Visión y Misión
Visión y Misión
“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una
misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en
una misma mente y en un mismo parecer.” 1Cor. 1:10
“Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían
juntos con alegría y con sencillez de corazón”. Hechos 2:46
“Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban
todos unánimes en el pórtico de Salomón.” Hechos 5:12
Unánime: (Larousse)Un ánimo. Dícese de las personas que son todas de un mismo parecer.
¿Todos podemos explicar nuestra visión y misión? ¿Podemos hacerlo en una forma clara
y sencilla? Encontramos que en medio de las diversas expresiones de fe, de variadas propuestas
y posibilidades, fácilmente podemos caer en una confusión en cuanto a lo que Dios nos ha
llamado a hacer. Clarificarnos en cuanto a qué debemos edificar y cómo tenemos que hacerlo,
tiene una importancia fundamental.
Frente a nuestro enunciado del Propósito Eterno de Dios, encontramos que para muchos que
tienen memorizada la frase, solo es un concepto que entienden a medias. Y en cuanto a cómo
alcanzar este propósito, puede resultar una cuestión arbitraria según el parecer de cada quien.
Debemos, con sencillez, clarificar la visión y desarrollar un enunciado de misión que contenga
todos los ingredientes indispensables para la edificación de la casa de Dios. Esta claridad nos
librará de invertir erróneamente nuestro tiempo, y canalizará de forma efectiva las fuerzas que se
invierten en la obra, además de poseer un poder inspirador y movilizador.
“Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a
veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu,
combatiendo unánimes por la fe del evangelio.” Fil. 1:27
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Nuestra visión: El Propósito Eterno de Dios
El Propósito Eterno de Dios tuvo su origen antes que Dios formase los cielos y la tierra, el hombre
y toda la naturaleza. El pasaje de Efesios nos muestra que este Propósito nació en el interior de
Dios, dentro de su persona. Todas las cosas toman su lugar y razón de ser en función de esta
verdad. Si no tenemos esta comprensión, esta verdad fundamental pasará a ser nada más que una
doctrina inerte, un conocimiento teológico. Conocer Su idea, Su sentido de realización, es una de
las maneras más directas que tiene el cristiano de llegar al centro del eterno corazón de Dios.
¿Qué hubo en el corazón de Dios antes de la creación? Un deseo: Crear al hombre, e integrarlo a
su unidad divina en amor, no como una criatura despersonalizada, sino como un participante activo
en la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios quería incluir.
Dios quiso hacerse de una familia con el hombre. Por eso lo creó a su imagen. Por eso quiso que
la raza humana se multiplicase y extendiese. Dios deseaba ver en el ser humano los rasgos
morales perfectos y gloriosos que se encuentran en la Santísima Trinidad. Quería ver la plenitud de
gracia y de verdad que mostró Jesucristo cuando se hizo hombre. Quiso construir una familia
numerosa, donde su gloria fuera extendida, ¡una familia de muchos hijos semejantes a Él mismo!
El hombre fue creado para conocer y servir a Dios como Padre, deleitándose en su amor, pero su
rebelión lo desvió. Por este pecado de rebelión, fue necesaria la encarnación de Jesús, para que
con su muerte y resurrección obtuviera nuestra redención, y la restauración al bendito propósito
divino original. Por lo tanto, el discípulo encuentra en Cristo tanto la salvación como el modelo para
seguir en su conducta y dedicación, a fin de que su vida sea para la gloria de Dios. Él nos proveyó
de todos los medios necesarios para lograr este propósito, en virtud de nuestra unión con Cristo.
b) La creación
Cuando Dios hizo al hombre, Él quería tener hijos con su imagen, con su naturaleza y con su
vida. Dios quería tener una gran familia que expresara sobre la tierra su gloria y su autoridad. Por
eso, Adán y Eva fueron creados a imagen de Dios. Sabemos que cada ser vivo se reproduce
según su especie. Entonces, cuando Adán y Eva se multiplicaran, reproducirían hijos a la imagen
de Dios. Esta sería la familia de Dios. Una familia de hombres y mujeres santos y perfectos como
Dios. ¡Qué glorioso y amoroso propósito!
El hombre fue creado en un estado de inocencia para que, por el uso de la libertad, la
responsabilidad y el desarrollo de las facultadas otorgadas por Dios, llegase a expresar cada vez
en mayor grado, el carácter y el ejercicio de la autoridad que Dios pensó originalmente. Este
proceso de madurez iba a estar en todo momento encuadrado en la dependencia del Padre, y en la
adoración y alabanza de su Persona.
c) El pecado.
Fue una desviación grave del Propósito Eterno. El pecado atenta directamente contra su
propósito, porque aleja al hombre de su Creador y Sustentador, y desfigura aquellos rasgos que
Dios quiso que el hombre expresara. El pecado de Adán fue una intromisión violenta y diabólica en
el Propósito Eterno de Dios. Por causa del pecado, el hombre se volvió culpable, blanco de la ira
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de Dios, merecedor del castigo eterno, expulsado de su Presencia y sin comunión con Él. Porque
la paga del pecado es muerte (Rom. 6:23).
Y no solo Adán se volvió inútil. Después que Adán se corrompiera, tuvo hijos a su propia imagen
y semejanza. Toda la descendencia de Adán fue arruinada e inutilizada para el propósito de Dios.
