EL REINO DE DIOS Y SUS PRINCIPIOS
CLASE N°36
LA TRANSFORMACIÓN: UNA SEMILLA
EN LA PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES
Lectura bíblica: Mt. 25:1-13; 24:40-42; Pr. 20:27; Ro. 9:21, 23-24
En este capítulo abordaremos la parábola de las diez vírgenes de Mateo
25:1-13. En esta parábola encontramos algo muy básico, y sin embargo,
a través de los siglos los cristianos no hemos logrado captarlo en toda su
extensión. De todas las parábolas del libro de Mateo, la de las diez
vírgenes es la más misteriosa. Si ella fuera una parábola desligada
del resto de la Biblia, sería imposible entenderla.
Como vimos en el capítulo anterior, a partir de Mateo 13 el Señor dejó de
hablar abiertamente sobre el reino y comenzó a hacerlo en parábolas y
de una manera misteriosa.
En Mateo 13:10-17 Él dio una razón para hablar en parábolas: las
personas religiosas suponían estar de parte de Dios y conocer las
Escrituras, pero en realidad ellas no estaban del lado de Dios ni
entendían las Escrituras. Por tanto, el Señor comenzó a esconder el
reino de tales personas, haciendo que fuese un misterio, y comenzó a
revelárselo a quienes realmente tomaban en serio las cosas del Señor, o
sea, a aquellos que eran pobres en espíritu y puros de corazón.
Únicamente quienes son pobres en espíritu y puros de corazón
pueden captar los misterios del reino. Desde Mateo 13 hasta el final
del libro, siempre que el Señor habla del reino, lo hace en la forma de un
misterio.
Alabamos al Señor que hoy, por la revelación de todas las Escrituras, no
nos resulta difícil entender esta parábola de las diez vírgenes. Podemos
tener una interpretación precisa, exacta y apropiada de todos los aspectos
de esta parábola. En realidad, la parábola de las diez vírgenes es como
un rompecabezas. Este rompecabezas ha sido cortado en muchas piezas
misteriosas, y tenemos que encontrar la manera de reunir todas las piezas
y hacer que encajen las unas con las otras. Todas las piezas de este
rompecabezas están escondidas en las Escrituras. Si sabemos cómo
encontrar estas piezas y sabemos reunirlas de manera que encajen entre
sí, veremos un cuadro muy claro de la economía de Dios. Ningún otro
cuadro en toda la Biblia nos muestra la economía de Dios tan claramente
como la parábola de las diez vírgenes.
EN NÚMERO SON DIEZ
Primeramente, tenemos que descubrir por qué el Señor Jesús usó el
número diez. ¿Por qué Él habló de diez vírgenes, y no de quince, doce,
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ocho o quizás dos? Debemos recordar que esta parábola concierne al reino
de los cielos, y el número que simboliza dicho reino es doce y no diez.
El número que denota el reino tiene que ser doce, ya que en el Antiguo
Testamento el número de tribus del pueblo, las cuales eran
representativas del reino de Dios, era doce. Además, el número de los
apóstoles en el Nuevo Testamento, los cuales representan a todo el
pueblo de Dios, es doce. Así pues, el número representativo del pueblo
que conforma el reino es doce.
Apocalipsis nos presenta la máxima consumación de la economía de Dios,
la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén, se usa casi exclusivamente el
número doce: hay doce cimientos, doce puertas, doce perlas, doce
apóstoles, doce tribus y son doce las variedades del fruto producido por
el árbol de la vida. También tenemos el número ciento cuarenta y cuatro,
que es el resultado de multiplicar doce por doce (Ap. 21:12, 14, 17, 19-
21; 22:2). Por tanto, doce es el número apropiado para representar el
reino de Dios.
Según la Biblia, el número doce está compuesto de una manera única. No
está compuesto de seis más seis, siete más cinco ni cuatro más ocho;
sino que este número es un producto de la multiplicación de cuatro por
tres. Apocalipsis 21 corrobora este hecho. Allí vemos que la ciudad es
cuadrada, lo cual significa que tiene cuatro lados iguales (21:16). A cada
lado hay tres puertas, lo cual hace un total de doce (vs. 12-13). El número
cuatro en la Biblia representa las criaturas. El hombre es la criatura
principal en la creación de Dios, y el número cuatro representa al hombre
creado, lo cual nos incluye a todos nosotros. El número tres tiene dos
significados; representa tanto al Dios Triuno como a la resurrección. Por
tanto, el número tres denota al Dios Triuno en resurrección.
