BARROCO ESPAÑOL
CONTEXTO HISTÓRICO
Al igual que en el resto de Europa, el s. XVII fue una época de crisis y España
experimentó profundos cambios. Uno de los mayores problemas fue el demográfico,
debido a varios factores: tres oleadas de peste, la expulsión de los moriscos (1609),
emigración motivada por los problemas económicos, la escasez de matrimonios, el
aumento del número de clérigos y las guerras constantes. Esta crisis demográfica fue a
la vez causa y consecuencia de una aguda recesión económica, que se prolongó hasta
1680.
Los gobiernos de los Austrias menores, Felipe III, Felipe IV y Carlos IV, desprestigiaron a
la Corona, pues, a diferencia de sus predecesores, delegaron el poder en los validos. La
paz, necesaria para la recuperación, fue solo posible a principios de siglo y España se
vio envuelta en continuos conflictos bélicos. Tras la guerra de los Treinta Años (1618-
1648) España quedó relegada a un segundo plano, mientras Francia emergía como
nueva potencia. El Imperio español se encontró además con las independencias de
Portugal (1640) y las Provincias Unidas (1648), sublevaciones en Nápoles, Sicilia y
Cataluña y la pérdida del Rosellón y la Cerdaña (Paz de los Pirineos, 1659) y del Franco
Condado (Paz de Nimega, 1678). El estado permanente de guerra exigió un esfuerzo
económico y fiscal que agravó más las dificultades de la sociedad y de la hacienda real.
La insuficiencia de ingresos obligó a aplicar una presión fiscal insoportable sobre el
pueblo llano castellano y a recurrir a todo tipo de arbitrios, pero no se pudieron evitar
ni suspensiones de pagos de la Corona ni su endeudamiento con la banca extranjera.
Si comparamos el siglo XVII con el XVI, vemos cómo la Monarquía Hispánica pasó del
esplendor a la decadencia y la ruina. Sin embargo, en el plano cultural se mantuvo e
incluso se superó, el alto nivel alcanzado en la centuria anterior, de ahí el nombre de
“Siglo de Oro”, que abarca el arte y la literatura de la mayor parte de ambos siglos, con
escritores tan famosos como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora y Calderón
de la Barca o pintores como Velázquez y Murillo. Si las dificultades agudizan el ingenio,
esto fue sin duda lo que ocurrió en el s. XVII en España, de ahí que podamos decir que
el Barroco fue “la brillantez en la decadencia”.
En este contexto tuvo un gran peso la Iglesia, que había aumentado su poder a partir
del Concilio de Trento y la Contrarreforma católica, que tenía el objetivo de frenar el
protestantismo. Aumentó su control sobre la población y ganó seguidores, pues ante
las crisis la gente se refugiaba en la religión, y se endureció la Inquisición. La Iglesia se
reservó el protagonismo cultural de la época, lo cual se tradujo en un predominio
absoluto de los temas religiosos en pintura y escultura, tratados con gran realismo.
Este arte se convirtió en propaganda de la Iglesia y de la monarquía, que buscaba ser
aparatoso y espectacular, pero con un mensaje de fácil comprensión, con el objetivo
de atraer la atención del pública. A diferencia del resto de Europa, en España la crisis
económica no permitió la construcción de grandes proyectos arquitectónicos o
urbanísticos.
LA IMAGINERÍA ESPAÑOLA
Mientras en Italia y Francia la escultura se inspira en Bernini, en mármol y bronce, con
amplio uso de la mitología y la alegoría, en España se desarrolla a partir de la tradición
manierista (Berruguete). Sus principales características son:
- Un acentuado realismo, que llega a una intensidad expresionista. Ello lleva al uso de
postizos en las figuras: vestidos, pelucas, ojos de vidrio, lágrimas de cristal o cera…
- Introducción del movimiento, conseguido a través de las diagonales y los escorzos,
aunque sin llegar al grado del Barroco italiano.
- El empleo casi exclusivo de madera policromada. Se le da especial importancia al
tratamiento de los ropajes, para los que se empleaba el estofado, aunque esta técnica
será paulatinamente relegada por vistosos colores.
- La temática es principalmente religiosa, acercándose a la iconografía propuesta por el
Concilio de Trento, cuyo fin era despertar la sensibilidad del creyente. Se medita
profundamente sobre el sentido de la vida, la muerte y la vanidad de lo mundano.
