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Contenido
Sinopsis ....................................................................................................................4
Playlist ......................................................................................................................6
Advertencia ..............................................................................................................7
Glosario ....................................................................................................................9
Capítulo 1 ...............................................................................................................10
Capítulo 2 ...............................................................................................................22
Capítulo 3 ...............................................................................................................35
Capítulo 4 ...............................................................................................................50
Capítulo 5 ...............................................................................................................69
Capítulo 6 ...............................................................................................................82
Capítulo 7 ...............................................................................................................94
Capítulo 8 .............................................................................................................105
Epílogo .................................................................................................................123
Sobre el autor........................................................................................................129
Sinopsis
Los gemelos Stefanov. Despiadados. Peligrosos. Hombres que toman lo que
quieren. ¿Y qué es lo que más quieren?
A mí.
Después que mi madre y mi padrastro fueran asesinados en un accidente de
coche, no tenía a quien más recurrir. Forzada a vivir con ellos o ser custodiada por
el Estado, elijo arriesgarme con los demonios que conozco.
¿Pero qué pasa cuando mi miedo a su oscuridad florece en algo
que ni siquiera las estrellas lo pueden negar?
Para mi amor,
gracias por ser mi lugar seguro para crear un mundo propio.
Playlist
“Bad Habits” - Ed Sheeran
“Twisted Games” - Night Panda & Krigarè
“Heart Upon My Sleeve” - Avicii & Imagine Dragons
“Shivers” - Ed Sheeran
“The Good, the Bad and the Dirty” - Panic! At the Disco
“Sail” - AWOLNATION
“Thunder / Young Dumb & Broke (Medley)” - Imagine Dragons & Khalid
“Rewrite the Stars” - Zac Efron & Zendaya”
Advertencia
Este libro es una obra de ficción oscura. Preste atención a las advertencias
antes de leerlo. Sólo para mayores de 18 años. En este libro encontrarás: Juego de
respiración/asfixia, consentimiento no consensuado, alabanza/degradación, DVP1,
mods corporales extremos, edge-play, juego de máscaras, escupir, adoración, y
menciones de abuso/trauma en el pasado.
1 Cuando una chica tiene dos objetos diferentes penetrando su vagina, ya sean dos penes o consoladores.
“Aquí todos estamos locos”.
Lewis Carroll
Glosario
Podonok - Bastardo
Babochka - Mariposa
Da - Sí
Niet - No
Podonok - Bastardo
Mertvets - Hombre muerto
Capítulo 1
Miro fijamente el grueso archivo sobre sobre mi escritorio como si fuera un
ente vivo. Con la mejilla apoyada en el dedo índice y el codo chocando contra el
imperdonable mármol negro, me quedo mirando. Sé lo que hay en ese maldito
archivo. Pero, ¿me atrevo a abrirlo? Es algo que mi maldito y frío corazón no puede
hacer.
Esperaré hasta que Tristan llegue a casa, pues no puedo tomar una decisión de
esta magnitud sin su aprobación.
Nuestro imperio está en una posición cuidadosamente equilibrada, pero aún
no ha caído. Tenemos primos en Nueva York que estarían dispuestos a ayudar desde
que nuestro padre se ha ido, aunque los intereses de los Volkov están empezando a
transformarse en algo nuevo, probablemente gracias a Maksim. Atrás quedaron las
costumbres de antaño. Las drogas, las armas... ya no pagan lo mismo.
Los secretos son los cuchillos que hay que retorcer ahora. Los secretos son la
forma de poner de rodillas a un imperio. Y con nuestro padre muerto y enterrado,
somos vulnerables a las familias que nos usarían como un peldaño en una escalera.
La familia es lo único en lo que se puede confiar, y nosotros estamos recién salidos
del círculo íntimo.
La puerta de mi despacho se abre de golpe, con un Tristan furioso en el umbral
como un ángel vengador. Lleva sus emociones en la manga y pinta las más bellas
escenas con sus cuchillos. Yo, en cambio, anhelo el control y la emoción del poder
por encima de todo.
A menudo me pregunto si cuando nuestra madre estaba embarazada de
nosotros sintió esa dualidad; el poder tranquilo y templado y la fuerza desenfrenada.
Miro fijamente los ojos de mi gemelo, su cara contorsionada en una mueca, el
pelo negro mojado por el aguacero. No se molesta en apartarlo de su línea de visión
mientras avanza a pasos agigantados, con las botas chirriando sobre el suelo de
mármol igualmente negro. Me enfadaría por el desorden que está provocando, pero
me doy cuenta de que no es más que un zarcillo de miedo sobrante de lo que nuestro
padre nos habría hecho si hubiera visto semejante falta de respeto.
Ambos llevamos las cicatrices de su forma de criar a los niños, pero la mayoría
ahora están cubiertas por tinta.
Los que no nos conocen no pueden distinguirnos, salvo por nuestro pelo y el
diferente collage de imágenes que se ha grabado para siempre en nuestra piel.
No recordamos tener algún parecido con nuestra madre. Somos los hijos de
nuestro padre, sus únicos hijos. Sus herederos.
Tristan salpica con sus dedos entintados mi escritorio: el mío, porque es
demasiado irracional y salvaje para sentarse en un escritorio y hacer números. Mío,
porque él impone y yo mando. Sus ojos cobalto se dirigen al sobre y vuelven a
encontrarse con los míos cuando un trueno retumba sobre la cordillera de las
Cascadas. El calor de la chimenea no disminuye el hielo de su mirada.
—¿Me llamaste? —gruñe con los dientes apretados. Debo de haber
interrumpido algo... divertido, para que se muestre tan arisco. A juzgar por la mancha
de sangre que tiene en la mejilla, sólo puedo adivinar quién ha sufrido la peor parte
de su ira hoy. Si el vodka en su aliento es un indicio, apostaría por un civil esta vez.
Señalo con la cabeza el grueso y burlón sobre.
—Tenemos un... problema.
Sus ojos se encienden, sus pupilas se abren de par en par en el lapso de tiempo
que me lleva decir esas condenadas palabras. Una sonrisa enfermiza se dibuja en sus
labios. La telepatía de los gemelos es real... ya lo sabe, y el cazador salvaje que lleva
dentro está salivando.
La línea de trabajo en la que nacimos no requiere ética ni moral. Por lo tanto,
ninguno de los dos parece tenerlo en su vida diaria. El mismo entusiasmo que veo
en sus ojos, en la forma en que su cuerpo zumba con corrientes cargadas, es el mismo
entusiasmo que siento en mi pecho al mismo tiempo.
Hemos jugado nuestras cartas lo mejor que hemos podido, pero el tiempo se
ha agotado.
—¿Debo hacerlo? —pregunto. Hace una ligera inclinación de la barbilla, que
sé que es la única indicación que recibiré como asentimiento. Bajo el escritorio, el
mango ancho y rugoso de mi cuchillo favorito se desliza y lo libero, cortando la parte
superior del sobre. Él lo vuelca, derramando el contenido sobre mi escritorio como
un ciervo destripado. Nuestros ojos buscan brevemente entre los documentos, pero
parece que ambos sabemos la respuesta antes de tener que pronunciarla.
Después de todo este tiempo, por fin es nuestra.
El sinuoso trayecto hasta el centro de Seattle es un puto engorro, sobre todo
con Tristan rebotando la rodilla y tamborileando con los dedos todo el tiempo.
Mientras que él siempre ha sido inquieto, siempre he estado quieto como una piedra,
paciente.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —sisea, el sonido de sus palabras se emite a
través de los dientes apretados. Ya está al límite, lo ha estado durante dos días. Dos
días para un hombre como mi hermano es una puta eternidad. Para mí, dos días son
la tortura perfecta y más dulce. No estoy seguro de si debo ser honesto; la verdad
puede hacer que se enfade. Sin embargo, se enterará de cualquier manera.
—Ha estado allí durante tres días. Nos enteramos hace dos días...
—Maldito Cristo —sisea en nuestra lengua materna. Hace mucho tiempo que
no volvemos a casa, a Moscú. Nuestro negocio está aquí, actualmente, y la tentadora
idea de volver a casa es algo que no podemos consentir. Su enfado hace que a menudo
su lengua se deslice en palabras más cómodas para nosotros.
Lo miro despreocupadamente.
—Mantén la calma —exijo en voz baja. Me lanza una sonrisa de soslayo.
—Sabes que no soy bueno haciéndolo. —Resoplo como respuesta mientras el
GPS me guía hasta la oficina de mierda. No debería haber esperado nada más ni nada
menos de un lugar como este, gestionado por el Estado. Mis manos se tensan sobre
el volante, la propia ira de Tristan se filtra en mí. Pobrecito, se burla una voz en mi
cabeza. Parqueo en un lugar y apago el motor, mi mano se extiende para agarrar el
escote del jersey gris de Tristan. Aunque estamos a principios de septiembre, aquí
ya hace frío.
—Estoy hablando en serio. Mantén la calma. Lo último que necesitamos es
que los servicios sociales nos respiren en la nuca...
Se arranca de mi agarre, su fuerza siempre iguala la mía. Me encuentro con
su mirada más oscura.
—¿Crees que no entiendo ya la situación? ¿Qué significa esto para nosotros?
—Creo que te estás guiando por la polla...
No espera a que lo regañe, abre la puerta de mi coche, sale y la cierra de golpe.
Me rechinan los dientes cuando se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros y
se dirige hacia las puertas dobles de cristal sin mí, mientras empieza a caer una ligera
llovizna. Frotándome las manos en la cara, saco las llaves del contacto y le sigo, la
desesperanza de este lugar se filtra y se apodera de mi alma.
La amable trabajadora social me da otro pañuelo de papel, pongo mi vaso de
espuma de sidra abandonado en el desordenado escritorio. Ya he convertido los
primeros en polvo. Las nubes, este lugar... todo lo que me rodea se siente aburrido y
gris ahora. Mi vida debería estar empezando. Debería estar esperando el regreso a
casa, los partidos de fútbol, el baile de graduación, el estrés por los exámenes de
selectividad y las solicitudes de ingreso a la universidad.
Nada de eso importa, no cuando las últimas personas que quería en este mundo
están muertas.
Comenzó con el naufragio del año pasado en el paso de Snoqualmie, el que
se cobró a mi madre y a mi padrastro cuando estaban en la flor de la vida. En su
testamento, mi tía se convertiría en mi tutora. Sólo que habían escrito su testamento
diez años antes, cuando la tía Mary no tenía cáncer de pulmón. Debería estar
agradecida de haber pasado un año entero con ella, aunque fuera horriblemente duro,
antes de...
—Oh, hola, señores... cómo puedo...
Ni siquiera necesito levantar la vista para saber que están aquí; su presencia
es asfixiante, cargada, una entidad propia. Siento que los ojos me lloran de nuevo
mientras me encojo más en el viejo banco, con la espuma cubierta de plástico
crujiendo al hacerlo. No me atrevo a mirarlos. Algo parecido a la vergüenza ardiente
y al miedo implacable me recorre y me deja húmeda y débil.
—¿Dónde está? —dice uno de ellos, con una voz tan profunda, tan áspera y
gutural y totalmente autoritaria. Echo un vistazo a mi trabajadora social; está
boquiabierta como un pez, con las mejillas sonrosadas, a juego con su flamante pelo
rojo botella.
—Disculpe. Es que es... sobreprotector. —La otra voz es más suave pero no
menos profunda, ni menos ronca. El matiz de sus acentos rusos me acelera el
corazón. Hace un año que no los veo. Mamá siempre les enviaba tarjetas de Navidad,
y a Vasily se le oía gritarles en ruso por teléfono las más de las veces. Mi relación
con mis hermanastros es casi inexistente.
Pero son mis últimos parientes.
Y me aterrorizan.
Con cautela, alzo la vista y me estremezco al ver sus rostros furiosos. A
muchos les cuesta distinguirlos, pero para mí siempre ha sido fácil. Quizá sea el
miedo absoluto que les tengo lo que hace que sus rostros sean únicos en mi cerebro.
Tristan es salvaje, sin reservas, siempre pasándose la mano por el pelo entintado para
que no le moleste en los ojos. Lleva un nuevo piercing: un aro de plata en la nariz.
Jameson siempre está callado, un tipo de silencio inquietante, con el pelo más corto
y los ojos viendo todo.
Sólo hemos pasado un puñado de días juntos desde que nuestros padres se
casaron hace diez años. La mayoría de las veces me han ignorado, pero cuando sus
ojos se posaban en mi piel, siempre podía ver algo en sus miradas: un tipo de rabia
que nunca pude comprender. Me odian. Les robé el tiempo de su padre, su amor, su
afecto. Sé en mis huesos que me odian por ello. Vasily siempre quiso tener una hija,
me dijo unos meses antes del accidente. Su esposa de entonces había muerto por
complicaciones de una rara enfermedad antes de poder darle más hijos. Fue amable
conmigo, el padre que necesitaba cuando el mío había golpeado a mi madre hasta
casi matarla y nos había abandonado.
Nunca entenderé su odio hacia mí. No es que haya elegido esta vida, ni la haya
querido. Pero puedo ser lo suficientemente amable como para aceptarlo, para pasar
desapercibida y mantenerme fuera de su camino hasta que me gradúe. Me aseguraré
de que ni siquiera sepan que existo, aunque la perspectiva de vivir con ellos me
provoque cosas incontrolables en el bajo vientre, cosas que hacen que me ardan las
mejillas y me lloren los ojos.
Mi asistente social se aclara la garganta.
—Tomen asiento, señores, y podemos repasar el papeleo y lo que se puede
esperar en los próximos meses.
Jameson es el primero en moverse, sentándose a mi lado en el viejo banco sin
reconocerme de ninguna manera. Lleva unos vaqueros y una sudadera negra con
capucha, sencilla. El calor que desprende me hace temblar en la sucia oficina. Siento
sus ojos en mí por un momento antes de que se vuelva hacia Tristan.
—Ya sabemos cómo mantener a una persona con vida —suelta Tristan. La
mujer vuelve a quedarse boquiabierta y mira a Jameson en busca de ayuda. Se vuelve
hacia su gemelo, con una mano en la rodilla y el codo levantado, como si estuviera
a punto de saltar de la silla y estrangularlo. Escupe palabras en ruso que hacen que
Tristan gruña algo en la misma lengua y se hunda en el lugar que está al otro lado de
mí. Estar entre los dos hombres que persiguen mis pesadillas y fantasías oscuras y
horribles me produce un escalofrío y me abrazo en mí misma. Mal, mal, mal.
—¿Cuánto tiempo hace que no se ven? —pregunta ella. Siento que Tristan se
encoge de hombros, con su rodilla rebotando. Él también lleva vaqueros, sólo que
suele vestir un poco mejor. El aroma de sus colonias es aspirado a través de mi
respiración entrecortada, sus olores son únicos y similares al mismo tiempo. Antes
de que llegaran, ya tenía frío —siempre tengo frío—, pero ahora estoy sofocada.
—Un año. Desde el funeral —responde Jameson con suavidad. Ella asiente,
enderezando sus papeles.
—Serás responsable de Alice hasta que se gradúe, independientemente de
cuándo cumpla los dieciocho años. Esas son las leyes del estado, y espero que la
mantengas en la misma escuela durante su último año —dice. Tristan se desplaza,
pero Jameson responde, siempre el portavoz tranquilo y autoritario de su hermano.
Se me revuelve el estómago. Cumplo dieciocho años el mes que viene, pero sabiendo
que no tengo dinero ni ningún sitio al que ir, y con la imperiosa necesidad de obtener
mi diploma para poder escaparme a la universidad, estoy bien atascada. El dinero
del testamento es intocable hasta que cumpla veinticinco años, o a menos que los
albaceas de la herencia y los poderes, sorprendentemente Tristan y Jameson, decidan
repartirlo antes.
Sé que no tendrán la amabilidad de hacerlo por mí.
—Pensamos hacerlo, sí.
Miro a Jameson, sorprendida por esto; Seattle Prep es una escuela cara, que
Vasily pagó porque quería que yo entrara en una buena universidad. Es sorprendente
que me hagan ese pequeño favor.
La mandíbula cuadrada de Jameson se mueve. El lado del cuello que puedo
ver está cubierto por un intrincado tatuaje geométrico. El trabajo de líneas es
hermoso, los puntos de sombreado. Me pregunto cuánto le habrá dolido hacérselo.
—Y el alojamiento. Sé que siendo joven...
—Somos dueños de una casa en común. Cinco dormitorios, tres baños. Ella
tendrá todo el alojamiento y la comida que necesita.
—Oh... encantador —dice, empezando a parecer enamorada. Supongo que es
fácil caer en la tentación de su aspecto devastador. Mis amigos del colegio pasaron
una vez la única foto de nuestra familia en una fiesta de pijamas y se deshicieron en
halagos sobre lo sexy que son.
Sin embargo, yo también me alegro de esto. Nunca he visto su casa, nunca
supe que vivían cerca de Seattle. Supongo que les gusta ser reservados. No le presto
atención mientras repasa las tediosas cosas de las que ya ha hablado conmigo: las
visitas a domicilio, las revisiones rutinarias, su responsabilidad por todas las facturas
médicas. Tristan se levanta en cuanto firma el papeleo y sale sin decir nada más. Su
insensibilidad me hace sentir aún más débil.
Jameson suspira, aunque desde donde estoy sentada oigo los zarcillos de un
gruñido. Firma su ración y estrecha la mano de la mujer.
—Me disculpo. Es menos culto que yo en las costumbres americanas.
—Oh, en absoluto, querido.
Quiero resoplar, pero me doy cuenta de que mi humor ha desaparecido, desde
que murieron mi madre y mi padrastro. A pesar de lo aterrador que es Tristan,
Jameson lo supera ligeramente con su melancolía. Siento su mirada, y me levanto
de un salto de mi asiento, apretando más mi enorme chaqueta de punto alrededor de
mi cuerpo. Me agacho para coger mi bolsa de ropa y cosas de la casa de la tía Mary,
y me retiro cuando sus largos dedos tatuados la alcanzan y la levantan. Cuando nos
ponemos de pie, me mira a los ojos, sin ningún rastro de calidez o incluso de
compasión en esos iris recubiertos de acero. No es que vaya a aceptar su compasión,
aunque me la ofrezca en bandeja de plata.
—¿Esto es todo lo que tienes? —dice. Me doy cuenta de que ha aligerado su
tono en mi beneficio, pero eso no quita la frialdad, sobre todo porque sus ojos se
entrecierran y sus cejas se inclinan con desagrado. Los ojos se vuelven a humedecer,
me tiro del labio entre los dientes y logro asentir.
—El resto de sus cosas pueden recogerse en el almacén de la quinta. Abren el
lunes a las nueve —dice alegremente, probablemente más animada ahora que me
voy. Jameson asiente. Le dirijo una última mirada a mi asistente social y le dedico
la mejor sonrisa que puedo antes de seguir a mi hermanastro, cuyo destino casi me
mata en ese momento.
El viaje en coche a casa se vuelve insoportablemente silencioso. Aprieto los
puños con tanta fuerza que mis nudillos estallan y crujen, rivalizando con la lluvia
que golpea el parabrisas. Cada respiración es una lucha para no girarme y volver a
verla.
Me odio a mí mismo, por muy poca moral que tenga. En nuestra cultura, en
nuestra línea de trabajo, la familia lo es todo. Entonces, ¿qué pasa cuando la última
vez que viste a tu hermanastra se te puso dura al ver lo guapa que había quedado?
¿Qué pasa cuando —no importa lo que sea— no puedes sacarla de tu jodida mente,
a pesar de lo mal que está? Lo único peor es Jameson.
¿Por qué?
Porque él siente exactamente lo mismo. No debería haberme sorprendido,
cuando me vio mirándola, que simplemente me pusiera la mano en el hombro, me
apretara y dijera:
—Yo también.
Verla estremecerse de dolor aquel día, saber que había perdido a su madre y
a alguien a quien consideraba su padre, fue suficiente para marcarse en mi cerebro.
Algo difícil de hacer pero no imposible. Jameson, en cambio, es frío como el puto
hielo. No creo que sienta ni un ápice de piedad por ella, por la situación en la que se
encuentra ahora. Es tan egoísta como yo.
Lo bueno es que nos gusta compartir, pero sólo entre nosotros.
Estoy a punto de darme la vuelta, para decir algo inteligente y ver cómo
reacciona, cuando Jameson habla. Maldito. Me conoce demasiado bien.
—Habrá algunas reglas, Alice —dice, con voz ronca e impregnada de su
característica autoridad. Pongo los ojos en blanco hacia las ominosas nubes.
Ella resopla desde el asiento trasero. Rechinando los dientes, lucho contra la
necesidad inmediata de darme la vuelta, de tocarla, de mostrarle algún tipo de
consuelo. Algo que a Jameson se le da fatal, a no ser que se haya follado a una chica
sin sentido antes. El deseo se agrava cuando su voz angelical habla.
—O… okay...
Vuelvo la mirada hacia mi gemelo y entrecierro los ojos.
—Tal vez deberías iluminarme a mí también, podonok.
Sus ojos se dirigen a los míos y luego al espejo retrovisor. No lo sé, pero estoy
casi seguro de que su mirada se suaviza. Joder, qué mal lo tiene. Solo ha mirado así
a una mujer en su vida.
Hago todo lo posible por imaginar su rostro, por pintarlo en mi mente para
poder abstenerme de mirar realmente. Pelo largo, espeso y rubio dorado. La boca
más pequeña con los labios rosados más carnosos que he visto nunca. Una nariz
inclinada y diminuta, y esos ojos de muñeca con tonos añiles y azules. Con las pecas
y las mejillas redondeadas y rosadas, cometería todos los pecados del mundo para
poseerla. ¿Y su cuerpo? Pequeña pero fuerte, una jugadora de voleibol. Tiene una
vena feroz. Mi polla se endurece al pensar en empujarla para conseguir una reacción
que demuestre lo luchadora que puede ser.
—Escuela todos los días, buenas notas, nada de fiestas, nada de mentiras, nada
de fisgoneo —dice. Qué manera de ser obvio, imbécil, pienso. Por supuesto que
ahora tendrá la curiosidad de fisgonear.
—No chicos —digo con fuerza. La mirada de Jameson es como fuego en mi
cara, pero lo ignoro.
—Yo... sólo quiero terminar la escuela e ir a la universidad —dice
mansamente desde el fondo, con una voz tan pequeña, tan llena de pena que no puede
ocultar. No puedo evitarlo; me vuelvo y la miro, con los ojos clavados en su rostro
de porcelana, con los ojos muy abiertos y brillantes por las lágrimas no derramadas.
Sé que nos tiene miedo; papá nos dijo que nos alejáramos porque ella había
llorado a su madre por ello cuando era pequeña. Nos enfureció a los dos durante
mucho tiempo, que renunciara tan fácilmente a sus hijos por otro niño. La
considerábamos una maldita mocosa malcriada, una manipuladora. Pero cuando la
habíamos visto en el funeral, todo había cambiado. ¿Y cómo la miro ahora? Mientras
ella me devuelve la mirada y su labio inferior se tambalea...
La veo como lo que es: una joven perdida en un vasto mar, asustada, sola,
aferrándose a duras penas a sus últimos vestigios de esperanza como un salvavidas
en una tormenta. Estoy a punto de hablar cuando Jameson se me adelanta.
—Bien. Entonces no deberíamos tener ningún problema.
Le ofrezco una pequeña sonrisa, apenas un leve giro de los labios, y se diría
que le he gruñido por la forma en que reacciona. Las mejillas se vuelven rosas, los
ojos se abren aún más, los labios se abren. Casi grito de lo mucho que me duele la
polla al verla y me apetece liberarme, envolverme en esos labios carnosos,
sumergirme en su inocencia.
Me doy la vuelta, ajustándome lo más disimuladamente posible. Jameson
resopla, pero sé que en cuanto caiga la noche probablemente se marchará a follar
con cualquier persona.
Finalmente, entramos en el garaje que hay debajo de nuestra moderna y
angulosa casa, con el revestimiento metálico negro y las ventanas que sobresalen
entre los árboles de hoja perenne. Si está impresionada, no lo indica. Salimos, y esta
vez soy yo quien coge su bolso mientras Jameson la lleva dentro y yo le sigo. No
puedo evitar dejar que mis ojos se paseen por su pequeño cuerpo: un culo apretado
enfundado en unos leggings, una chaqueta de punto de color crema que oculta sus
sutiles curvas, su espesa melena rubia ondeando sobre sus huesudos hombros. Me
sentiría más culpable por desearla, pero tiene la edad de consentimiento. Lo había
comprobado una y otra vez antes de recogerla.
No es que piense abalanzarse sobre ella en cuanto se instale. Es más bien para
mi propia edificación; ahora me siento un poco menos como una escoria.
Jameson enciende algunas luces y cuelga las llaves cuando entramos en la
amplia cocina, y dejo su bolso en la encimera de la isla, y me muevo para coger una
cerveza para calmar mi lujuria. Le quito la tapa con un siseo, la arrojo sobre la
encimera de cemento y la miro por encima de mi cerveza mientras Jameson suspira
y se frota las manos por la cara. La pobre está temblando, abrazada a sí misma en el
espacio abierto. Como un conejito rodeado de lobos voraces.
—Los dormitorios están arriba. El tuyo estará entre los nuestros. Te llevaré de
compras mañana para cualquier cosa que necesites.
Dios, ¿podría sonar más insensible?
Alice se limita a asentir, con los hombros tensos. Me doy cuenta de que está
intentando no llorar. Las ganas de golpear mis nudillos contra la mandíbula de
Jameson son casi peores que las de tirarla a la cama y lamerle el coño hasta el
amanecer. Tan pronto como pienso eso, me pregunto si ha dejado que alguien más
pruebe eso con ella. ¿Es una mojigata? ¿Ha tenido alguna relación romántica antes?
Sólo pensarlo es suficiente para que me baje la cerveza de un tirón.
—¿Qué quieres de comer? —pregunto, apoyándome en los armarios y
cruzando los brazos. Sus ojos revolotean hacia mí, con algo de miedo a fuego lento
mientras se retuerce las manos. Después de tantear un poco, se encoge de hombros.
—Yo... no voy soy exigente.
Tan desinteresada. Mis ojos revolotean hacia Jameson, pero ahora la mira con
una intensidad reservada a nuestra línea de trabajo. Su posesividad debería
alarmarme, pero yo soy igual; ella es nuestra. Nos ocuparemos de sus necesidades,
sean las que sean, por mucho que nos tema. Mi gemelo y yo aún tenemos que
discutir... otras cosas. A saber los peligros de la vida que llevamos. Su proximidad a
nosotros ahora no debería ponerla en peligro, pero siempre hay una pequeña
posibilidad.
Pero sé que ambos estaríamos muertos antes de dejar que alguien la dañe.
Capítulo 2
Llevo dos semanas instalándome. La intensidad de los gemelos Stefanov es
inigualable, pero me dejan en paz la mayor parte del tiempo. Jameson me llevó de
compras, nada más que una sombra silenciosa mientras elegía ropa de cama, un
escritorio, un colchón nuevo y algo de ropa nueva. Llevar un uniforme en la escuela
significa menos regateos cuando se trata de la ropa diaria. Todavía me siento
culpable cuando pienso que él paga todas mis cosas.
Jameson también me lleva al colegio cada día, y a veces me recoge Tristan.
Mis amigos me miran y se quedan boquiabiertos, no por su multitud de coches de
lujo, sino por ellos. Sus tatuajes, sus mandíbulas cuadradas, sus hombros anchos y
su altura: son guapos. Pero son salvajes, y estoy constantemente al borde, esperando
que su amabilidad termine, esperando que busquen su venganza por cómo me trató
su padre.
Es sábado, la casa está inquietantemente tranquila y vacía. Aparte de llevarme
y traerme de la escuela, a menudo no están. Una mañana me encontré con Tristan en
el gimnasio de su casa, demasiado nerviosa para quedarme y darle una razón para
odiarme aún más, me di la vuelta y me alejé antes de que pudiera verme. La visión
de él sin camiseta, el sudor corriendo por los riachuelos de sus abdominales,
desapareciendo en la V que desembocaba en su cintura... me había robado el aliento
de forma prohibida.
Asomando la cabeza fuera de mi habitación, miro hacia arriba y hacia abajo
por el desolado pasillo mientras la lluvia golpea las ventanas. No tengo mi propia
televisión, y no voy a pedir una. Con los deberes del fin de semana hechos, no tengo
nada que hacer. La obra de teatro de invierno de mi escuela es una adaptación de
The Greatest Showman, y quiero probar un papel, el que sea. Hace tanto tiempo que
no canto. El último año parece un buen momento para hacer todas las cosas que me
han dado miedo.
Me dirijo a la sala de estar, me acurruco en medio del sofá con una manta y
enciendo la pantalla, navegando por todos sus servicios de streaming con la
intención de inspirarme más viendo la película. Me siento culpable por hacerlo sin
permiso, pero la idea de preguntarles es peor que el miedo a una reprimenda.
Además, me he portado muy bien.
En lugar de encontrar la película, me despisto con todos los clásicos de
Disney, escarbando y eligiendo Alicia en el País de las Maravillas. Era la favorita
de mi madre. No me doy cuenta de que me he quedado dormida hasta que un golpe
reverberante resuena en la casa vacía, haciéndome saltar con un aullido mientras las
voces llegan al pasillo. Definitivamente son mis hermanastros, pero
definitivamente... ¿con mujeres?
Ya ha anochecido, están poniendo una nueva película. Mierda. Estoy ahogada
de miedo, incapaz de moverme mientras las luces se encienden y me ciegan.
—Oh woooow —dice una mujer, sonando muy ebria—. Tu casa es tan... hip...
enorme...
Me muerdo el labio y me asomo por el respaldo del sofá a la cocina. Allí está
Jameson, claramente furioso, con una mujer rubia con tacones de aguja
tambaleándose a su lado. Detrás de él está Tristan con la cabeza roja, con los ojos
también entornados hacia mí. Capto rápidamente la indirecta y me levanto de un
salto, corriendo junto a ellos hacia el pasillo y las escaleras, cuando los dedos de
Jameson me rodean el brazo y se clavan en él.
—¿Tienes una… hip… novia? —sisea la borracha. Me encuentro con los ojos
lívidos de Jameson y deseo encogerme en el acto. Sin apartar la mirada, le gruñe
algo a Tristan en ruso. Aunque Vasily me ha enseñado algo, es un idioma difícil y
nunca lo he pillado del todo. Tristan responde con una risa profunda y, antes de que
me dé cuenta de lo que ha sucedido, Jameson me está cargando mientras me tropiezo
para seguirle el ritmo.
Creo que me va a encerrar en mi habitación. Tal vez —Dios no lo quiera—
me pegue para darme una lección. Vasily fue amable, nunca nos levantó la mano a
mí ni a mi madre, pero el miedo sigue ahí. He visto a los hombres en su peor
momento. Sé qué esperar.
Pero mi corazón se aleja de mí mientras un gemido sale de mis labios. Me
lleva a la parte trasera de la casa, a una zona aún no explorada. Creo que es su
despacho.
—Te voy a dar una lección, pequeña babochka, y luego le permitiré a Tristan
su turno.
