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María y La Iglesia en La Biblia

El manual aborda la relación entre María y la Iglesia en la Biblia, enfatizando su importancia en la fe católica y la necesidad de una comprensión profunda de ambos temas a la luz de la Sagrada Escritura. Se discuten métodos de interpretación bíblica, como la tipología, y se subraya la conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Además, se destaca la relevancia del Concilio Vaticano II en la renovación del estudio teológico sobre María y la Iglesia, promoviendo su estudio conjunto como parte del plan divino.

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María y La Iglesia en La Biblia

El manual aborda la relación entre María y la Iglesia en la Biblia, enfatizando su importancia en la fe católica y la necesidad de una comprensión profunda de ambos temas a la luz de la Sagrada Escritura. Se discuten métodos de interpretación bíblica, como la tipología, y se subraya la conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Además, se destaca la relevancia del Concilio Vaticano II en la renovación del estudio teológico sobre María y la Iglesia, promoviendo su estudio conjunto como parte del plan divino.

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INSTITUTO BÍBLICO

CATÓLICO

MARÍA Y LA IGLESIA
EN LA BIBLIA

Manual realizado por el Lic. Edgar I. Valencia García, profesor del IBCG
Contenido de la materia
1. Introducción _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 3
1.1. Mariología y eclesiología _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 3
1.2. Tipología_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 4
1.3. Sentidos de la Sagrada Escritura_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 6

2. La Santísima Virgen en la Sagrada Escritura_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 8

2.1. Antiguo Testamento _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 8


2.1.1. Textos literales_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
__8
2.1.2. Prefiguraciones de María _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ 10
2.2. Nuevo Testamento _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 15
2.2.1. Cartas paulinas – Ga 4,4-5_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _1 6 2.2.2. Evangelio según san Mateo _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ 17 2.2.3. Evangelio según san Marcos _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ _ 19 2.2.4. Evangelio según san Lucas _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ _ _ 21 2.2.5. Evangelio según san Juan _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ _ _ _ 29 2.2.6. Apocalipsis de san Juan _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ _ _ _ _ 33

3. La santa Iglesia en la Sagrada Escritura _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 36

3.1. El término ’Εκκλεσὶα (Ekklesía) _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 36


3.2. La buena nueva de la Iglesia_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 37
3.3. Mt 16,13-20 – El primado de san Pedro_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 42
3.4. La “personalización” de la Iglesia_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 4 5

4. Conclusiones_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 49

2
Bibliografía_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 50 2

1. Introducción
1.1. Mariología y eclesiología
Tanto la Santísima Virgen María como la Iglesia son temas de suma importancia y antigüedad en la fe
católica, llenos de historia y tradición. Sin embargo, son temas que la mayoría de católicos
practicantes no sabemos fundamentar en la Sagrada Escritura. Esto se vuelve importante porque
actualmente son temas polémicos y puestos en duda:

• La Virgen María ha llegado a ser vista solamente como un objeto de devoción popular y
sentimentalista, como un tema secundario en la fe que roba protagonismo y gloria a Cristo, y
que tiene poca profundidad intelectual, bíblica y teológica; por lo mismo, se ven con
desconfianza algunos de sus títulos.
• En cuanto a la Iglesia, ésta ha llegado a verse solamente como una institución humana,
corrupta por el poder y el pecado de sus dirigentes. Por lo mismo, se desconfía de sus
autoridades, de sus decisiones y de su doctrina; se llega a pensar que no se originó en Jesús
sino en las circunstancias de la historia, por lo que no es necesaria para la fe y la salvación.

Estos errores se dan debido al desconocimiento y la incomprensión de la Escritura en profundidad,


como también del desconocimiento de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia. También son
errores que se han generalizado y han tomado fuerza a causa de la influencia de la Reforma
protestante y las distintas sectas cristianas.

De hecho, éstos son dos de los principales temas que nos dividen a los católicos de los demás
cristianos, por lo que tienen gran importancia en el diálogo ecuménico. Erróneamente, se ha
llegado a pensar que María y la Iglesia (incluido el Papa) son los grandes obstáculos para el
ecumenismo, a los que debemos dar menor importancia en vistas a progresar en la unidad.

Sin embargo, hacer esto sería quitar un importante elemento a la fe y obstruir los medios de
salvación, así como quitar valor a la obra misma de Cristo. El modo correcto de progresar en la
tarea ecuménica es la profundización bíblica y teológica en estos temas, para mostrar claramente
su importancia y su enraizamiento en Cristo mismo, y para poder llevarlos al diálogo ecuménico de
forma seria y pacífica. A la vez que es necesario tener una correcta visión y una correcta vivencia
de estos misterios, que no propicie el escándalo sino la recta piedad.
3
Recientemente, el Concilio Vaticano II hizo de la Iglesia y de María dos de sus temas principales,
dando sobre ellos profundas reflexiones. De hecho, el tema principal de todo el Concilio fue la
eclesiología, dando enormes novedades que han sido la guía para la comprensión y la vida eclesial
desde entonces; y también ha sido el Concilio que ha dado el

4
mayor Magisterio mariano de la historia, tanto en cantidad como en cualidad1. Con esto, el
Concilio renovó el estudio teológico de estos dos temas y, sobre todo, su metodología y su relación
con otras materias teológicas.

Precisamente, una de las mayores novedades metodológicas del Concilio Vaticano II, y que ha
producido enormes frutos, es el no tomar a María y a la Iglesia como si fueran dos temas distintos,
sino estudiarlas conjuntamente, dependientes a su vez del Misterio de Cristo. María y la Iglesia, de
hecho, son dos realidades profundamente unidas en el único plan de Dios. No deben de estudiarse
por separado, pues ambos temas se iluminan mutuamente; y, sobre todo, ambos toman su
principio y su sentido del mismo Jesucristo, a quien ambos están profundamente unidos.

1.2. Tipología
Un método que usaremos para extraer de la Sagrada Escritura aquello que puede decirnos sobre
María y la Iglesia, incluso cuando no se les menciona literalmente, es la tipología. Ésta es un
método clásico de exégesis bíblica, muy utilizado por la Tradición eclesial, por los Padres de la
Iglesia, e incluso usado por los autores de la misma Biblia.

Tipología proviene del griego τυπός (typós), que significa “figura”, “modelo”, “símbolo”. La
tipología es un modo de leer e interpretar la Sagrada Escritura, «una lectura que considera las
correspondencias positivas y/o negativas establecidas por la misma Escritura entre dos personajes
o acontecimientos históricos, o bien entre dos realidades de otro género, de modo que el elemento
antiguo aparece como figura o anuncio del elemento nuevo, y éste se ve como cumplimiento del
antiguo»2.

Esto significa que algunos personajes, acontecimientos u otros elementos dentro de la Sagrada
Escritura están conectados. Esto sucede usualmente entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento. Por ejemplo, la 1ra Carta de Pedro señala al Arca de Noé como un símbolo del
Bautismo cristiano y de la Iglesia a la éste nos injerta, y para hacerlo utiliza la palabra typós:
«en los días en que Noé construía el arca, en la que unos pocos, es decir ocho personas, fueron
salvados a través del agua; a ésta corresponde (antítypon) ahora el bautismo que los salva» (1Pe
3,20-21).

Es aún más conocida la tipología que san Pablo establece entre Cristo y el cordero pascual:
«nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado» (1Co 5,7b); o la clásica tipología propuesta por
los Padres de la Iglesia entre el sacrificio de Cristo y el de Isaac, el cual sería sacrificado por
Abrahán en el monte Moria (cf. Gn 22,1-19).

1 Cf. WILLIAM G. MOST, Vatican II—Marian Council, Alba House, Athlone, Ireland 1972 en S. HANN, Dios
te salve Reina y Madre, 95.
2 J. FONTBONA, «Lectura tipológica de la Sagrada Escritura en la Liturgia», 585-586.
5
La clave de la tipología es que convierte a la persona o acontecimiento que aparece en el pasaje en
un signo. Signo es una realidad que remite hacia otra realidad. Como una señal de tránsito, un
signo se vuelve simplemente algo que debe dirigir nuestra mirada hacia la realidad representada.
Desde los tiempos apostólicos y, después, en la tradición viva, la Iglesia ha mostrado la unidad
del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología, que no tiene un carácter arbitrario
sino que pertenece intrínsecamente a los acontecimientos narrados por el texto sagrado y por
tanto afecta a toda la Escritura. La tipología «reconoce en las obras de Dios en la Antigua
Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su
Hijo encarnado» (CEC 128). Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de
Cristo muerto y resucitado. Si bien la lectura tipológica revela el contenido inagotable del
Antiguo Testamento en relación con el Nuevo, no se debe olvidar que él mismo conserva su
propio valor de revelación, que nuestro Señor mismo ha reafirmado (cf. Mc 12,29-31). Por
tanto, «el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis
cristiana primitiva recurría constantemente a él (cf. 1Cor 5,6-8; 1Cor 10,1-11)» (CEC 129) 3.

Pero los tipos o signos bíblicos van más allá de ser solamente señales, sino que se convierten
símbolos vivos en los que se creía ya presente y actuando la realidad representada. Es así que, si el
Arca de Noé tuvo un verdadero valor de salvación para quienes iban sobre ella, un valor tal que los
libró del castigo de la ira divina que también ellos merecían por su pecado, fue porque ahí actuaba
ya la salvación obrada por Cristo, «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4,12). Al menos esta era la fe de los Padres de la
Iglesia.

Para plasmar esta fe, presente ya en la misma Escritura, se utilizaban los términos tipo y antitipo. El
antitipo es el modelo que genera los tipos y en base al cual se modelan, los cuales son sus
imágenes, sus signos, sus figuras o sus “sombras”. El antitipo es lo significado, pero no solamente
es representado, sino que él mismo es quien le plasma su valor al signo y, de alguna manera, se
hace presente en él: «Éstos [los sacerdotes de la antigua Alianza] dan culto en lo que es sombra y
figura de realidades celestiales, según le fue revelado a Moisés al emprender la construcción de la
Tienda: “Mira –se le dice– harás todo conforme al modelo [typon] que te ha sido mostrado en el
monte”» (Hb 8,5).

Es debatido hasta qué punto tiene valor o no una tipología. Si bien su verdad es innegable, no
siempre se puede identificar con claridad cuándo se presenta o no en la Escritura una tipología
cuando no se alude a ella explícitamente. Durante la historia se han dado abusos en el uso y la
interpretación de la tipología como método de exégesis bíblica, especialmente cuando se
convierte en alegoría, dando paso a los errores llamados alegorismo o hipertipismo. Para evitar
esto es bueno ceñirse a las tipologías que aparecen explícitamente o insinuadas de forma literal en
la Escritura, o a aquellas que la Tradición eclesial ha reconocido y utilizado en la historia.

3 BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, 41.


6
1.3. Sentidos de la Sagrada Escritura
En el estudio bíblico, especialmente en el tipológico, es fundamental comprender y aplicar las
diferencias que existe entre los diferentes niveles de sentido presentes en los textos. Aquí nos
ceñimos a los tres explicados en el documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación
de la Biblia en la Iglesia.

• Sentido literal
«es aquel que ha sido expresado directamente por los autores humanos inspirados» (La
interpretación de la Biblia en la Iglesia 73). Es lo que los autores querían decir, y para encontrarlo
se debe leer el texto literalmente y de acuerdo al género literario y al contexto de tiempo y lugar:
«El sentido literal no se debe confundir con el sentido “literalista” al cual se adhieren los
fundamentalistas […] Es necesario comprenderlo según las convenciones literarias de su tiempo»
(idem).

El sentido literal es el principal, porque en él se basa el valor de los demás sentidos. «Siendo el
fruto de la inspiración, este sentido es también querido por Dios, autor principal» (idem). Sin
embargo, su defecto es que a veces, al referirse a cosas propias de su época, tiene poca
importancia práctica o de fe para nosotros en la actualidad. Puesto que la Palabra de Dios es algo
vivo actual, se hace necesaria le presencia de otros sentidos más profundos que nos sigan
enriqueciendo para nuestra actual vida de fe.

• Sentido espiritual
«el sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los lee bajo la influencia del Espíritu Santo
en el contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él» (La
interpretación de la Biblia en la Iglesia 75). Este sentido nos muestra misterios salvíficos que no
siempre son visibles en la literalidad del texto. Su fundamento, y también el criterio que permite
no abusar de él, es el Misterio de Cristo, el cual ilumina toda la Escritura y hace posible encontrarle
nuevos significados que anteriormente no eran visibles.

Este sentido revela aún más profundamente las riquezas de la Palabra de Dios y aumenta el valor
de pasajes que, aparentemente, no tienen mucho qué decir. Sin embargo, es un sentido que
depende del literal y debe leerse en continuidad con él. Puesto que es un sentido más ambiguo, su
valor es inferior al del sentido literal y depende directamente de él, de modo que va perdiendo
valor conforme más se aleja de aquél.

• Sentido pleno
Siendo el sentido más complicado de entender, podemos simplificarlo como verdades profundas
que Dios, siendo quien inspira la Escritura, quiso revelar sin ambigüedad, pero que no estaban
originalmente claras en un texto. Estas verdades han sido reconocidas a la luz del Espíritu Santo y
han sido expresadas explícitamente por el Nuevo Testamento al usar algún texto del Antiguo, o
han sido canonizadas por la Iglesia o su Tradición.

Es el sentido más valioso o importante de los tres. Sin embargo, son pocos los textos de los que se
puede afirmar un sentido pleno, y hemos de reafirmar que sólo se les puede dar este sentido a

7
aquellos textos que la misma Biblia o la autoridad eclesial, o su historia, lo afirman así (cf. La
interpretación de la Biblia en la Iglesia 77-78).

✓ Ejercicios
1) Contesta V si es verdadero o F si es falso:
▪ La tipología es un moderno método de interpretación ___
▪ El Antiguo y el Nuevo Testamento están internamente unidos ___
▪ La Virgen María y la Iglesia son temas íntimamente relacionados ___
▪ El sentido literal no es inspirado por Dios ___
▪ El sentido pleno es el que descubren los estudiosos de la Biblia ___
▪ El sentido pleno sólo puede mostrarlo la misma Biblia o el Magisterio de la Iglesia
___

2) Escribe las definiciones que da el documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia y


que están citadas en nuestro texto:
▪ Sentido literal: __________________________________________________

______________________________________________________________.

▪ Sentido espiritual: ________________________________________________


_______________________________________________________________

______________________________________________________________.

3) Escribe dos ejemplos de tipología siguiendo el ejemplo:


 El árbol del Edén y la cruz de Cristo.
 _________________________________________________________.
 _________________________________________________________.

2. La Santísima Virgen María en la Sagrada Escritura


2.1. Antiguo Testamento
2.1.1. Textos literales
En el Antiguo Testamento las menciones literales de María son realmente muy pocas. Hay cuatro
textos en los que parece hablarse literalmente de Ella; sin embargo, veremos que su valor puede

8
ser algo debatido. Analizaremos primeramente estos textos, para después pasar a considerar
tipologías o prefiguraciones proféticas de la Virgen María.

• Gn 3,15 – El protoevangelio
Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras
acechas tú su calcañar.

La interpretación tradicional ha visto este texto como un primer anuncio del Mesías, nacido de una
mujer, que vencerá a la serpiente-diablo y restaurará la obra de la creación aquí dañada. La
interpretación literal, sin embargo, parece ir muy por otro sentido. Interpreta el arrastrarse de la
víbora como una maldición y el peligro que constantemente tal animal ha significado para la raza
humana.

Pese a esto, la interpretación tradicional se puede considerar como un sentido espiritual muy
válido, al que hay que hacer la siguiente aclaración lingüística:

Muchas veces se ha entendido que quien “pisará” la cabeza de la serpiente es la mujer, debido al
femenino “ella”. Sin embargo, el pronombre “ella” se refiere a la “descendencia”; el hebreo usa el
masculino zará (=semilla) para referirse a la “descendencia”, y después usa el pronombre
masculino para decir “él te pisará la cabeza”.

Esta aclaración puede reafirmar aún más el sentido espiritual ya mencionado. María se muestra
como Madre de Jesús, escogida para la misión de ser quien traerá al Salvador al mundo, el cual
será quien derrote al Diablo. Sin embargo, hay que reafirmar que todo esto queda ahora como un
sentido espiritual y mesiánico, aunque veremos que en el Nuevo Testamento este sentido
adquiere incluso el valor de sentido pleno.

• Is 7,14 – El Emmanuel
He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.

