Warren Carter
El imperio romano
y el Nuevo Testamento
      Guía básica
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Título original: The Roman Empire and the New Testament. An Essential Guide.
Traductor: José Pedro Tosaus Abadía.
Diseño de cubierta: Francesc Sala.
© 2006 Abingdon Press.
©2 0 1 1 Verbo Divino
Impreso en España - Printed in Spain
Impresión: Gráficas Lizarra, Villatuerta (Navarra)
Depósito legal: NA. 145-2011
ISBN: 978-84-9945-142-8
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            El mundo imperial romano
    Los textos del Nuevo Testamento, escritos en las décadas
que mediaron entre los años 50 y 100 del siglo I, tuvieron su
origen en un mundo dominado por el imperio romano. En
algunos puntos, los textos del Nuevo Testamento hacen refe
rencia abiertamente a este mundo imperial y a representantes
suyos, como por ejemplo los emperadores (Le 2,1), los goberna
dores de las provincias (Me 15,25-39) y los soldados (Hch 10).
En otros puntos, como veremos, los autores del Nuevo Testa
mento hablan críticamente sobre este mundo imperial. En
otros más, parecen instar a la cooperación con Roma. “Temed
a Dios. Honrad al emperador” (1 Pe 2,17).
    Pero en la mayoría de sus pasajes no nos parece que hagan
referencia en absoluto al mundo de Roma. Jesús escoge discí
pulos entre los pescadores. Jesús cura a los enfermos. Pablo
habla de la rectitud o justicia de Dios y de la fidelidad humana.
Nada de esto nos parece que tenga que ver en absoluto con el
imperio de Roma.
    A lo largo de este libro vamos a ocuparnos de dos cuestio
nes. La primera entraña reconocer que los textos del Nuevo
Testamento suponen el mundo de Roma, y lo abordan, en
cada uno de sus capítulos. Incluso cuando nos parece que los
textos del Nuevo Testamento guardan silencio acerca del impe
rio de Roma, éste se encuentra siempre presente. No se ha mar
chado. El imperio romano proporciona el omnipresente marco
y contexto político, económico, social y religioso, a las afirma
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ciones, el lenguaje, la estructuras, las personas y las escenas del
Nuevo Testamento. Los textos del Nuevo Testamento guían a
los seguidores de Jesús del siglo I a la hora de afrontar el poder
de Roma que crucificó a Jesús.
    Y, en segundo lugar, veremos que los autores del Nuevo
Testamento evalúan y abordan de maneras diferentes el impe
rio de Roma. Esta variedad y diversidad en la forma de abor
darlo aparecerá en cada capítulo del presente libro.
    Son al menos dos los factores que, a nosotros, en cuanto lec
tores del siglo XXI, nos ocultan este mundo imperial romano.
    El primer factor atañe a la relación existente entre religión
y política. Con frecuencia consideramos la religión y la política
como realidades separadas y distintas. La religión pertenece a
la esfera de lo personal, individual y privado; la política, a la de
lo social, colectivo y público. Por supuesto, cabe discutir hasta
qué punto la religión y la política están separadas realmente
(piénsese en el eslogan “político” “Dios bendiga a los Estados
Unidos” o en quienes buscan el martirio en el nombre del
islam). Pero, en el mundo romano del siglo I, a nadie se le ocu
rría pensar que la religión y la política estuvieran separadas.
Roma afirmaba que su imperio era tal por mandato de los dio
ses. Aquellos a quienes consideramos jefes religiosos con sede
en Jerusalén, como los sumos sacerdotes y los escribas, eran en
realidad los jefes políticos de Judea y aliados de Roma (Josefo,
Ant. 20.251). Este entremezclarse de la política y la religión va
a ser continuamente objeto de nuestro estudio.
    El segundo factor parte de que, por nuestra condición de
lectores del siglo XXI, carecemos a menudo de conocimientos
acerca del mundo imperial de Roma. Esta carencia de conoci
mientos resulta perfectamente comprensible, dado que nuestro
mundo difiere mucho del mundo imperial en el que nacieron los
textos del Nuevo Testamento hace dos mil años. Sin embargo,
comprender el mundo de Roma tiene importancia para leer los
textos neotestamentarios, porque esos textos dan por supuesto
que los lectores saben cómo estaba estructurado el mundo
EL M UNDO IMPERIAL ROMANO
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romano y cómo era. Los textos no se detienen a explicárnoslo.
No nos lo detallan.
    Muy al contrario, la obligación de aportar los conocimien
tos correspondientes recae sobre nosotros. Hemos de saber, por
ejemplo, que cuando Jesús llama a unos pescadores galileos a
seguirle (Me 1,16-20), la pesca y los pescadores estaban pro
fundamente insertos en el sistema imperial romano. Al empe
rador se le consideraba soberano de tierra y mar, y su soberanía
se expresaba en los contratos de pesca y en los impuestos sobre
las capturas. El llamamiento hecho por Jesús a Santiago, Juan,
Andrés y Simón Pedro redefine la relación de éstos con el
mundo de Roma y su implicación en él.
    Resulta razonable esperar que la gente del siglo I aportara la
información que los textos presuponen, puesto que esa gente
compartía el mismo mundo que los autores. Pero a nosotros,
que los leemos más de dos milenios después y en un mundo
muy diferente, nos es difícil. Si no entendemos el mundo
imperial romano, nos resultará arduo entender los textos del
Nuevo Testamento.
    A modo de primer paso para alcanzar parte de esos cono
cimientos que se presuponen, voy a esbozar la estructura del
imperio romano. En el capítulo siguiente describiré algunas
de las maneras en que los textos neotestamentarios valoran el
imperio de Roma. En los capítulos posteriores entraré en deta
lles de aspectos concretos del mundo de Roma y maneras como
lo afrontaban quienes escribieron el Nuevo Testamento.
E l mundo imperial romano
    En el siglo I, Roma dominaba el territorio y la población
situados alrededor del mar Mediterráneo. Su imperio se exten
día desde (la actual) Gran Bretaña, al noroeste, hasta (las actua
les) Turquía y Siria, al este, atravesando Europa y pasando por
(las actuales) Francia y España, y a lo largo del norte de África
ai sur. Roma gobernaba una población total estimada entre
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60 y 65 millones de personas de diversos orígenes étnicos y
culturas.
    El imperio era muy jerárquico y presentaba grandes desi
gualdades en lo tocante al poder y la riqueza. Para la pequeña
élite gobernante, la vida era muy confortable. Para la mayoría
de la población, que no pertenecía a esa élite, la vida era lleva
dera, en el mejor de los casos, y muy amarga, en el peor. La
clase media no existía, las oportunidades de mejorar la propia
suerte eran pocas, y las protecciones en medio de las adversi
dades, escasas.
    El imperio romano era un imperio aristocrático. Este tér
mino significa que el mando estaba en manos de una pequeña
élite que constituía entre el 2 y el 3 por ciento de la población,
aproximadamente. Esta élite era la que configuraba la expe
riencia social de los habitantes del imperio, determinaba la
“calidad” de vida, ejercía el poder, controlaba la riqueza y dis
frutaba de una elevada posición.
    El imperio romano era también un imperio agrario. Su
riqueza y su poder se basaban en la tierra. Los miembros de la
élite no gobernaban en virtud de elecciones democráticas. En
parte lo hacían debido al control hereditario que ejercían sobre
los principales recursos del imperio: la tierra y la mano de obra.
Eran los propietarios de la tierra del imperio y consumían alre
dedor del 65 por ciento de lo que ésta producía. Explotaban a
una mano de obra barata formada por esclavos y arrendatarios.
Vivían a costa de quienes no pertenecían a la élite. Las élites
locales, regionales e imperiales cargaban a los demás con tribu
tos, impuestos y rentas, con lo cual obtenían riqueza de quie
nes no pertenecían a la élite gravando la producción, la distri
bución y el consumo de bienes. Los impuestos y las rentas se
pagaban, habitualmente, en especie, de manera que, según
nuestras estimaciones, un pequeño agricultor o un pescador
entregaba literalmente a las élites entre el 20 y el 40 por ciento
de sus capturas, sus cosechas o sus rebaños. No pagar los impues
tos se consideraba rebelión, porque suponía negarse a reconocer
EL M UNDO IMPERIAL ROMANO
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la soberanía de Roma sobre la tierra, el mar, la mano de obra y
la producción. Las represalias militares de Roma, cuando se
producía ese impago, eran inevitables e implacables.
    El imperio romano era también un imperio legionario.
Aparte de controlar los recursos, la élite gobernaba este impe
rio agrario mediante la coacción. El instrumento principal de
dicha coacción era el tan cacareado ejército romano. Además,
la élite controlaba diversas formas o “medios” de comunica
ción, como el diseño de las monedas, la erección de monu
mentos y la construcción de diversas edificaciones. Estos ins
trumentos comunicaban los valores romanos de la élite y
daban forma a las ideas. Aparte de esto, las redes de patronazgo
y las alianzas entre Roma y las élites de las provincias también
extendían el control, mantenían el statu quo e imponían los
intereses de la élite. Jesús describe negativamente esta jerarquía
y este control con estas palabras: “Sabéis que los jefes de las
naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las
oprimen” (Mt 20,25).
E l emperador y la élite gobernante
    El emperador presidía el imperio. Se concentraba en los
asuntos financieros y militares (que incluían la diplomacia),
que eran cruciales para conservar el poder romano y para cose
char los abundantes frutos de poder y riqueza de la élite. Los
trece emperadores cuyos reinados tuvieron lugar en el siglo I
fueron varones. Como ostentaba el título de “padre de la
patria” (paterpatriaé), el emperador personificaba la estructura
del imperio, que tenía a los varones por dominadores y centro.
Esto no significa que las mujeres no desempeñaran ningún
papel. En la casa imperial, las mujeres ejercían una influencia
considerable; las mujeres adineradas de la élite participaban en
los negocios y en la jefatura de las ciudades, y las mujeres que
no formaban parte de la élite intervenían en la economía
doméstica y en la de las localidades. Pero el imperio seguía
siendo un mundo dominado por los varones.
