88
Bogotá - Colombia
https://res.uniandes.edu.co
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes
abril-junio 2024
ISSN 0123-885X e-ISSN 1900-5180
Temas varios
Manuel Iturralde
Ignacio Mendiola
Diana Vallejo-Robalino
Ingrid Ríos-Rivera
Gabriela González Plaza
Viviana Zambrano
Marco Gemignani
Gloria Fernández-Pacheco
Lucia Ergas Anwandter
Brenda Brown
Noemí Giosa Zuazúa
Corina Rodríguez Enríquez
Debate
Entrevista
Gayatri Chakravorty Spivak
con Ellen Rooney
Traducida por Soledad Tuñón
Temas varios
Revista de Estudios Sociales No. 88
EDITORIAL
Carta a los lectores
TEMAS VARIOS
Volver la mirada al sur. Una criminología para América Latina • 3-19
Manuel Iturralde – Universidad de los Andes, Colombia
Castigo e (in)sensibilidad en la frontera securitaria • 21-37
Ignacio Mendiola – Universidad del País Vasco
Cartografías sociales en contextos de violencia(s): (des)dibujar fronteras y límites en los barrios
populares de Guayaquil, Ecuador • 39-57
Diana Vallejo-Robalino – Universidad Casa Grande, Ecuador
Ingrid Ríos-Rivera – Universidad Casa Grande, Ecuador
Gabriela González Plaza – Universidad Casa Grande, Ecuador
Resiliencia en adolescentes infractores con trayectorias en los sistemas chilenos de bienestar
infantil y de justicia adolescente • 59-78
Viviana Zambrano – Universidad San Sebastián, sede Valdivia, Chile
Marco Gemignani – Universidad Loyola Andalucía, España
Gloria Fernández-Pacheco – Universidad Loyola Andalucía, España
Lucia Ergas Anwandter – Universidad Santo Tomas, sede Valdivia, Chile
Mercado de trabajo y género durante el siglo XX. Un análisis sobre las causas de la feminización de
la política asistencial en Argentina • 79-97
Brenda Brown – Universidad de General Sarmiento y Ciepp, Argentina
Noemí Giosa Zuazúa – Universidad Nacional de Moreno y Ciepp, Argentina
Corina Rodríguez Enríquez – Ciepp, Argentina
D E B AT E
En una palabra. Entrevista. Gayatri Chakravorty Spivak con Ellen Rooney • 101-128
Traducida por Soledad Tuñón – Universidad de Buenos Aires, Argentina
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Cómo citar: Brown, Brenda, Noemí Giosa Zuazúa y Corina Rodríguez Enríquez. 2024. “Mercado de trabajo
y género durante el siglo XX. Un análisis sobre las causas de la feminización de la política asistencial en
Argentina”. Revista de Estudios Sociales 88: 79-97. https://doi.org/10.7440/res88.2024.05
Mercado de trabajo y género durante el siglo XX.
Un análisis sobre las causas de la feminización de
la política asistencial en Argentina✽
Brenda Brown, Noemí Giosa Zuazúa y Corina Rodríguez Enríquez
Recibido: 8 de mayo de 2023 | Aceptado: 6 de octubre de 2023 | Modificado: 3 de noviembre de 2023
https://doi.org/10.7440/res88.2024.05
Resumen | El objetivo del artículo es analizar el vínculo entre la evolución del mercado
de trabajo en Argentina, con énfasis en el proceso histórico de inserción de las mujeres
y las características de la actual política social asistencial para mujeres beneficiarias. Se
enmarca en el contexto de la crisis de empleo y de ingresos que transita el mercado de
trabajo en el país desde hace décadas, y que afecta a las familias, especialmente de bajos
ingresos, y a las mujeres con carga de cuidado. Se plantea la hipótesis de que la tendencia a
la feminización de las políticas sociales asistenciales es, en parte, el resultado de la forma
que adoptó el proceso de pauperización del mercado de trabajo en Argentina durante
el último cuarto del siglo XX y del lugar subordinado que históricamente se les asignó
a las mujeres en la estructura social dentro de las sociedades capitalistas patriarcales.
Para ello, se utiliza un método histórico empírico que describe y analiza las dinámicas
y transformaciones del mercado laboral a lo largo del siglo XX, y las características del
modelo de política asistencial en los inicios del siglo XXI. El artículo realiza un aporte a
los estudios existentes sobre mercado de trabajo y sobre políticas sociales en Argentina,
y presenta el despliegue de programas de política socioasistencial actual como una
suerte de “ajuste” a la crisis de empleo e ingreso que refuerza el lugar subordinado de las
mujeres en la estructura social.
Palabras clave | economía feminista; estudios laborales; pauperización de la fuerza de
trabajo; políticas socioasistenciales
The Labor Market and Gender during the 20th Century: An Analysis of the
Causes of the Feminization of Welfare Policy in Argentina
Abstract | This article delves into the intricate relationship between the evolution
of Argentina’s labor market, particularly the historical inclusion of women, and the
contours of contemporary social welfare policies for female recipients. Set against
the backdrop of a decades-long crisis in employment and income, especially affecting
low-income families and women tasked with caregiving responsibilities, the article
posits the hypothesis that the trend of feminization in social welfare policies partly
stems from the pauperization of Argentina’s labor market in the latter part of the 20th
century and the historically subordinate role of women within patriarchal capitalist
societies. Employing an empirical-historical methodology, it scrutinizes the shifts and
dynamics of the labor market over the 20th century as well as the features of the welfare
✽
Este artículo es resultado de las actividades de investigación en mercados de trabajo, políticas sociales y
economía feminista, que las autoras desarrollan en el Ciepp. Las tres autoras participaron en la investigación histórica y en el análisis interpretativo. Luego, Corina Rodríguez Enríquez se ocupó en el análisis
con perspectiva de género; Brenda Brown, en el análisis de la política social asistencial y Noemi Giosa
Zuazúa, en el análisis histórico de la dinámica y estructura de los mercados de trabajo.
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policy framework at the beginning of the 21st century. The article is a contribution to
Argentina’s labor market and social policy literature and portrays current socio-welfare
programs as an adaptation to the employment and income crisis, further entrenching
women’s subordinate status within the social fabric.
Keywords | feminist economics; labor studies; socio-welfare policies;
workforce pauperization
Mercado de trabalho e gênero durante o século 20. Uma análise das causas da
feminização da política assistencial na Argentina
Resumo | O objetivo deste artigo é analisar o vínculo entre a evolução do mercado
de trabalho na Argentina, com ênfase no processo histórico de inserção da mulher, e
as características da atual política socioassistencial para as mulheres beneficiárias.
A análise se enquadra no contexto da crise de desemprego e renda que o mercado de
trabalho do país vem enfrentando há décadas e que afeta as famílias, especialmente as
de baixa renda, e as mulheres com responsabilidades de cuidado. Levanta-se a hipótese de
que a tendência à feminização das políticas socioassistenciais é, em parte, o resultado
da forma assumida pelo processo de pauperização do mercado de trabalho na Argentina
durante o último quarto do século 20 e do lugar subordinado historicamente atribuído às
mulheres na estrutura social das sociedades capitalistas patriarcais. Para tanto, utiliza-se
um método empírico histórico para descrever e analisar a dinâmica e as transformações
do mercado de trabalho ao longo do século 20, bem como as características do modelo
de política assistencial no início do século XXI. Este artigo contribui para os estudos
existentes sobre o mercado de trabalho e as políticas sociais na Argentina, e apresenta a
implantação dos atuais programas de políticas de assistência social como uma espécie
de “ajuste” à crise de desemprego e renda que reforça o lugar subordinado das mulheres
na estrutura social.
