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SP1138 2024 (61322)

Sentencia penal de 2024

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JORGE HERNÁN DÍAZ SOTO

Magistrado Ponente

SP1138-2024
Radicación No. 61322
(Acta No. 114)

Bogotá, D.C., quince (15) de mayo de dos mil


veinticuatro (2024).

La Sala decide la impugnación especial promovida por


el defensor de CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA y
WILMAR YESID ZAPATA CASTILLO, a quienes el Tribunal
Superior de Medellín, al resolver la apelación promovida
contra el fallo de primera instancia, condenó por primera vez
como coautor y cómplice del delito de porte ilegal de armas.

HECHOS

En la noche del 13 de septiembre de 2013, un grupo de


personas se apoderó de $15.000.000 en efectivo, varias cajas
de aguardiente y unos títulos valores (todo ello avaluado en
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CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA Y OTRO

$280.000.000) que estaban en las instalaciones de la empresa

Interlicores, ubicadas en Itagüí.

Con ese fin, dos sujetos, simulando ser habitantes de la


calle, lanzaron contra la portería blindada una sustancia
pegajosa y fingieron enfrascarse en una pelea. En ese
momento pasaron por el sitio dos policías – el subintendente
CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA y el patrullero
WILMAR YESID ZAPATA CASTILLO - quienes, atendiendo el
llamado del guarda de seguridad, se llevaron a los indigentes.
Seguidamente, el celador salió para limpiar el vidrio. Cuando
estaba en ello, tanto los agentes como los supuestos
mendigos reaparecieron, lo redujeron con un arma de fuego
y, tras atarlo, lo encerraron en un baño de la edificación. Uno
de los asaltantes, además, se puso su uniforme y lo suplantó
en la entrada del lugar.

A continuación, llegaron otras personas,


aproximadamente diez, que cortaron los cables de las
cámaras de seguridad, abrieron las cajas fuertes y cargaron
los objetos hurtados en dos camiones. En esos momentos
apareció otro guarda de seguridad que se enfrascó con uno
de los asaltantes en un forcejeo en medio del cual se produjo
un disparo de arma de fuego. Como consecuencia de la
detonación, los atracadores se dieron a la fuga (uno de ellos a
bordo de una moto que pertenecía al celador) y abandonaron una

parte del botín.

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Para la ejecución de ese plan, además, tanto SÁNCHEZ


URDINOLA como ZAPATA CASTILLO prometieron dinero a
sus colegas encargados de la vigilancia del sector a efectos de
que retrasaran su intervención en caso de darse la alarma.

ANTECEDENTES PROCESALES

1. En audiencia celebrada el 10 de diciembre de 2014


ante el Juzgado Primero Penal Municipal de Itagüí, la Fiscalía
legalizó la captura de CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA
y WILMAR YESID ZAPATA CASTILLO. Al primero le formuló
imputación como coautor de dos delitos de hurto calificado
agravado (el cometido sobre los bienes de la empresa Interlicores, por
una parte, y sobre la motocicleta del guarda, por otra), porte ilegal

de armas agravado y cohecho por dar u ofrecer, conforme los


artículos 239, 240, inciso 2°, 241, numerales 4° y 10°, 365,
numeral 5°, y 407 del Código Penal. Al segundo le comunicó
los mismos cargos, pero en calidad de cómplice. En la
diligencia, además, fueron afectados con medida de
aseguramiento privativa de la libertad en establecimiento
carcelario.

2. Formulada en iguales términos la acusación y


agotado el trámite ordinario, el Juzgado Segundo Penal del
Circuito de Itagüí profirió la sentencia de 19 de mayo de
2021, por la cual resolvió (i) absolver a los procesados por el
delito de porte ilegal de armas agravado; (ii) condenar a

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CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA como coautor los


delitos de hurto calificado agravado (en concurso homogéneo) y
cohecho por dar u ofrecer a las penas de doce años y tres
meses de prisión y multa de 66.66 salarios mínimos
mensuales; (iii) condenar a WILMAR YESID ZAPATA
CASTILLO como cómplice del delito de hurto calificado
agravado (en concurso homogéneo) a la pena de siete años,
cuatro meses y quince días de prisión, y (iv) precluir la
investigación por cohecho por dar u ofrecer, únicamente en
favor de ZAPATA CASTILLO, por prescripción de la acción
penal.

Específicamente en relación con el delito contra la


seguridad pública, el juzgador consideró que «no se logró
demostrar en grado de certeza la existencia de armas de fuego
y, en caso de que se pudiera aseverar que si (sic) las usaron,
entonces no se lograrían salvar los interrogantes respecto a si
las armas estaban en buen estado de funcionamiento, es
decir, aptas para producir disparos».

3. El Tribunal de Medellín, al resolver las apelaciones


interpuestas por la Fiscalía, la víctima y el defensor contra la
decisión de primer grado, profirió el fallo de 9 de diciembre
de 2021, por el cual la revocó parcialmente para condenar a
los procesados también por el delito de porte ilegal de armas
(pero en la modalidad simple, no agravada). Consecuentemente,

impuso a SÁNCHEZ URDINOLA la pena de once años, siete


meses y quince días de prisión, mientras que a ZAPATA

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CASTILLO le irrogó la de cinco años y siete meses de


privación de la libertad.

