free-GRECIA Y ROMA HISTORIA
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GRECIA
Se da en la isla de Creta y otras próximas del Egeo entre el 1700 y el 1450 a.C., coincidiendo con el 2º Periodo
Intermedio de Egipto y auge de Asiria.. Evans la nombre así inspirándose en el mítico rey Minos. Las
representaciones son principalmente de los dioses de las serpientes, la iconografía del toro y la cerámica
decorada con temas marinos.
En Creta había una fuerte urbanización, a pesar de tratarse de una zona muy inhóspita. En ella, predomina
el sistema palacial, en la que el palacio es un espacio arquitectónico y sede del centro político. Los palacios
tenían estructuras muy complejas, pareciendo pequeñas ciudades en sí mismos, un ejemplo sería el Palacio
de Cnosos. Esta visión contrasta completamente con el palacio de la Grecia continental.
El Palacio de Gla en Beocia que consistía de un recinto amurallado y campos de cultivo a su alrededor. La
fortaleza de Tirinto, que parece un navío con una sala central y pórtico. El palacio de Néstor, que giraba en
torno al fuego donde se tomaban las decisiones teniendo estructura de megaron.
Se da la expansión de la cultura minoica, la cual sabemos que no era griega gracias a su escritura. Esta se
trataba de tablillas escritas en lineal A, sistema distinto en el que cada uno de los signos representaba una
sílaba. Se trataba de un sistema muy imperfecto en el que no aparecen muchas combinaciones propias de la
lengua. Las tablillas micénicas encontradas se tratan de listas de contabilidad interna que nos ayudan a
entender cosas aunque no hablen de acontecimientos concretos. Estas se realizaron en escritura lineal B y
se intentaron utilizar para traducir el minoico sin éxito. Por lo tanto, los investigadores piensan que los griegos
habrían entrado en Grecia alrededor del 1200.
CULTURA MICÉNICA
En los palacios micénicos hubo un gran desarrollo de las murallas, a partir del 1200, llegando algunas a tener
9 metros de espesor. Los griegos decían que habían sido construidas por los cíclopes. Las grandes murallas
representaban un obra de ingeniería importante, por lo que son una muestra de una entidad política unida y
capaz de movilizar todo el esfuerzo de trabajo y financiación. Por lo tanto, los centros políticos eran más o
menos sofisticados y existía una necesidad de defensa que se refuerza con la única entrada de acceso de
pequeñas dimensiones.
Micenas eran visto como un modelo para los patrones de organización, ya que los palacios eran unidades de
centralización, administración de la distribución (contaban con economía redistributiva en la que acumulaban
la producción y después la distribuían). Controlaban el territorio mediante centros secundarios a los que
dotaba de ciertas funciones de la administración. En el palacio, además, existían distintos talleres para la
transformación de materias primas en productos sofisticados que luego serían vendidos en mercados
externos. El palacio contrataba equipos de artesanos formados por mujeres y niños a los que proporcionaban
comida, pero no está claro si se trataba de esclavos o no.
El territorio que comprendía Micenas contaba con casas, talleres y ciertos lugares de enterramiento (el círculo
A de tumbas). Los enterramientos eran en forma de pozo, dentro de los que se enterraban individuos y
contaban con estelas y ajuares de extraordinaria calidad, como la máscara de Agamenón. En torno a Micenas
se encontraba el círculo de enterramiento B que más tarde dejará de ser un cementerio y quedará fuera de la
muralla cuando sea construida. Las tumbas o tholos tenían estructura circular, que se cerraba con una
protobóveda por aproximación de hileras y se recubría de tierra para conseguir una mayor sujeción.
4. “Basileus”: título con el que Homero se refiere a los héroes, a toda la élite. Se trataban de jefes locales bajo
la administración palaciega que cuando desaparezcan los monarcas, adquirirán sus funciones.
Se han encontrado joyas hechas con ámbar, piedra que procedía de la zona Báltica, lo que muestra su
dedicación al comercio. Atraían muchos productos y después los distribuían por todo el Mediterráneo.
A través de la documentación externa tb podemos observar las relaciones de otros reinos con estos pueblos
del Egeo. Los hititas hablan de los ahhiyawa como un pueblo de navegantes que habita en las costas
occidentales de Anatolia y de un rey de estos al que llama “hermano”. A lo largo de la historia hitita aparecen
mencionados y generando problemas interviniendo en los asuntos locales de los principados vasallos del
reino. Son un gran factor de desestabilización. Así, se refiere a ellos como una potencia militar occidental pero
que no los localizan de forma precisa.
Este término, ahhiyawa, está muy emparentado con “akhaioi”, término que utilizaban los griegos para referirse
a ellos mismos en época antigua. Las tradiciones legendarias griegas tratan de viajes exploratorios y guerras
en distintos lugares del imperio hitita. De hecho, se piensa que incluso se habrían asentado en una pequeña
zona de Asia Menor que incluye ciudades como Mileto.
Este sistema entra en crisis a partir del 1250 a.C., lo cual está muy relacionado con la crisis del 1200 ya vista
con anterioridad. Los principales palacios micénicos son destruidos o abandonados y no vueltos a ocupar,
solo los lugares circundantes serán habitados en un momento posterior pero en unas condiciones mucho
peores. Esta destrucción no afectará a todos, por ejemplo, Atenas se mantendrá, pero la calidad de sus
construcciones será mucho inferior.
En los principales centros micénicos hay estratos de destrucción comparables a los ocurridos en el mundo
próximo oriental. Como consecuencia, se perderá la red de comercio, la escritura de los palacios… así el
mundo del Egeo entrarán en una crisis de tipo cultural y material.
Contamos con muy poca información sobre los factores de destrucción del mundo micénico. La única fuente
interna son tablillas de administración que no tenían como objetivo una duración larga por lo que lo que
conservamos son las tablillas de contabilidad del momento anterior a la destrucción.
De esta época también conservamos un muro defensivo construido en la zona del istmo que podría defender
tanto el Peloponeso como la otra parte.
Los historiadores apuntan a que los filisteos (asentados posteriormente en la zona de Siria-Palestina) tienen
muchos elementos micénicos en su cultura.
0.2 LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO (1200 – 750) “LA ÉPOCA OSCURA”
La escritura desaparece, ya que desaparecen los especialistas que la conocen y la necesidad de utilizarla. El
número de asentamientos rastreables desciende considerablemente, por lo tanto, los materiales utilizados
son mucho más perecederos, dejando una huella arqueológica muy leve. El asentamiento más recurrente de
encontrar son las necrópolis.
Acceso diferencial al enterramiento. Solo los sectores más poderosos de la sociedad eran capaces de
enterrarse de una manera visible, monumental, por lo que se hayan pocas tumbas y con ajuares modestos.
Esto indica la élite socioeconómica, con un nivel mucho inferior al de las del Bronce Final.
Hallamos túmulos de enterramiento en los que se inhumaban varias personas, probablemente unidas por
vínculos de parentescos. De ser así, se trataría del origen de clanes o dinastías. A finales del periodo algunas
de estas comenzarán a recibir culto y ofrendas.
Aparece un nuevo sistema de enterramiento que se irá extendiendo durante toda la edad de hierro, la
incineración. Esta práctica economizaba el espacio pero también requería una gran técnica y materiales para
alcanzar las temperaturas necesarias para la incineración del cadáver.
En los ajuares se apreciará una introducción progresiva del hierro pero el bronce en ningún momento
desaparece. Otro elemento serán los estilos cerámicos, material que aparecerá de forma ininterrumpida en
los enterramientos. El primer estilo será el submicénico: seguían los estilos de época micenica pero con peor
calidad. A partir del 1000 aparece el estilo geométrico.
En la necrópolis de Dipylon (Atenas) se encontrarán grandes obras cerámicas, ya que se situaba cerca de un
barrio de alfareros que generaban obras de gran tamaño con decoraciones en las que introducen motivos
figurativos y humanos de excelente calidad. Su actividad se reducirá a 40 años. Estos vasos se trataban de
urnas funerarias y en otros podían ser los marcadores externos de la tumba.
En general las escenas son esquemáticas, a pequeña escala y de carácter colectivo como la procesis
(exhibición del cadáver con una serie de ofrendas y personas que se lamentan o plañideras). Suelen aparecer
caballos, elemento de poderío económico.
Se habla de una fase generalizada de involución, de pobreza material (sin construcciones monumentales, sin
tecnología sofisticada) y da la sensación de que el mundo del Egeo se encuentra aislado porque no se
encuentran productos externos en Grecia ni griegos en el exterior. Así, entramos en una fase de
desintegración política formada por pequeñas comunidades dirigidas por líderes locales (basileis).
El yacimiento de Lefkandi que desaparece en época arcaica, aquí se ha hallado una gran necrópolis con una
disposición radial en un edificio axidial (heroon) dentro del que se realizarían celebraciones. En un momento,
dejará de tener sus funciones habituales para convertirse en un enterramiento. Aquí habrá un enterramiento
femenino y masculino junto a 4 caballos. Mientras que la figura masculina tiene muy pocos elementos de
ajuar, el de la mujer tendrá muchos (elementos del exterior, armas). Este será el primer asentamiento que
vuelva a participar en la redes de intercambio.
Migraciones. Se trata de un momento de reubicación de los pueblos griegos (dorios, jonios y eolios que
realmente son grupos griegos dialectales). Eolios al norte, jonios en el medio y dorios al sur. Estos comenzarán
a ocupar la costa occidental de Asia Menor. Esto fue denominada la primera colonización. Se recupera la
escritura y cada una de las regiones escribirá con su propio dialecto.
El siglo VIII a.C. es considerado el “renacimiento griego” ya que observamos signos de recuperación. Los
asentamientos comienzan a volver a ser visibles y se encuentran ocupaciones de territorios antes
abandonados o no ocupados. Contamos con indicios de urbanismo: espacios públicos, espacios sagrados
específicos… Se han hallado urnas con formas de templo. Aparición progresiva de circuitos de murallas
(elemento delimitador jurídico y defensivo que muestra la consolidación de una comunidad). La ruptura del
aislamiento y recuperación de los contactos con el exterior, serían los eubeos una de las primeras
comunidades en expandirse hacia el Mediterráneo oriental, que coincidirá con la expansión de los fenicios
hacia occidente. Estas dos potencias chocarán en el Egeo, destaca la naturalidad con la que Homero trata la
existencia de barcos fenicios en las costas griegas. Destaca la fundación del puerto griego de Al-Mina en Asia
Menor cerca de Ugarit.
Por tanto, vuelve a haber importaciones y exportaciones en Grecia. Llegará entonces una gran influencia de
Oriente que se reflejará en el estilo orientalizante, extendido entre el siglo VIII y el VII. Destaca el desarrollado
en Corinto. Comienza la escultura monumental con estilo egiptizantes (rigidez, peinados…) de las korai y
kouroi.
Comienza a desarrollarse el alfabeto griego, basándose en el fenicio desaparecidas las estructuras silábicas
en el Egeo. El último elemento que indica esta recuperación será la aparición de la literatura escrita. Es
significativo de su producción literaria, el inicio de esta por sus obras cumbre (Odisea e Ilíada). Homero tendrá
una gran consideración por los griegos y será considerado una figura de autoridad durante toda la historia
griega.
Toda la poesía compuesta en el momento se hace y transmite de forma oral, cantada con acompañamiento
de música. Los aedos a medida que van declamando los versos, también van componiendo otros basándose
en epítetos y otras formulaciones, que además ayudaban al ejercicio memorístico. Así, cada vez que se recita,
sufrirá pequeños cambios (ampliación de episodios, cambio del orden…).
Lo interesante de Homero es el desconocimiento del momento en que se materializó por escrito para poder
situar el mundo que vive Homero y recrea. Existe la denominada distancia épica, se recrean unos hechos
lejanos para poder describir situaciones extrañas pero con la proximidad suficiente para que los oyentes se
sientan identificados y entiendan el mundo que se describe. Existe un consenso de que es situado sobre el
siglo VIII a.C., correspondiendo el sustrato de su lengua a este contexto, aunque no se sabe exactamente de
que época procede.
Las fuentes literarias describen un conflicto entra las ciudades de Calcis y Eretria, en la isla de Eubea, por el
control de la fértil llanura de Lelanton (que ha dado nombre a la guerra), y la presentan como la guerra más
grande antes de las Guerras Médicas, en la que numerosas ciudades y comunidades griegas se aliaron con
cada uno de los dos bandos. La guerra se fecha en torno a 700, y, aunque no sobreviven datos concretos,
Eretria perdió, pues la llanura Lelantina quedó bajo el control de Calcis durante el resto del periodo.
Desde comienzos de la Época Arcaica se inició un extraordinario movimiento migratorio de griegos que
abandonaron el Egeo y se extendieron por todo el Mediterráneo y el mar Negro. Las principales causas de
este proceso fueron dos: la búsqueda de fuentes de aprovisionamiento de metal para satisfacer las
necesidades cada vez mayores de los griegos, y la esperanza de ocupar nuevos espacios que proporcionasen
nuevas tierras para su explotación. Las comunidades participaban en estas actividades colonizadoras,
aunque en la mayor parte de los casos se llevaban a cabo por la iniciativa de individuos particulares o grupos
pertenecientes a la élite; estos individuos actuaban como fundadores (sing. oikistés), y llevaban consigo un
grupo de seguidores que integrarían el grupo ciudadano de la nueva ciudad.
El oikistés era el responsable de la nueva colonia a todos los efectos; según Homero, debía conducir a los
colonos a su nueva patria, establecer las defensas de la colonia, buscar emplazamiento para los santuarios
de los dioses y asignar domicilio y campos de cultivo a los colonos; a su muerte, pasaba a ser su héroe
guardián. La colonia quedaba unida a la metrópolis por lazos de parentesco y de culto, pero, por lo demás, la
colonia constituía una nueva polis completamente independiente.
La documentación arqueológica indica que el movimiento colonizador tuvo dos fases: la primera (ca. 750-650)
se dirigió a Italia y el Mediterráneo occidental; la segunda (ca. 650-550) se centró en la costa septentrional
del Egeo y en el mar Negro. Los pioneros de la colonización de Italia fueron los eubeos de Caicis y Eretria,
quienes fundaron su primer poblado en la isla de Pitecusa, en el golfo de Nápoles, a comienzos del siglo VIII
a.C., en un emplazamiento muy bien situado para la explotación de los depósitos de hierro existentes en la
isla Elba y del comercio con los pueblos itálicos del continente. Más tarde, los eubeos fundaron otros
asentamientos en la Italia continental. A continuación, otras polis fundarían distintos asentamientos por el
territorio.
Las posibilidades de seguir expandiéndose por el Mediterráneo occidental, sin embargo, se limitaron a partir
del siglo VI a causa del despegue comercial y naval de Cartago, colonia fenicia fundada por Tiro en la costa
de Túnez, que comenzó a disputar las rutas marítimas a los griegos. Las tensiones condujeron a un
enfrentamiento naval entre ambos en el que los cartagineses contaron con el apoyo de los etruscos: la batalla
de Alalia (ca. 540) terminó de forma poco concluyente, pero sirvió para limitar las actividades griegas en la
región. Fue entonces cuando se impulsó la expansión colonial en la zona de los Estrechos (el Helesponto) y
el mar Negro, sobre todo por parte de colonos de origen jonio y eolio. Al no tener rivales en esta zona, los
griegos pudieron fundar en ella colonias durante todo el periodo arcaico e incluso durante la época clásica,
hasta que casi todo el mar Negro quedo rodeado de un circulo de polis griegas.
LAS TIRANÍAS (670 – 500 a.C.)
Aproximadamente entre 670 y 500 a.C., algunas ciudades-estado griegas asistieron a la aparición de
gobernantes individuales que los griegos denominaron con el término týrannos. Aunque todos los tiranos
intentaron crear dinastías legando el poder a sus hijos, las tiranías fueron siempre de corta duración.
Prácticamente todas las fuentes que nos hablan de los tiranos son posteriores y por tanto impregnadas de la
concepción negativa de la tiranía que se extendería a partir del siglo V. Los tiranos gozaron de gran prestigio,
respeto y admiración en su propia época.
Fidón de Argos. Fechada en la primera mitad del siglo VII, la tiranía de Fidón se considera tradicionalmente
la primera en Grecia. Asciende al poder dentro de una fase de expansión de Argos, que se convierte en la
ciudad hegemónica en su región y pretende restablecer el poder de los hijos de Heracles, que según la
mitología habían gobernado allí en el pasado. Se atribuye a su gobierno una serie de reformas que
convertirían a Argos en una potencia económica y militar, pero esa imagen se ha cuestionado y abandonado
recientemente.
Los Cipsélidas de Corinto. En Corinto gobernaba desde el siglo VIII una aristocracia cerrada que se
denominaba a sí misma Baquíadas, y a la que se atribuye el esplendor comercial de la ciudad, que
emprendería entonces su expansión colonial. Un individuo de esta familia, Cipselo, alcanzaría el cargo de
polemarco (comandante militar) y se haría con el poder, estableciendo un gobierno en solitario.
ESPARTA
Origen. La región de Laconia había poseído algunos centros de importancia en época micénica y a partir de
finales del s. IX a.C. una serie de aldeas comenzarán a integrarse lentamente dentro de un núcleo urbano.
