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Los Que Se Van de Omelas, de Ursula K. Le Guin

El documento describe la ciudad utópica de Omelas y su celebración anual de la Fiesta del Verano, donde sus habitantes son felices y viven sin monarquía, esclavitud, guerras o pobreza. Sin embargo, esta felicidad depende de la continua infelicidad de un niño encerrado en una habitación.

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Los Que Se Van de Omelas, de Ursula K. Le Guin

El documento describe la ciudad utópica de Omelas y su celebración anual de la Fiesta del Verano, donde sus habitantes son felices y viven sin monarquía, esclavitud, guerras o pobreza. Sin embargo, esta felicidad depende de la continua infelicidad de un niño encerrado en una habitación.

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6/8/2020 Los que se van de Omelas, de Ursula K.

Le Guin

ANTOLOGÍA SIN POESÍA BUSCAR

Los que se van de


Omelas, de Ursula K.
Le Guin

julio 03, 2013

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Con un estruendo de

campanas que hizo alzar el


Ursula K. Le Guin Etiquetas
vuelo a las golondrinas, la
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6/8/2020
g ,
Los que se van de Omelas, de Ursula K. Le Guin

Fiesta del Verano penetró en la deslumbrante


ciudad de Omelas, cuyas torres dominan el

cuento
mar. En el puerto, los gallardetes ponían notas
Estados Unidos
multicolores en los aparejos de los buques. En s XX

las calles, entre las casas de tejados rojos y Ursula K. Le Guin

paredes encaladas, entre los tupidos jardines y

en las avenidas anqueadas de árboles, ante los


enormes parques y los edi cios públicos,

avanzaban las procesiones. Algunas eran

solemnes: ancianos vestidos con ropas grises y

malvas, maestros artesanos de rostros graves,

mujeres sonrientes pero dignas, llevando en


brazos a sus chiquillos y charlando mientras

avanzaban. En otras calles, el ritmo de la

música era más rápido, un estruendo de


tambores y de platillos; y la gente bailaba, toda

la procesión no era más que un enorme baile.

Los chiquillos saltaban por todos lados, y sus


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Los chiquillos saltaban por todos lados, y sus
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agudos gritos se elevaban como el vuelo de las

golondrinas por encima de la música y de los

cantos. Todas las procesiones avanzaban

ascendiendo hacia la parte norte de la ciudad,

hacia la gran pradera llamada Verdecampo,


donde chicos y chicas desnudos bajo el sol, con

los pies, las piernas y los ágiles brazos

cubiertos de barro, ejercitaban a sus caballos

antes de la carrera. Los caballos no llevaban

ningún arreo, excepto un cabestro sin freno.

Sus crines estaban adornadas con lazos de

color plateado, verde y oro. Dilataban sus

ollares, piafaban y se pavoneaban; se

mostraban muy excitados, ya que el caballo es

el único animal que ha hecho suyas nuestras


ceremonias. En la lejanía, al norte y al oeste se

elevaban las montañas, rodeando a media

Omelas con su inmenso abrazo. El aire


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Omelas con su inmenso abrazo. El aire
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matutino era tan puro que la nieve coronaba

aún las Dieciocho Montañas brillaba con un

fuego blanco y oro bajo la luz del sol, ornada

por el profundo azul del cielo. Había

exactamente el viento preciso para hacer

ondear y chasquear de tanto en tanto los


gallardetes que limitaban el terreno donde iba

a desarrollarse la carrera. En el silencio de los

amplios prados verdes podía oírse cómo la

música serpenteaba por las calles de la ciudad,

primero lejana, luego más y más próxima,

avanzando siempre, un agradable y presente

difundiéndose en el aire, que a veces

reverberaba y se condensaba para estallar en

un inmenso y alegre repicar de campanas.

¡Alegre! ¿Cómo es posible hablar de alegría?

¿Cómo describir a los ciudadanos de Omelas?

