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Neurociencia Del Cuerpo

Este libro explora cómo los órganos del cuerpo influyen en el cerebro y la mente. A través de un viaje por el cuerpo, desde la piel hasta el corazón, el autor describe cómo cada órgano, incluyendo el intestino, los pulmones y el corazón, moldea la actividad cerebral y procesos como la memoria, la atención y las emociones. El libro también discute cómo la neurociencia actual está redescubriendo la importancia de una visión integral del cuerpo y la mente.

Cargado por

Miguel Ojeda
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Neurociencia Del Cuerpo

Este libro explora cómo los órganos del cuerpo influyen en el cerebro y la mente. A través de un viaje por el cuerpo, desde la piel hasta el corazón, el autor describe cómo cada órgano, incluyendo el intestino, los pulmones y el corazón, moldea la actividad cerebral y procesos como la memoria, la atención y las emociones. El libro también discute cómo la neurociencia actual está redescubriendo la importancia de una visión integral del cuerpo y la mente.

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Nazareth Castellanos

Neurociencia

del cuerpo

Cómo el organismo esculpe el cerebro


© 2022 Nazareth Castellanos

© de la edición española:

2022 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Primera edición en papel: Septiembre 2022

Primera edición en digital: Septiembre 2022

ISBN papel: 978-84-9988-993-1

ISBN epub: 978-84-1121-046-1

ISBN kindle: 978-84-1121-047-8

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Imagen cubierta: Vitrubio de Leonardo Da Vinci

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este

libro, ni la recopilación en un sistema informático, ni la transmisión por medios

electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, salvo de breves

extractos a efectos de reseña, sin la autorización previa y por escrito del editor o el

propietario del copyright.


SUMARIO

Bienvenida

I. El cerebro

El bosque neuronal

La gran orquesta

Percibir es interpretar

Anatomía y función

Mente y cerebro

2. Incorporar el cuerpo

Interocepción

Propiocepción

Tener el cuerpo en mente

Recuperar la biología humanista

3. El intestino

El sistema digestivo

La microbiota

Del cerebro al intestino

Del intestino al cerebro

Microbiota y psicología

La tierra
4. La respiración

Sistema respiratorio

La nariz

El olfato, el sentido de la memoria

Control cerebral de la respiración

El cerebro respira

Respiración y memoria

Respiración y emoción

El aire

5. El corazón

Su nacimiento y muerte

El pulso, el lenguaje de la vida

La puerta de la percepción

No vemos las cosas como son, sino como somos

El olvido de sí

El fuego

6. Las entrañas de la experiencia interna

La subjetividad

Marco subjetivo neuronal

El agua

7. El instrumento de la vida

Bibliografía
La neurociencia vive hoy inmersa en una revolución con

fuertes implicaciones clínicas, sociales y personales. El

redescubrimiento de la influencia de los órganos del

cuerpo sobre el cerebro nos traslada a una visión integral

de la percepción.

En este libro, la autora nos acompaña en un viaje a

través del cuerpo para descubrir su impacto sobre las

neuronas. El recorrido nos lleva a reconocer que la

memoria, la atención, el estado de ánimo o las emociones

dependen de cuestiones como la postura corporal y los

gestos faciales, la microbiota intestinal y el estómago, así

como el complejo patrón de latidos cardíacos y la manera

como respiramos. Las evidencias científicas más

novedosas y rigurosas se entrelazan en esta obra con la

historia de la medicina en Oriente y Occidente.


El corazón que está en mi pecho

no es solo mío

Para Oliver Indri


BIENVENIDA

FUERON MUCHOS LOS DOMINGOS que íbamos a pasear por la Sierra de

Tramontana, en Mallorca. Volvíamos a casa cargados de naranjas,

aunque en realidad íbamos a ver los olivos. En la Serra, como dicen

aquí, hay olivos centenarios. La torsión de sus bizarros troncos es

una exhibición de firmeza, a la vez que de adaptación. La riqueza de

sus frutos aliña las mesas mediterráneas. Cuenta la leyenda que el

dios Poseidón y la diosa Atenea osaban dar su nombre a la recién

fundada ciudad de Atenas. Para resolver el combate, Zeus

dictaminó que ganaría aquel que la dotara del don más precioso.

