Antologia Literaria 1 Ees 1 - 240311 - 234047
Antologia Literaria 1 Ees 1 - 240311 - 234047
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En
que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda
mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte. tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino
el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el
Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el
Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito
viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el
durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la
primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin
casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. ––Lo que pides tendrás ––le aseguró el joven.
Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje
El decidido muchacho llegó a la cima, buscó la séptima cueva y descubrió la puerta del ogro. Una bella muchacha lo
sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia
recibió.
de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
––Te ayudaré, pero debes prometerme que me llevarás contigo. Escóndete debajo de la cama y no hagas ningún
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente
ruido, porque te comerá de un bocado si te descubre.
cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un
rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido El joven preparó una suculenta cena y le puso especias perfumadas para condimentarla. De esta manera, el ogro no
en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y pudo descubrir con su olfato al intruso. Luego de la cena, se durmió sobre su gran cama y la joven se acostó en el
era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba piso. A medianoche, le arrancó una pluma. Él protestó.
haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis
oídos. ––Es que tuve un mal sueño ––le dijo la joven ––. Soñé con una fuente que daba un agua de oro y ahora está seca…
¿Qué le habrá pasado?
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz.
Empero, el sonido aumentaba… ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el ––Tu sueño es real. Dentro de la fuente hay una serpiente de oro enroscada; si la matan, el agua brotará
que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los nuevamente ––le explicó el ogro y se durmió. Al rato, la joven le arrebató otra pluma. Él se quejó.
policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me ––¡Tuve otro sueño! Había un barquero que no podía bajar de su barca…
puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía
continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de ––Otro sueño verdadero. Es porque está encantado: cuando alguien suba a su barca, tendrá que bajarse a tierra
aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé primero y el otro quedará atrapado. El ogro volvió a roncar y la muchacha le arrancó la tercera pluma.
espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas –– ¡Qué noche de pesadillas! Ahora he soñado con un posadero que no sabe dónde está su hija.
del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entretanto
los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro ––Esa hija eres tú. ¡Y ya no sueñes, si no quieres que te coma!
que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero
Al amanecer, los jóvenes se escaparon. Corrieron hasta la fuente y le explicaron a su dueño el misterio. Cruzaron el
cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía
río en la barca, le revelaron al pobre hombre cómo podría escapar de ella y le dieron una pluma. Al llegar a la
soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen…
posada, el padre de la joven recibió la segunda pluma y lloró de alegría al ver a su hija. Quiso que se casara de
más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!
inmediato con el valiente soldado. Él aceptó encantado. Sin embargo, fue primero a ver al rey. Con la tercera pluma
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está lo curó de su enfermedad. El monarca le dio una cuantiosa recompensa y el soldado se fue corriendo a su boda. ¿Y el
latiendo su horrible corazón! ogro? Al parecer, los había perseguido para devorarlos, pero luego de cruzar el río, el barquero había saltado a tierra
antes que él. El ogro nunca más pudo bajarse, porque todos conocían el tronco y no volvieron a subir a la barca.
CUENTO MARAVILLOSO
“Flori, Ataulfo y el Dragón” de Ema Wolf
“El ogro con plumas” de Italo Calvino
No todas las princesas son lindas, como se cree. No, señor. La princesa Floripéndula, por caso, tenía unos ojitos y
Había una vez, en un reino muy lejano, un rey que enfermó gravemente. El mago de la corte le advirtió que sólo unas orejas y una bocucha que… bueno.
podría curarse con una pluma del ogro de la montaña. Era algo muy difícil de conseguir, puesto que el ogro devoraba
a todos los que se le acercaban. Todos los días, Floripéndula, le preguntaba a su espejo mágico: – ¿Hay alguna damisela en el reino más bella que yo?
Pero un joven soldado, valiente y leal, sintió pena por el monarca. Se puso en camino y, cuando llegó la noche, entró El espejo le contestaba: –Sí, dos millones trescientas mil.
en una posada,
[…] Cuando Floripéndula llegó a la edad de tener novio, su padre, el rey Tadeo, empezó a preocuparse.
––El ogro vive en una de las siete cavernas de la cima ––le dijo el posadero––. Si te atreves, pregúntale por mi hija,
Le decía estas cosas a su esposa, la reina Carlota:
quien desapareció hace muchos años. ¿Y no me traerías también a mí una de sus plumas?
