Las Mil y Una Noches COMPLETO Ilovepdf Compressed 1
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                                                                                                LAS MIL
                                                                                             Y UNA NOCHES
© Eudeba 2014
Hecho el depósito que establece la Ley 11.723
Libro de edición argentina
Anónimo
  Las mil y una noches : antología de cuentos orientales / Anónimo ; adaptado por Mirta
Torres ; ilustrado por Diego Moscato. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Eudeba;
Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2014.
  96 p. ; 24x16 cm.
ISBN 978-950-23-2346-6
             LAS MIL
Y UNA NOCHES
ANTOLOGÍA DE CUENTOS ORIENTALES
      ILUSTRADO POR: DIEGO MOSCATO
                     ÍNDICE
PAG. 93   glosario
                                                       9 | LAS MIL Y UNA NOCHES
               DE CÓMO SHEREZADE
                 EVITÓ QUE EL REY
               LE CORTARA LA CABEZA
Convocó entonces el rey a su visir y le mandó que cada día hiciera venir a su
palacio a una joven doncella del reino. El rey las desposaba pero, con las primeras
luces del amanecer, recordaba la infidelidad de su esposa y una nube de tristeza le
velaba el rostro. Entonces, hacía decapitar a las doncellas ardiendo de odio hacia
todas las mujeres.
Transcurrieron así los años sin que Shariar encontrara paz ni reposo mientras,
en el reino, todas las familias vivían sumidas en el horror, huyendo para evitar
la muerte de sus hijas.
Un día, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese a una joven. El
visir, por más que buscó, no pudo encontrar a ninguna y regresó muy triste a
su casa, con el alma llena de miedo por el furor del rey: –¡Shariar ordenará esta
noche mi propia muerte!– pensó. Pero el visir tenía dos hermosas hijas, la mayor
llamada Sherezade y la menor de nombre Doniazada.
Sherezade era una joven de delicadeza exquisita. Contaban en la ciudad que
había leído innumerables libros y conocía las crónicas y las leyendas de los reyes
antiguos y las historias de épocas remotas. Sherezade guardaba en su memoria
relatos de poetas, de reyes y de sabios; era inteligente, prudente y astuta. Era muy
elocuente y daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: –¿Por qué te veo soportando, padre, tantas
aflicciones?–. El visir contó a su hija cuanto había ocurrido desde el principio al
fin. Entonces le dijo Sherezade: –¡Por Alah, padre, cásame con el rey! ¡Prometo
salvar de entre las manos de Shariar a todas las hijas del reino o morir como
el resto de mis hermanas!–. El visir contestó: –¡Por Alah, hija! No te expongas
                                                                                                                                               13 | LAS MIL Y UNA NOCHES
nunca a tal peligro–. Pero Sherezade insistió nuevamente en su ruego. Entonces        –Pues nada son comparados con los que os podría contar la noche próxima, si el
el visir, sin replicar nada, hizo que preparasen el ajuar de su hija y marchó a       rey quiere conservar mi vida–. El rey dijo para sí: –¡Por Alah! No la mataré
comunicar la noticia al rey Shariar.                                                  hasta que haya oído el final de su historia–. Y por primera vez en muchos años
Mientras su padre estaba ausente, Sherezade instruyó de este modo a su hermana        durmió un sueño tranquilo.
Doniazada:                                                                            Al despertar, marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir que llevaba
                                                                                      debajo del brazo un sudario para Sherezade, a quien creía muerta. Pero nada le
–Te mandaré llamar cuando esté en el palacio y en cuanto llegues y veas que el rey
ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana, cuenta alguna historia            dijo al rey porque él seguía administrando justicia, designando a algunos para
maravillosa que nos haga pasar la noche.” Entonces yo narraré cuentos que, si         ciertos empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. El visir regresó a su
Alah quiere, serán la causa de la salvación de las hijas de este reino.               casa perplejo, en el colmo del asombro, al saber que su hija había sobrevivido a la
                                                                                      noche de bodas con el rey Shariar.
Regresó poco después el visir y se dirigió con su hija mayor hacia la morada
del rey. El rey se alegró muchísimo al ver la belleza de Sherezade y preguntó a       Cuando terminó sus tareas, el rey volvió a su palacio. Al llegar por fin la segunda
su padre: –¿Es esta la doncella con quien me desposaré esta noche?–. Y el visir       noche, Doniazada pidió a su hermana que concluyera la historia del mercader y
                                                                                      el efrit. Sherezade dijo: –De todo corazón, siempre que este rey tan generoso me
respondió respetuosamente: –Sí, lo es.
                                                                                      lo permita–. Y el rey, que sentía gran curiosidad acerca del destino del mercader,
Pero acabada la ceremonia nupcial, cuando el rey quiso acercarse a la joven,          ordenó: –Puedes hablar.
Sherezade se echó a llorar. El rey le dijo: –¿Qué te pasa?–. Y ella exclamó: –¡Oh
rey poderoso, tengo una pequeña hermana, de la cual quisiera despedirme!–. El         Sherezade prosiguió su relato y lo hizo con tanta astucia que, al llegar la mañana,
                                                                                      Doniazada y el rey ya estaban escuchando un nuevo cuento.
rey mandó buscar a la hermana que llegó rápidamente, se acomodó a los pies del
lecho y dijo: –Hermana, cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche–.          En el momento en que vio aparecer la luz del día, Sherezade discretamente
Sherezade contestó: –De buena gana y con todo respeto, si es que me lo permite este   dejó de hablar. Entonces su hermana Doniazada dijo: –¡Ah, hermana mía!
                                                                                      ¡Cuán deliciosas son las historias que cuentas!–. Sherezade contestó: –Nada es
rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras–. El rey, al oír estas palabras,
                                                                                      comparable con lo que te contaré la noche próxima, si este rey tan generoso decide
como no tenía ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar el relato de
Sherezade.                                                                            que viva aún–. Y el rey se dijo: –¡Por Alah! no la mataré hasta que le haya oído
                                                                                      la continuación de su relato, que es asombroso.
Aquella primera noche, Sherezade empezó a contar la historia del mercader que,
                                                                                      Entonces el rey se entregó al descanso y marchó más tarde a la sala de justicia.
en uno de sus viajes por el desierto, cayó en manos de un efrit que quería cortarle
la cabeza. El mercader, en su afán por salvar su vida, le contaba al genio maligno    Entraron el visir y los oficiales y se llenó el lugar de gente. Y el rey juzgó, nombró,
                                                                                      destituyó, despachó sus asuntos y dio órdenes hasta el fin del día. Luego se puso de
tantos relatos maravillosos que llegó el amanecer sin que Sherezade hubiese
concluido la historia. Entonces, la joven se calló discretamente, sin aprovecharse    pie y volvió a su palacio y a su alcoba.
más del permiso que le había concedido Shariar. Su hermana Doniazada dijo:            Doniazada dijo: –Hermana mía, te suplico que termines tu relato–. Y Sherezade
–¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y sabrosos son tus relatos!–. Sherezade contestó:      contestó: –Con toda la alegría de mi corazón.
                                                                                      15 | los viajes de simbad el marino
                   LOS VIAJES DE
                SIMBAD EL MARINO
Un día llegamos a una pequeña isla que parecía un jardín. El capitán mandó
echar anclas y los comerciantes que íbamos a bordo desembarcamos. Unos
decidieron descansar, otros recorrer el lugar y algunos encendieron lumbre
para preparar alimentos.
De repente, tembló la isla toda con una ruda sacudida. El capitán, que
permanecía en la orilla, empezó a dar grandes voces: –¡Alerta, pasajeros!
Esta no es una isla sino un pez gigantesco dormido en medio del mar.
La arena se le ha ido amontonando y sobre ella ha crecido el musgo y los
árboles. Vuestras hogueras lo han despertado. ¡Abandonad vuestras cosas y
salvad vuestras vidas!