La Palabra afirma que el pecado y la muerte pasaron a todos los hombres, como una enfermedad
hereditaria (Gén. 5:3; Rom. 5:12).
d) La redención.
Fue el gran medio provisto por su gracia para que su propósito se cumpliera en nosotros. La
muerte y resurrección de Jesucristo tuvieron lugar para volver a hacernos hijos de Dios, restaurar
en nosotros la imagen de Dios, y lograr que sus hijos conformen una sola familia. ¡Aleluya!
Muchos han creído, erróneamente, que la meta del cristiano es llegar al cielo. Leyeron la Biblia
desde un enfoque humanista (el hombre es el centro de todo), y concluyeron que el propósito es la
salvación del hombre. Todo girando alrededor del hombre y sus necesidades. Esta visión proviene
de entender el propósito de Dios a partir de la caída del hombre. Siendo así, y como el hombre está
perdido, la salvación del hombre se volvió el centro del propósito eterno de Dios. Aquí está el error,
y en ese punto debe ser hecha la corrección.
Si pensáramos que la intención de Dios fue simplemente salvar al hombre para llevarlo al cielo,
deberíamos concluir que para eso necesitaba que el hombre cayera. Pero eso no fue así: ¡Dios
jamás quiso que el hombre pecara! La redención solo fue necesaria por la caída del hombre.
En estos tiempos, Dios espera que sus hijos hagan de Su Propósito el centro de sus vidas, la
meta a la que se entreguen de todo corazón. Dios quiere restaurar y renovar la adoración y el
compañerismo perdidos en el Edén. ¡Dios quiere que sus hijos sean y vivan como fue y vivió su
Amado Hijo Jesucristo! Cuando entendemos su intención al crearnos y redimirnos, se produce en
el corazón un sentido de propósito. Comprenderlo es comprender la razón por la cual existimos.
Esto responde a la gran cantidad de dudas y preguntas que surgen en la mente de las personas
sobre el porqué de su existencia.
Para el que no tiene esta revelación, la vida se transforma en un absurdo total, y debe encontrar
de alguna manera un propósito para vivir: algunos quieren ser ricos o famosos, otros se arrojan a
los vicios y pasiones. Algunos tienen objetivos más simples: criar bien a sus hijos, alimentarlos,
que luego se casen. Otros tienen propósitos más sencillos todavía: vivir cada día para trabajar y
ganar el sustento para poder alimentarse, para continuar trabajando y ganando su sustento, para
seguir viviendo... y así sucesivamente. ¡Qué triste es transcurrir así nuestros días!¡Fuimos
diseñados para expresar la gloria de Dios!
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1.-El modelo: El Señor Jesús
Los hombres atribuyen importancia a todo aquello que consideran de valor, lo que es digno de
ser destacado, lo que despierta admiración. Se nos dice de Jesús que no tendría buen parecer ni
hermosura para que le deseemos. Lejos de procurar la aprobación de los hombres dentro de su
mundano sistema de valores, procuró focalizar toda su actuación en aquello que era del agrado
del Padre.
El Padre se glorifica en el Hijo; el Hijo quiere solo agradar al Padre; el Espíritu Santo no vino a
glorificarse a sí mismo, sino al Hijo. Parece que en la Trinidad las tres personas de este Santo Ser
solo quieren atraer la atención sobre el otro.
Así, ninguno de nosotros debería atraer la atención sobre sí mismo. Por el contrario, todo lo
que hacemos debería tener por objetivo la gloria de Dios.
Uno de los antónimos de la humildad es la soberbia, la actitud que se gestó en el corazón del
maligno, quien procuró distraer la mirada de los seres angelicales hacia su persona. Jesús mu-
chas veces procuró que su servicio fuese de carácter anónimo. Juan 5:12-13
Sencillez
El Verbo descendió de su gloria eterna con la humilde disposición de adaptarse a las circunstan-
cias provistas por el Padre. Su lugar de nacimiento no podía ser más sencillo: un establo. Su cuna
no fue de oro, solo un pesebre, un rústico cajón donde se alimentan los animales. La familia que
le dio acogida: de clase media trabajadora. El trabajo que desarrolló: solo un oficio sencillo, el de
carpintero. Vivió y llevó adelante su ministerio entre gente sencilla. Así también fueron sus discí-
pulos: hombres sin letras y del vulgo.
“No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no
busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.” Juan 5:30
La misma palabra dependencia nos sitúa en una actitud de humildad. No soy autosuficiente, no
me basto a mí mismo; por el contrario, me encuentro en debilidad Y esto debe movilizarme en
búsqueda de ayuda. No era esta la situación de Jesús: Él tenía todos los recursos espirituales e
intelectuales para actuar, sin embargo vivió y desarrolló su ministerio terrenal en completa suje-
ción al Padre.
Trabajamos para darle a Cristo lo que Él nos ha pedido (Mt. 28:19-20), así como Él tra-
bajó para satisfacer el deseo del Padre: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha de-
jado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:29)
De la misma manera que al andar en bicicleta cuando dejamos de pedalear, seguimos avanzan-
do pero desaceleramos hasta detenernos, así también podemos seguir involucrados en muchas
actividades sin el impulso interior, sin los bríos que el Espíritu Santo comunica a nuestra vida inte-
rior. Él es quien nos ayuda a vencer limitaciones y temores.
