Books by Francesc Serra Massansalvador
This book is aimed both at researchers and advanced students of Central Asia, the space of the fo... more This book is aimed both at researchers and advanced students of Central Asia, the space of the former USSR, and the foreign policy of Russia and China. The authors adopt a sociological approach in understanding how power structures emerged in the wake of the Soviet collapse. The independencies in Central Asia did not happen as a consequence of a nationalist struggle, but because the USSR imploded. Thus, instead of the elites being replaced, the same Soviet elites who had competed for power in the previous system continued to do so in the new one, which they had to build, adapting themselves and the system to their needs. Additionally, unlike in the immense majority of the independent states that emerged from decolonization, the social movements and capacity to mobilize the people were very weak in the new Central Asian states. For this reason, the configuration of the new systems was the product of a competition for power between a very small number of elites who did not have to answer to the people and their demands. Thus, the new power regimes acquired a strong neopatrimonial component. Analyzing the structure of societies, economies and polities of post-socialist states, this book will be of great interest to scholars of Central Asia, to sociologists, and to scholars of China's rise.
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Poder y regímenes en Asia Central, 2018
1 Introducción Desde que se produjo la desintegración de la Unión Soviética, en 1991, las repúbli... more 1 Introducción Desde que se produjo la desintegración de la Unión Soviética, en 1991, las repúblicas surgidas de aquella unión han generado un gran interés entre los especialistas por su evolución tanto interna como en el juego estratégico internacional. Una vez desaparecido uno de los principales actores del sistema internacional en la Guerra Fría quedaba por definir un mapa complejo en un contexto donde no había habido un diseño claro de futuro. En este contexto, podemos distinguir claramente entre grandes áreas geográficas: en Europa Oriental y en el Cáucaso Rusia lucharía encarnecidamente por mantener su influencia por medio de regímenes clientelares y, a menudo, mediante conflictos controlados que hagan imprescindible su presencia tanto militar como política (Nagorno-Karabaj, Abjasia, Osetia Meridional, Transdnistria…); en los últimos años, particularmente en Ucrania y en Georgia, este papel de Rusia ha derivado en una clara y a menudo violenta competencia con la influencia de otras potencias. En el Báltico, Rusia se ha resignado a ejercer una presión externa en aspectos estratégicos y a un papel de defensor lejano de sus minorías afines, tras renunciar de facto al control de la región. El caso de Asia Central, sin embargo, presenta sus peculiaridades y sus propios paradigmas. Esta particularización del caso centroasiático se debe a tres, tal vez cuatro, razones básicas: en primer lugar, una falta de competencia real entre potencias por la influencia regional en el área; en segundo lugar, un continuismo en las estructuras de poder; y en tercer lugar, un proceso lento de distanciamiento respecto a la antigua metrópolis soviético-rusa por medio de un proceso dubitativo de (re)construcción nacional que pasa por consolidar las identidades de los nuevos Estados en detrimento de la identificación con Rusia. A estos tres elementos cabría añadir un cuarto que, si bien no es en sí exclusivo de la región, sí que ayuda a explicar el papel de Rusia en Asia Central: la fuerte rivalidad y competencia entre los países de la región. Así, en primer lugar, comprobamos que no hay un gran interés por otras potencias para afianzar su influencia en Asia Central. Habría que matizar esta afirmación, sin embargo. En un primer momento de las independencias, a principios de los años noventa, podemos detectar la presencia de intereses de potencias medias vecinas, como Turquía, Irán e incluso Pakistán y Arabia Saudí, por influir en el área, ya sea mediante inversiones económicas o por medio de actividades de soft power. Sin embargo, hay un cierto consenso internacional en conceder a Rusia un papel privilegiado en el espacio exsoviético, a pesar de la debilidad del Estado ruso en la época, en gran medida para evitar una excesiva sensación de agravio por parte del Kremlin. Por ello, en cuanto Rusia puede recuperar su papel internacional, la vemos rescatar su influencia en Asia Central sin una mayor oposición internacional y, aunque de modo desigual, sin una gran oposición de los países del área. Una mención aparte merecen, sin embargo, los intereses geoestratégicos vinculados a la energía. Aquí sí
Bookmarks Related papers MentionsView impact
El año 2012 trae para los observadores sobre Rusia la extraña
sensación de un cambio para garan... more El año 2012 trae para los observadores sobre Rusia la extraña
sensación de un cambio para garantizar la continuidad o, mejor dicho, un regreso a un pasado que jamás ha dejado de estar presente. La elección de Vladimir Putin, en febrero pasado, devuelve a la más alta instancia de la administración rusa al que fue presidente del país ya durante un largo período de dos mandatos (2000-2008), pero que jamás ha dejado de estar presente en la política y en la sociedad rusa. Y ello no sólo porque el mismo personaje ha ejercido el puesto de primer ministro durante la presidencia de su sucesor/predecesor, Dmitri Medvedev (2008-2012), sino porque Putin y su forma de entender el destino de Rusia —put’ Putina, el camino de Putin— han seguido determinando la acción y la orientación de tan curioso interludio. Con la nueva legislación rusa, que prevé una extensión de los mandatos presidenciales a seis años, y dada la popularidad que mantiene Putin a pesar de los últimos acontecimientos, es previsible que nos hallemos en el ecuador de un largo período que va a marcar sin duda la historia y la futura orientación de Rusia y de su sociedad.