Los pasajeros, aterrados, echaron a correr hacia el navío. Algunos pudieron
                                                                                                                             21 | los viajes de simbad el marino
alcanzarlo, otros no lo lograron porque el enorme pez se había puesto ya         Grité entonces con toda mi voz: –¡Yo soy Simbad el Marino!
en movimiento. Yo me vi de pronto rodeado por las olas tumultuosas que
                                                                                 Luego añadí: –Cuando se puso en movimiento el enorme pez a causa del
se cerraban sobre los lomos del monstruo. Me aferré a un tronco mientras
                                                                                 fuego que encendieron en su lomo, yo fui de los que no pudieron ganar tu
veía alejarse al navío con aquellos que habían logrado alcanzarlo, ¡que Alah     navío y cayeron al agua. Pero me salvé gracias a un tronco de madera sobre
los perdone!                                                                     el que me puse a horcajadas hasta alcanzar la costa.
Me senté sobre el tronco y remé con brazos y piernas a favor del viento.
                                                                                 Al escucharme, el capitán exclamó: –¡No hay más poder que en Alah, el
Así pasé un día y dos noches hasta que el viento y las olas me arrastraron a     Altísimo!–. El capitán me entregó los fardos. Después seguimos navegando
las orillas de una isla. Allí quedé sumido en un sueño profundo hasta que        hasta llegar al puerto, vendí allí mis mercancías y regresé a Bagdad, donde
el ardor del sol logró despertarme. Me arrastré hasta una llanura cercana;       volví a ver a mi familia y a mis amigos.
bebí agua dulce y comencé a alimentarme con los frutos caídos de los
árboles. Poco a poco, recobré mis fuerzas. Pasó cierto tiempo, y empezaba        Inicié una nueva vida comiendo manjares admirables y bebiendo bebidas
a estar harto de tanta soledad. Solía recorrer la orilla del mar a la espera     preciosas y olvidé las penurias pasadas y los peligros sufridos. Pero mañana,
de algún navío que pudiera recogerme. Una mañana, ascendí a una punta            si Alah quiere, les contaré, ¡oh invitados míos!, el segundo de los viajes que
rocosa para observar el horizonte y, desde allí, descubrí una vela entre las     emprendí.”
olas. Desgajé una rama e hice señas con ella lanzando al viento grandes
alaridos. Finalmente me vieron y se acercaron a la costa para socorrerme.        Y Simbad el Marino se encaró con Simbad el Faquín y le rogó que cenase
En la nave, me ofrecieron alimentos y ropas para cubrir mi desnudez y me         con él. Luego, hizo que le entregaran mil monedas de oro y antes de
sentí invadido por un gran bienestar. Al día siguiente, conté mi historia y el   despedirlo lo invitó a volver al día siguiente.
capitán se compadeció mucho de mis penas.
                                                                                 La segunda noche habló Simbad en estos términos a su convidado:
–Quisiera serte útil, –me dijo–. Has de saber que llevamos navegando y
                                                                                 “Verdaderamente yo vivía la más dulce de las vidas, cuando un día asaltó
comerciando muchísimo tiempo. Ahora nos dirigimos a un puerto cercano.
                                                                                 mi espíritu el deseo de recorrer otros mares, de conocer otras islas y otros
Para que no tengas que llegar a tu tierra en tan miserable estado, mi deseo
                                                                                 hombres. Fui pues al zoco y compré las mercancías que pretendía exportar.
es entregarte los fardos de un mercader que embarcó con nosotros en
                                                                                 Busqué luego un navío hermoso y nuevo, provisto de velas de buena calidad
Basora pero que ha perecido ahogado. Encárgate de vender las mercancías
                                                                                 y transporté a él mis fardos.
y yo te daré una retribución por tu trabajo; después te dirigirás a Bagdad,
preguntarás por la familia del ahogado y les harás llegar el importe de lo
que vendas más las mercancías sobrantes.                                         Navegamos durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en
Al oír estas palabras, miré atentamente al capitán y lleno de emoción            tierra y de puerto en puerto. Allí por donde pasábamos, vendíamos y comprábamos
pregunté: –¿Y cómo se llamaba ese mercader, capitán?                             obteniendo provecho de nuestro trabajo.
Él me contestó: –¡Simbad el Marino!
                                                                                                                           23 | los viajes de simbad el marino
Un día, Alah nos condujo hasta una isla con multitud de árboles de              que en su vuelo tapaba el sol y que alimentaba a sus polluelos con elefantes.
deliciosos frutos y flores olorosas, pájaros cantores y arroyos cristalinos.    ¡La cúpula blanca era uno de los huevos que empollaba aquel Roc! El
Yo fui a sentarme a orillas de un arroyo. Me tendí en el césped y dejé          pájaro descendió sobre el huevo, extendió sobre él sus alas inmensas, dejó
que se apoderara de mí el sueño, en medio de la frescura y los aromas del       descansando a ambos lados sus dos patas en tierra y se durmió. Yo quedé
ambiente. Dormí durante muchas horas, tantas que cuando desperté, no            debajo de una de sus patas, que parecía más gruesa que el tronco de un
encontré a nadie. Me puse a llorar preso de un terror profundo. Desesperado,    árbol añoso. Tomé una decisión: me quité el turbante, lo trencé como una
recorrí la isla en todas direcciones sin poder encontrar huellas humanas.       cuerda y me até con ella a la inmensa pata del pájaro Roc. Me dije que no
Trepé a un árbol altísimo y, al mirar atentamente, descubrí a lo lejos algo     podría sobrevivir en la isla pero que el Roc en su vuelo tal vez me condujera
blanco e inmenso. Bajé del árbol y avancé con mucha cautela hacia aquel         a parajes civilizados.
sitio. Cuando estuve más cerca, advertí que era una inmensa cúpula de
                                                                                Al amanecer, el Roc se irguió, lanzó un grito horroroso y se elevó por los
blancura resplandeciente, pero no descubrí la puerta de entrada. Mientras
                                                                                aires conmigo colgado de su pata. Atravesó el mar volando por encima de
reflexionaba, advertí que de pronto desaparecía el sol y el día se tornaba en
                                                                                las nubes y después de mucho rato empezó a descender hasta posarse en
una noche negra. Alcé la cabeza para mirar las nubes y vi un pájaro enorme,
                                                                                tierra. Me apresuré a desatarme pero el pájaro no descubrió mi presencia,
de alas formidables, que volaba tapando el sol y oscureciendo la isla.          como si se tratara de alguna mosca o de una hormiga que por allí pasase. El
Recordé entonces con terror lo que contaban algunos viajeros: que en las        Roc se precipitó a cazar un animal inmenso y se elevó con él entre sus garras
islas del sur vivía un pájaro gigantesco de alas descomunales, llamado Roc,     nuevamente en dirección al mar. Me dispuse entonces a reconocer el lugar.
                                                                                 25 | los viajes de simbad el marino
y la elevó por los aires conmigo escondido en su interior. Noté luego que        junto con el cadáver del elefante ensartado en su cuerno. Así dispone Alah
se posaba en su nido y que empezaba a desgarrarla con grandes picotazos          que se alimenten sus enormes polluelos.
que amenazaban con desgarrar mi propia carne. De pronto, se escuchó
                                                                                 Viví algún tiempo en aquella isla y tuve ocasión de cambiar mis diamantes
un griterío y el sonido de tambores que asustaron al ave y la obligaron a        por más oro y plata de lo que podría contener un navío. ¡Después regresé a
emprender nuevamente el vuelo.                                                   Basora, país de bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!
