RECTORÍA DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN
Hora Santa Juvenil
Canto entrada y exposición del Santísimo Sacramento
1. Jesús, Semilla de vida nueva y esperanza.
Este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos
reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos
el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido.
Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas
el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir.
La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura.
Pero en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas
oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de
la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el
cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón. La
Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado, rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba
en el Señor. Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del
«primer día de la semana», día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la tierra, estaba por
hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y el amor, ayudaban a
que floreciera la esperanza. Cuántas personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen
como aquellas mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de
afecto, de oración (Francisco, Homilía, Sábado Santo, 2020).
Ahora reflexionemos de forma personal
¿Ofreces atención al hermano necesitado? ¿Siembras amor?
Momento de silencio orante
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2. Jesús, remueve nuestras piedras.
Jesús nos otorga un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la espe-
ranza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. […]Es un don del Cielo, que no podíamos
alcanzar por nosotros mismos: “Todo irá bien”, decimos constantemente estas semanas, aferrándo-
nos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el
pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La
esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el
bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.
El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por
nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido
clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remo-
ver las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la espe-
ranza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos
ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó
la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida (Francisco, Homi-
lía, Sábado Santo, 2020).
La Pascua, hermanos y hermanas, es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las
piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el
pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque
hoy descubre la «piedra viva» (cf. 1 P 2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos funda-
dos en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo con
base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones.
Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve
las piedras más pesadas del corazón (Francisco, Homilía, Sábado Santo, 2019)
Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios
es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está
perdido (Francisco, Homilía, Sábado Santo, 2020).
Ahora reflexionemos de forma personal
¿Has sepultado tu esperanza? ¿Cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se
llama esta piedra?
Momento de silencio orante
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3. Hermano, hermana regresa a tu Galilea.
Este es el anuncio pascual; un anuncio de esperanza que tiene una segunda parte: el envío.
«Ir a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús. «Va por delante de
ustedes a Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede, nos precede siempre. Es hermoso saber
que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Gali-
lea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo.
Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era
también el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea es acordarnos
de que hemos sido amados y llamados por Dios. Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea.
Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor
gratuita, allí, en mi Galilea. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiem-
pos de prueba. Con la memoria de mi Galilea.
Jesús envió a sus discípulos a Galilea, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué
nos dice esto? Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagra-
dos, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo hace-
mos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1 Jn 1,1), ¿quién lo
hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que
animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Gali-
lea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos
somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que cesen
los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos
vacías del que carece de lo necesario.
Al final, las mujeres «abrazaron los pies» de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho
un largo camino para venir a nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abraza-
ron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en
busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y
te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida (Francisco, Homilía, Sábado Santo, 2020).
Ahora reflexionemos de forma personal
¿Recuerdas tu Galilea? ¿Ese primer encuentro? ¿Dónde o con quién necesitas comenzar de
nuevo? ¿Quién necesita de tu consuelo?
Momento de silencio orante
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4. “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”.
Esta Buena Noticia es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo
corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi
amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No,
no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que
no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el
abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.
El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles,
heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane
las heridas de la humanidad desolada.
Hoy oremos sobre todo por los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los
enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que
en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós. Que el Señor de la vida acoja consigo
en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba,
especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación y las
gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como tam-
bién a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. Para
muchos es una Pascua de soledad.
Permaneciendo unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano (cf.
Sal 138,5), repitiéndonos con fuerza: No temas, «he resucitado y aún estoy contigo» (Antífona de
ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal Romano) (Papa Francisco en bendición Urbi et Orbi,
2020).
Ahora reflexionemos de forma personal
Oremos por todos los que se encuentran dando un servicio incluso arriesgando su propia
vida. Oremos también por los más vulnerables. Oremos por las familias que han perdido a un ser
querido. Y por los que se encuentran gravemente enfermos.
Momento de silencio orante
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5. Cristo, nuestra Pascua.
Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros,
que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de
sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud. A ellos, como también a quienes
trabajan asiduamente para garantizar los servicios esenciales necesarios para la convivencia civil, a
las fuerzas del orden y a los militares, oremos por ellos.
Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que
estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres,
a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos
y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se
sientan solos.
Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no
hace acepción de personas.
Este no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsa-
bilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto el
fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo.
Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a
tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. Que
el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones.
Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoís-
mo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen
cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor
Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida.
Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las
tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso
(Papa Francisco en bendición Urbi et Orbi, 2020).
Ahora reflexionemos de forma personal
Hagamos un momento de silencio para pedir a Nuestro Señor, por estas intenciones.
Momento de silencio orante
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Intercesión de la Santísima Virgen María por los adolescentes y jóvenes
Pidamos la intercesión de María, la discípula orante, la Madre que corre con fe al sepulcro
vacío y acude al encuentro de su Hijo en Galilea, pongamos bajo su protección a todos los adoles-
centes y jóvenes, particularmente a los de nuestra Arquidiócesis de Yucatán.
Madre Santísima de Guadalupe queremos pedirte que todos los adolescentes y jóvenes, en
la realidad en la que se encuentren puedan experimentar tu abrazo materno, tu cariño y tu calidez,
y por la resurrección de tu hijo, Nuestro Señor, encuentren el verdadero sentido de servir y saberse
resucitados en Cristo.
Que, por el testimonio de María de Nazareth, nuestra madre, los adolescentes y jóvenes de
Yucatán puedan disponerse a escuchar a nuestro Señor, en este tiempo de dificultad y tormenta y
sepan que Jesús siempre nos enseña el camino, aun cuando guarda silencio.
Bendición y Reserva.
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Referencias Bibliográficas
FRANCISCO, Bendición Urbi et Orbi, Ciudad del Vaticano, 12 de abril de 2020.
FRANCISCO, Homilía Sábado Santo, Ciudad del Vaticano, 20 de abril de 2019.
FRANCISCO, Homilía Sábado Santo, Ciudad del Vaticano, 11 de abril de 2020.