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La fuerza militar
    El imperio de Roma era un imperio legionario. Los empe
radores necesitaban la lealtad de las legiones, la unidad básica
de organización del ejército, para ejercer su soberanía, imponer
la sumisión e intimidar a quienes consideraban la posibilidad
de sublevarse. Fueron varios los emperadores que, como Ves-
pasiano en el año 69, alcanzaron el poder asegurándose el
apoyo de legiones clave. En el siglo I había aproximadamente
25 legiones de unos 6.000 soldados cada una. Las legiones con
taban con gran número de reclutas procedentes de las provin
cias. Además de con batallas propiamente dichas, la sumisión
y la cooperación se aseguraban con el uso de la “diplomacia
coactiva” (la presencia de las legiones por todo el imperio y la
amenaza de una acción militar). Las legiones también difun
dían la presencia romana construyendo carreteras y puentes, y
mejoraban la productividad incrementando la tierra fértil dis
ponible mediante la tala de bosques y el drenaje de pantanos.
Los ejércitos necesitaban alimento, hospedaje y suministros de
vestimenta y pertrechos para la guerra. Una fuente de esos
suministros eran los impuestos y los gravámenes especiales; por
ejemplo, sobre el trigo o el maíz de la región donde estaba esta
cionada la legión. El poder de la élite romana se aseguraba con
los militares a costa de quienes no formaban parte de la élite.
Las alianzas de la élite
     Los emperadores gobernaban en relación con la élite tanto
en Roma como en las principales ciudades de las provincias.
Roma estableció alianzas con reyes clientes, como el rey Hero-
des, que gobernaba con el permiso de Roma y promovía los
intereses de ésta. La élite, dotada de una riqueza procedente de
la tierra y el comercio, proporcionaba el personal que ocupaba
diversos cargos públicos y militares por todo el imperio, como
los de gobernadores provinciales, magistrados y funcionarios,
y miembros de los consejos ciudadanos locales. Estos cargos
EL M UNDO IMPERIAL ROMANO
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mantenían el orden y la estructura jerárquica del imperio que
tanto beneficiaba a la élite. Las relaciones entre el emperador y
la élite eran complejas. Como los beneficios del poder eran
grandes, esas relaciones solían combinar la deferencia por el
emperador, la interdependencia, la competencia por un poder
y una riqueza inmensos, la tensión y la desconfianza mutua.
    En Roma, el poder se hallaba concentrado en el Senado,
que estaba formado por unos 600 miembros sumamente acau
dalados. El Senado tenía la responsabilidad de legislar y super
visaba el gobierno que sus miembros ejercían a través de diver
sos cargos públicos y militares. En él había tanto romanos
como miembros de las élites de provincias nombrados por el
emperador. Los senadores constituían el nivel más importante
de la élite, pero ésta también incluía otros dos niveles que
tenían su fundamento en cantidades de riqueza algo menores,
pero que seguían siendo, no obstante, sustanciosas: el orden
ecuestre y los decuriones. Los miembros de estos órdenes tam
bién ocupaban cargos públicos y militares por todas las ciuda
des principales del imperio.
    Las personas designadas desempeñaban sus funciones en
continua referencia al emperador, que tenía su corte en Roma.
Plinio, el gobernador de Bitinia-Ponto (en la costa norte de
Asia Menor) en los años 109-111 EC, escribe unas 116 cartas
al emperador Trajano buscando el consejo de éste acerca de
diversas cuestiones administrativas: confinamiento de prisione
ros; construcción de termas; restauración de templos; estable
cimiento de una brigada de bomberos; determinación de quié
nes han de ser los miembros de los senados locales; toma de
decisiones legales; construcción de canales, acueductos y tea
tros; otorgamiento de la ciudadanía romana y preguntas sobre
qué hacer en relación con los cristianos que habían sido denun
ciados ante él. Las cartas de Plinio ponen de manifiesto la defe
rencia de éste y su inclinación a hacer la voluntad del empera
dor. Las respuestas del emperador hacen presente su voluntad
en la provincia.
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    Para lograr nombramientos para puestos tan prestigiosos y
lucrativos, los miembros de la élite necesitaban el favor o
patronazgo del emperador. Competían por dicho favor con
despliegues de riqueza, interés ciudadano e influencia. Estos
despliegues podían consistir, por ejemplo, en ejercer el lide
razgo en el ámbito militar, en financiar una fiesta o un espec
táculo, en construir una fuente, unas termas o cualquier otro
edificio público, en proporcionar donaciones de alimentos o
en patrocinar las reuniones de un grupo gremial o religioso.
Estos actos de patronazgo ponían públicamente de manifiesto
la riqueza e influencia de una persona de la élite, así como su
lealtad al emperador y su apoyo activo al statu quo jerárquico.
Además, los actos de patronazgo incrementaban el prestigio
social creando clientes de rango inferior que dependían de los
patronos pertenecientes a la élite. El emperador recompensaba
esos despliegues de buenas obras públicas (lo que se ha dado en
llamar “euergetismo”) con ulteriores oportunidades de ejercer
el poder y de conseguir riqueza mediante nombramientos para
cargos públicos o militares.
    Los emperadores que no tomaron en serio la asociación con
las élites romana y de las provincias, y no quisieron compartir
con ellas los enormes beneficios del poder y la riqueza, tuvie
ron, habitualmente, un final truculento. En medio de diversas
luchas por el poder, varios emperadores acabaron asesinados:
Calígula (37-41), Claudio (41-54), Galba (68-69), Vitelio
(69) y Domiciano (81-96). Otros, como Nerón (54-68) y
Otón (69), se suicidaron. Durante la guerra civil de los años
68-69, cuatro emperadores (Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano),
respaldados por diversas legiones, reclamaron como suyo el
poder supremo durante breves períodos de tiempo. El victo
rioso Vespasiano (69-79) proporcionó cierta estabilidad, pues le
sucedieron dos hijos suyos: Tito (79-81) y Domiciano (81-96).
Los evangelios del Nuevo Testamento se escribieron durante
estas décadas. Probablemente, Marcos se compuso alrededor
del año 70; Mateo, Lucas y Juan, en los años ochenta o
noventa.
EL M UNDO IMPERIAL ROMANO
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La sanción divina
    Además de con la posesión de recursos, la fuerza militar y
unas relaciones fluidas con la élite, los emperadores aseguraban
su poder reclamando como suyo el favor de los dioses. La
teología imperial proclamaba que Roma fue escogida por los
dioses, especialmente por Júpiter, para gobernar un “imperio
sin fin” (Virgilio, Eneida 1.278-279). Roma fue escogida para
manifestar en todo el mundo el dominio, la presencia y el favor
de los dioses. Las observancias religiosas practicadas con oca
sión de eventos públicos formaban parte integral de la vida
pública, económica y política de Roma.
    Los emperadores tenían que demostrar de manera individual
que eran los receptores del favor divino. Diversos relatos cuen
tan experiencias, signos y sueños asombrosos que se entendían
como demostración de la elección de emperadores concretos por
parte de los dioses. Por ejemplo, tras el suicidio de Nerón en el
año 68 se produjo una lucha por la sucesión. En la guerra civil
que siguió, tres figuras (Galba, Otón y Vitelio) reclamaron el
poder durante breves períodos de tiempo antes de que Ves-
pasiano se alzara con la victoria. Para fundamentar el reinado
de Vespasiano, Suetonio cuenta un sueño en el cual Nerón ve
cómo el carro de guerra de Júpiter viaja hasta la casa de Vespa
siano (Vespasiano 5.6). Este sueño presenta a Vespasiano como el
sucesor divinamente legitimado de Nerón. En una línea similar,
Tácito cuenta que los dioses abandonan al emperador Vitelio
para unirse a Vespasiano, dando a entender con ello que han
elegido a éste como emperador {Historias 1.86).
    La continua sanción de los emperadores por parte de los
dioses se reconocía y buscaba en lo que denominamos culto
imperial, que se celebraba en todo el imperio. La expresión
“culto imperial” hace referencia a una extensa serie de templos,
imágenes, ritos, personal y afirmaciones teológicas que honra
ban al emperador. Los templos dedicados a emperadores con
cretos, y las imágenes de emperadores emplazadas en otros
templos, eran puntos que concentraban el ofrecimiento de
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acciones de gracias y oraciones a los dioses por la salvaguarda y
la bendición de los emperadores y los miembros de la casa
imperial. El incienso, los sacrificios y los votos anuales expre
saban y renovaban la lealtad ciudadana. Las procesiones por las
calles y las comidas festivas que todo ello llevaba aparejadas,
a menudo costeadas por las élites, expresaban un tributo de
honor y gratitud, al tiempo que conmemoraban acontecimien
tos importantes como el natalicio del emperador, su accesión
al poder o sus victorias militares. Los actos de culto también
estaban incorporados a las reuniones de grupos como las aso
ciaciones de artesanos y los religiosos. En estas actividades, las
élites desempeñaban un papel destacado, patrocinando cele
braciones, manteniendo edificios y encabezando festejos públi
cos y grupales. Estas diversas celebraciones presentaban como
divinamente ordenado el imperio presidido por el emperador.
Desplegaban y reforzaban el control practicado por la élite.
Invitaban a quienes no pertenecían a la élite a la sumisión,
expresaban esta actitud, la estimulaban y la aseguraban.
    La participación en el culto imperial no era obligatoria. Su
celebración no era uniforme en todo el imperio ni fue cons
tante a lo largo del siglo I. Mientras que en muchas ciudades
se ofrecían sacrificios e incienso a la imagen del emperador, en
el templo de Jerusalén, por ejemplo, se ofrecían sacrificios y
plegarias cotidianos por el emperador, pero no a su imagen.
Aunque no se exigía la participación, había instancias que ani
maban activamente a ella, en especial las élites locales que
financiaban esas actividades y edificios, y desempeñaban la
función de sacerdotes o de presidentes de las celebraciones
imperiales. Los hombres y las mujeres de la élite desempeña
ban la función de sacerdotes y sacerdotisas del culto imperial (y
también de muchos otros grupos religiosos) porque podían
financiar las celebraciones y obtener con ello prestigio social y
poder personal. Esta actividad sacerdotal, abierta tanto a hom
bres como a mujeres, no era una vocación de por vida que requi
riera formación en un seminario o voto de celibato (o ambas
cosas); lo que se necesitaba era, más bien, ser de buena cuna
EL MUNDO IMPERIAL ROMANO
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y poseer riquezas, posición social y deseos de acrecentar la pro
pia fama.
