En
la tierra de las sombras lo que más secretamente tememos sucede
siempre.
Aquel verano, Tom y Del dejaron de ser niños y se enfrentaron con un terror
sin límites. Juntos iniciaron un largo y horrible aprendizaje. Sólo uno de ellos
sobreviviría, dueño de una sabiduría que nunca podría compartir, futuro rey
de los magos y príncipe heredero de la tierra de las sombras.
"Un libro terrible y hermoso, construido con la perfección de una pesadilla y
que nos inmoviliza de terror y asombro en cada página." The New York
Times.
Novela nominada al World Fantasy Award en 1981.
www.lectulandia.com - Página 2
Peter Straub
La tierra de las sombras
ePUB v1.0
Creepy 24.07.12
www.lectulandia.com - Página 3
Título original: Shadowland
Peter Straub, 1980.
Traducción: Alicia Steimberg
Editor original: Creepy
ePub base v2.0
www.lectulandia.com - Página 4
A Benjamin Bitker Straub
www.lectulandia.com - Página 5
Las dos escuelas, la vieja y la nueva, son
invenciones del autor y no deben confundirse
con ninguna escuela existente. Del mismo
modo la Tierra de las Sombras, su situación y
sus habitantes, son totalmente ficticios.
Mi agradecimiento a Hiram Strait y a
Barry Price por su asesoramiento y sus
comentarios sobre la magia y los magos, y a
Corrie Crandall por presentármelos y
llevarme al Castillo Mágico.
www.lectulandia.com - Página 6
Caperucita Roja fue mi primer amor.
Sentía que si hubiera podido casarme con
Caperucita Roja, habría conocido la felicidad
perfecta.
Charles Dickens
La clave del tesoro es el tesoro.
John Barth
www.lectulandia.com - Página 7
Nota
TOM EN EL ZANZIBAR
Hace más de veinte años, un estudiante mediocre de Arizona llamado Tom Flanagan
fue invitado por otro chico a pasar las vacaciones de Navidad con él, en la casa de su
tío. El padre de Tom Flanagan se estaba muriendo de cáncer, aunque nadie lo sabía en
la escuela, y la casa del tío quedaba lejos, a tal distancia que sería difícil regresar.
Tom rechazó la invitación. A finales del año escolar su amigo la reiteró, y esta vez
Tom Flanagan aceptó. Su padre haría muerto tres meses antes; después de eso, hubo
una tragedia en la escuela. En el momento de apartarse de la fuente de su dolor, Tom
se sentía inquieto, aburrido, desdichado, preparado para lo nuevo y para la sorpresa.
Tenía otra razón para aceptar, que aunque parezca tonta, era urgente: pensaba que
debía proteger a su amigo. Esto le parecía la tarea más importante de su vida.
Cuando comencé a oír esta historia, Tom Flanagan estaba trabajando en un club
nocturno en Sunset Street de Los Angeles, donde seguía siendo subestimado. El
Zanzíbar era un lugar miserable adecuado para los artistas de mala muerte del
negocio del espectáculo: tenía la atmósfera de un lugar destinado al fracaso. Era
terrible ver allí a Tom Flanagan, pero el medio no influía en él. Tal vez por eso, o
porque había sido marcado mucho tiempo atrás por lugares como el Zanzíbar, ya no
percibía su mezquindad. En todo caso, Tom trabajaba allí desde hacía sólo dos
semanas. Era una pausa entre sus viajes, como le sucedía desde sus días en la
escuela… detenerse y luego volver a trasladarse, y así sucesivamente.
Incluso en la vulgaridad del Zanzíbar a la luz del día, Tom tenía el mismo aspecto
que siete u ocho años atrás, cuando sus cabellos rojizos y rizados habían comenzado a
ralear. A pesar de su profesión, había muy poco de teatral en él. Nunca tuvo nombre
profesional. El cartel en la pared extrema del Zanzíbar sólo decía: «Tom Flanagan
todas las noches». Usaba una capa durante la primera parte, la menos importante de
su actuación, y luego se la quitaba casi ansiosamente cuando comenzaba el trabajo
serio… Se veía en el movimiento de sus hombros que se alegraba de quitársela.
Después de dejar la capa, aparecía con un smoking, o con la misma ropa con que
esperaba pacientemente en el Zanzíbar el momento de tomar una cerveza con un
amigo. Una chaqueta de tweed; con el nudo flojo de la corbata bajo el cuello abierto
de la sencilla camisa; pantalones grises planchados debajo del colchón. Sé que lavaba
sus pañuelos en el lavabo y los secaba extendiéndolos sobre los azulejos. Por la
mañana los arrancaba de allí como grandes hojas blancas, los sacudía y doblaba uno
para ponérselo en el bolsillo.
www.lectulandia.com - Página 8
—Ah, amigo mío —dijo levantándose, y la luz reflejada desde el espejo detrás de
la barra iluminaba su frente ampliada por la caída del pelo. Aún se le veía en buen
estado físico, a pesar del permanente cansancio que había marcado arrugas alrededor
de sus ojos. Extendía la mano, y al estrechársela sentí la línea de la cicatriz en su
palma, lo cual siempre era una sorpresa en una mano tan suave—. Me alegro de que
me hayas llamado —dijo.
—Supe que estabas en la ciudad. Me alegro de volver a verte.
—Hay algo gratificante cuando uno se encuentra contigo —comentó—, es que
nunca preguntas: «¿Qué tal esos trucos?»
Era el mejor mago que yo hubiera visto jamás.
—A ti no tengo que preguntártelo —respondí.
—Ah, sujeta mi mano —dijo él, y sacó una baraja de su bolsillo—. ¿Tienes ganas
de probar otra vez?
—Dame la oportunidad —dije yo.
Mezcló los naipes con una sola mano, luego con las dos, los separó en tres pilas,
y luego reunió la baraja en otro orden.
—¿Está bien?
—Muy bien —respondí yo, mientras Tom empujaba las cartas hacia mí.
Tomé dos tercios de la baraja y di la vuelta a la carta de arriba. Era el jack de
trébol.
—Devuélvela. —Tom bebía su cerveza, sin mirar.
Coloqué el naipe en la baraja, en otro lugar.
—Observa bien. —Tom me sonreía—. Ahora viene el truco. —Golpeó la parte
superior del mazo con suficiente fuerza como para provocar un ruido sordo—. Está
subiendo. Lo siento.
Volvió a golpear y me hizo un guiño. Luego levantó la carta de arriba y la giró sin
molestarse en mirarla.
—No entiendo cómo lo haces —dije.
Si él hubiera querido, la habría sacado de mi bolsillo, de su bolsillo, o de una caja
sellada en una cartera cerrada con llave, pero era más eficaz cuando se hacía
simplemente.
—Si no lo has descubierto ahora, nunca lo descubrirás. Sigue escribiendo
novelas.
—Pero no es posible que lo hayas hecho con la palma de la mano. Ni siquiera la
has tocado.
—Es un buen truco. Pero no sirve en el escenario…, no sirve de mucho en un
club. La gente no puede acercarse lo suficiente. De todas maneras, los clientes
piensan que los trucos con cartas son aburridos.
Tom miró las hileras de mesas vacías y luego al escenario, como si midiera la
www.lectulandia.com - Página 9
distancia entre ellos, y mientras meditaba sobre la inutilidad de ciertos trucos que
llevaba una década perfeccionando, yo medí otra distancia: la distancia entre el
hombre actual y el chico que había sido. Nadie que lo hubiera conocido entonces,
cuando su cabeza pelirroja parecía echar chispas y todo su cuerpo joven comunicaba
la vibración de su personalidad, podría haber profetizado el futuro de Tom Flanagan.
Por supuesto, los que habían sido nuestros maestros y aún vivían, consideraban su
vida un terrible fracaso, lo mismo que la mayoría de nuestros condiscípulos. Pero
nuestro más terrible fracaso no era Flanagan sino Marcus Reilly, que se pegó un tiro
en su coche cuando tenía poco más de treinta años; sin embargo probablemente
Flanagan era el más desconcertante. Otros habían tomado direcciones equivocadas y
habían fracasado de forma tan discreta que aún podía oírse el suspiro; uno, un
funcionario de Banco llamado Tom Pinfold, había caído estentóreamente cuando se
descubrió que cientos de miles de dólares de los clientes habían desaparecido de sus
cuentas; sólo Tom Flanagan había vuelto la espalda al éxito de manera deliberada e
indiferente.
Casi como si Tom pudiera leer mis pensamientos, me preguntó si había visto
últimamente a alguien del colegio, y hablamos un momento sobre Hogan y Fielding y
Sherman, amigos en la actualidad y compañeros de sufrimiento apasionados durante
los últimos veinte años. Luego Tom me preguntó qué estaba haciendo yo.
—Bien, en realidad —respondí— iba a comenzar un libro sobre aquel verano que
tú y Del pasasteis juntos.
Tom se apoyó en el respaldo de su asiento y me miró, falsamente consternado.
—No pongas esa cara —le advertí—. Todas las veces que te he visto durante los
últimos cinco o seis años, has hecho todo lo posible por atraparme con esa historia.
Hacías preguntas enigmáticas, dejabas caer pequeñas insinuaciones…, querías que
escribiera sobre eso.
Tom me dedicó una sonrisa breve y encantadora, y por un segundo fue aquel
estudiante lleno de energía.
—Muy bien. Pensé que podría proporcionarte algo útil.
—¿Sólo eso? —le desafié—. ¿Sólo algo útil?
—Después de todo este tiempo debes darte cuenta de que está más o menos en tu
línea. Y últimamente he estado pensando que ya es hora de que hable de esto.
—Bien, te escucharé con gusto.
—Perfecto —dijo, aparentemente satisfecho—. ¿Has pensado cómo quieres
comenzar?
—¿El libro? Con la casa, creo. La Tierra de las Sombras.
Tom lo pensó por un momento, con el mentón apoyado en la mano.
—No. Ya llegarás a eso, de todas maneras. Comienza con una anécdota.
Comienza con el rey de los gatos. —Pensó un momento más e hizo un gesto
www.lectulandia.com - Página 10
afirmativo, viendo el asunto como un problema de montaje como su espectáculo de
prestidigitación. Yo le vi mejorarlo en doce formas diferentes, revisarlo con el celo de
un artesano, acercándolo cada vez más; debería de haberlo hecho famoso—. Sí. El
rey de los gatos. Y tal vez realmente tengas que comenzar en la escuela… la historia
propiamente dicha, quiero decir. Si buscas allí, encontrarás cosas interesantes.
—Bien, puede ser.
—Si buscas, yo te ayudaré.
Volvió a sonreír, y durante un momento su rostro duro y pensativo fue el de un
hombre que había buscado, y volví a pensar que cualquiera que fuera su condición
actual, sólo los que carecían de imaginación podían considerar que Tom era un
fracasado.
—Podría ser una buena idea —dije—. (Pero ¿qué es esto del rey de los gatos?
—Ah, no te preocupes por esa historia. Ya surgirá. Siempre surge. Bien, ahora
debo controlar mi equipo.
—Eres demasiado bueno para un lugar como éste.
—¿Te parece? No, creo que somos adecuados el uno para el otro. El Zanzíbar no
es mal lugar.
Nos despedimos, y yo me alejé del bar para ir hacia el rectángulo de luz de la
puerta abierta. Pasó un coche a toda velocidad, una muchacha con blue jeans y me di
cuenta de que me alegraba de salir del club. Tom decía que se sentía bien allí, pero yo
no le creía, y a mí, para empezar, me parecía una prisión.
Luego me volví y lo vi sentado en la penumbra con la camisa arremangada;
parecía el jefe de ese lugar oscuro y vacío.
—¿Estarás aquí más de dos semanas?
—Diez días.
—Yo me quedaré una semana más en la ciudad. ¿Nos reuniremos otra vez antes
de que me vaya?
—Me gustaría —respondió Tom Flanagan—. Ah. A propósito…
Levanté la cabeza.
—Jack de trébol.
Reí, y me saludó con su vaso de cerveza. Nunca había mirado la carta, ni siquiera
al terminar el truco. Los pequeños milagros casuales como éste lo mantenían vivo.
¿El rey de los gatos? Yo no tenía la menor idea de qué era esta «historia», pero,
como Tom había prometido, apareció unas semanas más tarde en un libro. Después
de leerla, supe de inmediato que el instinto de Tom no se equivocaba.
Al transcribir la historia, la pondré en el contexto en que Tom la oyó por primera
vez.
www.lectulandia.com - Página 11
Anécdota
—Imaginen un pájaro —dijo el mago—. Ahora, aleteando, asustado, atormentado por
el miedo, sale volando de este sombrero.
Retiró la bufanda blanca del sombrero de copa, y una paloma del mismo color de
la bufanda batió sus alas en el borde y cayó sobre la mesa, un pájaro aterrorizado,
presa del pánico, incapaz de volar, que hacía un fuerte ruido con sus alas en la mesa
pulida.
—Bonito pájaro —dijo el mago, y sonrió a los dos muchachos—. Ahora
imaginen un gato.
Pasó nuevamente la bufanda sobre el sombrero, y apareció un gato blanco en el
ala. Salió del sombrero como una serpiente, se deslizó sobre la mesa, mirando sólo a
la paloma. Con la garra preparada, el gato fue hacia ella.
El mago, vestido como un payaso siniestro, con el rostro blanco y una peluca roja
que resaltaban sobre el negro del frac, sonrió a los muchachos y de pronto saltó hacia
adelante y hacia atrás, para aterrizar sobre sus manos enguantadas. Se mantuvo casi
inmóvil durante un segundo y luego dobló las piernas hacia abajo y el tronco hacia
arriba en algo que pareció un solo movimiento perfecto. Ahora estaba parado en el
mismo lugar que antes, y dejó caer la bufanda blanca sobre la forma alargada del
gato.
Cuando el mago pasó la mano dentro de la bufanda, ésta se estremeció y cayó
sobre la superficie de la mesa.
A ocho centímetros de distancia, la paloma seguía batiendo sus alas y haciendo un
terrible ruido de pánico.
—Y eso es todo, ¿verdad? —dijo el mago—. Gato y pájaro. Pájaro y gato —
seguía sonriendo—. Y como nuestra amiguita todavía está tan asustada, tal vez lo
mejor será hacerla desaparecer.
Chasqueó los dedos, retorció la bufanda, y el pájaro desapareció.
—Los gatos me recuerdan una historia verdadera —dijo a los chicos fascinados,
hablándoles como si simplemente estuviera contando una historia, como si no tuviera
nada más en la mente—. Es una vieja historia, las historias más ciertas son a menudo
las más antiguas. Esta la contó sir Walter Scott a Washington Irving, y Monk Lewis al
poeta Shelley… y a mí me la contó un amigo que la vivió. Un viajero, en otras
palabras mi amigo, iba a pie a casa de un compañero, que no era yo, donde pasaría la
noche. Había caminado todo el día, y aunque ya era tarde y llegaba la oscuridad,
estaba lo suficientemente cansado como para desear sentarse cuando llegó a una
abadía en ruinas. Se sentó, se quitó las botas, se apoyó en una cerca de hierro y
comenzó a frotarse los pies. Una serie de ruidos extraños le hizo volverse y mirar por
entre los barrotes de la cerca. Más abajo, en el suelo de la vieja abadía, vio una
www.lectulandia.com - Página 12
procesión de gatos. Caminaban en dos largas filas iguales, y avanzaban muy
lentamente. Ahora bien, como por supuesto nunca había visto nada parecido, se
inclinó hacia adelante para ver mejor. Entonces vio que los gatos que iban a la cabeza
de la procesión llevaban un pequeño ataúd en el lomo, y se dirigían, aproximándose
lentamente, a una tumba abierta. Cuando mi amigo vio la tumba volvió a mirar con
horror el ataúd que llevaban los gatos de primera fila, y advirtió que sobre él había
una corona. Ante su vista, los gatos comenzaron a bajar el ataúd a la tumba. Mi
amigo quedó tan asustado que no pudo permanecer en el lugar un momento más; se
puso las botas y salió corriendo hacia la casa de su amigo. Durante la cena, no pudo
evitar contarle a su amigo lo que había presenciado. Apenas había terminado cuando
el gato de su amigo, que dormitaba frente al fuego, dio un salto y gritó: «¡Entonces
yo soy el rey de los gatos!», y desapareció por la chimenea. Esto ha sucedido, amigos
míos…, sí ha sucedido, mis queridos pajaritos.
El verdadero comienzo de esta historia no es «Hace más de veinte años, un
estudiante mediocre», etcétera, sino: «Había una vez…», o: «Hace mucho tiempo,
cuando todos vivíamos en el bosque…»
www.lectulandia.com - Página 13
Primera Parte
LA ESCUELA
Cantemos alabanzas
a la escuela de la colina.
Canción escolar
www.lectulandia.com - Página 14
UNO
TOM SUEÑA DESPIERTO
Ultimo día de las vacaciones de verano: cielo alto, sin nubes, calor seco e intenso;
finales y comienzos, muertes y promesas, pesan en el aire. Tal vez el único que siente
pena es el muchacho…, ese muchacho tendido boca abajo en el césped. Mira una
flor, preguntándose si la arrancará. Pero si la arranca, ¿no arrancará también otra
que está a casi un metro de distancia, y que se mece sobre un largo tallo que es
demasiado delgado para ella? El diente de león da mal olor a las manos. En el
último día de las vacaciones de verano, ¿le importa a él que sus manos huelan a
diente de león? Tira del tallo del diente de león más fuerte que está cerca de él; al
menos algunas de las raíces aparecen a la vista. Cree oír un suspiro del diente de
león, que pierde la vida, y lo deja a un lado. Luego se arrastra hasta la segunda
planta. Es demasiado vulnerable, con su cabeza gigantesca y su cuello delgado; no
la arranca. Rueda sobre sí mismo y mira el cielo.
Adiós, adiós, se dice a sí mismo. Adiós, libertad. Sin embargo, una parte de él
está ansiosa por ingresar en la escuela secundaria, por comenzar el proceso de
crecer: imagina que experimentará las transformaciones más grandes de su vida.
Por un momento, como todos los niños a punto de hacer un cambio, desea poder
prever él futuro, vivirlo con anticipación…, probar el sabor de sus aguas.
Un pájaro solitario vuela en lo alto, tan alto que respira un aire diferente.
Seguramente se ha quedado dormido; más tarde, piensa que lo que sucedió
después de ver al pájaro tiene que haber sido un sueño.
Comienza con un cambio de color en él aire… El aire se torna brumoso, casi
plateado. ¿Una nube? Pero no hay nubes. El chico vuelve a ponerse boca abajo y
mira a un costado, desde donde puede ver más de cuatro jardines. La hamaca del
patio de los Trumbull está tan oxidada que seguramente no resistirá un año más…
Los chicos Trumbull son mayores que él, pero el señor Trumbull es demasiado
haragán como para desmontar las hamacas. Más allá, Cissy Harbinger está saliendo
de la piscina, y camina hacia una tumbona con tales andares que uno sabe que las
baldosas le queman los pies. Llega a la tumbona y se tiende en ella, tratando de
acentuar su bronceado. Luego hay dos patios más grandes, uno con una piscina de
plástico. Allí, Collis Falk, el jardinero que los padres del chico acaban de despedir,
maneja una gigantesca cortadora de césped a un costado de una casa blanca. Allí no
hay dientes de león; Collis Falk es implacable con los dientes de león.
Más allá, más allá de las casas y los patios, un hombre camina por Mesa Lane.
www.lectulandia.com - Página 15
En este viejo suburbio, los peatones no son tan raros como en el lujoso sector de
Quantum Hills, pero son lo suficientemente escasos como para ser interesantes.
El chico no sabe que está soñando.
El caminante se detiene en Mesa Lane… Probablemente es cliente de Collis Falk,
y espera a que el jardinero se vuelva hacia él para saludarlo. Pero no, parece que no
espera al jardinero; vuelve la cabeza y mira al chico. O lo busca, piensa el chico. El
hombre se pone las manos en las caderas. Debe de estar a unos trescientos metros.
Se estremece un poco por el calor de la acera. De pronto el muchacho tiene la
absoluta convicción de que esa pequeña figura trata de encontrarlo… y el chico no
quiere ser visto. Se aplasta contra el césped. En su pecho late un miedo inesperado.
“Este es un sueño interesante —piensa—. ¿Por qué le tengo miedo?”
El aire se torna más oscuro, más plateado. El hombre, que tal vez lo haya visto o
no, sigue caminando. Collis aparece, quizá piensa pasar la cortadora de césped más
allá de la piscina de plástico. Ahora el muchacho está oculto a la vista del hombre, y
puede moverse.
“Realmente estoy asustado —piensa—. ¿Por qué?” Todo el barrio se ha tornado
desagradable, contaminado y amenazador. Aunque no puede ver la figurita allá, en
Mesa Lane, el hombre de alguna manera transmite frío y maldad…
(Su rostro está hecho de hielo.)
No, no es eso, pero el chico se pone de pie, echa a correr, y luego se da cuenta de
que está soñando, porque ve una construcción al fondo del patio y él sabe que no
existe; tampoco los espesos árboles que la rodean. La casa sólo tiene unos noventa
centímetros de alto y techo de tejas. Hay dos ventanillas a los lados de una pequeña
puerta marrón. Esta cabaña de cuentos de hadas es atractiva, no amenazadora… El
chico sabe que debe entrar allí. Así se salvará de quienquiera que esté paseando por
Mesa Lane.
Y sabe que es la casa de un brujo.
Cuando pasa entre los árboles y abre la puerta, todo el vecindario parece
suspirar: las hamacas oxidadas y la pequeña piscina de plástico, Cissy Harbinger y
Collis Falk, cada hoja de hierba verde y marrón exhala desilusión y pena; y su
verdadera pena proviene de allí, del hombre, que sabe que el muchacho no puede
llegar a él.
—Aquí estás —dice el brujo. Un viejo con un rostro increíblemente arrugado,
cuya parte inferior queda oculta tras una gran barba, vestido con una túnica raída;
el brujo está sentado en una silla, y le sonríe. Es el brujo más viejo del mundo, y el
chico lo sabe; y luego comprende que él mismo está en medio de un cuento de hadas,
que nunca ha sido escrito—. Aquí estás seguro —agrega el brujo.
—Lo sé…
—Quiero que lo recuerdes. No es como estar…, como estar allí fuera.
www.lectulandia.com - Página 16
—Esto es un sueño, ¿verdad? —pregunta el chico.
—Todo es un sueño —dice el brujo—. Este mundo tuyo… Una bandera en la
brisa, un juguete lleno de significados. Te lo aseguro. Significados. Pero, si te portas
bien, lo descubrirás. —Apareció una pipa en su mano, el brujo la chupó y dejó salir
un humo gris y denso—. Ah, sí. Encontrarás lo que tienes que encontrar. Todo irá
bien. Tendrás que luchar por la vida, por supuesto, tendrás que pasar examen…,
exámenes para los que no podrás estudiar porque, ja, ja… Habrá una niña y un lobo,
y todo eso, pero tú no eres idiota.
—¿Como en Caperucita Roja? ¿Una niña y un lobo?
—Ah, como en todos los cuentos —dijo con vaguedad el brujo—. Dime, ¿cómo
está tu padre?
—Está bien. Así lo creo.
El brujo asintió, y dejó salir otra nube de humo. Al muchacho le parecía muy
débil. Un brujo viejo, viejo, casi sin poderes, tan cansado que apenas podía sostener
su pipa.
—Ah, yo podría mostrarte cosas —prosiguió el brujo—. Pero no tiene sentido.
Sólo quería que supieras… Creo que ya lo he dicho todo. Este es un bosque muy, muy
profundo. Ojalá yo no fuera tan viejo.
Por un momento pareció quedarse dormido. La pipa estuvo a punto de caérsele
de la boca y sus manos temblaron en la falda. Luego sus ojos húmedos se abrieron.
—No tienes hermanos ni hermanas, ¿verdad?
El chico hizo un gesto negativo.
El brujo sonrió.
—Puedes marcharte, hijo. El se ha ido. Ahora, pelea bien.
Le habían dicho que se fuera; la lógica del sueño lo obliga a salir; los ojos del
brujo se cierran nuevamente. Pero el muchacho no quiere irse… No quiere
despertarse todavía. Mira por las ventanas y ve el bosque, no el patio del fondo de su
casa. Gruesas telarañas cubren varios árboles en la oscuridad gris.
El brujo se mueve, abre los ojos, y mira al muchacho que no quiere irse.
—Ah, sufrirás mucho —dice—. ¿Es eso lo que querías oír? Sufrirás mucho, sí.
Pero nunca lograrás nada si quieres ahorrarte sufrimiento. Así son las cosas,
muchacho.
—Gracias —dice él, y retrocede hasta la puerta.
—Así es, no hay otra forma.
—Muy bien.
—Apártate de los lobos, ahora.
—Muy bien —dice el chico, y sale.
Piensa que el brujo ya duerme. Luego pasa junto a los árboles que no están allí,
ve su propio cuerpo dormido en el césped, de costado, cerca de un diente de león.
www.lectulandia.com - Página 17
1
Por varias razones la Escuela Carson ya no es lo que era, y tiene un nuevo
nombre. La Carson era una escuela de varones, anticuada y a veces tan severa que a
uno se le encogía el estómago de miedo. Más tarde, los que fuimos alumnos de la
escuela comprendimos que toda esa disciplina algo amenazadora estaba destinada a
disfrazar el hecho de que Carson era, en el mejor de los casos, una escuela de
segundo orden. Sólo una escuela así habría contratado a Laker Broome como
director; tal vez sólo una escuela de tercer orden lo habría conservado.
Años atrás, cuando John Kennedy aún era senador por Massachusetts y Steve
McQueen era Josh Randall en televisión y McDonald’s sólo había vendido dos
millones de hamburguesas y por primera vez aparecían las corbatas estrechas y los
cuellos anchos, Carson era espartana y un poco desesperada por su falta de categoría;
ahora es un lugar adonde van los muchachos y las chicas ricos que tienen problemas
en las escuelas del Estado. La enseñanza costaba setecientos cincuenta dólares al año;
ahora cuesta casi cuatro mil.
Ha cambiado de sitio. Cuando yo estuve allí con Tom Flanagan y Del Nightingale
y los demás, la escuela estaba instalada en una vieja mansión gótica en lo alto de una
colina, y se le había agregado un ala moderna… con vigas de acero y grandes
ventanas de cristal. El sector viejo de la escuela quedaba extraño junto al anexo
nuevo, parecía sumido en sí mismo, frío e imponente.
Esta construcción original, junto con el gran gimnasio viejo (la casa del campo de
deportes) que había detrás, estaba hecha de madera. Partes de la construcción original
(el despacho del director, la biblioteca, los corredores y las escaleras) se asemejaban
al club Garrick. Madera vieja, pulida y brillante, estantes para libros y barandillas de
roble, hermosos pisos de madera resbaladiza. Esta parte de la escuela siempre seducía
a los padres que la visitaban, y que padecían la anglofilia típica de su clase. Algunas
de las salas eran diminutas como una caja con joyas, con asientos junto a las
ventanas, paredes con paneles de madera, y feos radiadores que daban poco calor. Si
Carson hubiera sido realmente la casa de campo que alguno de sus aspectos sugería,
no sólo habría parecido imponente, sino que también habría estado embrujada.
Cada dos o tres años, cuando vuelvo y paso ante la nueva sede de la escuela en
Quantum Hills, veo una larga fachada neogeorgiana de ladrillo rojo, grandes
extensiones verdes, y un campo de fútbol en la distancia… Predominan el verde y el
cálido color de los ladrillos, como en un campus universitario, algo tan adocenado
que parece un espejismo. Esta amable imitación de una universidad queda distante,
remota, sellada dentro de sus ilusiones sobre sí misma. Al mirarla sé que las vidas de
sus estudiantes son menos duras que lo que lo fueron las nuestras. Me pregunto si en
la escuela habrá todavía una voz que susurra: Soy tu salvación, pobrecito: soy el
www.lectulandia.com - Página 18
camino, la verdad y la luz.
Soy tu salvación… El sonido del mal, de ese demonio celoso de segundo orden,
proclamándose a sí mismo.
Día de inscripción: 1958
Un corredor oscuro, una escalera con una repentina línea de luz que la divide en
un extremo, escritorios con velas que chorrean cera en los platos, alineados a lo largo
de una pared. Había saltado un fusible o se había cortado un cable, y el portero sólo
vendría a la mañana siguiente, cuando llegara el resto de los alumnos. Veinte alumnos
nuevos vagaban sin rumbo por el largo corredor, y hasta las caras más bronceadas por
el sol parecían pálidas y asustadas a la luz de las velas.
—Bien venidos a la escuela —bromeó uno de los cuatro o cinco profesores
presentes. Estaban en un grupo a la entrada de un corredor aún más oscuro, que
llevaba a las oficinas administrativas—. No siempre estamos tan mal. A veces
estamos mucho peor.
Algunos de los muchachos rieron… Sólo eran nuevos en este sector de la escuela,
y habían pasado toda su vida en Carson, en el otro extremo de la calle, en la Escuela
Elemental.
—Podemos comenzar en seguida —dijo otro profesor, de más edad,
interrumpiendo las tímidas risas. Era más alto que los demás, con cabeza estrecha y
una cara de tortuga dividida por una larga nariz. Sus gafas sin montura brillaron
cuando sacudió la cabeza hacia atrás y hacia adelante en la oscuridad para ver quién
se había reído. Iba peinado con raya al medio, como una caricatura de un camarero de
bar de mil ochocientos noventa—. Algunos de ustedes tendrán que descubrir que la
diversión y los juegos se han terminado. Esto no es la escuela elemental. Ahora están
en la parte inferior del montón, son los más bajos entre los más bajos, pero tendrán
que actuar como hombres. ¿Entendido?
Ninguno de los chicos respondió, y él dejó escapar un resoplido. Obviamente era
el sonido característico de su enojo.
—¿Entendido? Ustedes, burros, ¿no tienen orejas?
—Sí, señor.
www.lectulandia.com - Página 19
—¿Fue usted, Flanagan?
—Sí, señor.
El que hablaba era un muchacho flaco, pelirrojo, peinado al estilo Princeton, con
el pelo aplastado sobre el cráneo. Al resplandor de las velas, su rostro parecía atento y
amable
—¿Jugarás al fútbol americano este otoño?
—Sí, señor.
Todos los muchachos nuevos se sentían nerviosos.
—Bien. ¿Puntero?
—Sí, señor.
—Bien. Si resultas bueno, jugarás en la universidad dentro de dos años.
Necesitamos un buen puntero. —El profesor tosió tapándose la boca con la mano,
miró a sus espaldas el corredor negro de la administración, e hizo una mueca—. Debo
dar una explicación. Esta increíble… situación se ha producido porque la secretaria
de la escuela no puede encontrar la llave de esta puerta. —Dio un golpe a una pesada
puerta de madera con los nudillos—. Toni podría abrirla si estuviera aquí, pero solo
llegará mañana. En fin. Todos podemos funcionar con velas, supongo.
Nos miró como si nos desafiara, y me di cuenta de que su cabeza era tan estrecha
como un tablón de madera. Sus ojos estaban tan juntos que casi se tocaban.
—A propósito, todos jugarán en el equipo de fútbol americano júnior —declaró
—. Este es un curso reducido…, veinte alumnos. Uno de los más reducidos de toda la
escuela. Los necesitamos a todos. No todos pasarán este año… crucial, pero tenemos
que intentar convertirlos en jugadores de fútbol americano.
Algunos de los otros profesores comenzaban a mostrarse inquietos, pero él hizo
caso omiso.
—Bien, conozco a alguno de ustedes por el buen trabajo que hicieron con el
entrenador Ellinghausen en el octavo curso, pero otros son nuevos. Usted —señaló a
un muchacho alto y grueso que estaba cerca de mí—. Su nombre.
—Dave Brick.
—Dave Brick, ¿qué?
—Señor.
—Creo que es usted un centro.
Brick demostró consternación, pero hizo un gesto afirmativo.
—Usted —señaló a un muchacho pequeño de piel aceitunada y ojos oscuros y
acuosos.
El muchacho dio un respingo.
—Nombre.
—Nightingale, señor.
—Habrá que crecer un poco, ¿eh, Nightingale?
www.lectulandia.com - Página 20
Nightingale asintió, y yo veía temblar sus piernas dentro de sus pantalones.
—Hable con frases, muchacho. Sí, señor. Eso es una frase. Asentir con la cabeza
no es una frase.
—Sí, señor.
—¿Tackle?
—Creo que sí, señor.
El profesor resopló, y volvió a mirarnos a todos. El olor a cera de las velas
comenzaba a intensificarse, caliente y grasiento, en el corredor. De pronto el profesor
estiró una mano y tomó a Dave Brick por los cabellos, que estaban peinados en dos
ondas que se unían en el centro de la frente.
—¡Brick! ¡Córtese ese horrible pelo! ¡O yo lo haré por usted!
Brick dio un chillido y echó atrás la cabeza. Su garganta se puso en tensión y
pensé que lanzaría un vómito negro.
El hombre del rostro estrecho retiró la mano y se la limpió en sus anchos
pantalones.
—La secretaria de la escuela está clasificando unos papeles que ustedes
necesitarán, formularios que deben llenar y cosas así, pero como… parece que
tenemos tiempo, les presentaré a los profesores que están hoy aquí. Yo soy el señor
Ridpath. Mi asignatura es historia del mundo. También soy entrenador de fútbol
americano. No estaré con ninguno de ustedes durante dos años, pero los veré en el
campo de deportes. Ahora —dio un paso a un costado y se volvió de modo que su
rostro quedó en la oscuridad; los cabellos aceitosos sobre sus orejas brillaban a la luz
de la vela—, estos hombres son los profesores que tendrán este año. Tendrán el placer
de conocer al señor Thorpe, profesor de latín, pasado mañana. El latín es una
asignatura obligatoria. Como el fútbol americano. Como el inglés. Como las
matemáticas. El señor Thorpe es tan duro como yo. Es un gran profesor. Fue piloto en
la Primera Guerra Mundial. Es un honor tener al señor Thorpe en Latín uno. Bien,
éste es el señor Weatherbee… Será su profesor de matemáticas, y el consejero del
año. Pueden consultarle sus problemas. Viene de Harvard, de manera que
probablemente no los escuchará.
Un hombre pequeño, con gafas de montura de carey y una chaqueta arrugada
sobre los hombros, levantó la cabeza y nos sonrió.
—Junto al señor Weatherbee está el señor Fitz-Hallan. Enseña inglés. Anhers.
Un hombre de aspecto algo lánguido y de rostro infantil levantó una mano para
saludarnos. Había hecho el chiste sobre la eficiencia, y parecía tan aburrido como
para dormirse de pie.
—Señor Whipple, historia norteamericana. —Este era un hombre regordete,
calvo, con rostro de querubín, que llevaba un blazer manchado al que había prendido
la insignia de la escuela con un imperdible. Unió las manos y las agitó frente su rostro
www.lectulandia.com - Página 21
a manera de saludo—. Universidad de New Hampshire.
El señor Ridpath volvió a mirar hacia el oscuro corredor, ahora a su izquierda,
donde se veía una luz mortecina detrás de un vidrio.
—Vean si pueden ayudarla, por favor. —Whipple-New Hampshire echó a andar
en la oscuridad—. En un minuto tendremos esos papeles. Muy bien. Pueden hablar
entre ustedes.
Por supuesto, ninguno de nosotros lo hizo, nos limitamos a pasear por el oscuro
corredor hasta que al señor Ridpath se le ocurrió algo más que decir.
—¿Dónde están los dos muchachos becados? Que levanten la mano.
Chip Hogan y yo levantamos la mano. Chip ya estaba con Tom Flanagan y los
otros de la escuela dominical. Todos nos miramos con curiosidad. Comparados con
nosotros, todos los demás, hasta Dave Brick, parecían ricos
—Bien. Bien. Digan sus nombres.
Lo hicimos.
—¿Usted es el Hogan que corrió los setenta y cinco metros el año pasado en el
campamento de octavo grado contra St. Matthew’s?
—Sí —dijo Hogan, pero al señor Ridpath no parecía importarle.
—¿Aprecian ustedes la gran oportunidad que se les da?
Dijimos:
—Sí, señor —al unísono.
—¿Todos ustedes son nuevos?
Hubo un murmullo general.
—Tendrán que trabajar, ¿saben? Como nunca. Les haremos sudar tinta, y
esperamos que jueguen con mayor empeño de lo que lo han hecho en su vida.
Haremos hombres de ustedes. Hombres de Carson. Y eso es algo de lo cual se puede
estar orgulloso. —Miró a su alrededor con expresión irónica—. No creo que algunos
de ustedes puedan estar a la altura. Esperen a que el señor Thorpe les ponga las
manos encima.
Una mujer corpulenta, entrada en años, que llevaba una chaqueta marrón, de
punto, avanzó por el corredor seguida del señor Whipple que llevaba una linterna.
También usaba gafas sin montura, y tenía en las manos una gran cantidad de papeles
clasificados en diferentes secciones.
—Detrás de la copiadora, ¿puede creerse? Franchy nunca lava las tazas, tampoco.
Es incapaz de poner estos papeles sobre el mostrador. —Mientras hablaba, colocó la
pila de papeles en el primer escritorio—. Ayúdenme a distribuirlos…, cada pila sobre
un escritorio.
El grupo de los profesores se disolvió, cada uno de ellos tomó una pila de papeles
y se acercó a un escritorio. El señor Ridpath anunció:
—La señora Olinger, secretaria de la escuela —con el tono que se usa en los
www.lectulandia.com - Página 22
desfiles.
La vieja saludó con la cabeza, arrancó la linterna al señor Whipple y comenzó a
subir las escaleras con la luz.
—En fila de a uno —ordenó Ridpath, y torpemente le obedecimos y fuimos hacia
los escritorios, cogiendo las hojas.
Un muchacho que estaba detrás de mí murmuró algo, y el señor Ridpath rugió:
—¿No tienen lápiz? ¿No tienen lápiz? ¿El primer día en la escuela y no tienen
lápiz? Dígame otra vez su nombre, muchacho.
—Nightingale, señor.
—Nightingale —dijo Ridpath con ironía—. ¿De dónde es usted, de todas
maneras? ¿A qué clase de escuela fue antes?
—A esta clase de escuela, señor —respondió Nightingale con voz de niño.
—¿Qué?
—Andover, señor. Estuve en Andover el año pasado.
—Yo le prestaré un lápiz, señor —dijo Tom Flanagan, y pasamos por la hilera de
escritorios sin oír más gritos.
En el extremo del corredor nos detuvimos y esperamos en la oscuridad hasta que
se nos dijera qué hacer.
—Suban las escaleras en fila de a uno. Biblioteca —dijo Ridpath con hastío.
También nosotros, como la señora Olinger, subimos la escalera y salimos a la luz,
que entraba y brillaba a través del vidrio de la gruesa puerta delantera. La luz ya
había disminuido allá arriba, pero del otro lado del vestíbulo estaba la biblioteca, que
tenía hileras de grandes ventanas entre las estanterías. Si la biblioteca no hubiera
tenido colores tan oscuros, habría brillado. La madera sombría y los estantes de libros
absorbían toda la luz disponible, y en días normales las grandes arañas permanecían
encendidas siempre que se estaba usando la biblioteca. Sin esta luz, la biblioteca
habría sido extrañamente tenebrosa.
Dos hileras de escritorios largos y estrechos, también de color oscuro, llenaban el
centro del sector principal del salón, y allí llevamos nuestros papeles. Al otro lado de
la habitación, frente a nosotros, había un estante bajo con libros de consulta detrás del
cual estaban la mesa del bibliotecario y los archivos, en una especie de nicho, desde
donde podían verse todas las mesas. La señora Olinger nos miró desfilar dentro de la
biblioteca y tomar asiento; se hallaba junto a una mujer delgada, con ondulación
permanente en sus cabellos blancos y gafas con montura de oro. Llevaba un vestido
www.lectulandia.com - Página 23
negro y un collar de perlas. Finalmente llegaron los profesores y todos se sentaron a
una mesa detrás de nosotros. Inmediatamente comenzaron a murmurar entre sí.
—¿Señores? —preguntó la señora Olinger, y los profesores callaron.
Uno de ellos tamborileaba sobre la mesa con un lápiz, y siguió haciéndolo todo el
tiempo que estuvimos en la biblioteca.
—Esta es la señora Tute —dijo la señora Olinger, y la mujer delgada con el collar
de perlas hizo un nervioso gesto de saludo, como un temblor de cabeza—. La señora
Tute es nuestra bibliotecaria, y éstos son sus dominios. Estará presente mientras
ustedes llenen sus formularios y asimilen parte de la información de las otras páginas;
luego les dará una orientación para usar la biblioteca. Si quieren hacer preguntas,
levanten la mano y uno de los profesores les ayudará.
El lápiz seguía tamborileando sobre la mesa del profesor.
Cuando terminé, alcé la mirada y vi que otros dos muchachos también habían
terminado. La mayoría de los otros aún estaban escribiendo. Los rizos de Dave Brick
habían caído sobre su frente, y se le veía enrojecido, sudoroso y confuso. Levantó la
mano, y el señor Fitz-Hallan se acercó lentamente hacia su mesa.
—Es un tipo tranquilo —susurró Bob Sherman, y los dos vimos a Fitz-Hallan que
se inclinaba sobre el papel de Brick, con las manos en los bolsillos, sosteniendo en un
ángulo elegante la parte inferior de su chaqueta bien cortada.
Fitz-Hallan poseía una silueta distinguida, sin tener conciencia de ello, pero
Sherman no se refería solamente a eso. Era uno de los profesores más jóvenes, tal vez
no llegaba a tener treinta años, y hasta su languidez era juvenil; parecía tranquilo y
amable al mismo tiempo, y se diferenciaba de los otros profesores tan nítidamente
como nosotros diferíamos de ellos. Fitz-Hallan se enderezó, caminó hasta el
escritorio de la biblioteca y volvió con un bolígrafo. Se lo entregó a Brick con un
gesto brusco que de alguna manera transmitía simpatía y diversión. La perfección de
este pequeño acto contenía implícita la información de que Fitz-Hallan había sido
alguna vez alumno de la escuela, y que era una especie de exhibición viva, un modelo
de lo que teníamos que tratar de llegar a ser.
Y ésa es la primera de las tres imágenes que retengo de la escuela, menos nítida
que las dos que le siguieron pero que, a su manera, condujo también inexorablemente
a todo lo que sucedió. Con una visión retrospectiva puedo ver que aquí también hubo
una traición, delicadamente disimulada por las ropas elegantes y los modales del
profesor, su simpatía divertida: la forma en que arrojó el modesto bolígrafo al
sudoroso y predestinado Dave Brick. Erramos tan toscos que podíamos ser seducidos
por los buenos modales.
Las otras seis páginas que los muchachos tenían ante ellos contenían datos
ciclostilados. La letra del himno de la escuela (Levántense y canten…) y la canción
www.lectulandia.com - Página 24
de guerra (Verde y oro, oro y verde), el lema de la escuela: Alis volat propriis, con su
traducción: Vuela con sus propias alas. La persona a que alude este lema puede haber
sido V. Thurman Vander, quien fundó la predecesora de la escuela, la academia
Lodestar, en 1901; Carson comenzó a funcionar con su propio nombre en 1914, y
entonces el director era Thomas A. Rowan. «De ascendencia irlandesa e inglés
nativo», decía la hoja. Seguía una lista de todos los directores, desde Rowan hasta el
actual, que terminaba con Laker Broome; una lista del profesorado en activo, unos
treinta nombres, de los cuales el último, Alexander Weatherbee había sido agregado
en tinta; el número de libros que había en la biblioteca, veinte mil; alumnos en la
Escuela Superior, ciento doce; canchas de fútbol y diamonds de béisbol, dos. En otra
hoja aparecían los nombres de todos los alumnos de la clase superior, con estrellas
junto a los nombres de los celadores.
Una conmoción en el fondo de la biblioteca hizo que me volviera repentinamente.
El señor Ridpath se hallaba detrás de una de las mesas, gritando:
—¿Qué? ¿Qué? —Su rostro flaco estaba rojo. Con la mano izquierda había
aferrado a Nightingale por el cuello de la chaqueta; con la derecha buscaba algo
debajo de la mesa, tratando de capturar algo que el aterrado Nightingale trataba de
pasar a su compañero de mesa, Tom Flanagan. Ambos muchachos parecían
asustados. Flanagan no tanto como Nightingale. La pregunta del señor Ridpath se
había convertido en una serie de gruñidos animales. Cuando su mano derecha se
cerró sobre el objeto que le enfurecía, lo levantó y dejó escapar un resoplido. Era una
baraja Bicycle—. ¿Cartas? ¿Cartas? —La caja aún estaba abierta, sugiriendo que las
cartas habían sido colocadas allí de nuevo solo un momento antes. Los tres profesores
sentados detrás del señor Ridpath parecían tan sobresaltados como los muchachos,
todos los cuales se habían vuelto ahora para mirar hacia atrás. El señor Ridpath dejó
escapar otro resoplido. Su rostro estaba aún muy rojo—. ¿Quién las trajo aquí? ¿De
quién son? ¡Hablen!
—Mías —murmuró Nightingale. Parecía un ratón que se ahogara en el puño de
Ridpath.
—Bien, yo… —El profesor sacudió un poco más el cuello del muchacho y miró
alrededor, furioso—. No entiendo esto. Usted, Flanagan. Explique.
—Iba a mostrarme un nuevo juego de manos, señor.
—Un. Nuevo. Juego. De manos. —Apretó aún más el cuello del ratón,
retorciéndolo de tal manera que la corbata de Nightingale se ladeó hasta llegar a la
oreja—. Un nuevo truco de naipes. —Luego soltó la baraja Bicycle y al chico.
Cuando el mazo cayó sobre la mesa, le dio un golpe con la mano—. Yo me ocuparé
de esto. Señora Olinger.
Ella se acercó caminando entre las mesas, Ridpath levantó la mano y ella volvió a
su escritorio. Se oyó un ruido en la papelera de metal. En ningún momento había
www.lectulandia.com - Página 25
mirado la baraja—. De modo que hacen trucos —dijo el señor Ridpath—. El primer
día. Por esta vez no les sucederá nada. —Se inclinaba sobre la mesa, mirando con
furia a cada muchacho por turno—. Pero, basta. Que ésta sea la última vez que vea
naipes en un salón de esta escuela. ¿Me oyen? —Nightingale y Flanagan asintieron
—. Trucos. Será mejor que dejen de perder el tiempo y comiencen a memorizar lo
que hay en estas páginas. Necesitarán saberlo, o tendrán que hacer verdaderos juegos
de manos. —Pronunció la amenaza final—: La carrera de ustedes en la Escuela
Superior comienza mal, Flanagan. —Volvió a la mesa del profesor y se tapó los ojos
con las manos.
—Pasen los formularios de registro hacia el final de las filas, muchachos —dijo el
señor Fitz-Hallan. El rostro de color aceituna de Nightingale estaba gris del susto.
Unos minutos más tarde caminábamos por el oscuro corredor hacia una pequeña
escalera de madera, para ver por primera vez a Laker Broome.
El despacho del director estaba al fondo de la casa más antigua, en el corazón de
la vieja construcción. La señora Olinger abría la marcha, iluminando el camino por la
negra escalera con su gran linterna. Murmuraba algo para sí. Los demás la seguían,
seguidos a su vez por el señor Whipple con una vela para que los muchachos vieran
mejor el camino. La vela de Whipple quedó momentáneamente palidecida por la luz
que entraba por una ventana en un descansillo cuadrado. La claridad duró hasta llegar
a otra curva de la escalera, y después de eso nos guió la candela de Whipple hasta una
antesala.
No era una verdadera antesala, estaba formada por el extremo del corredor negro
donde se encontraban las oficinas de la escuela, en el cual había aparecido la señora
Olinger por primera vez. En ese extremo, un arco de madera curvo creaba la ilusión
de que estábamos en una habitación. En el suelo había una alfombra oriental. Sobre
una mesa antigua se hallaba una lámpara de biblioteca y un jarrón persa. Frente al
arco se veía una gran puerta de madera como la entrada de una iglesia medieval, con
dos grandes barras de hierro cruzadas.
Permanecimos en silencio a la luz de la vela. El señor Fitz-Hallan llamó una vez a
la gran puerta. La señora Olinger dijo:
—Adiós, muchachos —y se alejó por el corredor con su característico andar
apresurado e irritado, iluminando el camino con la linterna.
Fitz-Hallan abrió la puerta, y entramos en el despacho del señor Broome.
Una repentina claridad y olor a cera: en todas las superficies había por lo menos
dos velas. La sensación de estar en una iglesia se hizo mucho más fuerte. El director
estaba sentado con las manos detrás de la cabeza. Sus codos formaban unas alas
triangulares y puntiagudas. Sonreía.
—Bien —dijo—. Adelante, muchachos. Quiero mirarlos.
www.lectulandia.com - Página 26
Una vez nos colocamos en dos filas ante el escritorio, bajó los brazos y se puso de
pie.
—Mucho cuidado con tirar esa vela. Son bonitas, pero peligrosas —rió. Era un
hombre delgado, con cabellos grises muy cortos. Tenía profundas arrugas junto a su
boca—. Aun cuando la escuela no está funcionando, el director debe trabajar en su
escritorio. Esto significa que casi siempre me encontrarán aquí. Mi nombre es señor
Broome. No sean tímidos. Si tienen un problema que deseen discutir conmigo, pidan
una cita a la señora Olinger.
Dio un paso atrás y se apoyó en un estante de madera oscura, con los brazos
cruzados sobre el pecho. El director llevaba gafas con montura de concha, de color
mermelada. Su camisa estaba muy almidonada. Ahora me doy cuenta de que era
perfecto… El último detalle en ese despacho con paneles de madera, alfombra
oriental, lleno de libros; el detalle que resultaba coherente con el buen gusto delicado,
deliberado y antiguo del lugar.
—Por supuesto —dijo—, es más probable que las visitas de ustedes se deban a un
motivo menos agradable.
Hizo una mueca.
—Pero eso sólo preocupará a una pequeña proporción de ustedes. En general
nuestros muchachos tienen mucho que hacer, y carecen de tiempo para crear
problemas. Una palabra de advertencia. Los que los causen no durarán mucho aquí.
Si quieren disfrutar de los beneficios de ser alumnos de esta escuela, trabajen mucho,
sean obedientes y respetuosos, y jueguen bien. Consideren las ventajas, no es
demasiado pedir. —Otra vez ofreció su mesurada imitación de una sonrisa—. Eso es
lo que tenemos el derecho, por no decir la obligación, de pedirles, diría yo. Es mi
intención, es intención de la escuela, dejar nuestro sello en ustedes. Dondequiera que
vayan en su vida, la gente podrá decir: «Es un hombre de Carson.» Bien.
Miró por sobre nuestras cabezas a los profesores; la mayoría de nosotros nos
volvimos a mirar atrás. El señor Whipple estaba hojeando los formularios que
habíamos llenado. El señor Ridpath parecía estar en posición de descanso como un
soldado, con las piernas separadas y las manos a la espalda. Los otros dos miraban al
suelo, como si interiormente se distanciaran del director.
—¿Los tiene usted, señor Whipple? Entonces, por favor, tráigamelos.
Whipple se acercó rápidamente al escritorio y colocó la pila de formularios ante
el sillón de cuero del director.
—Los dos de arriba, señor —murmuró, y volvió al fondo de la habitación.
—¿Eh? Sí, ya veo.
La montura de sus lentes se tiñó de rojo cuando pasó ante unas velas y levantó los
dos formularios.
—Los señores Nightingale y Sherman permanecerán aquí un momento. Los
www.lectulandia.com - Página 27
demás pueden volver a la biblioteca a recoger sus libros de texto y sus horarios.
Acompáñelos, señor Ridpath.
Quince minutos más tarde, Nightingale y Sherman aparecieron en la puerta de la
biblioteca y caminaron hacia las mesas ahora cubiertas de libros. Los pómulos de
Sherman estaban muy rojos.
—Bien —murmuré—, ¿qué dijo?
Sherman trató de sonreír.
—Bien, es un pedazo de hielo, ¿no?
Comparamos los horarios frente a nuestros armarios en el corredor del segundo
piso de la parte nueva del edificio, donde las paredes eran grandes paneles de vidrio
que daban a un patio con piedrecillas y un solo árbol, un limero.
Semanas después me enteré por Tom Flanagan de por qué Bob Sherman y Del
Nightingale habían sido retenidos por el señor Broome. Nightingale no había llenado
los espacios correspondientes a los nombres de sus padres. No lo había hecho porque
sus padres estaban muertos. Nightingale vivía con sus padrinos, que acababan de
trasladarse de Boston a una casa de Sunset Lane, a cuatro o cinco manzanas de la
escuela. A Sherman le dieron una buena reprimenda.
Nueva York, agosto de 1969: Bob Sherman
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Sherman—. ¿Puedes contestarme? ¿Qué
carajo estoy haciendo aquí cuando podría estar en la isla bebiendo un coors y
mirando el mar?
Estábamos en su oficina, y él hablaba en voz alta, de manera que podía ser oído a
pesar de la música rock que se oía por el sistema estéreo. Las oficinas ocupaban unas
habitaciones de la vieja embajada alemana, y todas las habitaciones tenían cielorrasos
decorados con molduras de yeso. Ante su largo escritorio y contra la pared había
divanes de cuero. Junto a los altavoces Bose había un gran helecho de Boston que
parecía haber recibido una píldora de vitaminas. Montones de discos se apilaban
descuidadamente en el suelo, y sobre la alfombra.
—Generalmente tú tienes una respuesta. ¿Por qué estoy en este agujero? Tú estás
aquí porque yo estoy aquí, pero ¿por qué estoy yo aquí? Es una de esas eternas
www.lectulandia.com - Página 28
preguntas. ¿Quieres quitar el disco? Estoy harto de oírlo.
Su teléfono sonó por sexta vez desde que yo estaba en la oficina. Dijo:
—Dios mío. —Descolgó el receptor y dijo—: Hola —y me hizo un gesto para
que pusiera un nuevo disco sobre el plato.
Gradué el volumen y me senté en el diván. Sherman hablaba pomposamente. Era
muy hábil para eso. Era abogado. Además tenía una úlcera, los nervios de un gato
neurótico, y los ingresos más altos de todos los de nuestro curso. En esos tiempos su
guardarropa era siempre muy estudiado, y ese día llevaba una chaqueta de color
tostado, gafas de aviador de tinte amarillo, y altas botas amarillas hasta la rodilla.
Sostenía el teléfono bajo el mentón, con los brazos cruzados bajo el pecho, apoyado
contra la ventana, y me sonreía con acritud.
—Te diré una cosa —dijo, después de colgar el receptor—. Fielding debería estar
muy contento de no haberse decidido nunca a entrar en el negocio de la música. Y
tenía más talento que la mayoría de los tipos que tratamos. ¿Todavía está trabajando
para su Ph. D.?
Asentí.
—Te parecerá gracioso, pero cuando te apoyaste contra la ventana como hace un
momento, me recordaste a la Serpiente.
—Realmente me gustaría estar en la isla. La Serpiente —rió. —Laker Broome.
Tendré que comportarme de otra manera. ¿Qué te hizo pensar en él?
—La postura que habías adoptado.
Se sentó y puso las botas sobre el largo escritorio.
—A ese tipo tendrían que haberlo encerrado. No sigue allí, ¿verdad?
—Se jubiló hace años…, le obligaron, en realidad. Yo no habría trabajado para él.
—Yo mismo me había ido de la escuela, después de tres años de enseñar inglés allí
—. Nunca te lo pregunté antes, o si lo hice olvidé la respuesta. ¿Qué te dijo la
Serpiente, aquel primer día? Cuando te retuvo junto con Nightingale en su oficina.
—¿El día en que llenamos los formularios? —me sonrió—. Te lo dije, pero te
olvidaste, tonto. Es una de mis anécdotas favoritas. Pregúntamelo otra vez el sábado
por la noche, si es que vienes.
Entonces recordé… Estábamos en el «cubículo» de su padre, un día caluroso a
fines de otoño, bebiendo té helado en vasos altos que tenían inscrita la frase «Party
Hime» a ambos lados.
—Vine sólo para hablar de eso —dije.
Yo estaba en Nueva York camino de Europa, y Sherman y Fielding eran las
únicas personas que deseaba visitar. Y Sherman era buen cocinero, sus cenas tenían la
prodigalidad de los solteros.
—Muy bien, muy bien. —Ya estaba un poco distante, y me pareció que había
vuelto a recordar los problemas que le causaba su temperamento a los veinte años—.
www.lectulandia.com - Página 29
Vi a Tom Flanagan en la calle el otro día —dijo—. Estaba muy extraño. Parecía tener
cuarenta años. Ese tipo está loco. Lo que hace no tiene sentido. Trabaja en una
especie de pocilga en Brooklyn llamada Red Hat Lounge. La magia volverá cuando
Glenn Miller salga del Canal. Cuando Miss América tenga…
—¿Mala dentadura?
—Una joroba —dijo Sherman.
El sábado por la noche la conversación después de la cena fue tan tranquila como
podía permitirlo Sherman en la época anterior a su traslado a Los Angeles. El famoso
cantante folklórico sentado a mi izquierda, después de limpiarse comida de la barba,
describía un negocio de drogas de un millón de dólares que acababan de realizar otros
dos famosos cantantes folklóricos. La mujer que estaba con Bob, una rubia con el
atractivo de la casa de campo inglesa que siempre le había gustado, había abierto una
botella de coñac; Sherman se apoyaba en un codo, y comía trocitos de tocino de lo
que quedaba de la ensalada.
—Mi amigo, el que está sentado frente a mí, quiere oír un cuento —dijo.
—Muy bien —respondió el cantante folklórico.
—Quiere que le recuerden a la famosa Serpiente y la forma en que me recibió en
su escuela. En ese primer día tuvimos que llenar formularios, y cuando tuve que
responder cuál era mi asignatura favorita, escribí «Finanzas». —La muchacha y el
cantante rieron: Sherman siempre había sido buen narrador—. La Serpiente era el
director, y cuando un gordito llamado Whipple que enseñaba historia le mostró mi
formulario, me retuvo en su oficina después de soltar su discurso de bienvenida a la
escuela. Otro muchachito fue retenido también, y lo hizo salir al vestíbulo. Yo
prácticamente me cagaba en los pantalones. La Serpiente parecía un empresario de
pompas fúnebres. O un asesino a sueldo de alta categoría. Estaba sentado ante su
escritorio y me sonreía. Es la clase de sonrisa que uno dedica a alguien antes de
hacerle papilla.
»Bien —dijo—. Veo que es usted un comediante, Sherman. Creo que no le
servirá. No, no le servirá en absoluto. Pero le daré una oportunidad. Diga algo
gracioso. Juntó las manos detrás de la cabeza. A mí no se me ocurría nada. Qué
muchachito tan patético es usted, señor Sherman —dijo—. ¿Cuál es el lema de esta
escuela? ¿No responde? Alis volat propriis. El vuela con sus propias alas. Supongo
que de vez en cuando también aterriza. Pero vuela, ésa es la clase de muchacho que
queremos aquí. No el que busca la risa fácil y las satisfacciones baratas. Como es
usted demasiado cobarde para hablar, yo le diré algo. Es una historia sobre un
muchacho. Escuche bien:
»“Una vez, hace mucho tiempo, este muchacho, que tenía, veamos, catorce años,
dejó el calor de su hogar y salió al ancho mundo. Se creía muy gracioso, pero en
www.lectulandia.com - Página 30
realidad era un tonto y un cobarde, y más tarde o más temprano terminaría mal.
Atravesó una ciudad, e hizo pequeños comentarios que provocaron risa en la gente.
Pensó que se reían de sus comentarios, pero en realidad se reían de su presunción.
»“Sucedió que el rey de ese país estaba recorriendo la ciudad, y el muchacho vio
su carruaje dorado. Era algo espléndido, hecho por los artesanos del rey, y de oro
macizo, conducido por seis magníficos caballos negros. Cuando el carruaje pasó
junto al muchacho, éste se volvió hacia el buen ciudadano que estaba junto a él y le
dijo: ‘¿Quién es el viejo que va en el carruaje de fantasía? Debe pesar tanto como los
seis caballos. Estoy seguro de que se enriqueció robando a la gente como usted y yo,
hermano.’ Ya ve, estaba interesado en las finanzas. Esperaba que su vecino se riera,
pero el vecino quedó horrorizado…, todos los ciudadanos de ese país amaban y
temían a su rey.
»“El rey oyó el comentario del muchacho. Detuvo el carruaje e inmediatamente
ordenó a uno de sus hombres que bajara y obligara al muchacho a ir a su palacio. Los
hombres bajaron y se apoderaron del muchacho y lo llevaron gritando por las calles
hasta el palacio.
»“Un sirviente arrastró al muchacho por los salones del palacio hasta que llegaron
a la sala del trono. El rey estaba sentado en su trono y miró con furia al muchacho
cuando el sirviente lo empujó hacia él. Dos perros salvajes encadenados saltaron y
gruñeron al muchacho, pero siguieron montando guardia a los lados del trono. El
muchacho casi se desmaya de terror. Vio que los perros no sólo eran salvajes, sino
que estaban hambrientos casi hasta la locura.
»“ ‘De manera que, pequeño comediante —dijo el rey—, me harás reír o te
mataré.’ El estúpido muchacho sólo podía temblar. ‘Estás libre, Skuller’, exclamó el
rey. El perro de la derecha se abalanzó sobre el chico. En un segundo tomó la mano
derecha del chico entre sus dientes. El rey dijo al muchacho que hiciera un chiste
ahora. El muchacho se puso blanco. ‘Estás libre, Ghost’, dijo el rey, y el perro de la
izquierda corrió hacia él y le mordió la mano izquierda. ‘Hiciste comentarios sin
gracia —dijo el rey—. Comiencen a comer, perros míos.’ ”
»“Comiencen a comer, perros míos” —repitió Sherman, sacudiendo la cabeza—.
Estuve a punto de caer al suelo y vomitar. La Serpiente me miraba. “Vete de aquí —
dijo—. Y no vuelvas aquí por una razón tan estúpida.” Caminé tambaleándome hasta
la puerta. Luego oí gruñidos, me di la vuelta y vi un gran doberman que se
incorporaba junto a su sillón. “Fuera de aquí”, me gritó la Serpiente, y yo salí
corriendo de la oficina como si me persiguiera una banda de malhechores.
—Carajo —murmuró el cantante folklórico.
La novia de Sherman lo miraba estupefacta, esperando la parte graciosa, y yo
supe que la historia había terminado; ahora la recordaba perfectamente, como la había
recordado tantas veces antes.
www.lectulandia.com - Página 31
Sherman me sonreía.
—Veo que ya lo recuerdas todo. Cuando estaba cerca de la puerta, el sádico
sentado detrás del escritorio dijo: «Alis volat propriis, señor Sherman.» Vi un cartel
en la pared cerca de la puerta, donde tú lo habrás visto todas las veces que salía de su
oficina. Decía: «No esperes ser un gran hombre. Sé un gran muchacho.»
—Sé un maldito hijo de puta —dijo el cantante folklórico, y luego levantó la
mirada, confundido, porque Sherman y yo reíamos.
La rubia de la casa de campo también reía: Sherman siempre hacía reír a las
mujeres. Yo ya sabía que su indudable éxito sexual se debía en gran parte a esta
capacidad.
Tom Flanagan y Del Nightingale habían recogido sus gorras, como todos
nosotros, de una caja que estaba junto a las puertas de la biblioteca, y al final del
primer día de clase permanecieron un momento en la entrada de la escuela,
probándoselas.
—Creo que tienen ese tamaño que no le queda bien a nadie —dijo Tom. Las
gorras de los dos muchachos eran demasiado grandes y flotaban sobre sus cabezas—.
No te preocupes, las cambiaremos mañana —agregó Tom—. Quedaban muchas en
esa caja. ¿Sabes cómo ponértela, de todas maneras? Este cartelito debe quedar dos
dedos por encima del puente de tu nariz.
Usando los dos primeros dedos de su mano derecha para demostrarlo, se colocó la
gorra con la derecha. Nightingale lo imitó, y se puso la visera sobre el nivel del dedo
más alto.
—Bien, es sólo para el primer semestre —dijo Tom.
Pero luego, al comienzo, compartieron un placer secreto al usar esas gorras
absurdas: Tom porque significaba que estaba en la Escuela Superior…, la entrada a la
edad adulta. Si Tom pensaba que la Escuela Superior era el reino de los seres que
eran casi hombres (los estudiantes adelantados realmente parecían adultos), para Del
era algo más simple y más amplio. Pensaba, sin darse muy bien cuenta de ello, que
ese lugar podía convertirse en su hogar. Al menos Tom se sentía cómodo allí.
En ese momento deseaba ser amigo de Tom Flanagan más que nada en el mundo.
Por supuesto estoy hablando de las emociones de Del Nightingale a los catorce
años, y no estoy seguro de que las experimentara. Debe de haberse sentido muy
www.lectulandia.com - Página 32
solitario en esas primeras semanas en Carson; y Tom me dijo que «Del Nightingale
necesitaba un amigo más que nadie que yo haya conocido. Ni siquiera sabía, así era
yo de inocente, que alguien podía necesitar tanto un amigo. Y tú sabes cómo son las
escuelas: si quieres algo, seguridad o afecto, si los necesitas mucho, significa que no
lo conseguirás. No sé por qué es siempre así». La frase demuestra que Tom era más
sensible de lo que su apariencia indicaba. Con sus cabellos rojizos, su cuerpo atlético
y de baja estatura, parecía que deseaba tener una pelota de fútbol americano en la
mano por encima de todo. Pero otra cosa que uno creía ver en Tom Flanagan era una
honestidad esencial: uno creía ver que era incapaz de afectación, porque jamás lo
creería necesario.
Pienso que Del Nightingale lo miró mientras se ponía el gorro colocando dos
dedos sobre su nariz, y lo adoptó en ese mismo momento.
—El truco que me mostrabas no está en mi libro —dijo Tom—. Me gustaría ver
cómo es.
—Traje muchos libros sobre naipes —dijo Del. No se atrevió a decir nada más.
—Vamos a verlos. Puedo llamar a mi madre desde tu casa. Dijo que iría a
buscarme cuando terminara la inscripción, pero no sabíamos cuándo terminaría.
¿Cómo se va a tu casa? ¿Tienes que tomar un autobús?
—Se puede ir caminando —dijo Del—. En realidad no es mi casa. Mis padrinos
la alquilan.
Tom se encogió de hombros, y bajaron la escalinata de la entrada, cruzaron el
bulevar Santa Rosa y echaron a andar por Peace Lane, que estaba lleno de sol. Carson
estaba en un suburbio lo suficientemente antiguo como para poseer álamos y robles
imponentes en las aceras. Las casas frente a las que pasaban eran las que Tom había
visto toda su vida, la mayoría de ellas alargadas y de dos pisos, de piedra o de madera
blancas. Una o dos casas en cada manzana estaban rodeadas por pórticos cerrados
con persianas. La acera ligeramente irregular era de planchas de cemento que el
tiempo habría vuelto de color gris y cruzada por un laberinto de grietas. Entre las
planchas de cemento crecían las hierbas. Para Del, que se había criado en ciudades y
en pensionados a miles de kilómetros de distancia, todo esto era tan irreal que parecía
un sueño. Por un momento no supo dónde estaba ni adonde iba.
—No te preocupes por Ridpath —dijo Tom—. Siempre grita. Es un entrenador
bastante bueno. Pero te diré quién tiene problemas ya.
—¿Quién? —preguntó Del, echándose a temblar. Sabía que Tom se refería a él.
—Ese Brick. No durará. Te apuesto a que no termina este año.
—¿Por qué lo dices?
—No lo sé exactamente. Parece desvalido, ¿verdad? Un poco tonto. Y Ridpath ya
lo ha señalado. Si su padre estuviera en la comisión, o algo así…, o si su familia
www.lectulandia.com - Página 33
hubiera asistido a la escuela…, ya sabes.
Flanagan caminaba con lo que Del más tarde reconocería como la típica forma de
caminar de Carson, balanceando ligeramente los hombros de un lado a otro y
moviendo la corbata como si fuera un metrónomo. Del vio de inmediato, que ése era
un rasgo de la escuela. Entre tantas cosas extrañas del oeste, la forma de caminar
balanceando la corbata era lo suficientemente conocida como para resultar agradable.
—Creo que lo sé.
—Ah, claro. Espera a ver a Harrison… está en tercer año. El cabello de Harrison
es como el de Brick, pero su padre es un tipo importante. El año pasado su padre
donó quince mil dólares a la escuela para un nuevo equipo de laboratorio. ¿Dónde
está esa casa, de todos modos?
Del soñaba bajo el sol ardiente; la satisfacción de llevar la gorra se unía a la
sensación de irrealidad y a su placer en la compañía de Tom, hasta hacerle olvidar
adonde iban.
—Ah, la manzana siguiente.
Llegaron a la esquina y doblaron. A Del le parecía imposible vivir realmente allí.
No se habría sorprendido al ver a Ricky y a David Nelson jugando a la pelota en el
césped.
—El señor Broome quería hablar contigo —dijo Tom.
—Sí.
—Supongo que tu padre es embajador o algo así.
—Mi padre ha muerto. También mi madre.
Tom dijo rápidamente:
—Por Dios, lo lamento —y cambió de tema. Su propio padre había comenzado a
hacerse poco tiempo atrás una misteriosa serie de radiografías, y a quedarse durante
la noche en el hospital St. Mary. Hartley Flanagan era un abogado muy hábil que
había sido fullback en Stanford. Fumaba tres paquetes al día—. El señor Ridpath no
es muy malo, sólo que no es muy sutil —los dos muchachos sonrieron—. Pero
cuídate de su hijo, Steve Ridpath. Lo recuerdo de la Escuela Elemental.
—¿Es peor que su padre?
—Bien, era mucho peor entonces. Tal vez ahora sea mejor —la boca de Tom se
torció en una mueca dolorosa, adulta, y Del vio que su nuevo amigo dudaba de su
último comentario—. Una vez me pegó porque no le gustaba mi cara. Estaba en
octavo grado. Yo en quinto. Un profesor vio lo que sucedía, pero no lo expulsaron.
Yo traté de no acercarme a él después de eso.
—Esta es la casa —dijo Del, que aún no podía llamarla suya. — ¿Cómo es ese
muchacho?
Tom se quitó la gorra y la dobló para guardarla en el bolsillo del pantalón.
—¿Steve Ridpath? Su apodo es Esqueleto. Pero no lo digas delante de él. En
www.lectulandia.com - Página 34
realidad, si puedes evitarlo, nunca le digas nada. ¿Entramos?
La puerta se abrió y un negro uniformado dijo:
—Los vi venir, a ti y a tu amigo, Del.
En la casa
—Esqueleto… —dijo Del, sacudiendo la cabeza, pero Tom Flanagan miraba al
negro alto y calvo que les había hecho pasar.
Estaba demasiado sorprendido como para no mirar. Algunas familias del barrio
tenían criadas que vivían en la casa, pero nunca había visto antes a un mayordomo.
La primera impresión de que el hombre usaba uniforme se disipó gradualmente
cuando Tom se dio cuenta de que el mayordomo llevaba un traje de color gris oscuro
con camisa blanca y una corbata de seda del mismo tono que el traje. Sonreía a Tom,
disfrutando de la inspección del muchacho. Su rostro ancho parecía joven, pero el
cabello rizado sobre sus orejas era plateado.
—Veo que al joven Del le irá bien en esa escuela si ya ha hecho un amigo tan
despierto.
Tom se ruborizó.
—Este es Bud Copeland —dijo Del—. Trabaja para mis padrinos. Bud, éste es
Tom Flanagan. Está en mi curso. ¿Están ellos en casa?
—El señor y la señora Hillman han salido a ver una casa —dijo el mayordomo—.
Si me dices dónde estaréis, les llevaré lo que deseéis. ¿Coca-cola? ¿Té helado?
—Gracias —dijo Del.
Tom aún se preguntaba si debía dar la mano al mayordomo, y cuando Del dijo
«Coca» se dio cuenta de que había pasado el momento. Pero ya había extendido la
mano, y dijo:
—Coca, por favor, señor Copeland. Mucho gusto en conocerle.
El mayordomo le estrechó la mano, con una sonrisa aún más amplia.
—Yo también me alegro de conocerte. Dos Cocas.
—Estaremos en mi habitación, Bud —dijo Del, y se dispuso a conducir a Tom
por la casa. El living estaba lleno de cajas y cajones. Al pasar por el comedor, Tom
vio que estaba casi completamente ocupado por una gigantesca mesa rectangular de
caoba.
—Si acaban de mudarse, ¿por qué están mirando casas? —preguntó.
www.lectulandia.com - Página 35
—Están buscando una casa más grande para comprarla. Quieren un terreno más
grande, tal vez una piscina… Dicen que este barrio es demasiado suburbano para
ellos, de manera que se mudarán a un lugar todavía más suburbano. —Estaban
subiendo la escalera; en el empapelado había lugares más claros donde antes había
cuadros—. Creo que ni siquiera quieren deshacer el equipaje. Odian esta casa.
—A mí me gusta.
—Deberías ver la que tenían en Boston. Yo vivía con ellos la mayor parte del
tiempo. En verano…
Miró por encima de su hombro a Tom con una expresión tan recelosa que Tom no
sabía si significaba sospecha, temor de que lo interrogaran o deseo de que lo
interrogaran.
—¿En verano?
—Yo iba a otra escuela. Pero su casa de Boston era realmente gigantesca. Bud
también trabajaba para ellos allá. Era muy bueno conmigo. Ah, ésta es mi habitación.
—Del había recorrido un pasillo irguiendo la cabeza, cuyos cabellos oscuros llegaban
al nivel de los ojos de Tom, con más seguridad de la que había demostrado en la
escuela, y ahora se detenía frente a una puerta, para volverse a mirar a Tom. Esta vez
Tom leyó claramente la expresión de su rostro. Estaba entusiasmado—. Si yo fuera
realmente vulgar, diría algo así como: «Bien venido a mi universo.» Adelante.
Tom Flanagan entró, un poco nervioso, en lo que al principio le pareció una
habitación totalmente oscura. Se encendió una luz a sus espaldas.
—Creo que ya ves lo que quiero decirte —dijo Del en tono agudo. Ya no parecía
tan seguro.
Ridpath en su casa
Chester Ridpath estacionó su Studebaker negro en el sendero y alargó la mano
para coger su cartera. Al igual que el tapizado de su coche, ésta había sido reparada
varias veces con cinta adhesiva negra, y los extremos ahora grises de la cinta
aparecían bajo la capa superior. La manija se adhería a sus dedos. Logró colocar la
pesada cartera sobre sus rodillas…, estaba llena de notas mecanografiadas,
formaciones de fútbol americano que se remontaban al año en que había comprado el
coche, libros de texto, planes para las clases, y comunicados del director. Laker
Broome hablaba principalmente a través de comunicados. Le gustaba gobernar desde
www.lectulandia.com - Página 36
cierta distancia, incluso en las reuniones de profesores, en las que se sentaba en una
mesa aparte de la del cuerpo de profesores; la mayoría de sus decisiones
administrativas y disciplinarias se filtraban a través de Billy Thorpe, que había sido
subdirector y profesor de latín con tres directores diferentes. A veces Chester Ridpath
imaginaba que Billy Thorpe era el único hombre del mundo a quien él realmente
respetaba. Era inconcebible que Billy pudiera haber tenido un hijo como Steve.
Resopló, se secó el sudor de la frente, achatando momentáneamente media
docena de rizos, y bajó del coche. El sol ardía a través de sus ropas. La cartera
parecía estar llena de piedras.
Ridpath encontró un manojo de llaves en la profundidad de su bolsillo, las sacó
hasta que apareció la de la casa, y entró. Una música estridente, música para bestias,
agitaba el aire. Suponía que muchos padres oían este ruido al llegar a sus casas. Pero
¿era tan fuerte en otras casas? Steve había traído el tocadiscos de la tienda, había
girado el botón del volumen totalmente a la derecha, y lo había dejado allí. Una vez
en su habitación, se encerró para defenderse de este salvajismo. Ridpath no podía
comunicarse a través de una barrera tan repelente; sospechaba, en realidad sabía, que
de todas maneras Steve no tenía interés en nada que él quisiera decirle.
—Estoy en casa —gritó, y cerró la puerta de golpe… Si Steve no había oído el
grito, al menos sentiría la vibración.
La casa estaba abandonada desde hacía tanto tiempo que Ridpath ya no advertía
la pila de camisas y suéteres sucios en la escalera, las manchas de grasa en la
alfombra. El y Margaret habían comprado la alfombra del living, una Wilton floreada,
a crédito, después de haber hipotecado el salario de Ridpath durante veinte años para
comprar la casa. Durante los quince años transcurridos desde que su esposa lo
abandonara, Ridpath había sentido un placer inconsciente al ver el oscurecimiento
gradual y el deterioro de la alfombra. Había lugares…, frente a su sillón, frente al
sofá…, donde el horrible dibujo de ramos de flores casi había desaparecido.
Sobre las pilas de ropa sucia estaban los recortes de revistas y las páginas de las
historietas que Steve usaba para hacer sus «cosas». No tenían otro nombre. Las
«cosas» estaban pegadas en las paredes de su dormitorio. Corea proporcionaba
muchas de las imágenes que Steve prefería en sus «cosas» y ahora la habitación era
un embrollo de niños que lloraban, jeeps destrozados, muertos con uniforme de
guerra. Los tanques avanzaban por las colinas enlodadas hacia las aulas de clase de
los niños rusos (cortesía de Life). Los monstruos mohosos de las historietas de horror
abrazaban a las muchachas con calaveras en lugar de cabezas. Ridpath nunca volvió a
entrar en la habitación de su hijo.
Dejó caer la cartera junto a su sillón y se sentó pesadamente, sacándose la corbata
por la cabeza, sin molestarse en deshacer el nudo. Después de dejar la chaqueta en el
suelo junto a él, extendió la mano hacia el teléfono, que era lo único que ocupaba ese
www.lectulandia.com - Página 37
estante. Ridpath gritó:
—Bájalo, carajo —y esperó un segundo. Luego volvió a gritar, más fuerte—: ¡Por
el amor de Dios, bájalo!
La música disminuyo de volumen en forma casi imperceptible. Marcó el número
de Thorpe.
—¿Billy? Habla Chester. Acabo de llegar a casa. Pensé que podríamos hablar
sobre los muchachos nuevos. En general parecen bastante buenos. Pero hay algunos
puntos que me gustaría comentarte. Para coordinar el trabajo. ¿Qué te parece? En
primer lugar tenemos una buena perspectiva para el fútbol americano, el muchacho
Hogan. Creo que habrá que vigilarlo un poco en la clase… No, nada definido, es sólo
una impresión. No quiero crearte prejuicios contra el muchacho, Billy. Pero necesita
riendas cortas. Podría ser un verdadero líder. Ahora, las malas noticias. Tenemos a
una verdadera bestia entre los nuevos. Un muchacho llamado Brick, «Dave Brick.
Con el cabello como el de un zulú, con más grasa de la que yo uso en mi auto.
Conozco la clase de actitud que eso significa. Creo que debemos atacar esto de
inmediato, porque una manzana podrida como ésa podría estropear toda la escuela.
Además, hay un sabihondo llamado Sherman. Ya demostró lo que era, estuvo
haciendo chistes con su formulario de ingreso. ¿Anotas los nombres?
Volvió a enjugarse la cara e hizo una mueca hacia la escalera. ¿Cómo podía un
chico escuchar esa música todo el tiempo?
—Uno más. Recuerdas nuestro traslado de Andover, el huérfano…, Nightingale.
Tal vez haya sido un gran error. Quiero decir que es posible que en Andover hayan
estado contentos de liberarse de él. En primer lugar no me gusta su aspecto…, parece
un griego. Este chico Nightingale no me gusta… Bien, Billy, no puedo evitar ver las
cosas de esta manera, ¿verdad? Y tenía razón, además. Lo atrapé con una baraja… Sí,
había sacado unas cartas. En la biblioteca. ¿Me oyes? Dijo que le estaba enseñando
un truco a Flanagan… Sí, un juego de manos. Por favor. Le confisqué las cartas
inmediatamente. Creo que ese chico es un futuro beatnik, o algo así… Bien, nunca se
puede saber, Billy…, tenía las cartas en la mano, me dio trabajo, también… Bien, yo
lo pondría en la lista especial junto a Brick, eso es lo que te digo, Billy…
Escuchó un momento, y su rostro se contrajo, a pesar suyo, en una mueca.
—Claro, Steve irá muy bien este año. Verás un gran cambio en él, ahora que ha
pasado a cursos superiores. Crecen rápidamente a esta edad.
Colgó el receptor, agradecido.
—Crecen…
¿Steve había crecido? No quería hablar de Steve con Billy Thorpe, que tenía dos
muchachos aparentemente brillantes. Cuanto menos pensara Thorpe en Steve
Ridpath, mejor.
Esqueleto. Dios mío.
www.lectulandia.com - Página 38
Ridpath se puso de pie, dejando caer la cartera, dio algunos pasos hacia la
escalera, luego se volvió a recoger la cartera, porque decidió bajar a su escritorio en
el sótano. Tenía que pensar un poco más en el equipo antes de la primera práctica.
Cuando salió del living echó una mirada a la cocina e inesperadamente encontró allí
la silueta delgada y alta de su hijo inclinada sobre el fregadero. Steve apretaba la
nariz y los labios contra la ventana, manchando el vidrio. De manera que había
bajado.
Universo
—Sólo hace tres días que estoy aquí —dijo Del, que ahora realmente parecía
nervioso—, pero no me gustaba seguir con las maletas llenas, como hacen ellos.