Entiendan, no eran gentes simples, aunque


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Entiendan, no eran gentes simples, aunque
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fueran felices. Pero las palabras que expresan

la alegría ya no suenan muy a menudo. Todas

las sonrisas se han vuelto algo arcaico. Una

descripción tal tiende a a rmar mis

presunciones. Una descripción tal tiende a

hacer pensar en la próxima aparición del Rey,

montado en un espléndido garañón y rodeado

de sus nobles caballeros, o quizá en una litera

de oro transportada por musculosos esclavos.

Pero en Omelas no había rey. No se utilizaban

espadas y tampoco había esclavos. No eran


bárbaros. No conozco las reglas y las leyes de

su sociedad, pero estoy segura de que eran

poco numerosas. Y vivían sin monarquía y sin

esclavitud, tampoco tenían Bolsa de Valores, ni

publicidad, ni policía secreta, ni bombas

atómicas. Y, sin embargo, repito que no eran

gentes simples, tranquilos campesinos, nobles


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gentes simples, tranquilos campesinos, nobles
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salvajes, benévolos utopistas. No eran menos

complicados que nosotros. Lo malo es que

nosotros poseemos la mala costumbre,

animada por los pedantes y los so stas, de

considerar la felicidad como algo más bien

estúpido. Sólo el dolor es intelectual, sólo el

mal es interesante. Ésta es la traición del

artista: su negativa a admitir la banalidad el mal

y el terrible aburrimiento del dolor. Si no

podéis ganarles, uníos a ellos. Si eso duele,

volved a comenzar. Pero aceptar la

desesperación es condenar la alegría; adoptar

la violencia es perder todo lo demás. Y casi lo

hemos perdido todo; ya no podemos describir

a un hombre feliz, ni celebrar la menor alegría.

¿Podría hablarles yo, en algunas palabras, de

los habitantes de Omelas? No eran en absoluto

niños ingenuos y felices... aunque, de hecho,


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niños ingenuos y felices... aunque, de hecho,
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sus niños eran felices. Eran adultos ,

inteligentes y apasionados, cuya vida no era en

ningún sentido miserable. ¡Oh, milagro! Pero

me gustaría poder ofrecer una mejor

descripción. Me gustaría poder convencerles.

Omelas resuena en mi boca como una ciudad

de cuento de hadas; érase una vez, hace tanto

tiempo, en un lejano país... Quizá sería mejor

forzarles a imaginarla por ustedes mismos,

aunque o estoy segura del resultado, ya que

seguramente no podré satisfacerles a todos.

Por ejemplo: ¿cuál era su tecnología? No había


coches en sus calles ni helicópteros

sobrevolando la ciudad; y esto provenía del

hecho de que los habitantes de Omelas son

gentes felices. La felicidad se funda en un justo

discernimiento entre lo que es necesario, lo

que no es ni necesario ni nocivo, y lo que es


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que no es ni necesario ni nocivo, y lo que es
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nocivo. Si se considera la segunda categoría --

la de lo que no es ni necesario ni nocivo; la del

confort, el lujo, la exuberancia, etc.--, podían


tener perfectamente calefacción central,

ferrocarril subterráneo, lavadoras, y toda esa

clase de maravillosos aparatos que aquí aún no

hemos inventado: lámparas otantes, otra

fuente de energía distinta del petróleo, un


remedio contra el resfriado. Quizá no tuvieran

anda de todo eso: es algo que no tiene la


menor importancia. Ustedes mismos. Yo me

inclino a creer que los habitantes de las


ciudades vecinas llegaron a Omelas, durante
los días que precedieron a la Fiesta, en

pequeños trenes rápidos y en tranvías de dos


pisos, y que la estación de Omelas es el edi cio

más hermoso de la ciudad, aunque su


arquitectura sea más sencilla que la del
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arquitectura sea más sencilla que la del
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magní co Mercado del Campo. Pero pese a


esos trenes, me temo que Omelas no les

parezca una ciudad agradable. Sonrisas,


campanas, paradas, caballos... ¡bah! Entonces

añádanle una orgía. si les parece útil añádanle


una orgía, no vacilen. Sin embargo, no nos

dejemos arrastrar hasta instalar en ella templos


donde surgen magní cos sacerdotes y

sacerdotisas enteramente desnudos, ya casi en


éxtasis y dispuestos a copular con cualquiera,

hombre o mujer, amante o extranjero,


deseando la unión con la divinidad de la

sangre, aunque esta fuera mi primera idea.


