The Predator (Oukmount Elite # 4) J. L. Beck
The Predator (Oukmount Elite # 4) J. L. Beck
¡Cuidémonos!
CRÉDITOS
Mona
Nelly
Bruja_luna_
ÍNDICE
IMPORTANTE ________________ 3 CAPÍTULO 14 _______________ 122
CRÉDITOS ___________________ 4 CAPÍTULO 15 _______________ 128
SINOPSIS ____________________ 6 CAPÍTULO 16 _______________ 136
NOTA DE LA AUTORA __________ 8 CAPÍTULO 17 _______________ 144
CAPÍTULO 1 __________________ 9 CAPÍTULO 18 _______________ 150
CAPÍTULO 2 _________________ 17 CAPÍTULO 19 _______________ 157
CAPÍTULO 3 _________________ 25 CAPÍTULO 20 _______________ 164
CAPÍTULO 4 _________________ 34 CAPÍTULO 21 _______________ 174
CAPÍTULO 5 _________________ 43 CAPÍTULO 22 _______________ 181
CAPÍTULO 6 _________________ 49 CAPÍTULO 23 _______________ 189
CAPÍTULO 7 _________________ 57 CAPÍTULO 24 _______________ 197
CAPÍTULO 8 _________________ 68 CAPÍTULO 25 _______________ 202
CAPÍTULO 9 _________________ 76 CAPÍTULO 26 _______________ 208
CAPÍTULO 10 ________________ 83 CAPÍTULO 27 _______________ 213
CAPÍTULO 11 ________________ 91 EPÍLOGO __________________ 219
CAPÍTULO 12 _______________ 101 THE MISFIT ________________ 225
CAPÍTULO 13 _______________ 112 ACERCA DE LA AUTORA ______ 227
SINOPSIS
¿Qué es un depredador sin su Presa?
El día que le salvé la vida, me aseguré de que fuéramos enemigos para siempre.
El amor y la felicidad nunca formaron parte de mis planes, pero tampoco dejar ir a
Elyse es opción.
Nunca fue cuestión de si mataré a Tanya, sino de cuándo. Cada persona tiene un
límite en la cantidad de mierda que puede soportar antes de estallar, y me estoy
tambaleando en el borde, observando hacia el abismo.
Si salto, ¿volveré a ser el mismo?
Fue pura suerte y disciplina lo que me trajo hasta aquí. Apenas tenía dieciséis años
la noche en que me arrebató la virginidad, y desde entonces cada palabra y roce
repugnantes fueron combustible para seguir adelante, para centrarme en el futuro y
olvidar el pasado. Pero intentar borrar el pasado sin curarme de él primero no tiene
sentido; es como intentar curar una herida abierta mientras se sigue alimentando la
infección que hay dentro. Por desgracia, no todas las heridas pueden curarse. A veces
hay que cortar físicamente la infección, perder un pedazo de uno mismo para deshacerse
de ella.
Si viera matar a Tanya como librar a mi cuerpo de una infección, entonces podría
hacerlo. Podría acabar con su patética vida y seguir con la mía.
Es tentador, muy tentador.
Y sin embargo, alejo ese pensamiento. No ayuda, no cuando puedo sentir
mentalmente su sangre en mis manos. Caliente, húmeda, empapando mi piel.
No se trata de la pura alegría que sentiría haciendo pedazos a Tanya -y créanme,
habría alegría-, sino del director, del hecho de que pase lo que pase nunca entenderá lo
jodida que está.
Sus muslos desnudos se aprietan contra mis pantalones de franela del pijama,
abrazándolos, y la sensación casi me provoca arcadas. Los recuerdos nadan en la
superficie de mi mente, amenazando con arrastrarme a sus profundidades.
Peleé demasiado para rendirme tan fácilmente.
Me levanto y meto los pies descalzos en la alfombra para conseguir el agarre que
necesito para salir de debajo de ella, y el repentino alivio que siento una vez que
desaparece el peso de su cuerpo es casi aterrador. Se deja caer sobre el asiento de
cuero y suelta un resoplido de frustración.
Debería estar agradecida de seguir respirando ahora mismo.
Cruzo la habitación para tomar una botella de licor de la repisa de la chimenea y
le doy un largo trago. El penetrante olor del bourbon sustituye al de su perfume y sé que,
si bebo suficiente, su recuerdo desaparecerá también de mi mente.
Aprieto los dientes contra las emociones que me desgarran. La odio. La odio tanto,
joder, y es una locura porque no tiene ni idea. O quizá sí lo sepa, y le importe una mierda...
parece más probable.
Ahora sería la perfecta oportunidad para decirle lo asquerosa, cruel y jodidamente
viciosa que me parece. Cómo me arruinó de adentro hacia afuera. Por su culpa nunca
encontraré la felicidad, el amor ni ningún tipo de consuelo para mi vergüenza. Dejo que
se me cierren los ojos e intento calmar mi errática respiración.
No. No. Ya no soy ese chico. El que usó y luego desechó como basura una vez
que se sació. No necesito su amor ni aprobación para sobrevivir.
Se acerca de nuevo, con el suave chasquido de sus tacones sonando en la dura
madera detrás de mí, y se aprieta contra mi espalda, empujando sus pechos contra mí
mientras veo la chimenea, cuyas llamas proyectan una espeluznante sombra en la pared.
Se me revuelve el estómago con los recuerdos de un pasado que se niega a desaparecer.
—Tanya, tienes un segundo para soltarme antes de que te tire.
Vuelve a resoplar, su aliento perfumado de cereza me calienta el cuello.
—Sebby, cariño, sabes que me deseas. Todo el mundo me desea. Hombres y
mujeres morirían por tenerme en sus camas.
No sé cómo hacerlo sin tirarla por la ventana, pero la agarro por la cintura y la
empujo hacia atrás. Tropieza con sus altísimos tacones y cae de espaldas sobre el suelo
de madera, con expresión atónita.
Me pongo encima de ella y, por un breve instante, me planteo ponerle el pie en el
cuello y sujetarla hasta que suelte el último suspiro de aire, pero no lo hago. Es demasiado
fácil para ella, y después de todo lo que me hizo, merece sentir dolor.
Ser despedazada, pedazo por pedazo terriblemente jodido.
Quiero la prueba de su destrucción manchando mis manos.
—Bien, entonces no me necesitas. —Todo lo que puedo hacer es sacudir la
cabeza, la rabia que supura en lo profundo de mis venas carcome mi determinación.
Estallaré. Perderé el control.
No sería un shock en absoluto si Tanya fuera la razón por la que iba a la cárcel.
De hecho, podría valer la pena si la hace desaparecer de la existencia.
No, no puedo pensar así. Bel me necesita. Elyse me necesita. Mis amigos me
necesitan.
La miro, una burbuja de jodida risa amenaza con escaparse al ver cómo se
acobarda. ¿Me estás tomando el pelo? Parpadea a través de sus largas pestañas, con la
inocencia impregnando sus facciones mientras se retrae sobre sí misma. Cuando era
joven y mucho más ingenuo, probablemente habría caído en esa táctica, pero ahora no
hay forma de que me engañe.
La conozco demasiado bien para verla como una damisela en apuros. Para mí
siempre será una serpiente en la hierba.
Aparto la mirada de ella y vuelvo a mis manos. Las visiones de mi mente se niegan
a desaparecer.
Mis manos, manchadas de rojo con su sangre.
Algo oscuro y siniestro amenaza con tragarme entero. Prácticamente puedo ver
su rostro sin vida en mi mente. Se merece la muerte, y es lo único que volverá a tener de
mí.
Debería hacerlo. Ya maté a alguien antes; ¿qué es otro añadido a la lista? Puedo
sacarla de la ecuación, hacer mi vida un poco más fácil. Significaría un dolor de cabeza
en la sucesión, y podría perder la casa, pero ¿realmente me importa? No. No me importa.
Es sólo una casa... nunca fue un hogar.
El día que enterraron a mi hombre es el día en que se llevaron y enterraron todo
lo bueno que alguna vez vivió dentro de esta casa. Después de eso, me quedé con las
sobras de todo lo que Tanya me daba, y aprendí que la vergüenza y la humillación eran
sus regalos favoritos.
Aparto la vista de mis manos y miro fijamente la pared sobre su cabeza. No puedo
matarla. Todavía no. No le daré una salida fácil.
—Vete, Tanya. Ahora mismo. No quiero volver a verte. Si hay algo que necesites
transmitir, hazlo a través de tu abogado. Si estás embarazada, y es un jodido gran si,
requeriré una prueba de paternidad inmediatamente.
Me ve incrédula, con la garganta temblorosa mientras traga y vuelve a ponerse en
pie. Con movimientos deliberados, se arregla la ropa y, una vez de pie sobre esos
ridículos tacones, levanta la barbilla, entrecierra los ojos y echa los hombros hacia atrás
como si se estuviera preparando para la guerra.
—Sebastian. Podemos hablar de esto. —Su tono no es apaciguador; es una orden.
Cree que puede darme órdenes.
Me giro de nuevo hacia el fuego porque no puedo mirarla, joder. No sin querer
salpicar su sangre por toda la habitación.
—No, ya terminé de hablar. No sé por qué no te eché en cuanto volviste a
aparecer. Sólo puedo decir que estaba vulnerable, que mis amigos estaban en problemas
y eso me hizo perder la concentración. Es culpa mía. Pero ahora lo estoy arreglando. Vete
a la mierda.
—Seb…
La interrumpí.
—¡VETE! AHORA!
No suelo levantar la voz, pero tengo que liberar algo de esta tensión y entender
que hablo en serio, jodidamente en serio. Hasta el punto de que si da un paso hacia mí
no creo ser capaz de contenerme y matarla, lo cual es una pena, ya que merece morir
lenta y dolorosamente.
Hay silencio, un maldito silencio bendito, sólo roto por el crepitar de la chimenea
cada pocos segundos. Espero a que dé un paso atrás, a que salga de la habitación, a que
haga algo, pero los segundos pasan y no hace nada. Incluso con mi advertencia colgando
sobre su cabeza, no parece darse cuenta del peligro.
—Sebastian...me pregunto qué pensará la gente si ve nuestros pequeños videos
caseros...
La vergüenza al rojo vivo me atraviesa como un maremoto, rompiendo el
endurecido exterior que construí durante años. Que se joda. Que se joda. Ya no puede
lastimarme. Ya no puede controlarme con un simple tirón de su cuerda.
Giro sobre mis talones para encararla de nuevo, le pongo la máscara perezosa y
arrogante que aprendí a llevar tan bien.
—Tanya... me pregunto qué pensará la gente de que violes a un chico de dieciséis
años.
Frunce los labios y luego sonríe.
—No fue una violación. No puedes gritar violación sólo porque decides que te
arrepientes de lo que hicimos años después.
Suspiro y la miro fijamente a la cara.
—Vete ahora mismo o te echaré. —Estoy a punto de derrumbarme, y una pequeña
parte de mí quiere abrirse y darle su merecido. Un pequeño empujón.
Tontamente sigue adelante, dando otro paso, y ocurre.
Snap.
La agarro del brazo con fuerza y la sostengo, pero pierde el equilibrio y cae de
rodillas. Se sacude fácilmente y me ve con una clara intención en los ojos. Una intención
que me revuelve las tripas.
—¿Puedo hacer algo por ti mientras estoy aquí abajo, Sebastian?
Mi mente se queda en blanco y, de repente, estoy de pie sobre ella, con el zapato
apretado contra la parte blanda y carnosa de su cuello, sujetándola. Un pequeño
movimiento y podría aplastarle la tráquea, acabando con su miserable existencia.
Se agarra a mi tobillo y mueve las piernas para liberarse.
—Sebastian... —se atraganta.
—Sí, hay algo que puedes hacer por mí. Puedes irte a la mierda y morirte. —
Levanto el pie y le agarro el antebrazo, arrastrándola hacia la puerta mientras llora y me
araña los dedos.
Aprieto el puño con más fuerza, sin importarme un segundo si le dejo moretones.
Se merece algo mucho peor que esto.
—¡Suéltame! —Forcejea e intenta clavar sus talones, pero no es rival para mí.
Terminé con ella. Con sus juegos. Con sus mentiras. Termina ahora.
Con la otra mano, abro la puerta principal y la suelto de un empujón.
—Márchate. Enviaré tus cosas al Hotel Embark.
No espero a que diga algo. Nada de lo que dije es negociable. Sin decir una palabra
más, cierro la puerta de un portazo y su rostro boquiabierto desaparece tras la pesada
madera. Las lágrimas manchan sus mejillas y el rojo le marca el cuello y las muñecas.
Recordaré esa mirada durante mucho tiempo.
Una sonrisa se dibuja en mi cara, una expresión desconocida en mis rasgos. Se
siente... como un corte. Un corte limpio en los cortes irregulares con los que viví durante
años. Un corte que sanará en lugar de infectarse.
Me doy la vuelta y vuelvo al vestíbulo, y entonces se me ocurre: ¿dónde demonios
está su guardaespaldas? También puede largarse. Pero creo que hace un par de días
que no lo veo, y normalmente está pegado a su espalda.
Tanya golpea la puerta con el puño, y el ruido sólo intensifica mi enfado. Debería
salir y romperle el cuello.
—Sebastian. Es absurdo. No puedes echarme de mi propia casa. Legalmente
puedo quedarme aquí.
—¿Hace falta que te recuerde que es sólo mitad tuya? —Levanto la voz para
asegurarme de que me oiga—. Ahora, vete a la mierda.
El pomo de la puerta vuelve a sonar.
—Por favor, Sebby. Ni siquiera tengo mi teléfono. No podré pedir ayuda. ¿Y si me
pasa algo? Vamos.
—Te lo enviaré —digo, esta vez sin levantar la voz porque me da igual que me oiga
o no.
Tendré que asegurarme de que los de seguridad sepan que no puede entrar en la
propiedad. En este punto, sin embargo, estoy viendo una revisión completa de seguridad
teniendo en cuenta todos los resbalones últimamente.
Enciendo las luces al entrar en la cocina, donde el acero inoxidable y el granito
resplandecen. Sólo tardo un segundo en bajar las escaleras hasta el largo pasillo que
termina en el cuarto de seguridad. En cuanto llego a la puerta, me detengo.
Los monitores están encendidos, pero la habitación está vacía. Hay una taza de
cerámica sobre la estación de trabajo, de la que sale vapor. Quienquiera que haya estado
aquí no lleva mucho tiempo, así que quizá esté haciendo la ronda. O tal vez fueron a ver
qué tipo de conmoción estaba sucediendo con Tanya golpeando la puerta principal.
Por alguna razón, un escalofrío me recorre la espalda, activando alarmas internas
mientras inspecciono la vacía habitación. Sea lo que sea lo que estén haciendo esos
cabrones, tienen que volver aquí ahora mismo.
Hay un espeluznante silencio en los pasillos traseros mientras observo la hilera de
habitaciones en mi camino de regreso al piso de arriba. Una punzante sensación de terror
se filtra en mi mente. No hay nadie. No hay nadie abajo. Nadie en la cocina.
Es como si todo el mundo hubiera desaparecido.
De regreso en el vestíbulo, doy una pequeña vuelta, deteniéndome y escuchando
cualquier señal de Tanya, pero no oigo nada. Ni gritos ni golpes en la puerta. ¿Habrá
captado la indirecta y se habrá ido? Cuando me despertó con una llamada en mitad de
la noche, supe que sería algo tonto.
Nunca pensé que sería tan tonto.
Jodidamente embarazada.
¿Pensó que soy idiota? Nunca me acostaría con ella, y menos sin protección. Ni
en un millón de putos años.
Pero, ¿y si lo hice?
Me asalta la duda. No hace más de unas semanas que bebí demasiado y estuvo
cerca para aprovecharse. Intentaba ahogar mi deseo y necesidad de Elyse e
inevitablemente me jodí. No me sorprendería que hubiera hecho algo tan vengativo. En
realidad, lo esperaría de ella, como la primera vez que me agasajó con vino tras el funeral
de mi hombre, cuando tenía dieciséis años. La noche que me quitó la virginidad.
Aparto los recuerdos, negándome a dejar que me arrastren de regreso a ese
oscuro lugar.
Me tomo un momento para meter a Tanya en esa pequeña caja que tengo en las
tripas y me dirijo hacia las escaleras. Sé que es una tontería por mi parte, que debería
salir y llamar a seguridad, pero no me importa. No cuando lo único que quiero es meterme
en la cama junto a Elyse.
Es el único recordatorio que necesito de que todo saldrá bien.
Una vez arriba, me detengo fuera del dormitorio, el aire es más cálido aquí arriba
gracias al fuego que aun ruge en la chimenea del dormitorio. Entonces me doy cuenta de
lo fuera de control que estoy, de la rabia y la emoción que me embargan. Joder. No quiero
llevar esto a la habitación. Respiro para calmarme. No hay razón para llevar todo lo que
siento allí con ella. No hay razón para amenazar esta preciosa paz entre nosotros con la
verdad de mi pasado.
No necesita saber todos los viles detalles. No dejaré que la oscuridad de Tanya
empañe otra cosa buena de mi vida. Apoyo la espalda contra la pared y cierro los ojos,
concentrándome en cómo siento a Ely en mis manos. Cómo se siente mi Ely debajo de
mí, cómo se abre perfectamente para mí, dejándome penetrarla, poseerla, después de
tantas noches fantaseando con ello.
Elyse lo es todo. Todo lo que necesito. Todo lo que quiero.
Con ella a mi lado, podré sobrevivir a esto. Sólo tengo que mantener la cabeza
fuera de mi trasero y asegurarme de que no se escape. Mi pequeña Presa tiene la
costumbre de asustarse, y sé que con todos estos sentimientos desbocados será lo
primero que haga.
Joder, sería a la vez una gran y terrible idea. Si huyera de mí... no sé podría evitar
perseguirla y arrastrarla de regreso a la cama. Claro que no terminaría ahí. Tendría que
encadenarla a la cama, darle una lección y obligarla a depender únicamente de mí para
todos sus deseos y necesidades. La penetraría hasta dejarla sin sentido y me adueñaría
de cada centímetro de su cuerpo, recordándole una y otra vez que me pertenece.
Cuanto más lo pienso, más me atrae la idea. Mi pene se tensa contra el pantalón
del pijama. Antes de dormirnos, todo iba bien, o al menos eso parecía. Pero todo el mundo
sabe que las decisiones tomadas en la oscuridad pueden convertirse fácilmente en
arrepentimientos a la luz del día.
Y la sola idea de que Elyse se arrepienta de lo que hicimos me revuelve el
estómago.
No sé qué haré si me rechaza... a nosotros. Considerarlo siquiera es una locura.
Me atenaza la maníaca necesidad de reclamarla, de poseerla de todas las formas
posibles, de incrustarme bajo su piel como un tatuaje que nunca pueda borrar.
Es tonto. Me estoy preocupando por nada. Elyse es mía, pase lo que pase, y no
dejaré que nadie me la quite. Ni Yanov, ni su padre. Ni siquiera Tanya.
Mi teléfono suena con fuerza en el bolsillo y lo saco. El nombre de Lee parpadea
en la pantalla, sonrío y pongo los ojos en blanco.
Le enviaré un mensaje más tarde. Con una risita, vuelvo a meterme el teléfono en
el pantalón del pijama. De ninguna manera correré por el bosque con Lee, no cuando
tengo a la chica más hermosa del mundo esperándome en la cama.
El recordatorio vuelve a poner en marcha mi cerebro. Tal vez debería despertarla,
mostrarle mi aprecio de nuevo. Estará dolorida, pero seré amable. Al menos esta vez.
Sólo pensarlo me da el ánimo que necesito para entrar por fin en la habitación. El
calor me golpea primero y mi mirada se detiene en el rastro de ropa, seguido de toallas
y tierra. Ni siquiera intento reprimir mi sonrisa mientras atravieso la oscura habitación,
con la única luz de la chimenea guiándome.
Anoche fue inesperado pero todo lo que necesitaba. No puedo creer que haya
luchado tanto tiempo contra lo inevitable. Eso se acabó. No pelearé contra lo que
tenemos. No cuando apenas tuve una muestra de lo que está por venir. Oh, no. Ely es
mía. Toda mía.
Cuando llego al borde de la cama, doblo la pierna y me deslizo contra las sábanas,
tratando de alcanzarla. Al principio, sólo encuentro las suaves sábanas. Intento que no
cunda el pánico, pero noto cómo la alarma se apodera de mi garganta. Muevo las manos
con ansiedad, pero no hay nada más que sábanas.
El pavor me ahoga cuando agarro las mantas en un gran fajo y las tiro al suelo.
La cama está vacía. Escudriño la oscura habitación en busca de la pieza que me
falta, pero no está.
—¿Elyse? —Susurro su nombre, la palabra como una plegaria.
Mi mirada recorre la habitación y se detiene en la puerta del baño. Sí, claro. Seguro
que está en el baño. Me siento aliviado. Cruzo la habitación y abro de un tirón la puerta
del baño, con el corazón hundiéndose en mi estómago.
La luz está apagada, y no hay Elyse...
Intento concentrarme en mis emociones.
¿Dónde demonios se metió?
Inmediatamente mi mente se lanza en otra dirección. Se fue. Me dejó, joder. La ira
me recorre todas las terminaciones nerviosas del cuerpo.
Oh Ely, no tienes ni idea del error que cometiste.
No mentí cuando dije que no había vuelta atrás. Sonrío sombríamente, mirándome
las manos. Cuando acabe con ella, estará pidiendo clemencia.
CAPÍTULO 2
Siempre tengo tanto frío cuando tengo estos sueños. El frío cala hasta los huesos
y amenaza con congelarme por dentro. Es el perfecto telón de fondo para el dolor que
irradia por mis extremidades. El hombro me tiembla por la bala fantasma que llevo dentro,
la que está incrustada en la memoria muscular.
No importa cuántas veces tenga esta pesadilla, es el frío el que me impide ver
todas las piezas del rompecabezas. Mi cerebro se congela temporalmente,
bloqueándome, impidiéndome ver la verdad.
Cuanto más me concentro en ella, más cambia, los bordes se vuelven borrosos.
Sumergiéndome más en el sueño, mis ojos se fijan en el reluciente cristal de algo
que hay sobre mí... ¿una lámpara de araña? Es preciosa, pero no se parece en nada a mi
hogar, a la casa en la que crecí o a la habitación en la que me golpeaban una y otra vez.
El sueño parece real, como si lo estuviera viviendo por primera vez. Estoy tan cerca
del final de esa noche, tan cerca de ver lo que realmente ocurrió, de llenar todos los
espacios en blanco de mi memoria.
Una sombra se mueve de un lado a otro en la luz cristalina. Una oscuridad que
rompe la infinita luz resplandeciente.
El frío se desvanece y el calor me envuelve como un pesado bálsamo. Unas manos
me acarician las mejillas y luego la nuca. Suspiro.
Sebastian. Sebastian.
Es un sueño. Una pesadilla que cambia a una luz mejor.
Tengo la tentación de acurrucarme en el calor, para que ahuyente el frío
persistente, pero no lo hago. No puedo. No hasta ver su cara.
El sueño explota como el estallido de una burbuja. Un dolor agudo me golpea la
mejilla, jadeo y abro los ojos. Una avalancha de sensaciones se abalanza sobre mí de
golpe.
Me duelen los moretones y los cortes de anoche, y el calor de la habitación es casi
sofocante. Gotas de sudor resbalan entre mis pechos. Bajo mi camiseta rasgada, la
camiseta de Sebastian, que arrancó de la cama.
Retrocedo, golpeando el duro borde de una silla de madera con los omóplatos y
aplastándome las manos, atadas detrás de mí, con mi propio peso.
—Ely —me llama una voz, y conozco esa voz.
Su terrible voz de mierda.
Los zarcillos de miedo se deslizan a mi alrededor, estrechando su cerco. Parpadeo
ante la borrosa imagen que tengo delante, intentando hacer desaparecer la pesadilla de
mi realidad. Pero no importa cuántas veces abra y cierre los ojos, la imagen nunca
cambia.
Yanov sigue ahí, con sus labios rozándome la mejilla y la otra mano acariciándome
la cara. No. No. No. El pavor se desliza por mi piel, empapándome los pulmones con cada
respiración.
Joder. Joder. Joder. ¿Cómo llegué hasta aquí?
Los recuerdos vuelven corriendo a mi mente.
El guardia de seguridad, mi maldita naturaleza confiada. ¿Cómo pude ser tan
tonta?
Una lágrima caliente resbala por la manzana de mi mejilla y me retuerzo intentando
zafarme de su agarre.
—Ely —vuelve a susurrar mi nombre—. Es tan bueno tenerte de regreso, justo
donde perteneces.
Mi garganta palpita mientras trago, mientras intento sacudir la cabeza.
—No, por favor. No lo hagas.
—¿No hacer qué? ¿Traerte a casa? ¿Casarme contigo? ¿Tener bebés contigo?
Así es como se suponía que debía ser siempre, ¿verdad?
Me estremezco ante su tono, una advertencia que conozco bien.
Entiendo la advertencia. Podemos ser felices juntos... si sobrevives. Por supuesto,
no dice eso. Al menos, no con tantas palabras. La advertencia es clara, sin embargo, en
la forma en que se cierne sobre mí, observándome. Esperando.
Sin embargo, los hábitos son difíciles de romper y, como de costumbre, me
encuentro volviendo a ese papel familiar en el que intento convencerlo de que no lo deseo
y luego mis esfuerzos explotan a mi alrededor. No funcionó en el pasado, y no lo hará
ahora.
Pero es todo lo que conozco. ¿De qué otra forma sobreviviré?
Mi voz es chirriante, el miedo se filtra en cada palabra.
—¿Qué quieres de mí?
Su agarre cambia, sus dedos me pellizcan con fuerza la barbilla.
—No te hagas la tonta, Ely. Sabes lo que siempre quise, lo que estuvo destinado a
pasar.
Todo mi cuerpo tiembla, la sangre de mis venas se hiela.
—A tu bebé. A ti. Te quiero a ti. Quiero estar dentro de ti. Te quiero encima de mí.
Quiero todo lo que me prometieron hace tantos años, antes de que me lo arrancaran
cuando el idiota de tu padre decidió traicionarme. —Me agarra la cara con más fuerza
con cada palabra que dice, y lucho contra el dolor.
—¿Por qué haces esto cuando sabes que no es lo que quiero? —Mantengo la voz
baja, intentando por todos los medios no provocarlo.
—Puede que no sea lo que quieres ahora, pero algún día verás las cosas a mi
manera. Me perteneces. Siempre me perteneciste.
La terrible oscuridad cubre mi piel cuando sus manos se deslizan por mi cuello y
luego por mis hombros. Sus manos siguen bajando a lo largo de mi cuerpo y, por suerte,
se detiene al llegar a mi bíceps.
—Veo las marcas que te hizo. Arañazos, cortes, moretones. ¿Cómo pudiste dejar
que te penetrara en el bosque como a una puta barata? Eres mejor que eso, Ely. Más que
eso.
Lucho contra el deseo de poner los ojos en blanco.
Sí, me tratarás mejor rompiéndome los huesos y disculpándote después.
—¿Cómo puedo creer eso? Me tienes atada como si fuera una escapista. No es
como si pudiera escapar de ti, e incluso si lo hiciera, ¿a dónde iría? No tengo ni idea de
dónde estamos. —Miro alrededor de la habitación, tomando nota de cada detalle.
Estamos en una especie de hotel barato por el aspecto de los anticuados muebles
de madera, el fino edredón de la cama y la moqueta gastada y sin brillo que cubre el
suelo. La habitación está probablemente a nivel del suelo, por si tiene que escapar
rápidamente, imagino.
Sólo se encoge de hombros, su mirada recorre mis pechos, y luego más abajo.
—Artista del escape, no. Pero tienes la costumbre de perder la cabeza, así que
pensé que sería más fácil una vez que estuvieras despierta. Te cuesta aceptar lo
inevitable.
Suena un teléfono al otro lado de la habitación. Se aparta de mí y se levanta,
apartándose el sucio cabello de la cara mientras me da la espalda. Me dejo caer en las
ataduras, con las manos y los pies ardiendo por la cuerda mientras me encorvo en un
intento de no desmoronarme.
Ya sé lo que sucederá. Me violará. Me violará y luego me pegará cuando se dé
cuenta de que no disfruto de sus caricias. Así es como siempre vi mi final, pero después
de que Sebastian entrara en escena pensé que tal vez estaría bien. Por una vez en mi
vida me sentí segura. Protegida. Pensé que tal vez era posible.
Se oye un murmullo y luego Yanov vuelve a acercarse a mí con el teléfono en
altavoz.
—No, la tengo aquí. Está a salvo.
Me ve fijamente, con los muslos demasiado cerca, la mano libre extendida como
si aun no estuviera seguro de dónde quiere tocarme.
La voz al otro lado de la línea me hiela la sangre.
—Y será mejor que siga así hasta que llegue. Tenemos asuntos que discutir.
Mi padre. El jefe de policía de Oakmount. El único hombre con más poder que
algunos de esos idiotas ricos que dirigen la escuela y las clases altas.
Susurros de seguridad revolotean esperanzados en mi mente. Ganará. Siempre
gana. Cuando me vendió para pagar sus deudas de juego, pensé que era libre. Incluso
perteneciendo a otra persona, podría haber tenido oportunidad de escapar, pero la
oportunidad se esfumará si me entrega a Yanov.
Me encadenará al suelo como a un perro y nunca me soltará.
No oigo el resto de la conversación, por suerte; mi cerebro está demasiado
preocupado por cómo demonios saldré de aquí. Por desgracia, el respiro que me da
mientras habla por teléfono se acaba, y en cuanto termina de hablar vuelve a agacharse
frente a mí.
—Ven aquí, Ely.
Se echa hacia delante y me rodea con los brazos, apretando su erizada cara contra
mi pecho. Estoy rígida como una tabla, intentando no respirar demasiado el olor a alcohol
rancio y sudor que desprende... Pero me envuelve y me estremezco, intentando no
vomitar.
—Ely. Ely. Ely. Ely. —Lo repite una y otra vez como una oración. Me encojo
interiormente, odiándole por volver a afear el nombre tan poco tiempo después de que
Sebastian lo hiciera suyo.
Parece una eternidad hasta que por fin me suelta. Me acurruco lejos de él, en mí
misma, deseando poder cubrir más parte de mi cuerpo. Sólo llevo puesta la camiseta de
fútbol de Sebastian y un par de bragas. Ninguna prenda será suficiente para sentirme
segura en su presencia.
—Te desataré las manos, pero tendrás que prometerme que serás una buena
chica. Sin bromas, Ely. —Me mira fijamente, pero no espera a que responda. Se inclina y
rompe las ataduras. Una vez que tengo las manos libres, las empujo lentamente hacia
delante y las acuno en mi regazo. No puedo hacer nada más. No puedo moverme, no con
él tan cerca.
Mi única esperanza ahora es cuando se duerma... ¿quizás pueda escapar
entonces? Es una remota posibilidad, pero tendré que aprovecharla.
Intento no estremecerme cuando sus manos rozan mis muslos, ni cuando los
separa. Un grito se agolpa en mi garganta. Su penetrante mirada me oprime el pecho.
Me obligo a ver al frente, a la pared por encima de su hombro, para no hacer nada que
me mate. Es una bomba de relojería. Y cuando explota, todo y todos a su paso son
destruidos.
—Mira qué hermosa eres.
La bilis me sube por la garganta y tengo que apretar la mandíbula para contenerla,
para no tener arcadas. Lo odio tanto. Con Yanov no se sabe qué sucederá a continuación;
lo único que sé es que nada de lo que dice es una amenaza vana.
Sus manos suben más y rodean mi cintura.
—Una chica tan hermosa. En cuanto te conocí supe que serías mía.
El asco se me pega a las entrañas. Era solo una niña cuando mi padre me presentó
a Yanov.
Sin previo aviso, se levanta, y me estremezco de miedo mientras cierro los ojos
con fuerza.
Acecha detrás de mí, rodeándome como si fuera una Presa, y hago todo lo posible
por quedarme quieta, porque llamar más la atención sobre mí es tonto, pero no hay
ningún otro sitio al que pueda ver. No encuentra nada más entretenido que aterrorizarme.
Sus dedos rozan mis hombros, su toque me atormenta, es una pesadilla que nunca
termina. Es como si me estuviera inspeccionando, revisando su próxima comida. Desvío
la mirada hacia el suelo, temiendo que mi expresión facial delate lo jodida que me parece
toda esta situación.
¿Es demasiado esperar que Sebastian se dé cuenta de que me fui y que venga a
buscarme? ¿Qué me salve? Sacudo la cabeza, negándome a dejar que florezca la
esperanza. Nadie me salvó nunca.
¿Por qué lo harían ahora?
Vuelvo al presente cuando algo frío y duro me presiona la piel. Tardo un segundo
en reconocer el metal del cuchillo cuando me lo pasa por el hombro y me roza el cuello.
Por más que intento controlar el miedo, mi cuerpo se niega a hacerlo y tiemblo sin control
cuando me pasa la punta de la navaja por mi nuca hasta el otro lado del hombro. El
hombro con su nombre grabado, el que tiene la cicatriz de un agujero de bala.
Un dolor fantasma me recorre la columna. Aprieto los dientes, sabiendo que
vendrán más.
¿Qué hará? ¿Marcarme otra vez?
Estoy tan tensa que se me bloquean los abdominales y se me golpean las rodillas.
—Mírate, Ely. No te lastimaré. —Su voz es suave, tranquilizadora.
Sé que no debo caer en sus mentiras.
Da la vuelta para volver a mirarme.
—¿Por qué crees que te lastimaré? No trabajé tan duro para rescatarte sólo para
darme la vuelta y hacerte daño cuando por fin te tengo toda para mí.
No hay respuesta correcta, así que me callo.
—Respóndeme —demanda.
Vuelvo a estremecerme ante el tono de su voz. Lo conozco más que nunca. Me
resbala más sudor por la cara y el miedo me aprieta las entrañas.
—Porque siempre me lastimas cuando no te doy lo que quieres.
Se inclina y susurra contra mi boca.
—Y mira, es la razón por la que siempre acabas herida... no porque quiera hacerte
daño. No quiero, cariño... en absoluto. Pero como no piensas las cosas antes de hacerlas,
acabas herida. Si no quieres que te hagan daño, lo único que tienes que hacer es
escuchar. Haz lo que te diga y estarás bien. Te lo dije un millón de veces, ¿no?
No es tan fácil, pero no se lo digo.
—Siempre hice lo que me dijiste. Es cuando no hago lo que quieres cuando me
lastimas.
Una sonrisa siniestra aparece en sus labios:
—Entonces haz lo que yo quiera.
Aprieto los dientes, mordiéndome una réplica que sé que me hará saltar por los
aires.
—¿Y qué quieres?
Mi respuesta sólo lo hace sonreír más.
—A ti, mi palomita. Sólo a ti. Y ahora que te tengo, tomaré lo que quise durante
años. No me importa si ese chico idiota te tuvo primero. Una vez que esté muerto no
importará, de todos modos. Todo lo que importará es quién sea la última persona en
penetrar todos tus apretados agujeros, y esa persona seré yo.
Sus palabras me atraviesan, me revuelven el estómago y la bilis me sube por la
garganta. Maldita sea. Creo que voy a vomitar. Dios, espero que no. No puedo. Ahora
mismo no. Me inclino más hacia él y junto los labios para intentar contener las náuseas.
—¿Nada que decir?
Lo único que puedo hacer es sacudir la cabeza, con las lágrimas pegadas a los
ojos, con el estómago dolorido, amenazando con derramar mi repugnancia.
Y continúa.
—Por mí está bien. No necesito que hables, no para lo que planeo hacer.
Se levanta de nuevo, se desabrocha el cinturón y cierro los ojos, pensando en mi
próximo movimiento mientras el sonido me recorre por dentro. Tengo que hacer algo, lo
que sea. Vuelvo a abrir los ojos y veo cómo pasa el cuero por las trabillas de los vaqueros
con un sibilante siseo y luego lo tira detrás de él, sobre la cama.
Respira. Pero respirar no impedirá que me lastime. No me protegerá de lo
inevitable. La bilis me sube por la garganta, cada vez más cerca de escapar, y cuando
agarra el dobladillo de su camisa y se la pasa por encima de la cabeza, la suciedad que
llevo dentro sale a borbotones.
Se me revuelven las tripas y me doy la vuelta, mirando horrorizada cómo el vómito
salpica el suelo, mis pies descalzos y sus botas. Dios mío. Me matará.
—¡Joder! —Maldice y tropieza con la cómoda que tiene detrás—. ¿Qué demonios?
Debería decirle que lo siento, que no quería vomitar, pero no lo hago. No tiene
sentido. Me limpio la boca con el dorso de la mano y me rodeo con los brazos.
—Yo... no me siento bien.
Me agarra de la barbilla y me la levanta, obligándome a mirarlo.
—Me importa una mierda. Ya esperé bastante. Haremos esto ahora.
Las lágrimas resbalan por mis ojos y caen por mis mejillas hasta sus dedos.
—Por favor... por favor no hagas esto.
—¿Es de verdad? ¿De verdad me lo estás suplicando ahora? —Parece
sorprendido, atónito—. Pensé que eras más fuerte que esto. ¿Qué te pasó? ¿Desde
cuándo te asusta un poco de dolor? Apenas empezamos, ¿y ya están cayendo las
lágrimas? Vamos, Ely. Puedes hacerlo mejor que este patético maullido. Pon un poco de
sentimiento, paloma. Vamos... ruégame. No cambiará una mierda, pero me encanta cómo
te ves cuando lloras.
Ahora tiemblo, me acuno la cara y lloro. No hay manera de que pueda pasar por
esto otra vez, no cuando parecía que tenía la seguridad a mi alcance. Como si fuera a
librarme de este idiota y de esta vida de una vez por todas.
—¿Y si penetro esa boquita tan bonita que tienes? ¿Me vomitarás encima?
Se me aprieta tanto el estómago que vuelvo a vomitar un poco en la boca.
—Te dije que no me siento bien... —Le digo, con la voz entrecortada.
En un instante todo cambia y, de repente, me arrancan de la silla por los cabellos
de la nuca. Mis piernas son gelatinosas y apenas aguantan mi peso mientras el dolor me
atraviesa, destrozándome por dentro y por fuera. Me toca en cuestión de segundos, pero
parece una eternidad. El mundo gira a mi alrededor y tropiezo con mis pies.
—Por favor... por favor no. —Suplico, aunque sea inútil.
—La próxima vez que abra esta puerta será para penetrarte, y ninguna cantidad
de vómito o lágrimas cambiará eso. Resuélvelo de una puta vez, Ely, o lo haré por ti, y
ambos sabemos que eso no te gustará. —Es la promesa de lo que está por venir.
Con los ojos borrosos, intento captar más detalles de la habitación mientras abre
una puerta. Su toque desaparece cuando me suelta de un fuerte empujón, arrancando
casi por completo la camiseta de Sebastian en el proceso. Desorientada y desequilibrada,
choco con la pared y, aunque intento por todos los medios mantenerme en pie, mi
exhausto cuerpo se niega y caigo al suelo.
Yanov cierra la puerta de un portazo y me encuentro rodeada de oscuridad. El
agotamiento me impide mantener los ojos abiertos.
Necesito algo a lo cual aferrarme, algo por lo qué vivir, pero todo lo que quiero
ahora mismo es que la muerte me encuentre, porque incluso sé que al final, la única
forma en que seré verdaderamente libre es cuando esté muerta.
CAPÍTULO 3
Nunca entendí por qué algunas personas le tienen miedo a la oscuridad. Claro que
no puedes ver nada, pero creo que hay un cierto tipo de paz que sólo se puede encontrar
en la oscuridad. No hay que temer lo que hay en la oscuridad, sino a las personas que
están ocultas a plena vista. Son los que nunca esperas que hagan algo malo. Un amigo,
tus padres, un policía. Siempre son los que se supone que deben protegerte los que
acaban fallando. Así que, en mi opinión, los verdaderos monstruos no son los que se
esconden en las sombras, sino los que están a la luz.
Mis pensamientos van a la deriva con la repentina sensación de flotar. Es difícil
saber si estoy despierta o dormida. Todo me parece igual. Sueños o recuerdos -quién
sabe cuáles- me rodean en espiral.
Estoy en el vestíbulo de Sebastian, tumbada sobre algo frío, pero los bordes de mi
visión son borrosos. La habitación de más allá es el estudio, donde Sebastian trabaja a
veces. Aunque no muy a menudo. La mayor parte del tiempo parece querer evitar la
habitación.
Ahora está ahí, y algo en mí cambia, aliviándose. Puedo respirar, pero cada
respiración duele. ¿Cómo puede ser tan hermoso y brutal al mismo tiempo? Está
discutiendo con alguien, pero no puedo verlo a través del nebuloso halo que oscurece mi
visión. Tiene una botella de alcohol en la mano y la agita. Quiero gritarle. Suplicarle que
venga a buscarme. Que me salve, lo que sea. Pero no puedo hablar. No puedo moverme.
Apenas puedo respirar.
—¡No puedes hacer esto, poseer a gente así para tus enfermizas perversiones! —
grita Sebastian, y las palabras resuenan en mi cabeza.
—¿Perversiones enfermizas, chico? ¿Crees que no sé lo que haces con tus putitas
del colegio? ¿O con tu propia madrastra?
Sebastian se pone rígido y bebe un largo trago de alcohol. Algo intranquilo me
recorre el estómago. Se oye un chasquido metálico en alguna parte, quizá el hombre de
la voz grave y antigua. Se acerca a Sebastian y por fin se le ve la cara.
Cabello blanco peinado con elegancia, un perfecto esmoquin, cuello
desabrochado en la garganta.
No hay mucho parecido con Sebastian, fuera de la forma en que el hombre se
comporta, tan contenida y rígida.
El recuerdo se desvanece, y entro y salgo a la deriva, mi mundo se inclina aun más
sobre su eje.
Sebastian sosteniendo una pistola. Sebastian arrodillado junto al arrugado cuerpo
de su abuelo. Sebastian dando vueltas por la habitación, bebiéndose su botella de alcohol
a tragos jadeantes.
Lo mató. Sebastian lo mató. El horror me recorre la espina.
Después, nada. Bendita negrura hasta que abro los ojos y me encuentro de nuevo
en la otra pesadilla. Es curioso. Prefiero la pesadilla de Sebastian a la de cualquier otra.
Incluso si me mata.
Lágrimas calientes caen en cascada por mis mejillas y tardo un segundo en
respirar entre los sollozos que parecen brotar sin querer. Me tapo la boca con las manos
para que Yanov no me oiga.
Cuanta más atención atraiga hacia mí, peor será. Mi prioridad debería ser salir de
aquí, pero siento el cuerpo paralizado, incapaz de moverme, de pensar siquiera en un
plan adecuado. El recuerdo, porque ahora sé que es lo que era, sigue repitiéndose en mi
mente, recordándome que Sebastian no es mi salvador en todo esto.
Es tan oscuro y jodido como todos los demás.
Mató a su propio abuelo.
Lo asesinó sin pensar ni preocuparse y se marchó.
No puedo entenderlo. ¿Qué clase de persona eres para hacer algo así? Por lo que
recuerdo, su abuelo no era un buen hombre, pero aun así. No podemos jugar a ser Dios.
Simplemente no podemos.
La bilis vuelve a subir por mi garganta.
¿Cómo pude entregarme a él?
No es mejor que mi padre, que Yanov. Aprieto los ojos y me apoyo en la pared.
¿Qué sentido tiene? ¿A dónde quiero llegar?
La seguridad parece estar a un millón de kilómetros de distancia. La esperanza de
que alguien, cualquiera, me salve se convierte en un sueño lejano. Nunca escaparé de
Yanov, y me matará en esta asquerosa habitación de motel. Lo peor de todo es que se
saldrá con la suya. Nadie sabrá que estoy aquí, excepto quizá el idiota de mi padre, e
incluso entonces no hará nada para detenerlo. Para ayudar. Nada. No habrá justicia para
mí.
La puerta se abre de golpe e intento clavarme en el fondo del armario. Es una idea
tonta, porque no tengo escapatoria. Se me escapa un pequeño chillido de miedo cuando
Yanov mete la mano dentro y hunde sus carnosos dedos en mi brazo con fuerza
contundente. Con poco esfuerzo, me arrastra por la crujiente alfombra como si fuera una
muñeca de trapo. Le doy una bofetada. Cuando mi inútil intento no parece funcionar, le
clavo las uñas en la piel, arañándolo. Ni siquiera se inmuta.
De hecho, no parece molestarlo en absoluto. Es como si ni siquiera sintiera dolor.
—Sigue peleando, mi pequeña paloma. Me pone el pene duro como el acero,
porque los dos sabemos que pronto te someterás a mí. —Me sonríe satisfecho.
Me muevo hacia atrás para mantener la mayor distancia posible entre nosotros.
Aunque quiera rendirme, sentarme aquí y esperar a que la muerte me encuentre, el
primer instinto de mi cerebro es hacer algo, formular un plan. No soy de las que se rinden.
Nunca lo fui.
Entonces contraataca. Si mueres, al menos hazlo con algo de dignidad.
Sigue arrastrándome por la alfombra y me arde la piel de las rodillas mientras
reúno fuerzas para ponerme en pie. Me trago un silbido de dolor y sé que la única forma
de pelear contra él es ponerme en pie. Me duelen las piernas por el esfuerzo y me levanto
del suelo. Me tambaleo y pierdo cualquier atisbo de equilibrio, pero no dejo que me
detenga.
—Por favor, no... —Suplico, aunque rogar nunca funcionó en el pasado.
—¿Por qué? Es más divertido verte pelear. —Se ríe.
Por cada paso que da, intento hacernos retroceder, al menos para ralentizar
nuestro avance. Aprieto los dientes contra una oleada de náuseas que me sube por la
garganta.
No puedo rendirme, todavía no.
De repente, su agarre de mis brazos desaparece.
¿Qué demonios? Con ambas manos me agarra por los hombros y me clava los
pulgares en la clavícula. Un dolor abrasador me recorre el pecho y las extremidades,
inmovilizándome.
Ladea la cabeza y una siniestra sonrisa se dibuja en sus labios.
—Intentaba ser amable, pero no te gusta lo amable, ¿verdad?
—Para, me lastimas —grito mientras me clava los pulgares un poco más fuerte.
—¿Lastimarte? Lo único que quería era darte una ducha, pero como no quieres
una ducha supongo que podemos ir al grano.
Me suelta de un empujón, las piernas me fallan y caigo al suelo de rodillas. Me
duelen los muslos por el impacto y aprieto la mandíbula para no gemir.
Como un león, se abalanza sobre mí.
—¿Es lo que quieres, Ely? ¿Prefieres mi pene a una ducha?
No. Detente. Encuentra una manera.
Agacho la cabeza y meto la barbilla en el pecho, deteniendo la resistencia.
—Sí, no, por favor... Lo siento. Una ducha suena... —Trago con fuerza e intento no
volver a vomitar—. Suena bien.
Saber que es lo que quiere oír y que me adapto tan bien a su fantasía me da ganas
de llorar. A duras penas consigo contener las lágrimas. Si vuelvo a llorar, se proclamará
vencedor. Las lágrimas sólo significan que está consiguiendo lo que quiere, que me está
destrozando.
—Eso pensé también, pero no sé si te mereces una ducha. No después del
numerito que montaste. —Sus dedos me agarran la barbilla, y aunque mi instinto es
apartarme, no lo hago.
Dejo que me toque, porque si tengo alguna posibilidad de sobrevivir necesito que
me crea. Que crea que quiero esto. Que lo deseo.
—Por favor... —Me encojo, mis entrañas se tensan hasta el punto del dolor—. Lo
siento. Es que... pasaron muchas cosas. Te extrañé.
Es una mentira. Una terrible mentira que odio pronunciar, pero si puedo hacer que
me crea entonces mis posibilidades de escapar aumentarán.
—¿Es cierto, Palomita? ¿Me extrañaste?
Levanto la cabeza y lo miro a los ojos:
—Sí. Te extrañé.
Algo suave parpadea en sus ojos, y luego desaparece.
—Bien. Deja que te lave y luego podrás demostrarme cuánto me extrañaste.
Me estremezco ante su respuesta, pero no parece darse cuenta mientras entramos
juntos en el baño, él llevándome parcialmente a cuestas.
El cuarto de baño está sucio, por no decir otra cosa, y sólo funciona una de las
cuatro bombillas que hay sobre el espejo. En una cabina de ducha en la esquina apenas
cabemos los dos y entra primero, completamente vestido. Respiro por la nariz e intento
mantener la calma.
Alarga la mano hacia mí y me arranca los trozos de camiseta y la ropa interior de
las caderas. Cierro los ojos con fuerza, hundiéndome en los confines de mi mente para
ignorar lo que ocurre en el presente, como solía hacer las otras veces que me había
puesto las manos encima.
—Siempre olvido lo hermosa que eres —susurra contra mi cuello y su erección se
clava en mi trasero. Por favor... si hay un Dios ahí afuera... líbrame de este malvado
hombre.
Gira la manivela del agua, que sale intermitente en un chorro irregular
directamente sobre mi cara. Balbuceo y jadeo mientras deja que el agua me ahogue.
—Te soltaré para poder lavarte bien. Pero te juro que si intentas algo, te
arrepentirás. —Su voz es aguda, un alambre de espino se clava en mi piel. No es una
advertencia, es una promesa.
Permanezco en silencio porque sé que es lo que quiere. Ya jugamos a esto antes.
Agarra una toallita y una pastilla de jabón de la encimera y se me queda viendo
con una mirada de malicioso regocijo.
—Deja que te limpie, palomita. —Me frota con el paño, sus dedos se extienden por
el áspero algodón hasta que la piel se me pone en carne viva.
Estoy indefensa. Así es como le gusto. Lo único que puedo hacer es quedarme
aquí, tragándome los llantos suaves, mientras mantengo la vista clavada en él,
observando... esperando... las inevitables señales de que las cosas saldrán mal.
