8. GudynasVariedadesDesarrolloGlobalizacion
8. GudynasVariedadesDesarrolloGlobalizacion
Hernán Cuecas Valenzuela, Dasten Julián Véjar & Jorge Rojas Hernández (eds).
RiL Editores y Universidad de Concepción, Santiago de Chile, 2018.
Eduardo Gudynas1
Resumen
En este capítulo se analizan las principales contradicciones a nivel global entre la crisis ecológica que enfrenta el
planeta y las políticas estatales y nacionales como parte de los desafíos que implica la globalización. Estas
contradicciones son discutidas a través de una revisión de los modelos y alternativas de desarrollo en el capitalismo
contemporáneo, con un énfasis especial en la realidad latinoamericana.
Para ello, se realiza un análisis de algunos elementos de la información científica actual sobre los cambios climáticos y
medioambientales, así como de las definiciones y decisiones políticas que se encuentran desacopladas de los desafíos
planetarios. Se realiza una revisión de los modelos de gobierno y de sus políticas en materia de protección y regulación
ambiental, haciendo un contraste con las dinámicas económicas centradas en el crecimiento económico y los
extractivismos en América Latina. Finalmente, se realizan algunas recomendaciones y perspectivas para el desarrollo,
a través de algunas experiencias alternativas a las dominantes en la actualidad.
Palabras clave: Desarrollo, globalización, extractivismo, América Latina.
Abstract
This chapter analyzes the main contradictions at a global level between, on the one hand, the ecological crisis facing
the planet and, on the other, the state and national policies, as part of the challenges of globalization. These
contradictions are discussed through a review of the models of and alternatives to development in contemporary
capitalism, with a special emphasis on the Latin America reality.
For this purpose, an analysis is made of some elements of the current scientific information on climate and
environmental changes, as well as definitions and political decisions that are decoupled from planetary challenges. A
review of the government models and their policies on environmental protection and regulation is made, in contrast to
the economic dynamics focused on economic growth and extractivisms in Latin America. Finally, some guidelines and
recommendations for development are made and some alternative experiences are highlighted vis-à-vis the currently
dominant ones.
Keywords: Developtment, globalization, extractivism, Latin America.
En diciembre de 2015, de un lado del planeta, en París, se reunieron jefes de Estado, ministros, altos funcionarios
de las Naciones Unidas, y representantes de organizaciones ciudadanas, para negociar un nuevo acuerdo sobre
cambio climático. Muchos de ellos aplaudieron los resultados logrados, considerando que expresaban un avance
sustancial para detener las emisiones de gases con efecto invernadero. Los medios de prensa reprodujeron los
abrazos, los brindis y la emocionalidad de los discursos que celebraban lo que entendían eran medidas
ambientales efectivas tomadas en el ámbito global. Esta era la cara de una gobernanza global que deseaba ser
benevolente.
En ese mismo mes, pero del otro lado del planeta, en el altiplano de Bolivia, distintas comunidades se
enfrentaban a la otra cara de los desarreglos ecológicos y económicos planetarios. Comunidades campesinas y
pequeños agricultores y pastores contemplaban cómo se secaba hasta desaparecer el Lago Poopo, el segundo
más grande de Bolivia y uno de los más importantes del continente. Aunque su superficie original era de 2 192
km2, en un proceso que no se detuvo, todo el espejo de agua se perdió, con toda su fauna y flora en aquel verano
(Howard, 2016). Esto fue el resultado de varios factores donde se superpusieron condiciones nacionales con
otras globales, como ocurre con la minería en esa región, la que a su vez nutre las exportaciones a los mercados
globales. Asoman aquí los aspectos negativos de la globalización, y en especial sus consecuencias sociales y
ambientales en los países del sur.
1 Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), Montevideo, Uruguay. Contacto: egudynas@ambiental.net
1
Estos casos son usados para analizar algunos aspectos de las actuales disputadas sobre el desarrollo, en especial
la brecha entre los discursos en foros internacionales y las políticas domésticas, la escasa incidencia de la
información académica en la toma de decisiones políticas, las coincidencias entre distintas ideologías políticas en
aspectos clave del progreso, y las condicionalidades de la globalización actual. El texto retoma, revisa y amplía
ideas adelantadas en Gudynas (2016a). Ejemplos como estos sirven para señalar que los conceptos y sensibi-
lidades del desarrollo están profundamente arraigados, y que desde allí se derivan distintas variedades de
desarrollo. Esto reconfigura el marco de las alternativas hacia aquellas que estén más allá de cualquiera de las
variedades de desarrollo.
A partir del ejemplo de Bolivia se puede abordar uno de los problemas en las concepciones de desarrollo
actuales: las contradicciones entre las aspiraciones proclamadas a nivel internacional con las acciones concretas
que se siguen dentro de cada país.
La desaparición del agua en el Lago Poopo no se debió al cambio climático, o al menos no exclusivamente a ese
fenómeno. La información disponible indica que actuaron varios factores y por largo tiempo, tales como una
apropiación intensiva del agua de la cuenca por la minería y agricultura, cambios en los regímenes de lluvias y
temperatura, etc. Contribuyeron significativamente políticas ambientales inefectivas, carencias en cumplimientos
de las normas, inapropiadas fiscalizaciones, una persistente falta de liderazgo político, y el desinterés de muchos
sectores sociales, especialmente en las grandes ciudades, sobre la situación en esa zona del país. Todo esto a su
vez bajo el contexto de demandas globales de minerales que encuentran en Bolivia la posibilidad de concretar
enclaves extractivistas, que pueden operar más allá de los impactos sociales y ambientales que desencadenan. El
Gobierno a su vez prioriza esas exportaciones de recursos naturales como elemento fundamental para sostener el
crecimiento económico, y minimiza o incluso anula controles o exigencias ambientales y sociales que puedan
poner en riesgo esas exportaciones.
Estas imbricaciones entre condiciones globales y condiciones nacionales ocurren en Bolivia como en otros
proveedores de materias primas en América Latina y otros continentes. Por ejemplo, en Chile hay similares
conflictos entre imperativos de exportación de recursos naturales y sus impactos locales, como los que
desencadena la apropiación del agua por ciertas explotaciones agrícolas o las reacciones ante las consecuencias
ambientales de la minería. Pero el caso boliviano es particularmente relevante ya que el gobierno de Evo
Morales se volvió muy conocido por sus discursos radicales en favor de los derechos de una Madre Tierra a
escala planetaria, y por sus críticas al capitalismo global como uno de los factores primarios en causar el cambio
climático.