Sin embargo, no hay que olvidar que el paréntesis de Medvedev
supuso algo más que un simple enmascaramiento de Putin, privado por imperativo constitucional de una administración continua en un momento culminante de su popularidad. El relevo representó una nueva imagen para Rusia, en un cambio calculado que debía suavizar necesariamente el exceso de rigidez mostrado durante los primeros ocho años de la presidencia de Putin. El rigor en la administración y en el liderazgo del país probablemente fue necesario tras una presidencia de Boris Yeltsin caracterizada por la corrupción, la pérdida de orgullo nacional, una década económicamente pérdida y la sensación la paulatina disminución de popularidad y carisma de la clase política rusa. Putin tiene como mérito el hecho de haber devuelto a la sociedad rusa la confianza en sí misma y en su capacidad de forjarse el futuro. En el ámbito internacional, por otra parte, el nacionalismo pragmático de Putin llegó a la malabarística conclusión de mantener un diálogo y una colaboración permanente con las otras potencias del mundo a la par que ofrecía a la sociedad rusa la sensación que el país era respetado gracias a una firme postura de enfrentamiento e imposición a unas potencias exteriores siempre acechantes. El fantasma yeltsiniano de un país vendido a tramas corruptas interiores y a intereses estratégicos externos parecía diluirse tras una fachada de firmeza y afirmación nacional.
En ambos casos, es decir, por una parte el mensaje de confianza
hacia las propias capacidades nacionales de Rusia y por otro, las
señales de firmeza lanzadas hacia el mundo frente a la anterior
debilidad del país, Chechenia ha ocupado un lugar preferente. Ello lleva a que debamos considerar el conflicto de Chechenia no como un mero problema de orden interno o como un enfrentamiento aislado entre un Estado y una minoría nacional, sino como un eje que ha condicionado la política interna de Rusia desde 1991 y, al mismo tiempo, como el reflejo de la imagen de Rusia ante sí misma y ante el mundo.
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Papers by Francesc Serra Massansalvador
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Revista CIDOB d'Afers Internacionals, 2002
This article analyzes developments in Russia since the breaking-up of the Soviet Union in 1991. G... more This article analyzes developments in Russia since the breaking-up of the Soviet Union in 1991. Given this objective, the author places particular emphasis on the debate on social and identity issues raised by the political and ideological transition from a USSRconsidered a superpower to a country that aspire to achieving political and economic stability and, ultimately, to retaining a limited area of influence as a regional power. In this, Russia has received strong, unconditional international support, which has allowed it to overcome various obstacles, but the difficult transition that the country has been through has made it impossible to avoid a severe collective trauma in terms of ideology and identity. The process has clearly been also accompanied by a significant disregard for the individual and collective rights of the Russian people, a price that, in the long term, may be too high a one to pay for a population that aspires to stability and for a countrythat aspires to resp...