Quería subir mis cosas aquí. —Se oyó un ruido de pasos—. Bien, ¿qué te parece?
—Bien… —dijo Tom, que no estaba seguro de lo que pensaba, excepto de que se
sentía bastante asombrado.
En la penumbra, ni siquiera veía todas las cosas de Del. En la pared detrás de la
cama colgaba una estrella gigantesca. La pared de enfrente era un friso de rostros…,
fotografías con marcos. Reconoció a John Scarne por la foto de un libro suyo, y a
Houdini, pero los otros eran desconocidos para él. Eran hombres con rostros serios,
pensativos, en una actitud teatral. Magos. Una calavera sonreía desde un estante
debajo de las fotografías. Del se acercó para encender una vela dentro de ella.
Entonces Tom vio todos los libros sostenidos por la calavera. En medio de la
habitación y sobre el escritorio había una cantidad de objetos de prestidigitación. Vio
una bola de cristal sobre un trozo de terciopelo, una guillotina en miniatura, una
galera, varios cajones lacados con diseños chinos, un bastón negro con puño de plata.
Frente a las largas ventanas, y cubriéndolas totalmente, había un gran tanque verde
que enviaba burbujas en medio de una gran bandada de peces.
—No lo creo —dijo Tom, sin aliento—. No sé por dónde empezar. ¿Todo esto es
realmente tuyo?
—Bien, no lo recibí todo a la vez —dijo Del—. Hace años que tengo algunas de
estas cosas…, desde que yo tenía diez. Entonces comencé a interesarme. Ahora estoy
realmente interesado. Creo que esto es lo que quiero ser.
—¿Mago? —preguntó Tom, sorprendido.
—Sí. ¿Tú también?
www.lectulandia.com - Página 39
—Nunca lo pensé. Pero te diré algo que acabo de pensar ahora.
Del levantó la cabeza como una paloma asustada.
—Creo que el colegio será mucho más interesante este año.
Del lo miró, encantado.
Bud Copeland trajo la Coca-cola en vasos altos con una rodaja de limón entre
cubos de hielo, y durante una hora los dos muchachos examinaron la colección de
Del. Con su voz ansiosa, aguda, el muchacho más pequeño explicó a Tom el
funcionamiento de los trucos que le maravillaban desde que se había interesado por la
magia.
—Todas estas ilusiones son instantáneas, y nadie verá jamás cómo funcionan,
pero yo prefiero la magia de cerca —dijo Del—. Si puedes hacer trucos con cartas a
corta distancia, puedes hacer cualquier cosa. Eso es lo que dice mi tío Cole. —Del
levantó un dedo, siguiendo con el papel dramático que había asumido al colocarse el
sombrero de copa—. No. No del todo. Dijo que uno podría hacer casi cualquier cosa.
El puede hacer cosas que tú no creerías, y no quiere explicármelas. Dice que ciertas
cosas son un arte, no sólo una ilusión, y como son arte son verdadera magia. Y no
puedes explicarlas. —Del bajó el dedo, porque se dio cuenta de que acababa de
entregarse a una actuación pública en un momento privado—. Bien, eso es lo que él
dice, de todas maneras. Parece estar lleno de secretos e información que nadie más
conoce. Es un poco raro, y a veces es capaz de asustarte, pero es el mejor que existe.
Al menos, eso es lo que pienso —su rostro era el de un pequeño derviche negro.
—¿Es un mago?
—El mejor. Pero no trabaja como los demás… en clubs o en teatros.
—¿Entonces dónde trabaja?
—En casa. Da espectáculos privados. Bien, no son realmente espectáculos. En
realidad son para sí mismo. Es difícil de explicar. Tal vez algún día le conocerás.
Entonces verás.
Del se sentó en su cama, mirando a Tom como si lamentara haber dicho tanto. El
orgullo por su tío parecía luchar con otras fuerzas.
Entonces Tom comprendió. La intuición que le había hecho percibir la soledad
del otro muchacho ahora le presentaba un hecho tan claro que necesitaba ser
expresado.
—No quiere que hables sobre él. Y sobre lo que él hace.
Del asintió lentamente.
—Sí. Por Tim y Valerie.
—¿Tus padrinos?
—Sí. No lo comprenden. No podrían comprenderlo. Y, a decir verdad, en realidad
está medio loco. —Del se apoyó sobre sus brazos y dijo—: Veamos lo que tú puedes
hacer. ¿Tienes naipes, o quieres que usemos los míos?
www.lectulandia.com - Página 40
Años más tarde, Tom Flanagan me describió la forma en que Del lo humilló
entonces, en forma sobria, modesta, casi graciosa.
—Yo creía que era bueno con las cartas a los catorce años. Cuando mi padre
enfermó me concentré en el trabajo. No quería pensar en lo que estaba sucediendo.
En un mes me aprendí de memoria todos mis libros sobre prestidigitación con cartas.
—Estábamos en el Red Hat Lounge, donde Sherman me había dicho que trabajaba
Tom… No era una «pocilga» como la llamaba Sherman, pero apenas un poco más—.
Supe que Del trabajaba muy bien cuando me mostró todo lo que tenía en su cuarto.
Tenía la base de un equipo profesional, y lo sabía. Pero yo me consideraba bueno en
juegos de manos con cartas…, en especial en los que se hacen a corta distancia. Me
di cuenta de que él nunca me enseñaría nada. Sabía lo que yo iba a hacer antes de que
lo hiciera, y lo hacía mejor. No le gustaban tampoco las cosas obvias… ni dirigir mal
ni obligar a nadie. Del tenía una memoria fantástica y un gran poder de observación,
y estas facultades están más relacionadas con un buen trabajo de naipes de lo que uno
cree. Me dejó muy atrás… Era la persona más diestra que yo había visto —Tom rió
—. Por supuesto que era el más diestro. Yo no había visto mucho antes de conocer a
Del.
Del inclinó la pantalla de manera que quedó frente a la pared, y oscureció la
habitación. Ahora la gran pecera bloqueaba la mayor parte de la luz que venía de
afuera, y la habitación estaba en tinieblas como la biblioteca al mediodía.
—Tengo que llamar a mi madre —dijo Tom—. Se estará preguntando qué me
sucedió.
—¿Tienes que marcharte ya? —preguntó Del.
—Puedo decirle que venga a buscarme dentro de una hora o algo así.
—Como quieras. Es decir, a mí me gustaría.
—A mí también.
—Perfecto. Hay un teléfono en el dormitorio de al lado. Puedes usarlo.
Tom salió al pasillo y entró en el dormitorio de al lado. Obviamente era el
dormitorio que usaban los padrinos de Del; había maletas de cuero cargadas de ropa,
abiertas sobre la cama sin hacer, cajas con etiquetas apiladas sobre una silla. El
teléfono estaba en una de las mesitas de noche. La guía telefónica también estaba allí,
y en su tapa verde se veían nombres y números telefónicos de inmobiliarias, escritos
a mano.
Tom marcó el número de su casa, habló con su madre, y colgó el receptor al oír
llegar un auto por el sendero. Fue hasta la ventana y vio un gran Jaguar gris que se
www.lectulandia.com - Página 41
detenía frente a las puertas del garaje. Dos personas malhumoradas bajaron del coche.
Tal vez habían estado discutiendo o su mal humor provenía de una discusión
permanente de toda su vida. El hombre era corpulento, rubio y apuesto; llevaba una
chaqueta juvenil que no parecía ir bien con la petulancia y la irritación de su rostro.
La mujer, también rubia, llevaba un vaporoso vestido azul; así como los rasgos de su
marido se habían ablandado, los suyos se habían endurecido. Su rostro, tan irritado
como el de él, jamás podría ser petulante. En el vestíbulo, sus voces se hicieron más
intensas. Pronunciaron el apellido de Bud Copeland con fuerte acento de Boston. En
cualquier casa, en la de Morris Fielding o en la de Howie Stern, éste sería el
momento en que Tom iría a la escalera, se presentaría, y cambiaría algunas palabras
con los dueños de la casa diciendo quién era él y qué hacía. Pero Del no lo llevaría a
conocer a estas dos personas enojadas; y las dos personas enojadas se sorprenderían
si lo hacía. En cambio, Tom fue hasta la puerta de la habitación de Del…, el
«universo» de Del…, entró, y al hacerlo, contribuyó a dar forma a su propio universo.
Cuando llegó su madre, Tom siguió a Bud Copeland por la escalera hasta la
puerta de entrada. Tim y Valerie Hillman estaban en el living lleno de cajas, con
vasos en la mano, pero ni siquiera volvieron la cabeza para verlo partir. Bud
Copeland abrió la puerta y dijo:
—Espero que seas un buen amigo de nuestro Del.
Tom hizo un gesto afirmativo, y obedeciendo a un reflejo extendió la mano. Bud
Copeland se la estrechó cálidamente, sonriendo. Una extraña expresión de
reconocimiento, que perturbó a Tom, pasó momentáneamente por el rostro del
mayordomo.
—Veo que los Flanagan de Arizona son unos caballeros —dijo, reteniendo la
mano del chico—. Cuídate, Colorado.
En el coche, su madre dijo:
—No sabía que habían vendido la casa a una familia de negros.
Tom por la noche
En su sueño, que de alguna manera estaba relacionado con Bud Copeland, un
buitre le miraba. El no miraba al buitre, sino que dirigía sus ojos al suelo arenoso…
www.lectulandia.com - Página 42
Había visto buitres varias veces, esos pájaros grotescos, en los techos de las ciudades
del desierto cuando viajaba con sus padres. El buitre le contemplaba con esa horrible
aceptación paciente, y lo sabía todo acerca de él. Nada sorprendería al buitre ni el
frío, ni el calor, ni la vida ni la muerte. El buitre lo aceptaba todo así como lo
aceptaba a él. Esperaba que el mundo siguiera su curso, y el mundo siempre seguía su
curso.
Este era un buitre de edad mediana. Sus plumas eran grasientas, su pico estaba
oscurecido.
Primero había comido a su padre, y ahora lo devoraría a él. Nada podía detenerlo.
El mundo seguía su curso, y el buitre comía lo que se le daba. El buitre era una
lección de economía.
También su padre, porque su padre estaba muerto… Eso era economía
propiamente dicha. Su padre era un esqueleto colgado de un árbol, y se había
convertido en combustible para buitres. El horrible pájaro dio unos saltos sobre sus
garras y lo examinó. Sí, aceptaba lo que veía.
Y al aceptar, le hablaba: como habrían hablado una serpiente o una comadreja o
un murciélago, en tonos demasiado rápidos y sutiles para comprenderlo. Era crucial
que él supiera lo que decía el buitre, pero tendría que oír muchas veces su voz rápida
y sin sonido antes de comenzar a descifrar su mensaje. Esperaba no volver a oírlo
jamás.
Sin preocuparse, como si Tom no fuera más importante que un arbusto o una
yuca, el buitre torció la cabeza y echó a andar por el desierto.
El calor era muy intenso.
Luego, con la brusquedad de los sueños, Tom ya no estaba en el desierto sino en
un valle verde y fértil. El aire era gris y lleno de humedad, el valle estaba lleno de
helechos, rocas y árboles caídos. Más abajo un hombre con un abrigo largo
continuaba el andar mesurado e indiferente del buitre. Se apartaba del muchacho,
indiferente. Se tornó vago en el aire gris. El hombre desapareció detrás de una piedra,
volvió a aparecer, y se esfumó.
En el lugar donde había estado, apareció un gran pájaro sin color que aleteó
silencioso en el aire oscuro.
Tom despertó, seguro de que su padre estaba muerto. Su padre estaba acostado
junto a su madre en el dormitorio, muerto. El corazón de Tom le impulsaba a seguir
adelante, golpeaba dolorosamente contra sus costillas, su garganta, le obligaba a
echar a un lado la sábana y a cruzar su habitación oscura hasta la puerta. Gimió,
sintió que iba a gritar. La oscuridad era hostil, y le rodeaba. Salió de su habitación y
fue por el pasillo hasta la habitación de sus padres.
Temblando, tomó el picaporte. El grito alojado detrás de su lengua trataba de
escapar. Tom cerró los ojos y abrió suavemente la puerta. Luego abrió los ojos y entró
www.lectulandia.com - Página 43
en la habitación de sus padres.
Jadeó lo suficientemente fuerte como para despertar a su madre. Estaba sola en la
gran cama. En el lado de su padre, las sábanas estaban tan estiradas como si se
hubiera realizado una amputación.
—¿Tom? —dijo la madre.
—Papá.
—Ah, Tommy, está en el hospital. Para unos análisis. ¿No te acuerdas? Volverá
mañana. No te preocupes, Tommy. Todo andará bien.
—Tuve una pesadilla —dijo él con voz ronca, se disculpó y volvió tambaleando a
su propia cama.
10
Poesía
Antes del almuerzo al día siguiente, mientras Rachel Flanagan iba a St. Mary’s a
buscar a Hartley, Tom se sentó ante su escritorio y compuso el primer y último poema
de su vida. No sabía por qué de pronto quería escribir poesía… Nunca la leía, apenas
sabía lo que era, y su idea de la poesía era la estrofa sentenciosa que le habían hecho
aprender en la Escuela Elemental:
Allí está el hombre, con el alma tan muerta
que nunca se ha dicho a sí mismo:
ésta es mi tierra, ¡mi tierra natal!
Sus propios versos parecían tan distintos de la verdadera poesía que no se tomó la
molestia de ponerles título.
Esto es lo que escribió:
Hombre en el aire, ¿vuelas con tus propias alas?
Los animales y los pájaros te hablan,
y tú en el aire los comprendes.
www.lectulandia.com - Página 44
El béisbol, la magia, los sueños atribulan
mi mente, los naipes persiguen a otros naipes
y se dispersan en un valle.
Hombre en el aire, ¿eras tú ese pájaro
que desapareció por arte de magia en la oscuridad?
Hombre en el aire, sé otra vez mi padre. Ahora,
mientras tú y yo y él tenemos tiempo.
Dos años más tarde, cuando luchaba por escribir un poema que le había indicado
como tarea el señor Fitz-Hallan para la clase de inglés, descubrió que era incapaz de
hacerlo, aunque tratara de seguir las indicaciones de Fitz-Hallan. («Podrías comenzar
todos los versos con la misma palabra. O nombrar un color en cada verso. O terminar
cada verso con el nombre de un país diferente.») Sacó el viejo poema de su escritorio
y, sin saber qué hacer, lo entregó. El poema volvió con una muy buena nota y el
comentario en letra cursiva de Fitz-Hallan: «Este poema es sensible y maduro, y debe
haberte resultado difícil escribirlo. ¿No le has puesto título? Me gustaría publicarlo
en la revista de la escuela, si lo permites.»
Bajo el título «Cuando todos vivíamos en el bosque» apareció en el número
invernal de la revista de la escuela.
11
Más frío que un muñeco de nieve
En el gran salón del extremo del pasillo, desfilamos ante las dos hileras de
asientos en nuestro primer acto escolar. El señor Broome, la señora Olinger y un
hombre alto de pelo gris, con un rostro largo y severo, que parecía presidente de un
Banco, estaban sentados en sillas plegables entre nosotros. Los de segundo año
detrás, luego los de tercero, y los del curso superior en las últimas filas. Advertí que
casi todos los muchachos llevaban una camisa azul y una corbata rayada bajo la
chaqueta; muchos de ellos llevaban trajes enteros. En conjunto, los alumnos de las
www.lectulandia.com - Página 45
clases elementales y superiores tenían buen aspecto.» Eran privilegiados, y el
privilegio les rodeaba como una armadura. En sus rostros se veía la seguridad de que
nunca tendrían que tomar nada en serio. Por primera vez en mi vida comprendí el
viejo adagio de que los ricos eran más atractivos.
El señor Broome se puso de pie y se dirigió al atril. Recorrió las primeras filas
con sus ojos, y luego su rostro adoptó una seca máscara administrativa.
—Muchachos. Comencemos con una plegaria.
Hubo algunos ruidos, mientras un centenar de muchachos se ponían de rodillas.
—Danos la sabiduría de saber qué está bien, y la comprensión para saber qué es
bueno. Aprovechemos el conocimiento, y usémoslo para convertirnos en hombres
mejores. Pasemos este nuevo año escolar con esperanza, con diligencia y disciplina, y
con aplicación siempre renovada. Amén.
Levantó la mirada.
—Bien. Comenzamos un nuevo año. ¿Qué significa esto? Significa que se les
pedirá a ustedes que hagan un gran esfuerzo. Se les pedirá que trabajen con más
intensidad que nunca, y que abran sus mentes. La universidad está un poco más cerca
para todos, y la universidad no es para haraganes. Por lo tanto, aquí no permitimos
flojos ni haraganes. Presten atención a esto especialmente, alumnos de los cursos
superiores, tendrán muchos obstáculos que vencer este año. Pero nuestra escuela no
se propone educar el intelecto a expensas del espíritu. Y estoy seguro de que el
espíritu se manifiesta en primer lugar en el espíritu escolar. Algunos de ustedes no
durarán hasta fin de año, y eso no siempre se deberá a la estupidez. Ustedes pueden,
en realidad deben, demostrar su espíritu escolar en su comportamiento, en su trabajo
en la clase y en su trabajo atlético, en sus relaciones entre ustedes. En la honestidad.
En la dedicación. Probaremos todo esto. Les aseguro, alumnos de los primeros y de
los últimos cursos y de los cursos intermedios, que no vacilamos en deshacernos de
los que fracasan. Otras escuelas tienen mucho lugar para ellos. Pero nosotros no los
toleraremos. Porque es el alumno quien fracasa, no la escuela. Les damos el mundo,
caballeros, pero ustedes deben mostrarse dignos de él. Eso es todo. Primero saldrán
los alumnos de los cursos superiores.
—Más frío que un muñeco de nieve —murmuró Sherman mientras
permanecíamos en el mismo lugar—. Espera a oír el de los perros.
12
El hombre alto de cabello gris y aspecto de empleado de Banco que se hallaba
junto al señor Broome era el señor Thorpe, y ya estaba ante su mesa cuando entramos
www.lectulandia.com - Página 46
en su habitación. Era una de las diminutas habitaciones con paneles de madera en la
parte vieja de la escuela, con una atmósfera tan cargada que parecía envolvernos
como una manta. Un muchacho de espesos cabellos rubios y gafas negras estaba de
pie junto al profesor. Obviamente habían estado hablando, y guardaron silencio
mientras nos sentábamos.
El señor Thorpe dijo:
—Este es Miles Teagarden, un alumno del último curso. Dedicará un rato a
explicarnos las normas de los alumnos del primer curso. Escúchenlo. Es el celador,
uno de los líderes de esta escuela. Comience, señor Teagarden.
Thorpe se apoyó en el respaldo de su silla y nos miró con benevolencia.
—Gracias, señor Thorpe —dijo el alumno del curso superior—. Nada tienen que
temer de sus comienzos como alumnos del primer curso. Si están bien familiarizados
con todo lo que tienen que saber, les irá bien. Tienen sus gorras y sus listas. Usen la
gorra en todo momento cuando no estén en clase y en el camino de la escuela a su
casa. Usen la gorra en todas las funciones atléticas y en todas las funciones sociales.
Diríjanse a todos los alumnos de las clases superiores llamándolos «señor». Aprendan
nuestros nombres. Eso es esencial. También lo es aprender las canciones y el resto de
la información que se encuentra en las hojas. Si un alumno del curso superior deja
caer sus libros al suelo, recójanlos. Llévenlos adonde él les indique. Si un alumno del
curso superior está parado frente a una puerta, salúdenlo por su nombre y abran la
puerta. Si un alumno del curso superior les dice que le aten los cordones de los
zapatos, átenle los cordones de los zapatos y denle las gracias. Hagan cualquier cosa
que un alumno del curso superior les indique. Inmediatamente. Aunque les parezca
ridículo. ¿Entienden? Y si un alumno del curso superior les hace una pregunta,
llámenlo por su nombre y respóndanle. Obedezcan las reglas y tendrán un buen
comienzo.
—¿Eso es todo? —preguntó el señor Thorpe—. Si es así, puedes marcharte.
Teagarden recogió una pila de libros del escritorio de Thorpe y salió
apresuradamente de la salita. Thorpe siguió mirándonos, pero ya sin benevolencia.
—¿Por qué es importante todo esto? —Hizo una pausa, pero nadie trató de
responder—. ¿Qué destacó particularmente el señor Broome en la reunión de esta
mañana? ¿Bien?
Un muchacho que yo no conocía levantó la mano y dijo:
—El espíritu de la escuela, señor.
—Bien. Tú eres… ¿Hollingsworth? Bien, Hollingsworth. Tú escuchaste. Tus
oídos estaban atentos. Seguramente los demás estaban dormidos. ¿Y qué es el espíritu
de la escuela? Es poner la escuela en primer lugar. Ponerse ustedes en segundo lugar
con respecto a la escuela. Aún no saben hacerlo. Miles Teagarden sabe hacerlo. Por
eso es celador.
www.lectulandia.com - Página 47
Se puso de pie y se apoyó en el estante de las tizas. Parecía inmensamente alto.
—Pero ahora llegamos al punto más lamentable. Mírense. Por favor… mírense.
Por el aspecto que tienen se diría que son incapaces de encontrar el camino de su casa
por la noche. Alguno de ustedes probablemente ni siquiera pueden ver porque el pelo
les cubre los ojos. Se les ve descuidados, muchachos. Descuidados. Eso es ofensivo.
Es un insulto. Si insultan a los alumnos de los cursos superiores con su aspecto, les
aseguro que ellos se lo harán saber. Esta no es una escuela fácil. ¡No! —Gritó la
última palabra, haciendo que nos enderezáramos bruscamente en nuestros asientos—.
¡No! No es una escuela fácil. Tenemos que rehacerlos, muchachos, moldearlos.
Convertirlos en nuestro equipo de muchachos. De otra manera fracasarán,
muchachos, fracasarán, irán hacia la desgracia o la destrucción. Destrucción, un
sustantivo que significa aquello que derriba, deshace, mata, aniquila. Estarán
destinados a la destrucción, destinados a la destrucción, si no aprenden las lecciones
morales de esta escuela.
Thorpe aspiró aire ruidosamente y se pasó la palma de la mano por sus lacios
cabellos grises. Era un horno de emociones, este Thorpe, y estas actuaciones
aterradoras eran habituales en él.
13
Los profesores
Cuando pasaron las primeras semanas, las personalidades de nuestros profesores
se convirtieron en algo tan fijo como las estrellas y eran tan predecibles sus
excentricidades como las posturas de las estatuas de mármol. El señor Thorpe gritaba
y perseguía; el señor Fitz-Hallan seducía; el señor Whipple, incapaz de inspirar terror
o amor, oscilaba tratando de inspirar las dos cosas y, por lo tanto, era despreciado. El
señor Weatherbee revelaba ser un maestro natural, y nos conducía con gran dominio
por los primeros pasos del álgebra. (Dave Brick resultó ser un genio matemático y
comenzó a usar una ostentosa regla de cálculo en un estuche abrochado a su
cinturón.) Thorpe era capaz de congelarle a uno el estómago y la mente; Fitz-Hallan,
cuya familia era rica, devolvía su salario a la escuela y de esa manera ganaba el
privilegio de enseñar lo que quería: Los cuentos de Grimm, La Odisea, Grandes
esperanzas y Huckleberry Finn, y E. B. White para el estilo; Whipple era tan haragán
que dedicaba gran parte de la clase a leer en voz alta el texto. Su único verdadero
interés eran los deportes, donde actuaba como asistente de Ridpath.
www.lectulandia.com - Página 48
Sus vidas fuera de la escuela eran inimaginables para nosotros; en los bailes,
veíamos a las esposas, pero nunca pudimos creer realmente en ellas. Sus casas
también eran misteriosas, como si ellos, al igual que nosotros, no tuvieran esposas
sino padres, y tanta tarea que sus verdaderos hogares fueran el edificio viejo, el anexo
moderno y el área de deportes.
14
Acabábamos de salir del aula de Fitz-Hallan, y algunos alumnos del curso
superior salían de una clase de francés en el aula de al lado. Bobby Hollingsworth
había identificado a la mayoría de los muchachos mayores, para los que éramos
nuevos en la escuela, y yo conocía la mayoría de sus nombres. Adoptaron una actitud
decidida y superior al observar que estábamos sacando libros de nuestros armarios.
Se acercaron en cuanto Fitz-Hallan desapareció en su oficina. Steve Ridpath se
colocó directamente frente a mí. Tuve que mirarlo a la cara. Yo era vagamente
consciente de que un celador llamado Terry Peters se había parado frente a Del
Nightingale, y de que otro alumno del curso superior llamado Hollis Wax le quitaba
la gorra de la cabeza a Dave Brick. Los otros tres o cuatro alumnos del curso superior
nos miraron, sonrieron a Hollis Wax (que no era más alto que Dave Brick) y
siguieron caminando por el pasillo.
—¿Cómo me llamo? —preguntó Steve Ridpath.
Se lo dije.
—¿Y cómo te llamas tú, insecto?
Le dije mi nombre.
—Recoge mis libros. —Llevaba cuatro pesados libros de texto y una pila de
papeles bajo un brazo, y los dejó caer al suelo—. Date prisa, imbécil. Tengo clase.
—Sí, señor Ridpath —dije, y me agaché.
El estaba tan cerca que tuve que retroceder agachado dentro de mi armario para
recoger sus libros. Cuando me incorporé, él se había inclinado para mirarme
directamente a la cara.
—Porquería —dijo.
La razón de su apodo era más aparente que antes. Excepcionalmente flaco,
Esqueleto Ridpath, desde cierta distancia, parecía un muñeco de palo vestido; los
puños de la camisa le caían sobre las manos, los cuellos le quedaban muy grandes. De
cerca, su rostro era tan delgado que la piel brillaba con un color blanquecino; una
cierta flojedad bajo los ojos era la única carne visible. Por encima de esas bolsitas
grisáceas, sus ojos eran muy pálidos, casi blancos, como los blue jeans viejos. Sus
www.lectulandia.com - Página 49
cejas eran dos leves trazos de color marrón plateado. En el aire entre nosotros había
un fuerte olor a Old Spice, aunque su piel parecía demasiado estirada como para tener
barba: como si no tuviera lugar en ella.
—Has mezclado las hojas —dijo, y puso una hoja de papel doblada bajo mi nariz
—. Cinco verticales, ahora mismo.
—Ah, vamos, Steve —dijo Hollis Wax.
Vi que Hollis Wax había «enlazado» a Dave Brick, que ahora estaba en posición
de firmes, con los brazos extendidos en ángulo recto ante él, cargados con los libros
de Wax.
—Cállate. Cinco. Ahora mismo.
Pasé junto a Ridpath e hice cinco verticales en el corredor.
—¿Quién fue el primer director, porquería?
—B. Thurman Banter.
—¿Cuándo fundó la escuela y cuál era su nombre entonces?
—Fundó la Academia Lodestar en 1894.
Me puse en pie.
—Mierda —me silbó, con el rostro contorsionado.
Luego se volvió, extendió su brazo de simio y me dio un puñetazo en la cabeza…
que llegó a dolerme Sus nudillos parecían agujas. El golpe no me sorprendió: había
visto el odio irracional en sus ojos. Movió su cabeza huesuda y me miró con alegría.
—Vamos. Tengo que ir a clase.
Pero nos detuvimos unos pasos después.
—¿Quién es este gordo asqueroso, Waxy?
—Brick —dijo Wax.
Dave Brick transpiraba, y la gorra se le había caído hasta taparle los ojos.
—Brick. Dios mío. Míralo. —Ridpath tomó a Brick por el mentón y le retorció la
piel entre dos de sus largos dedos—. ¿Cuántos libros hay en la biblioteca, Brick?
¿Cuál es mi nombre, Brick? —Hundió uno de sus dedos huesudos en la mejilla de
Brick y la presionó contra los dientes—. No lo sabes, ¿eh, imbécil?
—No, señor —respondió Brick casi llorando.
—Señor Ridpath. Ese es mi nombre, estúpido. Recuérdalo, Brick el Pito. Será
mejor que te cortes ese horrible pelo de zulú. Tiene más grasa que la que tienen la
mayor parte de los tipos en las orejas.
Yo estaba «junto a él con sus libros, y vi a Tom Flanagan y a Bobby
Hollingsworth que venían hacia nosotros. Se detuvieron en mitad del pasillo.
—¿Y quién es esta bola de grasa? —preguntó Ridpath a Terry Peters.
—Nightingale —respondió Peters.
—¡Ah! Nightingale —repitió Ridpath—. Tendría que haberlo sabido. Pareces un
griego de mierda, ¿verdad, Nightingale? Así que sabes mucho de cartas, ¿eh? Ya me
www.lectulandia.com - Página 50
ocuparé de ti más tarde, pajarito. Ese es un buen nombre para ti. Te oí piar. —Parecía
muy excitado. Volvió su horrible rostro hacia mí—. Vamos, porquería. Ah, mierda.
Dame los libros.
El, Peters y Wax corrieron por el vestíbulo en dirección al sector antiguo.
—Parece que ya tenéis sobrenombres —comentó Tom Flanagan.
15
Dave Brick estaba destinado a llevar el nombre obsceno que le había dado
Esqueleto Ridpath, pero Del Nightingale lo pasó peor durante el entrenamiento de
fútbol americano del viernes por la noche, en la primera semana de octubre. Del,
Morris Fielding, Bobby Sherman y yo estábamos sentados en el banco con otros…,
gente de primero y segundo año… Nuestro equipo había perdido el primer partido la
semana anterior. Chip Hogan hizo nuestro único tanto. El tanteo final fue veintiuno a
siete, y el señor Whipple y el señor Ridpath dedicaron los cuatro entrenamientos
siguientes a dirigirnos frenéticamente en los ejercicios y tácticas de juego. Sherman y
yo odiábamos el fútbol americano, y esperábamos el año siguiente, en que podríamos
cambiarlo por el otro fútbol; Morris Fielding tenía pocas aptitudes pero lo toleraba
bien y jugó con una persistencia empecinada que Ridpath admiraba; Del, que pesaba
poco más de cuarenta y cinco kilos, no tenía remedio. Con el equipo acolchado que
nos daba a todos aspecto de estar hinchados, Del parecía un mosquito aplastado bajo
bolsas de arena. Todos los ejercicios lo cansaban, y después de correr y saltar, apenas
podía mover las piernas durante el resto de las prácticas.
Después del salto de rana, Ridpath nos hizo formar en fila ante el artefacto para
practicar tackle. Era una pesada estructura de metal como un trineo sobre rieles, y los
palos delanteros estaban forrados y tenían el tamaño de un punching-ball. Nosotros
estábamos formados en dos largas filas, y corríamos de dos en dos hasta los palos y
tratábamos de mover el artefacto. Chip Hogan y tres o cuatro muchachos lograron
hacerlo girar en círculo. Morris Fielding y yo lo empujamos unos treinta centímetros.
Cuando Tom Flanagan y Del lo golpearon, el lado de Tom se movió bruscamente y el
de Del nada en absoluto. Los dos muchachos cayeron al suelo.
—Enderécenlo y vuelvan a hacerlo —gritó el señor Ridpath. —Empújenlo hacia
atrás… necesitamos bloqueo.
Flanagan y Nightingale empujaron el pesado artefacto hacia atrás hasta llevarlo
donde estaba antes. Se abalanzaron sobre él y golpearon. Otra vez el peso de Tom le
imprimió un movimiento lateral y Del cayó al suelo.
—¿Quién eres tú, Florencia Nightingale? —gritó Ridpath.
www.lectulandia.com - Página 51
Florencia. Ese nombre absurdamente Victoriano: Ridpath se rió de su propia
invención, y todos nosotros nos reímos también: Del había quedado bautizado. En ese
momento apareció Whipple, angelical y con el rostro enrojecido y su chaqueta de
instructor, y el señor Ridpath corrió por el campo hacia el lugar donde el equipo de
primera comenzaba en ese momento a hacer gimnasia; pero el cambio de instructores
llegó demasiado tarde para Del.
—Apóyate sobre mis hombros, Florencia…, yo lo moveré —gritó un muchacho
musculoso y amable llamado Pete Baylis. Y a Del le quedó el nombre.
Durante el resto de la hora proseguimos con las prácticas.
Compartíamos un vestuario con los muchachos mayores, y después del entreno,
cuando ya se habían guardado los equipos y acabábamos de volver de las duchas, los
muchachos del equipo de primera entraron ruidosamente en ese lugar con olor a
transpiración y lleno de ecos. Esqueleto Ridpath estaba entre ellos, muy sucio y con
un hematoma en la mejilla izquierda… Jugaba porque su padre le obligaba, y en el
último tiempo del partido del equipo de primera que siguió al nuestro, cometió dos
fouls.
Los alumnos de tercero y cuarto comenzaron a arrojar sus cascos en los armarios,
gritándose unos a otros. Esqueleto Ridpath se desvistió más lentamente que los otros,
y estaba quitándose las almohadillas cuando la mayoría de los otros jugadores ya
estaban en las duchas del otro lado del vestuario. Vi que nos miraba, sonriéndose.
Una vez que estuvo en calzoncillos, se puso de pie, pasó por encima del banco y se
acercó a nosotros.
—Ahora también admiten niñas, creo —dijo, mirando a Del Nightingale. Del
había bajado la cabeza y se estaba poniendo los pantalones—. Eh, Florencia. ¿Sabes
lo que les sucede a las chicas cuando las atrapan en los vestuarios? ¿Eh?
—Cállate —dijo Tom Flanagan.
Ridpath levantó una mano como si estuviera por abofetear a Flanagan… Se
encontraba por lo menos a dos metros de distancia.
—Idiota. Estoy hablando con tu novia. ¿Eso eres, Florencia? ¿Su novia?
Dio un paso adelante: era por lo menos el doble de alto que Del, y parecía una
larga lombriz blanca. Además parecía loco, invadido por algún odio oculto y
creciente: era obvio que sus comentarios no eran insultos escolares comunes, y los
diez o doce que quedamos en la habitación permanecimos inmóviles, realmente
incapaces de imaginar qué podría llegar a hacer. Por un segundo pareció un gigante
demente y furioso.
Su rostro golpeado se torció en una mueca y dijo:
—¿Por qué no chupas…?
Tom Flanagan salió del banco como una bala y corrió hacia él.
Esqueleto adelantó un puño y le dio a Tom en el pecho. Luego salió saliva de su
www.lectulandia.com - Página 52
boca, en su rostro se veía furia y desconcierto, y le dio un empujón a Tom que volvió
a arrojarlo en nuestro banco.
Bryce Beaver, uno de los alumnos de cuarto año a quien más tarde expulsarían
por fumar, volvió desnudo de la ducha, con una toalla verde de la escuela alrededor
del cuello.
—Eh, Esqueleto, ¿qué carajo estás haciendo? —preguntó estupefacto—. Tu padre
estará aquí dentro de un segundo.
—Odio a estas mierditas —dijo Esqueleto con una mueca de odio en su rostro
sucio y golpeado, y se volvió. De espaldas se le veía flaco y frágil.
Se abrió la puerta y se cerró de inmediato. La voz del señor Whipple llegó a
nosotros diciendo:
—…Trabajen en esos ejercicios, que Hogan encuentre…
Bryce Beaver sacudió la cabeza y comenzó a secarse las piernas con la toalla. El
señor Ridpath y el señor Whipple entraron en el vestuario, trayendo consigo un
aroma de aire fresco, que sólo duró un momento. Observé que el señor Ridpath
luchaba por conservar su sonrisa mientras miraba a su hijo.
16
Dos semanas más tarde, durante el entrenamiento de los alumnos de los cursos
superiores, vi que Tom Flanagan hacía caer repetidamente a Esqueleto Ridpath,
aunque el juego estuviera del otro lado del campo. La tercera vez que esto sucedió,
Esqueleto esperó a que Whipple mirara hacia otro lado y dio un puntapié a Tom en la
cara. En el juego siguiente, Tom Flanagan tacleó y lo arrojó al suelo tan salvajemente
que yo oí el ruido desde la tribuna.
—¡Muy bien! ¡Muy bien! —grito el señor Ridpath—. ¡Eso se llama espíritu!
17
Medianoche, sábado: dos dormitorios
En la habitación de Del, los muchachos estaban acostados cada uno en su cama,
charlando en la oscuridad. Tim y Valerie Hillman hacían demasiado ruido como para
www.lectulandia.com - Página 53
que pudieran dormir; Tom oía a Tim Hillman que gritaba: «¡Puta! ¡Puta!», cada tanto.
Los dos Hillman habían estado borrachos durante la cena, Tim más que Valerie. Bud
Copeland había atendido a los muchachos en la cocina, luego despejó la mesa y dijo:
—Esta noche hay problemas. Ustedes, muchachos, acuéstense temprano y
tápense los oídos.
Pero no era posible. Los gritos de Tim y las bruscas intervenciones de Valerie
resonaban en toda la casa.
—El tío Cole dice que Tim bebe tanto que se convierte en otra persona —dijo Del
en la oscuridad—. Si está borracho, es otra persona. O preferiría serlo.
—¿Preferiría ser eso?
—Eso creo.
—Caramba.
—Bien, el tío Cole nunca se equivoca. Créeme. Nunca se equivoca en nada.
¿Quieres saber lo que dice de la magia?
—Claro que sí.
—Es como lo que decía sobre Tim. Dice que un mago debe estar aparte de la vida
cotidiana… Tiene que convertirse en una nueva persona, porque tiene un proyecto
especial. Para hacer magia, para hacer magia importante, debe saberse parte del
universo.
—¿Parte del universo?
—Una pequeña parte que contiene a todo el resto. Todo lo que hay fuera de él
está también dentro de él. ¿Te das cuenta?
—Creo que sí.
—Bien, si te das cuenta, comprenderás por qué quiero ser un mago. La ciencia es
pura cabeza, ¿entiendes? Los deportes son todo cuerpo. Un mago utiliza todo su ser.
El tío Cole dice que un mago está en síntesis. Síntesis. Dice que uno es en parte
música y en parte sangre, en parte un pensador y en parte un asesino. Y si puedes
encontrar todo eso dentro de ti y controlarlo, mereces ocupar un lugar aparte.
—De manera que esto tiene que ver con el control. Con el poder.
—Claro qué sí. Con ser Dios.
Tom sabía que Del esperaba que respondiera, pero no podía. Aunque no era
religioso y no había entrado en una iglesia desde la Navidad anterior, el último
comentario de Del lo había turbado profundamente.
Desde el otro lado de la habitación, oía la sonrisa de Del.
—Vi lo que le hiciste a Esqueleto, ¿sabes? Tú también eres un asesino.
El susodicho Esqueleto, que estaba seguro de ser un asesino, estaba como los dos
muchachos más jóvenes en una cama en una habitación oscura. Lo que pasaba por su
mente era sorprendentemente similar (la similitud por cierto habría sorprendido a Del
www.lectulandia.com - Página 54
Nightingale) al contenido de la conversación de los muchachos. Música, y no gritos,
era lo que llenaba el aire alrededor de él…, un disco de Bo Diddley. Fuerte: música
tan densa y tan penetrante que parecía adentrarse en su piel, meterse entre él y la
cama y levantar su cuerpo para hacerlo flotar.
Esqueleto sabía que él era una parte del universo, y que el odio que era su parte
mejor y más fuerte atravesaba el universo como una barra de acero. Esqueleto
también había visto buitres en el desierto, y violentas franjas de color en el cielo del
desierto, y había visto la arena, lejos de la ciudad, que se torna púrpura y roja al llegar
la noche. Aun en su infancia frustrada y vacía, sabía que esas cosas le pertenecían,
que daban la misma nota que los negros sentimientos en su interior. Las otras
personas eran conejos enceguecidos y engañados: miraban el desierto y veían lo que
ellos llamaban «belleza», se mantenían detrás de una pared. Otras personas tenían
miedo de ver la verdad dentro de sí mismas, que era también la verdad en el corazón
del mundo. Todo hombre era un asesino…, eso era lo que Esqueleto sabía. Cada hoja,
grano de arena, contenía en sí un asesino. Si uno tocaba un árbol, sentía una onda de
negrura que salía de él, que surgía del suelo y respiraba por la corteza.
Y después, cuando se puso a trabajar cada vez más en sus «objetos», cuando
colocó imágenes de dolor y de miedo en sus paredes, comenzó a acercarse cada vez
más a la verdad. Esqueleto había empezado a tener ideas sobre sus «objetos», ideas
que apenas podía contemplar. Eran una unidad, esa unidad que era Esqueleto Ridpath,
pero eran algo más.
Y últimamente…
Últimamente…
Al espiar sus nuevas ideas había visto reflejos de su poder. Un hombre estaba
mostrándole cuánta razón tenía y qué poco sabía todavía. Era como si el hombre
hubiera saltado fuera de esas paredes, hubiera salido de las «cosas» y hubiera
levantado su sombrero de alas anchas para mostrar el rostro de una bestia. El hombre,
que estaba en todas partes y en ninguna parte, en sus sueños y desapareciendo
mientras pasaba de una habitación a otra, era animal, árbol, desierto, pájaro…
Llevaba un abrigo largo, su sombrero le ocultaba la cara… El era lo real. Hablaba con
Esqueleto cuando Esqueleto pensaba en él; y esto es lo que le decía: He venido a
salvarte la vida. Quería algo del pobre Esqueleto, su voluntad se dirigía al pobre
Esqueleto, y el pobre Esqueleto se habría cortado todos los dedos de una mano por él.
Tenía el poder de hacer que un rey pareciera débil. Era como la música en el corazón
de la música, lo que los músicos tocarían si tuvieran una altura de tres metros y medio
y estuvieran hechos de trueno y lluvia.
El es yo, pensó Esqueleto. Yo. Sonrió en la oscuridad a la imagen de un pájaro
gigantesco.
www.lectulandia.com - Página 55
18
«La muchacha de los gansos»
—«Había una vez una vieja reina, cuyo marido había muerto mucho tiempo atrás,
y tenía una hermosa hija» —leyó el señor Fitz-Hallan—. Primera oración del cuento
La muchacha de los gansos. ¿Sobre qué nos dice que será la historia?
—Sobre la hermosa hija —respondió Bobby Hollingsworth, levantando la mano.
—Muy bien. Vieja reina, rey muerto, hija joven y hermosa. Pronto estará sola en
el mundo, sospechamos. Al fin y al cabo, ya es medio huérfana. Si este cuento es
típico, pronto la enviarán en busca de algo… Y aquí está, en la segunda oración. La
envían a casarse con un príncipe, en un lugar lejano. ¿Qué le sucede?
—Tiene una criada malvada que la aterroriza y la obliga a ocupar su lugar —dijo
Howie Stern.
—Exactamente. ¿Recuerdan lo que dijimos sobre la identidad en estos cuentos?
Aquí lo tenemos otra vez. La criada roba la identidad de la heroína. El talismán
mágico, la tela con tres gotas de sangre, se pierde, y la sirvienta malvada adquiere
poder sobre la princesa. Toma sus ropas y hace que la princesa se vista con harapos.
Las ropas pueden representar la identidad… Con ellas señalamos lo que somos. De
manera que la criada se casa con el príncipe, y la verdadera princesa es enviada a
trabajar con Conrad, que cuida los gansos. ¿Podría suceder esto realmente?
—No —respondió Bob Sherman—. Nunca. Habría millones de formas en que se
podría distinguir a una princesa de su criada. No hablarían de la misma manera. Ni
siquiera llevarían las mismas ropas de la misma manera.
—Montones de pequeñas diferencias sociales —dijo Fitz-Hallan—. Muy bien.
Pero la historia dice que es posible que a uno le roben la identidad, y aunque usted
tiene razón, eso es algo más profundo que la clase. En otros cuentos, las sombras de
los hombres reemplazan a sus dueños y hacen que los hombres actúen como sombras.
Eso es aún más absurdo, pero también más aterrador. Si las identidades pueden
robarse, alguien, incluso un objeto, puede robar la identidad de ustedes. —Hizo una
pausa para que digiriéramos esto—. ¿Cómo recupera su lugar la hermosa princesa?
Del respondió:
—El padre del príncipe le hace contar su historia a una estufa y escucha por la
chimenea de la estufa. Así descubre quién es ella.
—Sí, pero ¿por qué sospechó?
—Falada —respondió Tom.
—Falada. El caballo que le había regalado su madre.
—Es magia… Ella recupera su lugar a través de la magia —dijo Del. Sonreía.
www.lectulandia.com - Página 56
—Usted irá lejos —dijo Fitz-Hallan—. Magia. La mala criada hace cortar la
cabeza a Falada y la clava en una pared, y Conrad, el muchacho de los gansos, oye
hablar a la cabeza del caballo y oye la respuesta que da la cabeza: «Ah, pobre
princesa desesperada, / si tu madre supiera, / se le partiría el corazón.» El mundo
natural del sentido común y de la diferencia social ha quedado a un lado y la magia se
hace cargo de las cosas. Habla en poesía. Cambia el mundo. ¿Recuerdan esta primera
oración? «Había una vez…» No importa lo que viene después de eso; cuando uno
oye palabras así, sabe que las reglas comunes no se aplican… Los animales hablan,
las personas se convierten en animales, el mundo se vuelve del revés. Pero, al final…
—levantó la mano.
—Se da la vuelta nuevamente —dijo Del—. Se endereza mágicamente.
—A veces usted dice las cosas bien, Nightingale —dijo el señor Fitz-Hallan.
Sonó el timbre; terminó la clase; yo estaba admirándome de la excelente
distribución del tiempo del señor Fitz-Hallan cuando presencié algo que al principio
me pareció que más bien formaba parte del mundo que estábamos analizando y no
del mundo de la escuela. El señor Fitz-Hallan y los otros estaban recogiendo sus
libros. Yo estaba sentado junto a Tom Flanagan, y oí que dejaba escapar una pequeña
queja, más de desagrado que de asombro. Miré, y vi su lápiz flotando en el aire a
unos treinta centímetros de su cuaderno. Tom estiró la mano para tomarlo y lo quitó
de allí. Vi (creí ver) que por un momento el lápiz se resistía, como si estuviera pegado
en el aire.
Flanagan se ruborizó y metió el lápiz en el bolsillo de su camisa. Cuando me vio
con la boca abierta, me miró con mala cara y se encogió de hombros: ¿Qué tiene de
gracioso? Decidí que lo que había visto era una mímica sin sentido pero inteligente:
había arrojado el lápiz hacia arriba, y yo había mirado en el mismo momento en que
el lápiz dejaba de ascender y comenzaba a bajar.
19
Las dos y media de la noche. De pronto, completamente despierto, Esqueleto
Ridpath echó a un lado las sábanas. La casa estaba opresivamente calurosa. Por la
pared lateral oía roncar a su padre: una inhalación ahogada seguida por un ruido
ronco, casi húmedo, que le provocaba estremecimientos. Hizo una mueca de odio y
encendió la luz junto a su cama.
Y casi gritó, porque directamente sobre él, a dos metros y medio de sus ojos,
www.lectulandia.com - Página 57
estaba la última imagen que había visto antes de despertar… Un gran pájaro gris, que
abría sus alas y extendía sus garras. No, no era idéntico a la imagen. El pájaro cuya
imagen había adherido al cielo raso era un águila, pero el pájaro que había perturbado
su sueño era…, no lo sabía, pero no era un águila. Estaba frente a la ventana,
golpeando el marco con sus alas. Trataba de entrar, le ordenaba que le dejara entrar, y
el terror de lo que sucedería lo había despertado. El pájaro frente a la ventana hacía
ruido…, le hablaba, le daba órdenes… Y ahora se daba cuenta de que provenía de los
ronquidos horribles de su padre.
Se calmó, dejó que el otro pájaro disminuyera de tamaño en su mente, y observó
las imágenes tranquilizadoras que rodeaban al águila. Cañones de rifles, muchos
cadáveres manchados de sangre, un bebé ensartado en una lanza. Estos gradualmente
se esfumaron hacia un espacio lleno de automóviles y artefactos del hogar y
fotografías de mujeres a las que había quitado la cara. En el lugar de ésta había
pegado máscaras de animales, zorros y monos.
Diferentes áreas de sus paredes eran diferentes «cosas», que ahora se fusionaban
en una única «cosa» que lo abarcaba todo. Sabía que eso sucedería, hacía mucho
tiempo, años, que lo sabía, cuando había abandonado todos sus otros pasatiempos y
había comenzado a poner láminas en las paredes. Esqueleto había anticipado el día en
que, guiadas por un poderoso impulso, todas las láminas formarían una sola
afirmación épica.
Había comenzado por seleccionar láminas de los objetos que odiaba, cosas que
representaban el modo de vida de Carson: autos nuevos y neveras grotescamente
grandes llenas de comida; casas de campo, mujeres bien vestidas de los barrios ricos,
jugadores de fútbol americano. Porque odiaba estas cosas, porque su padre y los
colegas de su padre las aceptaban como valores, porque eran elementos de un mundo
que él quería hacer pedazos, le provocaban una excitación perversa: las odiaba, pero
le gustaba mirarlas. Ahora recortaba todas las láminas grotescas que veía, y ponía
horrores en las representaciones de la vida suburbana que detestaba. En algunos
lugares había cuatro capas de fotografías adheridas a la pared. De los «objetos»
viejos, más suaves, había pasado a sus verdaderas imágenes. Esqueleto sabía que
estaba mejorando.
Un año atrás, le encantaba la idea de que lo que estaba haciendo llenaba su
habitación de sí mismo: de manera que cuando estaba allí era como estar y moverse
dentro de su propia mente. Cuando llegó a esta idea (mientras comía carne sin sabor y
apartaba la cara del perpetuo monólogo de su padre sobre deportes) se estremeció tan
violentamente que hizo caer la Coca-cola de la mesa.
Pero durante el verano siguiente, esta visión de su cuarto fue dominada por una
visión aún más intensa y peligrosa. Rara vez se permitía pensar mucho en esto, pero
el elemento esencial ardía en su mente todas las veces que cerraba la puerta tras sí.
www.lectulandia.com - Página 58
La habitación no se abría hacia adentro, sino hacia afuera. No era un espejo.
La habitación era una ventana.
Era un compartimiento que se abría al cielo, y que mostraba en forma
fragmentaria, sólo gradualmente revelada, lo que realmente había afuera.
Últimamente el hombre del abrigo oscuro, un hombre como las cosas oscuras y
los lobos que planeaban intrigas en la puerta en los cuentos de hadas de Fitz-Hallan,
había comenzado a aparecer en sus paredes. Cuando encontrara al verdadero hombre
(¿o cuando el verdadero hombre lo encontrase a él?), con el ala de su sombrero
ocultando su cara y su dedo acusador, todo se fundiría en una sola cosa.
Esqueleto saltó de la cama y comenzó a buscar en el montón de revistas junto a la
cama.
Tom dijo:
»Ya ves, hay un misterio en nuestra escuela, y el final del misterio fue la
cosa terrible que sucedió cuando Del y yo estábamos dando nuestro
espectáculo de magia. Pero ésa no fue la respuesta del misterio, sólo su
conclusión. La respuesta estaba en la Tierra de las Sombras; o la respuesta
era la Tierra de las Sombras.
»Esqueleto tenía visiones de un hombre con un largo abrigo y un
sombrero…, el hombre que yo había visto en un sueño.
»Por supuesto que yo no sabía nada de las visiones de Esqueleto, y de
nada me habría servido saberlo. Ya viste lo que sucedió aquel día en la clase
de Fitz-Hallan, cuando mi lápiz quedó prendido a algo en el aire… y, te vi
pensar inmediatamente que tus ojos te habían engañado de alguna manera, A
pesar de lo que yo mismo había visto, habría pensado lo mismo. Al fin y al
cabo, siempre es mejor buscar las explicaciones más racionales para los
acontecimientos aparentemente irracionales. Cualquier mago te lo dirá…
Mira cómo descartan universalmente a personas como Uri Geller.
»Pero me viste enrojecer. Me habían estado sucediendo cosas raras.
Apenas tenía el vocabulario para expresarlas. “Pesadillas” era una forma de
decirlo, pero no transmitía la atmósfera. ¿Y existe algo que pueda llamarse
“pesadilla diurna”? De todas maneras, nunca se lo comuniqué a nadie, ni
siquiera a Del, pero me sucedían cosas extrañas… Algunos días, era como si
no me despertara en absoluto, sino que fuera a la escuela y pasara el resto
del día en una especie de sueño, lleno de terribles insinuaciones y presagios.
»¿Quieres ejemplos? Por un lado, a veces imaginaba que los pájaros me
miraban…, que me observaban, me seguían. En él camino de regreso para
almorzar, veía una bandada de gorriones, y todos me miraban directamente.
Cada uno de ellos me penetraba con sus rápidos ojitos. En casa, miraba por
www.lectulandia.com - Página 59
la ventana del living, y un petirrojo de nuestro jardín bajaba la cabeza y me
observaba a través del vidrio, como si tuviera algo que decirme. Pero eso no
es nada. Me hacía pensar que tal vez me estaba volviendo loco, pero no era
nada.
»Había otras cosas más inquietantes. Recuerdo un día, una semana o dos
antes de nuestros exámenes del primer término, cuando entré por la puerta
del frente de la escuela y casi me desmayo. Porque no veía lo que esperaba
encontrar allí…, los peldaños que subían, el corredor y las puertas de la
biblioteca. Por un segundo, tal vez dos o tres segundos, vi algo que parecía
una jungla. El aire era caluroso y muy húmedo. Había más árboles que los
que había visto en toda mi vida, todos juntos, inclinándose hacia un lado y
hacia otro, cubiertos de hiedra. Tuve la sensación de una tremenda energía…,
como si toda la escena zumbara. Luego vi la cara de un animal que me
miraba a través de las hojas. Me asusté tanto que estuve a punto de caerme. Y
salí de eso. Allí estaban los escalones, las puertas de la biblioteca, Terry
Peters que me empujaba y me ordenaba seguir adelante.
»Cosas como éstas sucedían quizá una vez al mes después de hacerme
amigo de Del. Estas eran “pesadillas diurnas’’. Pero además, amigo mío,
estaban las pesadillas nocturnas. Yo estaba muy adelantado con respecto al
resto de la escuela. Todas las noches tenía sueños terribles… Me perdía en un
bosque, y, unos animales trataban de atraparme, o flotaba muy alto en el aire,
sabiendo que iba a caer…, pero lo más extraño de esos sueños, por malos que
fuesen, era que yo veía las cosas tal como realmente eran. Era como si el
mundo se hubiera abierto, y yo viera parte del motor de las cosas… o más
bien lo sintiera. Por más que me asustara, era una extraña especie de
satisfacción, la satisfacción del conocimiento. Como si, a pesar de no
entenderlo, por fin viera cómo funcionaba el misterio. Imagina que el cielo se
abre y ves una gran rueda que gira, la rueda que nos hace girar alrededor del
sol…, ésa era la clase de sensación que yo tenía.
»No siempre tenía esa sensación de misteriosa penetración, de todas
maneras. En algunos sueños veía una figura negra que venía hacia mí…, que
se deslizaba hacia mí, como si los dos estuviéramos suspendidos en el aire. El
tenía un cuchillo. O una espada. Algo largo y peligroso. Se acercaba cada vez
más, llenaba mi campo de visión… y luego me cortaba las manos. O el dolor
en mis manos era tan grande que era como si me las hubieran cortado.
Miré sus manos en la barra, la zona de las cicatrices.
—Ya llegaremos a eso —dijo él.
www.lectulandia.com - Página 60
20
Durante las semanas siguientes Esqueleto Ridpath se mostró reconcentrado en sí
mismo. Su rostro se hacía más extraño, las bolsas bajo los ojos se oscurecían hasta
llegar a un gris profundo. Una vez, un sábado a principios de noviembre, saltó de su
coche ante una señal de stop, corrió a la acera hasta un quiosco de golosinas en el
bulevar Santa Rosa, y dio un golpe a Dave Brick que casi lo hizo caer, porque Brick
había olvidado ponerse la gorra. Pero las mentes de los alumnos de cuarto, como las
nuestras, estaban en otra cosa. Pronto llegarían los exámenes bimestrales que, como
estaban destinados a mostrar a los estudiantes y a los profesores cómo les iría en los
exámenes de mitad de año en enero, fueron notoriamente difíciles. Además, una
semana y media antes de los exámenes, los equipos de fútbol americano de los
alumnos de los cursos superiores debían jugar los partidos de bienvenida contra
Larch School, nuestro rival tradicional. En la tarde que siguió a los partidos se realizó
el primer gran baile del año en la casa de deportes. Con chaquetas blancas y gorros,
seis muchachos de cuarto debían esperar a los de cuarto. Todos sabíamos que
Esqueleto corría el peligro de suspender los exámenes; algunos de nosotros
esperábamos vanamente que tuviera que irse de la escuela. Y todos nosotros, los que
debíamos hacer de camareros en el baile, esperábamos que ninguna muchacha
estuviera tan desesperada por asistir al baile del Carson como para aceptar ir con
Esqueleto. Todos nosotros estábamos unidos por el odio hacia Esqueleto Ridpath, y
por el miedo que le teníamos. Pensábamos que Tom Flanagan era un héroe por lo que
había hecho durante el partido de fútbol americano en que Ridpath le dio un puntapié
en la cara. Eso, más que ninguna otra cosa, demostraba que los acontecimientos
podían modificarse mágicamente. Una vez, durante esas dos o tres semanas, cuando
la atención de Esqueleto se dirigía hacia otras cosas desagradables, Tom y Bobby
Hollingsworth le vieron en la antesala del despacho del director. Se volvió y
desapareció de su vista detrás de la arcada, y pensaron que estaba esperando un
castigo de la Serpiente; dos días más tarde, Tom volvió a verlo allí cuando llevó las
listas de asistencia del señor Weatherbee al despacho. Esta vez Esqueleto no se
escondió detrás de la arcada, sino que extendió una de sus huesudas garras con gesto
dictatorial…: vete de aquí. Tom se aparto de Esqueleto en la arcada sombría, y estuvo
a punto de chocar con Bambi Whipple, que llevaba la pila de sus exámenes del
bimestre. Más tarde, ese mismo día, supimos que Bryce Beaver y Harlan Willow
habían sido expulsados por fumar en la caseta del campo de fútbol americano, y el
enigma de Esqueleto Ridpath frente al despacho fue olvidado por la excitación que
causaron las expulsiones.
Laker Broome canceló los entrenamientos después de horas de clase para realizar
una reunión especial de toda la escuela; mientras el señor Ridpath se enfurecía en la
www.lectulandia.com - Página 61
última fila por perder una hora y media de preparación para el partido, Broome, con
ironía y en forma meticulosa, dijo que quería eliminar las habladurías explicando que
había ocurrido una «tragedia» en la vida de la escuela, y que dos muchachos capaces
habían caído en desgracia. Tal vez habían estropeado su futuro. Nadie podía dudar de
que eso era una tragedia. Pero él no tenía opción: no le habían dado opción.
En su rostro no había pesar, sólo una contenida satisfacción. Toda la escuela oyó
toser fuertemente a Chester Ridpath al fondo del auditórium, pero tal vez sólo
nosotros, los de las dos primeras filas, vimos profundizarse las grandes arrugas en el
rostro de Laker Broome, completamente satisfecho consigo mismo.
21
Ridpath nos obligó a hacer inmensas prácticas durante los cuatro días anteriores
al partido, a realizar diez, o tal vez doce veces el mismo modelo de juego; en su
mente los habíamos convertido en las X y las O de sus diagramas, y podía
someternos a prácticas interminables sin que nos fatigáramos. Cada sesión terminaba
con tres vueltas a la cancha, lo cual habitualmente era un castigo para los peores
jugadores. Pero esto también era castigo…, por haber perdido el equipo de los
mayores a Beaver y a Willow, que estaban muy bien entrenados. Después de estos
ejercicios nos arrastrábamos a casa llenos de golpes, con la nariz sangrante,
demasiado cansados para hacer la tarea o para mirar a Jackie Glason y a Art Carney
en Luna de miel.
El día del partido acababan de blanquear el campo y las rayas tenían un color
blanco brillante. Bajo un cielo totalmente despejado, en un aire donde apenas
asomaba el fresco del otoño, una multitud de padres con suéteres y pantalones
deportivos, y madres con faldas escocesas y blazers, pasaron del estacionamiento al
campo. Era obvio que la mayoría de estos padres con suéteres azules habían sido
alumnos de Carson; ninguno de ellos tenía el rostro experimentado y firme que a mí
me parecía típicamente «de Arizona». Habían crecido allí, pero podían haber venido
de cualquier lugar urbano y educado.
Sherman, Howie Stern y Morris Fielding y yo, estábamos sentados en el banco;
nuestro equipo perdió por tres puntos. Sólo logramos un gol. El equipo de los cursos
superiores salió a gritar el hurra (la mayoría de los padres tenían petacas de whisky) y
las representantes de una escuela de niñas cercana entraron en el campo y deletrearon
el nombre de la escuela. La Larch School logró poner la pelota en la línea dos veces
en el primer tiempo, y una más en el segundo. Nosotros no hicimos ningún tanto.
Ridpath había cometido un error elemental al dejarnos agotados con los
www.lectulandia.com - Página 62
entrenamientos.
22
Vi algo anómalo durante el partido del curso superior. La mayor parte de los
integrantes de nuestro equipo estaban sentados en la última fila de la tribuna, y desde
allí podíamos ver el campo hasta la elevación cubierta de césped en el lado opuesto.
Una vez que se llenó el sector de los visitantes que habían penetrado por la entrada
privada de Laker Broome, los padres pasaron con sus autos por la hierba y
estacionaron a lo largo de la extensión de césped amarillo verdoso que nosotros
generalmente atravesábamos para ir a almorzar en la Escuela Elemental. Los Buick,
los Lincoln y unos pocos MG estaban aparcados de cara hacia las tribunas. Cuando
finalizaba la primera mitad del partido, miré hacia la hilera de guardabarros que
teníamos frente a nosotros y vi a un hombre de pie entre dos de los autos.
No parecía un padre de la Escuela Carson. No llevaba pantalones deportivos ni
suéter Paul Stuart. El hombre tenía puesto un impermeable de cinturón largo y un
sombrero anticuado bajado hasta la mitad de la frente. Tenía las manos en los
bolsillos. Al principio me recordó a Sheldon Leonard, de la serie de televisión Intriga
extranjera… En la década de los cincuenta, en el oeste seco, los impermeables con
cinturón resultaban atractivos; correspondían a los espías, a los viajes, a Europa.
Nada de esto interesaba en los medios deportivos de la escuela preparatoria.
Luego vi la reacción de Del Nightingale ante el hombre. Del estaba sentado junto
a Tom Flanagan, tres filas detrás de mí, y miró en esa dirección un momento después
que yo. El efecto en Del del hombre vestido como Sheldon Leonard fue
desconcertante: quedó congelado como un pájaro ante una serpiente, y estoy seguro
de que si uno lo hubiera tocado lo habría sentido temblar. Dejó escapar un ruido sin
palabras… casi como un zumbido electrónico. Era puramente un ruido de asombro.
Esqueleto Ridpath, sentado en el banco con su uniforme, también pareció
afectado por la aparición del hombre. Creo que estuvo a punto de caer del banco. El
hombre retrocedió entre los coches y desapareció. Esqueleto se dio vuelta y miró las
gradas. Su cabeza parecía descarnada, del tamaño de una uva sobre las almohadillas
de los hombros.
23
www.lectulandia.com - Página 63
«A veces soy feliz»
Había guirnaldas colgadas en el cielo raso del auditórium, atadas en los lugares de
colores más opacos; en vez de las sillas de metal había un gran espacio vacío para
bailar, rodeado de mesas cubiertas por manteles de color azul oscuro. A las ocho
menos diez las únicas personas que había en la habitación eran los camareros de
primer año y los acompañantes, el señor y la señora Robbin. El señor Robbin
enseñaba física y química, y era delgado y de cabello gris, con gruesas gafas
inquisitivas; su esposa era más alta que él y llevaba los cabellos recogidos en un
moño. Los Robbin estaban sentados junto a la pared externa y parecían pasados de
moda y «científicos» como el doctor y la señora Curie; sobre ellos giraban haces de
luz de color amarillo brillante y azul cadmio, luego anaranjada y verde, arrojadas por
la rueda de colores colgada en medio del salón.
Al entrar, los Robbin nos habían hecho un vago saludo con la cabeza… Sólo
daban clase a los cursos superiores. Luego el señor Robbin centró su mirada en Del y
dijo:
—Tú eres Nightingale, ¿verdad? ¿Eres nuevo? ¿Te va bien?
Todos sabían en la escuela que Del Nightingale era un huérfano fabulosamente
rico, uno de cuyos tutores legales era un Banco que en realidad le pertenecía. Robbin
se sentó junto a su esposa y levantó un brazo. Con la otra mano señaló su reloj
pulsera.
—Hay un satélite esta noche. A las cinco menos diez. Una estrella artificial. Un
milagro.
Aparte de Tom, Del y yo, los camareros eran Bobby Hollingsworth, Tom Pinfold,
todavía de mal humor por el partido, y Morris Fielding. Morris, que tocaba el piano,
se había ofrecido para el caso de que valiera la pena oír la banda.
Poco después llegaron ocho de los músicos, con sus instrumentos. Varios grupos
de alumnos de segundo y tercer año los siguieron al auditórium. Los que venían con
muchachas fueron a buscar ponche en vasos de papel, y los que venían solos se
apoyaron en la pared y miraron a los músicos que se acomodaban en el cavernoso
escenario.
Empequeñecidos en la inmensa parte delantera del escenario, los once hombres
de la banda ocuparon sus asientos y comenzaron a colocar las partituras. Morris y yo
teníamos grandes esperanzas con respecto a uno de los ejecutantes de saxo tenor, que
llevaba gafas oscuras. Se llevaron los instrumentos a la boca y comenzaron a tocar
Hay un pequeño hotel.
Hollis Wax y un celador llamado Paul Derringer entraron con sus chicas poco
después de las ocho y media; al ver que nadie había comenzado a bailar todavía, se
www.lectulandia.com - Página 64
encaminaron hacia las mesas de los alumnos del último año y comenzaron a buscar
con la mirada nuestras chaquetas blancas.
—Este será un gran baile de bienvenida —dijo Wax a la chica cuando me
aproximé—. Después de un fiasco como el de hoy. —Luego agregó, mirándome—:
Gin y agua tónica. Para todos. —Torció la cabeza para observar la banda—. Miren a
esos tipos. Parecen vendedores de zapatos. Uno de ellos es ciego. —Fui a buscar el
ponche—. Tráenos el Everly Brothers también, ya que vas para allá —gritó Wax.
En los veinte minutos siguientes llegaron casi todos los alumnos de último año,
vestidos como sus padres durante el partido; en la mayoría de los bailes, la escuela
aflojaba sus reglas sobre las corbatas y las chaquetas. Las primeras parejas valientes
salieron al gran espacio vacío y comenzaron a bailar. El señor y la señora Robbin se
levantaron cansadamente de su mesa y se acercaron a la pista de baile. Bobby
Hollingsworth y yo volvimos a preparar ponche con jugo de uvas, soda y una bebida
sin alcohol en un recipiente de vidrio. La banda comenzó a tocar Polka Dots and
Moonbeams, y la cabeza del señor Robbin se movía hacia atrás y hacia adelante
mientras calculaba distancias entre las parejas más cercanas. Como Dave Brick,
generalmente llevaba la regla de cálculo en el cinturón, y daba la impresión de que la
echaba de menos. El saxo tenor con gafas negras se puso de pie para tocar un solo, y
probó que había valido la pena esperarlo. Bobby Hollingsworth se volvió hacia mí
sonriendo mientras servíamos el terrible ponche, y señaló con un gesto a Terry Peters,
que estaba cerca de una de las grandes puertas en el vestíbulo. Junto a él había una
muchacha preciosa. Peters estaba destapando un frasco de color plateado, y
asegurándose de que el señor Robbin estuviera mirando hacia otro lado. Sirvió el
contenido del frasco en su vaso y en el de su compañera.
Morris Fielding vino corriendo con una bandeja y dijo:
—Seis vasos. ¿No es extraordinario? ¡Sabe soplar! ¿Quién piensas que influyó en
él, Bill Perkins o Zoot Sims?
Mientras Morris se alejaba con los seis vasos de ponche, Terry Peters condujo a
su chica a la puerta y salieron con tanta rapidez que nadie les vio. Bobby
Hollingsworth se echó a reír, y luego se detuvo bruscamente. Yo también interrumpí
lo que estaba haciendo. Esqueleto Ridpath, con un suéter y pantalones negros, se
deslizó por la puerta todavía entreabierta y la empujó para cerrarla. Su espantoso
rostro descarnado estaba exaltado. Pasó por detrás de las mesas, hacia el escenario.
Nuestro saxo tenor se explayaba en los cambios de tono en A veces soy feliz, pero yo
apenas lo oía. Vi que Esqueleto levantaba un vaso de ponche de una mesa vacía y se
acercaba a Del Nightingale, lo bastante como para poder alargar un brazo y tocarle el
hombro. En lugar de hacer eso volcó la abominable bebida por el cuello de Del.
Del dio un salto y emitió un ruido como el chillido de un cachorro de un mes.
www.lectulandia.com - Página 65
Giró sobre sí mismo, vio a Esqueleto ante él e inmediatamente retrocedió contra una
mesa.
—Ah, lo siento, Florencia —dijo Esqueleto, mostrando las palmas de las manos
en un falso gesto de simpatía.
Apenas oí sus palabras, pero capté claramente la falsa humildad que pretendía
expresar. Los dos muchachos, el pequeño con la chaqueta blanca y el otro que parecía
una lombriz negra, describieron un círculo, caminando hacia atrás. Sólo Bobby
Hollingsworth y yo vivimos esto, aparte de dos o tres alumnos del último curso en
una mesa cercana. Cuando Esqueleto y Del terminaron de describir un círculo
completo, Esqueleto abrió la boca y vi moverse sus labios: «Te agarraré más tarde,
¿eh, Florencia?» Del comenzó a retroceder, chocó con la misma mesa, luego dio la
espalda a Ridpath y se dirigió a la puerta lateral que daba al pasillo. Esqueleto chocó
con una de las sillas plegables cerca de los escalones. Se pasó una mano huesuda por
la cara y sonrió a nada en particular. En su rostro había aún esa expresión de alegría
abstracta, extraña.
Cuando la banda hizo un intervalo vi que Esqueleto subía los escalones y
desaparecía detrás de la plataforma de los instrumentos.
El señor Robbin siguió mirando su reloj después del regreso de la banda, y
cuando estuvo seguro de que el satélite era visible, se levantó, puso las manos en
forma de bocina junto a la boca y dijo:
—Todos los que quieran ver un milagro, salgan ahora. —Su esposa permaneció
sumisamente junto a él, pero nadie más prestó atención. Gritó—: ¡Vamos! Esto es
más importante que bailar. —Finalmente hizo un gesto a la banda para que dejaran de
tocar—. Ustedes, muchachos, también —dijo—. Hagan un descanso. Tomen un poco
de aire fresco.
—Mierda —dijo el contrabajo, provocando risas entre los estudiantes que estaban
en la pista de baile. Dos de los trompetistas inmediatamente se pusieron cigarrillos en
la boca. Los demás músicos se encogieron de hombros y dejaron sus instrumentos.
24
Dijo Tom después
Cuando el resto de la escuela y la banda salieron al aire frío, dijo Tom después,
www.lectulandia.com - Página 66
Esqueleto emergió del lugar donde se encontraba, detrás del escenario, y ocupó una
silla a más de cuatro metros de la puerta del salón, a un lado de la mesa de refrescos.
Cuando Tom y Del volvieron del baño estaba apoyado en el respaldo, sonriéndoles.
—¿Ya te lavaste? ¡Debe haber sido incómodo sentir el líquido chorreando en tu
camisa.
—Déjalo —dijo Tom.
Los dos muchachos pasaron junto a Ridpath y se dirigieron al otro extremo de la
larga mesa.
—Cállate, estúpido. ¿Crees que te hablo a ti? —Ridpath se volvió en su silla para
mirarlos directamente otra vez. Algunos músicos fumaban en el escenario donde no
quedaba nadie más; algunas parejas conversaban en el extremo más alejado del
auditórium—. Me tienes miedo, ¿verdad, Florencia?
La pregunta era devastadoramente simple.
—Sí —respondió Del
—¿Sí, qué?
—Sí, señor Ridpath.
—Sí. Muy bien. Porque tú harás todo lo que yo te diga, en la forma en que debes
hacerlo. Me da asco mirarte, ¿sabes?, pareces un bichito, Florencia, una cucarachita
de mierda…
Ridpath se puso de pie y Tom vio espuma en las comisuras de sus labios. Se había
acercado al frente de la mesa sin que ellos le vieran moverse; sacó un pequeño puñal
y Del dio un salto hacia atrás para esquivarlo.
Tom abrió la boca y Esqueleto susurró con fiereza:
—No te metas en esto, Flanagan, o te partiré en dos.
Volvió su mirada brillante hacia Del nuevamente:
—Tú también lo viste. —Del sacudió la cabeza—. Sé que lo viste. Yo te vi.
¿Quién es? Vamos, mierda, ¿quién es? Quiere que yo haga algo, ¿verdad?
—Estás loco —dijo Del.
—Ah, no, no estoy loco, no —dijo Esqueleto con suavidad, y rápidamente,
inclinándose sobre la mesa hacia Del—. Ya ves, nadie nos observa. Es lo mismo que
si estuviéramos solos. —Se apoderó de la mano de Del y le hundió los dedos
alrededor de la muñeca—. ¿Quién era él?
Del sacudió la cabeza.
—Tú lo viste. Lo conoces.
Del se estremeció de pies a cabeza, lleno de aversión, y trató de liberarse.
Esqueleto cambió su presión con la rapidez de un luchador y comenzó a apretar la
mano de Del en la suya.
—Niñita —murmuró—. Tratas de esconderte de mí, ¿verdad, niñita?
Ridpath hacía lo posible por fracturarle los huesos de la mano.
www.lectulandia.com - Página 67
Tom aferró la muñeca de Esqueleto.
Esqueleto subió bruscamente su mano, casi levantando a Del del suelo. Luego
miró a Tom, furioso y desesperado, pero todavía con una alegría enfermiza, y bajó
bruscamente el brazo para golpear el recipiente de ponche. En el último segundo
soltó los dedos y usó la palma para empujar la mano de Del contra el pesado
recipiente.
Del gritó. El recipiente se hizo pedazos, y el líquido púrpura pardusco saltó en el
aire. Los dos muchachos quedaron instantáneamente empapados, Esqueleto menos
porque había saltado hacia atrás inmediatamente después del impacto; Del estuvo a
punto de caer sobre la mesa en desorden.
—Quiero saber —dijo Esqueleto, y salió corriendo por la puerta del salón.
Cuando los demás volvimos al auditórium, después de ver una manchita roja que
se elevaba sobre la casa del campo de fútbol americano, Tom y Del estaban secando
el suelo. La mano de Del, que no se había fracturado, sangraba en una línea recta
sobre los nudillos; con el rostro demudado, pasaba la bayeta con una mano mientras
apartaba de su costado la mano herida, dejándola sangrar en un balde.
—Por Dios, qué torpes son ustedes —dijo el señor Robbin, y ordenó a su esposa
que fuera a buscar algodón y esparadrapo al botiquín de la oficina.
25
La noche
—Pero ¿por qué no me lo dijiste a mí? Soy tu mejor amigo.
—No hay nada que decir.
—Pero estoy seguro de que sé quién es.
—Muy bien.
—¿Cuál es el gran misterio?
—No me lo preguntes a mí, pregúntaselo a Esqueleto. Ni siquiera sé de qué habla.
26
www.lectulandia.com - Página 68
Alis Volat
El siguiente fin de semana teníamos un partido afuera, en Ventnor Prep, que
quedaba a poco más de ciento cincuenta kilómetros al norte, en un barrio aún más
rico que el nuestro, y que era indiscutiblemente una escuela de primer orden; a
diferencia de Carson, Ventnor era conocida en todo el sudoeste. Era la única escuela
para tres estados con un equipo de remo. También tenían un grupo de esgrima y uno
de rugby. (Nosotros pensábamos que Ventnor era una escuela para snobs intolerables.
Poseía una famosa colección de.porcelana y cristal antiguo que se suponía debía
contribuir al refinamiento de los alumnos.
El viaje en autocar llevó dos horas y media, y en cuanto llegamos nos dieron un
refrigerio… Pensaban que necesitábamos Coca-cola y sándwiches de berro para
fortalecernos para el partido. Los miembros de la comisión de madres de Ventnor
sirvieron los delgados sándwiches en una sala de recepción que parecía una copia del
despacho de Laker Broome. Se trataba de que entabláramos relación con los alumnos
de la escuela, lo mismo que en el té que se serviría después del partido, pero no hubo
tal cosa. Los muchachos del Ventnor se quedaron a un lado de la sala de recepción y
nosotros en el otro.
Esqueleto Ridpath no habló con nadie durante el viaje y en la sala de recepción
bebió cinco o seis vasos de Coca-cola y estuvo mirando los adornos de los estantes.
Había una exposición de algunas de las famosas antigüedades, pero Esqueleto
continuó sin refinarse. Sonreía siempre que miraba a Del. Su aspecto era lamentable,
como para llevarlo al hospital.
La mano de Del aún estaba vendada, y la gasa blanca brillaba como una lámpara
contra su piel color aceituna. Llevaba un blazer azul, camisa blanca y corbata azul
con rayas rojas. Con esta sobria indumentaria parecía demasiado sofisticado. La
intensa blancura de la gasa nueva contra su piel…, romántica como un parche sobre
un ojo. De pronto, como futuro novelista, lo vi desempeñando el papel de alguien que
está destinado a ser famoso.
El señor Ridpath tosió tapándose la boca con la mano, dijo: «Bien, muchachos», y
nos condujo al vestuario.
Una vez más, los dos partidos terminaron con un desastre. El equipo de los cursos
superiores perdió por tres touchdowns; el equipo de cuarto hizo un touchdown en el
primer tiempo, pero el de Ventnor obtuvo dos pases que lo pusieron por delante, y en
la segunda mitad un fullback llamado Creech recuperó posiciones y corrió treinta
metros. Después de eso nuestra defensa se hizo pedazos. Ventnor dominaba el campo
www.lectulandia.com - Página 69
cada vez que tenía la pelota.
—Este lugar es tan rico que compran atletas —me dijo Chip Hogan mientras
desfilábamos ante las tribunas para recorrer varios cientos de metros de campo
cubierto de césped y volver a la sala de recepción y al té.
—¿Viste esos dos tipos grandotes en la línea… y ese enorme fullback? Conozco
esos tipos de la ciudad. Les dan becas y subvenciones, y uniforme. Hasta comen en
una mesa especial. Nadie los llena de comida mala. —Rechinó los dientes—. Te veré
en ese té de porquería —dijo, y echó a correr porque no podía soportar moverse con
más lentitud.
Al pie de las gradas yo podía seguir el camino de Chip, cruzando el campo de
fútbol y una colina para llegar al edificio principal, o seguir una senda que bordeaba
los límites del colegio y subía y bajaba pasando frente al lago artificial. Más o menos
la mitad de mi clase andaba por ese sendero, porque se sentían demasiado mal por el
fracaso como para querer aparecer en el té antes de lo necesario. Me aparté de los
edificios de la escuela y fui por el sendero hacia mis amigos.
—Dios mío, no tengo ganas de tomar su té —dijo Bobby Hollingsworth cuando
me reuní con ellos.
—No tenemos otra opción, en realidad —dijo Morris—. Pero la verdad es que me
gustaría tenderme aquí a dormir.
—Tal vez lo pasemos bien en el autocar al regresar —sugirió Tom.
—¿Con Ridpath en el autocar? No hagas bromas. —Bobby se metió las manos en
los bolsillos y miró ostentosamente a su alrededor—. ¿Puedes creer que exista un
lugar así? ¿Alguna vez has visto algo tan nouveau riche? Me enferma.
—A mí me parece bonito —dijo Del.
—Bien, carajo, Florencia, ¿por qué no lo compras? —preguntó Bobby, furioso—.
Y se lo regalas a alguien para Navidad.
—No te lances sobre él —dijo Tom—. Estás furioso porque perdimos otra vez.
—Así lo creo —dijo Bobby. Por supuesto no pensaba disculparse—. Supongo que
a ti te gusta perder. Se pierde un partido, y se regresa en el autocar. ¿No es cierto? Te
diviertes. ¿Por qué no hacer que Florencia compre el autocar, para poder echar a
Ridpath? Dios mío.
Del comenzaba a mostrarse muy incómodo, y dijo algo sobre el frío. Obviamente
trataba de que todos echáramos a andar otra vez y nos juntáramos con el equipo en la
sala de recepción.
Desde el lugar donde estábamos, ocultos por los grandes árboles que había junto
al lago, veíamos toda la escuela hasta el gimnasio y los otros edificios. La mayoría de
los jugadores del último año se habían duchado y cambiado y caminaban en pequeños
grupos hacia el edificio de la administración. Estaba demasiado oscuro y ellos
www.lectulandia.com - Página 70
estaban demasiado lejos para que pudiéramos ver sus caras, pero podíamos
identificarlos por su manera de caminar y sus posturas. Miles Teagarden y Terry
Peters caminaban entre los dos edificios. Teagarden, que había dejado caer la pelota,
estaba tan agachado que parecía examinar el césped.
—Ay —dijo Tom cuando Esqueleto Ridpath entró por la puerta del gimnasio.
Su figura era inconfundible. Esqueleto fue hacia la parte trasera del edificio de la
administración. La derrota no le avergonzaba.