De este periodo proceden las instituciones más antiguas de Esparta: su monarquía dual (basada en dos
familias, descendientes supuestamente de dos gemelos míticos pertenecientes al linaje de Heracles), su
consejo de ancianos (Gerousía) y su asamblea (apella). Según las tradiciones literarias, los espartanos
dominaron y unificaron la región de Laconia a mediados del siglo VIII y sometieron a sus poblaciones a la
condición de aliados (periecos) o de siervos (hilotas). Para continuar aumentando su control de las tierras
fértiles, Esparta comenzó a fundar “colonias” en la región vecina de Mesenia, pero la oposición provocó el
estallido de una larga guerra (I Guerra Mesenia, ca. 730-710) en la que los espartanos derrotaron a los
mesenios.
La expansión espartana, que se completó con la fundación de la colonia de Tarento, suponía una amenaza
para Argos, lo que provocó el estallido de un conflicto entre ambas comunidades que se prolongaría de forma
intermitente durante siglos. Unas décadas más tarde, los mesenios se rebelaron contra la dominación
espartana, lo que motivó una nueva guerra (II Guerra Mesenia, ca. 670-650) que nuevamente terminó con
victoria espartana. En este momento se produjo una nueva fase de conflicto con Argos por la posesión de una
llanura fronteriza que se saldaría con la derrota espartana en la batalla de Hisias (669 a.C.). Todas estas
tradiciones literarias, enormemente tardías y muy posteriores, son en realidad poco fiables y han sido
cuestionadas por los historiadores.
Consolidación. Durante el siglo VI, Esparta comenzó a extender su influencia sobre sus vecinos del norte.
Esta política expansiva enfrentó a Esparta con la ciudad de Tegea; tras unas serie de guerras, ambas ciudades
firmaron una alianza militar que sería el germen de la futura Liga del Peloponeso: ambas aceptaban tener los
mismos amigos y enemigos pero Tegea reconocía la hegemonía militar espartana. En las décadas siguientes,
la gran mayoría de las ciudades del Peloponeso se incorporarían a la Liga, que en teoría funcionaba como
una alianza militar liderada por Esparta; a finales de siglo, los espartanos comenzarían a emplear los recursos
de la Liga para ejercer una política exterior cada vez más intervencionista y convertirse en la potencia
hegemónica en Grecia.
Argos será una de las grandes ciudades del Peloponeso que permanecerá fuera de la Liga y
permanentemente enfrentada a Esparta; el conflicto estallará de nuevo ca. 550, cuando ambas potencias
librarán la llamada “batalla de los Campeones”, en la que se enfrentarán 300 guerreros espartanos contra 300
argivos para poner fin al conflicto; el enfrentamiento terminaría de forma poco concluyente, con ambos bandos
reclamando la victoria, lo que desencadenaría una batalla a gran escala en la que se impondrían los
espartanos.
Por su condición de potencia hegemónica, las comunidades griegas comenzaron a acudir a Esparta en busca
de ayuda militar en sus conflictos internos. Uno de los principales pretextos que Esparta empleaba para la
intervención era la liberación de la tiranía y eso fue lo que motivó su intervención en Atenas. Dominada por
una larga tiranía, Atenas mostraba en estas fechas divisiones internas que trataban de acabar con los tiranos
y buscaban el apoyo de alguna potencia exterior.
Los espartanos lanzaron varias expediciones, con desigual éxito. En 512, enviaron un pequeño ejército a las
que desembarcó en Atenas pero fue derrotado y aniquilado por los pisitrátidas. Más tarde, el propio rey
Cleomenes se puso al frente del ejército y ocupó Atenas en 510, ayudando a los atenienses a poner sitio a la
Acrópolis, donde se habían refugiado los pisitrátidas, que se rindieron y abandonaron la ciudad. Los
espartanos regresaron en 508 con un nuevo ejército, ante la llamada del ateniense Isócrates, al que ayudaron
a asentar su poder en la ciudad purgando a sus rivales políticos y apoderándose de la Acrópolis, pero los
atenienses, liderados por Clístenes, lograron expulsarlos. Al año siguiente, los espartanos regresaron al frente
del ejército de toda la Liga del Peloponeso, pero el desacuerdo entre ambos reyes, provocó la retirada de los
aliados y el fracaso de esta expedición.
ATENAS
Origen. Según las fuentes literarias, Atenas experimentó dos grandes procesos a lo largo de la época arcaica:
1. La progresiva unificación (sinecismo) del territorio del Ática bajo el control de Atenas. Los atenienses
atribuían la unificación al trabajo de un único personaje legendario, el rey mítico Teseo, pero se trató en
realidad de un proceso largo y conflictivo que abarcaría prácticamente todo el periodo y se llevaría a cabo a
través de constantes enfrentamientos y negociaciones o alianzas con otros centros urbanos de la región que
terminaría a finales del s. VI.
2. Los intentos por parte de ciertos individuos de la élite para acumular poder personal frente a las nacientes
instituciones de la comunidad, que conduciría a enfrentamientos constantes dentro de la élite y a intentos por
establecer tiranías. Atenas aparece en su origen dominada por una aristocracia muy restringida, una serie de
familias que se denominaban Eupátridas (“los de buen nacimiento”) y que dominaban el poder y las
instituciones; en esa época, Atenas disponía de un consejo de “ancianos” (el Areópago), una asamblea
todavía poco desarrollada (la Ekklesía) y una serie de magistraturas entre las que destacaban los tres
arcontes (el basileus, de carácter religioso; el polemarco, de carácter militar; y el epónimo, la máxima
magistratura).
Esas tensiones se advertirán por vez primera en 632 a.C., cuando un noble ateniense, Cilón, se apodere de
la Acrópolis junto a un grupo de aliados para tratar de establecer una tiranía. Los atenienses, dirigidos por los
rivales políticos de Cilón, rodearían a los rebeldes en la Acrópolis y Cilón conseguirá escapar, pero sus aliados
serán capturados y ejecutados. La tensión perdurará en los años siguientes hasta el punto de que los
atenienses nombrarán a un “mediador” llamado Dracón para que redacte unas leyes que restauren el orden.
Las leyes de Dracón, famosas por su severidad, se exhibieron públicamente en un monumento. Las fuentes
no nos informan sobre el impacto de estas leyes, pero da la impresión de que tampoco consiguieron reducir
las tensiones y conflictos por el poder y restablecer el orden, porque unas décadas más tarde se hizo
necesario nuevamente nombrar un mediador.
El siglo VI. Solón, miembro de la élite ateniense, fue elegido arconte gracias a su activa participación en la
guerra que Atenas mantuvo con Mégara por la posesión de Salamina. A su prestigio interno se sumaba su
prestigio en el exterior, pues se le reconocía como uno de los Siete Sabios de Grecia. Es probable que los
atenienses le designasen por ello como mediador y le concediesen poderes especiales para desarrollar una
serie de reformas. Solón estableció un sistema de cuatro clases sociales basadas en la cantidad de propiedad
de tierra (sistema censatario o timocrático), con el fin de clasificar a los ciudadanos por su riqueza y distribuir
así diferentes derechos y deberes entre las clases; canceló las deudas existentes (seisachtheía), lo que
permitió que muchos atenienses endeudados recuperasen las tierras y la ciudadanía; e introdujo un nuevo
sistema, oficial, de pesos y medidas, incluida la primera moneda ateniense. Sus medidas, sin embargo, no
consiguieron frenar la competición de la élite por el poder, por lo que los problemas en Atenas continuaron.
Tras establecer sus leyes, Solón decidió retirarse al extranjero para no sucumbir a corrupciones.
Un par de décadas más tarde, esas tensiones habían conducido a la formación de tres grandes facciones
dentro de Atenas: la facción de la llanura del Ática (el Pedíon, la región más fértil y rica), liderada por Licurgo;
la facción de las regiones costeras, liderada por Megacles ; y una nueva facción de las regiones interiores
(más heterogénea y montañosa), liderada por Pisístrato.
Pisístrato aprovechó la ausencia de Solón y la creciente fuerza de su facción para tratar de establecer una
tiranía en Atenas, pero necesitó tres intento para conseguir su objetivo: en 561 se apoderó de la Acrópolis y
gobernó durante un año, pero la alianza de las dos facciones rivales le expulsó del poder; en 556 pudo
regresar gracias a una alianza con su antiguo rival, Megacles, pero su entendimiento duró apenas dos años
y al cabo se vio forzado nuevamente a abandonar Atenas; finalmente, regresó en 546 con el apoyo de aliados
externos (Tesalia, Argos, Naxos), derrotó a los atenienses y estableció una tiranía en Atenas que duraría hasta
su muerte. Durante su gobierno, la ciudad se expandió y embelleció considerablemente y alcanzó un gran
prestigio artístico y cultural.
Pisístrato murió en 527, y sus hijos Hipias e Hiparco le sucedieron, al parecer turnándose en el poder. Su
tiranía mantuvo el carácter moderado del gobierno de su padre, y algunos de sus aparentes rivales políticos
alcanzaron las máximas magistraturas durante esos años . En 519 aceptaron una alianza con la pequeña
ciudad de Platea, que trataba de escapar del control de Tebas, y que se mantendría fiel a Atenas hasta su
destrucción en 427.
Un complot urdido por dos nobles atenienses acabó con la vida de Hiparco en las Grandes Panateneas de
514, con el resultado de que Hipias emprendió una fase de mayor represión y purga de sus rivales políticos,
que obligó a los Alcmeónidas, los principales opositores, a exiliarse de Atenas. Los Alcmeónidas sobornaron
entonces a la sacerdotisa de Delfos para que convenciese con sus oráculos a los espartanos de la necesidad
de liberar a Atenas de la tiranía; estos enviaron una fuerza naval que desembarcó en uno de los puertos de
Atenas, pero fue derrotada por los atenienses. En 510, una nueva expedición, liderada por el propio rey
Cleomenes, consiguió entrar en Atenas y rodear a los pisistrátidas en la Acrópolis; tras un largo asedio, los
pisistrátidas se rindieron y se exiliaron; Hipias encontró refugio en la corte del Rey de Persia.
Las reformas de Clístenes. Tras la expulsión de los pisistrátidas, las antiguas tensiones por el poder entre la
élite se reprodujeron. Heródoto presenta dos grandes facciones, una más conservadora liderada por
Isócrates, y otra más progresista liderada por Clístenes el Alcmeónida, que consiguió ganarse al pueblo para
su causa. Ante esto, Isócrates llamó en su ayuda a los espartanos, y en 508 Cleomenes acudió nuevamente
con un ejército que ocupó Atenas y ayudó a Isócrates a enviar al exilio a sus rivales políticos; éstos,
congregados en torno a Clístenes, consiguieron expulsar a Isócrates y a Cleomenes y liberar Atenas.
Es en ese momento cuando se sitúa al parecer un conjunto de reformas ideadas por Clístenes para acabar
con el poder de las élites locales, que incluía la distribución de la ciudadanía en 10 tribus nuevas, la creación
de nuevos cargos como el estratego (uno por cada tribu) y la aparición de una pena de exilio preventivo de
10 años (el ostracismo) que se podía decretar sobre un ciudadano si se reunían 6.000 votos en la asamblea.
Se piensa que las reformas se pusieron en marcha rápidamente.
Al año siguiente, los espartanos (dirigidos por los dos reyes, Demarato y Cleomenes) atacaron desde el Istmo,
y simultáneamente se produjo una invasión de los beocios y una revuelta de los eubeos. Cuando se
encontraban ya a las puertas del Ática, sin embargo, surgió una disputa entre los dos reyes espartanos y
Demarato regresó a Esparta con el ejército; desaparecida la amenaza espartana, los atenienses pudieron
centrarse en las otras dos: derrotaron a los beocios en una batalla campal e invadieron Eubea poniendo fin a
la revuelta. La ciudad salió enormemente reforzada de esta crisis interna y externa, con un nuevo sistema
político y militar que había probado su efectividad y una nueva posición de fuerza frente a los vecinos; como
resultado, comenzó a convertirse en la potencia de referencia para los griegos de las islas del Egeo y de
Jonia.
La expansión militar que dirigió Ciro el Grande llevó a los persas a penetrar en el interior de Anatolia en 546
y a enfrentarse con el reino de Lidia, gobernado por el rey Creso. Los lidios habían sometido a las ciudades
griegas de la costa y habían creado un imperio en la parte occidental de Anatolia, pero el enfrentamiento con
Ciro supuso la caída de ese reino. En los años siguientes, los persas fueron ocupando y sometiendo a las
ciudades griegas. En Jonia, los persas impulsaron la aparición de tiranías en las ciudades griegas, que
facilitaban el entendimiento con el Gran Rey, y las integraron en las satrapías de Anatolia sometidas al pago
de un tributo a cambio de una considerable autonomía interna.
La Revuelta Jonia (499-494). Según Heródoto, el tirano de Mileto, Histieo, que había sido castigado y exiliado
por el Gran Rey, conspiró con su sucesor para impulsar una revuelta general de las ciudades de Jonia contra
la dominación persa. La revuelta estalló en 499, pero solo Atenas (20 naves) y Eretria (5 naves) decidieron
enviar ayuda para la campaña. Los griegos atacaron y saquearon Sardes ese año, y destruyeron sus templos
y santuarios, mientras la flota griega derrotó a la flota fenicia en Panfilia al año siguiente; concluida esa
campaña, los atenienses y eretrios regresaron a sus ciudades, pero las victorias iniciales provocaron que la
revuelta se extendiese rápidamente desde Chipre hasta Bizancio. A partir de entonces, sin embargo, los
persas movilizaron sus enormes recursos y emprendieron una serie de campañas que fueron derrotando a
los sublevados uno a uno, hasta que en 494 solo resistían las principales ciudades jonias.
Los persas atacaron Mileto por tierra y por mar, y derrotaron a la flota griega en la batalla de Lade; perdida la
flota, los griegos se rindieron, pero Mileto fue saqueada y destruida para que su destino sirviese de ejemplo.
A partir de ese momento, los persas comenzaron a organizar la expedición contra Grecia, ahora con el
pretexto añadido de castigar a Atenas y Eretria por su participación en la revuelta y vengar el incendio de los
templos de Sardes.
LAS POLIS
Uno de los elementos fundamentales para entender la polis es el territorio que abarcan: centro urbano (“asty”)
fuertemente defendido con gran sofisticación de los espacios urbanos que controla una región más o menos
extensa (“chora”). Ellos decían que “las polis son los hombres”, las comunidades humanas son lo que hacen
la ciudad, no tienen un concepto abstracto para referirse a las polis (ej: no dicen Atenas, dicen los atenienses).
Su identidad política se basa en 3 instituciones: asamblea, consejo y magistratura. La asamblea está formada
por el conjunto de todos los hombres libres mayores de edad, estas tienen distintas funciones y peso en la
sociedad según la polis; en general no tenían gran capacidad de decisión. El consejo (“boulé”) es el que toma
realmente las decisiones y solo participan en él los ciudadanos más ilustres de la polis. Las magistraturas son
los distintos cargos para diferentes funciones (establecimiento del calendario, guerra, salvaguarde del tesoro
público…) que eran nombrados por el consejo de entre los ciudadanos. La polis se articula en la isonomía
(igualdad ante la ley) y la isegoría (derecho a poder expresarse públicamente) aunque en la práctica
normalmente no se cumplía.
AGÓN
Existe una dinámica permanente de competición (agón) entre las élites con el objetivo de acumular mayores
cuotas de poder personal. Así, rivalizan en riqueza, tierras, matrimonio… y desarrollaban el evergetismo,
realizaban buenas acciones para la comunidad con el objetivo de obtener apoyos sociales. Esta competición
podía tener consecuencias beneficiosas para la comunidad (obtiene muchas mejoras) pero entraña una
rivalidad excesiva que desemboca en conflicto (stásis). Se rompen las normas de competición y se genera
conflicto (ej: no se acepta la derrota y asesina al adversario). Gran inestabilidad política por la competencia y
conflicto visible entre las élites.
Esta situación de competición es un factor de gran importancia para entender tres procesos característicos
de la época arcaica:
- la aparición de legisladores (“nomothetes”), individuos que se mantienen al margen del conflicto y crean una
serie de leyes para acabar con él y garantizan una convivencia pacifica.
- aparición de las tiranías, individuos que controlan aparentemente solos la polis. Este era un fenómeno muy
novedoso. En época arcaica, el fenómeno del tirano es diferente a la visión de la Grecia Clásica. Es un
individuo más dentro de la élite que dentro de este contexto de competición interminable consigue imponerse
sobre sus rivales y neutralizarlos convirtiéndose en una especie de primus inter pares. Se trata de una
situación extraordinaria y temporal en la que las instituciones de la comunidad siguen funcionando, pero sus
decisiones son las votadas por él.
La principal fuente para el conocimiento de las guerras entre los griegos y los persas es la obra de un griego,
Heródoto, por lo que la historia que reconstruimos es parcial. Los griegos presentaban las guerras como una
venganza persa por la participación ateniense en la Revuelta Jonia y el incendio de los templos en Sardes,
pero se pueden explicar como una continuación de la política expansiva que los persas habían desarrollado
en las décadas anteriores. En 492, el Rey Darío envió a uno de sus generales en una expedición por tierra
que alcanzó la región de Macedonia, a la que sometió a vasallaje. Ese año, Darío envió mensajeros por toda
Grecia para exigir la sumisión de todas las ciudades griegas; la mayoría aceptaron, pero tanto Atenas como
Esparta rechazaron la exigencia y ejecutaron a los mensajeros. Darío decreto entonces la invasión.
