Capitulo I
El pecado y sus consecuencias
   Aunque la definición correcta del término pecado sea la
transgresión de la Ley, conforme está escrito:
    «Todo aquel que comete pecado, infringe también
la ley; pues el pecado es infracción de la ley» (1 Juan
3:4).
    Aún así, hay mucho más a considerar sobre lo que es
realmente pecado. Es la desobediencia voluntaria o
involuntaria a la Palabra de Dios. Podemos constatar esto
allí en el Jardín del Edén, cuando Adán rehusó obedecer la
Palabra de Dios para obedecer la palabra del diablo. Esta es
la tónica principal del pecado: cuando obedecemos a Dios,
sometiéndonos a Él, no obedeceremos al diablo porque
aquel a quien sujetamos nuestras vidas, por la Palabra, de
éste nos tornarnos siervos; cuando desobedecemos al
Señor, automáticamente obedecemos al diablo y, por eso
mismo, le sometemos nuestras vidas, cayendo en pecado. A
partir del momento en que rechazamos la Palabra de Dios,
transgredimos su ley. En otras palabras: el pecado es como
aquel padre que lucha para criar y educar a su hijo; cuando
él crece deja de honrar a su padre para honrar, en
obediencia, el enemigo de su padre. ¿Esto es justo?
   ¿Cómo nace el pecado?
   El nacimiento del pecado es muy fácil y, por eso, es
abundante. Normalmente, hay una verdadera desfachatez
por parte del pecador que intenta justificar su pecado
alegando haber «sido sin querer» o porque «no estaba
vigilando» y fue cogido por sorpresa. Todo esto es mentira y
hace que el pecado se vuelva más grave porque quien así
procede no está totalmente arrepentido. Cuando alguien
comete algún error pecaminoso, lo hace por libre y
espontánea voluntad, pues como está escrito:
   «... Dios es fiel, no os dejará ser tentados más de
lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que
podáis soportar» (1 Corintios 10:13).
    Esto significa decir que nadie es tentado de tal forma
que no lo pueda resistir. Lo que realmente acontece es que
el pecado es como una semilla plantada en el corazón y que
se va desenvolviendo gradualmente hasta que venga a dar
a luz, es decir: nacer.
    El diablo siempre trae la tentación, ofreciendo sutilmente
las cosas que «agradan a los ojos», como hizo con Eva, que
después de haber «oído sus palabras», comenzó a observar
los detalles del fruto prohibido conforme narra la Biblia:
   «Viendo la mujer que el árbol era deseable para
dar entendimiento, le tomó del fruto y comió, y dio
también al marido, y él comió» (Génesis 3:6).
   Verifiquemos entonces como se da el nacimiento del
pecado:
    1. El pecado puede nacer a través de una simple voz o
    consejo de alguien, que puede ser un pariente, un
    amigo e incluso un ser querido, que, con buenas
    intenciones, intentando ayudar, acaba llevando a la
    persona a cometer un gran pecado. Por ejemplo: cuando
    el Señor Jesús comenzó a decir a sus discípulos que era
   necesario ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas, ser
   muerto y resucitado el tercer día, entonces, Pedro, bien
   intencionado, llamándolo aparte comenzó a reprobarlo
   diciendo:
   «Ten compasión de ti, Señor; eso de ningún modo te
acontezca. Entonces el Señor reprobando a Pedro le dijo:
Aléjate Satanás».
   Aquella voz ciertamente no era la de Pedro, sino la de
Satanás. De la misma forma, cuantas personas han caído en
pecado por oír voces «inocentes e ingenuas». Debemos
tomar como ejemplo al propio Señor Jesús que,
inmediatamente, reprendió a aquella idea diabólica, no
esperando sacar otras conclusiones de aquel consejo. Así,
también, cuando sentimos que algún consejo no está de
acuerdo con nuestra fe, debemos también, inmediatamente,
reprenderlo. Y la verdad es que el propio Espíritu Santo nos
ilumina en la hora en que estamos siendo tocados, y
nosotros tenemos la obligación de resistir el mal.
