PROCESIÓN CON EL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Solemnidad
Una vez hecha la Oración DESPUÉS DE LA COMUNIÓN, habiendo dejado la Hostia recién
consagrada en la Misa sobre el corporal en el altar, el sacerdote expone el Santísimo Sacramento en la
custodia, mientras se entona un canto eucarístico y lo inciensa.
Los cantos ordénense a que manifiesten la fe en Cristo y que solamente sean para alabanza del Señor.
Luego introduce a la procesión con las siguientes palabras:
Guía:
Hermanos y hermanas: en este día solemnísimo en que celebramos la vigilia de la inauguración
de nuestra sección, con la presencia real del Señor Jesús en la eucarísticas, recordamos cómo Él mismo
nos llama a ser “eucaristía” para nuestros prójimos, a ser ese “sacrifico agradable a Dios Padre”, y seguir
construyendo en nuestros ambientes la justicia y la paz.
Así como canta el salmo 23: “El Señor es mi pastor: nada me falta… aunque camine por cañadas
oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo…”, hoy que realizamos esta procesión pública,
recordamos cómo el verdadero pastor es Aquel que conoce también las cañadas oscuras de la muerte;
Aquel que conoce el camino de la soledad, en el cual ninguno puede acompañarnos; Él camina con
nosotros, guiándonos para atravesar ese camino; camino que Él mismo ha recorrido descendiendo hasta
el reino de la muerte venciéndola y ha regresado para acompañarnos ahora y darnos la certeza que, junto
con Él, podemos dar este paso en medio de tantas dificultades en las que nos encontramos. Tenemos la
seguridad que Él nos acompaña y que con su “bastón y su cayado nos da seguridad”, por eso, “no
debemos temer ningún mal” (cfr. Carta encíclica Spe salvi, 6).
Comulgando el Cuerpo y a la Sangre del Señor Jesús, el cristiano jamás será separado del
verdadero buen pastor, que ha asumido sobre sí la condición humana sin excluir el sufrimiento y
la muerte. Esta conciencia funda la esperanza cristiana, de la cual somos testigos y que queremos
anunciar en este día a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y de nuestra comunidad. La
procesión eucarística que realizaremos, es signo del camino de la vida, por eso, para el cristiano no
es un recorrido en la oscuridad, expuesto a peligros continuos, sino un seguimiento confiado en el
Señor hacia la meta eterna. Hoy más que nunca, tenemos necesidad de esperanzas –pequeñas o
grandes– que nos mantengan en el camino.
Esta grande esperanza es la confianza certera de que “Sólo Dios basta”. Su reino no es un más allá
imaginario, puesto en un futuro que no llega jamás; su reino está presente allí donde Él es amado y
donde su amor nos alcanza. Solo su amor nos da la posibilidad de perseverar día tras día, sin perder el
impulso de la esperanza, en un mundo que, por su naturaleza, es imperfecto. Y su amor, al mismo
tiempo, es para nosotros garantía que existe aquello que solo vagamente intuimos y, todavía, al último,
esperamos: la vida que es verdaderamente vida (cfr. ibid., 31).
Guía:
Antes de iniciar nuestra procesión digamos juntos: Tú eres nuestra vida, Señor.
La asamblea repite:
Tú eres nuestra vida, Señor.
Dios nuestro Padre, te alabamos y te damos gracias. Tú que amas a cada hombre y guías a todos los
pueblos, danos el Espíritu del Resucitado para que con valor y humildad sepamos discernir el bien y el mal
presente entre los hijos de la Iglesia y en la sociedad entera. Haz que escuchemos tus palabras, prontos a
ponerla en práctica y a hacerlas fructificar en una vida de santidad personal, familiar y social.
— Tú eres nuestra vida, Señor.
Señor Jesús, Hijo de Dios y Redentor del mundo, tú eres el único mediador entre Dios y los hombres y
no hay otro nombre bajo el cielo en el cual podamos ser salvados, concédenos permanecer en ti como los
sarmientos están unidos a la vid, de participar en tu misma vida para que seamos signos de una nueva
humanidad reconciliada en la verdad y en el amor.
— Tú eres nuestra vida, Señor.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, con confianza te invocamos. Tú que eres maestro interior
revélanos los pensamientos y los caminos de Dios. Danos la gracia de ver los acontecimientos humanos
con ojos puros y penetrantes, de conservar la herencia de santidad y civilidad propia de nuestros pueblos,
de convertirnos en la mente y en el corazón para renovar nuestra sociedad.
