Robos y Coimas de Mariano Ignacio Prado
Robos y Coimas de Mariano Ignacio Prado
A lo largo de los cinco años y cinco meses que desempeñó la primera magistratura, el
desertor Prado no perdió oportunidad para utilizar el poder en provecho propio. Dispuso la
emisión de decretos, la firma de contratos y la realización de operaciones por las que recibió
sobornos y favores de los afortunados beneficiarios. No desaprovechó ocasión pequeña ni
grande para obtener cohechos de las partes que contrataban con el Estado, sean éstas
Henry Meiggs o William Grace, los consignatarios del guano o los proveedores de carne
para las tropas peruanas. José María Químper, abogado de su más entera confianza y uno
de sus principales operadores políticos, fue el principal receptor de los sobornos entregados
por Henry Meiggs. Prado se fue a la tumba sin haber podido levantar las sospechas de
haber desviado en su favor parte de los fondos recaudados en la colecta pública de 1879
organizada para la compra de armamento.
Es por ello de extrañar la opinión de Gilbert cuando escribió que “los detalles disponibles
del desarrollo económico inicial de la familia [Prado] son imprecisos” (Gilbert 1981, 748).
Los pormenores del enriquecimiento del primer Prado –el Mariano Ignacio Prado del
oprobio como lo llamara González Prada– existen. Están allí, esperándonos para contarnos
su verdad, desparramados en la historia del Perú de la segunda mitad del siglo XIX.
Para que el lector pueda formarse una idea aproximada del valor actual de los negociados
de Prado, puede estimarse que un dólar de 1879 tenía un poder adquisitivo de 22.20 dólares
del año 2009. La fuente de esta estimación es Measuring Worth. Asimismo, en 1879 el sol y
el dólar se cambiaban casi a la par: debía pagarse 1.08 soles por dólar.
José María Químper, “el doctor JMQ”, principal receptor de coimas para Mariano Ignacio Prado
Debe analizarse en qué consistió la “noble actitud” de Mariano Ignacio Prado hacia Chile.
Con este fin, el lector debe remontarse a septiembre de 1865. En esa fecha Chile había
declarado la guerra a España en respuesta a la exigencia de la escuadra hispana de saludar la
bandera de la Madre Patria con una descarga de veintiún cañonazos en desagravio por
supuestas ofensas del país del Mapocho. El problema con la citada declaración de guerra fue
que las fuerzas armadas de Chile –en especial su diminuta flota naval– no estaban en
capacidad de enfrentar el poderío español (Collier 1996, 118). La armada española, al mando
del almirante Pareja, estaba conformada por ocho buques de guerra con un total de 245
cañones. Basadre la calificó como “la escuadra más formidable que había hendido las aguas
del Pacífico americano” (1968-70, V: 324). Frente al poderío hispano, poco podía hacer la
marina de guerra del país del sur. La escuadra chilena –si podía llamarse tal– estaba
conformada por sólo dos naves: la corbeta Esmeralda, artillada con dieciocho cañones, y el
transporte Maipu, premunido de cuatro (Burr 1965, 98).
Tras analizar la difícil situación, el gobierno chileno concluyó que la única manera como
podría enfrentar a España con alguna esperanza de victoria sería si lograse contar con la
intervención en su favor de la armada peruana, considerada en ese momento como la más
poderosa de Sudamérica. Sin embargo, la situación política del Perú no aseguraba su
participación en defensa de Chile.
En su visita al campamento de los insurgentes, en Chincha Alta, Ica, Vicuña Mackenna pudo
constatar que el presidente Pedro Diez Canseco prefería resolver primero favorablemente el
enfrentamiento político con Pezet y luego acudir en ayuda de Chile. En cambio, Mariano
Ignacio Prado –que previamente había mantenido conversaciones con Domingo Santa
María, embajador extraordinario y ministro plenipotenciario chileno en Lima– se mostró
como el partidario más radical de la solidaridad inmediata con Chile (Basadre 1968-70, V:
289). Mariano Ignacio Prado quedó impresionado por Vicuña Mackenna. Años después,
cuando Prado residía en el país del sur, apoyó a Vicuña Mackenna en las elecciones
presidenciales chilenas de 1876, según propia confesión (Basadre 1968-70, VIII: 176).
Al terminar su visita, el chileno Vicuña Mackenna registró como punto vulnerable de los
insurrectos la precariedad de recursos que imperaba entre ellos, carencia que le sugirió
posibles alternativas para influenciarlos y obtener a través de ellos el apoyo de la escuadra
peruana.
