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Robos y Coimas de Mariano Ignacio Prado

1) Mariano Ignacio Prado se enriqueció ilícitamente durante su presidencia en Perú a través de sobornos, contratos fraudulentos y desfalcos de fondos públicos. 2) Sirvió como agente de Chile y recibió el grado de general de división de su ejército. 3) Entre sus actos de corrupción se encuentran la compra sobrefacturada de monitores, sobornos de Henry Meiggs y William Grace, y el desfalco de una colecta para la guerra con Chile.
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Robos y Coimas de Mariano Ignacio Prado

1) Mariano Ignacio Prado se enriqueció ilícitamente durante su presidencia en Perú a través de sobornos, contratos fraudulentos y desfalcos de fondos públicos. 2) Sirvió como agente de Chile y recibió el grado de general de división de su ejército. 3) Entre sus actos de corrupción se encuentran la compra sobrefacturada de monitores, sobornos de Henry Meiggs y William Grace, y el desfalco de una colecta para la guerra con Chile.
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Robos y coimas de

Mariano Ignacio Prado.


Así se enriqueció el traidor que fugó del Perú el 18 de
diciembre de 1879 en plena Guerra del Pacífico.

Cohecho en la adquisición sobrevalorada del “Manco Cápac” y


el “Atahualpa”, dos monitores de río inservibles para navegar
en el Pacífico. Prado comprado por la clase dominante chilena
y Agustín Edwards Ossandón.- Fraude del contrato "Raphael".-
Sobornos pagados por Meiggs.- Faenón en la compra de carne
para el ejército peruano del sur.- Amarres con Grace.- Desfalco
de los donativos para la guerra con Chile y las letras de cambio
de Prado

Escribe: César Vásquez Bazán

La Lechería Peruana, caricatura que representa la corrupción imperante en 1867 durante


la primera presidencia de Mariano Ignacio Prado. Prado aparece sujetando a la vaca del
erario fiscal, mientras sus amigos ordeñan al animal. La caricatura es de J. J. Rasoir y fue
publicada en el tercer número de 1867 del diario La Campana, página 4. Fue reproducida
por Quiroz (2009, Figura 7, entre las páginas 180 y 181).

“Cobarde que abandona el poder para salvar la vida,


ladrón que se escurre por llevarse el talego…”
Manuel González Prada (1985, 449)

Cuando el 18 de diciembre de 1879 Mariano Ignacio Prado desertó las funciones de


presidente del Perú, su decisión de fugar fue determinada no sólo por el desastre militar ante
Chile y el temor a la explosión popular dirigida a castigar su cobardía y traición como Director
Supremo de la Guerra. Tanto o más que las causales mencionadas, influyó en su conducta el
deseo de disfrutar de la riqueza que había logrado acumular utilizando en provecho propio el
desempeño de la presidencia de la república en cuatro oportunidades.
Mariano Ignacio Prado en la presidencia del
Perú
Como señaló acertadamente Vicuña Mackenna (1880, 349), el afortunado mortal que llega
a la presidencia del Perú “pasa a ser dueño del porvenir y de sus dones”. Es así por la
mentalidad de saqueo y la actitud de asalto de cada nuevo gobernante, y por el ambiente de
corrupción aceptada que impera en la sociedad. Contribuyó también a la podredumbre
moral de los políticos la vigencia de la Constitución de 1860, que dispuso que el eventual
órgano fiscalizador, es decir el Congreso, sólo debería reunirse cada dos años y por el breve
período de cien días útiles.

Peruanos y extranjeros señalaron la gravedad del problema de la corrupción. Entre los


primeros puede citarse a José Arnaldo Márquez (1888, 2) quien denunció que en nuestro
país, “personajes prominentes no perdían de vista las cajas del Estado, para formar o para
restablecer su fortuna personal”. Manuel González Prada (1985, 460) recordaba que “nada
debe sorprendernos en un país donde la corrupción corre a chorro continuo, donde se vive
en verdadera bancarrota moral… Admira que en las cotizaciones de la Bolsa no figure el
precio corriente de un ministro, de un juez, de un parlamentario, de un regidor, de un
prefecto, de un coronel, de un periodista”.

En el grupo de observadores extranjeros debe recordarse al viajero de la época que escribió


respecto a las instituciones peruanas de la segunda mitad del siglo XIX: “En cuanto al robo
–nos referimos no a aquel que puede considerarse como robo de menor cuantía sino a la
gama de delitos mayores y atroces– puede afirmarse con seguridad que casi todos los
hombres públicos [del Perú] están hundidos hasta el cuello en este crimen” (Duffield 1877,
16). La anterior declaración fue compartida por el representante de los tenedores ingleses
de bonos de la deuda peruana: “Los sobornos y la corrupción en el Perú no tienen
parangón, inclusive en Sudamérica” (Clarke 1877, 119).

Mariano Ignacio Prado encaja a la perfección en las descripciones anteriores. Prado es el


mayor exponente de la rapiña y el cohecho, la estafa y el cinismo, que castigaron al Perú
entre los años 1865 y 1879. Es la encarnación purulenta de las acusaciones de Márquez,
González Prada, Duffield y Clarke.

A lo largo de los cinco años y cinco meses que desempeñó la primera magistratura, el
desertor Prado no perdió oportunidad para utilizar el poder en provecho propio. Dispuso la
emisión de decretos, la firma de contratos y la realización de operaciones por las que recibió
sobornos y favores de los afortunados beneficiarios. No desaprovechó ocasión pequeña ni
grande para obtener cohechos de las partes que contrataban con el Estado, sean éstas
Henry Meiggs o William Grace, los consignatarios del guano o los proveedores de carne
para las tropas peruanas. José María Químper, abogado de su más entera confianza y uno
de sus principales operadores políticos, fue el principal receptor de los sobornos entregados
por Henry Meiggs. Prado se fue a la tumba sin haber podido levantar las sospechas de
haber desviado en su favor parte de los fondos recaudados en la colecta pública de 1879
organizada para la compra de armamento.

El presente artículo pretende demostrar que la conducta de corrupción en la dirección del


Estado rindió resultados positivos para las faltriqueras de Mariano Ignacio. Entre los signos
de riqueza del presidente desertor puede mencionarse el costoso rancho de su propiedad en
Chorrillos, la casa en París, las inversiones en minería del carbón en Chile, la crianza de
caballos de pura sangre, las inversiones en la Empresa Transmisora de Fuerza Eléctrica de
Lima, en la Compañía de Tranvías de Lima y en la Fábrica de Tejidos Santa Catalina. Sin
embargo, la cuota más importante de sus negociados estuvo destinada a constituir la
“herencia significativa” que dejó a sus descendientes (Gilbert 1981, 748). Sobre dicho legado
fue que se erigió en el Perú del siglo XX ese cáncer oligárquico que se denominó Imperio
Prado. Sin duda, el enriquecimiento obtenido mediante el asalto del Estado fue un logro
notable para un individuo que antes de ingresar a la escena política peruana sólo poseía un
fundo en Huánuco, del cual era copropietario con otros familiares.

Es por ello de extrañar la opinión de Gilbert cuando escribió que “los detalles disponibles
del desarrollo económico inicial de la familia [Prado] son imprecisos” (Gilbert 1981, 748).
Los pormenores del enriquecimiento del primer Prado –el Mariano Ignacio Prado del
oprobio como lo llamara González Prada– existen. Están allí, esperándonos para contarnos
su verdad, desparramados en la historia del Perú de la segunda mitad del siglo XIX.

Entre los actos de corrupción que contribuyeron al enriquecimiento de Mariano Ignacio


Prado, existen siete episodios en los que se cuenta con evidencia o indicios razonables de
recepción de sobornos o comisión de desfalco por el presidente desertor y/o sus amigos y
ministros. Dichos capítulos de la podredumbre política peruana comienzan con los servicios
prestados por Prado como agente chileno, y continúan con los malos manejos en la compra
de los monitores fluviales Manco Capac y Atahualpa, el negociado en el contrato Raphael,
los sobornos pagados a Prado por Henry Meiggs y William R. Grace, el fraude en la compra
de carne para el ejército del sur durante el conflicto con Chile, y el desfalco de la colecta
pública de 1879 destinada a sufragar los gastos para la adquisición de armamento para la
guerra con Chile.

