EL PLAN DE DIOS
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Jack B. Scott
CONTIENE UN ESTUDIO PROGRAMADO POR LA
FACULTAD LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS
TEOLÓGICOS
Publicado y distribuido por Editorial Unilit
EL PLAN DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
© 2002 Logoi. Inc.
14540 S. W. 136 St. Suite 200
Miami, FL. 33186
Título original en inglés:
God’s Plan Unfolded
© 1976 by Jack B. Scott
Diseño textual: Logoi, Inc.
Portada: Meredith Bozek
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mecánico— sin permiso previo de los editores, excepto breves citas en reseñas y
debidamente identificada la fuente.
Producto: 496723
Categoría: Comentario/Exposición
ISBN: 0-7899-1115-9
Impreso en Colombia
Los orígenes del pueblo de Dios
II. El reto de Satanás al propósito divino (cap. 3)
El capítulo tercero presenta la figura de la serpiente, que se
describe como astuta y a la vez como una de las criaturas de Dios.
No había, pues, nada inherentemente malo en la naturaleza de la
serpiente. Como todas las demás criaturas de Dios, había sido creada
buena. Cuando comienza a hablarle a la mujer, nos damos cuenta
inmediatamente de que aquí hay algo más que una simple criatura
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
sujeta al hombre. Se está revelando una personalidad que ya era
anteriormente hostil a Dios y perjudicial para el hombre. Aunque no
se declara en forma específica en este capítulo, se demuestra cla-
ramente en muchos otros lugares que esta serpiente fue usada por
Satanás al hacer su entrada en el mundo del hombre para tentarlo y
hacerlo pecar. En Apocalipsis 12.9, cuando se describe a Satanás,
se lo llama «el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo
y Satanás, el cual engaña al mundo entero». Satanás se describe,
aquí y dondequiera que aparece en las Escrituras, como alguien
que hace oposición a Dios y al bien del hombre basándose en men-
tiras y con las motivaciones de un asesino (Jn 8.44). No hay duda
de que es este Satanás el que es presentado como carácter domi-
nante en la narración del pecado y la caída del hombre.
Sus intenciones son claras. Quiere echar a perder el buen plan
y el propósito que Dios tenía para el hombre, y hacer de este uno
como él, un rebelde ante Dios. No hay duda de que el diablo esco-
gió la serpiente por ser la criatura que más se adecuaba a sus
propósitos, puesto que era más astuta que las demás.
Fijémonos cómo comienza a hablar Satanás: «¿Con que Dios
os ha dicho... ?» Desafía abiertamente la Palabra de Dios, regla y
autoridad por medio de la cual el hombre ha de vivir y prosperar.
La sutileza de la insinuación de Satanás está en la forma en que
siembra la semilla de la duda acerca de la Palabra de Dios en el
corazón de Eva. Incluso cita en forma equivocada o plantea
exageradamente lo dicho por Dios a fin de que pareciera irracional el
que Dios le hubiera ordenado algo al hombre. Vemos cómo añade
astutamente a la Palabra de Dios las palabras «todo árbol». Satanás
sabía qué era lo que Dios había dicho, pero exagera la Palabra divina
con el fin de hacer pensar a Eva que Dios había sido cruel.
Es importante que nos fijemos en que Eva también hace lo
mismo. Cuando le responde a Satanás, al principio cita a Dios con
exactitud, pero después añade las palabras «ni le tocaréis» (v. 3) a
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Los orígenes del pueblo de Dios
la orden dada por Dios. Ella también, siguiendo el ejemplo de Sata-
nás, añadió algo al mandato divino, manifestando así que estaba
resentida por la severidad de Dios.
No es de extrañar que posteriormente Dios nos advierta a tra-
vés de Moisés, y más tarde a través del apóstol Juan, que no debe-
mos nunca añadirle ni quitarle nada a su Palabra (Dt 4.2; 12.32; Ap
22. 18,19). Tanto al principio como al final de la revelación dada por
Dios a su pueblo, nos advierte severamente que no debemos usar
su Palabra en forma descuidada. El hecho mismo de que Eva la
usara tan a la ligera, es ya una demostración de que había rebelión
en su corazón.
Habiendo echado ya a un lado la autoridad de la Palabra de
Dios, se hallaba indefensa y no podría vencer a Satanás. Así fue
como él pudo inculcarle las mentiras que aparecen en el versículo 4.
Cuando se rechaza la Palabra de Dios como medida de la verdad, el
hombre se vuelve incapaz de distinguir entre la verdad y la mentira.
En los versículos 6ss, las acciones y los pensamientos de la
mujer nos dan un excelente retrato del pecado operando en el cora-
zón. Eva vio que el árbol era bueno para comer, aunque Dios no
había dicho eso. En Génesis 2.9 Dios había distinguido cuidadosa-
mente entre los frutos que eran buenos para comer, y los que no lo
eran. Ahora el juicio de la mujer, que ya no estaba guiado por la
Palabra de Dios, era susceptible de error pecaminoso. Ahora fue
su propio deseo el que tomó las riendas. Después de esto, ya no fue
la verdad de Dios sino el placer carnal lo que guió sus acciones. Vio
que el árbol y sus frutos eran agradables a sus ojos, y esta sensa-
ción se convirtió en la motivación de sus actos. Por último, aunque
su mente le decía todavía que estaba prohibido, ella sometió su
mente a sus carnales deseos a base de razonar una mentira: que el
árbol les haría alcanzar sabiduría.
El acto manifestado de comer del fruto fue el siguiente paso
como culminación del pecado que había comenzado en su corazón
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
cuando decidió que no se dejaría guiar más por la Palabra de Dios.
Es provechoso comparar esta situación con dos retratos similares
del pecado que aparecen en el Nuevo Testamento, el primero en 1
Juan 2.16 y el segundo en Santiago 1.14,15.