En su interpretación literal, esta profecía es un anuncio de liberación en medio de la crisis que


había en Judá por la introducción de cultos paganos, provocada por el rey Ajaz, y sobre todo por la
gran guerra siro-efrainita. Lo que se anuncia literalmente es el nacimiento de un hijo del rey Ajaz:
el rey Ezequías, que llevará a Judá a un momento de esplendor y de total fidelidad a la Ley de Dios
(cf. 2Re 18,1-8), y que salvará al pueblo de la destrucción asiria.
Por esto es que en ese niño se manifiesta la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

Sin embargo, la interpretación espiritual no es sólo válida, sino que es usada por el Nuevo
Testamento literalmente (cf. Mt 1,22-23), dándole así un sentido pleno a la profecía: Jesús es el
nuevo Ezequías y el verdadero Emanuel, la presencia de Dios en medio de su pueblo (cf. Mt 18,20;
28,20). Una aclaración lingüística da aún más fuerza a esta profecía de Isaías:

En el hebreo original, el término que se usa para decir doncella es ‫‘( ְַעְל ָ֗מ ה‬almāh), que puede
significar simplemente doncella o jovencita, cualquier muchacha que es virgen, pero porque no ha
tomado matrimonio, sin acepción a la concepción virginal. Pero el griego de los LXX usa la palabra
παρθένος (parthénos), que significa únicamente virgen, y origina una traducción con el siguiente

9
significado: «la virgen tendrá en su vientre […] un hijo». La traducción griega, que es la que utiliza
san Mateo en el Nuevo Testamento, da a entender un embarazo sin relaciones íntimas, sino por
obra de Dios. Sin embargo, no olvidemos que esto, seguramente inspirado por Dios al realizarse la
traducción, es algo que sólo sucede en la traducción de los LXX, y su valor depende del valor que se
le dé a tal Biblia.

• Mi 5,2 – La que ha de dar a luz


Por eso él los abandonará hasta el momento en que la parturienta dé a luz y el resto de sus
hermanos vuelva con los hijos de Israel.

El texto, leído dentro del pasaje en que se encuentra (5,1-4a), es un famoso anuncio mesiánico,
por lo que incluso en su sentido literal puede entenderse a la “parturienta” de la que habla como
la Madre del Mesías esperado. La primera parte del texto es usada por el Nuevo Testamento como
anuncio del Mesías (cf. Mt 2,3-6), y da a entender que ésta era la interpretación judía de tiempos
de Jesús.

Sin embargo, este texto no hace más que mencionar a María, sin dar ningún rasgo sobre Ella más
allá de ser la Madre del Mesías, nuevamente la elegida para esa misión. Será esta maternidad la
que traerá la salvación al Pueblo, el cual parecía como abandonado por Dios, ya que no había
acudido a salvarlos.

• Jr 31,22 – La mujer rodea al varón


Pues ha creado Yahveh una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón.

El contexto de este verso es un anuncio de conversión, se refiere al regreso del exilio en Babilonia.
Jeremías retoma la tradicional imagen de la relación entre Dios y su Pueblo expresada como la
relación de un esposo con su esposa, y bajo esta imagen anuncia una novedad: “la Mujer ronda al
Varón”, es decir, será ahora Israel quien busque a Yahveh.

El sentido mariano viene tomado de la Vulgata de san Jerónimo, que tradujo el texto al latín como
“la Mujer rodeará al Varón”. Con esta traducción, la tradición entendió este texto como un
anuncio de la Virgen María que lleva en su seno a Jesús. Incluso podría interpretarse que será
entonces, a la venida del Mesías, cuando el pueblo se convertirá completamente a su Dios.

Pese a que podría ser una interpretación válida, es un sentido espiritual muy débil y muy lejano del
sentido literal. Además, su único mensaje vuelve a ser la maternidad de María sobre Jesús como
Mesías.

2.1.2. Prefiguraciones de María


Si bien los textos literales sobre la Madre del Mesías son pocos y dan poca información, existen
muchos otros textos que, bajo el sentido espiritual o la lectura tipológica, nos brindan una imagen
mucho más rica de María. Éste es el método que usaron los Padres de la Iglesia para hablar sobre
María, usando figuras como la de Rebeca en Gn 27 (un texto que no estudiaremos por falta de

10
tiempo). Estos textos son prefiguraciones marianas, imágenes que, sin hablar directamente sobre
María, nos muestran los rasgos espirituales que ella tendría.

De esto nos habla el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen Gentium número 55:
Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Tradición venerable manifiestan de un modo
cada vez más claro la función de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y vienen
como a ponerla delante de los ojos. En efecto, los libros del Antiguo Testamento […] tal como
se leen en la Iglesia y tal como se interpretan a la luz de una revelación ulterior y plena,
evidencian poco a poco, de una forma cada vez más clara, la figura de la mujer Madre del
Redentor. Bajo esta luz aparece ya proféticamente bosquejada […].

En el Antiguo Testamento, era común medir el valor de una persona por lo que ella representaba
para su pueblo o comunidad, o por el bien que le hacía. La mujer, en esta perspectiva, tiene un
valor propio, pero casi siempre en cooperación o subordinación con la misión de un hombre. La
misión de la mujer, de manera particular, tiene que ver con el servicio al pueblo y a su familia,
cooperando con Dios a la obra de su gracia.

Dios daba su gracia de dos maneras, en las que el hombre y la mujer podían y debían cooperar:

▪ Como bendición: da la vida, la paz, los hijos, y los bienes para conservarlos.
▪ Como liberación o salvación: auxilia al pueblo ante la amenaza de perder los bienes de la
bendición, casi siempre por causas externas.

• Rut
En el libro del mismo nombre aparece esta humilde campesina de origen moabita que, con su
fidelidad y servicio, se vuelve el medio para que Dios envíe a su Pueblo la bendición de la
descendencia elegida en la que nacerá el rey David, y a través de la cual llegará el Mesías.

Si contemplamos a Rut como un tipo, del cual María santísima es el antitipo, nos damos cuenta de
que los rasgos y virtudes de Rut se cumplen, de un modo más perfecto, en María.

Rut resalta principalmente por su virtud de fidelidad a su suegra y a su difunto esposo, y a través
de ellos a Dios: «Bendita seas de Yahveh, hija mía; tu segundo acto de lealtad ha sido mejor que el
primero, porque no has pretendido a ningún joven, pobre o rico. Ahora, hija mía, no temas; haré
por ti cuanto me digas, porque toda la gente de mi pueblo sabe que eres una mujer virtuosa» (Rt
3,10-11).
Rut es moabita, no es originaria del pueblo de Israel. Sin embargo, ella se vuelve, como María, el
medio de la bendición mesiánica de Dios: «Las vecinas le pusieron un nombre [al hijo de Rut]
diciendo: “Le ha nacido un hijo a Noemí”. Y le llamaron Obed. Es el padre de Jesé, padre de David»
(Rt 4,17).

Además de esto, en el libro de Rut podemos ver la importancia de las relaciones legales, mayor
que la de las familiares, en Israel: Siendo de otro pueblo, Rut es “adoptada” como judía al casarse
con un varón judío de la tribu de Judá, recibiendo la vocación de traer la bendición al pueblo. La
fidelidad de Rut radica en el cumplimiento fiel de la ley del levirato, por la cual desposa a un

11
pariente de su difunto esposo. Los hijos se consideran propiedad no de quien son por sangre, sino
de quien los asume legalmente, por lo cual su hijo se dice “hijo de Noemí”, su suegra (cf. Rt 4,17).

Sobre todo, es libro muestra que en Israel se le dice “hermano” a los miembros de la misma tribu,
sobre todo a los parientes cercanos: «Noemí, que ha vuelto de los campos de Moab, vende la
parcela de campo de nuestro hermano Elimélec» (Rt 4,3). Esto se relaciona con los “hermanos de
Jesús” que aparecen en el Evangelio y que veremos más adelante.

• Judit
Del libro deuterocanónico del mismo nombre, Judit se vuelve el medio a través del cual Dios envía
la liberación a su Pueblo. Su nombre significa la judía, lo que da a entender que ella es propuesta
como un modelo para las mujeres de Israel. Sus virtudes son sabiduría y valentía, que provienen,
como las de María, de su piedad y continua oración (cf. Jdt 9, 1-14; 12,6-9; 13,4-5).

Ella, sólo con su astucia, asesina al general enemigo que amenazaba con destruir el país y el
Templo. De este modo, es considerada cooperadora de la acción divina de liberación. Esto puede
verse como imagen de la enemistad entre el Diablo y María ya anunciada en el protevangelio (Gn
3,15), y que se mostrará en plenitud en Ap 12.

En las alabanzas que se elevan a Judit, resuenan las hechas a Yael en Jc 5,24:
¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea Dios,
el Señor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de
nuestros enemigos. Jamás tu confianza faltará en el corazón de los hombres, que recordarán la
fuerza de Dios eternamente. Que Dios te conceda, para exaltación perpetua, ser favorecida con
todos los bienes, porque no vacilaste en exponer tu vida a causa de la humillación de nuestra
raza. Detuviste nuestra ruina procediendo rectamente ante nuestro Dios (Jdt 13,18-20).

Pero también resuenan en la bendición que da Isabel a María en la Visitación:

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme
la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el
niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte
del Señor! (Lc 1,43-45).

Es por esto que estas exaltaciones las ha retomado la liturgia de la Iglesia en honor a María desde
antiguo, en las antífonas del Oficio mariano y de las Misas comunes de la santísima Virgen:
Tú eres la exaltación de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú la suprema gloria de nuestra
raza. Al hacer todo esto por tu mano has procurado la dicha de Israel y Dios se ha complacido
en todo lo que has hecho. Bendita seas del Señor Omnipotente por siglos infinitos (Jdt 15,9-10).

A su vez, resuena en todo esto la bendición que Melquisedec da a Abrahán, lo que pone a Judit y a
María a la altura del patriarca de Israel, como medios de la bendición de Dios: «¡Bendito sea Abrán
del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus
enemigos en tus manos!» (Gn 14,19-20).

En la alabanza de acción de gracias que hace Judit en el cap. 16 resuenan las alabanzas de María en
el Magníficat (cf. Lc 1,46-55). Y En la bendición que los líderes del pueblo dan a Judit cuando va a

12
realizar su proyecto: «Vete en paz y que el Señor Dios te preceda para tomar venganza de nuestros
enemigos» (Jdt 8,35), aparece un equivalente del “el Señor esté contigo”, que aparece más de 50
veces en la Biblia cuando alguien es vocacionado y enviado a una misión de salvación para el
pueblo. Esto vuelve a suceder en las palabras del ángel a María en la Anunciación: «Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28), mostrándonos que María realmente es elegida para una
misión de salvación.

Todo esto nos muestra que alabar a una criatura no es incorrecto ni es negarle la gloria al Señor,
pues en realidad es reconocer las obras que Dios ha hecho, ya que esas criaturas han sido los
medios de su acción, si bien han tenido también una parte activa que no debe negarse.

• Ester
En el libro de Ester se nos muestra a esta reina que, con su intercesión, salva a la diáspora de
Israel del exterminio, lo cual es una gracia de liberación. Sin embargo, la obra de Ester se da en un
segundo plano, pues el protagonista de la obra el Mardoqueo, de quien ella aparece como
cooperadora esencial.

Al recibir Ester el privilegio de ser reina de Persia, se vuelve prefiguración de María como Reina del
cielo. También la obra de María estará en un segundo plano, pues la liberación será obra de su
Hijo-Mesías, de quien Ella será cooperadora esencial.

En este libro se señala el valor de la intercesión, pues para esto es para lo que Ester ha sido puesta
por Dios como reina, éste es su servicio al pueblo. El ser elevada a reina puede interpretarse como
bendición, y mediante su intercesión ella trae la salvación-liberación al pueblo, al que querían
exterminar los poderosos políticos de Persia. Esto nos enseña que el papel de María en el Reino de
Dios es su intercesión maternal por su pueblo, el cual es la Iglesia y la humanidad entera.

• La “Hija de Sion”
El título de “Hija de Sion” es una personalización de la ciudad de Jerusalén y del Pueblo elegido en
general. A la vez, se presenta como un modelo para el pueblo, pues lo representa en su forma
ideal.

Este título aparece muchas veces en los libros de los profetas. Particularmente, dos citas resaltan
en referencia a María:
¡Grita alborozada, hija de Sion, lanza clamores, Israel, celébralo alegre de todo corazón, ciudad
de Jerusalén! Que Yahveh ha anulado tu sentencia, ha alejado a tu enemigo. ¡Yahveh, Rey de
Israel, está en medio de ti, ya no temerás mal alguno! (So 3,14-15).
Grita de gozo y alborozo, Sion capital [hija de Sion en el hebreo], pues vengo a morar en medio
de ti, oráculo de Yahveh. Aquel día se unirán a Yahveh numerosas naciones: serán un pueblo
para mí, y yo moraré en medio de ti (Za 2,14-15).

Si bien, estas citas hablan de Israel, la tradición y la liturgia las ha interpretado de forma espiritual,
aplicándolas a María, como tipo y personalización del verdadero pueblo de Dios, como la
presentará varias veces el Nuevo Testamento.

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Las citas fácilmente pueden aplicarse al tiempo mesiánico, donde Jesús, el Emanuel, habitará en
medio de su pueblo. Un paso más nos lleva a ver a María como esta Hija de Sion, en la que el Hijo
de Dios viene a habitar en medio de Ella. A la vez, nos hacen ver que con Ella comienza el nuevo
Pueblo de Dios y el tiempo de la salvación definitiva. Esto la vuelve modelo o tipo de la Iglesia:

Finalmente, con ella misma, Hija excelsa de Sion, tras la prolongada espera de la promesa, se
cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía, al tomar de ella la
naturaleza humana el Hijo de Dios, a fin de liberar al hombre del pecado mediante los misterios
de su humanidad (Lumen Gentium 55).

• La reina madre
Otra prefiguración mariana aparece durante la monarquía de Israel. Los judíos consideraban al
reino de David como imagen y prefiguración de lo que sería el futuro Reino del Mesías, después de
todo el Mesías sería “hijo de David”.

En los antiguos reinos orientales de la región cercana a Palestina la esposa del rey no se
consideraba reina, pues se practicaba la poligamia, y si el rey escogiera una reina se definiría por
adelantado la ya conflictiva situación de elegir un heredero. Sin embargo, está documentado que
en estos pueblos el título de reina se daba a la madre del rey.

Sabemos que esto sucedió en Israel, con el título hebreo de gebirah (gran dama): «[El rey Asá de
Judá] Llegó a retirar a su madre la función Gran Dama (gebirah) por haber hecho un objeto
abominable para Aserá» (1Re 15,13). Parece ser por esto que en los libros de Reyes siempre que se
enuncia un rey viene acompañado del nombre de su madre (cf. 2Re 14,2;
15,2; etc.).

La gebirah podía interceder ante su hijo, el rey, por los súbditos: «[Adonías le suplicó:] “tengo un
único ruego que hacerte […] Habla, por favor, al rey Salomón, que a ti no te volverá la cara” […]
Betsabé contestó: “Está bien. Hablaré al rey en favor tuyo”» (1Re 2,16-18). Llama la atención la
actitud de Salomón (tipo de Jesús) ante su madre cuando ella va a interceder: «Betsabé entró
donde el rey Salomón para interceder en favor de Adonías. El rey se levantó a su encuentro, hizo
una inclinación ante ella, y tomó luego asiento en su trono. Dispuso un trono para la madre del
rey, que tomó asiento a su derecha» (1Re 2,19). Llama la atención sobre todo porque la actitud de
Betsabé cuando era la esposa del rey era otra: «Betsabé entró donde el rey […] Betsabé hizo una
inclinación y, postrada ante el rey [David], le preguntó» (1Re 1,15-16).

Si vemos al Reino de Cristo como modelo de estos pasajes, se vuelven un claro anuncio de que
María sería Reina en el Reino de los Cielos anunciado por Jesús, que tendría un papel o misión de
intercesión por los fieles de su hijo que no han alcanzado la santidad plena (como también hizo la
reina Ester), y que sería digna de homenajes y de honor. Bajo esta tipología también puede
claramente verse el salmo 45, el cual se cree que era usado para homenajear al rey (aunque aquí sí
se habla de su esposa):

Entre tus predilectas hay hijas de


reyes, la reina a tu derecha, con oro
de Ofir. Escucha, hija, mira, presta el

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oído, olvida tu pueblo y la casa
paterna, que prendado está el rey de
tu belleza.
Él es tu señor, ¡póstrate ante él! (Sal 45,10-12).

✓ Ejercicios
1) De los cuatro textos literales sobre María en el Antiguo Testamento, ¿cuál te parece que
enseña más sobre ella y por qué?

2) Escoge una de las prefiguraciones marianas del Antiguo Testamento y resume


brevemente su contenido:

2.2. Nuevo Testamento


Antes de comenzar a analizar los pasajes en los que aparece la Virgen María, mucho más ricos y
abundantes que los del Antiguo Testamento, es conveniente dar alguna información introductoria.

