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Al poder del amor
¡IMPORTANTE! __________________________________________________________________________ 3
Contenido ______________________________________________________________________________ 5
Staff ___________________________________________________________________________________ 6
Sinopsis ________________________________________________________________________________ 7
Prólogo ________________________________________________________________________________ 8
Capítulo Uno ___________________________________________________________________________ 10
Capítulo Dos ___________________________________________________________________________ 14
Capítulo Tres ___________________________________________________________________________ 19
Capítulo Cuatro _________________________________________________________________________ 30
Capítulo Cinco __________________________________________________________________________ 37
Capítulo Seis ___________________________________________________________________________ 51
Capítulo Siete __________________________________________________________________________ 62
Capítulo Ocho __________________________________________________________________________ 71
Capítulo Nueve _________________________________________________________________________ 83
Capítulo Diez ___________________________________________________________________________ 99
Capítulo Once _________________________________________________________________________ 111
Capítulo Doce _________________________________________________________________________ 132
Capítulo Trece _________________________________________________________________________ 143
Capítulo Catorce _______________________________________________________________________ 157
Capítulo Quince ________________________________________________________________________ 177
Capítulo Dieciséis ______________________________________________________________________ 198
Capítulo Diecisiete _____________________________________________________________________ 205
Capítulo Dieciocho _____________________________________________________________________ 222
Capítulo Diecinueve ____________________________________________________________________ 235
Capítulo Veinte ________________________________________________________________________ 251
Capítulo Veintiuno _____________________________________________________________________ 266
Capítulo Veintidós ______________________________________________________________________ 281
Capítulo Veintitrés _____________________________________________________________________ 291
Capítulo Veinticuatro ___________________________________________________________________ 313
Capítulo Veinticinco ____________________________________________________________________ 323
Capítulo Veintiséis______________________________________________________________________ 335
Capítulo Veintisiete _____________________________________________________________________ 346
Capítulo Veintiocho_____________________________________________________________________ 359
Capítulo Veintinueve____________________________________________________________________ 367
Capítulo Treinta _______________________________________________________________________ 372
Capítulo Treinta y Uno __________________________________________________________________ 380
Epílogo_______________________________________________________________________________ 383
Este Libro Llega A Ti Gracias A ____________________________________________________________ 395
                Hada Avery
                Hada Musa
                Hada Nayade
                Hada Gwyn
 Hada Rose
                                  Hada Anya
 Hada Maca
                                   Hada Ryu
 Hada Laila
Hada Edrielle
Hada Aine                     Hada Anjana
 Si la locura tiene un nombre... es el suyo.
   Ella es una artista que busca consuelo.
Él es un asesino en serie que busca venganza.
              Ella no recuerda.
            Él lo recuerda todo.
               Ella está rota.
            Él está obsesionado.
           Ella quiere la verdad.
            Él quiere venganza.
          Uno de ellos es culpable.
          Uno de ellos es inocente.
           Ambos quieren ganar.
  Y para ello uno de ellos tiene que morir.
     Con un fuerte chapoteo, me sumerjo en el agua, y al instante el
silencio me rodea, bloqueando el mundo exterior.
     Contengo la respiración, luchando e intentando liberar mi tobillo de
la cuerda que lo envuelve. La bolsa de piedra atada a él me lleva cada
vez más profundo, en el agujero azul del océano mientras contengo la
respiración todo lo que puedo.
     Mis pulmones arden por la falta de oxígeno, y por mucho que me
retuerza y trate de alcanzar el nudo, estoy indefensa ante el agua y su
poder.
     Mirando a mi alrededor, busco cualquier fuente de ayuda, aunque
sea inútil. Rezo por algún tipo de intervención divina que me rescate de
esta pesadilla que se ha convertido en mi realidad, pero no hay nada a la
vista.
       En su lugar, la bolsa me jala del pie con más fuerza, y me hundo
más.
     Finalmente, la opresión en mi garganta se hace insoportable y cierro
los ojos, sucumbiendo a la oscuridad que acaba con todo.
       La guerra ha terminado.
Se ha elegido al vencedor.
Y nadie se llevó el botín.
    En algún lugar del mundo…
    Abril 2019
    La bolsa de basura negra que hay en el suelo envuelta con una
cuerda tensa se mueve frenéticamente, mientras de ella salen sonidos
apenas audibles, probablemente suplicando.
    Como si me importara.
    Silbando fuertemente, doy más golpes con mi bate de béisbol, y la
bolsa se moja lentamente, si el líquido que hay debajo es una indicación.
     —Es realmente vergonzoso, Ron. Es solo el principio, y ya te has
mojado los pantalones. —Suspirando dramáticamente, arrojo el bate al
suelo y éste repiquetea con fuerza al rodar hacia un lado. Luego tomo el
cuchillo del bolsillo trasero.
     Afilado, con los bordes serrados en un tamaño medio, es perfecta
para lo que tengo planeado a continuación.
     De rodillas junto a él, sujetando el cuchillo con ambas manos, se lo
clavo justo en medio del abdomen. Esta vez, su grito se oye incluso a
través de la maldita mordaza.
    —Un poco de paciencia, Ron. Esto no es nada comparado con lo
que te espera —le aseguro, sacando otro cuchillo y cortando de él las
cuerdas junto con la bolsa.
     Lentamente, aparece a la vista, pálido como la mierda, a pesar de
que su piel es naturalmente bronceada; su uniforme negro está empapado
de sangre, y el miedo está escrito por toda su cara. Murmura algo a través
de la cinta adhesiva pegada a su boca que sujeta la mordaza, y decido
ayudarle.
    —Aquí tienes, Ron. —Tiro de ella con fuerza, y él grita de dolor,
mientras un poco de piel y sangre terminan en la cinta, con los labios
completamente agrietados y desgarrados—. ¿Ves? Puedo ser bueno
cuando quiero.
     Parándome, lo agarro del cabello y lo levanto conmigo. Respira con
dificultad, agregando lágrimas a todo lo demás, y se balancea en mi
agarre, pero eso solo hace que lo agarre del cabello con más fuerza.
    —Quédate quieto antes que te rompa las piernas. —Se congela de
inmediato y lo empujo en dirección a la piscina que está a unos metros de
nosotros.
     Sí, construirla dentro de mi casa, a escondidas de todo el mundo, fue
realmente una magnífica idea.
     —¿Por qué haces esto? —pregunta, y luego gime cuando presiono
su cabeza, indicándole que se siente en la silla situada, justo en la orilla
de la piscina.
    En el momento en el que su culo está en el asiento, amarro las
cadenas alrededor de su pecho, enganchándolo a la pesada bolsa de
piedras.
    —Lo siento —murmura, aclarándose la garganta—. Te equivocas.
No nos conocemos.
    Sonrío, tirando de las cuerdas, satisfecho con su fuerza.
    Dando un paso atrás, doy la vuelta para situarme frente a él y apoyo
mi mano en el respaldo de la silla, inclinándome más hacia él. Sudor y
sangre gotean de su frente, pasando por su nariz y sus labios.
    —Ron, ¿es bueno olvidar a tus viejos amigos? —Frunce el ceño,
mirándome a la cara, pero por su mirada perdida, entiendo que sigue sin
reconocerme.
    Pero, de nuevo, es difícil reconocer a un hombre muerto.
    —Tengo una familia. Me necesitan.
     —Teniendo en cuenta tu línea de trabajo, ¿crees que esta clase de
conversación funciona en estas situaciones? —pregunto y él palidece,
mientras la desesperación se apodera lentamente de él, porque finalmente
se da cuenta de que no hay escapatoria.
    La lástima, el remordimiento, la compasión. No existen para mí.
    Al menos, no para la gente que me ha traicionado.
     —Podría pasar horas torturándote hasta que finalmente lo entiendas,
pero no lo haré. —Exhala aliviado, así que añado—. En lugar de eso, te
vas a ahogar mientras tus pulmones se llenan lentamente de agua.
    Sacude la cabeza y murmura.
    —Por favor, tengo dos hijos. —Y me importa un carajo.
     Pero antes que muera, quiero alimentar su curiosidad para que sepa
por qué Dios me lo envió.
     —La expiación llega de una forma u otra, ¿verdad, Ron? —Sus ojos
se abren de par en par y su boca se abre, probablemente queriendo decir
algo, pero ya he terminado con él.
    Ya he perdido más tiempo del necesario.
     Le doy una dura patada a su silla y se sumerge en la piscina con un
gran chapoteo, justo después de que su grito de miedo muera en el agua.
Veo cómo su cuerpo es arrastrado lentamente cada vez más lejos hasta el
fondo de la piscina, donde sigue luchando, su cabeza moviéndose de un
lado a otro mientras tira de sus brazos, con la esperanza de escapar.
    Eso es lo que hacemos los humanos. Incluso cuando todo se va a la
mierda y no hay esperanza, nos aferramos a la creencia de que
milagrosamente alguien o algo vendrá a salvarnos.
    Pero nunca lo hacen, y yo lo descubrí por las malas.
     Pasan unos segundos y, finalmente su cuerpo se detiene, unos ojos
abiertos muy sorprendidos, me miran desde el fondo, y tacho
mentalmente su nombre de la lista.
    Mi teléfono vibra en el bolsillo y contesto al tercer timbre.
    —Llamada inesperada.
     El silencio me saluda durante varios latidos antes que la persona al
otro lado de la línea hable.
    —¿Estás seguro de esto? No hay vuelta atrás.
    Una risa hueca resuena en el lugar. Un odio familiar se instala
dentro de mí, alimentado por una furia que no conoce la piedad.
    —Estoy seguro.
    Todos tienen que pagar por lo que me han hecho.
    Especialmente ella.
    Nueva York, Nueva York
    Abril 2019
     El sol brilla intensamente sobre el lienzo, blanco como la nieve,
cautivándome con su pureza, y mis manos se contraen para mancillarlo
con color.
     Me acerco a la ventana, la abro de par en par y un fuerte viento casi
me tira de culo, pero afortunadamente me agarro con fuerza al alféizar de
la ventana. La naturaleza está evidentemente en medio de una tormenta,
tan rara para esta época del año en Nueva York, pero al mismo tiempo es
bienvenida.
    La lluvia cae con fuerza contra el pavimento. El olor fresco del
cemento penetra en mi nariz, y lo inhalo profundamente, deseando haber
tomado esa taza de té de menta en la cocina.
     Estudiando a las personas que corren rápidamente en busca de
refugio, la inspiración aparece en mi cabeza, me quito la chaqueta, me
arremango el suéter y estoy a punto de agarrar el pincel amarillo, lista
para recrear las imágenes a mi alrededor.
     Solo que, en cambio, mis dedos se envuelven alrededor de un solo
lápiz con un extremo afilado que se encuentra en la esquina del kit de
pintura.
    En segundos, mis manos, por su propia voluntad, comienzan a
dibujar los ojos más azules como el océano, que miran con picardía y
amor, cejas claras que siempre le dan una expresión melancólica,
mechones rubios sedosos hasta los hombros, hoyuelos en las mejillas y
una barba del día después, que se suma a la apariencia salvaje pero sexy
que volvería locas a las chicas.
    Con un profundo suspiro, sigo dibujando todos los detalles de la
persona hasta que mis brazos se entumecen y el lápiz cae al suelo.
    Dando un paso atrás, estudio el dibujo frente a mí mientras el dolor
en mi corazón se intensifica, aunque no puedo entender por qué.
     El hombre guapo me mira directamente con una felicidad que solo
el amor verdadero puede proporcionar.
     Distintas voces resuenan en mis oídos mientras mi cabeza comienza
a palpitar. Poniendo mis dedos en mis sienes, trato de alcanzar algo fugaz
en mi memoria que atormenta mi mente, pero al mismo tiempo no revela
su origen.
     Resoplando de frustración, me pregunto si existe una cura para la
locura que se ha instalado en mi cerebro durante los últimos meses y
perturba mi vida.
     Un fuerte golpe en la puerta llama mi atención cuando Kaden entra,
sus ojos viajan al dibujo y se vuelven azul oscuro.
     Odia cuando hago eso, y mi explicación no ayuda a calmar el
infierno que ruge en él, cada vez que le menciono mi problema.
     Espero otra sermón sobre centrarme en mis estudios en lugar de esta
estupidez, como él la llama.
     Sin embargo, exhala con fuerza, mete los pulgares en los bolsillos
de los pantalones y pregunta.
    —¿Qué necesitas, Emerald?
    Mi corazón se congela, pero luego se acelera de nuevo, mientras
busco las palabras correctas que lo hagan entender.
    Es de vital importancia para mí.
     —Necesito ir a la isla. —Mira hacia un lado y veo que sus manos se
cierran en puños, así que rápidamente agrego—: Esta historia no me
dejará en paz, Kaden. Tengo que ir allí y darle justicia.
      —Eres una profesora. La pintura es tu maldita afición. ¡No eres una
escritora! —grita, pero niego con la cabeza, manteniendo la barbilla en
alto.
     —Eso es cierto. Pero esta historia en mi cabeza no se va, no
desaparece. Y creo que es porque me estoy escondiendo de ella. Quiero
escribirla. Pero para eso, necesito ir allí para sentirlo todo.
    —Es peligroso e imprudente.
     Frunzo las cejas ante sus palabras, mientras me siento confundida.
¿Cómo puede ser peligroso ir a la isla durante el verano y escribir un
libro de romance?
    —Kaden, iré pase lo que pase. Pero hubiera preferido no ir con
nosotros peleando.
    Amo y confío en mi hermano mayor con todo mi corazón. Nunca
me cortó las alas ni restringió mi libertad, sino que me dio todas las
oportunidades del mundo para ser yo misma.
     Él estuvo allí conmigo a través de todo. Los huesos rotos. Pérdida
del sesenta por ciento de mi vista. La razón por la que conocía tan bien el
dibujo era porque lo saqué de mi cerebro.
    Entiendo su protección debido a todas mis condiciones, y el peligro
que podría esperarme en un lugar desconocido, pero… ¿cuándo roza la
locura? No hay manera que me pare.
    —No estás lista para enfrentarlo, Emerald.
    Una vez más, los acertijos que me confunden de alguna manera, lo
enfurecen ante la posibilidad de que yo “descubra” algo enorme.
    Viví una vida tan aburrida como pude. ¿Qué podría descubrir?
    —Kaden… —Levanta la mano y me callo, esperando a que lo
procese todo.
    Finalmente se acerca, palmeando mi cabeza y dándome un suave
beso en la frente.
    —Vamos. Pero recuerda siempre que a veces no hay elección en
nuestras acciones.
    Antes que pueda comentar sobre eso, me abraza y presiona mi
mejilla contra su hombro mientras me mece en sus brazos. Se siente
como si me estuviera dando el último abrazo o tiene miedo de que nunca
vuelva a tener esta oportunidad.
    En lugar de pensar en su comportamiento extraño, le devuelvo el
abrazo y sonrío, porque puedo ir allí y acabar con esta locura.
    Dos amantes desafortunados en mi cabeza tendrán su historia
contada.
    Mi vida volverá a la normalidad y finalmente tendré paz.
Si la locura tuviera un nombre… sería el de ella.
    De las páginas del libro…
     Levantando la pelota por encima de mi cabeza, la lancé y la golpeé
con la mano.
    Voló por encima de la red, el otro equipo devolvió el golpe, y así
había comenzado el juego.
     El voleibol era lo único bueno de todas estas vacaciones forzadas
que mis padres me echaron en la cabeza. Bueno, eso y mis clases de
pintura con un artista local.
    Ve a visitar a tu abuela, Emerald. Ella te echa de menos.
    Que montón de mierda. No es que Nona no me quisiera ni nada.
Estaba feliz de verme, pero teniendo en cuenta que tenía una aventura de
verano con su vecino, tenía serias dudas de que suplicara a mis padres
por mí.
    No hace falta decir que ambas estábamos un poco decepcionadas,
ya que planeaba pasar mi verano en el centro médico ayudando a la
doctora Melanie con sus pacientes. Terminar la escuela secundaria un
año antes no era parte de mi plan, pero funcionó perfectamente para mí,
ya que podía obtener experiencia, práctica y créditos adicionales antes
de asistir a la universidad.
     Pero a mis padres sobreprotectores, les preocupaba que no pudiera
disfrutar de mi adolescencia como se suponía que debía hacerlo, así que
me enviaron aquí para pasar un verano “divertido” con mis compañeros
antes de todas las cosas serias de mi vida. Ninguna cantidad de súplicas
haría que cambiaran de opinión.
    Sin embargo, en el fondo, sospechaba que me enviaron aquí para
que no hiciera ninguna estupidez, mientras papá se preparaba para su
campaña electoral.
     —Em, mira esto —gritó Olivia detrás de mí, y giré mi cabeza justo a
tiempo, para verla hacer un salto de estrella en la playa. Con un suspiro
de exasperación, le di un pulgar hacia arriba y ella sonrió con orgullo.
    ¿Quién diablos hacía eso en medio del juego?
    Solo mi loca mejor amiga, y era imposible no reírse cuando tropezó
y cayó de culo. La chica tenía muchos talentos, pero ser flexible no era
uno de ellos.
     —¡Cuidado! —gritó alguien, apartando mi atención de mi amiga.
Una fracción de segundo después, algo fuerte golpeó mi cabeza. Un
dolor punzante me recorrió, y no pude contener un grito cuando
entrelacé mis manos sobre mi cabeza y caí de rodillas. El mareo se
apoderó de mí al instante.
    —Muévete —ordenó una voz masculina, y mis ojos viajaron para
primero notar piernas bronceadas en pantalones cortos y luego un dios
nórdico sin camisa, porque ¿de qué otra manera era posible lucir tan
malditamente sexy, con cabello largo y rubio y un pecho musculoso?
     Se arrodilló frente a mí y envolvió sus manos alrededor de mi
cuello, y por un segundo nuestros ojos se encontraron.
    Incluso en mi estado no tan bueno, sentí que todo lo que nos
rodeaba se desvaneció.
     —Oh, vaya —susurré mientras mi respiración se entrecortaba, y lo
siguiente que supe fue que derramé mi almuerzo sobre sus pantalones
cortos perfectamente blancos.
    —Oh, asqueroso —gimió Olivia, y pude identificarme. Ver a alguien
vomitar era algo repugnante, pero justo en ese momento, no podía
importarme menos, porque en serio sentía ganas de morir.
     —Ella podría tener una conmoción cerebral. Tenemos que llevarla
a un hospital —dijo la misma voz ronca, y luego inclinó mi cabeza hacia
atrás y la limpió con su camisa, que sorprendentemente tenía en el
bolsillo trasero de sus pantalones cortos. La tiró, y lo siguiente que supe
fue que me levantó en sus brazos y no tuve más remedio que envolver mis
débiles brazos alrededor de su cuello para mantener el equilibrio.
     —Lo siento, chica. No tenía idea de dónde tiré ese boomerang —
dijo otra voz en tono de disculpa, pero no pude encontrar la fuerza en mí
para seguirla.
    —Deberías haber estado prestando atención. —La voz ronca se
endureció; no parecía complacido con la otra persona en este momento.
    —Brochan, hombre, vamos… —Las palabras se desvanecieron
mientras el olvido se apoderaba de mí, pero el nombre seguía sonando
en mi mente.
    Brochan.
    Que hermoso nombre.
    Isla, Estados Unidos
    Julio 2019
     Ajustando mejor la laptop en mi regazo, apoyo mi espalda en el
asiento del auto y me muerdo el labio, disgustada por este capítulo.
     —¿Está bien, señorita? —me pregunta Peter, nuestro conductor,
mientras conduce el auto entre varias curvas cerradas antes de emprender
la carretera recta, con el viento soplando a través de las ventanas abiertas.
     —Un poco frustrada ahora mismo —respondo con sinceridad, y él
se ríe cuando le envío un guiño.
    El hombre tiene más de sesenta años, siete nietos y una amada
esposa que vive en los suburbios y apoya su idea de la jubilación, que
consiste en trabajar siete horas al día como conductor para familias
adineradas. Kaden y yo lo queremos tanto que es parte de nuestra familia
desde hace diez años, o al menos eso dicen todos.
     Después del accidente, algunos de mis recuerdos son borrosos, pero
por suerte mi hermano siempre está ahí cuando necesito ayuda.
     —Kaden me ha dicho que has decidido escribir un libro —dice, y yo
cierro la computadora, renunciando a seguir escribiendo, porque sé que
cuando Peter se cansa de los largos viajes en auto, habla mucho para
mantenerse despierto.
    —Sí.
    Asiente con aprobación, apagando la radio, probablemente para
escucharme mejor.
    —Siempre es bueno tener una nueva profesión.
    Se me escapa una risita mientras tomo un sorbo de mi agua.
    —No pienso publicarlo. Las imágenes siguen apareciendo en mi
cabeza, así que quiero escribirlo y acabar con él.
    —Oh. —Un momento, y luego—. ¿Por qué estás frustrada?
     —Parece que son adolescentes enamorados, ¿sabes? Y amor a
primera vista. Como si esas cosas existieran. ¿Y puedes creer que le puse
mi nombre? Es tan raro, como si ningún otro nombre le quedara bien, así
que le puse el mío.
     Como lo estoy mirando, no se me escapa cómo palidece un poco y
sus nudillos se tensan sobre el volante antes de aclararse la garganta.
    —Ya veo. ¿Y por qué has venido aquí a escribirlo? —La forma en
que formula su pregunta, con un toque de pánico en su tono, me indica
que de alguna manera ya sabe la respuesta a esa pregunta.
    Y la respuesta le asusta.
    —Su historia está aquí, y yo nunca he estado aquí, así que… me
pareció bien.
    —Por supuesto —dice, y vuelve a aclararse la garganta. Frunzo el
ceño ante esta reacción tan extraña y me pregunto si me he perdido algún
memorándum. ¿Por qué es tan horrible escribir la historia en una isla?
    Una historia que, probablemente acabará siendo la de dos
adolescentes enamorados que viven una aventura de verano.
    Se gira hacia mí, captando mi mirada.
     —Tenga cuidado, señorita. Algunas cosas deben permanecer
enterradas.
    ¿Qué demonios…?
     —Peter, ¿qué estás…? —Por el rabillo del ojo, capto una visión
increíble y grito—. ¡Para! —Los neumáticos chirrían contra el pavimento
y él se detiene bruscamente. Solo el cinturón de seguridad me salva de
golpearme la frente con el asiento delantero.
     —Señorita, ¿qué está…? —Su voz es un borrón. Salgo rápidamente
del auto y me precipito a la playa, ignorando la arena que vuela bajo mis
bailarinas y el viento que me golpea la cara. Mi vestido blanco de verano
me rodea, probablemente dando la vista a unos cuantos curiosos.
     Pero no me importa nada, ya que toda mi atención se centra en la
red de voleibol, exactamente igual que en mi escena escrita.
    ¿Cómo es posible?
    ¿Cómo?
    —Dios mío —murmuro, y me acerco cuando una escena diferente
aparece en mi mente.
     —Esta apuesta es ridícula —se queja Olivia mientras se envuelve el
suéter en la cintura—. Nos darán una paliza y tendremos que cocinar el
desayuno todos los días. —Mis cejas se levantan ante sus palabras, así
que ella levanta la mano y dice—. Vale, vale. Tendrás que hacer eso.
Pero en serio, Em. ¿En qué demonios estabas pensando al aceptar esto?
    —No fui yo quien discutió con Donovan, lo que terminó con
nosotras en esta situación. —Parece que mi mejor amiga tiene una
memoria muy selectiva.
    —Lo que sea. Si perdemos, me debes una.
     —Ya vives en mi casa y comes mi comida. Creo que estamos en paz
de cualquier manera. —Se ríe y luego me abraza más fuerte, dándome
un fuerte beso en la mejilla.
    —Por eso somos mejores amigas para siempre.
    —Tiempo presente —susurro, quitándome los mechones de cabello
de la cara mientras la escena crea un caos en mí. Escribo en tiempo
pasado. ¿Por qué suena en presente?
     ¿Por qué a veces me parece que estoy reviviendo un recuerdo en
lugar de una historia creada por mi imaginación?
     Sacudiendo la cabeza, decido reflexionar más tarde e investigar los
procesos de escritura de diferentes autores. Seguro que no estoy sola en
esto, y todo tiene una explicación.
    Las olas que rompen en las rocas me sacan de mi aturdimiento, y
mis ojos se abren de par en par para contemplar el magnífico océano.
     El poder de la naturaleza, que no se puede negar. El agua azul y
brillante casi me llama para que entre en ella y, sin pensarlo, me quito las
bailarinas y me lanzo hacia el océano, clavando los dedos de los pies en
la arena, mientras una emoción desconocida crece en mi interior.
     Ni siquiera me detengo a pensar en el hecho que el agua me da
miedo, o en que incluso las piscinas pequeñas siempre me han asustado,
y con la seguridad de Kaden de que no sé nadar, nunca he tenido la
tentación de intentarlo.
     Las gaviotas animan con fuerza y la ligera brisa roza mi mejilla,
mientras el aire salado y fresco penetra en mi nariz, todo ello mientras el
sol brilla con fuerza, y me envuelve en una atmósfera mágica en la que
todo parece tranquilo y maravilloso.
    No necesito una vista perfecta para admirar todo eso.
     En cuanto pongo un pie en la orilla, el agua me hace cosquillas en
los dedos y los muevo, agradeciendo la sensación, y sin pensarlo, me
meto hasta las rodillas.
    El océano.
    Mi mejor amigo.
     —Te he echado tanto de menos —susurro, levantando el agua con
las palmas de las manos y salpicando—. Nadie puede escucharme o
entenderme como tú. —En el momento en que las palabras salen de mi
boca, algo dentro de mí cambia y doy un grito de sorpresa.
     La realidad se hunde muy rápido y el pánico se apodera de mí, mis
acciones finalmente se asientan en mi nebuloso cerebro.
    ¡Estoy en el océano! Lo llamo mi mejor amigo, cuando es mi mayor
temor.
     Me doy la vuelta, pero grito de dolor cuando mis pies se raspan
contra una roca grande y afilada y, al mismo tiempo, enormes olas se
abaten sobre mí, absorbiéndome mientras me ahogo con el agua, al
alejarme de la seguridad y adentrarme más en el océano.
     Intento salir, moviendo las manos en distintas direcciones, pero es
inútil. Hace un minuto estaba hasta las rodillas, así que ¿cómo puedo
estar ya flotando en el agua?
     Me arden los pulmones. No puedo llegar a la parte superior del agua
para inhalar una bocanada de aire, y mi vestido blanco solo me arrastra
hacia lo más profundo, o eso parece en mi cerebro aturdido por el pánico.
De repente, siento unas manos fuertes que me rodean y me levantan.
     Sorprendentemente, mis pies se mueven libremente como si
recordara la acción.
    —Nada, maldita sea —ordena la voz, y lo hago, con su ayuda.
     Un poco más, y estoy sentada en la orilla, tosiendo agua y
respirando todo el aire posible, y luego abriendo y cerrando los ojos,
esperando que el dolor que hay allí se disuelva.
    —No entres en el océano cuando se avecina una tormenta si no
sabes nadar —dice la misma voz, y se me pone la piel de gallina, porque
la voz y el tono me pellizcan la memoria, intentando arrastrar algún tipo
de información, pero sin conseguirlo.
     Lo único que perdura es que su voz me resulta familiar y a la vez
extraña.
     Girando lentamente la cabeza, me doy cuenta que el hombre está de
pie a unos metros de mí. Debido a que el sol me impide verlo, solo puedo
distinguir unos hombros anchos, un cabello hasta los hombros y una
barba, mientras su pecho musculoso brilla a la luz por las gotas de agua
que lo cubren.
    Podría ser fácilmente un vikingo, ya que solo me viene a la mente
un guerrero cuando lo miro. La sensación de poder que lo rodea es difícil
de pasar por alto, incluso con mi vista.
    —Gracias —digo finalmente, con las mejillas sonrojadas.
Seguramente le parezco una tonta, mirándolo así.
     —Emerald. —Me quedo helada cuando mi nombre se desliza por
sus labios, y el dolor se hunde en mi cabeza, como si alguien la golpeara
con un martillo. Me toco la cabeza y la sacudo de un lado a otro, odiando
los constantes dolores de cabeza que no desaparecen por mucha
medicación que tome.
     Uno de mis médicos dijo una vez que debía evaluar siempre que se
produjeran para encontrar un patrón. Y así lo hice, descubriendo que se
producían más en verano durante mis estudios, cuando pintaba, o
recientemente cuando empecé a escribir el libro.
     Pero ¿por qué mi nombre en la lengua de este desconocido me evoca
tanta emoción?
    Lamiéndome los labios secos, le pregunto.
     —¿Cómo sabes mi nombre? —Mi corazón late rápidamente dentro
de mi pecho esperando su respuesta, casi desesperada y necesitada, como
si fuera a ser algún tipo de clave para mí.
    Para todo.
     En lugar de hablar, se acerca y se arrodilla frente a mí, sus dedos
atrapan mi barbilla y, por un momento, parece que aplica más presión
sobre mi piel de la que debería.
     —¿De verdad quieres saberlo? —murmura, y yo suspiro casi
aliviada, aunque sé que mi comportamiento no tiene ningún sentido.
     Pero ya estudiaré mis reacciones más tarde. Desecho cualquier
sentido común y me centro en su respuesta.
Emerald… un nombre hermoso que destruyó mi vida.
    De las páginas del libro…
    Algo frío presionó mi cabeza y, sorprendentemente me alivió el
dolor. Moví la cabeza, abrí los ojos y el olor familiar del hospital entró
en mis fosas nasales.
    ¿Por qué demonios estaba yo aquí?
     —Hola. —Alguien llamó suavemente, y una mano tocó suavemente
mi mejilla—. Estás despierta. —Mis ojos se ajustaron a la brillante luz
que me cegó al principio. El mismo tipo de la playa estaba sentado
frente a mí en la esquina de la cama.
    ¿Era real, no un producto de mi imaginación después de todo?
    —¿Te duele? —me preguntó, y lo único que pude hacer fue asentir,
lo que me produjo más dolor y me hizo hacer una mueca de dolor.
Frunció el ceño y luego pulsó el botón de mi derecha, y no tardó en
aparecer un hombre con bata azul.
    —¿Sí?
    Giró la cabeza hacia el hombre, pero no dejó de tocarme.
    —Está despierta. Creo que le duele.
    El médico, supuse, se acercó, comprobó mis constantes vitales y
luego los ojos con una pequeña luz. Sus dedos presionaron mi muñeca
para sentir mi pulso.
    —Menos mal que está despierta, y por supuesto que sentirá dolor.
Le daremos un poco de medicación y luego podrá irse. Hay que
despertarla cada pocas horas para ver cómo está y darle esto. —Tomó
unas pastillas de la mesita de noche y se las dio a Brochan.
    El médico me sonrió y me guiñó un ojo.
    —Menudo día has tenido en la playa, ¿eh, Emerald?
    —¿Cómo sabe mi nombre? —¿Qué demonios estaba pasando
aquí?—. ¿Podría explicarme qué ha pasado y por qué estoy en el
hospital? No recuerdo mucho después de vomitar.
     Sí, le causé una muy buena primera impresión al dios nórdico
sentado a mi lado.
     El médico miró de nuevo al desconocido y luego procedió a
explicar.
     —Estabas en la playa y un boomerang te golpeó en la cabeza.
Sufriste una ligera conmoción cerebral y te desmayaste. Tienes un
chichón en la nuca, pero aparte de eso deberías estar bien. —Escaneó el
papel que tenía en la mano y luego añadió—. Tu amiga Olivia tuvo la
amabilidad de proporcionar tu identificación. —Tuve que parpadear
para procesar toda esa información a la vez, pero entonces sus últimas
palabras fueron como un jarrón de agua fría sobre mis hombros.
    —¿Contactaron con mi abuela? —pregunté, horrorizada, y ambos
fruncieron el ceño.
     Justo cuando el doctor abrió la boca para responder, alguien corrió
la cortina con fiereza, y Nona se quedó allí, echando humo furiosamente
con los ojos entrecerrados. Su acción también me permitió observar a
varios jóvenes que miraban nerviosos la escena. Olivia estaba con ellos,
sujetando mi mochila y mirando secretamente a uno de los chicos.
    Incluso con mi conmoción cerebral, era difícil no fijarse en sus
abdominales, así que no podía culparla.
     —¿Quién de ustedes le hizo daño a mi Em? —preguntó Nona, e hice
una mueca. Estaba en uno de sus estados de ánimo en los que razonar
no serviría de mucho. Una de las razones por las que no quería que se
enterara de todo esto.
     El pelirrojo se acercó a ella y abrió la boca para confesar
claramente que era él, si su pálida expresión era algo a tener en cuenta,
cuando una voz ronca habló alto y claro para que cualquiera en este
agitado lugar pudiera oírlo.
    —Yo.
    Espera, ¿qué?
     —No… —empecé, pero su mano grande y cálida cubrió la mía y la
apretó suavemente. Me sostuvo la mirada, y casi pude ahogarme en la
belleza de sus ojos azules, con largas pestañas marrones. Debía
considerarse un crimen que los chicos tuvieran las pestañas tan largas,
cuando las chicas ni siquiera podían conseguir ese efecto con el rímel.
    Nona resopló con desagrado, lo apartó de mí y se sentó en su lugar
mientras escudriñaba mi cuerpo en busca de daños.
    —¿Cómo estás, pequeña?
    Enviándole una media sonrisa, atrapé su mano entre mi hombro y
mi cuello.
     —Un poco mareada y me duele, pero el médico dijo que debería
estar bien pronto —mentirle a mi nona era imposible.
    Centró su atención en Brochan.
    —¿Cómo te llamas, joven?
    —Brochan, señora.
    Repetí su nombre en mi mente y me sorprendió el placer que me
produjo. Nunca había escuchado un nombre así.
    —¿Qué vas a hacer al respecto? —Me hizo un gesto con la mano
mientras mis ojos se abrían de miedo.
    Oh, no.
    —No creo que necesite… —Pero, por supuesto, no me dejó
terminar. ¿Por qué la gente seguía interrumpiéndome, por el amor de
Dios?
   —Me gustaría cuidar de ella y luego llevarla al cine, como
compensación por esto.
     Sacudí la cabeza, porque lo último que necesitaba era algún tipo de
lástima por parte del chico apuesto.
    Nona respondió como si yo no estuviera presente en la habitación.
     —Me parece bien. ¿Cuántos años tienes? —¿Por qué era relevante
esta pregunta?
    —Veintiuno, señora.
    Ella movió su dedo índice hacia él.
     —Mi nieta tiene diecisiete años. Nada de cosas raras. —
Cubriéndome la cara con las manos, gemí de vergüenza, ante varias
risas de sus amigos. ¿Por qué este tipo consideraría tales cosas? Estaba
tan fuera de mi alcance que ni siquiera tenía gracia.
    —Claro —respondió, pero había algo en su voz, que atrajo mi
mirada una vez más hacia él mientras sus ojos me estudiaban con una
expresión ilegible. Pero solo ese suspiro tuvo el poder de enviar calor a
todo mi cuerpo.
    ¿En qué me había metido?
    Isla, Estados Unidos
    Julio 2019
    —Tu conductor está gritando tu nombre. —Parpadeo ante su
comentario, y él mueve mi barbilla hacia un lado para que no tenga más
remedio que girarme. Peter se apresura a cruzar la playa, con la arena
volando en distintas direcciones, mientras se aferra a la gorra de
conductor con una mano. Solo entonces su voz de pánico llega a mis
oídos
    —¡Señorita Emerald!
     Creo que nunca lo había visto tan asustado, o tan rojo, en toda mi
vida.
    Se detiene bruscamente a mi lado, salpicándonos un poco de agua, y
doy un respingo cuando se quita la chaqueta y me cubre los hombros,
mientras un ligero temblor me recorre.
     —¿En qué estabas pensando, corriendo así a la playa? —Me
reprende un poco e incluso me da unas palmaditas en la parte superior de
la cabeza—. A este paso me vas a dar un infarto.
    Mi boca se abre en una pequeña sonrisa, porque siempre dice eso si
hago algo fuera de lo normal.
    —Tu mujer me mataría. Le tengo miedo.
    Se ríe, ajustándose el sombrero.
     —Es cierto. Mi señora es seria cuando se trata de… —Frunce el
ceño, al parecer ahora se da cuenta del extraño que está a nuestro lado, y
extiende su mano—. Peter Wilson.
    El desconocido mira su mano, luego al hombre, sonríe y se aleja sin
mirar atrás.
    —¡Espera! —grito tras él y me levanto, metiéndome más en la
chaqueta para que nadie pueda ver mi maldita lencería bajo el vestido
empapado.
     El hombre se congela de espaldas a mí y me apresuro, demasiado
temerosa de que se vaya antes de que tenga la oportunidad de mostrar mi
gratitud.
     —Gracias por salvarme la vida. No sé nadar. Habría muerto si no
fuera por ti.
    Al oír estas palabras, se da la vuelta y el viento le agita el cabello.
Me examina de pies a cabeza, pero no puedo estudiar su expresión, ya
que está demasiado lejos.
     —La mente humana es algo interesante. A veces se cree las mentiras
que la sociedad nos cuenta.
     Frunzo el ceño y abro la boca para comentar, pero él reanuda su
marcha y, con cada paso, desaparece hacia el horizonte, dejándome de
pie, confusa y perdida.
    ¿Por qué me ha dicho algo así?
    El amor y el dolor.
    Emociones poderosas que tienen la capacidad de borrar todo de tu
mente.
    Incluso a ti mismo.
    De las páginas del libro…
    Una canción de rock sonaba en mis audífonos mientras estaba
tumbada en la cama, mirando al techo y tarareando la melodía.
     El golpe de la puerta contra la pared me sacó del nirvana y envié a
Olivia una mirada molesta.
    Su boca se abrió y siguió diciendo algo, pero no pude escuchar
nada por encima de la música que sonaba en mis oídos.
    Cielos.
     Sus ojos se entrecerraron mientras exhalaba con fuerza. Entonces
saltó sobre la cama, me quitó los audífonos y finalmente su voz chillona
penetró en mis oídos.
    —¿Qué estás haciendo?
    —¿Qué parece que estoy haciendo? Escuchando música.
    —¡Son las cinco! —Volvió a gritar, y yo me encogí de hombros.
    —¿Y? —Estaba actuando como una loca—. Chica, ¿estás drogada?
—Me alejé a tiempo para evitar que tomara una almohada y me
golpeara en la cara con ella—. Oye, me estoy recuperando de una
conmoción cerebral.
    Olivia sonrió.
    —Sí, claro. Han pasado ocho días. Estás bien.
     Me acerqué a la ventana y la abrí para que entrara aire fresco, o tal
vez solo para distraerme de la conversación que estaba teniendo lugar.
    —Em —soltó Olivia, y yo puse los ojos en blanco.
    —¿Qué? ¿Qué tiene de importante la hora?
    —Tienes una cita esta noche.
    ¿Perdón?
    —¿Qué cita?
    —Con Brochan. Ya sabes, el galán que te llevó en brazos al
hospital. Ese Brochan.
    Oh, teníamos una definición muy diferente de la palabra cita
entonces.
    —No voy a ir.
    Su mandíbula casi golpea la cama.
    —¿Estás loca?
    —Solo déjalo.
    —Él te invitó…
     ¿Estábamos de vuelta con eso? Pensé que habíamos cubierto todas
las explicaciones ayer.
     —No lo hizo. Tuvo que hacerlo, porque Nona estaba en su culo para
que se disculpara adecuadamente. Lo último que necesito es una velada
de compasión. —Realmente, ¿por qué nadie entendía por qué toda esta
mierda no funcionaba para mí? Intenté evitarle la humillación y un
encuentro incómodo. Brochan no fue quien me hizo daño, así que no era
justo que él lo sufriera.
     —Vamos, ¿a quién le importa? Pasarás un tiempo con él. —Ella
juntó las manos y suspiró soñadoramente.
     —A mí me importa. Así que no voy a ir. —Ignorando mis palabras,
saltó de la cama, abrió mi armario y pasó sus dedos por cada percha
mientras inspeccionaba mi ropa.
      —¡Sí! —gritando sacó mi vestido azul marino de tirantes que me
llegaba a las rodillas y mantenía mi cuerpo más fresco durante el calor.
Agarró unas sandalias marrones y un pequeño bolso, se dio la vuelta y
lo tiró todo en la silla al lado de la cama—. Em, cámbiate ahora. —Hizo
un gesto nervioso—. No puede verte así.
     Mirando hacia abajo, me pregunté qué tenía de ofensivo mi
pantalón corto de jean y mi blusa blanca. Mis pies descalzos tenían una
tobillera de oro, y mi cabello estaba en una coleta sujeta por el lápiz con
el que solía dibujar.
    Cruzando los brazos, levanté la barbilla con obstinación.
    —No lo haré. Nona le dirá que no estoy de humor.
     Olivia agarró mi brazo y me empujó hacia la silla, pero clavé los
talones en la alfombra y no cedí, así que tuvo que forcejear conmigo.
Con un fuerte golpe, acabamos en el suelo. Cuando mi codo se clavó
dolorosamente en su estómago, ella gritó.
    —¡Ay! —Luego su rodilla golpeó mi muslo y probablemente
habríamos continuado de no ser por la voz.
    ¡Su maldita voz ronca!
    —Hola.
     Olivia y yo nos detuvimos a la vez, y nos levantamos tan rápido que
me pregunté cómo no me daba vueltas la cabeza. Las dos respirábamos
con dificultad y teníamos el cabello revuelto, por no hablar de que
teníamos que alisar las camisas.
    Brochan estaba de pie, con unos pantalones cortos y una camisa
blanca, junto con unos zapatos de mar. Llevaba el cabello rubio
desordenado recogido en un moño y gafas de sol en la cabeza.
    Una palabra, gente.
    Caliente.
     Sorprendentemente, había traído a Donovan con él, que tenía un
ramo de tulipanes en las manos y me lo extendió. No se me escapó cómo
los ojos de Olivia lo observaban con atención, ni su mirada de reojo
hacia ella.
    —Gracias.
    Donovan me guiñó un ojo, claramente satisfecho de que no le
guardara rencor.
    —Hola —le dije finalmente a Brochan y luego me aclaré la
garganta—. Lo siento, pero Nona tenía que cancelar la película. ¿No lo
hizo?
    Brochan asintió.
    —Lo hizo. Pero no vamos a ir al cine.
    ¿Qué? Sacudí la cabeza. Este tipo podía ser muy terco cuando se
proponía algo.
    —En realidad no importa, como ves…
     Cambió su enfoque, ignorando por completo mis palabras, y luego
miró a Olivia, enviándole una suave sonrisa en el proceso. Al instante
soltó una risita, la muy traidora.
    —¿Podrías dejarnos solos un momento?
    Ella accedió con mucho gusto y tomó su bolso del suelo para luego
clavar su dedo en el pecho de Donovan.
     —¿Quieres acompañarme abajo? —Sin más palabras, él la siguió y
la puerta se cerró tras ellos, dejándonos solos.
     Moviéndome nerviosamente, traté de pensar en todas las razones
por las que salir con él era una mala idea, lo cual era condenadamente
difícil de hacer cuando tenía toda su guapísima gloria frente a mí.
    Finalmente, rompió el silencio.
    —¿Por qué te empeñas en no salir conmigo?
     Empujando mi cabello hacia atrás, exhalé con fuerza y decidí decir
la verdad, porque él no parecía un tipo que tolerara, o le gustara, las
mierdas.
     —Brochan, no tienes que hacer esto. Ni siquiera fuiste tú quien me
golpeó. Ve y disfruta de tu vida. —Ya está, por fin lo dije y exhalé
aliviada.
     Sin embargo, en lugar de alegrarse por mi rechazo, apoyó la
espalda contra la puerta, cruzó las piernas y se cruzó de brazos,
resaltando lo musculosos que eran. Probablemente iba al gimnasio
frecuentemente.
    —Emerald, no me conoces bien.
    Parpadeando un par de veces, dije la única palabra apropiada que
se me ocurrió.
    —¿Eh?
    Un fantasma de sonrisa tocó sus labios, mientras respondía.
    —Siempre hago lo que quiero. Vamos. —Antes de que pudiera
responder, tomó mi mano entre las suyas y me empujó hacia la puerta.
     —¿A dónde vamos entonces? —Intenté ignorar su cálida mano en
mi espalda y las sensaciones que recorrían mi cuerpo, sensaciones que
no tenía ni puta idea de que existían antes de conocerlo.
    ¿Era esto todo lo del deseo sexual del que hablaban las chicas, pero
que ningún chico me había inspirado antes?
    —Ya verás —me susurró al oído.
    Oh, Dios mío.
    La cita estaba ocurriendo después de todo.
    Isla, Estados Unidos
    Julio 2019
     Mis dedos se detienen sobre el teclado, cuando el golpe a la puerta
resuena por toda la habitación, y coloco la computadora sobre la cama.
     Apretando el cinturón de mi bata blanca -lo que me sorprende
seriamente, teniendo en cuenta que esta posada lleva más de dos décadas
funcionando y sigue siendo blanquísima- abro la puerta de par en par y
saludo con una sonrisa al adolescente que está al otro lado.
    —Hola, señora. Su comida está lista.
    Me hago a un lado y le permito entrar, mientras me pregunta.
    —¿Quiere que la ponga en la mesa o la dejo aquí?
     —Aquí está bien. —A pesar de que no he comido en las últimas
siete horas, no tengo hambre. Es raro, porque si hay comida cerca,
siempre la picoteo, pero ¿cómo puedo pensar en ello ahora mismo?
     En cambio, todos mis pensamientos están ocupados con el extraño
del océano. Algo en su voz, su postura… perturba mi mente en más de
un nivel.
    Por no hablar de sus palabras de despedida hacia mí. Es casi como si
se burlara de mi afirmación de no saber nadar. De hecho, con lo mucho
que me ignoró después del incidente y su comportamiento hacia Peter,
me pregunto por qué se molestó en salvarme en primer lugar.
    Está claro que no es un buen tipo.
    La mirada expectante del camarero me saca de mis pensamientos y
digo.
     —Lo siento. Me he perdido en mis pensamientos. —Saco dinero del
bolsillo y se lo doy.
    Lo toma con entusiasmo y se va con un movimiento de cabeza, pero
entonces caigo en la cuenta.
    —¡Disculpa! —Lo llamo, se vuelve hacia mí y apenas puedo
contener un grito.
    Si no lo supiera, diría que es una versión viva de Donovan en mi
cabeza. Probablemente tenga la misma edad que mi personaje.
     —¿Sabes si hay algún buen restaurante cerca donde pueda trabajar?
—Decido no mencionar que estoy escribiendo un libro, porque a veces
los lugareños pueden ser muy suspicaces con esas cosas.
     No quiero que nadie piense que estoy a la caza de alguna noticia o
que intento mostrar su ciudad bajo una mala luz.
      O peor aún… ¿y si algunas personas empiezan a reconocerse en las
historias? Me imagino que muchos de ellos tuvieron aventuras de verano
a lo largo de los años.
    —Oh, tiene que pasar por la casa de Eve entonces. —Él sonríe—.
Mi nombre es Joe, por cierto. Es mi cuñada, así que soy un poco parcial,
pero cocina los mejores panqueques que probará en cualquier parte del
mundo.
    —¿Tienes una dirección para eso?
     Rápidamente la garabatea en la libreta que lleva en el bolsillo
trasero y rompe la hoja, dándomela.
    —Está abierta hasta las diez de la noche, así que siempre será
bienvenida.
     —Gracias —respondo, y con un último saludo, corre hacia las
escaleras con sus fuertes pasos haciendo temblar la pared. Este lugar es
muy viejo, pero no puedo evitar sentirme como en casa.
     A Peter casi le da otro infarto cuando me negué a alojarme en una
casa moderna que Kaden me alquiló para el verano, y en su lugar, opté
por la posada situada cerca de la playa, rodeada de palmeras que le dan
un misterioso encanto.
     Varios caminos conducen a diferentes rincones y bancos, mientras
que la antigua casa victoriana hecha de los mejores ladrillos se encuentra
justo en el centro. Su enorme tejado le confiere una presencia aún más
poderosa y dominante.
     Investigué en Internet y, en cuanto mis ojos se posaron en la foto,
supe que tenía que quedarme aquí. Qué mejor lugar para escribir una
historia misteriosa para mí que éste.
     El lugar rebosa de actividad, ya que cuenta con zonas de baile,
comida e incluso clases de yoga. Para mi sorpresa, muchos turistas
frecuentan el lugar, y tuve que esperar treinta minutos hasta que me
dieron una plaza.
     Aunque podría quedarme en la posada todo el tiempo y escribir
aquí, de alguna manera me parece mal. Una urgencia me empuja a
adentrarme en la ciudad, exigiéndome que la conozca, que la aprenda y
que me reúna con gente nueva.
    Con la determinación alimentando mi sangre, me quito la bata y me
pongo rápidamente los pantalones cortos de jean, la camiseta blanca y
me calzo los tenis.
    Agarro la laptop, el teléfono y el bolso, y con una última mirada a
mi habitación, cierro la puerta y me dirijo a la recepción.
     Por alguna extraña razón, quieren que les deje las llaves, a pesar de
que no habían pedido lo mismo a las personas que me precedieron. ¿Me
han tratado de forma diferente por ser la primera vez que vengo? Tal vez
tengan problemas de confianza con los recién llegados, pero me da igual.
    De todos modos, todo lo valioso está siempre conmigo.
    Al llegar al mostrador de recepción, dejo caer las llaves sobre él, y
la mujer que está detrás del mostrador me sonríe alegremente.
    —¿Lista para explorar?
    Le guiño un ojo antes de ponerme unos lentes de sol.
    —Aventuras, allá voy —canto mientras ella me hace un gesto de
aprobación.
    En cuanto doy un paso hacia la puerta, choco contra un pesado
pecho, pero unas manos fuertes me atrapan, enjaulándome en los brazos
mientras todo el aire sale de mis pulmones.
     Los lentes de sol se deslizan por el puente de mi nariz, así que mis
ojos captan la mirada de los ojos más azules que he visto en toda mi vida,
como el océano.
    —Nena, vamos. No te enfades.
    —Lo estaré si quiero.
     —O tendré que usar mis ojos mágicos a los que no puedes resistirte
—se burla, mordisqueando mi cuello y haciendo que mi piel se ponga de
gallina. Se me entrecorta la respiración cuando sus manos bajan y me
aprietan las nalgas posesivamente—. O déjame disculparme como es
debido. —Con un gemido, me vuelvo en sus brazos y nuestros labios se
entrelazan en un beso profundo sin límites, todo ello mientras una
conmoción en la posada resuena en la distancia.
    Jadeando, intento apartarme, pero sus brazos no me dejan.
     —¿Tienes tendencia a encontrar problemas allá donde vas? —me
pregunta, deslizando mis lentes hacia arriba. Mi cuerpo reacciona
instantáneamente a su leve contacto.
     ¿Qué demonios es esto? Y lo que es más importante, ¿qué demonios
ha sido ese flashback?
    Quizá venir aquí no haya sido tan buena idea después de todo.
     —Y sorprendentemente, parece que siempre estás ahí para
rescatarme —respondo, pero entonces mis mejillas se ruborizan por mi
tono grosero—. Siento haber sido grosera. Gracias por atraparme,
supongo.
    Como está tan cerca de mí, mi vista me permite verlo claramente, y
desearía tener un lápiz conmigo para grabar para siempre su belleza
masculina en mi cerebro.
     Unas pestañas largas y oscuras cubren sus ojos azul marino, y unas
cejas firmes le dan una mirada melancólica. Su nariz se ha roto
claramente unas cuantas veces con pequeñas protuberancias presentes en
el puente, y luego sus altos pómulos me indican que debe ser de herencia
mestiza. La barba le cubre la mayor parte de la cara, así que mis ojos
bajan, y esta vez es imposible mantener a raya mi jadeo al ver unas
profundas cicatrices rojas por todo el cuello, como si alguien lo hubiera
asfixiado con un cable y luego le hubiera sumado un cuchillo. Aunque
tiene diferentes tatuajes celtas, -frases supongo- sobre ellas, eso no oculta
el dolor que ha experimentado.
     Y solo empeora cuando mi mirada se desplaza a su pecho otra vez
desnudo. ¿Acaso el hombre usa camisas alguna vez? Cicatrices similares,
pero más profundas se extienden por todo su pecho, y supongo que por
su espalda.
     Los tatuajes tampoco ayudan mucho. Antes de que mi acción se
registre, coloco la palma de la mano sobre la marca roja e irritada, y
susurro:
     —Debes de haber sufrido mucho. —¿Por qué alguien sería tan cruel
para infligir cosas tan monstruosas a otro humano?
    Siento los latidos de su corazón retumbar en su pecho justo antes
que agarre mi mano y la retire con un ligero escozor en su tacto.
     —No lo hagas. —Su voz no contiene más que odio, y yo parpadeo,
sin entender por qué esas emociones le salen a raudales hacia mí.
    Lamiéndome los labios, digo:
     —Lo siento. Yo solo…. —No estoy segura de si decirle que quiero
traerle algún tipo de alivio sea apropiado, teniendo en cuenta que somos
desconocidos, y que no tengo nada que hacer.
    Pero debe haberlo adivinado, ya que dice:
    —No puedes aliviarlo. —Se ríe, pero carece de humor—. Tú de
todas las personas no puedes hacer eso.
     Mi cabeza empieza a palpitar cuando me asalta el conocido dolor
punzante, y hago una mueca de dolor, balanceándome ligeramente. Me
pongo la mano en la frente, mientras la bolsa con todas mis cosas me
resulta demasiado pesada de repente.
     De la nada, la señora de la recepción aparece en mi línea de visión,
acariciando mi espalda.
    —¿Estás bien? —A continuación, mira fijamente al desconocido—.
Micaden, apestas. ¿Qué has hecho? —Luego se dirige de nuevo a mí—.
Vamos a sentarnos en el sofá. Estás tan pálida que podrías desmayarte.
    Micaden.
    Un hermoso nombre que pertenece a un asno tan grosero.
    Estoy a punto de seguir el consejo de la señora cuando sus palabras
me congelan en el acto.
     —Para que sea débil, no tengo que hacer nada. Ese es su rasgo de
carácter.
    —Micaden, en serio. —La mujer resopla, pero él la hace callar
también.
     —No olvides que este lugar me pertenece. Yo que tú, vigilaría mi
boca. Y tú… —Su mirada se posa de nuevo en mí—. Ten cuidado. Lo
último que necesitamos es que un turista se nos muera. —Y al igual que
la última vez, se marcha dejándome completamente desconcertada.
    Grosero y engreído, que hace un juicio sobre mí basándose en dos
encuentros.
    ¿Débil?
    Contengo la risa amarga que amenaza con salir de mis labios.
    No tiene ni idea de las pesadillas a las que he tenido que sobrevivir.
    Si hubiera sido débil, habría muerto.
    ¿Pero cómo Micaden puede saberlo si es tan rápido para juzgar?
La obsesión y la locura van de la mano.
Nuestro amor nació en su dolor.
Y murió en el mío.
Nuestro odio nació en mi agonía.
Y morirá en la de ella.
La vida tiene la tendencia a cerrar el círculo después de todo.
    De las páginas del libro…
    —Un barco —dije, parpadeando sorprendida mientras Brochan
acercaba el auto a la orilla.
     —Sí —respondió, mientras él y Donovan bajaban del Jeep, y yo
intercambiaba miradas con Olivia—. Te dije que te sorprendería.
    —Pues sí que estoy sorprendida —murmuré, y Olivia se rio, pero se
detuvo rápidamente ante mi mirada de muerte. No podía creer que
hubiera elegido este lugar para nuestra supuesta cita.
     —Tal vez tenía un plan diferente, pero tú insististe en que
viniéramos también, así que no puedes culpar al tipo —dijo Olivia,
arrastrándome fuera del Jeep con ella.
      Aunque odiaba admitirlo, tenía razón. Después de que nos llevara
abajo, insistí en que Donovan y Olivia fueran con nosotros,
justificándolo con el hecho que ya estaban allí y, además, sería menos
incómodo.
     No tenía planes ni ilusiones de que un tipo como Brochan se
interesara de verdad por alguien como yo, pero Donovan estaba
enviando miradas bastante intensas a mi amiga. Así que, si tenía la
oportunidad, ¿por qué no dársela?
    De ahí que todos nosotros fuéramos a este viaje juntos.
     Donovan agarró la mano de Olivia y la empujó hacia el barco,
gritando por encima de la brisa que nos golpeaba en la cara.
    —Vamos. Nos vamos a divertir. —Se rio mientras aceleraban sus
movimientos, y no pude evitar sonreírles.
    Harían una buena pareja.
    Brochan me tendió la mano, pero antes de que pudiera colocar la
mía en la suya, se acercó y me levantó la barbilla para que no pudiera
esconderme de su mirada. Al instante, el calor se extendió por mí, y
contuve el impulso de bajar la mirada porque la intensidad de su mirada
me confundía.
    Y me hizo desear cosas que no debería pensar con un tipo que
apenas conocía.
    —No estás sorprendida —dijo, y su pulgar rozando mis labios
provocó punzadas de placer en mi piel—. Estás aterrorizada. —Luego,
su pulgar recorrió mi mejilla mientras la frotaba suavemente también
antes de inclinarse más cerca, su aliento abanicando mi cara, mientras
preguntaba—. ¿Por qué estás aterrorizada, Emerald?
     ¿Cómo era posible mantener mi respuesta a raya cuando él estaba
tan cerca?
    —Los océanos me aterrorizan. No sé nadar —confesé, sabiendo que
sonaba estúpido, teniendo en cuenta que estaba pasando todo un verano
cerca de la playa.
    Pero por mucho que mi familia y todos los demás intentaran
convencerme de lo contrario, o de que mi miedo solo vivía en mi cabeza,
nadie podía obligarme a meterme en el agua.
    —El océano es mi mejor amigo —susurró, y luego depositó un
suave beso en mis labios, que hizo que las mariposas dentro de mi
estómago se agitaran—. Deja que te lo presente. No es tan temible como
todo el mundo cree.
     —¿Y si me ahogo? —Mi mayor miedo siempre giró en torno a la
imagen de que algún día podría hundirme en el océano y no volver a
nadar hacia arriba. Qué muerte tan dolorosa, morir en el agua mientras
tus pulmones dejan de funcionar lentamente. No se lo desearía ni a mi
peor enemigo.
     —Te enseñaré a nadar. La pregunta es… ¿estás dispuesta a
intentarlo?
    En sus brazos, mientras el sol brillaba a nuestro alrededor, con las
gaviotas gorjeando ruidosamente por encima de nosotros y la brisa
acariciando nuestros rostros, pero, sobre todo, el capullo de dulzura y
placer que nos rodeaba… no tuve otra respuesta.
    —Sí.
    Debería haber dicho que no.
    Tal vez entonces nuestros caminos se habrían separado y nadie
habría salido herido.
    Pero sucumbí a un amor juvenil que no trajo más que agonía,
desesperación y dolor.
    Isla, Estados Unidos
    Julio 2019
    —Por favor, ignora a Micaden. Vamos a sentarnos…
    Apartando mi dolor, hago acopio de una sonrisa mientras aprieto las
manos, con la esperanza de actuar como una persona despreocupada para
que no se preocupe por mí. Odio que mis migrañas vuelvan a aparecer,
pero no quiero molestar a nadie con ello.
    —Ya estoy bien. Voy a volver a mi habitación a descansar. —Tal
vez soy demasiado dura conmigo misma y necesito dormir antes de
concentrarme en escribir esta historia.
    Viajar a la ciudad y mezclarse con extraños parece una mala idea
después del encuentro con Micaden. Puedo entender que tenga
problemas con su pasado, pero ¿por qué ser tan imbécil con una mujer
que ni siquiera conoce?
     —Entonces tomemos un té. —Abro la boca para protestar, cuando
ella me ruega—. Por favor. —Ante mi asentimiento, silba a alguien a mis
espaldas—. ¡Eh, Rick! Quédate en el mostrador hasta que vuelva.
    —Claro que sí —responde, pero no tengo tiempo de ver a ese tal
Rick, ya que me tira del brazo y nos lleva al comedor de la posada.
     Apenas puedo seguir el ritmo de sus largas piernas, pero finalmente
me señala una de las mesas y me siento, colocando mi bolso en la silla de
al lado mientras ella hace un gesto con las manos al camarero.
    ¿También tienen códigos para pedir?
     —Mira, esto no es necesario. —Al crecer con mi hermano mayor,
Kaden, aprendí a no disculparme cada vez que era grosero con la gente o
se comportaba como el idiota distante que es. Lo quiero muchísimo, pero
no puede ser amable con nadie más que conmigo y con nuestro personal.
     Ahora que lo pienso… no es que se relacione mucho con la gente de
mi círculo, y punto. Y no tengo ni idea de sus amigos, porque nunca me
los ha presentado.
    —Micaden es… difícil —afirma, claramente sin darle importancia a
mis anteriores palabras—. Es el dueño de este lugar, así que en cierto
modo tenemos que tratar con él, pero los turistas no tienen que hacerlo.
     —¿Odia a los turistas? —Eso explica muchas cosas. Incluso su falta
de respeto a Peter. Lo que lo convirtió en un imbécil aún más grande,
porque no puede ser amable con la generación mayor.
    —No, solo es grosero con todos. A menos que sea Nona.
     Mi corazón se detiene y luego se vuelve a acelerar mientras me
aclaro la garganta.
    —¿Nona? —¿Cuáles son las probabilidades de que tenga alguna
nona en su vida como yo en mi manuscrito?
    Cuanto más descubro en este viaje, más creo que Kaden tenía razón.
Quedarme en casa para terminarlo tenía más sentido, que viajar a un
pequeño pueblo que guarda rencor a los extraños.
    —Sí. Me llamo Marcy, por cierto —dice y le guiña un ojo al
camarero que nos trae dos tazas de té humeantes—. Gracias, cariño. Eres
el mejor.
     Envuelvo mis manos alrededor de la taza caliente y aspiro el aroma
del té de menta, antes de llevarla a la boca y dar un pequeño sorbo. El
sabor es divino.
    Nada puede calmarme mejor que esto, pero ¿cómo lo sabía Marcy?
     El tipo tiene un corte de cabello y unos ojos color chocolate que me
estudian por un momento antes de cruzar los brazos.
    —¿Eres la mujer que Micaden salvó del océano?
    Me atraganto con el té y Marcy pone los ojos en blanco.
    —Suave, Kurt. Muy suave, mierda.
    Limpiándome la boca con un pañuelo, pregunto.
     —¿Cómo lo supiste? —¿Va por ahí hablando de sus buenas
acciones?
     —Bueno, Marina los vio a los dos en la playa mientras estaba con
los niños. Luego se lo contó a Eve. Eve se lo contó a Tom, y Tom se lo
contó a su hermano que trabaja aquí. Y el resto es historia.
     —Ya veo. —¿Qué más puedo decir? Francamente, este es un pueblo
pequeño, así que no debería sorprenderme mucho. En Nueva York, nadie
se preocupa por tus asuntos personales, pero imagino que en un pueblo
pequeño donde todos se conocen, estar al tanto es una obligación.
    O una costumbre.
    —Sí, esa soy yo.
     —Eso pensaba. Y luego te topaste con él aquí, y el tipo tiene las
bragas revueltas. —Se ríe como si lo encontrara realmente hilarante antes
de acariciar mi hombro. ¿Qué tiene la gente de aquí, que me toca todo el
maldito tiempo sin permiso? —. No te preocupes, muñeca. Ignora al
idiota.
    Vuelve a su sitio mientras yo me aclaro la garganta, preguntándome
en voz alta.
    —¿Se le permite hablar así del dueño?
    Con cada nuevo encuentro o información, este lugar me confunde
más. Todo el mundo actúa con tanta despreocupación, pero no encuentro
nada tranquilizador en sus palabras.
     —Sí. Es la única persona que puede hacer eso —reflexiona, y no me
extraña que lance una mirada molesta en su dirección.
    Vale, está claro que hay una historia entre los dos.
     Tomo otro sorbo y espero a que continúe con la conversación
anterior, y con un fuerte suspiro, lo hace.
     —Así que sí, Micaden tiene su mejor amigo, Tom, que cuida de
Nona. —Ante mi ceja levantada, se explica—. Ella vive en una casa para
ancianos. Tiene Alzheimer. —La tristeza se adueña de su voz, y me
aprieto el pecho, que se tensa extrañamente por la información. Qué
devastador para la familia—. Compró esta posada hace unos años, y el
lugar realmente despegó.
     —Así que simplemente es grosero con todo el mundo, y no debería
tomármelo como algo personal —digo, a punto de terminar esta
conversación. No tengo por qué gustarle a Micaden, y no me importan
sus razones.
     Dejando de lado su grosería, el solo hecho de que me duela la
cabeza con su presencia, debería ser suficiente indicación para que me
aleje de él. No he venido aquí para que mi mente esté confusa mientras
busco la verdad dentro de mí.
    Esa chica perdida hace tiempo que se fue.
     No, estoy aquí para hacer justicia a una historia que no me deja en
paz. Así podré seguir adelante y olvidarme de todo.
    Incluso sobre el diablo de ojos azules.
     —Ese no era mi punto. —Se ríe, echando hacia atrás un mechón de
su cabello rubio—. Micaden es difícil, pero es distante con los extraños
durante los dos o tres primeros días. Después de eso, está bien. Sé que se
quedará aquí durante un mes, así que no deberías preocuparte por la
tensión a la que se enfrentaron antes. Pronto todo debería ir sobre ruedas.
    —Oh. —Vuelvo a dar un sorbo a mi té—. Genial. —Sin embargo,
todo esto parece tan inútil. ¿Cuál era la agenda de Marcy de todos
modos? Dudo mucho que hable así con todos los invitados.
    Se inclina más, apoyando los codos en la mesa y jugando con el
borde de su taza.
     —¿Así que se conocieron en la orilla? —Y es entonces cuando
entiendo la razón.
    A ella no le importa su grosería; solo quiere saber qué pasó en la
playa.
     Porque está interesada en Micaden. Ahora que lo pienso, en cuanto
ella apareció, él se fue. ¿Son pareja?
    Increíble.
     —Me estaba ahogando, él me ayudó, y eso es todo. —Lo último que
necesito en este viaje es una novia celosa. Especialmente una que pueda
hacer de mi vida aquí un infierno. A pesar de Micaden y ahora de este
drama de instituto, sigo prefiriendo quedarme aquí antes que ir a un
hotel.
    Sus manos cubren las mías mientras la preocupación cruza su rostro.
    —Lo siento mucho.
    —No pasa nada. No te preocupes, tu novio es leal —añado, y luego
maldigo para mis adentros, porque realmente, ¿por qué he hecho eso?
Debería mantenerme al margen de las peleas de pareja.
     Sus mejillas se sonrojan al instante y mira hacia abajo, tanteando
con los dedos y moviéndose incómodamente en la silla.
    —Oh, no somos eso. —Mis cejas se levantan, pero ella aún no ha
terminado—. Aunque me gustaría. Pero él no es mi tipo.
    —Oh. —Ahora me siento como una mierda por haber sacado el
tema—. ¿Es un donjuán? —Lo cual no debería ser sorprendente, con su
aspecto y su cuerpo. Me sorprende que las mujeres no se tropiecen con
él.
    Pero tal vez pierden todo el interés cuando abre esa maldita boca.
    Ella niega con la cabeza.
     —No. Él… no es de ese tipo para nada, en realidad. Nunca lo he
visto con nadie en la ciudad, pero viaja mucho. Así que probablemente
tenga a sus mujeres allí.