   Es en esa hora que debemos aplicar aquella palabra:
   «... resistid al diablo y el huirá» (Santiago 4:7).
    Debemos también observar, que de la misma forma que
la Palabra de Dios alimenta nuestra alma, volviéndola fuerte
e inconmovible, también la palabra diabólica destruye
nuestra alma, volviendola débil y abatida. Si, por acaso,
estamos con un pensamiento pecaminoso en el corazón,
que aún no dio a luz al pecado, debemos rápida e
inmediatamente sacarlo de nuestro corazón, a través de la
confesión a Dios. Si no hacemos esto, ciertamente que, más
tarde o más temprano se convertirá en pecado. Por tanto,
es importante que cultivemos nuestros pensamientos
limpios y puros de cualquier idea pecaminosa, como dice el
apóstol Pablo:
   «Por lo demás, hermanos, todo lo que es
verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo
puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre;
si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en
esto pensad» (Filipenses 4:8).
   2. El pecado también puede nacer a través de los ojos.
   Muchas veces, la persona»oye una voz» y, enseguida,
   despertada por la curiosidad pasa a desear «ver» y,
   entonces, su pensamiento es doblemente bombardeado
   por la acción demoníaca, que pasa a esperar y entonces
   nace del pecado. Eva «vio que el árbol era bueno para
   comer». El Espíritu Santo nos llama mucho la atención
   al hecho de la concupiscencia de los ojos, que nada más
   es que la codicia o ganancia provocada por los ojos que,
   a su vez, nunca se cansan de mirar. Razón por la cual el
   Señor Jesús afirmó que los ojos son la lámpara del
   cuerpo, significando que nuestro cuerpo está sujeto a la
   luz que los ojos le reflejan; si los ojos son buenos, es
   decir, si ellos no provocan ganancia o codicia que son
   los deseos ilícitos y pecaminosos, entonces todo el
   cuerpo será iluminado o bendecido; pero, si por acaso
   los ojos fuesen codiciosos, entonces atraerán dentro del
   cuerpo toda suerte de pecado volviendole un cuerpo
   verdaderamente en tinieblas.
   Todo el pecado tiene su inicio en la mente, ya sea por las
palabras diabólicas, o por las imágenes visuales; si él es
reprendido antes de llegar a la mente entonces será más
fácil vencerlo; mientras que, si lo dejamos asentarse en el
corazón (mente), entonces se hará más difícil expulsarlo,
pero no imposible. Para esto, basta confesarlo al Señor Jesús
y pedirle que lo saque del corazón
  El origen del pecado
   «Dichoso el varón que soporta la tentación porque
cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de
la vida, que el Señor ha prometido a los que le aman.
Que nadie diga cuando es tentado: Estoy siendo
tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser
tentado por el mal, ni Él tienta a nadie; sino que cada
uno es tentado, cuando es atraído y seducido por su
propia concupiscencia. Entonces la concupiscencia,
después que ha concebido, da a luz el pecado; y
cuando el pecado es consumado, produce la muerte»
(Santiago 1: 12-15).
  «Porque la paga de pecado es muerte, mas la
dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro» (Romanos 6:23).
                    Capitulo II
   El arrepentimiento
    El arrepentimiento es el sentimiento o pesar por faltas o
errores cometidos, el sincero pesar de algún pecado
cometido. Aunque esta definición sea absolutamente
correcta, en su forma práctica, es mucho más significativa,
mucho más expresiva y profunda, de tal manera que crea
una verdadera transformación en la conducta de las
personas. Su definición puede ser abstracta, pero en sus
efectos podemos constatar las grandes diferencias de otro
sentimiento que tiene aparencia semejante, como es el caso
del remordimiento. Cuántas personas se han engañado por
el simple hecho de haber manifestado el remordimiento en
vez del arrepentimiento. Cuando alguien comete un pecado
y se arrepiente, nunca más cometerá el mismo pecado;
pero si siente un simple remordimiento por el pecado
cometido, aún lo cometerá más veces mientras no se haya
arrepentido. Es el caso de Judas Iscariote, que tuvo
remordimiento por haber traicionado al Señor Jesús,
conforme narra San Mateo:
   «Entonces Judas, el que le había entregado,
viendo que era condenado, devolvió arrepentido las
treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y
a los ancianos» (Mateo 27:3).