Palavras-chave | economia feminista; estudos do trabalho; pauperização da força de
trabalho; políticas socioassistenciais
Introducción1
Desde mediados de la década de 1970, Argentina transita por un proceso de pauperización
de la fuerza de trabajo, entre cuyos impactos está el aumento de un segmento de población
vulnerable que profundiza sus condiciones de pobreza. Cualquiera sea el indicador que se
considere (Arakaki et al. 2018; Giosa Zuazúa y Fernández Massi 2020; Ocepp 2021; ODSA
2022), es insoslayable que al menos un 35 % de la población ocupada del país desarrolla
actividades que solo proveen ingresos de subsistencia2 y que en este grupo existe una
brecha de género (Alonso Marzonetto y Rodríguez Enríquez 2021)3.
Este proceso es consecuencia de la dinámica del mercado laboral, que puede sintetizarse
en la reducción de la tasa de creación de puestos de empleo de calidad, junto a la degradación laboral de los nuevos puestos y de gran parte de los existentes, tanto asalariados
como por cuenta propia. Se define aquí el empleo de calidad como aquel que garantiza
1
Reconocemos la importancia de usar un lenguaje que no sea excluyente ni discriminatorio hacia las mujeres y personas LGTBIQ+, pero que al mismo tiempo dé cuenta de las desigualdades entre géneros. Por ello,
en este artículo se optó, en todos los casos posibles, por utilizar formas sin marcas de género (personas,
profesiones, fuerza de trabajo, etc.). Sin embargo, estas páginas se asientan sobre estudios y estadísticas binarias (varón-mujer), que refuerzan el paradigma heteronormativo y el binarismo de género, pero
permiten visibilizar las desigualdades entre estas categorías. No se alteran las formas de escritura de citas.
2
Nos referimos a las actividades dentro del sector informal urbano (Giosa Zuazúa 2005).
3
Alonso et al. (2021) señalan que, entre 2003 y 2013, del universo de mujeres ocupadas en empleos urbanos,
el 56 % promedio se dedicaba a actividades del sector informal urbano de baja productividad, porcentaje
que alcanzaba el 39 % en el caso de los varones.
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la cobertura de las necesidades básicas, que ofrece protección para riesgos laborales y
para la vida inactiva, que permite una participación sindical en los lugares de trabajo y la
posibilidad de ascender en la escala laboral mediante carreras profesionales (Weller y
Roethlisberger 2012). A partir de este concepto, la degradación laboral se entiende como
un proceso de pauperización de las condiciones laborales que supone diferentes grados
y refiere a aspectos objetivos, como el nivel de ingreso, el incumplimiento de derechos
laborales, la inestabilidad en la contratación, y la extensión e intensidad de la jornada laboral; a aspectos subjetivos, como el reconocimiento en el trabajo; y a aspectos colectivos
que abren posibilidades de organización y sindicalización en el espacio de trabajo (Busso
y Bouffartigue 2010). El déficit de empleos de calidad y la degradación laboral se traducen
en mercados de trabajo que ya no generan los ingresos necesarios para la reproducción de
las personas y sus familias, ni garantizan el acceso a derechos sociales, situación que se
profundiza por la extensión de la mercantilización de distintas esferas de la vida, junto al
deterioro de la provisión de los servicios sociales a cargo del Estado4.
En Argentina, la carencia de ingresos familiares se encara desde la política pública con
dispositivos de política social asistencial. A partir de Esping-Andersen (1993), se entiende
que el principio rector de la política asistencial es brindar asistencia a las personas excluidas del mercado de trabajo formal5, que no cuentan con acceso a derechos sociales de base
contributiva. Para acceder a dichos derechos se exige a las personas beneficiarias que
comprueben carencias y se otorga el beneficio por medio de transferencias monetarias
focalizadas. A finales del siglo XX, el país presentaba un proceso acelerado de feminización
de la política asistencial. Los programas solían incorporar sistemas de control del cumplimiento de la condicionalidad o contraprestación y establecer diferentes penalizaciones
ante su incumplimiento (Brown y Giosa Zuazúa 2022).
En este artículo se analiza el proceso de feminización de la política asistencial, mediante
un análisis histórico-empírico del mercado de trabajo argentino durante el siglo XX. Se
observan distintas etapas según el modelo de acumulación imperante y se estudia en cada
una cómo se afecta la relación de las mujeres de estratos medios y bajos con el empleo
mercantil, la obtención de ingresos y, finalmente, la política asistencial. Se utiliza un
esquema narrativo histórico, basado en estudios previos, normativas, y fuentes documentales y estadísticas. Se rastrea en la literatura especializada la trayectoria de las mujeres,
interseccionando el género con la clase, lo que permite destacar las diferencias no solo
entre varones y mujeres, sino también en el conjunto de mujeres, en detrimento de las
mujeres de ingresos bajos.
La hipótesis es que la tendencia a la feminización de las políticas sociales asistenciales
es, en parte, el resultado de la forma que adoptó el proceso de pauperización del mercado
de trabajo en Argentina durante el último cuarto del siglo XX, y del lugar subordinado
que, históricamente, se les asignó a las mujeres en la estructura social —división sexual
del trabajo mediante— dentro de las sociedades capitalistas-patriarcales-occidentales. Coincidimos con Joan Scott (1990) cuando señala que el capitalismo se funda sobre
jerarquías de género preexistentes que configuraron una tradición que vincula a mujeres y a varones de manera distinta con el empleo mercantil, lo que estructura un modelo
hombre-proveedor/mujer-cuidadora, en el que las labores de las mujeres serían suplementarias o complementarias. Esto es así porque es la base sobre la que se configura la familia
heteronormada, garante de la reproducción generacional e intergeneracional de la fuerza
de trabajo (Arruzza y Bhattacharya 2020).
4
Un ejemplo son los servicios de educación y de salud que en Argentina constituyen derechos universales; no
obstante, a partir de la década de 1990, la oferta privatizada avanzaba en paralelo al deterioro de las prestaciones públicas. Problemas de mayor envergadura se presentan en el acceso a la vivienda (Kessler 2014).
5
El mercado de trabajo formal es el mercado de trabajo estructurado, con empleo asalariado registrado
que cuenta con derechos sociales y laborales.
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Se retoman, como complemento de esta hipótesis, los señalamientos de Queirolo (2020)
para el caso argentino, cuando sostiene que existe una tradición histórica discursiva que
vincula a las mujeres con el trabajo mercantil desde tres supuestos sobre los que se edifican
las desigualdades existentes: que su trabajo es complementario al del varón —narrativa que
habilita el pago de menores salarios y peores condiciones de trabajo para las mujeres—;
que está basado en la necesidad —lo que supone que las mujeres solo trabajarán de manera
remunerada en caso de no contar con un varón que las provea o cuando el ingreso de ese
varón sea insuficiente—; y que es transitorio —lo que construye la idea de que el lugar
propicio para la mujer es el hogar, y sus labores, la reproducción y las tareas de cuidado no
remuneradas que realizan allí—. Si bien esto no es así para todas las clases sociales ni para
todas las mujeres, a partir de estas narrativas e ideas se edifican desigualdades de género
en el empleo mercantil que sí las afectan a todas ellas.
