[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
19 vistas14 páginas

Desilusión y Reacción en EE.UU. 1919-29

Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOC, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
19 vistas14 páginas

Desilusión y Reacción en EE.UU. 1919-29

Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOC, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 14

Después de la guerra, 1919-1929

LA ETAPA DE LA DESILUSIÓN Y LA REACCIÓN

POSGUERRA-WILSON-CONFLICTOS INTERNOS

Para los Estados Unidos la Primera Guerra Mundial no supuso la misma catástrofe que
para Europa. Parecían ávidos por olvidarla, pues había tenido efectos
desproporcionadamente traumáticos. El eclipse del progresismo, el recrudecimiento del
nacionalismo, los desafíos al orden moral y social habrían sucedido de todos modos,
pues algunos estaban ya en ciernes en 1914, pero la guerra los aceleró e intensificó.
La Revolución bolchevique en Rusia y la formación de la Tercera Internacional suscitó el
miedo hacia una nueva amenaza extranjera y mantuvo vivo el nacionalismo cerrado y
coercitivo de tiempos de guerra.
Una ola de inquietud industrial se interpretó de forma errónea como revolucionaria.
Después de que Seattle hubiera sido paralizado por una huelga general de cinco días en
febrero de 1919, se sucedieron extensas y violentas huelgas en una industria importante
tras otra: textiles, ferrocarriles, acero, carbón.
La opinión pública rechazó a los sindicatos, sobre todo después de que la huelga de la
policía de Boston en septiembre de 1919 hubiera llevado a una erupción de revueltas y
saqueos. El miedo a la revolución aumentó cuando se enviaron por correo bombas
caseras a políticos e industriales prominentes y hubo explosiones simultáneas en ocho
ciudades diferentes (2 de junio).
La ola de represión resultante se dirigió contra los radicales y disidentes de todo tipo.
Treinta y dos estados aprobaron leyes que convertían en delito la pertenencia a algunas
organizaciones sindicales.
Cuando se hizo evidente que el temor a la revolución era infundado amainó la agitación
pero el célebre caso Sacco-Vantctti demostró que la hostilidad hacia los radicales
extranjeros no había cedido. Fue el equivalente estadounidense del Asunto Dreyfus en el
tiempo que duró, los sentimientos encarnizados que suscitó y el modo en que polarizó la
opinión.
En mayo de 1920, dos inmigrantes italianos, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti,
anarquistas declarados que habían rehuido el reclutamiento durante la guerra, fueron
detenidos por robo a mano armada y asesinato en South Braintree (Massachusetts). Tras
un juicio dirigido en un ambiente hostil por un juez infectado por el miedo al radicalismo
prevaleciente, fueron condenados en julio de 1921 y sentenciados a muerte. Existía una
duda extendida sobre si las pruebas garantizaban la culpabilidad. Sacco y Vanzetti fueron
ejecutados el 23 de agosto de 1921, con el acompañamiento de la protesta mundial.

El verano del “Terror Rojo” de 1919 también contempló un aterrador brote de contienda
racial. Durante la Primera Guerra Mundial la escasez de mano de obra en el Norte debido
al declive de la inmigración había llevado a una ingente afluencia de negros sureños. Las
ciudades industriales del Norte experimentaron crecimientos notables de sus poblaciones
negras: en 1920 Nueva York tenía 152.000 negros (un incremento del 66,6 por 100
durante la década), Filadelfia, 134.000 (58,9 por 100) y Chicago, 109.000 (148,2 por 100).
Los negros descubrieron que el Norte no era más tolerante que el Sur. Los trabajadores
blancos se resintieron de la extensión de los guetos negros y cuando llegó la recesión
posbélica, pensaron que amenazaban sus puestos de trabajo. Otra fuente de fricción fue
la militancia de los soldados negros que regresaron, no dispuestos ya a tolerar los viejos
modelos de discriminación.
El único dirigente que lo consiguió fue Marcus M. Garvey, el talentoso jamaicano fundador
de la Asociación Universal para la Mejora del Negro. Sostenía que los negros nunca
podían aspirar ganar la igualdad en una América con prejuicios raciales y abogaba por un
movimiento “de regreso a África”. Exaltando todo lo negro, glorificaba el pasado africano y
decía a los negros que debían estar orgullosos de su linaje Garvey estableció desde un
periódico semanal hasta una variedad de organizaciones de auxilio. En 1923 fue
condenado por usar el correo para defraudar, encarcelado y luego deportado.

Woodrow Wilson preocupado con la lucha por la Sociedad de Naciones e incapacitado


por el ataque de apoplejía que sufrió en octubre de 1919, no propuso más medidas
reformistas durante sus dos últimos años en el cargo. En muchos aspectos su gobierno
señaló la dirección que seguirían los republicanos. Una hoguera de los controles de
tiempos de guerra, junto con el retomo de los ferrocarriles a la propiedad privada,
marcaron el abandono de la planificación económica impuesta por el gobierno. Otras
pruebas de la recuperación del laissez faire fue la retirada repentina de los precios
garantizados a los granjeros (mayo de 1920). En la mayoría de las huelgas de 1919 el
gobierno se puso de parte de los patrones.

LA NORMALIDAD EN ACOÓN

HARDING Y COOLIDGE

Las elecciones presidenciales de 1920 demostraron que el país estaba cansado de estar
siempre en vilo. Confiando en que la suerte estaba de su parte, la camarilla senatorial
que controlaba el Partido Republicano insistió en un candidato completamente
conservador y manejable. Su elección recayó en uno de sus colegas menos prominente,
Warrcn G. Harding, de Ohio. Como compañero de campaña la convención republicana
escogió a Calvin.
Los demócratas, desmoralizados por la controversia sobre la Sociedad de Naciones y
divididos también por la ley seca, postularon para presidente a otro personaje de Ohio
relativamente oscuro, el gobernador progresista James M. Cox. Junto con su compañero
de campaña, Franklin D. Roosevelt, trató de hacer de la pertenencia a la Sociedad de
Naciones el tema principal. Pero los votantes se mostraron muy indiferentes.
Les preocupaban más los precios en ascenso, el conflicto industrial y la aguda recesión
posbélica, de todo lo cual culpaban al partido en el poder. Harding era ambivalente no
sólo con la Sociedad, sino sobre todos los temas en general.

