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Dos nuevas obras pictóricas del Santo Crucifijo de San
Agustín se suman al catálogo de la histórica devoción
sevillana
Salvador Guijo Pérez, UPO; Antonio Flores Holgado,Prof. Historia del Arte.
RESUMEN
En este trabajo se presentan dos
nuevas obras del Seiscientos que se
suman al catálogo de los verdaderos
retratos del Santo Crucifijo de San
Agustín. Tras haber dado a conocer el
elenco completo de las mismas,
publicamos dos nuevas piezas que
enriquecen el grupo de las existentes,
mostrando la importancia devocional de
su imagen. Se trata de dos óleos de la
segunda mitad del siglo XVII de gran
formato que en la actualidad se
encuentran en colecciones particulares.
ABSTRACT
In this work we present two new
works from the 17th century which have
been added to the catalogue of the true
portraits of the Holy Crucifix of St.
Augustine. After having published the
complete list of these works, we now
publish two new pieces that enrich the
group of existing ones, showing the
devotional importance of his image.
These are two large-format oil paintings
which are currently in private
collections.
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PALABRAS CLAVE
Santo Crucifijo de San Agustín,
Pintura, Devociones de Sevilla,
Verdadero Retrato.
KEYWORDS
Saint
Crucifix
of
Saint
Augustine, Painting, Devotions of
Seville, True Portrait.
Tras la publicación en el Boletín de las Cofradías de Sevilla del catálogo
completo de los verdaderos retratos del Santo Crucifijo de San Agustín500, hoy debemos
sumar dos más a este elenco de cinco obras de época501. En el anterior trabajo,
añadíamos un ejemplar contemporáneo más a las cinco estampas ya conocidas502 de tan
popular imagen, igualmente, describíamos las mismas, aportando figuras de calidad
para su reconocimiento. Estas obras podían localizarse en las iglesias de Santa Catalina
y Santa Ana, el convento del Santo Ángel, el Beaterio de la Santísima Trinidad, así
como en una colección privada. Por medio de este artículo, publicamos dos óleos de la
segunda mitad del siglo XVII, que constituyen los números seis y siete de las
representaciones históricas conocidas de la popular imagen cristífera en la ciudad de
Sevilla.
Como ya quedó atestiguado en el anterior estudio, el Santo Crucifijo de San
Agustín representó la devoción cristífera por excelencia de la ciudad, entre los siglos
XV y XIX, siendo conocido como “el Cristo de Sevilla”503. Este se ubicó en el convento
Casa Grande de San Agustín hasta la desamortización de Mendizábal, lugar donde
recibió culto y adquirió la fama de milagroso, sobre todo, en épocas de calamidades
como sequías, epidemias, guerras y otras eventualidades en las que se viese inmersa la
ciudad. Fueron tantos los milagros concedidos por esta imagen que el pueblo lo aclamó
como su “Asilo y Protector”, y el Ayuntamiento lo reconoció como patrón de la
corporación.
Debido al fervor suscitado, especialmente durante el periodo Barroco, se
prodigaron las representaciones pictóricas del Santo Crucifijo, inscribiéndose estas
FLORES HOLGADO, Antonio: “Las pinturas del Santo Crucifijo de San Agustín en la ciudad de
Sevilla. Un testimonio devocional”, en: Boletín de las cofradías de Sevilla, n. 746, 2021, pp. 193-196.
501
Estos catálogos constituyen una importante fuente de estudio, ya que fomentan la publicidad de las
obras mostrando la importancia devocional de la imagen representada. El trabajo de recopilación de las
obras las dota de unicidad y criterio para su estudio. Véase GUIJO PÉREZ, Salvador: “La Virgen de la
Salud de San Isidoro en el grabado: Modelo de la propagandística devocional letífica de la ciudad de
Sevilla”, en Boletín de las cofradías de Sevilla, n. 748, 2021 (Ejemplar dedicado a: La Virgen de la Salud
de San Isidoro en el grabado), pp. 370-380.