Es necesario ser conscientes de que, en la vida espiritual, son diferentes los dones que Dios otorga
y la correspondencia que se ha de dar a dichos dones. En María, una cosa son los dones
privilegiados que Dios le dio (Inmaculada concepción, Maternidad divina, etc.) y otra cosa la
correspondencia o respuesta que Ella dio a Dios (mantenerse sin pecado durante toda su vida,
cuidar de Jesús como Madre, etc.), así como el mérito que de ello obtuvo.

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Para una mariología equilibrada hemos de poner atención a la parte humana de María y a lo que a
Ella tocaba dentro del plan de Dios. En el Nuevo Testamento, María aparece casi siempre como
una sencilla mujer judía, que no resalta entre el resto de mujeres que vivían su día a día en sus
ocupaciones normales, buscando ser fieles a Dios: ▪ Era una jovencita pobre de un pueblo muy
pequeño: Nazaret.
▪ Sus ocupaciones son las del hogar, como las de cualquier otra mujer de su tiempo.
▪ Aparece siempre subordinada al varón y definida en relación a él, ya sea su esposo José o
su hijo Jesús. Ella misma respeta la jerarquía familiar: «tu padre y yo, angustiados, te
andábamos buscando» (Lc 2,48c).
▪ Como cualquier madre, corrige a Jesús, y se afirma que no comprendía las palabras de su
hijo (cf. Lc 2,48-50). Sin embargo, está siempre atenta al Misterio de su hijo,
reflexionándolo: «Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón»
(Lc 2,51b).
▪ Es una joven humilde y recatada, como debían serlo todas las mujeres para resguardar su
sexualidad: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34; cf. 1,56).
▪ Es una fiel cumplidora de la Ley judía: «Cuando se cumplieron los ocho días para
circuncidarle, se le puso el nombre de Jesús» (Lc 2,21a); «Cuando se cumplieron los días en
que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para
presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor […] y para ofrecer en sacrificio
un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor» (Lc 2,22-
24).
▪ Sobre todo, es vista como una verdadera anawim (“pobre de Yahveh”), entregada
completamente a la Voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase [Fiat] en mí
según tu palabra» (Lc 1,38).

Es por esto que la Lumen Gentium destaca como su virtud principal la fe y el ser una verdadera
discípula de Jesús:
Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo
en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres
(LG 56).

Así, avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su


unión con el Hijo hasta en la cruz (LG 58).

Decir que María avanzó en la “peregrinación de la fe” significa que no todo estaba resuelto para
Ella. La fe significa que Ella tenía una entrega total a Dios, que tal vez no siempre entendía o sabía
lo que pasaría pero que en todo se abandonaba a la voluntad de Dios, que cuando sí sabía lo
aceptaba y lo creía sin dudar, que tuvo que pasar pruebas y dolores, y que no todo fue alegría y
consuelo. En el fondo significa que, a pesar de que Ella estuvo agraciada de una forma única,
también pasó por la “peregrinación” por la que todos nosotros pasamos en la lucha de buscar
seguir a Jesús y serle fieles.

Además de todo esto, hemos de recordar y ser conscientes de que, puesto que los textos del
Nuevo Testamento se escribieron para conservar y testimoniar la fe en la muerte y resurrección de

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Cristo, lo cual era la urgencia anunciar en ese momento, es natural que éstos presten poca
atención a María. Ella aparece solamente cuando es indispensable su papel en la misión de su Hijo.
Además, cada texto se escribió con una finalidad y para una comunidad concreta; tener esto en
mente ayudará a descubrir la imagen que cada autor del Nuevo Testamento quiso dar de María.

Finalmente, muchas veces se han dado en la Iglesia tendencias a dos extremos igualmente
dañinos. Por un lado, ha habido quienes exaltan a María demasiado y de forma independiente a
Cristo, casi volviéndola una especie de diosa o un segundo mesías; y por el otro lado ha habido
quienes la rebajan hasta quitarle todo lugar de participación real en la obra de salvación. Por esto,
es necesario en todo estudio sobre María seguir la exhortación de la Lumen Gentium a abstenerse
con cuidado «tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad […] [Pues] la
verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana
credulidad» (LG 67).

2.2.1. Cartas paulinas – Ga 4,4-5


Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de
hijos.

Este breve texto de san Pablo tiene una importancia especial. Primeramente, es el texto más
antiguo del Nuevo Testamento que menciona a María, si bien Ella no es el tema tratado. Dentro
del discurso de Pablo que proclama que Cristo nos ha liberado de la Ley y nos ha hecho hijos de
Dios se menciona la maternidad divina: María es verdadera Madre natural de Jesús, el Hijo de Dios,
y por ello es Madre de Dios. Puesto que el Hijo de Dios se hizo hombre, necesariamente su
nacimiento debía venir de una mujer totalmente humana, para asumir nuestra naturaleza. Así,
María aparece dentro del kerigma. La encarnación es la verdad fundamental de la fe en Cristo, y
María es una parte necesaria de esta fe.

Es la «plenitud de los tiempos», es decir, el centro de la obra de Dios. Todas las demás obras de
Dios tienen como su prototipo a ésta; esto es lo que permite y origina las tipologías. Es necesaria la
colaboración de María como Madre, la cual hace posible, según este texto, que «recibiéramos la
condición de hijos». Es por esto que, al hacernos hijos de Dios, también llegamos a ser hijos de
María:
«Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo,
padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la
obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de
restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia»
(LG 61).

2.2.2. Evangelio según san Mateo


San Mateo es un Evangelio muy austero en cuanto a mariología. Dentro del ministerio público de
Jesús, aparece mencionada solamente dos veces (12,46-47; 13,55), en textos que parecen
tomados de san Marcos, por lo que se estudiarán más propiamente en ese Evangelio. Su mayor

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aporte en mariología está en el Evangelio de la infancia; si bien, de acuerdo a su enfoque judío y
legal, san Mateo lo aborda desde la perspectiva de san José, el padre de familia.

• Mt 1,1-17 – La genealogía de Jesús


La maternidad divina vuelve a aparecer al inicio del Evangelio de san Mateo: «El origen de
Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de vivir ellos
juntos, se encontró que estaba embarazada por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18). Con estas
palabras se enfatiza que la concepción de Jesús no fue obra natural, sino que es algo divino. Se
afirma que es «obra del Espíritu Santo», que es quien da la vida (una nueva creación) y quien
realizaba las obras salvíficas de Dios en el Antiguo Testamento, a través de sus elegidos (como
David).

Antes de esta mención, aparece la lista de la genealogía de Jesús a partir de Abrahán (cf.
Mt 1,1-17), que termina resaltando el número 14, el cual es el valor numérico del nombre de
David. En la genealogía se mencionan los padres, puesto que el hombre es quien heredaba la
ascendencia legal. Pero aparecen de forma excepcional cuatro mujeres además de María: Tamar
(v.3), Rajab (v.5a), Rut (v.5b) y “la mujer de Urías” (Betsabe, v.6). Estas mujeres tienen en común
algún rasgo denigrante en sus historias personales: Tamar se disfraza de prostituta para buscar
descendencia de su suegro; Rajab es una prostituta pagana de Jericó; Rut no es israelita, sino
moabita; y Betsabé comete adulterio con David, de donde nacerá un hijo que murió al nacer.

Sin embargo, cada una de ellas es redimida de algún modo particular: Tamar es justificada porque
su conducta buscaba el dar descendencia de su misma sangre a su esposo (cf. Gn 38,26); Rajab
ayuda a los espías judíos en Jericó y es preservada del exterminio ella y su familia, quienes son
injertados a Israel (cf. Jos 6,25); Rut por su fidelidad a su suegra y a su difunto esposo (cf. Rt 3,10);
y Betsabé por la gracia de Dios, ya que su hijo Salomón es el elegido por Yahveh para seguir la
dinastía real y construir el Templo, y ella recibe la dignidad de reina madre (cf. 1Re 1,30).

Al final se afirma: «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado
Cristo» (Mt 1,16), señalando nuevamente la maternidad divina. María se presenta al final como
retomando y redimiendo en su Hijo a todas estas mujeres, apareciendo como el antitipo de todas
ellas.

• Mt 1,18-2,23 – La relación de María con José y Jesús


«Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de vivir ellos juntos…» (Mt 1,18). Los
desposorios eran un compromiso formal, ya se consideraban esposos, aunque aún no cohabitan.
Este compromiso sólo podía romperse mediante el repudio y abarcaba un periodo que podía durar
poco más de un año. La edad apropiada para el compromiso esponsal era la adolescencia, por lo
que bien se puede considerar que María tendría alrededor de 15 años.

Para José aplica lo mismo; sin embargo, el Protoevangelio de Santiago, escrito hacia el siglo II,
narra otra historia presente en la tradición que podría caber más en el plano de las leyendas:
María había vivido en el Templo desde los tres años, y al cumplir los doce años los sacerdotes
decidieron dejarla a cargo de un varón. Para esto, llamaron a muchos viudos, entre ellos José, y él
fue designado milagrosamente gracias a un prodigio ocurrido con una vara seca que él presentó y
que volvió a florecer. Según esta versión, san José sería mucho mayor que María y más que su
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esposo sería una especie de guardián. Del primer matrimonio de José habrían nacido los hermanos
de Jesús que menciona el Evangelio. Hay muchas otras leyendas como ésta, posteriores en el
tiempo, que afirman que José no estuvo casado con María, sino que se hizo cargo de Ella.

Si bien, estos capítulos de san Mateo relatan la obra y misión de José, nos muestran a María en su
posición de esposa fiel, obediente a lo dispuesto por su esposo (cf. 2,13.20), y que acepta los
riesgos de su misión, como el repudio (cf. 1,19). Su silencio ante esto muestra su confianza en Dios.
Cinco veces el texto repite la expresión «al niño y a su madre» (Mt 2,11.13.14.20.21), lo cual señala
la profunda unión entre ambos, a la que se puede aplicar
(aunque impropiamente) la frase de Jesús: «lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt
19,6). Un niño depende para todo de su madre, y sin ella no viviría más de unos pocos días;
naturalmente, se forma una muy profunda relación de amor e interdependencia entre ambos que
los deja marcados para toda la vida.

2.2.3. Evangelio según san Marcos


San Marcos describe solamente el ministerio público de Jesús, casi siempre con narraciones vivas y
escuetas. Su propósito es manifestar la identidad de Jesús como Mesías sufriente y rechazado, y
las exigencias propias del discípulo de Jesús, que debe imitar a su Maestro. Y en esta perspectiva
hemos de entender sus menciones marianas. Sólo en dos textos nos presenta a María: Mc 3,31-35
y Mc 6,1-6.

• Mc 3,31-35 – El verdadero parentesco de Jesús


Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente
sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están afuera
y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y mirando en torno a los
que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos.
Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Hemos de considerar el texto en el contexto en el que se encuentra. Es preparado por Mc 3,20-21:


«Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se
enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: “Está fuera de sí”». Justo
antes del pasaje, en Mc 3,22-30, aparecen las falsas acusaciones de los escribas ante sus
exorcismos, las cuales terminan así: «Es que decían: “Está poseído por un espíritu inmundo»
(3,30).

La finalidad por la que van a buscarlo sus parientes es porque quieren «hacerse cargo de él», es
decir, quieren que deje su ministerio y vuelva a Nazaret. Sus razones para buscarlo parecen ser los
rumores negativos que escuchan: «Está fuera de sí», «Está poseído por un espíritu inmundo», etc.
Ellos alcanzan a entender que lo que Jesús realiza probablemente lo llevará a la muerte. A esto
podría sumarse el que no se está haciendo cargo de su madre, como era deber del primogénito.

Es desde esta perspectiva que aparece la finalidad del evangelista: Jesús es un Mesías sufriente e
incomprendido, rechazado incluso por sus familiares cercanos, pero quienes sí lo reconocen se
vuelven su nueva familia: «Quien cumpla la voluntad de Dios». Así, el evangelista presenta a los
discípulos como la verdadera familia de Jesús, y exalta los vínculos fraternos de éstos por encima

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de los lazos familiares y de las responsabilidades humanas, lo cual es necesario en el contexto de
persecución que presuntamente vive la comunidad de san Marcos.

Si el texto obedece a una intención redaccional del evangelista, no se puede entender como un
rechazo a la figura de María, lo cual no concordaría con otros pasajes marianos. En todo caso, por
parte de María este texto manifiesta su preocupación por su Hijo más que una oposición a su
ministerio.

Este texto tiene sus paralelos en Mt 12,46-50 y Lc 8,19-21. Ambos paralelos expresan substancial y
literalmente las mismas ideas, excepto que san Lucas modifica la respuesta de Jesús: «Mi madre y
mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen»
(Lc 8,21). Evitando el «cumplir la voluntad de Dios», lo cual tiene un sentido más judío, san Lucas
parece obedecer a su propio proyecto redaccional: el mostrar la importancia del anuncio de la
Palabra de Dios, que es la que forma el parentesco espiritual y trae la salvación. En este proyecto,
san Lucas presenta a María como la primera en acoger la Palabra de Dios y creer en ella (cf. Lc
1,38.45; 2,51b), por lo que su texto parece más exaltar a María que despreciarla.

• Mc 6,1-6 – Visita a Nazaret


Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a
enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: “¿De dónde le viene
esto? Y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿ Y esos milagros hechos por sus manos?
¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no
están sus hermanas aquí entre nosotros?” Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: “Un
profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio” Y no podía hacer
allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las
manos. Y se maravilló de su falta de fe.

El paralelo en Mt 13,53-58 es prácticamente igual; el de Lc 4,16-30 cambia completamente la


narración, pero no aporta nada en cuestión mariológica.

Si bien, a María no se le menciona presente, todos la conocen, pues la escena sucede en Nazaret.
Se nos muestra que María era una mujer ordinaria, que nunca manifestó ninguno de los hechos
extraordinarios vividos en la infancia de su Hijo. Ambos eran vistos como cualquier otra persona de
Nazaret.

La pregunta «¿No es éste el carpintero, el hijo de María?» resulta significativa. Entre los judíos a
los hijos de una familia se les identificaba por su padre (cf. Lc 3,23), el nombre del padre venía a
ser como el apellido. Entonces, es muy extraño que a Jesús se le identifique por su madre.
Pareciera que llamarle «hijo de María» fuera una mención despectiva. En este sentido, el Talmud
menciona que a Jesús se le llamaba el «hijo de María» como una burla, en alusión a que no tenía
padre, pues según el mismo María habría sido violada o habría mantenido una relación indigna con
un soldado romano llamado Pantera. Esta historia posee muy poco valor histórico, y más bien
parece hecha para desprestigiar a los cristianos en tiempos de fuerte conflicto con el judaísmo.

La mención de los hermanos y hermanas de Jesús reviste una importancia particular en este texto.
Recordemos que hermanos, según Rt 4,3; Gn 29,4; etc., se les llama a los parientes, sobre todo a
los que pertenecían a la misma tribu de Israel. La palabra griega usada es ἀδελφός (adelfós), que

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literalmente significa del mismo seno, pero aquí está supliendo al hebreo ‫( אח‬aj), que tiene este
sentido de pariente cercano. Adelfós es la palabra usada por todo el Nuevo Testamento para
hablar tanto de los hermanos de sangre como de los cristianos entre sí, y de su relación con Jesús
(cf. Hb 2,17). Así pues, no habla de consanguineidad. Más aún, se dice «sus hermanos y
hermanas», pero nunca se dice «hijos de María», lo cual sí implicaría el ser consanguíneos.
Aparecen también los nombres de los hermanos de Jesús: «Santiago, Joset, Judas y Simón». A
Santiago lo volvemos a encontrar: «Y no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, el hermano del
Señor» (Ga 1,19). Lo mismo se menciona en un texto del historiador judío Flavio Josefo: «[El sumo
sacerdote] Ánano […] convocó a los jueces del sanedrín y trajo ante él a Santiago, hermano de
Jesús, llamado Cristo» (Antigüedades judías XX 200). Es necesario aquí explicar una cuestión
histórica:

En realidad, sí sabemos sobre “los hermanos de Jesús”, fueron un grupo bien conocido entre los
primeros cristianos. Fueron parientes de Jesús que evangelizaban y fundaron algunas Iglesias, y
fueron dirigidos por Santiago, obispo de Jerusalén durante el siglo I (cf. Hch 15) y debatido si es el
mismo que aparece en los Doce apóstoles. El parentesco con Jesús les dio fama y renombre entre
los cristianos; sin embargo, fueron mal vistos posteriormente por algunas comunidades porque sus
Iglesias parece que mantenían una excesiva fidelidad a la tradición judaica.

Esto explica el por qué los hermanos de Jesús se mencionan con tanta insistencia en el Nuevo
Testamento, a veces con un tinte negativo o sin verdadera fe en Él: Mc 3,31-35 y par.; Jn 7,3-5; Hch
1,14; 1Co 9,5.

