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La Misión Del Matrimonio (Libro)

El matrimonio, según la Biblia, tiene su esencia en la amistad y el propósito de combatir la soledad humana, como se refleja en la creación de Eva como compañera de Adán. La verdadera amistad se caracteriza por la constancia, transparencia y un interés común, lo que permite a los individuos apoyarse mutuamente en su camino espiritual. En el contexto cristiano, la amistad se fortalece a través de la fe compartida en Cristo, fomentando el crecimiento mutuo y la ayuda en las dificultades de la vida.

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La Misión Del Matrimonio (Libro)

El matrimonio, según la Biblia, tiene su esencia en la amistad y el propósito de combatir la soledad humana, como se refleja en la creación de Eva como compañera de Adán. La verdadera amistad se caracteriza por la constancia, transparencia y un interés común, lo que permite a los individuos apoyarse mutuamente en su camino espiritual. En el contexto cristiano, la amistad se fortalece a través de la fe compartida en Cristo, fomentando el crecimiento mutuo y la ayuda en las dificultades de la vida.

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La misión del matrimonio

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó


a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del
agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa
semejante, sino que fuese santa y sin mancha.
(Efesios 5:25-27)
Hemos dedicado un espacio a analizar la esencia del
matrimonio y ahora es necesario preguntarnos “¿Qué
sentido tiene?” ¿Cuál es en realidad su propósito? La
respuesta que la Biblia da a esa cuestión comienza
señalando que el principio del matrimonio es la amistad.
La soledad en el Paraíso
En Génesis 1-2, según Dios creaba el mundo, iba
contemplando lo que hacía, declarándolo “bueno”. Esa
valoración se repite en siete ocasiones ya en el primer
capítulo, enfatizándose la grandeza, la gloria y la excelencia
del mundo material de la creación.1 No deja por ello de ser
sorprendente que, tras haber creado Dios al primer hombre,
dijera “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis
2:18), entendiéndose por ello que todavía falta algo. Pero
además de ser sorprendente en contraste con lo leído hasta
aquí, suscita la siguiente cuestión: ¿Cómo puede ser que
Adán no estuviera en una “buena condición” si se hallaba
en un mundo perfecto y, sin duda, tenía ya una relación
perfecta con Dios?
111
La respuesta la encontramos en las palabras que Dios
pronuncia en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen”. Surge entonces de inmediato la pregunta, “¿Quién
queda incluido en ese nuestra? ¿De quién habla Dios? Una
posible respuesta es que está dirigiéndose a los ángeles de
la corte celestial, pero en ningún lugar de la Biblia se dice
que los ángeles participaran en la creación del ser humano.
Los teólogos cristianos se han esforzado a lo largo de los
siglos por encontrar una alusión a una verdad tan solo
revelada con la venida de Jesús al mundo, esto es, que Dios
es trino, que Dios ha existido desde la eternidad en tres
personas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—y que se conocen y
que se relacionan entre sí. En consecuencia, y entre otras
cosas más, el que los seres humanos seamos creados a
imagen de Dios significa, por extensión, que estamos
diseñados para relacionarnos.
2
Así que, ahí está Adán, creado por Dios y puesto en el jardín
del Edén, pero su soledad “no es algo bueno”. El relato de
Génesis da a entender que la muy notable capacidad
humana para poder relacionarse, diseñada por Dios para
beneficio nuestro, no cumplía con todas sus funciones en
una relación exclusivamente “vertical” con Dios, sino que
tenía que ser cumplimentada con una relación “horizontal”
con otros seres humanos. Esa es la razón de que, incluso en
el Paraíso, la soledad sea algo terrible. No debería, por
tanto, sorprendernos descubrir que el dinero, las
comodidades, y los placeres que puede ofrecer este mundo
—todo ello esfuerzo nuestro por recrear un paraíso a
nuestro gusto— no pueda satisfacernos de la manera que
puede hacerlo el amor. Lo cual viene a confirmar nuestra
intuición de la familia y de las relaciones como una gran
bendición, y fuente aún de mayor satisfacción que cualquier
otra posible cosa que el dinero pueda proporcionarnos.
Para remediar esa soledad, Dios creó lo que en el relato de
Génesis se nombra como ́ezer, término que significa “ayuda
idónea”, esto es, una compañera.
3 Al ver el hombre a la mujer, su reacción es pura poesía:
“¡Al fin! ¡Esto sí que es en verdad hueso de mis huesos y
carne de mi carne!”. Hay quien ha querido interpretar esas
palabras como “El conocerte ha llenado el vacío que había
en
112
mi vida”. Así, comprobamos ya desde el mismo inicio que
Dios le dio al hombre una compañera para que fuera su
esposa. El personaje femenino de El Cantar de los Cantares
de Salomón es como un eco de la voz de Adán cuando dice
“Este es mi amado y mi amigo” (5:16).
El carácter de amistad
¿Qué es la amistad? La Biblia y, muy en particular, el libro
de Proverbios dedican un espacio notable a definirlo y
describirlo. Una de las principales cualidades que
apreciamos en un amigo es la constancia. El verdadero
amigo “ama en todo tiempo” y muy especialmente en la
“adversidad” (Proverbios 17:17). Su imitador lo tenemos en
los amigos “según la ocasión”, que está a nuestro lado
mientras las cosas marchan bien, pero que desaparece
cuando cesa nuestra prosperidad, nuestra posición o
nuestra influencia (Proverbios 14:20; 19:4, 6, 7). Los amigos
de verdad pueden ser más fieles incluso que un hermano
(Proverbios 18:24) y están siempre a nuestro lado cuando
es necesario. Otra característica esencial de la amistad es
la transparencia y la honestidad. Los amigos de verdad se
apoyan con mutuo afecto (Proverbios 27:9; cf. 1 Samuel
23:16-18), pero también son capaces de criticar
constructivamente cuando es necesario: “Fieles son las
heridas del que ama” (Proverbios 27:5-6). En similitud con
el cirujano, los verdaderos amigos pueden causarte dolor
para curarte. Las discrepancias de opinión entre amigos
fomentan un saludable intercambio de puntos de vista.
“Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza al
amigo” (Proverbios 27:17).
Constancia y transparencia, pues, como las dos principales
cualidades en una genuina amistad. Los amigos de verdad
siempre van a incluirnos y nunca van a fallarnos. En su
descripción de la amistad como relación en la que son
fundamentales esas dos cualidades, decía así una conocida
autora:
El inexpresable consuelo de sentirnos seguros en compañía
de
113
una persona en particular, —no teniendo, por tanto, que
sopesar y medir pensamientos y palabras, por poder con
entera confianza hacerlos manifiestos, declarándolos
espontáneamente tal como son, lo más acertado y lo
menos oportuno a la vez, en la seguridad de que la otra
persona los analizará, desechando lo que no sea oportuno y
conservando lo que de valor tengan, y con ello un
componente de bondad que disperse el resto.