En síntesis, el artículo busca describir y analizar las dinámicas y transformaciones en
el mercado laboral a lo largo del siglo XX y la consecuente imposición de un modelo de
política asistencial que feminiza a la población beneficiaria, a la vez que reproduce un
maternalismo social6 que en algunos casos “inactiva” a buena parte de las mujeres de
sectores vulnerabilizados. El artículo realiza un aporte a los estudios existentes sobre
mercado de trabajo y sobre políticas sociales en Argentina, y sitúa a los programas de política socioasistencial actuales como una suerte de “ajuste” a la crisis de empleo e ingresos,
que además refuerza el lugar subordinado en que están las mujeres, tanto en el mundo del
trabajo como en el ámbito del hogar. Luego de esta introducción, en la primera sección se
revisa la participación de las mujeres en el mercado de trabajo en cuatro periodos históricos del siglo XX e inicios del siglo XXI. En la segunda sección se analiza la evolución
de la política asistencial y la consolidación de su patrón de feminización. Por último, se
plantean las principales conclusiones.
La participación de las mujeres en el mercado laboral
La primera mitad del siglo XX
A pesar de la narrativa en torno al modelo hombre proveedor - mujer cuidadora, la
información sistematizada y recopilada en la literatura muestra que una proporción de
mujeres en edad de trabajar siempre estuvo vinculada al mercado laboral (Lobato 2007;
Queirolo 2020). Desde su organización capitalista-urbana-industrial, Argentina contó con
la participación sistemática de mujeres asalariadas en el mercado laboral. No obstante,
esta fue siempre desigual en relación con los varones, tanto en lo que respecta a la tasa de
participación como al nivel de remuneración: ellas eran menos y tenían un salario menor.
Desde inicios del siglo XX hasta finalizar la década de 1980, la tasa de actividad de las
mujeres promediaba el 25,8 % y la de los varones, el 82 % (ver gráfico 1).
6
La noción de maternalismo social hace referencia a aquellas políticas que reproducen los estereotipos
de género y refuerzan el rol de las mujeres en tanto madres-cuidadoras (Martínez Franzoni y Voorend
[2008]). En este artículo remite a programas que tienen como titulares de cobro a mujeres adultas y exigen
contraprestaciones de cuidado hacia infancias o comunitarias.
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Gráfico 1. Tasa de participación en el mercado de trabajo según sexo desde 14 años en adelante
(1914-2001)
Fuente: tomado de Manzano (2015), con base en datos de los censos de población de cada año citado.
Estadísticas oficiales basadas en estudios de caso muestran que durante la primera mitad
del siglo XX los salarios de las mujeres eran entre un 30 % y un 50 % menores que los de los
varones (Lobato 2007). Esta diferencia de ingresos no solo implicaba falta de equidad, sino
también salarios muy bajos para las mujeres. Según Lobato (2007), las mujeres llegaban a
la fábrica cuando el varón no recibía un salario suficiente para la reproducción familiar
(de infancias y cónyuges) o cuando la mujer había quedado sin su compañero, por la razón
que fuese. La participación de estas mujeres en el mercado de trabajo tenía un costo
moral alto —en tanto su respetabilidad estaba asociada con el desarrollo de las labores
sin remuneración dentro del hogar—, por lo que tener un empleo les confería un estatus
socioeconómico específico.
Las habilidades y destrezas de las mujeres, más allá de que hubiesen requerido tiempo de
capacitación para adquirirlas, eran valoradas desigualmente en comparación con las de los
varones. La noción de trabajo calificado era aplicada de modo diferente por género. Desde
un principio, las mujeres ingresaron al mercado laboral argentino bajo el rótulo de trabajadoras secundarias o auxiliares y su trabajo era concebido como complementario, lo que
presupone —y permitía justificar— un salario menor. Si bien es difícil construir estadísticas diferenciadas por género y estrato social para este periodo, especialmente por el sesgo
androcéntrico que predominaba en la producción de información, la evidencia histórica
muestra que las mujeres de estratos bajos tuvieron una presencia importante dentro del
trabajo asalariado. Durante las primeras décadas de la industrialización naciente, ellas se
ocupaban principalmente en puestos de trabajo como obreras. Lobato (2007) señala que
durante estos años abundan los informes oficiales sobre el trabajo femenino en industrias
en expansión como la textil, en variadas fábricas y talleres, y en el trabajo a domicilio. En
el sector industrial, en 1914, el 14,5 % del total del personal ocupado era femenino y las
mujeres dominaban la actividad textil y de confección, en la que representaban el 61 % del
total del empleo (ver Lobato 2007, 45).
Hacia la década de 1930, el sector industrial adquirió mayor desarrollo, cuando comenzó
la primera etapa de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) que abarcó la
producción de bienes finales. La actividad textil aceleró su proceso de expansión a causa
del estallido de la crisis económica internacional, que tuvo efectos en la restricción del
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comercio internacional e incentivó la industrialización de la fibra de algodón que hasta
esos años se exportaba como materia prima (mientras se importaban productos terminados). La expansión de las hilanderías, primero, y luego de tejedurías implicó cambios en
la estructura del capital y del empleo que impactaron en la participación de las mujeres
en el trabajo mercantil. El ingreso del capital extranjero en ramas como la textil, al tiempo
que incorporaba nuevas tecnologías más capital-intensivas en la producción, también
demandaba personal más calificado para las divisiones empresariales de administración
y contaduría. Ello abrió, hacia mediados del siglo XX, el mercado de trabajo a mujeres de
ingresos medios con otros grados de calificación.
El censo de 1947 diferencia al personal ocupado en la industria y destaca que en el sector
también trabajaban mujeres de estratos medios, además de mujeres de estratos bajos que
participaban como obreras. Para el total del empleo, las mujeres representaban el 14,5 % de
la categoría empleadas y empleados, y el 20,6 % de la categoría obreras y obreros.
Del total de mujeres ocupadas en la industria, el 91 % eran obreras, lo que muestra que
eran las mujeres de estratos bajos las que participaban en el empleo mercantil en mayor
proporción. Las obreras eran numerosas en las ramas de tabaco, confecciones, textil, papel
y cartón, donde su participación representaba entre el 44 % y el 69 % del total de personas ocupadas, aunque también trabajaban en proporciones importantes en las industrias
de alimentos y bebidas, metálicas, maquinaria (en armado, construcción y reparación de
aparatos de radiofonía), y productos químicos (en preparaciones farmacéuticas y medicinales, perfumerías y artículos de tocador). Con el desarrollo de la industria cultural, la
participación de mujeres en la producción de periódicos, imprentas y talleres aumentó.
Finalmente, en la industria petrolera también estuvieron presentes las mujeres como
empleadas y, en muy menor proporción, como obreras (Lobato 2007).
Un factor que contribuyó a la mayor participación de las mujeres en el mercado de trabajo
fue la expansión del sector terciario entre 1914 y 1947, que también tiene un sesgo de
clase. El análisis histórico muestra que las mujeres de estratos bajos que no lograban
insertarse como obreras participaban del trabajo en el sector de servicio doméstico,
mientras que las de ingresos medios —de mayor nivel de instrucción— lo hacían en el
empleo público en los servicios de salud y educación, y en el comercio del sector privado.
En educación, las mujeres se vinculaban principalmente en la enseñanza de nivel
primario, en menor proporción en el secundario y en mínima cantidad en niveles universitarios (en 1930, solo el 5,8 % del plantel docente era ocupado por mujeres y en carácter
de suplentes) (Lobato 2007). De esta manera, para 1947 la mano de obra femenina en el
sector terciario representaba el 59 % y en los servicios, el 50 %.