Nos quedamos asombrados cuando nos damos cuenta de que
su esposo había estado junto a ella durante todo este tiempo y,
aparentemente, no protestó nunca ni ocupó el lugar que por dere-
cho le correspondía como jefe espiritual de su hogar. Simplemente
se limitó a seguirla, cometiendo el mismo pecado que ella.
El pecado de Adán puede, por lo tanto, ser resumido de esta
manera: no ejerció sobre las demás criaturas el dominio que Dios le
había ordenado ejercer (1.26). Ciertamente, la serpiente estaba bajo
la autoridad de Adán, y por tanto sujeta a él. No había excusa
posible. En segundo lugar, él, en la acción de su esposa, pasó por
alto las palabras terminantes y el deseo revelado de Dios con res-
pecto al fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Y por
último, permitió que su esposa lo gobernara espiritualmente, lo cual
es lo contrario del plan bien definido que Dios había señalado en el
capítulo 2 del Génesis.
Mucho más tarde, cuando Pablo trató el asunto de la dirección
espiritual en la iglesia, explicó cómo Dios había destinado desde el
principio al hombre para este oficio, y no a la mujer (1 Tim 2.11-15).
Las consecuencias de este primer pecado cometido por nues-
tros primeros padres están detalladas con claridad en el texto que
se halla a continuación (vv. 7-24) . Fueron abiertos los ojos de am-
bos, y conocieron que estaban desnudos. Ahora que ya habían co-
nocido el pecado por experiencia propia, se había afectado
drásticamente su concepto de la vida. La inocencia original había
desaparecido. La culpa había tomado control de la situación.
Ahora, al oír la voz de Dios, ellos, que habían sido hechos para
tener amistad con él, huyeron de su presencia y se escondieron (v. 8).
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Los orígenes del pueblo de Dios
La penetrante pregunta de Dios, «¿Dónde estás tú?», está más
relacionada con el estado espiritual de la pareja que con su situa-
ción física. La respuesta a dicha pregunta no dice donde estaban
dentro del jardín, sino que señala el hecho de que estaban escon-
diéndose de Dios. Con esto, queda dicho todo (v. 10).
A través de sus sentimientos de culpa ante Dios, se evidencia
la naturaleza pecadora que acaban de adquirir. Su prisa por escon-
derse de su presencia y echarles la culpa de su pecado a otros,
incluso a Dios mismo, son adicionales manifestaciones de su culpa-
bilidad (vv. 12,13).
Después de esto, Dios se dirige ahora a las tres personalidades
implicadas en la tentación y la caída. Primeramente le habla a la
serpiente (Satanás). La criatura-serpiente es maldecida en forma
visible, y más que ninguna otra bestia. De ahora en adelante, será
un recordatorio visible de las consecuencias de la maldición de Dios
para el hombre (v. 14).
Sin embargo, en el versículo 15, mientras se dirige a Satanás,
Dios hace la primera gran promesa y da la primera gran esperanza
de redención al hombre. El versículo 15 del capítulo 3 del Génesis
ha sido llamado con razón «el primer evangelio». En realidad, todo
el resto de las Escrituras no es otra cosa que un desarrollo de la
verdad expresada allí.
El primer concepto que encontramos en Génesis 3.15 es el de
las dos simientes. «Tu simiente y la simiente suya» es una expre-
sión que sugiere la existencia en sentido espiritual de dos líneas de
descendencia entre los hombres. A través de todas las Escrituras
nunca se hace otra distinción que esta: la simiente de la mujer (los
hijos de Dios) y la simiente de la serpiente (la descendencia de
Satanás). Se podría y se debería seguir tanto a través del Antiguo
como del Nuevo Testamento este concepto de dos famillas de hom-
bres en sentido espiritual: los de Dios y los de Satanás. Esta es una
distinción y un concepto de máxima importancia.
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
En el Nuevo Testamento se ve con claridad que nuestro Señor
sigue haciendo esta misma distinción. La vemos bien definida en
Juan 8.42-44. En este pasaje Jesús habla de Dios como el Padre de
los que aman a su Cristo (v. 42), y del diablo como el padre de los que
ahora se le oponen (v. 44). En forma similar, Juan habla en 1 Juan
3.8-10 de los hijos de Dios y los hijos del diablo. Las Escrituras no
conocen de otra distinción entre los hombres que sea más importante
que esta. En Cristo, todas las diferencias quedan borradas, pero en-
tre los hombres siguen existiendo estas dos categorías de humanidad:
la simiente de la mujer (los hijos de Dios), y la simiente de la serpiente
(los hijos de Satanás). Gran parte de la revelación posterior de Dios
tendrá que ver con las características de cada una de las dos famillas
entre los hombres, y con la enemistad que existe entre ambas. En las
Escrituras, las dos simientes se distinguen generalmente a base de
los términos «justos» y «pecadores».
En segundo lugar, notamos que el versículo habla de una ene-
mistad entre ambos grupos. Fue Dios mismo quien puso esa ene-
mistad entre ellos con el objeto de mantener la distinción. Cada vez
que las dos simientes hacen las paces, los hijos de Dios salen per-
diendo, como nos demostrarán posteriormente las Escrituras. Ve-
remos desarrollarse esta enemistad muy temprano, en el cuarto
capítulo de Génesis, y nos es posible seguirla a través de toda la
Escritura. Por ejemplo, todavía en el capítulo 12 del Apocalipsis se
manifiesta con mucha claridad.
Finalmente, el versículo nos dice que la serpiente herirá (aplas-
tará) el calcañar de la simiente de la mujer, y dicha simiente herirá
(aplastará) su cabeza. Esto hace alusión tanto al sufrimiento de la
simiente de la mujer, como a su triunfo final sobre la serpiente (la
cabeza aplastada sugiere la idea de un golpe fatal). Así también, a
través de toda la Escritura, leemos del sufrimiento de los hijos de
Dios a manos de Satanás y su descendencia, pero siempre aparece
la promesa del triunfo final de los hijos de Dios.
