OFICIO DE TINIEBLAS
Viernes Santo
℣ Señor abre mis labios
℟ Y mi boca proclamará tu alabanza
Ant. A Cristo, Hijo de Dios, que nos redimió con su
sangre preciosa, venid, adorémosle.
Salmo 94.
Invitación a la alabanza divina
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
1
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. A Cristo, Hijo de Dios, que nos redimió con su
sangre preciosa, venid, adorémosle.
En silencio se apaga la primera vela.
Himno.
Cruz de Cristo
Cruz de Cristo,
cuyos brazos
todo el mundo han acogido.
Cruz de Cristo,
cuya sangre
todo el mundo ha redimido.
Cruz de Cristo,
luz que brilla
en la noche del camino.
Cruz de Cristo,
cruz del hombre,
su bastón de peregrino.
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Cruz de Cristo,
árbol de vida,
vida nuestra, don eximio.
Cruz de Cristo,
altar divino
de Dios-Hombre en sacrificio. Amén
En silencio se apaga la segunda vela.
SALMODIA DEL OFICIO DE LECTURA
Ant. 1. Se alían los reyes de la tierra, los
príncipes conspiran contra el Señor y contra su
Mesías.
Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo.»
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«yo mismo he establecido a mi Rey
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en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.»
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1. Se alían los reyes de la tierra, los
príncipes conspiran contra el Señor y contra su
Mesías.
En silencio se apaga la tercera vela.
Ant. 2. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi
túnica.
Salmo 21, 2-23 [24-32].
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?;
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a pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito, y no respondes;
de noche, y no me haces caso;
aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.
En ti confiaban nuestros padres;
confiaban, y los ponías a salvo;
a ti gritaban, y quedaban libres,
en ti confiaban, y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;
al verme se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere.»
Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos,
me cercan toros de Basán;
abren contra mí las fauces
leones que descuartizan y rugen.
Estoy como agua derramada,
tengo los huesos descoyuntados;
mi corazón, como cera,
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se derrite en mis entrañas;
mi garganta está seca como una teja,
la lengua se me pega al paladar;
me aprietas contra el polvo de la muerte.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Ellos me miran triunfantes,
se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Líbrame a mí de la espada,
y a mi única vida, de la garra del mastín;
sálvame de las fauces del león;
a este pobre, de los cuernos del búfalo.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi
túnica.
En silencio se apaga la cuarta vela.
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Ant. 3. Me tienden lazos los que atentan contra
mí.
Salmo 37
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas;
mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;
tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.
Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
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me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.
Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.
En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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Ant. 3. Me tienden lazos los que atentan contra
mí.
℣ Se levantan contra mí testigos falsos.
℟ Que respiran violencia.
En silencio se apaga la quinta vela.
PRIMERA LECTURA
Año I.
Del libro de las lamentaciones 3, 1-33
Lamento y esperanza en la tribulación.
Yo soy el hombre que ha sufrido la miseria bajo el
látigo de su furor. Él me ha llevado y me ha hecho
caminar en tinieblas y sin luz. Contra mí solo vuelve él y
revuelve su mano todo el día.
Mi carne y mi piel ha consumido, ha quebrado mis
huesos. Ha forjado un yugo para mí y ha cercado de
angustia mi cabeza. Me ha hecho morar en las tinieblas,
con los muertos de antaño.
Me ha emparedado y no puedo salir; ha hecho
pesadas mis cadenas. Aun cuando grito y pido auxilio, él
sofoca mi súplica. Ha cercado mis caminos con piedras
sillares, ha obstruido mis senderos.
Ha sido para mí como un oso en acecho, como
león en escondite. Sembrando de espinas mis caminos,
me ha desgarrado, me ha dejado hecho un horror. Ha
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tensado su arco y me ha fijado como blanco de sus
flechas.
Ha clavado en mis lomos los hijos de su aljaba. De
lodo mi pueblo me ha hecho la irrisión, su copla todo el
día. Él me ha hartado de amargura, me ha abrevado con
ajenjo. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha
revolcado en la ceniza. Mi alma está alejada de la paz, he
olvidado lo que es dicha. Dije: «¡Ha fenecido mi vigor y
la esperanza que del Señor me venía!»