Poseidón clavó su tridente en una roca de la que salió un salvaje

caballo. Atenea golpeó la roca con su lanza, haciendo surgir un

olivo. La diosa fue ensalzada como patrona de Atenas y el olivo

como el árbol de la paz. Oliver, que en latín significa olivo, es quien

trae la paz.

Algunos días, si el viento lo permitía, Oliver practicaba QiGong en

las laderas de la montaña mientras nuestra hija y yo disfrutábamos

de las naranjas que minutos antes había hurtado. El QiGong es un

arte corporal, basado en la medicina china, que representa la fusión

entre la postura corporal y la mental. Observando los movimientos

de Oliver y saboreando, después, el impacto que habían dejado en

su temperamento, una neurocientífica como yo se lamentaba, una


vez más, del cerebrocentrismo que impera en la investigación y del

destierro al que hemos condenado al cuerpo. Durante los último

siglos, no muchos, el entendimiento humano se ha estudiado desde

lo abstracto de las ideas y su vertiente biológica se centraba,

exclusivamente, en la función del cerebro. El resto del cuerpo y el

cuerpo en sí eran tan solo su soporte. El organismo y la postura

corporal no tenían el más mínimo papel en el escenario de la mente

humana.

El ostracismo corporal, que así lo llamé, producía en mí un

sentimiento de rechazo al conocimiento occidental. Pasé años

buscando referencias e inspiración en medicinas de culturas

lejanas: aquellas para quienes el organismo y la mente son las dos

caras de una misma moneda, y aquellas que reconocían que las

posturas y los movimientos del cuerpo influyen en la psicología. Esa

visión chocaba con la que debía defender en los laboratorios.

Afortunadamente duró poco, y hoy me siento afortunada por poder

vivir una revolución científica que comienza a conciliar el cerebro

con el resto del cuerpo.

Este libro representa la hoja de ruta de esa reconciliación, donde

he sintetizado las conclusiones de los artículos científicos que han

marcado y están guiando la revolución actual. Comenzamos el viaje

por el cerebro, faltaría más, para conocer el funcionamiento de las

neuronas y las áreas cerebrales más destacadas, sobre todo

aquellas que van a tener más peso en la relación con el organismo.

Emprendemos la reconciliación con el cuerpo desde fuera, desde las

sensaciones que nos regala la piel, desde los gestos, y desde la

postura corporal. Es ahí donde se inicia nuestra experiencia, en la


cara visible del organismo, la referencia emocional, y la postura

desde la que se fragua la actitud.

Y, ahora sí, nos sumergimos en las entrañas. De abajo hacia

arriba, para conocer cómo el organismo esculpe el cerebro. Si me

acompañáis, descubriremos el océano de microorganismos que

habita en nuestro intestino y que moldea los factores de

crecimiento neuronal, sin los cuales no podría brotar el aprendizaje.

Pondremos nombre a los mecanismos de interferencia del intestino

sobre la psicología, para resaltar una vez más la importancia de los

hábitos del estilo de vida en nuestro bienestar. Seguimos subiendo

hacia la cima y llegamos hasta los pulmones. Ahí veremos cómo la

influencia de la respiración sobre la actividad neuronal deja su

impronta en la atención, en la memoria, así como en la expresión de

las emociones. Comprenderemos, científicamente, que la

respiración, cuando es voluntaria y consciente, guía la plasticidad

neuronal para esculpir o reorganizar la arquitectura cerebral.

Seguidamente llegaremos al trono del corazón, el perenne rival del

cerebro. Desde la anatomía veremos que el latido cardíaco impacta

sobre la actividad de las neuronas de las áreas cerebrales más

involucradas en la percepción: la percepción subjetiva, aquella que

cada uno construimos de la maleable realidad. Finalmente,

integramos. No se podía separar lo que estaba relacionado.

Como ya he dicho, durante años he renegado de la cultura

occidental por su fragmentación. Reconocía, por supuesto, sus

bondades y, cuando me he encontrado mal, he acudido con

acatamiento a sus hospitales. Pero me resistía a aceptar que las

diferentes partes del cuerpo obraban con independencia, y que el

entendimiento solo usase de mí aquello que reside en la cabeza.


