Nuestras relaciones familiares y de amistad con otras personas nos
pueden ayudar a entender el corazon de Dios y su relacion con
nosotros, puesto que todos nosotros le pertenecemos a ÉL.
Todos sabemos que cuando queremos mucho a alguien, nuestra
alegría es estar al lado de la persona amada y quisieramos estar
siempre con ella.
Por ejemplo, una madre espera el momento de abrazar a su hijo
recien nacido.
La alegría del padre es llegar a casa para estar con sus hijos y a los
abuelos les encanta ver a sus nietos y saborear los momentos que
pasan con ellos.
Mientras que los amigos atesoran los momentos que pasan juntos, a
los enamorados les es dificil separarce; y es precisamente, por esa
razón, que el hombre y la mujer se casan para estar juntos el resto de
sus vidas.
Nuestras relaciones familiares y de amistad con otras personas nos
pueden ayudar a entender el corazon de Dios y su relacion con
nosotros puesto que todos nosotros le pertenecemos a EL.
Su relación con nosotros abarca todas nuestras relaciones humanas.
Si pudieramos entender cuánta alegría y Gloria le damos al Corazón
de Dios, cuando le damos tiempo para visitarlo en el Santísimo
Sacramento, no querríamos nunca alejarnos de su presencia
Eucarística.
Si tan solo supiésemos cuánto nos Ama Dios en el Santísimo
Sacramento, nos moriríamos de felicidad porque Él nos dice a cada
uno de nosotros «Con Amor Eterno te he amado: por eso he
reservado gracia para ti (Jer 31,3).« Porque Yahveh se
complacerá en ti ( ls 62,4)
«Por ello, porque Amo tanto Dios al mundo, que dio a su
Hijo unico» (jn 3,16). «La palabra se hizo carne y puso su
Morada entre nosotros» (jn 1,14).
Jesus al hacerse uno de nosotros escogió el nombre de Emmanuel que
traducido significa «Dios con nosotros» ( Mt 1, 23) porque desea
estar con nosotros mucho más de lo que nosotros deseamos estar con
las personas que amamos; ésto nos ayuda a entender la razon de lo
que hizo el jueves Santo, en la noche víspera de su muerte: su corazón
no pudo soportar separarse de nosotros.
San Juan nos dice, que mostró lo profundo de su Amor instituyendo la
Sagrada Eucaristía para poder venir a nuestros corazones en la
Sagrada comunión y permanecer para siempre entre Nosotros en el
SANTÍSIMO SACRAMENTO, que es la Prolongación de su
Encarnación sobre la tierra.
San Juan Bosco decía. ¿Quereis que El Señor os Bendiga?.
Visitadlo en el Santísimo Sacramento. ¿Quereis que os Bendiga
Más?.»VISITADLO MÁS»
¿Quereis que os Bendiga Inmensamente?.«VISITADLO
FRECUENTEMENTE».
El concilio Vaticano ll dijo, que el creyente manifiesta su Fe en la
Eucaristía, con sus visitas frecuentes y fervorosas al Santísimo
Sacramento.
En cada altar se podrían escribir aquellas hermosas palabras que
Marta le dijo a María «EL MAESTRO ESTA AQUÍ Y TE LLAMA»
(Jn 11-28).
Los Santos tuvieron grandísimo aprecio por la visita a Jesús
Eucaristía.
Santa Micaela, San Antonio Claret, San Luis, el Beato Alberione,
Santa Teresa y muchos más, pasaban horas y horas cada día ante el
Sagrario y repetían las hermosas frases del salmista: «VALE MÁS
UNA HORA EN TU SANTUARIO QUE MUCHAS HORAS EN
LAS CASAS DE LOS MUNDANOS«.
Oración Universal
Atribuida Al Papa Clemente XI
Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero en Ti,
pero ayúdame a esperar con más confianza; te amo, Señor, pero
ayúdame a amarte más ardientemente; estoy arrepentido, pero
ayúdame a tener mayor dolor.