Conforme la organización de la sociedad urbana alcanzaba un mayor grado de complejidad, la expansión de la industria local se reflejó en el crecimiento del empleo industrial
en un primer momento, con énfasis en las actividades textiles y afines que aumentaron
la demanda de trabajadoras mujeres. Sin embargo, esa mayor demanda de empleo industrial se fue aminorando con el ingreso de empresas de mayor tamaño económico, con
diferente patrón tecnológico, algunas extranjeras, que generaban concentración económica en el sector y reducían la tasa de creación de empleos industriales, mientras crecía
el empleo en el sector servicios. Ello se refleja en la estructura ocupacional y en el perfil
de la fuerza de trabajo femenina. Las mujeres de estratos bajos perdieron peso en el
conjunto del empleo industrial en su categoría de obreras, empezaron a predominar en
el sector servicios en tareas consideradas poco calificadas —por ejemplo, en el servicio
doméstico— y se mantuvieron en algunas pocas ramas industriales específicas —como
textiles y de alimentos—. Las mujeres de estratos medios se insertaron en los nuevos
sectores y actividades económicas que se expandían, como la educación, que demandaba
maestras y profesoras (Lobato 2007).
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Las desigualdades de ingreso por género en la época fueron materia de debate. La literatura
da cuenta de que en este periodo se discutió la posibilidad de incluir salarios diferenciales fundados en el género, al momento de firmar distintos convenios de trabajo de la
actividad industrial y comercial. Los convenios colectivos firmados mantuvieron las diferencias salariales. Por ejemplo, el de Empleados de Comercio n.º 108, cuya firma en 1948,
si bien supuso una victoria sindical al ser precedida por una huelga de las empleadas y
los empleados de comercio por la dilación que manifestaba la Asociación Argentina de la
Producción, la Industria y el Comercio (Aapic), también reglamentó la desigualdad salarial
en su artículo 2.º, donde dice: “En todos los casos, el personal femenino percibirá el 85 %
de los sueldos básicos o mínimos fijados para el personal masculino”. A lo largo de los
años de gobierno peronista nunca se eliminó esta inequidad del convenio (Queirolo 2018).
De treinta convenios colectivos firmados en 1954, solo en dos figura el principio de igualdad salarial entre mujeres y varones por igual tarea, sin incorporar especificaciones
adicionales con relación a la cantidad y calidad del trabajo que relativizan esa igualdad. En
la práctica, sucedía una fuerte naturalización de la discriminación salarial (Kabat 2013).
Es de resaltar que las organizaciones gremiales, dirigidas por varones, sostuvieron que el
trabajo femenino era diferente, complementario y poco calificado. Además, en muchos
casos, ellos se negaban a la contratación de mujeres en sus sectores de actividad, en tanto
encontraban la puerta de entrada para el empeoramiento de sus condiciones de trabajo.
Como señala Lobato (2007), el hecho de que las mujeres ingresaran con salario menor a la
fábrica, y una vez allí compartieran el carácter físico del trabajo y otras tareas que realizaban los varones, generaba inquietud entre ellos y por eso preferían evitar su presencia
en el empleo productivo. Esto es un reflejo de las relaciones de poder que se dan entre
géneros, que en determinadas circunstancias actúan como grupo social más allá de la
clase (Rodríguez Enríquez 2012), amparados en discursos históricamente construidos que
avalan su reproducción y los refuerzan.
Como ya se señaló, la lógica que imperaba durante estas décadas era que el varón trabajaría de manera asalariada y con su salario mantendría a toda la familia, lo que permitía
justificar su mayor salario por igual tarea. Imperaba lo que Águila (2018) denomina determinación simple del salario: la relevancia de la reproducción económica/material del hogar
estaba basada principal y exclusivamente en el salario individual del varón adulto. A modo
de ejemplo, el Decreto/Ley 33302 de 1945 establecía que el salario mínimo era “la remuneración del trabajo que permite asegurar en cada zona, al empleado y obrero y a su familia,
alimentación adecuada, vivienda higiénica, vestuario, educación de los hijos, asistencia
sanitaria, transporte o movilidad, previsión, vacaciones y recreaciones”. Esto refuerza
la división sexual del trabajo y fomenta una lógica familiarista del cuidado, basada en el
trabajo no remunerado de las mujeres en los hogares.
La modernización del empleo mercantil femenino y la tendencia de los
ingresos familiares durante 1960-1975
Durante la década de 1960, las mujeres continuaron incrementando su participación en
el mercado de trabajo, pero ya con un perfil diferente. Existe un consenso en la literatura
especializada en cuanto a que, durante esta década y hasta mediados de 1970, este proceso
se explica por el efecto de la modernización socioeconómica, que suponía cambios en las
empresas y en las tecnologías aplicadas para producir las mercancías, en la estructura
productiva con una mayor oferta y diversificación de servicios, en la forma de consumo
de la población, en los hábitos y en la cultura de una sociedad urbana que adquiría mayor
grado de modernidad y complejidad.
A fines de la década de 1950, se inició la segunda etapa de ISI, con la industria pesada, como
metalúrgica, química y algunos bienes de capital, que atrajo mayor cantidad de empresas de
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capital extranjero a la producción local. Si bien un primer impacto fue el crecimiento del
empleo industrial, por tratarse de industrias intensivas en capital, la tasa de creación de
nuevos empleos industriales durante la década de 1960 se redujo en términos relativos
al crecimiento de la producción. En su proceso de mayor concentración económica, las
grandes empresas de capital extranjero, al mismo tiempo que redujeron su tasa relativa
de creación de puestos de trabajo, concentraron una gran parte del conjunto del empleo
industrial, que principalmente fue masculino (Beccaria 1989, citado por García de Fanelli
1991). Es decir, que los empleos de mejor calidad, los de las grandes empresas, eran ocupados principalmente por varones.
La actividad industrial redujo como tendencia la participación de las mujeres en el empleo,
que pasó del 26 % en 1960 al 21 % en 1970, para continuar en descenso. En el caso de los
varones, también la industria redujo su participación en el empleo entre esas décadas,
pero luego se mantuvo constante. De hecho, en 1947 el sector industrial tenía mayor participación en el empleo de las mujeres que en el de los varones, tendencia que se invirtió
desde 1960 (ver cuadro 1).
Cuadro 1. Población económicamente activa según rama de actividad y sexo (1947, 1960, 1970 y 1980)
Total
Rama de
actividad
Varones
Mujeres
1947
1960
1970
1980
1947
1960
1970
1980
1947
1960
1970
1980
Primario
27
20
16
13
32
24
20
17
7
5
4
3
Secundario
30
36
32
34
29
38
36
39
34
27
21
18
-Industria
24
28
21
21
22
28
23
23
36
26
21
17
-Construcción
5
6
9
11
6
8
12
14
0
1
0
1
-Otras ramas
1
2
2
2
1
2
1
2
1
0
0
0
Terciario
43
44
52
53
39
38
44
44
59
68
75
79
-Comercio
14
13
17
18
15
14
16
18
8
12
16
19
-Transporte
8
8
7
5
8
10
8
6
1
2
2
1
-Servicios
21
23
28
30
16
14
21
20
50
54
57
59
TOTAL
100
100
100
100
100
100
100
100
100
100
100
100
Fuente: García de Fanelli (1991). Información censal.
La mano de obra femenina de estratos medios (con mayor nivel de instrucción) fue absorbida por los servicios productivos y los servicios sociales que continuaron expandiéndose
en salud y educación. La mano de obra de estratos bajos que no logró incorporarse como
obreras o en el servicio doméstico7 ingresó al sector de comercio minorista. Según destaca
García de Fanelli (1991), la incorporación de mujeres en los servicios coincide con la caída
en el nivel de ingreso promedio del sector y con el aumento del grado de informalidad.