Sabemos que la Tradición afirmó desde el inicio que María continuó virgen después de haber sido
Madre de Jesús. Esto habría sido ilógico si quienes lo afirmaban hubieran considerado a Santiago y
a otros cristianos como hijos de María y, por tanto, hermanos de Jesús. La Virginidad de María,
especialmente en ambientes griegos, se vio como un símbolo de la concepción milagrosa y de la
divinidad misma de Jesús.

2.2.4. Evangelio según san Lucas


San Lucas es el Evangelio que, por mucho, tiene más menciones marianas en comparación con los
otros. La información sobre la infancia de Jesús que presenta parece tan cercana que ha habido
quienes piensan que san Lucas conoció personalmente a María, y que Ella fue su fuente para
escribir estos hechos. Sin embargo, debemos saber que sus textos, incluso la abundancia de
pasajes marianos, obedecen más bien a su proyecto redaccional.

San Lucas conoció muy bien a san Pablo y parece haberse inspirado en él para sus escritos. En una
visión muy paulina, san Lucas presenta al cristiano como el salvado por la gracia, la cual recibe a
través del encuentro personal con Jesús y el contacto con su Palabra. La idea central de san Lucas
en su Evangelio es la salvación; es así que san Lucas resaltará las acciones salvíficas de Jesús, como
el perdón a los pecadores y la atención a los más pobres, la oración, la evangelización, la recepción
del Espíritu Santo, y el contacto cercano con la Palabra de Jesús y la fe en ella.
Bajo esta perspectiva, san Lucas presenta a María como la primera discípula, e incluso como el
modelo de los discípulos. Es por esto que abunda tanto en María, él la propone como modelo de lo

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que es creer. Ella aparece como mujer de fe, como aquella que acoge y cree en la Palabra, como
mujer de oración y reflexión profunda, como mujer llena del Espíritu Santo, como anawim y pobre
entre los pobres, y como ardiente evangelizadora. Y así, María se vuelve el ejemplo ideal para los
lectores del Evangelio. Esta es la idea presente sobre todo en el Evangelio de la infancia; el cual, a
diferencia del de san Mateo, viene presentado desde la perspectiva de la Madre, es decir, de
María.

En este Evangelio de la infancia (Lc 1-3), san Lucas presenta una serie de personajes de los que se
puede decir «esperaba el consuelo de Israel» (Lc 2,25), por lo que se les pude calificar como
anawim: Zacarías e Isabel, José y María, los pastores, Simeón y Ana. La palabra anawim significa
pobres en hebreo, y San Lucas da, en su Evangelio un valor especial a la pobreza. Sin embargo,
existían otras palabras en hebreo para llamar a los materialmente pobres. En el Antiguo
Testamento, anawim eran, sobre todo, el huérfano y la viuda, aquellos que no tenían de quién
valerse en su necesidad y que, por lo tanto, recibían una predilección por parte de Dios. Con el
tiempo, se les vio como modelos de confianza y abandono en Dios. Anawim pasó a significar a los
pobres de Yahveh, a aquellos que esperaban su salvación sólo de Dios y que se entregaban a
cumplir su Voluntad, por lo que formaban el resto fiel de Israel. Así, desde la perspectiva de san
Lucas, son aquellos que esperan al Mesías de modo recto y fiel y que acogen a Jesús a pesar de la
humildad y pobreza que lo ocultan. Son aquellos a los que san Mateo llama pobres de espíritu (cf.
Mt 5,3).

• Lc 1,26-38 – La Anunciación
Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a un pueblo de Galilea, llamado Nazaret, a una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. La virgen se llamaba María.
Cuando entró, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por
estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, le llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no
tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto posible, si no conozco varón?» El ángel
le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso, el que va a nacer será santo y le llamarán Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu
pariente, ha concebido un hijo en su vejez y ya está en el sexto mes la que era considerada
estéril, porque no hay nada imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Y el ángel la dejó y se fue.

A la Anunciación puede llamársele la vocación de María, pues, como a los profetas, Dios le ofrece
una misión: ser la Madre del Mesías; a la que debe aceptar o negarse. El relato es presentado en
paralelo con el inmediato anuncio previo de Juan el Bautista, y ambos pasajes presentan una
estructura similar a los anuncios de otros personajes elegidos de Dios en la Historia de la salvación.
Estos anuncios constituyen un pequeño género literario:
Genero Gn 17: Gn 18: Jc 13: Lc 1,5-25: Lc 1,26-38:
anunciación Anuncio de Anuncio de Anuncio de Anuncio de Anuncio de Jesús
Isaac Isaac Sansón Juan
Esterilidad Sara es estéril Sara es estéril Mujer estéril (v.2) Isabel es ---
estéril

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«envió Dios el
«Se le apareció ángel Gabriel […] Y,
«se le apareció «Se le apareció el ángel del entrando, le dijo:
Presentación «El Ángel de
Yahveh y le dijo: Yahveh en la Señor, de pie, a “Alégrate, llena de
del mensajero Yahveh se apareció
“Yo soy el encina de la derecha del
de Dios a esta mujer» (v.3) gracia, el Señor
Sadday”» (v.1) Mambré» (v.1) altar del está contigo»
incienso» (v.11) (vv.26.28)

«se postró en «lo estaban viendo «Al verlo


«Ella se turbó por
tierra» (v.2). y cayeron rostro Zacarías, se
«Cayó Abrán «Sara negó: “No sobresaltó, y el estas palabras y se
Reacción de en tierra […]
rostro en tierra» me he reído”, y temor se preguntaba qué
temor “Seguro que
(v.3) es que tuvo apoderó de él» significaría aquel
vamos a morir”»
miedo» (v.15) (v.13) saludo» (v.29)
(vv.20.22)
«A Saray, […] yo «¿Dónde está tu «Si Yahveh hubiera «No temas,
la bendeciré, y Zacarías, «No temas, María,
mujer Sara? […] querido matarnos
de ella también porque tu porque has hallado
Volveré […] no habría
Invitación a la te daré un hijo petición ha sido gracia delante de
pasado el tiempo aceptado […] el
tranquilidad y […] La bendeciré escuchada; Dios; vas a concebir
de un embarazo, holocausto» (v.23).
anuncio Isabel, tu en el seno y vas a
y se convertirá y para entonces «concebirás y mujer, te dará dar a luz un hijo…»
en naciones» […] tendrá un darás a luz un hijo» un hijo…» (vv.30-31)
(vv.15-16) hijo» (vv.9-10) (v.4) (v.13)
«Abrahán y Sara
«Abrahán […] eran viejos […] a «¿En qué lo
Sara se le había «¿cuál deberá ser
se echó a reír, conoceré?
retirado la regla la norma de «Cómo será esto,
diciendo en su Porque yo soy
Objeción o […] Sara rio para conducta del puesto que no
interior: “¿A un viejo y mi
dificultad sus adentros y niño?» (v.12). conozco varón?»
hombre de cien pensó: “Ahora mujer de
«¿Cuál es tu (v.34)
años va a nacerle que estoy avanzada
nombre?» (v.17)
un hijo?”» (v.17) pasada…”» edad» (v.18)
(vv.11-12)
«Mira, por no
haber creído
mis palabras
«¿Por qué me «El Espíritu Santo
«Sí, pero Sara tu «¿Hay algo difícil […] vas a
preguntas el vendrá sobre ti y el
mujer te dará a para quedar mudo y
Respuesta nombre, si es poder del Altísimo
luz un hijo» Yahveh?» no podrás
misterioso?» te cubrirá con su
(v.19) (v.14a) hablar hasta el
(v.18) sombra» (v.35)
día en que
sucedan estas
cosas» (v.20)
«Mira, también
«Cuando la llama Isabel, tu pariente,
«Sara te dará a «En el plazo
subía del altar ha concebido un
fijado volveré […]
luz el año que hacia el cielo, el La misma hijo en su vejez y
Señal y Sara tendrá un
viene por este Ángel de Yahveh mudez este es ya el sexto
hijo»
tiempo» (v.21) subía en la llama» mes de la que se
(v.14b)
(v.20) decía que era

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estéril, porque no
hay nada
imposible para
Dios» (vv.36-37)
«Días después,
concibió su
mujer Isabel y
«La mujer dio a luz estuvo durante
«Yahveh visitó a Sara como había
un hijo y lo llamó cinco meses
dicho, e hizo por ella lo que había
Sansón. El niño encerrada
prometido. Concibió Sara y dio a
creció y Yahveh lo diciendo: “Esto
Abrahán un hijo en su vejez, en el bendijo.
Cumplimiento es lo que ha ---
plazo predicho por Dios. Abrahán Y el Espíritu de hecho por mí el
puso al hijo que le había nacido y que Yahveh comenzó a Señor en los
le trajo Sara el nombre de Isaac» agitarlo…» días en que se
(21,1-2) (vv.2425) dignó quitar mi
oprobio entre la
gente”»
(vv.2425)

El paralelismo presente entre el anuncio y el nacimiento de Juan el Bautista y el de Jesús nos


permite comparar ambos pasajes:
Zacarías e Isabel son presentados como De María nada se dice sobre su
«justos ante Dios, y caminaban sin falta en comportamiento o sus méritos, todo se
todos los mandamientos y preceptos del reduce a lo que le dice el ángel: «has hallado
Señor» (Lc 1,6). gracia delante de Dios» (Lc 1,30).
Aunque la pregunta que ambos dirigen al ángel es similar, la consecuencia es opuesta:

¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi ¿Cómo será esto, puesto que no conozco mujer de
avanzada edad (1,18). varón? (1,34).

Zacarías es castigado. A María se le responde. La razón para esto parece volver a ser la gracia.

Sin embargo, si se da indirectamente una razón para esto, pues a Zacarías se le dice: «por no haber
creído en mis palabras» (1,20); mientras que a María se dirá: «¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (1,45). La razón, según esto, es algo
interno: la fe.

La palabra con la que el ángel saluda a María en 1,28 es Χαῖρε (Jáire), la cual puede tomar varios
significados. La traducción literal es alégrate, una felicitación que invita al gozo mesiánico, pues ha
llegado la salvación de Dios. En este sentido, también en el anuncio de Juan el Bautista dice el
ángel: «será para ti gozo y alegría y muchos se gozarán en su nacimiento» (Lc 1,14). Sin embargo,
jáire era el saludo que se usaba comúnmente entre los griegos. Lo que el ángel está haciendo es
un saludo, por lo que ha sido traducido tradicionalmente como ave o salve, los cuales eran los
saludos romanos para la realeza. Sin embargo, jáire no implica necesariamente la realeza, aunque
es de destacar que en sus otras apariciones el ángel no realiza un saludo (cf. Dn 9,21-22).
Finalmente, la raíz de la palabra es la misma que en Χάρις (Járis = gracia). Esto nos pone en el

24
contexto de los dones de Dios: esta alegría es un don de Dios. Además, también nos pone en el
contexto de los saludos, pues en las cartas clásicas los griegos saludaban con: «gracia y paz de
parte de Dios» (1Co 1,2; cf. 1Co 1,3; Ef 1,2; etc.).

El saludo del ángel no menciona el nombre de María, sino que la llama con un título en vez de su
nombre: «llena de gracia». Éste aparece en vocativo, por lo que puede mostrar su identidad. ¿Qué
es la gracia? La palabra proviene de la raíz χαρ (jar), que viene a significar complacencia, deleite,
afecto, encanto, gratuidad. En el Antiguo Testamento se entendía como el favor que Dios otorgaba
a quien le agradaba. Aquel que tenía el favor de Dios tenía éxito en sus empresas y recibía
abundantes dones y bendiciones de Dios, incluidos su amor y su misericordia; era, pues, alguien en
quien Dios se complacía y con quien formaba una relación cercana, no tanto por los méritos de la
persona sino por el deseo de Dios, por lo que se solía decir “Dios está contigo”. En el Nuevo
Testamento, debido al don del Espíritu Santo, la gracia tomará el sentido de donación de Dios
mismo, de su Vida divina, que salva al hombre gratuitamente.

La palabra griega con que se le dice “llena de gracia” es κεχαριτωμένη (kejaritoméne), la cual tiene
un sentido particular: El verbo χαριτόω (jaritóo) indica agraciar o favorecer en un alto grado o
dignación. Aparece en participio pasivo, Ella es el objeto de este gran favor de Dios. Se dice en
perfecto4, por lo que no es sólo una indicación: la gracia no aparece como algo puntual, algo que
haya recibido sólo por o para la encarnación; el perfecto da el sentido de una acción anterior que
tiene continuidad en el tiempo, es decir, María ha sido siempre la agraciada de Yahveh, a lo cual no
se le pone un fin. Así pues, María es la elegida de Dios, aquella en quien Dios ha encontrado su
complacencia y su alegría, por lo que la ha elegido para ser Madre del Mesías. Es un personaje
único en la historia, con quien se cumple la plenitud de los tiempos.

Después del título, se indica «el Señor está contigo». Esto tiene dos sentidos complementarios: Por
un parte, es la bendición usada en el Antiguo Testamento para el envío vocacional: “que el Señor
esté contigo”; con esta frase se le deseaba la gracia de Dios a alguien que había sido enviado a una
misión divina en favor del pueblo. El sujeto de esta bendición era el medio para la acción de Dios,
ya sea bendición o liberación (cf. Jc 6,12). Por

otra parte, vuelve a ser una indicación de la gracia de la que es objeto: el Señor está con Ella
porque se complace en Ella, porque la ha elegido para una misión, y la dota con todos los dones
necesarios para cumplirla (cf. 1Sm 10,7; 2Sm 7,3). La vocación es, pues, a ser Madre del Mesías y
Madre de Dios. Es una misión única, que tiene el sentido de bendición, pues la salvación-
liberación será la parte de esa misión que toca a Jesús. Recordemos que la obra es una sola y que
es obra de Dios principalmente.

Es por esto que sigue: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que va a nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios» (1,35). La acción salvífica
es una obra de Dios, y María es llamada a colaborar con esta acción de Dios, como servidora
ciertamente, pero es una colaboración esencial. El Espíritu es quien, a lo largo de la Historia de la
salvación, realiza las obras de Dios y guía sus designios, además que es quien habría de cubrir al
Mesías (cf. Is 11). La “sombra del Altísimo” parece designar a la nube que contenía la gloria de

4 Un aspecto verbal presente en la gramática griega que no existe como tal en español.
25
Yahveh (cf. Ex 13,21-22; 19,16ss; 24,15-18); ésta significaba la presencia de Dios que cubría el
Templo o el monte Sinaí además de la protección con que Dios cubría al pueblo y su presencia que
estaba en medio de él y lo acompañaba. María aparece como el Templo sobre el que desciende la
presencia de Dios con poder, como la Morada de Dios en la tierra; será Jesús quien posea en sí
esta gloria (cf. la Transfiguración).

«Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”» (1,38). María se hace
esclava del Señor, es decir, sierva dispuesta a su misión: acepta ser Madre del Salvador pese al
papel secundario y al sufrimiento que implicará. María aparece como ejemplo de obediencia y
atención fiel a la Palabra de Dios, lo cual es primordial en el plan redaccional de san Lucas. La
“palabra” viene a ser el equivalente de la Voluntad de Dios. Así, María aparece como la que está
dispuesta a aceptar y cumplir la Voluntad de Dios, rasgo esencial del anawim. “Esclava” (δούλη) es
sinónimo de sierva, “siervo de Dios” era el título propio de Moisés (cf. Ex 14,31), aunque también
se le aplica algunas veces a Josué y a otros elegidos de Dios y exaltados por Él, los cuales son los
personajes principales de la Historia de la salvación. Así, María viene a ponerse a la par de los
héroes de Israel.

• Lc 1,39-56 – La Visitación y el cántico de María (“Magnificat”)


En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una
ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos:
«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a
verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo
el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de
parte del Señor!» Y dijo María: «alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en
Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora
todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor cosas
grandes el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en
generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón
altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos los
colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia –como había anunciado a nuestros padres– en favor de
Abrahán y de su linaje por los siglos». María se quedó con ella unos tres meses, y luego se
volvió a su casa».

Es conveniente saber que san Lucas, en su Evangelio de la infancia, toma como modelo el Libro de
Samuel: 1Sm narra la historia del rey David; Lc narra la historia de Jesús, hijo de «de David, su
padre» (Lc 1,32). Ambos libros inician con la historia de un matrimonio con una mujer estéril y un
nacimiento milagroso: En 1Sm Elcaná y Ana, en Lc Zacarías e Isabel. Ambos niños son consagrados
al Señor. Las dos historias terminan con un cántico muy similar: el Cántico de Ana (cf. 1Sm 2,1-10)
y el Cántico de María (cf. Lc 1,46-55). El niño Samuel es llamado por Dios en el santuario de Siló,
pero no lo reconoce (cf. 1Sm 3); Jesús niño es llamado por Dios en el Templo de Jerusalén, y sí
responderá (cf. Lc 2,41-50).

