El fruto del Espíritu Santo
“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15:8).
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley” (Gálatas 5:22- 23).
El fruto del espíritu es la verdadera esencia de la vida cristiana. Aunque el apóstol Pablo presenta una lista
de nueve manifestaciones de este fruto, sin embargo, es un solo fruto y debe ser visto como un todo.
El fruto del Espíritu no nos dice lo que una persona puede ser capaz de hacer para Dios por medio de sus
dones o talentos, más bien, nos muestra de qué modo la persona debe vivir para Dios
Todos los frutos de los que nos habla Gálatas 5:22-23 están presentes en Jesucristo, por ende, el fruto del
Espíritu es la vida de Jesucristo manifiesta en nosotros, hecha posible gracias al poder del Espíritu Santo.
El fruto del Espíritu no es algo que logramos meramente por esfuerzos humanos, este crece a raíz de
una relación. Cuando el Espíritu nos conecta con Jesús, por medio de su Palabra escrita, sus características
comienzan a ser reveladas en nuestra propia vida.
LA CONDICIÓN PARA FRUCTIFICAR
2 Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más
fruto. 3 Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. 4 Permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva
mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer (Juan 15:2-5).
Sin Cristo, no podemos producir fruto espiritual genuino. El fruto del Espíritu no se produce de forma
externa, es el resultado de la vida de Cristo manifestada desde nuestro interior. Juan 15, en su contexto, nos
habla que el crecimiento del fruto es por la obra de Dios por medio de Jesucristo.
La responsabilidad del creyente es permanecer en Cristo. Cuando Cristo habita en nuestro corazón, este
será manifestado en nuestras acciones, la vida que Cristo vivió será reproducida en nosotros, en el sentido de
que reflejaremos su carácter. Cuando Cristo habita en nosotros, así que: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los
deseos de la carne” (Gálatas 5:16).
El fruto bueno es el resultado de nuestra relación de permanencia en Jesús, por medio del Espíritu Santo.
Nuestro carácter es transformado para reflejar el carácter de Jesucristo en lo que decimos y hacemos, e incluso en
lo que pensamos.
El Espíritu Santo nos da poder para vivir victoriosamente y para desarrollar las virtudes que son
características de aquellos que son hijos de Dios: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder,
de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
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EL FRUTO DEL AMOR
Agapáo, es el amor de Dios. No está basado en las emociones sino en un acto voluntario, en la decisión de
amar a una persona: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó
a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).
En el amor “agapáo” no ama como consecuencia de lo que otros han hecho por él, sino por voluntad propia,
sin considerar méritos o esperar algo a cambio, se extiende a toda persona sin importar su condición y las
circunstancias: “Pero yo os digo; Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que
os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
Es un amor que requiere sacrificio y se desarrolla a través de la negación y la vida en el espíritu, este amor,
el amor de Dios es perfecto y nunca nos fallara, el amor es, la más importante característica del fruto del Espíritu y
este permea el resto.
El amor de Dios es el fundamento y la fuente de todos los demás frutos y es derramado en nuestro corazón
por medio del Espíritu Santo (Romanos 5:5). El amor es el testimonio de que somos hijos de Dios: 34 Un mandamiento
nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Juan 13:34-35.
Es interesante que la descripción del amor en 1 Corintios 13 esté, justamente, entre los capítulos 12 y 14. Esos
dos capítulos tratan sobre los dones del Espíritu. El 13, sin embargo, habla del amor: el fruto del Espíritu. Incluso los
dones superiores no son nada sin amor. Los dones del Espíritu sin el fruto del Espíritu no tienen poder y no producen
la bendición que Dios desea. El amor, sin embargo, es lo que trae unidad de propósito respecto a los frutos del Espíritu,
es una unidad completa y da autenticidad a todo lo que hacemos.
GOZO
Juan nos dice
, es decir, saber que Dios anhela que experimentemos el gozo que proviene de Él, nos
ayuda a tener una vida centrada en Él en lugar de nuestras circunstancias.
El gozo es la segunda característica del fruto del Espíritu que aparece en Gálatas 5:22-23 y en este
versículo la palabra que se traduce como gozo proviene del griego “jará”, implica más que un sentimiento de alegría,
es un estado de regocijo y completa satisfacción.