Sus palabras son siniestras mientras abre la puerta y me hace pasar, pero me
aferro a los talones y empiezo a luchar contra él como puedo. La puerta se cierra de
golpe y él se revuelve mientras suelto un chillido de miedo. Me tiene atrapada entre
sus brazos y la puerta, y me aprieto contra la fría madera, cerrando los ojos con
fuerza y sacando las lágrimas.
—Lo siento, lo siento —gimoteo. Tardo un momento en darme cuenta de que
me ha soltado. A través de mis párpados apretados, todavía puedo ver la oscuridad
de su sombra, pero una parte de la tensión rezuma de mi cuerpo, sólo para ser
reemplazada cuando pasa su dedo por mi mandíbula y susurra algo que no puedo
entender. Lo repite en inglés.
—Abre los ojos, pequeña mariposa.
Con el pecho apretado por el comienzo de un ataque de pánico, obedezco y
miro fijamente su cuello. Lleva una camisa negra tipo henley, con dos botones en el
cuello abiertos para mostrar el intrincado patrón de tinta en su garganta. Con una
delicadeza impropia de su tamaño y naturaleza, enrosca su dedo y lo mete bajo mi
barbilla, elevando mi mirada hacia la suya.
En la penumbra de su despacho, sus ojos son como un mar que se retuerce,
sus cejas inclinadas mientras me estudia. Mi pecho agitado se acelera un poco más
y un pequeño grito patético sale de mis labios. Sus ojos cambian y sus pupilas se
dilatan.
—Tienes razón en temernos, babochka. Somos hombres peligrosos.
Sólo consigo asentir un poco mientras mi cabeza se vuelve ligera. Ya lo sabía.
Es un miedo instintivo, un miedo primario que me advierte de que estoy demasiado
cerca del peligro para ser cómodo. Me armo de valor y me preparo para disculparme
de nuevo y jurar que nunca saldré de mi habitación, pero entonces él se mueve y me
suelta la barbilla.
Con un grito, subo los antebrazos para protegerme la cara y me acobardo,
temblando con fuerza y jadeando. Pero no pasa nada. Mi padre biológico solía
ponerse en contacto conmigo y mi madre solía intervenir para protegerme. Los
recuerdos de aquella noche afloran y un sollozo ahogado se me escapa de los labios
mientras mis rodillas se tambalean.
Cuando me atrevo a echar un vistazo, Jameson está a un brazo de distancia,
con los puños apretados a los lados, la mandíbula ondulando mientras aprieta los
dientes. Sin embargo, sus ojos son los peores, tan oscuros, tan amenazantes, tan
lívidos.
—Mi padre... —dice entre dientes apretados antes de hacer una pausa,
aclarándose la garganta, inclinándose hacia mí cuando mi respiración agitada se
calma ligeramente—. ¿Te pegó alguna vez mi padre, babochka?
Me sobresalto y me apresuro a sacudir la cabeza, sintiendo cómo se me abren
los ojos. Quiero gritar que no, para proteger a Vasily y su memoria. Era amable
conmigo, cariñoso y atento. Le echo de menos casi tanto como a mi propia madre.
Los ojos de Jameson se estrechan.
—¿Le hizo daño alguna vez a Anna? —dice, su voz es un gruñido grave que
retumba como un trueno en la distancia que nos separa. Cada músculo de mi cuerpo
se tensa y se bloquea. Su aspecto es tan aterrador en este momento, las venas de sus
manos palpitando, sus antebrazos tatuados visibles por las mangas subidas. Él es de
acero y yo de papel de aluminio.
Silenciosa, vuelvo a sacudir la cabeza rápidamente. Parece calmado, aplacado,
lo que me tranquiliza un poco más.
—Lo siento...
—Deja de disculparte —gruñe. Doy un respingo, y también mi corazón, que
se aleja corriendo justo cuando se calma.
Sólo consigo asentir levemente, con una mano temblorosa que me limpia las
mejillas manchadas de lágrimas.
—Tienes que pasar más tiempo fuera de tu habitación —dice, con un acento
más marcado al bajar la voz—. No es saludable para tu mente permanecer escondida
por culpa nuestra.
Tragando con dificultad, logro asentir con la cabeza, aunque no tengo
intención de mostrar más mi cara por la casa. Sólo me hará más miserable, verlos,
tener que seguir enterrando mis deplorables sentimientos mientras también lucho
contra mi depresión.
Me mira fijamente, con una mirada tan penetrante que recorre cada centímetro
de mi cuerpo mientras permanezco acurrucada junto a la puerta, con sus ojos
clavados en el sitio como una mariposa atrapada en una tabla. Normalmente,
apartaría la vista, demasiado nerviosa para enfrentarme a una mirada tan intensa,
pero, por alguna razón, sus acciones me despiertan la curiosidad. No me ha pegado,
sino que ha retrocedido y me ha dejado espacio, y en ese espacio entre nosotros
parece crecer una especie de melancolía. Sus ojos, normalmente duros, enfadados,
no lo son ahora. Intensos, sí. Pero no son malos.
Es una mirada que no puedo ubicar, una que nunca había visto antes. Me
siento... segura... por primera vez desde que murieron mi madre y Vasily. Solía llorar
cuando iba a acostarme, pensando que mi padre volvería en mitad de la noche para
terminar lo que había empezado. Nos llevó un tiempo, pero mi madre y yo lo
superamos. ¿Y cuando conoció a Vasily? Yo también le tenía miedo, hasta que
demostró que nunca nos haría daño. Echo de menos esa sensación, saber que estoy
en casa y que nadie puede llegar a mí. Cuando era más joven, incluso lo había
convertido en un juego, los dos recorríamos la casa por la noche antes de acostarnos
para comprobar todas las cerraduras antes de arroparme.
La forma en que Jameson me mira ahora es la misma, pero también diferente:
otra capa añadida que no puedo descifrar en este momento. Sin embargo, sé que mi
intuición es correcta; me siento segura. Mi respiración se ha calmado y el ataque de
pánico se ha alejado para luchar otro día.
—¿Qué ves cuando me miras? —pregunta, con voz baja y gutural. Trago
saliva, ya sé mi respuesta pero tengo miedo de pronunciarla. Quizá sea el hecho de
saber que es el hijo de Vasily lo que me hace sentir segura. Tal vez sea su mirada, lo
fuerte y aguda que es. Tal vez sea él en su conjunto, totalmente poderoso.
Separo los labios para responder cuando un golpe en la puerta me hace saltar.
Jameson gruñe algo mientras Tristan entra a empujones y la cierra. El corazón se
acelera, ahora lo tengo a él a mi espalda y a Jameson delante. Me retuerzo las manos
y me muerdo el labio hasta que me sangra. Intercambian algunas palabras en ruso
antes de que Tristan avance.
Manteniendo la mirada baja, me tenso, el calor que desprende él en oleadas.
Lleva una sudadera gris rasgada que parece demasiado ajustada sobre su pecho
musculoso y sus bíceps abultados, sus vaqueros oscuros abrazan sus gruesos muslos.
—La pequeña babochka tiene miedo... —dice, con una nota burlona en su
voz. Me pregunto qué es lo que me están llamando. Espero que no sea algo
despectivo. Jameson le suelta algo, pero a Tristan no parece importarle. Me
estremezco cuando se acerca a mí, chocando sin querer con un muro de puro
músculo: Jameson. Su olor es lo primero que me llega: pino picante y notas de fuego.
Y también su calor corporal sofocante. Antes de que pueda apartarme de un salto y
disculparme por haberle tocado, su brazo me rodea cómodamente por el costado,
atrayéndome hacia él. Mi mejilla roza sus abdominales mientras escupe más veneno
a su hermano.
Me está... protegiendo. La sorprendente constatación hace que la cabeza me
dé vueltas y miro primero a Jameson, que mira fijamente a su gemelo mientras su
nuez de Adán se balancea, con las fosas nasales dilatadas y la mandíbula crispada.
Sus largos dedos se enroscan alrededor del hueso de mi cadera de forma posesiva
mientras me aprieta con la fuerza de sus palabras. Tristan está callado y, cuando
dirijo la mirada hacia él, descubro que ya me está mirando, con su propia mandíbula
apretada, sus ojos muy abiertos y mucho más fáciles de leer que los de Jameson.
En esas profundidades aceradas, parece... perdido. Triste. Me retuerzo,
preguntándome qué se habrán dicho el uno al otro para que me miren así. Jameson
me da un apretón y me suelta. Temblando por la ausencia de su calor, Tristan vuelve
a extender la mano, esta vez mucho más despacio. Sus largos y tatuados dedos
recorren mi mandíbula, sus ojos grises rebosan de algo que me hace sonrojar y
retorcerme. No es una mala mirada, pero es intensa, y es nueva, y casi me recuerda
a cuando Vasily miraba a mi madre.
—¿Quieres ver una película con nosotros? —pregunta, con los labios
fruncidos. Me quedo atónita ante su oferta. ¿No tenían... uhhh... mujeres que
atender? No soy tan ingenua; sé lo que quieren los hombres, y esas chicas parecían
más que dispuestas. Se me eriza la piel al pensar en que lo hagan conmigo en la
habitación de al lado, y entonces arraiga otra emoción que destierro de inmediato:
los celos.
¡Son mis hermanastros, por el amor de Dios! Pero... ahora, después de la
intensidad de este momento, no quiero que vuelvan a salir con esas chicas. Quiero
que pasen tiempo conmigo. He estado sola durante tanto tiempo. ¿Está mal que no
quiera compartirlos? ¿Está mal deleitarme con la seguridad que me hacen sentir?
¿Algo que anhelo desde hace un año?
—O… okay, sí... —digo. La sonrisa de Tristan se transforma en una sonrisa
completa, mostrando sus dientes perfectos. Jameson avanza, y siento cada
centímetro de su cuerpo cuando se sitúa a milímetros del mío.
—Pero nosotros elegimos, querida Alice.
—Y tenemos... gustos particulares.
Tristan se deshizo de esas putas muñecas por nosotros. Las dos semanas que
hemos tenido a Alice han sido una auténtica tortura; apenas sale de su habitación,
apenas hace un ruido o un alboroto. Todas las mañanas tengo que verla huir de mi
Escalade con esa falda de colegiala de cuadros, con la boca hecha agua y la polla
dolorida. Mi control se está perdiendo, y el de Tristan casi ha desaparecido. Incluso
nos hemos enzarzado en una acalorada discusión sobre la posibilidad de que salga
con ella hasta que ambos nos damos cuenta de que estamos en el mismo bando.
No podemos compartirla con otro. Incluso la idea de que pueda haber tenido
ya un novio —un capullo egoísta sin pelotas— me saca de quicio. Se merece mucho
más que un idiota torpe que no la apreciaría como lo haríamos nosotros.
Pero eso nos deja con nuestras conciencias. Es mayor de edad, pronto
cumplirá dieciocho años, lo que disminuirá considerablemente nuestras ya escasas
resoluciones. Lo peor, sin embargo, ha sido esta noche.
Había planeado ser severo con ella, decirle que creciera y dejara de
esconderse. También había sido una forma de que Tristan hiciera que esas mujeres
se fueran, y había funcionado... hasta que ella se acobardó y se alejó de mí.
En nuestra línea de trabajo, lo vemos. A menudo. Esposas de hombres de mala
muerte con ojos negros lamentablemente cubiertos por el maquillaje. Hijas ricas
enviadas a casarse con familias humildes para suavizar las tensiones. La ocasional
mujer traficada presentada a un grupo de hombres lascivos en un club para su
entretenimiento gratuito.
Reconozco la mirada atormentada en los ojos de Alice. No tiene ningún
motivo real para temernos; ni siquiera la hemos abrazado. Algo más ha sucedido,
algo en su pasado antes de que nuestro padre se casara con su madre. Tengo la
intención de desenterrarlo, pero también tengo la intención de controlar más mi
actitud. Quizás ser un poco menos... dominante.
—Necesitamos cerveza y comida —refunfuña Tristan. Pongo los ojos en
blanco y cojo las llaves del gancho antes de llegar al salón. Veo lo que está haciendo,
así que le lanzo una sonrisa tortuosa.
—Ven a la tienda conmigo, Alice. Puedes elegir la merienda y la cena.
Se detiene en el pasillo cuando los nudillos de Tristan estallan por la fuerza
con la que aprieta la mano, y mi sonrisa crece.
—Umm... vale, déjame coger los zapatos —dice en voz baja, desapareciendo
hacia su habitación. Con aire de suficiencia, me cruzo de brazos y sonrío a Tristan
con satisfacción.
—Que te den por culo —sisea, aunque me doy cuenta de que es de buen grado;
una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Me encojo de hombros cuando Alice
vuelve, poniéndose el chubasquero. Joder, está impresionante, incluso abrigada
contra la lluvia como está.
—Vuelvo pronto —digo, dirigiéndome al garaje con nuestra pequeña
mariposa siguiéndome de buena gana. El trayecto hasta la tienda es tranquilo, la
cabina de mi coche está caliente mientras la lluvia golpea el parabrisas y desdibuja
las luces de la ciudad cuando tomo la siguiente salida de la autopista. El silencio con
Alice no es desconcertante; está lleno de calma, de paz. Su aroma se arremolina
alrededor de mi coche: flores silvestres y té de bergamota. Es delicioso. Me atrevo a
echarle un vistazo. Su espesa cabellera dorada me pide que pase los dedos por ella,
su mejilla ruborizada se calienta mientras los pensamientos que nunca conoceré
pasan por su aguda y hermosa mente.
No quiero que esté deprimida, pero sé que eso no es algo que pueda controlar
del todo. Lo mejor que puedo ofrecerle es una visita a un terapeuta, pero sé que lo
rechazará por el momento. Es mejor ser simplemente amable con ella, más gentil y
comprensivo, para que se sienta lo suficientemente cómoda como para salir de su
maldita habitación.
Con un suspiro, entro en el aparcamiento del supermercado y salimos. Mis
ojos escudriñan el aparcamiento en busca de amenazas, como de costumbre, pero
ahora soy muy consciente de la pequeña presencia que está a mi lado. Me acerco a
ella mientras caminamos, resistiendo el impulso de presionar con mis dedos la parte
baja de su espalda, resistiendo el impulso de tocarla.
No hay mucha gente a esta hora de la noche en un sábado, pero eso también
significa que los chicos de las fraternidades y los adictos están fuera con fuerza. No
puedo esperar a que pongan a prueba mi paciencia. Me dirijo al pasillo de las
cervezas y cojo la cerveza ámbar de Tristan, antes de ir sin palabras a la sección de
pizzas congeladas y postres.
—Bueno, elige tú —le digo, tratando de mantener mi voz suave. Sus ojos
saltan hacia mí, sus dientes se preocupan por su labio. Parece más relajada, al menos.
Lenta y tímidamente, una pequeña sonrisa se dibuja en su devastadoramente bello
rostro, como las nubes que se abren y el sol que brilla después de un huracán. Me da
de lleno en el pecho.
—¿Qué te gusta?
Por un segundo, casi me ahogo y tartamudeo ante su pregunta, hasta que
recuerdo que estamos hablando de tipos de pizza. Me aclaro la garganta y me encojo
de hombros.
—Cualquier cosa que te guste es algo que nos gustará también. No somos
exigentes.
La forma en que bajo la voz, el modo en que sus mejillas se ruborizan y sus
ojos brillan, casi me pregunto si capta el doble sentido de mis palabras. Sonrío ante
su reacción, apenas disimulada, y me pregunto hasta qué punto se sentirá atraída por
nosotros. Señalo con la cabeza la puerta de cristal helado.
—Vamos. Y de postre, Tristan te amará para siempre si le compras algo de
masa de galleta.
Abre la puerta y coge unas cuantas cajas de pizza de masa gruesa, consciente
de que los hermanos Stefanov necesitamos un poco de comida considerable para
sobrellevar la situación. Las coloca con cuidado en la cesta de mano que llevo, y
pone una mirada divertida antes de que nos adentremos en el gélido pasillo.
—¿Pasta de galletas? ¿Y tú?
Me río mientras nos detenemos frente al helado, con el pecho apretado
mientras observo cada uno de sus movimientos, disfrutando de su conducta
tranquila, disfrutando de este momento para hacer crecer un poco nuestra confianza.
—Tarta de cumpleaños o de arándanos.
Sus ojos brillan mientras sonríe.
Se oye un ruido al final del pasillo cuando un grupo de dichos chicos de
fraternidad dobla la esquina, con su cesta rebosante de alcohol y patatas fritas. Alice
se encoge sobre sí misma, tratando de desaparecer. Los miro fijamente justo cuando
sus ojos se posan en su cuerpo inocente y celestial. Cuando ven la mirada posesiva
y desquiciada en mis ojos, se enderezan. Alice se tensa, y es entonces cuando me
doy cuenta de que he rodeado su cintura con la mano y la he atraído hacia mí.
Estoy a punto de disculparme por tocarla sin su consentimiento —por segunda
vez esta noche, por desgracia— cuando se pone aún más rígida. Sigo su línea de
visión hasta el final del pasillo cuando pasan los universitarios. Allí se encuentra un
hombre, alto, musculoso, pero de aspecto desmejorado: un rostro de los años 80,
demacrado, de color gris que se entremezcla con el espeso rubio dorado de su cabeza.
Sus ojos son ferozmente azules, del mismo tono que los de Alice.
Ella gime, dando un paso para alejarse de él, un paso que la empuja más hacia
mi lado, y entonces siento sus delicados dedos aferrándose a mi chaqueta, su brazo
enjuto temblando sobre mi espalda baja. Tengo la sensación de que puede sentir la
huella de mi Glock. Sea quien sea este hombre, lo conoce y está aterrada. Tan
aterrorizada como para aferrarse a mí.
Le miro, manteniendo mi cara sin emoción. Su mandíbula se mueve, su
chaqueta vaquera forrada de borrego se abre ligeramente mientras se acerca a
nosotros, con un largo cuchillo de caza. Resoplo, doy una palmada en la cadera de
Alice, la suelto y me muevo, manteniendo los ojos en su aproximación mientras la
muevo despreocupadamente hacia mi otro lado mientras también abro la puerta del
congelador. Pongo todo lo que puedo entre ella y él.
Su buen humor se ha desvanecido en el ambiente, y me hace ver rojo. El
hombre se acerca, fingiendo inspeccionar los pasteles congelados del desayuno, sus
ojos siguen girando hacia nosotros cada pocos segundos. Cojo una tarrina de masa
de galletas, otra de tarta de cumpleaños y otra de sorbete de arco iris para Alice.
Las cosas en la cesta de la mano, Alice a salvo conmigo entre ella y este
hombre misterioso, cierro la puerta y me muevo para acompañarla al frente. Tan
pronto como me doy la vuelta, él habla.
—¿Alice?
Ella se congela. Después de un rato, ambos nos volvemos, mi mirada para este
hombre es una que debería matarlo en el acto. Sus ojos son fríos, carentes de
emoción, pero es entonces cuando veo que las piezas encajan.
Es su padre biológico.
—Alice —exclama, sonando asombrado, aunque noto que el sentimiento no
le llega a los ojos. Es tan lobo como Tristan y yo, pero hay una gran diferencia.
Fuimos criados para proteger y cuidar a nuestra familia. ¿Este hombre? A juzgar por
el miedo de Alice —por la forma en que se apartó antes en mi despacho—, este
hombre ha nacido para abusar, y todo encaja en un molde aún más profundo.
Siento que Alice se estremece, y cuando miro hacia abajo, su labio está
temblando, su cabeza se balancea de un lado a otro.
—Oh, Alice, cariño. Han pasado... años. Vaya, has crecido mucho. Tu madre
no me dejaba verte, y cuando se casó con ese ruso chupapollas...
—Piensa bien tus próximas palabras, mertvets.
Sus ojos enfurecidos encuentran los míos.
—¿Y quién coño eres tú tocando a mi hija?
—Soy su guardián. Protegiéndola de hombres como tú —escupo—. A juzgar
por lo mucho que está temblando ahora, diría que no está muy emocionada de ver
semejante puto fracaso.
Da unos pasos hacia nosotros. Alice se tensa, pero me mantengo firme con
una mueca.
—¿Guardián? He visto en el periódico que ese cabrón por fin ha muerto. Eso
significa que Alice es mía...
—No según la legalidad del testamento, o el hecho de que seas un delincuente
y no seas apto para criarla.
Echa humo, con la cara enrojecida, y empiezo a hacerme una idea de lo que
debieron de soportar Alice y su madre antes de que mi padre se enamorara de Anna.
Por primera vez desde que se conocieron, me alegro; mi padre las salvó de la muerte,
pues conozco a hombres como el anterior, y con el tiempo... Sus golpes siempre van
demasiado lejos. No me cabe duda de que Anna o Alice, o ambas, habrían acabado
muertas por violencia doméstica en algún momento.
—¿Y tú eres? Estás tocando a una menor de edad, maldito enfermo.
—Me sorprende que sepas la edad de tu hija —digo con frialdad—. Pero eso
no viene al caso. Te sugiero que te vayas antes de que descubras de lo que es capaz
un puto enfermo como yo.
El reconocimiento en sus ojos no tarda en cobrar vida. Mi amenaza, aunque
sea velada, está ahí, y sé que puedo respaldar mis palabras de mierda, incluso sin
Tristan. Joder, si Tristan estuviera aquí, este hombre ya estaría tirado en el piso de
linóleo. Sus pálidos ojos vuelven a mirar a Alice, que está moqueando, conteniendo
las lágrimas. La abrazo aún más fuerte.
Exhala un suave bufido, señalando con un dedo largo y dentado a Alice.
—No hemos terminado. Esa perra me debía una pensión alimenticia en el
divorcio...
—Sí, has terminado —digo, dando un paso amenazante hacia adelante,
arropando a Alice detrás de mí—. Y si vuelves a amenazarla, te mostraré lo que es
el verdadero miedo, mudak.
Se da la vuelta y se va con una última mueca.
Capítulo 3
Tristan salta sobre el respaldo del sofá y se acomoda, cogiendo el mando a
distancia para buscar opciones. Alice se acerca tímidamente, siempre nerviosa y
huidiza, sobre todo después del inesperado encuentro con el pedazo de mierda de su
padre. Tendré que hablar de eso con Tristan cuando se haya ido a la cama. Es tan
hermosa en su miedo y su dolor, tan pura, como una babochka, una mariposa. Sólo
que aún no se ha transformado en ella misma, retenida por las ataduras de su pasado.
Finalmente, se hunde en su sitio, sorprendentemente junto a Tristan, dejando
espacio para mí en su lado opuesto. Podría haber elegido el sillón de una pieza o la
silla, pero algo en su decisión me alerta. Ese momento que compartimos en la oficina
y en la sección de pizzas congeladas no fue sólo un nivel de intensidad que nunca
antes había sentido. Fue como si una pieza del puzzle encajara en su sitio. Fue el
florecimiento de la confianza entre nosotros.
Cojo un par de cervezas de la nevera. La luz tenue de los armarios de la cocina
emite un suave resplandor, pero apenas penetra en la oscuridad que entra por la
enorme ventana que va del suelo al techo, a la izquierda del salón. Tristan está
sentado más cerca de la ventana y, aunque creo que Alice no deja de mirarlo, cuando
me acerco me doy cuenta de que está mirando nerviosamente la oscuridad que hay
más allá. Verlo a él realmente la ha afectado.
Me acomodo junto a Alice, tanteo el terreno y me inclino sobre ella para
entregarle a Tristan su cerveza. Su resoplido y la forma en que sus ojos brillantes de
lujuria se encuentran con los míos son prueba suficiente; de una forma u otra, ella
va a descubrir pronto —si no esta noche— lo profundo que hemos caído en esta
madriguera. Ella es todo lo que no somos. Es todo lo que esas otras mujeres no son.
Es brillante, tranquila, amable, única.
Su suavidad pulirá nuestros bordes afilados. Su inocencia será nuestra droga
favorita. Sus sonrisas serán nuestra recompensa. Estamos irremediablemente
obsesionados con ella. La idea de que no corresponda a nuestros sentimientos no
importa. Con el tiempo aprenderá a confiarnos su vida, con el tiempo nos devolverá
sentimientos de cierta magnitud.
Ella es color, brillo, vida nueva, y nosotros somos podredumbre, decadencia,
carroña. Pero, ¿lo mejor de todo? El mundo necesita a ambos para funcionar, al igual
que nosotros la necesitamos a ella y ella a nosotros.
Aunque suene despreciable, siempre conseguimos lo que queremos.
Tristan elige una película de terror en la que sé que hay suficientes escenas
calientes para casi eclipsar el suspense. Quiero poner los ojos en blanco, pero veo lo
que hace el cabrón. Los dos nos estiramos, dando un sorbo a nuestras cervezas de
lúpulo, mientras empieza la película. Alice está envuelta en una manta, con los ojos
azules muy abiertos pegados a la pantalla y las rodillas junto a la barbilla.
Está tensa, nerviosa entre los dos, mordiéndose el labio y pronto la uña del
pulgar. Creo que me paso el primer cuarto de la película mirándola, igual que Tristan.
Al final, se baja con un gemido, con la cerveza vacía a un lado, se estira y finge un
estiramiento para poner el brazo en el sofá detrás de ella. Apretando los dientes, lo
fulmino con la mirada, pero él solo me devuelve una sonrisa por encima de su cabeza
rubia y dorada.
Ella siempre ha parecido un poco más entusiasmada con Tristan. Me pregunto
por qué. No importa, sin embargo; no puedo arrancarla de él, así como él no puede
arrancarla de mí. Será un equilibrio delicado. Hemos compartido antes, pero la idea
de compartirla...
Ella jadea y luego chilla por un susto. Tristan se ríe y me mira mientras le pasa
el brazo por los hombros y le da un apretón tranquilizador. Me rechinan los dientes.
Cabrón.
Alice se tensa ante el contacto, primero mirando a Tristan y luego dirigiendo
sus redondos ojos de muñeca hacia mí. Casi parece... tímida. Intento suavizar los
rasgos de mi cara, sonreír de una puta vez, pero siento que sale más una mueca que
otra cosa. En cualquier caso, me sostiene la mirada mientras Tristan sigue sujetando
su hombro con ternura, tocándola con bastante inocencia.
Los celos —una emoción desconocida— me carcome.
Pero entonces, un fuerte golpe resuena en toda la casa procedente de algún
lugar del piso superior, y Alice suelta un grito, lanzándose hacia mí, con unos brazos
enjutos que sobresalen para rodear uno de los míos. Aturdido, dejo que me abrace
mientras Tristan se resiste a soltar una carcajada, girando su torso y presionando su
pecho contra los hombros de ella en una muestra de su capacidad de protección
mientras ella se estremece y esconde su cara en mi brazo.
Probablemente no sea más que un mapache. No han pasado ni cinco segundos
y suena otro golpe, acompañado de los escarceos y forcejeos de una pelea. La sonrisa
que adorna mi rostro mientras Alice se aferra a mí es real.
—Sólo son mapaches —se ríe Tristan. Ella levanta la cabeza, con las mejillas
rosadas indicando su vergüenza.
—¿Esto da demasiado miedo para la pequeña Alice? —bromeo, frunciendo el
ceño, tratando de mantener el ánimo ligero después del incidente de la tienda de
comestibles. Se muerde el labio grueso y niega con la cabeza, frunciendo las cejas.
—Entonces, ¿de qué tienes tanto miedo? —dice Tristan, inclinándose, con la
mejilla pegada a su oreja. Con los ojos clavados en los míos, su agarre se intensifica
un poco antes de soltarme, negando con la cabeza.
—Sólo... me sobresalté, eso es todo —susurra ella mientras suena la película.
Tristan retrocede, acomodándose en su sitio. Su respiración tarda en volver a ser
uniforme y sus ojos siguen revoloteando hacia la ventana, con una línea permanente
en el entrecejo. Quiero aliviar ese miedo, suavizarlo con mis labios en su frente y
mis brazos alrededor de ella.
También sé que necesita más tiempo. No tiene ni idea del efecto que tiene en
nosotros, probablemente nunca lo entenderá. Pero son pasos de bebé. Al menos está
aquí, entre nosotros, con más miedo a los monstruos en la oscuridad que a sus
últimos parientes vivos.
Para cuando termina la película, está nerviosa y balbucea un agradecimiento
antes de desaparecer en su habitación para pasar la noche. Ni siquiera me molesto
en mirar a Tristan mientras me levanto y me dirijo a mi habitación, con la luz bajo
su puerta como faro. Conteniendo el impulso de irrumpir y confesar todo, abro la
puerta de un empujón y la cierro de un golpe, con llave. Apenas llego a la ducha y
ya me estoy acariciando la polla, mientras su nombre se abre paso entre mis dientes
apretados.
—Cena esta noche con Nick Fordson. Será interesante —murmura Jameson
mientras paso frente a su escritorio. Sus ojos no se molestan en mirarme, sino que se
centran en su ordenador. Solo enarco brevemente las cejas, sorprendido, antes de
que mis pensamientos vuelvan a pensar en este fin de semana con Alice. Se ha
pasado la mayor parte del domingo fuera de su habitación, haciendo magdalenas y
balbuceando tímidamente si podía cenar comida tailandesa.
Joder.
Sé que Jameson tiene razón; ha sido herida. Por su maldito padre. Ahora tiene
sentido, lo fuerte que siempre se aferró a su madre. Incluso en las fotos de Navidad,
Alice siempre estaba sosteniendo su mano o una pieza de su ropa. Es fácil ver cuando
empieza a confiar en mi padre; pasa de estar a un lado a sonreír con orgullo y situarse
entre ellos, con las manos de él protegiendo sus huesudos hombros.
Vuelvo a la mesa de café, donde está el álbum de fotos, y vuelvo a hojear el
montón de imágenes, para consolidar lo que ahora sabemos de ella.
Nuestra pequeña mariposa no es muy confiada, pero después del sábado
parece confiar un poco más en nosotros. Lo prefiero así; prefiero que desconfíe de
los extraños. Sabemos muy bien las cosas deplorables que le pueden pasar a ella o a
cualquier otra mujer. Nuestro padre nos inculcó ser caballeros en ese sentido.
—Vamos a traer a Alice, entonces —exijo sin levantar la vista. Aunque ha
pasado la mayor parte del tiempo aquí sola, hay algo que me irrita ahora. No quiero
que esté sola, que tenga miedo. Prefiero que esté con nosotros, a salvo, que salga de
casa y se aleje de la depresión que sabemos que la corroe.
—Ya lo había planeado, —murmura distraído—. Tiene voleibol hasta las
cinco.
—La recogeré —ofrezco rápidamente, deseando tener otra oportunidad de
compartir un rato a solas con ella. Jameson resopla, pero asiente.
—Bien. Envíale un mensaje de texto para que sepa que te espera.
Comprobando mi reloj, espero no meterla en problemas, pero es mediodía.
Eso es la hora de comer en el instituto, ¿no? Joder, si me acuerdo. Me educaron en
casa después de salir de Rusia.
Tristan: Te voy a recoger después de la práctica. Tenemos que ir a una
cena.
Dejo el teléfono a un lado, con el timbre en alto, con los nervios a flor de piel
mientras mi rodilla rebota.
—Jesús, o te vas a la mierda o te tomas la medicación, idiota —gruñe
Jameson, distraído conmigo. Pero apenas le oigo mientras suena mi teléfono.