Sin embargo, las políticas domésticas dentro de Bolivia apuntan en sentido contrario a lo que se proclama en los
foros internacionales. En efecto, sus estrategias de desarrollo descansan en la expansión de los extractivismos (en
el sentido descrito en Gudynas, 2015), buscando aumentar la extracción de hidrocarburos y la ampliación de
cultivos intensivos de exportación. De esta manera, hay un aumento de emisiones de origen boliviano desde sus
hidrocarburos como de los cambios en el uso del suelo y pérdida de bosques, sea por la tala y en especial por
incendios. Esto explica que el 81% de las emisiones invernadero bolivianas provengan de la pérdida de bosques
y la agricultura, y si bien términos absolutos son pequeñas comparadas con países industrializados, la proporción
per capita es 12.7 ton equivalentes de CO2, lo que la ubica próxima a países como Corea del Sur o Irlanda, por
encima de naciones como Alemania (10.1 ton CO2e) y en el doble de otras, como las de Brasil 2.
Los discursos convencionales ponen el acento en las emisiones de gases desde fuentes como la quema de
combustibles, fábricas, etc., pero en Bolivia como en otras naciones latinoamericanas, las principales fuentes
ocurren en la agricultura, los bosques y otros cambios en el uso de los suelos. Es más, la estrategia de
compromiso voluntario de Bolivia para reducir las emisiones de gases invernadero para el Acuerdo de Paris, son
tan vagas que no puede haber certeza si realmente ocurrirá una reducción neta.
Por lo tanto, estamos ante uno de los gobiernos que tiene uno de los discursos ambientales más radicales sobre el
cambio climático, pero que de todos modos falla es aplicarlos en sus propias políticas nacionales, y por ello
sigue con estrategias de desarrollo que alimentan los problemas ambientales tanto nacionales como globales.
2Indicadores para el año 2014, según la base de datos cait del World Resources Institute. Ver además los análisis en el boletín Tunupa,
Fundación Solón, La Paz, No 102, 2017; https://funsolon.files.wordpress.com/2017/12/tunupa-102-final.pdf
2
Es importante recordar que el presidente Evo Morales ha insistido repetidas veces en lograr un convenio mundial
para proteger los derechos de la Madre Tierra, en especial en las negociaciones sobre cambio climático3. Esa
postura ha sido apoyada y repetida por varias organizaciones y redes ciudadanas, especialmente desde países
industrializados, pero adviértase que el acento está puesto en una escala planetaria, son los derechos de una
Madre Tierra biosférica. Esto acarrea contradicciones en al menos dos frentes.
Por un lado, el mandato de protección de la Naturaleza propio de esos discursos no se respeta dentro de Bolivia,
sea en el diseño de políticas como en sus ejecuciones. Se han sumado muchos reportes que denuncian el
deterioro ambiental en el país, y en especial por los extractivismos orientados a las exportaciones (por ejemplo,
Jiménez, 2015). Justamente el caso de la desaparición del Lago Poopo es una situación más entre varias que
muestran la incapacidad para asegurar la integridad local de los ecosistemas en Bolivia. Por lo tanto, el propósito
de salvaguardar los derechos de la Naturaleza no se cumple. Una situación similar ocurre en el otro país que
reconoció constitucionalmente esos derechos, Ecuador, donde también se intensificó la explotación petrolera y se
buscó una apertura a la megaminería.
Por otro lado, la idea de derechos de la Pacha Mama o de la Madre Tierra a escala planetaria, tal como postula el
Gobierno boliviano, no tiene sentido bajo la perspectiva original de esas ideas en el mundo andino. En efecto,
sea en las versiones quechua como aymara, la Pacha Mama es siempre local. Está anclada en sitios precisos y sus
comunidades, y estas a su vez son agregados heterodoxos de humanos y no-humanos. Esto hace que al menos
desde una mirada andina, no tiene sustento plantear una Madre Tierra planetaria. Dicho de otro modo, esas
ontologías andinas se expresan en otras escalas, siempre locales o regionales (véase además a Estermann, 1998).
Incluso si se tomara esa idea disociándola de ese contexto cultural y ecológico andino, para aplicarla como una
metáfora para salvaguardar todo el planeta, es obvio que es imposible proteger el ambiente global si no se lo
conserva a escala local. Dicho de otro modo, la protección biosférica es una consecuencia de la conservación
local.
Nos encontramos frente a un desacople entre las políticas globales y las nacionales. Esta es una situación que se
ha vuelto común, y que permite que los gobiernos esgriman compromisos ambientales planetarios de todo tipo,
mientras que las acciones dentro de cada país siguen atrapadas en prácticas convencionales que generan los
problemas ambientales globales. Esta desvinculación también afecta a organizaciones ciudadanas e incluso a la
academia, donde existen importantes sectores que tal como lo hace el Gobierno, justifican impactos ambientales
en las naciones del sur como inevitables para un necesario crecimiento económico. Incluso, en otras naciones
andinas se observan divisiones al interior de algunos pueblos indígenas, con sectores tanto a favor como en
contra, por ejemplo, de la explotación petrolera en la Amazonia (algunas de estas posiciones se revisan en
Gudynas, 2015).
Regresando a la postura de los gobiernos, si una administración que ofrece discursos radicales contra el
capitalismo también queda atrapada queda atrapada en ese desacople, no mucho más se puede esperar de otros
países que ni siquiera proclaman mayores compromisos ecológicos. Es por ello que varios de los convenios
internacionales en temas ambientales, como el Acuerdo de París sobre el cambio climático, es muy débil como
para resolver esa disociación, en tanto descansa en medidas voluntarias a nivel nacional sobre emisiones, pero
esquiva abordar las ideas fundamentales sobre las que descansan las posturas sobre el desarrollo 4.
