[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
52 vistas31 páginas

Padres Siglo III. Hamann

Este documento habla sobre la Iglesia en el siglo III, un periodo de expansión. Resalta figuras como Tertuliano, Cipriano y Orígenes, quienes defendieron la fe cristiana y guiaron a la Iglesia en medio de persecuciones. También describe el crecimiento numérico de los cristianos y los desafíos que enfrentaba la Iglesia.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
52 vistas31 páginas

Padres Siglo III. Hamann

Este documento habla sobre la Iglesia en el siglo III, un periodo de expansión. Resalta figuras como Tertuliano, Cipriano y Orígenes, quienes defendieron la fe cristiana y guiaron a la Iglesia en medio de persecuciones. También describe el crecimiento numérico de los cristianos y los desafíos que enfrentaba la Iglesia.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 31

Adalbert G.

Hamman
Guía práctica de los padres de la Iglesia
Bilbao, Desclee de Bouwer, 1969

siglo III
Tertuliano Siglo y medio nos separa de la salida misionera de
Pablo, siglo y medio, de la edad de oro de los Padres.
Cipriano de Cartago En el transcurso del siglo tercero, la Iglesia inten-
sifica sus actividades y desarrolla su expansión por el
Occidente. Junto a Alejandría, Cartago se convierte
Clemente de Alejandría en centro que irradia a toda la Iglesia. El Evangelio
se extiende a España, al norte de Italia y hacia las
Orígenes riberas del Danubio. Hasta comienzos del siglo ter-
cero no existe más que un obispado en las Galias, el
de Lyon. A mitad del siglo, Cipriano cita a los obispos
de Arles y de Lyon. Sabemos que existían otros en
Toulouse, Narbona, Vienne, París, Reims y Tréveris.
El número de cristianos aumenta de manera conside-
J.* - '•"•&&& rable. Dos centros dominan en Occidente: Roma y
Cartago.
El crecimiento de la Iglesia exige un esfuerzo de or-
ganización. Los candidatos al bautismo son sometidos
en adelante a un tiempo de preparación. Se crean
KORM
escuelas para su formación. Orígenes se ha consagrado
durante algún tiempo a esta tarea. Junto a la inicia-
ción cristiana está la cuestión de la reconciliación: los
partidarios del rigorismo y de la moderación se en-
frentan. Tertuliano, Cipriano y Orígenes nos infor-
--> Clemente man sobre estos debates, que se hicieron más agudos
en el momento de las grandes persecuciones.
--> Tertuliano
La Iglesia alcanza ya a los medios cultos, en Orien-
--> Orígenes te a los filósofos, en Occidente a los retóricos. Se con-
--> Cipriano vierten con armas y bagajes. Ponen su formación al
/. servicio del cristianismo. Esta formación filosófica per-
mite a Clemente y Orígenes poner todas las ciencias
al servicio del estudio de la palabra de Dios. Tertu-
liano y Cipriano forjan el lenguaje teológico recurrien-
do a términos jurídicos. El derecho va a permitir a
Tertuliano defender ante el Imperio la causa de los
cristianos.
ITINERARIO DE: Los creyentes son ya mayoría. Invaden la sociedad.
Clemente de Alejandría —
Orígenes — El grano echado en la tierra se ha hecho un inmenso
árbol que extiende sus ramas. El enfrentamiento de

5*
las costumbres cristianas y las costumbres paganas se
prevé más peligroso que el enfrentamiento de las in-
teligencias. ¿Qué línea de conducta habría de seguir-
se en una sociedad pagana? La tarea de los pastores
se esfuerza por responder a esta pregunta. Tertuliano
Tertuliano
y Cipriano en Cartago y Clemente en Alejandría, se-
rán los moralistas que descubrirán las exigencias cris- L 0 t¡0 (t después del 220)
tianas, en la vida personal y familiar, económica y
política.
La Iglesia se encuentra en plena expansión. Las fuer-
zas del Imperio romano decaen. El vigor de la Iglesia
no cesa de crecer. Las conversiones afectan a todos los
\poLoC¡VT|CUT^RTufcl\V|
estratos de la sociedad: la élite, la clase comerciante,
los funcionarios y los necesitados. La calidad marcha D e i C A ' O R W T I A IWXpo | I U J .
difícilmente al ritmo del número. El nivel baja. Orí-
genes se lamenta de esto: «Si juzgamos las cosas según
la realidad y no según el número, según las disposi-

S
ciones y no según las multitudes reunidas, veremos
que ya no somos creyentes».-
i JVOJW L i c e x uoBf s a9*T>ANi
La persecución da la alarma. Es el grito del Impe-
rio mortalmente herido. No es una amenaza para la
Iglesia, sino una advertencia para los mediocres. Ci- impcru ¿mlmefmdfxjfo cccdtw
priano multiplica las advertencias, el huracán sacude
las hojas muertas. Para los discípulos del Evangelio,
Cipriano y Orígenes, es la hora del martirio para el
wfo fert ucmccautcanf ppcfkJcrrabu f- «tcf
cual no han cesado de prepararse.
mdtcanckimp^Um dtfj&ccr&czwtarn escarní
n^rccfuidth^Uc¡uídoitfcdu1^yióí4riorufh.'
StÁcIh&nelbtám fveacn%<xuccort!C4fueftr
daufhn^tUttnztA mpublico eaxcamee
auccrubcftrcmcjüircrc. SúJcnuj: quodprv
Xtmcacac/fc.cforr)cfliariU£ffcífrnfTniropcra
El cristiano de hoy visita con melancolía el África del sible. Hasta entonces la Iglesia había sido heroica,
Norte, donde las ruinas de una Iglesia próspera se Tertuliano le da la bravura.
unen a las de la dominación romana, en un pasado
que parece doblemente sepultado. El África que los ¿Quién era aquel joven polemista temible, fogoso y
árabes llaman Djezirat-el-Maghreb, «la isla de Occi- hábil? Se llamaba Quinto Séptimo Florencio Ter-
dente», podía reunir en el siglo tercero un concilio tuliano. Era de Cartago, la ciudad que desde su pro-
con un centenar de obispos. Una carta de los obispos montorio vigila los mares. Su padre, militar y pagano,
del siglo tercero, muestra la irradiación de Cartago, se había preocupado de darle una formación parti-
clave estratégica de la economía política, antes de cularmente fuerte en derecho, la disciplina de los
ser la capital de un cristianismo conquistador, apa- altos empleados, y el arte de la oratoria, que hacía
sionado hasta la herejía y hasta el martirio. rentable el saber. Su curiosidad intelectual era tan
--> Tertuliano insaciable como su sed de placeres y de juegos.
Tres nombres se destacan, que por encima de Áfri-
--> Cipriano ca, honran a la Iglesia y la civilización, tres personali- El joven africaiío, como muchos de sus compatrio-
dades, tres nombres deslumbrantes nacidos en el sue- tas, era bilingüe. Escribía indistintamente en griego
--> Agustín lo de África, que llevan las virtudes y los errores de y en latín. Su cuidada formación se perfeccionó en
la raza: Tertuliano, Cipriano y Agustín. Roma, donde el brillante estudiante encontró, como
Jerónimo, la vida del espíritu y las satisfacciones de
la pasión. Después volvió a Cartago, como sus com-
Un convertido Tertuliano, antes de finalizar el siglo segundo, escri- patriotas, que preferían África a todo lo demás.
de clase be el Apologeticum, para acusar en nombre del derecho La juventud de Tertuliano fue agitada. Confiesa ha-
al Imperio intolerante y perseguidor (19). «Vamos, ber sido pecador: Intelligenti pauca. Frecuentaba los
queridos gobernadores, más estimados aún por la espectáculos y cometió el adulterio. Las condiciones
plebe si inmoláis ante ellos a los cristianos, atormentad- de su conversión siguen oscuras. La paciencia y el
nos, ponednos en la tortura, condenadnos, aplastad- heroísmo de los cristianos le habían hecho impacto.
nos: vuestra iniquidad es la prueba de nuestra ino- La moral del Evangelio y el misterio cristiano ejer-
cencia. Todos vuestros refinamientos no sirven para cían gran atractivo en él. Jamás tuvo un espíritu gre-
nada, redoblan más bien el atractivo por nuestra sec- gario, sino que admira a los que desafían la opinión.
ta, nos hacemos más numerosos cada vez que somos El uso de la Escritura y la gracia hicieron el resto.
segados por vosotros: la sangre de los cristianos es
una semilla». Momento solemne en la historia de la Tertuliano entra en la joven Iglesia, fuerte ya en
Iglesia. Fogoso, apasionado, Tertuliano no se conten- cuanto al número, sólidamente jerarquizada, con el
ta con parar los golpes, sino que pasa a la ofensiva. prestigio de su cultura, la riqueza de su naturaleza,
que busca el freno de la disciplina y los rigores de la
No se trata ya de invocar la razón, la tolerancia; ascesis cristiana. Está casado, pero trata a su esposa,
el africano apela al derecho romano, la instancia su- como a las mujeres, con unos celos tales, que acaba por
prema. Ha pasado la hora de la tolerancia; Tertu- prohibirle el que vuelva a casarse, en caso de muerte.
liano reclama derechos. El joven maestro de África
conocía Roma, acababa de tocarle en el punto sen-
El hombre Este apasionado no era ni tierno ni hombre de cora-
os)) Ver más adelante, p. 72. zón. San Jerónimo afirma que fue sacerdote.

«2 63
Tertuliano vivía en medio de una sociedad que ama-
ba el ruido y la violencia. Unía el arrebato, la inde-
pendencia y la sensualidad del africano a las cuali-
dades romanas que valoran lo que es vigoroso y útil.
Los historiadores se han cebadó en su lengua que al-
gunos han tratado injustamente de «mal dialecto
provinciano». Se ironizaba mucho en la época so-
bre el acento latino de los africanos que debía pare-
cerse al francés de los «pieds-noirs» de nuestros días.
Este forjador del verbo ha triturado, renovado, adap-
tado y enriquecido la lengua latina. Ha forjado un
vocabulario para expresar las verdades de la fe. Su
acción es decisiva en la literatura cristiana. Tuvo la
suerte de llegar el primero, en el momento en que la
Iglesia latina formulaba su pensamiento.
Es un mago de la palabra. Sus fórmulas son como
flechas. El último pedante ha retenido algunas de
ellas como «el alma naturalmente cristiana» o «la
sangre de los cristianos es semilla». «Tantas palabras,
tantos pensamientos», dijo Vicente de Lérins. Conoce
todos los recursos de la retórica y de la sofística, pero
también de la sutileza y de la casuística. Nada le
embaraza. ¿Tiene necesidad de una palabra nueva?
La crea. Si le molesta la sintaxis, la tortura. Abogado
astuto, cambiará de sistema para las necesidades de
una causa nueva.
Sea que polemice o predique, sea como moralista,
jurista o teólogo, Tertuliano está entero en sus escri-
tos. Impetuoso, violento, feroz. Retuerce el lenguaje,
lo mismo que al adversario, estruja la palabra y carga
la frase hasta la oscuridad. Abusa del ingenio y del
artificio, y carece totalmente de gusto y de medida.
Su frase, cargada de palabras explosivas, de imágenes
brutales, tiene, como él, algo de cortado, de jadeante,
de dislocado, que choca y agota, y jamás trae reposo.
Es la desesperación de los traductores.
Los autores distinguen en Tertuliano las obras cató-
licas y las obras montañistas, pero unas y otras son
de la misma pluma, con un coeficiente de amargura jando a la historia el cuidado de desenredar la madeja
y de acidez creciente. Su mismo paso al montañismo de sus contradicciones.
está inscrito en una conversión, en la que la discipli-
na atrae más que el Salvador. Rara vez se ve un grito, La obra literaria de Tertuliano es considerable. El
una llamada a Cristo. habla por medio de los libros. Se da a sí mismo en
sus escritos, donde aborda los temas mas variados,
Lo que hiere en Tertuliano no es la maldad de su habitualmente en forma de alegato o de libelo. La
ironía, ni el arrebato de su cólera, sino una pasión palabra contra se repite en muchos títulos: Contra los
que no perdona nada ni a nadie. Es un hombre de. judíos, contra Marción, contra Hermógenes, contra los Va-
ideas, de convicciones, parece carecer de ternura. No lentinianos, contra Práxeas, contra los síquicos. En todos
tenía amigos y ni aun hoy día suscita simpatías. Es estos casos se trata de personas.
un personaje de Vigny. Nos recuerda al Moisés de Fue el martillo de los herejes del tiempo y de los ad-
éste. Se le ha podido comparar con el gran Arnauld. versarios del cristianismo, especialmente de los judíos
Deslumhra, pero no encanta, brilla pero no calienta. que eran numerosos y activos en África del Norte.
A la edad en que los hombres engordan y buscan Cuando la protesta o la requisitoria no está en el tí-
la comodidad, Tertuliano se hace más seco, más nu- tulo, la encontramos en el texto.
doso y se pasa al montañismo. Desde que conoce El Apologético, del que ya hemos hablado, queda como
esta doctrina, la mira como el país de sus sueños y una de sus obras maestras (20). Composición nervio-
de sus instintos. Este espíritu lúcido, decidido, cae en sa y potente: «No sólo refutaré las acusaciones que se
las elucubraciones de una secta de profetas y de pro- hacen contra nosotros, las volveré contra sus propios
t fetisas de Frigia. Cansado de moderación, ansioso de autores». Raramente un defensor cristiano habrá co-
soluciones extremas, Tertuliano busca y encuentra nocido tal precisión en el argumento jurídico, tal du-
en el montañismo la doctrina del Paráclito y de los reza en la ironía, tal aspereza en la lógica, donde los
carismas que alarga a su espíritu de independencia, argumentos son asestados como martillazos; las fór-
una disciplina que seduce a su puritanismo, mulas martilladas, los dilemas ineludibles, sin conce-
> ' ' • • . •
siones para con los poderes públicos o los filósofos.
No solamente quiere convencer al adversario, sino que
El polernista La ortodoxia más intransigente, está amenazada de lo derriba, lo pisotea, lo humilla. En este hombre hay
infidelidad doctrinal, como lo vemos aún en nuestros crueldad.
días, por falta de moderación: la moderación es la
humildad del saber, del cual es la percepción más Tertuliano se manifiesta ya por entero en el Apolo-
verdadera. gético. No solamente es dueño de su estilo y dé su dia-
léctica, sino que está en plena posesión de su arte,
El montañismo arrojó a Tertuliano a compromisos que a veces está cercana al sofisma, donde se manifies-
e incoherencias, cuyos puntos débiles debía descubrir ta la extremosidad, la dureza, y una cierta soberbia
él mejor que nadie. Demasiado lúcido para no ver, por defender la justicia, la tolerancia y la nobleza de
era un apasionado con demasiada violencia como cristianismo. El libro fue rápidamente traducido al
para desandar el camino, demasiado agitado como griego, hecho bastante raro que nos permite medir
para encontrar la paz, siempre dispuesto a luchar,
desinteresado por todo lo que es justo y generoso, de- (20) Ver el exordio, más adelante, p. 72.

