Ética a Nicómaco.
La Ética a Nicómaco es por excelencia una de las obras más importantes de
Aristóteles en la que acopia el trabajo de una serie de erudiciones referentes a su postura
ética. Recordemos que este último término deriva del griego ethos que significa costumbre
o habito, de forma que es definida comúnmente como la doctrina de las costumbres; sin
embargo, para el filósofo, la moralidad se profundiza en la medida que desarrolla un
análisis sistemático de cuestiones particulares como el bien, la política, la amistad, la
voluntad, la felicidad, los actos, el fin, etc. que tienen el objetivo de plantearnos un
panorama antropológico bien cimentado en la actividad del hombre y sus consecuencias; no
por nada la Cosmovisión Aristotélica es genuinamente teleológica.
         El inicio de su obra se ve marcada por la necesidad de esclarecer la pregunta ¿Cuál
es el fin de los actos del hombre? a través de dos vertientes: el bien y la felicidad (que en un
momento dado llegan a convergir). Aristóteles, en su primer libro, conviene seriamente a la
afirmación de que todo apunta hacia un fin, y si todo se dirige hacia un fin como bien,
entonces es posible entender que la felicidad sea un bien al cual todos los demás tienden, no
obstante, esto mismo es capaz de trascender para dar pie a pensar que, si en la actividad
cotidiana del hombre no llegase a existir una idea de bien final y alcanzable, con toda
probabilidad se hablaría de una irracionalidad en la naturaleza humana porque en la usencia
de un bien que encamine las acciones del individuo, nada en la vida tendría sentido definido
y, por tanto, todo acabaría por ser un categórico absurdo.
        Ahora bien, el autor propone que la felicidad debe acompañarse de la experiencia de
las virtudes como perfección del alma, la cual, suele tener una disposición bipartita con
características racionales e irracionales; por esa razón es entendible que se enmarquen con
gran interés las diferencias entre virtudes intelectuales (concebidas mediante el aprendizaje
o la enseñanza) y virtudes morales (innatas a las costumbres), mismas que dependen de su
origen en el alma. Sin duda alguna, esta última parte es la medula espinal del corpus
aristotélico en dicho tratado, debido a que consolida la estructura general de lo que resta de
contenido y prepara el terreno del libro segundo donde resulta interesante para el filósofo
reflexionar en torno a la virtud.
        Si lo pensamos a detalle, para llegar al bien que se propone como fin nos
encontraremos con la disyuntiva de recaer en el problema sobre ¿Qué es la virtud y cómo
pretende ser el camino que nos conduzca al bien? A partir de este segundo apartado se
entiende que la virtud aristotélica —por llamarla de algún modo— es el manantial donde
emanan las mejores acciones e impulsos del alma porque la virtud estriba con el estado de
elección racional determinado por la razón, aunque, más adelante el Estagirita explica que
está hablando de la virtud moral y no de la virtud intelectual, pues busca un justo medio
entre vicios, un tipo de estado para hacer las mejores acciones que mantenga la relación con
el placer y el dolor.
         Es, por tanto, la virtud un modo de ser selectivo, siendo un termino medio
         relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría
         el hombre prudente. Es un medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por
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          defecto, y también por no alcanzar, en un caso, y sobrepasar, en otro, lo
          necesario en las pasiones y acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el
          término medio.1
       La virtud moral será el modo de ser por el que las personas se hacen buenas y les
compromete a cumplir bien su actividad encaminada al fin, no como ocurre con el arte que
requiere de un previo conocimiento, sino de una elección encunada en la razón.
        Ya para el libro III es fácil advertir de su notable interés por adentrarse en el mundo
de las acciones humanas después de haber dilucidado el medio por el que se conducen
nuestros actos. De seguro esta sección es una de las ideas periféricas más relevantes, que el
mismo Santo Tomás de Aquino haya tomado para argumentar en la Summa Teologiae sus
resultados referentes a la voluntad.2
        Aristóteles clasifica los actos humanos en voluntarios e involuntarios. Los primeros,
establecidos por no depender directamente del deseo, así como de la necesidad directa a un
principio externo al individuo (ya sea la fuerza, la inconciencia, la irracionalidad, la
ignorancia), y los segundos, que están estrechamente delimitados por una elección racional
que impulsa nuestro querer al mínimo objeto deliberado por el intelecto, mas, el fin no es
elegible ya que este es natural y es conocido por lo que el entendimiento presenta a la
voluntad. Así, el pensador crea una relación estable entre acto voluntario y virtud en cuanto
conduce a un fin.