–Me pregunto quién va a querer casarse con nuestra amada hija. No es lo que se dice una belleza.
––Lo que pides tendrás ––dijo el joven.
La reina Carlota no atinaba a darle una respuesta. Floripéndula era una buena princesa, pero el tiempo pasaba, y
Por la mañana, el joven partió y llegó hasta la orilla de un caudaloso río. El barquero lo cruzó en su barca.
nadie se apresuraba a pedir su mano.
––El ogro vive en la séptima caverna. Tráeme una pluma para mí y pregúntale por qué extraño encantamiento no
El rey Tadeo consultó entonces al astrólogo de la corte, como se acostumbraba en estos casos. El astrólogo se tomó
puedo bajar de esta barca…
un tiempo para meditar la cuestión. No todos los días se le presentaban problemas así. Finalmente, dio su opinión:
––Lo que pides tendrás ––prometió el soldado.
–Si quieren que Flori se case, van a tener que recurrir al viejo truco del dragón. El rey Tadeo y la reina Carlota
Luego descansó junto a una fuente que estaba seca. Su dueño le dijo: escucharon lo que sigue:
––Al mediodía, el ogro no está y la muchacha que lo sirve podrá ayudarte. Averigua por qué mi fuente, que antes –Hay que conseguir un dragón que cometa muchos estropicios en la comarca. Después, convocar a los más nobles
daba un agua de oro, ahora está seca. caballeros de este reino y otros reinos para que luchen contra el dragón. El valiente que lo venza obtendrá como
premio la mano de la princesa. ¿Qué tal?
El rey Tadeo reconoció que el astrólogo había dado con una solución interesante. principitos. Eran todos iguales. Iguales a su padre y a su madre, que –aquí, entre nosotros –se parecían bastante.
Todos tenían los mismos ojitos, las mismas orejas, la misma bocucha…
Sin perder un minuto, llamó a sus ayudantes y les ordenó:
Fueron muy felices, créanme.
–Manden a mis seis mejores caballeros para que consigan un dragón adulto. No importa dónde tengan que ir a
buscarlo ni a qué precio. “El gigante egoista” de Oscar Wilde
Los seis hombres más valerosos del reino partieron a la mañana siguiente para cumplir la misión. Todas las tardes al volver del colegio tenían los niños la costumbre de ir a jugar al jardín del gigante.
Durante varias semanas, no dieron señal de vida. Los dragones no abundaban por aquellas zonas y tuvieron que Era un gran jardín solitario, con un suave y verde césped. Brillaban aquí y allí lindas flores sobre el suelo, y había
viajar lejos. doce melocotoneros que en primavera se cubrían con una delicada floración blanquirrosada y que, en otoño, daban
hermosos frutos.
Con el correr de los días, cinco caballeros regresaron derrotados y sin dragón. Que no conseguían, que eran muy
pichones, o muy caros, o de segunda mano… excusas, bah. Los pájaros, posados sobre las ramas, cantaban tan deliciosamente, que los niños interrumpían habitualmente sus
juegos para escucharlos.
Pero el sexto caballero, el joven Ataúlfo de la Estopa, se apareció con un espléndido dragón atado de una soga. Lo
había capturado en pelea de buena ley, y no alquilado, como decían las malas lenguas. -¡Qué dichosos somos aquí! -se decían unos a otros.
– ¿Dónde lo suelto? ––preguntó. Un día volvió el gigante. Había ido a visitar a su amigo el ogro de Cornualles, residiendo siete años en su casa. Al
cabo de los siete años dijo todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió regresar a su
– Por ahí, en los alrededores de la comarca –dijo el rey.
castillo.
Y así lo hizo. […]
Al llegar, vio a los niños que jugaban en su jardín.
Al día siguiente, apareció en la plaza un bando real. El anuncio prometía la mano de la princesa Floripéndula a quien
-¿Qué hacéis ahí? -les gritó con voz agria.
liberara a la comarca del espantoso dragón.
Y los niños huyeron.
Cuando la noticia llegó a oídos de todos los solteros del reino, la respuesta no se hizo esperar.
