Desilusión y Reacción en EE.UU. 1919-29
Desilusión y Reacción en EE.UU. 1919-29
POSGUERRA-WILSON-CONFLICTOS INTERNOS
Para los Estados Unidos la Primera Guerra Mundial no supuso la misma catástrofe que
para Europa. Parecían ávidos por olvidarla, pues había tenido efectos
desproporcionadamente traumáticos. El eclipse del progresismo, el recrudecimiento del
nacionalismo, los desafíos al orden moral y social habrían sucedido de todos modos,
pues algunos estaban ya en ciernes en 1914, pero la guerra los aceleró e intensificó.
La Revolución bolchevique en Rusia y la formación de la Tercera Internacional suscitó el
miedo hacia una nueva amenaza extranjera y mantuvo vivo el nacionalismo cerrado y
coercitivo de tiempos de guerra.
Una ola de inquietud industrial se interpretó de forma errónea como revolucionaria.
Después de que Seattle hubiera sido paralizado por una huelga general de cinco días en
febrero de 1919, se sucedieron extensas y violentas huelgas en una industria importante
tras otra: textiles, ferrocarriles, acero, carbón.
La opinión pública rechazó a los sindicatos, sobre todo después de que la huelga de la
policía de Boston en septiembre de 1919 hubiera llevado a una erupción de revueltas y
saqueos. El miedo a la revolución aumentó cuando se enviaron por correo bombas
caseras a políticos e industriales prominentes y hubo explosiones simultáneas en ocho
ciudades diferentes (2 de junio).
La ola de represión resultante se dirigió contra los radicales y disidentes de todo tipo.
Treinta y dos estados aprobaron leyes que convertían en delito la pertenencia a algunas
organizaciones sindicales.
Cuando se hizo evidente que el temor a la revolución era infundado amainó la agitación
pero el célebre caso Sacco-Vantctti demostró que la hostilidad hacia los radicales
extranjeros no había cedido. Fue el equivalente estadounidense del Asunto Dreyfus en el
tiempo que duró, los sentimientos encarnizados que suscitó y el modo en que polarizó la
opinión.
En mayo de 1920, dos inmigrantes italianos, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti,
anarquistas declarados que habían rehuido el reclutamiento durante la guerra, fueron
detenidos por robo a mano armada y asesinato en South Braintree (Massachusetts). Tras
un juicio dirigido en un ambiente hostil por un juez infectado por el miedo al radicalismo
prevaleciente, fueron condenados en julio de 1921 y sentenciados a muerte. Existía una
duda extendida sobre si las pruebas garantizaban la culpabilidad. Sacco y Vanzetti fueron
ejecutados el 23 de agosto de 1921, con el acompañamiento de la protesta mundial.
El verano del “Terror Rojo” de 1919 también contempló un aterrador brote de contienda
racial. Durante la Primera Guerra Mundial la escasez de mano de obra en el Norte debido
al declive de la inmigración había llevado a una ingente afluencia de negros sureños. Las
ciudades industriales del Norte experimentaron crecimientos notables de sus poblaciones
negras: en 1920 Nueva York tenía 152.000 negros (un incremento del 66,6 por 100
durante la década), Filadelfia, 134.000 (58,9 por 100) y Chicago, 109.000 (148,2 por 100).
Los negros descubrieron que el Norte no era más tolerante que el Sur. Los trabajadores
blancos se resintieron de la extensión de los guetos negros y cuando llegó la recesión
posbélica, pensaron que amenazaban sus puestos de trabajo. Otra fuente de fricción fue
la militancia de los soldados negros que regresaron, no dispuestos ya a tolerar los viejos
modelos de discriminación.
El único dirigente que lo consiguió fue Marcus M. Garvey, el talentoso jamaicano fundador
de la Asociación Universal para la Mejora del Negro. Sostenía que los negros nunca
podían aspirar ganar la igualdad en una América con prejuicios raciales y abogaba por un
movimiento “de regreso a África”. Exaltando todo lo negro, glorificaba el pasado africano y
decía a los negros que debían estar orgullosos de su linaje Garvey estableció desde un
periódico semanal hasta una variedad de organizaciones de auxilio. En 1923 fue
condenado por usar el correo para defraudar, encarcelado y luego deportado.