Un grupo de hombres se acercó. Desaté mis ligaduras y salí de la res. Estaba
                                                                                 Tras los saludos propios del retorno, no dejé de comportarme generosamente,
cubierto de sangre de pies a cabeza por lo que mi aspecto debía resultar         repartiendo dádivas entre mis parientes y amigos, sin olvidar a nadie.
espantoso. Los hombres se alejaron pero yo grité: –¡No temáis! Soy un            Disfruté alegremente de la vida, comiendo manjares exquisitos y bebiendo
hombre de bien.                                                                  licores delicados. Pero mañana, ¡oh mis amigos!, os contaré las peripecias
El propietario del buey se inclinó sobre la carne y la escudriñó sin encontrar   de mi tercer viaje, el cual es mucho más interesante que los dos primeros.”
allí los diamantes que buscaba. Alzó sus brazos al cielo, diciendo: –¡Qué
desilusión! ¡Estoy perdido!
                                                                                 Luego calló Simbad. Los esclavos sirvieron de comer y de beber. Después,
Al verlo, me acerqué a él que exclamó: –¿Quién eres? ¿Y de dónde vienes
                                                                                 Simbad el Marino hizo que dieran cien monedas de oro a Simbad el Faquín,
para robarme mi fortuna?
                                                                                 que las recibió dando las gracias y se marchó invocando sobre la cabeza de
Le respondí: –No temas nada porque no soy ladrón y tu fortuna en nada ha         Simbad el Marino las bendiciones de Alah.
disminuido. Saqué en seguida de mi cinturón algunos hermosos ejemplares
                                                                                 Por la mañana se levantó el Faquín y volvió a casa del rico Simbad como
de diamantes y se los entregué diciéndole: –¡He aquí una ganancia que no
                                                                                 él le había indicado. Simbad el Marino empezó su relato de la manera
habrías osado esperar en tu vida! El propietario del buey manifestó su alegría
                                                                                 siguiente:
y me dio las gracias. Pasamos aquella noche en un lugar agradable y yo no
cabía en mí de gozo por hallarme otra vez entre personas civilizadas.            “Sabed, ¡oh mis amigos!, que con la deliciosa vida que yo disfrutaba desde
                                                                                 el regreso de mi segundo viaje, olvidé completamente los sinsabores
Decidí permanecer en compañía de aquellas gentes para viajar por nuevas
                                                                                 sufridos y los peligros que corrí, aburriéndome de permanecer en
tierras. Llegué con ellos a una gran isla donde descubrí a un portentoso
                                                                                 Bagdad. Así es que mi alma deseó con ardor reemprender los viajes y el
animal que llaman rinoceronte; el rinoceronte pasta exactamente como
                                                                                 comercio. Adquirí ricas mercancías y partí de Bagdad para Basora. Allí
pastan las vacas y los búfalos en nuestras praderas. Su cuerpo es mayor
                                                                                 me esperaba un gran navío y no bien me encontré a bordo, nos hicimos
que el cuerpo del camello; al extremo del morro tiene un cuerno largo que
                                                                                 a la vela con la bendición de Alah para nosotros y para nuestra travesía.
le sirve para pelear y vencer al elefante, enganchándolo y teniéndolo en
vilo hasta que muere. Pero de poco le sirve esa ventaja, ya que no puede
desprenderse del cadáver, que empieza a derramar su grasa sobre los ojos         Navegamos durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en
del rinoceronte cegándole y haciéndole caer. Entonces el rinoceronte se          tierra y de puerto en puerto. Allí por donde pasábamos, vendíamos y comprábamos
tiende a morir hasta que llega el pájaro Roc y se lo lleva entre sus garras,     obteniendo provecho de nuestro trabajo.
                                                                                29 | los viajes de simbad el marino
Un día, estábamos en alta mar cuando de pronto vimos que el capitán del
navío se golpeaba con fuerza el rostro y se arrancaba los pelos de la barba.
Al verlo en ese estado, lo rodeamos preguntándole: –¿Qué pasa, capitán?
Contestó: –Mi corazón tiene presentimientos de muerte. Estamos a merced
de un viento contrario que nos ha desviado de la ruta. La tempestad está
sobre nosotros.
Por desgracia, no tardamos en ver que se cumplían los presentimientos del
capitán. El viento azotó las velas, las olas cortaron las amarras y dañaron
el timón. Impulsado por el viento, el navío se precipitó contra la costa y
encalló. La mayoría de nosotros se apresuró a descender y permanecimos
largo rato contemplando desde la playa los restos del navío. Los árboles
frutales y el agua dulce que abundaban en el lugar nos permitieron recobrar
un tanto nuestras fuerzas. Al amanecer, nos pareció ver entre los árboles
un edificio muy grande y avanzamos hasta acercarnos a él. Descubrimos
que era un palacio de mucha altura, rodeado por sólidas murallas con una
gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta, la
franqueamos y penetramos en una inmensa sala. Extenuados de fatiga
y miedo, nos dejamos caer y nos dormimos profundamente. Ya se había
puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso. Desde el techo,
vimos descender ante nosotros a un ser con rostro humano, alto como
una palmera, de horrible aspecto. Tenía los ojos rojos como dos tizones
inflamados, dientes salientes como los colmillos de un cerdo, una boca
enorme como el brocal de un pozo. Sus labios le colgaban sobre el pecho y
sus oscuras manos tenían uñas ganchudas cual las garras del león.
A su vista, nos llenamos de terror. Él fue a sentarse contra la pared y desde
allí comenzó a examinarnos en silencio uno a uno mientras encendía gran
cantidad de leña en el hogar que había en aquella sala. Tras de ello, se
adelantó hacia nosotros, fue derecho a mí, tendió la mano y me tomó de
la nuca. Me dio vueltas pero no debió encontrarme de su gusto porque me
dejó, echándome a rodar por el suelo, y se apoderó del capitán del navío.
                                                                                                                              31 | los viajes de simbad el marino
Eligió al capitán porque era un hombre robusto. Lo mató de un solo golpe,         y corriendo en todos sentidos, intentó atrapar a alguno de nosotros. Pero
lo ensartó en un asador de hierro y lo asó como a un pollo dorándolo en las       habíamos tenido tiempo de tirarnos al suelo de bruces a su derecha y a su
llamas de la hoguera.                                                             izquierda, de manera que a cada manotazo sólo encontraba el vacío. Acabó
Concluida su comida, el espantoso gigante se tendió sobre el piso y no tardó      por dirigirse a tientas a la puerta y salió dando gritos espantosos.
en dormirse, roncando igual que un búfalo. Y permaneció dormido hasta             Nos lanzamos entonces a la balsa que habíamos construido y empezamos a
la mañana. Lo vimos entonces levantarse y alejarse como había llegado.            remar con las ramas más fuertes. El gigante, adivinando nuestra presencia,
En cuanto se marchó, todos estallamos en llanto considerando la forma             empezó a arrojar hacia el mar inmensas rocas que levantaban altas olas
horrorosa en que moriríamos.                                                      al caer con estrépito en las aguas. La balsa se inclinó y algunos de los
Anochecía cuando la tierra volvió a temblar bajo nuestros pies y apareció         marineros cayeron al mar. Sólo tres de nosotros permanecimos a flote, a
                                                                                  merced del viento y las olas, hasta que una brisa nos acercó a una isla y en
nuevamente aquel ser gigantesco, que volvió a repetir las maniobras de la
                                                                                  ella descendimos.
tarde anterior. Sin embargo, cuando después de haber dormido se alejó
nuevamente, uno de los marineros dijo: – ¡Escuchadme compañeros! ¿No              Junto con mis compañeros, nos alimentamos de hierbas y frutos durante
creéis que vale más matar a este gigante que dejar que nos devore? ¡Antes de      algunos días, pero al poco tiempo una barca de pescadores que se acercó
matarlo, construyamos una balsa con las ramas que cubren la playa; aunque         a las costas nos recogió y en ella llegamos a una ciudad de altos edificios
la balsa naufrague y nos ahoguemos, habremos evitado que el monstruo              cercana al mar. La llamaban la Ciudad de los Monos. Eran buena gente,
nos asesine!                                                                      pero la vida allí no era fácil pues los bosques que rodeaban la ciudad estaban
Todos exclamamos: –¡Por Alah! ¡Es una idea razonable! Al momento                  habitados por multitud de monos que por las noches invadían en bandadas
nos dirigimos a la playa y construimos la balsa, en la que tuvimos cuidado        el lugar. Para salvar sus vidas, los habitantes debían descansar en sus barcas
de poner algunas frutas y hierbas comestibles. Al anochecer, volvimos al          y regresar a sus casas al amanecer, cuando los monos volvían al bosque.
palacio para esperar temblando al gigante. Todavía debimos observar sin           Permanecimos pues durmiendo en la barca que nos había recogido. Un día,
un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de nuestros compañeros. Pero             el dueño me dijo: –¿Eres pescador? ¿Tienes oficio?
cuando se durmió y comenzó a roncar nos aprovechamos de su sueño.