Luego oí a Del, que ya estaba unos dos metros más adelante, quejarse
suavemente: como si hubiera sentido un pinchazo en el vientre. El hombre vestido
con el traje de Intriga extranjera caminaba, muy erguido y tranquilo, por uno de los
pasajes entre nosotros y la escuela. Su espalda estaba vuelta hacia nosotros, y
avanzaba hacia la tribuna principal y el campo de fútbol. Alrededor de él el paisaje,
cada vez más oscuro, era graneado, puntillista. Llevaba el ala del sombrero baja, el
cinturón del abrigo colgando y sus extremos ondulaban en el aire.
—Adelante, Del —dijo Tom.
Pero Del había quedado inmóvil, y todos miramos al hombre que entraba en el
pasaje.
—El portero trabaja hasta tarde aquí —dijo Bobby Hollingsworth—. Espero que
se rompa la cabeza.
Del levantó la mano vendada hasta el pecho, como para dar una señal o para
defenderse de un puñetazo.
—No veo qué sentido tiene observar al portero —dijo Morris Fielding—. Yo
también tengo frío.
—No, es un padre de un alumno de Ventnor —dijo Bob Sherman—. Esos abrigos
cuestan unos doscientos dólares.
—Te veré allá —dijo Morris, y resueltamente volvió la espalda y echó a andar por
el sendero.
—Doscientos dólares por un abrigo —murmuró Sherman.
Ahora todos nosotros observábamos la figura que se alejaba como si estuviéramos
hipnotizados. Los extremos de su ancho cinturón ondeaban, los faldones del abrigo se
inflaban con el viento. El cabello oscuro brillaba y parecía confundirse con sus ropas.
Por segunda vez ese día, tuve la fantasía de que no veía a un mortal común, sino a
una figura del mundo de la ficción.
Desapareció detrás de las gradas.
—Ah, vamos —dijo Tom—. Tal vez podamos alcanzar a Morris.
A más de cien metros de distancia, Esqueleto Ridpath dejó escapar un grito
salvaje… Un sonido no de terror sino de alguna terrible consumación. Lo miré, y vi
sus brazos flacos extendidos por encima de su cabeza, su cuerpo retorciéndose en una
grotesca danza. Sin duda estaba bailando. Luego oí un débil batir de alas, miré hacia
www.lectulandia.com - Página 71
atrás y vi un pájaro gigantesco que se elevaba sobre las tribunas.
—Sí, vamos —dijo Del con voz opaca.
Dio un tirón al brazo de Tom y lo arrastró por el sendero en la dirección que había
tomado Morris Fielding.
Es necesario recordar un acontecimiento más de ese día. Cuando nos reunimos
con los demás para el té, la sala de recepción estaba mucho más atestada que antes
del partido. Los padres de los muchachos de Ventnor se inclinaban con actitudes
protectoras hacia los hombres con arrugadas chaquetas de gabardina que seguramente
eran los profesores de Ventnor; las madres de Ventnor servían té con limón de una
tetera de plata a otras madres de Ventnor. Todos parecían comprensiblemente
cómodos. Una mujer consciente de su elástica belleza de modelo me sirvió una taza
del delicado té, y se quedó junto a Dave Brick. Brick en ningún momento había
dejado su banco.
—Acabo de calcularlo —dijo Brick, colocando la regla de plástico en su estuche
—. Dos coma treinta y seis de nuestra escuela cabría en lo que tienen aquí. Hablo de
la superficie.
—Extraordinario —respondí.
Esqueleto Ridpath pasó junto a nosotros con una taza de té en un plato anegado.
Parecía lo suficiente loco como para levitar. Brick y yo retrocedimos, pero Esqueleto
no nos prestaba atención. Dio unos pasos hacia la pared, y luego dobló al llegar a un
rincón. Su cabello arratonado estaba aún aplastado por el agua de la ducha. Vi cómo
le miraban los padres de Ventnor, y cómo apartaban rápidamente la mirada. Esqueleto
se acercó a los estantes que había estado observando antes de los partidos. Dave y yo,
sin poder creerlo, le vimos tomar un pequeño objeto de cristal de un estante y
deslizárselo en el bolsillo.
27
El cuarto de Tom
Aquí no había cartas astrales, ni calaveras, ni peces exóticos, no había fotografías
de magos, sólo de Tom y de su padre a caballo, en un bote con cañas de pescar, y con
sus escopetas en una pradera de Montana. El único cuadro aparte de éstos era una
reproducción de uno de los acróbatas de rostro triste del período azul de Picasso. En
www.lectulandia.com - Página 72
un lado de la habitación había un escritorio empotrado y una estantería: después de
volver de Ventnor, los dos muchachos habían cenado con los padres de Tom y luego
habían ido al dormitorio a estudiar.
A las diez y media Del dijo que le dolían los ojos, cerró sus libros y se echó en la
cama de invitados.
—Te irá mal en matemáticas.
—No me importa —hundió un poco más la cabeza en la almohada con funda
blanca—. No soy como Dave Brick.
—Bien, si no te importa, a mí tampoco. Pero los exámenes comienzan el
miércoles.
Tom miró con expresión interrogativa por encima del hombro, pero la pequeña
silueta de su amigo seguía tendida boca abajo en la cama de invitados. El sufrimiento
parecía asaltarle a oleadas; por un segundo esta emoción de su amigo se confundió en
la mente de Tom con el desamparo, y pensó que no podría evitar llorar. Hartley
Flanagan, durante la cena, se había comportado como un hombre que se concentra en
una montaña que está a varios kilómetros de distancia. Había tenido otra larga sesión
con su médico esa tarde. Todos los instintos de Tom le decían que pronto su madre le
anunciaría que debía tener una larga conversación con él: después de la conversación,
nada habría cambiado. Tom tenía los ojos clavados en la pared ante él, y casi veía su
propio rostro en la pintura color crema, un rostro que estaba a punto de registrar una
alteración, una conmoción, se vio a sí mismo diez o veinte años más tarde, tan aislado
como Esqueleto Ridpath.
«Tan aislado como Del…», se le ocurrió en ese momento.
Se dio la vuelta, empujando sus libros hacia atrás con los codos.
—¿No crees que tendríamos que empezar a hablar sobre eso?
Del se relajó ligeramente.
—No lo sé.
—Estuve a punto de morderme la lengua en el autocar, pues sabía que no querrías
hablar allí.
Del sacudió la cabeza.
—Y no podíamos hablar durante la cena.
—No.
Se dio vuelta sobre sí mismo y miró a Tom.
—Bien, hace tres horas que estamos sentados aquí. Leíste cuatro veces algunas de
esas páginas. Tienes un aspecto terrible. Yo estoy tan cansado que podría
desplomarme aquí mismo. ¿No es hora de que hablemos?
—¿De qué?
—De que me hables de ese tipo.
—No sé nada de él, de manera que no puedo.
www.lectulandia.com - Página 73
—Vamos. Eso no puede ser cierto.
—Es cierto. ¿Por qué piensas que tengo que saber algo de él?
Del levantó las rodillas y apoyó la cabeza en ellas. A Tom le pareció que
disminuía en tamaño, que se convertía en un bulto pronto a desaparecer.
—Porque… —comenzó Tom, que ahora no se sentía seguro de sí mismo—.
Porque creo que es el tipo de quien hablas todo el tiempo. Tu tío.
—No puede ser.
Del seguía acurrucado.
—Tú lo dices.
Del levantó la mirada.
—¿Quieres hablar sobre mi tío Cole? Muy bien. Está en Nueva Inglaterra. Sí que
está en Nueva Inglaterra. Estudiando.
—¿Estudiando magia?
—Claro. ¿Por qué no? Eso es lo que hace. Y allí es donde está. ¿Por qué no lo
sabías? Porque nunca preguntaste. Porque nunca demostraste antes tanto interés.
Su rostro se estremeció.
—Oye, Del… —ahora Tom se sentía incómodo—. Yo no…, yo no sabía que… —
Yo no sabía lo que me dirías. Y desde ese primer día, escuchó la advertencia de Bud
Copeland: Cuídate, Colorado—. Bien, claro que estaba interesado —dijo
sumisamente.
—Sí, tú y Esqueleto. —Del dejó caer la cabeza en las rodillas otra vez—. Todo
está cambiando —dijo con voz ahogada.
—¿Bien…?
—Simplemente cambiando. Yo pensaba que todo sería siempre lo mismo.
Entonces tú siempre sabrías…
Dónde estabas. Qué sucedería.
Del bajó las piernas y se sentó derecho en la cama.
—Tengo una sensación —dijo. Estaba rígido como un faquir en un lecho de
clavos—. ¿Alguna vez leíste Frankenstein o La narración de A. Gordon Pym? ¿No?
Tengo la sensación de que avanzo hacia algo como el final de esos libros…, estoy
rodeado de hielo, todo es blanco, congelado o hirviente, no importa, no…, torres de
hielo. No hay salida…, nada. Sólo torres de hielo. Y se aproxima algo realmente
malo…
—Seguro —dijo Tom—. Y entonces viene un príncipe y dice las palabras
mágicas y tres cuervos te darán los objetos mágicos y un pez te llevará sobre su lomo
—trató de sonreír
—No. Es como lo que dice el señor Thorpe si alguien no puede contestar una
pregunta. Hic vigilans somniat. Sueña despierto. Así soy yo. Como si estuviera
soñando, no viviendo. No creo en nada de lo que me sucede. ¿Te gustaría tratar de
www.lectulandia.com - Página 74
vivir con Tim y Valeria Hillman?
—No pensé…
—Tienes razón. No era de eso que estábamos hablando.
—Bien. Volvamos a las torres de hielo y al príncipe y a los tres cuervos y a los
peces mágicos.
—Por supuesto, dejemos a los Hillman. Tengo una idea.
—Ya era hora.
—Estábamos hablando de rescate. Príncipe…, cuervos…, esa clase de cosas…
—Sí. Seguro. Creo.
—¿Por qué no vienes conmigo a visitar a Cole Collins en Navidad? Debo ir a
verlo. Ven conmigo. Así lo conocerás.
Tom sentía una extraordinaria mezcla de emociones, miedo y placer, aprensión y
regocijo, necesidad de proteger y debilidad. Miró a Del, y quiso abrazarlo. Vio a Del
totalmente solo en un paisaje ártico. Luego pensó en su padre y dijo:
—No puedo. Simplemente no puedo. Lo lamento.
Le llevó un segundo darse cuenta de que Del estaba llorando.
—Alguna vez lo haré. Lo haré, Del. Por favor, basta. Hagamos trucos con cartas o
alguna otra cosa… Esa forma de barajar que me estabas mostrando.
—No necesito estar despierto para barajar las cartas —dijo Del—. Lo que usted
quiera, señor.
www.lectulandia.com - Página 75
DOS
EL ESPECTÁCULO DE MAGIA
El lunes anterior a los exámenes bimestrales, Laker Broome anunció fríamente en la
capilla que una lechuza de cristal del siglo dieciocho había sido robada del comedor
en la escuela Ventnor, y que el director de Ventnor le había dicho que seguramente el
robo había ocurrido en la tarde de nuestro partido de fútbol.
—El señor Dunmoore es un hombre cuidadoso, y no acusó directamente a nuestra
escuela de cobijar al ladrón, pero hay ciertos hechos ineludibles. La colección de
Ventnor se limpia regularmente. El sábado pasado el encargado de la limpieza de la
escuela quitó el polvo a las piezas de los estantes abiertos a las once y quince, poco
antes de nuestra llegada a la escuela. Hacían lo posible por darnos una buena
impresión de Ventnor, caballeros. Después de nuestra partida advirtieron que faltaba
la pieza, y el asunto fue inmediatamente denunciado al señor Dunmoore. Representa
una pérdida seria, no sólo porque la pieza en cuestión vale aproximadamente doce
mil dólares, sino porque su robo deja incompleta la colección. Por lo tanto, el valor
de toda la colección Ventnor queda afectado. Y se trata de varios cientos de miles de
dólares.
El señor Broome se quitó los lentes con un rápido gesto y retrocedió un paso
apartándose del atril.
—También es una cuestión de honor de esta escuela, que no puede medirse en
valores materiales. No deseo creer que ninguno de nuestros muchachos haya podido
cometer un acto tan bajo, pero estoy obligado a creerlo. La idea me repele, pero debo
aceptar que en este momento el muchacho que robó la lechuza me está mirando.
Ventnor es una escuela internado. Durante el fin de semana se realizaron extensas
búsquedas en las habitaciones de los estudiantes y del personal…, ni una sola persona
en la escuela dejó de cooperar. De manera que ya ven en qué situación estamos,
caballeros.
Los lentes volvieron a su rostro duro.
—Sólo hay algunos muchachos en esta escuela capaces de un acto tan repulsivo,
y sabemos quiénes son. Creemos conocer la identidad del ladrón. Quiero que se
www.lectulandia.com - Página 76
presente. Quiero que ese muchacho se identifique ante mí personalmente en algún
momento durante las horas de clase. Las cosas serán mucho más fáciles para él si
acepta voluntariamente la responsabilidad de sus acciones. Si el muchacho tiene el
coraje de confesar el hecho, podremos limitar su castigo a la expulsión. De otro
modo, se tomarán medidas más serias.
El señor Broome inclinó la cabeza para mirar directamente a los que estábamos
en las primeras dos filas. Miró insistentemente a Dave Brick, luego a Bob Sherman,
luego a Del Nightingale.
—Les prometo —dijo— que encontraremos al culpable. Pueden marcharse.
Mientras salíamos, Dave Brick se me acercó. Me tomó por el codo.
—¡Piensa que yo lo hice!
—Quédate tranquilo —dije.
—¿Qué haremos?
Yo sabía lo que quería decir. Los dos nos volvimos a mirar a Esqueleto Ridpath, y
lo vimos saliendo de la fila de los alumnos del último año, con las manos en los
bolsillos, sonriendo débilmente. Los dos estábamos demasiado asustados como para
informar sobre lo que habíamos visto. Subimos la escalera en silencio.
—Pero tienen que saberlo —gimió Dave—. El es el único que…
Habíamos llegado a la puerta del aula del señor Thorpe, y Dave Brick suspiró
audiblemente, con pura desesperación. La piel se le había puesto blanca y húmeda…
El terror le daba aspecto de ladrón.
Adentro, el señor Thorpe comenzó a gritar casi de inmediato. De todo lo que dijo
sólo recuerdo algunas palabras, una de las frases en latín que salpicaban sus clases.
Mala causa est quae requirit misericordiam. Es una mala causa la que exige piedad.
Ostensiblemente hablaba de los exámenes que tendríamos dos días después, pero
todos sabíamos que también se refería al robo. Varias veces usó la palabra «bicho».
Fue una sesión torturante, y nos dejó a todos muy nerviosos.
Cuando salíamos del aula de Thorpe para ir a nuestros armarios, vi a Esqueleto
deslizarse por las grandes puertas al fondo del escenario. «Maldito seas —pensé—,
maldito seas, maldito seas, maldito seas. Que te suspendan en los exámenes, así nos
haces un favor a todos.»
Ese lunes las notas de los exámenes fueron colocadas junto a la biblioteca, y yo
me acerqué al tablero donde estaba la lista de alumnos de primer año. La leí hasta
encontrar mi nombre, y vi que tenía más o menos la misma nota que mis rivales. Oía
www.lectulandia.com - Página 77
gritar y quejarse a los alumnos del último año que estaban leyendo su lista.
La señora Tute se abrió paso entre nosotros para llegar a la puerta de la biblioteca,
murmurando:
—¡Dios mío! ¡Dios mío!
Su actitud rígida expresaba dolor y furia… Todos los profesores parecían irritados
desde el robo en Ventnor.
Después del almuerzo, otra vez en la Escuela Superior, vi que sólo Hollis Wax
estaba mirando la lista de notas del último año, y crucé el vestíbulo y me paré junto a
él.
—Nunca me trajiste ese gin con agua tónica —dijo—. El trabajo de los alumnos
de primero no es bueno este año.
—Sí, señor —respondí, y busqué Ridpath, S., esperando que hubiera sacado notas
muy bajas.
Cuando llegué a su nombre me asombré al ver que tenia tres dieces y dos nueves.
La mejor nota de Hollis Wax era un ocho.
—Entrometido —dijo, y dejó caer sus libros al suelo.
Los recogí, hice diez verticales y le até los cordones de los zapatos.
Dave Brick había sido llamado al despacho de Laker Broome. La nota llegó a la
clase del señor Thorpe de manos de la señora Olinger, que estaba tan cortante y
helada como un iceberg: hasta el señor Thorpe se sometió sin palabras a su presencia.
Desplegó la nota, y con expresión a la vez severa y complacida, dijo:
—Brick, vaya a ver al director.
El pobre Brick metió los libros en su cartera y se dirigió temblando a la puerta. Le
habían hecho un corte de pelo especialmente brutal antes de los exámenes, y la piel
visible en su cabeza redonda se había puesto de color rosado intenso. Después de eso
no lo vimos durante el resto de la mañana. Su asustado fantasma parecía gemir desde
su escritorio vacío durante las dos clases que quedaban antes del almuerzo.
—Un trabajo cuidadoso —me dijo Sherman—. De esta manera la Serpiente
prueba que su vigilancia es buena y que todos los demás están equivocados.
La ausencia de Brick de las clases y más tarde de su mesa durante el almuerzo,
afectó a los profesores tanto como a Sherman. Se les veía más relajados; y la mayoría
de nosotros, al sentir esta nueva tranquilidad, pensamos con cierta consternación que
los profesores también habían decidido que Brick era el ladrón. Yo decidí que si
expulsaban a Brick iría a ver al señor Fitz-Hallan en privado y le diría lo que sabía.
www.lectulandia.com - Página 78
Pero Brick estaba sentado en la escalera del fondo de la Escuela Superior cuando
subimos después a almorzar, nos vio y dejó de golpear el cemento con su regla de
cálculo. Los cinco o seis que caminábamos juntos nos detuvimos un momento, sin
saber cómo tratarlo. Pero luego pensamos que no estaría en la escuela si Broome lo
hubiera expulsado durante el primer período, y corrimos hacia él llenos de preguntas.
No quiso contestar casi ninguna de ellas.
—Mirad, muchachos, sólo quería hablarme… De veras. Es todo lo que quería.
Mirándolo de cerca, se percibía que había llorado, pero no dijo nada sobre eso y
nosotros nos sentíamos demasiado incómodos como para preguntarle; vi que Bobby
Hollingsworth ardía por decir algo verdaderamente fuerte, pero tuvo el buen sentido
de controlarse antes de que alguien le diera un puñetazo. Dave Brick había recibido el
tratamiento completo de la Serpiente, que no merecía, pero había salido airoso; en ese
momento gozaba de mejor concepto que nunca en Carson.
Después de la clase siguiente tuvimos una hora libre, y Brick se sentó junto a mí
en la biblioteca.
—Vamos al escenario —susurró—. Aquí hay demasiada gente.
La señora Tute nos dio permiso para salir, tomamos nuestros libros y dimos la
vuelta a la escuela, hasta llegar a la ancha escalera; luego pasamos por las grandes
puertas a la caverna sombría detrás del telón oscuro.
Morris Fielding trataba de tocar algo en el piano, pero estaba tan concentrado que
apenas nos saludó con un movimiento de cabeza. Brick me llevó al otro lado, donde
estaba aún más oscuro.
Oía el ruido de su regla de cálculo que chocaba contra el anillo de metal.
—No le dije nada. De veras. Nada. El me acosaba y me acosaba… Da tanto
miedo, que pensé… —comenzó a lloriquear, pero se interrumpió, por miedo de que
Morris lo oyera. Corpulento y regordete, con su corte de pelo estilo Hollywood, muy
corto, parecía un enorme bebé, y sentí que debía haber sido muy valiente para no
contarle todo a Broome—. Todo el tiempo me decía a mí mismo que yo no lo hice, yo
no lo hice… y no podía hablarle de Esqueleto, ¿verdad?
—¿Y entonces te dejó ir? —pregunté.
—Finalmente. Dijo que me creía. Dijo que esperaba que yo supiera cuan
necesario era encontrar al culpable. Y me dio algo para que se lo entregara a la señora
Olinger y al señor Weatherbee. —Tomó dos papeles idénticos del bolsillo de su
chaqueta. Sus dedos habían dejado marcas húmedas en ellos—. Es una especie de
www.lectulandia.com - Página 79
anuncio.
—Bien, hay que reconocerle cierto mérito a ese tipo. Al menos se disculpa.
Pero cuando miramos los papeles, vimos que el señor Broome simplemente usaba
a Dave Brick para anunciar que los estudiantes podrían formar clubs en el segundo
semestre.
—¿Eso es todo? —dijo Brick—. ¿Nada más?
Le temblaban las piernas, y se sentó pesadamente sobre un rollo de tela para
cortinas, violentamente afectado por el alivio y la desilusión. Después de lo que había
pasado, creo que no podía creer que Broome simplemente lo usaba como recadero.
—Está bien —grité—. Simplemente se siente aliviado.
—De manera que se siente aliviado —murmuró alguien desde la zona oscura del
otro lado de la puerta, y los tres volvimos bruscamente la cabeza para ver quién era.
Esqueleto Ridpath avanzó hasta llegar a la parte más iluminada; había pasado tan
silenciosamente por la puerta como si hubiera entrado por el ojo de la cerradura,
como un fantasma o una nubecita de humo.
—De manera que Brick está aliviado, ¿eh? Salgan de aquí, porquerías de primer
año. Nunca vuelvan aquí. —Giró para inclinarse hacia Morris—: Fielding. Deja ese
maldito piano.
—Tengo derecho a tocar —dijo Morris tranquilamente.
—¿Derecho? ¿Tú tienes derecho? Tú, mierda. —Esqueleto se sacudió como un
perro mojado, con los nervios asaltados por una repentina furia, y corrió por el
escenario hasta el piano. Cerró sus manos huesudas alrededor del cuello de Morris y
comenzó a arrancarlo del taburete—. Lo que yo digo, tú lo haces, ¿me oyes,
porquería? Saca tus asquerosas patas del piano.
Al principio Morris se resistió, pero luego decidió que el orgullo herido era mejor
que el cuello fracturado. Esqueleto lo arrancó del taburete y lo arrojó al suelo.
—Ninguno de ustedes, porquerías, volverá aquí en el futuro, ¿me oyen? No se
acerquen aquí. Que no los vea. Esto está fuera de los límites —se pasó la mano por su
odioso rostro—. ¿Qué haces con la boca abierta? —preguntó a Brick.
Brick seguía sentado sobre el rollo de tela para cortinas.
—Bah —dijo.
—Te pregunté qué estás mirando.
—Te odio —dijo Brick—. Y tú…
La primera frase había salido en un solo impulso irreflexivo; la segunda quedó sin
terminar.
—¿Y yo qué?
Esqueleto se abalanzó nuevamente sobre nosotros.
—Nada.
—Nada. —Esqueleto miró alrededor, apelando a un público invisible. Su brazo se
www.lectulandia.com - Página 80
estiró hacia adelante como una serpiente pronta a morder, y hundió los dedos en el
cuello de Brick—. Ahora váyanse —ordenó—. Rápido. Y no vuelvan.
Nos fuimos. Dave Brick se frotaba el cuello; durante las dos clases siguientes más
bien que hablar, croaba, pero su voz se había vuelto normal cuando llegó la hora de
volver a casa.
—Si hace eso una vez más, lo denunciaré —me juró mientras nos dirigíamos al
vestuario—. Y que me mate. No me importará.
Durante las semanas anteriores a las vacaciones de Navidad y a los exámenes
semestrales que tuvieron lugar poco después, en la escuela había dos corrientes
menores, casi secretas, especialmente en el curso de primer año. La primera era la
investigación privada de Laker Broome en busca del ladrón de la lechuza de cristal.
Una semana después de que Dave Brick fuera interrogado durante tres horas,
llamaron a Bob Sherman cuando estábamos en clase de latín, como había sucedido
con Brick. Esta vez no se hicieron las suposiciones inmediatas que se habían hecho
sobre el pobre Brick; sólo algunos muchachos, Pete Bayliss y Tom Pinfold y Marcus
Reilly entre ellos, pensaron que ahora el ladrón había sido descubierto y aquel asunto
podía ser olvidado. Eran deportistas y no soportaban a Sherman, quien ni siquiera
fingía respetar a Paul Hornung y a Johnny Unitas.
Como Brick una semana antes, Bob estaba sentado en los fríos escalones de la
entrada posterior de la Escuela Superior cuando los demás salimos de almorzar. Se le
veía tieso, cínico y cansado, y un poco avergonzado por tener que desempeñar el
papel de celebridad.
—Felicitaciones —dije.
—Está mal de la cabeza —dijo Bob—. Si yo quisiera apoderarme de algo valioso,
secuestraría a Florencia y nunca volvería a preocuparme por el dinero.
Dos días antes de que Del fuera llamado a la oficina del señor Broome para su
sesión de tres horas, debíamos presentar los formularios con solicitudes para el club.
Esa fue la segunda corriente subterránea que hubo en clase en las semanas anteriores
a las vacaciones de Navidad. La mayor parte de la escuela tomaba en broma la idea
de los clubs, y proponía un Club de Gourmets (que comería en restaurantes en lugar
de hacerlo en el comedor), un Club de Haraganes, un Club de Playboys, un Club de
Muchachos Fuertes (dedicado a discutir las obras de F. W. Dicson), un Club Elvis
www.lectulandia.com - Página 81
Presley (más o menos igual). Las propuestas frívolas fueron rechazadas por el señor
Weatherbee y otros consejeros del curso, y creo que sólo algunas llegaron al señor
Broome. Aprobó tres de ellas, y una, una Sociedad J. D. Salinger, jamás se reunió..
Los dos alumnos de cuarto que la propusieron se identificaban demasiado con Holden
Caufield como para someterse a reuniones. Se formó la Sociedad de Jazz de Morris
Fielding, y con el tiempo se descubrió a un batería y a un bajo con más entusiasmo
que habilidad en segundo año. Sin duda Broome veía en el club una fuente barata de
entretenimiento para los bailes de la escuela. Tom pensaba que Broome había
aprobado el Círculo Mágico porque parecía una diversión inofensiva, aun después de
que Del le hablara de su interrogatorio en el despacho de Broome.
Una circunstancia, que en realidad es una imagen, sugiere otra cosa: después que
Del fue llamado a la dirección cuando estaba en la clase de Thorpe, como de
costumbre, lo primero que vio en el despacho fue la solicitud que él había escrito a
máquina seis días antes…, era lo único que se veía sobre el pulido escritorio. Del
supuso de inmediato que Broome quería hablarle de eso y perdió casi totalmente el
miedo. Al fin y al cabo, ¿por qué pensaría nadie que él entre todos los muchachos de
Carson, querría robar un objeto de cristal?
—De manera que su interés en la magia va más allá de los trucos con cartas —
dijo Broome, sonriendo enigmáticamente.
—Mucho más allá, señor —replicó Del.
—¿Hasta dónde?
Del pensó que lo interrogaban honestamente, que Broome se interesaba en él.
Respondió:
—Es lo que más me importa en la vida.
—Ya veo. —Broome se apoyó en el respaldo de su silla y posó las suelas de sus
zapatos en el canto del escritorio… Era el modelo, con su camisa rayada, su montura
de carey y su postura, de un académico y administrador muy interesado. Hasta el
perro que dormitaba junto a su sillón quedaba bien en el cuadro—. Es lo que más le
importa. ¿Piensa seguir una carrera en ese campo… digamos… poco común?
—Realmente me gustaría —dijo Del—. Ya soy bastante bueno.
—Sí, ya lo creo que sí —sonrió Broome—. ¿Y qué piensa usted sobre la
magia…, sobre los juegos de manos y todo lo demás?
—Ah, es mucho más que los trucos —respondió Del, feliz—. Es un
entretenimiento, una cantidad de sorpresas y… —vaciló—. Y es toda una manera de
ver las cosas.
—Veo que es usted realmente serio —dijo Broome. Sacó los pies del borde del
escritorio e hizo a un lado la solicitud—. ¿Se ha sentido feliz aquí, durante el primer
semestre?
—Bastante bien —dijo Del—. La mayor parte del tiempo.
www.lectulandia.com - Página 82
—Se que le han puesto un apodo lamentable.
—Ah, bueno —dijo Del—. Es feo, sí, señor.
—Yo pensaría que le corresponden otros mejores.
Esto desconcertó a Del, que preguntó:
—¿Cuáles, señor?
—Ladrón. Ratero. Cobarde. ¿Está claro?
Desde este momento el interrogante prosiguió en la forma habitual.
Lección de economía
Cuando su padre redujo su horario en el despacho a la mitad, y luego a una
tercera parte, Tom volvió a soñar con el buitre. Cuando tuvo el último sueño, Hartley
Flanagan había adelgazado veinte kilos, y aunque hubiera tenido ganas de fingir que
estaba sano y que seguía adelante con la rutina de su trabajo de abogado en el
Athletic Club, se habría sentido avergonzado de la forma en que le colgaba la piel en
las mejillas, y los trajes sobre los huesos. Finalmente sólo le quedó energía suficiente
para ir al hospital y volver a casa.
Ahora estamos en la temporada de baloncesto… falta una semana para el
comienzo del invierno. Tom no está tan enérgico como de costumbre en la escuela
estos días, y su trabajo ha bajado; tiene miedo de que lo suspendan en sus exámenes,
miedo de volverse loco, de que lo echen del equipo de básquet de los cursos
superiores; más que nada tiene miedo de lo que le está sucediendo a su padre. La
muerte nunca ha sido tan real para él como lo es ahora, y cuando piensa en un futuro
sin su padre, sin un padre, ve un valle muy negro lleno de amenazas.
«Sí», le dice el buitre. Y ahora lo entiende.
«Sí. Es así. Un valle negro lleno de amenazas. Pero, querido muchacho, ¿qué otra
cosa esperabas? ¿Ser siempre un niño?»
No, pero…
«Sí.»
Sí.
El buitre, siempre en ese lugar cálido y arenoso, sin sombras, asiente
inteligentemente.
«¿Y sabes lo que sucede cuando entras en ese valle?»
Tom no puede responder: un miedo grande como él mismo se ha metido en su
www.lectulandia.com - Página 83
piel.
«Bien, te mueres, muchacho. Es así de simple. Sin protección, te mueres.»
El cadáver de su padre cuelga de una cuerda frente a él.
«Ahora soy tu padre, muchacho. Yo. Soy tu viejo ahora, yo y todo lo demás que
hay en el valle.»
El miedo que tenía adentro comenzó a temblar.
El buitre fue hacia él, mirándolo a los ojos, con vivacidad e inteligencia.
Horrible. Devorador de carroña. Gusanos.
«Basta, pajarito.» El buitre agitó sus alas, adelantó su gran pico amarillo y le
perforó la mano. Sus propios gritos lo despertaron.
Esa misma noche, Esqueleto Ridpath sueña con un hormiguero en el que las
hormigas tienen las caras de los alumnos de primer año… Se escurren alrededor de él
con sus pequeñas intrigas, avanzan por corredores y pasillos, susurran entre sí.
Esqueleto tiene un rastrillo, y está a punto de destruir el hormiguero cuando oye un
ruido atronador, como el de unas olas gigantescas. Por un instante ve un sombrero
marrón indescriptible que oculta un rostro inhumano, y se llena de terror, luego
despierta y el ruido lo.rodea. Sabe lo que es, y casi tiene miedo de mirar por la
ventana; pero finalmente mira, y siente el sabor del vómito detrás de su lengua. Una
enorme lechuza blanca, extrañamente brillante contra la ventana negra, abre las alas y
golpea contra el vidrio. Esqueleto ve cada pluma de las grandes alas. La lechuza
quiere entrar, exige entrar, y Esqueleto sabe muy bien que si abre la ventana lo hará
pedazos. La cabeza del pájaro tiene casi el tamaño de la suya. El pobre Esqueleto
tiembla, apoyado en la pared; una parte primitiva de su mente teme también que el
águila que hay en el cielo raso cobre vida y baje para arrancarle los ojos. Se cubre los
ojos con los puños cerrados y hunde la cabeza en la almohada.
Dos días antes de las vacaciones de Navidad me tocó llevar la hoja de asistencia a
la oficina administrativa antes de ir a la capilla. La señora Olinger, vestida como
siempre con su chaqueta gris deformada, mantenía una de esas peleas que siempre
terminan en empate entre los profesores y el personal, común a cualquier escuela. Su
víctima era el señor Pethbridge, el profesor de francés. Pethbridge era una persona
lánguida y gastada, con cabellos rubios y una boca grande y agradable. Siempre
llevaba trajes de tweed ligeramente ceñidos en la cintura…, franceses, como sus
www.lectulandia.com - Página 84
elegantes y delgadas gafas. La señora Olinger tenía poco tiempo para él y se deleitaba
tanto con la discusión que no quiso interrumpirse con mi llegada.
—Bien, no sé por qué tiene que ser en otro lugar cada vez —se quejaba el señor
Pethbridge.
Llevaba un gran fajo de hojas de examen, y su actitud física, con el mentón
levantado, el vientre hacia afuera, parecía expresar una sola palabra: ¡Mujeres!
—Ah, ¿no?
—Me temo que no, querida.
—Esta es una oficina de trabajo, señor Pethbridge. Usamos constantemente
nuestros archivos. Nuestros archivos crecen. Y además hay que pensar también en la
seguridad.
—Ay, Dios mío.
—¿Le causa alguna molestia, señor Pethbridge?
—Sí, señora Olinger. En lugar de poner simplemente mis exámenes en un fichero
que puedo encontrar fácilmente, tengo que esperar a que usted decida dónde deben ir,
usando una teoría arbitraria, estoy seguro, que consume un tiempo valioso…
—Y cuando usted no enjuaga las tazas de café, señor Pethbridge, da un mal
ejemplo a los demás que me cuesta mi valioso tiempo.
Esqueleto Ridpath se me acercó, con unas monedas en la mano. Me miró con mal
ceño desde lo profundo de su rostro huesudo, que parecía golpeado, dio un paso a un
lado y dejó caer una pila de libros al suelo.
Mientras me inclinaba a recogerlos, maldiciendo en silencio a la señora Olinger y
a Esqueleto, la secretaria de la escuela comenzó a perorar con tono calmoso,
testarudo y furioso sobre los méritos relativos del tiempo que ella perdía comparado
con el del profesor de francés, y finalmente se acercó al mostrador para tomar el
dinero de Esqueleto y entregarle un cuaderno. Esqueleto recogió despreciativamente
los libros que yo le daba y se puso a un lado.
La señora Olinger tomó mi lista y dijo:
—¿Por qué insisten ustedes en quedarse en la oficina cuando seguramente tienen
mejores cosas que hacer?
Cuando me fui, Esqueleto seguía vagando en el otro extremo del corredor,
fingiendo poner en hora su reloj.
Luego, esa misma tarde, el señor Broome envió un mensaje a través de la señora
Olinger y del señor Weatherbee de que deseaba que la Sociedad de Jazz Morris y el
Circulo Mágico demostraran sus habilidades a toda la escuela en un programa de una
hora de duración en el mes de abril. El señor Weatherbee nos leyó el mensaje al final
de ese día: Morris parecía nervioso, Tom y Del estaban obviamente excitados.
www.lectulandia.com - Página 85
8
Las vacaciones de Navidad fueron, como de costumbre, un feliz descanso de la
escuela, excepto para un muchacho de nuestro curso. Fuimos a visitar a mis abuelos
en Los Angeles; Morris y sus padres fueron a esquiar a Aspen, y Morris mientras
bajaba la montaña se dedicó a pensar en las canciones que su trío podría ejecutar
mejor durante la media hora que les tocaba. Todos los demás permanecieron en sus
casas celebrando la Navidad tradicional. Cuando mi familia volvió de California
tomé un autocar para ir a casa de Tom Flanagan y me dijeron que Tom había salido.
No había árbol ni decoración de Navidad, sólo un montón de libros y juegos en el
suelo del living. Su madre tenía muy mal aspecto. La evidente preocupación en su
rostro, la falta de decoración navideña contrastaban con los regalos: desolación.
Los exámenes trimestrales, que se desarrollaron durante cuatro días en la casa del
campo de deportes, bajo antiguas fotografías de jugadores de fútbol con los brazos
rodeando los hombros de sus compañeros, con uniformes, actitudes y hasta rostros
pasados de moda, fueron difíciles pero justos, y probaron que lo que la escuela
parecía ser concordaba ocasionalmente con lo que era. Largas filas de muchachos con
suéteres de cuello cisne escribían, se sonaban la nariz y chupaban pastillas, se
rascaban la cabeza y miraban a los jugadores de fútbol muertos. El señor Fitz-Hallan
y el señor Ridpath, que leían Del otro lado del paraíso y Quarterbacking
respectivamente, estaban sentados ante una larga mesa frente a las filas. Tom
Flanagan sentía que los largos exámenes en la casa del campo de deportes eran como
horas totalmente fuera del tiempo, tal vez también fuera del espacio… El mundo más
allá de las filas de escritores y de muchachos que estornudaban podría haber pasado
por un cambio de estaciones, ser llevado por el huracán a Oz, o haberse oscurecido al
mediodía y haberse vuelto de hielo.
Los resultados, en general similares a los de los exámenes anteriores, contenían
pocas sorpresas. Cuando nos agolpamos frente a los tableros junto a la biblioteca dos
semanas más tarde, Tom vio que había logrado un ocho, pero que en general tiene
siete, como de costumbre; a Del no le había ido mal en nada, en realidad le había ido
sorprendentemente bien…, tenía una hilera de ochos. Y cuando Tom y Del
arriesgaron una mirada a la lista de los alumnos de último año, vieron que Esqueleto
Ridpath tenía cinco dieces.
www.lectulandia.com - Página 86
10
Modas
Las cosas volvieron a una normalidad superficial cuando la media docena de
sospechosos de tercero y cuarto año fueron interrogados, ninguno de los cuales era
Esqueleto Ridpath; la escuela se estrechó hasta convertirse en un túnel de trabajo.
Surgieron algunas modas en la vestimenta en la escuela en febrero y marzo. Algunos
alumnos de cuarto año comenzaron a usar botas de cowboy para la escuela, y luego
todo el mundo apareció con ellas hasta que el señor Fitz-Hallan comenzó a llamar
«Hoss», «Pecos» y «Hoot» a los estudiantes; durante una semana todo el mundo llevó
el cuello de la chaqueta vuelto hacia arriba, como si acabaran de soportar un fuerte
viento.
La ola de chistes de humor negro fue más reveladora: eran una especie de
liberación de lo que ahora veo como una histeria en el subconsciente de la escuela.
¿Qué dijo la madre de Howie al ver que no dejaba de hurgarse la nariz? Howie,
aserraré los dedos de tu mano de madera. ¿Qué dijo Drácula a sus hijos? Rápido,
niños, comed la sopa antes de que se formen coágulos. ¿Qué dijo la madre cuando
tuvo el período? Lo mismo. Realmente nos reíamos de estos chistes espantosos.
Aún más reveladora fue la moda «de las pesadillas» que invadió la escuela entre
el momento en que fue interrogado el último alumno de cuarto año y el estallido de
Laker Broome en la capilla, a finales de marzo. Mucho más que los espantosos
«chistes», esto demostraba que algo enfermo crecía en el corazón de la escuela, y nos
engordaba a todos…, que lo que le sucedía secretamente a Tom Flanagan no era una
exclusiva suya.
Bambi Whipple lanzó esta moda en el curso de su charla en la capilla. Cada uno
de los profesores daba una charla al año. El señor Thorpe había hablado la semana
anterior a Bambi, y eso también puede haber contribuido, ya que estaba influido por
las emociones de Thorpe. La charla de Thorpe comenzó con referencias a una
misteriosa «práctica» que minaba las fuerzas de los muchachos y afectaba la virilidad
de quienes se entregaban a ella. Thorpe se ponía cada vez más vehemente, como en
clase. Escupía. Se pasaba los dedos por los cabellos; hablaba de Jesús y de la Virgen
María y de la infancia del presidente Eisenhower en Kansas. Finalmente mencionó a
un chico que había sido alumno de Carson (un muchacho que yo conocí, un buen
muchacho, pero perturbado por estos deseos, ¡y que a veces se entregaba a ellos!);
hizo una pausa, aspiró aire ruidosamente y rugió:
—¡La oración! Eso es lo que salvó a este buen muchacho. Una noche, solo en su
habitación, el deseo de ceder se intensificó tanto en él que temió que volvería a
www.lectulandia.com - Página 87
cometer ese pecado, y se puso de rodillas y rezó y rezó, e hizo una promesa a sí
mismo y a Dios… —Thorpe retrocedió unos pasos—. Y para que algo le recordara
siempre su promesa, sacó un cortaplumas de su bolsillo… —En ese punto, Thorpe
realmente sacó un cortaplumas del bolsillo de su pantalón y lo abrió—. Abrió el
cortaplumas, rechinó los dientes y acercó el filo a la palma de su mano. Muchachos,
este excelente joven marcó una cruz en la palma de su mano derecha…, para que la
cicatriz siempre le recordara su promesa… y nunca…
Y así sucesivamente. Con ademanes.
El esfuerzo de Bambi Whipple la semana siguiente fue considerablemente menos
intenso. En el aula habló con poca preparación; el efecto del monólogo de Whipple
tal vez se debió a la historia de horror de Thorpe tanto como a lo que decía. Pero, en
medio de su discurso, algo le hizo pensar en los sueños, y dijo:
—Sí, los sueños pueden llevar a una persona a lugares extraños. Recuerdo que la
semana pasada soñé que había cometido un terrible crimen, y que la policía me
buscaba, y yo me escondía en una especie de gran depósito o algo así, y de pronto me
daba cuenta de que no tenía ningún otro lugar adonde ir, así era, me atraparían y
pasaría el resto de mi vida en la cárcel… Muchachos, qué sensación terrible.
Realmente terrible.
Aquella tarde apareció una hoja de papel en el tablero junto a la biblioteca, que
decía: «La semana pasada soñé que un gordo de New Hampshire me azotaba con una
funda de almohada. Era terrible. Realmente terrible.» La señora Olinger arrancó la
hoja, y apareció otra: «Soñé que las ratas caminaban por mi cama y pasaban por mi
cuerpo.» Cuando la señora Tute salió de la biblioteca y arrancó esa nota, él tablero
sólo quedó limpio hasta la semana siguiente, cuando alguien fijó este cartel: «Yo
estaba mirando los ojos de una serpiente. La serpiente abrió la boca, cada vez más
grande, hasta que caí dentro.»
Así comenzó la manía. El tablero se convirtió en una exposición de notas
semejantes; en cuanto la señora Tute o la señora Olinger las arrancaban, aparecían
muchas más que abrían una puerta hacia lo que había detrás de todas esas caras bien
alimentadas de un barrio rico.
«Los lobos me despedazaban, y yo sabía que me moría…» «Solo en medio de los
icebergs y las gigantescas montañas de hielo…» «Una muchacha con largos cabellos
de serpiente y sangre en los dedos…» «Yo estaba suspendido en el aire y nadie podía
hacerme bajar y yo sabía que explotaría y me perdería…» «Algo como un hombre
pero sin cara me perseguía y jamás se cansaría…»
Y, directamente inspirados por William Thorpe: «Un hombre me cortaba la mano
con un cuchillo, me maldecía, y no quería escuchar lo que yo le gritaba…»
Seguramente hubo reuniones de profesores para discutir el asunto. Un día el
www.lectulandia.com - Página 88
pobre Bambi Whipple apareció muy cauteloso y apesadumbrado. El señor Thorpe se
comportaba como de costumbre…, nadie se habría atrevido a contradecirle. El señor
Fitz-Hallan nos condujo discretamente a un debate sobre las pesadillas, y pasamos
cincuenta minutos relacionándolas con los cuentos de Grimm que habíamos leído.
Pero la verdadera señal de que los profesores no sabían qué hacer con la moda
«de las pesadillas» fue la charla del señor Broome.
Sin previo aviso sustituyó a la señora Tute, y cuando lo vimos en la plataforma en
lugar de la bibliotecaria, toda la escuela supo que lo que sucedería sería explosivo.
Laker Broome parecía una bolsa llena de serpientes. Después de su breve oración
perentoria a Dios («Señor. Haznos honestos y buenos. Y condúcenos a la rectitud.
Amén.»), se quitó los lentes y comenzó a hacerlos girar por una de las patillas.
Los gritos comenzaron en la segunda frase.
—Muchachos, éste ha sido un mal año para la escuela. ¡Un año terrible! Hemos
tenido indisciplina, alumnos que fumaban, fracasos, robo… y ahora estamos bajo la
maldición de algo tan enfermo, tan terriblemente enfermo, que en todos mis años
como educador jamás he visto nada parecido.
—¡NUNCA!
—Hay un veneno que corre por las venas de esta escuela, y todos ustedes saben lo
que es. Algunos de ustedes, tal vez guiados por un comentario mal interpretado,
hecho desde esta plataforma… —aquí una mirada paralizante a Whipple…—, han
tenido fantasías morbosas, que dieron rienda suelta a ese veneno, exactamente en la
forma contra la cual predicó el señor Thorpe hace un mes. Bien, sé cuál es la causa.
La causa no es ni más ni menos que la culpa. Las pesadillas son causadas por la
culpa. Causadas por una mente y un alma culpables. Y una mente y un alma
culpables son peligrosas para todos los que las rodean…, corrompen. Todos ustedes
han sido tocados por esta enfermedad. En primer lugar, voy a ordenarles que dejen de
entregarse a una práctica corrupta.
Detrás de mí, en la segunda fila de los alumnos de primero, oí a Tom Pinfold que
susurraba a Marcus Reilly:
—¿Se refiere a masturbarse?
Reilly resopló.
—Nunca más…, nunca más… se hablará de pesadillas en esta escuela. Si algunos
de ustedes siguen teniendo problemas en ese sentido, sugiero que vean al psicólogo
de nuestra escuela. Si alguien sigue perturbándonos con sus relatos de sueños malos o
colocando esos relatos en un lugar público, será expulsado. Eso es todo. Finish. Eso
es todo.
Los lentes volvieron a su cara, que se convirtió en la sombría máscara de un
cazador.
—En segundo lugar. Voy a extirpar la corrupción de nuestro medio y a exponerla
www.lectulandia.com - Página 89
aquí y ahora. El muchacho que ha originado esta locura perversa no merece
permanecer entre nosotros un minuto más. Nos liberaremos de él durante esta
asamblea, caballeros. Lo denunciaremos. El muchacho que robó el objeto en la
escuela Ventnor, retirará sus cosas de su armario al final de la hora.
Aventuré una mirada hacia las filas de los alumnos de cuarto, y vi el rostro de
Esqueleto Ridpath, echado hacia atrás, blanco y vacío.
El señor Broome saltó de la plataforma y señaló a Morris Fielding, sentado en el
extremo derecho de la primera fila.
—Usted, Fielding, ¿usted robó la lechuza?
—No, señor —respondió Morris.
—Usted —el dedo señaló a Bobby Hollingsworth.
Cuando pasó por mí y por la segunda fila de alumnos de primer año, me di
cuenta, asombrado, de que iba a interrogar a cada uno de los cien muchachos
reunidos en la capilla.
Terminó con los alumnos de primer año y siguió con los de segundo. Las filas
estaban cerca unas de otras y al pasar por los pasillos chocaba contra el respaldo de
los asientos de delante y a veces con tanta fuerza que los sacaba de lugar; no prestaba
atención a eso. Nuestra clase se había dado la vuelta para observar. Cada vez, junto
con el dedo acusador, el grito:
—Usted, Shreck. ¿Usted la robó?
Yo veía temblar sus hombros bajo la tela de su traje azul.
El señor Thorpe, que estaba sentado delante en la segunda silla de madera, se
puso de pie y fue rápidamente por un costado del auditórium a hablar con la señora
Olinger. El señor Broome tampoco le hizo caso. Los otros profesores se reunieron
alrededor del profesor de latín y de la señora Olinger.
—Usted, King. Admita que la robó… Usted, Hamilton. Usted es el culpable.
Admítalo.
Finalmente llegó a los alumnos del último año, dejando una serie de sillas
torcidas que mostraban por dónde había pasado. El temblor de sus hombros era más
pronunciado y su voz estaba ronca de tanto gritar.
—Usted, Wax. ¡Wax! ¡Míreme! ¿Usted lo hizo?
—No, señor.
—¡Peters! Usted, Peters. ¿Fue usted?
—Ah, señor, no.
Miré con temor cuando se aproximó a Esqueleto, con esperanza y temor de que
Esqueleto se pusiera a gritar. Cuando Broome avanzó por el pasillo hacia él, Ridpath
no lo miró, sino que mantuvo su rostro inexpresivo dirigido hacia el techo, fijando su
mirada en el lugar en que había girado la rueda de colores durante el baile de
inauguración.
www.lectulandia.com - Página 90
Y Broome llegó a él.
—Usted, Ridpath! ¡Ridpath! ¿Usted lo robó?
—…
—¡RESPÓNDAME!
—…
Continuó el extraño silencio.
—¿USTED?
Entonces todos oímos la respuesta de Esqueleto:
—Yo no, señor Broome. Me había olvidado del asunto.
—¡AAAH!
El señor Broome alzó sus puños en el aire y gimió. Los profesores que estaban en
el fondo de la sala se inclinaron hacia adelante, con miedo a moverse…, todos
excepto el señor Thorpe, que avanzó dos pasos hacia el director. Broome le hizo un
gesto para que se alejara.
—Bien. El siguiente. Usted, Teagarden. ¿Fue usted?
Y así siguió hasta que el último alumno de cuarto año hubo dicho que no. El
señor Broome se paró en el extremo del pasillo con la espalda vuelta a los alumnos.
La tela de su chaqueta se sacudía. Yo tenía miedo de que se volviera y comenzara
otra vez con los alumnos de primero, miré mi reloj y vi que todo el primer período
había pasado. En ese momento sonó una campana en el vestíbulo.
—Bien —dijo el señor Broome—. Aún no hemos terminado. Uno de ustedes me
ha mentido dos veces. No he terminado con él. Pueden marcharse.
Durante la clase siguiente miré por las ventanas hacia el estacionamiento y vi que
el señor Thorpe llevaba al señor Broome hacia el bulevar Santa Rosa. Una hora más
tarde el señor Thorpe volvió solo. El señor Broome no apareció en Carson hasta dos
días después.
11
La paliza
Al día siguiente, después de la clase de inglés, tuvimos una hora libre. Morris y su
trío tenían permiso para ensayar en el escenario, y Del también; las actuaciones del
Club tendrían lugar tres semanas más tarde. Morris fue inmediatamente al fondo de la
escuela y bajó la escalera… Dos alumnos de segundo año, cargados con el bajo y la
batería, ya abrían la puerta del corredor de la planta baja. Del permaneció indeciso
www.lectulandia.com - Página 91
junto a su armario durante unos minutos, preguntándose cómo ensayar su juego de
manos sin su acompañante. Tom se había quedado en su casa, según se decía, porque
a su padre lo habían llevado al hospital «para siempre». Entonces Del nos murmuró:
—Ah, bueno, es mejor que ir al salón de estudio —y se alejó siguiendo a Morris.
—Creo que ese tipo es marica —dijo Bobby Hollingsworth. Sherman le dijo que
se callara la boca.
Después de cinco o diez minutos en la biblioteca, me di cuenta de que había
dejado uno de los libros que necesitaba en mi armario. Dave Brick estaba en una
mesa frente a la mía, pero él también había olvidado traer el libro… Me llevó largo
tiempo extraer esta información. Desde la increíble actuación de Laker Broome en la
capilla, Brick se mostraba amodorrado, medio dormido en todas partes excepto en la
clase de álgebra.
—Ah, yo también tengo que mirar eso —murmuró, despertando de su sopor.
—Te lo prestaré cuando haya terminado —murmuré, y pedí permiso para salir de
la biblioteca.
Encontré el libro en el desorden del fondo de mi armario, y me volví. Los
corredores estaban vacíos. Llegaba un zumbido de conversación del aula de Fitz-
Hallan, y un gran barullo de la de Whipple. Se abrió una puerta que daba al salón de
cuarto año, en el extremo del corredor del fondo, y Esqueleto Ridpath salió por allí,
aún con expresión ausente. Luego se irguió y se dirigió hacia el ángulo más lejano;
un segundo después echó a correr por el pasillo vacío. «¿Qué diablos pasa?», pensé.
A través del vidrio le vi dar vuelta en el ángulo y bajar corriendo las escaleras.
Finalmente me di cuenta de que había oído el piano.
—Ay, no —dije en voz alta, y eché a andar rápidamente por el corredor.
Acababa de llegar al salón de cuarto año cuando vi abrirse la puerta del escenario
(el ángulo de la izquierda, que era todo lo que alcanzaba a ver).
Bajé corriendo la escalera y abrí nuevamente la puerta justo a tiempo para chocar
con Brown y Hanna, los alumnos de segundo año que trabajaban con Morris.
—No entres ahí —dijo Hanna, y comenzó a subir la escalera.
Brown estaba apoyando su bajo contra la pared del otro lado de la puerta y
tratando de salir al mismo tiempo y me miró como si yo estuviera loco. Oí la voz de
Ridpath pero no entendí sus palabras. Brown dejó el bajo, que se balanceaba como un
pesado péndulo, y corrió hacia la puerta.
Entré en la oscuridad.
—…Y no vuelvas o te cortaré las pelotas —oí decir a Esqueleto—. Ahora ustedes
dos.
Lo primero que vi fue el rostro pálido de Morris sobre el piano, con expresión
asustada y obstinada. Luego vi que Del se paraba junto a una mesa cubierta con
terciopelo negro. Se había vuelto hacia mí. Parecía asustado, y como si tuviera diez
www.lectulandia.com - Página 92
años de edad. La larga espalda de Esqueleto se alzaba ante mí, a unos tres metros de
distancia. Por la forma en que volvía la cabeza, estaba mirando a Del.
—Tienen derecho a estar aquí —dije, e iba a continuar, pero Esqueleto giró sobre
sí mismo y detuvo las palabras en mi garganta. Jamás había visto nada parecido a su
cara.
Parecía un demonio, un demonio consumido por el horror de su ambición…, las
sombras hundían sus mejillas, hacían desaparecer sus labios. Su cabello y su piel
parecían del mismo color opaco. Podría haber tenido cien años, podría haber sido una
calavera que flotara sobre un traje vacío. En el rostro pálido, sus ojos se nublaron.
Gritaron antes que él tan fuerte y con tanto dolor que guardé silencio.
—¿Otro? ¿Otro? —gritó, y se lanzó hacia mí. La luz cambió, y su rostro volvió a
la normalidad. Las bolsitas color púrpura debajo de sus ojos daban la impresión de
estar irritadas—. Maldito seas —dijo, y sus ojos no cambiaron en absoluto, y antes de
que me golpeara tuve tiempo de pensar que había visto al verdadero Steve Ridpath, el
que su rostro y su apodo ocultaban— Me oprimió las costillas, se aferró a mis
solapas, nos retorcimos juntos y luego me empujó entre Del y Morris.
La sangre se agolpaba en mis oídos. Oí débilmente el ruido de madera sobre
madera… Morris cerraba lentamente la tapa del Baldwin.
—Bien, espera un segundo —llegó la voz de Fielding.
—¿Esperar? ¿Esperar? ¿Qué diablos tengo yo que…? —Esqueleto levantó sus
puños huesudos hasta la cabeza:—. No me digas que espere —siseó—. No tienes
nada que hacer aquí. —Hablaba a Morris, pero miraba a Del Nightingale—. Te lo
advertí —dijo.
Luego giró la cabeza hacia Morris.
—Apártate de ese maldito piano. —Comenzó a caminar espasmódicamente en
dirección a Morris, y Morris saltó rápidamente del taburete. Casi llorando, Esqueleto
dijo—: Carajo, ¿por qué no me escuchas? ¿Por qué no prestas atención a lo que digo?
Bien, no se acerquen a… ¡Dios mío! —se tapó los ojos con los puños, y pensé que tal
vez realmente estaba sollozando—. Ya es demasiado tarde para eso. Ay, Dios mío.
Malditos sean ustedes, los de primero. ¿Por qué tienen que venir aquí?
—Para practicar, imbécil —dijo Morris—. ¿Qué pensabas?
—«No estoy hablando contigo —respondió Esqueleto, y apartó sus manos de sus
ojos. Su rostro estaba húmedo y gris.
Morris abrió la boca.
—Crees que lo sabes todo —dijo Esqueleto en voz baja a Del.
—No —respondió Del.
—Crees que él te pertenece. Te sorprenderías.
—Nadie pertenece a nadie —dijo Del, causándome un sobresalto.
—Pequeño hijo de puta —escupió Esqueleto—, Ni siquiera sabes de qué estás
www.lectulandia.com - Página 93
hablando. Y tú eres el que piensa que yo debo esperar. Carajo. Sé tanto como tú,
Florencia. El me ayuda. Quiere conocerme.
Ahora Morris y yo estábamos seguros de que Ridpath estaba literalmente loco, y
lo que sucedió después sólo sirvió para confirmarlo.
Asustado como estaba, Del tuvo el coraje de negar con la cabeza.
Esto enfureció a Esqueleto. Comenzó a temblar aún más que Laker Broome
durante los interrogatorios en la capilla el día anterior.
—Ya verás —gritó, y se abalanzó sobre Del.
Esqueleto le dio dos bofetadas, muy fuertes, y dijo:
—Quítate la chaqueta y la camisa, maldito seas, quiero ver un poco de piel.
—Eh, vamos —dijo Morris.
Esqueleto se lanzó contra nosotros y su mirada nos congeló sobre el escenario.
—Ya no están más en esto. Quédense ahí. O ustedes serán los siguientes.
Luego dio un tirón a la chaqueta oscura de Del y se la arrancó. Del comenzó
apresuradamente a desabotonarse la camisa, que brillaba en la penumbra. Como si
tener algo que hacer calmara su miedo, parecía tranquilo, a pesar de su prisa. Sus
mejillas ardían en los lugares donde Esqueleto le había pegado.
—No, Del.
Esqueleto se volvió hacia nosotros nuevamente.
—Si se atreven a decir una cosa más, cualquiera de los dos, les mataré, pongo a
Dios por testigo.
Le creímos. Era más grande y más fuerte, y estaba loco. Eché una mirada a
Morris y vi que estaba aterrorizado, tan incapaz de ayudar a Del como yo.
—Maldito Florencia —gimió Esqueleto—. ¿Para qué tenías que estar aquí? Voy a
iniciarte, muy bien. —Su rostro se endureció y palideció, luego tomó un opaco tono
rojo—. Con mi cinturón. Inclínate sobre el taburete del piano.
Morris gemía y parecía que podría desmayarse o vomitar.
Del dejó caer su brillante camisa (me di cuenta de que era de seda) sobre el piso
polvoriento y fue hacia el taburete del piano. Se arrodilló ante él y se inclinó,
exponiendo su pálida espalda de chico. Esqueleto ya respiraba entrecortadamente. Se
desabrochó el cinturón, lo sacó de las presillas y lo dobló en dos.
Por un momento se limitó a mirar a Del, y vi en su rostro la expresión que había
visto antes: una desesperación demoníaca, a la vez necesidad y desconfianza, una
hambrienta certidumbre mezclada con miedo. Entonces yo también gemí. Esqueleto
no se detuvo. Se puso detrás de Del, hacia un lado, levantó el cinturón doblado y
golpeó con él la espalda de Del.
—Ay, Dios mío —dijo, pero Del no dijo nada.
Un instante más tarde apareció una línea roja en el lugar donde había pegado con
el cinturón.
www.lectulandia.com - Página 94
Esqueleto volvió a levantar el cinturón, con el rostro endurecido por el esfuerzo.
—¡No! —gritó Morris.
El cinturón bajó con un silbido y volvió a golpear la piel de Del. Del se echó un
poco hacia atrás y cerró los ojos. Lloraba en silencio.
Esqueleto repitió su extraña y penosa plegaria:
—Ay, Jesús…
Levantó el cinturón y golpeó nuevamente. Del se aferraba a las patas del taburete
del piano. Vi caer sus lágrimas hasta el mentón y luego al suelo.
Y ésa es la segunda imagen muy intensa que conservo de Carson. Las tres líneas
que cruzaban la espalda blanca de Del Nightingale, Esqueleto retorciéndose sobre él
en su agonía, con el rostro contorsionado también, y el cinturón colgando de su
imano. La primera imagen del señor Fitz-Hallan ofreciendo irónicamente un
bolígrafo a Dave Brick (esa imagen de la salud de la escuela) apareció en mi mente, y
pensé sin pensarlo que las dos estaban relacionadas como dos puntos en un mismo
gráfico.
—Niño rico —gemía Esqueleto—. Tú lo tienes todo.
Se separó de Del, mirando salvajemente a Fielding y a mí con su rostro torturado,
y luego se abalanzó hacia nosotros y nosotros retrocedimos hacia el pesado telón.
Esqueleto pronunció una palabra: «Pájaro», como alguien que habla sin darse cuenta,
cambió nuevamente de dirección y arrojó el cinturón hacia el telón, para luego echar
a andar hacia la puerta.
Le oímos dar el portazo; luego cayó un pesado silencio.
12
Fue como si un címbalo hubiera sonado en ese espacio oscuro y cavernoso, y el
ruido nos liberó de lo que nos detenía, de lo que nos inmovilizaba. Morris y yo, ya
sentados, caímos sobre el escenario. Del se deslizó del taburete del piano y quedó
tendido junto a él.
Yo me acerqué a gatas. Morris me siguió. El rostro de Del mostraba lo que
parecían estrías de barro; finalmente vi que era el polvo que se disolvía en su.rostro
húmedo.
—No importa —dijo Del—. Dame mi camisa.
www.lectulandia.com - Página 95
—¿No importa? —dijo Morris mientras se levantaba e iba a buscar la camisa—.
Ahora podemos hacer que lo expulsen. Está terminado. Y te lastimó. Mírate la
espalda.
—No puedo mirarme la espalda —respondió Del. Se puso de rodillas y apoyó una
mano en el taburete del piano—. ¿Me das mi camisa, por favor?
Morris se acercó, con el rostro blanco, y se la entregó. El rostro de Del estaba
rojo, pero sereno. El polvo húmedo parecía una pintura guerrera.
—¿Quieres que te ayude a levantarte? —preguntó Morris.
—No.
Los tres oímos abrirse la puerta y Morris contuvo el aliento; Del y yo
probablemente hicimos lo mismo.
—¿Estáis aquí? —preguntó una voz conocida—. Eh, no los encuentro.
Como esperábamos que Esqueleto regresara, ninguno de nosotros podía
identificar al que hablaba.
—Eh, los estuve buscando por todas partes —dijo Dave Brick avanzando
lentamente desde la penumbra—. ¿Conseguisteis el libro? Dios mío.
Dijo esto último porque ahora podía ver la forma en que lo mirábamos, Morris y
yo con miedo, Del con la pintura guerrera en el rostro.
—Dios santo —repitió Brick cuando estuvo lo suficientemente cerca como para
ver la espalda de Del antes de que se pusiera la camisa—. ¿Qué habéis estado
haciendo?
—Nada —respondió Del.
—Esqueleto le pegó con un cinturón —dijo Morris, poniéndose de pie y
sacudiéndose las rodillas—. Está loco.
—¿Un… cinturón…? —Brick hizo ademán de ayudar a Del a ponerse la camisa,
pero Del lo detuvo con un gesto.
—Realmente loco. ¿Estás bien, Del?
Del asintió y se apartó de nosotros.
—¿Te duele?
—No.
—Ahora podemos librarnos de Esqueleto —insistió Morris.
Brick dijo:
—Por Dios… —y se sentó sobre el taburete del piano—. ¿Aquí mismo? —
preguntó estúpidamente—. ¿En la escuela?
Morris miraba pensativamente el piano y el taburete.
—Ya sabes lo que pienso.
—¿Eh? —preguntó Brick.
Del, que seguía mirando el telón, no respondió, y yo tampoco.
—Estoy pensando que es la segunda vez que Esqueleto se vuelve loco cuando me
www.lectulandia.com - Página 96
ve tocar el piano.
—No hagas chistes —dijo Brick, mirando el piano con asombro.
—¿Por qué lo habrá hecho? —preguntó Morris—. Porque puso algo allí que
quiere mantener oculto. ¿Les parece bien?
Brick y yo nos miramos, comprendiendo por fin.
—Dios mío —dije—. Sal de ese taburete, Brick.
Dio un salto para apartarse del taburete, y él y yo levantamos la tapa mientras
Morris observaba con los brazos cruzados.
Brick gritó. Algo pequeño y cristalino se elevó del taburete, un objeto plateado
parecido a una polilla, que zumbaba como un moscardón. El grito de Dave Brick sacó
a Del de su trance, y Del se volvió y miró junto con nosotros la pequeña cosa
plateada que volaba describiendo un gran arco en la parte anterior del escenario para
luego caer con un ruido suave en la pila de viejos cortinajes.
—¿Qué fue eso? —preguntó Morris.
Brick corrió pesadamente, despertando ecos, por todo el escenario hasta el
montón de cortinas. Se inclinó para tocar lo que había allí, pero apartó la mano
—Esa lechuza. De Ventnor.
—Pero voló —dijo Morris.
—Voló —repetí yo.
—Sí —dijo Del.
Lo miré, y me sorprendió la sonrisa sombría que vi en su rostro.
—Tú sacudiste el taburete —dijo Morris. Brick se inclinó y recogió la lechuza—.
Eso es lo que sucedió. Lo sacudiste.
—No —dijo Del, pero nadie le prestó atención.
—Sí —dijo Buck—. Los dos lo hicimos.
—Claro que sí —dijo Morris—. Las lechuzas de vidrio no pueden volar. —Se
inclinó otra vez—. Bien, ¿qué tenemos aquí? —y sacó exámenes copiados, uno tras
otro—. Bien, ahora sé por qué se escondía aquí todo el tiempo. Quería asegurarse de
que todo estaba en el lugar donde lo había puesto. Cuando contemos esto, no durará
cinco minutos más en la escuela.
—Ahora es nuestro —dijo Brick, repentinamente invadido por la alegría.
Del nos miró a todos y dijo:
—No.
Extendió su mano derecha hacia Dave Brick, y Brick vino hacia nosotros y puso
la lechuza en su mano.
—Esperen un segundo aquí —dijo Morris, pero Del ya levantaba el brazo. Arrojó
la lechuza al escenario. Hizo el ruido de una bomba y se despedazó en un millón de
brillantes trocitos. Dave lo miró con la boca abierta, consternado, por un momento,
y… ya lo han adivinado lloró.
www.lectulandia.com - Página 97
Del salió después de esto, justo antes de que tocara el timbre para una nueva hora
de clase.
—¿Qué haremos? —preguntó Brick, limpiándose la cara con la manga.
—Vamos a nuestra próxima clase —dijo firmemente Morris.
—¿Y después? —pregunté yo.
—Encontraremos a alguien a quien contarle esto —dijo Morris.
—Todo esto me da una sensación extraña —dije.
—Tal vez Del no nos ayudará —dijo Morris encogiéndose de hombros, y luego
pareció sentirse incómodo.
—La lechuza —tartamudeó Brick.
Los tres miramos los fragmentos en el escenario…, no quedaba nada que se
pareciese a una lechuza.
—No sacudimos el taburete —afirmó Brick.
—Tuviste que hacerlo —dijo Morris.
—No —intervine yo, y me oí a mí mismo haciendo eco a Del…
«No» era aproximadamente todo lo que había dicho desde que Esqueleto se alejó
corriendo. Aún podía oír el ruido que había hecho la lechuza al volar.
—Carajo —dijo Morris—. Tenemos que irnos. Oye —me miró, aún creyendo que
podía extraerse algo razonable de una escena en que un estudiante había castigado a
otro como un loco y las lechuzas de vidrio volaban a nueve metros de altura sobre el
escenario—. Tú le gustas a Fitz-Hallan. Se lleva bien contigo. ¿Por qué no le hablas
de esto?
Asentí.
En mi camino a la próxima clase pasé por el salón de cuarto año. Un estudiante
reía allí dentro, y todo se estremeció en mi interior. Supe, por un instinto atávico de
cavernícola, que el estudiante era Esqueleto Ridpath, y que estaba solo. Durante una
hora libre, fui a ver a Fitz-Hallan, pero fue inútil. Carson cerró sus filas y negó el
misterio.
13
Thorpe
—He hablado con el señor Fitz-Hallan —dijo—, y anoche hablé con Nightingale
y también con sus padrinos, el señor y la señora Hillman. Esta mañana hablé en
privado con Morris Fielding. Ahora debo preguntarles: ¿hay algo en la historia que
www.lectulandia.com - Página 98
ustedes desearían cambiar, dada su naturaleza tan extraordinaria?
El señor Thorpe me miraba con furia. Controlaba muy bien su enojo, pero yo
sentía que aún hervía. Estábamos en la oficina que usaba Thorpe como subdirector,
un cubículo vacío en el otro lado del corredor, opuesto adonde estaban las oficinas de
la secretaria. El señor Fitz-Hallan estaba sentado junto a una máquina de escribir, al
lado del señor Thorpe; yo estaba de pie ante el escritorio de metal. El señor
Weatherbee, el consejero de mi curso, se hallaba junto a mí.
—No, señor —dije—. Pero ¿puedo hacerle una pregunta?
Asintió.
—¿Habló usted también con Steve Ridpath?
Parpadeó.
—Ya llegaremos a eso en su momento. —Ordenó tres lápices que tenía ante él,
con las puntas hacia mí, como una hilera de pequeñas estacas—. En primer lugar,
muchacho, cualquiera que haya sido tu objetivo al inventar una historia tan extraña
como ésta, yo no lo entiendo. Ya te he dicho que hablé con el joven Nightingale.
Niega totalmente que lo hayan golpeado con un cinturón. Admitió que el hijo del
señor Ridpath, un alumno de cuarto año, los encontró en un área que generalmente
está vedada a los alumnos de primero, y les increpó por estar allí —levantó una mano
para acallar mi protesta—. Es verdad que dos de ustedes, Morris y el joven
Nightingale, tenían permiso para estar en el escenario. Steve Ridpath, por supuesto,
no podía saberlo. Tal vez actuó con imprudencia, pero actuó en interés de la
disciplina, lo cual coincide con el progreso general de su trabajo este año. Pedí al
señor Hillman que examinara la espalda de su ahijado, y el señor Hillman me informó
de que no había encontrado señales de los golpes que, según usted y según Fielding,
lamentablemente, tuvieron lugar.
—No encontró señales —dije yo, sin poder creerlo.
—Absolutamente ninguna. ¿Cómo explican ustedes eso?
Sacudí la cabeza. Esas marcas no podían haber desaparecido tan pronto.
—Yo puedo explicárselo, entonces. No hubo tal paliza. Creo a Steve Ridpath
cuando dice que obligó al joven Nightingale a hacer varias veces la vertical y que le
dio un golpe en la espalda, que estaba cubierta.por su camisa y su chaqueta, cuando
no hizo la vertical con la energía debida. Oficialmente la iniciación ha terminado,
pero en circunstancias especiales la escuela hace la vista gorda si continúa. Cuando
entendemos que tiene como finalidad conservar el orden.
—El orden —dije.
—Algo sobre lo que ustedes parecen saber muy poco. Prosigamos. Por supuesto
que no encontramos huellas de la lechuza de Ventnor detrás del escenario. Porque
nunca estuvo allí. Encontramos exámenes escritos con la letra del joven Ridpath, que
él usaría como ayuda para sus estudios después de los exámenes.
www.lectulandia.com - Página 99
—Eso no tiene sentido. ¿Usó los exámenes para ayudarse en sus estudios cuando
ya los había hecho?
—Precisamente. Para retener bien el material ya visto. Algo muy sensato, podría
agregar.
—Entonces saldrá bien de esto —dije, incapaz de contenerme.
—¡Silencio! —el señor Thorpe dio un golpe en el escritorio de metal que hizo
saltar locamente los lápices—. Piensa, muchacho. Seremos blandos contigo. Como
los jóvenes de la familia Fielding han asistido a la escuela Carson desde hace
cincuenta años y como él cree que ha visto lo que tú también piensas que viste, el
señor Fitz-Hallan y yo estamos de acuerdo en que tal vez no hayas tratado de
desorientarnos conscientemente. Pero te apresuraste en tus conclusiones y usaste tu
imaginación en lugar de lo que realmente veías…, un típico ejemplo de la
irracionalidad que ha invadido esta escuela, y que el señor Broome ha luchado tanto
por combatir —pensar en esto parecía aumentar su furia—. Nunca he conocido
semejante entrega a lo fantástico. Creo que algunos de nuestros profesores de inglés
tendrán que limitarse a emplear textos realistas en el futuro —una mirada furiosa a
Fitz-Hallan—. Una escuela no es lugar para la fantasía. El mundo no es lugar para la
fantasía. Ya se lo he dicho a Morris Fielding. El señor Weatherbee…
El consejero se incorporó a mi lado.
—Creo que hay que vigilar los síntomas de una histeria incipiente en los alumnos
de primer año. Los profesores deben hacer algo más que enseñar, aquí en Carson.
Nuestro curso fue al vestuario a cambiarse para un partido de baloncesto en pista
cubierta y miré la espalda de Del Nightingale cuando se quitó la camisa. No tenía
marcas. Morris Fielding lo advirtió al mismo tiempo que yo. Recordé la lechuza de
cristal que volaba o trataba de volar desde el taburete, y que hacía un ruido de
moscardón, y supe por la expresión de Morris que él también recordaba. Y aunque yo
había pensado usar los minutos antes del partido para hablar con Del, me eché atrás,
como si me apartara de cosas espantosas.
El padre de Tom murió a fin de marzo.
14
Te oigo
www.lectulandia.com - Página 100
Chester Ridpath apagó la televisión, donde aparecía Ernie Kovacs, y miró
disimuladamente a su hijo, que sólo había comido la mitad de su plato de pollo. El
muchacho se alimentaba poco. La mayoría de las veces olvidaba la comida que tenía
frente a él, y su mirada se perdía en el espacio como la de un zombi. O como algo de
esas películas que le gustaban, algo que sólo fingía ser normal y corriente… Chester
inmediatamente apartó esos pensamientos y los envió al limbo donde enviaba todo lo
que había pensado o imaginado sobre el «increíble» incidente de dos semanas antes.
El viejo Billy Thorpe había defendido a Stevie, pero Ridpath veía que, a pesar de su
lealtad a un colega, Billy no estaba totalmente seguro, en el fondo, de que estuviera
haciendo lo correcto… De vez en cuando se le veía muy abatido. Por supuesto que
últimamente se sentía así, con Laker Broome comportándose en la capilla de aquella
forma y sin que nadie supiera si el director conservaría su puesto. Qué año terrible
había resultado ser… Recogió la bandeja de aluminio de la mesita que tenía frente a
él y al salir de la habitación se llevó también la cena a medio consumir de Steve. El
muchacho sonrió, como si a la vez le agradeciera y se burlara de él.
Gracias a Dios, Billy Thorpe nunca había visto la habitación de Steve.
Porque ése era el problema. Cualquier muchacho que deseara rodearse de
semejante basura podía usar un cinturón para castigar a un alumno de primero o hacer
trampa en sus exámenes.
Carajo, Steve no hacía trampa.
¿O sí?
Ridpath arrugó los dos recipientes de aluminio y los tiró al cubo de la basura.
Basura. Su propio padre le había pegado con un cinturón por tirar comida. Y ahora,
mírenlo. Si una mosca se posara en su nariz, no la espantaría.
Entonces hay que hablar con él. Tú hablas todos los días con los muchachos.
Les hablas.
Mejor que nada.
No, era mejor nada. A veces había visto el rostro de Steve cuando estaba en la
mitad de una historia. Indiferencia. Inexpresivo como el rostro de un cadáver. Ya
cuando era un chico de pantalón corto, a veces le contaba una historia y veía la
misma expresión en su carita… Dios mío, se alegraba de que Billy Thorpe nunca
hubiera visto las cosas horribles que Steve tenía en su habitación. Era el tipo de cosas
que el muchacho tenía en la mente…
—Eh, Steve —dijo, y volvió a la puerta de la cocina—. ¿Ese Kovacs no es un
poco extraño? Estoy seguro de que esos cigarros cuestan…
Interrumpió el triste intento de conversación. La silla de Steve estaba vacía. Había
subido a su habitación para continuar con alguna de sus malditas ocupaciones.
¿Debía ir allá y arrancar todas esas porquerías…, sencillamente arrancarlas? Y
luego decirle por qué…, decirle que era por su propio bien. Algo que tenía que haber
www.lectulandia.com - Página 101
hecho mucho tiempo atrás.
No: primero había que decirle por qué, y luego arrancarlas.
Pero por supuesto era demasiado tarde para eso. ¿Cuánto tiempo hacía que él y
Steve no hablaban realmente? ¿Cuatro años? ¿Más?
Chester terminó de secar los cubiertos y cruzó el desordenado living hasta llegar
al pie de la escalera. Al menos no se oía esa música salvaje; como las buenas notas,
esto podía ser una señal de que Steve estaba creciendo, y ya tenía edad suficiente para
saber que todo lo que se esperaba de él era que jugara bien, que olvidara el dolor y
devolviera la pelota. ¿No era eso lo que un padre debía enseñar a su hijo? Si no
aciertas el primer golpe, tienes que estar muy seguro de acertar el segundo.
—¿Estás ocupado, Steve? —gritó. No hubo respuesta—. ¿Tienes ganas de
charlar? —y se sorprendió…, su corazón latía un poco más rápido.
Steve no escuchaba: estaba paseándose por el dormitorio, golpeando los pies
contra el linóleo. Rezando a las láminas, o haciendo lo que hacía cuando no las estaba
barnizando.
—¿Steve?
Bang-bang, se oían los pasos, y su corazón hacía eco. Ridpath subió la escalera
hasta la mitad y alcanzó el escalón desde donde podía ver la puerta de su hijo, que
estaba cerrada. Por el espacio en la parte inferior de la puerta, con los ojos fijos a
nivel del suelo y mirando entre las maderas de la barandilla de la escalera, Ridpath
veía los zapatos de Steve paseándose. Bang, bang, bang, bang. Steve recorría su
habitación de un lado a otro, como un metrónomo, dando vuelta cuando se
encontraba con una pared y marchando luego en sentido inverso en línea recta.
Mientras marchaba, murmuraba algo para sí mismo; algo que sonaba como: «Te oigo,
te oigo. Yo —bang— te oigo —bang—, te oigo —bang—, yo te oigo…»
—Bien, me oyes —dijo—. ¿Por qué no sales a tomar una cerveza con el viejo? —
Tenía la garganta seca…, carajo, casi podría pensarse que tenía miedo de Steve—.
¿Te parece bien una cerveza? —preguntó, y hasta ante sí mismo se sintió patético.
«Yo —bang— te oigo —bang—, yo te oigo —bang—, yo te oigo —bang—,
yo…» Los zapatos negros aparecieron en el espacio en la parte inferior de la puerta,
uno, dos, derecho, izquierdo, reaparecieron cinco o seis segundos después y
desaparecieron.
—¿Cerveza? —murmuró Chester, comprendiendo que lo que Steve oía no era la
voz de su padre.
A veces Steve se comportaba como si estuviera conectado con otro mundo, como
si estuviera en algún lugar en el espacio donde sólo se oían las voces lejanas y
metálicas de una radio perdida.
—Ah —dijo Steve, como única exclamación privada de placer o comprensión, y
su padre se acercó nuevamente a la puerta… Era como si alguien acabara de
www.lectulandia.com - Página 102
explicarle algo.
Luego Ridpath, con la cara pegada a la barandilla del segundo piso, recordó un
sueño terrible, algo que seguramente había sido un sueño, del invierno anterior… Un
pájaro gigantesco que luchaba contra la ventana de Steve, rompía el vidrio, agitaba
sus grandes alas contra el costado de la casa y golpeaba con sus talones…
—Ay, Dios mío —susurró.
Steve exclamaba «A aaah» ahora, pero Ridpath no veía las suelas negras de sus
zapatos al pasar junto a la puerta.
Golpeando, golpeando, agitándose contra la casa, blandiendo ese horrible pico de
un lado a otro… Ridpath tuvo la idea repentina e irracional de que ahora el pájaro de
pesadilla estaba en el cuarto de Steve…
Bang, un pie detrás del otro en el lado izquierdo de la habitación, donde estaba la
ventana, y luego bang, bang, los dos pies en la parte derecha del dormitorio.
Bang. Como si se hubiera posado junto a la ventana de la habitación…, como si
ese pájaro de pesadilla lo arrastrara hacia atrás y hacia adelante, y la alegría del vuelo
le hiciera exclamar «¡Ah!» desde lo profundo de su garganta.
No podía ser, seguramente no oía bien, había alguna razón por la que los zapatos
de Steve ya no pasaban ante la puerta…, alguna razón… Estos malditos muchachos y
sus interminables charlas sobre las pesadillas. «Yo estaba suspendido en el aire y
nadie podía hacerme bajar.» Ridpath sintió enfriarse todo su cuerpo. «Susurra», decía
el zapato de Steve en el lado derecho de la habitación, y un instante después,
«susurra», a la izquierda.
—Ven a charlar conmigo cuando puedas —dijo Ridpath, pero sólo para sí mismo.
Esto fue un viernes a la noche. Chester Ridpath bajó al sótano y destapó una
botella de Four Roses que tenía escondida bajo su mesa de trabajo.
15
Dos sábados después, Tom Flanagan se apartó del lado de su madre por primera
vez desde el funeral. A partir de la mañana en que murió Hartley Flanagan, su hijo y
su mujer parecían una sola persona: juntos habían ido a la empresa funeraria a hacer
los arreglos necesarios, habían compartido todas las comidas, y permanecían juntos
en el living por la noche, conversando. El señor Bowdoin, el agente de seguros, les
había explicado que Hartley Flanagan había dejado suficiente dinero para pagar todas
las cuentas en muchos años. Juntos habían hablado con el reverendo Dawson Tyme,
habían organizado el funeral… Tom estuvo sentado junto a Rachel mientras ella hacía
todas las llamadas telefónicas. El se sentó junto a ella, que lloraba, se sentó junto a
www.lectulandia.com - Página 103
ella y no dijo nada cuando su madre dijo:
—Es mejor que se haya ido, sufría tanto.
