0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos) 33 vistas22 páginasUna Agenda para El Cambio de Siglo-Martin Barbero - 2
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OFICIO DE CARTOGRAFO
‘Travesias latinoamericanas de la
comunicacién en la cultura
Jesus Martin-Barbero
FONDO DE CULTURA ECONOMICAIl. UNA AGENDA PARA EL CAMBIO DEL SIGLO
“Bl pensamiento actual acerca de las relaciones entre cul-
tura y tecnologia llega mayoritariamente a conclusiones
desesperanzadas y se detiene. Los conservadores culturales
dicen que la televisién por cable es la tiltima ofrenda de la
caja de Pandora y la transmisién por satélite coronaré la
torre de Babel. Al mismo tiempo una nueva clase de inte-
lectuales, que dirige los centros en que operan las nuevas
tecnologias culturales e informaticas, hablan confiadamente
de su ‘producto’. Ninguna de esas posturas es un suelo fir
me. Lo que tenemos es una pésima combinacién de determinismo
tecnoldgico y pesimismo cultural. Asf, conforme una tras otra
de las viejas y elegantes instituciones se ven invadidas por
los imperativos de una més dura economia capitalista no
resulta sorprendente que la Gnica reaccién sea un pesimis-
mo perplejo y ultrajado. Porque no hay nada que la mayo-
ria de esas instituciones quiera ganar o defender mas que
el pasado, y el futuro alternativo traeria precisa y obvia~
mente la pérdida final de sus privilegios”.
RAYMOND WILLIAMS
En la nueva percepcién del espacio y el tiempo que confi-
gura el fin del siglo XX se despliega un mapa de sintomas
y desaffos para las ciencias sociales, una agenda nueva para
la reflexién. Y especialmente en el rechazo de las ciencias
sociales a hacerse cargo de la nueva cultura comunicacional
hay algo mas que el déficit de legitimidad académica que
padece como “objeto” reciente. Pareciera mds bien que
256
 
ANOS 90 257
socidlogos y antropdlogos percibieran oscuramente el esta-
llido de las fronteras que aquélla entrafia —incluidas las de
sus campos de estudio— por la configuracién de objetos mé-
viles, né6madas, de contornos difusos, imposibles de encerrar
en las mallas de un saber positivo y rigidamente parcelado.
Hacia alld apunta el desaffo: hay en las transformaciones de
la sensibilidad que emergen en la experiencia comunicacional
un fermento de cambios en el saber mismo, el reconocimien-
to de que por allf pasan cuestiones que atraviesan por entero
el desordenamiento de la vida urbana, el desajuste entre
comportamientos y creencias, la confusi6n entre realidad y
simulacro. Las ciencias sociales no pueden ignorar entonces
que las nuevos modos de simbolizaci6n y ritualizacién del
lazo social se hallan cada dia mas entrelazados a las redes
comunicacionales y a los flujos informacionales. El estallido
de las fronteras espaciales y temporales que ellos introducen
en el campo cultural des-localizan los saberes y des-legiti-
man sus fronteras entre raz6n e imaginacién, entre saber e
informacion, ciencia y arte. Lo que modifica tanto el estatuto
epistemolégico como institucional de las condiciones de saber
y de las figuras de razén: esas que constituyen las trazas del
cambio de época, en su conexién con las nuevas formas de
sentir y las nuevas figuras de la socialidad.258 OFICIO DE CARTOGRAFO
1, IMAGINARIOS DE LA GLOBALIZACION
E IMAGENES DEL MUNDO
“La creciente globalizacién econémica despert6 fuerzas y
formas de identidad cada vez. més profundas, menos socia-
tes y més culturales, que atafien @ la lengua, a las relaciones
ala memoria. Hay un cambio total de pers-
pectiva: se consideraba que el mundo moderno estaba uni-
Fado mientras que la sociedad tradicional estaba frag-
con el cuerpo,
mentada; hoy por el contrario, la modernizacién parece
Ylevarnos de lo homogéneo a lo heterogéneo en
el pensa-
miento y en el culto, en Ja vida familiar y sexual, en la
alimentacién o el vestido”.
ALAIN TOURAINE
Figuraciones del saber tecnolégico
La pregunta de Heidegger por la técnica, en cuanto ultimo
avatar de la metafisica, resulta hoy mucho mas reveladora
que cuando fue formulada, ya que nunca antes ia tecnica
habia dejado tan radicalmente de ser mero utensilio para
hablarnos de “su esencial relaci6n con el develar en que se
fundamenta todo producir”!. Lo que ha sido traducido por
Habermas al lenguaje sociolégico afirmando: “si He técnica
se convierte en la forma global de produccion, define entone
ces a toda una cultura, y proyecta una totalidad histérica, un.
mundo”. Estamos ante un universo tecno-légico que alumbra
‘un nuevo universal no centrado,
© cuyo centro se halla en
cualquier lugar __universo de la Pantopia’”’— que, segan
Michel Serres, concentra todos los lugares en uno y
cada uno
 
ANOS ‘90 259
es replicado en-todos los demés. El viejo Leibniz podria
ayudarnos a pensar las mediaciones que introduce hoy la
simulacién en cuanto “juego de ausencias” que aparece
“cuando la ciencia toma el lugar de la Verdad y se deshace
de su propia ‘naturalidad’ aceptando plenamente su opera-
cién como potencia de artificio”, esto es, capaz de inventar
un mundo que en lugar de dejarse representar se da en la
mediacién que desde la técnica lo transforma en virtual.
“El mundo aparece por primera vez como totalidad
empirica por intermedio de las redes (...) pues en el proceso
global de produccién la circulacién prevalece sobre la pro-
duccién propiamente dicha. Incluso el patrén geografico es
definido por la circulacién, ya que ésta es mas densa, mas
extensa, y detenta el comando de los cambios de valor del
espacio”®. Lo que las redes ponen, entonces, en circulacién
son a la vez flujos de informacion y movimientos de integra-
cién a la globalidad tecnoeconémica, la produccién de un
nuevo tipo de espacio reticulado que debilita las fronteras de
lo nacional y lo local al mismo tiempo que convierte esos
territorios en puntos de acceso y transmisién, de activacién
y transformacién del sentido del comunicar y del poder:
tanto de aquel que segtin Foucault se ejerce ya no desde la
verticalidad del trono sino desde la retfcula cotidiana que
ajusta los deseos, las expectativas y demandas de los ciuda-
danos a los regulados disfrutes del consumidor, como de
aquel otro que al intensificar la divisién/especializacién/
descentralizacién del trabajo intensifica la velocidad de cir-
culacién del capital, del financiero como del productivo, de
las informaciones, de las mercancias y los valores.
Virtuales de entrada, en cuanto tejido que da forma al
ciberespacio, como en el sentido ontolégico de la potencia®:
las redes se vuelven reales cuando son activadas, usadas para260 OFICIO DE CARTOGRAFO
negociar o gestionar, para navegar 0 conversar. Frente a
tanto tratado sabihondamente cientifista, e irresponsable-
mente optimista, sobre las virtudes del espacio virtual, me
quedo con el gesto pedagégico de Michel Serres al leer La
Odisea como el primer relato sobre un navegante virtual, que
nos cuenta “el deambular y los naufragios de un marino
osado y astuto con el que su mujer se reunia en suefios, dia
y noche, tejiendo y destejiendo en su telar el mapa de los
viajes de su marido. jE] amante y Ja amante habfan dejado
de estar presentes! Mientras el primero navegaba por el mar
real, la segunda sofiaba en el espacio virtual de la red que
iba urdiendo. Penélope urdfa en el telar el atlas que Ulises
atravesaba a remo y vela, y que Homero cantaba con Ja lira
o la cftara’’. La singularidad del mundo que habitamos pasa
por los espacios virtuales que, en otros tiempos, tejfan los
suefios y las representaciones, y ahora tejen también las
redes de comunicacién. Redes que no son sdlo técnicas sino
sociales, pues por el momento Internet sélo concierne a
menos del 1% de la poblacién, y aunque el crecimiento de
los usuarios en América Latina es muy r4pido, los tipos de
usos diferencian radicalmente el significado social del estar
enchufado a la red. Entre el peso de la informacién estraté-
gica para la toma de decisiones financieras y la levedad del
paseante extasiado ante las vitrinas de los bulevares
virtuales ya hay un buen trecho. Que se hace mucho mayor
cuando el crecimiento de la riqueza interior a la red es co-
nectado con la acelerada pauperizacién social y psiquica que
se vive en su exterior: en el /ugar desde el que la gente se
enchufa a la red. Todo lo cual tiene poco que ver con las tan
repetidas y gastadas denuncias de la homogeneizaci6n de la
vida o la devaluacién de la lectura de libros. Pues la virtua-
lidad de las redes escapa a la raz6n dualista con la que
 
