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MI ABUELO MURIÓ LEYENDO A PUSHKIN Antología de escritores cubano-(post)soviéticos (2005-2015) Polina Martínez Shviétsova (Comp.) Carlos Muguiro Altuna (Ed. Crít. ) Antología de escritores cubano-(post)soviéticos MI ABUELO MURIÓ LEYENDO A PUSHKIN ! Antología de escritores cubano-(post)soviéticos 2005-2015 Compilación Polina Martínez Shviétsova Edición crítica Carlos Muguiro Altuna Anexo al monográfico ‘Las formas de la estalgia’ (coord. Carlos Muguiro Altuna) Kamchatka. Revista de análisis cultural 5 (2015) DOI: 10.7203/KAM.5.5017 Este texto se publica bajo una licencia Reconocimiento-NoComercial 3.0 de Creative Commons. Puede copiarlos, distribuirlos y comunicarlos públicamente siempre que cite su autor, de la compiladora de la antología y su editor crítico y no los utilice para fines comerciales. Compiladora: Polina Martínez Shviétsova Edición crítica: Carlos Muguiro Altuna Anexo a Kamchatka. Revista de análisis cultural 5 (2015) Imagen de portada: Camilo Villalvila, serie Krasnaya Dream DOI: 10.7203/KAM.5.5017 ISSN: 2340-1869 Departamento de Filología Española Universitat de València Avda/ Blasco Ibáñez 32, 46010 (Valencia) INTRODUCCIÓN -Carlos Muguiro Altuna- 1 Vladímir Maiakovski apenas pasó un día en La Habana, el sábado 4 de julio de 1925, mientras el vapor Espagne en el que viajaba con destino a México hacía una breve escala de abastecimiento. Los ojos del poeta habían sido sometidos durante dieciocho días a aquel océano inmenso que parecía ser “fruto de la imaginación” y para cuando aquella mañana de verano vislumbraron la isla, estaban ya predispuestos al asombro: hasta la lluvia que comenzó a caer nada más desembarcar apareció como un fenómeno excesivo: “¿Qué es la lluvia? -escribió en América-. Es el aire entremezclado con unos chorros de agua. La lluvia tropical, sin embargo, es agua pura entremezclada con unos chorros de aire” (2011: 20) . El poeta aprovechó el permiso dispensado a los viajeros de primera clase para visitar la ciudad durante unas horas, hasta bien entrada la noche. Aislado por el idioma y convencido del cierto aire de clandestinidad que le procuraba su pasaporte soviético, Maiakovski se adentró en las calles de un lugar de un exotismo “antiguo, pintoresco, poético y poco rentable”, en el que todo le generaba un cálido extrañamiento: los flamencos color del alba que montaban guardia sobre un pie en el Vedado, el cementerio Colón con sus sombreados y tupidos senderos de verde y tropical follaje, los edificios de diez pisos, Ford, Henry Clay and Bock, “primeras señales visibles del dominio de los Estados Unidos sobre las tres Américas” (21). El gran poeta bolchevique cenó “un coco verde con el corazón untuoso como mantequilla y una fruta llamada mango, una parodia del plátano, con un hueso grande y peludo” (22), y desde cubierta, ya en alta mar, vio con envidia una larga línea de luces del ferrocarril de Florida. Cincuenta y cinco años después de aquel episodio, en abril de 1980, otro buque procedente de la URSS dejó en el puerto de La Habana a una niña de siete años y a su madre bielorrusa, viajeras aturdidas en un lugar lejano al que apenas se atrevían asomarse a pesar, esta vez, del resguardo que les otorgaba el pasaporte soviético: “Él nos estaba esperando -escribiría años después aquella niña, Helena Bicova-. Mi madre aún permanecía atada al espejo, pintándose una y otra vez la boca con aquel color bandera, cuando [mi padre] apareció en la puerta del camarote, la observó fijamente y la abrazó, como nunca más lo haría”. La Habana recibió a aquella niña de sangre tibia, madre eslava y padre cubano, que algún día escribiría versos, con la misma lluvia torrencial que a Maiakovski. “Toda el agua del mundo estaba cayendo (…) sobre la hojalata de la carreta, que multiplicaba hasta el infinito el fenómeno acústico de aquel diluvio... ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 5 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos no sé si decir primaveral, infernal o premonitorio”1. Helena Bicova hablaba ruso y como Maiakovski nunca había estado en Cuba. A diferencia del poeta, sin embargo, venía para quedarse. El coche se abría paso en medio de la llHirsuvia dejando entrever imágenes de un pasado no vivido pero reconocible. Paradoja extraña: Helena estaba volviendo a un hogar en el que, sin embargo, no había estado nunca. Algún tiempo después, ella escribiría sobre el oxímoron de volver sin haberse ido, de añorar lo que no se recuerda, de no ser de ningún lado y echar siempre en falta la otra orilla, la escisión de ser y no ser cubana, de ser y no ser rusa, de habitar entre aquellas dos tierras separadas por 18 días de océano. 2 La historia de Helena Bicova ilustra bien la particular nostalgia que ha atravesado a los hijos de las parejas mixtas soviético-cubanas que se formaron entre 1961 y 1991, durante el tiempo de mayor alianza entre ambos países. Me refiero a la generación de los primeros hijos, “los mitad-y-mitad, los poloviny, los aguatibias, los ruso-cubanos, los híbridos, los sovkubintsi, los ucraniano-cubanos, los kazajo-cubanos, los georgiano-cubanos, los bieloruso-cubanos… Los portadores de una identidad algo turbia”, como la lluvia del trópico (Martínez y Prieto, 2003). Especialmente desde que en 1961 Fidel Castro señaló la naturaleza y devenir comunistas de la revolución de 1959, la URSS y Cuba abrieron un periodo de intercambio estrecho, aunque ciertamente desigual, con clara predominancia soviética, que tuvo efectos en todos los órdenes de la vida de la isla, desde la estrategia militar a la dieta diaria. En aquel tiempo, ocho mil estudiantes cubanos comenzaron a viajar anualmente a estudiar a la URSS, según los planes quinquenales perfectamente establecidos entre ambos países; el idioma ruso se convirtió en la primera lengua extrajera de Cuba, estimulada por la fundación del Instituto Máximo Gorki en La Habana en 1962; llegaron miles de delegados políticos y militares, especialistas, técnicos, ingenieros, entrenadores deportivos; y las editoriales Progreso, Mir y Raduga comenzaron a verter al español literatura rusa, checa, polaca…para todas las edades, además de libros técnicos y de pensamiento político. Comenzaron a edificarse en La Habana bloques de pisos según los modelos comunitarios soviéticos, mientras en los cines se estrenaban las principales novedades de la producción de la URSS: con frecuencia, campos de batalla nevados en los que tenían lugar los episodios más crudos de la Gran Guerra Patriótica, escenas del crudo invierno proyectadas en las pantallas de los cines La Rampa o Yara que casi colgaban del Malecón. En un primer momento, la planificación geopolítica generó hibridaciones in vitro, mutaciones forzadas, aberraciones extrañas y artificiosas; después, fluyó la sangre y el calor humano, el cruce procuró intercambios íntimos, amores eternos, secretos incompartibles y despedidas dolorosas, historias individuales al margen de la Historia; finalmente, cuando los intereses y la 1Bicova, Helena. Cuatro fragmentos de Piel baldía (relatos biográficos de mi paso por cuba), incluido en este volumen. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 6 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos dependencia política habían desaparecido, con la emergencia de la segunda generación de ruso-cubanos y la desaparición de la URSS, llegó el momento de la evocación, las preguntas y la búsqueda de la identidad. “Y tú, ¿de dónde eres?”. Llegó el momento de la poesía, también. Como el mítico cosmonauta Serguéi Krikaliov, tripulante de la estación MIR, que salió hacia la estación espacial en diciembre de 1990 en la nave Soyuz TM-11 como ciudadano soviético y regresó diez meses después a un país que ya no existía, también aquellos soviético-cubanos comenzaron a gravitar en torno a un agujero desconcertante. A la nostalgia íntima y primigenia de ser y no ser de ningún lado, se añadió entonces la certeza política de que el exilio emocional era ya definitivo, de que las pocas seguridades de la infancia, las circunstancias que habían procurado su propia existencia, el mismo lecho donde habían sido concebidos, ya no existían. No debe extrañarnos que este pequeño grupo de jóvenes poetas y narradores que de manera tentativa tratan de reconocerse literariamente en La Habana a comienzos del nuevo siglo se autodenominen, precisamente, MIR_XXI_CU, nombre de la estación espacial en donde el tiempo parecía discurrir al margen de la Historia. Esta antología, Mi abuelo murió leyendo a Pushkin/ Moi diadia umer kogda chital Pushkina, recoge su trabajo: no es una compilación general de la literatura emergida del cruce cubano-soviético, por otro lado de una gran variedad y riqueza, sino específicamente de la producida por aquellos hijos del MIR, empeñados en darse sentido colectivo e histórico. 3 La necesidad, el origen y la trascendencia de la obra literaria de los miembros del MIR_XXI_CU pueden abordarse desde dos coordenadas complementarias: la de lo genealógico y la de lo generacional. Dos perspectivas que a su vez coinciden con dos ámbitos de conocimiento propios de los estudios culturales contemporáneos. Por un lado, en el marco de lo genealógico, el referido a la hibridación y transculturación que caracteriza el pasado de Cuba. Y, por otro, en el de lo generacional, los novedosos estudios sobre memoria: fundamentalmente, las ideas sobre la nostalgia restorativa, definida por Svetlana Boym; el análisis de la memorialización cubana de lo ruso, de Jacqueline Loss; y el desarrollo de los conceptos de postmemoria y la segunda generación de Hirsch2, tal y como se han aplicado en el ambiente latinoamericano. Abordaré a continuación de manera esquemática este doble eje genealógico/ generacional. 2Hirsch ha centrado su análisis en la llamada memoria post-traumática aplicada a la herencia del Holocausto en la generación de los hijos, en publicaciones como Family Frames: Photography, Narrative, and Postmemory y The Generation of Postmemory: Writing and Visual Culture After the Holocaust. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 7 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos La historia artística y literaria de Cuba no puede entenderse sin horadar los estratos de culturas y razas que han ido asentándose en la isla a lo largo de los siglos. “Sombras que sólo yo veo, me escoltan mis dos abuelos”, escribió Jorge Guillén, evocando la procesión de culturas, razas y voces que vagan por los caminos del pasado y que custodian el paso del cubano. Del latín processio, procesión es el acto de marchar más o menos caótica u ordenadamente hacia algún lado, como ese batallón de sombras africanas, europeas, chinas, judías, árabes que habitan el pasado de Cuba…; pero procesión es, también etimológicamente, la emanación de un origen, puro abismo cuando se mira a la espalda del tiempo. Polina Martínez Shviétsova y Dmitri Prieto Samsónov, dos de los miembros más activos del movimiento MIR, escribían a este respecto: “Mi abuelo estuvo en la Guerra. Mi abuelo murió leyendo a Pushkin. La Isla no existía más que en la abstracción de los manuales escolares de Geografía, con sus trópicos, sus cocodrilos y sus palmas. (…) Después nacieron nuestras madres. (…) Me hago la pregunta del Ser y miro al abismo. Me hago la pregunta del Ser y sé que el abismo Es. Puedo no saber quién soy, pero sé que el abismo Es” (Martínez y Prieto, 2003). Desde las aportaciones de Fernando Ortiz a las de Fernández Retamar, la historia cultural de Cuba ha necesitado de la invención de conceptos y estrategias para “la descripción y el manejo de una historia de intersecciones, de intersticios y pasajes, de una historia vivida en la experiencia cotidiana de la colonización y descolonización hasta la globalización y de una historia conceptual donde los términos de transculturazación, de choteo y contrapunteo, como así también la figura de Calibán, son instrumentos de la fundación de identidad” (Alfonso de Toro, 2006:34). Podría concluirse, con toda lógica, que el cruce cultural y genético entre cubanos y eslavos que acontece en las últimas décadas del siglo XX, y que en este libro se concreta de manera literaria, simplemente añade nuevos abuelos al árbol genealógico de la diversidad cubana. Sin embargo, hay al menos un rasgo de los escritores cubano-soviéticos que no encaja en los presupuestos de la hibridez, la transculturización o la condición de calibán que han caracterizado los estudios en torno al mestizaje cultural. Tradicionalmente, todas estas categorías tienden a interpretar y valorar la unidad, más o menos contradictoria y/o pacifica, pero unidad al fin y al cabo, como mezcla única, como resultado o precipitado de combinaciones, desarraigos y asimilaciones: incluso el caribecaníbal deglute al otro, lo asimila e incorpora a sí mismo, como un nuevo cuerpo, mestizo, sí, pero único. Sin embargo, en muchos de los escritores cubanos aquí llamados post-soviéticos sigue irresuelto el extrañamiento del doble origen. Para los escritores del MIR_XXI_CU los otros están adentro, no afuera, y así pervivirán al menos durante toda su generación: extraña raza de los primogénitos, primeros hijos de una nueva hibridación cultural. El futuro será de calibanes y nietos mestizos. Su presente, sin embargo, nos informa de ese tiempo irrepetible de la primeridad, antes de que el tiempo y los nuevos cruces ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 8 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos diluyan los recuerdos originarios y alguien llegue a dudar incluso de que en aquel primer día llovía proféticamente. Es la experiencia de una dualidad permanente y radical que comienza en la propia lengua: el gesto tantas veces repetido entre muchos de estos autores de leer en ruso y escribir en español. O al revés. A este bosquejo genealógico, habría que sumar un detalle generacional, ya que todos ellos pueden localizar en la historia reciente de Cuba algo así como una herida fundacional, como fue la instauración del Periodo especial para tiempos de paz, eufemismo para identificar la época de penuria y desabastecimiento que sobrevino tras la desaparición de la URSS a partir de 1991. Más allá de las propias carencias materiales que afectaron a todos los ciudadanos cubanos, algunos de los hijos vivieron aquella crisis con un sentimiento de desorientación añadido que en algunos casos, incluso, adquirió los tintes de cierta estigmatización social, como lo atestigua Helena Bivoca al recordar en Piel Baldía las palabras que le espetó el chofer de un ómnibus: “Prefiero pasarte por arriba como una rata, antes que llevarte a ninguna parte, por tu culpa nos estamos muriendo de hambre, maldita rusa”. La localización de este hecho catalizador y traumático en el pasado, la propia autoproclamación de sus protagonistas como segunda generación y la necesidad de resolver las contradicciones a través de la producción artística, dan pie a interpretar el fenómeno de la cultura cubana post-soviética literaria y audiovisual en el contexto de los estudios sobre la memoria, particularmente a través de los conceptos de post-memoria y segunda generación de Marianne Hirsch. Ambas ideas han sido útiles -aunque también frecuentemente cuestionadas- en los estudios culturales latinoamericanos que han abordado bajo estas pautas los efectos de las dictaduras de los años setenta y ochenta, los desplazamientos de las poblaciones indígenas y los fenómenos migratorios. En el caso de los cubanos pots-soviéticos la lectura directa de las teorías de Hirsch resulta problemática por motivos diversos; pero parece interesante subrayar el valor de singularidad que tanto en el caso cubano post-soviético como en los estudios de post-memoria posee la categoría de segunda generación3 como emplazamiento o talud desde el que un grupo generacional se ve impelido a recomponer su historia familiar y su lugar en la sociedad. Polina Martínez explica que, en la Cuba post-soviética, los protagonistas de esta segunda generación “se tuvieron que convertir en 3 En el caso de la segunda generación de cubanos post-soviéticos no se cumple, al menos, una de las condiciones esenciales de la llamada post-memoria, la llamada perdurabilidad del hecho traumático o, dicho de otra manera, que las narrativas sobre el episodio histórico traumático -el fin de la URSS y el periodo especial- precedan al nacimiento de esta generación que hereda al conflicto de memoria. Efectivamente, en el caso que nos ocupa, estos no son relatos que los escritores aquí compilados heredan, sino que ocurren en su tiempo de vida, no hace falta que nadie les cuente cómo fueron las cosas. A pesar de su arco de edad, todos nacieron antes de 1991. Sí quedan fuera de su memoria, las circunstancias históricas de su propio origen, con relatos en ruso o español que hablan de tierras y ancestros lejanos, incluso de episodios de la Guerra Fría que procuraron su misma existencia. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 9 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos instrumentos de reproducción de prácticas impuestas. No tuvieron en ese momento una voz propia, hablaban de manera codificada y eran conscientes de los códigos. En esas ocasiones, fueron los primeros en darse cuenta de la hipocresía. También lo fueron en aprender la esencia del verdadero amor. Pues no había árbitros culturales para ellos y lo tuvieron que ser ellos mismos” (Martínez y Prieto, 2003). En todo caso, a pesar de los rasgos comunes que les unen desde el punto de vista genealógico, conviene no caer en simplificaciones académicas o literarias. Los escritores aquí reunidos tienen influencias y estilos diversos y abordan temas no necesariamente vinculados a la dualidad eslavo-cubana, muchos probaron la escritura y la abandonaron tiempo después, un puñado continúa todavía hoy vinculado a las letras, muy pocos a la poesía. A partir de estos matices, podríamos concluir que esta antología de escritores cubano-(post)soviéticos ofrece una primera muestra de la producción literaria transcultural producida por la generación de los hijos de las parejas cubano-soviéticas que nacieron entre 1966 y 1984, unida -aunque no necesariamente lo expliciten en sus obras- por la memoria de un doble e irreductible origen, por la experiencia traumática de la desaparición de la URSS y la instauración del periodo especial, tanto económica como en el ámbito de lo imaginario, y por la necesidad de recomposición de su identidad personal y social. Todo ello delimitado en el marco temporal de la primera década del siglo XXI, tiempo en el que ellos mismos se reúnen, se reconocen, asisten a actos, recitan en público y convierten la voz poética -en español, lo que significa ya una elección personal importante- en una herramienta efectiva para transformar en movimiento (visible) lo que existía como generación (invisible). 4 El origen de esta antología hay que fecharlo en torno a 2004, cuando Polina Martínez Shviétsova decidió recopilar la obra poética y narrativa del grupo de jóvenes autores de doble origen cubanosoviético del que ella misma formaba parte. Muchos de ellos se conocían por frecuentar núcleos de socialización comunes, como el Centro Etnográfico de Rusoparlantes Rodniki y el Russskiy Club del profesor Gabriel Calaforra. Reunidos en torno a encuentros organizados y quedadas espontáneas, picnics en el parque Lenin y hogueras en la playa, el grupo se articuló de manera bastante frágil y no sin contradicciones en torno a la denominación Generación MIR_XXI_CU. Como se encarga de explicar Martínez, el propósito de aquel proyecto recopilatorio era dar visibilidad y cuerpo real a una generación literaria de por sí esquiva y difícilmente catalogable. Polina Martínez arropó el trabajo antológico, que se alargó durante cuatro años, con una serie de encuestas realizadas entre los miembros del grupo con el fin de entrever qué les unía, preguntas sobre su sentido de nacionalidad, la identificación de su identidad propia, el uso del bilingüismo y el estado de sus vínculos ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 10 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos espirituales y literarios con la ex URSS. Concluía aquel breve informe que entre los autores estudiados “se aprecia el carácter bifronte de la identidad. Para la mayoría de los escritores de la diáspora postsoviética el periodo 1987-1991 fue muy influyente en su formación; igualmente parece haber tenido una notable influencia en la creación literaria de muchos de ellos” (Martínez, 2014). De las palabras de Martínez merece la pena señalar el uso que hace del término diáspora, habitualmente asociado, en el contexto cubano, al exilio isleño tras el triunfo de la Revolución de 1959. En ese marco, la recurrencia al concepto de “las dos orillas” de Cuba, la de la Cuba interior y la Cuba exterior, había cuajado también en recopilaciones poéticas como La última poesía cubana (1973) de Orlando Rodríguez Sardiñas y La poesía de las dos orillas (1959-1993), de León de Hoz. Martínez otorga, sin embargo, un sentido distinto al término diáspora, a partir del eje del Este y no del Oeste, más sentimental que primeramente político, fuertemente conectado con la nostalgia de la tierra propia (“Y entonces, ¿a dónde volver?”), y asociado a la ruptura de los vínculos familiares y afectivos que se produce a partir de 1991. Construye así una nueva dimensión geográfico-emocional de la diáspora, donde las dos orillas no son las que están separadas (pero tan próximas) al Oeste por el Atlántico, sino las que se alejan hacia el Este, dos orillas que parecían haber desparecido no ya de los mapas, sino de la propia memoria, de la historia oficial e incluso de los relatos históricos alternativos. Aquella recopilación que nunca vio la luz es la base de esta otra, Mi abuelo murió leyendo a Pushkin/ Moi diadia umer kogda chital Pushkina, que mantiene el listado de autores y el grueso de la selección de textos. Durante la larga preparación de esta antología nos pareció conveniente volver a ponernos en contacto con los autores y, dentro de lo posible, plantearles la opción de revisar, sustituir o incorporar nuevos escritos. La suerte y el destino de aquellos diecisiete escritores ha sido muy dispar, algunos siguen en Cuba, otros regresaron a Rusia o a alguna de las republicas ex soviéticas, unos pocos más se instalaron en Estados Unidos, Argentina o España, por citar sólo algunos de sus destinos, de tal manera que la vuelta sobre aquellos textos, incluso entre autores que sí hemos localizado pero que se marcharon de la isla dejando atrás toda su producción, no siempre ha sido posible. Es el caso de Igor Capote Omelchenko, por ejemplo, que antes de irse de la isla dejó en una gaveta los poemas propiamente rusos y, durante este último proceso de revisión de la antología, veía que le faltaba lo Otro. Me escribía en un correo reciente: Es posible ver las cosas así: una parte de lo escrito es resultado de las erupciones en la superficie de la identidad de lo cubano y la búsqueda esa de pertenencia en la que me tenía ocupado la supervivencia en el barrio -podría decirse que estaba en la selva y los de la tribu debían acogerte como de los suyos, o sea necesitaba pertenecer a toda costa, y luego verme con lo que me ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 11 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos diferenciaba- que por su puesto no se hizo esperar pujando bajo la apacible-húmeda trivialidad del trópico-. Todo esto para contrastarlo con la insondable alma rusa, que cualquier rugido sordo del oso ese en mi interior, parecía que se me venía el cielo encima -hasta sentirme aplastado contra el papel en blanco dispuesto a hacer testamento, luego el resultado son esos escritos de los que tu tienes unos fragmentos. Lo Otro que debería aparecer en la antología sería lo escrito después de habernos sentado con el oso -los que pudieron y ...pa sto gram -como dicen en Rusia cuando se sientan a la mesa a beber vodka-, y luego poder salir andando por sus propios pies, y un buen vodka -que conste, no deja resaca. La verdad que digo esto recordando y por boca de los amigos que pudimos vivir esa experiencia liberadora de reunirnos y celebrar el encuentro de esas dos mitades, -que por cierto fue otro de los epítetos con los que intentaban acunarnos -la palabra rusa palavinos, algo así como mitades. Así, a pesar de que sólo ha pasado una década desde que arrancó la compilación, la vuelta sobre los textos ha supuesto para muchos autores el regreso a un tiempo extrañamente remoto. De tal manera que la antología que pretendía en su día, cuando fue iniciada por Martínez, dar cuenta de la emergencia de un movimiento, posee hoy el carácter retrospectivo y aparentemente clausurado que simplemente pone nombre a algo que ocurrió (¿literario, sociológico, simplemente expresivo?) durante unos meses, a comienzos del siglo XXI. En el capítulo de agradecimientos, el primero debe ir para Polina Martínez Shviétsova que generosamente puso en mis manos el documento original con libertad absoluta para poder actualizarlo, darle la forma y la estructura que hoy posee. Las gracias deben hacerse extensivas a todos los autores recopilados: confiamos en que, a pesar de todas las ausencias y los silencios, se sientan reconfortados con el retrato generacional y genealógico que surge de estas páginas. Esta antología nace bajo el amparo del monográfico que la revista Kamchatka. Revista de análisis cultural, editada por Universitat de València, dedica a las formas de la estalgia cubana y, por tanto, por la confianza y al empuje entusiasta que desde el primer momento manifestaron Jaume Peris y Sonia García López. Que este proyecto haya visto la luz es responsabilidad enteramente suya. Terminaré recordando a Deborah Gil, de la Biblioteca Nacional José Martí de La Habana. Cuando llegó a mis manos el documento de Polina Martínez, estábamos trabajando en una recopilación más amplia de la poesía cubana centrada en lo ruso-soviético a lo largo del siglo XX. El proyecto quedó momentáneamente postpuesto por el empuje de Mi abuelo murió leyendo a Pushkin/ Moi diadia umer kogda chital Pushkina. Confío en que todo el trabajo realizado forme parte también, siguiendo a Paradjanov y Kotsiubynsky, del batallón de los ancestros olvidados que acecha tras estas páginas. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 12 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos Bibliografía citada Boym, Svetlana (2001). The Future of Nostalgia. New York: Basic Books. Del Toro, Alfonso (2006). “Figuras de la hibridez. Fernando Ortiz: Transculturación. Roberto Fernández Retamar: Calibán”. En Regazzoni, Susana (ed.) (2003). Alma Cubana: Transculturación, Mestizaje e Hibridismo. Madrid/ Frankfurt: Iberoamericana/ Vervuert. Pp.15-35. Hirsch, Marianne (2012). Family Frames: Photography, Narrative, and Postmemory y The Generation of Postmemory: Writing and Visual Culture After the Holocaust. New York: Columbia University Press. Loss, Jacqueline (2013). Dreaming in Russian. Austin: University of Texas Press. Maiakovski, Vladímir (2011). América. Madrid: Gallonero. (Traductora Olga Korobenko). Martínez Shviétsova, Polina y Prieto Samsónov, Dmitri (2003). “Resurso al ser en Cuba. Noticias aclaratorias sobre una(s) (id)entidad(es) emergente(s): premisas para una exploración hermenéutica de la creación joven cubano-eurásica”. Ponencia leída en el congreso Memoria Nuestra. Romerías de Mayo, Holguín. Martínez Shviétsova, Polina (2014). “¿Vientos de cambios? En la creación literaria de la joven diáspora postsoviética en Cuba”. Ensayo inédito. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 13 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos CRÓNICA DE LA GENERACIÓN MIR_XX1_CU4 -Polina Martínez Shviétsova- La cuestión problemática de la diáspora postsoviética en Cuba es que está compuesta por una comunidad grande y dispersa a lo largo y ancho de la Isla, que ya incluye una tercera generación (aproximadamente 3.000 personas). Cabe destacar que muchos de sus miembros han emigrado al exterior (no siempre a los países de origen de sus progenitores). La comunidad residente está integrada en pleno y en activo a la sociedad cubana, dando valiosos aportes a su economía, ciencias, artes y otros saberes. Pero, paradójicamente, la producción espiritual de esa diáspora no ha recibido un reconocimiento como una parcela definida y delimitada dentro de la vida cultural cubana. Es una fenomenología emergente y hará falta dar a conocer a las autoridades y demás actores culturales, así como tener un programa más definido en cuanto a su investigación como diáspora y su transculturación e intercambio con la sociedad cubana. En esta misma línea es de gran importancia que Rusia y sus instituciones adecuadas le presten atención. Nuestra mezcla produce una extraña euforia, una simultánea extrañeza de primar en sí y que a la vez se inunda de cuestionamientos muy cerebrales y de una índole intelectual muy fuerte —asumidos con una importancia primordial— que deja como huella el aislamiento de la vida cotidiana, la diatriba de la invisibilidad o la oscuridad remanente del eterno retorno, ya sea sobre cantos o algarabías o como un chasquido en la rutina de los sinsabores. Todo esto debido a su audacia, por su doble condición de ni frío ni caliente, como realización de amor ascendente hacia la humanidad sin obviar los logros del crecimiento horizontal en la vanguardia del planeta científico-filosófico y el de las relaciones interpersonales. 