Primera Guerra Persa (490). Darío envió una expedición naval (unos 25.000 hombres) que cruzó el Egeo y
desembarcó en Eubea, a la que sometió militarmente. En la expedición viajaba Hipias, a quien Darío quería
instaurar como tirano de Atenas tras la victoria. Hipias aconsejó a los persas invadir Atenas desde el norte, y
el ejército desembarcó en la bahía de Maratón. Los atenienses, tras solicitar ayuda a sus vecinos (solo Platea
acudió con 1.000 hombres), acudieron a Maratón, dirigidos por el arconte Calímaco, y decidieron atacar por
sorpresa a los persas. En la batalla de Maratón, los atenienses derrotaron a los persas y les forzaron a
embarcarse de nuevo; la flota persa entonces se dirigió directamente a Atenas, pero el ejército ateniense
marchó apresuradamente por tierra para defender la ciudad (enviando por delante al mensajero para informar
de la victoria y evitar que los atenienses abandonasen la ciudad). Al encontrar la ciudad defendida, los persas
decidieron retirarse y regresar a Asia Menor; Hipias murió en Lemnos, durante la retirada.
El periodo de entreguerras (490-480). La mayoría de los griegos pensaba que los persas no regresarían, y
durante algunos años no hubo en efecto indicio alguno de una nueva invasión. Darío murió en 486 y su
sucesor, Jerjes, tardó algunos años en asentar su poder y planear una nueva campaña contra los griegos.
Grecia era una zona periférica y montañosa que no aportaba un gran beneficio, pero sí mucho prestigio. En
Atenas, Temístocles, un noble que había sido arconte, logró convencer a los atenienses para que empleasen
los ingresos obtenidos de la explotación de una nuevas minas de plata encontradas en el Ática en la
construcción de una potente flota de guerra. En 481, Jerjes comenzó a reunir un gigantesco ejército (en torno
a 250.000 hombres, incluyendo jonios y otros súbditos griegos) y envió nuevamente mensajeros a las
ciudades griegas para exigir su sumisión. Ese mismo año, los griegos que decidieron enfrentarse a los persas
se reunieron en Corinto bajo el liderazgo de Esparta y Atenas y establecieron una alianza militar que se
conoce como la Liga Helénica, cuyo objetivo era aunar esfuerzos para derrotar a los persas.
Segunda Guerra Persa (480-479). Ante el fracaso de la primera expedición, Jerjes decidió en 480 invadir
Grecia por tierra, haciendo cruzar el Helesponto a su gigantesco ejército por un puente de barcas, y
avanzando por la costa a través de Tracia y Macedonia; una gran flota persa seguía al ejército de tierra,
abasteciéndolo a medida que avanzaba.
La Liga Helénica trató de establecer un punto de resistencia en el paso montañoso del Tempe, en Tesalia,
pero lo abandonaron en cuanto los persas ocuparon Macedonia y comenzaron a avanzar hacia el sur; el
pánico a un enfrentamiento con los persas dominaba a los griegos. La Liga estableció una segunda línea de
defensa en el paso de las Termópilas, en Grecia central, a donde envió al rey espartano Leónidas con una
avanzadilla de las tropas de la Liga; al mismo tiempo, la flota griega se apostó en el cabo Artemisio (norte de
Eubea). En las Termópilas, los griegos consiguieron frenar a los persas durante varios días, hasta que el
hallazgo de un sendero montañoso permitió a los invasores rodear a los griegos; Leónidas y los espartanos,
los últimos en tratar de abandonar el paso, fueron aniquilados. Simultáneamente, la flota griega consiguió una
pequeña victoria frente a la flota persa, pero al ver retroceder a las tropas de tierra abandonaron también
Artemisio hacia Atenas.
Los persas ocuparon toda la Grecia central, cuyas ciudades se pasaron a su bando (incluida Tebas y las
grandes ciudades de Beocia). Las ciudades no resistían, sino que se sometían para evitar ser arrasadas. Así
comienza el medismo, la alianza con los persas de comunidades griegas.
Invadieron el Ática y tomaron Atenas, que había sido abandonada por los atenienses, excepto un pequeño
grupo que se atrincheró en la Acrópolis y construyó un muro de madera siguiendo las predicciones de un
oráculo. Atenas fue arrasada y los templos de la Acrópolis fueron incendiados en venganza de la destrucción
de Sardes.
Poco después, y gracias a la mediación de Temístocles, la flota griega se enfrentó a la gran flota persa en los
estrechos en torno a la isla de Salamina (batalla de Salamina), donde no influiría su inferioridad numérica,
derrotándola de manera decisiva, lo que supuso una alteración de los planes persas: Jerjes regresó a Persia
con la mayor parte del ejército (que ya no podía abastecerse) y dejó a su general Mardonio al frente de unos
80.000 hombres; Mardonio se retiró a Beocia para pasar el invierno. En la primavera siguiente (479), la Liga
Helénica concentró todas sus tropas (unos 100.000 hombres), dirigidas por Pausanias, en Beocia y se
enfrentó a los persas cerca de la ciudad de Platea (batalla de Platea), donde consiguió una victoria decisiva;
Mardonio murió en la batalla y el ejército persa se desintegró por completo. Según las fuentes, al mismo
tiempo la flota griega sorprendió y derrotó a la flota persa en Micale (batalla de Micale), lo que puso fin a la
amenaza persa de forma definitiva.
Esta victoria será el germen de la imposición posterior de Atenas y Esparta como potencias hegemónicas, así
como de la aparición del primer sentimiento “nacionalista” entre los griegos gracias a la victoria de ellos unidos
a un enemigo extranjero. Con esta, también aparecerán los prototipos de bárbaro en la tradición griega.
El término “pentecontecía”, acuñado por Tucídides, hace referencia al periodo de 50 años entre las Guerras
Médicas y la Guerra del Peloponeso. El periodo comenzó con las actividades de la Liga Helénica, que recorrió
Grecia y el Egeo combatiendo los focos de resistencia persa y castigando a las ciudades griegas a las que
acusaban de medismo. En 478, sin embargo, Esparta dio por terminada la guerra contra los persas y decidió
abandonar la Liga Helénica; los aliados griegos, sin embargo, veían una oportunidad para liberarse de la
dominación persa de forma definitiva, y pidieron a Atenas que los liderase en la continuación de la guerra.
Así, Esparta y las ciudades del Peloponeso conceden voluntariamente la hegemonía a Atenas.
La Liga de Delos. Atenas aceptó, y en 478 se formó así una nueva alianza militar, que englobaba
principalmente regiones del Egeo y Jonia, denominada Liga de Delos (la sede de la alianza se situó en el
santuario de la isla sagrada de Delos); los aliados eran socios militares paritarios, con Atenas como la potencia
hegemónica, y contribuían anualmente con dinero, barcos y tropas a un fondo común para mantener la guerra
contra los persas; su objetivo era liberar a las ciudades griegas de Jonia. Durante años, la Liga guerreó
incesantemente en el Egeo, liberando ciudades que eran de inmediato incorporadas a la Liga, y haciendo
retroceder a los persas; en esas campañas se destacó el ateniense Cimón.
Finalmente, la Liga derrotó a la flota persa en la batalla de Eurimedonte, eliminando la amenaza persa del
Egeo de manera decisiva; muchos pensaron que la Liga había perdido entonces su razón de ser, pero Atenas
presionó a los aliados para continuar las campañas, por lo que a partir de 460 se observó un cambio en la
alianza: los atenienses comenzaron a controlar el dinero de la Liga y a distribuirlo según sus intereses, hasta
que en 454 trasladaron el tesoro de la Liga a Atenas. Muchos aliados comenzaron a entregar dinero, por lo
que la contribución anual pasó a ser un impuesto administrado por Atenas; los recursos de la Liga se
emplearon cada vez más en proyectos atenienses sin participación de los aliados en las decisiones, como el
embellecimiento de Atenas (construcción del Partenón) o campañas militares en las que Atenas obtenía un
beneficio. A partir de 450, algunos aliados comenzaron a protestar y trataron de abandonar la Liga, pero
Atenas trató esos casos como traición, y dirigió la poderosa flota de la Liga contra ellos, castigándolos
severamente.
Atenas y Esparta. La colaboración entre Atenas y Esparta durante las Guerras Médicas se debilitó
progresivamente durante la Pentecontecía por el temor que provocaba en los espartanos el crecimiento y el
esplendor de Atenas. Las relaciones se deterioraron como consecuencia de dos episodios: la III Guerra
Mesenia y la I Guerra del Peloponeso.
En 464, un terremoto en el Peloponeso creo la confusión suficiente para que los mesenios se rebelasen contra
Esparta (III Guerra Mesenia), quien acudió a su aliada Atenas en busca de ayuda; los atenienses, persuadidos
por Cimón, enviaron 4.000 hombres liderados por él mismo, pero, por algún motivo poco claro, los espartanos
los despidieron al poco tiempo. La humillación de la expulsión supuso la caída en desgracia de Cimón, que a
su regreso a Atenas fue condenado al ostracismo y despareció de la escena política, así como el ascenso de
una facción contraria a Esparta. Los mesenios resistieron durante 10 años, hasta que, privados de aliados
externos, fueron derrotados y severamente castigados.
En 461, los principales aliados de Esparta (Corinto, Tebas) entraron en guerra contra Atenas (I Guerra del
Peloponeso; Esparta no intervino directamente al principio, pero apoyó lógicamente a sus aliados, que
atacaron a Atenas en diversos frentes. Atenas aprovechó la guerra para ocupar la isla de Egina. En 457, tras
dos grandes batallas campales, los atenienses se apoderaron de Beocia y la incorporaron a su imperio, que
alcanzó su máxima extensión. Gracias a la intervención de Esparta, los beocios se rebelaron en 447,
derrotando a los atenienses y liberándose de su dominación. Al año siguiente, Atenas y Esparta firmaron una
paz de 30 años por la que se comprometían a regresar a sus territorios anteriores al estallido de la guerra,
pero las cláusulas de la paz no se cumplieron.
Evolución de Atenas. La hegemonía en la Liga de Delos permitió a Atenas dirigir campañas militares y
gestionar enormes riquezas que le permitieron recuperarse rápidamente de la invasión persa. En esos años,
la riqueza y el prestigio de Atenas estuvieron personificados en la figura de Cimón, político conservador y pro-
espartano, pero su liderazgo entró en crisis a causa de la expedición ateniense contra los mesenios en 464;
a su regreso a Atenas, sus rivales políticos lograron enviarle al ostracismo, lo que posibilitó el breve ascenso
de un político más progresista, que promovió una serie de reformas destinadas a arrebatar poder a las
instituciones oligárquicas y entregarlo a la asamblea. Este fue asesinado y Pericles continuó su tarea.
El ostracismo era la forma de exilio ateniense, para llevarlo a cabo se necesitaban 6000 votos, y el condenado
debía abandonar la ciudad durante 10 años. Este se trataba de un exilio preventivo, dedicado a personas que
comenzaban a acumular demasiado poder, por lo que no perdían la ciudadanía ni sus posesiones.
Pericles fue nombrado estratego por vez primera en 448, y después de forma ininterrumpida entre 443 y su
muerte en 429, lo que indica su extraordinaria popularidad entre la población de Atenas. Embelleció la ciudad
con grandes obras públicas (construcción del Partenón y los Propíleos) y fortaleció la democracia ateniense
estableciendo sueldos (misthós) para todos los servidores públicos, así como subsidios a los ciudadanos para
que pudiesen acudir a las reuniones de la asamblea y servir en las instituciones. Con él, las clases bajas
comienzan a tener representación y su voto es importante para la toma de decisiones.
Se lleva a cabo la construcción de muros que comunican el puerto con la ciudad para poder abastecerse y
subsistir en caso de amenazas tanto terrestres como navales. Este será un elemento clave para la
supervivencia de la ciudad durante décadas. Además, si otra polis intentaba llevar a cabo esta construcción,
eran castigadas y sus muros destruidos.
En este periodo comenzaron también las revueltas de los aliados, y el propio Pericles dirigió campañas de
castigo contra los rebeldes. A partir de 435, las tensiones con los aliados de Esparta (especialmente Corinto)
aumentaron, pues Atenas comenzó a intervenir en sus áreas de influencia: cuando estalló un conflicto entre
Corinto y su antigua colonia, Corcira, Atenas intervino poniéndose de parte de esta última, y puso también
sitio a la ciudad de Potidea, otra colonia corintia; los aliados recurrieron a Esparta, quien tras muchas
vacilaciones decidió declarar la guerra a Atenas en 431.
La Guerra del Peloponeso fue un largo conflicto, que se prolongó durante 3 décadas, en el que se enfrentaron
Esparta y Atenas al frente de sus respectivos bloques de aliados (la Liga del Peloponeso y la Liga de Delos).
Al comienzo de la guerra, la estrategia espartana se basó en invasiones terrestres del Ática con el objetivo de
forzar a Atenas a una batalla campal decisiva o a la rendición, mientras que los atenienses, por orden de
Pericles, se limitaron a resistir las invasiones refugiados tras sus murallas y a contraatacar con su flota
mediante ataques por todo el Peloponeso. A lo largo de la guerra, por tanto, la fuerza de Esparta residió sobre
todo en el ejército de tierra y la de Atenas en la flota; ese equilibrio se rompió en la última fase, cuando, gracias
al dinero persa, los espartanos pudieron financiar la construcción de una potente flota con la que desafiaron
y derrotaron a los atenienses. Podemos dividir la guerra en 3 grandes fases:
La Guerra Arquidámica (431-421). Los espartanos comenzaron la guerra invadiendo el Ática con todas sus
fuerzas y las de sus aliados, dirigidos por el rey espartano Arquidamo. Atenas respondió refugiando a su
población tras las murallas y lanzando a su poderosa flota en una expedición de castigo que saqueó diferentes
puntos del Peloponeso, incluido territorio espartano. La dinámica se repetiría en los años siguientes. En 430,
sin embargo, el hacinamiento de la población en Atenas a causa de la invasión espartana provocó el estallido
de una enfermedad que diezmó la población; Pericles murió, víctima de la peste, en 429.
Ese año, los espartanos pusieron sitio a la ciudad de Platea, aliada de Atenas, que resistió dos años hasta
que fue finalmente capturada y arrasada. En 425, los atenienses ocuparon la fortaleza de Pilos, en Mesenia
(territorio espartano); el ejército espartano acudió a defender la región, pero tras una batalla los atenienses
capturaron a un buen número de espartanos que enviaron a Atenas como rehenes; gracias a esos rehenes,
los atenienses consiguieron que Esparta interrumpiese sus invasiones anuales, pero la guerra no se detuvo.
En 424, Brasidas, un general espartano, capturó algunas ciudades aliadas de Atenas lo que obligó a los
atenienses a enviar un ejército al mando de Cleón; se enfrentaron en la batalla de Anfípolis (422), en la que
vencieron los espartanos y forzaron la retirada ateniense, pero tanto Brasidas como Cleón murieron en
combate. Se iniciaron entonces conversaciones de paz que condujeron a la firma de la Paz de Nicias (421),
por la que ambos bandos se comprometían a regresar a la situación anterior a la guerra y devolver los
territorios conquistados durante el conflicto.
La paz y la Expedición a Sicilia (421-413). Ninguno de los dos bandos respetó las cláusulas del tratado.
Atenas cerró una alianza en 419 con varios enemigos de Esparta, gracias a la mediación de Alcibíades. esa
alianza enfureció a Esparta, que invadió Argos y Mantinea, y derrotó a los aliados en una gran batalla campal
(Mantinea, 418).
Atenas luchó contra diferentes revueltas dentro de la Liga de Delos y expandió su poder sobre el Egeo, a la
vez, reforzó su presencia en las rutas que conducían hacia Italia, para extender su influencia a las ciudades
griegas de la Magna Grecia (algunas de las cuáles habían enviado ya peticiones de ayuda a Atenas para que
interviniese en la zona); el resultado fue la colosal campaña de invasión de Sicilia al mando de tres generales
(Nicias, Lámaco y Alcibíades). La flota ateniense llegó a Sicilia, pero en ese momento Alcibíades fue requerido
para regresar a Atenas y responder de los cargos de impiedad y traición que se habían levantado contra él;
para evitar el juicio, Alcibíades huyó y se refugió en Esparta.
Privada de uno de sus generales, la flota desembarcó en Siracusa y trató de conquistarla, pero Esparta envió
ayuda para evitarlo. Durante los dos años siguientes, los atenienses pusieron sitio a Siracusa, pero los
siracusanos se defendieron de manera muy eficaz gracias a la intervención espartana; tanto el ejército como
la flota se enfrentaron repetidas veces, con resultado desigual; Lámaco murió en uno de esos
enfrentamientos, dejando el mando en solitario a Nicias. Para terminar con la campaña, los atenienses
enviaron una nueva flota que se unió a los restos de la primera en el asedio de Siracusa; sin embargo, tras
un fallido asalto nocturno y una serie de derrotas navales, la expedición ateniense trató de retirarse de
Siracusa. Los siracusanos consiguieron cortar todas las vías de retirada al ejército ateniense, que fue
diezmado en la persecución y finalmente aniquilado por completo; Nicias y Demóstenes fueron capturados y
ejecutados de inmediato. Los atenienses perdieron todas sus naves más de 10.000 hombres en Sicilia.