Cansada de maldecir el saber de la vieja Europa, durante un paseo

entre los olivos de un bosque mediterráneo decidí estudiar la

historia de la medicina occidental. Es así como llegué a la medicina

del Antiguo Egipto y de la Grecia clásica, la cuna de las medicinas

que hoy recorren los pasillos de los hospitales de medio mundo.

Desde Imhotep, hasta Hipócrates, Aristóteles o Averroes, todos han

defendido una biología integral. La fragmentación o separación de

las partes del cuerpo llegó a nuestro saber hace relativamente poco

tiempo, unos escasos tres siglos que nos han valido para diseñar un

mejor método de exploración, estudio y conocimiento. Gracias a

esas lecturas me reconcilié con los orígenes de mi cultura, y he

querido compartir un resumen de esa historia para transmitir, a

médicos y al público en general, la necesidad de recuperar una

visión humanista de la medicina y del ser humano.

Decía George Orwell que lo importante no es mantenerse vivo,

sino mantenerse humano.

NAZARETH CASTELLANOS

Mallorca

Marzo del 2022


Capítulo I

EL CEREBRO

EL BOSQUE NEURONAL

«Se necesita silencio para contemplar la naturaleza», advirtió la

guarda forestal del bosque Piedra Canteada. «Por favor apaguen

sus teléfonos, tengan paciencia, no se escondan en pensamientos,

eviten la tentación de expresar su asombro y procuren observar en

silencio. Sobre todo observar en silencio», nos insistió la ingeniera

Diana Morales. Durante los meses de julio y agosto, a las ocho y

media de la noche, el santuario de luciérnagas del estado mexicano

de Tlaxcala apaga sus luces y el bosque se ilumina gracias a la

bioluminiscencia de las luciérnagas. Aquel verano, en el ecuador de

mi doctorado, recorría México desde su capital hasta Chiapas. En

silencio, observando la coreografía de las luciérnagas me sentía

como un ser diminuto que se hubiese colado en el cerebro. El

destello rítmico de esa población de insectos me recordaba a lo que

semanas antes había medido en el laboratorio de neurociencia,

neuronas descargando electricidad, formando una afinada orquesta

dirigida por la percepción. Las luciérnagas son unos pequeños

insectos que emiten luz gracias a la reacción química de la enzima

luciferasa que se produce en su abdomen. También conocidos como


gusanos de luz, deben su nombre al origen latino de la palabra

lucifer, el que trae luz. En un despliegue de complejidad, las

luciérnagas se convierten en faros en la oscuridad del bosque.

Alternan momentos de oscuridad con destellos intermitentes y

periódicos. Escondidas entre el denso follaje del bosque, su danza

de luz recuerda a las auroras boreales de los países escandinavos

en invierno. Cuando las luciérnagas acompasan sus impulsos

luminosos y crean esta danza de claridad en la oscuridad alertan a

las hembras de su presencia, hasta que se produce el apareamiento.

Esta historia interminable es la base de la reproducción de estos

insectos, sin la cual la respuesta de la hembra caería en más de un

90 %. La belleza del espectáculo no reside en el destello rítmico de

una sola luciérnaga, sino en la coreografía de luces que crean miles

de ellas. Su belleza y su poder residen en el grupo. La comunidad es

más importante que la comunicación. Lo que se observa, cuando el

turista está en silencio, no es un conjunto de luces emitidas por las

luciérnagas de forma independiente, aleatoria, sino la

sincronización de una agrupación de luciérnagas que, acopladas a

diferentes ritmos, dibujan con su luz complejos patrones similares a

los bailes de las bandadas de pájaros en el aire o los bancos de

peces en el mar. Las luciérnagas, los peces o las aves se orquestan,

se regulan entre sí. Se dice, en este caso, que se sincronizan.

La sincronización es uno de los principios de la biología, el acto

de compartir, de comunicarse. Los insectos, como las aves y los

peces, generan dichas coreografías siguiendo un principio de

sincronización, que el profesor Steven Strogatz define como

sistema complejo autoorganizado. Según este principio, que se

aplica desde la escala microscópica hasta las sociedades de


distintas especies, incluida la humana, los componentes de un

grupo consiguen sincronizarse porque cada individuo es consciente

y se contagia de lo que hacen sus vecinos más inmediatos.