                                                                                   Le respondí que sólo sabía comprar y vender mercancías pero que había
Escogimos dos de los inmensos asadores de hierro en los que ensartaba             perdido todos mis bienes en un naufragio. Entonces, me entregó una bolsa
a sus víctimas y los calentamos en la hoguera hasta que estuvieron al rojo        y me dijo: –Toma esta bolsa, llénala de guijarros, ve con estos hombres y
vivo; los empuñamos luego fuertemente por el extremo frío y –como eran            haz todo lo que ellos hacen. Conseguirás de ese modo dinero para pagar el
muy pesados– llevamos cada uno entre varios. Nos acercamos a él y entre           pasaje que te lleve a tu patria.
todos hundimos a la vez los asadores en ambos ojos del gigante dormido y
                                                                                  Hice lo que me indicó; salí de la ciudad con un grupo de hombres cada
apretamos con todas nuestras fuerzas para dejarlo ciego.
                                                                                  uno de los cuales llevaba al hombro una bolsa cargada de guijarros. Nos
Debió sentir un dolor terrible porque el grito que lanzó fue tan espantoso        encaminamos a un valle de altísimas palmeras plagadas de monos. Los
que nos hizo rodar por el suelo a gran distancia. Saltó él a ciegas y, aullando
                                                                                   33 | los viajes de simbad el marino
hombres empezaron a lanzarles las piedras que habían hasta allí habían
llevado; yo hice lo mismo. Los monos respondieron lanzándonos cocos.
Con ellos, todos volvimos a llenar nuestras bolsas y regresamos a la ciudad.
Ese fue mi trabajo durante muchos días, hasta que almacené gran cantidad
de cocos y vendí otros tantos. Por fin, un día, agradecí al dueño de la barca
todos los favores que me había dispensado y embarqué junto con mi gran
cargamento de cocos en una nave que acertó a pasar por alli.
En todas las islas donde nos deteníamos, cambiaba mi mercancía por otros
productos. Obtuve primero canela y pimienta y cambié luego parte de estas
especias por madera de China. En los mares perleros, entregué esa excelente
madera y recibí a cambio muchas perlas de incalculable valor.
Y Alah permitió que luego de navegar durante días y noches, de mar en mar,
de isla en isla, de tierra en tierra y de puerto en puerto, llegara a Basora más
enriquecido que nunca. Entonces, regresé a mi antigua vida en Bagdad.”
Como las otras noches, Simbad el Faquín recibió cien monedas de oro y
marchó a su casa, donde descansó hasta la mañana siguiente.
–Sabed, compañero y hermano mío, –dijo Simbad el Marino aquella
mañana–, que no escarmenté fácilmente. Pretendí aprender de mis
desventuras pero, como los que te he contado, emprendí en total siete
viajes. Mi nombre adquirió cierta fama entre los navegantes que acudían
a consultarme cosas relativas al comercio, a los mares y a las islas. El califa
llegó a escuchar mi historia y ordenó a los cronistas que la escribieran y
la depositaran en la biblioteca del palacio para que sirviera de instrucción
a quienes la leyeran. Estuve ausente de mi patria veintisiete años y sólo
entonces me arrepentí ante Alah de mi manía viajera y le di gracias por
haberme devuelto a mi familia y a mi patria. Y aquí tienes, Simbad el
Faquín, la historia de mi vida.
                                                                            35 | los viajes de simbad el marino
                ALÍ BABÁ Y
         LOS CUARENTA LADRONES
uno se llamaba Kasín y el otro Alí Babá. Cuando el padre de Kasín y de Alí
Babá murió, los dos hermanos se repartieron lo que les dejó en herencia,
tardando poco en consumirlo y encontrándose, de la noche a la mañana,
con las caras largas y sin pan ni queso.
El mayor, que era Kasín, temiendo morir de hambre, no tardó en casarse
con una joven que tenía plata. De esta manera, además de una esposa, el
joven tuvo una tienda en el centro del mercado. Tal era su destino y así se
cumplió.
En cuanto al segundo, que era Alí Babá, como no era ambicioso, se hizo
leñador, ahorró algún dinero y lo empleó en comprar un asno, después otro y
                                                                                                                             41 | alí babá y los cuarenta ladrones
más tarde un tercero. Todos los días los llevaba al bosque y los cargaba con la   paradero de sus asnos abandonados en medio del bosque. Los cuarenta
leña que antes él mismo había traído sobre sus espaldas. Siendo propietario       ladrones reaparecieron luego de oírse un ruido subterráneo, parecido a un
de tres asnos, Alí Babá inspiraba confianza a las gentes de su oficio, todos      terremoto lejano. Cada uno de ellos –con las alforjas vacías en la mano– se
pobres leñadores, y uno de ellos le ofreció a su hija en matrimonio. Alí          dirigió a su caballo, colocó las alforjas en la grupa y montó sobre su silla.
Babá tuvo de su esposa dos hijos y todos vivían modestamente del producto         Antes de partir, el jefe se volvió hacia la entrada de la caverna, y, en voz alta,
de la venta de leña.                                                              pronunció la fórmula: –¡Ciérrate, sésamo!–. Y las dos mitades de la roca se
                                                                                  juntaron. Los bandoleros con sus semblantes sombríos y sus barbas negras
Un día en que Alí Babá estaba en el bosque ocupado en abatir a hachazos un
                                                                                  marcharon por el mismo camino por el que habían venido.
árbol, el destino decidió modificar su vida. Primero se oyó un ruido lejano
que se aproximaba rápidamente. Alí Babá, que detestaba las aventuras y            En cuanto a Alí Babá, la prudencia hizo que permaneciese algún tiempo
las complicaciones, se asustó al encontrarse solo con sus tres asnos en           en su escondite, a pesar del deseo que sentía de ir a recuperar sus asnos,
medio de aquella soledad. Trepó sin tardanza a la copa de un árbol que se         diciéndose: –Estos terribles bandoleros pueden haber olvidado alguna cosa
elevaba en la cima de un pequeño monte desde el que se dominaba todo el           en su cueva, volver de improviso sobre sus pasos y sorprenderme aquí–.
bosque. Así, oculto entre las ramas, pudo observar qué era lo que producía        Los siguió con la mirada hasta que se perdieron de vista y recién entonces
aquel estruendo. ¡Y bien que lo hizo! Una tropa de caballeros, armados            decidió bajar del árbol con mil precauciones.
hasta los dientes, avanzaba al galope hacia donde él se encontraba. Al ver        Una vez en el suelo, avanzó hacia la roca, reteniendo la respiración y de
sus semblantes sombríos y sus barbas negras que los hacían semejantes a
                                                                                  puntillas. Una enorme curiosidad lo empujaba. El leñador inspeccionó la
cuervos, no dudó que eran bandoleros, salteadores de caminos de la peor
                                                                                  roca de arriba abajo y encontrándola lisa y sin ranura alguna por la que
especie. Girando estuvieron por unos momentos los bandidos al pie del
                                                                                  pudiese meter una aguja, se dijo: –¡Sin embargo, por aquí he visto con mis
monte rocoso donde Alí Babá estaba escondido; a una señal de su jefe
                                                                                  propios ojos desaparecer a los cuarenta ladrones!.
echaron pie a tierra, ataron sus caballos a los árboles y recogieron las
alforjas cargándolas sobre sus espaldas. Tan pesadas eran que los bandidos        Después, olvidando sus temores, Alí Babá dijo: –¡Ábrete, sésamo!–. A pesar
caminaban encorvados bajo su peso. Uno detrás de otro pasaron bajo Alí            de que pronunció las palabras mágicas con voz insegura, la roca se abrió.
