Celeste Iannelli
El lunes que
      elegí vivir
 Iannelli, Celeste
 El lunes que elegí vivir : un llamado de atención para los que están vivos, pero no
 lo saben / CelesteIannelli. - 1a ed. - Ramos Mejía : Celeste Iannelli, 2025.
 Libro digital, PDF
 Archivo Digital: descarga
 ISBN 978-631-00-8264-6
 1. Filosofía Existencial. 2. Reflexiones. 3. Desarrollo Personal. I. Título.
 CDD 158.1
Todos los derechos reservados © [2025] Celeste Iannelli
Este libro no puede ser reproducido, distribuido, transmitido, almacenado ni
compartido, total ni parcialmente, por ningún medio electrónico, digital, fotocopia,
grabación ni ningún otro sistema, sin el permiso previo y por escrito de la autora.
Queda prohibida su circulación no autorizada, ya sea gratuita o con fines
comerciales. Este contenido es exclusivamente para uso personal del comprador.
La infracción de estos derechos puede ser penalizada conforme a las leyes de
propiedad intelectual vigentes.
Gracias por respetar el trabajo y el tiempo invertido en este proyecto.
Sobre mí
¡Hola! Mi nombre es Celeste Iannelli, nací el 10/04/2002. Soy influencer,
escritora y activista por la donación de médula ósea.
A los catorce años me diagnosticaron leucemia, y durante el tratamiento de
quimioterapia escribí Diario de la servilleta. Una chica con leucemia... y una
plaqueta que quiere contarlo todo (Planeta, 2016), donde compartí mis
experiencias de aquellos meses tan intensos.
Desde 2017, creo contenido en redes sociales con el objetivo de inspirar,
acompañar y concientizar. Con el paso del tiempo, formamos una comunidad
de más de 1,5 millones de personas que me acompañan a través de la
pantalla.
Años más tarde, junto a mi familia, recorrí diferentes lugares de Argentina
dando charlas para concientizar sobre la donación de médula ósea, de sangre
y sobre el cáncer.
En 2022, tuve una recaída de la enfermedad y atravesé nuevos tratamientos,
incluido un trasplante de médula ósea que me salvó la vida. Ese mismo año
lancé 365 días para vivir y no existir, a través de nuestro emprendimiento
familiar “Vivir, no existir”, creado con el sueño de transformar vidas a través de
la escritura.
Después publiqué mi novela de ficción, Arukah. Pasos de valentía (Planeta,
2023), y en 2025 lancé mi primer cuento infantil, La princesa Celeste, un
proyecto 100% benéfico para mejorar la calidad de vida de niños que
atraviesan enfermedades oncológicas.
Antes de empezar a leer…
Me encantaría saber qué te pasa mientras lees este libro: qué
sentiste, con qué capítulos te conectaste más, qué pensamientos o
emociones se despertaron en vos, y si algo de lo que leíste te está
acompañando en este momento de tu vida.
Lo escribí con la intención de que tenga un impacto real, que de
alguna manera sume en tu camino. Si fue así, me haría muy feliz
saberlo.
Podés contarme capítulo por capítulo, o simplemente al final.
Sentite libre de compartirme lo que quieras. Para mí, es un regalo
enorme poder leerte y acompañarte, aunque sea a la distancia.
Gracias por animarte a vivir, no solo a existir.
Haciendo click en el botón de abajo, podés acceder a un formulario
para contarme tu experiencia, todas las veces que quieras. ¡Te leo!
                             ¡QUIERO
                            CONTARTE
                              ALGO!
Un llamado de atención para los que están vivos,
pero no lo saben.
Dedicado a quien obra para bien hasta con los peores momentos
de la vida, Dios.
Introducción
Persona que está a punto de empezar a leer este libro:
Primero, quiero agradecerle por confiarme una parte de su tiempo.
Es muy valioso para mí que decida dedicarle unos momentos a este
libro. Gracias de corazón.
Y segundo, quisiera pedirle perdón si en algún momento se siente
atacado/a por mis palabras. Si eso ocurre, me gustaría que sepa
que estas páginas no son más que el reflejo de mi mirada sobre la
vida, una mirada que nació después de un suceso que marcó un
antes y un después en mi historia. Solo quiero compartirla con
usted. Siga leyendo, no se detenga, ni siquiera si en algún
momento se enoja conmigo.
Mi intención no es enseñarle, ni creerme más sabia, ni mucho
menos más inteligente. Mi deseo es simplemente que abra los ojos
y, desde ahora, no solo exista… sino que empiece a vivir.
             CONTENIDOS
     01                  02                  03
 La vida es una        Primero el
     rutina                                ¿Vivir y no
                        estudio              existir?
    04                   05                 06
Lo primero es lo    No me hace falta    (Un paréntesis)
    primero         nada más (1/2)
     07                  08                  09
No me hace falta   Ser como niños es    Tengo miedo de
nada más (2/2)           mejor           morir mañana
     10                  11                  12
Somos perezosos    Una carrera larga,     Proyecto a
                     pero posible       mañana, disfruto
                                             hoy
     13                  14                  15
Un gran enemigo     ¡Qué bueno que       Soltar y seguir.
                     no te agrado!      Vivir y no existir
1
                                               17 de febrero de 1944
Querido diario,
No sé si estas palabras algún día llegarán a manos de alguien, pero
hoy sentí la necesidad de escribir, para no olvidar quién soy… o
quién era.
Afuera nieva. El frío cala los huesos, pero no es lo que más duele.
Hoy vi cómo una mujer, con las manos azules de tanto temblar,
partió su trozo de pan en dos y se lo dio a una niña que no tenía
nada. Yo también tengo hambre, pero esa imagen me alimentó de otra
manera. Me recordó que incluso en medio del infierno, la bondad no
desaparece.
Anoche soñé con mi casa. Con mamá haciendo sopa, con papá
leyendo el diario en voz alta. Me desperté llorando. Qué absurda me
parecía antes la rutina. Qué invisible era la paz. Cuánto damos por
sentado sin saber que un día puede desaparecer.
Hoy, mientras contábamos los segundos para que nos permitieran
hablar, una mujer me dijo bajito: “Cuando salgamos de aquí, vamos a
abrazar al mundo, ¿sí?”. No sé si saldremos. Pero si lo hacemos,
prometo recordar. Prometo valorar. Prometo no volver a vivir en
automático.
Por ahora, sigo escribiendo. Porque mientras pueda recordar,
mientras pueda sentir, no estoy completamente perdida.
Con lo poco que me queda,
Hanna, desde un campo de concentración
1. La vida es una rutina
Me levanto, son las seis de la mañana, quiero seguir durmiendo. Me
levanto igual; tengo que ir al colegio, es mi obligación más que mi deseo.
Me obligan, a todos nos obligan, ni siquiera sé por qué. Así funciona el
sistema.
Mi papá me prepara el desayuno. Veo a mi hermana y a mi mamá: ellas
siguen durmiendo. El sistema no las obliga a ellas a levantarse a esta
hora. Las envidio.
Voy al baño. Salgo del baño. Voy hacia la mesa y me siento en la silla.
Casi que no puedo abrir los ojos todavía. Me tomo el café con leche y las
galletitas con miel, mientras miro la pantalla de mi celular.
Se hace tarde, me cambio rápido. Salimos de casa; mi papá me lleva al
colegio.
Hace frío, como siempre. Me quejo de que hace frío. Es de noche
todavía, muy temprano para que salga el sol en pleno invierno. Llego al
colegio con dos camperas. No me gusta mucho cómo me quedan.
Paso esas cinco horas eternas en la cárcel (o sea, en el colegio). Veo a
mis amigas, creo que es la única parte buena de esto.
Horas interminables, y además no todo termina ahí dentro.
Salgo del colegio, llego a casa. La comida está en la mesa, entonces
almuerzo. Hago tarea, duermo una siesta. Me despierto, tengo que ir a
entrenar. No tengo ganas de levantarme; ojalá pudiera quedarme
durmiendo.
Viajo en colectivo para ir al club. Llego. Entreno toda la tarde. La paso
bien, amo el vóley y a mis amigas.
Tengo que esperar a que mi papá me pase a buscar. Me quejo de que
llega tarde. Viene de trabajar y está cansado, pero ya me aburrí de no
hacer nada acá adentro. Llegó. Vamos a casa. Me baño.
                                                                             11
Estoy re cansada, quiero ir a dormir. Cenamos los cuatro juntos: mi
familia. Me voy a dormir.
Gracias, Dios, por un día más de vida. Y día terminado.
Mañana lo mismo.
Quizás cambie el entrenamiento por Educación Física o por pasar toda la
tarde estudiando para esos malditos orales de inglés, que tanto odio y
sufro.
Pero después es todo igual. La famosa “rutina”, de lunes a viernes,
desde la mañana a la noche.
Es viernes a la noche y no me da la energía para festejar que es viernes a
la noche. Mejor mañana.
Sábado. Me despierto al mediodía. Hoy hacemos cosas en familia. Quizás
a la noche vengan mis primos.
Domingo. Me despierto al mediodía, tarde de vuelta. Vamos con mi
familia a algún espacio verde, un bosque.
Estamos en los Bosques de Ezeiza. La pasamos bien. Volvemos.
Mañana es lunes. Quiero llorar. De vuelta a la rutina.
Me acabo de enterar de que tengo evaluación. Me quedo hasta tarde
estudiando. Me voy a acostar, estresada. En pocas horas me vuelvo a
levantar.
Gracias, Dios, por un día más de vida, y me duermo. Fin de semana
terminado.
                                                                             12
2
                                                    8 de junio de 2023
Hola, mi amor.
No sé si escribirte me sana o me rompe más, pero siento que te hablo
cuando lo hago. Y hoy necesitaba eso.
Todavía está tu taza en la mesa, tu campera colgada detrás de la
puerta. A veces me encuentro preparando tu desayuno, hasta que
recuerdo. No se me olvidó tu voz, ni esa risa tuya que llenaba la
casa. Lo que me cuesta entender es cómo el mundo sigue, como si
nada. Como si no supiera que ya no estás.
Antes me quejaba de tener que despertarte mil veces, de tus
zapatillas tiradas por toda la casa, del ruido que hacías cuando
llegabas. Hoy daría todo por escuchar ese ruido otra vez.
¿Sabés qué aprendí? Que los momentos simples eran los más
valiosos. Que no se trataba de grandes cosas, sino de esas pequeñas
rutinas que parecían eternas… y no lo eran. Ojalá hubiera abrazado
más, mirado más, detenido el tiempo un poco.
Ahora miro distinto. A todos. Porque entendí que cada persona es un
mundo que un día puede dejar de estar. Y no quiero volver a vivir sin
agradecer cada segundo.
Te amo. Te extraño. Te espero.
 Mamá
De una madre que perdió a su hijo en un accidente
2. Primero el estudio
Pensar que viví de esa forma catorce años de mi vida, o algo así.
Siguiendo una rutina dentro del sistema, quien te obliga a serlo, a ser una
persona totalmente dependiente de lo que te impongan. Colegio, siesta,
tarea, entrenamientos, un poco de tiempo en familia, estrés, ponerse mal
por el colegio, pelearse con amigos y salir con amigos también (aunque
muy poco, porque el tiempo no me alcanza). Viví catorce años de mi vida
en base a la rutina. No siempre fue la misma, fue cambiando según la
etapa de la vida en la que me encontraba. Pero seguía siendo rutina,
donde solamente era capaz de ser totalmente feliz los fines de semana.
Y hasta ahí, porque a veces tenía horas de estudio que no llegaba a
completar de lunes a viernes, por lo cual debía ocupar mi tiempo de
“felicidad” en tareas para el colegio.
No digo que fui una persona infeliz toda mi vida, más bien hablo de que
no me daba cuenta, de que vivía una rutina en donde la mayor parte de
los días realizaba actividades de forma obligatoria sin una motivación
que viniera de mí. No era yo la que elegía qué hacer, cuándo hacerlo, ni
cómo hacerlo. Básicamente, la vida, y nuevamente el sistema. Siempre
me quejé de esto, pero creo que tenía en claro que no podía cambiar
nada. No iba a ser como esas personas revolucionarias que aparecen en
los libros de historia, con su corta edad y sus discursos con palabras
difíciles e inteligentes. Yo era más una simple chica de Buenos Aires, a la
que le gustaba actuar, filmar videos y crear. Fue lo que hice: durante las
diferentes etapas de mi vida realicé muchísimos talleres y cursos de
diversas actividades y deportes.
Por eso, no me refiero a que fui infeliz. Sino que vivía una rutina y me
preocupaba por seguirla. Y creo que ese era el problema. Cumplía con
todas mis responsabilidades, y cumplía aún más con ellas que con mi
vida, con quién soy yo y qué me gusta hacer; cumplía más para otros que
para mí, cumplía más para el sistema que para mi sistema. Me
preocupaba mucho en cumplir lo que la vida me pedía y olvidaba
disfrutar lo que estaba viviendo, y darme tiempo a mí.
Las preocupaciones me llevaban al estrés. Entregar todo en fecha, tener
buenas notas, pasar ese oral de inglés sin que la profesora me haga
muchas preguntas más de las que mi cabeza había estudiado. En
                                                                              15
cumplir para el sistema, que me alejaba de enfocarme en dar lo mejor
para mis sueños reales.
Somos seres humanos, no podemos dar el 100% en todo, todo el tiempo.
No existe la perfección súper perfecta. Nadie es así, porque somos
humanos. Y los humanos no son así. Por eso, nos dividimos. Mi vida se
dividía en secciones, igual que la tuya y la de cualquier otra persona. Por
un lado, tenía el colegio, por otro la familia, los amigos y mis pasiones.
Mejor voy a llamar al colegio como merece ser llamado: el “sistema”.
Tenía que dividir mi tiempo y empeño en estas cuatro secciones,
sumándole a eso el tiempo de descanso, que es necesario, porque
somos humanos y tenemos que descansar.
Mi mayor esfuerzo se lo llevaba el sistema. No era la parte que más feliz
me hacía de mi vida, no era la sección que me apasionaba, no era lo que
disfrutaba hacer. Pero era el sistema, y mis ojos estaban enfocados en
pertenecer, en destacar, en intentar ser excelente. Mi familia y amigos se
solían dividir en los fines de semana, donde además, el sistema ocupaba
un tiempo y solía robarse momentos. Mis pasiones eran lo extra, era la
sobra de tiempo, porque claro, “primero el estudio”.
Ay, esa frase de tres simples palabras que pueden desatar más de mil
inseguridades a lo largo de la vida de una persona. Creo que casi ni
existe madre o padre que no la haya pronunciado con sus labios a lo
largo de la crianza de sus hijos. Y acá es donde esos padres, madres,
abuelas, abuelos y personas que creen fielmente en esas palabras, se
enojan conmigo. Pero no dejan de leer el libro, porque ya lo empezaron,
ya compraron este libro. Y te pido perdón si gastaste dinero por un par
de hojas que llevan dentro a una persona de dieciocho años que
pareciera estar intentando enseñar algo sobre la vida. “¿Qué puede
enseñarme esta adolescente que yo no sepa? Tengo muchos años más
de experiencia.”
Sí, es verdad, la experiencia te da recursos. Yo soy totalmente
consciente de que tengo miles de cosas por aprender, y que las
personas que son mayores que yo llevan más tiempo en este mundo, por
lo cual tienen muchos conocimientos sobre el mismo, que yo no poseo.
Me encanta aprender de ellos, de las personas “superiores”, de los que
tienen anécdotas e historias para contar, de quienes me pueden enseñar
a cocinar, coser, arreglar, crear, jugar, construir, trabajar, estudiar, etc.
                                                                                16
Me encanta ser aprendiz y que los maestros de los que estoy rodeada
me enseñen un poquito más cada día. Me encanta preguntar y que me
respondan con conocimiento.
Quienes me superan en edad pueden enseñarme mil cosas, pero ¿sabés
una cosa, lector/a? Ni la edad ni la experiencia de las personas que
conocí en toda mi vida me enseñaron a realmente vivir la vida. A mí, a
vivir, me enseñó una enfermedad que me sacó hasta los pelos de la
cabeza. A vivir no me enseñó una persona con más conocimientos y
libros encima. No me enseñó nadie en mis catorce años de vida a vivir en
serio. Yo aprendí miles de cosas gracias a las personas más grandes que
yo, y lo agradezco, les tengo mucho aprecio. Pero ni la experiencia, ni la
edad, ni los libros que hayan leído en su vida fueron más de lo que una
enfermedad me hizo saber. Una enfermedad que te pone en el lugar de
entender la fragilidad de la vida.
Catorce años de mi vida dándole más al sistema que a mi propia vida,
dándole más que a mis pasiones. Al sistema le daba más de lo que me
daba a mí misma, las prioridades estaban mal puestas. Y las cambié,
pero no me lo enseñó alguien con más edad, no me lo enseñaron las
personas que decían saber más que yo, los más grandes, quienes me
cuidaban. Al contrario, ellos eran quienes apoyaban al sistema. Supongo,
porque me cuidaban, porque me querían, porque pensaban que sin un
título en esta vida no llegaría a ser nadie. Y es lo que nos hacen creer, lo
que nos hacemos creer, es culpa de nosotros mismos. Porque cuando
por primera vez mencioné la oración “el estudio primero” en este libro, y
me quejé de eso, muchos de los que leyeron pensaron mal de mí, me
juzgaron, me odiaron, me creyeron “ignorante”. Porque todos tenemos en
la cajita del cerebro esto incorporado: “primero el estudio”. A todos,
desde muy chiquitos, nos enseñan que las cosas son así. Y te quiero dar
mi punto de vista de por qué no creo fielmente en lo que significa esta
frase.
“Primero el estudio”, y terminás dejando de lado a las demás secciones
de tu vida. Primero el sistema. ¿Suena más feo así, no? Suena como si le
estuviera dando más tiempo a quien no lo merece. Más tiempo para el
sistema, y la familia te va quedando de lado. Cada vez los ves menos, a
tu mamá, a tu papá, a tus hermanos. Quizás los tengas en tu misma casa,
pero todos le dan más tiempo a su sistema, y lo poco que tienen para
estar juntos lo viven de mal humor, cansados, estresados, con mala cara.
                                                                               17
Se reúnen en la mesa para cenar pero, en muy poco tiempo, empieza
nuevamente la rutina.
Tus abuelos, tus tíos, tus primos. ¿Te acordás cuando eras chiquitito/a,
pasabas tiempo con ellos y parecían momentos infinitos? No querías irte,
estabas jugando con tus primos y primas, pero te tenías que ir a casa.
Les pedías diez minutos más a tus papás. Les pedías quedarte a dormir
en su casa. No querías irte. ¿Por qué ahora sí elegís volver a casa? Ah,
cierto, el sistema te espera, tenés responsabilidades, tenés que darle
más de tu tiempo al señor sistema. Quizás quieras quedarte, pero sabés
que estaría mal. Y el sistema llegó al punto de hacerte creer que pasar
mucho tiempo con tu familia puede estar mal.
De chica, mi pensamiento al llegar a casa y hacer tarea era: “ahora podría
estar jugando con mi familia, podría pasar tiempo con mis abuelos”. Iba a
primaria, era muy chiquita y me quejaba de no tener tiempo para la
familia. Claramente no tenía idea de lo que se vendría después de eso, al
pasar al secundario. Admito que sigo pensando igual. A veces, veía a mi
familia ver películas y yo estaba encerrada en mi habitación estudiando.
Sentía bronca porque entendía la importancia de esos momentos, que
eran únicos y especiales, tan simples como mirar una película con toda la
familia. Pero yo no estaba ahí, me lo perdía porque debía darle mi tiempo
al sistema.
El punto es que “el estudio primero” genera una prioridad en la cabeza
de un niño. No importa si le va mal, si no lo notaste o si parece que no le
importa. Creo que no debe existir ni un adolescente en todo el mundo,
que esté bajo el sistema del colegio del “siete” para aprobar y el sistema
en su casa del “estudio primero”, que no se haya sentido insuficiente por
la presión que recibe constantemente.
Para nada mi objetivo con este texto es decirte “no hay que estudiar”,
“no hay que ir al colegio”, “no hay que hacer la tarea”, “no sirve de nada
aprender”. No, nunca voy a pensar que la educación no sirve. La
educación es la base de todo, el colegio es necesario, aprender y
estudiar es un derecho que desearía que podamos tener todos los seres
humanos. La educación importa, y me importa. Pero la forma en la que yo
la viví —y muchos de ustedes se van a sentir identificados— no está
siendo (para mí) la correcta. Las prioridades están mal puestas. En mi
vida, yo las cambié de lugar y los resultados fueron magníficos.
                                                                              18
¿Desde cuándo a un padre le importa más que su hijo tenga buenas
notas antes que verlo haciendo lo que lo hace feliz? Y si vos sos padre
o madre, recordá sinceramente si alguna vez estuviste en ese lugar. No
es mi intención juzgar tu rol de padre o madre, sino invitarte a reflexionar
sobre cómo el sistema nos estuvo enseñando cómo deben funcionar las
cosas en esta vida. Sé que seguramente vos querés lo mejor para tus
hijos. ¿Pero realmente creés que diciéndole “el estudio primero” estás
logrando su felicidad? Ya sé, ya sé: soy muy joven, no tengo hijos, no
puedo estar enseñándote cómo criar a los tuyos. Ya lo sé. Indignate
conmigo, enojate conmigo, enojate por haber comprado este libro, pero
antes te quiero hablar desde el lugar que sí tengo el derecho de hablar:
el lugar de hija.