-Mi jardín es para mí solo -prosiguió el gigante-. Todos deben entenderlo así, y no permitiré que nadie que no sea
Unos se excusaron diciendo que casarse con una princesa era un honor demasiado alto para ellos y que gracias, de
yo se solace en él.
todos modos.
Entonces lo cercó con un alto muro y puso el siguiente cartelón:
Otros se ofrecieron a liquidar al dragón, pero sin casarse con la princesa. Otros estaban dispuestos a vencer cien
dragones antes que casarse con la princesa. QUEDA PROHIBIDA LA ENTRADA
Uno dijo que prefería casarse con el dragón. BAJO LAS PENAS LEGALES
El caballero Ataúlfo de la Estopa leía el bando real y se rascaba la cabeza. – ¿Pero este no es el mismo dragón que CORRESPONDIENTES
me hicieron traer la semana pasada?
Era un gigante egoísta.
Sin embargo, a Ataúlfo, eso no le importaba. Porque – sépanlo de una vez- estaba enamorado hasta el caracú de la
Los pobres niños no tenían ya sitio de recreo.
princesa Floripéndula. Siempre le había parecido la más hermosa de todas las princesas de la Tierra. La veía así
porque la amaba. La amaba de verdad. Hasta entonces, Ataúlfo no había hecho más que suspirar por ella como un Intentaron jugar en la carretera; pero la carretera estaba muy polvorienta, toda llena de agudas piedras, y no les
fuelle. Ahora tenía la oportunidad de convertirla en su esposa. gustaba.
Lo mejor de todo es que Flori ¡también amaba a Ataúlfo! Y si no ¿Por qué dejaba caer pañuelos desde el balcón cada Tomaron la costumbre de pasearse, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del
vez que él pasaba por abajo? hermoso jardín que había al otro lado.
Temerario como era, Ataúlfo de la Estopa marchó contra el dragón. Era la segunda vez que se enfrentaban. El dragón Entonces llegó la primavera y en todo el país hubo pájaros y florecillas.
le tenía un fastidio atroz. – ¡Acá estoy, lagarto agrandado! –le gritó Ataúlfo. Y le tiró tres o cuatro espadazos con
buena suerte. Sólo en el jardín del gigante egoísta continuaba siendo invierno.
El dragón le contestó con una bocanada de fuego que chamuscó las pestañas del valiente. Se entabló entre los dos Los pájaros, desde que no había niños, no tenían interés en cantar y los árboles olvidábanse de florecer.
un combate durísimo. Horas y horas, duró la pelea. La espada de Ataúlfo ya estaba casi derretida cuando le asestó al En cierta ocasión una bonita flor levantó su cabeza sobre el césped; pero al ver el cartelón se entristeció tanto
dragón un último golpe formidable. La bestia huyó derrotada y maltrecha. Se perdió en un bosquecillo. No se sabe si pensando en los niños, que se dejó caer a tierra, volviéndose a dormir.
sobrevivió. Nunca más volvieron a verlo. Entonces Ataúlfo de la Estopa marchó triunfante hacia el palacio con un
puñado de escamas de dragón en la mano. Los únicos que se alegraron fueron el hielo y la nieve.
El rey lo recibió en la escalinata del palacio con toda su corte. Sonaron las trompetas brillantes. La princesa -La primavera se ha olvidado de este jardín -exclamaban- Gracias a esto vamos a vivir en él todo el año.
Floripéndula ofreció su tímida mano al caballero. Ataúlfo se la besó tiernamente, como hacen los héroes La nieve extendió su gran manto blanco sobre el césped y el hielo revistió de plata todos los árboles.
enamorados. Y una semana más tarde, Floripéndula y Ataúlfo se casaron. Tuvieron siete hijos. O sea, siete
Entonces invitaron al viento del Norte a que viniese a pasar una temporada con ellos.
El viento del Norte aceptó y vino. Estaba envuelto en pieles. Bramaba durante todo el día por el jardín, derribando Entonces bajó las escaleras, abrió nuevamente la puerta y entró en el jardín.
a cada momento chimeneas.
Pero cuando los niños le vieron, se quedaron tan aterrorizados que huyeron y el jardín se quedó otra vez invernal.
-Éste es un sitio delicioso -decía- Invitemos también al granizo.