Estaba en la habitación, sentado en una incómoda silla victoriana, cuando el
gordo reverendo Tyme volvió y se sentó junto a su madre en el diván, expandiendo su
aliento con olor a menta, y dijo:
—Todas las tragedias tienen su lugar en los designios de Dios.
Vio que ella, como él mismo, dudaba de esos designios y desconfiaba de
cualquier hombre que los invocara.
Fue de compras con ella; con ella abrió la puerta de la casa a las visitas; estuvo
junto a ella en la sala llena de gente durante el velatorio en lo que el director llamaba
«la visitación»; finalmente estuvo al lado de ella junto a la tumba en un domingo
cálido y se dio cuenta de que era primero de abril… el día de los inocentes. Y
contempló a la multitud de abogados, colegas de Hartley, y a sus esposas y a los
amigos y primos de Hartley y vio dolor en algunos rostros, inquietud en otros e
incomodidad en otros; no hubo tiempo de hablar con ninguno de los presentes, ni
siquiera con Del. Tenían que volver a casa y servir la comida, que se había mantenido
caliente en el horno. «Debes salir de esa tumba —dijo Tom a su padre—, salir de allí
y ser tú mismo otra vez», pero el sol seco caía sobre ellos, el reverendo Tyme hablaba
demasiado y fingía que había sido amigo de su padre, el viento de abril hacía volar
arena sobre las tumbas y agitaba las flores. El césped parecía lo suficientemente
afilado como para provocar heridas. Cuando todo terminó, él también lloró y no
quería apartarse de la tumba. Miraba al gordo Dawson Tyme, con su olor a menta, y a
los abogados… Todos ellos elegantes, bien alimentados, carnívoros. Una pared se
había derrumbado, un ancla se había soltado; había quedado sin protección. El buitre
había ganado y ahora le tocaba a Tom comenzar el camino en este largo valle.
—Podrás faltar a la escuela unos días, ¿verdad? —preguntó su madre cuando
volvieron a la casa vacía.
—Sí. Podré faltar.
Después del cuarto día, su madre dijo:
—¿Por qué no sales de casa, Tom?
Y él dijo que no.
Después del quinto día ella repitió la pregunta y dijo que debían pensar en que
Tom volviera a la escuela y recuperara el tiempo perdido: otra vez dijo que no.
Reanudar su vida normal parecía una traición a su pérdida. Cuando Rachel Flanagan
repitió su pregunta después del sexto día, reconoció que ya no era un adulto temporal.
—No has visto a tu simpático amigo Del desde el funeral —dijo ella—. ¿No
quieres ir a ensayar para el espectáculo? Y de todas maneras, te hará bien salir un
rato.
www.lectulandia.com - Página 104
—Vive en Quantum Hills ahora —dijo Tom—. Finalmente los Hillman han
comprado una casa. Tiene piscina y pista de tenis.
—Quantum Hills —su voz era levemente irónica—. ¿No te parece estupendo? Y
el autobús va directamente al centro comercial.
—Sí —dijo Tom—. Tal vez vaya allá.
Ella lo abrazó.
Una vez que salió del centro comercial, caminó durante media hora por una calle
tan negra que brillaba. Había casas enormes, algunas sobre lomas y otras sobre
imitaciones de valles, posadas como palacios de ensueño sobre interminables
extensiones de césped. Los aspersores giraban y regaban, haciendo arco iris que
mantenían verde el césped. Los toldos rayados daban sombra a las grandes ventanas.
Era un barrio donde nadie iba a pie. ¿Qué hacía Del allí, en el entorno más artificial y
onírico de la ciudad, en este lugar de piscinas y ropa de tenis? Era adecuado para los
Hillman, pero de ninguna manera podía ser lo que Del deseaba para sí mismo. Pero…
esto se le ocurrió mientras doblaba una esquina… era lo que Carson deseaba para
ellos: muchos de sus compañeros ya vivían allí. Howie Stern, Marcus Reilly, Tom
Pinfold, Pete Bayliss y seis alumnos de segundo año tomaban el autocar que la
escuela enviaba a Quantum Hills. Toda la severidad de la vida en Carson estaba
destinada a conducirlos a un lugar como éste. Si no hubiera conocido a Del, si su
padre no hubiera muerto, nunca habría visto su absoluta lejanía con respecto al lugar.
Habría pasado por Quantum Hills (o al menos eso imaginaba) como por sobre rieles.
Ahora no podía. Sólo podía inventar su futuro como hacía Del; lo habían arrancado
de su marco.
Luego, por un instante, Tom sintió que la brillante negrura de la calle lamía los
bordes de sus pantalones, y que el cielo pálido estaba oscurecido por las brujas.
Desde una rama delgada un pájaro le miró con sus ojos negros. El mundo dio un
vuelco.
Esto pasó tan rápidamente como había llegado. La calle volvió a su
horizontalidad, el aire se aclaró, las casas se enderezaron. Nada de esto podía darle
una advertencia, porque representaba una forma de vida en que las advertencias eran
algo anticuado. Tom se dio cuenta de que se hallaba precisamente frente a la casa que
habían comprado los padrinos de Del.
Era una clásica casa de Quantum Hills, y la más grande de la calle; se levantaba
en una loma de césped sin árboles. Un amplio sendero de asfalto bajaba desde la casa,
bordeado por faroles sobre altos postes. Donde el sendero se encontraba con dos
anchos escalones a la entrada, la figura de hierro de un pequeño jockey negro
www.lectulandia.com - Página 105
levantaba un brillante anillo de metal en dirección al guardabarro trasero de un
Jaguar. Moderna, vagamente morisca en su diseño, la casa era la imagen de una
nueva prosperidad de Arizona.
Tom echó a andar por el sendero, pasó junto al coche de los Hillman y junto a la
estatuilla del muchacho con el aro, y subió los escalones. Algo parecía temblar dentro
de su pecho. Tocó el timbre y apartó rápidamente la mano como si hubiera esperado
una descarga eléctrica.
La puerta blanca se abrió, y Bud Copeland lo miró, sonriendo.
—Hola, hijo. ¿Vienes a ver a Del? Entra, te llevaré arriba. No necesitas
exactamente un mapa, pero la primera vez puedes necesitar un guía.
—Hola —dijo Tom con voz inexpresiva.
—Entra, jovencito, parece que necesitas un amigo. Vamos, pasa por esta puerta.
Tom pasó por la puerta y entró en un gran recibidor que revelaba la mitad de un
enorme living, con una chimenea de piedra de tres metros de alto, muebles y cajas
amontonados y una ventana del tamaño de una pared. Se sintió más seguro al ver que
el aspecto de la casa era tal como él imaginaba… Su extraño temblor disminuyó.
—Supe lo de tu padre, hijo —dijo la voz aterciopelada de Bud junto a él—. Para
un muchacho es algo terrible perder a su papá. Si puedo hacer algo por ayudarte,
dímelo.
—Gracias —respondió Tom, sorprendido y conmovido por la simpatía real en el
rostro y la voz del hombre—. Lo haré.
—Claro. Haré todo lo que pueda. Ahora. ¿Qué piensas de nuestra nueva casa?
—Es muy grande —respondió Tom, y creyó ver cierta expresión divertida en el
rostro civilizado de Bud.
—Mi madre también me enseñó a ser precavido, Tom Flanagan —dijo Bud, y lo
llevó por una escalera al costado del living—. Ahora tú y Del debéis practicar los
trucos para la actuación. Si es que aún pensáis realizarla.
—Sí, claro, pero todavía tenemos que trabajar —dijo Tom, siguiendo la enorme
espalda de Bud por una sala de paredes muy blancas—. Ah, sí, daremos la función.
Claro que sí.
—Me alegro de oír eso.
—Escuche, Bud —dijo Tom, y el negro oyó algo en su voz que le hizo volverse y
mirarlo—. No es necesario que me conteste si no quiere.
—Lo recordaré —dijo Bud, sonriendo.
—¿Por qué se queda aquí? ¿Por qué hace un trabajo como éste?
La sonrisa de Bud se amplió y extendió una mano para tocar ligeramente la
cabeza de Tom.
—Es un trabajo, Colorado. No me molesta. Si tuviera veinte años menos, me
gustaría hacer alguna otra cosa, pero esto encaja conmigo, por mi manera de ser. Y
www.lectulandia.com - Página 106
creo que tal vez pueda hacer algún bien a tu amigo aquí —hizo un gesto hacia una
puerta al final del pasillo—. Tal vez pueda serte útil a ti también, alguna vez. ¿Es
razón suficiente?
Alzó las cejas y nuevamente apareció esa expresión inquietante de entendimiento,
como si Bud supiera todo sobre los pájaros y las visiones.
—Perdón por entrometerme —dijo Tom. Le ardían las orejas.
—Creo que esto te interesa, y que no tratabas de entrometerte. No tienes por qué
sentirte incómodo. ¿Quieres una Coca o alguna otra cosa?
Tom hizo un gesto negativo.
—Entonces te veré cuando salgas.
Bud volvió a sonreír y pasó junto a él para volver a la escalera.
Tom vaciló un segundo, temiendo la conversación sobre su padre que debería
tener con Del antes de ponerse a trabajar. Oyó a Bud que bajaba rápidamente la
escalera, y por una ventana abierta oyó una zambullida de alguien en la piscina.
Recorrió lo que faltaba del pasillo y se detuvo frente a la puerta de Del.
No había ruido, ni se oía ningún sonido desde el otro lado de la puerta. Por la
ventana que no veía llegaba la voz arrastrada de Valerie Hillman. En la habitación de
Del había tanto silencio que Tom pensó que tal vez su amigo dormía. Levantó el
puño, lo bajó, luego volvió a levantarlo y llamó.
Del no respondió, y al principio Tom pensó que tal vez su amigo estaba en la
piscina con su madrina. Pero Bud lo habría sabido.
—¿Del? —susurró, y volvió a golpear.
Junto con una carcajada que llegaba de afuera, oyó a Del que decía en voz baja:
—Entra.
Era apenas un susurro, pero en la voz se percibía esfuerzo…, el de la
concentración y la fuerza.
Tom movió el picaporte y empujó suavemente la puerta. La habitación estaba casi
totalmente a oscuras, y nuevamente Tom tuvo la sensación de entrar en un mundo
aparte que era el de Del… Salía del sol y de Arizona para entrar directamente en el
misterio.
—¿Del?
—Entra.
Tom avanzó lentamente en la oscuridad. Su primera mirada por la habitación le
mostró solamente la gran pecera junto al cortinaje corrido, los rostros de los magos
sobre una pared en sombra. Vio que la habitación era por lo menos el doble de grande
que la de la otra casa de Del; mirando a la derecha, vio un montón de cajas y objetos
de madera que debían constituir el equipo de un prestidigitador. Volvió la cabeza
hacia la izquierda y vio un espacio en sombras.
—Mira —ordenó Del desde el centro de las sombras.
www.lectulandia.com - Página 107
—Eh —dijo Tom, porque al principio sólo veía el perfil de una cama.
Luego no pudo decir nada, porque de pronto vio el cuerpo rígido de Del,
suspendido en el aire a casi un metro y medio sobre la cama. Del movió la cabeza
hacia un lado. Sonreía como un tiburón.
Tom no podía imaginar la impresión de su propio rostro, pero dio mucha risa a
Del. Riendo, descendió primero casi treinta centímetros y se detuvo bruscamente,
como si hubiera chocado con un objeto, y luego bajó lentamente otro medio metro.
Tom extendió una mano para sostenerlo, pero era incapaz de acercarse. La risa de Del
resonó nuevamente; sus pies se apoyaron en la cama, y los siguió el resto de su
cuerpo.
Tom miraba, tan asustado que sentía que podía desmayarse o vomitar, y el rostro
de Del volvió a contraerse y su cuerpo se elevó nuevamente sobre la cama.
—Bien, así termina nuestro espectáculo mágico —logró decir Del, y esta vez
pudo permanecer en el aire mientras reía.
16
—El día siguiente fue domingo —me dijo Tom en el Zanzíbar, la tercera vez que
fui a hablar con él—, y yo seguía deslumbrado. Lo que realmente me pasmaba era
que todo ello era un error. Porque yo sabía que era real. Ese pequeño hijo de puta
realmente levitaba. Era verdadera magia, y parecía ser el momento al que nos
habían conducido esa locura, los pájaros y las visiones extrañas y todo lo demás.
Sentí un malestar en el estómago. Entraba en la magia, y ya no sabía qué era
verdadero y qué era falso.
»Salí. Sparky, mi perro, se despertó y se puso a saltar alrededor de mí,
pidiéndome que arrojara su asquerosa pelota de tenis. Levanté la pelota mojada y la
arrojé contra el cerco. Sparky salió disparado hacia ella. En ese momento, antes de
que Sparky llegara a la pelota, el aire se puso raro…, oscuro y granulado, como una
vieja fotografía. Sparky giró sobre sí mismo y miró a su alrededor; luego gimió. Echó
a correr hacia la puerta de la cocina. Sus orejas estaban gachas…, recuerdo eso, y
recuerdo que me sentí aliviado: yo no estaba loco, eso sucedía realmente.
»Esa casa de cuento de hadas estaba frente a mí, en el lugar donde debería haber
estado la verja, la casa con la puertita marrón y los árboles que la rodeaban y el
techo de paja. Por una de las ventanitas junto a la puerta yo veía al viejo que me
miraba, y se pasaba las manos por la barba. Avancé por el sendero. “Ahora, ahora,
ahora… —pensé—. Ahora podré descubrirlo.” No sé qué pensaba descubrir, pero
tenía esa sensación. El viejo, el brujo, si eso era, me aclararía todo. Cuando llegué a
www.lectulandia.com - Página 108
su puerta, miró otra vez por la ventana y recibí un shock. Tenía un aspecto terrible…
Tan enfermo y asustado como yo había estado esa mañana. En su rostro esas
sensaciones parecían horriblemente fuera de lugar…, uno pensaría que en un rostro
como ése no podían aparecer semejantes cosas. Se apartó de la ventana. Yo abrí la
puerta.
»La casa estaba completamente a oscuras. En el aire vi brillar una vela…,
seguramente estaba sobre la repisa de la chimenea, pero no iluminaba a su
alrededor, sólo brillaba. Como el ojo de un gato.
»La puerta se cerró detrás de mí. Me volví para salir, muy asustado, pero no veía
la puerta. Luego oí venir algo hacia mí, y me di la vuelta para enfrentarlo.
»Y casi caí al suelo del susto. Me di cuenta de que no era una sola cosa, sino
muchas cosas, y todas horribles, horribles y malas… Tal vez eran cuatro o cinco, tal
vez un centenar. Yo no podía decirlo. Pero sabía que venían de él, del hombre que yo
había visto o que había soñado ver en Mesa Lane el día anterior al comienzo de las
clases. Era como todo ese mundo que yo había sentido antes, en la casa, el mundo
mágico, convertido en mal.
»Un rostro apareció ante mí, sonriendo como un demonio, y luego otros rostros
cobraron vida alrededor de él… gritando y sonriendo, las caras más horribles que
jamás había visto. Sólo estuvieron ahí un momento; luego desaparecieron.
»Ahora detrás de la vela había una zona brillante. En el círculo de luz vi la
sombra de dos manos que componían una cabeza de perro. Las orejas se levantaron.
La lengua se movió. Sombras chinescas, así se llaman: hacer figuras con la sombra
de las manos. Yo las había visto antes, por supuesto, pero nunca tan bien hechas…,
esos dedos parecían tener tres articulaciones…, y nunca me habían parecido tan
siniestras. La cara del perro se volvió hacia mí. Bien, eso es imposible en las
sombras chinescas, como sabes. Pero yo veía las orejas quietas y el cuello. Luego los
dedos se separaron para permitir que los ojos brillaran entre ellos. Eso fue tan
horrible como la cara. Los ojos eran sólo luces vacías, y, parecían completamente
malévolos. No era un perro, y yo lo sabía. Era la cabeza de un lobo.
»Luego los ojos se agrandaron, las manos aletearon, se doblaron y se
confundieron entre sí para formar un pájaro. Un pájaro con alas gigantescas y un
pico amenazador.
»Voló directamente hacia mí, aún en su círculo de luz, con las garras
extendidas… No eran manos, era un pájaro de sombras. Yo me agaché, y oí risas en
toda la habitación.
»El pájaro de sombras desapareció en la oscuridad. Oí el ruido que hacía, y giré
la cabeza para seguirlo, y vi otro tipo de sombras chinescas. Un grupo de hombres
daba puntapiés a un muchacho, lo mataban a puntapiés. Formaban un círculo
alrededor de él… yo les oía gruñir, oía los golpes de sus pies. Uno de ellos le dio un
www.lectulandia.com - Página 109
puntapié en la cabeza, vi volar la sangre, salpicando hacia todos lados. Esto tenía
lugar en el círculo de luz, pero no era posible que lo produjeran los dedos. Los
hombres patearon a un costado el cuerpo del muchacho, se separaron como si al fin
y al cabo fueran manos, y volvieron a agruparse formando una palabra: SOMBRA.
Luego apareció otra serie de letras: TIERRA. Tierra de las Sombras. Oí risas
alrededor de mí, risas malignas, y no supe si todos esos rostros retorcidos que me
observaban se reían porque querían advertirme que me alejara de la tierra de las
sombras, o porque sabían que yo identificaría al muchacho muerto con Del, y sabría
que debía ir allí.
—¿Que tenías que ir? —pregunté.
—Que tenía que ir —dijo Tom.
17
El día de la exhibición de deportes llegué por la mañana a la escuela una hora más
temprano: mi padre, que me llevó, tenía una cita a las siete y treinta en el centro de la
ciudad. Me dejó en la acera de enfrente de la Escuela Superior y yo crucé la calle y
subí los peldaños. La puerta principal estaba cerrada. Espié por el vidrio y vi una
entrada vacía y oscura, y una escalera que ascendía a la biblioteca, también oscura.
Durante un rato me quedé sentado en los peldaños, al sol, esperando que el
portero o uno de los profesores llegara y me abriera. Luego me aburrí y bajé los
escalones hasta la acera. Cuando miré hacia atrás, la escuela había cambiado; al verla
vacía, me parecía nueva. Carson parecía un lugar tranquilo, bien ordenado, y
separado del resto del mundo, como un monasterio. Parecía hermoso. En la luz de la
mañana, Carson era un lugar donde nada podía andar mal.
Por la calle, me deslicé entre los barrotes del portón frente a la entrada particular
del director. Avancé hacia el sendero particular y luego seguí por el césped. Desde
ese lado sólo podía ver los viejos edificios de la escuela Carson. Esta vista también
parecía misteriosamente tocada por la magia. Por un momento mi corazón se
conmovió y olvidé todas las cosas malas que habían sucedido, y amé ese lugar.
Luego, después de alejarme hacia la parte posterior del edificio y pasar por un
hueco entre el seto, vi una forma tendida boca abajo en el césped, junto a un
portafolios, y supe que no estaba solo. Los cabellos muy cortos, la espalda gruesa que
estiraba la tela de la chaqueta: era Dave Brick. Mi euforia se agotó en un instante.
Brick estaba tendido desconsoladamente en el césped, en el lugar donde el señor
Robbin nos había llamado para señalarnos el satélite. La chaqueta ridículamente
ajustada era de Tom Flanagan. Brick la había tomado prestada porque por distracción
www.lectulandia.com - Página 110
se había dejado la suya en casa dos días antes, y Flanagan era el único muchacho que
tenía una chaqueta extra en su armario. Brick arrancaba puñados de hierba con
lentitud y método. Cuando me vio comenzó a arrancarla con mayor rapidez.
—Llegas temprano —dijo—. Pájaro madrugador.
—Mi padre tenía una cita temprano en el centro.
—Ah. Yo siempre llego temprano. Así tengo más tiempo para estudiar. El portero
se ha atrasado esta mañana. —Suspiró, y finalmente dejó de arrancar el césped. En
cambio volvió la cara hacia abajo—. Todo comenzará otra vez.
—¿Qué?
—Las preguntas. Ese asunto de la Gestapo. Con nosotros.
—¿Cómo lo sabes?
—Oí hablar a Broome con la señora Olinger anoche cuando salí de la escuela. El
quería que yo le oyera.
—Ay, Dios mío —dije, con impaciencia y también con aprensión.
—Sí. Estuve a punto de faltar esta mañana. —Luego se incorporó apoyándose en
los antebrazos. Temí por la chaqueta de Tom—. Pero no podía, porque entonces él
sabría por qué, y me trataría aún con más rudeza cuando volviera.
—Tal vez ahora no te llame —dije.
—Tal vez. Pero si me llama, esta vez se lo diré. Ya no puedo soportarlo. Y ahora
será peor.
—Yo ya se lo dije a Thorpe, y no sirvió de nada.
—Porque no le dijiste que yo vi a Esqueleto también. Fuiste muy bueno. Yo,
sabes…, te estoy agradecido. Pero ya no me importa Esqueleto. Si Broome me llama
durante la clase de latín, se lo diré.
—Pienso que no te creerá.
—Sé que me creerá —respondió simplemente Brick—. Haré que me crea. No me
importa que toda la escuela se haga pedazos.
Cuando apareció el portero, entré con Brick, con la sensación de penetrar en un
laberinto donde esperaba agazapada una bestia con cabeza de toro.
Cinco minutos después de comenzar la clase de latín, apareció la señora Olinger
con una nota doblada en la mano. Dave Brick me miró con pánico. El señor Thorpe
gruñó, se retuvo para no gritar, y arrancó la nota de las manos de la señora Olinger.
La desdobló, la leyó y se pasó una mano por la cara. Su rechazo era tan fuerte como
un grito.
—Brick —dijo—. Despacho del director. Ahora mismo.
Brick temblaba de un modo tan incontrolable que dejó caer sus libros dos veces
mientras trataba de meterlos en el portafolios. Finalmente se puso de pie y avanzó
trastabillando hasta el centro del aula. Me miró con el rostro blanco y los ojos opacos.
Con la chaqueta de Flanagan parecía Oliver Hardy.
www.lectulandia.com - Página 111
Luego otra vez tuve la sensación de una vida secreta que corría por la escuela,
que latía sin que nadie la viera, que zumbaba como un motor. Después de la clase de
latín, la señora Olinger esperaba fuera del aula. Parecía incómoda, como todos los
mensajeros que traen malas noticias. La señora Olinger tocó el codo al señor Thorpe
y le murmuró unas palabras al oído.
—Caramba —dijo el señor Thorpe—. Muy bien, ya voy —y bajó rápidamente la
escalera del director.
Nosotros fuimos al salón del señor Fitz-Hallan y encontramos una nota escrita en
el pizarrón que nos decía que se había cancelado la clase y que debíamos emplear el
tiempo libre para leer dos capítulos de Grandes esperanzas.
—¿Qué sucede? —me preguntó Bobby Hollingsworth, cuando nos sentamos y
abrimos nuestros libros.
—No puedo explicarlo —dije.
—Apuesto a que finalmente han decidido echar a Brick —dijo Bobby
alegremente.
Terminé los capítulos y fui a buscar otro libro a mi armario. Por el camino pasé
frente al aula de cuarto año y oí una voz, que creí era la de Terry Peters, diciendo una
frase que contenía la palabra «esqueleto». Me detuve y traté de oír lo que decía, pero
la puerta era demasiado gruesa.
Después de sacar el libro del armario, eché una mirada al patio acristalado y vi al
señor Weatherbee que salía corriendo de su aula y continuaba corriendo por el pasillo,
muy agitado. La señora Olinger lo seguía.
El señor Fitz-Hallan, el señor Weatherbee, el señor Thorpe… eran el tribunal que
había oído mis acusaciones originales.
En el vestíbulo, unos muchachos mayores pasaron corriendo, las puertas de los
armarios se cerraron de golpe y sonaron los timbres a intervalos irregulares.
18
Cuando entramos en el auditórium persistía un aire de desorganización general
pero no reconocida. Sobre el escenario había un piano frente a una batería y un bajo,
los estudiantes estaban de pie en los pasillos, moviéndose y charlando, deshaciendo
los grupos, llamándose unos a otros. Muchas de las clases de la mañana se habían
quedado sin profesores. Morris vio a Hanna y a Brown de pie en el otro extremo del
auditórium, y fue a reunirse con ellos para esperar el aviso. Vi que el señor Thorpe
hacía un gesto negativo al señor Ridpath y luego se apartaba de él. Sus ojos buscaron
www.lectulandia.com - Página 112
los míos, y señaló un lugar junto a la puerta. El señor Ridpath también me miró con
furia, pero el señor Thorpe parecía mucho más enojado que él.
Llegó a la puerta antes que yo y me miró inexpresivamente mientras me acercaba
a él. Parecía un trozo de hielo con cabellos grises… El monte Rushmore, cubierto de
hielo. Esperó unos segundos, haciéndome transpirar, antes de hablar.
—Quiero que estés en mi oficina a las tres quince en punto —eso era todo lo que
pensaba decir, pero no pudo evitar dejar salir algo de su rabia—. Me has causado más
problemas de los que imaginas. —Como no pude replicar, dejó escapar un resoplido
y agregó—: No quiero verte hasta las tres quince.
Iba a expulsarme, y yo lo sabía. Caminé débilmente hasta la primera fila de
asientos y me senté junto a Bob Sherman. La mayor parte de los alumnos aún estaban
de pie y conversando.
—Muchachos —gritó la señora Olinger—. Siéntense, por favor.
Tuvo que repetir lo mismo varias veces antes de que le prestaran atención.
Gradualmente terminó el zumbido de la conversación y fue reemplazado por el ruido
de las sillas arrastradas por el suelo. Luego se oyeron nuevamente algunas voces.
—Silencio —gritó el señor Thorpe.
Y entonces hubo silencio. Morris, esperando a un lado del salón con los otros
miembros de su trío, parecía paralizado por el miedo a actuar.
Sólo entonces pensé en buscar a Esqueleto Ridpath: si estaba entre el público
significaría que él también iría a la oficina de Thorpe a las tres quince. Me di la
vuelta y vi que no estaba en las dos filas de los alumnos de cuarto año. De manera
que quizá Broome lo había expulsado ya.
Desde el podio al frente del escenario, la señora Olinger decía:
—Esta mañana tenemos el privilegio de presenciar las primeras actuaciones de
nuestros dos clubs. Para comenzar, por favor, presten toda su atención al trío Morris
Fielding, con Phil Hanna en la batería y Derek Brown acompañándolo en el violón.
Morris le sonrió por la terminología antigua, y supe que al menos él estaría bien.
Los tres subieron la escalera hasta el escenario. Brown tomó el contrabajo y Morris
dijo:
—Uno… Uno… Uno… Uno… —y comenzó a tocar Alguien me ama.
El sonido era como la luz del sol, el oro y los manantiales de la montaña, y yo
eliminé todo lo demás para concentrarme en la música.
Durante el último número de Morris oí un zumbido desconcertado y algunos
murmullos. Me volví y vi cuál era la causa. Laker Broome acababa de entrar en el
auditórium. Tenía una mano clavada en el hombro de Dave Brick. Brick tenía el
rostro blanco, y sus ojos estaban hinchados. Morris también volvió la cabeza para ver
lo que sucedía, y luego volvió a su piano con gesto decidido. Le oí insertar una frase
de Hail, Hail, the Gang’s All Here en su solo.
www.lectulandia.com - Página 113
Dadas las circunstancias, disfrutaba de la situación, lo cual era una definición de
heroísmo; pero al mirar la postura rígida y el rostro asesino de Laker Broome, pensé
que la bomba que yo había esperado durante toda la mañana acababa de ser arrojada
en el auditórium.
19
El director aplaudió junto con todos los demás cuando Morris se levantó e hizo
una reverencia. Dave Brick se había sentado en una silla vacía en el fondo del salón,
aparte del resto de los estudiantes. El señor Ridpath lo miró con odio por un
momento, y luego comenzó a acercarse al señor Broome, esperando una última
palabra, pero el señor Broome lo miró directamente al centro de su rostro estrecho, y
el señor Ridpath quedó paralizado.
—Atención, muchachos —gritó el señor Broome.
Una vez que todos nos volvimos en nuestros asientos para mirarlo, comenzó a
hablar y a caminar por un costado del auditórium hasta el pie del escenario, mientras
nosotros lo seguíamos con la mirada… Era un despliegue de poder.
—No me gusta interrumpir esta interesante actuación, pero quiero que presten
atención y compartan una historia fascinante. Les prometo que sólo ocuparé un
momento de su tiempo y luego podrán disfrutar de la segunda parte de este excelente
espectáculo. Caballeros, finalmente tenemos la respuesta al único gran problema que
ha tenido esta escuela desde su fundación, y quiero que todos ustedes, personalmente,
presencien el acto final de ese problema —sonrió. Ahora estaba en el podio, y con
indiferencia burlona apoyó un codo en la madera: estaba tenso como un arco. —
Algunos de nosotros nos reuniremos a las tres quince en el despacho del subdirector.
Será una reunión privada. A las cuatro quince quiero que toda la escuela esté
nuevamente reunida aquí como ahora. Esta escuela ha estado mal, y es hora de cortar
las ramas enfermas. —Volvió a sonreír con dureza, y vi en él el mismo demonio que
ardía en el rostro de Esqueleto Ridpath antes de pegar a Del—. Y ahora creo que
veremos un espectáculo de magia realizado por dos miembros de primer año.
Parecía que Broome quería dar un espectáculo en gran escala después de las horas
de clase, con brazos y piernas cortados en público y cristianos arrojados a los leones.
Quería responder a las actuaciones de los estudiantes con una propia. Ese demonio
que había brillado en sus ojos era el demonio de la ambición y de los celos, que no
admitía que lo dejaran en segundo plano. Tom y Del se levantaron en silencio de sus
asientos y pasaron junto al señor Broome para subir los escalones del escenario.
Broome caminó hacia un costado y se apoyó contra la pared más alejada, junto a
www.lectulandia.com - Página 114
una de las grandes puertas, cruzando los brazos sobre su pecho. Sonreía para sí
mismo. Tom y Del cerraron el telón, y por unos momentos oímos pasos y el ruido del
equipo trasladado al escenario. El piano fue empujado sobre sus ruedas con un ruido
de camión. Luego oímos el susurro de la tela. Por fin el telón se levantó, mostrando
un cartel pintado sobre un soporte.
FLANAGINI Y
LOS ILUSIONISTAS DE LA NOCHE
La mayoría de los estudiantes sentados frente al escenario se echaron a reír.
El escenario se llenó de humo blanco, que se expandió y comenzó a ascender
hacia las vigas y las luces, y vimos que el cartel había desaparecido. En su lugar
estaba Tom Flanagan, vestido con algo que parecía una colcha india y un turbante del
mismo material. Junto a él había una mesa alta cubierta de terciopelo negro, y del
otro lado de la mesa estaba Del. Llevaba smoking y una capa. Otra vez hubo risas, y
los dos muchachos hicieron una reverencia al unísono. Cuando se incorporaron, el
humo había desaparecido totalmente y sus rostros revelaban su nerviosismo.
—Somos Flanagini y Night —dijo Tom, recitando su parlamento a pesar de las
risas—. Somos magos. Venimos a asombrar y a entretener, a aterrorizar y a deleitar.
—Levantó la cubierta de terciopelo de la mesa, y algo parecido a una bola de fuego o
una estrella fugaz se elevó desde ahí y se incendió a unos dos metros sobre sus
cabezas para luego apagarse. Laker Broome miraba todo esto como si estuviera
mirando a un moscardón—. Y quizá, también, a divertir.
Del se quitó la capa de sus hombros, la arrojó sobre la mesa y un conejo blanco
de juguete de un metro veinte de alto saltó, tan parecido a un conejo real y tan
grotesco que algunos muchachos se quedaron con la boca abierta. Todos quedamos
conmocionados por un segundo, y luego Del lo tomó por una de sus largas orejas, lo
volteó y lo arrojó sobre su hombro, a la oscuridad que tenía a sus espaldas. Había una
gracia profesional instintiva en sus movimientos, y eso (y el percibir que el conejo era
un juguete de trapo) nos hizo reír a todos, con ellos ahora, y no contra ellos.
Realizaron varios juegos con cartas haciendo intervenir a muchachos del público;
una serie de trucos con pañuelos y cuerdas, entre ellos uno en el que Night probó que
podía escapar en tres minutos de una cuerda anudada por dos jugadores de béisbol;
hicieron aparecer una docena de ramilletes de flores naturales en el aire. Luego
Flanagini metió a Night en un armario y lo atravesó con espadas, y cuando Night
apareció entero, éste trajo otro armario (negro y cubierto de dibujos chinos) y puso a
Flanagini dentro de él.
—La cabeza que habla, o Falada —anunció Night, golpeando el armario por
todos los costados para demostrar que era sólido.
www.lectulandia.com - Página 115
Cerró un panel lacado y ocultó el cuerpo de Flanagini. La cabeza con turbante
miraba hacia afuera, impasible.
—¿Listo? —preguntó Night, y la cabeza asintió.
El panel superior se cerró. Night sacó una larga espada, tomó una naranja de un
bolsillo de la mesa, arrojó la naranja al aire y blandió la espada para cortarla por la
mitad.
—Una espada de samurai bien afilada —dijo, y la dobló—. Un instrumento de
lucha mortal.
La hizo silbar otra vez en el aire y luego la arrojó en dirección oblicua en la junta
de dos paneles. Se envolvió las manos con pañuelos negros y hundió profundamente
la espada en la junta, donde parecía encontrarse con un obstáculo. Night hizo una
pausa para ajustar los pañuelos en las palmas de sus manos, puso sus manos otra vez
sobre la espada y empujó. Dejó escapar un gruñido y empujó otra vez. La espada se
deslizó hasta el otro lado del armario y Night la arrancó de allí y la secó con uno de
los pañuelos. Luego retiró la parte inferior del armario de manera que ya no servía de
apoyo a la parte superior. Abrió el panel de la parte inferior para mostrar el cuerpo de
Flanagini desde el cuello para abajo.
—La danza de la muerte —dijo, y golpeó el costado del armario con la hoja de la
espada.
Por un momento el cuerpo cubierto con el atuendo indio se convulsionó y tembló.
—La cabeza que habla.
Se dirigió hacia la izquierda de la parte superior y abrió el panel. La cabeza de
Flanagini apareció bajo el turbante.
—¿Cuál es la primera ley de la magia? —preguntó Night.
Y la cabeza flotante respondió:
—Como es arriba, es abajo.
—¿Y cuál es la segunda ley de la magia? —preguntó Night.
—El mundo físico es una ilusión.
—¿Y cuál es la tercera ley de la magia?
—La realidad es una necesidad.
—¿Y cuántos libros hay en la biblioteca?
—No recuerdo —se oyó la voz inconfundible de Tom Flanagan, y la risa nos
sacudió como si hubiéramos estado embrujados.
Night cerró los dos paneles y corrió la parte inferior del armario hasta colocarla
bajo la parte superior. Cuando abrió los paneles salió Tom, intacto.
Aplausos frenéticos.
—Sólo una ilusión —dijo Night—. Un destello, una diversión.
Night se enderezó, y estaba tan negro y serio como el ala de un cuervo.
—Pero lo que es ilusorio puede ser cierto, y ésa es la cuarta ley de la magia, como
www.lectulandia.com - Página 116
el relámpago que está aquí y en seguida desaparece como la sonrisa de un brujo.
(El humo blanco comenzó a llenar nuevamente el escenario.)
—Y los sueños y las más profundas fantasías del hombre, estas ilusiones llenas de
verdad, son el verdadero país de la magia. Como el sueño de…
(De pronto las grandes puertas en un costado del auditórium se abrieron de par en
par. Uno de los muchachos del fondo, varias filas detrás de mí, gritó.)
—…El sueño de abrir las puertas de la mente.
(Extendió los brazos.)
—La mente se abre, los hombros se abren, el cuerpo se abre. Y podemos…
El humo, no blanco sino amarillento y grasoso, entraba por las puertas.
Del dejó de pronunciar su galimatías mágico y miró las puertas. Su rostro se
contorsionó. Abandonó la pose de mago profesional y se convirtió en un chico de
catorce años, muy confundido. Un segundo antes de que el público se volviera loco,
tuve tiempo de ver que Tom, Flanagini, también miraba algo y que él también estaba
consternado. Pero no miraba las puertas abiertas: miraba al fondo del auditórium…, a
un lugar tan alto que debía estar cercano al cielorraso.
El señor Broome dio un paso hacia las puertas, vio lo que había que ver, luego se
volvió y señaló a la pareja insignificante del escenario. Gritó:
—¡Ustedes hicieron esto!
—Tienes razón —me dijo Tom en el Zanzíbar—. Ni siquiera vi lo que había
afuera hasta unos segundos después. Yo estaba allí esperando que Del dijera la
última palabra: «volar». Había recitado todo el discurso excepto eso, y luego iba a
volar y a asombrar a todo el mundo. Habíamos encontrado la manera de hacer que
esas puertas se abrieran semanas antes, y si Del lo lograba, trataría de llegar a la
primera puerta y luego saldría caminando, y ése sería el final del espectáculo. Yo
esperaba oír la última palabra, «volar», y estaba muy asustado, pero entonces miré
ese extremo del auditórium y vi dos cosas que me asustaron mucho más. Una de ellas
era a Esqueleto Ridpath. Tenía un aspecto terrible. Parecía un gran murciélago, o
una araña gigantesca…, algo horrible. Y la otra cosa que vi tomó cuerpo una
fracción de segundo después, como si Ridpath y yo la hubiéramos atraído. Era un
muchacho en llamas… tragado por el fuego, fuego que no podía estar allí, fuego que
parecía salir de él. Lo miré con la boca abierta, y el muchacho en llamas
desapareció. No sé cómo pude permanecer en pie. Cuando Laker Broome comenzó a
gritarnos, miré y vi lo que veía Del, toda la casa del campo de deportes en llamas.
Todo ese humo que surgía, y los saltos de las llamas. Volví a mirar a Esqueleto, pero
ya se había ido… tal vez nunca estuvo allí. Luego todo el mundo se volvió loco.
www.lectulandia.com - Página 117
20
El grito de Laker Broome paralizó a todos, a los magos y al público, y por un
segundo también al muchacho que había gritado un momento antes. Y luego este
segundo de silencio se quebró… Entretanto habíamos oído el rugido terrible de un
incendio monstruoso. Todos se pusieron de pie y corrieron hacia las dos puertas,
arrojando las sillas. Laker Broome gritaba:
—¡Todo el mundo afuera! ¡Todo el mundo afuera!
Tal vez cinco muchachos salieron por las puertas antes de que el señor Thorpe
gritara:
—¡Deténganse!
Las puertas ya eran un pandemónium: todos nos arremolinábamos y luchábamos
por salir, y los muchachos que habían dejado de gritar trataban de volver a entrar.
—Retrocedan —gritó el señor Thorpe, y comenzó a empujar a los muchachos
hacia dentro del auditórium.
Luego sentimos el calor y la multitud retrocedió, derribando a los muchachos más
pequeños que estaban al fondo.
Cuando las puertas quedaron libres, vimos las llamas, a un metro y medio o dos
metros del auditórium…, el exterior parecía un mundo sólido de fuego. La vieja casa
de madera estaba completamente en llamas. Una de las torrecillas se doblaba hacia un
lado, inclinada sobre el enorme cuerpo del incendio como un nadador a punto de
zambullirse.
Los muchachos que habían salido y vuelto a entrar permanecían junto a las
puertas, mareados, enrojecidos y aterrados. Vi con asombro que uno de ellos, un
alumno de segundo año llamado Wheland, ya no tenía cejas…, su rostro parecía un
huevo rosado.
—Estúpido —dijo Thorpe al director—. ¿No veías? Estuviste a punto de hacerlos
morir.
Broome lo miró con ferocidad, y luego tomó al alumno de segundo año por el
hombro.
—¿Qué viste allí afuera, Wheland?
—Fuego, señor. Tenemos que salir por delante.
El señor Thorpe envió a la señora Olinger a la oficina a llamar a los bomberos.
—¡Rápido!
—¿No pudieron salir por el lateral?
—Los arbustos están en llamas. A ambos lados. No se puede salir por allí.
Al oír las palabras de Wheland, todos corrieron hacia la puerta del vestíbulo. Era
mucho más angosta que las paredes laterales del auditórium, y en cuestión de
segundos quedó bloqueada por una multitud de muchachos. Vi a Terry Peters que
www.lectulandia.com - Página 118
derribaba a un alumno de segundo año llamado Johnny Day y luego arrojaba a Derek
Brown sobre él.
—¡Mi bajo! —gritó Brown.
Corrió hacia una fila de alumnos altos del último curso, tratando de llegar al
escenario. Muchos de los muchachos gritaban. Vi con horror que la señora Olinger
estaba en medio de la multitud que forcejeaba, y no podía llegar al teléfono.
Entonces me di cuenta de que la sala se llenaba de humo.
—Tenemos que cerrar esas puertas —gritó Tom desde el escenario.
Se quitó la indumentaria india y saltó abajo. El señor Thorpe corrió a ayudarlo.
El señor Ridpath gritaba órdenes sin sentido. Los otros profesores subieron
corriendo al ver lo que hacían Tom y el señor Thorpe. Un alumno de cuarto golpeaba
a los muchachos con una silla de metal, tratando de abrirse camino hacia las puertas,
y yo me acerqué para tratar de ayudarles a cerrarlas.
El humo ya era muy denso en ese lado del auditórium. Pasé junto al señor Thorpe,
que dijo:
—Toma esto y tira.
Era la barra de metal de la puerta, y estaba muy caliente.
—Sogas —murmuró el señor Fitz-Hallan.
Y Tom dijo:
—Las usamos… para poder tirar de ellas desde el fondo del escenario; están en la
ventana del fondo…
—Mierda —murmuró el señor Thorpe, y por un momento buscamos en el suelo
junto a la puerta e hicimos entrar una gran longitud de soga.
Todos teníamos dificultad para respirar: el humo se nos metía en los ojos y la
garganta y quemaba como un ácido.
—Ya están todos —dijo Tom.
A través del humo veíamos la pared de fuego que alguna vez había sido la casa
del campo de deportes: las dos torrecillas habían desaparecido y una columna de
humo más negro se elevaba directamente desde el centro de la masa ardiente.
Cerramos las puertas ante las llamas que avanzaban.
Me volví y choqué con Del, que se acercaba entre un laberinto de sillas volcadas.
—No veo nada —dijo.
Los muchachos que estaban junto a la puerta bloqueada seguían gritando. Del
cayó sobre las patas de una silla volcada.
Luego Tom apareció milagrosamente a mi lado y levantó a Del.
—Nadie podrá pasar por la puerta —me gritó al oído—. Podéis salir subiendo al
escenario.
—El equipo —dijo Del—. Tenemos que sacarlo.
—Lo sacaremos —respondió Tom—. Mira, sube allí…, podrás ver mejor. No
www.lectulandia.com - Página 119
habrá tanto humo.
Levantó en brazos a Del hasta el escenario. Del avanzó y siguió a tientas hasta
que encontró lo que quería salvar.
—¿Dónde está Esqueleto? —dijo Tom cerca de mi cara; su propia cara estaba
grasienta y tensa, y sus ojos parecían blancos.
—Tenemos que apartarnos de esa puerta.
El señor Broome y el señor Ridpath gritaban en el otro lado del auditórium y
arrancaban a los muchachos que estaban cerca de la puerta. El señor Fitz-Hallan
apareció en medio del humo junto a mí, llevando a un muchacho en brazos.
—La puerta del escenario —dijo—. Algunos se están desvaneciendo. Hay
heridos. —La señora Olinger se aferraba a su chaqueta—. Ya vuelvo —dijo Fitz-
Hallan, y se arrastró sobre las tablas; dejó al muchacho y levantó sin ceremonias a la
señora Olinger.
Hollis Wax se acercó a las puertas que Flanagan y los profesores habían logrado
cerrar y las golpeó con el puño.
—¡Están calientes! —gritó—. ¡Se van a quemar!
Tom corrió hacia él; veía en medio del humo como un murciélago. Wax
inmediatamente corrió hacia el escenario. Luego, vi borrosamente que Tom levantaba
a Brown y lo arrastraba por el suelo hacia mí.
—Súbelo al escenario —ordenó.
Y yo puse mis brazos debajo de Brown y subí sus hombros al escenario. Luego le
levanté las piernas para subirlas.
—Sácalo afuera —gritó Tom desde alguna parte.
Vi al señor Fitz-Hallan que venía hacia mí con otros muchachos: le seguía una
fila de estudiantes que gemían, como antes la señora Olinger. Subí al escenario junto
al profesor de inglés y saqué afuera a Brown y pasamos por la puerta al vestíbulo.
Aun ahí afuera llegaba humo desde el corredor.
—El bajo —suspiró Brown, incorporándose y frotándose los ojos.
Hollis Wax avanzó por el corredor, mirando hacia atrás. Tom y Fitz-Hallan
salieron junto conmigo, y Wax nos vio, se volvió y corrió mientras Fitz-Hallan le
hacía una seña.
—Todos ustedes —gritó Fitz-Hallan—, sigan afuera a Wax y esperen en el
estacionamiento.
Doblado sobre sí mismo, el señor Ridpath salió al vestíbulo en el momento en que
nosotros volvíamos a entrar. Le seguía un pequeño grupo de muchachos y profesores
que tosían.
—No puedo… —dijo Ridpath, y luego se inclinó un poco más, tosiendo.
—Afuera —ordenó Fitz-Hallan.
Tom ya había vuelto…, le vi deslizarse por el escenario oscuro. Brown tomó a
www.lectulandia.com - Página 120
Ridpath de la mano y comenzó a avanzar tan rápidamente como podía por el corredor
que había seguido Wax. El muchacho que había tratado de abrirse camino a golpes de
silla saltó por la puerta en el momento en que Tom desaparecía de la parte delantera
del escenario para volver a entrar en el caos de humo del auditórium.
Yo crucé lentamente el escenario, sin respirar. Me ardían los ojos por el humo.
«El baño», pensé, y entonces advertí que en el escenario sólo quedaba el piano. La
casa del campo de deportes lanzaba unos rugidos que parecían el fin del mundo. El
señor Broome subió al escenario y se acercó a mí.
—Tú —dijo—. Te ordeno que salgas de este lugar inmediatamente.
Miré hacia el auditórium y vi que las puertas estaban en llamas. Hacía más calor
que en una sala de máquinas. Unos veinte muchachos se hallaban tendidos en un
montón frente a la salida del vestíbulo; el señor Weatherbee se inclinaba en medio del
humo, arrastrando a dos muchachos hacia mí. Salté abajo y ayudé a subirlos al
escenario.
—No puedo seguir aquí —gritó, y cayó al podio; tomó a los muchachos por las
muñecas para dirigirse a la puerta del fondo; cuando llegó a ella se arrastraba.
Tom y el señor Fitz-Hallan arrastraban muchachos inconscientes del montón.
Bajé de un salto, y las puertas que daban afuera cedieron en el mismo momento. El
fuego entró como si viniera de un lanzallamas. Inmediatamente aparecieron estrías
negras en el suelo del auditórium.
—Levántate del suelo, Whipple —gritó el señor Broome. Alcé la mirada,
sorprendido al verlo en el borde del escenario como si fuera un actor—. Si no, arderás
como una tajada de tocino. Levántate del suelo.
Sobre el ruido del fuego oí las sirenas.
El señor Broome gritó:
—¡Todos afuera! ¡Ahora mismo! ¡Todos afuera!
El señor Whipple era demasiado pesado para levantarlo. Aspiré humo ardiente; se
me doblaron las rodillas y sentí un fuerte malestar en el estómago. Tom apareció
junto a mí, llevando a uno de los muchachos inconscientes.
—¡Afuera! ¡Afuera! ¡Afuera! —gritó el señor Broome.
El telón del escenario se incendió, y desde el suelo lo vi arrugarse y desaparecer
como si fuera papel de seda. El señor Fitz-Hallan cayó de rodillas a seis metros de
distancia. El estómago del señor Whipple hizo ruidos, él se dio cuenta y vomitó a un
metro de mi cabeza. Vi a Tom que se llevaba un brazo a la boca, y oí sus arcadas
mientras tiraba del brazo del señor Fitz-Hallan. Luego una forma enorme con ropas
negras y brillantes se inclinó sobre mí y me levantó. Tenía olor a humo.
21
www.lectulandia.com - Página 121
Pasta de héroe
El bombero me llevó al estacionamiento, donde cuatro camiones lanzaban arcos
de agua sobre la casa del campo de deportes y contra el costado del auditórium. Me
colocó en el césped, junto a uno de los camiones, y yo logré sentarme. Llevaban al
señor Fitz-Hallan a la salida del estacionamiento, y también a Tom. Los dos parecían
científicos locos en un libro de historietas, con las caras manchadas de negro, las
ropas humeantes. Detrás de ellos venía una hilera de bomberos que llevaban a los
últimos muchachos: ya no eran veinte, sólo cinco o seis. Un bombero con el rostro
enrojecido avanzaba dando tumbos llevando al señor Whipple.
Una ambulancia se detuvo frente al estacionamiento cerca de la puerta lateral. Los
camilleros saltaron y abrieron las puertas posteriores para sacar las camillas. Logré
ponerme de pie. Morris, Sherman, Bobby Hollingsworth y los demás estaban
agrupados en el césped junto al estacionamiento, y miraban los arcos de agua que
desaparecían en la casa del campo de deportes. Yo veía líneas rojas en el rostro de
Morris… Alguien le había pegado y le había hecho un corte en el cuero cabelludo.
Parecía elegante e imperturbable a pesar de la sangre que le cubría la cara, y de
pronto me puse a llorar.
—Está bien —dijo Tom. Una vez más, milagrosamente, estaba junto a mí—.
Acabo de echar un vistazo, y creo que todo el mundo está bien. ¿Viste a Esqueleto
Ridpath?
Me enjugué los ojos.
—Creo que no está aquí.
—Bien, yo creo que sí —dijo Tom.
Se apartó y fue hacia los profesores, que estaban agrupados en el fondo del
estacionamiento, rodeando al señor Broome. Daba la impresión de que el director
había estado en el auditórium más tiempo que cualquier otro…, su rostro estaba casi
negro. Tenía manchas de ceniza en la chaqueta. Miró a Tom sin verlo y continuó su
monserga con el señor Thorpe. Su doberman estaba junto a él, agotado y también
manchado de ceniza. El perro olía a humo y a madera y a metal retorcido…, lo vi
desde donde estaba…, y me di cuenta de que probablemente a mí me sucedía lo
mismo.
—No puedes decirme que no había un muchacho fumando —dijo Broome—. El
incendio comenzó en una de las torres. Lo vi claramente. ¿Qué otra cosa les hemos
estado diciendo a los muchachos día tras día? —Trastabilló un poco y el señor
Thorpe lo tomó del codo para mantenerlo en equilibrio—. Quiero una lista de todos
los muchachos que estaban en el auditórium. De esa manera encontraremos al
culpable. Una lista, y hay que ir tachando…
www.lectulandia.com - Página 122
—Señor Broome —dijo Tom.
Un bombero pasó corriendo, luego otro.
—Aquí hay hombres trabajando —dijo el señor Broome—. Salgan del camino.
—¿Steve Ridpath estaba en la escuela esta mañana? —preguntó Tom.
—Lo enviaron a su casa.
—Está en casa —dijo el señor Ridpath, tosiendo—. Se llevó el coche. Gracias a
Dios.
—¿Iban a expulsar a Del de la escuela? —preguntó Tom.
—No seas estúpido —dijo Broome—. Tenemos cosas que hacer. Ahora, déjanos.
Un hombre corpulento vestido como un policía avanzó por el sendero y se detuvo
junto a Tom y a mí. Llevaba una insignia que decía «Jefe».
—Quién es el director aquí? —preguntó.
El señor Broome se puso tieso.
—Yo soy el director.
—¿Puedo hablar con usted un segundo?
—Estoy a su disposición —respondió el señor Broome, y siguió al jefe hasta el
centro del estacionamiento.
—¿Dónde está Del? —preguntó Tom—. ¿Vieron a Del?
—¿Un muerto? —dijo Broome en voz alta, como si nunca hubiera oído la
palabra.
Los dos bomberos que habían pasado corriendo un poco antes salían por la puerta
lateral llevando un cuerpo en una camilla.
—En la chaqueta dice Flanagan —dijo el jefe de bomberos.
—Flanagan no ha muerto —respondió tranquilamente el señor Broome—.
Flanagan está bien vivo. Yo mismo le ayudé a salir del auditórium.
—Ah, no —dijo Tom, pero no para contradecir la mentira del director.
El señor Fitz-Hallan y la señora Olinger, seguidos de cerca por el señor Thorpe,
ya estaban en la puerta de la ambulancia. Cuatro muchachos que se habían
desmayado a causa del humo gemían en las camillas en el interior del vehículo. Oí un
estruendo cuando se derrumbó lo que quedaba de la casa del campo de deportes. Los
muchachos gritaron como si estuvieran viendo fuegos artificiales. El señor Fitz-
Hallan se agachó y levantó suavemente el borde de la manta. No pude oír las dos o
tres palabras que pronunció.
—Deja que esos hombres continúen con su trabajo, Flanagan —gritó el señor
Broome.
Cuando subieron el cuerpo cubierto a la ambulancia, la regla de cálculo con su
estuche de cuero se deslizó por el borde y golpeó contra el acero blanco.
Esta es la última de las tres imágenes que he conservado del primer año en
www.lectulandia.com - Página 123
Carson…, una imagen compuesta, en realidad. La regla de cálculo de Dave Brick
golpeando contra la parte inferior de las puertas de la ambulancia, los muchachos
gritando al ver caer lo último que quedaba de la casa del campo de deportes, el señor
Broome vociferando impacientemente: en eso se había convertido tanta irónica
educación. Un muchacho muerto, algunos gritos, el aullido de un loco.
Tom y yo encontramos a Del sentado en el césped frente a la escuela. Hacía
guardia junto al equipo de magia, el contrabajo y la batería de Phil Hanna, que había
logrado sacar mientras Tom salvaba vidas. Había visto llegar los camiones de los
bomberos y la ambulancia, pero no había venido al estacionamiento porque tenía
miedo de que alguien robara el contrabajo de Brown.
—Para él era muy importante —dijo—. Y de todas maneras, oía toser y gritar a
todos, de manera que sabía que estaban bien. —Miró el rostro de Tom, luego el mío
—. Están bien, ¿verdad? Tom se sentó junto a mí.
22
La graduación
Cuatro profesores, incluidos el señor Fitz-Hallan y el señor Thorpe, se quedaron
toda la noche en el hospital debido a las inhalaciones de humo; y también
veinticuatro muchachos. La edición matutina del principal periódico de la ciudad
llevaba este titular: «EL DIRECTOR DE UNA ESCUELA DE
CATEGORÍA SALVA LA VIDA A CIEN MUCHACHOS».
«Alumno de primer año fallecido», era el subtítulo. Nadie volvió a
mencionar jamás la expulsión ni el robo, como si el incendio hubiera resuelto toda la
cuestión.
En todo caso, no había a quién mencionárselo: se suspendieron las clases que
faltaban para terminar el año y los profesores pusieron las notas finales promediando
todo el trabajo hasta el día del incendio. Muchos muchachos creyeron hasta cierto
punto la historia de que Laker Broome había salvado él solo a la mayor parte de la
escuela, porque los periódicos lograban que un acontecimiento caótico pareciera más
claro que lo que había sido para los implicados. Pero recordaban lo que había hecho
Tom Flanagan; sólo la dirección y la mayoría de los padres pensaron que los
periódicos decían la verdad. Querían creer que la administración de la escuela se
había comportado en una crisis en la forma que a ellos les hubiese gustado.
www.lectulandia.com - Página 124
Un periodista fotografió al señor Broome en la recepción al aire libre después del
comienzo de las clases. Cuando mirábamos la colina en dirección a la Escuela
Superior veíamos el enorme agujero en el paisaje en el lugar donde había estado la
casa del campo de deportes. Padres y alumnos caminaban por el césped, sirviéndose
sándwiches de las largas mesas atendidas por camareras. Yo acababa de separarme de
mis padres, que estaban en un pequeño grupo con Morris, Howie Stern y sus padres,
cerca del escenario improvisado donde un miembro del último gabinete del
presidente Eisenhower nos había rogado que trabajáramos intensamente y
construyéramos una América mejor. Casualmente yo estaba junto al señor Broome
cuando le tomaron las fotografías, y cuando el hombre se alejó, Broome me miró con
indulgencia.
—¿Qué piensas de nuestra escuela? —preguntó—. Dentro de pocos meses estarás
en segundo año. Eso implica más responsabilidad.
Nos miramos un momento.
—Todos ustedes serán grandes hombres. Todos ustedes.
Hasta las largas arrugas en su rostro eran diferentes, menos definidas. Muchos
años después me di cuenta de que había tomado grandes dosis de tranquilizantes.
Me despedí de él y volví a mis amigos y mis padres. Tom y su madre pasaron
junto a nosotros, acompañados por Del y los Hillman. En medio de la multitud, a
pesar de que Tom iba con su madre y Del con sus padrinos, los dos parecían solos.
Laker Broome los miró sin verlos y sonrió a una bandeja de sándwiches.
—¿Recuerdas? —dijo Tom en el Zanzíbar—. Por supuesto que recuerdo de qué
hablábamos. Estábamos organizando con Del mi viaje a la Tierra de las Sombras.
Mamá no quería que fuera en avión, de manera que tomaríamos el tren. Parecía
divertido… subir a un tren en Phoenix y cruzar todo el país.
—¿Por qué querías ir? —pregunté
—Sólo por una razón —dijo Tom—. Quería proteger a Del. Tenía que hacerlo.
Giró en su taburete del bar y contempló el salón vacío. La luz que entraba por las
ventanas caía como un reflector en el otro extremo del escenario. No quería mirarme
mientras seguía hablando.
—Sabía que no podría evitar que él fuera, de manera que tenía que ir con él.
Suspiró, todavía mirando el trazo de luz amarilla en el escenario vacío, como si
esperara ver allí una visión.
—Había algo que yo realmente no sabía. Pero debería haberlo sabido. La
escuela también era la Tierra de las Sombras.
www.lectulandia.com - Página 125
Y durante meses, durante casi dos años, en otros bares o en habitaciones de hotel,
en otras ciudades, en otros países, siempre que nos encontrábamos:
—Deja que te cuente lo que sucedió entonces…
www.lectulandia.com - Página 126
Segunda Parte
LA TIERRA DE LAS
SOMBRAS
Hemos vuelto al pie del gran árbol
narrativo, donde las historias pueden ir
hacia… cualquier parte.
Cuentos de hadas y después, Roger Sale
www.lectulandia.com - Página 127
UNO
LOS PÁJAROS HAN VUELTO A CASA
Del estuvo tranquilo durante todo el primer día del viaje…
Del estuvo tranquilo durante el primer día del viaje, y en cierto momento Tom
abandonó el intento de hacerle hablar. Siempre que hacía mención al vasto panorama
vacío que se veía desde las ventanillas del tren. Del se limitaba a dejar escapar un
gruñido y se sumergía más profundamente en un manuscrito mecanografiado de
doscientas páginas que Coleman Collins le había mandado por correo. Era sobre algo
llamado «Forma de barajar las cartas transversal triple». Aparte de algunos gruñidos,
su único comentario sobre el paisaje del desierto fue: «Es como un millón de
sombreros de cowboys.»
Durante este tiempo, Tom leyó una edición de bolsillo de una novela de misterio
de Rex Stout, paseó por los vagones mirando a los otros pasajeros, muchos viejos y
mujeres jóvenes con bebés, mezclados con soldados muy conversadores, con acento
del sur. Inspeccionó el bar y el coche comedor. Se sentó en el mirador. Allí el desierto
parecía rodearlo todo, cambiando de colores a medida que avanzaba el día y el tren.
Pasaba por el amarillo, el naranja, el dorado y el rojo, y en el instante anterior al
atardecer aparecieron el azul y el gris en la distancia, teñidos de un rosa brillante.
Esto sólo duró un segundo, lo necesario para detener el corazón, pero fue un segundo
en que el mundo entero parecía un incendio.
Cuando Tom volvió a su asiento, Del levantó la mirada de una página llena de
diagramas y dijo:
—Pobre Dave Brick.
De manera que también él lo había visto.
Llegó la noche, y las ventanillas les devolvieron el reflejo indefinido de sus
rostros.
—Qué torpe —murmuró Tom, casi llorando: la complejidad de los sentimientos
que había en su pecho era demasiado densa como para analizarla.
Había echado de menos a Dave Brick en el infierno lleno de humo del
auditórium, seguramente había pasado una docena de veces junto a él y lo había
www.lectulandia.com - Página 128
dejado allí, detrás de ellos, en el país del que se alejaban cada vez más. La sensación
de avanzar, de ser impulsado hacia adelante era tan fuerte como la sensación de
amenaza alrededor de la casa de Del la noche en que Del se elevó en el aire…, era la
sensación de ser enviado como un paquete a un destino totalmente desconocido.
Observó sus propios ojos en la ventanilla sucia y vio la oscuridad que pasaba junto a
él en forma de un poste de telégrafo como un sombrío signo de exclamación.
—Tú hiciste mucho —dijo Del.
—Sí —gruñó Tom, y Del volvió a sus páginas de diagramas.
Después de veinte minutos en los que Del se dedicó a manipular las cartas y Tom
se entregó a sus sentimientos, temiendo que estallaran y se derramaran, Del levantó la
mirada y dijo:
—Eh, ya debe haber pasado la hora de la cena. ¿Hay algún lugar donde comer en
este tren?
—Hay un coche comedor más adelante —dijo Tom.
Miró su reloj y le desconcertó ver que eran las nueve; no habían sentido el paso
del tiempo, ocupados como estaban en dejar cosas atrás, allá atrás.
—Muy bien —dijo Del, y se puso de pie—. Quiero mostrarte algo mientras
comemos.
—No entiendo nada de lo que estás leyendo —dijo Tom mientras caminaban por
el pasillo hacia la parte delantera del vagón.
Del le sonrió por encima de su hombro. —Bien, tal vez no entiendas esto
tampoco. Es otra cosa —y dejó a Tom sin respuesta.
Cualquier desconocido que les mirara se habría dado cuenta de que iban a la
misma escuela. Debían parecer tan conmovedoramente jóvenes, con sus camisas
azules Gant y el cabello recién cortado; eran tan distintos a todos los demás en el tren.
En todas las estaciones habían subido vaqueros con ropas polvorientas, sombreros
rotos y maletas de cartón. Con nombres como Gila Bond y Edgar y Redemption, las
estaciones eran cabañas de tablas marrones en el desierto.
En el vagón restaurante, Tom advirtió por primera vez qué extraños debían
parecer él y Del en el tren. En cuanto entraron, se sintieron en evidencia. Las mujeres
con sus niños, los soldados, los vaqueros, todos les miraban. Tom deseó llevar un
uniforme y tener diez años más. Algunas personas sonrieron: ser niños bonitos era
odioso. Se prometió que durante el resto del viaje al menos se pondría una camisa de
color diferente de la de Del.
Del ocupó una mesita a un costado, quitó de un voleo la servilleta del plato y
aceptó el menú sin mirar al camarero. Inmerso en algún asunto privado, ni siquiera
había advertido las miradas.
—Ah, huevos Benedict —dijo—. Maravilloso. ¿Tú también?
www.lectulandia.com - Página 129
—Ni siquiera sé qué son —respondió Tom.
—Entonces pruébalos. Son excelentes. Prácticamente mi plato favorito.
Cuando volvió el camarero, los dos pidieron huevos Benedict.
—Y café —dijo Del, entregando distraídamente el menú al camarero, que era un
negro hosco, de cierta edad.
—Ustedes deben beber leche —dijo el camarero—. El café retarda el crecimiento.
—Café. Negro —miraba a Tom directamente a los ojos.
—¿Y tú, hijo? —el camarero volvió su rostro cansado hacia Tom.
—Leche, creo. —Del hizo un gesto. Tom preguntó—: ¿Tú bebes café?
—En Vermont, sí.
—Y los príncipes y los cuervos lo traen en tazas de oro todas las mañanas.
—A veces. A veces lo trae Rose Armstrong —sonrió Del.
—¿Rose Armstrong?
—Sí. Espera. Tal vez esté allí, tal vez no. Espero que sí.
—¿Sí? —ahora fue Tom quien sonrió.
—Sí. Si tienes suerte, ya verás. —Del se puso la servilleta en las rodillas, miró
alrededor como para asegurarse de que nadie escuchaba, y luego miró a Tom y dijo
—: Antes de que pruebes por primera vez el sabor del paraíso, tendrías que ver lo que
me envió.
—Si piensas que tengo edad suficiente.
Del sacó una hoja doblada de papel de máquina del bolsillo de su camisa y la
pasó a Tom. Sonreía con satisfacción.
Tom desdobló la hoja.
—No hagas preguntas hasta terminar de leer —dijo Del.
La página decía:
Encantamientos, imágenes e ilusiones
(Para ser leído cuidadosamente por mis dos aprendices)
¡Sabed en qué os estáis metiendo!
Nivel 1 Nivel 2 Nivel 3
Trance Teatro Vuelo
Voz Levitación Transparencia
Silencio Paisaje alterado
Nivel 4 Nivel 5 Nivel 6
Muro de llamas Coleccionista Presencia fantasmal
Muro de hielo Mente sobre materia Estatua viva
Levantar arbol Control mental Respiración de pescado
www.lectulandia.com - Página 130
Nivel 7 Nivel 8 Nivel 9
Tiempo alterado Calcular daños Wood Green Empire
Creación de paisaje Invocación de demonios menores
Explosión deseada
Tom levantó la mirada cuando terminó de leer.
—Vuelve a leerlo.
Tom miró nuevamente las listas.
—No lo entiendo.
—Claro que lo entiendes —todo el ser de Del estaba iluminado.
—¿Recibes uno de éstos todos los veranos?
Del sacudió la cabeza.
—Esta es la primera vez. Pero cuando le vi en Navidad, dijo que si volvía contigo
me enviaría una descripción.
—¿De qué? ¿De todo lo que sabe hacer?
—Sabe hacer mucho más que esto. Pero supongo que se refiere a una descripción
de lo que un mago debe poder hacer.
—¿Puede convertir estatuas en personas? ¿Puede…? —Tom examinaba la lista
—. ¿Cambiar el paisaje?
—Eso creo —rió Del—. He visto mucho de esto. No todo, pero mucho.
—De manera que si Rose Armstrong te trae café, ¿podría venir cabeza abajo?
¿Con el café hacia abajo en una taza vuelta hacia bajo?
Del sacudió la cabeza, sin dejar de reír.
—No me gusta ese asunto de «sabed en qué os estáis metiendo».
—Te dije que a veces da miedo…
—Pero es como una amenaza.
Y luego su mente recreó una imagen que un mes atrás había decidido que era
falsa: la de Esqueleto Ridpath flotando cinco centímetros por debajo del cielo raso del
auditórium, colgado como una araña, divirtiéndose con la inminente destrucción.
—No es realmente una amenaza —explicó Del—. A veces, allí arriba, todo es
normal, y otras veces… —señaló el papel con un gesto—. Otras veces aprendes
cosas. Ah, muy bien, aquí llega la cena.
Tom partió delicadamente uno de los huevos que tenía en el plato, vio correr la
yema mezclándose con el amarillo de la salsa y se llevó el tenedor a la boca.
—Mmm —dijo mientras tragaba—. ¿Cuánto hace que se inventó este plato?
—La salsa holandesa es de frasco —dijo Del—. Pero ya puedes hacerte una idea.
www.lectulandia.com - Página 131
Mientras comían, el tren entró en una estación… Tom sólo vio una torre metálica
de agua y un cobertizo despintado. Los tipos habituales, con sus sombreros
deteriorados, esperaban para subir.
Del dijo:
—Con estas instrucciones creo que a veces puedes hacer algo de un nivel
superior, aunque no sepas hacer todo lo de los niveles más bajos. Por ejemplo, yo
puedo elevarme, como sabes, pero el tío Cole dice que todos pueden aprender a
hacerlo si se concentran adecuadamente. Pero en realidad estoy en Nivel Uno…, ni
siquiera sé controlar la voz y proyectarla. Aún estoy tratando de aprender. «Trance»
es como el hipnotismo. Hasta un idiota puede hacerlo. Los fuegos artificiales, bien…
Tom miraba pasar a los vaqueros solitarios. Parecían sedientos. Nadie iba a
despedir nunca a los vaqueros, nadie iba a recibirlos.
—…Son algo corriente en el escenario, sólo hay que saber cómo hacerlos, cómo
funciona el mecanismo…
Parecían viajeros espaciales, con tan pocos lazos con la tierra, pero su órbita era
alrededor de ciudades como ésta, cuyo nombre era Abedul Solitario.
Luego vio un rostro que apartó violentamente sus pensamientos de los vaqueros.
Todo el placer que sentía se tornó negro y frío.
—Los fuegos artificiales, bien, él piensa que son una porquería —lo miró con
curiosidad—. ¿Perdiste el apetito de pronto?
—No lo sé —respondió Tom.
Se indinó sobre la mesa, tratando desesperadamente de ver ese rostro golpeado
entre la media docena de hombres que esperaban afuera.
—¿Te parece haber visto a un amigo, en Abedul Solitario?
—No un amigo. Me parece ver a Esqueleto. Esperando para subir al tren.
—Ah, yo también acabo de perder el apetito. —Parecía perfectamente tranquilo
—. ¿Qué hacemos?
—Yo no quiero hacer nada.
—Creo que deberíamos mirar. Así sabremos. ¿Estás seguro?
—Bastante seguro. Pero sólo vi por un segundo… apenas una imagen.
El tren comenzó a salir de la estación.
—Pero un rostro como ése…
—Es muy difícil de confundir —dijo Tom—. Sí.
—Vamos —Del lo apartó de la mesa—. Yo pagaré al camarero. Iré delante y tú
me seguirás. Cuando hayamos recorrido más o menos la mitad del tren —Del inspiró
profundamente y se balanceó un poco con el movimiento del tren—. Si es él…, no es
que quiera darte órdenes…, y tal vez esté sentado mirando hacia nosotros cuando
pases…, pero tal vez sólo está viajando…
—Y tal vez yo esté equivocado —dijo Tom. Parte de él se alegraba del
www.lectulandia.com - Página 132
nerviosismo que había surgido en Del—. Y tal vez si lo veo, le haré bajar del tren de
una patada. —Ahora que Del había mostrado su propio miedo, el suyo podía
convertirse en furia—. Creo que será mejor que vayamos.
—Eso es lo que dije —le recordó Del por sobre el hombro, y extendió un billete
doblado de diez dólares al camarero.
Tom entró en el vagón siguiente y miró a los pasajeros. Muchos dormían…, los
bebés en las faldas de sus madres, tendidas sobre dos asientos. Los soldados dormían
con las gorras sobre los ojos, roncando intensamente. Algunos que estaban despiertos
los miraron levantando los ojos de sus revistas. Esqueleto Ridpath no estaba allí.
Atravesó rápidamente el pasillo, abrió la pesada puerta, y por un momento
permaneció en el espacio móvil entre los vagones y miró por la sucia ventanilla. Este
era su vagón… Tom sentía una furiosa certeza de que si Esqueleto estaba en el tren,
su asiento se encontraría cerca del de ellos. La idea le aflojó los intestinos. Pero el
asiento detrás del que ocupaban estaba vacío; la gente que veía desde la ventanilla era
gente con quien había hablado o a quien había saludado. Empujó la puerta y entró.
Una de las madres soñolientas le sonrió. El largo vagón estaba cálido y cómodo.
Tom pensó que si Esqueleto realmente se hubiera encontrado allí, sus nervios se
habrían contraído, las alarmas habrían aullado.
Quedaban tres vagones. Como Esqueleto había subido en la parte central del tren
donde se encontraba Tom, había un treinta y tres por ciento de posibilidades de que
estuviese en el vagón siguiente. Tom salió de su propio vagón y abrió la puerta del
siguiente.
Todas las luces estaban apagadas. Tom cerró la puerta tras sí. Sus ojos se
adaptaban lentamente a la oscuridad. Este vagón se encontraba casi vacío, y por eso
los pocos ocupantes podían imponer su opinión unánime de que la noche en el tren
está hecha para dormir. Uno de los hombres, con bigotes y téjanos, gruñía en medio
de su sueño y hundía la cara más profundamente en el material nada blando del
asiento. Tom vio de inmediato que ninguno de ellos era Esqueleto. Le hubiera
gustado poder acurrucarse así, apoyar la cara en el asiento, y estar en otra parte,
seguro…, y entonces sintió que avanzaba por sueños ajenos, que los invadía.
Este hombre que levantaba un hombro frente a él, ¿soñaba con la serpiente que da
la vuelta al mundo y yace con su cola en la boca?
Y el hombre dos hileras más atrás que dormía como un niño, con la cabeza
echada hacia atrás y las rodillas separadas, ¿soñaba con alguna Rose Armstrong,
alguna muchacha perfecta que lo fascinaba? ¿O con un sapo envuelto en llamas que
tenía una joya en la frente y una llave en la boca?
¿Y éste soñaba con ser un cazador en un bosque estrellado… Orión con el arco
tendido?
www.lectulandia.com - Página 133
¿O soñaba con un hombre que se convertía en pájaro de presa?
Entonces sentía que no invadía sus sueños, sino que él era sus sueños; que era un
sueño que alguien soñaba. Sus pies no tocaban del todo el suelo. Los ronquidos y los
movimientos de los que dormían lo llevaban al extremo del oscuro vagón, y la puerta
flotaba hacia un lado bajo la presión de su mano. Transpiraba, tenía la cabeza llena de
telarañas… pájaros de presa… sapos ardientes…
Transpiraba, transpiraba y se sentía mareado en la plataforma móvil entre los
vagones, y Tom pensó que su mente flotaba sin control, presa de cualquier fantasía
que pasara. Ha estado en algún lugar donde nunca había estado antes. ¿Es el objeto
del sueño de alguien?
¿El, Tom Flanagan? Pensar en Esqueleto era de alguna manera la causa de esto. Y
al poner la mano en la puerta para pasar al vagón siguiente, recordó que había un
cincuenta por ciento de posibilidades de ver a Esqueleto en este vagón.
Avanzó por el pasillo mirando rápidamente a uno y otro lado, controlando los
rostros aunque estaba seguro de que, si su enemigo se hallaba presente, sería tan
visible como si fuera fluorescente. Dos chicas de diez años caminaban por el pasillo
con idénticos vestidos de algodón, y se separaron para dejarlo pasar.
Tom se abrió camino y salió nuevamente al aire libre. Ahora había un cien por
cien de posibilidades de que Esqueleto estuviera en el último vagón.
Tenía que orinar…, el pánico era como cuando debía pasar un examen. Tragó
saliva y esperó que Del estuviera seguro en su asiento, pensando que Esqueleto había
salido para siempre de sus vidas. Tom se aferró a la manija y empujó la puerta. Sabía
que Esqueleto estaba allí.
Pero otra vez el shock, aunque creía estar preparado. Porque en el extremo del
vagón había visto la parte posterior de la cabeza de Esqueleto, estrecha y cubierta de
pelos como la de un ratón.
«Ahora no tiene poder —se dijo Tom—; no puede hacernos nada.» No había
razón para temerle. En ese caso, tal vez Del tenía razón: «Que no te vea ahora, sólo
asegúrate y apártate de él y espera a que baje del tren en la próxima estación.»
Tom estuvo a punto de hacerlo. Lo que le detuvo fue la idea de volver al lugar
donde estaba Del y decir: «Sí, está aquí», y luego pasar los dos días y noches
siguientes llenos de miedo. Se imaginó a sí mismo y a Del en su coche cama,
prestando atención a todos los ruidos repentinos. No se permitiría ser tan infantil.
Dio un paso para acercarse a la odiada cabeza.
Tom inspiró y cerró la boca, pasó rápidamente junto a Esqueleto y se dejó caer en
el asiento de enfrente. La adrenalina ahogaba sus buenas intenciones y barbotó:
—¿Qué haces aquí?
Luego se desmoronó…, otro shock. El rostro era el de Esqueleto a los cincuenta
años, no el de Esqueleto ahora.
www.lectulandia.com - Página 134
Era el mismo rostro flaco, como el de un reptil, con bolsitas bajo los mismos ojos
incoloros, pero con muchos años más.
—Tengo derecho a estar aquí —dijo el hombre. Luego su piel se sonrojó—.
¿Quién diablos eres tú, de todas maneras? Vete de aquí —la delgada mano del
hombre tembló mientras se tocaba la cara y luego la corbata—. Eh, saquen a este
chico de aquí —se dirigía a los asientos vacíos tomándolos por testigos—. Vete,
muchacho. Déjame solo.
Este momento era realmente como estar atrapado en un sueño… El hombre se
parecía de manera aterradora a Esqueleto, era aún más espantoso que él. Pero
ciertamente no era Esqueleto. Parecía poco más que un vagabundo.
—Tratas de crearme problemas, ¿verdad? Vete de aquí antes de que te haga
pedazos.
El hombre era como un perro furioso, desconcertado.
Tom ya se había levantado del asiento, tartamudeando disculpas. Vio a un guarda
en el otro extremo del vagón, y escapó.
Por las películas sabía que en los extremos de los trenes hay pequeños balcones, y
salió rápidamente por la puerta posterior. Otro enigma. Había otro vagón ante él. No
estaba en el extremo del tren. ¿Qué…? El vagón no estaba en el tren cuando lo habían
tomado esa mañana. El y Del entraron en el cuarto vagón desde el extremo: lo
recordaba con toda nitidez. Este vagón había aparecido por arte de magia en el
extremo del tren.
Tom trastabilló.
—Busquen a ese chico —dijo el hombre al guarda.
La puerta se abrió, y él pasó por allí, haciendo caso omiso del grito del guarda.
Pero el vagón siguiente…, ahora venía la verdadera desorientación. Había
retrocedido cincuenta años en el tiempo. Había lámparas de gas en las paredes, y una
gruesa alfombra con dibujos en el suelo. En las paredes había grabados con escenas
de caza. Unos hombres con antiguos trajes a cuadros y cinturones lo miraban. La
mayoría de ellos usaba barba, algunos fumaban largos cigarros. Se olía el whisky en
sus vasos.
—Te has equivocado —dijo en voz baja un hombre alto y corpulento, con cuello
duro y un Bandyke—. Por favor, márchate.
Miró a Tom, imperturbable, a través de sus gafas con montura de oro.
El conductor cerró de golpe la puerta abierta y puso su mano sobre el hombro de
Tom.
—No pude detenerlo a tiempo, señor Peet.
—Muy bien, sí, comprendo. Sáquenlo de aquí.
El conductor arrastró a Tom hasta el vagón siguiente. El viejo y derrotado
Esqueleto Ridpath se volvió en su asiento en una grotesca parodia de snobismo y
www.lectulandia.com - Página 135
miró por la ventanilla.
—No vuelvas nunca allá —dijo el guarda a Tom, hablándole al oído. No parecía
enojado—. Te parecerán locos, pero es su negocio.
—¿Qué es?
El conductor soltó el brazo de Toma
—Una fiesta privada…, son dueños de su propio vagón. ¿Comida? ¿Licores?
Nunca has visto nada igual. Hay que ser ricos para vivir tan bien. Engancharon el
vagón dos estaciones atrás, e irán hasta Nueva York. Déjalos solos, hijo. Tienes
mucho lugar en el tren para caminar.
Cuando Tom volvió a su asiento, se acomodó junto a Del, que lo miró fijamente.
—¿Está allí?
—Es sólo un viejo que se parece a él.
—Aaaah. —Del se desplomó en su asiento, suspirando—. Gracias a Dios. —Se
alisó los cabellos lustrosos, miró a Tom y sonrió—. Sabes, los dos nos cagamos de
miedo. Pero ¿qué podía hacernos, realmente? Aunque estuviera en el tren.
—Tal vez es la presencia fantasmal —dijo Tom, y Del trató de sonreír.
Esa noche, mientras viajaban por Illinois, tendido en la litera superior, Tom soñó
que estaba acostado junto a una fogata en un bosque. La luna era un ojo gigantesco.
Una serpiente se acercaba a él y le hablaba.
Una mañana de tostadas a la francesa con miel, pequeñas salchichas duras con
sabor a humo, jugo de tomate: Ohio se estaba terminando ante las ventanillas del
restaurante, un poema de llanuras cubiertas de mieses los separaba de las oscuras
ciudades llenas de humo. Ahora casi todos los que habían subido con ellos en
Arizona habían desaparecido, y las voces cantarinas del oeste medio habían
reemplazado al acento del sur. Los pasajeros más importantes eran cuatro negros de
mediana edad vestidos con ropas ostensiblemente elegantes… La noche anterior
habían estado vigilando a los empleados que cargaban sus estuches con instrumentos
al furgón y debían ser músicos famosos. Los guardas los trataban como a héroes,
como a reyes, y parecían reyes: tenían una carga extra de autoridad y no necesitaban
de nadie. Morris Fielding habría sabido sus nombres.
—Uno de ellos se llama Coleman Hawkins —dijo Del—. Me lo dijo el guarda. Y
nunca adivinarás el nombre del más callado, el calvo.
www.lectulandia.com - Página 136
—Es cierto, no puedo adivinarlo.
—Tommy Flanagan. Toca el piano, y el guarda dice que es fantástico.