26
Más en específico, el pasaje de la Visitación hace una tipología con el relato del traslado del Arca
de la Alianza a Jerusalén por parte del rey David (cf. 2S 6): «Se levantó (ἀνέστη) David y partió
(ἐπορεύθη)» (2Sm 6,2); «se puso en camino (Ἀναστᾶσα) María y se fue
(ἐπορεύθη)» (Lc 1,39). Ambos se dirigen a la región montañosa de Judá: «a Baalá de Judá» (2Sm
6,2); «a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (Lc 1,39). Ante el Arca, David exclama:
«¿Cómo voy a llevar (εἰσελεύσεται) a mi casa (πρός με) el arca de Yahveh?» (2Sm 6,9); ante María,
Isabel exclama: «¿de dónde a mí que venga (ἔλθῃ) a verme (πρός με) la madre de mi Señor?» (Lc
1,43); en ambos casos, el verbo es έρχομαι (=venir). David saltó y bailó de alegría ante el Arca (cf.
2Sm 6,14.16), y el bebé Juan saltó de alegría a la voz de María (cf. Lc 1,44). «El arca de Yahveh
estuvo en casa de Obededón, el de Gat, tres meses y Yahveh bendijo a Obededón y a toda su casa»
(2Sm 6,11); «María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa» (Lc 1,56).

En conclusión, María es presentada por san Lucas como el Arca de la Alianza. Pero, ¿qué significa
esto? En el Antiguo Testamento, el Arca era el símbolo de la Alianza de Dios con su pueblo, y en
ella habitaba la presencia de Yahveh, pues representaba un trono. El Arca contenía las tablas de la
Ley, la vara sacerdotal de Aarón, y una vasija con maná (cf. Hb 9,4). Era el objeto más santo de
Israel, guardado en el Santo de los santos del Templo, y nadie podía tocarla (cf. 2Sm 6,6-7). Así
pues, María es santa, es la criatura más santa, porque lleva en su seno la presencia misma de su
Dios. Ella lleva en su seno al nuevo Legislador, al Pan del cielo que es el maná del Nuevo
Testamento, y al Sumo y eterno sacerdote de la Nueva Alianza. Más aún, lleva a Aquel en quien se
funda la Nueva Alianza. Esta identificación nos muestra que, entre los primeros cristianos, María
era objeto de veneración, así como lo fue el Arca para Israel.

En cuanto al cántico de María, parece compuesto en paralelismo con el cántico de Ana (cf. 1Sm
2,1-10). Se recomienda hacer personalmente la comparación entre ambos textos. Con similares
expresiones, ambos cánticos expresan la misma idea: la gracia de Dios que Él da a los humildes y su
juicio contra los soberbios. Sobre todo, resalta nuevamente la idea de los anawim, a los que
pertenecen tanto Ana como María. Ambos pasajes sobre el nacimiento milagroso concluyen con
un cántico de alabanza, así como las historias de liberación de Judit y de Débora y Barac (Jc 5). Los
cánticos son proféticos, María anuncia que todas las generaciones la llamarán bienaventurada, con
esto se muestra que es un designio de Dios el que sea honrada por toda la Iglesia, así como lo fue
Judit (cf. Jdt 13,18-20; 15,8-13). Y la razón por la que la alabarán es «porque ha hecho en mi favor
cosas grandes el Poderoso», Dios es la causa, el autor de la obra, y la alabanza es alabanza a Él y a
sus obras. María misma es obra de Dios, por lo que exaltar sus grandezas es, en realidad, exaltar
las de Dios.

En este pasaje de la Visitación vemos también virtudes ejemplares de María: Aparece como la
primera evangelizadora, queriendo compartir el anuncio de la salvación con Isabel. Vemos su
servicialidad, pues toma la iniciativa para ir a auxiliar en su embarazo a su parienta, la cual era de
avanzada edad. Algunos han resaltado su humildad y discreción al irse justo antes de nacer Juan, y
no quedarse para las visitas y festejos de los vecinos.

• Lc 2,33-35 – La profecía de Simeón


Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón los bendijo y dijo a
María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de

27
contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones».

En el pasaje del nacimiento de Jesús aparece un escenario pobre y humilde, a diferencia del pasaje
del nacimiento de Juan que sigue a la Visitación: Con Juan hay alegría, los vecinos vienen a
felicitarlos y se percibe claramente la acción extraordinaria del Espíritu Santo; con Jesús hay
pobreza y rechazo, no hay lugar para ellos en la posada, Jesús nace en un establo, y los únicos que
lo reconocen son pastores pobres. El Evangelista quiere resaltar que las obras de Dios suceden en
lo oculto y la humillación, y que sólo los pobres y humildes las reconocen.

Esto vuelve a verse en la Presentación de Jesús al Templo: sucede un hecho solemne anunciado
por el Antiguo Testamento (cf. Mal 3,1-2), el Hijo de Dios entra a su Templo, pero sólo los ancianos
devotos y humildes lo reconocen; y en vez de gloria y bendiciones, María recibe la profecía de sus
dolores. Sin embargo, estos dolores muestran misteriosamente su futura fecundidad.

Las ideas que se expresan en esta profecía vuelven a ser las mismas presentes en el Magnificat:
será Jesús quien humille a los poderosos y exalte a los humildes, en su vida pública y en su cruz se
cumplirá la profecía. Pero será signo de contradicción porque no será reconocido por muchos, e
incluso contradirá las esperanzas mesiánicas de los supuestos “religiosos” de Israel. Es ya un
anuncio de su pasión, de que su misión se cumplirá por medio de la cruz; pero también se muestra
que María participará de esta cruz, y por lo tanto también de la misión de liberación de su Hijo y de
su triunfo. Volvemos a verla como cooperadora de la obra de su Hijo.

El resto de pasajes del Evangelio de la infancia no dicen mucho sobre María. Se resalta su fiel
cumplimiento de la Ley, en la circuncisión a los ocho días (cf. Lc 2,21), y en la purificación de María
y la Presentación del niño (cf. Lc 2,22-24); pero sobre todo cuando el niño se pierde en Jerusalén:
«Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió los doce años,
subieron como de costumbre a la fiesta» (Lc 2,4142). José y María cumplen la Ley aun más de lo
necesario, pues la peregrinación no obligaba a las mujeres ni a los menores de trece.

«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2,51). Es lo último que
se dice sobre María en el Evangelio de la infancia: se resalta su actitud contemplativa, pues la
oración, en este caso como meditación de las obras de Dios, es un rasgo típico del Evangelio de san
Lucas. Es la actitud con la que María aparece en todo el Evangelio, poniendo el ejemplo de escucha
atenta y reflexión de la Palabra de Dios, lo cual este mismo Evangelio dirá, hablando sobre otra
María, que es «la mejor parte» (Lc 10,42).

2.2.5. Evangelio según san Juan


Es el Evangelio más profundo, en el sentido de que sus pasajes son altamente simbólicos, incluidos
los mariológicos. Su proyecto redaccional busca profundizar en la unidad de Cristo con su Padre, y
en la unidad de la Iglesia con el Misterio de Dios. Es aquí donde se vuelve importante María, pues
en este Evangelio ella representa a la Iglesia en su plenitud.

28
• Jn 2,1-12 – Las bodas de Caná
Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue
invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y no tenían vino, porque se había acabado
el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo
yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Hagan lo
que él les diga». Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de
dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenen las tinajas de agua». Y las llenaron hasta
arriba. «Sáquenlo ahora, les dice, y llévenlo al mayordomo». Ellos lo llevaron. Cuando el
mayordomo probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los
que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el mayordomo al novio y le dice: «Todos
sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el
vino bueno hasta ahora». Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó
su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus
hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.

Para entenderse, este texto debe verse en conexión con los pasajes anteriores. En Jn 1,118 se
presenta el prólogo del Evangelio, en el que Juan retoma Gn 1,1-3 para hablar de una “nueva
creación”. Hablando de Juan el Bautista, el prólogo se enlaza directamente con el pasaje siguiente
del Bautismo de Jesús (1,19-34). Mediante el testimonio que Juan da a los discípulos Andrés y
Juan, se enlaza este último con el pasaje siguiente del llamamiento de los primeros discípulos
(1,35-51). Y son estos primeros discípulos los que están con Jesús en la Boda de Caná (2,1-12).

Al narrar la “nueva creación”, Juan da su testimonio sobre Jesús. Con la expresión «Al día
siguiente» (1,29) se pasa al Bautismo de Jesús; se vuelve a mencionar «Al día siguiente» (1,35) para
pasar a la invitación a Andrés y Juan; y vuelve a decirse «Al día siguiente» (1,43) al pasar al llamado
de Felipe y Natanael. Finalmente, al pasar a la Boda de Caná, se dice «Tres días después…» (2,1).
Esto es una clara tipología con los seis días de la creación en Gn 1,1-2,4a:
Gn 1,1-2,4a Jn 1-2
Día 1 Creación de la luz por la Palabra El Verbo/Palabra presentado como Luz en
la nueva creación
Día 2 Creación del cielo Bautismo de Jesús
Día 3 Separación de la tierra y el mar, creación Llamado de Andrés y Juan
de la vegetación
Día 4 Creación del sol y la luna Llamado de Felipe y Natanael
Día 5 Creación de los peces y aves ---
Día 6 Creación del hombre y los animales ---
Día 7 Dios descansó Boda en Caná

La primera creación concluye con una “boda”: «Sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra y
sométanla» (Gn 1,28), a lo que sigue el segundo relato de la creación (Gn 2), donde aparece la
historia de Adán y Eva. San Juan en realidad está proponiendo una boda como meta de la nueva
creación, precisamente lo que quiere designar como la “Hora” de Jesús: las “Bodas del Cordero” a
través de la pasión. En esta boda, como en el Génesis, aparecen un hombre y una mujer: Jesús y
María.

29
Es precisamente éste el sentido de que Jesús llame a su Madre: «mujer» (Jn 2,4). Es muy
significativo que, en el Evangelio de san Juan, Jesús nunca llama a su Madre por su nombre o su
apelativo, sino con el nombre simbólico de mujer. Es el nombre que Adán puso a la compañera que
Dios le hizo en Gn 2,23: «Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada». San Juan
establece una tipología entre Eva y María, la nueva Eva. Esto dice muchas cosas sobre María: su
cooperación como ayudante y compañera de Jesús en su misión, su participación en la salvación,
incluso su maternidad sobre toda la humanidad: así como Eva fue la «madre de todos los
vivientes» (Gn 3,20), así María es la Madre de la nueva creación, de todos los salvados por su Hijo.
No se dirá de ti jamás “Abandonada”, ni de tu tierra se dirá jamás “Desolada”, sino que a ti se te
llamará “Mi Complacencia”, y a tu tierra “Desposada”. Porque Yahveh se complacerá en ti, y tu
tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador
[heb: se casarán contigo tus hijos], y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios»
(Is 62,4-5).

En efecto, Jesús y María representan al Esposo y la Esposa en la boda definitiva hecha por
Dios. Es por esto que Jesús aclara «Todavía no ha llegado mi hora» (2,4), pues la hora de Jesús se
refiere a sus esponsales con su Iglesia, al momento en que sellará su Alianza en Sí mismo con la
Pasión. A lo largo de todo su Evangelio, san Juan usa la idea de la boda como su tema principal y
como hilo conductor, pero lo hace siempre simbólicamente. Retomará esta idea como meta de la
historia, de las obras de Dios y de su mensaje teológico en Ap 2122: Las bodas del Cordero.
Como nueva Eva, María representa a la Esposa: la nueva Jerusalén. En realidad, María no es la
esposa, sino su símbolo. Es, pues, símbolo de la Iglesia; y lo es porque en Ella se realiza la Iglesia
del modo más perfecto. Este tema será necesario retomarlo después.

Sin embargo, la idea de María como la nueva Eva continuó utilizándose en la primera Iglesia,
especialmente por sucesores de san Juan. San Justino mártir, judío convertido que aprendió la fe
en Éfeso, donde san Juan vivió con María, escribió hacia el año 160:
Cristo [...] nació de la Virgen como hombre, a fin de que por el mismo camino que tuvo
principio la desobediencia de la serpiente, por ése también fuera destruida. Porque Eva,
cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio
a luz la desobediencia y la muerte; pero María, la virgen, concibió fe y gozo cuando el ángel
Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre Ella y que la virtud del
Altísimo la cobijaría con su sombra, por lo cual lo nacido de Ella, santo, sería Hijo de Dios; a lo
que respondió Ella: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Y de la virgen nació Jesús, al que
hemos demostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye a la serpiente y a
los ángeles y hombres que a ella se asemejan» (Diálogo con Trifón, n. 100).

San Ireneo de Lyon, discípulo de san Policarpo, el cual conocía personalmente al Apóstol san Juan,
escribió:
El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Porque lo que la
virgen Eva había fuertemente ligado con su incredulidad, la Virgen María lo desligó con su fe»
(Contra los herejes, III, 22,4).
«si aquella [Eva] había desobedecido a Dios, ésta [María] se inclinó a obedecerle, y así la Virgen
María vino a ser la abogada de la virgen Eva. Y tal como el género humano fue llevado a la
muerte por una virgen, así fue desligado por una virgen» (Contra los herejes, V, 19,1).

30
El término “abogada” de Ireneo nos remite nuevamente a Caná. María intercede por los esposos,
lo cual es nuevamente un símbolo: Los esposos son símbolo de Jesús y su Iglesia, y María pide para
ellos y les alcanza el vino nuevo. Esta imagen del vino aparece en otros textos (cf. Mt 9,14-17; Lc
22,17-18; Hch 2,13.15-17), y representa al Espíritu Santo y la nueva Vida que Él trae. María
reconoce el momento simbólico, quiere para ellos, sus hijos, la Vida divina y su salvación, quiere
adelantar la “hora” de Jesús.

La misión de Israel era “adelantar” esta “hora”, era traer la salvación al mundo: «Por ti se
bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gn 12,3c); «En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel,
porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y lo has vencido» (Gn 32,29). El texto de
la lucha de Jacob con Dios muestra cómo Jacob “pelea” para alcanzar de Dios una bendición: «No
te suelto hasta que no me hayas bendecido» (Gn 32,27b). El nombre que recibe, Israel, expresa su
misión: Israel en realidad significa “Dios fuerte” o “Dios vence”, pero el texto lo interpreta como
«fuerte contra Dios» (Gn 32,29). Esto parece significar la ambigüedad de la oración de intercesión,
porque cuando el intercesor “gana”, obteniendo de Dios la bendición o el perdón, en realidad es
Dios el que “gana” al “dejarse ganar”, porque se obtiene lo que Dios quería dar, pero quería que se
le pidiera.
Así sucede en los grandes ejemplos de intercesores del Antiguo Testamento: Abrahán (Gn 18,16-
33), Moisés (Ex 32,11-14), Samuel: «Congreguen a todo Israel en Mispá y yo suplicaré a Yahveh por
ustedes» (1Sm 7,5); «Suplica a Yahveh tu Dios en favor de tus siervos, para que no muramos» (1Sm
12,19). Jesús es quien será el verdadero intercesor del Nuevo Testamento, en una tipología de
éstos. Sin embargo, María aparece como la que trae la bendición, la que nos la obtiene de Dios con
su intercesión, el medio que nos trae a Jesús, el Salvador. Así, con sus súplicas Ella cumple la
misión encomendada a Israel, Ella es el verdadero Israel, la Hija de Sion, que cumple el Antiguo
Testamento, y a la vez nace con Ella la Iglesia del Nuevo Testamento.

Las palabras de Jesús en Caná, «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora»
(2,4), expresan en realidad sumisión y obediencia hacia su Madre, reconocer esta autoridad de
María (cf. Lc 8,28). Con estas palabras ambiguas, como en el pasaje donde Jacob lucha con Dios (cf.
Gn 32,23-33), Jesús le da la victoria a María, que obtiene la bendición de que Jesús realice su
primer signo. Esto lo expresa el final del pasaje: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya
están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora» (2,10), lo cual se le dice
al novio, símbolo de Jesús, por lo cual se refiere a que Dios ha dejado la gracia más grande para el
final, y ésta llega por María.

• Jn 19,25-27 – María al pie de la cruz


Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y
María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su
madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde
aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Aquí, Jesús vuelve a llamarle “Mujer” a su Madre, lo cual nos vuelve a conectar con la creación en
el Génesis y con la Boda de Caná. En realidad, lo que sucedió en Caná sólo era un símbolo, un
adelanto de la “hora” de Jesús. Aquí es la “hora” en toda su realidad, se cumple la boda anunciada
en Caná. Precisamente, cuando el Apocalipsis describe las “bodas del Cordero”, dice: «Mira que

31
hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5), señalando la nueva creación. Jesús mismo, a lo largo del
Evangelio de san Juan, describía la cruz como “glorificación” (cf. Jn 12,23-28) y, justo antes de la
pasión dice: «Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el
mundo fuese» (Jn 17,5). Nuevamente, remite al inicio del Evangelio, a la nueva creación, la cual se
cumple en la cruz.