El número doce no es resultado de una adición, sino de una multiplicación.
Si fuera el resultado de una adición, el número sería siete y no doce. En
los primeros capítulos de Apocalipsis vemos la adición de tres más cuatro,
con lo cual tenemos las siete iglesias, los siete candeleros, los siete sellos
y las siete trompetas (Ap. 1:4, 12; 6:1; 8:2). Al inicio de Apocalipsis se
suman los números tres y cuatro para producir el número siete; pero al
final de Apocalipsis, los números tres y cuatro son multiplicados para
producir el número doce. Esto es muy significativo. Por ser la iglesia hoy,
nosotros somos el número siete, pues somos las criaturas más el Dios
Triuno en resurrección. El Dios Triuno en Su vida de resurrección ha sido
añadido a nuestro ser, haciendo de nosotros el número siete. La iglesia
es la adición de Dios al hombre. Sin embargo, este es apenas el inicio,
pues la adición tiene que ser cambiada en multiplicación. La multiplicación
implica mezcla, la mezcla de tres con cuatro, lo cual representa la mezcla
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del Dios Triuno en resurrección con el hombre. Cuando fuimos salvos,
Dios fue añadido a nuestro ser. A partir de entonces, la adición será
cambiada por la multiplicación hasta que lleguemos a la multiplicación
plena representada por el número doce, esto es, el hombre multiplicado
por Dios, el hombre mezclado con Dios. La Nueva Jerusalén es la
mezcla corporativa y consumada de Dios con el hombre.
¿Por qué, entonces, en la parábola de las diez vírgenes tenemos el
número diez en lugar del número doce? Esto significa que faltan dos. El
diez representa la mayor parte del doce. Por ejemplo, de las doce tribus
de Israel en el Antiguo Testamento, diez se rebelaron contra la casa de
David. Únicamente dos tribus, la de Judá y la de Benjamín, quedaron. Así
pues, diez de doce representa la mayoría de los doce. También vemos
este mismo pensamiento en un caso que se encuentra en los Evangelios,
donde diez de los doce apóstoles tenían un solo concepto, y los otros dos
apóstoles tenían un concepto diferente (Mt. 20:20-24). Nuevamente, el
diez representa la mayoría de los doce, y dos representan al resto. Por
tanto, el número diez representa la mayoría del pueblo de Dios.
Cuando el Señor Jesús regrese, los creyentes serán de dos clases. La
división primaria es de diez y dos. Es debido a que los dos varones y las
dos mujeres estaban trabajando, que ellos representan a los creyentes
que estarán vivos cuando el Señor regrese. En cambio, las otras diez
personas estaban durmiendo, lo cual indica que la mayoría de los
creyentes habrán muerto cuando llegue el tiempo del regreso del Señor.
. Las diez vírgenes representan a los santos que murieron, y los
otros dos representan a los santos que quedaron vivos. Cuando el
Señor regrese, la mayoría de los santos estará conformada por
aquellos que murieron. Los santos vivos serán el resto,
representado por los dos.
Muchos cristianos tienen el concepto de que la muerte resolverá todos los
problemas automáticamente. Según este concepto, si ellos creen en el
Señor Jesús, ya todo habrá sido resuelto para cuando ellos mueran,
independientemente de si han sido necios o sabios, buenos o malos. Ellos
piensan que una vez que ellos mueran, se irán al cielo y todo estará bien.
Para ellos, la muerte es como una especie de graduación. No importa si
terminaron o no su curso; siempre y cuando mueran, ya se habrán
graduado. Lamentablemente, este concepto está en la mente de
muchos cristianos, pero tengo que decirles que la muerte no
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resolverá ningún problema. La muerte no hace que automáticamente
todo esté bien. Si usted tenía un problema pendiente con el Señor y lo
resolvió antes de morir, entonces todo está resuelto; pero si no lo pudo
resolver antes de morir, todavía continúa pendiente. Ya sea que usted
viva o muera, ese problema sin resolver todavía permanece allí.
¿Cómo podríamos decir que las vírgenes insensatas son falsas? Los padres
que tienen varios hijos saben que algunos son sabios mientras que otros
son necios. ¿Podría acaso un padre decir que aquellos de sus hijos que
son insensatos no son verdaderamente sus hijos? Simplemente no es
lógico afirmar que las vírgenes eran falsas debido a que eran insensatas.
Todas ellas eran vírgenes en todo aspecto: en cuanto a su naturaleza, su
esencia, su nombre y su posición. Todas ellas eran vírgenes; la única
diferencia estriba en su conducta.
