Góngora: selección de poemas.
Hermana Marica...
Hermana Marica, Del rabo del gallo,
Mañana, que es iesta, Y en la tardecica, Que acullá en la huerta
No irás tú a la amiga En nuestra plazuela, Anaranjeamos
Ni yo iré a la escuela. Jugaré yo al toro Las Carnestolendas;
Y tú a las muñecas
Pondraste el corpiño Y en la caña larga
Y la saya buena, Con las dos hermanas, Pondré una bandera
Cabezón labrado, Juana y Madalena, Con dos borlas blancas
Toca y albanega; Y las dos primillas, En sus tranzaderas;
Marica y la tuerta;
Y a mí me podrán Y en mi caballito
Mi camisa nueva, Y si quiere madre Pondré una cabeza
Sayo de palmilla, Dar las castañetas, De guadamecí,
Media de estameña; Podrás tanto dello Dos hilos por riendas;
Bailar en la puerta;
Y si hace bueno Y entraré en la calle
Trairé la montera Y al son del adufe Haciendo corvetas,
Que me dio la Pascua Cantará Andrehuela: Yo y otros del barrio,
Mi señora abuela, No me aprovecharon, Que son más de treinta;
madre, las hierbas.
Y el estadal rojo Jugaremos cañas
Con lo que le cuelga, Y yo de papel Junto a la plazuela,
Que trajo el vecino Haré una librea Porque Barbolilla
Cuando fue a la feria. Teñida con moras Salga acá y nos vea;
Porque bien parezca,
Iremos a misa, Bárbola, la hija
Veremos la iglesia, Y una caperuza De la panadera,
Darános un cuarto Con muchas almenas; La que suele darme
Mi tía la ollera. Pondré por penacho Tortas con manteca,
Las dos plumas negras
Compraremos dél Porque algunas veces
(Que nadie lo sepa) Hacemos yo y ella
Chochos y garbanzos Las bellaquerías
Para la merienda; Detrás de la puerta.
«Ándeme yo caliente»
Ándeme yo caliente Busque muy en hora buena
Y ríase la gente. El mercader nuevos soles;
Traten otros del gobierno Yo conchas y caracoles
Del mundo y sus monarquías, Entre la menuda arena,
Mientras gobiernan mis días Escuchando a Filomena
Mantequillas y pan tierno, Sobre el chopo de la fuente,
Y las mañanas de invierno Y ríase la gente.
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Coma en dorada vajilla
Y arda en amorosa llama
El príncipe mil cuidados,
Leandro por ver a su Dama;
Cómo píldoras dorados;
Que yo más quiero pasar
Que yo en mi pobre mesilla
Del golfo de mi lagar
Quiero más una morcilla
La blanca o roja corriente,
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
Cuando cubra las montañas
Que de Píramo y su amada
De blanca nieve el enero,
Hace tálamo una espada,
Tenga yo lleno el brasero
Do se junten ella y él,
De bellotas y castañas,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y quien las dulces patrañas
Y la espada sea mi diente,
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente
Y ríase la gente.
Mientras por competir con tu
cabello…
La dulce boca que a gustar
convida… (1584)
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido, el sol relumbra en vano
mientras con menosprecio en medio el
La dulce boca que a gustar convida
llano
un humor entre perlas distilado,
mira tu blanca frente el lilio bello;
ya no invidiar aquel licor sagrado
mientras a cada labio, por cogello, que a Jú piter ministra el garzó n de
siguen más ojos que al clavel Ida,
temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano amantes, no toqué is, si queré is vida;
del luciente cristal tu gentil cuello; porque entre un labio y otro colorado
Amor está , de su veneno armado,
goza cuello, cabello, labio y frente,
cual entre lor y lor sierpe escondida.
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,
No os engañ en las rosas que a la
no sólo en plata o víola troncada Aurora
se vuelva, mas tú y ello, juntamente, Diré is que, aljofaradas y olorosas
en tierra, en humo, en polvo, en Se le cayeron del purpú reo seno;
sombra, en nada.
Manzanas son de Tá ntalo, y no rosas,
que pronto huyen del que incitan hora
y só lo del Amor queda el veneno.
Amarrado al duro banco…
Amarrado al duro banco »Porque si es verdad que llora
De una galera turquesca, Mi captiverio en tu arena,
Ambas manos en el remo Bien puedes al mar del Sur
Y ambos ojos en la tierra, Vencer en lucientes perlas.