No soy madre, pero soy hija. Y viví rodeada de personas que, como hijos,
se sienten igual. También hablo diariamente con preadolescentes y
adolescentes; y aprendí mucho de esas conversaciones.
Pensá en un niño cualquiera. Está jugando al tenis. Es su pasión, es
extremadamente feliz cuando juega al tenis. Y aún más si es con sus
amigos. Ahora, está el mismo niño, al día siguiente, y lo ves durante la
misma cantidad de tiempo en la que jugaba al tenis, pero haciendo tarea,
en su casa y sin amigos. ¿En cuál lo ves más feliz? Sí, seguro que en la
primera situación, cuando hacía lo que realmente disfruta hacer, lo que le
gusta, lo que ama. Fue casi imposible para algunos padres y madres que
leyeron esto, no pensar en sus hijos. Y yo, como hija, como si fuera tu
hija, quiero decirte que sí, soy más feliz cuando hago lo que me gusta
hacer. Y vos, como persona, sea la edad que tengas, también sos más
feliz al hacer lo que disfrutás hacer.
Así funcionamos, somos humanos. Ahora, ¿por qué le dedicamos tanto
tiempo, tanto esfuerzo, tanto trabajo, tanto de nosotros al sistema? ¿Por
qué pensamos que el estudio es primero si ni siquiera es lo que más nos
hace felices? ¿Por qué nos hacen creer eso desde que somos
chiquititos? ¿Por qué, padres y madres, les ponen en la cabeza a sus
hijos una prioridad que no los hace felices? ¿Por qué tienen que elegir
ustedes su prioridad?
Wow, una simple frase que genera una responsabilidad enorme en la
cabeza de un niño, que luego se convierte en adolescente y piensa que
por no ser un diez en las hojas del colegio, es un fracaso. Piensa que no
es nadie en el mundo, cree que tiene que estudiar más y más. Se encierra
                                                                               19
en su habitación durante horas, estudia y quizás ni siquiera llega al siete.
Eso todavía es más fracaso. Pero nadie se da cuenta, nadie piensa en
qué es realmente lo que a ese niño le gusta hacer. Nadie ni siquiera le
pregunta qué es lo que lo hace feliz.
Pero una vez alguien lo hizo, y le preguntó al joven: “¿qué es lo que te
hace feliz?”. Él responde: “cantar y bailar me hace feliz”. Pero ya ni
cantar y bailar disfruta. Porque lo hace sabiendo que no es su prioridad.
Porque tiene miedo, porque sabe que si no aprueba, si no mejora en el
colegio, va a faltar a las clases que toma de canto y baile. Ya sé, padres
y madres: las amenazas de ese estilo tienen que ver con el esfuerzo. El
razonamiento es: “bueno, si sabe que le voy a sacar lo que ama hacer, se
va a esforzar más en el colegio para que no se pierda de las clases de
canto y baile”. Pero todo nos lleva al comienzo, a la misma pregunta que
sigue dando vueltas en mi cabeza: ¿desde cuándo el sistema se volvió
más importante que la felicidad de ese chico?
Y no, con esto no quiero decir que los padres no deberían poner límites a
sus hijos. Tampoco quiero que crean que hablo de que en la vida hay que
ocupar el 100% de nuestro tiempo en solamente lo que nos hace felices.
No ignoro el hecho de que hay un tiempo para todo, y así como tenemos
momentos de disfrute, también hay momentos en los que debemos hacer
cosas que no nos van a agradar tanto. No crean que estoy del lado del
capricho o el consentimiento.
Hay casos y casos, obviamente, y yo no soy nadie para decir cómo criar
a una persona y cómo no. Pero hay algo que sí soy. Soy persona, soy hija
y estuve en una situación que pudo haber sido el fin de mi vida en una
muy corta edad. Y aprendí que en la vida tenemos que cumplir con
nuestras responsabilidades, pero a la vez encontrar la forma de ser feliz.
Porque si no, ¿para qué vivimos?
Después de tantas palabras, solo quiero decir: el colegio es importante,
la educación es importante, aprender es importante. Pero aún más
importante que eso, que las notas, que el famoso título y que todo lo que
nos imponen, es ser feliz. Y ser feliz no se logra poniendo más empeño
en lo que no nos hace feliz, que en lo que sí. No hablo de practicar el
deporte que amás durante más horas de las que asistís al colegio. Hablo
de la importancia, la prioridad. Hablo de que quisiera hacerle entender a
las personas que la vida es demasiado corta como para vivir tan
pendientes de lo que no nos hace felices. Vivir ansiosos, vivir
                                                                               20
preocupados. Tenemos que tener una educación, pero tenemos que
aprender a ser felices en el proceso de la educación. Porque al fin y al
cabo, si no se disfruta el proceso, ¿de qué me sirven tantas palabras
nuevas almacenadas en mi cerebro?
Y quizás vos me digas: “¡pero hay personas que disfrutan saber mucho!”.
Y yo te respondería: “¡Está perfecto!”. Y justamente de eso se trata. De
disfrutar el proceso. Y esto es personal. Yo estoy simplemente
exponiendo el caso de una persona que no disfruta, que no le interesa
que su cabeza sobreabunde conocimientos que, al fin y al cabo, solo
están para recibir ese número en una hoja, mostrárselo a sus padres y
que le digan: “¡Bien! ¡Es lo que tenés que hacer!”.
No estoy hablando de no estudiar, ni de pensar que no necesitamos
aprender lo que nos enseñan. Sino más bien, que lo suficiente sea la
base necesaria del estudio. La base de la educación que va a servir para
vivir la vida, y que la parte “extra”, el conocimiento e información que
muchas veces los padres creen necesario para que su hijo/a tenga una
“buena educación”, sea una decisión personal en base a la felicidad de la
persona. “La excelencia”, que al fin y al cabo, si no es disfrutada, (en mi
punto de vista) no tiene sentido.
Tan preocupados por la presión, tan presionados por la sociedad.
¿Cómo cambiar eso? Empezando por uno mismo. Transmitiéndoselo a los
demás, dejando de poner primero lo que no disfrutamos hacer. Y, por
favor, que no se malinterprete lo que quiero decir. Las responsabilidades
del sistema son cosas que no solo debemos cumplir, sino que traen
muchos beneficios por los cuales debemos cumplirlas: nos hacen crecer;
nos dan conocimiento y recursos; aprendemos y nos nutrimos de
enseñanzas que quizás necesitemos para la vida; ampliamos nuestro
vocabulario; desarrollamos la memoria; nos ayuda a expresarnos mejor; y
muchísimos motivos más por los cuales debemos hacerlo sabiendo que
es bueno para nuestro desarrollo.
Muchas veces vamos a tener que estudiar cosas que no queremos, que
no nos interesan o que nos van a llevar mucho tiempo, que preferiríamos
estar usando para otra cosa. Y el punto no es “dejar de hacerlo”, sino no
permitir que la exigencia sobrepase a mi felicidad. No descuido la
educación, pero tampoco el disfrute de la vida. Porque si no, vuelvo a
lo mismo: ¿para qué vivo?
                                                                              21
Hay que ir al colegio, hay que hacer la tarea, hay que estudiar. Lo que no
debemos hacer —o al menos, lo que la enfermedad me enseñó que no
debo hacer— es dar mi 100% a eso solo, al sistema, a la parte de mi vida
que no me apasiona. Y lo más importante: no permitir que mi mente se
sienta preocupada o ansiosa por lo que el sistema me exige que tengo
que hacer.
Tengo otras secciones de las cuales debo ocuparme, y si toda mi energía
la gasto en la exigencia del sistema, cuando quiera darle tiempo al resto
no voy a poder. Voy a estar cansada, voy a dejarlo para otro día, y así es
como se me pasa la vida. Y más que viviendo, voy a estar simplemente
existiendo.
                                                                             22
3
                                                  2 de julio de 2022
A quien quiera leerme…
Hoy me desperté con la primera luz del sol, en la vereda de siempre.
El cartón ya no abriga, pero me acostumbré. Lo que no se
acostumbra es el alma.
Antes tenía todo lo que ustedes tienen: una casa, una cama, una
ducha caliente, una taza de café. Pensaba que esas cosas eran
normales, hasta que dejaron de serlo. Ahora las veo desde afuera,
tras los vidrios empañados de los bares, donde entro solo si alguien
paga mi desayuno.
Pero no es la comida lo que más extraño. Es ser visto. Es que alguien
me mire a los ojos sin miedo ni lástima. Es que me llamen por mi
nombre, no por mi condición.
¿Sabés qué aprendí? Que la dignidad no vive en las paredes ni en los
muebles. Vive en el trato. En una sonrisa. En una palabra. Hoy una
nena me regaló una flor que había encontrado en la plaza. Nadie me
había regalado nada en semanas. Me la guardé en el bolsillo como si
fuera oro.
Tal vez esta carta no cambie nada. Pero si al menos alguien se
detiene un poco más antes de juzgar, o agradece su cama calentita
esta noche… ya habrá valido la pena escribirla.
Con esperanza,
Rafael, una persona en situación de calle
3. ¿Vivir y no existir?
Fue en el último año del secundario donde tomé la decisión de empezar a
vivir, mientras asistía a clases. Hoy en día miro hacia atrás y puedo
afirmar que hace unos años, solamente existía. Antes del suceso que
cambió mi vida, simplemente existía en la rutina, asistía a la jornada y
cumplía con lo que me mandaban a hacer. Esas cinco o seis horas de
clases, mi cuerpo estaba ahí y trabajaba. Me enfocaba únicamente en dar
todo mi esfuerzo para el sistema. Si estaba en el colegio, era para hacer
cosas del colegio, o al menos eso era lo que pensaba mi cabeza hasta el
tercer año del secundario.
De un día para el otro, mi vida dio un giro inesperado. Tuve que dejar de
asistir a clases durante un año. Un año entero sin poder ir a ese edificio
gigante que tantos adolescentes odian y comparan con una cárcel. Lo
admito, yo también era una de esas antes del gran suceso que me
enseñó a vivir.
Un año entero en el que mis compañeros se levantaban temprano, como
yo lo hacía antes. Casi sin poder abrir los ojos, desayunaban, se ponían
el uniforme y asistían a clases, la mayoría quejándose de las cinco horas
que les esperaban. De forma paralela, en ese mismo tiempo, yo me
levantaba de la cama, muchas veces tenía prohibido desayunar y salía
junto con mi familia rumbo a un hospital.
Sus mañanas se basaban en mirar hojas con actividades. Su deseo era
que el profesor no agregara más consignas para realizar. Contaban los
minutos para que el timbre sonara y poder salir de allí, del colegio, de la
cárcel. Mis mañanas se basaban en mirar hojas con resultados de
análisis. Mi deseo era que esos resultados salieran bien, que en mi
sangre todo estuviera bajo control. Contaba los minutos para que la
quimioterapia terminara de pasar a mis venas, y volver a casa, a mi
habitación, a mi cama.
Un año entero fue así, mientras ellos tenían el privilegio de estar
estudiando, de que su queja más grande fuera tener más tarea. Ellos
eran adolescentes afortunados (desde mi punto de vista) y yo deseaba
estar en su lugar. Quería levantarme temprano para ir al colegio, no al
hospital; quería ver a mis compañeros y profesores, no a los médicos;
                                                                              25
quería preocuparme por tener mucha tarea y que no me alcanzara el
tiempo para hacerla, no por no saber si al día siguiente iba a sentirme
peor de lo que estaba.
Cuando era una inexperta de la vida (aunque aún lo sigo siendo), cuando
pensaba que era inmune a las cosas muy malas que les pasan a las
personas en las películas, en ese entonces, yo iba al colegio como lo
hacen ellos. Asistía a esa institución, me quejaba de las cinco horas de
tortura que debía pasar mientras un profesor hablaba de puras palabras
que no me interesaban. Prestaba atención, daba lo mejor de mí en algo
que no amaba hacer. Contaba los minutos para salir de la prisión. Y,
obviamente, mientras el tiempo pasaba, estaba con mis amigos y algunas
risas salían de allí. Pero el resto era queja, queja y queja.
Gracias a Dios, tuve la oportunidad a tiempo de ver que los días se
pasaban. La rutina era rutina siempre y nada cambiaría eso. Los días
seguían pasando y yo solamente era una más de ese montón que tenía
una pasión por cumplir obligaciones y quejarse de tener que
cumplirlas. La enfermedad me sacó un año escolar entero. 365 días en
los que deseaba tener lo que los prisioneros que estaban bajo las rejas
del sistema tenían.
¿Qué loco, no? Yo, la misma persona que unos párrafos atrás estaba
quejándose del sistema, ahora viene a hablar de que deseaba estar en el
sistema. Es que, como lo dije antes, salirse de él es un poco medio
difícil, casi imposible, en realidad. Situaciones como las que viví yo son
esas excepciones que te obligan a salir de allí. Y algunas que otras
personas extremadamente valientes se han animado a salir del sistema
por voluntad propia, lo cual requiere o un gran privilegio o un gran
sacrificio. Pero ese es un debate que no vamos a abordar en este libro.
Puedo ver e imaginar la situación. Estar mucho tiempo quejándome del
sistema, y que una mano gigante me agarre de la cabeza, me traslade a
otro lado totalmente distinto y, de un momento a otro, ya no pertenezco
a él. Me desespero porque quiero volver, me doy cuenta de lo bien que
estaba allí dentro y que en realidad no quería salirme. Pido por favor a la
mano gigante que me devuelva al sistema, pero ya es demasiado tarde.
Tengo que esperar para volver. Y espero, espero días, espero semanas,
espero meses y hasta años. Entonces, la mano me vuelve a agarrar. Me
lanza de vuelta y me vuelvo a encontrar con el sistema y la “vida normal”,
o rutinaria, la de la mayoría de las personas de este mundo.
                                                                              26
Pero algo es diferente esta vez. Estuve mucho tiempo sin poder estar en
este lugar, entonces aprendí a valorarlo. Una vez allí dentro, no pienso
perderme ni un minuto haciendo cosas que no me hagan feliz.
Ya volví y pasé cuarto año, pasé quinto año y llegué al último de todos
los cursos de la escuela: sexto año. Siempre que sabemos que algo va a
ser la última vez que lo hagamos, solemos disfrutarlo más, hacerlo mejor,
poner mucho esfuerzo en eso y vivirlo de la mejor manera posible. Es así
con todo: la última porción de pizza que comés en la cena es la que más
disfrutás, porque sabés que después de esa no viene otra.
Yo sabía que sexto sería mi último año en el que pasaría con mis
compañeros; que vería a mis profesores, preceptores y a los directivos;
que me sentaría en esa silla, en mi lugar; que estaría en un aula por
última vez. Sabía que sería el último año de doce que tendría que pasar
en un colegio. Y, sumado a esto, estaba la enfermedad que había
conocido un tiempo atrás, esa que me había privado de pasar un año
entero en el aula, recordándome lo valioso que era disfrutarlo.
Estaba decidida a pasarla bien en el colegio cada día, a pesar de estar
sobre esas cuatro paredes y el Don Sistema mandándome todo el
tiempo.
Pero ¿cómo? ¿Cómo se suponía que podría pasarla bien dentro del
sistema? Estar allí era de lo que tanto me quejaba. Hacer lo que me
obligaban era lo que no quería, y de igual forma estaría horas encerrada
cumpliendo esas obligaciones. “¿Cómo hiciste, Celeste, para disfrutar de
estar en la cárcel?”
Creo que todo desemboca en mi gran lema de vida: “Vivir, no existir”. La
primera vez que pronuncié con mi boca esas palabras fue justamente en
el colegio, mientras cursaba sexto año. Sabía que estaba dentro del
sistema, y también sabía que no podía escapar. Escapar no era una
opción. La vez que me salí del sistema, la pasé muy mal. Entonces tenía
dos opciones: o ir al colegio y existir, o ir al colegio y vivir.
Cuando hablo de “existir”, me refiero a cumplir con todo lo que debía
hacer en la institución, y solamente eso. Pero mis ganas de vivir eran
muchas como para seguir llevando el estilo de vida que llevaba antes.
                                                                            27
Tengo que admitir que a veces mis amigas me frenaban un poco,
diciéndome cosas como: “No podemos estar todo el tiempo tan arriba, a
veces es necesario estar un poco más tranquilas”. Y sí, puede ser que
tenían razón, pero yo ya había llevado ese “tiempo tranquila” por un año
entero, me había perdido un año de colegio y quería recuperarlo todo, no
desperdiciar ni un minuto.
Quizás veía que dormían en los momentos libres y yo ahí, presente para
molestar e incentivarlas a hacer cosas. Ni siquiera tenía un motivo como
para decir: “Vamos a hacer tal cosa”, no. Simplemente no podía
quedarme quieta viendo cómo seguíamos solamente existiendo tanto.
“¡¡¡VIVIR, NO EXISTIR CELESTEEE!!!”, llegaron a gritarme ellas a mí
cuando yo era quien me tiraba para abajo. Era derribada por mi propio
pensamiento. Porque sí, aunque se estén imaginando a una persona súper
activa y positiva, pues ¡sorpresa! Soy un ser humano. Y como todos,
puedo tener mis momentos de cansancio, bajón y tristeza. Pero para eso
están los amigos, ¿no? Para que cuando te vean un poco triste porque
acabás de recibir una mala noticia, te incentiven a vivir y no existir.
Así es como terminé haciendo especial cada mañana de colegio. No me
fui del sistema, no dejé de estudiar, hice las tareas y entregué los
trabajos. Pero ya no como antes. Ya no quieta en una silla y callada. Cada
oportunidad que tenía de salir, pararme, hablar con personas a las que
nunca les había hablado, conocer cosas nuevas, jugar juegos como los
que jugaba en primaria con mis amigas, dibujarme la cara, pintarme las
manos, vestirme con ropa distinta, acostarme en medio del patio del
recreo, pasar vergüenza frente a todo el colegio… o mejor dicho: vivir, no
existir.
Quizás no ponerle todo mi esfuerzo a todas las materias, sino aprobar en
todas, pero esforzarme más en las áreas que de verdad disfruto. Creo
que eso es más inteligente que un buen promedio. Prefiero mil veces
más disfrutar la transición del estudio antes que vivir estresada para
llegar a ser destacada en las notas.
Sé que muchos pueden estar en contra de lo que digo, pero lo entiendo
totalmente. Yo era así. Yo era la que se esforzaba por el “diez” en todas
las materias, hasta que, bueno, me di cuenta de que no era realmente
feliz haciendo eso y que tampoco valía la pena tanto esfuerzo en lo
que no me hacía feliz.
                                                                             28
Y perdón, persona que lee, si lo que digo rompe con la estructura que
quizás hayas llevado durante toda tu vida en la cabeza. Pero después de
haberme dado cuenta de que con catorce años me podía morir, me dejó
de importar ser destacada para los demás y empecé a ser destacada
para mí misma, dejando de desperdiciar tiempo en tener las mejores
notas que, al fin y al cabo, son solo eso: números que no me hacen feliz.
Y quiero transmitirte esto porque quisiera que entiendas lo que pienso. Si
sos madre o padre, escuchame como si yo fuera la voz de esos
chicos/as. Tu hijo o hija no es mejor que nadie por tener números más
altos en las calificaciones del colegio. Tu hijo o hija no es más inteligente
por esos números. Tu hijo o hija es capaz de hacer mucho más
potenciando sus dones y gustos antes que seguir perdiendo tiempo en
perfeccionar tanto las áreas de su vida que no lo o la hacen feliz. No lo/a
obligues a perder su tiempo. Mejor, “obligalo/a” a ser feliz.
“Vivir, no existir” se convirtió en mi lema del año, del 2019. Aunque sabía
que, después de haber estado cara a cara con lo más frágil de la vida, ya
estaba poniendo en práctica esto. Pero desde que estas tres palabras y
una coma comenzaron a formar parte de mis días dentro del sistema,
todo cambió por completo.
Logré estar en el sistema y pasarla bien. Conseguí transformar esas cinco
o seis horas que antes eran “tortura” en las mañanas más épicas,
divertidas y hermosas que pasé en “la cárcel”.
La cuestión entonces no es dejar el sistema para pasarla bien, sino más
bien entender que, dentro del mismo, podemos pasarla bien. Depende
de las acciones que tomemos, depende de elegir quedarse en la silla del
aula durmiendo o agarrar a tu compañero y gritarle: “¡VIVIR, NO EXISTIR!”,
hasta que lo entienda. Hasta que entienda que dentro del sistema hay una
opción para pasarla bien. Y es dejar de simplemente asistir a clases, y en
cambio, asistir, cumplir con las responsabilidades, pero también
ocuparse de disfrutar el momento.
Hay miles de formas. Tenemos miles de maneras de pertenecer al
sistema pero que, mientras estemos en él, no nos robe la felicidad.
Lo que le digo a cada persona que está en tratamiento oncológico y no
encuentra mucho positivismo frente a la situación es: “Vas a tener que
                                                                                29
pasarlo igual, entonces intentá pasarlo de la mejor forma posible”, o si
no: “Entre pasarla mal y pasarla mejor, es mejor pasarla mejor”.
