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El Ministerio de La Sanidad Emocional

Este documento habla sobre la importancia del ministerio de sanidad emocional en las iglesias. Señala que Jesús sanaba a las personas no solo físicamente, sino también emocionalmente. Muchos problemas en las iglesias, como divisiones o rebelión, tienen su origen en heridas emocionales no sanadas. El autor argumenta que es necesario diagnosticar las causas emocionales subyacentes para poder llevar a cabo una verdadera restauración.
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El Ministerio de La Sanidad Emocional

Este documento habla sobre la importancia del ministerio de sanidad emocional en las iglesias. Señala que Jesús sanaba a las personas no solo físicamente, sino también emocionalmente. Muchos problemas en las iglesias, como divisiones o rebelión, tienen su origen en heridas emocionales no sanadas. El autor argumenta que es necesario diagnosticar las causas emocionales subyacentes para poder llevar a cabo una verdadera restauración.
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El ministerio de la sanidad emocional

Abril 2017
 

“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio
del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda
Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tor-
mentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; Y LOS SANÓ.” (Mateo 4:23-24)

Queridos y amados hermanos,

El ministerio de Jesús era un ministerio de sanidad. El salmista dijo en el salmo 103: “Él es el que
perdona todos tus pecados, el que sana todas tus dolencias”. El dolor del alma, no cabe duda, es
más agudo que el dolor físico. 

En los más de cincuenta y nueve años de mi ministerio en varios países, he apreciado que la gran
mayoría de los problemas que surgen en las iglesias tienen como base principal las heridas emocio-
nales no sanadas. Generalmente, en muchas iglesias, se trata con los síntomas sin profundizar y sin
escudriñar las causas.

Muchas de las divisiones en las iglesias tienen como motivo el deseo de protagonismo, que se origi-
na por sentimientos de rechazo o baja autoestima. Incluso mucha de la rebelión contra la autoridad,
tiene como raíz problemas sin resolver con los padres. Muchos no han crecido emocionalmente por
una niñez malograda y por vivir en familias disfuncionales. En casi todos los casos que he tratado,
veo que la falta de una relación adecuada y sana con los padres, es la causa principal de los proble-
mas emocionales que surgen después.

Sea por la ignorancia del tema o por falta de coraje, en pocas iglesias se atreven a enfrentarse con
estos problemas emocionales en sus miembros. Algunos ignoran la severidad y la importancia de
los traumas sufridos en la infancia y piensan que al convertirse, automáticamente se soluciona todo.
La verdad es que aunque el espíritu es renacido y la mente renovada en algunas áreas, la base de las
emociones y recuerdos necesitan un trato personal. La gran mayoría de cristianos que yo conozco
ignoran que hay un bálsamo para su sanidad.

No soy psicólogo, pero la realidad que vemos diariamente en las Iglesias es que intentamos sanar
los efectos sin apreciar ni diagnosticar las causas. Si la causa es espiritual, tratemos el caso con esta
base; si es emocional, investiguemos las causas para llevar el paciente a la restauración.

No es ni sencillo ni agradable el involucrarse en la vida privada e íntima de las personas, no obstan-


te, el amor y la compasión exigen que intentemos comprender y sufrir con los que sufren.

El cirujano debe cortar y penetrar hondo con el bisturí, e extirpar el cáncer o el tumor. Estas opera-
ciones causan dolor pero son necesarias y un simple calmante no va a solucionar el problema. Lo
cierto es que muchas ovejas están heridas y acuden a los medicamentos y calmantes para aliviar el
dolor del alma. Deseo arrojar luz sobre el tema y establecer algunas pautas para aquel que desea ser
instrumental en las manos de Dios para sanar al quebrantado de corazón y compartir el dolor con
los que sufren en el alma.

EL ESPÍRITU SANTO, EL CONSOLADOR


Todo lo que Dios hace en nosotros se basa en su gracia, la cual recibimos por la fe.