Únicamente el niño pequeñito no había huído porque sus ojos estaban tan llenos de lágrimas que no le vio venir.
Y llegó asimismo el granizo.
Y el gigante se deslizó hasta él, le cogió cariñosamente con sus manos y lo depositó sobre el árbol.
Todos los días, durante tres horas, tocaba el tambor sobre la techumbre del castillo, hasta que rompió muchas
Y el árbol inmediatamente floreció, los pájaros vinieron a posarse y a cantar sobre él y el niñito extendió sus
pizarras. Entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín, lo más de prisa que pudo. Iba vestido de gris y su
brazos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.
aliento era de hielo.
Y los otros niños, viendo que ya no era malo el gigante, se acercaron y la primavera los acompañó.
-No comprendo por qué la primavera tarda tanto en llegar -decía el gigante egoísta cuando se asomaba a la
ventana y veía su jardín blanco y frío-. ¡Ojalá cambie el tiempo! -Desde ahora éste es vuestro jardín, pequeñuelos -dijo el gigante.
Pero la primavera no llegaba ni el verano tampoco. Y cogiendo un martillo muy grande, echó abajo el muro.
El otoño trajo frutos de oro a todos los jardines, pero no dio ninguno al del gigante. Y cuando los campesinos fueron a mediodía al mercado, vieron al gigante jugando con los niños en el jardín más
hermoso que pueda imaginarse.
-Es demasiado egoísta -dijo.
Estuvieron jugando durante todo el día, y por la noche fueron a decir adiós al gigante.
Y era siempre invierno en casa del gigante, y el viento del Norte, el granizo, el hielo y la nieve danzaban en medio
de los árboles. -Pero ¿dónde está vuestro compañerito? -les preguntó-. ¿Aquel muchacho que subí al árbol?
Una mañana el gigante, acostado en su lecho, pero despierto ya, oyó una música deliciosa. Sonó tan dulcemente A él era a quien quería más el gigante, porque le había abrazado y besado.
en sus oídos, que hizo imaginarse que los músicos del rey pasaban por allí.
-No sabemos -respondieron los niños-; se ha ido.
En realidad, era un pardillo que cantaba ante su ventana; pero como no había oído a un pájaro en su jardín hacía
mucho tiempo, le pareció la música más bella del mundo. -Decidle que venga mañana sin falta -repuso el gigante.
Entonces el granizo dejó de bailar sobre su cabeza y el viento del Norte de rugir. Un perfume delicioso llegó hasta Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y hasta entonces no le habían visto nunca.
él por la ventana abierta. Y el gigante se quedó muy triste. Todas las tardes a la salida del colegio venían los niños a jugar con el gigante,
-Creo que ha llegado al fin la primavera -dijo el gigante. pero éste ya no volvió a ver el pequeñuelo a quien quería tanto. Era muy bondadoso con todos los niños, pero
echaba de menos a su primer amiguito y hablaba de él con frecuencia.
Y saltando del lecho se asomó a la ventana y miró. ¿Qué fue lo que vió?
-¡Cómo me gustaría verle! -solía decir.
Pues vio un espectáculo extraordinario.
Pasaron los años y el gigante envejeció y fue debilitándose. Ya no podía tomar parte en los juegos; permanecía
Por una brecha abierto en el muro, los niños habíanse deslizado en el jardín encaramándose a las ramas. Sobre sentado en un gran sillón viendo jugar a los niños.
todos los árboles que alcanzaba él a ver había un niño, y los árboles sentíanse tan dichosos de sostener nuevamente
a los niños, que se habían cubierto de flores y agitaban graciosamente sus brazos sobre las cabezas infantiles. -Tengo muchas flores bellas -decía-; pero los niños son las flores más bellas.
Los pájaros revoloteaban de unos para otros cantando con delicia, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el Una mañana de invierno, mientras se vestía, miró por la ventana.
césped. Ya no detestaba el invierno; sabia que no es sino el sueño de la primavera y el reposo de las flores.
Era un bonito cuadro. De pronto se frotó los ojos, atónito, y miró con atención.