Cuando el Espíritu Santo está activo en la vida del discípulo, el resultado de nuestra influencia va
mucho más allá de lo esperado, pues el Señor desde dentro completa, amplía y profundiza los
efectos de la enseñanza.
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En la dirección dinámica. (Juan 5:19)
En el libro de Hechos vemos a Pablo dependiendo del Espíritu para entender dónde ir, cuándo ir
o qué hacer en diversas situaciones. Lo mismo podemos decir de Jesús al leer los evangelios. De
la misma forma, sin sobre énfasis místicos, tenemos que abrirnos a la dirección del Espíritu Santo
en nuestro día a día, en nuestra vida y nuestra acción.
3- En su obra y acción
Sus recursos para hacer la obra: No tenía recurso alguno, es decir, ninguno especial. Su
“material” era el corazón de los hombres en cualquier lugar y en todo lugar. Su “púlpito” consistía
en lo que se le daba en cualquier parte, a cualquier hora, ya sea caminando, de pie en la calle,
en una plaza, en medio de una aglomeración, sentado a la mesa, en su barca, en el brocal de un
pozo, sobre una piedra, en un monte. Cualquier lugar, cualquier situación o elemento que tuviera a
la mano, era adecuado para hacer su obra. Su “libro” eran su mente y espíritu entregados a su
Padre para que el Espíritu Santo hablara e hiciera las obras.
Su lenguaje: Aquí también vemos la sencillez de Jesús porque él hablaba el lenguaje común, el
que todos entendían. Aunque era el Alto y Sublime, jamás afectó ostentación con su lenguaje, su
sabiduría o su poder. En él no había nada para alimentar el orgullo de los hombres, sino que
acomodaba sus palabras para que los más humildes pudiesen entender.
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2- La herramienta eficaz: El Evangelio del Reino de Dios
“ Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a
todas las naciones; y entonces vendrá el fin. “ Mateo 24:14
Introducción
Vivimos en tiempos de restauración de la Iglesia. Restauración de verdades y de la doctrina.
Restauración de valores y de principios que se habían debilitado y hasta perdido, entre los cuales
está el Evangelio del Reino.
La predicación del Evangelio, en gran parte de la Iglesia, se alejó de la enseñanza de Jesús y los
apóstoles. La presentación de Cristo y su gobierno sobre el hombre fue sustituida por un
evangelio centrado en el hombre y su felicidad, presentando a Cristo como un medio para atender
los deseos y los intereses del hombre. Como consecuencia, la calidad de los cristianos es baja, y
respetados hombres de Dios afirman, con tristeza, que muchos de los que hoy frecuentan las
iglesias no conocen a Dios ni son salvos.
La predicación del Evangelio del Reino no es para una parte específica de la Iglesia, es para
toda la Iglesia. El Evangelio del Reino no es un movimiento o denominación, es la poderosa
palabra del evangelio a ser anunciada a todas las naciones, por todo el pueblo de Dios. Si
queremos hacer discípulos, necesitamos anunciar el Evangelio del Reino.
Y la primera herramienta que el Señor nos da para que realicemos esta tarea es el evangelio.
Pablo declara que el evangelio es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree. El
evangelio es la palabra de Dios a los hombres, declarándoles libres en su amor, convocándolos al
arrepentimiento y dándoles la gran noticia de la salvación.
Mientras tanto, al hacer la obra de Dios, debemos tener certeza que la estamos haciendo en
forma correcta. El Señor no nos mandó a hacer un trabajo cualquiera. Nos mandó a hacer
discípulos. Y es imposible hacer discípulos si no predicamos el evangelio correctamente.
Tenemos que predicar el evangelio genuino, predicado por Jesús y sus apóstoles
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¿Cuál es la razón de tamaña diferencia? ¿Por qué los primeros cristianos tenían una vida de
renuncia total y consagración al Señor? ¿Por qué eran tan fieles discípulos? ¿Es posible tener
discípulos como esos en estos días?
La respuesta para estas preguntas está en la base de la conversión de aquellos discípulos. Está
en el evangelio que ellos oyeron. La iglesia de Hechos es el fruto del evangelio predicado por
Jesús y por los apóstoles.
Aquí encontramos un principio absoluto: una semilla buena produce un fruto bueno; una
semilla mala produce un fruto malo. Este principio es válido tanto para la agricultura como para
la vida espiritual.
Este es un punto muy importante. ¿Cuál era el evangelio que Jesús predicaba? ¿Cuál era la
semilla que sembraba Jesús? La semilla era la palabra del Reino. La calidad del Evangelio
predicado a una persona es importantísima. Va a definir la calidad de cristiano que será esa
persona.
Si sembramos una semilla defectuosa, el fruto será defectuoso. Si sembramos una semilla falsa,
el fruto será falso. De la misma forma, un Evangelio débil genera cristianos débiles, y un Evangelio
distorsionado generará falsos cristianos. Lo contrario también es verdadero. Si predicamos un
Evangelio integral y verdadero, obtendremos cristianos íntegros y verdaderos. Los discípulos de
Hechos eran el fruto de un Evangelio verdadero, por eso eran verdaderos discípulos.
Esta es una ley natural y un principio espiritual. La semilla de una planta contiene toda la
información genética que la planta tendrá. El evangelio predicado debe contener todas las
características que queremos que exista en el futuro discípulo.