Creo que esta frase se puede aplicar fácilmente a la situación de la que
hablamos. Al colegio vas a tener que ir igual, a la universidad vas a tener
que ir igual, a trabajar vas a tener que ir igual. Pero ya que no podés
cambiar eso, pertenecé al sistema cambiando la forma en la que lo vivís
(siempre y cuando respetando las normas de cada institución).
Hacé que cada día sea especial. Que llegue el final del día y puedas
decir: “¡Qué bien que la pasé hoy!”, sin que esto solo suceda los sábados
o domingos. Que puedas llegar al punto de que de lunes a viernes la
pases tan bien como los fines de semana, y que tu felicidad no la
determine el día, ni mucho menos el sistema.
Mirá que loco lo que te voy a contar. Si una persona vive hasta los 80
años, y empezamos a contar desde los 15 —porque antes, bueno, uno no
toma muchas decisiones sobre cómo vive—, eso da unos 65 años de vida
“consciente”.
Si en todos esos años solo somos felices los sábados y domingos, eso
da exactamente 2 días felices por semana. A lo largo de un año, serían
104 días. Y si multiplicamos eso por los 65 años… da un total de 6.760
días felices.
¿Sabés cuántos días tiene en total esa vida? 23.725 días.
Eso quiere decir que, si solo encontramos felicidad los fines de
semana, habremos sido felices apenas el 28,5% de nuestra vida.
El otro 71,5%... lo pasamos esperando.
Esperando que llegue el viernes. Esperando que se termine la rutina.
Esperando tener tiempo. Esperando vivir.
Y yo no quiero una vida en la que más del 70% del tiempo se me escape
esperando que llegue el momento o el día de ser feliz.
¡¡Es una locura!! ¡¡Tenemos que reaccionar hoy mismo!!
                                                                              30
4
                                                       febrero 2017
Hace unos pocos meses, mi vida era completamente normal. Tenía
una rutina como la de cualquier otra persona, era una persona feliz
creo, aunque quizás no tanto ahora que puedo pensarlo mejor.
Quiero decir, sí era feliz. Pero podría haberlo sido mil veces más de
lo que lo estaba siendo. No me daba cuenta lo feliz que era, o al
menos lo feliz que podía llegar a ser si lo permitía.
Hace unos meses me diagnosticaron una enfermedad grave. Ni
siquiera entiendo cuándo fue qué pasó, cómo es posible que yo esté
escribiendo estas palabras. Esto solo le pasaba a conocidos de
conocidos, a personas en películas, no a mí. No puede ser real que
esto me toque a mí. Que no sepa si mañana voy a estar, o si voy a
salir corriendo al hospital por desangrarme a causa de la
enfermedad. ¿Cuándo fue que pasó todo esto? Vivo mis días
encerrada en un hospital, viendo como me pasan medicación para
salvarme la vida. Para que vuelva a ser la misma persona que tenía esa
rutina de la cual me doy cuenta recién ahora, que no disfrutaba ni
valoraba.
Ahora me encuentro aquí. En una cama de hospital, hace más de diez
días que me volvieron a internar. Sin duda es lo que menos me
molesta, estar en el hospital. Es más, fui yo quien vino hasta el
hospital y le pedí llorando a las doctoras que me internen. No
puedo más con el dolor. Tengo mi boca llena de llagas, mi lengua
está como cortada, literalmente los costados de ella tienen
cortes, como si hubiera agarrado una tijera y hubiese cortado. Como
diez tengo así, en toda la lengua. Alrededor de toda la boca, tengo
llagas. Tengo llagas que no me dejan comer, no me dejan tomar
agua, no me dejan siquiera estar quieta y no llorar. No dejo de
llorar, no aguanto más. Escribo esto llorando, estoy llorando de la
bronca, del miedo, de la impotencia. Cómo podía tener tanto antes,
y no darme cuenta. Podía comer todos los días, podía agarrar un
vaso de agua y tomarlo, sin pensar lo valioso que era, sin darme
cuenta que un día no solo dejaría de hacerlo sino que me dolería
comer, tragar, tomar. Me dolería el simplemente existir.
Creo que tomé una decisión y es irme. No sé cómo. Me quiero ir, no
aguanto más sufrir tanto, no puedo más. Ya no quiero vivir, no
quiero existir. Me da mucha pena por mí, por tantos años, me da pena
y bronca no haber disfrutado la vida de otra forma. Ojalá pudiera
tener una segunda oportunidad, creo que ya entendí el punto.
Quisiera salir de todo esto, volver a casa como antes, ir al colegio,
jugar con mi familia, hacer deporte. Quisiera simplemente tener
ganas de tomar agua y poder hacerlo de una forma tan simple como
lo hace cualquier ser humano.
Como era yo, son muchos en este momento. Yo quisiera ser ellos.
Ojalá pudiera ser ellos, esa gente que no se da cuenta, esa gente
que tiene tanto y no lo valora. Esas personas que se levantan todos
los días y en vez de mirar por un segundo a su alrededor y
agradecer vivir de esa forma, agarran el celular, están horas en las
redes sociales, se sienten mal por los pocos likes que tuvo su
última foto, se ponen tristes por eso y viven el resto del día de mal
humor.
Se me caen las lágrimas de solo pensar que no puedo hacer nada.
Que hay tanta gente allá fuera, fuera de este hospital, que creen no
tener nada y lo tienen todo. En este edificio hay personas con más
ganas de vivir que ellos, que los seres humanos que viven sus días
estresados, que les importa lo que la gente opine de ellos, que
lloran porque quieren más y más. Tienen tanto y no se dan cuenta.
Yo llevo meses sufriendo. Cada día es un nuevo comienzo al
sufrimiento y ya me harté de vivirlo. Quiero terminar y salir, para
poder gritarle al mundo que somos unos desagradecidos, que nos
quejamos de pavadas, que tenemos demasiado y no sabemos
aprovecharlo. Nos gusta poner la mirada en lo que nos falta y no en
lo que tenemos. Desagradecidos. Ojalá yo pudiera ser uno de ellos,
solo por un día, por un momento. Ojalá pudiera cambiar de cuerpo y
ser devuelta de los desagradecidos, solo para estar un momento
con mi familia, y almorzar juntos. Comer una simple sopa y tomar
agua. Desearía ser uno de ellos por un momento, solo un momento
para hacer eso. Quisiera tener unos minutos de vida, de esa vida, de
la que la mayoría tiene y no valora.
No sé si voy a aguantar. Odio pensar así, pero yo sola no puedo
seguir. Mi interior pide a gritos un momento de ausencia de dolor,
pide un solo momento de descanso en un sillón. Pero mi cuerpo
piensa diferente, mi cuerpo me está matando, mi cuerpo quiere
lograr que me rinda y creo que lo hizo. Ojalá sea sostenida por una
fuerza superior para poder salir de esto. Miré al cielo y dije “Dios, si
es tu voluntad, llévame”. Escribo esto con lágrimas.
Dios no me llevó. Estoy acá y pienso salir de esta habitación. Pienso
salir y gritarle a cada persona que la vida me ponga en frente. Pienso
gritar por todos lados, pienso contarle al mundo que con tener la
vida ya es demasiado, ya es suficiente para ser feliz. Ojalá pueda
tener esa segunda oportunidad. Ojalá mi mensaje llegue a quienes
tienen esta oportunidad y la están desaprovechando.
Gracias por leer.
Celes, desde la cama del hospital
4. Primero lo primero
“¿Y cómo? Claro, vos lo decís tan fácil, Celeste. ¡Vivamos y no
existamos! ¡¡Hagamos lo que nos gusta hacer y así vamos a ser felices
todo el día, los siete días de la semana!!” Claramente no. No es posible
todo el tiempo hacer cosas que nos hagan felices.
“¿De qué nos estás hablando entonces?” Humanamente es imposible
hacer todos los días “esas actividades” que suelen hacernos felices,
esas actividades que se salen de la rutina.
Y sí, tenés razón. Humanamente es imposible, creo yo, hacer actividades
todos los días que “nos hagan felices”. Me refiero a que si tu felicidad la
encontrás en irte de vacaciones o juntarte con tus amigos el fin de
semana, claramente no vas a lograr esta “felicidad” diaria. Pero yo creo
que eso es lo que está mal. Están mal hechas las cuentas en lo que
quiere decir ser feliz.
Sinceramente, por más que leas estas palabras, siento que no hay forma
de que llegues a entender totalmente lo que quiero expresarte, porque te
voy a hablar de pura experiencia. Y la experiencia no es teoría, la
experiencia es vivirlo. Yo misma a veces olvido lo que era sentir esa
experiencia de la cual te voy a hablar. Sí, recuerdo, pero soy incapaz de
sentirlo, porque en este momento no lo estoy viviendo. Y si yo apenas
puedo simplemente contar con palabras la experiencia, no sé cuánto será
lo que otros puedan llegar a dimensionar de estas palabras.
Esa carta la escribí basada en un momento que viví yo. Catorce años
tenía esa persona que aprendió a vivir en serio. Cuando no podía comer;
tomar; estar y no sentir dolor. Cuando no descansaba del sufrimiento;
cuando no tenía fuerzas para levantarme de ni siquiera la cama; cuando
me sangraba la nariz a la vez que sufría del dolor de panza, llegaba al
baño con la ayuda de mi mamá y me sentaba en ese inodoro. Me sentaba
a llorar, a sufrir. Catorce años desperdiciados, pensaba yo, y si tuviera
otra oportunidad, no la iba a desaprovechar.
Por eso acá estoy para vos, persona que me lee. Persona que quizás
cree que la experiencia, los años y el conocimiento lo son todo. Perdón
si lo/a contradigo, si vengo a cambiar su estructura de que un niño/a no
                                                                              35
puede enseñar a sus superiores. Pero no creo que sea así.
La persona que escribe estas palabras, en este momento, ni siquiera es
mayor de edad, y muchas personas más adultas que yo me han dicho:
“Me enseñaste un montón”, “Me abriste los ojos”. Y aunque yo no tomo
esos créditos, es verdad. Yo misma me enseño a mí misma. Porque sé
que no soy yo quien escribe y quien habla. La experiencia habla, y Dios
me lo hizo ver. Es decir, la experiencia es la que está enseñando, no yo.
Fue real ese momento, en el que me rendí y ya no dependía de mí. Nunca
lo hice, a decir verdad, pero en ese momento yo abandoné totalmente y
entregué todo. Y quien me sostuvo todo el tiempo, estuvo ahí. En ese
momento no permitió lo que yo pedía. No permitió llevarme de este
mundo. Estaba convencida de que humanamente no podía más soportar
ese dolor, y tampoco lograba entender que detrás de eso pueda existir
un propósito, algo bueno escondido. Pero Dios sí, Dios lo sabía. Y si este
libro está en tus manos y te enseña mínimamente algo de la vida, es
porque había un propósito. Yo simplemente soy la escritora, pero no soy
yo quien habla a través de estas palabras.
Cuando aprendí que, de un momento a otro, me podían sacar hasta lo
más simple de la vida, me di cuenta de que lo más valioso que tenemos
es lo más simple. Y cuando al fin lográs entender que no hay nada más
valioso que poder hacer las cosas que hacemos todos los días, ahí,
cuando sos capaz de eso, aprendés a vivir y no existir.
Ya no te importa   el día ni la circunstancia. No te importa si mañana tenés
clases, sino que   agradecés tener clases. Te dejás de quejar, dejás de
pensar en cosas    que no tenés, y te ponés a contar la cantidad de
bendiciones que    te rodean.
Te das cuenta de que tenés lo que muchas personas desean: tenés un
techo, tenés comida, podés comerla. Estás rodeado/a de joyas, pero no
las ves. No sos capaz de comprender que son joyas. Pero hay otros que
sí. Otros que están en hospitales, como esa chica de catorce años. Otros
que desearían tener tus joyas y lloran por ellas, día y noche. Y vos,
teniéndolas en tu poder, no las mirás, no las agradecés, no las disfrutás.
Hay muchas definiciones diferentes respecto al significado de la palabra
“felicidad”, y muchos filósofos a lo largo de la historia pudieron dar
diferentes perspectivas de una misma palabra. Pero yo, sin tener
                                                                               36
títulos universitarios ni pedir un permiso para poner una definición a lo
que significa “felicidad”, lo defino en este libro como: “estar vivo, sano,
no tener dolores y poder sentirse bien.”
Felicidad, según Celeste Iannelli, una chica de dieciocho años que mucha
experiencia y conocimiento acerca de la vida no tiene, significa la
simpleza de la vida, simplemente tener vida y poseer el privilegio de
disfrutarla. Eso, para mí, es felicidad.
Entonces es acá donde nos damos cuenta de que vivir y no existir no se
refiere a todos los días hacer cosas fuera de lo normal, salir de fiesta o
vivir de vacaciones. Sino que significa aprender a valorar las cosas más
simples que hay en la vida.
Momentos y privilegios que tenemos sin darnos cuenta de lo valiosos
que son.
Eso que leíste en mi carta, le está pasando a mucha gente hoy, ahora, en
este mismo momento, mientras vos leés esto. Hay tantas personas que
desean con todo su corazón estar en tu lugar, ser vos. Y no, no te hablo
del nuevo celular que te compraste o de que quisieran tener tu vida
porque te vas de vacaciones cada año fuera del país. Ellos no quieren
nada de eso. Ellos simplemente quieren ser vos porque podés comer,
podés tomar agua, podés hablar sin que te duela cada parte de tu ser.
Podés estar con tus amigos, podés abrazar.
Y vos y yo sabemos bien que podemos hacer una lista mucho más larga
de bendiciones que hay en tu vida, que de las que no hay. No quiero
hacerla por vos, no te conozco. Hacela vos por vos. Las cosas más
simples que tenés alrededor son las que ellos te envidian. Desean ser
vos por lo más simple que tenés, y vos ahí, quejándote de que no tenés
dinero para comprarte el último iPhone.
No me gusta minimizar el sufrimiento. Es decir, no importa por lo que vos
estés pasando, yo no quiero decirte que no es justo sufrir por eso. Desde
un sufrimiento por haber terminado una relación y te duele, o que tu
problema sea no poder comprarte el celular que querés. No es justo que
yo te diga: “porque yo sufrí todo esto, vos no tenés derecho a quejarte
por eso”. No. Ni ahora ni nunca voy a juzgar tu problema, ni minimizarlo.
                                                                              37
Porque si yo no hubiese vivido todo esto, probablemente viviría todos mis
días quejándome de lo que, para mí, son (hoy en día) “pavadas”. Y tengo
que añadir a todo esto, que día a día probablemente tenga quejas que
otros no, porque han sufrido más, u otro tipo de cosas que yo no
experimenté. Seguro que yo me quejo de situaciones que, para otros,
son “pavadas”. Pero mi pensamiento siempre es aprender, y superarme a
mí misma en lo que valoro de la vida.
Por eso me encanta aprender de las personas y conocer cada historia,
porque todos tenemos algo para aportarle al otro, que el otro no vivió ni
vivirá.
Lo que a mí me pasó, podría pasarle a cualquiera. Lo que a mí me
sacaron, pueden sacárselo a cualquiera. De un momento a otro, aprendí
esto. Y a mí me gustaría que vos solamente necesites leer estas palabras
para poder valorar lo que yo entendí con mucho sufrimiento. Quisiera que
te ahorres toda esa parte de sufrir mucho para aprender a valorar lo que
realmente importa.
Para algo ya lo viví yo, ¿no? Me encantaría estar en el lugar tuyo, donde
otra persona “sufre por vos” para que puedas conocer estas enseñanzas.
Y de hecho, soy una de esas personas. Yo también tengo alguien que
sufrió mucho por mí, y por eso hago que cada minuto de mi vida valga la
pena.
Aclaración. Yo no creo que el sufrimiento mío ni el de nadie tenga el
objetivo de “enseñar cosas”, ni a mí ni a los demás. Pero sí estoy segura
de que, al vivirlo, terminamos aprendiendo. Entonces, ya que lo que me
tocó pasar fue necesario e imposible de evitar, hagamos que cada minuto
de mi dolor en esa cama de hospital valga la pena, ¿no?
Levantate y empezá a vivir la vida por aquellos que lo desean y no
pueden. Este libro te llegó para que lo pongas en práctica, para que no
sean palabras sino hechos. Dejá de perder tiempo y dejá de solamente
existir tanto.
Lo que tenés ahora no lo vas a tener para toda la vida. Y a veces nos
olvidamos, pensamos que solo estas cosas le pasan a gente ajena a
nosotros, a los desconocidos o a los personajes de películas. Pero
¡sorpresa! Sos parte de este mundo, sos parte de la vida, y todo lo que
le pasa a tu vecino puede pasarte a vos también.
                                                                            38
Nunca creas que por tener dinero, poder o fama estás exento/a de estas
cosas. A mí me pasó, a vos te puede pasar, a cualquiera le puede pasar.
Disfrutalo, no porque un día te pueda pasar algo a vos. Disfrutalo porque
hay mucha gente deseando lo que vos tenés y dejás a un lado.
Un hombre muy sabio dijo una vez (y muchas otras veces): "Los últimos
serán los primeros." Con esto se refería a que aquellas personas a
quienes la sociedad considera "menos" —es decir, quienes no tienen
poder, fama, dinero o incluso conocimientos y experiencia— serán los
primeros. Siento que lo mismo ocurre con los momentos de la vida: lo
que parece último, en realidad es lo primero. Aquello en lo que no nos
detenemos a valorar como merece, es, en el fondo, lo más importante.
Vamos a llevar a hechos lo que estamos viendo en palabras.
Agarrá un cuaderno o tu celular, donde más te sientas cómodo/a
anotando. Hacé tu lista, anotá la cantidad de bendiciones que hay en tu
vida. Y pongámosle de nombre a la lista: “Lo último es lo primero.”
Porque lo que nuestros ojos perciben como lo menos valioso, en realidad
es lo que más valor tiene. Lo más simple. Lo más bajo, lo que menos
dinero sale. Esos, aunque no parezcan, son quienes se llevan los
primeros puestos en la lista de lo valioso (o al menos así es para mí
después de haber perdido todo).
Eso que nunca pensaste que alguien más desearía tener, lo que menos
importancia tiene en tu vida a simple vista, a lo que nunca le prestaste
atención el valor que tiene. Eso es la lista de la felicidad guiándose por
“lo último es lo primero.”
Hacela ahora, no sea cosa que el tiempo pase, y después nunca más la
hagas, y de a poco te vayas olvidando de lo que realmente es valioso
entre las cosas que poseés. Hacé tu lista y tenela en un lugar donde
cada día recuerdes que lo que parece ser lo menos valioso, en realidad
es lo que más vale. Podés escribirlo en una hoja y siempre tenerla a la
vista, o ponerlo de fondo de pantalla en el celular para nunca olvidarlo.
Empezá a analizar realmente lo que te importa, lo que hace tu felicidad.
Cambiemos todo lo que hay en esa cabeza, es hora de dar vuelta las
prioridades y revisar qué es realmente lo que importa en esta vida, en tu
                                                                             39
vida.
Te cuento cómo empieza mi lista, por si no sabés cómo empezarla. En el
puesto número uno tengo “mi relación con Dios” y en el segundo, “poder
vivir”. El tercero dice “gente que amo” y el cuarto “poder alimentarme.” Y
así como eso, mi lista está llena de cosas que antes no parecían ser tan
valiosas, hasta que las perdí: desde tener una cama hasta poder salir a
ver el cielo.
¿Y vos? ¿Qué cosas estás acostumbrado/a a tener, pero si un día de
repente te las sacaran, te pondrías muy mal?
Para tu suerte, estas no son simplemente ideas delirantes de una chica
de 18 años. Podemos decir que la ciencia respalda la idea de que
practicar la gratitud, especialmente al reflexionar sobre lo que tenemos
en comparación con quienes tienen menos o enfrentan dificultades,
puede aumentar nuestra felicidad, mejorar nuestro bienestar y hacernos
valorar más nuestra propia vida.
Estudios como los de Robert Emmons y Michael McCullough (2003)
demostraron que centrarse en la gratitud tiene efectos positivos en la
salud emocional y física, lo que confirma científicamente que ser
conscientes del sufrimiento de otros puede ayudarnos a apreciar más
lo que tenemos.
“Pero me cuesta, Celeste, me cuesta tanto vivir el momento y ser feliz
con lo que tengo. Entiendo el punto, pero me cuesta lograr mantenerme
en esa línea.”
Sí, lo sé. Entiendo lo que debés estar pensando. Capaz leíste el capítulo
anterior y estabas re inspirado/a a vivir y no existir cada día de tu vida.
Pasaste un par de quejas y las enfrentaste como un/a campeón/a, pero
de a poco fuiste decayendo y olvidando todo lo que ibas aprendiendo.
Poner en práctica lo que leemos y creemos no es nada fácil.
Yo misma, que te cuento todo esto, hay días en los que me olvido. Hubo
momentos más fuertes que yo y olvido todo lo que viví, y paso a ser una
más de ese montón de gente común que se queja de todo. Pero lo bueno
es que me dura poco. Tengo la ventaja, creo, de poder ver fotos y videos
que me lleven automáticamente a esos momentos de dolor y sufrimiento,
                                                                              40
y me hacen recordar rápidamente el valor de la vida, en casos en los que
la memoria no fue suficiente. Los recuerdos me trasladan a la cama del
hospital y a todo lo vivido.