4 Hay, aun así, una tercera cualidad presente en una


verdadera amistad que no es fácil de condensar en un
término unívoco. La palabra adecuada, literalmente, sería
“simpatía” entendida según su significado en origen, esto
es, sentir al unísono con alguien. Lo que quiere decir que la
amistad es más algo que se descubre que algo que se crea
a voluntad. La amistad surge entre personas que
encuentran que tienen intereses afines y deseos e ilusiones
similares.
Ralph Waldo Emerson5 y C. S. Lewis escribieron respectivos
ensayos sobre el modo en que una visión común puede unir
a personas de muy diferente temperamento. Lewis insistía
en que la esencia de la amistad se condensa en la
exclamación “¿Cómo? ¿Tú también?”. Así, mientras que el
amor erótico puede representarse como dos personas que
se miran entre sí, la amistad es como dos personas situadas
una junto a la otra contemplando el mismo objeto y
sintiéndose igualmente estimuladas. Lewis habla, en ese
sentido, de un “hilo común invisible” presente en las
películas, los libros, el arte, la música, las diversiones, las
ideas y las situaciones que nos conmueven más
profundamente. Cuando conocemos a una persona que
comparte esas mismas experiencias y sensaciones, hay un
potencial inherente para una amistad real, si se la alimenta
con transparencia y constancia. La paradoja está en que la
amistad no puede girar exclusivamente en torno a sí
misma. Tiene por fuerza que tener un punto externo que le
permita superar los límites más restringidos de la amistad
en sí. Algo con lo que comprometerse y por lo que
entusiasmarse más allá de la relación.
La amistad surge... cuando dos o más personas...
descubren que tienen en común un interés y una visión...
[Como] bien dijo
114
Emerson, ¿Me quieres? significa ¿Ves esta misma verdad?
—o, al menos, ¿Te interesa esa verdad? La persona que
coincide con nosotros en que esa cuestión, no tenida en
consideración por otros, es realmente importante, y hasta
crucial, puede en verdad ser nuestra Amiga... Esa es la
razón de que las personas que, lamentablemente, tan solo
“buscan amigos” nunca van a tener ninguno. La condición
indispensable para tener amigos es aspirar a disponer algo
en común que compartir aparte de la simple amistad. Allí
donde la respuesta verdadera a la pregunta “¿Ves esta
misma verdad?” sea “No me interesa la verdad. Yo lo que
quiero es [que seas mi] amigo”, no va a producirse una
genuina amistad. En la amistad, tiene que haber algo que
compartir, aunque solo sea el deporte o las mascotas.
Aquellos que no tengan nada que compartir, que no tengan
meta a la que aspirar, difícilmente van a encontrar a nadie
que les acompañe.6
La amistad cristiana
Al acercarnos al Nuevo Testamento, descubrimos que
todavía hay una capa más que añadir al edificio de la
amistad. Así, la amistad es tan solo posible cuando existe
una visión y una pasión en común. Y tenemos que pensar
ahí en lo que eso supone para los creyentes. Para aquellos
que creen en Cristo, a pesar de posibles diferencias en
cuanto a clase, temperamento, cultura, raza, sensibilidad e
historia personal, existe un sustrato común que está por
encima de cualquier otro posible factor. Y ya no es tanto un
“hilo conductor” como un indestructible “cable de acero”.
Los cristianos han experimentado en su conversión la gracia
de Dios manifiesta en el evangelio de Jesús. Todos los
creyentes gozamos de una nueva identidad, siendo por
tanto nuestro nuevo llamamiento en Dios lo fundamental en
nuestras vidas. Anhelamos por ello el futuro que se perfila
en lo que la Biblia denomina “nueva creación”. El apóstol
Pablo habla, en ese sentido, de “la buena obra” que Dios
lleva a cabo en los creyentes, que tendrá su punto
culminante al final de los tiempos (Filipenses 1:6). Todos sin
excepción seremos entonces nuestro auténtico yo, como
fue en el primer momento de la creación, liberados de
nuestras faltas y debilidades, y de todas nuestras
imperfecciones.
115
Pablo habla, por tanto, de una “gloria futura,” por estar ya
liberados de “la aflicción presente... para una libertad
gloriosa” (Romanos 8:18-21). Mientras tanto, “esperamos
anhelantes” la plena redención final (Romanos 8:23).
¿Qué significa todo eso a efectos prácticos? Pues, en
principio, que una pareja cristiana que tenga en común su
fe en Cristo puede disfrutar de una genuina y profunda
amistad, ayudándose mutuamente en el camino hacia una
nueva creación, llevando a cabo, mientras tanto, un
ministerio terrenal. ¿Cómo puede hacerse efectivo esto en
nuestras vidas?
En primer lugar, con una genuina transparencia espiritual.
La amistad cristiana permite no solo una mutua confesión
de pecados (Santiago 5:16), sino que puede señalar en
amor las respectivas faltas para su corrección (Romanos
15:14). En el ámbito de la amistad cristiana, se puede dar
una constructiva “licencia de caza” de errores y malos
entendidos (Gálatas 6:1). Los amigos en la fe pueden
estimularse mutuamente allí donde se produzca un
estancamiento espiritual (Hebreos 10:24). Y eso es algo que
muy bien puede darse en nuestro diario caminar (Hebreos
3:13). Los amigos cristianos reconocen la existencia de
errores y de fallos, pidiendo u ofreciendo por ello perdón y
restauración (Efesios 4:32), dando por tanto los pasos
necesarios para la reconciliación donde y cuando sea
necesario (Mateo 5:23ss.; 18:15ss.).
En segundo lugar, estaría la constancia. Los amigos
cristianos soportan los unos las cargas de los otros (Gálatas
6:2), siendo fieles tanto en lo bueno como en las
dificultades (1 Tesalonicenses 5:11, 14-15), compartiendo
sus bienes materiales y sus vidas cuando surja la necesidad
(Hebreos 13:16; Filipenses 4:14; 2 Corintios 9:13). Los
amigos tienen que animarse y confirmarse mutuamente
(Romanos 12:36,10; Proverbios 27:2), destacando para ello
dones, capacidades y puntos fuertes. El estudio y la
adoración compartida servirá para edificación conjunta
(Colosenses 3:16; Efesios 5:19).
El cuadro de la amistad espiritual que la Biblia presenta es
116
verdaderamente notable. Así, la amistad cristiana no es tan
solo disfrutar en compañía de buenos ratos y diversiones.