4. El defensor promovió la impugnación especial de la


que ahora se ocupa la Sala.

LA SENTENCIA RECURRIDA

El tribunal comenzó por referirse a la participación de los


enjuiciados en los hechos investigados. A ese efecto, refirió los
testimonios de varios policías de la estación de Itagüí, quienes
dieron cuenta de que días antes del asalto fueron contactados
por los procesados. Estos les advirtieron que se iba a cometer
un hurto en el centro comercial “la esmeralda” y les solicitaron
que «retardaran la acción policial y a cambio de ello serían
recompensados monetariamente con sumas de entre 30 y 40
millones de pesos». También aludió a las grabaciones que de
algunas de esas conversaciones hicieron dichos uniformados,
el cotejo de voces que de tales registros se incorporó, las
sábanas de llamadas de los celulares de los procesados y los
testimonios de los guardas de seguridad. A partir de lo
anterior, concluyó que el asalto «fue ideado y planeado por
SÁNCHEZ URDINOLA y que la participación de este sobre ese
hecho ilícito, como coautor es clara, pues fue quien organizó la
escena, y de conformidad con lo que directamente les manifestó
a los policiales que intentó corromper, conocía los medios de
seguridad con los que contaba el lugar y les comentó que
entraría a la bodega vestido de policía, lo que permite concluir
que fue él en compañía de ZAPATA CASTILLO quienes

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inicialmente acudieron al sitio de los hechos para reducir al


vigilante de la garita e, incluso, intentó corromper a los policiales
de la zona para que no atendieran el llamado de la comunidad
y así permitir la fuga de los asaltantes para que se llevara el
hurto a feliz término».

Para el tribunal ZAPATA CASTILLO en realidad obró


como coautor y no como cómplice, pero no es posible corregir
el yerro por el principio de congruencia.

A continuación, examinó la configuración del agravante


(relacionado con la cuantía del apoderamiento) que, según la Fiscalía,

se configuraría en el hurto cometido sobre los bienes de la


empresa. En ese sentido, refirió el testimonio del
representante legal de Interlicores, quien estimó el valor de la
afectación en $260.000.000, lo cual supera por mucho el
límite de cien salarios mínimos. Añadió que incluso de
aceptarse que el monto del daño no corresponde a esa cifra
sino a la que fue reconocida a la empresa afectada por la
aseguradora – esto es, $165.00.000 – la infracción habría
excedido ese baremo.

Establecido lo anterior, el ad quem se centró en el análisis


del delito de porte ilegal de armas, respecto del cual, a
diferencia del juzgador de primer grado, encontró satisfechos
los requisitos para proferir condena (aunque en la modalidad
simple). Esa conclusión la sustentó así:

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(i) Es cierto que no se logró la incautación de ningún


arma y, por ende, no existe ninguna comprobación pericial de
que las usadas durante el hurto fueran aptas para disparar.
Ello, sin embargo, no impide la condena, pues tanto la
utilización de tales artefactos como su idoneidad pueden ser
probadas por cualquier medio, conforme el principio de
libertad probatoria.

(ii) El vigilante John Jairo Castañeda, testigo del hecho,


aseguró que el uniformado que «inició la acción delictual»
efectivamente lo hizo usando un arma de fuego y que ésta era
«de verdad». Esa apreciación la fundamentó en que fue
reservista del ejército por diecisiete años y lleva otros varios
trabajando como guarda de seguridad. Sin embargo, a partir
de ese elemento es en realidad imposible concluir, cuando
menos en grado de certeza, si el artefacto era apto para
disparar, de modo que en relación con ese primer evento de
uso de arma de fuego no es posible apoyar la condena.

(iii) Gabriel Antonio Rodríguez fue el celador que llegó al


lugar de los hechos cuando el asalto estaba en curso y que se
trenzó en una pelea con uno de los ladrones. Atestó que
cuando arribó al sitio fue amenazado por un hombre vestido
de celador que portaba una escopeta y que segundos después
otro de los atracadores lo atacó.

Tampoco en ese evento puede sustentarse la condena por


el delito contra la seguridad pública, pues dicha escopeta (que
por demás, según el deponente, nunca fue disparada) era la de

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dotación entregada al guarda John Jairo Castañeda, quien


había sido despojado de ella momentos antes cuando fue
reducido y sometido. Su uso, pues, fue «un acontecer incidental
y para nada preconcebido», de modo que no puede atribuírsele
a los acá procesados.

(iii) El mismo Gabriel Antonio Rodríguez evocó que, luego


de la confrontación que tuvo con uno de los asaltantes, la
escopeta mencionada se cayó al suelo y se desarmó. En ese
momento, a su decir, emprendieron la huida. En ese contexto,
pudo observar que uno de los hombres que abandonaba las
instalaciones – más concretamente, el que huyó en su
motocicleta - llevaba una ametralladora colgada del pecho. Tal
afirmación tiene respaldo aparente en uno de los videos
captados por las cámaras de seguridad circundantes, en los
que se observa que uno de los asaltantes, al escapar, tiene
«algo oscuro que cuelga de su pecho».