     Sí, supongo que con este pueblo al que le gusta cotillear sería muy
difícil acostarse con alguien, y luego ver a ese alguien todos los días.
    Pero es mi turno de moverme incómoda mientras una rabia
desconocida se extiende por mí, ante la sola idea de que esté con otras
mujeres.
    Oh, Dios mío.
    Me he vuelto loca, porque nada más lo explica.
     Pero no tengo tiempo de pensar mucho en ello, ya que mis ojos se
posan en mi teléfono. Jadeando, apunto a mi bolso, rebuscando mis
pastillas.
    —¿Estás bien? —Marcy pregunta y yo asiento.
    —Sí, solo necesito tomar mi medicina. —Es la única medicina que
ha permanecido conmigo a lo largo de todos los años, permitiéndome
calmarme y tener un sueño reparador.
      De lo contrario, seguiría viendo barcos, el océano y otras porquerías
que siempre acababan conmigo volando desde la terraza, mientras una
tristeza insoportable penetraba en todos mis huesos.
    A veces parecía tan real que mi cuerpo me dolía físicamente después
de despertarme, y las lágrimas no paraban, así que finalmente Kaden
encontró una solución para mí.
    Puede que mi hermano no fuera la persona más agradable del
mundo, pero siempre estaré agradecida por todo lo que ha hecho por mí
durante mis años de recuperación.
     Y mientras me trago las pastillas, sé, que un hombre me observa
atentamente, estudiando cada uno de mis movimientos y expresiones, y
tomando notas.
     Notas para volver a provocarme un dolor insoportable para que esta
vez nunca lo olvide.
    Elección.
    Una palabra tan pequeña que tiene un significado tan grande.
    Una elección puede definir nuestro futuro.
    Una elección puede traernos una felicidad que nunca sospechamos
que existe en este mundo.
    Una elección tiene el poder de destruir nuestra vida.
    De las páginas del libro…
     Dando pasos de dos en dos, pasaba volando por la cocina cuando
la voz severa de Nona me detuvo en seco.
    —¡Desayuno!
     Riendo, entré en la cocina, donde la televisión ponía alguna
telenovela, y la reconocí.
    —Oh, aquí es donde está cargando un bebé de su hermano,
¿verdad? Pero él no lo sabe.
    Nona me hizo un gesto con la espátula.
     —Shh, Alejandro está a punto de saber la verdad. —Levanté las
manos, sabiendo muy bien que no debía interferir con Nona y sus
telenovelas; eran sagradas.
    De pie, tomé una tostada recién hecha y le unté mantequilla de
maní. Tomé té verde y le di un gran mordisco a la tostada antes de
dejarla de nuevo en el plato.
     —¡Todo listo, sabroso, gracias, Nona! —Le di un fuerte beso en la
mejilla, pero ella me agarró por la mochila y tiró de mí para que la
mirara.
    —Emerald.
    Conocía este tono, así que se me escapó un suspiro. Ahora no
podría salir de los problemas.
     —Pensé que tenías un programa de televisión. —Intenté distraerla,
pero golpeó la mesa con la espátula y desistí—. Los llamaré cuando
vuelva a casa.
    —Eso es lo que me dijiste ayer.
     —Siguen haciendo las mismas preguntas. Nada cambia en ese
sentido.
    —Deberías hablarles de Brochan.
    Afuera, la bocina de un auto sonó con fuerza, y volví a suspirar,
desconcertada por el hecho de que Nona eligiera este momento para
hablar de este asunto.
    —¿Por qué? En cuanto se lo diga, vendrán a arrastrarme a casa.
—No es que mis padres fueran unos monstruos ni nada parecido, pero
Brochan no se ajustaba a su estándar de novio para mí.
     Tenía que ser alguien del club, alguien que fuera a una escuela de
la Ivy League, y alguien con un nombre. No un chico huérfano que
nunca asistió a la universidad y se ganara la vida arreglando autos y
pescando.
    Me encantaba Brochan, y este último mes había sido mágico con él,
pero de ninguna manera quería presentárselo a mis padres. Le
escupirían su actitud snob y herirían su ego masculino. Tenía que
protegerlo de eso. Nuestro amor era puro y no quería que nada malo lo
tocara.
    No por ahora al menos.
    —El verano termina en tres semanas, cariño. ¿Qué harás entonces?
    Me quedé callada, odiando su pregunta, porque tenía mucho mérito
que no quería afrontar.
   —Todo irá bien. —Se escuchó otro fuerte bocinazo y le supliqué—.
Nona, por favor.
    A regañadientes me soltó, pero luego me abrazó con fuerza,
meciéndome de lado a lado.
    —Te amo, munchkin. Pase lo que pase.
    Inhalando su aroma familiar, le devolví el abrazo y le susurré:
    —Yo también te amo.
     Finalmente, salí corriendo hacia donde vi a Donovan ocupando el
asiento delantero, saludándome con la mano mientras Olivia le
murmuraba algo al oído, haciendo que se pusiera rojo. Sonreí con
satisfacción. Aquellos dos se follaban con tanta frecuencia que era un
milagro que aún pudiera sonrojarse.
     Ciertamente no se quedaban callados, así que, a estas alturas, ¿qué
sentido tenía su modestia?
     Pero entonces mi mirada se posó en el rubio dios nórdico, que abrió
los brazos de par en par. Con un gritito, corrí hacia él, saltando sobre él
mientras me agarraba por el culo, y mis brazos y piernas lo envolvían.
     —Por fin ha salido mi chica —murmuró, antes de darme un beso
caliente y profundo. Mis dedos se enredaron automáticamente en su
cabello, acercándolo, mientras él abría la boca, nuestras lenguas se
entrelazaban y luchaban por el dominio mientras me apretaba más
contra él.
     Al instante, mi cuerpo se encendió, extendiendo el calor y el deseo a
través de mí, exigiendo ser calmado. Gimiendo en su boca, tiré de sus
mechones dorados y murmuré:
    —Necesito…
     —A mí —gruñó, pero luego suspiró en mi boca, porque los gritos
de la gente detrás de mí detuvieron sus acciones.
     —¿Están los dos tortolitos listos para zambullirse en el océano? —
gritó Olivia, y yo escondí mi cara en el cuello de Brochan, mordiendo
ligeramente su piel, ganándome un gemido.
       —¿Por qué andamos con ellos?
       —Son nuestros mejores amigos.
       —Ah, claro. Suficiente razón.
    Me reí ante esto, y él nos hizo girar y se dirigió al auto, mientras yo
seguía acribillándolo a besos.
    Después, hablaría con Brochan sobre nuestro futuro, y luego
llamaría a mis padres para darles la noticia.
       Pero por ahora, quería disfrutar de mi pedacito de cielo un poco
más.
    Si hubiese sabido que éste sería nuestro último mes feliz, tal vez lo
habría saboreado más.
    Isla, Estados Unidos
    Julio 2019
     Recostada en mi silla, estiro los brazos por encima de mi cabeza,
mientras la historia se arremolina en mi mente, sin darme aún respuestas
claras. Por alguna razón, la heroína sigue terminando los capítulos con
líneas extrañas que aluden a alguna mierda mala que ocurrirá en el
futuro. ¿No debería ser un feliz romance de verano donde dos jóvenes se
enamoran y viven felices para siempre?
    ¿Por qué es tan misteriosa?
     —Ahora te preguntas por qué tu personaje actúa así. Em, por el
amor de Dios —murmuro, levantándome y echando un poco de agua en
la taza.
    Recogiendo mi esquema para la historia, estudio todos los capítulos
que he completado hasta ahora y los otros que están por venir.
     Están en blanco, porque no tengo ni idea de cómo acaba esta
historia, pero empiezo a pensar que podría tener un final triste.
    ¿No debería ser diferente?
     Decidiendo pensar en todo ello mañana, me dirijo al balcón y salgo
al exterior, inhalando el aire fresco de la brisa marina.
    Agarrada a la barandilla, giro la cabeza entre mi espalda y mis
hombros, gimo de placer cuando parte de la tensión abandona mi
espalda.
     Pero entonces me fijo en la increíble belleza que hay frente a mí y
me quedo con la boca abierta, porque es imposible no quedarse
hipnotizada por las estrellas y el ambiente que se refleja en el océano por
la noche mientras todo está tranquilo y silencioso. Esta posada seguro
que tiene el lugar perfecto para descansar, porque solo es la una de la
madrugada. Seguro que aquí hay adolescentes que se quedan hasta la
mañana durante el verano.
    Me tiemblan los dedos y rápidamente vuelvo a entrar, agarro mi
equipo de dibujo y mi soporte para pintar, lo coloco en el balcón y
empiezo a dibujar rápidamente el cuadro que tengo delante.
     Y por un momento, el mundo exterior deja de existir mientras vivo
solo con mi arte, disfrutando de cada minuto… de cada rasguño contra el
papel, de cada rotura del lápiz, del sudor que baja lentamente por mi
espalda y se pega a mi camiseta blanca, porque la humedad es de otro
mundo.
     Nada importa aparte de la imagen que quiero tener en mi portafolio
para siempre.
     Horas más tarde, mientras el sol se eleva sobre el horizonte, con una
última pincelada, termino el cuadro y doy un paso atrás para admirarlo.
     Aunque es en blanco y negro, porque nunca utilizo colores en mi
arte, la fuerza del océano todavía se puede detectar, incluso aquí con la
luna y las estrellas brillando intensamente.
    Una imagen se cruza en mi cabeza.
    —Cuando era pequeña, mamá me decía que el sol es el padre y la
luna la madre, mientras que las estrellas son sus hijos pequeños —le
digo a Brochan, recostada sobre su pecho mientras ambos estudiamos el
cielo nocturno.
    Él se ríe, jugando con mi cabello con tanta suavidad que es
imposible no sentirse amada por él.
    —Una visión interesante de las cosas. —Le doy un empujón con el
codo, y él gime, añadiendo entre risas—. Está bien. Qué visión más
asombrosa de las cosas.
    Sonriendo por su tontería, ruedo sobre su pecho, de cara a él, y le
susurro.
    —Tengo miedo.
    Él frunce el ceño y me pone la mano en la barbilla.
    —¿De qué?
    —¿Y si nos separan?
    —No pueden hacer eso.
    Me gustaría estar tan segura como él, pero no puedo. Por eso, con
mi corazón que late rápidamente, digo:
    —Huyamos.
    Palmeando mi cabeza, deseo que esta locura desaparezca, porque no
hay explicación para ello.
    —Ahora mismo estoy dibujando —hablo a los que viven en mi
cabeza—. Esperen su turno.
    Dormir, necesito dormir.
     Con ese pensamiento en mente, vuelvo a mi habitación para darme
una ducha y dar a mi mente un descanso por unas horas, de todas las
agitadas emociones que bullen en mi interior.
    Sin darme cuenta de cómo el hombre detrás de los arbustos me ha
observado todas estas horas, mientras nada más que la agonía llenaba sus
huesos.
    Junto con la sangre que goteaba de sus manos, sostenía el vaso de
whisky hecho añicos.
    A lo largo de la vida, una persona puede experimentar variaciones
de besos diferentes.
    Calientes y apasionados.
    Dulces y tiernos.
    Conmovedores o aburridos.
    Y todos ellos son suficientes para excitarse hasta que llega el único.
    El único beso que sacude toda tu existencia.
    Un beso que hace palidecer todo lo demás en comparación.
    Un beso que te hace prisionero para siempre de la persona que
puedes odiar el resto de tu vida.
    Emerald fue una vez mía para amar.
    Ahora es mía para odiar.
   El odio y el amor, como lo descubrí, no van tan bien de la mano,
como van con el dolor. Las líneas se desdibujan, dejando solo una
emoción en el lado ganador.
    Dos enemigos, una lucha.
    ¿Quién quedará en pie?
    De las páginas del libro…
    Brochan nos llevó a las afueras de la ciudad, cerca de su casa, y
apagó el motor.
     —¿Dónde estamos? —En lugar de responder, bajó de un salto y
corrió hasta mi puerta, abriéndola para mí. Colocó sus manos en mis
caderas y me bajó, mientras mi falda se balanceaba con la acción—.
¡Brochan! Dime.
    Me guiñó un ojo y sacó una venda del bolsillo.
     —Hmmm… No creo que nuestra relación haya alcanzado ese nivel
de confianza —bromeé, y mis mejillas se calentaron. Aunque
compartíamos besos intensos y sesiones de besos, no habíamos llegado
hasta el final. Él sabía que yo era virgen y nunca me presionó para que
fuera más allá, pero yo no sabía cómo explicarle que lo necesitaba.
Todas mis insinuaciones hasta el momento no habían funcionado,
porque por muy perdidos que estuviéramos en el momento, él siempre
paraba.
     —Es una sorpresa. Date la vuelta. —Mirando sus ojos azules
brillantes de amor, seguí su orden con facilidad, y al instante, me puso la
venda en los ojos, y todo se oscureció—. Ahora camina despacio
conmigo —me susurró al oído, mordiéndome el lóbulo de la oreja antes
de aliviarlo con su lengua, y yo gemí, pero él me empujó hacia
adelante—. Más tarde. Primero, sigue.
    Lentamente, nos movimos, bajando por el camino si mis instintos
eran correctos, mientras mis tenis golpeaban el pavimento, con el olor
de Brochan rodeándome y llenándome de tal paz que no pude evitar
sonreír.
    Finalmente, se detuvo y murmuró:
    —Te amo. —Justo antes de quitarme la venda. Me quedé
boquiabierta cuando señaló el barco en el que solía ir a pescar con
Donovan.
    Pero eso no fue lo que me sorprendió.
     La cubierta del barco tenía una mesa redonda llena de dos velas
altas y dos platos cubiertos por cúpulas redondas, así que no tenía ni
idea de lo que había elegido para la cocina.
     —¿Qué es? —pregunté con un tono de asombro, y él me rodeó la
cintura, apretándome contra su pecho mientras apoyaba su barbilla en
mi hombro, tocando nuestras mejillas.
     —Feliz decimoctavo cumpleaños, cariño —dijo, y el calor se
extendió a través de mí junto con la culpa.
     Mis padres tenían la tendencia de organizar un gran evento para mi
cumpleaños, alegando que su princesa debía tener solo lo mejor, pero
normalmente aprovechaban esas oportunidades para crear nuevas
relaciones con socios comerciales. Y como mi padre era el juez principal
del estado, la imagen de unos padres cariñosos siempre nivelaba sus
campañas, que a veces parecían interminables. A pesar de su amor por
mí, odiaba las estúpidas reuniones en las que todo tenía que ser correcto
y oficial, así que nunca celebraba mis cumpleaños cuando no era
necesario.
     Olivia y Nona prometieron no mencionar nada a Brochan, pero
claramente no cumplieron su promesa.
    Aunque técnicamente mi cumpleaños sería después de medianoche,
supuse que Brochan quería celebrar la medianoche conmigo.
    Girando en sus brazos, puse mis manos en su pecho y susurré:
    —Siento no habértelo dicho.
    Me movió el cabello por detrás del hombro, sujetándome la nuca
posesivamente, y nos acercó.
   —No pasa nada. Tienes tus razones. Pero no habrá ningún
momento en el que no celebremos tus cumpleaños, ¿de acuerdo?
    Poniendo los ojos en blanco, asentí y él estrechó mi mano con la
suya.
     —Vamos. Vamos a disfrutar de esta noche. —Pero a pesar de la
confianza que parecía tener, noté un nerviosismo inusual a su alrededor,
y mis cejas se fruncieron. ¿Tenía miedo de que no me gustara su cocina
o…?
    Oh.
    El barco al que me llevó era diferente al habitual; no era en el que
trabajaba con Donovan. De hecho, este me recordaba más a un yate
algo caro.
     —¿Tiene una habitación? —pregunté, y él se quedó quieto un
momento antes de responder, su nuez de Adán balanceándose bajo la
presión que ejercía su palabra.
    —Sí.
     El calor y timidez profundizaron, y desvié mi atención hacia el
océano cuando imaginé que mis mejillas se ponían rojas como un
tomate. Mi cabello rojo, mis pecas y mi piel pálida no me permitían
ocultar ningún tipo de emoción.
     —Es nuestro mientras lo necesitemos. Pertenece al hijo de Paul, y
solo lo necesita para mañana por la tarde —añadió, escondiendo las
manos en los bolsillos traseros de sus jeans. Asentí con calma, aunque
un infierno se despertó en mi interior.
     ¿Significaba esto lo que yo creía? ¿Estaba esperando a que
cumpliera los dieciocho años para que lo hiciéramos? Y de repente me
entró el pánico ante la perspectiva de hacer el amor con él. A pesar que
todos estos meses lo presioné y presioné para que por fin lo probáramos,
en ese momento, con el deseo llegó el miedo.
    ¿Y si no lo hago bien? ¿Sería un desastre? O…
    —Oye, oye. Nena, mírame. —Apareció en la línea de mi visión,
palmeando mi cara para que pudiera concentrarme solo en él—. No
pasará nada que no quieras —me aseguró, pero negué con la cabeza,
necesitando tranquilizarlo rápidamente antes de que llegara a la
conclusión equivocada.
    —Yo quiero. Sí quiero. Pero…
    ¿Cómo podía decirle a este tipo tan guapo que la perspectiva de que
me viera desnuda me inquietaba un poco? Dios, qué desastre.
    —¿Pero? —preguntó, y finalmente respondí.
     —Nunca he hecho esto antes. No querría hacer algo mal. —Y con
eso también llegó el alivio, porque no tenía que ocultarle mis emociones.
    Era un libro abierto.
     —Todo saldrá bien. Porque somos nosotros —dijo, besándome en la
frente, y sus latidos calmaron los míos—. Te lo prometo, Em.
    Brochan me habría dado el mundo, y por una noche, lo hizo.
    Solo que después de eso, todo se fue al infierno.
    Isla, Estados Unidos
    Julio 2019
     Dejo la llave en el mostrador de recepción, sonrío al tipo que está
detrás del mostrador, que probablemente sea Rick, y le digo:
    —Habitación 102. Voy a salir ahora, debería estar de vuelta por la
noche.
     El tipo, que parece tener unos veinte años, vestido con pantalones
cortos y camisa, me saluda.
    —Genial. Que lo pases bien. Y el dragón está dormido, así que
puedes salir sin ningún encuentro —bromea y al instante se ríe,
encontrándolo un poco loco, supongo.
     —De acuerdo —respondo, porque ¿qué más se puede decir? Este
lugar se vuelve más extraño a cada segundo. Pero entonces no conozco
las reglas del pequeño pueblo. Tal vez se hayan criado juntos, así que no
hay subordinación entre ellos.
    Encogiéndome de hombros, me despido con la mano y me dirijo a la
puerta, saliendo rápidamente e inhalando el aire salado, mientras la brisa
me roza la cara.
     Decidir dejar la computadora en la habitación ha sido una excelente
idea, porque cargar con un peso excesivo mientras el tiempo es divino es
realmente un crimen.
     En lugar de eso, hoy quiero explorar la ciudad, cronometrar el
tiempo que se tarda en ir a los distintos lugares, antes de establecerme en
la rutina.
     Con esa determinación en mente, compruebo la ubicación en el GPS
de mi teléfono, que dice que tardaré unos veinticinco minutos en llegar a
la cafetería y bajar por un estrecho camino que lleva a la playa.
     Mi cámara se balancea de un lado a otro de mi brazo, mientras
estudio la naturaleza y la belleza que me rodea. Veo familias haciéndose
fotos tontas con sus hijos, mientras están de pie frente a la playa,
probablemente turistas. Parejas que se toman de la mano y se ponen ojos
de cachorro, y generaciones mayores que beben en las cafeterías y se ríen
de algo.
    Varios edificios me saludan con todos los colores del arcoíris. La
mayoría parecen ser lugares públicos, como una escuela o una comisaría
de policía, porque la mayoría de la gente aquí vive en casas.
     De hecho, hasta ahora no he visto ningún edificio de apartamentos,
y Peter y yo atravesamos casi toda la ciudad cuando se perdió de camino
a la posada.
     Me duelen los pies, pues hace tiempo que no camino tanto. La
mayor parte del tiempo estoy sentada escribiendo este maldito libro, así
que cuando veo el cartel de la Panadería de Eva, el vértigo me invade.
Estoy tan preparada para desayunar y tomar un té, que ni siquiera tiene
gracia.
     Estoy tan concentrada en mi destino final, que no me doy cuenta de
la mujer sentada en el banco hasta que me tira de la mano, deteniéndome.
Intento soltar la mano.
    ¿Qué demonios?
     —Lo siento, pero ¿qué estás haciendo? —En serio, ¿qué pasa con
esta ciudad y su política de tocamientos?
     La mujer de mediana edad lleva una falda larga y una camisa de
franela, mientras sus ojos color chocolate me recorren de pies a cabeza.
Inclina la cabeza hacia un lado y su cabello oscuro cae.
     —Has vuelto —murmura, y yo parpadeo sorprendida—. Te dije que
no lo hicieras. ¿Por qué has vuelto?
     Tiro suavemente de mi mano, porque no quiero montar una escena
en plena calle, aunque la gente no nos presta atención de todos modos.
     —Lo siento, pero me estás confundiendo con otra persona. Es mi
primera vez en esta ciudad. —Y la última. No llevo ni veinticuatro horas
aquí, pero ya he vivido lo suficiente como para saber esto. Es hermoso e
hipnotizante, pero de alguna manera, en el fondo, no me siento
bienvenida.
    Después de todo, Kaden tiene razón a veces.
    La mujer sacude la cabeza y me señala con el dedo.
    —¿Por qué mientes?
    —No estoy… Agh. —Me aprieto la cabeza mientras vuelve el
conocido dolor punzante, clavándose en mi cuero cabelludo mientras otra
escena se reproduce en mi mente.
     —Em, ni se te ocurra —me advierte Olivia, pero me limito a
guiñarle un ojo y corro hacia la señora del banco. No puedo evitar sentir
pena por ella. La gente del pueblo dice que ha perdido la cabeza después
de que toda su familia se quemara en un incendio, así que, en lugar de
enfrentarse a ello, viene al mismo lugar al que solía venir con su familia
y se sienta en el parque, esperando que vuelvan. La historia no provoca
más que tristeza en mí, o en los habitantes del pueblo, que siempre
tienen comida y mantas, e incluso sombrillas preparadas para ella. Ella
nunca vacila, aunque el tiempo sea una mierda. Vuelve a casa después
de medianoche y regresa antes de las ocho de la mañana.
     Pero también la gente acude a ella porque les lanza frases de una
sola línea, como predicciones, y aunque la mayoría nunca se cumplen…
eso permite que la gente le deje algo de dinero y la ayude a sobrevivir.
    Este pueblo cuida de los suyos.
     —Em, eres muy supersticiosa. Te dirá alguna tontería y la creerás
—grita Olivia mientras me sigue, pero llega demasiado tarde cuando me
dirijo a la señora que levanta sus ojos marrones hacia mí.
    —Ahora mismo estoy enamorada. ¿Cree que tengo un futuro con
él? —Tomo un billete de veinte de mi bolso para dejarlo en el sombrero
que tiene cerca, pero ella me agarra la muñeca con sus dedos largos, y
me arrastra más cerca para poder susurrar.
    —Deja al chico.
    Frunciendo las cejas, pregunto.
    —¿Qué? —Nunca he oído que toque a nadie; ¡Solo dice una
maldita frase!
    —Deja al chico o destruirás su vida para siempre. Arderá como mi
Jim —dice, y luego su mirada vacía vuelve a mirar al espacio como si yo
no estuviera allí.
     —Solo dice idioteces. —Se apresura a decir Olivia, llevándome a la
cafetería de su madre, y aunque estoy de acuerdo con ella, una parte de
mí teme sus palabras.
    Especialmente con mis padres. Supersticiosos o no, uno nunca
puede estar seguro de lo que van a hacer.
     —Quizá tengas razón —proclama de repente, soltándome—. Tú no
eres ella. Vete. —Me hace un gesto para que me vaya, pero estoy
demasiado aturdida para moverme o hacer algo.
    Esto ya no me recuerda la historia que tengo en la cabeza, sino el
recuerdo que vuelve selectivamente cuando le place.
    Mi anhelo de venir a este pueblo, las noches inquietas llenas de
pesadillas, la reacción de Kaden… solo pueden explicar una verdad.
    —Me estoy volviendo loca. —Quizá se me ocurren escenas para
mis personajes sobre la marcha y por eso son tan reales para mí.
Seguramente nadie me habría ocultado que viví aquí en algún momento
de mi vida.
    Vine aquí en busca de claridad, pero todo lo que obtengo es más
confusión.
     —Bien, ignora a Mags. Tiene sus momentos. —Me sorprende que
Joe aparezca a mi lado, ajustándose la mochila al hombro—. La mitad de
las veces ni siquiera sabe quién está frente a ella; aunque, creo que nos
conoce a todos desde que estábamos en pañales. —Se ríe y me hace un
gesto para que lo siga—. Vamos a la panadería.
    Una parte de mí le agradece que haya aparecido y me haya sacado
de mis pensamientos.
     —Sí, esos panqueques deben ser increíbles, basándome en tus
historias —bromeo, y él guiña un ojo.
     —Son de otro mundo. Pero la verdad es que es una panadera
increíble, así que prueba cualquier cosa.
     En cuanto llegamos a la puerta, la abre para mí y el timbre sobre
nosotros rebota en las paredes. Todo el mundo se gira para mirarnos,
mientras veo a una mujer de mi edad con un vestido largo y floreado
gritando a alguien.
    —John, te he dicho que esto no va a funcionar en mi panadería. Si
quieres comer, mueve el culo hasta el mostrador. No te voy a esperar.
     —Hola, Eve. He traído un nuevo cliente de la posada de Micaden —
dice Joe, y ella se gira, con una brillante sonrisa en los labios, pero se
apaga en cuanto sus ojos se posan en mí.
     Miro fijamente a la mujer de cabello largo y rubio, cuerpo femenino
y los ojos más verdes que he visto nunca en una mujer, que se llenan de
incredulidad, luego de asombro, de felicidad y por último de tristeza.
     Entonces, la bandeja que sostiene en sus manos cae al suelo, y los
platos de porcelana que contiene se rompen. Los pedacitos vuelan en
diferentes direcciones, haciendo que algunos de los clientes maldigan.
    —Mierda —murmura Joe, saltando para ayudarla, pero ella sigue
mirándome fijamente, con la conmoción evidente en cada uno de sus
rasgos, mientras yo intento comprender esta extraña reacción.
    Si hubiera sido alguien de mi historia, sería… Olivia.
    Tragando, doy un paso atrás, pero entonces ella sale de su estupor y
mira a su alrededor.
     —Lo siento, a todos. Hoy estoy un poco torpe. Joe, querido, trae la
escoba del fondo de la cocina. —Él ya está en ello, y ella se limpia las
manos en su delantal negro antes de agarrar una tetera del mostrador y
acercarse a mí con una amplia sonrisa intacta, aunque tengo la sensación
de que es falsa—. Hola, bienvenida a mi pastelería. Me llamo Eve. —
Subraya su nombre como si esperara algún tipo de reacción, pero lo
único que hago es devolverle la sonrisa, aunque el caos estalle en mi
interior.
    —Emerald. Encantada de conocerte.
     Me mira fijamente y, por un segundo, veo que la decepción se
refleja en su mirada, antes de preguntar:
    —¿Quieres una vista al mar o…?
     —Vista al mar —respondo rápidamente y luego decido aligerar la
situación—. ¿Por qué? ¿Algunos clientes se marean mirando?
     Pero en lugar de compartir mi diversión ante tan ridícula suposición,
sus ojos se empañan, mientras señala rápidamente la mesa cercana a la
ventana de la esquina derecha.
    —Entonces este puesto es perfecto para ti. Mira todas nuestras
opciones allí. —Señala esta vez el mostrador y deja la tetera,
apresurándose a ayudar a Joe, y este es el único pensamiento que juega
en mi mente mientras me siento y los observo.
   Nunca le he dicho que me gusta el té; incluso en Nueva York, la
mayoría de la gente da por sentado que me gusta el café.
    ¿Por qué me ha dado una tetera?
    El dolor de cabeza me empieza a molestar poco a poco, así que saco
mis pastillas de la bolsa, las revuelvo con té y luego me concentro.
     La falta de sueño, los importantes proyectos de la galería junto con
los proyectos de la universidad, me han mantenido tan ocupada que
añadir la escritura solo me ha agotado más. Por eso, he llegado a la
estúpida conclusión de que parece que toda mi vida es una mentira y que
alguien la ha orquestado.
    Pero incluso pensar eso es ridículo.
    Con suficiente sueño y descanso aquí, todo volverá a la normalidad.
    Aunque ya no sepa qué implica esa normalidad.
    Ella es como una tentación.
    Imposible de resistir.
     Pero una vez que la persona la saborea… es adicto, sin poder salir
de su locura.
    Como cada tentación viene el precio a pagar.
    Y ya me cansé de ser el único que lo paga.
    Emerald volvió aquí.
    No debería haberlo hecho.
    Con esto, ella selló su muerte.
    De las páginas del libro...
     La luz de la luna brillaba con fuerza mientras Brochan y yo
estábamos de pie en medio del camarote del capitán, mirándonos
fijamente, con los corazones latiendo desenfrenadamente. Habíamos
cenado e incluso bailado un poco al son de una canción en la radio
antes de que me tendiera la mano, y supe que era una pregunta
silenciosa para que lo siguiera escaleras abajo.
     La habitación tenía pétalos de rosa esparcidos por todas partes, con
la cama pulcramente hecha, a la espera de ser utilizada, y comprendí
que Brochan había hecho todo lo posible por hacerlo lo más romántica
posible.
    Tal vez no era la única nerviosa en la habitación, después de todo.
    Suspiró.
    —Emerald, no hay presión. Solo...
     Apreté su camisa y junté nuestras bocas, nuestros dientes chocando
el uno contra el otro, y por un momento se quedó congelado, sin esperar
eso.
    Pero entonces todo cambió.
    Brochan me enredó los dedos en el cabello mientras su otro brazo
me rodeaba por la mitad y me acercaba, bebiendo de mi boca, cada
lametazo y cada pasada de su lengua me mostraba lo mucho que me
apreciaba. Lo tomé de su nuca, me puse de puntillas y profundicé el
beso, queriendo estar más cerca de él aunque no hubiera forma de
acercarse.
    Lentamente, avanzó, luego retrocedió, besándome por todo el
camino hasta la cama hasta que el borde de la misma golpeó la parte
posterior de mis rodillas, y luego me bajó lentamente, y solo entonces
nuestras bocas se soltaron.
    Respiré con dificultad mientras nos mirábamos, él todavía de pie.
Entonces decidí ser valiente.
     Mis dedos empezaron a desabrocharme el vestido de verano, sus
ojos se oscurecieron, haciéndome jadear, porque me envió sensaciones
desconocidas por todo el cuerpo y despertó algo irreconocible, algo
primario.
    —Brochan, yo… —No sabía qué decir, cómo explicarlo, pero él
parecía tener todas las respuestas.
    —Lo sé, mi amor. Estoy aquí. —Tiró de la parte trasera de su
camisa y ésta acabó en el suelo. Al mismo tiempo, me quité el vestido,
dejándome solo en bragas de encaje azul claro.
    Murmuró:
     —Dios mío. —Mis mejillas se calentaron por su mirada, y luego
jadeé cuando noté la mancha húmeda en ellas y la cubrí rápidamente
con la palma de la mano. Me quedé helada cuando gruñó:
    —No lo hagas. —Tragó fuerte y se bajó la cremallera, mis ojos se
abrieron ante la visión que me recibió.
    Nunca había visto a un chico desnudo, pero creo que Brochan tenía
más que el paquete promedio.
    —Es enorme.
    Se rio a pesar del momento.
    —No te preocupes. La gente lo ha hecho durante miles de años.
     —Bueno, conmigo no —señalé, sonriendo, pero entonces se me
cortó la respiración cuando se plantó en toda su gloria desnuda frente a
mí. Aunque lo había visto en bañador... pero así... con el cabello suelto,
cada músculo rígido a la vista, y su polla... sí, el fuego se extendió
dentro de mí y encendió todo mi sistema.
    Lo deseaba ferozmente, pero no tenía idea de cómo vocalizarlo o
hacer algo al respecto.
    La cama se hundió en el momento en que puso su rodilla sobre ella.
Me eché hacia atrás y él se movió al instante entre mis muslos,
abriéndolos más y dándose espacio. La posición no era nueva para
nosotros, ya que habíamos tenido algunas sesiones de besos calientes,
pero nunca pasaron por debajo de la cintura.
    Mis pechos se agitaron por la acción, y entonces su boca caliente
rodeó mi pezón puntiagudo. Cuando lo chupó con fuerza, se ganó un
gemido mío.
     Le agarré el cabello y subí la pierna por encima de su espalda,
haciendo que su polla empujara mis bragas, pero solo me concentré en
las sensaciones que me proporcionaba su boca. Su boca viajó hasta mi
otro pezón, dejando el anterior húmedo, de modo que cada corriente de
aire del aire acondicionado me ponía la piel de gallina.
     Sus manos se clavaron en las mejillas de mi culo, mientras se
deleitaba con mi carne. Arañé con mis uñas su espalda, obteniendo
placer de toda esta gloria masculina en mis brazos.
    —Mía —dijo contra mi piel, rozando con sus labios mi estómago y
sumergiéndose en mi ombligo, haciéndome cosquillas—. Mía y solo mía
—repitió, y yo asentí con entusiasmo. Nunca habría un momento en el
que no quisiera ser de Brochan.
     Me estremecí cuando su cara terminó entre mis muslos, su
respiración abanicando mi lugar más íntimo. Como un reflejo, quise
cerrarlos, pero él no me dejó. En lugar de eso, apartó mis bragas y
deslizó un dedo en su interior, con lo que mis músculos se cerraron al
instante en torno a él.
     —Tan jodidamente apretado —murmuró justo antes de arrancarme
las bragas y poner su boca sobre mí, acariciando mi clítoris con su
lengua mientras su dedo seguía empujando dentro de mí.
    Mis caderas se elevaron y mi gemido resonó en la habitación
mientras el placer, distinto a todo lo que había conocido antes, me
cegaba y me hacía prisionera del acalorado deseo que encendía un
fuego dentro de mí con su contacto.
    Capturó mi clítoris entre sus dientes, lo mordisqueó antes de lamer
mi núcleo de arriba abajo, pasando toda mi humedad por su lengua.
Luego sustituyó su dedo por su lengua, introduciéndose en mi interior, y
yo me apreté más contra él, buscando la fricción que antes me había
negado.
    —Brochan, por favor. —Ni siquiera estaba segura de lo que pedía.
Solo sabía que podría hacer combustión en cualquier momento, pero
quería experimentarlo con él.
     —Eres tan hermosa, Emerald —susurró contra mi piel. Luego se
deslizó hacia arriba, asomándose por encima de mí, y nuestras bocas se
enzarzaron en un beso hasta que oí un desgarro. Lo solté cuando él
envolvía un condón en su longitud y luego pasó suavemente la punta de
su polla por mi núcleo mientras su otra mano lo mantenía firme.
     Podía ver la tensión y el deseo mezclados en su cara, así que rodeé
su cuello con mis manos y me levanté un poco, susurrándole al oído:
     —Hazme tuya, Brochan. —Con un gemido, accedió, entrando en mí
lentamente. Al principio, solo sentí un ligero escozor cuando atravesó mi
barrera. Pero luego el ardor se hizo notar cuando se adentró más,
estirándome. Respiré profundamente, sin saber qué esperar—. Brochan.
—Con mi incitación, empujó hasta el fondo. Grité, con puntos de luz que
me nublaban la vista por la incomodidad, y él se aquietó, dándome
rápidamente un beso.
     Me relajé un poco con sus caricias; la atención que me prodigaba
con cada toque me decía lo mucho que me amaba y lo que estábamos
compartiendo. Podía sentirlo en cada pellizco mientras se acomodaba en
mi interior, nuestros cuerpos entrelazados y mi corazón calentándose.
Estaba llena de tanto amor que quería gritar lo nuestro desde los
tejados.
    Y entonces algo cambió. Ya no me provocaba malestar, sino que
necesitaba que hiciera algo.
    —Muévete —le dije, girando ligeramente mis caderas.
    Él maldijo.
    —Apenas me sostengo aquí, amor. ¿Estás segura?
     Estaba segura. El escozor anterior seguía presente, pero el fuego en
mis venas exigía que se moviera.
     Se deslizó hacia atrás y luego empujó hacia adelante, llenándome
con su polla, y ambos gemimos, mi coño envolviéndolo al instante. Sus
labios acabaron de nuevo en mis pechos, colmándolos de atenciones, su
lengua girando alrededor de mis pezones y chupándolos en su boca
mientras sus caderas se movían de un lado a otro, sacudiéndonos en la
cama.
     Todo se desvaneció, dejándonos solo a nosotros dos en este mundo
mientras nos rodeaba un placer que nos consumía. Mis uñas aruñaron
su espalda mientras mis caderas respondían a cada sacudida, acogiendo
su longitud dentro de mí, necesitándola para sobrevivir.
     Su boca volvió a encontrar la mía y el beso fue tan profundo que no
pude respirar por un momento. Entonces sus movimientos se aceleraron,
llevándome cada vez más alto al borde de algo... algo que no podía
alcanzar, pero que deseaba desesperadamente.
     —Ardo, Brochan —dije, arqueando mi espalda para que pudiera
chupar mi cuello justo por encima de mi pulso, lo que envió un rayo a mi
clítoris solo avivando el fuego dentro de mí más alto—. Estás en todas
partes, pero no es suficiente. —Empuje, empuje, empuje.
     Los sonidos de la carne golpeando y las respiraciones ásperas
llenaron la habitación, pero no me importó.
     —Nadie más que yo tendrá esto ¿verdad? —preguntó, mordiéndome
la clavícula justo antes de penetrarme con tanta fuerza que nos movimos
en la cama.
    Sacudí la cabeza, aún en trance.
    —Nadie más.
    —Buena chica. Mi chica. —Su mano viajó entre nosotros, acarició
mi clítoris y su pulgar lo presionó justo al mismo tiempo que me dio un
duro empujón, y fue entonces cuando sucedió.
    Finalmente llegué al borde y caí de él, justo en la tierra de tal
euforia y placer que nunca había experimentado antes.
    Se tragó mi grito con la boca y luego, con unos cuantos empujones
más, encontró su propio orgasmo. Después, los dos nos tumbamos en la
cama, encerrados en un fuerte abrazo.
    —Te amo —susurré contra su cuello, suspirando satisfecha.
    Brochan me dio un beso en los labios y se puso de lado,
acercándome y subiendo mi pierna sobre sus caderas, con nuestros
cuerpos aún conectados.
     —Yo también te amo. —Nos puso una manta por encima,
ocultándonos de todo y de todos mientras disfrutábamos de nuestro
pequeño cielo.
    Ignoraba que mi teléfono sonaba continuamente mientras besaba a
Brochan apasionadamente.
    No sabía que mis padres tenían un grupo de búsqueda recorriendo
toda la ciudad, tratando de localizar mi paradero.
    Si hubiera sabido entonces que sería nuestro último encuentro,
habría saboreado cada segundo, cada caricia.
    Pero la vida no fue tan amable conmigo.
    Mi vida había terminado antes de tener la oportunidad de empezar.
    Isla, Estados Unidos
    Julio de 2019
     —Aquí tienes tus waffles —dice Eve, colocando el plato frente a mí
e inclinando la tetera en su mano—. Tu té debe estar frío. ¿Quieres que te
sirva de nuevo?
      Frotándome los brazos, porque se me ha puesto la piel de gallina por
el aire acondicionado que funciona en la cafetería, asiento y levanto la
taza.
     —Por favor. No estoy acostumbrada a que el aire acondicionado
esté funcionando —le explico, y ella se ríe, rellenando mi taza.
     —Sí, los lugareños preferimos el frío antes que el calor. Julio suele
ser una mierda en cuanto a calor, pero pega más en la segunda mitad del
mes.
    —Oh —digo, riéndome interiormente de lo despreocupada que es
cuando dice palabrotas o suelta varias palabras no tan femeninas por
ahí—. Pero seguro que te encanta este lugar.
    —El mejor lugar del mundo —responde, y entonces alguien llama
desde detrás de ella.
     —Eve, ¿me das unas tortitas para llevar? Tengo que estar en el
trabajo en cinco minutos. También puedo llevarle el almuerzo a Tom.
     —Claro. —Me da una palmadita en el hombro y deja la nueva
tetera, mientras toma la vieja—. Disfruta.
     —Gracias. —A pesar de que soy una extraña, la calidez viene de
ella a raudales hacia mí, y no estoy segura de cómo tomarlo. Quizás es
más amigable con los turistas que, digamos, Micaden.
    En el momento en que él entra en mi mente, resoplo con
exasperación y muerdo el waffle con fuerza, imaginando que es su cara.
El muy imbécil me ha juzgado sin siquiera conocerme, y eso me molesta.
     Toda esta rabia dentro de mí no es buena, cuando lo vea la próxima
vez, voy a decirle a ese imbécil lo que pienso de él. No soy una especie
de felpudo que aguanta su mierda y la ignora; tiene que saber que no
puede hablarme así.
    Aunque esté buenísimo y mi cuerpo se ponga en alerta cada vez que
mi mirada se posa en él.
    Volviendo a resoplar de fastidio, mastico el waffle y gimo cuando el
sabor llena mi boca.
     —Dios mío —murmuro, dando otro mordisco, porque es imposible
no hacerlo. Es dulce, está cubierto de sirope de fresa y se deshace en la
lengua. Los arándanos frescos añadidos por encima le dan un sabor más
rico. La masa es tan suave, como una nube, y la deliciosa combinación
de todos esos ingredientes crea un plato infernal.
     —¿Te gusta, supongo? —se burla Eve, despidiéndo al chico que
sale corriendo, dejándonos solo a nosotras dos con Joe detrás del
mostrador de la cafetería. Las panaderías suelen estar ocupadas hasta el
almuerzo, así que esto no me sorprende.
    —Los mejores waffles que he probado nunca —digo entre mi
bocado de comida, y ella se ríe, volviéndose también en dirección al
mostrador, pero luego hace una pausa y pregunta—. ¿Te importa que te
acompañe? Suelo comer en la parte de atrás, pero...
     —¡Por supuesto! —El vértigo me invade. Me encanta conocer gente
nueva, y tener una amiga aquí será increíble. Lo último que necesito es
ser una solitaria en la ciudad a la que todos evitan o consideran extraña.
    Se sienta frente a mí y veo que tiene una tortilla y me estremezco,
mortificada por haberlo dejado ver en mi cara.
    —Lo siento. Es que...
    —¿No soportas los huevos? —pregunta y yo asiento—. No te
preocupes. Me encantan. Antes tenía una amiga... que me las cocinaba
todas las mañanas porque yo no sabía hacerlo.
     —¿No sabías cocinar? —Siempre he pensado que a la gente que
tiene restaurantes o panaderías les debe encantar hacerlo, porque tienen
que estar rodeados de comida y cocinar. Imagino que inventar nuevas
recetas también es importante, así que hacerlo sin pasión sería
desesperante y molesto.
     —No. No podía ni mirar la comida cruda. Pero mi madre era la
dueña de este lugar, y luego enfermó, así que tuve que aprender. —Una
sonrisa se dibuja en sus labios mientras sorbe su café—. Mi pobre Tom.
Se intoxicó tres veces durante la etapa de aprendizaje.
    —Debe amarte mucho. —Basado en el comentario lanzado por el
chico antes sobre el almuerzo, todavía están juntos, por lo que no huyó.
    Cualquier tipo que no huye después de eso es un guardián.
    —Lo hace, y yo también lo amo. Llevamos diez años juntos. Nos
casamos hace tres años. —Señala su dedo, que tiene un hermoso
diamante de corte princesa—. Propuesto en la comisaría. Es el sheriff.
     —Qué bien —digo, pero luego frunzo el ceño—. ¿Cuántos años
tienes? —Diez años es mucho tiempo para estar con alguien, pero ella
parece tener mi edad. Algunos pueden encontrar a sus almas gemelas a
los diecisiete años.
    —Veintiocho.
    Así que mi suposición era correcta.
     —Cumpliré veintiocho años dentro de un mes —le digo, y ella
asiente con la cabeza, como si fuera un hecho.
     Luego sigue hablando y yo escucho, aprendiendo cosas nuevas
sobre la ciudad y sus ciudadanos. Menciona nuevos edificios y
actividades que se hicieron populares aquí, lo que sucedió con un tipo
llamado Duke que murió hace unos años y que solía ser sheriff antes que
Tom ocupara su lugar. Luego explica otras cosas sobre los pescadores y
varios lugares de los que no tengo ni idea.
     Si alguien escucha nuestra conversación, podría pensar que yo antes
vivía aquí y que mi vieja amiga me está poniendo al corriente de las
cosas que me he perdido.
     —Así que, para concluir, la ciudad está repleta y la vida sigue su
curso. —Termina, limpiándose la boca con un pañuelo—. ¿Qué has
estado haciendo?
      ¿Es mi turno ahora de compartir largas historias sobre todo el
mundo y yo incluida? La forma en que la gente de los pueblos pequeños
construye sus relaciones me resulta fascinante; es como si no tuvieran
filtro y yo fuera uno de los suyos.
     —Soy de Nueva York. Nací y me crie allí —empiezo, pero ella se
atraganta con su bebida, maldiciendo.
    —Mierda. —Limpia las pequeñas gotas de la mesa, aclarando su
garganta—. Lo siento.
    Qué raro. ¿Nunca han tenido neoyorquinos aquí?
     —Soy artista y profesora. Enseño arte a niños ciegos en la escuela y
expongo mi trabajo en galerías. —Sus ojos se abren de par en par ante
esto, pero no le presto atención—. Perdí el sesenta por ciento de mi
visión cuando tenía veintiún años. Por suerte, mejoré con el tiempo, pero
no todo el mundo tiene esa suerte. Así que ayudar a los que se enfrentan
a retos similares a los míos me pareció la mejor opción. Quiero a todos
mis niños.
    —¿Accidente? —Me muevo incómoda, no me gusta mucho este
tema debido a los recuerdos borrosos.
    —Sí. —Decido no dar más detalles, pero afortunadamente ella no lo
espera—. Y últimamente soy escritora, supongo. —No tengo idea de por
qué menciono este hecho cuando pretendía mantenerlo oculto.
    Esto debe despertar su curiosidad, porque apoya los codos en la
mesa y pregunta:
    —¿Un libro? ¿Una historia completa?
    —Más o menos. Hace meses que tengo esta historia de amor en la
cabeza y tenía que escribirla.
    —Ah —dice, y luego pregunta con cuidado, aunque no se me
escapa la preocupación en su tono—. ¿De qué trata la historia?
     —Es sobre… —El fuerte tintineo del timbre de la puerta suena
cuando entran nuevos clientes, y al instante se me eriza la piel cuando la
voz familiar zumba en el local.
    —Eve, tenemos que hablar.
   El pánico cruza la cara de Eve, pero luego su mandíbula cae cuando
murmuro:
    —¡Él otra vez! —No puedo creer que de todos los lugares de hoy,
Micaden haya elegido este.
    ¿Es que el universo nos ha puesto juntos a propósito?
     —¿Por qué estás parado en el medio, amigo? Estoy a punto de soltar
esta maldita y pesada mie… —El hombre que está detrás de él se detiene
bruscamente cuando me ve, sacudiendo la cabeza con incredulidad, con
los ojos casi saliéndose de sus órbitas—. Emerald.
     Cuando mi nombre sale de sus labios, la energía de la cafetería
cambia. La tensión aumenta rápidamente, y el odio hacia mí que sigue a
los dos hombres no puede pasar desapercibido.
    Antes que Micaden y Eve tengan la oportunidad de comentar el
hecho de que él sabe mi nombre, me levanto y me precipito hacia
Micaden. Pinchando su pecho, apenas contengo la furia que me embarga.
    —¿Vas por ahí diciendo a la gente lo mala persona que soy?
     —Oh, mierda —exclama Eve, pero la ignoro. Ya es suficiente. Cada
encuentro con este hombre acaba en él arremetiendo contra mí, y ahora
incluso les habla a sus amigos de mí, porque ¿qué otra cosa explica el
comportamiento de este chico?
    —Bien, no te gustan los turistas, pero eso no te da derecho a ser
grosero con nosotros. O a insultarme. Y deja de hablar sobre mí también.
—Termino con un último pinchazo, clavando mi dedo en sus duros
abdominales, respirando con fuerza.
     Y es entonces cuando capto sus ojos perforadores mirándome con
tantas emociones que no puedo nombrar. Todo deja de existir mientras
ambos nos quedamos de pie en la cafetería, encerrados en un momento
que no puedo entender.
     Me invade algo parecido a un déjà vu, con imágenes en las que me
encuentro así muchas veces con él. Como si nuestras peleas o
discusiones fueran algo normal.
    Sacudiendo las visiones de mi cabeza, respiro profundamente
cuando él envuelve su mano alrededor de mi dedo y se inclina hacia
delante.
     —Me has tocado dos veces. Si vuelve a ocurrir, prepárate para las
consecuencias. —El acero y la dominación cubren su tono, su agarre me
estremece, haciendo que me duela un poco el cuerpo—. La aversión no
es una emoción lo suficientemente fuerte para describir lo que siento por
ti. —Me aparta el dedo, agarra la caja del hombre y le dice a Eve—. Voy
a poner el pescado en la cocina.
     —Iré contigo —responde el hombre, pero sus ojos plateados llenos
de odio tampoco ocultan lo que siente por mí—. Hablaremos más tarde,
cariño. —Aunque utiliza un apelativo cariñoso, hay una advertencia en
él.
    ¿Consecuencias?
    ¿Qué tipo de consecuencias?
     —Lo siento por esto. Tom no suele ser tan grosero. —Así que ese es
su marido—. Es el mejor amigo de Micaden —añade por alguna razón, y
yo asiento. Amigo o no, eso no explica su comportamiento hacia mí.
    No he hecho nada malo, y sin embargo no puedo quitarme la
sensación de estar manchada de tierra. ¿Por qué me molesta de todos
modos? Así que dos lugareños son unos completos imbéciles.
    Pero el odio en sus ojos me entristece a un nivel más profundo de lo
que quiero admitir.
     —No pasa nada. —Dejo caer unos cuantos billetes de dólar sobre la
mesa—. Gracias por el desayuno. Estaba muy bueno. Me voy a ir ahora
—digo, agarrando mi cámara, pero entonces ella me toma la mano,
tranquilizándome.
     —Vuelve mañana. Puedo enseñarte la ciudad si quieres —dice, y
algo de tensión me abandona.
     Aunque no le guste a su marido, está claro que ella no comparte sus
prejuicios.
    —Me encantaría.
    El alivio cruza su rostro mientras sonríe.
     —Genial. Entonces nos vemos aquí mañana. —Me abraza, y un
calor familiar pero desconocido me rodea. Las lágrimas se agolpan en
mis ojos por el abrazo, lo que me confunde aún más.
    No soy más que una emoción y un lío confuso en esta ciudad.
     —Estoy de tu lado, nena —susurra en voz baja, pero cuando me
inclino hacia atrás, se limita a darme una palmadita en la mejilla y a
seguir a los hombres. Debo haber imaginado sus últimas palabras.
    Después de todo, este pequeño problema no requiere elegir un
bando.
    Belleza.
    Una palabra corta para lo que la gente valora mucho.
     Supongo que cada uno tiene su propio significado, pero yo siempre
lo asocié con ella.
    Sus ricos mechones como el fuego que caían en cascada por su
espalda en forma de ondas, brillando al sol y rogándome que los tocara.
Ojos verdes intensos que siempre contenían picardía y curiosidad por el
mundo que la rodeaba.
    Una piel pálida y pecosa que mostraba con facilidad cada una de sus
emociones, preocupaciones o deseos, dejando dolorosamente claro lo que
quería.
    Curvas que se ajustaban tan bien a mi cuerpo, curvas en las que
podría haberme perdido.
    Mi propio tipo de sirena.
     Y como sus antepasados, me atrajo a su trampa, creando una red tan
fuerte que no pude resistirme a ella. Y como todo pescador, caí en ella y
perdí mi alma por ella.
    Pero la vida no es un cuento de hadas.
    Una lección que ella pronto aprenderá.
    De las páginas del libro...
     —Oh Dios mío —murmuré mientras Brochan conducía tan rápido
como podía por la oscura carretera sin saltarse los límites de velocidad
de camino a casa de Nona.
    —Me van a matar.
    —Les explicarás que estabas conmigo y todo saldrá bien. —
Brochan intentó calmarme con su voz tranquilizadora, pero lo único que
consiguió fue enfurecerme más.
     —¡No estará bien, Brochan! Ni siquiera saben que salgo con
alguien, pero cuando se enteren… —Solo el cinturón de seguridad me
salvó de golpearme la cabeza con el salpicadero cuando Brochan frenó
de golpe.
    Apretó el volante con tanta fuerza que su piel bronceada se volvió
blanca, y me miró, con un dolor evidente en cada uno de sus rasgos.
    —¿No saben lo nuestro?
    Oh, no. No cuidé mis palabras en mi estado de pánico y ahora el
gato estaba fuera de la bolsa.
    —Brochan...
     —Llevamos dos meses saliendo y te llaman todos los días. Me dijiste
que lo sabían.
    —Es que si les dijera...
    La ira y la furia salieron de él en oleadas mientras me acercaba
para que no pudiera evitar su mirada.
    —Me das excusas, pero necesito respuestas. ¿Te da vergüenza estar
conmigo?
     —No, Brochan, no. —Intenté tranquilizarlo, palmeando su cabeza y
frotando sus mejillas con mis dedos—. ¿Cómo puedes decir eso después
de nuestra noche?
     Algo de la tensión lo abandonó, pero su agarre sobre mí solo se
hizo más fuerte, mientras escupía:
    —¿Por qué entonces?
    —Porque lo habrían hecho antes —grité, sin encontrar la respuesta
adecuada a esto. Mi razonamiento podría parecer estúpido a todo el
mundo, pero nadie los conocía mejor que yo.
    Brochan nunca sería una pareja perfecta para mí a sus ojos.
    —¿Hacer qué?
    —Venir a arruinarnos. —Ni siquiera tuve tiempo de parpadear
antes de que me arrastrara hacia arriba, y terminara sentada a
horcajadas sobre él con mis brazos rodeando su cuello.
    —¿Crees que tienen el poder de arruinarnos?
    Las lágrimas corrieron por mis mejillas, mientras respondía:
    —No lo sé. Solo sé que nadie va en contra de sus reglas. Y yo te
amo, Brochan, pero para ellos, tú eres...
    —No soy digno de su hija —terminó por mí, y cuando asentí, me
limpió las lágrimas—. No pasa nada. Hablaré con tu padre, y aunque
haya una tormenta de mierda... mientras sepa que estás conmigo para
siempre, podremos soportarlo. —Pegó su boca a la mía, tomando mi
lengua prisionera con la suya mientras me daba un beso posesivo, que
me reclamaba invisiblemente—. Si estás segura, nada más importa.
     —Estoy segura —le dije, y nos encerramos en otro beso mientras el
pánico que había en mí se calmaba un poco. Su corazón latiendo con
fuerza bajo mi palma y su calor envolviéndome en un capullo me
hicieron creer que nuestro futuro era posible.
    Y que nadie tenía el poder de romperlo.
     Pero solo duró cinco segundos, hasta que el golpe en la ventanilla
nos sobresaltó y vimos al sheriff Duke de pie con dos vehículos de la
policía. Sus luces rojas iluminaban la calle con fuerza, dirigiendo toda
la atención hacia nosotros.
    —Salgan del auto, chicos —ordenó, y lo seguimos, nunca lo
habíamos visto tan serio en nada.
    Una vez que estuvimos frente a él, chasqueó los dedos a uno de los
agentes, que exhaló con fuerza, pero se unió a nosotros de todos modos.
    Brochan preguntó:
    —¿Qué pasa, Duke? —El sheriff era uno de los tipos más geniales
que conocía en el pueblo, siempre cuidando de sus ciudadanos y
apoyando a tipos como Brochan con programas especiales.
     Siempre bromeaba para que no le diéramos una razón para
meternos entre rejas, porque nos encontró besándonos varias veces. Sin
embargo, últimamente había perdido parte de su carácter
despreocupado después de que su hija sufriera un accidente de auto y las
operaciones fueran demasiado caras para la familia. Todo el pueblo
intentó ayudarlo, pero hasta ahora había sido inútil.
     —Todo el pueblo la está buscando. Sus padres han vuelto, exigiendo
verla. Lo siento, chica.
    Las cejas de Brochan se fruncieron, y yo miré entre ellos, con el
miedo creciendo en mi interior.
     —¿Por qué? —Fue entonces cuando un segundo oficial le puso las
esposas, cerrándolas firmemente en sus muñecas—. ¿Estás loco, Duke?
No hemos hecho nada —gritó Brochan, pero el sheriff se limitó a negar
con la cabeza.
     —Hoy ha cumplido dieciocho años, lo que significa que anoche,
cuando estaba contigo, era menor de edad. Si ellos lo dicen, tengo que
retenerte.
    —¡Estuve con él por mi propia voluntad! —Tal y como predije, mis
padres utilizaron el poder de la ley para manejar esta situación.
¿Esperaba otra cosa de mi padre, el juez?
     —Ron te llevará a casa. Habla con tus padres para que pueda
soltar al chico. ¿De acuerdo? —ordenó, y yo asentí mientras me volvía
hacia Brochan, abrazándolo más fuerte.
    —Lo siento mucho. Voy a arreglarlo. No te vas a quedar ahí mucho
tiempo.
     —No aceptes nada, ¿está bien? No tomes decisiones precipitadas
solo para salvarme —me advirtió, justo antes de compartir un beso—.
Promételo, Em.
    —Te lo prometo —dije justo antes de que Duke nos separara y me
subiera al auto, dispuesta a desatar el infierno y la furia contra mis
padres para que lo dejaran ir y no le arruinaran la vida.
    En ese momento, sentí que el mundo se había acabado.
    Si supiera lo que nos esperaba después, no habría sido tan
dramática en ese momento.
    Isla, Estados Unidos
    Julio 2019
     —Así que sus padres estaban en contra de la unión. ¿Algo así como
Romeo y Julieta? —Me pregunto en voz alta, bebiendo mi té y
rascándome la cara—. Así que por eso son amantes desafortunados.
     En realidad, todo este desarrollo de la trama me hace una persona
tremendamente feliz, porque significa que realmente terminará pronto.
Sus padres se opondrán, luego verán el error de sus formas, y el "felices
para siempre" sucederá.
    Así que mi heroína está triste sin razón.
    O al menos eso espero.
    Mi teléfono vibra a mi lado y sonrío al ver el número de Kaden
parpadeando en la pantalla. Lo acepto rápidamente, bromeando:
     —Pensé que habías prometido no molestarme durante un mes. —
Después de que me "permitiera" ir, se mantuvo melancólico durante
todos los meses y ni siquiera se presentó a nuestras reuniones semanales
de los domingos.
     A pesar de su actitud protectora que me acompañaba a todas partes,
vivía en una mansión situada en las afueras de la ciudad, y solo la visité
una vez, únicamente porque su mayordomo Levi insistió. Kaden me dio
el apartamento que nuestros padres compraron para nosotros, ya que,
según los papeles, me lo dejaron todo junto con un fondo fiduciario al
que podré acceder cuando cumpla treinta años.
     Poco después, vendí el ático de Manhattan y compré un apartamento
de dos habitaciones en Brooklyn que estaba más cerca de mi trabajo, y
me gustaba mucho más el acogedor lugar que el espacioso apartamento.
No tenía muchos amigos a los que invitar. Solo algunos buenos
conocidos de mi clase de arte, como Frankie, que se convirtió en un
famoso diseñador, y Ariel, el teclista de una famosa banda de rock. Nos
hemos visto de vez en cuando, pero la mayoría de las veces me dedicaba
a pintar o a dar clases a los niños.
    Pensando ahora en ello, mi vida es muy aburrida. Pero entonces,
¿qué tan imprudente puedo ser con todos mis problemas de salud?
     —Tu humor no es bienvenido en este momento. —Su voz no
encierra más que frialdad, y yo estallo en carcajadas, abandonando parte
de la pesadez de mi pecho.
    —Kaden Scott, ¿estás insinuando que me echas de menos?
    —¿Basado en qué, has llegado a tal conclusión? —Hace una pausa y
luego dice—. Pero sí. ¿Cómo estás?
     —Estoy bien —respondo rápido, demasiado rápido, y maldigo
interiormente su siguiente pregunta.
    —¿No me digas? ¿Por qué estás nerviosa, Emerald?
    Mierda, ocultarle algo a Kaden es imposible. Conoce demasiado
bien a la gente; es como si se pasara el tiempo estudiando la naturaleza
humana. Cuando, en realidad, es un hombre de negocios que posee un
montón de cosas. Creo que actualmente vale miles de millones.
   —No lo estoy. Solo estoy cansada. He estado trabajando todo el día
—Lo cual es la verdad.
    Más o menos.
    Después del café de Eve, caminé un poco por el pueblo y volví a la
posada, donde Marcy me tentó a probar su puré de patatas y pescado.
Acabé pidiéndolos en mi habitación, donde he pasado las últimas siete
horas escribiendo.
    —Son las once de la noche para tu información —añado. Kaden
funciona con horarios extraños, siempre despierto en mitad de la noche
pero también es el primero en despertarse. A veces su falta de voluntad
para compartir mucho sobre su vida o el hecho de no conocer a sus
amigos me irrita, pero no presiono.
     Es el mejor hermano mayor del mundo, siempre está ahí para mí
después del accidente, así que me niego a ser curiosa. Mientras esté bien,
su vida es asunto suyo.
     —Sin embargo, estás despierta —responde. Salgo al balcón,
disfrutando de la ligera brisa que me toca las mejillas—. ¿Te duele la
cabeza?
    —Un poco. Pero estoy tomando mi medicación.
    —Quizá deberías intentar no tomarla.
    Mis cejas se fruncen y enderezo la espalda.
    —¿Qué quieres decir? Sabes que tengo pesadillas sin ella. —Fue él
quien insistió en que la tomara.
    —Creo que estás preparada —dice crípticamente, y me siento aún
más confusa.
    —¿Preparada para qué?
    —Para la verdad. —Ni siquiera puedo cuestionar su afirmación,
porque termina con la llamada—. Te llamaré en unos días. No te
preocupes, Em. Nadie va a hacerte daño. Estás bajo mi protección.
    Mirando fijamente mi teléfono, intento darle sentido a esto, y como
siempre, fracaso. Me siento como una completa idiota, que deambula por
el lugar sin saber qué hacer o decir, porque todos los que me rodean
guardan secretos o siguen lanzándome frases extrañas.
    Sin embargo, todos los pensamientos sobre mis problemas se
esfuman cuando observo que una anciana se dirige apresuradamente a la
playa, y grita algo que no puedo entender. Pero es evidente, por su
balanceo y su postura, que no está bien.
    Y se dirige hacia el mar. Me quito los enormes lentes, que me
permiten ver bien, y me limpio el sudor de debajo de ellos.
     —Oh, no —murmuro, y salgo corriendo de la habitación, bajando
de un salto las escaleras hasta el primer piso y lanzándome por la puerta
principal, justo cuando Marcy llama:
    —¡Emerald!
     El tiempo invertido en explicar podría ser desperdiciado. Tengo que
salvarla antes de que ocurra algo.
     Corro y corro, notando la sombra a lo lejos, ya en el océano, y añado
velocidad, respirando con fuerza, mientras la determinación, como nada,
corre por mis venas.
    Hay que salvar a esta mujer.
     Llego a ella justo a tiempo cuando está a punto de hundirse hasta el
cuello en el agua, así que le rodeo con las manos el centro y tiro de ella
hacia atrás, sin que mis acciones se noten. El miedo al agua ya no es un
problema cuando otra persona está en peligro.
    Tiro y tiro de ella, mientras sigue gritando:
    —Ahí. Está ahí. —Dios mío, ¿qué hay ahí?
    Cuando volvemos a la orilla, se congela en mis brazos, luego gira y
nuestras miradas chocan. Se me corta la respiración.
     Sus ojos verde esmeralda podrían ser un reflejo de los míos, son tan
parecidos; me mira con asombro y sorpresa. Se tapa la boca con su mano
arrugada que deja ver cada vena debido a su delgadez, y sus mechones
plateados vuelan a nuestro alrededor. Me resulta dolorosamente familiar,
pero no sé por qué.
    Me toca la cabeza y me frota las mejillas mientras susurra:
    —Mi niña. —Sus dedos recorren mi frente, mis cejas, mi nariz y
mis labios—. Mi preciosa niña. —Empieza a llorar, me rodea con sus
brazos y me abraza tan fuerte por un segundo que no puedo respirar.
    O impedir que mis propias lágrimas caigan.
    Su olor me perturba, me recuerda algo que no puedo nombrar. Una
sensación de profunda pérdida se hace presente en mi pecho, y me siento
devastada.
     —Siento mucho no haber sido lo suficientemente fuerte. —Se echa
hacia atrás, sollozando, y yo niego con la cabeza, porque lo que sea de lo
que crea que es culpable no puede ser cierto.
    —Nona. —La voz profunda de detrás de mí habla, calmando mi
corazón antes de que empiece a latir rápidamente de nuevo—. Ven aquí.
    —Micaden, mi pequeña ha vuelto. —Me da una sonrisa llorosa—.
Mira qué hermosa es. ¿Verdad que sí?
    Nona. ¿Cómo su abuela que tiene Alzheimer?
     Probablemente se ha perdido y me ha confundido con otra persona
de su pasado, una nieta.
     —Micaden también está aquí. Círculo completo —me habla,
abrazándome de nuevo, pero luego me suelta cuando Micaden tira de ella
hacia él.
    —No es ella, Nona.
    —No, Micaden, es nuestra chica.
    —No, Nona. ¿Recuerdas lo que siempre hablamos? —Su mirada se
queda en blanco, pero luego, lentamente, la sonrisa cae de su rostro y
vuelve la tristeza. Mordisquea su dedo y asiente.
    —Sí. Mi niña no está aquí.
    Veo que algunos hombres se unen a nosotros y se dirigen a
Micaden.
    —Lo sentimos mucho. Se escapó por la puerta trasera durante la
barbacoa. Nos dimos cuenta de que había desaparecido casi
inmediatamente. —Sí, claro. Sin embargo, tuvo tiempo de venir aquí y
hacer todo eso.
    Inmediatamente mi culo.
      —Estoy cansada —dice de repente—. Quiero volver ahora. —Me
da una palmadita en el hombro—. Gracias. —Y entonces se dirige de
buena gana hacia los hombres que asienten a Micaden y se alejan con
ella.
     Se produce un silencio incómodo entre nosotros, y no quiero
prolongarlo. Los escalofríos me recorren, provocando la piel de gallina, y
mis dientes castañean entre sí, porque la brisa que toca mi ropa mojada
es insoportable.
    Parpadeo sorprendida cuando me ordena:
    —Levanta los brazos.
    —¿Qué? —digo con voz gruesa, con los dientes todavía rechinando.
     —Levanta los brazos —repite, y como la tonta que soy, sigo su
orden a ciegas. Me quita el vestido de verano con un rápido movimiento,
haciéndome jadear—. ¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco? —Es cierto que
tengo un bikini debajo, porque había planeado ir a la playa antes, pero
aun así.
     Me ignora y, en cambio, se quita su camiseta negra y me la pone. La
tela se desliza por mi cuerpo, acomodándose justo a mitad de mis
muslos.
    —Esto debería mantenerte caliente.
