El Eterno Amor Del Espíritu De Dios - Carlos Sarmiento
El Eterno Amor Del Espíritu De Dios
INTRODUCCIÓN
Como la mayoría ya sabemos, es la pasión y el ardiente deseo de nuestro Señor ser uno con Su creación,
principalmente con nosotros, Su pueblo. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia revela a un Dios que da
a conocer Su corazón y Su plan, no solo para redimir a la humanidad del poder mortal del pecado, sino
también para unirla a Él por toda la eternidad.
Dios se revela claramente como un Dios Esposo que va a lo más profundo para reclamar las naciones como
Su herencia. Sin embargo, este plan involucra completamente a toda la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
El plan del Padre consistió en enviar a Su Hijo en forma humana para revelar el amor de Dios y comprar a la
humanidad perdida mediante Su muerte, sepultura y resurrección. Luego, el Padre prometió enviar a Su
pueblo la Persona del Espíritu Santo para conformarnos a la imagen de Dios y a Su justicia, para que Su
pueblo sea preparado como una novia se prepara para unirse con su esposo. Por lo tanto, es fundamental
que cada uno de nosotros tenga un entendimiento profético renovado de la persona, la obra y el ministerio
del Espíritu Santo.
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”
— Lucas 11:13
“He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de
Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.”
— Lucas 24:49
I. JESÚS REVELA SU DESEO DE SER UNO CON SU PUEBLO
“‘En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar
lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que
donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino’… Jesús le dijo: ‘Yo soy el
camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais; y desde ahora le conocéis y le habéis visto.’”
— Juan 14:2–4, 6–7
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A. Jesús prometió que prepararía un Reino para nosotros mientras está en el cielo. ¿Significa esto que
Él está realmente involucrado en un proyecto de construcción en el cielo, preparando edificios y
casas para nosotros? La Escritura dice que el cielo fue establecido desde la eternidad pasada. Yo
creo que esto se refiere a nosotros siendo un templo, el edificio del Espíritu Santo, que Él planea
preparar y alistar para Su regreso y para reinar con nosotros en la tierra, tanto en Su Reino milenial
como en el Reino Eterno. Por eso, envía al Espíritu Santo para prepararnos, estableciendo el Reino
de Dios en nosotros. El Espíritu Santo en nosotros produce el carácter de Cristo (vv. 2–4).
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su
Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos.”
— Romanos 8:29
B. Jesús es el camino, la entrada al Reino de Dios. Nuestro continuo volvernos al Señor posiciona
nuestro corazón para permanecer dócil y rendido al liderazgo del Espíritu y a Su voluntad para
nuestras vidas. Nuestra unión con Jesús nos hace automáticamente uno con toda la Trinidad, a
través de la Persona del Espíritu Santo. Todas las características y el poder del Reino de Dios están
en la Persona del Espíritu Santo (v. 6).
“… porque el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.”
— Romanos 14:17
C. Esta profunda rendición y confianza en Dios nos permite tener tanto a Jesús como al Padre
revelados a nosotros. La verdad de la paternidad eterna de Dios libera la identidad de hijos,
restaurando nuestro lugar legítimo en el Reino como hijos e hijas de Dios. Por lo tanto, tenemos gran
confianza en Dios como Padre (v. 7), mientras el Espíritu Santo hace la obra milagrosa de adopción
en nuestros corazones. Nosotros, que estábamos alejados de Dios y no teníamos derecho espiritual
a Su Reino, ahora hemos sido restaurados e integrados a la familia de Dios.
“… para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto
sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no
eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.”
— Gálatas 4:5–7
II. EL FRUTO DE LA INTIMIDAD ES HACER LAS OBRAS DE DIOS
“¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi
propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el
Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: el que en mí cree,
las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que
pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi
nombre, yo lo haré.”
— Juan 14:10–14
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A. El fruto de la intimidad con Cristo resulta en hacer las obras de Cristo. Jesús hizo las obras de Su
Padre porque era uno con Él, lo que producía un deseo de obedecer y agradar al Padre. Nuestra
unión con Cristo causará en nosotros el deseo de manifestar las obras de Dios, tocando a la
humanidad perdida, como Él lo hizo con nosotros. Al rendirnos en fe y acercarnos a Cristo, Él nos
revela las obras que deben hacerse (vv. 10–11).
“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.”
— Amós 3:7
B. Aquí, en Juan 14:12, se nos invita a compartir la gloria de Su poder y fuerza. Nuestra fe en Él
generará valentía y confianza en que Su ministerio fluya a través de nosotros. El Espíritu de
Adopción comienza a operar en nosotros, produciendo una confianza que nace de conocer al Padre
y al Hijo. Esta comunión con la Trinidad, a través del Espíritu Santo, produce gran gozo y seguridad
de que nuestros pecados han sido limpiados y ya no pueden ser usados en nuestra contra. Al ir
Jesús al Padre, presentó ante Él Su sangre santa y sacrificial como el Cordero de Dios,
garantizándonos plena aceptación ante la presencia del Padre.
“… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con
nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os
escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido… Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.”
— 1 Juan 1:3–4, 7
C. Se nos ha prometido hacer las obras mayores de Dios. Esta confianza ante Dios fortalece la fe en el
área de pedir y recibir. La oración, por tanto, se convierte no solo en algo placentero, sino en un
medio para decretar y liberar la voluntad de Dios en la tierra. Jesús mismo dijo que vino a destruir
las obras del diablo. Hemos sido ungidos por el Espíritu para hacer la obra de Dios, liberándola a
través de la oración y manifestándola en la tierra (vv. 12–13).
“Para esto apareció el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo.”
— 1 Juan 3:8.
D. Como hijos de Dios, tenemos el derecho de operar en Su autoridad delegada como representantes
del Reino de los Cielos en la tierra. El Padre ha exaltado el nombre de Jesús por encima de todo
nombre en todo el universo. Por lo tanto, cuando hablamos y decretamos algo en el nombre de
Jesús, la enfermedad, la esclavitud y las fuerzas demoníacas deben inclinarse y obedecer.
“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que
en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”
— Filipenses 2:9–11
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