Sin embargo, en realidad la calidad de ese video es


precaria; «solo refleja a lo lejos la presencia de algunas
personas y sus movimientos» y no permite afirmar, en grado de
certeza, que esa persona de verdad portase un arma, menos
aún, una apta para disparar. En tales condiciones, tampoco
este evento puede justificar la condena por el delito contra la
seguridad pública.

(iv) Con todo, lo que sí permite declarar la


responsabilidad penal de los acusados por ese ilícito es que
Gabriel Antonio Rodríguez declaró que el asaltante que lo

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atacó en el lugar de los hechos tenía un arma, la que, además,


fue disparada en medio de la riña.

Ese relato, dijo el tribunal, es verosímil porque se ofrece


espontáneo, hilado y coherente, y no existe razón para que el
deponente faltare a la verdad a ese respecto. Además, lo dicho
por aquél tiene corroboración en el testimonio de John Jairo
Castañeda. En efecto, éste relató que, una vez fue sometido
por los atracadores, uno de ellos permaneció en el baño con
él, vigilándolo con un arma de fuego. También señaló que fue
ese mismo individuo quien abordó a Gabriel Antonio
Rodríguez cuando éste apareció en el lugar de los hechos, de
manera que «el arma que desde el inicio usaron los
delincuentes para perpetrar el hurto planeado por los
procesados era apta para producir efectos».

Esa circunstancia, entonces, sí da cuenta de la


comisión del delito contra la seguridad pública, pues el uso
y porte de ese artefacto – para lo cual, según se estipuló, los
acá procesados no tenían permiso – es atribuible a «todos los
que hicieron parte del plan criminal, quienes se dispusieron
que para cometer el ilícito de hurto, se portaría un arma de
fuego».

Sin embargo, estimó que el agravante imputado (esto es,


el definido en el numeral quinto del artículo 365 del Código Penal, cual
es el de «obrar en coparticipación criminal») no podía ser considerado

«por cuanto esa pluralidad de sujetos en la comisión del delito,


ya fue tenida en cuenta para ser uno de los agravantes del

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delito de hurto». En consecuencia, emitió la condena por la


modalidad simple de la infracción.

LA IMPUGNACIÓN

El defensor pide que se revoque la sentencia de segundo


grado en cuanto condenó por primera vez a SÁNCHEZ
URDINOLA y ZAPATA CASTILLO por el delito de porte ilegal
de armas y se restablezca la absolución dispuesta por el a
quo.

Aduce, en esencia, que la Fiscalía no demostró ni la


existencia de un arma de fuego ni, por consecuencia obvia,
su idoneidad para disparar. En efecto, para proferir condena
por ese ilícito «era ineludible contar o bien con la incautación
del arma y su sometimiento a experticia balística, o la
confesión simple o cualificada de su portador». Nada de ello
sucedió en este asunto.

Además, aunque el Tribunal sustentó el fallo de


responsabilidad en que supuestamente «al momento de los
hechos se produjo un disparo», con esa postura perdió de vista
que también las armas de fogueo y las traumáticas pueden
producir una detonación.

Por si fuera poco, el testigo en el que se fundamenta la


decisión —esto es, Gabriel Antonio Rodríguez— aseguró en
juicio que, tras el forcejeo que tuvo con uno de los asaltantes,
quedó «en posesión» del arma con la que se habría realizado

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el disparo. Sin embargo, no puede darse mérito a tal aserción


porque, de ser cierto ello, la hubiese entregado a la Policía o
a la Fiscalía, lo cual no ocurrió. Tampoco se encontró en el
lugar la vainilla que debió hallarse si los asaltantes hubiesen
accionado un artefacto así y, aunque el declarante aseguró
que el atracador se hirió accidentalmente cuando se produjo
el disparo, en el sitio tampoco había un «charco hemático»
que corrobore tal afirmación.

En esas condiciones, concluye que la condena por el


delito de porte ilegal de armas está soportada exclusivamente
en «una especulación contraria a derecho».

CONSIDERACIONES

1. Esta Sala es competente para decidir la impugnación


especial promovida por el defensor contra la sentencia de
segunda instancia, conforme lo indican el numeral 7° del
artículo 235 superior y las reglas provisionales fijadas en la
providencia AP1263 de 3 de abril 2019.

2. El actor no discute ni la ocurrencia del asalto (con el


consecuente apoderamiento de los bienes avaluados en la cifra ya
mencionada) ni la responsabilidad de CARLOS JULIO
SÁNCHEZ URDINOLA y WILMAR YESID ZAPATA CASTILLO
en la planeación y ejecución de ese comportamiento.

Sobre esos hechos, por consecuencia, la Sala nada


considerará, máxime que respecto del hurto calificado

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agravado (y el cohecho por dar u ofrecer, tratándose de SÁNCHEZ


URDINOLA) la condena ya goza de doble conformidad. Ello

significa que su discusión sólo procedía mediante el recurso


extraordinario de casación – que no se promovió – y, por lo
mismo, que la Corte no tiene competencia para revisarla en
esta sede.