Pero, realmente, será mejor no tener templos

en Omelas... al menos no templos materiales.


Religión sí, clero no. Esas hermosas personas

desnudas pueden sin duda contentarse con


pasear por la ciudad, ofreciéndose como
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pasear por la ciudad, ofreciéndose como
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soplos divinos al apetito de los hambrientos y


al placer de la carne. Dejémosles unirse a las

procesiones. Dejemos que los tambores


resuenen por encima de las parejas copulando,

dejemos los platillos proclamar la gloria del


deseo, y que (y éste no es un extremo que haya

que olvidar) los hijos nacidos de tales deliciosos


rituales sean amados y educados por toda la

comunidad. Una cosa que sé que no existe en


Omelas es el crimen. ¿Pero podría ser de otro

modo? Al principio pensaba que no existían las


drogas, pero ésta es una actitud puritana. Para

aquellos que lo desean, el insistente y difuso


dulzor del drooz que primero aporta al cuerpo
y a la mente una gran claridad y una increíble

ligereza, y luego, tras algunas horas, una


ensoñadora languidez, y nalmente

maravillosas visiones del verdadero arcano y de


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maravillosas visiones del verdadero arcano y de
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los más grandes secretos del Universo, al

tiempo que excita los placeres del sexo más

allá de toda imaginación... y no crea hábito.


Para aquellos que tienen gustos más modestos
imagino que debe existir cerveza. ¿Qué otra

cosa puede hallarse en la radiante ciudad? El


sentimiento de la victoria, por supuesto, la

celebración del valor. Pero, puesto que no


tenemos clérigos, no tengamos tampoco

soldados. La alegría que nace de una vitoria


carnicera no es una alegría sana; no le

convendría aquí; está llena de horror y no


posee ningún interés. Un placer generoso e

ilimitado, un triunfo magnánimo es


experimentado no contra algún enemigo

exterior, sino en comunión con lo más justo y


más hermoso que hay en la mente de todos los

hombres, y con el esplendor del verano


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hombres, y con el esplendor del verano
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dominando el mundo: eso es lo que hincha el

corazón de los habitantes de Omelas, y la

victoria que celebran es la victoria de la vida.

Realmente creo que no hay muchos que


sientan la necesidad de tomar drooz.

La mayor parte de las procesiones han


alcanzado ya Campoverde. Un maravilloso

aroma a comida escapa de las tiendas rojas y


azules tras los tenderetes. Los rostros de los

niños están llenos de dulce. Unas migajas de un


sabroso pastel permanecen prisioneras en la

barba gris de un hombre de rostro placentero.


Los chicos y las chicas han montado en sus

caballos y van agrupándose cerca de la línea de


salida de la carrera. Una vieja mujer, menuda,
gorda y sonriente, distribuye ores de un gran

capazo, y la gente se las mete entre sus


brillantes cabellos. Un niño de nueve o diez
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brillantes cabellos. Un niño de nueve o diez
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años permanece sentado al borde de la


multitud, solo, tocando una auta de madera.

Las gentes se detienen a escucharle, le sonríen,

pero no dicen nada, ya que él no deja de tocar


y ni siquiera les ve, sus ojos oscuros están
perdidos en la suave y ondulante magia de la

melodía.
De pronto se detiene y baja las manos que

sostienen la auta de madera.


Como si ese pequeño silencio personal fuera la

señal, una trompeta deja oír su vibrante sonido


desde la tienda que se halla junto a la línea de

partida: imperiosa, melancólica, penetrante.


Los caballos patalean y se agitan.