Como ya lo dije varias veces, este libro es para llevar las palabras a
hechos. No me gustaría que lo leas y luego de unos días ya te olvides de
todo. Leelo las veces que sea necesario. Leé las cartas cuando te
olvides del valor de lo más simple. Cuando te veas quejándote porque no
estás comiendo tu comida favorita o porque se canceló el plan del fin de
semana, agarrá las cartas y volvé a leerlas.
No es de un día para el otro que vas a lograr empezar a vivir y no
solamente existir. Es un cambio que se da en una persona decidida a
hacerlo. Conozco gente a la que el cambio le duró una semana, otros un
mes, y otros ni siquiera llegan a los dos días. Depende de vos y de nadie
más que vos empezar a ver la vida de otra forma.
Este libro no te va a cambiar la vida. Vos sos quien podés cambiarte la
vida. Estas palabras pueden servirte de impulso y de motivación. Pero
estas palabras son solo palabras.
Este libro va a dividir a los lectores en dos grupos. Hay un camino fácil y
otro más complejo, pero que al fin y al cabo te lleva a lo mejor, creo yo.
Están quienes leen, y por otro lado, quienes leen y usan lo leído.
¿De cuál vas a formar parte vos?
                                                                              41
5
                                                21 de marzo de 2021
Querido futuro,
No sé qué me espera más adelante, pero hoy tenía que escribir esto…
aunque sea para no olvidar.
Ayer volví a pasar por donde estaba mi casa. Ya no queda nada. El
agua se llevó las fotos, los muebles, los recuerdos. Pero yo sigo
acá. Y con eso me alcanza, por ahora.
Nunca pensé que iba a dormir en un centro de evacuación. Nunca
imaginé que lo que antes era rutina —una ducha, una cena caliente,
una cama— iba a convertirse en un privilegio. Y sin embargo, algo
pasó en medio del desastre: aprendí a mirar distinto.
Una vecina me prestó un par de medias secas. Otra me preparó un
mate. Un nene me regaló una galletita envuelta en una servilleta.
Perdí mucho, pero vi más humanidad en estos días que en toda mi
vida junta.
Aprendí que las cosas se van, pero lo que somos, lo que damos, lo
que amamos… eso se queda.
Ahora entiendo que un techo no es solo un techo. Es refugio. Es
abrigo. Es paz.
Y que tener vida, simplemente eso, ya es suficiente para empezar
de nuevo.
Con el corazón mojado, pero en pie,
Clara, sobreviviente de una inundación
5. No me hace falta nada más (1/2)
Es verdad que les conté mucho de mi sufrimiento y experiencia personal,
pero me está faltando lo fundamental. Entiendo que se pueda hacer difícil
ponerse en la piel de otra persona y comprender lo que se quiere
transmitir. Y claramente no puedo contarte cada detalle de lo que viví,
por eso jamás vas a llegar a entender al 100% mis ganas de vivir. Primero
porque no lo viviste, y segundo porque no recuerdo cada minuto de esos
meses interminables como para escribírtelos.
Pero, más allá de eso, no creo que haya posibilidad de que, después de
leer este capítulo, no entiendas el significado de vivir y no existir. Me
parece que no necesitás más que leer este capítulo. Simplemente te pido
que, nuevamente, puedas prestar atención a todo lo que vas a leer.
Los seres humanos estamos acostumbrados a vivir pensando en que
mañana nos vamos a despertar. Vemos la vida como lo normal, lo
cotidiano, lo de todos los días. Nada nos puede pasar, nos creemos
inmortales. ¿Alguna vez le tuviste miedo a la muerte? Es un tema muy
amplio y mi intención no es crear nuevas crisis existenciales jajaja. Pero
la cosa viene por ahí. El punto del que parte todo, más allá del
sufrimiento, es la muerte.
Mis papás no me habían contado. Lo descubrí yo sola. Yo sabía que mi
amiga estaba internada como yo, y hacía unos días que no hablábamos.
No tenía comunicación, pero no me había preocupado por ella. Yo no
sabía que la enfermedad de verdad podría llevarse a las personas. No
llegaba a comprenderlo ni a verlo.
Sonó mi celular. Atendí emocionada, ilusionada, feliz y contenta porque
al fin mi amiga me estaba llamando. Iba a hablar con ella después de
tanto. Atendí. Era la mamá.
—Hola Cele, ¿está tu mamá? —me dijo.
Un “sí” y le pasé el celular a mi mamá. Se fue afuera de la habitación. Y
yo sabía bien que no estaba pasando nada bueno cuando mi mamá pasó
por esa puerta. Tenía catorce años, pero sabía que si me quisieran
ocultar algo, era tan fácil como salir de la habitación. Lógica pura o el
                                                                             44
conocimiento adquirido de cualquier humano que vio alguna escena de
película donde le ocultan al paciente la noticia recibida de parte de los
médicos. Eso de salir afuera no me indicaba cosas buenas.
Después de mucho tiempo, mi mamá volvió a entrar. Se la notaba un poco
rara. Evadía el tema, pero básicamente me dijo que mi amiga estaba muy
mal, internada en terapia intensiva. Yo quería hablar con ella, pero me
decía que no la moleste.
Pasaron los meses, yo me recuperaba. Sin que mis papás supieran, le
mandaba mensajes. No le llegaban y ella nunca contestaba. Entendí sola
que no se trataba de que mi amiga estuviera muy mal en terapia intensiva.
Me ocultaron esta verdad por mi bien, supongo que no era buen momento
para que yo me pusiera mal. Siempre supe que ella se fue de este
mundo.
En ese momento, entendí la fragilidad de la vida. No sé nada de tu vida,
tu pasado ni presente, no sé si tenés más bendiciones que dolores, o
más dolores que bendiciones. Pero sí hay algo de lo que estoy segura.
Algo que sí sé que tenemos vos y yo, es la vida. No importa lo que haya
alrededor, quienes estén o no estén, lo que te falte, lo que hayas sufrido
en tu pasado. En este momento no importa nada más que saber que:
estás vivo/a.
Los seres humanos estamos acostumbrados a vivir pensando que mañana
nos vamos a despertar. Y te lo vuelvo a decir porque quiero que
entiendas que el hecho de tener la vida ya es demasiado. Si creías que
no tenías motivo para empezar a vivir y no existir, estabas equivocado/a.
Si pensabas que lo que tenías no era suficiente, estabas equivocado/a.
Porque lo más valioso que tenemos vos y yo es la vida. Es la oportunidad
de vivir. La oportunidad de respirar y tomar el control de nuestra propia
vida.
Vos hoy podés vivir miles de experiencias que otros no. ¿Qué te falta?
¿Cuál es tu excusa? Hasta el capítulo anterior te puedo llegar a aceptar
alguna que otra excusa, puedo llegar a aceptar que me digas que te falta
tal cosa o que vos no viviste tanto dolor como para entenderlo y valorar
la vida. Pero acá no. Acá no voy a aceptar que me des excusas. Acá te
quiero decir que no importa tu situación, no me vengas con excusas. No
importa dónde vivas, no importan tus recursos, no importa lo que te falte.
                                                                             45
Vos tenés la vida que otros no tienen. Vos tenés la oportunidad de estar
en este mundo. ¡Aprovechá ese tiempo que tenés! Vos podés lograr
mucho más de lo que pensás, y no te lo digo yo, te lo dice el simple
hecho de estar vivo/a.
Perdón si fui muy dura en el párrafo anterior, pero no puedo ignorar el
hecho de que nosotros estemos vivos y desperdiciemos tanto esa
oportunidad. No tenemos excusas, no tenemos razones para estar
quejándonos de todo, todo el tiempo. BASTA de ponerle más esfuerzo a
quejarse que a vivir el momento. Ser feliz no tiene que ver con tener
más cosas, ser feliz tiene que ver con saber que la vida ya basta. Y
cuando te das cuenta de que teniendo la vida ya tenés demasiado,
empezás a hacer cosas, empezás a crear, a vivir más y existir menos. No
te das cuenta y ya lograste un montón. Cuando menos lo pensabas,
llegaste súper lejos.
Pero nada de esto va a ser posible si no dejás de perder tiempo mirando
la vida del otro y deseando sus cosas. Diciendo “yo sería feliz si tuviera”,
“obvio que sería feliz si fuera tal persona”, “es imposible no ser feliz si
tenés tal cosa”. Y así miramos más al resto que a nosotros mismos. Así
perdés el tiempo de tu propia vida, que vale mucho. Valés mucho y lo
estás dejando de lado por mirar la vida de otros.
—“Claro Celeste, vos porque seguro ahora estás re bien y sana, y así sí
que es fácil”.
Y ya sé que algunos pensaron en eso. Podría ser algo que piense yo
misma. Así como yo tuve mis problemas, vos tenés los tuyos. Vos podés
lograr tanto como yo. Vos tenés lo primordial, tenés lo fundamental para
llegar lejos. Vos tenés la vida. El problema es que en vez de pensar en
vos, estás pensando en otros.
Si te preguntaste por mí, entonces quiero contarte que estoy rodeada de
problemas, preocupaciones, e incluso todavía dolores físicos y
enfermedades con las que sigo cargando.
Si pensabas que yo ya había vuelto a ser esa persona “normal” que tiene
una rutina “normal”, te equivocaste. Me presento a mitad del libro. Mi
nombre es Celeste Iannelli, y mientras escribo estas palabras, tengo
dieciocho años. Escribo en este momento este libro con intención de que
las personas puedan vivir la vida tanto como lo hago yo desde que lo
                                                                               46
entendí.
Desde afuera supongo que se ve todo muy lindo. Y lo es, todo es muy
lindo en mi vida. Pero no lo es porque tenga dinero, no porque no tenga
problemas, no porque no me critiquen, no porque esté sana, no porque
hago lo que quiero. Mi vida no es linda porque “lo tengo todo”. Mi vida es
linda porque entendí que me basta tener la vida para que sea linda.
Quisiera que hagamos un paréntesis antes de seguir con esto, solo para
que puedas entender un poco más.
                                                                             47
6
HOLA
ME LLAMO MATEO. TENGO 9 AÑOS. VIVO EN UNA CASA CON
MUCHOS CHICOS. NO ES MI CASA DE VERDAD, PERO ES DONDE
DUERMO, COMO Y JUEGO.
A VECES EXTRAÑO A MI MAMÁ. NO ME ACUERDO BIEN DE SU CARA,
PERO ME ACUERDO DE SU OLOR. ERA LINDO.
HAY UNA SEÑO QUE ME LEE CUENTOS ANTES DE DORMIR. YO
SIEMPRE ELIJO UNO QUE TIENE UN PERRITO QUE ENCUENTRA
UNA FAMILIA. ME GUSTA PENSAR QUE UN DÍA ALGUIEN VA A
VENIR Y ME VA A ELEGIR A MÍ.
CUANDO ESTOY TRISTE, ME PONGO UNA MANTA EN LA CABEZA Y
HAGO COMO QUE SOY INVISIBLE. PERO DESPUÉS VIENE TOMI,
QUE ES MI MEJOR AMIGO, Y ME DICE: "SALGAMOS A CORRER,
MATEO". Y AHÍ ME RÍO OTRA VEZ.
UNA VEZ VINO UNA SEÑORA Y ME PREGUNTÓ QUÉ QUERÍA DE
REGALO. YO LE DIJE: “UN ABRAZO LARGO”. ME LO DIO. FUE LO MÁS
LINDO DEL DÍA.
SI VOS ESTÁS LEYENDO ESTO Y TENÉS MAMÁ, PAPÁ, O ALGUIEN
QUE TE DÉ BESOS CUANDO TE VAS A DORMIR… ABRAZALOS FUERTE.
YO HARÍA ESO SI LOS TUVIERA CERQUITA.
BUENO, ME TENGO QUE IR. VAMOS A MERENDAR.
CHAU,
MATEO, UN NENE EN UN ORFANATO
5 DE SEPTIEMBRE 2020
6. (Un paréntesis)
Durante mi vida hice muchas actividades diferentes como hobbies, pero
desde que conocí el vóley, sabía que era mi deporte. Empecé a
practicarlo en el colegio, en un taller fuera del horario escolar. Me
gustaba mucho, y quería perfeccionarme en eso. Fuimos con mi prima a
un club de la localidad donde vivimos. Ella es un año menor que yo, pero
entramos juntas a la misma categoría.
Empezamos esta aventura del vóley al mismo tiempo. Me acuerdo del
primer entrenamiento y del avance de las dos en el mismo deporte.
Fueron pasando los meses y creamos, de ese espacio, una parte de
nuestra vida.
Entrenábamos juntas, pasábamos las horas libres juntas, los fines de
semana jugábamos juntas, y así el vóley empezó a ocupar una gran parte
de nuestras vidas. Veía a las chicas más grandes y soñaba con jugar
como ellas algún día. Disfrutaba el vóley, amaba ser parte de un equipo y
en cada entrenamiento sentía que me perfeccionaba todavía más.
Hasta que, bueno, alguien tuvo que dejar la cancha, y como saben, no fue
mi prima.
Empecé a sentirme mal en los entrenamientos. Sentía que hacía las cosas
mal. No lograba concentrarme en el juego, no entendía las estrategias
que el entrenador explicaba. No entendía por qué no podía entender. Me
empezaba a salir todo mal. De ser una buena armadora, pasé a ser una
jugadora perdida adentro de la cancha.
El entrenador lo notó. Yo me daba cuenta de que lo notaba. Era inevitable
darse cuenta de que algo andaba mal en mí.
Tengo que admitir que llegué al punto de querer dejar el vóley. Quería
dejar todo mi esfuerzo y entrenamiento por esos momentos malos que
estaba teniendo en la cancha últimamente. La pasaba mal, no entendía
por qué, pero las cosas no me salían como antes. Pensaba que era un
problema mío, pensaba que tenía que ver con la adolescencia. Eso que te
meten en la cabeza y te hacen sentir que todo es tu culpa.
Los gritos del entrenador mientras yo estaba en la cancha, la presión de
                                                                            50
tener que ganar y correr tras una pelota que no podía correr. No podía,
simplemente no podía, no me salía. No era capaz de prestar atención y
concentrarme.
Después empecé a enfermarme: de una cosa, de otra, y otra. Y tantas
patologías diferentes me hicieron estar como un mes y medio sin ir a
entrenar. No sabía cómo explicarle al entrenador que lo que estaba
viviendo era real. Me enfermaba de algo, me curaba, y a los días estaba
enferma de vuelta.
Estaba cansada de recorrer doctores, consultorios y clínicas distintas sin
tener una solución. Me sentía una mentirosa. Me hacían pensar que todo
era culpa mía. Pero yo le ponía todas las ganas, le ponía todo el
esfuerzo. Cada día me levantaba con esperanzas de retomar mi vida
pasada, pero no me salía. No dependía de mí.
Entonces, un día, una doctora le hizo caso a mi mamá. Me hicieron un
análisis de sangre. Me internaron. Me diagnosticaron cáncer.
Me dijeron:
 —“Vas a hacer un tratamiento de dos años, te vas a curar y vas a volver
a tu vida normal.”
Mi vida normal, para mí, significaba colegio y vóley.
Pasaron muchas cosas en el medio. Pasó algo que me cambió la vida y se
resume en dos palabras: tratamiento oncológico.
Volví al colegio. Volví a tener mi cuerpo. Volví a esa rutina. Me curé. Era
verdad todo eso. ¿Pero saben algo?
Aproximadamente llevo unos 1383 días sin poder entrar a una cancha de
vóley. Llevo años sin poder tirarme al piso por una pelota. Llevo días y
días deseando al menos tener un momento en un partido con mis amigas.
Que venga la pelota y me toque agarrarla a mí, tirarla bien alto y volverla
a recibir para pasarla del otro lado.
Llevo cientos y cientos de días esperando a que la promesa de esa
doctora se cumpla. Y voy a seguir recolectando días, en donde
probablemente cuando leas estas palabras ya lleve muchísimos más.
                                                                              51
¿Y? ¿Eso me impide ser feliz? ¿Qué voy a hacer? ¿Me voy a frustrar por
no poder hacer algo que no puedo controlar? ¿Voy a despertarme cada
día de mi vida enojada porque todavía no puedo jugar al vóley?
Hacer eso tiene un nombre y se llama: “excusas”.
Si voy a decir que no puedo ser feliz porque hay algo que quiero hacer y
no puedo, entonces estoy mirando para otro lado y desperdiciando mi
vida por poner excusas.
Obvio que es un sueño para mí, entrar a la cancha con mi camiseta
número 9 y que mis amigas estén ahí conmigo. Jugar un partido, el
partido más emocionante de mi vida. Correr tras la pelota y que se me
caiga enfrente. Perder el punto para tomar fuerzas y dejar en claro que
otra vez no me volvería a equivocar.
Obvio que extraño los entrenamientos y partidos. Obvio que sería feliz si
pudiera jugar al vóley.
Pero el punto es ese: que ahora no puedo. El punto de todo esto es que
no lo tengo y no lo puedo cambiar.
Y no estoy hablando de circunstancias de la vida, de trabas económicas
o sociales que no me dejen jugar al vóley. No puedo porque mi cuerpo no
me lo permite. No puedo entrar a la cancha por más que quiera, porque
mis caderas están dañadas. En ambos lados de mis caderas hay un hueso
muy importante que vos y yo tenemos, pero yo lo tengo como “muerto”.
Y así como esta enfermedad que apareció como producto del tratamiento
oncológico en mis caderas, tengo mis hombros dañados, probablemente
por el uso de muletas.
Todo ese tiempo que yo creía que iba a estar jugando al vóley, terminó
siendo todo lo contrario. Todo ese tiempo tuve que cargar mi cuerpo
sobre dos muletas que cada día le agregaban un poquito más de dolor a
mis hombros.
Por más que quiera, no puedo jugar al vóley. Y esa es mi realidad.
Y aunque es verdad que si pudiera entrar a una cancha de vóley sería muy
                                                                            52
feliz, aprendí que con tener la vida ya es suficiente y demasiado como
para ser feliz.
                                                                         53
7
                                               18 de agosto de 2021
Hola,
No sé muy bien para quién escribo esto. Tal vez para mí mismo. Tal
vez para vos, que todavía tenés tiempo.
Hoy es martes… o jueves, no estoy seguro. Acá los días se parecen
mucho. Hay olor a sopa y lavandina. En el fondo suena la tele,
siempre en el mismo canal. Pero lo que más se escucha es el silencio.
Un silencio largo.
Hace unos meses que nadie viene a verme. Al principio me ponía la
camisa linda cada tarde “por si venían”. Ahora la dejo colgada. Igual
la miro. Me gusta imaginar que me la pongo y me esperan con
abrazos.
Extraño cuando me decían “¿me contás otra historia, abuelo?”
Extraño el desorden de la casa, los gritos, el timbre sonando, los
pasos corriendo por el pasillo.
Acá todos caminamos despacio. Algunos ya no se acuerdan ni de su
nombre. Yo sí me acuerdo. Me acuerdo de todo.
 Y cuando me acuerdo, lloro bajito. Porque no es tristeza. Es que
viví cosas tan hermosas, que a veces duelen de tan lindas.
Si estás leyendo esto y tenés un abuelo o una abuela… andá a
visitarlos. Aunque sea cinco minutos. Aunque no sepas qué decir. El
solo hecho de estar puede llenar años de soledad.
Y si no los tenés… entonces abrazá fuerte a los que sí están.
Con amor,
Alfredo
(pero me decían “el Tata”), un abuelo en un geriátrico
7. No me hace falta nada más                                          (2/2)
Me sacaron lo que más amaba hacer en la vida, ¿entienden? Me sacaron
la oportunidad de hacer algo tan simple como lo es jugar al vóley. Un
deporte, algo que muchas personas viven y practican como parte de su
rutina. Yo no lo tengo más, desde hace años.
Hace años que no puedo entrar a una cancha de vóley y simplemente
jugar con mis amigas a unos pases. No puedo, y no tengo otra elección.
¿Y? ¿Por eso voy a detener mi felicidad? ¿Porque hay algo que no
puedo hacer? ¿Porque hay algo que deseo tener con todo mi corazón,
pero no tengo? Si ese fuera mi pensamiento, no lograría la felicidad
jamás. No sé cuánto tiempo más voy a pasar sin poder jugar al vóley,
pero sí sé que, si un día vuelvo, voy a tener igualmente problemas en la
vida.
Siempre algo me va a faltar. Y el punto no es dejar de luchar por ello,
sino ser feliz en la transición, ser feliz en el proceso. Porque la vida es
un constante proceso. Cuando obtenés algo, vas a descubrir nuevas
cosas que querés obtener. Nunca estamos 100% satisfechos con lo que
tenemos, y está bien, así logramos muchas cosas. Pero el proceso tiene
que disfrutarse, en el proceso yo soy feliz.
Aprendí a ser feliz en el peor proceso que tuve que pasar: en ese
tratamiento oncológico interminable. Cada día era dolor y sufrimiento,
pero de igual modo, era feliz. El proceso no es solo para existirlo, el
proceso es para vivirlo. Si entonces no soy feliz en el proceso, no voy
a lograr ser feliz nunca, porque los seres humanos estamos en proceso
constantemente durante nuestra vida.