La Guerra Jónica o Deceleica (413-404). El desastre de Sicilia cambió el curso de la guerra, y se observan
3 factores nuevos: 1. Los espartanos consideraron rota la paz de 421 e invadieron el Ática nuevamente en
413, pero esta vez, aconsejados por Alcibíades, ocuparon un fuerte en territorio ateniense, Decelea, y
establecieron en él un ejército espartano permanente para presionar a Atenas y obstaculizar sus actividades;
ese ejército permanecería en Decelea hasta el final de la guerra. 2. Los aliados de la Liga de Delos
aprovecharon la momentánea debilidad de Atenas, que había perdido casi toda su flota y un gran número de
ciudadanos, para promover revueltas que estallaron en 412 (Quíos, Lesbos, Eubea). 3. Los sátrapas persas,
hasta entonces al margen, decidieron ahora intervenir en la guerra del lado espartano aportando grandes
sumas de dinero con las que Esparta equipó una gran flota para enfrentarse al imperio marítimo ateniense.
Todo ello motivó que el eje de la guerra se trasladase al Egeo y a la región de los Estrechos, pues los
espartanos trataron de impulsar las revueltas de los aliados atenienses y cortar las rutas navales que
abastecían a Atenas de trigo procedente del mar Negro; a duras penas y con enorme esfuerzo, los atenienses
lograron contrarrestar esa estrategia.
A pesar de su debilidad, entre 412 y 410 Atenas logró reunir una flota capaz de restablecer el orden en su
imperio e incluso derrotar a la flota espartana en una serie de batallas navales. Lo consiguió a pesar de que
en 411 estalló en la ciudad una revuelta oligárquica que abolió la democracia y entregó el poder a un grupo
de 400 ciudadanos de la élite; sin embargo, la flota ateniense, establecida en Samos, no respaldó el golpe, y
por un tiempo Atenas se encontró al borde de la guerra civil en mitad de una guerra con Esparta. Las tensiones
internas en Atenas motivaron la sustitución de los 400 por una oligarquía más amplia de 5.000 ciudadanos de
las clases más altas, que controlaron el poder hasta 410, cuando la flota ateniense de Samos, tras la victoria
de Cícico, restableció finalmente la democracia.
Alcibíades, que había huido de Esparta poco antes, se aproximó a los generales atenienses en Samos y se
ofreció a mediar con los sátrapas persas para ganar su apoyo; aunque todavía exiliado de Atenas, Alcibíades
comenzó a ejercer gran influencia sobre los generales atenienses, lo que le permitió regresar brevemente a
Atenas en 407 y obtener el mando de una de las flotas; sin embargo, esa flota fue derrotada en Notio (406)
por el general espartano Lisandro, lo que obligó definitivamente a Alcibíades a exiliarse.
Poco después, los atenienses derrotaron a los espartanos en la batalla naval de las Islas Arginusas (406),
pero no aprovecharon la ventaja (ejecutaron a los generales victoriosos por no haber socorrido a los
náufragos) y fueron derrotados al año siguiente de manera decisiva por Lisandro en Egospótamos (405).
Atenas perdió su última flota y por tanto su capacidad de combate, el control sobre los aliados y sobre las
rutas de abastecimiento de grano.
La paz y los Treinta Tiranos (404-403). A comienzos de 404, Lisandro concentró la flota espartana en los
puertos de Atenas, mientras que el rey Agis avanzó con el ejército, rodeando la ciudad, que resistió durante
unas semanas con la esperanza de negociar una paz no demasiado severa. Finalmente Atenas se rindió;
Esparta evitó su destrucción, cosa que deseaban sus aliados, aunque impuso duras condiciones: las murallas
y la flota fueron destruidas, la Liga de Delos fue disuelta, Atenas devolvió los territorios ocupados durante la
guerra y fue obligada a entrar en la Liga del Peloponeso, se abolió la democracia y se estableció un régimen
tutelado por Esparta en el que 30 ciudadanos poderosos ocuparon el poder. Sus abusos y excentricidades
(purgando a sus enemigos políticos con apoyo de Esparta) les valieron pronto el sobrenombre de “Treinta
Tiranos”, y motivaron la aparición de un movimiento interno de resistencia. Ese movimiento recibió el apoyo
de los atenienses exiliados, entre los que se encontraba el general Trasíbulo, quien en 403 entró en el Ática
con un ejército de exiliados y se atrincheró en uno de los puertos de Atenas, donde derrotó a las tropas de los
Treinta. Los espartanos, que habían perdido interés en Atenas, retiraron sus tropas y permitieron que Trasibulo
pusiese fin al régimen de los Treinta y restableciese la democracia en la ciudad, aunque enormemente
debilitada.
La derrota de Atenas dejó temporalmente a Esparta como potencia hegemónica en solitario en Grecia:
controlaba la Liga del Peloponeso (a la que se había sumado Atenas), y extendió su influencia sobre los
antiguos aliados atenienses, con el pretexto de liberarlos del control persa (que se había expandido ante la
caída de Atenas). Sin embargo, se enfrentaba al creciente resentimiento e independencia de dos de sus
aliados, Corinto y Tebas, que acusaban su largo sometimiento a Esparta y ambicionaban construir su propia
hegemonía. Esparta mantuvo su dominio durante tres décadas gracias a una incesante actividad militar en
Grecia contra los disidentes y en Asia Menor contra los persas. La reacción de las ciudades griegas fue tratar
de asentar su hegemonía a nivel local formando alianzas militares o confederaciones, con las cuales tratar de
desafiar el poder de Esparta.
En los años siguientes, Esparta se entregó a la tarea de hacer respetar la cláusula de autonomía de las
ciudades griegas, y fue atacando una por una a las coaliciones que habían ido surgiendo en esos años. Uno
de los casos más problemáticos lo planteó Tebas, que había construido una estructura casi federal con el
resto de ciudades de Beocia, sometidas a su hegemonía, que se conocía como la Confederación Beocia;
Tebas se resistió a desmantelar la confederación, y su acrópolis fue ocupada permanentemente por tropas
espartanas. Sin embargo, una facción anti-espartana en Tebas traicionó y aniquiló a la guarnición espartana.
Esparta envió un ejército al mando del rey Cleómbroto, lo que hizo que los atenienses se sintiesen
amenazados y firmasen una alianza con Tebas. Atenas refundó la Liga de Delos (Segunda Confederación
Ateniense) con algunos de sus antiguos aliados en el Egeo, y de inmediato consiguió imponerse a los
espartanos en la batalla naval de Naxos (376); al año siguiente, Esparta, Tebas y Atenas firmaron la “Paz
Común” (koiné eirene) en la que se reconocía la existencia de la Confederación Ateniense.
Las tensiones entre estas potencias continuaron en los años siguientes, hasta que las presiones de Tebas
llevaron a Esparta a enviar un ejército que en 371 invadió Beocia con intención de someter a Tebas. Los
beocios se enfrentaron al ejército invasor en Leuctra, derrotándolo de manera estrepitosa, lo que inclinó la
balanza de poder en favor de Tebas.
La hegemonía tebana (371-362). Los beocios, dirigidos por Tebas, aprovecharon la debilidad de Esparta
para invadir Lacedemonia, no consiguieron tomar la ciudad, pero asolaron la región, forzaron la independencia
de Mesenia y apoyaron las confederaciones que surgieron entre sus antiguos aliados ante el derrumbamiento
de la Liga del Peloponeso. Tebas intentó entonces neutralizar a Atenas construyendo una flota, pero fue
incapaz de atraer a los aliados atenienses y sostener el esfuerzo económico que implicaba la flota. Ante la
progresiva pérdida de apoyos en el Peloponeso (Esparta consigue el apoyo de Ácaya, Élide y Atenas contra
Tebas), intentaría una última invasión de Esparta en 362, pero fue derrotado por los aliados en la batalla de
Mantinea; los tebanos se retiraron tras firmar una precipitada tregua.
La hegemonía de Tebas se derrumbó y se produjo entonces un ligero ascenso de Atenas, que quedó como
única gran potencia al frente de una gran coalición de ciudades. La Confederación Ateniense, sin embargo,
se resintió del aumento de las revueltas en su seno y de la presión que ejercía una nueva potencia en ascenso,
Macedonia; finalmente, la Confederación se disolvió en 355.
Macedonia era un reino de tradición, cultura y lengua griegas situado en la periferia del mundo griego; rodeada
de enemigos considerados “bárbaros”, se articuló como un reino pequeño con una monarquía débil en
permanente tensión con los poderosos linajes nobiliarios locales e incapaz de asentar su autoridad sobre el
territorio. En el siglo IV, Macedonia había atravesado varios procesos de reforma que habían fortalecido la
figura del rey y reforzado el ejército. Tras una invasión y la muerte del monarca, Filipo se convertiría en nuevo
rey de Macedonia.
Ascenso (359-354). Filipo dedicó todo su esfuerzo a asentar su poder: entre 358 y 356, derrotó a los ilirios y
peonios, tranquilizó con maniobras diplomáticas a tracios y atenienses y concertó una alianza matrimonial
con el reino vecino. En esa posición, emprendió una serie de reformas en el ejército que se piensa que
supusieron la creación de la falange macedonia. En poco tiempo, Filipo contaba con una fuerza de 10.000
hombres, con la que en 355-354 se apoderó de la región del monte Pangeo, conocida por sus minas de oro,
y de una serie de ciudades costeras en el área de influencia ateniense.
Intervención en Grecia (354-346). En 354, Tebas acudió a Filipo para que interviniese en Grecia ante la
alianza que habían establecido las regiones de Fócide y Tesalia, y que amenazaban toda la Grecia central.
Los focidios derrotaron hasta en dos ocasiones a Filipo, quien finalmente se impuso, lo que le permitió
apoderarse de Tesalia y reorganizarla a su gusto. Ese año, los tesalios le nombraron tágos (líder) de la
Confederación Tesalia.
A continuación, Filipo declaró la guerra (350-348) a la Liga Calcídica, que ocupaba unas regiones costeras de
interés para Macedonia para favorecer su salida al mar Egeo, y fue conquistando una a una las ciudades
griegas. Al año siguiente, lanzó una campaña contra los tracios, a los que sometió a tributo, y finalmente fue
llamado una vez más por Tebas para intervenir a su favor en la III Guerra Sagrada que libraban las regiones
de la Grecia central en torno al control del santuario de Delfos: en 346, Filipo invadió la Fócide y forzó a los
focidios a rendirse, poniendo fin a la Guerra Sagrada, forzando a la Confederación focidia a disolverse. Ese
mismo año, y tras años de enfrentamientos en los que los atenienses perdieron su Confederación (355) y se
vieron incapaces de asistir a sus aliados (la Liga Calcídica) ante la expansión macedonia, Atenas se avino a
firmar una paz con Filipo (Paz de Filócrates), por la que renunciaba a sus pretensiones sobre la Calcídica y
anunciaba una alianza perpetua con el rey de Macedonia.
Hegemonía (346-336). Desde su nueva posición, Filipo se convirtió en la potencia hegemónica en Grecia.
Lanzó un ultimátum a Esparta para rendirse sin resistencia, que los espartanos aceptaron, y consolidó su
control de Tracia y Epiro. Lanzó una serie de campañas contra las ciudades griegas de los Estrechos,
asediando Bizancio, lo que le enfrentó a los sátrapas persas de la región.
Los atenienses habían tratado de obstaculizar todas estas maniobras, que amenazaban sus intereses en el
Egeo, por lo que Filipo declaró la guerra a Atenas en 340. Los atenienses se aliaron con Tebas, pero la
coalición fue severamente derrotada y obligada a firmar una humillante paz: la Confederación Beocia fue
disuelta y se dispuso una guarnición macedonia en la Cadmea, a la vez que se obligó a ambas a participar
en la reunión de ciudades griegas que convocó en 337 en Corinto y que concluyó con la creación de la Liga
de Corinto, una alianza militar de todas las ciudades griegas con excepción de Esparta para la lucha contra
los persas; Filipo fue nombrado hegemón (líder) de la misma.
Filipo puso en marcha de inmediato sus planes de invasión, desembarcó un ejército en Asia Menor e impulsó
la rebelión de las ciudades griegas sometidas a los persas. Pero fue asesinado en la boda de su hija poco
después, quedando como su heredero Alejandro.
Alejandro era el heredero legítimo de Filipo, fruto de su matrimonio con Olimpia, pero el rey tenía otras
esposas como consecuencia de alianzas matrimoniales y se había divorciado de Olimpia, casándose con una
joven macedonia llamada Cleopatra. A la muerte de Filipo, por tanto, la posición de Alejandro, que había sido
criado en la corte como futuro rey y había desempeñado funciones administrativas y militares con su padre,
no estaba del todo asegurada. Muchos, de hecho, consideraron que el propio Alejandro era el instigador del
asesinato, al verse amenazado por el divorcio de su madre.
La muerte del rey le obligó a moverse con rapidez para consolidar su posición, pues la noticia generó una
oleada de revueltas por todo el mundo griego: Alejandro, confirmado como rey de Macedonia, aplastó
rápidamente el levantamiento de los ilirios, purgó y eliminó a los posibles candidatos al trono y después invadió
Grecia derrotando a una coalición de ciudades griegas lideradas por Tebas y, para dar un ejemplo, arrasó la
ciudad por completo. La rebelión se extinguió de inmediato; Alejandro fue nombrado hegemón de la Liga de
Corinto, con lo que heredó también el proyecto de su padre de invadir Asia. Tras esto, no volverá a haber
intentos de nuevas revueltas.
La invasión (334-330). En la primavera de 334, Alejandro cruzó el Helesponto con un ejército de 37.000
hombres. En Macedonia dejó como regente a Antípatro, uno de los generales y hombres de confianza de
Filipo, con el encargo de administrar el reino, vigilar a Olimpia y velar por la lealtad de los griegos. Alejandro
derrotó de inmediato a los persas, liberando las ciudades griegas de la dominación persa.
En la primavera de 333, Alejandro alcanzó el interior de Anatolia sin oposición, pues las ciudades abrían sus
puertas a su paso y él trataba de ganar su lealtad confirmando a los gobernantes en el poder y manteniendo
las tradiciones y leyes locales.
En lugar de avanzar río abajo por el Éufrates para enfrentarse a Darío en el interior del imperio, Alejandro
escogió la ruta del Levante, en dirección a Egipto, para acabar con las bases de la flota persa. Darío acudió
con su ejército para bloquearle el camino y ambas fuerzas se enfrentaron en la batalla de Issos (333), que
condujo a una aplastante victoria macedonia: Darío huyó y Alejandro aniquiló al ejército persa. En su avance
por la costa, Alejandro fue tomando las ciudades fenicias, pero se detuvo para asediar Tiro durante 8 meses
(332), al término de los cuáles entró en la ciudad y la destruyó de manera ejemplarizante.
A finales de año entró en Egipto, que le recibió como un libertador; Alejandro visitó un oráculo del dios Amón
y allí fue saludado como hijo de Amón, lo que Alejandro utilizó para justificar su legitimidad al trono egipcio.
Tras expulsar a los últimos gobernadores persas, fue nombrado rey e inició una nueva etapa con el
establecimiento de una dinastía griega en Egipto; fundó una nueva capital en el Delta, Alejandría, y en el
verano de 331 marchó nuevamente hacia Asia.
Darío trató de evitar el enfrentamiento ofreciendo a Alejandro el control de todos los territorios al oeste del
Éufrates y la mano de una de sus hijas, pero el rey macedonio declinó la oferta. Los ejércitos se enfrentaron
en Gaugamela, que supuso una nueva derrota para el ejército persa. Darío emprendió nuevamente la huida,
y toda Mesopotamia e Irán quedaron a merced de Alejandro, que ocupó sucesivamente las capitales persas:
Babilonia y Susa se rindieron y Alejandro les dispensó un trato favorable y respetuoso, pero Persépolis fue
destruida (330) y saqueada sin misericordia. Alejandro estableció la capital de su nuevo imperio en Babilonia
y se preparó para continuar su marcha.
La expansión (330-326). Darío había huido hacia las satrapías orientales, pero un grupo de nobles persas
dirigido por Beso lo asesinó y este se proclamó nuevo rey. Alejandro se nombró automáticamente sucesor de
Darío y vengador de su asesinato, lo que le ofrecía la justificación para marchar hacia oriente y someter a las
satrapías, y pronto Beso perdió apoyos y en 329 sus cómplices en el asesinato de Darío lo entregaron a
Alejandro.
La rebelión no concluyó, sin embargo, pues Espitámenes lideró un alzamiento contra Alejandro, consiguiendo
derrotarle en varias ocasiones, hasta que Espitámenes fue asesinado en 327. Alejandro sustituyó a los
sátrapas locales por macedonios, y ese mismo año se casó con la hija de un noble sogdiano, Roxana, para
estrechar lazos con las élites locales. El ejército, sin embargo, liderado por los oficiales macedonios y griegos,
se mostraba cada vez más descontento por la progresiva “orientalización” del rey, que actuaba como un
déspota oriental, hasta el punto de que en 327 se descubrió un complot para asesinarle.
Terminada la rebelión, Alejandro continuó la expansión hacia el Hindu Kush en el verano de 327 y alcanzó el
subcontinente indio, una tierra inexplorada para los griegos; allí intervino en las disputas internas entre los
príncipes y reyes locales. Pero a medida que penetraban en el Punjab, su ejército se mostraba cada vez más
descontento hasta que finalmente se amotinó ante el río Hífasis, negándose a continuar avanzando, por lo
que este punto marca el extremo más oriental de la campaña. Plegándose a la voluntad del ejército, Alejandro
ordenó el regreso al Indo, donde había ordenado la construcción de una flota para facilitar el regreso a
Babilonia.