—¿Tommy Flanagan? —Tom dejó sus cubiertos y miró todas las mesas del
vagón restaurante.
—No creo que se levanten tan temprano —dijo Del con ironía—. No parecen
madrugadores. Si alguien debe usar tu nombre, por lo menos que sea un fantástico
pianista.
—Sí, está bien…, pero yo preferiría que fuera un fantástico jugador de fútbol —
dijo Tom.
Por un segundo había sentido que el hombre, modesto y civilizado como un
sacerdote anglicano, le había robado el nombre.
—Me pregunto qué hará esta vez —dijo Del
—Tocar el piano en alguna parte, tonto.
—No me refiero a tu tocayo. Sesos de Manteca. El tío Cole. Me pregunto qué
hará este verano.
—¿Siempre es distinto?
—Claro que sí. Un verano fue como un circo…, con payasos y acróbatas en todo
el lugar. Eso fue cuando yo era pequeño. Otro verano fue como en las películas.
Películas de cowboys y películas policiales. Ese año fui al cine todo el tiempo…,
tenía doce años. Veía dos películas todos los sábados. Y cuando llegué a la Tierra de
las Sombras, cada día era como una película diferente. Nunca sabía lo que iba a
suceder. Estaban Humphrey Bogart y Marilyn Monroe y William Bendix y Randolph
Scott…
—¿Allí? Es imposible.
—Bien, se parecían a ellos. Sé que no eran ellos, pero a veces eran trozos de sus
películas. Tiene proyectores en todo el lugar. Puede hacer que parezca suceder
cualquier cosa. Todos los veranos hay actuaciones diferentes. Me pregunto cómo será
esta vez. —Hizo una pausa—. Porque siempre tiene que ver con lo que ha sucedido
antes de que uno llegue allí. Eso es parte de la magia, dice él…, trabajar con lo que
uno tiene en la mente. Y con todo lo que sucedió este año… —por un momento Del
pareció estar realmente preocupado.
—¿Piensas que puede ser sobre la escuela?
—Bien, eso nunca ha sucedido. El tío Cole odia las escuelas. Dice que él es la
única persona que conoce a quien deberían permitirle dirigir una escuela.
www.lectulandia.com - Página 137
—Pero podría ser Esqueleto y nuestro espectáculo y…
—El incendio. Tal vez —Del se iluminó—. Sea lo que fuere, aprenderemos algo.
—Creo que hay ciertas cosas que prefiero no aprender —dijo Tom, pronunciando
la única frase verdaderamente conservadora de su vida.
—Primero escucha lo que dice. Cuando nos reciba en la estación. Es la clave de
todo.
Tom dijo:
—El caso de las Famosas Primeras Palabras.
Del se mostró nuevamente incómodo.
—Bien, hemos terminado el desayuno, ¿verdad? Salgamos de aquí. —Golpeó el
tenedor contra el plato, miró por la ventanilla. Se veían pasar las partes traseras de los
sucios edificios de oficinas y de los almacenes, con sus escaleras de incendio…,
alguna sombría ciudad de Ohio. Finalmente, dijo lo que pensaba decir—: Escucha,
Tom. Debes saberlo…, es decir, tendría que habértelo dicho antes. Mi tío…, todo lo
que dije sobre él es verdad. Incluso que está medio loco. Bebe. Bebe mucho. Pero ésa
no es la razón, no creo. Simplemente está medio loco. Excepto en verano, creo que
siempre está solo. La magia es todo lo que tiene. De manera que a veces se pone muy
salvaje… y si ha bebido…
—Eso pensaba —dijo Tom.
Cuidado, Colorado.
—¿Bud Copeland lo conoce? —preguntó Tom.
Del asintió.
—Lo vio una vez…, una vez cuando vino a buscarme a Vermont. Ah, yo me
fracturé una pierna. Fue sólo un accidente. Pero se encontraron, sí. —Tom no tuvo
que hacer la pregunta—. Bud quería prohibirme que volviera. Tuve que hablar con él
para convencerle. No le gustó el tío Cole. Pero él no comprendía, Tom. Eso es todo.
—Me doy cuenta —dijo Tom.
—No está loco del todo —aclaró Del—. Pero nunca obtuvo la estima que
merecía, y pasa todo el tiempo solo. En realidad, está bien. Ni siquiera está medio
loco. Es sólo una manera de decir.
—Pero tú te fracturaste la pierna porque él se trastornó.
—Es cierto. Pero la gente se fractura las piernas esquiando, a cada momento. —
Esto sonaba como algo que Del había dicho muchas veces antes… a Bud Copeland y
a los Hillman—. Fue una pequeña fractura, del grosor de un cabello, dijo el doctor.
Llevé un yeso durante unas tres semanas, y no fue nada.
—¿Tu tío llamó al médico?
Del se sonrojó.
—Lo llamó Bud. Mi tío dijo que sanaría solo. Y tenía razón. Así habría sido. Tal
vez no tan rápidamente, pero habría sanado.
www.lectulandia.com - Página 138
—¿Y cómo sucedió?
—Me caí por una especie de acantilado —dijo Del Ahora su rostro estaba muy
rojo—. No te preocupes, nunca volverá a suceder algo así.
Trasbordaron en la estación Pennsylvania; durante las dos horas anteriores a la
partida del tren para Vermont, los muchachos dejaron sus maletas en la consigna y
dieron una vuelta por la estación.
—Sólo falta un par de horas más —dijo Del mientras permanecían junto a una
puerta y miraban entrar y salir a la gente del Statler Hilton en la acera de enfrente—.
Esto será lo que la gente llama una aventura.
—Siento que ya es una aventura —respondió Tom.
Los músicos, Hawkins, el hombre que llevaba el nombre de Tom y los otros dos,
llamaron taxis, bromeando, y se dispersaron en distintas direcciones.
—Algún día seremos como ellos —dijo Del—. Libres. ¿Te das cuenta? Viajando,
actuando… yendo adonde queramos. Me encanta pensar en el porvenir. Me encanta
la idea.
De pronto Tom lo vio como Del: se vio vagando por el mundo, con un pasaje de
avión siempre en el bolsillo, viviendo en taxis y en hoteles, actuando en un club
detrás de otro… Una parte profunda de su personalidad tembló, y por primera vez
dijo realmente sí a una vida tan distinta de las que sus padres o la escuela Carson
habrían elegido para él.
La tarde los sorprendió al norte de Boston, en las verdes campiñas de
Massachusetts. Las vacas levantaban las cabezas y les miraban con sus ojos
brillantes; la gente paseaba por los senderos, se sentaba en la hierba y miraba las
vacas.
—¿Estaremos mucho tiempo aquí? —preguntó Tom al guarda.
—Un par de horas más, según creo.
—¿Tanto tiempo?
—Ustedes, muchachos, tienen suerte.
De tanto en tanto se oía una voz aburrida, no muy audible, por los altavoces:
www.lectulandia.com - Página 139
«Lamentamos el inconveniente de esta demora, pero… esperamos que los
servicios se reanuden en breve…»
En el tren corrían muchos rumores.
—Hay un gran problema en el próximo empalme —dijo finalmente el mozo de
tren—. Es la primera vez que veo algo así en años. Un tren cayó de costado, algunas
personas quedaron aplastadas…, un día terrible para el ferrocarril.
—¿Qué podemos hacer? —prosiguió Del, casi frenético—. Nos esperan en una
estación de Vermont.
—Lo único que pueden hacer es esperar —dijo el mozo de tren—. Nadie va a
ninguna parte, hasta que las vías queden libres. Si su papá les espera en Vermont, ya
estará enterado de esto…, en Vermont también hay televisión.
—En esa casa no —dijo Del con desesperación.
Tom miró afuera y vio a unos hombres con traje y corbata que se dedicaban
apasionadamente a arrojar piedras a las vacas.
A medida que pasaban las horas, Tom sentía disminuir su energía como una vela
que se apaga. Sus ojos estaban tan pesados que le pareció que se le caerían de las
cuencas. Todos los colores del tren se veían apagados. Dos veces fue al baño y el olor
era tan concentrado que le parecía casi visible; sentía que se vaciaba hasta quedarse
sin peso.
—Necesito dormir —dijo cuando volvió trastabillando por segunda vez, y vio que
Del ya estaba allí, doblado sobre sí mismo como un pájaro exhausto.
Cuando finalmente arrancaron otra vez, el movimiento del vagón despertó a Tom.
Del seguía durmiendo, acurrucado.
El empalme donde había ocurrido el accidente estaba treinta kilómetros más
adelante. Por un momento el vagón de los muchachos y todo el tren quedaron en
silencio: los pasajeros se amontonaron en el pasillo para mirar por las ventanillas pero
no hablaron. Un tren como el de ellos estaba tendido como una serpiente rota en el
lado izquierdo de las vías. Saltaron chispas en el aire y se apagaron antes de caer
sobre los pocos que aún quedaban allí, cubiertos hasta el cuello con frazadas, en la
pendiente. Uno de los dos vagones descarrilados se había doblado como una hoja de
papel; los otros estaban muy golpeados. Había media docena de policías, y el aire
estaba lleno de un pesado humo grasoso. Tom pensó que se olía el desastre: petróleo
y metal, el olor del calor y el olor de la sangre. Los gritos también. Era un olor como
un sabor en su propia boca, conocido y rancio.
7
www.lectulandia.com - Página 140
Hilly Vale
Más tarde esa noche llegaron a una ciudad llamada Springville, y Del dijo:
—Es la próxima parada.
Se puso de pie y sacó las maletas del portaequipajes y las ordenó en el pasillo…
Ordenaba en forma muy práctica y concentrada. Se sentó muy erguido en su asiento y
siguió así durante quince minutos, sin hablar, y en los últimos diez minutos se colocó
junto a la puerta, mirando siempre hacia adelante.
—Eh, qué… —dijo Tom, pero Del ni siquiera parpadeó.
—Hilly Vale —dijo la voz metálica—. Hilly Vale. Por favor, tengan cuidado al
bajar del tren.
Del le echó una mirada, pero Tom ya levantaba su maleta para alcanzársela.
Bajaron en medio de la noche calurosa y húmeda. Por un segundo Tom oyó
sonidos de insectos, golpecitos, crujidos y cantos tan fuertes como si estuvieran en
medio de la jungla, y luego el tren arrancó y los ruidos de los insectos desaparecieron.
La estación era tan pequeña que parecía un dibujo; estaba iluminada por la luz
amarilla de unas lamparitas. El tren entró en la negrura y se convirtió en un punto
rojo que desapareció en una curva invisible. Los insectos rascaban, golpeaban y
silbaban.
—Bien —dijo Tom; se sentía como si lo hubieran dejado a un costado del camino
en Alaska o Perú.
Luego la cacofonía de los ruidos de los insectos aumentó: perforadoras, martillos,
gaitas, sierras musicales, silbatos, cuerdas de piano, cajas enteras de herramientas
arrojadas desde gran altura, timbres, botellas que se rompían, aviones de juguete,
golpes contra la carne.
—Shhh —dijo Del.
Por un segundo los dos muchachos permanecieron abrazados a la luz amarilla en
lo que debería haber sido silencio.
El señor Thorpe salió de las sombras.
Pero no, no era el señor Thorpe, así como el hombre del tren no era Esqueleto
Ridpath. Era alto, con cabellos blancos, vestido con un traje de color azul oscuro con
www.lectulandia.com - Página 141
anchas rayas de color tiza. Renqueaba ligeramente, de tal manera que su renquera
resultaba atractiva. Su nariz era larga y curva: todo el rostro era enérgico. Coleman
Collins parecía un embajador o un actor de edad avanzada que se ha vuelto tan
importante que sólo le ofrecen papeles de piratas de las finanzas, grandes duques y
generales nazis. Se alisó los cabellos blancos al lado de la cabeza, y Tom pensó que si
uno lo viera representar el papel de un profesor de latín en una película, sabría que
sus alumnos comenzarían a morirse de una misteriosa enfermedad hacia el final del
primer rollo. La cojera se convirtió en un verdadero balanceo, y Tom vio que el
hombre estaba borracho.
—De manera que los pájaros han vuelto a casa —dijo el mago.
www.lectulandia.com - Página 142
DOS
EL REY DE LOS ELFOS
Del tomó su maleta y fue directamente hacia el auto, el Lincoln más grande y más
negro que jamás se hubiera visto…
Sin decir palabra, Del tomó su maleta y echó a andar hacia los escalones que bajaban
al estacionamiento. Con una confusión tan grande que era casi un dolor, Tom observó
al muchacho más pequeño que avanzaba ante él, y luego volvió a mirar al mago. El
rostro helado de Coleman Collins le dedicó una sonrisa. «No creía que fuese tan viejo
—pensó Tom—. Es todavía más viejo que el señor Thorpe.»
—Saluda a tu tío —dijo Collins. Aunque estaba ligeramente velada por el
alcohol, su voz era resonante y culta—. Ha esperado mucho para oír tu saludo.
Del se detuvo. Dejó caer su maleta, y en el instante de silencio que siguió, los
insectos volvieron a comenzar su sinfonía.
—Lo sé. Lo siento —dijo Del, volviéndose a medias para mirar a su tío—. Lo
siento. Hubo un gran accidente… Un tren descarriló…
Del se apartó bruscamente otra vez, y Tom vio con asombro que su amigo estaba
llorando o al borde de las lágrimas.
—Un gran accidente. Un accidente muy, muy grande, ¿verdad? ¿No un accidente
chiquitico? No es que se haya volcado café, o un golpe en las vías, o una pequeña
conmoción… ¿No te manchaste la ropa, con todo el café volando por el aire?
—No fue en nuestro tren —dijo Tom.
El mago centró sus ojos helados en Tom…, quien se sintió aliviado al notar, bajo
el enojo real y supuesto, un matiz de ironía.
—Ah. El misterio se hace más profundo —se apoyó contra la barandilla—.
Seguramente uno de ustedes podrá explicar por qué un accidente con el que no
tuvieron nada que ver, todo ese café volando por el aire en otro tren, me hizo estar
sentado aquí la mayor parte del día. ¿Puedes explicarlo, Del?
Del se volvió y explicó. Entrecortadamente mal, con algo que parecía miedo a
actuar ante el público…, pero explicaba, hablaba con su tío, y Tom sentía que la
extraña tensión entre ellos se disolvía en la atmósfera.
www.lectulandia.com - Página 143
Cuando Del terminó, su tío dijo:
—¿Y no viste el lugar, muchacho? ¿El lugar del accidente? ¿No hubo imágenes
de sangre, de vagones destrozados, de sobrevivientes consternados y heridos, de
periodistas ansiosos, de Polizei de mirada dura? —Sobresaltó a los dos muchachos
echándose a reír—. No había cadáveres, no…
—Tío Cole —dijo Del.
El mago lo miró con ojos brillantes.
—Sí, querido.
—¿Rose Armstrong está aquí este verano?
Collins pareció considerar la pregunta.
—Rose. Rose Armstrong. Bien, creo que he oído…, ¿una prima enferma en
Missoula, Montana? ¿O eso le sucedió a otra Armstrong? Sí. Una persona llamada
Armstrong, no nuestra pequeña Rose de Vermont. Sí, creo que esa muchacha debería
tomar parte en nuestros ejercicios. Si es que logramos empezarlos.
—Entonces está aquí.
—Sí, la verdadera Rose.
—Tío Cole —dijo Del—. Lamento que hayamos llegado tan tarde.
—De manera que eso es todo —dijo Collins—. Ay, Dios mío. Vamos a ver…
Extendió la palma de una mano y apareció un dólar de plata entre el índice y el
dedo medio. Movió la mano, y la moneda se había colocado en el espacio entre los
dos dedos siguientes. Cuando volvió a mostrar la palma a los muchachos, la moneda
había desaparecido. Mostró el dorso de su mano: no estaba allí. Pero estaba en la otra
mano, y se movía rápidamente entre sus dedos, como si tuviera vida propia. Lanzó la
moneda al aire y la atrapó.
—¿Ya podéis hacer esto?
—No tan rápido como tú —dijo Del.
—Vamos a casa —dijo Coleman Collins.
El coche del mago era el único que había en el estacionamiento: un Lincoln
blanco, sin una sola marca, largo como un banco, y mucho más impresionante porque
tenía por lo menos diez años de antigüedad. Las maletas entraron en el enorme baúl,
y los muchachos ocuparon el asiento junto al tío de Del. El interior del Lincoln olía a
whisky y a cigarrillos, y, un poco menos, a cuero. Collins miró a Tom por encima de
la cabeza de Del al salir del estacionamiento.
—Entonces tú eres el famoso Tom Flanagan.
www.lectulandia.com - Página 144
—Soy Tom Flanagan, nada más. El famoso Tom Flanagan toca el piano.
—Modesto y bueno, muy bueno para el trabajo, según me dicen. Bien venido a
Vermont. Espero que te ofreceremos un verano que recordarás en mucho tiempo.
—Sí.
Entraban en una zona de pequeñas tiendas oscuras y estaciones de servicio vacías.
El mago parecía sonreírle.
—Yo vivo para estos veranos, ¿sabes? Podría haber sido diferente… Del debe
haberte contado algo sobre mí. Pero yo tenía una sola ambición. ¿Adivinas? Ser el
mejor mago del mundo. Y seguir siendo el mejor mago del mundo. Y eso he hecho.
Cartas… Recibo correspondencia de todo el mundo pidiéndome consejos. ¿Pueden
conocerme? ¿Pueden estudiar conmigo? No, no, no, no. Tengo un solo discípulo.
Ahora, dos. Eso, y el conocimiento… es suficiente.
—¿El conocimiento?
—Ah, sí, el conocimiento. Ya verán. Ya lo experimentarán. Y eso es todo lo que
les voy a decir en este momento.
Ahora recorrían un ancho camino, que atravesaba el centro de la pequeña ciudad
a oscuras; pronto pasaron a un camino angosto que conducía directamente a las
profundidades del bosque. Collins tenía una botella entre los muslos, la levantó y
bebió un sorbo. Pronto los árboles ocultaron las estrellas.
El camino angosto serpenteaba por el bosque, y cuando comenzó a ascender se
convirtió en dos. Collins tomó el de la izquierda…, era de tierra y muy empinado.
Después de unos minutos, Tom vio una pradera al lado del camino: un caballo gris,
casi invisible en la penumbra, se aproximó a una valla, seguido por dos sombras
negras que debían ser caballos también. Luego los árboles volvieron a cerrarse.
—¿Cómo es este lugar en invierno?
—Nevado, pajarito. Muy hermoso.
Siguieron ascendiendo por el camino estrecho e irregular.
Tom preguntó:
—¿Tiene vecinos?
—Todos mis vecinos están en mi cabeza —dijo Collins y volvió a reír. Echó una
mirada a Del—. ¿Y te sientes feliz de haber vuelto, a pesar de los accidentes y los
otros problemas?
—Ah, sí —susurró Del.
—Ah.
www.lectulandia.com - Página 145
Después de unos veinte minutos, Collins torció por un sendero pavimentado que
hacía una curva hacia atrás y luego otra más amplia descendente que terminaba en
unos grandes portones de hierro sostenidos por pilares de ladrillo. A continuación de
los pilares había una pared a cada lado.
—Perdona mis precauciones, Thomas —dijo Collins, frenando con suavidad—.
Soy viejo, y estoy totalmente solo en estos bosques. Por supuesto los vándalos aún
vienen desde el lago en invierno, para llegar a las casas de verano.
Dejó la botella en el asiento y salió para tocar una serie de botones numerados en
uno de los postes. El portón se abrió.
El coche siguió adelante, tomó una curva y vieron la casa. Parecía una casa de
verano victoriana a la que generaciones de propietarios hubieran hecho añadidos: un
edificio de tres pisos con aleros y ventanas en punta, flanqueado por alas más
modernas. Tom necesitó un momento para ver por qué le resultaban extrañas… Las
paredes de madera blanca no tenían ventanas.
Los faroles colgados en la madera iluminaban brillantes círculos en las fachadas
sin aberturas; había faroles colgados de los árboles a cada lado de la casa. Daba una
cierta sensación de unidad… y también de alguna otra cosa.
—La escuela —dijo Tom—. Es decir…, esto me recuerda a nuestra escuela.
Del lo miró con sorpresa.
—Tienes suerte —murmuró Collins. Abrió la puerta—. Deja tus cosas en el
coche. Alguien las entrará más tarde. —Trastabilló un poco al salir del auto, pero se
puso la botella medio vacía bajo el brazo con una rapidez casi militar—. Anden
rápido y sin hacer ruido, pero entren. No podemos quedarnos aquí toda la noche.
Tom salió y vio la alta figura de Collins recortada contra la amplia casa. Entre los
árboles muy separados había franjas de luz en el bosque; otros rayos de luz estaban
tan juntos como para recordar a Tom los círculos luminosos en los que caminaba
Jimmy Durante al final de su espectáculo, inmediatamente después de decir: «Buenas
noches, señora Calabash, dondequiera que esté usted.» Había muchas más luces que
las que había visto desde el auto.
—¿Por qué ilumina el bosque de esa manera? —preguntó.
—¿Por qué? Para que veamos qué sale de allí y qué va hacia allí —respondió
Collins—. Y qué ojos tan grandes tienes, abuelita. ¿Listos?
Collins abrió la puerta de entrada y se hizo a un lado para dejarlos pasar. Del
entró primero, y cuando Tom pasó al interior oscuro, su amigo lo miró con un rostro
brillante y exaltado. Entonces comprendió por qué. Había velas encendidas en toda la
entrada: velas casi consumidas en la mesita llena de periódicos, velas casi
consumidas sobre el estante donde Coleman Collins dejó caer sus llaves.
—Creo que han saltado los fusibles en esta parte de la casa —dijo Collins—. Tal
www.lectulandia.com - Página 146
vez alguien esté tratando de arreglarlo ahora. Fueron muy amables al traer estas velas
para nosotros. El resplandor es muy acogedor, ¿no creen?, ¿o piensan que son
demasiado parecidas a las de Halloween?
—Tú lo sabías —dijo Del—. Como el día de la inscripción… como dijo Tom, en
la escuela. Tú lo sabias.
—No sé de qué hablas —dijo Collins—. Debo bañarme y descansar un rato.
Encontraréis comida en vuestras habitaciones. —Se apoyó en la pared de la entrada,
con los hombros contra el estante, y cruzó los brazos sobre su pecho. Tom captó otra
brillante mirada de Del—. Lavaos en el baño aquí abajo. Luego subid. La habitación
de Tom está junto a la tuya, Del. El estará en la antecámara. Cuando hayáis comido,
bajad y os veré en el Pequeño Teatro. ¿Lo encontraréis?
—Por supuesto que lo encontraré.
—Estupendo. Os veré allí a… —miró su reloj—. ¿Digamos a las once?
Del asintió.
—Muy bien, Tom, a esta hora no podrás ver muy bien el lago, pero mañana sí. Es
un paisaje muy tentador. —Otra vez había una sugerencia de burla y significados
ocultos en su voz. Hizo un gesto afirmativo y comenzó a subir la escalera. A mitad de
camino se volvió, y los muchachos quedaron clavados en el suelo, temiendo que
pudiera caerse, pero se enderezó, apoyando una mano contra la pared, y dijo—: Eh —
y siguió subiendo.
Del sacudió la cabeza, aliviado.
—Vamos a lavarnos las manos.
Llevó a Tom al bañito junto a la entrada. Mientras Del se enjabonaba las manos
en el lavabo, Tom esperó en la puerta.
—¿Los bosques siempre están iluminados de esta manera?
—Es la primera vez. ¡Pero esas velas! Yo tenía razón.
—¿Al decir que era como en la escuela?
—Ya veremos —dijo Del—. Te toca a ti.
—Bien, espero que no sea como en la escuela.
Tom pasó junto a Del para acercarse al lavabo.
—Ah, ¿sabías que ésta era una casa embrujada? —preguntó Del en tono juguetón.
—Vamos, Florencia.
Del apretó un botón bajo la llave de la luz, y la iluminación se tornó bruscamente
roja. En el lavabo, las manos de Tom adquirieron un púrpura más claro y más
vibrante. Se miró en el espejo… Del reía, y vio su cara, del mismo color púrpura, que
desaparecía bajo una horrible máscara que daba la impresión de extenderse hacia
adelante en el cristal. El efecto era más bien cómico, un poco amedrentador. El rostro,
con los labios gruesos y distorsionados y la piel muerta, el verdadero rostro de la
voracidad, de la avidez convertida en hambre pura, lo miró con sus propios ojos.
www.lectulandia.com - Página 147
Avanzó lentamente hacia adelante, lentamente, y se convirtió en lo único que había
en la habitación. Finalmente, Tom se echó hacia atrás, incapaz de enfrentar esa cosa
horrible, y chocó con Del. El rostro colgaba, vibrante, en el aire.
—Ya sé —rió Del—. Pero simplemente se acerca y luego se funde nuevamente
con el rostro del espejo. Es un gran truco. La primera vez que lo vi, aullé como un
loco.
Oprimió el botón, y Tom apareció nuevamente en aquel cuarto de baño de
empapelado corriente. Su rostro era el mismo, conocido pero pálido.
—El tío Cole lo llama «Cobrador» —dijo Del—. No me preguntes cómo
funciona. Subamos a comer.
—El Cobrador —repitió Tom, ahora verdaderamente sacudido. Eso era
precisamente lo que parecía.
Sus habitaciones, en el ala izquierda de la casa, no tenían ventanas, eran
brillantes, incongruentemente modernas y «escandinavas»; podrían haber sido
habitaciones de un motel caro. Paredes de color crema con cuadros coloridos y
abstractos, de líneas blandas, pulcras camas con colchas de pana azul, gruesas
alfombras que mostraban las huellas de sus pisadas. Las puertas blancas de los
profundos armarios estaban abiertas, y en ellos habían colgado o doblado ya sus
ropas. Las maletas estaban apiladas al fondo. Contra las paredes había escritorios
blancos con lámparas. En la habitación de Del, comunicada con la de Tom por
puertas corredizas, había una mesa puesta para dos. Junto a las fuentes y a la
ensaladera tapadas había una jarra de cristal llena hasta la mitad de vino tinto.
—Bueno, bueno —dijo Tom, oliendo los bistecs.
Del fue hacia la mesa, se sentó y extendió la servilleta sobre las rodillas. Sirvió
vino en el vaso de Tom y en el suyo.
—¿Te permite beber vino?
—Claro que sí. Le resultaría difícil ser puritano sobre la bebida, ¿no te parece? Y
además, realmente, cree que la cena no está completa sin el vino. —Del dio un sorbo
de su vaso y sonrió—. Cuando yo era más chico solía ponerle agua. Este no tiene
agua.
—Bien, esto no se parece mucho a la escuela —dijo Tom.
La carne todavía estaba caliente, roja en el centro y delicadamente tostada por
fuera. Otros platos tapados ocultaban espinacas, champiñones y patatas fritas. Tom
levantó su vaso y bebió: un sabor áspero, como de uva, muy agradable…, cuanto más
lo retenía uno en la boca, más sabor percibía.
—De manera que así es el buen vino —observó.
—Así es el Margaux —dijo Del, masticando rápidamente—. Nos da algo bueno
porque ésta es la primera noche. —Y un momento después dijo—: Sabía. Sabía lo de
www.lectulandia.com - Página 148
las velas. Aunque yo no estaba seguro. Pero él sabe todo lo que sucedió.
—De todas maneras, tu Rose Armstrong estará cerca —señaló Tom, y el rostro de
Del se sonrojó de placer.
—Será un verano perfecto —afirmó.
Cuando salieron de la habitación de Del para ir abajo, se detuvieron un minuto
para mirar por una de las grandes ventanas del pasillo. Desde allí se veía una gran
extensión de bosque; los reflectores o antorchas iluminaban un grupo de ramas o unas
piedras, aberturas en el bosque. Donde terminaba el bosque, comenzaba algo negro
que debía ser el lago. Tom vio barandillas de hierro que bajaban por un acantilado
detrás de la casa. Muy lejos, en los bosques que rodeaban el otro lado del lago, ardían
luces similares… movedizas como linternas japonesas.
—Es hora de bajar —dijo Del, y se apartó de la ventana.
Para Tom era como el escenario de una fiesta que aún no había comenzado, llena
de promesas y anticipaciones.
—Vamos —dijo Del, ansioso por estar abajo.
Tom echó una última mirada y vio el primer invitado de la fiesta. Un lobo, o algo
que parecía un lobo. Entró en uno de los círculos de luz, con la lengua afuera, y miró
hacia la casa. A lo lejos, en el centro de la luz, el lobo parecía estar en medio de un
escenario, posando para una foto. Hubiérase dicho una señal, una advertencia.
—¡Eh! —exclamó Tom.
—Vamos —dijo Del desde la escalera—. Tenemos que llegar al Pequeño Teatro.
—Ya voy —dijo Tom.
El lobo había desaparecido. Pero ¿había estado realmente allí? ¿Un lobo, en
Vermont?
Al bajar, advirtió que la casa era mucho más complicada de lo que parecía. En lo
alto de la escalera una puerta de vaivén antiguo los separaba de un gran espacio negro
en el que Tom distinguió la forma de una puerta alta.
—¿Qué hay allí atrás?
—Ah, la habitación de mi tío. Tenemos que bajar.
Bajaron la escalera corriendo y entraron en la parte central de la casa antigua.
Pasaron por un living donde había una lámpara encendida en una mesa entre dos
divanes cubiertos con una tela inesperadamente femenina, cruzaron por la entrada
hasta una cocina alargada. Del abrió otra puerta que, suponía Tom, debía conducir
afuera; pero los llevó a otro corredor de «motel», con alfombras de color marrón
oscuro, y el cielo raso iluminado con luces indirectas. Al comienzo de este corredor,
se abría otro vestíbulo que terminaba en una puerta con barrotes tan impresionante
como la de Laker Broome.
—¿Y qué hay allí atrás?
www.lectulandia.com - Página 149
—No lo sé. Nunca me permite ir allá.
Del siguió por el corredor hasta llegar a una puerta negra en un pequeño vestíbulo
iluminado por una sola luz. En la puerta había una chapa de bronce colocada a una
altura por encima de las cabezas de los muchachos, pero no tenía inscripciones. Del
comprobó rápidamente la hora en su reloj.
—Bien. Tenemos un minuto.
«¿Y ahora qué? —se preguntó Tom—. ¿Una oficina como la de la Serpiente? ¿El
aula de bloques de hormigón que daba sobre el bulevar Santa Rosa?»
Pero lo que vio cuando Del abrió la puerta fue, primero, un teatrito muy pequeño
con unos cincuenta asientos. Aunque estaba vacío, parecía lleno de vida, y medio
segundo después Tom observó que las paredes mostraban pinturas de filas de
personas en sus asientos…, personas con rostros fascinantes, una de ellas bebía de un
vaso con una pajita, otra tenía una caja de bombones. Y había algo grotesco en el
medio… pero Del lo empujó hasta la primera fila y le obligó a volverse.
—Esto es increíble —dijo Tom.
Estaban frente a un diminuto escenario. Una mesa pulida y una silla Shaker ante
unos cortinajes de terciopelo marrón. Miró rápidamente por encima de su hombro
para ver lo que le había llamado la atención, y lo distinguió de inmediato. Era el
Cobrador, con traje negro, unas filas más atrás y junto al hombre que bebía con una
pajita: adelantando su rostro fascinado, voraz, como si deseara tragarse todo lo que
veía en el diminuto escenario; un chiste grotesco.
Luego a Tom le sobresaltó la idea de que la figura grotesca se parecía a Esqueleto
Ridpath.
Sus ojos captaron otra visión sorprendente, al tiempo que oía el ruido de una
puerta detrás de las cortinas de terciopelo; a pocos asientos del Cobrador, un grupo de
hombres con ropas anticuadas pero elegantes y con barbas cuidadas y cigarros en la
boca, un grupo de muchachos que ha salido a pasear… Del le dio un codazo en las
costillas, y él volvió la cabeza en el momento en que Cole Collins abría los cortinajes
y se sentaba en la silla Shaker. Sus hermosos ojos azules, ligeramente entrecerrados,
estaban vidriosos, pero su rostro se veía rosado. En lugar del traje, el mago llevaba un
pullover color verde oscuro con un pañuelo verde y rojo cuidadosamente anudado al
cuello. Sonreía, contemplando todo el salón, y Tom sentía la presencia de los
hombres pintados detrás de él. Algo le molestaba en la nuca.
—El mago y su público —dijo el tío de Del con el aire de alguien que abre un
arcón—. Un tema que ustedes deberían considerar. ¿Cuál es su relación? ¿La de un
actor que trata de conmover, de entretener? ¿La de un atleta y el público ante el que
demuestra sus habilidades? No exactamente, aunque tiene elementos de ambos —su
sonrisa no abandonaba su rostro—. El público siempre lucha contra el mago,
muchachos. Nunca está realmente de su lado. Siente hostilidad hacia él: porque sabe
www.lectulandia.com - Página 150
que lo están tomando por tonto.
«No, no puede ser —pensó Tom—. Bajaron del tren en Nueva York, son parte de
alguna otra historia. Y ese chiste horrible no puede tener nada que ver con
Esqueleto.»
—El mago debe hacer que disfruten. Es el narrador cuya única historia es él
mismo, y todos los hombres del público, todos los borrachos, todos los inteligentes
escépticos, todos los que dudan, buscan un fallo en su historia que puedan usar para
destruirlo.
Tom se obligó a mirar hacia adelante: mantenía el cuello rígido por la fuerza de su
voluntad. Sentía como si el señor Peet y los otros se estuvieran moviendo en sus
asientos.
—El mago es un general con un ejército lleno de desertores y traidores. Para
conservar su lealtad, debe inspirar y entretener, asustar y atraer, desconcertar y
ordenar. Y cuando lo ha logrado, podrá conducirlos.
En medio de su tensión, Tom percibía un creciente cansancio, y se dio cuenta de
que el vino y el discurso de Collins le daban sueño.
Ahora la sonrisa era dura y se dirigía a Tom.
—Digo que la práctica de la magia tiende a la auto-destrucción…, éste es uno de
sus grandes secretos. Cuanto más se permitan ustedes acercarse a esa verdad, más
grandes serán. Escuchen: la magia sólo se usa para inspirar miedo y para conceder
deseos… aun aquello que ustedes no deseen tener. En sí misma no es importante.
Suficiente.
Dedicó a Tom una sonrisa con cierta furia.
—¿Quieres aprender a volar? ¿Te gustaría elevarte de la tierra, muchacho?
—Usted nos llamó pájaros —dijo Tom; y pensó por primera vez en muchos
meses en la lechuza de Ventnor.
Collins asintió.
—¿Tienes miedo?
—Sí —respondió Tom; tenía un terrible deseo de bostezar y sentía que sus labios
se estiraban.
—Ni siquiera has comenzado a tener una idea de lo que es la magia —dijo
Collins.
Tom pensó: «No puedo pasar todo el verano con este loco.»
—Pero aprenderás. Eres un muchacho único, Tom Flanagan. Lo supe cuando oí
hablar de ti por primera vez. La Tierra de las Sombras te dará todos los dones que
tiene, porque tú podrás aceptarlos. Y tienes la edad exactamente adecuada.
¡Exactamente!
Miró a Tom y luego a Del, luego otra vez a Tom, con sus ojos como bolitas de
vidrio.
www.lectulandia.com - Página 151
—Qué experiencias les esperan. Les envidio…, me cortaría las manos por tener lo
que ustedes poseerán. Ahora, algunas reglas fundamentales. ¿Recuerdan todo lo que
he dicho hasta ahora? ¿Comprenden lo que dije? —Los dos muchachos asintieron
simultáneamente—. ¿Con quiénes trata el mago?
—Con traidores —dijo Del.
Con los ojos llenos de triunfo y la mirada vaga de la borrachera, el mago miró
solamente a Tom.
—Reglas básicas. Las reglas que seguiréis en esta casa. ¿Habéis visto la puerta de
madera en el pequeño vestíbulo camino de este teatro? —Tom asintió—. Está
prohibido abrir esa puerta. Podéis andar por donde queráis, excepto en esa habitación
y en la mía, que está detrás de las puertas de vaivén en lo alto de la escalera.
¿Comprendido?
Tom volvió a asentir, y sintió que Del hacía lo mismo.
—Esa es la regla número uno, entonces. En este teatro practicamos con naipes y
monedas, el trabajo que se hace de cerca. Mañana veremos Le Granda Théâtre des
Illusions, y allí aprenderéis a volar. Siempre que os entreguéis totalmente a mí. —
Luego agregó, bruscamente—: ¿Tu padre ha muerto?
—Sí —susurró Tom.
—Entonces durante el verano yo soy tu padre. Esa es la regla número dos. En esta
casa yo soy la ley. Cuando diga que no podéis salir, os quedaréis dentro. Y cuando os
diga que permanezcáis en vuestras habitaciones, me obedeceréis. Siempre habrá una
razón, os lo aseguro. Muy bien. ¿Alguna pregunta?
Del estaba silencioso como una piedra. Tom preguntó:
—¿Hay lobos en Vermont? ¿Usted ha visto alguno?
Collins ladeó la cabeza.
—Por supuesto que no —y lanzó una mirada equívoca, juguetona. Luego se echó
hacia atrás en su silla—. ¿Alguna vez oíste la historia de cómo comenzaron todas las
historias?
Los dos muchachos sacudieron la cabeza. Tom sintió una repentina e inmediata
resistencia a todo lo que le rodeaba. Este hombre no era su padre. Sus historias serían
mentiras: no había nada en él que no fuese peligroso.
—Esta historia —dijo Collins, tirando delicadamente de un pliegue del pañuelo y
exponiendo otra parte de su dibujo sobre el suéter verde— es… o más bien podría
ser…, sí, podría ser sobre la traición. Y podría ser sobre la destructividad de la magia.
Vosotros decidís.
www.lectulandia.com - Página 152
«La caja y la llave»
—Hace mucho, mucho tiempo, en un país del norte donde nevaba ocho veces al
año, un muchacho vivía solo con su madre en una casita de madera al pie de una
empinada colina. Llevaban una vida decente, con buenos propósitos, y llena de
trabajo. Siempre había tareas que realizar, provisiones para salar, madera que cortar y
almacenar. El trabajo era interminable, y había poco de lo que los muchachos de hoy
llamarían diversión, pero mucha alegría. Todo el universo del muchacho era la
acogedora casa de madera con su fuego encendido y su piso lustrado, los animales
que él cuidaba, su trabajo, su madre y la tierra que habitaban. La vida describía un
círculo perfecto, una órbita perfecta, en la que cada acción y cada emoción eran
útiles, coincidentes consigo mismas y con todas las otras acciones y emociones.
»Un día la madre del muchacho le dijo que saliera a jugar en la nieve mientras
ella preparaba algo en el horno. Imagino que no quería verlo colgado de sus faldas,
persiguiéndola para que le dejara probar lo que estaba guisando. Le puso ropas
abrigadas, gruesos suéteres, calcetines y botas, y un gran abrigo azul con una gorra de
lana, y le dijo:
»“Vete afuera a jugar una hora.”
»El muchacho preguntó: “¿Puedo subir la colina?”
«“Puedes subir hasta la cumbre si lo deseas —dijo la madre—. Pero dame una
hora para cocinar esto.”
Entonces el muchacho salió…, le encantaba subir a la colina, aunque a veces su
madre decía que los animales que merodeaban por allí la hacían peligrosa. Desde
arriba veía su casita, con la chimenea y las ventanas, y todo el valle donde se
encontraba la casa, esa casita acogedora en un valle del norte donde los oscuros
abetos crecían en la nieve.
»Le llevó media hora, pero finalmente llegó a lo alto de la colina. Mirando hacia
un lado, veía colina tras colina extendiéndose en un frío infinito. Y al mirar en la otra
dirección, veía su propio valle. Allí, con aspecto de una casa de muñecas, estaba su
hogar. Salía humo por la chimenea, se ondulaba y desaparecía, y su madre pasaba una
y otra vez ante la ventana de la cocina, llevando recipientes y bandejas para el horno.
Parecía tan cálida esa casita, con esa mujer atareada y su ondulante columna de
humo.
»El muchacho, solo en la colina nevada, decidió ponerse a cavar. Tal vez
construiría un fuerte bajo la nieve. Sacó un puñado de nieve, luego otro, y todo el
tiempo era consciente de lo que había en el valle… La casa abrigada, su madre
pasando frente a la ventana de la cocina.
»Cavó durante un rato, mirando desde uno y otro extremo de su agujero en la
www.lectulandia.com - Página 153
nieve hacia la casa y hacia su madre; de pronto se dio cuenta de que le quedaba poco
tiempo para jugar. Volvió a mirar su casa y a su madre en la ventana, y sacó unos
puñados más de nieve.
»Era hora de emprender el regreso. Miró el humo que salía de la chimenea.
«Entonces oyó una voz en su mente que le decía: “Saca otro puñado.”
«Volvió a mirar la casa abrigada, y metió la mano más profundamente en la nieve.
»Sus dedos tocaron algo duro y liso y más frío que el hielo. Volvió a mirar la
casa, donde su madre sacaba tortas calientes del horno con una larga espátula de
panadero; y luego miró nuevamente el agujero que había hecho, y cavó rápidamente
alrededor, palpando los lados y los bordes de lo que había encontrado.
»Era una caja… Una caja de plata, tan fría que quemaba las manos a través de los
guantes. Esa voz en su mente, que era su propia voz, dijo: “Donde hay una caja, hay
una llave.”
«Entonces volvió a mirar hacia la casa y sintió su calor…, vio el humo que salía
de la chimenea…, vio a su madre que miraba hacia la ventana. Y metió una mano y
raspó delicadamente el fondo del agujero.
«Sus dedos tocaron una llavecita de plata.
«“Donde hay una llave, hay una cerradura”, dijo su propia voz dentro de su
cabeza.
»Movió la caja de plata con sus manos y vio que la cerradura estaba disimulada
en un complicado diseño grabado junto al borde de la tapa. Miró una vez más la casa
cálida y a su madre enjugándose las manos en el delantal ante la ventana. Y puso la
llavecita en la cerradura.
«La caja se abrió.
«Luego por última vez miró la casa cálida y a su madre, y todo lo que había
conocido, y levantó la tapa de la caja.
Coleman Collins levantó las manos, con las palmas encaradas a unos treinta
centímetros de distancia, y de pronto las extendió hacia arriba.
—Y todas las historias del mundo, todas las historias que jamás se hayan contado,
salieron de la caja. Príncipes y princesas, brujos, zorros y gigantes y brujas y lobos y
leñadores y reyes y gnomos y enanos y una hermosa niña con una caperuza roja, y
por un segundo el muchacho lo vio todo perfectamente, mirando silenciosamente en
el aire. Luego el viento los atrapó y comenzó a llevárselos, a unos por un lado y a
otros por otro.
Volvió a poner las manos sobre la mesa, sonriendo. Parecía totalmente borracho,
pensó Tom, pero la voz resonante llenaba los espacios amodorrados de su mente y
producía ecos aun cuando Collins no estuviera hablando.
—Pero me pregunto si algunas de esas historias no se habrán mezclado con otras
historias. Tal vez el viento arremolinó todas las historias, y cambió a los gigantes por
www.lectulandia.com - Página 154
reyes y puso cabezas de zorro en los hombros de los príncipes y mezcló a la bruja con
la hermosa niña de la caperuza roja. A menudo me pregunto si no habrá sucedido eso.
Se apartó de la mesa y se puso de pie.
—Este ha sido el cuento de antes de dormir. Id a vuestras habitaciones y acostaos.
No quiero que salgáis de vuestras habitaciones hasta mañana por la mañana. Corred.
Hizo un guiño, y desapareció detrás de los cortinajes, dejándoles
momentáneamente solos en el teatro vacío.
Luego su cabeza sin cuerpo apareció en la juntura de las cortinas.
—Ahora mismo. Id arriba. Enséñale el camino, señor Nightingale.
La cabeza desapareció detrás de los cortinajes.
Un momento después reapareció, como un muñeco de resorte.
—Los lobos, y quienes los ven, son muertos de un balazo en el mismo lugar. A
menos que se trate de un lupus in fábula, que aparece cuando se habla de él.
La cabeza abrió la boca en una risa sin sonido, mostrando dos hileras de dientes
irregulares y ligeramente manchados, y desapareció detrás de la cortina.
—¿Lupus in fábula? —preguntó Del, volviéndose hacia Tom.
—El señor Thorpe solía decir eso a veces. El lobo en el cuento.
—Que aparece cuando…
—Cuando se habla de él —dijo Tom, pesaroso—. No se refiere a lobos reales,
sino a…, ah, no me acuerdo.
El lobo en el cuento
—Este verano no es como otro cualquiera —dijo Del, al pasar por el breve
corredor que terminaba en la puerta con barrotes—. Nunca me había contado un
cuento antes. Me gustó. ¿A ti no?
—Sí, creo que sí —respondió Tom, e hizo una pausa—. ¿Nunca sentiste
curiosidad por lo que hay detrás de eso?
Del se encogió de hombros y se le veía incómodo.
—¿Quieres decir que yo debería haber mirado sólo porque él me dijo que no?
—No exactamente. Pero ¿es tan importante que no nos permite verlo? Sólo me
preguntaba si tendrías curiosidad.
—Nunca tuve tiempo de tener curiosidad —dijo Del—. Ha dicho que subamos.
Debemos estar en nuestras habitaciones.
www.lectulandia.com - Página 155
—¿ Lo hace a menudo, eso de ordenarte que te quedes en tu habitación toda la
noche?
—A veces.
Del empujó firmemente la puerta que daba a la parte más antigua de la casa y
atravesó la cocina y luego el living.
—Pero ¿acaso no ibas a quedarte? ¿Por qué convertirlo en una orden? ¿Por qué
habríamos de levantarnos de la cama en medio de la noche, y andar vagando en la
oscuridad…? Si lo convierte en una orden, sólo logra que pensemos en hacerlo.
¿Entiendes lo que quiero decir?
—Bien, me voy a dormir —dijo Del, mientras subía la escalera.
—¿Y si quieres un vaso de agua? ¿Y si quieres mear?
—Hay un baño junto a tu habitación.
—¿Y si quieres mirar afuera? No tenemos ventana.
—Mira, ¿no estás cansado? —preguntó Del con furia—. Yo me voy a dormir. No
me quedaré levantado a mirar cosas que no debo ver. No voy a mirar las estrellas,
simplemente me voy a la cama. Tú puedes hacer lo que quieras.
—No te enojes tanto.
—Estoy enojado, carajo —dijo Del, y se apartó de Tom, para abrir su puerta y
desaparecer en su cuarto.
Tom le siguió. Del se quitaba la camisa por encima de la cabeza, sin molestarse
en desabotonarla. Las camas estaban abiertas.
—Pero, ¿por qué te pones tan furioso de repente?
—Me voy a la cama.
—Del.
Su amigo se ablandó.
—Mira, estoy tan cansado que me caigo. Es nuestra primera noche aquí. —Del se
sentó en la cama y se quitó los zapatos. Se desabrochó el cinturón, se puso de pie y se
bajó los pantalones—. Y voy a cerrar estas puertas de manera que no me entere si tú
te metes en líos.
—Pero Del, él quiere que nosotros pensemos en…
—Estás cansado, ¿verdad? —dijo Del corriendo una de las puertas.
—Sí.
—Entonces vete a la cama y olvídate.
Fue hacia la otra puerta corrediza y la cerró, separando su habitación de la de
Tom.
—¿Del? —dijo Tom a la puerta.
—Te veré por la mañana. Estoy demasiado cansado para pensar en nada.
Tom se apartó. Su propia habitación brillaba: la cama estaba tan impecable que
parecía abierta con un abrelatas, las luces eran suaves. El segundo libro de Rex Stout
www.lectulandia.com - Página 156
que había traído en la maleta estaba sobre su mesa de noche. Pulsó el interruptor
junto a la puerta, y las luces de arriba se apagaron. La luz junto al libro convertía ese
sector de la habitación, el libro, la cama y la lámpara, en algo atractivo como una
cueva.
Se desvistió rápidamente, se quedó en calzoncillos y se metió en la cama. Tom
tomó el libro de Rex Stout y lo abrió por la primera página. Pocos minutos después
las letras comenzaron a bailar, y le pareció que hacían comentarios inconexos pero
muy interesantes sobre alguna otra historia. Se dio cuenta de que soñaba que leía.
Tom apagó la luz y apoyó la cabeza en la almohada.
Pasó un tiempo indeterminado y el ladrido de los perros lo despertó. Primero un
perro, luego dos. Se oyeron ruidos de pelea. Una puerta se cerró de golpe en alguna
parte, unos hombres echaron maldiciones, un perro aulló de furia o de dolor. Una
hombre gritó: «¡Hijo de puta!», y el ruido agónico del perro se convirtió en un
chillido. Tom se sentó en la cama. Tenía la mano dormida, y la frotó hasta sentirla
latir. Abajo, unos hombres andaban pesadamente por la habitación, entrando y
saliendo. Se rompió un vaso, el otro perro comenzó a gruñir.
—¿Del? —llamó Tom.
Varias fuertes voces masculinas se elevaron de inmediato.
Tom fue a las puertas corredizas y las entreabrió unos centímetros. Del estaba
tendido boca arriba en la oscuridad, respirando profundamente. Tom corrió
nuevamente las puertas y caminó a tientas por la habitación hasta la puerta que daba
al corredor, esperando encontrarla cerrada con llave.
Pero no: la entornó un ápice. El corredor estaba débilmente iluminado. Ahora oía
las voces y los perros con más claridad. Los hombres parecían tan brutos como los
animales. Tom abrió bien la puerta y se vio reflejado en una gran ventana frente a él.
Las luces en el bosque brillaron a través de su cuerpo. Salió al corredor. Abajo, en la
parte trasera de la casa, un hombre gritaba:
—¡Atrapa a ese perro… carajo… atrápalo…!
No era la voz de Coleman Collins.
De pronto apareció una luz en la terraza embaldosada bajo su ventana, dibujando
la alta sombra de un hombre. Tom se apartó de la ventana. Un hombre fornido, con
chaqueta de uniforme del ejército, apareció llevando a un gran perro negro con una
cadena. El perro se volvió a ladrarle y el hombre dio un salto hacia adelante y le puso
un bozal.
—¡Dios mío! —vociferó el hombre.
De uno de los bolsillos de su chaqueta verde salía el cuello de una botella. Dejó
caer la cadena, desapareció un momento bajo la ventana y reapareció con una pala.
Amenazó al perro con ella, la dejó y desapareció nuevamente dentro de la casa.
Cuando volvió llevaba unas tenazas de mango largo con refuerzos de metal en el
www.lectulandia.com - Página 157
extremo. Esto también cayó en las baldosas y el hombre echó a andar hacia la casa
gritando algo. Tenía una barba castaña, corta e hirsuta. Uno de los hombres del tren:
el corazón de Tom estuvo a punto de detenerse, y dirigió la mirada hacia los bosques
iluminados.
Ay, no.
Sobre una piedra chata iluminada por un reflector, tan lejos que Tom no podía ver
detalles del rostro ni de las ropas, una pequeña silueta con un largo manto azul y
gorra roja sobre unos cabellos rubios sostenía una cajita brillante. La pequeña silueta
daba vueltas a la caja en sus manos. Luego volvió la cabeza y lo miró directamente.
Retrocedió, presa del pánico, y la cabeza del muchacho miró hacia otro lado, primero
a un costado, luego al otro.
—Del —murmuró Tom. Volvió a mirar al muchacho en la piedra—. ¡Del!
El muchacho seguía dando vueltas a la caja entre sus manos. Tom se acercó a la
puerta de Del y golpeó dos veces con los nudillos.
—Ven aquí —dijo, pero ya no susurraba.
Volvió a golpear… El ruido abajo era tan intenso que no le oirían aunque diera
martillazos a la puerta. El muchacho rubio dejó la caja en la piedra y soñadoramente
pasó sus dedos por ella.
—Tienes que ver esto —dijo Tom, hablando casi normalmente.
La puerta se entreabrió.
—Vete. Vete a tu habitación.
—Mira —dijo Tom.
Ahora el muchacho levantaba un objeto que debía ser una llave de plata.
—Ah —dijo Del, y abrió totalmente su puerta, avanzando un paso.
Los hombres que estaban abajo gritaban.
En su pequeño escenario de piedra, el muchacho acercó la llave a la caja.
—Quería que lo viéramos —susurró Tom.
En pijama, Del se acurrucó junto a él. Uno de los perros negros volvió a chillar…
¿El hombre de la barba lo habría golpeado con las tenazas? No quería acercarse a la
ventana lo suficiente como para averiguarlo.
El muchacho del abrigo azul acercó la caja a su oreja y luego la alejó de ella.
Seguramente había usado los pulgares para abrir la tapa.”
Salía un humo negro de la caja. Vieron que la figura parada en la roca la dejaba
caer, y luego el humo ocultó aquella escena con su masa ondulante.
—Como nuestro espectáculo —murmuró Tom—. Cuando se va el humo, el
muchacho ha desaparecido.
—No era un muchacho —dijo Del, volviendo a su habitación.
—¿Era una chica? —preguntó Tom.
—Era Rose Armstrong. Ahora vete a la cama —dio media vuelta y cerró su
www.lectulandia.com - Página 158
puerta.
Tom volvió a mirar la luz: los últimos vestigios de humo negro se esfumaban
sobre una roca desierta. Las hojas que la rodeaban se agitaban. Bajo las ventanas, los
perros continuaban su pelea.
Se elevó la fuerte voz de un hombre.
—Atrapa a ese maldito…
Otro respondió:
—Ahora mismo. ¿Estás bien?
—Ah, estoy muy bien.
Coleman Collins dijo muy claramente:
—¿Estáis listos, por fin?
La puerta se cerró de un golpe y se extendieron las sombras sobre las baldosas,
inmediatamente seguidas por una multitud de hombres, la mayoría de los cuales
llevaba palas, y dos de ellos tiraban de los perros atraillados. Coleman Collins venía
detrás, y ahora vestía una brillante camisa escocesa, pantalones jeans, botas con
cordones; parecía un maderero.
—Dame esa botella —ordenó.
El hombre que llevaba una chaqueta del ejército sacó la botella de su bolsillo.
Collins se la llevó a la boca y luego se la devolvió.
—Muy bien. Volveré después de…
«¿De inspeccionar a mis invitados?» Tom se apresuró a volver a su dormitorio.
Se metió en la cama de un salto, se cubrió con las sábanas y esperó. «Hasta
podría dormirme —se dijo—, y no tendría que hacer nada más.» Pero su corazón
latía fuertemente, sus nervios vibraban, oía los ruidos de los hombres que caminaban
al azar sobre las losas y luego ruido de botas que subían la escalera.
Tom se puso tieso. Las botas venían por el corredor hacia la habitación de Del y
se detenían. La puerta de Del se abrió, un segundo de silencio; la puerta de Del se
cerró y las botas avanzaron hasta su propia puerta. Se abrió, y se filtró la luz en la
habitación.
—Debes mantener la cabeza bajo el ala —dijo suavemente Collins; parecía casi
tierno.
La puerta se cerró y la habitación quedó otra vez a oscuras. Tom oyó a Collins
que caminaba por el corredor, y luego bajaba la escalera.
Esperó sólo un segundo, luego saltó de la cama y buscó a tientas su camisa y sus
pantalones. Sus pies encontraron los zapatos. Cuando abrió la puerta y se puso de
rodillas junto a la ventana, vio a los hombres y a los perros que se dirigían por las
losas hacia los bosques. Algunos de los hombres llevaban antorchas encendidas.
Detrás de ellos, caminaba Collins, con un bastón. En cuanto salieron de las losas,
Tom corrió hacia la escalera y comenzó a bajar.
www.lectulandia.com - Página 159
6
En la entrada las velas aún ardían, y se habían acortado mucho. Cuando volvió
hacia el cuerpo principal de la casa, vio una débil luz que salía del living y llegaba al
vestíbulo. Pasó junto a una hilera de carteles enmarcados…, una serie de anuncios
teatrales detrás de un vidrio, como cápsulas de tiempo. Relucían junto a él, el vidrio
reflejaba un poco de la luz escasa del living, y algo más del perfil de Tom. En medio
del silencio, se sintió observado.
Las sillas del living habían sido movidas de un lugar a otro, aún ardían cigarros
en los ceniceros, los vasos estaban vacíos sobre las mesas de madera junto a los
divanes y sobre la mesita central.
Las puertas de vidrio del lado más distante del living estaban abiertas al patio de
losas. Más allá del desorden de la amplia habitación, Tom vio las luces de las
antorchas de los hombres que avanzaban por los bosques. Caminaba sobre una
alfombra suave y espesa. En el aire persistía el humo de los cigarros.
¿Mantendría la cabeza bajo el ala? Esquivaba los muebles, en su camino hacia las
puertas de vidrio abiertas, envuelto por el humo del cigarro, el olor de los árboles, la
tierra y la noche. ¿La cabeza bajo el ala, Tom? —Al diablo —susurró, y pasó por las
puertas de vidrio y echó a andar sobre las losas.
Las antorchas se veían en el bosque unos cien metros más adelante, y aparecían y
desaparecían a medida que los hombres que las llevaban pasaban detrás de los
árboles. Tom oía sus fuertes voces que se mezclaban con los ladridos de los perros, y
sentía su ansiedad sin oír sus palabras. Iban hacia el lado izquierdo del lago, por la
curva de la colina donde él y Del habían visto a Rose Armstrong.
Salió de las losas, preguntándose si la estarían buscando. A su derecha, una larga
escalera de hierro bajaba por la pendiente hasta el lugar donde la luna ponía una
estela de plata en el lago. Tom descendió como habían hecho los hombres, y su
corazón se detuvo cuando la escalera de hierro retembló; llegó a una pequeña playa.
Sobre el agua oscura se recortaba una construcción que debía haber sido un depósito
para botes; a menos de dos metros de este depósito había un muelle blanco que se
adentraba en el lago. No, esa escena en la roca iluminada había sido un acto público;
pero lo que estaban haciendo ahora el señor Peet y los demás no lo era.
Sin embargo, se preguntó qué harían hombres como ésos si atrapaban a una
www.lectulandia.com - Página 160
muchacha. Luego se preguntó qué harían si lo atrapaban a él.
Afortunadamente, podía seguir las antorchas y mantenerse bastante rezagado para
que no lo vieran. Miró hacia atrás en cuanto llegó al bosque y vio que las luces de la
casa le daban una clara indicación para su regreso.
Dos veces chocó contra un árbol, raspándose la frente, y casi llegó a caer. La luna,
a veces tan brillante que le permitía ver las hojas de hierba como pequeñas olas
plateadas de un océano, por momentos se detenía bruscamente detrás de unos altos
árboles negros y Tom se preguntaba hacia dónde ir en aquella vastedad negra
marcada solamente por la trayectoria de las antorchas.
Como Hansel, seguía mirando hacia atrás, y veía retroceder la casa hasta
convertirse en un punto nebuloso entre ramas y hojas de los arbustos. Pronto la casa
dejó de ser una señal para constituir media docena de puntos de luz en el bosque.
Esto era la naturaleza tal como sólo la había visto en los libros… La naturaleza
luchando por sí misma, repleta y enmarañada, poblada por cien formas enredadas.
Cada paso lo acercaba a los dedos y los brazos del bosque que lo atraía; sus zapatillas
resbalaron en el musgo húmedo. La tercera vez que chocó con un árbol, porque de
pronto la luna había dejado de iluminar, cayó al suelo.
Luego las luces de las antorchas desaparecieron. Tom se quedó absolutamente
inmóvil, con temor a darse la vuelta… si perdía la orientación, se perdería realmente.
Pensó: insectos. Desde que salió de la casa, no había oído ninguno; unas horas antes,
en la estación, sus rumores invadían la oscuridad.
Desde la elevación donde habían desaparecido los hombres con los perros y las
antorchas, llegaban gritos incomprensibles.
Siguió avanzando muy lentamente, con las manos delante de la cara. Algo, un
animal o un pájaro, parloteó desde arriba: echó el cuello hacia atrás y unas agujas le
rozaron la frente. La idea de que era una araña le hizo salir corriendo hacia adelante.
Se enganchó un pie en una raíz fija como un yunque, y cayó sobre la cara y los codos
en el barro.
Tenía conciencia de los fuertes latidos de su corazón, de que tenía el rostro
embarrado y la camisa empapada. Se frotó la cara con las manos y siguió adelante
arrastrándose.
Finalmente oyó las voces muy cerca. Estaba boca abajo, avanzando por la
pequeña ladera detrás de la cual habían desaparecido las antorchas. Un hombre dijo:
—Buster está listo.
Los perros gruñeron; algunos de los hombres rieron. Coleman Collins dijo con
voz aguda:
—Cuidado con ese fuego, Root. Necesitas ver bien.
—¿El enchufe estaba en el lugar adecuado? —preguntó antes con voz espesa,
www.lectulandia.com - Página 161
probablemente Root.
Collins respondió:
—Dije que sí, ¿verdad? Cuidado con la mecha. ¡Cuidado cómo usas eso!
Queremos un resplandor, no un incendio.
Arrastrándose hacia adelante, con miedo de que lo vieran que se le congelaba el
aliento en la garganta, Tom veía ahora las luces de las antorchas… o del fuego
producido por Root…, enrojeciendo los árboles ante él.
—Herbie, ¿estás seguro de que éste es el lugar? —preguntó el señor Peet.
—Claro que sí —respondió Collins.
¿Herbie?
Tom se arrastró hasta la parte superior de la loma y espió desde detrás del tronco
de un árbol resplandeciente por el fuego.
El señor Peet y Coleman Collins estaban juntos ante una gran fogata que vigilaba
un hombre grueso con camiseta amarilla y amplios pantalones de carpintero: Root.
Tenía la cabeza casi totalmente afeitada. Los otros habían plantado sus antorchas en
la tierra blanda y cavaban furiosamente. Volaba el polvo.
—Aquí está tu parcela —dijo Collins, señalando un montículo cubierto de hierba
del otro lado del fuego. Con su camisa de leñador, su rostro enrojecido por el fuego,
el mago parecía extravagantemente saludable, musculoso como el señor Peet—.
¿Dónde conseguiste los perros esta vez, Thorn? —preguntó.
El hombre con chaqueta del ejército se acercó desde el otro lado del montículo,
sosteniendo a ambos perros negros por sus cadenas alrededor del cuello.
—La misma porquería de siempre. Pagué cincuenta y cinco por cada uno…, dice
que son los más fuertes que tiene. No conseguí bull-dogs —el rostro de Thorn se
había convertido en una linterna—. Los bull-dogs son los mejores para esto.
—Bull-dogs o terriers —dijo Collins.
—Los bull-dogs son los mejores —repitió Thorn.
—Thorn, eres un idiota. Dame otra vez esa botella. —De mala gana Thorn sacó el
whisky de su bolsillo. Collins bebió y pasó la botella al señor Peet—. Esos dos
servirán. Estoy satisfecho. Ahora, dale las cadenas a Root para ayudar con el pozo.
—Sí —dijo Thorn; se apartó para hacer lo que le indicaban.
—En, enviemos al pequeño —dijo Root.
—Por Dios —dijo uno de los hombres que cavaban—. ¿Por qué no nos tomamos
un descanso? O si no, ven aquí y sigue cavando tú, porquería.
—Ahora… —dijo Peet a manera de advertencia, pero demasiado tarde.
Root había atado las cadenas a un árbol y se enfrentaba con el hombre que tenía
una pala. Los otros dejaron de cavar y miraron al hombre que se afirmó sobre sus pies
y golpeó a Root con la hoja de la pala. Root recibió el golpe en un costado, y cayó.
—Mierda —dijo el hombre.
www.lectulandia.com - Página 162
—Bien, Pease —dijo el señor Peet con calma—. Root, contén a los perros. Es
demasiado pronto para que comiencen. Alimenta el fuego.
—Imbécil —murmuró el que se llamaba Pease, tomando la pala; cavó con tanta
fuerza que la tierra llegaba hasta Root.
Media hora más tarde, los cuatro hombres que cavaban habían abierto un pozo de
un metro y medio de profundidad y un metro veinte de largo. Root sacudía las
cadenas de los perros cada vez que, en forma inexperta, arrojaba más leña al fuego.
Tom observaba todo esto, y de vez en cuando se dormía, fascinado. ¿Qué tendrían
que hacer los perros? ¿Para qué esa larga trinchera? Tenía el desagradable aspecto de
una tumba.
Finalmente, el mago dijo:
—Hay que azuzarlos. Seed, tú y Rock poneos a trabajar en la parcela.
—Sí —dijo uno de los que cavaban, un hombre grueso con barba que parecía un
Burl Ives depravado; sonrió, mostrando un típico hueco de jugador de hockey en el
lugar donde debía haber tenido los incisivos.
Seed se puso de pie de un salto para salir de la trinchera, seguido por otro
hombre. Llevaron sus palas hasta el montículo e inmediatamente comenzaron a
arrojar tierra desde allí.
—Más rápido, más rápido —ordenaba el señor Peet—. Quiero que sepan que
estás aquí.
—Mierda, nos oyen perfectamente —dijo Seed, mostrando el hueco entre sus
dientes.
—¿Sabes cuántos hay, Herbie? —preguntó Rock.
—Con uno es suficiente —respondió Collins—. Mira, saquemos a ese otro
hombre del pozo. Snail, ve del otro lado.
Snail, Seed, Rock, Pease, Thorn, Root: ¿eran apellidos?
El que se llamaba Snail se arrastró desde el pozo, fue al montículo, tomó su pala y
dio un golpe con la parte plana de la hoja en la tierra.
—Hay que sacudirlos bien —dijo, y comenzó a arrojar tierra con tanta diligencia
como Seed y Rock.
Parecían tres monstruosos enanos, estos hombres corpulentos. Snail y Rock
tenían tatuajes en los poderosos bíceps; y cuando Snail se quitó la camisa, Tom vio
que su pecho estaba cubierto de tatuajes: una calavera blanca con orificios oculares
oscuros, de la cual salía la cola de un dragón con escamas y alas de águila.
—Señor Snail, mueva esas alas —ordenó Cole Collins, y el hombre tatuado rió y
se puso a cavar más ferozmente.
—Un tremendo agujero —gritó Snail—. Aquí hay uno de los malditos agujeros.
Thorn salió del pozo de un salto, gritando como un lunático, y se abalanzó sobre
Snail; en lugar de atacarlo, como temía Tom, que ahora se había despertado del todo
www.lectulandia.com - Página 163
con el barullo, Thorn clavó su pala en la tierra y comenzó a quitar tierra en la entrada
del agujero.
—Mete ese pequeño allí, Root —dijo el señor Peet.
—Me gustaría que tuviéramos un bull-dog —dijo Thorn, con el rostro brillante.
Root levantó al perro más pequeño, le quitó la cadena, y señaló el agujero
descubierto.
—Métete ahí —dijo Root, pero el perro no necesitaba órdenes: entró de inmediato
en el agujero.
—Bien, prepara el otro —dijo el señor Peet—. Apuesto veinte a que saldrá en
menos de un minuto.
Miró su reloj, y Thorn dijo:
—Veinte.
Los tatuajes de Snail se ensancharon y temblaron a la luz del fuego. El efecto era
tan perturbador que pasó un momento antes de que Tom se diera cuenta de que se
reía.
—La trituradora.
—Un minuto —dijo Thorn, encogiéndose de hombros.
Aullidos, gruñidos, ladridos, salían del agujero. Luego el ruido de unos gritos que
Tom había oído en el dormitorio.
—Cuidado con la cola, muchachos —señaló el señor Peet, y un segundo más
tarde el perro salió disparado del agujero; unas líneas rojas le cruzaban la cabeza.
—Veinte de Thorn —dijo el señor Peet—. Haz entrar al otro.
Y Root colocó en posición al segundo perro, que temblaba. Pease y Seed, el
gordo parecido a Burl Ives, comenzaron a remover con sus palas la parte superior del
montículo.
Durante horas, o al menos eso le pareció a él, Tom estuvo tendido al pie del árbol,
durmiéndose y despertándose ante algún nuevo horror…, los perros recorrían los
túneles que Pease y Seed descubrían en la parcela, salían gimiendo y sangrando, y los
obligaban a entrar nuevamente. El dinero pasaba de mano en mano entre los ocho
hombres, y la mayor parte la retenían Root, el señor Peet y Collins. Durante uno de
los períodos en que estuvo despierto, Tom vio que Collins tomaba una pala que tenía
Snail, el de los tatuajes, y atacaba la parcela con tanta fiereza como cualquiera de los
hombres más jóvenes. Se dio cuenta de que Collins no renqueaba, y estaba tan
cansado que sólo pensaba que frente a estos hombres él tampoco renquearía.
—¡Tierra buena! ¡Tierra buena! —gritaba el que se llamaba Rock.
Había otra cosa, se dijo Tom, algo más que uno no percibiría a menos que mirara
a esos hombres durante largo tiempo: todos eran muy blancos. Su piel parecía
marchita, de mala calidad; eran fuertes, pero eran hombres acostumbrados a estar en
eí interior de una casa.
www.lectulandia.com - Página 164
Puertas adentro, hombres que trabajan por la noche y que en ese momento
trabajaban afuera, la ferocidad de su trabajo y de sus gritos, las antorchas y las
llamas, los gritos y los intercambios de dinero y los perros ensangrentados…, esta
escena fantasmagórica se desplegaba ante Tom y a veces parecía tan irreal que
pensaba que estaba nuevamente en su cama en la habitación sin ventanas… Luego
realmente se quedó dormido, y soñó que Del estaba tendido en la pequeña colina
junto a él, explicándole cosas.
—El señor Snail es el tesorero de una gran corporación en Boston, el señor Seed
y el señor Thorn son los dos abogados, el señor Pease y el señor Root son accionistas
importantes de la U. S. Steel y todos los años corren por la Copa de América…, el
señor Peet es el secretario de Comercio de los Estados Unidos.
—¡Preparen esas pinzas! —gritaba alguien—. ¡Tomen esas malditas pinzas!
Tom gimió y se dio vuelta, tocando las ramas más bajas del árbol con el codo;
luego recordó dónde estaba, y se apretó contra el suelo todo lo que pudo, nuevamente
boca abajo. Le dolía el cuello, le dolían las rodillas, la cabeza le estallaba de dolor;
pero al mirar a los hombres el sueño lo perseguía, y veía al secretario de Comercio
tomando las pinzas y maldiciendo al tesorero de la corporación para que retrocediera.
Uno de los principales accionistas de la U. S. Steel tenía a un perro preparado junto al
pozo. Un abogado con cara de calabaza, que vestía chaqueta del ejército, gritaba:
—¡Atrápalo! ¡Atrápalo!
Otro abogado tenía en el puño varios billetes doblados: en lo profundo del pozo,
el segundo perro aullaba como un alma atormentada en el infierno.
—Pronto —dijo el secretario, y el tesorero de Boston se puso en cuclillas, con
una sonrisa tensa como la de un mono.
Luego sucedieron dos cosas perturbadoras, en tan rápida sucesión que fueron casi
simultáneas. Escupiendo sangre, un perro torturado salió del pozo; un abogado cuyo
cuerpo estaba cubierto por el tatuaje de un dragón le echó una mirada y levantó el
hacha sobre su cabeza. Tom vio una pata delantera que colgaba de un hilo
sanguinolento, costillas al descubierto que parecían fósforos pintados, y luego al
abogado inclinándose para destrozar la cabeza del perro. De una patada, el abogado
lanzó el cuerpo del perro entre los árboles.
La segunda cosa horrible fue como la primera, una sucesión de imágenes de
colores tan brillantes que podían haber sido una serie de diapositivas. Una cabeza
peluda, mojada de sangre, apareció durante un segundo: el secretario de Comercio
estaba armado con las pinzas de metal, y todos los financieros gritaban alegremente;
el secretario alzó los brazos enérgicamente hacia arriba como un hombre que juega a
un juego desconocido, y las abrazaderas de metal de las pinzas aferraron la panza de
un tejón enloquecido, sangrante, y lo llevaron, trazando un amplio arco, a través del
aire iluminado por el fuego. El secretario giró sobre sí mismo, lanzando el pesado
www.lectulandia.com - Página 165
cuerpo que tenía entre las pinzas, y dejando caer al animal en el pozo. El accionista
de la U. S. Steel soltó al perro, que echaba espuma y que también cayó de cabeza en
el pozo. Instantáneamente los jugadores comenzaron sus apuestas. Las apuestas,
comprendió repentinamente Tom, eran sobre cuánto tiempo viviría el tejón.
Los hombres que gritaban cerraron el círculo alrededor del pozo, pasándose
dinero unos a otros, y Tom no veía lo que sucedía adentro. Pero podía imaginarlo, y
eso era aún peor. Por momentos, cuando saltaba la sangre, uno de los jugadores
retrocedía, maldiciendo, y Tom veía pelos que volaban por el aire. El dragón
sangraba por sus escamas iridiscentes; una rosa abierta apareció en un bíceps;
apareció sangre milagrosa en una camiseta amarilla, deslumbrante e inesperada como
un estigma.
Después de veinte minutos un hombre levantó los brazos y gritó. Le llegó dinero
en grandes cantidades. Luego sólo se oyó el sonido de varias respiraciones: la
respiración agitada de hombres que habían trabajado intensamente y la respiración
dificultosa de un perro malherido. El secretario de Comercio sacó una pistola del
bolsillo y lo hizo caer al pozo de un balazo.
Tom volvió a temblar, estremeciéndose contra el suelo como una hoja.
—Muy bien. Ya han tenido su sangre —dijo Coleman Collins; pero era
demasiado tarde, porque el mago se había vuelto hacia él y lo miraba a los ojos, y
decía—: Allí hay otro para el pozo. Vete a dormir, muchacho.
Un hombre corpulento, con rostro de imbécil, giró sobre sí mismo y corrió hacia
él; y Tom se desmayó.
«Vete a dormir, muchacho.» Tom se encontró nuevamente en el tren que iba hacia
el norte desde Boston. Coleman Collins, y no Del, estaba sentado junto a él, y decía:
—Por supuesto, éste no es tu tren. Este es Nivel Uno.
—Trance —dijo Tom—. Voz.
—Eso es. Excelente memoria. Mientras estemos aquí, quiero agradecerte todo lo
que hiciste por Del. Hace mucho que necesita de alguien como tú.
Una ola de sentimientos enfermizos, disfrazados de amabilidad, fluía del mago, y
Tom supo que su situación era peor que la que podría haberle causado cualquiera de
aquellos hombres.
—¿Te gustaría ver ventriloquismo? Es divertido. Siempre me divierte el
ventriloquismo —sonrió al muchacho; ambos iban mecidos por las sacudidas del tren
repleto—. Esto es todo muy elemental, por supuesto. Espero que te quedes el tiempo
www.lectulandia.com - Página 166
suficiente como para que te muestre algunas de las cosas más difíciles. Todo está
dentro de tus posibilidades, te lo aseguro.
—Estaremos con usted todo el verano.
—Dos meses y medio no es tiempo suficiente, pajarito. No es suficiente. Ahora
bien. ¿De dónde vendrá esa voz? De allí, supongo —levantó su rostro distinguido e
hizo un gesto hacia una rejilla, en el techo del vagón.
Instantáneamente una voz histérica gritó:
—¡URGENTE! ¡URGENTE! ¡SUJÉTENSE AL ASIENTO QUE TIENEN
DELANTE! ¡SUJÉTENSE…!
El mago había desaparecido. Una mujer gorda que estaba en el pasillo junto al
asiento de Tom chilló; tenía una bandeja de cartón que contenía varias tazas de café.
Cuando gritó, el café saltó hacia arriba, en un remolino.
Ahora muchos chillaban. Tom bajó la cabeza hasta ponerla entre sus rodillas y
sintió el café caliente que se derramaba por su espalda.
El golpe lo arrancó totalmente del asiento, y el ruido del desastre era como un
clavo en sus oídos. Veía a la mujer que retrocedía por el pasillo, con el terror pintado
en la cara. El vagón levantó la parte delantera en el aire y comenzó a caer hacia un
costado.
—¡Me he roto una pierna! —gritó el hombre—. ¡Dios mío!
Su grito fue lo último que oyó Tom antes de una explosión intensa como la de una
bomba a poca distancia en las vías.
—Luz —dijo la voz del mago.
Surgió una blancura enceguecedora, causada por otra explosión, que iluminó todo
el vagón. A unos centímetros de la cabeza de Tom, una lámpara explotó en llamas.
Tom manoteó, pero no pudo ver dónde la lanzaba.
—¡Por Dios! —chilló el hombre de la pierna fracturada. El coche ladeado se
inclinó mucho más a la derecha y comenzó a caer.
Alrededor de Tom, que ahora estaba tendido boca arriba en el pasillo, con las
quemaduras en su espalda como una herida abierta, la gente gemía y gritaba: el coche
parecía un zoológico ardiente.
Se aferró a uno de los soportes de los asientos y pensó: «Moriré aquí. ¿No
murieron muchos?»
Cuando el coche tocó el suelo los gritos se intensificaron, se tornaron casi
exaltados.
www.lectulandia.com - Página 167
Tom abrió los ojos. Estaba tendido en el agujero donde Pease y Thorn y los otros
habían trabajado lanzando carnada a los tejones. Coleman Collins, rubicundo y
saludable, diez años más joven con su ropa deportiva, echó un trago de una botella y
le hizo un guiño desde el lugar donde estaba sentado junto al montículo.
—Eso no fue simplemente magia —dijo Tom.
—¿Qué es «simplemente magia»? —el mago le sonrió—. Estoy seguro de que no
existe tal cosa. Pero te dormiste. Supongo que soñabas.
Levantó una rodilla y extendió su brazo sobre ella. Parecía un jefe de boy-scouts
que charla junto al fuego con un muchacho favorito.
—Yo estuve allí… —señaló Tom—. Usted dijo: «Muy bien. Ya han tenido su
sangre.» Luego me vio. Y dijo: «Hay otro para arrojar en el pozo. Duérmete,
muchacho.»
—Ahora sé que estás cansado —dijo Collins, reclinándose contra lo que quedaba
del montículo—. Has tenido un día muy largo. Te aseguro que nunca dije nada de
eso.
—¿Dónde están todos los demás? Tom se incorporó y miró alrededor en el claro.
La luz del fuego mostraba un montículo de tierra en el lugar donde había estado el
pozo.
—No hay otros. Sólo tú y yo. Y eso, supongo, es lo que querías.
—Señor Peet —insistió Tom—. El estaba aquí. Y muchos otros… con nombres
extraños, como un montón de duendes. Thorn y Snail y Rock y Seed…, usted trataba
de hacer salir a un tejón de su madriguera. Había dos perros…, el señor Peet le pegó
un tiro a uno de ellos.
—¿De veras? —el mago cambió su posición contra el montículo y miró a Tom
con indulgencia—. Yo pensaba que me seguías porque querías hablar. Me
desobedeciste, es cierto. Pero cualquier buen mago sabe cuándo quebrar las reglas. Y
al hacerlo demostraste coraje e inteligencia, me pareció… Fuiste curioso, querías
saber cómo era el terreno.
Terreno significaba algo más que la tierra donde se encontraban. Tom asintió.
—Creo también que debes leer algunos de mis carteles…, reliquias de mi carrera
pública. ¿No es así?
—Los he visto —admitió Tom; pensó que Coleman Collins era la persona en
quien menos confiaba sobre la tierra.
—Ya te enterarás de todo… Este verano me liberaré de mis cargas. —Collins
levantó las rodillas, miró seriamente a Tom y luego unió sus manos sobre ellas. De
pronto a Tom le recordó a Laker Broome—. Por ahora, quiero decirte algo sobre Del.
Luego hay una historia que quiero que tú…, sólo tú…, oigas. Y finalmente, será hora
de irte a la cama. Mi sobrino ha tenido una vida irregular. Estuvo a punto de ser
expulsado de Andover cuando los Hillman se mudaron. Bien, tal vez no tengas muy
www.lectulandia.com - Página 168
buena opinión de los Hillman… Ya ves que soy muy franco contigo… Pero a pesar
de todos sus defectos, desean proteger a Del. Y él necesita protección. Sin una buena
ancla, sin un Tom Flanagan, se estrellará contra las piedras. Necesita de toda mi
ayuda, y de la tuya también. Vigílalo. Pero además obsérvalo.
—¿Observarlo?
—Para asegurarte que no profundice demasiado. Del no tiene la misma relación
sana que tú tienes con el mundo —levantó un poco más las rodillas—. Del robó esa
lechuza en la Escuela Ventnor. ¿Lo habías adivinado?
—No —respondió Tom.
—Me enteré del robo por los Hillman. Ellos saben que él la cogió, también. Pero
no querían que lo expulsaran de otra escuela más.
—Otro muchacho la cogió. Algunos lo vieron.
—Del quería que otro muchacho la robara. Del es mago también: mejor de lo que
él piensa, aunque nada parecido al mago que tú podrías ser. Del robó esa lechuza, y
no importa qué manos la tomaron. Cuídate de Del. Conozco a mi sobrino.
—Esto es una locura —dijo Tom, aunque una diminuta duda había comenzado a
abrirse dentro de él—. Y aquí hay algo más que realmente es una locura… Todo este
asunto de que yo soy mejor que Del. Del es mejor de lo que yo seré jamás. La única
cosa que realmente importa es la magia.
—Es mejor en las cosas que tú aprenderás muy rápidamente. Pero tú tienes dentro
de ti poderes de los que nada sabes, mi pájaro —miró a Tom con una especie de
omnisciencia paternal—. No estás convencido. ¿Te gustaría tener una prueba, antes
de oír la historia? ¿Sí? —volvió la cabeza—. Hay un tronco caído allí, ¿lo ves?