La problemática del cambio climático permite abordar otra particularidad de la situación actual. El aumento de
esos gases es una consecuencia de una amplia diversidad de estilos de desarrollo implementados desde distintas
ideologías políticas. Son responsables todo tipo de regímenes en un abanico que van desde las monarquías
3Esas propuestas se originan por lo menos desde 2010; véase por una posición más reciente el discurso de Evo Morales en la cop 20 de la
Convención Marco de Naciones Unidas sobre cambio climático en Lima, 2014, https://unfccc.int/files/meetings/lima_dec_2014/statements/
application/pdf/cop20_hls_bolivia_sp.pdf
4Esto se repite con todos los países. Por ello, considerando la suma de todas las Contribuciones Nacionales Determinadas comprometidas
bajo el Acuerdo de París para reducir las emisiones de gases invernadero se encuentra que están apenas un poco por debajo de las actuales
emisiones, y que si fueran cumplidas con éxito la temperatura media del planeta aumentará en un estimado de 3.2 oC, muy por encima de la
meta de 1.5 oC o del umbral de 2 oC; véase el seguimiento en el Cimate Action Tracker, http://climateactiontracker.org/
3
petroleras del Medio Oriente a las democracias liberales de la Unión Europea, desde el empuje económico
promovido por el Partido Comunista de China a los progresismos sudamericanos. No existe ningún caso de un
tipo de desarrollo que haya logrado con efectividad anular este problema.
Más allá de la amplia heterogeneidad en las estrategias políticas y económicas en esos países, queda en claro que
se repiten componentes clave en sus modos de entender el desarrollo, desde la apuesta al crecimiento económico
a la adicción a los hidrocarburos. Los acuerdos globales sobre cambio climático omiten las dinámicas
económicas y políticas que generan esas alteraciones ecológicas; la economía política está ausente (Morgan,
2016).
Las evaluaciones rigurosas sobre el más reciente compromiso en cambio climático, el Acuerdo de París
(aprobado en diciembre de 2015), confirman esto. Sus compromisos voluntarios son inefectivos para detener el
aumento de gases invernadero, se mantiene la adhesión al crecimiento industrial, se apunta a lidiar con los
riesgos en lugar de prevenir desastres, y persiste la creencia en futuras tecnologías que podrían solucionar la
cuestión (Spash, 2016).
Es posible revisar los distintos modos de apropiación de los recursos naturales y las políticas ambientales bajo
los distintos regímenes políticos en América Latina. Una distinción posible permite agrupar por un lado a los
llamados progresismos y por otro lado a administraciones conservadoras. En el pasado reciente, el primer grupo
incluyó, por ejemplo, desde la Venezuela de Hugo Chávez al gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil;
en el segundo conjunto se contaban casos como J.M. Santos en Colombia u Ollanta Humala de Perú. Sin duda
existe variedad dentro de cada conjunto, y la distinción entre ellos puede ser debatible, pero han sido los
gobiernos progresistas los que se han definido a sí mismos de esa manera a pesar de su diversidad, han
coordinado entre ellos, y se reconocieron distintos a otros tipos de administración (lanzaron por ejemplo los
Encuentro Latinoamericanos Progresistas; véase distintas aproximaciones a esta situación en EntrePueblos,
2016).
Entre las administraciones conservadoras existe una clara vocación de apertura en inversiones y exportaciones
para fomentar los extractivismos, ensayando distintos recortes sobre exigencias sociales, ambientales y
territoriales. Los ejemplos más conocidos son la «locomotora minera» del gobierno de J.M. Santos en Colombia
o el llamado «paquetazo ambiental» bajo Ollanta Humala en Perú. Entre los progresismos, incluso aquellos
regímenes que se presentan como innovadores en sus discursos ambientalistas, de todos modos, siguieron en el
desarrollismo convencional. En el caso de Bolivia, comentado arriba, tampoco es menor que Evo Morales lidera
un movimiento que se define como «socialista », y que desde allí defienda lo que denomina como «desarrollo
integral». Otro ejemplo ilustrativo es el discurso del entonces presidente de Uruguay, José «Pepe» Mujica, en la
cumbre sobre ambiente y desarrollo Rio+20 (Rio de Janeiro, 2012), con distintas alusiones ambientales y una
crítica al consumismo5. El video de su presentación ha sido reproducido millones de veces con subtítulos en
muchos idiomas, pero las prácticas concretas de su gobierno fueron muy distintas a las de ese mensaje, ya que
buscó debilitar la institucionalidad ambiental, reforzó los y alimentó el consumismo6.
Sin duda, desde el punto de vista de muchos analistas y organizaciones en distintas regiones, especialmente en el
norte, es admirable la defensa de la Madre Tierra promovida por Morales o la austeridad personal de «Pepe»
Mujica. Pero esos gobiernos siguen atrapados dentro de posturas que alimentan el cambio climático en tanto se
basan en las mismas ideas convencionales sobre el desarrollo, especialmente el crecimiento económico mediado
por la exportación de recursos naturales.
Las estrategias de desarrollo sudamericanas ejecutadas por los gobiernos progresistas son distintas de los estilos
conservadores, como las de Chile, Colombia o Perú. Estos siguen prácticas y conceptos diferentes en cuestiones
como la regulación del mercado, el papel del Estado en ciertos sectores, el discurso sobre la justicia social o los
roles de la integración continental. Pero se mantienen los mismos elementos básicos del desarrollo. Por ejemplo,
5Texto del discurso del presidente J. Mujica en Río +20: «El primer elemento del medio ambiente es la felicidad humana»; 2012, Ministerio
de Relaciones Exteriores, Montevideo, http://www.mrree.gub.uy/frontend/page?1,inicio,ampliacion-actualidad,O,es,0,pag;conc;
128;2;D;discurso-del-presidente-mujica-en-rio-20-el-primer-elemento-del-medio-ambientees-la-felicidad-humana-;1;pag;
6En la administración Mujica en Uruguay (2010-2015) se repitieron los intentos para acotar las políticas ambientales (incluyendo amenazas
con desmembrar el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente), apoyó la exploración de hidrocarburos y la
promocionó un proyecto de megaminería a cielo abierto de hierro (que finalmente fracasó), promovió los transgénicos, y se expandieron los
centros comerciales.
4
bajo el Partido de los Trabajadores, la proporción de bienes primarios en las exportaciones de Brasil pasó de
48.2% en 2003 a 61.9% en 2015; mientras que Colombia, entre esos mismos años se elevó desde 64% a 75.8 %
(con picos del 82%)7. Estos dos países, bajo regímenes políticos muy distintos, muestran una tendencia que se
repite en toda América Latina: la primarización de las exportaciones. Incluso, como se señaló al inicio de esta
sección, cuando se comparan grandes tipos de desarrollo, como los capitalismos europeos contra el comunismo
de mercado de China, se advierten las diferencias, pero también hay que reconocer las coincidencias.