La visita de Benjamín Vicuña Mackenna fue seguida de la gestión directa del propio Santa
María. Éste se acercó a la base de Chincha Alta para plantear abiertamente que la escuadra
peruana rebelde viajara a Chile para atacar a los barcos españoles, es decir la misma
propuesta que venía siendo defendida por Prado. Rechazado nuevamente el plan por decisión
del presidente Pedro Diez Canseco, Santa María concentró sus esfuerzos en lograr la adhesión
de Mariano Ignacio Prado, a quien endosó el apoyo político y la ayuda financiera del gobierno
del Mapocho (Burr 1965, 98).
Fue así como el oro chileno colaboró para que el 6 de noviembre de 1865 las fuerzas rebeldes
de Pedro Diez Canseco y Mariano Ignacio Prado ingresaran a Lima y tomaran Palacio de
Gobierno. Veinte días después, Prado fue proclamado Dictador del Perú.
En agradecimiento al apoyo chileno en el golpe de estado contra Pezet, cuando contaba sólo
ocho días en el poder, el 5 de diciembre de 1865, la dictadura de Mariano Ignacio Prado
suscribió el Tratado de Alianza Ofensiva y Defensiva con Chile. Por medio de este convenio,
Chile aseguró la participación de la escuadra peruana en su defensa. Más aún, la colocó bajo
su dirección efectiva, en tanto se encontrara en aguas chilenas. Cuatro naves peruanas fueron
asignadas para la salvaguardia del país del sur: las fragatas Apurímac y Amazonas y las
corbetas Unión y América. Las naves fueron comandadas por los marinos peruanos Sánchez
Lagomarsino, Mariátegui, Miguel Grau y Manuel Ferreyros, respectivamente.
El pago de 3,400 pesos entregado a Mariano Ignacio Prado en 1870 es sólo uno de los
desembolsos que recibió del gobierno de Chile, país en el cual permaneció entre enero de
1868 y 1873. Dicha remuneración aparece incluida en el Presupuesto del Ministerio de
Guerra de Chile para el año 1870, Sección de Ejército, Gastos Fijos y Permanentes, Partida
2a., Plana Mayor General, Ítem 3.
Prado reconoció poseer inversiones en las minas citadas en la entrevista que sostuvo con
Joaquín Godoy Cruz –el embajador chileno en el Perú– el 20 de marzo de 1879. En el
rancho que tenía en el exclusivo balneario de Chorrillos, Prado recordó al ministro del país
del sur que “su fortuna estaba invertida en una empresa dedicada a la explotación del
carbón” y que él deseaba la paz no sólo como muestra de gratitud hacia el país que lo había
acogido con amabilidad durante su exilio sino, inclusive, por su propio interés personal
(Bulnes 1920, 152). En 1888 Prado vendió el negocio a la Compañía de Minas de
Arauco por la suma de un millón setecientos cincuenta mil pesos de treinta peniques (cerca
de 45 millones de dólares del día de hoy), sin duda una cifra abultada para quien sólo
pagaba regalías por el carbón extraído de la propiedad de otros capitalistas (Sociedad
Carbonífera del Carampangue 1906, 4-5).
Los rendimientos de las inversiones de Prado pueden entenderse como la recompensa por
prestarse a promover los objetivos de la política exterior chilena. Su interposición con el fin
de colocar a la escuadra peruana al servicio de Chile, en las difíciles circunstancias por las
que atravesaba el país del sur, permitieron a esta ingrata nación enfrentar exitosamente a
España. En tanto que el Perú perdió la fragata Amazonas en el conflicto, la nación del
Mapocho recibió de la nación del Rímac la suma de 1,130,000 soles (23 millones de dólares
de hoy) en concepto de contribución del Perú para defender a Chile. Los únicos
desembolsos que debió efectuar el país del sur para obtener estos resultados fueron
financiar la revuelta de Mariano Ignacio Prado, en septiembre de 1865, nombrarlo general
de división y entregarle la explotación de minas de carbón de piedra en la región de Arauco.
   Durante la Guerra del Salitre, Mariano Ignacio Prado mantuvo comunicación con su
   concuñado y asociado de negocios, el chileno Carlos von der Heyde. Sus cartas eran
seguidas por el gobierno chileno, como lo prueba el informe del 19 de abril de 1879 envíado
     por el Intendente de Valparaíso, Eulogio Altamirano, al ministro Antonio Varas.