3. Lo que corresponde discernir es solo si las pruebas


permiten sostener la condena por el delito de porte ilegal de
armas o si existe, como dice el actor, una insuficiencia
probatoria en ese ámbito que imponga restablecer la
absolución por ese ilícito.

El análisis ha de tener por presupuesto comprobado,


según lo recién señalado (§ 2), que SÁNCHEZ URDINOLA y
ZAPATA CASTILLO efectivamente participaron en el delito de
hurto calificado agravado por el que fueron condenados,
ambos en condición sustancial de coautores (conforme el
entendimiento del Tribunal, que no fue refutado), así respecto del

segundo nombrado, por efectos del principio de congruencia,


deba mantenerse la atribución accesoria de responsabilidad.

A su vez, ese presupuesto fáctico implica que, de


establecerse más allá de toda duda que los asaltantes
efectivamente usaron armas de fuego idóneas para la
comisión de dicho hurto y que ello hacía parte del acuerdo
criminal consolidado entre SÁNCHEZ URDINOLA, ZAPATA
CASTILLO y los demás asaltantes, dicho ilícito sería
imputable a todos ellos en iguales condiciones,

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especialmente por cuanto en este asunto se estipuló que los


dos acusados no tienen permiso de autoridad competente
para el porte de tales implementos.

En efecto, la Corte tiene suficientemente decantado que


«la figura de la coautoría comporta el desarrollo de un plan
previamente definido para la consecución de un fin propuesto,
en el cual cada persona involucrada desempeña una tarea
específica, de modo que responden como coautores por el
designio común y los efectos colaterales que de él se
desprendan, así su conducta individual no resulte
objetivamente subsumida en el respectivo tipo penal, pues
todos actúan con conocimiento y voluntad para la producción
de un resultado»1.

Ello es también aplicable a ZAPATA CASTILLO así haya


sido condenado como cómplice y no como coautor. De una
parte, y como quedó ya dicho, porque, al margen de que, por
consideraciones relacionadas con el principio de
congruencia, se le hayan atribuido únicamente las
consecuencias punitivas propias de la primera forma de
participación criminal, el Tribunal reconoció que su
intervención fue la de un verdadero coautor, al punto en que
concurrió a la ejecución material del asalto en compañía de
SÁNCHEZ URDINOLA. De otra, porque aún de admitirse que
aquél en realidad obró como un simple cómplice, su aporte
al plan criminal, previamente convenido, tuvo que

1CSJ SP, 25 jul. 2018, rad. 50394, citando CSJ SP, 27 may. 2004. rad. 19697 y CSJ SP, 30
may. 2002, rad. 12384

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comprender – cognitiva, volitiva y funcionalmente - el hurto


y los eventuales portes ilegales de armas que con ese fin
cometiesen los autores materiales.

4. También debe precisarse, antes de abordar el examen


de la prueba, que el delito de porte ilegal de armas fue
atribuido a los procesados con fundamento en un único
comportamiento.

En efecto, en la acusación se indicó que tal infracción


se habría cometido porque los agresores, al momento de
entrar a la bodega y someter al celador, «lo encañonaron con
una pistola» que después, en desarrollo del forcejeo que se
produjo con otro guarda de seguridad que concurrió al lugar,
«produjo un disparo».

Sin embargo, el tribunal también examinó su posible


configuración a partir de otros comportamientos diferentes
por los cuales no se formuló acusación, en concreto, los que
tienen que ver con el uso de un arma aparentemente oficial
(por parte de los policías que dieron inicio a la acción criminal), una

escopeta (la que los asaltantes le quitaron al guarda de seguridad que


previamente habían reducido) y con la tenencia de un arma larga

que, al parecer, uno de los atracadores tenía colgada del


cuello. Con tal proceder, entonces, el ad quem excedió el
marco fáctico del trámite.

Desde luego que el yerro es intrascendente porque la


corporación entendió que esas conductas no imputadas no

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se demostraron en el grado suficiente para condenar y, por


ende, soportó el fallo de responsabilidad exclusivamente en
la que sí lo fue. No obstante, la precisión es relevante porque
el análisis de la Sala estará circunscrito sólo al hecho
contenido en la acusación.

5. La Corte anticipa que confirmará la primera condena


irrogada contra los nombrados por el delito de porte ilegal de
armas, pues la valoración de las pruebas demuestra su
comisión más allá de toda duda.

5.1 En primer lugar, debe señalarse que, contrario a lo


aducido por el recurrente, la viabilidad de proferir condena
por ese ilícito no requiere indefectiblemente «contar o bien con
la incautación del arma y su sometimiento a experticia
balística, o la confesión simple o cualificada de su portador».