Dios puede sanar las emociones sin la intervención humana, pero ha elegido corazones compasivos
con conocimiento para aliviar los dolores de otros. San Pablo dijo que había sufrido para que por la
consolación que experimentó, pudiera consolar a otros con la misma consolación que había recibido
de Dios.

“...el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros con-
solar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros so-
mos consolados por Dios.”  (2ª Corintios 1:4)

Algunas veces Dios permite que nosotros pasemos por diversas pruebas para que podemos com-
prender a los que padecen cosas similares. Cristo es nuestro Sumo Sacerdote y nos comprende y se
compadece de nosotros.

Es necesario tomar mucho tiempo para conocer las heridas de las ovejas y ministrarles el alivio es-
piritual. Todas las actividades seculares nos debilitan para nuestra función primaria, que es la de sa-
nar y alimentar a las ovejas. En vez de tener como meta principal la de ensanchar nuestras congre-
gaciones, deberíamos procurar la salud espiritual y emocional de las ovejas, y ellas parirían los cor-
deros. Si una Iglesia es sana y hay amor y armonía, el resultado sería crecimiento. Si no es así, la
Iglesia será una puerta giratoria donde entran tantos como salen.

No sólo se requiere tiempo y compasión, sino conocimiento y sabiduría. A veces nos parece un tra-
bajo interminable, pero aunque la necesidad es más grande que nuestros recursos espirituales, es un
trabajo valioso y cerca del corazón  de Dios. Él deja las noventa y nueve y busca la oveja descarria-
da, y su amor en nosotros nos impulsará a hacer lo mismo.

Si tenemos corazones sensibles y compasivos, Dios nos revelará las causas de las heridas emociona-
les para que podamos sacar la espina y permitir que las heridas del alma se vayan sanando.

Aunque el ministerio de Cristo se notaba por la curación de los enfermos, notemos el énfasis en la
sanidad de las emociones cuando anunció su misión en Lucas 4:18. Estaba citando la profecía Me-
siánica de Isaías cuando escribió:

            “Me ha enviado a sanar los corazones heridos”  (Isaías 61:1, NVI)

Con estas aclaraciones como punto de partida, vamos a estudiar más a fondo este tema para estar
mejor equipados y poder trabajar en unión con el Señor y reconocer que Él quiere obrar en nosotros,
confirmando la palabra con milagros de sanidad. Satanás obra en las tinieblas, es decir, en la igno-
rancia. Muchas de las heridas emocionales han sido resultado de ignorancia, así que vamos a poner
la luz de la Palabra sobre este tema y descubrirás las causas y la forma de curar las heridas emocio-
nales.

DISPUESTOS A SER SINCEROS

El problema básico de muchos enfermos emocionales es que tienen miedo de enfrentarse con la rea-
lidad y están acostumbrados a vivir en negación de esta. La realidad les duele tanto, que la imagen
que tienen de sí mismos les hace sufrir tal dolor que prefieren hundirse en la lástima propia o escon-
derse tras una superficialidad de sonrisas, chistes e hipocresía. Conociendo la verdad estaremos li-
bres, por lo tanto, espero que estas líneas le proporcionen la luz necesaria para salir de la cárcel que
su propio dolor ha creado.
Los hermanos que vienen para recibir sanidad interior, deben ser sinceros con ellos mismos y con
los que les aconsejan. Deben estar dispuestos a aceptar la luz; porque el primer paso para la sanidad
es un deseo intenso de ser sano a cualquier precio, de otra forma no es posible la sanidad.

Como el Dr. Seamands expresa (pág. 65, “La curación de los recuerdos”): ‘Cuando Dios llamó a
Adán preguntándole dónde estaba, éste contestó: “Tenía miedo porque estaba desnudo; y me es-
condí” (Génesis 3:8-10). A partir de entonces, los hombres hemos tenido miedo de ser francos y
abiertos, no sólo con Dios, sino también con los otros y con nosotros mismos. Es este temor, lleva-
do al extremo en nuestras personalidades caídas, deformadas, el que vemos en los recuerdos repri-
midos que nos causan dolor. Por ello los encubrimos y escondemos en lugar de hacerles frente. Este
encubrimiento satura nuestra personalidad, siendo la causa principal de nuestro temor el sentimiento
de culpa, sentimiento que ayuda a desajustar nuestras relaciones.