                                      (Varas 1918, 33)
   Informes de la Sociedad Carbonífera del Carampangue dan cuenta que
   Mariano Ignacio Prado recibió en 1888 la suma de un millón setecientos
  cincuenta mil pesos de treinta peniques por sus negocios de extracción de
                     carbón de piedra de Quilachanquín
                (Sociedad Carbonífera del Carampangue 1906, 4-5)
El general de división chileno Mariano Ignacio Prado Prado aparece en la lista de empresas
e individuos de confianza de Edwards Ossandón a quien éste había prestado dinero sin
necesidad de firmar pagarés, escrituras públicas de obligación, ni garantías por los capitales
recibidos.
Para que pueda apreciarse la relación especial existente entre Edwards y Prado, debe
anotarse que la deuda de éste último jamás fue enviada a cobranza judicial ni tampoco fue
considerada de recuperación difícil. En orden de magnitud, Mariano Ignacio Prado es el
tercer deudor de Edwards Ossandón, a quien adeudaba el 30 de septiembre de 1880, en plena
guerra de Chile contra el Perú, la suma de 158,788 pesos chilenos con 95 centavos. Aplicando
la metodología de valorización de Nazer, Prado debía a Edwards el equivalente de 22 millones
de dólares del día de hoy.
Como afirma el historiador Nazer Ahumada (382), “sorprende la presencia del empresario y
político peruano Mariano Ignacio Prado” en la lista de deudores. Nótese que Edwards
Ossandón sólo había prestado más dinero a su hijo, Agustín R. Edwards Ross y a la empresa
de su cuñado −y uno de los manejadores de Prado en Chile− Guillermo G. Délano y Cía.
Tratando de encontrar una respuesta al inusitado apoyo financiero de Edwards a Prado, debe
recordarse que el capitalista chileno era dueño de inversiones mineras y en la industria del
salitre ubicada en el litoral boliviano. Por lo tanto, veía a Prado −que se disponía a regresar
al Perú y ser candidato a la presidencia en las elecciones generales de 1876− como el
instrumento que le permitiría expandir su presencia empresarial en el departamento
salitrero peruano de Tarapacá.
Así es mis estimados lectores. Mientras Grau, Bolognesi, Alfonso Ugarte, Leoncio Prado y
miles de valientes entregaban la vida defendiendo al Perú, Mariano Ignacio Prado seguía
atendiendo desde Estados Unidos y Europa sus negocios con la oligarquía y plutocracia
chilenas representadas por los sucesores del finado Agustín Edwards Ossandón.
Desde los años del golpe de estado contra Pezet, Mariano Ignacio Prado se constituyó en
 asolapado instrumento político y económico de la oligarquía chilena. Cuando vivió en el
  país del sur, a partir de 1868, se acentuó su dependencia del chileno Agustín Edwards
Ossandón, representante por excelencia de la clase dominante chilena, a quien debía el 30
        de septiembre de 1880 la suma de 158,788 pesos chilenos con 95 centavos.
 El monitor de río Manco Cápac, adquirido fraudulentamente por Mariano
Ignacio Prado en 1867, en lo que representa el mayor caso de corrupción en
           la compra de armamento por el Perú en el siglo XIX.
La compra de ambas naves fue una operación dañina a los intereses nacionales. Dos son las
principales razones que sustentan esta afirmación.
La primera de ellas fue que Perú necesitaba monitores blindados que pudiesen asegurar la
soberanía del país en el Océano Pacífico, algo que ambas naves no podían hacer debido a que
eran embarcaciones de río, no habían sido diseñadas para la navegación marítima.
El Oneoto y Catawba fueron construidas como monitores fluviales para patrullar las aguas
del río Misisipi en Estados Unidos y no para la navegación marítima; eran por tanto inútiles
para la defensa nacional del Perú. Fueron dadas de baja a la finalización de la Guerra Civil en
Estados                                                                               Unidos.
Es por ello que el agregado Aurelio García y García recibió el 11 de noviembre de 1867 el
encargo de su hermano, el embajador, consistente en practicar una “inspección preliminar y
facultativa” de los buques adquiridos. Con este fin, se trasladó a Nueva Orleans, donde se
encontraban las naves, y preparó un “detenido examen”, desde el punto de vista naval, sobre
el Oneoto y Catawba.
Escribió Aurelio García y García en su informe: “El conjunto de trabajos hasta adonde es
posible reconocer, están hechos de una manera sólida y esmerada… Las máquinas, calderas,
ventiladores, aparatos de las torres y en general todo lo que pertenece a este departamento,
es de la mejor calidad… Su construcción es esmerada, la calidad de materiales empleados
selectos y su poder militar extraordinario, pudiendo con notable ventaja dar combate hasta
a los buques más fuertes hoy conocidos”.