Se me eriza la piel cuando sus manos suben y bajan por mis costados, metiéndose
entre mis muslos. A duras penas resisto el impulso de cerrarlas, pero en el último
momento recuerdo las consecuencias. Si lo hago, me castigará por negarle lo que quiere,
lo que es suyo.
Cuanto más aguante, más fácil será escapar.
Me mete los dedos entre las piernas y luego más atrás, y esta vez no puedo
contener las lágrimas. La vergüenza me quema mientras las lágrimas se escapan.
—Palomita, ¿aun no te penetraron por aquí? —No espera a que responda y
continúa como si no me hubiera preguntado nada—. Hmm. No importa, ya sé la
respuesta. Muy bien. Este agujero será mío. Todo mío.
Suavemente, casi con reverencia, me empuja el trasero. Me resulta imposible
respirar mientras el miedo se abre paso por mis entrañas, utilizando mi caja torácica como
escalera.
Me lastimará otra vez. Tomará hasta que no quede nada.
Se me escapa un gemido, y su boca se desliza por el lateral de mi cuello, y
entonces ocurre. De repente estoy fuera de mi cuerpo, observando como una
espectadora en la calle. No entiendo lo que está pasando mientras me veo levantarme y
agarrar el cabezal de la ducha. Una ola de frío me atraviesa, calmando mis dolores. Me
calma como hacía tiempo que no sentía. Tras un breve forcejeo, el cabezal se separa de
la pared y me veo a mí misma mientras hago caer la pieza metálica sobre la cabeza de
Yanov.
Se tambalea hacia atrás, como aturdido. Un anhelo de venganza y paz me desgarra
por dentro. Un grito de angustia se filtra a través de los latidos de mi corazón, levanto el
cabezal de la ducha y la vuelvo a bajar, aplastándola contra su cráneo. Lo vuelvo a hacer.
Y lo vuelvo a hacer. Más fuerte. Más fuerte. Más rápido. Veo cómo cae de rodillas. El agua
sigue cayendo sobre nosotros, arrastrando parte de las salpicaduras de sangre por el
desagüe, mientras el resto mancha la pared de azulejos.
Defiéndete, cobarde. Sé el hombre que siempre dijiste que eras. Golpéame.
Quiero gritar las palabras, pero nunca escapan. Al final, no queda nada que decir.
Nada cambiará lo que debe suceder. Para ser verdaderamente libre, debes romper las
cadenas que te sujetan. Me tiemblan las manos mientras un involuntario escalofrío
recorre por mi columna. Vuelvo a hundirme en mi cuerpo, el frío da paso al dolor, un
profundo y oscuro dolor en el pecho. Dios mío, ¿qué hice? ¿Qué hice?
Una parte de mí siempre supo cómo acabaría esto. Con uno de nosotros muerto.
Debería estar agradecida de no ser yo... y sin embargo... Las náuseas se agitan en mis
entrañas. Su pierna se mueve, rozando la mía.
Acaba con él. Acaba con él.
Primero levanta las manos, luego levanta la cabeza, su mirada se encuentra con la
mía.
—Ely, no hagas esto. No eres una asesina. No eres tú.
Sus palabras se arrastran e intenta ponerse en pie, pero no consigue que sus
piernas funcionen.
Pero sus ojos. Esos orbes oscuros y sin alma cuentan otra historia. Incluso con su
vida pendiendo de un hilo, la maldad dentro de él se filtra.
La promesa de dolor y de castigo se refleja en mí.
No. Esto terminará ahora. Ahora. Nunca volveré a ser su juguete.
—No tienes ni idea de quién soy. —Aprieto las palabras entre los dientes,
retrocedo y vuelvo a golpearle la cabeza con el metal. La sangre me salpica el estómago
y la pared, y la miro fijamente.
Debería estar enloqueciendo, preocupada por lo que ocurrirá a continuación, pero
nada de eso importa. Una extraña sensación de calma me envuelve por dentro, curando
algunas de las profundas heridas que dejó hace tantos años.
Estoy a salvo, protegida. Después de hoy nunca volverá a lastimarme. Nunca más
me enfrentaré a huir.
No pienso, ni siquiera siento mientras levanto el cabezal de la ducha y lo dejo caer,
golpeándolo con ella de nuevo... una y otra vez. Cada golpe es más fuerte y rápido que
el anterior. Mis pulmones se agitan y mis músculos arden, mi corazón galopa en mi pecho.
—¡Te mataré, Elyse! —dice con un despiadado gruñido mientras me aprieta el
brazo con fuerza. Me resisto a su agarre, siento un agudo crujido y luego una oleada de
dolor cuando algo cede en mi brazo. Sé que debería dolerme más, que debería sentir
algo, pero no es así.
No se me pasa por la cabeza que pueda tener un hueso roto, no mientras siga
respirando. Mi único objetivo es acabar con su vida, asegurarme de que nunca más
pueda hacerle daño a alguien.
La vista se me nubla y, a pesar del cansancio, el miedo me guía y me recuerda
que, si no lo mato, acabará conmigo cuando esto termine. No estoy segura de cuánto
tiempo pasa, pero pronto se desploma contra el suelo. Espero. Apenas respiro, observo
hasta que su pecho deja de subir y bajar. Hasta que ya no oigo el resuello de sus flemas.
Estoy entumecida, incapaz de sentir algo por el hombre muerto que tengo delante.
Aparto la vista de su cuerpo y doy un tembloroso paso atrás, el cabezal de la ducha
resbala de mis manos.
La realidad de lo que hice por fin me alcanza, y mi corazón da un vuelco dentro de
mi pecho.
Nunca seré libre.
Ya no podré escapar de las consecuencias. Un pinchazo de dolor me sube por el
brazo cuando lo levanto y me llevo la mano al estómago.
Siento una punzada, un dolor sordo, pero sé muy bien que, cuando se me pase la
adrenalina, el dolor será más intenso. Tengo qué idear un plan. Tengo que pedir ayuda.
Tropiezo con el dormitorio y me quedo paralizada. No hay nadie a quien pedirle ayuda.
Nadie podrá salvarme.
Una vez que mi padre se entere, todo habrá terminado. Estaré atrapada en su
oscura red de nuevo. Usará esto en mi contra. Lo mantendrá sobre mi cabeza hasta que
pueda sacar todo lo que pueda de mí. Mi cuerpo, mi vida, mi alma. Todo. Me quedaré sin
nada.
El pánico me envuelve la garganta, apretando su agarre, hasta que no puedo
aspirar otro aliento en mis pulmones.
Soy una asesina.
Yo lo maté.
Me fallan las rodillas, me desplomo y mi cuerpo cae al suelo. Ni siquiera siento el
dolor de la caída ni el roce de la alfombra contra mi piel. Sólo siento el pánico que me
ahoga y me va quitando la vida poco a poco.
Adelante, mi camiseta está en el suelo.
No. La camiseta de Sebastian.
Sebastian.
El hombre que amo, o más bien que amaba.
No sé quién es, ni si la versión que conocí de él fue real alguna vez. No importa,
ya no. No hay futuro para nosotros. No es más que un mentiroso. Un mentiroso y un
asesino. Por supuesto, ahora también soy una asesina, pero incluso pensar en él y en lo
fácil que me enamoré me avergüenza.
En cierto modo, no es mejor que mi padre ni Yanov.
Apretando los dientes, me arrastro por el suelo, con el dolor recogido a un lado.
Vuelvo a sentarme y agarro la camiseta con el brazo bueno. Necesito todo lo que
llevo dentro para mantenerme sentada. Nunca estuve tan cansada en mi vida.
Lentamente, como si un gran peso me oprimiera las extremidades, me paso la
camiseta por encima de la cabeza con el brazo sano. A mitad de camino tengo que parar
y recuperar el aliento. El dolor, el miedo, la adrenalina me atrapan doblándose en mi
pecho, y mi cuerpo me traiciona.
Las lágrimas dejan senderos fríos por mis mejillas. El sol de primera hora de la
mañana se cuela entre las cortinas, los rayos de sol arrastran mi atención de nuevo a mis
manos. Me veo los dedos. La sangre mancha mi pálida piel. Su sangre. El pánico y la
urgencia hacen a un lado todas mis demás emociones. Tengo que salir de aquí. Salir
antes de que aparezca la policía o, peor aun, mi padre.
Ya habrá tiempo de contemplar mis decisiones, de preguntarme si hice lo correcto
o no, pero ahora no es el momento de hacer preguntas. Ahora mismo, necesito
protegerme. Poner tanta distancia como pueda entre este lugar y yo.
Utilizando la cama como ancla, me pongo de pie. Cruzo la habitación hasta la
puerta, abro el cerrojo y la abro de un tirón. El sol naciente me ciega momentáneamente,
pero una vez que mis ojos se adaptan, le echo un vistazo al estacionamiento, casi vacío.
Reconozco el auto de Yanov en uno de los lugares. Podría agarrarlo y abandonarlo
más tarde si fuera necesario. Sería la forma más rápida de salir de aquí. Una huida rápida
y limpia. Y ahora mismo es lo que necesito.
Dándome la vuelta, me dirijo hacia la mesilla de noche para agarrar las llaves del
auto de Yanov.
Tonta. Soy tan tonta. No dejaría las llaves a la vista. El corazón se me hunde en el
estómago cuando llego a la mesilla de noche vacía. Agarrar su auto sería la opción más
inteligente, pero no si tengo que tocarlo para agarrar las llaves. La sola idea de meter la
mano en el bolsillo de sus pantalones me repugna.
Dios mío. Creo que vomitaré. Me llevo una mano a la boca para detenerme y vuelvo
a la puerta. Pero esta vez, cuando voy a salir, hay alguien en la puerta que me impide la
salida. No, no alguien, varios.
Parpadeo y centro toda mi atención en la persona que más significa para mí. ¿Esto
es real?
Sebastian.
No puede ser. Realmente no está aquí. Todo es un terrible sueño. Pero entonces
entra, su mano se acerca a mí, rodea la parte superior de mi brazo. No puede ser real.
Un repentino estallido de alegría me invade, pero el amargo sabor de la realidad se
apodera de mí con la misma rapidez. Es un asesino. Mató a su abuelo. Me retuvo en su
casa con la excusa de que me cuidaba, pero fue solo la mitad. También necesitaba
asegurarse de que no revelara su secreto, y ahora que lo recuerdo... ¿Qué me hará
cuando descubra que lo sé?
Escapé de un monstruo, sólo para ser capturada por otro.
—Oye, está bien. Todo estará bien. Te tengo.
Abro la boca para decirle que no estará bien; sé lo que hizo; pero el recuerdo de
aquella noche en el estudio de su abuelo me golpea, me agarra por las rodillas, me deja
paralizada en la oscuridad.
CAPÍTULO 5
Nuestras miradas chocan y odio el horror que se filtra en sus profundidades azules.
Antes de que pueda decirle que todo estará bien, sus ojos se cierran. El pánico se
apodera de mí y lo único que puedo hacer es agarrarla para que no se caiga al suelo. Le
paso un brazo por la cintura y acerco su tembloroso cuerpo, acunándola y soportando su
ligero peso con facilidad.
¿Se desmayó? ¿Está herida?
Como por arte de magia, vuelve a abrir los ojos y casi suspiro. La idea de perderla
de nuevo, en cualquier capacidad, es insondable. Tal vez sea el cansancio y el miedo lo
que hace que se desvanezca. Abre y cierra la boca media docena de veces, como si
quisiera decir algo pero no pudiera hablar.
No importa; no necesita decir nada. Me ocuparé de ella y de lo que pase en el
futuro.
—Shhhh, estás bien, Ely. Todo estará bien. Ahora estás a salvo. —Trato de
calmarla, pero mi voz contra su oído hace que se agite.
Con más fuerza de la que esperaba, se zafa de mi agarre y me empuja, o al menos
lo intenta, aunque lo único que consigue es poner medio metro de distancia entre
nosotros. Miro su diminuta mano, que me presiona el pecho, su toque me quema en la
piel a través del algodón de la camiseta. No estaba seguro de si estaría viva cuando la
encontrara, o de si habría algo que encontrar. Diablos. Me tomo medio segundo saborear
la sensación de su cuerpo tan cerca del mío.
Tuve que quemar mi buena voluntad con Grady, los contactos de Aries, y todos
conduciendo durante horas, revisando agujero de mierda tras agujero de mierda hasta
que encontramos este maldito motel de cucarachas, y no la quiero aquí ni un segundo
más de lo necesario.
Pero su toque, aunque sea para apartarme, me ayuda a aliviar parte del dolor de
mi pecho.
Le echa un vistazo a la habitación, con los rasgos contraídos por el miedo, como
si esperara que alguien saltara sobre ella. Sacude frenéticamente la cabeza y lanza
mechones húmedos de cabello castaño por todas partes mientras murmura:
—No estoy a salvo. Ni contigo, ni si me quedo aquí. No tardará en aparecer. Hasta
que descubra lo que hice.
—Siempre estarás a salvo conmigo. Siempre. —La tranquilizo, pero sé que no me
cree. Tiene una mirada salvaje en los ojos; ahora mismo está en modo pelea o huida, con
todos sus instintos afinados hasta la hostilidad.
Lucha contra mi agarre, intenta soltarse, pero dominarla es fácil: la levanto de los
pies, la rodeo con mis dos brazos por la cintura y no le dejo espacio para escapar.
—¿Quién es él? —pregunto mientras salgo de la habitación y la llevo al
estacionamiento. Estoy seguro de que ya sé a quién se refiere, pero quiero asegurarme.
—Mi padre. Mi vida habrá terminado cuando se entere de lo que hice. —Gime y
estira las piernas, sus tacones golpean mis espinillas.
Aprieto los dientes contra la ligera irritación. Atravesaría el fuego por esta mujer,
así que si quiere escapar, tendrá que esforzarse más. Me giro en dirección al Jeep
trucado de Lee y subo al asiento trasero. Elyse sigue forcejeando en mi agarre, pero solo
me anima a aferrarme con más fuerza. Nunca te librarás de mí, pequeña Presa.
—Relájate. Te tengo.
—No puedo relajarme. ¿No me escuchaste? ¡Mi padre vendrá! ¡¡Vendrá y cuando
vea lo que hice se acabará mi vida!! —Le tiemblan los labios. Verla así, tan rota y herida,
me vuelve loco.
—Yo lo maté. Soy una asesino. Una asesina. —Está histérica, y ni siquiera es lo
que dice lo que me hace detenerme. Son más bien los estremecedores sollozos de dolor
y angustia que suelta entre frase y frase.
—No eres una asesina; eres una superviviente, y hay una diferencia. Nadie te
juzgará por protegerte, y es lo que fue, Ely. Fuiste tú protegiéndote. ¿Me oyes? No eres
un monstruo, ni una asesina. Eres una superviviente de una situación de mierda. —Froto
suavemente mi mano contra su espalda para consolarla.
Sin embargo, mi mirada sigue fuera del auto. Tengo que averiguar si lo que dice
es cierto.
La ventanilla está parcialmente bajada y le grito a Lee a través de ella.
—¿Dónde está Drew?
Lee inclina la cabeza hacia la puerta cuando Drew cruza el umbral y vuelve a salir.
Tiene la cara tensa y la boca torcida. Nada bueno.
Me mira, sacude un poco la cabeza y pronuncia la palabra “muerto”.
Es exactamente la confirmación que necesito. No estoy enojado. El cabrón se lo
merecía. Sin embargo, estoy molesto conmigo mismo porque Elyse ahora lleva este peso
sobre sus hombros. Quedará marcada para siempre por ese día y por lo que tuvo que
hacer para sobrevivir, y no hay nada que pueda hacer para aliviar el dolor o la culpa. Lo
sé por experiencia. Esto cambia las cosas.
Por fin se acomoda en mi regazo, pero su ágil cuerpo sigue temblando. Hay gotas
de sangre en cada centímetro de su expuesta carne, y su cabello mojado empapó la
camiseta rasgada que lleva puesta. Mi camiseta. Mierda, probablemente tenga frío.
Además de estar traumatizada.
Aun no me contó lo que pasó, pero no tiene por qué decirme nada, no con toda la
sangre que lleva encima. Si no se tratara de una situación tan jodida y desesperada,
incluso podría decirle lo orgulloso que estoy, pero algo me dice que empeoraría mucho
las cosas para ella.
—Respira hondo, pequeña Presa. Cuéntame lo que pasó. Cuéntamelo para que
pueda ayudarte —digo en voz baja, tranquila, aunque por dentro estoy furioso. Tendré
muchas ocasiones de expresar mi ira en el futuro, pero ahora mi mayor prioridad es ella.
Observo sus ojos azules y me fijo en su mirada vacía. Está tan perdida y rota ahora
mismo, y me mata porque no sé qué hacer. No sé cómo ayudarla, cómo aliviar su dolor.
—Yo... no puedo. No puedo pensar en ello. No puedo... —Suelta un sollozo
estremecedor que me aprieta el corazón...
—Shhhh, está bien. Todo saldrá bien. Te tengo. —Le acaricio suavemente la
espalda y se derrumba contra mi pecho, hundiendo la cara en el pliegue de mi cuello. La
estrecho contra mi pecho, deseando poder arreglar todos sus pedazos rotos.
Seguimos esperando a los chicos. Al cabo de un rato, la aparto suavemente de mi
pecho para inspeccionarla más de cerca. Mis dedos le acarician el cuello, los hombros y
la cabeza, recorriendo cada centímetro de carne.
Observo un gran nudo en la parte posterior de su cabeza, que aun supura sangre.
Se estremece cuando se lo toco. No me sorprendería que necesitara puntos. El doctor
Brooks tendrá que ocuparse de eso. Además de la herida de la cabeza, hay varios
moretones y cortes que creo que proceden de nuestro retozo en el bosque y no de
Yanov, y tontamente, me hace feliz. La alegría es efímera cuando veo su brazo colgando
sin fuerzas a su lado. Todo el apéndice está hinchado, hasta la punta de los dedos.
Joder. Espero que no esté roto. Las ganas de entrar en esa asquerosa habitación
de motel y despedazar a Yanov amenazan con ahogarme. No importa si está muerto.
Disfrutaré desmembrando su cuerpo pedazo a pedazo. Es lo que se merece, pero no
sucederá. Al menos por ahora. Sería egoísta dejarla aquí sola, lidiando con el aluvión de
emociones. Me necesita, necesita mi protección mucho más de lo que necesito vengarme
de ese cabrón.
Me doy la vuelta cuidando de no empujarla, agarro la bolsa de deporte de la parte
trasera del jeep y la dejo caer en el asiento de al lado. La abro con una mano y examino
su contenido. Ropa de deporte, toallas. Agarro una camiseta, me la llevo a la nariz e
inhalo. Está limpia. Aunque con Lee a veces no se sabe.
Le envío un silencioso agradecimiento a nuestra increíble ama de llaves de The
Mill, luego busco un par de pantalones de chándal y la camiseta de algodón lisa, y vuelvo
a centrar mi atención en ella.
—Hay sangre por todas partes, y Dios sabe qué más por todo tu cuerpo. Te
limpiaré y te pondré otra ropa, ¿está bien?
No responde, ni siquiera me ve, así que, como no se resiste, continúo. Le quito la
camiseta con esfuerzo, porque decide agitarse y sus manos se mueven para cubrirse los
pechos. Intento recordarme que su reacción tiene poco que ver conmigo y más con lo
que soportó, pero es jodidamente difícil. Ver cómo el terror llena sus ojos. Obligarla a
quedarse quieta. Vi el miedo más de una vez en sus ojos azules -bueno, yo mismo lo puse
ahí más de una vez-, pero esto es diferente.
Por la forma en que me ve, es como si pensara que estoy aquí para matarla.
Le limpio toda la sangre que puedo con mi vieja camiseta y la meto en la bolsa del
gimnasio, luego uso una de las toallas para secarla y limpiarla lo mejor que puedo.
Todavía tiene manchas de sangre en la cara, los dedos y alrededor de las uñas, pero eso
puede esperar. Nada que una ducha caliente y una pastilla de jabón no puedan arreglar.
Le pongo la camiseta por encima de la cabeza, la tumbo en el asiento y le pongo los
pantalones de chándal, se los subo por los muslos y le ajusto la cintura a la altura de las
caderas.
Cuando termino, vuelvo a meter la mano en la bolsa y saco una venda elástica.
Hay que vendarle la muñeca, al menos hasta que consiga que el doctor Brooks le eche
un vistazo.
—Detente. Me duele. —Gimotea, intentando zafarse de mi agarre.
—No te dolería tanto si dejaras de pelear conmigo. —Aprieto los dientes, mi
paciencia flaquea.
Esta vez me escucha y se detiene, dejándome terminar. A continuación le pongo
una gasa para la sangre de la nuca. Presiono un poco para detener la hemorragia. Un
gemido sale de su garganta y cierra los ojos.
—Respira. Todo saldrá bien. Me ocuparé de esto. Te protegeré.
Mi voz parece traerla de vuelta al presente, y parte del miedo se desprende de su
atormentada mirada.
—¿Cómo? ¿Cómo podrás protegerme? ¿Cómo podrás evitar que ocurra lo
inevitable? En cuanto mi padre se entere de lo que pasó me chantajeará, utilizará el
asesinato como arma para controlarme. No puedo... No lo haré... Prefiero morir a volver
a vivir así.
Es la primera frase completa que le saco, y me aterra y me enoja a la vez. Prefiere
morir a ser la cautiva de su padre, pero yo prefiero morir a que le pase algo. No volveré
a perderla, pero menos a manos de ella misma.
—No hables así. Tu padre es un inconveniente menor. Nos encargaremos del
cuerpo...
—Sí, tienes práctica haciendo desaparecer cuerpos, ¿eh? —Me hace una mueca
de odio.
Decidí ignorar su comentario. Dudo que sepa de lo que está hablando, e incluso si
lo sabe, sólo sabe lo que recuerda. No la verdad. No lo que realmente ocurrió aquella
noche. Fue herida antes de que pusiera un pie en esa oficina.
—Tengo varios métodos para conseguir lo que quiero, y usaré cada uno si significa
que estarás protegida contra nuestros enemigos.
—No quiero tu ayuda ni tu protección. Nosotros no existimos. Déjame ir. Déjame
ser libre antes de que sea demasiado tarde.
Nosotros no existimos. Las palabras me resuenan, y mi ira estalla. Joder, no existe.
La sujeto con más fuerza, porque temo que se me vuelva a escapar de las manos
si no lo hago.
—Ahí es donde te equivocas. No te pregunté qué quieres, ni me importa lo que
quieras ahora mismo. Mi única preocupación es asegurarme de que estés a salvo y
protegida de lo que está por venir. Y aunque estés en un estado mental traumatizado,
quiero que entiendas que pase lo que pase, siempre habrá un nosotros. No hay ni un tú,
ni yo. Sólo existimos nosotros.
—Nada de lo que digas o hagas detendrá a mi padre. Me lastimará. Me usará. Me
romperá. Me atrapará de nuevo. —Su voz se quiebra, y la pura angustia de sus palabras
me marca como un hierro candente.
Tiene miedo. Tan asustada que preferiría morir antes que enfrentarse a él.
Tengo que hacer algo...
Me viene una idea a la cabeza, y una vez allí se niega a marcharse. Podría hacerla
mía, para siempre. Es imprudente y tonto, pero la salvará. Hace meses nunca me habría
planteado lo que estoy a punto de decir o hacer, pero ahora... nada más importa.
—Tu padre no tendrá nada que decir en lo que suceda. Te daré mi apellido, y eso
te proporcionará la protección que necesitas.
—¿Darme tu apellido? —Deja de forcejear y se me queda viendo como si hubiera
dicho una locura. Supongo que puede parecer una locura desde su punto de vista, pero
me parece normal. Me parece correcto. ¿Estoy loco por sugerir que nos casemos? Claro.
¿Es un error obligarla a casarse conociendo su estado mental actual? También sí, pero
nunca pretendí ser el bueno. Y no habrá ninguna sugerencia en este momento.
No importa qué, una vez que la verdad sea revelada, pensará en mí como el
enemigo, de todos modos. Hacer esto sólo consolidará esa imagen. Por mucho que me
duela animarla a odiarme, es mejor a que no sienta nada por mí.
—Sí, pequeña Presa. Es matrimonio o nada. Necesitas la protección de mi apellido.
Sé que parece una locura, pero es la única manera. Apégate al apellido Arturo, y nadie
se atreverá a cruzarse contigo.
Sus ojos azules se vuelven vidriosos y se llenan de un nuevo tipo de miedo.
—Yo... no lo haré. No puedo casarme contigo.
Aprieto los dientes contra el rechazo y recuerdo el trauma que sufrió hoy. Quiero
que me desee tanto como yo, pero no puedo forzar su deseo.
Sin embargo, puedo forzar su mano.
Levanto la barbilla y la obligo a verme a los ojos para que vea lo serio que hablo.
—Puedes y lo harás. En cuanto volvamos a la mansión, nos casaremos. Es
definitivo.
CAPÍTULO 6
Elyse me mira con algo parecido al horror. Las lágrimas vuelven a resbalar por sus
mejillas y cada sollozo me aprieta el corazón.
—No me casaré con un asesino. No lo haré. No te deseo. No quiero esto. Quiero
ser libre. Quiero irme. Déjame ir. No me debes nada. No quiero tu protección.
Me tiembla la mandíbula mientras intento mantener un tono uniforme. Las palabras
salen antes de que pueda detenerlas.
—No es que necesite recordártelo, pequeña Presa, pero no tienes derecho a
juzgar. Parece que el asesinato es el denominador común entre nosotros.
Es un golpe bajo, pero es todo lo que tengo en mi arsenal. Eso, y que realmente
no tenga lugar para juzgarme. No cuando no sabe la verdad.
Aparto de mi mente el recuerdo de aquella noche y la sangre de mis manos.
—No me importa. No me casaré contigo. —Se revuelve y vuelvo a agarrarla con
fuerza, con los músculos ardiendo por el esfuerzo. Mi paciencia se agota a cada segundo
que pasa. Nunca conseguiré llevarla de regreso the Mill en este estado.
Muerdo un gruñido y sacudo la cabeza. Odio hacerlo, pero no tengo otra opción.
Mantenerla tranquila y a salvo es lo único que importa. Ya me ocuparé de las
repercusiones de mis actos más adelante. Si llega a odiarme después de casarnos, que
así sea; al menos no cargaré con el peso de su muerte sobre los hombros.
Girándome, le grito a Lee por la ventana.
—¿Dónde está tu escondite?
Me sonríe desde la parte delantera del auto.
—Por ahí. ¿Qué necesitas? ¿Algo para pasarlo bien?
Lee y sus putas bromas. Lo fulmino con la mirada, haciéndole saber que no estoy
bromeando.
Lo entiende y pone los ojos en blanco.
—Eres un bloqueador de penes, Sebastian. Siempre melancólico, siempre serio.
—No hagas esto. No querrás casarte conmigo. —dice Elyse, temblando en mis
brazos, su cara es una máscara de agotamiento y miedo. Me suplica que la deje en manos
de los lobos, y no puedo. Lo intenté una vez, cuando la llevé a Londres, y no funcionó. No
volveré a hacerlo.
Le ahorro una mirada.
—Pero quiero hacerlo. Nunca he deseado nada más en mi vida.
Lee se acerca a la ventana, mete la mano en el bolsillo y saca una bolsita de
plástico. Sin decir palabra, me pone una pastilla en la mano. Acerco la mano a la luz, abro
la palma y veo la pastillita blanca. No tiene letras, nada que me ayude a identificar lo que
puede ser.
—¿Qué es esto?
—La solución a tu problema. —Me guiña un ojo juguetonamente.
—Hablo en serio, Lee. —Gruño—. ¿De qué se trata? No quiero darle algo que
pueda empeorar las cosas.
—Relájate. Es sólo un Xanax. La calmará, la hará obediente.
No quiero drogarla, pero tampoco puedo mantenerla en su sitio durante horas
esperando a que se calme, y en cuanto volvamos a the Mill y empecemos con el papeleo
las cosas empeorarán.
—Perfecto. Necesitaré tu auto para llevarnos de regreso a The Mill. Envíale un
mensaje a Aries y dile que llegue lo antes posible, porque tenemos un asunto oficial en
the Mill. Debería ser excusa suficiente para sacarlo de lo que sea que esté haciendo con
su padre.
—Sí, señor. —Lee sonríe, con un saludo fingido, y me entrega las llaves de su
Jeep. Suelto a Elyse, saco las llaves de mi Porsche del bolsillo y se las doy. Su mirada
me examina por dentro y por fuera—. ¿Cuál es el plan?
—Aries nos casará en cuanto llegue a the Mill. Con mi apellido, su padre no podrá
tocarla.
Su expresión se ensombrece.
—¿Estás seguro de que es lo que quieres hacer? El matrimonio es compromiso.
Es una pregunta capciosa. ¿Estoy seguro? No. Me encantaría hacer las cosas bien
con Elyse, darle lo que realmente se merece, tiempo y espacio para que crezca el amor,
pero no es la opción que nos dieron.
—Si pudiera hacerlo de otra manera lo haría, pero no puedo.
Asiente y sé que lo entiende. La vida no es más que ensayo y error. Las cosas no
siempre salen como uno espera, pero tengo que creer que saldrán como tienen que salir.
Así son las cosas.
Vuelvo a centrarme en Elyse, me preparo para la pelea y aprieto la pastilla entre
los dedos. Se está viendo las manos, con una expresión atormentada en el rostro.
¿Ve sangre en sus manos? ¿Se siente culpable?
Odio saber que pasó por todo eso sola, que se vio obligada a protegerse cuando
era mi puto trabajo. Pero mi autoflagelación no aliviará su dolor ni la hará olvidar lo que
hizo. No puedo cambiar el pasado, sólo el futuro, y es lo que planeo hacer. Garantizar su
seguridad mientras respire. Pasará un tiempo antes de que haga las paces con lo que
tuvo que hacer, pero al final estará bien.
—Sé que tienes miedo de lo que pasará a continuación, pero no tienes por qué
tenerlo. No estás sola. Yo estoy aquí. Te protegeré.
—¿Protegerme? —Sacude la cabeza—. ¿Protegerme para poder matarme
después? No, gracias. Prefiero pasar la vida huyendo.
—No te lastimaré, Elyse. Quiero ayudarte, pero para ello necesito que te calmes.
Lee me dio un Xanax para que te lo dé. Preferiría que te lo tomaras por voluntad propia,
pero si no lo haces haré lo necesario para metértelo en la boca.
Esta vez levanta la mirada hacia mí y luego la aparta, como si temiera verme a los
ojos demasiado tiempo. Estoy esperando que reaccione, que empiece a pelear, pero
ahora no hay nada en sus ojos, solo una breve mirada hacia mí y luego hacia sus manos.
—Ely, ¿necesitamos una repetición de la última vez que hicimos esto? Creo que
ya sufriste bastante por hoy. Tómate la pastilla, acuéstate y duerme un rato.
Me lanza otra furtiva mirada.
—No eres mejor que él ni que mi padre, y tal vez puedas hacer que me case
contigo, pero no podrás hacer que te ame.
Me doy cuenta de que lo dice en serio, pero no importa. Sus sentimientos y su
opinión significan poco para mí cuando se trata de su seguridad. Joder, duele, pero me
las arreglaré.
Casi con saña, me arrebata la pastilla de los dedos y se la mete entre los labios.
Su garganta se estremece al tragarla, antes de que pueda darle la botella de agua que
hay en el portavasos del asiento delantero.
—Sé que estás molesta, pero te ayudará. Te lo prometo.
—No. Nada me ayudará. Estoy condenada haga lo que haga. Me liberé de un
monstruo sólo para ser capturado por otro.
Odio su proyección de mí, pero es lo que me pasa por esperar a que le regresen
los recuerdos de aquella noche. ¿Lo recordará todo? ¿Por eso me odia tanto ahora?
—Si crees que soy un monstruo, que así sea. Interpretaré el papel que quieras si
significa que estarás a salvo.
—¡No pienso nada! Sé que eres un monstruo. Ahora todos somos monstruos. —
Me escupe las palabras como si pensara que me lastimarían, pero no sabe ni la mitad.
Nada de lo que diga tendrá el impacto que tuvo en mí darme cuenta de que la habían
secuestrado.
Agarro el pomo de la puerta y la abro sin dejar de sujetarla. Por mucho que odie
soltarla, tengo que hacerlo si quiero que volvamos al aserradero. Así que, aunque me
duela, empujo la puerta abierta del pasajero, la acomodo en el asiento y me apresuro a
dar la vuelta al lado del conductor, subo y arranco el Jeep.
Para mi sorpresa, Ely permanece intacta donde la dejo. O está agotada o está
ideando un plan para escapar. Pongo el auto en marcha y avanzamos. Por el rabillo del
ojo, veo a Drew de pie en la puerta abierta de la habitación del hotel mientras Lee
deambula por la acera del motel, quizá a la caza de testigos.
Aprieto con fuerza el volante. Debería quedarme para ayudarlos, pero no puedo.
Aunque lo hiciera, no podría concentrarme. Ahora que la tengo de regreso, cada célula
de mi cuerpo exige que me asegure de que estará a salvo y que la reclame como mía. Lo
único que me importa ahora es asegurarme de que nadie vuelva a tocarla.
Mientras sigo conduciendo, la miro y me fijo en cómo lleva la barbilla hundida en
el pecho. Incluso con la sangre bajo las uñas, se ve jodidamente vulnerable y diminuta.
Intento ignorar las lágrimas que manchan sus mejillas, pero son todo lo que veo.
Sus lágrimas me matan. Hacen que me pique la violencia y la necesidad de destruir
lo que sea que esté causando su dolor. ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Desde anoche,
que fue la noche más increíble de mi vida, hasta este momento? Todo era perfecto, hasta
Yanov, y Tanya.
Tanya.
Agarro el volante con tanta fuerza que el cuero cruje. ¿Todo esto formaba parte
de su plan? ¿Distraerme suficiente para que Yanov entrara y se llevara a Ely? Ni siquiera
tengo que pensar en lo que haré si descubro que es lo que hizo. Para cuando termine
con ella estará rogando por su muerte.
Algo siniestro se desata en mi interior. El depredador que perdura bajo mi piel
clama venganza, medidas desesperadas para garantizar que Elyse permanezca a mi lado.
Es jodido. Y lo sé. Moralmente, lo que planeo hacer está mal, y no me hace mejor que
Yanov ni que su padre, pero le di la oportunidad de escapar. Le dije que huyera, le dije
que se alejara, y no lo hizo.
Ahora sufrirá las consecuencias. No tendrá más remedio que ser mi esposa, y una
vez que todos los planes estén en marcha -quizá un medicamento para la fertilidad, y
finalmente poner a mi bebé dentro de ella- me aseguraré de que sea mía para siempre.
Hasta que vi esa prueba no me había dado cuenta de que un bebé era algo que
podría desear. Con Ely, sin embargo, lo quiero todo. Y haré lo que tenga que hacer para
conseguirlo.
El velocímetro sube mientras nos precipitamos por la carretera, y lo único que
quiero es llevarla a casa, a algún lugar donde pueda asegurarme de que esté a salvo.
Unos minutos después, llego a la entrada de the Mill con un chirrido de llantas y
un remolino de tierra en el aire. Cuando salgo y me acerco al otro lado del auto, está
medio lúcida, pues la pastilla ya le hizo efecto. Aun así, sigue peleando contra mí,
apartando mis manos débilmente cuando intento alcanzarla.
—Vamos, Ely. Déjame ayudarte a salir del auto. No hay necesidad de ser terca. —
Ella sacude la cabeza, con los ojos empañados por el miedo.
—Relájate. No hay necesidad de que me veas como si fuera a hacerte daño. Podría
haberlo hecho en cualquier momento antes de ahora.
—No, tienes razón. En vez de eso, me obligarás a casarme contigo. ¿Cuánto
tiempo pasará antes de que te canses de mí y tomes la decisión de matarme también?
Ya que no importa si eres de la familia o no. El asesinato no conoce fronteras, ¿verdad?
—Sus palabras se deslizan ligeramente, y aunque sé que intenta verme mal, no es lo que
consigue.
Cierro las manos en puños apretados, luchando contra el deseo de arrastrarla del
puto auto por el cabello. Pero sus palabras calan hondo. No lo recuerda todo.
—En eso te equivocas. Nunca me cansaré de ti, Elyse. Nunca. Y no te estoy
obligando a hacer nada. Ambos sabemos que serás quien firme ese certificado de
matrimonio. Y no sólo porque una parte de ti aun me desea, sino porque necesitas mi
protección, y lo sabes. Ahora sal del auto, o te sacaré yo mismo. Intento ser paciente
contigo, pero incluso yo tengo mis límites.
El deslizamiento de las llantas sobre las rocas capta mi atención, y Aries entra en
la calzada detrás de nosotros. En unos segundos está de pie junto al Jeep, con el húmedo
cabello rizado hasta la barbilla y las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros.
—Lee dijo que había asuntos importantes en the Mill. Supongo que se refería a
esto. —Inclina la cabeza hacia Elyse.
—Sí, nos casarás —anuncio, y agarro a Elyse por el tobillo para tirar de ella hacia
la puerta. Cuando intenta darme una patada con el otro pie, se lo agarro también y la tiro
del asiento. Noto los ojos de Aries clavados en mí, pero no hace ningún comentario.
Lo sabe muy bien y no tiene margen de juicio.
Me inclino y la levanto para verla a los enrojecidos ojos.
—Me perteneces, Elyse. Toda tú. Cada centímetro y no pienso dejarte ir. Llámame
malvado, llámame asesino, llámame idiota. Llámame lo que quieras. No me importa. No
cambia lo que somos, o lo que pasará después. Eres mía y cuidaré de ti. Te mantendré a
salvo.
Parpadea, su mirada es inestable.
—No es como si pudiera detenerte, de todos modos. No te importa lo que quiera.
—Me importa más de lo que crees. Me importa mucho, pero no dejaré que luches
esta batalla tú sola. —Si tan sólo entendiera lo profunda que es mi obsesión y mi deseo
por ella. Aries sigue ahí de pie, rondando, esperando. Rápidamente, la saco del auto, la
tomo en brazos y me doy la vuelta para verlo.
—¿Te escuché mal hace un minuto? —Pregunta bruscamente.
Sacudo la cabeza.
—No. Me escuchaste bien. Nos casaremos. Ahora mismo.
Aries parpadea una vez, la única señal de sorpresa en su rostro.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que nos casaremos, y tú serás quien lo haga.
Suelta una carcajada aguda y se pone en pie.
—Vaya. Lo de la ordenación era una broma.
—Broma o no, lo único que importa es si es legal. ¿No?
—Bueno, sí.
—Genial. Es todo lo que importa. Entra en la casa para que puedas casarnos.
Entorna los ojos.
—Para alguien que necesita un favor, eres un jodido idiota, Arturo.
—Me importa una mierda, Haverford. Fue una mierda de noche y de mañana hasta
ahora. Ahora mismo, quiero que nos cases para asegurarme de que nadie venga por lo
que es mío otra vez.
Sus ojos oscuros nos miran a Elyse y a mí. Si dice que no, me volveré loco. Pero
nadie entiende la obsesión como Aries, quien inclina lentamente la cabeza.
—Como quieras. Lo haré, pero sólo porque me lo pediste amablemente. No quiero
oír quejas ni lamentos cuando termine. Recuerda, me pediste que lo hiciera.
—Nota tomada.
Con un decepcionado movimiento de cabeza, empieza a caminar hacia la casa y
lo sigo, llevando a Ely en brazos. Una vez dentro, me siento más tranquilo. Me acerco al
sofá de cuero y la dejo con cuidado. Su cabeza se inclina hacia un lado y sus ojos se
abren y se cierran. El Xanax está haciendo su trabajo, gracias a Dios. Después de un
momento, veo a Aries, que está en la cocina y me observa como si me hubiera vuelto
loco.
—Correcto. ¿Cómo funcionará esto? ¿Qué necesitas?
—Nada, imbécil. Quédate ahí.
Gira sobre sus talones y sube corriendo las escaleras. Vuelvo a centrarme en Elyse
y le acomodo unos mechones de cabello detrás de la oreja.
—¿Estás bien, pequeña Presa? ¿Necesitas algo?
Su mirada se estrecha y trata de centrar toda su atención en mí.
—Sí. Necesito retroceder en el tiempo y olvidar que te conocí. —Sus palabras
escuecen, pero puedo manejarlas. Ahora está enojada y es comprensible. En algún
momento, entenderá por qué hice esto.
Aries vuelve de arriba y me da una hoja de papel y un bolígrafo.
Lo miro y me doy cuenta de que es una licencia de matrimonio, con el papel aun
caliente de la impresora.
—Llena eso, yo lo firmaré y luego le pagaré a quien haga falta para que se
formalice.
Relleno el formulario, se lo doy a Ely y le señalo el lugar donde tiene que firmar:
—Firma aquí, Elyse.
Ella parpadea y no hace ademán de agarrar el bolígrafo.
—¿Qué pasa si no lo hago?
—Ya sabes lo que pasará si no lo haces. —La anticipación se desata en mis
entrañas. ¿Tendré que forzar su nombre en esa línea o lo hará ella sola?
—Tu apellido no detendrá a mi padre. Puedes pensar que eres el Dios
Todopoderoso de Oakmount, pero no lo eres. Conoce a gente. Nadie puede protegerme
de él.
—No creo ser Dios, Ely. Sólo sé la advertencia que trae mi apellido, y que unirlo a
ti te dará la protección que necesitas. No le tengo miedo a tu padre. Es un inconveniente
menor para mí. Lo espantaré como la mosca que es.
—¿Y qué pasará conmigo? ¿Si me caso contigo? ¿Qué me harás?
—Firmar el papel no cambiará nada. Te convierte en mi esposa, sí, pero ahí es a
dónde nos dirigíamos, de todos modos. Las cosas sólo fueron un poco más rápido.
Desvía la mirada hacia Aries, como si pudiera salvarla de mí. No se atrevería,
demonios. Sin embargo, la expresión de Aries se suaviza infinitesimalmente bajo su
mirada.
—Dudo que sirva de algo decirte esto, pero Sebastian no dejará que te pase nada.
Es muy leal y protege a los que le importan. Aunque ya lo sabes, ya que llevas meses
viviendo con él. —Se encoge de hombros:
—En el peor de los casos, anularemos el matrimonio cuando todo se calme.
Miro fijamente a Aries. ¿Qué demonios pasa? Para anular un matrimonio, los dos
tendríamos que estar de acuerdo en divorciarnos, y será imposible. Aries se limita a
encogerse de hombros ante mi gélida mirada.
Elyse ve entre nosotros, con los ojos cada vez más pesados.
Saco mi teléfono y le mando un mensaje al doctor para que me encuentre en mi
casa. De ninguna manera lidiaré con Aries y luego con Drew cuando regrese a la fábrica.
—Maldita sea, ¿podrías firmar el puto papel para poder llevarte al doctor? No
tienes elección. Cásate conmigo, y te volverás intocable; no lo hagas y tu padre te matará,
lenta pero seguramente desgastándote, una brutalidad tras otra.
Puede parecer que le estoy dando a elegir, pero no es así. Pondré su nombre en
la línea de puntos si se niega. No dejaré que caiga en las garras de su padre para que la
use como peón en su tablero de ajedrez. Ya le fallé una vez, pero no volveré a hacerlo.
Nada se interpondrá en su seguridad, ni siquiera ella misma.
Su mirada vidriosa me atraviesa, y puedo ver lo impotente que se siente al tomar
esa decisión.
Para ella, lo perdió todo. Es el final.
Lo que no sabe es que sólo tiene que pasar página y empezará un nuevo capítulo.
Ya no se esconderá detrás de mí. Elyse será una reina, y merece estar a mi lado, no
esconderse en las sombras.
Incluso después de una noche juntos sabía lo que quería, y lo que vendría. Había
planeado seducirla, no forzarla, pero se me acabó el tiempo. No puedo decir que esté
completamente descontento con la situación. Tomarla como esposa no será un
arrepentimiento. Es más el efecto que tendrá en ella lo que me preocupa.
Elyse se levanta y agarra el bolígrafo. Intento ayudarla, pero me aparta las manos.
Toma el bolígrafo entre los dedos y firma en la línea con la mano temblorosa.
Es terrible y jodido.
Lo sé, pero no puedo evitar sonreír al saber que es mía. Para siempre. La señora
Arturo.
Le tiendo la mano y sonrío:
—Es hora de volver a casa, esposa.
CAPÍTULO 7
Un grito me arranca del sueño como ningún despertador podría hacerlo jamás.
Tardo un minuto en darme cuenta de que el horrible sonido, lleno de angustia, procede
de mí. Me sumerjo en una caverna de emociones mientras recuerdo lentamente las
pasadas veinticuatro horas en mi mente.
La Caza. Sebastian. Yanov.
Un par de manos suaves se posan en mis hombros y no sé si el contacto es real o
imaginario. No importa. Me las quito de encima, porque lo único que importa es escapar.
De Yanov, de Sebastian, de mi padre. De todos y de todo.
Me revuelvo contra la persona que intenta mantenerme en mi sitio, pero por más
que me revuelvo o lucho no me suelta.
Después de un momento, abro los ojos y me doy cuenta de que no era una
pesadilla. No, es la realidad. Las manos sobre mí siguen siendo suaves, pero se cierran
con fuerza como si fueran de acero para mantenerme en mi sitio.
—Te sentirás muy tonta, jovencita, cuando despiertes del todo —dice una voz
suave y tranquilizadora.
Parpadeo varias veces, intentando localizar la voz, el tono suave.
—¿Quién... qué? ¿Quién eres? —Dejo de forcejear un segundo.
El hombre es alto, con el cabello revuelto y desaliñado de color gris y unas gafas
que casi le cuelgan de la nariz.
—Ya me conoces, Elyse. ¿Te acuerdas?
Hay algo clínico, algo intencionado en su forma de hacer las preguntas.
—¿Te acuerdas? —Recuerdo y me arrepiento inmediatamente, porque me duele
la cabeza y sólo tengo espacios en blanco entremezclados con sueños y pesadillas.
Me dejo caer contra la almohada y respiro.
—¿Un poco de náuseas? —pregunta el hombre, pero ya está añadiendo algo a
una bolsa de fluidos que cuelga sobre mi cabeza. Una bolsa que cuelga de la barandilla
de una cama grande y cómoda.
Tarda un segundo, pero se filtra más. Es la cama de Sebastian. El lugar del que
me alejé, y ahora nada volverá a ser igual.
¿Por qué no podría haberme quedado en la cama? Nada de esto...
Me viene más a la memoria, Sebastian disparándole a su abuelo... ¿Fue un
sueño?... No, un recuerdo. Yanov y sus manos en mi piel, luego su sangre. Me tapo la
boca para ahogar un sollozo. Yanov. Lo maté. ¿Y cómo? ¿Cómo pude haberlo matado?
Por mí. No soy Sebastian. No soy una asesina.
El hombre se acerca y me tira de la mano, y veo la vía que sobresale por la parte
superior.
—Mantén esto abajo, por favor, para que podamos seguir dándote los fluidos que
necesitas.
Su voz golpea algo dentro de mí y recuerdo. El hombre que me ayudó después de
que me dispararan, el doctor que vino a verme varias veces mientras me recuperaba.
—Doctor Brooks, ¿verdad?
Me dedica una suave sonrisa y vuelve a guardarlo como un secreto.
—Ya lo tienes. Sabía que estabas un poco desorientada. Te diste un golpe en la
cabeza, que es algo que tenemos que vigilar con tus otros episodios de amnesia.
Trago. Mierda. ¿Me lo preguntará? ¿Debería decirle que recuerdo más cosas de
esa noche? ¿Qué me hará Sebastian cuando sepa que conozco su secreto? En lugar de
decírselo, me quedo callada y me veo el cuerpo. No me duele nada, pero me duele todo.
Pero estoy limpia, lo cual es más desconcertante.
—¿Me... me bañó?
Sacude la cabeza, centrando su atención en la tableta que tiene en las manos.
—Oh no, tu... Sebastian, es quien te bañó y vistió. Prefiere arrancarle los ojos a
otro hombre que dejar que te vea desnuda. Es un poco territorial.
Hablando del diablo.
Me estremezco cuando Sebastian entra en la habitación casi en silencio, como un
depredador a la espera de su próxima comida. Se detiene al final de la cama y desvío la
mirada, intentando no verlo. Aun así, no puedo negar la atracción que ejerce sobre mí.
No soy inmune a su encanto ni a su atractivo. Es guapo, siempre lo fue. Incluso ahora,
vestido con unos pantalones negros impecablemente planchados, con el cabello rubio
aun húmedo de una ducha reciente, todo lo que veo es al hombre que me salvó, un
hombre que me devuelve la vida cada vez que sus labios tocan los míos.
Tonta. Tan tonta. El único defecto en su hermoso exterior son las manchas rojas y
ásperas que marcan sus nudillos. Sé que no debería verlo, que es tonto, pero supongo
que soy una glotona del castigo, porque es exactamente lo que hago.
El diablo está ante mí. ¿Cómo pude ser tan tonta como para enamorarme de él?
Camina hacia el lado opuesto de la cama para colocarse junto al doctor. Está demasiado
cerca. Me apoyo en las almohadas, pero no tengo escapatoria. Mis movimientos son
lentos, mis músculos doloridos y tensos. Cada movimiento me lleva un millón de años.
La sensación me resulta demasiado familiar y dirijo mi atención al doctor.
—¿Me dio un sedante?
Asiente bruscamente, sin mirarme siquiera.
—Por supuesto; necesitas descansar.
Desvío la vista y la encuentro en la de Sebastian. Entrecierro los ojos y le lanzo una
mirada glacial. Hace que la comisura de su sensual boca se tuerza.
—Ahí está mi pequeña Presa. ¿Cómo te encuentras?
Quiero decirle que se tire por un barranco, pero no consigo que me salgan las
palabras. En lugar de eso, me alejo de su contacto e intento mantener la mayor distancia
posible entre nosotros.