Más aún, todas las vírgenes tenían lámparas, y todas las lámparas
estaban encendidas. Mateo no dice que únicamente las lámparas de
las vírgenes prudentes estaban encendidas, mientras que las
lámparas de las vírgenes insensatas estaban apagadas debido a
que ellas eran vírgenes falsas. Todas las lámparas estaban ardiendo.
¿Cómo podría un cristiano falso tener una lámpara encendida? ¡Esto es
imposible! Mateo también nos dice que todas las vírgenes salieron al
encuentro del novio (25:1). Esto quiere decir que todas ellas salieron del
mundo a fin de encontrarse con el Novio. No solamente las cinco vírgenes
prudentes salieron al encuentro del Novio, sino también las cinco vírgenes
insensatas. Por ser un creyente, usted ciertamente tiene la expectativa
de encontrarse con el Señor; no obstante, usted debe mantenerse alerta.
¿Es usted una virgen prudente o una virgen insensata?
ACEITE EN LAS VASIJAS
¿Qué significa preparar el aceite en las vasijas? En la Biblia hay tanto
lámparas como vasijas. Proverbios 20:27 nos dice que el espíritu del
hombre es lámpara del Señor. La lámpara representa el espíritu del
hombre. Entonces, ¿qué representan las vasijas? Romanos 9:21 y 23-24
nos dicen que nosotros mismos somos los vasos de Dios, hechos para
contener a Dios. Como vasos de Dios somos seres humanos con un alma.
Nuestro espíritu es la lámpara, y nuestra alma es el vaso o la vasija.
LAS PARTES DEL HOMBRE
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Según la Biblia, tenemos tres partes: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23).
En el momento en que fuimos salvos, el Señor vino a nuestro espíritu y
fuimos regenerados (Jn. 3:6), pero Dios no podría ser expresado
únicamente desde nuestro espíritu. Es por esto que tenemos nuestra alma
como una vasija para contener a Dios y expresarle. Génesis 1:26-27 nos
dice que fuimos hechos a imagen de Dios. Esto no se refiere a nuestro
espíritu, sino a nuestra alma. Debido a que Dios es un Dios de amor,
tenemos en nuestra alma un órgano capaz de tomar decisiones. Debido a
que Dios es un Dios que piensa, tenemos en nuestra alma un órgano
capaz de pensar. Debido a que Dios es un Dios que toma decisiones,
tenemos en nuestra alma un órgano capaz de tomar decisiones. La
imagen de Dios guarda relación con las diferentes partes de nuestra alma.
Somos seres vivientes no porque tengamos un cuerpo o un espíritu, sino
porque tenemos un alma. El alma es nuestro ser. Un alma es un ser
humano, una persona. Estrictamente hablando, nuestra alma es el
vaso de Dios, pues nuestro espíritu por sí mismo es incapaz de
expresar a Dios. Dios tiene que ser expresado mediante nuestra
alma: mediante nuestra mente, emoción y voluntad. En nuestro
espíritu no tenemos la capacidad para expresar a Dios. Las
facultades para expresar a Dios se encuentran en nuestra alma.
Por tanto, nuestra alma es el vaso. Según la revelación de la Biblia,
esto está muy claro. Nuestro espíritu es la lámpara de Dios, y
nuestra alma es el vaso de Dios.
La Biblia considera el alma, con sus tres partes, más una parte del
espíritu, la conciencia, como las partes que conforman el corazón. El
corazón es muy parecido al alma; pero de alguna manera es más grande,
puesto que incluye también la conciencia, la cual es una parte del espíritu.
Antes que fuéramos salvos, nuestro espíritu estaba oscurecido y
amortecido (Ef. 2:1, 5). Carecíamos de toda sensación en relación con
nuestro espíritu, y parecía que en nuestro ser no había tal espíritu.
Cuando escuchamos el evangelio o cuando leímos la palabra del
evangelio, algo resplandeció en nuestro interior y recibimos la luz. A
medida que esta luz pudo penetrar en nuestro ser, nos arrepentimos e
invocamos el nombre del Señor. De inmediato, algo en lo profundo de
nuestro ser fue avivado, por lo que comenzó a arder y a resplandecer.
Tuvimos la sensación de que en lo profundo de nuestro ser había algo
viviente, ardiente y resplandeciente. Esto significa que el Espíritu de
Dios había entrado en nuestro espíritu para iluminarnos y
vivificarnos (Jn. 3:6).