Te adoro, Señor, porque eres mi creador y te anhelo porque eres mi
último fin; te alabo porque no te cansas de hacerme el bien y me
refugio en Ti, porque eres mi protector.
Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu
misericordia me consuele y tu poder me defienda.
Te ofrezco, Señor mis pensamientos, para que se dirijan a Ti; te ofrezco
mis palabras, para que hablen de Ti; te ofrezco mis obras, para que
todo lo haga por Ti; te ofrezco mis penas, para que las sufra por Ti.
Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque
lo quieres Tú, quiero como lo quieras Tú y durante todo el tiempo que
lo quieras Tú.
Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que inflames mi
voluntad, que purifiques mi corazón y santifiques mi alma.
Ayúdame a apartarme de mis pasadas iniquidades, a rechazar las
tentaciones futuras, a vencer mis inclinaciones al mal y a cultivar las
virtudes necesarias.
Concédeme, Dios de bondad, amor a Ti, odio a mí, celo por el prójimo,
y desprecio a lo mundano.
Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, ser comprensivo
con mis inferiores, saber aconsejar a mis amigos y perdonar con mis
enemigos.
Que venza la sensualidad con con la mortificación, con generosidad la
avaricia, con bondad la ira; con fervor la tibieza.
Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor frente a los
peligros, paciencia en las dificultades, humildad en la prosperidad
Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer,
responsabilidad en mi trabajo y firmeza en mis propósitos.
Ayúdame a conservar la pureza de alma , a ser modesto en mis
actitudes, ejemplar en mis conversaciones y a llevar una vida ordenada.
Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mí
tu vida de gracia, para cumplir tus mandamientos y obtener la
salvación.
Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza
de lo divino, la brevedad de esta vida y la eternidad de la futura.
Concédeme, Señor, una buena preparación para la muerte y un santo
temor al juicio, para librarme del infierno y alcanzar el paraíso.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
¿Por qué y cómo visitar al Señor Jesús
Sacramentado?
La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de
su corazón
Cristología, todo acerca de Jesús
Jesús Sacramentado
¿Por qué y cómo visitar al Señor Jesús
Sacramentado?
La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de
su corazón
Por: n/a | Fuente: caminohaciadios.com
¿Quién no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida?
¿Quién no necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor
aprecio? ¿Quién no necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna
de la amistad, y siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles?
El mejor de estos amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos
recibir en el Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar,
acompañándolo ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.
El Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como
sabemos, eso se manifiesta de modo visible en la Eucaristía,«sacramento del
Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador».
Siendo un sacramento admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a
él con frecuencia. No tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos
con Cristo presente en la Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí
Jesús nos espera siempre, anhelante de que le abramos el corazón en la
intimidad de la oración.
Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo
momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es
privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su
corazón». Allí está presente por excelencia, en el modo como Él quiso
permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está
realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo,
ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos
recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- «tienen gran necesidad del culto
eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos
tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».
Espíritu de adoración
En el mes de octubre ha comenzado para toda la Iglesia, por deseo del Santo
Padre, un año eucarístico. ¿Qué objetivos persigue el Papa con esta decisión
pastoral?, ¿qué nos está proponiendo?, debemos preguntarnos. No hace ni
siquiera dos años, Juan Pablo II dirigió a todos los católicos una encíclica —su
última encíclica, por ahora— precisamente sobre la Eucaristía: se podría pensar,
por tanto, que aparentemente la Eucaristía no es ahora un tema que urja poner en
primer plano para que no caiga en el olvido... La realidad, sin embargo, es otra: la
realidad es que siempre es urgente, o al menos siempre es necesario, colocar y
mantener el misterio eucarístico en un lugar muy principal de la mente y el
corazón de cada cristiano.
En la carta apostólica Mane nobiscum Domine afirma Juan Pablo II que este año
eucarístico es una nueva invitación a la Iglesia a reflexionar sobre la Eucaristía .