Alice: Bien, gracias. Necesitaré una muda de ropa...
Vuelvo a escribir, con los pulgares volando sobre el teclado.
Tristan: Dime lo que necesitas y te lo llevaré.
Detalla lo que quiere y dónde encontrarlo en su habitación. Me levanto con
una sonrisa malvada y me doy la vuelta para irme. Jameson se mueve.
—¿A dónde vas?
—Me dijiste que saliera —digo, dando zancadas hacia la puerta.
—Estás demasiado feliz —gruñe. Me detengo en el umbral y me giro para
sonreírle con picardía mientras meneo el teléfono.
—La pequeña babochka necesita un vestido para la cena.
Sus ojos se entrecierran y su mandíbula se agita. Me encanta ver los celos en
su cara, así que me deleito en ellos durante un momento antes de darme la vuelta y
marcharme.
Su habitación está muy ordenada, salvo su escritorio. Este está repleto de
papeles y páginas de notas, con su portátil cerrado y cargando junto a una pequeña
pila de libros. Joder, es estudiosa. Jameson se encarga de sus estudios y de sus notas,
pero dice que sigue siendo una estudiante de alto nivel a pesar de toda la mierda que
está pasando en su vida.
Toda la habitación huele a ella, y me tomo un momento para respirar, con la
polla deseando liberarse y sumergirse en ella. Huele a flores, como un campo de
flores silvestres. No es abrumador, simplemente está ahí. Es embriagador, y si no
salgo pronto, explotaré.
Rebusco en su armario el vestido negro que me dijo que encontrara, luego me
siento en su impecable cama y rebusco en su cajón de calcetines. Con la espalda
dolorida, muevo las caderas para ajustarlas, pero el colchón está lleno de bultos.
Enfadado porque probablemente Jameson le haya comprado uno jodidamente
barato, me deshago del vestido y me pongo de pie, levantando el colchón del somier
para ver si se ha salido algún muelle.
En su lugar, veo un libro encuadernado en cuero, un diario.
Un diario.
Antes de que pueda detenerme, lo cojo y me siento de nuevo mientras
sostengo el santo grial en mis manos. No siento ni un ápice de culpa mientras arranco
las cuerdas que lo atan y abro la primera entrada. Está fechada hace más de un año,
el día en que murieron su madre y nuestro padre. Con el corazón encogido, mis ojos
recorren su triste prosa.
A lo largo de la entrada, no hace más que agradecer a mi padre y a su madre
lo increíbles que eran, cómo Vasily le enseñó a disparar una escopeta y un rifle,
cómo los llevaba a montar a caballo y siempre la incluía en sus noches de cita para
hacerla sentir bienvenida y especial.
Es la primera vez que oigo esto sobre mi padre, esta debilidad que tenía por
ella. Era un buen hombre hasta la médula, y esto es una prueba de ello. Sonrío cuando
llego a una parte del funeral, sus pensamientos sobre Jameson y yo grabados para
siempre en su diario más privado. Pero la sonrisa pronto se me borra de la cara, mis
ojos se mueven cada vez más rápido, mi corazón late a un ritmo profundo y fuerte
en mi pecho.
...me asustan. Sé que nunca me harían daño. Honestamente me recuerdan a
Vasily, y ahora que se ha ido... ya no me siento segura. ¿Qué pasa si lo descubre?
¿Y si vuelve a por mí? Voy a vivir con la tía María. Ella no puede protegerme...
Apretando los dientes, sigo leyendo.
...Han cambiado tanto desde la última vez que los vi. Ahora me siento
culpable por haberle dicho a mamá que me daban miedo. Todavía lo tengo, pero no
creo que sea nada malo. Creo... creo que me asustan por lo que me hacen sentir.
Ningún chico de la escuela se parece a ellos. Ningún chico de mi edad tiene esa
constitución, esa austeridad. Son hermosos. Guapos como los hombres que leí en
las novelas románticas que solía coger a escondidas del escondite de mi madre.
Pero son mis hermanastros. No deberían hacerme sentir así.
No deberían hacerme desearlos. Pero lo siento.
Por un momento, parece que la respiración de mis pulmones se ha helado. No
puedo respirar. No puedo tener un pensamiento coherente que no sea una
abrumadora sensación de regocijo. Nos encuentra guapos. Solía leer novelas
románticas cursis y nos imaginaba.
Es tabú. Está prohibido. Es sucio.
¿Y la pequeña Alice?
Es cada vez más curiosa.
Me dirijo hacia el final de sus entradas, con interés, todo mi cuerpo en alerta
mientras mi polla palpita en mis vaqueros. Me pregunto si habrá escrito sobre la
noche de cine con nosotros...
Me siento inmediatamente recompensado. El día que la recogimos, escribió
un diario en el que detallaba que sus sentimientos seguían ahí, lo mucho que la
asustaba y lo culpable que se sentía. Su tono cambia, sin embargo, en la entrada
titulada:
Es demasiado tarde.
...Jameson me ve. Me ve de verdad. Nadie lo hace, nadie conoce mis miedos
y cómo manejarlos, pero en la oficina lo hizo: me dio espacio pero también me dio
seguridad. ¿Y cuando entró Tristan? Todo lo que quería era que ambos me
abrazaran para poder finalmente derrumbarme. No recuerdo la última vez que me
dieron un abrazo, platónico o no. Mis horribles sueños fueron respondidos cuando
quisieron ver una película conmigo. Dios, ¿cómo estoy tan maldita pero soy tan
afortunada? Espero que no traigan más chicas a casa. Creo que lloraría hasta
quedarme dormida si lo hicieran, aunque sé que sentirme tan atraída por ellas está
mal.
...la película que eligieron era de terror. Odio el terror, ¿pero estar entre
ellos? No podía ni mirar la maldita pantalla. Sé lo malo que es, así que de aquí en
adelante, escribiré cada fantasía de placer culpable que tenga de ellos, sólo para
purgarlo de mi sistema y esperar seguir adelante...
Ajustando mi furiosa erección, mis ojos se deslizan cada vez más rápido, mi
boca se seca por la anticipación, mis músculos se bloquean, el mundo a mi alrededor
se desvanece en tonos grises mientras su aroma me abruma.
...quiero que sean los primeros. No estoy ni remotamente segura de cómo
funcionaría o si les gustaría, pero lo quiero, maldita sea. Quiero el desenfreno de
Tristan. Quiero la dominación de Jameson. Nunca me he acercado a acostarme con
un chico porque mis malditos hermanastros me los han arruinado a todos. Sé que
tienen experiencia. Con ese aspecto, tienen que tenerla, pero no me repugna. En
todo caso, me hace desearlos más porque sabrán qué hacer: me cuidarán.
...Dios, me siento como una puta. Pero estoy comprometida con esto ahora,
diario. Tengo que purgar esto y seguir adelante. Así que, aquí está mi primera
fantasía...
El sonido de mi cremallera bajando apenas se percibe. Al liberar mi polla, la
gota de pre-semen en la punta ya se desliza por mi eje mientras la agarro con firmeza
y la acaricio con un profundo gemido. Sigo leyendo, sus palabras son mi maldita
droga.
...los quiero a ambos. Quiero que se lleven mi inocencia como en esas novelas
románticas. Tristan sería probablemente el primero, porque no tiene paciencia
(¿suena demasiado presumido? Dios, probablemente les moleste más que nada). De
todos modos, querría a Tristan, pero también necesitaría a Jameson a mi lado, para
que me bese, para que me diga cosas dulces con ese gruñido suyo. Y entonces lo
querría a él. Siempre que me lo imagino, me imagino a Tristan lento, pero incapaz
de contenerse, el más dulce de los dos. Pero cuando Jameson me toma, sé que sería
duro, sé que me llevaría más allá de mis límites y de mi miedo. Quiero que se turnen
conmigo...
Acaricio mi polla más rápido y con más fuerza a medida que ella se sumerge
en más detalles, todo ello atenuado por su implacable culpabilidad, pero todo ello
tan jodidamente caliente.
Con un gemido y un siseo, mis pelotas se tensan y me corro en toda la mano,
cuerda tras cuerda tras puta cuerda. Nunca me he corrido tanto en mi puta vida.
Respirando con dificultad, con los ojos todavía hojeando las páginas, mi polla
empieza a agitarse de nuevo inmediatamente después. Dice que hemos arruinado a
todos los demás hombres para ella, pero ella ya ha arruinado a todas las demás
mujeres para nosotros.
Suena un golpe en la jamba de la puerta. Gruñendo, me vuelvo a tumbar en su
cama, sin molestarme en echarle una mirada. Le tiro el diario y me revuelco en mi
felicidad.
Esta noche, será nuestra.
Casi me pierdo la excavación, con la mente en otra parte, pero me zambullo
justo a tiempo para que la esfera blanca se desprenda de mis muñecas y llegue a mi
colocador. Ellie crea un marco perfecto con sus dedos, y Josie —conocida
cariñosamente como la Princesa T— la lanza por encima de la red hacia nuestros
entrenadores. Ellas fallan y nuestro equipo de entrenamiento estalla en vítores y
aplausos. Incluso Aria, una chica nueva en el colegio que ha empezado a relacionarse
con nosotras poco a poco, aplaude desde lo alto de las gradas. Me pregunto por qué
parece que nunca se va a casa.
Ellie, siempre tranquila y mansa, me sonríe y levanta la mano para chocar los
cinco. Le doy una palmada y le devuelvo la sonrisa. Es muy reservada con sus libros,
pero es la amiga más cercana que tengo en este colegio. Las dos somos raras a
nuestro modo, marginadas, pero se nos permite ser semipopulares debido a nuestra
capacidad deportiva y nuestro aspecto.
Los hombres son cerdos.
Josie me da una fuerte palmada en el culo y grito, volviéndome para mirarla
mientras se ríe, con el sudor salpicando su deliciosa piel oscura.
—¿Distraída, Winters? —bromea. Me pongo a girar el cuello mientras nos
dirigimos al banco, mientras la práctica llega a su fin.
—Solo porque el señor Bird me ha puesto un montón de deberes de
matemáticas esta noche —digo, cogiendo mi botella de agua y tirando del tapón con
los dientes. Ellie bebe un trago de agua y me da un codazo, levantando las cejas y
mirando algo con atención. Sigo su mirada, y la sangre se me congela en las venas.
—Joder, ¿cómo has tenido tanta suerte? ¿Podemos hacer una fiesta en tu casa
pronto? —dice Josie. Tristan está de pie en la barandilla de las gradas, apoyado
despreocupadamente en ellas con una pequeña bolsa de lona colgando de su mano
tatuada. Sus ojos no se apartan de mí, pero tiene una pequeña sonrisa en los labios y
una mirada pícara. Dios, espero que no se haya perdido en mi armario y me juzgue
por lo inmaduras que son algunas de mis prendas. El pijama de jirafa era una broma
de la semana del espíritu, después de todo.
—¿Tierra a Alice?
Me despierto y me doy la vuelta, pero no antes de que otra figura oscura se
una a Tristan. Ni siquiera necesito esperar a que mis ojos se ajusten para saber que
es Jameson; su presencia es una entidad propia. Me estremezco al recordar lo
protector que era en la tienda. Durante el entrenamiento, me pierdo toda la
información del partido del jueves por la noche, mi corazón sigue acelerando gracias
a su presencia.
Me siento tan culpable, pero también me siento... ¿empoderada? ¿Es esa la
palabra correcta? En cuanto me decidí a poner la pluma sobre el papel, a escribir
todas mis fantasías más oscuras sobre mis endiabladamente guapos hermanastros,
sentí una especie de catarsis. Imaginar lo que quiero que me hagan es tan fácil como
difícil; no tengo ninguna experiencia en la vida real, así que las cosas sacadas de los
libros son mi recurso claro. ¿Y el resto? Es simplemente lo que imagino que serían...
en situaciones íntimas. Soy demasiado cobarde para pedir esas cosas directamente.
Incluso si tuviera una relación, me conozco lo suficientemente bien como para
entender que me daría demasiada vergüenza hablar de ello.
Además... están técnicamente emparentados conmigo, y aunque no sea
biológico, sigue sintiéndose sucio-incorrecto. ¿Pero ese mal? Empieza a sentirse
muy bien. Quiero perseguir ese subidón, esa sensación de aleteo en el pecho que se
sumerge entre mis piernas cuando sé que estoy haciendo algo que no debería.
¿En qué clase de agujero me he metido? Apenas sé cómo hacerme sentir bien.
Así que imaginar que se hacen cargo, que toman el control, que me hacen sentir bien
y segura... Dios, es la única cosa en la vida que quiero tanto como que vuelvan mis
padres. Sólo quiero no tener que pensar. Quiero sentirme bien y dejarme llevar. Tal
vez debería salir más, intentar salir con alguien del colegio, aunque ese pensamiento
me repugne inmediatamente.
Me arranco de mis pensamientos mientras decimos nuestro hurra y nos
apresuramos a las taquillas. Me quedo atrás, mirando a Tristan y luego a Jameson.
Tienen buen aspecto; jerseys y vaqueros. Pero bonito es un eufemismo. Los vaqueros
les abrazan las caderas, están sueltos en todos los lugares adecuados y apretados en
sus musculosos muslos, la tela alrededor de las cremalleras está ligeramente estirada,
lo que indica lo bien dotados que están sin duda. ¿Y los jerséis? Apretados en sus
anchos pechos y abultados bíceps, y más sueltos en sus delgadas cinturas.
Los ojos de Jameson me recorren, y casi puedo jurar que se detienen en mi
culo. Me sonrojo al instante, pero Tristan me distrae mientras me tiende la bolsa.
—Para ti, babochka.
Sonríe, pero su sonrisa es... extraña. Es más amplia de lo normal, y veo que
sus ojos también recorren mi trasero escasamente vestido. Llevo mis pantalones
cortos de voleibol, así que sé que dejan poco a la imaginación. Decidiendo tentar a
la suerte, saco la cadera y les muestro una pequeña sonrisa de agradecimiento.
Me veo recompensada al instante cuando Jameson se tapa la tos con el puño
y dirige la mirada al techo, mientras Tristan me mira fijamente a los ojos, con una
sonrisa que le delata. Le dice algo a Jameson en ruso antes de dar un paso adelante,
arrancando un mechón de pelo de mi hombro y empujándolo hacia atrás con el resto
de mi coleta. Sus dedos recorren mi clavícula y me estremece su tacto ardiente, una
especie de nudo que se me agolpa en las tripas. La misma sensación que tengo
cuando escribo sobre ellos, solo que con el contacto real. Esa sensación se amplifica
un millón de veces.
Jameson dice algo más, una nota más ligera en su voz habitualmente oscura.
Sin apartar los ojos de mí, Tristan asiente.
—Da.
Sí. Al menos recuerdo una palabra rusa.
—¿Nos das un tour? No hemos estado aquí antes.
Trago saliva y miro a mi alrededor. Ya no hay nadie aquí, y el vestuario debe
estar vacío; nadie se queda a ducharse cuando hay alguno en casa. ¿Por qué iban a
querer una visita? Pero soy demasiado tímida, demasiado nerviosa para hacer algo
más que cerrar la boca y asentir. Tal vez nunca fueron a un instituto como este en
Rusia. Sería una grosería no mostrarles algo que tienen curiosidad por ver.
—¿Me siguen? —digo, mis palabras suenan como una pregunta. Tristan
inclina la barbilla en un gesto de asentimiento, sus ojos se encienden en ese instante,
y la cara de Jameson se nubla, todo su cuerpo se tensa. Obedecen en silencio mientras
los conduzco fuera del gimnasio y por los pasillos del ala de ciencias, parloteando
en voz baja mientras avanzo, sonando como una maldita guía turística en un campus
universitario.
—El señor Finnegan —en serio, así se llama—, es como el peor profesor de
historia de la historia. Nos ha asignado mucho trabajo —refunfuño, escuchando sus
pasos mientras nos siguen en silencio. Hemos recorrido las alas de ciencias e inglés,
y he caído en una especie de broma fácil conmigo misma. No es tan incómodo
cuando finjo que estoy con un estudiante nuevo. Que sean dos estudiantes nuevos,
altos, morenos y pecaminosamente guapos. Estudiantes que tienen tatuajes y miradas
penetrantes y cuerpos tan musculosos que podrían ser modelos. Divago sobre mis
próximas palabras, perdida en mis fantasías.
Uno de ellos resopla detrás de mí y me giro para mirarlo. Los ojos de Tristan
están relajados y juguetones mientras lleva obedientemente mi bolsa. Jameson tiene
las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros y sus ojos afilados lo observan
todo, parecen escudriñar hasta las manchas de tinta de las taquillas. Le escupe algo
a Tristan que no puedo entender antes de que me hable a mí.
—Cenamos pronto, babochka. ¿Dónde te cambias?
Las llamas lamen mi cuerpo y enrojecen mi cara.
—Um... de vuelta a los vestuarios —murmuro. Asiente con la cabeza y los
conduzco de vuelta por un atajo. El olor familiar del perfume empalagoso, el sudor
y las toallas mohosas es espeso en el aire fuera de los vestuarios, y antes de pensar
en ello, me dirijo al interior para coger mis cosas. Sólo que mi corazón se detiene y
me arremolina, sonrojándome intensamente de nuevo. Se paran obedientemente
detrás de mí, se detienen en medio del movimiento cuando cojo mi bolsa.
—Gracias por traerme la ropa —digo, con la voz entrecortada en la garganta.
Ellos... ¿me han seguido hasta aquí? Los ojos de Jameson se oscurecen unos cuantos
tonos más mientras Tristan me quita la muda de encima.
—El recorrido no termina aquí, pequeña mariposa.
¿Qué?
¿Le he oído bien? Me quedo boquiabierta, mirándolos a ambos mientras mis
ojos se abren de par en par, con las mejillas encendidas. Puedo cambiarme dentro de
una cabina de ducha si realmente son tan inconscientes y quieren seguirme. ¿O tal
vez su cultura es diferente? Apretando los labios, estoy a punto de decirles
amablemente que no tienen que entrar aquí cuando Jameson se adelanta,
sobresaliendo por encima de mí, ocupando mi espacio. Instintivamente, retrocedo,
pero él me empuja hacia delante hasta que mis hombros chocan con la fría pared de
ladrillos. Mis ojos se quedan clavados en su pecho, con las palmas de las manos
extendidas sobre la superficie fría detrás de mí. El calor irradia de él en oleadas
mientras se inclina sobre mí, colocando sus propias palmas a ambos lados de mi
cuerpo mientras mi mente se arremolina y se tambalea.
Su presencia es embriagadora y asfixiante, tan poderosa y dominante que es
todo lo que puedo hacer para no temblar como un perrito a su sombra. Pero hay algo
más que arraiga en su proximidad: esa sensación. El que me dice que estoy haciendo
algo muy mal, el sentimiento que me advierte tanto como me excita. ¿Todo el mundo
está programado de esta manera? ¿Anhelar ser malos? ¿Para inclinarme hacia él sólo
para que ese dichoso fuego entre mis muslos tenga la oportunidad de florecer y
engullirme?
Inspira profundamente, el pecho se eleva lentamente antes de soltarlo. Cuando
habla, esta vez puedo entenderle muy claramente.
—Eres una chica sucia, Alice. Pero tienes suerte.
Confundida, por fin me atrevo a echarle un vistazo. Su fuerte mandíbula es lo
primero que se ve, con la barbilla salpicada de vello. Sus largas pestañas negras se
abren en abanico sobre sus mejillas bronceadas, su garganta se balancea, haciendo
bailar su tatuaje. Pero sus ojos. Son un fuego infernal, un mar retorcido de deseo
hirviente y gratuito. Me tiemblan las rodillas y respiro entrecortadamente cuando sus
palabras se hacen realidad. ¿Chica... sucia? ¿Suerte?
—¿Suerte? —tartamudeo. La más leve de las sonrisas se dibuja en sus labios
carnosos mientras se inclina hacia mí, con la cara a escasos centímetros de la mía.
Sus olores se han convertido en mi droga últimamente; ahora mismo, Jameson huele
como su colonia, picante, ardiente, su cálido aliento mentolado cuando se abanica
sobre mi cara. Mis labios se separan y mi lengua me pide que le recorra el labio
inferior. Nunca me han besado. ¿Me lo permitiría? Casi grito cuando ese
pensamiento me hace saltar más chispas por todo el cuerpo hasta llegar a mi corazón.
—Muy afortunada de tener dos hermanos mayores como nosotros, niña
traviesa.
Sus palabras hacen que mis muslos se aprieten y mis mejillas ardan al sentir
que algo cálido y húmedo rezuma en mi ropa interior. Ya me ha pasado antes al
escribir sobre ellos, o al leer libros sucios. ¿Pero aquí y ahora? Es como si sus
palabras hubieran desatado una presa en mis bragas. Lamiéndome los labios secos,
hago la pregunta que sé que lo responderá todo.
—¿Por qué? —susurro, con la voz baja, mientras Tristan se mueve justo detrás
de Jameson, siempre presente en la tensión de este momento. La sonrisa de Jameson
se amplía, iluminando su rostro como una especie de demonio amenazante.
—Porque —hace una pausa, inclinándose, su pecho rozando mis pezones
erectos, sus labios calientes rozando la concha de mi oreja—. Hace tiempo que
queremos compartir a nuestra pequeña babochka.
Capítulo 4
Su reacción a mis palabras es mejor de lo que cualquiera de nosotros podría
haber soñado. Un pequeño gemido de súplica se escapa de sus labios. Cuando me
alejo para estudiar su rostro, tiene los ojos cerrados con fuerza, los párpados de un
tono lavanda pálido, el labio inferior atrapado entre sus dientes nacarados. Mi polla
se tensa contra la mordaz cremallera de mis vaqueros, pero no podemos follar con
ella en el colegio. Tristan se ha enfadado porque he puesto mis reglas de camino
hasta que le he dicho por qué.
La pequeña Alice no sabe nada. Está claro por sus entradas. Es virgen, es
inocente pero traviesa, una hermosa combinación. Necesita entender lo que quiere,
lo que le haremos. Necesita estar preparada mentalmente, físicamente. ¿Aquí y
ahora? Es simplemente una prueba, que está pasando con éxito. Tenemos que ver si
esos pensamientos sucios de su mente pueden salir a jugar a la luz.
Su cuerpo es tan sensible, sus pequeños pezones pinchan la tela de su sujetador
deportivo y su camiseta de tirantes. Finalmente, sus redondos ojos azules se abren
de par en par, con las pupilas dilatadas por la lujuria. Mueve las caderas de un lado
a otro y frota los muslos tan sutilmente como puede. Una de mis manos se cierra en
un puño cerca de su cabeza. Ya está excitada. Mi determinación se ha desvanecido.
—¿Quieres que te compartamos, Alice? ¿Quieres que te follemos, que te
lamamos el coño hasta que veas las estrellas?
Su jadeo se convierte en un fuerte maullido, su espalda se arquea contra la
pared y sus ojos se cierran de nuevo. Resoplo suavemente ante su reacción, sonando
despreocupado aunque sintiendo cualquier cosa menos eso. Tristan se la follará
primero. No nos desviaremos de lo que ha escrito en su pequeño diario. Esta pobre
chica ha pasado por un infierno y ha vuelto; se merece que se cumplan todas sus
oscuras fantasías exactamente como ella quiere.
Vuelvo a inclinarme hacia ella, sacando la lengua para trazar la delicada
cáscara de su oreja mientras se estremece y me recompensa con un gemido, la ligera
sal de su sudor es mi nuevo sabor favorito.
—¿Quieres eso, Alice? Porque te daremos todo lo que quieras. Mientras seas
nuestra niña buena, seremos tus putos esclavos.
Sus dedos tintinean contra la pared, como si se impidiera a sí misma
alcanzarme. Puedo sentir a Tristan moviéndose detrás de mí, ansioso, preparado y
tenso, listo para atacar a mi palabra. Está demasiado nerviosa para pedir estas cosas,
esto lo sé. También le aterra la idea de que la utilicemos y la abandonemos, de que
nos acostemos con otras mujeres. Si tan sólo pudiera entender cómo ya ha arruinado
a todas las demás mujeres para nosotros.
Pero sé que mi trabajo es tranquilizarla. Ella anhela la seguridad y el apego
tanto como las cosas salvajes y sucias. Y nosotros le daremos ambas cosas.
Seremos su red de seguridad. La cuidaremos, la protegeremos. Le daremos
todo lo que pueda conjurar en su hermoso y curioso cerebro. Ya no hay otra opción
para nosotros. Incluso la idea de que algún día desee seguir adelante no importa; nos
aseguraremos de que nunca quiera eso.
La sutil inclinación de su cabeza, el subsiguiente grito de deseo —de ceder—
hace que mi cerebro entre en un puto frenesí. Se desploma de repente, parece
agotada, mareada, pero la atrapo con facilidad, inmovilizando su lánguida forma
contra la pared con mi cuerpo. Cada curva, cada músculo, cada roce de carne suave
contra mí es algo que nunca podré olvidar. Ella se funde perfectamente conmigo a
pesar de las diferencias de nuestros tamaños.
Ya está agotada. Estoy seguro de que la tensión general de esta situación la ha
dejado vacía. Ella ha admitido tanto sólo con unos pocos movimientos de cabeza. Y
para una mujer que nunca ha tenido sexo, esto es probablemente suficiente para una
noche, suficiente para permitirle revolcarse en su lujuria y desear más.
Pero ya no va a haber ninguna parada.
Me agacho y la estrecho entre mis brazos mientras jadea. Tristan me sigue
mientras entro en el vestuario, un espacio cavernoso y abandonado. Las taquillas
blancas y verdes se alinean en la habitación en filas, y la parte posterior de mi cuello
se estremece, una sensación que escucho. Estar acorralado de esa manera y sin salida
es la muerte en nuestra línea de negocio.
Dejando caer mis ojos hacia los suyos en una mirada, un millón de escenarios
de lo que podría pasarle en un espacio como este revolotean por mi mente.
—A partir de ahora te recogeremos de los partidos y los entrenamientos dentro
de casa —gruño. Su ligera figura se tensa, sus hermosos ojos se abren de par en par,
pero al cabo de un momento se derrite hacia mí y se relaja mientras asiente. Lo
entiende. Sin que tenga que explicarle por qué, capta mis indicaciones y obedece.
Un escalofrío de emoción me recorre. Y yo que pensaba que era perfecta antes de
leer su diario...
Con delicadeza, la pongo de nuevo en pie, y se tambalea antes de estabilizarse.
Le prometí a Tristan su momento con ella. Si se cansa, puede dormir de camino a la
cena. Lo necesitará para cuando lleguemos a casa esta noche.
Deja su bolsa de viaje en un banco y Tristan se sienta también, mirándome
expectante con esa sonrisa diabólica. Pongo los ojos en blanco. Al menos me hace
participar en sus juegos, en lugar de obligarme a mirar. Habíamos acordado que,
después de esta cita, hablaríamos de la situación con ella, para ver cómo nos
comportamos. Hasta ahora (según su diario) parece querer que estemos los dos
presentes cada vez.
Alice parpadea, con las mejillas rojas, y luego mira a Tristan. Se retuerce las
manitas y se queda inmóvil y claramente nerviosa.
Tristan extiende los brazos, haciéndole un gesto para que se acerque mientras
también separa las rodillas. Me echa una última mirada, traga saliva y obedece,
acercándose tímidamente a él mientras yo me cruzo de brazos y me apoyo en las
taquillas. Se detiene justo fuera de su alcance.
—¿Qué... qué está pasando? —dice, su voz pequeña y cargada de nervios. Su
rostro se ablanda de la misma manera que mi corazón. Tal vez esto esté mal. Tal vez
es demasiado joven, demasiado ingenua, no sabe lo que quiere.
—Lo que quieras que ocurra, nena —dice en voz baja, con la voz engrosada
y metiéndose en nuestro acento. Sus ojos vuelven a dirigirse a mí antes de volver a
los de él. Solo puedo mirar como un lobo hambriento.
—Pero... pero... no entiendo, ¿cómo...?
—Tristan ha encontrado tu diario —respondo con facilidad. Su cabeza se
levanta de golpe, la cara se queda sin color mientras Tristan me maldice en ruso.
Pongo los ojos en blanco ante su actitud indignada. De todos modos, habríamos
tenido que decírselo en algún momento. Él tiene demasiado miedo de perderla; yo
tengo demasiado miedo de perderla. Pase lo que pase, no podemos perderla por algo
tan estúpido como la deshonestidad.
—¿Qué? —jadea, retrocediendo lo suficiente como para que sus piernas
choquen con el banco de enfrente.
—No tienes que hacer nada que no quieras —dice, con la voz hueca, tensa y
triste. Entiendo su percepción; él cree que ella le tiene miedo, a nosotros, pero Tristan
a menudo no capta las señales sutiles. Está claro que está nerviosa, pero ese destello
de lujuria, la forma en que sigue apretando los muslos, la manera en que su pequeña
lengua rosada sigue saliendo para mojar su regordete labio inferior... está claro que
está intrigada por la oferta.
—¿Ayudaría saber que te hemos deseado durante todo un año antes de ahora?
—añado suavemente. Atemperada por el momento, su respiración se calma, sus ojos
siguen oscilando entre los dos. Tras dudar un poco, asiente con la cabeza. Entiendo
que sea difícil admitir que quieres follarte a tus hermanastros, a los dos, al mismo
tiempo. Es una buena chica; decir estas cosas en voz alta va a ser algo nuevo,
intimidante, pero también empoderante si se lo permite.
—Palabras, babochka —gruño. Esto le provoca un pequeño salto, pero las
venas de su cuello palpitan con más fuerza.
—Sí... —dice. Sonrío. A Tristan siempre se le ha dado mejor hacerse el
simpático. Me pregunto cómo manejará sus tendencias más salvajes, de la misma
manera que me pregunto cómo manejará mi dominación.
—Esto puede ser lo que quieras, Alice —dice Tristan, sonando casi
suplicante. Pero cuando ella le devuelve la mirada, su comportamiento se suaviza—
. Te mereces una oportunidad de vivir una vida de felicidad. Y si esas fantasías te
traen alguna apariencia de felicidad, entonces te ayudaremos a conseguirla.
Su discurso es sincero, serio, sus ojos se mantienen fijos todo el tiempo. Al
cabo de un momento, la punta de su diminuta nariz inclinada se enrojece, sus ojos
se enturbian y se le escapan algunas lágrimas. Se las enjuaga apresuradamente
mientras los dos nos ponemos tensos, resistiendo el impulso de ir hacia ella, de
consolarla. Lo último que queremos es que vuelva a sentirse sola.
—Yo sólo... —moquea, limpiando con más fervor sus mejillas mientras las
lágrimas siguen saliendo—. Me siento... culpable.
Las palabras finalmente salen, y todos parecen dar un suspiro colectivo de
alivio. Tristan resopla, sacudiendo la cabeza, las luces fluorescentes brillando en su
nariz perforada.
—Oh, pequeña Alice. Seguro que no nos sentimos culpables.
—Aunque entendemos por qué te sientes así —añado, lanzando a mi gemelo
una mirada que él ignora. De nuevo, resopla y se limpia los ojos, mirando ahora sus
zapatillas de tenis.
—Yo... ni siquiera sé qué hacer... quiero decir...