—No estás de humor para hablar, bien. —Se sienta en el borde de la cama y agarra
la manta que me cubre la parte inferior del cuerpo. Con un movimiento de muñecas, la
retira. Una ráfaga de aire fresco acaricia mis muslos, rodillas y pies desnudos.
Tontamente, dejo que mi mirada se desvíe, y es entonces cuando me doy cuenta
de todos los moretones y cortes que hay en cada centímetro de mi piel desnuda. Mierda.
Una avalancha de recuerdos se abalanza sobre mí.
Yanov y sus puños, su ira. La noche en el bosque con Sebastian, que sentí como
si, por una vez en mi vida, estuviera exactamente donde debía estar. Una visión de Tanya
a horcajadas sobre Sebastian, susurrándole algo al oído.
Algo sobre un bebé.
Se me revuelve el estómago y giro la cabeza hacia un lado, inspirando un poco
por la nariz. Creo que vomitaré. Las náuseas se calman poco a poco y, cuando vuelvo a
mirar al doctor, veo a Sebastian entregándole una jeringuilla.
Miro entre ellos, esperando que alguien me cuente el secreto. El secreto que me
involucra, aparentemente, y lo que sea que haya en esa maldita foto.
—¿Qué es eso?
Sebastian me levanta la barbilla suavemente, muy lentamente, obligándome a
verlo.
—Nada de lo que debas preocuparte, Ely. Sólo otra precaución para asegurarme
de que estés a salvo.
Su respuesta no tiene sentido para mí. ¿Qué puede haber en esa inyección que
pueda garantizar mejor mi seguridad? Vuelvo a ver al doctor para ver si puede darme
alguna pista, pero está demasiado ocupado observando a Sebastian como para darse
cuenta.
—No me veas así. Si no quieres hacerlo, apártate y lo haré yo. —gruñe Sebastian,
y me estremezco al oír su profunda voz de barítono.
De la nada me agarra la mano. ¿Qué demonios está haciendo? Intento soltarle la
mano porque no debería tocarme, pero me quedo en silencio cuando veo el rubí más
grande del mundo en mi dedo.
—Soy el doctor; déjame hacer mi trabajo. —El doctor Brooks hace una mueca de
desprecio e introduce la jeringuilla en el puerto de mi vía intravenosa. Sé que debería
estar más preocupada, intentando averiguar qué demonios acaba de inyectarme, pero
sigo pendiente del anillo que cuelga de mi dedo de casada. El rubí es rojo, rojo fuego, y
capta todos los destellos de la escasa luz de la habitación. Está enmarcado por diamantes
blancos más pequeños, pero bastante grandes.
Con un grito ahogado, me libero de su agarre y examino el anillo más de cerca.
No puede ser lo que creo que es. ¿O sí? El miedo me invade. Me dispongo a arrancarle
el anillo y arrojárselo, pero Sebastian me sujeta la muñeca con una mano y me detiene
antes de que pueda hacerlo.
Su toque no es hiriente, pero es inflexible.
—Ni siquiera lo pienses. Ese anillo es una forma de protección. Tenlo siempre
puesto.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿Qué es?
—Un rubí raro. Perteneció a mi abuela, y ahora te pertenece a ti.
—Pero ¿por qué? —Las palabras salen mientras la respuesta aparece en mi
cabeza. Es mucho peor de lo que podría haber imaginado—. No.
Sus labios esbozan una sonrisa.
—¿No? No, ¿qué?
Mientras lo miro fijamente, con la mente agitándose despacio, muy despacio,
inspecciona el vendaje del brazo que tengo más cerca y le dirige una interrogante mirada
al doctor, quien nos observa atentamente.
—Es como lo pidió —suelta el doctor Brooks como si le molestaran las miradas
indiscretas de Sebastian.
¿Qué demonios está pasando?
—Me alegra oírlo. —Sebastian responde con frialdad.
—No puedo llevar esto. No me lo pondré. —Alargo la mano hacia el anillo para
quitármelo de nuevo, pero la mano de Sebastian se cierra sobre la mía antes de que lo
toque.
—Llevarás el anillo, o haré que te pongan un tatuaje en el dedo en lugar de ese
anillo. —Las palabras resuenan en mis oídos. ¿Un tatuaje? No puede hablar en serio.
Pero el tono de su voz y su forma de actuar me hacen pensar que habla en serio, muy en
serio.
El pánico me atenaza por dentro y aparto la vista de donde me agarra la mano para
volver a verlo a los ojos. Es diferente. Esto es diferente. No le conozco. En realidad, no, lo
conozco. Simplemente no supe ver quién era en realidad todo este tiempo.
—Por favor.... te lo ruego.
Su voz es entrecortada.
—No me jodas, Elyse. Sólo viste la versión domesticada de mí. Puedo ser mucho
más despiadado cuando me dan la motivación.
—No seré tu esposa.
Sonríe:
—Ya lo eres.
Mis ojos se vuelven más pesados y parpadeo para volver a centrar mi atención. Es
imposible que lo haya oído bien. Tengo que salir de aquí. Fuera de esta cama. Lejos de
él. No estoy a salvo. Nadie está a salvo cerca de él. Todo sobre él es una mentira, y me
arrastró a su jodido mundo de fantasía.
—Esto —me sacudo su agarre y levanto la mano, mostrándole el anillo, como si
no pudiera verlo—. Significa que estamos comprometidos. No es permanente, es un acto
hasta que...
—¿Hasta qué? —pregunta con curiosidad, deslizándose más cerca en la cama,
siempre cuidando no empujarme.
Se me hace un nudo en la garganta y me cuesta tragar. Me fuerzo a respirar hondo,
lo que se convirtió en un jadeo en el último minuto, mientras el entrecortado pitido del
monitor junto al doctor acompaña cada respiración.
—¿Hasta qué? —Vuelve a preguntar.
No me atrevo a decirlo, tal vez porque no importa. Yanov está muerto. Está muerto,
y es mi culpa. Se siente mal estar aliviada en lugar de triste. Y aunque no lamento que
esté muerto -se merecía morir-, me cuesta procesar el hecho de que su muerte está en
mis manos. Yo lo maté. Acabé con su vida. No Sebastian. Ni nadie más. Yo.
Intento por todos los medios contener las lágrimas, porque llorar delante de él no
arreglará lo que ya pasó, pero es imposible cuando las emociones me dominan. Sebastian
se inclina y su enorme mano me acaricia la mejilla con ternura. Es una burla de a la
aspereza de sus palabras y de su voz. La luz es perfecta y veo un anillo de oro en su dedo
anular.
Oh, Dios. Es real. No fue sólo un sueño.
Estamos casados.
—¿Por... por qué llevas eso? —Me ahogo. No quiero creerlo. No puedo creerlo.
—¿Por qué crees, Elyse?
—Yo... lo siento, pero creo que estoy confundida. ¿No estamos realmente
casados? Es una broma, ¿verdad? Me estás tomando el pelo.
Señor, por favor dime que no estamos casados.
Su boca se tuerce a los lados, como si quisiera sonreír de nuevo, pero no es una
sonrisa lo que me dedica. Es la mirada de un depredador, todo dientes, con la
determinación corriendo por sus venas momentos antes de atacar.
—No hay lugar para mentiras en nuestro matrimonio, y discutir sobre ello no
cambiará lo que ya está hecho.
—Yo... eres un mentiroso.
Parpadea hacia mí, su expresión no vacila.
—¿Así que es verdad; estamos casados?
—Como dije antes, sí. La respuesta no cambió porque me lo preguntaras de otra
manera.
Todo lo que puedo hacer es sacudir la cabeza, esperando despertar de esta
pesadilla.
—No, no, no. —El aire se me escapa, desinflando mis pulmones. Estoy atrapada.
Se acabó. Mi única opción es encontrar una salida a este lío, de salvarme.
—¿Cómo... por qué harías esto? Ni siquiera estamos juntos.
Pone los ojos en blanco:
—No esperaba que aceptaras el matrimonio, pero sí que estuvieras... no sé,
¿agradecida?
Casi me ahogo con la lengua.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Agradecida? —Si no fuera tan débil le daría un
puñetazo en su engreída cara.
—Sí. Te salvé la vida, otra vez, debo añadir, así que esperaría que al menos
estuvieras agradecida por eso. Actúas como si hubiera tenido elección. —Sacude la
cabeza con frustración.
—¿Actúo como si tuvieras elección? —Me burlo, con las fosas nasales
encendidas—. Siempre hay una puta opción, Sebastian.
El músculo de su mandíbula se tensa y se acerca a mí. Mi primer instinto es
apartarme de su toque, pero no tengo a dónde ir, y cuando lo único que hace es posar
sus manos en mi vientre, me cuesta apartar su suave caricia. Es un gesto extraño, que
no acabo de entender, pero no me opongo.
—Tienes razón. La elección era dejarte sufrir a manos de tu padre o proporcionarte
seguridad. —Aprieta los dientes:
—Supongo que preferirías que te dejara en manos de tu padre.
Ni siquiera pienso, mi cuerpo responde instintivamente por mí y sacudo
frenéticamente la cabeza.
—Es lo que pensé. —Continúa—. No te lastimaría, aunque fuera lo que quisieras.
La idea de que te pase algo... me mata. Mi trabajo es cuidarte, protegerte. Me disculpo
por no haberlo hecho hasta ahora. Supongo que alguna parte de mí quería darte tiempo.
No quería precipitarte en nada, pero no hay más tiempo en nuestro reloj de arena. Tenía
que hacer lo que tenía que hacer. Sólo puedo esperar que superemos estos obstáculos.
Quiero que me desees como te deseo.
Lo miro a través de gruesas pestañas. Estoy molesta, muy molesta. Enojada
porque me quitó la elección. Enojada porque me obligó a hacer esto. Enojada porque es
quien es y soy quien soy.
—Nunca volveré a desearte así. El hombre del que me enamoré fue producto de
mi imaginación.
La mano que me cruza el vientre se retuerce y me aprieta la piel. No duele, pero
es firme.
—No me mientas. Caíste una vez y volverás a hacerlo con el tiempo. Los
sentimientos no cambian tan bruscamente.
Levanto la barbilla y lo miro desafiante a los ojos.
—Podrás convertirme en tu esposa. Podrás retenerme en esta mansión. Podrás
obligarme a hacer, o a ser, lo que quieras, pero lo que importa más que nada es si mis
sentimientos son reales o no.
—Son reales. Los vi. Los sentí. Mi favorito fue cuando tu apretada vagina
estranguló mi pene hasta que te llené con mi semen.
Le agarro las manos y le rodeo las muñecas con los dedos, clavándole las uñas en
la piel. Mi intención es apartarlo, lastimarlo, pero el plan me sale mal en cuanto se inclina
hacia mi cara y sonríe en lugar de apartarse y de maldecir mi nombre.
—Si sacarme sangre es tu forma de intentar herirme, no está funcionando. Todo
lo que estás haciendo es excitarme.
—Eres repugnante, y te odio. Te odio, y nunca volveré a amarte. Jamás. —Siseo
furiosa entre dientes. Suena tan dramático que me odio un poco por ello.
—No hagas promesas que no puedas cumplir, pequeña Presa. Te esperé
demasiado tiempo y me niego a contenerme más. Todo este tiempo hiciste todo lo posible
por esconderte detrás de tus libros, por mantenerte ocupada con las tareas, por intentar
parecer menos atractiva para mí, cuando todo el tiempo no había forma de luchar contra
el destino. No había forma de escapar a lo inevitable. Te deseé la noche que te tiraron en
mi vestíbulo y te dieron por muerta. No puedes esconderte de mí. No te lo permitiré. Te
veo, tanto hoy como aquella primera noche, y sé que me deseas. De hecho, no sólo lo
sé. Lo siento, joder.
Trago contra un nudo en la garganta y desvío la mirada hacia las ventanas
iluminadas con una suave luz tras las pesadas cortinas. Me lee como a un maldito libro,
y soy una tonta. Una tonta.
—Lo que sientes y ves es una ilusión. Creo que la palabra que buscas es delirante,
y casi psicótico. Es mucho más apropiado.
—¿Tratando de herir mis sentimientos otra vez?
—No. No soy tan tonta como para pensar que tienes corazón dentro de ese gélido
pecho tuyo. No quiero tener nada que ver contigo. Ni ahora, ni mañana, ni nunca.
Retira lentamente la mano y odio lo mucho que extraño su toque, su calor. Que la
jodan.
—No fue una ilusión cuando tu vagina se aferró a mi pene y succionó mi semilla
profundamente dentro de ti. No fue una ilusión cuando te entregaste a mí, permitiéndome
reclamarte como nadie lo había hecho jamás. —Su mirada me atraviesa, tamizando todas
las piezas vulnerables que mantengo ocultas. Lo dejé entrar. Confié en él. ¿Cómo pude
ser tan ingenua? ¿Tan tonta? —Tal vez no sólo sea la que delire, tal vez también lo hagas.
—No. Si hubiera tenido que elegir un marido no habrías sido tú.
Suelta una risita sin gracia:
—Sí que tienes facilidad de palabra. —La vena de su cuello palpita, su irritación
aumenta—. Nada de lo que digas o hagas a partir de este momento cambiará lo que ya
está hecho. Haz lo que tengas que hacer para aceptar nuestro matrimonio, dite que no
me deseas. Que en mis brazos no es donde te sientes más segura. Dite que te forcé a
este matrimonio sin amor. Demuéstrame que me equivoco, pequeña Presa. Muéstrame
cuánto me odias, déjame probarlo, clava tus garras en mi piel. Hazme daño como sé que
quieres. No pasa nada. Puedo soportarlo. Porque sé que merecerá la pena el dolor y el
sufrimiento cuando pueda verte enamorarte de mí... otra vez.
Le doy la espalda porque me niego a que vea el efecto que sus palabras tienen en
mí. Odio que tenga razón, y odio que incluso un momento en su presencia haga que mi
cuerpo se traicione. No sé por qué mató a su abuelo, pero la razón no importa. Lo hizo.
La medicación que me administró el doctor Brooks por fin me hace efecto, me
confunde el pensamiento y me aligera el cuerpo. Apenas puedo mantener los ojos
abiertos y, como me siento tan bien, vuelvo a hundirme contra la almohada. El sofocante
pánico de antes retrocede, pero sigo recordando lo que hice, lo que él hizo.
No es el hombre que creí.
Nunca tuve la impresión de que fuera el bueno, un caballero de brillante armadura,
pero nunca consideré que pudiera ser un asesino.
La palabra resuena en mi mente, resonando dentro y fuera.
Asesino. Asesino. Asesino.
Es lo que soy ahora, también. Una asesina. Asesina. Lucho contra las lágrimas que
queman mis ojos, pero no hay forma de contenerlas. Ahora estoy tan rota. ¿Quedarán
suficientes pedazos de mí para volver a unirlos? ¿Seguiré siendo la misma chica, o una
cáscara de la persona que solía ser?
Un desgarrado sollozo sale de mi pecho, arrastrando la pena y el dolor de lo que
hice con él. ¿Cómo viviré conmigo misma? Sí, Yanov merecía la muerte, pero no a mis
manos. Nunca a mis manos. No soy una asesina. No soy así. Salvo animales del peligro y
defiendo a los vulnerables.
Y aun así, lo mataste.
Lágrimas frescas resbalan por mis mejillas, dejando frías estelas a su paso. A
través de la maraña de lágrimas, solo puedo distinguir brevemente a Sebastian subiendo
a la cama mientras el doctor Brooks se escabulle de la habitación.
—Diablos. No puedo soportar cuando lloras. Me dan ganas de golpear algo. —
Sebastian gruñe, literalmente gruñe. Hay algo vulnerable en su voz, que me hace querer
alcanzarlo—. ¿Qué pasa, pequeña Presa? Háblame. Por favor, háblame, joder, o podría
volverme loco. Si estás enojada conmigo, que así sea. Me importa una mierda, sólo dime
cómo puedo ayudarte. Cómo puedo hacerte sentir mejor, porque cuando lloras me siento
impotente, y no me gusta.
Sacudo la cabeza, limpiando sin querer las lágrimas de mis mejillas sobre la
exuberante almohada.
—Es que... ahora soy una asesina. Una asesina. Lo maté. Lo maté, y no puedo...
había tanta sangre. Mi padre... cuando se entere... —Se me escapa otro sollozo y doy
vueltas en mis pensamientos. Estoy tan cansada. Tan agotada. Quiero dormir un millón
de años.
Sin vacilar, Sebastian me agarra por los hombros y me hace girar para que quede
frente a él. Estoy atrapada en el recuerdo, hundiéndome cada vez más en el abismo.
Llevaré por siempre la marca de un asesino en mi conciencia.
—Detente —dice—. Detente, por favor... No puedo soportar verte así. —Su voz se
suaviza un poco—. Eres una superviviente, Elyse. No lo mataste porque quisieras. Lo
hiciste porque tuviste que hacerlo. Hay una diferencia. No eres un monstruo. Y nunca
más tendrás que preocuparte por tu padre. Ahora estás a salvo. Nada, nadie, podrá
tocarte.
Le devuelvo la mirada a través de las lágrimas. En el fondo, sé que nunca estaré a
salvo. La protección tiene un costo, y aunque Sebastian pueda protegerme de todos los
monstruos que viven en nuestro mundo, nadie podrá salvarme de él. Mi traicionero
corazón sufrirá las consecuencias.
—¿Y qué pasará cuando no puedas mantenerme a salvo? ¿Qué pasará cuando
tus secretos salgan a la luz? Si alguien descubre que mataste a tu abuelo, entonces mi
seguridad desaparecerá. Sin ti, estaré a merced de mi padre. —Los y si... siguen
acumulándose contra mí. Sebastian puede protegerme, sí, pero si alguien descubre lo
que hizo...
Quiero lastimarlo, hacer que me odie para que me deje marchar. Pero aunque mi
intención es apartarlo, no estoy preparada para la rabia helada que se refleja en sus ojos.
Me agarra con fuerza y sus dedos se clavan en mi carne, bastante como para dejarme
moretones. Tal vez solo quiera que me haga daño, para demostrarme que es realmente
el monstruo en todo esto. Me relamo los labios.
—Hazlo. Sé que quieres hacerlo. Lastímame. Acaba con mi vida como acabaste
con la suya.
La ira vibra en su cuerpo, pero no pierde la compostura. No, Sebastian es un
profesional a la hora de mantener su máscara de aburrimiento en su sitio.
—¿Por qué te mataría, esposa? —Ladea la cabeza y una extraña calma me
envuelve—. ¿No anularía eso el propósito de casarme contigo? Hice una promesa, hasta
que la muerte nos separe, y pienso cumplirla.
—Entonces mátame ahora. Sé lo que hiciste, y podría decírselo a cualquiera en
cualquier momento.
Una sonrisa malévola aparece en sus labios:
—Pero no lo harás. No se lo dirás a nadie y no sólo porque tienes miedo, sino
porque me necesitas. No por seguridad, o por lo que sea que hayas construido en tu
cabeza, sino porque me deseas. Necesitas mi cuerpo, mi pene, mi boca sobre ti.
Adelante, miénteme otra vez y dime que no es así.
La ira me revuelve las tripas. Es la verdad aunque no quiera admitirlo, pero no
necesito decir ni una sola palabra para que Sebastian sepa que tiene razón.
—Te odio. —Curvo el labio y le escupo las palabras.
—Seguro. —Pone los ojos en blanco—. Ódiame todo lo que quieras, esposa, pero
no cambia la verdad. Me necesitas, y eres mía.
—No soy tuya. No actúes como si te importara una mierda. —Lo acoso, porque
quiero su ira. La necesito. Con cualquier otra emoción podría derrumbarme y ceder a esa
terrible necesidad, la necesidad de dejar que me envuelva en sus brazos y que me diga
que todo saldrá bien.
No obtengo la reacción que pretendía. Ignorándome por completo, me da la
espalda, se baja de la cama y se da la vuelta para dirigirse a la puerta. La ira, la tristeza y
el miedo se agolpan en mis entrañas. Lo deseo, pero ¿por qué? Es un monstruo. Es como
todos los demás en mi vida. Todo de lo que intenté separarme.
Pero no todos los monstruos son villanos. Algunos son víctimas de las
circunstancias.
Una parte de mí quiere decirle que lo siento. Que todo es mentira. Pero no me
salen las palabras. A través de borrosas lágrimas, lo veo desaparecer por la puerta, y el
alivio que pensé que sentiría por su ausencia nunca llega. Extrañamente, siento el pecho
más pesado. Como si alguien estuviera sobre él.
Es como si sin él en la habitación no tuviera oxígeno para respirar.
Tardo mucho en poder cerrar los ojos, ya que me encuentro esperando que
regrese, pero pronto me doy cuenta de que no volverá, y me permito hundirme en la
oscuridad... rezando para que el próximo recuerdo que resurja sea el que me devuelva a
él.
CAPÍTULO 8
Es un puto milagro que consiga salir de esa habitación sin destrozar todos los
muebles, sin agarrarla por el cuello y penetrarla hasta someterla. Cuanto más se resiste,
más deseo dominarla y controlarla, pero en una relación segura no hay lugar para el
control.
Lo sé y, sin embargo, no puedo dejarlo ir.
Ni siquiera me enoja que hayan resurgido los recuerdos de aquella noche. Siempre
tuve la intención de decirle la verdad cuando llegara el momento. En todo caso, me siento
aliviado. Es una mentira menos, una cosa menos que tengo que fingir que no pasó. Había
imaginado tantas veces el momento que recordara, pero nunca había sucedido así.
Podría ser peor, supongo.
Podría recordar toda la noche, todo lo que pasó... pero no lo hace. No sabe la
verdad. Aprieto los dientes contra la presión de la derrota.
Si piensa que me odia ahora, no puedo imaginar cómo se sentirá una vez que
todos sus recuerdos regresen. ¡Joder, joder! Intento desterrar esos pensamientos,
alejarlos del fondo de mi mente mientras permanezco frente a la puerta de la habitación,
pero lo malo de la ira es que cuanto más intentas tragarla, más difícil resulta controlarla,
y llegué a mi límite.
Dos pasos. Es lo máximo que logro antes de estallar. Con un movimiento de la
mano, despejo la mesa del vestíbulo y arrojo al suelo de madera cualquier adorno caro
que encuentre a mi paso. Los cristales se hacen añicos y los fragmentos se esparcen por
el pasillo y las alfombras.
Miro fijamente la destrucción que causé. ¿Te sientes mejor? Joder, no. Me golpeo
la frente con el puño, intentando razonar conmigo mismo.
Por un segundo, por un puto segundo, pensé que tal vez... tal vez por fin me
aceptaría. Esperaba que estuviera enojada por lo del matrimonio forzado; es
comprensible. En algún momento habría sido capaz de cortejarla, de seducirla para que
se sometiera, pero ahora... no puedo dejar de ver el asco en sus ojos. Está ahí cada vez
que su mirada se cruza con la mía. El corazón se me oprime en el pecho. Ya no me ve a
mí, ve a un asesino.
¿Es todo lo que soy? ¿Todo lo que seré ahora?
¿De qué demonios sirve intentar que me deseé? ¿Por qué no ser el monstruo que
cree? Podría hacerlo. Podría mostrarle lo bueno que tenía, lo misericordioso que era con
ella.
No.
No puedo.
No puedo hacerle eso. Se merece más.
Respiro con dificultad, pero ni siquiera tengo la sensación de estar respirando.
Hazlo. Conviértete en el monstruo. Algo oscuro y retorcido en mi interior susurra
mis fantasías más oscuras.
La rabia me agarra por la garganta y mi cuerpo se mueve antes de que pueda
pensar en las consecuencias. Agarro la mesa y la tiro por el suelo, viendo cómo se hace
pedazos. No es suficiente. Nunca será suficiente. Mi pecho se agita con el esfuerzo de
respirar. No me queda nada que destruir, pero la rabia persiste. Es un veneno que me
comerá vivo si no hago algo para detenerlo. Me volteo hacia la pared y cierro la mano
en un puño.
Monstruo. Eres un puto monstruo. Las palabras traquetean dentro de mi cabeza.
Echo el brazo hacia atrás y golpeo la pared con el puño. Me duelen los nudillos
por el impacto, pero no me detengo. No hasta que el puño atraviesa la pared. No siento
alivio, no libero la presión. En lugar de eso, la ira me recorre con la misma intensidad que
antes.
“Entonces ¿qué? ¿Cuánto tiempo hasta que me mates? Quiero decir, sólo porque
soy tu esposa, no me hace automáticamente segura”. Sus palabras resuenan en mi
cabeza. ¿De verdad piensa tan poco de mí? ¿Que la salvaría, me casaría con ella, sólo
para darme la vuelta y matarla? No lo comprendo.
Quizá sea el resultado de su secuestro, o quizá sea culpa mía. Pasé tanto tiempo
tratando de mantenerla a distancia, tratando de no enamorarme de ella, de que me
importara una mierda, que inevitablemente fue lo que hice. No debería haber tardado
hasta ahora en sacar la cabeza de mi trasero. Debería haberle demostrado antes lo que
significaba para mí, haberle demostrado que podía mantenerla a salvo.
Ahora tengo que empezar de nuevo. Demostrar que nadie más volverá a hacerla
temer por su vida, porque si lo hacen, los mataré.
Me odio por hacer que me tema, por no decirle la verdad. Por luchar contra el
destino. De repente, el dolor sale de mí como la lava de un volcán. Estoy fuera de control,
en espiral. Golpeo la pared con los puños. Mis nudillos gritan cuando la piel se rompe y
el rojo mancha la inmaculada pintura blanca. Sonrío. Sonrío, diablos. La euforia me invade
al ver mi propia sangre. ¿Por qué ansío este mordisco de dolor? El dolor me recuerda
que estoy vivo. Sé que estoy jodido.
Sólo me detengo cuando siento un profundo dolor en las muñecas y en los dedos.
No importa. Sólo soy un asesino. Al acecho de la oportunidad perfecta para apretar el
gatillo.
Asesino. Asesino.
No es que sepa toda la verdad, que lo que hice fue para salvarla. Salvarla del
trauma, del dolor. Debería agradecérmelo, pero en vez de eso todo lo que ve es
oscuridad. Las peores partes de mí.
Un grito agónico me sube por la garganta y lo ahogo contra la pared, contra las
grietas que se forman frente a mi cara. Sigo jadeando e intento respirar más despacio,
pero al hacerlo se me llenan los ojos de lágrimas que no dejaré caer.
¿Cuánto falta para que me mates?
No tiene ni idea de cuánto me duele, de cuánto me duele que piense que la
descartaré, la asesinaré y seguiré adelante. El recuerdo de aquella noche se reproduce
como una vieja película en mi mente, metal caliente mezclado con el olor metálico de la
sangre. Se me revuelve el estómago. Miro mis puños y veo más sangre. Siempre hay
sangre en mis manos. En las mías o en las de otros. No importa a quién pertenezca.
Una pequeña parte de mí quiere hundirse en la alfombra y quedarse allí. Acabar
con todo, porque quizá esté mejor sin mí. Tal vez todo lo que siempre sea es un
repugnante monstruo. No lo sé, joder. Sí que lo sé. Es mentira. Soy tan incapaz de
alejarme de ella como estoy dispuesto a dejar que alguien me la quite. Incluso si la
arruino... no hay forma de que la deje ir. Ni ahora, ni nunca.
Su destino quedó sellado la noche que me dejó reclamarla.
El sonido de una puerta que se abre y se cierra me saca de mis pensamientos. Sé
que es el doctor sin siquiera tener que ver, pero lo hago de todos modos, echándole un
vistazo por encima del hombro. Se detiene un momento, como si pensara en su siguiente
paso, pero luego sigue como si ya lo hubiera decidido, con el crujido del cristal bajo sus
zapatos. No quiero que me vea así, no otra vez.
Ya fue bastante malo la primera vez, pero una segunda... no lo creo.
Siento sus ojos clavados en mí, recorriendo mis nudillos magullados.
—Estaba muy alterada cuando te fuiste, así que le di otro sedante, algo pequeño
para calmarla. Se levantará dentro de unas horas y creo que deberías estar en la
habitación cuando se despierte.
Niego y vuelvo a girarme hacia la pared. No necesita ver el brillo de mis ojos. La
sangre en mi piel. Por suerte, no insiste más y sigue caminando hacia las escaleras.
Mientras respiro despacio, inspirando por la nariz y expirando por la boca, disminuye el
estruendo de mi propio pulso en los oídos. La nube negra de ira se disipa y estoy más
cerca de la línea de fondo que hace cinco minutos. Tengo un enorme lío que limpiar, pero
no importa.
Miro la carnicería que causé y luego, por alguna razón, mi vista es atraída de nuevo
hacia las escaleras. No es tanto una razón, sino más bien una persona. Bel está en el
rellano de la escalera, con el cabello rubio recogido en un moño desordenado y el ceño
fruncido. Lleva un jersey grueso y vaqueros azules, y lo único que puedo pensar es en lo
jodidamente diferentes que somos.
Cómo si tal vez también estuviera mejor sin mí.
Parpadeo y veo cómo se transforma en una guerrera que se acerca a mí con la
barbilla alta y la mandíbula apretada.
¿Qué hace aquí?
No la veo a la cara, no del todo. Al girarme, me pongo de espaldas a la pared, pero
lo único que consigo es atraer su atención hacia ella. ¿Realmente importa? ¿Si ve los
muebles destruidos o mis nudillos ensangrentados? Su opinión en esto significa una
mierda, así que no.
Levanto la cabeza, mantengo la barbilla alta y orgullosa y cruzo los brazos sobre
el pecho desafiante. No sé qué espera de mí, pero más vale que baje el listón porque lo
único que encontrará será decepción.
—¿Qué demonios, Seb?
Fuerzo una respiración superficial en mis pulmones.
—¿Qué quieres, Bel? Por si los cristales rotos y los muebles destrozados no son
prueba suficiente, ahora no es un buen momento.
Su mirada permanece fija en la mía hasta que descubre mis manos. No sé qué
emoción veo primero. ¿Tristeza? ¿Lástima? ¿Ira? Me agarra la mano izquierda y la separa
de nuestros cuerpos para verla mejor.
La alianza de oro salpicada de sangre brilla en la penumbra.
—Estás bromeando, ¿verdad? Porque si es verdad... si realmente te casaste y no
me lo dijiste.... —La decepción se filtra en sus palabras y se detiene, buscando respuestas
en mi cara.
No necesito su decepción, lástima ni ira. No necesito nada.
Aparto la mano de un tirón.
—No es asunto tuyo.
—Perdona, pero soy tu hermana. Tengo derecho a saber si mi hermano se casa.
Sólo puedo imaginar lo épicamente enojado que estarías si me escapara y me
enganchara a Drew.
—No sería una decisión acertada.
Pone los ojos en blanco:
—¿Mucho doble rasero?
—Ni siquiera cerca de la misma situación.
Soy testigo clave de su irritación, que se intensifica cuanto más tiempo permanece
aquí.
—¿Qué demonios te pasa? No puedo decir que me sorprenda cuando ocurre
alguna locura, pero me quedé atónita cuando Drew me contó lo que hiciste esta noche.
No es propio de ti. De todas las personas en mi vida, eres la última que pensé que sería
capaz de forzar a alguien a casarse contigo. ¿Siquiera fue legal?
La inmovilizo con una mirada que hace huir a los hombres menores.
—El matrimonio es el matrimonio; no importa cómo ocurrió. Lo único que le
importa al gobierno es si el papeleo es legal.
Resopla, como si hubiera dicho algo ridículo.
—¿Y qué pasa con lo que quiera Elyse? No puedes casarte con una persona
porque te convenga. Las mujeres tenemos derechos. Tenemos voz y voto en lo que nos
pasa. No estamos en 1900.
¿También me verá como al monstruo? ¿Mi propia hermana? Joder.
No puedo contener mi rabia, el súbito arrebato y la necesidad de liberarla. Sin
previo aviso, me giro y vuelvo a golpear la pared para no arremeter contra ella como
quisiera. Nunca con ella. Un suave jadeo me llena los oídos, pero es la única prueba que
tengo de que sigue ahí de pie.
Con el pecho agitado, escupo las palabras.
—¿Qué de esto te parece conveniente, Bel? ¿Enamorarme de una mujer que no
me desea? ¿Salvarla de una vida de esclavitud sexual y de asesinato? ¿Qué hay de
conveniente en todo eso? ¡Actúas como si quisiera esto! Como si lo hubiera hecho así
desde el principio. —Me giro para verla de nuevo, y la mirada en sus ojos me mata—.
¿Realmente soy un monstruo? ¿Es así como me ves? Claro, tengo lo que quería. Es mía,
completamente, y en todos los sentidos. Pero si hubiera podido hacerlo de otra manera,
lo habría hecho. No me importa si me odia mientras esté a salvo.
Me arriesgo a mirarla y veo cómo se le mueve la garganta al tragar, con lágrimas
nadando en sus ojos.
—Detén esto. No eres un monstruo. Nadie dijo eso. Pero tu comportamiento, este
camino autodestructivo en el que estás. Entre la bebida, las chicas, y ahora esto... Duele
verte así. Quiero ayudarte, pero no creo poder.
—Entonces deja de intentarlo y vete a casa. Ve a disfrutar de tu vida con Drew. No
te quiero aquí, joder —gruño y doy un amenazador paso hacia ella. Jamás le pondría las
manos encima, pero tampoco dejaré que se quede aquí y me vea explotar sobre mí
mismo. Si no hace caso a mis exigencias, quizá la reacción de miedo de su cuerpo la
ayude.
Por el rabillo del ojo veo a Drew pisando el rellano. Tiene las facciones contraídas,
no me dice nada. Odio lo tranquilo que está, lo poco afectado que parece por mí. Más
que eso, busco pelea.
—Hombre, puedes hablarme como quieras, pero a ella no le hables así —dice, con
tono bajo y tenso cuando por fin llega hasta nosotros.
El interruptor de mi cerebro se enciende.
Dejándome guiar por la ira, lo golpeo. Me esquiva, pero no me pierdo la expresión
de incredulidad que se dibuja en su rostro.
—¿Qué demonios? —murmura.
Me retuerzo suficiente para darle otro golpe, y esta vez mi puño impacta en su
mejilla. El pinchazo en los nudillos es eufórico, eclipsa el dolor. Lo quiero, lo necesito.
Drew se tambalea y no le doy oportunidad de contraatacar.
Me abalanzo sobre él, le golpeo el estómago con el hombro y le rodeo la cintura
con un brazo para tirarlo al suelo, pero Drew es mucho más ágil de lo que esperaba. Se
pone en pie en cuanto caemos al suelo y se me echa encima.
—¡Basta ya! ¡Detente ahora mismo! —grita Bel desde una distancia segura.
Al menos es bastante lista para mantenerse al margen.
Drew maldice y me arrastra del suelo, golpeándome contra la pared más cercana.
El impacto hace que me duelan las extremidades.
—¿Perdiste la puta cabeza? No importa, no respondas eso. La pregunta que
debería hacerte es qué demonios te pasa.
No puedo decirle la verdad. No sin violencia. Así que peleo. Aprieto los dientes y
le empujo el pecho, pero no se mueve, ni siquiera se inmuta, lo cual no es sorprendente.
La tolerancia de Drew al dolor y a la violencia supera a la mayoría de nosotros.
—¡Suéltame! —gruño.
—No hasta que te calmes de una puta vez —replica, lo que sólo me hace empujar
con más fuerza. Gruñendo, añade:
—Puedo tenerte aquí todo el puto día, idiota. Cálmate y te soltaré.
Tardo un segundo, pero por fin encuentro luz al final del túnel para respirar a través
de la rabia. Solo entonces afloja su agarre, permitiéndome apartar sus brazos de un
empujón.
Retrocede lentamente y levanta las manos como queriendo decir que no quiere
hacer daño.
—¿Quieres decirme cuál es el puto problema? Estuviste fuera de control desde
que ese detective llamó y me dijo que viniera por tu trasero.
Me alejo, necesito distancia de ellos, de Ely, de mí mismo. Algo que nunca
conseguiré. No quiero hablar de mis problemas. Quiero olvidarlos.
—Puede que te haya pedido que vinieras a buscarme, pero no te pedí que vinieras
aquí. No fuiste invitado a mi casa, así que lárgate.
—No sabía que necesitaba invitación para venir a mi propia casa —suelta Bel
desde mi lado.
Me giro para mirarla.
—¿Ahora es tu casa?
Me devuelve la mirada.
—Di todas las cosas feas que necesites decir. No me hará cambiar de opinión. —
Da un paso hacia mí—. Ni hará que te quiera menos.
—No soy una buena persona, Bel. No quería que lo descubrieras, no así, pero soy
una puta amenaza, un monstruo que arrasa y que destruye todo lo bueno de mi vida.
Pone los ojos en blanco.
—¿Ya terminaste? Actúas como si no conociera la persona que eras antes de
descubrir que éramos hermanos. Como si no tuviera ni idea de que eras un idiota. Todos
los niños ricos mimados lo son, pero no significa nada. Puedo quererte a pesar de la
oscuridad.
Se acerca y retrocedo. No soporto la idea de que me toque. No ahora, quizás
nunca más.
—No. No me toques. —Me doy la vuelta, dispuesto a salir corriendo, pero Drew se
anticipa a mi siguiente movimiento y viene a colocarse detrás de mí impidiéndome la
huida.
—No me toques, Bel. Me niego a dejar que mi fealdad se derrame sobre ti.
No escucha, por supuesto, y toma mis manos entre las suyas, la sangre se
transfiere a su pálida piel.
—¿Estoy de acuerdo con cómo lo hiciste? No. Pero el hecho de que estés
haciendo tanto para mantenerla protegida dice algo de ti, Seb.
Se me escapa una carcajada sin gracia.
—¿Qué? ¿Que soy un desquiciado cabrón al que le importa una mierda lo que
quieran los demás?
Sacude la cabeza, dejando escapar una pequeña sonrisa.
—No, idiota. Eres una buena persona. Aunque hagas cosas cuestionables.
La miro fijamente, mi hermana, mi último pariente de sangre vivo, y no puedo estar
de pie ante el amor y la bondad que irradia de ella.
Me alejo, sólo para chocar con el pecho de Drew.
—Déjenme en paz. Los dos, por favor, márchense.
Bel lo toma como una invitación a acercarse.
—No iré a ninguna parte. —Me ve por encima del hombro—. ¿Y tú?
Siento que Drew se encoge de hombros detrás de mí.
—No, me gusta estar aquí.
Oigo un forcejeo en las escaleras y veo hacia atrás para ver a Lee y a Aries
apoyados en la barandilla como si no les importara nada. Genial, un público aun mayor
para mi crisis.
—Les dije que se fueran —les digo a todos. Estoy agotado física y mentalmente.
Bel me dedica otra triste sonrisa.
—Todavía no nos iremos. Ninguno lo hará. No hasta que nos ocupemos de ti y de
Ely. Somos familia, y es lo que hace la familia.
Intento una vez más escapar, pero me bloquean y no estoy dispuesto a poner a
Bel en su sitio. Nunca me lo perdonaría si le hiciera daño, y sé que lo sabe.
—No puedo —susurro esta vez.
Me toma por las mejillas.
—Entonces no lo hagas. No digas ni una palabra. No pidas ayuda. No hagas nada.
Todo lo que pido es que no huyas. Déjanos estar aquí contigo, para ti. Lo que sea que
esté pasando entre Ely y tú, sé que lo arreglarás. Eres tan cabeza dura como tus amigos,
pero amas con todo tu corazón, y si Ely te ama como sé que lo hace, se dará cuenta.
La miro fijamente, luego a Drew, a Aries, a Lee... a todos. Y algo en mi pecho se
abre. Bel me toma por la nuca y tira de mí para abrazarme antes de que empiecen a caer
las lágrimas, y Drew nos rodea con sus brazos a los dos, abrazándonos, a mí juntos. Un
momento después se unen Lee y Aries, todos de pie junto a mí, me ven romperme.
Si supieran que nunca seré el hombre que creen que soy.
CAPÍTULO 9
Es una extraña sensación. Querer ver a alguien pero esperar que se mantenga
alejado al mismo tiempo. Es ridículo lo mucho que pienso en él. Pienso en la forma en
que sus manos se amoldan a mi cuerpo, en cómo me hace sentir, todo yuxtapuesto a los
recuerdos de un disparo.
El dolor en sus ojos cuando me enfrenté a él por matar a su propio abuelo.
Miro fijamente la sopa, ahora fría, en la bandeja cerca de mi cadera. El primer día
que estuve atrapada en esta habitación, Drew me trajo comida, al día siguiente, Lee, luego
Aries, y después otra vez Drew. Una jodida rotación futbolística para asegurarse de que
comiera. Bueno, noticias para ellos, en realidad no estoy comiendo. Estoy picoteando la
comida, esperando que Sebastian aparezca. O tal vez renunció a mí.
Después de todo lo que dijo e hizo, dudo que haya terminado conmigo. No, es otra
táctica, otra forma de intentar controlarme.
Empujo la bandeja y salto de la cama, con una mueca de dolor que me sube por
la espalda. Ignoro la molestia y cruzo la habitación para ver por la ventana. Desde aquí
sólo puedo observar el perfecto césped inclinado. Es un día claro y soleado,
probablemente frío, aunque no lo sé porque no he salido de esta habitación.
Sólo pensarlo me produce una oleada de furia. Me secuestraron... y.… me niego
a pensar en el resto. Pero si soy su esposa, ¿por qué me encierra como si fuera una
criminal?
Algo en mi mente hace ping. Porque es lo que eres. Una criminal.
No. No. No.
Lo alejo como suelo hacer antes de que una oleada de culpa acompañe al
pensamiento.
La puerta del dormitorio se abre, pero no me molesto en girarme para ver quién
es esta vez.
—Ya terminé, puedes llevarte la bandeja si quieres. —Aprieto los puños y exhalo
un suspiro lento, odiando cómo sale entrecortado, tartamudeado.
Estoy en casa otra vez. Estoy en casa y a salvo.
El deseo de gritar casi me consume, el pozo de la desesperación se arremolina en
mis entrañas y cierro las manos en apretados puños, luchando contra ello. Me recuerdo
que no es culpa de los amigos de Sebastian. Que están ayudando. Que todos intentan
ayudar.
Cierro los ojos y contengo la rabia que parece invadirme durante horas.
—No vine a recoger tu bandeja. —Una voz grave que conozco demasiado bien me
produce escalofríos. Me giro y veo a Sebastian de pie junto a la cama, mirando la bandeja.
—Entonces ¿por qué estás aquí? No he pedido verte. —Hago lo posible por sonar
tan molesta como me siento, pero lo que realmente quiero es correr a sus brazos y dejar
que me abrace. La ira se desvanece. Maldita sea.
—Nunca tienes que pedir verme, y aunque no puedas verme siempre estoy
vigilándote. Siempre asegurándome de que te cuiden.
—Escalofriante, pero bueno.
—Lo que me lleva a mi siguiente pregunta. No has estado comiendo; ¿por qué?
Parpadeo y lo miro. Maldita sea. ¿Por qué siempre debe tener ese aspecto? Como
si hubiera salido de la portada de la revista GQ. Sus pantalones negros están
perfectamente planchados y combinados con una impecable camisa de vestir blanca.
Sus zapatos de cuero brillan tanto que casi puedo ver mi reflejo en ellos. Va mucho mejor
arreglado que yo, menos el cabello rubio, que lleva despeinado y hacia un lado, como si
se lo hubiera estado peinando con los dedos.
Los celos al rojo vivo me atraviesan. ¿Quién le lavará la ropa? ¿Quién limpiará su
habitación?
El otro día no quería tener nada que ver con él, y ahora estoy enojada por la
perspectiva de que otra persona haga mi trabajo. De que otra persona toque sus cosas,
cuide de él.
Estoy perdiendo la maldita cabeza.
—¿Quién te lava la ropa? —Me arden las mejillas y rezo para que no se dé cuenta.
¿A quién quiero engañar? Se da cuenta de todo. No puedo creer que haya hecho una
pregunta tan tonta.
La leve inclinación de sus labios, que esbozan una sonrisa, aviva las brasas del
deseo. La necesidad de tocarlo me abruma, así que me rodeo con los brazos y lo veo
fijamente. Tengo que resistir la tentación.
Es malo para ti, es malo para todos.
—El ama de llaves ha estado lavando la ropa, tanto la mía como la tuya.
Tiene sentido. Claro. Carey es genial.
—¿Alguna otra candente pregunta en ese cerebro tuyo? —Pregunta, sentándose
-no despatarrándose- en el extremo de la cama.
Retrocedo hacia la ventana, el alféizar golpea mi espalda.
—Yo... no...
—Bien —se levanta de repente y avanza hacia mí, pero me escabullo hacia un
lado, apoyando la espalda en la esquina. Se queda quieto, ladea la cabeza y me examina.
Oh, no. no quiero que me mire. Lo verá todo. La forma en que me muerdo las cutículas
hasta que sangran, las ojeras porque no puedo dormir. El par de kilos que probablemente
perdí por negarme a comer.
Lo extraño, aunque una parte de mí lo odie. Lo odio por lo que nos hizo.
—Ely —me empuja suavemente, como si fuera una especie de animal herido, y no
sé por qué me duele más. ¿Es así como me ve ahora? ¿Como una víctima? No, eso está
mal, me llamó superviviente. Soy una superviviente, pero no me siento así.
Cierro los ojos y me hundo en el suelo.
—¿Qué quieres, Sebastian?
Siento que el aire se mueve a mi alrededor. Su olor llena mis fosas y lo aspiro,
respirando ese aroma limpio y cálido en mis pulmones. Me paso la lengua por el labio
inferior. Quiero besarlo, saborearlo. Aunque no quiera desearlo, no puedo negar el deseo
que me corroe los huesos.
—Sólo hay una cosa que quiero, mi pequeña Presa. A ti. Sólo a ti.
Abro los ojos ante la confesión y me encuentro con que me observa fijamente. Es
un shock para mi frágil sistema.
—Es curioso, hace días que no te veo. De hecho, vi más a tus amigos que a ti, así
que no creo ni una palabra de lo que acabas de decir.
Tonta, Elyse. No le hagas saber que lo extrañas.
—Puede que me equivoque, pero parece que me extrañaste.
Sacudo la cabeza.
—No, sólo vigilo al enemigo.
—Mmm, sí. Al enemigo. Al monstruo. —Se burla y sacude ligeramente la cabeza
como si tratara de ahuyentar a una bestia imaginaria—. No es que importe, ya que me
odias de todos modos, pero decidí que podría ser mejor para ti si no era el que te
entregaba la comida todos los días. Supuse que sería la última persona que querrías ver
ahora.
—Tenías razón. —Dejo que la mentira se deslice por mi lengua—. ¿Y ahora qué?
¿Desaparecerás otra vez? ¿Dejarás que me vaya?
Es una pregunta esperanzadora, pero sé que su respuesta será no.
—No sé si te diste cuenta, o si te importa, pero eres mi mujer. El matrimonio es
importante para mí, lo creas o no, y será el infierno o el agua alta antes de que te deje ir.
Ni siquiera la muerte nos separará. —Se inclina, y hay algo maníaco en su expresión—.
Me perteneces, Elyse, y cuanto antes aceptes esta realidad, más fácil será todo esto.
Trago por el nudo que se me hace en la garganta.
—¿Por qué? ¿Por qué me querrías después de todo lo que pasó? ¿Después de
haberte dicho que no te deseo y que te odio?
—Estás molesta, y lo entiendo, pero te hice una promesa hace un tiempo, que te
mantendría a salvo, y hasta ahora, fui una mierda en mantener esa promesa. Eso cambió.
De ahora en adelante, haré lo que sea necesario para asegurarme de que estés a salvo.
—¿Qué pasa con...?
—¿Con que mataste a Yanov, de forma bastante espectacular, debo añadir...? —
Me estremezco ante la amenaza de su tono—. O déjame adivinar, ¿tu padre? ¿Te
preocupa que venga por ti, o quizá por mí?
La idea me aterroriza, pero no digo nada. Sebastian se limita a mirarme como si
fuera lo más importante del mundo, viendo más allá de ese miedo y hacia las oscuras
profundidades de mi alma.
—Quién demonios sabe cuál será el próximo movimiento de tu padre. No importa,
no cuando ahora compartes mi apellido.
—Ya veo cómo es. Sólo te casaste conmigo para protegerme, ¿eh?
Sus ojos pierden parte de su calidez y los músculos de su mandíbula se tensan.
—No me tomaría la molestia de casarme contigo si no pensara quedarme contigo,
llenarte con mi semilla y ver cómo tu vientre se hincha con nuestros hijos. Si no quisiera
lucir mi anillo en tu dedo y mis marcas en tu piel.
El aire se carga de electricidad y contengo un gemido. La posesión en su tono y
en sus palabras... ¿cómo podría huir de eso? ¿Pero cómo puedo quedarme, sabiendo
que nunca fue real? Que me mantiene cerca porque quería saber si recordaría algo
importante, algo incriminatorio.
—Me casé contigo porque eres mía. Darte mi apellido no es más que otra capa de
protección, pero no pienses ni por un momento que nada de este matrimonio será falso.
Quiero que todo el mundo sepa quién es el dueño de tu corazón y de tu alma.
Dios, debería estar aterrorizada. Este hombre es un asesino. Pero entonces... yo
también lo soy.
—Correcto, ¿y ahora qué? Soy tuya, estamos casados. ¿Y ahora qué?
Se pone de rodillas y hago una mueca de dolor, porque sin duda se está
estropeando los pantalones.
¿Qué demonios me importan ahora sus pantalones? A medida que se acerca, me
doy cuenta de que me está atrapando, acorralándome con su cuerpo. En el último
momento, me muevo de un tirón y me alejo de la esquina, pero es rápido y astuto como
un zorro. Con poco esfuerzo me atrapa con sus anchos hombros, sus musculosos brazos
y sus gruesos muslos. Veo a todas partes menos a su cara, porque una mirada y me
desharé en las costuras.
Debe de ser lo que quiere, porque me aprisiona la cara entre las manos y me obliga
a verlo. Su mirada me inmoviliza, tan pesada que casi gimo por su peso.