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Los orígenes del pueblo de Dios
Al llegar a este punto es necesario que enfaticemos el resulta-
do final de las cosas, tal como lo predice el versículo. La simiente
de la mujer, como ya hemos visto, se refiere a los hijos de Dios.
Pero por encima de todo es una sugerencia de Cristo. En Isaías
7.14 se nos habla de uno que nacerá de una mujer virgen, que es
«Dios con nosotros». En Mateo 1.18,22,23 esta profecía de Isaías
es aplicada a Jesucristo. En Gálatas 4.4,5 se nos dice que en el
cumplimiento de los tiempos Dios envió a su Hijo para que naciera
de una mujer. Y finalmente, en Romanos 16.20 tenemos la promesa
de que el Dios de paz aplastará a Satanás bajo nuestros pies. Todos
estos pasajes forman parte del evangelio de Génesis 3.15. Señalan
hacia el triunfo final de la simiente de la mujer, Cristo, sobre Sata-
nás. Aquí deberíamos comparar con Hebreos 2.14,15, donde ve-
mos que Cristo actúa en nombre de nosotros, como la semilla to-
mada de entre mucha otra simiente, en su triunfo por nosotros so-
bre el diablo.
En la vida de Cristo sobre la tierra vemos la resistencia de
Satanás y sus intentos de destruirlo. En la cruz vemos a un tiempo
al Cristo herido y a Satanás con la cabeza aplastada, ya que Cristo
murió y resucitó para triunfar sobre todos sus enemigos, que son
también nuestros.
Es por eso que con toda razón se llama a Génesis 3.15 «el
primer evangelio» o protoevangelio. Trae seguridad y esperanza
para todos aquellos que confían en que el Señor dará el triunfo
sobre Satanás y la liberación de su poder.
Habiéndose dirigido así a Satanás en forma directa, y en forma
indirecta a todos los que ponen su confianza en Dios, el Señor se
dirige ahora a la mujer. El inevitable juicio divino sobre ella tiene
dos aspectos: solo podrá dar a luz a su simiente en medio de mucho
dolor, y estará ahora sometida al hombre pecador, el que la domina-
rá arbitrariamente, y en ocasiones pecaminosamente.
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
Tengamos en cuenta que no es el dar a luz el castigo o conse-
cuencia del pecado, sino el dar a luz con dolor. Era plan de Dios que
el libertador vendría por el nacimiento de una simiente. Estimo que
este es el significado de la expresión de Pablo en 1 Timoteo 2.15.
Dar a luz es el oficio de la mujer por el cual, como en el nacimiento
de Cristo, ella y todos serán salvos si creen. Es un oficio nobilísimo
que comparten todas las mujeres fieles, pero por causa del pecado
es una experiencia dolorosa.
Notemos también que la sujeción al esposo no es consecuencia
del pecado. Como ya hemos indicado, cuando Dios creó a la mujer
y fundó el hogar estableció esta relación. Ahora sin embargo, el
esposo del que se habla es un pecador, y por consiguiente su domi-
nio será con frecuencia cruel, injusto, duro, y, por supuesto, poco
juicioso. Y sin embargo, la sujeción de la esposa sigue siendo volun-
tad de Dios. Pablo nos muestra cómo esto sigue siendo verdad,
incluso después de que la salvación ha entrado en el hogar (Ef
5.22,23).
Finalmente, el Señor se dirigió al esposo, a Adán. Ahora las
consecuencias de su pecado serán que cuando intente someter la
tierra esta se le resistirá. Solo con el sudor de su rostro podrá sacar
de ella su sustento. Al final, la tierra que él debía someter lo some-
terá a él, y regresará a su seno. Aquí se presenta la muerte, castigo
por el pecado, como una realidad cierta para Adán (v. 19) de acuerdo
con la advertencia que Dios había hecho en 2.17.
El versículo 21 establece que el Señor hizo túnicas de pieles
para Adán y Eva. Esto significa sin duda, que fueron matados ani-
males ante sus propios ojos para cubrir su desnudez. Quizá esto era
una preparación para el sistema sacrificial que sería practicado
más tarde por los hombres. Sin embargo, deberíamos ser cautelo-
sos en darle demasiada importancia. Básicamente, es un acto de la
misericordia de Dios y de su amorosa preocupación por estos pe-
cadores necesitados. No se está enseñando aquí la doctrina del
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Los orígenes del pueblo de Dios
sacrificio expiatorio de forma específica. Trataremos de este asun-
to en el momento en que se presente, en el capítulo 22 del Génesis.
El tercer capítulo termina diciéndonos que Dios bloqueó el ca-
mino de acceso al Árbol de la Vida para que el hombre nunca
pudiera alcanzarlo por su propio esfuerzo. Esto sugiere que Dios le
estaba mostrando al hombre que con su propio esfuerzo nunca po-
dría recuperar la vida con Dios que había perdido. Solo podría ha-
cerlo por la gracia de Dios, como veremos.
El Árbol de la Vida es símbolo de vida eterna en otros lugares
de la Escritura (ver especialmente Ap 2.7 y 22.2,14). El acceso al
Árbol de la Vida se concede solo a los que han lavado sus ropas,
esto es, han sido limpiados de sus pecados por la sangre de Cristo
(cf. Ap 7.14) .
Los querubines que guardan el camino de acceso aparecen
después en Éxodo 25.18ss, donde son tallas que extienden sus alas
sobre el asiento de la misericordia en el santo de los santos del
tabernáculo. Posteriormente veremos su significado, cuando lle-
guemos a dicho pasaje.