[1]
Pero la Eucaristía, signo y realidad, sacrificio y alimento, cándida sustancia que
contiene el memorial y la presencia, que exhibe la transparencia y el velo del
misterio inalcanzable, no se deja apresar fácilmente en las mallas de la fría
reflexión: invitar a reflexionar sobre la Eucaristía es, inevitablemente, invitar a
rendirse a Jesús Sacramentado, invitar a participar en la liturgia celeste, a adorar.
«La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la
tierra», había escrito el Papa en su encíclica sobre la Eucaristía. «Es un rayo de
gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y
proyecta luz sobre nuestro camino» . Se trata, en fin, de un misterio de fe y de
[2]
amor ante el que de modo natural «caemos en adoración; actitud necesaria,
porque sólo así manifestamos adecuadamente que creemos que la Eucaristía es
Cristo verdadera, real y sustancialmente presente con su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad» . [3]
Somos conscientes de que «la adoración es la primera actitud del hombre que se
reconoce criatura ante su Creador» . Somos conscientes, pero la experiencia —la
[4]
experiencia nuestra personal y la experiencia de vida cristiana recogida y
transmitida a lo largo de los siglos— nos enseña que debemos serlo cada vez
más, como el edificio en construcción que, a medida que crece, más necesitado
está de cimientos profundos, o como el sabio que, cuanto mayor es su
conocimiento, más convencido está de lo poco que sabe. «Adorar a Dios es
reconocer, en el respeto y la sumisión absoluta, la “nada de la criatura”, que sólo
existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo,
como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que él ha hecho
grandes cosas y que su nombre es santo (cfr. Lc 1,46-49). La adoración del Dios
único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado
y de la idolatría del mundo» . [5]
Adorar es también, en consecuencia, pedir bienes a Dios y darle gracias, pues
tanto la petición como el agradecimiento son manifestación del reconocimiento
de la condición personal de absoluta dependencia con respecto a Dios.
Asimismo, adoramos a Dios con nuestro trabajo cuando procuramos hacer de él
una realidad santa y santificadora, cooperación en la tarea de la Creación ,[6]
cuando lo ofrecemos en unión con el sacrificio de Cristo en la Cruz, renovado
diariamente en ese sublime momento, centro y raíz de nuestra vida interior y de
toda nuestra vida, que es la Santa Misa.
Adoramos manifiestamente a Dios, en fin, cuando nuestra inteligencia, sometida
y elevada por la fe , reconoce en las especies sacramentales la presencia real de
[7]
Cristo, hecho por nosotros pan de vida y bebida de salvación. «Es hermoso estar
con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cfr. Jn 13, 25),
palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en
nuestro tiempo sobre todo por el “arte de la oración” (Carta Ap. Novo millennio
ineunte, 32), ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en
conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo
presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y
hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y
apoyo!» .[8]
De ese trato intenso y confiado con Cristo en la Eucaristía tiene necesidad cada
uno personalmente y tiene necesidad el mundo. Necesitan los hombres de hoy,
más que nunca, apoyos firmes sobre los que sustentar sus vidas, y un Dios que se
convierte en pan se nos manifiesta, aun en su débil apariencia, como el asidero
más seguro. Sería una pena que, por nuestro insuficiente testimonio de amor a
Dios, de adoración, de «urbanidad de la piedad» , quienes están a nuestro
[9]
alrededor no descubrieran esa maravilla del Dios realmente presente entre
nosotros. ¡Cuántas veces una ceremonia litúrgica realizada con unción y
dignidad, o incluso un simple gesto de adoración, sobrio pero sinceramente
devoto, se ha demostrado más eficaz que todas las prédicas y exhortaciones para
suscitar la fe en el incrédulo!