La receta bíblica para esta enfermedad endémica humana, es la franqueza, la sinceridad, la apertura,
el arrepentimiento y la confesión. El Espíritu Santo es el espíritu de verdad, que nos guía a toda la
verdad: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no habla-
rá por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que han de
venir” (Juan 16:13). Juan usa veintidós veces la palabra “verdad” en su evangelio y nueve veces en
su primera epístola. Y podemos comprobar en este consejo lo que la psicología ha definido como
mecanismo de defensa, es decir, medios humanos varios, que usamos para no ver la verdad y prote-
gernos del temor y la ansiedad, que no cambian la verdad de la situación, sino la forma en que la ve-
mos. Lo que se pretende conseguir es protegernos en realidad a nosotros mismos, engañándonos de
modo que no tengamos que cambiar. Como dice el apóstol (1ª Juan 1:5-10), son fundamentalmente
TRES:

NEGACIÓN. Es el más simple y más directo. Simplemente negamos algo, mentimos sobre ello,
rehusamos reconocerlo, no queremos verlo o discutirlo.

Como dice la Palabra: “Si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos
y no practicamos la verdad” (v.6).

RACIONALIZACIÓN. Es más complicado y por tanto, más grave. No es una mentira directa,
sino elaborada, sofisticada, procuramos dar razones que justifiquen nuestro comportamiento. No só-
lo tratamos de engañar a otros, sino que nos engañamos a nosotros mismos, y es un engaño más
profundo que la negación o mentira, aunque nosotros mismos no nos demos ni cuenta de ello. Juan
dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está
en nosotros” (v.8).

PROYECCIÓN. Es el peor de todos, porque llevamos el engaño un paso más allá, cargando la cul-
pa a otros por nuestros problemas, proyectando nuestros fallos en otros o en algo y exclamamos
“allá está el problema”; Juan lo describe de modo preciso: “Si decimos que no hemos pecado, le ha-
cemos a Él mentiroso y su palabra no está en nosotros” (v.10). Con esto, empezamos diciendo una
mentira nosotros, y terminamos diciendo que Dios es el que dice la mentira: “yo no miento; ¡Él
miente!”.

Una de las razones de por qué los recuerdos no sanados pueden causar tanto trastorno en nuestras
vidas es que, en general, contienen muchas emociones negativas, tales como: el temor, el dolor, la
ira, la culpa, la vergüenza, la ansiedad. La dificultad surge debido a que somos incapaces de orar de
modo específico sobre ellos, porque no podemos confesar a Dios lo que no reconocemos. Y debido
al hecho de que muchos puntos específicos están protegidos por nuestros mecanismos de defensa y
escondidos en nuestros recuerdos enterrados, no podemos hallar alivio emocional y espiritual para
sus ataques.
Por lo tanto, cualquier inseguridad o falta de disposición para arrepentirse impedirá el proceso de
sanidad en la persona.

SÍNTOMAS Y DIAGNÓSTICO DE LA NECESIDAD DE SANIDAD INTERIOR

Cuando algo impide nuestra comunión con Dios y con los demás, o cuando la vida cristiana se es-
tanca y parece que no progresa, limitándose a dar vueltas sobre el mismo problema, puede ser el
momento de considerar la sanidad emocional. Por otra parte, puede ser también una necesidad de
arrepentimiento, sumisión o integración en la iglesia.