Para que el lector pueda formarse una idea aproximada del valor actual de los negociados
de Prado, puede estimarse que un dólar de 1879 tenía un poder adquisitivo de 22.20 dólares
del año 2009. La fuente de esta estimación es Measuring Worth. Asimismo, en 1879 el sol y
el dólar se cambiaban casi a la par: debía pagarse 1.08 soles por dólar.

José María Químper, “el doctor JMQ”, principal receptor de coimas para Mariano Ignacio Prado

El agente chileno Mariano Ignacio Prado


El análisis de la dinámica histórica del Perú y Chile en 1865, respondiendo ambos países a
la agresión española, permite concluir que el rol jugado por Prado fue el de promover y
defender los intereses de Chile.
La relación política y militar entre Chile y Mariano Ignacio Prado está comprobada por su
aceptación –siendo coronel del ejército peruano– del grado de general de división del
ejército de ese país. El 17 de agosto de 1866, el gobierno de Chile confirió a Prado el referido
despacho “con los honores y preeminencias anexas a él” y con el goce del “sueldo
correspondiente mientras resida o permanezca en Chile”. Según lo explicó la ley chilena, el
nombramiento de Prado en tan alto cargo obedeció a “su noble actitud en la actual guerra
con España”. Otro cumplido servidor de Chile –el presidente boliviano Mariano Melgarejo–
compartió con Prado el reconocimiento del país del sur por los servicios prestados. La
sospechosa distinción fue recibida por el dictador en octubre de 1866 (Basadre 1968-70, V:
343).

Ley de la República de Chile fechada el 17 de agosto de 1866 nombrando a Mariano


Ignacio Prado general de división del ejército chileno. Por cinco años, entre 1868 y 1873,
Prado cobró del erario chileno el sueldo correspondiente a general de división (Varas
1871, IV: 22-23).

Debe analizarse en qué consistió la “noble actitud” de Mariano Ignacio Prado hacia Chile.
Con este fin, el lector debe remontarse a septiembre de 1865. En esa fecha Chile había
declarado la guerra a España en respuesta a la exigencia de la escuadra hispana de saludar la
bandera de la Madre Patria con una descarga de veintiún cañonazos en desagravio por
supuestas ofensas del país del Mapocho. El problema con la citada declaración de guerra fue
que las fuerzas armadas de Chile –en especial su diminuta flota naval– no estaban en
capacidad de enfrentar el poderío español (Collier 1996, 118). La armada española, al mando
del almirante Pareja, estaba conformada por ocho buques de guerra con un total de 245
cañones. Basadre la calificó como “la escuadra más formidable que había hendido las aguas
del Pacífico americano” (1968-70, V: 324). Frente al poderío hispano, poco podía hacer la
marina de guerra del país del sur. La escuadra chilena –si podía llamarse tal– estaba
conformada por sólo dos naves: la corbeta Esmeralda, artillada con dieciocho cañones, y el
transporte Maipu, premunido de cuatro (Burr 1965, 98).

Tras analizar la difícil situación, el gobierno chileno concluyó que la única manera como
podría enfrentar a España con alguna esperanza de victoria sería si lograse contar con la
intervención en su favor de la armada peruana, considerada en ese momento como la más
poderosa de Sudamérica. Sin embargo, la situación política del Perú no aseguraba su
participación en defensa de Chile.

Oficialmente, gobernaba el país el general Pezet, quien enfrentaba el levantamiento del


vicepresidente Pedro Diez Canseco –a quien los insurrectos consideraban presidente– y que
estaba secundado por Prado y Balta. Sabedor que entre los líderes rebeldes primaba la
opinión de acudir en solidaridad de Chile, el gobierno de ese país envió en misión diplomática
al Perú a Benjamín Vicuña Mackenna. Se le encargó hacer contacto con los insurrectos.

En su visita al campamento de los insurgentes, en Chincha Alta, Ica, Vicuña Mackenna pudo
constatar que el presidente Pedro Diez Canseco prefería resolver primero favorablemente el
enfrentamiento político con Pezet y luego acudir en ayuda de Chile. En cambio, Mariano
Ignacio Prado –que previamente había mantenido conversaciones con Domingo Santa
María, embajador extraordinario y ministro plenipotenciario chileno en Lima– se mostró
como el partidario más radical de la solidaridad inmediata con Chile (Basadre 1968-70, V:
289). Mariano Ignacio Prado quedó impresionado por Vicuña Mackenna. Años después,
cuando Prado residía en el país del sur, apoyó a Vicuña Mackenna en las elecciones
presidenciales chilenas de 1876, según propia confesión (Basadre 1968-70, VIII: 176).

Al terminar su visita, el chileno Vicuña Mackenna registró como punto vulnerable de los
insurrectos la precariedad de recursos que imperaba entre ellos, carencia que le sugirió
posibles alternativas para influenciarlos y obtener a través de ellos el apoyo de la escuadra
peruana.

La visita de Benjamín Vicuña Mackenna fue seguida de la gestión directa del propio Santa
María. Éste se acercó a la base de Chincha Alta para plantear abiertamente que la escuadra
peruana rebelde viajara a Chile para atacar a los barcos españoles, es decir la misma
propuesta que venía siendo defendida por Prado. Rechazado nuevamente el plan por decisión
del presidente Pedro Diez Canseco, Santa María concentró sus esfuerzos en lograr la adhesión
de Mariano Ignacio Prado, a quien endosó el apoyo político y la ayuda financiera del gobierno
del Mapocho (Burr 1965, 98).

Fue así como el oro chileno colaboró para que el 6 de noviembre de 1865 las fuerzas rebeldes
de Pedro Diez Canseco y Mariano Ignacio Prado ingresaran a Lima y tomaran Palacio de
Gobierno. Veinte días después, Prado fue proclamado Dictador del Perú.

En agradecimiento al apoyo chileno en el golpe de estado contra Pezet, cuando contaba sólo
ocho días en el poder, el 5 de diciembre de 1865, la dictadura de Mariano Ignacio Prado
suscribió el Tratado de Alianza Ofensiva y Defensiva con Chile. Por medio de este convenio,
Chile aseguró la participación de la escuadra peruana en su defensa. Más aún, la colocó bajo
su dirección efectiva, en tanto se encontrara en aguas chilenas. Cuatro naves peruanas fueron
asignadas para la salvaguardia del país del sur: las fragatas Apurímac y Amazonas y las
corbetas Unión y América. Las naves fueron comandadas por los marinos peruanos Sánchez
Lagomarsino, Mariátegui, Miguel Grau y Manuel Ferreyros, respectivamente.

En cuanto a la responsabilidad por los gastos originados por la escuadra conformada en


apoyo a Chile, el embajador Santa María redactó un primer proyecto por el cual ese país
asumiría dichos egresos. Extrañamente –por razones que podrán comprenderse después–
Prado no aceptó el ofrecimiento y a través de Toribio Pacheco, su ministro de Relaciones
Exteriores, planteó que los gastos sean asumidos en partes iguales por los dos países. Esta
posición fue recogida en el Tratado. Fue así como en términos prácticos, Perú asumió la
mitad de los gastos de defensa naval de Chile. ¡En los años 1869, 1870 y 1875 Perú tuvo que
pagar a Chile por ese concepto la cantidad de 1,130,000 soles! (Basadre 1968-70, V: 361).
Además, en el conflicto, Perú perdió la fragata Amazonas que varó en un banco de arena
cerca de la isla de Abtao.