Actualmente estoy en proceso, tengo muchos procesos, al igual que vos
y que todo el mundo. Por eso, cuando miramos a otros y pensamos que,
si fuéramos esa persona, seríamos felices, o si tuviéramos lo que tiene
esa persona, seríamos felices, nos estamos autoengañando.
Estamos buscando excusas para no ser felices en nuestro proceso.
Estamos solo viendo los logros del resto para salir de nuestro camino del
proceso. Y así, jamás seremos felices en nuestro propio camino a
obtener lo que queremos.
                                                                              56
Un día a la vez, día a día. Así vivo yo. Mientras tanto, lucho cada día para
llegar a un resultado en cada sector de mi vida.
Normalmente, solo vemos los logros. Por eso creemos que, si tuviéramos
los logros de los demás, seríamos felices. Pero ¿y tus logros?
Seguramente son vistos por otras personas que creen lo mismo sobre
vos. ¿Te imaginás lo que pasaría si cada persona solo se enfocara en
disfrutar su proceso y dejar de ver los logros del resto?
Pensá nuevamente en las excusas que me estabas poniendo al principio.
Pensá bien si realmente son excusas que valen.
Yo no conozco para nada tu situación, tu caso, tus recursos. Sé que,
como seres humanos, somos todos muy distintos y vivimos diferentes
experiencias. No voy a decirte que vas a lograr muchas cosas, pero voy a
decirte que podés elegir lograr muchas cosas. La vida te es suficiente
para llegar lejos, el resto depende de vos.
Y sí, es verdad que a veces son necesarios recursos que no tenemos.
Pero si no empezamos a luchar por eso que queremos, te aseguro que
alguien más va a ocupar nuestro lugar. Alguien que se anime a hacer lo
que vos todavía no hiciste.
Es verdad, a veces ese alguien más es alguien con contactos, es alguien
con dinero, poder o fama. Pero por ese pensamiento que solemos tener,
quiero hablarte desde lo que yo logré.
No tenía dinero, no tenía poder, no tenía contactos, no tenía fama. Tenía
una enfermedad. Todo era lo contrario a lo que debía ser para lograr
mucho, para llegar lejos y cumplir muchos sueños. Pero esta misma chica
que en sus últimos años de colegio decidió ser feliz en el proceso con
apenas aprobar todas las materias, escribió (hasta ahora) tres libros,
llegó a millones de personas, ayuda actualmente a miles de personas
diariamente a través de redes sociales, logró cumplir su sueño de ser
actriz en una de las cadenas de televisión más importantes del mundo
(Disney Channel), viajó a diferentes provincias en la Argentina para hablar
con pacientes oncológicos cara a cara, ganó premios y sigue por más y
más y más.
¿Y sabés qué? Esos son solo mis logros. Esos son los resultados visibles
para el mundo. Pero para llegar a cada una de esas metas, tuve un
                                                                               57
proceso. Procesos duros, difíciles, llenos de oposiciones, problemas,
emociones… y podría hacer una lista muy larga.
Ahora mismo estoy en proceso. Pero nada de lo que el proceso me
ponga en el camino va a impedir mi felicidad.
Y siempre llegamos al mismo punto: si el proceso no lo disfruto,
entonces jamás voy a lograr la felicidad, porque estoy en proceso 24/7.
Pensá en tu proceso. ¿Realmente creés que cuando termine ese
sufrimiento, ese dolor, ese malestar, esa emoción, ese sentimiento, esa
oposición… vas a lograr ser feliz?
Sí, capaz que sí. Pero por un par de días. Porque vivimos en un mundo
habitado por personas imperfectas y vamos a vivir constantemente
rodeados de problemas. Los problemas no se van a ir nunca, pero la
clave está en lograr disfrutar el momento hasta que se vayan esos
problemas.
La enfermedad que tengo en las caderas sigue ahí, y medicinalmente no
hay cura. La solución que los médicos le dan a esta enfermedad es cortar
el hueso y poner una prótesis. Después de esto, volvería a hacer las
actividades que puede hacer una “persona con una vida normal”.
Pero mientras tanto, vivo mis días con dolores en todo el cuerpo, y hasta
que llegue el día en el que me operen, va a ser así. Voy a tener que llevar
dolores encima día a día (y es lo que estoy haciendo).
¿Y? ¿Qué hago? ¿Me pongo triste y me quedo llorando en la cama todo el
día? ¿Cuántas cosas voy a lograr de ese modo? No muchas. Y no fue lo
que hice para que hoy en día haya cumplido los logros que te mencioné
anteriormente.
Entonces, dejá de lado las excusas, ponete a trabajar con lo que tenés,
ponete a disfrutar el proceso. Sea cual sea el problema que estés
teniendo, no pienses que para ser feliz debe llegar el día de la meta.
Porque una vez que llegás a esa meta, se te pone otra, y otra, y otra; y la
vida constantemente te va a estar tirando procesos. Unos más fuertes
que otros, pero vas a vivir en constante proceso.
Retomando lo que quería decir en la parte uno de este capítulo dividido,
                                                                              58
es que sí, Celeste Iannelli logró muchas cosas por las cuales puede ser
feliz, cosas que la hacen feliz.
Pero así como llegué a eso, tuve que también pasar por muchas cosas
que podrían haber sido fácilmente motivos de tristeza, motivos de
desánimo, motivos para decir: “no soy feliz porque tengo esto, me falta
esto, no puedo esto, me siento así, me dicen esto, etc. etc. etc.”
Los motivos están. Y son suficientes como para hacerles caso y no
disfrutar el proceso. Pero ups, pequeño detalle: yo quiero ser feliz todo
el tiempo que pueda.
Y sé que hay gente que ve esto como una como una obligación que me
impongo a mí misma. ¡Y no! Para nada. No me siento ni presionada ni
obligada por mí ni por nadie a ser feliz. Soy feliz y decido enfrentar los
problemas con felicidad porque yo quiero, porque yo soy quien decide
esto. Porque no le veo sentido a estar mal todo el tiempo, cuando puedo
estar bien todo el tiempo. Y más si hablamos de cosas que no puedo
controlar.
Y después de que me hayan dado la segunda oportunidad de vivir la vida,
lo quiero hacer al máximo.
No crean que soy un robot. Obvio que me doy el tiempo para tener
emociones como cualquier otra persona. Pero logré aprender que
permanecer allí dentro, en el pozo de las emociones que no me llevan a
nada, depende de mí.
A veces no podemos controlarlo, y está bien. Está bien estar mal. Está
bien llorar. Está bien poder tener momentos bajos. Pero lo importante es
salir de ahí y permanecer más tiempo de esta vida arriba que abajo.
Saber hacer que mi felicidad no dependa de mis emociones. Poder
reconocer que, como humanos, tenemos momentos bajos en la vida,
momentos de transición, momentos que pronto van a terminar.
Me resulta muy difícil hablar sin conocer en absoluto la vida de la otra
persona. Me refiero a que estas palabras pueden llegar a personas a las
cuales no conozco nada de su historia, y decirte a vos qué hacer y qué
no hacer, sin siquiera saber un poco de tu vida, me hace sentir muy
egoísta.
                                                                             59
Por eso te pido perdón si sentís que tu situación es demasiado grande y
dolorosa como para poder ser feliz en el proceso. Perdón. Yo solo hablo
desde mi experiencia. Cuento lo que a mí me sirve, cuento desde mi
punto de vista, cuento desde lo que soy y cómo lo logré.
Y de paso, sabiendo que esto ayuda a las personas, lo utilizo para eso.
Pero soy una persona, soy humana y a veces me equivoco. No estoy en
tus zapatos, pero desearía que al menos algo de lo que viví, pueda ser
de ayuda para que puedas vivir tu vida con un poco más de alivio.
Los seres humanos estamos acostumbrados a vivir pensando que mañana
nos vamos a despertar.
Y si no fuera así, ¿qué cosas harías que no estás haciendo?
Y cuando pongas excusas, acordate: tenés la vida.
¿No te parece más que suficiente?
Sé que puede sonar fuerte hablar de esto, pero es la verdad.
Y espero que entender que la vida es frágil, al menos nos sirva para
entender que no necesitamos más de lo que tenemos para ser feliz.
                                                                          60
8
                                               4 de octubre de 2019
A quien alguna vez fui…
Te escribo desde esta celda fría, donde cada día tiene el mismo
color. Donde el tiempo no pasa… o pasa demasiado lento.
Acá adentro uno se encuentra con sus propios fantasmas. No hay
mucho donde esconderse. No hay disfraces. Solo vos, tu pasado, y
el eco de tus errores.
 Me equivoqué. Hice cosas que no puedo deshacer. Y más de una
noche me dormí deseando volver atrás. Pero no se puede. Lo único
que me queda es aprender. Y cambiar.
¿Sabés qué extraño? No la libertad de caminar por la calle, sino la
libertad de elegir bien. De mirar a alguien a los ojos sin miedo, sin
vergüenza. Extraño el “te quiero” de mi vieja, que me lo decía
aunque yo nunca lo contestaba. Extraño sentarme a la mesa, aunque
sea con pan y mate, pero con alguien que me mire como si todavía
valiera la pena.
Acá adentro aprendí que uno puede estar preso en muchos lugares,
incluso afuera. En el orgullo, en la bronca, en el "ya fue".
 Y también entendí que la libertad más grande no es salir de estas
rejas… es perdonarte.
Si tenés la chance de empezar de nuevo, hacelo. Si estás en paz con
los tuyos, valoralo. Si todavía te queda alguien que te ame,
agradecé.
 Y si alguna vez te tropezás, no te quedes en el piso. Aprendé.
Levantate. Que no te pase como a mí… que tuve que perderlo todo
para abrir los ojos.
Con sinceridad,
Lucas
Desde una celda de prisión
8. Ser como niños es mejor
“Maestra jardinera” me veían. Me encanta jugar con niños, me encanta
aprender de ellos, me encanta volverme uno de ellos. Los niños son de
las mejores cosas que este mundo tiene. Antes amaba a los niños, pero
nunca tuve una respuesta al por qué. Hoy sí la tengo, o al menos en una
mínima parte, puedo responder y entender por qué son tan especiales.
Considero que los niños son aún más maduros que muchos de nosotros.
—“Pero, ¿cómo Celes? Si ser maduro es completamente lo contrario a
ser un niño.”
Según la psicología, la madurez es la capacidad de responder al medio
ambiente. Ser consciente del momento y el lugar correctos para
comportarse, y saber cuándo actuar de acuerdo con las circunstancias y
la cultura de la sociedad en la que uno vive.
Y eso me convence más todavía de que los niños son maduros. Ellos no
piensan mucho, ellos actúan. No se estresan queriendo ser lo mejor de lo
mejor, no se creen mejores que nadie, no se guían por lo que el resto
hace, sino que cada uno hace lo que tiene ganas y fin.
Los niños siguen lo que tienen dentro. Los niños tienen la posta, y creo
que nosotros somos los inmaduros que le queremos buscar una razón a
todo, y nos esforzamos tanto por querer ser perfectos, cuando eso no
existe.
Todos somos humanos, pero los niños pareciera que aún son más
humanos que nosotros. ¿Por qué? ¿Porque son más buenos? ¿Porque son
más bondadosos? No. Sino porque los adultos pierden más tiempo de su
vida en pensar, en razonar, en decir “no puedo”, en buscar excusas, en
analizar la situación, en crear estrategias, en pensar consecuencias, en
ser ansiosos, en tener miedo.
Mientras que en todo ese tiempo, el niño ya actuó. Ya hizo. Ya se lanzó a
ir por lo que quería, sin tantas vueltas.
La vida de los humanos a veces es muy complicada, pero porque
                                                                            63
nosotros la hacemos complicada.
¿No podemos seguir el ejemplo de los niños y ser un poco más felices,
en vez de conectar el cablecito de “robot” a nuestro cuerpo humano?
¿Cuántas cosas hubieses logrado si hubieses actuado como niño, no?
—“Pero Celeste, también hay que tener cuidado, hay que ser
responsable, no podemos llevarnos la vida por delante como si todo
fuera tan fácil.”
Tranquilos, tranquilos, que Celeste sabe que la vida no es tan fácil.
Tengo bien en claro que no es fácil vivir controlado por el sistema robot y
de la nada pasarlo a modo humano.
Lo sé porque tuve que chocarme con la realidad de la muerte para
entenderlo.
¿Se dieron cuenta cómo todo cambia cuando nos damos cuenta de esto?
Cuando nombramos a la muerte, hay algo dentro que nos activa las ganas
de vivir y hacer lo que se nos dé la gana, sin pensar tanto. Tenemos
ganas de llevarnos el mundo por delante y empezar a vivir más y pensar
menos.
Pero lástima que ese sentimiento solo dura unos momentos. Ya hasta te
lo habías olvidado. Seguro te hiciste muchas preguntas en el último
párrafo. Seguro criticaste mis palabras y forma de pensar hasta llegar a
la palabra “muerte”. Y lo sé, porque yo hice eso.
Mientras escribía pensaba:
 —“Celeste, pero no es tan fácil todo esto que decís.”
 —“Cada persona que va a leer esto tiene una historia diferente, tiene
responsabilidades que ni conocés…”
 —“No es tan fácil lograr volverse como niño.”
Pero al fin y al cabo, ¿qué tiene de malo incentivar a las personas a vivir
en serio?
¿Qué tiene de malo decirles que abran los ojos a ver lo que realmente
importa y a preocuparse menos por la superficialidad que le dimos al
mundo?
                                                                              64
Los niños viven su vida como si nada les importara.
 Y es cierto, ellos tienen a un adulto que se encarga de las
responsabilidades que no pueden cumplir (hacerse la comida, ir al baño,
elegir lugar donde estudiar, cuidarse de los peligros, etc.).
Por eso, no quiero transmitirles el mensaje de “a partir de ahora, que no
te importe nada y hacé lo que se te dé la gana con tu vida”.
 Es algo parecido, pero exactamente eso no es, jaja.
A lo que voy es:
¿Cuántas cosas no hiciste o no hacés por miedo a lo que digan los
demás? ¿A cuántas cosas les ponés límites por razones que no vienen de
adentro tuyo? ¿Cuántas cosas tenés ganas de hacer o decir, pero no las
hacés porque la sociedad te limita? ¿Cuántas cosas hay dentro tuyo que
no salen afuera porque te hicieron creer que no servís para nada?
Persona que lee este libro, y que lo sigue leyendo: simplemente quiero
que entienda que la vida es tan hermosa como para desperdiciarla y
limitarse a disfrutarla por culpa de los demás.
Porque al fin y al cabo, siempre vas a tener personas que no estén de
acuerdo con lo que hagas o digas, siempre vas a tener oposición en tu
vida, siempre le vas a desagradar a alguien.
E intentando complacer a todo el mundo, te vas a volver loco/a, te vas a
volver un robot del sistema que intenta hacer todo perfecto porque si
otros lo hacen, a mí no me puede salir mal.
Los otros también son humanos, ¿sabías? Y muchas veces lo único que
vemos de los demás humanos, es superficialidad. Es mentira. Es filtro.
Solo quisiera que las personas entiendan que estresarse por ser
perfectos es un desperdicio de tiempo. Tener tanto cuidado a la hora de
decir algo, es desperdicio de tiempo. Pensar mil veces antes de hacer
algo, es desperdicio de tiempo.
Y si encima terminás optando por el “no”, estás aún desperdiciando algo
más que el tiempo: estás desperdiciando tu propia vida.
Porque, ¿quién es la persona que camina en tu camino? ¿Vos o los
                                                                            65
demás? ¿Vos o la sociedad?
¿Quién es esa persona que va a quedarse con vos hasta el fin de tu vida
en la Tierra? ¿Vos o el resto?
Sos vos. Entonces, ¿por qué intentamos complacer tanto al resto?
 ¿Por qué intentamos agradarle a la mayor cantidad de personas?
 ¿Por qué actuamos para ser algo que no somos?
 ¿Por qué me privo de hacer tantas cosas que realmente quiero hacer,
por culpa del resto?
Solo una pregunta más, que quiero hacerte del corazón para que
reflexiones acerca de esto. Porque de nuevo digo: este libro no quiero
que sean palabras lindas o una recopilación de la cabeza de Celeste
Iannelli.
Quiero que puedas sentir y cambiar tu mirada de la vida, así como
muchas personas que entran a mi Instagram me cuentan que ya lo
hicieron, lo cual fue la inspiración a escribir este libro. Y dudo que esa
gente, al pasar los días, semanas y meses, sigan con esa primera mirada
que encontraron al stalkearme y ver mi contenido.
Esto es algo de todos los días. Esto es algo de despertar y pensar por
qué quiero vivir hoy.
¿Quiero vivir hoy, o solamente estoy cumpliendo con lo que estoy
acostumbrado/a a hacer desde hace años?
¿Y por qué no puedo cambiar eso? Es una elección.
Cambiar tu forma de vivir no está determinado por la cantidad de años
que lleve tu cabeza en un sistema que solo tiene horarios y cumple con
sus responsabilidades.
Cambiar tu estilo de vida depende de vos. La decisión está en tus manos.
Podés seguir existiendo, o podés empezar a vivir. Vos elegís.
Y para esto no existe tiempo, no existe un “mañana me pongo la alarma”.
Es ahora.
Es ahora empezar a hacer lo que dentro tuyo queda pendiente por hacer.
                                                                             66
Me imagino gente adulta, leyendo estas palabras y pensando cosas
como:
—“Vos seguro lo decís porque no tenés que mantener a nadie.”
Sepan que al escribir estas palabras intento tener la mayor empatía
posible con ustedes. No conozco la historia de cada lector ni la situación
que está viviendo. Y como probablemente se dieron cuenta, ese es un
pensamiento que aparece constantemente dentro de mí, y viene a querer
abortar la misión de escribir este libro.
Porque:
 —“Celeste, imaginate la cantidad de personas que te van a criticar por
esto.”
 —“La cantidad de personas que van a pensar que sos una inmadura de
dieciocho años que no tiene responsabilidades y por eso escribe estas
pavadas.”
 —“Celeste, no podés venir a decirle a las personas que deberían
empezar a cuestionarse cómo viven su vida…”
Pero sepan que, como les dije, yo no me fijo en lo que las personas
puedan decirme, y gracias a seguir ese consejo, este libro está en tus
manos.
Por eso me gusta decirles: yo no estoy escribiendo esto para
cuestionarles su vida. Lo único que hago es cuestionarme la mía y
compartirlo con ustedes. Y desearía que, como consecuencia, se puedan
cuestionar a ustedes mismos.
Sé de antemano que este libro va a ser leído por personas de diferentes
familias, países y culturas. Nadie me lo dijo, ni siquiera tengo una
editorial que haya dicho que sí a este libro. Pero la fe es la certeza de lo
que se espera y la convicción de lo que no se ve.
Y estoy llena de fe. Así que, por lo tanto, lo sé aunque no haya ocurrido
aún.
Y por eso, quiero meterte como protagonista de este libro.
Admito que en este capítulo, te hablé mucho sobre mi mirada de la vida,
y a decir verdad, fue así en su mayoría del libro.
                                                                               67
Pero si sos una de esas personas que piensan en el “para vos es tan fácil
porque no vivís mi vida”, el próximo capítulo es todo tuyo.
                                                                            68
9
                                                12 de mayo de 2022
Hola…
Nunca pensé que iba a escribir algo sin haberlo visto antes. Pero acá
estoy. Aprendiendo a vivir a ciegas.
Perdí la vista hace siete meses. Un accidente. Un segundo. Un ruido
fuerte. Oscuridad. Así de rápido cambió todo.
Los primeros días no hablaba con nadie. Gritaba. Lloraba. Me enojé
con Dios, con la vida, conmigo. ¿Por qué a mí? ¿Por qué así? ¿Por qué
ahora?
Después me trajeron una radio. Y una psicóloga. Y me trajeron a
Mateo… mi sobrino. Se sentó al lado mío, me agarró la mano y me
dijo:
—“Tía, ahora te voy a prestar mis ojos”.
 Lloré. No de tristeza. Lloré porque él lo hizo simple. Porque con
sus 6 años me devolvió un poco de esperanza.
Todavía extraño muchas cosas. Ver la cara de mi mamá cuando me
escucha. Leer mis libros favoritos. Ver mi reflejo.
Ahora me describen el mundo. Pero no es lo mismo. Me da bronca.
Me duele.
Y sin embargo…
 Hoy escuché cómo una hoja se desprendía de un árbol. Escuché a
una nena reírse hasta que se le fue el aire. Sentí cómo alguien
lloraba detrás de una pared, aunque no decía nada.
 Antes no notaba nada de eso. Antes tenía los ojos abiertos, pero el
alma cerrada.
No te voy a mentir: sigo teniendo días grises. Pero aprendí que ver
no siempre es mirar. Y que hay gente que ve todo… y no ve nada.
Si vos podés mirar a los ojos a alguien, hacerle un gesto, decirle
“estás linda hoy”… hacelo. Porque nunca sabés cuándo va a ser la
última vez que puedas ver.
Con todo lo que me queda,
Lucía, una chica que perdió la vista de golpe
9. Tengo miedo de morir mañana
Yo sé que el hecho de haber tenido una enfermedad que atentó contra mi
vida no me habilita a poder decirte que no estás disfrutando de tu vida
como deberías, pero, ¿y si la persona que mañana dejara esta vida o le
sacaran todo lo que tiene fueras vos?