   El remordimiento no pasa de ser un sentimiento de culpa
de la conciencia, que produce un malestar durante un cierto
período de tiempo y después es olvidado, pero el
arrepentimiento es diferente puesto que implica cambios de
comportamiento en relación al error, tal como veremos a
continuación.
   Características del arrepentimiento
   1) Ver el pecado - Para que haya arrepentimiento es
   preciso, en primer lugar, que la persona errada
   considere su error; es decir, es necesario que asuma su
   error, valientemente, analizando porque cometió ese
   delito, donde fue que comenzó a caer en pecado.
   Muchos intentarán sacarlo de la mente mediante el
   olvido, y aquellos que así proceden tienen la ayuda
   especial de Satanás, porque él tiene interés en que el
   pecado no sea confesado con el fin de que las personas
   puedan cometerlo nuevamente.
   Una de las cosas más difíciles es que la persona admita
el pecado o el error, y a partir de ese momento en que lo
admite, es la señal de que el Espíritu Santo ya está
actuando a través del convencimiento, porque:
  «Y cuando Él venga, convencerá al mundo del
pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16:8).
   2) Confesar el pecado–.Después de la admisión, el
   pecado precisa ser confesado urgentemente, lo más
   rápidamente posible, para que éste sea cancelado. La
   Biblia afirma:
   «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad» (1 Juan 1:9).
   Si nosotros admitimos el pecado y no lo confesamos,
entonces se queda guardado en el corazón; más tarde, él
atraerá más pecados... Es como el demonio, cuando entra
en la vida de alguien, atrae a otros peores que él.
   3) Detestar el pecado–.Si la persona comete un pecado,
   y después de admitirlo y confesarlo no toma una actitud
   en odiarlo, éste volverá a llamar a la puerta del pecador
   con mayor fuerza e insistente. El gran problema es que
   el pecado siempre tiene sabor de miel en la boca, es
   decir: en el inicio; pero al final es como la hiel y sus
   sinsabores son tantos, que no valen la pena.
   Para   que    quede   realmente     caracterizado el
arrepentimiento de forma definitiva, ha de odiar y
abandonar al mismo tiempo el pecado, porque:
   «Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros;
pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia»
(Romanos 6:14).
   Y por eso mismo, no podemos jamás dejarnos llevar por
su astucia.
   Es Dios quien nos conduce al arrepentimiento, conforme
está escrito:
   «¿O menosprecias las riquezas de su benignidad,
paciencia y longanimidad, ignorando que su
benignidad te guía al arrepentimiento?» (Romanos
2:4).
    Si el arrepentimiento es un don de Dios, una condición
que Él nos da para que podamos establecer una buena
relación con Él, ¿cómo podemos despreciar su bondad
olvidando un complejo arrepentimiento. Es cierto que
cuando así procedemos estamos resistiendo al Espíritu
Santo, que es el agente que nos lleva al arrepentimiento.
   Los peligros
    «Porque es imposible que los que una vez fueron
iluminados y gustaron del don celestial, y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo
gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes
del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez
renovados para arrepentimiento, crucificando de
nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole
a vituperio. Porque la tierra que bebe la lluvia que
muchas veces cae sobre ella, y produce hierba
provechosa a aquellos por los cuales es labrada,
recibe bendición de Dios; pero la que produce
espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser
maldecida, y su fin es el ser quemada» (Hebreos 6:4-
8).