LA NORMALIDAD EN ACOÓN
HARDING Y COOLIDGE
Las elecciones presidenciales de 1920 demostraron que el país estaba cansado de estar
siempre en vilo. Confiando en que la suerte estaba de su parte, la camarilla senatorial
que controlaba el Partido Republicano insistió en un candidato completamente
conservador y manejable. Su elección recayó en uno de sus colegas menos prominente,
Warrcn G. Harding, de Ohio. Como compañero de campaña la convención republicana
escogió a Calvin.
Los demócratas, desmoralizados por la controversia sobre la Sociedad de Naciones y
divididos también por la ley seca, postularon para presidente a otro personaje de Ohio
relativamente oscuro, el gobernador progresista James M. Cox. Junto con su compañero
de campaña, Franklin D. Roosevelt, trató de hacer de la pertenencia a la Sociedad de
Naciones el tema principal. Pero los votantes se mostraron muy indiferentes.
Les preocupaban más los precios en ascenso, el conflicto industrial y la aguda recesión
posbélica, de todo lo cual culpaban al partido en el poder. Harding era ambivalente no
sólo con la Sociedad, sino sobre todos los temas en general.
Como presidente disfrutó de los adornos del cargo, pero los temas complejos le quedaron
grandes. Sin embargo, la historia no ha sido demasiado dura con él. No fue un
reaccionario fanático. Presionó a las compañías acereras para conseguir una jornada
laboral de ocho horas. Su gobierno adelantó un paso más el tipo de legislación agraria
progresista –créditos agrícolas desafió al poderoso grupo de presión de la Legión
Americana en 1922 al vetar un proyecto de ley sobre primas militares. Tampoco fue un
aislacionista extremo: su apoyo a la limitación de armas fue crucial para el éxito de la
Conferencia de Washington. Tuvo la habilidad de nombrar a hombres distinguidos y
experimentados para los puestos clave del gabinete.
Mostró una actitud tibia hacia el cumplimiento de la legislación antitrust, la tendencia hacia
la consolidación de empresas, frenada de forma temporal durante el periodo progresista,
volvió a hacerse marcada, con fusiones sobre todo en la banca, los servicios públicos, la
industria automovilística y la venta al por menor.
A principios de 1923 comenzó a salir a la luz que los nombramientos inmerecidos de
Harding y su negligencia administrativa habían dado pie a una extensa corrupción,
extorsión y soborno.
Harding no había tomado parte en estas vergonzosas transacciones y no sabía nada de
ellas, pero quizás el darse cuenta de que había sido traicionado por sus amigos
contribuyera a su muerte repentina durante una gira de discursos el 2 de agosto de 1923.
Todavía ignorante de los escándalos, el pueblo lloró la muerte de un presidente querido.
En cualquier caso, la rectitud patente del sucesor de Harding, Calvin Coolidge, volvió
difícil hacer a los republicanos equivalentes de la corrupción. Nacido en una aldea de
Vermont e hijo de un tendero, personificaba los rasgos característicos de sus
antepasados puritanos: ahorro, trabajo, sobriedad y honradez.
En respuesta al clamor, el Congreso se dio prisa en aprobar una Ley sobre Cuotas de
Urgencia en 1921. Fue la primera medida que imponía restricciones cuantitativas a la
inmigración al establecer un límite de 357.000 personas al año y cuotas determinadas
para cada grupo nacional que reuniera los requisitos en función del 3% de su número de
residentes que vivían en los Estados Unidos en 1910. Ello significó una drástica
reducción del volumen de «nuevos» inmigrantes. La Ley sobre los Orígenes Nacionales
de 1924 inclinó aún más la balanza contra ellos, también establece una política
inmigratoria permanente. Cuando entró en vigor en 1929, la inmigración se limitó a
150.000 personas al año y se asignó una cuota a cada nacionalidad según su
contribución a la población estadounidense existente.
Las tensiones étnicas y raciales también explicaron el ascenso espectacular del Ku Klux
Klan. Como la organización de la reconstrucción de la que tomó su nombre, su atavío
encapuchado y su ritual elaborado y secreto, el nuevo Klan se originó como un
movimiento sureño de supremacía blanca. Fue fundado en Georgia en 1915 por un
predicador viajero metodista y vendedor de seguros, Wtlliam J. Simmons, a quien había
influido la película épica de D. W. Griffith, The Birth of a Nation que ensalzaba al Klan.