Quiero que lo levantes. —Cuando Tom comenzó a ponerse de pie, dijo—: Quédate
donde estás. Levántalo con tu mente. Yo te ayudaré. Vamos. Inténtalo.
Tom veía el borde del tronco que aparecía en el claro. Era uno de los que Thorn
había arrojado al fuego, tenía unos noventa centímetros de largo, estaba seco y
carcomido. Pensó en un lápiz en su escritorio, ascendiendo hacia arriba, al final de
una de las clases de Fitz-Hallan.
—¿Tienes miedo de probar? —preguntó Collins—. Hazme el favor. Dentro de ti
di: «Tronco, sube.» Y luego imagina que sube. Por favor, inténtalo. Prueba que me
equivoco.
Tom quería decir: «No lo haré», pero se daba cuenta que sería algo infantil. Cerró
los ojos y se dijo a sí mismo: «Tronco, sube.» Entreabrió los ojos: el tronco estaba
tendido en la hierba.
—No sabía que eras un cobarde —dijo el mago.
Tom siguió con los ojos abiertos y pensó que el extremo del tronco se levantaba.
Sin embargo, no se movió. «Tronco, sube. ¡Tronco, sube!» El extremo del tronco se
estremeció y Tom miró el rostro divertido de Collins.
www.lectulandia.com - Página 169
—¿Un ratón? —dijo el mago.
«¡Arriba! —pensó Tom, de pronto lleno de furia y sabiendo que no se movería—.
¡arriba!»
Pero el tronco obedientemente se puso vertical como si alguien hubiera tirado de
un cable. «¡arriba!» Se elevó y se agitó en el aire. Luego Tom sintió una oleada de
invencible negrura que invadía su mente como las náuseas, y el tronco comenzó a
girar sobre sí mismo, cada vez más rápido hasta que su imagen se tornó borrosa. «No.
Basta», dijo mentalmente, y el tronco cayó de golpe en la hierba. Lo miró,
consternado. Le dolían los ojos; en el estómago tenía la sensación de haber comido
arañas. Quería escapar…, tenía miedo de vomitar. Oyó aplausos, y vio que era
Collins quien aplaudía.
—Lo hiciste —dijo Collins, y Tom sintió un sabor espantoso en la boca—.
Apenas te ayudé, eres un muchacho notable. Ahora, escucha el cuento. Un día, en un
bosque, un gorrión se posó junto a otro gorrión en una rama. Hablaron durante un
rato de asuntos de gorriones, y era una charla vivaz, insustancial, como suelen ser las
charlas de los gorriones, y el segundo gorrión dijo: «¿Sabes por qué los sapos saltan y
por qué croan?» «No. Y no me importa», dijo el primer gorrión. «Cuando lo sepas, te
importará», prometió su compañero. Y eso es todo lo que le dijo. Pero yo te lo
contaré a mi manera, no a la manera del gorrión.
Tom vio que el tronco giraba con furia en el aire.
10
«La princesa muerta»
Hace mucho tiempo, cuando todos vivíamos en el bosque y ninguno de nosotros
vivía en otra parte, un grupo de gorriones volaba en la parte más profunda y más
oscura del bosque, volaba sin rumbo fijo lejos de sus rutas normales, pues de
momento no necesitaban buscar comida.
Como suelen hacer los gorriones, prestaban poca atención a las cosas y se
contentaban con perseguirse y charlar entre ellos, volar de aquí para allá, comentar.
—Todo está tranquilo —dijo un gorrión.
Y otro respondió:
—Sí, pero estaba mucho más tranquilo ayer.
Y otro pronto expresó su desacuerdo…, y poco tiempo después todos expresaban
su asentimiento o su desacuerdo.
www.lectulandia.com - Página 170
Finalmente describieron círculos en el aire sobre los árboles, escuchando para ver
cuánta quietud había realmente, para poder discutir el asunto con más exactitud. En
ese momento los gorriones, aunque hasta entonces no se habían dado cuenta de ello,
estaban casi sobre el palacio del rey que gobernaba toda esa parte del bosque. Y no
había ningún ruido.
Y eso era realmente extraño. Porque si el bosque estaba normalmente lleno de
ruidos que los gorriones conocían de toda la vida, el palacio era una verdadera
colmena…, los caballos pateaban en sus establos, los perros resoplaban en los patios,
los sirvientes charlaban en los espacios abiertos. Para no mencionar el entrechocar de
las ollas en la cocina, el golpeteo en los talleres del palacio, el bing, bing, bing del
herrero… En lugar de todos estos sonidos que los gorriones deberían haber oído, sólo
percibían el silencio.
Ahora bien, los gorriones son tan curiosos como los gatos, de manera que
naturalmente descendieron en su vuelo para echar una mirada…, habían olvidado su
discusión. Siguieron bajando, y bajando, y bajando, pero aún no oían nada.
—Vayámonos —dijo uno de los gorriones más jóvenes—. Algo terrible ha
sucedido aquí, si nos acercamos demasiado, puede sucedemos a nosotros también.
Por supuesto, nadie prestó atención. Siguieron bajando, bajando, bajando, hasta
quedar dentro de los muros del palacio. Algunos se posaron en los alféizares de las
ventanas, otros en las piedras de las calles, algunos en las alcantarillas, otros en las
puertas del establo; y los únicos ruidos que oían eran los que ellos mismos hacían.
Entonces vieron por qué. En el palacio todos dormían. Los caballos dormían en
los establos, los sirvientes dormían apoyados en las paredes, los perros dormían en
los patios. Hasta las moscas dormían sobre los picaportes.
—¡Una maldición, una maldición! —gritó el joven gorrión—. Vamos, vámonos
ahora, o nos sucederá lo mismo que a ellos.
—Basta —dijo uno de los gorriones más viejos, porque finalmente había oído
algo.
Era el débil sonido de una voz humana, no la voz de cualquiera, sino la del rey.
«La pena soy yo, la pena soy yo…» Eso era lo que el rey se decía a sí mismo, en lo
alto de una de las torres, con tanta desesperación que todos los gorriones sintieron
inmediatamente tristeza y simpatía por él.
Luego otro gorrión, muy valiente, oyó otro sonido. Alguien se paseaba por el
largo edificio que había junto a ellos. Se asomó a la puerta para ver quién estaba
despierto además del rey. El gorrión vio una larga habitación polvorienta, con una
enorme mesa justo en el centro. Se filtraban rayos de luz desde las altas ventanas, y
cada uno de ellos caía por turno sobre la espalda de una mujer que llevaba un largo y
lujoso vestido largo, y que se iba alejando. Cuando llegó al fondo del comedor,
porque ése era el lugar donde había entrado el gorrión valiente, ella se volvió sin ver
www.lectulandia.com - Página 171
lo que la rodeaba y fue hacia él. Se retorcía las manos; fruncía las cejas. Él
corazoncito del gorrión deseaba ayudarla, y pensó que si podía socorrer a esta
hermosa y desesperada señora de alguna manera, lo haría de inmediato. Por supuesto,
sabía que ella era la reina…, los gorriones tienen una intensa conciencia del rango.
Cuando ella lo vio frente a la puerta, el gorrión inclinó la cabeza y la miró con una
expresión tan inteligente y bondadosa que ella se detuvo.
—Ah, gorrioncito —dijo la reina—. Si al menos tú me entendieras. —El gorrión
inclinó aún más la cabeza—. Si tú me entendieras, te contaría cómo nuestra hija, la
princesa Rose, enfermó y se murió. Y cómo su muerte se llevó toda la vida del
palacio… De nuestro reino también, gorrioncito. Te contaría cómo todos los animales
se quedaron dormidos primero, tan profundamente que no pudimos despertarlos, y
luego todas las personas excepto el rey y yo sucumbieron a la misma enfermedad y se
quedaron dormidas donde estaban. Y más que nada, gorrioncito, te contaría cómo la
muerte de mi hija está causando la muerte del reino, porque como ves ahora, sin duda
todos nos estamos muriendo, todos, en el palacio y en el bosque, el rey y el
campesino, el lobo y el oso, el caballo y el perro. Ah, casi creo que me entiendes —
agregó, y volvió la espalda al gorrión para continuar su triste paseo.
El gorrión voló hasta la pesada puerta de roble y se acercó a sus compañeros. Les
silbó para que guardaran silencio y luego les contó exactamente lo que había dicho la
reina. Cuando terminó, uno de los gorriones mayores dijo:
—Debemos hacer algo para ayudar.
—¿Nosotros? ¿Nosotros? ¿Ayudar? —comenzaron a piar todos los gorriones más
jóvenes, saltando de aquí para allá muy agitados; porque una cosa era presenciar
acontecimientos interesantes y trágicos, y otra tratar de hacer algo al respecto.
—Por supuesto que debemos ayudar —dijo el gorrión mayor.
—¿Ayudar? ¿Nosotros? —piaban los gorriones más jóvenes—. ¿Qué podemos
hacer?
—Hay una sola cosa que podemos hacer —dijo el gorrión mayor—. Debemos ir a
ver al brujo.
Bien, esto realmente los dejó consternados, y hubo muchos saltitos y peleas.
Hasta los gorriones más jóvenes habían oído hablar del brujo, pero nunca lo habían
visto. Además, la sola mención del brujo los asustaba. Algo que todos sabían sobre el
brujo era que si bien era justo, siempre obligaba a pagar los favores que hacía.
—Es lo único —dijo el gorrión mayor.
—¿Dónde vive? ¿Es lejos? ¿Podemos encontrarlo? ¿Está vivo aún? ¿Nos
perderemos? —un montón de preguntas piadas.
—Una vez vi donde vivía —dijo el gorrión mayor—. Y creo que puedo volver a
encontrar el lugar. Pero queda muy, muy lejos, del otro lado del bosque.
—Entonces te seguiremos —dijo el gorrión valiente, y todos se elevaron y
www.lectulandia.com - Página 172
volaron en círculos apartándose del terrible silencio del palacio.
Durante horas volaron sobre los espesos árboles y las grandes praderas del
bosque, sobre ríos espumosos y grandes valles. Sobre las cavernas de los osos y las
cuevas de los zorros, sobre los troncos huecos donde dormitaban las hormigas, sobre
los ponies salvajes que dormían en los acantilados rocosos.
Finalmente vieron una pequeña columna de humo que subía entre las copas de los
árboles, y el gorrión mayor dijo:
—Esa es la casa del brujo.
Y comenzaron a descender en círculos cada vez más abajo, más abajo entre los
árboles. Y finalmente vieron una casita de madera con dos ventanitas junto al pórtico
de la entrada.
Uno por uno los gorriones descendieron en una rama frente a las ventanas,
cuando la rama estuvo tan llena de gorriones que se doblaba, siguieron posándose en
la más alta; y así sucesivamente hasta que los gorriones llenaron todo el árbol. Luego
todos comenzaron a cantar juntos.
La puerta de la casita de madera se abrió, y el brujo salió a la luz. Era un hombre
muy, muy viejo, con piel del color de la leche. Las oscuras vestiduras que usaba
llevaban bordadas la luna y las estrellas; alguna vez debían haber sido
impresionantes, pero ahora estaban tan gastadas que se veía la tela a través de las
estrellas. Levantó la mirada hacia el árbol con sus ojos claros y dijo:
—Veo que los gorriones han venido a visitarme. ¿Qué querrán?
Entonces el gorrión mayor miró al gorrión valiente y éste habló, tal vez su voz
tembló, porque el brujo lo asustaba, y ahora que realmente estaban allí deseaba estar
en otra parte, pero contó al brujo toda la historia, como la había contado la reina.
—Ya veo —dijo el brujo—. ¿Y ustedes desean que yo devuelva la vida a la
princesa Rose?
—Eso es —dijeron los gorriones.
—¡No es difícil —dijo el brujo—, pero deben estar de acuerdo en sacrificar algo
para que yo lo haga.
Entonces todos los gorriones comenzaron a piar y a protestar.
—¿Renunciarían a sus alas?
Se oyó un fuerte murmullo.
—No, eso es imposible —dijo el gorrión mayor—. Sin nuestras alas no
podríamos volar.
—¿Renunciarían a sus plumas?
Los ruidos de los gorriones se hicieron aún más intensos después de esta
pregunta.
—No, no podemos —dijo el gorrión mayor—. Sin nuestras plumas moriríamos
congelados en el invierno.
www.lectulandia.com - Página 173
—¿Renunciarían a su canto?
Los gorriones guardaron silencio por un momento y luego hablaron en voz más
alta que antes.
—Sí —dijeron los gorriones—. Ese será nuestro sacrificio.
—Está hecho —dijo el brujo—. Vuelvan al palacio.
Como un solo pájaro, y con su velocidad intensificada por el nerviosismo,
salieron del árbol, describieron un círculo sobre la casa del brujo y comenzaron el
largo vuelo a través del bosque.
Horas después, cuando llegaron al palacio, todo estaba como antes…, todos los
habitantes del palacio excepto la reina y el rey seguían durmiendo. Los gorriones se
miraron entre ellos con inquietud, preguntándose si el brujo aceptaría su sacrificio sin
darles nada a cambio.
Luego, desde la parte inferior del palacio, oyeron una vocecita que llamaba:
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Mamá! ¡Papá!
Y una gran puerta de madera se abrió y una niñita salió frotándose los ojos.
De manera que los caballos se despertaron en los establos, los perros se
despertaron en los patios, las moscas volaron alejándose de los picaportes, los
sirvientes se estiraron y bostezaron, y en lo profundo del bosque los zorros también
bostezaron y se estiraron, los osos sacudieron sus grandes cabezas, los lobos se
desperezaron bajo los árboles.
En ese instante todos los gorriones del palacio comenzaron a sentir una
transformación dentro de ellos: como si una mano fría se hubiera metido en su
interior, y moviera sus vísceras de un lugar a otro. Sus mentes se nublaron; sus
cuerpos engordaron, se alteró su organismo, sus picos se ablandaron y se
ensancharon, sus pies crecieron.
Y en lugar de pájaros, ahora había sapos en los alféizares de las ventanas, sapos
en las barandillas, sapos que saltaban sobre las piedras.
Afortunadamente el rey presenció esta transformación y comprendió lo que había
sucedido. Levantó los brazos en acción de gracias y dijo que desde ese día todos los
sapos de su reino serian protegidos, porque alguna vez habían sido gorriones que
acudieron al brujo para devolver la vida a su hija.
—Y por eso los sapos croan, y por eso dan saltitos —dijo un gorrión a otro en una
rama en el bosque.
Alguna vez fueron pájaros, pero un gran brujo les tendió una trampa, y ahora aún
tratan de cantar y de volar. Pero sólo pueden croar y dar saltitos.
11
www.lectulandia.com - Página 174
—Bien, ése es el segundo cuento para que te duermas —dijo el mago—. Ahora
creo que debo irme. Pronto encontrarás tu camino de vuelta a la cama. Estoy seguro.
—Comenzó a ponerse de pie, pero la expresión del rostro de Tom lo detuvo—. ¿En
qué piensas, Tom?
—En el día de la inscripción en nuestra escuela —comenzó Tom, con el rostro
enrojecido y furioso—. El director retuvo a Del y a otro chico en su despacho. Les
contó una especie de cuento de hadas. Usted lo sabía.
El mago se levantó, se llevó las manos a la espalda y se estiró de pies a cabeza.
—Piensa una cosa, Tom. ¿Qué darías tú por salvar una vida? ¿Tus alas, o tu
canto? ¿Serías un gorrión… o un sapo?
Sonrió seductoramente al muchacho, levantó los dos brazos en el aire y
desapareció.
—¡No! —gritó Tom, y dio un salto hacia adelante.
Cayó de rodillas en el lugar donde Collins había estado, y sólo sintió la hierba y la
tierra. Miró desesperado alrededor, esperando ver a Collins corriendo por el bosque,
pero sólo vio el fuego que se extinguía y los árboles. A lo lejos en el bosque percibió
una de las luces que ardía sobre un escenario improvisado. No había señales de
Collins. Tom quedó tendido en la hierba áspera, gimiendo: su mente daba vueltas.
Rose muerta, gorriones convertidos en sapos, el viejo bruto, lo que había hecho con el
tronco…, mientras estés aquí seré tu padre.
Tom se levantó; suponía que podría arrastrarse hasta la casa. Pero al dar el primer
paso, el bosque que le rodeaba pareció esfumarse.
Al principio pensó que volvería a desmayarse y a encontrarse en el tren
accidentado, en medio de los gritos y el ruido de metal destrozado, casi palpable en el
aire a su alrededor…
Y el café que le quemaba la espalda.
(¿No te manchó la ropa, todo ese café derramado?)
Y se dio cuenta de que el mago sabía en la estación de Hilly Vale que iba a
ponerlo en el tren accidentado. (¿Ni siquiera se volcó un poco de café, no hubo un
topetazo en la vía, alguna pequeña conmoción?), y en el segundo antes de que el
bosque desapareciera como Coleman Collins, Tom tuvo tiempo de pensar que Collins
había causado de alguna manera ese accidente para ponerlo dentro de él seis horas
más tarde.
Esto es Nivel Uno. Cualquier buen mago sabe cuándo infringir las reglas.
Podría haber gritado tanto como cualquiera de las pobres personas que viajaban
en el tren, pero su miedo ahogaba sus gritos. Los árboles se habían esfumado como
acuarelas bajo un chorro de agua; todo se deslizaba y se disolvía hasta tomar un
pálido color verde. Una niebla verde lo rodeaba, abstracta y fresca, y sentía como si
www.lectulandia.com - Página 175
se estuviera cayendo de un avión.
De pronto unos pilares tomaron forma tan repentinamente como si acabaran de
aparecer. El suelo se movió, se hizo más duro, menos ondulado. Al dar un paso
adelante, su pierna chocó contra la parte trasera de metal de una silla tapizada.
—Ah, Dios mío —susurró.
Estaba en una gran habitación abovedada, con un escenario con telón en un
extremo. Tom se hallaba en medio de una hilera de asientos. Las paredes de color
verde neblinoso, con pilares blancos, llevaban al escenario. Había algunas luces
encendidas en él.
Estaba en el teatro grande donde Collins les enseñaría a volar.
—Ay, Dios mío —dijo—. Ni siquiera he estado afuera.
Tom siguió andando ciegamente por un costado de las filas de asientos y salió del
salón. Aquí también había algunas luces encendidas. Estaba sólo a un metro y medio
de la entrada del Pequeño Teatro. Cerró la puerta tras él y buscó la chapa de bronce:
Le Grand Théâtre des Illusions. Detrás de la chapa de bronce había una hoja de papel
blanco que decía: «Vete a la cama, hijo.»
Siguió por el vestíbulo y las luces se apagaban tras él. Ahora no podía atar los
cabos de las cuerdas por las que Collins lo había hecho saltar. «Y por eso los sapos
croan y por eso dan saltitos. Alguna vez fueron pájaros, los engañó un brujo, y ahora
siguen tratando de cantar y siguen tratando de volar.»
12
—Contesta tú primero mi pregunta.
—No, contesta tú la mía. Háblame de Rose Armstrong.
—No lo haré hasta que me cuentes lo que hiciste anoche.
—No puedo.
—¿El tío Cole te dijo que no me contaras?
—No.
—Entonces puedes contármelo. ¿Fuiste abajo? ¿Saliste? —Del removía con su
cuchara la papilla de cereal—. ¿Alguien te vio?
—Muy bien. Bajé. Luego seguí a estos tipos afuera.
—¿Qué hiciste?
Del había perdido completamente su seguridad. Miraba a Tom con ojos
desorbitados.
—Salí. Creo que salí. Luego todo se puso muy raro Terminé nuevamente en el
gran teatro.
www.lectulandia.com - Página 176
—Ah —Del se aflojó—. Entonces tenías que salir.
—¿Lo sabes con seguridad?
—Sí —dijo Del. Estaban tomando el desayuno en la habitación de Del. Había
aparecido una bandeja en la puerta a las nueve—. He pasado por esto un millón de
veces, ¿recuerdas? Hizo alguna magia contigo. Ni siquiera puedes contarme
realmente qué sucedió porque todo está mezclado en tu cabeza. Eso es normal. Es
parte de lo que nos espera aquí. De manera que ahora puedo tranquilizarme. Pensé
que nos echarían a los dos.
—Bien, ahora que te has tranquilizado, háblame de Rose Armstrong.
—¿Qué quieres saber sobre ella?
—¿Por qué hace lo que tu tío quiere que haga? Es decir, ¿por qué va a sentarse en
una roca en mitad de la noche? ¿No tiene nada mejor que hacer?
Del apartó su plato.
—Bien, creo que quiere ayudar al tío Cole. ¿Por qué otro motivo lo haría?
—Pero ¿por qué querría ayudarlo?
—Porque él es un gran hombre. —Del lo miró como si hubiera confesado que no
sabía multiplicar seis por dos—. Ella lo respeta. Le gusta trabajar para él.
—¿El le paga?
—Mira, no sé, ¿eh? Sé que sus padres han muerto. Vive en la ciudad con su
abuela. Debes saber que el tío Cole es famoso aquí… Hace mucho tiempo viajaba por
todo el mundo, y aquí aún lo recuerdan. Es la celebridad de Hilly Vale. Lo adoran.
¿Leíste sus carteles, abajo?
—No —respondió Tom—. Quiero mirarlos hoy.
—Bien, ya verás. Fue a todas partes. Luego decidió que estaba desperdiciando su
talento, y vino aquí.
—¿Qué edad tiene ella?
—Aproximadamente nuestra edad. Tal vez un año más.
—¿Tú la quieres?
—Claro que la quiero.
—¿La quieres mucho?
—¿Qué quieres decir con eso de si la quiero mucho?
—Sabes lo que quiero decir.
—Bien, la quiero mucho.
—¿A veces sales con ella?
—Tú no entiendes —dijo Del—. No es así.
—Bien, ¿alguna vez viene para que tú puedas hablar con ella? ¿Puede contarte en
qué anda tu tío?
—Sí, viene, y puedes hablar con ella. Pero no conoce las razones de las cosas que
él le pide que haga. Es como… un gran enigma. Ella no es más que una pequeña
www.lectulandia.com - Página 177
pieza.
—¿Y tú y ella os besáis y cosas así?
—Eso es asunto mío —dijo Del.
—¿Flirteáis? Ella es un año mayor, ¿verdad? ¿Te deja flirtear con ella?
—Sí —dijo Del—. A veces.
—¿Es bonita?
—Eso lo dirás tú.
—Te hacías la mosquita muerta, Nightingale —dijo Tom. Estaba encantado—. ¿Y
en todo este tiempo no me lo habías contado? ¿Es tu novia? ¿Pasas todo el verano
con una muchacha que es un año mayor que nosotros? Caramba.
—Tenemos que bajar —dijo severamente Del—. ¿Alguna vez saliste con Jenny
Oliver? ¿O con Diane Darling?
Eran chicas del seminario Phipps-Burnwood; Tom había llevado a las dos a bailes
de la escuela.
—A veces —dijo Tom—. Claro, a veces.
—Muy bien —dijo Del, y se puso en pie.
—Mosquita muerta —dijo Tom.
Se levantó también y salieron al vestíbulo soleado. Mientras bajaban la escalera,
dijo:
—Dime cómo es. ¿Es rubia?
—Sí.
—¿Qué más?
—Es rubia, tiene dos ojos, una nariz y una boca. Tiene más o menos tu misma
altura. Su rostro es… ah, ¿cómo se describe el rostro de otra persona?
—Inténtalo.
Se detuvieron juntos frente al living. Estaba inmaculado, observó Tom, como si
los duendes del señor Peet jamás hubieran estado en la casa.
—Bien, ella parece un poco… —Del vaciló—. Un poco… bien, ofendida.
—¿Ofendida? —esto estaba lejos de cualquier cosa que Tom hubiese esperado, y
se rió.
—Sabía que no podría explicarlo —dijo Del—. Vamos. El nos estará esperando.
Tom miró por encima de su hombro la serie de carteles en la pared, y sólo vio que
estaban impresos con letras muy antiguas y que ninguno de los nombres que veía le
resultaba conocido. Luego siguió a Del. Estaba de mejor humor: había tomado un
buen desayuno, estaba descansado, y en esa mañana de sol veía la diversión que
ofrecía la Tierra de las Sombras, un juego mucho más atractivo que los que jamás
había jugado. La noche anterior no le habían amenazado ni dañado: simplemente le
habían hecho un truco, el truco que sólo un gran ilusionista podía conseguir.
La hoja de papel escrita a mano había desaparecido de la puerta. Pero ¿había
www.lectulandia.com - Página 178
estado allí alguna vez?, se preguntó Tom, y pensó que ahora empezaba a impregnarse
del espíritu de la Tierra de las Sombras.
—¿Alguna vez oíste el nombre Herbie…, significa algo en especial para ti? —
preguntó.
—¿Herbie? Ya verás a Herbie —prometió Del, que caminaba más adelante.
En el interior del largo teatro, las paredes eran nebulosas y verdes entre los
pilares, los asientos parecían hileras de bocas abiertas; la iluminación había sido
cambiada. Cuando entró Tom, Del, en su asiento en primera fila, reía de algo que veía
en el escenario. Tom se volvió para mirar, y se desconcertó ante el espectáculo de un
maniquí de tienda, sentado en una silla alta. Los brazos estaban extendidos hacia los
lados, las piernas hacia adelante. El maniquí iba vestido con ropa de gala negra; su
rostro estaba empolvado o pintado de blanco. En su cabeza había una peluca de rizos
rojos.
—Ese es Herbie —dijo Del mientras Tom se sentaba junto a él—. Herbie Butter.
—¿Un muñeco?
—Shhh.
Una de las manos del muñeco se movió hacia arriba en un ángulo de cuarenta y
cinco grados. El movimiento era el de un robot, no el de un ser humano. La cabeza
giró, inexpresiva y perfecta, primero hacia un lado, luego hacia el otro. El otro brazo
se alzó con los mismos movimientos repentinos y angulares de robot. Tom se relajó
en su asiento, disfrutando de lo que veía.
—El Asombroso Mago Mecánico y Acróbata —susurró Del.
Una pierna, y luego la otra, se doblaron; el maniquí-robot salió de la silla, y Tom
casi oía el ruido de los engranajes. Comenzó a deslizarse ridículamente por el
escenario, tropezó en el borde en cierto momento, luego caminó con gran dignidad
hasta llegar al telón y permaneció chirriando en ese lugar hasta que los mandos de su
mecanismo lo obligaron a ponerse en movimiento.
—¿Es tu tío?
—Por supuesto que sí —murmuró Del.
—Es extraordinario.
Del se encogió de hombros. La grandeza de su tío era incuestionable.
Por unos minutos, Coleman Collins, Herbie Butter, se movió jocosamente por el
escenario, siempre al borde de la destrucción, o por lo que parecía, al borde de
provocarla. Sus ojos eran perfectamente redondos y vacíos, sus movimientos los de
un juguete de cuerda; el rostro, cubierto de polvo, era joven y sin sexo…, excepto el
traje masculino y formal, el rostro blanco y el cabello rojo podían haber pertenecido a
una bonita joven de poco más de veinte años.
Luego Collins demostró otra de sus habilidades.
www.lectulandia.com - Página 179
Se detuvo bruscamente en medio del escenario, giró para enfrentarse a los
muchachos y permaneció inmóvil durante no más de un segundo y medio.
—Mira esto —dijo Del.
Antes de que Del terminara la frase, la figura de robot saltó; se volvió en el aire y
aterrizó sobre las manos. Luego saltó de un lado a otro, separó las piernas y ejecutó
una serie de piruetas impecables.
Aterrizando otra vez sobre las manos, la figura saltó hacia atrás y cayó sobre sus
pies; luego otra vez, dando una voltereta en el aire, a una velocidad enceguecedora.
Luego Collins se estiró y cayó boca abajo en el escenario… Un robot
inmovilizado por control remoto. Con lo que seguramente era un terrible esfuerzo de
habilidad muscular, se enderezó, sin que sus brazos y sus piernas cambiaran de
posición en ningún momento, tan lentamente como una caída a cámara lenta.
—Por Dios —murmuró Tom.
Herbie Butter hizo una reverencia y un guiño; un segundo más tarde estaba otra
vez en el centro del escenario, empujando la mesa de mago sobre la cual se veía un
alto sombrero de seda.
—Imaginen un pájaro —dijo, y la voz no era la de Coleman Collins, sino una voz
más alegre, más joven.
Pasó brevemente un pañuelo de seda blanco sobre el sombrero, y de él salió una
paloma blanca.
—Imaginen un gato.
Un gato caminó por el borde del sombrero. El gato comenzó inmediatamente a
perseguir al pájaro aterrado.
Herbie Butter dio uno de sus increíbles saltos y quedó boca abajo apoyándose en
las yemas de los dedos, luego saltó hacia adelante al lugar donde había estado, y dejó
caer el pañuelo blanco sobre el gato.
El pañuelo aleteó hasta la superficie de la mesa.
—Y eso es todo, ¿verdad? Gato y pájaro. Pájaro y gato.
Esa primera mañana les contó a Tom y a Del la historia que terminaba con las
palabras: «Entonces soy el rey de los gatos.»
—¿Puedo hacer una pregunta? —dijo Tom, levantando la mano como si estuviera
en la clase de latín.
—Por supuesto.
El mago estaba sentado sobre una mesita; su voz seguía siendo alegre y sin sexo.
—¿Cómo puede usted hacer estas cosas…, estas piruetas gimnásticas…, si cojea?
Sintió la desaprobación de Del, fuerte como un olor, pero el mago no se molestó.
—Una buena pregunta, y demasiado franca como para ser grosera, sobrino, de
manera que no te ofendas. La verdadera respuesta es «porque debo hacerlo», pero eso
www.lectulandia.com - Página 180
no será suficientemente preciso para ti. Te lo explicaré de manera más completa,
Tom, dentro de poco tiempo… porque espero que llegues a hacer algo muy similar.
Te lo prometo. Lo sabrás. ¿Eso es todo?
Tom asintió con la cabeza.
—Levántate y dame la mano. Por favor.
Fascinado, Tom se puso de pie y fue hacia el mago, quien bajó de la mesa y se
acercó al borde del escenario. Herbie Butter se inclinó hacia adelante para tomar su
mano; pero en cambio, sus dedos se cerraron alrededor de la muñeca de Tom. Tom
levantó bruscamente la cabeza y miró ese rostro blanco y anónimo. En él no había
nada de Coleman Collins.
—Para tu beneficio —los dedos se apretaron alrededor de su muñeca—, todo lo
que verás ahora, y verás muchas cosas extrañas, viene de tu propia mente…, sale de
ti. Viene de la reacción de tu mente con la mía. Nada de ello existe en ninguna otra
parte.
Herbie Butter soltó la muñeca de Tom.
—Durante tres meses, durante todo el tiempo que estéis aquí, éste es vuestro
mundo. Que vosotros ayudaréis a crear —sonrió. —Ese es uno de los significados del
Rey de los Gatos.
«Sí», pensó Tom.
—Entregaos a él. Os lo pido porque sois de las pocas personas que pueden
hacerlo.
«Sí, yo puedo», pensó Tom. Percibía la atenta mirada de Del.
—Y vosotros estáis solos este verano. Tu madre se va a Inglaterra mañana. Su
prima Julia se casa con un…, con un abogado, ¿no es cierto? Y después de la boda, tu
madre viajará por Inglaterra. ¿No es verdad?
—¿Pero cómo…?
—De manera que éste es el verano en que Tom Flanagan crecerá y yo me liberaré
de muchas cosas. Eres un muchacho muy especial, Tom. Como me demostraste
anoche.
Le habría preocupado la expresión en el rostro de Del en ese momento, que era
oscura y meditativa, pero miraba el rostro blanco y asexual y veía en él a Coleman
Collins…, al robusto Collins de la noche anterior.
—Gracias —dijo.
13
—¿Y si nos divertimos un poco? —dijo el mago—. Será necesario que cerréis los
www.lectulandia.com - Página 181
ojos.
Tom cerró los ojos, sintiendo aún la dureza de los dedos de Collins en la muñeca,
aún encantado con el elogio, le oyó decir al mago:
—Este es el Nivel Dos.
Abrió los ojos, recordando el tren accidentado, y furioso consigo mismo por
dejarse engañar tan fácilmente; suponía que Del había abierto también los ojos. Se
volvió para mirar, pero Del evitó su mirada.
Todavía estaban en el teatro grande. En el escenario ante ellos ya no había una
mesa, sino una gran construcción de madera muy complicada como una ilustración de
un libro… tan extraño, pensó Tom. Sobre ellos sonaba una música metálica: para dos
chicos de quince años en 1959 este jazz simple era irresistible, como las bandas
sonoras de los viejos dibujos animados que veían por la televisión los sábados por la
mañana. El edificio era a la vez complicado y cómodo, lleno de ángulos extraños y
ventanitas. Sobre el gran ventanal de la fachada había un letrero: boticario.
—Bien, miremos adentro —dijo Collins.
Ahora llevaba gafas y un delantal rayado; su rostro brillaba, limpio de polvo…,
parecía el tío favorito de todo el mundo.
La casa se abrió y se volvió del revés. Los costados retrocedieron y revelaron
hileras de frascos y botellones, un mostrador y una alta caja registradora negra.
—No necesitarán algún medicamento para la tos, jóvenes?
Una hilera de frascos que decían «Jarabe para la tos» tosió y se agitó en el estante.
—¿Píldoras para dormir?
Otra hilera de frascos se puso a roncar fuertemente…, y casi se veían las «zzzz»
dentro de globos blancos.
—¿Tónico para adelgazar?
Dos frascos se redujeron a la mitad de su tamaño.
—¿Guantes de goma?
Una caja con guantes de goma que había en el mostrador se enderezó sobre un
costado y tocó música alegre: el mismo tipo de jazz que había comenzado en cuanto
cerraron los ojos. Tom vio la campana de una trompeta, una parte de un trombón…
—¿Crema de limpieza?
Un botellón que había cerca de los guantes de goma desapareció lentamente. Del
reía junto a él; Tom rió también.
—¿Tarjetas de felicitaciones?
El chiste se cumplió.
Una pila de tarjetas que había sobre el mostrador gritaba: «¡Hola!» «Eh, ¿cómo te
va?» «¡Hola, vecino!» «¡Que te vaya bien!» «¡Que te repongas pronto!» «¡Que tengas
buen viaje!» «¡Tómalo con calma!» «Bonjour!» «Shalom!»
—Vengan a comprar sus localidades para el match de boxeo —dijo el buen
www.lectulandia.com - Página 182
farmacéutico.
Mientras se levantaban de sus asientos, las tarjetas que hablaban y los guantes de
goma que tocaban la trompeta, los frascos que tosían y los frascos que roncaban se
lanzaron hacia adelante. En medio del escenario un ring de boxeo cerrado por cuerdas
estaba ocupado por un gordo personaje de historieta con una gran mandíbula y una
cabeza chata y malévola. De la persistente cinta musical surgían gritos y abucheos. El
hombre hizo una mueca con ferocidad de historieta, se golpeó el pecho e hinchó sus
bíceps tatuados.
—Brutus —dijo Del, encantado.
Y Tom respondió:
—No, creo… —no podía recordar qué pensaba.
Sonó un timbre con imperativa y clara insistencia, y el amable y viejo
farmacéutico, que ahora llevaba una gorra de tweed y una llamativa chaqueta a
cuadros, gritó:
—Apresúrense a ocupar sus asientos para el primer round.
Treparon al escenario y ocuparon sillas de metal colocadas junto al ring.
—Es la gran pelea, ¿sabes? Ganará el más marrullero —dijo un fanático del
boxeo. Tenía un monóculo, dientes salientes y una voz ridícula, levemente inglesa—.
Bien, nuestro héroe está… Ah, sí, Jack llega un poco tarde.
Un conejo muy conocido entró en el ring y se tomó las manos sobre la cabeza
para responder a los saludos de la masa. El villano estaba encantado. Escupió en sus
guantes y los frotó. El conejo, que era casi tan alto como un hombre, se abalanzó
hacia el villano y le inmovilizó los brazos junto a la obesa cintura. Dio un par de
saltos en el ring, luego uno o dos más, y luego un salto tan poderoso que el y el
villano salieron volando por el aire. Tom torció el cuello: los dos personajes seguían
subiendo. Eran apenas un punto en el cielo. Ahora bajaban. Se estrellarían. El conejo
sacó una sombrilla con volantes y regresó flotando al ring; el villano cayó cuan largo
era en el suelo.
Se levantó y sacudió su cuerpo bidimensional. Su carne se hinchó
milagrosamente. Estaba furioso, con la brutal necesidad de castigar. El conejo
describía círculos alrededor de él, bailaba ligeramente con sus grandes patas traseras,
dándole golpes breves pero muy intensos. El villano tatuado echó un puño hacia atrás
repentinamente; el puño era del tamaño de un jamón, y lo lanzó hacia adelante con
increíble fuerza. Toda la parte superior de su cuerpo estaba tensa por el esfuerzo. La
brisa achataba las orejas del conejo; y el impulso del golpe erizó los cabellos de Tom,
le tiró de la camisa.
Algo más que la parte superior del cuerpo del villano debía haberse expandido.
La parte trasera de su calzón de boxeo se abrió con un ruido terrible, revelando sus
calzoncillos de lunares. La cara del hombre se puso de color rojo brillante, rojo como
www.lectulandia.com - Página 183
el de una señal de semáforo, y se inclinó hacia adelante y se tapó los calzoncillos con
las manos enlazadas; anduvo a saltitos por el ring, mientras su rostro enrojecía como
un cartel de neón.
—Un poco grosero, ¿no? —preguntó el fanático del boxeo—. Pero yo creo…
Bugs, que había desaparecido momentáneamente, volvió ahora en bicicleta.
Llevaba una levita y una campana en la mano. La bicicleta iba de un lado a otro
siguiendo el ritmo del badajo. Colgado del cuello llevaba un cartel que decía
«Stychen Tyme, Sastre al Instante».
«Tyme», pensó Tom. Bien, ¿quién? Recordó. El reverendo señor Tyme que decía
tonterías pomposas en el funeral de su padre. Abril: el viento hacía volar arena sobre
las tumbas, estropeaba las flores; se le enfrió el cuerpo. Tuvo la percepción, como si
estuviera a gran distancia de sus propios sentimientos, de que estaba horrorizado. No
podía haber sido una referencia accidental.
Bugs se acercó al hombre tatuado, moviendo una larga aguja hacia un lado y otro.
De vez en cuando se tocaba la cara con los dedos y asentía, como había hecho el
reverendo Dawson Tyme: la furia de Tom estalló. Mientras Bugs cosía al villano con
una gran cantidad de hilo, realizaba una parodia de las actitudes del ministro.
Levantaba la cabeza, movía las mandíbulas, se mostraba camarada y superior y
pomposo a la vez… Tom olía su aliento con aroma de menta.
Cuando Brutus con sus tatuajes (¿Snail?) se tornó invisible, atado como un
gusano que se retorciera, Bugs saltó de su bicicleta y se puso a trabajar en ella con
sus rápidas manos; en un segundo quedó vertical, en columna, y el asiento sostenía
un libro abierto: era un atril. Bugs hizo una reverencia, juntó las manos, rezó en
silencio sobre el cuerpo atado…, con gestos cómicamente untuosos. Tom sintió un
enorme alivio al ver al reverendo señor Tyme parodiado en forma tan deliciosa.
—Un viejo aburrido, ¿eh? —preguntó el espectador de Bugs.
—Sí. Sí —respondió Tom.
«Esto es lo que puede hacer la magia», pensó; la magia existía a pesar de todos
los hipócritas y de todos los aburridos, a pesar de todas las convenciones sociales.
Rara vez se había sentido tan bien.
Las manos de Bugs se pusieron a trabajar de nuevo en la bicicleta: se oyó sonar
un martillo, saltaron tornillos y tuercas. Se vieron chispas más arriba. Cuando la
levantó, era un rifle. Bugs rasgó la parte delantera de la chaqueta de etiqueta, la
volvió del revés y quedó convertida en un uniforme militar. Salió una trompeta de un
bolsillo lateral, y Bugs tocó atención. Pasó el rifle a su hombro, apuntó por encima
del asiento de la bicicleta, y disparó una salva de saludo. Luego clavó el rifle por el
cañón en el suelo, lo atrajo hacia sí y el cuerpo envuelto cayó por una trampa.
El conejo bailó un momento, sacudió el rifle hasta que se transformó nuevamente
en una bicicleta, montó en ella y se alejó hasta convertirse en un punto en la
www.lectulandia.com - Página 184
neblinosa distancia verde.
—Espero que te haya gustado —dijo Cole Collins.
Tom se volvió eufórico hacia el entusiasta del boxeo y vio que ahora ése se había
convertido nuevamente en el mago, con su traje rayado. Parecía cansado y jovial: un
tío de edad madura que brindaba un buen momento a su sobrino y al amigo de su
sobrino.
—Veo que sí —dijo Collins. Extendió la mano y la colocó cuidadosamente sobre
la cabeza de Tom—. Eres un chico maravilloso.
La expresión de alegría de Tom se puso rígida.
—¿Sabes qué día es?
Tom sacudió la cabeza, y el mago suavemente la mano.
—Es domingo. Estaría mal que yo no incluyera alguna instrucción religiosa en
este pequeño espectáculo. Los domingos, siempre es bueno demostrar un poco de
piedad.
Golpeó las manos, y la parte del escenario que estaba ante ellos comenzó a girar.
La música alegre que habían oído hasta ese momento cambió. Se transformó en un
ritmo más suave, aunque siempre vivo. Tom comenzó a marcar el ritmo con el pie, y
el mago hizo un gesto de aprobación.
El escenario dio una vuelta completa, mostrando una larga mesa de comedor con
cubiletes de vino y platos; la mesa se encontraba ante una ventana que mostraba un
gran paisaje italiano, muy verde, en un brillante atardecer. Trece hombres con lujosas
vestiduras estaban sentados a la mesa, y sus cabezas y sus cuerpos presentaban
actitudes tan familiares como las del conejo, pero no tan inmediatamente
reconocibles.
Del rió en voz alta. Luego Tom reconoció la escena y las posturas: once hombres
que se inclinaban o miraban hacia el hombre alto con barba sentado en medio, uno de
ellos, incómodo, dirigía la vista hacia otra parte.
—En ese cuadro —dijo.
Collins sonrió.
La música adquirió un ritmo más rápido, y comenzó a sonar ligeramente más
fuerte. Un piano marcaba el compás. Los hombres sentados a la mesa comenzaron a
mover sus manos al unísono, luego se pusieron de pie, bailaron alrededor de la mesa
y cantaron:
¡La ba la ba, la ba la bal
¡La ba la ba, la ba la ba!
Hay pescado para la cena,
www.lectulandia.com - Página 185
primero una cosa, luego otra,
tenemos pescado para la cena,
primero una cosa, después otra.
No tenemos menú,
pero mandaremos pescado,
Tenemos pescado para la cena,
primero una cosa, luego otra.
Anoche comimos pan y pescado,
esta noche tenemos pescado y pan.
Mañana por la noche cambiaremos el plato,
y comeremos pescado solo.
¡Ah!
Tenemos pescado para la cena,
pero primero una cosa, luego otra,
tenemos pescado para la cena,
primero una cosa y otra.
Un saxofón salió de debajo una túnica con tanta facilidad como había salido la
trompeta de la chaqueta militar de Bugs. El hombre con barba que tenía el saxofón
tocó un solo mientras otros agitaban las manos y bailaban. Otro discípulo sacó una
trompeta y tocó. Los discípulos bailaron y agitaron las manos: después del coro todos
mostraron los dientes y gritaron:
¡Ahí
Tenemos pescado para la cena,
pero primero una cosa, luego otra.
(El escenario comenzó a girar otra vez.)
Tenemos pescado para la cena,
www.lectulandia.com - Página 186
pero primero una cosa y otra.
(Ahora los hombres y la mesa habían desaparecido.)
La música había terminado. Estaban mirando una pared chata y negra.
—Simples juegos teatrales —dijo Collins—. Ahora, ¿os gustaría pasar al Nivel
Tres y volar?
—Ah, sí —dijeron los dos muchachos a la vez.
14
Entonces todo se esfumó como el polvo, como un sueño, y era de noche y hacía
mucho más frío que antes…
Y se deslizaba, desnudo y envuelto en una manta de pieles, en un trineo, con
Coleman Collins. Había una tempestad de nieve, que impedía ver el caballo que los
arrastraba. Seguían un sendero que ascendía entre árboles oscuros; seguían
ciegamente adelante, y la silueta del caballo se recortaba, gris, contra el blanco que la
rodeaba.
El mago se volvió hacia Tom, y el muchacho se apoyó en el frío borde de metal
del trineo. El rostro era huesudo, duro y blanco como una calavera.
—Te he traído aparte —fueron las palabras que siguieron a esta aparición—.
Todo es como era, pero por un momento nos hemos apartado. Para decirte algo en
privado. —El rostro ya no era huesudo, sino animal…, era el rostro de un lobo blanco
—. No te prohíbo nada. Nada —dijo el horrible rostro—. Puedes ir adonde quieras…
Puedes abrir cualquier puerta. Pero, pajarito, recuerda que debes estar preparado para
aceptar lo que encuentres —las largas mandíbulas se extendieron en una sonrisa llena
de dientes.
El caballo avanzaba locamente en medio del viento y la nieve.
—¿Qué noche es ésta? —gritó Tom.
—La misma, exactamente la misma.
—¿Y yo he volado?
El lobo rió.
Puedes abrir cualquier puerta.
Subían una pendiente en medio de una oscuridad y un frío cada vez más intensos;
www.lectulandia.com - Página 187
el caballo luchaba contra la nieve.
—Es la misma noche, pero seis meses después —dijo el lobo—. Es la misma
noche, pero de otro año —y rió.
Todo el cuerpo de Tom sufría el frío, trataba de escapar al interior de sí mismo.
—¿Volé?
Collins dijo, a través de su cara de lobo:
—Eres mío. Nada de lo que es magia será un secreto para ti, muchacho. Porque
no perteneces a nadie sino a mí.
Los árboles quedaron atrás; y avanzaban en un entorno totalmente estéril.
Tenemos pescado para la cena: Jesús bailando.
El lobo dijo:
—Una vez fui Tom. Una vez fui Del. —Se volvió y sonrió al muchacho helado
envuelto en las pieles—. Pero aprendí de un gran mago. El gran mago se asoció
conmigo, y juntos viajamos por Europa hasta que él hizo algo indescriptible. Después
de haber hecho esa cosa indescriptible, ya no pudimos seguir juntos…, nos habíamos
convertido en enemigos mortales. Pero él me había enseñado todo lo que sabía, y por
entonces yo también era un gran mago. Y vine aquí, a mi reino.
—Tu reino —dijo Tom.
El lobo le ignoro.
—Me enseñó a hacer una cosa en particular. A poner dolor en las cosas. Esas
fueron sus palabras. Así hablaba. Y finalmente puse dolor en él —los largos dientes
centellearon.
—¿Pusiste dolor en el tren? —preguntó Tom.
El lobo azotó al caballo: no era un lobo, sino un hombre con cabeza de lobo.
—Sólo tú comprenderás tu futuro. Serás como el hombre que hace aparecer
diamantes, y los demás dicen: «¿Esto es brea?» Serás como el hombre que hace
aparecer vino y los demás dicen: «¿Esto es arena?» —El largo hocico se dirigió a
Tom—. Cuando eso suceda, muchacho, tendrás que poner dolor en ellos.
El caballo llegó a lo alto de la pendiente y se detuvo. Echaba vapor en el aire
helado, con el cuello bajo. Tom vio espuma en los flancos del caballo.
—Mira hacia abajo —le ordenó la figura sentada junto a él.
Tom miró al caballo que echaba vapor, con los flancos cubiertos de espuma en
medio del paisaje blanco. La tierra bajaba en pendiente, reaparecieron los abetos
verdes. En el fondo del valle había un lago helado. Más arriba, en la parte más
alejada, estaba la Tierra de las Sombras sobre un acantilado, como una casa de
muñecas enjoyada. Sus ventanas brillaban.
—Supongamos que ése es el mundo. Es el mundo. Puede ser tuyo. Todo lo que
hay en el mundo, todos los tesoros, todas las satisfacciones, están allí. Mira.
Tom miró hacia la brillante casa y vio una muchacha desnuda en una de las
www.lectulandia.com - Página 188
ventanas del piso alto. Ella levantó los brazos y los extendió: él no la veía con toda la
claridad que deseaba, pero lo que veía era como un dedo apoyado contra su corazón.
La conmoción y la ternura vibraron al mismo tiempo en su pecho. Ver la muchacha
no era como mirar fotografías de mujeres desnudas en una revista…, toda esa carne
esponjosa tenía solamente una fracción del voltaje que esta muchacha le enviaba.
—Y mira.
En otra ventana unos hombres jugaban a las cartas: uno de los jugadores metía la
mano en una gran pila de billetes y monedas. Tom volvió a mirar a la muchacha, pero
en el lugar donde había estado sólo quedaba un brillo incandescente. ¿Tú también
eres suya, Rose?
—Y mira —ordenó el hombre con cara de lobo.
Otra ventana: un muchacho que abría una puerta alta, que vacilaba un momento,
recortado en la luz, y luego era repentinamente invadido por la luz. Tom comprendía
que este muchacho… ¿él mismo?… estaba pasando por una experiencia de tal
magnitud, tal alegría, que su imaginación sólo podía percibirla vagamente; tragado
por la luz, el muchacho, que podía ser él mismo, había encontrado una
incandescencia y una belleza mayores que los de la muchacha…, tan intensos que la
muchacha debía ser parte de ellos.
—Y ahora mira —le ordenó.
En el resplandor de otra ventana vio solamente una brillante habitación vacía con
paredes verdes. La columna de un pilar. El gran teatro.
Luego se vio a sí mismo flotando frente a la ventana, a bastante altura del suelo.
Su cuerpo pasó, seguramente se volvió en el aire, y volvió a flotar ante la ventana y
giró con la facilidad de una hoja.
—Ya he mirado —susurró, y ahora ni siquiera sentía el frío.
—Claro que sí —dijo el mago—. Alis volat propriis.
El mago rió, desde la ladera de la colina, desde el valle, desde el caballo
humeante y el aire helado.
—No esperes a ser un gran hombre… —se oyó decir a la voz flotante del mago, y
Tom cayó hacia atrás y a través de la piel y el metal, cayó a través de la ladera de la
colina y del caballo que reía del viento—…sé un gran pájaro.
Recordó.
En la gran habitación verde. Coleman Collins frente a él y a Del, diciendo:
—Sentaos en el suelo. Cerrad los ojos. Contad hacia atrás conmigo desde diez.
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno. Estáis en paz, totalmente
relajados. Lo que hacemos aquí es fisiológicamente imposible. De manera que
debemos entrenar el cuerpo para que acepte lo imposible, y entonces se torne posible.
No podemos respirar dentro del agua. No podemos volar. No podemos hasta que
encontremos los músculos secretos que nos permiten hacerlo. Extended las manos,
www.lectulandia.com - Página 189
muchachos. Extended los brazos. Quiero que veáis vuestros hombros dentro de
vuestras mentes. Ved esos músculos, ved esos huesos. Pensad en esos hombros que se
abren, se abren…, pensad en los hombros abriéndose.
Tom recordó…, vio lo que había visto. Sus músculos que se ensanchaban, algo
nuevo y audaz que se movía en su mente.
—Cuando yo diga uno, inspiren; cuando diga dos, exhalen el aire y piensen con
mucha calma en elevarse de tres a cinco centímetros del suelo. Uno.
Tom recordó que había llenado su pecho de aire: la nueva sensación en su mente
comenzó a arder con un color amarillo brillante.
—Dos.
Dentro de la memoria del teatro, floreció otra memoria: Laker Broome
empujando enloquecidamente a los muchachos por los pasillos de la capilla, haciendo
gestos autoritarios, gritando. Se llenó de odio, y soltó todo el aire que tenía en los
pulmones. El piso de madera parecía temblar debajo de él.
—Dejen vagar la mente —se oyó decir a la voz tranquila y fuerte.
Se había visto a sí mismo flotando como un globo inflado con gas: luego vio
nuevamente a Laker Broome gesticulando como un actor frente al auditórium lleno
de humo, dando órdenes inútiles; había visto al reverendo señor Tyme haciendo
piruetas en el funeral de su padre; había visto a Del levitando en el dormitorio oscuro.
Luego había visto las imágenes más perturbadoras de todas, tanques y soldados y
cadáveres ensangrentados y mujeres con cabezas de bestia todos barnizados en un
cielo raso sobre su cabeza, imágenes llenas de tanto horror y rechazo que parecían
girar alrededor de la imagen de un hombre con un impermeable con cinturón y
sombrero de ala ancha que los hacía bailar…
«Pero, claro —pensó—. Así.»
Y de pronto no tenía peso, había quedado de espaldas sin tocar el suelo. Su mente
parecía estar en llamas.
Luego llegó otra imagen a su mente, aún más horrible que la anterior: vio el
auditórium lleno de muchachos y profesores, a él mismo y a Del en el escenario,
como Flanagini y Night. El estaba mucho más alto que los demás, y le dolían los
ojos, la cabeza le estallaba por la presión. Su largo cuerpo sentía como agujas que lo
pincharan. Veía con los ojos de Esqueleto Ridpath, y su cuerpo era el cuerpo de
Esqueleto, inmediatamente antes del incendio. Cayó pesadamente en el suelo de
madera. Le salió sangre de la nariz.
—Entonces ahora ya ves —susurró Collins—. ¿No sabes ahora que podrías
respirar en el agua? —preguntó Collins.
A Tom le dolía todo el cuerpo; el frío le lastimaba.
—El secreto es el odio —agregó Collins con suavidad—. Más bien, el secreto
reside en odiar bien. En ti existe el germen de alguien que odia bien.
www.lectulandia.com - Página 190
Tom se envolvió mejor en la manta de pieles. Tenía las orejas tan frías que le
parecía que podían caerse de su cabeza.
—Quiero mostrarte una cosa más, amiguito.
—Pero realmente no volé —dijo Tom—. Sólo me elevé… y me di vuelta…
—Una cosa más.
El viento helado les azotaba, y la cara de Collins se transformó una vez más en
una cara de lobo. Chasqueó el látigo en el aire, tiró de las riendas con la otra mano e
hizo sonar el látigo una vez más, mientras el caballo echaba a andar por la nieve.
Cuando el látigo cayó, el caballo gritó y echó a correr cuesta abajo como una bala
de cañón. La cara de lobo se volvió y le sonrió mientras el viento le nublaba la vista,
y el mundo se tornaba tan neblinoso como las paredes del gran teatro. Tom levantó la
manta de piel sobre su cara y aspiró su aroma frío, polvoriento, ligeramente animal,
hasta que sintió que el trineo aminoraba la marcha.
Estaban en una planicie. Una gran planicie nevada, iluminada por la luna, como
una habitación sin paredes. En el centro de la planicie había un alto edificio en
llamas.
Tom miró el edificio en llamas mientras se acercaban a él: ardía, y parecía
disminuir de tamaño. Se acercaron tres metros más, hasta estar lo suficientemente
cerca como para sentir el calor que salía de las llamas.
—¿Lo reconoces?
—Sí.
—Baja del trineo —ordenó el mago—. Acércate a él.
Al principio no se movió, y Collins lo tomó por un codo a través de la manta, le
hizo pasar por encima de su cuerpo y lo arrojó en la nieve. La manta se abrió, y Tom
trató de envolverse nuevamente en ella para conservar el calor. Se puso de pie; sus
pies apenas tocaban la superficie dura de la nieve.
—¿Estamos realmente aquí? —preguntó.
—Acércate y mira realmente —su voz pronunció esa palabra como si fuera un
chiste.
Tom se acercó renqueando al borde del incendio. La casa no era más alta que él.
Estaba la habitación de Fitz-Hallan, y la de Thorpe. Había varas de metal retorcidas
en medio de las llamas. Tom oía los paneles de vidrio que se rompían y saltaban en
pedazos alrededor del patio cerrado. ¿Y habría también un limero enano,
encogiéndose y ennegreciéndose? El edificio se convirtió en algo muy pequeño.
¿Sería sólo una película…, una proyección desde alguna parte? Le calentaba como un
fuego.
Se echó a llorar.
—¿Qué te dice? —preguntó Collins.
Y Tom giró sobre sí mismo para verlo. Parecía un noble ruso con su abrigo con
www.lectulandia.com - Página 191
cuello de piel.
—Es demasiado —logró decir Tom, odiándose porque no podía evitar llorar.
—Claro que sí. Eso es parte del problema. Vuelve a mirar.
Tom se volvió nuevamente y miró la escuela en llamas.
—¿Qué te dice? Ábrele tu mente y déjala hablar.
—Dice… «Sal de aquí.»
—¿De veras? —el mago rió: él sabía mejor que él lo que decía.
—No.
—No. Dice: «Vive mientras puedas. Obtén lo que puedas mientras puedas.» En
eso no te ha ido mal, ya sabes.
Tom comenzó a temblar. Tenía los pies helados, la cara ardiente como el fuego.
Coleman Collins parecía ver dentro de él, y dejar de lado cínicamente lo que veía.
Como toda persona joven, Tom tenía una gran intuición de las actitudes de los demás
hacia él, y por un momento se le ocurrió que Coleman Collins les odiaba a Del y a él
mismo. El secreto reside en odiar bien. Temblaba tan violentamente que la manta se
le habría caído de los hombros si no la hubiera sostenido con las dos manos.
—Por favor —dijo, pidiendo algo tan grande que no podía encerrarlo en palabras.
—Es de noche. Debes ir a acostarte.
—Por favor.
—Ahora éste es tu reino, hijo. Siempre que lo hagas tuyo. Y siempre que puedas
aceptar lo que encuentres en él.
—Por favor…, lléveme de vuelta.
—Encuentra tu propio camino, pajarito.
Collins hizo restallar el látigo, y el caballo se lanzó hacia adelante. El mago pasó
velozmente a su lado sin mirarlo. Tom trató de encontrar la barra en el extremo del
trineo, no la encontró y cayó. El frío le llegaba a los muslos, le azotaba el pecho.
Levantó la cabeza para encontrar el fuego, pero también había desaparecido. El trineo
de Collins ya se perdía entre los abetos.
Tom se puso de rodillas y luego de pie, con dificultad, sosteniéndose la manta.
Desde el otro lado de la planicie nevada venía un viento, visible por el remolino de
nieve que levantaba. La huella del viento se dirigía hacia él; se volvió para recibirlo
de espaldas y vio manchitas verdes inmediatamente antes de que el viento lo
arrastrara y lo depositara…
Sobre nada, sobre el aire verde en el cual caía sin caer, giraba sin moverse.
Extendió los brazos y se aferró al brazo tapizado de un sillón.
15
www.lectulandia.com - Página 192
Estaba nuevamente en Le Grand Théâtre des Illusions. Había una luz melancólica
que revelaba en el claroscuro sus ropas esparcidas por el suelo. Tom se puso
rápidamente los pantalones y metió los pies en los zapatos; hizo un bulto con sus
calcetines y su ropa interior y los metió en un bolsillo. Luego se puso la camisa. Hizo
todo esto mecánicamente, sin sentirlo, con la mente vacía.
Miró su reloj. Las nueve. Durante nueve o diez horas, Coleman Collins lo había
sometido a sus trucos de ilusionista.
Bajó al vestíbulo oscurecido. ¿Qué había estado haciendo Del todo este tiempo?
Pensar en Del le revivió…, quería verle, comparar su historia con la de Del. Esa
mañana había estado casi contento en la Tierra de las Sombras; ahora se sentía
nuevamente en peligro. El calor comenzaba a volver a los dedos helados de sus pies.
Tom llegó a un lugar del corredor, antes del recodo que conducía hacia la parte
más antigua de la casa y frente al corto pasillo que llevaba a la puerta prohibida. Tom
se detuvo en el cruce de los dos corredores mirando la puerta cerrada. Recordó las
palabras de Collins: Este es también tu reino, hijo.» Pensó: «Bien, veamos lo peor.»
Y como había dicho a Del la primera noche, ¿la orden misma de no abrirla no era
acaso una sugerencia disfrazada para que mirara detrás de la puerta?
—Lo haré —dijo, y se dio cuenta de que había hablado en voz alta.
Antes de poder discutir consigo mismo esta forma de desafío, avanzó por el corto
pasillo y puso la mano sobre el picaporte. El metal le congeló la mano. Volvió a
pensar en la tercera cosa que le había mostrado Collins, en medio de la nieve: un
muchacho que abría una puerta y se veía rodeado de una luz lírica y musical.
¿Tus alas, o tu canción?
Abrió la puerta prohibida.
16
Los hermanos
—Mira, Jakob —dijo un hombre, levantando la mirada del escritorio.
Sonrió a Tom, y el hombre sentado en otro escritorio frente a él alzó la cabeza de
los papeles que tenía ante sí y lo miró de la misma manera enigmática y acogedora.
—¿Ves? Un visitante. Un joven visitante —su acento era alemán.
—Tengo ojos. Puedo ver —dijo el otro hombre.
Los dos hombres eran maduros, totalmente afeitados; llevaban lentes tan
anticuados y extranjeros como su vestimenta, y los lentes modificaban sus rostros
www.lectulandia.com - Página 193
duros, dándoles un aire de estudiosos. Estaban sentados ante sus escritorios en una
pequeña zona de luz que provenía de las velas; detrás de ellos había altas estanterías
de libros.
—¿Lo invitamos a entrar? —preguntó el segundo hombre.
—Creo que debemos. ¿Quieres entrar, muchacho? Por favor, entra. Entra, chico.
Así. Al fin y al cabo, estamos trabajando para ti tanto como para los demás.
—Nuestro público, Wilhelm —dijo el segundo hombre, y miró a Tom con una
sonrisa radiante.
Era más corpulento, de tórax más amplio que el del hombre de rostro amable. Se
puso de pie y se adelantó, y Tom vio botas enlodadas y olió humo de cigarro.
—Por favor, siéntate. Allí —indicó un sofá chesterfield, a la derecha del
escritorio.
Mientras Tom avanzaba por la habitación sombría, tuvo una visión más clara de
los detalles: las paredes cubiertas de cuadros oscuros y paneles empapelados, un
pájaro disecado en un estante alto, flores secas bajo una campana de vidrio.
—Sé quién eres. Quien tienes que ser —dijo.
Se sentó en el mullido chesterfield.
—Somos lo que tenemos que ser —dijo el que se llamaba Wilhelm—. Ese es uno
de los grandes goces de nuestra vida. ¿Cuántos pueden afirmar eso? Descubrimos que
teníamos que ser jóvenes, y lo hemos sido desde entonces.
—Compartimos el mismo placer en coleccionar cosas —afirmó Jakob—. Aun
cuando niños. Toda nuestra vida ha sido una prolongación de ese temprano placer.
—Sin mi hermano, me habría encontrado perdido —señaló Wilhelm—. Es una
gran cosa tener un hermano. ¿Tienes un hermano, chico?
—En cierto modo —dijo Tom.
Los dos hermanos rieron, con tanta inocencia y alegría que Tom rió con ellos.
—¿Y qué hacéis aquí? —preguntó Tom.
Se miraron muy divertidos, lo cual de alguna manera incluía a Tom.
—Bien, estamos escribiendo cuentos —dijo Jakob.
—¿Para qué?
—Para asombrar. Para aterrorizar. Para deleitar.
—¿Por qué?
—Por los cuentos mismos —dijo Jakob—. Eso debe quedar claro. Bien, nuestras
vidas han sido como cuentos. Incluso los errores fueron felices. Muchacho, ¿sabías
que en nuestro cuento original la pobre huerfanita llevó un zapato de piel al baile?
¡Qué mala traducción tan inspirada la que lo convirtió en un zapatito de cristal!
—Sí, sí. Y tú recuerdas el extraño sueño que tuve contigo, hermano mío: yo
estaba frente a una jaula, en lo alto de una montaña…, nevaba…, tú estabas en la
jaula, helado…, yo tenía que mirar entre los barrotes de la jaula…, tan parecido a uno
www.lectulandia.com - Página 194
de nuestros tesoros…
—Que decidimos mostrar al mundo la maravilla que sentíamos al descubrirlos, sí.
Tú estabas aterrorizado…, pero era un terror lleno de maravilla.
—Estos cuentos no son para todos los niños… No son adecuados para todos los
niños. El terror está allí, y es real. Pero nuestra mejor defensa es la naturaleza,
¿verdad?
Tom respondió:
—Sí —porque sentía que ellos esperaban una respuesta.
—De manera que ya ves. Tú aprendes bien, niño. —Jakob dejó la pluma de ganso
con la que había estado jugando—. El sueño de Wilhelm. ¿Sabes que cuando
Wilhelm se estaba muriendo, habló con tranquilidad y alegría de su vida?
—Ya ves, abrazamos nuestros tesoros, y ellos nos dieron otros mil tesoros —dijo
Wilhelm—. Era en el país donde mejor vivíamos. Si nuestro padre no hubiera muerto
tan joven…, si nuestra infancia hubiera durado el tiempo normal…, tal vez nunca
habríamos descubierto lo que es vivir en este país.
—¿Oyes lo que te estamos diciendo, muchacho? —preguntó Jakob—. ¿Entiendes
a Wilhelm?
—Creo que sí —dijo Tom.
—Los cuentos, nuestros tesoros, son para los niños, entre otros. Pero…
Tom hizo un gesto afirmativo: comprendía. No era un asunto personal.
—Ningún niño puede prescindir todo el tiempo de ellos —dijo Wilhelm.
—Nosotros dimos nuestras alas —señaló Jakob—. Porque nuestra canción era
nuestra vida. Pero, en cuanto a ti…
Los dos hermanos lo miraron con indulgencia.
—No desperdicies ninguno de tus dones —dijo Jakob—. Pero cuando te
llamen…
—Nosotros respondimos. Todos debemos responder —afirmó Wilhelm—. Ay,
Dios mío, ¿qué le estamos diciendo a este chico? Es tarde. ¿Te importaría interrumpir
el trabajo hasta mañana, hermano? Es hora de que nos reunamos con nuestras
esposas.
Volvieron hacia él sus grandes ojos pardos, y era evidente que esperaban que se
fuese.
—¿Pero qué sucede después? —preguntó Tom, casi creyendo que ellos eran
quienes aparentaban ser y podían decírselo.
—Todas las historias se desarrollan —dijo Jakob—. Pero dan muchas vueltas
antes de llegar a su final. Abraza el tesoro, muchacho. Es nuestro mejor consejo.
Ahora debemos irnos.
Tom se levantó del chesterfield, confundido: ¡cuántas cosas de las que sucedían
aquí terminaban con una partida repentina!
www.lectulandia.com - Página 195
—¿Adonde van? Según ustedes, ¿dónde estamos?
Wilhelm rió.
—Pues en la Tierra de las Sombras, muchacho. La Tierra de las Sombras lo es
todo para nosotros, y tal vez también para ti. La Tierra de las Sombras es el lugar
donde pasamos nuestras activas vidas. Puedes estar dentro de un bosque…, dentro de
un bosque de varios pisos…
—O envuelto en una manta de pieles en un trineo sobre la nieve…
—O muriendo de amor por una princesa dormida…
—O sentado ante el fuego con la cabeza llena de imágenes…
—O también dormido con la cabeza llena de telarañas y de sueños…
—Pero sigues estando en la Tierra de las Sombras.
Los dos hermanos rieron, y apagaron las velas que había en sus escritorios.
—Quiero hacer otra pregunta —dijo Tom en la oscuridad.
—Pregúntaselo a los cuentos, niño —replicó la voz de alguien que partía.
Se oyeron algunos ruidos, luego, silencio: Tom supo que se habían marchado.
—Pero nunca dan las mismas respuestas —dijo a la habitación oscura.
Avanzó a tientas hacia la puerta.
17
Cuando torció para entrar en el corredor principal, vio a Coleman Collins ante él
en la semioscuridad, bloqueándole el paso. Tom sintió por un instante un miedo
ingobernable…, había infringido una de las reglas, y el mago lo sabía. Seguramente
le había visto salir del pasillo.
La actitud de Collins no le sugería nada; no veía su rostro, que se encontraba en la
sombra. Las manos del mago estaban en sus bolsillos. Tenía los hombros encorvados.
No se veía ningún detalle en la parte delantera de su cuerpo, sólo algunos botones que
brillaban oscuramente: ojos de tigre.
—Entré en esa habitación —dijo Tom.
Collins asintió con la cabeza. Seguía con las manos en los bolsillos y los hombros
encorvados.
—Usted sabía que yo entraría.
Collins volvió a asentir.
Tom se acercó un poco más a la pared. Pero Collins le bloqueaba el paso
deliberadamente.
—Usted sabía que yo entraría, y quería que lo hiciera. —Se acercó valientemente
unos centímetros más, pero Collins no se movió—. Puedo aceptar lo que vi —dijo
www.lectulandia.com - Página 196
Tom. Oyó la nota de insistencia, de miedo, en su voz.
Collins bajó la cabeza. Uno de sus pies avanzó en la alfombra. Ahora Tom le veía
la cara: pensativa, reconcentrada. El mago ladeó la cabeza y echó una fría mirada a
los ojos de Tom.
Había algo teatral en todo esto; Tom no podía describirlo. Sólo sabía que Collins
lo asustaba. Solo en el corredor, daba más miedo que en el trineo helado. Collins era
más autoritario que una docena de señores Thorpe. La expresión que apareció en sus
ojos inmovilizó a Tom contra la pared.
—¿No es eso lo que dijo? ¿No era eso lo que quería?
Collins sopló, con los labios fruncidos. Finalmente habló:
—Mocoso arrogante. ¿Acaso sabes lo que yo quiero?
A Tom se le congeló la lengua en la boca. Collins retrocedió y apoyó la cabeza
contra la pared. Tom percibió repentinamente un olor a alcohol.
—En dos días me has traicionado dos veces. No lo olvidaré.
—Pero yo creía…
El mago movió bruscamente la cabeza hacia adelante. Tom se echó atrás, y tuvo
miedo de que Collins le pegara.
—Tú creías. Me desobedeciste dos veces. Eso es lo que pienso —sus ojos se
clavaron en los de Tom—. ¿Qué harás ahora? ¿Entrar en mi habitación? ¿Saquear mi
escritorio? Creo que necesitas más dibujos animados y diversiones, niñito.
—Pero usted me dijo que podía…
—Te dije que no podías.
Tom tragó saliva.
—¿No querías que los viera?
—¿Que vieras a quiénes, traidor?
—A los dos que estaban allí. Jakob y Wilhelm. Quienquiera que sean.
—Esa habitación está vacía. Por ahora. Andando, muchacho. Iba a decir a tu
amigo una palabra de advertencia. Tú puedes hacerlo por mí. Vamos. Fuera de aquí.
¡Ahora!
—¿Una advertencia sobre qué?
—El ya sabe. ¿No me has oído? Fuera de aquí. —Se hizo a un lado y Tom pasó
junto a él—. Me voy a divertir contigo —dijo el mago a sus espaldas.
Tom fue lo más rápidamente que pudo hasta el pie de las escaleras, sin correr. Se
dio cuenta de que transpiraba…, de que hasta sus piernas estaban sudadas. Oyó
renquear a Collins por el vestíbulo en dirección a los teatros.
Un segundo después tuvo una nueva sorpresa.
Al mirar por la escalera, vio una vieja con cara de loca, vestida de negro, que lo
miraba horrorizada. Levantó las manos y desapareció de la vista.
—¡Eh! —gritó Tom.
www.lectulandia.com - Página 197
Corrió tras ella por la escalera. La oía avanzar frenéticamente como una ardilla,
tratando de huir de él. Cuando Tom llegó a lo alto de las escaleras, corrió pasando
ante los dormitorios y vio el borde de un vestido negro que desaparecía en el extremo
del vestíbulo. A un lado, a través del vidrio y a lo lejos, vio luces en el bosque que se
reflejaban en el lago negro.
Llegó hasta el extremo más distante del vestíbulo y se dio cuenta de que nunca
había estado antes allí. La vieja había abierto una puerta que daba afuera, cuya puerta
Tom tampoco había visto jamás, y comenzaba a bajar por una escalera externa que se
curvaba hacia el patio y hacia la casa. Tom pasó por la puerta antes de que se cerrara
y aferró a la vieja por un hombro.
Ella se detuvo tan bruscamente como una liebre paralizada. Luego lo miró a la
cara con una mezcla densa y comprimida de emociones en su rostro seco y viejo. Se
veían algunos pelos blancos sobre su labio superior. Sus ojos eran tan oscuros que
parecían negros, y sus cejas eran fuertes, sorprendentemente negras. Tom comprendió
dos cosas a la vez: la mujer era extranjera, y estaba profundamente avergonzada de
que él la hubiese visto.
—Lo lamento —dijo.
La vieja liberó su hombro de la mano de Tom.
—Sólo quería hablar con usted.
La mujer sacudió la cabeza. Sus ojos eran piedras frías y chatas hundidas entre
profundas arrugas.
—¿Usted trabaja aquí?
No hizo el menor movimiento, esperando que él le permitiera irse.
—¿Por qué yo no debía verla? —Nada—. ¿Conoce a Del? —Vio en los ojos de
ella un destello de reconocimiento al oír el nombre—. ¿Qué sucede aquí? Es decir,
¿cómo funciona todo esto? ¿Por qué no debemos saber que está usted aquí? ¿Usted
cocina? ¿Hace las camas?
Ninguna señal de nada, sólo impaciencia por apartarse de él. Tom hizo la
pantomima de romper un huevo y echarlo en la sartén, y freírlo. Ella hizo un breve
gesto de asentimiento. Inspirado, Tom preguntó:
—¿Usted habla inglés?
No: un breve movimiento negativo con la cabeza. Le echó otra mirada ceñuda, se
volvió bruscamente y echó a correr escaleras abajo.
Tom permaneció un momento junto al pequeño balcón. Desde el pie de la larga
colina, bordeada de bosques, el lago brillaba enigmáticamente como si lo mirara.
Trató de encontrar el lugar donde lo había llevado Coleman Collins en el trineo, pero
no encontró ningún pico suficientemente alto… ¿Realmente todo eso había sucedido
dentro de su cabeza? A la distancia oyó a un hombre que gritaba en el bosque.
www.lectulandia.com - Página 198
Su habitación estaba preparada para la noche. La cama estaba abierta, la lamparita
encendida sobre la edición de bolsillo de Rex Stout Esta, y los problemas que
contenía, le parecían muy remotos…, no recordaba nada de lo que había leído la
noche anterior. La puerta corredera que separaba su habitación de la de Del se
encontraba cerrada.
Fue hasta la puerta y llamó suavemente; sin respuesta. ¿Dónde estaba Del?
Probablemente explorando…, imitando las acciones de Tom de la noche anterior.
Probablemente la «advertencia» se refería a eso. Tom suspiró. Por primera vez desde
que había subido al tren con Del, pensó en Jenny Oliver y en Diane Darling, las dos
muchachas de la escuela vecina; tal vez Archie Goodwin se las traía a la memoria,
pero deseó poder hablar con ellas, con cualquiera de ellas. Hacía mucho que no
hablaba con una muchacha: recordó a la muchacha en la ventana que le había
mostrado el mago…, que le había mostrado con tanta frialdad como un almacenero
que muestra un estante con judías en lata.
Su habitación estaba vacía y solitaria. Su limpieza, sus ángulos rectos, sus colores
simples, lo rechazaban. No le gustaba estar solo, y se dio cuenta de ello; pero ahora
no podía ir a ninguna otra parte. La soledad lo invadía. Echaba de menos a Arizona y
a su madre. Por un momento Tom se sintió totalmente abandonado: huérfano. Se
sentó en la cama dura y pensó que estaba en la cárcel. Todo Vermont parecía una
prisión.
Tom se levantó y comenzó a pasearse por la habitación. Como tenía quince años y
estaba sano, el solo hecho de moverse le hacía sentirse mejor. En ese momento, en
uno de esos gestos particularmente adultos que me parecen característicos del joven
Tom Flanagan, llegó a una conclusión y tomó una decisión. La Tierra de las Sombras,
por lo que había visto, era un examen mucho más difícil y más importante que
cualquiera de los que hubiese dado en Carson: y no permitiría que la Tierra de las
Sombras le derrotara. Usaría la teoría de Collins contra el propio Collins, si era
necesario, y descubriría cómo hacer lo imposible.
Hizo un gesto afirmativo, sabiendo que se estaba armando para una batalla, y se
dio cuenta de que ya no tenía ganas de llorar como un momento antes. Luego oyó un
ruido que venía de detrás de la puerta corrediza. Era una leve cascada de risas,
ahogada, como si el que riese se tapara la boca con la mano. Tom volvió a golpear la
puerta.
Llegó otra vez el sonido, aún más claramente.
—Del…, ¿estás ahí?
—Por Dios, en voz baja —llegó el susurro de Del.
—¿Qué sucede?
—Habla en voz baja. Voy para ahí.
Un momento después la parte izquierda de la puerta se abrió unos centímetros y
www.lectulandia.com - Página 199
Del le miró con el ceño fruncido.
—¿Dónde has estado tú todo el día? —preguntó Del.
—Quiero hablar contigo. Me hizo creer que era invierno…
—El entorno ilusorio —dijo Del—. Pasa mucho tiempo contigo, y me dejas
solo…
—Y recuerdo haber volado.
Tom sintió que su rostro asumía una expresión absolutamente nueva para él, al
decir esto. En parte esperaba que Del lo negara.
—Muy bien —dijo Del—. Lo estás pasando muy bien. Me alegro.
—Y me encontré con una vieja. No habla inglés. Prácticamente tuve que hacerle
una zancadilla para que no se escapara. Y tu tío…
Su voz se interrumpió. Una muchacha acababa de entrar en la diminuta zona de la
habitación de Del que podía ver. Llevaba una de las camisas de Del sobre un traje de
baño negro. Sus cabellos estaban húmedos y tenía ojos dorados.
Del miró por encima de su hombro y luego a Tom con irritación.
—Bien, ya la has visto. Estaba nadando en el lago después de la cena, y la invité a
que subiera. Creo que también tú puedes venir.
La muchacha retrocedió hasta la cama, con sus piernas desnudas. A Tom le
resultaba imposible no mirarla. No tenía la menor idea de si era hermosa o no. No se
parecía en absoluto a las muchachas de más éxito de Phipps-Burnwood. Pero no
podía dejar de mirarla. Los ojos de la muchacha bajaron a sus propias piernas
desnudas, y luego volvieron a él. Se cerró la camisa de Del que llevaba puesta.
—Probablemente ya lo has adivinado, pero ésta es Rose Armstrong —dijo Del.
La muchacha se sentó en la cama.
—Yo soy Tom Armstrong —dijo—. Ay, no. Flanagan, quise decir.
www.lectulandia.com - Página 200
TRES
LA MUCHACHA DE LOS GANSOS
Sólo mirarla me perturbaba. Me di cuenta de inmediato de lo que había querido
decir Del sobre su aspecto «herido». Era imposible no verlo. Su cara parecía haber
absorbido mil insultos y haberse recuperado de cada uno de ellos por separado. Pero
si alguna vez había sido herida, sin duda se estaba recuperando. Francamente, yo no
podía creer que Del hubiera estado viendo a esta maravillosa muchacha todos los
veranos; y al verla sentarse en la cama de Del con las rodillas juntas supe, supe,
supe, que toda mi relación con Del acababa de cambiar.
Miami Beach, 1975
Pero antes de poder mirar realmente a Rose Armstrong a través de los ojos de Tom
Flanagan y viajar con estos tres jóvenes por sus últimos meses convulsos en la Tierra
de las Sombras, debo hacer una aparente digresión. Hasta este punto, la historia ha
sido invadida por dos fantasmas: por supuesto uno es Rose Armstrong, quien, con su
traje de baño negro y su camisa de muchacho acaba de sentarse ahora en la cama de
Del, trastornando terriblemente a Tom Flanagan. El otro fantasma es más periférico;
en realidad el lector ya lo ha olvidado. Me refiero a Marcus Reilly, que ha sido
mencionado menos de seis veces en la primera parte de esta historia… y tal vez
Marcus Reilly es un «fantasma» persistente sólo para mí. Sin embargo, quien se
suicida, especialmente en edad tan temprana, queda para siempre en nuestras mentes.
También es cierto que cuando vi por última vez a Marcus Reilly, pocos meses antes
de que se quitara la vida, dijo algunas cosas que más tarde me parecieron importantes
para la historia de Del Nightingale y Tom Flanagan; pero esto puede ser una mera
autojustificación.
Al comienzo de esta historia dije que Reilly era el peor alumno de la clase. Como
estudiante de Carson había tenido gran éxito, pero no desde el punto de vista
académico. Era un buen atleta, y sus amigos más íntimos eran Pete Bayliss, Chip
Hogan y Bobby Hollingsworth, quien se llevaba bien con todo el mundo. Reilly era
www.lectulandia.com - Página 201
un muchacho rubio con cierto parecido con el joven Arnold Palmer, y era brillante
pero no reflexivo. Su principal característica era que tomaba las cosas como venían.
Sus padres eran ricos…, su casa de Quantum Hills era más lujosa que la de los
Hillman. Podría tomársele por el prototipo del estudiante de Carson: alguien que
aunque era evidente que nunca llegaría a ser profesor, podía tener algún parecido con
Fitz-Hallan.
Después de nuestra trabajosa graduación, Reilly fue a un colegio preuniversitario
privado en el sudeste; no recuerdo cuál. Lo que sí recuerdo es que estaba encantado al
encontrar un lugar donde el bronceado y la vida social se tomaban tan en serio como
las notas. Después de este colegio fue a una facultad de derecho en el mismo Estado.