        Más adelante, en este mismo libro y todo lo que falta del cuarto, consagra sus
palabras al estudio de algunas virtudes como la fortaleza, la templanza, la generosidad, la
magnanimidad… bajo el lente de lo que antes ya nos ha compartido, profundizando en las
idiosincrasias relativas a los tipos de personalidades que demuestran poseer cierto grado de
virtud (casi a manera de La República de Platón), sin embargo, llama la atención el tema
eje que desarrolla en el libro V. Empieza por introducir al lector en la definición de justicia
a partir de lo que comúnmente se entiende en el vulgo, para que, desde esa idea, se llegue a
afirmar que de todas las virtudes ésta es la más completa, claro, pues no es egoísta e
intervienen las demás personas actuando por un bien común.
        Luego de un detenido discurso acerca de la justicia en general, se detiene a intrincar
el relato mediante una simple distinción que particulariza la justicia y que más adelante se
cohesiona con la ley en una relación indispensable para que el otro también llegue a realizar
sus garantías en el margen de una legislación que respete las leyes naturales.
        En coherencia con la cronología del texto, es quizás el libro VI la pieza clave para
comprender la base de la Ética Nicomáquea. Lo primero que le atañe es regresar a lo que en
el primer libro ya había postulado sobre las propiedades del alma con el fin de distinguir los
componentes de la razón: intelecto científico, que afirma y niega para que el deseo busque
el bien y huya del mal, y el intelecto razonador cuyo bien es la verdad. 3 Finalmente, en tal
libro, plantea que en la razón se encuentran escondidas cinco virtudes: el arte, el
conocimiento científico, la prudencia, la sabiduría (la de más alabanza porque su objeto
1
  ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1106b-35-1107a-5
2
  Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología, I-II q. 1-89.
3
  Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1139a 5-15
                                                                                              2
pertenece a la sección más elevada del alma) y el entendimiento, los cuales, jerarquiza
según su excelencia.
        El libro séptimo, en lo particular, apunta una temática sugestiva al placer que se
sujeta a disposiciones morales contrarias y que por ende deben evitarse a toda costa: el
vicio, la incontinencia, la brutalidad. Aristóteles sabe muy bien que una de las virtudes
loables para la razón –como se mencionó arriba– es la prudencia, debido a que nos permite
obrar bien para llegar a ser buenos, no así con las personas incontinentes que saben lo que
es bueno hacer, pero por ‘falta de voluntad’ lo evitan. La incontinencia no es catalogada por
el autor como un vicio ni tampoco una virtud, advierte mas bien a su relación con la falta de
control en los placeres necesarios como la comida y el sexo, contrariamente a la
continencia, que sería la elección consensuada, racional, y mesurada del placer. Luego de
ello, se empeña por examinar las definiciones de ese término en sus predecesores, llegando
a la conclusión de que el placer debe ser bueno, aunque puede llevarnos al vicio.
        Si es preciso, me gustaría relatar a grandes rasgos el contenido de los libros VIII y
IX con el objetivo de extraer los tratados comunes de los que se habla en esta parte final de
la Ética a Nicómaco. Realmente, la amistad es uno de los fenómenos universales más
indispensables en todo ser humano y sin el cual la justicia no sería posible, acorde a lo que
el filósofo opina al respecto, a pesar de que muchos puedan divergir en el sentido de su
naturaleza.
        De manera muy especial, Aristóteles hace bien en promulgar que la amistad necesita
de una mutualidad, requiere ser el uno para el otro, empero, seamos reales –tanto como el
sabio–, nuestra vida no siempre es una utopía tan auténtica y feliz. Por ello, es menester
identificar lo que el autor nos propone en relación a los tipos de amistad, ante todo, la
amistad autentica que busca al otro por lo que es en realidad y no porque sea bueno para
alguien o porque le proporcione algún tipo de placer. Habla, además, de la amistad
dependiente al placer que acostumbra terminar cuando los intereses cambian, volviéndose
una amistad efímera a diferencia de la amistad utilitarista que es superficial en cuanto a que
busca solamente recibir un beneficio del otro sin la presencia de afecto.
        Hablar de amistad, desde la perspectiva aristotélica, exige discurrir de algún modo
acerca de la justicia y el modo que se relaciona con la ética, pues La amistad también
parece mantener unidas las ciudades, y los legisladores se afanan mas por ella que la
justicia.4 Así como la amistad es reciproca y da conforme a que se recibe, también la
justicia pretender actuar en la sociedad porque la desigualdad rompe con el buen trato y
ayuda en sobremanera a entender la raíz de lo que es este fenómeno.
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          Falta parte del Libro IX
          Falta Libro X.
4
    ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1155a 22.