Prado huye a Chile y recibe el pago por sus servicios


En 1867, el dictador Mariano Ignacio Prado debió enfrentar la sublevación de Pedro Diez
Canseco en Arequipa. En lo que podría considerarse un anuncio de los fracasos que le
aguardaban en la guerra con Chile, Prado fue derrotado militarmente por el rebelde Diez
Canseco. A lo largo de ochenta días, entre el 16 de octubre de 1867 –fecha en que Prado
llegó a Islay– y hasta el 5 de enero de 1868 –en que se retiró al Callao– el autotitulado
“héroe del 2 de mayo” bombardeó e intentó tomar por asalto Arequipa en dos ocasiones,
siendo rechazado en ambas oportunidades.
Como consecuencia del fiasco militar en Arequipa y el consiguiente éxito de la sublevación
de Pedro Diez Canseco, Mariano Ignacio Prado dimitió el 5 de enero de 1868. Cinco días
después se embarcó con rumbo a Chile. Llegó a Santiago ostentando el grado (y el sueldo)
de general de división del ejército chileno. Residió en el país del sur cinco años, en los que
estuvo dedicado a explotar las minas de carbón de piedra Quilachanquín, cerca de
Carampangue (Figueroa 1900, 183) y Maquehua (McInnes 1913, II-588).
Presupuesto chileno para el año 1870, en el que se consigna la partida
de 3,400 pesos como sueldo de Mariano Ignacio Prado por sus servicios
como general de división, en cuartel, del ejército de Chile.
(Ministerio de Guerra de la República de Chile 1870, cubierta, 33-34)

El pago de 3,400 pesos entregado a Mariano Ignacio Prado en 1870 es sólo uno de los
desembolsos que recibió del gobierno de Chile, país en el cual permaneció entre enero de
1868 y 1873. Dicha remuneración aparece incluida en el Presupuesto del Ministerio de
Guerra de Chile para el año 1870, Sección de Ejército, Gastos Fijos y Permanentes, Partida
2a., Plana Mayor General, Ítem 3.

“Inversiones” de Mariano Ignacio Prado en Chile


A partir de enero de 1868, Prado recibió pagos adicionales de Chile por sus servicios como
agente de los intereses de ese país. Además del nombramiento de general de división del
ejército chileno, Prado recibió en arriendo perpetuo, a renta rebajada, la
hacienda Maquehua, dedicándose a la explotación de la mina de carbón de piedra allí
existente. Inicialmente, sólo pagó cincuenta centavos por tonelada de carbón
extraída. Maquehua era propiedad de Guillermo Gibson Délano, concuñado y deudor del
político chileno Agustín Edwards Ossandón. Tras el fallecimiento del dueño, Mariano
Ignacio compró Maquehua a los herederos de Gibson. Pagó la hacienda a un ostensible
precio subvaluado. Sin duda, los favores de renta y precio conferidos a Prado por Gibson
contribuyeron a amortizar la deuda que éste tenía con Agustín Edwards.

El 29 de mayo de 1872, en Valparaíso, Mariano Ignacio Prado y su concuñado, el chileno


Carlos von der Heyde, entre otros capitalistas, formaron la Sociedad de Minas de Carbón
de Carampangue para explotar Maquehua y Quilachanquín (Ortega 2005, 240-243). El 3
de diciembre de 1872 la empresa recibió permiso para construir un ferrocarril de trocha
angosta entre Maquehua y Laraquete. En 1873, la Sociedad fue autorizada a extender la vía
férrea hasta Colico. Los ferrocarriles construidos por Prado fueron los primeros en Arauco
(Pizarro 1991, 166).

A la propiedad de la anterior empresa, Prado añadió su participación en el accionariado de


la Compañía de Minas de Carbón de Arauco a través de Carlos von der Heyde y
Compañía, empresa de su concuñado formada el 12 de diciembre de 1872, también en
Valparaíso. En junio de 1876, Prado contrató con los dueños de Quilachanquín la extracción
de “todo el carbón de piedra que pudiera encontrarse en este fundo” a cambio de pagar una
regalía de veinticinco centavos por tonelada. Prado inició la explotación en 1877, la paralizó
en 1879 por la guerra y reanudó sus trabajos en 1883 después del Tratado de Ancón
(Sociedad Carbonífera del Carampangue 1906, 4).

Prado reconoció poseer inversiones en las minas citadas en la entrevista que sostuvo con
Joaquín Godoy Cruz –el embajador chileno en el Perú– el 20 de marzo de 1879. En el
rancho que tenía en el exclusivo balneario de Chorrillos, Prado recordó al ministro del país
del sur que “su fortuna estaba invertida en una empresa dedicada a la explotación del
carbón” y que él deseaba la paz no sólo como muestra de gratitud hacia el país que lo había
acogido con amabilidad durante su exilio sino, inclusive, por su propio interés personal
(Bulnes 1920, 152). En 1888 Prado vendió el negocio a la Compañía de Minas de
Arauco por la suma de un millón setecientos cincuenta mil pesos de treinta peniques (cerca
de 45 millones de dólares del día de hoy), sin duda una cifra abultada para quien sólo
pagaba regalías por el carbón extraído de la propiedad de otros capitalistas (Sociedad
Carbonífera del Carampangue 1906, 4-5).

Los rendimientos de las inversiones de Prado pueden entenderse como la recompensa por
prestarse a promover los objetivos de la política exterior chilena. Su interposición con el fin
de colocar a la escuadra peruana al servicio de Chile, en las difíciles circunstancias por las
que atravesaba el país del sur, permitieron a esta ingrata nación enfrentar exitosamente a
España. En tanto que el Perú perdió la fragata Amazonas en el conflicto, la nación del
Mapocho recibió de la nación del Rímac la suma de 1,130,000 soles (23 millones de dólares
de hoy) en concepto de contribución del Perú para defender a Chile. Los únicos
desembolsos que debió efectuar el país del sur para obtener estos resultados fueron
financiar la revuelta de Mariano Ignacio Prado, en septiembre de 1865, nombrarlo general
de división y entregarle la explotación de minas de carbón de piedra en la región de Arauco.

Durante la Guerra del Salitre, Mariano Ignacio Prado mantuvo comunicación con su
concuñado y asociado de negocios, el chileno Carlos von der Heyde. Sus cartas eran
seguidas por el gobierno chileno, como lo prueba el informe del 19 de abril de 1879 envíado
por el Intendente de Valparaíso, Eulogio Altamirano, al ministro Antonio Varas.
(Varas 1918, 33)
Informes de la Sociedad Carbonífera del Carampangue dan cuenta que
Mariano Ignacio Prado recibió en 1888 la suma de un millón setecientos
cincuenta mil pesos de treinta peniques por sus negocios de extracción de
carbón de piedra de Quilachanquín
(Sociedad Carbonífera del Carampangue 1906, 4-5)

Mariano Ignacio Prado como instrumento de la clase


dominante chilena y de Agustín Edwards Ossandón

Agustín Edwards Ossandón (1815-1878), líder de la clase dominante chilena,


prestamista fundador del Banco de A. Edwards y Cía., accionista de
la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta –que provocó la Guerra
del Salitre−, empresario y exportador minero y capitalista de empresas
ferrocarrileras, de vapores y de seguros. También fue diputado y falleció
siendo senador por Valparaíso. A la derecha aparece Mariano Ignacio Prado.

La información sobre el financiamiento de Edwards a Mariano Ignacio Prado se encuentra


contenida en la investigación La fortuna de Agustín Edwards Ossandón: 1815-
1878 publicada por el historiador chileno Ricardo Nazer Ahumada en la Revista Historia de
la Universidad Católica de ese país. Los datos están basados en el inventario de bienes del
finado señor Agustín Edwards Ossandón en 1880, que se conserva en el Archivo Judicial de
Valparaíso ubicado en el Archivo Nacional de Santiago de Chile.

El general de división chileno Mariano Ignacio Prado Prado aparece en la lista de empresas
e individuos de confianza de Edwards Ossandón a quien éste había prestado dinero sin
necesidad de firmar pagarés, escrituras públicas de obligación, ni garantías por los capitales
recibidos.

Para que pueda apreciarse la relación especial existente entre Edwards y Prado, debe
anotarse que la deuda de éste último jamás fue enviada a cobranza judicial ni tampoco fue
considerada de recuperación difícil. En orden de magnitud, Mariano Ignacio Prado es el
tercer deudor de Edwards Ossandón, a quien adeudaba el 30 de septiembre de 1880, en plena
guerra de Chile contra el Perú, la suma de 158,788 pesos chilenos con 95 centavos. Aplicando
la metodología de valorización de Nazer, Prado debía a Edwards el equivalente de 22 millones
de dólares del día de hoy.

Como afirma el historiador Nazer Ahumada (382), “sorprende la presencia del empresario y
político peruano Mariano Ignacio Prado” en la lista de deudores. Nótese que Edwards
Ossandón sólo había prestado más dinero a su hijo, Agustín R. Edwards Ross y a la empresa
de su cuñado −y uno de los manejadores de Prado en Chile− Guillermo G. Délano y Cía.