502
Se trataba de la obra propiedad del Real Monasterio de San Leandro del artista Andrés Carrasco
ejecutada en el año 2018. Conforma una pintura realizada sobre tabla recortada, formando la silueta del
Santo Crucifijo, a modo de las tradicionales cruces de celda.
503
CUELLAR CONTRERAS, Francisco de Paula: “Paso para el Santísimo Cristo de San Agustín, año
1651”, en: Boletín de las cofradías de Sevilla, n. 226, 1978, pp. 9-10.
500
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pinturas dentro del género denominado como “verdadero retrato” o “vera efigie”. Este
consistía en la representación pictórica o estampada de la imagen, teniendo como fin la
divulgación de la devoción, así como el fomento del culto diario en el ámbito más
cercano a los fieles. Estas representaciones solían encontrarse en iglesias y conventos,
así como en casas particulares. Si bien el nombre de verdadero retrato lo identificamos
con ilustraciones fidedignas, podemos encontrar ciertas licencias de los artistas que las
ejecutaban a la hora de su composición. Sin embargo, se representaban siempre
atributos y características propias que permitiesen identificar la imagen sin necesidad de
nominarla. Los elementos iconográficos del Santo Crucifijo, como veremos a
continuación, se mantuvieron invariables con el tiempo: el serafín de la peana, el
sudario de grandes dimensiones dejando la pierna derecha con un pronunciado giro al
descubierto, la larga cabellera, el nimbo de la cruz y la aureola de la cabeza, así como
también podía aparecer el emblema agustiniano del corazón asaeteado de su fundador.
No obstante, el elemento identitario de la iconografía del Cristo de San Agustín es la
cabeza de serafín, pues sin lugar a dudas permite reconocer su imagen y diferenciarla de
otras devociones cristíferas como la del Santo Cristo de Burgos. Como ya indicábamos
en el anterior estudio, desconocemos el origen de este atributo, pensando que se debió
añadir en el transcurso de la primera mitad del siglo XVII, ya que hay grabados de esa
época donde no aparece aún. El serafín se encontraba en la peana sobre la que se alzaba
el Santo Crucifijo, acompañándolo incluso en las salidas procesionales. Por desgracia,
durante el siglo XIX, los avatares sufridos por la imagen y en su patrimonio,
ocasionaron que esta pieza se extraviara.
La primera obra que hoy presentamos responde a los modelos conocidos de la
imagen del Santo Crucifijo (figura 1). Esta pintura se representa sobre un lienzo pintado
al óleo con marco de época. Su autor nos resulta hasta ahora anónimo. La misma
podemos encuadrarla en la segunda mitad del Seiscientos, por su similitud formal y
estilística con las pinturas que a día de hoy conocemos. Esta la relacionamos con un
momento clave en la historia del Santo Crucifijo: el año 1649. Durante este periodo,
tuvo lugar la epidemia de peste que disminuyó la población de la ciudad a prácticamente
la mitad, de lo que nos llegan testimonios como el de López de San Román: “Todos los
días en Gradas amanecían doscientos, y muchas veces trecientos cuerpos, y en la
Collegial de San Saluador ciento de ordinario. A las puertas de las demás Parroquias
se hallauan todas las mañanas amontonados los cuerpos muertos y con ser veinte y
nueue las desta ilustra Ciudad ni en Cimenterio ni Iglesia ha quedado vn palmo de
tierra desocupado”504. En el propio convento de San Agustín murieron cuarenta
religiosos y tres mozos sirvientes505. Ante tal fatalidad se hicieron numerosas
procesiones de rogativas, pero fue la del Santo Crucifijo la que milagrosamente aplacó
la epidemia. Los dos cabildos, eclesiástico y secular, pidieron que la imagen fuera a la
Catedral, siendo llevada en procesión el 2 de julio con gran número de público. La
504
LÓPEZ DE SAN ROMÁN, Pedro: “Copiosa relación de lo svcedido en el tiempo de dvro la Epidemia
en la Grande y Augustisima Ciudad de Seuilla”. Écija, 1649, p. 11.