—Por favor. Sólo déjame ir. —¿Le estoy suplicando que me suelte, o que me deje
salir de esta casa, lejos de él? No lo sé, no lo sé.
Algo se tuerce en su cara, y al instante veo cómo lo toma.
—¿Dejarte ir? ¿De verdad crees que cedería tan fácilmente? ¿Qué te abandonaría
a tu suerte?
Intento calmar mi respiración, ya que ahora estoy casi jadeando.
—Yo... ya no sé qué creer. Creí que te conocía y no es así. Todo esto es una mala
idea. No dejaré que seas el responsable de mis fechorías. Ambos sabemos que no
quieres la publicidad que algo así conlleva, y menos en el apellido de tu familia.
—No me importa lo que piensen los demás. Lo único que me importa eres tú. Tu
seguridad, tu bienestar, tu felicidad. Por eso estamos aquí, justo aquí, en esta situación.
Una oscura nube de angustia llena la habitación. O quizá sólo sea yo.
—Dime que lo entiendes, pequeña Presa. Dime que ves lo importante que es. Si
tu padre te encuentra, ¿quién sabe lo que hará? Ambos sabemos que un traficante
internacional de personas se interesó por ti.
Su última afirmación parece una bofetada. No puedo hacer esto. No cuando dice
cosas así. Intento esquivarlo, pero no hay forma de escapar. Incluso se agacha,
balanceándose sobre las puntas de los pies delante de mí.
—¿Lo dices para asustarme?
Me recoge parte del cabello detrás de la oreja y se inclina hacia mí, inhalando.
—No, no intento asustarte. Intento que lo entiendas. Que lo creas. Soy el mismo
hombre que conociste en hace meses, el mismo que te sacó de aquel infierno. ¿No me
da un poco de margen aquí? No importa lo que pienses de mí o de lo que pasó, en el
fondo sabes que si mi intención fuera hacerte daño de alguna manera, ya habría ocurrido.
Considero sus palabras detenidamente, pensando en ellas, dándoles vueltas
dentro de mi cabeza. Lo que dice tiene sentido, y sé que es cierto, pero cuando cierro
los ojos lo único que veo es la fría mirada inexpresiva de su rostro, unos ojos desprovistos
de vida y humanidad mientras observaba fijamente a su abuelo justo antes de apretar el
gatillo.
Me vio así alguna que otra vez, pero nunca me lastimó... pero, ¿y si es sólo cuestión
de tiempo? Vuelvo a sentirme confundida, atrapada entre el amor y el odio, la ira y la
tristeza. ¿Por qué me hace dudar de mí misma todo el tiempo? Cada una de mis
elecciones, cada una de mis decisiones. Si no me preocupa lo que piense, me preocupa
lo que haga después. Un bucle constante de oscuridad.
Una oscuridad que trajo a mi vida.
No. No es justo, ya que recuerdo las manos de Yanov sobre mi cuerpo. No-
Sebastian no trajo la oscuridad; ya lidiaba con ella desde años antes que él. Me mostró
que hay un tipo diferente de oscuridad, una dentro de mí, que responde a la suya.
—Por favor, dime lo que quieres —susurro.
Se levanta del suelo y, cuando me tiende la mano, la miro fijamente durante más
tiempo del necesario, hasta que finalmente pongo mi mano en la suya y dejo que me
ponga en pie.
La habitación da vueltas durante un segundo, y luego se endereza mientras intento
ver a otro sitio que no sea su ancho pecho, la forma en que su camisa de vestir está
expertamente ajustada a sus bíceps. Es difícil no mirarlo.
Se inclina, su boca está tan cerca de la mía que bastaría un pequeño movimiento
para alcanzarlo. Para besarlo.
—No es lo que quiero, sino lo que debemos hacer. Tenemos que vender esto.
Estamos enamorados. Estamos casados, jóvenes, claro, pero casados al fin y al cabo.
Debemos mantener un frente unido para que si alguien viene por ti, sepa que yo estaré
en medio.
—¿Quieres que finja estar enamorada de ti?
Me pasa suavemente la lengua por un lado de la boca.
—¿De verdad tendrás que fingir?
Desvío la mirada, temiendo que vea a través de mí como siempre.
—Si quieres llamarlo fingir, claro. Fingir. Pero no habrá fingimiento de mi parte. No
mentiré sobre lo que siento por ti —susurra.
Ahora está más cerca. No lo besaré. Ahora no. No cuando se golpea el pecho y
amenaza con arrastrarme a la cueva por el cabello.
—Bien, pero si finjo ser la pequeña esposa, ¿me dejarás salir de esta maldita
habitación?
Mueve los labios, pero no sonríe.
—Por supuesto. Eres mi mujer... eres libre de ir adonde quieras. —Doy un paso
atrás cuando me agarra el bíceps con la mano—. Pero no te equivoques, no habrá más
huidas, Ely. Aceptaste ser mi esposa y firmaste con tu nombre.
—Me... drogaron. —Busco las palabras—. Nuestro matrimonio es tan inútil como
el papel en el que está impreso. Puede que sea un acuerdo legal vinculante, pero no
significa que tenga que amarte. No significa que nada de esto sea real.
Juro que veo un destello de tristeza en sus ojos, pero en cuanto parpadeo
desaparece.
—Quizá para ti, pero no para mí. Sé que no es lo que debería pasar y que estás
confundida y dolida, y no quiero hacértelo más difícil. Todo lo que quiero es cumplir la
promesa que te hice.
—Caramba, te toca ser el héroe. ¿Y a mí qué me toca?
—Bueno, si te portas bien, te dejaré volver a la habitación en la que estabas antes.
Casi resoplo. ¿La que está conectada a su habitación? Creo que no.
—¿Es realmente necesario tenerme tan cerca?
Una mirada de posesión llena sus facciones, y sus ojos se entrecierran como si
intentara colarse bajo mi piel.
—No creo que entiendas lo importante que es todo esto. ¿Quieres ir a la cárcel
por matar a un hombre? ¿Es lo que quieres? —Sus dientes chasquean con cada palabra,
y me da una pequeña sacudida como si la respuesta se me fuera a caer.
Trago por el miedo que me atenaza la garganta, cerrándomela, impidiéndome
hablar. Sacudo la cabeza con fuerza. No, no es lo que quiero. Una parte de mí sigue
pensando que matar a Yanov fue un sueño. Pero no lo es. Tan cerca puedo ver el efecto
que toda esta situación tuvo en Sebastian. Tiene ojeras bajo los ojos y un impaciente tic
en la mandíbula. Quiero fingir que no me importa, pero no soy él. No puedo simplemente
apagar mis emociones.
—¿Quizás sería mejor si me quedara con Bel y Drew?
Se transforma en una tormenta ante mis ojos. Su mirada se oscurece a medida
que se acerca. La enloquecedora posesión lo hace verse desquiciado. Su mirada me
aterroriza, pero también me calienta hasta la médula. Me aprieta más contra él, hasta que
sólo queda un centímetro de espacio entre nosotros, y se me erizan los vellos de la nuca.
El peligro está cerca y mis instintos me dicen que corra y me esconda, pero no hay tiempo
para eso.
Casi gruñe su siguiente pregunta contra mis labios.
—¿Qué tengo que hacer para demostrarte que eres mi mujer?
No tengo ocasión de contestarle, porque se dirige hacia la puerta, arrastrándome
tras él.
CAPÍTULO 10
Intento ser amable, intento ser gentil, intento hacerme a la idea de ella y de los
pensamientos que se agolpan en su mente, pero es difícil pensar en sus necesidades
cuando me consume la furia. Es mía. Mi mujer. Mía para protegerla.
Ya le fallé antes, lo sé, pero no volveré a hacerlo. No otra vez.
Intento respirar con calma mientras camino, pero su forcejeo sólo me irrita más.
—¡Basta! —le digo.
Se queda paralizada en el pasillo y cierro los ojos, tomándome un momento para
controlar mejor mi ira. Una vez que siento que no explotaré, me giro para mirarla.
—¿Puedes dejar de forcejear y seguirme? Por favor. —añado con retraso.
Sus ojos azules están muy abiertos y enrojecidos por el llanto, y su respingona
boca frunce el ceño.
—¿Por qué no puedo quedarme con Drew y Bel?
—Porque estamos casados, y no es lo que hacen los casados. —Intento mantener
un tono calmado, neutro, uniforme, pero su respingo me dice que fracasé.
¿Por qué siempre es una pelea con ella? Me volteo hacia el pasillo y sigo
caminando hacia las habitaciones que le había dado después de encontrarla durmiendo
en armarios y escondiéndose de fantasmas.
Supongo que no a los fantasmas, ya que ahora también me enfrenté a ellos. La
próxima vez, nos enfrentaremos a ellos juntos, y ganaremos... si consigo que entienda mi
versión de las cosas.
Por ahora, la dejaré aquí hasta que vuelva a sentirse segura, y entonces, cuando
le haya hecho comprender lo bien que estamos juntos, lo mucho que nos necesitamos,
la llevaré de nuevo a nuestra cama. Enciendo el interruptor de la luz y cruzo la habitación
hasta la chimenea, pulso el botón y la enciendo para que emita un suave y cálido
resplandor en el hogar.
La habitación ya está limpia y las sábanas cambiadas. Es más acogedora que la
otra habitación en la que había estado; además, mi puerta está conectada, así que si
respira demasiado fuerte podré llegar hasta ella.
Se gira y se queda contemplando la cama. Esta vez me suelta la mano con
suavidad. Decido soltarla y odio la frialdad de mi piel ante la ausencia de su toque.
—Esto funcionará por ahora, hasta que estés más cómoda.
Una puerta al final del pasillo se cierra de golpe, haciendo vibrar las putas paredes.
Maldito Lee. Sorprendida, Elyse salta y todo su cuerpo se estremece. Como si presintiera
el peligro, cruza corriendo la habitación, interponiendo la cama matrimonial entre los dos.
Es divertido que piense que una cama me impedirá llegar a ella si quiero.
—No te lastimaré, Ely. Al menos, no de ninguna forma que no quisieras.
Se le arruga la frente al verme la cara, con un rubor que le sube por el cuello hasta
las pálidas mejillas. Imagino los perversos pensamientos que se le pasan por la cabeza.
Me inclino, apoyo una rodilla en la cama y me acerco.
—Puedo ver el rubor rosado en tus mejillas, pequeña Presa. ¿Estuviste pensando
en ello? ¿En nosotros?
Endereza los hombros y ve hacia otro lado.
—Por supuesto que no. Yo no... no hay nada... —Entonces deja de hablar y
mantiene la mirada perdida.
—Pequeña Presa —me burlo, trepando por la cama para alcanzarla.
Cuando estoy bastante cerca, le acaricio suavemente la mejilla y sus ojos se
cierran. No me gusta que se sienta tan incómoda con mis caricias, pero tampoco lo
comento. Ya habrá tiempo de acostumbrarla a mis manos. Por ahora, el hecho de que no
huya de mí me satisface suficiente.
—No se puede negar que disfrutaste de las cosas que te hice en el bosque y en
nuestra cama. Sé que disfrutaste tomando de mí, reclamándome. Nada de eso cambia el
hecho de que somos socios en esto. Que podemos hacerlo.
Se aleja de mí y lo odio. Odio su reacción ante mi proximidad.
Quiero que me desee tanto como yo. Quiero que me vea como a un héroe y no
como al monstruo que dice que soy. Quiero que sepa que puede acudir a mí pase lo que
pase, e incluso si soy un monstruo a sus ojos, siempre seré su monstruo.
Incapaz de dejarla escapar, la agarro por los brazos y la atraigo hacia mí,
necesitándola más cerca.
—Te guste o no, estamos juntos, y estamos atrapados uno con el otro. Será más
fácil para los dos si intentas entender la gravedad de la situación, y tal vez ser un poco
más jodidamente agradable.
Sus ojos se abren bruscamente y veo ese viejo fuego familiar. La mujer que me
destrozó la ropa y el corazón al mismo tiempo aparece y me devuelve la esperanza.
—¿Me estás tomando el pelo? Me tuviste encerrada una semana como a una
cautiva y ahora me arrastras a tu cama como un cavernícola. ¿Quién te crees que eres?
No puedo evitar sonreírle: ahí está mi escupe fuego. La petardo. Quizá Yanov no
haya apagado toda su luz después de todo. Le levanto la barbilla y la miro fijamente a sus
bonitos ojos azules.
—Aquí estás, pequeña Presa. No sabía si seguías ahí o no. Me alegro de verte.
—Me enfureces. —No sonríe, pero le tiemblan los labios. Quiere hacerlo.
—El sentimiento es mutuo. —Sonrío—. Y para responder a tu pregunta, sabes
quién soy. Soy tu marido. Tu protector. Si quiero arrastrarte hasta el fin del mundo y
volver, lo haré. Estés donde estés, allí estaré yo.
De nuevo se retrae y se encierra en sí misma. Se acerca a la chimenea y me veo
obligado a mantener las distancias.
—Si todo lo que quieres es mi conformidad, la tienes, pero esto no es real. No
quiero quedarme en esta habitación contigo. Creo que sería mejor que me quedara con
Drew y Bel por el momento.
Intento recordarme que su rechazo está bien, pero mi corazón y mi cabeza están
en guerra con la idea de que este matrimonio le fue impuesto, así que tengo que ser
paciente. Es difícil, cuando sé que en el fondo me desea, nos quiere. Sólo tiene miedo.
Miedo del futuro, de mí, de los secretos que aun guardo. Quiero contarle la verdad sobre
aquella noche, pero no puedo arriesgarme a perderla, no más de lo que ya la perdí.
Explotar contra ella tampoco ayudará. No tengo más remedio que contenerme.
Darle el tiempo que necesita para aceptar la situación. Al menos hasta que no pueda más.
Empujo la ira, el miedo, la necesidad de controlarla y poseerla lo más profundo
que puedo y me deslizo dentro de la fría máscara que llevé durante los meses que pasé
viéndola todos los días pero sin tocarla.
Percibe el cambio en mí de inmediato, sus ojos se entrecierran con sospecha
mientras me estudia como a un insecto bajo un microscopio. Sigue observando, pequeña
Presa. Sigue intentando descubrirme.
Como si no hubiera escuchado nada de lo que le dije, sigue presionando.
—No puedes obligarme a quedarme aquí. Te prometo que me quedaré con Bel y
Drew, o en the Mill, y allí estaré a salvo.
¿Por qué no ve que me está matando? Mi paciencia se rompe de golpe.
—¿Esto no te basta? —Cuestiono, escuchando la frialdad neutra en mi tono—.
Está bien.
Me abalanzo sobre ella, la agarro por las caderas, la levanto y me la echo al
hombro. Luego me meto en mi dormitorio, cerrando la puerta de la otra habitación tras
de mí, mientras me golpea la espalda con sus pequeños puños.
No aflojo hasta que tiro su frágil cuerpo encima de la cama, con las sábanas
revueltas. Se enreda en ellas mientras lucha por poner los pies debajo. Sí, no lo creo. Por
muy mezquino que me parezca, sigo empujándola hacia la cama hasta que se da por
vencida.
No hice más que cuidarla, protegerla, hacerla sentir querida. Demonios, le di
espacio cuando estaba claro que lo necesitaba pero, ¿y yo? ¿Qué pasa con lo que
necesito por una puta vez? Algo se resquebraja dentro de mí y no puedo soportarlo más.
La forma en que me ve como si fuera el enemigo. Como si yo fuera el que la lastimó, no
el que lleva meses dándoselo todo. Mi apretón me hace ganarme una gélida mirada que
acepto de buen grado. Si quiere pelear, pelearemos, joder.
Con un suspiro de derrota, da una palmada en las sábanas y pregunta:
—¿Es aquí donde cumpliré mis deberes de esposa?
Sigo con mi máscara de fría indiferencia, intentando que el fuego que arde en mis
entrañas no se encienda y nos reduzca a ambos a cenizas, y la miro fijamente. Pasa un
latido, luego otro, y me acerco a ella, agarrándola al mismo tiempo con la otra mano. Se
resiste a mi agarre, pero consigo sujetar sus muslos entre mis rodillas, atrapándola. Mi
pequeña Presa, siempre cayendo en la trampa que le tiendo.
—Depende. ¿Se trata de eso? ¿Tienes hambre de mi pene? —Una lujuriosa
neblina se filtra en sus ojos. Puede que ahora piense que me odia, y aunque así sea, no
puede negar que también me desea, y si tengo que usar ese deseo contra ella, lo haré—
. Dime, pequeña Presa. Dilo y te penetraré hasta que grites mi nombre.
La necesidad de estar más cerca se apodera de mí, aprieto las piernas contra el
marco de madera y me inclino, apoyando los brazos a ambos lados de sus hombros, sin
dejarle ningún lugar por el cual escapar, ningún lugar en el cual esconderse.
—¿Es lo que quieres?
Se muerde el labio y sacude la cabeza, pero sus ojos la delatan. La necesidad se
arremolina en lo más profundo.
—No. No te deseo. No podemos...
—¿No podemos hacer qué? ¿Tener sexo? —Le susurro en la oreja—. Los dos
somos adultos. Eres mi mujer y soy tu marido. No veo el problema.
—Claro que no —murmura moviendo la cabeza.
—Sólo porque me odies, no significa que no podamos tener sexo. Sé que lo
deseas. Sé que quieres mi pene estirándote, deslizándose profundamente dentro,
tocando cada delicada terminación nerviosa de tu vagina. De mi vagina. Hasta que
explotes, exprimiendo la liberación de mis pelotas. Eres testaruda, demasiado terca para
tu propio bien, pero está bien.... —Le acaricio la garganta con la boca y sonrío al oír su
respiración agitada. Me desea, joder—. Porque tengo todo el tiempo del mundo para
esperar a que entres en razón. —Me echo hacia atrás para verla a los ojos y termino la
frase:
—De hecho, nada me complacerá más que verte destrozarte a mi alrededor
mientras tu preciosa boquita me suplica que te penetre más fuerte. Y créeme cuando te
lo digo, me lo suplicarás.
Todo su cuerpo se tensa y la rabia se desborda en su rostro. Me pregunto qué
hará a continuación, y me deja estupefacto cuando frunce los labios y me escupe. La
saliva me golpea la mejilla, pero no me molesta. Me consume más la ira de sus ojos.
Está enojada porque sabe que digo la verdad.
Bueno, adivinen qué, la puta verdad duele a veces.
Sonriendo, me quito suavemente el escupitajo de la mejilla y lo miro fijamente.
—¿Me acabas de escupir?
Puedo ver el miedo creciendo como ladrillos, pero de alguna manera permanece
estoica.
—¿Tú qué crees? —Responde con descaro, pero sé que no es más que una
actuación. Su lenguaje corporal dice mucho más. Sus ojos se apartan de los míos y se
cierran con fuerza, agarra las sábanas, como si se estuviera preparando para una pelea,
para el dolor.
Soy un idiota, un manipulador, una puta amenaza... pero nunca le pegaría. Jamás.
Me mata ver ese miedo ahí, pero sabe que no es así. No soy su padre. No soy Yanov.
Todo lo que puedo hacer es sacudir la cabeza con decepción.
—¿Es la forma de tratar a tu marido?
—No eres mi marido —responde, con voz temblorosa.
Sonrío.
—Oh, pero lo soy, pequeña Presa, y creo que es hora de que me trates como tal.
Antes de que se le ocurra moverse, le meto los dedos entre los labios,
devolviéndole el glóbulo de saliva a la boca, luego saco los dedos y le tapo la boca y la
mandíbula inferior con la mano para impedir desabrocharme los pantalones y penetrarle
la boquita con mi pene.
—Escúpeme otra vez, y te llenaré la boca con mi pene y te ahogaré con él hasta
que me pidas clemencia. Esa mamada que me diste en el club parecerá un juego de
niños comparado con lo que te haré.
Aunque el miedo relampaguea en sus ojos de cierva, una pizca de curiosidad se
desliza por debajo.
Se le escapa un suave gemido y la observo atentamente para asegurarme de que
no la lastimé. Pero no es dolor físico lo que le causé, sino un arraigado deseo de ser
penetrada. Aprieta los muslos y se pone de lado.
Dejo escapar una larga exhalación y veo hacia la ventana, necesito un minuto.
—¿Por qué no puedes dejarme en paz? Olvida que existo. —Susurra las palabras,
pero suena tan fuerte en la silenciosa habitación alrededor de mi lenta respiración.
Me giro hacia ella y me acerco al borde de la cama.
—No será opción. No puedo olvidarte más de lo que puedo olvidar que necesito
oxígeno para respirar y un latido para seguir vivo. No puedo hacerlo, Elyse. Sería mi
muerte olvidarte.
La ligera muestra de miedo desaparece, y la ira vuelve con toda su fuerza. Me
alegro. Quiero que se defienda. Quiero que me escupa, aunque me enoje tanto que
quiera estrangularla. Prefiero eso a la mirada de derrota en sus ojos.
—¿Qué quieres, Ely? ¿De verdad? Dime lo que quieres.
Desvía su mirada hacia la mía, y cuando habla su voz sale diminuta.
—No lo sé. Estoy cansada. Cansada de sufrir, cansada de pelear, pero sobre todo,
cansada de huir.
Me subo a la cama, necesito estar más cerca de ella.
—Entonces no huyas. Quédate aquí, conmigo, y déjame mantenerte a salvo.
Voltea la cara hacia la almohada.
—No puedo quedarme aquí. ¿Cómo sé que estoy realmente a salvo? Te vi matar
a un hombre, y me mantuviste aquí, en deuda contigo, para poder vigilarme. El trabajo y
el lugar para dormir... no fue porque seas amable. Nunca me quisiste aquí, nunca me
deseaste como yo te deseé...
Me muevo, apretándome contra su espalda para que pueda sentir cada centímetro
de mi cuerpo contra ella. Sobre todo la erección que tengo desde que la acosté en
nuestra cama.
—¿Nunca te deseé? ¿Me sientes como un hombre que no te desea?
Me ve por encima del hombro.
—No soy tonta. Sé que te atraigo físicamente, pero me refiero a mentalmente. A
largo plazo. Una relación es más que sexo. Ya no me siento segura. Incluso aquí contigo,
ahora mismo. Nunca me sentí así. Siempre me sentí segura contigo... antes.
Esa afirmación duele más que todo lo que dijo hasta ahora.
No me siento segura contigo...
Me alejo de ella y, al hacerlo, se baja de la cama en dirección a la puerta.
—Ves, es lo que quiero decir. Volveré a la otra habitación y...
Le cierro el paso antes de que pueda cortarme por la mitad con lo que sea que iba
a decir.
—No. Te quedarás aquí. Aquí es donde acabarás, de todos modos.
—¿Qué significa eso?
—Sabes lo que significa, así que no te hagas la tonta. Ahora deja de ser tan terca.
Deja de pelear contra mí, contra nosotros. Acepta lo que se te da, acepta mi generosidad.
Es lo menos que puedes hacer.
Sus ojos se entrecierran hasta convertirse en rendijas y agarra sin ver lo primero
que tiene a mano. Es el vaso de agua que dejé anoche en la mesilla de noche. Me lanza
el vaso como si nada, aunque está claro que no pretende golpearme, porque cae sobre
las sábanas.
—¿No me digas que es todo lo que tienes, pequeña Presa? —Me burlo.
Sin dejar de mirarla, espero a que se dé la vuelta para salir corriendo por la puerta
y la ataco. Me abalanzo sobre ella en cuestión de segundos, le rodeo la cintura con los
brazos y la arrastro de regreso a la habitación y a la cama. Me araña con sus diminutas
uñas, intentando zafarse de mis garras. Llevo una mano a la mesilla de noche y saco las
ataduras que tengo a mano para juegos.
—Bien, si quieres seguir peleando, tendrás que hacerlo contigo misma porque yo
terminé por esta noche.
—¡Suéltame! —gruñe.
—No. No irás a ninguna parte. Hiciste tu cama, y ahora tendrás que dormir en ella.
Se queda boquiabierta mientras le ato las muñecas a la cabecera con fuerza
suficiente para que no pueda soltarse.
Tiro de la última correa un poco más de lo necesario, luego me inclino y le tomo la
barbilla entre los dedos.
—Puedes pelear conmigo, maldecirme, odiarme... demonios, puede que incluso
desees mi muerte. No me importa, pero no te irás. Te mantendré aquí conmigo el tiempo
que sea necesario. Ya te fallé una vez, y no volveré a hacerlo. Así que túmbate aquí y
piensa en lo que hablamos hoy; déjate asimilarlo, porque será tu nueva realidad, y por
mucho que me consideres el malo de todo esto, lo único que quiero es que seas feliz, y
me vendría muy bien tu ayuda para que las cosas avancen.
Molesta, me quita la cara de encima.
—Vete a la mierda.
Sonrío, porque me encanta esa pelea.
—No, pequeña Presa, tú te encargarás de eso por mí, pero aun no, no hasta que
me ruegues que te penetre.
Y sólo porque puedo, y para demostrar algo, meto la mano por debajo de la
camiseta que lleva puesta y en sus calzoncillos. Acuno su vagina, notando el resbaladizo
calor que recubre mis dedos mientras hurgo entre sus pliegues.
—Niégalo todo lo que quieras Ely, pero la prueba está entre tus piernas. Puede
que me odies, y puede que pienses que soy un monstruo, pero sigues deseando que te
penetre, y a la única persona a la que estás mintiéndote es a ti misma. Duerme bien, y
piensa en tu comportamiento antes de que vuelva para ver cómo estás.
CAPÍTULO 11
Las horas pasan y cada minuto me acerca más a la locura. Lo odio y lo deseo al
mismo tiempo, y es tan frustrante como molesto. Vuelvo a tirar de mis ataduras como
estuve haciendo casi toda la noche. Mis muñecas están rojas y me duelen por los
movimientos repetitivos.
Idiota. Por supuesto, no me dejaría la oportunidad de escapar. No después de
cómo le traté, y una parte de mí no puede culparlo. Si entrara ahora mismo y estuviera
libre le daría una bofetada por dejarme así, pero por otro lado, sé que fui una perra
testaruda. Llevo de nervios desde que volvimos a la casa y siendo una idiota con todos
los que están en ella.
Todos me ven con lástima, y es un constante recordatorio de todo lo que intento
olvidar.
Y aunque odio admitirlo, Sebastian tiene razón. Lo deseo, y quiero lo que teníamos
antes de que todo se fuera a la mierda, pero siento que hay demasiado entre nosotros.
Demasiada oscuridad y demasiados secretos.
Cada vez que cierro los ojos veo la sangre en mis manos y la forma en que
Sebastian me miró cuando me tomó en sus brazos fuera de aquel asqueroso motel. No
era miedo exactamente, sino orgullo.
Pero no quiero que esté orgulloso de mí por matar a un hombre. No quiero miedo.
No quiero lástima. No quiero orgullo... diablos, no sé lo que quiero. Lo que necesito.
Vuelve mi fastidio por estar atada y vuelvo a tirar de las ataduras como si fueran a
desaparecer por arte de magia.
Cuando no lo hacen, suelto otro suspiro. Más vale que ese cabrón vuelva pronto
para dejarme ir al baño, o tendrá un problema mucho mayor entre manos.
Sebastian está desquiciado y frustrado a partes iguales, pero supongo que en
parte es culpa mía. Parece que estamos igualando energías en este momento, y sé que
nada bueno saldrá de ello. Aun así, el hombre me hace querer darle un puñetazo en la
mandíbula y besarlo al mismo tiempo.
Qué imbécil más exasperante.
La puerta de la habitación se abre sin previo aviso y veo fijamente a la persona que
entra.
Lee asoma la cabeza y me sonríe al verme.
—Oh, bueno, esto es interesante.
Pongo los ojos en blanco y me muevo para asegurarme de que las sábanas me
cubran el regazo y de que los calzoncillos, arrugados por la pelea, no enseñan mi trasero.
—¿Qué quieres?
Entra en la habitación como si viviera aquí, mostrando unos vaqueros de tiro bajo,
el pecho desnudo y los pies descalzos. Intento no fijarme en sus músculos perfectamente
esculpidos. ¿Por qué no lleva camiseta?
Levanta una botella de agua y la agita hacia mí.
—Me encomendaron la tarea de asegurarme de que no te deshidrates, aunque
creo que tendrías que estar haciendo algo más que estar tumbada en una cama para que
ocurriera. —Se encoge de hombros con indiferencia mientras se acerca lentamente a la
pequeña barra que hay en un rincón de la habitación—. ¿Qué sé yo? —Sonríe por encima
del hombro y elige una botella de licor y la sustituye por la de agua.
Volviéndose hacia mí, agita el licor.
—Esto parece una mejor opción en este momento, ¿no crees?
Le pongo cara de perplejidad, pero no parece inmutarse.
—¿Beber es todo lo que haces?
—No. Ofrezco muchos servicios, de los que te hablaré con gusto. Lo que más
vendo es tener sexo, seguido de orgasmos interminables, y luego tener sexo hasta
reventar, y de eso siempre estamos vendidos, pero es una total desgracia para mi familia.
—Se sube a la cama, rueda sobre su espalda y coloca su cabeza sobre mi regazo encima
del montón de mantas y sábanas—. ¿Sigo o te haces a la idea?
De cerca, veo que sus rizos castaños están despeinados y que una fina capa de
sudor se adhiere a su frente. El tipo es un desastre, y por alguna razón lo hace verse aun
más guapo.
—Tomaré eso como un no... —Levanta la botella y bebe un largo trago. Luego me
la acerca a la boca, dándome un trago mucho más grande de lo que hubiera tomado y
casi ahogándome en el proceso.
Me arde en la garganta y me quema el estómago.
—¿Qué se celebra? —pregunto.
Se gira para contemplarme.
—¿Qué pasa con el bondage? ¿Me perdí algo pervertido? Porque si lo hice me
enojaré. Seb siempre hace las cosas divertidas sin mí. —El ceño de su cara es tan falso
que me hace sonreír mientras continúa—. Creía que solo estabas confinada; ¿qué hiciste
para que te ataran?
—Ya sabes, lo de siempre... demasiada actitud, peleas... se enoja conmigo por
cualquier cosa y por todo.
Su ceño se arruga profundamente como si estuviera ensimismado, y entonces me
ofrece otro chupito, y abro la boca, dejando que vierta el licor dentro.
—Estuvo ausente desde que te secuestraron. Perdió un poco la cabeza y no creo
que haya vuelto a la normalidad, probablemente porque tampoco volviste a la normalidad.
Parpadeo, pensando en su perspicaz comentario. Creo que nadie le da a Lee el
crédito que se merece. Puede que parezca que se volvió loco, pero quizá sea el único
que abraza su locura.
—Bien, Señor-Sabelotodo. ¿Cómo regreso de lo que pasó? A la chica que era
antes de salir de esta casa... si te soy sincera, creo que dejé una parte de ella allá en ese
motel barato.
Lee tensa la mandíbula y sacude la cabeza.
—Es una estupidez. No le des a ese cabrón más de lo que ya te quitó. No le debes
nada y tampoco deberías sentirte mal por lo que pasó. Todo el mundo tiene que elegir, y
a veces es simplemente sobrevivir a una situación de mierda o dejar que te mate. Hiciste
lo que tenías que hacer. Ni más ni menos.
Se me aprieta el pecho y, por primera vez en días, me siento vista y escuchada.
Aparto la vista antes de echarme a llorar y trago por el nudo de palabras que me obstruye
la garganta. Mis labios arden por la necesidad de hacer la pregunta para la que necesité
una respuesta desde que me sacaron de aquel lugar.
—¿Yanov está muerto? ¿Realmente lo maté?
Lee me inclina la cara hacia él, me estudia un momento y se arrastra a lo largo de
mi cuerpo. Por lo demás, no me toca y, cuando está a mi altura, vuelve a hundirse en el
colchón, junto al lugar donde tengo el brazo estirado.
—Está muerto, y ahora mismo puede parecer que se perdió toda esperanza y que
no sabes quién eres, pero créeme... lo que haces en respuesta a un trauma no es quién
eres ni lo que eres. Es tu instinto de supervivencia que te dio la vida. Saliste de ahí, y
ahora, tienes que averiguar cómo empujar ese instinto de regreso a lo más profundo de
ti.
La verdad de sus palabras me golpea y lo observo fijamente. ¿Cómo puede tener
tanta esperanza alguien que actúa con tanta desesperanza? Se lleva la botella de licor a
los labios y bebe otro trago, y cuando me ofrece otro, lo acepto.
Nuestras miradas se cruzan y esta vez me llena la boca de alcohol hasta el borde.
Lucho por tragarlo todo y acabo tosiendo un poco, dejando un pequeño rastro en mi
barbilla.
Algo suave le atraviesa la cara y me limpia el líquido de la barbilla antes de
chuparse el licor de los dedos.
—Hiciste lo que tenías que hacer.
—¿Qué tenía que hacer? —Susurro.
Me devuelve la mirada y, cuando pienso que podría abrirse y decirme algo real,
pega esa típica sonrisa de playboy.
—Cualquier cosa. Cualquier cosa.
Es un desvío, por supuesto, pero no lo conozco suficiente como para insistir en el
tema. Mi única esperanza es que no esté pasando por lo que sea solo.
Nos tumbamos en la cama en silencio, bebiendo de la botella cada pocos minutos.
¿Qué haría Sebastian si nos viera? Es un momento extrañamente íntimo, pero más
agradable que romántico.
—Entonces, ¿por qué lo odias esta vez? —pregunta Lee, pero en el silencio de la
habitación las palabras resuenan.
Sacudo la cabeza.
—No lo odio. Y para que quede claro, nunca lo odié de verdad. Simplemente tiene
una terrible forma de enojarme, pero... no creo que pueda odiarlo nunca.
—Cree que lo odias por lo que pasó, y se avergüenza de sí mismo porque no pudo
hacer nada para evitarlo.
Suspiro fuerte e inclino la barbilla hacia la botella para hacerle saber que quiero
otro trago. Vaciamos casi un tercio de la botella y el alcohol me calienta por dentro.
—También me avergüenzo de mí misma. Por lo que hice y en lo que se convirtió.
—El ceño de Lee se arruga en forma de pregunta, y continúo—. En un furioso psicópata.
Se gira para mirarme y luego asiente.
—Sí, lo entiendo, pero sus decisiones no son por ti. Sebastian era un furioso
psicópata antes de que aparecieras, no te ofendas. —Sonríe:
—Pero le importas. Demonios, conociéndolo desde la infancia, diría que te ama.
¿Amor? ¿Cree que Sebastian me ama? ¿Es posible?
El corazón se me oprime en el pecho y me cuesta hacer cualquier cosa, incluso
respirar. No habíamos hecho más que empezar nuestra relación cuando el movimiento
de Yanov le encendió un cerillo a la dulzura que había entre nosotros. ¿Es posible el amor
entre nosotros después de todo lo que pasamos? Lo tengo en la punta de la lengua para
preguntárselo a Lee, pero la puerta de la habitación se abre de golpe y esta vez es
Sebastian quien me honra con su presencia. La pregunta muere, sustituida por el
sobrecogimiento habitual que siento cuando Sebastian entra en una habitación.
Entra, se detiene en la puerta y nos mira fijamente, con la vista clavada en Lee.
—Vete a la mierda de mi cama, Lee.
—Y significa que es hora de que me vaya. Fue un placer hablar contigo, Sunshine.
—Lee levanta los brazos en señal de rendición, con los dedos doblados alrededor de la
botella—. Quizá la próxima vez podamos hablar de algo menos deprimente. —Me guiña
un ojo y se levanta de la cama. Una vez de pie, me lanza un beso y se apresura a rodear
a Seb y a salir por la puerta.
—¿Te tocó? —exige Seb de pie a los pies de la cama, desabrochándose los puños
de la camisa.
—¿Qué harías si lo hiciera? —Bromeo, necesitando saber hasta dónde llegaría.
¿Lastimaría a uno de sus amigos por mí?
—Depende de lo que haya hecho, pero ten mucho cuidado, Ely, porque aunque
Lee es uno de mis mejores amigos, y lo considero lo más parecido a un hermano que
tengo, si te lastimó o te tocó de alguna forma que me enoje, entonces será como si
estuviera muerto.
¿Tiene que ser tan cavernícola? Pongo los ojos en blanco y suspiro, el alcohol me
ayuda a relajarme un poco.
—No tienes que ser tan territorial. Sólo estábamos hablando.
—Lo sé. —Si lo sabe, ¿por qué tiene un brillo asesino en los ojos?
—¿Dónde estabas? —Gruño, impaciente—. Llevo horas atada a esta cama. ¿Te
olvidaste de mí?
—Por supuesto que no. ¿Me extrañaste?
—Ya te gustaría. —Siseo entre dientes—. Más bien echo de menos que la sangre
fluya por mis brazos. Desátame, por favor. —Añado lo de por favor para suavizar el golpe
de lo que está por venir, porque en el momento en que me desate se desatará el infierno.
No me importa si me ama o no.
—Quizá la próxima vez pienses en comportarte como una adulta en vez de como
una niña. —Se levanta y me desata las muñecas.
En cuanto me libero, me abalanzo sobre él y le doy una fuerte bofetada. El escozor
me recorre la palma y duele muchísimo, pero merece la pena.
—¡No vuelvas a atarme y a dejarme aquí!
Sus ojos verdes brillan con fuego mientras me ve.
—Entonces no hagas mierdas que me obliguen a atarte. Si no, me veré obligado a
hacer las cosas a mi manera.
Mi control se escapa lentamente.
—¿A tu manera? —grito, apenas reconociendo mi voz.
¿Quién se cree que es? Estoy cansada de que me mangoneen. Cansada de que
los hombres me controlen. Soy un ser humano, no un trofeo ni un mueble.
Con rabia, le empujo el pecho hasta que retrocede un paso.
—¿Qué demonios, Ely? —Me mira fijamente, con un claro gesto de asombro.
Sonrío. La fuerza que soy capaz de poner en ese empujón me sorprende, pero no
es suficiente. Aun no terminé con él. Me arrastro fuera de la cama y lo sigo en su retirada,
empujándolo una y otra vez hasta que tropieza con sus propios pies. En el último
momento me alcanza y me derriba con él. Caemos al suelo, sus fuertes brazos me rodean
y se lleva la peor parte.
De alguna manera sé que siempre se llevará la peor parte, y esa conciencia hace
que mi rabia suba en espiral. Estoy muy molesta. Enojada con él, conmigo misma. Con
toda la situación.
Nunca le pegué a alguien en mi vida, pero le golpeo el pecho con los puños. No
reacciona, salvo para apretarme más fuerte, y lo vuelvo a hacer. Una y otra vez. No hace
ni dice nada, y sólo me frustra más. Quiero su rabia. Quiero su dolor. Necesito su reacción
para que me alimente, pero se niega a dármela.
No como yo quiero. No sé cuánto tiempo pasa, pero no es hasta que mis brazos
se debilitan por el cansancio y la lucha me abandona parcialmente que por fin dice algo.
—¿Ya terminaste, joder? —Su tono es de granito, su mandíbula igual de dura.
¿Terminé? ¿Hablaba en serio?
Lo miro fijamente a través de una mata de cabello color café y le doy otra bofetada
para asegurarme.
—¿Ya terminé? Me dices que deje de comportarme como una niña, pero cada vez
que no hago lo que quieres tienes un ataque y me encierras en una habitación o me atas
a la cama. —Aprieto los dientes, sintiendo el calor de mis acciones en las mejillas.
Sebastian se ve angustiado, un completo desastre, y la vergüenza me invade por dentro
por cómo lo traté—. Siento mi comportamiento, pero no puedes tomar decisiones por mí
todo el tiempo. No es lo que es... ni siquiera estamos... juntos —le digo, apartando la
mirada.
—¿No somos qué? —sisea, inclinándose y poniéndose en mi cara.
Solo soy consciente brevemente de nuestra posición, yo a horcajadas sobre él, él
agarrado a mis caderas. Incluso con la ira tan evidente en sus ojos, veo cuánto me oculta.
Cuántos sentimientos se niega a compartir conmigo. También puedo sentir su deseo, la
longitud de su duro pene que me aprieta el vientre.
Mierda. Maldita sea.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
—Lo siento. Lo siento mucho. —Intento apartarme de él, pero su agarre se vuelve
impenetrable.
—Oh no, no lo harás. Te dejé decir tu parte, y ahora me dejarás decir la mía.
Oh, no. Ahora que lo siento debajo de mí, que lo siento de verdad, es en lo único
que puedo pensar, la rabia de antes se transformó en algo más ardiente, en algo más
afilado. Puede que esté molesta, pero no puedo negar lo mucho que lo deseo. Lo mucho
que lo necesito.
Como un loco, me agarra por la nuca y me obliga a verlo. Nuestros rostros están
a sólo un par de centímetros de distancia, y su aliento caliente acaricia mis labios. Quiero
besarlo, pero también quiero darle un puñetazo en esa preciosa boca.
—Estamos muy juntos. Y no me importa si lo crees o no, es jodidamente real a mis
ojos.
No respondo, no puedo. No hay respuesta, no cuando sólo puedo pensar en sus
labios contra los míos, en su pene deslizándose dentro de mí. Resoplando, intento
recordarme lo malo que es para mí, lo equivocado que es que estemos juntos, que es un
asesino y un mentiroso, pero nada parece importar, y estoy cansada de pelear. Cansada
de luchar contra este hombre al que amo.
Sin previo aviso, me inclino y aprieto mis labios contra los suyos. Ese beso rompe
la pequeña caja de seguridad en la que me había metido. Sus labios en los míos se sienten
como imagino que se sienten los primeros rayos de sol al caer sobre la semilla de una
flor que esperó todo el invierno para crecer. Quiero crecer y quiero que sea él quien me
devuelva la vida.
No duda en responder a mi beso con otro igual de abrasador. Somos dientes y
labios, y es tan intenso que se me saltan las lágrimas detrás de los párpados, pero
entonces su lengua se desliza en mi boca, la acaricia contra la mía y lo único que puedo
hacer es gemir dentro de su boca.
El placer me consume, y mientras lo beso y me devuelve el beso, me encuentro
apretando mi núcleo caliente contra su longitud, deseando que esté dentro de mí.
No necesitas desearlo, Elyse. Está justo aquí. Toma lo que necesites.
Es algo tan egoísta, pero necesito este momento. Para pensar en otra cosa que no
sea la muerte y lo mucho que me odio.
Rompo el beso y retrocedo sobre su regazo, dejando espacio suficiente para
desabrocharle el cinturón. Busco el botón de sus pantalones, y entonces me agarra por
las muñecas, y su duro agarre hace que vuelva a fijarme en su cara. Sus ojos están
ardientes, revelando su propio deseo de tener sexo, pero bajo esa lujuria hay algo más
suave, algo que no puedo precisar.
—¿Qué te dije, Ely?
El recuerdo de sus palabras vuelve a mí y aprieto los dientes con frustración.
Quiere que se lo suplique. Y lo deseo tanto que casi me parece bien.
Trago, luego le miro a los ojos y le digo sinceramente.
—Por favor... Sebastian. Necesito esto. Te necesito dentro de mí ahora mismo.
Luchando contra la oscuridad, recordándome que sigo viva, y que soy más de lo que
pasó. —Aparto la mirada, incapaz de seguir viéndolo. Odio lo vulnerable y cruda que me
hace sentir esa confesión.
—No, no puedes apartar la mirada de mí, no después de eso. Dime lo que
necesitas, pequeña Presa. Dime cómo curar el dolor de tu pecho. —Me acerca
suavemente la cara a la suya y me obligo a verlo de nuevo, aunque me avergüence.
—¿Qué necesitas? —Susurra la pregunta, su pulgar acaricia mi labio inferior.
—A ti. Te necesito.
—Estoy justo aquí. Justo aquí, para que me tomes. Úsame como necesites, pero
no... —El dolor en su voz llega a mi interior—. No me culpes cuando acabe. ¿De acuerdo?
Lo único que puedo hacer es asentir, la emoción me obstruye la garganta y me
impide hablar.
Me vuelvo a poner en su regazo y me quito los calzoncillos. Hay una insinuada
urgencia en nuestros movimientos cuando me ayuda a desabrocharle los pantalones y
bajárselos suficiente para que pueda sentarme a horcajadas sobre él. No lleva ropa
interior, así que su pene se libera y casi suspiro de satisfacción cuando lo rodeo con los
dedos.
—Joder, no tienes ni idea de lo bien que se siente. —Las palabras retumban en su
pecho—. Tener tus manos en mi pene.
Me levanto y dirijo la ancha punta de su pene hacia mi abertura. Ya estoy
resbaladiza por la excitación de nuestra pelea y por mi necesidad de él. Me agarra por
las caderas y me inclino hacia él mientras desciendo lentamente sobre su pene.
Dios mío. Separo los labios y se me escapa un gemido de dolor y de pura felicidad.
El primer centímetro me escuece cuando me estira, pero agradezco el dolor. El
dolor disminuye a medida que lo siento más dentro de mí. Mis músculos se relajan y la
burbuja de tensión de mi abdomen se expulsa.
Alivio. Aligera la presión sobre mis hombros, y soy libre. Libre como un pájaro.
Aparto la mirada del lugar donde se unen nuestros cuerpos y lo observo fijamente, viendo
cómo aprieta la mandíbula mientras me estudia con los ojos oscurecidos.
—Penétrate, pequeña Presa. —Sisea con dientes apretados, sus manos ya no me
sujetan, sino que aprietan la tela de mis calzoncillos.
—¿Qué crees que estoy haciendo? —Respondo descaradamente mientras me
levanto y me hundo completamente sobre él.
—Matándome. —Se ríe entre dientes.
Maldita sea. Me encanta ese sonido.
Apoyando ambas manos en su pecho, me balanceo hacia delante y, joder, es como
si me cayera encima un rayo de placer que me recorre la columna y me provoca un
cortocircuito cerebral. Estoy consumida por este hombre, física y mentalmente, y nada
podría hacerme creer lo contrario, no en este momento en el que sólo estamos nosotros
dos abrazados uno al otro. Es perfecto, y lo odio un poco por ser lo único que puede
sacarme de mis casillas y llevarme a este punto ahora mismo.
Repito la acción y me hundo hacia delante y luego hacia atrás, balanceándome
sobre él de forma que mi clítoris presiona la parte superior de su pene con cada brazada.
—Vamos, pequeña Presa. Úsame. Penétrate con mi pene. Sácamelo —me anima.
Cierro los ojos para no verlo y acelero el ritmo. Sé que no tardaré mucho en
correrme así, en este ángulo, con la sensación que produce su cálido cuerpo debajo y
dentro de mí. Es mi hogar, y lo sé por mucho que intente resistirme.
No me concentro en nada más que en el placer, persigo ese subidón. Me balanceo
delante y atrás, penetrándome con su pene, sacándole lo que necesito.
—Ohhhh... —grito. El placer aumenta y me eleva con cada brazada.
—¡Sí! Joder, sí. Vente sobre mi pene, Elyse. Rómpete para mí para poder volver a
unirte.
Mis movimientos se vuelven espasmódicos, pero continúo meciéndome delante y
atrás, dejando que su aguda respiración, su sucia boca, su limpio aroma y su cálido
abrazo me lleven a donde necesito estar. Es en la última bajada cuando exploto.
Cada terminación nerviosa de mi cuerpo cobra vida y aprieto todo alrededor de él,
los músculos se agitan mientras mi liberación me desgarra.
—Perfecta, eres tan perfecta, y ahora es mi turno— gruñe, el sonido casi animal.
Todavía me estoy aferrando a las réplicas de mi propio placer cuando aprieta los
dientes y me agarra por las caderas, obligándome a caer sobre su pene.
Después de eso, todo se vuelve borroso, y me derrumbo en pedazos mientras me
usa como a una muñeca para penetrar, levantándome físicamente y tirando de mí hacia
abajo sobre su longitud en rápidas caricias que me dejan mareada.
—Sebastian. —Gimo cuando siento que se está volviendo demasiado, y su toque
se vuelve amoratado.
—Lo sé... cariño... ya casi estoy ahí. Tan cerca... —Gruñe, y aprieto mi frente contra
la suya, viéndolo fijamente a los ojos. El dolor y la tristeza se arremolinan juntos, y la
vergüenza me cubre, porque yo le hice eso.
Lo lastimé.
—Lo siento. —Susurro contra sus labios mientras me ahogo en su toque, en su
sabor y en su sensación.
Sabiendo que necesita ese poco de dolor para llegar al límite, le clavo las uñas en
los brazos y las arrastro por su carne, dejándole profundos arañazos en la piel.
—Elyse. —Gime mi nombre un momento antes de hacerse añicos.
Siento el calor de su semilla cubriéndome por dentro, llenándome, y no puedo
decir que me moleste. Es casi reconfortante. Agotada, me desplomo sobre su pecho y
me rodea con ambos brazos, acunándome.
Estoy a salvo, protegida, segura.
El ruido sordo de sus acelerados latidos me llena el oído mientras ambos volvemos
a respirar con normalidad.
—No quiero controlarte, Elyse. Eres mi igual. Sólo necesito que me escuches.
Quiero protegerte. Es mi maldito trabajo, y te fallé de muchas maneras. No puedo
concentrarme en todo lo que intenta separarnos si temo por ti. Asustado de que intentes
provocarme para que te lastime, y si no funciona, hacerlo tú misma. Soy tu hombre, eres
mi mujer, y toda mi existencia está dedicada a mantenerte a salvo ahora.
Inclino la cabeza para verle la mandíbula.
—¿Protegerme de quién? Yanov está muerto. Ya no puede atraparme, y ya dijiste
que mi padre no puede hacer nada, ¿verdad?
Me pasa lentamente una mano por el cabello, su toque me tranquiliza.
—Hay peces más gordos ahí afuera que tu padre, y siempre hay enemigos
acechando en la oscuridad esperando el momento perfecto para atacar. No puedo
soportar la idea de que te ocurra algo más. Déjame mantenerte a salvo. Déjame hacer lo
que debería haber hecho para empezar.