Se trata de la unión que se fragua en ese caminar juntos
hacia un mismo destino, prestándose mutua ayuda y
afrontando al unísono los retos y las dificultades de la
existencia. El mundo del cine nos ha dado últimamente
toda una serie de películas centradas en el tema de la
amistad, de mayor o menor mérito artístico, destacando,
entre otras, El Señor de los Anillos. En cada una de las
historias representadas, aparece un grupo dispar de
personas que se juntan por una causa común que los
cohesiona, dejando por ello a un lado diferencias de raza,
clase y posición, y hasta posibles rencillas, por tener en
común una misma meta y una misma misión, y formando
por ello un equipo. Así, podrán ayudarse, animarse, retarse
y exhortarse mutuamente, haciendo de los respectivos
puntos débiles motivo de cambio y progreso, resultando
reforzada por ello su amistad.
¿Cómo puede la amistad de carácter sobrenatural, que
puede darse entre dos creyentes, relacionarse con la clase
de amistad descrita por Emerson y Lewis, con base
simplemente en aficiones e intereses comunes? La
respuesta es que pueden coexistir y superponerse. Un
creyente puede ser un gran amigo de alguien que no crea,
pero con el que comparte determinada afición o interés. Si,
por ejemplo, les gusta un mismo autor, pueden compartir
impresiones y juicios, disfrutando de ese amor a la
literatura. Si la amistad es, pongamos por caso, entre dos
madres jóvenes, podrán hablar de sus respectivos hijos y
todo lo que gira alrededor suyo, estrechando lazos pese a
no compartir su fe cristiana. Tal como ya hemos tenido
ocasión de mostrar, dos creyentes pueden disfrutar de la
amistad espiritual a la que se nos insta en el Nuevo
Testamento como “interesarse los unos por los otros”, aun
cuando puede que difieran en cuanto a gustos generales y
temperamento y sean, desde una perspectiva meramente
humana, incompatibles. Es muy posible que las relaciones
personales más ricas y satisfactorias acaben siendo las
integradas por factores tanto naturales como
sobrenaturales o espirituales. El matrimonio puede añadir
ahí el componente del amor romántico, y es así como el
matrimonio puede convertirse en la más rica de toda
posible relación humana.
117
La amistad aporta una profunda unidad que va
desarrollándose a medida que se comparte la verdad en
amor y respeto, según va avanzándose hacia una meta
común. La amistad espiritual es la mayor que puede darse
por ser su perspectiva tan elevada y distante, avanzando
confiadamente con la vista puesta en “la venida de
Jesucristo” y en aquello en lo que nos convertiremos
cuando le veamos por fin sin el rostro cubierto. El apóstol
Juan dice en ese sentido,
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que
cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque
le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.
(1 Juan 3:2-3)
Tu cónyuge como tu mejor amigo
Al presentarle Dios a Adán a su mujer, no le estaba dando
alguien a quien tan solo amar, sino el ser de su misma
especie que él anhelaba. Proverbios 2:17 habla del cónyuge
como ́ allup, término de difícil traducción que puede
entenderse como “confidente particular” o “mejor amigo”.
En unos tiempos en los que las mujeres eran consideradas
propiedad del marido y en los que los matrimonios eran
poco más que transacciones comerciales con vistas a
incrementar la dotación familiar, tanto en lo económico
como en el número de miembros integrantes, fue algo
realmente chocante y extraordinario que la Biblia hablara
de la mujer como esposa en esos términos en particular. En
la sociedad actual, con su énfasis en el romance y en el
sexo, sigue siendo igual de radical desear que nos una a
nuestra pareja una relación de amistad, aunque por una
razón diferente. En las sociedades tribales, la cuestión
romántica no tenía la misma importancia que el estatus
social, mientras que, en las individualistas sociedades
occidentales, el romance y el sexo importan por encima de
cualquier otra posible consideración. La Biblia, en cambio,
sin ignorar la responsabilidad con la comunidad, o la
importancia del romance, pone un gran
118
énfasis en el matrimonio como compañerismo.
Lo comprobamos en el texto ya citado de Efesios 5. Ahí, el
apóstol Pablo está hablando a un público de trasfondo
pagano, imbuidos de la noción del matrimonio como
transacción social. En aquellos tiempos, uno debía procurar
casarse de la forma más ventajosa posible para beneficio
del estatus social de la familia. La función de la esposa era
proporcionar un nexo de unión con otra familia aceptable y
tener hijos que lo perpetuaran. Eso era lo que se esperaba
el matrimonio como institución.
El apóstol, en cambio, da a sus lectores una visión del
matrimonio que tuvo que haberles dejado atónitos. La razón
de ser del matrimonio cristiano nada tenía que ver con el
estatus social y la estabilidad, como en las culturas
antiguas, ni tampoco se aspiraba a una felicidad derivada
de románticas emociones, como ocurre hoy día. Pablo insta
a los maridos a poner en práctica el amor sacrificial de
Jesús. Pero Pablo no se detiene ahí, sino que pasa a detallar
el objetivo de ese amor sacrificial, que no es otro que la
“santificación” (versículo 26) para poder “presentarla” en
radiante belleza y esplendor (versículo 27 a), y totalmente
“santa y sin mancha” (versículo 27 c). ¡Se espera, pues, de
nosotros que seamos una nueva creación! Para ello tienen
que desaparecer toda mancha y defecto, todo pecado, y
todo lo que impida que seamos “santos”, “gloriosos”, y “sin
mancha”.7
En otro texto distinto, Pablo les comunica a los creyentes de
Filipos que “Aquel que empezó la buena obra en vosotros,
la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1:6). Eso indica
un proceso, que tuvo su inicio el día en que creímos en
Jesús, y que conocemos comúnmente como “santificación”.
Pablo está diciendo ahí que no hemos de pensar que ese
proceso llegue a su plenitud antes del fin de los tiempos,
porque de ninguna manera va a poder alcanzarse
semejante perfección aquí y ahora. Pero también nos avisa
de que bajo ningún pretexto perdamos la esperanza de esa
certeza futura. Jesucristo completará su obra. De forma
paulatina pero segura, y mediante la acción del Espíritu,
asumiremos nuestro
119
“nuevo yo, creado según Dios” (Efesios 4:24). Durante esta
vida, y en la medida en que confiemos en Dios y
aprendamos a conocerle, estaremos “siendo transformados
de gloria en gloria a semejanza de Cristo” (2 Corintios
3:18). Incluso (y muy particularmente) los sufrimientos que
padezcamos nos harán más sabios, más fuertes, más
profundos y mejores.
De manera que nosotros que de aquí en adelante a nadie
conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos
según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto
proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación.