Por supuesto, hubiera sido impensable que el capitán Aurelio García y García no hubiera
destacado     en      su     informe     la    disposición    fluvial   y    no     marítima
del Oneoto y Catawba. Reconoció que “el sistema especial de estos monitores, construidos
para la defensa de los puertos y ríos de los Estados Unidos durante la última guerra, los hace
carecer de toda cualidad marinera y juzgo por lo tanto, que su navegación al Pacífico o
cualquier viaje de travesía, ofrece grandes peligros”.
García y García indicó que los problemas encontrados “sólo pueden ser vencidos en parte,
emprendiendo ciertas ligeras alteraciones, siendo la más indispensable, colocar dos palos
pequeños que permitan darles algún velamen, librándose así de quedar a merced de la mar,
en caso de parada o cualquier descomposición de la máquina y consiguiendo siempre mayor
estabilidad. Una amurada provisional a proa, y una toldilla o puente entre la torre y la
chimenea, son obras también urgentes.”
Sin embargo, para García y García, el Oneoto y Catawba permitirían “presentar en aguas del
Perú, los buques más difíciles de navegar que jamás hayan surcado el océano”. Pareciera ser
que para el ubicuo capitán, la utilidad de un navío podía juzgarse en razón a la “dificultad”
que implicase su conducción, y no en términos de su potencia, armamento, máquinas,
velocidad                                 y                               maniobrabilidad.
En transacción ostensiblemente sobrevaluada, el Perú pagó por los blindados la suma de dos
millones de pesos (Basadre 1968-70, VI: 61). Dicha cantidad fue bastante mayor que la suma
de 1,242,850 dólares, costo original de ambas naves (Congreso de Estados Unidos 1869, 9,
29). Más aún, el 18 de febrero de 1868 la Comisión de la Marina de los Estados Unidos
encargada de la tasación de ambos monitores los avaluó en 755,000 dólares, es decir en casi
medio millón de dólares menos (Congreso de Estados Unidos 1869, 9, 29). El negociado dejó
a la firma vendedora una ganancia estimada en más de un millón doscientos mil dólares.
Conservadoramente, se estima que Prado percibió como cohecho por esta operación entre el
10% y el 20% del importe total de la misma, es decir 200,000 y 400,000 dólares (entre 4.5 y
9 millones de dólares del día de hoy). El propio Gustavus Ricker reconoció haber tenido que
efectuar pagos irregulares a los gobernantes peruanos. Interrogado por la comisión
investigadora del Congreso de los EE.UU., Ricker contestó textualmente: “Nosotros tuvimos
que pagar algo en el extranjero [es decir, en el Perú]” (Congreso de Estados Unidos 1869,
248).
Durante la Guerra del Salitre, el Manco Cápac fue usado como “batería flotante” en la
defensa de Arica, por lo que tuvo que ser remolcado hasta dicho puerto.
El Atahualpa permaneció anclado en el Callao y sirvió como “batería flotante” debido a que
no podía navegar por el deterioro de sus calderas. Ambos monitores de río fueron hundidos
por sus propias tripulaciones para evitar que cayeran en manos enemigas.
Escribió Basadre (1968-70, VI: 62): “No se llega a comprender cuáles fueron los beneficios
aportados al país con la adquisición del Manco Cápac y el Atahualpa”.
Con lo que el Perú pagó por ambas naves el país pudo haber comprado cinco monitores
como el Huáscar. Sin embargo, Mariano Ignacio Prado no estuvo muy interesado en ese
tipo de consideraciones. Él lo que quería asegurar era el business de las comisiones y
primas que recibían las autoridades del país comprador. La adquisición del Oneoto y
el Catawba fue uno de los negociados que lo hizo rico y para completarlo contó con la
ayuda de los hermanos García y García. De paso, Prado y los García y García grabaron sus
nombres de manera indeleble en uno de los actos de corrupción más comentados en la
Historia del Perú.
Según refiere el historiador Vicuña Mackenna, la primera acción del grupo representado
por Laski “fue levantarse en peso al presidente electo y llevárselo a Londres donde
tuviéronle más o menos un mes encerrado… hasta que firmase un arreglo diverso del que
había firmado ya el agente Riva-Agüero” (Vicuña Mackenna 1880, 349). Una vez suscrito el
convenio, los beneficiarios de la adjudicación conformaron The Peruvian Guano Company
Limited, un nuevo nombre para la antigua compañía beneficiaria de la consignación del
guano en Gran Bretaña (Vicuña 1880, 351).