Los valores de la élite
    Junto con el emperador, los miembros de las élites creaban,
mantenían y ejercían el poder, la riqueza y el prestigio mediante
el desempeño de unos papeles fundamentales: los de guerrero,
recaudador de impuestos, administrador, patrono, juez y sacer
dote. Estos papeles ejemplifican valores clave de la élite.
    —El dominio y el poder son los más importantes y están
     omnipresentes en la estructura social. Estos valores eran
     celebrados, por ejemplo, con el “triunfo” cuidadosa
     mente organizado que tenía lugar en Roma cuando un
     general victorioso entraba en la ciudad haciendo gala
     del botín y los cautivos tomados en batalla, haciendo
     desfilar al cabecilla enemigo capturado, ejecutándolo y
     dando gracias a Júpiter por la victoria de Roma. El
     triunfo, como el que celebró la destrucción de Jerusalén
     por parte de Roma en el año 70 EC, hacía alarde del
     poderío militar de Roma, de su poder victorioso, de su
     jerárquico orden social, de su economía legionaria y de
     su bendición divina.
    - Las élites consideraban importante la ostentación
      pública realizada mediante los cargos públicos y milita
      res, el patronazgo y el euergetismo (“buenas acciones
      públicas”) que acrecentaban su honor, riqueza y poder.
      Su liderazgo público era expresión de una visión del
      Estado que consideraba éste propiedad de la élite. Las
      aportaciones a la sociedad no se realizaban con vistas al
      máximo bien común, sino con vistas al privilegio y el
      enriquecimiento personales y, a su vez, con vistas al bien
      de los herederos propios. Estos actos mantenían la desi
      gualdad y el privilegio en el ámbito político, económico
      y social, no los transformaban.
                        EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
Las élites mostraban desprecio por las labores producti
vas y manuales; no realizaban ninguna labor manual,
pero dependían del trabajo de otros, como los pequeños
agricultores y los artesanos, y se beneficiaban de él. Los
esclavos formaban parte esencial del sistema romano.
Eran una fuente relativamente barata y forzada de mano
de obra cuya productividad enriquecía a la élite. Los
esclavos proporcionaban fuerza física, así como destre
zas sumamente valoradas en el campo de la educación,
los negocios y la medicina. Desempeñaban toda clase de
papeles: duras labores físicas de cultivo de la tierra, ser
vicio doméstico, satisfacción de las necesidades sexuales
de sus dueños, educación de los hijos de la élite y ges
tión empresarial y financiera de las fincas y los asuntos
comerciales del amo. Los impuestos con los que se gra
vaba la actividad productiva (agricultura y ganadería,
pesca, minería, etc.) también expresaban ese desprecio
por el trabajo; al mismo tiempo, su recaudación asegu
raba a la élite una fuente constante de ingresos que exi
mía a sus miembros de la necesidad de trabajar. Este
valor separaba claramente a la élite del resto.
Un cuarto valor guardaba relación con el consumo
ostentoso. Las élites hacían alarde de su riqueza con sus
viviendas, sus ropas, sus joyas, sus alimentos y con su
posesión en propiedad de tierras y esclavos. También
hacían alarde de ella con diversas obligaciones ciudada
nas: financiar banquetes, juegos y donaciones de ali
mentos; presidir actos religiosos públicos; construir ins
talaciones para el servicio de la ciudad; erigir estatuas;
beneficiar a sus clientes. Podían permitirse esos alardes
porque los impuestos y las rentas proporcionaban una
constante (y forzada) fuente de riqueza. Su abrumador
poder para extraer riqueza (mediante los impuestos) de
quienes no pertenecían a la élite dejó en buena medida
anticuadas las costumbres de acumular riqueza o in
vertirla.
EL M UNDO IMPERIAL ROMANO
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     - Un quinto valor atañe a un sentido de superioridad y se
       sustentaba y expresaba mediante la capacidad de some
       ter, coaccionar, explotar y extraer riqueza. Roma estaba
       destinada por los dioses a dominar. Otros, como “los
       judíos y los sirios nacieron para la servidumbre”, según
       Cicerón (De provinciis consularibus 10). Según Josefo, el
       futuro emperador Tito exhorta a sus tropas a la victoria
       sobre los judeanos afirmando que éstos son “inferiores” y
       han “aprendido a ser esclavos” (Josefo, GJ 6,37-42).
       Roma era superior a los habitantes de las provincias; la
       élite acaudalada y poderosa, a quienes no pertenecían a la
       élite; los varones, a las mujeres.
Los que no pertenecían a la élite
   Hasta el momento me he centrado en la élite gobernante,
especialmente en la jerárquica estructura social que esa élite
mantenía y de la cual se beneficiaba inmensamente. Este es el
mundo al que se enfrentaba cada día la mayor parte de la
población, quienes no pertenecían a la élite.
     - Puesto que quienes no pertenecían a la élite constituían
       aproximadamente el 97 por ciento de la población, no
       resulta sorprendente que la mayoría de los primeros
       cristianos pertenecieran a este grupo.
     - Los que no pertenecían a la élite estaban separados del
       poder, la riqueza y la categoría de la élite por una dis
       tancia enorme. No había clase media, y las oportunida
       des para mejorar la suerte propia eran escasas. Era más
       frecuente que la cuestión clave fuera la de la supervi
       vencia. No existía ningún “sueño romano” de ascender
       en la vida en virtud del propio esfuerzo.
     - Quienes no pertenecían a la élite estaban marcados por
       distintos grados de pobreza. Unos se ganaban acepta
       blemente la vida con el comercio. La mayoría se las arre
       glaban con dificultades gracias al comercio, las destrezas
                        EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
artesanas o las actividades agropecuarias. Casi todos
pasaban por períodos de abundancia y de penurias, de
manera que muchos de quienes no pertenecían a las éli
tes vivían a menudo con lo justo para subsistir o con
menos. Si las cosechas fallaban, si los impuestos subían
o si la élite retenía los víveres de una ciudad para forzar
la subida de los precios, la protección era escasa.
Muchos pasaban por períodos frecuentes de carestía de
alimentos. La mala salud era algo generalizado. El índice
de mortalidad infantil era elevado: quienes no llegaban
a los diez años de edad tal vez constituían hasta el 50
por ciento del total. La mayoría de los adultos no per
tenecientes a la élite morían entre los treinta y los cua
renta años. La esperanza de vida de la élite era más
larga.
Para quienes no pertenecían a la élite, la vida urbana
entrañaba hacinamiento, suciedad, malos olores, y
estaba sometida a numerosos peligros: inundaciones,
incendios, carestías de alimentos, agua contaminada,
enfermedades infecciosas, excrementos humanos y ani
males, tensiones étnicas y trabajo irregular. La vida rural
también se enfrentaba a muchos de estos peligros. Ade
más, el encadenamiento de malas cosechas entrañaba
carestías inmediatas, escasez de semillas para el año
siguiente, pocas opciones de comerciar para obtener lo
que un campesino no podía producir, la probable rup
tura de familias extensas en el caso de que algunos de
sus miembros se vieran obligados a marcharse a las ciu
dades para encontrar trabajo, y la imposibilidad de
pagar impuestos o de devolver préstamos, con el con
siguiente riesgo de embargo de las tierras. La angustia
y el estrés por la supervivencia diaria estaban muy
extendidos. Me ocuparé de la vida urbana más ade
lante, en el capítulo 4, y de las carestías y enfermeda
des en el capítulo 7.
EL M UNDO IMPERIAI. ROMANO
                                                               25
Dominación y resistencia
    Como hemos visto, las élites ejercían una dominación mate
rial sobre quienes no pertenecían ellas, pues se apropiaban de
su producción agropecuaria y de su mano de obra. El duro tra
bajo manual de quienes no pertenecían a las élites y las extrac
ciones forzadas de su producción sostenían el lujoso y elegante
tren de vida de la élite. Quienes no pertenecían a la élite afron
taban aún otro coste, más personal. La dominación influye
profundamente en el bienestar y los sentimientos personales.
Priva a la gente de su dignidad. Degrada y humilla. Exige no
sólo la producción agropecuaria, sino el pago de un enorme
coste personal de ira, resentimiento e inferioridad aprendida.
Además, las élites legitimaban y expresaban su dominación con
una ideología o conjunto de convicciones: afirmaban que ésa era
la voluntad de los dioses (véanse los capítulos 5 y 6, infra), y
sostenían que la jerarquía social y la explotación eran simple
mente la realidad de las cosas.
    ¿Cómo afrontaban este mundo quienes no pertenecían a las
élites? Una postura práctica era cooperar con una conducta
deferente y sumisa. Sin embargo, algunos estudios han demos
trado que, cuando se impone un poder dominante, existe resis
tencia. Alimentada por la ira y el resentimiento, esa resistencia
puede adoptar formas diversas. En ocasiones llega hasta la
sublevación violenta, como la que tuvo lugar en Judea contra
Roma en los años 66-70 EC. Pero habitualmente esas subleva
ciones eran aplastadas con rapidez y dureza.
    Que no haya una sublevación violenta no significa que no
haya protesta. A veces, las protestas adoptaban formas más
públicas, como los hurtos en propiedades de la élite, la evasión
de impuestos, la lentitud en el trabajo, la negativa rotunda a
trabajar o el ataque a un símbolo de la dominación.
   Pero, dado que los enfrentamientos directos violentos o
desafiantes provocan duras represalias, es más frecuente que,
entre los grupos dominados, las protestas sean soterradas o
“entre bastidores”. Al parecer, una conducta dócil puede ser
                                 EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
26
ambigua. La protesta es a menudo disimulada, calculada y
cauta. Puede conllevar contar historias que ofrezcan una alter
nativa o contraideología para negar la ideología dominante de
la élite y para afirmar la dignidad o igualdad de quienes no per
tenecen a ella. Puede incluir fantasías de violenta venganza y
juicio sobre las élites. Puede imaginar una inversión de papeles
favorable a quienes no pertenecen a la élite. Puede emplear un
lenguaje cifrado con mensajes secretos de libertad (“el reinado
de Dios”) o un “lenguaje con doble sentido” que parece some
terse a las élites (“dad al césar lo que es del césar”) pero con
tiene, para quienes tienen oídos para oír, un mensaje subver
sivo (“y a Dios lo que es de Dios”). Puede situar en un contexto
nuevo un acto de la élite encaminado a humillar (como el de
pagar impuestos) atribuyéndole un significado diferente que
dignifica a los dominados. Puede crear colectivos que afirmen
modos de proceder y relaciones sociales que difieren de los
modelos de dominación. El especialista James Scott resume
este tipo de protesta con un proverbio etíope: el general (o
emperador, terrateniente, gobernador o amo) pasa; el campe
sino hace una inclinación y se pede.