(2 Corintios 4:16-18)
¿Cómo Pablo puede decir a todos los creyentes que la obra
de nueva creación comenzada en nosotros vendrá a
plenitud? Pues por la sencilla razón de que Jesús sigue
presente y activo entre nosotros, cuidando de su obra. Jesús
es nuestro amigo definitivo y “más cercano que un
hermano”. Jesús nunca va a fallarnos. Él está
completamente entregado a transformarnos en seres
gloriosos y excepcionales a semejanza suya. En Juan 15:9-
15, se nos informa de que esto es posible por ser él nuestro
Amigo Divino, pero, en Efesios 5, eso es algo que tiene
lugar por ser Él el Esposo Divino de su Iglesia, que somos
nosotros. En virtud de su obra redentora, Jesús es a la vez
nuestro Amigo y nuestro Prometido, y ese es el modelo que
ha de imperar en el matrimonio cristiano. Marido y mujer
tienen que ser a un tiempo amantes y amigos, en imitación
a Cristo. Jesús tuvo la visión de nuestra futura gloria
(Colosenses 1:27; 1 Juan 3:2) y todo cuanto obra en
nuestras vidas nos lleva hacia esa meta final. Efesios 5:28
relaciona directamente el propósito del matrimonio con la
meta última de la Unión definitiva. “De esa misma manera,
maridos amad a vuestras esposas...” ¿Cómo podría
entonces ser de otra forma? Si dos personas que antes no
se conocían habrán de estimularse mutuamente en amor
para toda buena obra (Hebreos
120
10:24), fomentando y potenciando los respectivos dones en
mutua responsabilidad para desistir del pecado (Hebreos
3:13), ¿cómo no habrán de hacerlo aún más como marido y
mujer? 8
Este principio, que los cónyuges también han de poder ser
amigos, cambia por completo la perspectiva cuando se
trata de la cuestión de compatibilidad de cara a una futura
relación marital. Si pensamos en el matrimonio
principalmente desde la perspectiva del amor erótico, la
compatibilidad quedará reducida a atracción y química
sexual. Si se piensa en el matrimonio como una plataforma
para alcanzar el estatus social deseado, entonces la
compatibilidad supone formar parte de la clase social
deseada y quizás poder compartir gustos y aficiones, y unas
aspiraciones de vida. El problema con todos esos factores
es que no son duraderos. La atracción disminuye o
desaparece, por mucho que nos esforcemos por evitarlo. El
estatus económico y social puede dar un vuelco de la noche
a la mañana. Cuando se piensa haber encontrado la
compatibilidad en base a todos esos factores, suele
acabarse haciendo el doloroso descubrimiento de que se ha
cimentado la relación sobre terreno inseguro. La mujer
bonita deja de cuidar su aspecto; el hombre pierde el
trabajo y la posición social que lo acompañaba, y la
compatibilidad se viene abajo.
Pero lo peor de todo es que la atracción sexual y la posición
social no aportan ningún tipo de visión común externa. En
realidad, ¿para qué creemos que sirve el matrimonio? ¿A
dónde va a conducirnos? Si hay de por medio intereses
profesionales y económicos comunes, la unión tendrá su
razón de ser de camino hacia una meta. Pero lo cierto es
que no suele mantenerse por un tiempo prolongado. Ese
tipo de objetivos no fomenta la unión, porque, una vez que
se alcanzan, normalmente por separado, ¿qué sentido tiene
seguir juntos? Si nos casamos por satisfacción sexual, o por
interés económico, el sentido a largo plazo desaparece. Y la
falta de sentido y de perspectivas compartidas no fomenta
el caminar en compañía.
Un horizonte amplio
121
¿Para qué puede decirse entonces que es el matrimonio?
Sencillamente, para mutua ayuda en el descubrimiento y
desarrollo de nuestra esencia presente y futura, y ello como
criaturas hechas nuevas en Cristo camino de la perfección
final. El horizonte común de marido y esposa se fija en el
Trono divino, en la naturaleza sin mancha y santa que
tendremos en Cristo. No puedo imaginar horizonte más
grandioso que ese, y por ello poner la amistad cristiana en
el corazón mismo de la relación marital puede llevarnos a
un nivel infinitamente superior a cualquier otro que
podamos pensar.
¿Has tenido alguna vez la experiencia de estar en la
montaña en medio de lluvia y niebla? Si miramos alrededor,
lo único que distinguimos es contornos borrosos y la tierra
que pisamos. Ahora bien, cuando la lluvia cesa y las nubes
se despejan, puede que tengamos que contener el aliento
ante la belleza que se despliega ante nuestros ojos, porque,
en lo más alto de esa mole, se yergue orgulloso un pico
impresionante. Un par de horas más, y la niebla nos
arrebatará nuevamente la visión. Igualmente sucede con la
vida del creyente. Está por una parte, el antiguo yo y, por la
otra, el nuevo ser regenerado (Efesios 4:24). El antiguo yo
está lleno de achaques y problemas, la necesidad, por
ejemplo, de demostrar su valía, los malos hábitos difíciles
de erradicar y los pecados que no cesan en su asedio,
atrincherados tras los defectos de carácter. En el nuevo yo,
persiste todavía el antiguo, pero ahora ya liberado de
pecados antiguos y de sus lacras. Ese nuevo yo está
siempre activo y en constante progreso, pero sucede que la
neblina del antiguo puede llegar a ocultarlo por completo.
Pero va a haber siempre un momento en el que los
nubarrones desaparecen, para hacerse entonces
manifiestos la sabiduría, la valentía y el amor que son ahora
parte integrante de la nueva criatura. Visión que puede ser
en un principio fugaz, pero que estará ya siempre activa y
en progreso.
Dentro de la concepción cristiana del matrimonio, hay algo
muy en especial que decir respecto al enamoramiento.
Enamorarse consiste en mirar a otra persona y vislumbrar
como en un destello a la persona que Dios está moldeando,
y decir: “¡Veo el resultado
122
final, y no puedo menos que entusiasmarme! Quiero formar
parte de ello. Quiero caminar junto a Dios y junto a ti hasta
llegar a su Trono. Y, cuando por fin estemos allí,
contemplaré el maravilloso resultado final y diré, ‘Siempre
supe que tú podrías ser así. Lo percibí en el mundo terrenal,
y ahora es ya toda una gloriosa realidad’”. Cada cónyuge
contemplará respectivamente esa obra divina de perfección
final por acción y obra de la Palabra del evangelio. Y cada
cónyuge podrá ser además vehículo de esa obra de
transformación, contemplando por anticipado el día en que
estarán conjuntamente ante Dios, inmaculados en belleza y
en gloria.
Mi esposa, Kathy, dice a menudo que la mayoría de las
personas, al estar buscando pareja, esperan encontrar una
estatua perfecta, cuando en realidad deberían estar
buscando el bloque de mármol del que saldrá esa obra.