El contrato fue aprobado por el Congreso el 3 de febrero de 1877, fecha en la que Prado –el
encargado de tratar con los intereses representados por la Peruvian Guano– ejercía la
presidencia de la república. En la práctica, el negociado fue legalizado por la misma persona
que lo organizó.
Existían mejores alternativas para el Perú que las ofrecidas por el contrato firmado por
Prado. Puede señalarse las propuestas de la Societé Generale de París –que se
comprometía a entregar 950 mil libras esterlinas por una sola vez– y la del Banco de París
y de los Países Bajos (Basadre 1984, 359). Por ello, no resulta arriesgado inferir que para
aceptar una propuesta por lo menos 250 mil libras menos ventajosa que la de sus
competidores, la Peruvian Guano Company debió haber entregado algún tipo de incentivo
pecuniario a Prado. Hasta el propio Jorge Basadre –siempre tan cauto en sus apreciaciones
sobre los manejos económicos de Prado– afirmó que “el asunto [del contrato Raphael]
necesita detenido estudio. También requiere cuidadoso examen la propuesta hecha
entonces por la Sociedad General de París” (Basadre 1968-70, VII: 29).
Sin duda, con su designación como embajador en Londres, Prado logró asegurar la
recepción de los benéficos efectos personales provenientes de la suscripción del nuevo
contrato de venta de guano con los antiguos consignatarios organizados en la Peruvian
Guano Company Limited.
Conocido en los salones de las casas acomodadas de Lima como Don Enrique, Henry
Meiggs fue uno de los principales medios que Prado y sus amigos íntimos usaron para
enriquecerse. Las prácticas de soborno a que acudió Meiggs para viabilizar los negocios que
se proponía realizar con el gobierno del Perú se encuentran ampliamente documentadas.
Como escribe Watt Stewart, su principal biógrafo, “no puede dudarse que Henry Meiggs
recurriese al soborno para obtener sus fines. A través de ese medio manejó a los hombres
que manejaban el Perú” (Stewart 1968, 47). Según Márquez (1888, 66), Don
Enrique repartió sobornos por un valor mayor a diez millones de soles (más de 205
millones de dólares del día de hoy).
Rechazados estos billetes por los bancos de Lima, la crisis de confianza desatada llevó a la
realización del segundo negociado entre Prado y Meiggs. La operación fue formalizada el 17
de agosto de 1877. Consistió en la dación de un decreto presidencial otorgando el sello fiscal
a la emisión original de billetes efectuada por Meiggs (1,030,000 soles) y autorizando la
impresión adicional de 4,303,333 soles, lo que elevó la magnitud potencial de circulación de
estos instrumentos hasta el monto de 5,333,333 soles. El artículo séptimo del mencionado
instrumento legal estableció que el gobierno peruano garantizaba la operación, haciéndose
responsable del pago del total de los billetes emitidos por Meiggs (Stewart 1968, 325).
Se estima que por conferir el respaldo gubernamental a los billetes de Meiggs, Mariano
Ignacio Prado y sus amigos cobraron la suma de quinientos mil soles (más de diez millones
de dólares del día de hoy). La información sobre el soborno a Prado fue incluida en la carta
del 12 de agosto de 1877 dirigida por Charles H. Watson, gerente de negocios de Don
Enrique, a John G. Meiggs, su antecesor en el cargo. El cohecho también recibió la atención
de Michael P. Grace, quien lo describió el 13 de septiembre de 1877 en carta dirigida a su
hermano William. R. Grace. Como escribió James, biógrafo de este último, “quinientos mil
soles en las manos adecuadas produjeron un decreto gubernamental legalizando [los
billetes de Meiggs] hasta el límite de 5,333,333 soles” (James 1993, 122, 338). Obviamente,
las manos apropiadas fueron las finas y bien cuidadas del presidente Mariano Ignacio
Prado quien, como se sabe, gustaba no sólo de escribir proclamas patrióticas sino también
se enorgullecía de redactar sus propios decretos supremos.
La legalización de sus billetes fue el último business para cuya realización Meiggs debió
comprar a un presidente peruano. Mes y medio después de la transacción, Don
Enrique murió, en olor de santidad, en la ciudad de Lima. Previamente, el 18 de agosto de
1877, el sobornador más grande en la historia del Perú dirigió una carta personal a Mariano
Ignacio en la que calificó la concesión del respaldo gubernamental a sus billetes como “una
de las páginas más brillantes” de la administración Prado (Stewart 1968, 326).
 Billetes de Meiggs, en denominaciones de uno y cinco soles, con la firma de
 Don Enrique. Fueron emitidos sin respaldo metálico. Para aplicarles el sello
de la garantía fiscal, Prado y sus amigos recibieron un soborno equivalente a
                más de diez millones de dólares del día de hoy.