ANOS ‘90 261
estamos habituados a pensar la técnica, haciéndolas a la vez
abiertas y cerradas, integradoras y desintegradoras, totaliza-
doras y destotalizantes, nicho y pliegue en el que conviven
y se mezclan légicas, velocidades y temporalidades tan di-
versas como las que entrelazan las texturas del relato oral,
Ja intertextualidad de las escrituras y las intermedialidades
del hipertexto.
La pregunta por la técnica se nos vuelve cada dia mas
crucial en la medida en que la diversidad de técnicas, cons-
tatada por los antropdlogos, es aceleradamente sustituida
por una mundializacién de la tecnologia, por su tornarse
global. Claro que esa aceleracién actual es engafiosa pues
encubre aquel largo proceso que de la revolucién industrial,
la de las mdquinas, condujo a la de los signos, la cibernética,
y de ésta a la informatica, a la revolucién electronica y
digital. De todos modos es la rapidez de su difusién la que
nos coloca en una situacién nueva, caracterizada por dos
rasgos: la ausencia de vinculos entre tecnologia y herencias
culturales, su instalarse no importa en qué regién o pais
como elemento exégeno a las demandas locales, esto es
como dispositivo de produccién a escala planetaria, como
conector universal en lo global; y en segundo lugar su fuerte
incidencia en la divisién internacional del trabajo, trastor-
nando a la vez las condiciones de produccién y las relacio-
nes centro/periferia al efectuar una rearticulacién de las
relaciones entre paises mediante una des-centralizacién que
concentra el poder econédmico y una des-localizacién que
hibrida las culturas. Estamos-ante un nuevo tipo de técnica:
aquel que tiene la capacidad de transformar al mundo en
tecnoesfera.
Y gcudles son entonces algunos rasgos claves de la mu-
tacién que experimentamos? Una mirada critica nos asegura262 OFICIO DE CARTOGRAFO
que el actual desarrollo tecnolégico esta trastornando tanto
la imagen mental del mundo que habitamos como las coor-
denadas de la experiencia sensible: “el espacio que atravie-
gan nuestros itinerarios perceptivos se halla hoy estratificado
segtin la velocidad del medio tecnolégico que usamos (ws)
pero la multiplicidad de temporalidades que vivimos no se
halla regulada por la légica interna del sistema técnico”*.
Ello significa entonces que nuestra insercién en la nueva
mundanidad técnica no puede ser pensada como un automa-
tismo de adaptacién socialmente inevitable sino mas bien
como un proceso densamente cargado de ambigiiedades, de
avances y retrocesos. Un complejo conjunto de filtros y
“membranas osmoticas” regula selectivamente la multiplici-
dad de interacciones que entrelazan los flujos entre los viejos
y los nuevos modos de habitar el mundo.
Encuadrando el balance en el marco ecolégico de lo que
él denomina entorno artificial, E. Manzini retoma en positivo
el concepto de artefacto (lo hecho con arte versus lo artificio-
so © engafioso) para pensar Jos nuevos modos en que las
técnicas nos tocan y hablan: la progresiva emergencia de la
profundidad de la materia y de las estructuras —desde la
que nos interpelaban los objetos antiguos— hacia la super-
ficie, desde la que nos hablan hoy los objetos convertidos en
soportes de informacién. Lo artificial tiende asf a devenir un
continuum de superficies cada vez més densamente interac-
tivas. La conversién de la realidad en espectdculo arrancaria
ahi: no en el plano de la evasion 0 Ja simulacién tramposa
sino en el de una transformacién tal de la imagen de la
realidad que hace ineludible el preguntarnos “si ella amena-
za en profundidad la existencia humana, hasta qué punto, 0
si al contrario representa una mutacién antropolégica de las
que han marcado favorablemente la historia humana”. La
 
ANOS '90 263
toma de distancia critica, indispensable, del vértigo en que
nos sumergen las innovaciones tecnoldgicas, empieza por
romper el espejismo producido por el régimen de inmateria-
lidad que rige el mundo de las comunicaciones, de la cultura
o del dinero, esto es la pérdida de espesor fisico de los
objetos haciéndonos olvidar que nuestro mundo esta a pun-
to de naufragar bajo el peso y el espesor de los desechos
acumulados por el proceso de produccién de las técnicas. Lo
que es positivo si al mismo tiempo asumimos el espesor de
la presencia y la extensi6n irreversible del entorno tecnold-
gico que habitamos.
. De otra parte, no es cierto que la penetracién y expan-
sién de la innovacidén tecnolégica en el entorno cotidiano
implique la sumisién automatica a las exigencias de la racio-
nalidad tecnoldgica, de sus ritmos y sus lenguajes. De hecho
lo que est4 sucediendo es que la propia presién tecnolégica
estd suscitando la necesidad de encontrar y desarrollar otras
racionalidades, otros ritmos de vida y de relaciones tanto
con los objetos como con las personas, en las que la densi-
dad fisica y el espesor sensorial son el valor primordial. ;De
qué habla la obsesién por los deportes y los aerdbicos sino
del esfuerzo por reencontrarse con el propio cuerpo? Y la
btisqueda de las medicinas alternativas 0 de “terapias de
relaciones”, mds alla de la rentabilidad que el mercado esta
pebiendol sacar de todo ello, gno nos estan sefialando la
importancia que ha recobrado el contacto y la inmediatez en
la comunicacién?”. Cierto, la mediacién tecnolégica se espe-
sa cada dia mas trastornando nuestra relacién con el mundo,
desterrando quiz para siempre el suefio griego de que el
hombre sea “la medida de todas las cosas”. Pero ese cambio
no tiene su origen en la técnica, él hace parte de un proceso
mucho mas ancho y largo: el de la secularizadora racionali-264 OFICIO DE CARTOGRAFO
zacién del mundo que, segtin Weber, constituye el nucleo
més duro y secreto del movimiento de la modernidad.
Territorios:
entre Ia levedad del espacio y el espesor del lugar
“En la disposicién del territorio el tiempo cuenta mas que el
espacio, pero ya no se trata del tiempo local y cronologico,
sino de un tiempo mundial que se opone tanto al espacio
Jocal como al espacio mundial del planeta. El ‘espacio-
mundo’ de la geopolitica cede progresivamente su priori-
dad estratégica al ‘tiempo-mundo’ de una proximidad
cronoestratégica sin intervalos ni antipodas”
PAUL VIRILIO
Las relaciones tiempo/espacio han servido de escenario a
una vieja pugna entre las ciencias sociales, privilegiadoras
del tiempo —como dmbito del cambio social, de la revolu-
cién, de la modernizacién— sobre el espacio, y la estética,
valoradora de la espacialidad en todas sus formas —escrita,
plastica, escenografica— y de una intemporalidad con la que
el arte ha buscado defenderse del desgaste y la finitud. La
filosoffa por su parte muestra hasta nuestros dias una per-
manente oscilacién: frente al Foucault que mira el espacio
como un multiplicado panéptico, lugar de la vigilancia, la
disciplina y el castigo, Michel de Certeau introducird pio-
neramente una concepcidn activa del espacio inspirada en la
distincién lingiifstica entre lengua/habla: mientras el espacio
se define por el entrecruzamiento de vectores de direcci6n y
de velocidad (presencia del tiempo) y por lo tanto como algo
producido por operaciones y movimientos, como algo ‘prac-
ticado’, el lugar en cambio es el equivalente de la palabra,
 
ANOs 90 265
Ambito de apropiacién, de practicas ya sean del habitar o el
transitar".
El tiempo aparece en realidad como elemento determi-
nante de cambios en el momento en que la modernidad
introduce el valor-tiempo tanto en la aceleracién del ritmo de
los procesos econémicos, como en el de la innovacién técni-
ca y estética, poniendo en marcha una contradiccién central:
la aceleracién de la novedad acelera también la propia
obsolescencia de lo nuevo. La compresién tiempo-espacio,
que acelera el ritmo de la vida a la vez que tiende a borrar
linderos y barreras espaciales, esté ya presente en la expe-
riencia temprana de la modernidad. Pero otro elemento hace
parte también de esa experiencia: el impulso racionalizador
en cuanto capaz de la produccién de espacio (para la industria,
los transportes, las comunicaciones), esto es como Ambito
espectfico de creacién de riqueza y de entrelazamiento entre
racionalizacién e innovaci6n estética, que es explicitamente
el espacio de la arquitectura, ya sea en Le Corbusier 0 en la
Viena fin de siglo.
David Harvey" ha reconstruido el recorrido que sigue el
estrechamiento de los lazos entre la compresi6n del tiempo/
espacio y las légicas de desarrollo del capitalismo. Recorrido
del que hacen parte tanto las grandes Exposiciones de 1851
en Francia y de 1893 en Estados Unidos, como la invencién
y aplicacién de “la linea de montaje” por Ford, primera
aparicién del dispositivo de fragmentacién al servicio de la
aprehensi6n globalizada de la producci6n en serie. También
el arte y la literatura que con Picasso, Braque, Joyce, Proust,
incorporaran muy pronto la fragmentacién del espacio y
del relato abandonando tanto el espacio plano de Ja pintura
como la narracién lineal. El resultado de ese entrelaza-
miento de ldgicas va a ser un proyecto de espacio nuevo,266 OFICIO DE CARTOGRAFO
que rompiendo por primera vez con nacionalismos y loca-
lismos proclama al modernismo estético como una dimen-
sién del internacionalismo revolucionario.
Pero no seré hasta comienzos de los afios ‘70 cuando el
sentido de la espacialidad sufra cambios de fondo. El 4mbito
determinante de ese cambio son las nuevas condiciones del
capitalismo: “las condiciones de una acumulacion flexible”,
hecha posible por las nuevas tecnologias productivas y las
nuevas formas organizacionales conducentes a una descen-
tralizacién que es desintegraci6n vertical de la organizacién
del trabajo —multiplicaci6n de las sedes, subcontratacién,
multiplicacién de los lugares de ensamblaje— y a una cre-
ciente centralizacién financiera. Del otro lado, aparecen por
esos mismos afios los “mercados de masa” introduciendo
nuevos estilos de vida aparentemente democratizadores
pero cuyos productos son la més clara expresin del proceso
de racionalizacién del consumo, pues aceleran la obsoles-
cencia no sélo de los productos sino de los estilos de vida
y de moda, y hasta de las ideas y los valores. “Lo que preo-
cupa ahora al capitalismo en forma predominante es la pro-
duccién de signos y de imagenes (...) La competencia en el
mercado se centra en la construccién de imagenes, aspecto
que se vuelve tan crucial o mas que el de la inversién en
nueva maquinaria”®. Las reestructuraciones del espacio no
significarfan entonces su devaluacion frente al tiempo
—como piensa Virilio“— sino un cambio profundo en su
significado social: “La paradoja de que cuanto menos deci-
sivas se tornan las barreras espaciales tanto mayor es la sen-
sibilidad del capital hacia las diferencias del lugar y tanto
mayor el incentivo para que los lugares se esfuercen por
diferenciarse como forma de atraer el capital’’”’. La identi-
dad local es asf conducida a convertirse en una representacion
 