Es por estas razones que nos encontramos ante variedades de desarrollo, las que exhiben diferencias entre sí,
pero comparten un mismo basamento. Este concepto se presenta en Gudynas, 2016b, y a su vez está inspirado en
la idea de variedades de capitalismo originada en Hall y Soskice (2001), incorporando revisiones como las de
Becker (2009). Se parte de entender que no existe un único tipo de desarrollo, sino que este se organiza en
diferentes estilos o estrategias, y que, superando descripciones mecanicistas y agrupamientos rígidos, esa
diversidad comparte ciertos conceptos, prácticas y sensibilidades. El desarrollo es plural, pero entre esas ideas y
sensibilidades compartidas se encuentran la fe en el progreso, la disociación de la Naturaleza con la Naturaleza y
su mercantilización, éticas antropocéntricas y androcéntricas, pretensiones de universalismo, y una historia que
se la entiende como lineal. Desde allí se derivan objetivos como el crecimiento económico, la adicción a la
explotación de los recursos naturales o el consumismo material, las que se instrumentalizan de diferente manera
según cada variedad. Cualquiera de estos atributos aparece en los manuales sobre desarrollo (por ejemplo,
Cypher y Dietz, 2009).
Bajo la categoría de variedades de desarrollo se abordan tanto sus expresiones capitalistas o socialistas, y que
desde la perspectiva que aquí se sigue son distintos modos de aprovechar los recursos naturales para sostener un
desarrollo que se entiende como crecimiento económico, y cuyos beneficios y perjuicios se disputan de distintas
formas. Como esos cimientos son muy profundos, y están ubicados a un nivel previo a las ideologías político-
partidarias, resultan en sostener tanto las opciones de desarrollo que se identifican como capitalistas como por
aquellas englobadas como socialismos.
Esto permite entender las razones por las cuales los cambios político-partidarios no logran ir más allá de los
desarrollos convencionales y la persistencia de problemas como el cambio climático, las desigualdades globales,
la pobreza persistente, etc. Las negociaciones de convenios internacionales en temas clave como ambiente,
comercio o pobreza, terminan discutiendo entre variedades de desarrollo, asumiéndose que bastan cambios en las
aplicaciones e instrumentalizaciones para lograr soluciones.
De alguna manera, los que están inmersos en una variedad de desarrollo y reconocen sus efectos negativos,
consideran que la solución se encontraría en otro tipo de desarrollo. Por ejemplo, muchos activistas que están en
países bajo gobiernos conservadores, como pueden ser Chile, Perú o Colombia, creen que será suficiente un
cambio político hacia un gobierno progresista, como los que tuvieron en su momento Ecuador o Bolivia, que
representarían una alternativa que solucionaría problemas como los de los extractivismos. Incluso hay grupos en
América Latina que entienden que la alternativa consiste en romper con el capitalismo para pasar a otro tipo de
desarrollo que conciben como socialista, y que ello brindará soluciones sustantivas; a la inversa, en Europa del
Este, al tiempo del desplome soviético, distintos movimientos ciudadanos apostaban por la inversa, una
transición desde el socialismo al capitalismo.
Esto sirve para advertir que al menos en el campo de las ideologías políticas, y todo lo que ellas sostienen, sean
de la tienda que sean, comparten aquellas ideas básicas y profundamente arraigadas sobre el desarrollo.
Se podría plantear que un modo de superar los límites de las ideologías político-partidarias que tienen esas bases
compartidas consistiría en apelar a la ciencia. Estas aspiraciones son comunes, e implican asumir que la ciencia
brindaría información objetiva y certera que podría romper el cerco de las ideologías.
Volviendo al caso del cambio climático, es muy frecuente que se insista en la acumulación de evidencia
científica, asumiéndose que en algún momento ello rompería las resistencias políticas como las descritas arriba.
Es evidente que se cuenta con un enorme acervo de información científica sobre los cambios en el clima, sus
causas y sus posibles efectos. El foro académico más importante se encuentra en el Panel Internacional Cambio
Climático (IPCC por sus siglas en inglés), desde donde los expertos presentan sus resultados en consenso (aunque
5
incluso allí hay una participación de actores políticos desde los Estados). Los reportes del IPCC son esenciales en
esta discusión, y los resultados de su última entrega son de enorme gravedad, requiriendo respuestas
gubernamentales urgentes y con transformaciones radicales tanto en los usos de los hidrocarburos como en el
manejo de tierras. En paralelo, el grupo de escépticos que niega la responsabilidad humana es minúsculo y
repetidamente se ha demostrado que muchos están vinculados a empresas (especialmente petroleras).
Entonces, el cambio climático es uno de los temas que cuenta con sustantivos respaldos científicos que reclaman
cambios radicales en el desarrollo, como puede ser abandonar el petróleo. Sin embargo, nada de eso está
ocurriendo. La distancia que hay entre los llamados del IPCC y las acciones concretas de los gobiernos es
alarmante.
Situaciones similares ocurren con otras cuestiones como la crisis de pérdida de biodiversidad, la persistencia de
la pobreza, los límites de la agricultura artificializada, el poder desmedido de actores financieros, etc. En estos y
otros temas existe evidencia científica incontrastable de efectos negativos y reclamos de alternativas
sustanciales. Pero en ninguno de estos casos se logran modificar esas bases profundas del desarrollo.
En esta dinámica operan varios factores en distintos niveles, y es apropiado señalar algunos de ellos en la
presente discusión. En un primer escalón, se encuentra la propia diversidad académica. El consenso en temas
como el cambio climático es sustantivo, pero no existen unanimidades, y eso es comprensible ya que esa
cualidad está en la esencia de la investigación. En otras cuestiones derivadas o asociadas, como pueden ser desde
las prácticas agropecuarias a los instrumentos para reducir la pobreza, la diversidad de posturas es mayor.
Entonces, los que defienden el desarrollo convencional siempre pueden encontrar un reporte técnico o algún
catedrático que los apoye y asumir que existirá una variedad que no contaminará ni depredará. Pero más allá de
esto, en la academia también se defiende y reproduce el desarrollo convencional, y entonces desde otras
disciplinas, como la economía convencional, se generan argumentos para blindar estrategias como el crecimiento
económico.