Los dos nos movemos al mismo tiempo, Tristan de pie para elevarse sobre
ella, yo deslizándome detrás de ella, mis manos agarrando su delicada cintura. Su
redondo culo roza mis muslos y mi polla vuelve a cobrar vida, el dolor es ya casi
insoportable. Esta pequeña pícara nos ha puesto las pelotas azules durante semanas.
Su aguda respiración agita el aire estancado y yo aspiro profundamente su
aroma a flores silvestres y sus toques de té de bergamota. Conteniendo el gemido
que me sube por la garganta, miro a mi hermano. Sus manos rodean con delicadeza
las caderas de ella antes de apretar, y un chillido sale de sus labios. Sus ojos bajan,
la sonrisa que pinta su cara la siento en mis huesos.
Nunca lo había visto tan genuinamente feliz.
—¿Puedo hacerte sentir bien, babochka?
Su pregunta retumba en mi cabeza. Me siento vacía y entumecida, pero de
alguna manera en llamas al mismo tiempo. Conocen mi último secreto. Han leído
mis sucias fantasías. No debería sorprenderme; el escondite de mi diario es una
mierda en el mejor de los casos, y algo en ellos me dice que saben hacer mucho más
que hacer sentir bien a una mujer.
Incluso Vasily tenía sus secretos, su trabajo no era más que una treta en mi
mente, pero nunca se había interpuesto entre él y yo, o entre él y mi madre. Confiaba
en ella, así que tal vez debería confiar en mí misma; mi instinto no se ha equivocado
todavía. Inconscientemente, me inclino un poco más hacia Jameson, la sensación de
su cuerpo cálido y robusto contra el mío me reconforta. Me siento segura con él.
También me siento segura entre los brazos de Tristan. ¿Estar entre los dos? Si no
fuera por el fuego que me arde entre las piernas, podría acurrucarme e irme a dormir
con la certeza de que nada me afectaría con ellos protegiéndome.
Sus manos empequeñecen mi cuerpo, enormes manoplas cubiertas de tatuajes,
venas y tendones. Manos fuertes, dedos ágiles y largos. Siento más humedad
pegajosa saliendo de mi coño mientras me froto los muslos, ese anhelo que crece
tanto que me cuesta respirar. ¿Es esto el deseo? ¿Es esto lo que sienten conmigo
enjaulada entre ellos? Porque se siente... inexplicable. Increíble, y algo en mi cuerpo
está deseando más.
Voy a asentir con la cabeza antes de oír la voz de Jameson en mi mente,
ordenándome que use mis palabras. Al pensar en sus profundas palabras con acento
de barítono, en la forma en que me mandaba en silencio, mis muslos se vuelven a
apretar. Conozco la respuesta en mi corazón y en mi mente, y la tenue confianza que
he construido con ellos me dice que estoy a salvo; no me harán daño. Son los hijos
de Vasily, y él era tan protector como ellos. Sé que su propia sangre será igual de
adorable y admirable si les doy esa oportunidad. Y así, doy el salto de fe, cayendo,
cayendo, cayendo en la madriguera del conejo, rezando para que la culpa que me
corroe pueda desvanecerse en la niebla de la felicidad.
—Sí —susurro, clavando los ojos en Tristan. Su mandíbula se cierra de golpe,
sus ojos brillan y miran a Jameson detrás de mí por un momento antes de volver a
fijarse en mí. Su mandíbula es más cuadrada, sus rasgos más amplios, pero la
diferencia es sutil. Estoy orgullosa de poder distinguir esos pequeños detalles.
—Estaré aquí todo el tiempo, pequeña babochka —me susurra Jameson al
oído, haciendo que me estremezca de placer nervioso. Mi corazón se dispara; lo
necesito aquí. Necesito su seguridad, su calma, su autoridad. Al mismo tiempo,
necesito la dicotomía de su gemelo; su lado salvaje y desenfrenado, su corazón más
ligero, su deseo inequívoco. Cuando miro fijamente los ojos grises y tormentosos de
Tristan, por fin comprendo la mirada que se arremolina en esas profundidades de
color cobalto: me desea. Mucho.
Tanto como yo lo deseo.
Sus dedos descienden hasta introducirse en la cintura de mis shorts, y mis
manos se levantan y se agarran a sus antebrazos mientras un gemido asustado sale
de mis labios. Se detiene inmediatamente, con los ojos desorbitados y las cejas bajas
sobre su mirada penetrante.
—¿Me dolerá... umm... mucho? —murmuro, sintiéndome estúpida e ingenua
y un poco asqueada de que mi primera vez teniendo sexo vaya a ser en un vestuario.
Mis amigos que lo han hecho me han dicho que las primeras veces son un asco, y
que incluso después del dolor inicial la mayoría de los chicos siguen sin saber lo que
están haciendo. Por mucho que confíe en ellos en este momento, sé que hay aspectos
inevitables.
Una de sus manos abandona mi costado y se acerca para acariciar suavemente
mi mejilla, mientras las manos de Jameson me dan otro apretón tranquilizador.
Tristan finalmente esboza una pequeña sonrisa, rompiendo la tensión.
—Aquí no, babochka. Somos hombres, no niños pequeños.
—Sabemos cómo hacer que duela menos cuando llegue el momento —dice
Jameson desde detrás de mí, con su voz profunda y ronca. Me siento aliviada y
reconfortada, mi cuerpo se inclina aún más hacia sus robustos músculos, su calor
roza lo ardiente. Gracias a Dios, no voy a perder la virginidad en mi instituto.
—Qué... quiero decir... nunca he uhh... bueno...
Uf. Si no puedo dejar de divagar o tartamudear, van a pensar que soy una
completa idiota y se van a ir. Pero el áspero pulgar de Tristan me acaricia suavemente
la mejilla, su sonrisa sigue presente.
—Lo sabemos. Tu único trabajo ahora es relajarte, disfrutar. Y si no lo haces
—hace una pausa para encogerse de hombros, con su acento más profundo que
nunca—. Entonces paramos y te traemos algo de comida para que no te desmayes.
Su suave burla me hace romper en una sonrisa mientras libero una pequeña
risa y algo de tensión, pero mi corazón sigue martilleando lo suficientemente fuerte
como para sacudir toda mi estructura. ¿Es todo esto real? ¿O he sufrido una
conmoción cerebral durante el entrenamiento? Tiene que ser una conmoción
cerebral, un sueño vívido, ¿no?
Pero esos ojos grises que me devuelven la mirada son demasiado reales para
que esto sea sólo un sueño, y sus fuertes manos que me sostienen, manteniéndome
caliente y segura, también son reales. Tal vez... sólo tal vez... me merezco que me
pase algo bueno en la vida. Después de la muerte de mamá y Vasily, y luego de la
de la tía Mary —todo ello en el plazo de un año—, la depresión se ha colado en mi
corazón y ha echado raíces.
La seguridad y el afecto que he encontrado en mi depresión es la misma
seguridad y afecto que se me ofrece aquí y ahora. ¿La diferencia? Me aportarán
alegría, conexión, algo que falta en mi vida. Así que mi decisión se consolida aún
más mientras miro con anhelo los ojos de Tristan.
—Quiero... quiero sentirme bien, y quiero que sean ustedes los que me hagan
sentir bien —digo, mi voz es un tímido susurro. Me responde con una sonrisa lobuna,
con las fosas nasales encendidas por la excitación, mientras sus ágiles dedos se
deslizan de nuevo por debajo de la banda de mis shorts. Aunque estoy muy nerviosa,
es el tipo de nervios que también están llenos de emoción, como antes de que la
montaña rusa se lance por las vías, o antes de que un avión despegue. No tengo ni
idea de qué hacer o qué esperar, pero confío en ambos.
Lentamente, me quita los ajustados pantalones cortos, cogiendo también mi
tanga. Se me cierran los ojos y me estremezco en este momento de pura tensión. El
agarre de Jameson se hace más fuerte, su cuerpo está ardiendo cuando se inclina a
mi alrededor, y el tacto espinoso de su pelo me hace estremecer mientras presiona
su cara en el pliegue de mi cuello desde atrás, inhalando profundamente.
La apretada tela que rodea mis muslos se desprende lentamente, dejándome
al descubierto, y el aire fresco del vestuario me pone la piel de gallina. Al mismo
tiempo, la lengua de Jameson sale lánguidamente, recorriendo una vena palpitante
de mi cuello como si trazara las líneas de mi corazón. Tristan se pone de pie,
dejándome de repente a su sombra dominante, y mis ojos se abren de golpe.
Levanta la mano y en su puño cuelga mi tanga rosa pastel, con el forro
pegajoso y empapado. Jameson gruñe al verlo, y sus manos suben para acariciar
suavemente la parte inferior de mis pequeños pechos. Me sonrojo al ver mi ropa
interior, sabiendo que ahora estoy desnuda ante mis hermanastros de cintura para
abajo, sabiendo que pueden ver lo excitada que estoy.
La sonrisa de Tristan es tortuosa.
—Tan mojada para nosotros, Alice. ¿Te tocas cuando escribes tus bonitas
historias?
El bajo profundo de su voz de grava, junto con el roce de los dientes de
Jameson contra el lóbulo de mi oreja, me hace gemir, cambiando de pie a pie para
tratar de crear cualquier cantidad de fricción que pueda.
—S…sí —susurro mientras las enormes manos de Jameson me cubren los
pechos, engulléndolos como marejadas sobre la playa. La sonrisa de Tristan
desaparece, su rostro se oscurece como una nube de tormenta, el negro sin
profundidad de sus pupilas se ensancha. En el siguiente segundo, su palma me toca
la garganta con la suficiente presión como para marearme, y sus labios descienden
sobre los míos con un estruendo como el de las olas explosivas contra una orilla
rocosa.
Es electrizante, liberador, sentir sus labios sobre los míos, tan ansiosos. Es mi
primer beso, brutal, rápido y hambriento, mientras su agarre en mi garganta se hace
más fuerte, haciéndome ver estrellas detrás de mis párpados. Su lengua caliente y
resbaladiza recorre la costura de mis labios, y separo los míos siguiendo su silenciosa
orden. Nuestras lenguas se arremolinan, la suya explorando y reclamando cada
centímetro de mi boca mientras Jameson empieza a burlarse y a pellizcar mis
pezones rígidos.
Gimoteo en la boca de Tristan, estos sonidos que estoy haciendo ahora son los
que sé que nunca he hecho antes. Se separa y me deja balanceándome hacia él, pero
la mano de Jameson me agarra la mandíbula y me gira la cara hacia él para poder
robarme su primer beso. Me derrito en él en cuanto nuestros labios se juntan; es
suave, lento y sensual, sus lánguidos movimientos indican el control que siempre
tiene; esta es mi tortura, este es su poder.
Con un grito ahogado, vuelvo la cara y bajo la sensación de los dedos rozando
mis muslos desnudos, pero Jameson me gruñe un duro Niet en el oído. Me
estremezco ante su orden y, en cambio, gimoteo, con su mano empujando mi cara
hacia la suya.
Tristan me besa en la parte superior de los muslos, y sus dedos recorren
suavemente la parte delantera hasta llegar a la suave piel interior. La lengua de
Jameson se desliza entre mis labios al mismo tiempo que me pellizca el pezón, con
fuerza. Grito cuando envía descargas eléctricas de placer hacia mi vientre y mi coño.
El constante latido entre mis piernas me duele mientras se filtra más humedad.
—Está tan jodidamente mojada —gruñe Tristan. Jameson suelta una risita
oscura en mi boca sin romper nuestro beso, y de alguna manera eso es lo más
deliciosamente sexy que podría hacer. Los dedos de Tristan me separan bruscamente
los muslos, y esta vez consigo separarme y mirarlo. Se arrodilla ante mí como un
campesino ante una reina, y las manos de Jameson se deslizan hacia abajo para
sujetar el dorso de mis muslos en una contusión. Con un tirón hacia arriba, me
levanta de un tirón y, al mismo tiempo, me abre las piernas para que Tristan pueda
verlas. Grito ante la repentina suspensión de mi cuerpo, pero Jameson es fuerte y
Tristan avanza, con sus labios a la altura de mi lloroso coño.
—Qué... espera... —jadeo, tratando de cerrar las piernas contra la fuerza
implacable de Jameson. Los ojos de Tristan se suavizan, las duras aristas de su deseo
se suavizan ante mi vacilación.
—¿Estás bien, Alice? —pregunta Jameson. Es entonces cuando me doy
cuenta de que mis uñas se clavan en el dorso de sus manos, ayudándole a sostenerme
y a abrirme para su gemelo. Los ojos de Tristan no se apartan de los míos a pesar de
que me desnudo ante él por primera vez.
—Yo... necesito ducharme... —susurro, enrojeciendo. Mis amigos que han
tenido sexo a menudo me regalan historias de sexo oral, diciendo que es mucho
mejor que el sexo real. Sabiendo que Tristan aspira a usar su boca, no puedo evitar
sentirme cohibida. Ambos responden a mis preocupaciones con profundas risas, pero
es Tristan quien habla.
—Oh, babochka —dice sacudiendo la cabeza e inclinándose más hacia dónde
puedo sentir que estoy goteando. Sus palmas se extienden por el interior de mis
muslos, separándome aún más—. He esperado esto durante demasiado tiempo como
para que me importe una mierda.
Y entonces, con nuestros ojos fijos, con su gemelo abriéndome de par en par
para él, saca su lengua antes de succionar mi clítoris en su boca. Echo la cabeza hacia
atrás con un grito, mi cráneo se estrella contra el hombro de Jameson mientras
Tristan chupa y pasa su lengua por mi hinchado capullo. Mi orgasmo no vacila, sino
que me atraviesa tan rápido y con tanta fuerza que vuelvo la cara hacia el cuello de
Jameson y le muerdo la unión del hombro, intentando en vano contener el grito de
éxtasis entre los dientes.
Pero Tristan no se detiene, ni siquiera cuando me pongo sensible. Gimo y
grito, pero él sólo ralentiza los golpes de su lengua, permitiéndome adaptarme sin
apartarme. Jameson gime detrás de mí.
—Eres tan hermosa, babochka, perfecta. Eres una chica tan buena.
Sus palabras me vuelven a entusiasmar. Nunca pensé que disfrutaría tanto
escuchando elogios, pero me hace sentir adorada y hermosa. Todas las cosas que
siempre he querido de los hombres de mi vida, cosas que eran difíciles de conseguir
hasta que mi madre conoció a Vasily.
Me distraigo con la construcción de mi próximo clímax, pero entonces lo
siento: Tristan agitando su dedo corazón en la humedad de mi entrada. Mi coño se
agita y luego se aprieta. Retira su boca de mí y, en su lugar, introduce lentamente su
largo dedo corazón en mi interior. Gimo mientras lo observo, el estiramiento no es
nada con lo mojada que estoy.
—¿Quieres más, nena? —me pregunta mientras retira el dedo antes de volver
a introducirlo lentamente. Mi mente está en un estado de excitación tal que gimo
mientras asiento con la cabeza, la idea de que me llene me vuelve animal en mi
ardiente necesidad. Ni siquiera consigo usar mis palabras antes de que Jameson casi
me haga correrme de nuevo con lo que dice.
—Sé una buena chica y toma sus dedos en tu coño, Alice. Quiero ver cómo te
corres otra vez.
Tristan se lame mi fluido de los labios antes de introducirme dos dedos. El
estiramiento es más fuerte esta vez, pero todavía no es doloroso; en todo caso, estoy
disfrutando de la amenaza de dolor en este momento, ya que todo se siente
intensamente agudizado. Trabaja con los dedos hasta cierto punto antes de detenerse,
y le dice algo a Jameson en ruso, que responde simple y rápidamente.
—Niet.
Con una sonrisa de satisfacción, la lengua de Tristan recorre mis pliegues
antes de volver a bailar sobre mi clítoris. Eso, unido a sus dedos que entran y salen
superficialmente de mí, hace que mi siguiente orgasmo aumente a un ritmo profundo
y alarmante.
—¡Ahh, ahh! —grito, agarrando a Jameson con tanta fuerza que sé que tendrá
moratones.
—Buena chica, tan buena chica, ven con fuerza para nosotros.
El clímax me recorre de pies a cabeza, las piernas me tiemblan, los dedos de
los pies apuntan a mis zapatos y mis músculos se traban con la fuerza de su ira, y
algo caliente sale a borbotones de mí. Presa del pánico, pero demasiado agotada por
esos dos orgasmos, sólo puedo desplomarme con un gemido en los brazos de
Jameson.
—Joder, es una...
Jameson le corta en ruso.
—Da —dice Tristan, sonando tan soñador como me siento en este momento.
—¿Me... me he orinado? —Me cohíbo con un jadeo, tan avergonzada y
mortificada. Mantengo los ojos cerrados, pero sus risitas me hacen asomar un
párpado. Tristan niega con la cabeza, su sonrisa es tan pura, genuina y feliz que me
hace sentir un nudo en el corazón. Se inclina hacia mí y me da un beso en mi
estómago, que está expuesto y tiene cosquillas. Me retuerzo con una pequeña
carcajada mientras intento apartarme, pero sus pesadas manos en mis caderas y el
hecho de que Jameson siga sosteniéndome me mantienen en su sitio.
—No, cariño. Te has corrido.
—Umm... ¿qué? —Digo, sintiéndome tan ingenua y despistada. Su sonrisa no
es condescendiente y me da un beso en el interior del muslo.
—Cuando te corriste, soltaste más fluidos. Jodidamente sexy como el infierno.
Trago saliva, todavía avergonzada, ya que nunca había oído hablar de algo
así. Pero si les gusta, supongo que es algo bueno.
—Tendremos que esperar a que me toque a mí —dice Jameson en voz baja
detrás de mí antes de inclinarse para presionar sus labios en el lateral de mi cuello.
Me estremezco y me acurruco sobre mí misma, deseando nada más que acurrucarme
junto a los dos y dormir durante un día entero, disfrutando de lo perfecto que es este
momento. Aparta su boca—. Vístete para la cena, babochka. Pero tus bragas se
quedan conmigo.
Agradezco que Jameson conduzca. Alice se sienta en el asiento del copiloto,
y no puedo apartar mis malditos ojos de ella aunque quisiera. Sus mejillas parecen
permanentemente enrojecidas por la excitación y su ligera vergüenza. Se ha
arreglado el pelo en el vestuario, alisándolo en una elegante coleta alta que resalta la
estructura ósea de su impecable rostro.
El sabor de ella aún persiste en mi lengua. Almizclado, suave, con un toque
de dulzura. Mi polla se tensa contra la áspera tela de mis vaqueros, deseando penetrar
en su apretado y virgen coño tan pronto como pueda. Ella es la perfección. Esta
situación es perfecta. Ella nos desea, y nosotros la deseamos, y todas nuestras sucias
fantasías cobran vida porque todos tenemos un propósito común, ahora, y las
posibilidades son infinitas.
—¿Qué es esta cena? —Viene su dulce voz desde el frente. Se remueve en su
asiento, su vestido negro ajustado, abrazando cada una de sus sutiles curvas,
terminando a mitad del muslo. Me doy cuenta de que a Jameson no le gusta lo poco
que deja a la imaginación, pero no tiene por qué preocuparse; con nosotros dos cerca
y muy pendientes de sus movimientos, nunca le pasará nada. Ella es nuestra, y
nosotros protegemos lo que es nuestro.
—Para nuestro... asociado. El Sr. Fordson.
Jameson se cuida de no revelar demasiado, pero Alice es avispada; me doy
cuenta de que está preocupada cuando mira a Jameson y frunce el ceño al lado de su
cara. Me gustaría calmar sus temores, pero Jameson y yo diferimos en nuestra visión
de la situación; ¿le decimos lo que realmente hacemos? ¿Armarla con la verdad? ¿O
la mantenemos alejada de ese lado de nuestro mundo hasta que estemos seguros de
que no va a correr a la policía o a su asistente social?
Creo que es lo suficientemente madura, claramente. Si quiere tomar nuestras
pollas, está lo suficientemente sana como para saber que estamos en la mafia.
Sospecho que Jameson quiere preservar lo más posible su inocencia.
—Estás preciosa —añade, con una voz tan baja que casi la pierdo. La cara de
ella gira para mirarle de nuevo, con los ojos abiertos y brillantes. Responde
excepcionalmente bien a los cumplidos, a los elogios. Se lo merece. Aunque eso es
más bien una manía de Jameson, es algo que puedo hacer por ella, sobre todo porque
es la puta verdad. Es sencillamente impresionante, un tipo de belleza clásica y
antigua.
—Gracias —susurra recatadamente, con los ojos puestos en la mano de él
sobre la palanca de cambios, mientras un nuevo rubor pinta sus mejillas. Pongo los
ojos en blanco. En cualquier tipo de relación poliédrica, es inevitable que haya celos
en algún momento. Pensar lo contrario te lleva al desastre. Se trata de aprender a
sobrellevarlos, a sacar tiempo individualmente y juntos para que todos se sientan
seguros. Son cosas de las que Alice no tiene ni idea, cosas en las que Jameson y yo
tendremos que ayudarla.
Aunque yo siento los celos de forma más potente que él, a menudo ha señalado
que somos literalmente idénticos. Si está deseando a mi gemelo, es obvio que
también me desea a mí. El resto del viaje transcurre en silencio, claro que todos
estamos perdidos en la bruma de este enorme cambio en nuestras vidas. Todo se
hace a un lado cuando Jameson se desvía de la oscura autopista bordeada de árboles
y se dirige al camino que lleva a la puerta del Fordson. Está abierto, pero un hombre
con un traje negro monta guardia. Jameson baja la ventanilla y los dos asienten en
señal de reconocimiento antes de continuar.
Su casa es extravagante, extensa, la entrada circular con la fuente en el centro
es jodidamente ostentosa. Pero me gusta Nick, su hermano Jonah. Los dos chicos
Fordson van camino de hacerse con el imperio de su padre, y estar a su lado es una
elección que nuestro padre, nuestro abuelo incluso nuestro bisabuelo ya habían
hecho por nosotros.
Con nuestros objetivos similares, es una obviedad. Ayuda el hecho de que
realmente puedo soportar a Nick, ya que hay numerosas familias de bajo nivel que
son tan viscosas y enfermas como las hay. Me aseguraré de que Alice se mantenga
alejada de cualquier roce con los Baptiste o los Nelson.
Jameson se detiene, pero deja el coche en marcha y un aparcacoches se acerca
a abrir la puerta de Alice. Salgo de un salto, con los ojos encendidos, mientras Alice
se levanta y se alisa el vestidito negro, con unos tacones de tiras demasiado altos
para mi gusto. Si estuviéramos solos en casa, la obligaría a pavonearse desnuda con
ellos, sólo para ver cómo se menea su culito.
El hombre le tiende la mano mientras ella se tambalea sobre la grava, sus ojos
recorren su joven cuerpo. Me rechinan los dientes al apartar su mano y tomar la mía,
pasando su brazo por el mío para mantenerla firme.
—Disculpe, señor —dice el hombre. Le ignoro mientras Jameson resopla.
—Compórtate —me recuerda en ruso. Frunzo el ceño mientras subimos los
escalones y sus ojos se dirigen al culo de Alice.
—Mira quién habla —le respondo con un gruñido. Alice ralentiza sus pasos
antes de que entremos en el vestíbulo, y la miro con ligera preocupación.
—¿De qué va esta cena? —pregunta, y la inquietud de su mirada hace que
muchas emociones se agolpen en mi pecho. Quiero calmar su miedo, quiero separar
sus bonitos muslos y enterrar mi cara en su coño una y otra vez hasta que me ruegue
que pare.
No tiene ni idea de lo que le espera cuando lleguemos a casa. Será mejor que
Jameson la deje quedarse en casa mañana. Necesitará descansar.
—Para ponernos al día y asegurarnos de que nuestros... ideales siguen
alineados —le explico, aunque crípticamente. Se muerde el labio rosado y asiente
con la cabeza, apretando su abrazo antes de mirar a Jameson a su lado. Con
delicadeza, le presiona las yemas de los dedos en la parte baja de la espalda y se
inclina para susurrarle algo al oído que sé que pretende que yo capte.
—No nos iremos de tu lado, babochka. Y cuando Tristan nos lleve a casa, te
enseñaré por qué me quedé con tus bragas.
Un gemido se le escapa de los labios mientras me río y nos hago pasar por el
umbral y entrar en la inmaculada mansión.
El vestíbulo está repleto de gente, las copas de champán y el vino tintinean,
Janine Fordson es como un ángel del cielo que va de un lado a otro para asegurarse
de que todo es tan perfecto como ella. Cuando crecía, todo el mundo le echaba la
bronca a Nick por lo buena que está su madre. Jameson aprendió a mantener la boca
cerrada, pero yo nunca lo hice. Creo que todavía tengo una cicatriz en mis costillas
de cuando me apuñaló por hacer un chiste de MILF2 una vez.
El monstruo aparece a la vista, de pie, con pantalones y una camisa de vestir
blanca, con las mangas remangadas hasta los antebrazos, dejando al descubierto el
valioso reloj de su abuelo, una reliquia de cuando todos nuestros bisabuelos hicieron
2 Una mujer mayor sexualmente atractiva, típicamente una que tiene hijos.
su primera transacción comercial. Jameson tiene el nuestro guardado en la caja fuerte
de su casa.
Nick Fordson es una jodida bestia; casi dos metros de altura, cada centímetro
de él ondulando en músculo, su pelo oscuro haciendo que sus inquietantes ojos
azules parezcan letreros de neón eléctricos en un bar. Pero eso no es lo que todo el
mundo nota a pesar de lo fuera de lugar que está en una multitud. No, son las
cicatrices que atraviesan su cara en diagonal las que hacen que la gente se detenga,
se quede mirando, que los niños se acurruquen en los costados de sus madres por
miedo. Son profundas, de color púrpura en algunos puntos, una le atraviesa la mejilla
izquierda, otra le parte la ceja izquierda, una tercera le atraviesa la frente.
Es una obra de arte macabra grabada permanentemente en su cara. Y no le
gusta que nadie las mire. La historia de cómo las consiguió circula por nuestro
mundo como el más rico cotilleo. Me inclino hacia la oreja de Alice, a punto de
advertirle, cuando ella jadea y se libera, tirando y casi corriendo hacia Nick.
Jameson y yo compartimos una mirada confusa antes de seguir su trayectoria,
aprensivos por lo que pueda decir. Pero sólo se detiene a su lado, una joven cercana
a su edad de pie con un bonito vestido amarillo, con aspecto perdido y nervioso.
Levanto la mano, presionando contra el pecho de Jameson para mantenerlo plantado,
para permitir que Alice tenga la oportunidad de hablar con esta chica
—¿Quién es? —pregunta en voz baja. Desconcertado, me encojo de hombros
mientras los rostros de las chicas se iluminan, sonríen y charlan entre ellas. Es
entonces cuando siento que se me eriza la piel, como si me estuvieran observando.
Mis ojos se dirigen a Nick, que me mira fijamente.
—Joder —siseo mientras se separa de su padre y se acerca a nosotros. Me
duele el costado al recordar lo dolorosa que es su retribución.
—Fordson —dice Jameson, cortante, cauto pero educado. Nick nos mira
fijamente.
—Los hermanos Stefanov. Mis condolencias por lo de su padre. Estaba...
indispuesto. Siento no haber podido asistir a su funeral —dice, con voz grave y
cascajosa. Jameson asiente.
—Gracias. Ha sido... difícil, pero estamos aprendiendo a manejarlo.
—Bien, bien —dice distraído, mirando por encima del hombro a las chicas
mientras Alice le muestra a su aparente amiga algo en su teléfono. No puedo evitar
dejar que mis ojos recorran todo su cuerpo perfecto, la forma en que su vestido le
abraza los muslos y el culo, la forma en que sus pechos sin sujetador son como
precisas gotas de lágrimas, los pezones duros en el vestíbulo con corrientes de aire.
—Nuestra hermanastra, Alice. Acabamos de tomarla bajo nuestra custodia —
explica Jameson, probablemente para que no parezcamos unos cretinos. Sería peor
si los dos nos sintiéramos atraídos por su amiga también, pero no es así; Alice es
única, su belleza clásica, su madurez algo que siempre ha abarcado. La diferencia de
doce años en nuestras edades significa poco cuando el corazón que amas se siente
tan unido al tuyo.
Toso, cubriéndome apenas con el puño mientras el pensamiento me golpea
con fuerza.
Amor.
¿Realmente la amo? La conocemos desde hace bastante tiempo, la hemos
deseado durante un año, pero ¿eso equivale a amor? No lo sé; no es una emoción de
la que me haya encontrado capaz antes.
La ardiente mirada de Nick que se dirige a nosotros hace que mis
pensamientos se dispersen. Algo parecido a un huracán se cierne sobre su mirada.
Traga con fuerza.
—Vigílala. Supongo que asiste a Seattle Prep con Ellie.
—¿Y quién sería Ellie para ti? —pregunto, haciéndome el listo. Sus cejas caen
sobre sus ojos en señal de vehemente advertencia, y aunque la mayoría se echaría
atrás, soy un glotón para el castigo.
—Una joven muy brillante que no se deja embobar —sisea, protector. Miro a
Jameson.
—No se la está follando, si eso es lo que te preguntas —gruñe Jameson en
ruso, aunque ambos sabemos que Nick puede captar la mayor parte. Los ojos de la
bestia se ablandan y un ceño fruncido se dibuja en sus labios.
—No. Pero ella es... —hace una pausa, como si la palabra le resultara difícil
de pronunciar por alguna razón—. Ella es muy importante. Sólo que ella aún no lo
sabe.
Capítulo 5
La cena es un asunto interesante, algo mejor porque Ellie se sienta a mi lado
todo el tiempo. Su padre también está asociado a ese misterioso señor Fordson, pero
al menos tengo a alguien de mi edad, alguien con quien me siento cómoda. Tengo la
sensación de que todos los que me rodean lo saben; saben que Jameson y Tristan son
algo parecido a mis amantes tabúes (lo cual se siente raro llamándolos así), y parece
que todos pueden leer el signo evidente que tengo en la frente: CULPABLE.
Claro que me siento culpable por lo que habíamos hecho en los vestuarios.
Me siento sucia, equivocada, como si la sociedad me rechazara. ¿Y si me echan del
colegio? ¿Y si van a la cárcel? Tengo la edad legal de consentimiento, pero estos
temores me corroen la boca del estómago.
En cuanto mis ojos se encuentran con los suyos, mis miedos y mi culpabilidad
parecen desvanecerse, sustituidos por la calma, una especie de paz que parece irreal
y, por tanto, demasiado buena para ser verdad. Aún no entiendo por qué me hacen
sentir así. Tal vez sea la forma en que los ojos de Tristan se entrecierran con picardía
cuando se encuentran con los míos. Tal vez sea la forma en que Jameson me mira
fijamente, con su máscara rígida e ilegible, pero los sutiles indicios de su deseo están
ahí si me fijo bien. También se turnan. Si uno se aleja, el otro se acerca. Si mi espalda
está expuesta, uno me guiará suavemente o me dará un pequeño toque tranquilizador
que me hace arder en las venas.
Después de experimentar dos orgasmos devastadores uno tras otro, se podría
pensar que estoy cansada y saciada, pero todo lo que quiero es más.