Bloque que existe no para crear a voluntad la persona que
deseamos, sino porque vemos la clase de persona que
Jesús va a crear y que está creando ya. Cuando a Miguel
Ángel se le preguntó cómo había esculpido su magnífico
David, parece que contestó: “Miré dentro de ese gran
bloque de mármol y fui quitando todo lo que no le
correspondía”, Al buscar pareja para casarnos, cada uno de
nosotros debemos mirar el interior de la persona para tratar
de ver cómo Dios está obrando en su vida y darnos cuenta
entonces de si vamos a ser parte de ese proceso de
creación de un nuevo ser.
Si se lo permitimos... Él convertirá hasta los más débiles e
indignos en criaturas divinas, radiantes, sublimes e
inmortales, pletóricas de gozo y de energía, y de sabiduría y
de amor, en una medida tal que no podemos siquiera
imaginar; cual espejos sin mácula, brillantes en su reflejo a
Dios de su propia obra perfecta (a escala menor). El proceso
puede que sea dilatado y, en parte, doloroso. Pero de eso se
trata en definitiva. Nada más y nada menos.9
Por tanto, no hay que idealizar ingenuamente una realidad
que puede ser brutal. El matrimonio visto así conlleva una
mutua y
123
sincera confesión: “Veo tus fallos, tus puntos débiles y lo
mucho que tendrás que cambiar. Pero por encima de todo
ello, veo también a la persona que Dios quiere que llegues
a ser”. Esta es una actitud que dista mucho de la búsqueda
de una compatibilidad idealizada. Como ya hemos tenido
ocasión de ver, los estudios al respecto han hecho patente
que con el término “compatibilidad” se entiende encontrar
a alguien que nos acepte tal como somos. Lo real es ¡justo
todo lo contrario! La búsqueda de una persona ideal es
empresa fútil. Y difiere asimismo radicalmente de la postura
cínica o fría de buscar pareja idónea que cumpla a la
perfección con nuestras demandas de estatus social,
seguridad económica y perfecta sincronía sexual.
Si no le ves a tu pareja ningún defecto, ni ningún punto
débil, algo que deba cambiar, entonces estarás muy alejado
de la auténtica realidad. Pero, por otra parte, si no te
entusiasma pensar en la persona que tu pareja ya es, y la
que podrá en el futuro ser, tal vez todavía no has
sintonizado con su realidad espiritual. La meta a alcanzar es
ver lo extraordinario de la obra de Dios operando en su
vida. Por el momento, solo apreciamos destellos de lo que
será. Y nosotros debemos estar dispuestos a ser parte de
ese proceso de transformación.
Cuando dos creyentes que entienden esto en toda su
dimensión están por fin ante el siervo de Dios que oficiará
su ceremonia de boda, se dan cuenta, como pareja, de que
lo que va a tener lugar ahí es algo que irá mucho más allá
de las elegantes ropas que visten. Lo que prometerán ahí
como cristianos no es simplemente ante el oficiante, sino
ante Dios mismo. La vida conjunta que emprenderán ha de
ser sin mancha ni defecto, con la esperanza de poder llegar
a oír un día: “Bien hecho, siervos fieles. A lo largo de los
años os habéis ayudado mutuamente en consideración a
mí. Habéis hecho sacrificios. Habéis orado para respectivo
crecimiento y madurez. Os habéis reprendido mutuamente
cuando fue necesario. Os habéis amado y os habéis
preocupado de vivir en todo en mi presencia. Ved ahora el
resultado: personas dignas y radiantes ante su Señor”.
124
El romance, el sexo, la diversión y las risas, forman parte
integrante de un muy amplio proceso de santificación y
glorificación. El aspecto más humano de la relación de
pareja es sin duda muy importante, pero no basta para
mantener vivo y activo un matrimonio de plenitud. Lo que
va a hacerlo posible a lo largo de los años, y pese a las
dificultades, será ese compromiso ante Dios con miras a
algo mucho más elevado y lleno de auténtico significado. El
compromiso como pareja supone dedicarse en cuerpo y
alma a ayudar a nuestro cónyuge a alcanzar esa meta. Una
aspiración inferior, una meta menos ambiciosa, significaría
estar jugando a pasar el tiempo.
Entendido así, podemos constatar que el matrimonio, como
una amistad muy especial entre dos personas
comprometidas, es una verdadera alianza y genuino amor.
Desde la cruz, Jesús no nos vio como seres dignos de todo
afecto y admiración. No estuvo allí presente ninguna
“simpatía” particular. Pero hizo de nuestra necesidad su
prioridad y se sacrificó por nosotros. La Biblia insta a los
cónyuges no solo a seguir el ejemplo de Cristo, sino
asimismo a hacer suya su meta final. Jesús no murió porque
nosotros lo mereciéramos, sino para hacernos dignos de
ello. En palabras de Pablo, Jesús murió para “santificarnos”.
Paradójicamente, eso significa que Pablo insta a los
cónyuges a ayudar a su pareja a que ame a Jesús por
encima de todo.10 Paradoja que no es contradictoria. La
razón de fondo es muy sencilla, porque únicamente si amo
a Jesús más que a mi esposa seré capaz de anteponer sus
necesidades a las mías. Y únicamente estando mi depósito
emocional lleno del amor de Dios podré ser paciente, fiel,
sensible y sincero con mi esposa cuando las cosas no nos
vayan bien, tanto a nivel general como más en particular,
como pareja. Cuanto mayor sea el gozo que me proporciona
mi relación con Jesús, más fácil me será compartir ese gozo
con mi esposa y con mi familia.
Un mensaje para nuestra cultura
La enseñanza de Pablo acerca del matrimonio era, sin duda,
125
radical en el entorno cultural de la época, pero puede que
siga siendo igual de radical en la sociedad actual.
Sucede con frecuencia que tienes amistades del otro sexo
con las que compartes ideas y compromisos. Te fías de su
juicio, sientes que puedes abrirle tu corazón y compartir lo
más íntimo de tu persona sin miedo a la incomprensión. Te
sientes comprendido y notas que tu opinión cuenta, y
también que los consejos que te da son sabios y oportunos.
Pero eso no significa que exista un embeleso romántico. Las
razones de esa falta de atracción física o sentimental
pueden ser múltiples. Pero, sean cuales sean, la química no
está ahí presente. Imagina entonces que conoces a alguien
que te fascina irresistiblemente. Esa persona tiene los
atributos físicos y sociales que estabas buscando y,
además, muestra también un interés por ti. Empezáis
entonces a salir juntos y descubrís que os encontréis muy
bien juntos, y que, según va pasando el tiempo, la relación
progresa y se hace más romántica. Pero, si eres honesto
contigo mismo, esa persona de la que dices estar
enamorándote no es, ni de lejos, tan buena amiga como los
otros amigos que ya tienes, y puede que no sea así durante
bastante tiempo todavía.11
En ese sentido, tienes que hacer frente a un problema, tu
futura pareja tiene que ser tu mejor amiga, y estar ya en
camino de serlo, porque, si no es así, vuestro matrimonio
no va a ser firme y duradero, en una relación que hará de
vosotros mejores personas.