«Tanto valdrá nuestra vida cuanto intensa sea nuestra piedad eucarística» : [10]
mucho depende, en efecto, de que, como desea el Papa, «en este Año de gracia,
sostenida por María, la Iglesia halle nuevo impulso para su misión y reconozca
cada vez más en la Eucaristía la fuente y el culmen de toda su vida»[11
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Mayo 31, 2022
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Cristología, todo acerca de Jesús
Jesús Sacramentado
¿Por qué y cómo visitar al Señor Jesús
Sacramentado?
La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de
su corazón
Por: n/a | Fuente: caminohaciadios.com
¿Quién no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida?
¿Quién no necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor
aprecio? ¿Quién no necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna
de la amistad, y siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles?
El mejor de estos amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos
recibir en el Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar,
acompañándolo ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.
El Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como
sabemos, eso se manifiesta de modo visible en la Eucaristía,«sacramento del
Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador».
Siendo un sacramento admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a
él con frecuencia. No tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos
con Cristo presente en la Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí
Jesús nos espera siempre, anhelante de que le abramos el corazón en la
intimidad de la oración.
Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo
momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es
privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su
corazón». Allí está presente por excelencia, en el modo como Él quiso
permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está
realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo,
ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos
recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- «tienen gran necesidad del culto
eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos
tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».
¿Qué le decimos al Señor Jesús Sacramentado?
¡Todo aquello que anida en nuestro corazón! La adoración eucarística es un
momento de intimidad, de confianza y de amistad con Dios. En esos ratos de
oración ante el Santísimo, ante Jesús Sacramentado, recordamos que su
presencia es fruto del amor que nos tiene. Es un momento oportuno para
renovar nuestro propósito de ser santos y de responder generosamente al
amor de Dios. En la adoración a Cristo Jesús también podemos pedir perdón
por nuestras faltas y pecados, reconociendo así, con humildad, que sólo Él
tiene el poder para perdonarnos, renovando nuestra confianza en su
misericordia.
Mayo 31, 2022
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Cristología, todo acerca de Jesús
Jesús Sacramentado
¿Por qué y cómo visitar al Señor Jesús
Sacramentado?
La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de
su corazón
Por: n/a | Fuente: caminohaciadios.com
¿Quién no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida?
¿Quién no necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor
aprecio? ¿Quién no necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna
de la amistad, y siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles?
El mejor de estos amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos
recibir en el Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar,
acompañándolo ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.
El Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como
sabemos, eso se manifiesta de modo visible en la Eucaristía,«sacramento del
Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador».
Siendo un sacramento admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a
él con frecuencia. No tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos
con Cristo presente en la Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí
Jesús nos espera siempre, anhelante de que le abramos el corazón en la
intimidad de la oración.
Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo
momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es
privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su
corazón». Allí está presente por excelencia, en el modo como Él quiso
permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está
realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo,
ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos
recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- «tienen gran necesidad del culto
eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos
tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».
¿Qué le decimos al Señor Jesús Sacramentado?
¡Todo aquello que anida en nuestro corazón! La adoración eucarística es un
momento de intimidad, de confianza y de amistad con Dios. En esos ratos de
oración ante el Santísimo, ante Jesús Sacramentado, recordamos que su
presencia es fruto del amor que nos tiene. Es un momento oportuno para
renovar nuestro propósito de ser santos y de responder generosamente al
amor de Dios. En la adoración a Cristo Jesús también podemos pedir perdón
por nuestras faltas y pecados, reconociendo así, con humildad, que sólo Él
tiene el poder para perdonarnos, renovando nuestra confianza en su
misericordia.
Podemos rezar por los demás, por nuestros familiares, los amigos, por los
necesitados, los sufrientes, los enfermos. También por la iglesia, el Santo
Padre y sus desvalidos, por los que necesitan de la fe y se creen abandonados
de Dios. En fin, en cada uno de nosotros anidan diversas intenciones y
necesidades que podemos presentar con fe y confianza al Señor Jesús. De
hecho, la adoración Eucarística tiene una profunda relación con la
evangelización. Por un lado, rezar por los demás ya es una privilegiada forma
de apostolado; y por otro, la experiencia de encuentro con el Seños nos
renueva en el ardor para anunciarlo como quien se ha encontrado
personalmente con Él.