Si bien el médico germano no fue explícito, las iniciales JMQ pertenecen al abogado José
María Químper, hombre de confianza de Mariano Ignacio. Debe recordarse que en febrero
de 1865, Químper fue de los primeros en unirse al levantamiento de Prado, ocurrido en la
ciudad de Arequipa. En noviembre de ese año, Químper fue nombrado ministro de gobierno
de la dictadura de Prado. Catorce años después, en julio y noviembre de 1879, el abogado
Químper se desempeñó como ministro de Hacienda del último régimen pradista.
Debe hacerse notar que los sobornos recibidos por Químper no fueron únicamente para
sobornar a Prado, o para coimear al corrupto abogado. Los cohechos pagados por Meiggs
también fueron entregadas a congresistas de la república.
  El abogado JMQ, José María Químper, uno de los principales secuaces de
 Mariano Ignacio Prado y el más importante receptor de coimas entregadas
                            por Henry Meiggs.
A pesar de haber pagado el Perú –por acción de Prado– un sospechoso sobreprecio por los
víveres, ni carne, ni provisiones en cantidad suficiente caracterizaron la logística del ejército
peruano del sur. En el crítico mes de noviembre de 1879, las fuerzas peruanas se encontraban
faltas de víveres (Caivano 1904, 337) y al borde de la inanición (Markham 1882, 152). Puede
señalarse dos ocasiones en las que se hizo notar la ausencia de las provisiones de carne. En
la primera, Paz Soldán relata que en la marcha de las tropas peruanas a San Francisco, el 18
de noviembre de 1879, la ración ascendió a “cuatro onzas de charqui y una muy escasa
cantidad de agua por cabeza” (Paz Soldán 1884, 319). La segunda se observó en la retirada
de las fuerzas peruanas de Tarapacá, que en su larga y penosa marcha hacia Arica
encontraron en “la carne de los fatigados caballos o borricos… un manjar exquisito. En
Jaiña, a veinticinco leguas de Tarapacá, recibieron los primeros y únicos auxilios que el
General Prado envió de Arica antes de retirarse a Lima. El charqui, galleta y arroz fueron
para jefes, oficiales y tropa como exquisitas viandas en día de gran convite” (Paz Soldán
1884, 360).
Durante el gobierno de Leguía, a través de la ley 4075 del primero de mayo de 1920, la
empresa a la que Prado pagó sobreprecio por la carne que no llegó cuando era
necesaria, Puch, Gómez y Cía., fue reconocida en su reclamo de 164,450 libras “por la
provisión de suministros al Ejército Peruano durante la guerra del Pacífico”. Los congresistas
favorecieron con esa ley a la empresa argentina que dejó sin abastecimiento de carne al
ejército peruano en noviembre de 1879. Obviamente, no leyeron –o no prestaron atención–
al parte de 1879 en el que el coronel Belisario Suárez puso en evidencia la política de
sobrevaluación en las compras de carne ejecutadas por Mariano Ignacio Prado.
La guerra con Chile alteró en un doble sentido la relación entre ambos personajes. De un
lado, tornó problemática la extracción del salitre de Tarapacá debido al control chileno del
área; del otro brindó a Grace la oportunidad de dedicarse al lucrativo tráfico de armas. Éste
se tornaba especialmente atrayente debido a que las transacciones se realizaban en secreto y
eran pagadas en efectivo. Fue así como W. R. Grace and Co. se convirtió en la principal
empresa proveedora de armamento del gobierno peruano. Con el tráfico de pertrechos, Grace
reforzó su condición de agente oficial del gobierno peruano en Nueva York y San Francisco,
nombramiento conferido por el presidente Prado en 1876 (de Secada 1985, 610-611).
Los principales negociados de Mariano Ignacio con William R. Grace and Co. se
viabilizaron a través de las comisiones y utilidades provenientes del comercio de
armamento en que la mencionada firma incurrió con el fin de atender las demandas de
Prado. Se estima que entre mayo de 1879 y agosto de 1880, W. R. Grace adquirió
armamento y material de guerra para el Perú por un importe mínimo de US$3,260,975
(más de setenta y dos millones de dólares del día de hoy). Este monto no incluye las
comisiones percibidas por Grace. Ochenta y cinco por ciento de las compras de pertrechos
realizadas a través de Grace (US$2,769,575 de la época, es decir más de 61 millones de
dólares del día de hoy) fueron ordenadas por Mariano Ignacio Prado.