No quiero decir con esto que debamos casarnos con alguien
por quien no sintamos atracción. La Biblia nos indica que
nuestra pareja en el matrimonio tiene que ser más que
nuestra mejor amiga, pero no menos de eso. La mayoría de
nosotros sabemos que hay algo de cierto en el estereotipo
de que los hombres sobrevaloran la belleza en una
potencial pareja, y que las mujeres dan excesiva
importancia a la cuestión económica en su posible
compañero. Pero si te casas por esas razones, y no por la
compañía, no solo correrás el riesgo de un fracaso
sentimental –la riqueza puede desvanecerse y la atracción
sexual seguro que lo hará—, sino que asimismo estarás
exponiéndote a acabar en absoluta soledad. Porque lo que
Adán
126
necesitó en el jardín del Edén no era una pareja sexual, sino
una compañera, hueso de sus huesos y carne de su carne.
Si las personas todavía sin compromiso admitieran ese
principio, cambiaría de forma drástica la manera en que se
busca a la persona idónea. Es característico de las personas
solteras, al entrar en un lugar, mirar a su alrededor, y
empezar a seleccionar no para compañerismo, sino según
potencial atractivo sexual. Digamos, por ejemplo, que tres
de diez son atractivas. El siguiente paso es acercarse a ellas
y ver qué es lo que sucede. Si una al menos está dispuesta
a concertar una cita, y se consolida una relación romántica,
puede que la atracción física incluya el componente de la
amistad y el compañerismo. El factor a tener en cuenta, sin
embargo, es que puede que hubiera un cierto número de
potencial amistad idónea en las personas desestimadas por
encontrarlas poco atractivas físicamente.
Al buscar pareja, solemos pensar primero, y casi de forma
exclusiva, en su idoneidad en el plano amoroso, y si,
además, la relación de amistad y compañerismo es un
factor extra, ¡qué afortunados nos sentimos! Pero, en
realidad, deberíamos estar enfocando la situación
justamente desde la perspectiva opuesta, buscando
primeramente la amistad de alguien que te entienda
incluso mejor de lo que solemos entendernos a nosotros
mismos, y que te haga sentir que puedes ser mejor persona
de lo que ahora mismo eres. Y dar entonces el paso
siguiente que es explorar si esa buena amistad puede
convertirse en romance y matrimonio.
Son muchas las personas que enfocan la cuestión del
matrimonio desde una visión errónea, realizando un enlace
vacío de sentido y carente de futuro.
La prioridad del matrimonio
Hay un importante factor a tener en consideración en el
matrimonio entendido como amistad. Si lo primero que
vemos en nuestra pareja es sexo o seguridad económica,
resultará que tendremos que buscar fuera algo que dé
mayor sentido a nuestra
127
existencia, algo que, en definitiva, satisfaga nuestra alma.
De ser así, hijos, padres, carrera profesional, activismo
político y social, aficiones y círculo de amigos —en exclusiva
o en su conjunto— absorberán tu atención, siendo la
auténtica fuente de gozo y sentido, y concentrando por ello
todas tus energías y emociones en su realización. Pero eso
puede convertirse en una trampa mortal. Tu matrimonio
acabará por morir, más pronto o más tarde, si tu pareja
deja de ser lo prioritario en tu vida. Por el contrario, si tu
pareja no solo es tu cónyuge, sino que al mismo tiempo es
tu mejor amiga, la vida de casado se convertirá en la
relación más importante, más satisfactoria y más estable.
En Efesios 5, Pablo alude a Génesis 2:24 —esto es, que al
casarnos “abandonamos a los padres para unirnos a
nuestra pareja”. En Occidente, no nos sorprendernos a leer
ese pasaje, pero deberíamos hacerlo. Pensemos por un
momento en el contexto en el que se produjo esa
recomendación. Las culturas de la antigüedad enfatizaban
enormemente la relación paterno-filial. El agradar a los
padres, el obrar en conformidad con sus deseos, era algo de
suma importancia. Incluso hoy día, en el seno de culturas
más tradicionales, tanto padres como abuelos son
respetados por su autoridad, esperándose de hijos y nietos
una obediencia prácticamente absoluta. Hay un argumento
de peso para que sea así. Al llegar a la edad adulta,
deberíamos estar dispuestos a admitir que la relación
personal que mayor influencia habrá ejercido hasta ese
momento será precisamente la de los padres y el entorno
familiar, y ello tanto para bien como para mal. Imposible,
pues, olvidar que así es como hemos estado viviendo, y
serán muy pocos los padres que no hayan hecho grandes
sacrificios para beneficio de sus hijos.
Pero, a pesar de todos esos condicionantes culturales, y su
sistema patriarcal, Dios es explícito en el cambio: “Yo no
puse en el Jardín del Edén a un padre con su hijo, puse a un
marido con su mujer. Al casarte con tu pareja, esa nueva
relación tiene que anteponerse a cualquier otra, incluso por
delante del vínculo paterno-filial. Tu cónyuge y tu vida de
matrimonio tiene que ser la prioridad número uno en tu
vida”.
128
Tu matrimonio ha de ser para ti más importante que todo
aquello otro que cuente en tu vida. Ningún ser humano
tendrá mayor derecho a tu amor, tus cuidados, tu
dedicación y tu fidelidad que tu pareja. Dios nos insta a
dejar padre y madre, pese a lo importantes que han sido, y
serán, en nuestras vidas, para poder formar así una nueva
unión que habrá de ser la más primordial y fuerte de
nuestra vida.
Los pseudoesposos
Durante mi ministerio como pastor en un pueblo del Sur de
los Estados Unidos, tuve ocasión de realizar mucha
consejería matrimonial. Algunas parejas habían sufrido por
problemas relacionados con el alcohol, las drogas, la
pornografía o la infidelidad conyugal. Pero, en la mayoría de
los casos, el problema tenía su raíz no en las cosas
negativas, sino en todo aquello de positivo a lo que se
había concedido demasiada importancia. Cuando lo positivo
se apodera de nosotros de tal forma que cobra mayor
importancia que nuestra pareja, el matrimonio puede
zozobrar muy fácilmente.
Las variantes como eso puede suceder son infinitas. En
algunas ocasiones, he oído lamentarse a las esposas
afectadas: “La opinión de sus padres sigue siendo más
importante que la mía. Complacerles a ellos era para él más
importante que complacerme a mí”. O podía ser el marido
el que dijera: “Está entregada en cuerpo y alma a los niños.