Ahora vemos al hombre, no como Dios lo había creado sino
como su propio pecado lo ha desfigurado. Ha caído del estado de
bondad en que Dios lo había creado, y ya no puede ser lo que Dios
quería que fuera. Ya no es santo ni ama a Dios su hacedor ni a los
demás hombres, y no puede vivir en la presencia de Dios.
III. Siguiendo las dos descendencias hasta el
diluvio (caps. 4—8)
A pesar del estado de pecado y muerte del hombre caído, ve-
mos en las palabras de Eva al principio del capítulo 4 una verdadera
expresión de fe, puesto que espera en las promesas de Dios. Eva
pensó que Caín era el cumplimiento de la promesa divina de darle a
la mujer una simiente que triunfaría sobre la simiente de la serpien-
te. Estaba equivocada con respecto a Caín, pero sí estaba en lo
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
cierto al mirar a Dios como el que le proporcionaría la simiente de
esperanza.
En el nacimiento de estos dos hijos, Caín y Abel, tenemos los
comienzos de las dos líneas de descendencia de Adán: la una, la
línea de descendencia de la simiente de la serpiente, los malvados;
y la otra, la línea de descendencia de la simiente de la mujer, los
justos. Aquí tienen su comienzo las dos famillas de hombres que
pueden distinguirse en una línea espiritual a través de toda la histo-
ria de la humanidad hasta nuestros días. Todos los hombres perte-
necen en un momento dado, al grupo de los hijos de Dios, o a la
descendencia de Satanás.
El Nuevo Testamento, como hemos señalado, nos habla de las
dos famillas, y sitúa con precisión a Abel y a Caín respectivamente
en la familia de Dios y en la de Satanás (Heb 11.4; 1 Jn 3.12).
En cuanto al hecho de las ofrendas presentadas a Dios, se nos
dice que Caín traía de los frutos de la tierra y Abel de los ganados.
No hay ninguna indicación aquí de que el material de la ofrenda de
Caín no agradara a Dios. Sería demasiado suponer que Dios había
ordenado que solo se hicieran sacrificios sangrientos. Las Escritu-
ras no establecen esto en ningún lugar en conexión con Adán y su
generación. Lo que es importante no es el tipo de sacrificios sino el
corazón del sacrificador. En muchos otros lugares las Escrituras
nos hablan con frecuencia de las ofrendas de granos.
El contexto muestra aquí llanamente que el corazón de Caín
era malvado, como también lo testifica 1 Juan 3.12. El corazón de
Abel en cambio era un corazón recto para con Dios y un corazón
lleno de fe. En consecuencia, lo que él hacía (la ofrenda que pre-
sentaba) era aceptable ante Dios.
Posteriormente, Dios rechazaría los sacrificios de Israel, no
porque no estuviera ofreciendo sacrificios correctos en términos
de los materiales presentados ante él, sino porque sus corazones
estaban lejos de Dios (ver Is 1.11-20) .
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Los orígenes del pueblo de Dios
Aquí aparece claramente el corazón de Caín como malvado, y
se lo presenta incluso en su actitud con respecto a Dios y su aspec-
to externo (4.5). Dios le había informado a Caín de su responsabi-
lidad de no pecar ante Dios. Así, cuando pecara, tendría que darle
cuenta plena de sus actos a Dios (4.7). Su acción posterior cierta-
mente lo presenta como hijo de Satanás y simiente de la serpiente.
Primeramente, es seguro que engañó a su hermano con palabras,
aunque no se nos dice qué fue exactamente lo que le dijo. Después,
mató al justo Abel, reflejando plenamente con sus mentiras y con el
asesinato la naturaleza de su padre el diablo (4.8).
Con la pregunta que le dirigió a Caín, Dios demostró que este
era totalmente responsable y debería darle cuenta de todos sus
actos. Somos responsables de nuestro hermano. Todos los pecado-
res, aunque estén en rebeldía contra Dios, tienen, sin embargo, que
darle a Dios cuenta final de sus hechos.
Aquí vemos, por tanto, el principio de la enemistad y la hostili-
dad entre las dos simientes, algo que puede seguirse tanto a través
del Antiguo como del Nuevo Testamento, y a través de toda la
historia humana hasta nuestros días.
La señal que Dios le dio a Caín parece haber sido única (4.15).
Es inútil tratar de identificarla con ninguna clase de marca visible o
distinción en ningún pueblo del mundo actual. Sin embargo, la des-
cripción de Caín como fugitivo y vagabundo sí identifica plenamen-
te la situación de cada pecador con respecto a Dios.
Los versículos 16-24 siguen la línea de descendientes de Caín,
la simiente de la serpiente, por siete generaciones. La referencia a
la esposa de Caín ha preocupado a algunos, pero la única explica-
ción posible es que se trataba de su hermana (v. 17). El Génesis
recoge solo los nombres de tres de los hijos de Adán y Eva, a pesar
de que nos dice que Adán tuvo numerosos hijos e hijas y vivió más
de 900 años (Gn 5.5). Es importante tener en cuenta que entre los
descendientes de Caín hubo muchos hombres de talento: invento-
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
res, artistas, y propagadores de cultura. Los hijos de Satanás siem-
pre se han desenvuelto bien en el mundo, de acuerdo con las nor-
mas de los hombres. Incluso han sido los gobernantes la mayor
parte del tiempo.
Lo que más resalta, sin embargo, es que, por naturaleza, los
hijos de Satanás no mejoran sino que empeoran cada vez más.