Recordar mi miseria y mi angustia es ajenjo y
amargor. Mas mi alma lo recuerda, sí, lo recuerda y se
derrite de tristeza dentro de mí. He aquí lo que revolveré
en mi corazón para cobrar confianza:
Que el amor del Señor no se ha acabado ni se ha
agotado su ternura; cada mañana se renuevan. ¡Grande es
tu fidelidad! «Mi porción es el Señor -dice mi alma-, por
eso en él esperaré.»
Bueno es el Señor para el que en él espera, para el
alma que lo busca. Bueno es esperar en silencio la
salvación del Señor. Bueno es para el hombre soportar el
yugo desde su juventud.
Que se siente solitario y silencioso, cuando el
Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá
haya esperanza; que presente la mejilla a quien lo hiere,
que se harte de oprobios.
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Porque el Señor no desecha para siempre a los
humanos: si llega a castigar, luego se apiada según su
inmenso amor, pues no pone su complacencia en castigar
y afligir a los hijos de hombre.
Responsorio Is 57, 1-2ª; 53, 7b-8a
℟ Perece el justo, y nadie hace caso; se llevan a los
hombres fieles, y nadie comprende que por la
maldad se llevan al inocente, * para que entre en la
paz.
℣ Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no
abría la boca; sin defensa, sin justicia se lo llevaron.
℟ Para que entre en la paz.
En silencio se apaga la sexta vela.
SEGUNDA LECTURA
De las catequesis de san Juan Crisóstomo, obispo.
(Catequesis 3, 13-19: SC 50, 174-177)
El valor de la sangre de Cristo.
¿Deseas conocer el valor de la sangre de Cristo?
Remontémonos a las figuras que la profetizaron y
recordemos los antiguos relatos de Egipto.
Inmolad -dice Moisés- un cordero de un año;
tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la
casa. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero
irracional ¿puede salvar a los hombres dotados de
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razón?» «Sin duda -responde Moisés-: no porque se trate
de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una
profecía de la sangre del Señor.»
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las
puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los
labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la
sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos.
¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de
esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente.
Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el
costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el
Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, le
traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua,
como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la
eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una
brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el
tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto
fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron
el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio.
Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado
oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio,
pues me falta explicarte aún otra interpretación mística.
He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del
bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos
sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la
regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es
decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado,
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ambos, del costado. Del costado de Jesús se formó, pues,
la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.
Por esta misma razón, afirma san Pablo: Somos
miembros de su cuerpo, formados de sus huesos,
aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo
modo que Dios formó a la mujer del costado de Adán, de
igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre
salidas de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la
misma manera que entonces Dios tomó la costilla de
Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y
la sangre después que Cristo hubo muerto.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su
esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un
mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la
misma manera que la mujer se siente impulsada por su
misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con
su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo
alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él
mismo ha hecho renacer.
Responsorio Is 57, 1-2ª; 53, 7b-8a
℟ Os rescataron, no con bienes efímeros, con oro o
plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el
Cordero sin defecto ni mancha. * Por medio de él
tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu.
℣ La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos purifica de
todo pecado.
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℟ Por medio de él tenemos acceso al Padre en un solo
Espíritu.
En silencio se apaga la séptima vela.
HIMNO.
Cruz de Cristo
Brazos rígidos y yertos,
por dos garfios traspasados,
que aquí estáis, por mis pecados,
para recibirme abiertos,
para esperarme clavados.
Cuerpo llagado de amores,
yo te adoro y yo te sigo;
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo bendecirte.
Que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;
que sienta una dulce herida
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de ansia de amor desmedida;
que ame tu ciencia y tu luz;
que vaya, en fin, por la vida
como tú estás en la cruz:
de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos. Amén.
En silencio se apaga la octava vela.
SALMODIA DE LAUDES
Ant. 1. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino
que lo entregó a la muerte por todos nosotros.
Salmo 50.
Confesión del pecador arrepentido.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
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pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
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Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino
que lo entregó a la muerte por todos nosotros.
En silencio se apaga la novena vela.
Ant. 2. Jesucristo nos ama y nos ha lavado de
nuestros pecados con su sangre.
Cantico.
Juicio de Dios
Ha 3, 2-4. 13a. 15-19
¡Señor, he oído tu fama,
me ha impresionado tu obra!
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto acuérdate de la misericordia.
El Señor viene de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
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su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder.