Jesús sembró una buena semilla, un buen evangelio, y por eso recogió buenos discípulos, un
buen fruto. La mala calidad de los cristianos modernos es debido al evangelio que se predica. El
secreto para tener buen fruto es usar la misma semilla que Jesús usó. Si predicamos el Evangelio
que Jesús predicaba, tendremos mejores discípulos.
El evangelio que predicaba Jesús (Mateo 4:17, 23, 9:35; Lucas 4:43, 8:1, 16:16)
Los textos con las expresiones “Evangelio del Reino” o “Reino de Dios” son numerosas, y esto
no es una coincidencia. Jesús predicaba y enseñaba un tipo especial de evangelio: el Evangelio
del Reino. No dice solo que predicaba el evangelio. El evangelio a predicar es específico. Es un
evangelio calificado. Una semilla calificada.
El evangelio que predicaban los apóstoles (Hechos 8:12, 19:8, 20:25, 28:23, 30-31)
Y los apóstoles y los otros discípulos, ¿qué evangelio predicaban? Cuando evangelizaban, para
los apóstoles y demás discípulos, era fundamental hablar del Reino de Dios.
Las expresiones Reino de los Cielos y Reino de Dios eran constantes en la predicación de
Jesús, de los apóstoles, y de los demás discípulos (aparecen más de 100 veces en el N.T.)
Cuando evangelizaban, hablar del Reino de Dios era fundamental para ellos.
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3- El fruto esperado: Discípulos (según la definición de
Jesús)
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os
he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
(Mateo 28:19-20)
Introducción
Jesús nos mandó a hacer discípulos. ¿Qué era para Jesús un discípulo? ¿Uno que se había
bautizado y asistía a las reuniones? ¿Uno que traía sus diezmos y ofrendas?
¿Qué era para él un discípulo? Solo Jesús puede contestarnos a través de las Escrituras esta
pregunta.
¿Cómo sabemos que un chino es un chino? ¿Cómo sabemos la diferencia entre una jirafa y un
perro? ¡Por las características de cada uno! ¿Cómo sabemos si alguien es o no un discípulo? Por
las características que Jesús nos señaló que definen a un discípulo.
Si el mandato de Jesús fue que hagamos discípulos, entonces yo tengo que conocer qué es un
discípulo e ir y hacer un trabajo que produzca esto mismo que Jesús definió.
El Señor nos exige que el amor por Él sea muy superior a todo otro afecto. Tan superior tiene
que ser, que aparecerá como aborrecimiento. Un amor así fue el que llevó a muchos hermanos,
en veinte siglos de cristianismo, a enfrentarse a la persecución, viniera esta de las autoridades re-
ligiosas, el estado o su propia familia. Fue ese mismo amor lo que hizo que muchos murieran por
su fe.
Hoy Dios nos pide lo mismo: que le entreguemos, por amor a Él, nuestros mayores afectos. Algu-
nos tendrán que entregar sus hijos a la misión del Señor y no verlos por años; otros tendrán que
enfrentar embates de oposición de padres y familiares por mantenerse en obediencia al Señor. Y
hasta puede ser que a algunos le cueste la vida.
Hoy, el problema de la Iglesia no son los débiles. Ellos son dignos de nuestra atención, nuestro
cariño, nuestra ayuda. El problema de la Iglesia son los vivos, los que no han muerto a sí mismos.
El muerto no protesta, no critica, no se rebela, se deja corregir.
Sin tomar la cruz no hay salvación. Un evangelio de victoria, de búsqueda de éxito, un evangelio
de dones de Dios (incluso el de su gracia salvífica), sin cruz, sin muerte, sin Reino, es un evange-
lio parcial, que solo enfatiza un aspecto de la verdad bíblica. Por lo tanto es un evangelio falso,
condenado por Dios.
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El dinero: ¿Nos conformamos con dar el diezmo? (Tal vez, algunos, ni eso) ¿Nos confor-
mamos con ser “buenos judíos”? El Nuevo Pacto es superior al Antiguo. Por lo tanto debe-
ríamos tener una actitud de dar más allá del diezmo. Y también usar el resto con responsa-
bilidad de administrador, no de dueño.
Los bienes: Nuestras casas abiertas para la extensión del Reino y la edificación de los her-
manos, nuestros autos al servicio de los hermanos y la misión, debería ser lo común en el
seno de la Iglesia, y no solo la excepción de “algunos consagrados”.
Tiempo: La vida es tiempo. Medimos la vida en cantidad de años. Es falsa la declaración
de alguien que dice haberle entregado la vida a Jesús, pero no dedica parte de su día a la
comunión con el Señor y no tiene tiempo para colaborar con Dios en sus negocios.
Planes de vida: La administración del tiempo no tiene que ver, solamente, con el día a día.
También involucra nuestro tiempo futuro, nuestro proyecto de vida. Tal vez tengamos que
evaluar y hasta dejar de lado proyectos futuros que no concuerdan con el Eterno Propósito
de Dios ni con su misión.
La orden es permanecer. Esto habla de perseverancia, de coherencia en el tiempo. Esta era una
característica fundamental en la vida de los discípulos en Jerusalén. Jesús dijo: “El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán.” Jesús dice que esta firmeza en lo recibido nos hace ver-
daderamente sus discípulos. Indirectamente nos está diciendo que hay una forma falsa de decla-
rarse y vivir como un seguidor de Cristo. Y esta falsedad tiene que ver con nuestra falta de cons-
tancia en las verdades recibidas.