Esta es la vivencia del creyente como resultado de su comunión con Cristo. Es el resultado de experimentar
la liberación de nuestras cargas y disfrutar de su benevolencia, y por ello el gozo es un sentimiento de origen
espiritual que se mantiene permanentemente, siempre y cuando nuestra comunión con Cristo no se interrumpa y
por ello la Escritura nos dice: “Estad siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16).
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Esta característica del carácter cristiano es tan importante que de hecho es parte de la misma vida cristiana.
Por tanto, el gozo es un fruto del Espíritu que se espera que siempre este presente a lo largo de toda nuestra vida:
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4).
El gozo que está basado en el fruto del Espíritu se enfoca en Dios y en lo que él ha hecho por nosotros, y
no está motivado por las condiciones circundantes:
17 “Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados
no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; 18 Con todo,
yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:17-18).
PAZ
En el Nuevo Testamento la palabra griega que se traduce como paz es , implica estar en un
estado de completa serenidad que no proviene de factores externos, sino de la comunión y confianza que se
establece a través de nuestro Señor Jesucristo, por ello dijo:
.
Es interesante notar que la promesa de Dios a sus discípulos de darles paz viene después del anuncio
de la venida del Consolador, el Espíritu Santo. Esto tiene sentido porque la paz es uno de los frutos del Espíritu
en el creyente. Es importante tener esto presente, porque la auténtica paz que Cristo ofrece no puede
obtenerse por ningún medio humano.
Es una paz que se fundamenta en el entendimiento profundo de Dios, un Dios todopoderoso que tiene
el dominio, sobre todo un Dios lleno de sabiduría que nos ama y no guarda en todo momento de nuestra
existencia. Solamente la confianza en un Dios omnipotente puede generar una serenidad que trascienda
todos los obstáculos que se presenten en la existencia.
Este estado de serenidad y confianza es fruto del Espíritu Santo, y por lo tanto debe ser una
característica de todo creyente.
PACIENCIA
La palabra paciencia en el versículo 22 viene del griego “ipomoné”, que literalmente significa constancia, resistencia
o perseverancia. Por tanto, la paciencia es esa virtud que nos ayuda a mantenernos constantes y soportar las situaciones
difíciles de la vida.
De hecho, la vida cristiana requiere de constancia para no desanimarnos en medio de las pruebas y desistir de la
carrera. La paciencia no es una característica común en los seres humanos, significa soportara otros o soportar ciertas
circunstancias, aun cuando no sean fáciles.
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Sin embargo, incluso en medio de las dificultades, no estamos solos. Dios nos sostiene por medio de su Santo
Espíritu y construye en nosotros paciencia, una característica que es distintiva de los creyentes en el tiempo del fin
(Apocalipsis 14:12). Solamente aquellos que apuntan a un blanco digno pueden ser pacientes.
Esa resistencia ante las adversidades provoca en nosotros perseverancia y la perseverancia nos ayuda a superar
cualquier tribulación que se presente, tal y como lo dice Pablo en Romanos:
3 “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4
y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5).
Así que vemos la paciencia es una virtud que no solo nos ayuda a soportar las prueba con fe y perseverancia, sino le
ayudan al creyente a desarrollar su carácter, y de allí que las pruebas tengan ese propósito en nuestras vidas
BENIGNIDAD
En su carta a los Efesios Pablo exhortaba a los creyentes a ser benignos unos con otros, y la palabra que se
traduce aquí como “benignos” es la palabra griega “jrestós”, la cual también puede traducirse como amabilidad o a veces
como misericordia.
En su sentido etimológico la palabra benigno significa algo o alguien que no causa daño, y en su carta a los
Efesios el apóstol Pablo desarrolla a profundidad este concepto ya que nos dice cómo debemos ser benignos, es decir,
amables (jréstós), y de acuerdo al texto, esto se logra siendo misericordiosos con las demás personas, sabiendo
perdonar, así como Dios nos ha perdonado a nosotros: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos,
perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
Nada desacredita más, ni con tanta frecuencia, nuestro testimonio y nuestro ministerio como la antipatía. No
cuesta nada ser benigno, y puede abrir la puerta del corazón de la otra persona.