Babá, que así pudo fácilmente contarlos y ver que eran cuarenta, ni uno más       Alí Babá vio una gran galería que conducía a una sala y que recibía luz
ni uno menos.                                                                     por medio de aberturas practicadas en lo más alto. A lo largo de los muros
                                                                                  vio fardos de seda y brocado, grandes cofres cargados hasta los bordes de
Cuando llegaron ante una gran roca que había al pie del monte, todos se           monedas y lingotes de plata y de dinares de oro. El suelo estaba hasta tal
detuvieron. El jefe, que era el que iba a la cabeza, se paró frente a la roca y
                                                                                  punto cubierto de vasijas llenas de oro y joyas, que el pie no sabía dónde
con voz retumbante exclamó: –¡Ábrete, sésamo!–. Al momento la roca se
                                                                                  posarse, temeroso de estropear algún valioso objeto. Cuando se recuperó en
entreabrió, el jefe se apartó un poco para dejar pasar a sus hombres y cuando     parte de su asombro, el leñador se dijo: –¡Por Alah! Alí Babá, de repente
hubieron entrado todos él mismo entró y exclamó con voz autoritaria:
                                                                                  aprendes fórmulas mágicas y haces abrir puertas de piedra que dan acceso
–¡Ciérrate, sésamo!–. La roca volvió a su sitio y Alí Babá se cuidó mucho
                                                                                  a cavernas cargadas de riquezas acumuladas en el lugar por generaciones de
de hacer el menor movimiento, a pesar de la inquietud que sentía por el
43 | alí babá y los cuarenta ladrones
                                                                                 45 | alí babá y los cuarenta ladrones
ladrones. De ahora en adelante, podrás hacer que el oro del robo proteja a
tu familia de necesidades y privaciones.
Habiendo tranquilizado de este modo su conciencia, Alí Babá buscó por
allí varios sacos y los llenó de dinares y otras monedas de oro. Cargándolos
uno a uno sobre sus espaldas, los llevó hasta la entrada de la caverna y,
dejándolos en el suelo, se dirigió a la salida. Allí dijo: –¡Ábrete, sésamo!–.
Alí Babá corrió a buscar sus asnos y los cargó con los sacos, que tuvo buen
cuidado de ocultar con haces de leña encima, y cuando acabó su trabajo
pronunció la fórmula de cierre, se colocó ante sus asnos cargados de oro y
los animó a echar a andar hasta llegar a su casa.
–¡Oh, marido! ¿Qué es lo que traes en esos sacos tan pesados? –exclamó
la esposa de Alí al verlo–. Alí Babá respondió: –¡Oh, mujer! ¡Ayúdame a
esconderlos!–. La esposa del leñador, dominando su curiosidad, le ayudó
a llevarlos, uno tras otro, al interior de la casa. Luego, no pudo contenerse
más y vació uno de los sacos sobre la tierra. Sonoras carcajadas de oro
iluminaron con millones de reflejos la pobre habitación del leñador que
aprovechó el momento de espanto de su mujer para contarle su aventura
desde el comienzo hasta el fin.
Cuando la esposa escuchó el relato sintió en su corazón una gran alegría y
al instante comenzó a contar los dinares. Alí Babá, riéndose, le dijo: –¿Qué
haces? ¡Ayúdame a cavar una fosa en nuestra cocina para que este tesoro
quede oculto sin dejar rastro–. La mujer respondió: –No puedo permitir que
entierres este oro sin antes haberlo pesado o medido. Te suplico, permíteme
ir a buscar una medida y lo mediré en tanto que tú cavas la fosa. –¡Sea!
–respondió el leñador–, pero ¡guárdate mucho de divulgar nuestro secreto!
La esposa de Alí Babá salió a pedir una medida a la esposa de Kasín, el
hermano de su marido, cuya casa no estaba muy lejos. Entró, pues, en la
casa de la parienta rica que nunca invitaba a comer a su casa al pobre Alí
Babá y que nunca había enviado la más pequeña golosina a sus hijos, como
hacen las gentes muy ricas para regalar a los hijos de la gente muy pobre.
                                                                              47 | alí babá y los cuarenta ladrones
respondió: –¡Alah es generoso, hermano mío!–. Y le contó su historia del          porque su marido no regresaba. Entonces, decidió a ir a buscar a Alí Babá:
bosque.                                                                           –¡Oh, hermano de mi esposo! Kasín ha ido al bosque y todavía no ha vuelto
                                                                                  a pesar de lo avanzado de la noche–. Alí Babá se alarmó también pero
Kasín salió bruscamente resuelto a apoderarse de todo el tesoro de la
cueva. A la mañana siguiente, antes que amaneciese, partió hacia el bosque        tranquilizó a la mujer de su hermano, sabiendo que cualquier búsqueda sería
llevando diez mulas. Siguió al pie de la letra las indicaciones de Alí Babá. Al   inútil en la noche sombría. Con las primeras luces de la mañana, el leñador
                                                                                  abandonó su casa seguido de sus tres asnos. Al aproximarse a la roca con
exclamar: –¡Ábrete, sésamo!–, la roca se abrió y Kasín penetró en la caverna,
                                                                                  voz temblorosa pronunció las palabras mágicas y entró en la caverna. El
cuya entrada se cerró tras él gracias a la fórmula mágica. Su asombro no
                                                                                  espectáculo de los miembros descuartizados de Kasín lo hizo caer, llorando,
tuvo límites a la vista de tantas riquezas y se dijo que para la próxima vez
                                                                                  de rodillas. Recogió de la caverna dos grandes sacos, metió en ellos el
organizaría una verdadera expedición, contentándose esta vez con llenar de
oro tantos sacos como pudiese cargar sobre las diez mulas.                        cuerpo y, poniéndolos sobre uno de sus asnos, los recubrió cuidadosamente
                                                                                  con ramas. Luego, ordenó a la puerta que se cerrase y tomó el camino de la
Una vez que acabó aquel trabajo, regresó a la galería y dijo: –¡Ábrete,           ciudad, entristecido por la muerte de su hermano.
cebada!–. Kasín, turbado por su codicia y estando ocupada su cabeza en
sacar los tesoros, había olvidado las palabras que debía decir y la roca          Al llegar a su casa, llamó a su esclava Morgana para que le ayudase a
permaneció cerrada. Entonces dijo: –¡Ábrete, haba!–, pero la puerta no se         descargar los sacos. Aquella esclava era una joven a la que Alí Babá y su
abrió, por lo que dijo todos los nombres de cereales y granos que crecen          esposa habían recogido de pequeña y criado como si fuese una hija. La
                                                                                  joven era agradable, educada e inteligente para resolver cuestiones difíciles.
sobre la superficie de los campos: –¡Ábrete, avena!–; mas tampoco se
                                                                                  Alí Babá le contó el fin de su hermano, añadiendo: –Su cuerpo está sobre
abrió hendidura alguna. Kasín gritó: –¡Ábrete, centeno!–. ¡Ábrete, mijo!–.