7
Hubo un descenso en la participación del empleo femenino durante toda la década de 1970 y parte de
la de 1980.
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De igual manera, durante la década de 1960 y hasta mediados de la de 1970, se dio un crecimiento significativo en los niveles de salario real promedio. Como muestran Arceo et al.
(2008), entre 1969 y 1974 los salarios reales en Argentina se incrementaron en un 31,1 %.
Si bien esta información no está desagregada por género, asumimos que este aumento
impactó positivamente sobre el conjunto del mercado de trabajo, pero de manera segmentada, y reprodujo las desigualdades observadas en otros periodos para mujeres y varones,
y para los distintos estratos sociales.
No obstante, a partir de 1970, con el incremento de mujeres en el mercado de trabajo,
comenzó a desdibujarse la figura del varón como único proveedor de ingresos del hogar:
“la normalidad deja de ser que el salario del varón debe incorporar los medios de vida de
las mujeres de manera general” (Águila 2018, 193). Un ejemplo en este sentido es el cambio
que se dio hacia 1974 respecto a la forma familiarista de concebir el salario mínimo, ya que
con la promulgación de la ley de contrato de trabajo (Ley n.° 20744) su definición se modificó. A partir de este momento, el salario mínimo fue por normativa aquel que le asegure
la reproducción de la vida solo al trabajador; para la reproducción familiar, aparece una
nueva figura: las asignaciones familiares8 (Ley n.o 20744, art. 116).
Pese a que la lógica familiarista de reproducción de la vida continuó vigente y enmarcada
en la desigual división sexual del trabajo, de modo que recae en las mujeres la carga de
trabajo de cuidado no remunerado, el cambio de definición legal del salario mínimo parece
ilustrar una tendencia de la época, que es el establecimiento de unos salarios independientes de los ingresos que se requieran para la reproducción familiar. Este cambio es de
relevancia para este análisis, en tanto pareciera augurar la degradación de los salarios que
vendría después (sobre todo, el de los varones), en un contexto de aumentos de la precariedad y de la flexibilización laboral. Simultáneamente, la nueva institucionalidad transfirió
al Estado parte de la responsabilidad de organizar y efectivizar la reproducción social, que
terminaría asumiendo de manera parcial e incompleta: excluyó a un segmento importante de infancias y adolescencias, al cubrir solo a la población asalariada registrada9, y no
proveía suficientes servicios de cuidado para la reproducción de las familias.
La primera desestructuración del mercado de trabajo argentino y sus
impactos en el empleo de las mujeres: 1976-1990
A partir de 1976 comenzó un periodo de estancamiento económico, caída del empleo
industrial, fuerte caída del salario real y de la participación de los asalariados en el PBI —se
pasó del 45,3 % en 1974-75 al 30,3 % en 1976-80—, lo que aumentó el empleo no asalariado, el
empleo en pequeñas empresas y el empleo asalariado no registrado (Giosa Zuazúa 2005).
Estos indicadores dan cuenta del inicio de la desestructuración del mercado de trabajo
argentino que, con el tiempo, se transformaría en una pauperización generalizada.
Durante estos años se evidenció un doble proceso. Por un lado, la tasa de actividad de los
varones disminuyó —desalentados por la crisis y el aumento en el desempleo abierto de
larga duración— y la de las mujeres se incrementó (García de Fanelli 1991). Sin embargo,
a diferencia del aumento en la participación femenina durante las décadas previas, los
análisis explican el de este periodo principalmente por la caída del ingreso de las familias.
Los salarios reales entre 1976 y 1982 fueron, en promedio, un 32,8 % menores a los de 1974
(Arceo et al. 2008).
8
Sobre la evolución histórica del programa de asignaciones familiares, ver Arcidiácono y Gamallo
(2022a). Sobre la poca relevancia histórica de las políticas públicas de cuidado, ver Pautassi y Rodríguez
Enríquez (2022).
9
Este rasgo se revirtió recién en 2009 con la implementación de la asignación universal por hija/o y por
embarazo (AUH y AUE).
Mercado de trabajo y género durante el siglo XX. Un análisis sobre las causas de la feminización de la política asistencial en Argentina
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La desestructuración del mercado de trabajo tuvo impactos diferentes según el sector de
actividad, y el de la industria fue el más afectado. A partir de 1976 y especialmente en la
década de 1980, el empleo industrial cayó como consecuencia del proceso de desindustrialización que se desencadenó con las políticas económicas implementadas. Esto afectó a
varias ramas, pero especialmente a la industria textil, por la apertura de las importaciones,
lo que generó una fuerte expulsión de empleo femenino del sector que permaneció en
condición de desempleo abierto o se ocupó en el servicio doméstico —en este sector, el
total de mujeres ocupadas aumentó del 18,5 % en 1980 al 21,5 % en 1988—.
Las mujeres de estratos medios con nivel educativo secundario o terciario continuaron
ingresando al mercado de trabajo en el sector público o en los servicios sociales y financieros; algunas de ellas también ensancharon las cifras del desempleo abierto. Hacia 1988,
en Buenos Aires, el 5 % de las mujeres de ingresos medios estaban desocupadas, mientras
que esta situación llegaba al 12,4 % en el estrato de bajos ingresos (García de Fanelli 1991).
La incipiente relevancia relativa que en estos años tuvo la tasa de desempleo abierto es
una expresión más de los variados problemas de empleo que se expresan en el mercado
de trabajo argentino y debe leerse como parte de su pauperización10. La necesidad de
compensar el deterioro de los salarios reales, que afectó especialmente a los varones —por
ser quienes más participan en el mercado de trabajo y por hacerlo con mayores salarios—
y que impactó en el conjunto de los hogares limitando sus posibilidades de reproducción,
empujó a muchas mujeres de distintos estratos sociales a incorporarse al mercado de
trabajo. A partir de este momento, muchas de las que ingresaban al mercado laboral ya no
se retiraban. En este sentido, se verifica cada vez menos el rol que la tradición histórica
patriarcal les adjudicó a las mujeres como mano de obra complementaria (Barrancos 2010;
Scocco 2018; Jelin 2020).
Cualquiera sea el indicador que se tome, a partir de 1976 se dio una caída fuerte del salario
real en el mercado de trabajo de Argentina (ver gráfico 2). Durante los 46 años siguientes,
y con oscilaciones, el salario no recuperará en ningún momento los niveles alcanzados
durante el primer quinquenio de 1970.
Gráfico 2. Evolución del salario real (1955-2018 / 1974-2022)
Fuente: elaboración propia a partir de datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina/UCA
2022 y Databases, Ceped.
10 Esto se debe a que en los países subdesarrollados la tasa de desempleo abierto nunca fue un indicador
relevante para medir los problemas de empleo. Para profundizar, ver Giosa Zuazúa (2005) y Brown (2020).
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Es decir, como parte del fenómeno incipiente de pauperización del mercado de trabajo, el
déficit de creación de empleos de calidad va de la mano de la caída del salario real que, al
mismo tiempo que desplaza el lugar del varón como único proveedor, sanciona la necesidad de que los hogares cuenten con más de un ingreso para la reproducción familiar. Esto,
en el marco de las brechas de ingresos por género que se sostienen en el tiempo, implica
que sean los hogares nucleares de jefatura femenina los más damnificados. En cualquier
caso, para las mujeres de todos los sectores sociales, las tendencias serán relaciones salariales “atípicas”, trabajo temporario, y jornadas laborales a tiempo parcial y sin derechos
sociolaborales (García de Fanelli 1991).