5º- Amor entre los discípulos del Señor (Juan 13:34-35; 1 Cor. 13:4-8)
Es una consecuencia lógica y espiritual de la primera característica. Ahora, Jesús dice: “Un man-
damiento nuevo os doy…”: Es nuevo porque cambia el patrón de comparación. El mandamiento
hasta ahí era que amaran al prójimo como a sí mismos. Pero ahora Jesús les dice: “Ámense como
yo los he amado”. Y el amor de Jesús es amor agape, amor que se entrega, que se sacrifica.
Este amor es la bandera del Reino de Dios. Es la característica distintiva de la Iglesia. Es el ele-
mento que hace que de lejos, todos reconozcan que somos discípulos de Jesús. Los nuevos vie-
nen al Señor por el poder del Espíritu y el Evangelio del Reino, pero permanecerán en su fe por el
amor entre nosotros.
Este ambiente de amor fraternal traerá, como consecuencia inevitable, un intenso servicio de
unos a otros. Como dice nuestro hermano Asaph Borba en una de sus canciones: “Yo sé que es
posible dar sin amar, pero imposible amar sin dar”.
No se debe confundir el fruto del discípulo con el fruto del Espíritu. El fruto del Espíritu es lo que
el Espíritu Santo produce en nosotros: amor, paz, paciencia, etc. Y este fruto nos capacita para
que demos fruto, el fruto del discípulo. Pero ¿cuál es este fruto? Es notable que el Señor usa el
ejemplo de la vid. ¡Cada árbol produce según su género! El fruto del discípulo son entonces discí-
pulos. ¿Cuántos discípulos? Según la parábola del sembrador, la semilla produjo a treinta, a ses-
enta y a ciento por uno.
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4- La estructura de funcionamiento: El Cuerpo de Cristo
“…sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza,
esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las
coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe
su crecimiento para ir edificándose en amor.”
Efesios 4:15-16
La Iglesia como Cuerpo de Cristo es una de las figuras más fuertes para comprender el señorío
de Jesucristo sobre los discípulos. El Señor Jesús es la Cabeza. De Él salen todas las directivas y
proyectos. De Él fluye, como Cabeza del Cuerpo, la vida misma, las emociones, el amor y los
impulsos de movimiento.
Pero todos los miembros no pueden estar unidos solo a la Cabeza. Sería algo monstruoso
imaginar un ser así. La figura de la Iglesia como Cuerpo nos da a entender la existencia de
estrechos vínculos entre los miembros.
Las palabras del apóstol Pablo en los pasajes anteriores arrojan algo más de luz: Nos dicen que
los miembros del Cuerpo de Cristo, a semejanza del cuerpo humano, están unidos por coyunturas
y ligamentos.
“Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:14)
No los llamó al discipulado ni a un estudio bíblico, los llamó para que estuviesen con Él y para
enviarlos a predicar. La idea era establecer una relación estrecha con sus discípulos, y así
transmitirles vida a través de su ejemplo.
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aquel que lo trajo, quien lo cuida, le enseña y vela por su vida. Todo recién nacido debe tener un
padre o una madre espiritual para cuidarlo y alimentarlo.
Este método de Jesús no solo es para los nuevos. En 2Timoteo 2:2 se habla de varias
generaciones de discípulos. Y estas relaciones deben continuar para la formación de varios
niveles de ministerios. En este desarrollo van a surgir discipuladores, núcleos, líderes, y hasta
presbíteros.
El compañerismo sólo funcionará si hay un pacto mutuo delante del Señor. No habiendo
compromiso, no habrá desempeño de cada parte para la edificación del otro. Esto quiere decir que
esta relación en primer lugar, debe ser específica, o sea con una persona determinada. Cuando
es así, cada uno sabe cuál es su responsabilidad. En caso contrario, pensará que todos son
responsables por todos (lo que es verdad), pero ninguno se responsabilizará por alguien concreto.
Y en segundo lugar debería ser, en lo posible, distinta de la relación de discipulado, pues en este
tipo de relación prima la horizontalidad (la sujeción es mutua). Por otro lado, se pierde la
oportunidad de estar unido o acoyuntado a más de un hermano, si el discipulador fuera también el
compañero.
En el compañerismo debe haber sujeción, transparencia, amor, honra y perdón, con un fuerte
énfasis en el “unos a otros”. Es una relación propicia para edificarnos con la Palabra, mejorar
nuestra vida de oración, confesar nuestros pecados, buscar ayuda, y realizar la obra que el Señor
nos encomendó.
El marido es como el líder, la esposa como una integrante del núcleo, y los hijos son los
discípulos. Es una comparación con nuestra estructura de funcionamiento de grupos familiares.
No se trata de una sustitución de ella, pero debemos comprender que existe una iglesia en casa,
todos los días, y esta iglesia es la familia. Por lo tanto, las relaciones que describimos antes
(discipulado y compañerismo), aunque con algún rasgo diferente, deben manifestarse en la
familia.
Con este entendimiento y revelación de parte del Señor, debemos instruir a los padres para que
asuman la responsabilidad en la formación de los hijos. Debemos establecer las coyunturas
familiares. Tenemos que lograr que estas funcionen. Tal vez debamos “criar discípulos y
discipular a los hijos”. Así tendremos metas para ellos, enseñanza de fundamentación, enseñanza
necesaria para atravesar las crisis, iremos catequizándolos, saldremos con ellos a predicar, a
visitar contactos, podremos orar juntos, etc.