                                                                                  el tercer asno. Es preciso que encuentres algún medio para hacerlo enterrar
–¡Ábrete, trigo!–. –¡Ábrete, arroz!–. La puerta de piedra permaneció
                                                                                  como si hubiese muerto de muerte natural, sin que nadie pueda sospechar
cerrada. Kasín sólo olvidó un grano, el misterioso sésamo, que era el único
que estaba dotado de poderes mágicos.                                             la verdad.
Cuando los cuarenta ladrones regresaron a su cueva, vieron que diez mulas         El leñador, entonces, fue a dar la noticia a la esposa de Kasín quien comenzó
                                                                                  a dar alaridos. Pero Alí Babá supo calmarla para no llamar la atención de
cargadas con grandes cofres estaban atadas a los árboles. El jefe se decidió
a entrar en la cueva y levantando su sable ante la puerta invisible, pronunció    los vecinos: –Si en medio de esta desgracia sin remedio que se abate sobre ti
                                                                                  –le dijo–, hay alguna cosa capaz de consolarte, yo te ofrezco la mitad de los
la fórmula mágica. Al momento la roca se abrió. Kasín se había escondido
en un rincón. Cuando oyó pronunciar la palabra sésamo maldijo su mala             bienes que Alah me ha dado, pero debemos protegernos de los bandoleros
                                                                                  guardando el secreto.
memoria y, apenas vio que la puerta se entreabría, se lanzó hacia fuera con
tan poca prudencia que chocó contra el jefe de los cuarenta ladrones. Los         Ella comprendió y evitó divulgar la muerte de su esposo. La joven Morgana,
bandidos se abalanzaron sobre Kasín y con sus sables lo descuartizaron en         por su parte, no había perdido el tiempo. Había ido a la tienda del mercader
un abrir y cerrar de ojos.                                                        de medicamentos y había comprado una especie de jarabe para enfermedades
La esposa de Kasín, mientras tanto, vio que la noche llegaba y se alarmó          graves. El mercader preguntó quién estaba enfermo en la casa de su amo.
                                                                                  51 | alí babá y los cuarenta ladrones
día que regresaron su asombro no tuvo límites al no encontrar los restos. El   Alí Babá, no perdió el tiempo marcando la puerta con tiza sino que observó
jefe dijo: –Hemos sido descubiertos. Es preciso que sin pérdida de tiempo      atentamente para fijar el lugar exacto en su memoria. Regresó al bosque
matemos al cómplice del muerto. Alguien astuto y audaz debe ir a la ciudad     y reuniendo a los treinta y nueve ladrones les dijo: –Traed aquí treinta y
y descubrir dónde habitaba el que hemos descuartizado–. Al momento,            ocho grandes tinajas de barro, de vientre ancho, todas vacías, y una más que
uno de los ladrones, exclamó: –Me ofrezco.                                     llenaréis con aceite de oliva. Cuidad de que ninguna esté rajada.
El bandido entró en la ciudad; anduvo por uno y otro lado hasta que llegó a    Los ladrones estaban habituados a obedecer sin chistar. Regresaron
la tienda del zapatero. Saludó amablemente y expresó su admiración por el      rápidamente con dos tinajas atadas sobre cada caballo y el jefe dijo:
trabajo que el hombre realizaba. –A tu edad –le dijo– conservas la habilidad   –¡Despojaos de vuestras ropas y que cada uno se meta en una tinaja,
y la buena vista–. Muy halagado el zapatero respondió: –¡Oh, por Alah,         llevando únicamente sus armas, su turbante y sus babuchas!–. Los ladrones
todavía puedo enhebrar la aguja al primer intento y puedo coser los seis       saltaron sobre los caballos que portaban las tinajas y se dejaron caer en ellas.
trozos de un muerto en el fondo de un sótano poco iluminado!–. El ladrón       Quedaron dentro con las rodillas tocando las barbillas, igual que los pollos
al oír estas palabras simuló asombro y exclamó: –¡Haz el favor de decirme      en el huevo a los veinte días. Cada uno llevaba en la mano su cimitarra.
dónde se levanta la casa en cuyo sótano cosiste los restos del muerto!.        El jefe cerró las bocas de los recipientes con fibra de palmera. Entonces,
El viejo remendón respondió: –¡Oh, sólo si me vendasen los ojos podría         se disfrazó de mercader de aceite y se dirigió hacia la ciudad. Por la tarde,
encontrar aquella casa guiándome por las cosas que palpé con mis manos         llegó ante la casa de Alí Babá que estaba sentado en el umbral tomando el
                                                                               fresco.
a lo largo del camino!–. El ladrón exclamó: –¡No deseo más que seguir tus
indicaciones para dar con la casa en la que suceden cosas tan prodigiosas!–.   –Soy mercader de aceite –dijo el jefe de los ladrones– y no sé dónde pasar
Y vendando los ojos del zapatero, fue conducido hasta la casa de Alí Babá,     la noche en una ciudad desconocida–. Alí Babá se acordó de los tiempos en
en cuya puerta se apresuró a hacer una señal con un trozo de tiza. Después,    que era pobre y le dijo: –Tú y tus bestias con la carga pueden descansar en el
quitó la venda de los ojos del remendón, lo gratificó con varias piezas de     patio de mi casa–. Llamó a Morgana y le ordenó que ayudase al mercader.
oro y se apresuró a tomar el camino del bosque para anunciar a su jefe el      Luego, invitó a comer a su huésped. Después que hubieron comido y bebido,
descubrimiento que había hecho.                                                el jefe de los ladrones dijo: –Muéstrame el sitio de tu casa en el que pueda
Pero la joven Morgana regresaba esa tarde de comprar provisiones en el         dar descanso a mis intestinos–. Alí Babá lo condujo al lugar indicado. Al
                                                                               quedar a solas, el hombre se acercó a las tinajas e inclinándose sobre cada
mercado y notó que sobre la puerta había una marca blanca. Corrió a buscar
un trozo de tiza e hizo una señal exactamente igual en las puertas de todas    una, dijo en voz baja: –Cuando oigas que unas piedrecitas golpean tu tinaja,
                                                                               sal y acude junto a mí–. Morgana lo esperaba en la puerta de la cocina
las casas de la calle a derecha e izquierda. Cuando los malhechores entraron
                                                                               con una lámpara de aceite en la mano para conducirlo a la habitación.
en la ciudad y se dirigieron a la casa señalada, se asombraron mucho al ver
que todas las puertas de aquella calle tenían la misma señal. De inmediato     Cuando la joven volvió a la cocina, fregando los platos y las cacerolas, se
                                                                               acabó el aceite de la lámpara. Tomó la vasija y fue al patio a llenarla en
regresaron a la cueva y el jefe dijo: –Me encargaré yo mismo–; y partió solo
                                                                               una de las tinajas. Se aproximó a la primera de ellas, la destapó y metió
para la ciudad. Una vez allí, cuando el zapatero le hubo indicado la casa de
                                                                               la vasija en la abertura, pero el cacharro, en lugar de sumergirse en aceite,
                                                                                55 | alí babá y los cuarenta ladrones
chocó contra algo duro y oyó una voz. –¡Por Alah! ¡Este es el momento!–,
dijo el bandido sacando la cabeza. –¡No, mozo, no!, –dijo Morgana–. Tu
amo duerme todavía. Espera a que se despierte–. La muchacha, temblando
por la sorpresa, lo había adivinado todo. Inspeccionó las demás tinajas y
tanteando las cabezas contó otras treinta y ocho; cuando llegó a la última,
la encontró llena de aceite, llenó la vasija y fue a encender su lámpara.
De vuelta en la cocina, hizo hervir un gran cubo con aceite hirviendo y
aproximándose a cada tinaja, la destapó y vertió de golpe el líquido caliente
sobre las cabezas de los ladrones que al momento murieron abrasados.