1 Una parte de la historia de la diáspora postsoviética en Cuba, comienza en los años 2000- 2001, cuando por primera vez la Embajada de la Federación Rusa en Cuba convoca a la comunidad residente a reunirse para el festejo por el Año Nuevo. 4Este texto apareció publicado el 12/10/2011 en Cuba encuentro ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 14 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos En aquel entonces comenzamos a reunirnos en el Russkiy Club los últimos viernes de cada mes. El Russkiy Club se hacía en casa del profesor, académico y ex diplomático Gabriel Calaforra. Allá recitábamos versos rusos, tocábamos guitarra, soñábamos con la unión de nuestra comunidad dispersa e incomunicable en toda la Isla. Llegado el año 2002, por primera vez se coordina una actividad de carácter sociocultural en el lobby del cine Ambassador en el municipio Playa. Este evento lo organizo Natalia Balashova con su proyecto Rodniki. Ese domingo, 20 de mayo del 2002, los jóvenes por primera vez expusimos nuestras experiencias y inquietudes, soñando con agruparnos en un espacio. Allí surgió la idea de hacer nuestra base de datos, talleres, acciones culturales y recreativas. En el calor del debate surgió la idea del nombre que abarca nuestras proyecciones y pensamientos en aras de un futuro abierto y expansivo. Decidimos llamarnos MIR_XX1_CU. Para el año 2003, nos presentamos en el evento Memoria Nuestra en las Romerías de Mayo, Holguín 2003. La ponencia se llamó Recurso al seren Cuba: noticias aclaratorias sobre una(s) (id)entidad(es)emergente(s): premisas para una exploración hermenéutica de la creación joven cubanoeurásica. (Ensayo sobre los resultados de la fase exploratoria del proyecto socio-cultural para la investigación y promoción en Cuba de las culturas provenientes de países vinculados históricamente con Rusia Mir_xx1_cu). Los autores fuimos: Dmitri Prieto Samsónov y quien escribe esta crónica. Luego vinieron montones de fiestas con platos tradicionales de la ex URSS. Hasta montábamos un picnic a lo ruso en el Parque Lenin junto a la estatua de Pushkin, y nos daban los amaneceres en 23 y G. Tampoco faltaron las kostiory/hogueras en la playa del Mégano, con música rusa amplificada, papas asadas, vodka a litros, bañarse desnudos y mirar las estrellas como buscando las respuestas en ellas. Luego, en 2004, se convocaban a estos eventos y reuniones vía email y por teléfono. Eran meses de definición. Para finales de 2004 ya intuyo el proyecto, el proceso, y se gesta la idea de hacer una antología. Escribo sus bases en casa de mi amigo Dmitri Prieto Samsónov, tutor en la sede SUM de Santa Cruz del Norte. Ya comienza a correr la bola de nieve, en espera de los resultados para 2005, 2006, pues para 2007 ya debería ser un proyecto concreto. En el transcurso de esos años hubo acciones en Romerías de Mayo, así como en la Sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC y un debate sobre los muñequitos rusos en Sancti Spíritus. Pero paralelamente sucede que los líderes más carismáticos se van del país: Pável Capote Patapov, luego le sigue Mijaíl Luna Larin. En agosto de 2006 se nos va Igor Capote Omelchenko, y en esos días se suicida el hermano de Mijaíl. En medios de estos procesos, llegó un momento de congelación y dispersamiento. Las pérdidas fueron muy duras y los que permanecimos ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 15 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos quedamos como paralizados, sin saber qué hacer. Luego pasó todo el año de 2007 de descanso, pequeñas acciones, diferendos. Con un nuevo impulso decido concluir el proyecto, ya sea sola o con amigos. Esta es nuestra oportunidad de existir en el complicado ajiaco de la cultura cubana. Para 2008 era el año de los cambios y los cierres de proyectos. Era ya la maduración del sueño MIR_XX1_CU. Luego quisimos ser los Arbat 23, pero esto funcionó menos, pues ya los abismos y las diferencias entre los primeros soñadores eran insalvables. ENTREACTO Ahora hago esta crónica de estos desgarramientos, alegrías y andanzas en la Habana de nuestros ojos en otros mundos, surrealistas, distantes, con la esperanza de que la antología se materialice, salga y nos veamos reflejados tal y como somos: un bricolaje de sentimientos, naturalezas, entre los veranos y los inviernos. Vernos reflejados como núcleos: sintaxis creativa de dos resistencias, de la lucha de dos pueblos por un mundo mejor, unidos en la poesía y en la reflexión. Somos el resultado de un sueño y/o pesadilla de la utopía de la perseverancia de la contribución de la URSS a Cuba durante más de 30 años. Por eso, son las inquietudes de ese malestar indomable, que subyace en los orígenes de nuestras múltiples culturas y sus ambigüedades, las que nos hacen ver el espacio sideral como un argumento poético que está conformado por la angustia y la imprevisible añoranza de hallar un recurso del ser en la Isla. Somos el resultado de dos diferentes culturas, somos un grupo que se presenta como generación, con nombre, pero sin asociación, con la comunidad que no cree. Sólo sabemos que el poder está en los resultados que seamos capaces de construir. De los autores se puede decir que hay una armonía entre los editados y mas conocidos en el país como: Andrés Mir, fundador del proyecto Esquife, Anna Lidia Vega Serova, Ernesto González Litvinov, Dmitri Prieto Samsónov, fundador de la Cátedra Haydee Santamaría, Antonio Cardentey Levin y la que escribe estas líneas. Están los menos conocidos, pero que ya salieron editados en el número 349 de noviembre/ diciembre de 2008 de la revista El Caimán Barbudo. Ellos son: Otary Oliva Buadze, Raúl Llerena Krasschitkov, Alexánder Domínguez Poliakov, Alexey Amarán Bogachov, Luis Luisóvich Jáñez Jáñez y Ekaterina Gómez Nikolaeva que reside en Colombia. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 16 Antología de escritores cubano-(post)soviéticos También vale decir que faltan algunos de los que no conozco su obra o no se enteraron que existía este proyecto; faltan también los que no quisieron colaborar con este proyecto. Pero aun así, ¡GRACIAS! a los que están, que nos anunciamos al ajiaco cultural cubano como nuevo elementos de rarezas por descubrir e investigar. Esta muestra joven de la creación de la joven diáspora cubana-postsoviética es una cucharada de borsch, de vinegred, de iskra y vodka a la cultura cubana, una nueva mirada a lo que fue la ex URSS; pero, mas que nada, es la apertura a la Rusia actual, a la comunidad que vive aquí, a sus hijos y nietos, a las memorias que dejan en nuestros cuerpos de dos culturas. Bienvenidos, entonces, a este abanico de mezclas y enunciaciones. A los lectores y críticos e investigadores. Que este libro sea un puente entre las dos culturas, entre nuestros países: Cuba y Rusia. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 17 TEXTOS ANDRÉS MIR (Fernando de Jesús Salcines Sin) [Moscú, 1966] Escritor, crítico y periodista. Pasó su adolescencia en la URSS, donde se licenció en Ingeniería Mecánica en el Instituto Energético de Moscú. En ese tiempo estuvo vinculado al Club samodeyatelnoy pesni (club de la canción amateur), movimiento que guardaba cierta equivalencia con el de la Nueva Trova Cubana. Ya en Cuba, fundó junto a Hanna G. Chomenko la revista Esquife, y publicó sus artículos en El Caimán Barbudo, Revolución y Cultura. Como guionista y director de radio trabajó en Radio Metropolitana, COCO y Radio Ciudad de La Habana, obteniendo premios en el Festival Provincial de la Radio. Algunos de sus libros son la novela Frónesis (Beca de Creación de la Asociación Hermanos Saíz) y los poemarios Los de antes me servían bien (premio Pinos Nuevos) y Sobre la naturaleza de los mortales (2002). En la actualidad trabaja en la Agencia Rusa de Información Ría Novosti en Moscú. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 19 Andrés Mir INFANTIL DE ANTENOCHE Abedules vestidos con sábanas sé que negro es el pan de su carne cuando triste un invierno os ata a las mangas el sable de viento. Abedules callados, la nieve tiene puesta su bata de noche cuando silba nupciales adagios de abrazar vuestros cuerpos helados. Nadie sabe qué hay tras la calma sobre el cielo pesado de enero juega el frío en las ramas por oro abedules y nieve. Ancho bosque. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 20 Andrés Mir JARDINES DE ALEJANDRO (Moscú) -¡Desamparado! -me dijo, tras su monóculo de aristócrata fingido, y ella le arrastró, con suavidad de bruja-: -vámonos, Misha, déjalo tranquilo. Jardines de Alejandro: sentado en este banco más que besarlos, bebí tus labios, al pie de la muralla centenaria: quítate los guantes, por favor, saca esa piel muerta de la viva piel cuya caricia extraño. Frías tus manos, trémula intención de la sorpresa, déjame recorrer con mi aliento el mapa de tus nudillos, posar las yemas sobre la cordillera que a dedos desemboca. Tus manos son eternas. Abiertas me sujetan, por dentro sostienen esa líquida desnudez de vérmelas con la luz cada mañana. Jardines de Alejandro: aquí estoy vivo como el grito de un obrero que funde su cuerpo con el torno, aquí la paz me colma, resplandor de fuego a orillas del estío más despeinado; remembranza ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 21 Andrés Mir y contienda, presentes ya tus manos cuando hollaban estas colinas botas francesas; estarán cuando se marchen los tulipanes, cese la música y caigan los árboles que desconfiados apartan su transcurso de las paredes. Lo afirmo con la certeza de ser perecedero como el grito de un obrero / su cuerpo / el torno. Nunca hay demasiada sangre. Ah esas manos que navegan la tarde y mi mejilla. Qué sería sin ellas esta ciudad, las colinas: jardines de Alejandro -melodía de hierros descosidos, anverso del trajín urbano. Se apartó -aristócrata- del flujo para lanzar una quebradura a ese modo de mirarte, cosa tan molesta la ilusión ajena: sálvenme tus palmas al recorrer los hombros: inquieto por el solipsismo de nudillos sobre tanto tejado, suma llovizna. El diablo le lleve consigo. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 22 Andrés Mir CAFÉ DE ARBAT (Moscú) Las sillas alrededor de la mesita, vacías: lámpara de pantalla verde. Es tarde, quienes pasan sin mirar tienen todo el mundo sujeto a sus bolsillos. Quién dijo. Alguien siempre da el paso, aferrado a su índice; y escucho palabras de silla y lámpara, rostro que sabe, humo suspendido. Siempre un cristal para devolverte los labios del cigarro. Se abre la puerta y salta a un lado el reflejo: luego retorna. Parsimonia, las horas de espera. El cuarteto de cámara va por dentro, los arcos despertando el verdadero ritmo con que la tarde me cobija, quién vira su rostro, al compás del reflejo, -salidas, entradas- en su río despierto, manos al estrecharse, palmadas en el hombro, luego la misma línea, idéntico salto del más silencioso bullicio. No vengan con esas adivinaciones en borra de café: de sobra conozco esta misma forma con que a nosotros juega el no ser. Ilusión en vaivén, entran y salen. Aferrados a todos sus índices, ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 23 Andrés Mir ignaros tanto como yo anteayer: uno pasa de no saber a no saber: sillas alrededor del círculo más muerto de la tarde. Sí, otra taza, por favor. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 24 Andrés Mir LA EDAD QUE NUNCA QUISE Ahora, ahora justamente que recuerdo estas manzanas, ligeramente mustias aplacando la sed de tu edificio en vísperas de luces escorpiónicas; esa tibia mordida parte la piel pasa, nada crujiente, alacena apenas menor que un puño, suplicada mordida en la mordida; ahora, en este sitio donde vuelvo a ver la nieve indecisa a finales de otoño, me pregunto si no era yo quien volvía y volvía a caer, sólo por darle motivos a nuevas ascensiones, traicionado en diversas escarchas, discursos, y aquella fe que hoy sostengo -humilde claudicación de los hábitos- para sostener mi apuntalada y hambrienta firmeza, manzanas truncas, hechas suero, fermentadas en брага, detrás de la puerta en un pomo, fermentadas manzanas sin mordida, sin dientes suplicantes de calcio: me pregunto y ese ahora es el sentido de mi vida, después de tantos años saber y ahora, y ahora, qué. Ofrezco en cada cigarro cuotas de respiración, los pasos abarrotan el proscenio y bajo las tablas, cántaros de diversos tamaños también apuntalan, apuntalan décadas de andar dormido. Pregunto, caigo, las plantas no bastan ante las oscilaciones del centro de masa, cómetela hasta el corazón, y deja ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 25 Andrés Mir las semillas en el péndulo, no importa que la piel no cruja -han pasado meses desde la cosecha- si bajo su manto idéntica suavidad labios corona. El eco de mis caídas es terrible, no sé si valga la pena seguir cayendo o si basta; tal vez quedar en el suelo admirando cómo los trenes pasan, pasan y me sonríen los marchantes con luces rectangulares desafiando el ritmo de los rieles. Gerundios, perros del transcurso. Atardeceres cruza la calle y con los pies en alto recorro de cada jornada zafarranchos más o menos estériles -distantes quedaron las manzanas- potros que no sucumben a la maldita bendición del salto. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 26 Andrés Mir INFANTIL DEL VIANDANTE a Silvestre Martínez El niño de ébano quiere conocer París Porque dicen Que es un brazo de tierra Donde también se ama. solo que de un aire diferente. El niño de ébano. Porque le pesa el Cristo en los codos tiene hambre Y luce de noche su tornillo de viento (¡Vaya soledad!) y porque quiere conocer París Es un lago con fibras escapadas a la muchedumbre, Juguete del azar, cara o víctima, Cruz o pedazo de mármol, té de campanas, Me pide un cigarro y se lo rimo, malhumorado, Porque también quiero conocer París (Que es un pedazo de mi tristeza) Y no puedo cargar la mochila de papas Para largarnos juntos. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 27 Andrés Mir NIVELES DE AUTOEXÉGESIS Todos los niños que perecieron en mis guerras internas respondían a mi propio nombre. Algunos, los más traviesos, escalaban al concepto de la ausencia, demiurgos solitarios en la timidez y la torpeza (pecados menos graves en cuanto a hermandad se refiera que la estrechez de sinceridad). Pobres mis niños muertos cuyos epitafios tallo en hueso, cuyas tumbas devoro haciéndome el sutil, el esperanzado. Ellos no tenían la culpa, yo tampoco. Nadie era el responsable de las ejecuciones masivas que a la fe ponían coto. Los nobles días huían tijereteados por las manecillas del reloj. La mar nos alejaba del sol quebrado en la imposible quietud. Bajábamos todos a la costa, borrachos, de madrugada, hacíamos duelos de arena, todo el aire posado sobre el torturante puente del diafragma. Benditos los matorrales que olían a impaciencia. Maldita la impaciencia de tanto prohibirnos el hecho de la estancia. Las manos, húmedas y vivas las manos. Cuan rápido pasaron. Es así que la sombra gira. De nuevo es medianoche, soy el poeta del silencio, el incurable impaciente que no aprende de una vez por todas que la hierba adquiere propiedades de navaja tras la lluvia, que las píldoras para el asma activan la micción, que al quedarme solo únicamente la continuidad acompaña. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 28 Andrés Mir Es demasiado el tiempo (oh, grave concepto) extraviado. De los niños queda uno, sobrio y apartado. Yo. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 29 Andrés Mir LAS RUTAS DEL SUDOR Cuando se sacudió el sudor, apenas había recorrido la cuarta parte del camino. Sentía que era un día raro, esas cosas no suelen suceder, pensó. Siempre es diferente, nunca sudo durante el viaje, un poco la espalda quizás, pero no, nunca así. Cuando uno llega es otra cosa: se para frente al frío, escancia dos o tres vasos de agua helada, de la que baja por el esófago como una mordida caliente, y comienza a sudar, a borbotones, por todo lo que no transpiró durante los casi veinte kilómetros de pausado pedaleo. Raúl se lo había dicho hacía meses, cuando él todavía no se atrevía a encarar tanta distancia en bicicleta: el secreto reside en asumir el viaje como un paseo, ir suave, con calma, sin apuro. Y poco a poco, Alberto así lo había asumido, suave, con calma, sin apuro. Había aprendido a controlar su respiración, se había acostumbrado a las húmedas sombras con que sus cejas marcaban los espejuelos, cazaba el paso a los tractores u otros mamarrachos de esos que ruedan por la vía pública, para aprovechar el cajón de aire y burlarse de los nortes que tan pesado le tornaban el tramo hasta la emisora, mañana tras mañana. Y sobre todo había descubierto las rutas del sudor, aprendía a conocer su cuerpo y de ahí su extrañeza. Debe de ser por el apagón y los trajines de esta noche. Toda la tarde se la pasó sentado frente a su Olimpia de carro ancho, tecleando con paciencia el guión ese sobre Enrico. Ahora, cuando había maldormido –acostado sobre el piso cuando el calor de la noche lo tumbó de la cama– unas tres o cuatro horas, y la vigilia se le había mal que bien enderezado en medio del rítmico pedaleo, siempre buscando ir a la par de la respiración, no se sentía del todo satisfecho con el guión. Sentía que una parte esencial de lo que deseaba escribir se le había quedado en las manos, no había transitado desde las teclas por el frío mecanismo engrasado hasta estamparse en el papel usado por la otra cara con escrituras que hace varios meses o años atrás fueron importantes. Al parecer, había escrito sobre todo: la infancia humilde, los empeños de Caruso en cantar pese a la voluntad paterna, su debut borracho, el altísimo precio de sus presentaciones en Cuba –más que vanidad o ánimo de lucro el intento por disuadir a sus contratistas cuando ya se sentía enfermo, próximo a morir. No faltó –repasaba ahora Alberto, a la altura del entronque de la Cujae, pegarse al contén ante la mirada roja del semáforo– la reflexión tecnicista sobre la tesitura limitada del tenor, que no siempre alcanzaba determinadas notas agudas, como el Do de pecho del final del Che gélida manina de La Boheme, que sustituía inteligentemente con un Si natural, inadvertido por los malcriados oyentes que podían darse el lujo de comprar sus placas negras, novedad por aquellos tiempos. Es demasiado pronto para estar sudando así, qué barbaridad. Con lo que falta para llegar todavía y encontrarse con el aire acondicionado de la cabina de grabaciones –había llamado antes ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 30 Andrés Mir de salir y se lo confirmaron: el turno es a las dos, hay electricidad, así que no faltes– partiéndole el pecho con el súbito cambio de clima. Estos viajes me están matando. De pronto, la conciencia de los pedales bajo los pies: calma, esto es un paseo, no puede ser de otra manera, lo importante es llegar. Debe de ser eso, el ventilador de pronto aleteó como un ave rota y Alberto pasó de la oscuridad a la oscuridad: se despertó enseguida y miró al negro del techo que poco a poco se fue agrisando. La María seguía a su lado, todavía dormida, pero él sabía que no le quedaban muchos minutos de sueño. Agosto no es un buen mes para meter apagones de ocho por ocho –quizás debí dormir durante el día, mientras podía poner el ventilador– sobre todo cuando uno está de trabajo hasta las orejas y no le alcanza el tiempo ni para descansar. Acostado sobre la espalda trató de mirar a través de las persianas y apenas logró adivinar la pesada quietud de una rama baja del aguacate. Contra, –respiró profundo– no hay ni un poquito de brisa. Volvió a mirar el techo, ahora definitivamente gris, con la inútil mordida negra de la lámpara en el centro, y se le antojó que el techo se iba tornando rojo, pesado, todo lo caliente que podía ser un techo a dos metros sobre tu cabeza en agosto. –¿Se fue la luz? –María dio media vuelta en la cama. Debe de estar dormida todavía, pensó Alberto. Debe de estar dormida porque si no, no hubiese hecho una pregunta tan tonta. –Duerme –se incorporó con suavidad, como temiendo espantar la ilusión del poco fresco que pudiera quedar, y caminó descalzo hacia la sala, extendiendo los brazos con precaución. La sala estaba más oscura, pero divisó donde mismo suponía que estaba la también gris mole del refrigerador. Pudo escuchar con claridad cómo se balanceó el sillón y luego los golpecillos de las uñas de Tita sobre el granito. La muy cabrona la ha cogido con treparse por las noches en el sillón y luego deja el cojín lleno de pelos y hecho un romocollo. Alberto sintió el tibio aliento de la perra a la altura de la rodilla. –Tita, Tita… ¿tampoco tienes sueño? Desde la calle se oyeron unas risas y la perra, entre aburrida y soñolienta, lanzó un bufido: los golpecillos de las uñas se alejaron rumbo al recibidor. La puerta gris del frío de pronto abierta a un suspiro reconfortante: tanteó buscando el pomo de agua y tras oler con cuidado (uno a veces se encuentra destiladas sorpresas en los pomos) bebió largamente del pico, costumbre que arrastraba de sus tiempos de estudiante cuando no se acostumbraba a la sequedad del clima moscovita que le quebraba los labios y se levantaba en las madrugadas con ánimos de apaciguar la sed. Cuando cerró el refrigerador ya tenía la frente sudada. Entonces se acordó de Caruso. Debe de haberla pasado mal en La Habana con los vaporizos, entre sus dolores de muelas y sus resacas crónicas. Con todo lo que fumaba de seguro debía de tener tremendo aliento en las mañanas, el perfecto para el hervor de un mayo cubano, en aquellos ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 31 Andrés Mir tiempos en que todos andaban de cuello y corbata. Aunque dicen que por Italia suele hacer más calor que por acá, hasta cuarenta en la sombra. Habrá que darse un saltico por allá para comprobarlo, sonrió amargamente Alberto para nadie en la oscuridad. Más calor… ¿para qué? Y de pronto, extrañó sus tiempos de estudiante, extrañó la llegada de la primavera al Lefortovskii Val, los botones rompiendo en las matas de escaramujo, la forma en el olor del pan recién horneado le llegaba desde la panadería en alas de un aire que casi cortaba con su seca frialdad. Me haría bien un poco de nieve moscovita por acá, pensó. No lo había notado, pero estaba ya por Altahabana, con el gris sucio de la mole horizontal de los elevados pasándole por arriba. Cuando llegue a la emisora suelto la bicicleta y me meto corriendo en la cabina de ediciones, bien pegado al aire acondicionado. No llevaba mucho tiempo trabajando en este nuevo lugar. Estaba loco por soltar aquel trabajo en la empresa de proyectos donde lo tenían sentado delante de un buró, cansado de pedir que le dieran trabajo y recibir encomiendas evasivas que lo aburrían. Había intentado acercarse en otras ocasiones a la radio, pero siempre recibía excusas corteses: los guiones bien, solo necesitan pulirse un poco, usted es muy joven todavía, pero la realidad es que todas las plazas están ocupadas, no disponemos de vacantes, bla, bla, bla. Cuando ya se había olvidado de unos guiones que había dejado con un amigo de un pariente de un primo segundo de un conocido al que había encontrado en la cola de un cine –¿era esa la ruta del recado?– lo llamaron a su casa para decirle que necesitaban con la mayor de las urgencias un escritor para un programa. –Lo tenemos colgado hace una semana. -La directora de la emisora le ofreció asiento-. –El que lo hacía no ha dado señales de vida desde hace más de quince días y ya se nos acabaron todos los programas de reserva. Le presentaron inmediatamente a todo el mundo: la locutora, el director, al editor y a la técnica en grabaciones. A esta última, de modo especial: es, además –le dijeron enfáticamente– la secretaria del Partido. Fidelia Montoto resultó ser una mulata madura de edad indeterminable que lo miraba con curiosidad y hasta cierta simpatía mientras hojeaba aquellos olvidados guiones de hacía tanto tiempo. – Tiene mucho talento, Albertico –le espetó sin sospechar la mala impresión que causaban los diminutivos a su interlocutor, con quien trataba de intimar-. Pestañeó; una gota de sudor había saltado sobre su ceja y rodó hacia el lagrimal. Le enfurecía eso: el ardor se apoderó inmediatamente de ambos ojos y comenzó a sacudir la cabeza, tratando de evitar que nuevas gotas de sudor siguieran el ejemplo de la primera. Comprendió que era tarde: ya la ceja, humedecida, no contenía la transpiración. Se arrimó al contén y detenido, comenzó a revolver en su ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 32 Andrés Mir mochila: encontró el pañuelo detrás de la carpeta con los manuscritos y ya casi nervioso se quitó los espejuelos, que cayeron con suavidad en el fondo. El pañuelo primero le raspó la frente, sensible por la humedad y el sol; luego la tela también se humedeció y ya no secaba, más bien emparejó las partes más mojadas con las secas. Aprovechó para abrir el pomo de agua y enjuagarse la boca: le habían dicho que no era muy recomendable beber mientras montaba bicicleta, y aunque nunca le dieron una razón en demasía convincente, se atenía a ese consejo. Siempre la tentación de que un sorbito se escapase garganta abajo, pensó mientras escupía el chorro de agua. Luego volvió a tomar el pañuelo, como un autómata, volvió a esparcirse el sudor por toda la cara, se puso los espejuelos y con la mochila ya a la espalda se impulsó con el pie del contén y continuó el camino. Una mala noche para un día malo, pensó. De regreso a la cama se había sentado: insoportablemente caliente, las sábanas de pronto parecían emitir calor por sí mismas, como si fueran los pliegues de la piel de un animal de activo metabolismo, adquirían una suavidad transpirativa y pegajosa que incomodaron inmediatamente a Alberto, en su ceguera confinado al refugio del espacio al que alcanzaban sus brazos. Aún con todo, se dejó caer en la cama muy lentamente, como quien trata de evitar que el animal se despierte y lo engulla con sus ondas de calor. María se dio media vuelta en la cama, pero no le tiró la pierna por arriba, como acostumbraba: – ¿saliste a mear?