Sólo en un rincón, en el rincón más apartado del jardín, seguía siendo invierno. Realmente era una visión maravillosa. En un extremo del jardín había un árbol casi cubierto de flores
Allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, que no había podido llegar a las ramas del árbol y se blancas. Sus ramas eran todas de oro y colgaban de ellas frutos de plata; bajo el árbol aquél estaba el pequeñuelo
paseaba a su alrededor llorando amargamente. a quien quería tanto.
El pobre árbol estaba aún cubierto de hielo y de nieve, y el viento del Norte soplaba y rugía por encima de él. El gigante se precipitó por las escaleras lleno de alegría y entró en el jardín. Corrió por el césped y se acercó al
niño. Y cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:
-Sube ya, muchacho -decía el árbol.
-¿Quién se ha atrevido a herirte?
Y le alargaba sus ramas, inclinándose todo lo que podía, pero el niño era demasiado pequeño.
En las palmas de la mano del niño y en sus piececitos veíanse las señales sangrientas de dos clavos.
El corazón del gigante se enterneció al mirar hacia afuera.
-¿Quién se ha atrevido a herirte? -gritó el gigante- Dímelo. Iré a coger mi espada y le mataré.
«¡Qué egoísta he sido! -pensó-. Ya sé por qué la primavera no ha querido venir aquí. Voy a colocar a ese pobre
pequeñuelo sobre la cima del árbol, luego tiraré el muro, y mi jardín será ya siempre el sitio de recreo de los niños.» -No -respondió el niño-, éstas son las heridas del Amor.
Estaba verdaderamente arrepentido de lo que había hecho. -¿Y quién es ése? -dijo el gigante.
Un temor respetuoso le invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeñuelo. MATILDE: (Harta, ladra). Yanina, ¡traé la sal gruesa!
Y el niño sonrió al gigante y le dijo: YANINA: (Duda). ¡No, ma! ¡Después dice que le arde todo! (Hacia la nada). ¡Pa! ¡Contestá, que mami quiere usar la
sal gruesa!
-Me dejaste jugar una vez en tu jardín. Hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.
HÉCTOR: (En off. Voz cavernosa). ¿Qué querés Matilde?
Y cuando llegaron los niños aquella tarde encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de
flores blancas. MATILDE: ¿Qué qué quiero? ¡Quiero que me contestes cuando te llamo, para empezar!
“Sale con sal” de Alejandro Sapognicoff MATILDE: ¡Claro! ¡Cuando lo llamo, el señor siempre está haciendo alguna cosa! ¿Me querés decir qué necesidad de
bañarte tenés a esta hora?
Personajes
HÉCTOR: (Siempre en off). ¡Ni muerto puedo dejar de darte explicaciones!
MATILDE
MATILDE: Con tal de no hablar conmigo cualquier excusa es buena, ¿no?...
YANINA
HÉCTOR: ¡Cortala, Matilde!
HÉCTOR (una voz)
MATILDE: Para vos es fácil decir: “¡Cortala, Matilde!”, si total después te vas y hacés vaya una a saber qué, con vaya
a saber quién…
Matilde entra aceleradamente en el living, perseguida por Yanina.
HÉCTOR: (Off). Muy lejos no me puedo ir, si me estás invocando a cada rato… Hay cosas que nunca te quedaron
YANINA: ¡Dale, ma! Ya tengo quince, ¡no puedo seguir yendo a la matiné! ¡Es un requemo! claras… porque el cura dijo: “hasta que la muerte los separe”, ¿entendés?
MATILDE: (Se detiene, harta). ¡Basta, Yanina! ¡Ya dije la última palabra! MATILDE: ¡Como siempre… evadiendo las responsabilidades!
YANINA: (Desafiante). ¿Sabés lo que sos? ¡Sos una cuida! HÉCTOR: Yo no quiero evadir nada… ¡Sólo quiero que me dejes descansar en paz!
MATILDE: ¿Yo, cuida? MATILDE: (A YANINA). ¡Descansar! ¿Lo escuchaste al comprensivo de tu papito...? Andá conociéndolo… La fiaca, lo
único que le interesaba en esta vida… y lo único que le interesa en la otra… (A HÉCTOR, furiosa). Esa pensión de…
YANINA: ¡Obvio! ¡Preguntale a papá y vas a ver que me va a dejar ir! que… me dejaste, no alcanza para nada… Y tengo que mantener a ésta y las pilchas que quiere a cada rato, y tengo
MATILDE: ¿Ah, sí? No me digas… que ir todas las semanas a cambiarte las flores… ¿Sabés a cuánto está el ramo de calas?