Pero la organización resucitada pronto dejó de ser regional para hacerse nacional y
desarrolló objetivos más amplios que su antecesora. Profesando defender el
americanismo, la cristiandad y la moralidad, y proclamando las virtudes de las urnas, la
prensa libre y el cumplimiento de la ley, el Klan se convirtió en un foco del patriotismo
militante. A muchos les atrajeron también sus espectaculares ceremonias de iniciación y
su parafernalia de juramentos, apretones de manos secretos, santos y señas y títulos
secretos. Pero el Klan era sobre todo negativo y exclusivo. La pertenencia estaba abierta
sólo a los “ciudadanos estadounidenses nativos y blancos que creen en los dogmas de la
religión cristiana y que no deben fidelidad[ ... ] a ningún gobierno o institución religiosa o
política extranjera”.
En 1925 tenía ya más de dos millones de miembros. En contra de lo que se creyó durante
mucho tiempo, no fue un movimiento exclusivamente rural y de pequeñas ciudades. Su
fuerza estribaba en las ciudades de crecimiento rápido como Dallas, Menfis, Detroit,
Indianápolis, San Antonio, Denver y Los Ángeles, cuyos barrios residenciales estaban
ocupando los inmigrantes europeos y los negros del Sur.
El Klan era ostensiblemente apolítico, pero a pesar de ello controlaba la política de varios
estados del Oeste y el Suroeste. En 1925 alcanzó el punto máximo de su influencia
política y a partir de entonces empezó a caer en picado. Resultó difícil sostener el fervor
popular sin un programa positivo; la oposición se hizo cada vez más clamorosa y violenta.
Luego surgió un escándalo sexual y político al que se dio mucha publicidad en Indiana,
estado que dominaba de forma más completa. En noviembre de 1925, David C.
Stephenson, Gran Dragón del Klan de Indiana y famoso cruzado contra el vicio, fue
condenado por secuestrar y violar a una secretaria, lo que la hizo suicidarse. Como no
logró obtener el indulto, expuso la corrupción del Klan, involucrando a importantes
autoridades estatales.
El abismo intelectual y moral existente entre la vieja América y la nueva quizás se definió
de forma más abrupta en el famoso «juicio del mono” celebrado en Dayton (Tennessee)
en 1925. Los intentos modernistas por reconciliar ciencia y religión, y la creciente
aceptación del modernismo en escuelas y universidades irritó a los protestantes
-visiblemente la mayoría- que creían en la verdad literal de la Biblia. No todos los
defensores de la religión antigua eran patanes ignorantes, como sus críticos afirmaron
con frecuencia; algunos eran teólogos preparados y cultos. No obstante, el
fundamentalismo extraía su mayor fuerza de las zonas rurales del Sur y el Medio Oeste.
En el Sur estaba en juego algo más que la religión: la evolución parecía amenazar las
bases de la supremacía racial blanca. Poco después de la guerra, los fundamentalistas
preocupados, encabezados por WilliamJennings Bryan, lanzaron una fogosa campaña
para pedir leyes antievolución y en 1925 consiguieron que una ley de Tennessee
prohibiera la enseñanza en las escuelas públicas de toda teoría evolucionista que negara
la versión del Génesis de la creación. Inmediatamente después, John T. Scopes, un joven
profesor de biología de escuela secundaria del pueblecito de Dayton, fue detenido por
violar la ley. El juicio atrajo una enorme publicidad y produjo un espectacular
enfrentamiento entre Bryan, que había aceptado colaborar en la acusación, y el abogado
defensor más prominente del país. Clarence Danow, de Chicago, agnóstico reconocido.
Para éste y la Unión Americana de Libertades Civiles, que financió la defensa, el tema era
la libertad académica. Pero muchos portavoces del darwinismo y la ciencia moderna, y no
menos el autor del texto de biología que Scopcs había utilizado, no eran menos
intolerantes y dogmáticos que sus antagonistas fundamentalistas.
Scopes fue hallado culpable y condenado a pagar una multa; en la apelación se mantuvo
que la ley de Tennessee era constitucional (no fue revocada hasta 1967). Poco después,
otros tres estados sureños adoptaron leyes antievolucionistas.
Una vez conseguido el monopolio del licor, las bandas se derivaron a otras “ocupaciones”
como el juego, la prostitución y los narcóticos, y también hicieron presa de negocios
legítimos. Sus alianzas corruptas con políticos, policías y jueces les permitieron dominar
ciertos gobiernos municipales. Estos métodos explicaron el ascenso de Al Capone, el
principal extorsionista de Chicago, cuyas depredaciones le producían en 1927 60 millones
anuales. Las luchas de bandas eran comunes durante su máximo apogeo; hubo más de
500 asesinatos entre las bandas en Chicago de 1927 a 1930, casi todos impunes.
