[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
378 vistas4 páginas

CONFIANZA Y SANTO ABANDONO (I) - San Pedro Julián Eymard

El documento ofrece consejos de vida espiritual basados en el amor benevolente de Dios hacia la humanidad, destacando la importancia de permanecer en su amor y cumplir su voluntad. Se enfatiza la providencia divina que guía y santifica a cada individuo, así como la necesidad de vivir con gratitud y alegría en la fe. La enseñanza central es que el estado presente es el mejor para glorificar a Dios y que la verdadera santidad se encuentra en el amor y la sumisión a su voluntad.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
378 vistas4 páginas

CONFIANZA Y SANTO ABANDONO (I) - San Pedro Julián Eymard

El documento ofrece consejos de vida espiritual basados en el amor benevolente de Dios hacia la humanidad, destacando la importancia de permanecer en su amor y cumplir su voluntad. Se enfatiza la providencia divina que guía y santifica a cada individuo, así como la necesidad de vivir con gratitud y alegría en la fe. La enseñanza central es que el estado presente es el mejor para glorificar a Dios y que la verdadera santidad se encuentra en el amor y la sumisión a su voluntad.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 4

CONFIANZA Y SANTO ABANDONO (1)

Consejos de vida espiritual


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

HORA SANTA
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se recitan las oraciones del Ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo,
adoro, espero Os adoro profundamente y Os ofrezco
y os amo. el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma
Os pido perdón y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
por los que no creen, presente en todos los sagrarios de tierra,
no adoran, no esperan en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
y no os aman. con que Él mismo es ofendido
y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón
y del Corazón Inmaculado de María,
os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén
***
 Se lee la lectura de la Palabra de Dios.
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-11):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi
amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo
mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco
en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros,
y vuestra alegría llegue a plenitud».
CONFIANZA Y SANTO ABANDONO (1)
CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL

Dios nos ama con un espléndido amor de benevolencia y con un inefable


amor infinito y eterno. El amor de benevolencia consiste en querer pura y
exclusivamente el bien y mayor bienestar de la persona amada.
En Dios el amor de benevolencia es personal; ama a un individuo y ama a
cada uno de nosotros como si fuéramos los únicos habitantes de este mundo;
el amor de Dios es uno e infinito.

Las prendas del amor divino


Todos los atributos de Dios están a merced de su amor de benevolencia
para con nosotros, para santificarnos en su amor y gracia, para
comunicarnos eternamente su felicidad y su gloria, debido a que el amor
quiere la unión, y la unión, fin y triunfo del amor, establece una comunidad
de bienes y de vida. El amor no se halla feliz encerrado en su soledad.
Los sublimes atributos de Dios, que están a merced de su amor de
benevolencia para con un alma, para con nosotros, son los siguientes:
La sabiduría divina, que escoge lo más conducente, al bien y al estado
actual de esa alma querida; la prudencia divina, que aplica esos medios de
santificación; el poder divino, que nos ayuda, nos sostiene y nos defiende; la
misericordia, que, cual una buena madre, está con el corazón en la mano,
para perdonarnos, para levantarnos, ya que dos son los defectos del niño, o
mejor dicho, dos son sus títulos a la misericordia: su debilidad y su ligereza,
quisiera decir, su falta de buen seso y su presunción; la providencia divina
que combina todos los acontecimientos del tiempo y todas las circunstancias
en torno al alma querida, cual si fuera el centro del movimiento celeste y
terrestre, para que todo le ayude en la consecución de su fin sobrenatural.
Por eso ha dispuesto que algunas criaturas nos hagan ejercitar y sufrir,
para que nos acordemos de que nuestra vida es un destierro, tiempo de
expiación, de amor crucificado con Jesús, nuestro bondadoso Salvador; otras
nos sirven de guías por algún tiempo y luego desaparecen; Dios quiere
reemplazar al arcángel San Rafael, a Moisés y a Josué; otras son para
nosotros el espejo donde contemplamos al vivo nuestra miseria –al menos
posible– en el mal y en las viciosas imperfecciones de Adán; hay algunas
que son un código de vida perfecta, y otras, finalmente, que no son más que
las pobres criaturas de Dios.
Dice la Imitación: “No hay criatura, por más pequeña y miserable que
parezca, que no refleje la bondad de Dios”.
Los mismos pecadores, ¿no son la prueba palpable de la bondad que Dios
ejercita con ellos al favorecerlos, visitarlos, esperarlos y perdonarlos?
La divina providencia no sólo dispone de las criaturas que nos han de
ejercitar la virtud en el decurso de nuestra vida, sino que también determina,
por su gran misericordia para con el alma, el estado del cuerpo, enfermo o
sano, y tiene trazado el plan de cada día según el cual debamos glorificarle.
Esta es la orden del día firmada por la divina providencia.
Los estados naturales del alma están asimismo regulados conforme a las
gracias que concederá Dios y a las obras que nos va a exigir. Ora infundirá
más vida al espíritu, ora al corazón y siempre a la voluntad, porque es ella la
dueña de nosotros y la sierva de Dios.
Los estados espirituales del alma son siempre el objeto de la dirección de
la divina providencia, ya que constituyen ellos la condición indispensable de
la santificación.