   Estos versículos afirman claramente que hay un
determinado límite para el arrepentimiento, pues
«renovados para arrepentimiento» significa que ya hubo
otros arrepentimientos y que ahora renovarlos es
imposible...
                    Capitulo IV
   La conciencia pura
   La conciencia es la expresión más profunda del alma que
hace distinguir el mal del bien, que aprueba o reprueba
nuestros actos, que nos hace crear un sentimiento del deber
de practicar determinadas actitudes de acuerdo con nuestra
educación espiritual. La conciencia cristiana produce
necesariamente, un carácter cristiano.
   «Mi justicia tengo asida, y no la cederé; no me
reprochará mi corazón en todos mis días» (Job 27:6).
   Y esta era la razón por la que el Señor le honró diciendo:
   «¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay
otro como Él en la tierra, varón perfecto y recto.
Temeroso de Dios y apartado del mal?» (Job 1:8).
   Porque Job mantenía la conciencia pura, su vida era
pura, teniendo en cuenta que la conciencia es el
termómetro que mide nuestra espiritualidad.
   ¿Qué nos lleva a mantener la conciencia impura y cuáles
son los resultados de esto?
   El pecado es la única fuente de una conciencia impura.
Todas las veces que hacemos algo que es contrario a la
voluntad de Dios, algo que ofende al Espíritu Santo que
habita en nosotros, inmediatamente tenemos la conciencia
acusándonos constantemente. Cuando la conciencia nos
acusa, es como si la mano de Dios estuviese presionando
sobre nuestra cabeza. Fue así mismo que David se expresó
cuando dijo:
   «Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu
mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano»
(Salmo 32:4).
    Cuando la conciencia revela impureza, es porque existe,
de hecho impureza en el corazón. Y cuando hay impureza
en el corazón, hay duda e incertidumbre también, y, cuando
hay duda, hay falta de fe. Por ejemplo: si el cristiano comete
fallos o un pecado, entonces la conciencia lo acusa de aquel
pecado. Cuando él tiene necesidad de usar su fe para
cualquier cosa, aquel pecado inmediatamente florece en su
mente, dando lugar a la duda respecto de su propia fe; de
ahí, su fe queda inoperante. Y no sirve de nada que el
cristiano reclame a Dios una respuesta basándose en la
Sagrada Escritura, porque la oración de fe, se queda
manchada por la conciencia mala.
  ¿Qué hacer para limpiar la
conciencia y mantenerla así?
   El rey David afirmó:
   «Mientras callé, se envejecieron mis husos en mi
gemir todo el día. Porque de día y de noche se
agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en
sequedades de verano. Mi pecado te declararé, y no
encubrí   mi   iniquidad.    Dije:  Confesaré   mis
transgresiones al Señor; y tú perdonantes la maldad
de mi pecado. Por eso orará a ti todo santo en el
tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente en la
inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él»
(Salmo 32:3-6).
    Aquí está la llave de una conciencia limpia: la confesión
de los pecados. Pero, no basta confesión solo a Dios, porque
es fácil y simple cometer pecados y más pecados y
confesarlos a Dios que, naturalmente, siempre Dios
perdona. Pero el pecado confesado a Dios facilita cometer el
mismo pecado y otros más, simplemente porque, aunque
los pecados sean perdonados por Dios existen otras
personas que fueron víctimas de aquel pecado o pecados
que también necesitan oír la misma confesión. Si esto no
acontece, entonces el pecador es perdonado por Dios, pero
no por la persona víctima del mismo. Entonces la persona
pasa a tener una deuda con el diablo, que, a través de la
víctima, procura hacer que aquel pecador sea avergonzado.
Por ejemplo: si el cristiano comete adulterio, y quisiera
arrepentirse de aquel pecado, y limpiar la conciencia,
precisa, no solo confesar su pecado a Dios sino también a la
persona con quien él cometió el pecado, y también a su
esposa, a fin de que el diablo no tenga nada de que
acusarlo.