67
su difusión. Es de esos que enriquecen «el tesoro co-
mún de las naciones civilizadas». A pesar de algunos mujeres, que ciertamente parecen situarse dentro del
temas más pasajeros no ha perdido nada de su gran- cuadro de la catequesis. Da leyes sobre la vida social
deza, ni de su actualidad. de los cristianos, les prohibe los espectáculos, el circo,
el teatro y el estadio. Una vez se pasa de la raya,
Orgulloso por el éxito y la lucha, Tertuliano se vuel- cuando les consuela con masoquismo, prometiéndoles
ve hacia otros enemigos: los judíos y los herejes. El el espectáculo del juicio final: «¡Qué motivos de ad-
libro Sobre la prescripción de los herejes, uno de los mejor miración, de risa y de alegría, ver a todos estos reyes
forjados y de los más acabados, es aún uno de los más expiar en las tinieblas la gloria de su apoteosis!»
actuales, ya que en él se esfuerza por precisar el papel
de la tradición en la vida de la Iglesia y desarrollar
las relaciones entre Escritura y Tradición. Frente a El montañista Hecho montañista, el inquisidor extrema el rigoris-
la multiplicación de las herejías, Tertuliano lanza dos mo hasta prohibir las profesiones de escultor y de as-
afirmaciones: Cristo ha encargado a los apóstoles, y trología, por los lazos que unen a éstas con el culto
a nadie más, la predicación de su doctrina. Los após- de los ídolos. Es igualmente uno de los primeros ob-
toles no han confiado esta tarea más que a las comu- jetores de conciencia de la Iglesia. En el libro Sobre
nidades que ellos han fundado. Sólo la Iglesia está la corona, condena a los que abrazan la vida militar
en legítima posesión de la fe y de la Escritura. El au- porque es incompatible con la vida cristiana. Conde-
tor deniega las ilegítimas pretensiones de los herejes. na a los que huyen de la persecución. Llega hasta la
ironía hiriente: «Del Evangelio no han conservado
Si las obras apologéticas constituyen la parte más más que la frase: huid de ciudad en ciudad».
vibrante de su obra, los numerosos tratados de moral
y de ascética se encargan de caracterizar la actitud Como numerosos ascetas, el sacerdote de Cartago se
cristiana frente a una sociedad pagana. En ella encon- ha ocupado mucho de la mujer cristiana. Es una es-
tramos «el espíritu de cólera y de pasión». Gomo su pecie de compensación a la hora de la continencia.
contemporáneo Clemente de Alejandría, Tertuliano
se preocupa de poner a los cristianos en guardia con- No las comprendió mejor que Jerónimo. Aún estamos
tra el paganismo. A principios del siglo tercero, la lejos de las heroínas de Soulier de Satin y de Partage
Iglesia ha hecho estallar los grupos pequeños para in- de Midi.
vadir la sociedad. «Frecuentamos vuestro foro, vues- Tertuliano se ocupa de los menores detalles. ¿Era ne-
tro mercado, vuestros baños, vuestras posadas y vues- cesario que las jóvenes llevaran velo fuera de las reu-
tras ferias. Con vosotros navegamos y al igual que niones litúrgicas? El determina su longitud, cómo dis-
vosotros servimos como soldados» (Apol 41,3). ponerlo por delante, por detrás, hasta dónde debe
Tertuliano preconiza un cristianismo de combate, llegar y la edad exacta en la que se debe comenzar
que haga frente al mundo pagano, sin estrechar la- a llevar. Este hombre de espíritu autoritario y punti-
zos, sin voluntad de diálogo. lloso no deja nada a la iniciativa privada. Se ocupa
con insistencia de la coquetería femenina, del cuidado
Como sacerdote encargado de la preparación al bau- de sus cabellos y de su cutis, de sus vestidos y de sus
tismo; como moralista, ávido de modelar a los de- perfumes. Y se vale incluso de coquetería literaria,
más según su imagen, escribe los tratados sobre el de refinamiento en el estilo, cuando escribe: «Tomad
Bautismo, la Penitencia, la oración, el tocador de las de la sencillez vuestro blanco, del pudor vuestro rojo,

69
vestid vuestros ojos de recato, vuestros labios de si- no de Roma, era de esa África que de sus corsarios
lencio... ataviadas así, podréis tener a Dios por aman- hace héroes. De esa raza es él.
te». Nos gustaría ver el diario de su mujer.
Agustín ha hecho que se le olvide un poco, hasta el
Todas estas obras contienen páginas admirables, re- punto de que la historia no valora suficientemente
pletas de datos sobre la abigarrada sociedad de los lo que el obispo de Hipona debe al Maestro. Agustín
cristianos de África, a la que de grado o por fuerza, no ha disimulado nunca su admiración ni su depen-
trataba Tertuliano de empujar hacia el camino es- dencia. La Edad Media a penas le conoce. Los tiem-
trecho, en los acantilados del Evangelio. Este inqui- pos modernos le han puesto en su lugar. Es difícil exa-
sidor temible suscita la admiración y el terror. Nos gerar su importancia y su grandeza, porque tiene la
conmueve cuando reconoce, quizá con más impacien- estatura de ios más grandes.
cia que humildad, haber compuesto su libro sobre la
paciencia porque carecía de esta virtud. «Desgracia-
damente estoy siempre dominado por la fiebre de la
impaciencia». No parece que por haber escrito al
libro haya cambiado de carácter. Este hombre que
nos habla con tanta frecuencia de su temperamento
nos revela muy poco el misterio de su vida interior.

Tertuliano nos conmueve también en el homenaje


que rindió a sus compatriotas, Felicidad y Perpetua,
las extraordinarias mártires de Cartago, donde ale-
tea el estremecimiento de una admiración que trai-
ciona a este hombre misterioso.
Según Agustín, Tertuliano tuvo una vejez solitaria.
Acabó por no entenderse mejor con los montañistas
que con los católicos. Por eso reunió a su alrededor
unos cuantos fieles, llamados tertulianistas, que so-
brevivieron hasta el tiempo de Agustín. La fecha de
su muerte no la conocemos. Su ruidosa vida acabó
silenciosamente.
Así es este hombre explosivo, cuyos escritos acarrean
a menudo lava de fuego. Fue apasionado, lleno de so-
berbia y de coquetería literaria, pesimista, pero sin
dejar de combatir. Vivió siempre en alta tensión, so-
litario. Su obra marca con su impronta ai cristianis-
mo en plena fermentación. África le ha admirado
por su genio y su independencia. Era de Cartago y

71
/

El exordio da la las razones de la pre- ¿Hay algo más inicuo que odiar una cosa que se ignora, aun
sente defensa. El pueblo odia a los cris- cuando fuera odiable? No se puede odiar más que por razones
tianos sin conocerlos. Los que se moles- válidas, de otro modo el odio es ciego y no puede ser justificado
tan en conocer el cristianismo se apresu- más que por el azar. ¿Y por qué un odio tal, motivado por lo que
ran a abrazarlo. detesta, no sería al fin completamente injustificado? Por eso os
reprochamos la necedad de odiarnos por ignorancia, y la injus-
ticia de hacerlo sin razón.
La prueba de su culpable ignorancia, a pesar de las excusas que
se puedan encontrar, está en el hecho de que los que nos odian
sin conocernos, generalmente cesan de hacerlo una vez que su
ignorancia ha sido disipada. Hay incluso quienes se hacen cris-
tianos con todo conocimiento de causa y comienzan luego a de-
EL APOLOGÉTICO (*) testar sus prejuicios pasados y a profesar lo que antes vilipen-
diaban. Son tan numerosos que vosotros os dais cuenta de que
existimos.
¡Magistrados del Imperio romano! Vosotros ocupáis la presiden-
cia para hacer justicia ante el pueblo casi en lo más alto de la Por eso, se grita por todos los sitios que la ciudad está invadida
ciudad. Pero no os atrevéis ante la multitud, a instruir pública- por ellos, los cristianos han penetrado en los campos, en las is-
mente 'la causa de los cristianos. Vuestra autoridad teme y se las y en las ciudades fortificadas; gente de todos los sexos, de toda
avergüenza de informar en público, según las leyes más elemen- edad, de toda condición —aun de las más notables— pasan al
tales de justicia. Y hace poco, aun habéis cerrado la boca a la cristianismo. Y vosotros os lamentáis de ello como de un desastre.
defensa, por odio a nuestra «secta», recibiendo con demasiada Y a pesar de esto no os daréis cuenta de que allí yace un tesoro
alegría las denuncias familiares. Oid al menos las palabras si- escondido. No se admite el derecho de verificar esta hipótesis,
lenciosas de este escrito, que os transmite la expresión de la verdad. no se quiere hacer la experiencia. Se está despertando la curiosi-
dad para todo lo demás. Les gusta ignorar lo que a los otros agra-
El odio público da conocer. Con qué razón hubiera reprochado Anacarsis a los
que no saben juzgar a los que saben.
La verdad no pide indulgencia para sí misma, porque no se ex-
traña de su condición. Ella sabe que vive aquí abajo como Prefieren ignorar porque ya odian, porque el conocimiento áú
extranjera, espera el odio de los que la desconocen. Sabe que su cristianismo les impediría odiarlo. Efectivamente, si no existe
familia, su morada, su esperanza, su crédito y su gloria descan- ningún motivo legítimo para odiar, más vale renunciar a un
san en el cielo. Mientras espera, su único deseo es no ser conde- odio injusto. Si, por el contrario, se saca la convicción^ de que el
nada sin ser oída. odio está justificado, no se atenúa el odio sino que se intensifica.
¿Qué pueden perder vuestras leyes, que rigen soberanamente Se añade además una razón para perseverar en él y la satisfac-
en su dominio, con que la verdad sea oída? ¿Resplandece más su ción de estar én pleno derecho (21).
poder si condena a la verdad sin dejarla hablar? Condenándola
sin oírla, además de lo odioso de la injusticia, vuestra justicia
merecerá el reproche de haber condenado a la verdad sin es-
cucharla, por miedo a no poderla condenar después de haberla
oído.
Ignorancia de los jueces
En primer lugar reprendemos vuestro odio al cristianismo, aun
cuando vuestra ignorancia pueda excusarlo en parte. Es tanto
más injusto y criminal en cuanto que vosotros no lo conocéis.