Regreso y muerte (326-323). La orden de regreso no supuso el fin de los combates; Alejandro encontró una
durísima oposición en su recorrido hacia la desembocadura del Indo, y las mayores matanzas y atrocidades
cometidas por su ejército se produjeron en esta fase. Al alcanzar la costa, en el verano de 325, Alejandro
envió a la flota comandada por su almirante, Nearco, por la ruta costera, mientras que el ejército empleaba
una ruta terrestre a través de una zona desértica, en cuya travesía experimentó numerosas pérdidas y
desastres.
La muerte de su amigo más íntimo, Hefestión, a finales de ese año le sumió en una depresión de la que ni
una campaña militar en la región de los montes Zagros pudo sacarle. En la primavera de 323, Alejandro
comenzó a planear una nueva campaña, contra los árabes, pero el 29 de mayo cayó enfermo en una fiesta y,
tras dos semanas de padecer fiebres y delirio, murió el 10 de junio con apenas 33 años.
3. LA ÉPOCA HELENÍSTICA (323-31 a.C.)
Alejandro murió a más de 2.000 kilómetros de Macedonia y sin un heredero, en medio de un clima de tensión
en el ejército y de disputas internas entre sus oficiales; una de sus esposas, Roxana, estaba embarazada y
daría meses más tarde a luz a un niño que se convertiría en Alejandro IV. A su muerte, su imperio se extendía
desde el Egeo al Indo, pero una vez desaparecido el único elemento que lo mantenía unido, comenzó
rápidamente a desmoronarse a medida que las diferentes regiones fueron desgajándose bajo el control de
élites macedonias o indígenas. La expedición de Alejandro cambió para siempre el Mundo Antiguo,
estableciendo una nueva fusión entre el ámbito mediterráneo y el oriental, de cuya mezcla surgiría el mundo
helenístico.
Las disputas entre los grandes oficiales de Alejandro comenzaron antes incluso de la muerte del rey. La
inexistencia de heredero directo provocó que muchos de ellos reclamasen su derecho a ser depositarios de
la herencia de Alejandro basándose en diferentes argumentos, como su proximidad al rey o los cargos
desempeñados en la administración imperial y en el ejército; fueron conocidos por ello como los diádocos
(“sucesores”). Todos ellos pretendían mantener intacta la reputación de Alejandro y continuar su expansión.
Se presentaban a sí mismos como los garantes del orden en ausencia de un heredero.
Cada uno de ellos aprovechó su posición para tratar de controlar recursos o regiones con las que enfrentarse
al resto, pero su objetivo común era suceder a Alejandro como gobernantes de un imperio unificado. En la
práctica, esto provocó el desgarro del imperio en una serie de guerras que duraron aproximadamente 5
décadas. Esas guerras se produjeron mientras sus protagonistas trataban de mantener una imagen de
estabilidad con sucesivos repartos de territorios que trataban de garantizar la gobernabilidad del vasto imperio.
La progresiva desaparición de los contendientes, eliminados por sus rivales, y la consolidación de algunos de
ellos en determinadas regiones del imperio en forma de grandes monarquías que fusionaban elementos
griegos y orientales terminarían por poner fin a la idea de una herencia unificada; ello daría a luz a la
fragmentación política del mundo helenístico.
En su lecho de muerte, Alejandro entregó su sello personal a Pérdicas, uno de sus principales generales, lo
que le otorgó una gran ventaja inicial sobre sus rivales. Pérdicas sofocó un motín del ejército, que reclamaba
el nombramiento de Arrideo, hermanastro de Alejandro, como nuevo rey, y se llegó a la inédita decisión de
que el hijo póstumo y el hermanastro de Alejandro gobernasen juntos con los nombres de Alejandro IV y Filipo
III, respectivamente.
Pérdicas se nombró a sí mismo regente de los nuevos reyes y, abandonando los proyectos de conquista, se
dedicó a consolidar su posición; ese mismo año (“Reparto de Babilonia”, 323), redistribuyó las satrapías entre
la plana mayor del ejército macedonio para permitir su gobernabilidad e instauró una regencia en manos de
tres hombres fuentes: Antípatro como regente en Europa, Cratero como protector (prostátes) de los reyes, y
él mismo como regente en Asia. De inmediato, sin embargo, estallaron una serie de revueltas por todo el
imperio, la más grave de ellas la protagonizada por las ciudades griegas y liderada por Atenas, que se
conocería como la Guerra Lamíaca; Antípatro aplastó la rebelión y, como castigo, disolvió la Liga de Corinto,
ejecutó a los cabecillas de la revuelta y abolió la democracia ateniense. En Asia, algunos generales y sátrapas
como Antígono o Ptolomeo comenzaron a oponerse abiertamente a Pérdicas; en 321, Ptolomeo interceptó
el cortejo fúnebre que llevaba los restos mortales de Alejandro a Macedonia y lo condujo a su satrapía, Egipto,
para enterrarlos allí, lo que provocó la reacción de Pérdicas: invadió Egipto, pero tras algunas derrotas sus
generales le asesinaron.
Desaparecido Pérdicas, los vencedores se reunieron para reorganizar la regencia (“Reparto de Triparadiso”,
321); Antípatro fue nombrado nuevo regente, y llevó a los dos reyes consigo a Macedonia; se distribuyeron
nuevamente las principales satrapías; y por último se nombró a Antígono estratego del ejército de Asia, lo que
le puso en inmejorable posición para convertirse en el nuevo hombre fuerte del imperio.
Antígono emprendió una nueva guerra contra otro de los generales, Eumenes, que había sido aliado de
Pérdicas, una guerra que duró cuatro años (320-316) hasta que Eumenes fue capturado y ejecutado por
Antígono. Esta victoria permitió a Antígono reorganizar el imperio, que en 315 estaba mayoritariamente bajo
su control, con excepción de Macedonia y Egipto. Sus aliados, sin embargo, se volvieron contra él, y en los
años siguientes tuvo que enfrentarse a Ptolomeo (Egipto) mientras preparaba una invasión de Macedonia;
las derrotas le obligaron a acordar una “Paz general” (311) que reafirmaba el orden existente: Antígono era
confirmado como estratego de Asia, Casandro como regente de Macedonia, y Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco
como sátrapas en sus respectivas satrapías.
La Paz era solo una tregua temporal que Antígono aprovechó para recuperar fuerzas; en 307 envió a su hijo
Demetrio en una campaña naval que invadió Grecia y se apoderó de Atenas y diversas islas del Egeo, y en
306 arrebató Chipre a Ptolomeo, por lo que el ejército proclamó a Antígono y a Demetrio reyes de Macedonia;
en respuesta, sin embargo, sus rivales (Casandro, Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco) se nombraron igualmente
reyes de sus satrapías, con lo que la escisión del imperio se confirmó definitivamente. El enfrentamiento
decisivo entre ambos bloques se produjo en 303-301: Antígono fue derrotado y muerto en la batalla de Ipsos
(301), y desapareció así el obstáculo para la consolidación de los reinos de Siria (Seleuco), Egipto (Ptolomeo),
Macedonia (Casandro) y Asia Menor-Tracia (Lisímaco).
En las décadas siguientes, estos reinos se enfrentaron entre sí; el único factor de agitación eran las
actividades de Demetrio Poliorcetes, que había conservado el control de una poderosa flota que operaba en
el Mediterráneo oriental. Con ella ocupó temporalmente Macedonia a la muerte de Casandro (297), y en la
década siguiente logró extender su poder al conjunto de Grecia; la amenaza que ese nuevo poder suponía
para los vecinos (Tracia y Epiro) llevó a una alianza entre Lisímaco y Pirro (rey de Epiro), que invadieron
Macedonia en 288; expulsado de Europa, Demetrio invadió nuevamente Asia, pero fue derrotado y capturado
por Seleuco en 286 y moriría en prisión 3 años más tarde.
La desaparición de Demetrio puso fin a la dinámica de los Diádocos, los generales que utilizaron los recursos
y cargos del imperio de Alejandro para impulsar sus propias ambiciones al trono imperial. En adelante, se
impondría definitivamente el reparto del poder entre varios reinos helenísticos enfrentados entre sí en
interminables conflictos, y se abandonaría por completo la idea de restaurar el imperio de Alejandro, cuya
herencia se perdería.
Diferencias entre los reinos helenísticos tras la muerte de Alejandro. Separación étnica ya que en el poder
solo se encuentran los griegos-macedonios, con muy poca mezcla étnica quedando apartadas del poder las
élites locales. Sincretismos cultural y religioso, mezcla entre elementos locales y griegos para legitimar su
posición y el control de esa región de cara a la población local. Reyes de tipo militar ya que utilizan la dinámica
expansionista para legitimarse en el poder. “Monarquías ilustradas”, son grandes protectores del arte como
medio de propaganda, se imponen la función de expandir el saber, fundan academias, bibliotecas… atraen a
los grandes intelectuales y artistas.
ROMA
Los historiadores recientes han tratado de contrastar esas tradiciones con la información procedente de la
Arqueología, y el resultado ha sido un creciente descrédito y abandono de los relatos tradicionales sobre la
historia del periodo monárquico y la búsqueda de reconstrucciones alternativas. La mayor parte de los
investigadores, sin embargo, aceptan como válidos determinados datos y fragmentos transmitidos por las
fuentes, por lo que en general se tiende a enmendar la tradición sobre la monarquía romana, y no a
abandonarla por completo.
Los relatos tradicionales, por lo tanto, son la base sobre la que se construyen las interpretaciones modernas,
pero carecen por sí mismos de fiabilidad histórica. La tradición presenta una compleja serie de eventos en
una secuencia cronológica relativa a los que en época moderna se ha dado fechas absolutas convencionales.
Según la tradición, Roma fue fundada por un líder local llamado Rómulo que se convirtió así en su primer rey.
Los romanos situaron la fundación de forma convencional en 753 a.C. y enlazaron esa tradición local con
otras de origen griego, emparentando así a Rómulo con el héroe troyano Eneas: exiliado tras la guerra de
Troya (1184 a.C.), Eneas recala en el Lacio, se casa con Lavinia, hija del rey local, Latino, y funda la ciudad
de Lavinium. Su hijo Iulo (llamado también Ascanio) fundaría una nueva ciudad en el Lacio, Alba Longa, que
gobernarían sus descendientes durante generaciones (los llamados “reyes albanos”). En una de esas
generaciones, los hermanos Númitor y Amulio disputaron por el poder y el pequeño (Amulio) desterró al mayor
y legítimo rey (Númitor) y mató a todos sus descendientes salvo a una hija, Rea Silvia, a la que obligó a asumir
el sacerdocio vestal; el dios Marte, sin embargo, la poseyó y ella alumbró una pareja de gemelos, Rómulo y
Remo, que fueron abandonados en una cesta en el Tíber para salvarlos de Amulio. Los gemelos fueron
amamantados por una loba y criados por pastores, y al crecer regresaron a Alba Longa para destronar a
Amulio y restaurar a su abuelo Númitor en el trono.
La Fundación. Rómulo y Remo abandonaron Alba Longa y buscaron un lugar propio para gobernar en la
zona en la que habían sido encontrados y criados por los pastores. Después de disputar por la ubicación
idónea, Rómulo trazó con un arado el límite de la nueva ciudad (pomerium), recinto sagrado dentro del que
no podían realizarse actividades militares, y prohibió cruzar el surco durante la realización de los ritos; su
hermano desafió la prohibición y desató una disputa que acabó con su muerte. Rómulo se convirtió así en
gobernante único de una ciudad a la que llamó Roma.
Rómulo (753-717 a.C.). Rómulo es el creador de la “Roma quadrata”, surco que limitaba la primitiva
ciudad así como el pomerium. La ciudad se convirtió en un refugio (asylum) para proscritos, bandidos y
pastores, pero carecía de mujeres, así que los romanos decidieron raptarlas a los vecinos sabinos. El rapto,
llevado a cabo durante unas fiestas, supuso el estallido de una guerra contra los sabinos, que solo concluyó
gracias a la mediación de las mujeres sabinas. Ambos pueblos se unieron y durante un tiempo Rómulo y el
rey sabino, Tito Tacio, compartieron el gobierno de Roma (diarquía), hasta la muerte de Tacio.
Rómulo combatió contra los pueblos vecinos (etruscos, otras ciudades latinas) para expandir el poder de
Roma, incorporando a poblaciones nuevas en cada ocasión, y a la muerte de Númitor asumió también el trono
de Alba Longa. En el año 38 de su reinado (717 a.C.), fue arrebatado a los cielos y los romanos le rindieron
culto bajo el nombre de Quirino.
La tradición habla de 7 reyes aunque los 4 primeros son de gran carácter legendario pero que identifican la
figura del rex. Eran gobernantes unipersonales pero sus funciones son totalmente desconocidas.
Los reyes latinos. Rómulo fue sucedido por el sabino Numa Pompilio, cuyo reinado fue próspero y pacífico.
A Numa se atribuye la organización religiosa de la ciudad: organizó el calendario, fundó numerosos templos
(Vesta, Jano) y organizó los principales colegios sacerdotales (las vestales, los flámines y los pontífices).
Murió sin descendencia, por lo que le sucedió Tulo Hostilio un rey de carácter totalmente opuesto: agresivo
y guerrero, reavivó las guerras con los vecinos de Roma (Fidenae, Veyes) y conquistó Alba Longa, sometiendo
a la población de la ciudad madre de Roma a la esclavitud. Su belicosidad le hizo desatender las cuestiones
divinas, por lo que se contagió de una peste enviada por los dioses y fue fulminado por Júpiter como castigo.
A su muerte subió al trono el sabino Anco Marcio que restauró la paz y el orden. Mejoró el urbanismo de la
ciudad, construyendo el primer puente sobre el Tíber y fundando el puerto de Ostia, y reguló las leyes
romanas.
Accedió al trono Tarquinio Prisco, de origen etrusco y adoptado por Anco Marcio antes de su muerte.
Tarquinio fue el principal urbanista de Roma: construyó la Cloaca Máxima, lo que permitió desecar las zonas
pantanosas y establecer en ellas el Foro Romano; construyó el Circo Máximo e instauró los Juegos Romanos
(Ludi Romani); y puso las bases del primer templo a Júpiter Óptimo Máximo sobre el Capitolio. Sin embargo,
fue asesinado por los hijos legítimos de Anco Marcio.
Lo que abrió un breve periodo de conflicto hasta que su yerno, Servio Tulio se hizo con el poder. Los orígenes
de Servio no están claros, pues al parecer era hijo de Ocresia, una esclava al servicio de Tanaquil, esposa de
Tarquinio, aunque algunas tradiciones hablaban de una concepción divina. Servio se crio en el palacio y fue
ganando el favor del rey hasta llegar a casarse con su hija Tarquinia.
Las reformas servianas. Servio Tulio aparece en las tradiciones como uno de los principales reformadores
de la historia de Roma, responsable del sistema social y político que caracterizaría a la ciudad durante toda
la República. En primer lugar, expandió y delimitó el pomerium para abarcar las principales colinas y rodeó el
recinto con el primer circuito de murallas de la ciudad, las “Murallas Servianas”. En segundo lugar, eliminó las
tres tribus tradicionales y las sustituyó por un sistema de tribus territoriales, incluyendo cuatro tribus urbanas
(Esquilina, Colina, Palatina y Suburana, correspondientes a barrios o cuadrantes de la ciudad) y algunas tribus
rurales. En tercer lugar, aumentó el número de senadores a 300. Por último, creó un nuevo censo para los
hombres libres según su riqueza, con 5 clases sociales: acomodados o equites, los proletarii o capite censi
(hombres libres con poca propiedad) y por último los esclavos, cada una de ellas con sus propios derechos y
deberes. Junto a las clases, creó también la centuria, una agrupación de hombres de la misma clase que
actuaba como una unidad de voto; cada clase tenía un número diferente de centurias, teniendo más las altas,
y éstas votaban en una nueva asamblea, los comitia centuriata. Las votaciones se hacían en orden lineal
hasta alcanzar la mayoría simple. Los hombres libres, por tanto, se integraban dentro de una clase, una
centuria y una tribu. Por último, el nuevo sistema se aplicó al ejército romano, que pasó a movilizarse por
centurias y clases, y no ya por tribus y curias.
Servio Tulio fue asesinado por su propio yerno, Tarquinio, que subiría inmediatamente al trono. Tarquinio el
Soberbio (534-509 a.C.) fue el último rey de Roma. Era hijo de Tarquinio Prisco, por tanto de origen etrusco,
y las tradiciones lo describen como un tirano sin escrúpulos que gobernó la ciudad de manera despótica y
violenta. Expandió la ciudad mediante nuevas guerras y consolidó el poder de Roma frente a sus vecinos.
Sus caprichos, sin embargo, enfurecieron repetidamente a los romanos y provocaron la aparición de
opositores dentro de Roma.
El fin de la monarquía. La conspiración estalló cuando Sexto, hijo de Tarquinio, violó a una joven patricia,
Lucrecia, quien se suicidó a consecuencia de la vergüenza. En venganza, Lucio Junio Bruto (sobrino del rey),
Lucio Tarquinio Colatino (esposo de Lucrecia) y Espurio Lucrecio (padre de Lucrecia), anunciaron el
derrocamiento del rey y proclamaron la República con ayuda del poderoso Publio Valerio Publícola (509 a.C.).