505
LÓPEZ DE SAN ROMÁN, Pedro: “Copiosa relación de …”, op. cit., p. 15.
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imagen fue depositada en un altar efímero entre los dos coros, donde se hizo la función
de rogativa. Volvió al día siguiente, coincidiendo con la mejoría que se empezó a
experimentar entre la población, hecho que se atribuyó a la imagen y que motivó que el
Ayuntamiento realizase voto de ir cada año a dar gracias en el aniversario de la
efeméride, tal y como en la actualidad ocurre. La devoción al Santo Crucifijo, que ya
era enorme, se disparó ante este suceso, y seguramente hubo una gran demanda de
verdaderos retratos de la milagrosa efigie para conventos, iglesias y casas de todo el
antiguo reino de Sevilla. Por eso, a día de hoy contamos con más de diez lienzos
localizados, siendo cinco de ellos los que actualmente se encuentran en la capital, a los
que sumamos estas dos obras.
La pintura formaba parte de una colección privada que se ubicaba en la casa
palacio de la calle Baños esquina con Torneo, perteneciente al doctor Carlos Cobo, de la
ciudad de Sevilla. Este conocido médico ginecólogo sevillano poseyó una gran
colección de obras de arte sacro debido a su relación con los conventos e instituciones
religiosas a cuyos miembros trataba, los cuales en agradecimiento y contraprestación
por sus servicios le ofrecían este tipo de obras. Con el fallecimiento del médico la casa
se dividió entre sus herederos y la pintura se adjudicó a su hijo Carlos, que la conservó
en el número 74 de la calle Baños. Con la venta reciente del anterior inmueble, la obra
llega al mercado del arte y las antigüedades en el presente año 2022, siendo adquirida
nuevamente para una colección particular en Sevilla. La pieza se encuentra en perfectas
condiciones debido a una reciente restauración por parte de la conservadora Adela
Agudo Tercero.
En ella se observa de manera bastante fidedigna cómo se exponía la sagrada
efigie en el altar de su capilla de la iglesia de San Agustín. Esta sólo se manifestaba en
días muy puntuales, como eran todos los viernes del año y en fiestas como la de la
Encarnación, la Circuncisión o el Domingo de Ramos. Por ello, se observa como en la
zona superior aparece una gotera de la que caen unas cortinas por ambos lados. Estas se
encuentran descorridas, ya que normalmente velaban y reservaban la imagen, tradición
antiquísima que ya en civilizaciones como el Antiguo Egipto o la religión judía se ponía
en práctica. Esta costumbre dentro de la Iglesia Católica tuvo una larga vigencia y se
aplicaba en imágenes de gran devoción, otorgándoles un halo de misterio y sacralidad
del que no gozaban todas. Con las cortinas descubiertas, aparece el Santo Cristo,
colocado sobre una cruz de gajos, posiblemente su cruz original, como podemos ver en
otros crucificados medievales como el Cristo del Millón de la Catedral de Sevilla o el
Cristo de San Pedro de Sanlúcar la Mayor.
La representación del Santo Crucifijo es bastante idealizada, con una anatomía
mucho más naturalista que la que realmente tenía el original. El autor se toma muchas
licencias a la hora de reproducirla, como se puede ver en los dedos encogidos de las
manos, la musculatura de los brazos, la blandura del torso, o la interpretación del propio
sudario, mucho más corto, y en el que realiza una suerte de pliegues que realmente no
tenía, aunque repara en colocar algunos bastante característicos como el plegado
zigzagueante que caía entre las dos piernas, la especie de nudo que se advierte sobre su
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pierna derecha, o el pliegue que cae por su lado izquierdo. El sudario es la pieza mejor
realizada de todo el conjunto, con una calidad textil bastante aceptable. La pierna
derecha, que quizás era de los elementos más representativos de su iconografía, se
encuentra completamente desnuda, con una torsión mucho más exagerada que el
original, queriendo hacer énfasis en ella para que los fieles lo reconocieran sin
dificultad. El Santo Cristo porta una corona de espinas de madera, a diferencia de la
metálica que poseía hasta su desaparición en 1936.
