordando sus palabras, sería
interesante considerar que:
Una Didáctica crítica intenta organizar todos esos fragmentos
en unidades compactas, que proporcionan un mayor sentido a
la información. El siguiente esquema presenta la acción
didáctica enfocada desde los distintos proyectos culturales y
muestra cómo la Didáctica crítica ocupa un lugar de síntesis,
una vez más, entre los proyectos moderno y postmoderno:
Modernidad
Transmisión de información homogénea y uniforme acerca de
conocimientos y valores imperantes en las metanarrativas
sociales.
Postmodernidad
Transmisión de intereses personales, desprovistos de valores
permanentes, fragmentados y diluidos en el “todo vale”.
Didáctica crítica
16
La acción didáctica se preocupa de la formación de estructuras
mentales,
de
la
organización
de
los
conocimientos
fragmentados y de la crítica reconstructiva de los problemas
cotidianos (Rodríguez, 1997: 44).
Pues bien, creemos en esa didáctica crítica, qué duda cabe, pero más aún
creemos en una didáctica analógica mediada principalmente por la phrónesis y una
voluntad de límite que acepta la transgresión y la integración de forma paradójica y,
por tanto, híper compleja, un poco a la manera de Morin et al., (2002) y, con matices,
de Pániker (2016).
Acaso, y volviendo a Krishnamurti (2007), lo importante de esta educación y,
por tanto, de las implicaciones didácticas que promueve es que nos han de ayudar a
salir de nuestros pequeños mundos docentes y disciplinares, para ser capaces de ver
los problemas en su totalidad y de este modo adquirir hábitos saludables de
comportamiento y formas armónicas de convivencias con el otro, al menos como punto
de arranque. Ese otro que, al fin y al cabo, es uno mismo pero con otro rostro, ese otro
que uno descubre en verdad cuando no lo objetualiza y entra en una relación
verdaderamente auténtica del yo que se abre al tú, como nos indicaba de forma
precisa Buber (1998). Este espacio de diálogo hace que haya un alto grado de
entendimiento, precisamente lo que ha de caracterizar cualquier empresa educativa
que se precie de serlo, porque a partir de eso la relación docente-discente consigue
que las partes implicadas, aun manteniendo sus diferencias sistémicas, alcancen un
adecuado grado de organicidad unificada.
Al fin, creemos, uno ha de acercarse al mundo de la Educación desde la
Didáctica con mucha prudencia y un profundo deseo de “entender” porque, a su
manera, debemos ir hacia ella con la misma voluntad de entender que uno se acerca a
una lengua extranjera (Barthes, 2014). Esto es obvio, porque al principio predomina la
fascinación por el continente, la forma del signo, y después uno empieza a querer ir
más allá de esa frontera primera, viajar al centro del signo, donde se abre al
significado que oculta el significante sabiendo que, al fin y al cabo, la cáscara y la
semilla se pertenecen, se necesitan y se nutren la una de la otra. Simbiosis perfecta,
fórmula exacta de lo que es en lo que está siendo y que, de otra forma, volverá a ser.
Ahí radica la potencialidad manifiesta en la que didáctica y hermenéutica analógica se
unen para ayudarse la una a la otra, en que una y otra se integran de manera
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armónica y prudente, para poder entender y analizar mejor los procesos de enseñanza
y aprendizaje que se desarrollan en el ámbito de la educación formal.
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