    Lo fulmino con la mirada.
     —Por si no te has dado cuenta, mi bikini también está mojado, así
que la camiseta ya está empapada. —Sueno como una perra y todo, pero
no me importa. El tipo tampoco ha sido amable.
    —Un simple gracias habría sido suficiente.
     Furiosa por su respuesta, me propongo marchar hacia el hotel, solo
para gritar de dolor al dar los dos primeros pasos.
     —Ouch, ouch. —Salto sobre una pierna, la otra levantada mientras
el dolor viaja desde la pantorrilla hasta el pie como una onda eléctrica.
    Lo siguiente que sé es que estoy en los brazos de Micaden, que me
levanta sin esfuerzo. Tengo la cara pegada a su pecho y los latidos de su
corazón resuenan en mi oído. Sus brazos rodean mi espalda y pasan por
debajo de mis rodillas y, a pesar del dolor, siento el calor que desprende
poniendo mi cuerpo en alerta.
    Mátame ya, en serio.
     El calor de su cuerpo se cuela en mis huesos, y poco a poco se
extiende dentro de mí, y mis dientes dejan de castañear. Sigue
caminando, supongo que de vuelta a la posada, sin pronunciar una sola
palabra.
     Tal vez tenga el síndrome del caballero de la armadura; está
dispuesto a ayudar a un extraño, pero interactuar realmente con uno es
otra historia.
     El cansancio me invade y me quedo dormida sobre su pecho,
arrullada por el sonido de las olas que chocan contra las rocas.
   Al menos eso es lo que pienso, porque no reconozco la picadura de
medusa o el hecho de que simplemente me desmayé.
    El perdón.
    Un concepto de seguir adelante con tu vida, olvidando toda la
mierda mala que te ha pasado, aceptándola al pie de la letra.
    Algunas personas son lo suficientemente generosas como para darlo.
    Y probablemente tengan razón al hacerlo.
    Pero yo no puedo.
    Nunca podré perdonarla por lo que ha hecho.
    Porque con sus decisiones y mentiras, destruyó mi vida.
    Y a todos los que yo apreciaba en mi corazón.
    De las páginas del libro…
     Cerrando la puerta del auto con fuerza, me apresuré en llegar a la
casa, pasando por delante de una preocupada Nona que solo suspiraba
con fuerza. Acabé en el salón donde estaban mis padres.
     Papá estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a mí, sorbiendo
lentamente algo, probablemente el café negro que siempre le permitía
funcionar, o eso decía. Mamá estaba sentada en el sofá, hojeando una
revista, mientras sus lágrimas brillaban bajo el sol de la mañana. Ambos
llevaban trajes perfectamente confeccionados, a juego con los colores
del otro.
    Nada más que lo mejor para la familia Hayes.
    —Por fin nos has honrado con tu presencia, Emerald —dijo mi
padre, tomando otro sorbo, y mamá levantó los ojos hacia mí,
recorriendo su mirada amorosa sobre mí.
    —Cariño, has vuelto. —Dejó la revista a un lado y se puso de pie,
abriendo los brazos de par en par, esperando que yo entrara en ellos.
     —Llama a la policía, papá —dije, sin ver el punto de bailar
alrededor del tema como si nada hubiera pasado.
     La sonrisa de mamá se desvaneció un poco, pero dio el paso hacia
mí y me abrazó a pesar de mi terquedad. Al instante, su rico perfume me
envolvió y suspiré, porque aunque ahora actuaran de forma horrible,
sabía que me querían.
     A su manera retorcida y fría. Y mamá siempre tenía la tendencia a
permanecer ajena a cualquier tormenta de mierda que se gestara a su
alrededor, incluso si papá y yo nos peleábamos. En todos los años,
nunca la había visto interferir en nada.
    Se limitaba a mantener permanentemente una posición neutral.
    Inclinándome hacia atrás, dejé que mamá me acariciara la cabeza y
chasqueó la lengua.
    —Todo este tiempo al sol ha hecho que tus pecas sean más visibles
—me reprendió ligeramente, acariciando esta vez mi mejilla—.
Seguramente no te has puesto crema como te dije.
    Al separarme de su abrazo, me dirigí a papá una vez más.
    —Llama a la policía, papá.
     Finalmente, se dio la vuelta, con el ceño fruncido mientras ponía su
taza sobre la mesa y me hacía un gesto para que me acercara.
   —No creo que esa sea la forma adecuada de saludar a tu padre,
Emerald.
    La terquedad junto con el miedo lucharon por el dominio, pero
recordé las manos esposadas de Brochan y sucumbí a su petición,
caminando lentamente hacia él.
    —No hemos hecho nada malo, papá. Es mi novio.
     —Eso me dijo mi madre. Un hecho que, debo añadir, se nos ocultó.
¿Crees que no nos importa con quién sale nuestra hija? —Tal vez me
equivocaba y era el instinto de protección que llevaba dentro el que
exigía que me salvara. Al fin y al cabo, nunca había tenido novio,
aunque tenía citas. Los padres podían estar menos que encantados con
esas cosas.
    Tal vez había juzgado mal a mis padres y, si se lo explicaba bien,
podrían cambiar de opinión.
    Me rodeó la cintura con sus brazos, apretándome en su abrazo por
un momento antes de continuar.
     —No contestas al teléfono. Tu instructor nos ha dicho que no le has
enviado nada nuevo en semanas. Luego, cuando venimos aquí en mitad
de la noche, no estás en ningún sitio y vuelves a ignorar nuestras
llamadas. ¿Crees que nosotros, como padres, no tenemos derecho a
estar preocupados?
     Sí, mi padre no era juez por nada. Seguro que sabía cómo destruir a
sus oponentes lanzándoles hechos razonables.
     —Tienes razón. Lo hice todo mal —admití, viendo la estupidez de
mis formas. Tendría que haber sido una adulta y haber confesado todo—
. Y me disculpo por hacerte preocupar y por omitir la verdad.
    —Mentir —dijo, y yo respiré profundamente, asintiendo con la
cabeza.
     —Y por mentir. Pero todo esto no cambia el hecho de que Brochan
está ahora en la comisaría por este malentendido. Déjalo ir, papá.
     —Hice un informe sobre él. —Ignoró mis palabras, recogiendo la
carpeta manila de la mesa—. Quedó huérfano a los tres años,
abandonado en la puerta de la iglesia. Luego varias familias lo
acogieron, pero era un niño difícil. Hasta que su padre adoptivo, que
casualmente es pescador y tiene un taller de autos aquí, lo tomó bajo su
ala, y se adaptó a la vida aquí una vez que la esposa murió. —Su voz era
calmada y práctica, sin una sola emoción, y el miedo familiar volvió a
mí mientras escuchaba sus palabras—. Las calificaciones en la escuela
son mediocres, aunque podría haber solicitado una beca. Al parecer, se
le considera superdotado en matemáticas. Pero eso es todo. Trabaja
como pescador y mecánico. Gana unos mil dólares al mes y comparte
piso con su mejor amigo y otro chico. —Chasqueó los dedos, como si
hubiera olvidado algo—. A veces gana un dinero extra ayudando a
arrastrar tripas de pescado. ¿Es correcta toda esta información? —
preguntó, y yo asentí, porque ¿qué otra cosa se podía hacer?
     —Bueno, parece un hombre muy trabajador —aplaudió mamá
alegremente mientras Nona se quedaba en una esquina, negando con la
cabeza—. No importa lo que le haya dado la vida, se las ha arreglado
bien.
     —Eso es cierto. Bien por él —coincidió papá con ella, pero luego
volvió a centrarse en mí—. ¿Así que este es el chico que amas?
     —¡Basta de tonterías, Eric! —gritó Nona, interponiéndose entre
nosotros mientras le golpeaba el pecho—. Deja que el chico se vaya y
olvida todo este incidente. Ahora mismo.
    —Ahora estás interfiriendo. —La empujó ligeramente a un lado
para poder mirarme de nuevo—. Si lo hubieras parado desde el
principio, nada de este problema habría ocurrido.
     —Papá, por favor. Sé que estás enfadado, pero Brochan… —Su
mano levantada me hizo callar rápidamente y exhaló con fuerza, tirando
la carpeta al suelo sin miramientos.
    —No estoy enfadado, Emerald. Estoy decepcionado.
    —Lo entiendo, pero…
    —Sin embargo, lo comprendo, porque es el amor juvenil y todo eso.
Todos los padres viven a través de chicos malos, y solo nos tocó a
nosotros.
    Mamá se rio, dándome un codazo en el costado.
    —Es realmente guapo. —Deseé que por una vez mamá fuera otra
persona que no fuera ella, y me ayudara en esto.
    Porque papá no solo estaba enfadado.
     Estaba jodidamente lívido si su voz y la vena palpitante en su cuello
junto con su estado de ánimo eran una indicación.
    —Estará fuera para el mediodía. —El alivio me invadió y me
balanceé hacia un lado por el impacto.
    Dios mío.
    —Papá, muchas gracias —dije, pero él movió el dedo.
    —Todavía no he terminado. Para que eso ocurra, hay que cumplir
algunas condiciones.
     La frialdad se deslizó en cada hueso, porque sabía cuál sería una de
las condiciones antes de que él pudiera siquiera expresarla.
    —No voy a romper con él.
    Sus ojos verdes se oscurecieron y se frotó la barbilla.
    —¿No lo harás?
    —No. Lo amo. Nunca romperé con él.
    —Entonces supongo que se quedará en la cárcel para siempre.
     —Eric. —La voz severa de Nona no hizo nada para calmarlo. Se
acercó más a mí, asomándose por encima de mí, pero contuve el instinto
de llorar y huir, porque huir era lo que me había traído aquí en primer
lugar.
     —No tienes ningún poder aquí, papá. Tengo dieciocho años. No
hizo nada malo, y no tienes motivos para mantenerlo dentro.
    —No me desafíes, hija mía.
     Levanté la barbilla, cruzando los brazos aunque podía sentir los
latidos de mi corazón en la garganta por la perspectiva de sus acciones.
    —No lo haré. No voy a romper con él. Y después de veinticuatro
horas, no tendrás ninguna razón para retenerlo.
    Se limitó a reír, encontrando mi arrebato hilarante.
    —No subestimes lo que un padre está dispuesto a hacer por su hija.
    —¡Lo amo!
    —Por favor, dentro de un año lo odiarás, y no permitiré que mi hija
se mezcle con un chico que destruirá su futuro. Entiendo que es
emocionante ahora, y tan romántico, pero la vida real se interpondrá.
No es un compañero de vida para una Hayes.
     —¿Acaso te escuchas a ti mismo? ¡Es una mierda! Realmente te has
convertido en un imbécil como decía el periódico. —La bofetada llegó
tan rápido que ni siquiera la vi venir.
    Mi mejilla ardía por el dolor mientras me cubría con la palma de la
mano, mirando a mi padre, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
Nunca me había pegado en toda mi vida. Nunca. Pero tampoco debería
haberle dicho esas palabras.
     —No me faltes al respeto —arremetió, pero luego suspiró con
fuerza, pellizcándose el puente de la nariz mientras yo seguía mirándolo
con asombro—. Eres mi única hija y te amo. Pero no voy a tolerar esto.
Podemos hacerlo pacíficamente sin destruir al chico. O podemos hacerlo
por las malas.
    —Nunca te perdonaré por esto —respondí, secando las lágrimas—.
Y no voy a romper con él. Piensa lo que quieras. Brochan y yo somos
para siempre. —Y con eso, subí corriendo las escaleras, deseando
desesperadamente correr a los brazos de Brochan en su lugar.
    En aquel entonces, era tan ingenua, tan estúpida.
    Pensé que protegía a Brochan, nuestro amor, nuestro futuro.
Aunque nadie creyera en el amor de verano.
     No tenía idea de lo que la gente era capaz de hacer si se les ofrecía
suficiente dinero.
    O de lo poco que les importaba la vida humana a algunas personas.
    Isla, Estados Unidos
    Julio de 2019
    Hago una mueca ante el inquietante olor que tengo bajo la nariz y
muevo la cabeza hacia un lado, gimiendo cuando la suavidad de la
almohada se registra en mi cerebro. Me hundo más en ella, pero el
repugnante olor sigue, insistiendo en mi mente y exigiendo ser
reconocido.
     —¿Qué es esto? —murmuro, pero entonces el olor está tan cerca
que tengo que abrir los ojos. Me sorprende ver a Micaden asomando por
encima de mí con un algodón blanco apretado contra mi nariz. Apenas
puedo respirar a través de esa maldita cosa.
    Lo alejo y me levanto rápidamente sobre los codos, a punto de
preguntarle porque estar a mi lado, cuando el calor palpitante se registra
como si alguien hubiera colocado piedras calientes en mi pantorrilla.
Grito.
     —¡Dulce madre de Jesús! Me duele. —Miro hacia abajo, hacia mi
pierna, solo para ver mi tobillo todo rojo y ligeramente hinchado, lo que
hace que incluso mover los dedos del pie sea difícil—. ¿Qué ha pasado?
—Lo último que recuerdo es que me desmayé en sus brazos.
     —Te ha picado una medusa y te has desmayado. Tengo que ponerte
vinagre, y tienes que estar despierta para ello —me informa Micaden con
toda naturalidad, con una mirada completamente vacía y una voz plana.
    Este tipo no se compadece de mi dolor.
     —Podrías haberme ahorrado mi miseria y despertarme después. —
Hubiera preferido eso, porque este dolor es una auténtica pesadilla—. No
sabía que podía desmayarme por eso. —No soy una experta, pero en
clase de biología nos dijeron que se puede tratar en casa y que solo hay
que ir a los médicos si hay alguna reacción alérgica. No se mencionó el
desmayo.
    —Ahora lo sabes. —Lo dice tan firmemente como si fuera la verdad
de Dios—. Te quité las púas de la piel con unas pinzas mientras estabas
inconsciente, así que puedes estar agradecida por ello.
    A pesar de la agonía que sufre mi pierna, no puedo evitar burlarme
de él. Colocando mi mano extendida en el pecho, suspiro
dramáticamente:
     —Tienes toda mi atención. —Sus manos rozan mis piernas, dejando
la piel de gallina a su paso, y levanta mi tobillo herido, presionando su
dedo sobre la herida un poco demasiado para mí—. Ouch. Cuidado.
     Se ríe, encontrándolo divertido por alguna razón, y luego comienza
a aplicar lentamente el vinagre, y yo aprovecho este tiempo para estudiar
el lugar. Solo que ahora veo que no estamos en la habitación de la
posada.
     Es un pequeño chalet con una amplia cama en la que me encuentro,
una silla y un sofá con una televisión de pantalla plana cerca. La amplia
terraza se abre al océano y parece tener también espacio para sentarse,
pero no puedo verlo con claridad a través de las cortinas blancas que
vuelan en distintas direcciones por la brisa de medianoche.
     Doy gracias a Dios porque con el tiempo mi vista ha mejorado bajo
la luz dura. Tengo más problemas para ver con la luz del día que con la
luz creada artificialmente. Algunos médicos incluso dicen que algún día
podré recuperarla por completo, aunque no es que lo espere mucho.
    La mayoría de las paredes son de madera. Algunos cuadros, que
parecen hechos deprisa y corriendo sin ninguna dirección concreta, están
desperdigados por las paredes.
    Especialmente el que está en el centro de la pared con una hermosa
puesta de sol, donde el sol del atardecer besa el océano brillante y, por un
momento, se convierten en uno, reflejándose el uno en el otro mientras
un barco rojo pasa por debajo de ellos, ondeando sus velas blancas.
     La técnica no es tan buena, y hay manchas de diferentes pinturas
que podrían haberse utilizado de otra manera para mostrar mejor la
belleza natural, pero incluso con todas estas pequeñas cosas, el cuadro es
hipnotizante.
     —Es precioso —murmuro, y Micaden hace una pausa, levantando la
mirada hacia mí, así que añado, señalando el cuadro—. El arte. ¿Es obra
tuya? —Su agarre se hace más fuerte, e instintivamente trato de mover la
pierna, pero no me deja.
    Reanuda sus acciones, y el latido finalmente se vuelve sordo, pero
todavía sensible.
    —No.
     Suspirando con exasperación, porque no puedo ser grosera con el
tipo en este momento ya que me está ayudando, intento un enfoque
diferente.
     —Entonces, ¿es una obra de un artista local? —me pregunto, y
decido conocer a la persona si me da el nombre. Me encanta conocer a
gente de mi campo; siempre se puede encontrar algún tipo de inspiración
en su trabajo o en las técnicas que me pueden enseñar.
     El arte se hace en diferentes variaciones y entendimientos, donde la
gente puede expresarse libremente. Y nada me entusiasma más que
intentar averiguar lo que tienen en mente.
    —No. Ella no es una artista local.
    ¿Ella?
    Como en... oh.
     Me siento en la cama, ajustándome mejor la camisa, porque de
repente me siento incómoda. Me he comportado como una tonta con el
tipo, pero probablemente tenga una novia que lo ha dibujado. Un ardor
en el pecho y una ligera furia me confunden, como si él no tuviera
derecho a tal cosa.
     ¿A quién le importa si mi rudo salvador tiene una mujer o no? La
que le dio las pinturas.
    Pero a mí sí, y ese pensamiento me inquieta tanto que sacudo la
cabeza y le ofrezco:
    —Creo que ya está bien. Debería volver a mi habitación y quizás
consultar con la enfermera de la posada. Tienes a alguien, ¿verdad? —
Cuando hice la reserva, la página web me aseguró que siempre tenían un
médico a mano por si se necesitaba asistencia médica.
     Alrededor de Micaden, mi interior se convierte en una loca mezcla
de emociones. Rabia y, sí, atracción, y todos esos sentimientos tienen
cero sentido teniendo en cuenta que conozco al tipo desde hace solo dos
días. Y la mayor parte de ese tiempo, se ha comportado como un
completo imbécil conmigo.
     —Quédate quieta, Emerald —me ordena, pero tengo una profunda
necesidad de escapar de su compañía que no me permite actuar
racionalmente. Así que me pongo en pie de un salto y me balanceo un
poco por la acción mientras el mareo me invade. Él gruñe a mi lado—.
Te he dicho que jodidamente no te muevas.
    El enfado que sentí antes por él vuelve a golpearme, junto con el
monstruo de ojos verdes; así que, sin pensarlo, le pincho en el pecho y le
digo:
     —No soy tu siervo para que "quedarme en el maldito sitio" —
Añado comillas al aire en las últimas palabras. Intento moverme en
dirección a la puerta aunque esta maldita pierna empieza a arder de
nuevo, cuando ocurre algo inesperado.
     Sus fuertes manos se cierran en torno a mi cintura y nos hace girar,
presionándome contra la pared de manera bastante dolorosa. Mi espalda
choca con fuerza contra la madera y él aplasta su cuerpo contra el mío,
mi suavidad aceptando sus rígidos músculos con facilidad.
    Nuestras respiraciones ásperas llenan el espacio que nos separa, y él
me levanta la barbilla, nuestras miradas chocan mientras se inclina hacia
delante, murmurando suavemente, aunque con un tono peligroso:
     —¿Qué te dije sobre tocarme, Emerald? —Su mano desciende desde
mi clavícula hasta mi pecho, donde se detiene, y luego rodea la parte
inferior con su dedo índice mientras todo lo que puedo hacer es mirar.
    Es como si me tuviera en trance, porque su tacto no me resulta
desconocido. No, mi cuerpo arde, enviando punzadas por toda mi piel
como si hubiese estado esperando que Micaden hiciera eso.
    —No lo he hecho intencionadamente —murmuro, aunque mis
palabras son apenas audibles.
    Se ríe con frialdad, pero entonces su pulgar recorre mi labio inferior,
rozándolo de un lado a otro, y empuja, abriendo mi boca de par en par.
    —Una boca tan descarada merece una lección, ¿no crees? —
pregunta, aunque dudo que sea una pregunta.
    Es más bien un hecho.
    El calor se extiende por mí mientras mi respiración se entrecorta, mi
estómago cae cuando su mano extendida sigue bajando más y más, hasta
que llega a mi ombligo y sube la camiseta, sus dedos se posan en los
bordes de mi bikini.
    —Si digo algo, Emerald, tienes que escuchar.
     Está claro que mi mente se ha vuelto loca, porque en lugar de
liberarme, pregunto:
     —¿O qué? —Pasa un tiempo mientras levanta sus ojos hacia los
míos y, por primera vez, veo en ellos algo más que odio o fría
indiferencia. Un deseo profundo y rico junto con una emoción que no
puedo ubicar, pero que me inquieta—. Suéltame —susurro, envolviendo
sus manos en la parte inferior de mi bikini, aunque mi núcleo se
humedece ante su cercanía.
      —Además, ¿no tienes novia? —Podemos añadir bastardo tramposo
a la lista de insultos que le lanzo mentalmente también.
    —Eso te hubiera gustado, ¿no? Así no me querrías tanto. No te
preocupes, sirena. No estoy tomado. —Une su boca junto a la mía, al
mismo tiempo que su mano se desliza dentro de la braguita del bikini,
cubriendo mi núcleo caliente, y un gemido se escapa de mis labios.
     Un gemido que desaparece dentro de su boca, porque él mantiene la
mía bien abierta, metiendo su lengua todo lo que puede, recorriendo la
mía, exigiendo su cumplimiento.
    Al principio, el beso es muy incómodo: nuestros dientes chocan, su
empuje es doloroso y no puedo concentrarme en nada. Pero luego lo
suaviza, haciendo que poco a poco coopere con él.
     Su lengua se adentra en lo más profundo, sondea el interior y
mantiene mi boca prisionera de sus deseos. Es como si reclamara y me
castigara al mismo tiempo, mientras despierta en mi cuerpo todos los
deseos y necesidades que han estado dormidos durante años.
     Su mano se amolda a mi coño y yo jadeo en su boca, pero eso no lo
detiene. En su lugar, sube mi pierna por encima de su cadera mientras su
dedo corazón se desliza dentro, empujando más profundamente y
alimentando mi sangre con cada toque. Me frota la piel sensible,
extendiendo la humedad sobre mí mientras su pulgar me acaricia el
clítoris, y un gemido se escapa de mis labios.
     —Mira qué mojada estás para mí. Este coño está suplicando ser
follado.
     —Eres tan… —Intento encontrar las palabras, pero el interior de su
palma presiona mi clítoris y grito, balanceándome un poco y arqueando
el cuello mientras él lame bajo mi barbilla.
    —¿Tan honesto? Emerald, tengo lengua, dedos y una polla dura. Y
quiero follarte con todo ello.
     Dios mío, ¿por qué unas palabras tan crudas, que deberían hacerme
correr, solo aumentan mi deseo?
     Aprieta más mi núcleo, su mano agarra la mejilla de mi culo y clava
sus dedos allí.
    —¿Quieres eso? ¿Qué te folle con mi lengua? —No espera una
respuesta, porque se arrodilla frente a mí, asegurando mi pierna herida
sobre su hombro mientras sus dedos me abren, la ligera brisa pellizcando
mi piel.
    —Esto es una locura —susurro.
    Pero él solo se ríe, y luego ordena:
     —No grites. No queremos que los vecinos te oigan, ¿verdad? —Y
entonces su boca caliente presiona contra mi núcleo caliente, y con su
primer lametón, me cubro la boca con el dorso de la mano, gimiendo en
ella para contener un gemido. Extiende su lengua por mis pliegues,
lamiéndome de arriba abajo, chupando mi piel antes de raspar mi clítoris
con sus dientes. Lo único que puedo hacer es respirar por la nariz
mientras el placer me invade. De repente, el bañador y la camiseta me
resultan demasiado pesados sobre la piel.
    Sin pensarlo, me lo quito y busco a tientas los tirantes del top
mientras él gime con aprobación.
     —Juega con tus pezones —me ordena una vez más y luego empuja
su lengua dentro de mí. Gimo, incapaz de contenerme, mientras mis
manos se enredan en su cabello y mis caderas se mueven al ritmo de sus
movimientos.
     Es como si me hiciera el amor con la lengua; la hace girar en su
interior, lanzándose, volviéndome loca de necesidad.
      Me agarra con más fuerza, sus dedos probablemente dejan huellas
en mi culo mientras me acerca, inhalando mi aroma. Levanta la vista,
retirando su lengua, y yo gimoteo de angustia.
    —Te he dicho que juegues con tus pezones —repite, y suelto su
cabello, colocando las manos en mis doloridos pechos, y en el momento
en que pulso mis endurecidos picos, dos de sus dedos se hunden dentro
de mí mientras me chupa el clítoris, y las sensaciones me asaltan por
todos lados.
     La piel me arde por todas las caricias, mi cuerpo busca el alivio que
solo él puede darme en ese momento, y lo único que puedo hacer es
dejarme llevar por las sensaciones. Cada lametazo, cada movimiento, no
hace más que aumentar el placer, como si se añadiera gasolina al fuego.
    Se me encogen los dedos de los pies y me muerdo el labio, con la
cabeza apoyada en la pared mientras me concentro en su atención.
    Solo un poco más y llegaré a la....
    Él levanta la cabeza ante mi protesta y se para lentamente. Levanta
mi otra pierna en el camino y envuelve mis dos piernas alrededor de sus
caderas, y luego me aprieta contra la pared, mientras ambos gemimos por
el impacto de su polla contra mi húmedo coño. Su boca aún está
impregnada de mí, pero no me importa, así que lo atraigo para besarlo,
ambos consumidos por la necesidad. Le oigo decir:
    —Tengo que follarte contra la pared y algo más.
    —Sí. —Le rasco la espalda y lo agarro con más fuerza cuando
gruñe.
     —Codiciosa, tan codiciosa —dice, y luego nos lleva a la cama,
donde me arroja sobre ella. Recupero el aliento cuando saca un condón
del cajón de la cama y se quita los bóxers.
    Dios mío, ¿hay algún otro hombre tan guapo como él?
    Está a punto de enrollar el condón en su dura longitud, cuando veo
que el pre-semen se escapa de la punta. Me relamo los labios. Él me ha
probado; yo también quiero probarlo. Sentir su longitud dentro de mi
boca, volverlo loco como me volvió a mí.
    —No tenemos tiempo para eso —responde, pero se recorre la punta
de su polla con el pulgar y lo presiona contra mi boca para que pueda
lamerla, gimiendo por el sabor.
    —Mierda —gruñe y luego se pone el condón, uniéndose a mí en la
cama. Micaden separa mis muslos y se coloca entre ellos, pasando la
punta de su polla por encima de mí, untándola con mi humedad.
     —No te burles —le digo, y él me chupa el pecho y luego me muerde
la parte inferior.
     —Oh, quiero burlarme durante horas, Emerald. No tienes ni idea de
cuánto. —Entonces me toma la mano y la envuelvenen su polla, y yo
gimo sintiendo la pesada longitud en mi puño. Mientras deslizo mi mano
hacia arriba y hacia abajo sobre su eje, él gime, empujando un poco con
el movimiento, pero luego advierte—. Basta. Esto no puede esperar.
¿Quién me la ha puesto tan dura, Emerald? —me pregunta,
inmovilizándome las manos por encima de la cabeza mientras su punta
se introduce en mi entrada—. Tan dura que apenas puedo pensar.
    —Yo lo hice —murmuro, arqueando la espalda y gimiendo cuando
me recompensa con una lamida en mis pezones.
     —Así es. ¿Y por culpa de quién está este coño tan mojado que
prácticamente gotea sobre la cama? —Me cuesta concentrarme en lo que
dice, porque con cada roce, todos los pensamientos vuelan de mi
mente—. Contéstame —exige, y yo capto su mirada, encontrando los
profundos charcos de azul que guardan tantos secretos que creo que
podría ahogarme en ellos.
     Pero eso no impide que lo necesite para alimentar esta locura que él
ha encendido.
     —Por ti. Por ti. —En el momento en que las palabras salen de mis
labios, él entra de golpe en mi interior y el cabecero golpea la pared por
el impulso.
    Grito; es profundo, tan profundo que quema, pero al mismo tiempo,
experimento tal alivio que no puedo ni explicarlo.
     —Tan jodidamente apretada —murmura, y por un segundo algo
pasa por mi mente. Es como un déjà vu, pero rápidamente desaparece y
es reemplazado por la realidad. Nuestros dedos se entrelazan cuando él
se retira y luego empuja hacia delante. Mi coño se aprieta alrededor de él
con cada movimiento, mientras él se hunde más y más, llenándome hasta
el borde, pero no es suficiente.
    Siento que nunca será suficiente.
    —Más, Micaden —gimo, pero él sigue manteniendo el ritmo lento
mientras el sudor cubre nuestra piel y le ruego que acelere.
     En cambio, me lame y chupa la clavícula, dejándome chupones en la
piel, y luego desliza su mano hasta mi cintura, sujetando mis caderas en
una posición, sin permitirme controlar el impulso.
     Llevo mi mano a su nuca atrayéndolo y comparto con él un beso; es
posesivo y apasionado, que consiste sobre todo en un duelo de lenguas
por el dominio mientras sus caderas se mueven perezosamente de un
lado a otro, y el sonido de las bofetadas no hace sino excitarme más.
Trago y empujo su cabeza hacia mis pechos, y él cambia fácilmente su
atención, pero entonces sus manos agarran las mejillas de mi culo y
empieza a penetrarme con su polla, más duro, más profundo y con más
potencia, acelerando sus movimientos, y mis gritos de placer no hacen
más que alimentarlo.
    —Micaden, necesito… —gimo, suplicando porque no puedo más.
Todo duele y arde, y él es el único que tiene la cura.
     Finalmente, me da lo que quiero. Mientras me muerde el pezón y
presiona su pulgar contra mi clítoris, me penetra con tanta fuerza que
grito y me corro, con un placer intenso que se hunde en cada hueso,
haciéndome consciente de cada vello de mi cuerpo.
     Ruge por encima de mí y ambos respiramos con fuerza mientras él
se tumba sobre mí. Lo abrazo mientras la paz se instala en nosotros.
    Le rodeo el cuello con la mano y lo inspiro, murmurando:
     —Micaden, yo… —Quiero decirle que nunca había experimentado
algo así, pero al instante se congela en mis brazos.
     Su cuerpo pasa de estar caliente a estar frío como una piedra, y
parpadeo cuando se aparta de mí y se levanta. Lo que sea que le haya
sucedido justo antes de tener sexo se ha desvanecido claramente, y en el
lugar del hombre de sangre caliente está este imbécil frío que no ha
ocultado que no me quiere aquí.
    Ella es mi obsesión.
    Y a diferencia de la mayoría, esta obsesión puede ser curada.
    Ella solo necesita morir primero.
    La puerta de su cuarto de baño se cierra estrepitosamente mientras
miro al techo, la realidad vuelve lentamente a mí, y con ella, la
mortificación por mis acciones.
    He tenido sexo.
    Me he acostado con un tipo al que apenas conozco en la isla a la que
he venido a escribir una historia de amantes desafortunados.
     Jadeando, me siento en la cama, agarrando la sábana y tirando de
ella para cubrirme los pechos mientras siento que me duele el cuerpo en
lugares desconocidos.
     —Dios mío —susurro, horrorizada conmigo misma, y entonces oigo
la ducha en marcha, lo que significa que Micaden no tiene intención de
volver.
    ¿Los hombres suelen ducharse después del sexo?
    Lo que me lleva a otra pregunta.
    Me asomo por debajo de la sábana y me miro los muslos, y aunque
se me calientan las mejillas por todas las marcas rojas que ha dejado su
barba y sus chupones, no veo sangre.
    Vale, así que no era virgen. Hurra por mí.
     Durante todos los años posteriores al accidente, salí con diferentes
tipos, cada uno mejor que el otro. Algunos compartían mi amor por el
arte, otros trabajaban en el mismo campo, y otros simplemente me
invitaban a salir durante mis raras salidas con chicas. Y aunque todos
eran agradables, nunca seguí adelante con ellos, aunque quisiera.
     Porque, en ese momento, la idea de que alguien me tocara me
causaba pánico y ponía fin a lo que teníamos. No podía soportar esa idea.
Pensé que tal vez me había ocurrido algo traumático en relación con el
sexo antes del accidente, pero no tenía a nadie a quien preguntar, así que
lo dejé pasar, esperando que llegara el hombre adecuado.
    Pero Micaden no es el hombre adecuado, y gimo contra la sábana,
conteniendo un grito de frustración.
     Las aventuras de una noche están bien, pero no cuando tienes que
ver al tipo a diario. Sobre todo en la ciudad que le gusta recorrer.
    Vuelvo a gemir y me levanto rápidamente, mordiéndome el labio
por el ligero dolor de pies. Me pongo rápidamente el bañador y dejo su
camiseta, porque no quiero que la gente sepa dónde he estado todo este
tiempo.
    Lentamente, pero con seguridad, llego por fin a la posada, donde
Marcy ronca con fuerza detrás del mostrador. Subo de puntillas, me meto
en mi habitación y apoyo la espalda en la puerta, colocando la palma de
la mano sobre mi corazón.
    Una noche mágica llena de lujuria y placer.
    ¿Por qué entonces siento que he perdido algo precioso durante ella?
     Apoyando las palmas de las manos sobre la baldosa mientras el agua
fría cae en cascada por mi espalda, respiro con dificultad, haciendo lo
posible por refrenar la bestia que llevo dentro y que ruge ante la ausencia
de Emerald.
     Cierro los ojos mientras sus gemidos resuenan en mis oídos, junto
con su dulce aroma que siempre me ha perseguido por la noche,
recordándome que nada cambia con el tiempo.
    A pesar de mi odio, mi deseo por ella arde con más fuerza que antes.
Sus suaves curvas, su tentadora boca, su sabor, están grabados para
siempre en mi cerebro, y nada podrá borrarlos.
    El deseo es un arma.
     Si se utiliza bien, la presa que el cazador busca desesperadamente
caerá en la trampa y la seguirá.
    Si se usa mal, la presa puede asustarse y tratar de huir, pero de
nuevo un cazador experimentado seguirá atrapándola.
     Emerald me desea, con tal intensidad que casi podría ahogarme en
ella si no conociera la repugnante naturaleza que se esconde tras la
inocencia que la rodea.
    Pero mi odio no traerá tan grandes resultados como mi deseo.
    ¿Qué es más doloroso? ¿Ser engañado por la persona que amas u
odiar?
     Tiene que pagar por lo que ha hecho, y su desaparición será agónica
para ella y satisfactoria para mí.
    Plan.
   Todo saldrá según el plan, ¿y por qué no complacerla de todos
modos mientras tanto?
    De las páginas del libro...
    Las lágrimas resbalaban por mis mejillas mientras me sentaba en la
cama, abrazando mi almohada con fuerza contra mi pecho mientras la
mordía para que no se me escapara ningún sonido de la boca.
    No podía mostrarles lo desesperada que me sentía en ese momento.
Después de irme enfadada, nadie vino detrás de mí, aunque no lo
esperaba. Conocía a mi padre; era como un halcón.
    Esperando el momento perfecto para atacar.
     —¿Qué vamos a hacer, Brochan? —susurré, odiándome en ese
momento. Nunca debería haber empezado una relación con él. Mi padre
tenía la tendencia de arruinar la vida de la gente que no estaba de
acuerdo con él.
    Pero eso era en Seattle. Aquí no tenía tanto poder. Solo teníamos
que aguantar la noche, y luego todo volvería a la normalidad.
    Un sonido tintineante procedente de la ventana captó mi atención y
lo miré, limpiando mis lágrimas. Entonces el débil sonido volvió a
resonar y salté de la cama, reconociéndolo.
    Alguien estaba lanzando piedras a mi ventana.
    Abriéndola rápidamente, me incliné sobre el alféizar y vi a Olivia y
a Donovan discutiendo justo cuando él estaba a punto de lanzar otra
piedra, pero se detuvo justo a tiempo. Me habría dado en la cara.
   Olivia levantó su teléfono, lo señaló y luego me señaló a mí, y
comprendí. Agarré mi teléfono y acepté su llamada.
    —Chica, ¿estás viva? No estabas atendiendo el teléfono.
    El pánico cubrió su tono, y rápidamente la tranquilicé.
    —Todo lo que puedo estar en esta situación. Es mala.
    Hizo una pausa y luego levantó la vista antes de compartir una
mirada con Donovan, que debió de haber escuchado nuestra
conversación también.
    —¿Qué están diciendo?
    —Que lo dejarán ir si me voy con ellos ahora mismo.
    Ella jadeó y Donovan maldijo, quitándole el teléfono.
     —Oye, nena. Escucha, he ido a ver a Brochan. Está bien y Duke no
lo retendrá más de veinticuatro horas. De hecho, toda la ciudad está de
su lado.
    Agarré el teléfono con más fuerza en mis manos.
    —¿Cómo está? —Nunca debí dudar de este pueblo; apoyaban a los
suyos.
    —Bien, pero ha insistido en que te diga una cosa. No aceptes nada.
Solo empaca tus cosas y reúnete con él. —Mis cejas se fruncieron,
porque nunca hablamos de huir de mi casa, pero en la situación actual,
¿qué opción nos había dejado mi padre?
    —¿Dónde?
    —En la Montaña Beaty. Los ayudaremos hasta que tu padre deje de
hacer mierdas.
    —Bien. ¿Entonces debo ir allí ahora? —El reloj marcaba las doce
del mediodía, así que significaba que tenía otras dieciséis horas para
ir—. Estaré allí a las siete de la mañana.
     —Claro. ¿Y, cariño? Todos te queremos. Aguanta. —Luego se paró
justo debajo de mi ventana y murmuró—. Estaremos aquí para ayudarte
a bajar. Tu padre tampoco permite que nadie te vea, así que esta es
nuestra única oportunidad.
     —Por supuesto. Gracias, chicos. Los quiero. —Agradecí al cielo y a
las estrellas por tener tan buenos amigos en mi vida que estuvieron a
nuestro lado en todo momento.
    —Siempre. Tenemos que irnos ya.
    Olivia volvió a tomar el teléfono y me dijo:
    —Espera hasta mañana. Y no llores, guapa. —Justo antes de colgar
mientras se alejaban corriendo antes de que alguien pudiera verlos.
     Una vez fuera de mi vista, me senté en el suelo, apoyando la frente
en la pared, y tragué aire en los pulmones.
    Todo iría bien.
    Mañana, todo esto sería como un mal sueño.
    Pero mañana se convirtió en el comienzo de la pesadilla.
    Isla, Estados Unidos
    Julio de 2019
      —Hola, has madrugado —me saluda Marcy alegremente, agarrando
la llave de mis manos con facilidad—. Creo que has vuelto después de
medianoche y ahora apenas son las ocho de la mañana. ¿No has podido
dormir? —reflexiona.
    Sonrío débilmente, asintiendo con la cabeza.
    —Algo así. Seguramente llegaré tarde hoy.
    Mueve las cejas y se acerca.
     —¿Has conocido a uno de los chicos guapos de la isla? —bromea,
riendo ligeramente, pero se queda en sus labios cuando mis mejillas se
calientan.
    La maldición de los pelirrojos es que la mayoría de las veces no
puedes ocultar tus malditas emociones, porque la piel lo dice todo.
     —Oh. —Ella parpadea de nuevo—. ¿Alguien que conozca? —Su
comportamiento cambia de amistoso a ligeramente reservado, y me hace
sentir aún más como una mierda. Ella está enamorada de Micaden, y yo
acabo de tener sexo con el tipo anoche.
    Más bien hoy, si vamos a ser técnicos al respecto. Pero es una cosa
de una sola vez -concedido-, una cosa de una sola vez que rozó la locura
cuando el mundo real dejó de existir... pero sin embargo una cosa de una
sola vez.
    Marcy no debería preocuparse.
    —No. Y no hay ningún tipo —le aseguro, esperando que no intente
meter su bonita nariz en mis asuntos.
     Antes de que pueda averiguar algo más, le guiño un ojo y corro
rápidamente hacia la puerta, exhalando aliviada. O esa es la excusa que
me doy a mí misma, porque la verdad es demasiado embarazosa para
admitirla.
     No puedo enfrentarme a Micaden, no tan pronto, no después de
todo. ¿Qué dice de mi autoestima el hecho que me haya acostado con el
tipo que no ha sido más que un idiota para mí? Es cierto que me ha
salvado tres veces, así que tiene sus puntos, pero aún así.
     El sol brilla con fuerza en el cielo y por un segundo me ciega. Me
lloran los ojos y los aprieto. Resoplando, me pongo los lentes de sol y
camino hacia la casa de Eve.
    El pueblo no es muy diferente a esta hora del día de lo que era ayer,
pero aún así me asombra la serenidad de todo ello.
    Saco los auriculares del bolsillo, me los engancho al cuello y estoy a
punto de pulsar mi lista de reproducción cuando la sombra que se cierne
sobre mí detiene mis movimientos.
     Primero me encuentro con un pecho musculoso, cubierto por una
camisa negra, y mi mirada viaja hasta los tatuajes de fuego que adornan
su cuello bronceado, y luego hasta la fuerte mandíbula y los llamativos
ojos plateados que me perforan. Todo esto va acompañado de un cabello
azul recogido en un moño apretado. El hombre ladea la cabeza y me
estudia de pies a cabeza.
     En pocas palabras, el hombre es sorprendentemente guapo, pero el
aura de peligro letal que lo rodea anula su aspecto. Doy un paso atrás, el
miedo me invade, porque no hay nadie más en la acera que nosotros.
     —Lo siento —digo, haciéndome a un lado, pero él hace lo mismo
conmigo. Me muevo hacia el otro lado, pensando que tal vez él también
quería evadirme, pero me sigue de nuevo—. Me gustaría ir allí. —Señalo
detrás de él, pero se queda callado, sin moverse.
     No intenta tocarme ni hacer nada, pero el pánico me invade
lentamente. ¿Qué es lo que quiere?
     —¿Podrías apartarte de mi camino? —pregunto, preparada para
gritar a todo pulmón si se niega, porque esto ya roza el peligro. Entonces
hace lo inesperado.
    Levanta la mano hacia mí como si quisiera tocarme, pero antes de
que pueda abrir la boca, siento una energía chisporroteante detrás de mí y
un calor que me tranquiliza al instante.
    No tengo que girarme para saber quién está detrás de mí, y casi se
me dibuja una sonrisa de alivio.
     Unos fuertes brazos me rodean por la cintura, apretándome con
fuerza contra su rígido pecho, mientras el aroma de Micaden anula todos
mis sentidos, dejandolo solo a él en mi presencia y la preocupación por la
aparición del desconocido.
     —Arson —se dirige al hombre, y mis cejas se fruncen ante el
extraño nombre. ¿Sus padres no lo querían o qué? ¿Quién llama así a su
hijo?
     —Interesante —murmura y luego se ríe, dándonos un repaso—.
Pero predecible. —Hace un gesto para que el taxi que pasa se detenga—.
Que tengas un buen día, Emerald —dice y se monta en el auto,
alejándose, y yo finalmente salgo de mi estupor.
    Me separo de los brazos de Micaden y giro para mirarlo,
preguntando:
     —¿Quién era ese tipo? —Desplaza su mirada del taxi en
movimiento hacia mí, y la intensidad de su mirada casi me hace
retroceder.
    Respira, tonta, respira.
    Pero todo esto no me ayuda mucho, porque mi corazón sigue
galopando violentamente en mi pecho.
    —Él no es de tu incumbencia.
    —Amigo tuyo, deduzco.
     No le pasa desapercibido el sarcasmo que se desprende de mi tono y
sus cejas se levantan, mientras una leve sonrisa se dibuja en sus labios,
pero desaparece rápidamente cuando la voz de Eve nos saca de la neblina
que nos invade.
    —¡Emerald!
    Miro por encima de mi hombro a Eve, que corre hacia nosotros, con
zapatillas de deporte y un ligero vestido de verano, mientras sus
mechones rubios son agitados por el viento.
   —Es hermosa —murmuro, sonriendo porque me recuerda a las
modelos de Victoria's Secret.
    A mi lado, Micaden se encoge de hombros.
    —Siempre lo ha sido.
     Me invaden sentimientos desconocidos, que me erizan la piel
mientras un infierno arde en mi interior ante sus cariñosas palabras, y el
aire se me atasca en los pulmones cuando reconozco la emoción.
    Celos.
     Unos celos inexplicables e irracionales que me atenazan con tanta
fuerza que son imposibles de controlar.
     —Claro —respondo y me dispongo a esculpir una amplia sonrisa en
mi rostro para que Eve no sepa lo imbécil que soy.
     Su mano se desliza por mi espalda, rozando ligeramente la piel
expuesta, y se inclina hacia delante para murmurar justo antes de que ella
se una a nosotros.
    —Chasqueas los dientes y te muerdes el labio cuando estás celosa.
¿Lo sabías?
    ¿Qué demonios?
     Y sin más, con un saludo a Eve, se dirige hacia el otro lado de la
carretera mientras yo me quedo sin palabras, porque toda la situación es
demasiado surrealista para que la entienda.
    ¿Qué acaba de pasar?
     El susurro de una bolsa de panadería me devuelve a la situación
actual cuando Eve la agita delante de mí, guiñando un ojo.
     —Tengo tus panecillos favoritos y conozco el mejor sitio para tomar
té de manzanilla.
    —¿No tienes una cafetería? —¿No íbamos a quedar allí?
    Eve pone los ojos en blanco y engancha su brazo al mío.
    —Quiero pasar realmente algún tiempo en un lugar donde no me
llamen por cada pequeña cosa.
    Me río y ella sonríe, arrastrándome a una especie de lugar genial,
Micaden y el hombre desapareciendo de mi mente.
    —¿Sí? —dice la voz al otro lado de la línea, toda alegre y de
mierda. El cabrón me hizo esperar seis timbres a propósito antes
responder.
    —¿Qué coño haces aquí? —ladro al teléfono, y mi maestra de
secundaria Margaret salta mientras pasa cautelosamente por el camino
    Pero para ella, soy ese tipo desconocido que se mudó aquí hace unos
años y adquirió algunos terrenos y edificios en esta ciudad.
     —Pregunta inesperada —reflexiona Arson, y oigo el chasquido de
un mechero. El imbécil no va a quemar nada aquí, ¿verdad? Con su clase
de locura, uno nunca puede estar seguro de su próximo movimiento. Por
eso su presencia no tiene sentido para mí.
   Rara vez sale de su club en Brooklyn a menos que tenga que ir a la
mansión de Lachlan, pero incluso eso solo ocurre en raras ocasiones.
    —¿Qué esperabas?
    Otro movimiento del mechero, y entonces dice:
    —Algo parecido a... No vuelvas a hablar con ella. —Añade un
gruñido posesivo a su voz y luego se ríe, el sonido rallando mis nervios.
    —Déjate de tonterías, Arson. ¿Por qué estás aquí?
     —¿Te he echado de menos? —responde. Y me pellizco el puente de
la nariz, rezando por una paciencia que no poseo, y finalmente exhala,
dejando otra pausa más larga—. Un pájaro me ha dicho que está en la
ciudad.
    Me quedo helado.
     —¿Quién? —La indiferencia recubre mi voz, pero sabemos que no
es así. ¿Ahora tiene espías en la ciudad?
    —No importa, pero tenía que venir a comprobarlo.
    —Bueno, lo has comprobado. Ahora lárgate de mi pueblo.
    Se ríe, y lamento que no esté de pie frente a mí para poder golpearlo.
    —No funciona así.
    —No necesito una niñera.
    —No te controlas con ella. —Todo el humor abandona su tono
mientras el acero adorna cada palabra—. Un hombre sin control es un
hombre peligroso.
    —Sé lo que estoy haciendo.
    Permanece en silencio, e ignoro las sensaciones que se agudizan en
mi pecho después de la última noche, cómo su mirada y su tacto siempre
me recuerdan que es mía, incluso ahora.
     Quiero poseerla, quiero que se fije en mí para que no pueda respirar
sin mí. Para que el amor la consuma.
    Y entonces la aplastaré de la forma más vil, para que experimente
un dolor que le destroce el alma.
    Solo entonces encontraré la paz que tan desesperadamente busco.
    —Estás jugando con fuego, Micaden.
    Sonriendo, me burlo.
    —Viniendo de un hombre que mata a la gente con él.
     —Has echado aceite al fuego que estaba casi apagado. Y no estoy
seguro de que estés preparado para afrontar las consecuencias. —Antes
de que pueda añadir algo, continúa—. Pero eres un chico grande. No
esperes que te cubramos el culo cuando la mierda golpee el ventilador.
—Como si Arson alguna vez hubiera hecho algo por alguien que no
fuera Lachlan.
    Sin embargo, se equivoca.
    El fuego nunca dejó de arder, comiéndome vivo cada día.
    Pero me he cansado de sufrir solo.
    Comenzó con ella, pero terminará conmigo.
    Esta isla fue una vez el hogar de nuestro amor.
    Ahora será un cementerio para él.
    De las páginas del libro...
    El despertador de mi mesita de noche me despertó, y me senté en la
cama, recogiéndome el cabello en un moño, con la ropa ya puesta. Tenía
unos diez minutos antes de que Donovan llegara para llevarme a
Brochan.
      Recogí mi bolso de lona y comprobé todo lo importante que había
allí. El DNI, el dinero en efectivo porque las tarjetas de crédito no
servían para nada, y algunos de mis dibujos junto con el cargador del
teléfono. No tenía ni idea de cuáles eran nuestros planes, pero huir era
nuestra mejor opción.
    Aunque pareciera una estupidez y pudiera enfadar más a mi padre.
     Miré por la ventana, pero Donovan no estaba a la vista, así que
apoyé la espalda en el alféizar de la ventana y di unos golpecitos con el
pie, esperando, con una pequeña sonrisa en los labios ante la
perspectiva de ver a Brochan.
     Mis acciones eran imprudentes, pero no podía ser más feliz, porque
estaríamos juntos. Tal vez el amor joven no era para siempre, pero yo
quería vivir mis propias experiencias y el dolor si eso ocurría. No vivir
según las reglas de otros que decían saber más.
    Una vez oí un dicho con el que estaba de acuerdo de todo corazón.
No se puede ser sabio y viejo si no se es joven e imprudente.
     Mi puerta tembló cuando mi padre volvió a golpear su puño, pero lo
ignoré, como hice con todos sus intentos anteriores de hablar conmigo.
A lo largo del día, intentaron decirme que mi comportamiento era
irracional y estúpido, exigiendo que saliera de la habitación y recogiera
mis cosas.
    Les di el tratamiento de silencio, que era infantil como el infierno,
pero no me importaba.
    —Emerald. —Parpadeé sorprendida por la voz del otro lado,
negando con la cabeza. Pero entonces sonó de nuevo, enviando
escalofríos por mi columna vertebral—. Emerald, por favor, abre la
puerta.
    Sí, claro.
     ¿De entre toda la gente, han traído a Elijah aquí? No soportaba al
tipo, porque constantemente trataba de ponerme etiquetas que no tenían
ningún sentido, como depresión o rebeldía adolescente. Nunca sabré por
qué papá lo mantenía como su psiquiatra personal, pero yo no
necesitaba su ayuda profesional, eso era seguro.
     Grité cuando la puerta se rompió al abrirla de una patada.
Mientras estaba de pie en la puerta con la luz brillando detrás de él,
tenía un aspecto aún más siniestro.
     —Emerald esto no debería haber sucedido así —habló mamá desde
detrás de él, el remordimiento cruzando su rostro justo antes de que
entrara el familiar desinterés—. Pero esto te ayudará
    —No entres —advertí, agarrando el jarrón de la mesa y
levantándolo—. Ni se te ocurra tocarme.
    Fue entonces cuando papá apareció junto a Elijah y suspiró.
    —¿Ves? Como te dije. Ha perdido la cabeza.
    Elijah asintió, hablando con suavidad.
     —Emerald, deja el jarrón y hablemos, ¿está bien? Este
comportamiento no es saludable para nadie —¿De qué demonios
estaban hablando?
    Actuaban como si yo estuviera loca. ¿Solo porque me negaba a
romper con mi novio? ¿Qué era, la edad oscura donde los padres
decidían tu destino?
    —Estoy bien, así que puedes irte. —Nunca me gustó este tipo. A
pesar de que era unos diez años mayor que yo, siempre tenía una mirada
espeluznante cada vez que me miraba. Le gustaba estudiarme mucho y
comentar mis dibujos incluso cuando nadie le pedía su opinión.
     Por no hablar de lo mucho que les gustaba a sus padres frecuentar
nuestra casa, mientras que él me invitaba muchas veces a salir sola al
jardín. El tipo no era más que un pervertido en mi opinión, y nunca
entendería cómo consiguió convencer a mi padre de lo contrario.
     A veces pensaba que no se oponían a que me convirtiera en
psicóloga solo porque él lo era. De lo contrario, papá me habría
empujado a estudiar derecho para que siguiera sus pasos, para
mantener intacta su tradición familiar.
    Al fin y al cabo, era su única hija.
     Por el rabillo del ojo, vi a Donovan en la calle, haciéndome señas
frenéticas, señalando hacia abajo, ya que era hora de que me fuera.
Desde su punto de vista, no podía ver que no estaba sola en la
habitación, y no quería crearle problemas a él también.
    Sacudí la cabeza con violencia para que no se acercara más y se
quedó inmóvil, con la incredulidad escrita en su rostro. Pero no pude
pensar en ello durante mucho tiempo, ya que las siguientes palabras de
papá me dejaron helada.
    —Creo que no tiene sentido prolongar esto.
     —Eric, no estoy seguro de que sea prudente. —No había nada más
que suavidad en la maldita voz de Elijah, y nunca había odiado más al
tipo. Solo yo sabía qué maldad se escondía detrás del disfraz de este
cordero.
    —Hazlo. Te queremos, Emerald, pero unas semanas en un
psiquiátrico deberían ayudarte.
     —¿Qué? —Rechiné los labios cuando dos hombres, los
guardaespaldas de mi padre, entraron en la habitación y me agarraron
los dos brazos. Luché contra su agarre, agitándome de un lado a otro,
pero mi fuerza no era nada contra la suya—. Papá, no te atrevas a
hacerme esto.
     —Te dije que no me desafiaras, hija mía. No me escuchaste. Ahora
los dos pagarán por ello. —Se dirigió a mi teléfono y pulsó los mensajes
mientras chasqueaba la lengua—. La reunión no tendrá lugar. —Sin
embargo, la forma en que hablaba daba a entender que algo más
ocurriría.
     —Nunca lo aceptaré —grité—. ¡Nona, por favor! —Pero ella no
estaba a la vista, solo mi madre, que se apartó de mí para no tener que
ver esta imagen, supuse.
     Elijah sacó una jeringuilla de su maletín y se paseó hacia mí, luego
presionó sus dedos en el pliegue entre mi cuello y mi hombro, pero no
pudo inyectarla, porque yo seguía sacudiendo los brazos y tirando de
mis manos.
     —Siento que haya tenido que llegar a esto —dijo, justo antes de
insertarme la aguja. Gemí mientras la frialdad me invadía, seguida del
mareo, y poco a poco no me quedaban fuerzas para luchar.
    Mis ojos apenas podían mantenerse abiertos y mis rodillas se
tambaleaban.
    Lo último que tenía en mente antes de que la medicación ganara era
Brochan.
      Y en lo que mi padre le haría.
      Isla, Estados Unidos
      Julio de 2019
     —Entonces, ¿hay algún punto en esto? —pregunto, moviendo la
pesada bolsa de papel que llevo en los brazos para colocarla en una mejor
posición cuando pisamos la playa. Inmediatamente, la arena se cuela en
mis sandalias y me hace cosquillas en los dedos de los pies—. Debería
llevar siempre chanclas.
      Eve se ríe, se quita las zapatillas y mueve los dedos de los pies hacia
mí.
    —No puedo llevar chanclas. Me pegan tanto en el dorso del pie que
no puedo caminar al final del día. —Sí, me lo imagino, ya que
constantemente tiene que servir a los clientes y sostener pesadas
bandejas. Resbalar con esos zapatos también sería catastrófico—.
Respondiendo a tu pregunta anterior... he pensado en una fogata.
    —¿Fogata? —repito tontamente, mirando a mi alrededor, pero
sorprendentemente no hay nadie en la playa—. ¿Cómo piensas hacerlo?
—Solo lo he visto en las películas, pero ¿no suelen tener rocas alrededor
y demás?
     —Tenemos que caminar un poco más, hasta un lugar secreto —
termina en un susurro, y luego me hace un gesto para que la siga...
mientras su mochila traquetea en su interior. ¿Lleva piedras con ella?
Salta de un pie a otro, se vuelve hacia mí de vez en cuando y me lanza
sonrisas alegres, y me recuerda un poco a un conejito saltarín. Contengo
una risa ante la imagen que tengo en la cabeza.
     Hemos pasado todo el día juntas. Empezamos en la pizzería local,
donde cocinamos nuestra propia pizza mientras la anciana nos enseñaba
a prepararla, y me felicitó por haberla agarrado con tanta facilidad. Es
como si mis dedos supieran qué hacer antes de que mi cerebro lo
registrara.
     Luego dimos un paseo por el pueblo mientras ella me mostraba
varios artefactos, los turistas que andaban por ahí con helados, e incluso
compré algunas camisetas para mis alumnos y Kaden. El lugar está un
poco alejado de la posada y de las zonas principales, así que no quise
volver sola más tarde.
    Nos detuvimos en la posada para dejar las bolsas de la compra,
porque mis brazos ya habían hecho bastante ejercicio.
     Durante todo el camino, charló sobre los lugareños y las historias, y
luego me contó que ella y Tom habían comprado una casa nueva y que
recientemente habían empezado a intentar tener un bebé. Su madre murió
hace unos años, dejándole la cafetería, mientras los padres de Tom daban
la vuelta al mundo.
   Entre toda esta charla, estaba claro que evitaba el tema de Micaden
como la peste, porque ni una sola vez salió en ninguna de las
conversaciones, y por lo que había visto, su marido era su amigo. Pero
era lo mejor, o de lo contrario podría haber dicho lo de anoche.
     En general, el día ha sido increíble y ni una sola vez me he sentido
como si fuéramos básicamente extrañas. Por el contrario, sentí como si
hubiera recuperado a mi mejor amiga y hubiéramos reconectado al
instante.
    —Tierra a Emerald. —Eve saluda frente a mi cara, y yo salgo de
mis pensamientos, dándome cuenta que ha estado tratando de decirme
algo—. Siempre eres así. Vives mucho en tu cabeza. —Sacude la cabeza,
pero hay adoración en su mirada.
     —Teniendo en cuenta que es la segunda vez que me ves, no es una
afirmación que puedas hacer. —La señalo y espero una risita, pero en su
lugar, algo de alegría la abandona y asiente, aunque tensa.
     —Bien. —Se aclara la garganta y da una palmada—. Así que vamos
a encender el fuego. —Parpadeo ante el rápido cambio de emoción en su
rostro, pero luego cambio mi atención hacia el lugar aislado cerca de las
rocas donde las olas están rompiendo. El agujero redondo tiene piedras a
su alrededor, y está claro que se utiliza para hacer hogueras. El agua está
a varios metros de distancia, y con la hipnotizante puesta de sol frente a
nosotras, es un lugar realmente magnífico.
      Me doy cuenta que esta imagen exacta, sin los barcos, es del cuadro
que hay en la pared de Micaden. Así que la persona debe haber venido
aquí también, si fue capaz de retratarlo con tanta precisión. Suspiro ante
el arte de la naturaleza, y Eve sacude la cabeza.
    —Chica, tendrás mucho tiempo para admirarlo. Preparemos la
hoguera.
     —El sol se pondrá pronto. Y podemos esperar al fuego —le digo,
sin dejar de mirar el horizonte.
    —La luna y las estrellas lo sustituirán, y de nuevo tendrás algo que
mirar.
    —De todas formas, ¿qué te pasa con el fuego? —refunfuño,
colocando la bolsa en la arena y dejándome caer junto a ella, gimiendo
de alivio mientras me quito las sandalias y me envuelvo el pie con las
manos—. Tengo ampollas.
    —¿Quién lleva sandalias para un día de caminata? Emerald.
     Abro la boca para argumentar, pero luego inclino los hombros. Me
recuesto en la arena y no me importa en lo más mínimo que se me meta
en el cabello, porque el pacífico cielo sobre mí calma el caos que hay en
mi interior.
    —Tienes razón.
    —Pues sí. Siempre tengo razón.
     —Presumida —respondo, y nos reímos, pero entonces me paralizo,
poniendo la mano en mi estómago mientras las imágenes vuelven a
asaltar mi mente.
     —Oye, ¿has pensado alguna vez en el pudor? —le pregunto a
Olivia, y ella se encoge de hombros, poniéndose la gorra de béisbol y
girando frente al espejo.
    —Sí, lo he hecho.
    —¿Y? —Hago girar un mechón de mi cabello en el rizador,
queriendo tener el look perfecto para nuestra doble cita de esta noche.
    —Algún día llegará el día de mi nuevo yo. Pero hoy no es ese día.
—Nos quedamos un rato en silencio, pero luego nos echamos a reír
mientras la música sigue sonando en los altavoces.
     Me levanto rápidamente, respirando con dificultad y entornando los
ojos, ordenando que la estúpida historia desaparezca por ahora y me deje
disfrutar de mi realidad.
    —Oye, ¿estás bien? —La preocupación se extiende por su voz
mientras pone su mano en mi hombro, y yo asiento, pero luego suspiro.
    —Sinceramente, no.
    Aparta la bolsa y se sienta a mi lado, cruzando las piernas, y luego
espera un minuto antes de preguntar:
    —¿Quieres compartir, o...?
    ¿Quiero?
     Desde que tengo uso de razón, siempre he mantenido todo oculto,
porque pensaba que nadie me entendería. La gente tiende a rehuir cuando
se entera de mis dificultades, o tartamudea mucho, dándome charlas
tranquilizadoras, que no necesito.
    Pero los humanos no están hechos para estar solos. Supongo que por
eso me desahogo antes de poder convencerme de que no lo haga.
     —Desde hace meses, una historia en mi cabeza no me deja ir. Ya lo
mencioné antes. —Me relamo los labios, buscando mejores palabras para
describir mis emociones, pero decido decirlo en crudo, porque
simplemente no encuentro nada que suene bien—. Y a veces tengo esas
imágenes en mi cabeza como flashbacks, como si estuviera viendo un
recuerdo. Pero sé a ciencia cierta que son las escenas del libro. —Apoyo
la barbilla en las rodillas y susurro—. Suena a locura, ¿no?
    Espero que comente la situación o frunza el ceño pensando que soy
una psicópata, pero en lugar de eso sus ojos se abren de par en par, y
entonces se aclara la garganta.
     —¿Qué tipo de cosas pasan en la historia? —Solo cuando la
pregunta sale de su boca me doy cuenta que en todos estos meses que
llevo escribiéndolo, nadie me ha preguntado por ella. La trama siempre
ha permanecido en secreto, pero ahora es de vital importancia para mí
compartirla.
    —Dos personas se enamoran en verano y los padres de ella se
oponen.
    —¿Lo logran? ¿Cómo termina?
    —Probablemente se escapan de alguna manera y terminan juntos.
No estoy segura. Ahora mismo, me he detenido en la parte en la que su
padre se la lleva.
     Eve envuelve sus manos alrededor de las mías, apretándolas con
tanta fuerza que hago una mueca, pero no las suelta. En cambio, se
acerca y quiere saber más.
    —¿Así que nunca lo dejó?
     —No lo sé. —Mis cejas se fruncen y suelto una carcajada, aunque
carece de humor. Algo dentro de mí se inquieta y un ligero temblor me
recorre, porque esta conversación tira de los hilos de mi mente que nunca
puedo alcanzar. Siempre que eso ocurre, puedo esperar un dolor de
cabeza.
     Y lo último que necesito es arruinar este día con estúpidos dolores
de cabeza.
     —Has venido aquí porque la historia que tienes en la cabeza ocurre
aquí —adivina, y yo asiento.
    —Pensé que sería más auténtico de esta manera. Ella lo amaba
mucho. Eso es lo que sé. Escribo solo desde su punto de vista. Pero en el
fondo, sé que era una excusa para venir aquí sin que mi sobreprotector
hermano me respirara en la nuca. —Deslizo mis manos de debajo de las
suyas y me froto la frente—. Creo que dejaré de lado la idea de
terminarlo. —No trae más que problemas de todos modos, y además,
pensé que en algún momento esta locura terminaría.
    Pero el final no está a la vista.
    —Sigue escribiendo.
    —¿Qué? —Tal vez Eve no sea la mejor persona para discutirlo
después de todo, porque tiene puntos de vista bastante extraños sobre las
cosas.
    —Termina la historia. Quédate aquí todo el tiempo que necesites. Y
una vez que tengas todas las respuestas, toda la mierda rara se irá de tu
cabeza. —Suena tan convencida, tan segura.
    ¿No debería estar un poco asustada, considerando todas las cosas?
     Una sombra se cierne sobre nosotras, y al levantar la vista veo dos
figuras voluminosas que se ciernen sobre nosotras. Aunque no los veo
claramente, los reconozco de todos modos.
    Micaden y Tom.
     —¿Qué están haciendo aquí, chicos? —Su tono no encierra más que
fastidio, y me desplazo un poco para poder encararlos justo a tiempo para
ver a Tom arrodillarse junto a su mujer y darle un beso caliente justo
delante de nosotros.
    Ella está aturdida por un momento, pero luego encuentra su lengua
de nuevo.
    —Esto no es una excusa. Es una noche de chicas.
    Su ceja se levanta mientras sonríe.
    —¿Creía que era un día de chicas?
    Ella le rodea el cuello con los brazos, acercándolo.
     —Es lo mismo, cariño. —Estar en su compañía en un momento así
me hace sentir como una intrusa, porque aunque no hacen nada fuera de
lo normal, todas las caricias y palabras están llenas de tal intimidad que
quiero irme y dejarlos solos.
     Pero con ello también llegan la pena y el resentimiento inesperados,
y todo ello me confunde. Es un verdadero regalo que la gente pueda estar
tan enamorada después de tantos años, pero no me parece bonito ni
impresionante.
    ¿Por qué hay resentimiento?
    Me levanto, me quito el polvo de las rodillas y murmuro:
    —Me voy al mar.
   Eve me mira con curiosidad, pero se limita a asentir, ordenando a
Tom:
     —Ya que está aquí, señor, prepare el fuego. Quiero un perrito
caliente como el de ayer. —Él gime y le susurra algo al oído, y ella se
sonroja.
    Me río divertida y camino lentamente hacia la playa, pasando al lado
de Micaden y haciendo lo posible por no tocarlo de ninguna manera,
aunque es casi imposible con él parado en un lugar como una maldita
montaña.
     Respirar la brisa del mar y sumergir los dedos de los pies en el agua
detiene el tiempo, y todo se desvanece mientras la serenidad del
momento me envuelve, manteniéndome en un apretado capullo que nada
puede romper.
    Hasta que él me habla al lado de la oreja con su tono profundo y
ronco, que hace que los dedos de mis pies se vuelvan locos.
    —Qué sorpresa verte por aquí.
     Qué sorpresa verme aquí.
    ¿Qué sorpresa malditamente verme aquí?
    —¿Qué demonios se supone que significa eso?
    Levanta las cejas ante mi arrebato, pero responde:
    —Los turistas no vienen aquí. —En otras palabras, no eres
bienvenida.
    Mensaje recibido alto y claro.
    —No puedo creerlo. De todas las cosas que podrías haberme dicho...
    —¿Hay algo de lo que hablar?
    Lo miro incrédula, con la mandíbula desencajada.
   —¿Crees que no lo hay? Anoche nos acostamos. ¿No deberíamos al
menos mencionarlo de alguna manera el uno al otro?
     Pero no reacciona a mi pregunta y mis mejillas arden de vergüenza.