¡Quiera el Señor que vivamos tan intensamente estas relaciones, que sea tal la edificación
en amor (Juan 13:35), que podamos expresar al mundo la hermosura del Cuerpo de Cristo!
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5- El ámbito de trabajo: Las casas y las calles
Luego, es muy importante que cada discípulo comprenda bien cuál es el objetivo de la Iglesia en
las casas. Cada hermano debe entender que no estamos queriendo hacer una reunión. No es un
"montón de gente" que viene para aprender o para oír palabras. Todos son soldados de Cristo que
vienen para entrenarse y para limpiar las armas. Son obreros que se encuentran para evaluar el
servicio que están haciendo para el Señor, y recibir nueva dirección para continuar la obra. La
Iglesia que se reúne en una casa es un equipo de trabajo, no solo ovejitas necesitadas.
¿Cómo se forma un carpintero? ¿Se lo sienta en una silla en un aula, con un maestro de
carpintería y un pizarrón? ¡No! Hacen falta el taller, las herramientas y el maestro que enseña,
mostrando cómo se hace.
Así también en la iglesia. Cada día la iglesia debe estar enseñando a sus miembros en el taller,
con las herramientas que cooperen para lograr esto. Por eso afirmamos que la “iglesia en las
casas” no pueden ser pequeñas reuniones de oración, canto y sermón, sino un verdadero taller de
formación y capacitación. Necesitamos desesperadamente mirar a Jesús y olvidarnos de todas
nuestras tradiciones y preconceptos, y hacer como él hizo.
“Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”.
Marcos 3:14
Jesús predicó a muchos: de allí tuvo varios seguidores, y de estos tomó a 12. ¿Para qué? Para
que estuvieran con él. ¿Cuál era el taller, las herramientas, la carpintería de Jesús? ¡Toda su
vida!¡era él mismo! La clave de la estrategia de Jesús era estar con. Hacer discípulos no es la
reunión del miércoles a la noche, sino estar con ellos.
Jesús predicó a todos, pero los doce “vieron” su luz. Él dijo: Yo soy la luz del mundo. La luz no se
oye, se ve. Y eso es lo que vieron los discípulos. Vieron cómo conversaba Jesús con los fariseos y
los escribas, cómo hacía con los enfermos, con los necesitados, con los ricos, con los pobres, con
las mujeres, qué decía en cada caso, cómo oraba, cómo ayunaba, cómo comía, etc.
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Desde el púlpito podemos trasmitir conocimiento, a lo sumo inspiración, pero nunca formación.
Para eso hace falta el “taller”, la relación, el estar con. Y el lugar que Jesús eligió para formar a
estos hombres fue la calle, la multitud, allí donde estaba la gente. No adentro de la casa, ni del
salón, sino en la calle, en lugares públicos.
Nos tenemos que olvidar de todo lo que venimos hablando, si no queremos salir a la
calle. Volvamos a la iglesia evangélica y a sus sistemas, porque si no nos vamos a frustrar.
Es una falacia seguir adelante con toda esta revelación si no vamos a salir del encierro.
Jesús no podría imaginarse que fuese posible edificar una familia de muchos hijos para Dios
haciendo reuniones en un lugar cerrado, sin estar afuera. Algunos recibieron la luz de la
renovación y dejaron sus denominaciones para seguir lo que entendían era mejor, pero no
reemplazaron con nada lo que desecharon, y está todo parado, sin fruto ni gloria. ¿Por qué?
Porque o hacemos lo que hizo Jesús para edificar discípulos, o volvemos al sistema anterior de
tratados, campañas, etc. Porque todo esto es mejor que la nada.
Volvamos a analizar la iglesia de Jerusalén. Nos dicen las Escrituras que cada día estaban en el
templo. Algunos creen, erróneamente, que el templo era el de Jerusalén, o algún lugar de reunión.
Pero las Escrituras nos dicen que donde ellos estaban era en el Pórtico de Salomón. ¿Qué era el
Pórtico de Salomón? ¿Un salón con sillas, micrófono, púlpito, etc.? ¡No! Era un lugar público, el
Shopping Center, un lugar donde estaba la multitud del pueblo. ¿Qué hacían allí? Lo mismo que
vieron hacer a Jesús. Hablar con la gente, hablar entre ellos, etc.
¿Cómo podemos creer que vamos a formar discípulos de una manera diferente de la que Jesús
hizo? Debemos romper la inercia de estar adentro, y salir. Tomar la decisión y tener el valor de
hacerlo. Tenemos que llegar al punto de ser iglesia en la calle.
¿Para quién fue el “sermón del monte”? Para los discípulos. Jesús les dijo: “Ustedes son la luz
del mundo”. ¿Dónde se los predicó Jesús? En el monte, donde se juntó una multitud. Debemos
animarnos a realizar nuestros encuentros allí, en la calle. La oración, los cánticos, la comunión, la
alegría, todo debe estar allí donde está la gente.
Alguien puede preguntar: ¿Pero no es mejor predicar a los conocidos, amigos, parientes, veci-
nos? Si, de allí es de donde seguramente vendrá el fruto, pero la capacitación y el entrenamiento
vienen de estar en la calle. Es allí afuera donde tomamos conciencia de la necesidad de la gente
y de nuestra responsabilidad como sacerdotes de todos los que nos rodean. Es allí afuera donde
nos entrenamos para saber predicar, y nos sanamos del miedo y de la vergüenza.