(*) Apokgttiaan, 1. Traducción francesa de F. PapUlon. (21) Sobre Tertuliano existen pocoi estudios de conjunto y biografía» recientes.
Han aparecido muchas obras en la colección Sema ehrítiema, con extensas introducciones.

73
Cipriano de Cartago
^ 0 I L ÍU / 1i (t hacia el 258 >
Tertuliano hace pensar en esos espíritus brillantes eran ricos y paganos. Siguió el curso normal de los
que en una sociedad, con la semi-inconscencia de los estudios y se hizo retórico. El mismo confiesa a Do-
poderosos, apagan los fulgores de los demás. ¡ No hay nato que su juventud fue muy poco casta, sin dar más
más que para ellos! Ellos se imponen, se afirman. detalles sobre sus amores pasajeros.
Cipriano no solamente tiene conciencia de su infe-
rioridad y de su dependencia, sino que descuida un El converso El retórico es ya célebre cuando se convierte al cris-
tanto sus cualidades y literariamente se pone abierta-
mente a remolque del que él llama «el Maestro». tianismo bajo la influencia, en Cartago, de un ancia-
Esto confirma el prestigio del viejo luchador a quien no sacerdote, Cecilio. Este puso entre sus manos la
África, lejos de tener rencor, rinde homenaje. En el Biblia. La gracia hizo lo demás. La lucha fue sin em-
almirante hay materia de pirata y viceversa. Es cues- bargo dolorosa para este joven mundano, apasionado
tión de circunstancias. Lo importante es la estatura, por la vida elegante. Lo ha contado en su carta a Do-
él esplendor de sus acciones. nato que sirve de preludio a las Confesiones: «Vagaba
yo a ciegas en las tinieblas de la noche, zarandeado
al azar en el mar agitado del mundo, flotaba a la de-
Tertuliano En Cipriano no es principalmente el escritor el que riva, ignorante de mi vida, extraño a la verdad y a la
y Cipriano se impone, sino el hombre, el obispo. Su grandeza luz. Dadas mis costumbres de entonces, juzgaba di-
no está en el resplandor del genio, sino en la finura fícil e incómodo lo que para mi salud me prometía
de su sicología. Su retrato resultaría mejor labrado la bondad divina. ¿Cómo podía un hombre renacer
en hueco que en relieve. Tertuliano se impone, Ci- a una vida nueva por el bautismo del agua de salva-
priano se descubre. No es que" tenga menos persona- ción, ser regenerado, despojarse de lo que había sido
dad, sino que la tiene más matizada, más equilibrada. y, sin cambiar de cuerpo, cambiar de alma y de vida?»
Decididamente África produce los hijos' más diversos. (AdDon 3-4).
Cipriano posee las cualidades que faltaban a Tertu- Esta conversión fue un acontecimiento en Cartago.
liano: la moderación, la simpatía, la finura, la habili- El cambio fue radical y continuo. Cipriano nunca
dad para manejar a los hombres, la prudencia, el
gusto por el orden y la concordia. Había nacido para
el quehacer público. ^De haber permanecido pagano
hubiera sido un gran procurador, hecho cristiano, será
un obispó admirable, el más admirado de su siglo.
WfW
Es posible que los acontecimientos políticos del Im-,
perio, los años de anarquía y los repetidos golpes de
Estado militares que hacen pensar en alguna repú-
blica de Sudamérica, hayan sorprendido al joven abo-
gado cartaginés. El había podidq observar que sólo
la administración romana, el principio de orden y je-
rarquía habían salvado al Imperio amenazado.
.»>
Cipriano había nacido a principios del siglo tercero, .?«•.<
en África, probablemente en Cartago. Sus padres
•^&ü*¿;
hizo una cosa a medias. Renuncia a las letras profa- que duró alrededor de catorce meses, provocó co-
tt-pS»fBi| [ = l |<g>
nas, como Orígenes, vive en continencia y se consa- mentarios malévolos en Cartago y en Roma. Su co-
gra a dos lecturas: la Escritura y Tertuliano. Se prohi- rrespondencia contiene cartas en las que justifica su
be a sí mismo aun la lectura de los autores paganos, 7 actitud.
de los cuales no encontramos ninguna cita en sus es- A su vuelta tuvo que arreglar casos delicados. Muchos
critos. * cristianos habían apostatado durante la persecución.
Cipriano dio la mayor parte de sus bienes a los po- BEafñHsüSaQi Cualquiera que fuese su culpabilidad, trataban de
bres y recibió el bautismo. Recluta de calidad para la entrar de nuevo en la Iglesia sin someterse a la peni-
Iglesia de Cartago que le ordenó sacerdote a fines del tencia exigida. Otros conseguían cédulas de recon-
año 248 o a comienzos del 249, fue elegido obispo de ciliación a bajo precio.
la ciudad «por el juicio de Dios y el sufragio del pue- Moderado en la forma, Cipriano era intransigente en
blo», escribe su biógrafo. El pueblo había juzgado
---------> bien a pesar de algunos sacerdotes. Todo disponía a
el fondo y aun algo riguroso. Excomulgó a los jefes
de la oposición que se agrupaban en torno a un lai-
¿El pueblo Cipriano para el gobierno: la clarividencia y la mo- co, Felicísimo, a los sacerdotes descontentos, e impu-
deración, la suavidad y la firmeza, las cualidades de
elegía a sus jefe y la pasión por la Iglesia. Inmediatamente se
so una prolongada penitencia a los apóstatas, según
la gravedad de la falta. Un concilio ratificó la decisión
obispos? consagra al restablecimiento de la disciplina y a la tomada por Cipriano.
reforma de las costumbres. Su actividad pastoral fue
rápidamente frenada por la violenta persecución del Nuevas pruebas se abatieron sobre los cristianos de
emperador Decio, que estalló en los primeros meses África: razzias de cristianos munidas, peste espantosa
del 250. de la que se hizo responsables a los cristianos. El obis-
po no se contentó con sostener los ánimos, sino que or-
ganizó socorros, sin distinción de religión, lo que le
El obispo en la Fue una catástrofe. La calma y la seguridad habían valió la admiración de sus compatriotas paganos. De
tormenta multiplicado las conversiones. Numerosos neófitos, esta época tenemos un libro sobre la Mortalidad, que
grandes comerciantes, funcionarios, continuaban una añade al estoicismo de La Peste de Camus, la esperanza
vida poco rigurosa. Este relajamiento llegó hasta los cristiana de los que quieren «encontrarse pronto con
clérigos. La persecución sembró el pánico entre los Cristo».
cristianos blandengues, que corrían al Capitolio para
sacrificar aun antes de ser convocados. Los notables Los últimos años se vieron oscurecidos por el con-
llevaban allí a sus esclavos y a sus colonos, los mari- flicto que le enfrentó con el Papa Esteban a propósito
dos a sus mujeres, los padres a sus hijos. Se vio allí de la validez del bautismo conferido por los herejes.
a sacerdotes e incluso a obispos. Los más astutos, en Cipriano, como anteriormente Tertuliano, defendía la
lugar de sacrificar, se procuraban cédulas de confe- tesis regorista y se pronunció con los obispos de Asia
sión pagana, que les ponían a salvo. Menor por la invalidez. Convocó un Concilio para ra-
tificar el uso africano del bautismo de los herejes que
Durante todo este tiempo, el obispo permanecía oculto, se convertían. El prestigio del obispo crecía, había
no lejos de Cartago, desde donde podía seguir vigi- hecho ya de mediador en muchos litigios en tierras
lando con solicitud sobre la comunidad. Una veinte- de España y las Galias. Occidente tenía sus ojos fijos
na de cartas se remontan a esta época. Esta huida, en Cartago, como un siglo después en Hipona.


El conflicto sobre el bautismo de los herejes pareció , de pluma. Sus obras tienen relación con las contro-
al Papa una ocasión favorable para afirmar el pri-
mado romano. Lo hizo sin miramiento. A la postura /versias habidas sobre disciplina religiosa y espiritual.
africana, argüyó con la tradición romana que él afir- Su tratado teológico más importante está consagra-
maba ser la tradición universal. La sequedad del man- do a «la Unidad de la Iglesia». j£s el primer tratado
dato hirió la susceptibilidad africana. Cipriano con- de la Iglesia* Súdoctrkia tieíjejn cierto modo dos po-
vocó un nuevo sínodo. Con tacto y diplomacia, el los, que se manifiestan en las'dos ediciones del tratado,
obispo de Cartago que presidía pidió a los obispos las dos auténticas: por üm¡i parte es el campeón de la
que expresasen libremente su parecer. «Vamos a de- unidad de la Iglesia, que descansa sobre la unidad
clarar, uno tras otro, nuestro pensamiento sobre este del cuerpo episcopal, en comunión con la Sede ro-
asunto, sin pretender juzgar a nadie ni excomulgar mana, y por otra afirma el episcopado local, princi-
a los que fueran de distinta opinión». La alusión al pio concreto de la unidad écleSiál, de este modo se
autoritarismo romano es manifiesta. manifiesta también como el campeón del episcopalis-
La muerte del Papa Esteban y luego el martirio de mo. Solamente el tiempo permitirá conciliar estas dos
Cipriano pusieron fin a un conflicto que iba a ter- tesis y quitarles la ambigüedad. Lo cierto es que tras
minar de mala manera. El conflicto había puesto a estos casos particulares se enfrentan el autoritarismo
Cipriano en una situación corneliana. El admitía a centralizador y el particularismo africano.
su manera el primado romano. Reconocía «la cátedra Cipriano ha reunido en dos volúmenes de Testimonia
de Pedro de donde procedía la unidad sacerdotal», los legajos de los textos bíblicos utilizados en la catc-
es decir la unidad de toda la Iglesia. La unidad ecle- quesis, que confirman Su familiaridad con la Escritu-
sial la encontraba simbolizada en la túnica inconsútil, ra. Aunque no es el inventor del género literario, él
en los granos de trigo y uva que no hacen sino uno en es quien le dio su brillo. Lo mismo que para Orígenes,
el pan y en el vino eucarísticos. Pero en nombre de para él la Biblia es el libro de cabecera, el único li-
esta unidad de la Iglesia, que era para él especial- bro. En, la palabra de Dios busca siempre la luz, la
mente querida, no reconocía más que una fe y un solución y las armas.
Bautismo, el que era dado por la Iglesia, porque sólo
ella era la esposa de Cristo. Los tratados de Cipriano son sobre todo cartas pastora-
les, que tienen relación con la disciplina y con la
Más que a los principios implicados, Cipriano era sen- vida espiritual. Un libro se ocupa de los lapsi, los caí-
sible al procedimiento. Este príncipe, apasionado dos, que han apostatado. Recuerda con insistencia el
del orden, poseía el respeto al hombre; le repugnaba deber de. la limosna, que es como la reguladora de la
el procedimiento administrativo que rebajaba a la justicia social. En un opúsculo sobre este asunto, re-
Iglesia a una simple sociedad. prende a una- noble matrona que va a misa sin llevar
una parte para el pobre: «Tus ojos no ven al necesi-
El escritor La obra literaria de Cipriano es considerable. Es la tado y al pobre, porque están cubiertos de una noche
obra de un pastor consciente de su responsabilidad, espesa; tienes bienes de fortuna y eres rica y piensas
más que de un escritor preocupado por su gloria li- celebrar la cena del Señor sin tener en cuenta la ofren-
teraria. Es la prolongación de su catcquesis y de su da. Vienes a misa sin nada que ofrecer; tomas la
predicación, Cipriano es más hombre de palabra que parte del sacrificio que es la parte del pobre» (De
el. 17).

m tf
teológicas son algo monocordes, su sentido pastoral
se confirma cuando intervienen cuestiones concer-
nientes al gobierno y a la moral. Es él mismo en ple-
nitud «cuando toma contacto con la realidad con-
temporánea».

El hombre Cipriano es quizá más natural en su correspondencia.