Cruzo los brazos y vuelvo a girar para estudiar el océano, esperando que
él se vaya pronto.
     —Me disculpo. —Me doy la mano a mí misma por mantener mi voz
fría y práctica, sin estúpidas emociones a la vista—. Es que yo no hago
eso, así que no sé cómo debo comportarme. —La honestidad es la mejor
política, o eso dice Kaden.
    Aunque no es tan honesto conmigo, pero nunca hago preguntas. Así
que en su caso, simplemente no comparte.
    —¿Hacer qué?
     Se acerca, salpicando un poco de agua en mis pantorrillas, y yo
suelto:
     —Aventuras de una noche. —Lo miro y parpadeo, porque una
expresión completamente asesina cruza su rostro y su mano me agarra
del hombro, acercándome. Tengo que poner las manos en su pecho para
no caerme.
     —Por el bien de todos, no hablemos de ti y de otros hombres,
Emerald. —La ira y, ¿posesividad?, y la furia se mezclan para crear algo
peligroso y alarmante.
     Intento dar un paso atrás, pero él no me deja, sujetándome con
fuerza. Así que hago la mayor idiotez de la historia.
    Le digo toda la verdad.
     —No ha habido nadie, solo tú. —Se queda helado, y yo cierro los
ojos, porque seguro que ahora va a correr en otra dirección—. Bueno,
quiero decir... había alguien antes de mi accidente. O muchos otros. Solo
que nunca tuve sexo después del accidente, así que sí.
    Mátame ahora.
    No ha habido nadie.
    Nadie que ella recuerde.
     El placer puro corre por mis venas, encendiendo deseos ocultos de
reclamar su propiedad para que sepa que me pertenece a mí y solo a mí.
    Su confesión no cambia nada, porque mi camino sigue siendo el
mismo; ella solo lo ha consolidado.
    Ella es mía.
    Mía para herir, castigar y matar.
    Hubo un tiempo en que estaba dispuesto a darle todo mi mundo.
    Solo para que ella lo redujera a cenizas mientras lo pisoteaba.
    Emerald no significa nada para mí.
     Pero seguro que disfrutaré atrapando a esta sirena en una red tan
fuerte que no tendrá más remedio que ahogarse con ella.
    Isla, Estados Unidos
    Julio de 2019
    Un silencio incómodo se instala entre nosotros, y estoy deseando
que la naturaleza abra la arena y me trague entera. No puedo creer que
acabo de decirle que es mi primero y único.
    En cierto modo, por supuesto.
     ¿Quién hace eso a mi edad? Debería estar teniendo sexo con varios
chicos y aprendiendo todas las cosas sobre el placer, pero en lugar de
eso, parece que estoy esperando a que aparezca el príncipe perfecto y me
deje boquiabierta.
     Se queda quieto, concentrando su mirada en mí con una miríada de
emociones que parpadean en ella. No puedo nombrarlas, porque cambian
muy rápido, pero en cierto modo, siento que ama mi confesión y también
la odia.
     Pero probablemente sea mi mente la que dice tonterías, porque no
creo que tales confesiones puedan evocar ninguna emoción aparte de la
sorpresa.
     —No es que estuviera aguantando por alguien especial —decido
añadir y gruño interiormente por lo cutre que suena—. Tengo citas y
todo eso. —Mi tono es defensivo, ya que él sigue guardando un puto
silencio. ¿No debería decir algo?—. Así que no pienses que estoy
enamorada de ti o algo así...
     Me trago las palabras cuando me aprieta contra su pecho,
sujetándome la nuca y tapándome la boca con la mano, mientras ordena:
     —Basta. —Parpadeo confundida y me lanza otra orden—. Respira
por la nariz. —Cumplo la orden antes que se registre en mi mente. El
rico aire de la playa vuelve a llenar lentamente mis fosas nasales y la
calma se apodera de mí, mientras las gaviotas graznan con fuerza
indicando mi paradero.
     Lentamente, retira su mano de mí y yo jadeo, tomando un ávido
respiro.
    —¿Qué ha pasado?
    —Has entrado en pánico.
     —Oh. —Pero sí, tengo la tendencia de crear un gran problema en mi
cabeza y pensar que algo malo puede pasar, y bueno, Micaden también
se quedó callado. Le doy un ligero golpe en el estómago, pero ni siquiera
se mueve, solo levanta la ceja—. Podrías haber dicho algo.
    —¿Por qué?
     —Mi confesión —digo con incredulidad, como "¿hola, elefante en
la habitación?"¿O es que realmente no le importa?
     —Yo también puedo compartir sobre mi pasado si quieres —dice, y
la rabia junto con los celos me bañan, congelándome más de lo que
cualquier ola real del océano podría.
    Solo la idea de que lo toquen otras mujeres, algo que ha hecho
conmigo, me hace entrar en...
    Exhalando rápidamente, alejo la estúpida emoción posesiva y
sacudo la cabeza.
    —No, gracias. Prefiero no saberlo.
   Micaden se encoge de hombros, malditamente se encoge de
hombros, y luego dice:
     —Volvamos. El fuego está listo, así que Eve vendrá por nosotros en
cualquier momento. —Así de fácil, se cierra la conversación en la que él
ha quedado como vencedor, y yo soy la estúpida idiota que ha hablado de
su inexperiencia.
    Nos sentamos junto a la hoguera, y Eve parlotea.
     —Esto te va a encantar, Em. —Me da un palo y luego empuja una
salchicha en él, y yo doy una mirada escéptica, haciendo una mueca y
negando con la cabeza.
    —No creo que lo quiera...
    —Oh, vamos. Te va a encantar.
    —Eh, no gracias.
    —¿Cómo es que no quieres un perrito caliente hecho por ti misma?
—Su voz está tan perdida, como si mi comportamiento la sorprendiera de
verdad. ¿Pero por qué? Ni siquiera me conoce.
    —Soy vegetariana.
     Dos pares de ojos parpadean hacia mí mientras las cejas de Micaden
se levantan ligeramente, pero ese es el único indicio de sus pensamientos
al respecto.
    —¿Qué clase de toro es eso? —grita Eve, cruzando los brazos.
     —No me gusta la carne. Toda la sangre y... Simplemente no. —Por
no hablar del olor. Cada vez que paso por delante de los vendedores de
perritos calientes, siempre me dan ganas de vomitar. Por supuesto,
normalmente tiene que ver con la mostaza o el ketchup, ya que esos no
los soporto en absoluto. Incluso evito pasar por delante de ellos en las
tiendas. Kaden tampoco entiende por qué lo odio tanto, así que lo
considero una de mis manías.
    Pero eso no satisface a Eve, porque sigue insistiendo en el tema.
     —En serio, una chica que… —Tom le aprieta el brazo, y al instante
ella se calla, murmurando—. Lo siento. —Y aunque asiento, no puedo
evitar fruncir el ceño, confundida.
    ¿Aquí no hay vegetarianos?
    —Entonces puedes limitarte a comer el pan —ofrece Tom,
extendiendo la bolsa de panecillos hacia mí, y yo oculto mi sorpresa ante
su amabilidad. ¿No debería ser distante y demás?
    —Gracias. —Decido extender una rama de olivo también—. Eve
me dijo que eres el sheriff. —Aunque ahora no lleva uniforme, así que
debe estar fuera de servicio.
    —Correcto. —La respuesta es cortante mientras enciende el
mechero y el fuego se enciende mientras Micaden pasa palos, y yo apoyo
mi pan en él, colocando la mano en mi ruidoso estómago, y Eve sonríe.
    —Siempre con hambre, ¿verdad?
      —Sí. Porque me conoces muy bien. —Pongo los ojos en blanco,
pero una vez más, ella se encoge de hombros, pero no puedo evitar sentir
la tristeza que proviene de ella.
     —Probablemente no ocurren muchos crímenes en este pequeño
pueblo, ¿no? —Me dirijo de nuevo a Tom y él se tensa, pero luego
levanta sus ojos hacia mí que por un momento se llenan de odio pero
rápidamente cambian a indiferencia.
     —Te sorprendería saber qué tipo de cosas pasan en los pueblos
pequeños —Espera un momento y luego dice—: Me convertí en sheriff
para que la gente inocente no tuviera que estar encerrada entre rejas.
    —Tom...
    Se encoge de hombros ante Eve.
    —Ella lo pidió. —Y entonces coloca su perrito caliente sobre el
fuego.
     Micaden, que ha permanecido en silencio durante todo el
intercambio, habla.
    —Los pueblos pequeños guardan muchos secretos.
     —¿De verdad? Todo el mundo parece tan amable. —Es difícil
imaginar que aquí ocurra algún drama; la gente suele tener una vida tan
tranquila. ¿Por qué iba a haber peleas? En las ciudades, mucha gente se
mueve por el éxito y otras cosas materialistas, pero aquí la comunidad
está más orientada a la familia y depende de los demás.
    Sin embargo, puede que sea mi ignorancia la que hable.
    —Nunca se sabe quién se esconde tras la máscara de la gente buena.
—Las palabras de Micaden captan mi atención y me encierro en una
mirada con él mientras intenta transmitirme un mensaje que no logro
entender.
    Sin embargo, una cosa está clara; con mi pregunta, he tocado un
punto sensible, porque la tensión en el aire es tan palpable que me
sorprende que no nos golpeemos con ella.
     —Emerald enseña arte en la escuela a los niños pequeños. —Eve
suelta la información y luego mastica rápidamente su perrito caliente, y
Tom me lanza una mirada curiosa.
    —¿Escuela?
     —Sí. Encuentro paz en enseñarles, especialmente con mi
discapacidad.
    —¿Discapacidad? —repite Micaden, y yo asiento.
    —Sí, perdí el sesenta por ciento de la vista en el accidente.
     —¿Qué accidente? —Eve vuelve a hacer la pregunta, porque la
última vez nos interrumpieron.
     Me muevo un poco en la arena, enderezando las piernas hacia un
lado, y suspiro aliviada, porque sentarme con las rodillas muy levantadas
siempre me trae nada más que calambres y dolores de cabeza.
     —Cuando tenía veintiún años, tuve un accidente de auto. Me golpeé
la cabeza con tanta fuerza que perdí la memoria de todo lo que había
pasado antes en mi vida y luego la vista. Me rompí las extremidades y
tardé cerca de un año en volver a la normalidad. Por suerte, tuve a mi
hermano Kaden a mi lado. —Me concentro en los dedos de los pies,
temiendo ver lástima en sus miradas. Ya he tenido suficiente de ellas—.
Me dijo que yo deseaba ser psicóloga, pero con mis limitaciones y mi
amor por el arte, decidí canalizarlo por otro lado.
     —Oh. —Eve suspira y se levanta para dejarse caer rápidamente a mi
lado y rodearme con sus brazos—. Lo siento mucho —susurra como si le
doliera físicamente que yo sufriera tanto.
    Le doy unas palmaditas en las manos y le dedico una sonrisa débil.
    —No pasa nada. Ha sido lo mejor. Me encanta enseñar y el arte es
mi vida.
     —Es bueno que puedas ver todo desde una perspectiva positiva —
musita Tom, no muy conmovido por mi historia, al parecer. Mueve sus
palos y los de Eve de un lado a otro, haciendo que las salchichas se
pongan ligeramente rojas, y luego los saca—. Ayúdame, cariño. —Ella
salta para ayudarlo y arrebata la carne con el pan, creando al instante una
comida.
     Se deja caer de nuevo a su lado, le da su perrito caliente, y lo
mastican con tanta avidez que es una sorpresa cuando los perritos
calientes empiezan a parecer deliciosos, incluso para mí.
     —Se te está quemando el pan —dice Micaden, y yo doy un respingo
al notar que, efectivamente, se está poniendo negro, y lo retiro
rápidamente. Lo soplo un poco para quitarle el exceso de negro.
    Lo toco pero luego grito.
    —¡Ouch! —¡Está muy caliente!
     Un fuerte suspiro, y entonces Micaden me quita el palo, me da un
plato con pan normal pero ligeramente tostado, y pone el quemado en
una bolsa aparte.
    —Come o tu estómago se comerá a sí mismo. —¿Cómo lo sabe?
Nunca puedo pasar muchas horas sin picar algo, porque la succión dentro
de mi estómago se vuelve insoportable y las náuseas me golpean. Por eso
como pequeñas porciones pero a menudo.
     —Gracias. —Doy un gran bocado mientras él sigue moviendo su
palo por encima del fuego.
    Seguimos comiendo, hablando de cosas neutras como el tiempo, los
deportes y las películas.
     El tiempo pasa rápidamente y la oscuridad se va abriendo paso
lentamente. El cielo se vuelve azul marino con miles de estrellas
dispersas y la luna brilla tanto que da al océano un resplandor especial.
Los únicos sonidos audibles son los que hacemos nosotros, porque
curiosamente la playa está aislada.
    —¿Por qué nadie pasa el rato en la playa?
    El vaso de agua de Eve se detiene en el aire y frunce el ceño.
    —¿Qué quieres decir?
    Señalo la playa vacía.
    —No hay nadie, y es verano. Incluso junto a la posada, no oigo
ninguna voz. ¿Acaso los jóvenes prefieren otros lugares, o los turistas?
—¿No sería rentable tener algunos bares junto a la playa donde la gente
pueda pasar el rato?
     —Los padres no permiten que sus hijos anden por la playa después
de las nueve de la noche —responde Tom, dando un sorbo a su cerveza.
Él y Micaden han ido por ellas hace una hora.
    —¿Por qué? —¿Qué clase de tontería es esa?
     —Hace diez años, nuestro pueblo tuvo... una situación. Después de
eso, el consejo municipal llegó a la conclusión de que no debíamos
permitir que los adolescentes o los niños estuvieran aquí después de
cierta hora.
    —Pero ni siquiera los adultos están aquí, excepto nosotros.
     —Eso es porque es nuestro lugar. Siempre lo ha sido —responde
Tom una vez más, y Micaden permanece en silencio durante todo el
intercambio.
    Aunque el curioso yo quiere saber más.
    —¿Qué ha pasado exactamente?
    En cuanto la pregunta sale de mi boca, Tom se levanta y ayuda a
hacer lo mismo a Eve.
    —Es tarde. Vamos a dar por terminada la noche. Además, tenemos
planes.
    Eve le besa en el hombro, y supongo que se refiere a planes para
hacer un bebé.
    Tampoco se me escapa que no ha respondido a mi pregunta.
    Me lanza un beso y dice:
    —Pásate mañana por la panadería.
    —Claro. —También me llevaré el portátil; me duelen tanto los pies
que no pienso hacer turismo en un futuro próximo.
     —¡Bien, nos vamos! Adiós, tortolitos —grita Eve. Intenta saludar
con la mano, pero Tom la arrastra hacia la carretera, y entonces ella
chilla y los dos se ríen. Él le pasa el brazo por encima de los hombros y
yo decido que son la pareja más real que he visto nunca.
    No es que me haya relacionado con muchas parejas.
    —Es única —murmuro, y Micaden se ríe.
    —Efectivamente.
     No estoy segura de lo que debemos hacer ahora que nos hemos
quedado solos, pero decido seguir mi corazón. Puede irse si quiere;
después de todo, ha dejado claro que no le interesa nada más. Giro sobre
mi trasero y luego me tumbo, suspirando de alivio cuando mi espalda se
pone por fin en posición horizontal. Mis ojos, aunque borrosos, pueden
ver todas las estrellas, y amo la vida en este momento.
    La belleza natural es lo más hermoso que existe.
    —¿Sabes cómo encontrar las constelaciones? —pregunto, pero
luego añado rápidamente—. Lo siento, probablemente quieras irte. Yo
estoy bien aquí. Encontraré el camino. —Espero que haga precisamente
eso, pero parpadeo sorprendida cuando se deja caer a mi lado, su olor me
llena inmediatamente los pulmones, y pone una de sus manos bajo la
cabeza.
    —Todo buen pescador lo sabe.
    —¿Eres un pescador? —¡Coloreame de maldita sorpresa!
     —Solía ayudar a mi padre cuando era un niño, y es un trabajo
estable por aquí.
     —¿Antes de viajar a la universidad? —Ahí es donde probablemente
consiguió todo su dinero, porque comparado con todos los demás, parece
bastante rico.
     —Algo así —murmura y luego se aclara la garganta, señalando las
estrellas—. ¿Ves esas estrellas? —Desliza un dedo por el cielo en una
larga línea y luego lo sumerge un poco y crea una especie de U y la
cierra—. Tiene la forma de una jarra. —Aprieto los ojos, no veo
realmente, pero no quiero admitirlo. A veces, con los nuevos lentes de
lujo que tengo y que Kaden ha encontrado para mí, me olvido de mis
limitaciones—. Esa es la Osa Mayor —dice, y yo asiento—. No puedes
verla, ¿verdad?
    —No.
     Resopla, pero luego saca su teléfono, teclea rápidamente algo y me
lo acerca a la cara.
    —¿Ves eso?
     —Oh —digo, porque cada vez que alguien hablaba de la Osa
Mayor, buscaba un animal o algo así, pero esto es genial—. Tengo que
llevar mis gafas la próxima vez para verla de verdad. Será un crimen no
hacerlo mientras esté aquí. —Vuelve a guardar el teléfono y nos
quedamos en silencio durante varios minutos más, pero la posición me
provoca pequeños calambres, así que me pongo de lado y él hace lo
mismo.
    Estamos uno frente al otro, a escasos centímetros, y suspiro.
     —En esos momentos, la vida es tan tranquila. No tengo eso en mi
vida cotidiana. Todo es tan.... —Busco palabras precisas para describir
mis sentimientos, pero no las encuentro.
   Mi vida es buena y tiene sentido, aunque a veces sea solitaria. Sin
embargo, desde que llegué aquí, siento que me falta algo.
   —Lo siento —digo, pero él no dice nada. En cambio, me quita un
mechón de cabello rojo de la frente y me lo coloca detrás de la oreja.
    —Puedes vivir un poco aquí.
    Mis cejas se levantan.
    —Lo dice el hombre que odia a los turistas.
     —Ya viste lo mucho que te odiaba ayer —murmura, y la ya familiar
electricidad se abre paso entre nosotros y mi piel se eriza donde me tocó
antes.
     —¿Me estás ofreciendo una aventura de verano llena de emoción?
—bromeo, aunque por dentro soy un manojo de nervios. Este hombre
tiene tantos cambios de humor que puede provocarme un latigazo.
    —No.
     Inmediatamente quiero retroceder, humillada una vez más, pero su
mano en mi cadera detiene mi movimiento y nos acerca, casi pegando
sus caderas a las mías.
     Un gemido se escapa de mis labios justo antes de que los cubra con
su boca.
    Por una vez en mi vida, no quiero pensar en las consecuencias.
    Nada de lo que compartió con ellos es nuevo para mí.
     La he seguido de cerca, observando con atención su apacible vida,
sabiendo que algún día volvería a esta ciudad.
    Emerald mencionó en el pasado que la naturaleza de aquí siempre la
llamaba.
    Algunos podrían decir que el accidente debería haber suavizado el
golpe para mí, pero no significó nada.
    Su accidente y la pérdida de memoria no excusan sus crímenes.
    Pero ella recordará.
    No descansaré hasta que lo haga.
    Entonces, podrá arder en el fuego que cree a su alrededor.
    Me empuja contra la pared, sus labios rozan mi cuello mientras me
levanta, permitiendo que mis caderas lo acunen mientras gimo en el
beso, disfrutando cada minuto de ser devorada por él.
     Apenas llegamos a su chalet, el auto prácticamente vibraba de
tensión y deseo, mientras yo jadeaba constantemente, la humedad del
aire solo intensificaba mi necesidad.
     —Micaden —gimo contra su boca, con las bragas humedecidas por
su erección clavada en mí, que prácticamente me penetra en seco a través
de nuestra ropa.
    —Lo sé. Necesitas que te follen. Con fuerza. —Se tensa y luego se
mueve conmigo todavía firmemente envuelta en él y se dirige a la cama.
Enredo mis dedos en su cabello y lo muerdo entre el hombro y el cuello,
necesitando tener su sabor en mi boca.
     Gime y nos deja caer sobre la cama, y jadeo, porque, con o sin ropa,
siento que está dentro de mí, y la piel me arde, todo el material entre
nosotros me vuelve loca.
     Micaden me arranca la camiseta y gruñe cuando ve mi sujetador
blanco de encaje con un broche en la parte delantera. Mis mejillas se
calientan cuando recuerdo que esta mañana decidí ponerme lencería sexy
solo para animarme.
    —Ayer te portaste como un imbécil —murmuro, y su ceño se
levanta, mientras su pulgar roza el cierre.
     —¿Y así es como me castigas? —Hay humor en su tono, pero me
limito a lanzarle una mirada de muerte.
    —No es para ti. Es para mí.
     Se ríe y finalmente la desabrocha, quitando una copa y luego la otra,
el aire frío endurece instantáneamente mis pezones, y un grito ahogado
se escapa de mis labios.
     —Efectivamente, es para ti, cariño. Así que puedo hacerlo
fácilmente. —Micaden se inclina hacia delante, y tengo un segundo para
sentir su aliento caliente en mí justo antes de que su lengua se arremoline
alrededor del pezón, enviando instantáneamente un temblor a través de
mí.
     Tira ligeramente de él con los dientes, y mis dedos se enredan en su
cabello para acercarlo aún más, pero en lugar de continuar, lo lame y
luego desliza su lengua por mi clavícula hasta mi otro pecho. Repite la
lenta acción, mientras sus caderas empujan las mías hacia la cama y su
polla se clava en mí. Jadeo, odiando y agradeciendo la lenta tortura.
     —Nadie huele como tú, Emerald —susurra contra mi piel, y su boca
desciende hasta mi estómago, que se tensa bajo sus caricias. Es como si
cada uno de sus movimientos evocara el fuego dentro de mí, mi cuerpo
exigiendo que tome y tome.
    Me separa las piernas con los hombros, acomodando su boca entre
mis muslos, y esta vez, me desgarra las bragas.
     —¿No puedes quitármelas? A este paso, no me quedará nada que
ponerme. —Pero mi queja dura poco, porque me chupa el interior del
muslo, sus dedos se clavan en mi piel mientras mis caderas se levantan,
sensibles a la sensación.
      Desliza su cabeza hasta mi acalorado núcleo, su sombra del día
después me araña por el camino y resalta mis emociones. Me aparta las
bragas y al instante su lengua recorre mis pliegues. Luego me pellizca la
piel, y se me escapa un gemido mientras mis manos empujan su cabello y
lo aprieto contra mí. Pero él solo se ríe.
     —Paciencia, querida. —Su aliento en mi carne sensible me vuelve
loca, la necesidad aumenta en mí, y entonces lame hasta mi clítoris,
cerrando su boca alrededor de él y chupando mientras dos de sus dedos
entran, estirándome. Mi núcleo se envuelve instantáneamente en él—.
Estás goteando para mí, Emerald. —Hay tanta satisfacción en su voz que
por un momento me saca de mi aturdimiento, pero entonces vuelve a
pasar su lengua, sustituyendo sus dedos por ella, y se desliza dentro de
mí, dándome un beso profundo e íntimo que me envuelve en un capullo
de deseo y necesidad tan fuerte que no estoy segura de poder sobrevivir.
     Mis uñas le arañan la nuca, mis muslos se aprietan contra él y mi
espalda se arquea mientras él sigue proporcionando placer a mi cuerpo,
deleitándose con mi carne, metiendo y sacando la lengua mientras su
pulgar me presiona el clítoris. Necesito que me dé un solo empujón más
para...
     Pero entonces mis ojos se abren y jadeo al darme cuenta de que todo
esto no es más que un recuerdo de la noche anterior, en la que jugó con
mi cuerpo como un maestro y tuvo sexo salvaje conmigo a su manera.
   Quiero mis condiciones. Quiero saber qué se siente cuando un
hombre está a mi merced y mi cuerpo lo vuelve loco.
     Ese es el momento en que Micaden se desplaza hacia arriba, dejando
marcas húmedas por toda mi piel hasta llegar a mi boca. Puedo olerme en
él, pero eso no le impide cubrir mi boca con la suya mientras
entrelazamos las lenguas en un beso profundo, encerrándonos en un
terreno en el que nadie puede entrar, porque no existe nadie más que
nosotros. Sus manos me agarran por las caderas, y es tan fácil dejarlo
acceder a mí para que nos dé a los dos el alivio que tanto buscamos, pero
no puedo.
     Con un solo movimiento, lo pongo de espaldas, y él tiene un
segundo para murmurar "¿pero qué demonios?" antes de que me monte a
horcajadas mientras él se sienta, con nuestras narices a centímetros de
distancia.
    —¿Te gustaría montarme, cariño? —me pregunta, agarrando mi
pecho. Mi cabeza cae hacia atrás, lo que él aprovecha al instante y me
mordisquea el cuello, probablemente dejando malditas marcas por todo
mi cuerpo.
     —No —digo, y él se paraliza, frunciendo las cejas—. Quiero decir...
¿tal vez después? —añado con desgana; de repente, la idea de estar
encima es muy atractiva—. Quiero probarte —suelto, temiendo perder la
confianza.
     Él parpadea, y entonces me pregunto si no es eso lo que le gusta
hacer, ya que anoche tampoco me dio la oportunidad. Pero entonces la
ira me invade ante la idea de que alguien le dé ese placer, que Dios me
ayude si dice...
    Me suelta y se vuelve a tumbar. Me sonrojo cuando su belleza
masculina vuelve a aparecer en mi mente y por fin puedo explorarlo
como quiero.
     Extrañamente, me dirijo primero a su boca y lo beso
apasionadamente, necesitando conectar con él, aunque a estas alturas esto
no sea más que sexo.
    No tengo ni idea de cómo hacer nada de esto, así que decido imitar
todas sus acciones anteriores.
     Mis labios mordisquean su nuez de Adán y luego bajan hasta su
clavícula y su apretado paquete de seis, que está tan duro contra mi
palma extendida que me provoca aún más deseo, y lo muerdo,
ganándome un gemido mientras su mano se enreda en mi cabello.
    —Deja de jugar, Emerald —me ordena, pero yo me limito a sonreír
con picardía y a prodigar la piel con mi lengua, dejando pequeños
mordiscos por todo su ombligo mientras mi mano se desliza por sus
muslos, pero ignoro la furiosa erección con su cabeza morada, de la que
gotea pre-semen—. Emerald —gruñe, y finalmente tomo en un puño la
base de su polla. Se sacude, pero luego se calma cuando paso la lengua
por la punta, saboreando por segunda vez, y gimo, necesitando saborear
directamente de la fuente.
     Lo lamo desde la cabeza hasta la base, arrastrando lentamente mi
lengua sobre su polla y luego me deslizo hacia atrás, disfrutando del
gemido que resuena en la habitación. Se convierte en un gemido cuando
mi boca lo envuelve, llevándolo tan profundo como puedo por primera
vez, y lo chupo, disfrutando de su tacto y de lo indefenso que parece en
mi poder.
    Mi mano sigue deslizándose hacia arriba y hacia abajo, con mi
cabeza moviéndose, y las acciones encienden también mi excitación, mi
coño se humedece, y no puedo evitar deslizar la palma de la mano por mi
estómago. Apenas llego a mi clítoris antes que se registre su firme:
     —No. —Mis ojos se levantan para encontrarse con los suyos, de un
azul oscuro, que brillan con tanta pasión que jadeo y lo aprieto más—.
Maldita sea, mujer —gruñe, me agarra por el cabello y me arquea el
cuello para que pueda penetrar más profundamente—. Disfrutas
teniéndome a tu merced, ¿verdad? Te necesito tanto que no puedo ver
bien. —Tarareo en torno a su longitud, sentándome sobre mis
pantorrillas y apretando mis muslos, buscando algún tipo de fricción o
me volveré loca—. Apuesto a que tu coño está tan mojado que puedo
entrar en ti de un solo empujón e ir tan profundo como pueda. —Mis
ojos se cierran, pero él tira de mi cabello para que se abran de nuevo—.
¿No es así? —Asiento, su polla se desliza entre mis labios y vuelvo a
lamer la cabeza—. ¿Ves lo dura que está? —Mueve mi cabeza de lado a
lado, mis labios rozan ligeramente su cabeza—. ¿Quién me la pone así de
dura, Emerald?
     —Yo —respondo con voz ronca. Decir cada palabra parece una
tortura, porque tengo la garganta muy seca.
   —Eso es. Abre la boca. —Lo hago e inmediatamente la llena,
empujando un poco más, y yo gimo, chupando antes de que mi mano se
mueva más abajo, alcanzando sus pelotas, y es entonces cuando todo
cambia.
     Se paraliza. Creo que deja de respirar, pero entonces me arrastra y
me tumba de espaldas, con él encima, nuestros cuerpos sudorosos
respirando con fuerza mientras me mira con locura en los ojos, y durante
una fracción de segundo, el miedo me invade.
    ¿He hecho algo malo? ¿No le gusta que le toquen las pelotas?
    Pero todo el miedo desaparece cuando su mirada se convierte en una
mirada ardiente. Agarra un condón de la mesita de noche, se lo pone, me
engancha las piernas bajo sus brazos y me aprieta contra el colchón, y es
entonces cuando siento su polla arrastrándose arriba y abajo sobre mi
coño.
    —Micaden, necesito...
     —Que te folle. Lo sé. —Y entra en mí con un firme empujón, y mi
grito se desgarra de mi garganta—. Sí. Que todo el puto mundo te oiga
ahora mismo —dice, y se retira solo para enterrarse en mí de nuevo con
un tirón más fuerte.
     Gimo y jadeo en el aire, apoyando las manos en el cabecero
mientras, con cada movimiento, me envía más y más alto en una espiral
de felicidad, el fuego que se extiende por mí llenando mi sangre de tanto
placer y tortura al mismo tiempo que no sé en qué concentrarme.
     Cada vez que se desliza dentro de mí, mis caderas se elevan,
encontrándose con él a medio camino, con los ojos cerrados,
concentrándome únicamente en las sensaciones que puede
proporcionarme. Todo mi cuerpo está en alerta; cada pellizco de aire me
afecta mientras él acelera, claramente al límite también.
    —Micaden, por favor. —Tiene que dármelo más fuerte, y más
profundo, pero en lugar de eso, sigo recibiendo caricias superficiales.
     Enrosco los dedos alrededor de su cuello y tiro de él hacia delante,
sus palmas se posan a ambos lados de mi cabeza, lo que me da libertad
para rodearlo con las piernas, sujetándolo con fuerza, y balancear mis
caderas al ritmo de las suyas.
     —Me vuelves loca —murmuro en su oído, mordiéndole el lóbulo de
la oreja mientras mis uñas se arrastran por su espalda, seguro dejando
marcas de uñas, y una pequeña sonrisa curva mi boca. Me encanta la idea
de que todo el mundo vea que, al menos de momento, este hombre me
pertenece—. Estoy tan mojada, tan necesitada, y es insoportable. —
Atrapo su boca en un beso apasionado, apretando mis músculos internos,
y él gime, enviando vibraciones a través de mí—. Así que, por favor,
fóllame. —Las palabras me parecen tan extrañas, pero me dan lo que
necesito.
     Acelera, introduciendo su polla en mí tan profundamente que veo
las estrellas, y es entonces cuando sucede. Llego a la cima y él me sigue
poco después; respiramos con dificultad y el sudor cubre nuestra piel.
    Lo abrazo y cierro los ojos mientras disfruto abrazando a este
hermoso hombre mientras la realidad se desvanece.
    Venir aquí no ha sido un error. Aunque no salga nada de esta
aventura con Micaden, siempre será un recuerdo que no podré olvidar.
     Cuando su respiración se estabiliza, miro hacia abajo, recorriendo su
mejilla y su piel pecosa con el dedo. Se mueve un poco y suspira
satisfecha.
     Su hermosa piel brilla a la luz de la luna mientras la sábana apenas
cubre su cuerpo perfectamente moldeado, capaz de proporcionar tanto
placer a un hombre. En este momento, parece tan inocente, tan ingenua,
que una parte de mí, la que creía muerta, reacciona ante ella.
    Mis manos se agitan y gruño, apartándome, y me levanto, agarrando
mi paquete de cigarrillos de camino a la terraza.
    El viento agita las cortinas cuando salgo, inhalando el aire fresco de
medianoche con la esperanza de que elimine su olor, que parece estar
impreso para siempre en mi piel y mis recuerdos.
     Enciendo un cigarrillo, le doy una calada y bloqueo todo lo demás,
excepto la rabia que ha sido mi compañía constante durante los últimos
diez años.
    Todo va según el plan, y ninguna emoción me desviará de mi
camino.
    Emerald selló su final cuando selló el mío.
    No queda nadie más que ella.
    De las páginas del libro...
    Blah blah blah. ¡¡¡¡Escribe algo!!!!
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
    Mirando la hoja en blanco de mi documento, me devano los sesos en
busca de la continuación de la trama, pero no surge nada.
      Como si la hoja en blanco se trasladara a mi cerebro y se instalara
allí, sin dejarme ver lo que sucede después. ¿No quiere mi heroína
decirme qué sigue después? Lleva semanas callada.
     ¿Qué pasa con Brochan? En toda esta historia, él era el tipo más
dulce. Pero no sé nada de él. Estoy viviendo esta historia solo desde sus
ojos. Debe haber estado muerto de miedo en la celda con toda esta gente
que se está preparando para destruir su vida.
     Probablemente Donovan los ayudó, y consiguieron salvarla y huir y
vivir su vida feliz.
     ¿Pero por qué? ¿Por qué no se abre a mí y termina de contarme su
historia?
     Suspirando, tomo un sorbo de mi té matutino mientras contemplo
las olas chocando contra las rocas y cierro los ojos con placer cuando la
ligera brisa roza suavemente mi piel.
    Solo la palabra magia puede describir el último mes y medio que he
pasado en la isla.
    Micaden cumplió su promesa; ha estado conmigo en todo momento
mientras me mostraba la hermosa vida que antes solo podía soñar. La
pesca, el paracaidismo y otras actividades que tanto me asustaban pero
que con él se hicieron soportables.
    Siempre ha planeado cuidadosamente todas estas actividades, y a
veces incluso me reía de lo mucho que repetían algunas de las cosas que
describía en mi historia entre mis personajes. Estoy segura de que lo leyó
en secreto o algo así y pensó que eran mis fantasías.
    Enamorarme de él ha sido muy fácil, y soy la primera en admitir que
todo mi escepticismo hacia el amor surgió de no entenderlo. El amor no
necesita tiempo para florecer.
     Incluso me llevó a ver a Nona, y aunque la mayoría de las veces se
quedaba callada, me regalaba hermosas sonrisas que me calentaban por
dentro. Él me dijo que había contraído Alzheimer hace siete años, tras
una tragedia que ella no pudo superar. Aunque la enfermedad en sí no
tuvo nada que ver, porque ella vio los primeros signos antes de eso,
Micaden la describió como una mujer vivaz que vivía según sus propias
reglas y amaba mucho a su familia. Pero parece que ellos no la querían
de vuelta, ya que Micaden es el único que se ocupó de ella y paga todas
las facturas. Tampoco se explayó en el aspecto de la tragedia.
     Terminado mi trago, vuelvo a entrar en la habitación e
inmediatamente mi mirada se posa en el magnífico espécimen tumbado
en la cama, con una sábana sobre sus caderas, su musculoso cuerpo en
plena exhibición para que lo admire.
     —Sé que estás mirando —dice, su voz ronca hace que se me ponga
la piel de gallina.
    Un ojo se abre mientras levanto la mano, asintiendo.
     —Me declaro culpable del delito del que me acusas. —Algo oscuro
cruza su rostro, pero desaparece rápidamente, así que decido no
interrogarlo al respecto.
      Micaden tiene a veces esos momentos en los que las frases simples
lo descolocan, pero siempre que le pregunto, ignora mis preguntas, así
que he aprendido a dejarlo estar. A pesar de que casi estamos unidos todo
el tiempo, tampoco he compartido mi pasado con él.
    Bueno, no es que tenga ningún secreto profundo que proteger, pero
aun así. Por ejemplo, nunca hablamos de Kaden.
     —¿Ya estás? —pregunta perezosamente, y me acerco, inclinándome
hacia él pero sin tocarlo.
     —Mmhmm. Preparada para recibir mi castigo —proclamo, y luego
chillo cuando me agarra y me tumba de espaldas, asomándose por
encima de mí mientras sus manos bajan la cremallera de mi vestido de
jeans, y entonces sus ojos se oscurecen cuando ve mi piel desnuda.
    —¿Has salido así por el té? —gruñe, mordiéndome la clavícula, y
gimo, arqueando la espalda y asintiendo con ganas, porque el posesivo
Micaden equivale a un gran sexo.
     Me pone rápidamente boca abajo y me levanta las caderas,
sentándome sobre las pantorrillas.
     —Alguien ha sido una chica mala, llevando un vestido —dice,
quitándome el vestido, y me alejo de él ansiosamente, pero entonces me
agarra los brazos, envolviendo la tela alrededor de mis muñecas. Los
deja caer frente a mí, y gimo cuando me aprieta el cabello y me levanta,
presionando su pecho contra mi espalda, su aliento abanicando mi
mejilla, mientras murmura:
     —Sin sujetador ni bragas. Solo una pequeña inclinación hacia
adelante, así... —Me empuja hacia delante y su otra palma se desliza por
mi columna vertebral, deteniéndose en la base de mi culo—, y la gente
habría visto lo que me pertenece.
    —Difícilmente —respondo, pero él lo ignora.
   —¿Crees que me complace saber que desfilas así con lo que es mío,
Emerald?
    Lamiéndome los labios secos, oculto mi sonrisa antes de lanzar mis
palabras por encima del hombro.
    —Puede ser. Sí. No me importa de ninguna manera.
     Mi respuesta descarada me hace ganar una bofetada en una mejilla
del culo, y gimo.
    La piel me arde por el tacto, pero también me hace sentir una espiral
de necesidad, despertando mis sentidos mientras esta posición y mis
muñecas atadas agudizan mis emociones.
     —Alguien ha olvidado a quién pertenece. —Otra bofetada, esta vez
en la otra mejilla, y los mismos temblores me sacuden mientras mi
núcleo se humedece. Mis pezones se endurecen, pero apretarlos contra
las sábanas solo me enciende más—. Mira esa piel. —Me aprieta la
mejilla del culo, y jadeo por el ligero escozor, y luego vuelve a dar una
palmada, con su mano rebotando en mí, mientras pregunta—. ¿A quién
perteneces, Emerald?
    Tomo aire y luego exhalo, empujando mi culo en su agarre.
     —A nadie. —Otra bofetada no me sorprende, solo me hace avanzar
en la cama.
     —¿Es así? —Me da unas ligeras palmaditas en la piel hinchada,
deslizando su mano hacia arriba y hacia abajo. Entonces siento sus labios
en mi culo, su lengua trazando donde debe estar la huella de su mano, y
vuelvo a gemir, arqueándome en la cama. Sus labios suben, dejando
mordiscos a su paso, hasta llegar a mi nuca, donde me chupa la piel. Me
arrastra hacia arriba y me mete un dedo en el coño, mientras atrapa mis
gemidos con la boca. Introduce su lengua en el interior mientras nos
entregamos al beso. Al mismo tiempo, mete y saca el dedo,
provocándome, pero sin aliviarme—. Mira qué mojada estás. —Tira de
mi labio inferior con el suyo, tirando de él y dejando un escozor.
     —¿Puedes hacerlo? —Frunzo el ceño y su ceño se levanta, mientras
él enreda sus dedos en mi cabello y arquea mi cuello para que su nariz se
deslice sobre él y mi hombro.
    —¿Hacer qué?
    —Follarme. —Con cada encuentro, decir las palabras se hace cada
vez más fácil, tanto, que anhelo pronunciárselas para que pueda tener su
desenfreno conmigo.
     En lugar de responder, cubre mi boca con la suya, nuestras lenguas
se deslizan una contra la otra, y me siento tan contenta entre sus brazos a
pesar del deseo que me invade. Cada vez que me besa, es como si me
reclamara de forma invisible, recordándome que le pertenezco y dejando
una huella tan fuerte que sé que nunca podré olvidarlo. Me suelta,
nuestros labios están a centímetros el uno del otro, cuando vuelve a
preguntar:
    —¿A quién perteneces?
     Mi mano viaja hasta su cabello, acercándolo, para poder susurrarle
al oído:
    —A ti. —Al instante, retira sus dedos y hunde su polla en mí,
sacudiéndonos en la cama—. Solo a ti. —Gimo a través de otro empuje y
me inclino hacia adelante, arqueando mi culo hacia él mientras me
golpea, sujetando mis caderas con fuerza.
    Esto no es dulce, tierno y suave, no es el tipo de amor que me da
durante la noche cuando tiene todo el tiempo del mundo.
    No, es duro, ruidoso, sucio, pero tan caliente que los dedos de mis
pies se curvan y apenas puedo respirar de todo el placer que me
consume. Cada una de sus respiraciones, sus movimientos y su olor me
envuelven con tanta fuerza que no quiero otra cosa que congelar este
momento para siempre y aferrarme a él.
    Mi boca se abre, coreando su nombre, mientras él vuelve a tirar de
mí, penetrándome con fuerza mientras sus dedos juegan con mis
pezones, haciendo que la electricidad me recorra. Estoy cerca. Estoy muy
cerca, y por la fuerza con la que me sujeta, sé que él también lo está.
     —Eres mía, Emerald. Mía y solo mía. Nunca lo olvides —dice,
presionando mi clítoris con el pulgar justo antes de volver a penetrarme.
     Mi grito resuena en las paredes, pero él me tapa la boca con la
palma de la mano mientras mi coño se aprieta en torno a él, cuando un
placer indescriptible me recorre. Continúa dándome golpes superficiales
mientras apoyo la cabeza en su hombro y él, lento pero seguro, encuentra
lo que necesita.
     Vuelve a gruñir, apretando más mi cabello, y luego gime en mi
cuello, y siento cómo se derrama dentro de mí, marcando mi piel de una
forma diferente. Dejamos de usar preservativos después de que ambos
recibiéramos el visto bueno.
      Lentamente, me da ligeros besos en el hombro, me desata las
muñecas, y luego me pone de espaldas, donde me tumbo, respirando
entrecortadamente y estudiando el techo de la posada. Va al cuarto de
baño y vuelve con un paño para limpiar nuestros fluidos de mí, luego lo
tira en el cesto de la ropa sucia y se une a mí en la cama.
    Me pongo la palma de la mano en la boca y hago un suspiro
dramático.
   —Señor Micaden,         ¿qué    diría   su   Nona    ante   semejante
comportamiento?
     Se ríe y me guiña un ojo. Quiero discutir con él la posibilidad de
abrir una galería para artistas en esta ciudad, cuando un sonido en la
mesilla de noche me arrebata la atención.
    Miro el reloj, luego doy un respingo en la cama y digo con el pánico
que me invade:
    —Tengo que llamar a mi hermano, terminar un capítulo e ir a ver a
Eve. —Su mano tira de mí y caigo de espaldas, enviándole una mirada
de muerte. El maldito imbécil.
    —No hagas planes esta noche.
    Me pongo de lado y lo estudio por debajo de las pestañas.
    —¿Por qué?
    Algo brilla en sus ojos, y entonces me quita algunos mechones de
cabello de la cara.
    —Tengo una sorpresa para ti.
    La felicidad me invade.
    —¿Ah, sí?
     —Mmhmm. —Se inclina hacia delante y susurra—. Verás las
estrellas. —Y yo sonrío, anticipando la cita, porque no sé de qué otra
manera llamarla.
     Micaden tiene una sorpresa para mí, y no puedo esperar a verla.
Hasta ahora, el tiempo que he pasado con él no ha sido más que mágico,
y estoy deseando descubrir lo que tiene escondido en la manga.
    Porque mi Micaden no ha traído más que felicidad a mi vida.
    Ha llegado el momento de cobrar todas las deudas.
    El timbre resuena en el local cuando entro en la cafetería y oigo a
Eve gritar desde el fondo:
    —Ya estoy aquí.
    Sacudiendo la cabeza ante su productividad, saludo a los lugareños
que suelen venir a comer aquí y me dirijo a la puerta trasera, donde
probablemente esté comprobando las provisiones.
    Y ahí está ella, girando el cable del teléfono en su mano mientras
suspira exasperada, enfurecida en el teléfono.
    —Me importa un carajo. Quiero los platos rojos. Los he pedido. O
los traes a tiempo, o puedes despedirte de mi dinero. —Cuelga a
quienquiera que esté al otro lado de la línea y yo hago una mueca,
porque, vaya, parece enfadada.
   Se echa el cabello hacia atrás y se tira de la camisa blanca
manchada, mirándome y señalando con un dedo en señal de acusación.
    —¿Por qué estás tan arreglada a estas horas?
     Levanto los brazos y Joe, que pasa junto a ella, nos sonríe,
saludándome, claramente acostumbrado a sus arrebatos durante esta
época del mes.
     La "época" es cuando ella pide nuevos suministros y hace todas las
reservas de las cosas que podría necesitar. Durante las últimas semanas,
me había familiarizado con todos sus estados de ánimo, y digamos que a
nadie le gusta estar cerca de ella cuando cuenta el dinero que tendrá que
gastar en un mes.
        —Tengo una cita.
     Ella pone los ojos en blanco, dando un sorbo a su agua fría, y luego
dice:
        —Por favor, salir con tu novio después de pintar o escribir no es una
cita.
     —Solo estás celosa porque Tom ha estado más ocupado que de
costumbre. —Muevo las cejas—. ¿Muy cachonda? —Me lanza un lápiz
y yo agacho la cabeza a tiempo, de modo que no me alcanza y golpea la
pared.
        —Perra.
     —Solo arrasa con él aquí. —Golpeo la mesa de su despacho y nos
quedamos mirando un momento antes de que ambas nos echemos a reír,
con la felicidad arremolinándose a nuestro alrededor.
        Ella respira profundamente y pregunta:
        —No, en serio. ¿Por qué estás tan arreglada?
     Miro mi vestido azul marino floreado junto con mis sandalias
plateadas y me tiro un poco del cabello trenzado, encogiéndome de
hombros.
   —Como he dicho, voy a una cita. —No es que me haya dicho
mucho sobre dónde me va a llevar, pero prefiero estar guapa por si acaso.
        —¿Sí? ¿Dónde?
        —Micaden ha decidido darme una sorpresa.
    Su vaso se detiene en el aire hacia su boca y se queda quieta, pero
luego traga con fuerza.
     —¿Sorpresa? —Se aclara la garganta, reanudando la bebida, y mis
cejas se fruncen.
     —Sí. Me dijo que sería una noche inolvidable. —Esta vez el vaso
cae al suelo, haciéndose añicos por todas partes, y grito, lanzándome
hacia ella, pero me detiene, agarrándome por los codos y manteniendo la
mirada fija—. Eve, tenemos que limpiar.
    —Olvídate del maldito cristal.
    Sus dedos en mi piel se tensan y hago una mueca de dolor.
    —Me estás haciendo daño.
    —No vayas.
     —¿Qué? —Me habría reído si no fuera por el miedo que se refleja
en sus ojos y el pánico que se refleja en su voz.
    —No vayas a esa sorpresa. No vayas con él.
    No puedo creer lo que está diciendo, ¿qué demonios?
   Ella no ha hecho más que apoyar esta relación, pero ahora actúa
como si Micaden fuera el mal en mi vida.
    —¿Estás loca?
    —Hablo en serio. Esta sorpresa será tu…
     —Eve. —La profunda voz que retumba en la puerta atrae nuestra
atención, y su boca se cierra cuando Tom llena el espacio con su energía
dominante, comunicándose con ella en silencio mientras yo me quedo
ahí, confundida.
     Finalmente, me suelta, dando un paso atrás, y luego camina
lentamente hacia su marido, que ni siquiera se molesta en mirarme. Ni
siquiera estos últimos meses han cambiado su actitud hacia mí, por lo
que he hecho las paces con eso.
    Tom y yo nos toleramos como mucho.
     —Tom, ¿recuerdas lo que te dije? Si hay bandos, yo estoy en el
suyo. —¿Bandos? Sus palabras sobre estar de mi lado desde nuestro
primer encuentro entran en mi mente mientras ella continúa—. Esto es
una locura.
    —Tal vez. Pero es la única manera —responde con extrañeza y
luego le agarra la barbilla, y no veo su cara, pero después de un
momento, sus hombros se hunden y me mira, negando con la cabeza.
    —Simplemente no puedo soportarlo. —Y con eso, sale corriendo.
      El aire acondicionado me golpea, y me froto los brazos mientras una
sensación incómoda se instala en mí cuando el miedo y la confusión
llenan mi mente. Eve nunca actúa así. ¿Por qué está tan en contra de esta
cita?
    ¡Es con Micaden!
     Tom se acerca a la puerta para correr tras ella, supongo, pero
entonces se detiene y me mira, escaneándome de pies a cabeza, antes de
aclararse la garganta.
    —Ten cuidado, Emerald.
    —No lo entiendo.
     Se limita a decir "Sí" y desaparece mientras la sensación
perturbadora no desaparece, y donde solo ha habido felicidad, ahora
habita algo más en el interior.
    La duda.
    Porque si son sus mejores amigos y me advierten sobre él, ¿qué
implica?
    ¿Estoy cometiendo un error al confiar en él?
     Mis rodillas se tambalean y me dejo caer sobre una silla. Me muerdo
el labio mientras me pongo la mano en el pecho, que sube y baja debido
a mi fuerte respiración.
    ¿Qué sé realmente de él? Además del hecho que me ha contado...
nada. Todos los habitantes de la isla tienen diferentes reacciones hacia él,
pero nunca he visto a nadie a gusto en su compañía.
    No, él trae tensión donde quiera que vaya.
     ¿Hay algún secreto que nadie quiere compartir conmigo? Eso
explicaría por qué nunca habla mucho de su pasado y se cierra cada vez
que surge un tema del que no quiere hablar.
    Mi teléfono vibra en el bolsillo y lo saco, viendo un mensaje que
parpadea en la pantalla.
    <Micaden> Estoy aquí. ¿Lista para la cita?
    Cierro los ojos, y todos nuestros momentos juntos pasan por detrás
de mis ojos, y una ligera exhalación de alivio se desliza por mis labios,
porque todo está bien.
     Nunca podría haberme ocultado ninguna mala emoción; hemos sido
reales, y todos mis temores no tienen ningún mérito.
    Eve simplemente ha tenido un mal día y se ha desquitado conmigo.
    No hay otra explicación.
    <Yo> Sí.
     Camino hacia fuera, apuntando hacia la puerta, pero en el último
segundo, Eve me agarra de la mano y me abraza ferozmente, y aunque se
lo devuelvo, no encuentro paz en ello.
     —Lo siento, cariño —murmura y me da un apretón aún más
fuerte—. Es que he tenido un mal día.
    Me relajo al instante en sus brazos, acariciando su espalda.
    —No pasa nada.
    —Solo estoy preocupada.
     —Tengo que irme. —Me separo de su abrazo y le doy una sonrisa
forzada, porque el escozor de sus palabras anteriores aún permanece—.
Tengo que irme. Micaden me está esperando. —Suena una bocina a lo
lejos, y no me extraña el tic de su mandíbula, pero no dice nada.
     En cambio, se hace a un lado y yo salgo corriendo rápidamente
hacia su Jeep. Me meto dentro, y él enreda sus dedos en mi cabello y
acerca mi boca a la suya, dándome un beso profundo y húmedo que me
produce electricidad, despertando todos los pequeños instintos de mi
interior.
    No, todo esto no puede estar mal. Me suelta la boca, roza mi cuello
con sus labios y murmura:
     —¿Lista para nuestra cita, mi sirena? —Le doy un ligero golpe en el
estómago, y él gruñe, aunque de risa, y se echa hacia atrás, poniéndose
los lentes de sol—. Ven, Emerald. Estoy a punto de llevarte al viaje de tu
vida. —Pero antes de arrancar, saca una venda de la guantera y ordena:
    —Date la vuelta.
    —¿Qué demonios?
    —Es una sorpresa, ¿verdad?
    Un dolor familiar se acumula en mis sienes, pero los dedos de
Micaden ya están allí para calmarlo, frotándolo suavemente, mientras
susurra:
     —Confía en mí, Emerald. —Y aunque algo me inquieta al respecto,
asiento.
    Me rodea los ojos, asegurando el nudo detrás de mi cabeza, y
entonces hace un clic.
    La escena que ocurrió en el libro.
    ¿Pero por qué?
    Aparco el auto junto a la orilla, y las olas eligen este momento para
chocar contra las rocas.
    Esmeralda jadea.
     —¡Me has traído a la playa! —Me señala con el dedo casi en un
gesto de "ah-ha", como si tuviera que significar algo.
    Lo significa, por supuesto, pero no para ella.
    Salgo a la calle, camino alrededor del auto y abro la puerta para
ayudarla a salir.
    Cada movimiento está cuidadosamente planeado, escenificado para
que cada caricia y palabra la haga entrar en pánico, pero también en
amor.
     Sus emociones tienen que ser lo más altas posible, para que cuando
se caiga le duela tanto que le cueste respirar.
     La empujo contra mi pecho, cierro mis brazos alrededor de su
cintura y murmuro suavemente en su cuello:
     —Feliz cumpleaños, cariño. —Rozo su piel del hombro y se
estremece en mis brazos, suspirando suavemente.
     Contengo un gruñido, porque hay cosas que nunca cambian, y sus
reacciones son una de ellas.
    —¿Cómo...?
     —Identificación, nena. Vives en mi posada. ¿Lo has olvidado? —
Sus manos se deslizan hasta posarse en mi nuca, y entonces se gira
rápidamente, rodeando mi cuello con sus brazos, y busca a ciegas mi
boca, poniéndose de puntillas.
     Al mirarla, con sus labios carnosos pidiendo ser besados, mis manos
en sus caderas se tensan, porque me trae muchos recuerdos.
     Recuerdos en los que su genuino afecto solía ser honesto, o eso creía
yo. Pero ella no es diferente ahora de lo que solía ser en el pasado.
    La única diferencia es que ahora sé con certeza que me quiere. De lo
contrario, no la habría traído al gran final de este plan.
    En lugar de complacerla, le chupo la piel de la clavícula, y ella
gime, pero me alejo, dejándola con ganas de más.
     —Micaden —gime, pero eso solo aumenta al sádico bastardo que
vive dentro de mí.
    Oh, ella va a suplicar.
     Poniendo mis manos sobre sus hombros, la hago girar y la empujo
en dirección al barco que se mece lentamente con el viento en una orilla
que, por lo demás, es tranquila.
   Cada uno de sus pasos es vacilante, pero se deja guiar por mi voz, y
como confía en mí, cree en mí.
    Uno de sus mayores errores.
     Finalmente, llegamos al borde del barco y le quito la venda. Ella
jadea, se tapa la boca y, por un momento, retrocedo en el tiempo.
     Cuando organicé una cena romántica por primera vez en mi vida, la
chica en cuestión también miraba todo con asombro.
    Igual que ahora. Pero ahora me ama, y en aquel entonces solo
jugaba al amor. ¿No debería ser diferente la reacción?
     Aparto ese pensamiento y me concentro en el volcán que hay en mi
interior y que por fin puedo dejar que entre en erupción. El espectáculo
ha terminado y por fin llegará su realidad.
    Ya hemos jugado bastante a este estúpido juego.
     —Es tan hermoso —susurra, deslizando su mano sobre la superficie
blanca como la nieve del barco, y luego sube a bordo, caminando
rápidamente a la cubierta donde se encuentra una mesa redonda con velas
y copas esparcidas alrededor, mientras los pétalos de rosas se extienden a
nuestro alrededor—. No puedo creer que hayas decidido reencarnar la
escena del libro.
     Mis cejas se fruncen ante esto, porque estoy jodidamente harto de
las referencias al libro. Cada vez que hago algo, ella intenta relacionarlo
con el libro o se pregunta si lo he mirado a escondidas.
     ¿Por qué coño me iba a importar su arte o una historia de mierda que
quiere contar al mundo? Nunca leí la maldita cosa, aunque Eve me rogó
que lo hiciera.
    Ese es otro problema con el que tendré que lidiar una vez que esto
termine, porque según Tom, ella está perdiendo la cabeza.
    —Entonces, ¿dices que sí a una escapada romántica para dos?
    Ella agarra un pétalo, frotándolo sobre su mejilla, mientras pregunta:
    —¿Escapada?
     —Sí, te estoy robando para tener una aventura pirata. Raptar con la
princesa y todo eso.
   Se ríe, lo que envía conciencia a través de mí, pero lo reprimo. Las
emociones tiernas ya no tienen cabida en mi corazón.
    —¿Lista? —le pregunto, y después de un segundo, ella asiente.
    —¿Contigo? Siempre.
    Siempre y para siempre.
    Qué poético e irónico.
     No puedo creer que él haya hecho todo esto por mí, ¡y en mi
cumpleaños! No lo celebro mucho; normalmente Kaden aparece para
sacarme a pasear y regalarme algunas cosas que no necesito, como un
bolso de diseño o joyas, mientras yo reflexiono sobre mis padres.
     Nunca habla de ellos, pero sospecho que es demasiado doloroso. No
recuerdo nada de ellos, y la mayoría de los días me hace sentir culpable
pensar eso, así que no lo hago. En ninguna de las fotos que tiene de ellos
aparece toda nuestra familia junta, solo yo en algunas reuniones con
ellos.
    Siempre pensé que probablemente corrieron a Kaden, y por eso
nunca formó parte de nuestras vidas demasiado, pero en cierto modo
tuvo que intervenir para cuidar de mí. Desde que mis padres murieron en
el accidente de auto que me hirió.
     Micaden se dirige al timón, enciende el motor y agarra el volante,
gritando:
    —¿Lista?
    —Sí —¿Quién no lo estaría?
     El barco ruge y empieza a moverse, balanceándome un poco
mientras me agarro a la barandilla. Un suspiro de placer se desliza por
mis labios cuando contemplo la brillante puesta de sol en el agua que
refleja la belleza de la naturaleza. Me dirijo rápidamente a la cubierta y
me siento en el sofá mientras apoyo la barbilla en el brazo.
     Miro hacia atrás y veo que la ciudad y la costa desaparecen
lentamente de la vista a medida que nos adentramos en el océano,
creando una atmósfera mágica a nuestro alrededor. Incluso veo algunas
olas, que no parecen normales. Entonces, de repente, veo una cabeza y
algo salta.
     —¡Dios mío! —chillo, corriendo de nuevo hacia la barandilla e
inclinándome sobre ella, mientras mis ojos beben los impresionantes
delfines que nadan junto a nosotros—. ¡Micaden! —Lo llamo y miro
hacia el timón, pero él no está a la vista.
     Mis cejas se fruncen un poco, y luego asiento para mí, recordando el
plano de este barco. Debido a mi constante temor, no lo he visitado
mucho durante su trabajo, pero me habló del barco lo suficiente como
para que tuviera curiosidad por comprobarlo en Internet. Tiene una sola
habitación, así que probablemente fue allí a recoger algo.
     Pero unos fuertes brazos que me rodean la cintura y me acercan a su
acalorado cuerpo me demuestran lo contrario, y jadeo cuando pasa su
nariz por el pliegue de mi hombro, inhalando mi aroma.
    —Creía que te habías ido. —Se me escapa una risita por lo ridículo
que suena, y me corrijo—. Quería decir abajo. Está claro que no puedes
esconderte mucho aquí —me burlo, pero él se queda callado, y solo
entonces me doy cuenta que su abrazo es diferente.
    No es cálido ni acogedor como de costumbre; en cambio, está tenso
y sus manos me mantienen firmemente contra él, pero no de forma
sexual.
    Más bien, para que no me escape.
      —Mica… —Me hace girar, rodeando con su mano mi barbilla, y la
levanta, mientras nuestras miradas chocan. La mía, confusa, y la suya,
fría como el hielo, cuando recorre mi rostro con sus ojos.
     —¿Me amas? —me pregunta, y mis rodillas casi se doblan ante el
alivio que me invade, porque por un momento me ha asustado.
     —Sí. Te amo. —Un momento, y entonces tengo mi propia
pregunta—. ¿Me amas? —Sé que lo hace, solo quiero escucharlo de sus
labios esta vez.
     Siempre pensé que el amor tardaba mucho en crecer y que todas
esas personas que decían haberse enamorado en poco tiempo eran unos
ilusos. Pero este verano descubrí que el tiempo no significa nada cuando
se trata del amor.
     Lo que importa son las emociones y los sentimientos que la persona
inspira en tu interior.
     Su boca se levanta en una media sonrisa, pero una vez más, carece
de toda calidez.
    —¿Cómo puedo amarte, Emerald, cuando te odio tanto?
    —¿Qu-qué —tartamudeo, demasiado sorprendida para reaccionar
adecuadamente, y busco cualquier tipo de burla en su rostro, pero no
encuentro ninguna—. Micaden, eso no es gracioso.
    —En efecto. Lo gracioso es el hecho que hayas creído que podías
engañarme dos veces. Como dice el refrán: Si me engañas una vez, la
culpa es tuya. Si me engañas dos veces, la culpa es la mía.
    Ignoro el dolor en mi corazón y sacudo la cabeza, mientras un sabor
amargo llena mi boca.
     —No entiendo tus acertijos. Basta ya. —¿Es algún tipo de plan que
ha creado, para primero asustarme y luego darme una alegría? Le gusta
mucho bromear con Tom. ¿Es esto lo que es?—. Micaden, ¿puedes ser
serio, por favor?
     —Oh, lo soy —responde, y me empuja hacia atrás. Y con un grito,
mi espalda choca contra el borde del barco, y habría caído al agua si no
fuera porque una mano atrapa la parte delantera de mi vestido, lo único
que evita que me caiga.
    No pasa nada por un momento, solo nosotros dos mirándonos
cuando él finalmente habla.
    —Ah, Emerald. Por fin estás a mi merced.
    Y es entonces cuando entiendo que no es una broma.
    Sino una realidad en la que mi amante de mis sueños se ha
convertido en un monstruo.
    Isla, Estados Unidos
    Micaden, Veintiún años
    —¡Esto es una mierda, Duke! —le grito al sheriff, pateando los
barrotes de la celda mientras él exhala con fuerza.
    —Lo sé. Pero tengo las manos atadas. Solo tienes que esperar cinco
horas más y saldrás de aquí —dice, apoyándose en una silla y
levantando las piernas sobre la mesa, con el sombrero cubriéndole la
cara mientras la radio suena desde la otra esquina.
     Al parecer, a Ron le interesan los campeonatos de surf que se
celebran en Australia, así que es el único que escucha esa mierda.
     Gruñendo de frustración, aprieto más las manos alrededor de los
barrotes, dejando que mi ira fluya hacia ellos, y los agito. Solo imaginar
lo que podrían hacerle ahora a mi Emerald me vuelve loco.
    Es mía y no tengo medios para protegerla.
    ¿Por qué no se los dijo o trató de explicármelo mejor? Nunca habló
mucho de sus padres más allá de que eran ricos y nunca le hicieron
daño. Mi chica es un hermoso ángel y se merece lo mejor del mundo.
     Nunca quise que se quedara aquí conmigo ni que se cortara las
alas; sabía que estaba hecha para grandes cosas. Quería formar parte
de ellas, apoyarla en todo momento y no quitarle sus oportunidades.
    Pero, ¿cómo podría explicárselo a sus padres, que probablemente
piensen que soy un perdedor de la isla que está seduciendo a su hija?
     Pero no pasa nada, porque no tienen motivos para retenerme aquí
para siempre. Tom ya ha hablado con ella y me la traerá cuando me
liberen.
     Lo que sus padres planean lograr está más allá de mí, teniendo en
cuenta que ella es mayor de edad, pero me importa una mierda. No
tienen motivos legales para retenerme. ¿Por qué Duke los escucha de
todos modos?
     Emerald es mía, y que me parta un rayo si sus padres, o cualquier
otro, creen que pueden quitármela.
    El teléfono suena en la oficina, así que Duke le ladra a Ron:
    —Baja el volumen. —Cuando lo agarra al cuarto timbre, el molesto
sonido del timbre se detiene y exhalo aliviado.
    Mis nervios ya están a flor de piel, y el teléfono se suma a la
miseria.
     Sin embargo, Duke se sienta, frunciendo el ceño, y luego se levanta,
diciendo con preocupación:
     —Por supuesto. Estaré allí en unos minutos. —Cuelga y se acerca a
mí, con el miedo grabado en cada rasgo—. Tengo que ir, chico, se trata
de mi hija.
     —Por supuesto. —Es un gran hombre, pero últimamente odio verlo
así, casi muerto con todas las tragedias que ha enfrentado su familia.
    Me da una palmadita en la cabeza y le ordena a Ron:
    —Suéltalo cuando pasen veinticuatro horas.
     A Ron se le cae el ala de pollo de las manos mientras intenta
discutir.
    —Pero...
     —Haz lo que te digo. —Y con eso, se va, mientras me siento en el
asiento y espero que pasen las horas para poder reunirme con mi amor.
     Solo que nada de esto sucede, porque unas horas más tarde, Duke
vuelve, completamente cerrado, y ni siquiera me mira.
    En cambio, hay un nuevo testigo que me vio arrastrar a la pobre
chica en el barco mientras gritaba, e incluso encontraron un vestido
ensangrentado.
    La chica se asustó tanto que sus padres tuvieron que llevársela al
hospital cuando presentó una denuncia acusándome.
    Y así, sin más, me convertí en un violador.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto de 2019
    No, estos pensamientos son una locura. No puedo estar equivocada
con él, y seguro que no es una especie de psicópata que persigue sus
emociones matando a sus novias.
    Tal vez no se da cuenta de cómo sus bromas afectan a la gente que
lo rodea. Y aunque probablemente tenga la intención de ser dulce
conmigo pronto, calmándome después de este susto, no me importa
mucho.
     —Micaden —digo, con el pánico arremolinándose en mí mientras
oigo el motor en marcha detrás de mí y los sonidos del interminable
océano, todo mucho más cerca, mientras su mano me mantiene tan abajo
que las puntas de mi cabello tocan el agua—. ¿Qué estás haciendo?
    Sabe que le tengo miedo al agua, y ninguna cantidad de su aliento
ayuda al asunto. Incluso me negué a ir a bucear con él, y no me presionó.
    ¿Ahora está presionando?
    —Tengo miedo.
     Pero no me escucha. En su lugar, emociones desconocidas cruzan su
rostro mientras se inclina hacia delante y pregunta:
    —¿Cómo de asustada? —Me presiona hacia delante, y esta vez me
moja casi toda la cabeza. El miedo se instala en mi interior, pero no
puedo resistirme a su abrazo, porque él tiene todo el poder.
     Un pequeño empujón y estaré en el agua, en lo profundo del océano
sin poder nadar.
    —Mucho. Micaden, para.
    Sus cejas se fruncen mientras suspira.
     —¿Micaden? ¿Es mi nombre, Emerald? —Se me congelan las
entrañas, porque su voz es oscura y letal, y envía frío a través de mi piel.
Nunca había escuchado este tono. Está lleno de odio y desagrado, nada a
lo que estoy acostumbrada de él—. Te propongo un trato.
     —¿Trato? —Apenas respiro, mi pulso casi en la garganta palpita
con tanta fuerza que comienzan los zumbidos en mis oídos—. ¿Qué
trato?
   —Te ayudaré, si me llamas por mi nombre. Por mi verdadero
nombre.
    ¿Nombre real? ¿De qué está hablando?
    —Te llamas Micaden —afirmo, apretando su camisa y sujetándola,
porque ya no confío en que me mantenga firme.
    La energía que lo rodea cambia tan rápido que apenas puedo
seguirla. Si alguien me dijera que se gana la vida matando gente, no me
sorprendería.