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Bookmarks Related papers MentionsView impact
Uploads
Books by Francesc Serra Massansalvador
sensación de un cambio para garantizar la continuidad o, mejor dicho, un regreso a un pasado que jamás ha dejado de estar presente. La elección de Vladimir Putin, en febrero pasado, devuelve a la más alta instancia de la administración rusa al que fue presidente del país ya durante un largo período de dos mandatos (2000-2008), pero que jamás ha dejado de estar presente en la política y en la sociedad rusa. Y ello no sólo porque el mismo personaje ha ejercido el puesto de primer ministro durante la presidencia de su sucesor/predecesor, Dmitri Medvedev (2008-2012), sino porque Putin y su forma de entender el destino de Rusia —put’ Putina, el camino de Putin— han seguido determinando la acción y la orientación de tan curioso interludio. Con la nueva legislación rusa, que prevé una extensión de los mandatos presidenciales a seis años, y dada la popularidad que mantiene Putin a pesar de los últimos acontecimientos, es previsible que nos hallemos en el ecuador de un largo período que va a marcar sin duda la historia y la futura orientación de Rusia y de su sociedad.
Sin embargo, no hay que olvidar que el paréntesis de Medvedev
supuso algo más que un simple enmascaramiento de Putin, privado por imperativo constitucional de una administración continua en un momento culminante de su popularidad. El relevo representó una nueva imagen para Rusia, en un cambio calculado que debía suavizar necesariamente el exceso de rigidez mostrado durante los primeros ocho años de la presidencia de Putin. El rigor en la administración y en el liderazgo del país probablemente fue necesario tras una presidencia de Boris Yeltsin caracterizada por la corrupción, la pérdida de orgullo nacional, una década económicamente pérdida y la sensación la paulatina disminución de popularidad y carisma de la clase política rusa. Putin tiene como mérito el hecho de haber devuelto a la sociedad rusa la confianza en sí misma y en su capacidad de forjarse el futuro. En el ámbito internacional, por otra parte, el nacionalismo pragmático de Putin llegó a la malabarística conclusión de mantener un diálogo y una colaboración permanente con las otras potencias del mundo a la par que ofrecía a la sociedad rusa la sensación que el país era respetado gracias a una firme postura de enfrentamiento e imposición a unas potencias exteriores siempre acechantes. El fantasma yeltsiniano de un país vendido a tramas corruptas interiores y a intereses estratégicos externos parecía diluirse tras una fachada de firmeza y afirmación nacional.
En ambos casos, es decir, por una parte el mensaje de confianza
hacia las propias capacidades nacionales de Rusia y por otro, las
señales de firmeza lanzadas hacia el mundo frente a la anterior
debilidad del país, Chechenia ha ocupado un lugar preferente. Ello lleva a que debamos considerar el conflicto de Chechenia no como un mero problema de orden interno o como un enfrentamiento aislado entre un Estado y una minoría nacional, sino como un eje que ha condicionado la política interna de Rusia desde 1991 y, al mismo tiempo, como el reflejo de la imagen de Rusia ante sí misma y ante el mundo.
Papers by Francesc Serra Massansalvador
sensación de un cambio para garantizar la continuidad o, mejor dicho, un regreso a un pasado que jamás ha dejado de estar presente. La elección de Vladimir Putin, en febrero pasado, devuelve a la más alta instancia de la administración rusa al que fue presidente del país ya durante un largo período de dos mandatos (2000-2008), pero que jamás ha dejado de estar presente en la política y en la sociedad rusa. Y ello no sólo porque el mismo personaje ha ejercido el puesto de primer ministro durante la presidencia de su sucesor/predecesor, Dmitri Medvedev (2008-2012), sino porque Putin y su forma de entender el destino de Rusia —put’ Putina, el camino de Putin— han seguido determinando la acción y la orientación de tan curioso interludio. Con la nueva legislación rusa, que prevé una extensión de los mandatos presidenciales a seis años, y dada la popularidad que mantiene Putin a pesar de los últimos acontecimientos, es previsible que nos hallemos en el ecuador de un largo período que va a marcar sin duda la historia y la futura orientación de Rusia y de su sociedad.