“la necesidad presente de América no son heroicidades, sino salud, no son


panaceas, sino normalidad, no cirugía, sino serenidad (…) no
experimentos, sino equilibrio, no la inmersión en el internacionalismo, sino
el sostenimiento de un nacionalismo triunfante”.

Cualquiera que fuese el significado de la “normalidad”, parecía que era lo que el


electorado deseaba. Harding ganó por un margen mayor que el de todos los candidatos
presidenciales anteriores, aunque sólo votó un 49 % del electorado, en comparación con
el 71% de 1916.

Como presidente disfrutó de los adornos del cargo, pero los temas complejos le quedaron
grandes. Sin embargo, la historia no ha sido demasiado dura con él. No fue un
reaccionario fanático. Presionó a las compañías acereras para conseguir una jornada
laboral de ocho horas. Su gobierno adelantó un paso más el tipo de legislación agraria
progresista –créditos agrícolas desafió al poderoso grupo de presión de la Legión
Americana en 1922 al vetar un proyecto de ley sobre primas militares. Tampoco fue un
aislacionista extremo: su apoyo a la limitación de armas fue crucial para el éxito de la
Conferencia de Washington. Tuvo la habilidad de nombrar a hombres distinguidos y
experimentados para los puestos clave del gabinete.

Desafortunadamente, Harding dio otros puestos importantes a sus compinches políticos,


la Banda de Ohio, que compartía su inclinación hacia el póker y el whisky, pero no su
sentido de la responsabilidad pública. La principal característica del gobierno fue la
simpatía por las empresas comerciales y financieras. Satisfizo de inmediato las demandas
de la comunidad empresarial acerca de un gasto público reducido y recortes tributarios
generalizados. En consonancia con su creencia en que la intervención gubernamental en
la economía debía mantenerse en mínimos llenó las comisiones federales de hombres
más interesados en cooperar con compañías e industrias que en controlarlas.

Mostró una actitud tibia hacia el cumplimiento de la legislación antitrust, la tendencia hacia
la consolidación de empresas, frenada de forma temporal durante el periodo progresista,
volvió a hacerse marcada, con fusiones sobre todo en la banca, los servicios públicos, la
industria automovilística y la venta al por menor.
A principios de 1923 comenzó a salir a la luz que los nombramientos inmerecidos de
Harding y su negligencia administrativa habían dado pie a una extensa corrupción,
extorsión y soborno.
Harding no había tomado parte en estas vergonzosas transacciones y no sabía nada de
ellas, pero quizás el darse cuenta de que había sido traicionado por sus amigos
contribuyera a su muerte repentina durante una gira de discursos el 2 de agosto de 1923.
Todavía ignorante de los escándalos, el pueblo lloró la muerte de un presidente querido.

En cualquier caso, la rectitud patente del sucesor de Harding, Calvin Coolidge, volvió
difícil hacer a los republicanos equivalentes de la corrupción. Nacido en una aldea de
Vermont e hijo de un tendero, personificaba los rasgos característicos de sus
antepasados puritanos: ahorro, trabajo, sobriedad y honradez.

Creía que el bienestar nacional dependía de la primada empresarial; “el negocio de


América son los negocios” declaró y añadió: “el ideal de América es el idealismo”. El
gobierno federal debía limitar sus actividades para ser útil a los negocios. Los
intelectuales liberales, a quienes repelía el residente, contaban relatos burlones sobre su
supuesta somnolencia, complacencia y taciturnidad. Pero para la mayoría de los
estadounidenses la presencia de Coolidge en la Casa Blanca era reafirmante; se convirtió
en una especie de figura totémica nacional, un símbolo alentador de los valores
tradicionales amenazados por las fuerzas del cambio.

NACIONALISMO, CONFORMISMO Y DES UNIÓN SOCIAL

A pesar de la prosperidad general de la década de 1920, a muchos estadounidenses les


rondaba el miedo de que se estuviera minando su sociedad. Alarmados por los ataques a
las creencias y costumbres establecidas, ansiaban retrasar el reloj. Por ello manifestaron
un talante defensivo, moralista e intolerante en fenómenos aparentemente no
relacionados como la restricción a la inmigración, el Ku Klux Klan, el fundamentalismo
religioso y el experimento prohibicionista.
La revulsión contra Europa que siguió al derrumbamiento del internacionalismo wilsoniano
dio nueva fuerza al movimiento de restricción de la inmigración. Parecían del todo
necesarias nuevas barreras, ya que la prueba de alfabetización de 1917, concebidas para
excluir a los inmigrantes del sur y el este de Europa había resultado un fiasco.

En respuesta al clamor, el Congreso se dio prisa en aprobar una Ley sobre Cuotas de
Urgencia en 1921. Fue la primera medida que imponía restricciones cuantitativas a la
inmigración al establecer un límite de 357.000 personas al año y cuotas determinadas
para cada grupo nacional que reuniera los requisitos en función del 3% de su número de
residentes que vivían en los Estados Unidos en 1910. Ello significó una drástica
reducción del volumen de «nuevos» inmigrantes. La Ley sobre los Orígenes Nacionales
de 1924 inclinó aún más la balanza contra ellos, también establece una política
inmigratoria permanente. Cuando entró en vigor en 1929, la inmigración se limitó a
150.000 personas al año y se asignó una cuota a cada nacionalidad según su
contribución a la población estadounidense existente.

Las leyes de inmigración representaron un rompimiento abrupto con el pasado.


Concebidas para estabilizar la composición étnica de la población estadounidense
reduciendo la inmigración a un chorro delgado, se convirtió en un repudio de la tradición
de asilo.