     —¿De verdad? —pregunta, y luego se inclina más cerca, su aliento
abanica mi mejilla mientras susurra—: Mi pequeño ángel encontró su
paz, en toda la gloria como la brisa de la mañana.
     Mi respiración se entrecorta y sacudo la cabeza conmocionada,
cerrando los ojos, porque diferentes imágenes del libro me asaltan,
golpeando tan fuerte que parece una película.
    Pero ya no me escondo de la verdad que siempre me ha acosado.
     Poco a poco, todo se va juntando, todas las emociones, todo lo
oculto que nunca escribí, y toda la desesperación.
    Como una luz que brilla en mi cerebro, permitiéndome finalmente
descubrir todos los secretos de mi cabeza.
    —Brochan.
    ¿Nuestra historia? Las páginas del libro... ¿es nuestra historia?
    Tiembla en mis brazos, el miedo se hunde lentamente en sus rasgos.
Su piel palidece, resaltando las pecas que yo trazaba con mi lengua.
    Incluso en todo este shock, shock actuado por supuesto, ella es
hermosa.
    Mi sirena que pensó que podía engañarme dos veces.
    —Vamos a jugar un juego, Emerald.
     —¿Un juego? —susurra ella, tragando fuerte y respirando con
dificultad, todos los sonidos solo me irritan, porque este acto inocente
realmente me molesta—. ¿Qué juego?
      —Esa es la pregunta equivocada. Lo correcto sería que preguntaras
qué está en juego. —Sus ojos se abren de par en par, y veo cómo la lucha
la atraviesa, mientras abre la boca y luego la cierra, pensándolo mejor.
     Quiere mostrar resistencia oralmente, pero sabe que no es prudente
cuando el más mínimo movimiento podría empujarla al agua, que se
vuelve más y más profunda a medida que el barco se adentra más y más
en el océano.
   —De acuerdo. —La cautela cubre su voz, y entonces pregunta—:
¿Qué está en juego?
    —La rapidez con la que morirás.
     Ella gime y sonrío, aunque apenas me contengo para no
estrangularla, porque la desesperación en sus charcos verdes me recuerda
a mi Emerald, la que temía por mi seguridad cuando sus padres
volvieron.
    Pero ella no existe, ¿verdad?
    Porque todo lo que vivimos fue una mentira.
    Sin embargo, me aseguraré de que sienta todo lo que le doy con
cada fibra de su ser.
    Ella me debe, y ha llegado el momento de cobrar.
    De lo contrario, nunca encontraré la paz.
    Isla, Estados Unidos
    Micaden, Veintiún años
    La puerta suena con fuerza y entro, viendo a Tom sentado junto a la
mesa tamborileando con los dedos sobre la superficie metálica, pero
luego da un salto al notar mi presencia.
     —¡Brochan! —El oficial me empuja bruscamente a la silla, sin
importarle que en el camino me golpee las rodillas con la pata del
artefacto, y nos ladra a los dos—. No tocar. Y recuerden, los ojos están
puestos en ustedes dos.
    Mis manos esposadas se cierran en un puño y Tom asiente, aunque
chasquea los dientes con tanta fuerza que me pregunto cómo no los
rompe. El oficial pulsa el botón y en un segundo estamos solos. Bueno,
todo lo solos que se puede estar en la sección de visitas de la prisión.
    —Estás hecho una mierda —dice, y yo me encojo de hombros,
aunque el más mínimo movimiento me produce un dolor jodidamente
punzante en el hombro.
    —Bueno, la vida aquí no es exactamente arcoíris y unicornios.
    —He hablado con el abogado. ¿Dijo que te ofrecieron un acuerdo?
     —Sí. Si acepto el acuerdo, solo cumpliré quince años de prisión; de
lo contrario, puede que me enfrente a una cadena perpetua.
    —¡Mierda! —exclama y se levanta, paseando por la habitación.
    Pero rápidamente le ordeno:
    —Siéntate o volverán. —Inmediatamente escucha, y me aclaro la
garganta, queriendo saber solo una cosa.
     Le pido a Tom que viaje a Seattle y la busque. Para entender lo que
realmente ha pasado, porque no me creo que me haya traicionado, así
como así. Sus padres han creado una especie de vendetta contra mí,
escupiendo mierda a diestra y siniestra. El pueblo que me crio y me
reclamó como su hijo se ha olvidado rápidamente de mí y me ha dado la
espalda. Todos se creen las mentiras y gritan que no merezco más que el
infierno por lo que le he hecho a Emerald.
     Pero ella no puede ser parte de esto. Mi hermoso ángel me
pertenece y me ama tanto como yo a ella. Deben tenerla encerrada en
algún lugar.
    —Emerald.
    Tom evita mi mirada, solo su mano en puño da indicios de sus
emociones.
     El miedo se apodera de mí, pero lo reprimo, sin querer creerlo ni
sucumbir a él. Eso es lo que pretenden todos los implicados en este caso
de violación.
     Que los dos dudemos de nuestro amor y nos rindamos. No les daré
la satisfacción. No les dejaré jugar a estos juegos.
    —Habla ahora.
    —Llamamos muchas veces, fuimos a la casa. Nada. No solo me
ignora a mí, sino también a Eve.
    —Deben mantenerla aislada de cualquier tipo de comunicación. —
Solo entonces, me doy cuenta de un sobre amarillo en su bolsillo que
saca y coloca entre nosotros, abriéndolo rápidamente.
    —Yo también lo pensé. Por eso la seguí hasta su mansión familiar.
     Apenas escucho su voz por el estruendo de mis oídos, porque mis
ojos permanecen pegados a las fotos que se muestran frente a mí.
    Emerald encerrada en un abrazo con un tipo que no reconozco,
mientras él le murmura algo al oído. Luego, otra imagen de Emerald en
su habitación de la casa, donde pinta con una expresión completamente
inexpresiva en su rostro. Y entonces el tipo la besa mientras ella se
queda de pie, sin apartarlo. No puedo ver su cara, solo su familiar
cabello rojo.
    Mi Emerald, mía, en los brazos de otro hombre.
     La rabia que acababa de hervir a fuego lento en mi piel encuentra
su plena salida, y rujo, la silla golpeando el suelo mientras doy un golpe
a la mesa, la desesperación llenando cada hueso.
    —Maldición, Brochan, cálmate. —Me suplica Tom, pero no puedo.
     Me abalanzo hacia la puerta, concentrándome únicamente en mi
ira, que me exige encontrar al hombre de las fotos y matarlo por tocar a
mi mujer.
    Golpeo la puerta, gritando:
    —¡Déjame salir! Déjame salir, carajos.
    Golpe, golpe, golpe.
     —¡Por el amor de Dios, Brochan! —Tom grita, pero no me detengo,
solo uso más fuerza.
    La puerta se abre y entran los guardias, golpeándome con sus bates
mientras uno de ellos me empuja la cara hacia el suelo, gritando:
   —El cabrón se cree el rey del mundo. —Me debato en su agarre,
empujándolos, pero llegan más golpes, golpeando y golpeando,
clavándose dolorosamente en mi hígado y estómago, y después de unos
momentos, no puedo luchar más contra cuatro hombres.
    Me arrastran fuera, de vuelta a la celda, donde solo puedo pensar
en Emerald.
    Ella no podía traicionarme. No pudo.
    Una semana después
     —Acepta el maldito trato. —El abogado aprieta los dientes, pero yo
miro fijamente al espacio, aunque es prácticamente imposible con mis
dos ojos hinchados por la paliza—. Mírate. —Agita la mano hacia
arriba y hacia abajo y luego da unos golpecitos en el expediente que
tenemos delante—. Nada de esto es bueno para ti. Lo último, la rabia…
solo demuestra que has hecho lo que te han acusado. Ningún juez de este
puto país irá contra su padre. Acepta el trato, Brochan —casi suplica, y
por primera vez, centro mi atención en Patrick. El mejor amigo de mi
padre y un hombre que solía ser un abogado de primera línea en su día.
    Pero, aunque ha conservado su licencia, ha sucumbido al alcohol, y
la adicción gobierna su vida. Me explicó una vez que cuando una
persona se encuentra con un dolor insoportable, encuentra diferentes
recursos para calmarlo.
    No pudo soportar que su hijo se suicidara y, sinceramente, no le
juzgué. Sentí pena tal vez, pero nunca estuve en posición de juzgarlo. La
única razón por la que lleva mi caso es porque todos los demás se han
negado a hacerlo.
     Parece que su cara arrugada ha envejecido diez años, desde el
comienzo de esta pesadilla. Su traje tiene varias manchas y, por su
respiración agitada, sé que está agotado por todo el estrés.
    —Piensa en tu padre.
    Papá.
    La persona que me acogió y me crio como si fuera suyo. No puedo
imaginar cómo está afrontando todo esto, especialmente con el pueblo
buscando sangre y venganza como buitres. Sin embargo, a pesar de eso,
tengo todo su apoyo, y nunca, nunca me ha preguntado si las
acusaciones son ciertas.
    —No hay trato. No admitiré haber hecho algo que no he hecho.
    Patrick se cubre la cara con las manos y exhala fuertemente
mientras yo sigo reproduciendo en mi mente las imágenes como una
presentación de PowerPoint.
    La bella Emerald en brazos de otro hombre.
     La parte más irónica es que después de toda la rabia y mi reacción
inicial se calmó, no lo creí. No quería pensar que fuera posible. Después
de todo, su padre era un hombre poderoso. Podía inventar cualquier
cosa.
    Pero Patrick trajo consigo otras pruebas que Tom no tuvo la
oportunidad de darme después de mi arrebato.
    Una carta manuscrita, con su letra. La habría reconocido en
cualquier lugar, ya que solía deslizarme pequeñas notas de amor en mi
lugar de trabajo. Las palabras escritas en esa carta quedarán grabadas
para siempre en mi cabeza.
        Eve, deja de escribirme. El verano ha terminado y nosotras
                            también. ¡Para!
     Ahora sus padres deberían estar satisfechos y dejar este caso en
paz. No me pondrán entre rejas, ya que su hija ha puesto fin a esta
relación.
    Aunque mi corazón me duele como un hijo de puta, no se compara
con el dolor que viene después.
    Cuando ella realmente destruye todo.
    Varios meses después
     —¿Dónde está la víctima, Emerald Hayes? —pregunta la jueza,
ajustándose los lentes en la nariz mientras centra su atención en el
abogado de Emerald.
    Ésta se levanta, levantando el papel que tiene en la mano.
     —Tenemos su declaración que se hizo hace dos meses. Estuvieron
presentes los abogados del acusado y de la defensa —señala, y mi
mirada confusa viaja hacia Patrick, que evita mi mirada, tanteando con
los dedos. El miedo me invade.
    ¿No es una declaración la cosa en la que el testigo o la víctima
declaran fuera del juicio, pero aún bajo juramento? Suele tomarse para
asegurarse de la confesión del testigo o de que no cambiará de opinión
después.
     ¿Por qué no me lo dijo? ¿Fue por eso que trató de presionarme
tanto para que aceptara su trato? ¿Sabía lo de su testimonio?
     Pensaba que, si tenía la oportunidad de verla, no tendría el valor de
soltarme una mierda. Pero supongo que subestimé hasta dónde llegaría
su familia para asegurarse de que estuviera entre rejas.
     —Soy consciente de ello, y la tengo —responde la juez—. Pero
tampoco hubo un examen médico. La declaración podría considerarse
de oídos, porque nada respalda su historia.
    —Hay muchos testigos…
     La juez lo corta, y la verdad es que me sorprende que jodidamente
no le siga la corriente como parece que hacen todos los demás.
    ¿Aún hay gente buena en la abogacía?
     —Sí, pero necesitamos una víctima aquí. Ella debe estar presente
durante el juicio. Si no está aquí, entonces tendremos que… —Ella toma
su mazo y está a punto de golpear con él, cuando las siguientes palabras
del abogado detienen sus movimientos.
     —Emerald Hayes fue ingresada en un hospital hace cinco días. —
Rápidamente da un paso en dirección a la jueza, sosteniendo otra
carpeta, y ella asiente, permitiéndole acercarse a ella. La coloca frente a
ella, y la comienza a leer, su cabeza se mueve de izquierda a derecha
mientras la lee, y se tapa la boca con la mano—. Debido a estas
circunstancias, esperábamos poder seguir con el juicio.
    Desplaza su mirada hacia mí, y es entonces cuando veo que algo
cambia. De la indiferencia y algo de compasión, veo repulsión. ¿Qué
puede haber leído allí para cambiar tan drásticamente de opinión?
    Y a duras penas contengo una carcajada que quiere escapar ante el
hecho de que incluso la hayan admitido en el hospital.
    Mentira tras mentira tras mentira.
     Entonces se lee su testimonio en voz alta y con cada nueva frase, la
rabia dentro de mí junto con la traición se extiende y se extiende, porque
las palabras son tan horribles.
    No hice nada más que amarla, pero ella lo describió como algo
despreciable… algo que nunca le habría hecho a ninguna mujer, y
mucho menos a la que era mi todo.
     El programa continúa con varias personas que admiten haberme
visto y a mis viles tendencias, y otras que vienen con historias
completamente sacadas de contexto. Todo esto me pinta como un
psicópata que no puede controlar sus emociones o deseos, y que
Emerald ha sido mi presa todo el tiempo, porque me excitaba la idea de
poseer algo tan bonito y nuevo.
     El fiscal se aclara la garganta y se pone delante del jurado,
juntando las manos mientras sus miradas permanecen pegadas a él.
     —No controlamos todo en la vida. Pero ustedes tienen el poder de
que esta pobre alma duerma tranquila sabiendo que el hombre que la
hirió está en la cárcel. Eso es todo, su señoría. —Vuelve a su asiento,
sentándose en la silla, y solo entonces noto cómo hace ligeros guiños a
varios miembros del jurado que se mueven incómodos.
    Y Patrick evita mi mirada mientras el abogado lo mira fijamente.
    Entonces comprendo qué está pasando, o, mejor dicho, cuánto
dinero gobierna este mundo. Porque esas miradas solo significan una
cosa: todo está comprado y pagado en este caso.
    Y todo esto es suficiente para terminar el juicio que destruye mi vida
para siempre.
     En cinco horas, condenan a Brochan MacGabee a veinte años de
prisión sin opción a libertad condicional.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto de 2019
     Este hombre que me tiene en sus brazos, cuya furia puede sentirse
incluso a través de su piel, no se parece en nada a Micaden o al Brochan
de mis libros.
    Es un desconocido, un desconocido que acaba de anunciar que me
matará.
    O más bien que me matará suavemente, dependiendo de cómo
juegue su juego.
     —Por favor, déjame ir. —Intento de nuevo, odiando la súplica en mi
voz, pero es la única arma que tengo ahora mismo.
     Una vez vi un documental en la televisión que mostraba la vida de
los asesinos en serie y cómo cazaban a sus víctimas. Uno de ellos dijo
que hablar con su humanidad o mostrar que tenía emociones le ayudó a
escapar del infierno.
     No estoy segura que asesino en serie se aplique a Micaden, pero
¿qué otra cosa describe la locura que brilla en sus ojos y que ya no me
oculta?
     En su lugar, la lleva con orgullo y casi me la hace tragar como si
fuera el mayor de los honores.
     —No sé por qué estás enfadado —le digo mientras sigue
taladrándome con su mirada vacía y gélida, completamente indiferente a
mis palabras—. Pero déjame explicarte. Acabo de descubrir…
      Me levanta, pero entonces me agarra del cabello y me mira con furia
a la cara.
    —Deja de actuar, Emerald. Sabes muy bien por qué estás aquí.
¿Realmente pensaste que castigaría a todos los demás y te perdonaría a
ti?
     Ni siquiera tengo tiempo de procesar sus palabras, porque me
empuja a la cubierta y caigo de lado, gimiendo de dolor cuando mis
rodillas golpean la dura superficie, seguidas de mis codos y mi barbilla.
Mientras me incorporo, frotándome la barbilla, su sombra cae sobre mí,
haciéndome levantar la vista hacia él.
    Su cabello rubio ondea al viento mientras él se cruza de brazos,
mirándome con tanto odio que me hace sentir bilis en la garganta. Me
toco el cabello, deseando que desaparezca la punzada, porque no puedo
desmayarme ahora.
    Y sin mi medicación, lo haré.
     Cada vez que mis ojos se posaban en él en las últimas semanas, no
podía evitar adorar su físico y su guapura, que siempre ponían mi cuerpo
en alerta. ¿Pero ahora?
     Me da asco, pero el asco es una buena tapadera para el miedo que
me aprieta el corazón y que presiona contra algo en mi mente que no
puedo atrapar, solo algunas imágenes que se agolpan en mi cerebro y que
no tienen sentido para mí, y que cambian tan rápido que no puedo
aferrarme a ninguna de ellas.
    —No tengo idea de lo que estás hablando. —Encuentro mi voz,
concentrándome solo en el modo de supervivencia, y extrañamente, me
calma.
     Parece memoria muscular, pero me sacudo el pensamiento, porque
nunca en mi vida tuve que protegerme de hombres malvados o
psicóticos. ¿Verdad?
     —¿Recuerdas el libro que estaba escribiendo? Era sobre Brochan y
Emerald. Sobre nosotros, ahora lo entiendo —añado, pero él permanece
en silencio, así que le explico más, esperando que todo esto detenga su
locura—. No tengo idea de lo que ha pasado para que me odies tanto. —
Esto también explica los nombres de Tom y Eve. Sus segundos nombres
son Donovan y Olivia, por eso los usé en la historia.
     Sigue mirando con dureza y luego se encorva a mi lado, y yo me
arrastro hacia atrás, asustada por su presencia. Las náuseas me golpean
ante la perspectiva de que me toque, pero no me deja escapar.
     Su mano me rodea el tobillo y gimoteo, porque me duele por la
caída. Debo de habérmelo torcido, pero eso no lo detiene. Me aprieta con
los dedos y me atrae hacia él mientras su otra mano me rodea el cuello,
encerrándome en sus brazos.
     —Un libro —dice, con voz curiosa, y luego presiona más sus dedos,
clavándolos en mi carne dolorida, y grito en su boca, ya que está tan
cerca de mí que puedo sentir su aliento en mis labios—. ¿Y cómo
demuestra esto lo contrario? —Me empuja y se levanta mientras yo me
tumbo de espaldas, con el corazón latiendo violentamente en mi pecho.
    —Lo que dices ni siquiera tiene sentido. —Vuelvo a hablar, porque
no tengo intención de rendirme—. Si recordara todo, ¿no crees que
habría actuado así con todos?
     —Emerald, ¿eres sorda? Nunca he dicho que te acordaras de todo en
todo este tiempo. Pero ahora lo recuerdas. —Mis cejas se fruncen cuando
me siento, aguantando su mirada mientras se apoya en la barandilla,
actuando como el puto rey del mundo—. La psicología humana es un
tema interesante, tengo que decir. Dicen que el miedo puede bloquear o
desbloquear recuerdos que la gente intenta olvidar. ¿Por qué crees que
nunca te llevé a bucear? Insistí en todo lo demás, pero esto. Lo guardé
para el gran final. —Saca un cigarrillo del bolsillo y lo enciende con
tanta despreocupación que la furia hierve en mi interior.
    —Entonces realmente no lo entiendo. ¿Por qué crees que soy
culpable de algún delito?
    Se echa a reír, pero carece de humor y me produce escalofríos.
    —Creo que tú misma puedes responder a esa pregunta, ya que lo
recuerdas todo.
    —El Brochan de mi libro amaba a Emerald. —Prefiero hablar de
nuestra historia de esta manera, porque la idea de que experimenté todas
esas emociones con ese hombre es surrealista y aterradora al mismo
tiempo—. Y ella lo amaba.
    —¿De verdad? —Exhala humo, su voz contiene poco entusiasmo.
     —Sí. No tengo idea de por qué me odias tanto. —Resoplando, me
froto el tobillo y lo muevo un poco mientras contengo mis emociones.
Me duele, y no estoy segura de poder correr con él durante mucho
tiempo.
      Me río, porque en el puto barco en medio de la nada, ¿a dónde iba a
ir?
      Así que escapar fácilmente de sus garras está descartado.
     —Lo último que recuerdo es haber escrito una escena en la que
Donovan venía a recogerla. Y entonces sus padres entraron en la
habitación. Y después de eso, todo está en blanco. No sé qué pasa. No lo
recuerdo. —Solo recuerdo las cosas de las que tengo flashbacks y las
páginas del libro que finalmente tienen sentido en esta nebulosa mente
mía. También mi familia y lo que era la vida antes de Brochan. En cierto
modo, el alivio me recorre los huesos y me alivia la mente, porque he
luchado con esto durante mucho tiempo y siempre me he quedado sin
nada. Pero esta vez, hay una explicación para todos. Bueno, excepto para
Kaden, que se hace llamar mi hermano, pero sé que no somos parientes
de sangre. Sea cual sea la razón, sigo estando agradecida con él y no me
importa.
      Es mi hermano en todos los demás sentidos de la palabra.
     No estoy loca, y la razón por la que quiero a toda esta gente es que
son mi gente. Pasé todos los veranos aquí, formando amistades y
relaciones.
    La pérdida de memoria me lo quitó, pero lo tengo de vuelta. Y
aunque las circunstancias podrían haber sido mejores, me alegro de
haberlas recuperado.
      —Tuve un accidente…
     —Ya lo sé —responde, tirando el cigarrillo a la papelera que tiene
cerca, y luego cruje el cuello de lado a lado.
      —¿Lo sabes?
     —Lo sé todo sobre ti. Desde tu lugar de café favorito hasta tu
costumbre de mover la nariz cuando a tus alumnos se les ocurre alguna
idea increíble, según tú.
    ¿Qué? ¿Mis alumnos? Pero cómo fue…
     —Me espiaste. —Oh, Dios mío, esto realmente lo pone en la caja de
los psicópatas. ¿Tal vez después de que me escapé de mis padres, vino
por mí, y nos dimos cuenta que la relación no era sana? ¿Tal vez no pude
soportar su obsesión por mí, o su posesividad, y rompí con él, y no lo
tomó bien?
    Esto seguramente explica por qué Kaden no quería que volviera aquí
o cómo me ocultó esta parte de mi vida.
    Sus palabras resuenan en mis oídos.
    Recuerda que a veces no hay elección en nuestras acciones.
     Es protector por naturaleza, tal vez esta era la única manera de
salvarme de Micaden y su locura.
    —«Espiar» es una palabra demasiado grande para ello. Los
cazadores siempre estudian a sus presas si quieren atraparlas.
     —¿Y por cazador te refieres a un asesino? —Levanto la mano para
que se calle, porque no me interesa su respuesta—. Eres un sociópata y
estás obsesionado conmigo. Ya entendí esa parte. No me extraña que te
haya olvidado —Le lanzo las palabras a la cara, apretando los puños,
porque no puedo creer mi propia estupidez.
     Me he tragado su actuación dos veces. Tal vez mi mente ha estado
demasiado traumatizada para recordar esto. Tal vez él hizo algo similar
en el pasado.
    Chasquea la lengua y los dedos, y luego se ríe, encontrando mis
palabras hilarantes al parecer.
    —¿Has escuchado hablar del triángulo dramático de Karpman?
     Frunzo el ceño ante su pregunta, moviéndome un poco, pero no
hace nada para adormecer el dolor de mis articulaciones.
     —¿Qué tiene que ver eso?
    —Eso es un no, supongo. Deja que te ilumine.
     —No me interesa —espeto cuando una idea se pasa por mi cabeza,
acelerando mi pulso. Tiene una radio cerca del volante. Si desvío su
atención de mí el tiempo suficiente y corro hacia ella, quizás pueda
contactar con los guardacostas y me ayuden.
     Primero tengo que dejarlo inconsciente, porque, aunque esté
ligeramente consciente, no me lo permitirá. Es demasiado fuerte para mí.
     Es entonces cuando me doy cuenta que los remos del barco están a
unos metros de mí. Están hechos de la mejor madera, lo que significa que
cuando golpee a alguien, será doloroso, más de lo que sería con las de
plástico.
    O eso espero.
     —Me importa una mierda si te interesa o no. —Vuelvo a mirar a
Micaden, que me observa cautelosamente, pero luego mira al horizonte,
y me muevo más cerca de los remos, pero lentamente para que no note
ningún movimiento rápido por el rabillo del ojo—. Así que básicamente
tiene tres variables. La víctima, el salvador y el perseguidor. —¿Por qué
me dice esto? ¿Cómo se relaciona esto con nuestro maldito problema?
     Vuelvo a acercarme, suspirando de alivio cuando el dolor de mi
tobillo no es tan evidente. Debería ser suficiente para correr y derribarlo
una vez que llegue a los remos.
    —Siempre van de la mano y tú también puedes cambiar de rol.
    —Estás loco. —Porque, ¿qué más se puede decir?
    —Emerald, siempre eres la víctima. —¿Qué?—. Incluso ahora, tu
cerebro mágicamente ha encontrado una solución para todo esto. Fui un
imbécil que te hizo daño, ¿verdad? Por eso no te acuerdas. —Mueve los
dedos—. Sin embargo, no siempre lo fuiste. A ti también te gusta jugar al
perseguidor.
    —Lo que dices no tiene sentido, ni me interesa tratar de entenderlo.
     Suspira como si mis palabras le parecieran estúpidas y vuelvo a
deslizarme, casi alcanzando los remos antes que dirija su fría mirada
hacia mí y me congele, sintiendo prácticamente los latidos de mi corazón
en la garganta.
     —Nunca había participado en el drama del triángulo hasta que
llegaste tú. —Camina hacia mí, lentamente, mientras sus ojos se deslizan
sobre mí y la satisfacción los llena.
    Maldito loco que se excita con mi dolor.
     —Fui un salvador cuando te salvé en la playa y luego te cuidé, todo
mientras tenías miedo de tus padres. —Se arrodilla y me agarra la
barbilla dolorosamente, y doy un respingo, detestando mostrar mi
debilidad ante él—. Luego me convertiste en la víctima de tus mentiras y
las de tu familia. —Pero no se explica, porque rápidamente añade—: Y
luego me convertiste en perseguidor.
     —Nuestra vida es nuestra elección. Independientemente de lo que
imagine tu estúpida mente, tu locura no es culpa mía. —Le escupo a la
cara mientras él aprieta su agarre, y gimo, pero él entonces desliza sus
dedos hasta mi clavícula, ignorando mis palabras.
     —Pero sigues siendo una víctima, incluso ahora, esperando que
ocurra algo mágico que te salve el culo. ¿Y sabes lo curioso de las
víctimas y los perseguidores? Van de la mano. Ya no soy tu salvador.
    —Bien, porque no soy una víctima. Y con eso, agarro el remo y con
todas mis fuerzas lo golpeo en la cara, dispuesta a luchar por mi vida con
todo lo que tengo.
    Aunque tenga que ser un perseguidor en todo esto.
    Víctima, salvador, perseguidor.
     Hay personas que siempre van de la mano, pase lo que pase,
buscándose como polillas a las llamas. El vínculo es siempre irrompible
hasta que alguien quiere salir de él.
     Son los mismos jugadores jugando al mismo juego, solo que
cambiando los roles que siempre son de vital importancia para los
triángulos.
    Salvo que esta vez no hay un salvador.
     ¿Qué sucede cuando una víctima y un perseguidor se encuentran en
una lucha donde no hay esperanza a la vista?
    Hay muchas posibilidades.
    Los roles pueden cambiar o no. Las fortalezas pueden ponerse a
prueba o no. Las emociones pueden nublar los juicios o no.
    Sin embargo, hay una verdad que no cambia.
    Viven en los roles hasta que uno de ellos muere.
    Que comience el juego, y que gane el más fuerte.
    Estados Unidos
    Micaden, Veintidós años
     —Si yo fuera tú, mantendría la boca cerrada sobre el motivo por el
que estás aquí. —Me informa el guardia de la prisión mientras pasamos
por varias celdas con hombres sentados en sus camas, otros dibujando, y
algunos incluso mirando estúpidamente las paredes enlucidas con
diversos artículos de periódico. Por sus titulares, no tengo que adivinar
que les gusta leer sobre las cosas que han hecho.
    Creía que este tipo de cosas no estaban permitidas en la cárcel.
     Mientras caminamos por los pasillos, el mono naranja me araña la
piel con cada movimiento, recordándome que esto se ha convertido en
mi realidad.
     Llevo sábanas y una toalla en las manos cuando un tipo se agarra a
los barrotes de la celda y me estudia, susurrando:
     —Hola. —Apenas le quedan dientes, su barba está embadurnada de
algo blanco, y se lame los labios, barriendo su mirada sobre mí—. Chico
guapo. —Un escalofrío me recorre, aunque vuelvo a centrarme en el
pasillo mientras seguimos caminando, manteniendo el rostro
inexpresivo.
    No hace falta que nadie vea el miedo que me corroe las entrañas.
    Cuando por fin llegamos a una de las celdas, pulsa el botón y se
abre con un fuerte zumbido.
    —Entra. —Procedo a hacerlo, y él murmura solo para mis oídos—:
Cuidado con el culo, Brochan. Habrá mucha gente que querrá
agarrarlo. —Y con eso, me empuja a la fuerza al interior, cerrando la
puerta.
    La celda tiene un retrete a un lado, una cama y paredes
amarillentas. Unos pocos metros cuadrados de espacio. A través de los
barrotes, puedo oír todo lo que ocurre en el suelo y en las diferentes
celdas.
    Gritos.
    Murmullos.
    Incluso el sonido de la piel al abofetear, y como todas las celdas son
singulares, me recuerda a alguien masturbándose.
    Bloqueando todo y a todos, tiro las sábanas en la cama y me
arrodillo en el suelo, dispuesto a hacer flexiones hasta que se me
entumezcan los brazos.
    Pero el guardia tiene razón. En un lugar como éste, no viviré mucho
tiempo si la gente se entera de por qué me han metido en la cárcel. Al
menos con los entrenamientos, no seré el único perjudicado.
    Siempre tengo que estar preparado para la batalla.
    Deslizando mi bandeja a lo largo de la línea de servicio, trato de
contener las ganas de vomitar, porque nada de la comida se ve ni huele
apetecible. El puto olor asqueroso me recuerda a alguien que vomita
después de una gran resaca.
    El cocinero echa la sopa en un cuenco y la coloca en mi bandeja,
derramándola un poco, y ladra:
     —Siguiente. —Me muevo de nuevo, tomando pan, y acepto el pudin
de otro tipo.
    Después de un examen minucioso, elijo agua, porque su café, que
no es nada bueno, me provoca dolor de cabeza y sabe a ácido.
     Dando vueltas, busco un asiento vacío en el ajetreado comedor que
bulle con el ruido de los platos, y la gente masticando y riendo, mientras
otros les sirven.
     Me dirijo a la mesa vacía de la esquina más a la derecha cuando
una voz fuerte rebota en las paredes, llamándome, y todo el mundo
detiene sus movimientos, escuchando la conversación.
    Aunque prefiero pensar que es un monólogo.
    —Chico nuevo. ¿Te crees demasiado bueno para cenar con
nosotros?
     Lo ignoro y doy un paso adelante, pero un hombre fornido me
bloquea el paso, cruzando los brazos y señalando con la barbilla detrás
de mí. No me apetece nada esta mierda, pero parece que es inevitable en
este lugar. Me doy la vuelta y me enfrento al dueño de la voz, que resulta
ser un tipo delgado y musculoso con el cabello sorprendentemente bien
peinado y varias cadenas colgando del cuello.
    —Brochan —digo, y él frunce el ceño, haciendo un gesto con la
mano para que me explique, así que lo hago, divirtiendo al puto público
que sigue mirándonos boquiabierto, aunque sigan comiendo sus
comidas. No se puede ser muy exigente en este lugar—. Me llamo
Brochan, no soy el nuevo.
     Por un momento, algo peligroso cruza su rostro y la energía cambia
en la sala, pero luego sonríe, aunque no le llega a los ojos.
     —Me gusta. Eres valiente. O estúpido, según se mire. —Señala su
mesa y mueve la cabeza, e inmediatamente se despeja mientras ordena—
. Siéntate.
     Quiero objetar, pero no me extraña que todo el mundo le haga caso.
No soy idiota y sé que esta prisión es para asesinos en serie, violadores y
demás, así que estoy tratando con hombres peligrosos a los que les
importa una mierda si vivo o no. La mayoría de ellos están condenados a
cadena perpetua sin libertad condicional, así que un asesinato más no
cambiará mucho para ellos. Pero sin establecerme como una unidad
fuerte, simplemente no tengo oportunidad de sobrevivir. Parece un
hombre con poder aquí, y enfadarlo no me da ninguna ventaja.
      Ser lo suficientemente maleducado para tener su atención, sí.
      ¿Pero ser tan malcriado que me quiere muerto o dañado? Carajos,
no.
    Todavía tengo la esperanza de salir de este maldito lugar. Tom
prometió buscar otro abogado, y tal vez tengamos la oportunidad de
apelar si podemos probar que hubo soborno. Eso requiere tiempo, pero
creo en mi amigo.
    Siempre quiso trabajar como detective, así que podría poner en
práctica todas sus habilidades.
    Me dejo caer en el asiento, con mi bandeja golpeando la mesa. Él
aparta a los dos, y entiendo que hoy tendré que pasar hambre. A menos
que me rebele, y eso es exactamente lo que pienso hacer después.
    Apoya los codos en la mesa y habla.
    —¿Por qué estás aquí, Brochan? —Acentúa mi nombre casi de
forma burlona, pero no reacciono al golpe.
    —Por lo mismo que la mayoría de ustedes, creo.
    Se ríe, dando un sorbo a su café, y sigue buscando información.
    —Así que has matado a alguien. Cuéntalo.
     —Si te interesa tanto, pregúntale al guardia de la prisión. Tengo
entendido que son amigos. —El guardia siempre me golpea en la
espalda lo suficiente como para que me tropiece o me murmura mierdas
viles, alegando que tiene una hija de la edad de Em, y que, por culpa de
escorias como yo, teme por su seguridad.
    Siempre guardo silencio, porque en algún momento, la gente
inocente se cansa de defenderse.
    Aunque le ofrezco una forma de averiguar mi pasado, sé que no lo
hará. Un hombre como él no aprecia pedir nada a un guardia.
    Y esta es mi salvación, porque en cuanto se pronuncie aquí la
palabra violación, se asociará a mí. Tendré que luchar con mucha gente
para seguir vivo y acabaré en el fondo de la cadena alimenticia.
    No seré la perra de nadie.
     —Esta actitud puede romperse fácilmente. —Advierte con una
sonrisa, pero yo solo tomo el tenedor y picoteo la comida que ha visto
días mejores.
    Doy un gran bocado, ignorando el sabor y concentrándome en el
hecho de que me dará suficiente sustento para sobrevivir.
    —Todo y todos pueden romperse.
    Sus ojos se entrecierran, pero entonces me tiende la mano.
     —Ken. Me llamo Ken. —Luego baja la voz una octava—. Será
mejor que aprendas a respetarme, o puedo hacer de tu vida aquí un
infierno. —Se inclina hacia atrás y chasquea los dedos, así que me
levanto, tiro la comida a la papelera y vuelvo a hacer mis tareas diarias.
    Por la noche, sigo haciendo ejercicio para mantenerme siempre en
forma, alimentado por mis ganas de salir de aquí.
    Pero en dos días, todo cambia.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
     En el momento en que el remo lo manda volando al otro lado, me
apresuro en ir a la cabina del capitán, ignorando el dolor punzante que
viaja desde mi tobillo hasta la pantorrilla y la rodilla, y ni siquiera miro
atrás para comprobar qué le ha pasado a Micaden.
    Llego rápidamente y miro a mi alrededor, perdida, porque no tengo
ni puta idea de cómo funciona las cosas aquí; solo lo he visto en las
películas. Entre los diversos botones e interruptores, encuentro el mango
del teléfono, lo agarro, pero cuando veo sus números, no sé cuáles pulsar.
     —Piensa, Emerald, piensa. —Veo que Micaden sigue tumbado en la
cubierta, pero no tengo todo el tiempo del mundo. Pronto se despertará, y
esta es mi única oportunidad de escapar.
    Entonces me acuerdo.
    Resoplando molesta, me apoyo en Brochan y le acaricio el cuello
mientras él se ríe.
    —Vamos, cariño, tengo que llamar a los guardacostas.
    —¿Puedes besarme primero? —Desliza su mano hacia mi cuello y
luego tira de mí hacia delante, dándome un beso profundo que me
enrosca los dedos de los pies y me nubla la mente antes de soltarme y
depositar un último picotazo en mis labios.
     —Te daré más cuando llame. Creo que he visto barcos de caza por
ahí. Tengo que informarles —le digo.
    —Por supuesto.
    —Los pobres delfines están cayendo como moscas aquí y no quiero
que sufran a manos de gente mala. —Marca rápidamente los números y
decido memorizarlos por si acaso.
    Bien, puedo hacerlo.
     Pulso los botones 3, 7, 9 y luego Marcar, pero no hay sonido. Mis
cejas se fruncen. Vuelvo a intentarlo, pero ocurre lo mismo.
     —¿Qué es…? —Rastreo el cable y luego jadeo, viendo que lo han
cortado.
    No, él no ha podido hacerlo. No pudo predecir eso…
     Unas fuertes palmadas por detrás me sacan de mi estupor, y me doy
la vuelta solo para ver a Micaden apoyando el hombro en el marco de la
puerta, con un aspecto jodidamente perfecto si no fuera por los
moretones bajo los ojos.
     —Tengo que decir que estoy impresionado. Has intentado salvarte a
ti misma. Gran plan.
     —¿Sabías que lo haría? —Odio que me tiemble la voz, porque eso
le da más poder sobre mí. Sabe cuánto me duele y me asusta todo esto.
Le da satisfacción y se regodea en ello. No tengo solución para mi
problema, estoy a su merced, y pasará lo que él decida.
    —Bueno, pensé que podrías. De todos modos, has fallado.
    —Me diste una falsa sensación de seguridad. —Por eso seguía
mirando al horizonte, como si le importara un bledo que le siguiera el
juego.
    —Me imaginé que querrías intimidad para idear tu gran plan.
    —Mi sufrimiento te divierte.
    Se frota la barbilla, contemplando mis palabras antes de contestar.
     —Divertido, no. No apela a mi sentido del humor. ¿Pero
satisfactorio? Un poco.
    —Estás loco, Micaden.
    —Lo estoy. Y adivina quién me hizo así. —Entra en la cabina,
apuntando hacia mí, pero retrocedo más en el espacio, golpeando algo
con la espalda. Cae al suelo con un fuerte estruendo, pero ni siquiera
compruebo qué es.
    Porque toda mi atención está en el depredador que tengo delante y
que quiere atraparme.
    —No te acerques.
    Sus cejas se levantan.
    —¿O qué?
    Mi respiración rasposa llena el espacio mientras pienso en las cosas
que se pueden usar contra él, pero la cabina no tiene nada. Está
preparado, eso es seguro.
    —Estás en una posición indefensa.
    —La fortuna favorece a los audaces.
     Parpadea ante eso y se detiene, crujiendo el cuello hacia un lado, y
yo sigo, sin entender realmente su reacción.
    —¿Lo hace ahora? Pues entonces, probablemente por eso sigo vivo.
    ¿Vivo? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Alguien quería matarlo?
    Pero rápidamente me sacudo el pensamiento, porque lo último que
necesito es que vuelva cualquier tipo de emoción tierna. Está loco y no se
merece nada. Además, es una guerra. Incluso yo puedo reconocerlo.
    Si no intento salvarme a mí misma, me matará. Y quizás no tenga
nada en mi vida por lo que merezca la pena vivir… pero no quiero morir.
Especialmente no por la mano del hombre del que me enamoré dos veces
y que me hizo tanto daño.
     Y por él, ¿fui en contra de mi familia? No puedo creerlo. Fui tan
tonta.
    Dos veces.
     Intentaré una vez más darle sentido a este rompecabezas que me
sigue lanzando como si se supone que debo entenderlo todo. Además, si
consigo echar un vistazo dentro de su loca mente, tal vez me enseñe algo
sobre él que pueda usar en su contra en el futuro.
     —Micaden, no tiene que ser así. Podemos hablar como personas
normales, y puedes explicar por qué me odias tanto. —Y una parte de mí,
la que está enamorada del «buen» Micaden Slash Brochan, anhela
saberlo también. ¿Qué es lo que le ha hecho pasar de ser un hombre
cariñoso a esto?
     Sin embargo, tal vez siempre haya sido así y lo haya ocultado bien
tras la máscara de amante. Después de todo, nunca habría sospechado
esto de él.
    —Este tono condescendiente y esta voz tranquilizadora no
funcionarán conmigo. No soy un psicópata.
    —Cuando te llamé sociópata, no lo negaste.
    Se ríe, encontrándolo divertido por alguna razón.
    —Sí, bueno, yo no usaría el término conmigo, o cierta persona me
matará. No tengo etiquetas. Simplemente me gusta matar.
    Vuelvo a retroceder, confundida por el cambio de energía que lo
rodea y que prácticamente vibra de tensión.
    —Los gritos de mis víctimas, su sufrimiento, su sangre. Todo esto
me da placer.
     —Estás enfermo. —No puedo creer que diga todo esto, que lo
admita. Es un asesino, y dejé que me tocara. Durmiera conmigo. Que me
hiciera el amor.
    Creí sus mentiras, y me traicionó.
    No se llaman manipuladores perfectos por nada, después de todo.
     —A veces el mal es la única cura. Pero tu derrota no me atrae. —Se
acerca, pero no tengo otro lugar donde ir. El equipo de la embarcación se
clava dolorosamente en la parte baja de mi espalda mientras él avanza,
enjaulándome antes de que golpee con las palmas de las manos a ambos
lados de mí.
     Inclino la cabeza para aguantar su mirada, y él me clava sus orbes
azules.
    —Hay un teléfono por satélite en este barco. No te diré dónde está,
pero si lo encuentras… y pulsas el 757, llegará la ayuda. —Se inclina
más cerca, sus labios rozan los míos. Giro la cabeza, odiando su
contacto, pero él no me deja, atrapando mi labio inferior a tiempo y
mordiéndolo, sacando sangre.
    Grito, empujando su pecho, pero no sirve de nada. Tengo el sabor
metálico de la sangre en la boca, y se desplaza más abajo,
mordisqueándome la barbilla.
     —¿Pero quieres saber un pequeño secreto? —Me susurra al oído, y
yo niego con la cabeza, sin interesarme por su retorcido juego. La única
información que importa es el teléfono, la única vía de escape en este
barco—. Nunca lo encontrarás.
     —Te odio. —Y aunque digo esas palabras, no estoy segura de sentir
la emoción que hay detrás de ellas. Aunque nunca volveré a estar con él
de buena gana, el amor no puede desaparecer en el lapso de un momento.
    —Yo también te odio, Emerald. Pero tú no me odias. Todavía no.
Pero qué tal si cambiamos eso, así estaremos en la misma página,
¿podemos?
     Me rodea la garganta con las manos y la presiona, tan fuerte que
toso, pero entonces mis rodillas flaquean y caigo en sus fuertes brazos, y
lo último que se me ocurre antes de perder el conocimiento es: Si él cree
que esto no hace que lo odie…
    … ¿Qué hará entonces en su mente?
    La esperanza es una emoción fugaz que se produce cuando
deseamos o necesitamos desesperadamente algo, pero no está en nuestra
mano conseguirlo. O estamos en el camino para conseguirlo, pero
necesitamos un poco de ayuda.
    Esperamos y esperamos y a veces rezamos, aferrándonos a la
creencia de que algo vendrá y nos salvará.
    A menudo, lo hace.
     Entonces experimentamos la felicidad que nos invade y nos
recuerda que las cosas buenas sí le ocurren a la gente. Pero a menudo, no
lo hacen, y entonces la desesperación que se hunde en nuestra sangre nos
lleva a un lugar vacío donde no hay nadie que nos calme.
    Cada uno tiene su propia descripción de la felicidad y la
desesperación, del dolor y el caos, del amor y el odio.
    Pero la esperanza es una emoción que conecta a todas las personas,
porque cada uno de nosotros la tiene o la tuvo.
    Yo tuve esperanza y perdí.
     Así que ahora Emerald puede esperar y esperar y esperar… pero
nunca sentirá esta felicidad. Porque morirá en un lugar hueco arrullado
por sus gritos.
     Cada monstruo o asesino en serie, o simplemente una mala persona,
tiene un creador o un acontecimiento que los desencadenó para
convertirse en esa persona. Nadie nace con un cuchillo en la mano. Y
aunque no todo el mundo sucumbe a los deseos oscuros, muchos lo
hacen.
    Somos un producto del descuido de otra persona.
    Somos producto de la indiferencia de alguien.
    Somos producto de la maldad de alguien.
    ¿Y el sentimiento que nos une a todos, independientemente de
nuestros crímenes?
    Nuestra esperanza fue aplastada y quemada en el infierno de la
agonía y el dolor.
    Micaden, Veintidós años.
     —¿No podemos apelar? —le pregunto a mi abogado, y él niega con
la cabeza, secándose los ojos, y yo frunzo el ceño, porque no tiene
sentido para mí.
    ¿Por qué llora si era él quien me suplicó que aceptara el trato?
     —No. Te quedarás aquí. —No me dice nada nuevo, pero Tom sigue
buscando una solución. Me dijo que viajaría de nuevo a Seattle y
trataría de encontrar a Emerald, para poder convencerla de que
admitiera la verdad.
     Agradecí su oferta y la acepté con una condición: ser amable con
ella. Aunque me rompió más de la cuenta, hacerle daño no estaba ni
estará en mi agenda.
    Al menos no físicamente.
    —Eso pensé. —Pero entonces caigo en cuenta—. ¿Por qué estás
aquí? —La última vez que nos vimos fue hace tres días, cuando me
dejaron aquí y él prometió visitarme en un mes. La prisión está muy lejos
de nuestra ciudad, así que no esperaba que hiciera el viaje a menudo.
     Tantea con los dedos, se limpia los ojos. Y entonces las lágrimas
vuelven a aparecer, y yo parpadeo, sin entender qué está pasando.
    —¿Patrick?
    Exhala pesadamente, se aclara la garganta, y luego dice:
    —Tu viejo ha muerto hoy.
    Me paralizo, temiendo incluso tomar aire, procesando aún sus
palabras cuando continúa hablando, con cada palabra hiriéndome más y
más mientras la agonía se extiende dentro de mí.
     —Todo se volvió demasiado. La gente pintó su casa con pintura
roja, afirmando que había criado a un violador. No querían venir a su
taller. El dinero se volvió escaso con todas las demandas. Todo el pueblo
le dio la espalda. El último clavo en el ataúd fue tu sentencia. No pudo
aguantar más, porque ya no había esperanza.
    Me cubro la cabeza con los brazos, rugiendo mientras Patrick
añade algo más, pero no le escucho.
    Todos los recuerdos de mi padre pasan por mi mente, el único
hombre que me dio un hogar y todos los valores por los que he vivido
hasta hoy.
    —Sé siempre justo, Brochan.
    —¿Incluso si la gente no lo es?
    —Incluso entonces. Ellos perdieron su camino, pero tú no.
    —-¿No sería débil por ello?
    —No, muchacho. La verdadera fuerza reside en no sucumbir al
deseo de ser exactamente como la gente que te hizo daño.
    Sin embargo, mi dulce anciano no conocía realmente la vida.
     Porque la injusticia que nos han hecho a los dos no se puede
olvidar.
    Solo.
    Me enamoré de una chica y por su culpa… lo perdí todo.
     Observo entumecido cómo se lava la ropa mientras las sábanas
siguen dando vueltas en la máquina. Apoyo la espalda en la encimera
frente a ella, aun procesando la visita anterior, y aprieto las palmas de
las manos contra mis ojos para que no se me escapen las lágrimas.
     Puedo llorar libremente una vez en una celda, pero aquí… mostrar
debilidad aquí está fuera de lugar.
   Estoy tan sumido en mis pensamientos, reviviendo todos los buenos
momentos en mi cabeza con papá, que no veo venir el golpe.
     El objeto metálico golpea rápidamente la parte posterior de mis
rodillas, y grito, cayendo al suelo, conmocionado.
     El hombre salta sobre mí, golpeando mi hombro, pero esta vez estoy
preparado y devuelvo el golpe, alejándome de él y poniéndome de pie
mientras el maldito dolor viaja desde mis rodillas hasta mi cabeza. Pero
lo ignoro.
    El fornido imbécil vuelve a golpearme con el puño, pero lo esquivo
y me agacho rápidamente para asestarle mi propio golpe, y él gime al
conectar con su estómago, y le doy una patada.
     Pero luego unos brazos musculosos me rodean por detrás y me
sujetan con fuerza, y es entonces cuando el primer tipo empieza a
golpearme en el estómago.
    Golpe, golpe, golpe.
    Lo mantengo tenso todo lo posible y trato de liberarme, y finalmente
lo hago, respirando con dificultad y dando gracias a Dios por haber
hecho ejercicio por adelantado, o habría sido una pelea rápida.
     —Pequeña mierda. —Se queja uno de ellos y se lanza de nuevo por
mí, pero me agacho y pasa volando por delante de mí. Pero entonces el
golpe viene por detrás una vez más, y esta vez el metal golpea mi cabeza.
     Caigo al suelo y mis rodillas aterrizan con fuerza. Me mareo
cuando los dos hombres me patean con toda su fuerza. En algún
momento, el bate vuelve, asestando otro golpe en mi cabeza que me hace
gritar, incapaz de soportarlo.
     La sangre se desliza entre mis labios y desde mi frente hasta el
suelo. Me duelen mucho las costillas. Probablemente algunas estén
rotas, junto con mi nariz.
    Sangre, tanta sangre que puedo olerla.
     El chasquido de los dedos resuena en el espacio, e inmediatamente
toda la acción se detiene. Respiro, con una mueca de dolor, porque
incluso respirar es jodidamente insoportable.
     Por el rabillo del ojo, veo varios pies que se acercan cada vez más,
pero los más prominentes son unas zapatillas de cuero negro que sé a
ciencia cierta que pertenecen a Ken.
    Se pone en cuclillas a mi lado, y aprieto los ojos para verlo bien, ya
que el mareo y las náuseas hacen casi imposible concentrarse en otra
cosa que no sean las heridas.
    Ken me agarra del cabello y tira de él, haciendo que me arda el
cuero cabelludo.
    —Aquí no nos gustan los violadores, Brochan. Especialmente los
que tocan a las menores de edad. ¿Lo hacemos? —pregunta a alguien,
que debe haber asentido, porque se vuelve hacia mí, suspirando—.
Podría haber sido más indulgente si me lo hubieras contado… pero
como tenías la boca cerrada, no me dejaste otra opción.
    Así que está hilando esta historia a su favor, ¿no? Sus palabras
hacen que suene como si hubiera tocado a una niña pequeña y la
hubiera dañado.
    Los chicos detrás de él ululan, y oigo cómo se bajan las
cremalleras. Sin embargo, se acerca más y murmura solo para mis
oídos:
     —Y alguien me ofreció mucho dinero por esto, no tienes ni idea. A
mí también me gusta que me violen, pero eso no lo sabe nadie, ¿verdad?
Que sea nuestro pequeño secreto. —Su aliento me abanica la cara
mientras me invade un odio que no he sentido nunca. Intento levantarme,
pero la patada por detrás me mantiene boca abajo.
    Ken retrocede y dice:
    —Todo de ustedes. Si está muerto, no lo lamentaré.
    Sus zapatos negros desaparecen de mi vista cuando siento que unas
manos me tocan por detrás, arrastrando mis pantalones hacia abajo, y
aunque lucho todo lo que puedo, mi fuerza no es nada contra los diez
hombres que me rodean.
    Hay más golpes antes de que cada uno de ellos proceda a darme
una lección que nunca olvidaré.
    Dolor, agonía, sangre, botellas frías, pollas y escupitajos. Risas y
quemaduras de los cigarrillos. Brazos que no me dejan apartar la
mirada y voces que se quedan grabadas para siempre en mi cerebro.
    En ese frío suelo sin nada más por lo que vivir mientras los hombres
me violan durante horas, Brochan muere para siempre.
    Y en su lugar, nace otra persona.
    Todavía no tiene nombre, pero no descansará hasta que todas esas
personas sean castigadas por lo que hicieron.
    La esperanza también muere, y en su lugar, se alimenta del deseo de
venganza.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
     Haciendo un gesto de dolor, gimo mientras la palpitación de mi
cabeza me asalta en cuanto la muevo sobre la almohada. Me quedo
quieta, respirando profundamente por la nariz, y me concentro en calmar
mis nervios.
     Anoche debí quedarme dormida en el sofá después de crear otro
dibujo más, preparando a mis alumnos para que aprendieran nuevas
técnicas.
    Esto es lo que pasa cuando te emocionas demasiado.
     La cama está mullida y fría debajo de mí, lo que alivia mi piel, que
por alguna razón está empapada de sudor.
     Mis cejas se fruncen mientras me limpio el sudor de la frente a
ciegas. Esto parece extraño. El aire acondicionado siempre está
funcionando en mi habitación. No tolero el calor, ya que siempre
aumenta mis dolores de cabeza. Kaden se aseguró de instalar aire
acondicionado en todos los lugares que visitaba.
     Yo probablemente lo haya apagado en algún momento mientras
pintaba, porque seca la pintura de forma desigual, pero luego olvidé
volver a encenderlo.
    Suspirando fuertemente, levanto los párpados solo para cerrarlos de
nuevo, resoplando de fastidio.
     —¿Cómo he podido ir a dormir sin aire acondicionado? —
refunfuño, empujando las palabras a través de mi garganta dolorida.
     Me muevo hacia un lado para inclinarme hacia mi mesita de noche,
donde siempre hay una botella de agua esperándome, cuando la voz
grave que viene de algún sitio me deja helada. Me trae todos los
flashbacks y recuerdos a la vez, casi golpeándome con la realización
mientras escucho sus palabras.
    —¿Eso es lo único que te preocupa? Estoy impresionado.
     Mirando en la dirección de la voz, no veo nada, ya que el lugar no
tiene luz, pero me arrimo más a la cama. Aprieto la espalda contra el
cabecero mientras coloco la palma de la mano sobre mi corazón, que late
con tanta fuerza en mi pecho que temo que él pueda oírlo.
    Estoy en el barco con Micaden.
     No. Estoy en un barco con Brochan, que ha perdido completamente
la cabeza y quiere vengarse por algo de lo que no tengo ni idea.
     —¿Por qué estoy aquí? —digo con voz áspera, recordando los
últimos segundos antes de desmayarme, y me toco la garganta, dándome
cuenta de por qué me arde. Me ha asfixiado—. Estás…
     —Uh-uh-uh. —Me regaña, y me lo imagino moviéndome el dedo
índice—. Ten mucho cuidado con lo que se te escapa de esa bonita boca
—Aunque su voz es suave y amistosa, la advertencia roza sus bordes,
erizándome la piel y recordándome que estoy muy metida en esto.
    No trato con locos a diario.
     —¿O qué? ¿Vas a hacerme más daño? —Es difícil no oír el
sarcasmo en mi voz, pero en lugar de responder a mi pinchazo, chasquea
los dedos. De repente, la habitación se ilumina, la dura luz casi me ciega
hasta que me tapo los ojos, lo que hace que el dolor vuelva a aparecer y
se añada la visión borrosa.
    Condenadamente perfecto.
    —He sido amable contigo, porque sé que tus ojos no pueden
soportar toda esta dureza de golpe, pero no lo has apreciado. Así que se
acabó lo de señorito bueno.
   Una risita se escapa de mi boca, una risita hueca e hiriente que
muestra toda la desesperación que siento en este momento.
     —Discúlpame mientras me río de esa afirmación —digo finalmente,
ajustando mis ojos y respirando una vez más a través de la incomodidad.
     No pienso convertirme en una víctima de su triángulo, o como sea
que lo haya llamado.
     Además, es como una bestia salvaje cazando y jugando con su
presa. Pero quieren un desafío, ¿no? Tal vez mi desobediencia lo haga
esperar para matarme, y pueda encontrar ayuda con ese teléfono que
mencionó. Jugar a ser obediente a estas alturas me traerá más perjuicios
que beneficios.
    Finalmente lo veo sentado en la silla a unos metros de la cama, y me
doy cuenta que estamos en la habitación.
    La habitación es sorprendentemente espaciosa, con tres ventanas
tapadas con persianas negras, dos mesitas de noche y un armario con una
barra al otro lado. En la otra esquina hay una puerta, que probablemente
conduce a un cuarto de baño.
     Todos los muebles son del mejor roble, la madera recién pulida
brilla a la luz, mientras que diferentes cuadros decoran las paredes.
Seguro que le gusta repartir dinero en sus caros juguetes.
      Estoy sentada en una enorme cama de tamaño king con los tobillos
encadenados a ella por medio de esposas de metal, y sigo la cadena más
allá, solo para ver el extremo de la misma en la mano de Micaden.
    Sonríe, tirando ligeramente de ella, e inmediatamente me deslizo un
poco más hacia él, lo que hace que las esposas me muerdan la carne.
     —Como un perro con correa —comenta, y sin pensarlo, le lanzo una
almohada, respirando con fuerza. Pero apenas lo alcanza, cayendo al
suelo entre nosotros con un suave golpe.
    La mira, luego me mira a mí y suspira dramáticamente.
    —Tu carácter es insoportable.
     —Vete a la mierda, Micaden. —Me quejo, pero no se inmuta. En su
lugar, una ligera sonrisa curva su boca.
    —Procedamos, ¿de acuerdo? —Saca un papel doblado del bolsillo
de sus jeans y lo abre, mientras el cigarrillo que no había notado antes
cuelga de su boca—. Voy a leerte una historia.
    —¿Qué historia? —Me alejo de nuevo, tomando la manta y
tapándome lo máximo posible a pesar del calor que me vuelve loca.
    ¿Quién sabe cuáles son sus planes?
    —Tu historia.
    —Mi historia —repito tontamente, preguntándome si habrá
encontrado mi manuscrito. Nunca escribí nada más.
     —Mmhmm. Se llama Testificando pruebas contra Brochan —dice,
y la frialdad se cuela en mis venas mientras sus palabras tratan de cobrar
sentido en mi cabeza.
     ¿Testificar? ¿No se suponía que iba a salir de la cárcel después de
veinticuatro horas? ¿Y qué yo habría testificado de todos modos?
     Debió haber hecho algo malo después de todo si se trataba de esto.
¿Por eso me odia? ¿Porque me hizo algo malo, y no tuve miedo de
castigarlo?
     Espero ansiosamente la supuesta historia, porque finalmente arrojará
luz sobre todos los espacios en blanco en mi cabeza. Lo explicará.
    Pero un dicho es cierto.
    Ten cuidado con lo que deseas.
    Algunas cosas en la vida son inevitables.
    ¿Pero la única cosa que siempre fue inevitable para mí?
    Hacer que Emerald sienta la miríada de emociones que solo yo soy
capaz de evocar.
    Y estamos a punto de ir por el carril de la memoria.
    Diez años para ser exactos.
    Micaden sostiene el papel con una mano, mientras exhala humo y
me apunta con su cigarrillo con la otra.
     —¿Qué pasó el 23 de agosto de 2009? —pregunta, inhalando con
avidez su cigarrillo, y odio cómo el olor se extiende por toda la
habitación y perturba mis fosas nasales.
       Mi cumpleaños.
     Me muevo un poco, porque cada gemido y cada caricia tierna están
aún frescos en mi mente, por lo que él me dedica una sonrisa siniestra.
       Muy bien entonces.
    Levanto la barbilla y lo miro directamente a los ojos cuando
respondo:
     —Tuvimos sexo. La primera vez. —Me doy la mano mentalmente
por haber mantenido un tono tranquilo y frío, sin darle la satisfacción de
mi turbación. Ya tiene bastantes cosas con las que excitarse.
       Micaden se frota la barbilla, frunciendo el ceño.
       —¿Lo fue? Porque esto —agita el papel—, dice lo contrario. ¿Te lo
leo?
     —Sea lo que sea que me leas, sé exactamente lo que pasó. No hace
falta que me cuentes los detalles. —¿Es esta su manera de humillarme
más? ¿Quiere recordarme cómo lo anhelaba? ¿Quiere que lo odie más?
    Está en el camino correcto para lograrlo; lo reconozco.
     —¿Es así? —Se ríe y rebota en las paredes, enviando escalofríos por
mi espina dorsal, pero se detiene rápidamente, con la ira brillando en su
rostro mientras se aclara la garganta—. Sin embargo, me vas a escuchar.
—Pone el cigarrillo en el cenicero junto a su pie y empieza a leer, cada
palabra me impacta más que la anterior mientras sacudo la cabeza en
señal de confusión y negación, sin entender nada.
     —Subimos al barco donde Brochan me prometió una sorpresa. Todo
iba bien hasta que se acercó a mí en la cubierta y me rodeó el cuello con
las manos, y lo siguiente que recuerdo es que estaba tumbada en la cama,
encadenada mientras él se quitaba la ropa. —Se levanta, la carta cae al
suelo mientras tira de su camisa y ésta cae junto al cenicero.
    Sus manos se dirigen a la hebilla de su cinturón y el sonido me saca
de mi asombro.
     —¿Qué estás haciendo? —Aunque sé la respuesta, rezo para que
diga otra cosa.
    Pero mis plegarias caen en saco roto.
     —Lo recuerdo palabra por palabra. Pero no te preocupes, cariño. Lo
escucharás todo. —Continúa sin la carta—: Pensé que era una broma,
pero hablaba en serio. Le dije que me dejara ir, pero no me escuchó. En
lugar de eso, me rompió el vestido y la ropa interior, dejándome desnuda
para su asalto. El cinturón estaba sobre la cama, ya que lo guardaba para
sus oscuros deseos. —El tono de su voz se eleva un poco al pronunciar
las últimas palabras, mientras retrocedo, pero no hay dónde ir.
     Me precipito a un lado, reconociendo su plan. Quiere que reviva
todo lo que aparentemente escribí, o confesé, o lo que sea que él crea que
hice, y me haga experimentar la violación.
    No me rendiré sin luchar.
    Pero me agarra rápidamente por las caderas, poniéndome de
espaldas, y me rodea las manos con el cinturón, atándolas con fuerza, y
cuando se instala entre mis muslos, no tengo espacio para apartarlo. Sus
manos desgarran el vestido, junto con mi sujetador y mis bragas,
dejándome desnuda para él. La repulsión y el miedo se combinan
mientras mi corazón late como un loco dentro de mí, porque nunca lo
había visto tan desprendido.
     Es como si no estuviera aquí con él. Todas sus acciones son
practicadas y metódicas, como si no fuera gran cosa hacerme sufrir tanto.
    —Grité y rogué para que me dejara ir, pero no se detuvo, y luego
con fuerza, empujó su boca sobre la mía. —Se toma un tiempo y luego
susurra sobre mis labios—: Suplica, amor.
     Niego con la cabeza, pero entonces él pega su boca a la mía, su
pulgar presiona mi barbilla para que no tenga más remedio que abrir, e
inmediatamente su lengua se desliza en el interior mientras yo sigo
haciendo lo posible por resistirme.
     Pero entonces algo cambia, porque en lugar de agredirme, se
introduce tiernamente en mi boca, haciéndome responder, y me pellizca
suavemente, aspirando mi aroma, por lo que parpadeo confundida.
     ¿Era todo un juego entonces? ¿Ha actuado para ponerme en esta
situación?
    Mi cuerpo reacciona a su tacto, tan acostumbrado a su ternura, y
respondo al beso como si el mundo se acabara y estuviéramos solos en
él.
    Luego, sus dientes rozan mi barbilla y sus labios se deslizan hasta
mi cuello, chupando la piel allí, dejando chupones a su paso. Mis caderas
se elevan mientras él sigue con sus dientes hasta mi clavícula,
mordiéndola también, y luego cierra su boca alrededor de uno de mis
pezones, murmurando:
     —¿Ves cómo se te pone la piel de gallina? —Sus dedos índices los
frotan un poco mientras me muerde el pezón y luego baja, abriendo de
par en par mis muslos—. Así es como reaccionas a mis caricias. —
Entonces toca mi núcleo y, para mi horror, está mojado por el deseo, y se
ríe—. Pero eso no es lo que has dicho, ¿verdad? No, tus palabras fueron
diferentes. —Levanta los ojos, y chocan con los míos, cuando dice—:
Odié cada uno de sus toques y su aliento, y utilizó mi cuerpo,
trayéndome nada más que dolor. ¿Es dolor, Emerald? —pregunta, y
entonces siento su aliento en mi piel sensible justo antes de que ponga su
boca allí, deslizando su lengua desde mi clítoris hasta mis labios
inferiores y luego la empuja dentro de mí, solo dándome la punta. Pero
es suficiente para que la electricidad recorra todo mi cuerpo. Sus dedos
se clavan en mi piel y luego, con la misma rapidez, los retira, lamiendo y
cerrando su boca alrededor de mi clítoris, presionándolo con su lengua
mientras su dedo se desliza dentro de mí, extendiendo el fuego por todo
mi sistema.
   —Por favor, no… —Mi cuerpo podría reaccionar a ello, pero esto
es… esto es una locura.
     Es humillante y degradante, pero él no tiene intención de parar,
porque retira el dedo y vuelve a meter la lengua, y gimo mientras el
placer y el miedo se mezclan para poner en alerta cada vello de mi
cuerpo.
     —¿Y sabes lo que vino después? —dice contra mi piel justo antes
de apartar su boca y volver a levantarse—. Escribiste que empujé dentro
de ti con fuerza y te violé durante horas. ¿Es esto lo que pasó, cariño? —
Escucho cómo se baja la cremallera, lo que me saca de mi estado de
confusión, y la realidad se impone rápidamente. Una vez más, veo su
cara dura como el granito con ojos llenos de odio—. Dime, maldita sea.
¿Es esto lo que ha pasado? —Me aprieta el cabello, acercándonos
mientras respiramos con dificultad y yo estoy completamente a su
merced.
    Una lágrima resbala por mi mejilla, porque no sé qué decir. No
tengo ningún recuerdo de esa supuesta prueba y, por lo tanto, no tengo
forma de defenderme ni de defenderlo a él.
     Pero algo en él cambia, porque con un rugido, me suelta, se levanta,
me desata y me quita las esposas, y luego desaparece tras la puerta
cerrada.
     Rugiendo, golpeo la puerta con toda mi fuerza, dejando una
abolladura, mientras una profunda rabia sigue ardiendo en mí,
encendiendo todo lo que hay dentro y exigiendo que vuelva a la
habitación y termine lo que he empezado.
     Pero la parte humana de mí, la que creía que ya no existía, la parte
de Brochan, no me deja. En lugar de eso, refrena la parte salvaje y me
aleja de Emerald, de sus sollozos que se escuchan a través de las paredes.
     Sus lágrimas no deberían significar nada. Ella es la culpable de todo
lo que ha pasado, y sus acciones finalmente la han alcanzado.
     Pongo las manos sobre la mesa cerca del camarote y respiro por la
nariz, necesitando encontrar mi férreo control, pero no lo consigo,
porque esas emociones no pueden detenerse.
      Mi furia necesita sangre y justicia. Mi conciencia, o lo que queda de
ella, necesita paz y verdad. Pero ninguna de esas partes consigue lo que
quiere, así que, en su lugar, mi cuerpo se estremece con el deseo de hacer
lo que realmente quiero.
    Pero ese es el problema, siempre lo ha sido.
     Micaden odia tanto a Emerald que puede saborear el odio en sus
labios y el ácido le quema para siempre la garganta.