En un segundo escalón se ubican los actores responsables en diseñar políticas y estrategias, tales como los
líderes en partidos políticos o funcionarios estatales clave, también muy activos en reproducir las creencias sobre
el desarrollo. Muchos de ellos tampoco aceptan, comprenden o incluso toleran informaciones que muestran los
impactos negativos de las estrategias que implementan. Cuando esos efectos son abordados es común que los
consideren como consecuencias indeseables producto de malas aplicaciones de planes de acción, pero que
desaparecerán llevando adelante una nueva variedad de desarrollo.
En un tercer nivel, buena parte de la población aborda estas cuestiones en forma limitada o intermitente, y
comprensiblemente está más preocupada por sus problemas cotidianos. Además, están bombardeados por
mensajes sobre las bondades del desarrollo, disfrutan del consumismo, confían en la academia que les dice que
habría soluciones en el futuro, y no desean perder privilegios. Por ello, siguiendo con el caso del cambio
climático, la cuestión es abordada solamente por algunos grupos de activistas muy informados.
Las formas de analizar, debatir y decidir al interior de cada uno de esos ámbitos son diferentes; y a su vez hay
distintas superposiciones entre ellos, ya que, por ejemplo, los decisores políticos en algún momento responden a
las demandas ciudadanas. Los promotores de los desarrollos convencionales, en tanto comparten ideas básicas,
alimentan discursos, acciones y publicidades que cotidianamente llegan a buena parte de la población, y
repetidamente desactivan los reclamos por cambios radicales.
La evidencia disponible confirma estas situaciones. Por ejemplo, los artículos científicos publicados en revistas
académicas corrientemente no son leídos por el público en general, y por ello tienen pequeños efectos sobre la
opinión ciudadana (véase como ejemplo a Brulle et al., 2012 para los Estados Unidos). La situación es
seguramente más precaria en América Latina ya que buena parte de esos artículos están en inglés, lo que
representa una barrera infranqueable para muchos. En cambio, cuando ese tipo de informaciones se canaliza en
revistas de divulgación, diarios u otros medios, logran tener un efecto un poco mayor en el debate político (Cook
et al., 2013). Una vez más, la situación latinoamericana es más grave ya que en nuestras revistas o periódicos
muchas veces hay artículos de divulgación que son traducciones de lo que se publica en inglés, y no siempre se
aprovechan los aportes de nuestros propios científicos. Esto deja en evidencia algunas limitaciones ya que es
6
bien conocido que la vida académica tradicional en América Latina se enfoca en publicar en revistas científicas,
usualmente en inglés, y desestima otros formatos e idiomas.
Esto desemboca una heterogénea situación sobre la aceptación ciudadana del cambio climático. Un caso extremo
es Ecuador, donde un 55% de personas encuestadas considera que no existe el problema del cambio climático; el
nivel más alto en el continente según en Latinobarómetro (2017). Le sigue República Dominicana (51%) y varias
naciones centroamericanas con valores entre 41 y 43%. El promedio continental es 32%, próximo a los registros
en Bolivia y Venezuela. En cambio, los más altos niveles de reconocimientos están en el Cono sur: Uruguay con
89% de aceptación, seguido por Paraguay, Argentina y Brasil (Latinobarómetro, 2017). De todos modos, entre
quienes reconocen el problema hay un consenso mucho más alto en indicar que la responsabilidad es de los
humanos (83% promedio continental) y en que debe ser enfrentado sin importar las consecuencias negativas
sobre el crecimiento económico (71% promedio continental) (todos los datos son de Latinobarómetro, 2017).
Sobre este contexto se inserta la información científica. La evidencia y análisis sobre las consecuencias negativas
del cambio climático es abrumadora, los reclamos sobre la necesidad de acciones urgentes se suman, y se llega
así al consenso de imponer moratorias para extraer y quemar nuevos hidrocarburos para evitar aumentos que
pongan en riesgo a la biósfera. En la comunidad académica se considera que para evitar que la temperatura
media del planeta aumente más de 1,5 oC, lo que otorgaría márgenes adecuados para evitar un colapso ambiental
planetario, es necesario imponer un límite a las emisiones totales de carbono en el presente siglo. La evidencia
muestra que siguiendo las tasas actuales de emisiones de gases se alcanzaría ese techo entre 4 a 20 años. Si la
meta se coloca en 2 oC se puede ganar un poco más de tiempo; se estima que enfrentaríamos ese tope hacia el
año 2045. Hay diferencias en los cálculos de acuerdo a como se evalúa la dinámica planetaria del carbono, pero
más allá de ello, el consenso es que deben iniciarse reducciones sustantivas en las emisiones hoy mismo, y que
ellas deben apuntar a cero para mediados del siglo 8. O sea que la academia le indica al mundo político y a la
ciudadanía que se deben aplicar moratorias a la exploración petrolera y que buena parte de los yacimientos de
hidrocarburos remanentes no deberían ser explotados ni quemados.
Pero nada de esto logra alterar significativamente las estrategias nacionales de desarrollo adictas a los
hidrocarburos. Por el contrario, los gobiernos de Venezuela, Brasil, Ecuador, Argentina y Bolivia buscan
reforzar sus explotaciones petroleras, y otros que no son petroleros, tienen programas activos de prospección,
como Uruguay. El caso boliviano es particularmente grave, ya que el Gobierno está subsidiando
económicamente esa expansión y ha liberado a la exploración las áreas protegidas y territorios indígenas
(Campanini, 2015; Jiménez, 2015); una vez más los derechos de la Pachamama quedan en suspenso para atender
al sector petrolero.