Todos los cristianos tienen sus lámparas encendidas, pero son muchos los
que no tienen ni el deseo ni la intención de acumular aceite en sus vasijas.
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Ellos son salvos y tienen al Señor en su ser. Aunque tienen su lámpara
encendida, tales creyentes no deberían sentirse en paz. Todavía tienen
un problema, no tienen suficiente aceite. Ellos tienen aceite ardiendo en
sus lámparas, pero no tienen la porción extra de aceite en todas las partes
internas de su ser, esto es, en su mente, parte emotiva, voluntad y
conciencia. Es maravilloso que tengan aceite en su lámpara, pero todavía
persiste un problema muy grave con respecto a sus almas. Tienen al
Señor en su espíritu, pero no en su alma.
EL ACEITE
La mayoría de cristianos comprenden que el aceite es un símbolo del
Espíritu de Dios. Tenemos que comprender que el Espíritu de Dios es
simplemente Dios mismo. En su libro The Spirit of Christ [El Espíritu de
Cristo], pág. 134, Andrew Murray dice: “En el Padre tenemos al Dios
invisible, quien es Autor de todo. En el Hijo tenemos al Dios revelado,
manifestado y quien se ha acercado a nosotros; Él es la Forma de Dios.
En el Espíritu de Dios tenemos al Dios que mora en nuestro ser, esto es,
el Poder de Dios que mora en el cuerpo humano y que forja en él lo que
el Padre y el Hijo tienen para nosotros [...] todo cuanto el Padre se
propuso y lo que el Hijo logró puede ser apropiado y ejecutado en
los miembros de Cristo que todavía están en la carne únicamente
mediante la continua intervención y operación activa del Espíritu
Santo”.Éste es el entendimiento correcto acerca de estas cosas. El
Espíritu de Dios no es otra cosa que Dios mismo aplicado a nosotros.
Cuando Dios es aplicado a nosotros, Él es el Espíritu. El Espíritu de
Dios es simplemente Dios mismo que llega a nosotros y es aplicado a
nosotros. El aceite representa a Dios mismo que es aplicado a nosotros
de una manera todo-inclusiva. Cuando invocamos el nombre del Señor
Jesús, Él vino a nuestro espíritu como tal aceite, como el Espíritu todo-
inclusivo de Dios. En ese momento, nuestro espíritu fue iluminado y ahora
está ardiendo. Sin embargo, el Señor todavía está a la espera de que le
demos la oportunidad de propagarse en nuestro vaso, esto es, en nuestra
mente, parte emotiva y voluntad.
COMPRAR EL ACEITE
Es relativamente fácil que el Señor entre en nuestro espíritu. Este es un
don gratuito. Nosotros simplemente nos arrepentimos, invocamos Su
nombre, y Él entra en nosotros. Pero hay que pagar un precio para
que Él entre en todas nuestras partes internas. Esto requiere que
compremos el aceite. Aun cuando tengamos aceite en nuestro
espíritu, tenemos que pagar el precio para tener una porción extra
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de aceite en nuestra alma. Si compramos el aceite hoy, tendremos
aceite en nuestras vasijas para cuando el Señor regrese. Entonces
seremos aquellas vírgenes prudentes que están listas para
participar de las bodas del Cordero.
ASUMIR LA RESPONSABILIDAD
¿Por qué las diez vírgenes están divididas en dos grupos de cinco? El
significado del número cinco es maravilloso. Nuestros diez dedos están
divididos en dos grupos de cinco, y el número cinco se compone, a su vez,
de cuatro más uno. El número cuatro, como ya vimos, representa las
criaturas, incluyendo al hombre. El número uno representa al único Dios,
el Creador. Por tanto, la adición de cuatro más uno representa al hombre,
la criatura, más Dios. Esta adición de cuatro más uno también denota
responsabilidad. Los cuatro dedos de la mano más el pulgar denota que
tenemos que asumir ciertas responsabilidades. Aunque es
verdaderamente maravilloso que Dios sea añadido a nuestro ser, tenemos
que comprender que la adición del hombre y Dios equivale a asumir
responsabilidad. Esto significa que tanto las vírgenes prudentes como las
insensatas tenían que asumir ciertas responsabilidades. Ser sabio o
necio es su responsabilidad. Usted es responsable de ser una
virgen sabia y de preparar una porción extra de aceite en su
vasija.