De inmediato, se nombraron los dos primeros cónsules (Bruto y Colatino) y se cerró un tratado comercial con
Cartago. Tarquinio se encontraba fuera de Roma, en una campaña militar, y trató de recuperar el poder, pero
se vio obligado a exiliarse en Etruria; impulsó una alianza de ciudades etruscas que fueron derrotadas por
Roma, y a continuación recurrió a su aliado Lars Porsenna, rey de Clusium, que también fue derrotado;
Tarquinio recurrió a la Liga Latina, que entró en guerra con Roma, pero esta se impuso en la batalla del Lago
Regilo (496 a.C.). Tarquinio finalmente se exilió en Cumas donde murió.
LOS ROMANOS Y SU RELACIÓN CON LOS PUEBLOS VECINOS
Roma surge dentro las culturas del Lacio en un punto estratégico de conexión entre los distintos territorios de
la península itálica, en el único paso franqueable del Tíber. Estos vivían bajo el influjo de las culturas etruscas,
fuertemente helenizada. Es bajo esta dominación que Roma se convierte en una ciudad como tal (finales siglo
VI). La tradición habla de la construcción del templo a Júpiter sobre la colina del capitolio que tenía la misma
arquitectura y pintura que la etrusca.
Se crea una liga latina formada por las principales potencias en la que Roma adquirirá cada vez más poder,
resultando en un enfrentamiento en el que derrota a sus rivales. Gracias a esa victoria consigue tener a todas
las ciudades bajo su obediencia, pero no sometidas.
Existe una serie de 4 derechos que tenían en común con todos los latinos: el comercio entre ellos, el
matrimonio (aunque perdían la nacionalidad romana), la inmigración y el voto en las asambleas romanas de
su lugar de residencia. A los romanos les preocupaba mantener un marco jurídico mediante el que establecer
las diferencias y relaciones entre los pueblos.
Durante la República, Roma fue construyendo y poniendo a prueba una estructura política y social que al
principio era similar a las de sus vecinos en el Lacio pero que terminó adaptándose a las necesidades de
gestión de los territorios que Roma iba incorporando. En una interminable competición y lucha con los vecinos,
Roma fue poco a poco derrotando y eliminando (o integrando) a sus rivales y pasó de ser una comunidad
más dentro del Lacio a una súper-potencia hegemónica indiscutible en todo el Mediterráneo. Ese proceso, sin
embargo, no fue lineal ni constante, ni mucho menos planificado, sino improvisado y fruto de una secuencia
interminable de éxitos y fracasos que Roma experimentó en el ámbito político y militar.
Las fuentes que describen la primera fase de la República continúan con los relatos poco fiables de la
Monarquía, con los que pretenden explicar la Roma de las últimas fases republicanas. En esas fuentes, la
República aparece ya completamente formada, con todas sus instituciones básicas funcionando, y evoluciona
a causa de un largo conflicto social interno, el llamado “conflicto patricio-plebeyo” (494-285 a.C.). A la vez,
Roma aparece como una potencia expansiva que va progresivamente incorporando territorios gracias a sus
victorias militares. Esa imagen, que vamos a recoger a continuación, debe desecharse, aunque muchos de
los datos concretos que se describen en las fuentes se consideran más o menos fiables e históricos.
El s. V a.C. Con el comienzo de la República, Roma entra en una fase de supervivencia en la que se ve
amenazada por sus vecinos (etruscos, latinos, ecuos, volscos) y debilitada por el conflicto interno entre
patricios y plebeyos. Ambos procesos estaban conectados, pues los plebeyos aprovechaban los momentos
de emergencia militar en el exterior para exigir cambios políticos en el interior mediante unas “huelgas
militares” en las que se negaban a luchar y se retiraban al monte Aventino (“secesiones al Aventino”).
Durante la I Guerra Latina (498-493), los romanos derrotaron a una alianza de ciudades latinas en la batalla
del Lago Regilo (496 a.C.), pero en 494 se produjo la primera secesión plebeya al Aventino, que posibilitó
la creación del tribunado de la plebe, una magistratura estrictamente plebeya que defendía a la plebe frente
a los abusos del patriciado. La guerra concluyó con la firma de un tratado de paz con los latinos (el “foedus
Cassianum”, 493) por el que Roma se convertía en la potencia hegemónica en el Lacio.
La secesión plebeya de 494 motivó una violenta reacción del patriciado, que trató de acaparar cargos e
impedir el acceso de los plebeyos a la política (“Serrata del patriciado”, 494-471), pero las reivindicaciones
plebeyas continuaron (creación de una asamblea exclusivamente plebeya, el concilium plebis, en 471), por lo
que el conflicto se recrudeció. Surge entonces la necesidad de tomar medidas de emergencia para atajarlo:
se nombra una comisión de 10 miembros (decemviri) para redactar un código de leyes y se interrumpe la
elección de los cónsules durante su mandato, que debía ser anual. La comisión publicó un código conocido
como las “Doce Tablas” en el que se recogían las normas de convivencia básicas de la República, pero se
negó a abandonar el poder al terminar su tarea anual, lo que motivó una nueva secesión plebeya al Aventino
en 449; las presiones acabaron con la comisión y los nuevos cónsules, L. Valerio y M. Horacio, promulgaron
unas leyes (leyes Valerio-Horacias) que garantizaban la inviolabilidad de los tribunos de la plebe y reconocían
el carácter vinculante de los plebiscita (decisiones de la asamblea de la plebe) para los plebeyos. En 445, tras
una nueva secesión al Aventino, el llamado “plebiscito Canuleyo” reconoció los matrimonios mixtos entre
patricios y plebeyos y el acceso de estos últimos al consulado; para garantizar la fiabilidad del censo, al año
siguiente (444) se creó la magistratura del censor, encargado de elaborar el censo de ciudadanos cada 5
años. También se creó el cargo del tribuno militar, misteriosa magistratura que tenía poder consular y se
alternaba en su nombramiento con los cónsules, pero que fue eliminada en 367.
El s. IV a.C. En 406 estalló una guerra con la ciudad etrusca de Veyes que duró 10 años y concluyó con su
completa destrucción (396); su territorio fue incorporado al ager romanus y se crearon cuatro nuevas tribus,
con lo que Roma duplicó su extensión. Sin embargo, una incursión de galos senones liderada Breno penetró
en el Lacio en 390 y, tras derrotar a los romanos en Alia, asediaron y saquearon la ciudad durante meses. La
invasión fue un golpe traumático para los romanos, que recordaron el episodio durante mucho tiempo, e
inauguró un nuevo periodo de inestabilidad en la región del Po, donde los galos se convertirían en una
amenaza constante hasta el siglo I a.C. En ese contexto de crisis, Roma acometió una importante reforma:
las leyes Licinio - Sextias (367) eliminaron los tribunos militares y restauraron el consulado, obligando a que
al menos uno de los cónsules fuera de origen plebeyo. Como prueba de su nuevo estatus de potencia en el
centro de Italia, Roma renovó en 348 su tratado comercial con Cartago, en circunstancias ahora más
ventajosas.
La presencia gala animó a los vecinos de Roma a cuestionar su hegemonía: primero los peligrosos samnitas
entraron en guerra con ella (I G. Samnita, 343-341 a.C.) por el control de la Italia central, aunque el conflicto
terminó con un tratado en el que se repartían las áreas de influencia respectivas. La crisis militar provocó una
nueva secesión plebeya al Aventino en 342. De inmediato, los latinos se levantaron contra Roma para
sacudirse su hegemonía sobre el Lacio, pero en la breve guerra que libraron (II G. Latina, 340-338 a.C.) fueron
completamente derrotados: Roma disolvió la Liga Latina y pasó a controlar directamente todos sus territorios,
convirtiendo a muchas ciudades latinas en municipios romanos. Roma continuó una activa política de
expansión hacia el sur, y la toma de Nápoles en 326 provocó un nuevo conflicto con los samnitas, que veían
cerrados así sus accesos al mar: la II G. Samnita (326-304 a.C.) fue un durísimo conflicto en el que los
romanos pusieron a prueba todos sus recursos y capacidad de resistencia; derrotados de forma estrepitosa
en 321, consiguieron recuperarse y llegar a una paz frágil con los samnitas. Éstos consiguieron mantener su
territorio, pero la hegemonía de la Italia central quedó en manos de Roma.
Fase final. En esos años se recrudeció la presión de los galos, momento que aprovecharon etruscos y
samnitas para entrar nuevamente en guerra con Roma. La III G. Samnita (298-290 a.C.) concluyó sin embargo
con la derrota del Samnio, que fue esta vez anexionado a Roma mediante la expropiación de territorios y la
fundación de colonias romanas en su interior. En el norte, los etruscos no consiguieron unir sus fuerzas contra
Roma, y tras ser derrotados en Sentinum (295) algunas de sus principales ciudades firmaron tratados de paz
(294), aunque la región no quedó pacificada y siguió enfrentándose a Roma de forma periódica en las décadas
siguientes.
Roma fijó entonces su atención en el sur, aprovechando la alianza con ciudades griegas para aumentar su
presencia en la región, movimiento que encontró la oposición de la gran ciudad griega de Tarento. La guerra
que estalló a continuación (280-275 a.C.) se conoce como “Guerra Pírrica” pues los griegos llamaron en su
ayuda al rey de Epiro, Pirro, que desembarcó en Italia con su ejército con el objetivo de expandir su propia
influencia. Pirro infligió duras derrotas a los romanos, pero no fue capaz de aprovechar sus victorias; Roma
reaccionó renovando el tratado con Cartago (278), por el que ambos se repartían Italia (para Roma) y Sicilia
(para Cartago) y se comprometían a prestarse ayuda militar (que no llegaría a cumplirse).
Pirro marchó a Sicilia para ayudar a Siracusa frente a los cartagineses, y dejó abandonados a sus aliados en
Italia, que continuaron la guerra a pesar de todo; en 275, sin haber conseguido ninguno de sus objetivos, Pirro
abandonó definitivamente Italia y regresó a Grecia. Roma continuó presionando sobre los griegos del sur de
Italia hasta que conquistó Tarento en 272 y puso así fin a la resistencia griega. La derrota de Tarento dio a
Roma el control del sur de Italia, con lo que unificó en la práctica la península desde el río Arno hasta el
estrecho de Mesina. Como reconocimiento, el reino de Egipto ptolemaico envió una delegación para cerrar
un tratado de amistad en 273. Roma comenzaba a ser reconocida como una potencia en el mundo griego
oriental.
En 230 años pasa de ser un pequeño pueblo a conquistar toda la península itálica. Durante el siglo V, los
romanos están librando guerras de supervivencias frente al gran número de rivales muy próximos, por lo tanto,
guerras contra los latinos y etruscos. Como consecuencia, les expropia determinados territorios. No tiene
ambiciones imperialistas ya que las comunidades siguen siendo autónomas pero las convierte en aliadas.
Cuando defendían mucho la comunidad, realizaban la deditio: les expropiaban todo y después lo devolvían
para asegurar su supremacía.
En los años siguientes, Roma consolidó su control sobre Italia fundando nuevas colonias romanas y ocupando
ciudades por toda la península, tratando de fijar una frontera estable con los galos al norte y de asentar su
dominio sobre los pueblos itálicos y griegos al sur. Al ocupar Regio en 270, sin embargo, amenazaba el ámbito
de influencia cartaginés en Sicilia; los cartagineses comenzaron a temer una posible intervención romana en
su territorio. Durante más de un siglo, Roma y Cartago se enfrentaron para dirimir la hegemonía sobre el
Mediterráneo Central.
La I G. Púnica (264 - 241 a.C.). Las operaciones militares romanas en la ciudad de Mesina (en el lado siciliano
del estrecho) para asistir a los mercenarios itálicos asentados allí (Mamertinos) motivaron el estallido de la
guerra, pues Cartago comprobó que su miedo a una intervención romana en Sicilia estaba justificado. Cartago
y Siracusa se aliaron contra Roma, pero los romanos utilizaron Mesina como base de operaciones y pasaron
a la ofensiva: en 263 obligaron a Siracusa a firmar la paz, y en 262 conquistaron la gran ciudad griega de
Agrigento, en pleno territorio de dominio cartaginés; Cartago, mientras tanto, utilizó su poderosa flota para
devastar territorios romanos en Italia, por lo que los romanos se lanzaron a la construcción de una flota propia
con la que contrarrestar esos ataques. Para tratar de equilibrar la superioridad naval cartaginesa, el cónsul C.
Duilio dotó a las naves de un puente móvil rematado en un gancho, los corvi, que inmovilizaban las naves
enemigas al caer sobre ellas y permitían el abordaje de la infantería romana. Con este artefacto, los romanos
derrotaron a la flota cartaginesa en la batalla naval de Mylae (260) y pasaron a la ofensiva también en el mar.
En 256, los romanos desembarcaron cerca de Cartago con un ejército expedicionario comandado por el
cónsul M. Atilio Régulo, con el objetivo de devastar el territorio cartaginés y forzar la rebelión de los territorios
sometidos a Cartago. El ejército romano fue, sin embargo, aniquilado en la batalla del río Bagradas (255), y
el propio Régulo fue capturado y mantenido como rehén hasta su ejecución en 250. La guerra se estancó,
pues Roma desistió de nuevas invasiones y se limitó a presionar sobre las posesiones cartaginesas en Sicilia,
mientras que Cartago perdió gran parte de su flota en la batalla de Panormo (251) y se limitó a tratar de
contener a los romanos. Para ello enviaron a Sicilia (247) al general Amílcar, quien hábilmente castigó a los
romanos en los años siguientes en una guerra de desgaste y se ganó el apelativo de “Rayo” (baraq, Barca).
Una poderosa flota romana al mando del cónsul C. Lutacio Catulo, sin embargo, acabó con toda la flota
cartaginesa en la batalla de las Islas Égates (241), lo que obligó a Cartago a pedir la paz.
El periodo de entreguerras (241-218 a.C.). Roma estableció unas durísimas condiciones de paz: Cartago
no podía entrar en guerra con los aliados romanos, debía abandonar Sicilia y renunciar a cualquier control
sobre ella, reducir su flota militar a 10 naves, devolver los prisioneros romanos sin rescate y pagar elevados
rescates por los prisioneros cartagineses, y por último pagar unas astronómicas indemnizaciones: 1.000
talentos de plata de inmediato y otros 2.200 en 10 años. Además, se vio obligada a sofocar una revuelta
general de sus mercenarios, que no recibían las pagas, y que se convirtió en una larga y cruenta guerra de
tres años (Guerra de los Mercenarios, 241-237 a.C.); aprovechando la situación, Roma se apoderó
unilateralmente de Córcega y Cerdeña en 238, alegando la necesidad de asegurar unas islas próximas a la
costa italiana.
Con el fin de poder hacer frente a la reconstrucción económica de la ciudad, y puesto que Roma les había
vetado todo dominio sobre el Mediterráneo Central, los cartagineses emprendieron en 237 la invasión de la
Península Ibérica, donde había antiguas ciudades fenicias y que era famosa por la riqueza de sus minas y de
su agricultura.
Los romanos, mientras tanto, consolidaron su dominio del Mediterráneo Central estableciendo las primeras
provincias en Sicilia y Córcega-Cerdeña en 227, ocupando la Galia cisalpina entre 224 y 222 e interviniendo
contra los piratas ilirios del Adriático fundando un protectorado (territorio controlado con finalidad militar) en la
costa de Iliria en 229. Preocupados por la expansión cartaginesa en Iberia, firmaron con Asdrúbal el “Tratado
del Ebro” (226), por el cual ambos se comprometían a no cruzar el río Íberos (Ebro) en armas y respetar a los
aliados de sus respectivos ámbitos de influencia. Asdrúbal murió asesinado en 221, y el frente de la campaña
se eligió como general a Aníbal, hijo mayor de Amílcar. Aníbal emprendió una nueva expansión por la costa
levantina y la Celtiberia, amenazando la ciudad ibérica de Sagunto. Sagunto apeló a Roma, que la reconoció
como aliada, y tuvo entonces que intervenir cuando Aníbal destruyó la ciudad,
declarando la guerra a Cartago.
La II G. Púnica (218-202 a.C.). Ante la declaración de guerra, Aníbal invadió Italia por vía terrestre con un
gran ejército, que cruzó los Alpes y derrotó sucesivamente a los ejércitos romanos. Lo que llevó a los romanos
a nombrar un dictador, Quinto Fabio Máximo, que evitó el enfrentamiento directo con Aníbal. Los nuevos
cónsules, Terencio Varrón y L. Emilio Paulo, fueron derrotados al año siguiente (216) en la catastrófica batalla
de Cannas, en la que perecieron en torno a 50.000 romanos. Las victorias de Aníbal provocaron que muchos
aliados itálicos (sobre todo en la Italia meridional) rompiesen relaciones con Roma y se pasasen al bando
cartaginés, y en 215 el rey Filipo V de Macedonia firmó una alianza militar con Aníbal, pero los romanos
trataron de aislar al ejército cartaginés en Italia mientras conquistaban Siracusa (212) y Capua (211) y
enviaban tropas a Hispania al mando de los hermanos Publio y Gneo Cornelio Escipión para impedir una
nueva invasión cartaginesa. La guerra se estancó en Italia, pues los ejércitos consulares romanos seguían a
Aníbal y le impedían asistir a sus nuevos aliados itálicos, lo que repercutió en su descrédito como liberador.