Normalmente no más de cuatro o seis vecinos. La sincronización de

la manada se consigue gracias a la cooperación. Cuando un cierto

número de luciérnagas se ha sincronizado, su actividad conjunta y

coherente resalta por encima del murmullo desordenado del grupo,

produciéndose una amplificación. Algo similar observamos en un

estadio de futbol, por ejemplo. Una minoría fiel pero rotunda entona

el nombre del equipo, los vecinos contagiados de su ímpetu se unen

al coro. Cuando el número de animadores ha alcanzado un número

crítico, la expansión es inmediata. En pocos segundos, el estadio

entero se une con intensidad al clamor. Este mecanismo de

propagación de la información no requiere de la cooperación de

todos los componentes, ya que habrá seguidores o luciérnagas que

no se incorporen a la coreografía sin que la sincronización resulte

dañada. Es más, esos componentes marcan una diversidad que

hacen al sistema evolucionar. Sin embargo, la actividad del grupo

ejercerá una potente atracción para absorber a cuantos más

componentes sea posible.

Al igual que las luciérnagas o los seguidores del equipo de futbol,

las neuronas se sincronizan para propagar la información por el

cerebro. Sin dicho comportamiento sincronizado no habría nada,

tan solo una amalgama de neuronas que actuaría aleatoriamente.

Las neuronas, los insectos y los humanos tendemos a

sincronizarnos con los seres que nos rodean, sin perder la

individualidad. Tendemos a formar una unidad, pero,


paradójicamente, para formarla es imprescindible que haya una

distancia de separación entre los componentes de la unidad.

Fue precisamente una distancia de la milmillonésima parte del

metro lo que marcó el nacimiento de la neurociencia; en concreto,

veinte nanometros. Era principios del siglo XX, aproximadamente

1905, cuando don Santiago Ramón y Cajal pudo mostrar que el

cerebro estaba formado por neuronas. En aquel momento, reinaba

la teoría reticular, que suponía que el cerebro era una masa

continua compuesta por cuerpos neuronales y cubierta de ramas

tan densas que conformaban una extensa red por la que fluía la

información. Sin embargo, el genio navarro insistía en que las

neuronas y sus ramas estaban muy juntas pero no llegaban a

tocarse. Son árboles en un bosque altamente ramificado, pero

árboles al fin y al cabo. Gracias al descubrimiento de una técnica

para teñir el cerebro, se pudo observar por primera vez que las

neuronas estaban, efectivamente, separadas; en concreto, veinte

nanometros. Esa distancia tan pequeña y a la vez enorme se conoce

hoy como sinápsis y permite que las neuronas se comuniquen

eléctrica y químicamente, permitiendo la propagación de la

electricidad que emana de ellas. Es el principio fundamental del

procesamiento de la información en el cerebro. La neurona no es lo

importante, decía don Santiago, sino su capacidad de dar y recibir,

de compartir. La biología es la ciencia de la vida porque se basa en

el compartir. Del cuerpo neuronal surgen dos prolongaciones,

llamadas dendritas y axones, por las que se recibe y propaga,

respectivamente, el impulso eléctrico. De esta forma, cuando la

neurona ha alcanzado un cierto nivel de electricidad y emite un

potencial de acción o descarga eléctrica, este se propaga por el


axón que, según su diámetro, conduce el impulso nervioso como un

cable a una velocidad que varía entre uno y cien metros por

segundo. Existen neuronas de axón corto, que permiten la

comunicación con las vecinas, y neuronas de axón largo, que actúan

como embajadoras entre regiones más distantes del cerebro. Dicho

impulso de la neurona emisora será recibido por la dendrita de la

neurona receptora. Dendrita viene de la palabra griega déndron,


árbol, lo que facilita la visualización de la morfología de esta parte

de las neuronas. Son las copas receptoras del impulso nervioso que

lo conducen hasta el cuerpo neuronal o soma. En un cuento infantil

podríamos apuntar que las neuronas hablan por los axones y

escuchan por las dendritas. La base del funcionamiento cerebral es

ese diálogo, ese compartir.