Es entonces cuando las procesiones religiosas alcanzan gran esplendor, de ahí que las
cofradías sean los mejores clientes. Esto determina la creación de un tipo de escultura
procesional de carácter narrativo y exento, aunque también se destinaron esculturas a
los retablos monumentales.
En el desarrollo de los centros de la escultura barroca intervino el protagonismo de
ciertos artistas que irradiaron su influencia a zonas determinadas de nuestro país. Así,
podemos hablar de dos escuelas: la castellana, con Gregorio Fernández a la cabeza; y
la andaluza con Martínez Montañés en Sevilla y Alonso Cano en Granada. Como último
representante de la tradición barroca destacará en el s. XVIII Francisco Salzillo en
Murcia.
La escuela castellana se caracteriza por su acentuado realismo para fomentar la
devoción popular. Destaca Gregorio Fernández (1576-1636), cuya actividad se enmarca
principalmente en un doble contexto: el establecimiento de la Corte en la capital
vallisoletana y el sobrio fervor religioso de la sociedad castellana. Influenciado por Juan
de Juni y Pompeyo Leoni en un inicio, creó tipos iconográficos que serían ampliamente
imitados por sus seguidores. Trabaja sobre todo la madera, dando especial
importancia al tratamiento anatómico de sus personajes, así como a los efectos de
dolor y patetismo que consigue mediante la profusión de detalles. En sus esculturas
procesionales destacan el dinamismo en los suaves pliegues de las telas, la talla
primorosa y la calidad de las encarnaciones. En sus últimos años, sus obras adquirieron
más movilidad, dramatismo, suntuosidad y vigor en sus drapeados. Entre sus obras
sobresalen el Cristo yacente de El Pardo, Sed Tengo, sus Cristos Crucificados o su
Piedad.
Otro escultor destacado fue Manuel Pereira, portugués afincado en Madrid,
considerado como uno de los más destacados de la imaginería madrileña. Su obra más
importante es el San Bruno de la Cartuja de Miraflores, de gran realismo y
expresividad.
Asimismo, sobresale José Benito de Churriguera, también afamado arquitecto, creador
del retablo cascarón, que recubría completamente el ábside (con la bóveda), en el que
desaparece el plano y se desarrolla un juego de volúmenes, espacios y decoración en
el que la escultura se convierte en secundaria ante su concepción arquitectónica.
Ejemplo de ello es la capilla del Sagrario de la catedral de Segovia.
Por el contrario, en la escuela andaluza primará la representación amable de las
figuras, cuya belleza serena y clasicista las diferencia del patetismo de la escuela
castellana. Sobresalen los siguientes autores:
- Juan Martínez Montañés (1568-1649). Sus obras se caracterizan por cierto clasicismo
manierista, que se puede observar su la serenidad y el equilibrio. Sus imágenes, aún
pasionales, destacan por su dulzura y delicadeza. Algunas de sus obras más
importantes son el Cristo de la Clemencia, su Inmaculada Concepción, la “Cieguecita”
en Sevilla o el retablo mayor del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce.
- Alonso Cano (1601-1667). Discípulo del anterior, de quien recoge la influencia de lo
sevillano, dotó a sus esculturas de una belleza serena ideal, ejemplo de lo cual es su
Inmaculada del facistol. Además, también destacó en sus facetas como pintor y
arquitecto, como la fachada de la catedral de Granada.
- Pedro de Mena (1628-1688). Influido por Cano, sus esculturas adoptaron mayor
movimiento. Mena aportará la expresión contenida en sus imágenes. De sus inicios
destaca el coro de la catedral de Málaga, pero su obra más célebre es su Magdalena
Penitente.
Ya en el siglo XVIII, destaca Francisco Salzillo (1707-1783), hijo de un escultor
napolitano afincado en Murcia. Su estilo es muy personal, dulcificando los modelos del
XVII e introduciendo aspectos de procedencia italiana como el virtuosismo pictórico de
sus paños y la gracilidad de sus figuras, que lo sitúan a caballo de un arte más rococó.
Además, es el introductor en España de la tradición napolitana del belén. Sobresalen
sus pasos procesionales como la Oración en el huerto, el Prendimiento o la Flagelación.