Morgana volvió a cubrir las bocas de las tinajas con la fibra de palmera,
regresó a la cocina, apagó la lámpara y permaneció a oscuras.
A medianoche, el mercader de aceite asomó la cabeza por la ventana que
daba al patio y –no viendo ni oyendo nada– pensó que todos los de la
casa dormían. Tal como había dicho a sus hombres, arrojó sobre las tinajas
unas piedrecillas, pero nada sucedió. Pensando que sus hombres se habían
dormido, arrojó más guijarros, pero no apareció cabeza alguna. El jefe de
los bandidos se enojó mucho con sus hombres, a los que creía dormidos.
Mas, cuando se acercó a las tinajas, debió retroceder por el espantoso olor a
aceite quemado que exhalaban. El jefe de los ladrones comprendió de qué
manera atroz habían perecido sus hombres y, dando un salto prodigioso, se
trepó al muro intentando perderse en la oscuridad de la noche.
Morgana, que había permanecido en las sombras, se abalanzó contra él como
un gato salvaje y le clavó en el corazón un puñal que llevaba en su mano
derecha. Alí Babá salió al patio y, en el colmo del espanto y la confusión,
se lanzó hacia Morgana, que temblorosa por la emoción, limpiaba el puñal
en sus vestiduras.
Alí Babá creyó que la joven era víctima del delirio y de la locura, pero ella
con voz tranquila dijo: –¡Oh amo! ¡Alabemos a Alah que ha dirigido el
brazo de una débil joven para castigar al jefe de tus enemigos!.
Mientras hablaba, despojó de su manto al cuerpo y mostró bajo sus largas
                                                                                57 | alí babá y los cuarenta ladrones
barbas al jefe de los bandidos. Alí Babá comprendió que debía su vida y la
de su familia al coraje de la joven Morgana. La abrazó, con lágrimas en los
ojos, y le dijo: –¡Oh Morgana, hija mía! Para que mi dicha sea completa,
¿quieres entrar definitivamente en mi familia como esposa de mi hijo?–.
Morgana besó la mano de Alí Babá y respondió: –Acepto y obedezco.
Los cuerpos de los ladrones se enterraron en secreto en una fosa del jardín
y el matrimonio de Morgana con el hijo de Alí Babá se celebró sin tardanza
en medio de gran alegría y regocijo.
Al cabo de un año, Alí Babá decidió volver a la caverna en compañía de
su hijo y de Morgana. La joven no dejó de observar que los arbustos y las
grandes hierbas obstruían por completo el sendero que rodeaba la roca y que
en el suelo no había rastro de pisadas humanas ni huellas de caballos. Dijo
entonces: –Podemos entrar sin peligro–. Alí Babá pronunció la fórmula
mágica: –¡Ábrete, sésamo!–. La roca dejó paso libre a Alí Babá, a su hijo y a
la joven Morgana. El antiguo leñador comprobó que nada había cambiado
desde su última visita al tesoro. Llenaron de oro y piedras preciosas tres
sacos grandes que habían llevado con ellos y, volviendo sobre sus pasos,
después de pronunciar la fórmula, salieron de la cueva.
                               59 | LAS MIL Y UNA NOCHES
               ALADINO Y
         LA LÁMPARA MARAVILLOSA
lo vi, no vacilé en reconocerlo–. La madre de Aladino se emocionó con             cayó sobre él de un salto y lo atrapó. Lo miró fijamente y le dio una bofetada
aquellos recuerdos y, para que olvidara sus tristezas, el extranjero se dirigió   tan terrible que Aladino quedó aturdido y cayó al suelo. Sin Aladino, el
a Aladino variando la conversación: –Hijo mío, ¿qué oficio aprendiste para        mago no podía realizar la tarea para la que había viajado. –¡Es preciso que
ayudar a tu pobre madre y vivir ambos?                                            sepas–, dijo –que debajo de esta losa de mármol que ves en el fondo del
Al oír aquello, avergonzado por primera vez en su vida, Aladino bajó la           agujero se halla un tesoro inscripto a tu nombre y no puede abrirse más que
                                                                                  en tu presencia! Sólo tú en el mundo puedes levantar esta losa de mármol.
cabeza mirando al suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo
                                                                                  ¡Y una vez levantada serás el amo de un tesoro que partiremos en dos
su madre: –¿Un oficio?, ¿tener un oficio Aladino? ¡Se pasa todo el día
                                                                                  porciones iguales, una para ti y otra para mí!.
corriendo con otros niños del barrio, haraganes como él!–. Y se echó a
llorar.                                                                           Al oír estas palabras, el pobre Aladino se olvidó de la bofetada recibida
                                                                                  y contestó: –¡Oh, tío mío!, ¡mándame lo que quieras!. –¡He aquí, pues, lo
Entonces el extranjero se encaró con Aladino, y le dijo: –¡Qué vergüenza
                                                                                  que tienes que hacer! ¡Empezarás por bajar al fondo del agujero, tomarás
para ti, Aladino! Como mi deber es servirte de padre en lugar de mi difunto
                                                                                  con tus manos la argolla de bronce y levantarás la losa! ¡Sólo tendrás que
hermano, mañana volveré por ti para instruirte. Te haré visitar los sitios
públicos y los jardines situados fuera de la ciudad para que puedas habituarte    pronunciar tu nombre y el nombre de tu padre al tocar la argolla!.
al trato de gente distinguida y dedicada al trabajo.                              Entonces se inclinó Aladino y tiró de la argolla de bronce diciendo: –¡Soy
                                                                                  Aladino, hijo del sastre Mustafá!–, y levantó con gran facilidad la losa de
A la mañana siguiente, Aladino y su tío echaron a andar juntos y
                                                                                  mármol. Debajo, vio una cueva con doce escalones que conducían a una
franquearon las murallas de la ciudad, de donde nunca antes había salido
Aladino. Anduvieron por el campo y llegaron por fin a un valle al pie de          puerta de cobre rojo. El mago le dijo:
una montaña. ¡Para llegar a aquel valle había salido el mago de los confines       –¡Aladino, baja a esa cueva! Entra por la puerta de cobre que se abrirá sola
de su país y había viajado hasta los confines de la China!                        delante de ti. Verás cuatro grandes calderas llenas de oro líquido. Pasa sin
                                                                                  detenerte y recógete bien el traje porque si tuvieras la desgracia de rozar
Entonces dijo: –¡Ya hemos llegado!–. Se sentó sobre una roca y le ordenó
a Aladino: –¡Recoge ramas secas y trozos de leña y tráelos!–. Aladino             con tus ropas una de las calderas, al instante te convertirías en una mole de
                                                                                  piedra negra. Encontrarás luego un jardín magnífico plantado de árboles
se apresuró a obedecer. –Ya tengo bastante, –dijo el mago–. ¡Retírate y
                                                                                  agobiados por el peso de sus frutas. ¡No te detengas allí tampoco! Camina
ponte detrás de mí!–. Entonces prendió fuego, sacó del bolsillo una caja
de nácar, la abrió y tomó un poco de incienso que arrojó en medio de              hacia adelante y verás frente a ti, sobre un pedestal de bronce, una lámpara
                                                                                  de cobre encendida. Tomarás esa lámpara, la apagarás, verterás en el suelo
la hoguera. Se levantó una humareda espesa que el mago agitó con sus
manos murmurando fórmulas en una lengua incomprensible para Aladino.              el aceite y te la esconderás en el pecho. ¡Y volverás por el mismo camino! Al
                                                                                  regreso podrás detenerte en el jardín y recoger tantas frutas como quieras.
Tembló en ese instante la tierra y se abrió en el suelo una abertura de
diez codos de anchura. En el fondo de aquel agujero apareció una losa de          Una vez que te hayas reunido conmigo, me entregarás la lámpara.
mármol con una argolla de bronce en el medio.                                     Entonces el mago se quitó un anillo que llevaba y se lo puso a Aladino en el
                                                                                  pulgar, diciéndole: –Este anillo, hijo mío, te pondrá a salvo de todos los peligros.