MATILDE: Él te entiende y yo soy la bruja, la mala, ¿no? Está bien. Preguntémosle a tu papito, a ver si es tan MATILDE: Claro, para que después, cuando esté con vos allá, todo el mundo me mire como diciendo: “¡Ahí va la que
moderno... ¡Dale! ¡Traé la sal! le dejaba que la tumba se quedara hecha un chiquero!”. Ni muerta te voy a dar ese gusto, ¿entendés? ¡Ni muerta!
MATILDE: (Piensa un instante). Fina... MATILDE: ¿Sabés lo que me gustaría? Que aunque sea por una vez te calles un poquito la boca, me escuches y no te
quieras quedar con la última palabra...
(YANINA va hasta un estante donde hay tres frascos señalados con carteles: "F", "P" y "G". Toma el que dice "F" y se
lo alcanza a MATILDE que hace un gran círculo de sal en el piso. YANINA trae dos sillas y las ubica dentro del círculo, HÉCTOR: Vos me invocaste, Matilde...
en forma contigua, enfrentando al público. Enciende una vela y la sostiene en la mano). MATILDE: ¿Ves? En eso tenés razón… ¡La culpa es mía! ¡Me equivoqué! Lo que tengo que entender de una vez por
YANINA: (Grita). ¡Pa! todas es que con vos nunca se pudo, ni se puede, ni se podrá razonar... ¡Hasta luego, Héctor!
(YANINA y MATILDE esperan un instante. YANINA se incomoda). (MATILDE sopla la vela con furia. Con el pie “borra” parte del círculo de sal).
MATILDE: ¡Qué va a salir! ¡Se está haciendo el sordo! (Grita). ¡Héctor! ¡Héctor! ¡Contestá, querés! MATILDE: ¿Qué sos, sorda? ¿No viste cómo me trató?
(YANINA y MATILDE esperan. Nadie contesta) YANINA: Pero al final... ¿puedo ir a bailar a la noche?
MATILDE: (Terminante) Yanina, ¡alcanzame la parrillera! MATILDE: ¡Por supuesto que no!
(YANINA le alcanza el frasco marcado con la “P”. MATILDE espolvorea sal dentro del círculo. Se vuelven a sentar). YANINA: ¡Por favor, ma!
MATILDE: (En voz alta, amenazante). ¡Héctor! MATILDE: ¡No es NO! Y te quedás en casa todo el fin de semana, ¿entendiste?
(Nadie contesta).
(MATILDE se va hecha una furia, murmurando entre dientes. YANINA se queda con bronca. Toma el frasco de sal Feng destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao. A la noche anunció que tenía una respuesta. El consejero
parrillera. Se detiene, piensa un instante y va en busca de sal gruesa. Rearma el círculo. Se sienta. Enciende la vela). imperial se reunió con él en las habitaciones del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de bambú y
completó el ideograma que había comenzado a trazar Siao.
YANINA: (Grito histérico) ¡Papáááá!
—"Cometa en llamas" —leyó el consejero—. ¿La visión de la cometa le hizo a Siao recuperar la inspiración?
Telón
—Siao trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que se detiene el rumor de las cigarras, la
EL CUENTO POLICIAL
visión de una estatua dorada entre la niebla, una mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su
“La inspiración” de Pablo de Santis poesía. Aquí en el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel nuevo estaba sin usar desde hacía meses.
Ding puso allí el veneno, y con la suficiente anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao, como
El poeta Siao, que vivía desde el otoño en el palacio imperial, fue encontrado muerto en su habitación. El médico de todos los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al usarlo por primera vez, para ablandarlo. Los
la corte decretó que la muerte había sido provocada por alguna substancia que le había manchado los labios de azul. restos del veneno se disolvieron en la tinta. Esa fue una de las armas de Ding.
Pero ni en las bebidas ni en los alimentos hallados en su habitación había huellas de veneno.
—Imagino que la otra fue la cometa —dijo el consejero.