NEOCLASICISMO
CONTEXTO HISTÓRICO Y DEFINICIÓN
Desde el punto de vista artístico, el siglo XVIII es un siglo muy complejo, por la
diversidad de estilos y de orientaciones artísticas que se producen en su seno.
A principios del siglo comienza a desarrollarse el Rococó, un estilo palaciego, que
abandona los objetivos teológicos que habían sido la base del arte del Barroco, para
centrarse en el disfrute de la vida aristocrática. Por ello, triunfarán los temas
intrascendentes en la pintura y la escultura, y las artes menores (muebles, tejidos,
vajillas…) conocerán un gran crecimiento. No obstante, para algunos historiadores el
Rococó no es un estilo independiente, sino una derivación del Barroco.
A mediados del siglo XVIII surge otro estilo que reacciona contra los excesos del
Rococó: el Neoclasicismo. En su desarrollo fueron clave tres fenómenos:
- La Ilustración, que buscaba el predominio de la razón; se consideró el Rococó como
un estilo irracional por sus excesos y su gusto por lo intrascendente.
- La admiración por el arte clásico tras el descubrimiento de Pompeya y Herculano.
- El triunfo de las revoluciones políticas en Estados Unidos (1776) y Francia (1789), que
se extendieron posteriormente por gran parte de Europa, pues los exaltados
adoptaron las formas clásicas como arte oficial del nuevo régimen político liberal.
Ambos estilos conviven durante un tiempo, aunque el Neoclasicismo se acabará
imponiendo y perdurará hasta bien entrado el siglo XIX.
Francia será el centro de irradiación del Rococó y del Neoclasicismo, aunque una
característica del arte del XVIII es la diversidad de centros artísticos, sobre todo las
grandes capitales (Londres, Venecia, Viena, Madrid…).
Otro rasgo interesante del siglo XVIII es que no solo se desarrollan las Artes Mayores,
sino también las artes decorativas. En España, adquirirán gran importancia tanto la
cerámica, en centros como Talavera, Valencia y Alcora, como la porcelana, gracias a la
Real Fábrica del Buen Retiro y la Real Fábrica de La Granja. Respecto a los tejidos, los
centros de producción más importantes son Valencia y Murcia, mientras que la
elaboración de tapices se concentra en la Real Fábrica de Santa Bárbara.
El Neoclasicismo tenía como base la renovación de los valores filosóficos y estéticos
grecorromanos, interpretados como modelos para la construcción de la modernidad.
Por primera vez, existirá una asociación entre el arte y las condiciones políticas y
sociales de igual a igual. Así, la razón se convierte también en el principio del hecho
artístico y desde ella se reclama el orden y la claridad del arte grecolatino,
preferentemente griego, como modelo a imitar y no simplemente a revisar.
Esta vuelta al pasado, irremediablemente idealizado, encontró sus apoyos en los
Tratados de arquitectura de Vitrubio, los descubrimientos de Pompeya y Herculano o
los grabados de Piranesi. Este estilo se implantó rápidamente y encontró en las
instituciones y academias a sus principales difusores. Roma se convertirá en el centro
neurálgico de artistas, escritores e intelectuales de todos los países. Por último,
debemos mencionar la figura del prusiano Winckelmann, teórico del movimiento,
gracias a sus aportaciones y manuales destinados al arte clásicos, considerado además
padre de la Historia del Arte y la Arqueología modernas.
NEOCLASICISMO EN ESCULTURA
CÁNOVA
La escultura viró hacia un nuevo estilo basado en la imitación de la estatuaria
grecorromana, influida por los escritos de Winckelmann y especialmente el texto de
Laocoonte de Lessing. Sus características son las siguientes:
- El material más utilizado fue el mármol blanco, pues no se sabía que las esculturas
clásicas estaban policromadas. También se empleó el bronce.
- Imitación de lo clásico: elegancia y serenidad. Se retorna a una belleza ideal,
desapasionada y sencilla. Son esculturas austeras y frías, que siguen unas medidas y
cánones perfectos. Se rechazan movimientos violentos, la excesiva expresión de
sentimientos y la sinuosidad del Barroco.
- Superficies muy pulidas y homogéneas.
- Predomina la frontalidad: no surge una escultura llena de vida como en el
Renacimiento, sino que se busca la belleza formal, sin espíritu.