Un forzado de Dragut »Dame ya, sagrado mar,
En la playa de Marbella A mis demandas respuesta,
Se quejaba al ronco son Que bien puedes, si es verdad
Del remo y de la cadena: Que las aguas tienen lengua,
«¡Oh sagrado mar de España, »Pero, pues no me respondes,
Famosa playa serena, Sin duda alguna que es muerta,
Teatro donde se han hecho Aunque no lo debe ser,
Cien mil navales tragedias!, Pues que vivo yo en su ausencia.
»Pues eres tú el mismo mar »¡Pues he vivido diez años
Que con tus crecientes besas Sin libertad y sin ella,
Las murallas de mi patria, Siempre al remo condenado
Coronadas y soberbias, A nadie matarán penas!»
»Tráeme nuevas de mi esposa, En esto se descubrieron
Y dime si han sido ciertas De la Religión seis velas,
Las lágrimas y suspiros Y el cómitre mandó usar
Que me dice por sus letras; Al forzado de su fuerza.
¡Qué de invidiosos montes levantados…
¡Qué de invidiosos montes levantados, vieras (muerta la voz, suelto el cabello)
de nieves impedidos, la blanca hija de la blanca espuma,
me contienen tus dulces ojos bellos! no sé si en brazos diga
¡Qué de rı́os del hielo tan atados, de un iero Marte, de un Adonis bello,
del agua tan crecidos y anudada a su cuello,
me de ienden el ya volver a vellos! podrá s verla dormida,
Y, cuá l, burlando de ellos y a é l casi trasladado a nueva vida.
el noble pensamiento,
Desnuda el brazo, el pecho descubierta,
por verte viste plumas, pisa el viento!
entre templada nieve
Ni a las tinieblas de la noche oscura evaporar contempla un fuego helado,
ni a los hielos perdona, y al esposo en igura casi muerta,
y a la mayor di icultad engañ a; que el silencio le bebe
no hay guardas hoy de llave tan segura, del sueñ o, con sudor solicitado;
que nieguen tu persona, dormid, que el dios alado,
que no desmienta con discreta mañ ana, de vuestras almas dueñ o,
ni emprenderá hazañ a con el dedo en la boca os guarda el sueñ o;
tu esposo cuando lidie,
dormid, copia gentil de amantes nobles,
que no registre é l, y yo no envidie.
en los dichosos nudos
Allá vuelas, lisonja de mis penas, que a los lazos de amor os dio Himeneo;
que con igual licencia mientras yo, desterrado, de estos robles
penetras el abismo, el cielo escalas; y peñ ascos desnudos
y mientras yo te aguardo en las cadenas la piedad con mis lá grimas granjeo;
de esta rabiosa ausencia, coronad el deseo
el viento agravian tus ligeras alas. de gloria, en recordando;
Ya veo que te calas sea el lecho de batalla campo blando.
donde bordada tela Canció n, di al pensamiento
un lecho abriga y mil dulzores cela. que corra la cortina,
y vuelva al desdichado que camina.
Tarde batiste la envidiosa pluma,
que en sabrosa fatiga
¿Qué lleva el señor Esgueva…
Yo os diré lo que lleva.
Lleva pescado de mar,
Lleva este rı́o crecido, Aunque no muy de provecho,
Y llevará cada dı́a Que, salido del estrecho,
Las cosas que por la vı́a Va a Pisuerga a desovar;
De la cá mara han salido, Si antes era calamar
Y cuanto se ha proveı́do O si antes era salmó n,
Segú n leyes de Digesto, Se convierte en camaró n
Por jü eces que, antes desto, Luego que en el rı́o se ceba.
Lo recibieron a prueba.
¿Qué lleva el señ or Esgueva?
¿Qué lleva el señ or Esgueva? Yo os diré lo que lleva.
Yo os diré lo que lleva.
Lleva, no patos reales
Lleva el cristal que le envı́a Ni otro pá jaro marino,
Una dama y otra dama, Sino el noble palomino
Digo el cristal que derrama Nacido en nobles pañ ales;
La fuente de mediodı́a, Colmenas lleva y panales,
Y lo que da la otra vı́a, Que el rı́o les da posada;
Sea pebete o sea topacio; La colmena es vidriada
Que al in damas de Palacio Y el panal es cera nueva.