Es cosa común entre nosotros los humanos el querer buscar una solución rápida, de una vez y para
siempre, a nuestros problemas, pero no podemos olvidar que la disciplina y la obediencia son pri-
mordiales. Todas las actividades de la comunidad cristiana, como por ejemplo: el trabajo, la disci-
plina, el consejo, el sometimiento a la autoridad, la comunión unos con otros, el ejercitar responsa-
bilidades, tienen como meta la rehabilitación y la renovación de la mente. La debilidad emocional y
heridas internas, muchas veces nos impiden aceptar el papel que Dios quiere que tengamos en la
vida. La vida en la comunidad de la Iglesia, nos ayuda a aceptarlo.

La sanidad interior no es meramente la confesión de pecados, sin embargo, ésta envuelve el hecho
de traer a la luz heridas emocionales y las experiencias que las han causado. No obstante, Dios es
soberano y no podemos asumir que todos los que están dolidos deben pasar por la misma experien-
cia sistemática, ya que el Señor puede sanar introduciendo emociones nuevas y positivas en los re-
cuerdos dolidos por una experiencia pasada, utilizando también su Palabra para sanar.

“Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. Porque son vida a los que
las hallan, y medicina a todo su cuerpo.” (Proverbios 4:20,22)

Así pues, una promesa, escritura o versículo que el Espíritu Santo imparte a la persona y a los cua-
les ésta se aferra creyéndolos y aplicándolos a su vida cada vez que el dolor emocional se manifies-
ta, actúa como bálsamo y medicina interna, trayendo por consiguiente salud para su problema. La
función del consejero es la de traer luz a las áreas escondidas, pero es la luz de la Palabra la que he-
cha fuera las tinieblas de la culpabilidad, el odio, el miedo y la ansiedad.

Es esencial el discernimiento espiritual para saber la diferencia entre la actividad satánica, la rebe-
lión y las heridas emocionales. Así que es importante que diagnostiquemos correctamente, pues no
podemos dar la ayuda necesaria sin diagnosticar la causa y el origen del problema.

Es importantísimo también diferenciar entre causa y síntoma. Las depresiones, sentimientos de sole-
dad, los temores de rechazo, deseos de competir, arranques de violencia, deseos de suicidio, proble-
mas sexuales, etc..., son sólo síntomas de un problema subyacente. Es imprescindible discernir los
síntomas como orientadores del problema, pero de igual modo, tratar solamente con ellos es de
poco valor si no podemos profundizar y llegar a las causas.

Consideremos pues, algunos síntomas claros que van a indicarnos la necesidad de sanidad interior.
Veamos primeramente algunos síntomas generales, y luego examinaremos más detalladamente al-
gunos de ellos.

¿Cómo podemos diferenciar entre el mal comportamiento voluntario o manifestaciones de proble-


mas emocionales subconscientes, causadas por experiencias del pasado? A continuación miremos
algunas reacciones generales detrás de las cuales se puede esconder una herida emocional:

1.     Sentimientos generales de rechazo, temores de ser rechazados y rechazo hacia otros.
2.     Reacciones de ira desproporcionada que frecuentemente introduce violencia verbal o fí-
sica. Suelen ser explosiones emocionales descontroladas.

3.     Incapacidad para perdonar.

4.     La existencia de recuerdos que causan dolor o vergüenza insoportable.

5.     Reacciones de temor, manifestaciones físicas como sudores o angustias.

6.     Temor al hombre, incapacidad de tomar decisiones o de ejercer responsabilidades, temor


del fracaso, a la oscuridad, aves, perros, etc...

7.     Sentimientos de abandono o soledad.

8.     Rebelión contra la autoridad. Es notable que los que han tenido padres alcohólicos, por
regla general, rechazan toda figura de padres, y por consiguiente reniegan de todos los que
están en autoridad sobre ellos. Por ello, la necesidad de honrar a los padres es básica para el
desarrollo correcto de la persona.

9.     Temor de ser dominado produciendo así una rebelión ciega y obstinada.

10.  Frigidez sexual.

11.  Homosexualidad o fuertes deseos homosexuales.

12.  Compulsiones o esclavitudes (posiblemente diabólicas), como el deseo compulsivo de


matar, violar, etc. También comportamientos defensivos indican problemas emocionales.
Personas así siempre están a la defensiva y no admiten razones.