Ramón y Cajal describió las neuronas como «las misteriosas

mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá

algún día el secreto de la vida mental». El navarro descubrió la

arquitectura cerebral gracias a una técnica que permitía visualizar

una baja proporción de neuronas, aquellas que destacaban en el

frondoso bosque neuronal, y solo así puedo demostrar que el

bosque está formado por árboles. Él, que pasaba «horas y horas en

solitarios bosques, trepando árboles y tratando de averiguar el

curso de los ríos», revivió su niñez cuando el Consejo Municipal de

Valencia le regaló un microscopio Zeiss en agradecimiento a su

generosa labor clínica durante la pandemia de cólera y tuberculosis

de 1885. Con este instrumento en sus manos, Ramón y Cajal mostró

al mundo cómo son los árboles que forman el bosque cerebral y los

ríos que lo bañan: así sentó las bases de la histología del sistema

nervioso.
Don Santiago Ramón y Cajal nació en el año 1852 en Petilla de

Aragón, a poco más de cien kilómetros de Zaragoza, en cuya

universidad su padre era profesor de anatomía. De espíritu curioso

y más bromista que juguetón, destacaba en su juventud por su

habilidad como dibujante, un talento que marcó la historia de la

neuroanatomía, que se ha valido de sus dibujos para describir la

estructura de las neuronas y el sistema nervioso. Estudió medicina

en la Universidad de Zaragoza y compaginó sus estudios con

lecturas sobre filosofía y largas horas de gimnasia. Después de un

tiempo en la Universidad de Valencia se trasladó a Madrid, en 1887,

donde conoció al profesor Luis Simarro, neurólogo, psiquiatra y

psicólogo, que le enseñó la técnica de tinción que le permitiría

describir el bosque neuronal y sus árboles. Ese año fue nombrado

catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de

Barcelona, donde desarrolló la etapa más fértil de su carrera,

alcanzando el reconocimiento internacional. En 1906 fue

galardonado con el Premio Nobel de Medicina, que compartió con

Camilo Golgi por su invención de la técnica de tinción que permitió

a Cajal descubrir la arquitectura del sistema nervioso. Ese mismo

año, el pintor Joaquín Sorolla retrató al genio, envuelto en una

elegante capa española, delante de uno de sus dibujos del cerebro.

Sorolla pintó a don Santiago mirando fijamente al espectador, como

queriendo expresar que la neurociencia habla de nosotros mismos.

LA GRAN ORQUESTA

Matemáticamente se define a las luciérnagas, y a las neuronas,

como osciladores. Emiten electricidad de forma intermitente, a


diferentes ritmos, en una percusión eléctrica. Cada una de las

86.000 millones de neuronas que componen nuestro cerebro tiene

la capacidad de emitir un impulso eléctrico, también llamado

disparo neuronal o potencial de acción, que es transmitido por el

axón de la neurona emisora y recibido por la dendrita de la neurona

receptora. Así como las luciérnagas están un tiempo a oscuras,

hasta que la reacción química de su abdomen se completa, las

neuronas pasan un tiempo en silencio eléctrico hasta que su cuerpo

neuronal alcanza un cierto nivel de electricidad y, entonces, al igual

que las luciérnagas, emiten una descarga que en el caso neuronal

se manifiesta en forma de descarga eléctrica. Al igual que las

luciérnagas, los disparos de las neuronas se emiten de forma

periódica, no lo hacen al azar. La prodigiosa coreografía de luz

dibujada por las luciérnagas en el bosque de Piedra Canteada se

observa también en la superficie del cerebro. Las descargas

eléctricas de las neuronas oscilan, las neuronas son también

osciladores ya que exhiben un comportamiento rítmico. Se han

identificado cinco ritmos neuronales o formas en las que las

neuronas oscilan o emiten descargas eléctricas. También se

conocen como lenguajes o idiomas neuronales, ya que representan

un código de comunicación entre las células nerviosas. Similar al

código morse. Hay ritmos rápidos y otros lentos, y normalmente

todos están presentes de forma simultánea y en tareas muy

diversas. Se dice que el cerebro es multilingüe a un mismo tiempo.