ANOS '90 267
de la diferencia que la haga comercializable, esto es sometida
al torbellino de los collages e hibridaciones que impone el
mercado.
Escribe O. Ianni: “Caminamos, a lo largo de siglos, de la
antigua comuni6n de los lugares con el Universo a la inter-
dependencia global de los lugares en el Mundo. En ese largo
camino el Estado-nacién fue un divisor de aguas al entroni-
zax la noci6n juridico-politica de territorio”*. Pero lo que va
a dar sentido de pertenencia a la colectividad que habita ese
nuevo territorio fueron, segtin B. Anderson, dos formas de
la imaginacion que florecen en el siglo XVIII: la novela y el
periddico, ya que fueron ellas las que “proveyeron los me-
dios técnicos necesarios para la ‘representaci6n’ de la clase
de comunidad imaginada que es la nacién’”. Esa representa-
cién, y sus medios, son hoy completamente incapaces de dar
cuenta del doble des-anclaje que experimenta la nacién, tan-
to en su espacio como en su tiempo. En una obra capital, que
tematiza dimensiones poco pensadas en el discurso
postmoderno, P. Nora desentrafia el sentido de una contra-
diccién crucial en este fin siglo, la que entrafia el des-
vanecimiento del sentimiento histérico y el crecimiento de la
pasion por la memoria: “La nacién de Renan ha muerto y no
volvera. No volvera porque el relevo del mito nacional por
la memoria supone una mutacién profunda: un pasado que
ha perdido la coherencia organizativa de una historia, se
convierte por completo en un espacio patrimonial’". Es
decir, un espacio mas museografico que histérico. Y una
memoria nacional edificada sobre la reivindicacién patrimo-
nial estalla, se divide, se multiplica. Ahora cada regi6n, cada
localidad, cada grupo étnico o racial reclama el derecho a su
memoria. Lo que complementa O. Monguin: "Poniendo en
escena una representacién fragmentada de la unidad territorial268 OFICIO DE CARTOGRAFO
de lo nacional los lugares de memoria celebran paraddjica-
mente el fin de la novela nacional”.
Pero mientras la novela nacional muere a golpes de
emborronamiento de los tiempos y la fragmentacion de las
memorias, hay algo a lo que el proceso de globalizacién le
ha devuelto, paradéjicamente su valor: el territorio del lugar.
Para M. Santos se trata de la imposibilidad de habitar el
mundo, y de insertarnos en lo global, sin algdan tipo de
anclaje en el espacio y en el tiempo”. Pues el lugar significa
nuestro anclaje primordial: la corporeidad de lo cotidiano y
la materialidad de la accién, que son la base de la heteroge-
neidad humana y de la reciprocidad, forma primordial de la
comunicacién. Pues atin atravesado por las redes de lo glo-
bal, el lugar sigue hecho del tejido y la proxemia de los
parentescos y las vecindades. Lo cual exige poner en claro
que el sentido de Jo local no es univoco: pues uno es el que
resulta de la fragmentacién, producida por la des-localiza-
cién que impone lo global, y otro bien distinto el que asume
el lugar en los términos de Michel de Certau o de Marc Augé.
Que es el Jugar que introduce ruido en las redes, distorsiones
en el discurso de lo global, a través de las cuales emerge la
palabra de otros, de muchos otros. Ahf esté —por mds t6pi-
co que resulte— la palabra del subcomandante Marcos intro-
duciendo (junto con el ruido de fondo que pone la sonoridad
de la selva Lacandona) la gravedad de la utopfa en la leve-
dad de tanto chismorreo como circula por Internet. Y los
usos que de esa misma red hacen hoy multitud de minorfas
y comunidades marginadas 0 grupos de anarquistas. Y sobre
todo la vuelta de tuerca que evidencia en las grandes ciuda-
des el uso de las redes electrénicas para construir grupos
que, virtuales en su nacimiento, acaban territorializandose,
 
ANOS 90 269
pasando de la conexién al encuentro, y del encuentro a la
acci6n.
Romper toda dependencia local es quedarse sin la indis-
pensable perspectiva temporal. Y hoy asistimos a “la aparicién
de un tiempo mundial susceptible de eliminar la referencia
concreta del tiempo local de la geograffa que hace la his-
toria”?!. Primero fue el tiempo ciclico de los origenes, des-
pués el lineal de la historia cronolégica, ahora entramos en
un tiempo esférico que al desrealizar el espacio liquida la
memoria, su espesor geoldgico y su carga histérica.
Imaginarios de lo global
Los imaginarios de la globalizacién preparan y refuerzan la
globalizacién de los imaginarios, ya sean los que alientan su
visién como la ultima utopia o los que la identifican con la
mis terrorifica de las pesadillas. Contempordneos de un fin
de siglo, y de milenio, quiza de lo que habla el vértigo de
los discursos sea la sensacién del “fin de un mundo” y del
brumoso horizonte de otro que, por mas oscuro y contradic-
torio que aparezca, estamos necesitados de pensar.
Una primera incitacién a pensar el mundo nos viene de
la geograffa al plantearnos que la ausencia de categorias
analiticas y de historia del presente nos mantienen mental-
mente anclados en el tiempo de las relaciones internaciona-
les cuando lo que estamos necesitando pensar es el mundo,
esto es, el paso de Ia internacionalizacién a la mundializaciér™,
Proceso en el que las tecnologfas de la informaci6n tienen un
papel crucial, pues a la vez que intercomunican los lugares
transforman el sentido del lugar en el mundo. Con el desafio
epistemolégico a las ciencias sociales y la filosofia que ello270 OFICIO DE CARTOGRAFO
supone, ya que en tiltimas de lo que habla la globalidad-
mundo es de “una nueva manera de estar en el mundo”.
Y ello tanto en el sentido que la categoria mundo ha tenido
para los filésofos como para los socidlogos: la nueva signi-
ficaci6n del mundo ya no es asimilable “a lo real’, ni
derivable de la que hasta hace poco fue una de las categorfas
centrales de las ciencias sociales, la del Estado-nacién. La
globalizacién no se deja pensar como mera extensi6n
cuantitativa o cualitativa de la sociedad nacional. No porque
esa categoria y esa sociedad no sigan teniendo vigencia —
la expansién y exasperacién de los nacionalismos de toda
laya asi lo atestigua— sino porque el conocimiento acumu-
lado sobre lo nacional responde a un paradigma que no
puede ya “dar cuenta ni histdrica ni tedricamente de toda la
realidad en la que se insertan hoy individuos y clases, na-
ciones y nacionalidades, culturas y civilizaciones’”*. Las re-
sistencias en las ciencias sociales a aceptar que se trata de un
objeto nuevo son muy fuertes. De ahf la tendencia a subsumir
ese objeto en los paradigmas clasicos, del evolucionismo o
el historicismo, y a focalizar s6lo aspectos parciales —econé-
micos 0 ecolégicos— que parecerian seguir siendo compren-
sibles desde una continuidad sin traumas con la idea de lo
nacional.
Es esa continuidad, de la que se nutren nociones como
imperialismo, dependencia e incluso interdependencia, la
que estd encubriendo la necesidad de someter esas nociones
a una profunda reformulacién a la luz de los cambios radi-
cales que atraviesan tanto la idea de soberanfa como de
hegemonfa. El que hoy siga habiendo dependencias e
imperialismos no significa que el escenario no haya cambia-
do sino que los viejos tipos de vinculos se hallan subsumidos
y atravesados por otros nuevos que no se dejan pensar desde
 
ANOs ‘90 271
la transferencia de categorfas como las de Estado, nacién,
territorio, regién, etc. Las condiciones de desigualdad entre
naciones, regiones y Estados, contintian e incluso se agra-
van, pero ya no pueden ser pensadas al margen de la apari-
cién de redes y alianzas que reorganizan tanto las estruc-
turas estatales como los regimenes politicos y los proyectos
nacionales.
Otra fuente de imaginarios del mundo es la vision de la
Tierra que nos procuré la c4mara de un satélite, esa primera
imagen que tuvimos del mundo “desde el espacio”: tanto de
aquel por el que se mueven los satélites y navegan los
astronautas, como de ese otro que, comprimido por la ace-
leracién del tiempo, esté trastornando nuestros modos de
percibir y de sentir. Esa primera imagen condensé6 las ten-
siones e hibridaciones que atraviesan y sostienen las relacio-
nes de lo territorial y lo global al mismo tiempo que el
mercado ponia en marcha una globalizacién del imaginario
mediante la cual “se exporta territorio —Amazonia, banano
y carnaval— mientras se importa la escena global que pro-
duce la tecnologia (...) Estrategia que es responsable de la
curiosa mdscara que nos permite encontrar en el mundo la
imagen de todos los territorios’’. Y cuya contraparte es el
crecimiento acelerado del no-lugar: ese espacio en que los
individuos son descargados del peso de la identidad inter-
pelante o interpelada y exigidos tinicamente de interaccién
con informaciones, textos o imagenes, que se repiten ince-
santemente de una punta a la otra del mundo”. Mas lentos
sin embargo que la economia 0 la tecnologia, los imaginarios
colectivos arrastran, conservan huellas y restos del lugar que
intensifican las contradicciones entre viejos habitos y destre-
zas nuevas, entre ritmos locales y velocidades globales.
Una tiltima fuente de imaginarios de lo mundial se halla272 OFICIO DE CARTOGRAFO
en las secretas complicidades entre el sentido de lo universal,
que puso en marcha la Ilustracién, y la globalizacién
civilizatoria que el etnocentrismo occidental ha hecho pasar
por universal, esto es “la idea de una universalidad que se
opone a (niega) toda otra particularidad que no sea la del
individuo, que pasa entonces a representar la tinica forma
de particularidad, haciendo que todas las otras formas de
realidad social nazcan de la relacién entre los individuos”*.
La mejor expresién de esa complicidad fue la idea de de-
sarrollo que agencid la propia ONU desde mediados de los
afios ’50: desarrollarse para los paises del Tercer Mundo se
identificé con asumir la negacién/superacion de todas sus
particularidades culturales y civilizatorias. Mirada desde el
hoy la idea de universalidad que nos leg6 la Tlustracién,
revela lo que ésta tenia a la vez de utopia emancipatoria y
de universalizacién de una particularidad: Ja europea. En-
frentar el etnocentrismo civilizatorio que propaga Ja globali-
zacién nos exige contraponer a una “globalizacién enferma
porque en lugar de unir lo que busca es unificar’ las sub-
versivas imagenes de una universalidad descentrada, capaz de
impulsar el movimiento emancipador sin imponer como
requisito su propia civilizacién. Las redes informacionales se
configuran asf en escenario estratégico de la lucha por des-
centrar la mundializacién, no sdlo del proceso de centrali-
zacién econémica sino cultural, esto es de la particularidad
civilizatoria que hoy orienta la globalizacion.
 