     Brochan, sin embargo, la ama tanto que está dispuesto a hacer
cualquier cosa para que ella sea feliz, aunque eso signifique que él no lo
sea.
    Así que la batalla interna continúa mientras yo los alimento a ambos
con su deseo, sin saber ya quién soy realmente.
    Porque para satisfacer una parte, necesito aplastar la otra.
    Y tengo la sensación de que Micaden ganará, porque ser Brochan
me destruyó.
     Mientras que Micaden me permitió sobrevivir en la pesadilla
interminable.
    Micaden, Veintidós años.
    Con una ligera mueca de dolor, salgo y me tapo del sol con la
mano, ya que no me trae más que un puto dolor de cabeza. Me ajusto un
poco la venda de la frente, conteniéndome a duras penas para no
arrancarme esa estúpida cosa y dejar que los moretones se curen solos.
    Varios hombres me saludan, ya que trabajamos juntos durante
nuestros turnos, y los saludo de vuelta, dejándome caer en el banco,
abriendo el último libro que he sacado de la biblioteca.
     Varios reclusos juegan al baloncesto, o hacen alguna otra mierda,
siempre que el tiempo se lo permita de todos modos. Este tiempo
perfecto de otoño no debería perderse por estar dentro. Veo a los
guardias escudriñando el lugar, paseando de un lado a otro con pistolas
eléctricas en la mano, listos para atacar en cualquier momento en que se
produzca una pelea o se incumplan las normas.
    Contengo una risa amarga, que quiere estallar cada vez que los
veo. Desde luego, saben cuándo mirar hacia otro lado cuando es
necesario.
    Me desplazo un poco hacia mi lado derecho, porque todavía me
duelen las costillas, pero al menos la atención médica adecuada me ha
permitido mejorar.
     Tras el ataque que sufrí hace dos meses, Patrick exigió que me
trasladaran a otra prisión y, curiosamente, accedieron, afirmando que
era demasiado peligroso para mí permanecer en la antigua. Pasé un mes
en el hospital, donde un médico consiguió salvarme la vida a duras
penas. Costillas, piernas y brazos rotos. Una conmoción cerebral y la
piel quemada, así como varias cicatrices de cuchillo de donde el maldito
imbécil talló la mierda en mi piel. Y tuve otras lesiones internas en las
que no quiero pensar.
     Los médicos dijeron que tuve suerte de sobrevivir, aunque no fue la
suerte.
    No, fue el deseo de venganza.
     Por supuesto, nunca encontraron al culpable, y misteriosamente el
policía que había estado de guardia ese día no vio nada, pero afirmaron
que tendría su castigo.
    Por favor, más bien todos se repartirían el dinero entre ellos.
     He hecho una vida aquí, aunque nadie me pregunta mucho, y no me
tocan, lo cual me parece raro. Siempre espero que alguien saque a
relucir la razón por la que estoy aquí.
    Tal vez esta vez me maten de una vez, porque tuve mucho tiempo
para ser capaz de mantenerme en pie en una pelea.
     Abro un libro de economía, encontrando todas las ecuaciones y
explicaciones fascinantes. Antes de ir a la cárcel, pensaba estudiar en la
universidad pública e incluso tenía algo de dinero ahorrado.
    Una cosa más que añadir a la pila de sueños aplastados.
     Una sombra se cierne sobre mí, y mi mirada viaja hacia arriba para
posarse en un hombre alto y viejo que tiene varios tatuajes decorando su
piel. Está bronceado y, a pesar de su edad, sus ojos marrones son
brillantes y su cuerpo musculoso.
    No se me escapa que varias personas nos miran. Dos tipos se
colocan detrás de él, haciendo de muro para que nadie se acerque y
maldigo para mis adentros.
    Seguro que el jefe del lugar no ha tardado en acercarse a mí.
    —¿Puedo unirme a ti? —pregunta, sorprendiéndome, su voz es
tranquila, tan tranquila que suena casi relajante.
    —Claro —respondo, y él se sienta elegantemente a mi lado y luego
mira a su alrededor.
    —Buen tiempo.
    Esta charla sería divertida si no fuera tan trágica. No hace falta
prolongar lo inevitable ni esperar a que caiga el segundo zapato.
     —Brochan —digo en su lugar, sus cejas se fruncen, así que me
explico—. Me llamo Brochan, el nuevo. Por eso estás aquí, ¿no? Y sí,
llegué aquí porque una chica me acusó de violación y me encontraron
culpable. —Espero que se levante o que ladre órdenes o que me prometa
todo tipo de infierno.
     No hace nada de eso, sino que asiente y apoya el brazo detrás de mí
en el banco, mirando la cancha de baloncesto. Tras un rato de silencio,
Su pregunta me toma por sorpresa.
    —¿Lo hiciste?
     En todos los meses que siguieron al juicio, nadie me hizo nunca esta
pregunta, excepto durante mi juicio, pero incluso entonces, fue una
simple formalidad. Los pocos que estaban de mi lado nunca me
preguntaron, pero lo más probable es que tuvieran miedo de mi
respuesta. La mayoría se limitó a acusarme y a maldecirme hasta el
infierno, proclamando que la gente como yo merecía morir en la cárcel.
    Algunos incluso se preguntaban si era mi primera víctima, y quién
sabía en qué otras mierdas estaba metido. Me enteré por Tom de que
querían implantar una nueva ley en la ciudad para proteger a las chicas
de gente como yo.
    Aclarando mi garganta, digo firmemente:
    —No. —No es que sea suficiente ni nada, porque es solo mi palabra
contra toda la evidencia.
    Pero él me sorprende por segunda vez, porque me dedica una
sonrisa triste y dice las palabras que significan el mundo para mí.
    —Te creo.
     Y así, sin más, encuentro un mentor que hará esta vida un poco
menos insoportable, pero que también me enseñará a ser fuerte cuando
no recibes más que mierda del mundo.
     Fox Daniels cambiará mi vida para siempre. Pero mientras me
siento en el banco con el alivio inundando mi sistema, porque este
desconocido no perturba mi paz, no tengo ni idea de cuánto.
    Porque él me dará una nueva identidad.
    Él me dará a Micaden.
    Dos años después
     Mis pies golpean el hormigón y mi respiración fuerte acompaña el
ritmo mientras la música suena en los altavoces. Sigo corriendo por todo
el patio de la prisión, agradeciendo la brisa invernal que me golpea en
la cara y me da un respiro de todo el aire húmedo del interior de la
prisión.
    La vida aquí tiene ciertamente ventajas si te mezclas con el tipo que
gobierna este lugar.
    Después de aquel fatídico día, Fox me tomó bajo su protección y
actuó como si fuera su hijo.
     Tenía estrechas relaciones con los guardias, lo que le permitía tener
cosas más agradables, como los malditos auriculares que tengo en mis
oídos ahora mismo. También me proporcionó nuevos libros de economía
y finanzas, me aconsejó y habló conmigo durante horas sobre diversos
modelos de negocio.
    Por la mañana y por la noche, se empeñó en fortalecer mis
músculos y en tratar mis problemas de ira, enseñándome a dar golpes
adecuados y que el enemigo no esperara. ¿Cómo puede ser más eficaz
un pequeño golpe con el dedo que un puñetazo entero?
     Fox habló de su viaje desde que era un niño a presidente de un club
de moteros y de cómo un hombre al que consideraba un amigo lo
traicionó, matando a toda su familia y metiéndolo a la cárcel.
    Pero nunca se arrepintió de nada, nunca maldijo ni levantó la voz a
nadie. La gente lo seguía y nunca le llevaban la contraria, porque lo
respetaban, no porque inspirara miedo.
     Estoy tan metido en mi cabeza que tardo un momento en notar que
alguien me llama por mi nombre, pero finalmente lo hago y me detengo
bruscamente, enganchándome el auricular al cuello y respirando con
dificultad antes de tomar la botella de agua de Cruz, que ha trotado
hacia mí.
    —Gracias, hombre. —Ha estado al lado de Fox todo este tiempo, y
aunque el tipo silencioso nunca compartió mucho sobre su pasado,
predigo que no fue bonito.
    Dicho esto, fue condenado por asesinato en masa… así que sí.
    —Fox quiere hablar contigo. —La botella se detiene en el aire, mi
ceja se levanta, pero él se encoge de hombros—. Ha pedido que te
reúnas con él allí. —Señala el banco aislado, lejos de cualquier otra
persona, donde Fox se sienta, con un libro abierto en su regazo.
       Probablemente Shakespeare, uno de sus favoritos para leer.
      —Claro. —La petición es inusual, porque Fox nunca deja que nadie
interfiera en mi entrenamiento, alegando que los músculos necesitan ser
utilizados todos los días.
     Corro rápidamente hacia él y me dejo caer en el banco. Hace una
mueca, ajustándose los lentes, y sigue sin apartar los ojos de la poesía o
la tragedia o la comedia o como carajos se llame. Ha intentado
educarme en literatura, pero no me ha importado lo suficiente como
para aprender. Tal vez porque las artes están siempre asociadas en mi
cabeza con ella.
       —Hola, ¿qué pasa?
   —Nunca has aprendido modales. Levántate —ordena, y mi
mandíbula casi se cae.
       —Tienes que estar bromeando.
    —Levántate —ordena, y con un resoplido lo hago y luego me siento
normalmente sin hacer ruido, y él asiente con aprobación—. Así está
mejor.
     Teniendo en cuenta su TOC1 con los modales y los tonos, uno
podría pensar que es de la alta sociedad y no un rudo motero. Una vez
dijo que nadie me tomaría en serio si actuaba como un salvaje y
asustaba a todo el mundo.
       —¿Qué piensas hacer una vez que salgas de aquí?
   1
       Trastorno obsesivo compulsivo.
    Frunzo el ceño, apoyando los codos en las rodillas, y digo
simplemente:
     —Castigar a todo el mundo. —Pero me quedan otros dieciocho
años aquí, así que no estoy seguro de que quede alguien a quien
castigar. Sin embargo, he reunido nombres. Los veinte nombres que
participaron en ponerme entre rejas, todos ellos pagarán.
    —¿Y cómo lo harás?
    —¿Qué quieres decir?
    Se quita los lentes, los coloca entre nosotros y se aclara la
garganta, levantando el libro.
     —¿Qué te parece esta cita: «¿Et tú, Brute?»? —Parpadeo y me
froto la barbilla, reflexionando sobre la cita.
    —Lo siento, no me gusta mucho la poesía y esas cosas.
     —Son las palabras que Julio César le dijo a su amigo cuando éste
lo apuñaló por la espalda delante de todos los demás. La traducción es
«¿También tú, Bruto?»
    —Fascinante. —¿Qué más hay que decir? Fox tenía sus momentos
raros, pero no suelo prestarles mucha atención. Todos tenemos rarezas.
     —La traición que proviene de las personas que amamos es la más
difícil de aceptar —dice en tono melancólico, y me pregunto si piensa en
su ex mejor amigo que aún vive por ahí.
    —Es imperdonable.
     No se inmuta ante mi voz áspera, pero, de nuevo, nunca he ocultado
mis emociones. Deja el libro a un lado y se mueve un poco para mirarme
mejor mientras sigue hablando.
    —Sin embargo, hay que perdonar.
    Contengo la risa que quiere brotar de mis labios y me limito a
negar con la cabeza, porque ¿está condenadamente loco?
    Lo que me han hecho no puede ser perdonado jamás. La codicia
arruinó mi vida, mató a mi padre, me quitó el nombre limpio, por no
hablar de…
    No, no voy allí. Nunca vuelvo a ese lavadero y reviso los recuerdos
que me persiguen por la noche. Recuerdos que no me abandonan.
Todavía no soporto que nadie esté detrás de mí ni que me toque.
   Nunca más seré un tipo indefenso que acepta el castigo que los
hombres le imponen.
       —No lo haré.
       Fox resopla exasperado, pasándose la mano por el cabello gris.
    —Si no, el odio te comerá vivo. —Un compás, y luego—: Perdona y
sigue adelante.
   Una carcajada amarga estalla entre nosotros, y me pongo de pie,
demasiado alterado para no hacer nada.
    —¿De verdad? No puedo seguir adelante con lo que me han hecho
—le grito, pero él se limita a escuchar sin moverse—. ¿También has
perdonado a tu amigo? ¿Al que mató a tu familia?
       Algo oscuro cruza su rostro, pero sigue manteniendo la calma en su
voz.
    —Sí, lo hice. Lo perdoné para que no estuviera más aquí. —Se
señala el corazón—. Así pasaría mi tiempo recordando a mi familia,
pero no a él.
     —No puedo hacer eso. Nunca podré hacer eso —repito una vez más
y suspiro, y extrañamente una pequeña sonrisa tira de sus labios.
       —¿Qué crees que pasará cuando la veas?
    —Me vengaré.
    —¿Aunque sea la madre de alguien?
     Trago fuerte, porque la posibilidad de que se case y tenga hijos con
alguien que no sea yo nunca se me pasó por la cabeza. Pero dentro de
veinte años, esas cosas van a suceder.
    ¿Podré destruir su vida entonces? Pero me sacudo la inquietud.
Nadie tuvo piedad de mí, así que ¿por qué debería hacerlo yo?
    —Sí.
     Me estudia y luego se ríe, ¡como si fuera condenadamente
divertido!
    —Oh, chico, tienes mucho que aprender sobre la vida. Pero no
puedes hacerlo aquí. —Vuelve a dar una palmada en el banco—. Ven
aquí y escucha con atención. —Sigo su orden y, en un tono apenas
audible, comparte conmigo un plan que me ayudará a escapar de la
cárcel de una vez por todas.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
     Me siento en la cama, con la mirada clavada en la puerta, mientras
el aire acondicionado sopla sobre mí, poniéndome la piel de gallina
mientras mi ropa rota y empapada me produce escalofríos. No puedo
concentrarme en nada más que en la sensación de desesperación y agonía
que me destroza el alma, porque mi vestido roto me recuerda lo que él
me ha hecho vivir.
    De lo dispuesto que estaba a violarme solo para reproducir las
páginas de la declaración o lo que fuera.
    Y de lo fácilmente que me olvidé de todo ello y estuve dispuesta a
sucumbir a nuestros deseos.
    Me froto los brazos, haciendo una mueca de dolor cuando rozo los
moretones que me hizo con las yemas de los dedos, cada uno de ellos de
color azul oscuro porque me abrazó con tanta fuerza que temí que me
rompiera algo.
     Miro hacia abajo y veo chupetones en mi clavícula por su succión, y
probablemente también los tenga en el cuello. Tiene que producirle un
placer sádico saber que veré sus marcas en mí durante días.
     Esas marcas, cuando las hacía suavemente, solían ser mis favoritas,
porque pensaba que mostraban su deseo por mí, su posesividad al
reclamar. Solo que nunca se trataba de un reclamo, sino de un
recordatorio para él. Quería jugar con mi cuerpo, pero nunca necesitó
nada más.
     Cierro los ojos, y el sabor ácido de mi boca vuelve a aparecer
mientras siento que todo sube por mi garganta, queriendo escapar. A
duras penas lo empujo hacia atrás, impidiendo que vomite por todo el
suelo.
    Sin embargo, todo esto no es tan inquietante como la confesión que
me había leído.
     Según el libro, lo amaba mucho. Tanto, que nunca podría haber
escrito esa carta, o como sea que la llamara. Lo que me lleva a una sola
conclusión.
    Él lo hizo, y la fantasía en mi cabeza… es solo una fantasía que creé
para adormecer el dolor. Si me violó, significa que me acosté con el
hombre que me violó. ¿Cómo pude haberlo hecho?
     Mi cuerpo comienza a sentirse demasiado pesado para mí; su olor
me rodea, y no puedo quitarme de encima la desagradable sensación de
estar embadurnada con su suciedad. Mis roces se convierten en arañazos
mientras intento ferozmente alejar la sensación de él de mi cuerpo y mis
sentidos, para que la creciente repugnancia desaparezca y me deje en paz.
     Salto de la cama y agarro rápidamente la botella de agua, la abro y
me la vierto sobre la cabeza. Lo poco que hay cae en cascada sobre mi
cuerpo mientras tomo las sábanas cercanas y me limpio, pero la piel me
sigue picando como si me picaran insectos.
     —Necesito… necesito… —murmuro, pero entonces la puerta se
abre con un fuerte golpe al chocar contra la pared, grito, arrodillándome
y cerrando los ojos, porque el monstruo ha vuelto.
    ¿Quién sabe lo que quiere recoger?
    Emerald, ¿es así como saludas al hombre que te ama?
    Por favor, no; por favor, no me toques.
    La voz del pasado vuelve a chocar contra mí, rebotando en mi
cabeza mientras diferentes imágenes mías de dolor destellan tan rápido
en mi mente que ninguna de ellas es clara. Sin embargo, el dolor
punzante y la desesperación son muy reales, las lágrimas corren por mis
mejillas mientras tiemblo con mis sollozos mientras la voz sigue
hablando.
    Tan bonita, tan, tan bonita y mía.
    No me toques. Por favor, no me toques nunca.
     Por sí sola, mi boca empieza a tararear una melodía que no
reconozco. Me balanceo hacia delante y hacia atrás, con las manos
rodeando con fuerza mis rodillas, y mi zumbido es tan fuerte que
lentamente bloquea el mundo exterior mientras solo puedo concentrarme
en la vibración de mi cuerpo.
    —Hmmm hmmmm hmm.
    Pero la voz se mantiene.
    Emerald, nadie va a venir. Nadie te ayudará.
    Sigo tarareando con todo lo que hay en mí, mientras interiormente
me aseguro de que está mintiendo. Lo que dice él no puede ser la verdad;
tengo gente que me quiere.
    —Mírate al espejo, Emerald. Sabes lo que tienes que decir,
¿verdad? Sé una buena chica y repite.
     Levanto los ojos hacia el enorme espejo que está en el centro de la
habitación mientras él me arrastra por el cabello hacía el, señalando el
reflejo
    —¿Qué tienes que decir, cariño? —Niego con la cabeza,
conteniendo un sollozo, pero él me agarra del cabello y tira de él, por lo
que grito, porque todavía me duelen los moretones de antes—. ¿Qué
necesitas decir?
    Solo lloro, y él se harta. Se arrodilla detrás de mí, aprieta el
cuchillo en mi garganta y me grita al oído:
    —Dilo, Emerald. Te arrepentirás si no lo haces. —El miedo me
invade, porque sé que tiene razón.
     La última vez que lo desobedecí, desató el infierno en la tierra sobre
mí. Así que, con voz temblorosa y labios agrietados, susurro:
     —¿Quién es el mejor hombre para mí entre todos ellos? —pregunto
la estúpida y odiada frase, pero todo su rostro se ilumina y me besa
sonoramente en la mejilla. Me inclino hacia delante, sin poder evitar el
reflejo nauseoso, pero a él no le importa.
    En su lugar, me palmea la espalda y dice:
     —Buena chica. ¿Ves? Puedes ser muy buena cuando no eres
testaruda. No todo el mundo nace siendo un superviviente, mi gatita.
Algunos nacen víctimas destinadas a sufrir. Y tú eres la más bonita de
todas.
    Sollozo, golpeándome la cabeza en ambos lados, pero no sirve de
nada, porque aún puedo olerlo a mi lado.
     El monstruo que destruyó mi vida. El que me hizo daño y me trajo
tanto dolor. Recuerdo todo lo que me hizo con tanta claridad que no
puedo respirar con normalidad.
   Alguien me toca la espalda y estallo, golpeando todo lo que tengo a
mano mientras una neblina me nubla la vista. Lo único que sé es que este
hombre no puede tocarme, no puede hacerme más daño.
    No soy su prisionera, no soy una víctima.
    Pero entonces el hombre me agarra de los brazos, se arrodilla frente
a mí y me da una fuerte sacudida que me saca de mi estupor. Veo unos
ojos azules y cristalinos frente a mí, y los latidos de mi corazón se
calman mientras una sonrisa se extiende por mi rostro.
    —Brochan —susurro, palmeando su cara, y luego aprieto mi frente
contra la suya, sollozando un poco—. Has venido. He esperado tanto
tiempo. —Rodeo su cuello y apoyo mi cabeza en su hombro mientras sus
brazos me rodean.
    Cierro los ojos, porque sé que él se encargará de todo.
    Nadie me hará daño mientras él esté cerca.
     La pongo de lado, la levanto y la coloco suavemente en la cama, con
su cara embadurnada de rímel que parece preocupada mientras gime un
poco en sueños.
     La cubro con la manta y le reviso la frente, pero no tiene ningún
signo de fiebre. Sin embargo, su piel está caliente y enrojecida, mientras
su respiración es fuerte.
    Nunca la había visto así.
    ¿Qué demonios fue lo de antes en el suelo? Parecía estar en trance, a
kilómetros de distancia, mientras su mirada completamente vacía podría
hacer correr a un hombre más débil.
    Con su piel pálida, casi me recordaba a un fantasma que revivía su
pesadilla, pero no podía ser cierto. ¿Qué pesadillas tenía además de las
que yo pretendía darle?
     Me doy la vuelta para subir a cubierta, porque todo esto no crea más
que estragos en mi interior, cuando su suave mano agarra la mía. La
acerca a su mejilla y, con un suspiro, apoya la barbilla en ella mientras
los gemidos cesan por fin.
    Lo correcto es apartar mi mano y dejar que ella se ocupe de su
angustia. Lo incorrecto es sentarme a su lado y vigilarla para que
descanse un poco, porque verla antes rompió algo dentro de mí.
Pero nunca me he caracterizado por hacer lo correcto.
    New York, New York
    Micaden Veinticuatro años
     Ajustando más mi capucha en la cabeza, camino por las calles
vacías de Nueva York y doy un respingo ante los repugnantes olores que
llenan el aire nocturno. Mi teléfono me indica que me quedan tres
minutos para llegar a mi destino final, y mi puño se aprieta alrededor de
él.
      Fox creó el plan con un guardia que le debía mucho por algo, y me
ayudaron a escapar. Cruz inició una pelea conmigo en la cárcel y me dio
un puñetazo tan fuerte que golpeé mi cabeza contra el suelo. Sangré
mucho. El guardia me llevó al médico, pero por el camino me inyectó
una medicación especial que ralentizó mis latidos. El médico no
comprobó a profundidad, me declaró muerto y me llevaron a la morgue.
Allí, un hombre cobró por permitirme salir una vez que desperté.
     Fox dijo que, para que conste, debería estar muerto, para que nadie
fuera a buscarme. No entiendo por qué me ayudó tanto, pero
interrogarlo fue inútil de todos modos.
     Me dieron un billete de cien dólares y un teléfono móvil. Seguí las
instrucciones al pie de la letra, pero al final, algo salió mal.
     Y aunque quería quedarme y afrontar las consecuencias, el guardia
no lo permitió y me dijo que Fox quería que me fuera. Así que, con el
corazón encogido, me escapé, y casi todo el mundo me dio por muerto.
     El mareo se apodera de mí y apoyo el hombro en la pared cercana
entre los edificios, respirando con dificultad y tocando mi hombro
herido. Creo que está dislocado. No puedo moverlo sin que me produzca
dolor.
      Después de subir al tren, descubrí que a la gente de las grandes
ciudades rara vez le importabas una mierda, y que la mayoría estaba
demasiado ocupada con la nariz pegada al teléfono como para prestar
atención a los extraños que los rodeaban. En mi ciudad natal, no podías
ir al supermercado sin que la gente conociera tu lista de la compra.
    El taxista que usé hace apenas diez minutos me dijo que no
conduciría más allá de donde paró, porque el barrio es sospechoso.
Paró el auto y me dijo que me bajara.
    Un indigente pasa, rodando su carro con alguna mierda vieja, y me
saluda.
     —Este lugar es mío. —Me informa, clavándome el dedo en el
hombro—. Puedes pasar la noche cerca del fuego, ya que hace un frío de
mil demonios. —A varios metros de distancia, veo el humo que sale de
un cubo de basura de acero, y a unas cuantas personas reunidas a su
alrededor. Seguro que este aire de enero requiere más calor—. Pero
luego te vas. —Remata con severidad, y yo asiento.
    Se va, y ese es el momento en que mi estómago gruñe y hago una
mueca. No he comido nada en las últimas cuarenta y ocho horas. Espero
que Fox tenga razón sobre su amigo y que me ayude.
    Si no, tendré que buscar mi propio lugar entre los edificios de esta
maldita ciudad.
    Apretando todas mis fuerzas en el puño, con un pequeño gemido,
reanudo mi marcha y vuelvo a echar un vistazo al teléfono que me dice
que ya falta un minuto.
     Miro a mi alrededor, pero nada me recuerda a un club caro
dirigido por un poderoso hombre de negocios. Solo un edificio cutre de
un solo nivel con las persianas cerradas, rejas de acero y paredes
pintadas con grafitis.
     La aplicación emite una señal diciéndome que he llegado a mi
destino.
     —Mierda. El viejo debe haberse equivocado. —Pero en el momento
en que este pensamiento entra en mi mente, la puerta del edificio se abre
y de ella sale un gorila alto que grita a un teléfono—. Lachlan me va a
matar…
    Lachlan.
    Necesitas a Lachlan Scott. Dile que te envía Fox Daniels. Recuerda,
Brochan. Lachlan Scott.
    El gorila se lanza al otro extremo de la calle, todavía en una
acalorada discusión con quien esté al otro lado de la línea.
     Salto al interior, bajando rápidamente las escaleras y atravesando
tres puertas. Finalmente, termino en una sala enorme, que tiene luces de
club por todas partes, un bar en la esquina más alejada, varias mesas
redondas y un escenario para música en vivo. También tiene mesas de
billar y una enorme pista de baile, aunque el lugar parece muerto. En la
parte de atrás, puedo ver diferentes puertas de las que salen sonidos
extraños, como gente gimiendo y jadeando, y la energía tiene un
ambiente muy extraño.
    ¿Tienen un club de sexo?
     Solo tengo un segundo para pensar en ello cuando el gorila vuelve
gritando:
    —¿Quién mierda eres tú? —Se lanza hacia mí, me agarra por el
hombro y me da un puñetazo en la cara. Al instante, el dolor aparece en
mi nariz y la sangre se derrama, pero no presto atención a eso. En su
lugar, el modo de supervivencia con el que me familiaricé en la cárcel
toma el control, e ignoro todas las limitaciones de mi cuerpo,
conduciendo con un subidón de adrenalina.
    Vuelve a balancear el brazo y me agacho, esquivándolo, y luego le
golpeo en el estómago. Gime y se dobla en dos. Le doy un puñetazo en la
espalda, pateando sus rodillas para que se desplome sobre ellas.
     Intenta levantarse, pero no lo dejo, dándole una patada en la
espinilla esta vez, su grito llenando el espacio mientras su nariz cruje
bajo mi puño.
    Para un tipo tan fornido, no es lo suficientemente fuerte si puedo
tomarlo fácilmente en mi condición actual.
     —¿Quién carajos eres? —Vuelve a preguntar, escupiendo sangre al
suelo, y yo respiro con dificultad mientras mi cuerpo se pone al día, el
dolor asaltándome de golpe.
    Mierda, demasiado para obtener ayuda del amigo de Fox.
    Oigo un aplauso detrás de mí y me doy la vuelta, con los ojos
abiertos de par en par ante la imagen que se me presenta.
    Cuatro hombres me observan con interés, cada uno de ellos
llamativo a su manera.
    El de la izquierda tiene el cabello azul y unos ojos plateados que me
escudriñan de pies a cabeza mientras mueve un encendedor entre sus
dedos, lanzando un poco de fuego de vez en cuando, el sonido es
excepcionalmente fuerte en la sala, que por lo demás está en silencio.
Los dos de la derecha tienen el cabello oscuro, pero eso es todo lo que
comparten, aunque ambos tienen la mirada perdida. Por su aspecto, no
me gustaría encontrarme con ellos en un callejón oscuro.
     Y finalmente el hombre que aplaudió, tiene la energía más peligrosa
a su alrededor mientras se acerca, dándome una buena vista de él. Lleva
un traje de tres piezas perfectamente confeccionado que enfatiza su
estatus, que supongo que es el de jefe. Su cabello rubio y sus ojos azules
le dan un aspecto aún más siniestro, si eso es posible, y finalmente me
fijo en un bastón metálico que lleva bajo la axila. Me recuerda a los
bastones que usaron los guardias conmigo, y me trago el sabor amargo
de la boca.
     —Impresionante, muy impresionante —musita y se acerca al tipo
que sigue gimiendo en el suelo, cuyos sonidos se hacen menos audibles.
Creo que incluso deja de respirar cuando el rubio se acerca aún más—.
¿Quién eres tú? —Su voz resuena en las paredes, y aunque no levanta la
voz, hay tal autoridad en ella que sabes que tienes que responder o te
matará.
    —Me llamo Brochan.
    —¿Y estás en mi club por qué?
    —Necesito encontrar a alguien.
     Sus cejas se levantan, y está a punto de decir algo, cuando el tipo
vuelve a gemir. El rubio pone los ojos en blanco, agita su bastón, y en
lugar de un borde redondo, aparece un cuchillo afilado. Le da una
patada en el estómago al tipo, que cae de espaldas, y rápidamente el
rubio lo apuñala justo en el puto corazón.
     —¿Qué mierda? —murmuro, retrocediendo, porque está claro que
los idiotas de aquí no operan un club de sexo. Un hombre que puede
matar tan fácilmente sin remordimiento debe hacerlo a menudo.
    —No puedo tener idiotas dirigiendo mi local. —Me mira—. Espero
que no te importe.
     —Lo que sea —respondo, calculando mentalmente si puedo
enfrentarme a alguno de los tipos lo suficiente como para salir de aquí.
Pero incluso cuando el estúpido pensamiento entra en mi mente, sé que
es inútil.
     No se puede huir de estos hombres letales que me observan como
halcones, depredadores listos para atacar. Todo el entrenamiento de la
vida real que recibí en la prisión no se comparará con lo que ellos son
capaces de hacer, si los gritos más fuertes de las diferentes habitaciones
son una indicación.
    —¿A quién necesitas encontrar?
    Él mueve el cuchillo del bastón hacia atrás, y se queda quieto
cuando digo:
    —Lachlan Scott. Necesito hablar con él.
    —No me digas —murmura, y luego abre los brazos de par en par—.
Está justo delante de ti. ¿Qué quieres, Brochan?
    ¿Qué? ¿Este maldito tipo es él? Tal vez no le gustaba realmente a
Fox después de todo y me envió aquí a morir.
    Mi silencio no le sienta bien al tipo.
     —Estoy empezando a aburrirme —me informa, frotando su bastón
contra la mejilla—. Así que, o me lo dices, o puedo matarte. La elección
es realmente fácil.
     —En serio, Lachlan —dice el moreno, dirigiéndose a la barra y
sirviéndose una copa. Sí, claro, ¿por qué no beber en una situación así,
no?
    Me siento como si hubiera entrado en una dimensión diferente.
Esperaba a un viejo que tuviera bastante dinero y tuviera una deuda con
Fox. En lugar de eso, este es un lugar de mala muerte, matan sin
remordimientos, y todos estos hombres parecen locos.
    —Fox Daniels me envió. Me dijo que te encontrara y cobrara la
deuda.
     Mis palabras cambian todo en la habitación, ya que al instante
todos se enderezan, y apenas tengo tiempo de parpadear antes de que
una mano fuerte me rodee la garganta, empujándome con dureza contra
la pared. Intento respirar, pero me resulta imposible.
   —¿Qué has dicho? —me dice el tipo de cabello azul en la cara.
¿Cómo ha llegado tan rápido a mi lado?
    —Arson, déjalo ir. No puede responder si lo matas —ordena
Lachlan, y tras un momento, escucha, e inspiro aire, tosiendo—. ¿Cómo
conoces a Fox Daniels?
    —Nos conocimos en la cárcel. Me salvó la vida —digo con voz
aspera a través de mi garganta seca, y el moreno me da agua.
    —Sociopath, ¿realmente tenemos tiempo para eso ahora?
     ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Y esto implica que es un psicópata y
que todo el mundo está de acuerdo con eso?
     —Prisión —repite Arson, y luego vuelve a apretar su maldita mano
ante fuertes gemidos colectivos—. ¿Por qué te envió?
     Pero esta vez estoy preparado, así que le doy un golpe en la
vesícula, un truco que me enseñó Fox. No hace falta un golpe fuerte,
pero enviará los jugos directamente al estómago y a la garganta,
quemándola.
    Arson maldice, dejándome ir, y estallo.
     —Déjame hablar antes que decidas matarme. No tengo ni idea. Me
dijeron que huyera.
    Todos se quedan en silencio después de eso, mientras yo ordeno mis
pensamientos. Fox es sin duda alguien importante para ellos, pero ¿por
qué mencionó solo el nombre de Lachlan? Por la extraña reacción de
Arson, ¡pensaría que es su pariente o algo así!
     —Fox también me salvó de mi pesadilla —responde a mi pregunta
no formulada, y luego se retira junto con los otros chicos, dejándome a
solas con Lachlan.
    No me muevo, todavía pegado a la pared, y entonces él me clava su
bastón en el hombro herido, provocando tanta agonía en todo mi
organismo que grito de dolor.
    —¿Quieres vengarte?
    —¿Qué?
    —Fox solo ayuda a los que, para él, son almas perdidas. ¿Quieres
vengarte de la gente?
    Una furia instantánea me inunda, recordándome a todas las
personas que destruyeron mi vida.
    Y a ella. Ella, que merece saber lo que es vivir al borde de la
desesperación.
    —Sí.
    —Entonces bienvenido a mi mundo, Brochan. Vas a aprender
maravillas aquí.
    Y lo hago.
    Después de todo, me enseña uno de los asesinos en serie más
conocidos del país.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
     —Tienes un aspecto horrible —le digo a mi reflejo mientras me
estudio en el espejo del cuarto de baño de la cabina, haciendo una mueca
ante cada nuevo moretón y el rímel que se me ha corrido. Por no hablar
del pintalabios que ha acabado en mi frente. También los arañazos, todos
ellos rojos y urticantes, que me hice antes con mis uñas, ahora rotas.
     Me he despertado hace unos minutos en la cálida cama, notando que
el ambiente de la habitación había cambiado drásticamente. Las
persianas se habían abierto, lo que me permitió ver el cielo brillante, y
mis manos se movieron para recrear la imagen en el lienzo, incluso en
esta situación.
    Todo el desorden de antes había desaparecido y, por un momento,
pensé que había tenido un mal sueño y que nada de eso había sucedido.
     Sin embargo, los recuerdos volvieron con bastante rapidez, así que
me apresuré en ir al baño, cerrándolo firmemente tras de mí como si eso
fuera a ayudar contra la locura de Micaden.
     Exhalando fuertemente, abro el grifo y me lavo la cara con la ayuda
de unas toallitas cercanas y me quito todo rastro de maquillaje. Lo
siguiente es mi cabello. Me hago un moño apretado en la parte superior
de la cabeza, y es entonces cuando me fijo en la bolsa de cuero que hay
en el suelo. Frunciendo el ceño, lo abro. El alivio me invade al instante
cuando encuentro mi ropa.
     La idea de pasear por el barco, buscando un estúpido teléfono y
enfrentándome a Micaden con el vestido medio roto, me inquieta. Pero
de esta manera, tener mi propia ropa me da una sensación de seguridad
que me protegerá de él, o al menos eso es lo que me gusta creer.
    Me pongo los pantalones cortos y la camiseta, junto con las
zapatillas de deporte, porque las sandalias no son lo suficientemente
seguras. Respirando hondo, salgo del baño y grito al chocar con
Micaden, que levanta la ceja al verme.
    Retrocediendo, pongo mi mano en el pecho y digo:
     —Me has asustado. —Pero entonces me doy cuenta que esta es
exactamente la mejor manera de empezar esta conversión, así que me
enderezo y levanto la barbilla—. Pero ese es el plan, ¿no? Así que
felicidades —añado con frialdad, tratando de apretarme entre él y la
jamba de la puerta para poder pasar por delante de él, pero no me deja.
     Se mueve hacia un lado, bloqueando mi salida, y cuando me muevo
hacia la derecha, él hace lo mismo.
    —Un poco de sueño te ha hecho valiente —dice, dándome un
golpecito en la nariz antes de que me incline hacia atrás para evitar su
contacto.
     —Me dio un respiro de ti. La valentía siempre está aquí. —Me
señalo el corazón, pero al mismo tiempo, no puedo creer que estemos
teniendo una conversación tan estúpida después de todo lo que ha
ocurrido entre nosotros antes.
     —Nunca lo habría imaginado —reflexiona, y me acerco, dispuesta a
darle una parte de mi opinión, porque, en realidad, ¿qué tengo que
perder? Actuar de forma agradable no va a funcionar de todos modos, y
no voy a sucumbir a sus tácticas psicológicas, lo que hace que toda la
culpa recaiga sobre mis hombros. He oído que los maltratadores hacen
eso: culpar a las víctimas de sus malos actos, alegando que se lo
merecían.
    Sí, no.
    Pero entonces suena un fuerte gruñido entre nosotros, y mis mejillas
se calientan mientras la mortificación me atraviesa. Gimo para mis
adentros, porque vaya manera de enfrentarse a un psicópata cuando mi
estómago le hace saber que estoy hambrienta.
    También es una forma fácil de torturarme. ¿Y si retiene la comida y
luego me obliga a hacer tareas para ganármela? Las imágenes, una peor
que la anterior, pasan por mi mente, pero se detienen en el momento en
que se registra su risa divertida.
     —Deberías ver tu cara, corazón valiente. —Se acerca más y
susurra—. No te preocupes, el hambre no es mi método. Aunque tiene su
encanto. —No puedo hacer nada más que quedarme en silencio mientras
me lanza su sarcasmo, pero entonces ordena—: Vamos a comer. —Y se
da la vuelta, dirigiéndose hacia arriba mientras yo lo sigo.
    Porque tiene razón.
    Necesito comer, y no me importa si me debilita. No me servirá de
nada estar deshidratada, así que voy a reunir todas las fuerzas posibles.
Por mí puede meterse su diversión por la garganta y atragantarse con
ella.
     Subimos a la cubierta y mis ojos se abren de par en par ante la
visión que me recibe.
     La mesa redonda de la noche anterior, que fue derribada en mis
prisas por huir, vuelve a estar en pie con frutas, cereales y tostadas
colocadas sobre ella. Al té y al café le salen vapor en diferentes tazas, y
los cubiertos están colocados ordenadamente junto a los platos.
    Incluso hay flores en el jarrón justo en el medio. Si uno no supiera
lo que pasó anoche, pensaría que mi amante me preparó un desayuno
matutino.
    —Siéntate, Em. —Aunque su voz es suave y acogedora, no se me
escapa el acero que la envuelve, y hago lo que me dice.
   Tiro la servilleta sobre mi regazo mientras él hace lo mismo, y
comento:
     —Me sorprende que se me permita sostener un cuchillo. —Lo
recojo, mientras capto su mirada, pero él se encoge de hombros,
comiendo una tostada.
     —No se puede hacer mucho con él, a no ser que lo presiones muy
fuerte aquí. —Señala su arteria bajo la oreja y luego hace un movimiento
de corte—. Y luego haces esto, entonces sí, me mataría. La sangre iría
por todas partes —dice, tomando otro bocado codicioso mientras lo toma
con su café.
    Sin embargo, sus palabras tienen un efecto diferente en mí, porque
mi estómago se revuelve y me tapo la boca con la mano, sintiendo
náuseas solo con la idea de lo que ha descrito.
    —Eres asqueroso.
      —No fui yo quien sacó el tema. Come. —Tragando más allá de la
bilis en mi garganta, sumerjo el cuchillo en la mantequilla y la extiendo
sobre la tostada, me la meto rápidamente en la boca y la como sin
saborearla realmente. Al fin y al cabo, se trata de sustento y no de
disfrute.
     Continuamos el resto del desayuno en silencio mientras las gaviotas
graznan con fuerza por encima de nosotros cuando vuelan, y una de ellas
incluso acaba parada en el borde del barco. Quiero darle un poco de pan,
pero Micaden habla, poniendo fin al prolongado silencio.
    —Si alimentas a uno, todos los demás aparecerán. Déjalo estar.
     —¿Por qué haces esto? —pregunto, apartando el plato y mirándolo
fijamente. Aunque mi cuerpo agradece la oportunidad de tener comida,
todo esto no tiene sentido para mí. No debería actuar de forma amable o
civilizada, y eso es lo que se puede llamar su comportamiento en cierto
modo.
    —¿Qué pasó antes?
   Su pregunta llega de forma tan inesperada que parpadeo y me
muevo incómoda en el asiento.
    —Intentaste violarme.
    Seguramente no le pasa desapercibido el odio que hay en mis
palabras, pero lo aparta.
    —Eso no. Después. Cuando estabas sentada en el suelo.
     Trago fuerte y me quedo paralizada, porque por un momento vuelve
la sensación, una frialdad que se hunde en mí y que me devuelve la
desesperanza que vuelve loca a la gente.
     —Me he acordado. —Me limito a decir, y él levanta una ceja para
indicarme que tengo que dar más detalles, aunque no entiendo por qué.
    ¿Acaso no lo sabe, ya que fue él quien me infligió todas esas penas?
      —Sé por qué escribí la declaración. Mi libro… todas esas cosas
nunca ocurrieron realmente entre nosotros, ¿verdad? —Frunce el ceño,
pero continúo antes que pueda responder—. Me hiciste daño,
manteniéndome prisionera. Trayéndome dolor. Quería escapar de todo el
dolor. Y probablemente al crear una historia tan diferente a la realidad,
me escondí de ella. Pero tú no descansaste y lo trajiste de vuelta —digo,
conteniendo las lágrimas. Nunca había llorado tanto en mi vida. ¿Por qué
las lágrimas salen ahora sin intención de parar?
    —Castigo.
    —¿Qué? —Estoy muy confundida con                     él   cambiando
constantemente el tema de nuestra conversación.
    —Te he traído aquí para castigarte.
     El pánico se arremolina en mí y me levanto, queriendo correr de
vuelta a la habitación, pero él es más rápido que yo y me agarra de las
manos, arrastrándome hasta el borde del barco mientras hago lo posible
por arrastrar los pies y no seguirlo.
    —¿Qué estás haciendo? Suéltame, idiota.
     —Emerald, tu violación, o más bien… la recreación de tu
declaración, nunca fue mi objetivo final. —El tono con el que pronuncia
esas palabras es mucho más aterrador que las propias palabras—. Es la
muerte.
    —¿Mi muerte? —carraspeo, buscando algo que me ayude a luchar
contra él, pero niega con la cabeza.
    —La muerte de la locura.
    Y antes que pueda alegar mi caso o suplicar, me empuja hacia
delante. Algo me envuelve y los gritos salen de mi garganta mientras me
sumerjo en el agua con un fuerte chapoteo.
La mejor clase de tortura… es la que no esperas.
    New York, New York
    Micaden, Veintidós años
    La música resuena en los altavoces mientras las paredes del club
retumban por los bailarines en la pista. Los olores a sexo, alcohol y
cigarrillos llenan el lugar mientras la gente se frota entre sí y busca el
placer en este caro establecimiento.
    Arson sí que sabe cómo crear una tapadera adecuada; lo
reconozco.
    Apoyando la espalda en la barra, doy un sorbo a mi whisky cuando
capto las miradas de varias mujeres que me observan, con sus
movimientos no tan sutiles, mientras intentan seducirme para que me
una a ellas.
    Me doy la vuelta, coloco el vaso en la barra con un fuerte golpe y le
hago un gesto a Rio para que me pida otro.
     —¿Quieres emborracharte esta noche? —grita por encima de la
música, agitando rápidamente la botella de vodka junto con alguna otra
mierda que le gusta añadir a mis bebidas, y la vierte en mi vaso—. Este
es fuerte. Debería hacer maravillas.
    Condenadamente bueno. Tenía la intención de emborracharme todo
lo posible hoy y luego follar con cualquier chica que estuviera
disponible. Este puto periodo de sequía ya ha durado bastante; no es que
tenga a nadie por quien mantener la polla en los pantalones. Antes
estaba ocupado con el entrenamiento, los estudios y la adaptación a mi
identidad, pero ha llegado el momento de buscar los placeres de la
carne.
    —¿Nadie más?
    —No habrá nadie más. Esa es mi promesa para ti, Emerald.
     Las palabras del joven tonto resuenan en mi mente, trayendo
consigo todos los recuerdos no deseados, y rápidamente engullo mi
bebida. El líquido caliente me quema la garganta y la sensación se
extiende por mis pulmones, mientras digo con voz aspera:
    —Otra. —Rio me mira con preocupación, pero luego sus ojos viajan
hacia arriba y cumple con mi petición.
    No importa lo que haga, no puedo escapar de ella. Ella está en
todas partes.
    En mi odio.
    En mi amor.
    En mí, y la desprecio por ello.
      Mientras ella vive feliz en Seattle, ajena a nuestro pasado común…
yo he tenido que revivir durante años las pesadillas que su familia me
infligió.
    No la busco, no intento encontrarla, aunque con la ayuda de Arson,
podría haberlo hecho fácilmente. Pero no, quiero enfrentarme a ella
cuando todos los demás se hayan ido. No estoy seguro de poder ejecutar
mi plan correctamente si mis ojos se posan en ella. El control me
abandonaría y todo se iría al infierno.
   Así que espero el momento perfecto para atacar, y cuando llegue el
momento, sabré incluso qué tipo de leche compra.
     Una risa hueca brota de mí cuando recuerdo el voto. Saludo a mi
viejo e ingenuo yo con mi vaso y lo vuelvo a engullir, mordiendo el limón
cercano con la esperanza de que el sabor agrio me quite el dolor que
sacude todo mi sistema ante la perspectiva de ir en contra de mi palabra.
    Solía ser famoso por cumplir siempre mis promesas y votos, porque
en mi opinión un hombre de verdad siempre lo hace. Todo el mundo
debería confiar en lo que uno dice.
    Pero ella destruyó incluso esta parte de mí.
    Emerald destrozó a Brochan, y en su lugar vive Micaden. Y
Micaden puede follar hasta el olvido a quien quiera.
    Me doy la vuelta, y es entonces cuando mis ojos captan a una
preciosa rubia que me mira de pies a cabeza con sus ojos marrones.
     El ritmo de la música cambia a un ritmo lento, y ella se recoge el
cabello, balanceándose al ritmo de la música, mostrando sus curvas y
las piernas que recorren kilómetros. Sabe cómo tentar a un hombre con
cada respiración y movimiento, casi convirtiéndose en una con la
canción.
    Y mientras la observo, lo que se supone que tengo que pensar es la
forma en que puedo envolver esas piernas a mi alrededor, pero en
cambio otro recuerdo destella en mi mente.
    —Tu chica baila fatal —dice Tom, chocando su vaso con el mío
mientras yo le miro fijamente—. Es como si solo moviera la cabeza. —
Ambos nos sentamos en la feria anual local, donde suenan viejas
canciones y la gente baila hasta el cansancio.
      Mientras que Eve sabe lo que hace, Em no tiene ni idea. Sus manos
y piernas son un extraño revoltijo, lo que la hace tan jodidamente bonita.
Apenas puedo contenerme para mantener el culo en el asiento y no ir tras
ella.
   Parpadeo y ahora ella está frente a mí, sonriendo, y coloca sus
manos en mi pecho, murmurando:
     —Hola, guapo. —Me rodea el cuello, acercándonos cada vez más, y
al instante el olor de su perfume llena mis fosas nasales, el dulce aroma
que probablemente vuelve locos a otros hombres.
    Como permanezco en silencio, ella lo toma como un estímulo y se
acerca, sus labios rozan mi barbilla y viajan hasta mi boca. Finalmente,
coloca sus labios sobre los míos, y es entonces cuando reacciono.
   Agarrando sus caderas, la alejo y ella parpadea sorprendida, con la
mandíbula abierta cuando digo:
    —No.
    —Pero… —Debe leer mi determinación en la cara, porque
cualquier cosa que quiera decir muere en su boca cuando la cierra de
golpe y se encoge de hombros—. Si no eres tú, entonces alguien más.
     —Buena suerte —respondo, y luego termino un trago más antes de
salir furioso entre los cuerpos sudorosos, necesitando aire fresco. Mi
garganta sufre espasmos por la falta de aire.
     Dando un portazo a la puerta del club tras de mí, rujo, tirándome
del cabello mientras el aire gélido llena mis pulmones y la nieve
revolotea sobre mí, pero mi cuerpo apenas registra todo esto. Lo único
en lo que puedo concentrarme es en el hecho que, incluso en el odio, no
puedo faltar a mi palabra. No puedo tocar a otra mujer.
    —Era bonita. —Me congelo ante la voz profunda que hay a mi lado.
    Lachlan golpea con su bastón el cemento que hay entre nosotros,
dibujando unos círculos en la nieve. Espera un momento antes de
hablar.
   —Imagino que después de la cárcel tu polla necesita un coño
húmedo para entretenerse.
    —Ahora mismo no estoy de humor para tu sarcasmo.
     Lachlan se ríe, encendiendo su cigarrillo, claramente sin importarle
una mierda mis deseos. Pero entonces él dirige todo esto con puño de
hierro, no permitiendo que nadie se aleje de las reglas.
    —¿Hay alguna mujer a la que amas? —Hay algo en su voz, un
acero que no suele estar presente, como si mi respuesta le importara.
     ¿Pero por qué un hombre que tiene poco valor por la vida humana
se preocupa por mi supuesto amor?
     —Hay una mujer a la que odio —digo con aspereza, tosiendo y
soplando los puños para calentarlos. Todavía no quiero entrar y
enfrentarme al jazz de siempre. Estoy aquí para aprender, pero nunca
podría imaginarme participando en todas las locuras que hacen estos
hombres.
    —Dicen que hay una delgada línea entre el amor y el odio. —
Exhala humo, como si estuviéramos discutiendo el puto tiempo aquí.
    —Es cierto. Solía amarla, pero me traicionó.
     Vuelve a reírse, tira el cigarrillo a la nieve y se da la vuelta para
volver al club, no sin antes decir por encima del hombro:
    —A veces lo que más odiamos es lo único que amamos de verdad.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
    Todo se silencia en el momento en que mi cuerpo se hunde en el
agua, contengo la respiración todo lo que puedo mientras caigo más
profundo, y con toda esta tensión, una bombilla brillante se enciende en
mi cabeza y trae la claridad que he buscado durante lo que parece toda
mi vida.
    Cuando en realidad solo han pasado siete años.
     Todo el dolor, la agonía, la desesperación, la traición y luego más
dolor me asaltan con varios flashbacks, y jadeo, olvidando dónde estoy.
El agua me llena de inmediato y el pánico me acosa, pero entonces mis
piernas empiezan a moverse, junto con mis brazos.
    Estoy nadando. Estoy nadando, porque sé cómo hacerlo, y mi
cerebro por fin no tiene miedo de hacerlo.
    Emerald, la verdadera Emerald con todos sus recuerdos, ha vuelto y
quiere vivir.
    No, ella merece vivir, y no va a morir después de todo lo que tuvo
que vivir.
    Nado y nado, y finalmente llego a la cima del agua. Atravieso la
superficie, trago aire fresco y toso sin dejar de nadar, con los ojos
escocidos por todo ello.
    Al secarme el agua de la cara, veo a Micaden inclinado sobre el
barco y un odio sin precedentes me atraviesa.
    Me tiró al agua sabiendo mi miedo y que no sabía nadar. Quería
matarme. ¿En qué clase de hombre se convirtió?
   Un asesino psicópata que nunca mereció toda la devoción que le di.
Tampoco merece toda la tortura que experimenté por su culpa.
     Por instinto, empiezo a nadar para alejarme del barco, sin pensar en
lo inútil o peligroso que es. El agua está helada, y de todas formas no hay
nada más que un océano interminable a la vista. Pero no quiero volver a
ese barco con el hombre que me dio tal golpe en el corazón que hace que
todo lo anterior palidezca en comparación.
    Pero entonces me tiran hacia atrás y murmuro:
    —¿Qué demonios? —Solo para darme cuenta que me ha atado una
cuerda a la cintura.
    Ahora también viene la ira.
     —¡Maldito psicópata! ¿Querías recoger mi cuerpo una vez que
muriera allí? —grito, pero él no responde. En su lugar, me acerca cada
vez más a él, aunque yo forcejeo, intentando todavía moverme en
dirección contraria, pero él es fuerte.
    ¿No es ésta la historia de mi vida? Por mucho que luche, siempre
hay alguien que acaba siendo más fuerte.
     Pierdo el equilibrio a causa de la lucha, y mi cara se hunde de nuevo
en el agua, consiguiendo tragar un poco antes que él me saque.
    Y una vez más, estoy a su merced.
    La arrastro hacia arriba, con las palmas de las manos ardiendo por la
cuerda que ahora está manchada de sangre, pero consigo subirla a la
cubierta mientras tose violentamente.
     —Emerald —digo, quitándole el cabello de la cara para poder ver
sus ojos verdes.
     Sin embargo, no están borrosos y asustados. Por el contrario, son
claros y furiosos.
    Los golpes llegan de forma tan inesperada que tardo un segundo en
darme cuenta que la incómoda sensación en mi estómago es por sus
golpes, y van acompañados de fuertes gritos en mi cara.
     —¡Asesino en serie sádico! —Golpe, golpe, golpe. En realidad, no
me hacen daño, pero ella se está exaltando—. ¡Te odio! Has arruinado mi
vida.
    —No nos pongamos dramáticos —le digo, y sus ojos se abren,
mientras su mandíbula cae en shock.
    —Me tiras al agua donde casi me ahogo y luego me traes de vuelta.
¿Estás satisfecho ahora? ¿Qué ha pasado? ¿La locura ha muerto? —
pregunta ella, clavando sus dedos en mí mientras el viento nos golpea,
indicando que pronto habrá una tormenta, pero ninguno de los dos le
presta atención.
     En cambio, permito que vuelque su frustración sobre mí, porque por
primera vez no es mansa y silenciosa, lo que me recuerda a la chica que
solía amar.
     Y esa chica tiene todas las respuestas que necesito para acabar con
la locura de una vez por todas. El agua combinada con el miedo debe de
haberle devuelto todos los espacios en blanco de su mente, espacios en
blanco que nunca me dieron paz, pero los necesito.
     Tengo que saber lo que ocurrió hace diez años, o me volveré loco.
Esa es la única razón por la que la tiré al agua. Algo pasó, algo que ni
siquiera mi investigación encontró.
    Solo entonces, uno de nosotros puede morir. Ni antes, ni después.
    —La locura está aquí —grito, clavando los dedos en mi cabeza—.
Me consume cada día, no me deja respirar sin recordarte. Quiero que
desaparezca. Y por fin tienes todas las respuestas para mí.
    Se ríe amargamente, inclinándose hacia delante, sujetándose el
estómago.
      —Ciertamente, las tengo. —Luego se inclina más cerca, su aliento
abanica mis labios mientras susurra, con odio en cada palabra—: ¿Estás
listo para la verdad, Micaden?
    —Uno de nosotros es culpable y uno de nosotros es inocente. —Un
lema con el que he vivido todos estos años, buscando venganza por lo
ocurrido.
    —¿Qué pasa cuando tú eres el único culpable?
    —Imposible.
    Nos miramos fijamente, los ojos azules helados chocando con los
verdes Emerald, y entonces ella dice con voz ronca:
    —Déjame contarte una historia, entonces. Y tú juzga.
    Y lo hace.
    Solo que su historia arruina mi lema y todo por lo que he vivido
todo este tiempo.
    Seattle, Estados Unidos
    Septiembre 2009
     La ligera brisa refresca mi acalorada piel mientras mi camisón
blanco se ciñe a mi cuerpo, devolviéndome al presente. Mi cabello cae
por la columna vertebral y, de alguna manera, me hace reír por dentro.
    A Brochan le encantaba pasar sus dedos por mis sedosas hebras,
mientras me besaba con tanta ternura.
     Las lágrimas resbalan por mis mejillas, mientras contengo el grito
que amenaza con salir de mi pecho. No necesito la atención no deseada
de nadie, y menos de la institutriz que se ha apegado a mí durante los
últimos tres meses.
    A pesar de todas las amenazas que me lanzó papá aquel día,
sucumbió a mis ruegos y no me ingresó en el hospital. En cambio, me
encerró en casa con ojos que me vigilaban constantemente, asegurándose
de que comiera y actuara con normalidad. Aunque no tenía ningún deseo
de hacer esas cosas, intenté seguir las reglas, porque eso me habría
permitido escapar algún día y encontrar a Brochan.
     Durante este tiempo, me dio varios documentos para firmar, que
tenían que ver con fondos fiduciarios. Apenas entendí la jerga legal, solo
que no recibiría el dinero, porque estaban decepcionados conmigo.
     Como si yo necesitara algo. Solo vivo de la esperanza de huir y ver
a mi vikingo.
     El olor a lavanda y a rosas del jardín se apodera de mis sentidos, y
cierro los ojos, imaginándome tumbada en la hierba, contemplando las
estrellas mientras el dedo de Brochan me recorre lentamente desde mi
clavícula hasta mi estómago y se sumerge en el ombligo, haciéndome
cosquillas en la piel.
     Suelto una risita cuando los recuerdos calman los latidos de mi
corazón, pero luego vuelvo a abrir los ojos cuando se me escapa un
sollozo.
    ¿Será posible este tipo de felicidad de nuevo?
     —Te amo, Emerald. —Me susurra al oído cuando bailamos
lentamente al ritmo de la música, mientras las estrellas brillan sobre
nosotros. Los únicos sonidos audibles en la distancia son los de las olas
y los barcos que hacen señales para volver a casa—. Nunca lo olvides.
      Mirando hacia abajo por última vez, sacudo la cabeza y subo desde
el alféizar de la ventana. Estar sentada en la azotea durante horas ha sido
mi secreto desde hace semanas, pero no quiero que mis padres, o
cualquier otra persona, me descubran.
    Lo utilizarán como excusa para darme más medicamentos, aunque
nunca los tomo, porque tengo demasiado miedo de sus efectos en mi
cuerpo.
    Un movimiento en mi habitación llama mi atención cuando la
lámpara de cabecera que dejé encendida proyecta una sombra.
    Arqueo las cejas y quiero inspeccionarla, pero unos fuertes brazos
me empujan hacia delante y no me da tiempo a ver la cara del intruso,
porque caigo en picado mientras mi grito de agonía resuena en la noche.
    Seis meses después
    Marzo 2010
   —¿Doctor, ¿volverá a caminar? —pregunta desesperadamente
mamá, mientras escucho a papá caminar de un lado a otro.
     El doctor Keith ignora su pregunta, y sigue tocando suavemente mis
piernas y pies, mientras me pregunta cada vez:
    —¿Sientes esto? —Sacudo la cabeza, demasiado asustada para
escuchar su respuesta.
    Frunce el ceño, luego enciende su linterna y me ilumina los ojos.
     —Mira a un lado, a la izquierda y a la derecha, y luego hacia arriba.
—Siguiendo sus instrucciones, me pregunto qué cambio quiere ver,
teniendo en cuenta que la luz ni siquiera molesta a mis ojos.
    Solo veo sombras y colores oscuros.
      Sus dedos rozan suavemente mi frente y luego mi cuello, para
comprobar los golpes y moretones que hay allí. Una vez hecho esto,
aprieta mis manos para tranquilizarme, y sé que las cosas se pondrán
feas.
    Él siempre lo hace antes de dar malas noticias.
    Keith se endereza, se quita los guantes con el sonido de un elástico
que se rompe y luego responde a mis padres.
    —Es demasiado pronto para hacer juicios.
     —¿Pronto? —pregunta papá con furia—. ¡Lleva seis meses en este
hospital! —Se acerca a Keith y le mete el dedo en el pecho, a juzgar por
sus sombras—. Todo lo que dices es que es demasiado pronto. No lo es,
carajos, cuando ni siquiera puedes ayudar a mi hija. —Me duele el
corazón cuando detecto dolor y miedo en su voz. Para un hombre tan
controlador como él, esta situación conmigo debe parecer irracional y
fuera de su alcance.
     Papá es un solucionador, pero probablemente nadie volverá a
arreglarme.
    Keith exhala con fuerza.
    —¿Puedo hablar con ustedes dos afuera?
    Un gemido de angustia escapa de mi boca. No puedo soportar una
mentira más en mi vida.
    Mamá toma mi mano, envolviéndola en la suya, y a través de ella
me da su calor.
    —Mejor nos lo cuenta aquí, mientras esté con nosotros.
    —Se cayó del tercer piso al césped. La conmoción cerebral le
provocó una inflamación en el cerebro, por lo que tuvimos que ponerla
en coma del que desgraciadamente no despertó hasta pasados tres meses.
Costillas, piernas y manos rotas. Es una maravilla que haya sobrevivido
—dice, y el sonido del bolígrafo sobre el papel llega a mis oídos, por lo
que probablemente vuelva a escribir en su cuaderno sobre mis
progresos—. Solo desde que se ha despertado nos hemos dado cuenta
que hay algo mal en su visión. Aunque tengo la esperanza de que vuelva
a caminar, no creo que pueda ver bien nunca. Lo siento —les dice con
pesar en su voz.
     Las palabras de papá me producen escalofríos mientras mamá
desliza sus manos por debajo de las mías.
    —¿Cómo has podido hacerlo? Por culpa de ese chico, estabas
dispuesta a suicidarte.
    —No, no es cierto. Alguien me empujó… —No me deja terminar;
en su lugar, ruge y escucho cómo se estrellan los cristales contra la
pared.
    Y todo se va al infierno.
    New York, New York
    Octubre 2010
   Unas manos fuertes me sujetan por los dos lados, pero detengo mis
movimientos, arrastrándome hacia atrás, aunque es inútil contra su poder.
     Los gritos provienen de todas las habitaciones por las que pasamos
en los interminables pasillos grises, con puertas de metal que solo tienen
una pequeña ventana abierta.
    —Por favor, no. Llévame a casa. ¡Mamá! Papá —grito llamando a
mis padres, a pesar que me han dejado aquí hace varios minutos, después
que Elijah les asegurara que me cuidaría de la mejor manera.
     —Aquí recibirás ayuda —dice uno de los hombres, pero sacudo la
cabeza, queriendo alejarme, pero no puedo. No me sirvió de nada
suplicar ni rogar; mis padres me ingresaron aquí en cuanto el doctor
Keith me dio el alta.
    Para su deleite, salí caminando, pero temían que hiciera alguna otra
mierda, como ellos lo llamaban, aunque les dije que buscaran a la
persona que realmente había cometido el crimen.
    Sin embargo, todas mis súplicas cayeron en saco roto, y me trajeron
a este infierno, prometiendo llevarme de vuelta en cuanto mejorara.
¿Cómo puede alguien mejorar en este lugar?
     Finalmente, se detienen junto a una pesada puerta y la abren,
arrojándome al interior. Aterrizo dolorosamente, gimiendo ya que mi
cuerpo aún está dolorido por toda la fisioterapia que he soportado.
    Me levanto rápidamente, estudiando la habitación. Solo tiene una
cama, un lavabo y un retrete a un lado. Todo está oxidado excepto las
paredes, que son grises.
     ¿Qué es esto? Esta no es la habitación que aparece en el folleto que
Elijah mostró a mis padres. Cantó alabanzas sobre su establecimiento
médico, por el que papá finalmente le dio una donación de un millón de
dólares.
     —Dios mío, ¿qué han hecho? —murmuro, mientras el pánico se
instala lentamente, pero de otro tipo. Ese hombre horrible no hace nada
sin una razón, y si les ha mentido, significa que tiene otros planes para
mí.
    El guardia señala la cama.
    —Ahí hay un vestido. Póntelo. —Sigo la dirección de su dedo y
parpadeo mientras la repulsión me recorre.
     No es una bata de hospital, sino un vestido rojo sin tirantes, que me
recuerda mucho al que llevé en mi decimoquinto cumpleaños. Elijah
incluso me felicitó por lo bien que me quedaba y como hacia resaltar mi
color de ojos.
    Oh, no.
     Antes que pueda interrogarlos, la puerta se cierra, mientras uno de
los hombres dice:
     —Llegará pronto. —Me acuesto en la cama, me meto bajo las
sábanas y rezo por primera vez en mi vida, esperando que todo esto sea
solo una pesadilla y que me despierte en mi cómoda cama de casa. Y tal
vez si finjo que duermo… todos los monstruos se irán.
     Finalmente, el sueño se apodera de mí mientras los gritos del pasillo
siguen llegando.
    Alguien tira de mi cabello, y mis ojos se abren mientras grito de
dolor, pero eso no detiene al hombre.
     —Maldita zorra. —Me escupe, arrastrándome al suelo, y veo a
Elijah asomarse por encima de mí, aunque no me recuerda en nada al
hombre bien vestido que siempre se presentó a mis padres.
     No, en cambio, lleva unos jeans, una camisa holgada, unas botas con
unos bordes afilados que llegan peligrosamente a mis rodillas… y un
cinturón de cuero con una enorme hebilla metálica que le cuelga de la
mano.
     —Te dije que te pusieras el vestido, ¿no? —pregunta, justo antes de
darme una patada en el estómago. Gimo mientras los bordes afilados se
clavan en mi piel de forma tan dolorosa que necesito un momento para
recuperar el aliento.
     —¡Puta desobediente! —grita, y luego me golpea con el cinturón, y
retrocedo, encontrando la fuerza para ponerme de pie y correr hacia la
puerta para gritar pidiendo ayuda.
    Elijah está loco.
    —¡Por favor, que alguien me ayude! Por favor. —Cuando golpeo la
puerta, recibo un rápido golpe en la espalda, la hebilla del cinturón
conecta con mi piel. Ahogo un gemido. Me agarra de nuevo por el
cabello y me golpea la frente contra la pared, enviando una espiral de
mareos a través de mí—. Si te digo que hagas algo, hazme caso, carajos.
     —Suéltame —grito, saboreando la sangre en mi lengua, que
probablemente gotea de mi frente. Me suelta con un gruñido y vuelvo a
caer al suelo—. Eres un monstruo. Mis padres vendrán a salvarme. —
Siempre supe que era un pervertido, pero no me di cuenta de lo
verdaderamente enfermo que era.
    Su risa sádica llena el espacio, helándome hasta los huesos.
    —¿De verdad? ¿Crees que lo harán?
    —Verán moretones y…
     —Les diré que intentaste hacerte daño. Me creerán, Emerald —me
dice, y me sujeto la frente, sin querer creerle.
    Esta vez estarán de mi lado. Soy su hija, su única hija. Nunca les he
mentido, a excepción de haber visto a Brochan. Me creerán.
    —¿Fuiste tú quien me empujó desde el tejado? —Elijah vino a
nuestra casa con frecuencia durante ese tiempo, exigiendo verme, pero
siempre me negué. No hay otra explicación.
    Infla el pecho con orgullo.
     —Por supuesto que fui yo. ¿Quién más, cariño? Tus padres
pensaban que estabas bien y no querían admitirte aquí. Sabía que con
todo esto —Barre la mano de arriba abajo—, lo harían. El resto es
historia.
    —Podría haber muerto —susurro, la conmoción inicial desaparece
mientras se asienta la comprensión. Quiero que vuelvan todos mis
conocimientos de psicología, para poder situarlo en la casilla correcta y
saber cómo tratar con él.
     Está enfermo y ha puesto sus ojos en mí; esto explica por qué
siempre anheló mi atención. El hombre obsesivo que quiere una víctima.
Pero no cualquiera, oh no. Probablemente tiene suficientes víctimas aquí
a las que puede dañar y nadie levantará una ceja.
    Quiere una que no lo quiera a él, para poder disfrutar rompiéndola.