Otra perspectiva provechosa para examinar las disputas y acuerdos entre variedades de desarrollo también ocurre
en el campo de la globalización. Es apropiado rescatar el llamado «trilema» de la globalización presentado por el
economista Dani Rodrik (2007). Su análisis parte de señalar que actualmente hay un sentido común que acepta
que hay tres objetivos clave en el desarrollo que supuestamente pueden ser alcanzados simultáneamente. Son la
democracia, la soberanía de los Estado-nación y la globalización. Es más, los defensores de la globalización
sostienen que esta es un medio para lograr aquellas otras dos metas. Rodrik, en cambio, muestra que no es
posible lograr esas tres condiciones simultáneamente, y que para avanzar en dos de ellas siempre se termina
violando una tercera. Por ejemplo, cuando se recorre el sendero de la globalización esto implicará sea aceptar
restricciones sobre la soberanía de los países (por ejemplo, aceptando condiciones de los acuerdos de comercio
global) o sobre la democracia (véase además a Rodrik, 2011). Ese trilema de la globalización se organiza de
diferentes maneras bajo las distintas variedades de desarrollo. Por ejemplo, algunos priorizan la inserción global
comercial sobre la soberanía o la democracia. Rodrik analiza el programa de liberalización comercial en
Argentina que promovió el ministro de Economía Domingo Cavallo, bajo la presidencia de Carlos Menem (entre
1991 y 1996), y en un nuevo intento, con el gobierno de Fernando de la Rúa (2001), todo lo que finalmente
concluyó en una dura crisis en ese país. A su juicio toda esa dinámica muestra una «verdad central»: la
democracia nacional y la profundización global son incompatibles (Rodrik, 2011: 188). Los requerimientos de la
hiperglobalización son tan extremos que imponen medidas o estrategias que limitan seriamente las capacidades
en escoger democráticamente entre múltiples opciones. En ese choque, Rodrik lista casos ilustrativos referidos a
los estándares laborales, regímenes tributarios sobre las empresas, normas sanitarias, planes para la promover
industrias nacionales; a esas situaciones se puede agregar que la globalización también sirve para debilitar
7
las normas ambientales nacionales o en aplicar derechos de propiedad intelectual sobre la biodiversidad. Por una
vía o por otra, en algún momento queda en claro que no se pueden cumplir los tres propósitos a la vez, y los que
defienden la hiperglobalización casi siempre optan por excluir componentes esenciales de la democracia.
El problema es que ese abordaje de Rodrik y otros análogos en el campo de la globalización y el desarrollo
olvidan un elemento clave: la dimensión ambiental. El desarrollo siempre depende de un contexto ecológico,
comenzando por reconocer que allí está la provisión de materias primas. Pero si ello se minimiza, el ejemplo del
cambio climático que viene siendo aprovechado en este capítulo, obliga a recordarlo una y otra vez. Al sumar la
dimensión ambiental el trilema se convierte en un cuadrilema. Los cuatro componentes son la globalización
(especialmente en sus expresiones financieras y comerciales), la soberanía de los Estados en la arena
internacional, la democracia dentro de cada país y la conservación del patrimonio ambiental, tanto nacional
como global (Figura 1).
Buena parte de las perspectivas convencionales se aproximan a la temática ambiental, pero no logran
incorporarla adecuadamente. Rodrik (2011), que defiende una mundialización mucho más regularizada, admite
que lo que denomina como «comunes globales» y el cambio climático tienen una enorme importancia, pero no
logra dar el siguiente paso en incorporarlos realmente en sus análisis.
Es interesante advertir que toda esta problemática estuvo presente en la negociación ambiental global del
Acuerdo de París sobre cambio climático. Considérese que una agenda que efectivamente apunte a detener el
cambio climático debería incluir medidas como una moratoria en la exploración y extracción de hidrocarburos o
severas restricciones para proteger los bosques, de manera de mantener las emisiones de gases invernadero
dentro de márgenes de seguridad climática. Esto generaría conflictos con los otros componentes, por ejemplo,
los países exportadores de petróleo invocarán su soberanía para continuar sus exportaciones, mientras que no
debería sorprender que algunas naciones industrializadas también se escuden en la soberanía para no rebajar sus
estilos de vida basados en un alto consumo energético. De la misma manera, si se siguen los preceptos de la
globalización sin duda se imponen restricciones sobre la democracia, tales como aceptar regímenes judiciales
extraterritoriales o ideas como las de los «derechos» de los inversores (véanse los ensayos en Gills et al., 1993,
como ejemplos tempranos).
Este cuadrilema descansa sobre el patrimonio ambiental, y por ello es una pirámide invertida, con su vértice en
la base. Cualquier opción de desarrollo depende del acervo de recursos naturales y de las capacidades en poder
lidiar con los impactos ecológicos. Esto impone todo tipo de tensiones y contradicciones con el desarrollo que
han sido identificadas desde hace tiempo. En efecto, las economías son solamente un subsistema dentro de la
biósfera, y por lo tanto están limitadas a esta (como indicaron los ahora estudios clásicos de Herman Daly; véase
Daly y Farley, 2004). Esa condición impone límites al crecimiento y no se lo puede sostener para siempre, lo que
es conocido por lo menos desde la década de 1970 (ver por ejemplo actualización en Meadows et al., 2004). El
desarrollo es como un edificio que descansa sobre un vértice ecológico, y por ello es muy inestable.
Figura 1. Diagrama del cuadrilema en los debates internacionales entre la globalización,la soberanía del Estado-
nación, democracia y la conservación del patrimonio ambiental (que es la base que sostiene todo el andamiaje).
Al introducir el componente ambiental, queda en evidencia que el cuadrilema no tiene solución posible desde el
desarrollo convencional, por más que repetidamente se postule que eso es posible. Si se buscan alcanzar metas
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en una o más dimensiones, rápidamente aparecen oposiciones o contradicciones con al menos otra de ellas. Por
ejemplo, el imperativo de proteger el patrimonio natural puede ser cuestionado desde aquellos que consideren
que trabará la inserción global (por ejemplo, afectando el flujo de capitales al imponerle condiciones de
desempeño ambiental) o que limitará la soberanía del estado nación (como puede ocurrir con las reglas globales
de emisiones).
De hecho, esas contradicciones asoman repetidamente en el caso boliviano que viene siendo analizado en este
capítulo. Se puede ilustrar el asunto recurriendo a las explicaciones del vicepresidente Alvaro García Linera,
cuando afirma que las demandas de protección de la naturaleza son parte de un «discurso ambientalista imperial»
y de la «derecha internacional»9. Dando un paso más, su antimperialismo se convierte en justificación de
cualquier uso de los recursos naturales, y el país no tiene más remedio que ser extractivista en tanto es parte de
un entramado capitalista global. Son posturas donde los impactos ambientales son negados o esquivados
invocando la soberanía nacional y como costo inevitable del desarrollo; las críticas o advertencias serían
automáticamente expresión de intereses imperialistas. Desde otra postura ideológica, en Perú los que advierten
sobre impactos de los extractivismos son acusados de representar a la extrema izquierda, ser ignorantes y
radicales, y que en ello detienen las inversiones e impiden el crecimiento económico (véase por ejemplo a Silva
Santisteban, 2016 para el caso Perú).