Sin embargo, no hay que olvidar que el paréntesis de Medvedev
supuso algo más que un simple enmascaramiento de Putin, privado por imperativo constitucional de una administración continua en un momento culminante de su popularidad. El relevo representó una nueva imagen para Rusia, en un cambio calculado que debía suavizar necesariamente el exceso de rigidez mostrado durante los primeros ocho años de la presidencia de Putin. El rigor en la administración y en el liderazgo del país probablemente fue necesario tras una presidencia de Boris Yeltsin caracterizada por la corrupción, la pérdida de orgullo nacional, una década económicamente pérdida y la sensación la paulatina disminución de popularidad y carisma de la clase política rusa. Putin tiene como mérito el hecho de haber devuelto a la sociedad rusa la confianza en sí misma y en su capacidad de forjarse el futuro. En el ámbito internacional, por otra parte, el nacionalismo pragmático de Putin llegó a la malabarística conclusión de mantener un diálogo y una colaboración permanente con las otras potencias del mundo a la par que ofrecía a la sociedad rusa la sensación que el país era respetado gracias a una firme postura de enfrentamiento e imposición a unas potencias exteriores siempre acechantes. El fantasma yeltsiniano de un país vendido a tramas corruptas interiores y a intereses estratégicos externos parecía diluirse tras una fachada de firmeza y afirmación nacional.
En ambos casos, es decir, por una parte el mensaje de confianza
hacia las propias capacidades nacionales de Rusia y por otro, las
señales de firmeza lanzadas hacia el mundo frente a la anterior
debilidad del país, Chechenia ha ocupado un lugar preferente. Ello lleva a que debamos considerar el conflicto de Chechenia no como un mero problema de orden interno o como un enfrentamiento aislado entre un Estado y una minoría nacional, sino como un eje que ha condicionado la política interna de Rusia desde 1991 y, al mismo tiempo, como el reflejo de la imagen de Rusia ante sí misma y ante el mundo.
ÍNDICE
1. La política exterior de Rusia tras las elecciones presidenciales de 2012.
Manuel de la Cámara.
2. Autoritarismo competitivo en Rusia: vertical de poder, fraude electoral e intervención en la oferta y demanda políticas.
Rubén Ruiz.
3. Cultura estratégica y política de seguridad de la Federación Rusa.
Francisco J. Ruiz.
4. Las relaciones EE.UU.-Rusia: un balance de la política de "reset".
Javier Morales.
5. Rusia y la UE en el vecindario común: entre la cooperación y la competencia.
Mercedes Guinea y Victoria Rodríguez.
6. La política de Rusia en Oriente Medio ante la "primavera árabe".
Ekaterina Stepanova.
7. El conflicto de Chechenia: dimensiones internas e internacionales.
Francesc Serra.
8. Rusia en el "Gran Juego" de Asia Central.
Antonio Alonso.
9. Las relaciones ruso-chinas: asociación estratégica ¿y más allá?
Peter Ferdinand.
10. Rusia y sus relaciones bilaterales con Japón: presas de la disputa territorial.
Eric Pardo.
Conclusiones y perspectivas de futuro.
Javier Morales.
The conflict in Ukraine, which has caused more damage to relations between the West and Russia than any other event since the end of the Cold War, is a focal point of instability that threatens the wellbeing of the EU. The time has come to renew the Union’s strategy towards Russia, an effort that will entail not only the thorough analysis of long-term European objectives needed to make EU policy more efficient and bring it into line with European interests and values, but also a recognition of diplomatic blunders made at the onset of the Ukrainian crisis. Rather than entering into a new Cold War focused on Russian containment, the EU should accept Moscow as the great power that it is and a potential partner in the construction of a space of shared security.
The conflict in Ukraine, which has caused more damage to relations between the West and Russia than any other event since the end of the Cold War, is a focal point of instability that threatens the wellbeing of the EU. The time has come to renew the Union’s strategy towards Russia, an effort that will entail not only the thorough analysis of long-term European objectives needed to make EU policy more efficient and bring it into line with European interests and values, but also a recognition of diplomatic blunders made at the onset of the Ukrainian crisis. Rather than entering into a new Cold War focused on Russian containment, the EU should accept Moscow as the great power that it is and a potential partner in the construction of a space of shared security. The best way to ensure long-term continental security and stability would be for Russia to increasingly feel and become more a part of Europe and for Europe to make a sincere effort to get to know its Russian neighbour better.