ANOS '90 273
2. TRANSFORMACIONES DE LA EXPERIENCIA URBANA.
“El aficionado a la vida hace del mundo su familia, entra
en la multitud como en inmenso depésito de electricidad,
Eth calsictetepis doko deconsicacal que, on Gada ano
de sus movimientos, representa la vida maltiple y la gracia
precaria”.
CHARLES BAUDELAIRE
“Haber sido empujado por la multitud es la experiencia que
Baudelaire destaca como decisiva e inconfundible entre
todas las que hicieron de su vida lo que lleg6 a ser (...). Asf
est tramada la vivencia a la que Baudelaire dio peso de
experiencia. Baudelaire sefialé el precio al que puede tener-
se la sensacién de lo moderno: la trituracién del aura en la
vivencia del shock”.
WALTER BENJAMIN
Fenomenologta de la experiencia
Pocos temas ocupan un lugar tan decisivo en el debate cul-
tural de este fin de siglo como el de la ciudad: como si en
ella se concentraran a la vez las pesadillas que nos atemo-
rizan y las esperanzas que nos mantienen vivos. Como si en
la ciudad se dieran cita en esta hora las mutaciones mas de
fondo, y fuera desde ahi desde donde nos fuera dado com-
prender el/los sentido/s de las transformaciones que atra-
viesan la sociedad y el hombre mismo.
Pues la ciudad no es sdlo un entorno que ambienta el
quehacer y el hacerse del hombre sino que es —atin en el274 OFICIO DE CARTOGRAFO
degradado medio—ambiente de las ciudades de hoy— su
mundo®. Y que seguir afiorando nostdlgicamente el tiempo
de una ciudad sin deterioro y caos no slo es escapar por
una gatera metaffsica a los desaffos de la historia sino impe-
dirnos asumir activamente los materiales de los que esta
hecha —y con los que construir— ja ciudad de hoy: sus
territorialidades y su desterritorializacion, sus miedos y sus
narrativas, sus juegos y Su Caos, SUS trayectos a pie y en bus,
sus centros y sus marginalidades, sus tiempos y sus alen-
darios. En especial los muy diversos tiempos de la sensibi-
lidad que encabalgan nuestras ciudades latinoamericanas a
medio hacer, en las que la estética del audiovisual halla
intensas complicidades en las oralidades eculeurales de las
mayorias, en las que el hambre y el analfabetismo se cruzan
a cada instante con los hipermercados y las pantallas elec-
trénicas*.
Es en cuanto narracién que la ciudad se nos da a pensar.
Desde las narrativas judeo-cristianas del origen des-cubrién-
donos que la primera ciudad Ja fundé la rebeldfa, ala que
respondié una maldici6n que amenaza a ia ciudad con ruina
y deterioro progresivos, como si el crecimiento mismo de Ja
ciudad estuviera cargado de culpa. Pero quizds el ereelimen-
to del espacio urbano no signifique tanto la expansion del
espacio asfaltado sino el crecimiento de una experiencia tempo-
ral urbana sin culpa y sin utopia, La descentralizacion de lo
sagrado y su nomadizacién, su migracién de ee sitio a otto,
hace posible que la ciudad se libere del marcaje que la liga
exclusivamente a la memoria de la etnia y se abra a la
memoria de la especie. He aqui una clave crucial para en-
tender el proceso de modernizacion de nuestras ciudades, y
los conflictos y violencias que conlleva, mas alla de los
indicadores desarrollistas: entender la modernizacién como
 
ANOS ‘90 275
tensién entre memorias étnicas y memorias universales*. Lo que
torna enormemente complejas las territorialidades moder-
nas y frecuentemente fallidas tanto las literaturas urbanas
que tratan de narrarlas como las intervenciones politicas que
intentan planificarlas.
Otra clave de lectura de la ciudad es el arte del puzzle:
frente a tanta investigaci6n que proclamando multicausali-
dades ¢ interdisciplinas mantiene las piezas separadas impi-
diéndonos ver la ciudad, es necesario revalorar la ex-
periencia y la narratividad de los habitantes. Porque la figura
de la ciudad tiene menos que ver con la alta regularidad de
los modelos expertos del edificar que con el mosaico
artesanal del habitar. Y ello nos descubre que la geografia de
las identidades remite tanto a las figuras que demarcan las
calles y las plazas como a las fisuras que introduce el desor-
den de las experiencias y los relatos. Del mismo modo frente
a los funcionalismos arquitecténicos y las estéticas raciona-
listas que ven la ciudad como sistema cerrado, de partes
nitidamente delimitadas y sometidas a un régimen fijo, la
pista de las fisuras hace posible des-cubrir otra visién y otra
dindmica: la de las fluctuaciones y los flujos en que se gestan
otros érdenes*. Vision desde la que se abre una pedagogia
ciudadana del juego en el sentido que tienen las trayectorias
en cuanto fdcticas del que camina cotidianamente la ciudad”.
Metodolégicamente la ciudad nos reta casi tanto al pen-
sarla como al habitarla. zEs que podemos atin pensar la ciu-
dad como un todo o estamos irremediablemente limitados a
no percibir sino fragmentos reunidos en figuras sin referente
en la realidad? Y entonces, es posible percibir la ciudad como
un asunto piiblico 0 como mera sumatoria de intereses pri-
vados*®. Pues si en lugar de abrir la mirada, las teorfas del
caos se limitan a celebrar la opacidad irreductible del hecho276 OFICIO DE CARTOGRAFO
urbano, hallarfamos ahf una muy peligrosa complicidad con
la tendencia neoliberal a culpar del caos urbano a la marafia
de reglamentaciones del Estado, que estarfan impidiendo a
la ciudad darse su forma, esa que s6lo podra encontrar cuan-
do el mercado libere sus propias dindmicas, sus mecanismos
naturales, Enfrentar esa convergencia nos esta exigiendo asu-
mir la experiencia de des-orden y opacidad que hoy produce
la ciudad, su resistencia a la mirada monoteista, pretendi-
damente omnicomprensiva, y la adopcién de un pensamien-
to némada y plural, capaz de burlar los compartimentos de
las disciplinas e integrar dimensiones y perspectivas hasta
ahora obstinadamente separadas. Resulta entonces indispen-
sable deslindar la posibilidad de una mirada de conjunto a la
ciudad, de su nostdlgica complicidad con la idea de unidad
o identidad perdida, conducentes a un pesimismo cultura-
lista que nos esté impidiendo comprender de qué estén
hechas las fracturas que la estallan. Pues de lo que habla ese
estallido es tanto de las renovadas formas de marginacion y
exclusién social como de los nuevos modos de estar juntos
desde los que los ciudadanos experimentan la heterogénea
trama sociocultural de la ciudad, la enorme diversidad de
estilos de vivir, de modos de habitar, de estructuras del
sentir y del narrar. Una trama cultural que desaffa nuestras
nociones de cultura y de ciudad, los marcos de referencia y
comprensién forjados sobre la base de identidades nitidas,
de arraigos fuertes y deslindes claros. Pues nuestras ciuda-
des son hoy el ambiguo, enigmatico escenario de algo no
representable ni desde la diferencia excluyente y excluida de
lo autéctono ni desde la inclusién uniformante y disolvente
de lo moderno.
Heterogeneidad simbdlica ¢ inabarcabilidad de la ciudad,
cuya expresién més cierta esta en los cambios que atraviesan
 