En diciembre de 1933 ya se había ratificado y el control sobre las bebidas regresó a los
estados. Sólo siete de ellos, la mayoría del Sur, votaron mantener la ley seca.
El prohibicionismo y el anti evolucionismo eran parte de un movimiento más amplio que
pretendía que mediante la ley se obligara al cumplimiento de las directrices morales e
intelectuales. La legislación estatal ya había prohibido varias actividades seculares el día
de descanso, había proscripto la mayoría de las formas de juego y había restringido o
prohibido la diseminación de la información sobre el control de la na talidad y la venta de
mecanismos anticonceptivos. Unos cuantos municipios prohibieron los trajes de baño
indecentes, muchos estados hicieron delito las relaciones sexuales extramaritales.
Como los republicanos ya habían vuelto a postular a Coolidge, había ahora dos
candidatos presidenciales conservadores con programas casi idénticos. Pero surgió una
auténtica alternativa cuando una coalición de granjeros del Oeste descontentos, dirigentes
sindicales, socialistas y progresistas sobrevivientes postularon a Robert M. La Follette
como candidato de un nuevo Partido Progresista.
Su programa, censurado por republicanos y demócratas juntos por ser peligrosamente
radical, condenaba el monopolio, pedía la nacionalización de los ferrocarriles y la energía
hidroeléctrica, y proponía la reducción arancelaria, la ayuda federal a los granjeros, la
prohibición de los mandamientos judiciales en las disputas laborales, la elección popular
de los jueces y la limitación de la revisión judicial. La Follette efectuó una campaña
vigorosa; Davis, deslucida, y Coolidge apenas se puede decir que llevara a cabo alguna.
El resultado fue una aplastante victoria republicana. La Follette esperaba conseguir
suficientes votos electorales para dejar la decisión a la Cámara de Representantes,
pero sólo obtuvo su propio estado de Wisconsin. Los sindicatos se alejaron de él durante
la campaña y una subida repentina de los precios agrícolas le debilitó aún más.
Los cinco millones de votos que recibió no eran necesariamente una prueba de la fuerza
sobreviviente del progresismo. Muchos de quienes lo votaron, sobre todo los sólo
registraban una aprobación retroactiva de su postura antibélica de 1917. Justo después
de las elecciones del Partido Progresista comenzó a desintegrarse y tras la muerte de La
Follette en 1925 desapareció.
Presidencia de Coolidge.
Los hombres de negocios encontraron otro defensor efectivo en Hoover. Como secretario
de Comercio, instó a los agregados comerciales en el extranjero a buscar contratos para
la industria estadounidense y fomentó la formación de asociaciones comerciales que
adoptaron códigos de práctica leal, promovieron la eficiencia y mantuvieron los precios y
beneficios mediante el ajuste de la producción a la demanda. Durante la mayor parte de
los años veinte la benigna actitud republicana hacia las empresas pareció estar
espectacularmente justificada.
Una vez que la breve depresión de 1921·1922 terminó el país entró en una era de
prosperidad sin paralelo.
Las empresas lograron beneficios ingentes, en general era fácil encontrar trabajo y los
niveles de vida ascendieron de forma apreciable. La clave del auge fue un tremendo
incremento de la productividad resultado de la innovación tecnológica y la aplicación de la
teoría de la dirección científica de Frederick W. Taylor.
Aunque la población aumentó sólo un 16% durante esa década, la producción industrial
casi se duplicó. El producto nacional bruto pasó de 72.400 millones de dólares en 1919 a
104.000 millones en 1929 y la renta per cápita anual ascendió de 710 dólares a 857.
Mientras que la expansión industrial de finales de siglo XIX se había basado en los
ferrocarriles y el acero, la prosperidad de la década de 1920 se fundamentó en d
crecimiento de nuevas industrias y en el auge de la construcción. Los recortes de los
suministros extranjeros durante la Primera Guerra Mundial impulsaron a la industria
química estadounidense y fomentaron la fabricación de textiles y plásticos sintéticos.
Durante los años 20, los productos de seda artificial (rayón), baquelita y celulosa, como el
celuloide y el celofán, se convirtieron en industrias importantes.