Lamec, el séptimo desde Adán por la línea de Caín, ejemplifica las
profundidades en que caen los no regenerados cuando no solo mata
como su antepasado Caín había hecho sino que, lejos de tener pe-
sar alguno, ¡se enorgullece de su acto ante sus esposas, y hasta
compone un pequeño poema para burlarse en su canto la longani-
midad manifestada por Dios para con su antepasado Caín (vv. 23-
24)! También es él de quien primero se dice que fue bígamo o
polígamo (v. 23). Aquí vemos la tendencia de violar no solo la vo-
luntad de Dios con respecto al amor hacia los demás, sino también
el propósito divino por el que fue establecida la familla: un hombre
y una mujer unidos en la carne como una sola persona.
El resto del capítulo cuarto, una vez trazada la descendencia de
Caín, nos enseña que el plan divino no será frustrado por las argu-
cias del diablo. Dios levanta otra simiente para que tome el lugar de
Abel, que ha sido asesinado (v. 25). De nuevo vemos a Eva en una
expresión de esperanza y confianza en que Dios satisfará sus ne-
cesidades. En esta línea de descendientes, encontramos hombres
de fe. La expresión «comenzaron a invocar el nombre de Jehová»
es una expresión que denota fe. La vemos también en el Génesis
haciendo referencia a la fe de Abraham (12.8) y a la de Isaac
(26.25). Y el profeta Joel declara que «todo aquel que invocare el
nombre de Jehová será salvo» (Jl 2.32).
Así tenemos en el capítulo siguiente la línea de descendencia de
los que son fieles, en contraste con el capítulo 4. En la séptima gene-
ración a partir de Adán, a través de Set, tenemos a Enoc, quien hace
un vivo contraste con el Lamec del capítulo 4. Enoc anduvo con
42
Los orígenes del pueblo de Dios
Dios, y por su gracia fue tomado directamente para permanecer con
él. En Hebreos 11.4 se nos dice que anduvo ante Dios en fe y por ello
fue hallado agradable a Dios. Si Lamec, el séptimo desde Adán a
través de Caín, nos muestra las profundidades a las que caen los
hijos de Satanás, Enoc, el séptimo desde Adán a través de Set, señala
hacia las alturas que alcanzan sus hijos en el propósito final de Dios.
Por la gracia de Dios, alcanzan la plena santificación y el privilegio de
vivir en la presencia divina para siempre.
Aunque las secciones genealógicas de las Escrituras son gene-
ralmente pasadas por alto, muestran mucho de la gracia de Dios en
su manera de tratar a los que son suyos. La línea de Set llega en el
capítulo quinto hasta Noé y sus hijos. El enfoque principal se hace,
por supuesto, en Noé, a causa de su importancia en los capítulos
siguientes. Él es el eslabón que une a Set y Abraham. Los cálculos
bíblicos indican aquí que Set vivió hasta los días de Noé. El nombre
de este, como los de muchos personajes bíblicos, es significativo al
presentar el carácter y la vida del personaje. Su nombre significa
«alivio» (v. 29), y en tiempo de angustia sería para el ser humano el
alivio y la seguridad de que la vida continuaría.
Finalmente, con respecto al capítulo quinto, hemos de señalar
que todos los descendientes de Adán, aun los de la línea de Set,
eran pecadores lo mismo que Adán. Así como Dios había hecho a
Adán originalmente a su propia imagen, ahora también los hijos de
Adán eran semejanza de él (la semejanza del Adán caído). Esta
doctrina del pecado original significa simplemente que todos los
hombres que nacen en el mundo son, por razón natural, sin la inter-
vención de la gracia de Dios, pecadores y muertos en el pecado,
como lo diría Pablo mucho después (Ef 2.1-3). Donde aparece
realmente la fe, esto es señal de la gracia especial de Dios obrando
en el corazón. Porque, como sigue diciendo Pablo, por gracia so-
mos salvos por medio de la fe y esta salvación no es de nosotros,
pues es don de Dios (Ef 2.8,9).
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
En el capítulo 6 se nos presentan los hijos de Dios y las hijas de
los hombres. A continuación se habla del matrimonio entre ellos. La
pregunta sobre quiénes eran estos dos grupos ha sido motivo de
discusión durante siglos. Algunos han llegado a la conclusión de
que los hijos de Dios son alguna clase de seres angélicos y las hijas
de los hombres son humanas terrestres, pero la Escritura usa en
casi todas partes el término «hijos de Dios» para describir a los que
son hijos suyos por la fe, en medio de la humanidad (Gá 3.26; Jn
1.12,13). Además, en el juicio que sigue se hace evidente que los
pecados cometidos son cometidos por hombres, y no por seres an-
gélicos. Por tanto, es mucho más razonable suponer que el término
«hijos de Dios» identifica a la línea de hombres fieles trazada en el
capítulo 5, y equivale a la simiente de la mujer. Por tanto, «hijas de
los hombres», sería el término que identificaría a las hijas de Sata-
nás del capítulo 4. El pecado consiste, por tanto, en el casamiento
de los hijos de Dios con las hijas de Satanás, el intento de borrar la
enemistad que ha sido establecida por Dios. Cuando los hijos de
Dios hacen las paces con el mundo y con los pecadores que hay en
él, la verdad de Dios se ve comprometida y la iglesia se debilita
sobre la faz de la tierra. Posteriormente Pablo advertirá sobria-
mente sobre dicho matrimonio de creyentes y no creyentes como
algo que perjudica a la iglesia toda (2 Co 6.14-18), puesto que ame-
naza el hogar, que es el baluarte, humano y social de la iglesia.
De nuevo notamos que, aunque esto era desagradable a los ojos
de Dios, las generaciones resultantes fueron, sin embargo, nobles y
poderosas a los ojos de los hombres (6.4). Por tanto, se nos está
advirtiendo que no juzguemos como lo hacen los hombres sino más
bien a través de los ojos de la Palabra de Dios. Lo que complace a
los hombres no tiene que ser necesariamente agradable a Dios.