En efecto, en la Ley 906 de 2004 rige el principio de


libertad probatoria, conforme el cual, como lo señala el
artículo 373, «los hechos y circunstancias de interés para la
solución correcta del caso, se podrán probar por cualquiera de
los medios establecidos en este código o por cualquier otro
medio técnico o científico, que no viole los derechos humanos».
En similar sentido, el artículo 357 prevé que «las partes
pueden probar sus pretensiones a través de los medios lícitos
que libremente decidan para que sean debidamente aducidos
al proceso».

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En desarrollo de esos preceptos, la Sala ha sostenido


pacíficamente el criterio según el cual

… la libertad probatoria privilegia a las partes, por cuanto facilita


el ejercicio adversarial propio de nuestro sistema procesal penal al
consentir que los aspectos sustanciales objeto del debate se
acrediten a través de cualquier elemento de convicción. Por ello, el
órgano jurisdiccional está convocado a examinar las pruebas a
partir de su poder suasorio. En otras palabras, le corresponde al
juez otorgarles el mérito o valor que pueda deducirse de su
contenido, con el fin de determinar su grado de persuasión y la
capacidad intrínseca de lograr o no el fin perseguido con su
práctica»2.

Ese principio, naturalmente, aplica también cuando el


tema de prueba consiste en los elementos estructurales del
aludido delito contra la seguridad pública3, esto es (i) la
importación, tráfico, fabricación, transporte,
almacenamiento, distribución, venta, suministro,
reparación, porte o tenencia, de (ii) un arma de fuego (o sus
partes esenciales, accesorios esenciales o en municiones) (iii) apta

para disparar, (iv) sin tener permiso de autoridad competente


para ello.

Desde luego, la Corte no desconoce que ciertos medios


de conocimiento constituyen la mejor evidencia de los
ingredientes de la infracción. Lo ideal es que sean
demostrados en juicio mediante el artefacto mismo, el
dictamen que constate su aptitud funcional y la certificación
de existencia o inexistencia del permiso expedida por el

2 CSJ SP, 16 mar. 2022, rad. 54940.


3 Por ejemplo, CSJ SP, 3 jun. 2020, rad. 54342.

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Departamento de Control de Armas. Pero la noción de mejor


evidencia no puede confundirse con la de única evidencia,
pues ello contrariaría el referido principio de libertad
probatoria.

Piénsese, por ejemplo, en el caso de quien mata a otro


mediante disparos de arma de fuego, pero logra deshacerse
definitivamente del implemento antes de su captura
(verbigracia, arrojándolo a un río de donde no puede ser recuperado).

En tal evento, la existencia, tenencia y aptitud del artefacto


pueden inferirse razonable y suficientemente del hecho de
que la muerte de la víctima se produjo con un mecanismo de
tal naturaleza. Igual sucede con la ausencia de autorización
para la tenencia o porte de armas, la cual puede ser deducida
de hechos indicadores como la conducta de quien es hallado
en detentación del artefacto o de sus manifestaciones previas
a la judicialización4.

Así las cosas, aunque es cierto que en este asunto la


Fiscalía no incorporó las pruebas que el actor echa de menos,
ello no implica necesaria y fatalmente la imposibilidad de
llegar al conocimiento necesario para proferir condena por
dicho delito, pues los elementos que lo configuran bien
pueden acreditarse por medios diversos.

5.2 Ahora, la Sala evidencia que los argumentos


invocados por el recurrente para refutar los fundamentos del

4 CSJ SP, 27 abr. 2022, rad. 58704.

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fallo parten de una valoración sesgada de las pruebas


practicadas en el juicio y, específicamente, del testimonio de
Gabriel Antonio Rodríguez, a partir del cual el tribunal dio
por probada su materialidad.

El nombrado, luego de evocar que para la época de los


hechos trabajaba para la empresa de seguridad Atlas, relató
lo siguiente:

«… eran como las doce de la noche, se activó una alarma y me


tiraron la alarma, yo fui al centro empresarial Esmeralda, pregunté
por el citófono al señor que había ahí, “señor, se activó la
alarma…” y ellos no contestaban nada… entonces él me abrió la
puerta corrediza donde entran los carros… yo entré y el señor
vigilante estaba con uniforme… todo, bien organizado el señor, y
mirando así por la portería… cuando salió un tipo de allá del
baño con una pistola “vení pa’ acá, gonorrea”… yo salí
corriendo… cuando paré él me cogió de la nuca… yo ya
forcejeando se disparó esa pistola, la de él, y él se hirió, se
lesionó un pie, pues como por acá el pie, cayó al suelo… ya
después salieron otros varios más de allá, el vigilante que había
adentro, yo tenía la pistola… salió el señor vigilante de allá con la
escopeta… apuntándome… otro que salió me mordió por quitarme
la pistola, me dijo “suelte la pistola”, ese tipo cogió la pistola…
salió corriendo, salió con la pistola, se la llevó y se fue… ya cuando
llegó la policía yo me subí para donde ellos…»5.

Ese testimonio no sólo demuestra que los asaltantes


portaban consigo cuando menos un arma de fuego real (esto
es, que no se trataba de una de fogueo o traumática), sino también

que la misma era apta para disparar.