El consejero literario del emperador estaba tan conmovido por la muerte de Siao, que ordenó llamar al sabio Feng. A
pesar de la fama que le había dado la resolución de varios enigmas —entre ellos la muerte del mandarín Chou y los —Ding sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la inspiración volvería al viejo Siao.
llamados "crímenes del dragón"— Feng vestía como un campesino pobre. Los guardias imperiales se negaron a
Feng tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
dejarlo pasar, y el consejero literario tuvo que ir a buscarlo a las puertas del palacio para conducirlo a la habitación
del muerto. Una cometa en llamas sube al cielo negro.
Sobre una mesa baja se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta Siao: el pincel de pelo de mono, el Brilla un momento y se apaga.
papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que acostumbraba a sellar sus composiciones.
Así la injusta fama del mediocre Ding.
—Mis conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé que Siao era un famoso poeta, y que
—Mis dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del tema que hubiera elegido Siao —Feng limpió
sus poemas se contaban por miles —dijo Feng—. ¿Por qué todo esto está casi sin usar?
con cuidado el pincel—. Como poeta Ding rechaza toda regla, pero como asesino acepta las simetrías. Para matar a
—Sabio Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a trazar un ideograma y cayó fulminado un poeta eligió la poesía.
de inmediato. Siao luchaba para que volviera la inspiración, y en el momento de conseguirla, algo lo mató.
“El crimen casi perfecto” de Roberto Arlt
Feng pidió al consejero quedarse solo en la habitación. Durante un largo rato se sentó en silencio, sin tocar nada,
La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció
inmóvil frente al papel de bambú, como un poeta que no encuentra su inspiración. Cuando el consejero, aburrido de
desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se suicidó entre siete y diez de la noche)
esperar, entró, Feng se había quedado dormido sobre el papel.
detenido en una comisaría por su participación imprudente en un accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban,
—Sé que nadie, ni siquiera un poeta, es indiferente a los favores del emperador —dijo Feng apenas despertó—. se encontraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y, en cuanto
¿Tenía Siao enemigos? al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la Erpa Cía.,
donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.
El consejero imperial demoró en contestar.
Lo más curioso de caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para festejar su cumpleaños, y
—La vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía, y no quisiera caer en él. Pero en el pasado, Siao tuvo
ella, a su vez, en ningún momento dejó de traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las
cierta rencilla con Tseng, el anciano poeta, porque ambos coincidieron en la comparación de la luna con un espejo. Y
dos de la tarde, los hombres se retiraron.
un poema dirigido contra Ding, quien se llama a sí mismo "el poeta celestial", le ganó su odio. Pero ni Tseng ni Ding
se acercaron a la habitación de Siao en los últimos días. Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía muchos años a la señora
Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde se retiró a su casa. La última orden
—¿Y se sabe qué estaban haciendo la noche en que Siao murió?
que recibió de la señora Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete
—La policía imperial hizo esas averiguaciones. Tseng estaba enfermo, y el emperador le envió a uno de sus médicos y diez el portero le entregó a la señora Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de matarse
para que se ocupara de él. En cuanto a Ding, está fuera de toda sospecha: levantaba una cometa en el campo. Había se presume lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba anotadas las entradas y
varios jóvenes discípulos con él. Ding había escrito uno de sus poemas en la cometa. salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos
del día subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo
—¿Y dónde levantó Ding esa cometa? ¿Acaso se veía desde esa ventana? de cianuro de potasio. A continuación, se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de
Si, justamente allí, detrás del bosque. Honorable Feng: los oscuros poemas de Ding tal vez no respeten ninguna de pie y cayó sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente contraídos.
nuestras antiguas reglas, pero no creo que alcancen a matar a la distancia. ¡Además, la cometa estaba en llamas! Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas pacíficamente en el interior del
—¿Un rayo? departamento, pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno
de los funcionarios que intervinimos en la investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se
—Caprichos de Ding. Elevar sus poemas e incendiarlos. Yo, como usted, Feng, tengo un gusto anticuado, y no puedo hubiese suicidado. Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no contenía
juzgar las nuevas costumbres literarias del palacio. veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el veneno había sido depositado en
el fondo o las paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un anaquel donde se
hallaba una docena de vasos del mismo estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber se la Stevens iba a
utilizar éste o aquél. La oficina policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a whisky servido frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un
sus paredes. plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé
al camarero, le pagué la bebida que no había tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la
sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté
viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico
frente a ella y le dije:
cuando la sorprendió la muerte transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
- Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por mis superiores para continuar ocupándome de él. En
cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no cabía dudas. Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens -Con hielo, señor.
había bebido, se encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra
- ¿Dónde compraba el hielo?
parte, la declaración del portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el
periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario - No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. - Y la criada casi iluminada
informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mí prosiguió, a pesar de su estupidez. -
cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo
comprobaba: ¿dónde se hallaba el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida? . -Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de
arreglarla en un momento.