—Correcto —respondo en voz baja, concentrándome en la conciencia de que por
primera vez en días no hay más que bendito silencio en mi cabeza.
Todo saldrá bien.
CAPÍTULO 12
Después de esa noche, entramos en un extraño ritmo. Quiero decir, si llaman ritmo
a andar de puntillas uno alrededor del otro por miedo a provocar un choque catastrófico.
A medida que pasa el tiempo y pienso más en cómo mató a su abuelo, me asusto menos
y me vuelvo más comprensiva. No puedo juzgarlo por lo que hizo. No conozco toda la
historia, ya que no se dignó compartirla conmigo, pero no me cabe duda de que
Sebastian tuvo sus razones.
Como yo tuve la mía. Era supervivencia. Matar o morir. Lo sé, y es lo único que
puedo decirme para evitar que la culpa me coma viva. Estoy aceptando lo que hice. Lo
odio, pero también sé que no tenía otra opción. Ahora mi padre quiere reunirse con
Sebastian para discutir lo que pasará conmigo, como si fuera un objeto de trueque.
Lo odio. Lo odio.
Mi padre es quien me hizo esto. Sí, puede que Yanov fuera quien me infligiera
dolor, pero mi padre... fue quien más contribuyó a mi maltrato. Me vendió, me ofreció a
sus amigos y planeó casarme con quien le diera más dinero.
Me corroe la ira en las entrañas. Lo odio, y odio que todos en esta ciudad piensen
que es el héroe, cuando en realidad es de lo que están hechas las pesadillas. No hay
nadie tan malvado como él, nadie que llegue tan lejos como él para conseguir lo que
quiere.
Es parte de la razón por la que me cuesta creerle a Sebastian. No porque no crea
que pueda protegerme, sino porque conozco a mi padre y sé lo que hará. No sólo temo
por mí, sino también por Sebastian. Tiene éxito, dinero y poder. ¿Por qué arriesgaría todo
eso por mí? ¿Por qué sacrificaría tanto?
La confusión acompaña a ese pensamiento cada vez que aflora, y suspiro por la
nariz mientras me dirijo escaleras abajo. Pasó una semana desde que Sebastian se
incrustó en lo más profundo de mi corazón. Me consume y sólo puedo pensar en el
recuerdo de sus manos sobre mi piel y en las ganas que tengo de que vuelva a hacerlo.
Lo cual es otro cantar ya que me niego a pedirle sexo y él se niega a hacerlo a
menos que se lo “ruegue”. Y sé que no se echará atrás ya que posiblemente sea la única
persona más terca que yo.
Después de vagar por la casa sin rumbo fijo durante un rato, me encuentro en la
cocina, con un libro en la mano y el dedo índice marcando la página. No hay nadie más
que yo.
Odio lo mucho que cambió. Lo silenciosa que es la casa comparada con lo que
solía ser.
El único personal al que Sebastian permitió entrar en la casa desde que me
secuestraron es el ama de llaves, y sólo porque la conoce desde que era niño y le confía
su vida.
Estoy inquieta, deseosa de explorar y de salir de casa, pero al mismo tiempo la
idea de hacerlo me deja ansiosa. ¿Cuándo se impacientará mi padre y aparecerá? ¿O
cuál será la próxima cosa terrible que decida hacerme? Estoy en ascuas esperando que
caiga el otro zapato.
Suelto un suspiro y agarro una manzana de la cesta de fruta que hay en la
encimera. Al hacerlo, mi mirada se posa en un destello metálico junto a la cesta y dejo la
manzana para tomarla. Es un collar de cadena gruesa y cara, con un brillante colgante
en forma de corazón.
Mis dedos recorren su superficie lisa, los remolinos y colores del cristal del
colgante captan la luz y despiertan la curiosidad. ¿De quién será?
Le echo un vistazo a la cesta y me llama la atención la esquina de un papel. Deslizo
la cesta, lo agarro y escudriño la letra garabateada de Sebastian.
Para ti, pequeña Presa.
Me invade un cálido resplandor y me ciño el collar al cuello. De repente, el día que
me espera y todo este asunto de mi padre parecen menos sombríos.
Mi mente se vuelve hacia otro lado positivo en todo esto: Tanya y su guardia de
seguridad mascota ya se fueron. Sebastian no me dijo qué pasó. Pero sospecho que tiene
algo que ver con lo que presencié en el estudio aquella noche. Lo único que sé es que
su habitación está vacía, y que hizo que el ama de llaves la limpiara y fregara de arriba
abajo. Me llevo la manzana a los labios, le doy un mordisco y mastico despacio.
Su ausencia no me molesta tanto como la del resto del personal. No quiero verla.
No quería verla cuando vivía aquí, y quiero verla aun menos después de lo que presencié
entre ella y Sebastian. Es otro recordatorio, otro secreto añadido al océano de mentiras
y medias verdades que nos separan.
Y el bebé. ¿Es posible? ¿O sólo fue una mentira más?
Sé que debería preguntarle sobre lo que vi y escuché, pero lo último que quiero
es causar más problemas, y tengo la sensación de que es lo que pasaría. Carey, el ama
de llaves, entra en la habitación con un montón de sábanas en la mano. Se detiene y me
lanza una mirada de desaprobación al ver la camiseta extragrande y los pantalones cortos
que llevo puestos.
—No te ofendas, pero necesitas una ducha.
Intento que no se me erice la piel ante su comentario. Es una mujer muy agradable
y no me importaba trabajar con ella cuando trabajaba para Sebastian.
—Puede que sí. —Me encojo de hombros y le doy otro mordisco a la manzana.
Deja el montón de sábanas sobre la encimera y las veo con curiosidad. Nunca
dominé las sábanas perfectamente dobladas, y ver su pila de sábanas hace que la
perfeccionista que hay en mí se estremezca. Apoyada en la encimera, me mira fijamente
y me fijo en sus pantalones caqui y en su polo planchada. Lleva el cabello gris recogido
en un moño apretado.
Parece muy arreglada, y el contraste entre nosotras me hace sentir aun más
cohibida.
—Mire. No tengo ni idea de lo que pasa entre tú y el señor Arturo, pero veo que
los dos se aman. —Traga con suficiente fuerza como para que pueda oírla, y la mirada
vulnerable de sus ojos cobra sentido cuando vuelve a hablar—. Mi marido murió hace
unos años. De cáncer. Fue la época más dura de mi vida, y Sebastian, incluso antes de
la muerte de su abuelo, me convirtió en su responsabilidad. Se aseguró de que tuviera
todo lo que necesitaba. No podía trabajar porque no había nadie para cuidar de mi marido,
pero al hospital no le importaba; los cobradores seguían llamando. Las facturas se
acumulaban y sabía que pronto perdería nuestra casa.
—Lo siento mucho. No tenía ni idea de que habías perdido a tu marido... —No sé
cuál sería la respuesta adecuada.
—No te cuento nada de eso porque quiera tu compasión. Te lo digo porque
Sebastian comprendía el dolor y la pérdida que iba a sufrir, y sabía que perder a mi marido
ya era bastante malo. Perder la casa y mi trabajo me mataría. Así que se aseguró de que
tuviera un empleo cuando volviera a trabajar y cubrió todos los gastos del funeral. No
tenía que hacer esas cosas, pero eligió hacerlo. Quería hacerlo. Cuando le dije que no
tenía ni idea de cómo se lo pagaría, me dijo:
—Que estés aquí es todo el pago que necesito.
No necesita decirlo. Sé que Sebastian no es un mal hombre, pero tampoco es tan
inocente como lo pintan.
—Sólo quería compartirlo contigo, porque por muy bien que interpretes al
monstruo, no es así.
Asiento, con un movimiento brusco.
—El bien vive dentro de Sebastian; lo sé. Pero a veces lo bueno no es suficiente.
Dios, espero que no la haya enviado aquí para contarme eso con la esperanza de
que le perdone o algo así de tonto.
—Le importas, y eso es digno de mención ya que no se preocupa por casi nada ni
por nadie. —Sonríe suavemente y agarra la pila de sábanas perfectamente ajustadas de
la encimera—. Date una ducha, niña, y ponte ropa limpia.
Grosera. Me miro y me estremezco. Bien, quizá necesite una ducha y ropa limpia,
pero no hay razón para señalarlo.
Desconcertada, sacudo la cabeza y reproduzco todo lo que me dijo.
¿De verdad cree que no veo a Sebastian como a un buen hombre? Me “cuidó”
cuando mi padre me vendió a su abuelo como si fuera una mascota, ¿no? Aun así,
algunas de las decisiones que tomó no lo harían merecedor de la santidad. Aunque...
todos cometemos errores, ¿verdad? Todos tenemos que hacer cosas de las que no
estamos orgullosos en nombre de la supervivencia.
¿Me estoy excusando por él, o simplemente estoy viendo la verdad del asunto?
Sea como sea, no hay forma de hacer desaparecer los nubarrones que se ciernen sobre
nuestras cabezas, amenazando con explotar sobre nosotros.
Dejo la manzana en el mostrador y me distraigo cuando oigo lo que parece un
forcejeo en la puerta. Me bajo del taburete y me dirijo hacia la gran entrada, pero
quienquiera que sea ya se dirige hacia mí. Me quedo paralizada. El mundo gira a mi
alrededor y retrocedo en el tiempo. Soy aquella niña que se escondía en el fondo del
armario detrás de los vestidos de volantes, los pijamas y los peluches. Escondida por el
sonido de las botas en el suelo de madera.
Se me acelera el corazón y me suda la mano. Yanov murió, pero el recuerdo de
su presencia seguro que no. Mis temores se disipan lentamente cuando Bel aparece
corriendo por la esquina.
Se baja las mangas de la sudadera por encima de los nudillos y, cuando su vista
se cruza con la mía, esboza una enorme sonrisa.
—¡Ahí estás!
Los pulmones me arden como si hubiera estado aguantando la respiración durante
horas. Intento deshacerme de la ansiedad que corre por mis venas y recordarme que se
trata de Bel. Mi amiga.
—Aquí estoy. —Le hago un pequeño gesto con la mano.
Cruza la cocina y camina hacia mí. Su larga trenza rubia se balancea sobre su
hombro con el movimiento.
—Me alegro de verte.
—Es agradable no estar encerrada en ese dormitorio nunca más.
Ella sonríe:
—Sí, Seb puede ser un poco exagerado a veces.
—¿Un poco? —Hago una mueca y le enseño mi anillo de boda—. Me obligó a
casarme con él bajo los efectos de las drogas.
—Oh chica, ya me enteré y le hice un nuevo agujero en el trasero. —Me guiña un
ojo—. Para alguien que siempre le dice a la gente que tenga modales y haga las cosas
de la manera correcta, seguro que tiene la costumbre de romper sus propias reglas.
Saber que me defendió de él me hace sonreír.
—Gracias por defenderme.
—Por supuesto, las chicas tenemos que permanecer juntas.
—Eso seguro.
—Entonces... espero que no tuvieras planes para hoy. —Me mira con curiosidad.
—¿Parece que hoy tengo algún plan? —Me hago un gesto.
—Pensándolo mejor. —Bel se ríe—. Hazlo ahora, porque necesito tiempo de
chicas.
Considero la invitación. No salí de casa desde que Sebastian me trajo de vuelta, y
el miedo a salir y que pase algo malo es como una tonelada de ladrillos sentada en mi
pecho.
—No sé si sería buena compañía ahora mismo.
Bel frunce el ceño:
—¿Qué? ¿Por qué no? ¿Todo está bien?
¿Cuánto debo decirle? ¿Sabe que su hermano es un asesino?
—Si soy honesta conmigo misma, y contigo, diría que no. No todo está bien. —
Aparto la mirada y considero mi siguiente frase—. Y las cosas con Sebastian son raras.
Parece que hay tantos secretos que superar, pero sacarlos a la luz inevitablemente nos
aleja aun más.
—¿Secretos? ¿Qué clase de secretos?
Me muevo sobre mis pies ansiosamente y desvío la mirada.
—Bueno, recordé algo de lo que pasó cuando me dieron por muerta, tirada en su
puerta. A estas alturas, debería contármelo todo, pero aun hay lagunas en mi memoria y
no me ofrece ninguna respuesta. Luego está todo lo que pasó con Yanov. Estoy
trabajando en la culpa, pero veo constantemente por encima del hombro, asustada y con
miedo. Puede que esté muerto, pero siento como si su fantasma me persiguiera.
—Vaya, correcto, es mucho. —Asiente—. Puedo ver por qué estás abrumada en
este momento.
—Sí, y no quiero cargarte con ninguno de mis problemas. —Le dedico una triste
sonrisa porque ambas sabemos que estoy a punto de declinar su invitación a salir.
—En primer lugar, no eres una carga. Para eso están las amigas, ¿no? Para hablar
de nuestros problemas, recibir y dar consejos y orientación. Y en segundo lugar, si no
estuvieras nerviosa o asustada después de todo lo que pasó tendría que preguntarme si
eres humana. Lo que tuviste que hacer... No creo que entiendas el nivel de valentía que
se necesita. Salir de casa puede ser temible después de eso, pero te prometo que estás
en buenas manos. No dejaría que te pasara nada. No a costa de la ira de mi hermano.
Está haciendo esto más difícil de lo necesario.
—No lo sé, Bel.
—Shhhh, no aceptaré un no por respuesta. —Me tira del brazo—. Sube, date una
ducha, ponte ropa limpia y ven de compras conmigo. Sé que necesitarás un vestido para
uno de los eventos a los que asistirá Seb pronto.
—¿No crearon Amazon Prime para eso? —Le lanzo una pícara sonrisa.
Poniendo los ojos en blanco, me empuja hacia la entrada de la cocina.
—Tienes treinta minutos, y tampoco intentes nada a escondidas, o subiré yo misma
a vestirte.
Sigo sus indicaciones a regañadientes y, cuando llego a mi habitación, ya me
convencí de que al menos tengo que intentar salir de casa.
Treinta minutos después, estoy duchada y vestida. Aun tengo el cabello mojado
porque me da pereza secármelo, así que me hago un moño. Antes de bajar, me miro en
el espejo. Voy vestida con unos vaqueros y una gruesa sudadera que llevo encima de
una camiseta.
¿Esto es ir de compras? Ni siquiera lo sé, pero esperemos que sea suficientemente
bueno.
Encuentro a Bel en el vestíbulo, apoyada contra la pared. Me saluda con una
sonrisa y salimos juntas al fresco sol del mediodía. Hay un sedán negro estacionado
delante, y Drew está en el asiento del conductor. Debería haber sabido que no estaría
muy lejos de Bel.
Mientras subimos al asiento trasero le pregunto a Bel:
—¿Él será nuestra seguridad?
Él me sonríe por encima del hombro.
—Finge que no estoy aquí.
Le dirijo una mirada a Bel.
—No es probable que suceda.
Se ríe entre dientes y se inclina sobre el asiento para tomar un par de cafés helados
que Drew le pasa. Me pone uno en la mano y se gira para mirarme.
—No le hagas caso. Hoy Drew juró guardar el secreto. No dirá nada a nadie o no
le dejaré hacer eso que le gusta. —Un rosado rubor sube a sus mejillas.
No sé si lo creo, pero lo acepto.
Drew refunfuña desde el asiento delantero, pero mantiene la vista en el camino
mientras nos conduce fuera de la finca. Debe tratarse de una salida autorizada, ya que
Sebastian no está reventando mi teléfono ni persiguiéndome por el camino de entrada.
No tardamos mucho en llegar a nuestro destino, unos diez minutos. Drew detiene el sedán
frente a una boutique de lujo.
—Si necesitan algo, estaré aquí, relajándome en el auto.
—Está bien, porque no necesitaremos nada. —Bel suelta una risita y veo la puerta
de la tienda con escepticismo.
Bel debe notar mi vacilación, porque me agarra del brazo y casi me arrastra fuera
del auto.
—Sé que no parece mi estilo, pero es un buen sitio para comprar vestidos y el
toque añadido es que el personal no me da ganas de pegarles en la cara.
No sé qué decir, así que no digo nada. Bel nos arrastra a las dos hasta la puerta y
el tintineo del timbre anuncia nuestra presencia. Es una tienda preciosa, toda blanca y
negra acentuando el mármol. Los maniquíes son figuras de palo que apenas sostienen
ropa dispuesta artísticamente por la habitación. No es un lugar al que hubiera venido a
comprar. Me arriesgo a observar a Bel, pero parece decidida.
Una mujer menuda vestida con pantalones y blusa negros se acerca desde la parte
trasera de la tienda.
—Ah, señorita Arturo, regresó. ¿En qué podemos ayudarla hoy?
—Sí, a mi amiga le gustaría probarse algunos vestidos, ¿si tienes tiempo? —Bel
responde por las dos.
—Claro que tenemos tiempo, cualquier cosa por ustedes. —La mujer sonríe y nos
hace un gesto para que la sigamos.
Bel me conduce a la trastienda, siguiendo a la mujer. Pasamos por un pasillo y
luego se corre una cortina a un lado y entramos en un espacio hermoso y relajante.
Delante de nosotras hay un sofá blanco y bajo. Bel me guía hasta él y me hundo en sus
mullidos y cómodos cojines.
—Cecile, necesitamos un vestido para mi amiga Ely. Un vestido especial. ¿Puedes
ayudarnos?
Ella hace una pequeña reverencia cuando aparece un segundo miembro del
personal con una bandeja de galletas y té. Ohhh, esto es elegante. Cecile se me queda
viendo un buen rato y me pide con la mano que me levante. Me apresuro a ponerme en
pie y dejo que me gire ligeramente.
—¿Prefiere vestidos largos o cortos? —me pregunta.
Dejo que se me abra la boca un segundo al ver una hilera de vestidos de novia en
un perchero junto a la pared. No lo sé. Por suerte, Bel se abalanza para salvar el día.
—Todo es nuevo para ella. Compraremos para una boda íntima, así que elige algo
que haga babear a su marido.
El sonido de su marido dirigiéndose a mí me revuelve las tripas y me hundo
lentamente en el sofá. Esperen, ¿dijo boda? Bel se da cuenta del cambio y me da una
galleta.
—Tranquila. Sé que todo es nuevo para ti. Lo comprendo. También entiendo que
puede que no sea la forma en que querías que fueran las cosas, pero soy de las que ven
el vaso medio lleno. ¿Pensaste en las partes buenas que traerá este acuerdo?
Cecile nos deja y respiro hondo para intentar recuperar mi compostura.
—¿Cosas buenas? ¿Como qué?
Bel inclina la cabeza, con la boca gacha, mientras me estudia.
—Entiendo que no pensaras que lo del matrimonio sería así, pero no es como si tú
y Sebastian no hubieran tenido química antes de todo esto, ¿verdad? Le estuviste
haciendo ojitos desde que te conocí. Y pronto podremos tener una fiesta de verdad, una
boda de verdad por disfrutar.
Pensar en lo ridícula que fui hace que me arda el cuello de vergüenza.
—Entonces —continúa—. Tienes a Sebastian. Y él está dedicado a ti.
Completamente. Nunca habrá alguien más a tu lado o protector.
Suspiro. Pero no lo sabe todo. No sabe quién es realmente su hermano, ni lo que
hizo.
—Correcto, pero ¿y si supieras que Drew hizo algo terrible? Realmente terrible, y
te lo ocultó aunque formó parte de ello, y debería habértelo dicho. ¿Cómo te sentirías?
Algo cambia en sus ojos y se voltea para ocuparse de preparar una taza de té
aunque también tiene un café helado a medio llenar sobre la mesa.
—Estaría disgustada y enojada, pero también tendría que aprender a aceptar que
quizá hizo algo terrible para protegerme... No todo es del estilo de galletas, Elyse. A veces
la persona a la que quieres hacen cosas tontas en un esfuerzo por disminuir tu propio
dolor. Es tu trabajo decidir si puedes perdonarla o no.
Bel parece hablar por experiencia y me hace estudiarla un poco más.
—¿Me estoy perdiendo algo? ¿Hablas como si hubieras experimentado esto
antes?
Agita la mano, ignorando mi pregunta:
—No se trata de mí. Se trata de ti. Ahora dime, ¿qué hizo Sebastian?
Me paralizo, en parte porque quiero proteger a Sebastian a toda costa. No quiero
que nadie piense mal de él, pero si no puedo decírselo a ella, ¿a quién podré decírselo?
Bel deja su té y estrecha mis manos entre las suyas.
—No importa lo que haya hecho, Elyse. Es mi hermano, y lo que me digas no
cambiará eso.
Trago por el nudo en mi garganta y fuerzo las palabras.
—Mató a su abuelo mientras agonizaba en el vestíbulo.
Parpadea una vez, sólo un poco sorprendida por semejante confesión.
—¿Por qué? ¿Por qué lo mató? —No es la pregunta de una hermana, sino la de
una amiga. Siento que está de mi lado, y supongo que no me había dado cuenta de cuánto
lo necesité. La opresión de mi pecho se afloja.
—No sé al cien por ciento por qué lo hizo, pero creo que fue porque su abuelo me
compró a cambio de las deudas de juego de mi padre.
—Parece una buena razón, ¿verdad?
Reflexiono sobre su respuesta. ¿Cómo habría sido la vida si el abuelo de Sebastian
tuviera el control sobre mí, el control de mi bienestar? No tengo que imaginarlo más que
por unos segundos para saber que habría sido un infierno comparado con lo que afronto
con Sebastian cada día. Era igual que mi padre, se creía por encima de la decencia
común, como respetar la autonomía personal.
—¿Sabes qué clase de hombre era? ¿El abuelo?
Bel asiente y ve nuestras manos juntas.
—No era un buen hombre, en absoluto. Su última misión fue convertir a Sebastian
en el heredero perfecto. Odio pensar qué habría sido de ti, o incluso de mí, si Sebastian
no hubiera hecho ese sacrificio.
Me sobresalto cuando un fuerte estruendo llena el espacio y me levanto de un
salto de mi asiento. Bel me agarra con fuerza, recordándome que todo está bien. Que no
pasará nada. Me observa fijamente y, al cabo de un momento, me susurra:
—Tranquila. No pasa nada. Sólo se le cayó algo al personal.
Mi cuerpo tiembla, mi corazón martillea contra mi caja torácica.
—Shhh, está bien. Todo está bien. —Bel me tranquiliza, y su voz me ayuda a
mantenerme presente.
Unos instantes después, una mujer joven entra en la habitación llevando unos
cuantos vestidos y zapatos, con la cara enrojecida como si estuviera avergonzada. Cuelga
los vestidos y coloca los accesorios en el expositor, desaparece de nuevo y vuelvo a
hundirme en el sofá.
Bel me sonríe:
—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto?
Sacudo la cabeza, con la boca seca por el susto, y continúa.
—Eres mi hermana. Y no hay nada que no hiciera por mi familia. Me tienes a mí, y
tienes a Drew y a esos imbéciles de the Mill, Lee y Aries. Oh, y tienes a Sebastian. A pesar
de cómo hizo las cosas, no tengo dudas de que lo hizo con las mejores intenciones.
Después de todo, eres en lo único en lo que piensa.
—No sé nada de eso.
Bel sacude la cabeza.
—¿De verdad es tan difícil pensar que eres digna de atención y amor? Sebastian
te ama. No me cabe la menor duda. Puede parecer despiadado, cruel e idiota, pero una
vez que dejas atrás su gélido exterior y que te adentras en su interior, descubres un lado
diferente de él. Un lado cálido y difuso. Si eres alguien que le importa, alguien a quien
considera su familia, no hay nada que no haga por ti. Y yo lo sabría. Descubrimos que
éramos hermanos por capricho. Nuestra madre había muerto, y lo peor de todo es que
nunca tuvo oportunidad de conocerla, y cuando digo eso me refiero a conocerla de
verdad. Perdió mucho, y desde que llegaste tú parece que se abrió un poco más.
Quiero decirle que miente, que no sabe nada, pero la verdad es que tiene razón.
Lo vi con mis propios ojos. Asiento y cambia de conversación, pasando a qué zapatos
van con qué vestido, pero mi mente sigue atorada en Sebastian. ¿De qué horrores
intentará protegerme? ¿Sobreviviremos a la revelación de todos nuestros secretos?
CAPÍTULO 14
Después de la llamada no podía arriesgarme a causarle más estrés a Elyse, así que
le envié un mensaje a su padre y le dije que si quería que habláramos lo único que tenía
que hacer era elegir un lugar y una hora y decírmelo. Así que aquí estamos. El café
público es un inteligente movimiento por parte del sheriff. Si hubiera sido tan tonto como
para reunirse conmigo en algún lugar a solas, no podría garantizar que no le pondría una
pistola en la boca y apretaría alegremente el gatillo. Problema resuelto. Bueno, en parte.
Observo el pequeño restaurante mientras espero. No parece estar sembrado de
policías, pero que no los vea no significa que no estén aquí. No hay garantía de que los
otros socios del sheriff no estén escondidos. Hombres como Yanov, bebiendo
despreocupadamente London Fog y actuando como si no fueran depredadores sexuales
que se aprovechan de las inocentes. Está bien. Que aprendan a quién se enfrentan
poniéndose del lado del Sheriff... aunque mi suposición es que el hombre tiene ego y que
vendrá solo, o quizá con un novato, para intentar intimidarme para que me rinda a él.
Cediéndole a Ely. No sucederá.
Me quito la idea de la cabeza antes de perderme. De todos modos, no soy tan
tonto como para ponerme en una situación que le dé ventaja. No con mi vida ni la de mis
amigos en juego, pero especialmente no con la de Ely pendiendo de un hilo. Quería
encontrarme aquí, obligarlo a sacarme a rastras, si es lo bastante hombre, para que si
llega el momento pueda alegar defensa propia cuando el buen sheriff inevitablemente
vaya demasiado lejos. Quién me culparía... la buena estrella del fútbol universitario, el
hombre que salió en defensa de su familia después de tanta tragedia. Pondré una bala
en la cabeza del padre de Ely, lo haré desaparecer y el pueblo seguirá llamándome
leyenda.
Por eso estoy aquí sentado con un vaso de café de papel en la mano, solo. Soy
consciente de que debería haberles contado mi plan a mis amigos, pero entonces habrían
intentado disuadirme. Sin duda, tanto Drew como Aries lo matarían en cuanto lo vieran,
cafetería abarrotada o no, y hoy no estoy de humor para buscar un abogado. Eso o
sobornar a un juez, o lo que haga falta para proteger a los que me importan.
En realidad debería preocuparme por mí y por el esfuerzo que me costará no
pegarle un tiro en la cara a este cabrón en cuanto lo vea. Si hay alguien que merece la
muerte, es él. Casi-casi-valdría la pena la molestia.
Vuelvo a echarle un vistazo a la habitación y me retuerzo en el asiento para
asegurarme de que nadie se acerque sigilosamente a mi espalda. Hay una ventana detrás
de mí, y no me extrañaría que el sheriff enviara a uno de sus hombres a través de ella.
Me acomodo en mi asiento, relajándome cuando parece que nadie me observa y nada
parece estar fuera de lugar. Es un poco sorprendente que no haya recibido más miradas
curiosas, ya que estuve observando a los clientes como si me debieran dinero.
Miro el celular. Llegará tarde. Si va a amenazarme a mí y a mi mujer, al menos
debería tener la decencia de llegar a tiempo.
El timbre que hay sobre la puerta tintinea, alertándome de que otro cliente entra
en el café. Levanto la vista y veo al sheriff, que recorre el local con la mirada hasta que
me localiza. Bordea las mesas de que nos rodean y se detiene despreocupadamente
frente a la única silla vacía de la mesa.
Me aseguré de ser el único allí, de regreso en la habitación, sólo para enojarlo.
—Señor Arturo. —Me saluda, inclinando el dedo contra su sombrero como un viejo
vaquero.
No le devuelvo las galanterías y sigo estudiándolo. Es la primera vez que veo al
sheriff de cerca y veo a Ely en sus ojos. De algún modo, la similitud me enoja más que
cualquier otra cosa.
—¿Quieres tomar un café antes de empezar? —Le ofrezco con cara inexpresiva.
Sacude la cabeza, se quita el sombrero y se peina con los dedos la escasa pelusa
gris. Se lo cortó al ras, pero es fácil ver que no le queda mucho cabello. Es unos dos
centímetros más alto que yo y de complexión delgada. Si se diera el caso, y no tuviera su
pistola, podría derrotarlo fácilmente.
Saca la silla y se sienta, apoyando las piernas como si estuviera relajado.
—Tenemos un par de cosas que discutir, señor Arturo. Como la devolución de mi
propiedad.
Me apoyo en la mesa y bebo un sorbo de mi café casi vacío. Ahora es más que
nada un posado frío, pero favorece la máscara, así que no me importa.
—No sabía que poseía algo suyo, sheriff.
Levanta una ceja como si cuestionara mi cordura y me ve a la cara. Sí, no quieres
ver lo jodido que soy, te lo prometo. Aprendí a meter todo tan adentro que nadie lo ve.
Debería agradecerle a Tanya esa pequeña habilidad.
—No te hagas el tonto conmigo. Tienes a mi hija, y la quiero de regreso.
Pongo los ojos en blanco y frunzo los labios como si estuviera pensando.
—¿A tu hija? No lo acuerdo. La única persona que tengo en mi poder es a mi
mujer.
Lentamente inclino la mano sobre la mesa, dejando que el anillo de mi mano
izquierda capte la luz. Hubiera preferido que Ely me eligiera un anillo, pero necesitaba
esto para dejar claro algo.
—¿Tu mujer? —Se resiste—. Tener sexo con una chica no significa que sea tuya.
El acuerdo que tenía era con tu abuelo, no contigo.
Lo único que puedo hacer es encogerme de hombros, sin dejar de apartar de mis
ojos el odio que siento por ese imbécil.
—¿No es así como funciona la herencia? Cualquier cosa que era suya, ¿ahora me
pertenece? Quiero decir, si yo, de hecho, tuviera una de tus posesiones. La cual, no
tengo.
Suelta un suspiro frustrado y golpea la mesa con los nudillos.
—Bueno, supongo que podemos volver sobre esto dentro de un momento, cuando
te cuente el resto de por qué vine a verte. La zanahoria, por así decirlo.
—¿En contraposición a qué, al palo? ¿Hablaremos de esa metáfora tan manida?
Lleva su aversión hacia mí bien marcada en la cara, su fina boca se tuerce en una
sonrisa desagradable, una que estoy seguro haría huir a Ely, y lo odio un poco por ello.
Aunque debería saberlo, los hombres como él no me asustan. Me dan hambre de
venganza, de poder, de muerte.
—Parece que tuvo problemas legales, señor Arturo. Me gustaría serle de ayuda,
debido a la larga relación que nuestras familias tienen entre sí.
Aprieto la mano en un puño sobre mi regazo y sacudo la cabeza.
—¿Problemas legales? No sé si entiendo lo que dices. Soy un ciudadano bueno y
honrado. Sólo un buen jugador de fútbol americano y la estrella de Oakmount. ¿Quién
tendría un problema conmigo?
Le tiembla la mandíbula y se le escapa la sonrisa.
—Tu madrastra, la señora Arturo, te denunció por agresión. Cuando se presentó
en la comisaría, angustiada y golpeada, supimos que teníamos que hacer algo. Como
buenos agentes de la ley, mi equipo tomó fotos y lo grabamos todo. Incluso nos
aseguramos de que viera a un doctor profesional para un kit de violación. Te nombró
como su atacante. Dice que incluso le causaste un aborto. Con registros médicos para
probarlo.
¿Me está tomando el pelo? Quiero gritarle que no la toqué, pero es mentira. No
tuve sexo con ella, ni dejé que me tuviera, como hubiera preferido. Pero no se puede
negar que la eché de mi casa tan brutalmente como se merecía.
Con la cara como una piedra, lo contemplo fijamente.
—¿Tiene pruebas de eso? Hace tiempo que no veo a mi madrastra. No desde que
decidió amablemente mudarse de la finca familiar a un hotel para hacerle sitio a mi
creciente familia.
Algo parecido a incredulidad destella en sus ojos.
—¿Familia? ¿Esperas a alguien más aparte de tu... esposa?
Sonrío.
—Oh, ya sabes, amor joven. Es pronto en el matrimonio pero sólo somos un par
de chicos, Sheriff. A veces no estamos tan seguros como deberíamos, y tengo un legado
familiar que considerar.
Se pone rígido y sé que me metí en su piel. Si Ely está embarazada, no podrá
recuperarla, no podrá venderla ni venderle su cuerpo a nadie. Esencialmente estropeé la
fruta.
—Bueno, a pesar de todo, tu madrastra te señaló como su agresor y presentó
cargos formalmente. Por supuesto, en vista de tu potencial cooperación, si pudiéramos
llegar a un acuerdo, tal vez podría ayudar.
Me encojo de hombros, cambiando mi habitual mirada perdida por una sonrisa.
—Bueno, miente, y no tengo nada que me interese darte. Así que... —Me aparto
de la mesa y lo miro fijamente—. Si no hay nada más que discutir, me voy.
Antes de que golpee repetidamente tu engreída cara contra la mesa hasta que
dejes de respirar.
—Espere un momento más, señor Arturo. No creo que entienda lo serio que es
esto. Se emitió una orden de arresto contra usted. Estuve arrastrando los pies con el
papeleo, pero la señora está siendo insistente en que debe ser arrestado. Así que, si no
podemos llegar a una solución, me temo que tendré que llevarlo a la cárcel y ficharlo.
Me vuelvo a sentar lentamente en la silla. Este puto idiota. La sonrisa se me borra
de la cara y dejo que el odio que siento por él entre por mis ojos. Que vea las ganas que
tengo de matarlo. Brutal. Dolorosamente. Sin piedad. Dejo que vea al hombre al que
decidió joder, suficiente como para desquiciarlo.
Desafortunadamente, es un estúpido bastardo.
—Señor Arturo, ¿tiene alguna idea?
Sorbo el último sorbo de café y vuelvo a dejar la taza sobre la mesa. Pienso. Lo
único que quiere es a Ely. Y es lo único a lo que no renunciaría por nada del mundo.
—¿Qué quiere, Sheriff? Sea claro.
Ladea la cabeza, sonriendo ahora, sabiendo que tiene ventaja por primera vez
desde que se sentó.
—Bueno, ya que estamos negociando. Como mencioné antes, quiero mi
propiedad. Además, aceptaría una donación para mi campaña de reelección. Si se siente
generoso.
—¿Cuánto?
Inclina el hombro y sacude la cabeza.
—No lo sé. Medio millón significaría llegar a oídos de mucha gente de por aquí. Me
encantaría poder correr la voz más a fondo.
Con quinientos mil dólares se pueden comprar muchas drogas y armas.
—¿Qué tal un millón y nos olvidamos de tu propiedad?
Se burla.
—Ambos sabemos que mi propiedad no tiene precio.
—Podrías haberme engañado por cómo se lo pasaste a idiota como Yanov.
Se tranquiliza ante la mención de su amigo muerto.
—Bueno, todos tenemos deudas que pagar, por supuesto. Todo debía
devolvérseme ileso. Yanov nunca siguió muy bien mis instrucciones.
—Creo que estamos en un callejón sin salida si el dinero no te interesa.
Me estudia detenidamente, evaluándome, y a pesar de todos sus defectos, captó
algo. Tal vez por fin entienda que no me alejaré de Ely. Por nada.
—Bueno, entonces será mejor que vayamos al centro.
Y ya está. Saco el teléfono del bolsillo, pulso un botón y me lo acerco a la oreja.
Ely contesta casi de inmediato.
—Hola. ¿Estás con Drew?
Suena sin aliento.
—Sí, estoy en casa, esperándote.
—Bien, quédate allí. Drew, Aries, Lee y Bel irán en breve para hacerte compañía.
—Es mentira, pero no puedo dejar que este imbécil sepa que puede ser vulnerable ahora
mismo.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Suspiro y veo al sheriff a los ojos.
—Pero hazme un favor, dile a Aries que necesito que me busque al mejor abogado
de la zona tri estatal. Parece que el sheriff quiere que lo acompañe al centro para discutir
un par de cosas, y no hablo con policías sin asesoramiento legal.
Hay una refriega.
—¿Qué demonios, Sebastian? ¿Cómo que te va a llevar a la cárcel?
Ahora casi me grita al oído, pero no me atrevo a dejar que el hombre sentado
frente a mí vea ni una pizca del miedo que sé que Ely está sintiendo ahora mismo.
—Desgraciadamente, sí. Pero quédate con ellos. Te veré pronto, cariño. Te amo.
Ella balbucea y cuelgo antes de que pueda responder, aunque tenía muchas ganas
de que me lo dijera.
Bloqueo la pantalla y lo deslizo en mi bolsillo.
—Te seguiré hasta allí.
Se levanta y empuja la silla con fuerza bajo la mesa, enviándola a mis entrañas. Me
arde, pero no respondo con ira. Es lo que espera, lo que anticipa.
Se quita las esposas y me las agita.
—No, no lo creo. Me acompañará. Sólo para asegurarme de que llegue bien.
Entran en la cafetería otros dos agentes uniformados y me encojo de hombros.
—Claro, si es lo que quiere, sheriff. Seguro que mi abogado estará allí antes de
que lleguemos.
Se inclina, y está tan cerca que puedo oler el bourbon en su aliento acre.
—¿A menos que quiera reconsiderar su posición?
—No, estoy bien.
Me agarra con rabia de las muñecas y resisto las ganas de darle un puñetazo en
la cara. Maldito idiota.
Me duelen las extremidades cuando me tira de los brazos a la espalda, pero lo
único que hago es sonreírle a los otros dos agentes, que parecen mucho más incómodos
que su jefe. Al otro lado de la cafetería hay una chica con el celular en la mano. Seguro
que lo está grabando. Le guiño un ojo, porque dentro de una hora esto estará en todo el
campus y el sheriff no tendrá nada que hacer.
Arrestan al Chico de Oro. Jugador estrella de Oakmount arrastrado esposado.
Puedo verlo en el Oakmount Tribune.
En esta ciudad, el Legado Oakmount es supremo, y el Sheriff está a punto de
enojar a su propia base de donantes. Bien. Mejor que quede como un imbécil a que lo
haga yo. Con una mano en la espalda, me empuja hacia delante, tropiezo y me arrodillo
lo más fuerte que puedo. No es nada, pero hago una mueca y gimo, para que parezca
que me duele. La imagen lo es todo.
Me agarra por los brazos y me saca a rastras de la cafetería, y lo dejo, cojeando
todo el camino hasta el auto. Si intenta culparme de algo que no hice, puede apostar su
puto trasero a que le devolveré el favor. Dos pueden con este juego.
CAPÍTULO 15
Me tiemblan tanto las manos que casi se me cae el teléfono. Respiro por la nariz e
intento calmarme, pero el recuerdo de quién es y de lo que me hizo en el pasado burbujea
y sale de mí.
Me tapo la boca con la mano y contengo el grito de horror. ¿Por qué? ¿Por qué
tengo que soportar su crueldad? ¿Qué hice para merecer a alguien tan malvado en mi
vida, como mi padre, nada menos? Sé que no debería dejar que mis pensamientos se
descontrolen de este modo, que sólo lo estoy alimentando, pero es difícil no hacerlo.
Ya fue una vez por Sebastian, y mi mayor temor es que no se detenga hasta
conseguir lo que quiere... controlarme. Peor aun, temo que tome represalias más
permanentes cuando se le acabe la paciencia.
No me importa lo que me pase, pero no creo poder vivir conmigo misma si a
Sebastian le pasara algo y fuera obra mía.
Escribo rápidamente una respuesta y aprieto enviar.
Yo: Déjanos en paz.
La respuesta es casi inmediata:
Número desconocido: Nunca. Y cuando le vuele el cráneo con mi pistola, también
será culpa tuya.
Siempre es la amenaza de muerte. Este hombre me quita todo lo bueno de mi vida
y estoy cansada. Pero incluso tan enfadada y triste como estoy por esa verdad hay algo
mucho más grande aquí. La amenaza de lastimar a Sebastian. De matarlo. Se me revuelve
el estómago y una oleada de náuseas me recorre. No puedo ser la razón por la que
lastime a Sebastian. No lo seré.
Me hundo en el frío suelo de baldosas y, aunque el frío que me cala hasta los
huesos me hace temblar, también me devuelve a la vida. ¿Cómo puedo arreglar esto?
¿Hay alguna forma de arreglarlo? No lo sé. Miro fijamente la pantalla del celular durante
un largo momento. No me sentaré aquí a leer todos sus mensajes.
Sabiendo que mi única opción es llamarlo, pulso el botón verde de llamada y
espero. La línea suena, y suena, y suena, y mi ansiedad aumenta cada vez más con cada
pausa, hasta el final, cuando por fin contesta.
—Eres más lista de lo que creí. —El tono amenazador de su voz se cuela por el
altavoz del teléfono.
—Ya te lo pedí una vez. Por favor, déjanos en paz.
—¿Dónde está la diversión en eso? Eres mi hija, y tengo todo el derecho a tener
contacto contigo.
Me trago el miedo, la repulsión y las náuseas ligadas a su nombre y a su voz. Las
empujo hacia abajo, a lo más profundo de mi estómago, para poder centrarme en una
solución en lugar de en mis emociones.
—¿Qué es lo que quieres? Puedo darte dinero... siempre quisiste dinero.
—Esta vez no. Esta vez, quiero venganza. Quiero que pagues por el daño que
causaste. Por quitarme a uno de mis mejores socios, por arruinar mis planes. Pero sobre
todo quiero que pagues por quedarte ahí sonriendo como si nada hubiera pasado
mientras tu pedazo de mierda de marido me rompía los dedos.
—Tengo dinero. Dinero Arturo. ¿No es mejor que la venganza?
Hay una larga pausa, y estoy esperando la siguiente maldición, la siguiente
amenaza, pero en lugar de eso me sorprendo cuando no oigo ninguna.
—¿Cuánto dinero?
—No estoy segura, tal vez cien mil dólares.
Se burla.
—Eso es un anticipo, nada más. Sé que Arturo tiene más dinero que eso.
Hago una pausa, con los latidos retumbando en mi garganta, cuando me parece
oír una refriega al otro lado de la puerta. Mierda. ¿Está despierto? Escucho un poco más,
pero lo único que oigo son los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos. No. Si
estuviera despierto, abriría la puerta y entraría.
—Elyse... no juegues conmigo. Te prometo que no te gustará lo que pase.
—No lo hago —susurro, adentrándome en el baño para alejarme de la puerta—.
Sólo intento ser cuidadosa. Sólo tengo acceso a lo que hay en la casa.
—No me importa. No es suficiente.
No hay nada más con lo cual comerciar. Sí, hay joyas y ropa elegante, pero nada
más. Nunca tuve dinero, y no puedo acercarme a Sebastian y pedírselo sin que me haga
un millón de preguntas.
—¿Qué hace falta para que le dejes en paz? ¿Para dejarlo hacer sus cosas y vivir
su vida en paz?
Hay otra pausa y escucho cómo le da varias caladas a un cigarrillo.
—Sólo tráeme el dinero y a ti. Es el único trato que estoy dispuesto a hacer.
—A cambio de... —Le pregunto. No es probable que cumpla su palabra, pero
necesito que lo diga en voz alta, para estar segura.
Aparto el teléfono de la oreja, me dirijo rápidamente a la aplicación de grabación,
pulso el botón y dejo que la aplicación haga su trabajo.
—Tráeme cien mil dólares y tú, y me aseguraré de que nadie joda a tu marido.
No es exactamente incriminatorio, pero lo guardaré de todos modos. Por lo menos,
cuando me haya ido, Sebastian podría reconstruir lo que pasó.
—Bien.
—Ahora —muerde el teléfono—. Ven a casa ahora.
Sacudo la cabeza y luego hablo.
—No, no puedo. Ambos sabemos que no me dejará irme de aquí. Causaría un
problema mayor.
—Suena como el paraíso —se burla—. Sí que sabes elegirlos, Ely.
El sonido de mi nombre con esa voz me hace estremecer, me hace sentir sucia y
asquerosa. Respiro por la nariz para no vomitar. Es todo lo que necesito hacer ahora
mismo.
—Tenemos un trato, pero no será ahora.
—¿Cuánto jodido tiempo quieres que espere? Quiero decir, eres la que quiere
esto. Me importa una mierda. Los mataré a los dos y seguiré con mi vida.
—Volveré a la escuela en el próximo día o dos. Si puedo alejarme de él, conseguiré
el dinero y me reuniré contigo en algún sitio. La única estipulación es que necesito algún
tipo de garantía de que no lo lastimarás una vez hecho el trato.
Hace un suave zumbido.
—Digámoslo así. Mientras hagas lo que te diga, no sentiré la necesidad de
descargar mi frustración con tu marido. Pórtate bien y lo dejaré en paz.
Es una mierda en general, pero si me permite arreglar aunque sea una parte del
lío que hice, entonces merecerá la pena, al menos para Sebastian.
Una lágrima caliente resbala por mi mejilla y me la quito con rabia.
—Bien. Como dije, dame un día o dos y estaré allí.
—Bueno, tengo que admitir que estoy contento. Sabes que extrañé mucho tenerte
cerca.
Aprieto los dientes contra su comentario. Quiere decir que extraña utilizarme como
mano de obra esclava, para cocinar, limpiar y atender todas sus necesidades.
—Antes de seguir adelante quiero confirmar cuánto tienes.
Me levanto y me pongo de puntillas hacia la puerta, asomándome por el marco.
Sebastian yace en el mismo sitio donde lo dejé. Conteniendo la respiración, salgo
lentamente del cuarto de baño, entro en el armario y cierro la puerta.
Sólo tardo un minuto en encontrar la bolsa llena de dinero. Enciendo la linterna del
celular y la uso para encontrar la cremallera. Al abrir la bolsa, casi jadeo al darme cuenta
de que hay mucho más de cien mil dólares aquí dentro.
Levanto el teléfono y susurro.
—Tengo cien mil, pero no sé si podré sacarlos de casa, y mucho menos llevarlos
por la entrada.
—Supongo que será mejor que lo averigües antes.
Escudriño los montones de dinero y se me abre un gran agujero de dolor en medio
del pecho. No puedo robarle a Sebastian. Aunque sea para salvarlo.... Pero ¿qué otras
opciones tengo? Mi padre lo matará. No soy tan ingenua como para pensar lo contrario.
Me hormiguean los dedos de las manos y de los pies, y el estómago se me revuelve
mientras la ansiedad burbujea en ese agujero, llenándose hasta desbordarse. Tengo que
hacerlo. Él haría cualquier cosa, cualquiera, mataría a cualquiera para salvarme si las
situaciones fueran al revés. Tiene mucho más dinero que esto y si puede salvarlo, si
puedo acabar con esta guerra antes de que empiece, lo haré.
Vuelvo a acercarme el teléfono a la oreja.
—¿Tenemos un trato, entonces? —Esta vez no me molesto en grabar. No dirá
exactamente lo que necesito para incriminarse. Todo lo que dijo hasta ahora puede ser
tergiversado, sobre todo por alguien que actúa como sheriff.
—Sí, tenemos un trato. Pero quiero una cosa más.
Claro que sí. Siempre quiere más.
—¿Qué? —No me molesto en ocultar mi irritación.
—Cuidado, pequeña. No me presiones, o haré este regreso a casa aun más
miserable para ti de lo que ya planeo hacerlo. Quiero una cosa más...
—¿De acuerdo?
—Tu anillo.
Desvío la mirada hacia el reluciente anillo que llevo en el dedo de la mano
izquierda.
—Mi anillo, ¿por qué?
—Probablemente valga otros diez mil o algo así, además, llamémoslo otra capa de
compromiso de tu parte. Me dice si realmente vas en serio con esto o no.
Giro un poco el anillo con el pulgar y veo cómo la piedra capta la mínima luz de la
pantalla de mi teléfono.
—Como quieras. Entonces, dentro de dos días. Te mandaré un mensaje cuando
tenga una hora concreta para escapar.
—Me sentaré junto al teléfono —dice, inexpresivo.
Dios, es un idiota. ¿De verdad puedo entregarme a él? ¿Por qué no me mata y
acaba de una vez? La idea de que podía hacerlo yo misma se me había ocurrido después
del cuarto mensaje de -esto es culpa tuya- pero supuse que seguiría yendo por Sebastian
aunque estuviera fuera de juego, simplemente porque puede.
—¿Es todo? —Pregunto—. No más mensajes amenazantes. No más pinchazos.
Déjame en paz, y a Sebastian, hasta que te mande un mensaje diciendo que estoy lista
para ir a ti.
Se oye un suave sonido a través del teléfono y luego se ríe.
—Claro, aunque tengo que decir que siento que todo es bastante poético.
—¿Eh? ¿Qué quieres decir?
—Nada en realidad, es sólo que estás cambiando una correa por otra, y me parece
interesante, sobre todo porque pasaste la mayor parte de tu vida luchando contra mí y
contra lo que quería para ti.
La ira surge con toda su fuerza y no puedo contenerla.
—Luché contra ser golpeada y violada por ti y por Yanov. Es contra lo que luché.
Me importa una mierda preparar bebidas y limpiar baños. Puedo manejar muchas cosas,
pero es el abuso lo que no puedo soportar.
—¿Y aun así crees que la correa de Sebastian es mejor? No puedes ir sola a
ninguna parte, literalmente te encadenó legalmente a él. No importa quién se quede con
la propiedad, cariño, nunca serás libre.
¿Nunca seré libre? Entonces, ¿por qué siento que nunca fui más libre en toda mi
vida que en los meses que llevo viviendo en esta casa con Sebastian? Me trago mi
refutación y, en lugar de decir lo que quiero decir, respondo:
—Aunque no sea libre, él lo será, y es lo que importa.
No espero su respuesta, porque no me interesa oírla. Cuelgo el teléfono y me
desplomo en el suelo, con el corazón latiéndome en el pecho y la culpa de lo que acepté
hacer comiéndome viva.
Odio haber elegido darle la espalda a la única persona que se preocupó de verdad
por mí, pero haré lo que sea para protegerlo. Me niego a que se pase la vida arreglando
mis errores.
A veces hay que arreglar las cosas uno mismo, y es lo que haré... aunque me mate.