Tranquilizadoramente, los jóvenes jinetes


acarician el cuello de su montura y murmuran

palabras halagadoras: "Tranquilo, tranquilo, vas


a ganar, estoy seguro...". Comienzan a formar
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a ganar, estoy seguro.... Comienzan a formar
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una hilera a lo largo de la línea de partida. La


multitud que bordea el capo de carreras da la

impresión de una pradera de hierba y ores


agitada por el viento. La Fiesta del Verano

acaba de comenzar.
¿Creen ustedes todo esto? ¿Aceptan la realidad

de esta celebración, de esta ciudad, de esta


alegría? ¿No? Entonces déjenme describirles

algo más.
En el subsuelo de uno de los magní cos

edi cios públicos de Omelas, o quizá en los


sótanos de esas espaciosas mansiones

privadas, hay un cuarto. Su puerta está cerrada


con llave, y no tiene ninguna ventana. Un poco

de polvorienta luz se ltra en su interior por


los intersticios de las planchas de otra ventana
recubierta de telarañas en algún lugar del otro

lado de la puerta. En un rincón del pequeño


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lado de la puerta. En un rincón del pequeño
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cuarto hay dos escobas hechas con ramas

duras, llenas de mugre, de olor repugnante,

colocadas cerca de un oxidado cubo. el suelo


está sucio, es húmedo al tacto, como suelen

serlo generalmente los suelos de los sótanos.


EL cuarto tiene tres pasos de largo por dos de
ancho: apenas una alacena o un cuarto trastero

abandonado. Hay un niño sentado en este


lugar. Puede que sea un niño o una niña.

Parece tener seis años, pero de hecho tiene


casi diez. Es un retrasado mental. Quizá

naciera de ciente, o tal vez su imbecilidad sea


debida al miedo, a la malnutrición y a la falta de
cuidados. Se rasca la nariz ya veces se

manosea los dedos de los pies o el sexo, y


permanece sentado, acurrucado en el rincón
opuesto al cubo y a las dos escobas. Tiene
miedo de las escobas. Las encuentra horribles.
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miedo de las escobas. Las encuentra horribles.
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Cierra los ojos, pero sabe que las escobas


siguen estando allá; y la puerta está cerrada

con llave; y nadie vendrá. La puerta permanece


siempre cerrada, y nadie viene nunca, excepto
algunas veces --el niño no tiene la menor
noción del paso del tiempo--, algunas veces en

que la puerta chirría horriblemente y se abre, y


una persona, o varias personas, aparecen. Una
de ellas entra a veces y golpea al niño para que
se levante. Las demás no se le acercan nunca,

pero miran al interior del cuarto con ojos de


horror y de disgusto. Las escudilla y la jarra son
llenadas apresuradamente, la puerta vuelve a
cerrarse con llave, los ojos desaparecen. Las

gentes que permanecen en la puerta no dicen


nunca nada, pero el niño, que no siempre ha
vivido en aquel cuarto y puede recordar la luz
del sol y la voz de su madre, habla algunas
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del sol y la voz de su madre, habla algunas
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veces. "Seré bueno", dice. "Por favor, déjenme

salir. ¡Seré bueno!" Ellos no contestan nunca.

Antes, por la noche, el niño gritaba pidiendo


ayuda y lloraba mucho, pero ahora no hace
más que gemir suavemente, "mhmm-haa,
mhmm-haa", y habla menos cada vez. Está tan

delgado que sus piernas son puros huesos, y su


vientre una enorme protuberancia; vive de
medio tazón de harina y manteca al día. Está
desnudo. Sus muslos y sus posaderas no son
más que una masa de infectas úlceras, y

permanece constantemente sentado sobre sus


propios excrementos.
Todos saben que está allá, todos los habitantes
de Omelas. Algunos comprenden por qué,

otros no, pero todos comprenden que su


felicidad, la belleza de su ciudad, el afecto de
sus relaciones, la salud de sus hijos, la sabiduría
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sus relaciones, la salud de sus hijos, la sabiduría
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de sus sabios, el talento de sus artistas, incluso

la abundancia de sus cosechas y la clemencia

de su clima dependen completamente de la

miseria de aquel niño.