13.  Deseos desmesurados de complacer, de ser aceptados, pudiendo llegar incluso a tener
experiencias sexuales con tal de recibir aceptación.

14.  Deseos de controlar, de dominar por las palabras, censuras, amenazas, críticas, lástima
propia.

15.  Tendencia de inhibición, evasión, buscar esconderse, retraerse, hacerse ermitaño.

16.  Falta de identidad clara y digna, falta de respeto propio.

El hombre, por regla general no colabora con Dios, es un paciente que tiende a evadirse. La evasión
viene de su naturaleza adámica; las excusas y las evasiones son sus armas. Por lo tanto, para vencer
y penetrar en la fortaleza que Satanás ha realizado para tener al hombre esclavizado, necesitamos no
solamente una luz (predicación, enseñanza...), sino un rayo como el de un láser. El láser es un rayo
de luz muy intenso que se dirige solamente sobre un área en particular para cortar o destruir un tu-
mor. Penetra hasta un cierto punto destruyendo el mal y quitando la causa de la infección. Así es la
Palabra de Dios, más penetrante que una espada de dos filos:
“Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y pene-
tra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y
las intenciones del corazón.

Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están des-
nudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.”  (Hebreos 4:12-13)

EL PROPÓSITO DE LA SANIDAD INTERIOR

El propósito de la sanidad emocional es restaurar la dignidad de la persona y obtener un concepto


adecuado de uno mismo. El plan de Dios para sus hijos redimidos es de restaurarles a la imagen de
su Hijo.

“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13)

La sanidad interior es el proceso de la renovación del alma de una persona, de su mente, de su cora-
zón, que le trae paz interior, lo libera del pasado y de los recuerdos dolorosos, le trae paz interior y
le permite restaurar su vida presente de acuerdo a la voluntad y planes de Dios para su vida. La
sanidad interior abarca la curación de las emociones y sentimientos dañinos que traen depresión, an-
siedad, angustia y falta de paz, debido a recuerdos dolorosos no sanados que distorsionan también
los pensamientos.

El objeto primordial de la sanidad interior es que el Cuerpo de Cristo sea sano. A medida que el
Cuerpo se va uniendo, la plenitud de Cristo va a surgir a través de cada miembro.

Dios quiere que recobremos lo que el ladrón ha robado.

La persona sana y madura no continúa siendo parte del proble0ma, sino de la respuesta. No es como
un charco que guarda el residuo de la lluvia, sino un pozo profundo y un manantial de aguas sana-
doras.

Cuando Dios sana nuestros corazones y nuestras mentes, nos derrama como libación en la fuente
contaminada de la sociedad; como sal antiséptica que trae sanidad y cura la esterilidad de la tierra.

La mente de Dios en nuestra época es la restitución del hombre en su lugar de cabeza de su hogar y
sacerdote de su familia, que tenga dominio sobre sí mismo y los enemigos espirituales que contien-
den contra el alma, que venza el temor que le paraliza; restaurar a los hijos con los padres y volver
el corazón de los padres hacia sus hijos; restaurar el hogar como santuario de la presencia de Dios;
restaurar el altar familiar, donde los preceptos de Dios pueden ser aprendidos y practicados; restau-
rar la percepción de valores éticos y morales, tan minados en la sociedad moderna; restaurar la igle-
sia a la santidad y la virilidad espiritual que tenía en su apogeo; restaurar al enfermo su salud emo-
cional para que pueda no solamente andar no cojeando, sino con la capacidad de levantar su lecho,
ir a su casa y tomar las responsabilidades que encumbre su posición; que seamos criaturas tan llenas
del amor de Dios que como rayos de sol disipemos las tinieblas y traigamos paz donde hay conflicto
y amor donde hay discordia.

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