Tratando de encontrar una respuesta al inusitado apoyo financiero de Edwards a Prado, debe
recordarse que el capitalista chileno era dueño de inversiones mineras y en la industria del
salitre ubicada en el litoral boliviano. Por lo tanto, veía a Prado −que se disponía a regresar
al Perú y ser candidato a la presidencia en las elecciones generales de 1876− como el
instrumento que le permitiría expandir su presencia empresarial en el departamento
salitrero peruano de Tarapacá.

Así es mis estimados lectores. Mientras Grau, Bolognesi, Alfonso Ugarte, Leoncio Prado y
miles de valientes entregaban la vida defendiendo al Perú, Mariano Ignacio Prado seguía
atendiendo desde Estados Unidos y Europa sus negocios con la oligarquía y plutocracia
chilenas representadas por los sucesores del finado Agustín Edwards Ossandón.
Desde los años del golpe de estado contra Pezet, Mariano Ignacio Prado se constituyó en
asolapado instrumento político y económico de la oligarquía chilena. Cuando vivió en el
país del sur, a partir de 1868, se acentuó su dependencia del chileno Agustín Edwards
Ossandón, representante por excelencia de la clase dominante chilena, a quien debía el 30
de septiembre de 1880 la suma de 158,788 pesos chilenos con 95 centavos.
El monitor de río Manco Cápac, adquirido fraudulentamente por Mariano
Ignacio Prado en 1867, en lo que representa el mayor caso de corrupción en
la compra de armamento por el Perú en el siglo XIX.

Monitor de río Manco Cápac


“Concienzudo” informe del capitán Aurelio García y García justificando la
compra de los monitores de río Oneoto y Catawba. Ambas naves eran
inservibles para navegar el Pacífico. El informe de García y García, fechado
en Nueva York el 24 de noviembre de 1867, estuvo dirigido al ministro de
marina del Perú (García y García 1869, 25-28).

El 4 de octubre de 1867, el gobierno de Mariano Ignacio Prado firmó en Lima el contrato de


compra por dos millones de dólares de los monitores fluviales
estadounidenses Oneoto y Catawba, los que en la Marina Peruana pasaron a
denominarse Manco Cápac y Atahualpa. Prado sustentó su decisión indicando que Perú
aún se encontraba en guerra con España y que el país necesitaba reforzar su escuadra
adquiriendo el Oneoto y el Catawba.

La compra de ambas naves fue una operación dañina a los intereses nacionales. Dos son las
principales razones que sustentan esta afirmación.

La primera de ellas fue que Perú necesitaba monitores blindados que pudiesen asegurar la
soberanía del país en el Océano Pacífico, algo que ambas naves no podían hacer debido a que
eran embarcaciones de río, no habían sido diseñadas para la navegación marítima.
El Oneoto y Catawba fueron construidas como monitores fluviales para patrullar las aguas
del río Misisipi en Estados Unidos y no para la navegación marítima; eran por tanto inútiles
para la defensa nacional del Perú. Fueron dadas de baja a la finalización de la Guerra Civil en
Estados Unidos.

La segunda causa fue la ostensible sobrevaloración de ambas naves. Como ya se ha indicado,


el Perú pagó por cada uno de los blindados fluviales norteamericanos la suma de un millón
de pesos (Basadre 1968-70, VI: 61). Para efectos comparativos, cada uno de los monitores
fluviales costó más del doble que el Huáscar, que había sido construido en Inglaterra, con
diseño y características superiores, y que había sido lanzado al mar dos años antes, en 1865.
Perú pagó por el Huáscar 81,247 libras esterlinas, cifra que al tipo de cambio de cinco pesos
por libra esterlina, arroja la suma de 406,235 pesos (Basadre 1968-70, VI: 9).

Rol de Aurelio García y García en la compra del Manco


Cápac y el Atahualpa
En 1867, la embajada peruana en los Estados Unidos se encontraba confiada al abogado
civilista José Antonio García y García, quien cumplía funciones de Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario. Con el tiempo, José Antonio llegaría a ser presidente del Senado
y ministro de Relaciones Exteriores. García y García recibió el encargo de Prado de finalizar
el irregular trato de los monitores.

En un evidente caso de nepotismo, el capitán Aurelio García y García, hermano menor de


José Antonio, fue nombrado por Prado como agregado en la misma Legación (Salcedo
1867, 126; García y García 1869, 9).

El 19 de noviembre de 1867, José Antonio García y García presentó sus credenciales al


presidente norteamericano (Lanman 1876, 620). Tras asumir funciones de manera oficial,
se dedicó a cumplir uno de los principales encargos del gobierno de Prado, consistente en
acelerar la llegada al Perú de los monitores Manco Cápac y Atahualpa.

Es por ello que el agregado Aurelio García y García recibió el 11 de noviembre de 1867 el
encargo de su hermano, el embajador, consistente en practicar una “inspección preliminar y
facultativa” de los buques adquiridos. Con este fin, se trasladó a Nueva Orleans, donde se
encontraban las naves, y preparó un “detenido examen”, desde el punto de vista naval, sobre
el Oneoto y Catawba.

Escribió Aurelio García y García en su informe: “El conjunto de trabajos hasta adonde es
posible reconocer, están hechos de una manera sólida y esmerada… Las máquinas, calderas,
ventiladores, aparatos de las torres y en general todo lo que pertenece a este departamento,
es de la mejor calidad… Su construcción es esmerada, la calidad de materiales empleados
selectos y su poder militar extraordinario, pudiendo con notable ventaja dar combate hasta
a los buques más fuertes hoy conocidos”.

Por supuesto, hubiera sido impensable que el capitán Aurelio García y García no hubiera
destacado en su informe la disposición fluvial y no marítima
del Oneoto y Catawba. Reconoció que “el sistema especial de estos monitores, construidos
para la defensa de los puertos y ríos de los Estados Unidos durante la última guerra, los hace
carecer de toda cualidad marinera y juzgo por lo tanto, que su navegación al Pacífico o
cualquier viaje de travesía, ofrece grandes peligros”.

García y García indicó que los problemas encontrados “sólo pueden ser vencidos en parte,
emprendiendo ciertas ligeras alteraciones, siendo la más indispensable, colocar dos palos
pequeños que permitan darles algún velamen, librándose así de quedar a merced de la mar,
en caso de parada o cualquier descomposición de la máquina y consiguiendo siempre mayor
estabilidad. Una amurada provisional a proa, y una toldilla o puente entre la torre y la
chimenea, son obras también urgentes.”

García y García señaló también dos limitaciones de los monitores estadounidenses,


relacionadas con su dependencia de otras naves en materia de aprovisionamiento y su
dependencia de las estaciones del año en que podría operar: “La compañía o convoy de un
transporte que suministre carbón y provisiones, es de todo punto indispensable; así como el
escoger las estaciones del año en que deben recorrerse los diferentes paralelos de la travesía”.

Llama la atención que el capitán García no hubiese comentado la crítica lentitud


del Oneoto y Catawba, que descalificaba a estas naves para servir como monitores en el Perú.
En su mejor momento, la velocidad de ambas fue siempre inferior a los seis nudos.

Sin embargo, para García y García, el Oneoto y Catawba permitirían “presentar en aguas del
Perú, los buques más difíciles de navegar que jamás hayan surcado el océano”. Pareciera ser
que para el ubicuo capitán, la utilidad de un navío podía juzgarse en razón a la “dificultad”
que implicase su conducción, y no en términos de su potencia, armamento, máquinas,
velocidad y maniobrabilidad.

El 24 de noviembre de 1867, de vuelta en Nueva York, el agregado Aurelio García y García


envió a su hermano, el Señor Ministro Plenipotenciario del Perú (S. M.) José Antonio García
y García, el informe que éste le había solicitado. En vez de descalificar en su integridad la
compra del Oneoto y Catawba, Aurelio García y García defendió el “concienzudo examen que
hice de esas formidable máquinas de guerra” y dio el visto bueno técnico a la operación
(García y García 1869, 10).

Negociado en la compra de los monitores


Aduciendo que Perú aún se encontraba en guerra con España y que el país necesitaba reforzar
su escuadra, Mariano Ignacio Prado contrató apuradamente la compra de los monitores
fluviales Oneoto y Catawba a la firma estadounidense de Alexander Swift y Co. El trato fue
suscrito en Lima, el 4 de octubre de 1867, cuando a Prado sólo le faltaban ocho días para dejar
de ser presidente de la república.