Cuanto más rápido sea un ritmo menor será su alcance. Los ritmos

rápidos son útiles, por tanto, para comunicar a las neuronas

vecinas. Al contrario, cuanto más lento sea un ritmo mayor será su

capacidad de llegar más lejos.


El estudio de la dinámica eléctrica de las neuronas ha observado

que los ritmos oscilatorios están acotados en frecuencias y se han

establecido cinco bandas espectrales siguiendo un curioso orden

del alfabeto griego: delta (0,5-2 Hz), theta (3,5-6 Hz), alfa (8-12 Hz),

beta (18-30 Hz) y gamma (> 45 Hz). Pone que Hz es una medida de

frecuencia, de forma que 8 Hz supone 8 disparos eléctricos por

segundo. Es una medida de la rapidez y perioricidad con la que una

neurona se activa eléctricamente. Este comportamiento oscilatorio

de las neuronas encierra un secreto tan bello como práctico. La

relación entre las frecuencias centrales de cada banda espectral es

igual al número áureo phi, (1 + √5)/2 ~~ 1,61803. Tan importante en

las matemáticas como en la estética, este número se encuentra

presente en la naturaleza, desde los caracoles a la disposición de los

pétalos de las flores, pasando por el grosor de las ramas y tronco de

los árboles. El lenguaje neuronal está centrado en el número áureo.

La frecuencia media de una banda espectral neuronal se puede

calcular multiplicando la frecuencia de la banda anterior por el

número de oro. Desde un punto de vista de optimización

computacional se hubiera esperado que las frecuencias de las

diferentes bandas siguieran una relación natural, y no un número

que no es racional. En el año 2010 se publicó un estudio donde se

proponía una respuesta. Si la relación entre las bandas fuera

natural, por ejemplo, que una frecuencia fuera el doble o triple que

la otra, el cerebro podría entrar en un estado de sincronización total

y quedaría perpetuamente en una actividad cuya inflexibilidad lo

inutilizaría. Esto sucede, por ejemplo, en un ataque epiléptico donde

la hipersincronización de una vasta región cerebral impide su

funcionamiento. Sería como una empresa donde todos los


trabajadores hacen exactamente lo mismo todos los días. No parece

muy útil. Sin embargo, si la relación entre las frecuencias es

irracional, se favorece la sincronización, pero se deja la puerta

abierta a una posible reorganización. Esto permite que el cerebro

pueda alternar estados de sincronización y estados de ruptura del

acoplo. Esta propiedad se conoce como metaestabilidad cerebral.

Tan importante es saber entrar como saber salir.

El ritmo principal del cerebro es alfa, estado en el cual las

neuronas emiten entre ocho y doce descargas eléctricas por

segundo. Su frecuencia media es de 10 Hz, y a partir de ella y

multiplicando por el número de oro se obtienen las oscilaciones

promedio de las demás bandas espectrales. Se le denominó con la

primera letra del alfabeto griego, alpha, no por ser el primer ritmo,

sino por ser el más abundante en el cerebro y, por tanto, el primero

que se identificó. La presencia de ondas alfa crece desde la infancia

a la adolescencia, después comienzan a desaparecer. Una manera

de aumentar las ondas alfa en el cerebro y provocar un coro de

neuronas disparando a tal frecuencias es, por ejemplo, cerrando los

ojos. Es en ese estado cuando se detectan las ondas alfa con más

fuerza, especialmente en la parte trasera del cerebro o corteza

occipital. Un simple parpadeo rompe el coro y disminuye la

presencia de este ritmo. Por ello, muchas veces se ha identificado a

alfa con estados de relajación. Sin embargo, su presencia está

estrechamente vinculada a funciones cognitivas como, por ejemplo,

prestar atención. Detengámonos aquí un instante. Para que el lector

lea estas líneas, su principal aliado es la atención. Decía William

James que la atención es la toma de posesión de la mente y, por

tanto, nos permite seleccionar nuestra realidad. Un maestro de


meditación comparó la atención con la lámpara del minero, que

ilumina solo aquello que enfoca dejando lo demás a oscuras.

Atender aquí supone desatender todo lo demás. Para una lectura

atenta de estas líneas hay que ocultar el resto del mundo. En este

momento, el cerebro del lector está luchando por sostener la

atención en su lectura frente a la constante oleada de

pensamientos, sensaciones o emociones que buscan protagonismo.