Son á ngeles hijos de Eva.
¿Qué lleva el señ or Esgueva?
¿Qué lleva el señ or Esgueva? Yo os diré lo que lleva.
Yo os diré lo que lleva.
Lleva, sin tener su orilla
Lleva lá grimas cansadas Arbol ni verde ni fresco,
De cansados amadores, Fruta que es toda de cuesco,
Que, de puro servidores, Y, de madura, amarilla;
Son de tres ojos lloradas; Há cese de ella en Castilla
De aqué l, digo, acrecentadas Conserva en cualquiera casa,
Que una nube le da enojo, Y tanta ciruela pasa,
Porque no hay nube deste ojo Que no hay quien sin ella beba.
Que no truene y que no llueva.
¿Qué lleva el señ or Esgueva?
¿Qué lleva el señ or Esgueva? Yo os diré lo que lleva.
Yo os diré lo que lleva.
Fábula de Polifemo y Galatea [8 primeras estrofas]
Estas que me dictó rimas sonoras
culta sı́, aunque bucó lica Talı́a,
¡oh excelso conde!, en las purpú reas horas
que es rosas la alba y rosicler el dı́a,
ahora que de luz tu niebla doras,
escucha, al son de la zampoñ a mı́a,
si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.
II
Templado, pula en la maestra mano
el generoso pá jaro su pluma,
o tan mudo en la alcá ndara, que en vano
aun desmentir al cascabel presuma;
tascando haga el freno de oro, cano,
del caballo andaluz la ociosa espuma;
gima el lebrel en el cordó n de seda,
y al cuerno, al in, la cı́tara suceda.
III
Treguas al ejercicio sean robusto,
ocio atento, silencio dulce, en cuanto
debajo escuchas de dosel augusto,
del mú sico jayá n el iero canto.
Alterna con las Musas hoy el gusto;
que si la mı́a puede ofrecer tanto
cları́n (y de la Fama no segundo),
tu nombre oirá n los té rminos del mundo.
IV
Donde espumoso el mar siciliano
el pie argenta de plata al Lilibeo,
(bó veda o de las fraguas de Vulcano
o tumba de los huesos de Tifeo),
pá lidas señ as cenizoso un llano,
cuando no del sacrı́lego deseo,
del duro o icio da. Allı́ una alta roca
mordaza es a una gruta de su boca.
V
Guarnició n tosca de este escollo duro
troncos robustos son, a cuya greñ a
menos luz debe, menos aire puro
la caverna profunda, que a la peñ a;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser de la negra noche nos lo enseñ a
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.
VI
De este, pues, formidable de la tierra
bostezo, el melancó lico vacı́o
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bá rbara choza es, albergue umbrı́o
y redil espacioso donde encierra
cuanto las cumbres á speras cabrı́o,
de los montes, esconde: copia bella
que un silbo junta y un peñ asco sella.
VII
Un monte era de miembros eminente
este que, de Neptuno hijo iero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
é mulo casi del mayor lucero;
cı́clope, a quien el pino má s valiente,
bastó n, le obedecı́a, tan ligero,
y al grave peso junco tan delgado,
que un dı́a era bastó n y otro cayado
VIII
Negro el cabello, imitador undoso
de las obscuras aguas del Leteo,
al viento que lo peina proceloso,
vuela sin orden, pende sin aseo;
un torrente es su barba impetü oso,
que (adusto hijo de este Pirineo)
su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano
surcada aun de los dedos de su mano.
Prisión del nácar era articulado…
Prisió n del ná car era articulado
De mi irmeza un é mulo luciente,
Un dı̈amante, ingenı̈osamente
En oro tambié n é l aprisionado.
Clori, pues, que a su dedo apremı̈ado
De metal aun precioso no consiente,
Gallarda un dı́a, sobre impacı̈ente,
Lo redimió del vı́nculo dorado.