 ¿Realmente creés que estás disfrutando de todo lo que tenés como
deberías?
Hablo diariamente con personas que transitan el cáncer en carne propia o
de forma muy cercana, en familiares y amigos. Cuando entablo una
conversación con ellos, se suele repetir mucho esta frase:
 “Tengo miedo de morirme, tengo miedo de no estar mañana.”
¡Wow! ¡Qué increíble! Muy loco, ¿no?
—¿Qué cosa?
Eso de que no sabés si vas a estar mañana.
—¿Qué tiene?
Que es verdad. No lo sabés.
—¿¿??
Yo tampoco lo sé. Mi vecino tampoco lo sabe. En realidad, nadie lo sabe.
 Mirá, le pregunto al lector: Persona que lee, ¿usted sabe si mañana va a
estar acá?
—¿Qué dijo?
No me dijo nada, pero sabe muy bien que no tiene idea de lo que le va a
pasar mañana.
El problema es que no lo suele pensar.
 El problema es que los humanos nos olvidamos que no somos
inmortales.
                                                                            72
El lector no tiene idea de si mañana va a seguir vivo, de si mañana su
familia va a estar toda en la mesa para cenar, de si mañana sus amigos
van a estar para atender una llamada, o si la persona que le gusta, pero
por cierto orgullo o vergüenza todavía no le dijo nada, va a estar mañana.
 La persona que me lee está en la misma que vos y en la misma que yo.
 Nadie sabe si vos y yo vamos a estar mañana.
—Ok… Creo que entiendo. Pero, ¿qué hago? Porque sigo teniendo miedo
de no estar mañana.
Sí. Es verdad, tenés miedo a no estar mañana.
 No te dije nada nuevo. Lo diferente ahora es que el lector también lo
sabe.
 Antes, el lector pensaba que vos, por tener una enfermedad grave,
tenías que tener miedo a no estar mañana.
 Pero la persona que lee estaba tranquila con su vida porque… ¡claro! El
lector tiene la vida asegurada.
—¿Entonces ahora somos más los que tenemos miedo?
Puede ser. Pero eso no es lo que quiero que pase.
 El mensaje no es “mañana podés no estar, tené miedo de eso”.
 El mensaje es algo más como:
 “Mañana podés no estar, ¿por qué no disfrutás el momento de ahora?”
Ahora hablemos vos y yo:
—No es fácil, Celes… Te entiendo. Vos sos joven y querés vivir cada
momento al máximo. Tenés energía y fuerza, podés moverte bien y
seguro tenés muchos amigos con quien estar…
—Jajaja. Lector, por favor… parece que no me conoce todavía.
—Bueno, pero…
—¿Pero qué? ¿Qué? ¿Yo soy joven y usted no? ¿Es por eso? ¿Esa es la
mejor excusa que se le ocurrió para no vivir la vida como si fuera el
último momento que está viviendo?
—No me vas a entender, la energía es otra, la fuerza es otra. Cuando
                                                                             73
uno se vuelve más viejo ya no es lo mismo…
A los catorce años tuve el estado físico más deplorable que el de una
persona de ochenta años.
 Yo no podía levantarme sola de una silla.
 ¿Entendés lo difícil que es imaginarse no poder levantarse ni sentarse en
una silla, sola, sin ayuda y a los catorce años?
 Es hasta difícil para mí entenderlo y yo fui quien lo vivió.
 Y así y todo, en esa situación, donde mis piernas no aguantaban ni mi
propio peso (el cual no era mucho), aprendí a vivir cada momento y
disfrutarlo.
—Bueno, pero vos no tenés las responsabilidades que yo tengo…
Pero, pero, pero y pero.
 Te concentrás más en los peros y excusas que en intentar disfrutar este
momento.
 ¿Te diste cuenta cuántas excusas van y vienen en tu cabeza y no te
dejan ver lo que realmente tenés?
¿Qué más me vas a decir? ¿Tu familia? ¿Tu salud? ¿Tus amigos? Dale,
decime. Nombrame más excusas, lector.
Y así es como sucede.
 Así es como el ser humano se desconcentra de lo que tiene para
prestarle atención a lo que no tiene.
Esa parte débil de tu vida es la parte que te hace fuerte.
 Eso en lo que no tenés el total control, eso que te gustaría tener y no
poseés,
 esa persona que deseás y te da la espalda,
 o esa persona que quisieras sacar de tu vida y no te sale,
 esa enfermedad, esa situación económica, esa parte de tu familia que no
ves, esa decepción…
Ahí se encuentra lo que te hace fuerte.
Y no sos fuerte por tener esa debilidad.
 Sos fuerte cuando vos decidís ser fuerte sobre lo débil.
                                                                             74
Claramente, usted no conoce ni un cuarto de mi vida. Y por eso, así como
yo no tengo derecho a opinar de su vida, usted no lo tiene sobre la mía.
Quizás su mente piense mil excusas para decirme que este fundamento
no es válido para todas las personas.
 —“Vos no estás en mis zapatos.”
Claramente que no, persona que me lee. Y por eso lo que le cuento no es
mi vida.
Yo quiero que usted pueda fijarse en usted.
 Quiero que sepas que cada persona en este mundo tiene miles de
problemas en sus días.
Hay personas que tienen los mismos problemas que vos. Otros tienen
problemas que vos no tenés.
 Quizás yo tuve cáncer y vos no, pero vos sufriste algo que yo no sufrí
jamás.
 Y por eso, no te cuento mi historia para comparar tus problemas y decir:
 “Bueno, como ella sufrió todo esto, yo lo tengo que valorar.”
 No te estaría transmitiendo nada de lo que quiero si eso es lo que
entendiste.
A esta altura del libro me imagino al lector con una cara de:
 “¿Y entonces qué carajo me querés decir, nenaa?”
 Jajajaja.
 Sigamos y vas a entender.
No te fijes más en mí.
 No te fijes en comparar tus problemas, que te atan a no avanzar en tu
vida, por el simple hecho de querer demostrarme todas tus excusas.
 —“Claro, vos decís eso porque…”
 —“Y porque…”
 —“Y a vos esto no te pasó…”
 —“Y esto no lo vas a entender…”
Lector, le pido de corazón:
 no se fije en lo que el otro sufre o no sufre.
                                                                            75
 No se fije, porque primero que nada, no va a hacer otra cosa que nunca
avanzar.
 Y segundo: usted no sabe, no conoce la vida del otro.
¿A qué va todo esto?
 Mirá a tu alrededor.
 Tomate unos minutos para mirar todo lo que hay, todo lo que tenés.
 Todas las personas que sí están para vos.
¿Podés comer? ¿Podés hablar? ¿Podés caminar? ¿Podés respirar?
¿Podés mirar el cielo? ¿Podés escuchar música? ¿Hay personas que te
quieren?
¿Podés reconocer que sí hay cosas por las cuales podés ser feliz hoy,
ahora, en este momento?
De eso se trata la vida, lector.
Dejá de complicártela tanto porque solo se trata de eso.
La vida son momentos.
 Ahora es la vida.
 Tu vida es ahora.
¿En serio que después de toooodo lo que viste alrededor tuyo, me vas a
decir que se te hace imposible ser feliz?
 ¿Se te hace imposible seguir? ¿Sacar una sonrisa?
Lector, yo ni siquiera te conozco, y escribo esto con todo mi amor para
vos.
 Y estoy segura de que a tu alrededor mínimo hay tres motivos por los
cuales decir GRACIAS.
Sé que la vida no es perfecta. No es todo color de rosas.
 Seguro que hay ausencias, hay dolores, hay cosas que no puedo
imaginar yo.
Pero, solo por un momento pensalo:
 ¿Va a cambiar positivamente tu situación el pensar en eso
constantemente o vivir triste?
 Literalmente, ¡no tiene sentido enfocarse en lo negativo de nuestras
vidas!
                                                                          76
¡Nada va a cambiar!
¿Te das cuenta lo que pasa cuando dejamos de ver al resto?
 Cuando la mirada deja de estar en las excusas de “él tiene esto y yo
no”, “el otro puede hacer esto y yo no”… y todas esas excusas que
ponemos solo para no ver lo que tenemos a nuestra disposición.
¿Es poco? ¿Lo que hay a tu alrededor es poco?
 ¿Todavía necesitás meterte en el camino de otra persona para ver qué
tiene y qué no?
¡Lector, déjese de quejar un poco y viva más la vida!
 ¡Viva más el momento! Que quejándose lo único que hace es quedarse
en el mismo lugar de siempre.
¡Mirando todo el tiempo otras vidas, no va a poder avanzar en su propia
vida!
Cuando estaba en tratamiento, recuerdo uno de los momentos más
dolorosos a nivel físico que pasé.
 Esas llagas en mi boca que no me dejaban siquiera tragar mi propia
saliva sin dolor.
 Tenía catorce años, y lo que solía ver en redes todo el tiempo era:
—“Me quiero morir.”
—“Qué mal humor.”
—“Odio mi vida.”
Adolescentes de mi edad que no eran capaces de ver lo hermosa que es
la vida.
 Con toda mi bronca por lo que leía, les escribí un texto.
 Lo subí a Twitter y mi intención era hacerlos reflexionar.
El mensaje se centraba en todo el dolor que yo estaba pasando en ese
momento y, sin embargo, era feliz.
 No estaba de mal humor. No me estaba quejando de la situación.
 Aceptaba el dolor, no lo ignoraba. Pero a la vez era consciente de que
podían haber personas en situaciones mucho peores.
Y eso me hacía sentir agradecida por lo que yo sí podía hacer.
                                                                          77
Fue algo que aprendí en ese mismo momento, al darme cuenta que yo
tranquilamente podría ser ellos.
 Y probablemente, alguna vez, me haya comportado de esa manera en el
pasado.
Fijarse en lo que tengo, no en lo que me falta. Eso es.
 Esa es la verdadera clave de valorar la vida.
Vuelvo a repetir: yo no conozco la historia de usted.
Por eso no puedo decirle:
—“Tiene que ser feliz porque la vida es hermosa.”
No tengo derecho, porque yo ni siquiera conozco su vida.
Y si su vida es re complicada, ¿cómo me atrevo yo a juzgarla de esa
forma?
Y para eso escribo todo este libro.
 No para obligarlo/a a ser feliz y vivir la vida.
 Sino para que pueda reconocer y pensar en su propia vida:
¿Qué cosas hay ahí que sí valen la pena agradecer?
 ¿Qué cosas hay para decir GRACIAS?
 ¿Qué cosas existen, dentro de todo lo malo que pueda haber alrededor,
que sí son valiosas?
 ¿Qué cosas, señor lector, usted puede reconocer dejando de lado todo
lo feo, todo lo negativo, todo el dolor?
¿Qué cosas hermosas tiene a su alcance y todavía no se dio cuenta del
valor de ellas?
No conozco su vida ni sus problemas.
 Pero sí sé que si me está leyendo, ya tiene muchísimas cosas por
agradecer.
Y si no sos capaz de verlas todavía, entonces quiero ayudarte.
 Estás respirando. Ese es el motivo más grande por el cual dar gracias.
Me estás leyendo, por lo cual ya tenés otro motivo gigante por el cual
dar gracias.
                                                                          78
—¿Y si no soy yo quien lee? ¿Si no puedo leer yo?
¡Entonces encontramos otro motivo más!
 Hay alguien a su lado que le está leyendo estas palabras.
 Hay alguien a su lado que lo quiere, que lo acompaña.
—¿Y si no es así?
Usted tiene acceso a este libro, por lo cual debe ser parte de la
población del mundo que sí puede alimentarse todos los días.
 Probablemente tenga acceso a agua y ni siquiera conozca el significado
de lo que es vivir en la calle.
Y si así es, entonces ¡wow!
 Debés estar súper agradecido, porque aunque no poseas muchas cosas
materiales, llegaste a este punto del libro.
 Y eso indica que tus ganas por vivir y avanzar siguen estando.
Hay inteligencia en vos.
Sos capaz de razonar.
Sos capaz de muchísimo.
Más de lo que te hicieron creer.
Si se preguntan por qué soy tan agradecida con todo, con lo más mínimo
que tenga, es por esto.
 Yo lo perdí todo para aprender a valorar lo que tenía.
Perdí lo más simple de la vida para darme cuenta que era súper valioso.
 Tuve que perder hasta mi pelo para entender lo valioso que es.
 Tuve que perder la fuerza, la salud, el correr, el deporte, la comida, el
agua, el sentirme bien, el estar con mi familia, las salidas con amigos.
Todo.
Tuve que perder todo para reaccionar y darme cuenta que en realidad
lo tenía todo y no valoraba nada.
Lo que nunca perdí en tanto tiempo de perderlo todo, es el amor de Dios.
Y por eso, en este momento, quiero solamente agradecerle a Dios por
dejarme decirles estas palabras de parte suya:
                                                                             79
Dejá de mirar tanto lo que te falta.
Empezá a mirar un poco más lo que tenés.
                                           80
10
                                             3 de noviembre de 2015
Querido lector,
No sé si sabés lo que es dejar tu casa en cinco minutos. No para irte
de viaje. Para huir. Para salvar tu vida. Yo lo sé.
Tenía 23 años cuando escuché los primeros disparos cerca de mi
barrio. Esa noche dormimos en el suelo. Al día siguiente, ya no
teníamos techo.
Caminé días enteros con mi hermano menor de la mano. Tenía fiebre,
pero no podíamos parar. Teníamos hambre, pero no había pan.
Teníamos miedo… y eso sí que no faltaba nunca.
Dejé todo. Mi cuarto, mi idioma, mi ropa, mis libros. Pero lo que más
me dolió fue dejar a mi mamá. No pudimos salir todos. Ella se quedó.
Todavía no sé si está viva. Esa pregunta me despierta cada noche.
Hoy estoy en otro país. Me dieron una colchoneta en un refugio. A
veces me sonríen. Otras veces me miran raro.
Aprendí a decir “gracias” en otro idioma. A comer lo que me dan. A
dormir con un ojo abierto. A ser invisible entre la gente.
Y sin embargo… agradezco estar vivo.
Si estás leyendo esto desde tu casa, con una frazada y una taza de
té, valoralo. Si podés llamar a tu mamá, hacelo. Si tenés
documentos, un nombre que no te cuestionan, una lengua que no te
corrigen, un país que no te persigue… sos rico, aunque no lo sepas.
Con todo mi corazón,
Farid, una persona refugiada
10. Somos perezosos
Le pregunto: ¿en qué se parece un perezoso a una puerta?
 Le respondo: en que los dos se mueven y ninguno avanza.
Si tengo que decir la verdad de dónde aprendo todo lo que sé, es de un
libro.
 A mi parecer, el libro más sabio del mundo y de la historia.
 De ahí sale todo lo que soy, sale todo lo que es Celeste Iannelli y cómo
vive.
 Quizás leo algo como esto y empiezo a reflexionar.
¿No es increíble? Pensalo bien y detenidamente.
 El perezoso se mueve, la puerta también.
 Pero ninguno de ellos avanza jamás.
¿Le pasa, lector? ¿Le pasa que se mueve, se mueve, se mueve, y
siempre está en el mismo lugar?
 ¿No se cansa de eso?
 ¿No se cansa de vivir cansado para no avanzar?
Mirá, te voy a contar un poco más de las características del perezoso.
Y necesito que vos ahora te creas ser ese perezoso, ese animal.
Sos un perezoso. Y dejame decirte que sos un excelente trepador,
gracias a tus largas y afiladas garras que usás para agarrarte a los
árboles o colgarte de las ramas.
 Te movés lentamente, por lo que tus garras son la única forma que tenés
de defenderte.
Ahora vamos a imaginar que esos árboles son vidas de otras personas.
 Cada árbol es una vida, y está llena de ramas.
 Y esas ramas son todos los aspectos de la vida de las diferentes
personas.
Los perezosos tienen una capacidad de poder treparse a árboles y
ramas.
 Vos tenés esa capacidad de andar más en la vida del resto que en la
tuya.
                                                                            83
El perezoso es un animal que se pasa el tiempo durmiendo y comiendo
en las copas de los árboles.
 Vos también te la podés pasar durmiendo de tu propósito para
alimentarte del de otros.
Quizás te estés dando cuenta de que el perezoso es muy parecido a vos.
O vos sos muy parecido al perezoso.
¿Te movés pero no avanzás?
 ¿Te estás dando cuenta de que tu alimentación principal en tu vida es la
vida de los demás?
 ¿Hay un sueño que tengas por cumplir, pero jamás llegás?
Capítulo once disponible para vos.
                                                                            84
11
                                               2 de octubre de 2018
Hola.
No sé si alguna vez te reíste de alguien por cómo se vestía, hablaba,
o caminaba. No sé si alguna vez miraste para otro lado cuando
alguien lloraba en silencio en el aula.
 Yo sí sé lo que es estar de ese lado.
Yo era la “rara”. La que se tapaba la cara en las fotos. La que comía
sola en el recreo. La que aprendió a hablar bajito para que no se
burlen de su voz.
Me dijeron cosas que todavía me duelen. “Gorda”, “fea”, “inútil”,
“nadie te va a querer”. Me dejaron cartas anónimas. Me empujaron en
los pasillos. Pero lo peor… fue el silencio de los demás. De los que
veían y no decían nada.
No sabés cuántas veces me pregunté si valía la pena seguir. Cuántas
veces me miré al espejo y deseé no ser yo. Cuántas veces fingí estar
bien solo para que no me molesten más.
Pero un día… alguien me vio. Me preguntó cómo estaba. Se sentó
conmigo. Me hizo reír. No cambió todo. Pero cambió algo.
Y ese “algo” fue el principio de mi esperanza.
Hoy, si estás leyendo esto, te quiero decir algo: tus palabras
pueden salvar o hundir. Tus gestos pueden abrazar o herir. Elegí
bien.
Y si vos sos como yo fui… aguantá. No te rindas. No sos lo que te
dijeron. Sos mucho más.
Con todo lo que sobreviví,
Valen, una víctima de bullying
11. Una carrera larga, pero posible
“Bueno, pero es muy difícil eso, decime otra cosa que te guste hacer.”
 “Eso podés hacerlo como hobbie, pero de trabajo es muy difícil llegar.”
 “Hay personas que lo saben hacer mejor.”
 “Te vas a morir de hambre.”
 “Conozco gente que hace lo mismo y es re complicado, deberías
cambiar de decisión.”
¿Te suena alguna de estas?
 ¿Te las dijeron alguna vez?
 ¿Te las dijiste vos mismo/a?
“Actriz”, respondía yo cuando ni siquiera había vivido 10 años en este
mundo y me preguntaban qué iba a ser de grande.
 Obvio, actriz uno puede ser cuando tiene contactos, cuando va a hacer
castings desde años y justo la pega, cuando tiene un talento muy
destacado y, con mucha suerte, te dan un papel de extra.
Actriz de ficción quería ser.
 Las cámaras me fascinaban, me imaginaba a mí estando en una serie, en
una película.
 Estudié teatro cinco años, pero yo amaba actuar frente a las cámaras.
 Lo mío no era el teatro, no tenía pasión por actuar frente al público.
 Yo amaba verme en lo audiovisual, verme en un proyecto creado con
ficción.
Durante la mayor parte de mi vida, cada vez que veía un accidente en la
calle o protestas, era una señal para mis antenitas que detectaban
posibles cámaras alrededor.
 Tenía una pasión por las cámaras, esos aparatos gigantes que lograban
hacer tantas maravillas.
 Y aunque me acercaba a mirar, jamás había salido en la pantalla.
Hasta esa primera vez que salí en televisión.
 Ese día estuve en radio y televisión.
 En un solo día me sentí famosa, sentí la adrenalina de ser una cumplidora
de sueños en pocas horas.
                                                                             87
No paraba de repetir:
“Este fue el mejor día de mi vida.”
¡¡¡HABÍA FALTADO AL COLEGIO POR ESO!!!
 Sí, la Celeste súper responsable que no se perdía ningún día de clases,
esta vez se había atrevido a hacerlo.
Me temblaba todo.
 Se acercaba el periodista con un micrófono en la mano, todos los
hinchas alrededor recibiendo a la selección argentina tras perder un
mundial.
 Se acercaba a mí, no lo podía creer.
 Por primera vez iba a cumplir mi sueño de salir en las pantallas de la
televisión.
 Mi garganta sentía que de un momento a otro había dejado de saber
hablar, ya no me salían las palabras.
Y ese fue mi primer momento de “cumplí mi sueño”.
 Escribo esto riéndome porque, literalmente, lo único que hice fue
responder la pregunta del periodista:
 —“¿Quién es tu jugador favorito?”
 —“Messi” —le dije.
Y ahí está, gente, mi sueño cumplido.
 El sueño de una chica que todavía no entendía nada de la vida y fue feliz
por esos segundos de fama.
Después, mi vida siguió “normal”, lo que ya saben, lo del principio.
Aunque lo quise, jamás me llevaron a un casting.
Ya saben: “es muy difícil que te elijan.”
Y era verdad, supongo.
Tanta gente y tan estudiosos, con tanta experiencia…
¿Qué iba a hacer yo intentando ser alguien en el mundo de mi mayor
sueño, no?