Con una producción que se acercaba a los cinco millones de unidades al año, la industria
automovilística se había convertido en un gran negocio. Empleaba a 447.000
trabajadores, aproximadamente un 7 por 100 del total de los asalariados, y suponía más
del 12 por 100 del valor de la manufactura nacional. Sin embargo, su contribución a la
economía nacional era mucho mayor de lo que esos números implican. Consumía el 15
por 100 del acero producido en los Estados Unidos, el 80 por 100 el caucho y el níquel, el
75 por 100 de las planchas de vidrio, así como grandes cantidades de cuero, pintura,
plomo y otros productos. También puso la base para otra gran industria: el petróleo. Por
último, la expansión del automovilismo estimuló el gasto público en carreteras. En los
primeros días del automóvil había pocas carreteras viables en todas las estaciones con la
excepción del Este, pero en los años 20 se gastaron más de 1.000 millones de dólares
anuales en la construcción y mantenimiento de autopistas, y la cantidad de carreteras
pavimentadas casi se duplicó.
La construcción a gran escala de carreteras fue sólo una de las razones que explicaron la
bonanza de la industria de la construcción. El movimiento acelerado del campo a las
ciudades y de las ciudades a las afueras llevó a un incremento masivo del desarrollo
residencial. La expansión de los barrios periféricos proporcionó un testimonio más de la
influencia del automóvil. Proliferaron los rascacielos, edificios de más de veinte pisos. La
ciudad de Nueva York tenía el mayor número, sobre todo los más altos. El Empire States
Building de 102 pisos, terminado en 1931 y que proporcionaba instalaciones de oficinas
para 25.000 personas, llegó a los 375 metros para convertirse en el edificio más alto del
mundo.
CONTRACARA
Había zonas de depresión más o menos permanente, como los pueblos textiles de Nueva
Inglaterra y el piedemonte sureño, y las regiones de minería de carbón de Kentucky e
Illinois. También en la agricultura había dificultades, pues aunque durante la Primera
Guerra Mundial su situación había sido boyante, en 1920 el descenso de la demanda
externa y la retirada del mantenimiento gubernamental de los precios había producido una
drástica caída de los agrícolas. Después hubo una cierta recuperación: a las granjas
lecheras y los cultivadores de frutas y hortalizas en particular les fue bien a medida que
los mercados urbanos próximos se extendieron.
Pero la gran masa de los granjeros estadounidenses siguieron endeudados y deprimidos.
Esta crisis inspiró la formación de un bloque agrícola bipartidista en el Congreso, sobre
todo del Medio Oeste, que impulsó la Ley Capper-Volstead (1922) para eximir a las
cooperativas agrícolas de las leyes antritrust, y la Ley de Crédito a Medio Plazo (1923),
que establecía que los bancos hicieran préstamos a grupos de granjeros organizados.
También proponía un complicado plan de mantenimiento de los precios con el fin de
impedir que los excedentes agrícolas exportables deprimieran los precios internos. Tras
varios años de debate, el proyecto de ley McNary-Haugen, que recogía este plan, fue
aprobada por el Congreso en 1917 y su revisión en 1928. Pero en ambas ocasiones
Coolidgc los vetó por ser una legislación preferente e inconstitucional, concebida para
alentar la sobreproducción, y necesitar una vasta burocracia.
Aunque la nueva economía de dominio tecnológico no distribuía sus beneficios por igual,
la gente en general tenía más dinero y más tiempo libre. El automóvil significó una mayor
movilidad y libertad, y permitió a los jóvenes escaparse de la supervisión paterna. Casi tan
importante en la transformación de las costumbres fue la asistencia masiva a las películas
producidas en profusión en Hollywood. Se convirtió en un hábito nacional ir al cine. La
aparición en 19'1:7 de la primera película hablada completa, The jazz Singer,
protagonizada por Al Johnson, aumentó su público aún más.
Contar con mayor tiempo libre llevó a una variedad de caprichos y furores, como los
maratones de baile y las pruebas de resistencia en lo alto del mástil de una bandera, y el
auge de los deportes espectáculo. El béisbol, fútbol y boxeo atraían grandes
muchedumbres. Los atletas destacados como Babe Ruth de los Yanquis de Nueva York,
Harold «Red» Grangc, estrella futbolística de la Universidad de Illinois, y Jade Dempscy,
campeón mundial de peso pesado de 1919 a 1926, se convirtieron en celebridades
nacionales.