Solo cuenta lo que ellos precisan: colegio, clases
extraescolares, deportes, compañeros de juegos. Si yo le
digo que necesito algo, su respuesta es siempre, ‘Vale’,
pero lo cierto es que para ella lo que verdaderamente
cuenta es lo que hacen y necesitan nuestros hijos. Disfruta
mucho más como madre que como esposa”, Y también era
frecuente oír el uno del otro: “Su (de él, de ella) carrera es
lo realmente importante. Es su auténtica meta y por ello
mismo le dedica todo posible esfuerzo, todas las horas
disponibles y toda su energía e interés”. Si, en tu caso, tu
pareja siente que no está por encima de todo lo demás,
será un hecho cierto que efectivamente es así. Y, cuando
eso ocurre, el matrimonio está a
129
punto de zozobrar.
Muchos problemas de pareja se deben a que alguno de los
dos no ha cortado todavía el “cordón umbilical” para unirse
de forma real y efectiva a su pareja. Algo que queda
demostrado si siguen imperando los deseos y opiniones de
los padres por encima de los de la pareja. Pero también
puede suceder que no se acaba de cortar debidamente la
relación con los padres porque se les tiene inquina y rencor
por alguna razón personal. Así, por ejemplo, puede decirse:
“Yo no voy a llevar a mis hijos a la iglesia porque eso es lo
que hicieron mis padres conmigo y yo lo odiaba”. Pero eso
significará que sigues bajo el control paterno que tanto
rechazas. La decisión que has tomado no es en realidad
para beneficio de tus hijos, sino como revancha por un
agravio contra tu persona. También puede decirse: “No me
gusta (X) porque me recuerda totalmente a mi padre.” ¿Qué
puede tener eso de malo? El que, según tu opinión, se
parezca a tu padre no es criterio válido para descalificarle.
El juicio que hagas de él deberá ser en cuanto a la persona
en todas sus facetas y en base a cómo sea la relación que
puedas tener con él como pareja. No hay razón objetiva
alguna para permitir que una mala relación familiar
personal domine en tu relación de pareja.
Las quejas en el matrimonio pueden darse por cualquier
causa, y muy generalmente es por razones prácticas en la
línea de cómo criar y educar a los hijos, o dónde ir de
vacaciones en verano. En esos casos, es importante pararse
a analizar si no estaremos nosotros ahora repitiendo pautas
y esquemas que tanto repudiamos en nuestro caso. Sin
duda, puede darse el caso de que las decisiones tomadas
por nuestros padres fueran acertadas dadas las
circunstancias, y que estuvieran llenas de sabiduría, pero
eso no es razón para perpetuar nosotros ahora ese modelo
y ese proceder, salvo, claro está, si lo consideramos
apropiado y útil, y si nuestra pareja lo ve de la misma forma
y está de acuerdo. Nunca deberíamos hacer algo porque
nuestros padres así lo hacían. Cuando nos casamos, nos
comprometemos a ser equipo en la toma de decisiones y a
hacer las cosas según nos parezca oportuno de común
acuerdo. Si imponemos con rigidez los patrones vividos en
nuestras
130
respectivas familias, en vez de esforzarnos por encontrar
nuestro propio camino, resultará que todavía no nos hemos
desprendido de los viejos hábitos.
El sometimiento a la voluntad paterna tras casarnos es un
problema que puede hundir a la nueva pareja. Se me puede
decir, sin duda, que una atención excesiva a los hijos puede
ser un problema todavía mayor. Muchas son las causas de
que esa sea precisamente una de las mayores tentaciones
en la sociedad actual. Para empezar, los hijos nos necesitan
desesperadamente. Son parte de nosotros y dan forma y
fondo a la unidad familiar. No, claro está, la familia en la
que nosotros crecimos, pero motivo suficiente para
plantearse muy seriamente esa responsabilidad. Por otra
parte, además, si el matrimonio se enfría, será muy natural
recurrir una vez más al amor paterno de nuestra vida previa
al matrimonio, dándole prioridad por encima de la relación
conyugal.
Pero si amamos más a nuestros hijos que a nuestra esposa,
la familia entera se resentirá, sufriendo todos sus miembros
integrantes. Y resalto adrede lo de la familia entera.
Conozco a una mujer dedicada en cuerpo y alma a su hija,
hasta el punto de tener por completo desatendido al marido
y estar arriesgando su matrimonio. El marido estaba
molesto por el tiempo y el esfuerzo de su mujer en sacar
adelante la carrera musical de la hija. Estaba claro para
todos los que les conocían que la mujer intentaba hacer
realidad su propio sueño a través de la hija, saliendo
perjudicado su matrimonio. Lo irónico del caso es que esa
excesiva atención estaba perjudicando también a la hija,
angustiada como estaba al ver cómo se desmoronaba el
matrimonio de sus padres. El matrimonio sólido y bien
afianzado ayuda a los hijos a crecer y a madurar pensando
que el mundo es un lugar seguro y que el amor es una
realidad posible. Por otra parte, además, esa muchacha no
estaba teniendo un modelo adecuado en base a simple
observación del buen funcionamiento de un matrimonio y
cómo pueden relacionarse en la debida forma un hombre y
una mujer. Al poner a su hija por delante del marido, esa
madre la estaba perjudicando muy gravemente.
131
El momento clave se produjo cuando el consejero le dijo
muy directamente: “La mejor manera de ser una gran
madre es ser primero una buena esposa para su marido.
Eso es lo que más necesita su hija de parte suya”. Al
empezar a darse cuenta de lo cierto del caso, comenzó
también a darle a su matrimonio la atención preferente que
necesitaba.
Los estudios realizados sobre abuso y maltrato infantil han
demostrado que muchos de los que abusan de los niños no
lo hacen porque les odien, sino por ser ellos su principal
fuente de afecto. Y si sucede que los niños no responden en
la forma que ellos esperaban, se desata su ira. Pero lo niños
no son más que niños. Y los adultos no deberíamos esperar
nunca de ellos el amor que debe provenir de nuestra
pareja.
El poder del matrimonio
El matrimonio se parece en su vivencia de tal manera a la
salvación y a nuestra relación con Cristo, que el apóstol
Pablo no puede manos que decir que no podremos entender
el matrimonio sin conocer bien el evangelio. Así que, ¡eso
es lo que vamos a hacer! La salvación supone un nuevo
comienzo. Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son
hechas nuevas. Y cuando por obediencia al evangelio
actuamos en nuestro matrimonio de la misma manera que
Cristo se relaciona con su iglesia como su Esposa, la
consecuencia es darle a Cristo la supremacía en nuestra
vida (Colosenses 1:15ss.). Dicho de otra forma, Jesús no
espera de nosotros nada que no pueda esperarse de la
esposa. “Ponme a mí en primer lugar”, nos dice, “no tengas
a otros dioses ante ti.” Y lo mismo ocurre con el
matrimonio. La relación de pareja no va a funcionar a
menos que pongamos en primer lugar a la persona con la
que nos casamos, sin dejar que ocupen ese lugar ni los
hijos, ni nuestros padres, ni nuestra vida profesional, ni
nuestras aficiones.