Los griegos definían “jrestós” como la disposición del corazón para considerar los asuntos de los demás como
si fueran propios. Su enfoque está en considerar a los demás antes que, a uno mismo, lo que provoca que sea bueno
en todos sus aspectos.
En sí, jrestós revela un carácter generoso y no áspero, incapaz de hacer daño, la cualidad de la benignidad debe
destacarse en las relaciones con los demás. Muchos de los problemas dentro de la iglesia vienen de las malas relaciones
las cuales afectan la unidad de la misma.
Como cristianos, debemos estar en constante comunión, resolver los problemas entre hermanos, amonestar con
amor a los que son hallados en faltas, fortalecer a los decaídos en ánimo:
“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos”
(Romanos 15:1).
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“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de
mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1).
6 “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; 7 pero
si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado” (1 Juan 1:6-7).
BONDAD
En este texto la palabra bondad se traduce del griego como y expresa la disposición de la
persona para hacer buenas obras.
Si bien es cierto, la salvación es por fe y no por obras, esto no significa que estas últimas no son importantes
en la vida del creyente, al contrario, se vuelven un factor importantísimo e indispensable en la vida del hijo de Dios,
tal y como lo enseña Pablo a los Efesios:
.
La bondad no es una simpatía superficial ni una sensibilidad momentánea, es empatía con las situaciones de mi
prójimo, de sus necesidades, de sus conflictos íntimos; porque lo amo, porque estoy con él.
Bondad significa comprender a la otra persona, llorar con la otra persona, orar con la otra persona y ayudar a la
otra persona.
La bondad implica la capacidad de soportar golpes duros, malentendidos, fracasos, resistencias internas y
externas, así como el torrente diario de noticias desagradables.
En sí la bondad es un fruto que el Espíritu produce en el creyente que lo impulsa a hacer lo bueno, pero al mismo
tiempo le da el discernimiento de cómo hacerlo.
El cristiano necesita desarrollar el fruto del Espíritu que es bondad ya que como hijo de Dios está obligado a vivir
su salvación produciendo toda clase de buenas obras que reflejen a este mundo la obra que Cristo ha hecho en ellos.
FE
En el caso particular de Gálatas 5:22, se traduce la palabra “pistis”, transmite la idea de confianza, una firme
convicción respecto a la veracidad de alguien o de alguna afirmación.
Basado en lo anterior, podemos ver que es en función de esta virtud que el creyente vive, mirando hacia el
futuro con plena certeza y colocando su esperanza en las cosas que no se ven (Hebreos 11:1).
Es el requisito indispensable para agradar a Dios: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
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Si fe es imposible ser hijo de Dios ya que esta es el fundamento de toda nuestra vida. Vivir una vida victoriosa
no depende de nuestras propias capacidades, va más allá de todo esto, de una firme convicción en Dios, de nuestra
fe y esto es lo que agrada a Dios.
El Dios de la Biblia siempre se ha relacionado con los seres humanos por medio de la fe y la confianza en lo que Él
dice y hace.
La fe es un camino de confianza en Dios, a quien no vemos, pero en quien creemos. Al comprender qué es la fe y
cómo funciona, sentamos las bases de una fe inquebrantable que nos acompañará en nuestro camino.
MANSEDUMBRE
En Efesios 4:2 el apóstol Pablo utiliza dos palabras en el mismo versículo que son las que generalmente se
traducen a lo largo de la Biblia como humildad o mansedumbre. En primer lugar, aparece “tapeinofrosúne” la cual
aquí se traduce como humildad. Es llegar a tener el pleno conocimiento de nuestras capacidades, debilidades e
imperfecciones con el fin de no tener un mayor concepto de uno mismo.
Este mismo concepto lo maneja Pablo al decirnos: Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que
está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura,
conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Romanos 12:3), la palabra que Pablo utiliza para cordura
es “sofronéo”, y significa prudencia, buen juicio, de tal forma que la humildad proviene de un conocimiento apropiado
de nosotros mismos.
La segunda palabra que aparece en Efesios 4:2 que se traduce como mansedumbre es la palabra griega
“praótes”, la cual literalmente significa alguien que tiene las riendas de sí mismo, por tanto, el hombre que posee esta
cualidad es el que tiene su vida en total control de Dios.