CAPÍTULO 18
Pasan dos días borrosos, y no es la culpa de lo que hice cada vez más difícil de
tragar, es la inminente sentencia de cárcel que sé que se avecina cuando vuelva al
cuidado de mi padre lo que me mata. Ni siquiera puedo disfrutar de la compañía de
Sebastian porque cada vez que lo veo, casi le confieso lo que hice. El enorme agujero de
mi pecho se ensancha un poco más, los secretos que guardo llenan el espacio,
ahogándome desde dentro.
Sinceramente, no sé cuánto tiempo más podré seguir así antes de cumplir el trato
con mi padre y desaparecer o vomitarle la verdad a Sebastian.
Hace unos días, anunció que volveríamos a la escuela. Lo cual me sorprendió
porque no recordaba haberlo visto nunca asistir realmente a clases, al menos no a
ninguna a la que asistiera. Aunque supongo que... no podría jugar fútbol si no asistiera,
¿no?
Dejo el trozo de panecillo que tengo en la mano y termino de masticar.
—¿Cuál es tu especialidad?
Me ve desde su panecillo y la tableta que revisa todas las mañanas como si fuera
el periódico. Desde que nos sentamos, estuvo consultando una página de noticias.
—Eh, ¿de dónde salió eso?
Me encojo de hombros y deslizo la pequeña rebanada de bagel por el plato,
pensativa.
—Estaba pensando que en realidad nunca te vi asistir a clase. Sí, te vi en the Mill,
y en el campo de fútbol, y por el campus, pero creo que nunca te vi en una clase de
verdad.
Se limpia las manos sobre el plato.
—Me especializaré en negocios, como me dictó mi abuelo antes de morir. Tú no
estudias empresariales, así que por obvias razones no me verás en clase.
—Bien. Supongo que tiene sentido. Como estudio veterinaria, tú y yo no
tendríamos mucha relación; además, estás a punto de graduarte. —Balbuceo, intentando
inconscientemente alejar los pensamientos que no me dejan en paz.
—¿Estás bien? —pregunta, inclinando la cabeza hacia un lado como si me
estuviera examinando.
Oh, Dios.
—Sí, estoy bien. Era sólo cuestión de curiosidad. ¿No puedo conocer al hombre
con el que me casé?
Lentamente, me escanea, desde mis vaqueros a mi sudadera, y luego hasta mis
pies descalzos.
—Ya me conoces, pequeña Presa. Ahora ve a ponerte los zapatos; llegaremos
tarde.
Maldita sea, es un mandón, ¿y qué dice de mí que me guste lo mandón que es?
Apago la chispa de deseo que arde en mi vientre antes de que se convierta en un infierno.
Entonces me bajo del taburete para buscar unos tenis y tomar mi bolso. Cuando vuelvo
abajo, Sebastian me está esperando con su chaqueta para que me la ponga.
Tardo un minuto en mover la bolsa entre mis manos mientras deslizo los brazos
dentro del abrigo, pero, como siempre, es paciente. Me lo pone sobre los hombros y
luego inclina la cabeza hacia la puerta.
—¿Estás lista para esto?
De repente, la oleada de deseo que había sentido hacía unos segundos se
convierte en un nudo de miedo. Hago todo lo posible por ocultarlo y esbozo una sonrisa.
—Preparada para todo.
Salimos juntos y abre la puerta del acompañante de un elegante deportivo negro
estacionado en el garaje.
—¿Nos llevas hoy?
Me sujeta la bolsa mientras me deslizo y me abrocho el cinturón, y luego me la
pasa.
—Sí, pensé que sería divertido. Además, envía un mensaje.
Echo un vistazo al interior de cuero engrasado y percibo el olor a auto nuevo que
flota en el aire.
—¿Un mensaje?
Sube al asiento del conductor y se abrocha el cinturón antes de volverse hacia mí.
—Sí, y ese mensaje es que estamos juntos.
Levanto la mano y la luz se refleja en el anillo.
—Realmente no creo que eso sea un problema, no con el gigante anillo en mi dedo
y el conocimiento de que pasaste de jugador a marido en cuestión de semanas.
—¿Jugador? —Su tono es burlón, relajado—. No recuerdo haberle prometido
nada a ninguna de las mujeres con las que estuve. Sabían lo que había.
No miente, supongo, pero no cambia el hecho de que hubo tantas antes que yo.
Miro por la ventana las escarchadas hojas multicolores.
—Quiero decir, sí. No es que salieras con alguien, aunque podría equivocarme. No
recuerdo que tuvieras novia, pero puedo decirte que una buena mayoría de esas chicas
pensaron que eran la elegida. —Casi distraídamente me masajeo la parte superior del
brazo, donde se esconden dos perfectas cicatrices.
—En primer lugar, es su problema. Si pensaron que era más de lo que fue no
puedo evitarlo. En segundo lugar, que no me vieran con nadie no significa que no
estuviera con nadie.
—Oh, créeme, lo sé. Te cambié las sábanas. Pero hay una diferencia entre estar
con alguien físicamente y salir con ella.
—Lo dice la que perdió la virginidad conmigo. —Se ríe entre dientes y mis mejillas
se calientan. Unos minutos después entra en el estacionamiento del campus y nos
dirigimos a mi primera clase, un seminario de biología animal. Cuando me dijo que
teníamos que volver a clase, no pensé que viniéramos juntos, pero aquí estamos. Como
siempre sospeché que sería, Sebastian es el estudiante modelo mientras ocupa el lugar
a mi lado. Lo veo de vez en cuando durante la clase y sonrío cuando observo que está
tomando apuntes en su tableta.
Al final de la clase, me paro y miro por encima de su mesa. Dibujó figuras de palitos
en posiciones inadecuadas. Debería haber sabido que no tomaba apuntes. Cuando le
sacudo la cabeza, me sonríe y no puedo evitar devolverle la sonrisa.
Esto parece normal. Se siente... bien.
Hasta que veo a las chicas de la última fila y las observo mirándonos.
Me echo la bolsa al hombro.
—Vámonos. Creo que necesito un café.
No discute y se levanta de la silla rápidamente, siguiéndome fuera de la sala de
conferencias. Llegamos al carrito de café del patio y me alivia ver que casi nadie parece
observarnos. Es decir, sí, los estudiantes nos miran, pero no de un modo que me haga
sentir señalada. La fila es más larga de lo que recordaba, pero permanecemos juntos, mi
propia impaciencia intensificando mi ansiedad. Sebastian se acerca a mí y enlaza sus
dedos con los míos perezosamente. El gesto y el contacto me calientan por dentro. Nunca
me había exhibido y no sé muy bien cómo afrontarlo.
Es bonito, pero también me hace sentir que los focos están sobre mí.
—Una voz burlona atraviesa las cálidas y mimosas sensaciones y me sumerge en
aguas infestadas de tiburones.
Me doy la vuelta y veo a Tanya caminando hacia nosotros. Dios, por favor, mátame
ya. Intento no verla, pero es casi imposible cuando parece salida de la página de una
revista, con la parte superior del cuerpo envuelta en piel y las piernas enfundadas en
ajustados vaqueros. Su cabello oscuro es liso y le llega hasta la cintura, brillando a la luz
del sol.
Hay un cambio en el aire que me rodea, una repentina ráfaga de frío, y veo a
Sebastian, observando cómo sus facciones cambian en un instante. Me suelta la mano y
da un paso adelante.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Tanya?
Ella se encoge de hombros.
—Lo que quiera. Es un campus público y soy una donante muy generosa. Nadie
impedirá que me tome un café.
Aprieto los puños, volviendo de repente a aquella noche en la que la vi sentarse a
horcajadas sobre él en el estudio. La odio, y no por lo que le hizo, sino por la mierda de
persona que es.
Su dura mirada se mueve de nuevo hacia mí, juzgándome con cada pestañeo
mientras se fija en mis rasgos y en los mordiscos de amor que Sebastian me dejó en el
cuello.
—Oh, Elyse, te ves cansada. —Se inclina y me roza la mejilla con los labios—. No
pasará mucho tiempo hasta que también se canse de ti. Espera —susurra, apenas lo
bastante alto para que la oiga.
Seb me rodea la cintura con un brazo y me empuja hacia atrás, poniendo distancia
entre Tanya y yo. Ella sonríe como si esperara que hiciera ese movimiento:
—Bueno, los dejo, tortolitos. Tengo que ir a una reunión con el decano. No me
gustaría llegar tarde cuando siempre es tan complaciente.
Da un paso atrás, aprieta los brazos alrededor de su abrigo de piel y se da la vuelta
antes de alejarse. El sonido de sus tacones golpeando rítmicamente los escalones de
cemento resuena en mis oídos mientras desaparece de mi vista. Está tramando algo...
—¿Por qué necesitaría hablar con el decano?
La mirada de horror permanece en sus ojos unos segundos más y luego, como si
se diera cuenta de que está a salvo, retrocede sobre sí mismo, su cuerpo se relaja
lentamente.
—¿Qué te dijo?
Sacudo la cabeza, cerrando el espacio en la fila que habíamos dejado al lidiar con
Tanya.
—Nada. Sólo está tratando de irritarnos a los dos. Como siempre.
Estoy a punto de preguntarle por esa noche, por lo que pasó con ella y por su
pasado, pero al pensarlo, me doy cuenta de que no es algo de lo que realmente quiera
saber los detalles. Los puntos principales parecen bastante obvios en su contexto. Y
sobre todo no quiero hablar de ello aquí, con tantos ojos del campus puestos en nosotros.
Llegamos al carrito del café y Seb pide por nosotros, entregándome un vaso de
papel caliente cuando el camarero termina. Cuando nos alejamos, veo un banco y me
siento.
La llegada de Tanya agitó todo en híper focalización. Es demasiado... el sonido de
los estudiantes hablando, el aroma del café en mi mano, incluso el ardor en mi lengua.
Cuando me doy cuenta de que me tiembla la mano, bajo el café a mi regazo e intento
calmarme antes de que me dé un ataque de pánico.
Tardo un segundo en darme cuenta de que Sebastian me está hablando...
—Tienes una más, ¿verdad?
Rápidamente trato de llenar los espacios en blanco.
—¿Clase?
Asiente, estudiándome con más atención.
—Sí, una clase más, ¿verdad?
Intento mantener la calma, porque hacerle saber que mi sistema interno se está
volviendo loco no ayudará en nada.
—Sí, una más.
Algo cambia en su mirada, y veo cómo la oscuridad llena sus ojos.
—Elyse —su voz se vuelve severa—. Háblame. ¿Qué demonios te dijo? Y no me
digas que no te dijo nada, porque parece que viste un fantasma, además estás temblando,
y antes de que apareciera estabas bien.
Le doy otro sorbo al café.
—No dijo nada. Creo que es sólo el cambio repentino. Volver a clase, sentir los
ojos de todo el mundo puestos en mí. Me llevará algún tiempo acostumbrarme de nuevo.
Aprieta los nudillos blancos de su taza de café y me preocupa que se le vaya a
caer encima y nos derrame líquido caliente a los dos.
—De verdad, está bien. Estoy bien.
—No, obviamente no lo estás. Quizá deberíamos irnos a casa. Podemos ir a tu otra
clase mañana o cuando sea. Fue suficiente por un día.
Sacudo la cabeza y miro fijamente mi regazo.
—No, puedo hacerlo. Quiero hacerlo. —No añado... Quiero demostrar que puedo
hacerlo. Que ahora no soy esta frágil criatura rota. Especialmente cuando es como todo
el mundo sigue mirándome. Como si en cualquier momento fuera a perder la cabeza y a
salir corriendo gritando.
—Te prometo que estoy bien. Sólo dame un minuto para descafeinarme.
—El café no arreglará tu reacción a Tanya mostrando su cara aquí.
Tiene razón y lo sé, pero no quiero decirle la verdad. Tan rápido como me entra el
pánico, me invade la culpa. Si no estuviera intentando hacerme feliz trayéndome de
regreso a la escuela, ni siquiera habríamos estado aquí para que Tanya me tendiera una
emboscada. Soy tan tonta. Todo es culpa mía. Todo esto, y si nos quedamos, sólo
empeorará.
—Tienes razón, deberíamos ir a casa. Probablemente sea más seguro allí.
—¿Más seguro? —se hace eco—. ¿Qué quieres decir con más seguro?
Sacudo la cabeza.
—No quiero decir eso. Vámonos ya. ¿Por qué no me enseñas lo que puede hacer
ese lujoso deportivo?
Me dedica una sonrisa.
—¿Crees que ese auto es más seguro que estar aquí? ¿Que ir a clases de cirugía
animal o lo que sea?
Me pongo de pie y abrazo la chaqueta más fuerte a mi alrededor.
—Sí. Cualquier sitio donde estés es más seguro para mí. Podemos pensar en
volver a las clases un poco más despacio.
Asiente y tira su café aun a medio llenar a la papelera.
—Lo que quieras.
Me lleva al estacionamiento junto a la sala de conferencias y me ayuda a entrar de
nuevo en el auto. Me abrocho el cinturón y me relajo. Aquí nadie puede hacerle daño;
nadie puede llegar hasta él cuando estamos solos. Salimos a toda velocidad del campus
en dirección a las pistas forestales de las afueras y acelera el auto. Y vaya si va rápido.
Para cuando frena, estoy agarrada a la puerta y a su brazo con tanta fuerza que me duelen
las uñas.
Se ríe mientras se estaciona en el arcén.
—¿Cómo estuvo?
—Mejor que la cirugía animal o lo que sea —me burlo.
Cuando me sonríe, como si fuera su razón para respirar, me duele el corazón.
Basta una mirada para que me consuma el deseo y la necesidad. Lo deseo, y me aterra
tanto como me excita.
—Sigue viéndome así, pequeña Presa, y no llegaremos a casa para tener sexo
como es debido. —Vuelve a la carretera en dirección a la ciudad y no puedo evitar ver
los hermosos árboles que pasan volando.
Se siente bien; se siente bien de nuevo. Como antes. Poco a poco me relajo, hasta
que llegamos a la entrada y nos arrastramos hacia la casa.
Me ayuda a salir del auto.
—Espera aquí un segundo, iré a guardar el auto. Con el personal mínimo tengo
que mover los vehículos yo mismo.
Asiento y, mientras se acerca al garaje, mi teléfono vibra en el bolsillo. Sonrío
mientras lo saco del bolsillo, pensando que quizá está actuando como un bicho raro y
enviándome un mensaje a un metro de distancia, pero no es él. Esa cálida sensación de
seguridad que había estado albergando estalla como un globo.
Número desconocido: Tick tock.
Se me hace un nudo en la garganta y el miedo se intensifica. Abro el teléfono y
tecleo una respuesta.
Lo sé. Nos veremos mañana por la noche en el borde de la propiedad.
Vuelvo a meterme el teléfono en el bolsillo y me preparo para la parte difícil. No
quiero dejarlo, ni lo que compartimos, ni los sentimientos que surgen entre nosotros, pero
tengo que proteger esto. Tengo que protegerlo de más errores míos.
CAPÍTULO 19
Antes incluso de que Sebastian vuelva del garaje, entro en casa a toda prisa y me
dirijo directamente al dormitorio. Suele ser un animal de costumbres y, conociéndolo, lo
más probable es que vaya al estudio a consultar el correo electrónico y a ocuparse de
sus asuntos, lo que me da el tiempo que necesito para empacar algunas cosas y preparar
el dinero mientras esté distraído.
Cuando entro en nuestra habitación, una oleada de angustia me golpea y cierro
los ojos contra el dolor que se desarrolla allí. Dios, duele. Pensar en dejarlo duele. Estar
lejos de él duele. Estuve peleando contra él una y otra vez todo este tiempo por lo que
hizo, y sin embargo, aquí estoy, mintiéndole.
Sé que no soy una buena persona. Le hice daño a gente. Maté a un hombre. E
incluso ahora estoy a punto de robar el dinero de Sebastian y de traicionarlo como su
enemigo. Si los papeles se invirtieran, sin embargo, estoy segura de que haría lo mismo.
¿Verdad? Mis emociones están a flor de piel, me restriego las manos por la cara y gimo
de frustración. Es mi oportunidad de arreglar las cosas. Si acudo a mi padre, dejará en
paz a Sebastian para siempre y quizá, si tengo suerte, consiga que también saque a Tanya
de la ecuación. O.… si tengo que hacerlo, lo haré yo misma. Mi padre no me encerrará,
no cuando puede vender mi cuerpo para su propio beneficio. Podría ser la única ventaja
de ser la hija del sheriff.
Se me escapa una carcajada sin gracia y empiezo a andar de nuevo, dirigiéndome
directamente al armario.
No hay otra opción, no hay otra manera de deshacer lo que hice. Es esto o nada.
Enciendo la luz y busco una maleta en el armario.
Hay algunas apiladas en un rincón, junto con una o dos bolsas de lona al fondo,
pero todas tienen nombres de elegantes diseñadores y no quiero añadir más insultos. Al
fondo de las bolsas de lona veo una vieja bolsa de deporte.
Huele un poco a sudor, pero mi padre podrá soportarlo, joder. Me arrodillo y meto
los pies debajo de mí. Luego saco la lujosa bolsa de dinero de su escondite. Tardo un
minuto, pero transfiero cien mil dólares a la sudorosa bolsa del gimnasio. Luego me fijo
en la ropa y empiezo a rebuscar entre las prendas, agarrando lo más barato que
encuentro. ¿Por qué este hombre no aprende a comprar en un gran almacén como la
gente normal?
Acabo metiendo en la bolsa un par de vaqueros demasiado caros además del
dinero, junto con algo de ropa interior y unos cuantos jerséis. Mi padre agarrará lo que
quiera y lo venderá por dinero, luego me dará las sobras, pero las aceptaré con la
esperanza de que no sea tan idiota como suele ser.
Con todo bien guardado, apago la luz y salgo del armario para entrar en el
dormitorio. Escucho atentamente en busca de algún ruido que indique la presencia de
Sebastian.
Los segundos pasan, pero lo único que oigo es mi propia respiración y el silencio.
No sé qué haría si saliera de la habitación y estuviera allí de pie, pero no está, así
que no pasa nada. Relajo lentamente los hombros e intento liberar parte de la tensión y
el dolor de mis huesos, pero cada paso que doy solidifica mi traición y el inevitable dolor
que sentirá por ello. No quiero dejarlo. Nunca quise dejarlo, en realidad no. Fui demasiado
testaruda para mi propio bien y durante demasiado tiempo, el resultado de años de tener
que depender de mí misma y sólo de mí misma desde una edad temprana.
Supongo que nunca confié del todo en Sebastian. Pasara lo que pasara, siempre
contaba los días para que se cansara de tenerme cerca. Hasta que me enviara lejos, o
me vendiera a la siguiente persona. Nunca tuve una constante en mi vida, no hasta él, y
ahora lo tiraré todo por la borda. La bolsa de viaje se desliza de mi hombro y cae al suelo
con un fuerte golpe.
Por más que intento no llorar, no puedo evitar que las lágrimas salgan, y una vez
que lo hacen me consumen. Cada vez que parpadeo, cae otra lágrima, resbala por mi
mejilla y deja un rastro frío tras de mí. Siguen cayendo, aunque me las limpie, insistiendo
en que desaparezcan.
Odio que, después de todo lo que pasé, no pueda experimentar la verdadera
felicidad. No podré vivir una vida feliz y normal, pero es un sacrificio que tengo que hacer,
porque al menos me habré asegurado de que esté a salvo.
Me vibra el celular en el bolsillo y saco la mano, que se me enreda en la enorme
chaqueta de Sebastian. Tengo que sacar el brazo de la manga para deslizarlo por la
pantalla, lo que supone más esfuerzo del necesario cuando me doy cuenta de que solo
es mi padre.
En mi pecho late una ira al rojo vivo. Lo odio. Lo odio muchísimo. Con manos
temblorosas, lanzo el teléfono hacia la cama para alejarlo de mí, pero rebota en la colcha
y cae al suelo. Me da igual. Me encantaría romperlo, tirarlo del auto mientras conduzco
por la carretera. Cualquier cosa con tal de alejarlo de mí. Cortar el contacto. Pero es lo
que menos me preocupa.
La culpa se acumula, presionándome los hombros y el pecho como bloques de
hormigón.
No puedo hacerlo. No puedo, pero tampoco tengo otra opción. Me fallan las
piernas y caigo de rodillas, con la chaqueta en el suelo a mi alrededor. Accidentalmente,
mi pierna golpea la bolsa y hace que se desparrame por el brillante suelo de madera. Me
lanzo al precipicio de la emoción. No quiero hacerlo. Nada de esto. Quiero dejar que
Sebastian me abrace, que me diga que todo saldrá bien y, por una vez en mi vida, quiero
depositar mi confianza en alguien y que no sea un error.
Acurrucada en mí misma, apoyo la cabeza entre las manos y lucho contra la
indecisión que pelea por la supremacía. Estoy tan sumida en esta... pena... que no oigo a
Sebastian entrar en la habitación hasta que el aire caliente se agita a mi alrededor,
alertándome de su presencia.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
Debería tener miedo. Debería pedirle perdón, pero no lo hago. Me despliego
lentamente y lo miro. Me tomo un momento para admirar su belleza, para ver la calidez
en sus ojos que está ahí por mí, porque una vez que le diga lo que hice, lo que planeo
hacer, sé que nunca volverá a verme igual. Aunque no quiera, tengo que decírselo. Tengo
que tomar una decisión.
Seguir huyendo o enfrentar esto. Dejarle hacer lo que prometió. Lo único que
podemos hacer es intentarlo, ya que si fracaso, lo más probable es que mi padre me
mate, de todos modos. Al menos entonces no tendré que vivir con el dolor y la culpa de
lo que hice.
Resoplando, me paso los puños por debajo de los ojos.
—Lo siento... lo siento mucho.
—Shhhh, todo está bien. Dime cuál es el problema. —Su voz es un bálsamo
tranquilizador, pero la fría rigidez de su cuerpo me dice que se está preparando para algo
peor.
—Necesito decirte algo.
Asiente, y entonces su mirada se aparta de mí para recorrer el contenido de la
bolsa esparcida por el suelo. Intento recogerlo en mi regazo, pero me resulta difícil.
—Pensé... —Las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas de nuevo, haciendo
que mi visión se vuelva borrosa—. Pensé que podría agarrar este dinero e irme. Irme e ir
con mi padre, y quizás te deje en paz si lo hago.
Lo único que hace es parpadear y, para mi sorpresa, no responde con ira. En todo
caso, parece sorprendido.
—Espera. —Se pellizca el puente de la nariz, y conozco ese movimiento. Está
frustrado—. ¿Estoy entendiendo bien? ¿Hiciste un trato con tu padre para protegerme?
—Todo esto es culpa mía —agito el teléfono—. Si nunca me hubieras conocido...
si nunca hubiera venido aquí, nunca habrías estado en el radar de mi padre. Tanya no
habría sentido la necesidad de imponer su dominio. Ninguna de las cosas terribles que
pasaron desde que aparecí en tu puerta habrían sucedido.
Se mueve, se arrodilla a mi lado y no puedo evitar fijarme en cómo sus pantalones
se estiran sobre sus musculosos muslos.
—Pequeña Presa, te lo diré lo más amablemente que puedo, pero es la puta cosa
más tonta que escuché salir de tu boca.
Me estremezco y me repliego sobre mí misma, pero se niega a retroceder y me
abraza como un rayo.
—Detente. No digo que seas tonta. Sólo digo que lo que concluiste es tonto. Nada
de esto es culpa tuya. Tu padre está hambriento de dinero y se excita con el poder. Que
me vea como una amenaza no tiene nada que ver contigo. Incluso si no formaras parte
de mi vida, me seguiría viendo como una amenaza y encontraría la forma de venir por mí.
Cree que soy una amenaza menor que Drew, o también iría por él.
Intento escuchar lo que dice, pero no consigo creerlo. Es culpa mía. Todo es culpa
mía. Me acuna en sus brazos y camina hacia la cama, apartando a patadas el dinero y la
ropa de su camino. Se sienta en el borde del colchón y me gira en sus brazos para
mirarme.
—Elyse, mírame.
Cuando lo único que hago es negar, me coloca a horcajadas sobre él, con las
rodillas a ambos lados de sus caderas. El calor de su toque me hace estremecer cuando
me agarra por las mejillas y me pasa los pulgares por debajo de los ojos para limpiarme
las lágrimas.
—Escúchame, por favor. No hay nada ni nadie en esta Tierra a quien no mataría o
destruiría por mantenerte a salvo y feliz. Si no lo dejé muy claro hasta ahora, entonces
tendré que trabajar en ello, porque lo digo en serio. Me perteneces y te pertenezco, así
que en cuanto te hubieras ido te habría perseguido y arrastrado hasta aquí pataleando y
gritando. No hay nada que no sacrificaría o haría por ti. Ni el mismísimo infierno se
interpondrá para que estemos juntos.
Hay tanta convicción en su tono gruñendo que lo único que puedo hacer es tragar
por el nudo de emociones que se me hace en la garganta. Miro fijamente sus ojos verdes
y lo veo. Lo que lleva tiempo intentando decirme.
—Tú... siempre me sentí como una obligación.
Veo cómo los músculos de su mandíbula se tensan y se endurecen antes de que
suelte un suspiro y perciba el olor a chicle de menta en su aliento.
—Y eso corre de mi cuenta. No tengo mucha experiencia en todo esto, pero lo
intento. Siempre lo intentaré, por ti, por nuestro matrimonio. Te amo Elyse, y eso nunca
cambiará.
—También te amo —resoplo.
—Bien. Ahora, háblame del trato con tu padre. ¿Qué le prometiste?
Inclino la barbilla hacia mi teléfono.
—Me estuvo mandando mensajes. Usando la misma táctica de siempre,
recordándome que todo lo malo de mi vida es culpa mía y lo inútil que soy. —Odio el
ligero temblor de mi voz, y Seb frota suavemente sus pulgares por mis mejillas, casi como
si también lo supiera—. Lo siento mucho. Quería arreglar esto. Hacer las cosas bien para
que puedas seguir adelante sin que intente lastimarte. Prometí llevarle dinero, el dinero
que vi escondido en el armario, y a mí misma. A cambio, prometió dejarte en paz para
siempre.
—¿Algo más?
Levanto la mano entre los dos.
—También quiere mi anillo.
Otro apretón de mandíbula, pero esta vez su mirada se ensombrece.
—Pequeña presa, eres tan jodidamente pura y perfecta, que ni siquiera puedo
enojarme contigo ahora mismo.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿No acabas de oír lo que dije?
Sebastian suelta una pequeña carcajada:
—Oh, te escuché, pero también sé que tu padre habría aceptado todo lo que le
prometiste y aun así habría enviado a alguien a matarme. Utilizó tu bondad, y tu
ingenuidad en tu contra. Entiendo que pensaras que estabas haciendo lo correcto, pero
no se puede confiar en un hombre como él. Está fuera por una cosa, por una persona y
es por sí mismo.
—Sólo quiero que estés a salvo —le susurro y aparto la mirada de él porque me
avergüenzo por creer que esta vez sí podría cumplir.
—No. No apartes la vista. —Sebastian me levanta la barbilla, obligándome a volver
a observarlo, se inclina y roza suavemente su boca con la mía. El más mínimo contacto
enciende llamas de deseo en mi vientre—. Sé que no querías lastimarme. Pensabas que
hacías lo correcto, pero los dos sabemos que ninguno tendrá paz ni estará a salvo hasta
que se ocupen de él. Sí, eres fuerte, pero somos un equipo. Trabajamos juntos en esto.
Necesito saber que confías en mí para mantenerte a salvo y deshacerme del problema.
¿Me dejarás hacer eso, por nosotros?
La forma en que dice “nosotros” me calienta por dentro y hace que los temblores
disminuyan.
—¿Nosotros?
—Sí, nosotros. Somos compañeros. Eres mi mujer, y sé que no soy el cabrón más
comunicativo, pero lo intento, Ely. Lo intento de verdad. Me llevará tiempo romper mis
viejos hábitos. Confiar en ti, y que confíes en mí, sobre todo cuando sé que lo único que
tuvimos es a nosotros mismos. —Ve la bolsa de dinero—. Pero haremos esto juntos,
como un equipo. Quiero eso. Te quiero a ti. Nos quiero a nosotros.
Me inclino hacia él y lo veo fijamente a los ojos antes de besarlo. En cuanto
nuestros labios se tocan, sus ojos se cierran y su mano se extiende por mi nuca,
sujetándome mientras me devuelve el beso con la misma pasión inquebrantable.
Joder. Lo necesito. Lo deseo.
Como si nunca hubiera deseado otra cosa en mi vida. La burbuja del deseo estalla
cuando intento profundizar el beso y se aparta.
—No —dice sin aliento—. También te deseo tanto, joder, pero tenemos que aclarar
las cosas, desvelar cualquier otro secreto antes de que sea demasiado tarde.
—No tengo nada más que decirte.
Esta vez aparta la vista y sus ojos se posan en algo por encima de mi hombro. Lo
veo tragar, con la garganta temblorosa.
—Correcto, yo tengo que decirte algo. Y no será fácil para ti oírlo, pero no puedo
seguir cargando con la culpa.... —Hay desesperación en su voz—. Necesito que me
escuches, que seas comprensiva y...
Suena malo. Realmente malo, y no tengo el ancho de banda para manejar mucho
más en este momento. No cuando mis entrañas se sienten como si alguien tomara un
rallador de queso.
—Podemos hablar, y podrás decirme lo que sea que necesites, pero no ahora. No
puedo soportar nada más. Sólo te necesito. Necesito que me abraces. Necesito que me
digas que todo estará bien, porque no lo parece.
Aprieta su frente contra la mía y sus ojos brillan de alivio.
—Sé que el futuro parece desalentador ahora mismo, pero superaremos esto
juntos. Los dos estamos jodidos, fracturados y defectuosos. Pero no significa que no
merezcamos felicidad, ni que no podamos crear nuestra propia versión de ella.
Me alejo suficiente para volver a verlo a los ojos.
—¿De verdad lo crees?
Asiente:
—Una vez leí una cita. Oscar Wilde dijo “todos estamos un poco rotos. Así es como
entra la luz”. Se me quedó grabada porque, cuando la leí, quería que fuera verdad. Quería
ser alguien con luz. Quería saber que aunque estuviera roto, no significaba que fuera
indigno, que estuviera acabado. Entonces te conocí. Hiciste brillar la luz en todas las
fracturas de mi alma y me hiciste darme cuenta de que hay algo más en mí que la
oscuridad, que el pequeño niño maltratado que solía ser. Eres mi luz, mi todo, y
superaremos esto juntos.
El corazón se me detiene en el pecho. Lo amo. No puedo negarlo. Tomando sus
mejillas entre mis manos, lo beso con una desesperada necesidad mientras hablo a través
de cada roce de mis labios.
—También eres mi luz, y lo siento. Lo siento por mi terquedad y por sucumbir a
viejos hábitos. Por dejar que mis traumas del pasado dictaran mi futuro.
Me agarra por las caderas, acercándome y asegurándose de que no quede ni un
centímetro de espacio entre nuestros cuerpos.
—¿Lo dices en serio? No huirás más. ¿Pase lo que pase? No importa quién venga
por nosotros, le haremos frente juntos, ¿de acuerdo?
Tengo miedo. Me aterra decir que sí porque nunca tuve a nadie en mi vida en
quien pudiera confiar, que me defendiera y me protegiera. Pero nunca podré avanzar si
sigo viviendo en el pasado.
—De acuerdo. No más huir. Somos un equipo.
—Júramelo. Hicimos votos, y aunque supongo que no puedo obligarte a cumplir
el primero, ya que estabas un poco fuera de ti, te aseguro que te obligaré a cumplir este.
Prométeme que no huirás más. Que cuando las cosas se pongan difíciles, te apoyarás en
mí.
Sonrío.
—Si me prometes lo mismo. Te lo prometo, excepto lo de no huir. Si me persigues,
entonces correré.
La comisura de sus labios se inclina hacia arriba.
—Oh, nunca tendrás que preocuparte por eso. Siempre te perseguiré. Vayas
dónde vayas, allí estaré, pequeña Presa.
CAPÍTULO 20
Santo cielo, su corazón late tan fuerte que puedo sentirlo contra mi pecho. El
frenético ritmo coincide con la mezcla de miedo y esperanza en sus ojos cuando me ve.
No sé si alguna vez seré lo bastante bueno para esta mujer, pero lo intentaré hasta mi
último puto aliento. No hay otra opción, no puedo renunciar a ella. Ya no. No ahora que
la conozco tan bien, por dentro y por fuera.
—Ven aquí, pequeña Presa. Te necesito.
Parpadea, con ojos pesados. Le tomo la cara con las manos y estrello mis labios
contra los suyos.
Inmediatamente, se abre a mí, me busca, me saborea, y yo no me canso de
hacerlo. Profundizo el beso y deslizo una mano para agarrarle un puñado de cabello, sin
tirar, simplemente apretándola más, necesitando más contacto con su piel, sus labios, su
cuerpo. Estoy hambriento de esta mujer.
Intenta apartarse, con el pecho agitado mientras jadea, pero aun no terminé. Soy
adicto a sus besos, a su toque, y podría volverme loco si no consigo hundirme pronto
entre sus piernas.
—Aun no terminé contigo —gruño y vuelvo a atraerla, devorando su boca,
saboreando su gusto en mi lengua. Necesitamos esto. Algo para nosotros. No una pelea,
no una rendición, sino hacer el amor. Dar y recibir. La suelto y, en respuesta, me rodea
los hombros con los brazos para mantenerse en su sitio, moviendo las caderas y haciendo
que su vagina presione con más fuerza contra mi regazo.
Con ansiosa necesidad, le subo el dobladillo de la sudadera, junto con la fina
camiseta que lleva debajo, y la levanto. Emite un zumbido de aprobación contra mis
labios, pero se aparta suficiente para que pueda desprender la tela y quitársela.
Contemplo su cuerpo tembloroso, su sujetador de gasa y encaje cubriendo su
perfecto puñado de pechos como me gustaría. Intento encontrar el cierre, pero me sonríe
y niega antes de quitárselo y de tirarlo al suelo.
—Chica lista. Te lo habría arrancado si no hubiera encontrado el cierre. —Atrapo
un pezón entre mis labios, y sus brazos me rodean el cuello de nuevo, agarrándome más
fuerte.
Al arquear su cuerpo, tengo más acceso a sus pechos, y chupo el capullo duro
como un diamante, pasándole la lengua hasta que se retuerce.
—Qué bien se siente.... —Gime, y sonrío contra su piel mientras bajo las manos
hasta la cintura de sus vaqueros. La necesito, joder, pero también sé, por sus traumas
pasados, que lo más importante es asegurarme de que se sienta vista y conectada
conmigo.
—¿Cómo es esto, Ely? Háblame.
—Más —gime—. Sebastian, por favor.
—No haré rogar a una dama. Levántate.
Prácticamente salta de mi regazo y tengo que sujetarla cuando casi cae al suelo y
sus pies resbalan con el dinero que hay esparcido por el suelo. Su mirada recorre mi
cuerpo y luego se mueve para abrirse la bragueta de los vaqueros.
Le quito las manos de un manotazo y lo hago yo mismo, despegando la tela de su
cuerpo y deslizándome por sus rodillas al mismo tiempo.
—Abre las piernas, pequeña Presa. Déjame ver lo mojada que tienes la vagina.
Por una vez en su puta vida no discute, sino que cambia de postura. La luz de la
habitación se refleja en su brillante piel y se me hace la boca agua por probarla.
—Sube a la cama. Necesito probarte, y no puedo comerte como quiero contigo
aquí de pie.
—Tan mandón. Tienes suerte de que me guste que me digas lo que tengo que
hacer. —Se arrastra a mi lado, golpeándome el hombro con la cadera.
Gimo, me levanto y me despojo rápidamente de mi ropa, dejándola toda
amontonada en el suelo. Mi pene está en posición de firmes, con la cabeza hinchada y
morada, deseosa de hundirse en su húmedo calor.
Pronto, muy pronto.
Una vez situado en el borde de la cama, me arrodillo entre sus muslos abiertos.
Hundo mis dedos en su carne y la separo aun más, necesitando ver cada jodido
centímetro de su delicado vagina.
—Perfección. Eres la perfección absoluta, Ely. —Se me hace la boca agua y me
relamo los labios en anticipación—. Y hermosa, joder, eres tan hermosa.
Gime y se apoya en los codos para verme. Me inclino, inhalo su embriagador
aroma en mis pulmones, me meto entre sus piernas y pruebo por primera vez. De una
sola pasada, la lamo desde el trasero hasta el clítoris, y viceversa. A miel. Sabe a miel.
Pequeños maullidos de placer escapan de sus labios y me encanta lo reactiva que es a
mis caricias. Quiero que su excitación me cubra la cara, sentir sus muslos rodeando mi
cabeza mientras se deshace en mil pedazos.
Se acerca a mí y, cuando sus dedos se hunden en mi cabello, casi suspiro. A la
mierda su toque, su dulce aroma, su puto sabor. Me consume. Aprieta los puños en torno
a los mechones de cabello mientras agarro entre los dientes el pequeño capullo hinchado
de su clítoris y lo muerdo suavemente. Lo hago un par de veces, provocándola, dándole
placer y dolor a la vez.
Me alejo un poco y recorro su cuerpo con la mirada, deteniéndome al llegar a su
cara. Tiene los ojos cerrados, el pecho le sube a y le baja rápidamente como si estuviera
corriendo una maratón, y su piel está sonrojada de un rosa oscuro. Pura puta belleza. Y
así es como quiero verla cada día, vulnerable, amada, sin un ápice de espacio para el
miedo.
Empujado por la lujuria, vuelvo a hundirme entre sus muslos y acaricio con la
lengua su pequeño clítoris antes de llegar a su entrada. Me agarro a ella con más fuerza,
introduzco la lengua en su apretada vagina y la penetro. Está tan desesperada como yo,
porque en cuestión de segundos levanta las caderas e intenta tener sexo contra mi cara.
Pero ya no puedo más. Necesito estar dentro de ella.
Beso suavemente su sexo, luego me pongo de pie, levanto sus caderas y la subo
un par de metros por la cama.
Se aferra a las sábanas, manteniendo las piernas abiertas, y mi mirada se fija en la
humedad de su cuerpo y en mi boca, en la evidencia que recubre el interior de sus
muslos. Joder, ¿podría consumirme más esta mujer de lo que ya estoy? Me subo a la
cama y gateo hacia ella, cubriendo con mi cuerpo el suyo. La mirada de confianza y
necesidad que me devuelve me parte por la mitad.
—Lo eres todo, Elyse. Cada. Jodida. Cosa. —Pronuncio las palabras mientras me
deslizo entre sus húmedos pliegues, recogiendo su excitación en mi pene antes de
colocarme en su entrada.
Justo cuando estoy a punto de empujar hacia adelante, hay un golpeteo en la
puerta.
¿Qué demonios pasa? Ladeo la cabeza, con la adrenalina por las nubes. No
debería haber nadie más en la casa, pero está claro que hay alguien. La expresión de Ely
se vuelve temerosa y estoy a punto de decirle que no pasa nada cuando una voz familiar
nos saluda.
—Sé que estás ahí, y dudo que quieras que entre, así que sal, tenemos que hablar.
—Maldito Drew. Lo único que puedo hacer es sacudir la cabeza—. Y preferiblemente con
la ropa puesta —añade.
Dejo caer la frente sobre su esternón y suelto un largo suspiro.
—Joder. La única razón por la que estaría aquí es porque Bel está aquí. No sé de
qué quiere hablar, ni me importa.
Los labios de Ely se abren en una sonrisa.
—¿Qué posibilidades hay de que se vaya si lo ignoramos?
—Las posibilidades son nulas. Es mucho más terco incluso que tú.
Me saca la lengua, pero sus ojos observan atentamente mi cara en busca de una
reacción a sus burlas. Es algo nuevo para ella, así que le sonrío, meto la lengua en su
boca y la beso profundamente. Su risa se transforma en un gemido.
—Lo crean o no, mis oídos funcionan bien, y puedo oírlos a los dos ahí dentro, así
que muevan el trasero. Esto es serio.
Ely me empuja suavemente el pecho.
—Vamos a ver lo que quiere, y luego en un rato podremos empezar todo esto de
nuevo.
Entrecierro los ojos.
—Te tomaré la palabra.
Ely se viste con una de mis camisetas y un pantalón corto de gimnasia. Yo renuncio
a la camiseta y me pongo unos pantalones cortos que encuentro en el suelo. Intento
prepararme mentalmente para lo que sea, pero es difícil cuando no tengo ni idea.
Tomados de la mano, Elyse y yo salimos de la protección de nuestro dormitorio y nos
dirigimos a la cocina.
Allí nos encontramos a todos, y quiero decir a todos. Drew, Lee, Aries y Bel están
todos aquí, y el aire de mi pecho se apaga. Bel parece la más ansiosa mientras hace rodar
una botella de agua entre las manos. Drew está a su espalda, tan protector como siempre.
Le echo un vistazo a mis otros dos amigos. Lee está tumbado en la otra encimera,
con los pies colgando del borde, y Aries está apoyado cerca del fondo de la cocina, con
la mirada oscilando entre nosotros y la puerta trasera.
—¿Qué demonios está pasando?
Drew me clava una mirada que no consigo leer.
—Parece que el sheriff decidió tomar represalias contra ti.
Todo mi cuerpo se pone rígido y Ely me agarra la mano con más fuerza.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué pasó? —Pregunta, y odio el temblor de su voz.
La guío hasta el taburete junto a Bel y la obligo a sentarse. Luego la giro hacia mí
y le hablo directamente.
—No pasa nada. No me sorprende. Sabíamos que haría algo. Quiere nuestra
atención.
—Sí, pero yo.... no quiero que nadie salga herido por mi culpa —susurra.
—Lo entiendo, pero habrá bajas; siempre las hay. Todo es cuestión de táctica.
Quiere doblegarnos, aislarnos para que no tengamos a nadie ni a nada a nuestro lado,
pero no sabe una mierda de nosotros ni de nuestra hermandad.
—Todavía no, pero lo hará pronto. —añade Drew.
Lee se sienta y aprieto los dientes cuando veo los moretones negros y azules que
le cubren media cara. No necesito preguntar qué pasó, mi instinto ya me lo dice, pero
necesito que me lo diga para saber que es verdad.
—¿Qué sucedió? ¿Te metiste en otra pelea?
Se encoge de hombros, pero el típico humor de playboy que lleva consigo
desapareció. Ahora es insensible y cruel.
—Parece que a uno de los hombres del sheriff no le gustó vernos a mí y a mi amigo
Phillipe juntos fuera de La Casa de las Ratas.
Aunque lo sospechaba, no puedo contener mi reacción.
—¿Él te hizo eso?
Su labio se tuerce en una irónica sonrisa.
—Primero, deberías ver cómo está el otro tipo, y segundo, me molestó que me
llamara maricón. Luego le di un puñetazo en la cara, así que... técnicamente empecé yo.
Por el rabillo del ojo veo cómo la cara de Ely se llena de terror.
—Puto idiota —suspiro.
—Lo siento. Lo siento mucho —suelta Elyse, y el dolor de su voz se me clava
profundamente en la piel.
—No tienes nada que lamentar. —Lee le dedica una sonrisa triste—. Todos somos
víctimas de los pecados de nuestros padres. Los moretones desaparecerán.
—Tendrá lo que se merece. —Aries anuncia y cruje los nudillos como si estuviera
listo para dar una paliza.
—Tenemos que enfocar esto de la manera correcta. Sabía que tomaría represalias,
pero no pensé que fuera tan pronto. Tendré que adelantar el calendario de algunas de
las ideas que tengo. Hay muchas partes qué mantener en orden.
—¿Estás diciendo que pasa algo más de lo que sé? —acusa Bel.
Me disgusta el tono acusador de su voz, pero no lo comento. Es culpa mía por
guardar secretos, en un esfuerzo por llevar la carga.
—Todo el mundo sabe lo de Tanya. Decidió intentar utilizar al padre de Ely contra
mí y hacer que me detengan por violencia doméstica. No sé lo que tiene sobre el Sheriff,
pero no trabajaría con ella a menos que tuviera un incentivo, uno que lo acercara a
satisfacer sus propios deseos y necesidades.
—Correcto, ¿cuáles son sus propios deseos y necesidades? —pregunta Bel, su
voz tranquila pero firme como acero.
—Más que nada, quiere que Ely vuelva; lo segundo sería que yo muriera.
—Bueno, ¿y Tanya? ¿Qué pasa con ella? —pregunta Aries.
Me encojo de hombros:
—Tanya quiere lo de siempre: poder, dinero, atención y mi cuerpo.
Los ojos de todos se clavan en mí y juro que están conteniendo la respiración
esperando a que diga la verdad que ya saben. Ya me quité todas las capas de encima y
no puedo creer que esté a punto de decirlo en voz alta, aunque sea algo que mis amigos
ya sepan de sobra.
—Todos sabemos lo convincente que puede ser. Ella... —Hago una pausa,
inseguro de cómo soltar este secreto, esta vergüenza con la que viví tanto tiempo y de la
que empecé a despojarme hace poco, gracias a Elyse—. Me quitó la virginidad después
de que mi padre muriera, cuando tenía dieciséis años. Me emborrachó y me utilizó para
tener relaciones sexuales, y después de eso pasó cada vez que pudo hasta que mi abuelo
la mandó a Nueva York.
—Dieciséis... —susurra Bel—. Mataré a esa puta.
Me volteo hacia ella, y hay tanto veneno en su tono que no puedo evitar sonreír.
Quizá me equivoqué. Quizá, después de todo, Bel esté hecha para el negocio familiar.
—No, yo quiero el placer de hacerlo. Después de todo lo que me hizo, es lo que
merezco.
Me hace un gesto de aprobación con la cabeza, pero aun puedo ver la ira y el odio
brillando en sus ojos. La quiero por eso. Por querer protegerme, por vengarse.
Examino las caras de mis tres amigos.
—Tengo que alinear algunas cosas, pero lo atraeremos aquí, extinguiremos el
problema como hicimos con Drew, y luego limpiaremos nuestro desastre.
Todos asienten en señal de comprensión.
—No mentiré. Nunca pensé que todos nos convertiríamos en asesinos. —Lee
sonríe.
—Preferiría que lo llamáramos proteger a los nuestros frente a asesinar. Si lo
piensas, en realidad le estamos haciendo un favor al mundo deshaciéndonos de la gente.
—Podemos llamarnos los exterminadores. —Aries se ríe.
—Sí, me gusta. —interviene Lee.
—No. No haremos esto a tiempo completo —interviene Drew.
—Sí, no creo que asesino sea algo que se pueda escribir en una solicitud de
empleo, y ustedes se graduarán pronto. Mantengamos la sangre y el caos al mínimo.
Ely asiente a la sugerencia de Bel.
—Definitivamente, no haremos de esto un trabajo a tiempo completo.
—¡Bu! —Lee se burla, y le sacudo la cabeza—. Sólo dices eso porque no eres el
que tiene la cara golpeada.
—Touché, pero me aseguraré de que se haga justicia.
—Más te vale. —Lee me guiña un ojo.
—Podremos idear un plan más sólido en los próximos días. Utilizaré el servidor de
correo electrónico seguro que Lee nos preparó para hablar discretamente. Mientras
tanto, creo que todos debemos permanecer agachados, mantener las distancias, y
cuando llegue el momento de atacar lo haremos juntos, como una familia.
—¿Familia? —Aries resopla—. Ni siquiera me caes bien.
—Cierra el pico. —Drew pone los ojos en blanco, pero tiene una sonrisa en los
labios. Creció mucho desde que decidió ser un hombre y hacer las cosas mejor por Bel—
. No mientas, nos quieres.
—Supongo que tal vez un poco —responde Aries.
—Entonces, ¿quién me hará algo de comer? Tengo un hambre del demonio. —
Lee se desliza de la encimera y se pone de pie. Nos ve a cada uno con esperanza en los
ojos.
Sacudo la cabeza:
—Tendrán qué prepararse su propia comida. Me estaba dando un buen festín
antes de que me interrumpieran groseramente.
Bel emite una arcada.
—Nadie necesita saber eso.
—Habla por ti, Bel. Me encantaría oírlo todo. —Lee se adelanta con una sonrisa—
. Y si quieres compartir, estaré encantado de unirme a tu festín...
Sacudo la cabeza y casi le gruño:
—Ni se te ocurra, Lee. Toca un cabello de la cabeza de mi mujer y haré que un
lado de tu cara coincida con el otro.
—Sé amable —Ely arrulla—. Sólo te está tomando el pelo.
Si supiera lo retorcido que es Lee.
—Sí, sólo estoy bromeando, Seb. —Lee guiña el ojo de nuevo—. Ahora, ¿quién
demonios quiere ir a la cafetería conmigo?
—Yo podría comer. —Interviene Aries, empujando la pared.
Drew niega:
—Bel y yo tenemos planes, pero gracias por preguntar.
—Cojo, pero lo que sea. Sólo seremos Aries y yo, como siempre.
—Deja de lloriquear y vete —ordeno, mi paciencia se agota.
Todos salen por la puerta de atrás y la cierro tras ellos. Luego vuelvo a centrar mi
atención en Ely.
—Ahora, ¿dónde estábamos?
Cuando estoy más cerca, se acerca a mí y desliza una de sus manos por mis
calzoncillos para tocarme el pene. Con un solo toque, paso de estar semiduro a durísimo.
—Mmmmm.... ¿por aquí creo?
Cuando retira la mano, me inclino para besarla, pero se aparta del otro lado del
taburete y se levanta.
—Entonces...
Hago una pausa y echa a correr hacia la puerta de la cocina que da al vestíbulo.
Mis venas se llenan de adrenalina, pero por una razón diferente.
—Oh, pequeña Presa, estás jugando con fuego.
—¿Ah, sí? Creía que te gustaba perseguirme. —Se burla, su voz cargada, y
después de identificar la dirección de la que vino, corro tras ella.