Desde su gestación, la adquisición de los monitores fue una operación fraudulenta. El 4 de


octubre de 1867, fecha del contrato, el propietario legal de las embarcaciones era el Gobierno
de los Estados Unidos y no la firma vendedora Swift y Co. Sin constatar si el propietario de
las naves era quien decía serlo, y más interesado en formalizar la operación rápidamente,
Prado hizo venir a Lima a Gustavus Ricker, representante de Alexander Swift y Co., y ordenó
firmar en la capital peruana el contrato de compra al ministro de Guerra y Marina Mariano
Pío Cornejo.

En transacción ostensiblemente sobrevaluada, el Perú pagó por los blindados la suma de dos
millones de pesos (Basadre 1968-70, VI: 61). Dicha cantidad fue bastante mayor que la suma
de 1,242,850 dólares, costo original de ambas naves (Congreso de Estados Unidos 1869, 9,
29). Más aún, el 18 de febrero de 1868 la Comisión de la Marina de los Estados Unidos
encargada de la tasación de ambos monitores los avaluó en 755,000 dólares, es decir en casi
medio millón de dólares menos (Congreso de Estados Unidos 1869, 9, 29). El negociado dejó
a la firma vendedora una ganancia estimada en más de un millón doscientos mil dólares.

Las anteriores irregularidades no fueron las únicas detectadas en el proceso de adquisición.


Señalaremos además que el contrato firmado por el gobierno de Prado con Alexander Swift
y Co. no fijó fecha de entrega de las naves al Perú (Congreso de Estados Unidos 1869, 189).
A pesar que en febrero de 1868 los monitores habían sido íntegramente pagados, en esa
misma fecha el Gobierno de los Estados Unidos seguía siendo dueño legal de
ambos. Alexander Swift and Co. ni siquiera los tenía en su poder.

Conservadoramente, se estima que Prado percibió como cohecho por esta operación entre el
10% y el 20% del importe total de la misma, es decir 200,000 y 400,000 dólares (entre 4.5 y
9 millones de dólares del día de hoy). El propio Gustavus Ricker reconoció haber tenido que
efectuar pagos irregulares a los gobernantes peruanos. Interrogado por la comisión
investigadora del Congreso de los EE.UU., Ricker contestó textualmente: “Nosotros tuvimos
que pagar algo en el extranjero [es decir, en el Perú]” (Congreso de Estados Unidos 1869,
248).

La adquisición de los monitores Manco Cápac y Atahualpa también posibilitó el primer


negociado de Prado con William R. Grace, que en ese año aún operaba bajo la razón social
de Bryce, Grace, and Co. El Enviado Extraordinario José Antonio García y García, encargó
directamente a Grace el reclutamiento de las tripulaciones, la compra de provisiones y
municiones, la adquisición y reacondicionamiento de vapores auxiliares y el reclutamiento
de personal y provisión de suministros para dichos vapores (James 1993, 55).

El final de los inservibles monitores de río comprados por Prado


Como era de esperarse, las naves adquiridas a tan elevado precio nunca cumplieron funciones
como monitores en razón a que no fueron diseñadas para operaciones en el mar. Tuvieron
que ser remolcados “de Nueva Orleans a las Antillas, y a la costa atlántica de la América del
Sur, para luego pasar a la del Océano Pacífico. Fue el remolque más largo –quince meses− y
el más peligroso hecho hasta entonces en la historia de la marina de guerra en el mundo”
(Basadre 1968-70, VI: 61).

Durante la Guerra del Salitre, el Manco Cápac fue usado como “batería flotante” en la
defensa de Arica, por lo que tuvo que ser remolcado hasta dicho puerto.
El Atahualpa permaneció anclado en el Callao y sirvió como “batería flotante” debido a que
no podía navegar por el deterioro de sus calderas. Ambos monitores de río fueron hundidos
por sus propias tripulaciones para evitar que cayeran en manos enemigas.

Escribió Basadre (1968-70, VI: 62): “No se llega a comprender cuáles fueron los beneficios
aportados al país con la adquisición del Manco Cápac y el Atahualpa”.

Con lo que el Perú pagó por ambas naves el país pudo haber comprado cinco monitores
como el Huáscar. Sin embargo, Mariano Ignacio Prado no estuvo muy interesado en ese
tipo de consideraciones. Él lo que quería asegurar era el business de las comisiones y
primas que recibían las autoridades del país comprador. La adquisición del Oneoto y
el Catawba fue uno de los negociados que lo hizo rico y para completarlo contó con la
ayuda de los hermanos García y García. De paso, Prado y los García y García grabaron sus
nombres de manera indeleble en uno de los actos de corrupción más comentados en la
Historia del Perú.

Negociado del contrato Raphael


El 11 de marzo de 1876, cuatro meses antes de asumir el mando, Mariano Ignacio Prado
obtuvo del presidente saliente Manuel Pardo su nombramiento como embajador
extraordinario y ministro plenipotenciario del Perú en el Reino Unido. El decreto también
incluyó la designación de Prado como comisionado especial financiero en Europa. Sin lugar
a dudas, el extraño pedido del presidente electo obedeció a las conversaciones que había
sostenido con el negociante Alexander de Laski, enviado de manera secreta a Lima por la
firma Raphael and Sons para negociar un nuevo contrato de venta de un millón
novecientas mil toneladas de guano. Sin embargo, era vox populi en la capital que los
verdaderos beneficiarios de la operación serían Carlos González Candamo y Arturo Heeren,
exconsignatarios del guano en Londres.

Según refiere el historiador Vicuña Mackenna, la primera acción del grupo representado
por Laski “fue levantarse en peso al presidente electo y llevárselo a Londres donde
tuviéronle más o menos un mes encerrado… hasta que firmase un arreglo diverso del que
había firmado ya el agente Riva-Agüero” (Vicuña Mackenna 1880, 349). Una vez suscrito el
convenio, los beneficiarios de la adjudicación conformaron The Peruvian Guano Company
Limited, un nuevo nombre para la antigua compañía beneficiaria de la consignación del
guano en Gran Bretaña (Vicuña 1880, 351).

Como era de suponer, la presencia de Prado en Londres aseguró la viabilidad del


contrato Raphael. La suscripción tuvo lugar el 7 de junio de 1876. El convenio estableció
que a cambio del guano, Perú recibiría un total de 700 mil libras. Dicho importe sería
pagado en partes, mensualmente, por la Peruvian Guano Company. Por su parte, los
antiguos consignatarios González Candamo y Heeren aseguraron la obtención de dos y
medio por ciento de comisión por las ventas de guano, cinco por ciento por los adelantos
hechos al gobierno, la tasa de tres libras y diez chelines en concepto de flete por cada
tonelada de guano de Perú a Europa, y diez chelines por el costo de embarque. Como
observó Vicuña Mackenna, en estos dos últimos casos las sumas pactadas “eran respecto
del costo efectivo tres o cuatro veces superiores al importe verdadero” (Vicuña 1880, 350).
Sin duda, la sobrevaluación era la modalidad favorita de operación de Mariano Ignacio
Prado...

El contrato fue aprobado por el Congreso el 3 de febrero de 1877, fecha en la que Prado –el
encargado de tratar con los intereses representados por la Peruvian Guano– ejercía la
presidencia de la república. En la práctica, el negociado fue legalizado por la misma persona
que lo organizó.

Existían mejores alternativas para el Perú que las ofrecidas por el contrato firmado por
Prado. Puede señalarse las propuestas de la Societé Generale de París –que se
comprometía a entregar 950 mil libras esterlinas por una sola vez– y la del Banco de París
y de los Países Bajos (Basadre 1984, 359). Por ello, no resulta arriesgado inferir que para
aceptar una propuesta por lo menos 250 mil libras menos ventajosa que la de sus
competidores, la Peruvian Guano Company debió haber entregado algún tipo de incentivo
pecuniario a Prado. Hasta el propio Jorge Basadre –siempre tan cauto en sus apreciaciones
sobre los manejos económicos de Prado– afirmó que “el asunto [del contrato Raphael]
necesita detenido estudio. También requiere cuidadoso examen la propuesta hecha
entonces por la Sociedad General de París” (Basadre 1968-70, VII: 29).