Esto es un documento de capital importancia. Nos
presenta multitud de datos sobre la organización ecle-
siástica, la disciplina y la liturgia de la época. Nos
permite medir el papel y la concepción del obispo
según Cipriano. Nos descubre al hombre.
Como Tertuliano, el obispo de Cartago se ocupa
de las vírgenes que han consagrado su vida a Cristo, En ella hace el elogio de la disciplina, «guardiana de la
en el tratado sobre el vestido de las vírgenes. Les prohibe esperanza, vínculo de la fe, guía en el camino de la
la coquetería, acicalarse, maquillarse, teñir sus ca- salvación», y que tiene por fiador a la jerarquía. Ci-
bellos, asistir a banquetes nupciales que degeneraban priano tiene plena conciencia de los derechos, pero
en desórdenes y asistir a los baños públicos que eran también de los deberes del obispo. «El obispo está
mixtos. En otras palabras, se preocupaba por poner en la Iglesia, y la Iglesia en el obispo; el que no está
a salvo su virtud, y les enseñaba a no ser una tentación con el obispo no está en la Iglesia». Reconoce clara-
para los demás. Ahí encontramos sus características: mente el lugar del pueblo cristiano y la legitimidad
la mesura, el pudor, la moderación. Aunque sigue a de sus intervenciones en la organización de la Iglesia.
Tertuliano, no imita su violencia y emplea un tacto Este hombre de gobierno no manifiesta ningún cle-
que nos hace pensar en Ambrosio. ricalismo. Organiza la jerarquía, fija sus atribuciones,
Muchos de sus escritos siguen las huellas de Tertu- echa a andar los concilios africanos. Es un precursor.
liano. Lejos de disimular esta dependencia, él la acen- Cipriano no se contenta con gobernar, ni con impo-
túa cuando escribe sobre la oración, la paciencia, ner la disciplina, sino que cuida de todos y cada uno,
sobre el martirio o sobre la muerte. Se acusa en él ante todo de los necesitados, de las viudas, de los huér-
un complejo de inferioridad con respecto a su Maes- fanos y de los confesores de la fe. Este hombre de or-
tro. Se esfuma ante él. Esta dependencia no disimula, den ama la paz, la unidad y la concordia, a las cuales
sin embargo, sus propias cualidades: la finura de ob- sacrifica su amor propio y subordina su gusto del orden.
servación, el sentido pastoral, la delicadeza de su ca-
ridad. Comparado con Tertuliano, su obra gana en La correspondencia nos muestra hasta qué punto
inspiración bíblica lo que pierde en originalidad. no se contenta Cipriano con formular ideas de gene-
rosidad, sino que obra según los principios que ha
El lenguaje de Cipriano es clásico hasta la afectación. ; formulado. Es el mismo en la acción y en las cartas.
La elegancia de la forma es el único bien al que nun- Este hombre de gobierno ha sabido realizar la unidad
ca ha renunciado. Le falta la petulancia, que Tertu- ¡ en su vida, aliar la firmeza y la suavidad, la pruden-
liano poseía hasta la saciedad. Sus consideraciones cia y el entusiasmo, la previsión y la habilidad. Este

83
hombre de acción es un místico, tan plenamente él doles socorros materiales que su caridad realista no
mismo en la oración como en la eficacia. Gomo Orí- olvidaba nunca. Se dispuso al martirio, sabiendo por
genes, se siente impulsado a una exaltación espiritual, una revelación, nos dice él, que moriría por la es-
que la perspectiva del martirio desarrollaba en él. pada.
Es chocante en sus escritos la frecuencia de visiones. Un año más tarde un edicto imperial agravó el pri-
Su teología y su acción se encuentran en la oración. mero. Cipriano es llamado - a Cartago. No vuelve
Ora del mismo modo que cree, con las mismas preocu- hasta que el procónsul está ya de vuelta. Porque, es-
paciones de la unidad y el fervor de la Iglesia. La com- cribía él con la grandeza que le define: «Conviene
paración con Tertuliano nos permitiría esclarecer la que un obispo confiese al Señor en la ciudad de su
dimensión eclesial de su oración. iglesia, y deje a su pueblo el recuerdo de su confesión».
Se prepara a la muerte con la misma lúcida valentía
«Nuestra oración es pública y comunitaria, y cuan- que pone en todo.
do oramos no lo hacemos por uno solo sino por todo
el pueblo, porque somos uno con todo el pueblo. El Cuando los fieles conocieron la llegada de su obis-
Dios de la concordia y de la paz, que nos ha enseña- po rodearon su casa. Cipriano con el tacto que le
do la unidad, ha querido que cada uno niegue por define, pidió únicamente que se retiraran las jóvenes
todos, como él mismo nos ha tenido presentes a todos para evitarles las impertinencias de los soldados. La
en uno» (De dom. or., 8). noche antes de comparecer fue como una vigilia de
un martirio. A la mañana del día siguiente el obispo
La acción ejercida por los escritos de Cipriano fue comparece ante el procónsul. Poseemos el proceso ver-
tal que numerosos apócrifos circularon ocultamente. bal, lacónico, donde cada palabra habla por sí sola.
Sólo se presta a los ricos, decía el proverbio. Su in-
fluencia literaria fue grande en Oriente y Occidente.
Ha influido en la legislación latina. La historia ha eli-
minado la incoherencia de ciertas posturas y se ha
quedado con el hombre de Iglesia: «Nadie puede te-
ner a Dios por Padre, si no tiene a la Iglesia por ma-
dre» es una frase muy repetida por Cipriano.
Bastante pronto fue confundido con un mago Cipriano
y con este tapujo se ha convertido en el antepasado
lejano del doctor Fausto. El mayor testimonio que nos
deja es el de su martirio.

El mártir En agosto del 257, el emperador Valeriano promul-


gó un nuevo edicto de persecución. Cipriano fue in-
vitado a sacrificar. Se negó y fue confinado en la pe-
queña ciudad de Curubis, donde estuvo durante un
año. Allí continuó velando por su Iglesia, escribiendo
cartas de consuelo a los confesores de la fe y envián-
—¿Eres tú Tascio Cipriano? El cristiano ora siempre como miembro
—Lo soy. de una comunidad reunida por el Padre
común. Aun aislado, no pierde de vista a
—¿Tú te has hecho Papa de estos hombres sacrilegos? sus hermanos. Le basta con dirigirse al
—Sí. Padre.
—Los santos emperadores han ordenado sacrificar.
—Ya lo sé.
—Reflexiona.
—Haz lo que te han mandado. En semejante situa-
ción la reflexión es inútil. El procónsul deliberó, luego
pronunció la sentencia: «Ordenamos que Tascio Ci-
priano sea ejecutado por la espada».
—Gracias a Dios, Deo gratias, respondió el mártir.
QUE NUESTRA ORACIÓN SEA PUBLICA Y
Seguidamente el condenado fue conducido al lugar COMUNITARIA (*)
del suplicio. Se despojó de su capa, después de su dal-
mática que entregó a los diáconos, no quedándose
más que con la túnica de lino. Se arrodilló para su- Ante todo el maestro de la paz y de la unidad no ha querido
que oremos individualmente y por separado, para que el que
mergirse en una larga oración. Con regia magnani- ore no niegue únicamente para él. No decimos: Padre mío que
midad hizo entregar al verdugo veinticinco piezas de estás en el cielo, ni: mi pan de cada día dámelo. No ruega cada
oro. Se vendó él mismo los ojos, pidió que le ataran uno por sí para que Dios le perdone su deuda; o que no le deje
Jas manos un sacerdote y un diácono para ofrecer su caer en la tentación y le libre del mal.
último sacrificio, y recibió el golpe mortal. Nuestra oración es pública y comunitaria, y cuando oramos no
oramos por uno solo sino por todo el pueblo, porque con todo el
Era el 14 de setiembre del año 258. Inmediatamen- pueblo somos uno. £1 Dios de la paz y el señor de la concordia,
que nos enseña la unidad, ha querido que cada uno niegue por
te su culto se impuso en África para venerar una de todos como él nos ha llevado en su oración en uno.
las más bellas figuras de obispo de la Iglesia. Durante
varios siglos fue el patrono de África. En Cartago Los tres jóvenes en el horno observaron esta ley de la oración,
muchas basílicas estaban dedicadas a su nombre. estaban unidos en la oración y no formaban más que un solo
corazón. La Escritura da testimonio de ello y, mostrándonos su
Aún conservamos los sermones de San Agustín pro- manera de orar, nos da un ejemplo para imitar en nuestra ora-
nunciados en la fiesta del ilustre cartaginés. ción, a fin de poder asemejarnos a ellos. Entonces, nos dice, los
tres a coro, se pusieron a cantar glorificando y bendiciendo a Dios,
Cipriano nos hace pensar en ciertos obispos moder- dentro del horno (22).
nos, en un Saliege o en un von Galen, naturalezas de Hablaban como con una sola boca, y sin embargo Cristo no les
bronce, siempre a la altura de las circunstancias y había enseñado aún a orar. Su súplica fue poderosa y eficaz,
todo ello como sin esfuerzo. Saben plegarse pero no porque una oración apacible, sencilla y espiritual obliga a Dios.
Todos, se ha dicho, «con un mismo espíritu perseveraban en la
ceden. Grandes en la desgracia como en la acción oración en compañía de algunas mujeres, de María la madre
porque tal es su estatura. Heroicos sin contradicción, de Jesús, y de sus hermanos» (23).
porque la hpra exige el heroísmo y porque nada sor-
prende a su magnanimidad. Sólo su muerte nos per- (*) De la oración dominical, 8-9.
(22) Demiel, 3,51.
mite medir su vida. (23) Hechos, 1,14.

«7
Perseveraban en la oración con un mismo espíritu, lo cual ma-
nifiesta a la vez su fervor y su unidad. Porque Dios, que reúne
en su casa a los que tienen un mismo espíritu, no admite en su
divina y eterna morada más que a los que oran en comunión,
unos con otros. Clemente de AlejaBwtóáí
Decimos «Padre»,
porque hemos sido hechos hijos.
&/G f M (f antes del 215)
¡Qué numerosas y grandes son las riquezas de la oración del Se-
ñor! Están reunidas en pocas palabras, pero de una densidad
inagotable, hasta el punto de no faltar en este resumen de la doc-
trina celestial nada de lo que debe constituir nuestra oración.
Se nos ha dicho: «Orad asi: Padre nuestro que estás en los cielos».
El hombre nuevo que ha renacido y ha vuelto a su Dios por la « ^ '¡&**ft*flf***9*
gracia, dice en primer lugar: Padre, porque se ha hecho hijo
• • / * ,
\«l*f*i*
suyo. «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Pero a to-
dos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, Htl*»»**^
a los que creen en su nombre» (24). El que ha creído en su nom-
bre y se ha hecho hijo de Dios debe comenzar por darle gracias
y profesar que es hijo de Dios. Y cuando llama Padre al Dios
que está en los cielos, afirma con ello que renuncia al padre te-
rreno y carnal de su primer nacimiento, para no conocer más
que a un solo Padre que está en los cielos. Pues se ha escrito:
«El que dijo de su padre y de su madre: no les he visto, el que no
reconoce a sus hermanos, y a sus hijos ignora, esos han observado
tu palabra y guardado tu alianza» (25).
El Señor nos ordena también en el Evangelio no llamar padre
a nadie en la tierra, ya que no tenemos más que un solo Padre
que está en los cielos. Al discípulo que menciona a su padre di-
funto le responde: «Deja qué los muertos entierren a sus muer-
tos» (25 b). El discípulo' hablaba de un padre difunto, mientras
que el Padre de los creyentes está siempre vivo (26). 0^ ; T^fflj

(24) > » , 1,12.


(25) Dattrommá, 33,9.
(25 b) MtUu,Zfl2.
(26) Traducción francesa de A. Hamman, aparecida en Príkts des premúrs ehré-
tieiu, París, 1952, núms. 344 y 345.
Se encontrará una compilación de opúsculos -ea la colección Ecritt des Saütts y una pe-
queña presentación en la colección l'Etlüt d'hUr el d'mjourd'hm.