Degradación y pauperización del mercado de trabajo durante la década
de 1990 y su consolidación durante los 2000
En 1990 el escenario se complejizó. Las reformas estructurales regresivas en el marco
del Consenso de Washington supusieron una apertura externa y una desregulación de
los mercados, incluido el mercado de trabajo, lo que modificó la legislación laboral e
incrementó el grado de desprotección del conjunto de personas que vivían del trabajo
remunerado; transformó la estructura ocupacional al destruir el empleo en la manufactura, en la construcción y en parte del comercio; se expandieron distintos servicios,
muchos desarrollados por pequeñas empresas, de menores calidades laborales (Giosa
Zuazúa 2000). Estas transformaciones amplificaron y profundizaron la incipiente pauperización del mercado de trabajo argentino sucedida en el quinquenio anterior, lo que
marcó una tendencia sin señales de retorno.
El proceso de destrucción de empleo asalariado en la manufactura no tuvo el mismo
impacto que a mediados de la década de 1970. En aquellos momentos, las personas
expulsadas de empresas industriales se ubicaron en las actividades de construcción, de
reparaciones y de comercio, muchas como trabajadores por cuenta propia (Lobato 2007).
En la década de 1990, por el contrario, la destrucción de puestos asalariados se expresó
en el aumento generalizado del desempleo abierto. De hecho, una de las características
de esta década fue la elevada tasa de desocupación11 que no solo se nutrió de trabajadores
expulsados de diferentes empresas, sino también de personas —principalmente mujeres—
que ingresaban desde la inactividad en busca de empleo por el deterioro del salario real.
Un efecto redoblado de lo sucedido en los años previos.
En la destrucción de puestos de trabajo asalariado predominaron aquellos ocupados por
varones jefes de hogar12, ya que las más afectadas fueron ramas de actividad masculinizadas como la industria manufacturera y la construcción. La contracara de esto fue el
incremento de la tasa de actividad de las mujeres, empujadas a participar en el mercado
de trabajo por la situación descrita; algunas consiguieron empleo y otras permanecieron
en el desempleo abierto13. La tasa de desempleo masculina, que en general siempre había
11
Señalan Arakaki et al. (2018) que existió cierto consenso entre especialistas de estudios del trabajo en que,
durante la vigencia del régimen de convertibilidad (1991-2001), el mercado de trabajo presentaba nuevos
techos en la tasa de desocupación, de subocupación y de población con ingresos por debajo de la línea de
pobreza, y el salario real alcanzó un nuevo piso histórico y un proceso de diferenciación en la población
activa con vínculo salarial precarizado. La crisis del régimen de convertibilidad 2001-2002 se expresaba
con una tasa de desempleo mayor al 20 % y más del 50 % de la población en condición de pobreza.
12 La evidencia de este fenómeno la indica la tasa de desempleo de los jefes de hogar, que aumentó del 4 % al
9 %, mientras que la tasa de actividad en el mercado de trabajo de mujeres cónyuges incrementó del 34 %
al 40 % (Cortés 2000).
13 Entre 1991 y 1997 la tasa de desempleo de varones creció 6 pp. y la femenina, 10 pp. Era diferente el perfil
según el género: entre las desocupadas con ocupación anterior predominaban quienes provenían de
puestos de trabajo no calificados dentro del servicio doméstico y comercio, en general de bajos ingresos;
los varones provenían de trabajos calificados (asalariados y cuentapropistas de la manufactura y la
construcción) (Cortés 2000).
Mercado de trabajo y género durante el siglo XX. Un análisis sobre las causas de la feminización de la política asistencial en Argentina
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sido menor que la de las mujeres, se igualaba en 2001 alrededor del 16 %. Esto ilustra la
envergadura de una crisis que, en la medida en que destruía puestos de trabajo ocupados
por varones que pasaban al desempleo, empujaba a las mujeres al mercado de trabajo y las
sumaba también a las filas de las desempleadas (ver gráfico 3 y gráfico 4).
Gráfico 3. Evolución de la tasa de desocupación según sexo (1990-2003)
Fuente: elaboración propia con base en Pérez (2008). Encuesta Permanente de Hogares, total de
aglomerados urbanos.
Gráfico 4. Evolución de la tasa de actividad según sexo (1990-2003)
Nota: índice 1990 = 100.
Fuente: elaboración propia con base en Pérez (2008). Encuesta Permanente de Hogares, total de
aglomerados urbanos.
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Otro rasgo significativo de este periodo es una mayor participación de las mujeres en el
mercado de trabajo, que ya no desciende en las edades de fecundidad y crianza, como
ocurría con las mujeres de estratos medios hacia mediados de siglo, sino que tiende a
mantenerse a lo largo del ciclo de vida (Barrancos 2010). No obstante, el comportamiento
fue diferente en función del estrato social. Mientras la tasa de actividad de las mujeres de
estratos medios casi no se modificó y su tasa de desempleo creció moderadamente, en el
caso de las mujeres de estratos bajos, tanto la tasa de actividad como la de desempleo se
incrementaron notoriamente14. En efecto, Pérez (2008) sostiene que en la década de 1980
el incremento en la tasa de actividad de las mujeres se explicaba por el comportamiento
de aquellas pertenecientes a las clases media y media alta; y en la década de 1990, en un
contexto de alto desempleo y baja salarial, las mujeres de estratos bajos eran las que daban
lugar a este fenómeno15.
Una proporción de las mujeres de estratos medios, como en otras crisis experimentadas por la economía argentina, abandonaron su participación en el mercado de trabajo
probablemente desalentadas por ensanchar también las cifras de desocupación y absorbieron las tareas de cuidado para las que antes contrataban a otras mujeres de ingresos
bajos. En los estratos de bajos ingresos, las mujeres que lograron insertarse en el empleo
inicialmente lo hicieron en el servicio doméstico, hasta que la crisis de la segunda mitad
de la década dejó a muchas de ellas en desempleo abierto: en 1991, el 41 % de las mujeres pertenecientes a hogares de estratos bajos se ocupaba en el servicio doméstico; en
1997, cuando aumentó la desocupación, el 17 % de las desocupadas declaraban al servicio doméstico como empleo anterior (Cortés 2000). Si bien, en el marco de esta crisis
de empleo, fueron las mujeres —más que los varones— quienes accedieron con menor
dificultad a algún empleo, se trataba de empleos de baja calidad laboral: el 47 % de las
mujeres ocupadas lo estaba en el sector informal y, entre las asalariadas, el 40 % no estaban registradas (Barranco 2010; Pérez 2008).
Los problemas de empleo en Argentina se convirtieron en estructurales a partir de la
década de 1990. Si bien la recuperación económica desde 2004 resultó en una baja notable
del desempleo con una recuperación de los salarios, los problemas de calidad del empleo
se mantuvieron. Como se mencionó en la introducción, la tendencia indica que, a partir de
los años 2000, al menos un 35 % de la población ocupada del país desarrollaba actividades
que solo proveían ingresos de subsistencia con desigualdades de género, ya que, de las
mujeres ocupadas, la proporción que realizaba este tipo de actividades era mayor que en
el caso de los varones. Durante lo que va del siglo XXI, se observa una tasa estructural de
empleo asalariado no registrado que oscila alrededor del 35 %, a lo cual se agrega una tasa
de presión sobre el mercado laboral del 15 % (tasa de desocupación más subocupación) y se
profundizan los problemas de segmentación laboral (Brown 2020).
14 Entre 1991 y 1997 las mujeres de estratos medios redujeron su tasa de actividad en 0,8 pp. y aumentaron
su tasa de desempleo en 4,7 pp., mientras que las de estratos bajos incrementaron su tasa de actividad en
17,5 pp. y la tasa de desempleo, en 19,3 pp. (Cortés 2000).
15 La tasa de actividad de las mujeres del primer quintil de ingreso aumentó entre 1991 y 1997 del 11,5 % al
29 % (Cortés 2000). En todos los periodos, la tasa de actividad de las mujeres de estratos medios-altos fue
mayor que la de las mujeres de estratos bajos. Esto se explica porque, en los hogares de estratos medios,
la cantidad de infancias a cargo era menor y, al acceder a mejores trabajos, resolvían parte de su cuidado
en el mercado (contratando a otras mujeres) (Barrancos 2010; Pérez 2008). Las mujeres de bajos ingresos
presentaban tasas de actividad menores por contar con mayor carga de cuidado y acceder a trabajos con
menores ingresos.
Mercado de trabajo y género durante el siglo XX. Un análisis sobre las causas de la feminización de la política asistencial en Argentina
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Emergencia, desarrollo y consolidación del modelo
asistencialista como política compensatoria de ingresos:
masificación y feminización
Durante la década de 1990, mientras se profundizaba la desregulación y flexibilización de
los mercados laborales, se sentaban las bases institucionales para la contención social del
conjunto de la población pauperizada. A partir de 1993 y en el marco de la Ley 2401316,
se comenzaron a implementar los primeros programas de asistencia social. Al finalizar
la década, se habían implementado más de 30 programas diferentes que permitieron
complementar los ingresos de un número de hogares en ascenso. Conforme se ampliaba
la crisis, lo hacía también la población destinataria. En 1994, el primer programa de envergadura —Programa Intensivo en Trabajo (PIT)— alcanzó alrededor de 70.000 personas
perceptoras; en 1997 este número superó los 330.000 con la implementación del Programa
Trabajar; en 2002, con el Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (PJyJHD), se
alcanzó una población beneficiaria de más de 2 millones de personas (Brown 2020).
La participación de mujeres en estos programas también crecía conforme se agudizaba
la crisis y algunos programas lo reflejan en su normativa. Por ejemplo, el PIT estableció
explícitamente un cupo del 20 % para la participación femenina. Los programas que le
siguieron contaron con mayoría de mujeres, pese a que esto no estuviese definido en la
letra de los programas. El PJyJHD, que inauguró el proceso de masificación de la política
social asistencial, también fue feminizado: en 2002, el 64 % de las personas que percibían
el programa eran mujeres (sobre 1,8 millones de personas); en 2005 esta proporción
ascendía al 74 % (sobre 1,5 millones).
El PJyJHD merece una mención especial porque constituyó el hito de consolidación de
este tipo de políticas y de su feminización. Fue implementado en 2002 y dirigido a los
hogares con infancias a cargo, y cuyo jefe o jefa del hogar se encontrara en situación de
desocupación. Consistía en una transferencia monetaria mensual que se pagaba al jefe o
jefa del hogar a cambio de una contraprestación laboral de cuatro horas diarias, y condicionado a la comprobación del cumplimiento del plan de vacunas anuales obligatorias
y de asistencia escolar de las infancias a cargo. Si bien se esperaba que se inscribieran
alrededor de 500.000 personas con jefatura de hogar (mayormente varones), el programa
fue sobrepasado por la inscripción de más de 2 millones de personas, la mayoría mujeres
en condición de pobreza, de baja calificación laboral, que habían experimentado largos
periodos de desempleo y que estadísticamente eran consideradas cónyuges inactivas
(Rodríguez Enríquez y Reyes 2006).
Ya en la primera mitad de la década del 2000, se identifica un segmento populoso de mujeres de estrato social bajo y con responsabilidades de cuidados a cargo, que integran hogares
que manifiestan déficit de ingresos para la supervivencia, al tiempo que expresan graves
problemas de inserción laboral en trabajos mercantiles. Este segmento de la población de
mujeres que se visibiliza con la implementación del PJyJHD devendrá en una población
beneficiaria de un tipo de política social asistencial con eje en programas de transferencias monetarias condicionadas, abonados a las madres como beneficiarias operativas de
las infancias, y con corresponsabilidades vinculadas a su cuidado (salud y educación)17.
16 En 1991 se promulgó la ley nacional de empleo (24013). De sus 160 artículos, solo 25 reunían disposiciones dirigidas a los trabajadores en actividad —premios y castigos destinados a regularizar el empleo no
registrado, el restablecimiento de topes a la indemnización, la creación del Consejo del Salario Mínimo
Vital y Móvil, entre otras— (Cárcar 2006). El resto consistían en medidas, incentivos y delineamientos de
programas destinados a “trabajadores desempleados”, a quienes se les otorgaba un lugar prioritario como
destinatarios de la ley.
17 Se da así una relación entre la noción de feminización de la pobreza y la feminización de la política “contra”
la pobreza, tal como lo elabora Chant (2016).
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Esta tendencia a la feminización de la política social se afianza con la orientación que se
aplicó a la desarticulación del PJyJHD. Como muestran varios estudios (Pautassi 2004;
Campos, Faur y Pautassi 2007; Rodríguez Enríquez 2008), este proceso se consolida institucionalmente con el Decreto 1506/2004, que establece la migración programática de las
personas titulares del PJyJHD en función de sus “condiciones de empleabilidad”, y señala
que “los beneficiarios con posibilidades de empleo” pasarán a la órbita del Ministerio de
Trabajo y Seguridad Social, mientras que aquellas personas que no las tengan serán trasladadas a programas de atención a grupos vulnerables del Ministerio de Desarrollo Social.
En este último conjunto se agrupó a las personas mayores de 60 años y a las mujeres con
cargas familiares, y fueron consideradas directamente inempleables (Rodríguez Enríquez
y Reyes 2006). Este grupo se conforma bajo el argumento de que el PJyJHD había atraído
“artificialmente” a una gran cantidad de mujeres al mercado laboral que, si bien se declararon desocupadas al momento de inscribirse en el programa, se habían refugiado en la
inactividad, sobre todo por no poder resolver la tensión entre trabajo remunerado y trabajo
de cuidado no remunerado, en un contexto de ausencia de políticas específicas de cuidado
infantil y por la falta de empleos mercantiles compatibles que las absorbieran.
De esta manera, la mayoría de los varones restantes del programa migraron al Seguro de
Capacitación y Empleo a partir del cual asistieron a talleres de capacitación y formación
que teóricamente los ayudarían en la transición al empleo en el sector privado. Por el
contrario, la gran mayoría de mujeres migraron al Programa Familias para la Inclusión
Social que les proporcionó una transferencia económica en función de la cantidad de
infancias que tuvieran, sin exigir contraprestaciones vinculadas con el mundo del trabajo
remunerado ni ofrecer oportunidades de empleo. Las contraprestaciones que exigía este
programa se vinculaban a las tareas de cuidado hacia las infancias. El programa alcanzó
entre los años de ejecución (2004 a 2009), en promedio, casi medio millón de mujeres
titulares de cobro y alrededor de dos millones de infancias (Brown 2020).
La tesis de que esta etapa significó la consolidación de un paradigma de política social
asistencial, en la que se introdujeron estos programas masivos y feminizados, se evidencia en lo que sucedió desde entonces. Vale la pena remarcar que el plan Familias fue la
antesala de la asignación universal por hijo, hija y/o por embarazo (AUH y AUE)18, programas implementados a finales de 2009 y que sobrevivieron casi incuestionablemente
varios cambios de gestión gubernamental. Estos programas abarcan a un universo que
promedia los 3,5 millones de infantes, y establece a las mujeres-madres como titulares
de cobro y las responsabiliza del cumplimiento de las condicionalidades en educación y
salud. Representa la consolidación del maternalismo social y la tensión permanente entre
el sostenimiento del ingreso, la autonomía económica de las mujeres y el reforzamiento de
su rol como cuidadoras (Rodríguez Enríquez 2011).