Comenzando en Génesis 6.5, y a través de los siguientes capí-
tulos, hasta el 8, encontramos registrado el juicio hecho por Dios
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Los orígenes del pueblo de Dios
sobre el mundo de entonces, del cual también hace mención, como
hemos señalado, la Segunda Epístola de Pedro .
Primero se presenta el estado del hombre. Es malvado e inca-
paz de tener un pensamiento que agrade a Dios. Solo puede hacer
el mal continuamente. La trayectoria del pecado es siempre la mis-
ma. Pablo lo demuestra muy bien en Romanos 1.18-32. La expre-
sión «se arrepintió Jehová» que aparece en el versículo 6, como
otras expresiones similares que aparecen en las Escrituras, no sig-
nifica que Dios cambie de forma de pensar o tenga que admitir su
error, en el sentido en que los hombres se arrepienten (1 S 15.29).
Es más bien una expresión fuerte usada frecuentemente para co-
municar el gran desagrado que le producen los hombres a Dios.
Enfatiza cuán totalmente han fallado los hombres respecto a lo que
Dios se proponía que fueran. Tampoco significa que Dios estaba
admitiendo su derrota. En lugar de ello, Dios intervendría ahora en
el curso natural de los acontecimientos, una vez que el hombre
había demostrado que por sí mismo no podía mejorar su suerte.
En primer lugar tenemos el juicio de Dios: «Raeré de sobre la
faz de la tierra a los hombres que he creado» (6.7). No hay excep-
ciones a este solemne pronunciamiento, pero sí podemos ver aquí
la gracia de Dios interviniendo. En 6.8 se nos dice que Noé halló
gracia a los ojos del Señor. Debemos suponer que Noé, en forma
natural, no era una excepción con respecto a los demás hombres,
pero la gracia de Dios tomó posesión de su vida y lo hizo diferente.
La gracia se manifiesta siempre en las Escrituras como un acto de
Dios para con el pecador, que nada merece. La gracia que se agre-
ga aquí nos enseña llanamente que la salvación de Noé no se debió
a que él fuera bueno sino más bien a que Dios lo había cambiado,
separándolo para que hiciera obras buenas. La justicia de Noé
mencionada en el versículo 9, como la de Abraham, y la de todos
los hijos que Dios tiene entre los hombres, les es imputada a través
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
de la fe por gracia. Las obras buenas vienen después. Así estable-
ce Pablo esta relación entre gracia, fe, y buenas obras en Efesios
2.8-10. Hebreos 11.7 afirma también que las acciones de Noé se
basaban en su fe. Por tanto, su obediencia a Dios demostraba bien
a las claras su fe en el Dios por el cual vivía (6.22) .
En la primera parte del capítulo 7 encontramos la lista detallada
de los que entraron en el arca antes de que llegara el diluvio. Fijé-
monos de que Dios invita a Noé a entrar, porque le ha imputado
justicia (v. 1). Por virtud de la invitación hecha por Dios a Noé,
entran no solo él sino también toda su casa, y ciertos animales
específicos. La explicación lógica para la mención hecha aquí so-
bre los animales limpios está en que después del diluvio, Dios les
permitiría a los hombres comer de ellos. Por tanto, son salvados en
cantidades mayores, para que proporcionen la comida necesaria
después del diluvio.
Muy particularmente en el capítulo 7, y también en el 8, se nos
dice que la naturaleza del diluvio, es decir, sus fuentes, no fueron
solamente lluvias venidas del cielo. A decir verdad, este es el ele-
mento tercero y menos importante del diluvio. Las dos fuentes prin-
cipales son las aguas almacenadas por encima y por debajo de la
región donde viven los hombres, tal como vimos en la creación
(7.11,12; 8.2; ver atrás 1.7). Recordemos cómo Pedro lo llama «el
mundo que existía entonces y que fue destruido». La naturaleza
catastrófica de una liberación así de poder hidráulico almacenado,
queda fuera de los alcances de nuestra imaginación. Fue la causa
de los grandes cataclismos terrestres que todavía intrigan a los
geólogos de hoy.
Aquí vemos también que el diluvio fue total y que cubrió toda la
tierra. Los arqueólogos sugieren que se halla cierta evidencia de
una gran inundación en Mesopotamia. Sin embargo, según dicen,
dicha inundación fue un fenómeno local, aunque considerable en
tamaño. Por tanto, no puede ser identificada con el diluvio bíblico.
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Los orígenes del pueblo de Dios
Este cubrió toda la tierra (7.19). En este juicio murieron todos los
que se hallaban fuera del arca (7.22,23).
El capítulo 8 nos presenta la compasión de Dios por Noé cuan-
do seca la tierra que había inundado. La narración del diluvio y de
cómo la tierra se secó se parece mucho a otras narraciones del
Medio Oriente sobre una gran inundación. Esto ha hecho surgir la
teoría de que el relato bíblico no es más que una de esas muchas
historias. Sería mucho mejor pensar que en la Biblia tenemos el
relato verdadero, tal como Dios lo conservó para su pueblo, mien-
tras que en otros lugares del Oriente se conservó el recuerdo de
esta gran desgracia, aunque de manera imperfecta, llena de mitolo-
gía y politeísmo.
IV. El nuevo comienzo y el viejo problema del
hombre (caps. 9—11)
Cuando empezamos a leer el capítulo 9 nos parece estar pre-
senciando un nuevo comienzo. El versículo primero nos suena muy
parecido a Génesis 1.28, como si Dios estuviera comenzando de
nuevo con el hombre. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas.
El final del capítulo 8 nos muestra que el hombre sigue siendo malo.
Ya no tiene la inocencia del Edén. No obstante, ha de continuar
teniendo responsabilidades y llenando la tierra. Es un nuevo co-
mienzo, pero la vieja naturaleza pecadora está muy en evidencia.