^-V:
El viajero europeo que desembarca hoy en el puerto La búsqueda de Allí concluyen los viajes y las búsquedas de Clemen-
de Alejandría puede hacerse una idea atenuada de la Clemente te; allí encuentra el maestro y la luz. De discípulo se
importancia de esta metrópoli: mercado del mundo hace a su vez maestro. En la «didascalía», como se
en la encrucijada de las rutas de África y Asia, en el llama a la escuela, reúne a oyentes de ambos sexos,
gollete en que se angosta el Mediterráneo. Apenas la clase culta y rica de la ciudad. En su enseñanza se
puede imaginarse la vitalidad de aquella aglomera- esfuerza por establecer la alianza entre el Evangelio
ción, en constante crecimiento, no solamente en tiem- y la cultura. Su impulso permite al cristianismo, pro-
pos de los Tolomeos sino aun en el siglo tercero, en la cedente de un medio semítico, recibir la educación
época de Clemente y de Orígenes. Era una ciudad de griega. Gracias a él Alejandría se hace, en el recodo
un millón de habitantes. del siglo segundo, la cuna del helenismo cristiano. Es
La inteligencia disponía allí de una biblioteca incom- el primero de un linaje que han ilustrado a la Iglesia.
parable, y de un museo que era la universidad del Clemente tenía nombre romano, quizá el de su dueño,
helenismo. La industria del papiro completaba el que le había manumitido. Nació probablemente en
aparejo intelectual. Si la población en su mayoría Atenas, hacia el año 150, de padres paganos. Recibió
era comerciante e industrial, la ciudad, intelectual- una sólida formación literaria. Parece haber sido ini-
mente, había tomado el relevo de Atenas, en manos ciado en los misterios de Eleusis, después se convirtió
de mujeres, e incluso de Roma. Todas las filosofías, al cristianismo. Las circunstancias de su Conversión
todas las morales, todas las religiones se daban cita son oscuras. Quizá fue seducido por la elevación y la
en ella. Alejandría era el mercado mundial de las ideas, pureza de la moral evangélica. Intervinieron, además,
la encrucijada de los sistemas. . otros motivos más intelectuales: la doctrina cristiana
debió parecerle el perfeccionamiento de la filosofía
Alejandría Cuando Clemente aparece allí hacia el año 180, la helénica.
cristiana ciudad puede ya catalogar diez obispos. El cristianis- Una vez convertido, Clemente viajó por la Italia
mo parece haberse desarrollado allí principalmente meridional, Siria y Palestina, en busca de los maes-
entre la población judía —un tercio de la ciudad era tros más famosos, hasta que encuentra a Panteno, el
judío— conocida por su amplitud de espíritu, después maestro soñado, que le fija en Alejandría. Allí per-
había llegado a los medios paganos. Apolo, del que se manece hasta la persecución de Septimio Severo, el
trata en la epístola a los Corintios, era de Alejandría. 202 ó 203. En el exilio continúa sirviendo a la Iglesia
En la metrópoli egipcia se instalan, junto a la gran y redactando sus obras. Una carta conservada por
iglesia, las escuelas gnósticas de Valentín* de Basíli- Eusebio le presenta como «el bienaventurado pres-
des y Carpócrates, cuyas doctrinas iban a tomar,,
juntamente con los tejidos y las especias, el camino
de Europa. Panteno, llegado indudablemente de Si-*
cilia, dirigía allí una escuela análoga a la de Justino,
que se parecía a una universidad cristiana por la am-
plitud de las materias enseñadas, y a un cenáculo
por el carácter restringido de los estudiantes, agrupa-
dos alrededor de un maestro.
bítero». ¿Fue realmente sacerdote? Los historiadores gente .cristiano cuya enseñanza no tiene nada de pe-
siguen discutiéndolo. Murió el 215, sin haber vuelto a dante. 'Nos, mtrodüipe en el espíritu de infancia comu-
ver Egipto. nicándonos el,sefireto de su vida y él fervor de su fe.
Si los detalles sobré su vida son pocos, su personali- Ércontacto con ios hombres ha enseñado a este filó-
dad se descubre a través de los escritos, en los que se sofo a abordar los problemas con realismo y dirigir
manifiesta tal como es y revela su fe y su cultura. la enseñanza a la vida. Los problemas filosóficos no
Esta última era más extensa que profunda. Admira le interesan sino en la medida en que transforman al
por su facilidad de acogida a todo lo que sea noble y hombre.
bello. El espíritu del Evangelio, lejos de frenarlo,
desarrolla en él esta disponibilidad universal. Entu-
siasta por naturaleza, poeta y místico, persuasivo y Se han conservado tres obras que constituyen lo que
elocuente, espíritu intuitivo, cuando hace falta. Cle- podríamos llamar la trilogía de Clemente: El Pro-
mente seduce por su naturalidad, su espontaneidad, tríptico, el Pedagogo, y los Stromata. Representan una
su sensibilidad y su imaginación siempre despierta. progresión, un itinerario espiritual de la conversión
a la perfección.

El hombre Newman ha definido su seducción comparándola a El Protréptico debería traducirse por «Exhortación a
una música. El alejandrino es de esos hombres que sa- los griegos», que es su título completo. Este libro,
ben hacerse amar y que con toda naturalidad suscitan destinado al público pagano, es también el que ha
cenáculos en derredor suyo. Ama al hombre con ar- sido redactado con mayor cuidado y compuesto con
dor y con tolerancia mostrándole confianza con agra- más método. Se lee con facilidad, ya que en él su cul-
do. Es lo opuesto a Tertuliano. Al contrario de éste, tura es atractiva, su tono espontáneo y entusiasta, y
asombra por su moderación, lejos de las posturas ex- su sicología del medió alejandrino, perspicaz para des-
tremas, como lo muestra su actitud respecto a la ri- cubrir lo que el escepticismo ocultaba de inquietud y
queza y al matrimonio. de espera.
La imagen del pedagogo que él aplica a Cristo, con las El libro se abré con un himno a Cristo, rítmico, de
debidas proporciones, le cuadra igualmente. Es un edu- una escritura refinada, de un lirismo comunicativo.
cador nato, lúcido, observador y a veces socarrón, Este nuevo canto es más bello que todos los cantos
que sabe castigar con pleno conocimiento y acusar de la leyenda. «Y éste descendiente de David, el Lo-
los vicios, no como el comediante que imita las ex- gos de Dios, que existía antes que David, ha despre-
travagancias, sino como un sabio que distingue la ciado la lira y la cítara, instrumentos sin alma; ha re-
inanidad ontológica y moral de la glotonería, de la gulado por medio del Santo Espíritu nuestro universo
coquetería, del lujo y del dinero. Su constante afán es y nuestro microcosmos, el hombre cuerpo y alma. Se
convertir, educar, llevar los hombres a la perfección. sirve de este instrumento de mil voces para celebrar
Clemente es más bien ftiáestro qúe'no escritOrY Ha* a Dios. El mismo canta al ritmo del instrumento del
blar no.es escribir. A pesar de su brillantez, como es- • hombre» (1, 5, 3).
•critor, prolijo, difuso y difícil, parece falto df rigor, Después de este exordio lírico, Clemente pasa re-
de plan y de método. Hay qué saber pasar, por; alto vista a las doctrinas y las instituciones para descubrir
los defectos de la composición, para llegar al inteli- su debilidad y su indignidad. Sólo la filosofía cuenta

n
El Propríptico era el libro de la iniciación. El Peda-
gogo es el manual del creyente. Se dirige a los con-
vertidos, para perfeccionar su formación evangélica.
El pedagogo en la antigüedad era el encargado de ve-
lar por la educación del joven ateniense y formar su
carácter. Hacía el papel del tutor en Oxford. Al es-
coger este título, Clemente subraya el papel educativo
de Cristo. Se trata, pues, de un manual de ética cris-
tiana, teórico y práctico a la vez, que dispone al dis-
cípulo para recibir la enseñanza del Maestro.
El Logos-pedagogo es Cristo. El toma a su cargo la
con su beneplácito. Con gesto dramático Clemente educación cristiana. Tiene cuidado por transformar
trae a Platón a escena. Le interroga. La respuesta la vida introduciendo en ella las costumbres cristia-
sacada del Timeo le ofrece el tema de su exposición. nas. Si el Logos es el pedagogo, los fieles son los niños.
Después de los filósofos, los poetas. El Protréptico reco- A Clemente le gusta jugar con este aspecto de la ima-
ge la tesis de Justino: Platón ha sido iluminado por la gen. Le permite desarrollar el espíritu de infancia,
Escritura. Pero la verdad total no se encuentra más mezcla de humildad, de sencillez, de sinceridad, de
que en los profetas que llaman a todos los hombres. rectitud y de pureza, y también de fragilidad. El niño
Para Clemente el libro es en adelante la Escritura. tiene necesidad de ser protegido, guiado, librado,
para encontrar la risa, el juego, la alegría. Tiene los
El libro se acaba, como una sinfonía, con el tema de ojos puestos en el Logos, su ejemplo, al que trata de
la obertura, que interpreta la unión de la Humanidad imitar, al que debe asimilar, según el cual debe mo-
en torno de Cristo. delar su comportamiento y aun los actos más insig-
Clemente habla del paganismo como quien lo cono- nificantes de su existencia.
ce por dentro, sin cargar las tintas en las condenaciones, Clemente no se contenta con enunciar los principios.
como lo hará Agustín en La Ciudad de Dios. No quiere Ofrece un verdadero código de decoro cristiano; pasa
humillar al adversario, sino mostrarle la debilidad del revista al arte de comer, de beber, de comportarse
paganismo, y encaminarle, por encima de la niebla en la mesa, de no hablar, como se nos ha enseñado
que tapa su vista, hasta el encuentro de Dios y llevar- en la infancia, con la boca llena. Se fija en el lujo de la
le a la exclamación (tomada de Esquilo): «¡Salve, vajilla y del mobiliario. Cuando llega en su inventario
oh luz!» al dormitorio, habla de la vida sexual. Vuelve de nue-
vo a la coquetería y a los asuntos de tocador, al abuso
Este es el libro de fervor y de poesía, que no se con- con los domésticos (aquí habla a la clase burguesa),
tenta con aclarar y conmover, sino que pretende lle- y al peligro que para el pudor tienen los baños públicos.
var a los paganos a la conversión, «Démonos prisa,
nosotros que somos imágenes del Logos, imágenes que
aman a Dios y se le asemejan. Démonos prisa, corra-
mos, tomemos su yugo, persigamos la incorruptibili-
dad» (12, 121, 1).
El Alejandrino escribe para un público aristocrático gnóstico, es decir, el creyente llegado a la perfección
que gustaba del lujo y los placeres. Partiendo del Pe- que nos ofrece un tratado de vida espiritual.
dagogo, sería fácil reconstruir la jornada de un rico Los ocho libros de los Stromata constituyen material-
alejandrino al comienzo del siglo tercero y descubrir mente una obra considerable; es la más larga escrita
en él la pintura de uria sociedad rica en dinero y di- hasta entonces en la literatura cristiana. Constituye
versiones. El autor mezcla con la moral que desarro- un verdadero monumento en la historia de las ideas.
lla consejos de simple trato social, donde no siempre Es la primera vez que un filósofo cristiano escribe con
evita la trivialidad y el mal gusto. Enseña a eruptar, tanta amplitud sobre la relación entre la fe y el cono-
a escupir y a cuidarse los dientes. Es el código del hom- cimiento, y da al Evangelio derecho de ciudadanía
bre bien educado o, como dice Clemente, del «hom- en las grandes filosofías del mundo.
bre bien nacido».
En ella trata el autor las cuestiones más difíciles que
Estos consejos prácticos, que visiblemente imita de nunca han cesado de apasionar a los hombres: rela-
los moralistas paganos, no deben inducirnos a error. ciones entre la filosofía y la verdad cristiana, estructu-
Clemente nunca pierde de vista su objetivo, que es ra del acto de fe, sentido cristiano de la historia, sen-
el de inculcar una moral cristiana, según los princi- tido y fines del matrimonio, conocimiento de Dios,
pios del Evangelio. Todos los principios, tomados del simbolismo de la naturaleza y de la Escritura, grados
pensamiento griego, son insertados en una perspectiva del saber humano, itinerario de la perfección cristiana.
cristiana, y cristianizados por su relación En estas tres obras, Clemente, con los recursos de una
ciencia infinitamente más extensa, vuelve al hilo de
La moral de Clemente es exigente, impone una as- la obra de Justino. Su ambición es guiar al creyente
cesis, que va hasta la cruz y es el preludio de la es- de la fe al conocimiento: «La fe es la simiente; el co-
piritualidad monástica. Su mérito está en escribir nocimiento, el fruto». Clemente extrae la verdad de la
para gente de mundo, sin sacarlos del mundo, pero Escritura, su libro de cabecera, por medio de la ale-
esclareciendo el sentido y las exigencias de su pre- goría, utilizada ya por Filón; se trata siempre de di-
sencia. Lo hace como San Francisco de Sales, con un rigirse a la verdad oculta, ir de la letra al espíritu. La
atractivo que arrastra. Lejos de enojarse con la natu- homilía Qué rico puede salvarse nos presenta un ejemplo.
raleza y la vida, sabe, de paso, gustar de los encantos
de la primavera y admirar las praderas en flor. Este delicioso opúsculo, por su tema, su brevedad,
y su tono directo, queda^ como una de las obras más
La tercera tabla del tríptico está constituida por los populares y, podemos añadir, de las más actuales,
Stromata que se traduce por «Tapices». Mejor se diría Clemente comenta en ella la celebra frase de Mar-
Miscelánea o «Variedades», a la manera de Paul cos: «Es más difícil que un rico entre en el reino de
Valéry. La obra está inacabada. Algunos capítulos los cielos, que un camello pase por el ojo de una agu-
huelen a improvisación y parecen provenir de cursos ja». Clemente comienza por distinguir la interpreta-
explicados por Clemente. Teología, filosofía, erudi- ción de las palabras de Cristo. No hay que tomarlas
ción y apologética se mezclan en'ella. Dos temas 0 «carnalmente», sino según el espíritu. Sólo Dios es
dos estribillos sobresalen: las relaciones entre el cris- bueno. Las riquezas nos han sido dadas por su muni-
tianismo y la filosofía griega, y la descripción de la ficencia. Por sí mismas, no son ni buenas ni malas,
vida perfecta, que nos presenta el retrato del perfecto toman el reflejo de nuestras almas. No son las rique-