Otro rasgo bastante definido de su iconografía es la aureola que rodeaba su
cabeza, a diferencia de las tres potencias que tradicionalmente usan los Cristos
sevillanos. Se representa como una pieza dorada polilobulada, pudiendo ser
perfectamente ese diseño otra licencia del autor, puesto que no hay otra pintura o
grabado en la que salga de esta forma. El nimbo de la cruz es otro elemento
característico que siempre aparece. Actualmente, el que tiene el Santo Cristo es de
madera, pero bien pudiera ser el que utilizaba en la Edad Moderna de metal noble. Un
INRI a modo de filatelia corona la cruz. A los pies del Cristo se encuentra el
característico serafín506, sin duda alguna su gran símbolo identitario, con tres pares de
alas pintados con distintas tonalidades: las alas inferiores de un color anaranjado, las del
medio blancas, y las superiores de un tono oscuro (figura 2). Porta una corona que
parece ser un añadido barroco, ya que existen pinturas y grabados donde esta no
aparece. Flanqueando la imagen del crucificado aparecen dos candeleros dorados de
líneas bastante simples, sin más decoración que la forma polilobulada del pie. Por
último, en el fondo del camarín, observamos un elemento decorativo que suele
representarse en las pinturas del Cristo. Se trata de un circulo ornamentado con motivos
vegetales, posiblemente estofado, que bien pudiese actuar a modo de mandorla. En este
caso, el autor ha omitido otros cuartos de circulo que decoraban las cuatro esquinas del
fondo del camarín, con la misma decoración que el central, que aparecen en otras
pinturas.
La segunda de las piezas responde nuevamente al anterior modelo (figura 3).
Siendo igualmente una obra realizada en óleo sobre lienzo con marco de época. Su
autor, igualmente, anónimo, así como fechable durante la segunda mitad del siglo XVII,
por su similitud con las ya conocidas. La obra pertenece a la colección privada de la
familia Queipo de Llanos, ubicándose en la capilla del caserío del Cortijo de Gambogaz,
a la orilla del río Guadalquivir507. Su estado de conservación es deficiente,
constituyendo una de las imágenes más bellas del Santo Crucifijo.
506
Según la RAE, el serafín en la tradición católica es cada uno de los espíritus celestes que forman su
primer coro y, junto con los querubines y los tronos, la primera jerarquía, la cual contempla directamente
a Dios y canta su gloria.
507
Aunque su ubicación podría situarse en Camas, hemos decidido incluirla en esta colección de obras
sevillanas. Consúltese SÁNCHEZ TOSCANO, Rocío P.: “El cortijo de Gambogaz (Camas, Sevilla) y la
intervención del arquitecto Juan Talavera Heredia en su caserío”, en Archivo hispalense: Revista
histórica, literaria y artística, n. 315-317, tomo CIV, 2021, pp. 395-425.
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Se trata de una pieza de extraordinaria calidad técnica, con un buen dominio del
claroscuro, en la que vemos cómo el autor también se ha tomado ciertas licencias en la
representación de la imagen. Volvemos a ver al Santo Cristo en su camarín, con las
cortinas descorridas. En este caso, son telas rojas rematadas con una punta de encaje de
oro. El Cristo se encuentra pintado de un modo naturalista, sin llegar a la anatomía tan
marcada que hemos podido advertir en la pintura anterior. El rostro aparece sufriente,
con una expresión muy parecida a la del original. El largo sudario nos muestra una
sensación de peso, en el que se vuelven a observar los pliegues del centro y de la
izquierda del mismo. La pierna derecha se descubre con una torsión exagerada. El Santo
Cristo porta una peluca, dejando caer los mechones por ambos lados de la cara (figura
4). La corona de espinas parece en este caso de orfebrería, pero con un diseño muy
naturalista, sin ser la clásica corona entrelazada, sino que aquí las ramas van más bien
en un sentido paralelo.