Cabe preguntarse cuál fue el importe de las comisiones de William R. Grace and Co. y cuál
el cohecho recibido por Prado. Puede estimarse el monto teniendo en cuenta que en
períodos de paz, Grace cobraba una comisión de 5% sobre los importes facturados al
Gobierno (James 1993, 55). Sin embargo, entre mayo y diciembre de 1879, las compras
fueron realizadas en plena guerra con Chile, estando vigente la legislación internacional que
obligaba a las naciones neutrales a no vender armamento a países en guerra. Para eludir
esta limitación, Grace debió efectuar diversas gestiones destinadas a encubrir y disimular
los embarques y asegurar su llegada al Perú. Según estimados conservadores, no sería de
extrañar que encontrando justificación en la existencia de estas dificultades, la comisión
de Grace por tráfico de armamento haya ascendido a 15% ($415,000). De esta suma, dos
terceras partes habrían sido apropiadas por Grace ($278,000), en tanto que una tercera
parte ($137,000, ó tres millones de dólares del día de hoy) habría ido a parar a los bolsillos
de Mariano Ignacio Prado.
Compras de armamento ordenadas por Prado a través de W. R. Grace and Co.
Desfalco de los donativos para la guerra con Chile
El 7 de abril de 1879, Mariano Ignacio Prado redactó el decreto creando la Junta Central
Administradora de Donativos para la guerra con Chile. La Junta quedó encargada de
efectuar una colecta pública con la que se financiaría la compra de armamento y pertrechos.
A noviembre de 1879, la recaudación por este concepto ascendió a más de seis millones de
soles de la época, es decir 123 millones de dólares del día de hoy.
Cuando Prado fugó del país, el 16 de diciembre de 1879, alegó como excusa que sólo él
podría adquirir en el extranjero las armas y material de guerra que el Perú necesitaba.
Muchos peruanos sospecharon que al desertar, Prado llevó consigo parte de los donativos.
Como describe Astiz, “de acuerdo con todas las evidencias disponibles, las armas nunca
llegaron y el dinero con el cual iban a ser compradas nunca fue devuelto al Tesoro peruano.
Prado tampoco volvió al país [hasta 1887]. La posibilidad que este dinero haya constituido
una contribución importante a la riqueza de la familia Prado se menciona en el Perú muy a
menudo, aunque no por escrito” (Astiz 1969, 39).
Frente a esta acusación, debe mencionarse que cuando Prado llegó a Nueva York, uno de los
antiguos “amigos” que acudió a recibirlo fue William R. Grace. En cartas de éste fechadas el
26 de enero y 28 de febrero de 1880, dirigidas a Grace Brothers and Co. y al capitán de
navío de la Armada Peruana Luis Germán Astete respectivamente, el magnate relató que
Prado había llegado a Nueva York sin autoridad oficial y, lo que era peor, declaraba no
contar con la cantidad de dinero necesaria para efectuar adquisiciones de material bélico.
Textualmente, Grace escribió: “Al salir del Perú [Prado] no se llevó un gran fardo de
dinero”. (James 1993, 135). Respecto de esta afirmación, sería necesario precisar que
Prado afirmaba no poseer un gran fardo de dinero para adquirir armamento, puesto que a
él –personalmente– no le interesaba adquirir pertrechos de guerra. Sin embargo, sí poseía
en sus cuentas personales los importantes caudales acumulados a lo largo de años gracias al
poder político que detentó en el Perú.
Basadre calificó como infamante la versión del desfalco de Prado. Escribió el historiador
peruano: “La versión de que Prado se llevó consigo el dinero destinado a la compra de
nuevos barcos es calumniosa. Como se ha narrado ya, dichos fondos los llevó a Europa Julio
Pflucker y Rico. Hacía tiempo que funcionaba en el Perú el sistema de los bancos y las
traslaciones de fondos en gran cantidad del país al exterior o viceversa hacíanse por
cheques y no por la movilización de los billetes o monedas en el equipaje de los viajeros”
(Basadre 1968-70, VIII: 180). De esta manera, Basadre participó de la opinión que, al fugar
del Perú, Prado sólo recibió del Estado Peruano la cantidad de tres mil libras esterlinas.
Dicho dinero le fue entregado para su viaje por el “doctor JMQ”, el mismo recolector de los
sobornos de Meiggs, es decir su ministro de Hacienda José María Químper.
Se hace necesario analizar la sentencia de inocencia dictada por Basadre en favor de Prado.
El argumento del historiador peruano es el siguiente: (i) como fue físicamente evidente que
Prado no extrajo del país billetes y monedas, y (ii) como ya era factible en ese tiempo hacer
transferencias al exterior mediante cheques, (iii) es una calumnia acusar a Prado del robo
de los fondos para la compra de armamentos.