Ciertamente, de lo narrado por Gabriel Antonio


Rodríguez se sigue que el artefacto funcionaba y eyectaba

5 Sesión de 8 de abril de 2016, récord 1:35:00 y ss.

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proyectiles letales, al punto en que, cuando se accionó por


accidente durante el forcejeo que se produjo entre el testigo
y el asaltante, este último resultó herido en el pie y cayó al
piso.

Ese testimonio no fue controvertido en el juicio (tanto así


que el defensor desistió de contrainterrogar al deponente)6 y no

existen razones para desconfiar de su verosimilitud o


credibilidad. Por demás, el conocimiento que el declarante
obtuvo sobre la existencia y aptitud del arma provino de su
observación personal y directa, incluso, en un contexto que
le exigía total atención porque su vida estaba siendo puesta
en peligro, justamente, por la utilización de la referida
pistola.

En todo caso, más allá de la valoración individual que


pueda hacerse de lo narrado por Gabriel Antonio Rodríguez,
el mérito de esa prueba deviene fundamentalmente de que
encontró corroboración, tanto directa como periférica, en
otros medios de conocimiento.

En efecto, John Jairo Castañeda Quintero, guarda de


seguridad que fue reducido y encerrado en el baño de la
bodega durante el atraco, describió lo sucedido así:

«… salí a limpiar el vidrio… estaba limpiando el vidrio cuando en


ese momento me llegaron dos policías y me cogieron, me
encañonaron con la pistola… me entraron a la portería y me
entregaron a otros individuos… y salieron de nuevo… los policías
me entregaron ahí a los señores y se fueron… posteriormente

6 Ibidem, récord 2:22:30.

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dentraron (sic) la cantidad de señores que alcancé a visualizar…


los señores que eran aparentemente los indigentes se quedaron
conmigo… me ataron con unos zunchos las manos y los pies… me
encerraron en el baño… los que eran como indigentes eran los que
se quedaron conmigo… uno de ellos se puso el uniforme del
compañero de seguridad para quedar como vigilante y hacerse en
la portería… y el otro se quedó conmigo en el baño
custodiándome… después… llegó un vigilante a atender una
alarma… de la empresa Atlas… el supuesto vigilante le dice al otro
“ve, ahí viene un vigilante”, le dijo “déjelo entrar que aquí lo
cogemos de quieto”, entonces el vigilante dentro (sic) y el que me
estaba custodiando a mi salió a cogerlo… a los pocos minutos
se escuchó un disparo… al ratico (el falso) vigilante salió a
colaborarle… el que me tenía a mí tenía una pistola…»7.

La apreciación conjunta de estas dos declaraciones


indica que quien estaba supervisando a John Jairo
Castañeda Quintero en el baño es la misma persona que
abordó a Gabriel Antonio Quintero cuando llegó al lugar de
los hechos, y ambos testigos coinciden entonces en que ese
individuo efectivamente tenía una pistola (artefacto que,
segundos después, fue accionado en medio de la riña).

Evidente, pues, que la prueba testimonial es


concordante tanto en lo que atañe a la existencia de la pistola
como a su aptitud para disparar, lo cual el primero vio y el
segundo escuchó.

Adicionalmente, lo narrado por Gabriel Antonio


Quintero encontró respaldo periférico en el video captado por
una cámara vecina que fue incorporado como prueba de la
Fiscalía. En el registro se aprecia la reyerta suscitada entre

7 Ibidem, récord 3:00 y ss.

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aquél y el agresor armado, la aparición de los otros dos


atracadores (uno de ellos, quien portaba uniforme de celador) que
concurrieron para asistir al restante y la posterior huida de
todos ellos8.

Aunque, como lo indicó el tribunal, esa grabación, por


su calidad y la distancia entre la cámara y el sitio, no permita
apreciar la pistola a la que aludió el testigo, constituye de
todos modos un elemento de juicio importante que ratifica lo
dicho por Gabriel Antonio Quintero en cuanto a su llegada al
lugar de los hechos, el ataque que sufrió y la cantidad de
atracadores que lo abordaron. En ese orden, afianza el mérito
global de su dicho - así no permita, por sí mismo, identificar
el arma mencionada - y sirve de corroboración tangencial o
periférica de sus aserciones respecto de la existencia y
aptitud de la pistola.

5.3 Esos elementos acreditan, más allá de toda duda,


que los asaltantes tenían cuando menos un arma de fuego
apta para disparar, pero también que su porte y uso durante
el atraco no fue un evento inopinado, inesperado o que fuese
iniciativa insular de uno de ellos, sino parte del plan
preconcebido del que SÁNCHEZ URDINOLA y ZAPATA
CASTILLO participaron como coautores (así el segundo, como ya
se dijo y por respeto al principio de congruencia, haya sido condenado
como cómplice).

8 Ibidem, récord 2:17:00 y ss.

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Esa conclusión resulta irrebatible al confrontarse con


los testimonios de Harry Cepeda González9 y David Felipe
Mondragón Higuita10, patrulleros de la Policía Nacional que
fueron contactados previamente por los acá procesados para
proponerles que, a cambio de un dinero, «no se interviniera»
en caso de alarma11. Aquellos aportaron la grabación que, en
condición de víctimas de esa actividad contra la
administración pública, hicieron de una de esas
conversaciones.