La ley del deber


De donde resulta la gran ley de la vida: Es menester caminar según la
dirección dada por el soplo de la gracia, honrar a Dios en todos los estados
naturales y sobrenaturales, servirse de todo cuanto encontramos en el
camino de nuestra vida, ver esa santísima y amabilísima voluntad en
derredor nuestro y en nosotros mismos, obrar bajo su dirección, consultar su
inspiración, ofrecerle la primera intención en todo, rendirle homenaje en
todas las circunstancias de la vida; conocerla en todos los lugares, y
finalmente suponerla cuando no se la ve ni se la oye, ya que algunas veces
nos la deja de manifestar para ejercitar la sumisión de nuestra fe y la
generosidad de nuestro amor.
La conclusión es fácil. El mejor estado para glorificar a Dios es mi estado
presente; la gracia más estimable, la del momento actual. La ley del deber es
aquella que inspira y ejecuta el amor.
Meditad la definición de la santidad dada por nuestro Señor en el discurso
de la cena: “Amo a mi Padre, cumplo su voluntad y permanezco en su
amor”.
Sí; permaneced en el amor de Dios, mejor dicho, permaneced en su
bondad, porque querer morar en el amor sería a menudo causa de muchas
tentaciones: ¿Amo? ¿Soy amado?
Morad, por tanto, en la bondad paternal y divina de Dios como un niño
que nada sabe, que nada hace, que lo echa todo a perder; pero que, sin
embargo, vive en esta dulce bondad.

Asíos a la mano de Dios


Procurad ver en vosotros, en derredor vuestro, dentro de vosotros, esa
amorosa voluntad de Dios, que se ocupa de vosotros, como si fuerais los
únicos que vivís en el mundo. Adorad las razones de su Providencia divina,
siempre buena y amable.
Id a nuestro Señor sin vuestro cuerpo, sin vuestra alma; prescindid de
ellos; uníos al amor de Dios por vuestra voluntad.
Avanzad con toda la sencillez, paso a paso; asíos a la mano de Dios cual si
fuerais ciegos; comed el pan que se os presenta cual si fuerais mendigos;
vivid de la gracia actual: con ella tendréis un albergue, un hogar, una
espléndida mesa preparada por la divina providencia.
Recibid siempre con alegría y amor los beneficios de Dios; reparad más
bien en su bondad que en vuestra maldad, en sus gracias más que en
vuestros pecados, en sus beneficios más que en vuestros sufrimientos, en su
fuerza más que en vuestra flaqueza, en su amor más que en vuestra tibieza.
De este modo os uniréis por el corazón y por la vida a esta amable e
incesante bondad.
Vivid agradecidos como el pobre. Olvidad vuestras miserias, vuestros
mismos pecados, para vivir un tanto a semejanza del cielo, donde se
bendice, se agradece y se ama con amor siempre nuevo y cada vez más
perfecto a la santísima Trinidad y donde se contemplan los pecados
personales reflejados en la misericordia de Dios, las propias acciones en su
gracia, y donde la felicidad de cada uno es el destello de la felicidad divina.
Servid a Dios con alegría. ¿Qué cosa más dulce que servirle con amor?
El amor es fuente de alegría y de generosidad: es lo natural.
Contemplad siempre la inefable bondad de Dios para con vosotros, su
mano tan paternal, previsora y amable aun en los más insignificantes
sacrificios que de vosotros exige.
Mirad todas las cosas a través de ese prisma divino y las veréis iluminadas
de ese bello color.
Acordaos de que la tristeza natural mata al cuerpo y al espíritu y que la
tristeza espiritual da muerte al corazón y a la piedad.
Ya sé que hay una tristeza sana; pero ni aun ésa os la deseo.
Prefiero veros reclinados sobre el corazón de Jesús, como san Juan, que
arrojados a sus pies, como la Magdalena.

También podría gustarte