También está muy presente la maldición. El hombre no dominará ni
someterá la tierra tan perfectamente como Dios se proponía que lo
hiciera. Las demás criaturas le temerán pero no se le someterán
(9.2). Ahora los animales le servirán de alimento al hombre, mos-
trando de nuevo cómo cargan ellos también con la maldición que
cayó sobre todas las criaturas al caer Adán (Ro 8.20,21). Cuando
pronunciaba la pena de muerte sobre todos los animales que debe-
rían alimentar al hombre pecador, Dios estaba también recordán-
dole al hombre, al santificar la sangre de esos animales, la condi-
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
ción sagrada de la vida, incluso esa vida que le importaba tan poco
a la humanidad (Gn 4.8,23).
En este punto Dios establece la pena de muerte para el asesi-
no. Dicha pena no fue dada en un contexto de falta de respeto por
la vida humana, sino al contrario, en un contexto de grandísimo
respeto por parte de Dios, hasta por las vidas de los pecadores
(9.5,6). La Ley fue dada en el contexto de la misión humana de
multiplicarse y llenar la tierra (9.7), es decir, en un contexto de vida.
Por consiguiente, el Dador de la ley tenía las mejores intenciones
para la humanidad con su pensamiento. Los argumentos de hoy en
día que se oponen a esta ley, por tanto, y que exigen que no se siga
aplicando la pena capital, no pueden estar dirigidos a beneficiar al
hombre.
El pacto mencionado primeramente en 6.18 y ahora en 9.9 es
un pacto con toda la humanidad en general (9.17). Noé y su des-
cendencia incluyen en sí obviamente a todos los hombres nacidos
después de él. El pacto incluye también a los animales de la crea-
ción que fueron rescatados por Noé. Como la mayoría de los pac-
tos bíblicos, es hecho para bien de los incluidos en él. Es estableci-
do por Dios, es incondicional, y tiene un sello o señal.
Dios es quien establece este pacto para conservar la vida so-
bre la tierra. Su objetivo es evitar que los hombres vuelvan a caer
en el estado de perversión en el que habían caído previamente, con
anterioridad al diluvio. No le pone condiciones al hombre, pero se
compromete a no destruir nuevamente a la raza humana con el
diluvio (9.15). Hasta el día del juicio final, Dios nunca borrará de
nuevo a los hombres de la faz de la tierra, como lo hizo en el diluvio.
Esto no impide que juzgue de manera local a través de inundacio-
nes o por otros medios, claro está. Ni tampoco quiere decir que
Dios no juzgará al mundo en el último día. Pedro aclara bien que Él
juzgará una vez más al mundo entero, en 2 Pedro 3.7. La señal de
este pacto es el arco iris en el cielo, que es visible tanto para el
48
Los orígenes del pueblo de Dios
hombre como para Dios. Esto les recuerda a los hombres que Dios
se acuerda de su promesa cada vez que se reúnen las nubes, remi-
niscencia del diluvio. En esencia, el pacto declara que una destruc-
ción total como la que ya cayó en una ocasión sobre la humanidad
no volverá a suceder hasta el final de la historia humana; no porque
los hombres sean mejores, sino porque Dios en su bondad se ha
propuesto conservarlos hasta el final de los tiempos.
El viejo problema de la naturaleza pecadora del hombre resalta
en forma gráfica nuevamente en los versículos finales del capítulo
9. No hay un cambio verdadero en las inclinaciones naturales del
hombre hacia el pecado. Hasta Noé, considerado justo en su gene-
ración, está todavía lleno de una naturaleza pecadora que no ha
sido totalmente sometida. Después del diluvio, Noé se emborracha,
usando mal las bendiciones que Dios le había dado, y como conse-
cuencia, yace por el suelo en vergonzosa desnudez ante sus hijos,
en lastimoso y chocante aspecto (9.20,21).
Cam, uno de sus hijos, hace también despliegue de su tenden-
cia natural al pecado. Cuando ve la desnudez de su padre, su reac-
ción es ridiculizarlo, en lugar de ayudarlo y compadecerse de él tal
como debería ser entre padre e hijo. No sabemos qué les dijo a sus
hermanos, como tampoco sabemos lo que Caín le dijo a Abel, pero
en ambos casos, las Escrituras los reprueban, y sobreviene un jui-
cio. El delicado amor y respeto de Sem y Jafet presenta un agudo
contraste con la acción de Cam (9.23).
La profecía que sigue a este incidente no es de contenido racial
histórico sino espiritual. Básicamente plantea dos categorías de
hombre. Los primeros son los descendientes de Cam (Canaán y los
suyos), y representan la continuidad de los descendientes de Caín
antes del diluvio. Son los injustos, cuya injusticia está ejemplificada
en las acciones de su padre Cam. La mención específica de Canaán
en este lugar señala simplemente que la profecía se refiere también
a su descendencia.
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
La otra categoría de hombres son los descendientes de Sem,
comparables a los de Set antes del diluvio. Son los justos, y su
justicia está ejemplificada en la conducta de Sem.
Canaán, simiente de Cam, recibe la maldición. Al final, será
siervo de Sem y de sus descendientes. Sem en cambio es bendeci-
do. El Señor es su Dios. Toda la profecía es espiritual y tiene que
ver con las dos famillas de seres humanos, tal como vimos en los
capítulos anteriores al diluvio.