Sin duda, con su designación como embajador en Londres, Prado logró asegurar la
recepción de los benéficos efectos personales provenientes de la suscripción del nuevo
contrato de venta de guano con los antiguos consignatarios organizados en la Peruvian
Guano Company Limited.

Sobornos pagados por Henry Meiggs


La historia recuerda a Henry Meiggs como el aventurero estadounidense que se dedicó a
firmar contratos con el gobierno del Perú para construir ferrocarriles con el financiamiento
generado por la extracción del guano. Se estima que el monto de los contratos que el Estado
firmó con Meiggs para el tendido de vías férreas ascendió a ciento sesenta millones de soles
(más de 3,200 millones de dólares del día de hoy). Las principales vías férreas construidas
fueron la de Arequipa a Mollendo, inaugurada en 1871, y el ferrocarril del Callao a La
Oroya, del que se avanzó 140 de los 224 kilómetros originalmente planeados.

Conocido en los salones de las casas acomodadas de Lima como Don Enrique, Henry
Meiggs fue uno de los principales medios que Prado y sus amigos íntimos usaron para
enriquecerse. Las prácticas de soborno a que acudió Meiggs para viabilizar los negocios que
se proponía realizar con el gobierno del Perú se encuentran ampliamente documentadas.
Como escribe Watt Stewart, su principal biógrafo, “no puede dudarse que Henry Meiggs
recurriese al soborno para obtener sus fines. A través de ese medio manejó a los hombres
que manejaban el Perú” (Stewart 1968, 47). Según Márquez (1888, 66), Don
Enrique repartió sobornos por un valor mayor a diez millones de soles (más de 205
millones de dólares del día de hoy).

Con este dinero, Meiggs compró el patrocinio de sucesivos presidentes, amigos


presidenciales, ministros, congresistas, jueces y dueños de periódicos. El propio Don
Enrique describió el peculiar procedimiento que desarrolló para concertar en su favor las
voluntades políticas en el Perú. En conversación con William Clarke, comisionado especial
del Comité Internacional de Tenedores de la Deuda y autor del informe Peru and Its
Creditors, Meiggs confesó que la única manera de tratar con los sucesivos gobiernos
peruanos era dejar que cada uno de ellos fijase libremente su precio. “A continuación,
[Meiggs] añadía al precio del contrato las sumas exigidas por el presidente y sus
amigos” (Clarke 1877, 118). Los valores agregados por Meiggs constituían un
verdadero markup de la corrupción. Fueron un componente obligatorio al calcularse los
costos finales de sus proyectos ferroviarios.

En 1877, el presidente Prado participó en dos negociados con Meiggs. El primero se


viabilizó en el contrato entre el gobierno y Don Enrique, firmado el 3 de febrero de ese año,
bajo cuya protección éste último –a través de la Compañía de Obras Públicas y Fomento
del Perú– emitió sin respaldo metálico billetes circulares por valor de 1,030,000 soles, a los
que pronto se conoció como billetes de Meiggs.

Rechazados estos billetes por los bancos de Lima, la crisis de confianza desatada llevó a la
realización del segundo negociado entre Prado y Meiggs. La operación fue formalizada el 17
de agosto de 1877. Consistió en la dación de un decreto presidencial otorgando el sello fiscal
a la emisión original de billetes efectuada por Meiggs (1,030,000 soles) y autorizando la
impresión adicional de 4,303,333 soles, lo que elevó la magnitud potencial de circulación de
estos instrumentos hasta el monto de 5,333,333 soles. El artículo séptimo del mencionado
instrumento legal estableció que el gobierno peruano garantizaba la operación, haciéndose
responsable del pago del total de los billetes emitidos por Meiggs (Stewart 1968, 325).

Se estima que por conferir el respaldo gubernamental a los billetes de Meiggs, Mariano
Ignacio Prado y sus amigos cobraron la suma de quinientos mil soles (más de diez millones
de dólares del día de hoy). La información sobre el soborno a Prado fue incluida en la carta
del 12 de agosto de 1877 dirigida por Charles H. Watson, gerente de negocios de Don
Enrique, a John G. Meiggs, su antecesor en el cargo. El cohecho también recibió la atención
de Michael P. Grace, quien lo describió el 13 de septiembre de 1877 en carta dirigida a su
hermano William. R. Grace. Como escribió James, biógrafo de este último, “quinientos mil
soles en las manos adecuadas produjeron un decreto gubernamental legalizando [los
billetes de Meiggs] hasta el límite de 5,333,333 soles” (James 1993, 122, 338). Obviamente,
las manos apropiadas fueron las finas y bien cuidadas del presidente Mariano Ignacio
Prado quien, como se sabe, gustaba no sólo de escribir proclamas patrióticas sino también
se enorgullecía de redactar sus propios decretos supremos.

La legalización de sus billetes fue el último business para cuya realización Meiggs debió
comprar a un presidente peruano. Mes y medio después de la transacción, Don
Enrique murió, en olor de santidad, en la ciudad de Lima. Previamente, el 18 de agosto de
1877, el sobornador más grande en la historia del Perú dirigió una carta personal a Mariano
Ignacio en la que calificó la concesión del respaldo gubernamental a sus billetes como “una
de las páginas más brillantes” de la administración Prado (Stewart 1968, 326).
Billetes de Meiggs, en denominaciones de uno y cinco soles, con la firma de
Don Enrique. Fueron emitidos sin respaldo metálico. Para aplicarles el sello
de la garantía fiscal, Prado y sus amigos recibieron un soborno equivalente a
más de diez millones de dólares del día de hoy.

José María Químper, hombre de confianza de Prado,


principal receptor de sobornos de Meiggs
De acuerdo con Ernst Wilhelm Middendorf, quien fuera médico personal de Meiggs, éste
mantenía un registro pormenorizado con las iniciales de los nombres de los políticos a los
que había sobornado y las cantidades entregadas a cada uno de ellos. Según el facultativo
alemán, “el doctor JMQ” fue el político que recibió la mayor cantidad de sobornos de Meiggs:
1,145,000 soles de la época ó 23.5 millones de dólares del día de hoy (Middendorf 1894, 229).

Si bien el médico germano no fue explícito, las iniciales JMQ pertenecen al abogado José
María Químper, hombre de confianza de Mariano Ignacio. Debe recordarse que en febrero
de 1865, Químper fue de los primeros en unirse al levantamiento de Prado, ocurrido en la
ciudad de Arequipa. En noviembre de ese año, Químper fue nombrado ministro de gobierno
de la dictadura de Prado. Catorce años después, en julio y noviembre de 1879, el abogado
Químper se desempeñó como ministro de Hacienda del último régimen pradista.

Debe hacerse notar que los sobornos recibidos por Químper no fueron únicamente para
sobornar a Prado, o para coimear al corrupto abogado. Los cohechos pagados por Meiggs
también fueron entregadas a congresistas de la república.
El abogado JMQ, José María Químper, uno de los principales secuaces de
Mariano Ignacio Prado y el más importante receptor de coimas entregadas
por Henry Meiggs.

Negociado de la compra de carne para las fuerzas


peruanas en el sur
Antes de declararse Director Supremo de la Guerra y trasladar su residencia de Lima a Arica,
Mariano Ignacio Prado no podía perder la oportunidad de realizar algunos negocios. Esta vez
se trató de la compra de provisiones para las fuerzas peruanas que operaban en el sur del
país. Como escribió Mariano Felipe Paz Soldán, Prado “aglomeró grandes cantidades de
víveres en Iquique, Pisagua y Arica; contrató la provisión de carne con empresarios que traían
el ganado desde la República Argentina” (Paz Soldán 1884, 292).