    Inclinarse parece expresar una deferencia adecuada. Pero la
aparente docilidad queda limitada por el acto ofensivo e irres
petuoso de pederse. Este acto no violento es, sin embargo,
oculto, disimulado, anónimo y protege la identidad del que
discrepa. Este acto no va a cambiar el sistema, pero expresa dis
conformidad y cólera. Afirma la dignidad del campesino como
alguien que rechaza estar completamente sometido. Da testimo
nio de una red mucho más amplia de protesta y disconformidad
respecto al orden social de la élite y su versión de la realidad. Esta
red de protesta, que se ha llamado “transcripción oculta”, ofrece
una visión de la dignidad y las relaciones humanas que consti
tuye una alternativa a la “transcripción pública” de la élite, su
versión oficial de cómo se debe organizar la sociedad.
   Los escritos del Nuevo Testamento se pueden considerar,
en parte, “transcripciones ocultas”. No son escritos públicos
EL M UNDO IMPERIAL ROMANO
                                                            27
dirigidos a la élite ni que tengan por destinatario a cualquier
persona que quiera leerlos. Están escritos en y para comunida
des de seguidores de Jesús, crucificado por el imperio. Los
escritos del Nuevo Testamento ayudan a los seguidores de Jesús
a la hora de afrontar el mundo de Roma. Debido a su adhesión
a la enseñanza y los hechos de Jesús, con frecuencia discrepan
de la manera como Roma organiza la sociedad. A menudo,
aunque no siempre, intentan crear modos alternativos de ser
persona humana y de participar en la colectividad humana que
reflejen los designios de Dios. A menudo, aunque no siempre,
ofrecen maneras de proceder y de vivir que con frecuencia
difieren de forma importante de los modelos de dominación y
sumisión del mundo de Roma. A menudo, aunque no siem
pre, proporcionan maneras diferentes de entender el mundo,
de hablar acerca de él, de vivir y relacionarse -rechazando en
todo momento tanto la opción de una huida total del imperio
de Roma como la de transigir totalmente con él—. Este afron-
tamiento diverso y variado constituye el tema de este libro.
                                6
    La teología imperial: un choque entre
      afirmaciones teológicas y sociales
    En el siglo I estaba ya establecido un conjunto importante
de ideas teológicas que expresaban y legitimaban el imperio y
el poder de Roma.
     - Los dioses han escogido Roma.
     - Roma y sus emperadores son mediadores del dominio,
       la voluntad y la presencia de los dioses entre los seres
       humanos.
     - Roma manifiesta las bendiciones de los dioses —seguri
       dad, paz, justicia, fidelidad, fecundidad- entre quienes
       se someten al dominio del imperio.
    Roma y sus aliados de la élite fomentaban activamente en
las provincias del imperio estas afirmaciones, que expresaban
su modo de entender que el puesto dominante del imperio en
el mundo se debía a la voluntad de los dioses. Estas ideas justifi
caban los esfuerzos por obligar a la gente a someterse a Roma y
justificaban igualmente la sociedad jerárquica del imperio, el
gobierno de la élite para su enriquecimiento propio y la privile
giada existencia de ésta. Estas afirmaciones fomentaban, además,
maneras de vivir que eran “adecuadas” para los habitantes del
imperio, especialmente la sumisión y la cooperación. Someterse
a Roma era someterse a la voluntad de los dioses y era el medio
de participar en la bendición de éstos. Es decir, estas afirmacio
nes tenían profundas consecuencias en el modo como la socie
dad se estructuraba bajo el control de Roma y en el modo de
vida de las personas.
                               EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
126
    Diversos “medios de comunicación” garantizaban que estas
expresiones y sanciones del dominio de Roma circularan por
todas las partes del imperio. Las monedas, auténticas vallas
publicitarias de mano del imperio, las proclamaban en cada
plaza de mercado con imágenes de figuras imperiales y dioses
y diosas. Lo mismo hacían las estatuas de figuras imperiales.
Las fiestas las anunciaban al tiempo que celebraban el cumple
años, la sucesión o una victoria militar del emperador. Los
miembros del personal imperial y militar eran el rostro de este
imperio, que contaba con sanción divina, y también los repre
sentantes de la voluntad de los dioses. Los arcos o puertas y los
edificios imperiales declaraban esa expresión y esa sanción.
Numerosos autores, que habitualmente escribían para el alfa
betizado público de la élite, las repetían.
   El poeta Virgilio, por ejemplo, hace que Júpiter designe a
Rómulo para fundar Roma y su imperio, del cual este dios
declara: “No le pongo límite de espacio ni tiempo, sino que he
dado un imperio sin fin” a los romanos, que serán “señores del
mundo” CEneida 1.254-282). Más tarde, Anquises le anuncia a
Eneas que la misión de Roma es “gobernar el mundo... coro
nar la paz con la justicia, perdonar al vencido y aplastar al
orgulloso” {Eneida 6.851-853).
    En torno al tiempo de la misión de Pablo, Séneca pone en
labios del emperador Nerón esta declaración: “¿He encontrado
yo, entre todos los mortales, el favor del cielo y he sido esco
gido para desempeñar en la tierra el papel de vicario de los dio
ses? Yo soy el árbitro de la vida y la muerte para las naciones”
('Clem. 1.1.2). En una de las páginas del historiador judío
Josefo, Agripa, títere de Roma, reconoce que “sin la ayuda de
Dios, nunca se podría haber construido tan vasto imperio”
(G J 2,390-391). Tácito pone en boca de un gobernador
romano el recordatorio, dirigido al jefe de una tribu germana,
de que “todos los hombres tenían que inclinarse ante los
mandatos de sus superiores; aquellos dioses a los que ellos
imploraban habían decretado que correspondiera al pueblo
LA TEOLOGÍA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   ^2 7
romano tomar la decisión de qué dar y qué quitar” (Tácito,
Ann. 13.51).
     Las afirmaciones de la elección de Roma como la represen
tante de los dioses se aplicaban no sólo al imperio como un
todo, sino también a los emperadores concretos. Antes del
ministerio de Jesús, el emperador Augusto (31 AEC-14 EC)
fomentó activamente estas opiniones, y lo mismo hizo Vespa-
siano, el emperador reinante en torno al tiempo en que se
escribieron los evangelios. Tras la gran inestabilidad política de
los años 68-69 EC, Vespasiano aparece como el emperador
triunfante. Suetonio recoge varios augurios y signos que, según
él, indican que los dioses han elegido a Vespasiano y le han otor
gado su favor. Uno de esos signos incluía un sueño en el cual
Nerón tenía que “llevar la sagrada carroza de Júpiter Óptimo
Máximo desde su santuario hasta la casa de Vespasiano” (Vespa
siano 5.7). Según la interpretación que de él se hizo, este sueño
significaba la transferencia del favor de Júpiter, del emperador
Nerón, a Vespasiano como su sucesor por elección divina.
Cuando Vespasiano se convierte en emperador en el 69 EC,
termina la guerra civil de los años 68-69, y un año más tarde
su hijo Tito destruye Jerusalén y acaba con la rebelión en
Judea. Vespasiano acuña monedas que proclaman su llegada al
poder como obra de varias deidades concretas. Algunas mone
das muestran a Júpiter con un globo, otorgando el dominio
universal a Vespasiano. Otras monedas presentan en lugar des
tacado a las diosas Paz (Pax) y Victoria (o Nike). Estas repre
sentaciones muestran el reinado de Vespasiano como la volun
tad de los dioses y, además, anuncian particulares bendiciones
divinas que él manifiesta entre sus súbditos.
    En referencia al emperador Domiciano (81-96 EC), el
poeta Estacio pone de relieve su papel representativo como
intermediario de Júpiter, al declarar: “Por mandato de Júpiter
rige [Domiciano] para él el mundo bendecido” (Estacio, Silvae
4.3.128-129). Y en referencia al emperador Trajano (98-117
EC), Plinio presenta a los dioses como “los guardianes y defen
128                           EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
sores de nuestro imperio” y ora a Júpiter por “la seguridad de
nuestro príncipe” {Pan. 94).
    Esta teología imperial romana afirmaba que, a través del
imperio de Roma, controlado por la élite, los dioses eran sobe
ranos del mundo, tenían el derecho de dirigirlo y podían deter
minar qué tipo de sociedad humana, relaciones y conductas
debían seguirse de ello. El acatamiento del dominio de Roma
se alentaba presentando el orden del imperio como provisto de
sanción divina.
    A los seguidores de Jesús, estas afirmaciones les planteaban
problemas. Los cristianos seguían a uno que había sido cru
cificado por el imperio. La crucifixión era el método defini
tivo con que contaba el imperio para eliminar a quien lo
cuestionaba o amenazaba. Los cristianos entendían que el
Señor es Jesús, no Júpiter. Entendían que Jesús había mani
festado el reino, reinado o imperio de Dios, no el de Júpiter y
Roma. ¿Cómo debían afrontar esta red de ideas entretejidas,
el imperio y la sociedad que éstas legitimaban y los comporta
mientos y usos cotidianos a los que daban forma? Vamos a
examinar a tres autores del Nuevo Testamento que refutan e
imitan estas afirmaciones con visiones teológicas y sociales
alternativas.
Pablo
    Como vimos en el capítulo 4, Pablo dirige sus cartas a
pequeñas comunidades de seguidores de Jesús que viven en
centros urbanos diseminados por el imperio. Era frecuente que
esas comunidades se esforzaran por determinar cuál era la
relación adecuada con los colectivos ciudadanos que consti
tuían su entorno. ¿Cómo debían afrontar las afirmaciones
sobre el papel de Roma, dotado de sanción divina? ¿Tenían que
participar en las fiestas que honraban al emperador? ¿Cuáles
debían ser sus actitudes y sus maneras de proceder con respecto
a las autoridades, las fiestas y la propaganda imperiales?