–. Desde la sala se escucharon de pronto los ladridos estridentes (no habría mejor palabra para describirlos) de la Tita. Contra, que se acabe de callar, perra puñetera. Con gusto te daría una patada por el cabrón culo tuyo; pero la Tita no se callaba, todo lo contrario, y determinados timbres en sus ladridos le dijeron a Alberto que esta vez no era lo de siempre, que había algo más. Tanteando en la oscuridad agarró algo de tela que se encasquetó bruscamente; la prenda crujió, protestando por la violencia, mientras él salía apurado y a la vez sigiloso rumbo a la sala. La perra se había arrimado a la ventana que daba a la esquina, al menos de ahí se escuchaba lo que ahora era un sordo y prolongado gruñido, esa mezcla de amenaza y temor que caracteriza a los perros pequeños. Al abrir con cuidado las persianas, Alberto logró divisar dos siluetas oscuras que habían saltado la cerca pyrle de la casa y mientras uno daba indicaciones, el otro trepado en el cocotero, ya había tumbado viarios cocos. Ay, los jodí, Alberto sintió cómo se le erizaba todo el espinazo, con un frío súbito que le subía desde el huesito de la alegría hasta la nuca, y se le puso la piel de gallina: salió corriendo hacia la puerta del patio y con mucho cuidado vadeó el pasillo, armándose de una guataca. No lo esperaban por ahí. El que estaba subido en la mata se dejó caer, saltó en el piso como equilibrando y recogió algo que parecía ser su gorra. Su compañero ya corría por la avenida, sujetando varios cocos por los bigotes. Alberto, con la guataca en alto avanzó hacia el rezagado, que venció la cerca con una destreza inusitada. Intentó seguirlo, pero la ropa que llevaba le trabó las piernas ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 33 Andrés Mir incomprensiblemente y dudó unos segundos; luego –remangándose– logró saltar la cerca y corrió detrás de los fugitivos. De pronto, un brillo de la luna matizó las siluetas que huían de él y fue tal su asombro que se detuvo en seco: los dos estaban uniformados con el inconfundible azul, el que corría detrás llevaba en su mano derecha la gorra y sujetaba con la izquierda a la cintura el bastón que castigaba su trote. –¿Qué es esto? –comprendió de pronto que estaba en medio de la calle, con el torso desnudo y los pies descalzos. La misma luna que desveló las señas de los ladrones alumbró entonces sus caderas: llevaba puesta una saya de María. Alberto sacudió la cabeza, cansado. Sólo esto me faltaba, hacer nuevamente de Radamés trasnochado en medio de esta ciudad llena de sorpresas y equívocos, como completando el círculo de una venganza tantas décadas aplazada por el espíritu de Caruso, otrora perseguido por los policías en virtud de su atuendo y ahora “ensayando” a otro para que los persiguiese. ¿Podré acostarme tranquilo? Ahora, mientras pedaleaba, le dio por sonreír. El recuerdo le hacía más llevadero ese paulatino ejercicio con el viento en contra, con el sol en contra, con su propio cuerpo en contra. A María, en cambió, todo el asunto no le había dado ninguna gracia. Le había esperado, ya definitivamente despabilada por el calor, la incertidumbre de su precipitada salida y los ruidos provocados por el corretaje. El relato la puso muy inquieta y se acurrucó en el borde de la cama –sin atreverse a pegarse a Alberto, les corrían por las espaldas, las frentes, los brazos, calientes gotas de sudor, y todo en realidad estaba bochornosamente caliente e incómodo– y se puso a rezar un ay-dios-mío-si-se-les-ocurre-volver y un pero-cómo-se-te-ocurre-chico-si-te-pegan-un-tiro-si-te-dan-un-golpe, alternándolos y recomponiéndolos en tonos agudos de baja intensidad que fluctuaban en la cabeza con la reiteración de las ocurrencias y las condicionantes, porque todo estaba condicionado, todo era inconcebible, todo sujeto al hilo lastimado de la ocurrencia, atado al vapor inútil del riesgo. No soportó siquiera la idea de volver a la cama y se acostó sobre el todavía fresco granito del suelo, que enseguida se tornó resbaloso y comenzó a arañarlo con las señas del tránsito diurno. En la oscuridad escuchó crujir la cama y comprendió que María había seguido su ejemplo. Salió finalmente a la Ciudad Deportiva. El sol se había levantado un tanto más y ya le picaba en los brazos, la nariz, lo sofocaba con su densidad resistente, opuesta en principio al avance con sus capas de franela invisible, capas que rompía con la frente, los hombros, el pecho, la espalda, las piernas que no se detenían un instante, suave, con calma, sin apuro. A estas alturas comprendió qué no le acababa de satisfacer en el guión de Caruso: no bastaba con hablar de las glorias visibles de una persona si se perdía lo esencial, la persona misma, lo que le hacía trascendente, atado al inmediato que le venía goteando sobre la frente con la misma empedernida vocación del sudor; Alberto comprendió que no había dicho ni una sola palabra de cómo la elegancia del tenor –definitoria desde sus catastróficos inicios, en los que ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 34 Andrés Mir tuvo que imponerse pese a todas las contrariedades–no era el resultado de una vanidad consustancial al ejercicio de la presentación escénica, sino que partía de una actitud de rebeldía contra las circunstancias. No dejarse aplastar por los momentos más terribles, emitir una imagen de resolución tanto con su espíritu como con su físico, unidad identitaria, fue lo que lo llevaba a recortar pecheras de papel cuando ya las camisas habían perdido el blanco de tanto uso y no tenía dinero para nuevas. Ese aliento, de pronto, lo sentía muy cercano, y aunque le daba temor que ese mensaje, tirado así al éter de la radio, pareciera en extremo –hasta la banalidad–positivista, creía (tratando de no perder el ritmo del pedaleo) que construirse, tanto internamente como en lo externo, como unidad, como ser definitivo, es una operación de salvamento. Creo que no cumplo con esos parámetros, pensó definitivamente convencido de la poca importancia que le concedía al descosido de su pitusa a la altura de la rodilla, ventilación alternativa al estilo de Kurt Cobain –tipo tan diferente a Caruso en materia de disfrutar la experiencia de la vida por sobre los golpes y la decepción–, pero sentía que cualquier validación personal es oportuna si al final es consecuente con la integralidad del ánima del individuo concreto. –¡Contra, qué didáctico suena eso! –se mofó de sí mismo en el silencio de subir la loma de 26, menos mal después de todo que no llegué a escribirlo en el guión, seguro que Isadora del Río me lo hubiese mandado a tachar, ella tan cuidadosa como siempre en sus funciones de asesora. Y no obstante, sentía que le hubiese gustado escribirlo: necesitaba decírselo a sí mismo para tener ánimos mañana y pasado mañana de escribir, sobrellevar jornadas sin fluido eléctrico, pedalear, pedalear, pedalear. Si, ahora también le subía un ligero malestar por el cuello: cuando despertó, sentía cómo la espalda le resbalaba sobre el granito, mojada. No habían conectado todavía la corriente y el despertador nuevo dormía su ausencia de electricidad. Alberto se preguntó dónde tendría guardado su viejo tractor –así le decía cariñosamente al despertador que trajo de Moscú –desaparecido en virtud del encono de María, que jamás soportó la irrupción tan sorpresiva como estrepitosa de su timbre–: ahora sí que estaría vigilante, riéndose de nuestra precariedad energética con sus pasos perfectamente audibles a tres metros de distancia. Gruñó y le dio un escalofrío. Le pesaba la vejiga, había pasado el resto de la noche en ese estado en que no queda claro si uno está dormido o prosigue despierto, tratando de hallar la imposible posición cómoda, por lo cual no lo pensó mucho para incorporarse. María, entre aturdida y malhumorada, revisaba con sorpresa su saya: y a esto ¿qué le pasó? ¿cómo se rompió este zipper? Alberto torció la boca y se encogió de hombros mientras intentaba sacarse de un manotazo suave alguna basurilla que se le había pegado en la espalda. –Eso es sudar. –Esteban lo recibió en el vestíbulo de la emisora, fumándose un cigarrillo, para luego observar: – Llegas a tiempo para refrescarte antes de la grabación. –Tú no sabes nada. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 35 Andrés Mir Esteban se hizo a un lado para dejarlo pasar con la bicicleta (quizás evadiendo un ocasional roce del brazo lleno de pegajoso sudor), y echó otra bocanada de humo: – Ya te espera todo el equipo. Esto está en candela, sin programas de reserva, tengo que editar de inmediato lo que grabemos para que salga por la tarde. Alberto eludió la conversación cruzando la puerta al otro mundo: el frescor lo tomó por asalto, la respiración misma se le tornaba liviana mientras vencía el pasillo hasta la salita a la que daban las cabinas de grabaciones. A decir verdad, tenía por el momento pocas o ningunas ganas de hablar con nadie, por lo que le alegró advertir el sofá vacío, se lanzó sobre su mullida suavidad y se escarranchó, respirando pesadamente. Al cabo de varios minutos comenzó a sentirse mejor, se le fue diluyendo el temblor del vientre y las piernas que le acontecía después de pedalear todo ese tramo, desde su casa a la emisora; en verdad hoy se sentía particularmente indispuesto. Le vinieron a la memoria los acontecimientos nocturnos y se excusó otra vez –debe de ser eso. De cualquier modo hay que recomponer el día, ponerse pecheras de papel en este asunto de proseguir. De su mochila sacó nuevamente el pañuelo y el pomo, ya a medias, de agua. Repitió el ritual de esparcirse la sal sobre el rostro, luego abrió el pañuelo y lo tendió ceremoniosamente sobre la negra quietud de la mochila. Estaba disfrutando de un largo trago de agua cuando entraron Esteban, Fidelia y Rosa, la locutora. Se incorporó con parsimonia para repartir los habituales besos de la cortesía criolla, besos que las mujeres tiran al aire pegando mejilla a mejilla, besos de mentirita. ¿Refrescando? –Fidelia le miraba, bonachona. - Esto demora un poco, pero ya pronto estoy listo, -atinó a responder Alberto; en verdad le parecía que no volvería a estar listo hasta dormir como es debido, en una cama fresca y de un tirón toda la noche, pero había que aprovechar el tiempo; alcanzó los guiones a Esteban y se reacomodó en el sofá, esta vez un poco más formal-. –¿Por cuál comenzamos? –el director hojeaba distraído los manuscritos–. Trajiste cinco, eres un bárbaro. ¿Cómo te las arreglas para escribir tanto? Lo miró a modo de respuesta. No sabría responderle. Buscando en los cables que le traían amistades, copiando de revistas que le prestaban, metiéndose en bibliotecas, leyendo y sacando con pinzas de todo tipo de artículos, libros, publicaciones, formales o alternativas. ¿Realmente escribía tanto? ¿Quería escribir tanto? ¿Merecía la pena escribir? ¿Por qué lo hacía, a fin de cuentas? Y supuso que las respuestas estaban ahí, de algún modo ya estampadas con las menudas letras de su Olimpia –aún por omisión– en esos libretos. –Me da lo mismo. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 36 Andrés Mir –En realidad, prefiero que arranques con el de Caruso. Me tiene inquieto y además es el que más me preocupa en cuanto a pronunciaciones, tú sabes que Rosa tiene su trauma con los idiomas… –Te oí clarito… –interrumpió la aludida su conversación con Fidelia-. ¿Quién te manda a escribir guiones con esos nombres tan raros? –El muchachito tiene cultura –lo defendió su interlocutora-: Necesitamos de jóvenes cultos y revolucionarios como él. Anda, déjalo que siga haciendo trabajo de mesa con Esteban. –Caruso por mí está bien –el director miró su reloj y lo cotejó con el del salón-. No perdamos tiempo en formalidades. Desde que entró por primera vez en una cabina de grabaciones, Alberto sintió que le sobrecogía la mera oportunidad de trabajar en la radio. Todo le llamaba la atención: el doble cristal que lo separaba de los locutores frente a los micrófonos, las paredes forradas con cartón tabla, tela, llenas de irregularidades, los equipos de inquietos indicadores y regletas de diversas coloraciones, hasta el lumínico de silencio coronando con su inquebrantable orden la ceremoniosidad de ese lugar. Ahora ocupaba su posición en este espacio lúdico: dejaba a Esteban sentarse junto a Fidelia, presto para apretar el talk back en caso de necesidad y decir, ceremonioso, un estás rompiendo grupos fónicos, o vamos a entrar un párrafo arriba. Mientras los veía hacer, le brillaban los ojos, le entraban ganas de él mismo lanzarse y apretar el botón, insistir en tal o cual transición, exigirle a Rosa naturalidad, algo que tanto trabajo le costaba a la pobre. Pero a la altura de la cuarta entrada de la segunda página del guión, sucedió lo inesperado pero previsible: la luz pestañeó de pronto e inmediatamente se apagó, dejándolos a todos en una oscuridad todavía más cerrada que la experimentada por él la noche anterior, la voz de la locutora se quebró y los altavoces apenas pudieron emitir como lamento el chasquido grave de la energía abandonando las inductancias. Parecía que el silencio se había adueñado de todos; no se escuchó siquiera la puerta del otro lado de los cristales, cuando Rosa abandonó con premura el estudio, dejando los guiones sobre la mesa –al menos eso le pareció a Alberto en el breve instante que la rendija tiró un haz de luz al interior. Esteban tosió ligeramente, como ensayando romper el silencio, y luego con voz grave: –Qué va… así no se puede trabajar. Alberto no lo pensó siquiera: sintió que las palabras le brotaban del pecho, que no tenían que ver con nada y que tenían que ver a la vez con todo, que ellas eran independientes a su voluntad y su conciencia y no tenía derecho a retenerlas. Y muy quedo dijo, mientras por el paisaje reverso de la mirada ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 37 Andrés Mir veía pasar kilómetros y kilómetros sentado sobre el sillín de su bicicleta, bajo el ominoso resplandor de agosto: –Trabajar… qué trabajar, así no se puede vivir. La respuesta fue inmediata: crujieron incómodos los metales de la silla de Fidelia y su voz, transformada de pronto, tronó su advertencia seca, como el chasquido de un látigo, en cuya punta el diminutivo hería esta vez, como una estrella de metal: – Albertico, te voy a retirar mi confianza. Cerró los ojos –acto totalmente innecesario en medio de aquella profundidad sin grises a la cual descendía cada vez más vertiginosamente– y sintió sobre su garganta la misma opresión postrera, precursora de caídas que sintiera cierta noche Enrico Caruso, develándole su fatal destino de morir, herido en aquello que más vida le otorgaba. Una inesperada y precursora gota de sudor (presta a desmentir con su creciente presencia el frescor remanente de la estancia cerrada bajo doble puerta) se apuró de pronto en despeñarse desde la nuca, espalda abajo, despertando a su paso un inefable temblor de abandonos. El silencio, segunda oscuridad, volvió a adueñarse del local. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 38 IGOR CAPOTE OMELCHENKO [Ucrania, 1968] Grabador, ilustrador, poeta. Graduado en la Academia de Bellas Artes San Alejandro (en la especialidad de grabado). Ha participado en exposiciones colectivas como La puerta del fondo (La Habana, 2005), Académica 1995 (México, 1995) y en la Exhibition of Tokyo International Mini-Print Trienial (Tokio, 1998). Ha ilustrado libros como Joie de nous qui passons: Poèmes, de Royds Fuentes-Imbert y Dominique Corneillier (Québec, 2000) y Reflejos del estanque: el maestro y el discípulo de Ichitaro (La Habana, 2002). Su obra gráfica forma parte de colecciones particulares en España, Rusia, Francia, Alemania, Japón, Serbia, Portugal, Brasil y México. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 39 Igor Capote Omelchenko Los espectros de la memoria, mudos ya, se han congregado a la orilla de mi cuerpo. Su mudez me desvela como –el mar que uno viera agitarse contra nuestra sordera– El sueño no llega y … Ya está, espera –inútil espera. ! Probaré quedarme aquí en silencio sin este manto de palabras que quiere cubrirme, así desnudo delante de ti y que este poema sea tan leve como la sombra –silencio que cae, se posa o revolotea– Simple encaje de palabras sobre esta hoja. ! Ha llegado el invierno del alma en plena primavera. Todo se cubre de blanco; ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 40 Igor Capote Omelchenko de ese blanco plateado en la noche, presto a resucitar en un estallido de colores. ! Da miedo ver la verdad -¿verdad que ustedes creen?, posibles lectores que se congregan en los aposentos de mi mente. ¿No estoy en lo cierto al compararme a un penitente, que largo tiempo en oscura celda, invernando en el rincón más profundo de su ser, descubre lentamente un rayo de luz que revolotea por los nocturnos parajes de su alma, llevando la primavera en sus alas y se detiene y tartamudea -burbujas de luz en su garganta que de golpe podrían asfixiarlo? ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 41 VERÓNICA PROSKURNINA (Verónica Pérez Konina) [Moscú, 1968] De padre cubano y madre rusa, nació en 1968 en Moscú. A los dos años se trasladó con su familia a Cuba, donde vivió hasta 1989. Cursó estudios en la escuela soviética de La Habana y más tarde estudió cuatro años en la Universidad de La Habana, en la facultad de Periodismo. En 1987 ganó el premio David con el libro de relatos Adolesciendo. En 1989 ingresó en el Instituto Gorki de Moscú, el que terminó en 1994. Actualmente trabaja en el Instituto Cervantes de Moscú, donde imparte clases de español, y en la agencia de noticias RIA Nóvosti en calidad de periodista y traductora. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 42 Verónica Proskurnina POR AMOR AL ARTE Yo nací en una familia de escritores, más bien de escritoras. Mi abuela por parte de padre, Carmen Lovelle, había escrito en 1961 una novela corta que se publicó en Lunes de Revolución. Se llamaba Diario de una mujer. Tuvo mucho éxito; mi abuela se hizo famosa de la noche a la mañana, por lo menos en Oriente, donde vivía. Incluso la llamaron desde La Habana y le propusieron que escribiera guiones de radio para una emisora. Pero mi abuela no se atrevió a dejar aquel pequeño pueblo cerca de Palma Soriano, Palmarito de Cauto, donde vivía. Hubiera tenido que cambiar completamente su vida. Ella era de origen gallego, y siempre había tenido los pies bien firmes sobre la tierra. Estaba casada, tenía cuatro hijos que seguían necesitando su atención, y ya en esa época tenía también varios nietos. No había podido hacer ninguna carrera universitaria, y a pesar de hablar bastante bien en inglés y haberse leído toda la literatura que estaba a su alcance, sólo había estudiado inglés y mecanografía y no tenía ningún diploma. Era una ama de casa, nunca había trabajado fuera del hogar, y creo por eso se quedó en su pueblo. Siguió escribiendo, pero no eran relatos de su vida, sino cuentos costumbristas, sobre guajiros, a los cuales conocía más bien de lejos. Influenciada por Samuel Feijóo, hizo un libro entero de relatos costumbristas. Sus padres habían sido dueños de tierras y bodegas, nunca trabajaron la tierra; se hicieron pobres con el paso del tiempo, pero nunca cultivaron ni un huerto. Cuando llegó a terminar aquel libro, ya nadie se acordaba de su novela en Lunes de Revolución, y a nadie le interesaban los relatos sobre guajiros ocurrentes y graciosos. Mi madre, rusa, vivió más de 20 años en Cuba. Al volver a Rusia estuvo 10 años escribiendo un libro de memorias sobre su vida en Cuba, que tampoco llegó a terminar. Es por eso que mi padre decía, a veces con tristeza, que sus mujeres más cercanas eran escritoras, pero escritoras de un solo libro (yo misma había publicado un libro, Adolesciendo, a los 18 años, y luego durante más de 10 años no había vuelto a escribir nada en español). Por cierto, en el mismo concurso literario donde obtuve el primer lugar, mi abuela ganó una mención, así que competí con mi propia abuela sin saberlo, y para colmo ¡le gané! Así de irreverente era yo de joven. Como se puede ver, soy de una familia que aprecia mucho la literatura, una familia potencialmente literaria, por lo menos en su parte femenina. Lo de potencialmente lo digo porque muchas mujeres no llegan a ser escritoras, aunque podrían serlo, pues prefieren vivir la vida real a describirla, y en la vida de ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 43 Verónica Proskurnina una mujer casada hay tantas preocupaciones y tantas cosas que hacer que no queda mucho espacio para escribir. Pero a los 15 años yo no pensaba para nada en la vida matrimonial, creía más bien que no me casaría nunca. Sin embargo, la literatura me parecía lo más importante del mundo, más importante que la vida misma, porque la vida la conocía sólo a través de los libros y me pasaba todo el tiempo leyendo. La única profesión posible para mí en aquel entonces era la de escritora, pero nadie podía decirme qué debía hacer para llegar a serlo. Qué escribir y cómo —el cómo suele ser la parte más difícil. Así fue como empecé a escribir un diario donde apuntaba todo lo que me venía a la mente, sin preocuparme por el estilo ni por el contenido. Era algo que escribía sólo para mí misma. Años más tarde conservaba aún aquel cuaderno sin carátula y con varias fotos de novios que había tenido, flores disecadas (tal vez regaladas por ellos, ya no podía recordar esos detalles), poemas de Rilke, citas de Pasternak y de Marina Tsvetaieva. Casi todo lo que escribía allí eran relatos de cómo había conocido a algún muchacho de turno, todo muy romántico hasta el momento en que mi precipitado enamoramiento daba paso al más completo desencanto. Daba la impresión de que en aquel entonces estaba constantemente inmersa en un proceso continuo, primero de enamoramiento y luego, irremediablemente, de desencanto. Yo tuve la oportunidad de releer aquel diario años más tarde y no me explico cómo tenía tiempo además para ir a la universidad, estudiar, leer libros y comentar de paso mis impresiones. Como futura escritora había decidido ingresar en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana, creía que lo más importante era escribir algo, no importa qué, y así ir perfeccionando poco a poco el oficio. Pero muy pronto comprendí que aquello que nos enseñaban en la universidad no tenía nada que ver con la literatura —ni con la vida en general. Recuerdo que cuando estaba en el primer curso, el único primer curso que había en la Facultad de Periodismo, leí una entrevista en un periódico muy importante (nada menos que en el Granma) con un estudiante que supuestamente debería estudiar con nosotros, pero que nunca estudió en él (aparecían su nombre y apellidos). Era un estudiante inventado, que nunca estudió en nuestro grupo (que era el único que existía en la facultad). O sea, era una entrevista inventada, completamente falsa. Aquello era una prueba más que suficiente de la veracidad de nuestro periodismo. Con el tiempo descubrí que mis estudios me habían provocado una fuerte alergia hacia cualquier prensa escrita, que hasta el día de hoy no he podido superar. Soy incapaz de leer un periódico, en cualquier idioma, de cualquier país, sin sentir que me están engañando de la forma más vil. A veces puedo leer algún periódico viejo, que ya no importa si es veraz o no, porque forma parte de una versión de los sucesos pasados que puede catalogarse como un fenómeno literario. Y en la literatura, a diferencia del la prensa, la ficción sí está permitida. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 44 Verónica Proskurnina Escribir me parecía tan importante que seguí buscando cómo aprender a hacerlo. Creo que mi primer matrimonio fue parte de aquella búsqueda. Desde entonces aprendí a mirar todo lo que me sucedía como material para escribir un cuento o una novela y empecé a observar mi propia vida como desde fuera. Esto le quitaba y le sigue quitando intensidad a lo que me sucede, pero también me ayuda a distanciarme de los sufrimientos; cuando me pongo a pensar en cómo describir un momento desagradable al mismo tiempo que lo estoy viviendo ya lo vivo a medias, como desde fuera. En aquella época había muchos talleres literarios, en cada municipio, en la Universidad, en cada pueblo. La mayoría de quienes asistían a los talleres eran hombres, recuerdo que durante mucho tiempo fui la única mujer que escribía prosa en mi taller municipal. La poesía era más popular entre las mujeres, pero aún así había muy pocas mujeres escritoras. Precisamente por eso, el taller me parecía el lugar ideal para conocer al hombre de mi vida, ese ser atractivo, joven, alto y escritor, por supuesto. Primero había conocido a Raúl, que era muy abierto y simpático, pero al poco tiempo descubrí que toda su intelectualidad radicaba en unas gafas doradas montadas al aire que llevaba siempre. Estas gafas estaban tan de moda por aquel entonces que las llevaban incluso quienes no tenían problemas de la vista. Usar gafas y tomar té en la famosa Casa del té, que estaba enfrente de la Facultad de Periodismo, era la receta universal para hacerse pasar por intelectual. Raúl era precisamente de ese club; no sé, por cierto, si tomaba té o no, nunca me lo dijo, pero me confesó que nunca en su vida había leído una novela, le parecían todas demasiado largas y aburridas. Fue así como perdí todo mi interés por él. El hecho de no haberse leído nada más largo de diez páginas no le impedía escribir versos, muy románticos, puro almíbar, y estudiar una carrera universitaria (creo que algo técnico). En general, en esa época había una cantidad enorme de gente que escribía, lo que escaseaban eran los lectores, o los oyentes, si se trataba de las lecturas en los talleres de turno. Casi nadie estaba dispuesto a escuchar algo tan largo como un cuento; la poesía, en ese sentido, llevaba ventaja porque era siempre más corta. Raúl tampoco estaba dispuesto a convertirse en la víctima de mis experimentos literarios, y decidió presentarme a su amigo, que a diferencia de él sí era capaz de leerse mis cuentos (y eso que escribo cuentos bastante cortos, casi nunca sobrepasan las 10 páginas), y había leído algunos libros. Conocía la obra completa de Martí, y eso provocó mi curiosidad. Se llamaba Vladímir, y bastó que me recitara de memoria algunos versos de nuestro poeta nacional para que se ganara mi simpatía. Era muy moreno y callado, y tenía un aire sombrío y serio, así que me parecía tener a mi lado a un verdadero hombre. Su silencio misterioso produjo en mí el mismo efecto embelesador que antes habían producido las gafas de Raúl. Creo que en general permanecer callado es la mejor táctica de un hombre, aunque muchos de mis coterráneos piensen justamente lo contrario. Estaba enamorada, sin duda, pero mi amor puramente espiritual, literario. Nos veíamos una vez a la semana, en el taller, y me ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 45 Verónica Proskurnina parecía tan superior intelectualmente y tan distante, que no me atrevía a hablarle, así que decidí escribirle cartas. Me parecía la forma más adecuada de dialogar entre dos personas dedicadas a la literatura, y tenía además el ejemplo de tantas mujeres famosas que escribieron cartas a sus enamorados (para no ir muy lejos, las cartas de Tsvetaieva a Pasternak). A pesar de no haber tenido respuesta a ninguna de mis misivas, escribí más de diez. Me inspiraba el Diario de amor de la Avellaneda, que le había escrito cientos de cartas a un hombre que nunca la había amado y, para colmo, se había casado con otra. Me parecía demasiado atrevido entregarle estas cartas personalmente, además, alguien podía darse cuenta, así que se las enviaba por correo. Eran muy largas, estaban llenas de citas, poemas ajenos, ideas que había sacado de algún libro, eran como un suplemento postal de mi diario. Vladímir nunca me las devolvió, y es una lástima porque sería divertido leerlas ahora. Sólo sé que las había recibido y las había leído, nada más. Nunca me hizo ningún comentario sobre ellas. Como no lograba que Vladímir me contestara, decidí invitarlo a mi casa. No hay nada mejor para conocer a una persona que visitar el lugar donde vive, y el cuarto donde yo vivía era bastante original. Tenía buenos libros, muchos discos y otras cosas que podían interesarle (en mi opinión). En una de las paredes de mi habitación estaba escrito a mano un poema de un poeta cubano caído en desgracia, y aquello me parecía el mayor atrevimiento del mundo. Era un poema bastante provocativo. Además, las iniciales de ese poeta eran HP, lo cual le daba a todo aquello un aire de doble sentido. Se trataba del poema de Heberto Padilla “Di la verdad.” Siempre había pensado que aquel silencio de Vladímir escondía verdaderas revelaciones, y sólo esperaba el momento de hacerlo hablar. Pero lo primero que noté cuando entró era que no le había gustado para nada ni el cuarto, típico para una muchacha de 17 años educada dentro de la cultura hippie, ni el poema, firmado por HP. Tal vez era contrario al hábito de escribir en las paredes, conozco a muchas personas que lo son, pero yo siempre había creído que uno puede disponer al menos de las paredes de su propio cuarto (o de su celda, en caso extremo) para plasmar sus talentos de diseñador o de literato). En fin, su severidad no disminuyó en lo más mínimo, y me dijo que tenía prisa y debía irse pronto. Empecé a contarle de los libros que me parecían más interesantes en mi biblioteca, quería prestarle algo para luego poder intercambiar opiniones, pero esto no provocó en Vladímir el más mínimo interés: seguía igual de sombrío y huraño. Sólo rompió el silencio para decirme que tenía una novia, sin que viniera al caso. Mantenían relaciones desde hacía años, lo cual me pareció magnífico, pero no entendí qué tenía que ver la novia con todo aquello. Callé por unos instantes, y sin ninguna relación lógica con la información que acababa de darme, Vladímir intentó abrazarme y besarme. Eso me asombró más todavía, pues contradecía completamente lo que había dicho sobre la novia. Yo lo había invitado a mi casa sin ninguna otra intención que hablar de literatura, y sin darme cuanta (ingenuidad de los 17 años) de que él ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 46 Verónica Proskurnina podía verlo todo de otra manera. No entraba en mis planes tener una relación con un hombre que ni siquiera era capaz de hablar conmigo de nada serio, así que lo rechacé decididamente. Vladímir intentó un par de veces más abrazarme, parece que él no podía tampoco creerse que lo hubieran invitado simplemente para hablar de literatura, y era lo que menos estaba dispuesto a hacer, por lo visto. Por fin, cuando quedó claro que podía contar sólo con un vaso de té y algún libro para llevarse prestado, se ofendió muchísimo y se marchó sin despedirse. Desde aquel día dejé de ir a aquel taller donde lo había conocido; me sentía avergonzada, como una tonta, (¡y en realidad lo era!), pero no me sentía culpable de lo que había pasado. Lo más curioso es que cuando vi por casualidad a Raúl y a Vladímir en el Festival de Cine Latinoamericano (estaban haciendo la cola para comprar las entradas) no quisieron ni saludarme ni comprarme una entrada. En el fondo creo que su amor por la literatura no era verdadero, a diferencia del mío. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 47 Verónica Proskurnina TAMARA Cada noche Tamara escuchaba el llanto de un niño, interminable, inquietante, y una voz femenina, debía de ser de la madre, que trataba de consolarlo. Tras la pared no se oía claramente lo que decía, al parecer también le cantaba algo, una canción muy monótona y triste que tampoco la dejaba dormir. Por eso ella salía al pasillo con la enorme tetera metálica para hacerse un té en la cocina colectiva que estaba al final del pasillo. La enorme tetera gris era pesada, por eso Tamara siempre calentaba poca agua, además así hervía más rápido y ella se quedaba en la cocina a esperar. En realidad trataba de salir lo menos posible de su habitación, ese era el único lugar de aquella residencia estudiantil donde se sentía más o menos tranquila. El pasillo, la cocina y sobre todo el baño le parecían sombríos y peligrosos, sobre todo de noche. Por suerte, vivía sola en aquel cuarto de unos 20 metros cuadrados, en otros vivían dos e incluso tres estudiantes. Su habitación se encontraba a la derecha de la escalera central, donde vivían las chicas, a la izquierda vivían los chicos, pero los matrimonios podían vivir tanto en una parte como en la otra. Los hombres tenían en el pasillo opuesto su propia cocina y su cuarto de baño. A veces, cuando iba a la cocina a calentar el agua para el té, salía también de su habitación el padre del niño, un hombre bastante delgado de hombros caídos y pelo desgreñado. Al final del pasillo había una ventana, que estaba cerrada por el frío, pero allí se reunían a fumar aquellos que no podían hacerlo en su cuarto. Aquel hombre no podía fumar por el niño, seguramente. Tamara podía ver sus dedos que sujetaban el cigarrillo y le temblaban un poco, como si estuviera nervioso. A veces se ponía de espalda y miraba el mismo paisaje invernal, blanco y desierto. El blancor de la nieve le daba un aire puro y limpio, pero el color del cielo casi siempre era plomizo. Tamara nunca había hablado con aquel hombre, a pesar de que lo veía casi todas las noches, sólo suponía que era el padre del niño porque vivía en el cuarto de al lado, de donde se oía el llanto de un bebé. Cuando Tamara regresaba al cuarto con la tetera caliente, le parecía sentir en su espalda la mirada de aquel hombre, pero no podría decir con seguridad que la miraba, porque nunca se había vuelto para comprobarlo. Además, nunca lo había visto por el día, y le hubiera resultado difícil imaginarlo en otro lugar, fuera de aquel viejo edificio polvoriento. A veces le parecía que aquel hombre sólo existía en su imaginación, como complemento a la ventana oscura, al frío y sucio pasillo y al olor del tabaco aquel que sólo se fumaba en Rusia. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 48 Verónica Proskurnina Tamara tenía miedo de salir por las noches de su habitación, y cuando no estaba aquel hombre, tenía más miedo todavía. Le parecía que aquel pasillo estaba habitado por otros seres, invisibles, pero malignos, que la observaban y trataban de transmitirle algún mensaje. A veces ella también se acercaba a la ventana y alzaba los ojos para buscar en aquel espacio gris donde antes se encontraba el cielo, algo que pudiera consolarla. “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Nunca había rezado en su vida, pero cuando miraba al cielo le dirigía un ruego, aunque no sabía a quién iba dirigido. Era difícil creer que sólo hace unos meses era verano, ella se encontraba todavía en Cuba y estaba sentada en el malecón con Víctor y se sentía totalmente feliz. Oscurecía, se encendían los faroles, la luz del faro del Morro pasaba por encima de sus cabezas, el mar estaba tranquilo y tenía ese color azul turquesa que tanto le gustaba a Tamara. Algo realmente mágico debió haber en aquella tarde y en ese lugar, pues de pronto Víctor le empezó a leer un poema de un poeta ruso, Alexander Blok. Tamara conocía ese poema, poema “A una desconocida”, le molestaba mucho la conclusión a la que llegaba el autor al final: “In vino veritas” (toda la verdad está en el vino). Pero conocía otro poema de Blok, un poema sobre la primavera y la fe, sobre una princesa que espera a un príncipe en su castillo, y lo recitó también. Ahora le parecía imposible que existiera el malecón, la Rampa, el mar. Estaba viviendo en una ciudad donde no había mar, y se sentía como presa. Sus estudios en el instituto eran bastante aburridos, lo único bueno que tenían es que podía faltar a las clases, pero entonces se quedaba en aquella habitación empapelada de amarillo, fría y sombría donde hacía tanto frío que siempre debía tener encendida una estufa eléctrica. Incluso había llegado a pensar que seguramente en el infierno no hacía calor, como solían pensar todos, y que eso de los calderos con aceite hirviendo era puro cuento, estaba segura de que en el infierno hacía frío, ese frío que cala hasta los huesos y hiela el alma. La ausencia del sol era una de las cosas que más la afectaban, así como el hecho de que a las 4 de la tarde ya oscurecía. En aquel edificio parecía como si en todo el mundo no hubiera ni sol, ni verano, ni amor… Sólo podía leer, ese gran remedio para cualquier pena que descubrió en su infancia, y esperar. En la penumbra de su cuarto tejía interminables jerséis de lana, para abrigarse y para que el tiempo pasara más rápido, y le parecía que en esa labor estaba oculto un profundo sentido filosófico. Un punto seguía al ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 49 Verónica Proskurnina otro, y otro más, hasta formar una fila. En cada momento concreto ella está haciendo un punto más, se encontraba en un punto del tejido. Sólo Dios, que ve todo el tejido ya acabado y sabe cual será el dibujo, sabe también cómo se unirán los puntos. Dios ve todos los tejidos a la vez, las vidas de todas las personas del mundo como un enorme cuadro multicolor. Sólo esa idea le daba cierto sentido a esa espera similar a la de Penélope, la idea de que Dios había creado esa trama con cierto fin que Tamara no acababa de entender. Claro que ella estaba esperando a Víctor, a pesar de haberlo rechazado. Su destino era el mismo que el de todas de todas las mujeres, esperar. Víctor también la estuvo esperando, incluso había ido al aeropuerto a recibirla, cuando ella llegó por fin a Moscú. Cuando salió con su maleta por las puertas, Víctor estaba allí, con un traje gris que lo hacía parecer un empleado de banco. Esa vez tampoco le regaló flores, como tampoco le regaló cuando estaban en Cuba, donde las flores son tan baratas. Nunca le regaló ni una flor, nunca le había dicho nada de sus sentimientos. Si en el cine no se hubiera ido la luz aquella tarde y no se hubieran besado casi de casualidad, nunca hubiera ocurrido lo que ocurrió después. En Moscú todo cambió. La primera noche que salieron juntos fue la última. Víctor la invitó a casa de unos amigos. En realidad, sólo estaba en casa su amigo, su mujer estaba en la casa de campo. Vinieron otros amigos más, era como una fiesta de solteros, Tamara era la única mujer. Había una botella de coñac, chocolates y café. En el espaldar de una de las sillas había una falda de flores, bastante grande, seguramente de la mujer del amigo, pero todos insinuaban que debería ser de otra mujer. Alguien propuso poner una película pornográfica, y Tamara no se atrevió a protesta, pero se sintió bastante molesta. Víctor le propuso en cierto momento enseñarle el apartamento, pero ella se negó, pues pensó que esa invitación era también de doble sentido como todo en aquel apartamento desordenado. No quería estar a solas con Víctor, no podía irse a casa porque no conocía Moscú, y estuvieron allí bastante rato, sentados en un sofá, sin hablarse, hasta que por fin terminó la película. Luego Víctor la acompaño el apartamento de una amiga, donde Tamara se había alojado. Por fin estaban juntos, pero Tamara se sentía muy, muy triste. Cuando entró al apartamento, entendió por qué estaba tan triste. Sintió que debía separarse de Víctor, que no tenía ningún sentido verlo otra vez, que no era la persona que ella se había inventado. Lo llamó unas dos horas más tarde, para darle tiempo de volver a su casa, y le dijo que todo había terminado y que no la llamara más y no la buscara. Víctor la escuchó en silenció y colgó sin decir una palabra. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 50 Verónica Proskurnina A veces le parecía que se encontraría con él por casualidad, por alguna razón pesaba que sería en el metro, o cerca del metro. Ella conocía la estación donde se encontraba el periódico de Víctor, y si por algún motivo pasaba por ese lugar, miraba atentamente a todos los hombres que caminaban por la acera, como si tratara de encontrar una silueta semejante a la suya. No sabía que Víctor había llegado a ser el redactor jefe de su diario y solo andaba en coche. También le parecía por alguna razón que se encontraría con Víctor cerca del Mac Donalds de la calle Pushkin, el primer Mac Donalds que apareció en Moscú a finales de los años 80. Las colas que se armaban para entrar salieron incluso en el libro de Records de Guinnes. Durante mucho tiempo fue el único en Moscú, y allí se reunía la gente joven. El instituto donde estudiaba Tamara estaba cerca de aquel lugar, y a veces podía percibirse un olor no muy apetitoso que provenía de allí. Tamara no podía en aquel entonces permitirse el lujo de comerse un bocadillo que costaba casi dos dólares, pues recibía unos 25 al mes, y por eso se imaginaba su encuentro con Víctor fuera del local, en el parque que estaba junto al Mac Donalds. Cuando pasaba por ese parque, sobre todo por la tarde, después de las clases, miraba disimuladamente a los hombres que estaban sentados en los bancos para poder descubrirlo. Pero ese encuentro nunca ocurrió, Moscú es una ciudad demasiado grande para encuentros casuales, o ese encuentro no estaba previsto por el autor de la trama, fuera quien fuese. Volvía entonces a su albergue polvoriento, ponía la tetera en uno de los cuatro fogones de la cocina colectiva y esperaba a que hirviera el agua. Otra vez veía a aquel hombre que fumaba en la ventana del pasillo, escuchaba al niño llorando y el interminable invierno se apoderaba de su alma. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 51 ANNA LIDIA VEGA SEROVA [Leningrado, 1968] De padre cubano y madre rusa, Vega Serova es una de las escritoras más prolíficas y versátiles de su generación. Su obra incluye, entre otros textos publicados, los libros de relatos Catálogos de mascotas (1999), Limpiando ventanas y espejos (2001), Imperio doméstico (2005, 2000 Dador Prize winner) y Legión de sombras miserables (2006); los poemarios Eslabones de un tiempo muerto (1998), Retazos de las hormigas para los malos tiempos (2004); y las novelas Noche de ronda y Anima fatua. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 52 Anna Lidia Vega Serova El tacto: las manos de la madre (viejas), un seno que roza el hombro (blando), la sangre en la entrepierna (húmeda). El puño dirigido al estómago, el puño hundiéndose en el estómago, el puño que rebota. El escozor. ¿El dolor? (el dolor se acumula en las puntas del cabello, por eso éstos se bifurcan y se parten y hay que recortarlos) (pero el cabello no tiene terminales nerviosas) (pero el dolor) Poner objetos sobre la mesa, cerrar los ojos, taponearse los oídos; reconocerlos. Confundir. Tomar el pañuelo blanco pensando que es el azul: error irreversible. Pensar la palabra BOCA y sentirla a tientas. Besar a tientas. Pensar la palabra ODIO y odiar a tientas. (una viscosidad carroñosa que cubre la piel y entonces: el puño) /la madre se quita el pañuelo azul/ ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 53 Anna Lidia Vega Serova /lo coloca sobre las rodillas/ /se destrenza el cabello/ /se peina/ /se peina/ /se peina/ /vuelve a trenzarlo/ /se amarra el pañuelo/ /sale/ /sus manos tiemblan/ (¿logras sentir sus manos, su pelo, su pañuelo azul?) Pensar la palabra MUERTE y tocarla. Confundir muertes: otro grave error. Tomar una muerte blanda en los brazos y mecerla a pesar del pus que resbala entre los dedos, acurrucarla tiernamente, sin saber que es una muerte ajena. (me pongo algodones y otros objetos absorbentes entre las piernas, pero sigue manando el líquido tibio y pegajoso, como de una vena abierta) (dondequiera que vaya soy localizable) (soy vulnerable: húmeda) (¿logras sentirme?) Pensar la palabra AMOR y buscarlo. Confundir. También cualquier cosa bella puede ser húmeda tibia ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 54 Anna Lidia Vega Serova blanda /la madre abraza por detrás/ /su seno roza el hombro/ /su boca besa el cuello/ Entonces: el escozor. ¿Cómo rascarse las vísceras? Amar a tientas. Equivocarse: menstruar salsa de tomate hundir el puño en la pared besar el aire Sólo el dolor colgando como una baba de los pelos... II Mi cuerpo desmesurado se atreve, no hay quien lo detenga. Muestro las cicatrices a los transeúntes, imagino que tienen los ojos azules y que son amigos. Escucho hondamente, hasta imaginar que escucho. Hasta imaginar que alguien de ojos azules se apodera de mi cuerpo y lo usa como refugio ante el anonimato; que llena mis cavidades y orificios y acelera los efluvios. Hasta imaginar que soy un látigo, pulpo o cualquier elemento soñado en las nocturnidades perniciosas. /los amigos inventados/ /vienen a mi casa inventada/ /donde mi madre les sirve el té/ ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 55 Anna Lidia Vega Serova /negro con azúcar/ Mi cuerpo desmesurado irrumpe, se estremece, abre y contrae los miembros de forma llamativa, balancea las carnes pestilentes, atrayendo moscas y otros insectos. /los amigos inventados/ /con finísimos dedos/ /se quitan los lentes de contacto/ /dejando al descubierto/ /el verdadero color de los ojos/ /algo similar al color del té con azúcar/ Hasta imaginar que al fin se destrozan los tejidos y alguien de ojos azules se baña en la magma de mis deseos que se le adhieren y lo penetran y lo hacen estallar desde dentro para unir despojos en una masa única y sublime. /mi madre ilumina mi casa inventada/ /con su mirada celeste/ Muestro las cicatrices a los transeúntes y escucho hasta imaginar que escucho. III Con ambas manos me aprieto la cabeza que gira enloquecida. El médico: ¿cuando sientes mareos ves las cosas dando vueltas alrededor de ti o eres tú quien da vueltas alrededor de las cosas? ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 56 Anna Lidia Vega Serova Hace tiempo que me rasuro hasta las cejas; los pelos de mi cuerpo se bifurcaban y se partían por el peso de tanto dolor. El médico: debemos analizar tu árbol genealógico. El árbol crece en el medio de mi casa inventada. Lo riego diariamente con los líquidos que manan de mi cuerpo. Florece a simple vista y da frutos. Los mastico con pereza. Trago. Saben a algo que comí de niña. No recuerdo el nombre. El médico: debemos investigar las raíces; ¿ha habido algún caso en la familia? Hay un hormiguero al pie del árbol. Un cadáver de lagartija entre las piedras, comido por las hormigas. Decenas de lagartijas vivas, al acecho. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 57 Anna Lidia Vega Serova PROYECTO PARA UN MURAL CONMEMORATIVO (Técnica mixta) A Edel y Aymara 1 La mujer con los audífonos puestos, parecida a un extraterrestre, pinta con temperas fosforescentes soles y animales y algunos paisajes primitivos sobre cartulinas estrictamente rectangulares. Lo hace mecánicamente, casi a ciegas. La mujer con los audífonos puestos, parecida a un extraterrestre, escucha canciones en un idioma extranjero y llora. 2 Estoy cansada de esperar cartas. Fernan me trajo los casetes de Vizbor y preguntó: ¿no has pensado ir allá? A lo mejor, hasta preguntó: ¿no has pensado volver allá? Sentí mareos. Una puerta con la que juguetea el aire. Muy a lo lejos. Una melodía rara. ¿Una nana? ___________ Fernan (Andrés Mir) es un buen tipo, poeta y socio. Viene a menudo a mi casa, tomamos té, hablamos. Pero la razón por la que lo metí en este cuento es que los dos nacimos en Rusia y él lo entiende. 3 No le enseñes tus poemas a nadie. Edel sentenció: tus poemas son ingenuos. Enseñar los poemas es un acto impúdico y vergonzoso. Me pisó la garganta; de mi boca escaparon gruñidos, él los analizó bajo el microscopio y sentenció: son ingenuos. Guarda tus poemas en el interior de las botellas bebidas, séllalas usando la cera de las velas quemadas en el horario de apagón y arrójalas al espacio exterior. Yo le sonreí ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 58 Anna Lidia Vega Serova ahogándome: gracias por tu juicio. Déjalas caer suavemente por la ventana y escucha cómo se estrellan en el pavimento entre cáscaras de plátanos, íntimas y preservativos usados, trozos de juguetes rotos y toda clase de basura que vienen deslizando tus vecinos desde que se inauguró el edificio. 4 Nadie puede asegurar que la mujer con los audífonos puestos, parecida a un extraterrestre, no sea un extraterrestre. 5 Es posible que exista algún lugar llamado CASA. Una puerta con la que juguetea el aire. Muy a lo lejos. Hombres con barbas oscuras y mujeres con pañuelos en las cabezas. Pan negro y té. Canciones en un idioma extranjero. Es posible que no exista. 6 Un hombre negro y alto. En la ciudad de los puentes, la ciudad tísica de los puentes, la ciudad gris y pantanosa de los puentes. Un hombre negro la miró desde su altura y ella cayó fascinada en sus brazos. No pudo ser más patético. 7 Entonces él soltó el chorro de esperma dentro de su vagina fascinada. Tal vez pensó que engendraban a un ser bello y sublime, algo así como a un ser extraterrestre, entre tantos puentes antiguos. Mentira, me engendraban a mí. Un hombre negro y alto, una mujer fascinada, un embrión patético en la podrida ciudad de los puentes. 8 Nunca, nunca le enseñes tus poemas a nadie, ni siquiera a los más allegados. Es mejor que te tires peos en las reuniones públicas, es mejor que tu hijo grite: ¡mi mamá se tira peos en las reuniones públicas!, es mejor que no sean simples peos, sino una avalancha de diarrea incontenible por los parásitos que habitan ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 59 Anna Lidia Vega Serova tus intestinos y que tu hijo anuncie en voz alta: ¡mi mamá se caga en las reuniones públicas donde están el ministro y dos o tres viceministros!, pero abstente de la falta insufrible de mostrar tus poemas inéditos, tus poemas rigurosamente inéditos, original y dos copias, señores miembros del jurado, he aquí mi alma. 9 Y cuando el embrión patético al fin se abrió paso por el túnel de la vagina fascinada hacia la luz, en la ciudad de los puentes nevaba. 10 La voz del hombre en los audífonos pronuncia frases musicales sencillas en el idioma extranjero. La mujer parecida a un extraterrestre llora al reconocer palabras con significados ambiguos. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 60 Anna Lidia Vega Serova 11 El hombre negro y alto llevó a su amante fascinada junto al patético fruto de la fornicación muy lejos de la miserable ciudad de los puentes, tras los siete mares, a una isla que podría llamarse desierta si no fuera por sus animales y soles y algunos millones de habitantes. ___________ Vivo en un segundo piso y por mi ventana abierta muchas veces entra la basura que tiran mis vecinos de los pisos superiores. Esta será tu casa, anunció. Tal vez existe un lugar llamado CASA, pensó ella. Tal vez no, pudo haber pensado. 12 En la isla no nevaba. 13 La mujer parecida a un extraterrestre llora sobre las cartulinas estrictamente rectangulares y sus lágrimas opacan la fosforescencia de los colores, diluyen los contornos, le infieren a las figuras significados ambiguos. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 61 Anna Lidia Vega Serova 14 Las ratas voraces que noche tras noche cenan bajo las ventanas de tu edificio engullirán indiferentes los restos de tus poemas inéditos esparcidos entre cáscaras de plátanos, trozos de botellas rotas, íntimas y preservativos usados. 15 La mujer fascinada amó al hombre negro y alto en la isla de paisajes primitivos. ___________ El hombre negro y alto amó a otra(s) mujer(es). La criatura patética arrancada de raíz de la ciudad nebulosa de los puentes amó la isla de paisajes primitivos: en la isla no nevaba. 16 Luego de hartarse con los restos de tus poemas inéditos, original y dos copias, las ratas indiferentes de rostros perezosos se tumbarán a dormir la siesta y soñarán melodías raras, palabras ambiguas en un idioma extranjero, una puerta con la que juguetea el aire, pesadillas, pesadillas. 17 Ni siquiera cuando la mujer fascinada se decepcionó del hombre negro y alto, nevó en la isla de paisajes primitivos. Ni cuando recogió la maleta para marcharse a cualquier otro lugar llamado CASA. Ni cuando arrancó de raíz a su hija arrancada de raíz con la intensión de sembrarla en cualquier otro lugar llamado CASA. Ni cuando el hombre negro y alto se arrodilló ante ellas dos. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 62 Anna Lidia Vega Serova Quizá se nubló el cielo. ___________ ¿Mascar la nieve es algo así como mascar azúcar? -preguntó Cristian. Mi niño de ocho años a menudo me pone en aprietos con sus preguntas. Cuanto más, llovió. Pero no nevó. 18 Sin embargo, la mujer parecida a un extraterrestre desatiende sus cartulinas estrictamente rectangulares. De sus orejas para fuera crecen los audífonos y cables. De sus orejas para dentro crecen las raíces arrancadas. 19 No, le dije a Fernan, no pienso por ahora ir allá. A lo mejor, hasta le dije: no, no pienso volver allá. No le expliqué nada del miedo ni de las cartas que no llegan ni de la nana. Pero él la oyó. Estoy segura de que él la oyó. 20 Y despertarán las ratas bañadas en frío sudor, beberán inclinándose mucho sobre los charcos, suspirarán largamente y defecarán tus poemas inéditos entre toda clase de basura que vienen deslizando tus vecinos tras sus ventanas desde que se inauguró el edificio. ___________ ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 63 Anna Lidia Vega Serova 21 El hombre negro y alto amó a otra(s) mujer(es) en la isla de paisajes primitivos. De vez en vez enviaba cartas ambiguas en el idioma extranjero tras los siete mares, hasta que se aburrió. Nada hay mas aburrido que enviar cartas con destino incierto. 23 La mujer decepcionada leía las cartas a la luz de las velas, bebía licores fuertes y lloraba. 24 Se sentirán vacías, tan vacías que aullarán a la noche. ¿Has oído aullar a las ratas bajo las ventanas de tu edificio? Es un buen pretexto para dos o tres nuevos poemas inéditos, señores miembros del jurado. 25 Luego guardaba las cartas ambiguas en el interior de las botellas bebidas, las sellaba usando la cera de las velas quemadas y las arrojaba al espacio exterior. ___________ 26 ¿Para qué tendría que volver?, le respondí a Fernan. No sé, dijo, allá está tu casa. Reí asustada tapando el vacío con la risa. ¿Existe un lugar llamado CASA? 27 ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 64 Anna Lidia Vega Serova Sobre las cartulinas estrictamente rectangulares surgen figuras abstractas y difusas que podrían recordar rostros de hombres con barbas oscuras y mujeres con pañuelos en las cabezas, imágenes de otros tiempos y lugares, soñados por ratas enloquecidas. 28 La hija patética de la mujer decepcionada no hacía otra cosa que hurgar tras el edificio desterrando debajo de la nieve los trozos de las cartas ilegibles para olerlas. Estaba segura de inhalar el perfume de soles, animales y paisajes primitivos de la isla tras los siete mares. ___________ He ido a Leningrado, ya de grande. Es una ciudad tremenda, pero por alguna inexplicable razón, cada vez que la he visitado, me han dado fiebres altísimas; no sé por qué... 29 Los aullidos de las ratas que se escucharán bajo las ventanas de tu edificio podrían recordar canciones en un idioma extranjero, palabras con significados ambiguos, sonidos de otros tiempos y lugares, posiblemente extraterrestres. 30 Cuando el hombre negro y alto se aburrió de escribir cartas con destino incierto, la hija patética le anunció a su madre decepcionada su decisión de volver a casa. 31 Nevaba. 32 ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 65 Anna Lidia Vega Serova Huele profundamente cada uno de tus poemas antes de guardarlos en el interior de las botellas bebidas. No se los enseñes a nadie, ni siquiera a tu más fiel enemigo, señores miembros del jurado ni a nadie. 33 ¿A cual CASA? dijo la madre. ___________ 34 Tampoco los releas, olvídalos, olvídalos rápidamente luego de olerlos; ningún poema ni canción ni palabra merece ser recordado ni soñado ni por las ratas voraces de rostros enloquecidos ni por nadie. 35 El hombre negro y alto que encontró la hija nuevamente arrancada de raíz no era el mismo hombre negro y alto que había conocido en la isla de paisajes primitivos. 36 La mujer con los audífonos puestos, parecida a un extraterrestre, escucha el silencio que nace desde las cartulinas estrictamente rectangulares. 37 La isla de paisajes primitivos que encontró la patética hija nuevamente arrancada de raíz no era la misma isla de paisajes primitivos que podría llamarse desierta si no fuera por sus animales y soles y algunos millones de habitantes. 38 Pero nunca olvides el olor de tus poemas inéditos, original y dos copias. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 66 Anna Lidia Vega Serova ___________ Mantén en tu cabeza el catálogo de olores para clasificar los excrementos de las ratas tristes detrás de tu edificio: he aquí mi alma. 39 ¿A quién se le ocurriría que la mujer con los audífonos puestos, parecida a un extraterrestre puede ser un extraterrestre? 40 Tampoco debo afirmar que deseo recibir cartas. Me inquieta que pase tanto tiempo sin que llegue ninguna. Pero me inquietaría mucho más si llegase. Sentiría mareos. Una puerta con la que juguetea el aire. Muy a lo lejos. Una melodía rara. ¿Una nana? ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 67 ERNESTO GONZÁLEZ LITVÍNOV [Yalta 1969] Pintor, dibujante y escritor. Se instaló definitivamente en Cuba en 1976. Graduado en la Escuela Provincial de Artes Plásticas José Joaquín Tejada y miembro de la Asociación Hermanos Sainz. Su tesis de graduación se basaba en un estudio oftalmológico para facilitar la comunicación visual a las personas invidentes. Dicho proyecto fue incluido en un libro de sobre la historia del arte contemporáneo de Cuba publicado por la Universidad de Austin (Texas, EEUU). En 1991 comenzó a trabajar como técnico de montaje del Fondo de Bienes Culturales, en Santiago de Cuba. Como artistas plástico ha participado en numerosas exposiciones colectivas y individuales en Francia, Argentina, Italia y España. Ha sido merecedor de los premios Luisa Pérez de Zambrana y América Bobia. Ha realizado talleres de asesoramiento y pedagogía artística en la comunidad ruso parlante de la capital y en la Escuela de la Embajada de la Federación Rusa. Ha publicado los libros 30 poemas góticos o la continuación del Tao y el Libro de las respuestas. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 68 Ernesto González Litvínov EL DÍA QUE ELLOS LLEGARON Tuve un mal sueño. No recuerdo bien qué era, pero me dejó una angustia ante algo monstruosamente irreparable, algo descomunal que rompí sin querer, y ahora esa mole, ese trasatlántico encallado encima de mí, de cuyo peso no había nada en el mundo que pudiera liberarme, ocupaba todo el cuarto y me comprimía el pecho. Dicen que me oyeron gritar y que desperté dando un salto y lanzando lejos la almohada. Necesité un tiempo para entender que estaba en mi alcoba y que aquí no había nada amenazante. Después pasaron días sin saber yo aún que lo peor, las vivencias más espantosas que nos tiene reservado el destino, no queda en las pesadillas. Están esperándonos a la vuelta de la próxima esquina, en esas mismas calles deslumbrantes, con sus multitudes jubilosas y niños que corren con globos de colores. Yo siempre creí lo contrario. Desde niño viví con la convicción de que el Infierno, con sus moradores, solo podía tener lugar en nuestras mentes. Que el mundo como tal, era algo tan grande y honorable, que alguien cuidaba de él y que era imposible que ciertas cosas demasiado malas sucedieran en él. Es lo que uno puede sentir cuando viaja a bordo de un avión, viendo a tantas personas alrededor implicadas en eso, que la idea de un desastre nos parece algo fantástico. Ocurren accidentes, muertes dramáticas y en extremo injustas, pero siempre hay un límite para todo eso, y de sorprendernos lo contrario, se da por una anomalía, rara y excepcional, como para recordarnos que la libertad que reina en el Universo, es extensible también a la existencia de lo fatal, que la espontaneidad y la improvisación no están coercionadas por ninguna tiranía. Todo eso está con un determinado fin místico, que nunca pasa de lo aislado a lo total. Un amigo me dijo una vez, que el Mal como creación no existía, sino solo como accidente. Es como el cuchillo, que está hecho para pelar papas, y cuando nos cortamos con él por un percance, es por eso y no porque el cuchillo sea algo malo. Alguien quién no ha conocido la guerra puede pensar así. ¿O serán las guerras un hecho que escapa a toda mesura humana, ciertamente tan estrecha? Desde Saturno empezaron a recibirse unas señales ininteligibles e interrumpidas. Todos las escucharon. De inquietud llenaron el éter esos desesperantes sonidos que penetraron en cada hogar a través de los medios, embocando las imparciales y negras bocinas de los televisores. Asemejaban quejidos, y no hizo falta esperar para entenderlo, la nota oficial de los expertos, quienes anunciaron que estos mensajes están basados en códigos de expresividad. Algo parecido a lo que comunica un mendigo por vía de gemidos y sonidos lastimosos a un turista extranjero, por poner un ejemplo sencillo. Hubo un revuelo alrededor de estas noticias, numerosos partes que actualizaban a la opinión pública y debates ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 69 Ernesto González Litvínov muy serios en todas las naciones, con los criterios más diversos. Pero todos coincidían en la pregunta: ¡Por todas las musas! ¿Pero por qué Saturno? ¿Qué tiene que ver ese coloso deletéreo con la inteligencia y la misma vida? La más leve de sus tempestades radioactivas, de hermosa luz azul, borra implacablemente todo principio biológico con los poderosos rayos gamma. Si enviáramos una nave a este planeta, para conocer las posibilidades de sobrevivencia que en él puede tener un ser vivo, no serían una perra o un mono sus tripulantes, sino una jaula llena de cucarachas, en el mejor de los casos. Sobre el contenido de la señales supuestamente descifrado por un lingüista armenio, residente en los Estados Unidos, se mantuvo un inexplicable velo de silencio. Pero en la otra cara del planeta, los taikonautas chinos que ya se encontraban ejercitando su musculatura espacial, con los vuelos cada vez más frecuentes, revelaron un punto de vista particular. Para ellos se trataba de un llamado de auxilio de una civilización infinitamente diferente a nosotros. Decían, podría hablarse de una inteligencia cibernética, creada artificialmente hacía mucho tiempo por una civilización ya extinta. Largos meses tardaron en llegar al gigantesco planeta, nuestro genio, las magníficas sondas Argos y la Emperor of India. Pero estas nos enviaron las imágenes de una vista tormentosa, el paisaje de un mundo frío y turbio. La atmósfera en la superficie de Saturno es tan concentrada, por las fuerzas gravitatorias de un cuerpo de esas proporciones, que asemeja un líquido, y la posible evolución de los seres vivos no pudo ir más allá de los celenterios, desarrollándose estos de alguna forma hasta alcanzar, en millones de años, una inteligencia superior. Fue una de las tantas hipótesis que exponían los comentarios en la prensa de estos días. Una tercera sonda, Ptolomeo, fue enviada por la comunidad internacional. Esta se dirigió al sexto satélite de Saturno, Titán, el único que poseía una atmósfera idéntica a la del planeta. Pero se perdió todo el contacto al iniciar ella el descenso. Como colofón a lo acaecido en aquellos días perturbadores, fue la decisión de las principales potencias bélicas, el de colocar en órbita, dos satélites militares: El Hércules de los Estados Unidos y Atila, de Rusia y China en una alianza estratégica. Eso fue un augurio preocupante que anticipaba algo que ni siquiera nos atrevíamos a pensar. Todos esperábamos eso que pondría fin a la milenaria rutina de los humanos, su soledad al despertar todos los días bajo un firmamento que permanecía callado ante nuestro clamor. Casi estábamos dispuestos a recibirlos con la misma humildad viniendo ellos con la apariencia de ángeles o demonios, nos preparamos para lo más noble y bello, perverso y deforme que pudiera pintar nuestra imaginación. Y ese día llegó, silencioso e inhabitual. Pero ocurrió algo extraño. Y nosotros lo permitimos, sin otra razón que el de ceder ante ese deseo secular y en parte religioso, de curiosidad. Lo sucedido no puede explicarse en términos del bien y el mal, hay algo más allá de nuestro entendimiento, el cual queda separado por un abismo de toda comprensión. Era algo extraño, tan extraño y ajeno a todo lo nuestro, a ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 70 Ernesto González Litvínov todo lo que conocíamos de este Universo, que hasta hubiéramos recibido mejor una verdadera invasión extraterrestre, tal como la recreábamos en las películas, donde el coraje y la astucia terminaban por imponerse, y no ese delirio, esa cosa que pasó y que no era de Dios ni de este mundo. El día que ellos llegaron yo me encontraba en el mar, buceando. Medusas apenas visibles pendían sobre la iluminadora estancia, traspasada por los rayos del alba. Por sus cuerpos casi inexistentes corrían multicolores destellos, tal si fueran un casino celestial ante el cual era difícil ahora recordar algo más hermoso sobre esta tierra. Quién ha buceado en los mares del trópico es testigo del mensaje más claro de que la belleza aún gobierna en este mundo. Quien inventó la careta y el equipo de inmersión, hizo un poco más libre al hombre y le dio un artefacto que magnifica su vista ante La Creación, como el telescopio en su tiempo le permitió a Galileo descubrir las lunas de Júpiter y otras maravillas siderales. Una súbita nausea llenó el esnorquel con los restos del desayuno, obligándome a subir inmediatamente. Emergí tosiendo, casi asfixiado. No se debe ingerir alimentos si vas a nadar en la mañana, es mejor tomarse solo un café con leche. ¿Qué desayunaba Galileo? Alzado por una ola oportuna me encaramé en los farallones, por cuya ciudad gótica de corrales fósiles estuve caminando con cuidado un buen tramo, hasta llegar a unos dominios de la orilla más apacibles, sin perderle el ojo a las olas que batían con estruendo los arrecifes, llenándolos de una espuma blanquísima... nunca le des la espalda al mar. Hacía una hora que yo había salido de ese espacio infinitamente ingobernable y revelador, pero con tan solo poner el pie en el autobús, volví a sumergirme en otras profundidades, las del Acontecimiento, que en forma de comentarios y exclamaciones de conmoción, llenaban el remachado y ruidoso interior del vehículo. Todos hablaban de eso. Esa mañana, aproximadamente a las once, varias naves alienígenas habían aparecido en diversos lugares... Había más alboroto por la naturaleza de los extraterrestres, que por el hecho mismo de su llegada. -Dicen que son como bocanadas de humo. -Son tan superiores que se las arreglan sin un cuerpo, aquellos que salieron de la nave por la mañana, se asegura que todavía no se han movido del lugar. El autobús seguía su mareante estancia a través de una solemne procesión de árboles que pasaban veloces agitando el follaje, como si participaran de la excitación general. Ya nada podía ser igual. En la terminal de ómnibus una multitud rodeaba el televisor suspenso de la pared, las noticias trasmitían las tremendas imágenes de los sitios del aterrizaje. Más que máquinas o naves espaciales, estos objetos ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 71 Ernesto González Litvínov semejaban unos enormes huevos o conchas de color sucio, yo diría lúgubre, como esos lujosos ataúdes de metal que yacen deslucidos en el foso después ser exhumados. Todos permanecíamos inmóviles ante la azul pantalla, habían asientos vacíos en la sala, pero nadie se sentaba. En ese mismo estupor estaban los pasajeros, los choferes con sus arreglados uniformes, los empleados de oficinas y las camareras que sostenían unas bandejas servidas con el café ya enfriado. Los rostros no expresaban emoción alguna. Era esa atención de espectadores de un hecho que sobrepasaba todo lo imaginable, con la que se puede presenciar un hecho excepcional. Los acontecimientos fueron cobrando días, con lo increíble que parezca, pero el mundo seguía girando en su rutina, y los días se sucedían a las noches sin detenerse ni esperar cosa alguna. Pero nada pasó. O lo que pasó en realidad fue algo incomprensible. No hubo contactos de alto nivel, las borrosas figuras desaparecieron, dejando abandonadas las naves que resultaron ser unos cascarones vacíos que luego se arruinaron. En su oscuro interior no había nada. La desoladora imagen que difundieron las cámaras de televisión mostraba una bóveda quebrada, el viento alzaba las herrumbrosas pajillas que se acumulaban en su interior, aullando como solo lo hace en las grutas y edificios abandonados. Ningún aparato o instrumento de navegación. Todos vieron eso y lo que se podía sentir era aquella tristeza y desaliento que yo experimenté hacía años, cuando se hundió el submarino Kursk, con decenas de muchachos abordo. Después de unos desesperantes días y de iguales esfuerzos por rescatarlos, se logró abrir la escotilla y entonces la televisión mostró esa embocadura que nos internaba en su umbral inhumano, lleno de agua contaminada y tinieblas. Se había destapado un sepulcro sumergido. Ahora las noticias se sucedían en hechos cada vez más pasmosos. Lo que se conocía era atemorizante, algunas personas vieron unas formas raras confusas e indefinidas, permanecer por ratos sobre los pantanos y en los chalets abandonados en las afueras de la ciudad. En ninguno de los casos esas apariciones tuvieron una actitud que permitiera la comunicación con ellos. Al acercársele alguien, quien tuvo ese valor, contaba luego como esas sombras se desvanecían o se deslizaban sobre la superficie hasta ocultarse no se sabe dónde. Su distante comportamiento, la ausencia de toda señal expresiva, de cuanto gesto sociable pudiera esperarse en una situación afín, era la manifestación del abismo que los separaba de nuestra naturaleza. Y como toda oscuridad, todo alejamiento o niebla que se interpone, ante el ser humano en eventos de esa índole, lo llena de incertidumbre y miedo. Es el mismo temor primigenio que sienten los niños ante lo desconocido y aquello que se le presenta bajo un velo de incomprensión. La espera de algo inexplicable por pasar, la inmovilidad y el silencio de alguien que no revela su identidad o permanece oculto, son las actitudes que activan en nosotros la alarma, son las piezas con las que el instinto de conservación construye el miedo en nuestro inconsciente. Ese sentimiento que, según dicen los ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 72 Ernesto González Litvínov manuales del soldado, es útil porque agudiza nuestros sentidos, ante un peligro real. Y la gente empezó a sentir mucho miedo, a la vez que la impotencia se ajustaba a la actitud definitiva de las autoridades. Pienso que el hombre aún no ha alcanzado su adultez biológica, puede ser que ya hace millones de años en el universo no existen seres tan primitivos como nosotros, que se trasladan moviendo las dos extremidades de un cuerpo atravesado de un extremo a otro por un baboso tubo digestivo... A veces, yo mismo, siendo vergüenza de ser un humano, de permanecer atado a ese organismo y a sus antojos animales, y que me perdone el Creador en quién yo no he perdido la fe. Pero sí la confianza. ¡Quién sabe si una inteligencia e infinitamente más agraciada nos cultivó como una raza que se procrea a modo de lombrices para fertilizar los planetas! Alguien muy poderoso, desde el principio de los tiempos, nos reveló e hizo que nos resignáramos para siempre, ante la triste verdad de nuestro destino: "Tierra somos y a la tierra volvemos"... ¿A quién exactamente vio Moisés aquella vez en la montaña cubierta de nubes y centellas? ¿Por qué nunca logramos escapar a nuestra muerte? ¿Quién se beneficia con ella? Inventamos todos los remedios posibles, pero siempre aparecen nuevas enfermedades... sin mencionar esa obra maestra que es el cáncer, y que hasta el día de hoy no hemos podido retirarlo de las carteleras de nuestros males. Alguien conserva en la legalidad la venta de cigarrillos. Como resultado, este ingenio mantiene llenas las tasas de una de las primeras causas de fallecimiento en este planeta. En una ocasión un científico dijo que el cerebro se desarrolló por una necesidad de sobrevivencia, como el colmillo o la garra, y no porque era un objetivo de la evolución. Y de la misma manera ese órgano puede atrofiarse en el camino a la felicidad que anhela todo ser viviente... porque ¿Acaso la inteligencia nos ha hecho más felices que esas bestias que se regocijan en su libertad? Y así, como hemos desechado la cola con la que nos asíamos de los árboles, en nuestro pasado salvaje, puede que en un distante futuro prescindiéramos del intelecto. ¿No es a eso a los que nos conducen los gurúes de la conciencia trascendental? Por medio de la meditación que es el no pensar, el liberarse de esa madeja y de la cárcel de nuestras convicciones, para regresar al seno del Universo, ya como un todo y no como una parte. Es sentir la plenitud de una existencia pura e ilimitada. ¿No serán los niños de la Generación Índigo un relevo, un paso dado ya por la vida hacia el Edén de la inconsciencia? Ciertamente el haber probado el fruto del árbol de la Sabiduría nos ha hecho sufrir demasiado, es tiempo de volver a la inocencia perdida. ¿Pero quiénes fueron desde el comienzo los dueños del Huerto? ¿Qué seres eran estos tan perfectos que cuidaban de nosotros? ¿No serán nuestros Granjeros los gusanos que finalmente nos devoran? Esos seres diminutos ¿no fueron desde un inicio los dueños de la Tierra, al aparecer la vida? Ellos resultaron ser más listos al dejar que otros se desarrollaran y adquirieran más nutrientes para su banquete. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 73 Ernesto González Litvínov Y ahora desde un planeta más distante y antiguo, como para los indios de América en su tiempo lo fue el Viejo Mundo, llegaron los adelantados. Ellos no tienen nada que hablar con nosotros. Y si los conquistadores usaron el lenguaje de los mosquetes, cuyo fuego y estruendo abatían en terror a los nativos, los de ahora trajeron un arma donde la oscuridad y el silencio resultaron ser incontablemente más horribles que la pólvora. –¡Llegaron los Granjeros! Los dueños del chiquero -exclamó Gregorio al concluir yo mis razonamientos, y contemplando a tras luz el licor ambarino que llenaba su vaso de gruesas paredes, agregó: –Señores, ahora la cuestión que urge es aceptar de una vez y por todas que el borbón tiene ciertos privilegios que se impondrán algún día ante el escocés. Basta con el ejemplo de uno muy bueno que se produce en Tennessee, detrás del cual yo reconozco cuatro preeminencias... –Ya tendremos todo una eternidad para discutir eso, pero no hoy –lo interrumpió Julián, el vicepresidente de nuestra Junta de Voluntarios. –Si el ejército y todas sus formaciones no saben qué hacer por impedir una catástrofe, nosotros tenemos el deber, como ciudadanos de este país y este planeta, de trazar un plan de acción, cualquiera que fuera su procedimiento, aunque hagamos detonar las armas nucleares. Pero ante todo debemos, como académicos, esclarecer lo esencial: Entender quiénes son ellos y qué quieren de nosotros. Necesitamos conocer a nuestro enemigo... –Y luego coordinar esfuerzos mutuos movilizando el mejor patriotismo planetario -agregó su compañero de mesa. –¡Y yo te pido una vez más que retires da la Presidencia toda esa basura! –le gritó, barriendo con un solo movimiento, las botellas, el ya casi anciano profesor. –¡Qué vergüenza Gregorio! ¡Tomar en un momento así! Necesitamos toda nuestra sobriedad para juzgar sensatamente las cosas que están pasando, porque si no lo hacemos nosotros... ¿Quién entonces? El cuarto asistente cuyo nombre yo no puedo revelar aquí, levantó una hoja en la que hacía horas estaba anotando algo. –Escuchen amigos. Aquí creo que logre esbozar ciertos detalles que nos pueden ayudar –todos lo miraron guardando un profundo silencio, como el que se puede oír en un cuartel después del toque de queda. Entonces prosiguió: – Ellos no son los porquerizos del espacio ni nosotros somos sus cerdos. Por lo que he podido observar de su comportamiento, hace tiempo que ellos están fuera de la cadena alimenticia. Su relación con todo lo existente, incluidas las criaturas como nosotros, no se basa en un ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 74 Ernesto González Litvínov vínculo de necesidad y recursos existentes. Ellos vinieron a compartir en nuestro planeta algo que nosotros tenemos y no lo utilizamos. Por eso no se trata de una conquista donde se disputan unos intereses comunes, con todas sus implicaciones sociales y políticas, donde se decide un destino colectivo. No les interesa nuestro petróleo o la hulla, tampoco nuestros recursos agrícolas, el maíz, los brócolis, ni el salmón ni el caviar. Ellos son puras existencias, y físicamente no es mucho lo que le es indispensable. –¿Y qué demonios entonces hacen aquí? ¿Acaso llegaron de vacaciones? –prorrumpió el exasperado Rector, que ahora había sacado de la chaqueta una viajera de plata. –Después de toda esa pantomima de enviarnos señales para luego caer en sus trastos... Pregunto: ¿Qué quieren ellos? –Nada. Ellos no quieren nada que nos importe. Están aquí para tomar lo que solo ellos pueden tener. Nosotros somos para su civilización como esas tribus africanas de cazadores que corren descalzos tras las gacelas sin preocuparse, ni siquiera conocer, de los yacimientos de uranio que tienen bajo sus pies. Puede que estén buscando aquí su espacio vital, el suyo, no el nuestro, que está en un concepto de extensión territorial. Porque la interpretación que hacemos de ella es la de una superficie habitable y por tanto defendible. Escuchen. Yo arribé a la conclusión hipotética de que... –el hombre tosió varias veces, luego sacó un blíster de nicoretas e introdujo una en la boca, y masticando continuó. –Por la poca masa de su planeta, el que carece de una superficie sólida y definida como la nuestra, estas existencias se originaron de otros parámetros espaciales, tal vez condicionados por la influencia de unas fuerzas gravitatorias extremas, que pueden pulverizar una de sus lunas hasta convertirlas en un anillo plano. Con eso quiero decir que si nosotros vivimos, construimos y viajamos en las tres dimensiones, ellos solo disponen de dos. Carecen de profundidad. Por eso ellos pueden cohabitar con nosotros cuanto quieran y donde sea, sin molestarnos físicamente ni estorbarles de la misma manera nosotros a ellos. Su espacio vital es inconmensurable para los humanos, si nos propusiéramos un día reconquistar ese terreno, sería lo mismo que darle las órdenes a la Marina de ocupar el horizonte. Los acorazados estarían dándole la vuelta al globo disparando sin parar sus proyectiles, pero el horizonte siempre se les escurriría. –Supongamos que todo eso sería así ¿Cuál debería ser entonces, nuestra actitud ahora y a largo plazo? –le pregunté. El hombre suspiró, y después de una pausa nos dijo: –Cuando joven yo me preocupaba por unas basurillas, esas arañitas transparentes que yo veía constantemente ante mis ojos, sobre todo cuando miraba el cielo diurno. De niño yo les aseguraba a mis padres que podía ver los átomos, ya que esas motas de lana flotantes, lo asemejaban en sus representaciones gráficas. Pero convencido con el tiempo, que estas cosas yo las llevaba en mis ojos y con ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 75 Ernesto González Litvínov la angustia de que nunca podría librarme de ellas, fui al oculista. Entonces el doctor me explicó que se trataba de las células muertas que se desprendían de la retina y quedaban atrapadas en el humor vítreo, que todos las veíamos y no había nada que hacer al respecto. “Se recomienda no hacerles caso"-concluyó el médico. “Pero cuando yo miro al cielo son tantas las que me estorban el verlo totalmente limpió". A lo que él me respondió: "En el cielo son muchas las cosas que puedes ver". Fue la respuesta enigmática del oftalmólogo. Pienso que el hombre aprende muy rápido a vivir con ciertas cosas. Cuando se descubrieron los microbios y vimos cuantos gérmenes y parásitos se cobijan en cada objeto, cada gota de roció... si intentáramos seguir viviendo con el recuerdo de esa omnímoda presencia, de lo que albergan los labios que besamos...el aire que se respira, ¿podríamos vivir así? No. Pues de la misma manera aprenderemos a coexistir con Ellos, los ignoraremos, cuando vayamos al trabajo, al comer, al hacer del amor, posiblemente los tengamos delante, pero entonces no los miraremos, trataremos de pensar en otro tema. Y tal vez pasados unos siglos nos olvidaremos de que eso pasó. No creeremos en esa absurda historia de su invasión, negaremos su existencia, los llamaremos espectros, ilusiones o juego óptico. A quienes dedicaron su vida en estudiarlos los acusaran de charlatanería, o demencia. Después de todo... ¿Quién vio aterrizar esas vainas? ¿Qué queda de ellas? ¡Polvo! Y uno, que yo sepa, por cierto, en nada resultó ser diferente de nuestro suelo. Quizás aquí me gustaría terminar ese relato. Los hechos tal como sobrevinieron después no se alejaron mucho de las suposiciones del profesor. Pero como la realidad es infinitamente más compleja que todas nuestras ideas, quisiera contarles, antes de concluir, algunos sucesos que el destino me concedió vivir en los días que siguieron. En una de esas plateadas tardes de fin del mundo, la hora en que las estatuas se animan, y los bajorrelieves en los muros de las viejas casonas entran en un alegre diálogo con las luces decadentes, caminaba yo por el antiguo parque. No había nadie cerca, sólo el sonido de las nueces que caían. Cerca del pequeño puente que es alzaba sobre un cauce que siempre permanecía seco, vi a un niño. Con unos movimientos como indecisos, trataba sacudir algo de su calzado. Me acerqué hasta él y vi que del interior de una de sus medias se asomaba un lóbrego brazo, colgando con la soltura de un globo, el niño me miró con una risa penosa. El brazo o lo que era, parecía acariciarlo... ¿O eso creía ver? Con esos dedos apenas prominentes el horror lograba asirse a la yerba, y aunque lentamente, pero con persistencia, forzaba al crío hacia los arbustos que nos miraban con sus cuencas vacías que iba llenando la noche. Por un momento tuve dudas de que eso era real. No sé por qué, a la memoria volvió un recuerdo desagradable de mi infancia, cuando me detuve a observar el cadáver de un cachorro en estado de descomposición, era tanta la pujanza de los gusanos, que entonces todo su cuerpo se removía como si aún estuviera vivo... y yo permanecía atónito, viendo si aún podía salvarlo. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 76 Ernesto González Litvínov –¡Quédate donde estás, muchacho! No te muevas –le grité, agarrando una rama seca, un poco incómoda de maniobrar por su forma de relámpago. Y sin apartar los ojos de esa cosa, me le acerqué. El niño me contempló sin ocultar su fascinación por lo que ocurría... Entonces golpeé, dando voces, su pierna, acometiendo contra el bulto suspendido. El cuerpo sombrío se recogió en el césped a escasos metros, como un líquido derramado... De pronto se alzó cobrando cuatro extremidades y lo que ya parecía con claridad la silueta de un perro, se dejó llevar súbitamente por una ráfaga de viento, perdiéndose en la espesura del bosque. El muchachito, y no era para menos, arrojó un grito y se lanzó a correr, desapareciendo de mi vista. Aún estuve un rato distinguiendo lo que todavía era visible en el entenebrecido parque. Con las manos temblorosas encendí un cigarrillo. Aunque el lector lo desconozca, yo solía frecuentar acá por las tardes, este lugar era mi santuario oculto, aquí yo recuperaba mi ánimo, mis fuerzas para enfrentarme con otro día. Aspiré profundamente el ya fresco aire y me dirigí hacía la oscuridad que parecían custodiar los arbustos, movido por una intensa curiosidad. Los restos del crepúsculo ardían en las copas de los árboles más encumbrados, lanzando los últimos destellos a través de las gotas de resina que rezumaban los pinos con su fragancia a eternidad. Esa luz que moría parecía llorar desahogándose con sus tonos de estridente granate, yacía pesada sobre la floresta, y las mismas bibijaguas cargaban con ella sobre sus espaldas. Un pájaro invisible emitía los graznidos desde algún lugar. Seguía siendo el Santuario. La llama se acomodó entre mis dedos, anunciando con intensa pasión su cercanía, y en eso me viré. Ante mí se elevaba algo inmenso. Me quedé muy quieto, no más que abrazando con toda mi atención eso. Entre la penumbra empecé a reconocer la nubosa figura. La tenía delante como una pared, al levantar la cabeza vi en lo alto, algo parecido a un campanario, el sombrío espectro reproducía ahora la torre de una ermita. Un galopar que se aproximaba me sacó del estado de consternación, súbitamente la fantasmagórica visión se deshizo y yo di un salto atrás. Apareció un guardia montado, su rostro pálido, la expresión que llevaba, nada tenía en común con su uniforme adusto y los metales de su arma. –¡Debe abandonar el lugar! –gritó con una voz angustiada y llena de aprensión. Al ver mi perplejidad se detuvo preguntándome: – ¿Está usted solo aquí? –Sí. –¿No sabe usted lo que está pasando? -Al entender mi condición arrimó el caballo y sin esperar respuesta me tomó del brazo. -Mejor súbase. Vamos a escapar... ¡Venga hombre, rápido! ¡Por Dios, rápido! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 77 Ernesto González Litvínov Me subí en el lomo de la bestia a balanceándome sobre la espalda del joven. Minutos después estábamos volando sobre las azules estatuas que nos seguían con la mirada por todo el paseo del Jardín Inglés, junto a un muro que no terminaba. Pasamos veloces ante el monumento de los Padres de la Patria, cuyo majestuoso perfil aún se dibujaba en las luces crepusculares. Hasta que se abrió la ciudad ante la colina. Se abrió como un espejismo en el cual ya nadie creía, un éxodo de multitudes a oscuras, vociferando entre el sonar de las bicicletas se extendía hacía lo lejos en una lánguida pincelada. –¡Ellos están haciendo algo extraño! ¡Ellos! ¿Por qué hacen eso? guardia. – ¡Mire allá! –prorrumpió llorando el Mis ojos siguieron el movimiento de su mano, que me señalaba lo que se me presentó a primera vista como una nube de tormenta sobre el barrio Este, donde había un grupo de edificios recién construidos. Entonces vi con escalofrío lo que era. O lo que parecía ser. Ese cumulo amenazante sobre el poblado sin luces y lleno de tristeza, se perfilaba en la imagen de un descomunal sofá en el que dormía la figura hecha de humo de una mujer. Eso, no más. Flotaba inmóvil y vana, impresionante por sus dimensiones y falta de sentido. Hasta nosotros llegaron los sollozos de una muchacha que corría con un bolso a cuesta y dos niños sujetos de su brazo, hasta confundirse ellos en un mar de voces donde se oían otros lamentos y gritos de desespero. Avanzamos hasta llegar a una compañía militar, donde un destacamento de soldados armados con todos los pertrechos, contenían el aluvión humano. Una brigada de tanques con sus faroles rojos esperaba la orden de avanzar. Pero sus cañones permanecían mirando al vacío. No había a dónde disparar, los sensores de los misiles y los radares levantados sobre sólidos trípodes no palpaban ningún movimiento. Es más, para ellos no existía un objetivo. El enemigo llevaba la ventaja de no existir. Un sargento me ayudó a bajar del caballo. A las preguntas que le hice, me respondió a secas que el mundo estaba sumido en el caos, aunque hasta ahora no ha habido víctimas civiles ni bajas algunas. Sólo se sufrían los estragos psicológicos masivos producto de la incertidumbre y el pánico generalizado. En los partes de las operaciones se reportaba una desorientación total. No se sabía cómo actuar y qué informar a la población. Yo seguí caminando por el sendero que me mantenía en las laderas, pudiendo ver desde la pendiente toda la ciudad. Sobre los techos había un obscuro hombrecillo que se sostenía en unas largas piernas, agitaba lo que parecían unos brazos extremadamente prolongados, aunque más eran como sogas o mangueras, como la de esos odiosos títeres de trapo que los juglares de feria hacen mover con varillas. Yo miraba embelesado como Él las llegaba a estirar hasta las cabezas de quienes huían con el tumulto, tal parecía como si se lamentara y quisiera detenerlos. Sí, ése es el miedo que nos causa el distanciamiento en hechos de gran magnitud y cuando hay una incomunicación masiva. Estábamos ante la vertiginosa grieta que separaba a dos mundos totalmente ajenos y extraños entre sí. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 78 Ernesto González Litvínov Cruzando por una apacible calle de las afueras de la ciudad, próxima al aeropuerto, se oyeron dos fuertes explosiones. El golpe del sonido hizo temblar los cristales de las ventanas y accionó al momento las alarmas de todos los autos ahí estacionados, que empezaron a pitar insoportablemente, cada uno a su manera. Pero nadie salió de los edificios. Al juzgar, unos misiles hicieron blanco en algunos de esos sitios embrujados. La sola idea de esa posibilidad me hizo reír con sarcasmo. Digan lo que quieran, pero en el cementerio hay más tranquilidad. No sé por qué, pero pensé en ese lugar como el más seguro para ocultarme, acaso sería porque aquí nunca se buscaría a alguien con vida, y tal vez también por su intimidad y recogimiento, inherente a todo retiro. Aquí pasé la noche. Una noche inacabable que, sin dudas, me conduciría a una vida completamente nueva. Todavía no sé cómo será esa existencia. Lo escrito hasta aquí no llega al alba. Es como si todo ahora terminara frente a ese cielo desbordado de estrellas, en cuya sustancia hierven los enormes planetas rojos que desfilan con su habitual parsimonia. Oculto en una cripta abandonada y cubierto de hojas secas me dormí, bajo el vaivén de la yagruma, no sin antes pedirle a Dios que al despertar todo esto haya quedado en una pesadilla. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 79 HELENA BICOVA [Bielorrusia, 1972] Llegó a Cuba procedente de la URSS en 1980. Estudió Letras en la Universidad de Oriente, de Santiago de Cuba, y realizó estudios de postgrado en Nova University, en EEUU. Durante diez años trabajó como guionista en Radio Bayamo en Cuba. Su obra ha aparecido en las antologías Los Parques y Mujer adentro. En la actualidad su actividad literaria está centrada en la literatura infantil. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 80 Helena Bicova SE VAN Para los amigos que un día tuvieron que partir Se van, parten de la cuerda donde pernocta su corazón desnudo y entonan un diluvio de violines se pierden en el horizonte hasta ser el aullido de una sombra imperceptible y en su lugar me dejan una aureola de libélulas su carpa de cristal rojizo y el salto inequívoco del ojo -siempre alerta. De este lado de acá ha muerto un árbol, la primavera fue un esbozo de gorriones que se picoteaban y donde era el mundo sólo quedan las tazas en que bebíamos el té de madrugada justo cuando vivir era una palabra cierta tributo a la mesura y en el mar no había otra latitud que no fuera el azul para besarnos. Pero ellos ya no tienen tiempo para echarle pan a las palomas se repartieron las migajas que quedaban y se fueron saltando de piedra en piedra hasta quedar ausentes ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 81 Helena Bicova con el rostro flotando como una sinfonía sorda de llantos y aguaceros y con la mano abierta, que de tanto esperar, casi no alcanza. Ellos tienen las paredes húmedas y el abandono seco y las ventanas podían abrirse de par en par, pero estaban cerradas ellos se fueron por los agujeros y dicen que me envían mensajes en botellas, pero mis manos son ácidas y ya dije un adiós que quedó colgando en un retrato marcándome la sed, como si fuera un óleo. Nadie regresa y aunque el mar sigue golpeando desesperadamente hoy supe que un campo de girasoles se secaba y sólo quedaba yo para salvarlo... Todos los amigos se están yendo. (Santiago de Cuba, 1997) ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 82 Helena Bicova VENCER LA CALMA Vencer la calma detenerse ante el espejo mientras la lluvia inunda este arca de falsas profecías rapsodia para un vientre de pez que no se abulta... Vencer la calma era el intento final de este camino agua turbia que nos bebe, riendas, concierto en que los violines se equivocan y terminan allí donde sí estuve donde los muertos bendicen la fragilidad del barro y los vivos andan con los dedos en cruz por los rincones. Vencer la calma como si la botella no girara como si la última vuelta no fuera la próxima condena, certeza animal que no enardece ni hincha las venas para seguir cantando. Vencer la calma como quien vence una tormenta... porque todos volveremos de este viaje aunque traigamos la piel medio rasgada medio sucia, medio ajena aunque dejemos de creer en madero. Vencer la calma ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 83 Helena Bicova para que viva mi centauro con su pecho estéril silla sin luz y ángeles con alas recortadas lejos de la casa sin jardín ni techo y de los cuerpos humeantes como panes. Vencer la calma cuando era lo mismo que decir rendirse y pensarlo era alimentar los vientos acurrucarse detrás de las paredes... Cómo íbamos a desgranar maíz en la escalera si la escalera conducía al trono no importa hasta cuándo ni hasta dónde si abajo la hierba buena se procrea. Vencer la calma para que hierva la leche a fuego lento y no derrame camino hacia otros brazos, silencio soplando en cada parque en cada esquina en cada nube que rompe su agua contra el cuerpo recién parida fuerza de la hoguera recién nacidos cuernos. Vencer la calma y que este vapor no me atraviese porque mi sed no descansa sobre una almohada blanda y con qué manos con qué orillas lanzaré la cuerda este juego es demasiado cruel para mis llagas ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 84 Helena Bicova y ya ni puedo caer ni me sostengo. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 85 Helena Bicova ! Él no supo de viajeros con maletas de vidrio Ni de contarios mirándose, envidiosamente, desde cada extremo de la cuerda Él simplemente despertó Y supo que estaba regresando. ! Búscame en el rincón más oscuro de la casa o mejor, no me busques, déjame ir al mundo de las algas a la ausencia continua de mi misma, déjame partir sin sobresaltos como una sombra como el pedazo roto de las fotos familiares, como un banco abandonado frente al mar que espera su momento su ola de gracia su rendición sublime ante la furia de las aguas. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 86 Helena Bicova CUATRO FRAGMENTOS DE PIEL BALDIA (RELATOS BIOGRÁFICOS DE MI PASO POR CUBA) 1 Primero fueron las gaviotas y el ancla descendiendo, tan lentamente, que jamás habría imaginado lo difícil que sería abandonar aquella isla. Las calles de La Habana eran una muchedumbre, una masa compacta de sudor y carne, de gritos en un idioma entonces incomprensible, pero definitivamente seductor, armónico, y raramente jugoso. El proceso de la aduana era sencillo entonces. Los oficiales del barco que eran, entre otras cosas, expertos contrabandistas de todo tipo de artefactos, le hicieron una sola sugerencia a mi madre: "Raspe las suelas de todos los zapatos, para que no parezcan nuevos”. Y así lo hicimos, nos sorprendió el amanecer en plena faena, con el ala caída de tanto raspar y con el alma llena de borrones. Cada movimiento de la mano iba multiplicando, una a una, las millas que habíamos dejado atrás en el Atlántico. Él nos estaba esperando. Mi madre aún permanecía atada al espejo, pintándose una y otra vez la boca con aquel color bandera, cuando apareció en la puerta del camarote, la observó fijamente y la abrazó, como nunca más lo haría. Yo tenía siete años y me atrevo a decir que ese día se pertrechó toda la filosofía de mi vida: vivir contracorriente. Era abril de 1980, justo en los días del éxodo del Mariel y el segundo brote de la fiebre porcina. Lo que significa que llegue en medio de dos grandes contradicciones, la primera es que yo llegaba y todos se iban, y la segunda, más rara aun, es que las vacas eran sagradas, los puercos estaban enfermos y no se podían comer y los huevos eran para tirárselos a las personas en la calle. Llegamos al pueblo al anochecer. Debo decir, antes de continuar adentrándome en la memoria, que la similitud entre Malvango y Macondo no es puramente casual, ni está limitada a la toponimia. Es más bien una de esas raras circunstancias de la crueldad histórica, donde lo maravilla supera con creces la realidad. Volviendo al viaje... Una carreta nos estaba esperando cerca del andén. Era un cajón revestido con hojalata, enganchado a un tractor agrícola. Llovía torrencialmente, cuando digo "torrencialmente", quiero decir que toda el agua del mundo estaba cayendo sobre la carreta, sobre la hojalata de la carreta, ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 87 Helena Bicova que multiplicaba hasta el infinito el fenómeno acústico de aquel diluvio... no sé si decir primaveral, infernal o premonitorio. El viaje duró como una hora. Entre atasco y atasco yo sentía cómo mi corazón se hacía más y más pequeño, hasta ser un susurro, un lamento débil y sostenido, un agujero negro en el centro del pecho. Era el olvido. Fue entonces que empecé a entender el llanto de abuela. Pero ella ya estaba al otro lado del mundo. A ambos lados del camino se disponían pequeñas casas de madera con techos de guano, en el centro una puerta, y sobre la puerta una bombilla, todas emanando la misma luz tenue como el eco del eco, casi inexistente. Era un paisaje repetitivo, siempre tenía la impresión de estar mirando la misma escena. Al final sobrevino lo esperado, lo inevitable, lo uno y otra vez anunciado: la última pared de madera, la última puerta, y la última bombilla, eran las nuestras. Las paredes interiores eran de bloques desnudos. Se entraba directamente a un saloncito, y de ahí a las habitaciones. En lugar de puertas, colgaban cortinas de saco, teñidas con alevosía de un cardenal grandilocuente. En cada una de las cuatro paredes colgaban unos gigantescos cuadros con periquitos australianos, que según Él, eran “verdaderos”, porque se habían comprado antes del 59 en la Isla de Pinos. Amén. Todo era oscuro y húmedo… decenas de rostros se sucedían frente a mí con su mueca más dulce. Es increíble cómo he logrado memorizar aquellos gestos, los oculté en algún remoto estanque de la memoria para no perderlos. Mi madre tendría entonces unos 15 años menos de los que tengo yo ahora, y por más que acomodo y reacomodo la historia no logro entender, cómo pudo, con qué fuerzas sobrenaturales logró soportar aquella noche. La primera habitación de la derecha era la nuestra. Después que terminó el jolgorio de recibimiento, mi madre y yo decidimos traspasar aquella cortina y adentrarnos en el que sería nuestro refugio por seis larguísimos años. Recuerdo que lo hicimos despacio, con el paso y la respiración entrecortada, como quien teme encontrar frente a sí un abismo. Nos sentamos al borde de la cama, donde ya Él dormía, rendido por el aguardiente. Nos miramos largamente, en un silencio austero, sepulcral… y yo no sé qué estaría pasando por la mente de mi madre, pero yo sólo tenía una interrogante concreta: ¿Cómo haría para dormir dentro de aquella caja de tela que estaba sobre mi cama, y que después supe que se llamaba mosquitero? Sin embargo, un suave olor a almidón planchado me sedujo y dormí estupendamente. Al otro día me despertaron los gallos. Saque la cabeza de la casa de tela y empecé a observar, uno a uno, los objetos que me rodeaban. Mi cama era de hierro, y aunque era notable que estaba un poco oxidada, alguna vez ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 88 Helena Bicova había sido blanca, y de hecho me gustaba mucho. En lugar de ventanas, había dos huecos en las paredes clausurados con gruesos tablones… 2 La abuela Hilda tenía 12 hijos, creo que por eso murió a destiempo, necesitaba un corazón tan grande, que terminó rompiéndole el pecho. Tía Geña era mi favorita. Yo pensaba que era traficante, y eso me apasionaba. Cada cierto tiempo la visitaba "el elemento", así lo llamaban, haciendo una combinación de mueca entre ojo y boca, dirigida hacia mí, para que quedara, más claro aún, que era un tema prohibido. Llegaba siempre de madrugada. Yo me enteraba porque venía en un tren que rompía estrepitosamente el silencio nocturno, atravesando indolente todo el poblado. Él aparecía una hora después de que el tren pitara tres veces. Esa era la contraseña, yo no sabía español, pero sí sabía de espionaje de todo tipo, de elementos, y especialmente de hacerme la tonta. Por seguro al otro día yo encontraría la mercancía. Siempre venía en pomitos de penicilina, de vidrio verdadero, nada de plástico. Venían colores inimaginables, rojos, naranjas, los violeta medio perlados eran elegantes (“Bueno, pa las manos prietas”, decía la tía). Geña era la única "pinta uñas" del barrio. Y me enseñó el oficio, por eso la pude ayudar cuando se enfermó del alma, y con tanta cercanía entendí que el "elemento" era el amante, y el "contrabando", pinturas que traía desde Santiago en el tren donde trabajaba como maquinista. Después que la tía enfermó, nunca más escuché el claxon del tren, ni vi al “elemento” y las pinturas se fueron secando poco a poco. Así aprendí mi primer oficio a los ocho años, no me pagaban nada, pero ser la “pinta uñas” era como pertenecer a la más alta aristocracia malvanguera. 3 Las noches eran, literalmente, una boca de lobo. Sólo se escuchaban los perros, y en los días de lluvia las ranas. También se escuchaban las goteras, el agua que caía por los orificios del techo de tejas francesas. Goteras de agua rigurosamente colectadas, lo mismo podía ser en un caldero, que en un jarro, que en una palangana, cualquier cosa servía. Cuando la lluvia era salvaje, de esas que lograban sacar al abuelo Esteban de balance y hacer su plegaria desesperada, con un par de machetes en forma de cruz, entonces también perdíamos la electricidad, el vaho amarillento empezaba a parpadear, una vez, dos, a veces tres... y listo: a encender los candiles. No, no hablo de lámparas chinas, ni faroles, ni quinqués, hablo de candiles. Un recipiente con keroseno, una mecha y una llamarada crujiente, robusta, de un rojo ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 89 Helena Bicova intenso, humeante, muy humeante. Sin embargo, esas noches eran mías. Me metía cuanto antes debajo de mi mosquitero, con mi colcha a cuadros y mi almohada de plumas de patos, y me dormía hipnotizada por la gotera que tenía justo al lado de la cabecera de mi cama, tin... tin... tin... Yo tenía algo que me hacía fuerte esas noches: una linterna y un libro grueso de tapa dura: Cuentos clásicos rusos, en ruso, lleno de príncipes y princesas. Ése era mi paraíso, mi territorio privado, mi franja libre de impuestos. Pero aquella noche no llovió. El calor pegajoso y húmedo no me dejaba pegar un ojo, y los perros tenían una verdadera jauría, cuando de pronto empecé a sentir un olor abrazador, venía con el aire, penetraba por cada rendija y aturdía, aturdía a tal extremo que el abuelo dejó de roncar de súbito y corrió hacia el patio. -Ave María purísima-, gritaba, mientras elevaba los brazos al cielo, donde crecía, vertiginosa, una columna de humo, la ceniza se esparcía como pólvora, y en la lejanía, entre el ladrido de los perros y los rezos, se escuchaban gritos desesperados de auxilio, gritos con eco. Y corrimos, yo no sabía hacia dónde pero también corría, llevábamos las mismas vasijas con que recogíamos las goteras, y seguíamos corriendo, y no llovía, había más estrellas que nunca en el cielo, la yerba crujía, el calor se iba sintiendo más y más cercano, ya se veía el aire rojizo, y seguíamos corriendo, atravesamos el potrero, y varios caseríos, las fosas nasales dilatadas, parecíamos bueyes, ya yo no sabía ni qué pensar, no entendía nada, pa mi idea, así, rectilínea y sin dobleces, íbamos pa la guerra. Llegamos medio muertos. En lugar de la casa había una hoguera, enorme, rodeada de gente sofocada, como nosotros. Aquel fuego en medio de la noche olía a muerte. Una viejita lloraba, recostada de alguien, todos la atormentaban con preguntas, pero ella insistía en que el viejo se había ido hacía varios días con otra mujer. Que no sabía cómo había empezado el incendio, y que no había más nadie adentro, que la dejaran tranquila. Se secó las lágrimas, respiró tan profundamente que hasta yo lo sentí, que estaba al lado, con las rodillas flojas, y dijo con una tranquilidad pasmosa: -No me pregunten nada, no hay nadie a quien avisar. Déjenme despedirme de Él. -¿De quién?- Preguntó alguien. -Del rancho, mijo, del rancho, de quien va a ser.- Respondió entre dientes. Las llamas se reflejaban voraces en sus ojos llenos de odio. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 90 Helena Bicova 4 Juro que no soy culpable... Ni de los edificios-cajones, ni de la sardina en latas, ni de los zapatos de punta redonda, ni de los especialistas privilegiados, ni de los muñequitos que nadie quería ver, como Volka y Lolka, que ni siquiera eran rusos. Pero especialmente juro que no soy culpable de que después de odiarlo tanto, lo perdieran todo. No me condenen, soy inocente, yo también estoy aquí. (Santiago de Cuba, 1993) Todavía recuerdo sus gritos, sus dientes amarillos y su saliva salpicándome, sin control, sin orgullo ni misericordia, como un agonizante que no encontró otra grieta para respirar que no fuera destilando su rabia sobre ni hambre. Yo estaba en segundo año de filología en Santiago y tendría unos 19 años... y corría el 1993. Pasaba meses sin poder ir a casa, primero porque no tenía dinero, y segundo, porque aun si hubiera tenido dinero, no había cómo vencer aquella distancia. Pasaba días enteros en la autopista, a ver si alguien me recogía y me adelantaba, de tramo en tramo. Así mi viaje, que normalmente sería de un par de horas, a veces duraba 8, 10, 12 o en el peor de los casos, simplemente no ocurría. Y aquel día fue igual, después de pescar una insolación dramática sin ningún resultado tuve la peregrina idea de ir a la estación de ómnibus. Para mi suerte había allí, a punto de partir, uno con destino a Bayamo. Entonces pensé: “Ok, Bicova, olvida la variante de un pasaje, porque no estás en ninguna de las listas milenarias para poder lograr uno, y olvídate de un soborno, porque lo que tienes son cinco pesos en el bolsillo, y para eso necesitarías unos cincuenta”. Así que descartadas las dos variantes con probabilidades de éxito, no me quedó más que disponerme a implorarle al chofer que me llevara. Han pasado más de veinte años, he superado enfermedades, desamores, he enterrado muertos, me he caído y levantado más de una vez, y nada, absolutamente nada ha dejado en mí una marca tan caótica como la que me dejó la decisión de acercarme a aquel chofer de ómnibus y decirle: "Señor: yo soy estudiante, usted cree que me pudiera llevar hasta Bayamo?". Yo todavía no se sí fue mi acento, mi cansancio o mi total falta de gracia, pero aquel hombre se viró hacia mí, despacio, como quien aún está dudando, y preguntó, con una mueca no me quedaba claro si era de fealdad o de desprecio... ¿De dónde eres? Debo ser honesta y decir que, en mi ingenuidad, esa pregunta me supo a gloria, tanto que no pude evitar esa sonrisita bucólica de "Esto empezó bien... Ahora entablo una breve charla y en cuestión de minutos... Tan-ta-ra-rá, estaré adentro". Y pensé: Si le digo que soy bielorrusa, no va a saber ni un carajo ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 91 Helena Bicova de qué le estoy hablando, así que mejor digo "soy rusa" que eso todo el mundo lo conoce, y así me ahorro explicaciones, y abrevio el proceso de sentarme en el ómnibus. -Yo soy rusa-, me apresuré a decirle y me quedé mirándolo con mi cara de vaca loca... En lugar de respuesta recibí un escupitajo, lo vi venir, escuché cómo lo rebuscaba en su garganta sin disimulo, cómo sus músculos se inflaban buscando la velocidad necesaria para que sus babas salieran como un disparo mortal hacia mí. Por suerte no tenía buena puntería porque "aquello" me pasó por la izquierda y siguió rumbo desconocido. Pero yo seguía allí, quería pensar que era un accidente. Tenía que ser un accidente aquella barbarie. Entonces empezó a hablar: -Prefiero pasarte por arriba como una rata, antes que llevarte a ninguna parte, por tu culpa nos estamos muriendo de hambre, maldita rusa. Sus palabras se acomodaban en mis oídos como serpientes, en cuestión de minutos cientos de personas estaban alrededor de nosotros y él seguía vomitando su veneno, exponiendo sus heridas sangrantes. Recuerdo que mi bolso se resbaló de mis manos, ya no escuchaba, y él seguía culpándome, no bajaba su dedo índice, en algún momento traté de decirle que iba a llamar a la policía, pero tenía un bloque de cemento en la garganta, y acto seguido noté en el público un par de ellos, uniformados, riéndose indiferentes. Sabía que tenía que irme, pero no podía caminar, apenas podía sostenerme. Recuerdo que entrelacé mis brazos sobre el estómago adolorido y vacío, como para que no se me saliera el corazón por cualquier hueco, y me fui moviendo, doblada, me temblaba todo el cuerpo. Nadie me socorrió, no me crucé ni con una mirada de consuelo. Ya era de noche, todavía recuerdo la luna llena. Llegué hasta la residencia estudiantil de Quintero, subí la escalinata, en cada escalón me lastimaba los dedos, porque, entre la agonía del alma, el llanto y el hambre de no haber comido nada desde el día anterior, estaba tan frágil que no tenía fuerza ni para levantar los pies lo suficiente. Me metí en la ducha hasta que se me gastara la vergüenza, me acosté como dios me trajo al mundo y le pedí a Él que me llevara, que ya yo no podía, no quería, ni merecía nada más. No sé exactamente qué hora sería, pero después de haberme dormido profundamente me despertaron los gritos del custodio que cuidaba la residencia y cuyo punto de sentarse en un taburete era justo en los bajos del edificio F, muy cerca de mi ventana. Primero no entendí nada, como de costumbre, pero luego supuse que estaba en medio de una pesadilla, porque aquel custodio, que no tenía nada que hacer dentro de mi edificio, dado que su trabajo era calentar su taburete y chismosear la correspondencia… estaba frente a mi cubículo en la tercera planta, preguntándole a alguien que dónde ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 92 Helena Bicova dormía “la rusa”. Me quedé paralizada, me tapé cabeza y todo y empecé a rezar una jerigonza dirigida a “quien pueda interesar”, porque ya a esas alturas no sabía ni a quién dirigirme. Ya se me estaba poniendo medio gacho el ojo izquierdo, cosa que sólo me pasa en situaciones extremas, cuando tocaron en mi puerta. Es que yo no lo podía creer, ¿cuál era el pecado que me había tocado resarcir ese día? ¿Acaso sería yo la Juana de Arco bielorrusa, que tendría que ir a la hoguera? Mientras mi cabeza se llenaba de hipótesis, el hombre tocaba más y más fuerte en mi puerta… estuve a punto de meterme debajo de la cama. Pero decidí darle frente. De mi garganta salió un “dígame” que por más que lo repetía no se escuchaba ni por mí misma. Me enredé en la sábana, me acerqué a la puerta. (No puedo dejar de reírme recordando esto). -¿Qué usted quiere? -le pregunte casi en sílabas. -¿Tu eres la rusa? -me interrumpió, sin mucho protocolo. -Bueno… yo… -Empecé a balbucear, tratando de ganar tiempo, a ver si se me ocurría una respuesta, por poco me orino, y continué…- No exactamente, mi país está por ahí cerca… -Chica, deja el jueguito y acaba de bajar que te están esperando. -¿A mí? ¿Y quiéeeen? -Demás está decir que el hecho de que alguien me estuviera esperando allá abajo en medio de la madrugada no era algo común, de hecho, era inédito. -No sé, es un camión lleno de gente. -¿Qué quéeee? Y el hombre se fue. Entonces me asomé por la persiana y efectivamente había un camión enorme, abierto, lleno de gente. Yo no iba a bajar, ya lo había decidido. Pero nada más sentarme en mi cama aquel carro empezó a pitar y encender las luces intermitentes. Eso, en el silencio y la oscuridad de Quintero, una madrugada de sábado. Ya taparme la cabeza o meterme debajo de la cama no era suficiente, ya me quería meter dentro de la taquilla, desaparecer, escurrirme por el tragante de la ducha… Y el camión no paraba y mi corazón tampoco. Me llené de coraje, porque ya me estaba enojando, me enganché una bata de floripones, bien rusa, y bajé. Nada más salir del edificio oí los gritos de un hombre: -¡Dale mijita, apúrate, que vamo pa Bayamo, hace media hora que te estamos esperando! -¿Pa Bayamo? ¿El que está por allá después de Jiguaní? -empecé a preguntar tonteras, porque ahí sí me quedé en shock. -Si mija, vamo, súbase, a ver… yo la ayudo. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 93 Helena Bicova -Es que yo no tengo dinero- Trate de explicarle, aun sin entender nada de nada. -Qué dinero, ni dinero, su viaje está más que pago -me respondió con una sonrisa tan dulce, que me curó el espanto. Y me subí, ni siquiera recogí nada, me fui tal cual. El viaje fue sin escalas, me dieron un lugarcito para sentarme y todos me sonreían. Llegué a la casa, me hundí en mi almohada de plumas, la misma que me servía de refugio en mis noches malvangueras, y fui tan feliz… que eso sí no sé ni cómo explicarlo. Nunca supe exactamente qué ocurrió. Ése es uno de los grandes misterios de mi vida. No pierdo la esperanza de que algún día alguien pueda explicarme, para darle las gracias. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 94 DMITRI PRIETO SAMSONOV [Moscú 1972] Poeta, investigador y ensayista. Graduado en Microbiología y en Derecho por la Universidad de la Habana. Fundador de la Cátedra Haydee Santamaría de Critica e Investigación. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Ha publicado en diferentes revistas literarias, jurídicas y antropológicas en Cuba y en extranjero. Su poesía ha aparecido en la antología Ternuras entre Milenios. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 95 Dmitri Prieto Samsonov GARABATOFF JEREZ (NOVELA ÉPICA RUSA EN SIETE CAPÍTULOS) Capítulo 1 Yo sólo vine como cocinero. Decidí asentarme en la Isla. Me pusieron a administrar un molino de viento. Capítulo 2 Se quitó la ropa como quien hacía una maldad. Era roja por dentro. La poseí por alante y por atrás. Gimió, mientras se abría las piernas y me arrancaba el corazón con que vivo y los ojos y bajaba y subía y bajaba. Algunos la llamaban República; otros, Revolución. Ella misma se hacía llamar Dulcinea. Para mí era sencillamente Pravda. Capítulo 3 Llegaron sin aviso previo. Eran dos. Al oído parecían un zorro y un erizo; el que parecía un zorro, decía saber muchas cosas; el que parecía un erizo, decía saber una sola, y grande. Pero a lo mejor eran una zorra y un cuervo. O una zorra y un gato. Es que nunca se identificaron: el que parecía un erizo, hablaba como un lunático que creía ser caballero andante; el otro, insinuaba que era escudero del anterior, pero a veces desentonaba y su voz se llegaba a parecer extrañamente a la de Pravda. Una pareja de maricones, pensé yo. O de travestís ideológicos disfrazados de patriotas. Arremetieron con objetos punzantes contra las aspas del molino. En acto de defensa de la propiedad de la cual era responsable, embestí con mi remolcador. Escuché como un sonido de unos maderos rompiéndose, y como de unos neumáticos reventando, y después, un burbujeo. También un shshshshsh persistente. Después, no escuché más nada. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 96 Dmitri Prieto Samsonov Capítulo 4 A la sombra de los mangos y de un nuevo concepto de Revolución, había jurado en Baraguá no mentir jamás. La operación Milagro me restauró la vista y la virtud. Además, me devolvió el sentido auditivo (algo que no se esperaba). Entonces, oí el rumor del alma cubana; también había unos tambores, como de fundamento, y una campana, como de dotación. Me di cuenta de que en verdad todo lo que dice aquí es mentira. Esta Historia debía ser reescrita, pensé, porque la virtud es el conocimiento y sólo si se sabe, se puede divisar el bien. Capítulo 5 En seis días reescribí esta Historia. Al alba del séptimo, me di cuenta de que el folio donde la escribía decía lo mismo que había estado allí al principio. Cada siete días volvía a escribirla, y al final siempre era igual que antes. Capítulo 6 La Historia es un cementerio de aristocracias, escuché desde los anaqueles. Capítulo 7 Entonces, emprendí el regreso. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 97 Dmitri Prieto Samsonov JUREL EN PESOS La maldita circunstancia del dólar por todas partes es como si ya no pudiera respirar mas acá de lo arrecifes donde quince años atrás se trabara este cuerpo. Me adentro, sudoroso, en la carnicería como quien levanta un chador. El jurel es de mi estomago turbio consuelo y es aparte el único remedio de que dispongo para recambiar a tiempo las proteínas suspendidas en las tibias aguas de mi ser y para que la pura pueda reconocerme mañana. Pero aun con su precio en pesos, nunca será como aquella syliodka con cebolla que solía probar en casa de mi abuelo cuándo comíamos carne , y pescado, y otra vez carne. (Ahora, hasta las pestañas me hacen daño, y) todo parece haber envejecido, excepto el nombre de T en mis labios, ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 98 Dmitri Prieto Samsonov último testigo de que hubo un tiempo en que comía carne y (buscaba algo mas que carne, pues) amaba de verdad. Me adentro sudoroso en la carnicería como quien levanta un chador y pago una lata de jurel en pesos. Hechos que no callo antes turbio -poetas que riman sierpe con estirpe y otra vez con sierpe, y tibias aguas que sueñan ahorcar tempestades en único ataque de talentos que no han hecho sino observar el silencio. Pero ese osteíctio de australes mares comprado donde con hachas de doble filo manos expertas separan largos y duros huecos de la inexistentes carnes, no son sino pedazos de jurel que con su precio en pesos recuerda un confort distante cuando solía probar syliodka con cebollas en casa de mi abuelo, a quien nunca más he vuelto a ver. Ahora, ya estoy inmune a todas las despedidas. El pueblo de ellos se ha tornado un lugar caro y absurdo ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 99 Dmitri Prieto Samsonov y otra vez absurdo que se llama mercado negro. El mío se apellida rellenar de cebolla un lata de jurel como quien besa en los labios a una muchacha persa. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 100 Dmitri Prieto Samsonov MEDIANOCHE Revoluciones inconclusas dejan frutos violentos ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 101 Dmitri Prieto Samsonov D.P.S ( 1989) Témele al ataque de los espíritus. Los espíritus, los de carnes fusiladas y de los crujientes hue[v\s]os, de sangres salidas por agujeros clavados en el cráneo, suelen aparecer en el momento menos oportuno; Trastocan la Historia en historias. Olvido en venganzas ¿ y justicias...? + justicia es sólo venganza plus ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 102 Dmitri Prieto Samsonov LA HOJA EN BLANCO A Daylin La hoja en blanco es idea de mí mismo Y si le tengo miedo es por eso que. Pero, a pesar de Descartes, [el ] yo -como almatiene tamaño, y forma, y es finita y relativa su extensión, y se puede proveer un fijo, reproducible y aburrido rasero. Para medirlo. [Mi] yo-mi almaes justo del tamaño de esta hoja de block, que entonces deja de ser leído y se adecua al pensamiento linealmente garabateado; y se va el miedo. Pero también es del tamaño de una pregunta jamás pronunciada por una chica de Guanabacoa. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 103 Dmitri Prieto Samsonov ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 104 ALEXEY AMARÁN BOGACHOV [Santiago de Cuba, 1975] Se formó en el taller literario Palabra Iluminada de la Universidad de La Habana y en el Salvador Redonet de la misma universidad, donde ingresó en 1996. Ese mismo año obtuvo el premio Ciudad de poesía de Pinar del Río. En las ediciones de 1998, 1999 y 2000, sus poemas ganaron el festival provincial de la FEU de La Habana. En 2007 recibió el Premio Nacional Medalla del Soneto Clásico. Su obra se ha publicado en revistas internacionales, como Revista Francachela (Argentina), y nacionales, como El Caimán Barbudo, Somos Jóvenes, Alma Mater El sobre y El Entronque. En 2010 publicó el libro Código de guerra. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 105 Alexey Amarán Bogachov RESPUESTA Qué hacer de pronto si en la mesa La muerte pide más harina. D. Machado En el país del panadero ha muerto sobre la mesa un puñado de harina que nada pedirá El hambre extermina los sueños que no están el que no ha vuelto como lágrima al pan ¿Qué especialista en hambres y abundancias te responde la plenitud de un ruido que se esconde? (en Braile) ¿si la muerte nos conquista otra esperanza, cuál será la suerte de nuestras suertes más domesticadas? ¿Qué hacer de pronto si en la mesa pide La muerte más harina? ¿Quién decide amasar tristezas desesperadas para hornear este pan en tanta muerte? ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 106 Alexey Amarán Bogachov EL DIFÍCIL ARTE DE MARIONETERO (óleo sobre lienzo 170 x 105 cm ) Difícil arte de marionetero que como un dios nos mueves a tu antojo Eres amo caballo eres el ojo que nos engorda bajo el hilo en cuero Y somos hombres –bestias–marionetas intentando negociar nuestras poses fingiendo no advertir quemantes roces de estos hilos a punta de escopetas No entendemos tu verde tu sotana como hábito sobre tu brazo izquierdo ni la ironía de alas por la espalda y que ahora no vuelan Alguien salda su deuda con el hilo No recuerdo este difícil arte quién lo gana. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 107 Alexey Amarán Bogachov INSTANTES ÍNTIMOS Los cuerdos sólo entienden de temores Viven tristes alrededor del miedo Los cuerdos nos señalan con un dedo nos envidian la risa sin rencores No confiesan jamás su hipocresía nos miran con desprecio nos imitan en sus instantes íntimos y gritan y jadean y lamen fantasía lujuriosa sobre un reloj de arena que luego los vuelve cuerdos otra vez asustados al origen con prisa Prefiero mi locura que eterniza mi pasado mi mañana mi después porque ser cuerdo no vale la pena. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 108 POLINA MARTÍNEZ SHVIÉTSOVA [Camagüey, 1976] Poeta, narradora y fotógrafa. Hija de padre cubano y madre lituana, se formó en el taller literario Onelio Jorge Cardoso, donde se graduó en 2002. Miembro de la Cátedra Haydee Santamaría. Ha publicado los poemarios Gotas de fuego (2004) y Tao del azar (2005). Por su libro de cuentos Hechos con Metallica obtuvo la Beca de Creación Archipiélago, de la Asociación Hermanos Saíz, una de las instituciones culturales más importantes de la isla. Ha obtenido, entre otros, el premio La Gaceta de Cuba en la modalidad de cuento, el Premio Iberoamericano Julio Cortázar, también en la categoría de relato breve, y el Premio Internacional de Poesía Nosside 2008. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 109 Polina Martínez Shviétsova Желание формирует ритм Марченко Detrás de la noche el polvo que comemos tras reflectores de realidades incréditas espacio que llueve Detrás del sonido que lleva al pantano de guaridas dialécticas - no paren corazonespúrpuras, amarillos, verdes Detrás de las formas sólo los charcos, el tilo el Niagara, el Nieva o el Thamesis que llegaremos a ver la noche de las transformaciones ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 110 Polina Martínez Shviétsova RUSIA Concursar en poesía Con el espíritu andarín Las letras caen al precipicio Con el esófago repleto de decadencia más la corrupción Los laberintos Don apacible Revuelven al río Japior con sus manzanales Y encubre de diletante para encajar posiciones Como una escualidez del corazón Rusia es abierta con Centenar de puntillas en los altares de hielo шашлики ис говьядины/ brochetas de carne res Musculatura y muelles resortes Nada sabe a nada Подарите живачку please/ regálame un chicle Para saber los deslindes encabezados de la censura acatar la vasija de plata la Madre de Gorki… Entregar un cuaderno de poesía Es como jugar a las casitas Pero armas la poesía Con cannabis, cosmos y Metall Groove. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 111 Polina Martínez Shviétsova HOLANDA Cambio familia por sal y meprobamatos fotos por la bandeja llenas de €₤$€₤$. Cambio la espera la interpretación del cambio amanecer en la manos de un niño judío; Elías Enoc Permut. Cambio un regalo de picar carnes por cuatro tazas de café y comunicarme con el dinero y salidas para el mundo. Cambio ideas para comprar para putear en la ficción cueva de los dragones cautivos amantes crónicos. Cambio literatura portátil por botella de whisky Laphroaig por el muro de las Lamentaciones la pechuga de pavo y las quemaderas con el poeta Amir Or. Cambio la flash y la cremería por cruces que poseemos en nuestros cuerpos sumerios y las rositas de maíz. Cambio la flor irradiante por lapicero de Canadá y monedas auténticas ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 112 Polina Martínez Shviétsova para llegar a Tel Aviv pasando por: Canadá, Holanda, Noruega, Dinamarca, Irlanda, UK, pasando por España y Rusia. Cambio las calles y subdesarrollo para tocar el cielo de San Francisco que se cargue el móvil de las posibilidades cambiar para sostener el hambre магический коралл и кристалл/ cristal y coral mágico vicio sexo e interpretaciones insomne fractalidad leer señales en la skizoo luz sinfónica. Cambio los prólogos por astucias siberianas para renacer en la cuna con un niño judío de 33 años en la cueva de los dragones. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 113 Polina Martínez Shviétsova 17 ABSTRACTOS DE UNA AGENDA 1 Hibridez de la doble nacionalidad. Sobrevivientes sin contexto ni ontología. Aguas tibias entre el fuego del ser y el hielo de la nada. Espuma infinita de la poesía a mitad del desierto. Pamyla, protagonista. 2 Voy montada en una vieja camioneta americana y me pregunto: –¿Qué sentiré después de hacer el amor? Nos dirigimos hacia el central Hershey. No el de Pensilvania, sino su hermano gemelo construido aquí, el Camilo Cienfuegos. Ando con mi agenda a cuestas, aparte de mi casa-maletín que hoy no pesa tanto. Es un día que me concedo para no pensar y tratar de ser una gente normal. Pero igual no puedo evitarlo y me pregunto: –¿Qué sentiré después de hacer el amor? 3 Voy montada en una vieja camioneta rusa y ya no me pregunto nada. A mi alrededor, la gran marcha patriótica del 13 de junio: el pueblo da gritos en apoyo a una reforma constitucional. El dolor es franco y silencioso. La incomunicación, la poesía de mis fábulas que trato y no sé contar, el delirio: todo apuntado en esta agenda, pálida testigo de mis aventuras de eslava en una isla de fuego helado, donde recojo los restos de su naturaleza muerta con hongos de vaquería. El mundo me sabe a plástico reciclado y soy una fritura de sol, crucificada en la pureza que conduce al olvido, anunciación de la muerte. No debe ser fácil eso de gritar virtudes cuando la olla sólo convierte al picadillo de soya en vapor de gas. Y sin dinero. Nada. Ni pinga. ¿Dónde habré perdido mi pañuelo con garabatos árabes impregnado en Eau de Cannabis? Creo que Cortázar habla de una poética de la esponja y el camaleón. Lo anoto. Esponja: figura de una porosidad milimétrica y fragmentaria, de una realidad intersticial. Camaleón: figura de la confusión, el caosmos, y la alteridad legada desde y hacia épocas oscuras. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 114 Polina Martínez Shviétsova 4 ¡Hola, Vlady! Al fin te cojo despierto. –No jodas más y pasa, Pamyla. Un cassette de música eslava: Zolotoe koltso. Y todo era un magnífico reguero, círculos de oro y volutas de humo verde piramidal. –Oye, ¿no habías dicho que no te gustaba el nombre de Brandy para ser tú un personaje de mis cuentos? Pues he decidido cambiártelo por el de whisky, ¿qué tal? –No, consorta. Whisky tampoco me cuadra. Mejor ponme Vodka, que es más fuerte y daña menos el pieschien. –¿Tú estás seguro? El whisky es de lo mejor. –Coño, el vodka puede llegar hasta 99 grados. Los campesinos rusos hacían uno de papa podrida, y se daban tremendas curdas para cosechar más rápido y volverlo a fermentar. –Da, da. Toman para comer y comen para tomar. Bueno, está decidido, Vlady. Te pongo Vodka en todos los cuentos que escribiré. –O mejor Stepan Razin, el rebelde. O el soldado Suvórov. O el general Kutúzov. O Vlásov. ¿Tú sabes algo de alguno? 5 –Hola, ¿ustedes son polovines? Me dirijo al grupo con timidez desafiante. Estamos en Tarará, donde el embajador de Ucrania ha organizado un buffet. Uno de ellos gira 180 grados y me ataca: –¿Y tú quién blíat eres? –Yo, Pamyla Shviétsova. Me cago en tu madre. ¿Y tú? Pero el embajador ya retoma la palabra por el micrófono y nos insta a todos a rezar y a brindar. Luego llenamos nuestros platos con deliciosos bocadillos de importación. También me sirvo un cubalibre mientras recreo la vista con el grupo que bebe y mastica alrededor, mi atacante incluido. Al final, repitieron de punta a cabo los himnos nacionales de cada país, y entonces por las bocinas sonó una voz que todos reconocimos: ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 115 Polina Martínez Shviétsova ...naplisya ya pianiym, tepier ya pianim ne doido ya... do doma napilsya ya... piamiyn tepier... ne doidu ya do doma... Y así fue hasta la medianoche. Con las canciones perdidas de Vladímir Vitsosky, Víctor Tsoy, y hasta de los músicos de Bremen. Todo de lo más alucinante y genial. –Eres mi matriushka sicópata, eres mi matriushka sicópata –inexplicablemente me repetía el muchacho que me atacó. Después llegamos a ser grandes amigos. Casi amantes. Después grandes enemigos. Casi amantes también. –Osezno de las nieves –en ambos casos le decía a él yo, porque su nombre resultó ser Misha al final. Es el alma eslava, supongo. Y lo anoto de un tirón en mi agenda. 6 Todos me observan caer en un trance inesperado. Río a carcajadas. Me sudan las manos y el resto del cuerpo también. Con deseos de quitarme la ropa, la memoria y los sentimientos. Siento un nuevo brote, una oleada irreal, un éxtasis. Lo tengo que escribir todo inmediatamente. Alguien me lo va dictando desde el fondo mismo de la cabeza: –Veo un cuadro donde los componentes son: Pamyla, yo + Caluff, el libanés + Pasha, el ruso. El cuadro adquiere una dimensión virtual y, más que color, siento la envergadura de lo que nos ocurre. Yo, atrapada entre dos. Desnuda. Tengo la costumbre de desnudarme donde quiera. El libanés desnudo avanza con todo su peso sobre mi cara, mi cuello, hasta llegar al pecho. Los absorbe y dibuja con su lengua la figura que yo me imagino en ellos. Marca con sus dedos rayas de tigre obsceno en mi piel, mientras yo grito y su trenza poco a poco logra penetrar en mi concha. Veo en sus ojos el sueño que se desliza como un soplo del espíritu. Atrás está Pasha, con su boca de labios carnosos, dando lengua en mi nuca, por mis hombros y a todo lo largo de mi espalda. Recrea su finura con una tenue fiereza que emana de su hombría. Arranca de mí un gemido de fuego naciente, para luego hincar su trenza en mi rosa oscura, mojada entre dos montañas de carne blanca, nevada. Gimo entre las dos trenzas. Ambas perforan mi cuerpo voluptuoso como si fueran serpientes de humo. Son únicas en sus dobleces. Mi carne es perfumada por la miel y la leche que destilan con fuerza. El eco de la noche es el incienso que desprende su niebla de algas. Sólo nosotros somos el amor hecho universo dentro de la vida, en alma y cuerpo. Yo les otorgo, en una especie de estruendo violeta, el choque entre la nieve y el desierto: es como un velo, un vaho... ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 116 Polina Martínez Shviétsova Entonces ellos me aguantan, como si hicieran un gesto desesperado que la nostalgia no puede vaciar. Por eso busco la magia en el crepúsculo, en cualquier otra parte: “la vida está en otra parte”, me viene una metáfora de Kundera y la anoto. Y anoto también: “la memoria poética del ser amado”. Y entonces le doy gracias por escrito por esclarecer el sentido mi la última duda. En las bocinas, Moonspell me penetra con un Tenebrarum Oratorium de su Erotic Compemdyum. En el diccionario, la palabra erótico se queda sin etimología, es puro significaos: flauta que esgrime su llanto en el silencio, baile en el espacio que toca el tambor carnal de la libertad, sinónimo vital de la muerte. –Pamy, ¿estás bien? ¿Ya te bajó la presión? –me hablan desde la página en blanco. Es una de mis criaturas, pero no logro reconocer quién. 7 Pamyla, un deshielo. Corte transversal de esa víscera llamada el alma. Lobotomía. Abrir huecos en sus personajes. Rebanando momentos de azar, venturas, habitaciones solitarias de este lado del océano, y el amargo sabor de las patrias y sus olores: respuestas sin preguntas y no viceversa. Un sinfín. Un fondo de colores tañidos por exégetas, maestros y mesías a cambio de su cruenta realidad. 8 –Iba a dibujar a dios y se me botó la tinta –me digo con lágrimas en la oscuridad y no bailo. Estoy ciega, como Björk. Y me falta la voz rajada de un zepelín de plomo en Since I've been loving you. Y me falta Igor. Y entonces lo recuerdo en la distancia. Era un kniaz alado, con bicicleta y guitarra, un músico de Bremen atrapado bajo el demasiado sol. Siempre llegaba con su levedad, su perfil a lo Dante Alighieri, el hijo de dios en sus ojos, un ángel de Lérmontov. Igor se desprendía de lo real. Un aguilucho imposible de no adorar. El antónimo de la belleza no es la fealdad. El diccionario es un arma inútil para escribir. Elegir una belleza sin mierda es como jugar en mundo kitsch, casi un instrumento para vocear a las masas, pero ¿vocearles qué? Sólo la fealdad nacida del alma y vuelta creación será auténtica. Sólo Igor lo es. “No todo me es odioso en el cielo; no todo en la tierra, detestable”, la sentencia de Pushkin como anuncio del destino trágico de Igor. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 117 Polina Martínez Shviétsova La promesa rota como un vidrio. El hallazgo de un enorme cuchillo de empuñadura medieval, para poner a prueba el corazón mismo de nuestra entrega. Mi pánico y su terrible y súbita decisión, evaporándose entre la hierba aspirada y un disco de plástico de 1972: Since I've been loving you, mi voz rajada como la de una muchacha llamada entonces Robert Plant y ahora Björk. Una época cuyo tiempo de un sólo acorde se nos agotó. –Iba a botar la tinta y me salió dios –me digo sin lágrimas en la oscuridad y ahora sí bailo. 9 –Sionista, asesina, criminal, imbécil, pridurka: ¡si le arrancaste la muela, ya mataste al cangrejo...! –me cogió por el cuello Fedia. –¿Cómo aprendiste a nombrar así? –fue lo único que se me ocurrió. Desperté, y hasta pasado un buen rato fue como si Fedia no hubiera muerto. 10 –Acere, si Dostoievsky estuviera aquí –se me ríe en la cara Dima–, la humanidad estaría perdida. –¿Todavía más...? –le digo muy seria. –Y no es dramatismo ruso de dos kopeks. Ni un remake de Tarkovsky hecho por el ICAIC. Ni el método de Stanilavsky aplicado al folklor nacional. Ni el suicidio de Mayakovski con su pasaporte ensangrentado de la CCCP. Ni la muerte de Trotsky contada por Sudoplatov. Ni las torres del Kremlin derribadas por un Boeing 9/11 de American Airlines. –¿Y entonces –le increpo a Dima, molesta– qué pinga es…? 11 Idea I: en un baño público, las aguas “frías, turbias y mansas” que nos dan por las rodillas. Idea II: las aguas infectas donde flotan condones y heces, con hilillos de sangre y coágulos negros como hogazas de pan. Idea III: un pan abierto como un corazón infartado, el mapa de todas las rusias recortado por dentro y comido por las hormigas. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 118 Polina Martínez Shviétsova 12 Otra vez rendida bajo el candil. Es mi asidero mágico, como tal vez le gustara a Fromm. Otra vez lo simultáneo me hace sentir como una pelota de volley, en un partido preolímpico entre Cuba y la URSS, con el océano Atlántico y todo el siglo XX perdido entre las redes. Otra vez la perpetua línea discontinua, diciéndome que en la portada de mi primer y único libro, Pushkin se sentará entre John Lenin y Vladímir Ilich Lennon en el parque de 15 y 6: con tremenda pajmelia y todavía disparatando de arte, filosofía y sociedad civil. Otra vez demasiado despierta bajo el candil. Lo anoto todo por si acaso. 13 Oyendo en los audífonos a la banda Antiloop, muerta de hambre y cansada. Ida. Mis ojos vagan y en el gentío se topan con los de Ilya, que se da cuenta de mi estado de coma y me estrecha entre sus brazotes de abedul, donde aflora una sonrisa como si no nos odiáramos en realidad. Me cuenta que ha tenido conmigo un extrañísimo deja-vu. Que me ha visto ya antes como una serpiente o algo anfibio o nostálgico. Entonces me enseña una foto de Anna, la escritora que en uno de sus libros me dedicó un “yo entraré en tu alma sin solapín”. No entiendo el sentido total de la escena. Quisiera volver a nacer, pero por primera vez. No tener que estar siempre de regreso, pero sin pasaje. 14 En el cine ponen Goobye Lenin, un filme alemán. Desde las butacas, oímos los gritos afónicos del Osezno Misha, desgañitándose como en el Estadio Olímpico de Moscú. Está eufórico, no sabemos por qué. La acomodadora lo apunta con su linterna y amenaza con hacerlo expulsar. Misha le mienta la madre en ruso y también en ruso amenaza con quemar aquel cine de mierda si no lo dejan en paz. –Mir, mir, mir, mir, mir, mir –le repite en voz de falsete. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 119 Polina Martínez Shviétsova La acomodadora sonríe y se retira. Misha permanece en silencio, con la cabeza de Lenin volando en helicóptero desde Berlín hasta los cristales miopes de sus gafas. Hace muecas. Nadie en el grupo lo nota, pero yo sé que él se muestra eufórico para no echarse a llorar. “Goodbye Misha”, escribí esa noche en mi agenda. 15 Idea IV: El espejo nos ve y nos dice “parecen una pareja de recién casados, tan desnudos”. El espejo refracta nuestra imagen. Nos grita con la voz de Moisés a los judíos: “No oímos, porque Él fluye desde su pedestal, con la mirada revivida de la muerte”. Por mi parte, yo soy la Autorah, la autoridad que ha escrito el Viejo Testamento y después tres veces lo denigró. Idea V: Un cuervo vuela, negándonos la esencia escrita en las Tablas de La Ley. Nos aplasta con meprobamatos caídos del cielo, en los que cuelga nuestro destino como un desierto: destierro inmóvil y errante. Existe un riguroso gato que duerme en mi azotea. Ando de vuelta a las llamas de la infancia y soy discípula de Freud, Lacan, Deleuze, con alternancias de Pasha, Igor, Dima, Vlady y el Libanés. Idea VI: Recojo mis corceles sin herraduras. Los caballos piafan en los jarrones de invierno del Ermitage. Es la sangre con que alimento el ghetto donde habitan la brisa o la bruma o la grieta de sueños de una gótica intelectualidad. El crucero Aurora da cañonazos a las nueve de la noche. La tumba de Sofía está en un sótano apócrifo de la Catedral de La Habana. Se me agotan las entrañas en el santo suplicio. Ahora me preparo y beso una cruz de madera rústica. Es un mal día para quien sólo sea una palabra en el desierto y sus latidos desgarren el abismo. El papel vacío cabe en mi pulmones y no hay causa primera para empezar a narrar. 16 Voy montada en una vieja camioneta cubana y el chofer me pregunta: –¿Me la quieres tocar? –sin mirarme–. Si me la tocas, no te cobro nada. El hombre maneja con una mano, la izquierda. Con la derecha me enseña su pinga. Es pleno día y bajamos por 26. A la altura de Zapata, nos desviamos. El cementerio corre entonces tras los cristales. Al ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 120 Polina Martínez Shviétsova fondo, los modernos edificios habitados y un monolito piramidal. Parece una película. Yo asumo que lo es. El falo del chofer me recuerda los 180 metros de chimenea de una termoeléctrica al norte de La Habana, izada como un asta sin bandera de cara al mar. Es un falo feo, se parece a él. Pero el conjunto es hermoso. No le respondo nada. Él tampoco insiste. Nos acercamos a un semáforo y lo veo tapársela con la camisa. Se inclina hacia mí. Lo dejo. Me susurra algo en la oreja y me extiende su tarjeta de presentación. La leo al vuelo. Es de Soviexportfilm, una empresa fantasma. Definitivamente, vivimos en una película. De guerra o de amor, no sé. Igual en el semáforo de pronto me bajo sin decirle adiós. El hijo de puta me pareció un pobre tipo al final. Si me hubiera pagado, entre la pena y el asco tal vez se la hubiera podido tocar. 17 Ebriedad de la no nacionalidad. Sobremurientes del hipervínculo y la ideología. Socialipsistas remando en un iceberg que parece un caimán. Aguas volcánicas o albañales que buscan regurgitar en el mar. Cortocircuito y chispa voltáica entre dos cromosomas en black & white. Alma esclava, libérrima: steppenwolf. Recortería de imágenes. Bisutería de personajes. Tiempo cero para narrar. Lo insípido e indoloro de cualquier patria doble: respuestas sin preguntas y no viceversa. 17 instantáneas fuera de foco. 17 abstractos de una agenda. 17 primaveras rotas de una sola pedrada y que ninguna esquirla se llame nunca Pamyla. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 121 ADRIÁN RAMÓN PÉREZ STRAZHEVICH [Bielorrusia, 1976] Graduado en el I.S.D.I., su obra poética se incluyó en el dossier sobre los jóvenes poetas cubanos en la revista El Caimán Barbudo en 2008. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 122 Adrián Ramón Pérez Strazhevich TIEMPOS Estos tiempos nuestros están desquiciados como si las fuerzas no hubieran bastado para hallar un modo, para hacer las paces en este infinito baile de disfraces... Inventando para todo una historia. Buscando entre la nada la memoria. Soñando la paz en tiempos tan violentos, queriendo borrar los malos pensamientos; cosas increíbles pueden sucederse y no es demasiado difícil perderse... Persiguiendo el sentido de esta historia. Buscando la razón en la memoria. Duerme el alma a veces un sueño muy pesado hasta que sentimos que el día ha llegado. Todo cambia entonces cuando despertamos y para vivir en la verdad luchamos y para alcanzar la libertad luchamos... Encontrando el sentido de esta historia. Hallando la razón en la memoria. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 123 Adrián Ramón Pérez Strazhevich HISTORIA Esta noche abriremos las puertas y besaremos el cielo. Recorreremos la antigua y larga espiral hasta el azul. Y llegaremos al sitio, realizaremos el mito, alcanzaremos la orilla y renaceremos en la luz. Todo lo que fue, todo lo que pudo ser, todo puede haber estado escrito desde siempre. Podemos querer, queremos poder escribir la historia de una forma diferente. Esta noche abriremos las puertas y besaremos el cielo. Recorreremos la antigua y larga espiral hasta el azul. Y llegaremos al sitio, realizaremos el mito, alcanzaremos la orilla ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 124 Adrián Ramón Pérez Strazhevich y renaceremos en la luz. Renaceremos. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 125 RAÚL LLERENA KRASSITCHKOV [La Habana, 1978] Diseñador gráfico, poeta y narrador. Pertenece al Taller literario de la Casa de Cultura del municipio 10 de Octubre. Su primera publicación de poesía apareció en número 349 de El Caiman Barbudo dedicado a la poesía cubana post-soviética. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 126 Raúl Llerena Krassitchkov REALIDAD Todo hasta un día es perfecto, ese día es cuando comienzas a preguntarte por qué no hiciste esto o aquello. Será cuando no encuentres respuestas a las preguntas que te haces en tu soledad. Cuando el tiempo comience a hacer valer su presencia y veas que no existe la eternidad. Entonces sabrás todo lo que te faltó por hacer, las horas sin uso práctico que malgastaste. Conocerás del amor que siempre estuvo a tu lado y no supiste o no quisiste ver, y te dolerá. El dolor que no sentiste por una pérdida lo sentirás ese día, porque te darás cuenta de que ya nunca podrás volver a intentarlo. Sabrás de las alegrías que te proporcionaron los pequeños y grandes eventos de tu vida y sentirás nostalgia. Pero... Ese día darás con tu verdad y sabrás lo que la vida te ofrece, lo verás y sabrás como disfrutarlo. Ahora apúrate y conviértete en un ser imperfecto antes que todo sea silencio y sea muy tarde. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 127 Raúl Llerena Krassitchkov INTERCAMBIO Esta ciudad es una enrevesada maraña de cambios, todos buscan algo. Algunos cambian placer por dinero, otros tristeza por compañía, otros buscan cambiar miedos por tal vez una voz que sepa dar consejos, locos que buscan un intercambio de su locura por tan sólo un poco de la cordura que hay en el sexo, músicos de poca monta que cambian sus sonidos por un puñado de dinero, pescadores intercambiando soledad por olas y un muro, y como si no pudiera faltar a esta escenografía, estoy yo. ¿Qué busco? Sexo, lo tengo; compañía, la tengo; dinero... no, no lo tengo, pero aquí no me interesa encontrarlo. El mar.. sí, tal vez. Es en este pedazo de concreto donde me siento libre, donde el mar y la superficie dura del muro me dan la tranquilidad que necesito para garabatear un papel, dejar pequeñas rendijas en éste para que alguien intente conocerme... quizás eso sea, busco a alguien que me conozca de verdad y de repente pierdo el hilo y los deseos de seguir. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 128 Raúl Llerena Krassitchkov DESPUÉS Soy aquél que piensa después de la muerte, que ríe desde la gris penumbra. Soy ése que está sentado sobre la fría roca de lo que fui. Me burlo de lo absurdo y lo complicado de los complejos que me regían. Ahora, todo es paz, no hay tiempo para nada, pues el tiempo es ilimitado. Soy mejor que antes cuando me roían las dudas. Soy todo, tengo todo y soy pobre. Ya todas las preguntas tienen respuestas y aún así sigo pensando. Si sólo lo hubiera imaginado, no me hubiera preocupado tanto por lo que pensaban los demás. Ahora todos lo chistes son viejos y no me causan risa y aún así sigo riendo. Río de los que aún se angustian por querer saber todo, calma, algún día todo lo sabrán. Y así, riendo y pensando, riendo de lo que pienso y pensando de lo que río. Me levanto de la fría roca que fui y salgo a caminar sin apuro por la ciudad para encontrarte a ti y ser millonario de tu amor. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 129 OTARI OLIVA BUADZE [La Habana, 1978] Formó parte en los años 1997-98 de AIESA (Agrupación Independiente de Estudiantes de San Alejandro), último de los grupos estudiantiles auto-organizados de la Academia de Arte San Alejandro. Fue expulsado en 2003 de la Facultad de Artes Visuales de la Universidad de las Artes, donde cursaba sus estudios superiores, a consecuencia de la purga estudiantil más extensa que ha tenido lugar, hasta el presente, en dicha facultad. Desde el año 2011 participa en el grupo de coordinadores de Locación Cristo Salvador, espacio de arte autónomo en La Habana, en 2013 ocupa un espacio análogo en Carne Negra Fanzine, publicación digital de arte basada para su gestión en lo que se conoce como "comunidad cubana transnacional". Durante un tiempecito escribió poesía por afición, pronto encontró sus límites y decidió no forzarlos -en el particular esto no constituyó error o debilidad-. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 130 Otari Oliva Buazde Aves de transición. Pájaros (casi todos patos) de feo plumaje. Una serpentina de ranas muertas orea en los flancos de vuestras vacas. Cuclillos desafinados ¡Grajos apestosos! Hasta tienen su figura mayor. ¡Suerte que nos acompaña! Un vejestorio emperrado en nauseabundas. privarnos del agua corriente e inundarnos con un caldo de letras ¡Aves de la transición! Gorrioncillos polvorientos. ¡Ustedes están fritos! Manifiestos asquerosos modales. No comprendo por qué vuestras mujeres exhiben su lujuriosa ropa interior. ¡Es tan difícil levantarles la falda y enterrarles el pincho! Cada vez que veo a una de vuestros adolescentes contemplo un ser despreciable. ¡Es un sentimiento general entre mis amigos! Lectorcillos de guiños. Alguno de mis colegas me ha pedido que le eduque a su hijo. Sabia precaución. ¡Pajarillos modelados en estiércol. ¡Qué bien os quedan mis insultos! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 131 Otari Oliva Buazde DIGO MIS TEMAS, ESCUCHEN BIEN Los patos vuelan en el encuadre de la bóveda celeste, cargan en sus ojos el iris premonitorio de las tormentas. Dulce y liviana es la sangre de los patos, reyes usurpadores alentados por una cabeza de inconfesable número de fauces, el comandante de las legiones que constituyen la primera frase de la historia. Berrean los tifones en la palma del principio negativo que, escoltado por los más ilustres suicidas, invade las esquinas pervertidas y posee el cuerpo de un joven, de quien sale proyectada el alma despavorida hacia regiones espectacularmente sucias. Nada dejan reposar en paz y a todos piden la cartilla. ¡Oh, un pájaro! Los sentimientos deben imperar y propiciar un juego ambiguo, arder, y ser a la vez su propio combustible. La imagen última que de sus sentimientos tenga cualquiera ha de ser un feto de prominentes colmillos prendido a sus genitales succionando inexorablemente la materia constituyente de su primera memoria emotiva. Por las bocacalles desemboca una marea de hombrestirabuzón y todo chirría cual metales que se retorcieran. Un peatón ciego exclama: ¡ La ciudad metalúrgica! ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 132 Otari Oliva Buazde Esperaré durante 47 minutos en la mesa la comida Nos montamos en el perro y aullamos: ¡Profanación! ¡Profanación! Estoy en provincia Cabalgamos el desierto en la grupa de los canes, aullando: ¡Profanación! ¡Profanación! Aquí en provincia las jóvenes sueñan con cráneos de aborígenes. Al desierto le sucede otro arenal en simetría, gloria a nuestros paladines y a sus tenaces monturas coreamos: ¡Restauración! ¡Restauración! Los pretendientes se atavían con máscaras de papel engomado acuden en la madrugada al riachuelo más próximo luego la bruma, una opacidad sencilla. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 133 Otari Oliva Buazde Queda poco en el botellón queridos amigos vaciamos la bodega ¡echa, tabernero! no sabes lo que haces ¡ay! tabernero sirve, sirve pronto codicioso de nuestro dinero no has visto las tierras yermas ni la herrumbre en los aperos hemos conocido el truco de los agrónomos ¡echa, tabernero! aquí tienes tu oro sírvenos el azúcar acumulada en el fondo hemos pisoteado las tierras afuera el sol no calienta es el humo neblinoso y sofocante del incendio y sus estragos no habrá nueva caña ¡echa, tabernero! vierte presuroso ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 134 Otari Oliva Buazde cómo se te salen los ojos! en espera de tu rescate queda poco en el botellón pronto este podrá quebrarse ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 135 Otari Oliva Buazde CARNE PARA FREÍR EN EL INVIERNO La mujer de un solo diente la madre de Yuri, le dijo al padre de Yuri “Ahora sé quien es Yuri, ahora sé quien soy yo” Manco lo manco ¡Carne para freír en el invierno!¡A disposición de su estómago, rica y nutritiva! el idiota ¿Tuya? lo manco Mía, más que mía el idiota ¿Tuya? (incrédulo) Para llegar a las nubes no fui fundido aunque para algo si lo fuera. ¿Qué peor mal que ese de quien los obstáculos a su propio camino aporta el azar evitando? ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 136 Otari Oliva Buazde Huimos de la árida explanada donada por nuestros monstruosos antepasados aún cálidos, por cierto. He encontrado lo que buscaba, un cilindro altísimo de base estrechísima, fundido en concreto. Digo, lo que buscaba yo. Un elevadísimo cilindro llenaré a tope con carne para freír en el invierno. Pero he de ver (siempre tardo, tarda todo) me transformo en nube alada azulosa, asimétrica, mi rostro se reproduce de algodón. Para ver mi cilindro a rellenar de carne. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 137 NATALIA AZZE KOLESNIKOVA (Natalia Pedrovna Azze Kolesnikova) [Moscú, 1979] Cineasta y poeta. En 2002 produjo La Misión, película por la que obtuvo el premio a la productora del año de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba. En 2004, su producción Rumba Buenavista fue galardonado en el festival de cine pobre de la Baja California. Como escritora para cine, ganó el premio Moondance Spirit Award (EEUU) por el guión de Aridos en 2005. Ha escrito también otros proyectos como Las locas también lloran y Pepe y la bailarina NO. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 138 Natalia Azze Kolesnikova FAUSTO El dolor es la base de la creación, eso ya lo sé. Se van haciendo mierda los consejos, los rezos, las lágrimas y los suspiros, cuando hay dolor. Me acuerdo de niña mis amiguitas me regalaron un Fausto. En esa época de los hechizos de amor con gotas de sangre de periodo femenino en una taza de café se requerían extremos recursos de adivinación para adelantarnos y el libro de Fausto tenía textos largos, era mejor que la ouija hecha de cartón tabla y letras jorobazas vagamente escritas con plumón negro, rojo o el que hubiese … La metáfora en las páginas profundas del libro son tan globales que machaban con cualquier situación, y cuando no… - “Cierra los ojos, piensa tu pregunta y abre donde primero se te ocurra, ¡Pero no vayas a abrir los ojos! Si abres los ojos antes de tiempo y no señalas el párrafo se rompe el hechizo!”. No sé si fui más golpeada o más ilusa que las demás, sí me atrevo a decir que era más inteligente y no sé si el extremo bruto me hacía querer arrancarles las páginas al libro hoja por hoja cuando la respuesta no era de mi agrado. ¿Será que a todas nos pasaba lo mismo? ¿Será que nunca nos dijimos esas pequeñas verdades y la sensación de que otras personas no se quejaban sembraba una falsa expectativa de que el libro nos ofrecía mutuamente lo que queríamos de la vida a esa edad llena de pasiones? En todo caso, en estado de desesperación ni el más denso, tradicional o cruel de los recursos es suficiente para calmarte los latidos en el pecho. La duda había bloqueado todo mi talento intuitivo, afrontando mis miedos uno por uno frente a una vela en mi dormitorio, ya las soluciones carecían de familiaridad. Cerré los ojos, le pregunte a Dios todo poderoso y a todos los iconos, espíritus y santos que tenía a mí alrededor ¿Por qué me quitaban lo que habían puesto en mi camino respondiendo a mi propio rezo diario de que alguien llegara? Líbrame de mis enemigos, oh Jehová. En ti me refugio. Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 139 Natalia Azze Kolesnikova Tu buen espíritu me lleve a la tierra de la rectitud. Salmos 143-9,10 ¿Será que dios está ejerciendo su voluntad hacia mí a través de él? ¿Qué efectivo fue Fausto, tan lejanamente enterrado en mi niñez, y qué bendita la Biblia? ¡Que poco hemos aprendido con los siglos! Esto del amor sigue siendo un misterio, un contraste algo pop: todo lo sufre, todo lo perdona, todo lo cree. No sé si ya mencioné en una de mis anteriores historias la anécdota de dios y el cura, que se ahogo por no querer montarse en el bote que le enviaron reiteradas veces. -“Me estoy alejando del centro”, pensé-. Cuando se silenció el rock y el espacio de silencio entre canción y canción me dejó su voz como un regalo divino, como si me levantara una ola de arrepentimiento de no haberle dicho tantas veces cuánto lo amo, él entró, algo trivial. Necesitaba su encendedor. Siento cerrar mi puerta y con ella toda mi esperanza. Salgo corriendo, que aun lo alcanzo, me asomo a la ventana y miro a los alrededores, ¡mierda!.. Mi bote acaba de zarpar… Medio segundo se hizo una eternidad. ¡Si! Aun estaba bajando las escaleras, alcanzo a gritarle, corro abajo, otra ves más no puedo decirle lo que siento…qué tensión, sentía que su ser necesitaba escucharme no importa si a gritos o a suspiros, no cabían más insinuaciones, soy un fracaso. Se va… Con el cuerpo devastado, con pequeñas islas flotantes en una cierta materia a causa de las horas sin sueño, vuelvo a recordar mi niñez, el libro de Fausto y la mano de mi madre sobre mi vientre, ese pedazo lleno de confianza en la humanidad y la fuerza suficiente para influenciar al karma, las flores, los perros, los detalles y los espíritus benignos, el éxtasis y la simpleza, los fenómenos paranormales y la comunicación extrasensorial, pongo play a su favorita y le mando un paquete de sueños con una nota en el ramo de bendiciones: En cualquier siglo, planeta o universo, todo mi amor, todo mi amor, todo mi amor en el que sigo creyendo como en la inmortalidad del alma. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 140 ANTONIO CARDENTEY LEVIN (Antonio Orestesóvich Cardentey Levin) [Moscú, 1980] Máster en Filología Hispánica por el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC). Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana, donde fue profesor de la Facultad de Artes y Letras (2006-2007). Graduado en el Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”, que le otorgó, en 2003, la Beca de creación El caballo de coral. En 2005 obtuvo una beca para el Curso de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela (España). Textos suyos han sido publicados en las revistas La Gaveta (Pinar del Río), Ámbito (Holguín) y Upsalón de la Facultad de Artes y Letras. Premio provincial de Ensayo en el Encuentro-Debate de Talleres Literarios en Pinar del Río, Mención espacial en el Concurso Nacional de Literatura Erótica por su relato Farraluque. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 141 Antonio Cardentey Levin FIESTA DE LA INCONSCIENCIA Anoche mamá nos confesó que papá había muerto camino de la panadería. Al principio no entendí por qué ha quedado tan triste, lo cierto es que él ya no está y ahora en el desayuno aparece una porción más de pan en la mesa. Mi hermano y yo experimentamos una sensación casi nueva y nos peleamos por un trozo mayor; pero esta vez él ha sido más rápido, por eso me quedo con una pequeña parte. Mamá no come nada, se va y nos deja solos. Al atardecer, ella nos adelanta una hogaza de pan tan dura como su mirada. “Coman, tiene queso”: mamá habla como en otro idioma. Aun así me lanzo antes que mi hermano, a quien le dejo esta vez una pequeña parte, pero él no habla ya, no se mueve. “Cómelo todo”, murmura ella casi sin fuerzas. No sé por qué la muerte causa angustia en mi madre y bienestar en mí; por eso le doy las gracias a mi hermano, seguro de que la muerte me está escuchando. Oscurece. Me le acerco a mamá pidiéndole algo para la cena, pero no contesta. Me desentiendo y revuelco cada rincón. Devoro cualquier cosa sin temor a comer más allá de los límites. Salgo: la noche es dura como el pan. Apenas avanzo. Sólo me domina esta plenitud en el vientre que me invita al sueño. Me acuesto en la hierba; el nuevo techo es muy alto, inmenso, con lucecitas parpadeantes. Mientras pienso una y otra vez en la muerte, duermo vencido por esta extraña dicha que sé huirá cuando amanezca. Antonio Cardentey Levin FRAGMENTOS POÉTICOS I Permitamos los estertores de este metal poco bruñido. II Tranquila agua de estanque, de puños bajo la penumbra. III Prolongar el verso ilimitadamente corregirlo sin piedad. IV La inútil cruzada hacia la virtud. V Con el mismo desvelo de la parturienta que no tuvo hilos para cerrar el vientre. VI Desterrar la añoranza propia del que cierra la última ventana abierta. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 143 Antonio Cardentey Levin VII Hay una luz fija tras mi ventana. Aún temo abrir y encontrar el vacío. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 144 ALEXÁNDER DOMÍNGUEZ POLIAKOV [Leningrado 1984] Miembro del Taller Literario Silvestre de Balboa de la Asociación Canaria de Cuba. Su obra ha aparecido en La décima viajera, compilado por Rafael Orta Amaro, y en el dossier de los jóvenes poetas-cubanos-postsoviéticos de la revista El caimán Barbudo de 2008. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 145 Alexander Domínguez Poliakov EL CANAL MISTERIOSO Otros actos, de los que nos cuesta hablar, no los olvidamos nunca, son como más nuestros que los primeros y su sombra se proyecta ampliamente sobre todos los días de nuestra vida. Alma Infantil Hermann Hesse Petrodvorets, 1- 8- 89 Abuela: Hay días de paseo dibujados para siempre en nosotros. Mamá daba vueltas y el primo Vova decidió ir conmigo al canal del Palacio de Invierno. De repente, alineado entre las fuentes y los enormes pinos me lancé al cristal de agua. Las clases de natación sirvieron en ese momento. Me guiaba por las caras de las paredes que escupen sus chorros para subir a la fuente principal. Mamá, no sabía nada de mi osadía… Mientras, Vova corría al lado mío… ¡dale, dale! –decía alentándome, como si yo fuera por los carriles de una piscina. Mamá, inocente, compraba caramelos porque sabía que debíamos hacer algunas de las nuestras. Entre tanto yo sacaba la cabeza, Vova me gritaba escóndete que viene tía. Sabía que le inventaría alguna excusa. Seguí braceando hasta Sansón. La imponente escena del león, como sabes, está sobre un montón de piedras, pero me imagino no te hayas fijado que abajo junto al agua hay ¡puf, qué susto me di! unas cabezas de otros leones emanando surtidores. ¡Abuela, yo quisiera ser así de fuerte como Sansón y ganar todas las competiciones de nado! Mamá llegó hasta Vova. Desesperada preguntó en forma de regaño. Ella conocía al dedillo el parque: esculturas-fuentes de oro, jardines, interiores del Palacio. En la cueva, me jugaría entonces una broma... ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 146 Alexander Domínguez Poliakov Abue, me metí por una tubería de madera en contra de la corriente, debía de ser viejísima, y después de arrastrarme dentro de ella un gran tramo llegué a una abertura casi en penumbras. Allí también había figuras gigantescas que las sombras distorsionaban y las paredes empedradas eran muy viejas. Pero lo que me abrió la curiosidad fue una fuente de frutas, frescas como en Cuba. La mesa de mármol oscuro no me dejaba llegar a ellas. Traté de subirla. En ese momento, unos chorros de agua mojaron todo mi cuerpo. Al mirar hacia una esquina, mamá y Vova, apretaban el botón. Abuela, así de nuevo me sorprendieron, pero gracias a ti, mis travesuras no llegaron tan lejos. ¿Nos esperas en las próximas vacaciones? Firmado: Sasha. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 147 Alexander Domínguez Poliakov A LOS PIES DE LA ESCALERA Hoy es el día del Cinematógrafo Lumière. Decenas de personas se disponen a ver la proyección de un corto luminoso sobre la vida social habanera, y donde por casualidad, yo aparezco en primer plano... Gabriel Veyre -amigo mío y representante de los hermanos inventores-, confiaba en este negocio desde el estreno del cine en la colonia con su Simulacro de Incendio y no se cansaba de contarme sobre el pavor despertado en los presentes al creer que aquel recinto estaba en llamas, mientras yo en ese preciso momento, tomaba un baño templado después del partido de football y cambiaba mi levita de paño por una americana de dril. Amelia, vestida de blanco y peinada a la usanza de las demás mujeres de este tiempo, se había levantado a las siete para asistir a misa. Durante el trayecto en su volanta hacia la iglesia de Monserrate, La Habana mostraba sus casas bajas, calles estrechas y aceras casi ilusorias. A la vez, entre sus habitantes al paso, la muchacha hurgaba tras la imagen de Patricio Jiménez Sandoval... No quería interrumpir sus oraciones cuando por última vez asomaba el kepis, los lentes, el junquillo y el talle de avispa... Sería muy apropiado un encuentro con su amado, aunque fuese en presencia de sus padres y hermanas en el cinematógrafo; pues era un lugar perfecto para romancear y sabía que a su familia le repugnaban aquellas crudezas de la zarzuela moderna. Los empresarios y actores de ahora hacen de la inmoralidad un campo explotable y fecundo en beneficios. Gabriel, se había retirado para establecer el orden en la función nocturna. Entonces, no quedaba otro remedio que esperar en la puerta para así librarme del pago de unos sustanciosos 40 pesos por la entrada al salón. Aunque recibía un sueldo de 4.500 anuales por ser jefe de administración de primera en el Depósito del ferrocarril, no me permitía esa clase de lujos. Un ahorro de tal cantidad podría ayudarme para invitar a Amelia y compañía al mejor merendero del Paseo de Isabel Segunda y después apreciar la danza a celebrarse en la Plaza de Marte. Salgo al cruce de la calle Trocadero y Consulado. Siempre he opinado que ésta es la vista más favorable de mi habitación para alquilar un quitrín. Cruzando la esquina bajo la sombra de un enorme mamoncillo, un coche casi me derriba. No entiendo por qué no le doy un escarmiento a su conductor. En realidad, me detienen mis reflexiones. Ya bastante ha tenido ese negro esclavo con los azotes de su amo... Alguien me llama, son dos colegas del Seminario que al verme ordenaron detener su vehículo. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 148 Alexander Domínguez Poliakov –¿Adónde vas Patricio? –me preguntan cuando todavía yo miraba para comprobar los posibles estragos del barro en mi atuendo. Eran Francisco y Carlos, yendo hacia el Prado para oír la banda de la retreta y reunirse en silencio contra el gobierno. – Voy a la Acera del Louvre –les digo, no vaya a ser que se burlen de mí por ir al cinematógrafo y me critiquen la forma de “gastar” el dinero tratando por todo el trayecto de convencerme de apoyar la causa. –Bien, nosotros vamos a Prado y Virtudes, te podemos llevar, eso sí, si nos encontramos unas damitas tendrás que ir apretado. –No importa, –le respondo. Mi intención es adelantar y ver el nuevo corto del celuloide con Amelia –pensaba. Estos dos locos piropean a cualquier señorita diciéndole ¡qué cosa más mona! y otras estupideces. Tienen tan mala suerte, que a ninguna convencen. Ni siquiera eso los desanima. Van riéndose de las flacas y feas, de cualquier cosa... El viaje termina para mí. Por suerte tienen lugar donde ir, porque si ven a Amelia la acosarían y eso no sería conveniente. –Gracias compadres, en la próxima ocasión voy con ustedes. –Sin problemas, Patricio. Tan pronto nos veas, detienes el coche. Mi bastón avanza sobre empedradas calles hasta llegar al frente de la Manzana. Está llena como imaginaba: coches, señoras, vendedores, guardias... Esta buena la cosa y me abalanzo a la multitud como si ellos me estuvieran esperando. Gabriel no acaba de llegar y, mientras, aquellos señores me miran como si fuera un tonto que espera por falta de algo. De cualquier forma siempre quedan asientos detrás de las columnas o al lado de Amelia… Finalmente, quedo solo con unos pocos guardias que, cansados de sus rondas, se dispersan... De inmediato, pienso en algo para poder entrar. Doy unos pasos, encorvo el cuerpo hacia atrás y emprendo una carrera para sobrepasar a las señoras que cobran las entradas… Me escabullo entre ellas y todos los afortunados... Quizás detrás de mí, a lo mejor venga una jauría. Entro a la sala. Quedo hipnotizado con lo que veo… Un gran tipo de fotografía se mueve por el Prado de hermosos follajes y parejas. Amelia está sentada tres filas delante, se ve impávida, en atención. Suspiro hondo y me presto a su encuentro... Pero en ese instante, dos manos enormes atrapan mis hombros y me halan hacia atrás con tal celeridad que no puedo emitir palabras. La pantalla y mi novia se alejan reduciéndose centímetro a ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 149 Alexander Domínguez Poliakov centímetro hasta la nada. Trato de zafarme de esos bravucones zarandeando mis hombros, pero su fuerza es animal y me lanzan escaleras abajo... La penumbra del local, apenas me deja ver los uniformes de una pareja de soldados voluntarios que me apuntan con sus armas. Entonces es cuando escucho desde lejos: –Aquí no entra ningún amigo de los revoltosos... Y yo, en medio de tanta rabia e impotencia me desgarro para adentro: Por eso hay que gritar... ¡Abajo España, coño! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 150 EKATERINA GÓMEZ NIKOLAEVA [Moscú, 1984] Actriz y poeta. Graduada en Interpretación en la Escuela Nacional de Arte (ENA, 1999-2003) y diplomada en Artes Escénicas en el Instituto Superior de Arte (ISA, 2003-2005). Como actriz ha trabajado en la Compañía Teatral Hubert de Blanck, en teatro, publicidad y televisión en Cuba y en Colombia. Sus textos poéticos han aparecido en los números dedicados a la literatura post-soviética de La Gaceta de Cuba y El Caimán Barbudo. ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 151 Ekaterina Gómez Nikolaev GRANOS DE ARENA Amaneciste en mi lengua, enfocando las mas bellas frases todavía por concebir. Enmudeciste tu cuerpo, alianza de mil brazos, gestación de ángeles. Ondas expansivas que abordan el centro de escrupulosos detalles. Detenido tú. Atardeciste en la declinación del evangelio. Excelentísimas galas de lienzo, apoyados sobre un orgiástico incienso. El renacer del fin que define la vejez. Anocheciste tu presencia burlando el insomnio del corazón. Vientre de espuma, cola de azófar, hambrienta descendencia. Ser nocturno, afrenta de sangre y yo, diosa muda. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 152 Ekaterina Gómez Nikolaev QUEDAS DE AGOSTO Ellos viven allá: Nosotros, cuando éramos jóvenes. Crecidos y fructificados, como un diminuto pedazo del cristal. Qué decir de esas madrugadas curadas, el viento rozaba la arena y ella nuestros rostros. Azucarado panal lleno de sal por la marea. Fuimos gaviotas hambrientas, espectros mellados por la ingenuidad. Espontáneos, como esa playa insomne. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 153 Ekaterina Gómez Nikolaev EUROPA Retorna playa blanca, cause despierto guerra de pétalos grises, Señora de amor sellado y alas de plata. Calles curveadas, pechos de bronce. Luna perfecta y ardiente espera quebrada. Retorna, te pide una de tus siervas. Cascabel de mirlo, ráfaga de primavera, naipes de otoño, invierno alabado y geranios que sujetan columnas de hielo. Amada reminiscencia. Regresa. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 154 Ekaterina Gómez Nikolaev HALCÓN No entendió que su pequeño halcón de cola gris voló hacia el mar, perdiéndose en la libertad. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 155 LUIS LUISÓVICH JÁÑEZ JÁÑEZ [Kiev, 1984] Pertenece al Grupo de Creación Poética de la Fundación Nicolás Guillén y al proyecto sociocultural comunitario Demóngeles. Participó en el XIII Festival Internacional de Poesía, que se celebró en La Habana en 2008. Algunos de sus poemas fueron incluidos en el dossier jóvenes poetas-cubanos-postsoviéticos en la revista El Caimán Barbudo (2008). ! ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 156 Luis Luisóvich Jáñez Jáñez DONDE LAS PAREDES MIRAN A LOS OJOS Éste es el mundo que se resistió al ser En una casa de espejos los días urgentes donde faltaban los rayos Recuento de historias mano a mano con paisanos sencillos de lucha contra la propia espina que no se niega a crecer Los días grises me amortajan Grande es el humano que veo en cada pedazo geográfico prestado a mí bailes sonrisas sin esquemas tristezas disimuladas no me traigan arpías en los bolsillos, huesos dejados en los platos en cada barrio resuman los Pepes, los Manolos, las Esther y las Marías soplan el polvo, cocinan los frijoles tapan los pies de una pequeña prole Me alcanzan los buenos días dicto una esperanza salmo casi cada mañana no tengo derecho a ser solo mientras hayan días agresores y bocas pestilentes el canto no es mi canto son todos, soy las paredes limitan al hombre y hay más muros que techos lo singular es lo plural en animadas discusiones en las esquinas de la Habana que marcha herrumbrosa dogmática. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 157 Luis Luisóvich Jáñez Jáñez A LA PÉRDIDA DEL GATO ¿Dónde están los que fallecen? Aguas que enturbia el tiempo En su lejano atardecer ¿Dónde se extingue mi suspiro? Preciso la línea del tiempo donde yazgo firme tengo los ojos abiertos donde surgen ramas Se ha perdido mi amuleto Los grandes no me abandonen Soy perfectamente tangible. ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 158 Luis Luisóvich Jáñez Jáñez MARCHA DEL PUEBLO COMBATIENTE Espolvoreados por la ciudad cadáveres de perros y gatos no los aticen no son fuegos artificiales cómanse los dulces y callen Bocinas autoparlantes machaca el martillo la espalda Es roja no traigan a los hijos a comer anzuelos Un arroyo de brisa breve como risa de domingo pegado a este contén en esta madera en los matices, colores de la mañana exhalo madrugada allá esta en lo alto encuentren la belleza ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 159 Luis Luisóvich Jáñez Jáñez EDITORIAL PROGRESO Rompen la carcasa de mi cielo Gotas del envés de las hojas Mantos fluviales Ramas desnudas de los árboles, caracterizan mi sangre En la bruma En el hueco Un osezno abre los ojos ANEXO A KAMCHATKA 5 (2015) PÁG. 160 ÍNDICE INTRODUCCIÓN Carlos Muguiro……………………………………………………… ……………………… 5 CRÓNICA DE LA GENERACIÓN MIR_XX1_CU Polina Martínez Shviétsova…………………………………………………….…………… 14 AUTORES Andrés Mir [Moscú, 1966]………………………………………………………………….………… 19 Igor Capote Omelchenko [Ucrania, 1968] ……………………………………………………….. 39 Verónica Proskurnina [Moscú, 1968] ……………………………………………………………… 42 Anna Lidia Vega Serova [Leningrado, 1968] ………………………………………………. ……. 52 Ernesto González Litvínov [Yalta 1969] ……………………………………………………..……… 68 Helena Bicova [Bielorrusia, 1972] ………………………………………………………………..… 80 Dmitri Prieto Samsonov [Moscú 1972] ………………………………………………………. …… … 95 Alexey Amarán Bogachov [Santiago De Cuba, 1975] ………………………………………….…. 105 Polina Martínez Shviétsova [Camagüey, 1976] ……………………………………………………. 109 Adrián Ramón Pérez Strazhevich [Bielorrusia, 1976] …………………………………………… 122 Raúl Llerena Krassitchkov [La Habana, 1978] ……………………………………………………. 126 Otari Oliva Buadze [La Habana, 1978] ……………………………………………………………… 130 Natalia Azze Kolesnikova [Moscú, 1979] …………………………………………………………… 138 Antonio Cardentey Levin [Moscú, 1980] ……………………………………………………. ……. 141 Alexander Domínguez Poliákov [Leningrado 1984] …………………………………………….. 145 Ekaterina Gómez Nikolaeva [Moscú, 1984] ……………………………………………………….. 151 Luis Luisóvich Jáñez Jáñez [Kiev, 1984] ……………………………………………………………. 156 El libro Mi abuelo murió leyendo a Pushkin. Antología de escritores cubano(post)soviéticos 2005-2015, compilado por Polina Martínez Shviétsova y editado críticamente por Carlos Muguiro Altuna fue editado en Valencia en julio de 2015 y publicado como anexo al número 5 de Kamchatka. Revista de análisis cultural 5 (ISSN: 2340-1869) con DOI: 10.7203/KAM.5.5017