Estoy seguro de que al graduarse sus notas no fueron ni muy altas ni muy bajas. En
1961, Chip Hogan me dijo que Reilly estaba trabajando en un estudio de abogados de
Miami, y sentí esa pequeña satisfacción, casi estética, que se recibe cuando se cumple
una expectativa. Parecía el trabajo y el lugar perfectos para él.
Cuatro años más tarde, una revista de Nueva York me encargó un artículo sobre
un famoso novelista expatriado que pasaba el invierno en Miami Beach. El famoso
novelista, con quien pasé dos días tediosos, era un tipo muy aburrido que se creía
muy importante, salía de su hotel a la soleada avenida Collins con traje de franela y
paraguas. Había dado conscientemente dos meses de su vida a Miami Beach para
estimular su desdén por todas las cosas norteamericanas. Fingía ignorar el sistema
monetario norteamericano.
—¿Realmente esto se llama un cuarto? Dios mío, qué poca imaginación.
Cuando reuní suficientes apuntes para el artículo, puse todo el proyecto en un
compartimiento mental y decidí buscar a Bobby Hollingsworth. Hacía por lo menos
diez años que no veía a Bobby. Vivía en Miami Beach, y yo sabía por la revista de ex
alumnos, que era el dueño de una empresa de aparatos sanitarios. Una vez, en el
lavabo de hombres de un aeropuerto de Atlanta, miré dentro de la taza y vi grabadas
estas palabras: «Hollingsworth Sanitarios». Quería ver qué había sido de él, y cuando
lo llamé por teléfono me invitó de inmediato a su casa.
Su casa era una gigantesca mansión española frente a Indian Creek y a una serie
de hoteles. Anclada en su muelle había una embarcación de doce metros, que parecía
poder encontrarse cómoda en medio del Atlántico.
—Este es realmente el lugar —dijo Bobby durante la cena—. El mejor clima del
mundo, el agua, oportunidades de negocio. En serio, este lugar es el paraíso. No
volvería a Arizona aunque me pagaran. Y en cuanto a vivir en el norte…, por favor
—sacudió la cabeza.
A los treinta y dos años, Bobby era regordete, blando como una esponja. En su
mano con dedos como salchichas llevaba un enorme diamante. Aún mostraba una
perpetua sonrisa, que no era una sonrisa, sino la forma en que su boca estaba
www.lectulandia.com - Página 202
colocada en su cara. Llevaba una camisa rústica amarilla y shorts que hacían juego.
Disfrutaba de su riqueza y yo disfrutaba del placer que él tenía en ella. Comprendí
que la familia de su esposa le había dado la oportunidad de comenzar sus negocios, y
que más bien los había sorprendido a todos con su éxito. Mónica, su mujer, no dijo
mucho durante la comida, pero saltaba de su asiento a cada rato para ir a vigilar la
cocina.
—Me trata como a un rey —dijo Bobby durante una de las excursiones de
Mónica a la cocina—. Cuando vuelvo a casa me siento como un rey. Ella vive para
ese barco…, se lo regalé para Navidad del año pasado. Chilló como un cachorro.
¿Qué sé yo de barcos? Pero a ella la hace feliz. Mira, si juegas al golf podríamos ir al
club mañana. Tengo un juego de palos extra.
—Lo lamento, pero no juego al golf —dije.
—¿No juegas al golf? —Por un momento, Bobby quedó totalmente perplejo. Me
había asimilado a su mundo de manera tan completa que había olvidado que yo no
era un residente permanente del lugar—. Bien, carajo, ¿qué te parece si salimos en el
barco a navegar, a tomar unas copas…? A Mónica le encantaría.
Dije que tal vez podría hacerlo.
—Bien, muchacho. Sabes, para eso fue esa escuela nuestra, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir, Bobby?
Su esposa volvió a la mesa y Bobby la miró.
—Saldrá con nosotros en el barco mañana. Echaremos los anzuelos, pescaremos
para la cena, ¿eh?
Mónica sonrió débilmente.
—Claro. Será estupendo. Ahora, lo que te decía es… Nuestra vieja escuela tenía
una sola meta, ¿no es cierto? Llevarnos al lugar donde yo estoy ahora. Y saber vivir
una vez que uno llega ahí. Así lo veo yo. Convertirnos en la clase de personas que
están bien en todas partes. Quiero escribir a esa revista de ex alumnos y decirles que
pueden viajar por todo el sudeste y ver mi nombre cada vez que se detengan a orinar.
Es casi cierto.
Mónica apartó la mirada y dio vuelta a una hoja de lechuga de su ensalada para
observarla del otro lado.
—¿Ves a Marcus Reilly? —«pregunté—. Sé que vive aquí.
—Lo vi una vez —dijo Bobby—. Fue un error. Marcus se metió en algo sucio…
Le prohibieron ejercer la profesión. Apártate de él. Es un perdedor.
—¿De veras? —yo estaba sorprendido.
—Ah, durante un tiempo le fue muy bien. Luego supe que se había puesto raro.
Sigue mi consejo… Te daré su número de teléfono si quieres, pero no vayas a verlo.
Está hundido. Le cuesta esfuerzo sacar la cara por encima del agua para poder
respirar.
www.lectulandia.com - Página 203
A la mañana siguiente llamé al número que me había dado Bobby. Contestó un
hombre que dijo:
—Wentworth.
—¿Marcus?
—¿Quién?
—¿Marcus Reilly? ¿Puede comunicarme con él?
—Ah, sí. Un segundo.
Sonó otro teléfono. Alguien descolgó, pero no dijo nada.
—¿Marcus? ¿Eres tú? —y di mi nombre.
—Ah, muy bien —respondió la voz ronca de Marcus Reilly—. ¿Estás en la
ciudad? ¿Quieres que nos veamos?
—¿Puedo invitarte a almorzar hoy?
—Bien, perfecto. Estoy en el hotel Wentworth en Collins Avenue, a la derecha
desde la calle Setenta y tres. Mira, nos encontraremos afuera. ¿Te parece bien? ¿A las
doce?
Llamé a Bobby Hollingsworth para decirle que no podría salir con él en el barco.
—Está bien —dijo Bobby—. Ven la próxima vez, y saldremos con unas
muchachas que conozco. ¿De acuerdo?
—Sí —dije.
Lo veía recostado en el sillón de cubierta, con una bebida apoyada en su panza
cubierta de tela rústica amarilla, diciendo a una bonita prostituta que cada vez que
fuera a orinar en el sudeste, podría leer su nombre con sólo mirar hacia abajo.
No había nada espléndido en la avenida Collins en el lugar donde vivía Marcus
Reilly. Hombres con sombreros de lona y pantalones escoceses bajo sus prominentes
vientres, viejas con vestidos deformados y gafas de sol caminaban bajo los toldos de
la acera frente a los pequeños locales comerciales. Tiendas de ventas a crédito, bares,
tiendas de novedades, donde todo estaba bajo varios centímetros de polvo. En el hotel
Wentworth se veía la frase «Donde vivir es un placer» pintada sobre el yeso amarillo.
La recepción parecía estar afuera, en una especie de galería en la acera.
A las doce menos cinco salió Marcus, con un traje escocés, caminando
rápidamente entre las hileras de personas sentadas en sillas de plástico y aluminio,
como si tuviera miedo de que alguna de ellas lo detuviera.
—Qué estupendo es verte, qué estupendo —dijo, estrechando mi mano.
Ya no se parecía al joven Arnold Palmer. Sus mejillas se habían hinchado y sus
ojos parecían más estrechos. La humedad del aire rizaba sus cabellos. Como el del
novelista expatriado, su traje era demasiado pesado para el clima, pero, a diferencia
del novelista, no parecía un hombre habituado a vivir en interiores. Marcus chasqueó
los dedos, batió palmas y miró hacia un lado y hacia otro de la calle. Yo sentía
violencia en él, como a veces se siente en un perro.
www.lectulandia.com - Página 204
—Por Dios, aquí estamos. ¿Cuánto ha pasado, quince años?
—Más o menos —dije.
—Vamos, hombre. Veamos un poco el paisaje. ¿Hace mucho que estás aquí?
—Sólo un par de días.
Marcus se apartó de mí y echó a andar por la calle.
—Qué lástima. ¿Dónde te hospedas?
Dije el nombre de mi hotel.
—Malísimo. Muy malo, créeme. —Dimos la vuelta a la esquina y Marcus abrió
la puerta de un Gremlin verde con el guardabarro un poco oxidado a la derecha—. Es
una palabra que podría usar para describir toda la ciudad —subimos al Gremlin—.
Tira tus cosas atrás —empujé una pila de Herald de Miami y varias camisas sucias—.
¿Quieres almorzar primero o tomar una copa?
—Me vendría bien una copa, Marcus.
—Perfecto. —Puso en marcha el motor y avanzó velozmente junto al bordillo—.
Hay un buen lugar a unas dos manzanas. —Doblamos la esquina, y Marcus hablaba
como un poseso todo el tiempo—. Es decir, tiene sus cosas buenas, y yo todavía no
las he descartado, pero es un lugar lleno de ingratos, ¿entiendes?, ¿entiendes?, y eso
es lo que tenemos aquí… de pared a pared. Gente que yo traje, que empezó bien, que
hizo todo para…, ¿sabes que me echaron?, ¿verdad? ¿Fue Bobby quien te dio mi
número de teléfono?
—Sí —respondí.
—El rey de la mierda. «En seis Estados, puedes cagar sobre mi nombre»,
¿entiendes? Bobby está tan gracioso ahora. Y yo lo ayudé cuando acababa de llegar a
Miami. —Marcus transpiraba, guiaba el coche como si fuera tan pesado como un
camión. Sus rizos estaban húmedos—. Nadie obtiene contratos como los obtuvo él,
por más rica que sea la imbécil con quien te has casado, sin ayuda de gente que
conoce otras gentes. En Miami no. Ni en ninguna otra parte. Y ahora me trata como a
una basura. Ah, a la mierda con Bobby. Por la forma en que está engordando, se caerá
muerto cuando tenga cuarenta años. Ya llegamos.
Marcus golpeó al Gremlin contra la acera y salió de su asiento. Casi corrió a un
bar llamado Hurricane Pub. Estaba tan abierto a la calle que parecía que le faltaba
una pared.
—¡Doctor! —gritó el camarero.
—¡Jerry! ¡Un par de cervezas! —Reilly se sentó en un taburete, encendió un
cigarrillo y se puso a hablar otra vez—: Jerry, este tipo es un viejo amigo mío.
—Mucho gusto —dijo Jerry, y puso las cervezas ante nosotros.
Marcus vació la mitad de su vaso.
—En esta ciudad es una gran ayuda conocer a todo el mundo. De esa forma uno
sabe dónde se entierran los cadáveres. Yo aún no he terminado. Tengo muchas cosas
www.lectulandia.com - Página 205
cocinándose. Mira, todavía soy joven. —Yo sabía su edad, porque era igual a la mía.
Parecía al menos diez— años mayor—. Y tengo la actitud mental adecuada…, a
nadie se le excluye a menos que se excluya solo. Y, lo creas o no, me gusta estar
aquí… incluso en el Wentworth. Las direcciones de la avenida Collins son de oro en
esta ciudad. En dos o tres años me devolverán mi licencia. ¿Y quién te dice que el
amigo Bobby no vendrá a pedirme un favor? Yo conozco a todo el mundo, a todo el
mundo. Puedo lograr que las cosas se hagan. Y eso es lo que la gente de esta ciudad
respeta. Un tipo que puede lograr que se hagan las cosas —consumió el resto de su
cerveza. — ¿Quieres comer algo? —dejó dos dólares en el bar y salimos a la calle.
Unas manzanas más adelante, abrió la puerta de la Heladería del Tío Ernie.
—Aquí sirven bocadillos. —Nos sentamos a una mesita al fondo y pidió nuestros
bocadillos—. Esa escuela donde fuimos…, ese lugar, muchacho, no puedo sacármelo
de la cabeza. Por un lado, Hollingsworth siempre habla de eso… como si fuera Eton
o algo así.
Aun cuando estaba sentado comiendo, Marcus se movía sin cesar. Movía los
codos, tamborileaba con los dedos, se deshacía los rizos, se frotaba las mejillas.
—¿Recuerdas a la Serpiente y esa capilla?
—Recuerdo.
—Totalmente loco. Y Fitz-Hallan y sus cuentos de hadas. Por Dios, yo podría
contarle algunos cuentos de hadas. El año pasado, cuando todavía tenía mi licencia,
me mezclé con esa gente…, tipos importantes, ¿sabes? Eran personas serias. Tal vez
yo no fui demasiado rápido, quién sabe, pero esa gente siempre necesita abogados. Y
si quiero que perjudiquen a alguien, le perjudicarán. Sabes lo que digo. Y al mismo
tiempo, a través de las relaciones con estas personas, me acerqué a unos haitianos.
Esta ciudad está llena de haitianos, la mayor parte de ellos ilegales, pero estas
personas eran diferentes. Son diferentes. ¿Ya has terminado tu bocadillo?
—No del todo.
El bocadillo de Marcus había desaparecido como si lo hubiera comido de un solo
bocado.
—No te preocupes. Quiero mostrarte algo. Está en tu línea… Recuerda que
conozco tu trabajo. Quiero mostrarte esto. Está relacionado con esta gente de Haití.
Terminé el bocadillo y Marcus saltó de su asiento y arrojó dinero en la mesa. En
la calle soleada y sucia, el rostro florido de Marcus se acercó hasta estar a dos o tres
centímetros del mío.
—Ahora estoy muy vinculado con ellos. Cuando a uno le han prohibido ejercer,
¿qué le importa si está con un haitiano? Ellos tienen una noción flexible de la ley.
Vamos a hacer grandes cosas. ¿Sabes algo de Venezuela?
—No mucho.
—Pensamos comprar una isla frente a la costa…, una isla grande, clasificada
www.lectulandia.com - Página 206
como parque nacional. Uno de estos tipos conoce gente en la administración, la
haremos reclasificar en un minuto. Ese es uno de los temas de los que hablamos.
Además hay muchas cosas raras, ¿me entiendes? Raras. —Me tomó del codo y me
llevó por la calle—. ¿Te molesta si nos detenemos en McDonald’s? Todavía tengo
hambre.
Hice un gesto negativo, y Marcus me llevó al brillante restaurante. Estábamos
parados frente a él.
—Big Mac, patatas fritas —dijo a la muchacha—. La próxima vez que vengas
aquí, iremos al Joe’s Stone Crab. Un lugar fantástico —Llevó su comida a una mesa y
comenzó a engullir de pie—. Bien, hablemos. ¿Qué piensas de ese asunto del que
hablaba Fitz-Hallan?
—¿Qué asunto?
—Sobre las cosas que están bien por arte de magia. ¿Qué quiere decir eso?
—Dímelo tú.
—Bobby piensa que eso es lo que él tiene. El barco, la casa, los zapatos de
doscientos dólares. Tú probablemente piensas lo mismo.
—A veces —dije.
El Big Mac había desaparecido, y las patatas fritas también.
—Bien, creo que está loco. He visto mucho de esto, con esos tipos. Tienen…
tienen muchas creencias extrañas. —Las patatas fritas habían desaparecido, y Marcus
salía del restaurante, limpiándose los dedos en los pantalones—. Pueden volverte
ciego y sordo, hacerte ver cosas, o eso creen ellos. Magia. Yo digo que si es magia no
puede estar bien. No hay magia buena, eso es lo que yo sé.
—Tú sabes algo sobre Tom…
—Flanagan. Sí. Hasta fui a verlo, allá. Pero… —De pronto su rostro se
descompuso. Era como derrumbarse un complicado edificio público—. ¿Ves un
pájaro, allá?
Miré: unos edificios con las fachadas descascaradas, los viejos siempre presentes.
—Olvídalo. Salgamos a dar un paseo —eructó, y noté el olor a carne.
Miré mi reloj. Deseé haber salido en el barco de Bobby y estar sentado en medio
de las aguas lisas, escuchando la charla de Bobby sobre el negocio de los aparatos
sanitarios.
—Realmente tengo que irme.
—No puedes irte —dijo Marcus, que parecía consternado—. Vamos. Quiero
mostrarte algo —y me empujó hacia su coche con la fuerza de la desesperación.
Nuevamente en el Gremlin, recorrimos la parte alta de Miami Beach durante
media hora, y Marcus habló todo el tiempo. Doblaba las esquinas sin prestar
atención, a veces retrocedía como si tratara de no encontrarse con alguien, a veces se
cruzaba peligrosamente delante de otros coches.
www.lectulandia.com - Página 207
—Mira, allí está la biblioteca… ¿Y ves esa librería? Es extraordinaria. Te
gustaría. En Miami Beach hay muchas cosas para un tipo como tú. Yo te presentaría a
la gente más interesante, te conseguiría un material como nunca soñaste, hombre.
¿Alguna vez has estado en Haití?
Nunca había estado.
—Tendrías que ir. Grandes hoteles, playas, buena comida. Aquí hay un parque.
Un hermoso parque. ¿Alguna vez has estado en Key Biscayne? ¿No? Está cerca,
¿quieres ir allá?
—No puedo, Marcus —respondí.
Hacía tiempo que sospechaba que lo que él quería hacerme ver no existía. O que
él había decidido finalmente que yo no lo vería. Finalmente lo persuadí de que me
llevara de vuelta a mi hotel.
Cuando me dejó allí, tomó una de mis manos entre las suyas y me miró con sus
azules ojos acuosos.
—Lo hemos pasado muy bien, ¿no crees? Ahora, presta atención, compañero.
Leerás sobre mí en los diarios.
Se alejó haciendo rugir el motor, y me pareció ver que hablaba solo, dentro de su
coche deteriorado, mientras rodaba por la avenida Collins. Yo me di una ducha, pedí
una bebida al servicio de habitaciones, me acosté en la cama y dormí tres horas.
Dos meses después me enteré de que Marcus se había suicidado… Me había
nombrado albacea de su patrimonio, pero no había patrimonio excepto algunas ropas
y el Gremlin, donde se mató. El abogado que me llamó por teléfono dijo que Marcus
se había pegado un tiro en la cabeza alrededor de las seis de la mañana, en un
estacionamiento entre una pista de tenis y el North Community Center. Estaba a unas
tres manzanas del McDonald’s donde me había llevado.
—¿Por qué me habrá nombrado albacea? —pregunté—. Apenas lo conocía.
—¿De veras? —pregunto el abogado—. Dejó una nota en su habitación diciendo
que usted era la única persona que comprendería lo que él iba a hacer. Escribió que le
había mostrado algo… cuando usted lo visitó aquí.
—A lo mejor creyó mostrármelo —dije.
Recordé que me preguntó si yo había visto un pájaro mientras se le contorsionaba
la cara, como si alguien estuviera cosiéndolo desde adentro.
Tom y Rose
www.lectulandia.com - Página 208
La muchacha no lo miraba a los ojos. Estaba sentada en la cama de Del,
mirándose los pies, como si él la hiciera sentir incómoda. Tom se dio cuenta de que
ella pensaba que él se había burlado de ella… Del lo miraba, asombrado, y dijo:
—Lo lamento. No sé cómo dije eso. No quise decir nada en especial.
—Sé quién eres —dijo ella. Luego levantó el rostro y le miró con sus ojos pálidos
e iridiscentes que casi lo hicieron salir volando de la habitación—. Todos dicen que
serás un gran mago.
—Mira, estoy un poco harto de oír eso —respondió Tom, hablando con más
intensidad de la que hubiera querido. Rose Armstrong daba la impresión de que iba a
derretirse si se le decía una palabra fuerte. La seda de su camisa brillaba en sus brazos
—. ¿Quiénes son «todos», de todas maneras?
—Del y el señor Collins. Especialmente el señor Collins.
—¿El te habló de mí?
—Claro. De vez en cuando. El invierno pasado.
Del sonrió, y Tom los miró a los dos, perplejo.
—Pero ni siquiera me conocía el invierno pasado.
—Sí que te conocía.
Y, aparentemente, así quedarían las cosas. La muchacha unió sus manos y lo miró
a los ojos. A pesar de lo que Tom había pensado, se la veía tranquila. Era tan esbelta y
tan parecida a una flor, un año mayor que los dos muchachos, y para Tom, de pronto,
fue como si tuviera diez años más…, parecía enorme e imposible de conocer. Sin
embargo, su rostro, con sus labios llenos y su frente alta, transmitía vulnerabilidad.
Los cabellos húmedos se aplastaban contra su cabeza. Tom se dio cuenta de que
envidiaba la intimidad entre Del y Rose Armstrong. La muchacha parecía perfecta
como una estatua.
Una estatua viva.
—El me obligó —dijo Rose con actitud valiente.
La incomodidad de Tom creció.
—Nunca había pensado nada hasta conocer al señor Collins —dijo ella, y él se
relajó—. Yo no era nada. —La expresión de haber recibido una herida profunda
apareció nuevamente en su rostro—. Yo se lo perdonaría todo.
—¿Tienes que perdonarle muy a menudo?
—Bien, él bebe mucho, y eso no me gusta. A veces cambia cuando ha bebido
demasiado.
Tom asintió. Había tenido la prueba de ello. Preguntó:
—¿Por qué saliste a la roca vestida como si fuese invierno? Y abriste esa bomba
de humo.
—El me lo ordenó. Me dio las ropas.
—¿Y eso es suficiente?
www.lectulandia.com - Página 209
—Por supuesto.
—¿Sabías que debíamos verte?
—Sabía que alguien debía verme. De otra manera no tendría sentido.
—¿El te perdona a ti también?
—¿Por qué tendría que perdonarme?
—Porque cuando yo venía hacia aquí, me encontré con él en el vestíbulo. Estaba
borracho. Dijo que haría una advertencia a Del, pero que yo podía hacerla por él.
Creo que tenía que ver con el hecho de que estuvieras aquí.
Rose se sonrojó.
—Yo pensaba…, creo que no debiera estar aquí. Pero mañana probablemente
estará bien.
—¿Quieres decir, cuando esté sobrio?
Ella asintió con la cabeza.
—Pero no debo quedarme. Del, yo…, tú sabes.
Tom sintió otra vez la puñalada de los celos. No lo había llamado ni una vez por
su nombre.
—Sí, creo que sí —dijo Del.
Tom la miró ponerse de pie, y contemplarle como si estuviera impresionada…
Pero eso era sólo parte de su cara, tal vez, como la sonrisa de Bobby Hollingsworth…
Finalmente ella se quitó la camisa. Tom rompió aquel silencio extraño.
—Antes de que te vayas, ¿puedo pedirte algo?
La muchacha asintió.
—¿Hay hombres cerca de este lugar? ¿Has visto un grupo de hombres en los
alrededores?
—Sí. —Miró a Del—. No han estado aquí hace un año o dos. Están en una
cabaña del otro lado del agua. Son amigos suyos.
—Muy bien —dijo Tom.
—Solían trabajar con él —agregó ella. Con otra mirada a Del, agregó—: No me
gusta cuando están aquí. No son como él —sostenía la camisa frente a ella,
escudándose—. Están muertos.
Esto fue totalmente inesperado.
—Eso es ridículo.
Vio que se trataba de algo que Collins le había dicho, y que ella había aceptado.
—Piensa lo que quieras. El me lo dijo. Cómo sucedió.
—De todas maneras es ridículo. —Oyó la repetición y pensó que sonaba tan
estúpida como lo que decía la muchacha—. ¿Te indicó él que nos dijeras esto?
—No. Tengo que irme.
Tom sintió una ardiente impaciencia, junto con un deseo igualmente fuerte de
retener a Rose Armstrong en la habitación.
www.lectulandia.com - Página 210
—¿Dónde vives tú? ¿En la casa?
—No puedo decírtelo. No debo. —Dejó la camisa en la cama y sonrió a Del—.
Veo que es la primera vez para tu amigo.
—¿Podrías despachar una carta para mí? ¿Llevarla al correo?
—De aquí no puede salir nada —dijo ella, y comenzó a dirigirse lentamente hacia
la puerta del vestíbulo—. Pero podrías pedírselo a Elena.
—¿A esa mujer? No habla inglés.
—Estoy segura de que comprende la palabra «correo» —sonrió por primera vez
—. Espero que estés de mejor humor la próxima vez que nos encontremos. —
Entonces llegó a la puerta y pasó del otro lado como una sombra—. Adiós, Del. —
Volvió sus ojos iridiscentes hacia Tom—: Adiós, gruñón —y desapareció.
El rostro de Del estaba embebido. Tom oyó el ruido de los pies desnudos en el
vestíbulo en la dirección que él había seguido para perseguir a la mujer llamada
Elena. Y luego una puerta se abrió suavemente.
Tom se volvió hacia Del, que aún parecía fascinado.
—Vi a los hermanos Grimm abajo —dijo—. Supongo que están muertos,
también. —Del se limitó a sonreírle—. ¿Qué le sucede, está hipnotizada o algo así?
Del no habló ni se movió. Tom se apartó de él y salió por la puerta. El vestíbulo
estaba oscuro y silencioso. En los bosques las luces ardían como señales. Fue hasta el
cristal y levantó las manos hasta su cara para borrar su reflejo. Rose Armstrong
caminaba por las losas; comenzó a bajar por la escalera de hierro.
Tom permaneció en el vestíbulo hasta que un rayo de luna en el agua iluminó un
brazo plateado que se alzaba; espuma en el lugar donde salpicaban sus pies.
—Ahora sabes —dijo Del a sus espaldas.
Tom asintió. Percibía la desconfianza en la voz de su amigo.
Guerra
—Esta es una historia verdadera —dijo el mago—, y se llama «La muerte del
amor». Ah, un melodrama.
Sus espesos cabellos blancos se agitaron con la ligera risa. Los tres estaban
sentados en la playa de piedra, Collins frente a la elevación del terreno y los
muchachos mirándole a él y al brillante lago de color azul oscuro detrás de él. A la
derecha de todos ellos el muelle deteriorado se alzaba en el lago; más allá se veía el
www.lectulandia.com - Página 211
refugio de los botes sobre pilares de hormigón. Como había sugerido Rose
Armstrong, Collins no mostraba nada de su fría furia de la noche anterior. Había
colocado una nota en las bandejas del desayuno de los chicos, pidiéndoles que se
viesen con él en la playa a las diez de la mañana. Los dos pensaban aún en el
encuentro con Rose Armstrong y descendieron por la insegura estructura de hierro a
las diez menos cuarto; Collins, con un sombrero blanco en la cabeza, una manta
arrollada y una canasta de picnic bajo el brazo, bajó la escalera veinte minutos
después. Llevaba una camisa azul de mangas largas, pantalones de color gris y
sandalias. La camisa y los pantalones le iban un poco grandes, como si recientemente
hubiera adelgazado.
—Buen día, aprendices —dijo—. ¿Todos habéis dormido bien después de los
esfuerzos de ayer?
Collins desplegó la manta en la playa, y colocó la canasta de mimbre sobre ella.
Se quitó el sombrero y lo puso sobre la canasta.
—Sentaos, muchachos; lección de historia, si no estáis demasiado dormidos para
escucharla. Es hora de contar una de esas historias que os he prometido. Miradme,
así. Si os aburrís, podéis mirar el agua y soñar con la señorita Armstrong —sonrió—.
Esta es una historia verdadera.
—Ahora los dos sabéis ya más sobre las operaciones de la verdadera magia que el
noventa y nueve por ciento de la población, incluidos otros magos, y quiero
transportaros a la época en que yo mismo aprendí estas cosas… A la época en que por
primera vez comencé a dominar mis propias fuerzas. Nos remontamos a cuarenta
años atrás, un poco antes de la década de los veinte, en realidad estamos en el año
1917, el año en que Norteamérica participó en la Gran Guerra. Entonces mi nombre
era todavía Charles Nightingale… El padre de Del, mi hermano, era doce años menor
que yo, todavía un muchacho, y un desconocido para mí. Yo había estudiado
medicina y me ganaba la vida como mago durante mis estudios. Era hábil y manejaba
bien las cartas. Destreza manual. Quería ser cirujano. Entonces la magia era sólo un
pasatiempo, aunque siempre sentí que era algo que iba más allá de los simples trucos
que yo había aprendido, algo profundamente poderoso. La medicina me parecía lo
único en el mundo práctico que se aproximaba a ese reino de responsabilidad y
admiración al que yo aspiraba. Me refiero al mundo (que sólo percibía oscuramente)
en que la capacidad de lograr cambios fundamentales es tan grande como para
inspirar automáticamente una mezcla de miedo y admiración. Si yo hubiera sido
convencionalmente religioso, supongo que habría entrado en la iglesia. Pero siempre
fui demasiado ambicioso para eso. En 1917 recibí mi título de médico e
inmediatamente me dieron un destino y me enviaron a Francia en un barco con
tropas. Estaba destinado a un puesto militar en Cantigny. Llevaba pocas cosas
www.lectulandia.com - Página 212
conmigo, ropa, barajas y algunos libros escritos por un francés llamado Eliphas Levi,
un mago muerto en 1875. Los libros eran los dos volúmenes de Le Dogme et Rituel
de la Haute Magie, escritos de manera un poco exagerada, con verbosidad, pero
llenos de evocaciones de ese poder que yo buscaba. Levi me ayudó a entender que el
Bien y el Mal son distinciones terrenales… Cuando alguien basa sus opiniones en
este principio generalmente está en un terreno muy cenagoso. También llevé un libro
escrito por Cornelius Agrippa, el mago del Renacimiento, quien, cuando le
preguntaban cómo podía el hombre poseer poderes mágicos, contestaba esto…
Recuerden, muchachos: «Sólo tiene este poder quien ha cohabitado con los
elementos, ha vencido la naturaleza, ha subido más alto que los cielos, se ha elevado
por encima de los ángeles…» Vencer la naturaleza. Los inéditos también lo intentan,
pero con qué torpes armas: escalpelos y suturas.
—Llegamos a Brest en el Seattle y fuimos inmediatamente a los barracones de
Pontanzen para descansar unos días antes de ser enviados a la zona de Gondrecourt,
para recibir un entrenamiento rudimentario. Viajamos como parte de una división,
con un camión, dos ambulancias y un coche Packard en el que íbamos otros dos
jóvenes médicos y yo. Seguíamos el camino de Beaumont-Mandres. Desde Mandres
debíamos ir a la División HQ en Menil-la-Tour. Parecía fácil, pensándolo en Boston,
pero en Boston yo nunca había contemplado un país destrozado por la guerra. Los
únicos cadáveres que había visto estaban en mesas de disección. Y piensen que mi
período de entrenamiento militar había sido ridículamente breve. Ni siquiera recuerdo
lo que esperaba encontrar: algo parecido a los carteles de propaganda para
reclutamiento, supongo, soldados jóvenes y valientes mostrando cascos alemanes,
como trofeos: «¡Y decían que no sabíamos luchar!»
»Sólo habíamos recorrido un breve trecho del camino de Beaumont-Mandres
cuando pasamos por un viejo campo de batalla. La tierra mostraba aberturas, había
trozos de alambre de púas que colgaban por todas partes, y una aterradora y
claustrofóbica sensación de muerte en todo el lugar… nos invadía y nos dejaba sin
aliento. Las trincheras alemanas habían estado ocupadas desde 1914 y corrían
paralelas al camino de Firey-Bouconville. Oíamos la artillería en la distancia. Yo
jamás había visto nada ni remotamente parecido…, nada parecido a ese campo
nevado y destruido, ni a la escala de muerte que implicaba. Para mí, en ese momento,
se parecía particularmente a los desperdicios que quedan en el fondo de una
chimenea. Montones de objetos destrozados, pilas de basura aquí y allá, nada
ordenado, nada siquiera reconocible excepto por medio de un esfuerzo de la
imaginación. Esa fue probablemente la última imagen civil de la que disfruté durante
dos años. La guerra sólo puede compararse consigo misma…, la guerra es algo
encerrado en sí mismo. Apenas uno entra en contacto con ella se da cuenta de esto.
www.lectulandia.com - Página 213
»Mi primer contacto real fue en el Packard para cinco pasajeros. Nuestro grupo
fue atacado con ametralladoras, y muy fuertemente. Esto, por supuesto, fue producto
de la mala suerte, pero el camino de Beaumont-Mandres era atacado día y noche, y
nuestros superiores seguramente decidieron que era un riesgo que debían correr. Si
hubieran sabido que sólo un hombre de todo el grupo sobreviviría, supongo que
habrían decidido otra cosa.
»Yo oía a los soldados del camión que cantaban: “¡Gloria, gloria! ¡Un barril de
cerveza para nosotros!” Era una canción favorita, lo mismo que Perla con corazón de
nieve y Digan au revoir pero no adiós. Luego, oí un silbido además de la canción.
Supe de inmediato lo que significaba.
»Nuestro conductor murmuró: “Ella dijo que habría días como éste”, y el camión
que iba delante de nosotros explotó. “¡Dios mío!”, gritó el conductor, y frenó. Vi un
cuerpo que saltaba hacia arriba, como si un hombre hubiera echado a volar; la base
del camión volcó, escupiendo fuego, y los trozos de metal se esparcieron por todo el
camino. Caímos en una vieja mina… todos en el Packard gritaban algo. Había
explosiones alrededor de nosotros, ensordecedoras. Tuve una vaga conciencia de una
ambulancia que volaba en el aire como el juguete de un niño. Los hombres gritaban y
gemían. Un brazo con una manga de lana cayó sobre el capot del Packard. Todos
luchamos por salir del auto, y cayó otra granada muy cerca.
»Recobré la conciencia en el campo. Tenía la cara y las manos quemadas, me
dolía todo el cuerpo y me parecía que me habían partido la cabeza, pero en general
estaba bien. Había tenido una suerte increíble, y a partir de ese momento supe que me
había salvado para algún gran propósito. Las granadas caían en todo el camino, y en
nuestro convoy no quedaba nada racional, nada sensato; en pocos segundos se había
transformado en una escena del infierno. Las ambulancias estaban destruidas. Había
hombres muertos en todo el camino. Una rueda de motocicleta arrastraba un objeto
destrozado hasta el camión. El resto de la motocicleta, que había avanzado a un lado
del convoy, ni siquiera era visible. La parte trasera del Packard, que emergía del hoyo
cavado por la explosión, parecía un enorme queso gris. Extendí una mano y levanté
mis libros de la nieve. Al principio pensé que era el único hombre que había quedado
vivo en el convoy. Ante mis ojos había una destrucción casi increíble. Cuerpos y
partes de cuerpos que salían de los agujeros hechos por las granadas, de los vehículos
en llamas…, y siguieron cayendo granadas durante un tiempo, destrozando las
ambulancias rotas y arrojando los muertos por todas partes. Debe haber sido un
incidente menor en la guerra, aquel bombardeo que destruía toda una unidad médica.
Luego vi moverse a alguien, un hombre en la zanja entre el camino y el campo. Yo le
conocía.
»Había estado en el Packard conmigo. Se llamaba teniente William Vendouris, y
era un nuevo medito militar, como yo. Las esquirlas le habían abierto los intestinos, o
www.lectulandia.com - Página 214
una parte rota del camión…, no lo sé. Estaba tendido en la zanja, en un lago de su
propia sangre. Se sostenía los intestinos con las manos. Se le escapaban como cuerdas
de color púrpura.
»—Dame algo, por Dios —susurró.
»Yo no tenía nada. Nada excepto el libro de Eliphas Levi y un mazo de naipes y
Cornelius Agrippa. Los suministros del camión se habían hecho pedazos.
»—Por Dios, ayúdame —gritó Vendouris.
»Me arrodillé junto a él y le toqué la herida, aunque sabía que no podía ayudarlo.
Tendría que haber estado inconsciente, pero no lo estaba. Sentía latir su sangre en mis
manos.
»—Quédate quieto, amigo —dije—. No hay suministros. Todo desapareció con el
camión.
»—Llévame hasta el C.G. —rogó. Puso los ojos en blanco, y el blanco estaba tan
rojo que me pareció que explotaría—. Sólo faltan cuatro kilómetros y medio. Dios
mío, llévame allá.
»—No puedo —dijo—. Morirías si te moviera. Sólo una cuarta parte de ti sigue
viva.
»—¡Me caigo! —gritó.
»Los intestinos se le escapaban de las manos, caían casi hasta el suelo helado.
Estuvo a punto de desmayarse, y yo deseé que eso sucediera. Recuerdo que tenía
dientes perfectos, blancos, que parecían pertenecer a otra persona…, esos dientes
tendrían que haber adornado otro cuerpo.
»Se elevó un trozo del terreno nevado, y di un salto de treinta centímetros…
Estaba aterrado, y pensé que había un hombre muerto de pie en medio de todo aquel
desastre. El suelo volvió a moverse y me di cuenta de que era un gran pájaro blanco.
Una enorme lechuza blanca. Volvería a verla nuevamente, en Francia, durante la
guerra, pero entonces pensé que era una alucinación. La lechuza batió las alas…,
tendría un metro de envergadura, aparentemente…, y se acercó al paisaje de hombres
destrozados.
»Vendouris también la vio, y comenzó a delirar:
»—Es mi alma, es mi alma —gritaba.
»La sangre brotaba de su cuerpo. El pájaro se posó sobre unos alambres y nos
miró enloquecido. Entre mi consternación y los delirios de Vendouris, creo que casi
lo oía hablar.
»—Pégale un tiro —decía—. Es la única forma.
»Toqué el revólver en su cartuchera sobre mi cabeza.
»Vendouris comprendió el gesto.
»—Ay, Dios, Dios mío, por favor, no —rogó.
»Entonces puse mis manos sobre sus hombros y traté de levantarlo.
www.lectulandia.com - Página 215
»Dejó escapar un chillido más horrible que cualquier otro sonido que haya oído
en mi vida, y en el campo creí oír el chillido de la lechuza también, como si
realmente fuera su alma.
»—Si te levanto —dije—, una mitad de tu cuerpo permanecerá aquí. No es
posible.
»—Entonces ve a buscar a alguien. —Su cabeza cayó hacia atrás, pero todavía
estaba vivo. Esos dientes perfectos que tendrían que haber adornado algún anuncio
brillaban en su rostro gris—. No puedes pegarme un tiro. Ni siquiera hace un mes que
estoy aquí.
»Esa extraña racionalidad, una excusa como la de un alumno de tercer grado.
Sentía la presencia de ese pájaro tal vez inexistente detrás de mí, y era una sola cosa
con la carne quemada que de pronto sentía en mi propio rostro, el olor a heces y a
gases intestinales que venía de Vendouris…, todo esto junto con un gran alivio por el
peculiar ruego infantil de Vendouris. Algo se movió en mi mente: yo estaba en la
guerra, y la guerra sólo podía compararse a sí misma.
»—No es posible —dijo Vendouris, y supe que no era posible que esto le hubiera
sucedido a él. Mentalmente seguía siendo un civil.
»Pensad en mis opciones. Yo podía levantarlo, como él deseaba, y matarlo… con
una muerte terrible. Podía quedarme a su lado y dejarlo morir. Tal vez habría durado
media hora más, o el tiempo que le llevara comprender realmente su estado. En esa
media hora habría sufrido todas las agonías posibles para el hombre. Matarlo
levantándolo habría sido más piadoso. Su dolor comenzaba a borrar su shock. Yo
podría haberlo dejado allí, para caminar los cuatro kilómetros y medio hasta el
hospital, y dejarlo morir solo.
»Comenzó a jadear, como un perro cansado.
»En realidad sólo había una solución. Saqué mi revólver de la cartuchera. El me
vio hacerlo con sus ojos agrandados, y por un segundo recuperó la cordura. Trató de
moverse hacia atrás, y la mayor parte de sus tripas salió afuera.
»Tal vez murió en ese momento. Pero no lo creo. Creo que lo que le mató fue la
bala que le metí en la cabeza.
»Me rodeaban olores terribles: mi propia carne quemada y la transpiración; los
horribles olores de Vendouris al morir, sangre, materia fecal. Cogí mis cosas y caminé
hasta el borde del camino en dirección al fuego de artillería. Debería haber tenido
miedo. Debería haber tenido ganas de correr al puerto y ocultarme en el próximo
barco a Norteamérica. Pero en cambio sentí que caminaba hacia mi destino, por el
cual el pobre William Vendouris y otros cuatro hombres ya habían dado sus vidas.
»Dos meses más tarde, en el Field Hospital había una desesperante escasez de
personal, más aún ahora que Vendouris estaba muerto, y los otros dos médicos y yo
dormíamos tres horas cada doce, turnándonos en un catre en una pequeña tienda a
www.lectulandia.com - Página 216
pocos metros de la tienda más grande que era nuestra sala de operaciones. Esto
significa que respirábamos guerra, bebíamos guerra y dormíamos guerra todos los
días. Nuestro trabajo consistía en vendar heridas, cerrar heridas del pecho y controlar
hemorragias a los soldados que venían de los campos de batalla y de las trincheras,
traídos por las ambulancias de Norton-Harjes y la Cruz Roja. Si amputábamos una
pierna o enyesábamos una fractura, los heridos eran enviados a hospitales para un
tratamiento más extenso. La pérdida del camión en que yo había estado significaba
no sólo la falta de otro médico, sino también de una cantidad suficiente para tres
meses de morfina y otras provisiones para el hospital… De manera que la mayor
parte de nuestras operaciones se hacían con poca o ninguna anestesia. A menudo
trabajábamos con antorchas como las que vosotros veis en los bosques allí,
trasladándonos con las idas y venidas de la guerra a Les Islettes, Cheppy Varennes.
Las tropas con que trabajábamos eran principalmente hombres de Nueva York,
Pennsylvania y Connecticut, muchachos de diecinueve y veinte años que se
despertaban en la mesa de operaciones y se llevaban la mano a la entrepierna con su
primer movimiento consciente, para asegurarse de que no habían perdido nada. No
había pasado una semana cuando el personal médico y muchas de las tropas se
enteraron de lo sucedido a Vendouris. Los otros médicos, un georgiano alto y
pelirrojo llamado Withers y un neoyorquino calvo, inteligente y haragán llamado
Leach, parecieron aprobar lo que yo había hecho, lo mismo que la mayoría de los
soldados.
»Pero me pusieron un apodo. ¿Lo adivináis? Me llamaban el “Cobrador”. Ese
acto de piedad con un hombre fatalmente herido me apartó de los demás, aun en las
condiciones de hacinamiento y anormalidad que prevalecían en el Campamento 84. A
veces, cuando entraba en el comedor, oía murmurar mi nombre. Y una vez, cuando
estaba operando a un pobre tirador del batallón de Pennsylvania, tratando de volver a
colocar su estómago en su lugar, abrió los ojos (lo sostenían dos ordenanzas), me
miró y susurró: “El cobrador…”, y se murió.
»Leach me dijo:
»—No te preocupes por eso. Si alguna vez me sucede algo así, espero que me
hagas el mismo favor. La mayoría de los muchachos están tan trastornados por la
guerra que ya no piensan.
»Había otra razón para el nombre. Durante un tiempo gané bastante dinero
jugando a las cartas con los oficiales y con otros médicos. Os aseguro que no hacía
trampas. Sólo que sabía mucho más sobre naipes que ellos. Pero después de un
tiempo ya no deseaban que yo participara en los juegos… Supongo que había ganado
la cuarta parte del dinero del regimiento, y la mayor parte a Withers, que era un
hombre rico. Withers había llegado a sentir desagrado y desconfianza hacia mí:
después de ponerse a mi lado inicialmente en el asunto de Vendouris, comenzó a
www.lectulandia.com - Página 217
pensar que había algo sucio en ello. Cuando trajeron los cadáveres no había dinero en
los bolsillos de Vendouris. Y, por supuesto, siendo lo que era, Withers desconfiaba de
toda la gente del norte por principio. Odiaba a los negros de la misma manera. Y es
cierto que el trabajo, los horarios y los bombardeos casi constantes también me
habían afectado a mí. Había adelgazado veinte kilos. Cuando no estaba de guardia,
bebía para poder dormir. Y aunque aún me aceptaban en las partidas de cartas, jugaba
febrilmente, descuidadamente… y a menudo ganaba grandes sumas a Withers.
»Pero después de tres o cuatro meses de esta vida terrible, comencé a padecer las
consecuencias. Empecé a imaginar que yo era el pobre William Vendouris. Mi
destino, que parecía estar misteriosamente cerca el día que fui hacia el frente, se
había desvanecido en forma igualmente misteriosa. A menos que Vendouris fuera mi
destino. Un día lo vi tendido en una camilla que acababan de sacar de una de las
ambulancias Norton-Harjes, con una mueca de dolor que revelaba sus dientes
perfectos, y sosteniéndose la tripa con las dos manos. Me miró y dijo:
»—¡Dios mío, Cobrador, mi alma!
»Me tambaleé y Leach me vio y se hizo cargo de mi trabajo.
»Al día siguiente lo vi claramente: yo era Vendouris. Simplemente me habían
dado documentos equivocados. Se lo expliqué a Leach y a Withers, y ellos me
hicieron sentar y llamaron al coronel. Le expliqué también a él que mi nombre no era
Nightingale, sino Vendouris, y que Nightingale había muerto en su primer día en
Francia. Cuando me miré al espejo, vi la cara de William Vendouris. Cuando me
vestí, me puse las ropas de Vendouris. Pregunté al coronel si podía conseguir el
domicilio de mi esposa y mi familia, porque la guerra me lo había borrado de la
cabeza.
»El coronel me hizo enviar al Hospital Neurológico de Tours, y una semana
después me trasladaban al Hospital de Base 117 en la Fauche, donde perdí mi tiempo
haciendo carpintería y tallando madera… Podrían haberme enviado de vuelta a casa o
a trabajar y decidieron enviarme a trabajar. A Ste. Nazaire.
»Fue en Ste. Nazaire donde finalmente me encontré con mi destino. Y fue mi
destino que me enviaran allí, porque un día después de partir, el Field Hospital 84 fue
alcanzado de pleno por una bomba alemana, y el doctor Leach y todos los hombres
excepto Withers murieron instantáneamente. Sólo Withers, que estaba en el catre en
la tienda aparte, y que me odiaba, sobrevivió. Y él también fue una parte de mi
destino.
www.lectulandia.com - Página 218
—Estuve acuartelado en una fábrica incautada por el ejército —prosiguió Collins,
y Tom levantó la mirada al ver que estaba oscureciendo. El sol era una bola roja sobre
los árboles del otro lado del lago. Su reloj decía que eran apenas las diez y media. “Es
un truco —se dijo—. Relájate y disfrútalo.”
»Por supuesto no había muchos indicios de lo que el lugar había sido antes de la
guerra. Creo que los alemanes lo habían pasado antes que nosotros. Las líneas
estaban desmanteladas y había hileras de catres para los hombres que llenaban las tres
cuartas partes del enorme piso. Los oficiales como yo tenían pequeños cubículos con
puertas que podían cerrarse con llave. En el segundo piso de la fábrica había algunas
oficinas para el personal…, el personal médico también podía usar un gran sótano
iluminado a gas con divanes con los resortes rotos y sillas deterioradas. El hospital
estaba frente a la fábrica, y durante casi todo el día y la noche se veían jóvenes
médicos sin afeitar dormidos en los divanes, respirando nubes de humo de pipas de
tercera mano. Supongo que la idea era que yo sufría una afección temporal y que
recuperaría la razón estando lejos del frente en una atmósfera más o menos médica. Y
si no la recuperaba…, bien, en cuanto estuviera lo suficientemente firme como para
operar, no importaría lo que yo pensara sobre mi nombre. Había escasez de médicos y
nadie sugirió jamás que me enviaran a casa.
»El asistente que me llevó a mi cubículo me llamaba teniente Nightingale, y yo le
decía:
»—Es un error. Me llamo teniente William Vendouris. Por favor, trata de
recordarlo, asistente.
»El me miró, un poco asustado, y desapareció.
»Dormí unos dos días seguidos, y me desperté hambriento. Me alisé el uniforme,
anudé los cordones de mis botas y crucé la calle para ir a la cantina del hospital.
»Unos camareros negros servían la comida y el café, y yo me puse en la fila,
pensando que ahora las cosas comenzarían a andar bien. Entonces oí una voz con
fuerte acento del sur que venía de una de las mesas y decía:
»—Ah, allí está el Cobrador. El Cobrador de Monedas.
»Me di la vuelta. El doctor Withers me miraba, exhalando odio hasta por sus
cabellos. El también había sido transferido al Ste. Nazaire. Se inclinó sobre la mesa y
comenzó a murmurar algo al médico que comía con él. De pronto me pareció que
toda la gente de la cantina me miraba. Dejé mi bandeja y salí. En la calle compré un
pan, un poco de queso y una botella de vino y volví a mi cubículo. Más tarde salí a
comprar más vino. Me sentía totalmente desinflado e inútil. Sabía que Withers
difundiría historias terribles sobre mí. Quería volver a trabajar para probarme a mí
mismo, pero sólo debía comenzar a hacerlo cinco días después. Hasta entonces, yo no
existía excepto como un nombre…, un nombre equivocado…, en la puerta de un
cubículo.
www.lectulandia.com - Página 219
»La bebida es un sacramento, como ustedes saben. Cualquier bebida es un
sacramento, y el alcohol afloja las cuerdas que retienen al Dios que llevamos dentro.
Leí unas páginas de Le Dogme et Rituel y vi más en ellas que lo que había visto antes.
Luego arranqué una larga tira de papel donde escribí “Vendouris” y la fijé sobre la
inscripción que decía “Teniente Nightingale” en mi puerta. Después busqué mis
naipes y jugué con ellos durante un par de horas. Si yo no existía a los ojos del
ejército, éste era un lugar perfecto para que floreciera la magia…, un limbo oficial. Y
durante cinco días bebí vino y comí pan y queso y me empapé de la práctica de la
magia. Era una nueva dedicación. ¿Acaso no era yo un hombre que se había alzado
de entre los muertos? ¿Un hombre con poderes secretos en los dedos? Tal vez fue el
período más intenso de mi vida, y cuando terminó supe que la medicina sólo había
sido un camino de acceso, y que la magia era el camino principal. Creo que leí el
libró de Levi tres veces seguidas, volviendo las páginas con los dedos de Vendouris,
leyendo las letras con los ojos de Vendouris.
»En el sexto día me di una ducha, me cambié la ropa y me presenté en el hospital.
El mayor que estaba a cargo de la administración me admitió y me examinó, sabiendo
que yo estaba loco. No le gustaba ocuparse de casos psiquiátricos, y eso era yo, pero
nadie le había dicho que yo no podía trabajar con los mejores hombres de su
personal. Dijo:
»—Tengo entendido que ya no aceptará el nombre de Charles Nightingale,
teniente.
»Sólo quería que yo saliera de su oficina y comenzara a trabajar, porque allí él no
tendría que presenciar mi locura. Respondí:
»—Correcto, mayor. Pero para evitar problemas hasta que se corrija este asunto,
no tengo objeciones si el personal desea llamarme doctor Cobrador. —Parpadeó—.
Es un apodo —expliqué.
»Por supuesto, él ya se lo había oído a Withers.
»—Llámese como quiera, teniente. Su hoja de servicios es excelente. Lo único
que no quiero son problemas.
»Yo veía su aura mientras hablaba con él. Estaba sucia, inflamada. Ese hombre
era un cobarde, un enfermo. No como vosotros dos, muchachos. Vosotros tenéis auras
maravillosas, sanas. ¿Veis la mía?
El sol rojo formaba una bruma brillante detrás de la cabeza del mago: Tom
necesitaba entrecerrar los ojos para ver a Collins. A su alrededor había un resplandor
rojo.
—Sí —dijo Del. Unas flechas negras atravesaban el rojo.
—Un mes más tarde conocí a un hombre notable, con un aura como un arco iris,
que parecía arder.
Collins dejó esta imagen en el aire durante un momento, y luego continuó con la
www.lectulandia.com - Página 220
historia.
—Al principio hubo muchas sospechas sobre mí, pero mi conducta en la sala de
operaciones les tranquilizó gradualmente. Era una versión un poco más tranquila del
Hospital 84… La mayor parte del tiempo teníamos morfina, y no teníamos que coser
las heridas con cordones de zapatos o hilo de cañas de pescar. Pero se trabajaba nueve
o diez horas al día en medio del olor de la sangre y de los gritos de los pobres diablos
que nos rodeaban. Yo sabía que era más fuerte de lo que jamás había sido en mi vida;
sentía los comienzos de esa fuerza que siempre había sentido dentro de mí, fija y dura
como la luz de una estrella. Mi única mañana libre iba a las librerías que habían
sobrevivido a los bombardeos y encontré traducciones francesas de los escritos de
Fludd y Campanella, los famosos magos del siglo dieciséis, y una traducción de
Mather de La clave de Salomón. Aun en medio del trabajo sangriento de curar a los
soldados para que pudieran volver a las trincheras a que los mataran, yo sentía la
fuerza de mi otra profesión. Me gustaba que me llamaran doctor Cobrador,
finalmente sólo Withers siguió desconfiando de mí…, aún imaginaba que le había
robado su dinero en la mesa de juego, y se negaba a trabajar conmigo o a comer junto
a mí.
»Por supuesto, yo había comenzado a recordar mi propio pasado, incluido el
momento en que disparé contra Vendouris. Hasta ahí la terapia del coronel había
tenido éxito. Pero yo era el Cobrador: le había cobrado a Vendouris, o él me había
cobrado a mí, y yo conservaba su nombre en la puerta de mi cubículo. Parecía que
una porción de su alma había entrado en la mía, y que yo era parte de eso que me
daba fuerza.
»Y un día, después de recordar el momento en que puse la bala en la cabeza de mi
colega moribundo, sentí que mi personalidad reprimida volvía a mí; estaba cosiendo
una herida a un soldado llamado Tayler, de Fall Ridge, Arkansas, después de
extraerle una bala del pulmón. Para trabajar en el pulmón hay que cortar las costillas
y abrirlas hacia atrás como una puerta de la cavidad torácica. Retiré la bala, junto con
una tercera parte del pulmón de Tayler, que estaba casi gangrenado por la infección.
Pensaba que tenía buenas posibilidades de sobrevivir…, actualmente serían muy
buenas. No se trataba de una operación excepcional, en realidad era la tercera de ese
tipo que hacía aquella semana. Pero Tayler murió mientras lo estaba suturando. Sentí
que su vida se detenía: como si hubiera oído un cese repentino de un pequeño ruido,
oí la ausencia del sonido. Luego, aunque antes no había prestado atención a su aura,
cosa que nunca hacía mientras operaba, vi la suya, negra y sucia. En ese mismo
momento un gran pájaro blanco salió volando de su pecho: un gran pájaro blanco
como el que había visto en el campo lleno de cadáveres. Ascendió sin hacer ruido: los
otros miraron pero no lo vieron. La lechuza salió por la ventana cerrada, y supe que
www.lectulandia.com - Página 221
iría hacia el hombre que había disparado contra el pequeño Tayler.
»Al día siguiente, curé a un hombre usando únicamente los dedos.
—Era un negro, un negro norteamericano llamado Washford. Los negros servían
en la División 92, y tenían sus propios oficiales; estaban rígidamente segregados. En
una situación normal, los únicos que veíamos trabajaban como criados o asistentes de
cocina u ordenanzas en el hospital. Tenían sus propios lugares de reunión, sus propias
muchachas, su propia vida social, aparte del resto de nosotros. Bien, Washford había
recibido un tiro en las costillas y la bala había recorrido su cuerpo y había llegado a
sus intestinos.
»Cuando el asistente lo trajo en la camilla, Withers acababa de terminar con su
último paciente, y el hombre llevó a Washford a su mesa. Withers se apartó sin mirar,
se lavó las manos en la palangana y luego volvió a la mesa. Quedó inmóvil.
»—No trabajaré con este hombre —dijo—. No soy veterinario.
»Era de Georgia, no lo olvidéis, y era el año 1917… No es una disculpa, pero
contribuye a explicar. Sus enfermeras se miraron y los otros médicos dejaron
momentáneamente su trabajo. Washford corría peligro de desangrarse a través de las
vendas, mientras decidíamos cómo resolver la negativa de Withers.
»—Te cambio este paciente por el tuyo —dijo finalmente, se apartó de su mesa y
vino hacia la mía—. No me importa si lo matas, Cobrador. Pero quedarás
decepcionado…, no tiene bolsillos.
»Le ignoré, fui hacia Washford y aparté los vendajes empapados. La enfermera le
colocó un algodón con éter en la nariz y la boca. Corté y comencé a mirar. Extraje la
bala y comencé a reparar el daño. Luego sentí un cambio en todo mi cuerpo: me sentí
tan liviano como si yo hubiera aspirado el éter. Mi mente comenzó a zumbar. Sentía
cosquillas en las manos. Temblé, sabiendo lo que podía ser, y la enfermera vio cómo
me temblaban las manos y me miró como si pensara que yo estaba borracho. Todos
sabían que yo bebía, pero en realidad todos bebíamos todo el tiempo. Pero no era el
alcohol, era el shock del conocimiento que me golpeaba: yo podía curarlo. Dejé los
instrumentos y pasé mis dedos por los vasos sanguíneos rotos. Una radiación…, una
radiación invisible salía de mí. Los destrozos causados por la bala desde el pulmón
hasta el hígado se cerraron…, toda esa carne y esos tejidos destrozados…, tomaron
un color rosado y parecían virginales, podía decirse. La enfermera retrocedió,
haciendo ruiditos bajo la máscara. Yo me sentía arder. Mi mente saltaba. Aparté los
instrumentos, pasé dos dedos sobre la incisión y la cerré, soldé la piel dejando sólo
una suave línea rosada. La enfermera de Withers se arrancó la máscara y salió
corriendo de la sala de operaciones.
»—Llévatelo —dije al asombrado asistente que dormitaba al fondo de la
habitación.
www.lectulandia.com - Página 222
»Había visto salir corriendo a la enfermera, pero nada de la operación. Washford
salió por un lado, yo por otro…, todavía flotaba. Salí al enorme corredor con
mosaicos. La enfermera me vio y se apartó. Me eché a reír, y me di cuenta de que
todavía tenía puesta la máscara. Me la quité y me senté en un banco.
»—No tenga miedo —dije a la enfermera.
»—Santa Madre de Jesús —dijo ella. Era irlandesa.
»Ese poder milagroso se estaba esfumando. Levanté las manos hasta mi cara.
Parecían muy delgadas, con los ajustados guantes quirúrgicos.
»—Santa Madre de Jesús —repitió la enfermera. Su rostro pasaba del blanco al
rosado intenso.
»—Olvide esto —dije—. Olvide lo que vio.
»Ella corrió al interior de la sala de operaciones. Yo todavía no podía comprender
lo que acababa de sucederme. Era como si me hubieran elevado a un lugar muy alto y
me hubieran mostrado todas las cosas de este mundo y me hubieran dicho: “Puedes
tener lo que quieras.” Por un segundo sentí que mi presión sanguínea subía, y me
daba vueltas la cabeza.
»Luego, gradualmente, todo volvió a la normalidad. Pude ponerme de pie. Entré
nuevamente en la sala de operaciones, donde Withers terminaba con el muchacho que
tenía en la mesa. Me miró con asco, terminó sus suturas y volvió a su propia mesa.
Ese día hice cinco operaciones más, y no volví a sentir el poder que había curado a
Washford.
El mago levantó la mirada.
—Es de noche. —Tom, sorprendido, vio lámparas encendidas en los bosques,
luces en la playa, que proyectaban sombras del lado del lago—. Es hora de ir a la
cama. Mañana os hablaré de mi encuentro con Speckie John y lo que sucedió después
de la guerra.
—¿Hora de acostarse? —preguntó Del—. ¿Qué sucedió con…?
Los dos muchachos vieron simultáneamente los envoltorios aplastados de los
bocadillos y los platos de papel llenos de migajas.
—Ah, sí, habéis comido —dijo Collins. Su rostro estaba sereno y cansado.
—Sólo hace… —Tom miró su reloj, que indicaba las once—. Sólo hace una
hora…
—Habéis estado aquí todo el día. Os veré mañana a la misma hora. —Se puso de
pie, y ellos, un poco mareados, le imitaron—. Pero sabed esto. William Vendouris,
cuyo nombre usé por un tiempo, me creó una ansiedad. Sin Vendouris tal vez sólo
habría llegado a ser un mago aficionado, separado de lo que más deseaba descubrir.
www.lectulandia.com - Página 223
5
Tom y Del subieron solos los escalones inseguros. Sus mentes y sus cuerpos les
decían que aún era de mañana, pero el mundo decía que era de noche: el espeso
follaje de la orilla se fundía en una masa vibrante que respiraba. Llegaron a lo alto y
se detuvieron, iluminados por la pálida luz eléctrica amarillenta, mirando hacia abajo.
Coleman Collins estaba de pie en la playa, mirando hacia el lago.
—¿Sabías que era médico? —preguntó Tom.
—No. Pero eso explica por qué no mandó llamar a un médico cuando me fracturé
la pierna aquella vez. Esta historia explica eso. —Del se puso las manos en los
bolsillos y sonrió—. Si no me hubiera curado bien, habría actuado como lo hizo con
este hombre de color.
—Así lo creo —respondió Tom con pocas ganas—. Sí, así lo creo. —Miraba a
Collins; el mago había extendido un brazo, como si señalara a alguien al otro lado del
lago. Un momento después su brazo bajó y Collins comenzó a andar por la playa en
dirección al refugio de los botes—. ¿Es posible que hayamos estado aquí todo el día?
Del asintió.
—En realidad esperaba verla hoy. Pero se ha ido todo el día.
—Bien, así es —dijo Tom—. Se fue. Eran las diez de la mañana, ha pasado
alrededor de una hora, y ahora son las once de la noche. Nos ha robado trece horas.
Del lo miró, inseguro como un cachorro.
—Lo que quiero decir es esto: ¿qué le impedirá robarnos una semana? ¿O un
mes? ¿Qué es lo que hace, nos hace dormir?
—No lo creo —dijo Del—. Creo que todo se acelera alrededor de nosotros.
—Eso no tiene sentido.
—No tiene sentido tampoco decir que te encontraste con los hermanos Grimm —
el tono de Del era ansioso, pero por un momento en su rostro se vio cierta amargura
—. Yo tendría que haberme encontrado con ellos.
—Bien, yo nunca me encontré con Humphrey Bogart ni con Marilyn Monroe.
—El tío Cole dijo que tenía que guardarme de tu envidia —explotó Del—. Es
decir…, dijo eso una vez que estábamos solos. Dijo que algún día te darías cuenta, y
querrías la Tierra de las Sombras para ti solo.
Tom luchó contra el impulso de decir exactamente lo que Collins había dicho
sobre su sobrino.
—Es una locura. Quiere destruir nuestra amistad.
—No, no —Del era implacable—. Sólo dijo…
—Que yo me pondría celoso. Muy bien. —Tom pensaba que, al fin y al cabo,
Collins tenía razón: aunque no era la Tierra de las Sombras lo que le ponía celoso,
sino Rose Armstrong—. Te diré una cosa. ¿Realmente quieres encontrarte con los
www.lectulandia.com - Página 224
hermanos Grimm?
—¿Ahora mismo? —Del desconfiaba.
—Ahora mismo.
—¿Estás seguro de que se puede?
—No estoy seguro de nada. Tal vez ni siquiera estén allí.
—¿Dónde?
—Ya verás.
Del se encogió de hombros.
—Claro. Claro que me gustaría.
—Vamos, entonces.
Del miró, preocupado, hacia la playa. Collins había desaparecido dentro del
refugio para botes. Entonces siguió a Tom por la puerta de corredera al living.
—Creo que en realidad deberíamos acostarnos —dijo Del con cierto nerviosismo.
—Puedes acostarte si quieres. —Luego lamentó haber sido tan rudo—: ¿Estas
cansado?
—Realmente, no.
—Yo tampoco. Creo que son las once menos diez de la mañana.
Lo dijo como desafío a toda la evidencia física. Toda la Tierra de las Sombras
parecía dormir, aunque sus principales ocupantes aún no estaban en la cama. Había
una lámpara encendida junto a un diván; y la alfombra mostraba las huellas de la
aspiradora. En las mesas de los extremos, los ceniceros brillaban. Tom caminó por la
habitación oscura y silenciosa, casi esperando ver a Elena escondiéndose
silenciosamente entre los muebles.
—¿En el piso alto? —preguntó Del.
—No.
Tom entró en el vestíbulo. Una de las luces difusas daba una iluminación color
naranja.
—¿En el Pequeño Teatro?
—No.
Tom se detuvo en el lugar en que el corto corredor daba al vestíbulo principal y a
los teatros.
—Ah, no —dijo Del—. No podemos.
—Ya lo hice.
—¿Y te vio?
—Me esperaba cuando salí.
—¿Estaba furioso?
—Creo que sí. Pero no sucedió nada. Ya viste cómo estaba hoy. Tal vez lo haya
olvidado. Estaba muy borracho. Quiere que les veamos, Del. Por eso están aquí.
—¿Simplemente están sentados? ¿O puedes hablar con ellos?
www.lectulandia.com - Página 225
—Hablan hasta cansarse —dijo Tom—. Vamos. Quiero hacerles algunas
preguntas.
Entró en el corredor y abrió la pesada puerta.
—Otra vez ha venido nuestro joven visitante, Jakob —dijo el del rostro maduro y
amable.
—Y detrás de él, ¿no hay otro pequeño Geist?
—Ese nunca fue curioso antes.
—Antes nunca había recibido la ayuda de su valiente hermano.
Los dos dejaron sus plumas y miraron inquisitivamente a Tom, pero Tom no
avanzó. Sentía a Del que venía de puntillas detrás de él, tratando de ver por encima
de su hombro. En lugar del taller atestado de cosas y acogedor donde los había visto
antes, los dos hombres con levitas y pañuelos al cuello estaban en medio de una
habitación igualmente atestada pero más adecuada a sus actividades. Las paredes eran
de tierra, y se desmoronaban aquí y allí. Habían introducido clavos en ellas, y de los
clavos colgaban chaquetas color caqui, sombreros puntiagudos y cascos metálicos.
Sobre un amplio tablero colgaban complicados mapas de color verde y blanco. En
una mesa de caballete había una gran caja, y también mapas arrollados, rollos de
papel atados con cordones de zapatos, avíos militares, una chaqueta con forro de
cordero y una lámpara de petróleo. La mesa estaba rodeada de simples sillas de
madera. En este curioso entorno, los dos hombres estaban sentados ante sus
adornados escritorios.
«Una habitación de soldados —fue todo lo que pudo pensar Tom—. ¿Una
habitación para el personal?»
—Sí, pequeño —dijo Wilhelm—. Nos permiten trabajar aquí.
—Porque nuestro trabajo continúa —agregó Jakob, poniéndose de pie y haciendo
una seña a los dos muchachos para que entraran en la habitación.
Tom avanzó y percibió el olor de la tierra; y el del humo de los cigarros. Del lo
siguió. Desde lejos, tal vez desde kilómetros de distancia, llegaban estampidos de
armas de fuego.
—Seguimos y seguimos. Lo hacemos por los cuentos.
—¿Dónde están ustedes ahora? —preguntó Tom.
—En la Tierra de las Sombras —contestaron ambos hermanos—. Siempre es la
Tierra de las Sombras.
—¿En Francia? ¿En Alemania?
www.lectulandia.com - Página 226
—Las cosas están empeorando —dijo Jakob—. Tal vez tengamos que
trasladarnos nuevamente, y llevar con nosotros a nuestra familia y a nuestro trabajo.
Pero de todas maneras las historias continuarán.
—Aunque Europa se esté muriendo, hermano.
—Los gorriones han perdido sus voces.
—Ellos lo eligieron.
Del miraba a los hermanos, fascinado.
—¿Ustedes están siempre aquí?
Wilhelm asintió con la cabeza.
—Siempre. Te conocemos, muchacho.
—Quiero preguntarles algo —dijo Tom, y los hermanos volvieron sus rostros
hacia él, amables y atareados. Afuera seguía el bombardeo, lejano y resonante.
—Por eso nos has encontrado —señaló Jakob.
Tom vaciló.
—¿Conocen la expresión «crear una ansiedad» o «crear un sufrimiento» en algo?
—No es una expresión que nosotros usemos, pero la conocemos —dijo Jakob. Su
expresión decía: «Sigue por este camino, muchacho.»
—Muy bien. ¿El tío de Tom «creó un sufrimiento» en este tren? ¿Hizo que se
estrellara?
—Por supuesto —respondió Jakob—. Qué inteligente eres. Le ocasionó un
sufrimiento…, lo hizo estrellarse. Para dar lugar a la historia en la que tú te
encuentras.
Tom se dio cuenta de que estaba temblando; dos granadas explotaron muy cerca,
y saltó polvo de las paredes de tierra.
—Una pregunta más —dijo Tom.
—Por supuesto, niño —contestó Jakob—. ¿Quieres saber algo del Cobrador?
—Sí —dijo Tom—. ¿El Cobrador es Esqueleto Ridpath?
Vio que el otro, Wilhelm, se esforzaba por no sonreír.
—Para tu historia —afirmó Jakob—. Para tu historia, lo es.
—Un momento —dijo Del—. No comprendo. ¿El Cobrador es Esqueleto
Ridpath? No es más que un juguete…, una especie de broma…, hace años que está
aquí.
—A cualquiera se le puede «cobrar» en cualquier momento —dijo Wilhelm.
—Pero no es más que una broma —insistió Del—. Y no creo que mi tío haya
hecho estrellarse al tren. Jamás haría una cosa parecida.
Wilhelm preguntó:
—¿Conocéis nuestro cuento titulado El muchacho que no podía temblar?
También es una especie de broma. Pero es una de las cosas más aterradoras que se
hayan oído. Muchas cosas aterradoras ocultan chistes, y muchos chistes tienen hielo
www.lectulandia.com - Página 227
en el corazón.
De pronto, Tom tuvo miedo. Los hombres eran tan enormes, y la amabilidad
había desaparecido de sus rostros.
—En cuanto a tu segundo comentario —dijo Jakob—. ¿Los dos conocéis la
canción del ratón al conejo?
Menearon la cabeza.
—Escuchen.
Los hermanos se pusieron delante de los escritorios, con las rodillas ligeramente
dobladas, y echando atrás la cabeza, cantaron:
En el fondo del cubo de la basura
encontré una lata y un terrón de azúcar.
Comí el azúcar y di un puntapié a la lata,
y me divertí mucho.
En el fondo del cubo de la basura…
De pronto las luces se apagaron: un segundo después se oyó una enorme
explosión. Tom sintió caer escombros sobre su cabeza. Toda la habitación se sacudió,
y momentáneamente perdió el equilibrio. Dos manos rudas lo empujaron golpeándole
en el pecho, y le hicieron caer sobre Del.
Sintió olor a salchicha, a humo, a aliento alcohólico: alguien susurraba en su oído.
—¿El ratón hizo daño al terrón de azúcar, muchachos? ¿O el ratón hizo daño al
conejo?
Las manos le empujaron hacia atrás. Del, trastabillando detrás de él, le dio un
puntapié en la pantorrilla. Se oían golpes: las cosas caían de las paredes, los clavos se
desprendían. Las manos, las de Jakob o las de Wilhelm, seguían empujándole hacia
atrás. El rostro del hombre estaba a centímetros del rostro de Tom.
—En el fondo del cubo de la basura, encontré un muchachito… y nadie volvió a
vernos a ninguno de los dos.
Un vacío más sentido que visto se abrió ante él: oyó una confusión de pasos que
se alejaban.
—Voy a salir de aquí —dijo Del, con voz aterrada.
Entonces la puerta se abrió y pasó por ella. Tom buscó el picaporte, pero Del le
tomó del codo: la puerta se cerró de un golpe.
—¿Estás loco? —dijo Del. Su rostro estaba verde como una manta del ejército.
—Quería ver —dijo Tom—. Ahora veo. Por una vez, quise ver algo más de lo
que él pensaba permitirnos.
—No puedes luchar contra él —dijo Del—. No debes.
www.lectulandia.com - Página 228
—Ay, Del.
—Bien, no quiero que nos vea aquí.
Tom pensó que tampoco él deseaba que Collins lo viera detrás de esa puerta. Del
ya estaba perdido: el miedo brillaba en sus ojos.
—Bien. Vamos arriba.
—No necesito tu permiso.
En el corredor frente a sus habitaciones, miraron por las grandes ventanas y
vieron a Coleman Collins que llegaba a lo alto de la escalera de hierro. Las luces
proyectaban una larga sombra detrás de él en las piedras.
—Al menos estuvo allí abajo todo el tiempo —dijo Del.
—Sabía dónde estábamos nosotros. Usó los efectos sonoros, ¿verdad?
—Entonces fue un error entrar en esa habitación. Lamento haberlo hecho. —Del
lo miró con ferocidad, y Tom se preparó mentalmente para un ataque—. Antes eras
mi mejor amigo, pero creo que él tiene razón en lo que dice sobre ti. Estás celoso.
Quieres crearme problemas con él.
—No… —Tom comenzó a negar de una manera general, pero su desconcierto era
enorme. Tan pronto después de la amenaza de uno de los «hermanos Grimm», el
ataque de Del lo dejaba sin palabras—. Ahora no —fue todo lo que pudo decir.
Del se apartó de él.
—Hablas como una niña. —Cuando llegó a la puerta, Del se volvió y lo miró
nuevamente con furia—. Y tú actúas como si fueras el dueño de este lugar. Yo debo
mostrarte las cosas, y no tú a mí.
—Del —rogó Tom, y el muchacho más pequeño hizo una mueca como si le
hubiera pegado.
—¿Quieres saber algo, compañero? ¿Algo que nunca te dije? Creo que recuerdas
aquella vez que mi tío apareció en Arizona…, en el partido de fútbol y en Ventnor.
Bien, tú querías saber por qué nunca te hablé de eso.
—Porque estabas confundido —dijo Tom, feliz de estar nuevamente en un terreno
más o menos sólido—. Porque no te pregunté lo bastante sobre él. Y él estaba aquí,
no allí, y…
—Cállate. Por favor, cállate Te vi con él, tonto. Estabas junto a él…, caminabas
con él, como si algo estuviera por suceder. Te vi, diablos. Ahora sé por qué. Siempre
lo quisiste para ti. Y él trataba de mostrarme cómo eras realmente.
Del le amenazó con los puños, mientras las lágrimas rodaban de sus ojos, y
www.lectulandia.com - Página 229
desapareció por la puerta. Un segundo más tarde, Tom oyó el golpe de la puerta de
corredera.
De pésimo humor, Tom entró en su propia habitación.
Sus sueños fueron instantáneos, vividos, y peores que cualquiera de los
aparecidos en el tablero de la escuela Carson. Estaba operando a un hombre muerto
en una sala quirúrgica improvisada, sabiendo que el hombre estaba muerto pero
incapaz de admitirlo ante los otros que rodeaban la mesa de operaciones; él era un
cirujano, pero no tenía idea de lo que había causado la muerte del hombre, ni cómo
proseguir. Los instrumentos que tenía en la mano le eran extraños. «Muy, muy
adentro en sus tripas —murmuró una enfermera de cabellos rubios y ojos pasivos—.
Le cobraron. ¿Verdad? ¿Verdad?» Algo se movió bajo sus manos ensangrentadas, y
la cabeza de un buitre saltó como un juguete, limpia y calva, de la cavidad abierta del
pecho. Las grandes alas se movieron en la masa sanguinolenta.
—Quiero ver —gimió Tom a la enfermera, sabiendo que, por encima de todo, no
quería ver…
Coleman Collins, con una chaqueta de smoking de terciopelo rojo, se inclinó
hacia él.
—Ven conmigo, muchachito, ven, ven…
Y Esqueleto Ridpath, que no tenía edad, se apoyó en una silla y miró con su
rostro vacío y ávido. Tenía una lechuza de vidrio en las manos y le sangraban los
ojos…
Y un hombre con un rostro de mago cuadrado, serio, elegante, estaba en un
corredor de luz, con una lechuza de verdad en las manos. Los ojos de la lechuza
brillaban, dirigidos a él. «Déjala entrar», dijo el mago. «Déjame entrar», ordenó la
lechuza… Tom se agitó, y finalmente oyó una voz en la puerta que decía:
—Déjame entrar. Déjame entrar.
Recordó, como en un relámpago, que el hombre que tenía la lechuza en las manos
era Bud Copeland.
—Por favor —dijo la voz en la puerta.
—Muy bien, muy bien —dijo Tom—. ¿Quién es?
—Por favor.
Tom encendió la lámpara de noche, se puso los tejanos y comenzó a ponerse la
camisa. Caminó descalzo hacia la puerta y la abrió.
Rose Armstrong estaba de pie en el pasillo oscuro.
www.lectulandia.com - Página 230
—Quería verte —dijo—. Este lugar no es bueno para ti.
—Tú me lo dices —replicó Tom, recordando que tenía los cabellos despeinados y
el pecho desnudo. Sentía la cara hinchada de sueño.
Rose pasó a su lado y entró en la habitación.
—Pobre Tom gruñón —dijo—. Quiero salir de aquí, y quiero que tú y Del me
ayudéis.
Ahora Tom estaba totalmente despierto: sus pesadillas se esfumaban, y sólo
percibía a esa bonita muchacha con su rostro semiadulto, inmóvil frente a él, con su
blusa amarilla y su falda verde. «Los colores de Carson», observó.
—No quiero decir de inmediato, porque no podríamos —explicó ella—. Pero
pronto. Tan pronto como podamos. ¿Me ayudarías?
—¿Te ayudaría Del? —preguntó él. Conocía la razón más fuerte para la negativa
de Del—. No sé mucho sobre Coleman Collins, pero apuesto a que si Del se escapa
de aquí, jamás podrá volver.
—Tal vez ni siquiera querrá volver. ¿Puedo sentarme?
—Ah, sí, perdona.
La vio ir hacia la silla y sentarse cuidadosamente, sin dejar de mirarlo: estaba
aliviada, era evidente… ¿O tal vez su rostro volvía a ser así, algo que expresaba sin
razón el miedo al rechazo? El hecho de que la muchacha estuviera en la habitación le
ponía nervioso; ella parecía mucho más segura de sí misma que él. Había expresado
la idea que él debería haber tenido, si no hubiera estado tan anclado en la Tierra de las
Sombras…, la simple idea de escapar.
—Creí que habías dicho que le debías todo a Collins —y Tom se sentó en el
suelo, porque no había otro lugar donde sentarse excepto la cama.
—Es cierto, pero él está cambiando demasiado. Este año todo es diferente. Creo
que porque tú estás aquí.
—¿En qué sentido es diferente?
Ella se miró las manos, chiquitas.
—Antes era divertido. El no estaba borracho tan a menudo. No estaba tan enojado
y tan… agotado. Ahora es como si hubiera perdido el control. Me asusta. Este
verano, todo es tan extraño. Es como una máquina que da vueltas cada vez más
rápido, lanzando chispas, humo, pronta a explotar. Al menos eso es lo que siento.
—¿Qué puedo tener que ver yo con eso?
La miró como si ella fuera un oráculo: sus rodillas brillantes, sus cabellos sedosos
www.lectulandia.com - Página 231
peinados hacia atrás, su frente alta. Hasta la forma en que la muchacha hablaba le
producía pequeñas conmociones, el acento cortado, ligeramente nasal de Vermont. De
pronto su propia voz le pareció extraña en su boca, demasiado lenta y se diría
polvorienta.
—Creo que está celoso de ti. Ve algo en ti…, algo que según él tú eres demasiado
joven para ver. Podrías ser mejor que él. Quiere poseerte. Quiere que te quedes aquí
para siempre. Desde la primera vez que Del te mencionó, comenzó a hablar de ti. Le
oí hablar de ti muchas veces en el invierno y la primavera pasados. Hablaba todo el
tiempo de ti y de Del.
Le echó una mirada inexpresiva que penetró profundamente en él, y Tom se vio
levantando un tronco con la sola ayuda de su mente, y haciéndolo girar locamente en
el aire.
—En realidad, creo que debes salir de aquí. No lo digo solamente porque quiero
que me ayudes.
—¿Por qué necesitas ayuda?
—Ah, porque… —comprendió lo que sentía Tom. Se echó los cabellos detrás de
las orejas—. ¿Crees que podrías levantarte del suelo y sentarte aquí? —miró hacia la
cama; luego volvió a mirarlo a él.
El se movió como si cumpliera una orden.
Cuando se sentó en el borde de la cama, el rostro desconcertante de la muchacha
estaba sólo a treinta centímetros del suyo. Los ojos de ella, permanentemente abiertos
y con reflejos celestes, dorados y verdes, lo atraían.
—Necesito ayuda porque estoy asustada. Esos hombres…, tú los mencionaste
aquella primera vez, en la habitación de Del.
—¿Te molestan?
—Podrían hacerlo. Podrían. No les importaría. Ya sabes cómo son. Son animales.
El señor Collins solía vigilarlos, pero este verano parecen estar libres. Tienen
trabajo…, trabajan para él, tú sabes…, pero tengo miedo de que cuando tengan un par
de días libres… —echó atrás nerviosamente sus cabellos, otra vez—. Saben dónde
estoy. Beben mucho, además, y antes el señor Collins no se lo permitía. Nunca me
gustaron. Pero antes yo era pequeña. Era una niña pequeña.
Lo que implicaba era claro.
—¿Por qué no te vas?
—Creo que alguien siempre sabe dónde estoy. A veces puedo escurrirme y cruzar
el lago nadando. No les importa que nade. Hoy tenía que comprar algunas cosas en la
ciudad y me permitieron ir. Saben que a veces hablo con Del. Eso tampoco les
importa. Se ríen de ello. —Su rostro quedó inmóvil, duro y reconcentrado por un
momento—. Les odio. Realmente les odio. Si el señor Collins estuviera como
siempre, todo estaría bien, pero… —la frase se interrumpió—. Y quería decirte lo que
www.lectulandia.com - Página 232
pensaba. ¿Quieres marcharte de aquí?
—Tendría que confiar en ti —dijo Tom.
—¿Por qué? Ah, ¿quieres decir que tal vez es un truco?