Mas ay, que insidı̈oso lató n breve
En los cristales de su bella mano
Sacrı́lego divina sangre bebe:
Pú rpura ilustró menos indı̈ano
Mar il; invidı̈osa sobre nieve,
Claveles deshojó la Aurora en vano
Aprended, lores, en mí…
Aprended, lores, en mí pues ve los de un mayo entero:
lo que va de ayer a hoy, morir maravilla quiero
que ayer maravilla fui y no vivir alhelı́.
y hoy sombra mía aun no soy. Aprended, lores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
La aurora ayer me dio cuna, que ayer maravilla fui,
la noche ataú d me dio; y hoy sombra mía aun no soy.
sin luz muriera si no
me la prestara la luna: A ninguna lor mayores
pues de vosotras ninguna té rminos concede el sol
deja de acabar ası́, que al sublime girasol,
aprended, lores, en mí Matusalé n de las lores:
lo que va de ayer a hoy, ojos son aduladores
que ayer maravilla fui, cuantas en é l hojas vi.
y hoy sombra mía aun no soy. Aprended, lores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
Consuelo dulce el clavel que ayer maravilla fui
es a la breve edad mı́a, y hoy sombra mía aún no soy
pues quien me concedió un dı́a
dos apenas le dio a é l;
efı́meras del vergel,
yo cá rdena, é l carmesı́.
Aprended, lores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui
y hoy sombra mía aún no soy.
Flor es el jazmı́n, si bella,
no de las má s vividoras,
pues dura pocas má s horas
que rayos tiene de estrella;
si el á mbar lorece, es ella
la lor que é l retiene en sı́.
Aprended, lores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
El alhelı́, aunque grosero
en fragancia y en color,
má s dı́as ve que otra lor,
En este occidental, en este, oh Licio…
En este occidental, en este, ¡oh Licio!,
climaté rico lustro de tu vida,
todo mal a irmado pie es caı́da,
toda fá cil caı́da es precipicio.
¿Caduca el paso? Ilú strese el juı̈cio.
Desatá ndose va la tierra unida.
¿Qué prudencia, del polvo prevenida,
la ruina aguardó del edi icio?
La piel no só lo sierpe venenosa,
mas con la piel los añ os se desnuda,
y el hombre, no, ¡ciego discurso humano!
¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa
porció n depuesta en una piedra muda,
la leve da al za iro soberano!
Menos solicitó veloz saeta…
Menos solicitó veloz saeta
destinada señ al, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con má s silencio meta,
que presurosa corre, que secreta,
a su in nuestra edad. A quien lo duda,
iera que sea de razó n desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.
¿Con ié salo Cartago, y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfı́as
en seguir sombras y abrazar engañ os.
Mal te perdonará n a ti las horas:
las horas que limando está n los dı́as,
los dı́as que royendo está n los añ os.
Quevedo: selección de poemas.
Madre, yo al oro me humillo
Madre, yo al oro me humillo: Que es lo má s ruin de su casa
El es mi amante y mi amado, Doñ a Blanca de Castilla?
Pues de puro enamorado, Mas pues que su fuerza humilla
De continuo anda amarillo; Al cobarde y al guerrero,
Que pues, dobló n o sencillo, Poderoso caballero
Hace todo cuanto quiero, Es don Dinero.
Poderoso caballero
Es don Dinero. Sus escudos de armas nobles
Son siempre tan principales,
Nace en las Indias honrado, Que sin sus escudos reales
Donde el mundo le acompañ a; No hay escudos de armas dobles;
Viene a morir en Españ a Y pues a los mismos robles
Y es en Gé nova enterrado. Da codicia su minero,
Y pues quien le trae al lado Poderoso caballero
Es hermoso, aunque sea iero, Es don Dinero.
Poderoso caballero
Es don Dinero. Por importar en los tratos
Y dar tan buenos consejos,
Es galá n y es como un oro, En las casas de los viejos
Tiene quebrado el color, Gatos le guardan de’ gatos.
Persona de gran valor, Y pues é l rompe recatos
Tan cristiano como moro; Y ablanda al juez má s severo,
Pues que da y quita el decoro Poderoso caballero
Y quebranta cualquier fuero, Es don Dinero.
Poderoso caballero
Es don Dinero. Es tanta su majestad
(Aunque son sus duelos hartos)
Son sus padres principales Que aun con estar hecho cuartos
Y es de nobles descendiente, No pierde su calidad;
Porque en las venas de Oriente Pero pues da autoridad
Todas las sangres son reales: Al gañ á n y al jornalero,
Y pues es quien hace iguales Poderoso caballero
Al rico y al pordiosero, Es don Dinero.
Poderoso caballero
Es don Dinero. Nunca vi damas ingratas
A su gusto y a ició n,
¿A quié n no le maravilla Que a las caras de un dobló n
Ver en su gloria sin tasa Hacen sus caras baratas.