9J
El libro del Pedagogo concluye con el
zas las que debemos destruir, sino los vicios de nues- himno a Cristo, que es quizá el canto
tro corazón, que desembocan en la avaricia de los de la escuela de Alejandría. Himno en-
unos y en la envidia de los otros. El rico no es más tusiasta que canta a Cristo como Pala-
que un usufructuario. bra, guía y maestro, que une y alimenta a
la asamblea de los santos.
Finalmente, Clemente sitúa la cuestión social en una
óptica cristiana, esclareciéndola con la fe. Utiliza la
misma moderación con que trataba el tema de la fa-
milia o el matrimonio. Se revela como un iniciador
de la enseñanza social de la Iglesia.

La importancia Sería difícil exagerar la importancia de Clemente


en el desarrollo del cristianismo. Lo presentó a su si- HIMNO A CRISTO SALVADOR (*)
glo, apasionado por la filosofía, como la verdadera
filosofía, según la frase de Lietzmann, «con un senti-
miento de superioridad y de tranquila seguridad». Freno de los potros indómitos,
ala de las aves de vuelo seguro,
¿Sois filósofos? Yo lo soy más. Ha sabido conciliar gobernalle firme de los navios,
su ideal de cultura y su ideal religioso. En la historia pastor de los rebaños del rey,
del pensamiento cristiano fue el primer teólogo que reúne a la muchedumbre
puso los fundamentos de una cultura inspirada por la de tus hijos puros;
que ellos alaben con santidad,
fe y de un humanismo cristiano. Resolvió esta fusión, que canten con sinceridad, _
descubriendo en Cristo al educador del género hu- con labios limpios de malicia,
mano. al Cristo que conduce a sus hijos.
Por ello queda como un precursor, un modelo y una
Soberano de los santos, Pescador de los hombres
fuente a los que tendremos que remontarnos sin cesar oh Verbo invencible que vienes a salvar;
para resolver el mismo problema que nos plantea, el del Padre altísimo, de la mar del vicio
siglo veinte. Ejerció una influencia y como una se- príncipe de sabiduría, coges peces puros;
ducción en la literatura cristiana. Newman le rindió apoyo en las fatigas, de la ola hostil
eterna alegría. les llevas tú a la vida bien-
ese homenaje. Fenelón le comentó sin acertar siempre aventurada.
en su interpretación.
Guía a tu rebaño
La respuesta de Clemente parece bastante diferente Oh Jesús, Salvador de ovejas que viven de la
de la de los monjes que poblaron los desiertos, a las de la raza mortal, [sabiduría;
puertas de Alejandría. Pero no es menos verdad que pastor, labrador, conduce, oh Rey,
la espiritualidad monástica debe también mucho a su freno y gobernalle, a tus hijos sin reproche.
ala hacia el cielo Las huellas de Cristo
enseñanza. Es el padre de la oración continua. Si es de la asamblea de los santos. son el camino del cielo.
verdad que no es un autor fácil, sin embargo recom-
pensa a los que le frecuentan, estimula la reflexión.
Acaba por imponérsenos. (•) Pedagogo, 3,12, P. G., 8, 681.

99
98
Oh Verbo eterno, Nosotros, niños pequeños,
edad sin limite, que acabamos de saciar
luz inmortal, la sed de nuestra tierna boca;
fuente de misericordia
artífice de la virtud,
vida reverenciada
nos henchimos de castidad
abrevándonos
en las fuentes del Espiritu.
Orígenes
de los que cantan a Dios.
Cantemos unidos &/G 0 Q0 / U (t253/54)
Oh Cristo Jesús, cánticos puros,
Tú eres la leche celestial himnos de lealtad
de los suaves pechos al Cristo soberano
de una joven esposa, precio sagrado de la vida
de las gracias de tu Sabiduría. que voz nos da.

Celebremos con corazón sencillo


al Hijo todopoderoso.
Nosotros que hemos nacido de Cristo,
formemos el coro de la paz;
pueblo de la sabiduría,
cantemos todos unidos
al Dios de la paz (27).

(27) Traducción francesa de A. Hamman, revisada por Patrice de La Tour du Pin,


aparecida en Früra dts prmitrs chrüiau, París, 1952, núm. 51. Sobre Clemente nos ofre-
ce un estudio de conjunto G. Montdesert, Cltment d'AUxanJrii, París, 1944.
Orígenes es uno de los genios más poderosos no so- la familia. La madre había quedado viuda con siete
lamente de la Iglesia, sino de la Humanidad. En la hijos. Orígenes era el mayor. Una rica cristiana de
antigüedad cristiana sólo Agustín podría comparár- Alejandría socorrió a la familia. Pero como estaba in-
sele. Es difícil determinar qué es lo que más hay que fluenciada por un gnóstico llamado Pablo, Orígenes
admirar en él: la extensión y la fuerza del saber o el rechazó su ayuda. La pureza de la fe le parecía el
entusiasmo, el ardor del hombre, las cualidades re- más precioso de todos los bienes.
ligiosas del cristiano, el alma fogosa del apóstol y del Orígenes sentía avidez por la ciencia y la ascesis. El
mártir. fervor de su vida y la precocidad de su saber deter-
Dada la riqueza de sus dotes y la diversidad de sus minaron al obispo Demetrio a confiar a este joven,
aspectos es difícil abarcarle. Se descubre por tramos aún imberbe, la escuela catequética de Alejandría para
o más bien, se entrega poco a poco, al final acaba por instruir a los candidatos al Bautismo. Lejos de amino-
penetraros. Pero os deja la impresión de ser inago- rar su fervor, Orígenes se impuso las más duras pri-
table, de facilitaros sin cesar nuevos descubrimientos, vaciones, renunció por un tiempo a la cultura pro-
¡y qué descubrimientos! fana y vendió los muchos manuscritos de autores
griegos que había adquirido. Llevó una vida ascética.
No hay autor antiguo del que estemos mejor informa- Y aún fue más lejos.
dos que de Orígenes, y esto gracias al historiador
Eusejbio, uno de sus más entusiastas admiradores.
Su familia era cristiana y acomodada. Su padre, El joven El joven maestro estaba rodeado en la escuela por se*
Leónidas, murió mártir. Su hijo fue educado en un maestro ductoras egipcias que se preparaban para recibir el
clima de fervor religioso y en la perspectiva del mar- Bautismo. Su talento y su juventud debía hechizar
tirio. Queda marcado con ello para toda la vida. De- a este público sensible y entusiasta. Turbado quizá
cididamente la ciudad de Alejandría reunía lo mejor por la seducción que ejercía, Orígenes hizo el sacri-
, y lo peor, el lujo y la ascesis, la voluptuosidad y el ficio de su virilidad. Una vez más escogió la solución
heroísmo. heroica, extrema. Se hizo voluntariamente «eunuco
por el reino de los cielos».
El cristiano El niño, bautizado en su juventud, recibió una ex- El éxito de Orígenes crecía. Paganos y herejes se api-
celente educación. Había admirado a su padre por ñaban en sus clases. Muchos de sus auditores eran
la viveza de su inteligencia y por las preguntas que le versados en filosofía y ciencias profanas. Para poder
hacía sobre la Escritura. Cuando arrestan a su pa- discutir con ellos, Orígenes siguió los cursos de Amonio
dre, él quiere seguirle. Su madre se ve obligada a es- Saccas, que enseñaba la filosofía platónica y se dedicó al
conder sus vestidos para impedir que se entregue a los estudio de Platón y de sus discípulos. El maestro ale-
magistrados. Al menos escribió a su padre para exhor- jandrino da explicaciones sobre esto en una carta,
tarle a la constancia. Esta primera carta anuncia su lo que da a entender que fue criticado. El asceta no
Exhortación al martirio, que es una de sus obras más podía tomar en cuenta los arañazos y continuó dando
bellas. Tenía entonces 17 años. Este fervor y esta ma- los cursos.
durez le retratan.
Después de la muerte de Leónidas, todos los bienes de La escuela, llamada didascalía, consiguió tal renom-
' la casa fueron confiscados, lo cual ocasionó apuros a bre que fue preciso duplicar los cursos. Orígenes con-

102 103
fió los principiantes a Heraclas, para reservarse los madurez de su espíritu en la plenitud de su fe. Es un
cursos superiores. Varios viajes interrumpieron su en- teólogo umversalmente conocido y consultado.
señanza. Orígenes fue a Roma, impulsado por el deseo
de conocer aquella antigua Iglesia. Fue llamado a Algunas ausencias interrumpieron la enseñanza. En
consulta a Arabia y se estableció algún tiempo en Pa- varias ocasiones marchó a Arabia para dirimir dis-
lestina, donde el obispo le pidió que diera conferen- cusiones teológicas. En 1941 se encontró en Toura,
cias bíblicas en la iglesia. Era inaudito el que un laico cerca del Cairo, un papiro que contenía su discusión
predicase. El obispo de Alejandría, susceptible, le hizo con el obispo Heráclides en Arabia. Orígenes había
volver y el joven teólogo siguió sus cursos. sido invitado como experto. Pregunta al obispo y ex-
pone después su modo de ver las relaciones entre el
Parece que por esta época Orígenes conoció a un an- Padre y el Hijo. El texto conserva el tono directo de
ciano gnóstico, Ambrosio, al que trajo a la ortodoxia. la conversación. Orígenes muestra en la discusión un
Este hombre, a quien dedica su tratado Sobre la ora- tacto perfecto.
ción, disponía de una fortuna considerable. La histo-
ria de la Iglesia le debe muchísimo. El puso a dispo- En el año 250 estalló una de las más temibles perse-
sición de Orígenes un equipo de siete taquígrafos que cuciones, desencadenada por el emperador Decio. El
se relevaban de hora en hora paia escribir al dictado príncipe apuntaba a la cabeza: los obispos y los doc-
de él. Otros tantos copistas y muchachas ejercitadas tores. Orígenes no podía escapar. Estaba dispuesto.
en la caligrafía, para poner en limpio y difundir sus Los años no habían hecho más que intensificar en él
obras. De esta época datan los trabajos sobre el texto el deseo del martirio y su entusiasmo, que jamás se
y la interpretación de los libros sagrados. debilitó. Sufrió, cuenta Eusebio, «cadenas, torturas
en su cuerpo, torturas de hierros, torturas de prisión
En el 230, un incidente enojoso puso fin a la ense- en los sótanos de los calabozos. Por varios días tuvo
ñanza alejandrina. En Palestina, a donde había vuel- los pies en el cepo hasta el tercer agujero y fue ame-
to, los obispos de Cesárea y de Jerusalén le ordenaron nazado con fuego. Soportó valientemente todo lo que
sacerdote para facilitarle la predicación. Esto levantó sus enemigos le infligieron».
un clamor de protesta en Alejandría. El obispo de la
ciudad se mostró brutal (Eusebio emplea el bonito
eufemismo: «Experimentó sentimientos humanos»).
Le declaró privado del sacerdocio y le hizo desterrar.