— Tú eres nuestra vida, Señor.
Gloria a ti, Santa Trinidad, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amen.
Mientras tanto se dispone todo para la procesión: como ésta se tendrá inmediatamente después de
la Misa, el sacerdote que lleva el Santísimo Sacramento, usando el velo humeral de color blanco,
puede conservar las vestiduras que utilizó en la Misa, o revestirse con la capa pluvial de color
blanco.
De acuerdo con las costumbres del lugar se usarán velas, incienso y el palio bajo el cual irá el
sacerdote que lleve el Santísimo Sacramento.
Al finalizar la procesión, se impartirá la bendición con el Santísimo Sacramento dentro de la
Iglesia a la que se llegue, o en otro lugar más oportuno, y se reserva el Santísimo Sacramento.
NOTA: Conviene que la procesión eucarística se lleve a cabo con dignidad y sin desdoro de la
reverencia debida al Santísimo Sacramento.
Una vez dadas las indicaciones a los presentes, inicia la procesión eucarística.
1. Lectura:
En el signo del pan partido, Cristo se entrega con toda su humanidad y divinidad, y nosotros en aquella
mesa singular vivimos la más intensa comunión con él: Quien me come vivirá por mí (Jn 6,57). En
Cristo, el Unigénito del Padre, somos introducidos en la comunión trinitaria. La Eucaristía llega a ser
fuente y vértice de comunión, manifestación de un misterio divino que nos envuelve y nos trasciende
(Eucaristia, Comunione e Comunità, 8).
Guía:
Cristo, en la cena pascual, ha dado su Cuerpo y su Sangre para la vida del mundo. Reunidos en la
oración de alabanza, invoquemos su nombre diciendo: Cristo, pan del cielo, danos la vida eterna.
La asamblea repite:
Cristo, pan del cielo, danos la vida eterna
Cristo, Hijo del Dios vivo, que nos has mandado celebrar la Eucaristía en tu memoria, haz que
participemos siempre con fe y amor en beneficio de toda la Iglesia.
— Cristo, pan del cielo, danos la vida eterna.
Cristo, que reúnes en un solo cuerpo a cuantos se alimentan de un mismo pan, acrecienta en nuestras
comunidades la concordia y la paz.
— Cristo, pan del cielo, danos la vida eterna.
Cristo, que en la Eucaristía nos das la medicina de la inmortalidad y el anticipo de la resurrección, da
la salud a los enfermos y el perdón a los pecadores.
— Cristo, pan del cielo, danos la vida eterna.
Cristo, que en la Eucaristía nos das la gracia de anunciar tu muerte y resurrección hasta el día de
tu venida, haz participes de tu gloria a nuestros hermanos difuntos.
— Cristo, pan del cielo, danos la vida eterna.
Oremos.
Señor Dios, que para gloria tuya y salvación nuestra constituiste a Jesucristo
sumo y eterno sacerdote, concede al pueblo redimido con su
Sangre, obtener, por la participación en este memorial,
los frutos de la Muerte y Resurrección de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Canto
2. Lectura:
Esto dice el Señor: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen
dinero, venga, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar. ¿Por qué gastar el dinero en lo
que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?” (Is 55, 1-2).
Guía:
En el sacramento admirable del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, la Iglesia celebra el memorial de
la Pascua. Cristo en la Eucaristía continúa su presencia viva en medio de nosotros. Meditando su
palabra, invoquemos diciendo: Danos, Señor, el pan de la vida.
La asamblea repite:
Danos, Señor, el pan de la vida.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo, dice el Señor: si uno come de este pan, vivirá eternamente (Jn 6,
51).
— Danos, Señor, el pan de la vida.
Quien come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él, dice el Señor (Jn 6, 56).
— Danos, Señor, el pan de la vida.
Como el Padre, que da la vida, me ha enviado y yo vivo por el Padre, así aquel que me come vivirá por
mí, dice el Señor (Jn 6, 57).
— Danos, Señor, el pan de la vida.
Señor Jesús, testigo fiel, primogénito de los muertos, tú nos has amado y has lavado nuestras culpas en tu
sangre (Ap 1, 5).
— Danos, Señor, el pan de la vida.
Tú eres digno, Señor, de tomar el libro y de abrir los sellos, porque fuiste inmolado y nos has rescatado
para Dios con tu sangre (Ap 5, 9).