ANOS 90 277
los modos de experimentar la pertenencia al territorio y las
formas de vivir la identidad. Cambios que se hallan, si no
determinados, al menos fuertemente asociados a las trans-
formaciones tecnoperceptivas de la comunicacién, al movi-
miento de desterritorializacién e internacionalizacién de los
mundos simbélicos y al desplazamiento de fronteras entre
tradiciones y modernidad, entre lo local y lo global, entre
cultura letrada y cultura audiovisual. En la investigacién
sobre esos nuevos modos de estar juntos aparecen en primer
plano las transformaciones de la sensibilidad que producen
los acelerados procesos de modernizacién urbana y los es-
cenarios de comunicacién que, en sus fragmentaciones y
flujos, conexiones y redes, construye la ciudad virtual.
Modernizacién urbana y cambios en la sensibilidad
“Lo propio de la ciudad es su avance voraz, su no reconocer
fronteras, su olvido sistematico de las tradiciones. Lo urba-
no es ahora el don de armonizar lo opuesto, lo irreconcilia-
ble, lo duro, lo fragil, lo marcado por las generaciones, lo
que en sf mismo empieza y se consume”.
CARLOS MONSIVAIS
El historiador José Luis Romero fue el primero en pensar la
modernizacién de las ciudades latinoamericanas en su espe-
cificidad antropolégica, los cambios en los modos de estar y
sentirse juntos, la desarticulacién de las formas tradicionales
de cohesién y la modificacién estructural de las formas de
socialidad: “Hubo una especie de explosién de gente, en la
que no se podia medir cuanto era mayor el ntimero y cuanta
era mayor la decisién para conseguir que se contara con278 OFICIO DE CARTOGRAFO
ellos y se los oyera. Eran las ciudades que empezaban a
masificarse. En rigor esa masa no tenfa un sistema coherente
de actitudes ni un conjunto armonioso de normas. Cada
grupo tenia las suyas. La sociedad no posefa ya un estilo de
vida sino muchos modos de vida sin estilo”’. La. masa,
marginal durante mucho tiempo, invadia el centro de la
ciudad y lo resignificaba imponiendo la ruptura ostensible
de las formas de “urbanidad”, pues su sola presencia impli-
caba un desafio radical al orden de las exclusiones y los
privilegios ya que su deseo més secreto era acceder a los
bienes que representaba la ciudad. Y al mismo tiempo la
ciudad se transformaba con la aparicién del “folclor aluvial”,
la moderna cultura urbana, la del tango y el ftitbol, hecha de
mestizajes e impurezas, de patetismo popular y arribismo
burgués. Salida del suburbio la cultura popular-de-masa le
da forma al estallido de la ciudad. Romero avizoré
certeramente lo que la urbanizacién de las sociedades lati-
noamericanas contenia de masificacion estructural y de frag-
mentacién socio-cultural.
En Colombia los procesos de urbanizacién revisten de
entrada dos peculiaridades notorias: antes que a la moder-
nizacién industrial, politica o cultural, aparecen ligados a la
Violencia® de fines de los afios ‘40 a mediados de los ‘60 que
llev6 a millones de campesinos a abandonar sus tierras in-
vadiendo las ciudades, oblig4ndolas a reorganizarse de modo
compulsivo, esto es sin el largo de tiempo y el minimo de
planificacién que esa reorganizacion requeria. La segunda
peculiaridad reside en que el éxodo rural no se vole sobre
unas pocas grandes ciudades —Bogotd, Cali, Medellin—,
como ha sucedido con las migraciones en la mayoria de
América Latina, sino que afecté también a una multiplicidad
de ciudades intermedias, como Bucaramanga, Pereira 0
ANOS ‘90 279
Neiva, e incluso a ciudades que no pasaban de los 20.000
habitantes”. S6lo desde mediados de los afios ’60 la urbani-
zaci6n responde a una modernizaci6n industrial y al inicio
de una transformaci6n general de las condiciones de vida y
de las costumbres tradicionales. Transformacién que tendra
para Colombia también un significado especial: instalado en
un persistente aislamiento, en un “ensimismamiento interiori-
zado”* el pafs inicia por esos afios un proceso de internacio-
nalizacién que le permite ampliar tanto la visi6n del mundo
como de si mismo, cuestionar lo que durante muchos afios
crey6 inmodificable y rehacer la percepcién de su propia
identidad.
Todo lo anterior esta exigiendo diferenciar la aparicién
del modernismo arquitecténico, que los historiadores sitéan a
mediados de los afios '30*!, de los procesos de moderniza-
cién de la vida urbana. Diferenciacién que evidencia una
lacerante asimetria, denunciada asf por unos arquitectos ita-
lianos visitantes de Bogota: ;“Cémo pueden ustedes cons-
truir una ciudad tan pobre en términos de calidad de vida,
con tan precario entorno urbano, alrededor de una arquitec-
tura de tan buena calidad estética?’””. Nos referimos enton-
ces a los procesos que estan transformando la configuracién
de la ciudad: la explosién espacial que borra sus fronteras
con los municipios aledafios, formando conurbaciones gigan-
tescas alrededor de las grandes ciudades; la diversificacién
de propuestas de habitat —condominios multifamilares
cerrados, enormes edificios de apartamentos, micro-ciuda-
des insertadas y a la vez segregadas por la privatizacién de
las calles que le dan acceso— deshaciendo y rehaciendo las
formas de socialidad, transformando el sentido del barrio o la
funcién de los espacios publicos; la estandarizacién de los
usos de la calle, de los lugares de espectaculos, del comercio,280 OFICIO DE CARTOGRAFO
del deporte; la destruccién 0 resignificacion del centro y de
territorios y lugares claves para la memoria ciudadana. Si de
un lado, urbanizacién significa acceso a los servicios (agua
potable, energia, salud, educacién), descomposicién de las
relaciones patriarcales, y cierta visibilidad y legitimacién de
las culturas populares, de otro significa también desarraigo
y crecimiento de la marginacion, la radical separacién entre
trabajo y vida, y la pérdida constante de memoria urbana.
En América Latina el proceso modernizador de la urba-
nizacién® responde a tres tipos de dinamicas bien diversas
pero complementarias. Una, el deseo y la presién de las
mayorias por conseguir mejores condiciones de vida, esto es,
las nuevas aspiraciones y demandas que emergen desde media-
dos de los afios ‘70 con los nuevos movimientos sociales a
partir de los cuales se construyen alternativas de convo-
cacién y aglutinacién de los sectores populares, o de los
movimientos feministas que dan forma a la autonomfa con-
quistada por las mujeres, y de las organizaciones no guber-
namentales que configuran nuevos modos de accién politica
y de participacién ciudadana. Dos, la cultura del consumo que
nos llega de los paises centrales, revolucionando los mode-
los de comportamiento y los estilos de vida, desde las cos-
tumbres alimenticias a las modas vestimentarias, los modos
de divertirse, las maneras de ascenso y lo signos sociales de
estatus. El impulso de esa cultura se halla en la modernidad-
mundo que produce el acelerado y ambiguo proceso de glo-
balizacién de la economfa y la cultura. Y tres, las nuevas
tecnologias comunicacionales que presionan hacia una socie-
dad més abierta e interconectada, que agilizan los flujos de
informaci6n y las transacciones internacionales, que revolu-
cionan las condiciones de produccién y de acceso al saber,
pero al mismo tiempo borran memorias, trastornan el sentido
il
ANOS 90 281
del tiempo, la percepcién del espacio amenazando las iden-
tidades, pues en ellas cobran figura los imaginarios en que
se plasman los nuevos sentidos que en su heterogeneidad
hoy cobra tanto lo local como los modos de pertenencia y
reconocimiento que hacen la identidad nacional.
Retomando a E.P.,Thompson“ podemos hablar de la
memoria de una “economia moral” que desde el mundo
popular atraviesa la modernizaci6n y se hace visible en un
sentido de la fiesta que, de la celebracién familiar del bautis-
mo o la muerte al festival del barrio, integra sabores cultura-
les y saberes de clase, transacciones con la industria cul-
tural y afirmaciones étnicas. O esa otra vivencia del trabajo,
que subyace a la llamada “economia informal” en la que se
revuelve el rebusque como estrategia de supervivencia mar-
ginal, incentivada o consentida desde la propia politica eco-
n6mica neoliberal, con lo que en los sectores populares atin
queda de rechazo a una organizacién del trabajo incompa-
tible con cierta percepcién del tiempo, cierto sentido de la
libertad y del valor de lo familiar, economfa otra que habla
de que no todo destiempo por relacién a la modernidad es
pura anacronia, puede ser también residuo® no integrado de
una atin empecinada utopia. O el chisme y el chiste, en
muchos casos modo de comunicacién que vehicula contra-
informacién, a un mismo tiempo vulnerable a las manipu-
laciones massmedidticas y manifestacién de las potenciali-
dades de la cultura oral. También el centro de nuestras
ciudades es con frecuencia un lugar popular de choques y
negociaciones culturales “entre el tiempo homogéneo y mo-
nétono de la modernidad y el de otros calendarios, los
estacionales, los de las cosechas, los religiosos””. En el cen-
tro se pueden descubrir los tiempos de las cosechas de las
frutas, mientras los velones, los ramos o las estampas anun-282 OFICIO DE CARTOGRAFO
cian la semana santa, el mes de los difuntos 0 las fiestas de
los santos patronos.
Mirando desde el otro lado, desde la configuracion de
los gustos y los imaginarios populares, la telenovela colombia-
na‘ alo largo de los tiltimos casi veinte amos ha dibujado un
mapa bien diferente de aquel al que nos tiene acostumbra-
dos la retérica desarrollista: un mapa expresivo de las
discontinuidades y los destiempos, como también de las se-
cretas vecindades e intercambios entre modernidad y tradi-
ciones, entre el pais urbano y pais rural. Es un mapa con
poblaciones a medio camino entre el pueblo campesino y el
barrio citadino, con pueblos donde Jas relaciones sociales ya
no tienen la estabilidad ni la transparencia —la elementali-
dad— de lo rural, y con barrios que son el ambito donde
sobreviven entremezcladas relaciones verticales y autori-
tarismos feudales con la horizontalidad tejida en el rebusque
y la informalidad urbanos. Los pueblos muestran su agota-
miento demogréfico, y la centralidad que atin ocupa la re-
ligién, pero al mismo tiempo aparecen las transformaciones
que introduce la energfa eléctrica, el teléfono, el cine, el trac-
tor, la motocicleta, la radio, el agua potable, la television, el
biorritmo: cambios que no afectan sélo al ambito del trabajo
o la vivienda sino a la subjetividad, la afectividad, la sensua-
lidad. Por su parte el suburbio —nuestros desmesurados
barrios de invasion, como Agua Blanca en Cali, las comunas
nororientales en Medellin o Ciudad Bolfvar en Bogota—
aparecen como lugar estratégico del reciclaje cultural: entre la
complicidad que permite sacar partido de los vicios de los
ricos, y la resistencia que guarda residuos de solidaridades
y generosidades a toda prueba, vemos formarse una trama
de intercambios y exclusiones que, atin en el esquematismo
de esos relatos, habla del mestizaje entre la violencia que se
 