Generalmente, esto es explicado a los niños
cunado tienen entre ocho y doce años, cuando
se hallan en edad de comprender; y la mayor

parte de los que van a ver al niño son jóvenes,


aunque hay también adultos que acuden a
menudo a verle, algunas veces de nuevo. No
importa el modo como les haya sido explicado,

esos jóvenes espectadores se muestran


siempre impresionados y disgustados por lo
que ven. sienten el desaliento, al que siempre
se habían creído superiores. sienten la cólera,

el ultraje, la impotencia, pese a todas sus


explicaciones. Las gustaría hacer algo por el
niño. Pero no hay nada que puedan hacer. Si el
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niño. Pero no hay nada que puedan hacer. Si el
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niño fuera conducido a la luz del sol, fuera de


aquel abominable lugar, si fuera la vado y

alimentado y reconfortado, sería sin la menor

duda una gran cosa; pero si se hiciera esto,


toda la prosperidad, la alegría y la belleza de
Omelas serían destruidas a la siguiente hora.
Ésas son las condiciones. Cambiar toda la

bondad y la alegría de Omelas por esa simple y


mínima mejora: rechazar al felicidad de miles
de personas por la posibilidad de la felicidad de
uno solo: sería dejar penetrar el crimen en la
ciudad.

Las condiciones son estrictas y absolutas; ni


siquiera hay que decirle un apalabra amable al
niño.
A menudo los jóvenes entran llorando en sus

casas, o inundados de una contenida rabia,


cuando han visto al niño y afrontado aquella
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cuando han visto al niño y afrontado aquella
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terrible paradoja. Pueden irla asimilando


durante semanas o incluso años. Pero con el

tiempo empiezan a darse cuenta de que,


incluso si el niño fuera liberado, no obtendría

gran cosa de su libertad: un pequeño y vago


placer de calor y alimento, por supuesto, pero
no mucho más. Es demasiado de ciente y
estúpido como para conocer la menor alegría

real. Ha vivido durante demasiado tiempo en el


miedo para verse alguna vez librado de él. Sus
costumbres son demasiado salvajes para que
pueda reaccionar ante un trato humano. De

hecho, tras tanto tiempo, se sentiría


indudablemente desgraciado sin paredes que
le protegieran, sin tinieblas para sus ojos, sin
excrementos sobre los que sentarse. Sus

lágrimas ante tan cruel injusticia se secan


cuando empiezan a percibir y a aceptar la
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cuando empiezan a percibir y a aceptar la
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terrible justicia de la realidad. Y sin embargo,


son sus lágrimas y su cólera, su tentativa de

generosidad y el reconocimiento de su
impotencia, lo que tal vez constituya la

auténtica fuente del esplendor de sus vidas.


entre ellos no exista la felicidad insípida e
irresponsable. Saben que ellos mismos, al igual
que el niño, no son tampoco libres. Conocen la

compasión. Es la existencia del niño, y su


conocimiento de tal existencia, lo que hace
posible la nobleza de su arquitectura, la fuerza
de su música, la grandiosidad de su ciencia. Es
a causa de este niño que son tan considerados

con sus propios hijos. saben que si aquel ser


tan miserable no estuviera allá, lloriqueando en
las tinieblas, el otro, el que toca la auta, no
podría interpretar aquella gozosa música

mientras los jóvenes y magní cos jinetes se


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mientras los jóvenes y magní cos jinetes se
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alinean para la carrera, bajo el sol de la primera


mañana de verano.

¿Creen ahora en ellos? ¿No les parecen mucho


más reales? Pero aún queda algo por decir, y
esto es casi increíble.

A veces, uno o una de los adolescentes que


acuden a ver al niño no regresa a su casa para
llorar o rumiar su cólera; de hecho, no regresa
nunca a su casa. Algunas veces también, un

hombre o una mujer adulto permanece


silencioso durante uno o dos días, y luego
abandona su hogar. Esas gentes salen a la calle
y avanzan, solitarios, a lo largo de ella. Siguen

andando y abandonan la ciudad de Omelas.