La otra cara de la política asistencial del siglo XXI la constituyen los programas que exigen
contraprestación vinculada con el mundo del trabajo remunerado (trabajo por algunas horas o formación para el trabajo). En Argentina evolucionaron desde el PJyJHD al
Programa de Inclusión Social con Trabajo Argentina Trabaja (durante las gestiones kirchneristas), que contó con su línea específica para mujeres (Ellas Hacen); al Salario Social
Complementario y Hacemos Futuro (durante la gestión macrista)19; al Potenciar Trabajo
(en la actual gestión de gobierno), orientado a sostener el ingreso de personas ocupadas
mayormente en actividades de subsistencia. Estos programas también han consolidado
su rasgo de feminización, lo que revela que, desde la concepción de la política asistencial y
18 Cuando se lanzó la AUH no se especificó la titularidad femenina. Esto cambió en 2012 cuando se decidió
priorizar a las mujeres como titulares de cobro. Antes de que esto ocurriera, el 75% de la prestación
eran percibidas por mujeres; luego de 2012, el 94% de las asignaciones las recibían las madres o tutoras
(Anses 2012).
19 Para estudiar la evolución entre programas sucesivos, ver Arcidiácono y Gamallo (2022b).
Mercado de trabajo y género durante el siglo XX. Un análisis sobre las causas de la feminización de la política asistencial en Argentina
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en consonancia con la dinámica del mercado laboral que se ha analizado, las opciones para
las mujeres de estratos bajos, con menor nivel educativo y altas cargas de cuidado, parecen
reducirse a cuidar o a trabajar en la economía popular, con las que alcanzan los ingresos
mínimos necesarios para la reproducción del conjunto familiar a partir del complemento
de ingresos que proviene de estos programas sociales.
Se planteó en este artículo que la tendencia a la feminización de las políticas sociales asistenciales es, en parte, el resultado de la forma que adoptó el proceso de pauperización del
mercado de trabajo en Argentina durante el último cuarto del siglo XX. Como se viene
diciendo, esta crisis afectó particularmente a las mujeres de bajos ingresos, especialmente
a aquellas jefas de familia y de hogares monomarentales. Al mismo tiempo, que sean las
mujeres de estratos bajos quienes obtienen ingresos a partir de la política asistencial y no
del empleo mercantil reedita el principio de jerarquía entre géneros y clases sociales sobre
las que se fundan las sociedades capitalistas, en detrimento de este conjunto poblacional.
En este sentido, la obtención de ingresos a partir de la política social asistencial no solo
grafica la masificación de la crisis de empleo e ingreso de los hogares, particularmente de
estratos bajos, sino que es una manifestación más del lugar subordinado de las mujeres:
mientras los varones de estos hogares se ocupan en trabajos mercantiles, precarizados y
en muchos casos de surgimiento ocasional, las mujeres terminan situadas en posición de
perceptoras de la política social asistencial, responsables del cuidado y de la subsistencia
comunitaria. En este sentido, se trata de un tipo de política social que, en su carácter asistencial, permite contener a los sectores expulsados parcial o totalmente del empleo mercantil,
garantiza la reproducción social —complementando los ingresos insuficientes del trabajo
mercantil precarizado— y refuerza los estereotipos de género sobre los que se asienta el
proceso de acumulación en las sociedades capitalistas (patriarcales y occidentales).
A modo de conclusión
En este artículo se analizó la articulación entre la evolución de la participación de las
mujeres en el mercado laboral durante el siglo XX y la consolidación de un patrón de política
social asistencial feminizado en el siglo XXI en Argentina. Para ello se realizó una revisión
histórica de los tiempos y formas de inserción de las mujeres en el trabajo mercantil por
estratos sociales. El artículo da cuenta de que, a diferencia de lo ocurrido en la primera
mitad del siglo XX, las mujeres de bajos ingresos son quienes tendrán menos posibilidades
de participación relativa en el trabajo remunerado hacia finales del siglo XX y durante el
siglo XXI. Con bajos niveles de calificación, mayores responsabilidades de cuidado y menos
oportunidades laborales, presentan una menor tasa de actividad, en un mundo laboral con
ocupaciones cada vez más precarizadas, de bajos salarios y sin derechos sociolaborales.
La profundización de una crisis social y laboral de larga data que se evidenció en la década
de 1990 llevó al surgimiento y a la consolidación de un paradigma de política social asistencial orientada al maternalismo social. La feminización de los programas de este tipo es
una evidencia de la hipótesis que se analizó en este artículo: dicha feminización expresa
la forma que adopta durante el siglo XXI la tendencia histórica que coloca a las mujeres
en un lugar subordinado dentro del mundo laboral y de la estructura social, sea en la
división sexual del trabajo de cuidado dentro de los hogares y comunidades, donde se les
asignó el rol de cuidadoras, o en la división sexual del trabajo mercantil, donde su ingreso
al mercado de trabajo es simbólicamente interpretado como complementario para los
ingresos del hogar, incluso en un contexto de incremento de hogares monomarentales. La
consolidación del patrón de políticas sociales asistenciales con sobrerrepresentación de
mujeres pareciera ser la forma que adopta esta subordinación durante el siglo XXI, que se
muestra inalterable.
rev.estud.soc. n.º. 88 • abril-junio • Pp. 79-97 • ISSN 0123-885X • e-ISSN 1900-5180 • https://doi.org/10.7440/res88.2024.05
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Brenda Brown
Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Investigadora y docente en la
Universidad de General Sarmiento, Argentina. Colaboradora en el Laboratorio de Estudios en Sociología y
Economía del Trabajo del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (Conicet) y en el
Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp), Argentina. Sus líneas de investigación
giran en torno a los estudios laborales, los sistemas de protección social, las políticas sociales y los estudios
de género. Últimas publicaciones: “Resistencias caleidoscópicas al capitalismo contemporáneo: género,
trabajo y despojo” (en coautoría), Revista Controversia (221): 7-15, 2023, https://doi.org/10.54118/controver.
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Noemí Giosa Zuazúa
Magíster en Ciencias Económicas por la Universidad Estadual de Campinas, Brasil. Profesora en la Universidad
Nacional de Moreno, Argentina, e investigadora adjunta del Centro Interdisciplinario para el Estudio de
Políticas Públicas (Ciepp), Argentina. Sus áreas de interés son los mercados de trabajo segmentados y la
estructura productiva, la informalidad laboral, los procesos de subcontratación y las políticas de empleo.
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Corina Rodríguez Enríquez
Doctora Ciencias Sociales por la Flacso, Argentina. Investigadora en el Centro Interdisciplinario para el
Estudio de Políticas Públicas (Ciepp), Argentina. Sus líneas de investigación son las áreas del mercado
laboral, la economía del cuidado, la pobreza y la distribución del ingreso, y la política fiscal y social. Últimas
publicaciones: Heterogeneidad estructural y cuidados: nudos persistentes de la desigualdad latinoamericana
(en coautoría) (Buenos Aires: Teseo, 2021); y “La invisibilización social y política del cuidado en la política
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por Gustavo Gamallo, 459-496 (Buenos Aires: Eudeba, 2022). crodriguezenriquez@ciepp.org.ar
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