ANOS ‘90 283
sufre y aquella otra con la que se resiste, y de las transac-
ciones morales sin las cuales resulta imposible sobrevivir en
la ciudad.
En la trama que tejen esos inter-cambios se hace visible la
imposibilidad de seguir pensando por separado los procesos
de la modernizacién industrial y tecnoldgica de las dindmi-
cas culturales de la modernidad. Cuestionando certeramente
ese dualismo F. Giraldo y H.F. Lépez plantean: “El margi-
nado que habita en los grandes centros urbanos de Colom-
bia, y que en algunas ciudades ha asumido la figura del
sicario, no es sdlo la expresién del atraso, la pobreza o el
desempleo, la ausencia de la accién del Estado en su lugar
de residencia y de una cultura que hunde sus rafces en la
religién catélica y en la violencia politica. También es el
reflejo, acaso de manera mas protuberante, del hedonismo y
el consumo, la cultura de la imagen, la drogadiccién, en una
palabra de la colonizacién del mundo de la vida por la
modernidad”®. La comprensién de nuestra modernidad
periférica esta exigiendo pensar juntos la innovacién y la
resistencia, las continuidades y las rupturas, el desfase en el
ritmo de las diferentes dimensiones del cambio y las contra-
dicciones no sélo entre diferentes ambitos —tecnolégico, po-
litico, social— sino entre diversos planos de un mismo
Ambito. Hablar en estos paises de pseudomodernidad, u opo-
ner modernidad a modernizacién, resulta a ratos sugerente
y pedagégicamente comodo, pero acaba legitimando la vi-
sién de estos pueblos como meros reproductores y defor-
madores de la verdadera modernidad que los pajfses del
centro construyeron. Impidiéndonos asi comprender la espe-
cificidad de los procesos, la peculiaridad de los ritmos y la
densidad de mestizajes y destiempos en que se produce
nuestra modernidad. No resulta extrafio que, ante los tabiques{
eee" _—SO
284 OFICIO DE CARTOGRAFO
que erigen las demarcaciones trazadas por jas disciplinas,
sus prestigios académicos y sus inercias politicas, sean inte-
Jectuales o artistas no adscribibles a esas demarcaciones, los
que mejor perciban y expresen las hibridaciones del mundo
popular urbano: “Bn nuestra barriadas populares tenemos
camadas enteras de jovenes, incluso adultos, cuyas cabezas
dan cabida a la magia y la hechicerfa, a las culpas cristianas
yasu intolerancia piadosa, lo mismo que al mesianismo y
al dogma estrecho e hirsuto, a utdépicos suefios de igualdad
y libertad, indiscutibles y legftimos, as{ como a sensaciones
de vacio, ausencia de ideologias totalizadoras, fragmenta-
cién de la vida y tirania de la imagen fugaz y al sonido
musical como tinico lenguaje de fondo”.
En lo que concierne al mundo de los jévenes, a donde
apuntan los cambios es a la emergencia de sensibilidades
dotadas de una fuerte empatia con la cultura tecnoldgica
que va de la jnformaci6n absorbida por el adolescente en su
relacién con la television —que erosiona seriamente la au-
toridad de la escuela como nica instancia legitima de trans-
misién de saberes— a la facilidad para entrar y manejarse en
la complejidad de las redes informaticas. Frente a Ja distan-
cia y prevencién con que gran parte de los adultos resienten
y resisten esa nueva cultura —que desvaloriza y vuelve ob-
soletos muchos de sus saberes y destrezas, y 4 la que de su
parte responsabilizan de la decadencia de los valores intelec-
tuales y morales que padece hoy la sociedad— los jovenes
experimentan una empatia hecha no sélo de facilidad para
relacionarse con las tecnologias audiovisuales e informaticas,
sino de complicidad expresiva: es en sus relatos e imagenes, en.
sus sonoridades, fragmentaciones y velocidades que ellos
encuentran su idioma y su ritmo. Pues frente a las culturas
letradas, ligadas a la lengua y al territorio, las electrénicas,
  
ANOS ‘90 285
audiovisuales, musicales, rebasan esa adscripcién produ-
ciendo comunidades hermenéuticas que responden a nuevos
modos de percibir y narrar la identidad. Identidades de
temporalidades menos largas, mas precarias pero también
mas flexibles, capaces de amalgamar ingredientes de univer-
sos culturales muy diversos, cuya mejor expresion quizas
sea el rock en espariol : idioma en que se dice la mas nian
brecha generacional y algunas de las transformaciones mas
de fondo que esta sufriendo la cultura politica. Desde |:
estridencia sonora del Heavy Metal a los AorbIES de i
grupos —Féretro, La Pestilencia, Kraken— pasando por las
estrategias que le impone el mercado del disco, de la radio
© de la escenografia tecnolégica de los conciertos, ese rock
hace audibles sonoridades que vienen de las uta tegio-
nales y sensibilidades que recogen los ruidos y los oe de
nuestras ciudades, la soledad hostil y el desarraigo.
Modelo informacional y experiencia social
ee all4 de lo que revelan esos dos Ambitos, la moderniza-
ci6n urbana se identifica cada dia mas estrechamente —tan-
to en la hegeménica racionalidad que inspira la planificacién
de los urbanistas como en la contradictoria experiencia de
los ciudadanos 0 en la resistencia que oponen los movimien-
tos sociales—, con el paradigma de comunicacién desde el que
ee busca regular el caos urbano. Se trata del paradi; i
informacional™, centrado sobre el concepto de flujo, ancl
on) trafico ininterrumpido, interconexién transparente
circulacién constante de vehiculos, personas e net
nes. La verdadera preocupacién de los urbanistas no seré,
por tanto, que los ciudadanos se encuentren sino que eieeales286 OFICIO DE CARTOGRAFO
porque ya no se les quiere reunidos sino conectados, De ahi
que no se construyan plazas ni se permitan TECOVECDS; ylo
que ahi se pierda poco importa, pues en la “sociedad de la
informacién” lo que interesa es la ganancia en la velocidad
de circulacién. ‘
jEn qué maneras experimenta el ciudadano la ambigua
modernizacién que, bajo el paradigma del flujo, viven nues-
tras ciudades, sus formas de habitarla, de padecerla y resis-
tirla? Esquematicamente describiremos tres: la des-espacia-
lizacién, el des-centramiento, y la des-urbanizacion.
Des-espacializacion significa en primer lugar que el espa-
cio urbano no cuenta sino en cuanto valor asociado al precio
del suelo y a su inscripcion en los movimientos del flujo
vehicular; “es la transformacién de los lugares en espacios
de flujos y canales, lo que equivale a una produccién y un
consumo sin localizacién alguna”. La materialidad hist6ri-
ca de la ciudad en su conjunto sufre asf una fuerte devalua-
cion, su “cuerpo-espacio” pierde peso en funcién del nuevo
valor que adquiere su tiempo, “el régimen general de la
velocidad”. No es dificil ver aqui la conexidén que enlaza esa
descorporizacién de la ciudad con el cada dia més denso
flujo de las imagenes devaluando y hasta sustituyendo el
intercambio de experiencias entre las gentes. Asumiéndolo
como una mutaci6n cultural de largo aleance, G. Vattimo lo
asocia al “debilitamiento de lo real” que experimenta el
desarraigado hombre urbano en la fabulacion que produce la
constante mediacién y entrecruce de informaciones y de
imagenes. Pero el desarraigo urbano remite, por debajon de
ese bosque de imagenes, a otra cara de la des-espacializa-
cién: a la borradura de la memoria que produce una urba-
nizacién racionalizadamente salvaje. El flujo tecnoldgico,
convertido en coartada de otros mas interesados flujos,
 