Al ver aquello, Aladino lanzó un grito y emprendió la fuga. Pero el mago
67 | aladino y la lámpara maravillosa
                                                                                                                             69 | aladino y la lámpara maravillosa
Aladino bajó corriendo por los escalones de mármol. Sin olvidar las                ¡Voy a entrar de nuevo en la cueva mientras se calma!–. Al ver aquello, el
recomendaciones del mago, a quien todavía creía su tío, atravesó con               mago lanzó un grito de rabia y al momento la losa se cerró y Aladino quedó
precaución el lugar evitando rozar las calderas; cruzó el jardín sin detenerse,    encerrado en la cueva subterránea. El mago, furioso y echando espuma, se
vio la lámpara encendida y la tomó. Vertió en el suelo el aceite y la ocultó       alejó por el camino. Seguramente volveremos a encontrarlo.
en su pecho en seguida, sin temor a mancharse el traje. Volvió luego sobre         Desesperado, el muchacho empezó a dar gritos, prometiendo a su tío que le
sus pasos y llegó de nuevo al jardín.
                                                                                   daría al momento la lámpara. Pero sus gritos no fueron oídos por el mago,
Observó que los árboles estaban agobiados bajo el peso de las frutas de            que ya se encontraba lejos. Aladino empezó a dudar de aquel hombre. Se
formas, tamaños y colores extraordinarios. Las había blancas, de un blanco         veía enterrado vivo y empezó a restregarse las manos como hacen los que
transparente como el cristal o de un blanco turbio como el alcanfor. Y             están desesperados. De ese modo, frotó sin querer el anillo que llevaba en
las había rojas, de un rojo como los granos de la granada o de un rojo             el pulgar y vio surgir de pronto ante él un inmenso efrit, negro y brillante
como la sangre. Y las había verdes, azules, violetas y amarillas. El pobre         como el betún, con la cabeza como un caldero y ojos rojos llameantes. Se
Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas de nácar y          inclinó ante Aladino y con una voz retumbante cual el rugido del trueno,
piedras lunares; que las frutas rojas eran rubíes, carbunclos y coral; que las     le dijo: –¡Aquí tienes a tu esclavo! ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en
verdes eran esmeraldas, jades y aguamarinas; que las azules, eran zafiros y        el aire y en el agua! ¿Qué quieres?–. Aladino quedó aterrado pero cuando
turquesas; que las violetas eran amatistas; que las amarillas eran topacios        pudo mover la lengua, contestó: –¡Oh efrit, sácame de esta cueva!
y ágatas. Caía el sol sobre el jardín y los árboles despedían brillos como
                                                                                   Apenas pronunció estas palabras, se vio transportado fuera de la cueva.
llamas de fuego de todas sus frutas.
                                                                                   Aladino se apresuró a regresar sin volver la cabeza hacia atrás. Llegó
Entonces, se acercó Aladino a uno de aquellos árboles y recogió frutas de          extenuado a la casa donde lo esperaba su madre. Aladino le pidió de beber
todos los colores, llenándose con ellas el cinturón, los bolsillos y el forro      y de comer. Se vació el cántaro de agua en la garganta y comió de prisa.
de la ropa. Agobiado por el peso, se ciñó cuidadosamente el traje y lleno          Cuando se sintió satisfecho, dijo a su madre: –¡El que creíamos mi tío, oh
de prudencia atravesó la sala de las calderas, llegó a la escalera y vio en la     madre mía, es un maldito hechicero, un mentiroso, un demonio!–. Luego se
puerta al mago. El mago no tuvo paciencia para esperar a que llegase y le          detuvo un momento, respiró con fuerza y contó cuanto le había sucedido.
dijo: –¿Dónde está la lámpara, Aladino? Dámela ya, ya mismo–. Aladino              Cuando hubo acabado su relato, dejó caer la maravillosa provisión de frutas
contestó: –¿Cómo quieres que te la dé tan pronto si está entre todas las bolas     transparentes y coloreadas que había recogido en el jardín. Y también
de vidrio con que me he llenado la ropa por todas partes? ¡Déjame antes            cayó entre las piedras de colores la vieja lámpara por la que tanto se había
salir de este agujero y así podré sacarme del pecho la lámpara y dártela!–.        enfurecido el mago.
Pero el mago supuso que Aladino quería guardarse la lámpara y le gritó con
                                                                                   La madre apretó contra su pecho a Aladino, lo besó llorando y dijo: –¡Demos
una voz espantosa como la de un demonio: –¡Oh, hijo de perro!, ¡dame la            gracias a Alah que te ha sacado sano y salvo de manos de ese hechicero
lámpara enseguida o morirás!.
                                                                                   traidor y maldito!–. Aladino no tardó en dormirse.
Aladino temió recibir otra violenta bofetada y se dijo: –¡Más vale resguardarse!   Al despertarse, el muchacho pidió el desayuno pero su madre le dijo: –¡Ten
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–¡Oh madre! –dijo al llegar a su casa–, he visto a la princesa Badrul-Budur,      que exijo como dote: cuarenta fuentes de oro macizo llenas hasta los bordes
hija del sultán y no tendré reposo mientras no la obtenga en matrimonio!          de las mismas pedrerías en forma de frutas como las que envió en la fuente
Tú serás quien vaya a hacer al sultán esa petición–. Ella exclamó: –¿Dónde        de porcelana. Estas fuentes serán traídas a palacio por cuarenta esclavas
están los regalos que deberé ofrecer al sultán como homenaje?–. El joven          jóvenes, bellas como lunas, formadas en cortejo.
contestó: –Has de saber, ¡oh madre!, que las frutas de colores que traje del      Cuando escuchó de su madre la petición del sultán, Aladino se limitó a
jardín subterráneo son pedrerías valiosísimas. ¡Trae de la cocina una fuente
                                                                                  sonreír. Se apresuró a encerrarse en su cuarto, tomó la lámpara y la frotó.
de porcelana!–. Aladino colocó con mucho arte las piedras en la fuente,           Al punto apareció el efrit: –¡Aquí tienes a tu esclavo!¡Soy el servidor de la
combinando los colores, las formas y las variedades. Su madre no pudo
                                                                                  lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro! ¿Qué
menos que exclamar: –¡Qué admirable es esto!                                      quieres?–. Aladino expresó su pedido y al cabo de un momento regresó el
Cuando el sultán, que era justo y benévolo, vio a la madre de Aladino, le dijo:   efrit seguido por las esclavas portando sobre sus cabezas las fuentes de oro
–¡Oh mujer! ¿Qué traes en ese pañuelo que sostienes por la cuatro puntas?–.       macizo.
La madre de Aladino desató el pañuelo en silencio. Al punto se iluminó            Y he aquí que el sultán recibió al cortejo en la parte más alta de la escalinata
el lugar con el resplandor de las piedras y el sultán quedó deslumbrado
                                                                                  de su palacio. Hasta allí ascendió Aladino, ricamente ataviado, y el sultán le
de su hermosura. La madre le trasmitió entonces la petición de su hijo.
                                                                                  dijo: –En verdad, Aladino, ¿qué rey no anhelaría que fueras el esposo de su
El rey dijo: –El joven Aladino, que me envía un presente tan hermoso,             hija? ¿Cuándo deseas que se celebre la boda?–. Y contestó Aladino: –¡Oh
merece que se acoja su petición de matrimonio con mi hija Badrul-Budur.
                                                                                  sultán! Mi corazón está ansioso por celebrar la boda esta misma noche.
Le dirás, pues, que se efectuará el matrimonio cuando me haya enviado lo
                                                                               75 | aladino y la lámpara maravillosa
             DE CÓMO SHEREZADE
          Y EL REY VIVIERON FELICES
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