 Digo, ¿de qué me iba a servir luchar por mi sueño, el que me hacía feliz,
si podía estar buscando unas opciones más fáciles para poder vivir en mi
vida adulta?
Capaz no era lo que más feliz me hacía, pero bueno… lo otro era muy
difícil…
                                                                             88
¿Y saben qué es lo curioso?
 Que normalmente lo fácil en esta vida no es lo mejor.
 Al contrario, quien ve un camino difícil por seguir y, aun así, lo sigue
caminando, es quien se lleva la real recompensa del trabajo.
Porque el camino fácil lo podemos hacer todos, ¿no?
 Y si fue fácil llegar, entonces, ¿cuánto más grande será la recompensa?
Mucho tiempo después, llegué a ser la actriz que soñaba.
 O bueno, no sé si podemos llamarle “ser actriz”, pero logré tener un
guion, logré ser un personaje en una ficción.
 Lo logré. Lo conseguí.
Y no, no tuve esos famosos “contactos” para llegar.
 No tuve años de experiencia, que parecía necesitar para cumplir mi
sueño.
 No tuve todo lo que la sociedad decía que debía tener.
 No cumplía con sus requisitos.
Pero esa es la clave: que sus requisitos no eran los míos.
 Mi único requisito era no rendirme.
¿Y sabés qué? Las voces siempre van a estar.
 Los miedos siempre van a abundar en tu cabeza.
 Los requisitos siempre van a decirte que no podés.
Pero… ¿Y?
 ¿Acaso ellos saben vivir tu propia vida?
 ¿Acaso las voces del resto van a superar tu propia voz interna, que es
capaz de conquistar todo lo que desea?
El perezoso no logra mucho porque hace poco.
 Si vos querés lograr mucho, hacé mucho.
—“Pero Celes, me da miedo no conseguirlo.”
 ¿Y?
 ¿Por miedo a no conseguirlo te vas a quedar directamente en no
conseguirlo?
Si no empezás, si no arriesgás, si no das el primer paso…
                                                                            89
entonces, bienvenido al club de los perezosos.
Como menciona el libro de Proverbios:
 “El perezoso pone como pretexto que en la calle hay leones que se lo
quieren comer.”
 ¿Te suena?
¿Estás viendo leones que te quieren comer en tu camino y por eso
preferís no avanzar?
 ¿Estás viendo excusas?
 ¿Estás deteniéndote por miedos que te obligan a simplemente existir?
Quizás sean voces de personas, tu propia voz del “no puedo”, o el
cansancio de intentarlo y no conseguirlo.
 Y tenés razón, yo no te puedo prometer que lo vayas a cumplir, que eso
que tanto deseás hacer, lo vayas a lograr.
Pero sí puedo asegurarte que si te quedás en la posición del perezoso,
lo que sea que tengas en mente directamente no lo vas a cumplir.
El mundo es nuestro, los humanos lo habitamos, y es verdad que hay
muchos factores que entran en el camino:
 a veces negativos, otras veces positivos.
 Algunos tienen más ventajas en esta carrera.
 Quizás unos vienen entrenándose hace años y les es más fácil llegar a la
meta.
 Otros ven leones en medio y prefieren no salir.
 Otros quizás necesiten una silla de ruedas para llegar al final, o algunos
hasta lleguen arrastrándose.
Pero la diferencia entre quienes llegan y no, es una decisión:
la decisión de salir y no parar hasta llegar a la meta.
Van a ser muchos los que abandonen:
   Algunos abandonan porque ven a los musculosos entrenados de hace
   años y piensan: “yo no tengo esa ventaja”. Entonces prefieren dejar la
   carrera.
Su error: se miden con una regla que no es la suya.
                                                                              90
   Los que ven leones en el camino y prefieren no salir.
 Su error: no se dieron cuenta de que no existe una carrera victoriosa sin
obstáculos que pasar.
   Los que escuchan las voces del público y su atención está puesta en
   los comentarios de las personas o la sociedad.
Su error: poner otras voces por encima de la suya o intentar agradarle a
los otros.
¿Entonces cuál es la conclusión?
 Fácil de decirlo, difícil de ponerlo en práctica:
 seguir caminando.
Aunque no veas frutos, seguir regando la raíz.
 Es muy difícil que después de esforzarse tanto en regar la raíz, no dé
frutos.
 Pero ojo, no vaya a ser cosa que de tanto regar, te olvides de disfrutar
el proceso.
—¿Qué, Celes?
—Hablemos de eso en el capítulo doce.
                                                                             91
12
                                                   14 de octubre de 2017
Hola.
 A veces me pregunto cómo sería vivir sin contar calorías. Sin miedo
a un plato. Sin espejo.
No sé exactamente cuándo empezó. Pero un día dejé de verme como
era y empecé a verme como me sentía. Vacía. Inadecuada.
Distorsionada.
No era solo la comida. Era todo. El control, la culpa, el castigo.
 “¡Qué flaca estás!” me decían. Y yo sonreía. Pero por dentro… me
dolía todo.
 No sabés lo que es vivir con hambre, pero decir que no. Lo que es
sentirse orgullosa por no comer, y a la vez, profundamente rota.
Me costó mucho entender que no se trataba del cuerpo. Se trataba
de la mente. Del dolor que nadie ve.
 Hoy estoy en camino. No estoy curada, pero me estoy cuidando.
Me hablo con más amor. Me veo con más compasión.
Y si vos también estás luchando en silencio… no te castigues más.
No sos débil. No estás sola.
Y sí… se puede salir. No fácil. Pero sí posible.
Con empatía,
Sofi, alguien que aprendió a comer sin miedo
12. Proyecto a mañana, disfruto
hoy
Tengamos cuidado, porque puede pasar.
De tanto proyectar, pensar y querer al futuro, podés olvidarte del
presente.
Si el capítulo anterior funcionó y generó en vos un deseo de querer
cumplir tus sueños, ya estarás pensando en la forma y en cómo llegar a
eso.
 Pero cuidado, que tu mente puede sobreabundar del futuro y no dejar
lugar para el presente.
¿Te acordás del principio de este libro?
 Hablamos de vivir, no existir.
 Hablamos de no conformarnos con simplemente estar acá, sino que
llevar nuestra vida a otro nivel.
Mi objetivo cada día que me despierto es sacarle el mayor provecho a mi
día.
 Pero ¿cómo puedo hacer eso si tanto me esfuerzo por lo que va a pasar
en un futuro?
 Digo, si estoy todo el tiempo haciendo cosas para mañana, al fin y al
cabo se me pasa el presente…
Y por eso es tan peligrosa la ambición.
 Y no, no digo que no luches por lo que deseás tener y lograr.
 Es más, el capítulo anterior se trata justamente de eso.
Pero ¡cuidado!
 Cuidado con que ese deseo y lucha se conviertan en una ambición que
te robe tu felicidad presente.
 Porque, ¿qué sentido tendría llegar a ese objetivo algún día, pero mirar
hacia atrás y ver meses, o hasta años de frustración y nada de disfrute?
¿Hacemos lo que hacemos por un resultado final o por un presente
disfrute del trabajo con consecuencia de un premio?
                                                                            94
Y para esto no tengo una respuesta.
 En realidad, no tengo las respuestas de nada.
 Este libro es simplemente mi mirada de la vida.
Pero sí hay algo que puedo decirte, persona que lee:
 Solo disfrutá.
Disfrutá el hoy. Pero no te quiero transmitir un “disfrutá la vida” como el
sistema suele ofrecernos.
 Quisiera compartirte el mayor disfrute al cual el ser humano puede llegar
(en mi opinión).
Disfrutar la comida, el trabajo y el fruto del mismo.
—¿Queeee? ¿Así de simple?
 ¿Con tantas cosas que hay en el mundo para disfrutar, vos me estás
queriendo decir que lo mejor que puedo hacer es disfrutar de la comida y
del trabajo?
Sí. Y te voy a explicar por qué.
Ya lo hablamos: del sistema no te podés salir.
 La mayoría de nosotros no podemos escaparnos de la rutina, por más
que queramos.
 Y así es la vida.
Y es verdad, existen esos placeres que la vida tiene como un viaje, una
nueva adquisición o ganarte una buena cantidad de dinero.
 Pero, ¿y? Todo eso es momentáneo.
 Todo es pasajero.
 Es de poca duración.
Un viaje lo disfrutás una semana, dos, un mes… y termina.
 Un regalo material lo tenés, te emocionás, estás feliz por una semana,
dos, un mes… y luego se vuelve parte de tu vida.
 Pasa a ser algo normal y ya no te da la misma satisfacción que al
principio.
¿Y el dinero?
 Lo ganás, lo tenés, te hace feliz.
                                                                              95
Te comprás algo que tanto quisiste…
Y luego pasamos al punto dos.
Siempre vas a querer más.
Eso no te va a satisfacer para siempre.
Lo material te hace feliz hasta que pasa a ser parte de tu vida
 y ese placer es nuevamente, momentáneo.
Y así, la vida se pasa, con placeres pasajeros.
 Sí, somos felices con esas situaciones, no digo que no.
 Pero nuevamente, es pasajero. Todo eso pasa.
Y no, no está mal disfrutar de esas felicidades que la vida nos ofrece,
 pero cuando nuestra felicidad solo depende de esos grandes momentos,
aparecen muchos vacíos.
 Y perdemos la felicidad.
Y ese no es el sentido de la vida, porque:
 ¿para qué vivimos? ¿Para ser felices solo por momentos? No.
Y si venías viviendo tu vida de esta forma, qué bueno,
 porque todavía estás a tiempo de sacar tu felicidad de la dependencia y
colocarla en lo constante.
 ¿Y qué es lo constante? La comida y el trabajo.
Si estás leyendo este libro, lo más probable es que tengas la
oportunidad de todos los días alimentarte.
 Y probablemente es algo que todos los días vas a hacer.
 Pero viajar no; tener nuevas adquisiciones no; ganar mucho dinero
tampoco.
Comer es algo de todos los días,
 es una situación diaria que obligadamente vas a tener a tu disposición.
 Es una acción que permanece con el pasar de los días, semanas, meses,
años.
 No es algo de “unos días sí”, “unos días no”.
Y lo más curioso de eso es que estamos acostumbrados a olvidarnos
de disfrutarlo.
 Es decir, cuando viene algo no cotidiano, lo disfrutamos y somos felices.
                                                                             96
 Pero lo que hacemos todos los días, lo procesamos como “la rutina” y
ya.
¿Para qué vivo? Para ser feliz y disfrutar.
 ¿Cuándo? Todos los días.
 ¿Pero cómo hago?
 Es más sencillo de lo que creemos.
Disfrutemos de lo que tenemos a la disposición todos los días.
 Disfrutemos y seamos felices del momento de la comida, algo simple
que está disponible todos los días.
 Si solo vas a ser feliz cuando lleguen momentos o situaciones
inesperadas en tu vida,
 entonces vas a ser feliz una parte muy corta de tu vida.
Porque son más las veces que vas a tener un almuerzo en familia y una
cena con amigos,
 que las veces que lleguen regalos grandes a tu vida.
¿Y respecto al trabajo?
Si estás leyendo esto, probablemente también seas una persona
afortunada que tiene la posibilidad de trabajar.
 Quizás no te guste, quizás sea un trabajo momentáneo, quizás estás en
busca de ese trabajo o quizás no te desagrada pero ya se hizo algo
rutinario.
Quisiera que pienses cuánto tiempo de tu día invertís en ese trabajo,
 y cuántas veces a la semana lo hacés. Y si sos un estudiante, pensalo
por ese lado.
Es mucho tiempo, ¿no?
Ahora pensá:
si todo ese tiempo lo disfrutaras, ¿no mejoraría tu calidad de vida?
Digo, si solo nos limitamos a disfrutar los días que no trabajamos, porque
no tenemos responsabilidades que hacer,
 ¿no es eso muy poco tiempo de felicidad en nuestra vida?
¿Y entonces qué?
                                                                             97
¿Renuncio a mi trabajo así todo ese tiempo lo uso para hacer cosas que
disfrute?
¡NOOOOOO!
 Mejor llevá ese disfrute a tu lugar de trabajo.
 Trasladá la felicidad al lugar donde te encontrás.
El punto no es dejar de trabajar o estudiar,
 el punto es encontrar la forma de poder disfrutar de ese trabajo y
estudio.
Se empieza por una decisión de trabajar y estudiar de lo que nos gusta.
Es lo más fácil, ¿no? Es lo que siempre nos dicen.
“Viví de lo que te haga feliz.”
—¿Y pero, si ya estoy en donde no quiero estar?
—¿Y pero, si no es tan fácil conseguir vivir de lo que me gusta hacer?
Volvé entonces al capítulo once.
 Seguí luchando por algún día lograrlo y cambiar de lugar,
 pero mientras tanto que estás donde estás, buscá la forma de que este
no sea tiempo perdido.
Invertí tu tiempo en tu felicidad a pesar de que no estés en el lugar que
desearías estar.
Cuando pasaba por el tratamiento oncológico, claramente no me
encontraba en el lugar que sí quería estar
 (que era la salud, el colegio, el deporte, mi vida anterior).
Pero ese es el punto:
 no estaba donde quería, pero igual podía disfrutar el proceso.
 Porque los días pasaban,
 y no porque la situación era esa, yo iba a perderme meses de felicidad.
Esos días no eran:
 "estoy 8 horas donde no quiero estar, pero después vuelvo a casa y
hago lo que quiero."
Esos días eran 24 horas de estar en un lugar donde no quería.
 Y no, no me refiero al hospital.
                                                                            98
Me refiero a que mi cuerpo se sentía débil las 24 horas del día.
Y yo solo deseaba estar sana, sentirme bien, no tener dolores, para ser
feliz.
 Y sí, un día llegó eso y soy muy feliz de estar en ese día,
 pero si mi felicidad y disfrute de la vida hubieran quedado encerrados
solamente en ese deseo de salud,
 me hubiese perdido muchos meses de mi vida.
Entonces, cuando dejamos que nuestra felicidad dependa de grandes
momentos y sorpresas,
vamos a solamente disfrutar una minoría de la vida.
Yo no quiero eso, y espero que vos tampoco.
Yo quiero más.
Yo quiero llegar a una edad “alta” en esta vida y decir:
"wow, sí que fui feliz cada día de mi vida."
Quisiera que, al preguntarme
“¿qué es lo mejor que más feliz te hizo en la vida?”
yo pueda responder:
"haber vivido cada día de mi vida."
No centrarme en una cosa, en una situación o persona.
 Simplemente, haber podido disfrutar la mayor cantidad de tiempo que
tuve la posibilidad de estar en este mundo.
Porque, al fin y al cabo, todo es pasajero, ¿no?
 Y qué mayor satisfacción que poder decir:
 "fui feliz y disfruté cada momento que tuve disponible."
Y ahora te pregunto:
Si pasás tanto tiempo en ese lugar de trabajo, estudio o sea cual sea la
responsabilidad a la que estés a cargo,
 pero no lo disfrutás,
 solamente estás estresado, frustrado, de mal humor, enojado y etc…
¿Qué te hace pensar que hay un sentido mayor en la vida que el tiempo
                                                                           99
que tenés ahora?
Digo,
¿qué te hace creer que un día vas a ser más feliz?
¿Que un día vas a salir de esa situación y al fin vas a disfrutar de la vida?
No te mientas más.
Porque cuando tu situación actual cambie, vas a querer algo más.
Siempre queremos algo más.
Y si tu felicidad está puesta en tu perspectiva a futuro,
 jamás vas a lograr ser feliz más que un tiempito.
El trabajo también es constante.
 Es algo que la mayoría de tus días vas a estar haciendo.
Y con trabajo me refiero a profesión, o estudio.
 Digámosle:
 “responsabilidad del sistema.”
Todos tenemos una responsabilidad del sistema la cual estamos
ejerciendo.
 Y si no encontramos la forma de disfrutar de esta responsabilidad,
 solo estamos perdiendo tiempo de nuestra vida para obtener un premio
final
 (sea un título universitario, la nota aprobada del colegio o el sueldo de
cada mes).
¿La solución entonces?
Vivir, no existir.
                                                                                100
13
                                                 22 de abril de 2020
Hola.
 No sé cómo explicártelo sin que suene exagerado, pero a veces,
solo respirar duele.
Mi cabeza no para. Todo es “¿y si?”. ¿Y si pasa algo? ¿Y si me olvido
de algo? ¿Y si me miraron raro? ¿Y si me pasa algo malo?
Desde afuera parece que estoy bien. Pero adentro… mi corazón va a
mil y mis pensamientos no tienen pausa.
No es que no quiera estar tranquila. Es que no puedo.
 A veces, lo más difícil es que me digan “tranquilizate”. Porque si
pudiera, lo haría.
  Pero aprendí algo: no soy mi ansiedad. Tengo ansiedad, pero
también tengo fuerza, sueños, sentido del humor, y ganas de estar
bien.
 Y cada vez que logro salir de una crisis, aunque sea chiquita, es una
victoria.
 Si conocés a alguien como yo, no lo presiones. Escuchalo. Y si sos
como yo… tenete paciencia.
Estás haciendo lo mejor que podés. Y eso vale un montón.
Con el pecho apretado, pero con ganas,
Lucas
De alguien que sigue respirando, aunque a veces cueste
13. Un gran enemigo
Según una encuesta realizada por Deloitte que abarcó a 53 mil personas
en todo el mundo, el 61% de los usuarios mira su celular dentro de los
cinco minutos después de despertarse y el 88% lo hace dentro de la
primera media hora; en tanto que el 96% dijo que lo chequea antes de
que se cumpla una hora desde que abrieron los ojos.
Y vos, ¿qué es lo primero que hacés al despertarte? ¿A qué grupo
pertenecés? ¿En qué porcentaje estás? Quizás parezco exagerada, pero
creo que realmente estamos dominados por la tecnología. Y cuando digo
“estamos”, no me estoy excluyendo. Yo también. Pero eso es lo bueno:
estamos todos en la misma (o la gran mayoría). Y al leer esto, sé que
muchos van a estar en desacuerdo con lo que pienso, pero también sé
que mi intención no es agradarte, lector, sino darte mi perspectiva de la
vida.
A veces me enojo con el celular, o más bien conmigo misma. Porque el
celular no tiene culpa de nada, no es alguien que te obliga a usarlo y te
dice “úsame, úsame”. Somos nosotros quienes ponemos la mirada en la
pantalla y decidimos perder tiempo de nuestra vida ahí dentro, en un
mundo muchas veces irreal. Y aunque no soy una persona que pasa horas
de su vida perdiendo tiempo con el celular, el hecho de ver cómo este
aparato domina a otros, me molesta. Me molesta que las personas no se
den cuenta de lo valioso que es su tiempo y dónde lo están invirtiendo.
Realmente siento que me di cuenta, con mi propia vida, que el uso del
celular puede ser un gran roba momentos de vida. Y quizás te parezca
exagerado, pero quisiera que puedas, por un momento, pensar en todos
los proyectos que tu mente tiene, los momentos en familia que planeás
vivir, y junto a eso… un límite de vida.
¿Un límite de vida? Sí. ¿Te acordás cuando hablamos de vivir cada día
como si fuera el último? Bueno, quisiera que puedas darte el tiempo de
que cada vez que vayas a agarrar tu celular para algo que realmente no
es productivo para tu vida, puedas pensar bien si decidís usarlo o no.
"Bue, pero tampoco te pongas tan obsesiva, Celes…" Está bien, persona
que lee, ¿te puedo pedir un favor? Pensá en todos los momentos de
                                                                            103
estos últimos días que viviste, cuando agarraste tu celular para estar en
redes sociales o usarlo de una forma no productiva. Ahora, imaginate que
ese mismo tiempo, en vez de haberlo perdido en la pantalla, lo usaste
para estar con tu familia, en llamada con algún/a amigo/a, o invirtiéndolo
en tus proyectos. Y por último, imaginate ese reemplazo de actividades
desde el día en el que empezaste a usar un celular por entretenimiento.
Es mucho tiempo eso, ¿no?
¡Yo también lo estoy haciendo y me enoja pensar en el tiempo de vida
que perdí a cambio de un poco de entretenimiento! Pero lector, no te
enojes conmigo ni con vos. Esto que te digo no es para condenarnos, ni
enojarnos, ni sentir bronca por lo que hicimos en el pasado (o hace unos
minutos).
¿Y qué? ¿Ahora está mal divertirse un rato y despejarse de todo? ¡NOOO!
Acordate que no estamos determinando lo que está bien o mal, solo
estoy cuestionándome un poco la vida y te lo comparto. Para aclarar: no
se trata en sí de usar la tecnología para el entretenimiento, sino de que
normalmente no lo terminamos usando de manera moderada.
Quisiera que fuésemos más conscientes de lo que usar el celular
significa, porque es verdad que puede ser útil para muchas cosas. Pero
ahí está el punto al que quiero llegar: no hacerse víctima de lo que
puede ser una herramienta.
Ahora mi pregunta para vos (y para mí) es: ¿estás siendo víctima del
entretenimiento o lo estás usando como herramienta? Hablo del celular
principalmente, porque es lo que hoy en día nos domina mundialmente,
es a lo que más tenemos acceso muchos y la forma más fácil de
comunicarnos. Además, allí podemos encontrar cualquier tipo de
entretenimiento de una forma fácil, rápida y sencilla. Sumado a esto, las
redes sociales funcionan de una forma tan personalizada que va a
mostrarte lo que vos querés ver para que decidas quedarte.