— Danos, Señor, el pan de la vida.
Luego dice la siguiente oración:
Oremos.
Concédenos, Señor y Dios nuestro, a los que creemos y proclamamos que Jesucristo nació por
nosotros de la Virgen María, murió por nosotros en la cruz y está presente en este
sacramento, beber en esta divina fuente del don de la salvación eterna. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los
siglos de los siglos.
R. Amén.
Canto
3. Lectura:
Damos gracias con alegría a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque nos ha hecho dignos
para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino de su querido Hijo, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados
(Col 1, 12-14).
Guía:
En la Eucaristía están presentes las “obras admirables” que Dios ha realizado en la historia.
Mientras contemplamos el Misterio, damos gracias a Dios y proclamamos diciendo: Te damos
gracias, Padre bueno.
La asamblea repite:
Te damos gracias, Padre bueno.
Te damos gracias, Padre, por los grandes signos de tu amor que a nosotros nos desvelas en la
creación, en la historia del hombre y en la plena revelación de tu Hijo Jesús. Por eso te decimos:
— Te damos gracias, Padre bueno.
Por el poder del Espíritu él ha venido entre nosotros, en el seno purísimo de María. Hizo del
mundo su casa, eligió a los pobres, anuncio la paz y la reconciliación a todos, y se entregó
libremente a la muerte de cruz. Por eso te decimos:
— Te damos gracias, Padre bueno.
Por amor él ha venido, de amor ha vivido, con amor se ha donado a ti y en un gesto supremo de amor se
ha sacrificado por nosotros. Por eso te decimos:
— Te damos gracias, Padre bueno.
En la última cena, reunido con los discípulos, después de habernos dado el mandamiento nuevo, signo de
eterna alianza, nos dejó su Cuerpo y Sangre para la remisión de los pecados. Por eso te decimos:
— Te damos gracias, Padre bueno.
Te damos gracias, Padre, por este Santísimo signo, lo acogemos como don de tu misericordia que nos
transforma y nos da un corazón nuevo, como gracia de reconciliación y como signo de comunión. Por
eso te decimos:
— Te damos gracias, Padre bueno.
Luego dice la siguiente oración:
Oremos.
señor, que en tu Hijo Jesucristo nos diste el verdadero Pan que descendió del cielo,
fortalécenos
con este alimento de vida eterna, para que nunca nos apartemos de Ti y podamos resucitar para la gloria
en el último día. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Canto
4. Lectura:
Él es el pan de vida. Quien come la vida no puede morir. Vayan a él y sáciense, porque él es el pan
de vida. Vayan a él y beban, porque él es la fuente. Vayan a él y serán iluminados, porque él es la
luz. Vayan a él y llegarán a ser libres, porque donde está el Espíritu del Señor hay libertad. “Yo soy
el pan de vida. Quien viene a mí no tendrá hambre. Quien cree en mí no tendrá más sed”
(Ambrosio de Milán, siglo IV).
Guía:
Cristo es el pan de la vida. La Iglesia aclama con alegría: Dichoso quien se sienta en la mesa de tu
reino, Señor.
La asamblea repite:
Dichoso quien se sienta en la mesa de tu reino, Señor.
Cristo, sacerdote de la nueva y eterna alianza, que sobre la cruz has ofrecido al Padre el sacrificio
perfecto, enséñanos también a nosotros a ofrecerlo dignamente junto contigo.
— Dichoso quien se sienta en la mesa de tu reino, Señor.
Cristo, que has querido perpetuar en todas partes de la tierra tu ofrenda pura y santa, haz que
cuantos se alimentan de un único pan estén unidos en un solo cuerpo.
— Dichoso quien se sienta en la mesa de tu reino, Señor.
Cristo, que alimentas a tu Iglesia con el sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre, haz que,
vigorizados por este alimento, alcancemos tu monte santo.
— Dichoso quien se sienta en la mesa de tu reino, señor.
Cristo, invisible huésped de nuestro banquete, que estás a la puerta y llamas, ven a nosotros, cena con
nosotros y nosotros contigo.
— Dichoso quien se sienta en la mesa de tu reino, Señor.
Luego dice la siguiente oración:
Oremos.