No parece coincidencia que María vuelva a aparecer como nueva Eva justo cuando la entrega
como “madre” al “discípulo a quien amaba”, en el cual podemos representarnos todos. María es
la Madre de la Iglesia.

Más aún, éste es el momento en que Jesús desposa a su Iglesia. La tradición ha visto este
momento como el nacimiento de la Iglesia («Este comienzo y crecimiento están simbolizados en la
sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado», LG 3). Nuevamente es
una tipología del Génesis: así como Eva nació del costado de Adán (cf. Gn 2,21-22), así la Iglesia
nace del costado abierto de Cristo, lo que describirá san Juan después de entregar a María (cf. Jn
19,31-37). San Juan da una importancia particular a este pasaje de la lanzada, señalando
insistentemente que es un testimonio (cf. Jn 19,36), y volviendo a hablar de ello en la 1Jn 5,6-8,
señalándolo como el testimonio, y en Ap 1,7.

Además, Jesús dona simbólicamente el Espíritu a María y a Juan, que están a sus pies, al morir en
la cruz: «inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Jn 19,30c). Con esto se unen sangre, agua y
Espíritu: «Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convergen
en lo mismo» (1Jn 5,7). Todo esto es señalar a la Iglesia ya “cumplida”. María es, a la vez, símbolo
y Madre de la Iglesia.

En cuanto al sentido más histórico del texto, la tradición dice que san Juan se fue a vivir a Éfeso,
llevándose a María con él. En 1891 se descubrieron ahí (actual Turquía) los restos de la que parece
haber sido su casa, y actualmente es un sitio de peregrinación.

2.2.6. Apocalipsis de san Juan

• Ap 12,1-2.4b-6.13-14.17 – La Mujer vestida de sol


Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una
corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el
tormento de dar a luz. […]. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para
devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La Mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a
todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la
Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada mil
doscientos sesenta días. […] Cuando el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió
a la Mujer que había dado a luz al Hijo varón. Pero se le dieron a la Mujer las dos alas del águila
grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón, donde tiene que ser alimentada un
tiempo y tiempos y medio tiempo. […] Entonces enfurecido contra la Mujer, se fue a hacer la
guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús.

32
El apocalipsis es un mensaje simbólico muy denso, sus símbolos pueden significar varias cosas a la
vez. Así, la Mujer que describe parece que es María, pero su valor simbólico representa a la Iglesia.
Precisamente, la Mujer es un signo que a pareció en el cielo (v. 1). San Juan vuelve a unir aquí los
valores de María y la Iglesia, diciéndonos muchas cosas de ambas.

El valor particular de este texto viene de que es nuevamente una tipología del Génesis, en
específico de Gn 3,15, dándole un valor de sentido pleno a lo que era una interpretación espiritual:
Vuelve a aparecer el nombre de «Mujer» (Ap 12,1), aparece nuevamente «el gran Dragón, la
Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás» (Ap 12,9), aparece la “descendencia” de la Mujer,
que habría de pisar la cabeza de la serpiente, y ahora «ha de regir a todas las naciones con cetro
de hierro» (Ap 12,5; cf. Sal 2,9). Hay una clara enemistad entre ellos: «enfurecido contra la Mujer»
(Ap 12,17). Además «Grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12,2), lo
que corresponde con el castigo de Eva en Gn 3,16: «con dolor parirás a tus hijos».
Ya en su propio contexto, Ap 12 enlaza con los capítulos anteriores del Apocalipsis: En Ap 8,1 se
hace un «silencio en el cielo», y después se tocan siete trompetas a lo largo de los caps. 8-11. El
último versículo del capítulo 11 dice «Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca
de su alianza en el Santuario, y se produjeron relámpagos y fragor y truenos y temblor de tierra y
fuerte granizada» (11,19), a lo que sigue inmediatamente la visión de la Mujer, que introduce a
«una batalla en el cielo» (12,7). Todo esto parece ser una recreación del sitio de Jericó en Jos 6,
donde se dan siete vueltas a la ciudad con el Arca de la Alianza.

Según la tradición apocalíptica, después de la destrucción de Jerusalén por Babilonia el Arca había
sido escondida por Jeremías, que dijo: «Este lugar quedará desconocido hasta que Dios vuelva a
reunir a su pueblo y le sea propicio. El Señor entonces mostrará todo esto; y aparecerá la gloria del
Señor y la Nube» (2Mac 2,7-8). Todo esto sucedió con Jesús; el nacimiento del Mesías es la
“plenitud de los tiempos”, el momento en que Dios “vuelve a reunir a su pueblo y les ha sido
propicio”. María, pues, vuelve nuevamente a aparecer como el Arca de la nueva Alianza, que está
presente en la batalla escatológica como signo y garantía del triunfo de Dios. Incluso podría verse
el “huir al desierto” de la Mujer como una alusión secundaria a José y María que huyeron a Egipto
para escapar de Herodes (cf. Mt 2,13-15).

«Entonces enfurecido contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que
guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (v. 17). Esto bien puede
mostrar la idea ya vista de que María es Madre de los discípulos, si bien el sentido principal del
texto habla de la Iglesia como Madre de los discípulos.

Para nuestra materia lo más importante de este pasaje de Ap 12 es la correlación entre María y la
Iglesia:
▪ María es quien dio a luz a Jesús en su primera ▪ La Iglesia “dará a luz” a Jesús en su
venida. segunda venida.
▪ María es Madre de la los discípulos. María fue ▪ La Iglesia es Madre de los discípulos.
▪ ▪ La Iglesia es perseguida por Roma y por
perseguida por Herodes.
Israel.
▪ ▪
María es virgen e inmaculada. La Iglesia es virgen e inmaculada
(ἄμωμοι, Ap 14,4-5; cf. Ef 5,25-27). La

33
▪ María aparece vestida de sol, que es la gracia ▪ Iglesia aparece engalanada vestida de
de Dios. «lino deslumbrante de blancura», que
son buenas acciones (Ap 19,7-8).
¿Por qué san Juan hace tanto énfasis en presentar a María como tipo de la Iglesia? Necesitamos
profundizar más en lo que significa la Iglesia para entenderlo, lo cual haremos en el siguiente
apartado del curso. Sin embargo, quedémonos con que María es a la vez signo de la Iglesia (Bodas
de Caná) y Madre de la Iglesia (al pie de la Cruz). Esto es así porque María es, a la vez, miembro de
la Iglesia y su Madre, como afirmó el Vaticano II. La Iglesia no sólo nace de María, sino con María,
como primera y más insigne de los discípulos y salvados por su Hijo. En Ella se realiza en plenitud lo
que Dios hará con la Iglesia y con todos sus miembros: «la Iglesia ha alcanzado en la Santísima
Virgen la perfección» (LG 65). Por eso Ella es el modelo real y no sólo simbólico, pues los símbolos
necesitan una realidad en que sustentarse. Al haber hecho a María inmaculada, al haberla
resucitado y llevado al cielo en cuerpo y alma, Dios le ha adelantado lo que en realidad es promesa
para todos nosotros y para toda la Iglesia, y por esto es digna de admiración y devoción. En Ella
honramos la obra perfecta de Dios.
Los santos apóstoles no habrían hablado de la Iglesia bajo esta imagen particular, de no haber
existido una bienaventurada Virgen María exaltada a lo alto y objeto de veneración de todos los
fieles (cardenal san John Henry Newman, Mystical Rose, p. 20)5.

Una prueba de que existió algún tipo de culto a la Virgen María en la Iglesia primitiva es la
tradicional oración Sub tuum praesidium (“Bajo tu amparo nos acogemos…”), la cual está escrita en
un antiguo pergamino de inicios del siglo III d.C. encontrado en Egipto 6. Recordemos que una de
las Iglesias más importantes de los primeros siglos fue la de Alejandría.

✓ Ejercicios
1) ¿En cuál de los Evangelios María es vista como modelo de los discípulos?

2) ¿En cuál de los Evangelios María es vista como un símbolo de la Iglesia?

3) ¿En cuál de los Evangelios María es presentada en función del rechazo que recibe Jesús?

4) ¿En cuál de los Evangelios María es vista en función de su relación con san José y el Niño?

5 En S. HANN, Dios te salve Reina y Madre, 95.


6 LUIGI GAMBERO, Mary and the Fathers of the Church, Ignatius Press, San Francisco 1999 en S. HANN,
Dios te salve Reina y Madre, 69. Este libro tiene traducción al español en G. PONS, Textos
marianos de los primeros siglos. Antología patrística, Ciudad Nueva, Madrid 1994.
34
3. La santa Iglesia en la Sagrada Escritura
3.1. El término ’Εκκλεσὶα (Ekklesía)
En el Antiguo Testamento aparece un término clave para entender a la Iglesia y al mismo pueblo
de Israel: qahal (cf. Dt 4,10; 31,30; Jos 8,35; 1Re 8,14; 1Cro 13,2-4). Significa literalmente
convocación, reunión llamada por Dios, pero su traducción más común es asamblea; y toma un
sentido más preciso cuando se le llama “qahal de Yahveh” (cf. Dt 23,24) o “de Dios” (cf. Ne 13,1).
En Israel, la qahal era la asamblea litúrgica que Dios mismo se había formado para darle culto.
Dios eligió al pueblo de Israel principalmente para formar esta asamblea: «serán para mí un reino
de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,6).

Esta asamblea o qahal tenía cuatro características:

▪ Con-vocación: Era llamada y formada por Dios, por lo que era una iniciativa divina, y su
finalidad era Dios mismo.
▪ Presencia de Dios: Dios se hacía presente en medio de ella.
▪ Memoria litúrgica: Existía para rememorar las obras de Dios, su Alianza y su Ley, y para alabar
a Dios por ellas.
▪ Ratificación mediante el culto: Con la celebración del culto se confirmaban como Pueblo de
Dios, dispuestos a seguir su Ley; con el culto renovaban su Alianza con Dios.

El término hebreo qahal fue traducido al griego por la Biblia de los LXX con la palabra ἐκκλεσὶα
(ekklesía), que proviene del prefijo ἐκ (fuera) y del sustantivo κλήσις (llamada). Así, ekklesía
significaba “llamada afuera”, es decir, los llamados a salir de sus hogares para conformar la
asamblea comunitaria. Pero esa llamada la realizaba Dios, el sentido vuelve a ser el de una
convocación de Dios, y los llamados eran, en realidad, elegidos de Dios.

El Nuevo Testamento retoma ese término y su sentido para designar parte de su mensaje
principal: el misterio de los salvados por Cristo, los cuales forman una comunidad elegida. La
palabra Iglesia aparece 115 veces en el Nuevo Testamento. Destaca su aparición en las cartas de
san Pablo (61 veces), en Hechos de los apóstoles (23 veces) y en el Apocalipsis (20 veces). Se utiliza
con tres sentidos diferentes:

▪ La comunidad concreta, reunida para escuchar la Palabra y para la Fracción del Pan: «Saluden
también a la Iglesia que se reúne en su casa» (Rm 16,5).
▪ Los cristianos de una localidad concreta, porción del Pueblo de Dios: «a la Iglesia de Dios que
está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús» (1Co 1,2).
▪ La universalidad de la Iglesia, de todos los cristianos: «lo constituyó cabeza suprema de la
Iglesia» (Ef 1,22).

En la Iglesia del Nuevo Testamento se retoman las características de la qahal hebrea:

35
▪ Convocación: Es formada y convocada por Dios: «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt
16,18b); «la Promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que están lejos, para
cuantos llame el Señor Dios nuestro» (Hch 2,39).
▪ Presencia de Dios: «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos» (Mt 18,20).
▪ Memoria litúrgica: Las reuniones cristianas son para recordar la muerte y resurrección del
Señor Jesús y para participar de ellas: «“Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Cuantas
veces la beban, háganlo en memoria mía”. Pues cada vez que coman este pan y beban de este
cáliz, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga» (1Co 11,25-26).
▪ Ratificación mediante el culto: Cada Eucaristía es un ratificar nuestra Alianza con el Señor,
volver a comprometernos con Él y con su Ley: «Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la
dio diciendo: “Beban de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada
por muchos para perdón de los pecados”» (Mt 26,27-28).

3.2. La buena nueva de la Iglesia


El mayor obstáculo para comprender y vivir hoy en día el mensaje eclesial de la Biblia es el
individualismo de nuestras sociedades modernas. Se nos ha enseñado la gran mentira de que no
necesitamos de los demás, de que debemos valernos por nosotros mismos y no depender de
nadie. Esto ha llegado incluso a la vida espiritual, haciéndonos creer que la relación con Dios es
algo solamente individual, lo cual es totalmente contrario al mensaje bíblico, donde el plan de Dios
es recuperar la unidad de los pueblos perdida en la torre de Babel (Gn 11,1,9; cf. Hch 2,1-13). Es
por esto que, retomando el mensaje de las cartas a los Colosenses y a los Efesios, el Vaticano II ha
reafirmado que «la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

Toda la Biblia es comunitaria, fue escrita con la mentalidad de Israel, que era uno de los pueblos
con más fuerte sentido de la comunidad y de la familia: «fue voluntad de Dios el santificar y salvar
a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un
pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG 9). En toda la Biblia Dios no llama
a ningún personaje individualmente, sino que los llama en cuanto miembros del pueblo o en vistas
al mismo pueblo: Abrahán es llamado para ser “padre” de este gran pueblo, los jueces son
llamados para liberar al pueblo, David y los reyes son llamados para pastorear al pueblo, y los
profetas para anunciarle al pueblo la Palabra de Yahveh. María misma es Madre de Dios no para sí
misma, para su propia gloria, sino en servicio a la Iglesia y a su pueblo. Todo personaje bíblico, en
realidad, está para desempeñar un servicio a favor del pueblo; y si se afirma que son servidores de
Dios, en realidad no sirven a Dios directamente sino a sus designios para el pueblo.

Esto es porque el más grande designio de Dios, su Alianza, es algo comunitario, fue sellada no con
un individuo particular, sino con el pueblo. Moisés fue sólo el intermediario, pero la Alianza es con
el pueblo entero, para que en adelante sean el Pueblo de Dios. Todo el pueblo y sus héroes tenían
conciencia de que si recibían la salvación de Dios no era por sus propios méritos, sino porque
pertenecían al pueblo de la Alianza, y esto les traía la complacencia del Dios de la Alianza:

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No porque seas el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de ustedes y los
ha elegido […] sino por el amor que les tiene y por guardar el juramento hecho a sus padres,
por eso los ha sacado Yahveh […] de la casa de servidumbre, del poder del faraón (Dt 7,7-8).

Es así que se entraba a formar parte de la Alianza al pertenecer al pueblo, de lo cual era un signo la
circuncisión, por esto es que a los paganos que se convertían al judaísmo se les exigía la
circuncisión, porque por medio de ella eran anexados al pueblo de Israel: «Ajior [el amonita], por
su parte, viendo todo cuanto había hecho el Dios de Israel, creyó en él firmemente, se hizo
circuncidar y quedó anexionado para siempre a la casa de Israel» (Jdt 14,10).

La mentalidad comunitaria de Israel llegó a tal grado que a veces se compartían por todos tanto las
bendiciones como las maldiciones que caían sobre algunos del pueblo (cf. Jos 7,215). Y si el profeta
Ezequiel proclama la retribución individual, lo hace precisamente porque la idea de la retribución
comunitaria había llegado a un exceso injusto.

También la salvación y la relación con Dios siempre se han dado por intermediarios, si bien
tampoco desaparece nunca una dimensión personal: La fe se recibe de los padres. Abrahán
alcanzó para Lot, que era justo, el perdón con su intercesión; y alcanzó para su descendencia la
bendición. Moisés fue el medidor de la Ley y de la Alianza. La Palabra de Dios llega a través de los
profetas como intermediarios humanos. El culto es celebrado por sacerdotes en favor del pueblo.
Los levitas explican al pueblo el sentido de las Escrituras (cf. Ne 8,7-9). La misma Biblia es escrita
por hombres inspirados por Dios.

Este sentido comunitario se sintetiza muy bien en la advertencia que Mardoqueo hace a Ester:
No te imagines que, por estar en la casa del rey, te vas a librar tú sola entre todos los judíos,
porque, si te empeñas en callar en esta ocasión, por otra parte vendrá el socorro de la
liberación de los judíos, mientras que tú y la casa de tu padre perecerán. ¡Quién sabe si
precisamente has llegado a ser reina para una ocasión semejante! (Est 4,13-14).