Sea por una vía o por otra, las resistencias ciudadanas son acalladas o combatidas, con lo cual se deteriora al
vértice democrático. La consecuencia concreta es que se profundiza el extractivismo y como los productos
obtenidos son todos vendidos en los mercados globales, casi siempre por empresas transnacionales, la nación se
hace todavía más dependiente de la globalización. Es decir, que el vértice de la globalización termina
imponiéndose sobre los otros, más allá de los discursos.
Como puede verse en ese caso como en otros, a pesar de toda la evidencia científica sobre los impactos de ese
tipo de apropiación de la naturaleza, de las incertidumbres sobre su real desempeño económico, y de las protestas
ciudadanas, se sigue apostando a alguna variedad de desarrollo que requiere del crecimiento económico, y la
globalización es un ingrediente necesario. Hay entusiastas de la globalización que admiten que podría haber
efectos negativos, como Bhagwati (2004), pero entienden que una correcta administración convertirá a la
inserción mundial en una de las más positivas fuerzas de cambio para el bien de la humanidad. Otros, son mucho
más críticos de la globalización, como por ejemplo Joseph Stiglitz (2002), con sus cuestionamientos contra la
globalización financiarizada o el FMI, pero no está en contra del desarrollo capitalista ni busca alternativas a
éste. Eso se expresa en su insistencia en a hacer «funcionar» la globalización para alcanzar la «promesa» del
desarrollo (Stiglitz, 2006). Rodrik (2011) a su turno apunta hacia una globalización más moderada e inteligente,
que se acompase con la democracia y la soberanía sin caer en los extremos hiperglobalizantes (una «smart
globalization» dentro de lo que denomina como «capitalismo 3.0»; Rodrik, 2011). Casi todas las críticas a la
globalización de esos y otros autores son compartidas, y de hecho son repetidas por muchas organizaciones
ciudadanas, pero sus alternativas apuntan a una mundialización bajo un desarrollismo de mercado, aunque más
benevolente. Sin duda también tiene lugar enfrentamientos ante la mundialización (incluyendo reacciones contra
la globalización; véase por ejemplo a Munck, 2007), pero casi siempre estas reflejan las disputas entre
variedades de desarrollo.
Se refuerzan posturas que insisten en que no hay opciones más allá del desarrollo y que las opciones de cambio
están en volver a buscar una nueva variedad de aquel. Es el basamento profundo del desarrollo el que provee una
estructura y dinámica de creencias y sensibilidades que mantiene, reproduce y protege conceptos tales como
crecimiento económico o el bienestar material, todos ellos complementarios entre sí y que podrían alcanzarse
simultáneamente. A la vez, esa misma estructura oculta las contradicciones o minimiza sus impactos negativos, y
cuando estos son demasiado evidentes, son entendidos como una mala aplicación de una estrategia de desarrollo,
como si fueran epifenómenos accidentales. La consecuencia es que se discute entre opciones de desarrollo, pero
no se está dispuesto a debatir otras opciones más allá de los desarrollos. Ese estado de cosas no solo es
alimentado por los gobiernos, sino que actores como las empresas transnacionales y, otra vez, buena parte de la
academia, enaltecen dinámicas como el libre flujo de capitales o los extractivismos sobre recursos naturales,
invisibilizan sus impactos y actúan en contra de los intentos de regularlos (véase por ejemplo a Carroll, 2010).
9Véase por ejemplo, la carta pública de A. García Linera del 18 agosto 2015, en: https://www.alainet.org/es/articulo/171823. Esa nota era
una respuesta a una carta abierta firmada por una larga lista de intelectuales y activistas de todo el mundo que alertaban sobre las acusaciones
y amenazas de expulsión del país dada por García Linera contra organizaciones ambientalistas muy conocidas por su defensa del patrimonio
natural y de las comunidades indígenas.
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Bajo esa dinámica, no se reconoce fácilmente este cuadrilema u otras contradicciones análogas. Las
negociaciones internacionales en asuntos como cambio climático, comercio global, e incluso los objetivos de
Naciones Unidas sobre desarrollo sostenible, todo ellos están basadas en esa creencia de poder lograr todas las
metas del cuadrilema simultáneamente.
Esta dinámica genera otra consecuencia, ya que entorpece o anula otros tipos de alternativas, en tanto son inaceptables
e incluso impensables las opciones más allá de cualquier tipo de desarrollo. Esto genera una dificultad enorme ya que
es justamente ese tipo de alternativas las que las problemáticas globales reclaman. Esta condición ha sido señalada de
distintas maneras, tal como advertir que el desarrollo se comporta como una fe religiosa (al estilo de Rist, 2002), y por
ello no importa que se acumulen evidencias en su contra, ya que de todos modos se sigue creyendo en este.
Esto hace que el cuadrilema aquí planteado no puede ser resuelto por ningún tipo de desarrollo. Las resoluciones están
en romper con los cimientos que sostienen, por ejemplo, esas equivalencias que entienden que soberanía y
globalización son análogos y están ubicados en un mismo plano. Es necesario, por lo tanto, alternativas que están por
fuera del desarrollo.
En América Latina, las disputas sobre el desarrollo son muy evidentes y en las últimas dos décadas se han
intensificado una vez más. Esas discusiones han tenido lugar allí donde prevalecen posiciones conservadoras que
descansan en capitales transnacionales, como en Perú, como bajo el autodenominado socialismo del siglo xxi en
Venezuela. Tanto viejos como nuevos movimientos sociales participan activamente en las polémicas, donde es
frecuente que por ejemplo los sindicatos apoyen un desarrollismo con fuerte participación estatal, mientras que
muchos en las organizaciones campesinas o indígenas critiquen al desarrollo. Pero más allá de las diferencias
entre estrategias, sean en las prácticas como en sus conceptos, de todos modos, se comparten ideas comunes, tal
como se comentó más arriba. En primer lugar, si bien hay una amplia diversidad de discursos en foros
internacionales, algunos de ellos con críticas radicales por ejemplo al capitalismo, en las estrategias internas
nacionales los gobiernos son mucho más convencionales, las diferencias se reducen y los estilos seguidos se
asemejan.
Un segundo asunto es que más allá de las distintas posiciones se advierte que persiste un núcleo básico de ideas
y sensibilidades sobre el desarrollo que es previo a todo el espectro de ideologías políticas, y que a la vez lo
sustenta. En América del Sur esto se ha vuelto muy evidente, ya que se repitieron condiciones como los
extractivismos, la obsesión exportadora y la promoción del consumismo, desde las más diversas orientaciones
ideológicas.