Y pues las hace bravatas Que rodelas en la guerra.
Desde una bolsa de cuero, Pues al natural destierra
Poderoso caballero Y hace propio al forastero,
Es don Dinero. Poderoso caballero
Es don Dinero.
Má s valen en cualquier tierra,
Mirad si es harto sagaz,
Sus escudos en la paz
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!…
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadá ver son las que ostentó murallas,
y tumba de sı́ propio el Aventino.
Yace, donde reinaba el Palatino;
y limadas del tiempo las medallas,
má s se muestran destrozo a las batallas
de las edades, que blasó n latino.
Solo el Tı́ber quedó , cuya corriente,
si ciudad la regó , ya sepultura
la llora con funesto son doliente.
¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura
huyó lo que era irme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura.
“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
¡Aquı́ de los antañ os que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber có mo ni a dó nde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañ ana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será , y un es cansado.
En el hoy y mañ ana y ayer, junto
pañ ales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Miré los muros de la patria mía…
Miré los muros de la patria mı́a,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentı́a.
Salı́me al campo; vi que el sol bebı́a
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al dı́a.
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitació n era despojos;
mi bá culo, má s corvo y menos fuerte;
vencida de la edad sentı́ mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Retirado en la paz de estos desiertos…
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversació n con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en mú sicos callados contrapuntos
al sueñ o de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los añ os, vengadora,
libra, ¡oh gran don Josef!, docta la emprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cá lculo cuenta
que en la lecció n y estudios nos mejora.
No he de callar, por más que con el dedo…
No he de callar, por má s que con el dedo, Del tiempo el ocio torpe, y los engañ os
ya tocando la boca o ya la frente, del paso de las horas y del dı́a,
silencio avises o amenaces miedo. reputaban los nuestros por extrañ os.
¿No ha de haber un espı́ritu valiente? Nadie contaba cuá nta edad vivı́a,
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? sino de qué manera: ni aun un’hora
¿Nunca se ha de decir lo que se siente? lograba sin afá n su valentı́a.
Hoy, sin miedo que, libre, escandalice, La robusta virtud era señ ora,
puede hablar el ingenio, asegurado y sola dominaba al pueblo rudo,
de que mayor poder le atemorice. edad, si mal hablada, vencedora.
En otros siglos pudo ser pecado El temor de la mano daba escudo
severo estudio y la verdad desnuda, al corazó n, que en ella con iado,
y romper el silencio el bien hablado. todas las armas despreció desnudo.
Pues sepa quien lo niega y quien lo duda Multiplicó en escuadras un soldado
que es lengua la verdad de Dios severo, su honor precioso, su á nimo valiente,
y la lengua de Dios nunca fue muda. de sola honesta obligació n armado.
Son la verdad y Dios, Dios verdadero, Y debajo del cielo, aquella gente,
ni eternidad divina los separa si no a má s descansado, a má s honroso
ni de los dos alguno fue primero. sueñ o entregó los ojos, no la mente.
Si Dios a la verdad se adelantara, Hilaba la mujer para su esposo
siendo verdad, implicació n hubiera la mortaja primero que el vestido;
en ser, y en que verdad de ser dejara. menos le vio galá n que peligroso.
La justicia de Dios es verdadera Acompañ aba el lado del marido
y la misericordia, y todo cuanto má s veces en la hueste que en la cama;
es Dios, todo ha de ser verdad entera. sano le aventuró , vengó le herido.
Señ or Excelentı́simo, mi llanto Todas matronas, y ninguna dama:
ya no consiente má rgenes ni orillas; que nombres del halago cortesano
inundació n será la de mi canto. no admitió lo severo de su fama.
Ya sumergirse miro mis mejillas, Derramado y sonoro el Oceano
la vista por dos urnas derramada era divorcio de las rubias minas
sobre las aras de las dos Castillas. que usurparon la paz del pecho humano.
Yace aquella virtud desaliñ ada, Ni los trujo costumbres peregrinas
que fue, si rica menos, má s temida, el á spero dinero, ni el Oriente
en vanidad y en sueñ o sepultada, compró la honestidad con piedras inas.
y aquella libertad esclarecida Joya fue la virtud pura y ardiente,
que en donde supo hallar honrada muerte gala el merecimiento y alabanza;
nunca quiso tener má s larga vida. só lo se cudiciaba lo decente.