    Sin embargo, si el adúltero es un ministro del evangelio,
entonces hay necesidad de confesar su pecado a Dios,
después a la mujer con quien pecó, después a su propia
esposa, y finalmente a su líder espiritual, que representa la
iglesia. Pero si por acaso el pecador es del líder espiritual,
entonces, para que él tenga totalmente la conciencia
tranquila, él precisa confesar su pecado a Dios, la mujer con
quien pecó, su esposa, y finalmente a toda la iglesia a
través de sus pastores.
   El camino de vuelta a la plenitud de la sana conciencia
es muy arduo y difícil, por eso mismo son pocos los que
aciertan a volver y a través de formas, intentan arreglar sus
vidas, pero en vano; porque el diablo sabe de nuestros
pasos y siempre aguarda nuestra derrota con ansiedad.
Porque si la confesión a Dios resolviese el problema,
entonces, ¿cómo quedarían las personas que fueron
víctimas de nuestros errores?
   La conciencia pura es siempre identificada por la paz del
Señor Jesucristo, como está escrito:
   «Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones,
a la que asimismo fuisteis llamados en un solo
cuerpo; y sed agradecidos» (Colosenses 3:15).
    Si deseamos mantener nuestra conciencia limpia,
necesitamos estar siempre en paz con Dios y con nuestros
semejantes, especialmente con los hermanos en la fe; y
jamás dejar acumular pecados sino que debemos
confensarlos siempre, porque cuando hay confesión de
pecados es como si estuviese arrancando de dentro de sí la
suciedad, toda inmundicia, y si no hay una confesión total
no hay limpieza total, y el resto de inmundicia que quede va
a crecer y rebosar de pecados nuevamente, y cada vez será
más intenso, cada vez mucho peor... El Espíritu Santo
afirma:
   «Porque si pecáremos voluntariamente después
de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no
queda más sacrificio por los pecados, sino una
horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego
que ha de devorar a los adversarios. El que viola la
ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres
testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor
castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo
de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en
la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de
gracia?» (Hebreos 10:26-29).
  ¿Cómo puede un pastor pecador
ser bendecido en el púlpito?
    Aparentemente, el pastor que cometió pecado puede ser
bendecido en el púlpito. Esto sucede porque antes de
ministrar la Palabra, hay una humillación delante de Dios, y
el Señor, para honrar su palabra y Su Santo Nombre,
permite que sucedan hasta milagros. Pero, esto no exime al
pastor pecador de irse enfriando cada día, por cuanto ha
rechazado la buena conciencia acaba naufragando no solo
en el ministerio, sino también sobretodo en la fe. El pastor
que piensa que su trabajo en la iglesia justifica sus actitudes
pecaminosas, no solo se está engañando a sí mismo,sino a
la iglesia también. Y lo que es peor está jugando con Dios,
más pronto o más tarde su pecado escondido acaba por
salir a la luz y su vergüenza será mayor. Es claro que la
iglesia será más perjudicada ante el carácter sucio de ese
pastor, sin embargo ella se levantará nuevamente y el
pastor caerá definitivamente...
   «Esto es demostración del justo juicio de Dio, para
que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el
cual asimismo padecéis» (1 Timoteo 1:5).
   Abandonemos los pecados escondidos comenzando por
confesarlos a quien de hecho, con la conciencia limpia,
vengamos a servir como vasos inmaculados del Espíritu
Santo, evitando así «apagar» el espíritu que en nosotros
habita, sino por el contrario, traer gozo y alegría al corazón
de nuestro Señor y rey Jesús; al mismo tiempo pisando con
toda fuerza en la cabeza de Satanás, a través de nuestro
testimonio de fe.
   Que Dios bendiga a todos, guardándonos de la mala
conciencia por los pecados...
Amén.