Pero al igual que antes del diluvio, la simiente de Satanás pare-
ce prosperar y destacarse a los ojos de los hombres. Los descen-
dientes de Cam, según el capítulo 10, parecen serlo todo menos
siervos. Entre ellos encontramos los más grandes imperios del mundo
antiguo: Acad, Asiria, Fenicia, Babilonia, Egipto, los hititas. Como a
través de toda la historia humana, la simiente de Satanás se consi-
dera a sí misma dueña del mundo, pero en realidad es sirviente de
los hijos de Dios. Esta realidad está gráficamente ilustrada en la
forma en que los egipcios fueron usados para proteger al pueblo de
Dios en tiempos de hambre y para educar a un siervo de Dios,
Moisés, para que fuera el caudillo de Israel. Posteriormente los
egipcios les entregan sus pertenencias a los israelitas cuando estos
salen de Egipto, y después Dios destruye sus ejércitos cuando ya
habían prestado su ayuda a Israel. Canaán sirvió al pueblo de Dios
desarrollando el alfabeto usado posteriormente por Moisés y sus
sucesores para escribir la Palabra de Dios para su pueblo. También
sirvió para cultivar la tierra que los israelitas habrían de tomar total-
mente preparada, con viñedos, tierras y ciudades construidas.
Años más tarde, Asiria, Babilonia y Persia surgirían y caerían
según la voluntad divina para que se llevara a término el propósito
de Dios para su pueblo: conservar un remanente de creyentes.
Vemos por último cómo el imperio de Alejandro Magno esparce la
cultura y el idioma griegos por todo el mundo y Roma establece el
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Los orígenes del pueblo de Dios
gobierno mundial, todo como preparación para la llegada del Cristo
y la proclamación del evangelio hasta los confines de la tierra.
Ninguno de estos pueblos y sus dirigentes tenía en mente hacer
servicio alguno a Dios o a su pueblo, pero en realidad, todos los
imperios y todas las naciones de los hombres, y todos sus esfuerzos
en los inventos y en el arte, son utilizados por el pueblo de Dios para
su gloria y para bien del pueblo. Así es como Cam y su simiente son
en verdad siervos de los hijos de Dios.
Por tanto, vemos que la profecía de Noé no tiene que ver con
las razas de los hombres tal como las conocemos hoy, ni es una
justificación para que los blancos sometan así a las demás razas
humanas. ¡Todo lo contrario! Jafet representa aquí no una catego-
ría separada de hombres, sino aquellos de todas las naciones que
serían llamados a formar parte de la familla divina. Aquí hay por lo
tanto una promesa misionera que nos dice que de toda la humani-
dad, de todos los pueblos establecidos sobre la tierra, Dios estará
llamando continuamente un pueblo para que sea suyo.
En los tiempos del Antiguo Testamento eran pocos los de otros
pueblos que se unían a Israel pero la venida de Cristo cambió esta
situación, y el evangelio se difundió rápidamente, incluyendo así
gente de todos los rincones de la tierra. Estos son, pues, los que han
recibido la bendición de que morarán en las tiendas de Sem, es
decir, serán parte de la Iglesia de Cristo, la que recibirá todas las
bendiciones del pueblo de Dios para siempre.
El capítulo 10 detalla sucintamente las descendencias de los
tres hijos de Noé. En primer lugar Jafet, al que se le presta menos
atención, ya que su papel en la historia de la salvación comienza
mucho más tarde; en segundo lugar, Cam, del que ya hemos habla-
do; y finalmente Sem, en el que se enfocará ahora toda la atención.
Dios escogió a Sem para establecer en él las promesas y las bendi-
ciones que finalmente incluirán gentes de toda la tierra.
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
El comienzo de las bendiciones de Dios sobre Sem ocurre en
un acto divino realizado con el propósito de dispersar a los hombres
por toda la faz de la tierra. Utilizando este medio, Dios separó a un
pueblo, el de los descendientes de Sem por la línea de Arfaxad, uno
de sus hijos (10.22). El motivo del acto divino en el capítulo 11 es de
nuevo el pecado del hombre. Los seres humanos quisieron unirse
contra la voluntad divina y borrar las distinciones que Dios había
establecido entre los justos y los malvados, como ya se había hecho
antes del diluvio. De nuevo se ve con claridad que los intentos de
unión fueron motivados por gente sin Dios y por fines contrarios a
él. En sus aspiraciones de construir una gran torre y una ciudad, y
hacerse un nombre, no hay lugar en sus planes para Dios. Su lema
es «Hagamos» (11.3,4).
La respuesta de Dios a su «Edifiquemos una ciudad» (v. 4) fue:
«Descendamos y confundamos allí su lengua» (11.7).
Este acto de Dios era en realidad una bendición general sobre
los hombres. Era un acto de la gracia común de Dios, ya que la
maldad concentrada corrompe rápidamente hasta el punto de des-
trucción, como hizo con anterioridad al diluvio entre todos los hom-
bres, y como podemos ver después en los sucesos de Sodoma y
Gomorra. Tenemos la contrapartida de esta difusión de los hom-
bres a través de la confusión de lenguas en el Nuevo Testamento,
cuando Dios, a través del don de lenguas del Espíritu Santo en
Pentecostés, unió a los hombres de las diferentes culturas e idio-
mas en una Iglesia de la cual Cristo es la cabeza (Hch cap. 2).
De entre todos los pueblos dispersos sobre la faz de la tierra,
Dios escogió un pueblo, una familla, la de Arfaxad, hijo de Sem, por
una gracia y atención especiales. Protegió a sus descendientes hasta
que fuera tiempo de comenzar a establecer un pueblo en la tierra
para que fuera su pueblo particular de entre todas las famillas de
los hombres (11.10-32).
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Los orígenes del pueblo de Dios
El foco de la atención se pone ahora en sus descendientes,
cuya línea se sigue hasta Taré, quien vivía en Mesopotamia, en la
antigua ciudad de Ur (11.24-28). Entre los hijos de Taré había uno
llamado Abram. Y finalmente, el Señor llama a Abram para que
deje su cultura y su pueblo y se convierta en el hijo de Dios en
medio de un mundo descreído.
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