     Elijah se arrodilla frente a mí y me toca la cara con la mano, pero él
aprieta tanto sus manos que siento que podría romperme los pómulos.
    —Habrías vivido para mí, por supuesto. Eres mi mujer, Emerald.
Solo mía.
    —No lo soy.
     Pero no me escucha, como si estuviera en una nebulosa, y luego
sigue encantado viendo todo el dolor que me inflige.
    —Todo esto es por tu propio bien. Fuiste testaruda, dispuesta a huir
con ese chico. No podía permitirlo. Nunca. Ahora te quedarás aquí.
    —Eres repugnante —susurro, pero él solo se inclina más cerca,
probablemente queriendo besarme. Le escupo en la cara, lo que me hace
ganar una dura bofetada en la mejilla. Pone tanta fuerza en ella que mi
cabeza se desplaza hacia un lado por el impacto.
    —Aprenderás a ser obediente. Y entonces serás mía. Solo entonces
verás la luz del día.
    Se levanta, dejándome allí mientras me cala hasta los huesos la
perspectiva de estar a su merced.
     Mis padres vienen de visita en unos días y se creen todas sus
mentiras. Firman los papeles que le permiten darme la medicación, y ese
es su estilo a partir de entonces.
    Me inflige todo el dolor que quiere y luego hace que un médico me
recomponga. Y cada vez que les ruego a mis padres que me lleven, solo
sacuden la cabeza y escuchan a Elijah.
     Pero mi esperanza de que algún día quieran recuperar a su hija sigue
viva, aunque para entonces no me queden sentimientos tiernos hacia
ellos.
    Bloqueo todas       las   emociones,    porque    podría   volverme
verdaderamente loca.
    Hasta el día en que mi esperanza muere para siempre, cuando Elijah
me informa de que han muerto en un accidente de auto y lo han dejado
como mi tutor hasta que cumpla los veintiún años, lo que también le
permite tomar todas mis decisiones médicas.
    Entonces mi vida se convierte realmente en un infierno.
    New York, New York
    Agosto 2012
    Abrazando mis rodillas, me balanceo hacia adelante y hacia atrás
mientras la cama se retuerce con cada movimiento, el sonido irrita mis
nervios. Pero no puedo hacer nada al respecto.
     El agua gotea en el fregadero, gota a gota, recordándome que no he
bebido nada desde hace horas, y me lamo los labios secos, haciendo
frente al mareo en mi cabeza.
    El sol apenas traspasa los barrotes metálicos que bloquean la
ventana justo encima de mí y parpadeo, preguntándome si algo
importante ha cambiado en el mundo en los últimos dos años. Ese es el
tiempo que me ha tenido cautiva en este lugar, exigiendo cosas que
nunca le daré.
     Escucho gritos en el pasillo, y carne golpeada, pero sobre todo los
gritos de los recién llegados, que suelen ir acompañados de súplicas.
     —Por favor, déjame ir. No estoy loco. No lo estoy —suplica algún
hombre, pero ellos solo se ríen, porque tienen el poder. Un hecho que les
gusta recordarme a menudo, especialmente cuando no cumplo sus
órdenes.
    Me tapo los oídos, con la esperanza de evadir el sonido, y tarareo en
voz alta, todavía meciéndome aunque me duelan mucho las rodillas por
permanecer en la misma posición durante horas.
    Pero es mejor que sucumbir a sus sádicos deseos.
    No tengo que levantar la vista para saber que la cámara sigue todos
mis movimientos y envía informes a Elijah sobre mi bienestar, o, mejor
dicho, sobre mi comportamiento.
    Los fuertes golpes en la puerta me sobresaltan cuando Kevin, el jefe
de guardia de este establecimiento psiquiátrico, ladra:
    —Cállate, Emerald. O entraré y lo haré yo mismo.
     Me subo a la cama y aprieto la espalda contra el cabecero mientras
el miedo se apodera de mí.
    —Nada de agujas —susurro, frotándome las manos y los brazos
cubiertos de moretones y agujeros oscuros por sus actos de engaño—.
Nada de agujas. —Suelen hacer algo horrible como sedarme y luego no
tengo idea de lo que pasa, aparte que les gusta hacerme daño en lugares
donde Elijah no vea.
     Coloco la mano en el costado, por encima del riñón, y gimo al
recordar su firme patada allí y las risas, porque encontrar a una mujer
desesperada en el suelo los complace.
     Enrollo los labios hacia dentro, mordiéndome la carne, y aprieto los
ojos, temiendo que entre de todos modos, pero al cabo de un minuto no
pasa nada, y exhalo aliviada.
     Tomo el cuaderno de papel en blanco y un lápiz y decido dibujar
algo bonito, algún recuerdo de mi vida pasada, pero por voluntad propia
mis manos solo dibujan un rostro que realmente importa.
    Brochan.
     Poco a poco, cobra vida en el papel mientras sigo entumecida en la
tarea, mis manos se mueven automáticamente hasta que un fuerte pitido
rebota en las paredes y la puerta se abre. Elijah entra, con el cinturón en
la mano, como siempre.
    Encorvo la cabeza entre los hombros mientras él se acerca cada vez
más, mirándome con sorna.
     —Vengo aquí tres veces a la semana. Tres veces, Emerald. ¿Es tan
difícil no enfadarme? —pregunta, poniéndose delante de mí, pero
escondo la cara entre las rodillas, su voz me pone la piel de gallina.
    —No —le susurro, pero no le satisface lo suficiente.
    Nada de lo que digo lo satisface lo suficiente.
    Tira el cuaderno a un lado, aprieta mi cabello con su mano y me
levanta mientras gimoteo.
     —Hoy he tenido un día tan bueno. He admitido a muchos pacientes
nuevos y tú has estado congelada en la misma postura durante horas.
Quería recompensarte con comida, aunque solo la recibes cuatro veces a
la semana. —Me tira con rabia al suelo, donde aterrizo dolorosamente, y
entonces llega… el primer golpe de la hebilla del cinturón en mi cintura,
y reprimo el gemido de dolor, porque lo odia—. Pero no pudiste resistirte
a atraerlo, ¿verdad? —Otro golpe, esta vez en la espalda, y gimo,
mordiéndome las manos, mientras el dolor agonizante me atraviesa.
Pero, aun así, sigue golpeando.
     Una, dos, tres veces más antes de hacer una pausa y continuar con
su diatriba.
     —Pequeña puta desagradecida. —Se arrodilla junto a mí y me rodea
el cuello con el cuero, apretándolo con fuerza, y por un momento no
puedo respirar. No lucho contra él, nunca lo hago.
     Lo hice durante el primer año aquí, pero luego se volvió más
frenético con sus castigos, y prefiero menos que más. Aunque me
debilite.
      Me suelta y, cuando tomo aire, me pasa los dedos con ternura por la
piel, murmurando mientras contengo las ganas de vomitarle encima.
     —Eres mía, Emerald. Tan hermosa. Tienes que rendirte a mí, gatita.
—Me arrastra de nuevo, y apenas puedo mantenerme en pie sobre mis
tambaleantes piernas, pero aprieta mi espalda contra su frente y me
señala el enorme espejo que hay a unos metros de nosotros—. ¿Ves esto?
Di las palabras. —Niego con la cabeza, lamiéndome la sangre de los
labios, pero él me tira del cabello, prácticamente arrancándome los
mechones de la cabeza—. Dilo o no tendré tanta paciencia para esperar
más.
    Sigo, porque esa es la única amenaza que siempre mantiene sobre
mi cabeza.
     Elijah es un psicópata sádico que se excita haciéndome daño, viendo
sangre y moretones en mí mientras estoy completamente indefensa en su
reino.
     Pero una cosa que quiere de mí voluntariamente es el sexo. Cree que
con el tiempo puede doblegarme lo suficiente como para que se lo pida.
Por eso limita cada vez más la comida y el agua, y por eso ni siquiera me
deja ir al baño con la frecuencia necesaria, volviéndome loca con la falta
de necesidades básicas hasta que no puedo más. Hace un año quitó el
inodoro de mi habitación.
    Puede dañar mi cuerpo, pero nunca conseguirá que me rinda. Es lo
único que aún me pertenece. Puedo estar rota, pero él no puede tener mi
alma también.
    Con la voz ronca y la garganta dolorida, digo:
    —¿Quién es el mejor hombre para mí entre todos ellos?
    Él sonríe ampliamente y me da unas palmaditas en la cabeza, su
abrazo se vuelve suave al instante.
   —Ves, esto no es difícil. Soy el hombre que necesitas, y en el
momento en que lo aceptes, esta pesadilla habrá terminado.
     —Nunca lo aceptaré. —Hago que las palabras sean apenas audibles,
sin poder soportar su regodeo, pero él me oye.
    Lo sé, porque me empuja de nuevo al suelo, diciendo:
    —Aprenderás a apreciarme. —Y sigue golpeándome con el cinturón
durante varios minutos, hasta que me tumbo en el suelo.
     Entonces se va, y finalmente cierro los ojos, dando la bienvenida a
la pesadilla.
    Porque los sueños no existen en este mundo.
    New York, New York
    Septiembre 2012
    La puerta se abre y escondo mi cuaderno de notas bajo la cama,
aunque de todos modos es inútil. Escarba por todas partes para encontrar
cosas por las que pueda castigarme aún más.
     Pero en lugar de Elijah, el guardia mete a otra chica en mi
habitación. Tiene el cabello castaño y un vestido blanco desgarrado; su
cuerpo se agita con temblores.
    —Quédate ahí, pedazo de mierda. —Sin más explicaciones, cierra la
puerta y nos deja solas.
     Me precipito hacia ella, tocando suavemente su espalda, pero ella
salta inmediatamente, golpeándome en la barbilla.
     —No me toques —grita, y doy un paso atrás, sujetándome la cara,
pero entonces sus ojos se aclaran y se acerca a mí, levantando mi
barbilla—. Tú también estás herida —susurra, y luego me abraza tan
fuerte que se me llenan los ojos de lágrimas.
    Nadie me ha dado un toque suave en los últimos tres años; todo lo
que he recibido han sido empujones, bofetadas y más golpes.
     Se echa hacia atrás, y entonces noto el desenfreno de sus ojos al
lanzar su mirada por todo el lugar.
     —Hombre malo. Es un hombre malo —repite, paseando por la
habitación, levantando su vestido y tirando de su cabello—. Un hombre
malo, malo, al que le gusta tocarme cuando le digo que no —murmura
algo más y luego se sube a la cama, escondiéndose bajo las sábanas,
mientras la cama se mueve por sus temblores.
    Me siento en el borde de la cama y me pregunto en voz alta:
    —¿Quién?
    No espero que responda, pero se asoma por la manta y murmura:
    —Un hombre malo, malo. Viene por la noche y hace cosas malas.
     La mortificación me recorre por lo que describe, pero sobre todo por
la forma en que lo hace, como una niña que tiene miedo. Pero parece
tener más o menos mi edad o unos años menos.
     —¿Solo viene por la noche? —pregunto, y ella vuelve a asomarse,
asintiendo.
    Pero luego susurra:
    —Está con mamá durante el día.
    Oh, Dios mío.
    ¿Su propio padre la viola?
     Sin pensarlo, levanto más la manta y luego me subo a la cama,
aplastándola entre la pared y el borde de la cama, protegiéndola en cierto
modo de lo que está por venir.
     Sospecho que el trauma ocurrió hace mucho tiempo; los pedófilos
no tocan a sus hijos mayores, porque solo les interesan los cuerpos
pequeños. Dicho esto, si está aquí, significa que también la admitieron en
este lugar.
     Al poco tiempo, deja de temblar y oigo ligeros ronquidos. Duerme
mientras yo trato de encontrarle sentido a su presencia aquí. ¿Por qué me
la habrán traído aquí?
     Me despierto al escuchar que la cerradura oxidada gira, y entonces
Elijah entra, y a juzgar por su entrada, que es casual, significa que está de
buen humor.
    Y eso a su vez significa que solo empezará a golpearme cuando me
niegue a estar con él, no antes. Unos cuantos más moretones para mí.
    —Gatita —murmura, acercándose, pero me muevo en la cama,
impidiéndole tocar a la chica.
    Su ceño se frunce, pero luego se le dibuja una sonrisa y asiente con
aprobación.
     —Sí, proteges a los que lo necesitan. Por eso serás una buena madre
para nuestros hijos. —Me quedo callada, porque discutir por ideas
delirantes no tiene sentido. No puedo creer que aún piense que me
rendiré ante él, teniendo en cuenta el infierno que he vivido en sus manos
y aun así nunca he dicho que sí—. ¿Te gusta mi regalo?
    —¿Regalo? —repito en voz baja, con el temor instalándose en mi
estómago, esperando que no diga las palabras que sospecho.
    Pero por supuesto que lo hace.
    —Sí, Amalia. ¿No es bonita? Puede ser tu amiga.
     —Mi amiga —repito una vez más, y es entonces cuando recuerdo
cómo llegó a la conclusión de que soy tan infeliz todo el tiempo porque
no tengo a nadie con quien hablar.
    ¿Ha traído a una chica inocente solo para que me entretenga?
    —Sí, es un poco salvaje, pero ocupaba la habitación del fondo.
    Llorando.
     Cada vez que pasábamos por esa habitación para las visitas al
médico o cuando me llevaban a ducharme, ya que Elijah no soportaba la
visión de mi sangre seca, siempre oía llantos en la habitación. Suaves
gemidos que traían dolor a mi corazón.
     —Tiene diecisiete años. Sus padres la dejaron aquí cuando tenía
catorce.
    —¿Por qué?
    Él agita su mano hacia ella.
     —Le dijo a su madre que su padrastro la violaba. Ella tenía miedo
por su hermano, ya ves. Por supuesto, nadie le creyó y la pusieron aquí,
bajo mi supervisión.
     Pobre, pobre alma. Su familia le dio tal golpe, pero ella sobrevivió,
sigue sobreviviendo.
    —Si quieres a alguien más…
     —¡No! —Me apresuro a decir. Esta chica no tiene a nadie en este
mundo, igual que yo. Nada puede calmar el dolor de mi corazón al saber
que todos los que amaba se han ido.
     Incluyendo a Nona, eso es lo que me dijo Elijah al menos. Pero esta
pequeña alma tiene una oportunidad de sobrevivir. Tal vez si algún día
alguien viene a rescatarnos de aquí, ella tendrá una oportunidad de tener
una buena vida.
    He intentado huir muchas veces, pero siempre me atrapan, así que
me rendí.
    No quiero que ella se rinda nunca.
     Elijah asiente con aprobación y está a punto de irse cuando mira
hacia la cama, y me congelo, porque el movimiento del colchón ha
empujado el bloc de notas hacia fuera y ahora el dibujo de Brochan es
fácil de ver para él.
     —¿Sigues pensando en él? —me pregunta, y luego me da una
bofetada tan fuerte en la mejilla que me caigo al suelo, y entonces toma
el bloc y lo lanza al otro lado de la habitación.
      La chica se despierta, gimiendo mientras se incorpora, pero sacudo
la cabeza. Tiene que quedarse quieta para que Elijah no arremeta contra
ella también.
    —Año tras año, lo dibujas como si fuera a volver y salvarte. Está
muerto. ¿Me oyes? ¡Muerto! —grita. Me cubro la cabeza con los brazos
cuando me da una patada, manteniendo la posición, porque es la más
segura para mí en esta situación.
    Luego se arrodilla a mi lado y me ordena:
     —Siéntate. —Niego con la cabeza, pero tira de mi cabello y no
tengo más remedio que hacerle caso. Me rodea los dedos con sus manos
y me pregunta—: ¿Es ésta la mano con la que lo dibujas? La mano que
me produce tanto dolor. ¡Intencionadamente! —Me grita a la cara, y ya
estoy harta.
    Puedo disculparme por todo, pero nunca por mi amor por Brochan.
Esto significaría que me arrepentí de él y lo traicioné.
     Así que, aunque no es prudente, levanto la barbilla y me enfrentonde
frente a la mirada de un loco.
     —Sí, amo a Brochan. Siempre amaré solo a Brochan —respondo.
Algo oscuro cruza su rostro, y en mi interior lloro sabiendo muy bien que
esto desatará a la bestia. Nunca antes le había gritado tales palabras.
     —Muy bien —dice, y entonces sus dos manos se cierran sobre las
mías. Rodea mis tres dedos del medio y, con un solo movimiento, los
rompe, el crujido resuena en la habitación junto con mi grito
aterrorizado. Me tapa la boca con la mano, mientras las lágrimas caen
por mi cara. Se queja—: ¿Cómo vas a dibujarlo ahora sin ellos? No habrá
médico. Dejaré que se infecten, y entonces los cortarán. Ahora Brochan
solo vivirá en tu imaginación. —Una fuerte alarma estalla en todo el
edificio, y Elijah murmura—: ¿Qué mierda? —Sale corriendo, dejando la
puerta abierta.
     A pesar del dolor punzante que me recorre todo el cuerpo, me
levanto y muevo a la chica en la cama. Vuelve a asomarse por la manta y
le digo con voz ronca:
     —Vamos. —Algo va mal, y es nuestra oportunidad, quizás la única
que tendremos de nuevo. Y puede que sea una estupidez, pero prefiero
recibir otro castigo que no aprovechar esta oportunidad.
     Sofocando un gemido de dolor, permito que se ponga rápidamente a
mi lado, y le digo:
     —Corramos hacia la izquierda. —Sé que hay una puerta que lleva a
las escaleras, y rara vez alguien va por allí, porque los guardias siempre
vienen por la derecha.
     Lo hacemos y corremos lo más rápido posible mientras la alarma
sigue sonando. Pero en realidad, apenas nos movemos, nuestros
músculos están tan acostumbrados a pasar el tiempo en los espacios
reducidos que apenas tenemos fuerza.
     —Vamos, chica —murmuro, tirando de ella de la mano mientras
ambas respiramos con dificultad—. Amalia. —La empujo hacia la
escalera y bajamos rápidamente, pero ella tropieza y rueda por ellas—.
¡No! —grito y me dejo caer junto a ella. Gime, tocándose la cabeza, pero
es entonces cuando la energía cambia a nuestro alrededor y sus ojos se
abren de par en par cuando mira detrás de mí.
     Contengo los sollozos que están a punto de estallar, porque hemos
perdido una vez más, aunque esto no tuviera remedio desde el principio.
No quiero girarme y enfrentarme a lo inevitable, pero los pesados pasos
indican que no es un hombre, sino tres. He aprendido a distinguir los
sonidos en mis años de cautiverio.
    Me levanto, con una mueca de dolor que viaja desde los dedos hasta
mi brazo y la cabeza, y me doy la vuelta para enfrentarme a la pesadilla.
     Solo que, en su lugar, hay un hombre que no reconozco. Lleva un
traje de tres piezas y sus ojos azules cristalinos son tan fríos pero me
recuerdan mucho a Brochan.
     Probablemente sea uno de sus clientes que ha venido a admitir a
alguien, o acaba de llegar al centro, a juzgar por el bastón metálico que
veo en su mano. Detrás de él, hay dos hombres de pie, uno moreno y otro
con el cabello azul. Intercambian miradas, pero mi atención se centra
únicamente en el hombre trajeado. Camino lentamente hacia él y le
susurro:
     —Por favor. —Y entonces el cansancio me abruma y me caigo, pero
sus brazos me atrapan rápidamente y entonces todo se queda en blanco.
     El pitido chirría y sacudo la cabeza para intentar evadirlo, pero
continúa. Finalmente, mis párpados se abren para encontrarme con la
brillante luz del sol que entra por la enorme ventana, y tardo un momento
en darme cuenta que estoy en el hospital.
     Tengo varios cables conectados y el pulsómetro late con bastante
violencia. Estoy sola en la habitación. Parece cara e incluso tiene un
televisor de pantalla plana frente a mí.
     La enfermera se apresura a entrar, empieza a comprobar
rápidamente mis estadísticas y pulsa el botón. Pasan solo unos segundos
antes que entre un médico y suspire aliviado.
     —Te has despertado. —Me sonríe, se inclina hacia mí y me toca
suavemente la frente—. Los hematomas se están curando bien —Levanto
la mano y veo que tiene un vendaje encima, levanto la cabeza hacia él,
haciendo una pregunta en silencio—. Tuviste un accidente
automovilístico.
     —No recuerdo nada. —Tal vez por eso me mantengo tan tranquila
con todo esto. Aunque entiendo todo lo que me rodea, como los nombres
y mi situación, cuando me atormenta la mente en busca de algunos
recuerdos, éstos no llegan—. ¿Me he golpeado la cabeza? —Me duele el
cuerpo. Dios, ¿cómo vive la gente con semejante malestar?
    La enfermera sacude la cabeza y abre la boca para decir algo, pero
una voz profunda y llena de autoridad habla.
    —Sí. Traumatismo craneal. —El hombre aparece a la vista, y
parpadeo al ver al tipo del traje, pero no lo reconozco.
    —¿Quién eres? —pregunto, odiando ser una idiota despistada aquí.
    El silencio transcurre y finalmente responde:
   —Me llamo Kaden Lachlan Scott. Soy tu hermano. —Y de alguna
manera extraña, esas palabras me traen paz.
    New York, New York
    Micaden, Veintiséis años
     De pie frente a la mesa de roble, deslizo los dedos sobre varios
cuchillos, pero ninguno me gusta. No están lo suficientemente afilados,
ni son lo suficientemente dolorosos, ni lo suficientemente feos.
    Llámenme malcriado, pero no quiero usar una hermosa hoja en el
pedazo de mierda que se agita en la mesa de operaciones detrás de mí.
     Entonces mis ojos se posan en las pinzas, e introduzco un dedo
entre ellas, apretando con cuidado lo suficiente como para pellizcar mi
piel y extraer inmediatamente la sangre. La comisura de mi boca se
levanta al imaginar lo que podría hacer con un uso adecuado.
     Lo coloco a la izquierda, con la gasolina, las piedras, los cuchillos
y la pistola. He elegido cuidadosamente las armas para esta tortura.
Retrocedo y me lavo rápidamente las manos antes de limpiarlas y
ponerme los guantes de látex.
    Miro al espejo de dos caras, sabiendo que Arson e Isabella me
observan, tomando notas para asegurarse que lo he hecho todo bien.
    Esta es mi última prueba antes de poder utilizar libremente todos
los conocimientos adquiridos sin acabar en la lista de mierda de
Lachlan. No tengo mucha información sobre la víctima; nunca me ha
importado, para ser sincero. En los últimos dos años, Arson me ha
enseñado todo lo que hay sobre el oficio, incluso llegó a arrojarme
toneladas de libros, porque en su mente, la teoría lo es todo.
    Pero también lo es la experiencia.
    Las víctimas de Arson permanecían vivas durante horas, luchando
contra el dolor mientras él las observaba cuidadosamente antes de
quemarlas al final. Siempre tenía esa expresión de calma que a menudo
me he preguntado si estaba presente durante sus torturas. Pero esto no
es algo que se le cuestione a un asesino en serie. Además, no se
emocionó cuando Lachlan me asignó a él para que me enseñara eso
todos los días, dándome un entrenamiento tan jodidamente duro.
Siempre le di gracias a Dios por Fox. Si no fuera por sus enseñanzas,
habría muerto por el régimen de Arson hace mucho tiempo.
     La víctima ha estado en esta posición, más o menos preparada para
mí, así que no tengo elección. Pero entonces alcanzo a ver un cuaderno
de notas y me congelo, leyendo el nombre.
    Ken.
     Por un momento, el zumbido en mi oído se intensifica, todo el dolor,
las voces y la respiración áspera mientras yacía indefenso en el suelo
vuelven, amenazando con destruir mi cordura, y me tapo los oídos,
deseando que vuelva todo mi autocontrol.
    Y lo hace en cierto modo, pero la furia profunda permanece.
    Afortunadamente, tengo una salida donde puedo usarla.
    De camino a la mesa, tomo varios cuchillos, porque mis planes han
cambiado. No impresionaré a nadie con mi tortura, pero satisfaré la
venganza que lleva años gestándose en mis venas.
     Las siguientes horas están llenas de sangre, gritos agónicos,
torturas, miembros rotos y cortados, todo ello mientras Ken está
despierto para la brutalidad. Le inflijo mucho dolor, pero no el
suficiente como para que muera, porque quiero que sufra durante la
misma cantidad de horas que yo.
     En algún momento, cuando grita, le corto la polla y se la meto por
la garganta, para que se calle y deje de molestar mi trabajo.
     Luego, cuando apenas puede respirar por las heridas, le doy el
último latigazo con un cuchillo justo en la arteria de la garganta,
dejando que la sangre gotee y gotee, hasta que no lo hace, porque está
muerto.
    Me dirijo al fregadero, me quito los guantes y me limpio las manos,
porque quiero eliminar todo rastro de ese jodido pedazo de mierda.
    Diecinueve. Tengo que castigar a diecinueve personas hasta que
Brochan encuentre la paz.
    Oigo la puerta abrirse y la voz rebota en las paredes.
     —Estás listo. —Uno podría pensar que podría seguir mi camino con
mis habilidades y todo el dinero que he ganado con inversiones
inteligentes y la caja de seguridad de Fox. No tenía que escuchar a unos
asesinos en serie de élite que llevaban las riendas.
    Puede que sea un hombre adulto con mucho dinero, pero nunca iré
contra ellos. Me han dado una nueva identidad, un nuevo todo. Aunque
nunca me han pedido nada, en el fondo sé que se lo debo. Este tipo de
deuda uno debe pagarla por el resto de su vida.
    —¿Para trabajar solo?
    Arson se ríe ante mi pregunta y enciende su encendedor,
arrojándolo sobre el cuerpo de Ken, para encenderlo al instante.
    —Para volver a tu ciudad natal.
    Pueblo natal.
    Qué concepto más curioso, teniendo en cuenta que toda esa gente
me dio la espalda. Pero tengo la intención de hacerles pagar también.
    Todos tienen que hacerlo.
    Cuando termine, no quedará nadie en pie.
    Pocas semanas después
    —¿Querías verme? —pregunto, entrando en el despacho de
Lachlan mientras él está de pie junto a la ventana, de espaldas a mí.
    Me hace un gesto con los dedos para que entre, lo hago y cierro la
puerta, sentándome en la silla.
    —¿Puedes ser rápido? Tengo que tomar un avión. —Por fin, esta
noche, estaré en la isla y podré pasar a la siguiente fase de mi plan.
    Matar tras matar tras matar. Casi puedo saborear la desesperación
que experimentarán mis víctimas por mis manos.
     —Levi me dijo que te vas hoy. —Levi es el mayordomo de Lachlan,
o al menos así lo llamamos. Gestiona esta extraña mansión que tiene el
hombre, y nunca nos saluda a ninguno de nosotros más que con una
expresión estoica. Pero entonces, vivir con Lachlan probablemente no
permite muchos arrebatos emocionales.
    —Eso es correcto.
     —¿Crees que estás preparado para enfrentarte a tu pasado? —Se
da la vuelta, y entonces noto la profunda arruga en su frente, mientras
me observa estoicamente, y frunzo el ceño.
    Nuestra relación solo puede calificarse de difícil en el mejor de los
casos.
    Al principio, me proporcionaba todo lo que necesitaba. Un lugar
donde quedarme, dinero, un nuevo pasaporte, e incluso me inscribió en
una universidad, alegando que un hombre tenía que saber ganar dinero.
Estuve de acuerdo con él, y por eso me ayudó mucho mi título de
empresario. En cuanto gané millones, le devolví todo lo que le debía.
    Lachlan rara vez aparecía en mis clases, y si lo hacía, ladraba y se
mostraba muy frío conmigo. Nunca lo entendí, pero me importaba una
mierda.
    Nada nos unía, después de todo.
    Así que su pregunta me confunde, pero antes que pueda comentarla,
sigue hablando mientras se sienta en la silla frente a mí.
    —¿Listo para castigar a todos los implicados en tu caso?
     Ni siquiera me molesto en preguntar cómo conoce todos los
detalles.
    Con un hombre como él, uno aprende a no sorprenderse de muchas
cosas.
    —Correcto en todos los puntos. —Sus ojos se entrecierran y
empieza a tamborilear los dedos sobre la mesa, y por un momento me
zumban los oídos, recordándome a Ken y su constante tamborileo.
     Aprieto los puños y es entonces cuando los dedos de Lachlan se
detienen y ladea la cabeza.
    —Veo que los viejos demonios aún te persiguen. —Se frota la
barbilla y exhala—. ¿Seguro que estás preparado para esto?
     —No te ofendas, Lachlan, pero no soy un niño. Tampoco soy uno de
tus súbditos. Así que no te debo una explicación. —Tengo respeto por el
hombre; sería tonto si no lo tuviera. Pero eso es todo.
     No puede ladrarme órdenes como lo hace con todos los demás. No
necesito que Lachlan satisfaga mis oscuros deseos como otros asesinos
en serie. Anhelo justicia por lo que me han hecho. No ansío cazar gente
para satisfacer mi deseo de sangre. No me proporciona un santuario.
    —Un hombre gobernado por sus emociones es débil —dice,
ignorando mi afirmación anterior—. Un hombre gobernado por su
pasado es débil.
    —Solo me gobierna mi profunda rabia, nada más.
    —Nunca has intentado encontrarla. ¿No tienes curiosidad? —
pregunta, y yo sigo, porque es la primera vez que menciona a Emerald.
    La escurridiza ella.
    —No serviría de nada. Ya sé lo que necesito saber.
     —¿Así que la condenaste a cadena perpetua sin posibilidad de
libertad condicional?
     A punto de terminar, me pongo de pie, asomándome por encima de
él mientras enfatizo cada palabra.
    —Ella. Me. Traicionó. —Me golpeo el pecho mientras él se limita a
levantar una ceja—. Veinte nombres. Todos ellos se merecen lo que van
a recibir. Ella será mi gran final. —Me inclino hacia atrás y me voy,
harto de esta conversación. No soy un chico que vaya a escuchar una
regañina, y eso es exactamente lo que está haciendo Lachlan.
    —¿Y si no puedes? —Su pregunta me detiene en seco y los
recuerdos de ella me inundan como una ola furiosa de la que quieres
escapar, pero no lo consigues.
    Su olor, su risa, sus sueños y su amor. Es tan irreal, todos ellos, que
a veces vuelvo a mirar las otras fotos solo para asegurarme que
realmente existió.
     —Uno de nosotros tiene que morir. El final de esta historia es
inevitable. —Y con estas palabras me alejo, sin prestar mucha atención
a Lachlan.
    Pero tal vez debería haberlo hecho.
    No, definitivamente debí haberlo hecho.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
     Los pájaros gorjean con fuerza mientras la puesta de sol brilla con
una luz anaranjada, besando el océano y aportando una hermosa
serenidad al momento.
     Me envuelvo en la manta con más fuerza, mientras apoyo la cabeza
en la barandilla del barco, aún sentada en la cubierta. Me duele tanto la
garganta que me cuesta respirar. He hablado sin parar durante las últimas
cinco horas, a veces llorando, a veces gritando, y a veces simplemente
escupiendo la verdad en la cara de un hombre que me ha traído tanto
dolor mientras yo nunca he hecho nada malo.
    Simplemente lo amaba demasiado. Lo perdí todo por culpa de ese
amor… incluso a mí misma.
      —Así que ahora lo sabes. —Finalmente termino esta historia
mientras el agotamiento me golpea. Me duele el cuerpo de… de todo en
realidad—. Mátame, no me mates. Ya no me importa. —Las voces del
pasado resuenan en mi mente, pero no les doy el poder de llevarme más
al terreno de la locura—. Mi único crimen ha sido amarte. Soy inocente.
    Mi mirada se desplaza hacia Micaden, que está sentado a unos
metros de mí, con los ojos cerrados mientras apoya también la cabeza en
la pared del barco, y con las piernas estiradas frente a él. Está
completamente quieto; ha permanecido en silencio durante todo el relato,
pero sé que ha escuchado cada palabra.
     —Sabes… nunca entendí a Romeo y Julieta. Su historia me parecía
tan… rara. Amar tanto a alguien que estás dispuesto a morir con él para
no tener que enfrentarte a la realidad. —Finalmente mueve la cabeza
hacia mí, y centra su mirada en mí—. Pero ahora sé cuál es la moraleja
de la historia. Algunas historias de amor simplemente no están
destinadas a ser o a tener un final feliz.
    —Como la nuestra.
    —Si no hubiéramos insistido en estar juntos… nada de esto habría
ocurrido. ¿Y quién sabe? Podríamos haber sido felices.
    —¿Con otras personas? —pregunta, y una vez más su voz es tan
calmada, cuidadosa, como si temiera que ciertas palabras pudieran
enviarme a una espiral de locura.
     —Sí. Arruinamos nuestras vidas por este amor pero, ¿qué era ese
amor realmente? solo dos jóvenes experimentando cosas emocionales
por primera vez. Tal vez por eso fue todo tan dramático.
    —Buena teoría, excepto que es una mentira.
    Micaden me dio muchas oportunidades para odiarlo, para despreciar
cada uno de sus alientos. Sin embargo, ninguna de las emociones
anteriores rivaliza con la que arde dentro de mí ahora, extendiendo el
fuego por mi piel y mis órganos internos mientras la furia me eriza cada
vello.
    Porque él tiene razón.
    Mi teoría es una mentira.
     Cuando las personas se enamoran, ninguna puede predecir cuánto
durará la relación. Lo que teníamos era amor en su forma más pura, pero
nos lo arrebataron, mientras todos los demás le echaban tierra encima.
     La flor naciente se secó y se convirtió en un simple recuerdo que
trajo dolor. Teníamos derecho a estar juntos, pero la vida nos lo negó.
    —Nada de esto importa ya. —Me levanto, sin sentir siquiera el frío
en mis ropas empapadas, y camino lentamente en dirección a la cabina,
dejando marcas húmedas a cada paso—. Estoy cansada y… Lo que
quieras hacer, por favor, espera hasta que descanse.
     Sin esperar su respuesta, me dirijo a la cabina y me quito la ropa.
Envolviendo la manta una vez más, me subo a la cama y me tumbo de
lado, suspirando fuertemente. Tengo los ojos cerrados y quiero
desaparecer de aquí y no sentir nada más que adormecimiento.
    De vuelta en el psiquiátrico, rezaba por sentir siempre, por tener
emociones, porque el entumecimiento significaba que Elijah me había
inyectado algo y que haría cosas viles que no recordaría. Pero ahora
mismo, no puedo soportar más el dolor.
    Por primera vez en mi vida, no deseo nada.
    Escucho pasos y luego la cama se hunde bajo el peso de Micaden.
Su cuerpo me aprieta desde atrás, envolviéndome en calor, pero no
impide que mi cuerpo tiemble. Apoya su frente en mi hombro y
murmura:
    —Por favor, déjame estar así un rato.
     Me quedo callada, pero mi silencio es suficiente para que él se
relaje, y nada más que los sonidos de nuestra respiración llenan el
espacio.
   En este momento, el odio no existe entre nosotros, y la única
emoción destacada es el arrepentimiento.
    Allí, en la cama solitaria, dos personas dejan que sus corazones
sangren por la injusticia que se les ha hecho y se permiten doler y
encontrar consuelo en la presencia del otro.
    Por un momento en el tiempo.
    Siempre pensé que la vida era injusta.
    Pero estaba equivocado.
    La vida no es injusta.
    La vida es cruel.
    Nueva York, Nueva York
    Micaden, 31 años
     —Por favor, no tuve otra opción —suplica el hombre, tosiendo
sangre mientras lucha por respirar más allá de la cuerda que le envuelve
el cuello con fuerza.
     Me río y tiro de él con más fuerza, lo que hace que sus ojos se
muevan y trata de gorgotear algo, pero los únicos sonidos que escapan
son gemidos bajos.
    —Siempre tenemos una opción, Dan —respondo, pateándolo en el
estómago y tengo que poner los ojos en blanco cuando se inclina hacia
adelante, sollozando.
    Si solo alguna vez uno de estos hijos de puta mostrara valentía,
podría haberlos matado rápido en lugar de torturarlos. No es que se
hubieran ganado mi respeto, maldición, no, pero al menos lo habría
terminado antes.
     Pero su debilidad alimenta al bastardo sádico dentro de mí, que se
excita con cada llanto y cada gota de sangre que brota de sus heridas.
     Resistir el subidón de adrenalina es imposible, así que ni siquiera lo
intento.
    Lo arrastro como un perro con correa, aunque compararlo con un
perro es un insulto al animal. Sujeto la cuerda al gancho clavado en la
pared. No tiene más remedio que ponerse de puntillas para respirar.
    Clava sus dedos en la cosa, moviéndola de lado a lado,
probablemente queriendo liberarse.
    Lentamente paso mis dedos por los dispositivos extendidos en mi
mesa y pienso en la mejor opción para la situación actual.
    Aunque soy experto en varios métodos de tortura, no tengo uno
favorito. Prefiero jugar con las emociones de la gente, alimentando sus
miedos, porque entonces el pánico hace la mitad del trabajo.
    La carne desgarrada trae dolor, pero el dolor siempre es
soportable. ¿Pero una mente rota? Trae locura que destruye todo a su
paso.
     Miro a Dan por encima del hombro. Su camiseta y sus pantalones
cortos están empapados de sudor y sus pies descalzos tienen varios
cortes. Lo hice pisar vidrios rotos antes, porque el dolor viaja
directamente a la cabeza por pequeños nervios molestos.
    La sangre se desliza de su frente donde se golpeó contra el suelo,
pero por lo demás, está bien.
    —Fue un error. No tuve elección.
    Su voz me trae recuerdos que viven conmigo todos los días y no me
escondo de ellos, oh no.
    Yo prospero en ellos.
     —Me dijo que necesitaba el barco para la cita. No tenía idea de lo él
que realmente planeaba hacer.
    —¿Qué viste?
     —Ellos estaban ahí. Y ella estaba gritando mientras él continuaba
lastimándola.
    El taladro y el sonido trrrr llena el espacio, mientras él grita:
    —No, por favor, no. ¡Lo siento! Lo siento mucho.
     Chasqueando mi lengua, camino de regreso a él e inmediatamente
comienzo con su brazo. Sus gritos de agonía resuenan por la habitación
y luego hago lo mismo con su pierna, todo mientras él no puede hacer
nada para detenerme.
     La sangre brota de él y cae al suelo, creando un charco a su
alrededor. Oigo que la cerradura suena y que entra un hombre. Esto le
da a Dan un segundo de respiro al parecer mientras enfoca su mirada
detrás de mí y ruega.
    —Ayúdame, te lo ruego. Ayúdame. Tengo una familia.
    Es un milagro que todos usen esta excusa mientras defienden su
caso. ¿Por qué diablos debería preocuparme por su familia?
    Seguro como la mierda, a nadie le importó una mierda la mía. La
vida no es tan generosa, pero lo más importante es que: yo no soy tan
generoso.
    —Claro. —Lo tranquiliza Arson y en el camino, agarra la botella de
la mesa mientras le sonríe ampliamente a Dan—. Pensé que nunca
preguntarías. —Me mira y pregunta—: ¿Puedo?
     Podría haber jugado más con él, pero la verdad sea dicha, no tengo
ese deseo. Odio al tipo como todos ellos, pero no puede darme nada de
valor.
    Encogiéndome de hombros, doy un paso atrás y Arson derrama
gasolina sobre Dan mientras él se retuerce.
    —No, no entiendo. Por favor, me va a matar.
    —No, no lo hará.
    Dan parpadea y luego se lame los labios agrietados.
    —¿No?
     Arson niega con la cabeza y saca un encendedor, girándolo entre
sus dedos antes de encenderlo y dejarlo caer sobre el hombre y
retroceder. Pero no sin antes decir:
     —La naturaleza te va a matar. —Y veo como lametones de fuego
azul y naranja se extienden lentamente por todo su cuerpo mientras grita
y grita, tratando de calmar las llamas.
    Arson corta la cuerda con el cuchillo y Dan se mueve,
balanceándose un poco sin dirección en su pánico, excepto yo. Doy un
paso atrás mientras él me sigue y finalmente giro rápidamente,
empujándolo hacia la piscina.
    Todas sus heridas combinadas lo matarán en breve; no tiene
ninguna posibilidad de salir con vida. Lentamente, el fuego se detiene y
su carne quemada flota en la piscina mientras la luz resalta cada
moretón.
    Qué hermoso.
   Arson lanza otro encendedor (tiene millones) entre sus dedos y
murmura:
     —Nos estamos volviendo aburridos. La próxima vez, vamos a
torturar a alguien durante al menos una hora. Esto es vergonzoso.
    Me río y él se une mientras tacho otro nombre de la lista.
     Construí una gran vida. Compré la mitad de la isla, construí una
casa especial para la tortura donde repartí mi venganza y creé
inversiones que me darán millones. Mis viejos amigos, Tom y Eve,
permanecieron a mi lado mientras que los enemigos ni siquiera conocían
mi verdadero yo. Después de todo, tenía que ocultar mi identidad, pero
me aseguré de respetar a mi viejo.
     Nunca le hice nada malo a todas las personas que me culparon,
porque la multitud se parece mucho a las ovejas. Miran y van a donde se
les dice y aunque siempre mantendré mi resentimiento hacia la gente del
pueblo… no los destruiré. La isla ha prosperado y nunca quiero
perturbarla, solo dar a más personas como yo, -el yo muerto- una
oportunidad sin que los forasteros vengan aquí y dominen el lugar.
     Y Duke, tomó el dinero para ayudar a su hija, así que también
obtuvo un pase libre. Después de todo, nunca lo hizo por sí mismo, sino
por amor.
    El amor lo respeto.
     ¿Pero los que me trataron mal? Oh, nunca tuvieron idea de lo que
les esperaba.
    Sin embargo, pronto, todo terminará y volveré a mi existencia,
aprendiendo a vivir en este mundo sin la venganza dirigiendo cada una
de mis acciones. A veces recuerdo las palabras de Fox sobre la
venganza y el perdón y cuánto mérito tienen. Se necesita mucha vida y
energía para impartir justicia, pero vale la pena, porque ¿todos esos
pendejos que maté? Ellos no detuvieron sus vidas después de mí. Tantas
almas perdidas debido a su codicia.
    Dicen que venganza se sirve mejor fría.
    Yo digo que la venganza se sirve mejor con agonía y dolor.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
    Escucho los pasos incluso antes de que él hable.
     —Estás despierta —dice lo obvio y asiento, sin mirarlo, sino que
mantengo la mirada pegada al cielo lleno de estrellas mientras la luna
brilla intensamente, envolviendo el océano y el barco en un resplandor
que me recuerda a esas historias de piratas que he oído tantas veces.
     Me envuelvo más en la manta, porque la temperatura ha bajado unos
grados desde la mañana. Tomo un sorbo de mi té mientras él camina
lentamente hacia mí, como un león que estudia a su presa antes de atacar.
    —¿Tienes hambre?
    Niego con la cabeza y tomo otro sorbo, el líquido extiende el calor
dentro de mí, pero sé que no durará mucho.
    La frialdad eventualmente regresará, como siempre lo hace.
    Se deja caer a mi lado, el cuero crujiendo debajo de él y apoya la
cabeza en el respaldo del sofá, con los ojos cerrados. La luz de la luna
siempre le hace justicia, porque no es más que el ejemplo perfecto de la
gloria masculina.
     —¿Alguna vez te preguntaste cómo habría sido nuestra vida si
nunca… bueno, nos hubiéramos separado? —cuestiono, porque prefiero
la charla trivial al silencio que casi nos asfixia. Porque está lleno de tanto
arrepentimiento y vergüenza que uno podría no sobrevivir a él—. Creo
que habría terminado mi carrera de psicología. —Lo reflexiono por un
minuto y luego agrego—: Probablemente habría regresado aquí
eventualmente, porque es el único lugar en el que alguna vez me sentí
como en casa. —No es que mi vida con mis padres hubiera sido mala.
Simplemente nunca tuvo calidez y el sentido de pertenencia. Mi Nona,
sin embargo, siempre me dio esas cosas, pero al mismo tiempo, me
permitió ser mi propia persona.
     Y al final del día, el hogar es donde podemos ser nosotros mismos,
un lugar donde todas nuestras malas o buenas cualidades están protegidas
del escrutinio y el juicio.
     —Pensé que habías preguntado qué habría pasado si nunca nos
hubiéramos separado. —Me congelo porque la verdad me golpea. Cierto,
hablo más como si nunca hubiera aparecido en mi vida, pero no puedo
corregirme, porque empieza a hablar.
     —Habría trabajado en la tienda de papá. ¿Quién sabe? Tal vez él
estaría vivo. Construiría una casa. Tendría una familia contigo. —
Enfatiza eso y gira rápidamente la cabeza para que no pueda escapar de
su mirada, que sostiene tanto, pero no quiero enfrentarlo.
     No tengo deseos de enfrentarlo, aunque todo mi ser lo anhele.
     En cambio, me concentro en el recuerdo.
    —¿Tienes un sueño? —pregunto, recostada en la cubierta cuando el
barco se balancea, justo en medio del océano, mientras Brochan arregla
algo en la red de pesca que está a punto de usar para hacer su trabajo.
    —Sí.
    Curiosa, me siento y levanto una ceja.
    —¿Cuál es?
    Suelta su red, se desliza más cerca de mí y me levanta para tocar
mis labios con los suyos con tanta ternura, como si una pluma los
acariciara.
    —Mi propio barco. Mi propia casa. Y tú en ella cocinando para mí.
Descalza y embarazada.
    Frunciendo el ceño en broma rodeo con mis brazos su cuello y nos
aprieto más cerca, poniéndome de puntillas para que nuestros ojos
puedan estar al mismo nivel.
    —¿Muy machista, bebé?
    Se encoge de hombros y luego guiña un ojo.
    —Uno puede tener esperanza, ¿verdad? —Con eso, me hace girar
mientras me río sin cuidado.
    —Sí —dice y sé que tiene el mismo recuerdo en su mente. Nuestro
amor duró solo un verano, entonces, ¿cómo podemos tener tantos
momentos tiernos?
     —Se siente como otra vida, ¿no? —Presiono la taza caliente contra
mi mejilla, disfrutando de las sensaciones que proporciona—. Jóvenes y
libres. Personas con diferentes esperanzas y deseos. Es como si hubiera
dos de mí. Emerald de antes y de después. Y no tienen mucho en común.
El accidente y el trauma me han puesto tantas limitaciones, me han
despojado de tantas oportunidades, sin mencionar el amor.
    Con razón nunca me gustó ninguna de mis citas.
Subconscientemente, el amor y las relaciones me aterrorizaban hasta la
muerte, porque fui castigada por ello durante años.
    Y tengo cicatrices por todo el cuerpo para probarlo.
     —Tuve que matar a Brochan para que naciera Micaden. —Se
encorva hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas mientras sus
manos se cierran detrás de su cuello—. La vida era un infierno. Brochan
era débil e indefenso. Sin embargo, Micaden es su opuesto. —Abre la
boca, pero lo detengo, porque sé lo que quiere decir a continuación.
     —No te disculpes. La culpa que te está comiendo… simplemente no
lo hagas. —Tal vez debería estar histérica y enojada y exigirle que me
acepte, pero no puedo hacerlo.
    He llorado tanto durante mi vida que en algún momento a una
persona no le quedan lágrimas para derramar por sus penas.
     —Ambos somos víctimas, Micaden. No hay perseguidor. —¿Y no
es eso irónico?— ¿Sin embargo, sabes lo que es realmente divertido? —
le pregunto, colocando la taza en el suelo y acercándome a él, mis dedos
de los pies tocando sus piernas—. Que me enamoré de ustedes dos. Dos
veces, tuve la oportunidad de enamorarme… y tanto la vieja yo como la
nueva yo te eligieron a ti —susurro y entierra la cabeza más
profundamente entre las rodillas, pero permanece en silencio.
    Aprieto los ojos para no dejar que las lágrimas se derramen, porque
ahora no tienen lugar aquí.
     —Así que no importa el momento, siempre habrías sido tú para mí.
—Una risa sin humor se derrama más allá de mis labios—. Pero solo
amabas a Emerald en el pasado. Y esto me rompió, solo me odias, ¿no?
—Presiono mi mano contra mi pecho, mientras un escozor entumecedor
se asienta allí. Trato de recomponerme para decir lo que siento, y al
mismo tiempo no sonar tan dramática. Pero nuestra historia de amor es
una tragedia dramática interminable—. Así que, en cierto modo, soy
responsable de arruinar tu vida. Porque si no me hubieras conocido, nada
de esto habría pasado.
    —No podría enamorarme de ti —finalmente habla con voz ronca,
rompiendo mi corazón de nuevo, a pesar de que fui yo quien puso fin a
nosotros—. Nunca podría volver a enamorarme de ti.
    —¿Porque me odias mucho?
    Sacude la cabeza mientras la levanta para encontrarse con mi mirada
preocupada.
    —No. Porque nunca dejé de amarte. No importa cuánto te odié,
nunca dejé de amarte. Y a su vez, te odiaba más por eso.
    ¿Es posible experimentar amor y odio al mismo tiempo por una
persona?
    Sí, sí lo es.
    Como las rosas hermosas. Son hermosas, rojas y florecientes, pero
sus afiladas espinas tienen el poder de causar mucho dolor. Algo tan
magnífico rodeado de ellas.
     Al leer todos los libros y ver todas las películas, uno podría pensar
que el amor es una emoción increíble que tiene el poder de curar todas
las heridas, de ayudar a superar todas las dificultades, siempre que haya
una luz al final del túnel. Y en la mayoría de los casos, es verdad, como
el amor de Eve y Tom.
     A lo largo de los años, solo creció y creció, es imposible mirarlos
sin estar celoso y asombrado de lo mucho que esos dos están enamorados
el uno del otro.
    Pero a veces el amor es una pesadilla.
    Como en nuestro caso.
     Ni siquiera tengo tiempo de parpadear cuando sus fuertes brazos me
agarran y me ponen a horcajadas sobre él, mis piernas aferrándose detrás
de su espalda. Tengo que poner mis manos en su pecho mientras sus
tormentosos ojos azules toman prisioneros a mis ojos verde esmeralda.
     Su mano se desliza hacia mi nuca y la mantiene allí, acercando mi
cara a la suya para que nuestras respiraciones se mezclen. Mis dedos
tocan su barbilla y finalmente descanso mi frente contra la suya, por un
momento, nada más existe.
    Ni nuestro pasado, presente o cualquier cosa que hayamos
experimentado. Solo estamos nosotros con una emoción que nos
alimenta. Amor… amor agonizante, doloroso que se ha asentado en los
corazones que han sangrado tanto que me sorprende que nuestras
camisas no estén cubiertas de sangre.
    —No tendremos un final feliz.
    Se sobresalta ante mi susurro, pero sé que está de acuerdo.
    —Lo sé.
     —Tenemos que acabar con esto de una vez por todas. —En todos
los años, nunca hemos tenido la oportunidad de enterrar todo para seguir
adelante. ¿Cómo podríamos con tantos secretos y heridas?
     —Lo sé —dice de nuevo, pero no pronuncia las palabras que
sellarán nuestro destino de una vez por todas.
    Pero yo lo hago.
    —Tenemos que darle un adiós apropiado. —El sexo nunca es una
solución, pero lo que estamos a punto de tener no es eso, no.
     Se trata de darles a Brochan y Emerald la oportunidad de darse un
adiós como es debido, donde no se separen brutalmente y la vida les
arroje todo tipo de penas.
    No, después de esto, cerrarán ese capítulo de una vez por todas.
     Me inclino hacia atrás, palmeo su rostro y con una bocanada de aire,
cubro su boca con la mía en un beso tan tierno que estoy a punto de
llorar.
    Un beso tan triste.
    Un beso tan roto.
    Y él responde, aceptándolo en silencio.
    Por un momento, me permito volver a ser Brochan, aunque eso mata
cada parte de mí. Porque Brochan sangra y grita de dolor.
    Tal vez necesitemos repetir nuestro acto sexual como nuestro
verdadero yo para poder curarnos para siempre. Pero incluso cuando
sucumbo a este deseo, sé que me estoy mintiendo a mí mismo, porque
nunca podré deshacerme de ella.
    De Brochan o de Micaden, ella siempre será mi locura.
    Ojalá yo no fuera su castigo.
    Isla, Estados Unidos
    Agosto 2019
     Continuamos besándonos todo el camino hasta la cabina, mis
piernas y brazos envueltos alrededor de él mientras me abraza con tanta
ternura que me olvido de nuestras circunstancias.
    En este momento, todo el dolor y todo el pasado ya no existen,
porque haremos el amor como se debe hacer. O eso espero. Es la única
razón por la que lo estoy haciendo.
    ¿Cómo hubiera sido… hacer el amor con toda la experiencia que
tenemos ahora?
     Se detiene, sus manos se aprietan sobre mí y mis párpados se abren
para vernos de pie en medio de la habitación. Lo suelto, deslizándome
lentamente por su cuerpo y mis pies descalzos tocan el suelo mientras
nos miramos fijamente.
    Mi respiración entrecortada llena el espacio y agarro su camisa, mis
dedos clavándose en él mientras toca mi rostro, limpiando las lágrimas,
ya que no tienen lugar entre nosotros ahora.
     Irónicamente, todo esto me recuerda a nuestra primera vez, cuando
estaba temblando como una hoja con miedo a lo desconocido, pero el
deseo de estar con él triunfó sobre todo.
    Confié mucho en él para que me cuidara. Ni siquiera lo pensé dos
veces antes de convertirme en suya.
     —No tenemos que hacer esto —susurra y una sonrisa triste curva
mis labios, porque por el momento, tengo a Brochan de vuelta.
    Y realmente lo extrañaba. Quiero darnos a ambos este indulto solo
una vez; de lo contrario, siempre estaremos plagados del qué pasaría si.
¿Qué sería la vida de todos modos?
     Lo acerco más a mí y me pongo de puntillas, por lo que nuestras
bocas se encuentran a mitad de camino, su gemido vibra a través de mí.
Sus manos se mueven hacia mi vestido, lo levanta, separándonos para
quitármelo y luego busca un beso de nuevo, pero lo detengo, tirando de
su camisa y levantándola. La camisa cae al suelo encima de mi vestido y
doy un paso atrás. Mientras me empuja hacia la cama, mis dedos se
entrelazan en sus jeans, tratando de desabrocharlos, pero él me ayuda a
sacarlos, fusionando nuestros labios nuevamente cuando se sumerge en
un beso caliente, eliminando todas las dudas de mi mente.
    La neblina de deseo y necesidad nos llena, le quito los jeans y
contengo un gemido al ver su polla liberarse.
     Quiero quitarme las bragas, porque la presión del encaje contra mi
coño húmedo es insoportable, pero él me levanta y nos acomoda en la
cama. Me siento a horcajadas sobre él de nuevo, con los pechos
apretados y las lenguas entrelazadas en un duelo mientras lo abrazo tan
cerca que tengo miedo de que desaparezca en cualquier momento.
     Enhebrando mis dedos en su cabello, muevo mis labios a su barbilla,
pellizcando la piel, viajando por su mejilla hasta donde le muerdo el
lóbulo de la oreja. Su respiración áspera llena mi oído mientras me
muevo lentamente hacia su cuello y hombro, donde horribles cicatrices
todavía cubren su piel.
     En el pasado, cada vez que quería colmarlas de atención o preguntar
por ellas, él cambiaba de tema o me distraía con sexo.
     Mis labios se ciernen sobre ellas y él se tensa en mis brazos,
apretando su agarre sobre mí, así que coloco mis labios sobre ellas,
dejando pequeños besos, mientras murmuro contra ellos:
    —¿Cómo las conseguiste? —Vuelve la tensión, así que sigo
besando su hombro, lo empujo un poco para que se suba a la cama y se
acueste boca arriba para tener toda la libertad del mundo para jugar.
    No espero una respuesta a mi pregunta, porque ha estado en prisión.
Puedo imaginar lo que le pasó… y mi corazón se rompe por él. Él
experimentó todo esto por mi culpa, pero…
     —No pienses en eso —ordena y mis ojos se elevan hacia los suyos,
la determinación los vela—. Esto no tiene lugar aquí.
     ¿No hay lugar aquí? Es exactamente por eso que tomó el camino de
la venganza y me arrastró aquí y… Niego con la cabeza, ignorando todo
el sentido común, que me dice que huya o aproveche esta oportunidad
para liberarme de él.
     No me rendiré ni aceptaré lo que sea que me inflija. Me estoy dando
este último momento en el tiempo con Brochan.
     Brochan siempre me amó; él nunca me odió. Y durante nuestra
primera noche juntos, me cuidó muy bien, haciendo que mi primera vez
fuera especial para siempre.
    ¿Y no merece la misma atención de mi parte?
    Solo una vez.
    Es tan jodidamente hermosa que es un milagro que no me corra solo
con verla.
     Su cabello rojo cae en cascada por su espalda mientras unos
mechones de fuego descansan sobre sus senos, como si lamieran su piel
pálida, que está cubierta de adorables pecas. Recuerdo que solía pasarles
la lengua por encima, con el pretexto de contarlas mientras Emerald
yacía bajo el sol.
     No les he prestado atención desde que ella volvió. Nunca quise
repetir nada que me recordara a Brochan o cuánto la amaba.
    Sus ojos esmeralda brillan con un deseo que promete tantas cosas,
pero en el fondo veo algo que trato de bloquear.
    Tristeza.
    Sin embargo, no me deja concentrarme en eso por mucho tiempo,
porque continúa dejando pequeños besos, apenas perceptibles, pero
envían placer a través de mí, despertando incluso los nervios más
pequeños de mi cuerpo.
   Por primera vez, le daré el control para que haga lo que quiera sin
monitorear sus acciones.
     Después de la violación, no podía soportar que alguien tomara el
control. La vulnerabilidad y los flashbacks me perseguirían durante días
si lo hiciera. Incluso durante el entrenamiento de pelea, nunca me
quedaba en el piso por mucho tiempo, prefiriendo dejarlo o ganar las
rondas. Solo la idea de ser aplastado debajo de alguien, especialmente un
hombre que respira con dificultad, me envía en una espiral de ira.
     Sus piernas presionan contra mis caderas mientras se desliza más
abajo, raspando sus dientes contra mi estómago, lamiendo alrededor de
cada músculo, mientras sus uñas se arrastran sobre mis costillas,
arrancándome un siseo. Automáticamente, mi mano se entrelaza en su
cabello, pero, aun así, recordando que ella tiene todo el control.
    —¿Sabes cuál fue el primer pensamiento que pasó por mi mente
cuando te vi en la playa?
     Su pregunta inesperada me transporta a ese momento en la playa,
cuando la vi por primera vez. Era pálida, flaca y vestía unos shorts rosas
de lo más ridículos que apenas le cubrían el culo. La distinguí tomando la
pelota y como mis ojos estaban pegados a la sirena en la playa, no me
había dado cuenta de que Tom lanzó el boomerang en su dirección.
    Nada podría haberme detenido entonces de correr hacia ella y ver
sus fascinantes ojos por primera vez justo antes de que perdiera el
conocimiento.
     —Vikingo. Con todo ese cabello y tu físico, simplemente no tenía
otra palabra en mente —dice, colocando su palma alrededor de la base de
mi polla que le ruega que le preste atención—. Eras tan guapo y te
mantuviste como un guerrero, ¿no es así… Brochan? —El aire me deja
cuando me llama así, un nombre que a veces trato de olvidar, porque no
tuvo más que una vida miserable donde tanta gente lo lastimó.
    Pero en sus labios, curiosamente, trae paz… y satisfacción que no
había sentido en diez años. Su mano se desliza hacia arriba y hacia abajo,
sacudiéndome un poco mientras el sonido de una bofetada resuena en las
paredes. Mis caderas se levantan, pero ella planta su otra mano en ellas,
manteniéndome en la misma posición.
     —Odiaba a todas las chicas que te miraban cada vez que te
escapabas con Tom. Gritarían y dirían cuánto te amaban. —Su voz baja
un poco y aprieto mi agarre en su cabello, haciendo que me mire a los
ojos, para que pueda escucharme correctamente.
     —Solo era tuyo. —Nadie más existió para mí después de que mis
ojos se posaron en ella. Ella sonríe, pero luego una expresión
irreconocible cruza su rostro. Exhala pesadamente y se inclina hacia
adelante, su aliento abanicando la cabeza de mi polla, pero arrastro su
mirada hacia mí—. Y me mantuve solo tuyo.
    Emerald parpadea, la incredulidad escrita en su rostro.
     —¿En serio? —En este momento, suena tan inocente; hay esperanza
y asombro en su voz y solo eso me permite saber cuánto la habría
lastimado la otra posibilidad.
    —Hice un voto. —Empuño su cabello más duro—. ¿Y cuando hago
un voto?
     —Lo mantienes. —Y ahí es cuando la punta de su lengua lame
alrededor de la cabeza de mi polla, limpiando el líquido preseminal que
se escapa de ella.
      El ligero toque instantáneamente dispara fuego desde mi polla a mi
cabeza, alertándome de mi entorno. El pulgar de Emerald roza la punta
mientras su lengua se desliza sobre mi polla, dejando llamas por todas
partes que toca. Cada deslizamiento de su lengua y raspado de sus uñas
arranca un siseo y un gemido de mí, haciéndome tirar de su cabeza
adelante, exigiendo más. Finalmente, me succiona en su boca al mismo
tiempo que su mano aprieta mi base, disparando deseo a través de mí.
Ella gime alrededor de mi longitud, el zumbido rompe el sudor en mi
piel.
     Se retira y vuelve a lamer, tomando todas las gotas y tarareando su
disfrute. Su cabello forma un velo a su alrededor, casi creando una visión
de la sirena que decidió conceder los deseos del pescador en lugar de
matarlo.
    Aunque podría morir por todas las acciones que ella me provoca.
     Presiono su barbilla, por lo que se abre más y luego la guío hacia mi
polla, ella envuelve su boca caliente alrededor otra vez. Empujo más
profundo y por un segundo, ella se congela, acostumbrándose, pero luego
reanuda su movimiento. Su mano libre se desliza debajo de mis bolas y
las aprieta en su palma.
     El pánico entra en mí y cierro los ojos, ordenando a la pesadilla que
se retire… aunque es tan jodidamente difícil.
    Muy difícil.
    Entonces su voz entra en mi mente, devolviéndome al presente,
cuando dice:
     —Concéntrate en mí, Brochan. —Vuelve a poner su mano en mi
cadera mientras vuelve a pasar su lengua por mi polla, con una succión
ocasional que me lleva más y más profundamente a la tierra sin retorno.
Mi piel está tan jodidamente caliente. Estoy ardiendo por ella y por la
presión que se acumula dentro de mí.
     Con cada lamida, me dice cuánto me ama, cuánto significa esto para
ella y cuán importante es darme esto. Nos encierra en un mundo donde
su placer tiene el poder de calmar todas mis cicatrices, todo el dolor que
he experimentado y crear algo hermoso a partir de ello.
     Ella está en todas partes. Después de unos cuantos tirones y
chupadas más, sé que este cielo tiene que terminar ahora. Un poco más
de su boca caliente en mi polla y me derramaré en su boca. Mierda, no.
    —Suficiente —digo, pero ella continúa lamiendo mi polla, jugando
con ella y raspando ligeramente sus dientes en la cabeza. Su mirada
obstinada atrapa la mía, luego la lame de nuevo y ahí es cuando
realmente he tenido suficiente.
    Mis brazos tiran de Emerald hacia arriba y ella chilla, pero luego
gime cuando cubro su cuerpo, presionándola mientras le separo los
muslos con las rodillas, haciendo un espacio para mí. Su olor llena mis
pulmones, alertándome de cuánto le excitó chuparme, necesito probarla o
me volveré loco. Me deslizo por su cuerpo, dejando un rastro húmedo
con mi boca sobre sus senos, estómago y ombligo y luego deslizo mi
lengua dentro de su coño.
    Su gemido llena el espacio.
     —No quiero. —Pero sus caderas deslizándose para encontrarse con
mi lengua contradicen sus palabras.
   Su olor, su sabor, la sensación de su piel contra mis mejillas y
manos lo es todo… como la suavidad del terciopelo y la seda
combinados, un hombre puede perderse en ella en un instante.
    No cualquier hombre. Solo yo, porque nadie la ha tenido excepto yo.
    La necesidad primitiva llena mis huesos mientras arrastro mi lengua
sobre sus pliegues, recogiendo su esencia y mordiendo su piel sensible,
volviendo a empujarla dentro y fuera de ella, dándole el preludio de lo
que está por venir.
    Siento su mano en la parte de atrás de mi nuca, pero la tomo y la
vuelvo a colocar sobre su estómago. Entrelaza sus dedos con los míos
mientras sigo lamiéndola, llevándola al borde del orgasmo con cada
lamedura, solo para retirarme cuando está demasiado cerca.
     La devoro en esta cama, mis manos se deslizan debajo de su culo y
la levantan para tener mejor acceso a su coño. Lo raspo con la barba, lo
que me hace ganar varios gemidos, lloriqueos y demandas.
    —Brochan, estoy tan cerca. Tan cerca, solo mantente… —sisea
cuando dejo caer su culo y luego paso mi boca desde su estómago hasta
la parte inferior de su pecho, cerrando mis labios sobre su pezón
endurecido mientras mi mano ahueca el otro, tocándola.
     —Hermosa, seductora, ansiosa. —Dios, no existe mujer en este
mundo que pueda rivalizar con Emerald—. Y mía. —Me muevo al otro
seno y ella envuelve su cuerpo a mi alrededor, sus uñas se clavan en mi
espalda—. Siempre, solo mía. —Finalmente llego a su boca, hacemos
una pausa, ambos respiramos superficialmente y luego tomo su boca en
un beso apasionado y derretido. El sabor de ella y yo juntos solo nos
excita más, convirtiéndonos en dos personas que necesitan
desesperadamente amarse.
     Mi polla se arrastra sobre su humedad. Cuando la presiono contra su
clítoris, me suelta, arquea la espalda y respira con dificultad mientras sus
piernas tratan de envolverme, pero no la dejo, sujetando sus muslos en la
cama.
    —¿Eres mía?
    Ella asiente, pero luego se lame los labios y sus pestañas se abren
mientras enfoca su mirada en la mía.
    —Sí. —Nos encontramos en un beso crudo mezclado con deseo y
desesperación, felicidad y tristeza, finalmente amor y odio, ahí es cuando
me deslizo dentro de ella, duro.
     Me trago su llanto, empujo hacia atrás y luego vuelvo a entrar en
ella con movimientos lentos y profundos, arrastrando mi polla entre las
paredes de su coño, estirándola al máximo mientras su increíble
estrechez me envuelve.
      Mis pulmones arden, pidiendo oxígeno, pero me importa un carajo.
En este momento, cada una de mis partes tiene que estar conectada con
ella, así seremos uno y nada podrá separarnos.
      Ella separa sus labios, respirando aire mientras sus caderas se
encuentran con cada uno de mis empujes, finalmente permito que sus
muslos presionen a mi alrededor, empujándome más profundo dentro de
ella, si es posible. Su respiración áspera, sus gemidos apenas audibles y
la felicidad total en su rostro solo me impulsan a continuar con esta
tortura mientras mi cuerpo me pide a gritos que nos dé lo que ambos
necesitamos.
     Pero en lugar de eso, sigo deslizándome dentro y fuera,
observándola sonrojarse por todas las emociones que está
experimentando y ahí es cuando la posesividad se precipita a través de
mí, casi dejándome inconsciente.
    Esta mujer es mía. Ella era mía hace diez años. Era mía cuando la
odiaba y cuando volvió a mí.
    Nada, nada en este mundo cambiará este hecho.