En Efesios 5:28, Pablo nos ofrece otro símil. Dice explícita-
mente que el marido tiene que amar a su esposa de la
misma forma que ama a su cuerpo. Lo que el apóstol está
diciendo ahí es que la salud es algo primordial en cualquier
empresa que acometamos. ¿Qué va
132
a pasar si decidimos que ganar mucho dinero es lo que va a
hacernos realmente felices, poniendo por ello nuestro
trabajo por delante de la salud? Trabajaremos un gran
número de horas, sin dormir ni hacer el suficiente ejercicio,
comiendo de mala manera y sometiéndonos a nosotros
mismos a una gran presión. Evidentemente, es posible que
se esté cumpliendo el objetivo de hacer dinero, pero el
colapso cardíaco al que nos exponemos haría imposible
disfrutar debidamente de todo lo conseguido. Dicho con
otras palabras, si creemos que vamos a poder conseguir ser
felices sin tener primero en cuenta la salud, acabaremos
siendo infelices. La buena salud es más fundamental que
una gran fortuna, como bien confesarían muchas personas
acaudaladas con la salud quebrantada.
El apóstol Pablo asemeja el matrimonio a una buena salud.
Pero, como ya hemos hecho notar, el matrimonio tiene que
ser la relación personal más importante en nuestra vida.
Cuando contraemos matrimonio, estaremos cumpliendo con
una institución ordenada por Dios. Y si optamos por hacerlo
a nuestra manera, estaremos corriendo un grave riesgo,
precisamente por ser una iniciativa divina. Dios ha querido
que el matrimonio sea la principal relación personal en
nuestra vida. Si piensas que el matrimonio va a ser un
punto más de apoyo en el curso de tu vida profesional, que
por tanto va a ocupar un segundo o tercer lugar en tu vida
y que tu pareja va a tener que acostumbrarse a que sea así,
ten mucho cuidado por lo que pueda suceder. El matrimonio
no está pensado para funcionar de esta manera. Una vez
casados, la vida como pareja tiene que ser lo primero.
La razón de esa prioridad está en el poder consustancial al
matrimonio. De hecho, el matrimonio tiene la fuerza
necesaria para trazar el curso de nuestra vida. Si nuestro
matrimonio es fuerte, aunque las circunstancias que nos
rodeen sean adversas, saldremos airosos en las
dificultades. El movernos por la vida irá acompañado de esa
fuerza. Pero si nuestro matrimonio adolece de debilidad, el
éxito que tengamos en cualquier otro apartado no nos hará
felices. La vida en general estará afectada de esa debilidad.
El matrimonio
133
tiene un poder que le es propio —el que le capacita para ser
de guía en la vida. Un poder que procede de Dios mismo. Y
por tratarse de un poder y de una fuerza sin posible
parangón, ha de concedérsele una importancia singular.
El principal mensaje de este capítulo es que la clave para
darle al matrimonio esa prioridad es la amistad de índole
espiritual que ha de ser prioritaria en el matrimonio. Son
lamentablemente mayoría los matrimonios cristianos que
se plantean el crecimiento en la fe y en el conocimiento de
Dios en un segundo plano. Muchos cristianos se congratulan
por haberse casado con un creyente, pero considerando esa
fe poco más que un factor de compatibilidad, casi en
idéntica categoría que los gustos y los intereses
particulares. Pero eso no es auténtica amistad espiritual,
que se caracteriza por una pronta disposición para conocer,
amar, servir y recordar a Dios en una manera cada vez más
profunda.
Uno de los miembros de mi congregación me oyó una vez
estando yo predicando sobre Efesios 5, donde Pablo dice
que el propósito del matrimonio es la “santificación”, ante
lo cual me comentó: “¡Yo creía que el propósito del
matrimonio era ser feliz! Pero su predicación ha hecho que
me parezca un duro trabajo”. Y así es, porque el matrimonio
conlleva un gran esfuerzo. En lo que sin embargo se
equivocaba era en hacer el esfuerzo incompatible con la
felicidad. Veamos por qué. En su epístola, Pablo está
diciendo que uno de los principales propósitos del
matrimonio es hacernos “santos... sin mancha ni arruga ni
cosa semejante...” (versículos 26-27). ¿Qué quería decir con
eso? Pues, sencillamente, que el carácter de Jesús se
reproduce en nosotros como “fruto del Espíritu”, esto es,
amor, gozo, benignidad, paciencia, gentileza, bondad,
mansedumbre, integridad, humildad y control de uno
mismo —como leemos en (Gálatas 5:22-25). Al ser
formados en nosotros el amor, la sabiduría y la grandeza de
Cristo, cada uno tendremos individualmente nuestros dones
y nuestro llamamiento, alcanzando por ello nuestro
auténtico “yo”, esto es, aquello para lo que en verdad
fuimos creados. Cada página de la Biblia nos recuerda, de
una u otra forma, que esa meta no vamos a alcanzarla
134
por nuestras propias fuerzas. Hemos de hacer frente, por
tanto, a nuestro propósito vital junto con nuestros
hermanos en la fe, en genuina amistad del corazón. Y la
mejor amistad humana posible en esa aventura vital va a
ser la que tengamos con nuestra pareja en el vínculo del
matrimonio.
¿Va a suponer eso mucho trabajo? Por supuesto que sí —
pero es una tarea para la estamos dotados desde el inicio.
¿Significa eso que “el matrimonio nada tiene que ver con
ser felices”? ¿Qué se trata nada más que de santificación?
La respuesta es un sí y un no. Como hemos ido viendo,
plantearlo en esos términos no hace justicia a su realidad.
Si entendemos lo que verdaderamente es la santidad,
vendremos a darnos cuenta que la auténtica felicidad tiene
que ver con la santidad, y eso es algo que cuesta alcanzar.
Pero no deja de ser igualmente cierto que la santidad pone
en nosotros un nuevo deseo, relegando para ello a un
segundo plano los deseos del hombre natural y poniéndolos
en la debida perspectiva. Así que, si queremos ser felices
en nuestro matrimonio, tendremos en cuenta que ha sido
instituido para nuestra santificación.
En este sentido, C. S. Lewis escribió:
En Él tenemos genuina felicidad, no la que es mera
imitación. Ser como Dios, asemejándonos a Él, y participar
de su intrínseca bondad, en respuesta humana, o ser
desdichados. Esas son las únicas alternativas. Si no
aprendemos a nutrirnos del único alimento que el universo
nos dispensa, pereceremos de inanición eternamente.12
Llegados a este punto, podemos ya ser más específicos.
¿Cómo van a poder ayudarse mutuamente los cónyuges en
su andadura con Dios? La respuesta vamos a verla en el
capítulo que sigue.
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