Orígenes se instaló de forma definitiva en Cesárea,


al noroeste de Jerusalén. Abrió una escuela y comen-
zó de nuevo la enseñanza que no podía ejercer en
Egipto, donde su antiguo colaborador, hecho obispo,
hizo suyas las medidas tomadas por su predecesor.
Orígenes simultanea la enseñanza, la predicación co-
tidiana, y la composición de sus obras. Durante aque-
llos años Cesárea es el hogar intelectual más brillante
de la cristiandad. Orígenes ha conquistado la plena
El mártir sobrevivió, pero, agotado, murió poco tiem- lección ya que se reconocía en él. El que aplica el
po después, probablemente en Cesárea. Durante años oído, oye latir el corazón de este hombre tierno cuan-
se visitó su tumba en Tiro, al sur del actual Líbano. do comenta la Escritura. Orígenes se traiciona o se
El índice bibliográfico minuciosamente compuesto descubre cuando predica, cuando ora, cuando lleva
por H. Crouzel reúne el conjunto de obras acerca del la Palabra, como el pan de la Eucaristía, a los que le
escritor, el profesor y el predicador. No se trata del escuchan como hambrientos. Los oyentes le sorpren-
hombre y sin embargo es el hombre el que nos inte- den rezando. Las comisuras de sus labios tiemblan
resa ante todo. Las 2.000 obras de Orígenes nos in- de modo imperceptible, con una emoción que no
teresan en función de este hombre, que no fue ante engaña.
todo un cerebro, sino un ser de carne y hueso, de luz Siente vibrar el corazón de la divina ternura «en el
y de fuego. cuerpo de humildad» que son las cartas y los volú-
menes de la Escritura. Es el milagro de la multiplica-
El hombre no se prostituye. Muestra plena reserva ción de los panes que se renueva sin cesar. El miste-
de pudor sobre todo en lo que toca a su fe y a su vida. rio de la Encarnación se prolonga y, en Orígenes,
Es y se mantiene reservado. No es un seductor como provoca el éxtasis.
Clemente. No es tampoco orador, ignora ese arte.
Nunca eleva la voz hasta la elocuencia. Habla en tono Ni siquiera se puede tratar de enumerar las obras de
de confidencia, como lo hacía, más cercano a noso- Orígenes. Una parte se ha perdido y otra no se en-
tros, Guardini, siempre en el interior de la Tienda cuentra más que en traducciones o en fragmentos.
donde Dios une y habla. El Alejandrino ignora el es- Las arenas de Egipto nos devuelven de vez en cuando
pejismo del Verbo y la magia de las palabras que ma- algunos restos. Citemos al menos las Hexaplas (o
nejaban con maestría el hombre de Nacianzo y el Biblia séxtuple), empresa gigantesca en la que, a seis
obispo de Hipona. Su voz es como velada, el fuego columnas, Orígenes ofrecía el texto hebreo (en ca-
se esconde entre la ceniza. «La voz del Alejandrino se racteres hebraicos y griegos) y las cuatro versiones
parece más bien a esos vientos del desierto, ardien- griegas de la Biblia. Este trabajo indudablemente
tes y secos, que pasan a veces sobre el delta del Nilo, nunca ha sido reproducido. El único ejemplar quedó
llevada por una pasión que no tiene nada de román- en Cesárea hasta la invasión de los sarracenos, en el
tico, un soplo puro, un soplo de fuego» (Urs von siglo cuarto. Eusebio y Jerónimo lo vieron y consul-
Balthasar). taron.
Orígenes, que dictaba y no escribía, está «despoja- Otras dos obras no tienen relación directa con la Es-
do hasta la pobreza». Este apasionado, este ser de critura: Contra Celso, es a la vez una refutación del
fuego, por una paradoja, consigue que le olviden, se filósofo pagano Celso y una apología del cristianismo.
borra y desaparece, como si no fuera más que el in- El tratado de los Principios es una obra de juventud,
termediario, el introductor encargado de hacer que compuesta durante los años 225-230. Es una verda-
los dos interlocutores se encuentren: el Verbo de Dios dera suma teológica, la primera síntesis en la histo-
y la Iglesia o el creyente. Nunca penetra con violen- ria de la teología; esta obra marca una fecha. El au-
cia en los corazones, le basta con abrir los caminos, tor está influenciado en ella por la filosofía platónica.
como Juan Bautista, cuya figura retiene con predi- En ella enseña la apocatástasis o restauración uni-

107
¿Cómo caracterizar esta obra, una de las más pro-
versal, que será tan reprochada en los siglos poste- digiosas que haya producido un ser humano? Por
riores. Hay que notar que las tesis inculpadas no se no haber llegado al fondo y no haber calado sus in-
encuentran ya en las obras de su madurez. ternos resortes, unos han deformado y otros han acu-
La mayor parte de su obra está consagrada a la exé- sado tendenciosamente el pensamiento de Orígenes.
gesis. Está compuesta de escolios, homilías y comenta- Cualquier inspectorcülo eclesiástico de escuelas, anti-
rios; los escolios son simples notas explicativas a pasa- origenista, se ufanaba de refutarla: ¡el cabo corri-
jes o palabras difíciles, las homilías fueron predicadas giendo la estrategia de Napoleón! ¡Qué pendantes!
a los fieles de Cesárea. De los 574 sermones, sólo 240 La obra del Alejandrino brota del mantillo fértil de
se han conservado. Los comentarios son estudios más la Escritura. La palabra de Dios es el centro de su
extensos, de carácter científico, sobre libros de la Es- pensamiento, de su inspiración, de su vida. Todo está
critura. Ninguno nos ha llegado íntegro. Orígenes en ella. Orígenes cae en la cuenta, sin la mediación
demuestra en ellos una erudición que abarca todas de ninguna filosofía, con una agudeza que quizá sólo
las ramas: filología, historia, filosofía y teología. No él posee hasta ese punto, de que la Escritura no es un
se detiene en el sentido literal, cuyo significado él documento sino una Presencia. Busca, con el amor de
conoce mejor que nadie, sino que se esfuerza por la Esposa del Cantar de los Cantares, esa presencia
llegar al sentido espiritual, gracias al método alegó- que se oculta y que debe descubrir cueste lo que cueste.
rico ya utilizado por Clemente. Para Orígenes, la Escritura es realmente el sacramen-
De su abundante correspondencia no nos quedan más to de la presencia de Dios en el mundo. Conoce me-
que dos cartas. Hay que añadir los dos libros peque- jor que nadie la envoltura, el sentido literal; nadie
ños, pero maravillosos, ya mencionados: La Exhorta- en la antigüedad tenía su formación exegética, que
ción al martirio y el Tratado sobre la oración. admira incluso a los modernos. Pero lo que le interesa
no es aferrarse al vestido, sino encontrar la Palabra
encarnada. Esa búsqueda es la explicación y el mo-
ercumiNueBBisesseutOexruR eiiuDmocxelesn tivo del método alegórico.
INJACTIDUS CXRNIXÜX tTcr»oirr(!Aopcii*c;cu\NjT necre Para dar todo su fruto, el método alegórico debe
uulrruncs cielxcjuiLxeDictNjnisusrT c'/iiAeOctjvce-t considerar la Escritura en su relación con el misterio
SIS XDCXnMCSCTÍOUTUXR AOpeTlOXSeMUBtlísmin. de la Encarnación. El texto «respira», como decía
AT»bocacfeRCNt>xe'STXcctpiTnis fixpxeuxs e r c e r e Claudel, la misma presencia que la historia de la Hu-
ponurncunNiuhr» £v<j(.iiiMjScjmcí\\r»Vcjuidem manidad. Habla del principio al fin del Verbo en-
suNrrubLxiilixuxpAcnxii STUtíomx «juxcfrxmueiu» carnado. Lutero le compara con los pañales de Be-
Mow!»mnxj*Ac»A tjuxwoDScufiíixica.i .crceNetvRXé lén. Es el Verbo encarnado.
AroNsiriX c)a)Misc>Jj<Y»t|uim.\lcvctr ocwilucero Su penetración exige, más que el estudio, la fe, el
errsiOMUOJiiA^liicco) UISLIWINO'C iuxeeTiicííríeiL trato, la intimidad de Jesús. Lo que le parece más
-nlfeONCS eTcerenxcjmclcvpROMüMiixbmNmil""' necesario a Orígenes es la oración. «Cuando te apli-
pA ACjUlbUSOcYlfMIBUSSpim lAllNlOS OBSeRUXMTIX/ ques a la lectura divina, escribe a Gregorio Tauma-
turgo, busca cuidadosamente y con espíritu de fe lo
CUSTOOICNICS eTcittuim:.vmuNt>i.s\Miír>\liuus que pasa desapercibido a muchos, el espíritu de las
XOpeteMics eiix<r»ipsif>unt c c p c i A m u j í ere
<TntA>40i|>cjvx(>air»Míf> Mosiuunr» j>ciujueCp
109
iw esnrOó-fxi'm c o o ^ s p u u uisANcropLomA e t i m p e -
divinas Escrituras. No te contentes con golpear y
buscar. Lo más importante para obtener la inteligen-
cia de las letras divinas es la oración».
Tanto para el predicador como para la comunidad,
la predicación y la lectura de la Escritura deben ser,
en sí mismas, una oración en el sentido de búsqueda
de la Presencia. Exigen una disponibilidad con res-
pecto a la Palabra viva. La oración salpica sus homi-
lías y sus comentarios. Se dirige habitualmente a Cris-
to al que invoca como rey, amigo y esposo. Nos de-
muestra una devoción a la vez viril y discreta, tierna
y apasionada. Estas efusiones místicas, lejos de estar
al margen de su comentario, son el centro de su pen-
samiento bíblico, como el reconocimiento de una in-
tuición, de un encuentro.
La palabra de Dios se revela a los hombres por su
venida hasta nosotros y hasta el despojo, la kénosis,
de la cruz. La fe descubre en la Escritura a Cristo
crucificado, cuyo corazón traspasado en la cruz, re-
vela al mundo la ternura infinita que le da vida y
consistencia. El misterio del Crucificado acompasa en
adelante la marcha a través del desierto e inspira a
Orígenes la ascesis que le crucifica.

El hombre de la La presencia de Dios, unida antes al templo material,


Iglesia habita, a partir de la Encarnación, en la humanidad
de Jesús presente en la Iglesia. La predicación tiene «La Iglesia, dice Orígenes, es el cuerpo de Cristo.
para Orígenes un valor vital, porque ella es la veni- Tocar a la Iglesia, es tocar la carne de Cristo». El
da, la manifestación actual de Cristo a la comunidad Alejandrino compara el Bautismo, que nos agrega al
reunida en su nombre. Este elemento eclesiológico es cuerpo de Cristo, con el contacto directo de la hu-
la segunda clave del pensamiento origeniano. manidad de Cristo. Esta equivalencia es más que una
convicción, es un principio de vida, es su medio vi-
Orígenes no ha escrito ningún tratado de la Iglesia. tal. Aquí el lector perspicaz descubre el secreto de
Las ideas que le son más queridas, que constituyen Orígenes que hace latir su corazón.
la arquitectura de su pensamiento, no están nunca
expuestas ex professo, sino que se encuentran, como «Quisiera ser un hijo de la Iglesia; no ser conocido
el alma de su pensamiento, diluidas por todas par- como el fundador de alguna herejía, sino llevar el
tes. Hay que dejarse penetrar por ellas para perci- nombre de Cristo; quisiera llevar este nombre que es
birlas. bendición en la tierra. Este es mi deseo: que mi es-