Estar sentada durante la cena es una tortura. Sigo mojada, y me mojo más cada
vez que Tristan se lame los labios, cada vez que los dedos de Jameson recorren mi
muslo por debajo de la mesa. Para cuando estamos en el coche de vuelta a casa, mi
cuerpo bulle de excitación, mi culpa aplastada bajo mi propio tacón. Debería poder
hacer lo que me hace sentir bien, dentro de lo razonable. Todavía tengo moral.
Más o menos.
Tristan conduce, Jameson ocupa el asiento junto al mía. Conversan en voz
baja en ruso mientras los árboles oscuros se desdibujan y nos dirigimos al este, hacia
Seattle. Sé que nos queda un poco de camino hasta que lleguemos a casa, así que
mientras sus voces bajas me llegan a través del silencioso habitáculo del coche,
sueño despierta, con la frente pegada a la fría ventanilla.
Me imagino más ideas de lo que quiero que me hagan. Que Jameson me
sostenga en el suelo y me abra para Tristan fue probablemente una de las cosas más
calientes que le han sucedido literalmente a cualquiera. ¿Ver cómo la lengua de
Tristan se desliza por mi clítoris antes de chuparlo con fuerza entre sus labios? Me
froto los muslos ante el ardiente recuerdo, mis pezones se agolpan en el vestido hasta
que también les apetece ser chupados. Nunca había sido capaz de provocarme
orgasmos de esa magnitud. Ni siquiera me había metido los dedos. Nunca supe si se
sentiría bien o no, así que nunca lo intenté.
Ahora lo sé, y la idea me emociona aún más.
—Tenemos que hablar, Alice —dice Jameson en voz baja. Me siento más
erguida, me ajusto el cinturón de seguridad y asiento con la cabeza, mirándole. Sus
cejas oscuras están muy inclinadas sobre sus ojos melancólicos. Creo saber qué tipo
de conversación quieren tener conmigo, y mi corazón empieza a acelerarse por el
nerviosismo. ¿Están a punto de chantajearme? ¿Imponer alguna regla imposible
porque se dan cuenta, después de ese único encuentro, de que realmente no quieren
esto? ¿Se van a reír de mí y me van a llamar friki por mis fantasías?
—Nos preocupamos mucho por ti. Lo hemos hecho durante muchos años —
dice Jameson. Trago saliva. Será él quien dé el discurso, porque así es él: conciso,
seco y directo. Mantengo las manos cruzadas con fuerza en mi regazo para ocultar
su temblor.
—No nos andaremos con rodeos. Por supuesto que te deseamos sexualmente.
Creo que comprendes las repercusiones si alguien se entera mientras estás en la
escuela, ¿dá?
Asiento en silencio, sintiendo el aire sobrio del ambiente, comprendiendo qué
es lo que me está confirmando.
—Bien. El resto... —hace una pausa, frunciendo el ceño antes de que sus ojos
se deslicen de nuevo hacia mí—. Hay mucho que aprenderás por tu cuenta, mucho
que podremos enseñarte. Pero con eso vienen las reglas, ¿entiendes?
De nuevo, asiento con la cabeza.
—Seguro, cuerdo, sobrio, consentido —dice, marcando los cuatro puntos con
sus largos dedos. Alejo la idea de que me pellizque los pezones y trato de
concentrarme—. Cualquier cosa que quieras que hagamos y cualquier idea que te
presentemos será segura.
—Aunque no parezcan seguras —interviene Tristan. Jameson le gruñe algo,
pero se explaya.
—Creo que está hablando de una fantasía particular tuya, una que
discutiremos después de esta noche.
Se me hace un nudo en el estómago inmediatamente; creo que sé cuál es.
Esperaba que no hubieran leído hasta ahí...
—Otro aspecto de la seguridad es... bueno... —se interrumpe, pero Tristan se
apresura a intervenir.
—Estamos limpios. Nos hicimos la prueba la semana pasada.
Me sonrojo de inmediato, mordiéndome el labio mientras Jameson se
desplaza, comandando mi atención con sus ojos mercuriales.
—Suponemos que tú también —dice mientras yo asiento rápidamente, con los
ojos muy abiertos. Sonríe suavemente—. Pero está el aspecto del control de la
natalidad...
—Lo estoy tomando —me apresuro a decir, con las palmas de las manos
húmedas. —La tía Mary me lo puso el año pasado para el acné. — Cierra la boca,
los ojos se ablandan ligeramente mientras asiente. Deduzco que, al ser hombres, no
les apetece hablar en profundidad de mi ciclo, cosa que me parece bien. Con un
suspiro, sigue adelante.
—Lo siguiente es la cordura. Significa que nunca intentaremos algo que pueda
dañarte permanentemente. Sobrio...
—No tengo edad para beber —murmuro, intentando burlarme suavemente de
él. Después de un momento, sonríe.
—No, babochka, pero estoy seguro de que mi homólogo no tiene ningún
problema en hacerte llegar a escondidas la bebida que quieras.
—Es lo suficientemente mayor para nuestras pollas, es lo suficientemente
mayor para un buen vodka, mudak.
No puedo evitar soltar una risita y ponerme roja al mismo tiempo. Jameson le
responde con un gruñido, pero Tristan se limita a reírse. Se callan y el ambiente en
el coche cambia a un tono más serio.
—Por último, consensuado. Nunca haremos nada que no quieras, Alice, lo
entiendes, ¿verdad?
Sus palabras y la forma en que me mira profundamente a los ojos a través de
la oscuridad me hacen sentir tan cálida, tan querida. Sé que intrínsecamente nunca
me harían daño así. ¿Pero tener esa capa adicional de confort? Significa mucho para
mí. Sé que no soy fuerte físicamente, sé que ellos obviamente lo son. Podrían
aprovecharse fácilmente de eso, pero no lo harían.
—Sí —digo, con la voz débil y tensa.
—¿Necesitas una palabra de seguridad esta noche? —pregunta en voz baja.
El coche da una pequeña sacudida hacia la izquierda, Tristan corrige en exceso
porque ha estado escuchando más a nosotros que prestando atención a la carretera.
Casi me hace sonreír.
—Yo... ¿no sé? ¿Qué haría eso?
He oído a mis amigos hablar de ello, pero nunca me he preocupado mucho de
averiguar qué es realmente una palabra segura. Una parte de mí empieza a
preguntarse si soy demasiado joven, demasiado tonta. Pero otra parte de mí sabe que
algún día lo aprenderé de cualquier manera. Y prefiero que sea con ellos, dos
hombres que quiero, hombres en los que confío.
—Significa que si lo dices, paramos todo inmediatamente porque estás al
límite —dice Tristan. Me muerdo el labio pensando. ¿Cuáles son mis límites?
Supongo que los iré descubriendo sobre la marcha, que creo que es lo mejor para mí.
—Oh... umm... ¿tal vez... sorbete?
Jameson mira a Tristan mientras se ríen. Me hundo aún más en mi asiento,
pero no siento que se burlen de mí, sino que, de alguna manera, encuentran mi
elección entrañable. El aire en el coche vuelve a cambiar a una nota más sobria.
—También deberías entender nuestros gustos. No queremos asustarte en el
momento, ¿sabes? —dice Jameson.
Su acento es tan rico y aterciopelado en este momento. Me hace temblar de
deseo. Deseo oírle decir de nuevo lo buena chica que soy.
—Por ejemplo —dice Tristan con orgullo—. Me gusta que sea jodidamente
sucio y duro. Te ahogaré, te escupiré, te morderé, haré que te corras incluso cuando
me ruegues que pare.
Se me salen los ojos del cráneo ante sus descaradas palabras, pero las
imágenes que pinta en mi mente son obras de arte: yo sudada y usada, exhausta
mientras su enorme mano rodea mi garganta y bombea dentro de mí.
—Y yo, babochka —dice Jameson, arrancando mi atención de mi fantasía—
. Me gusta atarte para que no puedas moverte, para que tengas las piernas abiertas y
pueda ver lo mojada que te pones para mí cuando te abofeteo el coñito, cuando
aceptas tus castigos como una buena chica.
Ahora mi corazón se acelera, el cinturón de seguridad me sujeta como si
quisiera atarme. Sus ojos son maliciosos, brillan como un pálido pez plateado en las
profundidades de un lago negro. Se desprende del cinturón y se acerca a mí mientras
su mano se sumerge en el bolsillo y saca mis bragas rosas.
—Esto es para ti, hermano —dice, aunque sus ojos no se apartan de los míos.
—Dime —gruñe Tristan.
—Tu chica sucia tiene que bajar la voz mientras conducimos. No podemos
tenerla gritando y distrayéndote.
La risa que responde Tristan es amenazante. Mis ojos revolotean entre su nuca
y la ropa interior en la enorme mano de Jameson. Me mira y mis ojos, muy abiertos,
vuelan hacia los suyos mientras me duele el coño y mi clítoris pide atención.
—Abre las piernas para mí, preciosa —dice, con su voz de tormenta y sus
pupilas abiertas. Lentamente, me muevo hacia abajo en del asiento para abrir más
fácilmente las piernas. Sus ojos inamovibles observan cada uno de mis movimientos
con tal escrutinio que, sin querer, me pongo en tensión y rezo por haber hecho un
trabajo lo suficientemente bueno como para oírle decir.
Me recompensa el leve movimiento de sus labios y sus siguientes palabras.
—Qué bien escuchas, babochka. Ahora abre bien la boca para mí.
Me estoy dando cuenta de lo que va a pasar. Si no estuviera en esta situación,
me parecería asqueroso, pero saber lo mucho que va a excitar a Tristan... ¿Sabiendo
cómo me elogiará y me hará sentir bien por obedecer? Algo en mi mente se pone en
marcha, apagando todo lo demás. Es extraño, nuevo, pero me encanta. Sigo siendo
Alice, pero soy su chica buena. Lo único que hay en mi mente vacía es cómo
complacerlos, cómo hacerlos retorcerse como ellos me hacen retorcer a mí. Y ahora
mismo, la obediencia parece estar haciéndolo para todos nosotros.
Esta sensación es liberadora, catártica. No tengo que pensar. No tengo que
poner una sonrisa falsa. No tengo que fingir que no he estado gravemente deprimida
durante todo un año porque todos mis seres queridos siguen muriendo. Los tengo,
ahora. Un ligero punto brillante al final del túnel más negro, que se ensancha a
medida que lucho por alcanzarlo, por perseguirlo. Me siento como una mariposa a
punto de escapar de su crisálida después de pasar meses en la oscuridad asfixiante;
hermosa y libre y fuerte.
Abro la boca de par en par, los ojos de Jameson brillan en la oscuridad del
coche. Mantengo los ojos en los suyos, clavados en el asiento por su mirada,
completamente entregada y confiada en él en este momento. Mi cuerpo se siente
como una masa flexible; puede hacer conmigo lo que le plazca, pero sigue siendo lo
bastante caballeroso como para pedirlo.
Inclinándose, sus labios rozan mi oreja.
—¿Estás segura, Alice?
Asiento con la cabeza antes de que se aleje, sacando la lengua al máximo para
atraerlo aún más mientras el dolor entre mis piernas se vuelve más ferviente, al sentir
mi humedad deslizándose por mi piel resbaladiza. Suelta un gruñido al verme y
aprieta mi cola de caballo, tirando hacia atrás hasta que me quedo boquiabierta ante
él con un gemido. Se inclina hacia mí y saca la lengua para lamer la mía, provocando
un cosquilleo en mi cuerpo. Cuando se retira, la tela de encaje está en mis labios,
pasando por mis dientes y posándose en mi lengua. Una vez que ha introducido toda
la tela, me pasa un dedo por la mejilla hinchada mientras gimoteo.
—Qué buena chica, Alice. Eres tan hermosa —murmura contra mí mientras
yo gimo, mi pecho sube y baja rápidamente mientras me duele juntar los muslos.
Incapaz de resistirme, cierro las piernas, pero sus ojos captan el movimiento y me
separa con sus fuertes manos. Antes de que me dé cuenta, me ha subido el vestido
hasta que la tela apenas me cubre el coño, y su palma golpea el interior de mi muslo.
Grito ante el pinchazo y me tambaleo hacia delante todo lo que me permite el
cinturón de seguridad.
—Si te digo que abras las piernas, las mantienes abiertas, ¿da?
Gimiendo, asiento rápidamente con las manos aferradas a los reposabrazos.
—Cuando juegas contigo misma, ¿pones los dedos aquí, Alice? —me
pregunta, con el pulgar presionando con fuerza mi resbaladizo clítoris. Gimo al
contacto, el sonido es confuso y agudo, mientras ondas eléctricas del máximo placer
me estremecen y hacen que mi coño se apriete y pida más, y el escozor de su palma
al golpear mi piel se desvanece. Asiento con la cabeza. Lentamente, con su dedo
índice, lo arrastra hasta mi centro, donde estoy resbaladiza de excitación.
Suavemente, tantea mi entrada, burlándose de mí mientras mi cuerpo pide más.
—¿Aquí? —susurra. Esta vez, niego con la cabeza. Le cuenta algo a Tristan
que no entiendo, pero su atención vuelve a centrarse en mí.
—¿Nos quieres esta noche, Alice? Necesito que seas sincera. Podemos
esperar si no estás lista.
Parece que ya sabe mi respuesta porque sonríe mientras me mete el dedo. Hace
tiempo que los quiero. No quiero esperar más. Mi asentimiento es rápido y seguro.
Su mano libre se acerca a mi mejilla y yo me inclino hacia su calor, frotando mi cara
contra su palma.
—Voy a romper tu himen, entonces, babochka, y cuando lleguemos a casa
estarás lista para tomar nuestras pollas.
Sus palabras son tan tranquilizadoras como excitantes, y mis ojos se ponen en
blanco mientras mi cabeza se golpea contra el respaldo de mi asiento. Manteniendo
su mano en mi mejilla, retira su dedo y luego inserta dos, empujando
superficialmente para estirarme antes de sondear algo tierno. Mis ojos se abren para
pasar entre los suyos con fervor, el aire entra raspando entre mis dientes y mis bragas
de encaje. Me dedica la sonrisa más suave que he visto nunca, una sonrisa llena de
anhelo y algo más, algo profundo y cariñoso. Me pasa la palma de la mano por la
mejilla, apartando algunos pelos.
Empuja un poco más, y siento un ligero pellizco y ardor por la intrusión
extranjera más profunda, pero el dolor es mínimo.
—Mira hacia abajo. Mira lo profundo que están mis dedos en tu pequeño y
apretado coño, Alice.
Obedezco, respirando entrecortadamente, y mis ojos se abren de par en par al
ver su pulgar, su meñique y su anular, los otros dos desaparecidos hasta la
empuñadura. Mientras se retira lentamente, puedo ver el brillo de sus dedos,
mostrándome lo mojada que estoy.
—¿Le has dicho que mataremos a cualquier cabrón que intente acercarse a
ella? —Tristan grita desde el asiento delantero. Su sentimiento me hace gemir.
Jameson se ríe.
—Tomo nota, hermano. Deberías ver lo buena que está siendo.
Tristan se queda en silencio, pero casi puedo sentir lo desesperado que está
sólo por la forma robótica en que conduce.
El pulgar de Jameson frota círculos suaves y lentos alrededor de mi clítoris al
ritmo de sus profundas y suaves embestidas. Siento que me está abriendo,
preparándome de la forma más erótica posible para lo que está por venir. Sus dientes
me pellizcan la oreja mientras se inclina hacia mí.
—Mira cómo te hago chorrear por todos mis dedos, y luego vas a limpiarlo,
¿sí?
Gimo contra las bragas que tengo en la boca y asiento con la cabeza, con las
uñas clavadas en los reposabrazos y los muslos temblando con cada movimiento de
sus dedos. En lo más profundo de mi ser, noto que se aprieta, que se me anuda el
estómago preparándose para el maremoto que va a ser este orgasmo. Mis gemidos
se hacen más fuertes, más cercanos, y sus empujones se vuelven más bruscos, su
pulgar dando vueltas cada vez más rápido. Los sonidos húmedos y de succión de sus
dedos en mi coño resuenan en el coche, y yo lo observo todo, tensándome mientras
él introduce sus dos dedos en mi interior.
No puedo respirar, ni tener sentido del tiempo o del espacio. Lo único que
puedo hacer es observar, en el precipicio de un acantilado, cómo me penetra con los
dedos, cómo me tiemblan las piernas, cómo mi vientre se aprieta y mi coño se agita
y aprieta sus dedos con avidez. Mi clímax me hace gritar contra la tela que tengo en
la boca, pero sigo obedeciendo, viendo cómo cubro sus dedos y su amplia palma con
un chorro de fluidos. Gime en mi oído mientras lloro y me marchito a su alrededor,
con los pelos sueltos pegados a mi pegajosa frente. Me echo hacia atrás con un
gemido y mi cuerpo se afloja cuando él retira sus dedos. Siento su otra mano en la
boca, tirando de mis bragas, antes de presionar sus dos dedos calientes y resbaladizos
contra mis labios.
Con un gemido, sin darme cuenta de lo que estoy haciendo, le agarro la
muñeca y me meto sus dedos en la boca, saboreándome en él mientras lo chupo y
lamo su palma como un animal voraz.
—Joder, estoy muy orgulloso de ti, mi pequeña y buena zorra.
Sus palabras solo hacen que me chupe los dedos con más fuerza, con mi
lengua moviéndose entre ellos, con sus ojos hambrientos clavados en los míos.
Gimoteo cuando se aleja, pero me pasa la otra mano por encima de la cabeza para
calmarme. Todo el mundo está en silencio, disfrutando del erotismo de este
momento. Por fin consigo abrir los ojos caídos y me encuentro con que Jameson ya
me mira fijamente, con su mano rozando mi mejilla para calmarme. Sigo agarrada a
su muñeca, y me sonrojo pero sonrío, saliendo de mi aturdimiento, volviendo a mi
cuerpo, a mí misma.
—¿Qué me has hecho? —Murmuro, dirigiendo mi sonrisa hacia él. Él me la
devuelve, con su propia sonrisa suave, una visión poco común.
—Lo que te haremos por el resto de tu vida. Hacerte sentir como la princesa
que eres.
Miro fijamente los redondos ojos oceánicos de Alice. Incluso a través de la
oscuridad, puedo ver cómo brillan sólo para nosotros, lo saciada y satisfecha que
está. Es tan etérea, tan hermosa, que hace que me duela el corazón por primera vez
en años. Tristan siempre ha sido demasiado huidizo para el amor, aunque sé que la
quiere. Está claro por cómo la mira; nunca ha sido así con otra mujer.
¿Yo? Ya he amado antes. Fue una breve temporada de un año con una mujer
de nuestro mundo, y ella me destruyó al dejarme por otro hombre. Había renunciado
a la idea de salir con alguien hasta que vi a Alice en el funeral del año pasado, y vi
cómo se había convertido en una belleza elegante y graciosa.
Hasta que vi el dolor en sus ojos y supe que no me detendría ante nada para
solucionarlo, para consolarla, para que una sola sonrisa apareciera en sus labios
rosados.
Me acaricia la palma de la mano con la mejilla, cierra los ojos y frunce las
cejas mientras un suave suspiro sale de sus labios. Hablo suavemente con Tristan
mientras ella se adormece, y el recuerdo de su coño agarrando mis dedos con avidez,
y de su boca caliente chupándolos después, me produce una furiosa excitación.
—Está cansada —digo suavemente en ruso.
—Una de sus fantasías —bromea. Pongo los ojos en blanco. La quiere esta
noche, sin importar las consecuencias. Quiero que esté bien físicamente, pero no
puedo negar lo mucho que me apetece enterrarme en ella.
Algo que escribió brevemente en su diario y que quiere probar es que la
usemos —literalmente la usemos, ya sea despierta o dormida— escribió que no le
importaba. Ya puedo ver por sus reacciones de hace unos momentos que es una
sumisa natural; se deslizó en un espacio mental completamente diferente de la
inocente y mansa Alice que conocemos y se convirtió en un animal voraz en celo.
Maldita zorra sexy.
Pero por muy caliente que sea, la otra parte de mí se pregunta por qué tiene
estas fantasías, por qué quiere ser utilizada, mandada, alabada. Escribió que tenía
miedo de que alguien fuera a por ella, y después de ver a su padre biológico en la
tienda, después de ver su tensa interacción, creo que tengo una idea de quién es.
—Tiene miedo de su verdadero padre —le susurro a Tristan. Él gruñe en voz
baja mientras el cálido aliento de Alice me hace cosquillas en la palma de la mano.
Está profundamente dormida.
—Entonces matamos al maldito.
—No es tan fácil —resoplo. Matar a su padre probablemente le dolería a pesar
de lo que haya hecho. Pero me da una idea de sus manías. La idea de que tal vez le
haya hecho daño en algún momento me enfurece, pero no lo sabremos hasta que ella
nos lo diga. Hasta entonces, si permitimos que sus fantasías cobren vida en un
entorno seguro, puede que lo haga.
Y puede que seamos empujados al límite hasta el punto de que...
rectifiquemos.
Pronto entramos en el garaje, saco a Alice con cuidado y la llevo al interior.
Puedo sentir el deseo desenfrenado y nervioso de Tristan mientras la acomodo en el
sofá y la acuesto, cubriéndola con su manta de punto favorita. Antes de que pueda
reprenderle y decirle que la deje un tiempo para adaptarse, se quita los zapatos, se
pasa el cinturón por las trabillas y se quita la camisa.
—¿En serio? —Siseo. Él sonríe y se encoge de hombros, mostrando su pecho
entintado y sus pezones perforados mientras se desliza detrás de ella en el sofá,
tirando de su cuerpo flojo hacia el suyo, envolviéndola en sus brazos. La visión hace
que los celos se disparen por un momento antes de que la calma arraigue. Tristan es
la única persona en este mundo en la que confiaría, y mientras una suave sonrisa
pinta sus labios, sé que ella también siente esa seguridad.
Estoy a punto de dejarlos en paz cuando la manita de Alice se levanta para
alcanzarme y rozarme el muslo. Tristan se ríe antes de enterrar su cara en el hueco
de su cuello.
—No puedes dejarme, ¿recuerdas? —susurra, parpadeando con cansancio
mientras su sonrisa crece. Mi cuerpo arde en llamas, me vuelvo y me arrodillo junto
a su cara, acercándome a su mejilla.
—¿Seguro que estás preparada? ¿No estás demasiado cansada? ¿O dolorida?
Apretando los labios, se detiene para girar el hombro y mirar a un sonriente
Tristan, con los ojos ligeramente abiertos al contemplar su torso desnudo. Cuando
vuelve a mirar hacia mí, sus grandes ojos azules tienen un brillo acerado. Se levanta
para sentarse.
—Yo... quiero verlos a ambos...
Mis ojos captan los de Tristan. Sabemos exactamente a qué se refiere sin que
tenga que hacer la pregunta. Él se mueve y se pone de pie, al igual que yo,
sobresaliendo por encima de ella mientras se sienta expectante en el sofá, con fuego
en los ojos a pesar de lo cansada que está. Me gustaría mirar a Tristan, pero a juzgar
por la forma en que sus ojos se abren de par en par, ya sé que está mostrando su polla
con orgullo para ella. Sintiéndome excluido, entrecierro los ojos y empiezo a
desnudarme, con algo parecido al nerviosismo revoloteando en mi pecho.
Tristan y yo estamos cubiertos de tatuajes de pies a cabeza. Él lleva piercings
en los pezones y un aro en la nariz. Mis modificaciones corporales, sin embargo...
pueden asustarla un poco. Es algo de lo que nunca pensé que fuera a ser consciente,
sobre todo porque las mujeres con las que solemos follar podrían ser estrellas del
porno y están acostumbradas a ver cosas raras.
¿Pero Alice? Dudo que tenga idea de que este tipo de modificaciones puedan
existir. Me desnudo hasta quedar en calzoncillos, con la polla medio dura y dolorida
por la falta de atención que he recibido.
Nos mira a los dos, de pie frente a ella en nada más que pantalones cortos.
Tristan me mira, seguro de sí mismo, tan engreído como siempre. Pondría los ojos
en blanco si no fuera porque me da miedo. Alice se aclara la garganta, sus ojos se
fijan en los míos, con una nota de picardía en su mirada.
—¿Puedo... puedo? —susurra, con la mano extendida tentativamente. Joder.
¿Cómo puedo negárselo cuando me mira con el pelo revuelto y los labios rosados y
húmedos? ¿Después de que mis dedos estuvieran dentro de su coño? ¿Cuándo era
una chica tan buena limpiando su desorden?
Lentamente, con una sonrisa de satisfacción, me quito los bóxers y dejo que
mi polla, ahora completamente erecta, se libere. Sus ojos la delatan, se abren de par
en par y sus labios se separan. Independientemente de si esto le resulta extraño o
raro, aprenderá a apreciar el dolor que he sufrido para darle el máximo placer. Me
agarro la polla, la acaricio lentamente, apretando el agarre cuando llego a la cima y
el pre-semen sale de la punta.
—¿Te gusta lo que ves, babochka?
Capítulo 6
Santa. Mierda.
Están de pie ante mí, uno completamente desnudo, otro casi desnudo. Los
cuerpos de ambos están cubiertos de una tinta oscura, intrincada y hermosa, que
acentúa cada hueco y curva de sus deliciosos músculos. Los pezones de Tristan están
perforados con barras, algo que nunca pensé que encontraría tan sexy como en él.
Tengo que resistir el impulso de pasar la lengua por el metal.
¿Pero el verdadero shock? Es la aprensión de Jameson, la forma en que sus
ojos se habían puesto tensos cuando le pedí que se desnudara. Está nervioso por algo,
pero ahora, mientras agarra su enorme y gruesa polla, puedo ver por qué.
Sólo había visto una polla en una película porno que vi a escondidas el año
pasado cuando me di cuenta de que estaba enamorada de ellos pero no podía
quitarme esos sucios pensamientos de la cabeza. La que había visto en el corto había
sido larga y fina. La de Jameson (y claramente la de Tristan) es igual de larga pero
increíblemente gruesa.
Y a través de la cabeza violácea hay un piercing de barra que hace que mis
entrañas se retuerzan de deseo. Mi coño se aprieta, me inunda una mayor excitación.
Cuando mis ojos bajan por su pene, observando cómo lo acaricia lentamente delante
de mi cara, me doy cuenta de algo aún más peculiar.
Bultos redondos bajo la piel de su pene, nódulos que salpican la parte inferior
y superior en una especie de patrón. Es entonces cuando me doy cuenta de que esto
no es un accidente, sino más bien un diseño. Trago con fuerza y mis ojos saltan para
encontrarse con los suyos. Se cierra, con los ojos oscuros y melancólicos, antes de
abrir la boca para explicarse.
—Perlas. Perlas de silicona que me implanté para aumentar el placer de la
mujer... —dice en voz baja. Un escalofrío de sucio deseo me recorre ante esta
explicación. ¿Qué tan doloroso debe haber sido? Su compromiso con el placer de
una mujer me hace sentir un calor y un cosquilleo. Pero entonces me invaden los
celos y lo fulmino con la mirada, cruzando los brazos en un mohín.
—¿De qué mujer? —Gruño. Sonríe y se agacha rápidamente, atrapando mis
mejillas con el pellizco de sus hábiles dedos, lo suficientemente suave como para no
hacerme daño, pero lo suficientemente fuerte como para mostrar su poder, su
seriedad.
—Ahora sólo para tu placer, puta sucia.
Siento que mis cejas se levantan en el centro mientras un gemido de necesidad
gratuita se escapa de mi garganta a pesar de lo mucho que intento detenerlo. Me he
pasado toda la vida siendo la chica buena; ahora quiero ser la mala. Sus ojos arden
sobre mi piel, encendiéndome de nuevo, haciendo que mi cuerpo vibre de excitación.
No tengo miedo de mi primera vez; incluso si hay dolor, me lo tragaré entero, dejaré
que se convierta en una parte tan importante de mí como ellos lo serán en este
momento.
Sus fosas nasales se abren mientras me pellizca más las mejillas, y sabiendo
cómo reaccionan cuando me sumerjo en esta nueva Alicia, no puedo evitar
provocarlos y atraerlos un poco más. Saco la lengua y la pongo en horizontal,
empujando mi cara contra su mano hacia la pesada cabeza de su polla, esforzándome
por probarla por primera vez mientras la excitación nerviosa me recorre.
—Qué chica tan mala —sisea, agarrando su longitud con la otra mano,
acercando su cabeza chorreante a mis labios—. Abre.
Me suelta las mejillas cuando me lo ordena y dejo caer la mandíbula al
máximo. Me acaricia los labios, recorriéndolos con la resbaladiza cabeza de su
pesada polla, mientras yo gimo y me retuerzo en el sofá bajo él, aumentando mi
propio placer al saber que le estoy haciendo sentir bien. Me suelta la polla y me pasa
las manos por la cabeza, una a cada lado, acunando mi cráneo mientras echa sus
caderas hacia atrás, colocándose en la entrada de mi boca.
—Vas a tomarlo todo, nena. Respira por la nariz —dice, adoptando un tono
más suave. Nuestras miradas se cruzan, y la confianza que necesito está ahí; no me
empujará más allá de lo que cree que soy capaz de hacer. Obedezco cuando empieza
a introducir su larga y ancha polla en mi boca, que saliva, y su sedosa cabeza se
desliza fácilmente por mi lengua. Mis labios se cierran automáticamente en torno a
su polla, y él suelta un gemido de éxtasis mientras empuja superficialmente,
dejándome un momento para acostumbrarme a este nuevo acto.
—Mírame cuando te metas mi polla en tu boquita bonita, Alice —gruñe, y lo
hago. Su rostro es glorioso; un arcángel feroz enviado a saquear, quemar y destruir,
sus largos y delgados músculos en plena exhibición, la piel bronceada de su rostro
enrojecida por el deseo. La punta de su pene me roza el paladar, extraño y prohibido,
por tanto delicioso, y las perlas que recubren su pene crean una placentera fricción
con mi lengua. Sólo puedo imaginar lo que sentirá cuando esté enterrado en lo más
profundo de mi coño.
Por el rabillo del ojo, veo a Tristan quitarse los calzoncillos y liberar su propio
miembro, que se balancea y se llena de deseo. No tiene piercings ni perlas, pero
sigue siendo tan sexy como Jameson. Me tomo un momento para apreciar sus muslos
densamente musculados, donde también se esconden escasos tatuajes.
Mi atención —aunque quiere saltar a todas partes y verlo todo— es limitada,
así que hago lo posible por concentrarme en una cosa a la vez para saborear esto.
Jameson mueve las caderas, sus dedos se anudan en mi pelo, una mueca en su cara.
—Chúpalo, ahueca tus mejillas.
Acepto su petición y lo hago, succionándolo aún más dentro de mi boca,
recompensada cuando sisea entre sus dientes y se retira. Respiro con dificultad,
jadeando, pero él es implacable, y eso hace que me moje aún más.
—Lámelo como una paleta, putita.
Sus palabras me hacen gemir, y mis dedos se agitan para agarrarlo, para
hacerlo más fácil, pero en cuanto levanto la mano, hay algo más. Al chasquear la
lengua contra su piercing antes de recorrer su eje gloriosamente acanalado y
abultado, algo pesado, duro y pujante se instala en mi mano. Mis ojos se cierran
mientras Tristan se entrega a sí mismo y a sus propias indicaciones.