ANOS ‘90 287
devalia la memoria cultural hasta justificar su arrasamiento.
Y sin referentes a los que asir su reconocimiento los ciuda-
danos sienten una inseguridad mucho mas honda que la que
viene de la agresién directa de los delincuentes, una inse-
guridad que es angustia cultural y pauperizacién pstquica, la
fuente més secreta y cierta de la agresividad de todos.
Con des-centramiento de la ciudad sefialamos no la tan
manoseada descentralizacién sino la “pérdida de centro”.
Pues no se trata sdlo de la degradacién sufrida por los cen-
tros histéricos y su recuperacién “para turistas” (0 bohe-
mios, intelectuales, etc.) sino de la propuesta de una ciudad
configurada a partir de circuitos conectados en redes cuya
topologia supone la equivalencia de todos los lugares. Y con
ello, la supresi6n o desvalorizacién de aquellos lugares que
hacian funcién de centro, como las plazas. El descentra-
miento que estamos describiendo apunta justamente a un
ordenamiento que privilegia las avenidas rectas y diago-
nales, en su capacidad de operativizar enlaces, conexiones
de flujos versus la intensidad del encuentro y la peligrosi-
dad de la aglomeracién que posibilitaba la plaza. La tnica
centralidad que admite la ciudad hoy es subterrdnea en el
sentido que le da M. Maffesoli® y que remite sin duda a la
multiplicacién de los dispositivos de enlace del poder
tematizada por Foucault. Nos quedan, ahora en plural y en
sentido “desfigurado”, los centros comerciales reordenando el
sentido del encuentro entre las gentes, esto es funcionali-
zéndolo al espectéculo arquitecténico y escenografico del
comercio y concentrando las actividades que la ciudad
moderna separé: el trabajo y el ocio, el mercado y la diver-
sion, las modas elitistas y las magias populares.
Des-urbanizaci6n indica la reduccién progresiva de la ciu-
dad que es realmente usada por los ciudadanos. El tamafio288 OFICIO DE CARTOGRAFO
y la fragmentacién conducen al desuso por parte de la
mayoria no s6lo del centro sino de espacios ptiblicos carga-
dos de significacién durante mucho tiempo. La ciudad vivi-
da y gozada por los ciudadanos se estrecha, pierde sus
usos”. Las gentes también trazan sus circuitos, que atravie-
san la ciudad sélo obligados por las rutas de trafico, y la
bordean cuando pueden en un uso puramente funcional.
Habria también otro sentido para el proceso de desurba-
nizacion: el de la ruralizacién de nuestras ciudades. A medio
hacer como la urbanizacién ffsica, la cultura de la mayoria
que las habita se halla a medio camino entre la cultura rural
en que nacieron —ellos, sus padres 0 al menos sus abuelos—
ya rota por las exigencias que impone la ciudad, y los modos
de vida plenamente urbanos. El aumento brutal de la pre-
sion migratoria en los tiltimos afos y la incapacidad de los
gobiernos municipales para frenat siquiera el deterioro de
las condiciones de vida de la mayorfa, esta haciendo emer-
ger la “cultura del rebusque” que devuelve vigencia a “vie-
jas” formas de supervivencia rural, que vienen a insertar, en
los aprendizajes y apropiaciones de la modernidad urbana,
saberes y relatos, sentires y temporalidades fuertemente
rurales®.
~Podemos seguir hablando entonces de Sao Paulo, Cara-
cas 0 Bogota como de una ciudad? Mas alla de la folclorizada
ret6rica de los politicos, y la nostalgia de los periodistas
“locales”, que nos recuerdan cotidianamente las costumbres
y los lugares “propios”: {Qué comparten verdaderamente las
gentes de los semirrurales barrios de invasi6n, las favelas y
las callampas con los condominios de clase media y los
apartados barrios de la clase alta, blindados por los sistemas
més sofisticados de vigilancia y control? gSeran el club de
futbol y la musica? En la ciudad estallada y descentrada
ANOS '90 289
gqué convoca hoy a las gentes a juntarse, qué imaginarios
hacen de aglutinante y en qué se apoyan los reconocimien-
tos?” Es obvio que los diversos sectores sociales no sienten
Ja ciudad desde las misma referencias materiales y simbéli-
cas. Pero nos referimos a otro plano: a la heterogeneidad de
los referentes identificatorios que propone, a la precariedad
de los modos de arraigo o de pertenencia, a la expansién
estructural del anonimato y a las nuevas formas de comu-
nicacién que la propia ciudad ahora produce.
Medios, flujos y redes:
los nuevos escenarios de comunicacién
A lo que nos avoca la hegemonia del paradigma informa-
cional sobre la dindmica de lo urbano es al des-cubrimiento
de que la ciudad ya no es sélo un “espacio ocupado” o
construido sino también un espacio comunicacional que conec-
ta entre sf sus diversos territorios y los conecta con el mun-
do. Hay una estrecha simetrfa entre la expansién/estallido
de la ciudad y el crecimiento /densificacién de los medios y
las redes electrénicas. Si las nuevas condiciones de vida en
la ciudad exigen la reinvencién de lazos sociales y cultura-
les, “son las redes audiovisuales las que efectuan, desde su
propia légica, una nueva diagramacién de los espacios e
intercambios urbanos’”®. En la ciudad diseminada e
inabarcable sdlo el medio posibilita una experiencia-simula-
cro de la ciudad global: es en la televisién donde la camara
del helicéptero nos permite acceder a una imagen de la
densidad del trafico en las avenidas o de la vastedad y deso-
lacién de los barrios de invasion, es en la TV 0 en la radio
donde cotidianamente conectamos con lo que en la ciudad290 OFICIO DE CARTOGRAFO
“que vivimos” sucede y nos implica por mas lejos que de
ello estemos: de la masacre del Palacio de Justicia al contagio
de sida en el banco de sangre de una clinica, del accidente
de trafico que tapona la via por la que debo llegar a mi
trabajo a los avatares de la politica que hacen caer los va-
lores en la Bolsa. En la ciudad de los flujos comunicativos
cuentan mas los procesos que las cosas, la ubicuidad e ins-
tantaneidad de la informacién o de la decisién via teléfono
celular 0 fax desde el computador personal, la facilidad y
rapidez de los pagos 0 la adquisicién de dinero por tarjetas.
La imbricacién entre televisién e informatica produce una
alianza entre velocidades audiovisuales e informacionales,
entre innovaciones tecnolégicas y habitos de consumo : “Un
aire de familia vincula Ja variedad de las pantallas que re-
tinen nuestras experiencias laborales, hogarefias y Tadicas”*
atravesando y reconfigurando las experiencias de la calle y
hasta las relaciones con nuestro cuerpo, un cuerpo sostenido
cada vez menos en su anatomia y mds en sus extensiones 0
prétesis teenomediaticas: la ciudad informatizada no necesi-
ta cuerpos reunidos sino interconectados.
Ahora bien lo que constituye la fuerza y la eficacia de la
ciudad virtual, que entretejen los flujos informaticos y las
imagenes televisivas, no es el poder de las tecnologias en sf
mismas sino su capacidad de acelerar —de amplificar y
profundizar— tendencias estructurales de nuestra sociedad.
Como afirma F. Colombo, “hay un evidente desnivel de vi-
talidad entre el territorio real y el propuesto por los mass-
media. La posibilidad de desequilibrios no deriva del exceso
de vitalidad de los media, antes bien proviene de la débil,
confusa y estancada relacién entre los ciudadanos del terri-
torio real’, Es el desequilibrio urbano generado por un tipo
de urbanizacion irrracional el que de alguna forma es com-
 