LA TEOLOGÍA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   J 29
    Pablo no insta a estas comunidades de Jesús a abandonar
sus ciudades ni a volver la espalda a los asuntos públicos. No
aboga por escapar de los problemas político-cívico-sociales del
imperio, ni por hacer caso omiso de ellos. Tampoco les insta a
emplear tácticas violentas para derrocar al imperio.
    Por el contrario, les ayuda a afrontar estos contextos públi
cos y estas afirmaciones imperiales para permanecer fieles a
los designios de Dios sobre el mundo. Al hacer hincapié en la
identidad especial de sus comunidades dentro de los designios
de Dios todavía incompletos, el apóstol refuerza su identidad
grupal y sus límites, en cuanto distintos de la colectividad que
les rodea pero partícipes de ella. Además, enmarca sus dificul
tades presentes dentro del contexto cósmico más amplio de la
participación en los justos designios de Dios sobre el mundo,
que, aunque todavía incompletos, acabarán alcanzando la
victoria. Es decir, los cristianos pertenecen al imperio de Dios
(Rom 14,17; Flp 3,20).
    Las nociones relativas a la alianza influyeron de manera
importante en el pensamiento teológico de Pablo. Dios era
doblemente fiel: a las promesas que él mismo había hecho a
Israel como pueblo de Dios, y a la de bendecir con vida a toda
la creación de Dios (2 Cor 1,20). Además, Pablo era un pen
sador apocalíptico que entendía que los designios de Dios
todavía no se habían completado. Con el regreso inminente
de Jesús, Dios pondría fin a este mundo marcado por el
pecado y la muerte y cumpliría de manera definitiva sus bue
nos y vivificantes designios. En estas afirmaciones era fun
damental la convicción de que la soberanía sobre el mundo
no pertenecía a Júpiter y Roma, sino a Dios (Rom 1,18-32;
11,33-36; 1 Cor 8,6; 10,26 citando Sal 24,1: “Del Señor es la
tierra”). Y la soberanía universal e incluyente de Dios se hacía
realidad en comunidades incluyentes, étnicamente mixtas, que
proporcionaban experiencias y maneras de proceder colectivas
que constituían una alternativa a las estructuras sociales del
imperio dominadas por la élite, jerárquicas y excluyentes. Pablo
                               EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
130
entiende que el Evangelio de Dios y sobre Dios (Rom 1,1) revela
los soberanos designios divinos en el mundo de Roma.
   El evangelio de Pablo y sus comunidades representa un
importante cuestionamiento teológico de las pretensiones de
Roma. En su evangelio es fundamental la afirmación de que hay
un solo Dios (Rom 3,27), el creador de todo (Rom 1,18-32).
“Existen, en verdad, quienes reciben el nombre de dioses, tanto
en el cielo como en la tierra —y ciertamente son muchos esos
dioses y señores-; sin embargo, para nosotros no hay más que
un Dios: el Padre” (1 Cor 8,5-6). A Júpiter/Zeus se le deno
minaba habitualmente Padre (Virgilio, Eneida 1.254: “el padre
de hombres y dioses”), y al emperador se le conocía como
“padre de la patria”. Se le consideraba como un padre que tenía
autoridad sobre los miembros de su vasta (y sumisa) casa, su
imperio, y que derramaba sobre ellos su bendición.
    Frente a estas afirmaciones, Pablo echa mano de las tradi
ciones de la Biblia hebrea para presentar al Dios de Israel como
el padre de los creyentes (Dt 32,6; Jr 3,19-20; Rom 1,1.7b). En
Gál 4,8 rechaza a esos “supuestos dioses” como “seres que por
naturaleza no son dioses”, y en Rom 8,38-39 declara que todas
las potencias cósmicas carecen de poder en lo tocante a las actua
ciones amorosas y salvíficas de Dios. Para los creyentes hay “uno
solo Señor, Jesucristo” (1 Cor 8,6; Rom 1,1). Pablo vuelve a uti
lizar aquí un lenguaje que habitualmente se aplicaba al empera
dor (“Señor”). El uso constante que Pablo hace de un lenguaje
estrechamente asociado al poder imperial, y la nueva definición
con contenido cristiano que da de esos términos, es indicio de
un cuestionamiento directo del evangelio del césar.
    El ataque de Pablo no sólo rechaza el politeísmo, sino que
además se enfrenta a la teología imperial romana, poniendo en
tela de juicio la sanción divina que ésta atribuye al imperio. Si
no hay otros dioses, sino un único Padre divino, las pretensio
nes de Roma de gobernar y moldear el mundo de acuerdo con
la soberana voluntad de Júpiter y el resto de los dioses quedan
desenmascaradas como vacuas. Los cristianos podían encontrar
LA TEOLOGIA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   J   ^
en este planteamiento paulino razones más que suficientes para
no participar en los ritos imperiales que se celebraban en casas,
asambleas gremiales o fiestas públicas.
    Además, el análisis que Pablo hace pone de manifiesto que
el mundo sometido al poder de Roma no está ordenado se
gún los designios de Dios. No reconoce la soberanía de Dios.
Asegura lealtades a quienes no las merecen, con lo cual las per
sonas dan culto a las criaturas, no al creador (Rom 1,18-32).
Pablo dice que los ídolos o imágenes, entre los que se deben
incluir las de los emperadores, son el lugar donde habitan los
demonios (1 Cor 10,20-21). El culto a los ídolos es expresión
de que no se ha reconocido a Dios, y esta falta de reconoci
miento va acompañada por unas relaciones sociales destructi
vas (Rom 1,29-31). Este mundo está regido por poderes hosti
les a los designios de Dios: el pecado y la muerte (Rom 6,9.14),
la carne (Rom 8,7) y Satanás (Rom 16,20). Este mundo pre
sente, situado bajo el dominio de Roma (en contraste con el
mundo venidero del reinado de Dios), es perverso (Gál 1,4).
Está marcado por “la impiedad y la maldad” (Rom 1,18). Su
sabiduría es necedad en comparación con los caminos de Dios
(1 Cor 2,6). Se trata de una feroz condena del imperio jerár
quico, explotador y legionario de Roma.
    La intervención de Dios, sin embargo, está llevando esta
situación a su final (Rom 16,20). La perspectiva de Pablo se
opone claramente a las afirmaciones de que el emperador había
salvado al mundo y había instituido la edad de oro bendecida
por los dioses. La noción de edad de oro, el saeculum aureum,
estuvo especialmente asociada con el emperador Augusto
(muerto en el año 14 EC) y hacía referencia a un orden social
marcado por la virtud y la tranquilidad, y alcanzado mediante
la guerra, el triunfo y la dominación. Durante los años cin
cuenta, la época de Pablo, Séneca la emplea en su obra Sobre
la clemencia, escrita para instruir al emperador Nerón (54-68
EC). Séneca presenta a Nerón ¡como la única esperanza para
rescatar al mundo del pecado mediante su “clemente” reinado!
                                EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
132
A Séneca no le pasa en ningún momento por la cabeza que el
imperio de Roma caiga, sino que escribe para sostenerlo.
Pablo tiene otros objetivos. Dios, “el Padre de las misericordias”
(2 Cor 1,3-4), y no Roma, es quien, en su fidelidad, dará vida
a todos los seres humanos (Ef 2,4-5). El imperio y la justicia de
Dios salvarán al mundo (Rom 14,17).
    El representante de Dios a la hora de hacer valer la sobera
nía de éste es Jesús. Pablo centra la atención en su muerte, resu
rrección y regreso. La fidelidad de Jesús a los designios de Dios
tuvo como resultado su crucifixión. Roma utilizaba la crucifi
xión como una forma de tortura que eliminaba las amenazas al
sistema imperial e intimidaba a los demás para que adoptaran
una actitud de acatamiento sumiso. Pablo menciona a “los
poderosos de este mundo” (1 Cor 2,8) como los responsables
de la muerte de Jesús. Esta expresión se ha interpretado como
una referencia a potencias celestes o a gobernantes humanos.
Es muy probable que haga referencia a ambos, de modo que
designe a los representantes imperiales y a las potencias sobre
naturales que actúan entre bastidores. La proclamación por
parte de Pablo de “Cristo crucificado” (1 Cor 1,23; 2,2) pone
de manifiesto la profunda hostilidad existente entre los desig
nios de Dios, expresados en Jesús, y el mundo imperial. Los
gobernantes de éste emplean la violencia para proteger su
orden y su poder contra la amenaza de Jesús. Este experimenta
el destino de muchas personas esclavizadas por el emperador
que se atreven a imaginar un orden diferente (Flp 2,7).
    Pese a las pretensiones de una “Roma eterna” que gobernará
su imperio para siempre, la cruz pone también de manifiesto
los límites del poder romano. Roma no puede mantener
muerto a Jesús: Dios da “vida a los muertos” (Rom 4,17). La
resurrección de Jesús anticipa la destrucción de los poderes
gobernantes (1 Cor 2,8), la resurrección universal y el estableci
miento del imperio de Dios sobre todo (1 Cor 15,20-28).
Dios acabará con este sistema imperial injusto e idolátrico en la
“venida” final de Jesús (1 Tes 2,19; 3,13; 4,15; 5,23; 1 Cor 15,23).
LA TEOLOGÍA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES
Una vez más, Pablo toma un término imperial, parousia, que
habitualmente se usaba para referirse a la llegada de una auto
ridad imperial, un general o un emperador (por ejemplo,
Josefo, G J 5.410, Tito), y lo aplica a Jesús y a la realización de
los designios de Dios.
    Pablo presenta al “Señor Jesucristo”, que vendrá del cielo
para cumplir estos designios, como el “salvador” (Flp 3,20). De
nuevo utiliza un término, “salvador” (sótér), que comúnmente
se aplicaba al emperador (Josefo, G J 3.459; Vespasiano). Al
aplicárselo a Jesús, Pablo indica que no cree que Roma y sus
emperadores hayan salvado al mundo de nada. La pretensión
de Roma de haber traído la seguridad y haber efectuado la
liberación del peligro (sótéria) es falsa. Por el contrario, es
Dios quien salva al mundo de las manos de Roma y de sus
falsas pretensiones. En el momento de la venida de Jesús, en
una visión que imita los triunfos imperiales, “todo principado,
toda potestad y todo poder” quedan destruidos; “todos sus
enemigos” son puestos “bajo sus pies” y sometidos al reinado
de Dios (1 Cor 15,23-28; Flp 2,5-11).