- Gran presencia del desnudo, pero sin un fin erótico. Son desnudos juveniles y bellos
basados en ideales de proporción, musculosos y de movimiento relajado.
- Temática sobre todo mitológica y alegórica, aunque también religiosa. Abunda el
retrato, tanto realista como idealizado. Los temas de la mitología clásica y las alegorías
llenan los edificios, arcos de triunfo y frontones en forma de relieves o esculturas.
La escultura tuvo su epicentro en Roma, donde residieron los tres mayores
representantes: Houdon, Canova y Thorvaldsen.
Houdon fue el más destacado dentro del Neoclasicismo francés. Destacó en su faceta
como retratista, con bustos y esculturas de cuerpo entero en las que sobresalen la
profundidad psicológica, el gran parecido al imitado y la calidad del modelado. Algunos
ejemplos de ellos son sus retratos de Voltaire, George Washington o Napoleón.
También hizo monumentos funerarios, escultura mitológica (Diana cazadora) y
profana.
La figura más representativa e influyente del Neoclasicismo tanto italiano como
europeo fue Antonio Canova, cuya obra sirvió como inspiración para muchos de los
pintores neoclásicos que se hallaban a caballo entre el clasicismo formal y el
romanticismo expresivo. Sus obras cobraron gran fama y gobernantes de gran
importancia le hicieron encargos, como el papa Clemente XIV, María Cristina de
Austria o Napoleón.
El artista seguía un largo proceso creativo, comenzaba por boceto inicial de la estatua
en papel y después hacía una miniatura en arcilla o cera, para ver cómo sería la obra
tridimensional. La siguiente fase era la construcción de la estatua en yeso a escala
definitiva. En esta escultura en yeso se insertaban los clavos de bronce con los que
transfería, por medio de brújulas y pantógrafos, las medidas al bloque de mármol.
Finalmente retocaba, lijaba y pulía hasta obtener la textura y acabado final deseado.
Realizó numerosas esculturas de temática mitológica, como Eros y Psiqué, grupo
yacente representación del amor ideal puro e inocente, en forma de esbeltos
adolescentes, en donde aún se ve un dinamismo casi Rococó. Otros grupos destacados
son Hércules y Licas, Las tres Gracias o Perseo con la cabeza de Medusa. También
realizó monumentos funerarios de papas (Clemente XIII y Clemente XIV) y reyes (María
Cristina de Austria) en los que aún subyace el simbolismo barroco de Bernini.
Asimismo, esculpió retratos, como los que realizó a la familia de Napoleón, de los que
destaca Paulina Bonaparte, caracterizada como una Venus recostada y semidesnuda, o
el Napoleón como Marte pacificador, representado como un dios grecolatino desnudo
(propaganda).
Su estilo se caracteriza por la búsqueda de un ideal de belleza clásico; las líneas
elegantes, nítidas, sin irregularidades y las texturas suaves; el uso del mármol y el
bronce; y la austeridad y claridad compositivas. Fruto de ello eran unas esculturas frías,
pero Canova tenía una sensibilidad exquisita y capacidad para captar las emociones.
Bertel Thorvaldsen, de origen danés, pasó la mayor parte de su vida en Roma. Su
neoclasicismo es más puro que el de Canova. La búsqueda constante de la pureza
formal hace a sus obras demasiado frías y académicas; los personajes son insensibles,
carentes de pasiones y sentimientos. Le interesa la estatua griega por encima de la
romana. Tiene un contacto directo con Grecia, restaurando los mármoles de Egina
entre 1816 y 1818, que fueron sus principales modelos, junto con Praxíteles. Sus
esculturas cumplen con el ideal de armonía, simetría y proporción.
Destaca su Jasón con el vellocino de oro (1803) una de las obras más representativas
del Neoclasicismo por su fiel imitación de la estatuaria griega del siglo V a. C. También
sobresalen Ganimedes y el águila de Júpiter o sus esculturas y relieves de la iglesia de
Nuestra Señora de Copenhague.
Por último, debemos mencionar algunos escultores españoles. Los más afamados
fueron Álvarez Cubero con La defensa de Zaragoza o Ponciano Ponzano, quien realizó
las esculturas del frontón del Congreso de los diputados. Otras esculturas destacadas
son las fuentes de Cibeles, Neptuno y Apolo en Madrid.