ANOs 90 291
pensado por la eficacia comunicacional de las redes electré-
nicas. Pues en unas ciudades cada dfa mas extensas y des-
articuladas, y en las que las instituciones politicas “progresi-
vamente separadas del tejido social de referencia, se reducen
a ser sujetos del evento espectacular lo mismo que otros’,
la radio y la televisi6n acaban siendo el dispositivo de
comunicacién capaz de ofrecer formas de contrarrestar el
aislamiento de las poblaciones marginadas estableciendo
vinculos culturales comunes a la mayorfa de la poblacién.
Lo que en Colombia se ha visto reforzado en los tltimos
afios por una especial complicidad entre medios y miedos.
Tanto el atractivo como la incidencia de la televisi6n sobre
la vida cotidiana tiene menos que ver con lo que en ella pasa
que con lo que compele a las gentes a resguardarse en el
espacio hogarefio. Como escribi en otra parte, en buena
medida “si la televisién atrae es porque la calle expulsa, es
de los miedos que viven los medios’”*. Miedos que provie-
nen secretamente de la pérdida del sentido de pertenencia
en unas ciudades en las que la racionalidad formal y comer-
cial ha ido acabando con el paisaje en que se apoyaba la
memoria colectiva, en las que al normalizar las conductas,
tanto como los edificios, se erosionan las identidades y esa
erosién acaba robéndonos el piso cultural, arrojandonos al
vacio. Miedos, en fin, que provienen de un orden construido
sobre la incertidumbre y la desconfianza que nos produce
el otro, cualquier otro —étnico, social, sexual— que se nos
acerca en la calle y es compulsivamente percibido como
amenaza.
Al crecimiento de la inseguridad la ciudad virtual res-
ponde expandiendo el anonimato que posibilita el no-lugar®:
ese espacio en que los individuos son liberados de toda
carga de identidad interpeladora y exigidos tmicamente de292 OFICIO DE CARTOGRAFO
interacci6n con informaciones 0 textos. Es lo que vive el com-
prador en el supermercado o el pasajero en el aeropuerto,
donde el texto informativo o publicitario lo va guiando de
una punta a la otra sin necesidad de intercambiar una pa-
labra durante horas. Comparando las practicas de comuni-
cacién en los supermercados con las de la plazas populares
de mercado constatamos hace ya veinte afios esa sustitucion
de la interaccién comunicativa por la textualidad informati-
va: “Vender o comprar en la plaza de mercado es enredarse
en una relacién que exige hablar. Donde mientras el hombre
vende, la mujer a su lado amamanta al hijo, y si el compra-
dor le deja, le contara lo malo que fue el tiltimo parto. Es
una comunicacién que arranca de la expresividad del espa-
cio —junto al calendario de la mujer desnuda, una imagen
de la Virgen del Carmen se codea con la del campeon de
boxeo y una cruz de madera pintada en purpurina sostiene
una mata de sdbila— a través de la cual el vendedor nos
habla de su vida, y llega hasta el regateo, que es posibilidad
y exigencia de didlogo. En contraste, usted puede hacer
todas sus compras en el supermercado sin hablar con nadie,
sin ser interpelado por nadie, sin salir del narcisismo espe-
cular que lo lleva de unos objetos a otros, de unas “marcas”
a otras. En el supermercado sélo hay la informacién que le
transmite el empaque 0 la publicidad’. Y lo mismo sucede
en las autopistas. Mientras las “viejas” carreteras atravesa-
ban las poblaciones convirtiéndose en calles, contagiando al
viajero del “aire del lugar”, de sus colores y sus ritmos, la
autopista, bordeando los centros urbanos, sélo se asoma a
ellos a través de los textos de las vallas que “hablan” de los
productos del lugar y de sus sitios de interés.
No puede entonces resultar extrafio que las nuevas for-
mas de habitar la ciudad del anonimato, especialmente por
ANOS ’90 293
las generaciones que han nacido con esa ciudad, sea inser-
tando en la homogeneizacién inevitable (del vestido, de la
comida, de la vivienda) una pulsién profunda de diferencia-
cién que se expresa en las tribus’: esas grupalidades nuevas
cuya ligazén no proviene ni de un territorio fijo ni de un
consenso racional y duradero sino de la edad y del género,
de los repertorios estéticos y los gustos sexuales, de los
estilos de vida y las exclusiones sociales. Parceros, plasticos,
traquetos, guabalosos o desechables son algunas denominacio-
nes que sefialan la emergencia de diferentes grupalidades en
Cali®; pldsticos, boletas, gomelos, fieros, nerds, alternativos son
las denominaciones de las grupalidades mas frecuentes en
Bogota®. Basadas en implicaciones emocionales y en locali-
zaciones némadas esas tribus se entrelazan en redes
ecoldgicas u orientalistas que amalgaman referentes locales
a simbolos vestimentarios 0 lingiiisticos desterritorializados,
en un replanteamiento de las fronteras de lo nacional no
desde fuera, bajo la figura de la invasién, sino de adentro:
en la lenta erosién que saca a flote la arbitraria artificiosidad
de unas demarcaciones que han ido perdiendo capacidad de
hacernos sentir juntos. Es lo que nos descubren a lo largo de
América Latina las investigaciones sobre las tribus de la
noche en Buenos Aires, sobre los chavos-banda en Guada-
lajara, o sobre las bandas juveniles de las comunas nororien-
tales de Medellin”. Enfrentando la masificada diseminacién
de sus anonimatos, y fuertemente conectada a las redes de
la cultura-mundo del audiovisual, la heterogeneidad de las
tribus urbanas nos descubre la radicalidad de las transfor-
maciones que atraviesa el nosotros, la profunda reconfigura-
cién de la socialidad.
Esa reconfiguracién encuentra su mds decisivo escenario
en la formacién de un nuevo sensorium: frente a la dispersion294 OFICIO DE CARTOGRAFO
y la imagen miiltiple que, segin W. Benjamin, conectaban “las
modificaciones del aparato perceptivo del transetinte en el
trafico de la gran urbe”7! del tiempo de Baudelaire con la
experiencia del espectador de cine, los dispositivos que
ahora conectan la estructura comunicativa de la televisién
con las claves que ordenan la nueva ciudad son otros: la
fragmentacién y el flujo. Mientras el cine catalizaba la “expe-
riencia de la multitud”, pues era en multitud que los ciuda-
danos ejercfan su derecho a la ciudad, lo que ahora cataliza
la television es, por el contrario, la “experiencia doméstica”
y domesticada, pues es “desde la casa” que la gente ejerce
ahora cotidianamente su participacién en la ciudad.
Hablamos de fragmentacién para referirnos no a la forma
del relato televisivo sino a la des-agregacién social, a la atomi-
zacion que la privatizacion de la experiencia televisiva con-
sagra. Constituida en el centro de las rutinas que ritman lo
cotidiano”, en dispositivo de aseguramiento de la identidad
individual’ y en terminal del videotexto, la videocompra, el
correo electrénico y la teleconferencia’, la televisi6n convier-
te el espacio doméstico en territorio virtual: aquel al que,
como afirma Virilio, “todo llega sin que haya que partir”. Lo
que resulta importante comprender entonces no es sdlo el
encerramiento, el repliegue sobre la privacidad hogarefia,
sino la reconfiguracién de las relaciones de lo privado y lo
ptiblico que ahi se produce, esto es la superposicién entre
ambos espacios y el emborramiento de sus fronteras. Lo
ptiblico gira hoy en torno a lo privado no solamente en el
plano econdémico sino en el politico y el cultural. Y recipro-
camente estar en casa ya no significa ausentarse del mundo:
“Ja televisi6n es hoy dia la representaci6n mds aproximada
del demiurgo platénico; y la fascinacidn que ejerce sobre los
seres humanos no tiene que ver tinicamente con la informacién
ANOS '90 295
o con el entretenimiento: la oferta televisiva principal es el
mundo, el teleadicto es un cosmopolita””. Lo que identifica
la escena ptiblica con lo que “pasa en” la televisién no son
tinicamente las inseguridades y violencias de la calle, hoy
son los medios masivos, y en modo decisivo la television, el
equivalente del antiguo dgora: el escenario por antonomasia
de la cosa ptiblica. Cada dfa en forma més explicita la po-
litica, tanto la que se hace en el Congreso como en los mi-
nisterios, en los mitines y las protestas callejeras, y hasta en
los atentados terroristas, se hace para las cimaras, que son la
nueva expresi6n de la existencia social. Y también el merca-
do ha invadido el ambito privado convirtiendo al consumo
productivo en una fuerza econémica de primera magnitud:
ser telespectador “equivale a convertirse en elemento de una
poblacién analizable estadisticamente en funcién de sus
gustos y preferencias que se revelan en el consumo produc-
tivo previo a la compra de la mercancia fisica’”’. Al consumir
su tiempo de ocio la telefamilia genera un nuevo mercado
y una nueva mercancfa: el valor del tiempo medido por el
nivel de audiencia de los productos televisivos. Y atin mds
decisivo es lo que sucede en el plano cultural: mientras
ostensiblemente se reduce la asistencia a los eventos cultu-
rales en lugares ptiblicos, tanto de la alta cultura (teatros,
museos, ballet, conciertos de musica culta), como de la cul-
tura local popular (actvidades de barrio, festivales, ferias
artesanales) la cultura a domicilio” crece y se multiplica desde
la televisién herziana (que ve mds del 90% en promedio en
toda América Latina) a la de cable y las antenas parabé-
licas —que ha hecho crecer en forma inabarcable el nimero
de canales y la cantidad de horas de emisién’*— y la
videograbadora que en varios paises latinoamericanos ya
supera el cincuenta por ciento de hogares, al tiempo que se296 OFICIO DE CARTOGRAFO
“populariza” el uso del computador personal, el multime-
dia y la internet.
Del pueblo que se toma la calle al piiblico que va al teatro
o al cine la transicién es transitiva y conserva el cardcter
colectivo de la experiencia. De los ptiblicos de cine a las au-
diencias de televisién el desplazamiento sefala una profunda
transformaci6n: la pluralidad social sometida a la légica de la
desagregacién hace de la diferencia una mera estrategia de
rating. Y no representada en la politica, la fragmentacién
de la ciudadanfa es tomada a cargo por el mercado: es de ese
cambio que la televisién es la principal mediacién.
El flujo televisivo es el dispositivo complementario de la
fragmentacién: no sdlo de la discontinuidad espacial de la
escena doméstica sino de la pulverizacién del tiempo que
produce la aceleracién del presente, la contraccién de lo ac-
tual, la “progresiva negacién del intervalo”, transformando
el tiempo extensivo de la historia en el intensivo de la ins-
tantdnea. Lo que afecta no s6lo al discurso de la informacion
(cada dia temporal y expresivamente més cercano al de la
publicidad), sino al continuum del palimpsesto televisivo”
—la diversidad de programas cuenta menos que la presencia
permanente de la pantalla encendida— y a la forma de la
representaci6n: lo que retiene al telespectador es més el
ininterrumpido flujo de las imagenes que el contenido de su
discurso. Hay una conexién de flujos entre el régimen eco-
némico de temporalidad que torna aceleradamente obsoletos
los objetos y el que vuelve indiferenciables, equivalentes y
desechables los relatos y los discursos de la televisién. Y zno
tendré algo que ver ese nuevo régimen temporal de los
objetos y los relatos més accesibles a las mayorias con el
crecimiento del desasosiego y la anomia que en la ciudad
del flujo las gentes experimentan?
ANOS ‘90 297
El flujo televisivo estaba exigiendo el zapping™, ese con-
trol remoto mediante el cual cada uno puede némadamente
armarse su propia programacién con fragmentos o “restos”
de noticieros, telenovelas, concursos 0 conciertos. Mas alla
de la aparente democratizacién que introduce la tecnologia,
la metdfora del zappar ilumina doblemente la escena social.
Pues es con pedazos, restos y desechos; que buena parte de
la poblacién arma los cambuches en que habita, teje el rebus-
que con que sobrevive y mezcla los saberes con que enfrenta
la opacidad urbana. Y hay también una cierta y eficaz tra-
vesia que liga los modos némadas de habitar la ciudad
—del emigrante a quien toca seguir indefinidamente emi-
grando dentro de la ciudad a medida que se van urbanizando
las invasiones y valorizandose los terrenos, hasta la banda
juvenil que periédicamente desplaza sus lugares de encuen-
tro— con los modos de ver desde los que el televidente
explora y atraviesa el palimpsesto de los géneros y los dis-
cursos, y con la transversalidad tecnolégica que hoy permite
enlazar en el terminal informdatico el trabajo y el ocio, la
informacién y la compra, la investigacién y el juego.
En la hegemonfa de los flujos y la transversalidad de las
redes, en la heterogeneidad de sus tribus y la proliferaci6n
de sus anonimatos, la ciudad virtual despliega a la vez el
primer territorio sin fronteras y el lugar donde se avizora la
sombra amenazante de la contradictoria “utopia de la comu-
nicacién”.
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