     Un hormigueo en mi columna me alerta de que no podré mantener
esto por mucho tiempo, así que acelero mis movimientos, empujándola
con fuerza, lo que hace que me arrastre hacia ella, besándome con todas
sus fuerzas como si nuestras vidas dependen de ello.
     Ahí es cuando su coño se aprieta a mi alrededor, tan jodidamente
fuerte que apenas puedo respirar mientras grita, aunque es apenas audible
con mis labios cubriendo los suyos.
     Mis manos se deslizan debajo de su culo y la penetro, una, dos, tres
duras embestidas antes de que mi orgasmo me golpee, corriendo desde
mis pantorrillas hasta mi jodido cabello y me derramo dentro de ella,
llenándola instantáneamente de mí mismo.
    El sudor cubre nuestra piel mientras me acuesto sobre ella,
probablemente aplastándola, pero no dice nada.
     No, en cambio, nos quedamos así un rato con mi frente pegada a la
de ella, porque en el momento en que nos detengamos… todo terminará.
    Porque esto pone fin a los desafortunados amantes.
     Mis ojos se abren de golpe y me tenso cuando siento un cuerpo
caliente presionado a mi lado, pero luego vuelven las imágenes de la
noche anterior y me relajo en el abrazo de Micaden, rodando hacia un
lado para encontrarlo dormido, frente a mí mientras la manta nos cubre a
ambos.
     Suavemente, toco su mejilla, siguiendo las cicatrices presentes allí y
por todo su cuello mientras una infinidad de emociones que no puedo
nombrar pasan a través de mí.
    Arrepentimiento, tristeza, depresión.
    Amor y odio.
     Durante los últimos diez años, mi vida no ha sido más que un
sufrimiento interminable, solo porque me atreví a amar a un chico que mi
familia no aprobaba. Y al chico se le arruinó la vida, porque quería estar
conmigo.
    Tanto dolor, tanta decepción. Y tantos años perdidos que nadie nos
devolverá jamás.
     Detesto todas las cosas que me ha infligido; lo hago. Nuestro amor
no nos trajo nada más que un desastre. Es tóxico y no podemos escapar
de él.
     Bueno, no pudimos, pero ahora con todas las verdades
descubiertas… tal vez finalmente tengamos la oportunidad de seguir
adelante y dejarlo atrás.
    Ponerlo detrás de nosotros.
     Cobro vida en sus brazos, mi alma busca la suya para encontrar la
paz, pero al mismo tiempo, arde en el infierno de la agonía de la que
ninguno de nosotros escapó. Nuestro amor no tiene futuro, como el de
Romeo y Julieta.
     Luchando por respirar, me levanto, me quito la manta y me pongo
de pie rápidamente, pero luego me estremezco. Probablemente lo
desperté. Lo último que quiero hacer ahora es explicarme o explicar mis
decisiones. Aunque no estoy segura de que Micaden discuta mucho con
ellas, ya que creo que él también quiere la paz. Y la paz solo es posible si
estamos separados, porque juntos somos caos.
     Miro por encima de mi hombro y exhalo silenciosamente aliviada
cuando noto que todavía está acostado de lado, frunciendo el ceño un
poco mientras duerme. Agarro mi vestido que está tirado cerca, lo tiro
sobre mí y me pongo las bragas. No estoy segura de querer enfrentarlo
sin mi ropa interior, incluso si el hombre conoce mi cuerpo mejor que yo.
     Subo las escaleras hasta la terraza e inhalo los ricos olores del aire
fresco de la mañana. Miro a mi alrededor y no veo nada más que agua
interminable, pero el clima debe haber cambiado un poco, porque hace
mucho frío.
     Veo una manta cerca del volante, la coloco sobre mis hombros y me
sirvo una taza de té caliente del termo.
    —Esto es hermoso —murmuro, yendo al borde de la terraza y
apoyando mi cintura en la barandilla mientras mis ojos se sumergen en la
magnífica vista de la naturaleza a mi alrededor y el agua que brilla al
amanecer. Uno podría pensar que este tipo de vista solo enfatiza mi
soledad, pero en verdad, solo muestra cómo tenemos infinitas
posibilidades y aunque el océano es aterrador e interminable… en algún
momento, nos llevará a la orilla.
    Cierro los ojos y levanto la cara para tomar el sol. Sin previo aviso,
un paño presiona mi boca y fuertes brazos me envuelven. Lucho, pero
dura poco, porque mis rodillas tiemblan y no puedo mantenerme erguida.
    Lo último que recuerdo antes que la oscuridad me reclame es el olor
que me volvió loca.
    Lo he olido antes, pero ¿dónde?
      —¿Emerald? —llamo, poniéndome la camisa y los jeans mientras
prácticamente corro escaleras arriba, temeroso de lo que pueda encontrar
allí. Parecía lo suficientemente estable anoche, pero después de su
arrebato emocional, no sé qué esperar.
     Ni siquiera sé qué esperar de mí mismo. Mi venganza de toda la
vida ya no tiene mérito, porque ella es tan víctima como yo.
     Sacudiendo la cabeza por la lucha interna que ya me volvió loco
anoche, miro a mi alrededor, pero no puedo encontrarla por ninguna
parte.
     —Emerald —llamo de nuevo, la alarma surgiendo a través de mí,
recordándome el tiempo en prisión cuando cualquier cosa podría
significar peligro—. ¡Emerald! —grito más fuerte esta vez, corriendo
hacia la cubierta. Pero ella no está allí—. No saltó al agua, ¿verdad? —
Me pregunto en voz alta, un miedo diferente a todo lo que sentí antes me
recorre, despertando cada instinto protector y posesivo dentro de mí.
    Pero luego siento una presión de metal frío contra la parte posterior
de mi cabeza, mientras una voz acerada me informa:
    —No lo hizo. —Y mis ojos se abren como platos, porque la
reconocería en cualquier lugar.
    Lentamente, me doy la vuelta para mirar al hombre que me dio todo,
pero al mismo tiempo pidió un alto precio a cambio.
    Sus fríos ojos azules me escanean de pies a cabeza antes de quitar el
seguro del arma y apuntarme a la frente.
   —Tienes exactamente cinco segundos para decirme dónde está
Emerald.
    ¡Mierda!
     —¿Ella no está contigo? —El alivio que sentí hace unos segundos
se reemplaza con pánico, porque si mi Emerald no está con ellos, ¿dónde
está ella?
    —Ya es suficiente, Micaden —dice Arson detrás de Lachlan, que
aparece con su propia arma—. No tienes control sobre tus emociones.
Nos la llevaremos.
     Envolviendo mis manos alrededor de la punta del arma, la empujo y
grito:
     —¿De verdad crees que habría mentido? ¡Ella no está aquí,
Lachlan! —Finalmente me dirijo a él mientras todos los comentarios de
ella durante nuestro mes y medio hacen clic en mi cabeza, cobrando
sentido para mí cuando antes solo creaban confusión o errores de
continuidad en su historia.
    Kaden, mi hermano.
    Kaden, él siempre está ahí para mí.
    Kaden siempre ha estado de mi lado.
    Kaden. Kaden. Kaden.
    De hecho, Kaden Lachlan Scott la encontró, pero si hubiera sabido
que era él, nunca habría dudado de sus palabras.
    Lachlan siempre protege a los suyos o a los que considera suyos.
    Agarro las solapas de su traje, sacudiéndolo, sin importarme lo más
mínimo si no sigo las reglas.
    —¿Dónde está? ¿Dónde está, Lachlan?
     Coloca sus manos sobre las mías y las arranca, dando un paso atrás
mientras Arson maldice y luego Jaxon salta al barco también,
sosteniendo dos armas en sus manos.
    —¿Quién la tiene, Lachlan? —pregunta también, mientras todos nos
congelamos, esperando su respuesta.
    Solo él puede tenerla, porque no sé quién más. Maté a cualquiera
que estuvo involucrado en nuestra caída hace diez años.
    No queda nadie.
    Pero luego Lachlan pronuncia un nombre que me llena de un miedo
abrumador y una ira que no tiene piedad. Un fuerte zumbido comienza
en mi oído y apenas puedo respirar a través de la furia que se acumula
dentro de mí.
    —Elijah.
     Un nombre que nunca llegó a mi lista, porque cuando comencé mi
cacería, él estaba muerto. Aunque no tenía idea de que lastimó a mi
mujer, él estuvo involucrado en el caso de todos modos, soltando
tonterías sobre mí a diestra y siniestra. Sabía que su centro psiquiátrico
había sido cerrado por Lachlan cuando lo emboscó hace varios años
porque necesitaban sacar a Amalia. No es que nadie me haya dado la
historia completa de eso, pero Arson quemó el lugar hasta los cimientos
una vez que la sacaron y asumí que Elijah murió con ellos.
    Pero parece estar muy vivo ahora.
    El hombre que destruyó nuestras vidas.
    Él tiene a mi Emerald ahora.
    Pero que me condenen si lo dejo tenerla.
    Gimiendo, me despierto, estremeciéndome un poco por la
incomodidad que me molesta en el costado y miro hacia abajo para ver
un moretón profundo en mi cadera, moretones morados como huellas de
manos como si alguien me hubiera agarrado demasiado fuerte.
     —Lo siento por eso, mi amor. Estaba demasiado emocionado por
verte.
     La siniestra voz de mis pesadillas me paraliza y el aire se me queda
en los pulmones, pero sigo el sonido, incapaz de apartar la mirada. Se
cierne sobre mí, descansando su mano en los barrotes de la jaula
mientras sus ojos marrones me estudian tentativamente y se frota la
barbilla con un arma que sostiene.
    —Aunque, tenía el deseo de hacerlo en todo tu cuerpo para quitarte
sus marcas.
    Oh, Dios mío.
     Ahora tiene barba, más músculos y varios tatuajes. Supongo que en
la vida diaria las mujeres estarían babeando por él, queriendo llamar su
atención. Pero solo unos pocos conocen su naturaleza oscura y sus
tendencias psicóticas que no tienen piedad para aquellos que quieren
escapar de él.
   El hombre vive de la angustia de los demás, necesitándola a diario
como el crack. Pero ¿qué es lo que realmente ama más?
     Desobediencia, porque entonces inflige agonía en nombre del bien
mayor. Y en el momento en que la persona se da por vencida… se
deshace de ellas. Una de las razones por las que sobreviví lo suficiente
para que Kaden apareciera y me salvara fue porque no podía aceptar el
destino que él quería para mí.
     Me tomo el tiempo para mirar a mi alrededor y mi estómago cae. No
hay nada más que metal sin fin en mi visión. Varias calderas zumban tan
fuerte a nuestro alrededor que me tapo los oídos. Noto olores raros que
no puedo nombrar; parece que estamos en las entrañas de un barco de
transporte. La jaula en la que estoy me recuerda a las que la gente usa en
el zoológico para albergar animales grandes. Veo una manta en el suelo y
algo de comida en un plato para perros.
     Lejos hay un fregadero y una mesa pequeña con algunos gráficos de
barcos, por lo que probablemente se hizo para alguien que tiene que
revisar las calderas y la presión.
    —Estamos en un barco.
     —Una conjetura bastante fácil. Transporta metales. Pero no te
preocupes, nos llevará a México y luego todo esto —hace girar el arma
que tiene en la mano—, no será más que un mal sueño. —Su tono es casi
tranquilizador, como si se supusiera que esta información me traería
felicidad o algo así.
    —Me tomó años ganar dinero y varias operaciones para arreglar esta
cara… sin mencionar que esperé pacientemente a que me recordaras.
¡Pero en cambio, viniste aquí, de vuelta con él! —grita y luego respira
hondo—. No podía esperar más. Mi paciencia puede durar solo un
tiempo.
     —Estás enfermo —murmuro y luego recuerdo cómo llamé a
Micaden así. Si bien ninguno de ellos está bien por lo que me están
haciendo, Elijah ciertamente es el psicópata en esta ecuación.
       Y él es el único responsable de mi caída hace diez años.
    —No, mi amor, soy persistente. Eres mía Pero no lo entendiste
entonces y lo olvidaste ahora, una vez más con él. Pero no más.
     —Él vendrá detrás de mí. —Aunque no sea por otra razón que para
matarlo. Esto que sé es una verdad grabada en piedra. O Micaden o
Kaden, mi hermano. No me importa que no estemos relacionados con la
sangre, él simplemente me tomó bajo su protección. Todos estos años, él
ha sido una familia para mí; él es mi persona. Y me ama lo suficiente
como para salvarme.
     Me río ante la idea de que los únicos salvadores que espero sean
asesinos en serie, un título que me habría provocado un ataque de pánico
hace solo unos días. Pero ahora son los únicos que pueden calmarme en
esta situación.
       —Por favor, para cuando descubran quién lo hizo, ya nos habremos
ido.
    —Morirás —le respondo, harta de esta mierda, pero él no se lo toma
con amabilidad.
     Se acerca y me patea en el estómago, haciéndome gritar, pero luego
se arrodilla a mi lado, aprieta mi palma con la suya y murmura:
       —Déjame recordarte algo, ¿de acuerdo?
     —¿Puede este maldito barco moverse más rápido? —exploto,
apretando mi agarre en la barandilla mientras Arson y Jaxon
intercambian miradas, pero se quedan callados.
    Sin embargo, Lachlan, tiene mucho que decir.
     —No, no puede. Y no habrías estado en esta situación si hubieras
seguido actualizando a Arson. Fuiste en contra de las reglas. —Me
golpea con su bastón, pero ni me muevo, porque a la mierda eso y todo
lo demás.
    —¡O podrías haberla salvado de mí! —le digo, sin entender cómo
permitió que ella viniera a mí, sabiendo mis intenciones.
     —Esta historia tenía que terminar en algún momento. Ambos
estaban listos para enfrentar su pasado —afirma y luego exhala con
fuerza—. Todos siempre controlaron su vida. Le di la oportunidad de
tomar una decisión y ella lo hizo —dice y lo entiendo. Si bien Lachlan es
cerrado y jodidamente letal, de hecho, tiene un lado tierno y fraternal
para Emerald.
     Porque él la protege y esa es su única señal de afecto. A menos que
seas su mujer, claro. Pero por ahora, no me importa nuestra discusión.
     Lo único que me importa es Emerald. Sin ayuda a la vista,
probablemente esté loca de miedo por un hombre que ya le ha causado
tanta destrucción.
     —Han pasado tres horas. ¿Sabes cuánto puede hacer en tres horas?
¿Qué estamos esperando de todos modos? ¡El barco está tan jodidamente
cerca, pero nos movemos a paso de tortuga! —le grito en la cara y Jaxon
se aclara la garganta.
    —Los estamos esperando.
     Miro hacia donde señala y noto un barco más pequeño, discreto, que
se dirige hacia nosotros con tres hombres vestidos con uniformes negros
y todos ellos con las armas listas.
    Todos las tenemos, para el caso.
    —Mis hermanos están aquí y Tony.
      Jaxon es el líder de la Hermandad de la Mafia de Brooklyn y opera
allí y dentro de la región. Nada sucede en la ciudad sin su aprobación, la
de Gael o la de Don. Tiene tres hermanos y una hermana, que no
participa en el negocio.
   Primero, salta Killian, que me saluda y luego dos de los trillizos,
Duncan y Douglas, me siguen, el último silbando.
     —Tantos ceños fruncidos. ¿De quién es la chica que estamos
salvando?
    —Mía —respondo y espero que Lachlan comente al respecto, pero
permanece en silencio. Más como peligrosamente inexpresivo.
    —Es bueno saberlo, porque tenemos que movernos ahora. Tony
nadó hasta allí y nos dio una señal. Están en el extremo superior del
barco, lo que significa que tienen un lado ciego a la izquierda. Si
nadamos por allí, no nos verán antes de que ataquemos.
    Luego Duncan interviene, su mirada calculadora como siempre.
     —Iremos en nuestro barco, pero como el motor en marcha llamará
la atención, usaremos los remos. —Él mira entre todos nosotros—.
¿Quién va primero? Una vez que eliminemos a los tipos de guardia,
podemos señalar y el resto puede venir.
    —¿Cuántos hombres hay según Tony? —pregunta Jaxon.
    Douglas responde:
    —Más o menos, ¿veinticinco? Todos tienen armas.
    Veinticinco contra nuestros ocho.
     —Podríamos usar a Sociopath y Shon ahora mismo —murmura
Arson, pero luego nos muestra una sonrisa—. Así como en los viejos
tiempos, ¿eh? Armen un lío y luego explotaré —hace un movimiento con
las manos—, y volaré esta jodida cosa.
    Espera, Emerald.
    Solo espera, mi sirena.
    Respirando con dificultad, me balanceo adelante y atrás mientras el
sonido del agua goteando a lo lejos resuena en el espacio.
    La sangre gotea de mi frente por el puente de mi nariz mientras el
sabor metálico llena mi boca, pero apenas lo registro. O el frío que
penetra cada hueso del piso oxidado.
     Los dedos de mi mano izquierda están rotos y azules, necesitan
atención médica, no es que vaya a conseguirla aquí.
    Ellos me salvarán. Solo tengo que creer en eso.
     —Me encontrarán. —Apenas puedo respirar con la humedad en este
lugar.
     Me congelo cuando patea la jaula y lo miro a través de las rejas de
hierro que me rodean por todos lados.
     —Cállate —ordena Elijah y abre la jaula, entrando. Escondo mi
cabeza entre mis rodillas, conteniendo la respiración, pero es inútil,
porque él se arrodilla frente a mí y toma mi barbilla, clavando sus dedos
con dureza en mi piel ya amoratada. Nuestras miradas chocan mientras
su otra mano se desliza sobre mi mejilla y trato de mover mi cabeza
hacia un lado, para evadir su toque, pero no me deja.
     En cambio, se inclina hacia adelante e inhala, mientras una pequeña
sonrisa adorna sus labios.
    —Siempre oliste a mar, Emerald.
     —¡Vete al infierno! —La bofetada llega tan rápido que no la veo
venir. Ahogo un gemido, mordiéndome el labio con tanta fuerza que
probablemente me salga sangre. Mi mejilla arde por la picadura.
     —Te dije que te callaras. —Su rostro se suaviza y me trae de vuelta
a él, sin importarle en lo más mínimo mi condición—. ¿Ves lo que
sucede cuando me desobedeces?
    —Vete al infierno.
    Rugiendo de rabia, saca su arma y la coloca en mi sien. Al mismo
tiempo, envuelve su mano alrededor de mi cuello con fuerza.
    —Una vez más, Emerald y esta bala te atravesará la cabeza. —La
locura brilla intensamente en sus ojos mientras enfoca su mirada en mí,
todo su ser desafiándome a ir en contra de sus órdenes.
    —Vete al infierno.
Un segundo.
Dos segundos.
Tres segundos.
Dispara el arma.
     Duncan y Douglas nos llevan lentamente al borde del barco,
moviendo los remos hacia un lado para permitirnos un mejor acceso a la
escalera colgante, que usaremos para subir.
    Jaxon presiona el botón de radio en su cuello y pregunta:
    —Tony, estamos aquí. ¿Es seguro subir?
     —Sí, tienen tres minutos. El guardia que vigilaba el perímetro fue a
orinar.
    —Pon el temporizador.
     —Seguro. —Se desconecta y me asiente con la cabeza, mientras
coloco las armas en la parte de atrás de mis pantalones y aprieto mis
manos enguantadas, justo antes de levantarme y agarrarme al borde de
las escaleras. Me levanto lo suficiente como para pararme en ellas y subir
mientras Jaxon me sigue y les silba en voz baja a los chicos—. Me
siguen en exactamente tres minutos. —En caso de que nos ataquen, es
tiempo suficiente para que se presenten a la pelea y no los atrapen.
    Finalmente llego al barco y me dejo caer sobre la cubierta, mis pies
descalzos apenas hacen ruido. Quito el seguro de mis dos armas mientras
Jaxon hace lo mismo.
     Compartimos una mirada cuando Tony habla en nuestros
auriculares.
    —Está de vuelta. Hay más de ellos de lo que esperaba.
    —¿Cuántos más?
    —Veintiocho. —Eso es lo último que puede decir antes que cinco
hombres se acerquen a nosotros y Jaxon murmura—: Y ni siquiera
obtendré nada de este trato.
    —Lo siento, tu precioso traje se ensuciará.
    —Te perdonaré. Vamos a untarlo con sangre.
     Niego con la cabeza hacia él, porque, aunque en su mayoría se
mantiene dócil, cuando no lo hace… para mí es el más peligroso y
psicótico de todos. Ni siquiera estoy seguro que alguien de su “vida
normal” sepa cuánto.
     Disparamos a voluntad, ya que le quitamos el seguro a cada arma.
Unos pocos hombres caen, disparando sus propias armas, pero nos
mantenemos en lados diferentes y volvemos a disparar y los hombres
restantes caen rápidamente.
    Duncan y Douglas suben a bordo del barco justo cuando llegan los
nuevos y estos no son tan tontos como los demás, muestran habilidad
para esquivar balas y esconderse detrás de los contenedores de envío
esparcidos por todo el barco.
    Presionamos nuestras espaldas contra uno de ellos, respirando
pesadamente.
    —Esto no es lo que tenía en mente cuando exigí unas vacaciones
familiares —murmura Duncan y el otro se ríe, pero no tengo tiempo para
detenerme en eso cuando estallan varios disparos y salto hacia atrás,
disparando mis armas y dejando a dos de ellos muertos.
     —Necesito encontrarla —digo, cambiando la recamara por una
completa—. Cúbreme mientras voy debajo de la cubierta. Él no la
mantendría aquí con todos. —Puede que Elijah siempre haya escapado
de mi atención, pero basado en el pasado, Emerald es su preciado juguete
y odia cualquier cosa y a cualquiera que le quite su atención.
     —¿Tienes un plan? —pregunta Jaxon, disparando de nuevo y niego
con la cabeza.
     —Lachlan lo tiene, como siempre. La necesito de vuelta. —Y con
eso, continuamos peleando mientras en algún lugar de este barco está mi
mujer aterrorizada y tengo la sensación de que el maldito bastardo está
con ella.
     —¡Maldita mujer terca! —Elijah grita—. Tienes tanto poder sobre
mí que no puedo matarte. —Agarra mi cabello de nuevo, arrastrándome
más cerca de él mientras hierve—. Te he esperado durante quince años.
Desde que tenías trece años y todas esas curvas salvajes, he querido
hundirme en ti y despojarte de esa inocencia. Esperé y esperé para que
vinieras de buena gana. Pero prefieres ser su puta que la mía. He
terminado. —Se desabrocha los pantalones y yo retrocedo, gimiendo,
temerosa de su próximo movimiento y tratando de levantarme. Pero
rápidamente me empuja sobre mi espalda, dejándose caer encima de mí y
grito cuando me abre las piernas con fuerza y luego me sube el vestido.
     —No, no, no —repito, golpeando a pesar de mis heridas en todas
partes y con la ayuda de mis piernas hago lo mejor que puedo para
deshacerme de él, pero es demasiado fuerte para que yo pueda pelear.
    Me escupe.
     —Fui gentil. Tú querías que yo fuera esto. —Me aprieta la cadera,
pero luego unos fuertes pasos resuenan por las escaleras y se detiene,
ladrando—: Te dije que no me interrumpieras aquí.
    —Estamos bajo ataque.
    Un alivio instantáneo me inunda, porque él me encontró.
    Él está aquí.
    Estoy tan feliz que estoy a punto de llorar, pero no dura mucho.
    Con una maldición, Elijah se levanta y rápidamente se recompone.
     —Así que el idiota fue lo suficientemente estúpido como para ir tras
de ti. Vamos entonces. —Me arrastra con él escaleras arriba, mientras
dice—: Él no vino solo. Diles a todos que maten a quien se cruce en su
camino.
     —Sí, señor —responde el hombre y yo niego con la cabeza. ¿Qué
clase de hombre apoyaría a alguien como Elijah? ¿Especialmente
después de verlo casi violarme?
    El infierno es el lugar adecuado para estas personas.
     Las balas nos disparan y él me presiona contra la pared mientras
continúan las fuertes voces y los gritos. Elijah me arrastra hasta el borde
de la embarcación, pero luego dispara al aire tres veces, gritando:
     —Ella está aquí, Brochan. ¿Dónde estás? —Entonces siento el
extremo del arma presionado contra mi sien—. Si no te muestras ahora
mismo, nuestra hermosa Emerald estará muerta.
    —Ella es solo mía —grita la voz detrás de nosotros y Elijah nos da
la vuelta para que terminemos justo en el medio de la cubierta con
hombres rodeándonos.
    Y ahí está Micaden, caminando hacia nosotros y golpeando a
algunos hombres en el camino, pero Elijah chasquea la lengua.
     —No, eh. Deja el arma y dile a todos tus hombres que se rindan.
William —llama a un chico cercano que rápidamente salta hacia
nosotros. Elijah señala una bolsa pesada y luego mi tobillo—. Envuélvela
con la cuerda. —El tipo obedece y cuando Micaden da un paso hacia
nosotros, aún sosteniendo su arma, Elijah simplemente empuja el arma
con más fuerza y grito, porque se clava justo en la herida reciente que
acaba de infligir—. No le traigas más dolor, Brochan. —El tipo que ata
la cuerda termina y luego Elijah sonríe—. Ahora, si tus hombres no se
rinden, simplemente la tiraré por la borda. —Nos empuja hacia atrás para
que estemos casi justo en el borde del barco—. Qué muerte tan dolorosa
será, ¿no crees? Nuestro pobre ángel luchando en el agua sin ayuda a la
vista —suspira dramáticamente—. Tan trágico.
     —Micaden, no lo hagas —le susurro, porque no vale la pena
arriesgar su vida y la de los demás. Elijah nunca se detendrá hasta que
me mate, pero mi vida no debería ser más importante que la de otra
persona.
     —Por supuesto que lo hará. Es Brochan después de todo. —Elijah
enfatiza su nombre, riendo—. Siempre bailaste al ritmo de mi música.
Siempre impotente ante las situaciones que creé. —Envuelve sus manos
alrededor de mi cintura, furioso—. ¿Ves? Ella siempre fue mía. Nunca
deberías haberla tocado. —Inhala mi olor y la repugnancia me recorre
mientras apenas me contengo de vomitar por todo el suelo.
    Micaden permanece en silencio. En cambio, deja caer sus armas y
luego silba.
    —Jaxon. —Solo toma un segundo antes de que un hombre de
cabello oscuro emerja de la parte de atrás, junto con tres hombres rubios
que se parecen mucho.
    ¿Son hermanos?
     Todos parecen un frente unido y se unen a Micaden, dejando caer
sus armas en la pila mientras los hombres de Elijah les apuntan con sus
armas, listos para disparar en cualquier momento.
     —¿Ves? Está listo para hacer todo por ti —murmura y está abriendo
la boca para decir algo cuando Micaden grita—: Abajo. —Obedezco
rápidamente la orden aunque no entiendo, pero ahí es cuando empujan a
Elijah hacia un lado y luego detrás de mí, dos hombres saltan a bordo del
barco con un tercero disparando desde la cabina del capitán arriba.
    Tengo un segundo para reconocer a Arson y… Kaden.
     —¡Kaden! —susurro y por un momento se arrodilla a mi lado para
acariciar mi mejilla, pero luego su mirada se vuelve acerada y ordena—:
Siéntate aquí y no te muevas. —Luego salta a la pelea que estalla; todos
se golpean o disparan, o incluso uno de los chicos rubios, Duncan a
juzgar por los gritos, corta una garganta con un cuchillo y la sangre se
derrama en diferentes direcciones.
     Sin embargo, Arson no participa en la pelea; en cambio, corre hacia
el otro extremo, matando solo a aquellos que se interponen en su camino
como si tuviera una misión específica.
     Me tapo los oídos lo más que puedo con la mano lastimada, pero la
pelea continúa y luego se me corta la respiración cuando veo a Micaden
y Elijah enfrascados en una pelea, cada uno entregando golpes y
remontadas. Tienen aproximadamente el mismo tamaño físico, por lo
que no es una pelea fácil para ninguno de los dos.
     Sin embargo, el caos a mi alrededor no se detendrá pronto, porque
casi nadie les está prestando atención. Con un rugido, Micaden lo empuja
por la espalda y comienza a dar golpe tras golpe, gritando:
    —Ella nunca fue tuya, maldito pedazo de mierda.
    A este ritmo, lo matará, pero no tengo el corazón para detenerlo.
     Entonces Arson regresa, rociando lo que reconozco como gasolina
por todo el barco, especialmente vertiéndola sobre los cadáveres y Kaden
dice mi nombre.
    —Emerald, ¡sigue a Arson, ahora!
    —Pero… —¿Están planeando un incendio? como van a escapar…
     —¡Dije ahora! —Veo a Arson corriendo hacia mí, claramente
queriendo ayudarme a llegar a donde se supone que debo ir y encuentro
la fuerza para levantarme. Sin embargo, la bolsa apenas me permite
mover los pies y, con un suspiro de frustración, la recojo y me aferro a
ella con fuerza, pero un dolor repentino en el brazo me obliga a
descansar sobre la barandilla. Medio me acuesto en él, respirando
pesadamente y esforzándome por seguir adelante.
    Solo un poco más y esto habrá terminado.
    Sin embargo, ahí es cuando me doy cuenta que Elijah desliza un
cuchillo de su costado y lo clava en Micaden.
     —¡No! —grito, queriendo llegar a él, pero alguien me empuja por
detrás y pierdo el equilibrio por mucho que lo intento, no puedo
agarrarme a nada.
    Me deslizo desde la barandilla directamente al océano.
      Con un fuerte chapoteo, me sumerjo en el agua e instantáneamente
el silencio me rodea, bloqueando el mundo exterior.
     Contengo la respiración, luchando y tratando de liberar mi tobillo de
la cuerda que lo envuelve. La bolsa de piedra unida a ella me lleva más y
más adentro del agujero azul del océano mientras contengo la respiración
todo el tiempo que puedo.
     Mis pulmones arden por la falta de oxígeno y no importa cuánto me
retuerza y trate de alcanzar el nudo, estoy indefensa ante el agua y su
poder.
     Mirando a mi alrededor, busco cualquier fuente de ayuda, aunque
sea inútil. Rezo por algún tipo de intervención divina para rescatarme de
esta pesadilla que se ha convertido en mi realidad, pero no hay nada a la
vista.
    En cambio, la bolsa tira de mi pie con más fuerza y me hundo más
profundo.
     Finalmente, el nudo en mi garganta se vuelve insoportable y cierro
los ojos, sucumbiendo a la oscuridad que acaba con todo.
    La guerra ha terminado.
    El vencedor fue elegido.
    Y nadie se quedó con el botín.
     —Emerald —Micaden susurra contra mi piel. Sus labios recorren
mi estómago mientras sus manos separan mis rodillas y se acomoda
entre mis piernas—. Despierta, bebé.
     Con los ojos cerrados, entrelazo mis dedos en su cabello, sin querer
enfrentar el mundo todavía.
     —Es temprano. —Los pájaros cantan fuerte en el fondo a través de
la ventana abierta que Micaden siempre mantiene abierta, por lo que el
aire fresco creará una adorable -como él lo llama- piel de gallina en mi
cuerpo, y luego puede pasar horas dedicando su tiempo a ellos.
    —Despierta, bebé.
     Un fuerte empujón viene de atrás y mis ojos se abren de golpe
cuando algo presiona contra mi boca, aunque no me doy cuenta de lo que
es. Pero una mano presiona y lo acepto, solo para inhalar profundamente
mientras el oxígeno viaja a través de mi sistema. Entonces entiendo que
tengo una máscara de oxígeno y puedo ver, aunque borrosamente.
     Kaden chasquea los dedos frente a mi cara mientras todavía me
sostiene y yo asiento, pero luego veo otra figura cortando la cuerda que
todavía está unida a mi pie con un cuchillo, aunque lleva mucho tiempo
hacerlo bajo el agua.
    Esto se siente tan surrealista que estoy segura de que estoy soñando.
¿O tal vez eso es lo que sucede en el más allá? Te muestran lo que pudo
haber pasado, ¿y luego ves la luz para ir al cielo?
    Ya he tenido suficiente del infierno.
    Por el cabello rubio, me doy cuenta que es Micaden y finalmente el
peso cae lejos de mi pie, cuando Kaden le da un pulgar hacia arriba, el
dedo de Micaden envuelve el mío, pero no veo que nos siga.
     De hecho, él mismo está luchando con el nudo. La cuerda es tan
larga que debe haberse enredado el pie en ella también.
     Micaden levanta la cabeza hacia nosotros y yo jadearía si no
estuviera en el agua, porque él no lleva máscara y Kaden tampoco.
Micaden señala hacia arriba, pero lucho, mis pies y manos vuelan en
diferentes direcciones mientras mantengo un fuerte agarre en su mano,
pero lentamente me suelta, sus dedos se deslizan entre los míos mientras
Kaden me toma arriba, arriba, arriba y todo lo que veo es a Micaden
cayendo cada vez más lejos de mí.
    En esta vida o en la próxima… algunas historias de amor
simplemente no están destinadas a ser.
    Hay muchas versiones del cuento de hadas de sirenas en todo el
mundo, pero la más destacada para mí siempre fue la escrita por Hans
Christian Andersen.
    En su versión, la sirena ama tanto al príncipe que le ruega a la bruja
que le dé la oportunidad de estar con él. Ella le da su lengua y su voz a
cambio, pero la bruja también le advierte que si el príncipe no se
enamora de ella y se casa con otra… morirá de un corazón roto.
    El príncipe se enamora de otra mujer y sus hermanas regalan su
cabello para obtener un cuchillo especial de la bruja para que ella pueda
matar al príncipe. Solo entonces puede sobrevivir, pero la muerte tiene
que venir de sus manos.
    La esperan mientras va allí y ella quiere hacerlo, pero no puede.
     En cambio, se suicida, porque prefiere que él sea feliz con quien
quiera, en lugar de vivir en este mundo sabiendo que ya no existe. La
sirena se sacrificó por el hombre que amaba, dándole amor
incondicional.
    Y hoy, los papeles han cambiado.
    Porque salvé a mi sirena y ella ya no tiene que vivir con sacrificios.
    Los hice todos esta noche.
    El agua finalmente se vuelve insoportable, cierro los ojos y abro la
boca, dando la bienvenida a la muerte que no puedo evitar.
    Estuve huyendo de los brazos de la muerte durante mucho tiempo,
pero finalmente me atrapó. Y es un final magnífico, para tal manera de
morir.
    Salvando a la mujer que amo mientras el océano me lleva cada vez
más profundo en sus brazos, el océano que siempre fue mi hogar.
    Ahora se ha convertido en mi cementerio.
   Y por extraño que parezca, todo lo que quiero hacer en este
momento es sonreír por última vez.
     Toso agua, mis pulmones arden por inhalar tanto aire fresco después
de haber sido privado de él y abro la boca para hablar, solo para volver a
toser.
     —Está bien, Emerald. Respiraciones profundas. —Alguien me
tranquiliza. Ni siquiera sé quién es, pero luego me tambaleo hacia el
borde del barco y grito:
    —Micaden.
     —Emerald, no. —Kaden envuelve sus manos alrededor de mí y
aunque siento que no puedo controlar mi cuerpo, trato de moverme de
nuevo, pero él me sostiene fuerte en sus brazos y entre sus piernas,
presionándome contra su pecho donde nos sentamos en el suelo y los
sollozos sacuden mi cuerpo.
      —Por favor, Kaden. Sálvalo.
     —No puedo —dice, presionando sus labios contra mi cabeza y las
lágrimas se deslizan por mis mejillas, porque él me salvó hoy y ahora
está muerto.
     —Es el mejor buceador. Sobrevivirá. Tienes que pedir ayuda —digo
con voz áspera, secándome las lágrimas y dándome la vuelta mientras
miro a los siete hombres que me rodean—. Necesitan hacer algo. Está
vivo. ¿Por qué están parados aquí? —Histéricamente, golpeo los brazos
de Kaden cuando trata de abrazarme de nuevo, pero no aceptaré nada de
eso, retrocediendo y exigiendo—. Haz algo, Kaden. Siempre tienes un
plan.
      —No tengo uno esta vez.
     —¡No! —grito y trepo hasta el borde del barco, con ganas de volver
a saltar sin importarme si muero con él.
    ¿Cómo pudo haberme hecho esto? ¿Por qué no me llevó con él?
¿Cómo pudo dejarme aquí sin él con esta agonía en mi pecho que nunca
desaparecerá?
     —Micaden —susurro, pero luego unos fuertes brazos me envuelven
de nuevo. Me consuelo en el abrazo de Kaden mientras el dolor que he
estado bloqueando durante tanto tiempo vuelve a golpearme y me
desmayo, encontrando consuelo en la angustia que arde en mi pecho.
      Pero entonces tendré que acostumbrarme, porque nunca me dejará
ir.
      Como los recuerdos.
    Mis párpados se abren e inmediatamente los cubro con el brazo,
bloqueando la brillante luz del sol que entra a la habitación del hospital.
     Ajustando mi visión, miro a mi alrededor y no veo nada más que
paredes blancas, un televisor en la pared y una silla. Una mesita de noche
está llena de jarrones de rosas y tulipanes.
     Estoy recostada en la cómoda cama del hospital y tengo un goteo
intravenoso conectado a mi pie. Frunzo el ceño mientras me levanto
lentamente para estudiarlo, pero luego me encojo de hombros. Tal vez no
pudieron encontrar una vena apropiada en mi brazo.
     De cualquier manera, no me importa. He pasado tanto tiempo en
hospitales durante mi vida que me he acostumbrado a todas las agujas y
los efectos después de ellas. Pero luego me doy cuenta de algo más.
    O más bien alguien más.
     Eve está medio acostada en la cama, roncando fuerte y me río antes
de sacudirla ligeramente. Se despierta rápidamente, se sienta derecha y
dice con voz áspera:
    —¡Estoy despierta, estoy despierta! —Pero luego sus ojos se abren
cuando le doy una sonrisa tentativa, aunque me siento muerta por dentro.
    Pero no puedo revelar la verdad delante de ella.
     Delante de cualquiera realmente, porque entonces me rodearán de
lástima. Los conozco bien pero pretendo romper el triángulo de Karpman
y no ser más una víctima, ni una salvadora, ni una perseguidora.
    Y para eso, necesito lidiar con mi dolor por mi cuenta.
    —Hola, dormilona —murmuro.
    Las lágrimas brotan de ella mientras envuelve sus manos alrededor
de mí, diciendo rápidamente:
     —¡Estoy tan contenta de que te hayas despertado! —Ella se inclina
hacia atrás y palmea mi cara—. ¿Cómo te sientes?
    —¿Como si hubiera pasado por el infierno?
    Ella se ríe a través de las lágrimas, limpiándolas rápidamente.
     —Suena bien. —Presiona el botón rojo sobre mi cabeza en la cama
y entra una enfermera con una libreta en la mano.
    —¿Qué sucede?
    —Está despierta. ¿Podría llamar al médico, por favor?
     —¡Por supuesto! —Sale corriendo y Eve toca mi mejilla con
tensión.
    —Emerald…
     —Está bien —respondo, deseando que todas mis fuerzas me ayuden
a vivir y respirar a través de esto—. No hay necesidad de… simplemente
no hay necesidad.
     —No creo que tú… —comienza, pero el médico entra,
interrumpiendo lo que sea que tenga que decir.
     —Feliz de verte despierta, Emerald. —Camina hacia mí y Eve se
aleja, dándole espacio para que se incline sobre mí. Enciende una luz en
mis ojos mientras los revisa y luego sus dedos sostienen el bolígrafo y lo
mueven de un lado a otro, mientras dice—: Todas las reacciones son
buenas, las estadísticas son buenas. —Se endereza y rápidamente escribe
algo en el iPad que tiene en sus manos y luego sonríe—. Parece que estás
lista para conquistar el mundo —bromea, pero todo lo que puedo hacer
es asentir—. Te parchamos el moretón en la cabeza y te vendamos la
mano. Tenías todos los dedos rotos, pero no creo que tengas problemas
con ellos en el futuro. En cualquier caso, tendrás que ver a nuestro
ortopedista antes de irte.
     —Claro —digo y levanto mi mano vendada, que parece enorme en
esta cosa, pero al menos no hay punzadas dolorosas o dolor presente en
mi cuerpo.
    Ninguno excepto el que tritura mi alma en pequeños pedazos.
     Grazno junto a mis labios secos y Eve rápidamente me da un trago y
yo sorbo a través de la pajita, dando la bienvenida a la frescura que me
brinda.
   —¿Está Micaden aquí? —pregunto y ambos se congelan,
compartiendo una mirada.
     Deben haber intentado encontrar su cuerpo, ¿verdad? Tal vez sea
una ilusión, pero ¿y si su cadáver está en la morgue y puedo verlo por
última vez para despedirme?
     De alguna manera, con él, nunca tenemos la oportunidad de decir
esas palabras y necesito desesperadamente hacerlo una vez, para terminar
bien nuestra historia.
    No brutalmente como siempre sucede.
    —Sí, pero no creo…
    —Por favor. —Él mismo dijo que no hay nada que me retenga en el
hospital, entonces, ¿por qué es un problema para mí ver su cuerpo?—.
Puedo manejarlo.
     Parece perdido por un momento, pero luego asiente de mala gana, se
pasa la mano por la cara y luego me da la mano. La enfermera quita la
vía intravenosa de mi pie y le doy una sonrisa forzada de agradecimiento.
Lentamente me pongo de pie, balanceándome hacia un lado, pero el
médico me alcanza a tiempo.
    —Tenemos que pedir una silla.
    —No —digo, agarrando su mano y negando con la cabeza—.
Necesito hacerlo así. —Finalmente, recupero mi estabilidad y Eve arroja
una bata a mi alrededor para que me la ponga. Poniéndome unas
pantuflas esponjosas, sigo al médico que ajusta su ritmo al mío.
    Los olores del hospital me saludan, pero no me importan, sino que
enfoco toda mi atención en los sonidos de nuestros zapatos rebotando en
las paredes a medida que avanzamos por el largo pasillo. Mientras
camino, todos los recuerdos de Micaden y míos pasan frente a mí.
    Nuestro verano juntos y todas las emociones que experimenté por
primera vez.
     Nuestro reencuentro cuando un extraño me confundió, pero no pude
evitar desearlo.
     Cuando me volví a enamorar de él y cuánto lo odié cuando me dijo
la verdad.
     Y la completa desesperanza que ambos experimentamos cuando
toda la verdad salió a la luz.
    Pero la más fuerte de todas es la última vez que nuestras miradas
chocaron cuando sus dedos se deslizaron de los míos y me soltó, para
que Kaden pudiera sacarme mientras él seguía cayendo.
     Al igual que cuando me dejó ir cuando los policías me llevaron a
casa.
     Las lágrimas que tanto odio se forman en mis ojos y una de ellas se
desliza hacia abajo mientras reprimo el sollozo que amenaza con escapar.
Tengo que ser fuerte para esto, porque finalmente podré darnos a los dos
el adiós que nos merecemos.
    Estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de adónde voy y
choco contra la espalda del médico.
    —¿Estás bien?
    —Sí.
     Sostiene la puerta abierta y me indica que entre. Confundida, mis
cejas se fruncen.
     ¿No es la morgue un lugar aterrador con zumbidos, ubicado en el
sótano, o como se llame la planta baja del hospital? ¿Por qué me lleva a
este cuarto brillante?
    —Quiero ver a Micaden —digo con firmeza. ¿Qué pasa si esta es
una habitación nueva para mí, o algo peor? ¿Me ha llevado a un
psiquiatra para asegurarse de que no estoy loca?
    Se aclara la garganta y se rasca la cabeza, tan confundido como
parece.
    —Y esta es su habitación.
    —¿Qué? —Me asomo y entro, jadeando mientras tapo mi boca con
mi mano, porque la vista frente a mí me sorprende y luego hace que mi
corazón se dispare de nuevo.
    Micaden está acostado en la cama con cables atados a él; las
máquinas emiten un pitido fuerte a su alrededor, lo que indica un pulso
constante, pero al mismo tiempo, usa una máscara de respiración.
     Me acerco, todavía sorprendida, pero luego veo que está
inconsciente. Observo el gráfico junto a él con su progreso, pero nada de
eso tiene sentido para mí debido a todos los términos médicos.
     —Está vivo. —Me doy la vuelta para mirar al doctor y a Eve, ambos
asienten, aunque el doctor es quien me explica lo que pasó.
     —Un hombre lo rescató. Al parecer, pidieron ayuda antes, porque la
ambulancia los estaba esperando. Sus signos vitales están bien, pero pasó
mucho tiempo bajo el agua sin aire y no estamos seguros de cómo podría
afectar su cerebro.
    —Lo siento, pero ¿qué?
     —Todo lo que podemos hacer es esperar a que se despierte. —Sus
labios se adelgazan y luego la realización me golpea como una tonelada
de ladrillos.
    Coma, está hablando de un coma.
    —No hay garantía, ¿verdad? —Mi pregunta sigue sin respuesta y
me siento en la silla junto a él, tocando ligeramente su frente,
susurrando—: Por favor, despierta, Micaden.
    Pero a pesar de todo esto, algo florece en mi pecho, algo que creía
muerto hace mucho tiempo.
    Esperanza.
     Mirando a la pareja a través de la ventana de la puerta, una pequeña
y rara sonrisa aparece en mi rostro, porque Micaden encontró su paz.
    Si vive, claro.
     Satisfecho, bajo en el ascensor, a través de pasillos interminables
hacia el exterior y finalmente respiro el olor fresco del aire del océano,
todavía presente incluso en el pueblo. Debería traer a mi mujer aquí
alguna vez; ella lo apreciaría.
    Siento una presencia detrás de mí incluso antes de que Lachlan
hable. Solo su tono exige respuestas, como si alguna vez siguiera sus
órdenes.
    —Viniste.
     —Parece que no puedes manejar las cosas sin mi presencia —digo y
miro a mi derecha donde él está parado, con el ceño fruncido en su
rostro, pero asiente, reconociendo mi presencia—. Ahora esperamos.
    —Esperar requiere paciencia.
    —Es una virtud —dice Shon, uniéndose a nosotros y yo me río,
porque a Lachlan no le parece divertido y le deja saber eso en la mirada
mortal que le envía a Shon.
    —Lárgate de aquí con esta charla.
    —Solo necesitamos a Jaxon y Arson para nuestra pequeña reunión.
—Apenas han salido las palabras de mi boca cuando los dos hombres en
cuestión se nos acercan; de todos modos, no podían haberse ido sin
comprobar el estado de Micaden—. Y aquí están ustedes.
     —Siempre tuviste el mejor momento entre todos nosotros —me
saluda Jaxon y yo asiento, porque es verdad. La gente tiene que aprender
a tomar el crédito cuando es debido.
     —Hemos terminado aquí entonces —dice Arson, encendiendo un
cigarrillo, mientras que Lachlan agrega—: Hasta la próxima.
    Con eso, cada uno de nosotros se va, porque todos tenemos nuestros
propios caminos, dolores, placeres y vida. No somos los mejores amigos
que se juntan, beben cerveza o tienen reuniones familiares. No hacemos
carnes asadas, nuestras mujeres no son amigas y tratamos de
mantenernos lo más separados posible de la vida personal de cada uno.
No nos llamamos para preguntar cómo está alguien o cualquier otra
mierda que hace la gente normal.
    Lo que tenemos no es amistad.
    Lo que tenemos es una profunda lealtad, porque si alguno de ellos
vuelve a necesitar mi ayuda… Vendré desde donde esté para ayudarlo.
    Y sin duda, sé que todos ellos harán lo mismo por mí.
    No somos amigos.
    Somos personas atadas por el dolor de nuestro pasado.
    Nueva York, Nueva York
     Camino por el pasillo pasando varias habitaciones, mientras
diferentes sonidos brotan de cada una de ellas.
    Ruegos en voz alta.
    Sollozos.
    Carcajadas.
     Y la música clásica, por supuesto, junto con el rock, lo que significa
que Isabella y Amalia están pasando el mejor momento de sus vidas en
este momento.
    Se abre la habitación seis y emerge una diminuta rubia, con los ojos
muy abiertos mientras su vestido blanco está manchado de sangre y…
¿son cenizas? Su labio está temblando y se abraza a sí misma,
murmurando algo inaudible.
     —¿Estás perdida? —pregunto, porque escaneando su apariencia,
ella no se parece exactamente a la víctima que buscan estos tipos.
    Nunca torturan a las mujeres.
    No puede ser una estudiante, porque esos saltan, emocionados,
mientras hacen cientos de preguntas.
    Ella corre hacia mí, agarrando mi mano y suplicando con su voz
melódica:
    —Por favor, ayúdame. Por favor. Él va a… —Dejo de lado sus
palabras, en lugar de enfocarme en sus rasgos, los cuales parecen
dolorosamente familiares, pero no puedo ubicarlos. No he visto a esta
mujer en mi vida, pero siento que debería conocerla.
    No tengo mucho tiempo para pensar en eso cuando la puerta se abre
una vez más y Arson sale, confiado como siempre con una bolsa de
cuero sobre su hombro.
     —Belosnejnaya moya2, ¿qué te dije sobre tocar extraños? —
Casualmente se acerca a nosotros, pone su mano alrededor de su hombro
y ella se estremece de repugnancia, supongo.
    ¿Qué. Mierda?
    —¿Qué estás haciendo, Arson?
     Se encoge de hombros, ajustando mejor su bolso, pero manteniendo
un fuerte agarre sobre la mujer.
    —Le estaba mostrando a Chloe mi espacio.
    —Odio este lugar. Eres un maníaco —le susurra, tratando de
golpearlo, pero él rápidamente atrapa su puño y lo envuelve con la mano.
     Él me da una sonrisa, aunque sus ojos permanecen completamente
muertos y la arrastra hacia afuera, diciendo “Habitación nueve” en el
camino cuando pasan a mi lado. Y con esa línea final, desaparece detrás
de la puerta que conduce al piso de arriba.
   2 Mi blanca como la nieve en Ruso.
     En todos los años que conozco al tipo, nunca ha estado con una
mujer y mucho menos con una a la que llamaba en su lengua materna,
ruso.
    Gimo por dentro, porque ella no quiere estar con él y hay un
desenfreno en ella que le traerá más problemas de los que puede esperar.
    Sin embargo, en el momento en que llego a la habitación nueve,
todos los pensamientos sobre otras personas se desvanecen y, en cambio,
el monstruo frío se asienta y una sonrisa siniestra aparece en mi rostro
mientras mi cuerpo vibra con la emoción de lo que vendrá después.
     Porque Elijah está clavado a la pared, gimiendo a través de la cinta
plateada, con varias armas sobre la mesa, rogando por ser usadas. Su
cuerpo tiene varios puntos, tiritas y vendajes que con mucho gusto le
arrancaré.
     Ha estado aquí durante meses y mi misión es infligirle dolor de vez
en cuando, o usarlo como un cuerpo para que mis alumnos practiquen.
Luego, una vez que termina la tortura, el médico lo repara y se sienta en
la jaula esperando la próxima vez.
    Cinco de sus dedos están cortados, porque nadie los trató cuando los
rompí, así que se infectaron.
     Su pesadilla durará mucho tiempo, porque lastimó a los que estaban
cerca de mí.
    Nadie daña la vida de los que están bajo mi protección.
    Una lección que aprenderá a través de los años.
    Tres años después
    Isla, Estados Unidos
     El colorido atrapasueños sobre mí se mueve ruidosamente, haciendo
sonar las conchas marinas que cuelgan de sus alas cuando la brisa del
mar barre el patio. Envuelvo la bufanda más apretada alrededor de mis
hombros, temblando un poco por el clima, pero aun agradeciendo la
frescura que trae.
    Mojo el pincel en el negro y sigo pintando las imágenes de mi vida
que ya no me asustan pero que tienden a volver cuando menos las espero.
     Sin embargo, cuando las pongo en el lienzo, ya no tienen el poder de
traer el caos; en cambio, me recuerdan lo que viví y sobreviví.
     Lentamente, el barco de metal donde Elijah me mantuvo aparece en
el lienzo blanco como la nieve y exhalo con alivio cuando el nudo
apretado en mi pecho se afloja. Dejo caer el pincel, limpiándome las
manos con el paño húmedo, aunque sé que todavía tengo algo de pintura
debajo de las uñas.
     Me levanto, me inclino hacia atrás y estiro la columna vertebral,
mientras mi teléfono suena, haciendo eco en toda la casa. Bax, mi spaniel
americano blanco, ladra con entusiasmo, lamiendo alrededor de mis pies
descalzos y le rasco la oreja distraídamente, pero mis ojos se abren como
platos ante el mensaje que parpadea en la pantalla.
     —Oh, Dios mío —murmuro y luego tiro el teléfono sobre la mesa,
corriendo rápidamente hacia afuera, apenas teniendo tiempo de ponerme
las zapatillas antes de continuar corriendo. Me cruzo con varias personas
en el camino que simplemente sacuden la cabeza hacia mí,
acostumbrados a mi locura.
    O eso dicen de todos modos.
     Llego a la playa y pongo mi mano en la frente, bloqueando el sol
para asegurarme que estoy viendo el barco correcto en el horizonte y se
me escapa una burbuja de risa cuando veo el barco azul marino. Estoy a
punto de acercarme, cuando una mano me tira hacia atrás.
   —Oye. —Frunzo el ceño a mi mejor amiga, pero ella se encoge de
hombros, apoyando a un bebé en su cadera.
     —No puedo dejarte hacerlo —dice aunque todavía la miro, me
inclino para darle un beso a Hugh en la cabeza.
    —Tu mami es una malvada.
    —No la escuches, bebé. Ella solo está gruñona y hambrienta. —
Solo entonces me doy cuenta de la bolsa en su hombro y mis ojos deben
iluminarse de emoción, porque ella arquea la ceja—. ¿Algo que quieras,
Emerald?
    —Vamos. Dame el pastel.
    —No es un pastel.
    Mis brazos se cruzan y doy golpecitos con el pie.
     —Me impediste ir allí. —Señalo detrás de mi espalda con el pulgar
y luego a la bolsa—. ¿Y todavía no tienes la decencia de comprar un
pastel? Mujer, estás muerta para mí.
     —Estos dramas no durarán mucho —murmura, pasándome a Hugh
y le dedico una sonrisa tonta, respirando su aroma de bebé, amando la
sensación de su pequeño cuerpo en mis brazos.
     Después de años de intentarlo, Dios bendijo a Tom y Eve con su
primer hijo hace ocho meses y todos no podrían estar más felices por
ellos. Todo el pueblo celebró con ellos en su cafetería y les regalaron
tantas cosas que Eve donó la mitad a hogares de acogida. Tom todavía
trabaja como sheriff mientras su negocio sigue creciendo desde que ella
abrió una pequeña tienda cerca de la orilla de los pescadores donde
pueden pasar el rato y comprar sus deliciosos pasteles.
     Kurt y Marcy se casaron, para sorpresa de todos y decidieron que
eran demasiado jóvenes para vivir aquí toda su vida, así que empacaron
sus cosas, tomaron todos los ahorros que tenían y cabalgaron hacia el
atardecer, queriendo viajar por todo el mundo.
    Ah, pero el amor joven es lindo.
     Nona todavía sigue recibiendo tratamiento en la casa local para
ancianos y la visitamos tres veces por semana, pero rara vez me reconoce
y suele pensar que soy la buena chica que la salvó de la playa.
Curiosamente, este detalle lo recuerda claramente.
    De vez en cuando, Kaden también me visita, por lo que siempre
tengo la sensación de que la familia me rodea, incluso si, de hecho, la
mayoría de mi familia murió.
    Con todo, la vida en la isla ha prosperado.
     La bolsa de papel que cuelga frente a mi cara devuelve mi atención
al presente y me lamo los labios cuando veo que estos son sus waffles.
     —¡Delicioso! —Extiendo mi mano, indicándole que me la dé, pero
en lugar de eso, ella saca un poco y le da un mordisco, ¡justo en frente de
mi cara!—. Eso es simplemente cruel.
     —Lo que fue cruel fue tu cara cuando supiste que no es un pastel.
—Sin embargo, no puede ser severa por mucho tiempo, porque me lanza
la bolsa y me dice—: Ponlo aquí. —Llevo a Hugh a la carriola y gruñe
un poco, pero luego mastica un anillo de plástico de colores, que
aparentemente lo ayuda con la dentición.
     Le arrebato el waffle y gimo cuando el sabor toca mi lengua, pero
no tengo tiempo para disfrutarlo por mucho tiempo, porque ella sonríe y
me da palmaditas en la espalda.
    —Ahora es seguro que te vayas. De lo contrario, las olas podrían
haberte aplastado.
    Lanzándole un beso, la saludo con mis dedos y corro por el muelle,
mis pies golpean la madera resonando a mí alrededor mientras me
concentro en el hombre más guapo que mis ojos han visto. Salta del
barco, envolviendo la cuerda alrededor de las anclajes, asegurando el
barco de manera segura al muelle.
    Se endereza cuando me escucha acercarme, sonríe y abre los brazos,
preparándose para mi ataque, para el cual no tiene que esperar mucho.
    Con un fuerte chillido, salto hacia sus brazos extendidos,
envolviendo mis brazos y piernas alrededor de él como un pulpo
mientras Tom pasa junto a nosotros, riéndose.
    —Ansiosos, ¿verdad? —me pregunta y me saluda, mientras que lo
más probable es que vaya hacia su familia.
    Me inclino hacia atrás y le sonrío a Micaden, que acaricia
suavemente mi mejilla y levanto mi rostro, buscando su caricia.
    —Has vuelto —susurro y él asiente, aunque la expresión seria no
abandona su rostro.
    —Así es.
     —¿Tom te recogió? —Miro el pequeño bote de madera con sus
remos y Micaden asiente de nuevo, así que pregunto—: Del lugar en el
que has estado. —Otro momento de silencio, así que finalmente me armo
de valor para derramar las palabras que juegan en mi mente, porque
parece que no confesará nada si no lo presiono—. Pero no me dirás
dónde estabas. —Su pulgar se detiene por un segundo, pero luego desliza
su mano a mi nuca y tira de mi cabello, arqueándome hacia él para poder
rozar sus labios sobre mi cuello. Un pequeño gemido se escapa de mis
labios y me presiono contra él, necesitando sentir su cuerpo rígido más
cerca—. Me estás distrayendo.
     —No, te estoy amando —responde y luego chupa la piel,
inmediatamente calmándola con su lengua, mientras el ligero
movimiento de sus caderas empuja su erección hacia mí y es
dolorosamente obvio que unas pocas semanas sin mi hombre me ha
hecho necesitada como el infierno. Pero luego levanta la cabeza y
nuestras miradas chocan y leo la verdad en sus ojos incluso antes que
abra la boca—. Pero si realmente quieres saber, te lo diré.
    Mientras lo miro, contemplando mi respuesta, los últimos tres años
pasan ante mis ojos.
     Micaden despertó del coma ocho meses después del accidente y fue
el día más feliz del mundo para mí. Le tomó aún más tiempo
rehabilitarse por completo. Tuvo que aprender a caminar de nuevo y
otras cosas básicas. A lo largo de todo, me quedé a su lado, pero nunca
hablamos sobre el futuro de nuestra relación.
    Luego, una vez que mejoró, apareció en mi casa, la compré una vez
que decidí vivir aquí y me trajo flores. Y luego me pidió una cita. A
partir de ese día, nos dio todas las experiencias que deberíamos haber
tenido si nos hubiéramos encontrado en el lugar correcto y en el
momento correcto.
     Nuestra boda tuvo lugar hace cinco meses y estamos felizmente
enamorados. Si bien las pesadillas tienen la tendencia de perseguirnos
por la noche o regresar y oscurecer nuestro día, la mayoría de las veces lo
dejamos estar.
     No podemos cambiar nuestro pasado, pero nuestro futuro nos
pertenece. Y no tiene lugar para el dolor y la oscuridad, solo para la
felicidad y el amor.
     Aunque se enfoca principalmente en su negocio, hay momentos en
los que viaja a algún lugar, muy probablemente a ver a Kaden y sus
hombres cuando tienen que lidiar con ciertas cosas. Y aunque no tiene
muchas ansias de matar o de cazar de noche, siempre me dice que su
lealtad hacia estos hombres siempre lo impulsará a ayudarlos.
    —No. ¿Pero estás a salvo?
    Él asiente y eso es todo lo que necesito saber. Esos hombres nunca
nos dieron la espalda. ¿Qué otra cosa podemos hacer sino ofrecerles la
misma cortesía?
    —Tengo noticias para ti —digo emocionada, decidiendo cambiar de
tema y volver a centrarnos en nosotros.
    Su mano se desliza hasta mi pequeño bulto y sonríe.
    —¿Ah, sí?
    —Adivina qué.
    —¿Qué?
    —Vamos a tener gemelos.
    Parpadea y luego vuelve a parpadear, antes de fruncir el ceño.
     —Esperemos que no sean chicas —se las arregla para decir, justo
antes de besarme con ternura mientras la puesta de sol brilla sobre
nosotros.
    Así es como se siente la felicidad.
    Y todo lo que vino antes valió la pena, porque terminamos aquí.
    Muchos años después
     Recorro tranquilamente la casa, comprobando las cerraduras del
sistema y cerrando todas las ventanas abiertas, porque sigo sin poder
dormir con ellas abiertas.
    Especialmente cuando todas mis chicas están adentro.
     Rasco la oreja de Bax y él gime, dándome un golpe en la rodilla.
Pero le doy una mirada severa, porque de ninguna manera va a subir las
escaleras. Amo a este maldito perro que Emerald acaba de adoptar, pero
él despierta a las niñas, les hace cosquillas en el cabello y luego todos
evitan que folle noche tras noche.
    —Lo siento, amigo, pero duermes aquí.
     Suspira y se arrastra hacia su cama en la cocina, justo debajo del
calentador, mientras ladra un poco antes de quedarse quieto, con los ojos
en la puerta.
     No tengo ni puta idea de lo que experimentó el perro en su vida,
pero tenemos un acuerdo. Ojos siempre en el peligro, porque tenemos
tres personas preciosas para proteger, sin importar el costo.
     Subo rápidamente las escaleras y entro en la habitación de las
gemelas. La lámpara de color rosa claro es la única luz que lo ilumina y
las estrellas en el techo crean una sensación mágica en el espacio.
    Una sonrisa tira de mis labios cuando recuerdo una conversación de
hace un mes.
     —Tenemos que comprar esto, mami. ¡Mira! —Brianna señala el
techo de la tienda, aplaudiendo con fuerza mientras Diamond solo
asiente, pero no paso por alto la emoción que brilla en sus ojos.
     —Oh, como el espacio exterior —murmura Emerald y luego se
vuelve hacia mí—. Vamos a comprarlo.
     Antes de que pueda responder, Brianna pisa fuerte y nos mira como
si hubiéramos perdido la cabeza.
    —El espacio no, mami. Océano.
     —¿Océano? —Frunzo el ceño y Emerald se encoge de hombros,
claramente tan despistada sobre esta afirmación como yo.
    —Sí, como cuando vamos de viaje en barco. Por favor, papá,
¿podemos? —Envuelve sus manos alrededor de mi pierna y me mira con
sus ojos verdes suplicantes como los de su madre, ¿y quién diablos
puede resistirse a eso? Ambas son la viva imagen de ella. Incluso
Diamond hace lo mismo, sonriéndome tentativamente.
    —Consigamos esas estrellas.
    Grandes chillidos llenan la tienda.
    Apagando las lámparas y acomodando mejor las mantas sobre ellas,
beso a cada una en la cabeza.
     Brianna está completamente dormida, lo cual es algo común. A
veces me pregunto cómo un cuerpo tan pequeño puede contener tanta
energía. De las dos, ella es la inquieta, siempre necesitando actividades y
atención, mientras que Diamond es la callada, pero obstinada. Si ella
pone su mente en algo, es imposible cambiarla.
    En resumen, mis princesas son las mejores.
    Brianna murmura algo en voz baja y se pone boca abajo, pero luego
miro a Diamond y ella sonríe tímidamente, completamente despierta.
    —Hola, papá. —Mi corazón se contrae con fuerza en mi pecho,
porque nunca me cansaré de escuchar esa palabra en sus labios.
    Aunque soy un asesino peligroso que sigue matando y tengo las
manos permanentemente manchadas de sangre, cuando estoy con mis
angelitos, entiendo que todo esto valió la pena.
    Porque mi pasado me dio mi presente.
    —Hola, pequeña. ¿Por qué no estás dormida?
    Mira a Brianna, susurrando.
     —Ella ronca. —Pero luego pregunta—: ¿Puedes acostarte conmigo
un rato?
    Me siento en su cama, apoyo la espalda en la cabecera y abro los
brazos para que pueda acercarse más.
     —¿Todo está bien? —Le quito el cabello de la cara, pero ella
acaricia más profundamente mi pecho y murmura algo—. No entendí
eso. ¿Otra vez?
    Ella exhala pesadamente y luego levanta la voz.
    —¿Puedes contarme la historia otra vez?
   Me congelo y luego suspiro, porque por un momento, me asustó
muchísimo.
     Conozco todas las formas de torturar el cuerpo y la mente, pero la
idea que alguna de mis chicas sufra me hace sudar frío.
    —Por supuesto. —Aclarándome la garganta, empiezo—. Había una
vez…
    —¡Un pescador! —agrega ella misma y asiento, tocando su nariz.
      —Cierto. Cada día, traía pescado fresco a la gente, completamente
feliz con su vida. Hasta que un día…
     —¡Conoció a una sirena! —Brianna salta sobre la cama,
presionándose hacia mi otro lado y me muevo un poco para que pueda
sentarse cómodamente. Debí haber sabido que se despertaría para eso.
Las chicas tienen un radar cuando se trata de esta historia.
    —No solo una sirena. Una…
     —Una hermosa sirena. —Ambas chillan y luego se callan,
esperando la siguiente parte y yo contengo la risa que amenaza con
escapar. Han escuchado la historia tantas veces que la han memorizado,
pero por alguna extraña razón me piden que se la cuente al menos una
vez al mes, si no es que más a menudo.
     Pero parece que esta noche están de diferente humor, porque
continúan hablando, cada una más rápida que la otra. La competencia
entre gemelos es algo real y no puedo contar los dolores de cabeza o los
llantos por estupideces como quién consiguió la muñeca primero.
    Sin embargo, la vida es felicidad.
    —También había un hombre malo. Quien se llevó a la sirena.
    —A las profundidades del océano, escondiéndola del pescador.
    —Durante años, el pescador se quedó amargado y enojado,
queriendo recuperar a la sirena.
     —Y luego, un día, ella regresó. —La voz suave desde la puerta
capta mi atención y mis ojos viajan a mi esposa, que se apoya en la
pared, nada más que amor en sus ojos mientras nos mira a los tres.
     Su cabello cae en cascada por su espalda en gruesos mechones y su
bata sedosa me oculta la mayoría de sus curvas, pero por Dios y todo lo
que es sagrado, es jodidamente impresionante.
    Y mía. Siempre jodidamente mía, pase lo que pase.
    Marcas por todo su cuerpo son prueba de ello.
    Apenas escucho la continuación de la historia, mientras ella me
susurra:
    —Te amo.
    Pero al mismo tiempo, Diamond dice:
    —Y se amaron profundamente y vivieron felices para siempre.
     No estoy seguro de que haya un felices para siempre para los
villanos, pero ¿En mi vida? El amor, las niñas, mi mujer.
    Ellos lo son todo.
    Y sí, para un monstruo como yo… la felicidad puede no durar
mucho, pero me aferraré a ella, nunca la dejaré ir, pase lo que pase.
Respondo:
   —Yo también te amo. —Y disfruto de esta hermosa vida que ambos
hemos creado.
                                                                  Fin.