En Hispania, los hermanos Escipión murieron en un enfrentamiento con los cartagineses, y Roma envió a P.
Cornelio Escipión, hijo de Publio, para dirigir las tropas romanas allí con tan solo 24 años (210). Al año
siguiente (209), Escipión tomó por sorpresa Cartago Nova y comenzó una campaña militar por el valle del
Guadalquivir para expulsar a los cartagineses. No pudo impedir, sin embargo, que un ejército cartaginés al
mando de Asdrúbal, hermano de Aníbal, partiese por la ruta de los Alpes hacia Italia para reforzar a Aníbal,
pero Asdrúbal fue interceptado y derrotado por los cónsules romanos en la batalla de Metauro (207), con lo
que la última baza cartaginesa para ganar la guerra se esfumó. Al año siguiente, Escipión tomó Gades y
expulsó a las últimas tropas cartaginesas de la Península Ibérica. Ese éxito le valió la elección al consulado
en 205 y el encargo de invadir África para acabar la guerra. Escipión guerreó en África dos años sin logar
derrotar a Aníbal, hasta que ambos se enfrentaron en la batalla de Zama (202), de la que Escipión salió
vencedor. El ejército cartaginés fue aniquilado y Aníbal se vio obligado a huir, con lo que Cartago tuvo que
iniciar conversaciones de paz. En el tratado firmado en 201, Cartago abandonó cualquier aspiración a volver
a ser una gran potencia: desmanteló su flota y su ejército, pagó una indemnización de 10.000 talentos y
renunció a hacer la guerra sin el consentimiento de Roma (lo que en la práctica la pondría a merced de sus
vecinos).
La expansión romana en Oriente (201-146 a.C.). Una vez terminada la guerra, Roma decidió vengar la
alianza que Macedonia había cerrado con Aníbal en 215. Una primera guerra con Macedonia (I G.
Macedónica, 214-205 a.C.), librada apenas cerrado el tratado, terminó con una paz precipitada y un resultado
incierto por la necesidad de Roma de centrarse en la guerra con Aníbal, pero en la II G. Macedónica (200-197
a.C.) los romanos derrotaron a Filipo V en la batalla de Cinoscéfalas (197) y el cónsul T. Quincio Flaminino le
obligó a firmar una paz (196) en la que renunciaba a todos los territorios en Grecia y Asia y reconocía la
libertad de las ciudades griegas.
Las tropas romanas abandonaron Grecia, pero regresaron tan solo dos años más tarde, pues el rey Antíoco
III de Siria había invadido Macedonia y Grecia con un ejército (Guerra Seléucida, 192- 188 a.C.). Los romanos
derrotaron a Antíoco en la batalla de Magnesia (190) y le obligan a firmar una paz (Apamea, 188), en la que
renunciaba a los territorios europeos y de Asia Menor.
A la muerte del rey Filipo V de Macedonia, su sucesor Perseo inició una nueva política de expansión en Grecia
que condujo a una última intervención romana (III G. Macedónica, 172-168 a.C.): tras la decisiva victoria
romana en la batalla de Pidna (168), Roma puso fin a la dinastía macedonia y dividió el reino en 4 regiones
bajo su protección, lo que suponía el fin de Macedonia como reino independiente. Roma había cimentado
esas victorias en la alianza con algunas ciudades griegas, en particular la Liga Etolia, pero el descontento con
la situación política llevó a otro grupo de ciudades, la Liga Aquea, a tratar de convertirse en la potencia
hegemónica en Grecia. En 148 Roma convirtió Macedonia en una provincia, y en 147 intervino (G. Aquea,
147- 146 a.C.) aplastando a la Liga Aquea y capturando la ciudad de Corinto (146), que fue destruida. La
derrota griega supuso el fin de su independencia: las ciudades rebeldes fueron sometidas al control de la
provincia romana de Macedonia, y solo unas pocas continuaron siendo autónomas durante un tiempo. Pocos
años más tarde, los romanos pusieron un pie en Asia Menor: Atalo III, último rey de Pérgamo, dejó a su muerte
(133) el reino en herencia a Roma, quien asumió el control directo de este territorio y lo convirtió en una nueva
provincia (Asia, 129).
La expansión romana en Occidente (201-133 a.C.). En las décadas siguientes a la derrota de Aníbal, los
romanos consolidaron su dominio sobre la Galia Cisalpina y Liguria, como zona de seguridad frente a las
invasiones galas. Sin embargo, el principal frente de guerra se situó en la Península Ibérica: tras la guerra
con Aníbal, Roma había quedado en posesión de una franja costera que iba desde los Pirineos hasta Cádiz,
y que tenía su zona más rica en el valle del Guadalquivir; en 197, convirtieron esas posesiones en dos
provincias, Hispania Citerior e Hispania Ulterior, con frontera en el río Júcar. La pacificación de esas regiones
frente a la amenaza de las poblaciones indígenas del interior peninsular (celtíberos, vacceos, lusitanos)
conllevó unos durísimos costes a Roma, que tuvo que mantener constantes guerras para mantener la
estabilidad en la región. En esas guerras (I G. Celtibérica, 181-179 a.C.; II G. Celtibérica, 154- 152 a.C.; III G.
Celtibérica, 143-133 a.C.; G. Lusitana, 155-139 a.C.), los romanos se enfrentaron a pueblos muy resistentes
que combatían un tipo de guerra irregular en un territorio accidentado y que resultaba por tanto muy dañino
para las legiones.
En la G. Lusitana, Roma tuvo que enfrentarse a un caudillo local, Viriato, que logró concentrar el apoyo de
numerosos pueblos hasta su asesinato (139), mientras que en la III G. Celtibérica, los romanos sometieron a
la ciudad de Numancia a un asedio intermitente durante 10 años, hasta que la llegada de P. Cornelio Escipión
Emiliano (nieto por adopción del vencedor de Aníbal) supuso la caída y la destrucción de la ciudad. Emiliano
había obtenido una reputación de gran general en la breve guerra que Roma libró contra una empequeñecida
Cartago (III G. Púnica, 149-146): los cartagineses, amenazados constantemente por sus vecinos númidas,
rompieron el tratado con Roma al atacar Numidia (151); M. Porcio Catón logro convencer al Senado de la
necesidad de destruir Cartago (ceterum censeo Carthaginem esse delendam), pero las legiones asediaron la
ciudad durante dos años sin éxito. Escipión Emiliano obtuvo el mando en 147, y al año siguiente consiguió
romper las defensas y destruir la ciudad. Cartago fue destruida el mismo año que Corinto, y su centenario
estado dejó de existir. Los romanos crearon una nueva provincia en su territorio, Africa, y de esta forma
sometieron a los que habían sido sus principales rivales en la hegemonía por el Mediterráneo Central. La
destrucción de Numancia coincidió con la muerte de Atalo III y la ocupación de Pérgamo; Roma se convirtió
así en la principal potencia política, militar y económica del Mediterráneo.
TARDÍA REPÚBLICA (133-27 a.C.)
La última fase de la República se conoce también como la “crisis de la República”, al entenderse durante
mucho tiempo que la progresiva conversión de Roma en una potencia imperialista y el recrudecimiento de los
conflictos políticos desgastaron las instituciones republicanas hasta su desaparición con la llegada del
Principado. Hoy día, sin embargo, esa visión no se sostiene: la República funcionó a pleno rendimiento
durante el período e incluso durante las primeras décadas del Principado, adaptándose al desafío de gestionar
un imperio territorial que abarcaba todo el Mediterráneo y continuaba en expansión; lo hizo, sin embargo,
empleando instituciones que estaban en realidad pensadas para la gestión de una ciudad-estado y cuyas
características, limitaciones y funciones no estaban definidas de forma precisa. Estas instituciones, por tanto,
se vieron atrapadas en el interminable conflicto entre las facciones políticas de la élite romana, que competían
entre sí por mayor poder y prestigio, y que las utilizaron en su propio provecho. El Principado no fue la
consecuencia del deterioro de las instituciones republicanas, sino de las guerras civiles entre facciones que
asolaron el mundo romano durante cerca de un siglo.
El tribunado de los hermanos Graco (133-122 a.C.). El tradicional conflicto entre facciones políticas en
Roma se había visto exacerbado por la experiencia imperialista vivida durante los dos siglos precedentes; el
nivel de riqueza y poder al que aspiraban los nobles romanos, y las oportunidades que se ofrecían para
alcanzar ambos objetivos, se habían multiplicado al convertirse Roma en una potencia hegemónica en todo
el Mediterráneo. Hombres fuertes como Escipión Emiliano utilizaron las instituciones de la República para
engrandecer y enriquecer a su círculo de amigos y aliados, lo que suscitó la aparición de grupos contrarios
que disputaban en el Senado y las asambleas. Esa tensión alcanzó un punto crítico cuando los hermanos
Sempronio Graco (Tibero y Cayo), pertenecientes a una riquísima y antiquísima familia plebeya y nietos de
Escipión el Africano, accedieron sucesivamente al tribunado de la plebe y promovieron una serie de reformas
que precipitaron el estallido de la violencia política en Roma. Estas reformas no eran más que unas estrategias
para obtener mayor apoyo social.
En su tribunado, Tiberio Graco (133) puso en marcha una lex agraria que pretendía volver a poner en vigor
una antigua limitación a la cantidad de tierra pública (ager publicus) que podían explotar los ciudadanos
privados: el máximo eran 500 iugera (125 ha), más 250 iugera por cada hijo hasta un máximo de 1.000 (250
ha); el resto debía parcelarse en pequeños lotes para ser repartida entre ciudadanos sin tierras. La ley
encontró una violenta oposición en el Senado. Puesto que un solo año era insuficiente para llevar la ley a
cabo, Tiberio se presentó a la reelección como tribuno al año siguiente, un hecho sin precedentes, pero fue
asesinado por un grupo de senadores el día de las elecciones. La comisión agraria siguió funcionando,
aunque con grandes dificultades, y contribuyó a atizar un problema profundo en la estructura política de Roma:
la relación con los aliados itálicos. Muchas de las tierras del ager publicus eran tierras expropiadas a los
aliados, pero su reparto no iba a beneficiar a las poblaciones itálicas, sino a colonos romanos, lo que supuso
un nuevo motivo de descontento. Los aliados comenzaron a protestar y revolverse ante las abusivas
condiciones de la dominación romana.
Cayo Graco trató de revivir el proyecto de su hermano presentándose al tribunado de la plebe en 123 a.C.
Aunque la lex agraria fue el centro de su política (continuando y actualizando la ley de Tiberio), promulgó otras
leyes con el objetivo de poner coto a los abusos de poder de los senadores y los magistrados. Consiguió la
reelección (que ya era legal) al tribunado en 122, pero el Senado se movilizó contra él: bloqueó su propuesta
de ley de ciudadanía para los latinos y consiguió que no fuese reelegido en 121, sembrando el caos en todas
las votaciones de la asamblea de asuntos relacionados con la lex agraria; el desorden justificó la intervención
extraordinaria de los cónsules, que decretaron el estado de excepción y atacaron a los seguidores de Cayo
Graco, quien terminó suicidándose. En los años siguientes, el Senado consiguió bloquear la lex agraria y
anular algunas de sus medidas.
La época de Cayo Mario (115 - 100 a.C.). Envuelta en el conflicto político y el descontento de los aliados,
Roma tuvo que enfrentarse a dos amenazas externas: la intervención en la cuestión sucesoria del reino de
Numidia provocó la Guerra de Yugurta (112-105 a.C.), y a la vez se produjo una invasión masiva de pueblos
germanos a través de los Alpes (Guerras Cimbrias, 113-102 a.C.). Los romanos trataron de combatir en ambos
frentes, pero fueron severamente derrotados en los dos durante varios años, hasta que Cayo Mario, un homo
novus de Arpino pero inmensamente rico, obtuvo el consulado (107) y fue puesto al frente de la guerra contra
Yugurta. Mario reformó su ejército, consiguió que el Senado le diese permiso para reclutar a sus legionarios
entre los proletarii. Esto se debe a que ninguno de sus adversarios le prestaba su ejército, por lo que necesitaba reclutar
hombres. Las guerras no tenían un objetivo defensivo real, sino que acudían principalmente por la manutención de su prestigio
entre los aliados.
Demostró su talento militar acorralando y derrotando a Yugurta en dos años (105), llevándolo prisionero a
Roma. Una vez terminada la guerra en Numidia, para evitar que sus rivales políticos pudiesen debilitar su
poder y para asegurarse de obtener el mando en la guerra contra los germanos, consiguió ser reelegido
cónsul de manera consecutiva en los 5 años siguientes (105- 101); para lograr sus fines, Mario se apoyó en
una serie de tribunos de la plebe a su servicio, que consiguieron sacar adelante sus propuestas en la
asamblea popular (especialmente la lex Apuleya, 103, que concedía tierras en África para licenciar a los
veteranos de sus legiones).
Los germanos se habían concentrado al norte de los Alpes y habían agitado a los pueblos celtas
recientemente pacificados por Roma, amenazando la provincia Narbonense. Nuevamente, los romanos
fueron derrotados de forma estrepitosa los primeros años de la guerra, especialmente en la batalla de Arausio
(105), donde murieron cerca de 100.000 romanos y aliados itálicos. El desastre facilitó que se concediese el
mando en la guerra a Mario, vencedor de Yugurta, que se enfrentó a los germanos con sus legiones de
proletarii veteranos de África. En inferioridad numérica, Mario derrotó a los germanos en la batalla de Aquae
Sextiae (102) y los obligó a retirarse. Mario se convirtió en el salvador de la República, en su general más
condecorado y en el “primer hombre” de Roma. En los años siguientes, sin embargo, sus métodos poco
ortodoxos le valieron una cada vez mayor oposición por parte del Senado, y no consiguió ser reelegido para
nuevos cargos ni influir en la asamblea popular como antes.
La Guerra de los Aliados (90-88 a.C.). Los desastres romanos contra los germanos avivaron el descontento
de los aliados itálicos, que veían cómo Roma malgastaba sus recursos materiales y humanos sin concederles
ninguna compensación. Roma denegó repetidas veces la concesión de ciudadanía a los aliados mientras
continuaban los abusos de poder, por lo que finalmente estalló la guerra (90). El núcleo de aliados rebeldes
se encontraba en la Italia central, en las comunidades de pueblos marsos y samnitas; establecieron una
“capital”, Corfinium (que rebautizaron como Italia), y crearon instituciones que copiaban la estructura
administrativa romana: dos cónsules, doce pretores y un senado propio de 500 miembros. Por lo tanto, a
Roma le costará mucho imponerse, debido a que utilizaban sus mismo métodos.
De nuevo, los romanos sufrieron sucesivas derrotas al comienzo de la guerra que amenazaron con extender
la rebelión a los etruscos y umbros, por lo que se intentó una maniobra política para restar apoyos a la
sublevación: ese año, la lex Iulia concedía la ciudadanía romana a todos aquellos aliados que no se hubiesen
sublevado, y al año siguiente (89), la lex Plautia-Papiria la concedía a todos los itálicos con residencia en Italia
que la solicitasen en el plazo de 60 días. Con estas medidas la revuelta se desmoronó, aunque pervivieron
focos de resistencia en Piceno y Samnio, que fueron aniquilados sin cuartel por el cónsul Pompeyo Estrabón.
La época de Sila (88-78 a.C.). En las elecciones consulares del año 88 se impuso L. Cornelio Sila,
perteneciente a una rama empobrecida de la gens patricia Cornelia que había desarrollado su carrera militar
como legado de Mario en las guerras contra Yugurta y los germanos y más tarde en la propia Guerra de los
Aliados. En las elecciones, obtuvo el mando de la guerra que se había declarado contra el rey Mitrídates VI
del Ponto, en la que Sila esperaba cimentar su carrera militar y política, pero las maniobras de sus rivales en
el Senado le arrebataron dicho mando y se lo concedieron a Mario, que tenía ya cerca de 70 años. Sila
reaccionó tomando una decisión que cambiaría la historia de Roma: al mando del ejército destinado a la
guerra contra Mitrídates, marchó contra la propia Roma. Sila ocupó la ciudad por la fuerza de las armas,
derogó aquellas leyes que le perjudicaban y declaró a Mario enemigo público, con lo que éste se vio obligado
a huir. Dejando la ciudad mínimamente pacificada, marchó a Asia donde libró una durísima guerra contra
Mitrídates (I G. Mitridática, 88-84 a.C.), pero finalmente pudo regresar triunfante a Italia en el año 83.
En su ausencia, los partidarios de Mario se habían recuperado bajo el impulso del nuevo cónsul, L. Cornelio
Cinna, quien imitó a Sila entrando en Roma con su ejército, asesinando a sus rivales políticos (Mario participó
en este nuevo golpe de estado, pero murió en el año 86) y haciéndose nombrar cónsul de forma consecutiva
en los años siguientes, hasta su asesinato en un motín (84). Sila se encontró a su regreso, por tanto, con la
oposición del Senado, lo que propició el estallido de la I Guerra Civil (83-82 a.C.). Al frente de su ejército de
veteranos, Sila barrió rápidamente a las fuerzas del Senado, y entró nuevamente en Roma (82), esta vez con
el objetivo de reorganizar la República: mediante una ley concedida por la asamblea, obtuvo poder de dictador,
con el que aniquiló a sus rivales políticos (proscripciones), asentó a sus veteranos (más de 120.000 hombres)
en colonias y tierras por toda Italia, y reformó las instituciones republicanas para que un episodio como el
suyo no volviese a producirse. En el año 79, sin embargo, abdicó por sorpresa de todos sus poderes y se
retiró a sus fincas, donde murió al año siguiente (78).