fio 111
píritu, como mis obras, me den derecho a ser llamado
cristiano. Camino Su caminar hacia Dios, su éxtasis, es al mismo tiempo
hada Dios un caminar hacia el centro de su ser. La fe le refleja
,.'* »Si yo, que a los ojos de los demás soy tu mano de- la imagen del Logos y le permite contemplar a Cris-
•*' recha, yo, que llevo el nombre de sacerdote y tengo to. Le permite descubrir en él el paraíso en el que Dios
-•*• por misión anunciar la Palabra, llegase a cometer al- se pasea. «Así pues, cada justo que imita en cuanto
guna falta contra la enseñanza de la Iglesia, o contra puede al Salvador, es una estatua a imagen del Crea-
las normas del Evangelio y convertirme así en escándalo dor. La realiza contemplando a Dios con corazón puro,
para la Iglesia, que toda la Iglesia, por decisión unánime, haciéndose una réplica de Dios... De este modo el espíritu
me separe, a mí, su derecha, y me eche lejos de ella». de Cristo habita, si así lo puedo decir, en sus imágenes».
Guando habla de la Iglesia, este místico es de un Hay más que presencia, hay unión mística para la
realismo, de una dureza de lenguaje que sorprende cual Orígenes toma las imágenes de Luz, Voz, Per-
y po,dría escandalizar a los débiles. Esta dureza viene fume, la de aliento que nos «transforma en Dios», y
de la llama que le abrasa. Compara a la Iglesia con finalmente la imagen del matrimonio, la unión per-
Rahab y con María la pecadora. La Iglesia sólo es santa, sonal que se realiza en el éxtasis. Esta unión hace apa-
porque lava sin cesar su pecado en la sangre de la cruz. recer el carácter oblacional de la vida cristiana. La
Esta doctrina de la Iglesia no tiene nada de esotéri- asimilación a Cristo se efectúa progresivamente en el fue-
co, tiene siempre uña dimensión universal, cósmica. go que es puro y purifica la víctima, el cuerpo de Cristo.
Se trata de la creación entera. El Verbo es el alma Esta ofrenda interior^ este desasimiento de todo el
del mundo. Su acción se desarrolla en todas las esca- ser, que viene a ser.su riqueza, encontrará su perfec-
lones del universo. La redención restablece los lazos cionamiento en el cielo, cuando, llegado a su plena
entre todas las esferas de la creación. Los ángeles son estatura, el cuerpo entero, reunido, juntura tras jun-
solidarios de los hombres, participan en la oración de tura, cantará un himno y dará gracias a Dios. En-
la Iglesia. tonces la creación entera se habrá hecho alabanza y
Con una excepcional conciencia cósmica, Orígenes acción de gracias. «Ahí está toda la teología».
ora por la transformación universal del cosmos, para Al lector de Orígenes se le impone la fascinación de
que la tierra misma se haga cielo en la reunión y la una presencia que le penetra insensible e irresistible-
transfiguración universales. En este sentido, Orígenes mente. Todos los que le trataron quedaron marcados
interpreta la unión de la nueva Eva con el nuevo Adán, por este «hombre de acero», como se le llamó. Los
la visión de los huesos de Ezequiel, la pascua eterna Capadocios fueron los primeros en recoger su heren-
en la que Cristo beberá con nosotros el vino real. cia. Hilario se deja penetrar por él, Ambrosio le co-
pia, Agustín depende de él. El mismo Jerónimo le ha
Todo fiel participa en calidad de miembro en el mis- explotado antes de atacarle indignamente. Los siglos
terio de la presencia de Dios y de Cristo en la Escri- siguientes pueden intentar procesarle, pero todos viven
tura, en la Iglesia. El hombre lleva desde su creación de sus despojos.
la impronta divina. «Todo lo que está dotado de ra-
zón participa de esta luz». El alma es el lugar de la Será difícil estimar en demasía a un hombre que,
elección. Lo mismo que la Iglesia, el hombre es pe- como nota Urs von Banthasar, doscientos años des-
cador y santo, desgarrado entre la caída y la vuelta. pués de Cristo y doscientos años antes que Agustín,
ha dado a la teología cristiana la estatura que hoy tiene.

113
La prueba de Abraham
La homilía que presentamos es una obra
maestra de finura sicológica y de sensibi- Y he aquí que ese hijo, objetivo de promesas tan grandes y tan
lidad religiosa, cualidades que han man- maravillosas, ese hijo, digo, que le ha valido el nombre de Abra-
tenido al texto en toda su juventud y nos ham, el Señor le pide que se lo ofrezca en holocausto en uno de
hacen experimentar con fuerza el drama los montes.
de Abraham, dividido entre su amor y ¿Qué dices Abraham? ¿Qué pensamientos remueven tu cora-
sufe. zón? La voz de Dios ha hablado para sacudir tu fe y probarla.
¿Qué dices tú? ¿Qué piensas de ello? ¿Cambias acaso de opi-
nión? ¿Te dice acaso interiormente reflexionando: si la promesa
me ha sido dada en Isaac y ahora lo ofrezco en holocausto, no
me queda ya promesa que esperar? Quizá pienses másbien: es
imposible que el que haya hecho la promesa haya mentido. Pase
lo que pase la promesa permanecerá.
Yo, es verdad, soy muy pequeño, no soy quién para escrutar los
pensamientos de un tan gran patriarca. Jamás conocería las re-
EL SACRIFICIO DE ABRAHAM (*) flexiones, los sentimientos que agitaron su corazón cuando la
voz de Dios le puso a prueba ordenándole inmolar a su hijo úni-
co. Pero como el espíritu de los profetas está sometido a los pro-
1. Prestad oído, vosotros que habéis venido cerca del Señor, fetas (29), el apóstol Pablo conoció, creo, por el Espíritu, los sen-
que pretendéis ser fieles; poned gran cuidado en considerar, en timientos y las reflexiones de Abraham. Los precisa cuando es-
el relato que se os ha leído, cómo es puesta a prueba la fe de los cribe : «En su fe Abraham no dudó cuando ofreció a su hijo único,
fieles. Sucedió, dice la Escritura, después de esto, que Dios probó sobre el que se apoyaba la promesa; se dijo que Dios es suficiente-
a Abraham y le dijo: «Abraham, Abraham». Y éste le respondió: mente poderoso como para resucitar a los muertos» (30).
«Aquí estoy». Considera cada detalle de la Escritura. Para el El apóstol, pues, nos ha dado los pensamientos de este hombre
que sabe cavar a fondo, cada uno de ellos encierra un tesoro. de fe; la fe en la resurrección ha aparecido por vez primera con
Donde quizá menos se espera, se ocultan las joyas preciosas de la historia de Isaac. Abraham esperaba que Isaac resucitaría;
los misterios. tuvo fe en que se realizaría lo que aún no se había cumplido.
¿Cómo pueden ser hijos de Abraham los que no creen cumplido
El nombre de Abraham en Cristo lo que Abraham creyó deber cumplirse en Isaac? Y,
para hablar más claramente aún, Abraham sabía que prefigura-
El hombre del que hablamos se llamaba al principio Abram. En ba la verdad que iba a venir, sabía que, de su posteridad na-
ninguna parte leemos que Dios le haya llamado por ese nombre cería Cristo, que sería realmente ofrecido como víctima por el
o le haya dicho: Abram, Abram. Dios no podía llamarle con el universo entero y resucitaría de entre los muertos.
nombre que iba a suprimir. Le llama con el nombre que El mis-
mo le ha dado. No se contenta con darle ese nombre, sino que lo
repite. A su respuesta: «Aquí estoy», Dios continúa: «Toma a El hijo muy querido
Isaac, tu hijo muy querido al que amas, y ofrécemelo. Vete,
añadió, a un lugar elevado y ofrécemelo en holocausto en la mon- 2. Pero, dice la Escritura: «Dios probó a Abraham y le orde-
taña que Yo te indicaré». nó: toma a tu hijo muy querido, al que amas. No se contenta
con decir: tu hijo, sino que añade muy querido». Bien; pero ¿por
Dios mismo explicó el nombre de Abraham que le dio: «Pues qué añadir: el que amas? Piensa en lo dura que es la prueba. Es-
te he constituido padre de muchos pueblos» (28). Dios le hizo tos apelativos de amor y de ternura repetidos una y otra vez
esta promesa cuando no tenía más hijo que Ismael; pero le aseguró hacen más vivos los sentimientos de un padre: el recuerdo vivo
que la promesa se realizaría cuando Sara tuviera un hijo. Había de este amor hace vacilar a las manos del padre que debe inmo-
encendido en su corazón el amor paternal, no solamente dándole, lar a su hijo; todo el séquito de la carne se dirige contra la fe
una descendencia, sino haciéndole esperar el cumplimiento de
las promesas.
(28) Génesis, 17,5.
(29) 1 Corintios, 14,32.
(*) Homilía 8 sobre el Génesis. P. G., 12, 203. El texto griego se ha perdido. No queda (30) Hebreos, 11,17.
mas que la versión latina de Rufino.

115
114
del espíritu. En la hora de la prueba, oye: «Toma, si, a tu hijo Y llegó al lugar que Dios le había señalado al tercer día. Por
muy amado, al que amas, Isaac.» ahora dejo aparte el misterio expresado por el día tercero, para
Pase también, Señor, que hagas memoria de un hijo a su padre, no considerar más que la sabiduría y el designio del que pone a
¡pero llamas muy querido al que mandas inmolar! Es demasiado prueba. Los alrededores no tenían montes y todo tenia que acon-
para el suplicio del padre. Y aún añades: al que amas. Lo cual tecer en las cumbres; asi, el viaje se prolonga durante tres días,
hace el suplicio para el padre tres veces mayor. ¿Para qué recor- tres días en los que las inquietudes le asedian, en los que su ter-
dar su nombre: Isaac? ¿Podía Abraham ignorar que su hijo muy nura de padre se ve atormentada. Y a lo largo de toda esta es-
querido, al que amaba, sé llamaba Isaac? ¿Por qué recordarlo pera, el padre puede contemplar detenidamente a su hijo, come
en este momento? Para que recordara Abraham que tú le habías con él. En el transcurso de estas noches, el niño abraza a su pa-
dicho: en Isaac radicará tu descendencia que perpetuará tu dre, se acurruca contra su pecho, reposa sobre su corazón. Mi-
nombre (31). En Isaac se realizarán para Ti las promesas. Re- rad: la prueba llega a su colmo.
cuerda el nombre para poner en duda las promesas hechas en El día tercero está siempre lleno de misterios. El pueblo que sale
ese nombre. Todo ello para probar la fe de Abraham. de Egipto, el tercer día ofrece a Dios su sacrificio, el tercer día
se purifica. La resurrección del Señor tuvo lugar el día tercero.
Vete a un lugar elevado Este día encierra otros muchos misterios (32).
3. ¿Qué hay después? Vete, le dijo, a un lugar elevado sobre
una de las montañas que Yo te mostraré. Allí inmolarás el holo-
causto. Considerad detalladamente la progresión de la prueba.
Vete a un lugar elevado. ¿Por qué no conducir a Abraham con el
hijo a ese lugar elevado y mostrarle la montaña escogida por el
Señor y allí mandarle ofrecer su hijo? Pues no: primero se le ha
mandado ofrecer al hijo, luego dirigirse a un lugar elevado y
allí subir una montaña. ¿Con qué intención?
Para que en el camino, mientras camina, se sienta, a lo largo de
todo el recorrido, importunado por sus reflexiones, para que sea
atormentado alternativamente por la orden que le oprime y por
el amor a su hijo único que se resiste. He aquí por qué debe re-
correr el camino y subir la montaña, para darle tiempo a lo lar-
go de todo el trayecto, a enfrentarse con su corazón y con su fe,
con el amor a Dios y el amor a la carne, con la alegría de lo pre-
sente y la espera de los bienes futuros.
Le es preciso ir a un sitio elevado. No le basta al patriarca para
realizar una tan gran obra en nombre del Señor, con dirigirse
a un lugar elevado; es necesario que suba una montaña, lo cual
quiere decir que le hace falta dejar, llevado por la fe, las cosas
de la tierra para subir hacia las de arriba.
El trayecto de Abraham
4. Abraham se levantó temprano, ensilló su asna y cortó la
leña para el holocausto. Tomó consigo a su hijo Isaac y dos sir-
vientes; llegó al lugar que Dios le había fijado al tercer día.
Abraham se levantó al amanecer. Al añadir «al amanecer», la
Escritura quiere mostrar acaso que el alba de la luz brillaba ya
en tu corazón. Ensilló su asna, preparó la leña y tomó a su hijo.
No delibera, no apela a efugios, no descubre a nadie sus planes,
sino que inmediatamente se pone en camino. (32) Traducción francesa de A. Hamman, aparecida en Le mjrsterc des Piques, col. Idys,
núm. 10, París, pp. 45-46.
Mirada de conjunto por J. Daniélou, Orfafeu, París, 1948. Excelente selección detex-
(31) GAnú.21,1. tos hecha por Urs von Baíthasar, traducidos al francés: Espñt etfeu, París, 1960.

117

También podría gustarte