Este continuo bombardeo se conoce como interferencias de la

percepción; las famosas distracciones. La dificultad en el control de

la atención reside, precisamente, en la disputa entre lo atendido y lo

desatendido, un combate que suele perder el objeto de la atención

ya que reconocerá el lector que no sería la primera vez que se deja

seducir por pensamientos mientras lee un libro, dialoga con un

amigo o trabaja en la oficina. Decía Pablo d’Ors que la oscuridad es

una luz que busca ser observada. Mantener en la oscuridad lo que

no es relevante es obra de las ondas alfa.

Cuando un área del cerebro está envuelta en una tarea que

conlleva el mantenimiento de la atención, las ondas alfa se

encargan de inhibir aquellas zonas que no están involucradas en

esa tarea para impedir que se produzcan interferencias o

distracciones. El principal enemigo de la atención es la distracción y

su excesiva naturaleza viajera. El estado eléctrico en el que entran

las neuronas al emitir descargas al ritmo alfa impide que la atención

sea seducida por pensamientos, emociones y sensaciones de origen

interno principalmente. Se ha estimado que el 80 % de las

distracciones que nos secuestran surgen en casa, no fuera. La

práctica habitual de la meditación nos ayuda en ese combate.

Cuando comenzamos a controlar la atención, gracias a la


meditación, a los pocos días se produce un aumento del número de

neuronas que oscilan en la frecuencia alfa. Ese esfuerzo está

relacionado con el que realizamos cuando, sentados en el cojín, nos

batimos en un combate con nosotros mismos. La constancia que

acompaña a cada intento por practicar la meditación tiene como

fruto el fortalecimiento del ritmo alfa, comenzando por la parte

posterior del cerebro y acabando en las áreas frontales. Podemos

entender el trabajo que supone reorientar una y otra vez la

atención hacia el objeto de observación si somos conscientes de la

ardua labor fisiológica que está teniendo lugar dentro de nuestro

cerebro. Cada intento por atender al momento presente y observar

la respiración, por ejemplo, supone la cooperación de millones de

neuronas que sincrónicamente oscilan en ritmo alfa generando una

barrera de contención de la información que se crea en el cerebro

de forma involuntaria y que hemos estimado en ese momento como

irrelevante; todo ello sin que seamos conscientes de tal batalla. El

cerebro del meditador novato se ve desbordado ante una avalancha

de distracciones que hasta ahora acampaban libremente. A la vez

que la persona adquiere experiencia y poco a poco va controlando

su atención, se refuerzan simultáneamente los mecanismos de

aprendizaje neuronal en la oscilación alfa, generándose patrones de

contención de las distracciones más eficientes. El proceso de

aprendizaje de la meditación supone un incremento significativo de

las ondas alfa cerebrales. Cuando el meditador ya ha alcanzado el

grado de muy experto, las ondas alfa se retiran. Ya no hay

interferencias que detener. Para ello ha debido acumular más de

diez mil horas de meditación. Los demás nos conformamos con una
barrera de oscilaciones alfa que protege la atención de las

constantes distracciones.

La universidad de Birmingham alberga uno de los departamentos

más prestigiosos en el estudio de las ondas alfa y su papel en la

atención. Simbolizan con gran acierto el ritmo alfa cerebral como

una señal de STOP. Precisamente por lo que acabamos de ver, por

su papel de contención de las distracciones para favorecer la

localización de la atención. Para el cerebro, tan importante es

estimular como frenar, es decir, activar como inhibir. En un intento

de abortar un error, el cerebro incrementa la presencia de ondas

alfa hasta en un 25 % justo antes de cometer una equivocación.