Una última pregunta: ¿Cuáles son las condiciones que se deben reunir para salir a la calle?
¿Hay que estar bien fundamentado, o tener conocimiento y experiencia?. Es esta una buena pre-
gunta. Las condiciones indispensables para salir a la calle son: Ser un discípulo y tener dos
pies.
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6 - EL ALCANCE DE NUESTRA MISION
“Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre
puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre
vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Hechos 1:7-8
En el final del evangelio de Lucas y la continuación en su segundo tratado, o sea el libro de los
Hechos, el Cristo resucitado les dice a sus discípulos que antes de comenzar a laborar en los ne-
gocios del Padre, deben recibir la Promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu -condición indis-
pensable para estar plenamente capacitado para realizar la obra de Dios-. Y una vez recibido este
regalo, nuestra misión es ser testigos de Jesucristo, desde ese instante, y para toda nuestra vida,
desde el lugar de nuestro llamamiento y hasta donde el Señor nos lleve según su santa voluntad.
El Señor no nos da un mandato frío, sino que nos dice que para poder cumplir su misión nos lle-
na con el Espíritu Santo, quien es nuestro ayudador, nuestro consolador, el que nos guía a toda
verdad, el que nos capacita para ser santos, y para hacer morir las obras de la carne. También
nos equipa para ser testigos completos de Jesucristo.
Jesús, al encomendarnos la misión, que es continuación de la suya, nos manda no sólo a nues-
tra localidad, sino que nos hace partícipes de la evangelización regional, nacional y en otras nacio-
nes. Y esta tiene que ser nuestra pasión. No nos podemos circunscribir a nuestra localidad. Jesús
es nuestro punto de referencia. Él recorría cada pueblo y aldea. Nosotros, por lo tanto, tenemos
que ensanchar nuestra perspectiva. Abrámonos a Dios con pasión, y Él abrirá puertas en pueblos,
ciudades vecinas, y aún más allá. Y llamará a algunos a otras provincias, regiones y, por qué no, a
otros países. ¡Bendita sea la obra del Señor!
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Apéndice: Las características de la acción
Pablo tenía una visión muy clara: quería alcanzar aquello para lo cual había sido llamado por
Cristo Jesús (Filip. 3:12-14). Él había entendido que la potencia de Dios actuaba en su interior
para presentar perfecto en Cristo a todo hombre, fuera hermano en Cristo o un pagano (Col. 1:27-
29). Este era su objetivo en Dios, la meta que lo consumía, hacia donde todas sus fuerzas físicas,
mentales y espirituales se dirigían.
Pensando en esto, se torna importante que repasemos las características que debe tener
nuestra acción, a fin de ser eficaces en el cumplimiento de nuestra misión. Estas características
están estrechamente relacionadas. Hay un “encadenamiento” entre ellas, de manera que si una
de ellas funciona, ayuda a las otras Y si estamos mal en una de ellas, las otras tienden a
desaparecer.
1- Sencillez
El Reino de Dios tiene que ver con ser como niños (Mateo 18:2-4). El recibir revelación y
edificación está íntimamente unido a una actitud sencilla de corazón, a tener el corazón de un
pequeñito.
Lucas nos dice que los primeros cristianos tenían alegría y sencillez en su corazón. Los que han
perdido el gozo en el servicio al Señor, ¿no será porque se complicaron con muchas actividades y
“aparatos” evangélicos, y perdieron la sencillez de Cristo? El agotamiento de otros, ¿no tendrá
que ver con inventar ministerios y trabajar en lo que Dios no nos mandó? Es algo para
autoexaminarnos y si cabe, corregir el rumbo.
Hoy, los esquemas y las superestructuras evangélicas complican el cuadro y nos hacen un
organismo muy pesado. ¡Parecemos un paquidermo! Hay tantos seudoministerios, megaeventos,
departamentos eclesiales… Meditemos en 1 Samuel 17. El pasaje relata cómo este joven llamado
David se indigna ante este gigante que desafiaba a los escuadrones de Dios, y decide enfrentarlo.
Le colocan toda la armadura guerrera del rey. Pero él la desestima. Prefiere su onda, un par de
piedritas y el poder del Espíritu sobre sí. ¡Qué sencillez! Tal vez este episodio sea una figura de la
Iglesia, despojándose del aparato religioso para volver a la sencillez de la acción de Jesús, cuya
confianza estaba sólo en Aquel que lo enviaba.
2- Concentración
Hace unos años un hermano, ex jugador profesional de fútbol, nos contaba de la concentración
previa a un partido. Un día antes todos quedaban aislados de sus familias y se juntaban para
estudiar al adversario, ver vídeos, etc. Sus mentes, sus energías, estaban en ese partido. Es un
ejemplo claro de la importancia que se le da, en el mundo deportivo, a la concentración.
Pablo no estaba en muchas cosas. Él decía: una cosa hago (Filip. 3:12-14), prosigo a la meta
que me definió aquel que me llamó. Su objetivo era presentar perfecto en Cristo a todo
hombre (Col. 1:27-29). Y para esto trabajaba, consciente del poder de Dios operando en él.