A la medianoche se oyó un grito: “¡He aquí el novio!” (Mt. 25:6). Podemos
comparar este pasaje con 1 Tesalonicenses 4:16 donde dice que habrá
una exclamación cuando Cristo venga. El ángel hará sonar la trompeta
como un grito a la medianoche. Todas las vírgenes, tanto las prudentes
como las insensatas, se levantarán. Esta expresión, se levantaron se usa
también para referirse a la resurrección (1 Co. 15:52). La resurrección
implica levantarse. Así pues, todos los santos que murieron serán
resucitados. En 1 Tesalonicenses se nos dice claramente que los santos
que estén vivos no precederán a los que murieron, sino que los muertos
se levantarán primero para encontrarse con el Señor.
En términos generales, la cristiandad enseña que, si uno cree en
el Señor Jesús, ya no tendrá dificultades; es decir, una vez que
uno muera, irá al cielo. Sin embargo, si conocemos el misterio del reino,
comprenderemos que todavía existe un gran problema. Por ejemplo,
consideremos el caso del apóstol Pablo y aquel hermano pecaminoso
mencionado en 1 Corintios 5 a quien Pablo excomulgó. Tal vez ustedes
piensen que tal persona sufrirá la perdición eterna; pero la Biblia no dice
eso. Pablo dijo que él lo entregaba a Satanás para la destrucción de la
carne a fin de que su espíritu sea salvo (v. 5).
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A Pablo, el Señor Jesús le tiene reservado un galardón (2 Ti. 4:8); pero
al otro hermano el Señor le dirá: No te conozco (Mt. 25:12). Esta
declaración no os conozco no quiere decir que el Señor no supiera quién
es él, pues el Señor conoce a todos. Esta expresión tiene un significado
muy especial; si uno considera los otros versículos donde aparece esta
expresión, descubrirá que en Romanos 7:15 Pablo dijo: “No lo admito”, o
como aparece en otras versiones, “No lo apruebo”. Por tanto, la frase no
os conozco también podría traducirse “no os apruebo”. Esto quiere decir
que el Señor no los aprobó. Así pues, no es un asunto de caer en la
perdición eterna o ser salvos; sino que es un asunto de perder la
oportunidad para entrar en la fiesta de bodas del Cordero.
¿Cómo entonces podríamos afirmar que siempre y cuando creamos en el
Señor Jesús ya no tendremos problemas una vez que hayamos muerto?
Ciertamente no es posible tener problemas en cuanto a nuestra salvación,
pues fuimos salvos por la eternidad, pero uno podría perder la
oportunidad de participar de la fiesta de bodas. La fiesta de bodas nos
espera; que uno pueda participar de ella dependerá de si uno es sabio o
necio. En otras palabras, depende de si uno está dispuesto a pagar el
precio o no. Si uno no paga el precio ahora, pagará el precio en
aquel día. Si uno paga el precio ahora, recibirá un galardón en aquel día;
pero si uno paga el precio en aquel día, no recibirá tal galardón. Es muy
parecido a cuando uno es alumno de una escuela. Si uno estudia bien y
completa sus cursos, recibirá un galardón cuando se gradúe. Pero si no
ha estudiado bien, fracasa y no se gradúa; entonces tendrá que estudiar
de nuevo aquellos cursos que no aprobó. No deben pensar que
siempre y cuando sean salvos ya no habrá problemas. Es posible
que uno haya sido regenerado, pero todavía es necesario que sea
transformado.
Es mejor ser prudentes y ser transformados antes de morir. ¿Qué quiere
decir ser transformado? Ser transformado es ser llenos del Señor en todas
sus partes internas, ser saturados con la porción adicional del Dios Triuno.
El Señor sabe. Yo no sé. Sin embargo, sí sabemos, por la Palabra clara
dada por el Señor, que después de aquel grito en la medianoche y después
que el Señor retorne, Él lidiará con aquellos insensatos que no están
listos. Ellos no sufrirán la perdición eterna. Ellos resucitarán; pero después
de ser resucitados, se les dirá que vayan y compren aceite (Mt. 25:9).
Yo no sé adónde ni cómo, pues el Señor no lo reveló; pero sí sé que esto
sucederá.
Todos fuimos regenerados y ahora estamos en el proceso de la
transformación. Cuánto seamos transformados dependerá de cuán
grande sea el precio que estemos dispuestos a pagar. Si estamos
dispuestos a pagar el precio, el Señor ciertamente nos saturará, nos
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llenará, y tendremos preparada una porción extra de aceite en nuestra
vasija con la cual estaremos listos para Su regreso.