La época de Pompeyo (78-61 a.C.). Cuando Sila regresó de Oriente (83), entre los apoyos que recibió se
encontraba el joven hijo de Pompeyo Estrabón, Gn. Pompeyo Magno, quien reunió un ejército privado de
dos legiones y se unió a la causa silana. Su apoyo a Sila y su participación en la guerra civil le valieron una
reputación militar y un peso político que le permitieron hacer carrera tras la muerte del dictador: sin ejercer
ninguna magistratura oficial y mediante la concesión de mandos extraordinarios, se le puso al frente de la
guerra contra Emilio Lépido (78) primero y contra Sertorio (Guerra Sertoriana, 76-72) después; Q. Sertorio,
antiguo legado de Mario y gobernador de la Hispania citerior (83), había sido expulsado de Hispania por los
seguidores de Sila, pero regresó con un ejército de exiliados romanos (78) y se asentó en Lusitania, desde
donde dirigió una revuelta que se extendió por todo el centro de la Península Ibérica. Pompeyo contrarrestó
la guerra de guerrillas de Sertorio privándole gradualmente de aliados, hasta que fue asesinado por sus
seguidores.
A su regreso a Roma (71), se encontró con que su posición se veía amenazada por el ascenso de otro hombre
fuerte, M. Licinio Craso, quien había sofocado la revuelta de esclavos de Espartaco (72-71), y aspiraba al
consulado. Condenados a entenderse, ambos aspirantes obtuvieron el consulado (70) y promulgaron diversas
leyes para sanear las instituciones y el censo de ciudadanos después de las sucesivas guerras. Con su
reputación en ascenso, Pompeyo obtuvo (67, lex Gabinia) un mando absoluto para una campaña a gran
escala contra los piratas en el Mediterráneo (imperium proconsular sobre todos los mares y costas); el mando
se le concedió por tres años, pero Pompeyo limpió los mares en apenas tres meses. Su éxito le valió la
concesión de otro mando (66), esta vez en Oriente, nuevamente contra Mitrídates VI del Ponto (III G.
Mitridática, 75-63 a.C.), quien llevaba desde el año 75 poniendo en jaque a los ejércitos romanos en Asia.
Pompeyo derrotó a Mitrídates e invadió primero Armenia, a la que obligó a convertirse en aliada y cliente de
Roma, y poco después los últimos restos del antiguo imperio Seleúcida, que convirtió en una provincia (Siria).
En una sola campaña, Pompeyo expandió los dominios romanos en Oriente por toda Asia Menor y el Levante,
dominios que Pompeyo organizó convirtiendo a los pequeños reinos y principados de la zona en clientes y
vasallos de Roma. A su regreso a Italia (62), Pompeyo era el hombre más poderoso del imperio.
La conjura de Catilina (63 a.C.). En Roma, el Senado trataba de conservar su influencia y poder frente al
desafío de estos grandes hombres y sus ambiciones personales. En el año 63, llegó al consulado M. Tulio
Cicerón, un homo novus de Arpino que había basado su prestigio en su exitosa actividad en los tribunales
romanos. Ese año, Cicerón descubrió una conjura para dar un golpe de estado dirigida por el patricio L. Sergio
Catilina, quien había perdido sucesivamente las elecciones consulares y decidió por tanto recurrir a la
violencia (a imitación de Sila o Cinna) para cumplir sus ambiciones de poder. Cicerón supo de la conjura y
logró expulsar a Catilina de Roma mientras reunía pruebas para juzgarle. Catilina se puso al frente de un
ejército de seguidores y esclavos en Etruria pero fue derrotado y muerto por las legiones enviadas por el
Senado.
La época de César (61-44 a.C.). El choque entre Pompeyo y Craso no se produjo por la mediación de otro
hombre en ascenso, C. Julio César. Miembro de una antiquísima familia patricia y emparentado con C. Mario
a través de su tía Julia, César era miembro del Senado y trataba de labrarse una carrera política y militar
ejemplar tras haber servido como legado en Oriente y como pretor en Hispania. Los tres hombres llegaron a
un entendimiento (61) y cerraron un acuerdo privado de apoyo mutuo que conocemos como el Primer
Triunvirato y que duró 8 años (61-53 a.C.). Gracias a ese apoyo, César se convirtió en cónsul (59) y pudo
promulgar leyes para favorecer a Pompeyo y Craso (reparto de tierras para los veteranos de Pompeyo,
beneficios económicos para Craso); al término de su consulado obtuvo un mando proconsular para actuar
contra las tribus galas transalpinas, que estaban envueltas en disputas internas. César actuó durante 8 años
en la Galia (G. de las Galias, 58-51 a.C.), derrotando a las coaliciones de tribus (la última de ellas liderada
por el jefe Vercingetorix) y conquistando todo el país hasta el río Rhin, que sería la frontera septentrional de
Roma durante los 5 siglos siguientes. César intentó incluso desembarcar en Britania (55-54), pero la
resistencia local le obligó a retirarse. En el proceso, César reclutó y entrenó sus propias legiones, que se
volvieron fanáticamente leales a su figura.
César, Craso y Pompeyo renovaron su acuerdo en el año 56, lo que permitió a los dos últimos alcanzar el
consulado en 55 y obtener al término un mando proconsular por 5 años en Siria e Hispania (respectivamente).
Craso murió en Oriente, en una desastrosa batalla contra los partos (Carras, 53 a.C.), y el acuerdo se debilitó.
Pompeyo y César se distanciaron, cosa que los rivales de César aprovecharon: al concluir su mando
proconsular en la Galia (51), el Senado reclamó su retorno inmediato a Roma y el licenciamiento de sus
legiones; César, consciente de que eso le ponía en bandeja ante sus enemigos, tomó la decisión de marchar
sobre Roma, con lo que invadió Italia con su ejército (cruce del río Rubicón, 49); el Senado confió la defensa
a Pompeyo, con lo que comenzó la II G. Civil (49-45 a.C.). El Senado huyó de Italia y se refugió en Grecia,
pero César decidió atacar primero las bases pompeyanas en Hispania y luego perseguir a Pompeyo, con
quien se enfrentó en la batalla decisiva de Farsalia (45). Pompeyo huyó a Egipto, pero fue asesinado allí.
César terminó de limpiar los últimos reductos pompeyanos en el Mediterráneo y luego se dirigió a Roma para
organizar la República. Se nombró “dictador perpetuo” y promulgó leyes para restaurar el orden republicano,
asentar a los veteranos y restaurar el orden tras la guerra. Viendo que no pretendía abandonar el poder, sus
enemigos políticos (liderados por M. Junio Bruto y C. Casio Longino; algunos de ellos habían sido perdonados
al finalizar la guerra) le asesinaron en una reunión del Senado (44).
El ascenso de Augusto (44-27 a.C.). El asesinato de César sumió nuevamente a Roma en el desorden. Su
sucesor más evidente era Marco Antonio, uno de sus principales legados militares en la Galia y en la guerra
civil, pero en su testamento nombró heredero universal a un sobrino- nieto lejano, C. Octavio, al que adoptaba
como hijo (se convirtió en C. Julio César Octaviano). Marco Antonio controlaba las legiones de César, pero
Octaviano supo utilizar el inmenso capital político y el prestigio de César: reunió un ejército propio que utilizó
para marchar sobre Roma y forzar al Senado a nombrarle cónsul con apenas 20 años. Con el fin de ganar
tiempo, y con la excusa de perseguir a los asesinos del dictador, que habían huido a Grecia, Octaviano cerró
con Marco Antonio y M. Emilio Lépido un acuerdo para repartirse el poder (Segundo Triunvirato, 43-36), que
esta vez se hizo oficial mediante una ley (lex Titia, 43), la cual les situaba por encima de las magistraturas
ordinarias durante 5 años y les permitía repartirse las provincias del imperio para su administración.
Los nuevos triunviros comenzaron decretando unas proscripciones contra los rivales de la causa cesariana
en las que murieron hombres como Cicerón (43). A continuación, Octaviano y Marco Antonio derrotaron a los
asesinos de César en la batalla de Filipos (42) y se repartieron el imperio: Oriente para Marco Antonio,
occidente para Octaviano, y las provincias africanas para Lépido. Mientras Marco Antonio se concentraba en
preparar una guerra contra los partos, Octaviano se dedicó a consolidar su poder en Occidente: derrotó al hijo
de Pompeyo, Sexto, que dominaba Sicilia con una flota (36), y después arrinconó a Lépido, arrebatándole el
control de las provincias africanas (36). El triunvirato estaba roto. Marco Antonio se centró en Oriente,
casándose con la reina de Egipto, Cleopatra VII (que había sido amante de César y había tenido un hijo con
él, Cesarión), por lo que el enfrentamiento con Octaviano estaba servido: ambas flotas se enfrentaron en la
batalla de Actium (31), pero Marco Antonio y Cleopatra fueron derrotados y huyeron a Egipto, donde se
suicidaron. Todo el poder del imperio quedó en manos de Octaviano, quien decidió consolidarlo de forma más
astuta que sus predecesores: en una ceremonia oficial (27 a.C.), Octaviano devolvió todos sus poderes al
Senado y se convirtió nuevamente en un individuo privado, pero el Senado le concedió numerosos honores,
entre ellos el título de Augustus, que incorporaría en adelante a su nombre.
INSTITUCIONES DE ROMA
Lo que llama la atención a los antiguos sobre el sistema político romano fue el equilibrio conseguido entre las
distintas instituciones (asamblea o comitio, magistratura y senado) que denominaban como constitución mixta.
Nadie podría decir con seguridad cuál prevalece y qué sistema impera porque toma elementos de la
monarquía, aristocracia y democracia. Las distintas instituciones se controlan entre ellas de manera que
ninguna tiene un poder excesivo sobre las otras.
El senado estaba formado por aproximadamente 300 senadores, cuya pertenencia era un privilegio individual,
no tratándose de una clase aunque esa condición era vitalicia. Se podía acceder a partir del ejercicio de
determinadas magistraturas, fundamentalmente el consulado, pretura y tribuno de la plebe. Los que dejaban
estos cargos, solían acceder directamente al senado pero ya cuando ejercían ese año estaban invitados al
senado. No se trata de un organismo estrictamente patricio. Sus funciones como consejo son deliberativas y
se encargan de aquellas funciones prioritarias para el mantenimiento de la ciudad: finanzas (controlan el
tesoro) y política exterior (peticiones de aliados, delegaciones extranjeras y al extranjero…). El senado era
por tanto el primero en enterarse de la mayoría de noticias y en tener la información privilegiada. También
controlaba la declaración o no de la guerra, así como muchas actividades bélicas.
Las decisiones del senado no tenían validez hasta que eran aprobadas por la asamblea, aunque lo habitual
era aprobarlas prácticamente directamente. Las altas magistraturas eran los que podían convocar al senado,
normalmente los cónsules. Las intervenciones se hacían en orden jerárquico comenzando por el miembro
más anciano y por lo tanto prestigioso (princeps), tras ello, hablaban los magistrados en orden de importancia.
Después, hablaban los restantes senadores. Su dinámica interna hacía que luego sólo unos pocos hablasen:
los jefes de facción.
La magistratura. Se va consolidando el cursus honorum, una carrera para llegar a ocupar cargos públicos, lo
cual proporcionaba un gran prestigio a aquellos que los ocupaban. Las magistraturas son todas anuales
excepto la dictadura y censatura. Son todas colegiadas (tienen varios magistrados elegidos), excepto la
dictadura, con el objetivo de equilibrar el poder. Entre los cónsules existían las fasces, símbolo que rotaba
entre los cónsules para que uno tuviera preferencia a la hora de tomar alguna decisión. El senado les
destinaba partidas presupuestarias muy escasas por lo que si alguno quería destacar, ponían mucho dinero
de su bolsillo. Su trabajo era gratuito por lo que muchas veces debido a las obras que emprendían se
acababan endeudando y recuperaban el dinero mediante el gobierno de las provincias (las saqueaban). Todas
las magistraturas son electivas.
Hacían una distinción entre magistraturas mayores y menores. Los censores eran la magistratura más alta,
su mandato duraba 18 meses y realizaban y actualizaban el censo cada 5 años, su trabajo era esencial para
dictaminar la participación o no de los individuos en distintas actividades.
La siguiente más alta era el consulado porque eran los dos grandes generales y comandantes de tropas. A
los cónsules se les concedía un poder especial que denominaban “imperium” para que pudiesen desempeñar
sus funciones ya que muchas veces debían obligar a los ciudadanos a realizar determinadas actividades y
así, poder desempeñar su trabajo. También se le concede a los pretores, los jueces, para que los ciudadanos
respetaran sus decisiones y sentencias. El imperium lo concedía una asamblea específica.
Después del consul estaba el pretor y después los ediles, cargos muy susceptibles de corrupción, ya que se
encargaban del abastecimiento de alimento. Estos hacían muchas veces especulaciones y retrasaban la flota
para que subiera el precio de estos y se llevaban una parte de esto. Normalmente cuando había retrasos,
todos apuntaban al edil.
Los siguientes eran los questores que se encargaban de las cuentas públicas.
Después el tribunado de la plebe, era obligatorio ser plebeyo para serlo y afectaban a su sector. A mediados
del siglo II, deciden que sus decisiones afecten al conjunto de la ciudadanía. Contaba con un gran conjunto
de poderes: elaborar leyes (únicos con consul), veto, sacro santidad (inmunidad, garantía de control de la
magistratura) y el auxilium (hace extensiva esa sacro santitas a un protegido).
El dictator era una magistratura excepcional en caso de crisis que interrumpía el funcionamiento de todas las
magistraturas para reunir ese todos los poderes.
Las asambleas o comitium/comitia que tenían distintas funciones dependiendo de las estructuras de los
participantes. La que tenía más poder era la asamblea por centurias y debía realizarse fuera del recinto de
Roma, ya que eran la representación del pueblo por armas (Roma = lugar sagrado). Los concilium plebis eran
aquellos en los que solo los plebeyos podían participar que decidían los plebiscitos, que a partir del siglo II,
también se aplicarían a los patricios.
1. Cada vez más individuos intentan aumentar sus cuotas de poder personal por medios legales y paralegales,
normalmente a costa de las instituciones romanas.
Todas estas características, que previamente eran una excepción y se daban en momentos específicos, se
convertirán en norma.
3. Desequilibrio entre la ciudad-estado y el imperio, ya que trata de gobernarlo con las mismas instituciones
anteriores. Esto generará muchos choques y desajustes, cambiando el significado y muchas funciones de sus
instituciones para poder adaptar la administración a las necesidades del imperio. Así se generaban ocasiones
excepcionales como la dotación de mayor poder a ciertas personas o instituciones.
4. Transformación social y militar. Roma ha crecido y se ha enriquecido mediante la expansión, lo cual provoca
una mayor polarización social, enriqueciéndose más los miembros de la élite. Así, la sociedad se convierte en
más compleja y jerarquizada, apareciendo muchos nuevos estratos sociales. El sector de los campesinos
propietarios de tierra son la espina dorsal de la economía romana y los que van constantemente a la guerra,
lo que se traduce en pérdida de tierras o deudas. Como consecuencia, pierden la condición ciudadana y ese
cuerpo ciudadano se ve mermado, perdiendo parte de sus componentes. Previamente, el ejército romano era
uno a la helenística: movilizan a los ciudadanos que se equipan a sí mismos, por lo tanto, sólo los de clase
alta. A partir del siglo IV a.C., surge la necesidad de hacer enganches: unirse al ejército durante periodos
prolongados de tiempo. A partir de ahí, el Estado comienza a garantizar el equipamiento, lo que se traduce
también en la homogeneización del armamento y uniforme. Muchos hombres acaban convirtiéndose
prácticamente en soldados profesionales con servicios que duran decenas de años.
5. Polarización política. Comienzan a romperse las normas y empieza un clima de máxima violencia y caos.
Surgen dos grandes facciones dentro de la élite: optimates y populares. Los optimates son el sector más
conservador y no apoya los experimentos que se irán sucediendo; mientras que los populares serán mucho
más innovadores y no les importará utilizar a la plebe dentro de esta contienda.
Sin embargo, este líder no se presentó como un rey autoritario, figura tradicionalmente despreciada por los
romanos, sino que convivió con la administración republicana y se presentó como princeps, como “primer
hombre” de Roma en honores y prestigio. El Principado, por tanto, mantuvo la fachada de la restitución
republicana aunque en la práctica el princeps gobernaba casi por decreto y poseía una administración paralela
para la gestión de sus responsabilidades y ocupaciones, la administración imperial. Simultáneamente, el
princeps trataba de consolidar su poder estableciendo los fundamentos de un sistema sucesorio que permitiría
la perpetuación de una familia en el poder; a medida que la autoridad individual del princeps y su sistema
sucesorio se fueron imponiendo, la convivencia con las instituciones republicanas fue haciéndose cada vez
más problemática. El origen de este sistema se encuentra en Augusto.