El Cristo se representa con la aureola y el nimbo tan característicos, de
orfebrería dorada. Sin embargo, el INRI aparece a modo de cartela rectangular. El
serafín de los pies adquiere un mayor protagonismo en esta pintura, debido a su gran
tamaño, así como a la airosidad en sus alas (figura 5). Estas aparecen policromadas en
distintos colores, llamando mucho la atención las superiores, con tonos rojizos y
amarillentos. El serafín mira hacia abajo, en actitud serena, portando una corona de
orfebrería con imperiales. Los candeleros dorados vuelven a tener un dibujo bastante
simple, con superficies lisas que aparecen con formas cóncavas y convexas. Un
elemento que no se ha visto en la pintura anterior son las dos lámparas de plata que
cuelgan del camarín.
El Cristo de San Agustín contaba con infinidad de lámparas votivas regaladas
por sus devotos, muchas de ellas de incalculable valor. Normalmente, eran lámparas
compuestas por una boya que colgaban de un manípulo con argolla a través de
eslabones moldurados. En este caso vemos unas lámparas de brazos, con un cuerpo
esférico central del que salen los candeleros en los que se colocan las velas. Como
podemos reparar, son todo un precedente de las posteriores lámparas de araña, tan
características de los siglos posteriores. En esta pintura, quizás por la suciedad
acumulada, no se aprecia la decoración del fondo del camarín, que solía estar presente
en todas sus representaciones pictóricas.
Estos verdaderos retratos realizados en pintura, siempre solían tener como
referencia algún grabado impreso anteriormente. En este caso, existe uno de escasa
calidad que es el que más se asemeja a la mayoría de las que se hicieron, aunque existen
variaciones. En él se ve al Santo Crucifijo en su altar con las cortinas que cuelgan de la
gotera y que servían para cubrirlo, las cuales se encuentran descorridas para poder ver la
sagrada efigie. Unas velas prendidas a ambos lados, mientras que en el fondo se observa
una decoración formada por una circunferencia acanalada y sendos exvotos.
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A los pies aparece colocado el serafín, y en la zona inferior una inscripción que
dice: “RETRATO DEL SS. XPO DE SAN AGUSTIN D SEVª”. Como hemos
observado, se sigue prácticamente el mismo patrón en las dos pinturas presentadas, a
excepción de los exvotos. Toda esta colección de obras, como muestra de la religiosidad
que fueron, tuvieron un gran arraigo popular.
El elevado número de veras efigies realizadas para esta gran devoción cristífera,
muestran la importancia de esta entre los sevillanos de la época, a la vez que nos
aportan datos estilísticos sobre la misma. Estas nos sirven como indicadores
devocionales de la población creyente del momento en el que se generaron. Siguiendo
este parámetro es innegable que el Santo Crucifijo de San Agustín fue una de las
grandes devociones sevillanas de este periodo.
Figura 1. Anónimo, El Santo Crucifijo de San Agustín, segunda mitad del siglo XVII,
óleo sobre lienzo, propiedad particular, Sevilla.
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Figura 2. Detalle, El Santo Crucifijo de San Agustín.
Figura 3. Anónimo, El Santo Crucifijo de San Agustín, segunda mitad del siglo XVII,
óleo sobre lienzo, propiedad particular, Sevilla.
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Figura 4. Detalle, El Santo Crucifijo de San Agustín.
Figura 5. Detalle, El Santo Crucifijo de San Agustín.
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