    El momento en el que tendrá lugar esta “venida” de Jesús
(1 Tes 4,15), este “día del Señor” (5,2), se desconoce. Jesús
invadirá el mundo romano, en el que la gente declara que “hay
paz y seguridad” (1 Tes 5,3). Esta frase evoca abiertamente el
hecho de que Roma se jacta de haber otorgado al mundo estas
bendiciones (Josefo, G J 6.345-346). La Pax romana (“paz
romana”) se celebraba, por ejemplo, en Roma en el Ara Pacis
Augustae, el altar de la paz augustal. Este monumento de
forma cúbica, con muros sumamente decorados, fue testigo de
las victorias de Roma en las guerras derivadas de su fidelidad a
la misión que los dioses le habían encomendado de gobernar el
mundo. La fidelidad producía victorias militares, lo cual a su
vez producía la paz. “Paz” denotaba la sumisión a Roma
impuesta por la fuerza de las armas o negociada mediante tra
tados y alianzas. “Paz” y “seguridad” describían un mundo bajo
el control jerárquico de la élite y gobernado para el provecho
                              EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
134
de unos pocos. Pablo critica este mundo imperial llamándolo
“noche” y “tinieblas” (1 Tes 5,5). Es lo contrario a un mundo
ordenado según los justos designios de Dios para el bienestar
(salvación) de todos.
    En el tiempo que precede a la venida de Jesús, Pablo ve a
Dios en acción en medio, y enfrente, del mundo de Roma.
Denomina la actividad de Dios “gracia y paz” (1 Tes 1,1). La
gracia es el poderoso don gratuito de Dios que crea paz, un
mundo marcado por la integridad y la justicia para todos.
Entretanto, los creyentes toman parte en los designios de Dios
viviendo la fidelidad, el amor y la esperanza de la inminente
salvación divina de las manos de ese mundo, que se llevará a
cabo en el momento de la venida de Jesús (5,8-11).
    En Romanos, Pablo declara que Dios está ya actuando,
poderosa y fielmente, con vistas a la salvación (Rom 1,16-17).
Este es el Evangelio, la buena noticia que pone de manifiesto
la justicia o rectitud de Dios mediante su fidelidad (1,16-17).
Pablo declara: “No me avergüenzo del Evangelio; es el poder de
Dios para la salvación de todo el que tiene fe [o fidelidad], de
los judíos primero y también de los griegos. Pues en él la recti
tud [o justicia] de Dios se revela por la fe y para la fe”. Estos
versículos de los capítulos iniciales de Romanos compendian la
afirmación central de la carta. Resulta significativo que estos
dos versículos estén llenos de palabras que eran términos impe
riales de uso corriente. Pablo se enfrenta de nuevo a las pre
tensiones imperiales y les niega su legitimidad al compararlas
con los designios considerablemente diferentes de Dios, de jus
ticia para todos.
      —Evangelio/Buena Noticia: Este término/expresión desig
       naba con frecuencia los bienes del imperio, tales como
       el nacimiento de un emperador, una conquista militar
       suya o su accesión al poder (Josefo, G J4.618). Siguien
       do la tradición de Isaías (especialmente Is 40 y 52),
       Pablo utiliza el mismo lenguaje para hablar no de las
       “bendiciones” de Roma, sino de la actividad salvadora
LA TEOLOGÍA IM FERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLOGICAS Y SOCIALES   J   35
        de Dios y del establecimiento de su reinado o imperio
        en lugar del de Roma (Is 52,7). Creer en el Evangelio es
        comprometerse con Dios obedeciéndole como rey o
        emperador (Rom 1,5).
     - Salvación: Este término también designaba las bendi
       ciones del mundo de Roma, especialmente su seguridad
       y orden, alcanzado mediante la liberación de toda ame
       naza y peligro. Pero, por supuesto, este orden no era
       otra cosa que beneficio para unos pocos -el poder mili
       tar de Rom a- y sumisión forzada para la mayoría. Evo
       cando de nuevo la tradición de Isaías, Pablo presenta
       una realidad alternativa en la cual el poder salvador de
       Dios libera de las potencias imperiales (Is 45,17; 46,13)
       y crea integridad y bienestar para todos (49,6; 52,10).
     - Rectitud o justicia: El evangelio de Pablo es un ataque a
       Roma, y el apóstol utiliza el lenguaje de la victoria, con
       resonancias imperiales, para afirmar el inevitable triunfo
       de Dios (1 Cor 15,57). Pero al menos un dato hace pen
       sar que Pablo no está simplemente imitando al imperio.
       Lo que está haciendo Dios es fundamentalmente dife
       rente. Roma proclamaba su misión de dar la justicia al
       mundo “para coronar la paz con la justicia” (Virgilio,
       Eneida 6.851-853; Hechos de Augusto 34). En Roma
       existía un templo dedicado a Iustitia, la diosa Justicia,
       que, según se creía, actuaba a través de Roma. La justi
       cia romana, sin embargo, era inevitablemente represen
       tante de su sistema imperial. Su función era mantener el
       control de la élite sobre el resto castigando y eliminando
       a quienes (como Jesús) amenazaban su poder. Pablo
       entiende que la justicia (o rectitud) de Dios no queda
       revelada por Roma, sino por el Evangelio. Y esta justicia
       no es punitiva, ni busca su propio interés beneficiando
       únicamente a la élite. Esta justicia entraña que Dios actúa
       recta o fielmente respecto a sus designios de alianza anun
       ciados en la promesa hecha a Abrahán de bendecir a
                                EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
136
        todas las naciones de la tierra (Gn 12,1-3). La actuación
        de Dios en el mundo consiste en rectificar las cosas para
        todos, “para los judíos primero y también para los grie
        gos” . Esta obra se ha iniciado ya en la muerte y resurrec
        ción de Jesús, con la cual, por el hecho de resucitar a
        Jesús, Dios vence la injusticia romana. Esta obra de “rec
        tificación”, de aportación de justicia, quedará completada
        en el momento del regreso de Jesús.
      —Fe/plenitud: Los actos de Dios que llevan consigo salva
       ción, justicia o rectitud tienen su origen en la fidelidad
       divina. Quedan expresados mediante la fidelidad de
       Jesús (Rom 3,21-26), y uno se encuentra con ellos en la
       fidelidad humana (a menudo traducida por “creer” o
       “fe”), que abarca la confianza, el compromiso, la lealtad
       y la obediencia vitales (Rom 1,5). Pablo utiliza un len
       guaje que era fundamental en las afirmaciones imperia
       les. En éstas se expresaba la creencia de que la diosa
       Fides, lealtad o fidelidad, actuaba a través de los gober
       nantes del imperio. El emperador representaba la leal
       tad o fidelidad de Roma a tratados y alianzas {Hechos de
       Augusto 31-34). Pero esa lealtad requería una lealtad
       recíproca que entrañaba la sumisión a la voluntad de
       Roma y la cooperación con su dominio, centrado en su
       propio beneficio. Pablo anuncia la fidelidad de Dios a
       designios muy diferentes (justicia para todos) e invita a
       los oyentes del Evangelio a confiarse a esos designios,
       participando con lealtad en la obra de Dios, que trae la
       justicia.
    Pablo ve que este ataque teológico a las pretensiones de
Roma va tomando forma social. La obra de Dios, proclamada
por medio de la misión de Pablo, da forma a comunidades que
encarnan una identidad diferente y unos modos de proceder
alternativos, en cuanto toman parte en los designios divinos.
Los creyentes de Filipos hacen presentes los designios de Dios
en la tierra aunque su ciudadanía o “mancomunidad” está en
LA TEOLOGÍA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   | 3 7
el cielo. Pese a que su destino propio es la morada de Dios
desde la que vendrá Jesús, en el presente viven como una colo
nia de extranjeros o de veteranos reasentados en territorio
extranjero. Pablo suele dirigirse a las comunidades llamán
dolas ekklesia (1 Cor 1,2; Gál 1,2; Flm 2). Este término se
hace eco del lenguaje que la traducción griega del Antiguo
Testamento (los Setenta) aplica a la asamblea del pueblo de
Dios, y también del nombre dado a la asamblea ciudadana de
las ciudades de habla griega en la parte oriental del imperio
romano. Así, el uso de esta palabra por parte de Pablo presenta
sus iglesias como asambleas rivales.
    También utiliza frecuentemente el lenguaje doméstico para
denotar la identidad de esas iglesias y sus relaciones. Dado que
Dios es su Padre, sus miembros son hermanos y hermanas
(Rom 12,1; 1 Cor 1,10-11). Deben mostrarse un amor “fami
liar” unos por otros (Rom 12,10). Estas asambleas tienen que
manifestar unas relaciones sociales diferentes, que sustituyan
las explotadoras jerarquías sociales y de género del imperio
por unas relaciones más igualitarias y humanitarias (Gál 3,28).
Las comidas han de hacer realidad estas relaciones diferentes
(1 Cor 11,17,34), lo mismo que las ha materializado ya el pro
cedimiento económico alternativo de la colecta de las iglesias
gentiles en favor de los pobres de Jerusalén (1 Cor 16,1-4;
2 Cor 8-9; Rom 15,25-33).
    Se debe señalar, no obstante, que, en la misma medida en
que Pablo esboza esta alternativa y este ataque teológicos y
sociales al imperio, se encuentra también profundamente
influido por este mundo del imperio. A la hora de hacer su
presentación del abrumador poder de Dios, echa mano de
nociones imperiales. Celebra su ministerio como ejercido
siempre triunfalmente (2 Cor 2,14). Emplea su propia auto
ridad “imperial” y patriarcal para exigir de las iglesias lealtad
y obediencia (1 Cor 4,15). Disfruta del patronazgo de quienes
apoyan su ministerio (Febe: Rom 16,1-4). Declara que la escla
vitud no importa (Gál 3,28), pero no parece oponerse a ella.
                              EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
138
En el difícil pasaje de Rom 13,1-7, que analizaremos en el
capítulo 8, insta a la sumisión a Roma. Sin embargo, en todo
momento anuncia también el juicio de Dios sobre el imperio de
Roma, y sus designios alternativos, vivificadores y justos. En su
calidad de comunidades de resistencia y de solidaridad con los
oprimidos por el poder de Roma, las comunidades deben vivir
como partícipes de los designios de Dios hasta que éste cumpla
esos designios en el momento del regreso de Jesús.