LAS MUJERES
Gran parte de los comentarios sobre la “ardiente juventud” eran exagerados. Aunque se
creían salvajes y atrevidos, y sin duda lo eran para las pautas anteriores, los jóvenes de
los años 20, desde una perspectiva actual, parecen haber sido bastante convencionales
en la forma de vestir, sus expectativas y sus estilos de vida.
Algunas llegaron incluso a reclamar la misma libertad sexual que los hombres. Todos
estos cambios se citan con frecuencia para demostrar que fue una etapa de emancipación
femenina, pero no hubo nada semejante. Bajo la apariencia de cambio había una
continuidad soterrada en la posición política, económica y social de las mujeres. Aunque
la Enmienda Decimonovena les había concedido de forma nominal la igualdad política, las
mujeres continuaban desempeñando un papel insignificante en la política. Estaban menos
dispuestas a votar que los hombres e incluso cuando lo hacían tendían a seguir las
preferencias de sus parejas masculinas.
Las mujeres que ocupaban cargos públicos lo hacían en general en virtud de “haberse
quedado viudas”: del puñado de mujeres que estuvieron en el Congreso en los años 20,
dos tercios heredaron los escaños de sus esposos difuntos, la mayor parte sólo por un
mandato. Tampoco hicieron un progreso apreciable hacia la igualdad económica. Aunque
el número de mujeres empleadas con sueldo ascendió durante la época de 8.200.000 a
10.400.000 el porcentaje general permaneció más o menos estable.
Tenían menos hijos y les resultó más fácil escaparse de matrimonios insatisfactorios. El
control de la natalidad, cada vez más practicado a pesar de los obstáculos legales, hizo
bajar de forma espectacular la tasa de nacimientos de un 17 por 100 en 1920 al 21,3 por
100 en 1930. En el mismo periodo la relación de divorcios con respecto a los matrimonios
ascendió de apenas uno cada ocho a uno cada seis. Como ocurría desde hacía largo
tiempo, dos tercios de los divorcios se otorgaron a las mujeres.
LAS ELECCIONES DE 1928.
Coolidge se mantenía tan popular que podía haber sido candidato por tercera vez si lo
hubiera deseado. Pero su negativa abrió d camino para la selección de Herbert Hoover.
Muchacho de campo huérfano a los nueve años, Hoover representaba al hombre hecho a
sí mismo. Tras licenciarse en la Universidad de Stanford, dirigió empresas mineras en
muchas partes del mundo y se hizo millonario antes de cumplir cuarenta años.
1
Con la denominación de Tammany Hall se conoce a la maquinaria política (del inglés "political machine")
del Partido Demócrata de los Estados Unidos, que jugó un importante papel en el control de la política de la
ciudad de Nueva York, y en la ayuda para que los inmigrantes, principalmente irlandeses, participaran en la
política americana desde la década de 1790 hasta la de 1960, actuando como lo que en el presente se
conoce como una red de tráfico de influencias o red de clientelismo político. Normalmente controló las
nominaciones por el Partido Demócrata en Manhattan desde el triunfo de Fernando Wood en 1854, hasta la
de Fiorello LaGuardia (nominalmente del Partido Republicano) en 1934, a partir de cuyo momento empezó a
debilitarse hasta desaparecer.
Su ignorancia e indiferencia hacia las necesidades de las tierras agrícolas del interior
y su falta de sensibilidad hacia los aspectos sociales y morales de su candidatura
demostraron que era, como Henry James dijo de Thoreau, no sólo provinciano, sino
parroquial. Por último, su acento de East Side, su apariencia ostentosa y modales
indecorosos, diseminados ampliamente por la radio y los noticiarios cinematográficos, se
añadieron al sentimiento de que no era apropiado para ser presidente.
Hoover obtuvo una victoria abrumadora. Por primera vez desde la reconstrucción, cinco
antiguos estados confederados votaron a los republicanos. No obstante, los resultados
generales de los demócratas no fueron tan sombríos como parecían. Smith duplicó los
votos de Davis en 1924. Además, aunque su religión le puso en desventaja en el Sur, le
permitió penetrar en zonas de fortaleza republicana tradicional del Norte. Ganó en
Massachusetts y Rhode Island, los dos estados más urbanizados -y·católicos- de la Unión
y, lo que aún resulta más significativo, también en las doce mayores ciudades de la
nación. Ello anticipó un cambio político transcendental que acabaría haciendo de los
demócratas el partido mayoritario normal.