                     Capitulo V
   Perseverancia
    La perseverancia es una cualidad capaz de hacer a
alguien mantenerse firme y constante en sus objetivos y
propósitos hasta alcanzarlos plenamente. Al cristiano le da
firmeza de carácter, en la conciencia de la fe pura, aún bajo
las más diversas circunstancias, hasta la muerte.
   Todo cristiano que se precie debe pasar por pruebas,
porque estas producen actitudes perseverantes, como está
escrito:
   «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os
halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba
de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la
paciencia su obra completa, para que seáis perfectos
y cabales, sin que os falte cosa alguna» (Santiago
1:2-4).
   «Y no sólo esto, sino que también no gloriamos en
las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba,
esperanza» (Romanos 5:3-4).
   Si observamos con cuidado la historia de los grandes
personajes del mundo, de cómo ellos consiguieron fama y
éxito por sus grandes hechos, notaremos una cualidad
común en todos ellos: eran constantes, firmes y
persistentes. Ante muchos fracasos, ellos no desistieron de
alcanzar sus metas. Cuantas veces ellos caían, se ponían de
pie y continuaban, en busca de la victoria. Si ellos, que eran
incircuncisos de corazón, alcanzaron sus metas, mucho más
nosotros, los cristianos, que tenemos el amor de Dios en
nuestros corazones y la orientación más cierta que es Su
Palabra, animándonos a avanzar, cueste lo que cueste,
duela a quien duela, hasta que alcancemos la perfección.
   Todo en la vida depende de la perseverancia. El propio
Señor Jesús dejó clara una exhortación, cuando dijo:
   «Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas»
(Lucas 21:19).
    Sin embargo, no es solamente las almas que ganaremos,
sino cualquier cosa que deseemos. Sólo depende de
nosotros, de cada uno de nosotros, para nuestras propias
realizaciones. Y esto no acontece por casualidad, es preciso
una constancia, un espíritu perseverante, indomable, una
firmeza de fe. El escritor a los Hebreos afirma:
   «Porque os es necesaria la paciencia, para que
habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la
promesa» (Hebreos 10:36).
   Creo que la derrota y el fracaso son frutos de la
falta de perseverancia más que otro hecho
cualquiera. Porque cuando se cree en aquello que se
hace con determinación, obligatoriamente se tiene
que obtenerse un resultado positivo. ¡Es la regla de
la vida! Es la ley fija celestial que dirige todas las
cosas, es decir, lo que el hombre siembra eso
recogerá (Gálatas 6:7).
   Hay un refrán popular que dice «agua blanda en piedra
dura, tanto golpea que al fin la rompe». ¿No será esto un
ejemplo para nosotros, los cristianos, en relación a las cosas
que queremos alcanzar? ¿Por qué Josué tuvo que rodear
Jericó tres veces consecutivas para que pudiese ser
conquistada? ¿Por qué Naamán tuvo que zambullirse siete
veces en el río Jordán para ser curado de su lepra? ¿Dios no
podría, en la primera vuelta alrededor de Jericó hacerla
derrumbar? Y Naamán, ¿no bastaría zambullirse una única
vez en el río Jordán para ser curado? ¡Es claro que sí! ¿Y por
qué entonces tuvieron que proceder de la misma manera
varias veces? ¿Quién hizo que las murallas de Jericó se
derrumbasen: las tres vueltas, el pueblo de Israel, o el Señor
de los Ejércitos? ¿Quién curó a Namán: las aguas del Jordán,
zambullirse siete veces, o el Señor de los Señores, que
ordenó aquella actitud? Pues bien, el mismo Dios, Señor de
los cielos y de la tierra, el Todopoderoso, también nos
ordena a seguir adelante, corriendo hacia la meta, con un
espíritu perseverante, sin titubear, sin enflaquecer, sin mirar
hacia lo que quedó atrás, conservándonos firmes y
constantes sin vacilar.