Los evangelios
    También los evangelios refutan teológica y socialmente esas
afirmaciones de que los dioses han escogido a Roma para ma
nifestar la soberanía, presencia, representación y bendiciones
de los dioses.
   Mateo
   Soberanía
   El evangelio de Mateo afirma reiteradamente que el mundo
pertenece no a Roma a instancias de Júpiter, sino a Dios. Los
designios soberanos de Dios se imponen sobre los de Roma.
    La genealogía inicial de Mateo pasa revista a la historia de
Israel poniendo de relieve tres grandes acontecimientos que
revelan los designios soberanos de Dios (1,1-17). Dios le pro
mete a Abrahán que por él bendecirá a todas las naciones de la
tierra (Gn 12,1-3). Dios le promete a David un reino que
durará por siempre (2 Sm 7,14). Pero el tercer gran aconteci
miento, la caída de Jerusalén y el exilio de su clase dirigente a
Babilonia en el 587 AEC, parece haber puesto en peligro esos
designios. La pérdida del país, la destrucción de Jerusalén y el
exilio de sus dirigentes parecen ser el final de cualquier bendi
ción para los demás y, con mayor razón aún, el final del reino
eterno prometido. Los versículos 12-16 indican, sin embargo,
que los designios de Dios continúan con un sorprendente
regreso del exilio. El poder imperial no puede desviar ni derro
LA TEOLOGIA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   ^   C)
tar la obra de Dios. Entremedias de estos grandes aconteci
mientos, Dios actúa a través de todo tipo de personajes -m as
culinos y femeninos, reyes buenos y malos, judíos y gentiles,
importantes y marginales—para llevar adelante sus designios en
Jesús el Cristo. Significativamente, Roma no aparece en este
repaso histórico.
    Dios hace valer su soberanía en la concepción de Jesús por
medio del Espíritu (1,18-25). Dios encomienda a Jesús la
misión de manifestar la presencia salvadora de Dios en un
mundo de pecados (1,21-23). El imperio de Roma no ordena
el mundo según los designios de Dios. Como era de esperar,
en el capítulo 2, uno de los representantes de Roma pone en
peligro la obra de Dios. Herodes, que ostenta el poder en su
calidad de rey títere de Roma, utiliza a sus aliados, los jefes que
tienen su sede en Jerusalén, y a los Magos de oriente para
intentar matar a Jesús por representar una amenaza para su
reinado. Sin embargo, Dios protege a Jesús utilizando ángeles
y sueños para frustrar los esfuerzos de Herodes. En este capítulo
de Mateo se señala irónicamente en tres ocasiones la muerte de
Herodes (2,15.19.20).
    En 4,1-11, el diablo ataca la realización de los designios de
Dios tentando a Jesús. El núcleo de las tentaciones atañe a si
éste será leal a los designios de Dios, en su calidad de hijo y
representante de Dios (3,13-17), o si obedecerá al diablo. En
la tercera tentación (4,8-9), el diablo ofrece “todos los reinos
[imperios] del mundo” a Jesús si le obedece. Esta oferta es una
sorprendente afirmación de la soberanía del diablo sobre el
mundo y sus imperios. Revela una alianza entre el diablo y
Roma y desenmascara al Maligno como el poder que está
detrás del imperio de ésta.
   Varios versículos más tarde, en el diabólico mundo de
Roma, Jesús empieza su ministerio público con una afirmación
contraria. Anuncia la soberanía de Dios con estas palabras:
“Está llegando el reino [imperio] de los cielos” (4,17). La pala
bra “reino” o “imperio” (en griego, basileiá) es la misma que el
                               EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
140
diablo usó en 4,8 y se aplica de manera habitual al imperio de
Roma. La expresión “reino [imperio] de los cielos” compendia
la misión de Jesús de manifestar la presencia salvadora de Dios.
El resto del evangelio expone en detalle el imperio o presencia
salvadora de Dios en escenas que ponen de manifiesto la afir
mación de la soberanía de Dios: sobre las vidas humanas, en la
vocación de los discípulos (4,18-22; 9,9); sobre las enfermeda
des (4,23-25; caps. 8—9); el viento y el mar (8,23-27); los demo
nios (8,28-34; 12,28); el pecado (9,2-8); la muerte (9,18-26;
cap. 28); sobre el templo de Jerusalén y los adversarios de Jesús,
el grupo dirigente aliado con Roma (caps. 21-22). El lenguaje
de Jesús afirma la soberanía de Dios como “Padre nuestro
que [estás] en el cielo” (6,9) y “Señor del cielo y de la tierra”
(11,25). El enseña a los discípulos a orar para que se establezca
la soberanía de Dios: “Venga tu reino [imperio]. Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo” (6,10). Su resurrección
hace valer la soberanía de Dios sobre la muerte y también sobre
el poder de Roma. Roma no es capaz de mantener muerto a
Jesús. Jesús resucitado declara que él comparte con Dios “toda
autoridad en el cielo y en la tierra” (28,18).
    La afirmación definitiva de la soberanía de Dios llega
cuando Jesús regresa como Hijo del hombre. En 24,27-31, su
regreso se hace eco de Dn 7, donde Dios destruye todos los
imperios y establece su imperio sin fin. Jesús destruye el ejér
cito de Roma (el águila: 24,28) y las deidades cósmicas que
supuestamente sancionan el imperio de Roma (24,29). El jui
cio universal (24,31; 13,39-42) valora si la gente ha dado de
comer al hambriento, ha vestido al desnudo y ha cuidado del
enfermo y el encarcelado (25,31-46). Los discípulos deben
vivir atendiendo a estas tareas hasta que se establezca sobre
todas las cosas la soberanía de Dios, no la de Roma. Hay que
señalar que, al tiempo que Mateo utiliza esta expectativa esca-
tológica para refutar la soberanía de Roma, en esta escena su
evangelio imita los modos de proceder imperiales, al hablar de
la imposición violenta y forzada del imperio de Dios sobre
todos los seres humanos.
LA TEOLOGIA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   J ^ J
    Presencia
   El evangelio de Mateo rechaza la afirmación de que Roma
y el emperador manifiestan la presencia de los dioses. Por el
contrario, afirma que quien manifiesta la presencia de Dios
para salvar y regir el mundo es Jesús.
    En tres lugares sumamente estratégicos, el evangelio afirma
que la presencia de Dios se manifiesta en Jesús. En 1,22-23, la
misión de Jesús de salvar de los pecados se detalla con una cita
de Is 7,14 (e Is 8,8.10) que presenta a Jesús como “‘Emmanuel’,
que significa ‘Dios está con nosotros’”. Esta declaración inicial
enmarca toda la narración del evangelio. Todas las obras y pala
bras de Jesús —su enseñanza, sus curaciones, sus multiplicaciones
de alimentos, sus comidas, sus exorcismos, sus conflictos—ma
nifiestan la presencia salvadora de Dios.
    La cita de Is 7,14 pone de relieve otra dimensión. Is 7-9 se
ocupa de la amenaza que para el reino sureño de Judá suponen
el reino norteño de Israel y su aliado, Siria. Dios ofrece al rey
Ajaz y a su pueblo un signo de la presencia de Dios junto a
ellos y de la salvación que van a recibir. El nacimiento de un
bebé, la siguiente generación, promete su liberación de la ame
naza imperialista. Este futuro, no obstante, requiere que en
este momento confíen en Dios. La evocación de esta historia
interpreta las circunstancias de la comunidad de Mateo. Tam
bién ellos viven con una amenaza imperial. El bebé Jesús es
para ellos un signo de la presencia de Dios y de su liberación
de esa amenaza. También ellos deben confiar en que Dios va a
realizar sus designios salvíficos.
    La segunda declaración explícita de la presencia de Dios
manifestada por Jesús se produce en mitad del evangelio, en
18,20. Jesús promete estar presente junto a la comunidad de
discípulos reunidos para orar. Significativamente, esta garantía
dada por Jesús forma parte de un capítulo que con frecuencia
recibe el nombre de “discurso eclesiástico”. En el capítulo 18,
Jesús explica qué tipo de comunidad es la que constituyen los
discípulos comprometidos con el imperio de Dios. Esta comu
                               EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
142
nidad acoge a los vulnerables y los últimos y cuida de ellos
(18,1-14), practica la reconciliación (18,15-20) y ofrece el
perdón (18,21-35). Estos compromisos con la misericordia, la
inclusión, el servicio y la reconciliación difieren enormemente
de los compromisos del imperio con la dominación, la explo
tación, el dominio encaminado al enriquecimiento propio y
con la sumisión. La presencia de Jesús constituye una expe
riencia social alternativa.
    La tercera declaración explícita de la presencia de Dios mani
festada por Jesús aparece al término del evangelio (28,18-20).
Jesús resucitado envía a sus discípulos en misión al mundo
sometido al poder de Roma. Pero, a diferencia de la misión de
Roma de dominar y sojuzgar, los discípulos deben anunciar y
realizar los designios de Dios y su presencia, revelados por
Jesús, quien promete estar con ellos “siempre, hasta el fin del
mundo”. Su presencia les guía en su discipulado, pero también
anticipa el cumplimiento final de los designios de Dios.
   Representación
    El evangelio pone en tela de juicio la afirmación imperial de
que el emperador y Roma son representantes escogidos para
manifestar la soberanía, voluntad y presencia de los dioses entre
los seres humanos. Muestra a Jesús como representante escogido
de Dios, encargado de hacer realidad la presencia salvadora de
Dios y su imperio vivificador entre los seres humanos.
    Como hemos señalado, el nombre dado a Jesús denota la
misión que se le ha encomendado de ser representante de Dios.
El ángel del Señor da instrucciones a José para que le ponga el
nombre de “Jesús”, porque “él salvará a su pueblo de sus peca
dos” (1,21). Su nombre, utilizado unas 150 veces en el evan
gelio, expresa constantemente su identidad como represen
tante de los designios de Dios.