Sales a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido;
pisas el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano.
Lo escuché y temblaron mis entrañas,
al oírlo se estremecieron mis labios;
me entró un escalofrío por los huesos,
vacilaban mis piernas al andar.
Tranquilo espero el día de la angustia
que sobreviene al pueblo que nos oprime.
Aunque la higuera no echa yemas
y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaban las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios mi salvador.
El Señor soberano es mi fuerza,
él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2. Jesucristo nos ama y nos ha lavado de
nuestros pecados con su sangre.
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En silencio se apaga la décima vela.
Ant. 3. Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa
resurrección alabamos y glorificamos; por el madero
ha venido la alegría al mundo entero.
Salmo 147.
Restauración de Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;
hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
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por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3. Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa
resurrección alabamos y glorificamos; por el madero
ha venido la alegría al mundo entero.
En silencio se apaga la décima primera vela.
PRIMERA LECTURA Is 52, 13-15
Mirad: mi siervo tendrá éxito, será enaltecido y ensalzado
sobremanera. Y, así como muchos se horrorizaron de él,
pues tan desfigurado estaba que ya ni parecía hombre, no
tenía ni aspecto humano, así también muchos pueblos se
admirarán de él y, a su vista, los reyes enmudecerán de
asombro porque verán algo jamás narrado y
contemplarán algo inaudito.
En lugar de responsorio breve se dice la siguiente antífona:
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y
una muerte de cruz.
En silencio se apaga la décimo segunda vela.
CANTICO EVANGÉLICO
Ant. Fijaron encima de su cabeza un letrero
indicando el motivo de su condenación: «Éste es
Jesús, el rey de los judíos.»
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Cántico de Zacarías.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
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Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Fijaron encima de su cabeza un letrero
indicando el motivo de su condenación: «Éste es
Jesús, el rey de los judíos.»
En silencio se apaga la décimo tercera vela.
PRECES
Adoremos a nuestro Redentor, que por nosotros y por
todos los hombres quiso morir y ser sepultado para
resucitar de entre los muertos, y supliquémosle, diciendo:
Señor, ten piedad de nosotros.
Señor y Maestro nuestro, que por nosotros te sometiste
incluso a la muerte,
enséñanos a someternos siempre a la voluntad del
Padre.
Tú que siendo nuestra vida quisiste morir en la cruz para
destruir la muerte y todo su poder,
haz que contigo sepamos morir también al pecado
y resucitemos contigo a vida nueva.
Rey nuestro, que como un gusano fuiste el desprecio del
pueblo y la vergüenza de la gente,
haz que tu Iglesia no se acobarde ante la
humillación, sino que como tú proclame en toda
circunstancia el honor del Padre.
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Salvador de todos los hombres, que diste tu vida por los
hermanos,
enséñanos a amarnos mutuamente con un amor
semejante al tuyo.
Tú que al ser elevado en la cruz atrajiste hacia ti a todos
los hombres,
reúne en tu reino a todos los hijos de Dios
dispersos por el mundo.
Se pueden agregar algunas intenciones libres.
Porque la muerte de Cristo nos ha hecho agradables a
Dios, nos atrevemos a orar al Padre, diciendo: Padre
nuestro.
En silencio se apaga la décimo cuarta vela.
MORACION
ira, Señor, con bondad a tu familia santa,
por la cual Jesucristo nuestro Señor
aceptó el tormento de la cruz,
entregándose a sus propios enemigos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
℟ Amén.
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CONCLUSIÓN
Si el que preside es un ministro ordenado:
℣ El Señor esté con ustedes.
℟ Y con tu espíritu.
℣ La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo ✠ y
Espíritu Santo, descienda sobre ustedes.
℟ Amén.
Si se despide a la asamblea se añade:
℣ Pueden ir en paz.
℟ Demos gracias a Dios.
Si el que preside no es un ministro ordenado, se hace la señal de la cruz
mientras se dice:
℣ El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la vida eterna.
℟ Amén.
La décima quinta vela se lleva encendida a otro lugar. Si se tratase
del cirio pascual, se oculta detrás del altar. Seguido del acto, los
fieles reunidos en el templo y en completa oscuridad, irrumpirán el
silencio con el golpeteo de sus liturgias de las horas o con algún
instrumento que sea de utilidad.
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