Es verdad que «a menudo, en nuestra oración -como señalaba el Papa
Benedicto XVI-, nos encontramos ante el silencio de Dios (...) Pero este silencia
de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia. El cristiano
sabe bien que el Señor está presente y escucha». Esta situación, que quizás
hemos experimentado en más de una ocasión, nos invita a confiar y tener
paciencia, y puede ser un tiempo de maduración para nuestra fe,
recordándonos que «el Dios silencioso es también un Dios que habla, que se
revela».
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Cristología, todo acerca de Jesús
Jesús Sacramentado
¿Por qué y cómo visitar al Señor Jesús
Sacramentado?
La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de
su corazón
Por: n/a | Fuente: caminohaciadios.com
¿Quién no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida?
¿Quién no necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor
aprecio? ¿Quién no necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna
de la amistad, y siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles?
El mejor de estos amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos
recibir en el Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar,
acompañándolo ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.
El Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como
sabemos, eso se manifiesta de modo visible en la Eucaristía,«sacramento del
Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador».
Siendo un sacramento admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a
él con frecuencia. No tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos
con Cristo presente en la Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí
Jesús nos espera siempre, anhelante de que le abramos el corazón en la
intimidad de la oración.
Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo
momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es
privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su
corazón». Allí está presente por excelencia, en el modo como Él quiso
permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está
realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo,
ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos
recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- «tienen gran necesidad del culto
eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos
tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».
¿Qué le decimos al Señor Jesús Sacramentado?
¡Todo aquello que anida en nuestro corazón! La adoración eucarística es un
momento de intimidad, de confianza y de amistad con Dios. En esos ratos de
oración ante el Santísimo, ante Jesús Sacramentado, recordamos que su
presencia es fruto del amor que nos tiene. Es un momento oportuno para
renovar nuestro propósito de ser santos y de responder generosamente al
amor de Dios. En la adoración a Cristo Jesús también podemos pedir perdón
por nuestras faltas y pecados, reconociendo así, con humildad, que sólo Él
tiene el poder para perdonarnos, renovando nuestra confianza en su
misericordia.
Podemos rezar por los demás, por nuestros familiares, los amigos, por los
necesitados, los sufrientes, los enfermos. También por la iglesia, el Santo
Padre y sus desvalidos, por los que necesitan de la fe y se creen abandonados
de Dios. En fin, en cada uno de nosotros anidan diversas intenciones y
necesidades que podemos presentar con fe y confianza al Señor Jesús. De
hecho, la adoración Eucarística tiene una profunda relación con la
evangelización. Por un lado, rezar por los demás ya es una privilegiada forma
de apostolado; y por otro, la experiencia de encuentro con el Seños nos
renueva en el ardor para anunciarlo como quien se ha encontrado
personalmente con Él.
Es verdad que «a menudo, en nuestra oración -como señalaba el Papa
Benedicto XVI-, nos encontramos ante el silencio de Dios (...) Pero este silencia
de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia. El cristiano
sabe bien que el Señor está presente y escucha». Esta situación, que quizás
hemos experimentado en más de una ocasión, nos invita a confiar y tener
paciencia, y puede ser un tiempo de maduración para nuestra fe,
recordándonos que «el Dios silencioso es también un Dios que habla, que se
revela».
¿Cómo visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento?
Para empezar necesitamos silencio interior y recogimiento para visitar al Señor
Sacramentado. «El silencio -indicaba Benedicto XVI- es capaz de abrir un
espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí
habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros, para que el amor a
Él arraigue en nuestra mente y en nuestro corazón y anime nuestra vida».