—Así, nena —dice con su voz tensa, rodeando su mano con la mía y
mostrándome cómo bombear su polla como a él le gusta. Cuando mis dedos rodean
su circunferencia, no se vuelven a encontrar. Otro escalofrío me recorre mientras
lamo y chupo a Jameson. Empuja sus caderas hacia delante, plantándose
profundamente en mi boca mientras Tristan suelta mi mano y me deja acariciarlo
por mi cuenta. La penetración de Jameson me hace cosquillas en la parte posterior
de la garganta y se me saltan las lágrimas mientras me dan arcadas, ya me duele la
mandíbula de tanto estirarla para acomodarla.
Es en ese momento, con una polla en la boca y otra en la mano y mi oxígeno
agotándose, cuando me meto en esa nueva Alice, la que tiene la mente adormecida,
la que sólo busca complacer a los dos hombres de los que se está enamorando con
fuerza, los dos hombres a los que confía plenamente su vida. Esta es la Alicia que
quiere que las cosas más sucias salgan a la luz, la Alicia que por fin está libre de los
confines de su mente y de las restricciones sociales, la Alicia en la que me inclino
con abandono.
Jameson habla, con voz suave, los ojos se ablandan por un momento mientras
sale de su mentalidad dominante.
—Cuando te penetre en la garganta, cariño, respira por la nariz y traga, intenta
relajarte, ¿de acuerdo? —dice suavemente, con el pulgar bajando para acariciar mi
mejilla. Con los ojos clavados en los suyos, logro asentir ligeramente—. Golpea dos
veces mi muslo si es demasiado.
La forma en que me mira ahora, con elogios y adoración en sus ojos de color
cobalto, hace que me moje aún más, que mis muslos se resbalen al frotarse sin poder
evitarlo.
—Quiero ver las lágrimas corriendo por tu cara mientras te folla la boca, Alice
—gruñe Tristan mientras bombeo lánguidamente su polla. Antes de que pueda ni
siquiera gemir, Jameson me está dando más y más de su rígida longitud, y hago justo
lo que me ha ordenado. Relájate, respira por la nariz. Sigo teniendo arcadas, y cada
vez que se aparta, me permite un respiro antes de que se hunda más en mi garganta.
Se me llenan los ojos de lágrimas con cada mordaza, pero me encanta. Observo a
Jameson, cómo sisea entre los dientes, cómo lanza la cara al techo y maldice en ruso.
Continúo chupando, con la lengua incapaz de quedarse quieta, frotando
amorosamente su eje acanalado. Sus embestidas se vuelven más decididas, y cada
vez que llega al fondo de mi garganta, me sujeta la cabeza, sin permitirme la salida
fácil de apartarme. Bombeo la polla de Tristan con más rapidez mientras gimo y
tengo arcadas.
—Voy... a correrme... —Jameson jadea.
—Trágatelo todo, putita —me ordena Tristan, y mis ojos, muy abiertos, se
dirigen a los suyos. Su mirada es salvaje, maliciosa de una manera que aún no he
visto, mientras aparta su polla de mí y en su lugar me limpia una de las mejillas sin
lágrimas. Su gesto me reconforta.
Jameson bombea una vez más, luego otra, y a la tercera ya me ha metido la
polla hasta el fondo de la garganta, con mi nariz presionando la extensión plana de
músculo sobre su polla. Tristan me agarra rápidamente la mano y me rodea la
garganta con la palma de la mano para que pueda sentir el bulto de su polla mientras
se estremece y lanza su semilla hacia mi esófago.
Me pongo rígida en ese segundo, con la cabeza mareada por la falta de
oxígeno, el clítoris dolorido y palpitante hasta el punto de sentir que puedo correrme
en cualquier momento. Antes de que me dé cuenta de lo que ha pasado, Jameson se
retira y se arrodilla mientras yo inhalo una enorme bocanada de aire, con el sabor
salado de él todavía potente en mi lengua. Me da un beso prolongado en la frente
antes de murmurar mi recompensa.
—Lo has hecho tan bien tomando mi polla y mi semen en tu garganta, nena.
Estoy tan orgulloso de ti.
Sus manos me recorren, tranquilizándome mientras asiento y gimoteo,
permitiéndome un momento para calmar mi respiración.
Sin embargo, Tristan parece no poder contenerse. Limpia la amplia y baja
mesa de centro de mandos a distancia y libros decorativos antes de apartar a Jameson
de su camino. Sus enormes manos me agarran por las caderas, y logro sonreírle
aturdida mientras me levanta como a una muñeca de trapo y me deja sobre la mesa.
Se cierne sobre mí, con todo su cuerpo tenso como un resorte enrollado, sus
estrechas caderas entre mis muslos y su rígida longitud descansando a lo largo del
hueso de mi cadera. Una parte de mí sabe que este es un momento que nunca podré
recuperar, y mi lado más precavido me lo recuerda en silencio. Pero cuando extiendo
mi mano y Jameson entrelaza nuestros dedos, y cuando Tristan se inclina para que
sus codos estén a ambos lados de mi cabeza y me dedica su sonrisa de niño, sé que
esta es la decisión que querré tomar para siempre.
Es lento, sus manos ásperas y cálidas me rozan los costados mientras me
quitan el vestido y lo tiran. No llevo sujetador porque antes estaba demasiado
nerviosa para pedirle a Tristan que buscara el adecuado en mis cajones. Jameson me
da un beso en la sien mientras la mano de Tristan me envuelve en uno de mis pechos
y su lengua sale para rozar mi pezón.
Gimo al contacto, la espalda se arquea como un puente sobre la losa de madera
que tengo debajo. Son tantas las sensaciones que estallan a mi alrededor que
descubro que sigo en el mismo espacio mental, el de la Nueva Alicia que tanto me
gusta. Ser su muñequita de trapo me hace sentir más libre en mi vida de lo que nunca
antes me había sentido. Nunca he tomado drogas, pero supongo que cualquier
sustancia que induzca la euforia no tendría nada que ver con esto. Una parte de mí
quiere probar sólo para demostrar que esta hipótesis es correcta.
—No puedo tomarme mi tiempo contigo, nena —dice Tristan, con los ojos
pálidos como la plata y la mandíbula cincelada. Esperaba esto de él; que fuera
incapaz de controlarse cuando llegara el momento. Un estremecimiento de miedo
me recorre las venas. He tenido sus dedos en mi coño, pero sé que eso es muy
diferente a sus pollas. Jameson me aprieta la mano y acerca sus labios a mi oído.
—Estarás bien, babochka. También me tienes a mí aquí. Nunca haríamos nada
para hacerte daño.
Vuelvo mi mirada hacia la suya, encendida y excitada mientras las imágenes
de él penetrando en mi cruda garganta revolotean por los ojos de mi mente. Esta
noche hemos alcanzado un nivel completamente nuevo, y la confianza entre nosotros
es tan fuerte como el acero. Presionando su frente contra la mía, sus labios me
acarician la nariz, y no puedo evitar dedicarle una sonrisa acuosa. Al mismo tiempo,
el pulgar de Tristan rodea lentamente mi clítoris con la presión justa para provocar
un orgasmo. Lo siento inminente cuando me besa la mejilla antes de tomar mi pezón
entre sus dientes y pasar la lengua por mi pequeño capullo.
Grito, poniéndome rígida con la embestida de mi clímax. Justo cuando estoy
a punto de correrme, Tristan me mete los dedos en el coño, empujando con tanta
fuerza que veo las estrellas. Todo se acelera aún más, y cuando finalmente llego al
orgasmo, mi grito resuena en toda la casa. Sin vacilar, siento que se retira y que algo
más presiona mi entrada, algo mucho, mucho más grande.
Todavía temblando por mi clímax, Jameson captura mis labios con los suyos,
besándome lenta y tiernamente, atrapando mis maullidos de deseo y dolor mientras
Tristan se relaja dentro de mí. Me doy cuenta de que se está conteniendo en mi
beneficio, y eso me calienta.
Jameson se aparta, me limpia los pelos sueltos de los ojos y me sonríe
suavemente.
—Buena chica —canturrea. Mi resbalamiento facilita el camino a Tristan, que
por fin consigue introducir la punta de su polla en mi ya no virgen coño. Siento el
pecho en llamas y el estómago lleno de mariposas—. Lo estás haciendo muy bien,
nena.
Aparto los ojos de Jameson para mirar a Tristan. Aprieta los dientes, las
caderas se inclinan superficialmente mientras retrocede y procede a introducirme
unos centímetros más. El estiramiento y el ardor son nuevos y dolorosos hasta cierto
punto, pero cuanto más avanza, menos duele. No me doy cuenta de que tengo la
mandíbula floja, la boca muy abierta y ruidos extraños que salen de mi garganta.
Una de sus manos me agarra por la cadera de forma posesiva y la otra se extiende
junto a mi cabeza.
Me golpea en ese momento. Estoy teniendo sexo por primera vez. Y es con
mis hermanastros sexys, que solían asustarme tanto que mi madre básicamente los
desterró. Tomar ese miedo, jugar con él, aprender a domarlo para que puedan herir
y asustar a cualquier otra persona que no sea yo, es la cosa más poderosa que he
hecho o que haré jamás.
—Joder, está muy apretada —gruñe Tristan—. Juega con ella. Haz que se
corra en mi polla.
Jameson obedece sin palabras, bajando su mano hasta mi coño para jugar con
mi clítoris mientras Tristan se hunde aún más en mí.
—Mírame, cariño —me ordena, y yo obedezco. Se apoya en el codo,
acercando nuestros rostros antes de que sus labios capturen los míos. Me suelta la
cadera, enganchando su brazo bajo mi muslo derecho y tirando hacia arriba,
cambiando el ángulo y la profundidad de nuestra conexión, con mi rodilla presionada
casi hasta la oreja. En ese mismo momento, da un último y duro empujón, su polla
me atraviesa mientras grito contra su boca, su lengua se arremolina contra la mía
para calmar el escozor de convertirme en suya. De ellos.
Hay algo tan catártico en ese momento que un sollozo sube por mi garganta y
las lágrimas brotan en mis ojos, acumulándose antes de correr por mis sienes.
Tristan deja de moverse, con las cejas fruncidas en señal de preocupación, y
me pasa el pulgar por la mejilla.
—Alice...
—Estoy bien —digo temblorosa pero rápidamente.
—Entonces... qué...
—Estoy tan feliz de... quiero decir que... me siento... me siento feliz por
primera vez en mucho tiempo.
Mis palabras son un susurro silencioso y todo se paraliza. Me pregunto si los
he asustado, sintiéndome estúpida. Como si tuviera que acurrucarme y esconderme.
Pero entonces Tristan sonríe, y cuando vuelvo la mirada, Jameson también
sonríe suavemente. Me dice algo en ruso, algo que Vasily solía decirle a mi madre y
que reconozco, pero tengo la sensación de que no sabe que lo sé. Te amo. Antes de
que pueda dejar que esas palabras se asienten y se agudicen, me atrapa los labios con
un duro beso, y Tristan empieza a empujar profundamente dentro de mí, con breves
ráfagas contra mi vientre. Me golpea en algún lugar simultáneamente doloroso y
placentero. Jameson acumula humedad en las yemas de sus dedos y rodea mi clítoris
al ritmo de los empujes de Tristan. A través del dolor florece algo hermoso, algo que
nunca había sentido antes.
Todos estamos profundamente conectados, ahora. Entrelazados en el alma del
otro. Lloro, gimo, gimoteando en la boca de Jameson mientras Tristan empieza a
sacarse casi por completo antes de volver a clavarse en mí, el golpeteo de nuestras
pieles y los ruidos húmedos que hace mi coño me impulsan a un nuevo orgasmo.
Con una mano, agarro el bíceps de Jameson y, antes de que pueda aferrarme
a Tristan, él enrosca su amplia palma sobre mi garganta, apretando lentamente
mientras mi clímax crece y crece.
—Más rápido —le ordena a Jameson, que obedece, la fricción en mi clítoris
arde, mi estómago se anuda mientras jadeo. Mis uñas se clavan en la muñeca de
Tristan mientras gime, mirándome con furia. Siento las ondas de un orgasmo, los
primeros zarcillos. Tristan me penetra con más fuerza, los dedos de Jameson me
rodean más rápido. En cuanto jadeo, Jameson me aprieta, reduciendo mi suministro
de aire a la mitad mientras mi orgasmo me desgarra, convirtiéndome en nada más
que fragmentos de hermoso cristal plateado.
Mis dedos apuntan, mis piernas están tan bloqueadas que mis músculos sufren
espasmos, mi cabeza se agita y todo mi cuerpo parece flotar mientras mi coño aprieta
su polla una y otra vez. Siento mi chorro de humedad, mi eyaculación, y Tristan
bombea dentro de mí con más fuerza y rapidez, sus caderas se ponen rígidas antes
de penetrarme con tanta fuerza que la oscuridad me nubla la vista.
En cuanto se retira, respiro con fuerza, todo vuelve a estar vertiginosamente
enfocado, mi cabeza se precipita con otra extraña oleada de euforia.
—Tan jodidamente buena para tus hermanos mayores, Alice —bromea
Tristan por encima de mí, con el sudor salpicando su suave pecho y su cara. No
puedo evitar sonreír perezosamente, aturdida, flotando, cuando Jameson me coge la
barbilla, obligándome a mirar hacia la suya.
Su sonrisa se ha transformado en su sonrisa maliciosa, y mi corazón
tartamudea.
—Sé que estás cansada, nena, pero aún así vas a ser una buena chica y tomar
mi polla también, ¿dá?
La forma en que me canturrea las palabras hace que mi cuerpo se derrita, que
mi coño se apriete y pida que lo llenen, que esté dispuesta a hacer todo lo que él
ordene. Así que las siguientes palabras que salieron de mi boca —aunque fueron un
shock para todos— siguen pareciendo correctas.
—Sí, papi —gimoteo.
La nariz de Jameson se agita, sus pupilas se abren de par en par, sus dedos se
clavan profundamente. Tristan se retira con un torrente de nuestros fluidos, que me
cubren los muslos y el culo. Mientras Jameson y Tristan me dan la vuelta, me
inclinan sobre la mesa de café y Jameson se arrodilla entre mis muslos, recuerdo su
pene perforado y su eje perlado. Se me escapa un gemido de miedo y me siento
estúpida por haber tentado al diablo, pero es demasiado tarde cuando me pasa las
palmas de las manos por las nalgas, abriéndolas.
Gime al verlo, y siento cómo su pulgar rodea y tantea la estrecha y prohibida
entrada. Grito, tambaleándome ante la nueva sensación. Me tira de las caderas hacia
atrás con una mano.
—Un día me follaré este agujero, babochka, y Tristan podrá besar tus lágrimas
cuando lo haga. ¿Sí, princesa?
Presiona la punta de su pulgar apenas dentro, lo suficiente para hacerme sentir
el ardor. Gimoteo y me agarro al borde de la mesa. Presiona aún más cuando dudo
en responder.
—¡Sí, sí papi! —Grito. Retira el pulgar y yo jadeo.
—Buena chica —dice tranquilizador, sus dedos empujando hacia arriba en mi
coño usado, arremolinándose en una mezcla de todos nosotros. Sus dedos se retiran
un momento, y unos segundos después siento el borde redondo de su piercing y la
gruesa cabeza de su polla. Mi cuerpo se afloja, pero Tristan me aparta el pelo de la
cara, me lo aparta con el puño y se levanta sobre sus rodillas, con la polla ya erecta
de nuevo. Gimoteo cuando comprendo lo que quiere, pero la idea de cómo me están
utilizando es tan jodidamente excitante.
Me da una palmada en la mejilla con su pesada polla.
—Abre —gruñe. Gimoteo, resistiéndome, empujándolo, empujándolos a
ambos. Jameson me corta lentamente por la mitad, abriéndose paso cada vez más
profundamente. Suena una bofetada, y un segundo después, el dolor se registra en la
mejilla de mi culo y grito.
—Sé una buena chica, Alice.
Asiento con la cabeza, las lágrimas se acumulan ante su advertencia, de nuevo
más catártica que otra cosa, y abro la boca de par en par. Tristan se inclina y me pasa
la palma de la mano por la cabeza.
—¿Estás bien, nena? ¿Sabes cuánto te amo?
Sus palabras me hacen estallar el corazón, y asiento con la cabeza, llorando
más fuerte mientras Jameson se hunde completamente en mí. Mi sollozo se convierte
en un gemido, y la punta de Tristan me presiona los labios separados, buscando la
entrada.
—Mírame, nena, lo haré rápido. Voy a follarte en bruto para que cada vez que
tragues mañana pienses en mí.
Sus sentimientos son mi advertencia encubierta, y me penetra en la boca, sin
detenerse hasta que llega al fondo de mi garganta y me ahogo. Jameson aumenta la
velocidad pero mantiene sus embestidas profundas, haciendo que mis pechos
desnudos se froten sobre la mesa. Tristan me agarra del pelo y me folla la boca. Las
babas resbalan por un lado de mi cara mientras el semen y mis jugos salen de mi
coño. La piel resbaladiza de Jameson choca con la mía, ¿y esas perlas? Santa.
Mierda.
El piercing es una cosa, pero sentir esa punta rozando mis partes más
profundas y al mismo tiempo tener esas grandes y redondas perlas acariciando mi
interior... es casi demasiado para soportarlo.
—Vamos, Tristan, no puedo aguantar mucho más —jadea Jameson, con los
dedos clavados en mis caderas. Y eso es lo que hace, me clava la polla en la garganta
mientras su puño me rodea el cuello, apretando lo suficiente como para que sienta
que se agarra a su polla a través de mí. Ni siquiera puedo sentir su clímax, pero la
poderosa mueca de su cara le hace parecer una especie de dios en este momento. Se
retira lentamente y suelta al mismo tiempo que yo me ahogo con su semilla y respiro
todo lo que puedo, con el potente sabor de mí misma y de él en mi lengua.
Me pasa los dedos por el pelo anudado y sudado, y presiona su frente contra
la mía.
—Eres tan hermosa cuando lloras. Veo mi semen en tus labios, maldita zorra
preciosa —sisea con una sonrisa de pesar. Una risa patética intenta escapar de mi
garganta, de puro éxtasis. Pero pronto me tiran hacia arriba y hacia atrás. Un grito
sale de mis labios cuando el rápido cambio de posición profundiza el ángulo en el
que Jameson me golpea. Siento que se hunde en el sofá de cuero, los dos de cara a
Tristan y yo empalada en su regazo. Se echa hacia atrás y mi cuerpo exhausto y
flácido le sigue, mi cráneo se estrella contra su hombro como hace tantas horas en el
vestuario.
Abre las piernas y, como las mías están apoyadas encima, las sigue. Tristan,
que me mira como si fuera agua y llevara días en el desierto, se acerca y empuja mis
rodillas, separándome aún más. Al mismo tiempo, Jameson me agarra de las
muñecas y las aprieta contra los cojines del sofá. Sus caricias son lentas y profundas
mientras nos acomodamos en esta nueva posición, y mis ojos no pueden evitar bajar,
sólo para ver su polla resbaladiza y perlada retirándose lentamente antes de
desaparecer de nuevo dentro de mí, con el movimiento lánguido de sus caderas.
—Mira qué buena chica eres, Alice, cogiendo nuestras dos pollas hoy —me
gruñe Jameson al oído—. Una zorra perfecta. Quiero ver cómo te corres sobre mi
polla.
Lo único que consigo es un largo gemido como respuesta. Mi cuerpo está
agotado, mi coño empieza a estar en carne viva, me duele la garganta y se me cierran
los ojos. Al mismo tiempo, me encanta; me encanta no tener control sobre mi cuerpo.
Me encanta cómo me están utilizando. Me encanta saber que voy a estar segura y
cuidada para siempre por ellos.
Para siempre.
Creo que hace tiempo que sé que los quiero, pero con Tristan de rodillas ante
mí, mirándome a los ojos como si fuera una diosa, y con Jameson detrás de mí,
meciendo su fuerte cuerpo contra el mío, susurrando lo hermosa que soy, lo hace
aún más real.
Me encantan los dos.
Capítulo 7
Es jodidamente perfecta. Desde la forma en que llora por la intensidad de sus
emociones durante esos momentos íntimos, hasta la forma en que sonríe
perezosamente hacia mí con mi semen untado en sus labios, es la perfección
absoluta.
Ver a Jameson follar con otras mujeres puede ser caliente, y no, no porque me
atraiga mi puto hermano gemelo. Es excitante ver la acción en sí, ver a la mujer
obtener placer, ver cómo te verías tú mismo mientras follas. Así que ver a Jameson
—la única persona que queda en este mundo en la que confío de todo corazón—
folla con Alice lentamente mientras ella se relame y gime en su regazo...
Mi dolorida polla se agita lastimosamente en un intento de levantarse de nuevo
tan rápido. Sé que al final de la noche me habré vaciado por completo.
Mis ojos se deleitan con su coño abierto siendo atravesado por una polla tan
gruesa, mi semen y sus jugos facilitando su camino. Mis dedos se clavan más
profundamente en la suave carne que rodea sus rodillas. Las imágenes de su letra
arremolinada se agolpan en mi mente. Lo que más desea hacer. Lo que puede hacerle
daño, algo que nunca hemos hecho pero que ya hemos decidido que estaríamos
dispuestos a intentar si ella realmente lo desea.
Nos quiere a los dos en su coño al mismo tiempo.
No tengo mucho tiempo para fantasear con su fantasía cuando Jameson me
dice:
—Chúpale el clítoris. Haz que se corra sobre mi polla.
Ni siquiera dudo, incluso cuando Alice se anima ante su demanda y gime y
suplica que no puede ir de nuevo.
—Shh, cariño. Lo sé —le digo suavemente.
Sonrío al ver su hinchado nódulo antes de chuparlo entre mis labios, haciendo
girar mi lengua alrededor de él. Ella jadea y sus caderas se agitan, mientras Jameson
bombea lenta pero enérgicamente en su apretado coño. Es un baile, una especie de
tango para intentar no estorbarle, para no interrumpir su placer. Es igualmente un
tango para intentar asegurarme de que me concentro en ella, escuchando sus
respuestas, observando cómo su esbelto cuerpo se estremece y reacciona a nuestras
caricias.
—No, no, no —grita, intentando cerrar las piernas. Yo las mantengo abiertas,
clavando más los dedos en sus muslos, con los ojos revoloteando hacia su cara para
asegurarme de que está bien. Tiene la cabeza echada hacia atrás, sobre el hombro de
Jameson, los tendones del cuello tensos como cuerdas, las cejas apretadas y la boca
abierta en otra súplica silenciosa. La forma en que sus pequeños dientes blancos
bailan sobre su labio, queriendo morderlo pero incapaz de acallar sus propios
gemidos, me ha puesto jodidamente duro de nuevo.
Jameson la sujeta por las muñecas con tanta fuerza como yo por los muslos.
Aumenta ligeramente la velocidad de sus embestidas y ella agita la cabeza.
—Por favor, por favor —suplica, ahogándose en un grito mientras él empuja
aún más fuerte y mi lengua se mueve más rápido. Jameson responde con un gruñido.
—Toma mi polla profundamente en tu coño como una buena chica, Alice.
Quiero sentir cómo te aprietas a mi alrededor.
Más gemidos, sus muslos inquietos. Sus pequeñas tetas rebotan cuando
Jameson empieza a follarla, metiéndosela con fuerza y rapidez, pero de forma
totalmente rítmica y controlada. No entiendo cómo puede tener tanta contención.
—Ven a la polla de papá, nena.
—No puedo —solloza. Suena una fuerte bofetada y Alice se tambalea cuando
sonrío contra su húmedo y caliente coño. La huella de la mano de Jameson florece
en el interior de su muslo. Está tan roja e hinchada que siento una punzada de lástima.
Pero tiene una palabra de seguridad, y no ha decidido usarla.
—Creo que le gusta que la castiguen —sisea Jameson. Tiene razón; justo
después del chasquido de la piel sobre la piel, ella se ha puesto rígida y sin aliento,
tensándose como un resorte enrollado. Chupo su clítoris con ruidos húmedos y
descuidados mientras Jameson entra y sale de ella cada vez más rápido. La llevo al
límite mientras rozo con mis dientes su manojo de nervios. Ella nos recompensa a
los dos con espasmos, apretando y soltando antes de soltar un grito ahogado.
Ralentizo mis lametones mientras ella tiene espasmos, la polla de Jameson
está ahora cubierta de sus jugos.
—Joder... —gruñe mientras me alejo de una Alice flácida. Se tensa y llega al
clímax, follando con fuerza. Lo veo en la forma en que su cuerpo palpita al ritmo de
cada disparo de su semilla dentro de ella. Con un siseo, da unos cuantos golpes más,
con Alice gimiendo, balanceándose como una muñeca de trapo usada contra él. Su
semen sale de su coño y cae sobre su polla reblandecida. Se deja plantado en lo más
profundo de ella; me ha dicho que lo intente antes, pero soy demasiado impaciente.
¿Por qué calentar la polla cuando se puede follar?
Todo en el salón parece estar perfectamente quieto, como si el tiempo y el
espacio y el mundo estuvieran en pausa. Esto es lo más silencioso que ha estado mi
cerebro en mucho tiempo. Contemplar la figura de Alice mientras los ojos de
Jameson se abren para mirarme es un momento intenso y cargado, pero se ve
atenuado por la paz que nos rodea a todos.
Por muy mal que se sienta esto, se siente igual de bien.
¿Y si algo así puede dar paz a mi jodido cerebro? Entonces que así sea.
Alice está flácida en mis brazos con mi suave polla aún acunada en su pobre
y usado coño. No estoy seguro de lo que está pensando, lo cual es preocupante, pero
simplemente le sigo la corriente. Lo que quiera es cosa suya, y nosotros lo
cumpliremos.
Tristan tiene una mirada soñadora y lejana, pero sus ojos recorren la carne de
Alice con una mirada de tal adoración que hace que mi corazón muerto se hinche un
poco. Nunca ha estado enamorado, pero puedo verlo aquí y ahora. Está realmente
enamorado de ella, tan profundamente como yo. Es tan jodidamente perfecta para
nosotros.
Por eso estoy empezando a ponerme nervioso cuanto más tiempo no se mueve.
Me rindo lentamente, rodeándola con mis brazos y apoyando mi mejilla en su
cabeza. Tristan la suelta de las rodillas y le pasa las palmas de las manos por los
suaves muslos en señal de consuelo.
—¿Estás bien, babochka? —Pregunto suavemente.
—Mmm, sí —responde, sonando agotada. Sin embargo, hay una nota
diferente en su voz, más aguda. Como si pudiera...
Su cuerpo se tensa, pero no puede contenerlo. Estalla en un sollozo que me
llega tan hondo al pecho que me siento desmayado. Tristan y yo nos movemos al
mismo tiempo, con cautela pero con eficacia. Me retiro mientras él salta para coger
las toallas. Manipulo a Alice como si fuera una novia, doblándola sobre sí misma
mientras se estremece. Mi mente se acelera. Joder, ¿cómo de mal lo hemos hecho?
Fuimos abiertos y sinceros y ella aceptó. Hablamos con ella. ¿Qué se nos pudo
escapar?
Tristan ha vuelto, con unas cuantas toallas secas y un trapo húmedo y caliente.
Sus cejas están fruncidas, sus ojos llenos de la misma preocupación que se
arremolina en mi mente. Antes de que podamos preguntar, ella habla.
—Lo siento. Estoy... estoy bien. Sólo estoy emocionada.
Eso alivia un poco la tensión. Tristan se sienta en el extremo del sofá,
esperando tranquilamente a que ella se calme. Lo miro por encima de su cabeza y le
susurro en ruso.
—Se acabó su descarga de adrenalina.
Él frunce el ceño y asiente con la cabeza, con los ojos fijos en ella, con las
manos gigantescas agarrando el manojo de toallas que cuelga entre sus rodillas
abiertas. Contengo un resoplido cuando Alice se resfría en mi pecho y froto
lentamente mi mano por su brazo. Ella no entenderá cómo procesar este aspecto del
sexo que disfrutamos, el sexo con el que fantasea; después de mantener la adrenalina
durante un periodo de tiempo tan largo, esa caída puede desencadenar una tonelada
de mierda. Inseguridades, dudas sobre sí misma, miedo al rechazo o al abandono.
Tristan se levanta y le oigo rebuscar un vaso antes de que se abra el grifo de
la nevera. Alcanzo el trapo húmedo, lo traigo y le doy un suave beso en la sien sudada
de Alice.
—Lo has hecho muy bien nena, cogiendo nuestras pollas, corriéndote tan
fuerte para nosotros.
Gime contra mí. Le acerco el trapo a la rodilla y dejo que se adapte al calor
antes de deslizarlo por su pierna.
—Estoy muy orgulloso de ti, preciosa. Deja que te limpie. Entonces necesitas
un poco de agua, ¿dá?
—Sí —susurra contra mí. Con toda la delicadeza que puedo, le paso el trapo
entre las piernas. Ella se agita con un gemido, acurrucando su cara en mi cuello.
—Lo sé, cariño. Eres muy valiente. Lo has hecho muy bien —murmuro para
animarla, con mis labios posados sobre su frente mientras la limpio. Tristan vuelve,
arrodillándose frente a nosotros con un vaso de agua y un cuenco de uvas. Necesitará
la hidratación y los azúcares naturales para que se equilibre. Le doy un codazo en la
cabeza con la barbilla.
—Mira a Tristan. Te explicaré lo que sientes.
Ella obedece, volviéndose hacia él casi con avidez, arremetiendo hacia él
como si fuera el sol. Sé que la única razón por la que se detiene es porque también
me quiere a mí. Nos necesita cerca. La tranquilidad, entonces. Doy otro pequeño
suspiro de alivio.
Tristan le lleva el agua a los labios y ella la engulle.
—Dime cómo te sientes, físicamente. Y si no estás preparada para hablar,
tampoco pasa nada —le aseguro con calma. Se ha bebido todo el vaso. Un leve rubor
cubre sus mejillas, sus ojos un poco más brillantes. Se frota los labios hinchados y
regordetes y piensa en la pregunta. Sus mejillas se enrojecen aún más.
—Umm... dolorida... ahí abajo. Y muy, muy cansada.
Le quito unos mechones de pelo de los ojos.
—Todo normal. Te quedarás en casa mañana, y pasado, si lo necesitas. El
dolor desaparecerá con el tiempo y el descanso.
—Y no siempre dolerá así después —añade Tristan con suavidad. Dirige su
mirada a la de él, y observo cómo se resiste a esbozar una enorme sonrisa.
—Es que... es nuevo —murmura, moviendo las caderas contra mí antes de dar
un respingo. Tristan se ríe.
—¿Y emocionalmente?
La sonrisa de Tristan se deshace lentamente de su rostro como la cera de una
vela ante mi pregunta. Alice vuelve a levantar la cara, pero en su lugar mira al techo.
Sus cejas se acercan cada vez más, y sus ojos delatan su cansancio, enrojecidos por
el llanto.