La región siguió siendo una gran proveedora de recursos naturales hacia la globalización, ensayándose distintas
formas de organizar, por ejemplo, los extractivismos, y se apela a diferentes justificaciones, pero se repite el
mismo patrón de intensa explotación de la Naturaleza, exportaciones primarizadas, y conflictos con comunidades
locales. De esta manera, persiste una inserción global donde el sostenimiento del consumo en materia y energía
de los países industrializados descansa en un comercio económica y socialmente desigual con América Latina
y el resto del Sur global. Esto ha hecho que precisamente desde América del Sur se potenciaran análisis críticos
más radicales frente a las variedades de desarrollo.
En tercer lugar, la información científica es una contribución fundamental para advertir problemas y riesgos,
pero ha desempeñado papeles mucho más modestos en transformar las estrategias de desarrollo. La discusión
sobre el cambio climático es un ejemplo claro de estas condiciones.
Un cuarto aspecto reside en comprender que los abordajes sobre la globalización plantean metas que no pueden
ser alcanzadas todas a la vez, mientras que se sigue sin atender la base ecológica en la que descansa. Prevalece
una ignorancia ecológica sustantiva en muchas disciplinas y persisten barreras en abordajes multi y
transdisciplinarios que articulen un pensamiento ambiental.
Por todo esto, nos encontramos ante variedades de desarrollo, entendidas como distintas expresiones,
organizaciones y arreglos instrumentales de un conjunto de conceptos y sensibilidades sobre el desarrollo y el
progreso que están profundamente arraigados. Los debates y enfrentamientos existen, pero incluso entre muchos
de aquellos que parecen más radicales, de todos modos, no logran abandonar esas posturas compartidas. Estas se
ubican en un nivel previo a las ideologías políticas, y por ello son muy resistentes a las interpelaciones
académicas o ciudadanas.
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En algunas ocasiones hay corrientes críticas, sean políticas como académicas, que logran golpear con mucha
intensidad a alguna de las variedades dominantes sobre el desarrollo. Entonces se genera una ruptura que lleva a
un tránsito a una nueva variedad, la que supuestamente podrá reparar o solucionar los inconvenientes de la
versión anterior.
Un muy conocido proceso de este tipo ocurrió con los grandes cuestionamientos ambientales contra el desarrollo
como crecimiento económico en la década de 1970, que, si bien parecía que desencadenaría unos cambios
radicales, finalmente derivó hacia distintas versiones oficiosas de «desarrollo sostenible». Todas ellas buscan
acompasar medidas ecológicas con el crecimiento económico, y por ello se volvieron funcionales a los
desarrollos convencionales (Gudynas, 2016b). Es por ello que esas posturas, ahora convencionales sobre la
sustentabilidad, no han logrado resolver realmente los problemas de la crisis ambiental (el cambio climático es
un claro fracaso), y se extiende la desconformidad con ellas. Ahora está en marcha otra potente disputa en
América del Sur, en este caso disparada por las críticas iniciales de las posiciones englobadas bajo el «Buen
Vivir», en este caso al interior de los países bajo gobiernos progresistas.
Todas estas situaciones muestran la prevalencia del desarrollo. En efecto, en «cualquier lugar del mundo actual
lo que divide a la izquierda y la derecha sin importar cómo se le defina, no es desarrollarse o no desarrollarse,
sino cuáles políticas se presume ofrecen más esperanzas de alcanzar ese objetivo» del desarrollo, como advierte
Wallerstein (1998: 115). Esta dinámica se ha vuelto muy clara en América Latina, y posiblemente en el
agotamiento de los llamados gobiernos progresistas, por ejemplo, el liderado por el Partido de los Trabajadores
en Brasil o el kirchnerismo en Argentina, actuó esa convergencia hacia estrategias de desarrollo que para muchos
analistas y votantes terminaban siendo similares a las propuestas por partidos conservadores. Todos los países,
no solo los latinoamericanos, se encuentran dentro de la misma economía-mundo (en el sentido de Wallerstein,
2005), basada en esas creencias sobre el desarrollo.
El cuadrilema presentado arriba no se puede resolver desde ninguna de las variedades de desarrollo
convencional. Las distintas variedades de desarrollo ofrecen la ilusión de una solución, aunque no es posible. Si
se desea enfrentar verdaderamente el cambio climático, la crisis en biodiversidad, la pobreza en el sur, las
inequidades en los flujos y control del capital, y otros problemas de esos calibres, es indispensable alcanzar esas
raíces profundas que sostienen al desarrollo y buscar alternativas a este. Esto exige ciertas rupturas con atributos
tales como la dualidad sociedad-naturaleza o la prosecución del crecimiento económico, cuestiones que no
aparecen ni el trilema ni en el cuadrilema. En cambio, si se siguen buscando variedades de desarrollo ancladas en
ese marco, está claro que no se actúa sobre las causas profundas ni se podrán generar alternativas sustantivas, y
con ello se perderá tiempo y se agravarán un poco más todos esos problemas.
Existen múltiples iniciativas de ese tipo, que pueden ser reconocidas como alternativas a cualquier de las
variedades de desarrollo. A modo de ejemplo, en América Latina se pueden señalar a los nuevos derechos de la
Naturaleza aprobados en Ecuador, propuestas de moratoria petrolera o el programa del «Buen Vivir» en su
sentido original andino. Las iniciativas de esta clase atacan esas bases profundas, tales como las formas de
asignar valor o la dualidad con el entorno. Por esto proponen transitar a otras opciones más allá del capitalismo y
también del socialismo.
Esto no significa rechazar a todos los componentes del desarrollo, ya que habrá muchos de ellos que pueden ser
identificados como positivos y se los podría utilizar en otros contextos y diferentes políticas. Tampoco implica
abandonar a la ciencia, sino que por el contrario serán más necesarios los estudios los estudios transdiscipli-
narios, donde por ejemplo se mezclan disciplinas ambientales y sociales, y vincularlas más directamente a las
necesidades y debates propios de cada país. Todo esto requiere un esfuerzo más decidido y demandante que
aquel que lidia con las variedades de desarrollo. Esta nueva tarea es pensar o soñar alternativas más allá de los
convencionalismos, imaginar lo impensable, y hacerlo bajo nuevos vínculos con los saberes y tradiciones, y los
debates políticos ciudadanos.
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