Hoy escuchamos muchas voces: “la onda es ir para allá”. Otros dicen “No, vayamos por acá…” Y
así, los hermanos se confunden, la Iglesia se confunde. El resultado es un pueblo sin visión,
dividido. Falta concentración. No nos dejemos engañar por los vientos de doctrina, ideados por
hombres que, para engañar, utilizan con astucia las artimañas del error (Efesios 4:14).
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Necesitamos escuchar la voz de Jesús. No sólo debemos escuchar su voz otra vez. También
debemos ver su ejemplo, su modelo de acción. Fue el modelo que vieron los apóstoles, y que
luego llevaron a toda la iglesia a practicar.
3- Intensidad
Nuestro servicio a Dios tiene que ser un trabajo intenso. Se puede ser concentrado sin ser
intenso. Esta condición marca la debilidad de nuestra acción. El concentrarnos nos ahorra
energías físicas y espirituales, pero no nos convierte en discípulos fervorosos, potentes, intensos.
Nuestra intensidad está relacionada con dos factores: la fe y la aplicación del Reino a
nuestras vidas.
La fe tiene que ver con una convicción interior, que proviene de Dios, que es fruto de la
revelación de la persona de Cristo a nuestro corazón, y que nos capacita para la acción. Por eso
es que Pablo ora para que los Efesios reciban espíritu de sabiduría y de revelación en el
conocimiento de Cristo, que sus ojos espirituales sean alumbrados (Efesios 1:17-18).
Necesitamos convicción profunda del propósito y la voluntad de Dios para nuestras vidas.
Necesitamos convicción de la acción del Espíritu en nosotros. Necesitamos la convicción que soy
parte de esta Gran Empresa de Dios y que requiere de mí esta clase de acción.
El otro factor es la aplicación del Reino de Dios en nuestras vidas. El joven rico se arrodilló
delante de Jesús, le llamó “maestro bueno”, pero cuando el Señor le dijo “Vendé todo, dalo a los
pobres, después sígueme…”. Se fue entristecido. No estaba dispuesto. Si Jesús lo aceptaba así,
sería toda su vida un religioso temeroso y debilucho. Jesús aplicó el Reino de Dios a este joven.
Nosotros, tomando su ejemplo, tenemos que aplicar el Reino a la vida de los discípulos. Sin esto,
tendremos aparentes discípulos, en realidad serán religiosos raquíticos, poco aptos para la
verdadera obra del Señor.
4- Perseverancia
Esta palabra es, tal vez, la más importante. Podemos ser sencillos, pero enseguida
complicarnos. Estar concentrados, pero con el tiempo dispersarnos y distraernos. Ser muy
intensos hoy, y muy débiles mañana. Necesitamos continuidad, perseverancia.
Tal vez, en nuestra experiencia personal, nos desanimamos, porque muchas veces hemos
comenzado una militancia fuerte, con paso firme en la dirección que Dios nos marca, y otras
tantas veces hemos aflojado. Nos puede pasar, pero siempre tenemos la oportunidad de revisar,
reimpulsar y volver a comenzar. ¡Gracias, Señor, por tu bondad! Dijo Frank Laubach: “No hay
fracaso, es sólo para los que abandonan”.
“ Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no
somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación
del alma.” Heb. 10:38-39
¿Cómo podemos tener una iglesia perseverante? ¿Cómo podemos lograr que los hermanos
sean discípulos que perseveren en una acción constante en dirección a la visión? Hay una sola
estrategia. No hay otra para reemplazarla si fallamos. Y es muy simple: Los que presiden deben
ser modelos de perseverancia. No habrá iglesia perseverante sin pastores que sean modelos de
perseverancia. No habrá grupos familiares caracterizados por una militancia continua si el líder no
está entregado a esta clase de acción. No habrá discípulos perseverantes si los padres
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espirituales no lo son. Otra vez oramos: ¡Señor, danos la gracia, el don de perseverar en tu visión!
¡Permítenos ser coherentes con la visión del cielo que nos diste!
5- Sacrificio
El sacrificio fue una de las marcas de los primeros cristianos, no sólo por necesidades, carencias
y presiones por causa del Señor sino que también miles y miles dieron su sangre con alegría en
las persecuciones de los primeros siglos. Los grandes hombres de Dios, los movimientos del
Espíritu en estos veinte siglos de cristianismo, estuvieron inundados de actitudes de renuncia, de
sacrificio, de despojo voluntario. Tuvieron que soportar el rechazo de las estructuras religiosas
dominantes, renunciaron a diversiones, descanso, sueño, comida. Soportaron la persecución del
mundo y las autoridades temporales, aunque siguieron orando por ellas. Anduvieron errantes, de
aquí para allá, muchas veces sin morada fija, con el claro objetivo de presentar perfecto en Cristo
a todo hombre. Y muchas veces no vieron el fruto de su trabajo. Como Moisés, se sostuvieron
como viendo al Invisible.
Conclusión
El Señor nos está llamando a revisar, a corregir, a avanzar hacia el Eterno Propósito de Dios:
Una familia de muchos hijos semejantes a Jesús. Dios nos llama a actuar según la potencia de
Él, operando en nosotros, con el objetivo de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre. El
Señor nos llama a actuar como Jesús actuaba, y como los apóstoles y primeros cristianos
actuaban, dejándonos un modelo a seguir.
Nos llama a una militancia sencilla, concentrada, intensa, perseverante y sacrificada. Amén.
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