—No me gusta perseguirte. Me encanta, joder —anuncio y me giro en dirección a
las escaleras.
—Pues demuéstralo —me responde, y sigo el sonido escaleras arriba y pasillo
abajo. Todas las puertas están cerradas excepto la de la habitación de invitados. Asomo
la cabeza al interior buscando en la oscuridad y siento cómo se agita el aire a mi espalda.
Sale disparada hacia las escaleras, resbalando sobre la madera.
Corro tras ella, pero no demasiado rápido. No quiero que tropiece. Cuando corre
hacia el estudio, la sigo y la agarro por las caderas en la puerta, atrayéndola contra mi
pecho.
—Parece que te atrapé. ¿Eres mi premio?
Gira para verme, me rodea el cuello con los brazos y tira de mí para acercarme.
Susurra contra mis labios.
—Hazme el amor. Dame algo bueno, Sebastian. Por favor.
No necesito que me lo digan dos veces. La hago retroceder hasta el estudio,
nuestros labios se funden, nuestros besos se alimentan de una desenfrenada necesidad.
Nos manoseamos la ropa, necesitamos quitarnos todas las capas que nos separan.
La coloco suavemente sobre la alfombra de piel y pulso un botón de la chimenea.
Se enciende con un silbido de llamas que crea ambiente.
—Oh, esto es romántico. —Me sonríe y le devuelvo la sonrisa mientras me quito
los calzoncillos.
—Me alegro. Era el plan.
Me abre los brazos y me atrae hacia ella mientras me toca el pecho con las manos.
Sus bonitos ojos se llenan de lágrimas, confundiéndome. No quiero hacerla llorar.
—¿Qué pasa?
—No me rompas, Sebastian. Porque no creo que sobreviva.
Sacudo la cabeza y beso su cuello, su pecho, sus pechos, grabando el toque y el
sabor en mi mente.
—Nunca lo haría. Puede que te haga enojar, puede que quieras estrangularme,
pero nunca haré nada que te lastime. Significas mucho para mí. Eres mi única y verdadera
debilidad. No puedo ser el hombre más grande cuando se trata de ti. Soy demasiado
jodidamente débil para renunciar a ti.
Me ve fijamente, apartando las lágrimas.
—Tampoco te abandonaré. No huiré, no me esconderé. Estamos juntos en esto,
hasta que la muerte nos separe.
—Hasta la muerte, nena... —susurro, rozando su nariz con la mía mientras coloco
mi pene en su entrada. Un pequeño empujón y me deslizo lentamente dentro de su cálido
calor. El placer me sube por la espalda y juro que pierdo el conocimiento por un momento.
El pequeño gemido de Elyse contra mi brazo me devuelve al presente, y en el
momento en que sus uñas se clavan en mi piel siento el típico impulso de tomarla, de
penetrarla hasta que ambos nos agotamos. Estoy a punto de ceder, pero siento sus labios
en mi piel y, cuando veo sus confiados ojos, sé que no puedo. Tengo que darle lo que se
merece, lo que quiere. Dejo a un lado la vergüenza y el miedo por ese niño que lo perdió
todo y elijo hacer sitio para algo mejor, un hombre con fuerza, respeto y dignidad.
Un hombre digno de amar a Elyse.
Nuestras miradas están fijas uno en el otro, e incluso cuando los dos empezamos
a jadear, cuando se me forman gotas de sudor en la frente por el esfuerzo que me cuesta
penetrarla despacio y con cuidado, sé que es lo que teníamos que hacer. Sé que así es
como debería sentirse el amor.
Su agarre cambia con el tiempo, se hace más fuerte y duro a medida que alcanza
la cima del placer. Gruño y ajusto el ángulo de mis embestidas, de modo que cada vez
que la llene bese su hinchado clítoris. La presión añadida es exactamente lo que necesita
para excitarse, y su apretada vagina se estremece alrededor de mi pene.
—Sebastian —gime.
—No te atrevas a venirte sin mí, Elyse. Juntos, recuerda.
—De prisa... por favor... —Su gemido está lleno de desesperación.
—Joder, cualquier cosa por ti, pequeña Presa. —Acelero el ritmo, empujando más
profundo, más fuerte, más rápido. Mis músculos arden y el placer me llena las entrañas.
Es mi puto hogar. Mi principio y mi fin. La luz se cuela por todas las grietas de mi corazón.
—Oh Dios. Sebastian... —gime Elyse, y cierra los ojos mientras cae del borde, su
calor sedoso se contrae alrededor de mi pene.
—Tan bueno, tan jodidamente bueno —susurro en el pliegue de su cuello mientras
exploto un instante después, su eyaculación lleva a la mía. Su apretada vagina
prácticamente chupa el semen de mis pelotas, y gimo de placer, empujando más hondo,
rezando para que mi semilla eche raíces y la embarace, dándonos a los dos la segunda
oportunidad de una vida que merecemos.
Se le cierran los ojos y se le escapa un somnoliento murmullo. Saco una manta del
sofá, la envuelvo en ella, la jalo entre mis brazos y le doy un beso en la cabeza.
—Duerme, Ely. Estaré aquí cuando despiertes. Siempre estaré aquí.
CAPÍTULO 21
Ambos nos despertamos antes de que el sol se asomara por las ventanas y, desde
el momento en que Ely abre los ojos, sé que el día de hoy será duro. Un aura de ansiedad
la rodea y hago lo posible por dejarlo pasar, pero para cuando llegamos a la cocina estoy
a punto de salirme de mi piel.
Le paso a Ely una taza de café y luego me inclino sobre el mostrador y bebo un
sorbo del mío.
—Háblame. Es muy temprano para estar tan ansiosa. ¿Tengo que llevarte arriba
para que se te pase un poco? —Le guiño un ojo, intentando ser juguetón, pero Elyse no
lo acepta.
Se tensa y aparta la mirada, aunque por la postura de los hombros y los puños
apretados en las mangas de la sudadera me doy cuenta de que está ansiosa.
—No todos podemos ser fríos como una lechuga.
—¿Qué significa eso?
—Significa que no todo el mundo puede hablar de cometer un asesinato sin tener
algún tipo de miedo a ser descubierto o, peor aun, miedo a que fracases.
—¿Realmente dudas que podamos hacerlo?
Se encoge de hombros:
—No dudo de que puedan hacer algo. Sólo me pregunto... es el sheriff. La gente
se dará cuenta si desaparece, y empezarán a hacer preguntas.
Le dedico una perezosa sonrisa y me pongo en pie, ajustándome el cuello de la
planchada camisa blanca para que me quede como quiero.
—Que hagan preguntas. Pruebas es lo que necesitan, y a menos que puedan
demostrar que alguien hizo algo malicioso, no tendrán nada.
—No soy buena mintiendo, Sebastian.
—No necesito que mientas. Cualquiera que conozca a tu padre sabrá que tenía
una kilométrica lista de enemigos. Podría ser cualquiera. La probabilidad de que husmeen
a nuestro alrededor es mínima. No con el dinero que tenemos, y todo el mundo sabe que
el dinero es poder. Cuanto más dinero tienes, más control tienes. Tu padre puede ser el
sheriff, pero ese tipo de poder es superficial, también conocido como autoridad. Es
reemplazable. Todo lo que tengo que hacer es mostrar suficiente dinero, y todos nuestros
problemas desaparecerán. Aquellos suficientemente tontos como para hacer preguntas
o profundizar también podrán ser eliminados.
—No puedo cargar con ese peso en mi conciencia. —Susurra—. Aparte de esa
única vez, no tengo por costumbre asesinar a la gente.
—Lo sé, pequeña Presa, y no te pido que cargues con ese peso. Déjame hacerlo
a mí. Que sepas que no hay nada que no haría para proteger a los que quiero y me
importan, incluido el asesinato.
Elyse le da un sorbo a su café y frunce el ceño:
—¿Crees que haya otra forma? ¿Algo que no implique la muerte? ¿Podríamos
sobornarlo? ¿Hacerlo desaparecer?
—Sé que no quieres pensar en ello, y entiendo por qué, pero no hay otra forma de
sacarlo de nuestras vidas. El dinero no es suficiente motivación para él, y ambos sabemos
que nunca desaparecerá. Mientras siga vivo, tendremos la amenaza de él sobre nuestras
cabezas, y la idea de vivir así... de dejarte vivir así... ni de chiste.
Se aprieta más las mangas sobre los nudillos.
—¿Qué tipo de persona me hace, que incluso después de todas las cosas que me
hizo, de todas las palabras de odio que dijo, todavía no quiera que le pase nada malo?
—Te hace humana, cariño. Te hace una jodida buena persona.
Se detiene un momento, parece reflexionar un poco más.
—¿Y Tanya? ¿Qué pasa con ella?
Apenas puedo reprimir el estremecimiento que me produce su nombre.
—También recibirá su merecido. Todo lo que se interponga en nuestro futuro
juntos será una amenaza que eliminaré.
—Entonces tienes un plan, ¿verdad?
Le sonrío justo cuando llaman a la puerta de atrás. Justo a tiempo.
—Entren. Anuncio, y todo el equipo se amontona en la cocina como hormigas
marchando.
Elyse me mira, con los ojos muy abiertos.
—¿Sabías que vendrían?
—Sí. Decidimos que sería más inteligente hablar de nuestros planes en persona
que incluso por correo electrónico seguro. Si alguien llegara a tener ese tipo de
información, nos incriminaría a todos.
—Ni siquiera lo había considerado.
Bel entra pisando fuerte y se quita unos cuantos copos de nieve pegados al abrigo.
Drew viene justo detrás de ella, seguido de Lee y Aries.
Lee se separa y se deja caer en una silla junto a la mesa, cerca del otro extremo
de la cocina. Aries se abrocha el abrigo, mete las manos en los bolsillos y se queda cerca
de la puerta. Drew, por supuesto, sigue a Bel hasta la encimera cuando Bel se sube a un
taburete junto a Ely.
Girándose, me fulmina con la mirada:
—Hagámoslo para poder volver a la programación habitual.
—Sí, todo este asunto del asesinato del sheriff me está quitando mucho tiempo de
beber —bromea Lee, con el cuerpo desplomado en la silla mientras cuelga la cabeza
sobre el respaldo.
Drew extiende las manos sobre el mostrador.
—¿Cuál es el plan?
Mi cerebro no ha parado de darle vueltas a las ideas. No hablé con nadie de ellas,
no las puse por escrito, no hice nada más que considerar todos los lados dentro de mi
propia mente, y creo que se me ocurrió algo decente. Ahora a ver si somos capaces de
ejecutarlo.
Tomo el teléfono de Ely de la encimera y lo agito, la pantalla se ilumina con un
mensaje de texto.
—Llevo horas pensando en esto, pero antes de avanzar algo quiero sus opiniones.
—Todos asienten, así que continúo:
—Su padre estuvo reventándole el teléfono desde que faltó a la reunión que habían
acordado. En este momento, creo que nuestra mejor opción es traerlo a casa, y
ocuparnos de las cosas aquí. Podemos decirle que, como descargó su agresividad contra
Lee, no se cumplió el acuerdo, así que lo modificamos un poco. Ahora necesitamos que
traiga consigo el informe policial de Tanya, como seguridad adicional.
La mirada de Drew no se fija en nada en particular, y sé que está pensando en
todo. Viendo cómo se mueven las piezas en su mente.
—Bien, pero no quiero a Bel aquí. Aries podrá quedarse con ella y Ely en nuestra
casa.
Ely interrumpe inmediatamente.
—¿Qué? No. No tiene sentido. Tengo que estar aquí. Si aparece y se da cuenta
de que no estoy aquí, sabrá que es una trampa, y entonces no importará cuáles sean
nuestros siguientes pasos. Si queremos que funcione, tendré que estar aquí.
Asiento:
—Tiene razón. Por mucho que lo odie, si no está aquí cuando él aparezca, nada
habrá servido. Lo necesitamos dentro de la casa para hacer el trabajo.
—Bien, entonces Bel se quedará con Aries. —Anuncia Drew.
Bel ni siquiera ve a Drew, pero noto la rabia que desprende.
—Bel es una adulta que puede tomar sus propias decisiones, que, por cierto, serán
quedarse a apoyar a sus amigos.
—Eres tan jodidamente testaruda. —Drew sacude la cabeza con frustración.
—¿Ya hay problemas en el paraíso? —reflexiona Lee.
—¿Creo que quieres que te patee el trasero? ¿Es lo que acabas de decir?
Aries se ríe:
—Creo que deberíamos apostar a quién le patearán el trasero primero. Creo que
Bel les dará una paliza a los dos.
Bel sonríe descaradamente a Aries, y Drew pone los ojos en blanco. Lee, por su
parte, sonríe y dice:
—Tengo algo que ella puede vencer, pero no sea mi trasero.
—Realmente quieres que te mate, ¿verdad? —gruñe Drew, a punto de explotar.
Tengo que parar eso antes de que se me vaya de las manos, aunque disfruto viendo
cómo Lee pone a Drew en situaciones peculiares.
—Detente. Estamos aquí para discutir el plan. Después, podrán matarse entre
ustedes; no me importa. Sólo lleven el desorden afuera.
—De acuerdo, papá.... —Lee se burla frunciendo el ceño.
—Qué aguafiestas, hombre —Aries sacude la cabeza.
Noto que Ely se mueve en el taburete como si estuviera incómoda. Puedo entender
por qué se siente así, y si pudiera llevar a cabo el plan sin incluirla lo haría, pero no puedo.
Lo que significa que tendré que ayudarla durante el proceso y encontrar formas de aliviar
el miedo y la ansiedad que siente. Creo que tengo el plan perfecto para eso.
Dirigiéndome a la sala, digo:
—Para que funcione, tendremos que actuar como equipo, cada uno haciendo su
parte. El primer paso es para Drew y Bel. Necesito que ambos vayan a the Mill. Empiecen
una fiesta suficientemente grande como para que llamen a la policía.
Lee refunfuña.
—Eh, puedo hacerlo; ¿por qué les pides que lo hagan?
—Ellos empezarán la fiesta. Tú te encargarás de darle la publicidad que necesita.
¿Crees que puedes hacer algunas llamadas y llevar a la prensa?
Lee sonríe.
—¿Es siquiera una pregunta? Soy profesional en joder las cosas. Tengo un amigo
en marcación rápida que atraerá algunas cámaras. Me lo llevaré a cenar. Enojaré a mi
familia en el proceso.
—Correcto, bien. Entonces los tres se escabullen, asegurándose de que nadie se
da cuenta y vuelven aquí. La cuestión es que queremos que el Sheriff piense que Ely está
aquí sola y desprotegida. También haré un gran espectáculo al irme. Si acepta venir a la
casa, sabemos que vigilará el lugar y que querrá asegurarse de que me haya ido antes
de su llegada. Volveré sin que nadie se dé cuenta.
Ely agarra la taza de café, pero se la acerco con una ceja levantada.
—No sé si necesitas más café. Ya estás ansiosa.
Bel me arrebata la taza y se la da a Ely.
—No eres su cuidador. Si está ansiosa, dale un Xanax como a una persona normal.
No retengas la mercancía.
No puedo evitar sonreír. Bel fue un petardo desde que ella y Drew se juntaron, y
como que la quiero aun más por eso.
—Podemos hacer que la reunión tenga lugar en la guarida. Le diré a Ely que se
ponga en contacto con su padre y que lo prepare todo para esta noche. Esperaremos
hasta que esté dentro de la habitación antes de emboscarlo.
—¡Entendido! —Drew asiente.
—Pero primero —le digo a Ely, ignorando la mirada de Bel, —hice algunos planes
para nosotros solos esta noche. Cuando volvamos, haré ademán de irme. ¿Quieres hacer
algo mientras tanto?
Ella niega.
—No lo sé...
Bel se levanta y arrastra a Ely del taburete.
—Vamos, ¿por qué no damos un paseo? El Señor Broody podrá llevarnos a the
Mill —señala a Drew con el pulgar—, podemos caminar por la propiedad, y podrá
seguirnos. Nos dará la oportunidad de hablar; además, el aire fresco siempre ayuda a
expulsar la ansiedad.
Casi quiero ofrecerme voluntario para acompañarla, pero quizá Ely necesite eso.
Un poco de tiempo para hablar con su amiga, para mover su cuerpo. No ha estado
corriendo o incluso caminando tanto como solía con el peligro y el secuestro que tuvo
lugar. Será bueno para ella.
Ely observa de mí a Bel.
—Un paseo estaría bien. Me estoy volviendo un poco claustrofóbica con todos
ustedes aquí.
—Igual. Ve a buscar un abrigo y ponte unos vaqueros. Afuera hace frío. —exclama
Bel.
Tomo un pequeño sorbo de café y veo cómo se baja del taburete y va a ponerse
ropa más abrigada. Pronto no tendrá que temerle a nadie. Todos los monstruos de los
que pasó la vida huyendo habrán muerto y por fin será libre.
—¿Ya se dio cuenta de que su padre morirá? —pregunta Drew.
Me encojo de hombros:
—Creo que sí. Sabe que no hay otra opción. O lo matamos o tenemos que
aguantar sus intrigas el resto de nuestras vidas, y sabe que no dejaré que pase por eso.
Puedo manejarlo, pero Ely no; ni debería tener que hacerlo. Merece ser feliz, y por muy
desafortunado que sea, la única forma de que lo sea de verdad es que él se vaya.
—A veces hay que cortar lo tóxico para que no se coma todo lo bueno. De lo
contrario, no te quedarán más que huesos —interviene Lee.
—Eso es bastante profundo. —Asiento—. Casi como si tú mismo hubieras
experimentado esa mierda.
—Tengo un poco de experiencia. —Lee sonríe y me muestra con dos dedos
cuánta experiencia tiene. Ely entra entonces en la cocina y toda mi atención se fija en
ella. No puedo evitar sonreír ante su presencia. Es la luz que no sabía que necesitaba en
mi vida, y joder, qué agradecido estoy de tenerla a mi lado. Está adorable abrigada con
una chaqueta y un gorro de punto en la cabeza.
—¿Lista para irse? —Bromeo.
—Creo que sí. —Sonríe, sus ojos verdes un poco más brillantes.
—Iremos a tomar el aire, y cuando volvamos the Mill podremos tomar chocolate
caliente. —dice Bel, bajando del taburete.
—Oh, suena bien. —Elyse le devuelve la sonrisa.
—Nos vemos luego. —Bel saluda mientras agarra a Ely del brazo y la guía hacia la
puerta trasera.
—¡Adiós! —chilla Ely.
—Adiós. Te veré un poco más tarde. —Desaparecen por la puerta y, aunque es lo
último que quiero hacer, sé que tengo que dejarla ir. Dejarla explorar libremente.
Drew pone los ojos en blanco y empieza a perseguirlas. Lo detengo en seco
poniéndole una mano en el hombro.
—Si les pasa algo a cualquiera de las dos, ya sabes el trato.
Al típico estilo de Drew, no se inmuta ante mi amenaza de violencia:
—No te tengo miedo, Seb. Eres un idiota con traje. Pero tengo que recordarte que
si algo les pasara a cualquiera, haría todo menos matarme para asegurarme de que
estuvieran bien.
—Lo sé. —Le digo y levanto la mano de su hombro.
Sigue, desapareciendo por la puerta trasera. Sé que está diciendo la verdad.
Cuando se trata de Bel no hay nada que Drew no haría. Y sé que no dejaría que le pasara
nada a Elyse por extensión de su devoción tanto por Bel como por mí.
Aries sigue apoyado en la puerta trasera, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Cuál es mi trabajo en este gran plan tuyo?
—Pensé que nunca lo preguntarías. —Sonrío—. Serás el músculo. Si nos pasa
algo, intervendrás, y si por un puto milagro el padre de Ely se escapa, tú lo atraparás.
Tiene la mandíbula dura, pero asiente.
—También me encargaré de esa zorra.
—Si el padre de Ely sale vivo de esta casa significará que estoy muerto, así que
me importará una mierda.
—Ánimo, Buttercup, el único que morirá hoy será el padre de Ely. —exclama Lee,
apretándome fuerte el hombro. A pesar de la confianza que tengo en este plan, sigo
teniendo mis dudas y temores, y mis amigos lo ven. Tengo que asegurarme de que
ocurra: el reino del terror que Elyse soportó toda su vida terminará hoy.
CAPÍTULO 22
Estoy tan nerviosa que creo que voy a vomitar. Tengo toda esta energía dentro y
no sé qué hacer con ella. Gasté la última hora paseándome por el estudio bajo la atenta
mirada de Sebastian. Sé por qué me observa con tanta cautela. Tiene miedo de que huya.
Y no mentiré, la idea me atrae ahora mismo.
No puedo creer que haya accedido a esto: a un enfrentamiento con mi padre en
la que ahora es mi casa. Una parte de mí teme que este lugar quede manchado en el
momento en que entre por la puerta, pero la otra reconoce que es un momento de círculo
completo, lleno de inevitabilidad. Me trajo aquí, planeando venderme, desecharme.
Sebastian me salvó, de la forma más retorcida imaginable.
Y ahora tengo que salvarme y bautizar este lugar... mi hogar... de nuevo. Desterrar
todo recuerdo rastrero de aquella época, y hacerlo mío para el futuro que compartiré con
Sebastian.
—Si sigues dando vueltas te agotarás —regaña Sebastian.
Le lanzo una fulminante mirada.
—No estás aquí, recuerda.
Me dedica una perezosa sonrisa y me alcanza el jersey en mi siguiente pasada.
Me esquivo fácilmente fuera de su alcance, pero me hace sonreír y supongo que era su
objetivo.
Lentamente vuelve a doblarse en la silla detrás del escritorio, desplomado y con
aspecto de estar muy a gusto. No como un hombre de negocios, sino como un chico
malo esperando a su chica mala. Algo que nunca seré.
Intento no pensar demasiado en eso. No cuando ninguno está dispuesto a
renunciar al otro. Ese pensamiento me tranquiliza un poco. Me quiere tal como soy a
pesar de que me guste seguir las normas y caminar por el lado correcto del pasillo.
Miro el reloj de la chimenea. Pasan cinco minutos de la medianoche. Llega tarde.
Cuando me enfrento a Sebastian, sacude suavemente la cabeza.
—No significa nada, pequeña Presa. Puede que sólo llegue tarde.
—¿Y si encuentra sospechosa la puerta abierta? Quiero decir, cuando le enviamos
el mensaje le dije que la dejaría abierta, y que la seguridad era escasa ahora mismo, pero
sospecha de todo. ¿Crees que sospeche que es una trampa?
Sebastian empuja la silla hacia atrás y se levanta, un movimiento fluido que le lleva
a los movimientos cortos y bruscos de enderezarse los puños de la camisa.
—No. Cree que somos tontos y nos subestima, que es lo peor que puedes hacer
cuando te enfrentas a tus enemigos. Nunca subestimes al enemigo. Si tuviera que
adivinar, diría que está emocionado por conseguir el dinero, llevarte a casa y pegarme
que ganó. Vamos a demostrarle lo equivocado que estaba contigo, con nosotros y con
toda esta situación.
Se me forma un nudo de miedo en la garganta, pero hago lo que puedo para
contenerlo. Puedo hacerlo. Con su apoyo, y el de Drew y de Lee y de Aries... con todos
ellos detrás de mí sé que nada malo me pasará. Sé que me protegerán.
Suena el timbre y resuena por toda la casa. Estoy hecha un manojo de nervios. ¿Y
si fracaso? ¿Y si no funciona? Sigo dando vueltas, retorciéndome las manos y
esforzándome por oír a Carey, el ama de llaves, abrir la puerta. Accedió a quedarse, a
abrir la puerta y a salir rápidamente por la cocina, donde Lee se asegurará de que salga
sana y salva. No tener sirvienta en casa de Sebastian sólo atraería especulaciones, y
queremos asegurarnos de que no se entere de lo que está a punto de ocurrir.
La voz del ama de llaves es suave y se saludan en el pequeño espacio que hay
junto a la entrada principal. Estoy helada de miedo y preocupación. Fracasar no es
opción. Hoy me liberaré de los grilletes con los que mi padre pasó años encadenándome.
Hoy la presa se convertirá en depredadora.
—Tú te encargas. —Sebastian me susurra mientras entra en el armario de la
esquina del estudio. Cierra la puerta casi a cal y canto.
Puedes hacerlo, Elyse. Eres fuerte. Tienes el control.
Las pisadas de mi padre acercándose me hacen estremecer. Los recuerdos se
arremolinan en mi mente y tengo que obligarme a mantener la mirada fija en la puerta del
estudio para no caer en ellos. La puerta del estudio se abre y mi padre entra.
Ya no hay vuelta atrás.
Lo primero que noto es que está vestido de civil. Probablemente no sea buena
idea secuestrar a una persona con el uniforme puesto. Aunque nunca le impidió
golpearme antes. Asumo su presencia. Sus vaqueros abrazan su vientre redondeado,
cortando su camisa abotonada, que es un poco demasiado ajustada. Lleva una chaqueta
deportiva abierta y las manos metidas en los bolsillos.
—Aquí estás, Ely. ¿No era el plan encontrarnos en la puerta para poder escapar
rápidamente? —Su mirada recorre la oficina.
Trago, intentando sacar una respuesta de mi boca repentinamente seca.
—Era el plan, pero luego me di cuenta de que no puedo llevar el dinero. Pesa
demasiado. —Señalo la bolsa que llenamos con una almohada y unas pesas y que está
en el suelo.
Su mirada gravita hacia ella, sus ojos se iluminan.
—Yo la llevaré; no hay problema.
—Por supuesto. ¿Trajiste el informe policial? —Me hago a un lado al hacer la
pregunta, como me ordenó Sebastian.
—Toma. —Con una mueca, mi padre arroja un pendrive sobre el escritorio y se
acerca a la bolsa, atrapándose. Tan pronto como está en su lugar, Sebastian se escabulle
del armario.
Su voz de acero corta el aire.
—Puede que quiera esperar un momento, Sheriff.
El corazón se me aprieta en el pecho y mi padre se queda congelado, con los pies
bien plantados en el suelo.
Sebastian le apunta con su pistola, y le da un ligero tirón para que mi padre saque
las manos de los bolsillos de su abrigo. Sorprendentemente, lo hace, despacio.
Me clava una mirada de asco.
—¿Qué demonios es esto? El plan era que estuvieras sola.
Me encojo de hombros, incapaz de hablar por el nudo que tengo en la garganta.
—¿Qué es esto? ¿Qué quieres? —exige mi padre, dirigiendo su atención a
Sebastian.
Sebastian da la vuelta al otro lado del escritorio para colocarse a mi lado.
—No es lo que quiera. Es lo que ella quiera. —Inclina la cabeza hacia mí.
Trago de nuevo y me rodeo con los brazos. Hablamos de esto a detalle. Y sin
embargo, ante la realidad del momento, no sé si podré seguir adelante.
La mano derecha de Sebastian roza mi columna, calentada por el fuego.
—Tienes esto.
Mi padre pone los ojos en blanco, relajándose ligeramente.
—Sí, Ely, lo conseguiste. Igual que lo hiciste cada vez que intentaste huir de mí.
Patética. Es lo que eres.
No cree que tenga el valor de alejarme de él. Su arrogancia hace algo dentro de
mí... solidifica mis dudas, silencia mis miedos. Puede que en el pasado fracasara en mi
intento de escapar de él, pero hoy reescribiré mi futuro. Cuando respondo, mi voz es
firme.
—No saldrás de aquí conmigo. Ni ahora, ni nunca. Esa parte de mi vida terminó.
Pero, todavía puedes irte. Puedes tomar ese dinero, y salir de aquí ... todo lo que quiero
es una disculpa. Un reconocimiento de todo lo que hiciste.
Entrecierra los ojos y planta las manos en las caderas.
—¿O qué? ¿Tu novio, perdón, tu marido, me disparará? Soy el puto sheriff, ¿o lo
olvidaste?
—¿Cómo podríamos olvidarlo, con las veces que nos lo recuerdas?
—Entonces tendré que asumir que eres tonto, porque no hay forma de que me
dispares y te salgas con la tuya.
Sebastian sonríe y asiente.
—Es lo que puedes pensar. Por desgracia para ti, resulta que conozco a un tipo
que puede hacer desaparecer un cuerpo como si nunca hubiera existido.
La mirada de mi padre se entrecierras en rendijas.
—No te atreverías.
Sebastian da un pequeño paso adelante, apuntando el arma más alto.
—Deberías hablar con ella, no conmigo. Si fuera por mí, te habría disparado en
cuanto hubieras puesto un pie en mi propiedad. Un hombre como tú no merece el honor
de ser su padre.
—Eso es rico viniendo del hombre que la aceptó como pago para saldar una
deuda. —Replica mi padre.
Lo último que necesito es que Sebastian y él empiecen a discutir. Antes de que
Sebastian pueda responder, le agarro de la manga y le doy un tirón, luego me aprieto
contra su costado y me pongo un poco más alta.
—No se trata de lo que hizo Sebastian. Se trata de ti y de mí. ¿De verdad crees
que no me debes una disculpa? ¿Por hacerme pasar por toda la mierda que pasé? ¿Por
lastimarme? ¿Por violar mi confianza? ¿Por amenazarme? ¿Por abusar de mí? ¿Por
venderme a tus amigos para que me usen y abusen de mí? Podría haber dejado pasar
todas esas cosas si no hubieras dejado que Yanov me hiciera daño, si al menos hubieras
intentado detenerlo, pero no lo hiciste. Alentaste los abusos y le dejaste hacer lo que
quisiera incluso cuando te rogué que no lo hicieras.
Mi padre... mi puto padre se encoge de hombros. Se encoge de hombros.
—Para mí, deberías estar agradecida de que me aseguré de que no te violara hasta
que tuvieras edad suficiente.
Parpadeo, mis latidos se disparan con sus palabras.
—¿Hasta que tuviera edad suficiente? —Mi dolor, mi miedo, mi vergüenza. Todo
cae por el precipicio, transformándose en algo más oscuro, algo terrible y siniestro.
Acercándome más, le chasqueo los dientes.
—No sé por qué me sorprende que digas semejante mierda, pero te juro que ya
lo escuché todo. ¿Hasta que tuve edad para ser violada? ¿Qué edad, exactamente, hay
que tener para que una violación sea aceptable?
Como de costumbre, mi padre no responde. Se limita a mirarnos como si lo
molestáramos. Entonces me doy cuenta de que estoy temblando, de que siento una
oscura ira en el pecho que se extiende por mis miembros.
—Admite lo que hiciste. Admite que me vendiste a un viejo para que me usara y
abusara de mí. Admite que me entregaste a tu amigo. Que me pegaste cuando no cumplí.
Admítelo todo, y podrás irte. Porque ciertamente no mereces mi misericordia, de lo
contrario, ya que ahora mismo quiero dispararte yo misma.
Se ríe y el sonido se convierte en una carcajada.
—Qué gracioso. Ely, no podrías dispararme aunque yo mismo te diera la pistola.
Mis entrañas se vuelven planas y apagadas. ¿Es todo lo que piensa de mí? ¿Qué
tan despreciable me ve? Algo se abre dentro de mí, supurando, destrozando todo lo
bueno, todo lo que albergaba la esperanza de que algún día me viera y me quisiera. Era
el sueño de una niña tonta después de todo lo que pasé y, sin embargo, una pequeña
parte de mí aun se aferraba a él. Ahora, se quemó en el fuego de la rabia que me
atraviesa.
Giro sobre mis talones y arrebato la pistola de la mano de Sebastian. Se sobresalta,
pero baja el brazo. Al menos no cree que no vaya a hacerlo.
—Eres un pedazo de mierda, ¿lo sabías? —Le apunto con la pistola.
Sólo suspira y pone los ojos en blanco.
—Si vas a dispararme, hazlo de una vez. Si no, me iré. No tengo tiempo para
juegos, Ely. Y como no cumpliste tu parte del trato, volveré mañana para llevarme a tu
marido bajo custodia.
Entonces me doy cuenta de que sus amenazas ya no me asustan, no como antes.
Levantaba la mano como si fuera a pegarme y caía a sus pies suplicando clemencia.
Ya no. Ya no soy esa chica.
—Si te acercas a él, te mataré yo misma. —Agarro dos veces la pistola y tiro del
martillo hacia atrás como me enseñó Sebastian, luego quito el seguro—. Tal vez te mate
ahora y le ahorre a Sebastian el despertar temprano en la mañana.
Esta vez mi padre se ríe.
—Claro, Ely. Claro. Lo creeré el día que lo vea. No tienes las pelotas para apretar
el gatillo.
Me da la espalda y empieza a cruzar la puerta, pero el cañón de una pistola
atraviesa el marco y veo a Aries apuntando la pistola a la frente de mi padre. Por un
segundo pienso que primero le disparará y luego preguntará, pero no lo hace.
Mi padre levanta las manos, alzándolas lentamente, manteniendo los ojos fijos en
Aries.
—Bueno, grandulón, aun no me voy.
Aries da un paso para rodear a mi padre, y Drew se coloca a su lado.
—Escúchala o te matamos. Es así de simple —dice.
—No hagan esto. Prometo que todos pagarán el precio. —La voz amenazadora de
mi padre me hace temblar.
—¡Atrás! —ordena Aries, y para mi completo shock mi padre hace caso. Obligando
a mi padre a adentrarse más en la habitación, Drew y Aries siguen, seguidos por Lee,
quien arrastra a alguien detrás de él. Hay una funda de almohada negra cubriendo la cara
de la persona, así que aun no sé quién es. Lee arroja a la persona en un montón a los
pies de Sebastian: una mujer, dados los tacones de sus pies y el vestido rojo brillante que
lleva.
—Entrega especial. —Lee sonríe y quita la funda de la almohada de su cabeza.
Las piezas del rompecabezas en mi mente se unen antes de que la tela
desaparezca. Tanya
Sebastian retrocede, su espalda golpea la pared cerca de la chimenea.
—¿Tanya?
Ella se da la vuelta y se mueve para que sus piernas queden a su lado en su largo
vestido rojo. De sus ojos salen dagas. Está enojada, pero es el cómico alivio de esta
tragedia.
Las personas que más daño nos hacen nunca esperan que nos venguemos. Nunca
nos ven venir, porque nos golpean hasta un punto de debilidad del que nunca habrían
esperado que nos defendiéramos. Pero ahí es donde se equivocaron. Es su defecto fatal.
Nos subestimaron y ahora lo pagarán.
Lee le desabrocha la mordaza de la nuca.
—De nada.
—¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué me echaste encima a tus sabuesos?
Sebastian desvía la mirada hacia mi padre, quien aprovecha la distracción para
acercarse cada vez más a mí.
Retrocedo hasta el lado de Sebastian.
—Deja de moverte, o te dispararé.
—Ni siquiera sabes usar esa cosa. ¿Por qué no le das el arma a uno de los chicos
grandes y huyes para que los hombres podamos hablar?
Una vez más me trata con condescendencia, y terminé. Nunca se preocupó por
mí. Sólo me vio como un medio para un fin, y si aprende algo antes de morir, será que no
era débil.
Cruzo el espacio que nos separa y aprieto el cañón contra su frente.
Lee y Drew ríen entre dientes y se separan por detrás de él hacia lados opuestos
de la sala.
—Tu crueldad terminará aquí. Discúlpate. Admite tus errores.
Mi padre se mueve y se lleva las manos al vientre.
—¿Mis errores? El único error que tuve fue quedarme contigo tras la muerte de tu
madre. Debería haberte dejado morir, pero no lo hice. ¿Y para qué? Desde entonces no
fuiste más que un grano en el trasero.
—Siento que te sientas así. —Intento ocultar la emoción de mi voz y levanto el
brazo derecho para mostrarle los círculos que tengo justo debajo de la articulación del
codo—. Una parte de mí también desearía que me hubieras dejado morir entonces,
porque quizá así no habría soportado todo el dolor y el sufrimiento que padecí.
¿Recuerdas esto? Me señalo el brazo—. Estas cicatrices son de cuando dejaste que uno
de tus amigos me quemara con cigarrillos porque te pagó cincuenta dólares. —Me
levanto la camiseta y le enseño el tajo liso y largo que tengo en el vientre—. Era la vez
que querías ver si habías afilado bien tu cuchillo y necesitabas un sujeto de prueba. —
Dejo caer la tela y envuelvo de nuevo el arma con ambas manos. Un torrente de lágrimas
se escapa de mis ojos y recorre mis mejillas.
El hombre que tengo delante ni siquiera pestañea. No muestra ni una sola emoción
aparte de irritación. Sacudo la cabeza.
—No sientes nada, ¿verdad? ¿Ni un poco de remordimiento?
Sus ojos fríos y planos se encuentran con los míos.
—Si esperas que me disculpe, no lo haré. No lo siento. Podrías haberte ido cuando
quisieras.
—Oh sí, siempre que quisiera. —Le grito las palabras en la cara—. Porque
funcionó tan jodidamente bien para mí, ¿eh?
Levanta la barbilla, su cara no refleja más que arrogancia.
—Como siempre te dije, Ely. Tu sufrimiento es culpa tuya. Ahora terminé aquí. O
me disparas, joder, o me verás salir por la puerta. Apuesto a que ni siquiera sabes cómo...
Todos los golpes, magulladuras, cicatrices y palabras terribles que recibí se
reducen a este único momento. No pienso en la culpa que me producirá matar a otra
persona. No pienso en la tristeza de perder al hombre que se suponía que era mi padre,
mi protector. No pienso, en absoluto. Todo lo que veo frente a mí es a un hombre que se
interpone entre la felicidad y yo. Un futuro que merezco tener sin miedo a que lo destruya.
Exhalando lentamente, aprieto el gatillo. No me inmuto, ni parpadeo. Sucede en
un segundo. La muerte. La bala sale volando de la pistola y su cerebro salpica la cortina
de brocado que hay tras él.
Es algo horrible de presenciar, pero de alguna manera no siento nada. Soy
insensible. Y supongo que tal vez el motivo sea que mi amor por mi padre murió hace
mucho tiempo. En mi mente, el hombre que se suponía que era ya estaba muerto.
Físicamente siempre estuvo aquí, pero en todos los demás sentidos, mi sueño de
un padre murió hace mucho tiempo. Lloré esa pérdida entonces, y no la lloraré más. Su
cuerpo cae al suelo y el zumbido de mis oídos se intensifica. Lentamente vuelvo a bajar
el arma a mi costado. Me pasé toda la vida huyendo, pero ya no huiré más. No después
de hoy.
CAPÍTULO 24
Cuando tienes todo lo que puedes desear, es difícil encontrar algo que merezca la
pena desear. La muerte de Tanya siempre estuvo en el primer plano de mi mente, algo
al alcance de la mano y sin embargo tan lejano. Pero ahora, después de ver a Ely
enfrentarse a sus demonios y saber que consiguió su deseo, que vio pagar a su verdugo...
no puedo evitar sentir orgullo y alegría.
Escapó de su prisión; ahora es el momento de curarse.
Y ahora es el momento de vengarme.
Nadie se mueve y nadie dice nada. Todos miramos fijamente la ruina del cráneo
del sheriff, casi como si esperáramos a ver si vuelve a sentarse y escupe más palabras
de odio. No lo hace, por supuesto.
Drew, Lee y Aries están de pie en las afueras de la habitación, todos con alguna
variación de sorprendida, pero no disgustada expresión. Me centro en Ely. baja
lentamente el arma, con la boca apuntando al suelo. Tiene los labios entreabiertos, los
ojos muy abiertos y vidriosos, una especie de tristeza persistente en sus rasgos. Es el
último clavo en la caja que contiene todos los recuerdos de su pasado. Doy un paso hacia
ella y se aparta, manteniéndose fuera de mi alcance.
Lee rompe el hielo primero:
—Supongo que ahora todos sabemos que, de hecho, sabe usar esa cosa. —Nadie
dice nada, Lee suelta una carcajada y se deja caer en la silla, agarrando la botella de
bourbon del escritorio.
Aries se mueve hacia la puerta para montar guardia y vigilar.
Tanya se revuelve en el suelo, ahora boca abajo, arrastrándose hacia la puerta
abierta. La ignoro; no llegará muy lejos con Aries allí y Drew a pocos pasos de él. Mi
necesidad de venganza me llama como un canto de sirena, pero tengo que asegurarme
de que Ely esté bien antes de hacer algo más. Acorto la distancia que nos separa, la
rodeo con mis brazos y la estrecho contra mi pecho.
—No hagas eso, pequeña Presa. No me dejes fuera.
La pistola cae al suelo cuando la suelta, y veo pequeñas salpicaduras rojas de
sangre en sus mejillas y cuello. Joder. Tendremos que fregar cada centímetro de esta
habitación para cuando acabemos. Sus rasgos permanecen como congelados en el
tiempo. Conmocionada. La agarro un poco más fuerte, apretando su cabeza contra mi
pecho para mantenerla quieta y estable.
—No pasa nada. Lo hiciste muy bien. Sé que no recibiste una disculpa, pero al
final aprendió la lección por las malas.
El dique de emociones se rompe y un doloroso sollozo sale de su pecho. Es fuerte
e inquebrantable, y cuando sus piernas ceden bajo sus pies, soporto su peso y la
mantengo erguida entre mis brazos. Me acerco al sofá y la siento con cuidado en el viejo
y desgastado cuero. Se repliega sobre sí misma y se rodea con los brazos, con los
hombros y la cabeza caídos.
Agachándome, susurro:
—Háblame, Ely. Dime algo, lo que sea.
—Yo... lo maté. No puedo creer que lo matara. —Levanta la vista, con el pánico y
el miedo arremolinándose en sus ojos—. ¡¡¡Todos iremos a la cárcel, y será por mi culpa,
por mi culpa!!! —Respira entrecortadamente—. Dios mío, lo maté.
Empieza a balancearse delante y atrás, su cuerpo tiembla.
—Lo maté. Lo maté. Lo maté.
Tuvo una reacción parecida después de lo de Yanov, pero no fue tan grave. Le
bajo la mano por la espalda y la acuno contra mi pecho.
—Shhhh, respira. Respira para mí. —Intento tranquilizarla—. No hay nada que el
dinero no pueda comprar, ni arreglar. Ni en sus círculos, ni en los míos. ¿Lo entiendes?
Me ocuparé de esto. Cuidaré de ti. Confía en mí.
Hay un forcejeo en la puerta, Tanya consiguió atravesarla. Cuando me giro para
ver qué pasa, veo a Aries arrastrándola de regreso a la habitación por el cuello del vestido.
Tanya balbucea, medio ahogada, medio tosiendo, y cae al suelo hecha un lío. Observo
cómo su mirada se desvía hacia la pistola desechada y de nuevo hacia mí. No puedo
culparla por intentarlo, pero es inútil. Un monstruo como ella merece recibir el mismo
trato que aquellos a los que les hizo daño.
Se lanza por la pistola, pero Aries también está allí, y en el momento en que sus
dedos tocan la culata de la pistola, la bota de Aries se estrella contra su mano.
—Yo me llevaré eso. —Sonríe y se agacha para tomar el arma.
Con la pistola en la mano se aleja, y Tanya rueda hacia atrás, gimiendo,
agarrándose la mano probablemente rota contra el pecho.
—¡Me rompiste la mano! —Se lamenta.
Me vuelvo para ver a Ely.
—Sé que tienes miedo, y no te diré que no deberías tenerlo. No tengo ese derecho.
Pero te diré que nada de lo que pase hoy saldrá de esta habitación. Ninguno le dirá nada
a nadie. Somos una familia, una hermandad.
—¿Tu familia? —susurra.
Levanto la barbilla y me inclino hasta quedar a un palmo de sus labios.
—Y la tuya. Cualquiera de ellos moriría por mantenerte a salvo porque saben que
si mueres, yo moriré. Igual que Bel. Me perteneces. A nosotros. Y nadie te lastimará más,
no sin sufrir las consecuencias.
Esa respuesta parece conectar con ella y se disipa un poco el pánico de sus
facciones.
—Sí, vuelve a mí. —Murmuro, calmándola hasta que deja de temblar—. Te tengo.
Para siempre. Y estoy jodidamente orgulloso de ti, Elyse. Tan jodidamente orgulloso.
Tararea aprobando mis elogios, y me desenredo lentamente para poder verla a los
ojos de nuevo.
—¿Te parece bien quedarte, o quieres irte y estar con Bel?
Su mirada se aparta de la mía y sé sin duda que está observando a Tanya.
—No, quiero quedarme. Debería estar aquí, para apoyarte, para recordarte que
todo saldrá bien.
Asiento en señal de comprensión. Nos reconfortaremos mutuamente cuando nos
aseguremos de que nuestra familia está a salvo. Aprieto los labios contra los de Ely una
última vez antes de separarme del todo. Cuando me pongo en pie, Drew agarra el abrigo
del sheriff y saca su cuerpo por la puerta, dejándolo en el vestíbulo.
Nuestras miradas chocan cuando vuelve a entrar en la habitación.
—No quería arruinar tu alfombra más de lo que ya estaba.
—Creo que en este punto compraré una alfombra nueva.
—Buena decisión. —añade Lee.
Tanya suelta un sollozo grave y quejumbroso que atrae de nuevo nuestra atención
hacia ella.
—¿Qué harás? ¿Qué quieres de mí?
Si supiera cuánto deseo simplemente tomar esa pistola y librarme de ella. Pero no
puedo. Como el padre de Ely, necesita afrontar lo que hizo. Desafortunadamente para
Tanya, estoy dispuesto a ir mucho más lejos que Ely para que suceda.
Apartándome de Ely, centro toda mi atención en ella, y no sé si es la expresión que
tengo o el hecho de que sabe que no saldrá viva de la habitación, pero empieza a sollozar.
Sus lágrimas no significan nada para mí. Después de todo, las mías nunca
significaron nada para ella.
—Por favor —ruega Tanya—. Por favor. Haré lo que quieras. Me iré. Retiraré los
cargos y no volverás a verme ni a saber de mí. Por favor, por favor. Por favor. Sebastian.
Por favor.
Es mi nombre en sus labios lo que me rompe. La rabia, el miedo, la vergüenza que
afloran a la superficie amenazan con volver a hundirme cuando vuelven a retroceder.
—¿Dónde está tu fiel perro guardián ahora, Tanya? —le pregunto.
Sus sollozos vacilan.
—¿Marcus? Me deshice de él hace mucho tiempo... era a ti a quien quería,
Sebby...
La fulmino con una mirada fría.
—No lo entiendes, Tanya.
—Haré lo que sea. Lo que quieras. Sólo por favor, no me mates.
Doy un amenazador paso hacia ella.
—No lo entiendes, Tanya —repito—. Nunca quise algo de ti. Ni tu aliento en mi
cara, ni tu cuerpo contra el mío. Ni esa inútil vagina que crees que vale su peso en oro.
No quise nada de eso.
Parpadea, con el rímel salpicándole las mejillas.
—¿Qué? ¿De eso se trata? Creía que ibas a matarme por presentar cargos contra
ti. —Su garganta se estremece—. ¿Estás enojado porque nos acostamos? —Tiene un
tono duro y se me revuelve el estómago.
—No nos acostamos —gruño.
Aprieto las manos y trato de controlar mis emociones. Vuelvo a mirar a Ely y veo
que sus ojos ya están limpios y que no tiene lágrimas. Joder. Si sigo hablando con Tanya
haré algo que causará que Ely me odie. Si consigo sacarla de aquí, si no es testigo de lo
que soy capaz de hacer, quizá aun pueda tener el felices para siempre que merecí.
La guerra se desata dentro de mí. Tanya se merece lo peor de lo peor, pero no sé
si hacer esto me libere o me destierre de nuevo a la oscuridad. Si sucede, nunca seré
digno del amor de Ely. Nunca seré libre, aunque Tanya esté muerta.
—Háblame. —La suave voz de Ely llega a mis oídos.
La miro fijamente durante un largo momento, intentando averiguar qué quiero
decirle. Soy débil. Tan jodidamente débil.
—Dime que no lo haga.
Ella sacude la cabeza y respira hondo un par de veces.
—No. No puedo. Sin saber todo lo que te hizo, y es sólo lo que compartiste
conmigo. No sé todo...
—Algún día te lo diré. Pero no ahora, no hoy.
Ella asiente.
—Lo comprendo. Si alguien lo hace, seré yo, ¿verdad?
Asiento una vez, con el pecho a punto de estallar por el amor y el orgullo que
siento por ella.
—Puede que no me veas igual después de presenciar esto.
Sonríe, y me calienta por dentro.
—Te amo, Seb. Las partes buenas, las partes malas, las piezas rotas y astilladas.
Todas las piezas te hacen ser quién eres, y nunca querría que fueras otra cosa que quien
estás destinado a ser.
—¿Estás segura?
—Estoy más que segura. Juntos. Hasta la muerte.
Sonrío, la confianza en mi capacidad para afrontar esto y acabar para siempre
restaurada por su simple fe en mí.
—Última oportunidad, pequeña Presa. ¿Quieres subir y esperarme?
Niega.
—Haz lo peor que puedas, Sebastian. Muéstrame todos tus lados oscuros y
depravados, y te guiaré de regreso a la luz.
Me desabrocho las mangas de la camisa, que subo lentamente por los antebrazos,
y dirijo mi mirada a una temblorosa Tanya. Alargo la mano para agarrar la pistola, y Aries
se adelanta y me la pone en la mano.
“Te guiaré de regreso a la luz...”
Pongo toda mi esperanza en sus palabras, luego cruzo la habitación y me agacho
frente a Tanya.
Su expresión se llena de horror, pero no hay lugar para ello y me deslizo hacia ese
oscuro lugar de mi mente donde nada ni nadie puede tocarme. Con la boca de la pistola,
muevo la barbilla de Tanya hacia arriba y la obligo a mirarme.
—Es hora de que tengamos una pequeña charla.
CAPÍTULO 25
—¿Sabes lo que es sentirse inútil? —El tono de Sebastian es frío, plano y oscuro
como nunca lo había oído. La calma antes de la tormenta.
Tanya o no tenía instintos de autoconservación o es más tonta de lo que creía. Se
burla. ¡Se burla!