    Además, el evangelio aplica a Jesús varios “títulos” que
denotan su identidad como representante de Dios. El versículo
inicial lo presenta como “Cristo” (1,1.17), término cuya forma
LA TEOLOGÍA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   J   43
hebrea es Messiahy que significa ser “ungido”. Ungir con aceite
representaba que un sacerdote (Lv 4,3-5), un rey (Sal 2,7), un
profeta (1 Re 19,16) e incluso un soberano gentil, el persa Ciro
(Is 44,28; 45,1), quedaban puestos aparte -o encargados por
D ios- para desempeñar tareas especiales. Algunas tradiciones
judías -pero no todas, ni mucho menos - esperaban varios tipos
de figuras mesiánicas. Algunas de esas figuras serían ungidas
o recibirían la misión de liberar de Roma al pueblo (Salmos de
Salomón 17; 4 Esdras 12,32-34) o de desempeñar un papel
en la instauración del imperio de Dios (1 Henoc 46-48). Al
presentar a Jesús como Cristo, el evangelio señala que él es el
representante escogido de Dios.
    Otras expresiones formulan una afirmación similar. El
Evangelio presenta a Jesús como hijo de Dios (2,15; 3,17; 4,3.6;
11,25-27; 16,16). Para los cristianos del siglo I, esta expresión
denota a alguien que tiene una especial relación con Dios y es
representante de sus designios y su voluntad. Por ejemplo, en
la Biblia hebrea, el término hijo denota al rey (Sal 2,7), a
Israel (Os 11,1) y al sabio (Sab 2), personas o colectivos todos
ellos que hacen presentes los designios de Dios. En su calidad
de hijo de Dios, Jesús es el representante de su imperio y su
presencia salvadora (1,21-23; 4,17). Con sus obras y palabras
hace realidad la voluntad de Dios. Quienes se comprometen
con Jesús prolongan esta tarea de ser representantes de los
designios de Dios (10,7-8; 28,19-20). Son llamados “hijos”
de Dios. Crean una paz no basada en el poder militar, sino en
la justicia de Dios (5,9). Aman a sus enemigos y perseguidores
y oran por ellos, en lugar de destruirlos (5,44-45), personifi
cando así el amor de Dios por todos los seres humanos sin
excepción.
    Bendición o bienestar social
   Los dueños del imperio afirmaban que, en su calidad de
representantes exclusivos de la soberanía, presencia y voluntad
de los dioses, ellos aportaban al mundo el bienestar o bendi
144                           EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
ciones tales como la paz, la fecundidad, la armonía, la seguri
dad, etc. Mateo no acepta esta opinión de la élite y la pone en
evidencia como falsa. Por el contrario, es la obra de Dios reali
zada en el mundo a través de Jesús y sus seguidores lo que
manifiesta la bendición de Dios, es decir, el imperio de Dios
(4,17; 5,3.10), su Buena Noticia (4,23) y su justicia/rectitud
(5,10.20; 6,33). Como Pablo, Mateo utiliza un vocabulario en
el que aparecen con frecuencia afirmaciones imperiales.
    El evangelio de Mateo pone de manifiesto que el mundo
sometido al dominio de Roma es, para la mayoría de sus habi
tantes, un lugar de desesperación, no de bendición. El evange
lio está poblado por personas enfermas (4,23-24; caps. 8—9).
Jesús trae curación. El mundo de Roma está poblado por gente
sometida al control de los demonios (4,24; 8,28-34). Los
exorcismos de Jesús traen liberación. El mundo de Roma es
un lugar de hambre. Los discípulos rezan pidiendo el pan de
cada día (6,10) y en dos ocasiones Jesús cura y alimenta a
grandes muchedumbres, proporcionándoles comida abundante
(14,13-21; 15,29-39).
    El sermón de la montaña, el primer discurso doctrinal de
este evangelio, empieza con la declaración por parte de Jesús
de unas bendiciones que son el resultado de la instauración del
imperio de Dios (4,17; 5,3-12). La primera bienaventuranza
bendice a los “pobres en el espíritu”. Mateo no espiritualiza
las bienaventuranzas bendiciendo una condición “espiritual”.
Por el contrario, Jesús acaba de curar a numerosos enfermos
(4,24-25). Sus enfermedades han vuelto aún más precarias
sus vidas ya pobres y desesperadas. La pobreza nunca es un
mero fenómeno físico, sino que destruye el núcleo mismo de
una persona: corroe su espíritu. Jesús declara benditos a estos
“pobres en el espíritu”, a esos material y físicamente pobres
en sentido literal, que constituían aproximadamente el 97 por
ciento del mundo de Roma. ¿Por qué son benditos? El imperio
de Dios está ya en acción para reconducir el mundo a los justos
designios de Dios, y estos designios van a cumplirse.
LA TEOLOGÍA IMPERIAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES   J   4
    De manera parecida, en 5,5 Jesús bendice a los humildes.
Por humildes no se ha de entender a los peleles o a quienes se
dejan pisotear; por el contrario, Jesús cita el salmo 37, en el
cual los humildes son los pobres literales que son explotados
por los poderosos y acaudalados y se ven despojados de sus
tierras. Jesús cita la reiterada promesa del salmo 37, según la
cual se puede confiar en que Dios va a devolverles su tierra, el
recurso básico necesario para la supervivencia. Esta bienaven
turanza anticipa la consumación escatológica de los designios
de Dios.
    Las bienaventuranzas expresan además la bendición de
Dios sobre los que viven según los designios divinos en el pre
sente. Quienes tienen hambre y sed de justicia, quienes son
misericordiosos, quienes son puros de corazón, quienes crean
paz y pagan las consecuencias en forma de oposición, experi
mentan el favor de Dios. Sus obras se oponen radicalmente a
los valores y modos de proceder del imperio. Participan de una
realidad social alternativa. En 20,25-26, Jesús compara esta
vida basada en la misericordia y el servicio con la del imperio.
En contraste con los “jefes de las naciones” y sus “magnates
[que] las oprimen”, la comunidad de los discípulos se identi
fica con quienes carecen de poder y son vulnerables. Como los
esclavos, deben buscar el bien, no los bienes, de los demás.
    Al igual que Pablo, Mateo cuestiona teológicamente las
pretensiones de Roma e imagina una experiencia social alter
nativa en la cual la soberanía de Dios, su presencia y su ben
dición se pueden encontrar, ahora y en el futuro, a través de
Jesús, el representante de Dios.
   Lucas
    Hasta este momento he centrado la atención en Pablo y
Mateo, pero ahora voy a señalar brevemente otro ejemplo más en
el que un evangelio refuta algunos aspectos de las pretensiones de
Roma de contar con una sanción divina.
                              EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
146
    Los capítulos iniciales del evangelio de Lucas presentan a
Jesús con un lenguaje que rechaza las pretensiones de Roma. El
ángel le anuncia a María que va a concebir a Jesús y que éste va
a recibir de Dios la misión de ser representante de la soberanía
divina: “El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David.
Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no ten
drá fin” (1,32-33). Contra la pretensión de Roma de un domi
nio sancionado por los dioses que ha de durar para siempre,
Lucas recuerda la promesa hecha a David de un reino que
durará para siempre (2 Sm 7). Y contra el dominio cruel y
explotador de Roma, Lucas recuerda la tradición según la cual
David es un representante del dominio misericordioso y justo
de Dios (Sal 72). Se produce un choque de diferentes sobera
nías, representaciones y maneras de entender el bienestar
social.
    María prolonga este tema en su himno de alabanza, lla
mado habitualmente “el Magníficat”: “Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador,
porque ha mirado con favor la bajeza de su sierva... Él dispersó
a los de corazón soberbio. Derribó de sus tronos a los podero
sos y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrien
tos y a los ricos despidió sin nada” (Le 1,46-56, fragmentos
seleccionados). Las palabras de María celebran el derroca
miento del mundo de Roma por parte de Dios.
    Lucas hace hincapié en el nacimiento de Jesús en el mundo
regido por el emperador Augusto y el gobernador Quirino de
Siria (2,1-2). Todos los habitantes participan en un censo,
registro que a Roma le servía de base para recaudar impuestos
y tributos (2,1-5). El ángel anuncia a los pastores el nacimiento
de Jesús utilizando un lenguaje que, como hemos analizado
anteriormente, refuta las pretensiones de Roma: “Os traigo
una buena noticia de gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha
nacido en la ciudad de D avid un Salvador, que es el Mesías, el
Señor’ (2,11, la cursiva es mía). Este anuncio presenta como
buena noticia el nacimiento de Jesús, no el del emperador.
LA TEOLOGÍA IMPERLAL: UN CHOQUE ENTRE AFIRMACIONES TEOLÓGICAS Y SOCIALES
Jesús, y no el emperador, es Salvador y Señor. Jesús, y no el
emperador, es el representante legítimamente ungido (Mesías)
y el rey de la dinastía de David, al que se le ha confiado hacer
presentes los designios de Dios. Y estos designios no reservan
la bendición para un puñado de privilegiados, poderosos y
acaudalados, sino que la extienden a todo el pueblo.
   Como hemos señalado en el capítulo 2, en la versión de
Lucas, Jesús da comienzo a su ministerio público citando Is 61.
Con esta cita declara que su ministerio le ha sido encomendado
por Dios y que él mismo es el representante de la bendición de
Dios que transformará el mundo de Roma.
    “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a
libertar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del
Señor” (4,18-19).
    El lenguaje de “liberación” y “año de gracia del Señor”
recuerda Lv 25. Este capítulo anuncia un año jubilar cada cin
cuenta años en el cual los esclavos son liberados, las deudas,
canceladas, y las tierras, devueltas a sus propietarios origina
rios. El año jubilar era un mecanismo para impedir que una
sociedad llegara a quedar dominada por los ricos y poderosos.
El mundo de Roma no es la voluntad de Dios. Jesús anuncia
que la actividad de Dios para salvar y transformar este mundo
está en marcha. Como Pablo y Mateo, Lucas lanza un ataque
teológico y social contra las pretensiones de Roma.
Conclusión
    Roma afirmaba que su imperio gozaba de sanción divina,
pues sostenía que los dioses habían escogido Roma para mani
festar en la tierra la soberanía de los dioses, su presencia, repre
sentación y bendiciones. Los escritos del Nuevo Testamento
rechazan las pretensiones de Roma y afirman, en contra de ellas,
que los designios de Dios acabarán prevaleciendo sobre los asun
                              EL IMPERIO ROMANO Y EL NUEVO TESTAMENTO
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tos humanos. Las cartas de Pablo y los evangelios de Mateo y
Lucas presentan a Jesús como el representante de la soberanía
de Dios, de su presencia, voluntad y bendiciones en el presente
y el futuro. Entretanto, los discípulos de Jesús deben continuar
desempeñando el papel de éste.