En varias de estas transacciones, el gobierno pagó sobreprecios, justificando dicha política


en las dificultades impuestas por la guerra, la geografía y el clima de la zona. El coronel
Belisario Suárez, tras la batalla de San Francisco, fue quien puso al descubierto, sin
proponérselo, las prácticas de sobrevaluación adquisitiva de Prado. En parte dirigido a la
superioridad el 23 de noviembre de 1879, Belisario Suárez denunció: “La marcha estaba
mandada, y se emprendió sin recurso alguno, porque aún cuando el gobierno tiene celebrado
con los señores Puch, Gómez y Cía. un contrato de provisión de carne, en el cual se ha pasado
sobre lo excesivo del precio en cambio de la seguridad del suministro, se ha visto del todo
burlada esa provisión en el momento en que debió lograrse el fruto de ese sacrificio aceptado
sólo a tal precio; y la provisión que fue regular mientras la resistencia en los pueblos la hizo
innecesaria, se suspendió en los días mismos que debimos confiar en esa seguridad que
creíamos deber a la no pequeña retribución del fisco” (Vargas 1979, 533). Basadre recogió la
queja del coronel peruano contra la referida empresa argentina (Basadre 1968-70, VIII: 127).

A pesar de haber pagado el Perú –por acción de Prado– un sospechoso sobreprecio por los
víveres, ni carne, ni provisiones en cantidad suficiente caracterizaron la logística del ejército
peruano del sur. En el crítico mes de noviembre de 1879, las fuerzas peruanas se encontraban
faltas de víveres (Caivano 1904, 337) y al borde de la inanición (Markham 1882, 152). Puede
señalarse dos ocasiones en las que se hizo notar la ausencia de las provisiones de carne. En
la primera, Paz Soldán relata que en la marcha de las tropas peruanas a San Francisco, el 18
de noviembre de 1879, la ración ascendió a “cuatro onzas de charqui y una muy escasa
cantidad de agua por cabeza” (Paz Soldán 1884, 319). La segunda se observó en la retirada
de las fuerzas peruanas de Tarapacá, que en su larga y penosa marcha hacia Arica
encontraron en “la carne de los fatigados caballos o borricos… un manjar exquisito. En
Jaiña, a veinticinco leguas de Tarapacá, recibieron los primeros y únicos auxilios que el
General Prado envió de Arica antes de retirarse a Lima. El charqui, galleta y arroz fueron
para jefes, oficiales y tropa como exquisitas viandas en día de gran convite” (Paz Soldán
1884, 360).

Durante el gobierno de Leguía, a través de la ley 4075 del primero de mayo de 1920, la
empresa a la que Prado pagó sobreprecio por la carne que no llegó cuando era
necesaria, Puch, Gómez y Cía., fue reconocida en su reclamo de 164,450 libras “por la
provisión de suministros al Ejército Peruano durante la guerra del Pacífico”. Los congresistas
favorecieron con esa ley a la empresa argentina que dejó sin abastecimiento de carne al
ejército peruano en noviembre de 1879. Obviamente, no leyeron –o no prestaron atención–
al parte de 1879 en el que el coronel Belisario Suárez puso en evidencia la política de
sobrevaluación en las compras de carne ejecutadas por Mariano Ignacio Prado.

Negociados con William R. Grace and Co. y Grace


Brothers and Co.
Otra de las fuentes fundamentales de enriquecimiento de Mariano Ignacio Prado estuvo
constituida por los negociados que realizó con las firmas William R. Grace and Co. y Grace
Brothers and Co. Prado mantuvo una “amistad” de décadas con el contratista William R.
Grace, con quien intercambió correspondencia sobre oportunidades de negocios a través del
Estado Peruano. Puede citarse que en las cartas cursadas entre Prado y Grace, conservadas
en los archivos de William R. Grace en Estados Unidos, los dos actores del drama peruano
tratan sobre operaciones relacionadas con la consignación y venta de salitre. Estos
negociados se formalizaron cuando Prado otorgó a Grace el monopolio por cuatro años del
embarque de nitrato de sodio destinado a los mercados estadounidense y europeos. La
distribución del salitre en los Estados Unidos quedó a cargo de W. R. Grace and Co. en tanto
que de la distribución en Europa se responsabilizaron los socios de Grace, es decir la banca
de inversión Baring Brothers (James 1993, 126).

En sus comunicaciones, Prado y Grace también discutieron alternativas de negocios


personales. Por ejemplo, a mediados de la década de 1870, y sin perturbarse ninguna de las
partes por el conflicto de intereses inherente, Grace compró una docena de caballos de pura
sangre para Prado (de Secada 1985, 610). Inclusive, en el crítico año 1879 –en el que Chile
declaró la guerra al Perú y en el que el presidente desertor huyó a Estados Unidos– Grace
Brothers and Company operó como banca financiadora de préstamos comerciales para
Prado (Quiroz 2008, 172).
William R. Grace, enriquecido contratista proveedor de la Marina y el
Ejército Peruanos. Entre el equipamiento que adquirió se incluyeron los
torpedos Lay, las lanchas torpederas Herreshoff, rifles, municiones y hasta
una costosa y no muy útil batería flotante avaluada en más de 43 millones de
dólares del día de hoy (de Secada 1985, 612-613).

La guerra con Chile alteró en un doble sentido la relación entre ambos personajes. De un
lado, tornó problemática la extracción del salitre de Tarapacá debido al control chileno del
área; del otro brindó a Grace la oportunidad de dedicarse al lucrativo tráfico de armas. Éste
se tornaba especialmente atrayente debido a que las transacciones se realizaban en secreto y
eran pagadas en efectivo. Fue así como W. R. Grace and Co. se convirtió en la principal
empresa proveedora de armamento del gobierno peruano. Con el tráfico de pertrechos, Grace
reforzó su condición de agente oficial del gobierno peruano en Nueva York y San Francisco,
nombramiento conferido por el presidente Prado en 1876 (de Secada 1985, 610-611).

Los principales negociados de Mariano Ignacio con William R. Grace and Co. se
viabilizaron a través de las comisiones y utilidades provenientes del comercio de
armamento en que la mencionada firma incurrió con el fin de atender las demandas de
Prado. Se estima que entre mayo de 1879 y agosto de 1880, W. R. Grace adquirió
armamento y material de guerra para el Perú por un importe mínimo de US$3,260,975
(más de setenta y dos millones de dólares del día de hoy). Este monto no incluye las
comisiones percibidas por Grace. Ochenta y cinco por ciento de las compras de pertrechos
realizadas a través de Grace (US$2,769,575 de la época, es decir más de 61 millones de
dólares del día de hoy) fueron ordenadas por Mariano Ignacio Prado.

Cabe preguntarse cuál fue el importe de las comisiones de William R. Grace and Co. y cuál
el cohecho recibido por Prado. Puede estimarse el monto teniendo en cuenta que en
períodos de paz, Grace cobraba una comisión de 5% sobre los importes facturados al
Gobierno (James 1993, 55). Sin embargo, entre mayo y diciembre de 1879, las compras
fueron realizadas en plena guerra con Chile, estando vigente la legislación internacional que
obligaba a las naciones neutrales a no vender armamento a países en guerra. Para eludir
esta limitación, Grace debió efectuar diversas gestiones destinadas a encubrir y disimular
los embarques y asegurar su llegada al Perú. Según estimados conservadores, no sería de
extrañar que encontrando justificación en la existencia de estas dificultades, la comisión
de Grace por tráfico de armamento haya ascendido a 15% ($415,000). De esta suma, dos
terceras partes habrían sido apropiadas por Grace ($278,000), en tanto que una tercera
parte ($137,000, ó tres millones de dólares del día de hoy) habría ido a parar a los bolsillos
de Mariano Ignacio Prado.
Compras de armamento ordenadas por Prado a través de W. R. Grace and Co.
Desfalco de los donativos para la guerra con Chile
El 7 de abril de 1879, Mariano Ignacio Prado redactó el decreto creando la Junta Central
Administradora de Donativos para la guerra con Chile. La Junta quedó encargada de
efectuar una colecta pública con la que se financiaría la compra de armamento y pertrechos.
A noviembre de 1879, la recaudación por este concepto ascendió a más de seis millones de
soles de la época, es decir 123 millones de dólares del día de hoy.

Cuando Prado fugó del país, el 16 de diciembre de 1879, alegó como excusa que sólo él
podría adquirir en el extranjero las armas y material de guerra que el Perú necesitaba.
Muchos peruanos sospecharon que al desertar, Prado llevó consigo parte de los donativos.
Como describe Astiz, “de acuerdo con todas las evidencias disponibles, las armas nunca
llegaron y el dinero con el cual iban a ser compradas nunca fue devuelto al Tesoro peruano.
Prado tampoco volvió al país [hasta 1887]. La posibilidad que este dinero haya constituido
una contribución importante a la riqueza de la familia Prado se menciona en el Perú muy a
menudo, aunque no por escrito” (Astiz 1969, 39).