—Nunca te sentiste inútil en toda tu mimada vida, Sebastian. Ni una sola vez desde
que tu abuelo te metió esa cuchara de plata entre los dientes de leche y te escogió como
heredero. —Se pone de rodillas y apoya las manos en sus altísimos tacones de diseñador.
Algo es diferente. La cara de Sebastian se lee letal. La cara de Tanya se lee
lujuriosa. Es casi suficiente para hacerme vomitar en la boca. Lo mira como si le
perteneciera y seguro que me excita.
—¡Deja de verlo así! —Le digo bruscamente.
Tanya ni siquiera me dedica una mirada, pero Sebastian inclina la cabeza para
observarme, y cuando me ve a los ojos la frialdad desaparece. Todo es calor.
Tanya siente que está perdiendo, se pone en pie y se alisa el vestido. Sebastian la
acompaña, se gira hacia la repisa de la chimenea y agarra un cuchillo. Un cuchillo en
particular que conozco íntimamente.
—Ese no. —Le digo.
Me ve de nuevo, luego se acerca y me entrega la hoja, la empuñadura primero, el
filo de la navaja entre sus dedos índice y corazón como si fuera un cigarrillo.
—Tómalo, Ely. Es tuyo.
Tomo el cuchillo y lo dejo sobre mi regazo, sin dejar de verlo mientras saca otro
más pequeño del bolsillo.
—Es un poco más pequeño, un poco más romo, pero hará el trabajo.
Tanya esboza una sonrisa, pero no llega a sus ojos muertos.
—Ahora, Sebby, vamos. Podemos resolverlo sin todo eso. —Le señala la hoja que
tiene en la mano.
Sebastian se acerca a ella a la velocidad del rayo, la agarra por la parte delantera
del vestido y la vuelve a arrodillar.
—Responde a la pregunta, Tanya. ¿Alguna vez te sentiste inútil?
Ella traga, moviéndose de lado a lado sobre las rodillas que sin duda le duelen por
su brutal manipulación.
—Dejé todo eso atrás. Ya no siento.
Sebastian la estudia y veo que la calidez de sus ojos se desvanece. Ojalá pudiera
salvarlo de esto, pero sé que al final le ayudará. Todo lo que puedo hacer es estar aquí
para él mientras se enfrenta a ello, se enfrenta a ella.
—¿Qué quieres decir con que dejaste todo eso atrás?
Ella endereza los hombros, tratando desesperadamente de mantener algo de
dignidad. No siento pena por ella, ni por un segundo.
—Si te lo digo, ¿dejarás la violencia y me dejarás ir?
Sebastian se ríe, y es algo frío que se desliza por mis entrañas como un cubito de
hielo sobre una piedra caliente.
—No. Morirás hoy, de una forma u otra. Sólo quiero saber si el trauma que infligiste
valió la pena para ti. ¿Si violar a un adolescente, si destrozarlo, valió la pena?
Su frente perfectamente llena de bótox apenas se arruga, pero veo la pregunta en
sus ojos.
—Ya hablamos de eso, Sebby. No fue violación; fue amor.
Me pongo en pie con la palabra amor resonando en mi mente.
—¡Cómo te atreves! Equiparar violación a amor. No conoces el significado del
amor. —Le digo bruscamente.
Una vez más, me ignora como si no existiera, y tengo ganas de llevarle el cuchillo
que Sebastian me acaba de dar y demostrarle que estoy aquí y que no me iré a ninguna
parte.
Excepto que no se trata de mí. No necesito proteger a Sebastian. Es su trauma el
que debe aceptar y enfrentar. Pero no hace que algo de esto más fácil. La idea de ver
otra muerte me llena las tripas de un profundo y denso pavor.
Como un tiburón que olfatea la sangre en el agua, Sebastian rodea a Tanya y,
cuando está detrás de ella, le clava el cuchillo en la nuca. Una fina línea roja brota y unas
gotas de sangre carmesí se filtran.
Tanya se lanza hacia delante, agarrándose la pequeña herida como si la hubiera
destripado. Suelta un largo gemido y se planta un momento boca abajo.
—Dije que te mataría. No dije que sería una muerte fácil.
Veo al hombre que amo convertirse en esta criatura de fría quietud, y Dios, duele.
—Sebastian...
Una parte de mí necesita saber que sigue ahí. Que mi Sebastian sigue detrás de
esa máscara fría e indiferente.
Vuelve a concentrarse en mí y su vista tarda un minuto en reestablecerse. Le dirijo
una suplicante mirada.
—Ven aquí, por favor.
Sin chistar, se sienta a mi lado en el sofá y tira de mis caderas hasta que las toca.
—¿Puedes con esto, Ely? ¿O quieres ir a otro sitio? ¿A la otra habitación con Drew
y ellos?
Sacudo la cabeza y le subo las manos para besarle los nudillos.
—No, necesito estar aquí para ti. Soy más fuerte de lo que parezco.
—¿Suficientemente fuerte como para sentarte aquí y ver cómo la corto hasta que
admita cada vileza que me hizo? —Su voz baja, con un ligero temblor que da paso a la
vulnerabilidad—. También soy fuerte, pero no estoy seguro de poder verte hacer algo así.
—Haremos esto juntos. Luchar contra los demonios de nuestro pasado. No más
secretos. Puedo llevar esto, también, hasta que puedas, como lo hiciste por mí. No te
estoy juzgando. La estoy juzgando a ella.
Hay un forcejeo junto a la puerta y nos apartamos a tiempo para ver a Tanya
intentando salir a trompicones.
Seb se levanta, la agarra por detrás del vestido y la tira al suelo con tanta fuerza
que me duelen las rodillas por el impacto. No es nada que no merezca. Se agacha de
nuevo a su altura, con los ojos puestos en sus dedos extendidos.
El cuchillo desciende y cierro los ojos. Puedo estar aquí, pero no estoy segura de
poder ver cómo la diseca.
Tanya gime de nuevo, y tengo que ver. Tengo que saberlo. Ese corte, en el dorso
de la mano, es un tajo de cinco centímetros de ancho, la sangre se derrama entre sus
dedos como la mano de un amante que se entrelaza con la suya.
—Hablemos de cosas concretas —canturrea, y siento otra oleada de gélida
indiferencia mientras observo a Sebastian—. ¿Recuerdas la vez que trajiste a unas
amigas y que me hiciste satisfacerlas a todas?
Tanya se acomoda sobre los tacones, balanceándose ligeramente, con el
maquillaje corrido por todas las mejillas.
—Llamo a eso una fantasía. ¿Qué hombre no querría varias mujeres a la vez?
Sebastian lanza una fulminante mirada. Ese corte atraviesa su antebrazo en un
amplio tajo, la sangre fluye de inmediato y se desliza por el suelo a su lado.
Tanya lo ve boquiabierta como si no pudiera creer que lo haya hecho. Sebastian
la mira por encima del hombro.
—¿Hombre? Creo que estás olvidando un detalle muy importante.... Que no era
un hombre. Que era un niño, un chico al que obligaste a crecer demasiado rápido, un
chico al que le quitaste algo que no era suyo. Ahora tengo que vivir con eso, y antes de
que acabe con tu patética vida, tendrás una pequeña muestra de lo que es vivir con eso
también.
Las lágrimas caen rápidamente por las mejillas de Tanya, pero parece que al
menos renunció a la teatralidad.
—Dime lo que quieres que te diga, Sebastian, y te lo diré. Me iré y te dejaré con
tu... esposa —dice.
Sebastian vuelve a reír con esa risa fría, y me rodeo con los brazos para no ir hacia
él y calmar todo ese dolor, todo ese odio. ¿Así era yo antes de matar a Yanov? La idea
me deja helada. Mierda. Recuerdo quién era después de Yanov, y ahora una lenta
sensación de miedo sustituye a todo lo demás.
Sebastian me necesitará después de esto, más que nunca, probablemente a todos
nosotros.
Nos ocuparemos de él.
Otro corte, otro gemido de Tanya.
—Quiero que digas que lo sientes y que lo hagas, pero ni siquiera una disculpa te
salvará ahora.
—Lo siento —susurra Tanya—. Siento haberte lastimado, cualquier dolor que
sintieras por lo que pasó entre nosotros.
Pongo los ojos en blanco y sacudo la cabeza, pero me callo. Si cree que con decir
las palabras basta, es que no entiende lo que hizo, igual que Yanov tampoco lo entendió.
Sebastian aprieta la hoja contra la garganta de Tanya, justo debajo de la curva de
su mandíbula. En cuanto la hoja toca su piel, Tanya se echa hacia atrás y cae de trasero,
con las piernas abiertas hacia los lados. Sebastian la sigue hasta que Tanya se arrimó a
la pared, cerca de la puerta, con la barbilla inclinada hacia arriba mientras intenta alejar
sus arterias vitales del filo de la navaja.
—Es tu última oportunidad, Tanya. Podrás darme un cierre.
—¿Así podrás matarme después? ¿Por qué lo haría?
Sebastian sonríe y suspira.
—Una parte de mí esperaba que dijeras eso. ¿Recuerdas la vez que me hiciste
una paja mientras estábamos en un evento de negocios y fue todo lo que pude hacer
para quedarme sentado y no reaccionar mientras me hervían las entrañas por cortarte la
mano por la muñeca?
Tanya parpadea.
—No. No recuerdo eso.
Seb sale disparado hacia delante y corta su pálido cuello. La sangre brota
inmediatamente.
Tanya se levanta para sujetar una mano allí.
—Oh Dios, tú... realmente me matarás.
Sebastian asiente.
—Sí, de verdad. No importa lo que hagas o digas, morirás. Sólo intento darte una
muerte más noble, tal vez. Lo cual es una tontería, ya que no sabrías nada de piedad ni
de ser noble. No sabes nada más que de egoísmo y codicia.
Tanya lo observa y luego me ve.
—Ayúdame. Nosotras... lo detendremos. Parece que te escucha.
Le dirijo una mirada divertida y veo por encima del hombro:
—Oh, ¿me estás hablando a mí? Bueno, déjame ponerme en ello.
Miro a Sebastian, quien me dedica una breve sonrisa. Es suficiente para calmar
mis entrañas, suficiente para hacerme saber que mi Sebastian sigue estando en esta
criatura fría e insensible que tengo ante mí.
Tanya observa entre nosotros varias veces y sus hombros se hunden.
—Terminé de hablar. Sólo mátame.
Sebastian se levanta y da una vuelta por la habitación como si quisiera darse
ánimos para hacer esto.
—No tienes que hacerlo, ¿sabes? —susurro.
No me mira.
—Necesito hacer esto. No volverá a lastimar a nadie.
—Podría... —Trago, sin estar segura de lo que digo—. Podría hacerlo por ti. O
Aries. Parece que le encantaría reajustarle la cara con su pistola.
Tanya suelta un pequeño sollozo y se lleva la barbilla al pecho, sin dejar de llevarse
una mano al cuello.
—No —dice Sebastian, sacudiendo la cabeza, con los ojos puestos ahora en su
presa, el depredador definitivo—. No. Tengo que ser yo.
Se adelanta de nuevo y se agacha junto a ella una vez más.
—Me hiciste daño, y no importa cuántas veces te lo dijera, no te importó. Incluso
ahora, no ves lo que hiciste como algo horrible, algo repugnante. Supongo que tienes
que irte a la tumba con ese conocimiento, y espero que cuando te vea en el infierno
comprendas mejor el tipo de monstruo que eres.
Tanya parpadea mientras Sebastian saca la pistola del escritorio y se la pone en la
frente hasta que la parte posterior de la cabeza queda apoyada contra la pared, atrapada
entre el cañón y el papel pintado.
—Eres malvado y te odio —susurra ella.
Giro la cabeza cuando el fuerte chasquido del arma al disparar atraviesa la
habitación.
No me atrevo a ver. No me atrevo.
Hasta que oigo un suave sollozo. Miro entonces, manteniendo mis ojos fijos en
Sebastian y fuera del desastre de Tanya frente a él.
Está de rodillas, la sangre se acumula alrededor de sus pantalones en una fuga
lenta.
Me pongo en pie, me meto el cuchillo en la manga a lo largo del antebrazo y me
acerco a él, manteniéndome alejada del creciente charco de sangre.
—Ya está hecho. Ya no puede lastimarte. Nadie podrá. Somos libres, Sebastian.
Libres y juntos.
Se gira suficiente como para apretar su cabeza contra mi pecho y el fuerte sollozo
que suelta me estremece hasta la médula.
CAPÍTULO 26
Incluso mientras calientes lágrimas bañan mis mejillas, me siento vacío. En blanco
y sin fin de una forma que nunca había sentido. Ely me aprieta la cabeza contra su cintura
y la rodeo con los brazos, tan fuerte como puedo, tan fuerte que apenas puedo respirar
entre las lágrimas y la tela de su camiseta.
El olor cobrizo y férreo de la sangre tiñe el aire, y mis rodillas están calientes y
húmedas por ella, pero no es algo con lo que pueda lidiar ahora mismo. Ni siquiera puedo
ver lo que hice. Todavía no.
Cuando me muevo, Ely me abraza más fuerte, y hago lo mismo. Quizá necesite
abrazarme tanto como necesito tocarla.
Me susurra suavemente, y no puedo distinguir las palabras con la oreja en su
camiseta y la otra tapada por su antebrazo, pero no me importa. Ahora mismo me basta
con tocarla y sentirla. Es todo lo que necesito.
Intento ordenar mis emociones, este vacío hueco con la fría rabia que sentí cuando
apreté el gatillo. Por lo menos para averiguar el puente que me trajo hasta aquí... de
enfurecido a vacío en dos segundos planos.
Los dedos de Ely se mueven hacia mi cabello y suelta parte del agarre que tenía
sobre mi cabeza desde hacía un par de minutos.
Las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas y bloqueo la vergüenza que sentiría
normalmente por llorar delante de ella. Ni siquiera hay lugar para eso en este vacío dolor.
Hay un forcejeo en la puerta y Ely se gira para verla, con la cabeza todavía sujeta
para que me quede de espaldas al umbral. Es un cambio sutil, pero intenta protegerme.
Algo en mi interior se quiebra y la abrazo más fuerte. Mi mujer. Mi amor.
—¿Necesitabas algo? —pregunta Ely, su tono brusco y frío.
Me alejo suavemente, suficiente para poder ver quién está en la puerta. No será
un extraño... tiene que ser uno de mis amigos.
Por supuesto, Drew está de pie allí, sus ojos a su derecha, su cara un poco pálida.
—Oímos un disparo, queríamos asegurarnos de que todo estaba bien aquí.
Ely me da golpecitos en la cara con el pulgar, sin perder detalle, sin apartar los
ojos de la cara de Drew.
—Estamos bien, pero supongo que tendrán alguna forma de lidiar con esto. Quiero
ocuparme de él ahora mismo, si pudieras encargarte de esto... —se interrumpe.
Drew suspira y saca su teléfono del bolsillo.
—Me encargaré. Llévate una bolsa de basura cuando subas. Necesitaré tu ropa;
los dos están jodidamente salpicados.
Ely se ve la camiseta como si acabara de recordar que le había disparado a su
padre poco antes.
—Oh, sí, claro, bien.
Me pongo en pie lentamente, y es como si mis rodillas apenas pudieran sostenerse
debajo de mí, y me tambaleo como un bebé ciervo hasta que me aferra con fuerza a su
lado.
—Vamos. Vayamos arriba. Dejaremos que tus amigos se ocupen del desorden
esta vez.
No puedo decir nada mientras me saca de la habitación. Tampoco puedo volver a
mirar a Tanya, lo que le hice, lo que queda de su cara.
Lentamente, Ely me guía fuera de la habitación y hacia las escaleras. Aries le
entrega una bolsa de basura blanca cuando salimos de la habitación. La arruga en una
mano, mientras la otra sigue apretada a mi alrededor. El camino hasta nuestro dormitorio
dura un minuto que parece un millón de años. Cierra la puerta con firmeza y se voltea
hacia mí.
—¿Ahora me odias? —susurro—. Si lo hicieras lo entendería.
Se echa hacia atrás, sacudiendo la bolsa de basura.
—No, no te odio. Pasamos por demasiadas cosas y llegamos demasiado lejos
como para odiarte ahora. Nos prometimos que no tendríamos secretos, que no nos
ocultaríamos la oscuridad. Esto fue sólo tú cumpliendo esa promesa. Puedo saber que
esta versión de ti existe y seguir amando al hombre que eres. Recuerda, para que exista
la oscuridad, debe haber algunas rendijas de luz.
El vacío dolor de mi pecho se llena de un poco más de calor. Me tiemblan las
manos cuando busco los botones de la camisa. Ella se acerca, me aparta las manos, me
quita rápidamente los botones de los agujeros y tira de la tela para meterla en la bolsa.
Luego, con sumo cuidado, me quita los zapatos, los calcetines, los pantalones, la ropa
interior... todo.
Una vez que termina, comprueba si hay sangre en la bolsa y la deja con cuidado
en el suelo mientras se quita la ropa, la mete en la bolsa y la ata.
Cuando se acerca a la puerta, la agarro de la muñeca.
—Nadie te verá.
Eso me hace sonreír un poco.
—Nadie lo hará. La pondré fuera de la puerta y la cerraré. ¿Celoso? —Me guiña
un ojo y no puedo evitarlo. Su normalidad, su descaro... me hacen reír.
Es pequeña y corta, pero de nuevo añade un poco más a este agujero que me
carcome el pecho, amenazando con devorarme por dentro.
Después de dejar la bolsa en el pasillo, de cerrar la puerta y de echar el pestillo,
me ve a la cara. Está preciosa, cegadoramente desnuda. Cada una de sus curvas y
cicatrices me hipnotiza.
—Vamos, déjame limpiarte. —Me tiende la mano y no puedo hacer otra cosa que
agarrarla y dejar que me lleve al baño.
Abre el grifo de agua caliente, sabiendo que así es como me gusta, y me mete en
la ducha. Ya estoy un poco empalmado al mirarla, pero no se anda con rodeos, me lava
con cuidado y comprueba si tengo sangre en la piel. Luego hace lo mismo con ella.
—¿Lo limpié todo? —pregunta, con la esponja jabonosa aun en la mano.
Le doy un par de vueltas y asiento.
—No veo nada. Pero ven aquí. Te necesito.
Suelta la esponja enjabonada y se introduce en mí, deslizándose por mi piel con
su propio cuerpo resbaladizo de jabón.
Me inclino y la beso, la saboreo, siento su calor y su calidez contra mí. No solo su
belleza física, sino cómo ama con todo su corazón una vez que lo da, cómo brilla para mí.
Me mete la lengua en la boca y se arquea hacia mí.
Me derrito en ella, atrayéndola más cerca, hasta que meto la mano bajo su trasero
resbaladizo y la levanto en mis brazos para acercarnos más. Gime en mi boca y me rodea
el cuello con los brazos, una prueba más de su propio deseo.
—Te necesito, Ely.
—No iré a ninguna parte —su voz es jadeante, y gotas de agua caen de sus largas
pestañas—. Terminemos en la ducha y metámonos un rato en la cama. Creo que a los
dos nos vendría bien descansar.
De los dos, parece que a ella le va mejor que a mí con todo este asunto del
asesinato. Incluso cuando maté a mi abuelo, no sentí este vacío agujero. ¿Cómo puedo
deshacerme de él por completo?
¿Será una cosa más que Tanya me robará, incluso cuando ya no está aquí?
Bajo lentamente a Ely a sus pies y me saca de nuevo de la ducha, pasándome una
toalla. Me froto la piel, perdido en la idea de que siempre tendré este dolor en el pecho,
esta pérdida de... algo. Ni siquiera sé qué se supone que hay ahí.
Tal vez el acto de matarla impulsó este vacío dentro de mí, apartando mi pecho,
mis órganos, permitiendo que todo lo oscuro y feo echara raíces dentro de mí. Una
oscuridad de la que no podré librarme. Vuelvo a Ely tomando suavemente mis mejillas.
—Oye, nena. Vamos, vayamos a la cama. —Su rostro es suave, con una pequeña
sonrisa en los labios, pero sus ojos son preocupados y escrutadores cuando observa los
míos.
Asiento y dejo que me arrastre tras ella hasta la cama, luego me subo a las suaves
sábanas limpias a su lado, rodando para poder verla a la cara mientras estamos
tumbados.
Me mira, con las manos bajo la mejilla, las rodillas acurrucadas frente a ella, toda
su pálida piel desnuda brillando a la suave luz que entra por la puerta parcialmente abierta
del cuarto de baño.
—¿Estás bien?
Niego.
—No, no lo creo, pero con el tiempo sí... lo estaré. —No más secretos significa
que también le digo cuando no estoy bien.
Me roza la mejilla con los dedos.
—Lo comprendo. Siento lo mismo. Es como si tuvieras miedo de convertirte en
ese monstruo, de entregarte a la oscuridad y dejar que te coma por dentro.
Asiento.
—Sí, y es más fácil dejarlo.
Sus dedos se tensan, enganchándose alrededor de mi mandíbula.
—Al principio, sí, pero no lo harás, ¿verdad? Eres más fuerte que eso. Soy más
fuerte que eso. Somos fuertes juntos.
Me trago el nudo que tengo en la garganta y me limito a asentir. Resulta mucho
más fácil ceder a este dolor que amenaza con devorarme. Al final, Tanya ni siquiera
intentó enmendarse, ni siquiera ofrecer una disculpa real. Fue mi madrastra durante
tantos años, hasta que se convirtió en algo feo y vergonzoso. Ahora es un cadáver, y una
parte de ese niño quiere sentirse mal por ello, sentirse culpable, pero el hombre no se lo
permite. No permite que sienta culpa por destruirla por todo lo que nos hizo. Se lo
merecía... peor, incluso si es así. Sólo desearía que se hubiera disculpado o mostrado
alguna pizca de comprensión o remordimiento por lo que me hizo pasar.
Salgo de mis errantes pensamientos y me acerco a Ely.
—Ven aquí. Te necesito.
Con los recuerdos del pasado amenazando con convertirse en pesadillas, necesito
el aroma de su cuerpo en mis pulmones, el toque de su piel contra la mía.
—Sé mi ancla, mantenme aquí contigo —susurro.
Se acerca más, deslizándose primero por las sábanas hasta que nuestros cuerpos
chocan.
La beso una vez, suavemente, saboreando, luego otra más fuerte esta vez
buscando, una vez más sintiendo cómo se funde conmigo, cómo su cuerpo se afloja y se
deja llevar sólo por mí.
En ese momento, la oscuridad se desvanece y sólo queda Ely. Meto una mano
entre sus muslos y separo suavemente los pétalos de su vagina hasta que puedo hundir
un dedo en su resbaladizo centro. Está resbaladiza y húmeda para mí. Me gusta. No
quiero sexo, pero necesito esto, la necesito a ella más que a nada en este momento.
Me muevo, alineo nuestros cuerpos y deslizo lentamente mi pene entre sus
muslos. Ella me ayuda, moviendo suficiente las caderas hacia arriba para que pueda
deslizarme en su estrechez; su calor me abrasa mientras empujo hasta el fondo y me
siento completamente dentro de ella. Se le escapa un pequeño silbido y el aire de mis
pulmones se estremece.
—Esto es por ti. Por nosotros. Para conectarnos. No se trata de sexo ahora. Sólo
estate aquí conmigo.
Asiento, porque me leyó el pensamiento. Después de todo, no pienso en sexo ni
en tener sexo. Todo lo que quiero es tenerla aquí conmigo, tocando las partes más
profundas de mi alma, manteniéndome en mi sitio para no caer en la madriguera y
descontrolarme.
—Te amo —susurra Ely contra mis labios—. Y estoy aquí para lo que necesites.
Puedo ser fuerte para ti por un tiempo. Si necesitas soltarte puedes hacerlo. Estaré aquí
para agarrarte si caes.
La beso suavemente.
—También te amo, Elyse. Esto es perfecto, tú eres perfecta. Es exactamente lo
que necesito.
Asiente, comprensiva en su mirada, y dejo que mis ojos se cierren y sus dedos
apartan las lágrimas que ni siquiera me había dado cuenta de que había derramado.
CAPÍTULO 27
—¿En cuántas de estas orinaste? —me pregunta Bel mientras veo fijamente el
último juego de pruebas.
—En todas —respondo sin apartar la vista de la pequeña pantalla digital.
Bel viene a ponerse a mi lado.
—¿Para qué hacerte más de tres si todas dicen lo mismo? —El nuevo juego de
pruebas, las cinco, están dispuestas en una perfecta línea, junto a otras diez pruebas que
hice anteriormente, todas parpadeando sus lecturas.
Todas positivas.
Quince pruebas en total que dicen lo mismo. Creo que es hora de aceptar la
verdad.
Me llevo una mano al estómago. Aun plano, pero blando, ya que recuperé algo de
peso con comidas regulares y menos estrés.
Bel toma una de las pruebas del mostrador, por el extremo blanco y limpio.
—Quince pruebas positivas después... ¿Estamos contentas?
Para ser sincera, no estoy segura de lo que siento ahora mismo. Tener un bebé no
era algo que planeara... diablos, no pensé que viviría suficiente para tener hijos. Pero
cuando Sebastian quiere algo... no me sorprende que haya sucedido. Una parte de mí
quiere que guarde rencor, que eche culpas y que me moleste. Todavía estoy en la
escuela, y me queda mucha vida por delante.
Pero no es culpa del bebé.
Bel chilla y salta sobre la encimera del lavabo.
—No puedo creer que sea tía. ¿Debo ser la loca o la genial?
Llaman suavemente a la puerta y Sebastian entra. Su mirada se posa en Bel, luego
en mí y de nuevo en las pruebas.
—¿Qué está pasando aquí?
Cada vez que entra en una habitación parece aspirar el aire. Me hace sentir
presurizada y a punto de estallar. Me aclaro la garganta.
—Creo que tu inyección funcionó...
Se acerca y examina las pruebas antes de rodearme con los brazos y de pegar mi
espalda a la suya:
—Parece que sí. Le diré al doctor Brooks que tiene que mejorar su técnica de
parto. O que nos busque un doctor.
Parpadeo, la pesadez de todo esto finalmente me golpea.
—Bel, ¿nos das un minuto?
Ella salta del mostrador.
—Claro. Iré a buscar a Drew. Está preparando las cosas para la fiesta de
graduación. Nos veremos allí.
Con un gesto de la mano, sale y cierra la puerta tras de sí.
Sebastian se aparta ligeramente, su mirada tira de las frágiles costuras de mi
corazón. Su pulgar acaricia el borde de mi mandíbula y me envuelve en calidez.
—¿Eres feliz?
¿Lo soy?
—Bel también me lo preguntó, y no lo sé. Pasé tanto tiempo intentando sobrevivir,
intentando mantenerme a salvo, que no me había planteado tener libertad y mucho
menos un futuro.
Me toma las mejillas con las dos manos.
—Lo entiendo, y estoy seguro de que es un shock, pero no te mentiré. Soy feliz.
Todo lo que quise desde que te conocí, es formar una familia contigo, y construir un futuro
juntos.
Sacudo la cabeza e intento alejarme, al menos suficiente para poder pensar con
claridad en el deseo que me impulsa a arrastrarlo a nuestra cama.
—¿No crees que nos estamos precipitando? ¿Que las cosas van demasiado
deprisa?
Acercándome más, sacude la cabeza.
—No, no es demasiado rápido. Dejé mi vida en suspenso durante demasiado
tiempo. Necesitaba justicia por lo que Tanya me hizo pasar. Buscando seguridad y… a ti.
Te estuve esperando. Ahora que todo eso quedó atrás, ¿qué más hay que esperar?
Me duele el corazón al oír sus palabras, mi cuerpo se pliega al suyo casi
involuntariamente.
—Sebastian —susurro—. Ninguno de los dos tuvimos buenos modelos paternos.
¿Podremos hacerlo? ¿Deberíamos hacerlo? No quiero joderle la vida a nadie.
Sus labios se mueven hacia arriba en una suave sonrisa que últimamente veo cada
vez más en su boca.
—No arruinaremos la vida de nuestros hijos. Habrá errores y equivocaciones, pero
no los arruinaremos. Mientras el bebé esté seguro y alimentado no creo que podamos
joderlo, ¿verdad?
Me encojo de hombros.
—¿Me lo preguntas a mí? Porque nunca tuve un bebé en brazos y mucho menos
le di de comer. A veces creo que ni siquiera puedo cuidar de mí misma.
Pone los ojos en blanco.
—Entonces tomaremos clases, leeremos libros, lo experimentamos todo juntos, y
lo resolvemos como uno.
Asiento. Lo que dice es cierto.
—Bueno, entonces lo haremos. Sucederá.
Me toma por debajo de los muslos y me sube por la cintura. Lo rodeo con los
brazos y las piernas y dejo que me lleve al dormitorio.
—Ely, me hiciste el hombre más feliz del puto mundo. Déjame mostrarte cuánto.
—Me coloca suavemente en el extremo de la cama y me presiona para que me tumbe,
con su mano extendida sobre mi vientre—. Acuéstate, déjame amarte.
Cuando me incorporo y abro la boca para seguir hablando, me levanta la falda y
deja al descubierto mis bragas negras de algodón. Su tirón de la tela me hace chillar
hasta que me la quita del tobillo y la tira. Caigo de rodillas y me quedo quieta, con la
cabeza hacia arriba para poder observarlo.
Se desliza hacia delante, sin prestarle atención a sus pantalones planchados, hasta
que mis rodillas se apoyan en sus anchos hombros. Entonces me ve como si fuera un
festín y él un muerto de hambre. Trago y sigo mirándolo, necesitando ver cuánto me
desea. Ahora ya nunca lo oculta.
La oscuridad de sus ojos, la forma en que sus dedos aprietan mi piel. Todo explica
lo mucho que me desea, y lo mucho que se contuvo antes de resolver los peligros de
nuestra vida.
Me arrastra hasta el extremo de la cama y levanta mis piernas para que me siente
sobre sus hombros.
—Déjame darte una recompensa, Ely. Mi pequeña Presa. Quiero que grites mi
nombre mientras hago que te corras, ¿entiendes?
Asiento una, dos, una y otra vez, frenética ahora que mi cuerpo se acelera
necesitando que su toque me satisfaga.
—Por favor. Sebastian. Por favor.
Me guiña un ojo desde su posición más baja.
—Oh, sabes cómo me gusta que me supliques. —Por un instante vuelvo a estar
en la sucia habitación de un motel, pero me deshago de ese recuerdo, negándome a que
mi amante, un hombre que sé que preferiría morir antes que hacerme daño de ese modo,
me provoque.
Clavo los dedos en su cabello y lo atraigo hacia mí. Capta la indirecta y el primer
roce de su lengua en mi sensible y acalorada carne es el paraíso. Pura felicidad.
Aprieto las rodillas en torno a su cabeza y mete las manos bajo mi trasero para
sujetarme contra su boca. No importa cuántas veces me toque, me bese, me haga el
amor, siempre es como la primera vez. Es elemental, crudo, tan intenso que siento que
podría salirme de la piel si no toma más, si no usa más de mí.
Su lengua penetra en mi interior y la utiliza para que me penetre profundamente
con toda su longitud. Luego sale para mordisquearme el clítoris y chuparme el pequeño
capullo entre los dientes. Jadeando, me arqueo hacia él, alentando cada uno de sus
movimientos. ¿Por qué me siento aun mejor que antes? Cada vez que me lleva al límite
de la cordura, me arrastra de vuelta al placer.
Siempre de regreso a él; nunca me dejaría quedarme allí, a la deriva, sin él.
Zumba contra mi piel, sus ruidos de placer son casi animales mientras me lame.
Y cuando me lleva al borde del orgasmo, grito su nombre como le gusta. Cuando
los dos estamos satisfechos, con la ropa amontonada en el dormitorio y los cuerpos
envueltos en una manta en el suelo, me giro para verlo.
—¿Qué fue eso?
Refleja mi posición y me mira a los ojos.
—¿Qué?
—Me pareció oír algo. ¿Un arrastre, tal vez?
—Bel probablemente esté por aquí, y si sabes que Bel está aquí, entonces Drew
también está en alguna parte.
Sacudo la cabeza y me incorporo, agarrándome la sábana por delante.
—No, fue más cerca, ¿cómo en la habitación? ¿Podríamos tener un ratón?
Resopla.
—Mejor que no. Le pago una pequeña fortuna a un exterminador para que
mantenga las propiedades. Si tenemos un ratón, me devolverán el dinero. Como bien
sabes, mi armario recibiría un golpe.
Se me calienta el cuello al recordar cómo tuvo que cambiar casi todo su vestuario
después de que le clavara un cuchillo.
Ahí está otra vez. Otra pelea. Dirijo mi mirada hacia el armario.
—¿Hay alguien en el armario?
El miedo se dispara en mi interior, haciendo que suenen campanas de alarma en
mi mente. Casi como si lo sintiera, Sebastian me atrae hacia sus brazos.
—Relájate, Ely. No es nada. Una sorpresa, un segundo. Te lo enseñaré.
Sale de debajo de las sábanas del suelo, se levanta gloriosamente desnudo y cruza
la habitación hasta el armario. No sé qué pensar, así que permanezco tumbada con la
respiración contenida. Cuando abre la puerta, un rayo marrón sale disparado de la
pequeña habitación hacia mí.
Estoy a medio camino de ponerme en pie cuando un gran peso me golpea las
espinillas.
Es... un perro.
—¿Tenías un perro en el armario?
Cierra la puerta y se queda viéndome mientras el cachorro mueve su colita, sus
patas delanteras contra mis rodillas, su naricilla húmeda brilla en la luz del techo.
—Bien, ¿cuál es el truco? Odias a los perros, así que ¿por qué tienes a esta
monada?
Se acomoda de nuevo en nuestra cama improvisada.
—No odio a los perros. Además, te gustan... y te guste lo que te guste aprenderé
a tolerarlo, pero te advierto que si se come mis zapatos o se mea en casa será un perro
de exterior.
Me arrodillo y arrastro a la bola de pelo rizado marrón a mi regazo.
—Eres una lindura. ¿Cómo te llamas?
Seb vuelve a apoyarse en las almohadas y nos observa con una sonrisa.
—No tiene nombre. Pensé que podrías darle uno.
Lo acurruco contra mi pecho y dejo que me lama la cara.
—Lo llamaré Osiris. Es un buen nombre para un perro.
—Lo que quieras Ely. Soy feliz con lo que elijas.
—Dos primeras veces en un día. Un bebé y un cachorro. —susurro mientras rasco
las largas orejas caídas del perro.
—Espera, tengo un regalo más para ti.
Agarro al cachorro por el estómago y me giro para ver a Sebastian.
—No necesito regalos, ya te lo dije antes.
—Pero disfruto dándotelos, así que los tomarás y estarás feliz por ello.
Entrecierro los ojos.
—Suena muy parecido a una orden...
—¿Tengo que volver a meterme entre tus sensuales muslos y hacerte ver las
cosas a mi manera? —Me pregunta, clavándome una mirada que dice que le ponga a
prueba.
Una sonrisa se dibuja en mis labios antes de que intente ordenar mis facciones.
—¿Cuál es el regalo entonces?
Mete la mano debajo de la cama, saca un montón de papeles y me los pone en el
pecho.
—Una pila de papeles, mi cosa favorita.
Eso me vale un pequeño golpe en la cadera, con lo que el cachorro salta
inmediatamente pensando que estamos jugando. Le echo un vistazo a los papeles y ojeo
el texto para asegurarme de que lo que leo es real.
—¿Un refugio de animales, Sebastian? No es un regalo.
—Será cosa tuya. Podrás ocuparte tú misma, o centrarte en la escuela y en el bebé
y contratar a gente que se ocupe hasta que estés preparada.
Las lágrimas me queman los ojos y miro al techo para intentar ahuyentarlas.
Se coloca a mi lado, acercándose.
—¿Estás bien? No quería disgustarte. Si no lo quieres, puedes venderlo. —Tiene
un tono de pánico que creo que nunca había oído antes.
—No, me encanta. No pasa nada. Te lo prometo. Sólo estoy abrumada.
Esta vez me arrastra a su regazo, ignorando a Osiris mientras cree que estamos
jugando.
—Significas el mundo para mí, Ely. Y pienso pasarme la vida demostrándote de
todas las formas posibles lo mucho que significas para mí.
Le beso suavemente.
—Ya lo haces. Sólo te necesito a ti.
Cuando me devuelve el beso, es más ardiente, más oscuro, más profundo, y me
demuestra una y otra vez lo mucho que me ama con su cuerpo, su boca, sus dientes, sus
manos y sus palabras.
Nunca me sentí más seguro en mi vida.
EPÍLOGO
Un estruendo en el armario me hace salir corriendo del cuarto de baño para ver
cómo está Ely. La encuentro de pie en medio del armario, con la ropa formando un círculo
en el suelo y un par de zapatos en la entrada.
—¿Ely?
Me dedica una mirada, pero vuelve a revolver su ropa.
—No tengo nada que ponerme. Ya nada me queda bien.
Deslizo la mirada por su redondeado vientre que asoma por la bata de seda que
lleva puesta.
—Bueno, llevas un bebé dentro. Era de esperar.
Me clava una mirada que casi me hace dar un paso atrás.
—¿Me estás llamando gorda?
Paso por encima de los zapatos y entro en la zona de guerra llegando a ponerme
a su lado.
—Por supuesto que no. Sólo digo que nuestro bebé creció mucho el mes pasado
y ahora tenemos que adaptarnos, al menos hasta que llegue. ¿Quieres que te encargue
algo para ponerte?
Sacude la cabeza con un resoplido.
—No, será una pérdida de dinero cuando no podré usarlo mucho tiempo. Me
pondré uno de mis vaporosos vestidos. No será tan formal como lo que llevan los demás,
pero podré llevar zapatos planos con él, y es importante.
Le mordisqueo el lóbulo de la oreja y le acaricio el vientre.
—Puedes ponerte lo que quieras. Te llevaré con orgullo a la fiesta de graduación
con lo que elijas. Si alguien tiene algo que decir, que se las arregle conmigo.
Se inclina y me besa, girándose para poder apretarse contra mi pecho. Cada mes
que pasa tarda más tiempo subiéndose a mi regazo para darse placer cuando siente que
la cabalgo con fuerza. Sus dedos rozan los botones de mi camisa y los atrapo.
—Aunque me encantaría llevarte a la cama ahora mismo, ya vamos tarde, y no
tengo ganas de aguantar las quejas de Lee cuando lleguemos aun más tarde.
Resopla, luego cae de puntillas sobre sus talones y se voltea de nuevo hacia la
ropa.
—Correcto. Entonces vete para que pueda encontrar algo que ponerme en paz.
Salgo del armario y vuelvo al cuarto de baño para terminar de atarme la corbata y
agarrar la chaqueta de la percha que hay junto a la puerta. Me la pongo con cuidado, me
abrocho los botones y salgo a tiempo para encontrarme a Ely fuera del armario con unos
pendientes de diamantes. Lleva un vestido de lentejuelas hasta el suelo que se ciñe justo
por encima de su redondeado vientre y que le rodea los pies en forma de campana color
champán.
—Preciosa.
Baja los ojos y un rubor rosado le sube por el cuello. Me encanta que aun pueda
hacer que se sonroje por mí. Después de ponerse unas bailarinas junto a la cama y
agarrar un pequeño bolso a juego con el vestido, nos dirigimos al auto que ya nos espera
en la puerta. Un chofer sale y abre la puerta para que Ely entre mientras voy al otro lado
del vehículo y me acomodo en el asiento trasero junto a mi mujer.
La fiesta de graduación de the Mill siempre es semiformal y la más cara que
organiza el club cada año.
Ely se mueve a mi lado, el cuero negro cruje bajo sus pies con cada movimiento.
La tomo de la mano y la jalo contra mi regazo.
—¿Estás bien?
Asiente pero sigue viendo por la ventana.
—Sí, bien. Bel lleva veinte minutos mandándome mensajes preguntándome dónde
estamos. No iba a decirle que llegaríamos tarde porque decidiste que necesitábamos
tener sexo por tercera vez hoy.
Me llevo la mano al pecho en señal de afrenta.
—¿Qué? ¿Yo? Crees que soy el que te arrastra a tener sexo cada cinco minutos.
Odio tener que decírtelo, pequeña Presa, pero eres tú.
Agacha la barbilla y observa el paisaje por la ventana.
—Supongo que últimamente estuve un poco... necesitada. El doctor dice que es
por las hormonas del bebé. Se supone que es normal.
—No me quejo, nena. —Le aprieto la rodilla y le doy una exagerada mirada.
Viajamos en silencio, con mi teléfono vibrando en el bolsillo durante casi todo el
trayecto. Sin duda, mis amigos me están mandando mensajes para ver dónde estamos,
uno por uno. Me sorprende que Lee no me haya llamado ya para ponerse al día cara a
cara. El viaje termina antes de empezar.
Al asomarme a la ventana, veo que el camino de entrada a the Mill está flanqueado
por farolillos y flores amarillas y negras, los colores característicos de la escuela, que
conducen a la zona de estacionamiento.
El vehículo se detiene y aprieto un poco la mano de Ely. Es ahora o nunca. El chofer
sale y rodea el auto para abrir la puerta de Ely, mientras salgo, me abrocho la chaqueta
y camino para tomarla del brazo.
Varias parejas están fuera de la casa, bebiendo champán y hablando. No veo a Bel
ni a Drew, así que deben de estar dentro. No parece que nos hayamos perdido gran cosa.
La puerta principal está abierta de par en par, dejando entrar el aire de principios
de verano. Velas y luces tenues salpican el interior de la casa, donde los camareros
reparten bebidas y aperitivos. Atrás quedaron las payasadas de las fraternidades y las
sociedades secretas. Todos los rincones de la casa brillan, las paredes están recubiertas
de sillas y una gran pista de baile ocupa el salón, con un grupo instrumental de cinco
músicos tocando al final de la escalera.
Bel es la anfitriona de la velada e hizo un trabajo estupendo. Observo a los demás
asistentes, buscando a mi hermana o a alguno de nuestros amigos.
Ely se inclina y señala hacia lo que suele ser una pequeña zona de comedor, ahora
despejada para que la gente agarre comida y bebida.
—Allí.
Nos dirigimos a Bel y a Drew. Los dos van vestidos de negro, Drew lleva un traje
negro sobre negro y Bel un largo vestido negro que le ciñe el cuerpo y su larga melena
rubia cuelga en tirabuzones alrededor de sus caderas. Es la primera vez en un mes que
la veo sin su característico moño despeinado. No sé si me gusta.
Nos acercamos y le doy un picotazo en la mejilla a Bel.
—Guau, sin capucha esta noche.
Me golpea el brazo juguetonamente.
—Ja, ja. Tengo que estar cómoda para planear una fiesta, ¿está bien?
—¿Así que estás en modo planificación todo el año? —bromeo.
Me ve con ojos entrecerrados, pero sonríe mientras le tiende a Ely una copa de
champán.
—Es ginger ale. Guardé un poco para que no te sientas tan rara llevando algo
diferente a los demás.
Ely la toma con una sonrisa de agradecimiento.
—Gracias.
Volviéndome hacia la habitación, escudriño de nuevo a la multitud.
—¿Dónde están Lee y Aries?
Cuando termino de hablar, Aries entra en la sala acercándose a nuestro grupo.
Lleva una camisa de esmoquin metida por dentro de unos pantalones, una pajarita abierta
y una chaqueta. Su cabello se riza contra el cuello de la camisa mientras nos estudia.
—Vaya, parecen un grupo feliz.
Le dirige a Ely una larga mirada que me hace hervir la sangre, luego su atención
salta hacia Bel y su vista se detiene demasiado tiempo. Suficiente como para que Drew
parezca darse cuenta y dé un amenazador paso hacia él, con la cabeza ladeada.
—¿Algún problema, hombre? Sé que estuviste muy ocupado con tu padre
últimamente y que no te vimos, pero dudo que necesite recordarte con quién está...
Bel le aprieta suavemente el antebrazo.
—No pasa nada. Dudo que Aries me estuviera observando así.
Aries se limita a encogerse de hombros.
—Por supuesto que no.
Drew lo ve fijamente durante otro largo y tenso momento antes de decidir que es
mejor así. Lentamente retrocede hasta el lado de Bel.
—Vayamos a bailar.
Se alejan y doy un paso hacia el espacio para alejarme del movimiento de la
multitud.
—¿Qué demonios fue eso?
Aries se encoge de hombros, con expresión indiferente.
—Nada. Drew es demasiado sensible, como siempre. Es como un perro con un
hueso cuando se trata de ella.
No llamaría a Drew demasiado sensible, pero tal vez algo esté pasando y
simplemente no quieren compartirlo en este momento. Todos tenemos nuestros
problemas.
—¿Dónde está Lee?
—No lo sé, no soy su puto guardián —suelta Aries y se bebe una copa de champán
antes de volver a la multitud, en dirección a la cocina y lejos de nosotros.
—Eso fue raro. ¿Cuál es su problema? —pregunta Ely.
Lo único que puedo hacer es sacudir la cabeza.
—No tengo ni idea. Algo le pasa últimamente, pero no puedo precisarlo.
Últimamente está muy raro, pero supongo que tiene algo que ver con su familia y
la presión de las próximas elecciones. Siempre es la presión de la familia con Aries, su
padre preparándolo para entrar en la política tan pronto como se gradúe. No importa lo
que Aries quiera para sí mismo... que definitivamente no es la política.
—Me siento mal por él. No muestra interés por nadie, en realidad nunca hace nada
excepto deportes, y ahora se graduará y se ve aun más miserable.
Comprendo su preocupación, porque Aries es mi amigo, pero no se puede ayudar
a quien no quiere ser ayudado.
—Deja de preocuparte por los demás y disfruta. Vayamos a bailar. —Me sonríe y
me deja llevarla a la pista de baile. Hago girar suavemente a Ely, le quito la copa de la
mano y la deposito en una bandeja que pasa.
Cuando la rodeo con mis brazos, suspira, se pliega contra mí y apoya la cabeza en
mi pecho. Me cuesta un poco moverme alrededor de su estómago, pero me encanta ver
crecer a nuestro hijo dentro de ella. Cada día es un nuevo descubrimiento y busco
momentos para sentir las patadas del bebé, o para frotar los pies de Ely para que
descanse. Se estuvo esforzando mucho en el refugio de animales. Ya casi es hora de que
empiece a insistir en que se quede en casa y contrate a alguien que la sustituya hasta
que llegue el bebé. Es una conversación que estuve evitando sabiendo que discutirá
conmigo al respecto.
—¿Te dije lo increíble que estás? —Le susurro en el cabello mientras nos balanceo
suavemente.
Un fuerte estruendo recorre la habitación y todo el mundo se detiene, incluidos
nosotros, para ver en dirección del ruido. Drew se aleja de Bel y se dirige a la cocina.
Aries sale de al lado de la pista de baile y toma a Bel en brazos.
Los veo por encima del hombro de Ely. Bel no se ve preocupada y Aries no le hace
nada, pero algo me ronda la cabeza. Siempre fue protector con nuestra pequeña familia,
pero últimamente no lo ha sido, y cuando lo hizo hubo discusiones, peleas y comentarios
maliciosos que vuelven loco a Drew.
La canción cambia y Bel se zafa del agarre de Aries y odio la sensación de alivio
que me produce esa acción. Pero Aries no parece soltar a Bel y, al cabo de un momento,
ella retira la mano y le da una bofetada.
Ya me estoy moviendo, con la mano de Ely en la mía, cuando Bel se voltea y se
pone delante de mí bloqueándome el paso.
—Por favor, déjalo en paz. No quiero que Drew lo mate.
—No es de Drew de quien tiene que preocuparse —gruño, intentando esquivar
ahora tanto a Ely como a Bel.
Aries me hace un gesto con el dedo del corazón, se mete las manos en los bolsillos
y se dirige hacia la entrada. Si se va, no insistiré, pero pronto tendremos unas palabras.
Drew vuelve, me ve la cara e inmediatamente se pone al lado de Bel.
—¿Qué sucedió?
Bel aprieta su mano contra el pecho de él, sacudiendo bien la cabeza.
—Nada. ¿Qué pasó en la cocina?
—A uno de los empleados se le cayó una botella de vino. Nada importante. —
Incluso mientras le habla a Bel su mirada está clavada en la mía. Ambos estamos
pensando lo mismo en este momento.
Salimos de la pista de baile y ya estoy deseando que estemos en casa.
—¿Qué demonios está pasando con Aries? —Les vuelvo a preguntar a Drew y a
Bel.
Drew aprieta la mandíbula y gira detrás de Bel para estrecharla contra su pecho.
—No tengo ni puta idea. Últimamente está muy raro.
—¿Y dónde está Lee? Es nuestra fiesta de graduación, ¿a nadie más le parece
raro que no esté aquí?
—Definitivamente. —dice Drew mientras asiente.
Mi teléfono vibra en el bolsillo y lo saco para ver la pantalla. Por segunda vez hoy
recibo una llamada de: Número desconocido.
¿Quién demonios me llamaría desde un número desconocido?
La ansiedad burbujea en mis entrañas, jalo a Ely a mi lado y la conduzco a un
tranquilo rincón, pulsando la tecla de respuesta del teléfono.
—¿Diga?
—Joder, hombre. Pensé que nunca contestarías. Tuve que sobornar a este imbécil
para que me dejara llamarte de nuevo cuando no contestaste la primera vez.
Esperen.
—¿Qué? ¿Lee? ¿Dónde estás? ¿Y por qué me llamas de un número desconocido?
—Rara vez llama, casi siempre prefiere enviar mensajes.
—Bueno, verás, hubo un pequeño problema y necesito tu ayuda.
—¿Qué tipo de problema?
Ely se inclina para oírme y me pide que suba el volumen o que cambie al altavoz.
Pulso el botón del altavoz para que también oiga.
La voz de Lee corta la línea fuerte y llena de estática.
—Del tipo que implica dinero en efectivo, y conducir hasta el condado de Jackson
para sacarme de la cárcel.
Joder. ¿Qué demonios hizo Lee ahora?
THE MISFIT