Las tensiones étnicas y raciales también explicaron el ascenso espectacular del Ku Klux
Klan. Como la organización de la reconstrucción de la que tomó su nombre, su atavío
encapuchado y su ritual elaborado y secreto, el nuevo Klan se originó como un
movimiento sureño de supremacía blanca. Fue fundado en Georgia en 1915 por un
predicador viajero metodista y vendedor de seguros, Wtlliam J. Simmons, a quien había
influido la película épica de D. W. Griffith, The Birth of a Nation que ensalzaba al Klan.
Pero la organización resucitada pronto dejó de ser regional para hacerse nacional y
desarrolló objetivos más amplios que su antecesora. Profesando defender el
americanismo, la cristiandad y la moralidad, y proclamando las virtudes de las urnas, la
prensa libre y el cumplimiento de la ley, el Klan se convirtió en un foco del patriotismo
militante. A muchos les atrajeron también sus espectaculares ceremonias de iniciación y
su parafernalia de juramentos, apretones de manos secretos, santos y señas y títulos
secretos. Pero el Klan era sobre todo negativo y exclusivo. La pertenencia estaba abierta
sólo a los “ciudadanos estadounidenses nativos y blancos que creen en los dogmas de la
religión cristiana y que no deben fidelidad[ ... ] a ningún gobierno o institución religiosa o
política extranjera”.

En 1925 tenía ya más de dos millones de miembros. En contra de lo que se creyó durante
mucho tiempo, no fue un movimiento exclusivamente rural y de pequeñas ciudades. Su
fuerza estribaba en las ciudades de crecimiento rápido como Dallas, Menfis, Detroit,
Indianápolis, San Antonio, Denver y Los Ángeles, cuyos barrios residenciales estaban
ocupando los inmigrantes europeos y los negros del Sur.

El Klan era ostensiblemente apolítico, pero a pesar de ello controlaba la política de varios
estados del Oeste y el Suroeste. En 1925 alcanzó el punto máximo de su influencia
política y a partir de entonces empezó a caer en picado. Resultó difícil sostener el fervor
popular sin un programa positivo; la oposición se hizo cada vez más clamorosa y violenta.
Luego surgió un escándalo sexual y político al que se dio mucha publicidad en Indiana,
estado que dominaba de forma más completa. En noviembre de 1925, David C.
Stephenson, Gran Dragón del Klan de Indiana y famoso cruzado contra el vicio, fue
condenado por secuestrar y violar a una secretaria, lo que la hizo suicidarse. Como no
logró obtener el indulto, expuso la corrupción del Klan, involucrando a importantes
autoridades estatales.

El abismo intelectual y moral existente entre la vieja América y la nueva quizás se definió
de forma más abrupta en el famoso «juicio del mono” celebrado en Dayton (Tennessee)
en 1925. Los intentos modernistas por reconciliar ciencia y religión, y la creciente
aceptación del modernismo en escuelas y universidades irritó a los protestantes
-visiblemente la mayoría- que creían en la verdad literal de la Biblia. No todos los
defensores de la religión antigua eran patanes ignorantes, como sus críticos afirmaron
con frecuencia; algunos eran teólogos preparados y cultos. No obstante, el
fundamentalismo extraía su mayor fuerza de las zonas rurales del Sur y el Medio Oeste.

En el Sur estaba en juego algo más que la religión: la evolución parecía amenazar las
bases de la supremacía racial blanca. Poco después de la guerra, los fundamentalistas
preocupados, encabezados por WilliamJennings Bryan, lanzaron una fogosa campaña
para pedir leyes antievolución y en 1925 consiguieron que una ley de Tennessee
prohibiera la enseñanza en las escuelas públicas de toda teoría evolucionista que negara
la versión del Génesis de la creación. Inmediatamente después, John T. Scopes, un joven
profesor de biología de escuela secundaria del pueblecito de Dayton, fue detenido por
violar la ley. El juicio atrajo una enorme publicidad y produjo un espectacular
enfrentamiento entre Bryan, que había aceptado colaborar en la acusación, y el abogado
defensor más prominente del país. Clarence Danow, de Chicago, agnóstico reconocido.
Para éste y la Unión Americana de Libertades Civiles, que financió la defensa, el tema era
la libertad académica. Pero muchos portavoces del darwinismo y la ciencia moderna, y no
menos el autor del texto de biología que Scopcs había utilizado, no eran menos
intolerantes y dogmáticos que sus antagonistas fundamentalistas.
Scopes fue hallado culpable y condenado a pagar una multa; en la apelación se mantuvo
que la ley de Tennessee era constitucional (no fue revocada hasta 1967). Poco después,
otros tres estados sureños adoptaron leyes antievolucionistas.

El experimento prohibicionista reflejó una fe utópica en que el problema del alcohol


pudiera ser erradicado mediante la legislación. Pero la Enmienda Decimoctava, efectiva el
16 de enero de 1920, y la Ley Volstead de 1919, aprobada para complementarla,
resultaron imposibles de hacer cumplir. Se confiscaron miles de destilerías ilegales, se
destruyeron millones de litros de vino y licores, y las sentencias de cárcel por delitos
relacionados con el licor ascendieron a 44.678 en 1932, momento en el que las prisiones
federales se encontraban a punto de reventar. Pero debido a la tacañería del Congreso
nunca hubo suficientes agentes para hacerlas cumplir: sólo 1.520 en 1920 y 2.836 en
1930.
Una dificultad más fundamental fue el grado de oposición popular. Una minoría
considerable, que incluía tanto a los muy ricos como a la clase obrera inmigrante,
consideraba la prohibición una violación intolerable de la libertad personal y simplemente
la desafiaban. La evasión tomó formas ingeniosas. Los contrabandistas de licores
pasaron bebidas de las Indias Occidentales y las Bahamas o a través de la frontera
canadiense y mexicana. El alcohol industrial se redestilaba y se convertía en ginebra y
whisky sintéticos, algunos venenosos e incluso letales. Las destilerías domésticas
fabricaban moonshine (licor) y (whisky) ilegales, cervecerías individuales sin cuento
fabricaban su propia cerveza o ginebra en la bañera, el vino sacramental se desviaba a
canales no sacramentales y médicos complacientes recetaban licores a los pacientes
afectos de “Sed crónica”.
En las ciudades pequeñas y las zonas rurales se observó bastante bien la Ley Volstead y
en el conjunto del país disminuyó la bebida: hubo un descenso marcado en el alcoholismo
y menos detenciones por ebriedad. Pero en las comunidades que se oponían a la
prohibición la ley se violaba con impunidad. Florecieron las tabernas clandestinas
(sptahasies) y los clubes nocturnos (término bastante elástico) con la protección de la
maquinaria de las grandes ciudades. En 1929 Nueva York contaba con 32.000 tabernas
clandestinas, el doble de sus cantinas antes de que comenzara la ley seca.

La peor consecuencia de la prohibición fue estimular el crimen organizado. Atraídas por


los ingentes beneficios, las bandas del hampa se propusieron controlar el negocio del licor
ilegal. Establecieron sus propias cervecerías, destilerías y redes de distribución, se
rodearon de ejércitos privados, intimidaron o asesinaron a los competidores y obligaron a
los propietarios de tabernas clandestinas a pagar su “protección”.

Una vez conseguido el monopolio del licor, las bandas se derivaron a otras “ocupaciones”
como el juego, la prostitución y los narcóticos, y también hicieron presa de negocios
legítimos. Sus alianzas corruptas con políticos, policías y jueces les permitieron dominar
ciertos gobiernos municipales. Estos métodos explicaron el ascenso de Al Capone, el
principal extorsionista de Chicago, cuyas depredaciones le producían en 1927 60 millones
anuales. Las luchas de bandas eran comunes durante su máximo apogeo; hubo más de
500 asesinatos entre las bandas en Chicago de 1927 a 1930, casi todos impunes.

El fracaso evidente de la Enmienda Decimoctava produjo una demanda creciente


favorable a su revocación, pero las fuerzas «secas», fuertes sobre todo entre los
fundamentalistas rurales, continuaron obsesivamente devotos a lo que Hoover describió
en 1928 como “un gran experimento social y económico, noble en motivo y de largo
alcance en propósitos”. Sin embargo, la lucha por su revocación no fue sólo un asunto de
fanatismo rural contra el liberalismo cosmopolita urbano. Entre sus exponentes se
contaban no sólo los cerveceros y destileros, sino también un grupo de hombres de
negocios millonarios que financiaron la Asociación contra la Enmienda de Prohibición, en
la creencia de que una recuperación del impuesto sobre el alcohol significaría reducciones
de los impuestos sobre la renta. La Comisión Widcersham, nombrada en 1929, reconoció
que la prohibición había sido un fracaso, pero con cierta falta de lógica recomendó que
continuara.

Sin embargo, el inicio de la Gran Depresión proporcionó a los “húmedas” nuevos


argumentos. Se decía que el reinicio de las industrias cerveceras y destiladoras
proporcionaría empleo a un millón de personas, además de beneficiar a los granjeros,
mientras que la recuperación del impuesto sobre el alcohol aumentaría los magros
ingresos federales y estatales. En las elecciones de 1932 los demócratas apoyaron la
derogación y una vez que ganaron, el Congreso aprobó de inmediato la Enmienda
Vigesimoprimera que revocaba la Decimoctava.

En diciembre de 1933 ya se había ratificado y el control sobre las bebidas regresó a los
estados. Sólo siete de ellos, la mayoría del Sur, votaron mantener la ley seca.
El prohibicionismo y el anti evolucionismo eran parte de un movimiento más amplio que
pretendía que mediante la ley se obligara al cumplimiento de las directrices morales e
intelectuales. La legislación estatal ya había prohibido varias actividades seculares el día
de descanso, había proscripto la mayoría de las formas de juego y había restringido o
prohibido la diseminación de la información sobre el control de la na talidad y la venta de
mecanismos anticonceptivos. Unos cuantos municipios prohibieron los trajes de baño
indecentes, muchos estados hicieron delito las relaciones sexuales extramaritales.

La industria cinematográfica, como reacción contra la publicidad adversa sobre los


escándalos sexuales de Hollywood, estableció su propia junta de censura en 1922,
encabezada por el antiguo director general de Correos de Harding, Will H. Hays. Pero las
estrictas normas morales que Hays estableció no siempre salvaron a las películas de
cortes posteriores a manos de los censores estatales. Mientras tanto, la censura encontró
un blanco alternativo en los libros de historia “antipatrióticos”. En Nueva York y Chicago
los comités de investigación examinaron de forma solemne los libros de texto de los que
se alegaba que mostraban una simpatía indebida hacia el punto de vista británico en
1776; Oregón y Wisconsin llegaron a prohibir esos libros en las escuelas públicas.

Los antagonismos sociales, regionales y religiosos reflejados en las controversias sobre la


inmigración, el Klan y la ley seca dividieron profundamente al Partido Demócrata y
produjeron una larga y furiosa batalla en su convención de 1924. Los demócratas del Sur
y el Suroeste, en sus mayorías rurales, protestantes y “secos”, estaban a favor de William
G. McAdoo, secretario del Tesoro de Wilson, como candidato presidencial.
El ala norte del partido, predominantemente urbana y •húmeda•, apoyaba al gobernador
de Nueva York, Alfred E. Smith, católico. Las fuerzas estaban equilibradas y como se
necesitaba una mayoría de dos tercios para el nombramiento, la convención permaneció
en un callejón sin salida durante dieciséis días. Al final McAdoo y Smith se retiraron por
mutuo acuerdo y en la votación 103 los agotados delegados llegaron al compromiso de
postular a John W. Davis, un abogado de empresa de Nueva York.

COOLIDGE, EL AUGE EMPRESARIAL y EL CULTO A LA PROSPERIDAD

Campaña previa a la elección de Coolidge.

Como los republicanos ya habían vuelto a postular a Coolidge, había ahora dos
candidatos presidenciales conservadores con programas casi idénticos. Pero surgió una
auténtica alternativa cuando una coalición de granjeros del Oeste descontentos, dirigentes
sindicales, socialistas y progresistas sobrevivientes postularon a Robert M. La Follette
como candidato de un nuevo Partido Progresista.
Su programa, censurado por republicanos y demócratas juntos por ser peligrosamente
radical, condenaba el monopolio, pedía la nacionalización de los ferrocarriles y la energía
hidroeléctrica, y proponía la reducción arancelaria, la ayuda federal a los granjeros, la
prohibición de los mandamientos judiciales en las disputas laborales, la elección popular
de los jueces y la limitación de la revisión judicial. La Follette efectuó una campaña
vigorosa; Davis, deslucida, y Coolidge apenas se puede decir que llevara a cabo alguna.
El resultado fue una aplastante victoria republicana. La Follette esperaba conseguir
suficientes votos electorales para dejar la decisión a la Cámara de Representantes,
pero sólo obtuvo su propio estado de Wisconsin. Los sindicatos se alejaron de él durante
la campaña y una subida repentina de los precios agrícolas le debilitó aún más.
Los cinco millones de votos que recibió no eran necesariamente una prueba de la fuerza
sobreviviente del progresismo. Muchos de quienes lo votaron, sobre todo los sólo
registraban una aprobación retroactiva de su postura antibélica de 1917. Justo después
de las elecciones del Partido Progresista comenzó a desintegrarse y tras la muerte de La
Follette en 1925 desapareció.
Presidencia de Coolidge.

La victoria sesgada de Coolidge anunció una extensión de la política pro empresarial


republicana. En 1926 Mcllon persuadió al Congreso para que hiciera más reducciones
drásticas en la tributación. Justificadas como un medio de liberar fondos para la inversión
productiva, puede que estimulara la especulación en el mercado de valores que precedió
al derrumbe de Wall Street de 1929. A pesar de los recortes el gasto gubernamental se
mantuvo tan bajo que -entre 1923 y 1929- fue posible saldar un cuarto de la deuda
nacional.

Los hombres de negocios encontraron otro defensor efectivo en Hoover. Como secretario
de Comercio, instó a los agregados comerciales en el extranjero a buscar contratos para
la industria estadounidense y fomentó la formación de asociaciones comerciales que
adoptaron códigos de práctica leal, promovieron la eficiencia y mantuvieron los precios y
beneficios mediante el ajuste de la producción a la demanda. Durante la mayor parte de
los años veinte la benigna actitud republicana hacia las empresas pareció estar
espectacularmente justificada.

Una vez que la breve depresión de 1921·1922 terminó el país entró en una era de
prosperidad sin paralelo.
Las empresas lograron beneficios ingentes, en general era fácil encontrar trabajo y los
niveles de vida ascendieron de forma apreciable. La clave del auge fue un tremendo
incremento de la productividad resultado de la innovación tecnológica y la aplicación de la
teoría de la dirección científica de Frederick W. Taylor.
Aunque la población aumentó sólo un 16% durante esa década, la producción industrial
casi se duplicó. El producto nacional bruto pasó de 72.400 millones de dólares en 1919 a
104.000 millones en 1929 y la renta per cápita anual ascendió de 710 dólares a 857.

Mientras que la expansión industrial de finales de siglo XIX se había basado en los
ferrocarriles y el acero, la prosperidad de la década de 1920 se fundamentó en d
crecimiento de nuevas industrias y en el auge de la construcción. Los recortes de los
suministros extranjeros durante la Primera Guerra Mundial impulsaron a la industria
química estadounidense y fomentaron la fabricación de textiles y plásticos sintéticos.
Durante los años 20, los productos de seda artificial (rayón), baquelita y celulosa, como el
celuloide y el celofán, se convirtieron en industrias importantes.

Más espectacular aún fue el ascenso de la industria eléctrica, en la que hubo


revolucionarios avances técnicos: el desarrollo de nuevas fuentes de energía como las
turbinas de vapor y las plantas hidroeléctricas, las mejoras en el diseño de los
generadores y en los métodos de transmitir la. El consumo eléctrico se duplicó con creces
durante la década, sobre todo debido al aumento de la demanda industrial. Pero el
consumo doméstico también dio un gran salto. Mientras que en 1912 sólo un 16 % de la
población vivía en hogares con luz eléctrica, la proporción había aumentado al 63 % en
1921.
Como los precios de la electricidad iban cayendo de forma constante, los
electrodomésticos se hicieron de uso general. Por primera vez, cazuelas,
planchas,frigoríficos, ventiladores, tostadoras u otros artefactos eléctricos se produjeron
de forma masiva. Así, la producción de frigoríficos pasó de 5.000 unidades anuales en
1921 a casi un millón en1930.
Otra importante industria nueva fue la radio. El 2 de noviembre de 1920, la primera
emisora de radio de los Estados Unidos, la KDKA en el este de Pittsburgh, comenzó su
servicio regular con los recuentos de las elecciones presidenciales. A diferencia de Gran
Bretaña, que concedió el monopolio de emisoras de radio a una compañía pública, los
Estados Unidos permitieron que la empresa privada desarrollara el nuevo medio. Las
emisoras privadas se financiaban mediante los anunciantes que patrocinaban programas
particulares. Las primeras emisoras fueron establecidas por los fabricantes de equipos de
radio, pero poco a poco las compañías comerciales de radiodifusión dominaron el terreno.
La National Broadcasting Company (NBC) estableció la primera red nacional de radio en
1926; el Columbia Broadcasting Systcm (CBS) creó otro al año siguiente. En 1921,
cuando el número de emisoras había aumentado a 732, el Congreso estableció con
retraso una comisión reguladora para concederles licencia y asignar longitud de onda
Apenas algo más que un juguete antes de la guerra, la radio se convirtió pronto en un
elemento doméstico casi habitual. Según el censo de 1930, el 40 por 100 de las familias
estadounidenses poseían una.

Los años veinte también vieron llegar a la aviación a su mayoría de edad. Ya el 17 de


diciembre de 1903 Orville y Wrigth, jóvenes mecánicos que tenían una tienda de bicicletas
en Dayton (Ohio), se convirtieron en los primeros hombres que volaron en una máquina
de motor más pesada que el aire. Su primer vuelo, en Kitty Hawlt (Carolina del Norte),
atrajo como era normal poca atención: duró sólo doce segundos y recorrió 36 metros. La
Primera Guerra Mundial demostró la viabilidad de la nueva máquina, pero al principio los
Estados Unidos se rezagaron de Europa en el desarrollo de la aviación comercial. Los
pilotos militares inauguraron el primer servicio regular de correos entre Washington y
Nueva York en mayo de 1918 y dos años después lo extendieron a todo el continente.
Pero hasta 1925, cuando el Congreso aprobó una medida que subvencionaba el
transporte de correos por aerolíneas privadas, "el transporte aéreo no comenzó su
expansión. Luego, en mayo de 1927, Charles A Lindburgh, un piloto de aerolínea de
veinticinco años, hizo el primer vuelo transatlántico sin escalas. Dejó Nueva York en su
diminuto monoplano, Tbt Spirit of SL Louis, y aterrizó en París treinta y tres horas y media
más tarde. Su hazaña lo convirtió en héroe nacional y estimuló mucho el interés popular
por la aviación. Siguió un rápido progreso. En 1930 ya funcionaban en los Estados Unidos
80.000 km de rutas aéreas y las aerolíneas transportaban al año casi medio millón de
pasajeros.

Lo que más contribuyó al auge empresarial fue la revolución automovilística. Su artífice


fue un muchacho rústico de Michigan, Henry Ford. Al adaptar la cadena de montaje y el
transportador de correa a la producción automovilística y concentrarse en un modelo
único y estandarizado, el famoso modelo T, Ford llevó el automóvil a las masas. En 1925
ya producía un coche cada diez y el modelo T podía comprarse por sólo 290 dólares.
Hubo una competencia formidable por parte de los demás fabricantes de coches baratos,
sobre todo de General Motors y Chrysler, que ofrecían modelos con más estilo, pero Ford
permaneció siendo la figura dominante de esa industria. En 1920 se registraron en los
Estados Unidos unos nueve millones de coches; en 1929 ya había casi 21 millones, es
decir, un coche por cada cinco estadounidenses.

Con una producción que se acercaba a los cinco millones de unidades al año, la industria
automovilística se había convertido en un gran negocio. Empleaba a 447.000
trabajadores, aproximadamente un 7 por 100 del total de los asalariados, y suponía más
del 12 por 100 del valor de la manufactura nacional. Sin embargo, su contribución a la
economía nacional era mucho mayor de lo que esos números implican. Consumía el 15
por 100 del acero producido en los Estados Unidos, el 80 por 100 el caucho y el níquel, el
75 por 100 de las planchas de vidrio, así como grandes cantidades de cuero, pintura,
plomo y otros productos. También puso la base para otra gran industria: el petróleo. Por
último, la expansión del automovilismo estimuló el gasto público en carreteras. En los
primeros días del automóvil había pocas carreteras viables en todas las estaciones con la
excepción del Este, pero en los años 20 se gastaron más de 1.000 millones de dólares
anuales en la construcción y mantenimiento de autopistas, y la cantidad de carreteras
pavimentadas casi se duplicó.

La construcción a gran escala de carreteras fue sólo una de las razones que explicaron la
bonanza de la industria de la construcción. El movimiento acelerado del campo a las
ciudades y de las ciudades a las afueras llevó a un incremento masivo del desarrollo
residencial. La expansión de los barrios periféricos proporcionó un testimonio más de la
influencia del automóvil. Proliferaron los rascacielos, edificios de más de veinte pisos. La
ciudad de Nueva York tenía el mayor número, sobre todo los más altos. El Empire States
Building de 102 pisos, terminado en 1931 y que proporcionaba instalaciones de oficinas
para 25.000 personas, llegó a los 375 metros para convertirse en el edificio más alto del
mundo.

Para la mayoría de los trabajadores industriales la prosperidad supuso ganancias


sustanciales. Disminuyeron las horas laborales, los salarios reales aumentaron un 26 por
100, el desempleo descendió de un 11,9 por100 en1921a un3,2 por100 en1929.
Surgieron otros beneficios cuando los patrones, tratando de acabar con la inquietud
laboral, recurrieron al “capitalismo benéfico”. Mejoraron las condiciones laborales,
extendieron las instalaciones recreativas, introdujeron la participación en los beneficios,
seguros de vida colectivos y planes de pensiones, y permitieron a los empleados comprar
acciones de la compañía a un precio menor que el de mercado.
También patrocinaron “Sindicatos de empresa” que, aunque carecían de poder
negociador y no poseían autoridad ni fondos para convocar huelgas, permitían a los
representantes de los trabajadores reunirse con la dirección para discutir agravios
individuales, la seguridad de la planta y la eficiencia productiva. De forma simultánea, las
organizaciones patronales lanzaron una campaña concertada para que los trabajadores
no se sindicalizaran.
La denominaron el “Plan American” para transmitir la impresión de que oponerse era en
cierto modo antipatriótico y subversivo. También trataron de evitar o suprimir el
sindicalismo mediante el uso de esquiroles, policía privada, espías y agentes
provocadores. Estas tácticas, junto con la tendencia antisindicalista de los tribunales -por
supuesto, de la opinión pública-- debilitaron a los sindicatos, sobre todo a los que más
habían crecido durante la guerra. La afiliación descendió de unos cinco millones en 1920
a 3 millones y medio en 1929. También tuvieron la culpa sus dirigentes conservadores.

CONTRACARA

Había zonas de depresión más o menos permanente, como los pueblos textiles de Nueva
Inglaterra y el piedemonte sureño, y las regiones de minería de carbón de Kentucky e
Illinois. También en la agricultura había dificultades, pues aunque durante la Primera
Guerra Mundial su situación había sido boyante, en 1920 el descenso de la demanda
externa y la retirada del mantenimiento gubernamental de los precios había producido una
drástica caída de los agrícolas. Después hubo una cierta recuperación: a las granjas
lecheras y los cultivadores de frutas y hortalizas en particular les fue bien a medida que
los mercados urbanos próximos se extendieron.
Pero la gran masa de los granjeros estadounidenses siguieron endeudados y deprimidos.
Esta crisis inspiró la formación de un bloque agrícola bipartidista en el Congreso, sobre
todo del Medio Oeste, que impulsó la Ley Capper-Volstead (1922) para eximir a las
cooperativas agrícolas de las leyes antritrust, y la Ley de Crédito a Medio Plazo (1923),
que establecía que los bancos hicieran préstamos a grupos de granjeros organizados.
También proponía un complicado plan de mantenimiento de los precios con el fin de
impedir que los excedentes agrícolas exportables deprimieran los precios internos. Tras
varios años de debate, el proyecto de ley McNary-Haugen, que recogía este plan, fue
aprobada por el Congreso en 1917 y su revisión en 1928. Pero en ambas ocasiones
Coolidgc los vetó por ser una legislación preferente e inconstitucional, concebida para
alentar la sobreproducción, y necesitar una vasta burocracia.

LA SOCIEDAD ESTADOUNIDENSE EN LA ERA DEL ]AZZ.

Aunque la nueva economía de dominio tecnológico no distribuía sus beneficios por igual,
la gente en general tenía más dinero y más tiempo libre. El automóvil significó una mayor
movilidad y libertad, y permitió a los jóvenes escaparse de la supervisión paterna. Casi tan
importante en la transformación de las costumbres fue la asistencia masiva a las películas
producidas en profusión en Hollywood. Se convirtió en un hábito nacional ir al cine. La
aparición en 19'1:7 de la primera película hablada completa, The jazz Singer,
protagonizada por Al Johnson, aumentó su público aún más.

Contar con mayor tiempo libre llevó a una variedad de caprichos y furores, como los
maratones de baile y las pruebas de resistencia en lo alto del mástil de una bandera, y el
auge de los deportes espectáculo. El béisbol, fútbol y boxeo atraían grandes
muchedumbres. Los atletas destacados como Babe Ruth de los Yanquis de Nueva York,
Harold «Red» Grangc, estrella futbolística de la Universidad de Illinois, y Jade Dempscy,
campeón mundial de peso pesado de 1919 a 1926, se convirtieron en celebridades
nacionales.

Si el materialismo implacable y la búsqueda despreocupada de placeres fueron rasgos de


la década, también lo fueron la rebelión y la protesta. Los representantes de la generación
más joven eran encarnizadamente críticos con los códigos tradicionales de conducta.
Puritanismo y victorianismo se convirtieron en términos peyorativos. Se discutieron mucho
las teorías sexuales de Freud, apareció una nueva franqueza en novelas y obras teatrales
y una obsesión extendida acerca del sexo que periódicos amarillistas no tardaron en
explotar.

La inquietud de la juventud también explicó la creciente popularidad del jazz. Creación en


gran medida de los músicos negros de Nueva Orleans, a partir de 1917 sobrepasó sus
orígenes locales y se extendió por Chicago, Kansas City, Nueva York y la Costa Oeste
para convertirse en un idioma nacional. Aunque el estilo de Nueva Orleans sobrevivió en
las bandas de King Oliver y en la obra de solistas negros como Louis Armstrong y «Yelly
Roll» Morton, la nueva música obtuvo una gran: aceptación sólo cuando las orquestas
blancas, en especial la de Paul Whiteman, la adaptaron y diluyeron. Muchas personas de
edad criticaron al jazz por ser hasta degenerado, y se alarmaron cuando aparecieron las
nuevas formas de baile que inspiró. Incluso antes de la guerra el tango y el foxtrot habían
desplazado a las formas más decorosas. Ahora llegó el charleston cuyas contorsiones
frenéticas y abrazos desinhibidos parecían probar a los conservadores el derrumbamiento
de las normas de moralidad sexual. De hecho, probablemente hubo menos cambios en la
conducta sexual de lo que creyeron los contemporáneos.

LAS MUJERES

Gran parte de los comentarios sobre la “ardiente juventud” eran exagerados. Aunque se
creían salvajes y atrevidos, y sin duda lo eran para las pautas anteriores, los jóvenes de
los años 20, desde una perspectiva actual, parecen haber sido bastante convencionales
en la forma de vestir, sus expectativas y sus estilos de vida.

Un aspecto que recibió mucha publicidad de la revuelta contra el victorianismo fue el


repudio femenino de las restricciones tradicionales a su apariencia y conducta. Vistieron
faldas más cortas, desecharon los corsés, se cortaron el pelo y utilizaron más cosméticos
y a veces afirmando el derecho a beber y fumar en público.

Algunas llegaron incluso a reclamar la misma libertad sexual que los hombres. Todos
estos cambios se citan con frecuencia para demostrar que fue una etapa de emancipación
femenina, pero no hubo nada semejante. Bajo la apariencia de cambio había una
continuidad soterrada en la posición política, económica y social de las mujeres. Aunque
la Enmienda Decimonovena les había concedido de forma nominal la igualdad política, las
mujeres continuaban desempeñando un papel insignificante en la política. Estaban menos
dispuestas a votar que los hombres e incluso cuando lo hacían tendían a seguir las
preferencias de sus parejas masculinas.
Las mujeres que ocupaban cargos públicos lo hacían en general en virtud de “haberse
quedado viudas”: del puñado de mujeres que estuvieron en el Congreso en los años 20,
dos tercios heredaron los escaños de sus esposos difuntos, la mayor parte sólo por un
mandato. Tampoco hicieron un progreso apreciable hacia la igualdad económica. Aunque
el número de mujeres empleadas con sueldo ascendió durante la época de 8.200.000 a
10.400.000 el porcentaje general permaneció más o menos estable.