Y pró diga de l’alma, nació n fuerte, No de la pluma dependió la lanza,
contaba, por afrentas de los añ os ni el cá ntabro con cajas y tinteros
envejecer en brazos de la suerte. hizo el campo heredad, sino matanza.
Y Españ a, con legı́timos dineros, a la seda pomposa siciliana
no mendigando el cré dito a Liguria, que manchó ardiente mú rice, el romano
má s quiso los turbantes que los ceros. y el oro hicieron á spera y tirana.
Menos fuera la pé rdida y la injuria, Nunca al duro españ ol supo el gusano
si se volvieran Muzas los asientos; persuadir que vistiese su mortaja,
que esta usura es peor que aquella furia. intercediendo el Can por el verano.
Caducaban las aves en los vientos, Hoy desprecia el honor al que trabaja
y expiraba decré pito el venado: y entonces fue el trabajo ejecutoria
grande vejez duró en los elementos, y el vicio graduó la gente baja.
que el vientre entonces bien diciplinado Pretende el alentado joven gloria
buscó satisfació n y no hartura, por dejar la vacada sin marido,
y estaba la garganta sin pecado. y de Ceres ofende la memoria.
Del mayor infanzó n de aquella pura Un animal a la labor nacido
repú blica de grandes hombres, era y sı́mbolo celoso a los mortales,
una vaca sustento y armadura. que a Jove fue disfraz y fue vestido;
No habı́a venido al gusto lisonjera que un tiempo endureció manos reales,
la pimienta arrugada, ni del clavo y detrá s de é l los có nsules gimieron,
la adulació n fragrante forastera. y rumia luz en campos celestiales,
Carnero y vaca fue principio y cabo, ¿por cuá l enemistad se persuadieron
y con rojos pimientos y ajos duros, a que su apocamiento fuese hazañ a,
tan bien como el señ or comió el esclavo. y a las mieses tan grande ofensa hicieron?
Bebió la sed los arroyuelos puros; ¡Qué cosa es ver un infanzó n de Españ a
despué s mostraron del carquesio a Baco abreviado en la silla a la jineta
el camino los brindis mal seguros. y gastar un caballo en una cañ a!
El rostro macilento, el cuerpo laco Que la niñ ez al gallo le acometa
eran recuerdo del trabajo honroso, con semejante munició n, apruebo,
y honra y provecho andaban en un saco. mas no la edad madura y la perfeta.
Pudo sin miedo un españ ol velloso Ejercite sus fuerzas el mancebo
llamar a los tudescos bacanales, en frentes de escuadrones, no en la frente
y al holandé s, hereje y alevoso; del ú til bruto l’asta del acebo.
pudo acusar los celos desiguales El trompeta le llame diligente
a la Italia; pero hoy de muchos modos, dando fuerza de ley el viento vano,
somos copias, si son originales. y al son esté el ejé rcito obediente.
Las descendencias gastan muchos godos; ¡Con cuá nta majestad llena la mano
todos blasonan, nadie los imita, la pica y el mosquete carga el hombro
y no son sucesores, sino apodos. del que se atreve a ser buen castellano!
Vino el betú n precioso que vomita Con asco, entre las otras gentes, nombro
la ballena, o la espuma de las olas, al que de su persona, sin decoro,
que el vicio, no el olor, nos acredita, má s quiere nota dar que dar asombro.
y quedaron las huestes españ olas Jineta y cañ as son contagio moro;
bien perfumadas pero mal regidas, restitú yanse justas y torneos
y alhajas las que fueron pieles solas. y hagan paces las capas con el toro.
Estaban las hazañ as mal vestidas Pasadnos vos de juegos a trofeos,
y aú n no se hartaba de buriel y lana que solo grande rey y buen privado
la vanidad de fembras presumidas; pueden ejecutar estos deseos.
Vos, que hacé is repetir siglo pasado mejores sean por vos los que eran buenos
con desembarazarnos las personas Guzmanes, y la cumbre desdeñ osa
y sacar a los miembros de cuidado; os muestre, a su pesar, campos serenos.
vos distes libertad con las valonas Lograd, señ or, edad tan venturosa,
para que sean corteses las cabezas y cuando nuestras fuerzas examina
desnudando el enfado a las coronas. persecució n unida y belicosa,
Y pues vos enmendastes las cortezas, la militar valiente disciplina
dad a la mejor parte medicina: tenga má s platicantes que la plaza:
vué lvanse los tablados fortalezas. descansen tela falsa y tela ina.