Cuando nos encontramos en precencia de Jesús Sacramentado lo primero es
hacer un acto de fe y tomar consciencia de que Dios está ahí realmente
presente.
Muchas veces visitaremos el Santísimo Sacramento de modo espontáneo. No
siempre hallamos una capilla cerca de donde vivimos o trabajamos, pero a
veces tenemos la oportunidad de hacerlo y la aprovechamos. ¿A quién no le
gusta recibir la visita sorpresa de un amigo cercano? El Señor se alegrará
también cuando lo visitemos así. Sin embargo, si podemos hacer de la visita al
Santísimo un hábito que tendrá muchos frutos en nuestra vida espiritual.
Quizás podamos visitarlo unos minutos al día, o dos o tres veces por semana.
Podemos hacerlo solos, en la compañía de alguien, o también en familia.
Invitar a alguien a visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento es una
excelente oportunidad para hacer apostolado y dar ocasión para que otras
personas que quizás estén un poco alejadas del Señor vuelvan a encontrarse
con Él en la intimidad de la oración.
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Jesús Sacramentado
¿Por qué y cómo visitar al Señor Jesús
Sacramentado?
La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de
su corazón
Por: n/a | Fuente: caminohaciadios.com
¿Quién no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida?
¿Quién no necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor
aprecio? ¿Quién no necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna
de la amistad, y siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles?
El mejor de estos amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos
recibir en el Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar,
acompañándolo ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.
El Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como
sabemos, eso se manifiesta de modo visible en la Eucaristía,«sacramento del
Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador».
Siendo un sacramento admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a
él con frecuencia. No tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos
con Cristo presente en la Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí
Jesús nos espera siempre, anhelante de que le abramos el corazón en la
intimidad de la oración.
Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo
momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es
privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su
corazón». Allí está presente por excelencia, en el modo como Él quiso
permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está
realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo,
ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos
recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- «tienen gran necesidad del culto
eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos
tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».
¿Qué le decimos al Señor Jesús Sacramentado?
¡Todo aquello que anida en nuestro corazón! La adoración eucarística es un
momento de intimidad, de confianza y de amistad con Dios. En esos ratos de
oración ante el Santísimo, ante Jesús Sacramentado, recordamos que su
presencia es fruto del amor que nos tiene. Es un momento oportuno para
renovar nuestro propósito de ser santos y de responder generosamente al
amor de Dios. En la adoración a Cristo Jesús también podemos pedir perdón
por nuestras faltas y pecados, reconociendo así, con humildad, que sólo Él
tiene el poder para perdonarnos, renovando nuestra confianza en su
misericordia.
Podemos rezar por los demás, por nuestros familiares, los amigos, por los
necesitados, los sufrientes, los enfermos. También por la iglesia, el Santo
Padre y sus desvalidos, por los que necesitan de la fe y se creen abandonados
de Dios. En fin, en cada uno de nosotros anidan diversas intenciones y
necesidades que podemos presentar con fe y confianza al Señor Jesús. De
hecho, la adoración Eucarística tiene una profunda relación con la
evangelización. Por un lado, rezar por los demás ya es una privilegiada forma
de apostolado; y por otro, la experiencia de encuentro con el Seños nos
renueva en el ardor para anunciarlo como quien se ha encontrado
personalmente con Él.
Es verdad que «a menudo, en nuestra oración -como señalaba el Papa
Benedicto XVI-, nos encontramos ante el silencio de Dios (...) Pero este silencia
de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia. El cristiano
sabe bien que el Señor está presente y escucha». Esta situación, que quizás
hemos experimentado en más de una ocasión, nos invita a confiar y tener
paciencia, y puede ser un tiempo de maduración para nuestra fe,
recordándonos que «el Dios silencioso es también un Dios que habla, que se
revela».
¿Cómo visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento?