—Es... lo más feliz que he sido en mucho tiempo. Creo... creo que he llorado
porque realmente he sentido algo más que ansiedad o tristeza —susurra, casi
adormecida en un estado de trance. Le doy un momento antes de insistir un poco
más en esa nota, pelando las capas de su alma.
—¿Qué más sentiste además del miedo?
—Alegría —dice rápidamente—. Apego. Seguridad. Pero... creo que lo que
hizo que todas esas emociones fueran más fuertes fueron sus opuestos. Yo... estaba
aterrorizada. Me cuestioné mi moral, me cuestioné si me harían daño o no —dice
suavemente. Tristan se eriza.
—Nosotros nunca...
—Sus sentimientos son válidos, hermano. Se necesita un montón de confianza
para hacer lo que hicimos.
Se agacha ante mi leve advertencia, pero Alice sigue adelante.
—No entiendo por qué... por qué quiero que te acuestes sobre mí... que te
acuestes cerca de mí... que me alabes más... —murmura la última parte. Comprendo
rápidamente su aura, por así decirlo. Cómo desea que la toquen sin preguntar ni
dudar después de tanta intensidad. Me doy la vuelta y me tumbo, poniéndola encima
de mí, pero manteniéndola entre mis piernas y más abajo, para que su cabeza
descanse justo debajo de mis costillas. Le echo la manta por encima de los hombros
mientras Tristan se coloca entre sus piernas y apoya su pecho en su culo.
Ambos la tocamos íntimamente, usando nuestros cuerpos como escudos
contra el mundo exterior. Se estremece contra nosotros, pero se calma rápidamente.
Acaricio con mis dedos su larga y espesa cabellera mientras Tristan frota suavemente
círculos en sus hombros. De vez en cuando, se le escapa un pequeño gemido de la
garganta y resopla como si quisiera volver a llorar, momento en el que hacemos lo
que nos ha dicho que quiere: la alabamos.
—Estás a salvo, babochka —retumba Tristan, bajando una mano para agarrar
una palma de su culo.
—Eres jodidamente hermosa, mi chica fuerte. Tomaste mi gruesa polla en tu
garganta tan bien.
Continúa así durante un tiempo indeterminado. Alice se relaja poco a poco,
fundiéndose con nosotros en una especie de estado lúcido. Mi polla está acurrucada
entre sus pechos. Puedo sentir cada latido de su corazón, cada respiración que hace.
Ya estoy medio empalmado. Por la forma en que Tristan se mueve, me doy cuenta
de que él también lo está.
Supongo que tendrá que aumentar su resistencia.
Mis ojos se cruzan con los de Tristan después de un rato, y frunzo el ceño
hacia él. Una sonrisa tortuosa pinta su cara. Después de todo, esto no es nada que
Alice no haya dicho explícitamente que quería. Tristan empieza a frotar hasta
conseguir una erección completa, separando suavemente las piernas de ella. Ella se
tensa, despertando un poco, levantando la cabeza para intentar mirar lo que Tristan
está haciendo. Le agarro las mejillas con las manos y la obligo a mirar hacia mí.
Sus grandes ojos azules están llenos de miedo. Está aterrorizada, su corazón
martillea en su pecho con tanta fuerza que parece que se frota contra mi polla. Tristan
se echa un fajo de saliva en la polla, sus dedos separan más los muslos de ella, sus
rodillas se mueven hacia arriba para mantenerla abierta. Ella gime, sus ojos
temerosos clavados en los míos, su labio inferior temblando, las lágrimas rebosando,
retenidas por la presa de sus pestañas. Acaricio con mis pulgares sus mejillas teñidas
de manzana mientras Tristan la penetra con sus dedos desde atrás.
—Puedes decirlo, babochka. Pero sabemos que lo quieres —le susurro con
ternura. Los labios tiemblan con más fuerza, sus lágrimas se desprenden y caen en
cascada por sus mejillas. Tristan le planta la palma de la mano en la parte baja de la
espalda, hundiéndola en los cojines mientras frota su punta en su hinchada entrada.
Se ahoga en un gemido, con las pupilas marcadas por el miedo. La visión hace
que me duela la polla, que se me acelere el corazón, que se me encoja el labio con
maldad y que mis dedos se claven en sus pómulos.
Antes de entrar de lleno en mi lado dominante, le pregunto de nuevo.
—¿Necesitas dejarlo, nena? Está bien si lo haces.
Por la forma en que se le cae la mandíbula, me doy cuenta de que ha metido
la cabeza en su apretado coño. Levanta la rodilla, sacándola de los muslos para poder
juntar las piernas en torno a su longitud, lo que me permite ver perfectamente las
redondeadas colinas de su culo mientras la folla por detrás, haciendo que sus tetas
rechinen sobre mi polla.
Después de un momento, sacude la cabeza.
—Tómame. Utilízame.
—Joder —siseo, empujando mis dedos por su pelo. En su diario, escribió que
la cogían mientras dormía. En realidad es una manía bastante común, una que
siempre he querido satisfacer, pero que nunca he encontrado la pareja adecuada para
hacerlo. Y con Alice dispuesta, complaciente y tan cerca todo el tiempo, tengo la
sensación de que se convertirá en uno de mis actos favoritos.
Me llama como dominante. Ver su miedo y sus lágrimas me excita, pero no
por razones siniestras. Me excita porque sé que nos dejará a Tristan y a mí violarla.
Ella quiere que lo hagamos cuando está en el espacio mental adecuado. Este tipo de
intimidad la atrae como sumisa; al poder entrar en un tipo de juego incontrolable y
temeroso, es capaz de hacer suya la experiencia. Es capaz de tener miedo y sentirse
segura al mismo tiempo, lo que la empoderará, porque si alguien la atacara de
verdad, no habría opción, ni confianza ni seguridad.
Ser capaz de dominarla y, al mismo tiempo, darle poder es la cosa más sexy
del planeta. Empiezo a mover las caderas, deslizando mi polla entre sus tetas, con
los dedos anudados en su pelo. Tristan sigue teniendo una palma de la mano
extendida sobre la parte baja de su espalda y la otra agarrando su cadera. Se muerde
el labio mientras empieza a penetrarla con golpes duros y profundos, y el roce de su
piel con su culo me hace recordar cómo era estar enterrado en su dulce coño.
—Mantén tus ojos en mí. No tienes que venirte esta vez, cariño, pero aún así
lo harás.
Mueve la cabeza lo mejor que puede mientras yo le follo las tetas y Tristan
penetra en su precioso coñito. Su cuello se inclina, incapaz de soportar el peso de su
cabeza con lo agotada que está. Le suelto el pelo para agarrarle la barbilla y obligarla
a levantar la cara. Sus ojos están entrecerrados, revoloteando, su boca es una “o”
perfecta que espera ser llenada.
Tristan le da una palmada en el culo y ella grita, con los ojos abiertos de par
en par, al mismo tiempo que yo deslizo mis dos dedos centrales en su pequeña boca,
apoyándolos en su lengua, apenas rozando la parte posterior de su garganta. Su
lengua se resiste a las arcadas y levanta el culo para intentar escapar. Tristan la
golpea de nuevo, maldiciendo en ruso. Sonrío ante su impotencia, sus ojos llorosos
mientras le doy un pequeño respiro.
—Te gusta esto, ¿verdad, niña sucia? —Me burlo—. Me voy a correr en tus
tetas y en tu barbilla, y tú me lo vas a lamer, ¿entendido?
Antes de que pueda asentir, vuelvo a presionar con mis dedos en la parte
posterior de su garganta, y las lágrimas se derraman por sus mejillas mientras tiene
arcadas. Me inclino hacia ella, suavizando mi voz.
—Puedes darme dos golpecitos si has terminado, Alice.
Sus ojos brillan como el acero por un momento antes de volver a estar
aterrorizados. Satisfecho con su consentimiento, muevo mis caderas más rápido
contra ella. Tristan deja caer otro fajo de saliva entre sus nalgas, y yo sonrío con
pesar, sabiendo lo que le espera. Si va a cogernos a los dos al mismo tiempo, tiene
que empezar a practicar ya.
—Chúpame los dedos como si fueras a chuparme la polla mañana, zorra.
Obedece con un gemido antes de que un grito confuso haga vibrar mi mano y
el pulgar de Tristan pase por la estrecha banda de su culo. Sube con sus garras por
mi torso, empalando su garganta en mis dedos mientras Tristan la sigue, atrapándola
aún más. Mi polla ha perdido su hogar de felpa entre sus pechos, pero su estómago
está igual de suave, mojado por nuestro sudor y mi pre-semen.
Se tambalea y se derrumba sobre mi pecho. Le paso los dedos por el pelo en
la parte posterior del cuero cabelludo, girando su cara hacia un lado y manteniendo
los dedos metidos en su boca. Tristan gruñe, saca el pulgar, escupe en su agitado
agujero y le mete el dedo corazón en su culo virgen. Ella solloza y se ahoga, con las
uñas clavadas en mis costados, pero no se rinde.
Le doy una sacudida de cabeza.
—He dicho que me chupes los dedos, puta.
Empieza a chuparlos como si fuera un chupete.
—Dios, eres una jodida buena chica —susurro, animándola cuando siento que
lo necesita. Al oír mis elogios, siento que se relaja un poco.
—Prepárate para correrte —me gruñe Tristan. Empujo mis caderas más
rápido. No hará falta mucho, y sé qué es lo que quiere que haga. Tendrá que lamer
mi semen en otra ocasión. La penetra con tanta fuerza que me muerde los dedos con
un grito. La sujeta por las caderas y le mete la polla hasta el fondo, con una sonrisa
victoriosa en la cara al marcarla de nuevo.
Alice se afloja, respirando con dificultad alrededor de mis dedos, babeando
sobre mi pecho. Jadeando, Tristan se toma un momento antes de retirarse. En cuanto
se libera y se pone en pie, pongo a Alice de espaldas, le subo las piernas con los
brazos, empujando sus rodillas casi hasta las orejas, y le meto la polla de golpe.
Ella lloriquea, con las mejillas y los ojos hinchados. Pero sus manos se alejan
de sus costados, se toca los pechos con las palmas y se tocan los pezones.
—Joder, qué zorra más traviesa —siseo—. ¿Vas a chorrear toda mi polla otra
vez, pequeña puta?
Ella gime, pellizcando sus pezones con más fuerza, arqueando su espalda.
—Apuesto a que te encanta tener todo este semen en tu coño. Quieres que
salga de ti durante días, ¿no?
Una de sus manos se lanza valientemente hacia abajo, con pequeños dedos
rodeando su clítoris.
—Chica mala. A ti también te gusta que te obliguen, ¿no? Te gusta cuando
estás dormida y te metemos la polla.
Su coño se agita alrededor de mi polla al oír mis palabras. Vuelvo a gemir.
Joder, es el ser más sexy que ha pisado esta tierra olvidada por Dios.
—Vamos, pequeña zorra. Disfruta haciendo que te corras en mi polla. Esta es
la única vez que te dejaré tocarte.
Su cuello hace un puente sobre el sofá cuando el cuero chirría con cada
empujón. Con la boca abierta, jadea y sus paredes me aprietan con tanta fuerza que
roza el dolor. En cuanto noto su torrente de fluidos, no puedo evitar disparar mi carga
en lo más profundo de su coño.
Me dejo caer sobre ella, dejando mi polla enterrada en ella, atrapando su
delicada cara con mis manos. La colmo de besos mientras ella suspira y llora
suavemente por la intensidad de este momento.
—Qué buena chica —susurro mientras se queda dormida debajo de mí.
Capítulo 8
Unas dichosas semanas pasan volando. Se trata de una curva de aprendizaje
para todos nosotros, pero parece que nos hemos adaptado a nuestros papeles más
fácilmente de lo que cualquiera de nosotros pensaba. No es poca cosa ver cómo Alice
florece en sí misma; sonríe todo el tiempo, sus mejillas siempre levantadas, sus ojos
arrugados de pura felicidad. Jameson la observa como un maldito halcón, pero en
sus ojos veo una suavidad que sólo ella puede arrancarle. Está aprendiendo a
apoyarse en nosotros cuando lo necesita y a desaprender ciertos rasgos que
contribuyeron a su depresión.
Incluso consiguió el papel de Anne Wheeler en la obra de su escuela. Jameson
ya se encargó de que tuviéramos todas las noches libres para poder ver cada
representación. Nos sentamos en la puerta del colegio mientras hacía la selectividad,
ayudamos a sellar sus cartas de admisión a la universidad y nos aseguramos de estar
en todos los partidos de voleibol, aunque casi me hayan expulsado dos veces por
acosar a los árbitros.
Me echo el paño de cocina al hombro y apoyo la cadera en la encimera
mientras me deleito con su belleza recatada y caprichosa. Está sentada en un
taburete, con la mejilla en el puño y los ojos entrecerrados mirando sus deberes de
física. Jameson está sentado a su lado, golpeando la goma de borrar contra la
encimera mientras intenta resolver el problema. Ella lo mira, con un ligero rubor en
las mejillas, pero me doy cuenta de que no es una mirada lujuriosa, sino nerviosa.
Le cuesta mucho las matemáticas y aún más pedir ayuda. Empiezo a darme
cuenta de por qué puede ser así.
—No era tan difícil cuando estábamos en el colegio —murmura Jameson,
molesto consigo mismo. Resoplo y me doy la vuelta para ver cómo está la lasaña en
el horno. Alice se ha pasado la mayor parte de la tarde ayudándome a prepararla, lo
que ha terminado con los dos cubiertos de una gran cantidad de ingredientes y una
posterior ducha. Creo que Jameson todavía está celoso, pero le daré su tiempo con
ella esta noche. Todo es cuestión de equilibrio.
Cuando me doy la vuelta, Alice está destrozando las cutículas de sus pulgares.
Me acerco al mostrador y dejo caer mi mano sobre la suya para calmar su hábito
ansioso. Ella salta al contacto, se sienta más recta y sale de sus confusos
pensamientos. Cuando sus ojos azules brillantes llegan a los míos, se calman y me
dedica una pequeña sonrisa.
—No tienes que ponerte nerviosa, babochka. El hermano mayor no dejará que
tus notas bajen —le digo con un guiño. Ella lo mira y se muerde el labio, con una
sonrisa vacilante en su impecable rostro. Mi mellizo deja caer el lápiz y gira el torso
para escudriñarla.
—¿Por qué estás tan nerviosa, Alice? —pregunta. Ella se apresura a negar con
la cabeza e intenta disimularlo, pero nos miramos el uno al otro con una mirada
cómplice; está preocupada por algo, pero no nos lo dice. Le suelto la mano cuando
Jameson se gira hacia ella, separando las rodillas y agarrando su silla para que no
tenga más remedio que mirarle. Su pelo rubio dorado se agita sobre sus delgados
hombros, captando la pálida luz otoñal de octubre.
Arrastra una ceja.
—¿Hemos hecho algo para ponerte nerviosa? —insiste. Le dejo que lleve la
iniciativa en estos casos. Es más perspicaz, más capaz de identificar los
pensamientos que ella no desea compartir. He descubierto que soy más su consuelo,
el que puede hacerla reír incluso cuando no quiere.
—No, no, lo prometo —dice suavemente, sacudiendo la cabeza de nuevo—.
Es que soy muy mala con las matemáticas y... pidiendo ayuda...
—¿Quién te ayudaba?
Joder, es bueno. Me apoyo en el mostrador de enfrente, observando cómo la
interroga suavemente. No es de extrañar que padre perfeccionara esas habilidades
para él, mientras me convertía en un monstruo que no sentía dolor y tenía un
estómago de acero a juego. Rezo cada día para que Alice no comprenda nunca la
brutalidad que rodea nuestras vidas; es astuta y sabemos que sabe algo, pero cuanto
menos sepa ahora, mejor.
Su vocecita de dolor hace que vuelva a centrar mi atención en ella, apretando
los puños y haciendo saltar los nudillos.
—Mi... papá...
Los ojos de Jameson se dirigen a mí en señal de advertencia. Las ganas de
romper algo —preferiblemente el cráneo de ese pedazo de mierda— me invaden.
Se desplaza, estirando la mano de ella y cogiéndola entre las suyas. Antes de
que pueda hablar, me adelanto a él.
—No somos él, Alice. No gritaremos ni pensaremos que eres estúpida.
Sus ojos se dirigen a los míos, y en su profundidad veo que se ha relajado un
poco. Después de sostener mi mirada, se pellizca la cara y sacude la cabeza.
—Lo sé. Lo sé. Es sólo que...
—Llevará tiempo —dice Jameson con tranquilidad, aunque puedo oír la
contención en su voz. Quiere matar a ese cabrón tanto como yo. Nos dio permiso
para buscar los archivos de esa noche, la noche en que su padre fue llevado a la
cárcel. Su trabajadora social parecía contenta de dárnoslos, incluso deslizó una
tarjeta de un terapeuta especializado en traumas infantiles de esa magnitud.
Conozco una forma segura de contener mis propios sentimientos de furia, pero
Jameson tiene razón; llevará tiempo. Planearlo. No puedo matar a ese pedazo de
escoria sin su ayuda, de todos modos. La lectura del archivo fue muy parecida a la
lectura de su diario; como mirar a través de un espejo un pensamiento específico en
su hermosa mente. Sólo que esta vez había sido una pesadilla.
Había sufrido contusiones, magulladuras, los vasos de sus brillantes ojos
azules se habían reventado, sus dientes —aún no eran adultos, por suerte— se habían
caído. Y por todo lo que nuestra babochka había soportado esa noche, su bendita
madre lo había soportado diez veces más en un acto de sacrificio para salvar a su
hija.
Su padre biológico vive de prestado.
Respira entrecortadamente, con los ojos brillantes mientras mira el pecho de
Jameson y asiente.
—Lo sé —dice suavemente, aunque su voz se quiebra. Mi corazón se quiebra
con ella. Las sienes de Jameson se inflan mientras aprieta los dientes, sus ojos se
clavan en los de ella con apasionada intensidad. Sabemos que ya la amamos;
sospechamos que ella también nos ama, pero sabemos que debemos esperar hasta
que llegue a esa conclusión por sí misma. No vamos a influir en su decisión.
Jameson se mueve, juntando sus hojas de deberes y archivándolas de nuevo
en su carpeta. Hay una sonrisa en su cara, pero no me engaña.
—Déjame revisar esto esta noche y resolverlo para que no tenga que sentarme
aquí y sentirme un idiota, ¿da? —bromea, con la voz ronca. Sus hombros bajan y su
sonrisa es ahora genuina.
—Gracias —dice suavemente antes de morderse de nuevo el labio y ponerse
roja como un tomate. Entorno la ceja con una sonrisa, esperando cualquier otra cosa
que quiera decir—. Umm... yo también... tengo una gran pregunta... y puedes decir
totalmente que no, pero nunca lo he hecho antes y realmente quiero hacerlo y…
He rodeado el mostrador, envolviéndola en un abrazo de oso por detrás
mientras entierro mi cara en su sedoso pelo, inhalando su aroma.
—Escúpelo, nena, antes de que tire tu adorable culo sobre este mostrador y te
haga gemir.
Jameson resopla al mismo tiempo que jadea, dándome un manotazo.
—Sólo... me preguntaba si podría hacer una fiesta de cumpleaños aquí.
Bueno, como una fiesta de cumpleaños-barra-Halloween ya que está tan cerca....
Mis ojos encuentran los de mi gemelo por encima de su hombro. Puedo ver
su vacilación, pero le suplico en silencio que lo haga; ¿nunca ha tenido una
verdadera fiesta de cumpleaños? ¿Como las que solíamos hacer a escondidas? Sus
ojos no se apartan de los míos, pero su rostro se suaviza y pasa de ser de granito a
ser de pizarra. Y entonces, sus labios se curvan como ese maldito gato de Cheshire
que tanto le gusta a Alicia.
—Con una condición, babochka.
Mi sonrisa rivaliza con la suya mientras acerco mis labios a su oreja, con los
ojos puestos en él.
—Nos dejas unirnos a las festividades —digo. Se pone rígida en mis brazos.
—Pero...
Su voz es de preocupación. Hemos tenido que discutir este aspecto de nuestra
relación; nadie puede saberlo, ni siquiera sus amigos. En cuanto se gradúe, estaremos
más tranquilos, y dependiendo de dónde elija ir a la universidad, ya hemos hablado
de mudarnos con ella. Este mundo sigue mirando por encima del hombro las
relaciones que se alejan del statu quo, pero no nos importa una mierda. Ella es
nuestra, y algún día, todo el mundo lo sabrá.
La puerta de la habitación de Alice está ligeramente agrietada, la suave luz se
derrama en el desolado pasillo. Ha hecho bien en comunicarse cuando necesita
espacio, cuando necesita tiempo para pensar o para ser una joven normal de casi
dieciocho años, pero todavía paso por delante de su habitación. Cada vez que veo su
pelo rubio dorado cayendo sobre sus hombros desnudos, su labio apretado entre los
dientes mientras escribe furiosamente en su diario, mi polla se pone mucho más dura.
Distraída, mi bota choca con una mesa decorativa y Alice resopla suavemente.
—Eres demasiado grande para ser sigiloso, Tristan. Llevo quince minutos
viendo tu sombra.
Sonriendo para mis adentros, empujo su puerta con la punta del pie, me apoyo
en el marco de la puerta y cruzo los brazos, mirándola con una sonrisa. Lleva una
camiseta de tirantes y un pantalón corto para dormir, y sabe muy bien que cuando se
pavonea con ellos, nuestro control suele romperse y acabamos haciéndole gritar
nuestros nombres como una oración violenta.
—No hace mucho tiempo que me senté ahí y leí tu diario. Deberías haber visto
la cantidad de semen...
—¡Tristan! —sisea, sonrojándose furiosamente pero sin dejar de reírse. Le
lanzo una sonrisa malvada. Su habitación —en las semanas que llevamos de
relación— ha empezado a dar más y más señales de vida, de quién es ella. Hay fotos
de ella y de sus amigos pegadas en un tablero de corcho. Su estantería está repleta
de textos de psicología, la carrera que desea estudiar. Una vela con aroma a flores
silvestres parpadea cerca de la ventana, donde todavía hay un jarrón con flores secas;
flores que le compramos para felicitarla por haber conseguido su papel en la obra de
teatro. Verla revivir me ha devuelto la vida.
Antes de ella, éramos recipientes vacíos engendrados con el único propósito
de mutilar y matar. Somos los Stefanov, la mano derecha del imperio Volkov.
Hemos visto y hecho cosas que pondrían a Jack el Destripador en vergüenza. Sin
embargo, tan pronto como estamos en casa con Alice, todo eso se desvanece; ella es
nuestra luz en la oscuridad, nuestro faro, nuestro faro en un mar embravecido.
¿Y nosotros? Seguimos siendo oscuridad, pero ahora somos su oscuridad;
puede utilizarnos de la manera que le plazca o le proporcione alegría o catarsis. Y a
juzgar por el rubor que aún mancha sus mejillas, lo que acaba de escribir será
probablemente tan oscuro como me gusta.
En cuanto sus ojos azules y redondos vuelven a encontrar los míos, ya estoy
entrando en su habitación, con los dedos abriendo el botón de mis vaqueros, con las
botas retumbando como un tambor de guerra mientras el pulso de su cuello se
acelera. Su cuerpo se desplaza sutilmente, se vuelve lánguido, y sé, sin que ninguno
de los dos diga nada, que está entrando en su espacio mental favorito, ese en el que
nos ha dicho que no tiene que pensar; solo tiene que sentir, complacer y ser
complacida. Un violento escalofrío me recorre el cuerpo ante esa visión y lo que me
provoca. Deslizando la mano dentro de mis vaqueros, aprieto mi polla palpitante con
una sonrisa maliciosa.
—Abre bien, pequeña.
—Joder, hace más frío del que pensaba —se queja Josie, saltando en la fila
junto a mí. No puedo evitar sonreír de oreja a oreja, el aire helado me muerde las
mejillas mientras el sol acuoso se oculta tras las montañas. Hace mucho frío, nuestro
aliento se agita en las nubes de niebla, pero nunca me he sentido más cálida, más
viva.
Jameson y Tristan accedieron a darme una fiesta. Una fiesta de verdad, de
esas a las que me invitaban pero a las que nunca iba porque quería asegurarme de
que la tía Mary estaba bien. Después de discutir, Jameson puso los ojos en blanco y
dejó que Tristan nos comprara alcohol, diciendo que íbamos a beber tanto si él lo
proporcionaba como si no. Mientras nos quedemos en la casa, estamos bien. Y
sabiendo que Josie tiene Molly... esta noche va a ser una para los libros.
Me siento un poco culpable por no haberles dicho que pienso meterme en las
drogas ilícitas, pero creo que serán comprensivos. Han prometido mantener las
distancias esta noche en la fiesta y dejarnos a todos hacer lo nuestro, pero ¿el
laberinto encantado?
—Jesús, Ellie, si vuelves a mirar por encima del hombro te vas a partir el
cuello de los hombros —se burla Josie. Distraída, mis ojos se dirigen a Ellie, que
está de pie ligeramente detrás de nosotros, mordiéndose el labio hasta que la sangre
sale a la superficie. Frunciendo el ceño, inclino la cabeza hacia un lado y la estudio.
Últimamente está tan cerrada, tan nerviosa y deprimida. El otro día me preguntó
sobre el uso de anticonceptivos y me pregunté si tal vez tenía un novio secreto que
aún no estaba dispuesta a compartir con nosotros. Si alguien lo entiende, yo lo
entiendo perfectamente, pero sigo preocupada por mi amiga.
Extiendo la mano y rozo su chaqueta hinchada donde se esconde su brazo.
Ella nos dedica una sonrisa poco convincente. Tiene bolsas bajo los ojos y el pelo
recogido en una coleta, sin el brillo habitual. Desde aquella cena... ha cambiado.
—Sólo... la idea de pasear por un laberinto de maíz con tipos enmascarados
blandiendo motosierras... ¿no es así como empiezan todas las películas de terror?
¿Un grupo de chicas van a divertirse y luego son cortadas en pedacitos?
—Vaya, vale, eso ha dado un giro morboso —se burla Josie. Todos nos
reímos, pero en los ojos color whisky de Ellie hay algo crudo y real y
verdaderamente asustado, como si este pensamiento se le hubiera ocurrido más de
una vez.
—Confía en mí, chica, estaremos a salvo —le digo, a lo que ella sonríe y pone
los ojos en blanco, sacudiendo sus pensamientos.
—Lo sé, lo sé —suspira, una densa niebla se cuela mientras los últimos rayos
de sol se escurren entre las montañas. El olor a rosquillas de calabaza fritas y a
palomitas de maíz con mantequilla impregna el aire. Josie se aferra a una taza
humeante de fragante sidra mientras las crujientes hojas anaranjadas y amarillas
pasan a su lado. Después de unos minutos más de dar saltos en la cola, esperando
nuestro turno mientras las motosierras y los gritos iluminan la noche, finalmente
avanzamos unos cuantos puestos.
Un gemido de felicidad casi se escapa de mis labios con el movimiento.
La única razón por la que sé que esta noche estamos completamente a salvo
de los monstruos es porque hay dos demonios escondidos en algún lugar cercano,
siempre vigilando, siempre hambrientos de mí. No tengo ni idea de lo que han
planeado, pero me prometieron que esta noche recibiría algún tipo de regalo de
cumpleaños.
En este momento, uno reside en mi coño, mis jugos gotean alrededor del
vibrador que se asienta con una ligera pesadez dentro de mí, la otra mitad sobresale
para descansar sobre mi clítoris. Al parecer, pueden manejarlo desde sus teléfonos.
Y cuando vuelvo a ponerme en fila, haciendo que esa silicona resbaladiza se deslice
contra mi clítoris hinchado, casi pierdo el aliento al ahogar un gemido.
Dicen que este laberinto tarda tres horas en completarse.
Esta va a ser la tortura más dulce que creo que he soportado nunca.
La oscuridad es casi total mientras caminamos por un terreno irregular, con
un frío que nos cala los huesos. A Josie le castañetean los dientes y en sus largas
trenzas sobresalen trozos de hoja de maíz. En un momento dado, un enmascarado
que maneja una motosierra ha aparecido y ella se ha lanzado directamente al maíz.
Ahora nos reímos, pero en ese momento nos había cogido por sorpresa, y Ellie lo
había reservado sin esperarnos.
De vez en cuando, el azul de su teléfono ilumina su cara al comprobar si hay
algo, pero se apresura a meterlo de nuevo en su chaqueta North Face. La luna está
ausente esta noche debido a la densa niebla, y todo tiene un brillo de rocío. ¿Pero
entre mis piernas? Se ha abierto una maldita cascada, y no hay forma de que se
detenga pronto.
Justo cuando doblamos otra esquina, llena de aprensión, el vibrador se pone
en marcha en su posición más baja, y mi coño se aprieta alrededor de él y pide la
liberación con la que me han estado provocando durante más de una hora. La
respiración se me escapa de los pulmones mientras intento mantener el gemido
agudo entre los dientes, pero cuando me detengo para ajustar mis caderas,
conteniéndome para no tirarme al aire como una perra en celo, Josie se da la vuelta
y me mira con el ceño fruncido.
—¿Estás bien?
—Solo mis... zapatos... ampollas —respiro, quitándome el pelo de la frente
pegajosa. El vibrador se apaga y me muerdo la lengua para no gritar de frustración.
Mi coño palpita y se aprieta, suplicando una liberación que se siente tan cercana
antes de ser cruelmente arrancada.
Los ojos de Ellie buscan en la oscuridad entre los tallos de maíz.
—Sigamos avanzando —susurra, mordiéndose el labio de nuevo. Comprendo
su miedo; esto es jodidamente espeluznante, y saber que un susto puede estar a la
vuelta de la esquina es en realidad bastante emocionante para mí. El miedo de esta
noche, unido a mi insana excitación, me ha convertido en una Alicia completamente
nueva, una que quiere encontrar al villano enmascarado con sierra eléctrica más
cercano y rogarle que me doble y me folle tan fuerte que vea las estrellas.
Mierda, incluso he considerado escabullirme entre el maíz para acabar
conmigo antes de explotar. Pero me limito a asentir, incapaz de confiar en mi voz, y
empezamos a avanzar de nuevo. Ellie y Josie están ahora una al lado de la otra con
una distancia considerable entre nosotras, pero si siguen ignorándome y yo sigo
moviéndome así....
En el precipicio de ese maremoto, una motosierra cobra vida. Ellie grita,
empujando a Josie hacia delante en una loca carrera, y el miedo, la adrenalina y la
excitación que me recorren me hacen gritar también, pero por una razón totalmente
distinta. El vibrador elige ese momento para alcanzar la máxima potencia, y el
clímax que me desgarra me hace decir cosas que ninguna buena chica debería decir
mientras mis muslos se estremecen y mi aliento se va en bocanadas.
Gimoteando al bajar de la euforia, siento que casi me he mojado los
pantalones, pero ahora sé que no es así. Por suerte, el actor ha optado por perseguir
a las dos banshees gritonas, dejándome felizmente sola para que pueda soportar uno
de los orgasmos más intensos de mi vida. Sonriente e inconsciente en ese éxtasis,
empiezo a avanzar de nuevo antes de darme cuenta de que estoy realmente sola.
Joder.