El Nuevo Testamento no es ajeno a esta visión comunitaria de la salvación, sino que la retoma
completamente y la reafirma: Jesús escoge a los Doce apóstoles como una continuación de Israel,
así como Israel inició con los doce hijos de Jacob, patriarcas de cada tribu. Con ellos Jesús sella una
Nueva Alianza en la Última cena, la cual representa a su pasión, señalando que su sangre «es
derramada por muchos» (Mc 14,24; cf. 10,45). La mención de “muchos”, y no “todos”, hace
referencia al 4to cántico del Siervo (Is 52,14.15; 53,11), donde también se menciona «por las
rebeldías de su pueblo ha sido herido» (53,8c). Es así que Jesús muere, y sella su Alianza, no con
“todos” en general, sino con su pueblo, que es su Iglesia.

Ya hemos mencionado cómo los discípulos al pie de la cruz representan a la Iglesia entera, que
nace de su costado como Eva de Adán, formando una tipología: «Cristo amó a la Iglesia y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla» (Ef 5,25b-26a). Jesús sella su Alianza con su Iglesia.
En la mentalidad israelita sellar una alianza es tan importante porque los que la pactan pasan a
formar una sola familia, se forma una profunda relación personal de conocimiento, amor y
amistad. Es por esto que Jesús dice a sus discípulos: «No los llamo ya siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre
se lo he dado a conocer» (Jn 15,15). En la oración de Jn 17, Jesús claramente distingue entre “el

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mundo” y “sus discípulos” (cf. Jn 17,9), por los cuales ruega, incluyendo a «aquellos que, por
medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno» (Jn 17,20-21a).

Fue así que el primer anuncio de la Buena Nueva después de la resurrección de Cristo, la
predicación del kerigma, incluía el anuncio de la Iglesia: ¡Jesús no nos dejó huérfanos, sino que nos
dejó una familia! La Iglesia siempre ha sido una parte esencial del anuncio del Evangelio. Se
entraba a formar parte de esa familia mediante el bautismo: «Pues todos son hijos de Dios por la
fe en Cristo Jesús. Los que se han bautizado en Cristo se han revestido de Cristo […] Y si son de
Cristo, ya son descendencia de Abrahán, herederos según la promesa» (Ga 3,26-29). Así, desde el
día de Pentecostés, los bautizados formaron una comunidad, en la que «Se mantenían constantes
en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch
2,42).

La conciencia de formar una Iglesia, un nuevo Pueblo de Dios, se fue definiendo poco a poco con el
proceso de separarse del antiguo Israel y admitir en ella a los paganos. Pero es tan claro que Jesús
formó una nueva comunidad que pronto los Apóstoles la definieron con las imágenes y términos
que siempre se habían usado para definir a Israel como pueblo elegido:

▪ Pueblo de Dios: «Pero ustedes son linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que los ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz, ustedes [gentiles] que en un tiempo no eran pueblo y que ahora son pueblo de
Dios» (1Pe 2,9-10).
▪ Rebaño de Dios: «No temas, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles a
ustedes el Reino» (Lc 12,32).
▪ Reino de Dios: «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los
escándalos y a los malhechores» (Mt 13,41).
▪ Viña de Dios: «Yo soy la vid; ustedes los sarmientos» (Jn 15,5).
▪ Esposa de Dios: «Ven, que te voy a enseñar a la Novia, a la Esposa del Cordero» (Ap 21,9c).
▪ Ciudad de Dios: «estas mujeres representan dos alianzas; la primera, la del monte Sinaí, madre
de los esclavos […] corresponde a la Jerusalén actual, que es esclava, y lo mismo sus hijos. Pero
la Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre» (Ga 5,24-26).

Además de estas, surgieron imágenes nuevas que se aplicaron a la Iglesia, mostrando con ellas
diversas verdades sobre la misma:

▪ Barca: «en los días en que Noé construía el arca, en la que unos pocos, es decir ocho personas,
fueron salvados a través del agua; a ésta corresponde ahora el bautismo que los salva» (1Pe
3,20-21). Significa que a través de Ella somos salvados.
▪ Cuerpo de Cristo: «así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo
cuerpo en Cristo» (Rm 12,5); «así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos
bautizados, para no formar más que un cuerpo» (1Co 12,12c-13). Subraya la íntima unión
entre Cristo y la Iglesia, que forman juntos una sola realidad.
▪ Templo de Dios: «Acérquense a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida,
preciosa ante Dios; también ustedes, cual piedras vivas, entren en la construcción de un
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edificio espiritual […] para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de
Jesucristo» (1Pe 2,4-5). Ser cristiano significa agregarse a la construcción que ya han formado
otros, que los cimientos han sido los Apóstoles (cf. Ap 21,14) y, sobre todo, Cristo mismo, que
es obra de Dios y que es para dar culto a Dios.

La clave para entender esta Iglesia es la comunión (koinonía, Hch 2,42) con Dios y con los
hermanos: «lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos, para que también ustedes estén en
comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo»
(1Jn 1,3). Los que permanecen en esta comunión son miembros de la Iglesia. Pero estar en la
comunión es posible gracias a ciertas condiciones:

▪ Antes que nada, el que hace posible la comunión con Cristo y con los hermanos es el Espíritu
Santo; sin el Espíritu santo no es posible ser miembro de la Iglesia: «El que no tiene el Espíritu
de Cristo, no le pertenece» (Rm 8,9c); «Y, como son hijos, Dios envió a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6). Este Espíritu se recibe en el Bautismo y
por la imposición de las manos. He aquí la importancia de la comunión eclesial en el libro de
los Hechos para recibir el Espíritu Santo: ¡nadie lo recibe sólo! En Pentecostés lo recibieron
120 personas reunidas «con un mismo objetivo» (Hch 2,1; cf. 1,15), orando unas por otras;
nadie puede bautizarse a sí mismo, otro más debe imponer las manos, y en Hch 8 se necesita
que sean Pedro y Juan quienes confirmen con el Espíritu a los bautizados de Samaría.
▪ Otra condición es la fe. Los creyentes tienen la misma fe, profesan la misma doctrina y
creencias: «Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. El
que permanece en la doctrina, ese sí posee al Padre y al Hijo» (2Jn 9); «En cuanto a ustedes, lo
que oyeron desde el principio permanezca en ustedes. Si permanece en ustedes lo que oyeron
desde el principio, también ustedes permanecerán en el Hijo y en el Padre» (1Jn 2,24). La
comunión en la fe hacía que todas las Iglesias locales se sintieran hermanas a pesar de no
conocerse: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y padre de todos» (Ef
4,5-6a).

▪ Pero, para mantener intacta esa fe se erigieron autoridades en cada comunidad: «Conserva el
buen depósito [de la fe] mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros […] y cuanto me has
oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de
instruir a otros» (2Tm 1,14; 2,2); «El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras
de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad» (Tt 1,5); «[Pablo y
Bernabé] Designaron presbíteros en cada Iglesia y […] los encomendaron al Señor» (Hch
14,23). La descripción que hace san Pablo de la Iglesia como Cuerpo de Cristo muestra que en
la primera Iglesia había ministerios distribuidos, entre los que había una jerarquía: «Y así los
puso Dios en la Iglesia, primeramente los apóstoles; en segundo lugar los profetas; en tercer
lugar los maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de
gobierno, diversidad de lenguas» (1Co 12,28). El desacato o no reconocimiento a la autoridad,
ejercida en nombre de Cristo, claramente era romper con la comunión.

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▪ Y el modo de estar en comunión unos con otros era el amor y el servicio: «Nosotros sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1Jn 3,14); «Si nos
amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a la
perfección» (1Jn 4,12). Precisamente, la comunión de amor entre los miembros del Cuerpo de
Cristo debe ser tal que «Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es
honrado, todos los demás toman parte en su gozo» (1Co 12,26). Sabemos que, entre las
diferentes comunidades, usualmente se recibían caritativamente, por ello san Pablo y otros
misioneros itinerantes podían ir libremente de una comunidad a otra, aunque no fueran sus
fundadores: «obras como creyente en lo que haces por los hermanos, y eso que son
forasteros. Ellos han dado testimonio de tu generosidad ante la Iglesia. Harás bien en
proveerlos para su viaje […] Por eso debemos acoger a tales personas, para hacernos
colaboradores en la obra de la Verdad» (3Jn 56.8).
▪ Finalmente, los hermanos oraban juntos a su Padre. Por ello existían oraciones comunitarias
llamadas “liturgia”. Entre estas destacan aquellas en las que se recibe el Espíritu de forma
particular, las cuales hoy llamamos sacramentos, como eran el Bautismo y la “Fracción del
pan” o “Cena del Señor”: «Porque yo recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor Jesús,
la noche en que era entregado, tomó pan, dando gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo
que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía”. […] Pues cada vez que coman este
pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien
coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y la Sangre del Señor»
(1Co 11,23-24.26-27).

Estas condiciones las podemos ver sintetizadas en la clásica cita de Hch 2,42, donde se describe a
la primera comunidad de Jerusalén como la comunidad ideal: «Se mantenían constantes en la
enseñanza de los apóstoles (autoridad, doctrina), en la comunión (amor fraterno), en la fracción
del pan (liturgia) y en las oraciones». El libro de los Hechos testimonia de forma extraordinaria la
continuidad que existe entre Israel, Jesús y la Iglesia, pues en los tres ha sido el Espíritu de Dios
quien ha llevado la obra. Esto se ve de una forma particularmente importante en la fórmula usada
por san Lucas para expresar la conclusión del Concilio de Jerusalén: «hemos decidido el Espíritu
Santo y nosotros no imponerles más cargas…» (Hch 15,28). Esto manifiesta la fe de san Lucas en
que es El Espíritu de Dios quien guía las decisiones de las autoridades de la Iglesia, y que esas
autoridades bien pueden decretar reglas obligatorias y trascendentales para el resto de los fieles.

3.3. Mt 16,13-20 – El primado de san Pedro


Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién
dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros,
que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas». Les dice él: «Y ustedes ¿quién dicen que
soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le
dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del abismo no podrán vencerla. A ti te daré las
llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que

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desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no
dijeran a nadie que él era el Cristo.

Este texto ha sido enormemente debatido a lo largo de los siglos, especialmente en el diálogo con
otras Iglesias cristianas. Primeramente, debemos analizarlo en su contexto.

Este pasaje era clave en el Evangelio de san Marcos, pues es el pasaje central que trata sobre la
identidad de Jesús para sus discípulos de cada época. Sin embargo, en el Evangelio de san Mateo el
pasaje tiene otra finalidad, pues la cuestión sobre la identidad de Jesús pasa a un segundo término.
Para san Marcos era esto importante porque él atendía a lo que parece ser una persecución que
ponía en crisis la fe de su comunidad; mientras que para san Mateo, que escribe alrededor de 20
años después de san Marcos, es más urgente atender a los problemas internos que van surgiendo
en las comunidades con el transcurso del tiempo.

San Mateo es el único evangelista en usar la palabra “Iglesia” en su Evangelio, y lo hace para
referirse claramente a que la comunidad de los discípulos de Jesús ha sustituido a Israel como el
“Pueblo de Dios”. El más importante conflicto interno a la Iglesia del siglo I había sido la admisión
de gentiles a la Iglesia, la cual había surgido como una secta interna al judaísmo. Esto conllevó
enormes problemas doctrinales y prácticos, como puede verse en los Hechos y en las cartas
paulinas, en especial sobre lo referente a la salvación, a la práctica de la Ley, y a la fraterna
convivencia entre judíos y gentiles dentro de una misma comunidad cristiana. La respuesta
claramente no fue el apego a las tradiciones judaicas; sin embargo, las posturas liberales de
quienes rechazaban las raíces judías del cristianismo también resultaron perjudiciales, pues al
parecer hubo grupos que negaron la importancia de toda ley moral basados en las enseñanzas de
san Pablo sobre la libertad de la Ley y la salvación por la fe. A esto se sumó la influencia de muchas
doctrinas heréticas que surgieron hacia finales del siglo.

Ante este panorama, san Mateo escribió un Evangelio que revindica el valor de la Ley y del
comportamiento moral (cf. Mt 5,17-19; 7,21-27), y que presenta una comunidad principalmente
judía pero con apertura a los gentiles. En san Mateo abundan las enseñanzas que buscan crear un
ambiente fraterno dentro de las comunidades o que enseñan cómo resolver conflictos (cf. Mt 18).
Así mismo, es el Evangelio donde más se critican las actitudes farisaicas, probablemente como una
advertencia a la comunidad judeocristiana que busca evitar que se repliquen esas costumbres
entre los cristianos que luchan por mantener sus raíces hebreas.

Sin embargo, una de las principales respuestas que da san Mateo a los conflictos de su contexto, y
que es la que más nos importa en este curso, es su visión de la autoridad. Para san Mateo, son las
autoridades de las comunidades las que deben mediar entre las diversas porciones que las
componen y velar por conservar la fraternidad eclesial. San Mateo describe a las autoridades de la
Iglesia bajo la imagen de los tradicionales rabinos de Israel: «Así, todo escriba que se ha hecho
discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas
nuevas y cosas viejas» (Mt 13,52; cf. 23,8-11). Las “cosas viejas” parecen ser las enseñanzas del
Antiguo Testamento y todo lo positivo de las tradiciones judías, mientras que las “cosas nuevas”
serían las enseñanzas de Jesús y sus discípulos, así como las buenas tradiciones aportadas por los
paganos; y el líder de la comunidad debe conocer ambas y saber mediar y armonizar ambos
elementos.

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San Mateo resalta el papel de los Doce en su Evangelio porque, para él, ellos son los modelos de
las autoridades eclesiales de su tiempo. Es por esto que, a comparación del Evangelio de san
Marcos, aminora los errores de los Apóstoles (cf. Mc 6,52; Mt 14,33); sin embargo, san Mateo no
omite las fallas de ellos, mostrando que las autoridades eclesiales no son perfectas.

Y entre el papel de modelos que da san Mateo a los Apóstoles, da un lugar especial a san Pedro. La
gran mayoría de exégetas están de acuerdo en que san Mateo da un lugar particular a san Pedro
entre los demás Apóstoles a lo largo del Evangelio, es él quien alza la voz a nombre de sus
compañeros para hacer a Jesús las preguntas importantes cuando no entienden algo (cf. Mt 14,28;
15,15; 19,27). Y, a pesar de este lugar especial, también san Mateo es el más crítico de los cuatro
evangelistas con el mismo Pedro, corrigiendo más duramente sus errores.

Es en este Evangelio en el que nos encontramos con el pasaje del primado de san Pedro, único de
san Mateo en los cuatro Evangelios. Sabemos que el cambio de nombre indica que se le está
dando una misión, y la misión que Jesús le otorga es el ser la roca sobre la que se cimenta la
Iglesia. En el Antiguo Testamento la “roca” es una imagen muy utilizada, casi siempre se
afirmándose que Dios es la roca: «Yahvé, mi roca y mi baluarte, mi libertador y mi Dios; la roca en
que me amparo, mi escudo y mi fuerza salvadora, mi ciudadela y mi refugio» (Sal 18,3). Son dos las
ideas que, en general, ofrece la imagen de la roca: estabilidad y seguridad. Estable es lo que se
opone a lo cambiante y pasajero, la roca es algo firme, por ello es que se usa de cimiento, porque
lo que se afianza sobre ella es seguro que se mantendrá por siglos. En el pasaje del primado, es la
Iglesia lo que se construye sobre Pedro.
En cuanto a la seguridad, quienes están asentados sobre la roca no temen a las tempestades (cf.
Mt 7,24-27). Esto se refiere especialmente a la época en que se escribe este Evangelio: en medio
de las confusiones que había a finales del siglo primero por las diferentes doctrinas y tantas
opiniones que había, san Mateo propone que la garantía y seguridad de la Iglesia debe estar en la
fidelidad a Pedro, él es como el ancla que mantiene a la barca de la Iglesia firmemente unida a las
enseñanzas de Jesús, a pesar de que el tiempo pase. Ésta es la misión de san Pedro, y por ello se
afirma «las puertas del abismo no podrán vencerla», asegurando Jesús que a pesar de las flaquezas
y errores humanos de Pedro la Iglesia se mantendrá hasta su segunda venida.

Para dejar más explícita esta misión, Jesús cita un pasaje de Is 22,22: «Pondré la llave de la casa de
David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá». Esto se le dice a Eliaquín,
mayordomo del palacio real en tiempos de la monarquía: la gente venía de continuo ante el rey de
Judá para presentarle sus súplicas y los casos que querían que juzgara. Y, así como Eliaquín era
quien controlaba el acceso al rey y si él cerraba nadie podía entrar, así san Pedro será quien,
simbólicamente, controle el acceso a Jesús. La frase de “atar y desatar” era una frase común usada
por los rabinos judíos, y significaba la autoridad para prohibir y permitir comportamientos, o para
condenar y absolver a los culpables de alguna falta. Es así que Pedro tiene la autoridad para
reglamentar aquello que se realiza en la Iglesia y sancionar los desacatos.