Ilumínanos, Señor, con la luz de la fe y enciende nuestros corazones con el fuego del amor, para
que aceptemos que Cristo, nuestro Dios y Señor, está realmente presente en este Sacramento, y lo
adoremos verdaderamente, con amor y con fe. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Canto
5. Lectura:
En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo llega a ser también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La
vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración, su trabajo, están unidos a aquellos de Cristo y
a su ofrenda total, y de este modo, adquieren un nuevo valor (Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1368).
Guía:
Te damos gracias, Padre, por la vida eterna que nos has revelado en Cristo Jesús, tu siervo. Por eso te
decimos: Gloria y alabanza a ti por los siglos.
La asamblea repite:
Gloria y alabanza a ti por los siglos.
Como este grano estaba disperso por los campos y recogido ha llegado a ser un solo pan, así sea
reunida tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino.
— Gloria y alabanza a ti por los siglos.
Como esta uva estaba dispersa por las colinas y recogida ha llegado a ser un solo vino, así sea
reunida tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino.
— Gloria y alabanza a ti por los siglos.
Te damos gracias, Padre, por tu santo nombre que has escrito en nuestros corazones.
— Gloria y alabanza a ti por los siglos.
Te damos gracias, Padre, por la sabiduría y la inmortalidad que tú nos has mostrado en tu siervo
Jesús.
— Gloria y alabanza a ti por los siglos.
Tú, Señor todopoderoso, que todo lo has creado para la gloria de tu nombre, nos has dado en tu
siervo Jesús, alimento y bebida para la vida eterna.
— Gloria y alabanza a ti por los siglos.
Luego dice la siguiente oración:
Oremos.
Concédenos, Señor, celebrar dignamente al Cordero Pascual, muerto por nosotros en la
cruz y oculto en este sacramento, para que, terminada nuestra peregrinación en la tierra,
podamos contemplarlo cara a cara en la gloria del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos.
R. Amén.
Canto
6. Lectura:
A través de la adoración eucarística el cristiano contribuye misteriosamente a la transformación radical
del mundo y a la difusión del Evangelio. Toda persona que reza al Salvador deja tras de sí el mundo
entero y lo eleva a Dios. Aquellos que se encuentran con el Señor desarrollan un eminente servicio; ellos
presentan a Cristo todos aquellos que no lo conocen o que están alejados de él; ellos velan delante de él,
en su nombre (Carta sobre la adoración eucarística de Juan Pablo II).
Guía:
Oremos a Dios Padre, que cuida de todas las creaturas, y digamos con fe sincera: Escúchanos, Señor.
La asamblea repite:
Escúchanos, Señor.
Tú, que alimentas continuamente a tu pueblo, guarda a tu Iglesia, protege a nuestro Papa Francisco,
asiste a nuestros obispos, guía y sostén a los sacerdotes.
— Escúchanos, Señor.
Tú, que sacias nuestra sed en el cáliz de la alegría, ilumina a los legisladores y gobernantes, promueve la
justicia, extingue todo odio y rencor, y haz que los ricos usen con justicia sus bienes.
— Escúchanos, Señor.
Tú, que nos has redimido con la Sangre de Cristo, protege a todos los pueblos en la paz, suscita
numerosas vocaciones para tu Iglesia, socorre a los pobres y haz que los desocupados encuentren
trabajo.
— Escúchanos, Señor.
Tú, que eres grande en el amor, estás presente en cada familia, bendice a nuestros familiares y
amigos, recompensa a quien ha hecho el bien, y haz que los niños y los jóvenes crezcan en tu
amistad.
— Escúchanos, Señor.
Tú, que eres el buen Pastor de nuestras almas, ayuda al incrédulo que quiere creer, consuela a los
afligidos, defiende a los perseguidos, convierte a los pecadores, cura a los enfermos, da a los
difuntos la vida eterna.
— Escúchanos, Señor.
Luego dice la siguiente oración:
Oremos.
Señor Dios, que para gloria tuya y salvación nuestra constituiste a
Jesucristo sumo y eterno sacerdote, concede al pueblo redimido con su
Sangre, obtener,por la participación en este
memorial, los frutos de la Muerte y Resurrección de tu Hijo que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Canto
7. Lectura:
El amor de Cristo nos impulsa a obrar incesantemente por la unidad de su Iglesia, para el anuncio
del Evangelio hasta los confines de la tierra y para el servicio de los hombres: “Nosotros,
siendo muchos, somos un solo cuerpo; todos participamos del único pan” (1Cor 10, 17): es esta la
Buena Noticia que hace gozar el corazón del hombre y le muestra que está llamado a tomar parte
en la vida dichosa con Dios
(Carta sobre la adoración eucarística de Juan Pablo II).