La decisión final de desertar fue tomada por Prado el 16 de diciembre de 1879, luego de la
reunión que sostuvo con los comisionados de los vecinos notables que se habían reunido en
el Club Literario y que le comunicaron la exigencia de rendir cuentas sobre el manejo de la
guerra y la imperiosa necesidad de castigar a los culpables de la debacle. Debe mencionarse
que la reunión en el Club Literario fue presidida por el Obispo de Lima, Pedro José
Tordoya, quien simultáneamente estaba a la cabeza de la “Junta Administradora de
Donativos para la Guerra de Chile”.
Con este fin Prado enfrentó el reto de cómo sustraer los dineros existentes en el Perú
provenientes de los negociados, coimas, sobornos y robos que había ejecutado
aprovechando el poder político. El presidente entendió que tenía que comprar en Lima
giros sobre el exterior que facilitaran la evasión de los fondos. En ese momento, dichas
operaciones se encarecían por la especulación reinante sobre el cambio extranjero,
consecuencia de los desastres de la guerra y de la inestabilidad política. Para enfrentar la
especulación que afectaba sus compras, Prado dictó el 17 de diciembre de 1879 el último
Decreto Supremo de su Gobierno. Se trató de un dispositivo que fijó nuevas reglas para la
venta en el Perú de letras de cambio sobre mercados extranjeros. El decreto prohibió a
corredores y negociantes intermediar estas operaciones, con lo que Prado procuró reducir
la especulación. De igual manera prohibió endosar las letras giradas.
Por supuesto, el oportuno Decreto Supremo sobre letras de cambio sobre el exterior
fue firmado por Su Excelencia y por el doctor JMQ, Ministro de Hacienda.
Existen testimonios que indican que entre el 16 y el 18 de diciembre de 1879, Prado tomó
giros sobre Londres “a todos precios” lo que trajo consigo, inicialmente, la depreciación
temporal de la moneda peruana. Cuando desapareció la demanda de Prado por estos
instrumentos, el cambio se apreció (Bossi 1880, 41-42).
De manera que el misterio de cómo hizo Prado para fugar fondos del país comienza a
aclararse. Lo que salió del Perú no fueron billetes y monedas; fueron letras de cambio sobre
Londres.
Los manejos de Prado pueden percibirse con mayor nitidez cuando se considera que el
desertor viajó al extranjero en compañía del cónsul de El Salvador en Lima, Jorge Tezanos
Pinto. En caso de verse descubierto durante el viaje, y teniendo en consideración que no
viajaba con su propia identidad sino bajo el nombre de John Christian, sólo en ese
momento el desertor entregaría a su amigo Tezanos Pinto, en sobre cerrado, la
documentación de las letras de cambio. Tezanos protegería dichos instrumentos con su
inmunidad diplomática. Asimismo, ante preguntas indiscretas del cónsul, Prado podría
explicar que las letras de cambio eran los papeles necesarios para financiar la compra de
armamento en Londres.
El último Decreto Supremo de Prado fechado el 17 de diciembre de 1879, un
día antes de fugar: Reglamento de corredores de letras de cambio (cambio
                              extranjero)
 Testimonio sobre las operaciones de Prado en el mercado de letras sobre el
                                 exterior
                             (Bossi 1880, 41-42)
Está todavía por escribirse la historia detallada de la apropiación de los fondos donados para
la guerra con Chile. Ella hubiera requerido recoger las versiones sobre el desfalco
provenientes del cónsul de El Salvador en Lima, Jorge Tezanos Pinto, del capitán de fragata
José Gálvez Moreno y del militar Celso Zuleta que acompañaron a Prado en su fuga, en
calidad de ayudantes o edecanes.
Al margen de cuál sea la magnitud del desfalco de los donativos para la compra de
armamento, queda claro que durante los ocho años que permaneció en el extranjero, Prado
tuvo acceso a cuantiosos recursos a los que apeló para llevar una vida bastante holgada. Así
lo demuestran sus estadías en Nueva York y París, el inmueble de su propiedad en esta última
ciudad, y la posibilidad de llevar una vida a cuerpo de rey sin necesidad de trabajar. Los
dineros que financiaron a Prado entre 1879 y 1887 fueron provistos con largueza por los
negociados descritos en las secciones precedentes.
     Balance al 30 de noviembre de 1879 de la “Junta Administradora de
                     Donativos para la Guerra de Chile”
                          (Rodríguez 1916, XIII: 25-26)
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