Y por eso nos puede dominar tanto una simple pantalla, un simple
aparato sin vida. Desde que me di cuenta de que el tiempo que estaba
invirtiendo en una pantalla era tiempo valioso, donde podría estar
creando momentos, recuerdos, trabajos, alimentando relaciones y
cumpliendo mis sueños, entonces tomé decisiones. ¡Qué difícil tomar
decisiones, eh! Y más cuando solo depende de nosotros mismos, sin
                                                                             104
ninguna presión y sin consecuencias. Pero… ¿realmente sin
consecuencias? ¿O es lo que nosotros creemos?
Digo, en nuestro tiempo libre tenemos la opción del entretenimiento o la
de usar el tiempo de forma productiva. Pero claro, la opción dos requiere
más esfuerzo, ¡¡¡¡necesito levantarme de la cama, moverme, pensar!!!!
Nooo… para eso mejor agarro el celu, total ¿qué pierdo? Bueno, quizás
ahora no lo veas, pero me gustaría que me acompañes a ver a esta
persona, que perdió a su familia en un accidente de auto y le hice
algunas preguntas:
—¿Cambiarías algo de tu pasado?
—Sí, ojalá pudiera tener una segunda oportunidad, volver el tiempo atrás
y aprovecharlo al máximo con las personas que estaban a mi lado. Me
arrepiento tanto, tanto, tanto de haber usado mi tiempo libre en cosas
que no me sirvieron para nada, y no haberlo aprovechado para estar más
tiempo con ellos, con mi familia.
Uf, fuerte, ¿no? Ahora me gustaría que puedas volver a leerlo pero
pensando que la persona que perdió a su familia de un día para el otro…
sos vos. Ponete en personaje, leelo en voz alta y pensá en cada palabra
como si fuese real.
Más fuerte todavía, ¿no? Ya lo hablamos, no tenemos la vida comprada.
Nadie sabe qué nos puede pasar o qué les puede pasar a quienes nos
rodean. Y nuevamente, no quisiera generarte miedo, sino al contrario,
ganas de vivir. Quizás hoy no podamos ver lo valioso que es el tiempo y
lo necesario que es ser conscientes de dónde lo usamos. Pero si
realmente tu familia no estuviera mañana, ¿creés que usarías esas horas
de tiempo libre divirtiéndote frente a una pantalla encerrado/a en tu
habitación, en vez de usarlas para estar con ellos? Porque aunque no nos
guste, es la realidad. Y nos puede pasar.
No podemos evitarlo. La persona de la entrevista no estuvo a tiempo para
dejar la pantalla por su familia. Se dio cuenta tarde. Pero vos, si todavía
estás a tiempo, ¿por qué no lo hacés? ¿En serio vas a dejar que un
aparato te domine de esta forma?
Me gustaría llegar a una edad muy adulta, mirar hacia atrás y poder decir
que realmente aproveché mi tiempo. También, me sentiría muy mal de
                                                                              105
pensar en todo ese tiempo desperdiciado en lo que realmente no generó
frutos. Y hablo en general: quizás en tu caso no sea un celular ni una
pantalla. Puede ser una siesta, una situación o una persona. No sé cuál
es tu situación, pero lo bueno es que vos sí. Lector, vos sabés muy bien
qué es eso a lo que tenés que empezar a decirle que no para empezar a
sembrar semillas reales con propósito.
¿Te parece si vos y yo hacemos el trato de comprometernos a trabajar en
esto? Porque como te digo, yo también soy una humana con muchas
distracciones y sensible al entretenimiento. Pero sé que con ganas y
conciencia podemos lograrlo. Si estás de acuerdo, te propongo que cada
vez que estés por iniciar esta acción que solo nos roba tiempo, digamos
en voz alta:
 “Vivir, no existir”.
Así vos y yo nos vamos a acordar de este libro, de esta parte, y si es
necesario lo volvemos a leer (porque quizás nos olvidemos de todo esto).
Hagamos esta promesa, donde si ponemos nuestro esfuerzo, vamos a
salir beneficiados nosotros, quienes nos rodean y nuestro futuro.
Reemplacemos el tiempo que antes desperdiciábamos por tiempo de
productividad.
 Ahora, ¿qué es productividad? Porque podrías decirme: “Pero para mí
dormir cinco horas de siesta es productivo”. Bueno, ahí entra en juego tu
responsabilidad en poner límites. No considero desperdicio de tiempo a
la siesta, pero sí a la siesta sin límites. No considero desperdicio de
tiempo a las redes sociales, pero sí cuando no son usadas de forma
edificante para mi vida o el tiempo que paso en ellas fue más del que
debería. Y así, con muchos ejemplos.
¿Y cómo tomar las mejores decisiones para no desperdiciar mi tiempo?
 Siendo consciente, haciéndote preguntas.
 “¿Esto realmente está siendo productivo para mí?”
 “¿Podría estar haciendo algo más productivo en este momento?”
 “Si mañana mi familia no estuviera, ¿estaría haciendo esto?”
Esto no podemos usarlo de excusa para dejar de trabajar o estudiar.
“Ah, porque yo leí en el libro de Celeste y no tenemos la vida comprada,
entonces ya no hago nada que no disfrute”.
                                                                            106
No, yo no dije eso. Y por favor, no lo hagas. No te olvides del capítulo
anterior (y si te olvidaste, volvé a leerlo).
El punto de productividad es el tiempo libre.
 Si dormimos ocho horas, trabajamos/estudiamos ocho horas, entonces
tenemos unas ocho horas libres, pero… ¿qué estamos haciendo con esas
ocho horas? Un rato obviamente puede ser dedicado a no hacer nada,
mirar una peli, jugar con el celu, pero... ¿ocho horas?
¿Te imaginás todo lo que lograrías si el tiempo que estás desperdiciando
diariamente lo invirtieras en tus sueños?
 Sabés, mucho de lo que logré y de lo feliz que soy depende de los
límites y de dónde invierto mi tiempo.
No esperes más a un “tiempo perfecto” para empezar a plantar
semillas. Empezá ahora, empezá hoy.
 Y basta de usar como excusa la falta de tiempo, porque nos dimos
cuenta de que el problema no es la falta de tiempo, sino cómo lo
estamos usando. Tus resultados van a depender mucho de dónde pongas
tu esfuerzo y tu tiempo.
Si querés algún día llegar a una alta edad, como quisiera yo, mirando
atrás y estando orgullosa de cómo usé mi tiempo en esta vida, entonces
empecemos hoy, porque el tiempo pasa más rápido de lo que creemos…
y este es el día que un día vamos a recordar como productivo… o no.
                                                                           107
14
                                              9 de diciembre de 2014
Hola.
Tenía 16 años cuando dos rayitas cambiaron mi vida. No lo esperaba.
No lo entendía. No sabía cómo contarlo.
 De repente, todos opinaban. Algunos me juzgaron. Otros me
abrazaron.
 Me dijeron que iba a arruinar mi futuro. Que era una nena criando a
otra.
No fue fácil. Dormía poco. Lloraba mucho. Me sentía sola.
Pero un día, mi bebé me miró y sonrió. Y ahí… todo valió la pena.
No me convertí en una madre perfecta. Pero sí en una madre real.
Que ama, que lucha, que se cae y se levanta.
A vos, que quizás te pasó algo parecido: no te dejes definir por el
miedo ni por los prejuicios.
 Tu historia es tuya. Y si hoy tenés un motivo chiquito que te dice
“mamá”, entonces tenés también una razón gigante para seguir.
Con ojeras, pero con amor,
Camila
De una mamá joven, pero inmensa
14. ¡Qué bueno que no te
agrado!
¿Para quién hacés lo que hacés?
 Esta puede ser una gran pérdida de tiempo y difícil de reconocer, porque
hasta lo hacemos pensando que es lo que tenemos que hacer: hacer lo
que hacemos para agradar a los demás.
“Ay Celes, yo justo eso no lo hago”.
 Sisi, no te vayas a escapar tan rápido lector, que ya llevamos un largo
recorrido y este punto es en el que más expuestos estamos muchos de
nosotros.
Quizás esto no pasa de igual forma en todas las personas y edades. Por
ejemplo, sé que los adolescentes buscamos agradar a otros de una
forma totalmente diferente a la que lo hacen las personas adultas. Y
como ya saben, yo suelo relacionarme más con personas adolescentes,
por lo cual conozco más su forma de actuar que la de los adultos.
 Pero el punto es el mismo.
¿Para quién hacés lo que hacés? Para los otros o para vos?
 Y esperá, no estoy hablando de actos de solidaridad y bondad. No
confundamos el tener buenos gestos con las personas y hacer algo por
el otro en un acto de solidaridad o amor, con vivir nuestra vida para los
demás.
¿Realmente vivís tu vida para vos?
 ¿Qué es vivir mi vida para mí? Mis decisiones y pensamientos, quiera o
no, siempre van a estar influenciados por alguien más, por el exterior, la
sociedad, la cultura, etc. Pero…
 ¿Tus decisiones las tomás dependiendo de lo que piensan otros?
 ¿Cuándo estás por hacer algo, pensás en si te agrada a vos o a los
demás?
 ¿Se te pasa el pensamiento de “qué va a pensar el otro si hago tal
cosa”?
 ¿Te negás a hacer cosas porque alguien más cree que no es lo que
deberías hacer?
                                                                             110
 Paréntesis importante:
 No estoy refiriéndome a los consejos que puedan darte tus padres,
mentores, tutores o los “no” que ellos puedan marcarte.
 Esto no tiene que ver con desobedecer a tus autoridades con la excusa
de “yo vivo para mí, no me importa lo que pienses”.
 No. No es este el caso.
A lo largo de la vida, vas a encontrarte con muchas personas. Y al
conocerlas, quizás tenés una charla, una relación o solo un cruce de
palabras. El punto acá es que ellos, al igual que vos, son personas.
 Nacieron en un lugar distinto, en una familia diferente, con otra cultura,
costumbres y pensamientos.
 Y ellos también fueron influenciados por otras personas.
Entonces…
 Si yo viviera mi vida en base a lo que otros puedan pensar de mí, ¡me
volvería loca!
 Porque no hay persona igual a otra respecto a forma de ser, pensar,
actuar, gustos, intereses, etc.
 Y justamente eso es lo que nos hace tan especiales: ser diferentes.
Entonces, si me preocupo por agradarle a Juancito, capaz dejo de
agradarle a Marianita. Y si después quiero agradarle a Marianita, dejo de
agradarles a Juancito y a dos más.
 Es una cadena que jamás termina.
Cuando cambiás vos para agradarle a otro, estás borrando algo que te
hace ser vos, para querer imitar lo especial de alguien más.
 Estás creando una copia.
 Una copia para ser aceptado por alguien que, encima, también cambia.
Las personas cambian, traicionan, se van.
 Las personas… son personas.
No te digo que desconfíes de todos o que no inviertas en relaciones.
Pero sí que dejes de tomar decisiones para agradarles a ellos.
Consejos sí, aprobación no.
No es lo mismo decir:
“¿Qué pensás de esto?”
y tomar una decisión analizando tu plan…
                                                                              111
que decir:
 “¿Qué opinás de esto?”
 y hacer lo que el otro dice solo porque querés agradarle.
Y quizás pensás:
 “Yo jamás haría algo así”.
 Pero… ¿seguro?
 Con pequeñas acciones ya lo podés estar haciendo.
 Y no te voy a negar que yo lo hago también.
Hoy en día, con las redes sociales, esto pasa todo el tiempo.
¿Subís fotos o no las subís pensando qué van a decir los demás?
¿Te importa si te gustó a vos la foto?
¿O si no tuvo muchos “me gusta”, ya la borrás?
Entonces…
¿Para quién la subiste realmente?
¿No te gustaba la foto? Entonces… ¿por qué la subiste?
 ¿Te gustaba? ¿Entonces por qué la borraste?
Detenerse a hacer algo que harías, solo por lo que puedan decir otros,
es vivir para otros.
La gente no siempre va a estar de acuerdo con vos.
 Las personas no siempre van a hacer lo que vos esperás.
 Y si tomás decisiones en base a eso, vas a vivir una vida desequilibrada
y manejada por otros.
Si yo hiciera eso, no tendría ni una foto o video en Instagram. Y eso
significaría dejar de motivar a las personas que le sirve mi contenido.
 ¡por una sola que no está de acuerdo!
¿Querés agradar a todos? No se puede.
 Y tenés que aprender a convivir con eso.
 Solo hay que aceptar y decidir qué hacés con eso.
“A mí me afecta mucho lo que los demás piensan. Se me hace imposible
vivir solo en base a mis decisiones…”
 Bueno, el primer paso es entender que esto es algo que nos pasa a
todos.
                                                                            112
No estás solo/a.
No sos la única persona que sufre críticas o se siente juzgada.
¡Nos pasa a todos!
Me pasa a mí.
Le pasa a la persona más famosa del mundo.
Le pasa a quien duerme en la calle.
Y te pasa a vos.
Te va a seguir pasando.
 Y tenés que entenderlo para cambiar tu forma de vivir.
“Pero no es lo mismo cuando es tu familia la que habla mal de vos…”
 Es verdad. Quizás no podés cambiar a tu familia.
 Pero podés decidir que sus críticas no definan tu identidad.
 Porque muchas veces esas críticas no tienen que ver con vos, sino con
ellos.
Una persona enfocada en su propósito, que usa bien su tiempo, no
pierde tiempo odiando a otros.
Y si alguien te ataca con odio, recordá:
de lo que abunda el corazón, habla la boca.
Yo, en redes sociales, recibí mensajes de odio de personas que ni
conozco.
 ¿Mi reacción? Amor.
Quien no tiene amor, no puede darlo.
 Y yo no tengo tiempo para odiar.
 Prefiero poner límites con amor, y seguir con mi vida.
Entonces, si vos estabas viviendo para los demás, replantéate algo:
¿En serio vas a seguir tomando decisiones para agradar a personas que
quizás mañana ya no estén en tu vida? ¿O personas que ni conocés?
¿Qué pasaría si empezás a vivir para vos?
Porque sos importante.
 Valés mucho.
 Sos único/a.
 Y te merecés vivir para vos.
                                                                         113
Antes de tomar una decisión, preguntate:
   ¿Esto es lo que yo quiero, o lo que otro quiere?
   ¿Estoy actuando desde lo que creo o desde lo que esperan de mí?
   ¿Es productivo para mi vida?
   ¿Si nadie opinara, haría lo mismo?
   ¿Estoy orgulloso/a de esto?
   ¿Le estoy siendo fiel a lo que creo?
                                                                     114
15
                                                 25 de marzo de 2023
Hola, papá.
No sé si esto te va a llegar. No sé si te importa. Pero igual
necesitaba escribirlo.
 Durante años te odié. Por no estar. Por no llamar. Por promesas
vacías.
 Lloré muchas veces esperando que vinieras. Me prometí que nunca
iba a perdonarte.
 Pero hoy entendí algo: ese enojo era una mochila que no me dejaba
vivir.
No te perdono porque lo merezcas. Te perdono porque yo merezco
estar en paz.
Ya no espero que vengas. Ya no necesito tu disculpa.
Estoy sanando. Estoy creciendo. Estoy rompiendo el ciclo.
 Y si algún día te preguntás si fuiste importante para mí… sí, lo
fuiste. Y tal vez por eso me dolió tanto.
Pero ya no más. Hoy me elijo a mí.
Con la herida cicatrizando,
Martina
De una hija que se cansó de esperar… y decidió sanar
15. Soltar y seguir. Vivir y no
existir
Vivir, no existir, resumidamente.
 Pero este libro tampoco tiene sentido si es leído por alguien que solo
quería más conocimiento. ¿Aprendiste algo nuevo gracias a estas
palabras? Qué bueno, me alegra mucho. Pero no es lo que realmente
deseo para cada persona que lea este libro.
Mi real anhelo y propósito por el cual invertí mi tiempo en escribir para
vos, es que algo de todo esto pueda llevarte a transformar tu vida, al
menos en algo mínimo, pero que lo haga. No espero cambios, porque los
cambios cambian todo el tiempo. La transformación es diferente, ya no
podés volver atrás después de una transformación. Como la mariposa,
que antes de ser mariposa pasa por este proceso de transformación (de
oruga a mariposa).
De verdad me encantaría que este libro te haya gustado, pero aún más
deseo que hayas odiado el 90% del mismo si un 10% transformó alguna
parte de tu vida.
 Siempre todo depende de vos. Depende de la vida que deseas llevar, de
lo que estás dispuesto/a a hacer por tu felicidad. Mis palabras son solo
palabras, no tienen poder para transformar. Pero quien sí tiene la
posibilidad de decidir ser transformado/a para bien en cada situación que
enfrentes en tu vida, sos vos.
El cáncer que tuve pudo ser un obstáculo, una pérdida de tiempo y
sufrimiento sin sentido alguno. Y en ese momento parecía ser así. Solo un
pozo del cual salir para “volver” a mi vida. Pero no, yo no quise eso, yo
quería algo más. Esa enfermedad no fue una traba que debía saltar. Fue
una oportunidad para destrabar la vida de otros.
Y todo depende de uno. Porque sí, las cosas a veces no podemos
cambiarlas, pero podemos transformarlas a nuestro favor. Y que haya
sido así la enfermedad para mí, no quiere decir que otra persona deba
vivirlo igual.
Aunque fue fuerte, difícil, doloroso y no es algo que elegiría vivir, el
                                                                            117
cáncer fue de las mejores oportunidades que la vida me dio para hacerle
un bien a otros.
 Pero para ayudar a otros, primero tuve que entender en qué me ayudaba
a mí. No puedo dar algo que no tengo. Primero tuve que priorizarme, y
vos también tenés que hacerlo.
¿Vos decís, que sea egoísta?
 No. Digo todo lo contrario.
Digo que podamos poner orden a como realmente funcionamos para así
sacar más provecho. Te doy un ejemplo figurativo:
Imaginá que estás en una relación. Vos te amás al 100%, pero la otra
persona solo se ama un 40%.
 Esa persona no va a poder darte el amor que merecés, porque no lo
tiene. No te merecés menos amor del que vos das.
 Ahora, si esa persona logra pasar por un proceso de priorizarse,
conocerse y amarse hasta el 100%, recién ahí va a tener amor suficiente
para compartir.
 Completarnos entre humanos es absurdo. Complementarnos, es sabio.
Por apurarnos, por no querer pasar por el proceso, por no permitirnos
llenarnos primero para después compartir, perdemos. Así que está bien
tomarse el tiempo para uno, para llenar el vaso y salir a compartir agua
con otros. Es un orden que funciona.
Todo lo que ocurre a tu alrededor puede usarse a tu favor, o puede
jugar en tu contra. Vos elegís.
 No conozco tu situación, y no me gusta minimizar problemas. Pero que
ellos no te roben el enfoque, porque de tanto mirar la tormenta, nos
perdemos el arcoíris.
Para priorizarte, hay que tomar decisiones. Para vivir y no existir, también.
Sé que algunos lectores van a olvidarse de todo esto. Otros van a volver
a leerlo. Y de esos, algunos pocos van a decidir aplicarlo a su vida. Y si
lo hacen, ya están influenciando a otros, solo con vivir distinto.
 Porque cuando una vida se transforma, no puede pasar desapercibida.
Por eso escribí este libro.
                                                                                118
No te conozco.
 Pero sí sé que si llegaste hasta acá, valorás tu vida, y eso es suficiente
para empezar a transformarla.
Soltá. Soltá eso que no te hace bien.
No por capricho. No por rebeldía. Sino porque decidiste vivir.
Mientras veía un video de una oruga transformándose en mariposa (no me
preguntes por qué), pensé:
si existiera una oruga que se niega a transformarse, jamás va a volar.
¡Igual que vos!
 Para avanzar, hay cosas que tenés que dejar atrás.
 Quizás fue lindo, quizás dolió, quizás no querés soltarlo. Pero para
avanzar, hay que soltar.
   Dejá de ser oruga porque ya te queda chico.
   Dejá de ser oruga porque hay algo mejor.
   Dejá de ser oruga, para empezar a volar.
   Dejá de simplemente existir, para empezar a vivir la vida.
   Dejá de disfrutar solo el fin de semana, elegí vivir los lunes también.
                                                                              119
He aquí, lo que he visto: Es bueno y apropiado que las personas coman,
beban y disfruten del fruto de su duro trabajo bajo el sol durante el
corto tiempo de vida que Dios les da, y que acepten su destino.
También es algo bueno recibir riqueza de parte de Dios y la buena salud
para disfrutarla. Disfrutar del trabajo y aceptar lo que depara la vida es,
en verdad, un regalo de Dios. A las personas que Dios da riqueza y
posesiones, también les da la capacidad de disfrutar de ellas, de
aceptar su porción y de estar contentas con su trabajo. Ellas no se
obsesionan por los días de su vida porque Dios las mantiene ocupadas
disfrutando de la vida.
                                                     Rey Salomón
                                                     Eclesiastés 5:18-20
                                                     La Biblia
Redes Sociales
    @celesteiann
    @vivir.noexistir