En el diálogo se oye a SÁNCHEZ URDINOLA (cuya voz,


según se comprobó técnicamente, corresponde a la escuchada en el
registro) hablando detalladamente del plan. Aparte de referir

que él mismo estaría presente durante el atraco, de explicar


que cortarían las alarmas tanto en las instalaciones de
Interlicores como en la central de la empresa de seguridad (lo
cual efectivamente sucedió, conforme varios testimonios de empleados
de una y otra) y de individualizar el botín que esperaban

obtener, anticipó que someterían al guardia de seguridad, lo


amarrarían y suplantarían:

«… no hay alarma… eso es bonito, eso es bueno… alarma no va a


llegar, llega la alarma y ahí va a estar un man parado… el vigilante
parado, armado… lo vamos a amarrar y todo, le vamos a cambiar
la ropa a un pelado para que se pare ahí… sabemos que no va a
llegar… si llega la alarma, que llegue, va a llegar allá… y ahí va a
estar un man uniformado…»12.

9 Sesión de 16 de agosto de 2016, récord 4:00 y ss.


10 Sesión de 7 de abril de 2016, segundo corte, récord 4:00 y ss.
11 Sesión de 16 de agosto de 2016, récord 18:00 y ss.
12 Sesión de 7 de abril de 2016, récord 25:00 y ss.

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Lo anterior pone en evidencia que los asaltantes no sólo


sabían que el celador estaría armado, sino también que desde
el inicio, como parte fundamental de la planeación,
concibieron que lo someterían. En esas condiciones, puede
inferirse razonablemente que la ejecución del ilícito
contempló desde su génesis la utilización de la pistola cuyo
porte y aptitud se demostró conforme lo recién explicado.

Como además fue estipulado que ni CARLOS JULIO


SÁNCHEZ URDINOLA ni WILMAR YESID ZAPATA CASTILLO
tienen permiso para la tenencia o porte de armas13, la Sala
considera demostrado más allá de toda duda que aquellos
cometieron también el delito definido en el artículo 365 del
Código Penal conforme les fue imputado.

5.4 El impugnante sostiene, en refutación de la


sentencia atacada, que la idoneidad del arma se infirió
únicamente de la detonación percibida por John Jairo
Castañeda Quintero y Gabriel Antonio Quintero, y que ello es
insuficiente para sostener tal conclusión porque las armas
de fogueo y traumáticas producen idéntico sonido al ser
accionadas. Con ese argumento, sin embargo y como ya se
vio, tergiversa la prueba, pues la indicación de que el arma
era real y funcionaba no deviene únicamente del sonido
escuchado por los testigos. Como quedó explicado, el
segundo nombrado vio directamente que la pistola fue
disparada y que el proyectil impactó a uno de los atracadores,

13 Sesión de 13 de octubre de 2015, récord 3:00 y ss.

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quien quedó lesionado como consecuencia de ello. La herida,


según el relato, lo hizo incluso caer al suelo. No es, pues, que
la conclusión del Tribunal (que ahora sostiene la Corte) se apoye
únicamente en la percepción auditiva de la explosión.

5.5 El defensor también aduce que el testimonio de


Gabriel Antonio Quintero no tiene mérito porque, a su decir,
él se quedó con la pistola usada por los atracadores y, de ser
ello así, ha debido entregarla a las autoridades. También acá
distorsiona la prueba, porque el declarante nunca dijo tal
cosa. Lo que evocó aquél es que uno de los asaltantes que
acudió en ayuda del lesionado lo mordió para quitarle el arma
y, una vez la tomó, «salió corriendo, salió con la pistola». Ello
no sólo explica que no hubiese entregado el implemento a las
autoridades (por la sencilla razón de que no estaba en su poder
cuando culminó el robo), sino también que el mismo no hubiese

sido incautado y sometido a las pruebas técnicas que el


recurrente echa de menos.

5.6 Cuestiona el impugnante, finalmente, que en la


escena no se encontrasen ni la vainilla del cartucho
disparado ni el «charco hemático» que la herida sufrida por el
agresor ha debido dejar en el sitio. Con todo, este
planteamiento no refuta racionalmente los fundamentos de
la decisión censurada, pues confunde la ausencia de pruebas
sobre la existencia de esos elementos con la existencia de
pruebas sobre su ausencia.

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Es que no se aportó ninguna prueba indicativa de que


en el lugar de los hechos no se hayan encontrado la vainilla
y la marca de sangre que el actor extraña. Sencillamente,
ninguna de las partes se interesó por acreditar esas
circunstancias. Los únicos testigos que de alguna manera
aludieron a las condiciones de la escena del crimen y las
actividades realizadas inmediatamente después de la
ocurrencia del hecho fueron el subintendente Rafael
Armenta14 y el patrullero John Freddy Hurtado Cantillo15,
quienes se presentaron en el sitio una vez se conoció lo que
estaba sucediendo. Relataron que capturaron a uno de los
asaltantes que no logró huir, liberaron a John Jairo
Castañeda, quien para entonces seguía atado, y se dirigieron
a la U.R.I. para la judicialización del aprehendido. Nada
dijeron sobre la presencia – o no – del casquillo o la mancha
de sangre. Distinto sería que, habiendo realizado una
inspección detallada del lugar, hubiesen declarado que no los
encontraron.

En todo caso, y específicamente en lo que atañe a los


vestigios de sangre que el defensor extraña, el reparo parte
de una suposición desprovista de sustento probatorio, cual
es que la herida sufrida por el agresor fue de una magnitud
tal que necesariamente han debido producirle un sangrado
profuso. Pero es que de las características específicas de la
lesión que a aquél le fue infligida durante el forcejeo con
Gabriel Antonio Quintero no se tiene ninguna información;

14 Sesión de 8 de abril de 2016, récord 2:25:00 y ss.


15 Ibídem, récord 2:43:00 y ss.

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más allá de la referencia que hizo este último a que se


produjo en el pie, se ignora su tamaño, profundidad y
locación exacta, de manera que bien pudo tratarse de un
daño que no necesariamente tendría que producir un
sangrado masivo.

6. Claro, pues, que la condena por el delito de porte de


armas no se apoya en una «una especulación contraria a
derecho», como lo adujo el recurrente, sino en la valoración
integral y conjunta de las pruebas practicadas, las cuales
demuestran tanto la materialidad de ese ilícito como la
responsabilidad de CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA y
WILMAR YESID ZAPATA CASTILLO en su comisión.

Por lo expuesto, la primera condena irrogada contra los


nombrados por ese ilícito habrá de ser confirmada.

7. Resta señalar que, aunque el delito contra la


seguridad pública fue imputado y demostrado en la
modalidad agravada definida en el numeral 5° del artículo
365 del Código Penal (esto es, obrando en coparticipación criminal),
el tribunal profirió condena por la modalidad simple tras

considerar que «esa circunstancia (se refiere a la coparticipación


criminal) ya fue tenida en cuenta para agravar el delito de

hurto».

El argumento desconoce la pacífica línea de la Sala


conforme la cual

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«…cuando la coparticipación criminal se predica para agravar


distintos delitos –como el patrimonio y la seguridad pública-… no
se atenta contra la garantía de doble valoración, porque pese al
nexo que puedan tener, los reatos desarrollan los elementos que
los estructuran de manera independiente…»16.

Es que el hurto y el porte ilegal de un arma, así se


ejecuten con cierta concomitancia temporal y espacial en el
marco de un plan criminal final, son de todas maneras
conductas naturalística y jurídicamente autónomas e
independientes, que atentan contra intereses jurídicos
diversos y se consuman y agotan con presupuestos fácticos
radicalmente diferentes. En ese orden, la agravación
simultánea de uno y otro por la circunstancia de la
coparticipación no conlleva ninguna afectación de la garantía
del non bis in idem.

Sin embargo, la corrección antecedente es apenas


conceptual, pues CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA y
WILMAR YESID ZAPATA CASTILLO concurren a esta sede en
condición análoga a la del apelante único y su situación no
puede, por lo tanto, ser agravada.

8. Para terminar, observa la Sala que el Tribunal, al


momento de redosificar la pena al incluir la primera condena
por el delito de fabricación, tráfico y porte de armas de fuego
y municiones, omitió realizar el aumento -hasta en otro tanto-
por el segundo punible de hurto como sí lo hizo el a quo,

16CSJSP 5043-2018, reiterada en CSJ SP, 5 ago. 2020, rad. 52567. Así mismo, CSJ. SP, 8
jun. 2016, rad. 47545.

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situación que conllevó a que la pena impuesta, a pesar de


incluir una condena adicional, fuera inferior a la tasada en
primera instancia. Esta situación no podrá ser corregida, en
el entendido que siendo el impugnante único la defensa del
procesado, no se puede agravar su situación jurídica en
respeto del principio de no reformatio in pejus, garantía
establecida en la Constitución Política de Colombia17.

En mérito de lo expuesto, la Sala de Casación Penal de


la Corte Suprema de Justicia, administrando justicia en
nombre de la República y por autoridad de la ley,

RESUELVE

CONFIRMAR la primera condenada irrogada contra


CARLOS JULIO SÁNCHEZ URDINOLA y WILMAR YESID
ZAPATA CASTILLO por el delito de fabricación, tráfico y porte
de armas de fuego o municiones, conforme la parte motiva de
esta decisión.

Contra esta sentencia no procede ningún recurso.

NOTIFÍQUESE Y CÚMPLASE

17ARTICULO 31. Toda sentencia judicial podrá ser apelada o consultada, salvo las excepciones
que consagre la ley.
El superior no podrá agravar la pena impuesta cuando el condenado sea apelante único.

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Firmado electrónicamente por:

Presidente de la Sala

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CARLOS ROBERTO SOLÓRZANO GARAVITO


No firma con permiso

NUBIA YOLANDA NOVA GARCÍA


Secretaria

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