Este fruto, es la capacidad que se nos da para controlar la ira, para no vengarnos aun cuando pudiésemos
hacerlo. En este sentido, “praótes” es la cualidad que nos hace humildes aun cuando somos provocados. Estas dos
cualidades son tan relevantes en nuestra vida cristiana que todos debemos esforzarnos por replicarlas, especialmente
porque nuestro Señor Jesús nos exhorto a imitarlo en estas cualidades.
Mansedumbre no significa debilidad. No es cobardía ni falta de liderazgo, al contrario, Moisés fue llamado el
hombre más manso de la tierra (Números 12:3), no obstante, fue un líder poderoso ante el pueblo de Dios.
TEMPLAZA
El último aspecto del fruto del Espíritu es la templanza (dominio propio). Esta palabra dominio propio o
templanza se traduce del griego “egkráteia”, y significa el dominio que el ser humano tiene para evitar embriagarse
con sentimientos o deseos malsanos.
En este aspecto, todos debemos ser cuidadosos, porque ¿quién no tiene, en alguna área u otra, luchas con el
dominio propio?
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Como seres humanos sin Cristo somos incapaces de someternos ya que el pecado nos domina tal y como
Jesús lo dijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”, (Juan 8:34).
Por obra del Espíritu Santo se nos otorga esta preciosa virtud que nos ayuda a mantener nuestras pasiones,
deseos y temperamento bajo control y por ello el apóstol Pablo exhortaba constantemente a controlar nuestra vida
abandonando todas nuestras antiguas costumbres pecaminosas y no dejarnos gobernar por ellas.
Uno de los mayores desafíos de las personas es el controlarse a sí mismos, de allí que Platón un día dijo “La
primer gran victoria es conquistarse a uno mismo”.
El mismo Pablo entendió que a pesar de su libertad en Cristo tenía que tener su mente y cuerpo en
servidumbre y completo control: “Todo me está permitido, pero no todo es para mí bien. Todo me está permitido, pero
no dejaré que nada me domine”, (1 Corintios 6:12, NVI).
Nuestra naturaleza carnal y nuestro temperamento o malos hábitos pueden ser un estorbo para
desarrollarnos como es la voluntad del Señor, pero cuando ejercemos el dominio propio sobre ellos para controlarlos
y no que ellos nos controlen, y nos enfocamos en lo que es de provecho para nuestra vida, podremos estar seguros
de llevar mucho fruto agradable para el Señor.
PARA MEDITAR
Un granjero plantó dos árboles frutales en lados opuestos de su propiedad. Uno lo plantó para crear un seto
que ocultara la vista desagradable de un antiguo vertedero; el otro para proporcionar sombra para descansar bajo un
fresco arroyo de montaña que corría junto a sus campos. A medida que los dos árboles crecieron, ambos comenzaron
a florecer y a dar frutos.
Un día, el granjero decidió recoger la fruta del árbol más cercano a su casa, el que se usaba para crear un
seto contra el vertedero. Cuando llevó la fruta al interior de la casa, notó que estaba un poco deformada; la simetría
de la fruta no era muy buena, pero aun así la fruta parecía comestible.
Mientras estaba sentado en su balcón, el granjero tomó una de las frutas para comer. Al morder la fruta,
descubrió que era extremadamente amarga y no se podía comer. Arrojó la fruta y miró al otro árbol junto al arroyo de
la montaña. Después de caminar por el campo, el granjero tomó una fruta del otro árbol y le dio un mordisco. Encontró
que la fruta era dulce y deliciosa, así que juntó varias frutas y las llevó a la casa.
Así como el árbol creció junto al vertedero y se volvió amargo, y el árbol junto al arroyo produjo fruta dulce,
así también el cristiano tiene una opción. Puede echar sus raíces en el suelo del vertedero de las actividades carnales,
o en la corriente fresca y refrescante de la persona de Jesucristo. Debemos entender que la raíz provee lo necesario
para que el árbol produzca un buen fruto. El fruto del cristiano es la evidencia externa de una motivación interna.
“Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo
que hace, prosperará” (Salmo 1:3).
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