Este mecanismo de defensa o protección de una buena ejecución se

ve atenuado cuando hacemos algo de forma automática,

popularmente dicho como «en piloto automático». La importancia

de alfa es evidente para el cerebro, sin embargo, no debemos

confundir lo óptimo como lo máximo. Existe un fenómeno llamado

«intrusión de alfa» donde las neuronas oscilan a esta frecuencia en

vez de hacerlo en aquella que se precisaba. Esto es especialmente

relevante a la hora de dormir. Sabemos que el sueño requiere de

oscilaciones cerebrales lentas, delta o theta, donde las neuronas

van ralentizando su actividad para desconectarse del exterior. Si

justo antes de ir a la cama estamos muy activos mentalmente,

incrementamos la presencia de ondas rápidas. Por ejemplo, meditar

potencia el ritmo alfa durante más de una hora después de haber

finalizado la práctica. Ver las pantallas también propaga los ritmos

rápidos en una vasta extensión neuronal. Ritmos que no cesan al

apagar la pantalla, que se quedan reverberando durante un tiempo

en nuestro cerebro. Cuando decidimos ir a dormir, no siempre con


sueño, damos por hecho una respuesta neuronal obediente e

inmediata, pero no es así. Nuestro cerebro sigue inundado de ondas

más rápidas de las que requiere para consolidar el sueño, porque

hemos estado más activos de lo que debiéramos. Al aparecer alfa

en vez de delta se produce una interrupción, que se ha relacionado

con fibromialgia y algunos desórdenes mentales. Cuidar la calidad

del sueño pasa por aprender a preparar el sueño. El cerebro no es

un sistema inmediato, las transiciones son muy importantes.

El ritmo delta, con una emisión de descargas eléctricas

neuronales entre 1 y 4 Hz, está asociado principalmente al sueño.

Son las ondas más lentas pero de mayor amplitud del cerebro. Las

neuronas cantan muy despacio pero muy alto, la relación es

siempre inversa. El proceso del sueño se produce de forma

continua. El cerebro se va durmiendo poco a poco a medida que las

neuronas dejan de responder a los estímulos que llegan de los

sentidos. Este silencio se va propagando por el cerebro hasta que,

alcanzada una masa suficiente, caemos dormidos. En esa

propagación, el cerebro se puede encontrar con áreas que

permanecen muy activas, debido a los estímulos recientes y la

intrusión del ritmo alfa, que dificultan la propagación del silencio y,

por tanto, la consolidación del sueño, como hemos visto. A medida

que avanza el sueño, las neuronas comienzan a oscilar en el ritmo

delta. Cuando más del 50 % de las neuronas descargan en delta

pasamos a las fases más profundas del sueño. Un ejemplo extremo

es la anestesia, donde se mide la presencia de estas ondas como

indicador del estado de inconsciencia. Las ondas delta son

predominantes en los niños, desde el nacimiento hasta los cinco

años de promedio, y comienzan a decrecer en la adolescencia. El


proceso de maduración se mide también por las variaciones en el

ritmo delta: a medida que el niño madura las ondas delta van

decreciendo. La tendencia de estas ondas es la de desaparecer a lo

largo de la vida, siendo prácticamente ausentes en el cerebro

anciano. Sin embargo, las personas con daño cerebral adquirido o

neurodegenerativo experimentan un enlentecimiento de la

dinámica neuronal, propio de la vejez patológica. La presencia de

ondas lentas no debe asociarse tan solo al sueño o a la patología, se

ha observado su implicación en procesos como la toma de

decisiones, la observación del entorno, la búsqueda de recompensa

y el control autónomo del cuerpo. El objeto de las ondas depende

de la tarea cerebral en la que están implicadas. El significado de un

lenguaje es su uso, decía el filósofo Kierkegaard.

El ritmo theta, con una banda espectral de entre cuatro y ocho

descargas eléctricas por segundo, es un ritmo lento pero con

fuertes implicaciones en la cognición. Está presente principalmente

en el hipocampo, la estructura cerebral más involucrada en la

memoria. Se conoce como ritmo theta hipocampal. Se relaciona con

la formación de memorias, la actualización de información nueva y

el aprendizaje, y es clave para la organización espacio-temporal de

los acontecimientos. Dado su protagonismo en la capacidad para

aprender y memorizar, hoy se dedican grandes esfuerzos a diseñar

dispositivos artificiales que incrementen la presencia de estas

ondas en personas con daño cerebral o enfermedad de Alzheimer.

Las ondas theta son fundamentales para que el cerebro conozca

nuestra posición corporal y el lugar en el espacio. El ritmo theta

establece una estrecha relación entre la memoria y nuestro lugar

en el espacio. Es habitual referir el lugar en el que estábamos

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