Esta frase de “atar y desatar” vuelve a decirse, pero no de Pedro, sino de los discípulos en general,
en Mt 18,18, con significado de poder excomulgar a los miembros de la comunidad que no siguen
la corrección. Esto muestra que la autoridad no es sólo de san Pedro, sino de toda la Iglesia; pero
tampoco quita que la mención especial de Pedro en 16,19 tiene un valor más trascendente y que
recae sobre alguien en particular. Pedro no es el dueño de la Iglesia, pues el que la edifica es Jesús:

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«sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»; sin embargo, san Pedro sí hace las veces de Jesús, lo
representa, pues él deberá dirigir a la Iglesia en la tierra en medio de sus vicisitudes.

Es por esto que la Iglesia católica ha basado en este pasaje su fe en que el Papa, en cuanto
Obispo de Roma, es el sucesor de san Pedro que hereda su misión, y, por tanto, el vicario de
Cristo y el símbolo de unidad de la Iglesia, que ejerce su primado sobre el resto de Iglesias.
Aunque se ha puesto en duda la historicidad de este pasaje, su valor como Palabra de Dios no se
altera. Además, sabemos que desde el siglo primero se ejercía algo de lo que hoy conocemos como
el primado romano, pues san Clemente Romano, tercer sucesor de san Pedro como Obispo de
Roma (años 92-101), escribió hacia el año 96 una Carta a los Corintios, en la que los corrige con
autoridad por un conflicto interno relacionado con la autoridad. El hecho de que el Obispo de
Roma intervenga en una diócesis que no sea la suya propia para zanjar un asunto disciplinar ya nos
muestra en la práctica el primado romano.

Finalmente, san Ignacio de Antioquía, obispo del mismo lugar que san Pedro según la tradición,
reconoció hacia el año 107 en su Carta a Roma: «[Iglesia] que preside en la región de los romanos,
digna de Dios, digna de honor, digna de bienaventuranza, digna de alabanza, digna de éxito, digna
de pureza; la que preside en la caridad, depositaria de la Ley de Cristo» (Rom., pr.). El mismo san
Ignacio de Antioquía dejó tajantes enseñanzas sobre el Obispo como centro de unidad de la Iglesia,
ordenando: «Nada de lo que atañe a la Iglesia se haga sin el obispo» (Smyr.,VIII,1), lo cual significa
que lo que se hace sin su aprobación está fuera de la Iglesia-comunión.

3.4. La “personalización” de la Iglesia


La visión más sublime, y a la vez extraña, sobre la Iglesia es la de Cuerpo/Esposa de Cristo que
aparece en las cartas de Efesios y Colosenses. ¿Por qué sublime y extraña? Porque presenta una
visión idealizada, incluso divinizada de la Iglesia. Habla de Ella como si fuera una persona
individual: la personaliza.

Esto puede verse en varias citas de Colosense y Efesios:


Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante
el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que
tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada (Ef 5,25b-27).

Efesios aplica a Cristo y a la Iglesia la cita de Génesis 2,24: «“Por eso dejará el hombre a su padre y
a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne”. Gran misterio es éste, lo digo
respecto a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,31-32); “una sola carne” significa aquí que para poder unirse
han de ser semejantes en todo. Pero no lo dice sólo de algo futuro, pues la Iglesia ya es la Esposa y
el Cuerpo de Cristo:
En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de
su gracia que ha prodigado sobre nosotros […] dándonos a conocer el misterio de su voluntad
según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de
los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en
la tierra (Ef 1,7-10).

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Col y Ef resaltan los misterios divinos como ya presentes o realizados: «Sepultados con él en el
bautismo, con él también han resucitado por la fe en la fuerza de Dios» (Col 2,12); «nos vivificó
juntamente con Cristo […] y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús» (Ef
2,5b-6); «Porque han muerto, y su vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida
suya, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con él» (Col 3,3-4). La vida en Cristo de los
miembros de la Iglesia es ya una realidad, pero es posible sólo gracias a que somos miembros del
Cuerpo, de la Iglesia.

La cita anterior de Ef 1,7-10 habla de la Iglesia como «el misterio de su voluntad», es decir, como el
designio que Dios se dispuso desde «antes de la fundación del mundo» (Ef 1,4a). Así, la Iglesia
aparece como la meta de la Creación de Dios, por la cual creo al hombre y a la mujer.

Además, extiende la Iglesia a “lo que está en los cielos y en la tierra”, porque Cristo es la cabeza de
toda la creación:
Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en
la tierra […] todo fue creado por él y para él, […] y todo tiene en él su consistencia. Él es
también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, […] para que sea él el primero en
todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud (Col 1,15b-19).

Esta “plenitud” de la que se habla es importante. Efesios llega a definir que esta plenitud es la
misma Iglesia: «no sólo en este mundo sino también en el venidero. Sometió todo bajo sus pies y
lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que lo llena todo» (Ef
1,21b-23). Conviene entender esto a la luz de Col 2,9: «Porque en él reside toda la plenitud de la
divinidad corporalmente». Cristo posee y hace presente la plenitud de Dios en su cuerpo, que es la
Iglesia; por ello la Iglesia posee esa plenitud divina, está llena de ella, y es mediante la Iglesia que
abraza a toda la creación, haciéndola parte del Cuerpo.

La Iglesia está llena de la vida de Dios, de su plenitud, y por ello sus miembros pueden llenarse de
esa Vida, haciendo así crecer al conjunto de la Iglesia: «para edificación del cuerpo de Cristo, hasta
que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto, a la plena madurez de Cristo» (Ef 4,12b-13); «y se llenen de la plenitud de Dios» (Ef
3,19c).

Pero la Iglesia es “santa” independientemente de sus miembros, porque Cristo «se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla […] y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga
mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5,25c-27). Esta Iglesia
divinizada no es sólo una entidad espiritual, pues no pierde su composición humana y jerárquica:
«Él mismo dispuso que unos fueran apóstoles; otros, profetas; otros, evangelizadores; otros,
pastores y maestros, para la adecuada organización de los santos en las funciones del ministerio»
(Ef 4,10-12a); «edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular
Cristo mismo» (Ef 2,20). Esta última cita concuerda con Mt 16,18 que presento a san Pedro como
piedra de cimiento.

Es por esa visión corporativa-universal y cuasi divina de la Iglesia, que san Pablo puede concluir: «a
él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén»
(Ef 3,21).

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¿Qué podemos decir de esta visión de la Iglesia? San Pablo habla de Ella en el plano del misterio,
por lo que habla de una realidad profunda, que va más allá de nuestra realidad visible y la
fundamenta. La Iglesia hemos de verla como el cumplimiento de la obra de Cristo: es en Ella en la
que los hombres pueden recibir los bienes de la redención de Cristo; pero además, ser santificados
por el Espíritu Santo para ser hijos de Dios y unirse al Padre como Él dispuso desde la creación, y
así darle culto pleno. La Iglesia es, así, la humanidad divinizada que unida a Cristo da culto de amor
a Dios. Es por esto que los primeros cristianos a inicios del siglo II decían: «El mundo fue creado en
orden a la Iglesia» (Pastor de Hermas 8,1; cf. CEC 760).

Pero hay un problema: ¿La Iglesia es una persona? No, la personalización es una imagen. Sin
embargo, es una imagen real, ya que si no lo fuera lo expuesto por san Pablo serían sólo palabras.
Es por esto que la imagen debe fundarse en una persona real: Colosenses y Efesios ponen a Cristo
mismo como ese fundamento (la Iglesia es su Cuerpo), en quien se sella nuestra Alianza con Dios.
Al ser Cristo la garantía de la Alianza, pues la ha cumplido por nosotros, la Alianza es irrevocable.

Sin embargo, falta algo. Quien vuelve realidad la obra de Cristo en nosotros y nos hace miembros
de su Cuerpo es el Espíritu Santo. Por ello, la Tradición ha visto al Espíritu como la Persona divina
que habita y obra en la Iglesia, incluso de un modo similar (jamás igual) a como el Verbo se
encarnó en la humanidad de Jesús. San Agustín lo expresó de forma brillante: «lo que el alma hace
en el cuerpo, el Espíritu Santo lo realiza en la Iglesia; lo que el alma es para el cuerpo, es el Espíritu
Santo para el cuerpo de Cristo que es la Iglesia» (Sermón 267). Y, ya que la Alianza es irrevocable
por estar fundada en los méritos de Cristo, el Espíritu nunca abandonará a la Iglesia.

El Espíritu Santo es la personalidad trascendente de la Iglesia, el que la vuelve capaz de ser la


Esposa de Cristo, la nueva Eva. Cristo no puede ser quien personalice a la Iglesia, pues no podría
relacionarse consigo mismo. Quien unifica y da vida a la Iglesia como a una persona es el Espíritu.
Es gracias a Éste que la Iglesia es Misterio, a la vez divina y humana, y, siendo divina, puede ser
digna Esposa de Cristo. La Iglesia es la obra propia del Espíritu Santo. Sólo al Espíritu le
corresponde una relación tal con Cristo como es la de ser su Esposa, en el sentido bíblico de unión
y entrega total, hasta formar juntos una sola realidad; y esto lo realiza en la Iglesia. La Iglesia es así
Templo del Espíritu, y la imagen de la nueva Eva aplica mejor a la Iglesia que a la Virgen María. Ya
habíamos mencionado como en los textos joánicos María representa a la Iglesia, pero es la Iglesia y
no María la que “nace” del costado de Cristo, como Eva del de Adán. Por esto san Juan puede
representar a la nueva Eva también con María Magdalena, cuando después de la resurrección le
llama con el apelativo del Génesis: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20,15).

Sin embargo, la Iglesia no es el Espíritu. No hemos de olvidar que la Iglesia no es una persona, y su
personalización se da de forma trascendente y misteriosa. La persona humana real en quien más
se realizan estos misterios es la Virgen María. En Ella el Espíritu Santo ha concluido su obra
plenamente, lo que en la Iglesia sólo es proyecto y promesa. Nuevamente, la imagen concreta en
quien mejor se personaliza la Iglesia es María, la que ha correspondido en todo al Espíritu de Dios,
y es por esto que María es la imagen perfecta de la Iglesia, su arquetipo. La unión del Espíritu Santo
y María es única, y de esa unión viene todo lo que le atribuimos a María como intercesora:
Conviene […] ser conscientes […] de la profundidad del lazo existente entre la virgen María y el
Espíritu y, en consecuencia, de una cierta comunidad de función en la disparidad absoluta de las
condiciones […] la función de María [en la Historia de la salvación] se sitúa en la del Espíritu

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Santo, que la hizo madre del Verbo encarnado, que es principio de toda santidad y de la
comunión de los santos. En el «misterio cristiano», María posee, de manera supereminente, la
posición de modelo de la Iglesia y de intercesión universal. Es, en ella, la obra del Espíritu. Los
cristianos desean configurar sus vidas teniendo presente la imagen de la que recibió a Cristo y
lo dio al mundo y dirigen sus plegarias a ella para que se realice esa imitación. Ellos esperan
esto de Cristo mismo, que obra por medio de su Espíritu, pero con el sentimiento de que María
coopera en la acción, a título de modelo y de intercesión. De ahí esta experiencia mariana que
envuelve su experiencia de la gracia y del Espíritu con un realismo concreto y acogedor. Porque
la comunión de Cristo se acompaña con un recuerdo mariano; el misterio cristiano quedaría
manco si quedara excluida o preterida la función de María7.

A esto se refiere el título de “Esposa del Espíritu Santo” que la Tradición le ha dado:
«interponiendo la poderosa y eficaz mediación de la Santísima Virgen. Bien sabéis cuán íntimas e
inefables relaciones existen entre ella y el Espíritu Santo, pues que es su Esposa inmaculada»8.

✓ Ejercicios
1) Contesta V si es verdadero o F si es falso:
▪ La Iglesia fue fundada por Jesucristo___
▪ La Iglesia fue querida por Dios, pero es una institución solamente humana ___
▪ Jesús y María no son miembros de la Iglesia ___
▪ La Iglesia fue y es parte del kerigma y del Evangelio ___
▪ El Papa es el vicario de Cristo y sucesor de san Pedro en su misión ___
▪ Se puede estar en plena comunión con Cristo y no con la Iglesia ___
▪ Se puede estar en comunión con la Iglesia rechazando los mandatos de su autoridad
___

2) ¿Qué significa la palabra Iglesia y de qué términos hebreos o griegos proviene?

7 Y. CONGAR, El Espíritu Santo, 192-193.


8 LEÓN XIII, Carta Encíclica Divinum illud munus, 17.
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4. Conclusiones
La Iglesia y la salvación no existirían sin María. Ella fue la elegida en el plan de Dios para traer al
salvador y para comenzar con Ella a la Iglesia, porque en Ella Dios encuentra la necesaria fidelidad
de una creatura para el cumplimiento de su obra: «María nos precede a todos en la santidad que
es el misterio de la Iglesia como “Esposa sin mancha ni arruga” (cf. Ef 5,27). Por eso “la dimensión
mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina”» (CEC 773)9.

A la vez, para entender verdaderamente la misión y la identidad de María se necesita entender la


misión de la Iglesia y en base a ésta contemplarlas, pues María es su pleno cumplimiento. Dios la
escogió no para sí misma, sino como un don a su Iglesia y para sus propios designios. Pese a lugar
especial, en el plan de Dios la Iglesia es más importante que María:

Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso más es para María ser discípula de
Cristo que haber sido madre de Cristo. […] «¡Bienaventurado el vientre que te llevó!» Más, para
que no se buscase la felicidad en la carne, ¿qué replicó el Señor? «Más bien, bienaventurados
los que oyen la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,27-28). […] Santa es María, bienaventurada
es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción
de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro eminente, pero, al fin,
miembro de un cuerpo entero. Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus
miembros (San Agustín, Sermón 72,7).

Los errores tanto sobre María como sobre la Iglesia vienen de no comprender el plan de Dios en su
amplitud, y de una errónea visión de Dios. Dios no es el Ser lejano e inalcanzable, celoso de su
gloria. Él quiso crear el mundo para compartir esa gloria con sus creaturas por amor, y esto es lo
que se cumple en la Iglesia y en María. Es por esto que nos hizo sus hijos, integrándonos en su
familia divina con una Alianza, para compartirnos su Vida divina. Recordemos que para el judío
hacer una alianza significa entrar a ser de la misma familia.

El más grande don que Dios nos ha dado ha sido hacernos hijos suyos. Esto significa que ya no
estamos atados a una relación con Dios al estilo del siervo y su Señor, sino que podemos tener con
Él una relación de familiaridad, de amor y cercanía. ¿Acaso un padre cela su gloria y sus bienes
para con sus hijos? ¿Qué la gloria y los bienes del padre no lo son también de los hijos? El padre
más bien quiere que sus hijos sean glorificados, y cuando los hijos son alabados también el padre
lo es indirectamente y se siente orgulloso. Es esto lo que sucede con Dios y los santos de su Iglesia,
en especial con la Virgen María: Dios no se molesta por que se les alabe, al contrario, Él quiere que
se reconozca la gran obra que Él ha hecho en ellos, y los enormes méritos que ellos han hecho al
responder a la obra de Dios. Así, la gloria que se da a los hijos de Dios, a María y a los santos de la
Iglesia, es gloria que se da a Dios mismo: reconocimiento de sus obras.

9 El catecismo estás citando a san JUAN PABLO II, Carta Apostólica Mulieris dignitatem, 27.
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Bibliografía

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BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini, Librería Editrice
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https://www.vatican.va/content/benedictxvi/es/apost_exhortations/docum
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Biblia de Jerusalén latinoamericana, Desclée de Brouwer, Bilbao 2016.


BROWN, R. E., La comunidad del Discípulo amado, Biblioteca de Estudios Bíblicos 43,
Sígueme, Salamanca 19677.

_______, Las Iglesias que los Apóstoles nos dejaron, Paulinas, México 2018.

Concilio Vaticano II, Documentos conciliares, Paulinas, México 2015.

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HAHN, S., Dios te Salve Reina y Madre. La Madre de Dios en la Palabra de Dios,
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LEÓN XIII, Carta Encíclica Divinum illud munus, Librería Editrice Vaticana, Roma
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LUGO SERRANO, F., Jesús alegría del mundo. Comentario al Evangelio de san Lucas,
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PIÑERO, A., Aproximación al Jesús histórico, Trotta, Madrid 2020.


Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Paulinas,
México 19988.

RAMOS-LISSÓN, D., Patrología, EUNSA, Pamplona 2005.



Para la presente edición se retomó información de otros manuales del Instituto Bíblico Católico de
Guadalajara, particularmente del manual de Evangelio de san Mateo del Pbro. Lic. Eduardo Michel Flores.

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