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que
contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo. Además, había otro: los hermanos de la Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida el químico de nuestra oficina de análisis, el
muerta eran tres bribones. técnico retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico
inició la operación destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos:
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres. Actualmente sus medios
de vida no eran del todo satisfactorios. - El agua está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.
Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado en divorcios. Su conducta resultó más de una vez Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado.
sospechosa y lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de seguros y había asegurado a su Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el
hermana en una gruesa suma a su favor, en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero estaba descalificado por la técnico) arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba,
Justicia e inhabilitado para ejercer su profesión, convicto de haber dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el palto con hielo
en la industria lechera, se ocupaba de los análisis. disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado tres veces. El día del “suicidio” concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico,
cumplió 68 años; pero era una mujer extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el cabello hasta que, juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar.
totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. Ignoraban dónde se encontraba.
Aficionada a los placeres de la mesa, su despensa estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin Del laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez de la noche.
aquel “accidente” la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era capaz de suicidarse,
es desconocer la naturaleza humana. Su muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos treinta A las once, yo, mi superior y el juez nos presentamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio
mil pesos. comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se
desplomó inerte junto a la mesa de mármol. Lo había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un frasco
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las labores groseras de la casa. Ahora de veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí.
estaba prácticamente aterrorizada al verse engranada en un procedimiento judicial
“La pieza ausente” de Pablo de Santis
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que ésta, no pudiendo abrir
la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado de Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenía quince años. Hoy no hay nadie en esta ciudad ‑dicen‑ más hábil
la casa. A las once de la mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y obsesión.
laboratorio de análisis, a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación que quedaba detenida la sirvienta, con una Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné que pronto sería llamado a declarar. Fabbri era
idea brincando en el magín: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la Director del Museo del Rompecabezas. Tuve razón: a las doce de la noche la llamada de un policía me citó al amanecer
ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía en las puertas del museo.
verificar la hipótesis.
Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente mientras decía su nombre en voz baja ‑Lainez‑
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba como si pronunciara una mala palabra. Le pregunté por la causa de la muerte: "Veneno" dijo entre dientes.
mudanza alguna.
Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el plano de la ciudad, con dibujos
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese rompecabezas: nunca dejaba de maravillarme. Era tan
sino deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que complicado que parecía siempre nuevo, como si, a medida que la ciudad cambiaba, manos secretas alteraran sus
había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío. innumerables fragmentos. Noté que faltaba una pieza.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis conjeturas, que yo. que nunca bebo
bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el
Lainez buscó en su bolsillo. Sacó un pañuelo, un cortaplumas, un dado, y al final apareció la pieza. «Aquí la tiene.
Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes de morir arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos
una señal.
Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre una calle angosta. Se leía, en letras diminutas,
Pasaje La Piedad.
‑Sabemos que Fabbri tenía enemigos ‑dijo Lainez-. Coleccionistas resentidos, como Santandrea, varios contrabandistas
de rompecabezas, hasta un ingeniero loco, constructor de juguetes, con el que se peleó una vez.
‑También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa. ¿Relaciona a alguno de ellos
con esa pieza? ‑Dije que no.
‑ ¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía una buena coartada. También
combinamos las letras de La Piedad buscando anagramas. Fue inútil. Por eso pensé en usted.
Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por primera vez sentí el
peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era un monstruoso espejo en el que ahora me obligaban
a reflejarme. Sólo los hombres incompletos podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin
interesarme) la solución.
‑Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en realidad con huecos, con espacios
vacíos. No se preocupe por las inscripciones en la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco.
Laínez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M.
Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un pequeño rompecabezas que
fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre descubro, al terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente,
y leo en el hueco la inicial de mi nombre.