Que la corté s estrella, que os inclina Suceda a la marlota la coraza,
a privar sin intento y sin venganza, y si el Corpus con danzas no los pide,
milagro que a la invidia desatina, velillos y oropel no hagan baza.
tiene por sola bienaventuranza El que en treinta lacayos los divide,
el reconocimiento temeroso, hace suerte en el toro, y con un dedo
no presumida y ciega con ianza. la hace en é l la vara que los mide.
Y si os dio el ascendiente generoso Mandadlo ansı́, que aseguraros puedo
escudos, de armas y blasones llenos, que habé is de restaurar má s que Pelayo
y por timbre el martirio glorioso, pues valdrá por ejé rcitos el miedo
y os verá el cielo administrar su rayo.
En crespa tempestad del oro undoso… En breve cárcel traigo aprisionado…
En crespa tempestad del oro undoso En breve cá rcel traigo aprisionado,
nada golfos de luz ardiente y pura con toda su familia de oro ardiente,
mi corazó n, sediento de hermosura, el cerco de la luz resplandeciente,
si el cabello deslazas generoso. y grande imperio del amor cerrado.
Leandro en mar de fuego proceloso Traigo el campo que pacen estrellado
su amor ostenta, su vivir apura; las ieras altas de la piel luciente,
Icaro en senda de oro mal segura y a escondidas del cielo y del Oriente,
arde sus alas por morir glorioso. dı́a de luz y parto mejorado.
Con pretensió n de fé nix encendidas Traigo todas las Indias en mi mano,
sus esperanzas, que difuntas lloro, perlas que en un diamante por rubı́es
intenta que su muerte engendre vidas. pronuncian con desdé n sonoro hielo;
Avaro y rico, y pobre en el tesoro, y razonan tal vez fuego tirano,
el castigo y la hambre imita a Midas, relá mpagos de risa carmesı́es,
Tá ntalo en fugitiva fuente de oro. auroras, gala y presunció n del cielo.
Cerrar podrá mis ojos la postrera…
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevaré el blanco dı́a;
y podrá desatar esta alma mı́a
hora, a su afá n ansioso linsojera;
mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardı́a;
nadar sabe mi llama la agua frı́a,
y perder el respeto a ley severa:
Alma a quien todo un Dios prisió n ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará n, no su cuidado;
será n ceniza, mas tendrá n sentido.
Polvo será n, mas polvo enamorado.
Érase un hombre a una nariz pegado…
Erase un hombre a una nariz pegado,
é rase una nariz superlativa,
é rase una nariz sayó n y escriba,
é rase un peje espada muy barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
é rase una alquitara pensativa,
é rase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasó n má s narizado.
Erase un espoló n de una galera,
é rase una pirá mide de Egito,
las doce tribus de narices era;
é rase un naricı́simo in inito,
muchı́simo nariz, nariz tan iera
que en la cara de Aná s fuera delito.
Mejor me sabe en un cantón la sopa…
Mejor me sabe en un cantó n la sopa,
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico, que se engulle todo el mapa,
muchos añ os de vino en ancha copa.
Bendita fue de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa;
má s quiero menos sastre que má s capa:
que hay ladrones de seda, no de estopa.
Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien me sepa:
somos Pı́ramo y Tisbe yo y mi pipa.
Má s descansa quien mira que quien trepa;
regü eldo yo cuando el dichoso hipa,
é l asido a Fortuna, yo a la cepa.
Bermejazo Platero de las cumbres…
Bermejazo Platero de las cumbres
A cuya luz se espulga la canalla:
La ninfa Dafne, que se afufa y calla,
Si la quieres gozar, paga y no alumbres.
Si quieres ahorrar de pesadumbres,
Ojo del Cielo, trata de compralla:
En con ites gastó Marte la malla,
Y la espada en pasteles y en azumbres.
Volviose en bolsa Jú piter severo,
Levantose las faldas la doncella
Por recogerle en lluvia de dinero.
Astucia fue de alguna Dueñ a Estrella,
Que de Estrella sin Dueñ a no lo in iero:
Febo, pues eres Sol, sı́rvete de ella.