Tragando saliva, hago un balance de lo que veo: maíz, un camino oscuro
delante y detrás de mí, y más adelante una bifurcación en el laberinto. Mierda. ¿Por
dónde habrán ido? Más gritos lejanos atraviesan la noche mientras avanzo sobre
piernas temblorosas, todavía flotando por la intensidad de ese clímax.
Pasa media hora en la que no veo a nadie ni oigo nada. Josie se ha dejado el
teléfono en el coche y Ellie no ha contestado al suyo. Se me eriza la piel en la
oscuridad de la noche. Empiezo a preguntarme si también he salido del alcance de
sus teléfonos, ya que el vibrador se ha quedado apagado dentro de mí; la pesadez era
una tortura después de aquella euforia que me adormecía la mente y la posterior
tensión en el bajo vientre, pero ahora que la sensibilidad está residiendo, empieza a
sentirse jodidamente bien de nuevo.
Una sonrisa malvada se dibuja en mi cara. Tal vez me dedique a disfrutar, ya
que no hay nadie cerca. Justo cuando estoy a punto de salir del camino y adentrarme
en el maíz, una rama se quiebra, el sonido reverbera en la quietud de la noche. Algo,
una mano invisible de premonición, aprieta su puño alrededor de mi cuello. Algo
persiste y se clava en el fondo de mi mente como una espina. El miedo de Ellie... su
comprobación del teléfono cada cinco segundos en la cola, su deseo de tomar
anticonceptivos sin razón aparente, su miedo irreal a un cursi laberinto de maíz
embrujado... ¿alguien... la persigue?
Y si es así, ¿se conformarían conmigo ahora que estoy sola?
Con el miedo atenazando mi pecho, detengo mis zancadas y observo mi
entorno. Jameson y Tristan están aquí; están en el aparcamiento, la última vez que
lo comprobé. Sé que si los necesitara, me encontrarían rápidamente. ¿Pero sería lo
suficientemente rápida?
Otra rama se rompe detrás de mí, y me giro, con el corazón saltando en mi
garganta cuando la figura oscura y vacilante de un hombre se sitúa detrás de mí,
bloqueando el camino. Con el labio temblando, doy un paso atrás, con el miedo
encendiendo mis venas en algo ardiente e incontrolable. La figura va vestida de
negro de pies a cabeza, incluso su rostro está cubierto por algún tipo de máscara.
Maldita sea. Esto está sucediendo. Se supone que todos los actores van vestidos
como paletos o zombis, no como letales ladrones de gatos.
La figura se acerca un paso más, haciendo que su máscara se vea con claridad.
La mitad inferior está tachonada de pinchos, y sobre la parte que cubre sus ojos hay
equis. Tiene la capucha levantada, los hombros anchos y una altura insuperable.
Joder, joder, joder.
Tanteando con los dedos el bolsillo de mi chaqueta, con los ojos llenos de
lágrimas, intento coger el teléfono para llamar a mis hermanastros, los hombres a los
que quiero, en los que confío, los que me mantendrán a salvo. Antes de que pueda
moverme, la figura sacude la cabeza lentamente, y toda la sangre se drena de mi
cuerpo cuando un largo cuchillo dentado sale de su mano enguantada cerca de su
muslo.
El gemido que me sale es alto, asustado, y un pulso constante late en mi coño,
traidora que es. Pero algo frena algo de ese miedo, y es cuando la figura finalmente
habla.
—Corre, pequeña babochka. Veamos hasta dónde puedes llegar.
Con los ojos desorbitados, tomo a Jameson ante su amenaza con un grito,
girando para huir a través de la noche de dos de los cazadores más letales de este
planeta.
No llego muy lejos. Los tropiezos con las piedras y las mazorcas de maíz secas
me hacen avanzar mucho más despacio. En el fondo de mi mente, sé que estoy a
salvo, pero el miedo que me recorre las venas es tan potente como si realmente me
persiguiera un depredador que quiere destrozarme de la peor de las maneras. Algo
en Jameson ahora mismo es diferente, y una parte de mí parece saber que me está
permitiendo vislumbrar al hombre que realmente es, al hombre que también es
Tristan; los hombres en los que los convirtió su padre.
Sólo he visto a Vasily realmente enfadado una vez, y nos hizo salir a mi madre
y a mí de la casa mientras él se ocupaba de lo que llamaba un empleado. Ese recuerdo
se me viene a la cabeza y todo empieza a encajar. Son hombres peligrosos y
malvados, pero también son mis hombres malvados y peligrosos, y hay una especie
de poder que nace del miedo a esa oscuridad.
Me atrapa con demasiada rapidez, y aspiro a gritar en la noche, pero me tapa
la boca con la mano y me arrastra entre los tallos para adentrarme aún más en las
partes más negras de la noche. Gimoteando, pataleando y luchando, su cuerpo duro
y musculoso tiene una verdadera oportunidad de someterme, pero es lamentable lo
débil que soy en comparación con él. Una risa oscura suena desde algún lugar y
desde ninguna parte a la vez, y sé que Tristan está mirando, salivando, un cazador
salvaje con la vista puesta en su presa favorita.
—Sigue luchando, babochka. Me aseguraré de sacarte la lucha de encima.
Sus palabras me hacen arder en las venas. Lucho con más fuerza, su mano
enguantada de cuero es suave y flexible sobre mis labios, y “sorprendentemente” las
lágrimas empiezan a clavarse en mis ojos. Las del verdadero miedo, las del dolor de
renunciar a mi control y entregarme a un ser más poderoso. Sé por qué estoy
llorando, y no tiene nada que ver con nuestra relación. Todo tiene que ver con una
liberación que debería haberse producido hace tiempo; una reescritura de la peor
noche de mi vida, preguntándome si viviría para ver otro día, preguntándome si el
hombre que me hizo sería el hombre que me mató a mí y a mi madre.
—Joder, me encanta oír sus sollozos.
La voz de Tristan se agita a nuestro alrededor, profunda y amenazante. Se han
deslizado hacia lo que son fuera de esta relación, y una emoción me recorre. En este
momento están siendo tan vulnerables como yo, y eso hace que me duela el corazón
por la dicotomía que traen a la vida.
Estamos en un pequeño claro, eso es lo que puedo decir. Jameson me sujeta
por la espalda, me inmoviliza los brazos a los lados y mis pies se agitan en un intento
de luchar contra quienquiera que decida venir a por mí primero. Mi respiración es
aguda, el aire de mis pulmones es fresco, y todo se intensifica; mi visión se agudiza,
mi oído es preciso, y cada roce de tela contra mí enciende mi alma. El vibrador que
aún tengo dentro se siente ahora como una intrusión no deseada; lo necesito fuera de
mí, y cuando mi miedo empieza a ceder, Tristan se materializa frente a mí.
Su máscara me resulta familiar, una representación de Venom; una elegante
calavera negra con filas y filas de dientes mortales, la lengua maliciosamente caída,
los ojos rasgados y sin profundidad y, de algún modo, brillantes. Siento la máscara
de Jameson en mi oreja, sus dedos apretando mi boca.
—¿Palabra de seguridad?
En el momento en que su mano se aleja, lo susurro.
—Sorbete.
—¿Lo prometes, Alice?
—Sí, papi —digo, echando las caderas hacia atrás para clavar mi culo en su
dura polla. Tristan se ríe, el sonido es tan profundo y amenazante que me produce
escalofríos. Jameson me acaricia la sien y yo me revuelco en su dulzura por un
momento, sabiendo que es lo único que recibiré hasta que esto termine.
—Haz algo útil y átala —sisea Jameson, lanzándome hacia su gemelo. Tristan
me atrapa incluso cuando intento esquivarlos y salir corriendo, con el corazón en la
garganta. No tarda en atarme las muñecas a la espalda y ponerme unas bridas.
—Nunca te escaparás de nosotros, nena. Pórtate bien o te dolerá más —se
queja agarrando mi pelo y tirando de mi cabeza hacia un lado. Me obliga a mirar
fijamente a los ojos muertos de su máscara y, mientras me ahogo en mi miedo
descarnado y mi insana excitación, Jameson me rodea las caderas por detrás,
metiendo los dedos en la cintura de los leggings antes de que una mano enguantada
desaparezca en mis bragas. Sus dedos rozan mi humedad y, con suavidad, saca el
vibrador de mi interior; mi coño se aprieta y lucha por retenerlo.
Los gemidos salen de mis labios en bocanadas. Cuando su mano se libera, tira
el juguete descuidadamente a un lado, y el estruendo en el pecho de ambos me alerta
de algo que están viendo. Mis ojos se fijan en el guante de Jameson, resbaladizo por
mi excitación. Me retuerzo de nuevo como un pez en un anzuelo en las garras de
Tristan, pero él solo se ríe burlonamente y aprieta más fuerte, con la máscara
mirándome con lascivia mientras habla desde abajo.
—Oh, esto va a ser divertido. Nuestra propia muñequita de mierda.
Jameson se ríe y vuelve a poner las manos en mis polainas. Sin más
preámbulos, da un fuerte tirón y me los baja hasta los tobillos, donde se enganchan
a mis cortas botas. Llorando, mi lucha se multiplica por diez. Toda la impotencia
que sentí esa noche corre por mis venas a un ritmo alarmante, y la amenaza de
desmayo me golpea con fuerza. El sonido de una cremallera bajando es como un
disparo en la tranquilidad de la noche, y antes de que pueda alejarme ni un
centímetro, Jameson me coge las caderas con sus enormes manos y me tira hacia
atrás, mientras Tristan me obliga a doblarme a la altura de su entrepierna.
Unos dedos enguantados me abren el coño y Jameson gime mientras mis
lágrimas se acumulan y se derraman por mis mejillas. Hay vergüenza. Vergüenza.
Un nivel de inutilidad que no esperaba. Todo lo horrible que sentí de niña se precipita
a la superficie, y mientras la gruesa polla de Jameson, perlada y perforada, me
empuja a la entrada, la posibilidad de escapar de este destino es tan funesta como la
situación real de aquella noche.
Que me golpearan la cara por no entender mis deberes. Verle golpear a mi
madre, ponerle un cuchillo en la garganta, arrastrar su cuerpo ensangrentado por el
pelo mientras ella gritaba y mis gritos aún rivalizaban con esos ruidos.
Con un fuerte empujón, se entierra tan profundamente en mí que es doloroso.
Grito antes de ahogarme en un sollozo, pero mis labios se encuentran con la polla de
Tristan. Me empuja por el pelo y me coloca la boca como quiere, cumpliendo su
amenaza de convertirme en su puta muñeca mientras me empuja a través de los
labios y los dientes y se abre camino hasta mi garganta. Sollozando, ahogándose,
llorando, Jameson me penetra por detrás mientras Tristan me folla por delante.
El dolor se arremolina con el miedo y los recuerdos aborrecibles, y esa
impotencia crece hasta el punto de estallar cuando las profundas y constantes caricias
de Jameson me estiran mucho. Las babas caen en cascada por mi barbilla y salen por
las comisuras de la boca. Me duelen los brazos, retorcidos y atados detrás de mí en
un ángulo extraño, y los dos hombres sin rostro empiezan a transformarse. El dolor
agudo y la humillación adquieren una forma totalmente nueva; el placer florece con
cada punzada que provoca su polla perlada. Tristan se hincha en mi boca, y en lugar
de tener arcadas e intentar liberar mi cabeza de su implacable agarre, lo chupo con
más fuerza, anhelando cómo estira mi garganta. Ansiando cómo ambos toman mi
debilidad y la moldean en poder vicioso en sus fuertes manos. Soy capaz de poner
de rodillas a dos de los hombres más poderosos con una simple mirada. Son míos, y
soy dueña de sus putos corazones.
Tristan se retira con un gruñido, dándome una bofetada en la mejilla lo
suficientemente fuerte como para provocar un ligero escozor.
—Una puta chica traviesa. Te gusta esto, ¿eh? Zorra —gruñe, inclinándose
hasta que esos ojos de máscara muerta se clavan en mi puta alma. Me quedo con la
boca abierta cuando el ritmo de Jameson se vuelve más violento, y mis ojos se ponen
en blanco mientras una tensión empieza a crecer en mi vientre. La mano de Tristan
sube y me agarra las mejillas con tanta fuerza que gimoteo.
—Apuesto a que te gustaría tener dos pollas a la vez, ¿verdad, bonita
mariposa?
Me recorre una emoción de miedo totalmente nueva y, antes de que pueda
negarme o suplicar, Jameson me levanta hasta que mis pies cuelgan del suelo y me
empalan en su polla, su penetración golpea algo tan profundo dentro de mí que hace
que las chispas de un rayo recorran todas las terminaciones nerviosas. Me ahogo en
un sollozo, porque por muy doloroso y brutal que sea, es igual de placentero saber
quiénes son los hombres que están detrás de las máscaras.
Tristan se adelanta y Jameson ralentiza su ritmo, mis manos crujen
dolorosamente entre nosotros. Eso sólo sirve para que el placer sea mucho más dulce.
Las manos tatuadas de Tristan me agarran por debajo de los muslos, clavando los
dedos hasta el punto de resultar doloroso mientras me levanta las piernas y frota su
resbaladiza polla entre los labios de mi coño, golpeando mi clítoris con cada lenta
embestida.
—Mmm —grito, los ojos se cierran.
—¿Estás preparada para llevarnos a los dos como una buena chica? Ya lo estás
haciendo muy bien —gruñe Jameson detrás de mí. Gimiendo, mi asentimiento es
ferviente. Necesito más. Necesito que me reconecten el cerebro hasta que lo único
que conozca sea el placer y la seguridad.
Y entonces, lo siento. La pesada punta de la polla de Tristan empieza a
introducirse lentamente en mi coño, ya lleno hasta los topes. Mi cabeza vuelve a caer
sobre el hombro de Jameson con un gemido, y no puedo evitar enroscar la cara en
su cuello, respirando su penetrante aroma como si fuera una droga. El olor se quedará
conmigo mucho más tiempo que cualquier otra cosa, y ahora mismo puedo sentir
que mi cerebro se relaja, sabiendo que es él quien está tan dentro de mí, sabiendo
que pronto estaré lo más cerca posible de los dos.
Es una danza delicada, un montón de empujones suaves y superficiales, un ir
y venir, y Tristan facilitando su camino con sus dedos también. Tristan se quita la
máscara y un fajo de saliva sale de su boca para caer entre nuestras piernas. La unta
sobre mi clítoris, frotando en círculos lentos y lánguidos mientras me da más de sí y
Jameson sisea detrás de mí.
—Joder. Dios, está tan apretada. Nos haces sentir muy orgullosos, babochka
—dice, presionando con besos mi sien. No recuerdo cuándo se deshizo de su
máscara.
—Hijo de puta —gruñe Tristan, con la cara lanzada al negro cielo nocturno
en éxtasis mientras me alimenta unos cuantos centímetros más. No puedo controlar
mis gemidos y quejidos, y cada vez que lo hago, recibo elogios, besos prolongados,
manos que calman y calientan mi cuerpo. Lo sé nena, estás bien, lo estás haciendo
muy bien. Joder, princesa, qué guapa estás cuando lloras. Dios, nos llevas tan bien.
Jameson deja de empujar por un momento, y el estiramiento es una sensación
totalmente nueva; hay dolor, pero también hay un gran placer por estar tan
jodidamente llena. Antes de que pueda pensar mucho más, las caderas de Tristan se
encuentran con las mías y sus pollas se aprietan todo lo que pueden dentro de mí.
Jameson respira entrecortadamente detrás de mí, y puedo oír el rechinar de las
muelas de Tristan, sentir su aliento caliente abanicándose sobre mi cuello.
—Mira abajo, Alice, mira qué bien estás tomando nuestras dos pollas en lo
más profundo de tu coñito.
Mascullando ante lo que me provocan las palabras de Jameson, obedezco,
Tristan se aparta para permitir que mis ojos se deleiten con semejante espectáculo.
Es tan aterrador como excitante. Mis jugos cubren sus gruesos y venosos tubos y,
lentamente, Jameson comienza a sacarlos.
—Joder, ve despacio, que me voy a correr —grita Tristan.
—No hasta que lo haga, mudak.
Las perlas que recubren el eje de Jameson se arrastran y tiran de mis entrañas,
golpeando repetidamente ese punto oculto que siempre sabe encontrar. Cuando casi
ha salido del todo, vuelve a empujar suavemente hacia dentro y Tristan empieza a
sacarlo.
—Oh... oh Dios mío... —Me ahogo. Inmediatamente me lleva al borde de un
orgasmo con una sola embestida—. Joder.
—No somos tus dioses, nena —gruñe Tristan, arrastrando su pulgar sobre mi
clítoris y provocando un grito agudo en mí.
—Somos tus monstruos, tus demonios, tus putos esclavos, y tú eres la reina
de nuestros negros corazones.
Tristan empieza a empujar hacia dentro mientras Jameson se retira, con un
ritmo cada vez más acelerado. No soy más que un desastre lloriqueando, llena tan
profundamente que mi corazón se aprieta y vuelve a arrancarme lágrimas de los ojos.
—Desde ahora hasta siempre —sisea Jameson—. Siempre tendrás nuestros
corazones, nuestra pequeña babochka.
Sus empujones aumentan un poco más, y hace tanto tiempo que me siento
amenazada por un inmenso orgasmo que me tiemblan las rodillas y las piernas. He
perdido las botas y los leggings. No puedo entender el tiempo ni el espacio. Todo lo
que puedo hacer es sentir un placer tan intenso e interminable que sé que nada en
este mundo me hará sentir tan alto. Apretando los dientes, intento evitar que se me
escape el grito que se está formando mientras mi corazón estalla y mi coño comienza
a tensarse.
—Déjanos oírte, cariño. Déjanos oír lo fuerte que nos quieres.
Y lo hago.
Me deshago para siempre, una y otra vez, y otra vez, mientras ellos me
machacan, siseando sus alabanzas mientras intentan aguantar, exprimiéndome hasta
la última gota, mientras yo chorreo chorros y chorros sobre sus pollas. Y entonces,
me llenan de su semen, tanto que se escapa de mí y corre entre mis muslos y mi culo,
pero ellos siguen empujando dentro de mí, en celo como animales salvajes. Otro
orgasmo me atraviesa sólo con la visión y la sensación; estoy tan llena de ellos como
creo que lo estaré nunca, hasta que recuerdo:
Desde ahora hasta siempre.
Soy de ellos para siempre.
Epílogo
Nos pasamos el tiempo bajando de la altura, sujetando a Alice entre nosotros,
protegiéndola del aire frío. Aprieta su fría y delicada nariz contra mi cuello e inhala,
sentada en mi regazo, envuelta en una manta que hemos traído.
—Me encanta cómo huelen los dos.
Una pequeña sonrisa adorna mis labios y mis ojos se dirigen a Tristan. Está
agachado, envolviendo la ropa sucia de Alice para meterla en la bolsa llena de
necesidades que hemos traído. Había sido su idea, hacer esto; Alice le había dado
placer una noche y posteriormente se desmayó, dejando su diario abierto de par en
par. En lugar de encontrar su obscenidad favorita escrita por la mano de nuestra
pequeña babochka, la había encontrado escribiendo sobre la noche en que su padre
casi les quita la vida a ella y a su madre, cómo la experiencia nunca la ha
abandonado.
Odio admitir que su siguiente paso había sido brillante. Había estado mirando
en su estantería toda la mierda de psicología que ha estado devorando para la
universidad. Había encontrado algo sobre la reconexión del trauma en el cerebro y
me presentó la idea. No había tardado mucho en urdir el plan. Y mientras los ojos
de Tristan recorren amorosamente a Alice, sé que siente que ha logrado algo digno
por una vez. Lo sé, porque yo también lo siento.
—¿Estás herida, cariño? Nos has cogido muy bien —le digo en el pelo. Sus
escalofríos han cesado hace un rato, y parece más inquieta y deseosa de levantarse y
volver con sus amigos. Le he dicho que no se preocupe; hemos puesto un rastreador
en la chaqueta de Josie. Siguen perdidas sin remedio en este laberinto.
Al estirarse, sacude la cabeza y se acurruca más en mi abrazo. Joder, la
sensación de tenerla entre mis brazos nunca dejará de quitarme el aliento. Es perfecta
en sus defectos, fuerte en su dolor y valiente en su miedo. Nos hemos dado todo lo
que tenemos el uno al otro; sé que ahora nos entiende a un nivel más profundo. Me
da la esperanza de que esto seguirá funcionando sin importar lo que la vida nos
depare.
Después de descansar un poco más, caminamos de la mano por el laberinto.
Antes de que nos acerquemos a la salida, Tristan presiona un profundo y prolongado
beso en los labios de Alice, con sus lenguas bailando. Se aparta con una sonrisa de
pesar ante sus mejillas sonrojadas, guiña un ojo y desaparece entre el maíz.
Volviéndome hacia ella, paso las palmas de las manos por las mangas de su
chaqueta hinchada.
—Vayan directamente. Te vigilaremos desde nuestro coche para asegurarnos
de que todas lleguen sanas y salvas, ¿da?
Ella asiente, con sus ojos azules brillantes. Sonriendo, le paso el pulgar por la
mandíbula antes de inclinarme y darle también un beso.
—Qué buena chica —digo contra sus labios.
—Gracias... —dice ella, interrumpiendo. Mis dientes muerden su nariz
mientras intento ocultar mi sonrisa.
—No nos des las gracias, babochka. Eres nuestra. Protegemos y apreciamos
lo que es nuestro.
Se levanta y me rodea con sus brazos. Le devuelvo el abrazo con la misma
intensidad y le doy un beso en su cálida cabeza antes de espantarla con una fuerte
palmada en el trasero. Riéndose, corre hacia la salida, casi tentándome a perseguirla
y cazarla de nuevo delante de todos. Sacudiendo la cabeza, vuelvo a mirar hacia el
laberinto para asegurarme que Ellie está bien; hemos tenido algunas llamadas
perdidas de Fordson, y tengo el presentimiento de por qué.
Antes de llegar demasiado lejos, un grupo se acerca al camino. Me escabullo
al abrigo del maíz seco, me vuelvo a poner la máscara y espero. Son tres chicos con
sudaderas de Seattle Prep, y detrás de ellos vienen Josie y Ellie. Gracias a Dios. Si
perdiéramos a la chica a la que Nick Fordson ha echado el ojo, no tendríamos ojos.
Es una de sus formas favoritas de torturar a sus enemigos. Al hombre le gustan
los cuervos y la ironía.
En cuanto pasan, tomo el camino más largo, a través del laberinto hasta una
vía de servicio, y luego detrás de los puestos de concesión y las carpas de
calentamiento. El aparcamiento está lejos, pero me detengo para quitarme la máscara
y ocultar mejor mi cuchillo. Mi teléfono suena, y contesto al segundo timbre
mientras el nombre de Tristan parpadea.
—¿Da? —Pregunto, arreglando mi bota.
—Ve al coche ahora mismo, joder.
Cuelgo, los músculos se traban mientras salgo hacia el aparcamiento. Una
pequeña multitud se ha reunido alrededor de los dos hombres que gritan, uno
claramente mi gemelo, el otro un rubio pálido con una chaqueta de mezclilla y piel
de oveja. Hemos aparcado justo al lado del coche de Ellie, y las pruebas son claras;
el cabrón debe haber visto a Alice y a sus amigos y ha esperado a emboscarlos
cuando supiera que no estaríamos cerca.
Abriéndome paso entre la multitud de adolescentes, Alice es la primera que
veo; el rostro pálido como un fantasma, los ojos muy abiertos y brillantes por las
lágrimas. Tristan se coloca medio delante de ella, protegiéndola no sólo a ella sino
también a Josie y a Ellie. Los chicos del colegio se quedan mirando como idiotas.
—¿Por qué está aquí? —Le gruño a Tristan en ruso.
Le escupe a los pies de su padre antes de responder:
—Dijo que tenía un regalo de cumpleaños para ella.
Volviendo mi atención al pedazo de mierda, reúno todas mis fuerzas y las
pongo en controlar el impulso de arrancarle los brazos del cuerpo.
—Tienes que irte, o involucraremos a la policía. —Mentira. La policía
responde a nosotros.
El hombre tiene la audacia de reírse, deslizando sus manos alrededor de las
caderas, lo que me impulsa a coger mi pistola. El destello de su cuchillo casi me
hace cacarear; lo haría pedazos con mis dientes antes de que pudiera darle una tajada.
—Mete a las chicas en nuestro coche —le digo a Tristan en el idioma que
compartimos, sin apartar los ojos del azul pálido de este cabrón. Sonríe, pero en
cuanto Tristan empieza a meterlas en el coche, su mandíbula se tensa y sus ojos se
dirigen a las ventanillas traseras. La desea como un depredador; quiere tomar y tomar
hasta que no quede nada. Quiere hacerla sufrir, hacerla pagar por su estancia en la
cárcel. Lo veo en sus ojos.
Como si no fuera suficiente romperle los dientes a un niño.
Tristan se adelanta y mi mano se levanta, golpeando su pecho con la palma.
A través de su gruesa chaqueta y su capucha, puedo sentir el furioso latido de su
corazón. Coincide con el mío.
—¿Creen que ustedes dos, gamberros, me asustan?
Tristan se ríe, lanzando su cara al cielo. Mi sonrisa de respuesta es tan vil y
maliciosa como mis planes para la muerte de este hombre. En esos ojos pálidos
parpadea la única otra droga que se acerca a Alice: su miedo.
No hay nada como doblegar a un hombre adulto bajo tu mirada, sabiendo que
sigues estando en la cima de la cadena alimenticia, con la seguridad de que el
depredador que hay en ti es más feroz que cualquier bestia que aceche esta tierra. Y
saber que Alice está a pocos metros, separada por trozos de metal y cristal, hace que
mis demonios internos bailen. No somos los dos asesinos mejor pagados del mundo
sin razón.
—No, podonok. Sabemos que te asustamos —dice Tristan entre dientes
apretados como si fuera un Rottweiler gruñendo. Los ojos de su padre se estrechan
hacia el pecho de Tristan, hacia mi mano. Tuve el sentido común de quitarme los
guantes de cuero; estaban cubiertos de todo tipo de fluidos celestiales del perfecto
coño de Alice. No es necesario que este pedazo de mierda arruine la mejor noche de
nuestras existencias.
Pero cuando sus ojos se abren de par en par y vuelven lentamente a mi cara,
el miedo de antes se ha transformado completamente en un horror abyecto. Da un
paso atrás tembloroso sobre el terreno de grava, levantando ligeramente los brazos
en un intento de mantener algo entre nosotros. Mi sonrisa se amplía, y antes de que
mi mano se desprenda del pecho de Tristan, puedo sentir sus temblores excitados,
como un perro policía que se estremece preparándose para atacar.
Llevo las manos frente a mí, colocando los nudillos en la otra palma,
extendiendo los dedos para mostrar mis tatuajes de una forma mucho más clara. Su
garganta sube y baja mientras traga, los ojos pasan de mi mano a mi cara y viceversa
en rápida sucesión. La cabeza de lobo gruñendo en el dorso de mi mano no alertaría
a cualquiera de quiénes somos; Tristan tiene el mismo, y el significado es muy
profundo en el Inframundo, una red interna de todos los gobiernos del mundo, un
mercado negro donde cualquier deseo puede comprarse por un precio elevado.
¿Uno de los deseos más comunes? Asesinato por encargo. Políticos,
celebridades, monarcas, incluso esposas celosas. Y una cosa circula por encima de
ese mundo enfermo y retorcido como los buitres: los lobos. Cuatro familias que
tienen más poder que todos los demás poderes juntos. Los Fordson, los Volkov,
nosotros los Stefanov y los De Lucas. Hay una cosa que todos tenemos en común
para separarnos de las familias débiles y sanguijuelas; el acuerdo establecido por
nuestros bisabuelos. Significa que donde acaba uno de nosotros, empieza otro, y
significa que no hay nada que no estemos dispuestos a hacer.
A Tristan le gusta mantener a sus víctimas vivas hasta que el dolor les cause
un ataque al corazón. A mí me gusta desangrarlas. A Nick le gusta verlos sufrir a la
intemperie durante meses si eso le complace. A Dante le gusta el fuego. Y el maldito
Maks... un verdadero psicópata. Mi regalo de cumpleaños un año fue la cabeza del
hombre que se había follado a mi chica.
Y aún así, mientras miro al hombre que está a punto de orinarse en los
pantalones, sé que no hay nada que no haría por Alice, sin importar lo jodidamente
depravado que sea.
—¿Ahora nos conoces, da? —Le digo con frialdad. Él se apresura a dar otro
paso atrás con una cortante inclinación de cabeza. Mi sonrisa se convierte en un
gruñido mordaz—. Pues que sepas que vendremos a por ti cuando nos plazca. Tendré
que luchar con mi hermano, pero al final, ambos obtendremos lo que queremos.
Arrojando su última pizca de miedo hacia nosotros, gruñe:
—¡Conozco a la gente!
Sacudiendo la cabeza, capto los ojos grises de Tristan. En esas profundidades
se arremolina un amor que eclipsa su necesidad de destrucción; ambos hemos
encontrado nuestra vulnerabilidad esta noche en Alice, pero también hemos
encontrado un nuevo tipo de fuerza que creo que nos ha sorprendido. Tras un
momento, entrecierro los ojos y sonrío.
—Creo que tenemos otro... problema.
—¿Lo hago? —pregunta. Mis ojos se dirigen a su padre mientras retrocede
otro paso.
—Vamos a llevar a nuestra babochka a casa para su fiesta de cumpleaños.
Después de todo, ha sido... una buena chica últimamente.
Mis ojos le retan a decir algo, y como su mandíbula se mueve, sé que lo sabe,
pero es demasiado cobarde para hacer algo. Se pasa la mano por la cara y retrocede,
con ganas de decir algo que haga que Tristan le rompa el puto cuello. En cuanto se
va, abro la puerta del lado del conductor, donde puedo sentir que Alice me observa
todo el tiempo. Me encuentro con sus grandes ojos azules, tan abiertos y llenos de
un nuevo tipo de asombro y maravilla. Sus mejillas son rosadas como las de una
peonía en primavera, sus labios tan húmedos y tentadores, sólo su rostro me
devuelve el corazón, me cose y me mantiene íntegro y conduciendo hacia adelante
con un propósito. Sé que hace lo mismo con Tristan.
Levanto la mano y le acaricio la cara mientras Josie y Ellie salen. Se apoya en
mi palma y sus ojos se cierran mientras su pequeña mano agarra la mía.
—Ya tebya lyublyu —susurro contra sus labios.
Su sonrisa es tan deslumbrante como el sol.
—Yo también te amo.
Sobre el autor
Ruby Medjo se graduó en el programa de inglés de la Eastern Washington
University, donde cultivó y perfeccionó su pasión por contar historias. Actualmente
reside en el magnífico noroeste del Pacífico y dedica su tiempo a leer, escribir, beber
café (o vino) y dar clases de inglés e historia. Tiene la suerte de estar rodeada de
amigos y familiares increíbles que siguen empujándola a perseguir sus sueños por
muy intimidantes que sean. Todavía está esperando su carta de aceptación de
Hogwarts, pero ahora está dispuesta a caer por las piedras de Craigh na Dune en su
lugar.
Traducido, corregido y editado por: