Las Enfermedades
Fundamentos Biblicos
PREDICA #1
PRIMERA CAUSA DE ENFERMEDADES ESPIRITUALES:
EL PECADO
Jesús es un verdadero médico. Él sana extrayendo la raíz del problema e implantando en
nuestros corazones el reino de Dios.
Hoy en día, muchos quieren sanarse superficialmente atacando los efectos, modificando
el ambiente, cambiando las situaciones externas, y hasta a veces tomando píldoras que
solo consiguen controlar los efectos, sin embargo, Jesús va a las causas. Existen distintas
causas específicas para las enfermedades del alma.
La primera y principal causa de las enfermedades del alma (y no voy a buscar una
palabra sofisticada y complicada para nombrarla) es el pecado. Simplemente el pecado.
La Biblia declara que no hay paz para el impío (Isaías 57:21). Resulta imposible pecar y
no sufrir las consecuencias del pecado.
Todo pecado hiere al hombre en su interior. Produce autodestrucción y autodegradación.
Atenta contra la imagen de Dios en nosotros.
El pecado transgrede la conciencia moral y viola los propios principios. Provoca
sentimientos de culpa que aumentan con el conocimiento y comprensión de la ley de
Dios; estos son mayores cuando se comete contra un semejante.
¿Qué es el pecado?
Para comprender con claridad lo que es el pecado y entender su naturaleza, vamos a
considerar el primer pecado del ser humano.
Génesis 2:7–8
Génesis 2:16–17
Génesis 3:1–13
§ Pecar es simplemente hacer la voluntad propia, decidir ir en contra de la voluntad de
Dios.
§ Pecar es comer cuando Dios dice: ¡No comas!
§ Pecar es hacer algo cuando Dios dice: ¡No lo hagas!
§ Cuando Dios dice no, es no.
§ Cuando Dios dice ve, tienes que ir.
§ El pecado representa una ofensa grave contra Dios.
§ El pecado produce consecuencias muy serias en la vida de las personas.
o Dios le advirtió a Adán: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el
día que de él comieres, ciertamente morirás». Y aquel día, primero Eva y después Adán,
comieron y murieron.
o La muerte entró al mundo a través de un hombre, a causa del pecado. Ellos no murieron
física o psicológicamente.
o La vida biológica, psicológica, mental y emocional continuó, pero experimentaron la
muerte espiritual. Muerte significa separación.
o Comenzaron a vivir separados de Dios, desconectados de la Fuente de vida. Se produjo
una alteración total en la existencia del hombre. Y esa transformación trajo aparejadas
consecuencias biológicas, psicológicas, mentales, sociales, emocionales, familiares, y de
todo tipo.
o Se originó un tremendo trastorno.
§ El pecado abre la puerta de nuestra vida a Satanás y a los demonios. Porque pecar es
hacer la voluntad del diablo. El pecado arruina la imagen de Dios en nosotros y causa
heridas en nuestro interior.
§ El pecado trae trastornos, un desequilibrio interior.
Imagino lo terrible que debió haber sido lo que ellos experimentaron. Porque antes de eso
Adán y Eva se encontraban en un estado de pureza y santidad, sin pecado.
¡Qué linda es la santidad! ¡Qué bueno es vivir en pureza de pensamientos y de deseos!
¡Qué hermoso es llevar una vida santa! No hay nada mejor que ser santo. No podemos
imaginar la belleza de vivir en la total voluntad de Dios. ¡Eso sí que es plenitud!
SIETE CAMINOS ERRÓNEOS
1 - No querer abandonar el pecado
El pecado produce temor, miedo, cobardía, sentimientos de culpa. Nos lleva a culpar a
otros.
Todos hemos pecado. Sin embargo, mucha gente, una vez que peca, elige tomar el
camino equivocado. El peor camino es pecar y luego no querer abandonar el pecado.
2 - Esconder el pecado
Se trata de una reacción natural del hombre, causada por su orgullo. Brota casi
instintivamente. La podemos observar en los casos de Adán y Eva, Caín, Acán, David, y
Ananías y Safira.
Cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que Dios se aproximaba, se escondieron de él. Y
de ahí en más, todos los que pecamos nos escondemos.
Las Escrituras declaran:
El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia. (Proverbios 28:13)
Hay cristianos que guardan cosas ocultas en ciertos ámbitos de su vida. Eso les causa
muchos trastornos. Trastornos espirituales, mentales y hasta físicos.
El rey David es un ejemplo de los que estamos diciendo. Él reconoció:
Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de
noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. (Salmo
32:3–4)
Cuando David por fin confesó su pecado, expresó confiadamente: Hazme oír gozo y
alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. (Salmo 51:8)
Santiago señala en su epístola el procedimiento a seguir cuando un hermano enferma:
¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él,
ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el
Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos
vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. (Santiago
5:14–16)
Dios conoce nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestras actitudes. No hay rincón del
mundo donde podamos pecar sin ser vistos. Todo está desnudo ante el Señor. ¿De quién
nos esconderemos? ¿A dónde huir? Dios ve todas nuestras acciones.
¿Hay pecados ocultos en la vida? El remedio es sencillo: Confesión. Confesar es
expresar claramente en palabras la falta cometida. No es pedir perdón; eso viene
después. Primero es necesario confesar, reconocer a través de una manifestación verbal
que se pecó y señalar en qué consiste ese pecado. Es preciso confesar a Dios y a los
hermanos. Abrir el corazón al pastor o a quien sea el guía espiritual y pedir oración para
que haya liberación y victoria. Nunca cerrarse y ocultar.
3 - No asumir la responsabilidad de nuestros actos
Dios le preguntó a Adán: «¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?» Él
no le respondió diciendo: «Dios perdóname, cometí una locura, te desobedecí. Señor, soy
responsable de mi pecado». ¡No!
¿Cuál fue su respuesta? «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo
comí». ¡El viejo y equivocado camino! No asumir nuestra responsabilidad.
Yo pequé, pero fue culpa de mi esposa y un poco de Dios, pues ella es «la mujer que me
diste». «Ella tomó el fruto y lo acercó a mi boca y yo no sé qué sucedió, mi boca se abrió
sin querer, y mis dientes se cerraron solitos y comenzaron a masticar. Yo no sé qué pasó
con mi garganta». Eso es trasladar la responsabilidad a otros, es culpar a los demás de
nuestros pecados.
Un marido dice: «Yo cometí una falta, pero fue por culpa de mi esposa, ella me provocó.
La culpa es de ella porque me insultó».
Una mujer señala: «Yo adulteré porque mi marido es un hombre muy duro, no me trata
con cariño, siempre actúa groseramente. Entonces, yo sentí la necesidad de que un
hombre me abrazara, me amara. Sí, pequé, cometí adulterio, pero la culpa es de mi
marido».
Dios le preguntó a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?» Y la mujer le respondió: «La
serpiente me engañó, y comí». Ella culpó a la serpiente. ¡Nadie asume su
responsabilidad! ¡La culpa es toda del diablo! «Yo pequé por culpa del diablo, él me tentó
y yo comí, me engañó».
Aunque hayamos sido engañados, de todos modos somos responsables. ¿Por qué fue
engañada Eva? Por mantener una conversación con el diablo. Fue engañada por no creer
que lo que Dios le había dicho era verdad. Por oír otra voz, otro criterio, otro
razonamiento, otra palabra. Por dudar de Dios.
Existe un solo camino para llegar al arrepentimiento: asumir nuestra responsabilidad. Si el
otro también peca, eso no me justifica de ningún modo. Cada uno debe asumir su propia
responsabilidad.
4 - Justificar el pecado
A través de largas explicaciones acerca de las circunstancias que rodearon un hecho, o
sobre los factores que influyeron, se busca en definitiva que el pecado cometido aparezca
como inevitable o por causas ajenas a la propia voluntad. Un claro ejemplo es el caso de
Saúl cuando ofrece el sacrificio en desobediencia a la palabra del profeta (véase 1
Samuel 13:8–13) y luego pretende justificarse.
Otros intentan demostrar que en realidad aquello que han hecho (o desean hacer) no es
pecaminoso sino lícito. Argumentan e ilustran con diferentes ejemplos (que muchas veces
no vienen al caso). O explican que ciertos pasajes de las Escrituras tienen que ver con la
cultura de su época y no mantienen vigencia hoy. A la luz de las leyes del país o de las
costumbres de determinada sociedad, defienden ciertas conductas como aceptables.
Es preciso admitir como pecado todo lo que Dios llama pecado. La evolución de la
humanidad y el transcurrir de los siglos no modifican la Palabra ni los principios de Dios.
Justificar el pecado solo trae confusión a la mente y deterioro de la vida espiritual.
5 - Racionalizar el pecado
Freud, padre del psicoanálisis, sostiene que el sentimiento de culpa está condicionado por
la religión. Al eliminar la religión se suprime el sentimiento de culpa. No considera al
pecado como algo real y existente en sí, sino como causado por la religión cuando
condena ciertas conductas.
Lo cierto es que muchos ven aumentar sus perturbaciones y conflictos psicológicos al
eliminar la religión de su vida.
Como cristianos, es muy peligroso adherir a corrientes de pensamiento como esta, que
muchas veces logran cauterizar la conciencia. Aunque la conciencia no moleste, los
efectos devastadores del pecado se dejan ver a corto plazo. Hay quienes se sienten
cristianos de avanzada y sonríen burlonamente ante la mención de la palabra pecado.
Poco a poco pierden el temor de Dios, y no tardan en caer en los lazos del diablo. Antes
de que se den cuenta han naufragado en la fe (véase 1 Timoteo 1:19). Es preciso
rechazar esta filosofía de vida.
6 – Evadirse de la realidad
Muchos se llenan de actividades, programas diversos y entretenimientos para escapar de
su conflictiva realidad interior. Procuran no dejar «huecos» en su tiempo. Se aturden para
no pensar. No quieren enfrentarse consigo mismos en la reflexión y la pausa porque
temen encontrar lo que saben que está allí, en lo más recóndito de su ser.
Algunos hasta huyen a través de las drogas y el alcohol.
De nada sirve ignorar el pecado, hacer como si no existiera. Uno puede esquivarlo por
años, pero cuando haga una mirada introspectiva, lo encontrará esperando ser
solucionado. Entre tanto, la vida interior se habrá deteriorado, o cuando menos,
estancado. Es preciso enfrentar la realidad y solucionar el pecado a través de la confesión
y el arrepentimiento.
7 - Atacar los efectos sin solucionar las causas
Hoy vemos que muchas personas recurren a los psicofármacos para aplacar su angustia
interior. No hay tranquilizante que devuelva la paz y el equilibrio perdidos. Puede actuar
sobre nuestro sistema nervioso y «entontecernos» un poco, lo que trae un pequeño alivio.
Pero pasado el efecto, vuelve la depresión, la tristeza, a veces la desesperación. Y el
estado de intranquilidad interior se agudiza más. En lugar de atacar los efectos, se deben
buscar las causas internas. Y si se trata de pecado, seguir el procedimiento indicado,
porque mientras no se solucione, los efectos persistirán.
EL CAMINO INDICADO POR DIOS
Asumir nuestra responsabilidad, abandonar el pecado y confesarlo
Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.
Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no
hay engaño. (Salmo 32:1–2)
Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a
Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. (Salmo 32:5)
Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras. (1 Corintios 15:3)
En resumen, lo indicado por el Señor es confesar y apartarse del pecado.
Confesar es lo opuesto de ocultar, transferir a otros, justificar o racionalizar el pecado. Es
ponerse en luz, decir la verdad, asumir la responsabilidad de los propios actos.
Se debe confesar a Dios, a quienes se haya ofendido y también los unos a los otros
(véase Santiago 5:14–16).
Hay algunos que abandonan el pecado pero nunca lo confiesan. La Biblia dice en
Proverbios 28:13: «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y
se aparta alcanzará misericordia».
Confesémosle a él todo pecado. Oremos como David (Salmo 51): «Ten piedad de mí, oh
Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis
rebeliones. Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado. Porque yo
reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti
solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos … Purifícame con hisopo, y seré
limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve … Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
y renueva un espíritu recto dentro de mí … Vuélveme el gozo de tu salvación».
«Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre
de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad»
(1 Juan 1:7–9).
CONCLUSIÓN
Gracias Jesús por tu Palabra, gracias por tu Espíritu Santo, por tu muerte, por tu
sangre derramada para el perdón de mis pecados. Purifícanos Señor. Límpianos.
Lávanos. Quita de mi toda maldad. Amén.