Frente a esta acusación, debe mencionarse que cuando Prado llegó a Nueva York, uno de los
antiguos “amigos” que acudió a recibirlo fue William R. Grace. En cartas de éste fechadas el
26 de enero y 28 de febrero de 1880, dirigidas a Grace Brothers and Co. y al capitán de
navío de la Armada Peruana Luis Germán Astete respectivamente, el magnate relató que
Prado había llegado a Nueva York sin autoridad oficial y, lo que era peor, declaraba no
contar con la cantidad de dinero necesaria para efectuar adquisiciones de material bélico.
Textualmente, Grace escribió: “Al salir del Perú [Prado] no se llevó un gran fardo de
dinero”. (James 1993, 135). Respecto de esta afirmación, sería necesario precisar que
Prado afirmaba no poseer un gran fardo de dinero para adquirir armamento, puesto que a
él –personalmente– no le interesaba adquirir pertrechos de guerra. Sin embargo, sí poseía
en sus cuentas personales los importantes caudales acumulados a lo largo de años gracias al
poder político que detentó en el Perú.

Basadre calificó como infamante la versión del desfalco de Prado. Escribió el historiador
peruano: “La versión de que Prado se llevó consigo el dinero destinado a la compra de
nuevos barcos es calumniosa. Como se ha narrado ya, dichos fondos los llevó a Europa Julio
Pflucker y Rico. Hacía tiempo que funcionaba en el Perú el sistema de los bancos y las
traslaciones de fondos en gran cantidad del país al exterior o viceversa hacíanse por
cheques y no por la movilización de los billetes o monedas en el equipaje de los viajeros”
(Basadre 1968-70, VIII: 180). De esta manera, Basadre participó de la opinión que, al fugar
del Perú, Prado sólo recibió del Estado Peruano la cantidad de tres mil libras esterlinas.
Dicho dinero le fue entregado para su viaje por el “doctor JMQ”, el mismo recolector de los
sobornos de Meiggs, es decir su ministro de Hacienda José María Químper.

Se hace necesario analizar la sentencia de inocencia dictada por Basadre en favor de Prado.
El argumento del historiador peruano es el siguiente: (i) como fue físicamente evidente que
Prado no extrajo del país billetes y monedas, y (ii) como ya era factible en ese tiempo hacer
transferencias al exterior mediante cheques, (iii) es una calumnia acusar a Prado del robo
de los fondos para la compra de armamentos.

Expliquemos el porqué de la falta de validez del anterior argumento. En principio, debe


reconocerse que sería una ingenuidad intentar extraer caudales del Perú en la forma de
billetes y monedas. No era de esperarse que Prado fugara con valijas repletas de libras
esterlinas o dólares, más aún teniendo como Ministro de Hacienda al doctor JMQ, abogado
ducho en manejos financieros y que por sus méritos en la materia fue el encargado de
recibir las coimas en los gobiernos anteriores del desertor. Como reconoció Basadre, las
transferencias de fondos al exterior se ejecutaban “por cheques”, específicamente mediante
letras de cambio giradas sobre Londres, Nueva York u otros mercados extranjeros.
Exactamente ésa fue la modalidad de fuga de capital usada por el desertor.

La decisión final de desertar fue tomada por Prado el 16 de diciembre de 1879, luego de la
reunión que sostuvo con los comisionados de los vecinos notables que se habían reunido en
el Club Literario y que le comunicaron la exigencia de rendir cuentas sobre el manejo de la
guerra y la imperiosa necesidad de castigar a los culpables de la debacle. Debe mencionarse
que la reunión en el Club Literario fue presidida por el Obispo de Lima, Pedro José
Tordoya, quien simultáneamente estaba a la cabeza de la “Junta Administradora de
Donativos para la Guerra de Chile”.

Prado consideró dichos acuerdos como un verdadero ultimátum que no estaba en


posibilidades de satisfacer. De manera que decidió escapar del país, cuanto antes, mejor.

Con este fin Prado enfrentó el reto de cómo sustraer los dineros existentes en el Perú
provenientes de los negociados, coimas, sobornos y robos que había ejecutado
aprovechando el poder político. El presidente entendió que tenía que comprar en Lima
giros sobre el exterior que facilitaran la evasión de los fondos. En ese momento, dichas
operaciones se encarecían por la especulación reinante sobre el cambio extranjero,
consecuencia de los desastres de la guerra y de la inestabilidad política. Para enfrentar la
especulación que afectaba sus compras, Prado dictó el 17 de diciembre de 1879 el último
Decreto Supremo de su Gobierno. Se trató de un dispositivo que fijó nuevas reglas para la
venta en el Perú de letras de cambio sobre mercados extranjeros. El decreto prohibió a
corredores y negociantes intermediar estas operaciones, con lo que Prado procuró reducir
la especulación. De igual manera prohibió endosar las letras giradas.

Por supuesto, el oportuno Decreto Supremo sobre letras de cambio sobre el exterior
fue firmado por Su Excelencia y por el doctor JMQ, Ministro de Hacienda.

Existen testimonios que indican que entre el 16 y el 18 de diciembre de 1879, Prado tomó
giros sobre Londres “a todos precios” lo que trajo consigo, inicialmente, la depreciación
temporal de la moneda peruana. Cuando desapareció la demanda de Prado por estos
instrumentos, el cambio se apreció (Bossi 1880, 41-42).

De manera que el misterio de cómo hizo Prado para fugar fondos del país comienza a
aclararse. Lo que salió del Perú no fueron billetes y monedas; fueron letras de cambio sobre
Londres.

Los manejos de Prado pueden percibirse con mayor nitidez cuando se considera que el
desertor viajó al extranjero en compañía del cónsul de El Salvador en Lima, Jorge Tezanos
Pinto. En caso de verse descubierto durante el viaje, y teniendo en consideración que no
viajaba con su propia identidad sino bajo el nombre de John Christian, sólo en ese
momento el desertor entregaría a su amigo Tezanos Pinto, en sobre cerrado, la
documentación de las letras de cambio. Tezanos protegería dichos instrumentos con su
inmunidad diplomática. Asimismo, ante preguntas indiscretas del cónsul, Prado podría
explicar que las letras de cambio eran los papeles necesarios para financiar la compra de
armamento en Londres.
El último Decreto Supremo de Prado fechado el 17 de diciembre de 1879, un
día antes de fugar: Reglamento de corredores de letras de cambio (cambio
extranjero)
Testimonio sobre las operaciones de Prado en el mercado de letras sobre el
exterior
(Bossi 1880, 41-42)

Los fondos que Prado sustrajo del Perú


Una parte de ellos proviene de los donativos recibidos para la guerra. Prado debió haber
rendido cuentas sobre el uso de los fondos recibidos. De igual manera, Prado debió explicar lo
que sucedió con la contabilidad de donativos de los meses de octubre y diciembre de
1879, períodos para los cuales no existe información, siendo el último mes el de la fuga de
Prado.

Está todavía por escribirse la historia detallada de la apropiación de los fondos donados para
la guerra con Chile. Ella hubiera requerido recoger las versiones sobre el desfalco
provenientes del cónsul de El Salvador en Lima, Jorge Tezanos Pinto, del capitán de fragata
José Gálvez Moreno y del militar Celso Zuleta que acompañaron a Prado en su fuga, en
calidad de ayudantes o edecanes.

Al margen de cuál sea la magnitud del desfalco de los donativos para la compra de
armamento, queda claro que durante los ocho años que permaneció en el extranjero, Prado
tuvo acceso a cuantiosos recursos a los que apeló para llevar una vida bastante holgada. Así
lo demuestran sus estadías en Nueva York y París, el inmueble de su propiedad en esta última
ciudad, y la posibilidad de llevar una vida a cuerpo de rey sin necesidad de trabajar. Los
dineros que financiaron a Prado entre 1879 y 1887 fueron provistos con largueza por los
negociados descritos en las secciones precedentes.
Balance al 30 de noviembre de 1879 de la “Junta Administradora de
Donativos para la Guerra de Chile”
(Rodríguez 1916, XIII: 25-26)

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© César Vásquez Bazán, 2011


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Octubre 30, 2011

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