Todos ellos se van solos, chico o chica, hombre
o mujer. Cae la noche; el viajero debe atravesar
poblados, pasar entre casas de iluminadas

ventanas, luego hundirse en las tinieblas de los


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ventanas, luego hundirse en las tinieblas de los
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campos. Solitario, cada uno de ellos va hacia el


oeste o hacia el norte, hacia las montañas. Y

siguen. Abandonan Omelas, se sumergen en la


oscuridad, y no vuelven nunca. Para la mayor
parte de nosotros, el lugar hacia el cual se

dirigen es aún más increíble que la ciudad de la


felicidad. Me es imposible describirlo. Quizá ni
siquiera exista. Pero, sin embargo, todos los
que se van de Omelas parecen saber muy bien

hacia dónde van.

Traducción de Domingo Santos

[Tomado de Narraciones fantásticas. Antología,

Alfaguara, México, 2001]

ETIQUETAS: CUENTO, ESTADOS UNIDOS, S XX,

URSULA K. LE GUIN

CO A
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Comentarios

Unknown · 10 de febrero de 2017, 22:20

hola e leido lo que a publicado y me e quedado con


algunas que otras dudas, cuando los adolescentes
se van a ver al niño y no regresan a su casa es por
que se han dado cuenta de todo el daño que le han
hecho al niño, igual que los adultos que se fueron
de la cuidad de Omelas?
pero no entiendo bien a que se re ere con "Todos
los que se van de Omelas parecen saber muy a
hacia donde van"... eso signi ca que fueron a
buscar su propio camino para su felicidad?

Unknown · 12 de febrero de 2017, 17:49

Hola, ¿lo estas leyendo por las teorías?

Natalie reader · 14 de febrero de 2017, 10:54


No soy la única xD

Anónimo · 14 de febrero de 2017, 16:57

YO igual vine por las teorías �� me


encanta que estos chinos ahora me hagan
leer tanto.��

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Unknown · 5 de abril de 2018, 19:50
Donde jimin sea el niño de omelas me
suicidó ahre :'v

RESPONDER

Unknown · 12 de febrero de 2017, 19:21

holi signi ca que mueren.. Por que eso es lo que


les espera más allá pero pre eren morir a vivir
sabiendo que su felicidad depende de la infelicidad
de un pobre niño

Unknown · 28 de febrero de 2017, 9:14

Pues para mi no mueren jeje


Creo que la simbología de todo es tomar
nuestro propio camino sin hacer que
nuestra felicidad dependa de otros sino
que hay que construir nuestro camino
hacia ella. xd

RESPONDER

Carol Preciado · 20 de febrero de 2017, 18:38

Yo solo vine a leer por mis shinos :v me voy a


romper la cabeza con teorías pero quiero entender
lo que sucede
RESPONDER

Unknown · 20 de febrero de 2017, 22:32

Es un cuento muy re exivo :'v te hace pensar en la


sociedad en la que vivimos xd
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sociedad en la que vivimos xd
RESPONDER

Berlí · 23 de febrero de 2017, 6:15

Es lindo. Lo lei todo por BTS. 😍😍❤La historia o


cuento es lindo.. ARMY 😘
RESPONDER

Unknown · 23 de febrero de 2017, 14:28

¿Soy la única que está llorando? Esto es... intenso,


da mucho que re exionar. Y pensar que en nuestra
sociedad hay muchos niños como aquel que
mantiene la felicidad de Omelas, me destroza
pensar en eso. Gracias a BTS por animarme a leer
esta magní ca historia.
RESPONDER

Unknown · 4 de marzo de 2017, 20:01


Estoy aquí por BTS y la verdad es que no me
arrepiento de haber leído esta historia.
RESPONDER

Bertaliz · 3 de junio de 2017, 17:38

el MV "spring day" me da nostalgia y quise


averiguar mas; increible como BTS nos tientan a
leer 😉
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