Guía:
Dios Padre, tú quieres reunir a todos los hombres en un solo pueblo, en el cual resplandezca el amor de
tu Hijo que ha dado para nosotros su Cuerpo y su Sangre. Escucha y atiende nuestra oración. Digamos
juntos: Escúchanos, Señor.
La asamblea repite:
Escúchanos, Señor.
Tú nos has dado la Eucaristía como principio y fuente de unidad: derriba todas las fronteras del
egoísmo que nos separan de ti y nos hacen extranjeros a nuestro prójimo.
— Escúchanos, Señor.
Manda tu Espíritu, para que haga de nosotros una sola cosa en torno a una misma mesa.
— Escúchanos, Señor.
Haz que de la Eucaristía aprendamos a dar nuestro cuerpo y sangre para nuestros hermanos.
— Escúchanos, Señor.
Haznos comprender que tu Hijo, presente en la Eucaristía, es el centro de nuestra vida y de nuestras
comunidades y es la fuerza de la cual brota nuestra misión al servicio de los hermanos.
— Escúchanos, Señor.
Acrecienta nuestra capacidad de don, en comunión con tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
— Escúchanos, Señor.
Luego dice la siguiente oración:
Oremos.
Concede, Padre, a tus fieles de elevar un canto de alabanza al Cordero inmolado por
nosotros y escondido en este santo misterio, y haz que un día podamos contemplarlo en
el esplendor de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Canto
8. Lectura:
La adoración eucarística es la disposición fundamental del hombre que se reconoce creatura
delante a su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha creado y la omnipotencia del
Salvador que libera del mal [...] La adoración del Dios tres veces santo y sumamente amable nos
colma de humildad y da seguridad a nuestras súplicas (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2628).
Guía:
Oremos al Señor, diciendo:
Señor, danos tu paz.
La asamblea repite:
Señor, danos tu paz.
Por la paz que viene de lo alto y por la salvación de nuestras almas. Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Por la paz del mundo entero, por la prosperidad de la santa Iglesia de Dios y por la unión de
todos. Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Por nuestro Santo Padre, el Papa, por todos los Obispos, por los presbíteros y diáconos, por todo el
pueblo. Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Por esta comunidad, por cada ciudad y pueblo, y por todos los fieles que la habitan. Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Para que tengamos aire limpio, por la abundancia de los frutos de la tierra, por los tiempos de paz.
Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Por los navegantes, los caminantes, los enfermos, los que sufren, los prisioneros, y por su salvación.
Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Para ser liberados de toda aflicción, de todo mal, de todo peligro y de toda necesidad. Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y protégenos, oh Dios, con tu gracia. Oremos.
— Señor, danos tu paz.
Haciendo memoria de Santa María de Guadalupe, Madre de Dios y siempre Virgen María, junto con
todos los santos mexicanos, nos encomendamos a nosotros mismos y nuestras familias, los unos por los
otros. Por Jesucristo, nuestro Señor.
La asamblea:
R. Amén.
Luego dice la siguiente invocación:
Nos diste el pan bajado del cielo…
R. Que contiene en sí todo deleite.
Oremos
Señor nuestro Jesucristo, que en este admirable sacramento nos dejaste el
memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y
de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención.
Tú que vives y reinas, con el padre, en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos
de los siglos.
R. Amén.
Una vez que ha dicho la oración, el sacerdote, con el velo humeral sobre sus hombros, hace
genuflexión, toma la custodia y, sin decir nada y en silencio, traza con el Santísimo Sacramento la
señal de la cruz sobre el pueblo.
Concluida la bendición, se proclaman las siguientes aclamaciones y enseguida reserva el Santísimo
Sacramento en el tabernáculo, hace genuflexión y luego lo cierra.
Aclamaciones
*Bendito sea Dios.
*Bendito sea su santo Nombre.
*Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
*Bendito sea el nombre de Jesús.
*Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
*Bendita sea su Preciosísima Sangre.
*Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.
*Bendito sea el Espíritu Santo consolador.
*Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima.
*Bendita sea su santa he inmaculada concepción.
*Bendita sea su gloriosa Asunción.
*Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
*Bendito sea san José, su castísimo esposo.
*Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.