Para empezar necesitamos silencio interior y recogimiento para visitar al Señor
Sacramentado. «El silencio -indicaba Benedicto XVI- es capaz de abrir un
espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí
habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros, para que el amor a
Él arraigue en nuestra mente y en nuestro corazón y anime nuestra vida».
Cuando nos encontramos en precencia de Jesús Sacramentado lo primero es
hacer un acto de fe y tomar consciencia de que Dios está ahí realmente
presente.
Muchas veces visitaremos el Santísimo Sacramento de modo espontáneo. No
siempre hallamos una capilla cerca de donde vivimos o trabajamos, pero a
veces tenemos la oportunidad de hacerlo y la aprovechamos. ¿A quién no le
gusta recibir la visita sorpresa de un amigo cercano? El Señor se alegrará
también cuando lo visitemos así. Sin embargo, si podemos hacer de la visita al
Santísimo un hábito que tendrá muchos frutos en nuestra vida espiritual.
Quizás podamos visitarlo unos minutos al día, o dos o tres veces por semana.
Podemos hacerlo solos, en la compañía de alguien, o también en familia.
Invitar a alguien a visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento es una
excelente oportunidad para hacer apostolado y dar ocasión para que otras
personas que quizás estén un poco alejadas del Señor vuelvan a encontrarse
con Él en la intimidad de la oración.
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Si bien podemos rezar con las palabras que espontáneamente vengan a
nuestro corazón, cuando vamos a visitar al Señor Jesús por un tiempo más
prolongado ayuda muchísimo preparar nuestra visita. Podemos, por ejemplo,
dedicar unos minutos a un momento de diálogo personal con el Señor, otros
minutos a la meditación de un texto eucarístico o a rezar con los salmos, y otro
momento a pedir por nuestras necesidades y las de los demás. Las
posibilidades son muy variadas, y esta costumbre ayudará a que nos
mantengamos concentrados y enfocados.
Hablando precisamente de textos sobre los cuales podemos meditar, existen
diversas citas en la Sagrada Escritura sobre las cuales podemos rezar y que
nos ayudarán en nuestra meditación. Lo pasajes sobre la institución de la
Eucaristía en la Última Cena, por ejemplo, así como aquellos en los cuales el
Señor habla del «Pan de Vida», entre tantas otras, nos ayudarán a tomar
especial consciencia de la presencia real del Señor. Mediar delante del Señor
«nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia», nos ayudará
a un encuentro más íntimo con Él, y a descubrir con mayor ardor el inmenso
bien que significa su presencia en la Eucaristía. Hay, por otro lado, muchos
devocionarios eucarísticos que podemos utilizar en nuestra visitas. En ellos
encontraremos también otros textos valiosos, oraciones de santos, así como
cantos adecuados para la oración eucarística que con seguridad eriquecerán
nuestra oración.
«Yo estoy con ustedes todos los días»
Cuando nos acercamos a Jesús Sacramentado tengamos siempre presente su
promesa: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Es
una invitación a confiar con Él, con alegría, sabiendo que está ahí siempre,
paciente, gozoso, dispuesto a ayudarnos, a escucharnos. De la misma manera,
recordemos que el Señor nos ha querido dejar una Madre que nos acompaña y
nos ayuda a acercarnos cada vez más a su Hijo. Que Ella, como lo decía el
Beato Papa Juan Pablo II, «que fue la verdadera Arca de la Nueva Alianza,
Sagrario vivo del Dios Encarnado, nos enseñe a tratar con pureza, humildad y
devoción ferviente a Jesucristo, su Hijo, presente en el Tabernáculo».
Preguntas para el diálogo
1. ¿Qué tan importante es en mi vida espiritual la adoración Eucarística?
2. ¿Qué obstáculos veo en mi vida para crecer en mi devoción a Jesús
sacramentado?
3. ¿Qué medios puedo poner para que mis visitas al Santísimo sean una
experiencia cada vez más profunda de encuentro con el Señor Jesús?