La mayoría de las trabajadoras seguían encontrándose en ocupaciones serviles. Las que


tenían profesión se hallaban sobre todo en la enseñanza, la enfermería y otros “trabajos
femeninos”; sólo un puñado penetró en profesiones dominadas por los hombres como el
derecho o la medicina. Mal pagadas en general, las mujeres ganaban sustancialmente
menos que los hombres incluso en trabajos comparables y rara vez obtenían puestos de
gerencia o supervisión. Todo ello reflejaba la persistencia de las normas sociales que
prescribían la existencia de esferas separadas de actividad para los sexos e insistían en
que la primera responsabilidad de las mujeres era el hogar y la familia. Sólo dentro de la
esfera doméstica podría decirse que se hicieron más independientes. Los aparatos
electrodomésticos y los procesadores de alimentos las liberaron de muchas labores
fatigosas.

Tenían menos hijos y les resultó más fácil escaparse de matrimonios insatisfactorios. El
control de la natalidad, cada vez más practicado a pesar de los obstáculos legales, hizo
bajar de forma espectacular la tasa de nacimientos de un 17 por 100 en 1920 al 21,3 por
100 en 1930. En el mismo periodo la relación de divorcios con respecto a los matrimonios
ascendió de apenas uno cada ocho a uno cada seis. Como ocurría desde hacía largo
tiempo, dos tercios de los divorcios se otorgaron a las mujeres.
LAS ELECCIONES DE 1928.

Coolidge se mantenía tan popular que podía haber sido candidato por tercera vez si lo
hubiera deseado. Pero su negativa abrió d camino para la selección de Herbert Hoover.
Muchacho de campo huérfano a los nueve años, Hoover representaba al hombre hecho a
sí mismo. Tras licenciarse en la Universidad de Stanford, dirigió empresas mineras en
muchas partes del mundo y se hizo millonario antes de cumplir cuarenta años.

Su labor de auxilio durante la guerra le dio reputación de humanitario, mientras que su


eficiencia para dirigir d Departamento de Comercio le ganó la confianza de los
empresarios. El programa republicano abogaba por continuar con la protección
arancelaria, los recortes tributarios y la economía gubernamental, prometía cierto grado
de auxilio al campo y mantenía la ley seca. Los demócratas estaban aún muy divididos,
pero era tan evidente que Al Smith, que había sido reelegido dos veces gobernador de
Nueva York desde 1924, era d principal candidato que no pudieron negarse más sus
derechos.

Su bagaje contrastaba de forma pronunciada con el de Hoover. Católico de ascendencia


irlandesa, había crecido en los barrios pobres de Nueva York y dejó la escuela a los
quince años. Entró en la política de barrio y ascendió por escalones sucesivos al cargo de
gobernador de Nueva York. A pesar de su conexión con la maquinaria política, Smith se
ganó una bien merecida reputación de progresista. Además de modernizar el gobierno
estatal, promovió abundante legislación de bienestar social, pero se mantuvo conservador
en cuanto a la economía, año al mundo empresarial y opuesto a la expansión del poder
federal.
El programa que defendió en 1928 difería sólo en detalles del republicano. Sin embargo,
al repudiar el equívoco punto republicano sobre la ley seca y abogar por la revocación de
la Enmienda Decimoctava, creó un tema de campaña. Debido a la prosperidad imperante
ningún demócrata podría haber obtenido la presidencia en 1928, pero Al Smith tenía
responsabilidades adicionales que le aseguraron no sólo ser derrotado, sino
menospreciado. En los Estados Unidos rurales sobre todo, su religión revivió temores de
papismo.

Aunque Hoover evitó de forma cautelosa el tema religioso, algunos de quienes lo


apoyaban hicieron mordaces discursos anticatólicos prediciendo que la elección de Smith
colocaría a los Estados Unidos bajo el control papal. No obstante, éste no fue sólo la
víctima del fanatismo religioso. Su catolicismo era simplemente una más de un conjunto
de características que lo hacían inaceptable para los estadounidenses de vieja cepa. Su
posición sobre la ley seca, junto con su bien conocida tendencia hacia la bebida, ofendían
a muchos. Su asociación con Tammany1 le dejó un estigma imborrable, a pesar de su
integridad personal.

1
Con la denominación de Tammany Hall se conoce a la maquinaria política (del inglés "political machine")
del Partido Demócrata de los Estados Unidos, que jugó un importante papel en el control de la política de la
ciudad de Nueva York, y en la ayuda para que los inmigrantes, principalmente irlandeses, participaran en la
política americana desde la década de 1790 hasta la de 1960, actuando como lo que en el presente se
conoce como una red de tráfico de influencias o red de clientelismo político. Normalmente controló las
nominaciones por el Partido Demócrata en Manhattan desde el triunfo de Fernando Wood en 1854, hasta la
de Fiorello LaGuardia (nominalmente del Partido Republicano) en 1934, a partir de cuyo momento empezó a
debilitarse hasta desaparecer.
Su ignorancia e indiferencia hacia las necesidades de las tierras agrícolas del interior
y su falta de sensibilidad hacia los aspectos sociales y morales de su candidatura
demostraron que era, como Henry James dijo de Thoreau, no sólo provinciano, sino
parroquial. Por último, su acento de East Side, su apariencia ostentosa y modales
indecorosos, diseminados ampliamente por la radio y los noticiarios cinematográficos, se
añadieron al sentimiento de que no era apropiado para ser presidente.

Hoover obtuvo una victoria abrumadora. Por primera vez desde la reconstrucción, cinco
antiguos estados confederados votaron a los republicanos. No obstante, los resultados
generales de los demócratas no fueron tan sombríos como parecían. Smith duplicó los
votos de Davis en 1924. Además, aunque su religión le puso en desventaja en el Sur, le
permitió penetrar en zonas de fortaleza republicana tradicional del Norte. Ganó en
Massachusetts y Rhode Island, los dos estados más urbanizados -y·católicos- de la Unión
y, lo que aún resulta más significativo, también en las doce mayores ciudades de la
nación. Ello anticipó un cambio político transcendental que acabaría haciendo de los
demócratas el partido mayoritario normal.

También podría gustarte