Tom asintió.
—Todo es un truco aquí.
—Bien, ¿confías en mí? ¿Qué puedo decir para hacerte sentir que…? —ella se
ruborizó—. Tom, estoy completamente sola. Tú me gustas. Quiero conocerte mejor.
Me alegro de que hayas venido este verano. Simplemente pienso que podemos
ayudarnos.
—Creo que puedo confiar en ti —dijo Tom.
En realidad, le resultaba imposible no confiar en ella.
Ella sonrió.
—Sería terrible si no confiaras. Quiero ayudarte, Tom. Quiero ayudaros a los dos.
A los dos. La palabra fue directamente al corazón de Tom, junto con las miradas
rápidas e intencionadas de la muchacha.
—Del te aprecia mucho —señaló Tom.
—Yo también lo aprecio mucho a él —la frase colocó a Del a distancia de ella.
—Es decir, te quiere.
—En realidad, Del es un niño pequeño —dijo Rose, mirándolo a los ojos, y Tom
sintió el cambio en el universo moral que lo rodeaba, expandiéndose con demasiada
rapidez como para poder seguirlo—. Físicamente es un niño pequeño. Mentalmente
tiene mucha sofisticación debido a la manera en que lo han criado, pero en realidad tú
eres mucho mayor que Del. Eso es lo primero que percibí cuando te conocí. Además,
estabas alterado.
—¿Alterado? ¡Estaba nervioso como un cachorro!
Rose rió; luego, volvió el rostro hacia él, le tomó las manos y se inclinó hacia
adelante. Se había ruborizado.
—Tom, mi vida ha sido tan extraña…, te pido que me rescates, creo…, parece
tonto, como si yo fuera una princesa de un cuento. Casi ni te conozco, pero siento que
ya estamos cerca. Tendrás que convencer a Del de que abandone a su tío, y eso lo
hará sufrir mucho…
Se acercó un poco más, y frente a Tom su rostro llenaba la habitación, grande,
enigmático y hermoso como el rostro de una modelo en un anuncio. Cuando sus
labios se encontraron, todo el ser de Tom parecía concentrarse en los pocos
centímetros de piel que tocaba la boca de ella. Por instinto, pero con torpeza, la rodeó
con sus brazos.
Ella se apartó.
—No me creerás, pero desde la primera vez que te vi, quise besarte.
—Yo pensaba que tú y Del…
www.lectulandia.com - Página 233
—Del es un niño pequeño —repitió ella, y volvieron a besarse—. Podemos
encontrarnos afuera, de vez en cuando. Te diré cómo. Yo lo organizaré. Y ya sé
cuándo podemos escapar. El señor Collins está preparando un gran espectáculo…,
algo importante…, para dentro de poco tiempo. Si tú y Del ayudáis, todos podremos
escapar entonces.
—Pero ¿adonde podremos ir?
—Al pueblo. Desde allí podemos ir a cualquier parte. Pero estaríamos seguros en
Hilly Vale.
—Tengo que enviar una carta.
—Dásela a Elena. Es la única que va regularmente al pueblo. Creo que ella la
despachará. —Rose se puso de pie y se alisó la falda. Parecía tensa y un poco retraída
—. Pero ten cuidado. Y no prestes atención a nada que me veas hacer…, sólo lo hago
porque debo hacerlo. Porque él me obliga. Espera a que yo te avise. ¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—¿Y confías en mí?
—Sí. Confío en ti.
—De ahora en adelante tendremos que confiar el uno en el otro.
Tom asintió y ella le sonrió y salió de la habitación.
Un minuto más tarde él estaba en el balcón, aspirando el aire cálido y fragante. La
vio desaparecer en el bosque junto al lago, y permaneció en el balcón hasta que la vio
entrar en uno de los círculos de luz. Ella se volvió y le saludó con la mano; él
devolvió el saludo a aquella silueta delgada y decidida.
10
Después de eso no pudo volver a dormirse. Recordaba el rostro de la muchacha
frente al suyo, tornándose más nítido y más hermoso a medida que se acercaba. Era
maravilloso que ella le hubiera permitido besarla; no se parecía nada a besar a Jenny
Oliver o a Diane Darling. Rose Armstrong era algo ajeno a su experiencia de mil
maneras imaginables. Lo desconocido la rodeaba, daba relieve a todas sus palabras y
gestos…, su rostro ansioso, hermoso e inseguro se elevaba ante el suyo, lo llamaba,
mas bien exigía que pedía confianza, de algún modo la esencia de la Tierra de las
Sombras. En realidad aquello era tan inesperado como todo en la Tierra de las
Sombras; y además, por su carácter repentino, era igualmente parecido a un sueño. Y
Rose Armstrong besaba mucho mejor que las otras muchachas. Eso, la aguda
respuesta física de su boca, no se parecía a los sueños.
Tom estaba tendido en su estrecha cama, pensando. ¿Qué le prometía ella? Del no
www.lectulandia.com - Página 234
es más que un niño pequeño. No podía soportar la idea de Rose Armstrong en
compañía de los brutos del señor Peet, pero, perversamente, su mente no abandonaba
esas imágenes: en cuanto cerraba los ojos, veía a Seed o a Thorn abalanzándose sobre
ella, con sus panzas y sus barbas. Luego la veía como la había visto con Del, nadando
en el agua oscura.
Media hora después apartó las sábanas y se levantó. Se sentía impaciente,
oprimido por la habitación. Como no tenía otra cosa que hacer, decidió escribir a su
madre. En el escritorio había papel y sobre. Todavía en ropa interior, se sentó y
escribió.
Querida mamá:
Te echo de menos. Echo de menos a papá también, como si estuviera vivo y
como si pronto, al volver a casa, yo fuera a volver a verlo. Creo que sentiré eso
durante mucho tiempo. Del y yo llegamos bien, pero el tren anterior al nuestro
tuvo un accidente serio. Este es el lugar más extraño que puedas imaginar. El tío de
Del es tan buen mago que realmente puede embrollar la mente. Siempre dice que yo
también seré un buen mago, pero yo no quiero ser como él.
Quiero volver a casa. No es sólo por nostalgia. De veras. Si logramos salir
de este lugar, ¿podrías volver a casa tú también? Creo que no recibiré carta tuya
durante unas dos semanas, pero, por favor, ¿podrías…?
Esto no estaba bien. Arrugó el papel y lo arrojó al suelo.
Querida mamá:
Te lo explicaré más tarde, pero Del y yo tenemos que salir de esta casa.
¿Podrías interrumpir tu viaje y volver antes de lo que pensabas? Envíame un
telegrama. Es urgente. No estoy bromeando, ni se trata solamente de que extrañe
la casa.
Cariños,
Tom.
www.lectulandia.com - Página 235
Dobló la carta y la metió en un sobre, escribió la dirección de Londres donde se
encontraba Rachel Flanagan, escribió «vía aérea» en el sobre, y lo dejó sobre el
escritorio. Lo miró, sabiendo que de esa manera trataría de que Del saliera también de
la Tierra de las Sombras. Ahora era realmente el traidor que el mago pensaba que era.
Pero podía ser mago sin Coleman Collins, y Del también. No era necesario que se
encerrara en una fortaleza y se convirtiera en aprendiz de un loco alcohólico… Estas
ideas resonaban en un rincón de sí mismo cuya existencia él no quería reconocer,
pero que de todas maneras existía; parte de él estaba fascinado por la Tierra de las
Sombras, e intrigado por los Poderes que Coleman Collins podía encontrar en él.
Tienes la edad exacta…, dos meses y medio no es suficiente. Esto seguía siendo
tentador. Después de ver trabajar a Collins, la única carrera que le interesaba era la de
mago.
Tom se vistió, sabiendo que no podría dormir. Puso el sobre en su billetera, y la
billetera en el bolsillo del pantalón. Durante un rato se paseó por la austera
habitación, sabiendo que tenía algo que hacer, algo que le había sugerido un
comentario de Rose Armstrong, pero no recordaba qué era.
Quería mirar algo…, eso era todo lo que recordaba. Se dejó caer en la silla…, la
silla donde ella había estado sentada…, y tomó el libro. Se obligó a leer el recorrido
de Nero Wolfe por la habitación color orquídea, la cocina y el despacho, pero sólo
llegó a leer diez páginas. Este mundo ordenado, adulto, no era el suyo. Su estómago
hacía ruido. Decidió ir abajo a ver qué había en la nevera. Collins se lo había
prohibido.
Salió al corredor y cerró la puerta tras él. La habitación del mago estaba a
oscuras…, ¿cómo sería, del otro lado de las puertas de vaivén? ¿Tan oscura como la
habitación de Tom? ¿O se parecería a la habitación de Del en su casa, llena de
fotografías y aparatos de magia? No tenía ganas de descubrirlo.
Abajo, llegó en la oscuridad al largo pasillo.
Había luces difusas en el cielo raso. Esta vez recordó que debía detenerse ante los
carteles.
Estaba mirando uno del Gaiety Theater, de Dublín.
Una noche de espectáculo y encantamiento, decía en letras muy adornadas. En
medio de la lista de nombres, Tom encontró a herbie butter, el asombroso mago
mecánico y acróbata. Debajo, pero en letras del mismo tamaño, se leía lo siguiente:
Asistido por speckle john, maestro del misterio negro. Debajo de esto, en letras un
poco más grandes: MARAVÍLLENSE CON SUS BRUJERÍAS, ADMIREN SUS
HABILIDADES OCULTAS. Más abajo, en la lista de nombres, en su mayoría
irlandeses, Tom encontró El asombroso señor Peet y los Muchachos Vagabundos…,
música y, locura. Tom buscó una fecha en el adornado cartel y la vio cerca de la parte
superior: 21 de junio de 1921.
www.lectulandia.com - Página 236
El siguiente cartel estaba en francés, y mostraba el dibujo de un mago con
sombrero negro que salía de una nube de humo. ¿Sería de allí que Del había tomado
la idea para el comienzo de la actuación de los dos? monsieur herbie butter l’original.
avec speckle john. La fecha de éste era 15 de mayo de 1921.
Había otros carteles de Londres, Roma, nuevamente París, Berna, Florencia. En
algunos de ellos el nombre de Speckle John precedía al de Herbie Butter. El señor
Peet y los Muchachos Vagabundos aparecían en la mayoría de ellos. Las fechas de las
actuaciones iban desde 1919 hasta 1924. El último rótulo, del Wood Green Empire de
Londres, anunciaba la última aparición en el escenario del querido Herbie Butter.
Actuación de despedida. Emoción, sorpresas y sustos garantizados. Aquí la
ilustración era la de un muchacho de rostro plácido que flotaba frente a un público
asombrado, con los brazos extendidos hacia delante, las piernas juntas como un
hombre que se está zambullendo. Bajo la ilustración había una frase que indicaba que
el señor Peet y los Muchachos Vagabundos asistirían. Con una presentación del
Cobrador. Hechos de poder mental. Desafío a la gravedad. Fuego. Hielo. ¡El
asombroso Cobrador! ¡Invisibilidad! Brujerías sin parangón…, hazañas nunca
intentadas antes en un escenario inglés. Una extravagancia mágica.
La fecha del cartel era 27 de agosto de 1924.
Luego algo se movió, y una forma pasó del living al corredor. Tom contuvo el
aliento y giró sobre sí mismo para enfrentarse a ella.
La vieja Elena le miraba furiosa. En un segundo desapareció nuevamente en el
living.
—¡Elena! —llamó Tom—. ¡Por favor!
Corrió por el pasillo y entró en la habitación. La mujer estaba junto a un diván,
retorciéndose las manos. Parecía muy incómoda. Tom dejó de correr y levantó las
manos con las palmas hacia arriba.
—Por favor —dijo. Los ojos negros de la mujer lo taladraron—. ¿Carta?
¿Correo?
Ella dejó caer las manos, pero su rostro no cambió. Tom sacó su billetera y le
mostró la carta.
—¿Correo? ¿Puede despacharla?
La mujer seguía mirándole. Miró la carta que tenía en las manos.
—¿Correo?
—Sí. Da. Sí. Por favor.
Elena señaló la carta con un dedo.
—¿Mamá? ¿Tu mamá?
Tom asintió.
—Por favor, Elena, Ayúdame.
—Bien. Correo.
www.lectulandia.com - Página 237
Arrancó el sobre de sus manos y lo metió en un bolsillo de su delantal. Luego
pasó junto a él sin decir palabra.
De manera que estaba arreglado. Sólo pasarían a lo sumo dos semanas antes de
que él, Del y Rose se marcharan de la Tierra de las Sombras.
11
Tom encendió las luces de la cocina. La cocina y la nevera eran muy grandes y de
acero inoxidable…, como en los restaurantes. Y cuando abrió la enorme puerta de la
nevera, vio pilas de bistecs, jamones, lechugas, bolsas de tomates y pepinos, tarros
grandes de mayonesa, carne asada…, nunca había visto tanta comida en un solo
lugar. ¿Todo esto para un hombre y su empleada? ¿Y una cocina como la de los
restaurantes? Por supuesto…, era para el señor Peet y los Muchachos Vagabundos,
además de Collins y Elena. Tom buscó un cuchillo en los cajones, encontró uno con
mango de hueso y cortó un trozo de jamón.
Mientras masticaba recordó lo que quería hacer, y la idea casi le hizo
atragantarse. Por lo que habían dicho los «hermanos Grimm», había decidido mirar
una vez más al Cobrador en el espejo del baño.
Por el bien de su historia, es él.
Del había dicho que la cara se acercaba hasta quedar junto a la de uno, y luego se
retiraba.
Era una broma cruel, una broma al estilo de la Tierra de las Sombras. Lo único
que quería hacer era ver hasta qué punto ese rostro horrible se parecía realmente al de
Esqueleto Ridpath. Eso era todo lo que quería, pero seguía asustado.
Tom salió de la cocina y caminó nuevamente por el corredor hasta la puerta del
baño. Se detuvo allí un momento, pensando que la idea de inspeccionar la broma
macabra de Coleman Collins era tonta.
En realidad no, pensó. Porque sería mejor descubrir que el Cobrador no se parecía
más a Esqueleto Ridpath que Snail o Root… Así se liberaría de la sensación de que él
o Del todavía estaban ligados de alguna manera con Esqueleto Ridpath: que la
graduación no había apartado a Esqueleto de sus vidas.
«Pero claro que sí —pensó, poniendo la mano en el picaporte—. Se ha ido para
siempre.» Entonces Tom recordó el día, años atrás, cuando Esqueleto, que entonces
estaba en el octavo curso, le había derribado en el campo de juego de la Escuela
Elemental; y le había derribado otra vez, y luego le había partido el labio con los
www.lectulandia.com - Página 238
puños. «Irlandesito sucio, negro irlandés de mierda», le había escupido eso
distraídamente, mientras sus ojos demostraban que su cerebro estaba en otra cosa.
Esqueleto le golpeó en la cara y babeó de alegría, volvió a golpearle en la cara,
haciéndole sangrar la nariz. Tom se defendía, pero Esqueleto tenía tres años más que
él; nunca llegó a acercarse lo suficiente como para darle un puñetazo, y Esqueleto
seguía golpeándole en la cara. Esto podría haber continuado hasta el final de la pausa
si uno de los profesores no hubiera separado a Esqueleto de él y lo hubiera enviado a
su casa.
La humillación fue peor que el dolor. El dolor pasó, pero Esqueleto Ridpath
volvió a la escuela y al patio de juegos con su categoría de alumno de octavo curso, a
quien le bastaba mirar a Tom para tiranizarlo. Mucho antes de la llegada de Del a
Carson, Tom se sentía perseguido por el hijo del instructor. Las prácticas de fútbol, en
las que podía dominarlo, le habían ayudado a enfrentarse a Esqueleto durante todo el
período del problema con Del.
Muy bien. Tragó saliva, diciéndose que sólo era un truco y que Del lo había visto
un centenar de veces, y abrió la puerta. Encendió las luces. Su propio rostro le miró,
preocupado, desde el espejo. El botón, el que hacía venir al Cobrador, estaba junto al
interruptor de la luz. «Simplemente se acerca y luego se esfuma en el espejo.»
Respiró profundamente y oprimió el botón.
La luz amarilla se tornó instantáneamente púrpura.
El otro rostro apareció en el espejo como algo oculto en su propio rostro. Por un
segundo, sus propios rasgos lo oscurecieron. Supo, por la sensación en el estómago,
que había cometido un error.
Luego el rostro ávido, voraz, cobró vida. De color púrpura, con la boca
distorsionada y la piel muerta bajo los ojos. Tom gimió, y se apoyó en la pared. Era el
rostro de Esqueleto Ridpath, sin duda: Esqueleto reducido a su esencia, despojado de
todo lo humano y lastimoso que pudiera tener. Esqueleto le hizo una mueca y avanzó.
Las rodillas de Tom parecían de goma. La figura levantaba las manos. «Imagen
en el espejo», pensó Tom, con extraña racionalidad. Ahora todo el tronco se asomaba
por el espejo, se inclinaba hacia él.
Tom retrocedió, y a causa del pánico se olvidó del interruptor. El rostro de
Esqueleto estaba iluminado. Se sostenía en el borde del espejo, apoyándose en los
brazos para colocar la rodilla sobre el marco de plata.
—Vete —susurró Tom.
La rodilla de Esqueleto apareció en el borde del espejo. Abrió la boca en un mudo
grito de alegría y pasó la pierna por el espejo.
—No —dijo Tom, con voz apenas audible.
El rostro horrible se estremeció con el sonido de su voz; la boca distorsionada
comenzó a babear. El Cobrador era ciego. Sonrió, mostrando una negrura purpúrea en
www.lectulandia.com - Página 239
lugar de dientes. Apoyado en el lavabo, cayó sin ruido a sus pies en el suelo.
Tom chocó con la puerta, se movió hacia un lado, y luego se dio cuenta de lo que
significaba la puerta. La abrió ligeramente, el rostro del Cobrador estaba vuelto hacia
él y saltó por la abertura. Cerró la puerta de un golpe y oyó los pies de Esqueleto en
la puerta.
Cobrando ánimo, Tom empujó con todas sus fuerzas: en un instante, el mundo se
había vuelto del revés y su mente se había convertido en gelatina. Sintió un suave
empujón desde dentro, luego un empujón más intenso que casi lo movió. Apoyó la
mejilla y el hombro contra la puerta. Se oyó a sí mismo haciendo ruiditos como
silbidos con la garganta. Sólo podía pensar en mantener la puerta cerrada. El
siguiente empujón le hizo tambalear, pero sus pies permanecieron en su lugar.
Esqueleto hizo otro intento de escapar del baño, golpeó la puerta y la abrió unos
centímetros antes de que Tom pudiera volver a cerrarla.
Se vio allí toda la noche, manteniendo a Esqueleto encerrado en el baño.
El quinto empellón le hizo caer…, cayó en el corredor y la puerta se abrió
bruscamente. El Cobrador estaba en el umbral, con los brazos colgantes, el rostro
volviéndose ávidamente hacia uno y otro lado. Llevaba el antiguo traje negro del
mural, que también tenía un débil brillo purpúreo. Se echó hacia adelante. Tom
retrocedió y se puso de pie, haciendo suficiente ruido como para que la figura se
enfrentara directamente con él. El rostro del Cobrador se abrió en una mueca de brillo
vacío.
—Excelente partido —susurró con una voz que era una sombra de la de
Esqueleto.
Se tambaleó hacia adelante.
—Te dije que no te acercaras al piano. Quítate esa camisa. Quiero ver piel.
Tom sonrió.
—¡Flanagini!, ¡Flanagini! ¡flanagini!
Jadeando, Tom entró en el living. ¿Si se escondiera detrás de un sofá, de una
cortina? Apenas podía pensar. A su mente acudieron imágenes de escondites
demasiado pequeños para él. De Rose Armstrong a esto…, como si hubiera una línea
divisoria entre ambas cosas.
Pero, claro, pensó Tom en medio del pánico: Rose quería salir de la Tierra de las
Sombras, Esqueleto quería salir del espejo. Era simple.
—Vi tu lechuza, Vendouris —suspiró una voz detrás de él—. Eres mío.
Tom giró sobre sí mismo y vio a Esqueleto de color púrpura que avanzaba hacia
él. Dejó escapar un chillido y se hizo a un lado. Esqueleto estiró un brazo y hundió
los dedos en su hombro. Los dedos flacos ardían como hielo sobre la camisa de Tom.
—¡Sucio negro irlandés!
Tom golpeó con el puño la cabeza de Esqueleto, que estaba ladeada, y perdió el
www.lectulandia.com - Página 240
equilibrio. Esqueleto se acercó; Tom giró y golpeó contra un pecho duro como una
roca, y cuando volvió a moverse, los dos cayeron sobre el diván floreado.
—Gran partido —susurró el Cobrador—. Quiero ver piel.
Las manos heladas encontraron el cuello de Tom.
Tom miraba el rostro inhumano…, las bolsas bajo los ojos vacíos eran negras.
Tenían mal olor, olor a polvo y a cerrado. Tendido sobre él, Esqueleto parecía un saco
de leña, pero sus manos lo apretaban como una prensa.
—Negro irlandés…
Una repentina luz le hirió los ojos; las manos heladas se apartaron de él. Se puso
de pie, tambaleando, y sólo vio las puertas de corredera y los bosques iluminados en
el lugar donde tendría que haber estado Esqueleto. De pronto el espacio que tenía
ante él le pareció cargado como un vacío; luego todo volvió a sus límites habituales.
Coleman Collins, con una bata de color azul oscuro y un pijama de color azul más
claro, entró renqueando en la habitación.
—Yo oprimí el botón, pequeño idiota —dijo el mago—. No emprendas cosas que
luego no sabes cómo terminar porque estás demasiado nervioso. —Se volvió para
marcharse, luego se volvió a mirar a Tom—. Pero acabas de probar tu importancia
como mago, si es que eso te interesa. Hiciste que esto sucediera. Y una cosa más. Yo
te salvé la vida…, te salvé de las consecuencias de tu propia habilidad. Recuérdalo.
Miró a Tom de arriba abajo y se marchó.
12
Tom retrocedió hacia el corredor. Collins se había esfumado en uno de los teatros
o tal vez en la escalera que llevaba a su dormitorio. La casa estaba nuevamente en
silencio. Tom miró en dirección al baño del corredor, y tembló involuntariamente;
luego fue hacia la escalera.
Desde arriba vio el color anaranjado…, la única luz que quedaba durante la noche
todavía estaba encendida. Subió lentamente la escalera; al llegar arriba, sacó el
pañuelo de su bolsillo y se enjugó la cara. Luego, tan cansado que pensó que podía
caerse por la escalera, se obligó a llegar hasta el rellano.
Con una bata de color azul oscuro como la de su tío, Del estaba en el corredor en
penumbra ante la puerta de su dormitorio. Miraba rígidamente por la ventana.
—¡Shhh! —ordenó Del—. Es Rose.
Tom se acercó a él, y Del se alejó unos centímetros. Cuando Tom miró hacia
abajo, su corazón se conmovió.
Rose Armstrong estaba en la zona iluminada más cercana, cerca de la casa; casi
www.lectulandia.com - Página 241
había llegado a la playa. Su cuerpo se hallaba cubierto de harapos sucios; sus cabellos
brillaban a la luz. Clavada en un árbol, crucificada, colgaba la cabeza gris de un
caballo. En el borde de la zona iluminada había dos figuras enmascaradas: un hombre
corpulento con un rostro juvenil, pálido y aristocrático, y una mujer pequeña, con la
máscara burlona de una bruja. Los dos llevaban puestas vestiduras doradas. ¿El señor
Peet y Elena? Al principio Tom pensó que la cabeza de caballo estaba embalsamada o
era de paño, pero un segundo después vio la sangre que corría por la corteza del árbol
—Ah, Dios mío —exclamó.
Recordó la difusa imagen de un caballo gris en la oscuridad cuando Collins había
entrado en sus dominios la primera noche; el caballo gris que avanzaba por la nieve,
llevándolo hacia la escuela incendiada. Había insectos en los bordes de la herida, que
se elevaban en pequeñas nubes. Rose levantó sus manos unidas en un gesto de ruego.
De pronto la luz del lugar donde estaba Rose se apagó, y los dos muchachos vieron
sus propias imágenes en el vidrio de la ventana.
—Falada —dijo Del—. La Muchacha de los Gansos, ¿recuerdas?
Ah, pobre princesa desesperada,
si tu querida madre supiera,
su corazón se partiría en dos.
—Magia, Tom. Para esto vivo. Estoy de este lado…, estoy del lado de lo que
vimos allá. No me importan las cosas que encuentras cuando merodeas por las
noches, porque yo no estoy más de tu lado. Recuérdalo.
—Todos estamos del mismo lado —respondió Tom tranquilamente.
Del le miró con rechazo e impaciencia y volvió a su habitación.
www.lectulandia.com - Página 242
Tercera Parte
CUANDO TODOS
VIVÍAMOS EN EL
BOSQUE…
«El hombre está hecho a imagen y
semejanza de Dios», y a menudo se ha
observado, irónicamente, que «Dios está
hecho a imagen y semejanza del hombre».
Ambas afirmaciones se aceptan como
verdaderas en la magia.
The Black Arts, Richard Cavendish
www.lectulandia.com - Página 243
UNO
LA BIENVENIDA
Al día siguiente, si es que hubo un día siguiente, Del me trató como si yo fuera el
Enemigo, Satanás mismo que venía a destruir toda su vida terrena. Comenzó por
comer solo en su habitación…, supongo que recibió la misma nota que recibí yo en
mi bandeja, pidiéndome que estuviera en cierto lugar del bosque a las nueve de la
mañana. Y, por supuesto, cuando yo llegué él ya estaba allí. No me saludó, y apenas
me miró, como para hacerme saber que nuestra amistad había terminado. Me sentí
como alcanzado por un rayo, invadido por la culpa. De alguna manera, Rose había
logrado deslizar una segunda hoja de papel bajo mi plato, pidiéndome que estuviera
en la playa a las diez de la noche…
El lugar designado quedaba a menos de un kilómetro de la casa, cerca del hoyo donde
Tom había visto al señor Peet y a los Muchachos Vagabundos trabajando la primera
noche. Sus indicaciones le decían que caminara hacia la izquierda en la playa y fuera
directamente hasta la sexta luz. El viaje era mucho más fácil de día que de noche.
Cuando llegó a la luz se sentó en la hierba y esperó lo que sucedería. Llevaba la nota
de Rose Armstrong contra la piel, dentro de la camisa…, se sentía agradecido cada
vez que notaba el roce del papel. No podría haber destruido la nota de Rose: a cada
rato tenía deseos de sacarla y leerla. «Querido: en la playa cerca del refugio de los
botes, esta noche a las diez. Con amor, R.» ¡Querido! ¡Amor! Deseaba suprimir el
tiempo entre la mañana y la noche, y ver a Rose saliendo del agua para encontrarse
con él. Quería preguntarle sobre la escena de la noche anterior. Tenía muchas
preguntas que hacer con respecto a eso: pero, más que hacer preguntas, quería
abrazarla.
Del llegó al pequeño claro cinco minutos más tarde, con una camisa azul
almidonada y téjanos con la raya muy planchada. Trabajo de Elena. Tenía algunas
briznas de hierba adheridas a la camisa. Después de mirar a Tom y apartar la mirada,
se sentó para quitárselas.
—¿Cómo estás? —preguntó Tom.
Del bajó la cabeza y dobló uno de los puños de su camisa para quitar una brizna.
www.lectulandia.com - Página 244
Parecía descansado pero tenso: como si hasta las costuras de su ropa interior
estuvieran bien planchadas. Su espeso cabello negro mostraba las marcas del peine.
—Tenemos que hablar —dijo Tom.
Del sacudió la última brizna, enderezó los puños de su camisa, y miró hacia la
casa.
—¿Ni siquiera piensas mirarme?
Sin volver la cabeza. Del dijo:
—Creo que hay una rata muerta cerca de aquí.
—Bien, debo hablar contigo.
—Creo que la rata muerta debería volver a su casa si no le gusta estar aquí.
Esto hizo callar a Tom…, se parecía demasiado a lo que él pensaba decir.
Permanecieron en silencio, en medio del calor, sin mirarse. Coleman Collins les
sobresaltó a los dos al acercarse sin ruido, renqueando, por el claro del bosque.
Llevaba un traje negro, camisa roja, botas negras, brillantes, y parecía que acabara de
salir del escenario, después de una actuación particularmente brillante.
—Acercaos, chicos. Hoy aprenderemos muchas cosas. Hoy tenemos un son et
lumière. Es la segunda parte de la historia llamada «La muerte del amor», y exigiré
toda vuestra atención.
Les sonrió, pero Tom no podía devolverle la sonrisa. El mago ladeó la cabeza,
hizo un guiño, y apareció un banco negro, alto, en el aire; se sentó en él.
—¿Hay tensión en la atmósfera? No es inadecuado. Si la primera parte de mi
actuación pudiera llamarse «el curador curado», esta parte podría llamarse «la ruina
del rey de los gatos».
Collins apoyó la pierna en una madera del banco, miró a un halcón que cruzaba
sobre sus cabezas, y dijo:
—Entre los soldados negros habían comenzado a circular rumores sobre mis
prácticas quirúrgicas no ortodoxas con el cabo Washford.
»Y yo no estaba seguro de que eso me gustara. El poder de que os he hablado,
mis maravillosos muchachos, crecía dentro de mí, pero hasta el momento yo no tenía
idea de sus dimensiones ni del papel que en última instancia tendría en mi vida, y
sentí el impulso de mantenerlo en secreto durante un tiempo. Aunque hubiera podido
repetir mi actuación con Washford al operar a algún otro pobre diablo, creo que no lo
habría hecho… Primero quería adaptarme a la idea de que lo había hecho una vez, y
reinar mi habilidad en situaciones en que no estuviera tan intensamente observado.
www.lectulandia.com - Página 245
Como verán ustedes, todavía no comprendía la naturaleza del don, y no sabía con
cuánta intensidad exigiría ser expresado. Y por supuesto, yo pensaba que estaba solo.
Así era de ignorante. Nada sabía de la tradición, y de muchas otras tradiciones, de
toda una sociedad que existía en los rincones polvorientos del mundo y que impartía
sus enseñanzas a través de una gran colección oculta de conocimientos que yo sólo
había entrevisto a través de mi Levi y mi Cornelius Agrippa. Yo era como un niño
que dibuja un mapa de las estrellas y piensa que ha inventado la astronomía. Cuando
los negros que trabajaban en la cantina y en el dispensario comenzaron a mirarme en
forma extraña y atenta, lo que sentí fue incomodidad. Sabía que habían comenzado a
hablar. Tal vez fue Washford mismo…, o más probablemente el asistente de la sala de
operaciones…, pero a mí no me gustó, independientemente de la forma en que había
comenzado.
»Ya les dije que la División de los Negros llevaba una vida absolutamente
separada de la nuestra…, peleaban con nobleza, muchos de ellos eran heroicos, pero
para la mayoría de nosotros, los blancos, eran invisibles. A menos que uno de
nosotros entrara en sus clubs de esparcimiento donde (al menos así me dijeron) sus
vidas fuera de las horas de trabajo eran un poco más intensas que las nuestras. Se
decía que muchas francesas encontraban atractivos a los negros…, probablemente les
trataban como a hombres, sin importarles su color. Algunos de estos lugares de
esparcimiento eran legendarios, así como los clubs nocturnos negros se hicieron
legendarios en París inmediatamente después de la guerra. La diferencia era que un
lugar como Bricktop era muy frecuentado por los blancos, mientras que durante la
guerra, al menos en el lugar donde yo estaba, rara vez un blanco entraba en el mundo
del soldado norteamericano negro. La ocasión en que más me acerqué a ellos fue en
uno de mis paseos para comprar libros, cuando entré en una librería de una zona
donde se permitía entrar a los soldados de color.
«Hacía varias semanas que yo iba a esa tienda, la Librairie Du Prey, y finalmente,
después del incidente de Washford, comencé a notar que otro cliente, un soldado de
color, a menudo aparecía cuando yo estaba allí. Nunca le vi comprar un libro.
Además, nunca le atrapé mirándome, pero me sentía observado.
»Unos días después, ese mismo hombre apareció en la cantina. Me llevó unos
momentos reconocerlo, porque su camisa de uniforme estaba cubierta por la chaqueta
de camarero, una prenda que convierte a todos los hombres en gemelos idénticos.
Estaba quitando bandejas de las mesas, y traté de encontrar su mirada, pero apenas
me miró frunciendo el ceño.
»La próxima vez que fui a la Librairie Du Prey, otro soldado negro andaba entre
las mesas. Me examinó mucho más abiertamente que el otro hombre y, después de
mirarlo atentamente a mi vez, me detuve. Era un mago. Lo supe. Era un desconocido,
un extraño, un extranjero para mí en muchos sentidos: pero cuando lo miré supe que
www.lectulandia.com - Página 246
era mi hermano y él supo que yo lo sabía. Deseo que ustedes, muchachos, tengan
algún momento en sus vidas igualmente lleno de excitación…, lleno de
posibilidades…, como fue aquel momento para mí. El hombre se apartó y salió de la
tienda, y yo apenas pude refrenarme de seguir corriendo y seguirlo.
»La tarde siguiente en la cantina del hospital, uno de los muchachos dejó una nota
en mi chaqueta cuando yo salía.
»Yo había estado esperando esa nota todo el día, y supe que tenía relación con el
mago que había visto en la librería; la saqué y la leí en cuanto pasé la puerta. “Te
espero frente a la librería a las nueve de la noche…” Eso era todo lo que decía, y todo
lo que yo necesitaba. Me lavé y volví a la sala de operaciones con febril expectativa.
Llegaría, lo que fuese, y yo quería estar preparado esperándolo. Si era mi destino, ya
no lucharía contra él. Quería que esa puerta se abriera.
»A las nueve en punto estaba frente a la librería. Me sentía muy expuesto. Era el
único blanco a la vista. En una tienda cerrada de la misma calle alguien tocaba un
banjo. El sonido era ardiente, vibrante, eléctrico. La noche era húmeda y cálida. Los
soldados negros que pasaban me miraban con curiosidad agresiva, y yo sentí que uno
o dos de ellos decidieron no crearme problemas sólo gracias a mi rango. Si yo
hubiera sido un soldado borracho con mi permiso de una semana en el bolsillo…,
recuerdo haber pensado en la descripción metafórica de mi situación: rodeado por lo
desconocido, a punto de entrar realmente en lo desconocido.
»A las nueve y quince, un soldado negro pasó junto a mí, me miró, hizo un gesto
afirmativo y siguió caminando. Me llevó un segundo darme cuenta de lo que tenía
que hacer. Casi había llegado a la esquina cuando comencé a seguirle. Cuando llegué
a la esquina, le vi desaparecer detrás de otra esquina, más adelante.
»Me llevó de aquí para allá, me hizo dar vueltas…, a veces me parecía que lo
había perdido, las calles eran tan estrechas y retorcidas, y alrededor de mí se oían
voces oscuras, hombres que cantaban o reían o murmuraban al verme pasar, pero yo
siempre lograba ver sus botas en el último momento. Por supuesto estaba perdido. No
conocía en absoluto esta zona de Ste. Nazaire, y no reconocía los nombres de las
calles. El hombre me había llevado al distrito negro de los bajos fondos, y ni siquiera
un teniente se encontraba seguro allí de noche.
»Finalmente doblé una esquina, ya sin aliento, y un enorme negro de uniforme se
me cruzó y me empujó contra la pared de ladrillo.
»—¿Usted es el médico? ¿Usted es el Cobrador? —dijo. Su acento era muy
www.lectulandia.com - Página 247
sureño.
»—Es él, es él —dijo otro hombre que yo no veía—. Adentro.
»El gigante me sorprendió riendo y diciendo algo que yo no podía descifrar.
Luego abrió una puerta y me empujó adentro.
»Era una habitación desierta con olor a sudor. El mago que había visto en la
librería estaba de pie frente a una de las paredes grises, con el uniforme deteriorado
que indicaba su rango de cabo pero sin ninguna otra identificación. Un hombre que
seguramente era el cantinero se asomó, me miró con ojos enormes y cerró la puerta
de un golpe. El mago dijo:
»—¿El teniente Nightingale? ¿El que llaman Cobrador?
»—Sé lo que eres —respondí.
»—Crees saberlo —dijo el mago—. ¿Operaste a un soldado llamado Washford?
»—Yo no lo llamaría operar —afirmé.
»—Dime cómo curaste a Washford —dijo el mago. Y nuevamente sentí su
interior de hierro.
»Hacer el trabajo…, no era un muchacho del campo como los otros, tenía el sello
de la ciudad, de algún lugar difícil, por ejemplo Chicago.
«Asentí.
»—Dime cómo curaste a Washford —dijo en mago. Y nuevamente sentí su
interior de hierro.
»Levantó las manos a manera de respuesta. Dije:
»—Ustedes me han estado observando desde que eso sucedió.
»—¿Nunca has oído hablar de la Orden? ¿Nunca oíste hablar del Libro?
»—Lo que sé está en estas manos —contesté.
»—Espera aquí —dijo, y salió por la puerta.
»Un momento después reapareció y me hizo una seña para que lo siguiera. Le
obedecí. Y entré de inmediato en la Tierra de las Sombras, que estaba allí todo el
tiempo, bajo la superficie de las cosas, siguiéndome desde que había puesto el pie en
Europa.
»El cabo me dedicó una brillante sonrisa profesional cuando pasé por la puerta, y
me desconcertó, porque era la sonrisa de un hombre que está por sacar un as de
espadas de su oreja.
»Por tratarse de una puerta interior, yo esperaba entrar en otra habitación, pero, al
pasar, me encontré en un campo soleado…, un campo color mostaza. Me volví, y vi
que la casa había desaparecido. Ste. Nazaire había desaparecido. Estaba en el campo,
en medio de un campo de color mostaza, con flores amarillas bajo mis pies, en una
suave loma.
»Giré sobre mí mismo, y vi a un hombre sentado en una silla alta trabajada a
www.lectulandia.com - Página 248
mano con cabezas de lechuzas talladas en los apoyabrazos y garras de lechuzas en el
extremo de las patas. Era un hombre de color, apuesto, más joven que yo, con un
rostro de rasgos regulares. Parecía un rey en esa silla, ésa era la idea general.
Acababa de aparecer no se sabía de dónde. Llevaba un viejo uniforme sin marcas.
Este hombre que me había sacado del arrabal de Ste. Nazaire y que había aparecido
no se sabía de dónde, unió los dedos y me miró con expresión bondadosa, intensa,
inquisitiva. Sentí su poder; y luego vi su aura. Es decir, él me permitió verla. Casi me
encegueció…, los colores resplandecían, y eran más brillantes que el de las flores
color mostaza. Casi caí de rodillas. Porque supe lo que el hombre era, y lo que podía
hacer por mí. Yo tenía veinte años, y él tal vez tendría diecinueve o veinte, pero él era
el rey. De los magos. De las sombras. El Rey de los Gatos. Era mi respuesta. Y todos
los demás, que me habían vigilado y me habían llevado a él, eran sólo sus lacayos.
»—Bien venido a la Orden —dijo—. Mi nombre es Speckle John.
»—Y yo soy… —comencé a decir, pero él levantó una mano y un color violento
pareció danzar a su alrededor.
»—Charles Nightingale. William Vendouris. El doctor Cobrador. Pero ahora no
eres ninguno de ellos. Tendrás un nuevo nombre, conocido para la Orden. Serás
Coleman Collins sólo para nosotros al principio, pero cuando termine la guerra y
podamos ir adonde querramos, para el mundo.
»Supe sin que él me lo dijera que era un nombre de negro…, el nombre de un
mago de color que había muerto. Tenía la sensación de haber oído el nombre antes,
pero no podía recordar haberlo oído jamás. Quería merecer ese nombre. A partir de
ese instante me convertí en Coleman Collins en el fondo de mi corazón, y usé el
nombre que me habían dado al nacer como un disfraz.
»—¿Qué quieren ustedes de mí? —pregunté.
»El lanzó una carcajada.
»—Bien, quiero ser tu maestro, quiero trabajar contigo —dijo—. Ni siquiera
sabes quién eres todavía, Coleman Collins, y yo deseo tener el privilegio de mostrarte
cómo llegar allí. Tal vez seas el miembro más dotado que haya descubierto la
Orden…, o que se ha descubierto a sí mismo…, en la última década.
»—¿Qué quieres de mí? —pregunté.
»—Esta noche te quedarás aquí. Sí, aquí. Toda la noche. Y si esta noche te
reciben bien…, no te preocupes, ya verás lo que quiero decir con eso…, si te reciben
bien, pronto podrás repetir lo que hiciste con el señor Washford siempre que lo
desees. —Volvió a reír en voz alta, y su maravillosa voz rodó por los campos color
mostaza como si estuviera tocando un cuerno francés—. Por supuesto, no puedo
recomendarte que lo hagas todos los días.
»—¿Y después de esa noche? —pregunté.
»—Comenzaremos nuestros estudios. Comenzaremos nuestra nueva vida, señor
www.lectulandia.com - Página 249
Collins.
»Se levantó de su trono y la luz del sol se apagó. Speckle John se erguía ante mí
en una vasta noche estrellada, convertido en una silueta en la oscuridad. Yo no
distinguía sus rasgos.
»—Estará seguro durante la noche, doctor, más seguro de lo que estaría en
nuestra zona de Ste. Nazaire. Mañana comenzaremos.
»Y se fue. Yo avancé, extendí las manos, y mis dedos tocaron el respaldo de su
silla. La noche parecía inmensa. Yo sólo oía algunos grillos aislados. Las estrellas
parecían muy intensas, y yo imaginé que las miraba con los nuevos ojos que me había
dado Speckle John.
»Bien, allí estaba yo, solo en una colina en medio de la noche…, la verdadera
noche, creo, porque la luz diurna anterior seguramente era una ilusión. No tenía idea
de dónde estaba, y sólo tenía la palabra de Speckle John de que al día siguiente
volvería a encontrarme en Ste. Nazaire y volvería a hacer mi trabajo. Su silla seguía
frente a mí, y yo era demasiado supersticioso como para sentarme en ella, aunque lo
deseaba. Ya entonces, deseaba que esa silla fuera mía. Sabía lo que representaba.
»Me tendí en el suelo, lo cual no me resultó muy cómodo al principio.
»“Si te reciben bien”, había dicho, y yo no podía descansar porque todo el tiempo
me preguntaba qué significaría eso. Una vez hasta se me ocurrió que yo era víctima
de un engaño gigantesco, y que el negro me dejaría aquí, en este desierto. Pero tenía
la evidencia de su extraordinaria presencia, y el cuidado con que me había buscado.
¡Y había convertido la noche en día y al día en noche! ¿Qué clase de “bienvenida”
vendría después de eso?
»Hasta un hombre muy excitado debe dormir alguna vez, y así sucedió conmigo.
Comencé a dormitar, y luego a soñar, y finalmente caí en un sueño profundo.
»Me despertó un zorro. Sentí su fuerte olor; el ruido de su respiración; su
presencia rápida y nerviosa cerca de mí. Mis ojos se abrieron, y vi su hocico a treinta
centímetros de mi cara. El terror me hizo echarme atrás…, tenía miedo de que me
arrancara la cara.
»—Señor Collins —dijo el zorro. ¡Y le entendí!
»Dije o pensé:
»“Sí.”
»—No me tenga miedo.
»“No.”
»—Usted pertenece a la Orden.
»“Les pertenezco a ellos.”
»—La Orden es su padre y su madre.
»“Sí.”
»—Y usted no será leal a ninguna otra persona.
www.lectulandia.com - Página 250
»“A ninguna.”
»—Bien venido sea.
»Se alejó otro tanto, y yo no sabía si había hablado con un zorro o con un hombre
en forma de zorro. Durante mucho tiempo me quedé tendido en el campo,
maravillado. Las estrellas se estaban oscureciendo, y yo sólo veía negrura. Comencé
a darme cuenta de que podía flotar en el aire si lo deseaba, pero no me atreví a hacer
nada que afectara la atmósfera o a mí mismo como parte de la noche. Con eso ya
flotaba suficientemente. Finalmente, oí un batir de alas. No lo veía, pero oía a un
enorme pájaro que aterrizó a poca distancia de mí. No llegué a verlo, pero pensé, y
pienso ahora, que yo sabía qué era ese pájaro. Una vez más, me aterroricé. Entonces
el pájaro habló, y comprendí su voz como había comprendido la del zorro.
»—Collins.
»“Sí.”
»—¿Tienes mundos detrás de ti?
«“Tengo mundos dentro de mí.”
»—¿Quieres dominio?
«“Quiero dominio.” Y así era, ¿sabéis? Quería conservar esa fuerza dentro de mí
y hacer que el mundo la conociera.
»—El conocimiento es el tesoro, y el tesoro es su propio dominio.
»Creo que murmuré las palabras “conocimiento”…, “tesoro”.
»—Mira la historia de tu tesoro, Collins.
«Entonces vi una escena ante mis ojos. Yo era un niño, un bebé en brazos. Mi
padre me llevaba. Estábamos en un teatro de Boston, que fue demolido durante mi
adolescencia. Se llamaba Vaughan’s Oriental Theater. Un hombre de color con traje
de gala actuaba en el escenario, exhibiendo un pájaro mecánico que cantaba lo que le
pedía el público. Mi padre gritó: “Nada más que un pájaro en jaula dorada”, y todos
rieron, y el pájaro de metal comenzó a cantar la melodía. Recordé que me había
conmovido la música, y que me asombraba el teatro tan adornado.
»“Mira su nombre, Charlie —dijo mi padre, señalando el cartel a un lado del
escenario—. Su nombre es Old King Cole. ¿No te parece gracioso?” Recuerdo que
miré con la boca abierta al hombre del escenario, con ganas de sonreír porque mi
padre decía que era gracioso, pero demasiado asombrado como para entender el
humor. Entonces quedé inmóvil. El mago, Old King Cole, me miraba directamente.
«Allí estaba…, un recuerdo enterrado, tal vez el recuerdo central de mi vida, y
algo que pienso que me guió durante toda mi vida aunque conscientemente lo hubiera
olvidado. El hombre del escenario era el Coleman Collins original. ¿O hubo otro
Coleman Collins antes que él? Y supe que algún día yo sería quien estuviera en el
escenario, aunque necesitaría un nombre profesional diferente.
»—Has visto.
www.lectulandia.com - Página 251
»“He visto.”
»—Y sabes que el mago te vio.
«Recordé a Old King Cole mirándome desde el escenario, encontrándome en los
brazos de mi padre, un niño de apenas dieciocho o veinte meses, y…
¿reconociéndome?
»“Lo sé.”
»—Tengo dudas sobre ti —dijo la lechuza.
»“¡Pero él me vio! —exclamé, reviviendo la maravilla de esos segundos como si
todo hubiera sucedido apenas hacía cinco minutos—. ¡Me eligió a mí!”
»—Vio el tesoro que llevabas dentro —suspiró el pájaro invisible—. Sé digno de
él. Haz honor al Libro. Te damos la bienvenida.
»Batió sus enormes alas y se alejó volando. Quedé solo. No sé si estuve dormido
todo el tiempo o volví a dormir: recuerdo que todo era borroso a mi alrededor, que
todas mis células estaban invadidas por una sensación de maravilla, de modorra, y
dormí profundamente durante horas. Cuando desperté, estaba apoyado en una pared,
nuevamente en Ste. Nazaire, a sólo una manzana del hospital. Withers acababa de
pasar a mi lado, en su paseo mañanero, tranquilo, y me vio y ladró:
»—Demasiado borracho como para regresar a casa anoche, ¿eh doctor
Nightingale? Bien venido —dijo, y me reí en su cara.
»De allí en adelante vi a Speckle John casi todos los días. Recibía una nota, que
generalmente me traía un muchacho de la cantina, esperaba frente a la librería y me
llevaban por el laberinto de calles del arrabal hasta llegar al alojamiento maloliente
donde yo aprendía más que en cualquier universidad. Me transportaban a la época en
que todos vivíamos en el bosque: entraba en ese reino que era mío, por derecho
natural, desde la infancia. Durante un año Speckle John me enseñó, y comenzamos a
hacer planes para trabajar juntos después de la guerra. Pero yo sabía que llegaría el
día en que mi creciente fuerza se enfrentaría con la suya. Nunca me satisfizo ocupar
la segunda fila.
»Abrid bien los ojos muchachos. Observad cuidadosamente. Esta será la primera
noche que paséis al aire libre. Estamos en el Wood Green Empire, Londres, en agosto
de 1924.
Los muchachos, sin darse cuenta de que habían cerrado los ojos, los abrieron. Era
www.lectulandia.com - Página 252
de noche, hacía calor y había una ligera niebla. Por un instante Tom percibió el olor
de las flores de mostaza: se sentía amodorrado, con los brazos y las piernas pesados y
doloridos. Collins estaba sentado en el círculo de luz, pero en una silla alta de
madera, no en el banco que había hecho aparecer esta mañana. Sobre el traje negro
llevaba una capa negra sujeta al cuello con un broche de oro. Tom trató de mover las
piernas, y olió nuevamente las flores de mostaza.
—Ah…, no… —dijo Del, mirando hacia el bosque, y Tom volvió la cabeza para
mirar.
Los árboles negros dejaban un espacio abierto iluminado. Un muchacho y un
hombre alto con impermeable caminaban por aquella especie de túnel. El muchacho,
observó Tom con una sensación de náusea, era él mismo. Miró a Collins, y lo vio
apoyado en la silla con lechuzas talladas, con las piernas cruzadas, sonriéndole
maliciosamente. El mago señalaba la escena:
—¡Ahora!
Cuando volvió a mirar, el hombre y el muchacho habían desaparecido. El espacio
abierto al final de los árboles era un teatro. Una multitud de espectadores se movía en
sus asientos, se abanicaba con sus programas. Se abrieron unos cortinajes de color
ciruela, y allí estaban él y Del, Flanagini y Night. Muy claramente, Tom vio a Dave
Brick, gordo, ignorado y solo al fondo del teatro.
—Sí —dijo Collins.
Y una cortina de llamas apareció en el escenario. «La pared de llamas», pensó
Tom: oyó el ruido aterrorizado de muchos cuerpos que se movían, gritos y órdenes en
voces ahogadas.
—¡Todos afuera! ¡Todos afuera!
—¡Deténganse! ¡Mi contrabajo!
—¡Están calientes! ¡Van a arder!
—Levántate del suelo, Whipple.
De la misma manera que Tom había sido trasladado a cuarenta años antes cuando
Collins describía esa época de su vida, y había visto a Speckle John y a Withers y al
cabo de la sonrisa profesional, ahora volvía a ver esos momentos…, los muchachos
se amontonaban junto a las puertas de salida, luego en las puertas del corredor,
gritando, empujándose, Brown clamaba por su precioso instrumento, Del
trastabillaba, enceguecido por el humo…
Un joven con un inmaculado smoking, el rostro blanco y peluca roja estaba en el
escenario transformado. El fuego se había disipado como la niebla.
—¡No! —gritó Tom.
Herbie Butter agitó las manos, y la luz se apagó momentáneamente, quedó un
resplandor rojo parecido al de las llamas, y nuevamente se vio una cabaña de madera
en un bosque pintado. Por un sendero llegó una joven con una capa roja, que llevaba
www.lectulandia.com - Página 253
un canasto de mimbre del cual asomaban las cabezas de medía docena de mirlos…
Las luces se apagaron y el escenario desapareció entre los árboles.
—Y uno más —dijo Collins.
De un lado de la estrecha avenida que tenían ante sí apareció un hombre con capa
y sombrero negros entre los árboles. Un momento después, un lobo vino a
enfrentársele, saliendo de entre los árboles que había al otro lado. El lobo se agachó.
Parecía hambriento y loco, como si no deseara hacer lo que tenía que hacer. El
hombre se afirmó sobre sus pies; el lobo aulló. Finalmente saltó. El hombre de la
capa sacó una espada, que seguramente tenía preparada debajo de la capa,
traspasando al lobo. Con fuerza terrorífica, el hombre de la capa levantó la espada y
la sostuvo en el aire. Las patas del lobo colgaban sobre su sombrero. Retrocedió hasta
esconderse entre los árboles.
«Los lobos, y quienes los ven, son muertos de un disparo en el acto», recordó
Tom.
—Yo «puse un sufrimiento» en Speckle John —dijo Collins. —Lo ensarté con mi
espada. ¡Ja, ja! Aún está en mi espada, chicos. En ese sentido, mi actuación de
despedida en el Wood Green Empire todavía no ha terminado. Pero ya llegaremos a
eso en su momento. Quiero que esta noche durmáis afuera. Puede llegar una
bienvenida, o no. Encontraréis sacos de dormir detrás del segundo árbol, en el lado
izquierdo del claro.
Se puso de pie y se envolvió en la capa como si tuviera frío.
—Debo deciros que sólo uno de vosotros prevalecerá. Dos no pueden sentarse en
la silla de la lechuza. Pero esto no es una competición, y el que no reciba la
bienvenida sólo perderá lo que nunca tuvo. Pero, escuchadme, pajaritos: el que
prevalezca tendrá la Tierra de las Sombras, la silla de la lechuza, el mundo. Habrá un
nuevo rey, ya se trate del rey Flanagini o del rey Night.
Por un segundo su silueta se recortó contra el negro, contra la madera; luego
desapareció. Tom vio cuatro huellas aplastadas en la hierba donde había estado la
silla.
—No serás tú —dijo Del—. No lo mereces.
—Ni siquiera lo deseo —respondió Tom furiosamente— Del, ¿no comprendes?
No quiero quitarte nada. Sólo vine aquí porque quería ayudarte. ¿Quieres vivir así…
como él?
Del vaciló un momento, luego se volvió a buscar su saco de dormir.
—No tendría que hacerlo. Podría vivir como quisiera.
A Tom se le ocurrió una idea consistente y segura.
—Si él te lo permitiera. ¿Por qué querrá abandonar ahora? Es viejo, pero todavía
está sano.
Del estaba cogiendo algo de entre las hojas, detrás del árbol indicado por Collins.
www.lectulandia.com - Página 254
—Porque me eligió a mí. Por eso. Tú no eres más que un acompañante. Nunca
quisiste ser mago antes de conocerme.
—¿Ya no eres mi amigo? —preguntó Tom, desesperado.
Del no quería contestar.
—Yo todavía soy tu amigo.
—Tratas de engañarme.
—¿Cómo puedo engañarte? Eres mejor que yo.
Mientras llevaba su saco de dormir al claro, Del le miró finalmente. En sus ojos
se leía el triunfo.
—Pero, Del, no importa lo que suceda, no creo que él… Creo que todo esto es un
truco. Que él hace con nosotros.
—Déjame en paz.
—Ah…
La carta de Rose, que Tom había olvidado, le rozó una costilla. Miró su reloj.
Eran las diez y media. ¡Media hora tarde! Miró a Del con desesperación, y vio que
estaba tratando de meterse en su saco de dormir. Sus ojos estaban muy cerrados y
lloraba. Uno de sus pies se había enganchado en la cremallera y no podía liberarlo sin
abrir los ojos.
Tom se acercó y tomó el pie de Del. Lo pasó por encima de la cremallera y lo
metió en el saco de dormir.
—Del, eres mi mejor amigo —dijo.
—Tú eres mi único amigo —afirmó Del, casi balbuceando—. Pero él es mi tío. A
eso quería llegar. Tú sólo vienes aquí una vez.
—Tengo que marcharme por un rato —dijo Tom, arrodillado junto a Del—.
Cuando vuelva hablaremos, ¿eh?
Los ojos llorosos de Del se abrieron.
—¿Lo verás a él?
—No.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Muy bien —su rostro se endureció un momento—. Ni siquiera me dejaste ver a
los hermanos Grimm.
—Sólo estaba sorprendido…, la habitación era diferente.
—Pero ya has visto. Te has visto a ti y a él. Como yo dije.
—Es una especie de juego. Nunca estuve con él. Te lo habría dicho.
—Yo me sentía tan solo.
—Cuando vuelva —dijo Tom, y echó a correr por el claro.
—Eh, ¿adonde vas? —oyó preguntar a Del; no respondió.
www.lectulandia.com - Página 255
5
Salió corriendo del límite del bosque, sin aliento, y se detuvo. La arena cedía bajo
sus pies. Por un momento deseó quitarse los zapatos. En lo alto del acantilado, la casa
brillaba a través de una docena de ventanas abiertas. No veía a Rose en ningún lugar
de la playa, que tenía un color plateado junto a las aguas negras. Miró nuevamente su
reloj y vio que eran las diez cincuenta. Rose se había ido.
Tom avanzó por la arena. Una sorpresa: una parte sustancial de él sentía alivio de
que Rose hubiera abandonado la idea y hubiese vuelto a cruzar el lago. Ahora podía
volver con Del.
Pero tal vez un poco más adelante, del otro lado del refugio de los botes, vio al
lobo que se abalanzaba sobre ella. Si Collins la hubiera visto esperando en la playa…
Ahora su estado de ánimo había cambiado y deseaba desesperadamente saber si
Rose Armstrong estaba a salvo. En su mente había una confusión de imágenes: el
lobo, sostenido en el aire con fuerza increíble, empalado en una espada; el tejón
arrojado en el pozo, describiendo un gran arco; Dave Brick sentado en una silla de
metal, esperando a que lo asaran. Abrió de un golpe la puerta del refugio de los botes.
Entró, y estuvo a punto de hundirse en el agua negra.
Se mantuvo en equilibrio justo a tiempo. Dentro del deteriorado refugio sólo
había agua y un espacio libre. Un borde de hormigón de noventa centímetros de alto
rodeaba un amplio agujero en el extremo del lago. Casi todo el refugio para botes era
descubierto. Sólo unos dos metros de la parte superior estaban protegidos con tablas.
La puerta se cerró de golpe tras él y su corazón también saltó en su pecho. Tom
oyó deslizarse una barra de metal. Golpeó la puerta con el hombro. Se movió, pero no
se abrió. Volvió a golpearla, pasando del terror del principio a un miedo común.
¿Quién sería? ¿Collins? ¿El Cobrador que se había escapado para atraparlo? ¿Uno de
los Muchachos Vagabundos? Tendría que saltar al agua. Miró hacia abajo, vio una
negrura de aspecto grasiento, y luego oyó algo más. Risitas que venían desde atrás de
la puerta: Rose.
—¡Déjame salir!
—Me hiciste esperar tres noches seguidas. ¿Por qué habría de dejarte salir?
—¿Tres noches? —Tom sintió un vacío en el estómago—. Recibí tu nota esta
mañana.
—No, muchacho. Eso fue tres días atrás.
—Ah, Dios mío —se apoyó en las puertas del refugio.
—¿No lo sabías?
—Pensé que había sido esta mañana.
—No te creo, pero te dejaré salir.
La barra metálica volvió a deslizarse. La puerta se abrió, y Rose apareció ante él
www.lectulandia.com - Página 256
con un vestido verde de la década de los veinte. Era la chica más linda que hubiera
visto nunca. El vestido verde le daba un aspecto más sofisticado que el de cualquiera
de las muchachas que había conocido.
—Casi me da un ataque al corazón aquí —dijo Tom—, pero estoy tan contento de
verte, que creo que no me importaría morirme.
Rose hizo un mohín, luego dio un paso atrás.
—Podrías haber tenido algo más que un ataque al corazón. ¿Sabes lo que estuve a
punto de hacerte? Estaba tan furiosa.
—¿Hacerme?
—Mira esto y dime si no fueron tres días. —Rose caminó con gracia a su
alrededor, y Tom vio que llevaba tacones altos—. Estabas del otro lado de la puerta,
¿verdad? Muy bien —se inclinó y tiró de una barra colocada en la arena junto a la
puerta. ¡Bang! El hierro golpeó contra el hormigón. La placa sobre la que había
estado cayó y quedó colgando de una bisagra—. Es una especie de trampa. Hace
mucho tiempo había un bote, que entraba aquí… De todas maneras he estado a punto
de hacerte caer en el pozo. El agua es bastante profunda. Habrías tenido que salir
nadando. Podría haberte estrangulado, muchacho… ¿Tres noches? ¡Me están saliendo
músculos de cruzar ese lago a nado!
—Esta noche no nadaste —señaló Tom.
Ella se apartó.
—Por supuesto que no. Me estropeé las medias. Y el vestido está lleno de barro
—levantó el dobladillo y sacudió la tierra y las ramitas—. Vine por el bosque. Luego
me senté en el muelle. Tú pasaste a mi lado sin mirarme siquiera.
—Ahora te miraré —dijo él, e hizo un gesto de abrazarla. Ella hizo ademán de
retroceder, pero se sometió rígidamente—. ¿Qué sucede?
—Esto.
—Ah. Lo siento. —Perturbado, Tom dejó caer los brazos. No podía leer el rostro
de Rose…, parecía mayor con su vestido verde, muy lejos de su alcance—. De veras.
La nota llegó esta mañana. Al menos yo pensaba que era esta mañana. Esa escena en
el bosque acaba de suceder, ¿verdad? ¿Hace una media hora?
—Claro. Mira, ¿qué día…?
—Quiero mostrarte algo. Algo que yo también quiero mirar otra vez.
—¿Sí?
—Aquí —abrió la puerta del refugio y se arrodilló—. Vuelve a empujar esa
palanca.
Rose se hizo a un lado y echó hacia atrás la palanca. La plancha de hierro se
movió en sus bisagras y volvió a su lugar. Tom se paró sobre ella y miró el agua.
—Iba a preguntarte qué día pensabas que era.
—Ahora no lo sé. ¿Qué día? Ya no estoy seguro. Martes o miércoles.
www.lectulandia.com - Página 257
—Es sábado.
—¿Sábado? —él la miró, erguida frente al refugio de los botes. Parecía muy alta,
muy femenina. Aunque era delgada, su cuerpo tenía curvas.
—¿Qué mes piensas que es? ¿Qué semana?
—Estoy tratando de descubrir algo —dijo él—. Algo que vi antes. —Miró el agua
oscura—. Ah.
—¿Lo encontraste?
—No —dio un paso atrás.
—Sí.
—¿Qué semana es, de todas maneras? —Tom se puso de pie—. ¿Qué mes es?
—¿Qué piensas tú?
—Principios de junio. 6 o 7 de junio. Tal vez el 10.
Ella se frotó la nariz.
—De manera que piensas que es 10 de junio. Pobre Tom. —Rose le tocó la
mejilla con las puntas de los dedos. Tom sentía que aparecían nuevos nervios en los
lugares donde los dedos de ella se habían apoyado—. ¿Qué viste allí abajo?
—Dime qué día es, Rose.
La sonrisa valiente de ella brilló a la luz de la luna.
—No estoy segura, pero por lo menos es el 1º de julio. O el dos.
—¿Julio? ¿Hace un mes que estamos aquí?
Rose asintió; su rostro buscaba el de él, le brindaba tanta comprensión que él
deseó abrazarla nuevamente.
—¿Cómo puede él hacer esto?
—Simplemente puede. Un verano hizo pensar a Del que pasaban seis o siete
semanas por día. Fue la época en que Del se fracturó la pierna. Y vino Bud Copeland.
Rose alzó las cejas.
—¿Lo sabes? Ah… te lo contó Del. Sí, ese verano. No quería que Del… No
puedo decírtelo.
—¿Qué sucedió?
—La escalera de hierro. Se desprendió del acantilado.
—¿Qué es lo que no puedes decir?
Ahora la sonrisa de ella era más firme.
—Pregúntaselo a Del. Tal vez él ya pueda recordarlo ahora. Yo no puedo, Tom.
Rose dio unos pasos por la playa y se volvió nuevamente hacia él. Tom vio que
era imposible: era un secreto que ella no revelaría.
—No puedo quedarme mucho tiempo más, Tom —dijo la muchacha con
suavidad.
—Quiero besarte —dijo Tom. El hecho de que hubiera guardado el secreto la
hacía aún más deseable—. Quiero abrazarte.
www.lectulandia.com - Página 258
—Ya te lo dije. Ahora no está bien. Tengo algo que decirte y no quiero que te
confundas, y no tengo mucho tiempo. El querrá verme otra vez.
—¿Esta noche? —caminó hacia ella por la arena gris.
Rose asintió. Al menos no se marchaba.
—¿Para qué?
—Para hablar. Le gusta hablar conmigo. Dice que le ayudo a pensar en voz alta.
—Pero eso es extraordinario. Entonces puedes decirme a mí y a Del…
—Bien. Por eso te di la nota. Descubrí algo. Pero ahora, después de esta noche, tú
probablemente lo sabrás de todas maneras.
—Yo no sé nada —se quejó Tom.
La joven le tomó una mano.
—Quiere ofrecer nuevamente su actuación de despedida. Y que tú y Del
participéis. Si hemos de marcharnos, creo que tiene que ser antes, cuando todos estén
pensando en lo que van a hacer.
Tom sentía impulsos y sensaciones placenteras en su brazo, y ahora Rose se lo
oprimió más fuerte.
—Lo importante es que él proyecta algo grande para esta actuación. Algo
peligroso. Dijo que tendrías que elegir entre tus alas y tu canción. ¿Sabes lo que
significa eso?
Tom sacudió la cabeza.
—Me lo dijo una vez antes. No sé lo que significa.
—Dijo que Speckle John eligió su canción y que él se la quitó. De manera que no
le quedaba nada. Creo que tenemos que salir de aquí antes de…
—Antes de descubrir lo que eso significa —dijo Tom con un poco de miedo.
—Eso creo.
Rose dejó caer la mano. Tom se inclinó hacia adelante y tomó la mano de Rose y
se la llevó a la boca.
Temblaba. Vio una niña con capa roja que llevaba un cesto de mimbre por un
sendero del bosque.
Rose dijo:
—Tom, me siento muy, mal…, como si te hundiera cada vez más. Pero tengo que
hacer lo que él dice, o sabrá que algo anda mal. Confía en mí.
—Dios mío, no sólo confío en ti —dijo—. Además…
De pronto Rose estuvo muy cerca de él. Su rostro junto al suyo, borrando el cielo
y las brillantes estrellas. Su boca estaba sobre la de él, y sus dientes mordieron los
labios de Tom. Las piernas de Rose se apoyaron en las de él, sus pechos sobre el
pecho de Tom. Tom puso sus manos en sus cabellos y se entregó al beso. Su
sorprendida erección crecía contra el blando vientre de ella; gimió junto a su boca,
aspirando un leve perfume y la fragancia del cabello limpio, probando el sabor de
www.lectulandia.com - Página 259
Rose. Era la muchacha de la ventana: era el conocimiento que él no se había
permitido antes, pero ahora abrazaba a dos Rose Armstrong, la muchacha del vestido
verde y la inalcanzable muchacha que había levantado los brazos y se había mostrado
a un muchacho asustado, congelado en un trineo invernal.
—Me vas a romper la espalda —dijo Rose contra su boca.
El puso nuevamente sus manos en los cabellos de Rose.
—No podemos.
—¿No podemos qué? —murmuró Tom.
—No podemos hacer el amor. No aquí.
Esto casi le hizo explotar. ¡No aquí! Volvió a gemir, pasando en un instante de un
mundo en el que temía asustarla o disgustarla con la evidencia de su deseo, a otro en
el que ella hablaba en forma distraída de su realización.
—¿Dónde? —preguntó Tom, perdiendo el control de su voz.
—No hables así, yo sólo… Si supieras…
—Ay, Dios mío, yo sé —dijo el muchacho, y volvió a buscar la boca de ella.
—No es justo, ¿verdad? —Rose apartó su rostro del de Tom: en compensación,
acercó sus caderas al cuerpo de él—. Ah, qué hermoso eres.
—¿Dónde? —repitió Tom.
—En ninguna parte. Ahora. Tengo que ir a verle, Tom. Y además, yo…
Ella era virgen.
—Yo también —dijo él—. Ah, Dios mío. —La oprimió fuertemente contra él—.
Te deseo tanto.
—Hermoso Tom. —Le rozó la mejilla con los labios, pero ya parecía distante. A
Tom le habían sucedido tantas cosas, había recorrido una distancia tan grande en un
segundo, que no tenía idea de qué hacer ahora—. Hermoso Tom —repitió ella—. No
quiero ser injusta contigo. Yo también te deseo. —Le rodeó el cuello con los brazos,
y él sintió que el cielo se abría y lo aceptaba—. Simplemente tengo miedo…
—Está bien —dijo Tom—. Ay, Rose…
—La sombra del refugio —dijo Rose, y lo empujó hacia atrás con su cuerpo.
Dieron algunos pasos vacilantes.
—No hay sombras, es de noche —observó Tom, y esto le pareció tan gracioso
que se echó a reír.
—Tonto. —Lo empujó contra la madera tosca y volvió a abrir su boca con la
suya. Murmuró—: Es una pena que no te haya tirado al agua, porque entonces
habrías tenido que quitarte la ropa.
Rose era una nube de carne, que acariciaba todo su cuerpo. El deseo sexual la
impulsaba.
—Está bien, Tom —susurró ella en su oído—. Lo sé. Está bien. Vamos.
Una de las manos de la joven dejó de apoyarse en la cabeza de Tom y se apoyó en
www.lectulandia.com - Página 260
sus pantalones.
—Ay, no —dijo el muchacho. Y ella acercó un poco más la mano.
Todo el cuerpo de Tom se estremeció. Los dedos de Rose le oprimían el sexo.
Rose dijo: «Ay, Tom», y él la estrechó con más fuerza mientras sentía que todo
saltaba dentro de su cuerpo, como una explosión en su columna vertebral y en su
cabeza y en el lugar donde Rose lo tocaba, y ella tiró, y él pensó que lo volvía de
dentro afuera.
—Querido Tom —dijo ella, y le acarició la mejilla, y él sintió que todo retornaba
a su cuerpo.
—No tendríamos que haber hecho esto —dijo ella, y él rió hasta que la mano de
Rose dejó de tocarlo—. Ahora mira cómo estás.
—¡Estupendo!
—Debes pensar que soy terrible. Es que te sentía… y tú gemías de una manera…,
no quiero que creas que soy…
—Eres una maravilla. Eres hermosa. Asombrosa. Increíble. Fantástica —el
corazón de él seguía latiendo fuertemente—. Hasta eres generosa. Apenas me daba
cuenta de lo que me sucedía.
—Bien —dijo Rose y su expresión lo hizo reír otra vez.
—¿Cómo estás?
—Bien. No lo sé. Bien.
—Alguna vez…
—Alguna vez. Sí. Pero no vuelvas a comenzar.
Ella dio un paso atrás en la arena.
—Te amo —dijo él—. Estoy totalmente enamorado de ti.
—Hermoso Tom.
—Ya no me ves enojado.
—Espero que no. —Rose levantó las manos, alzó la cabeza y agregó—: Debo
irme. De veras. Lo siento.
—Yo también. Te amo, Rose.
Tom comenzaba a volver a la tierra. Ella le arrojó un beso. Echó a andar por la
playa, se detuvo para quitarse los zapatos de tacón alto, y le arrojó otro beso antes de
internarse en los bosques que bordeaban el lago.
—¡Eh! —llamó el muchacho—. ¡Podríamos volver juntos! Tengo que…
Pero ella había desaparecido. Tom, todavía mareado, volvió a mirar el refugio y
luego siguió las huellas de Rose hacia el extremo de la playa. Recordó que esa noche
tenía que dormir en el bosque, y se preguntó si alguna vez encontraría el camino para
reunirse con Del.
¿Qué podía decirle a Del? Lo que Rose había hecho por él le parecía un acto de
caridad casi divino.
www.lectulandia.com - Página 261
Cuando llegó al extremo de la playa, se quitó la ropa y se metió en el agua fresca.
«Amo a Rose Armstrong», se dijo, y se metió en el agua hasta el cuello. La luz de
la luna marcaba una estela que iba hacia él, y que temblaba con sus movimientos.
Cuando puso la cara en el agua, recordó que había visto en el fondo del refugio de
botes la cabeza cortada de un caballo, suspendida en la oscuridad.
Tom salió del lago y se secó apresuradamente con la camisa. Luego sacudió la
arena de sus pies, se puso los pantalones, los zapatos, y volvió al bosque, con la
camisa húmeda bajo el brazo.
Seis luces: y allí estaba la primera, un poco más adelante, cerca del lugar donde
Rose había representado la escena de «La Muchacha de los Gansos». Después de eso,
Collins simplemente arrojó la cabeza del caballo al agua para que se pudriera. Si era
necesario, el mago trataría a Del, a Rose y a él mismo de la misma manera, y Tom lo
sabía. Si tan sólo pudiera hacer comprender a Del que debían escapar antes de llegar
al desenlace que Collins proyectaba para ellos. Tom tenía la convicción de que,
independientemente de lo que dijera, Collins no cedería su lugar en el mundo de los
magos, cualquiera que éste fuese, a un muchacho de quince años. Era más probable
que hiciera lo que le había hecho a Speckle John…, y eso, como sabía Tom de la
misma manera instintiva, sólo se lo diría el día de la actuación.
Dos. La segunda luz, atravesando una cortina de hojas. Soñando con Rose
Armstrong, Tom apartó las ramas, y subió a un tronco medio podrido; esperó. En
medio del claro iluminado había un hombre gigantesco cubierto de pieles. Sobre sus
hombros se veía la enorme cabeza de un lobo. Tom miró su figura hierática con
estupefacción. No estaba hipnotizado, estaba despierto y sus sentidos funcionaban
todos. El hombre-lobo, más que ninguna otra cosa que hubiera visto, parecía la
encarnación de la magia… La magia personificada, un guardián. Tom vio que la piel
estaba formada por trozos cosidos unos con otros. El hombre-lobo levantó un brazo y
señaló al interior del bosque. Tom corrió, pasando junto a los árboles hasta donde el
hombre-lobo no pudiera verlo, y entonces siguió lentamente hacia adelante.
Tres. Tom pasaba de un árbol a otro, tratando de no hacer ruido. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca, miró desde detrás de un roble gigantesco y vio la plataforma
pantanosa de tierra bajo la luz Cautelosamente bajó al suelo esponjoso. El bosque
alrededor de él parecía derretirse.
—¡No! —gritó.
Y trató de echarse hacia atrás para escapar a la transformación. Su espalda chocó
www.lectulandia.com - Página 262
con algo metálico. En un instante el aire se aclaró: estaba en una zona de
estacionamiento. Las casas bajas de una amplia ciudad le rodeaban a esa temprana
hora de la mañana, con el aire suave y húmedo y el sol que comenzaba a iluminar los
edificios de su izquierda. ¿Sería aquí donde recibiría la bienvenida? Ninguno de los
vehículos que había en el estacionamiento le resultaba conocido…, aunque no eran
nuevos, eran más nuevos que cualquiera de los coches que conocía.
—¿Dónde? —dijo en voz alta…, no había puntos de referencia.
Luego, a través de los edificios bañados de sol, a su derecha vio una línea de
color azul pálido. Un océano. ¿California? ¿Florida?
Subió a uno de los muretes de cemento. El objeto metálico con el que había
chocado era un contador de estacionamiento. ¿Qué podía sucederle aquí, en una
ciudad?
Entonces vio el deteriorado auto verde ante sí. Una línea de gotas colgaba del
marco de la puerta y caía sobre el hormigón. Las gotas eran rojas. Tom miró la
ventanilla del conductor y vio la cabeza de un hombre apoyada contra el vidrio. Los
cabellos rubios se aplastaban contra la ventanilla. Las gotas rojas eran la sangre del
hombre. Tom estuvo a punto de vomitar. No podía ver esas gotas que se formaban y
caían. Saltó sobre el murete y caminó con miedo para colocarse frente al auto.
Patente de Florida. ¿Debía mirar el rostro del hombre? Por el parabrisas vio unos
rasgos grandes y desconocidos. Era el rostro de un hombre de mediana edad. Algún
desconocido, algún visitante. En el lugar donde se había golpeado, el aspecto de su
cabeza era horrible. Luego, por un instante, creyó reconocer el rostro…, se sintió
pequeño y desvalido, invadido por una angustia moral, rechazando la terrible
familiaridad que comenzaba a ver en los rasgos del hombre muerto.
Un viejo con una camisa Harry Truman y gorra de béisbol se encontraba en el
otro extremo del estacionamiento; iba hacia él y hacia el auto verde.
—¡Señor! —gritó Tom, y el otro hombre lo miró, asustado—. Este…, necesito…
El viejo agitó sus puños hacia él, y el rechazo y el miedo que se veían en el rostro
del viejo hicieron retroceder a Tom. El viejo le gritó algo, y Tom dio media vuelta y
echó a correr.
Cuando llegó al extremo del estacionamiento y estaba a punto de seguir por la
acera, sintió que había caído por un precipicio…, sus piernas se hundieron, la ciudad
se esfumaba, y Tom cayó entre unas hojas húmedas. Otra vez era de noche, y el aire
parecía diferente. Estaba nuevamente en el bosque. Cuando se levantó vio que estaba
del otro lado del claro pantanoso. Tenía que seguir.
No podía ser Marcus…, el perezoso y alegre Marcus, el que estaba en el auto
verde. Ese hombre era demasiado gordo, demasiado viejo. Sacudió la cabeza, sin
poder creerlo, pero sabiendo que ese hombre había sido Marcus. Un momento más
tarde salió del claro vacío.
www.lectulandia.com - Página 263
Un sendero muy transitado llevaba hacia la cuarta luz; las raíces rozaban sus pies,
unos brazos negros se extendían hacia él. Ahora los bosques estaban llenos de rostros
malvados y libidinosos. Una rama crujió, y un ojo le hizo un guiño. Luego vio
moscardones, una serie de ojos pequeños que bailaban y giraban alrededor de él.
Entre estos aleteos, entre estas observaciones veloces, vio la próxima luz.
Cuatro. Sólo le faltaban dos.
Tom se aproximó de puntillas a la luz. Recordaba. La antorcha colgaba de una
plataforma de roca chata, más parecida a un escenario que todas las zonas despejadas
del bosque. Era aquí donde Rose había representado la fábula sobre el comienzo de
todas las historias en su primera noche en la Tierra de las Sombras.
También aquí le esperaba algo. Se acercó a la plataforma rocosa. Sí, alguien lo
esperaba…, a través de las ramas vio una cabeza redonda. Snail; o Thorn, con su
rostro de máscara. Tom avanzó tratando de ver la cara. Apareció una oreja rota, la
carne rosada bajo los cabellos muy cortos. Finalmente vio el resto del rostro atento.
Ah, Dios.
Pisó una ramita, que se quebró haciendo un ruido tan fuerte como el de un hueso.
Dave Brick levantó la cabeza y descruzó las piernas. Estaba sentado en una silla de
escolar.
—Tommy… —dijo; su voz era plañidera y baja—. Por favor, Tommy.
Tom se subió sobre la roca. Brick estaba sentado frente a él a poco más de tres
metros de distancia, con la vieja chaqueta de tweed que le había prestado Tom.
—Tú me dejaste, Tommy —protestó Dave Brick—. Preferiste escapar. Debes
volver a buscarme.
—Lo deseo —dijo Tom—. Pero ahora es demasiado tarde.
—Todavía estoy aquí, Tommy. Esperando. Pero tú elegiste las alas. Vuelve a
buscarme. Salvaste un contrabajo y unos trucos de magia. Ahora me toca a mí.
Brick parecía abandonado y un poco ofendido.
—Es demasiado tarde.
Pensó que tal vez se estaba volviendo loco; pensó que su mente cedía y se
apartaba de él.
—Puedes hacer magia. Sálvame. Quiero que me salven, Tommy. Algo cayó sobre
mí… y alguien me golpeó… y el señor Broome me dijo que no me moviera…
Brick parecía a punto de llorar; luego se echó a llorar realmente.
—Ah, no llores —dijo Tom—, no puedo soportarlo. No sé qué hacer. Es
demasiado.
—Del tomó la lechuza —dijo Brick entre lágrimas—. Yo lo vi. El lo provocó
todo. Pregúntaselo. Cuando hayas regresado y me hayas salvado, Tommy. Todo es
culpa de él, Tommy. Porque tú te sentarás en la silla de la lechuza. Pregúntale.
—Tú no eres Dave Brick —afirmó Tom.
www.lectulandia.com - Página 264
Había arrugas en el rostro; las manos eran enormes y poderosas. Corrió por el
borde de la roca, y lo que había en la silla comenzó a aullar:
—¡Tú puedes salvarte, Tommy! ¡El puede salvarse! ¡Como tú puedes salvarme a
mí!
Tom escapó de la voz que venía del bosque. Ahora lloraba, por la emoción o por
la furia, o por un horror desconocido. ¿Coleman Collins le estaría contando esto a
Rose en este mismo momento? ¿O ella sabía que esto sucedería cuando le arrojó un
beso? No…, no podía ser cierto. Al correr rozó un árbol, vaciló y se detuvo. ¿Dónde
estaba? La persona parecida a Dave Brick aullaba en la distancia, a su izquierda.
Tom corrió ciegamente por el bosque iluminado por la luna, en dirección adonde
los árboles se hacían menos densos. Todavía veía rostros en los dibujos de las ramas,
pero ahora parecían mirarlo horrorizados. Al dejar atrás a Dave Brick, se había
convertido en un monstruo.
Cinco. Allí estaba, tal como él lo conocía. Una antorcha, no una luz eléctrica; no
la misma quinta luz, sino la que él debía encontrar. Tuvo ganas de llorar nuevamente.
Entonces tuvo una premonición. Veía a Rose parada entre las altas hierbas,
acariciando a un lobo… Rose con los dientes afilados…
Todas esas pesadillas, en la escuela, todas esas terribles visiones: venían de él.
Comenzaban en él, nacían en él, se expandían y contagiaban a todos los que conocía.
Aún entonces, cuando pensaba que la magia consistía en algunos trucos con barajas,
estaba en camino hacia aquí. La antorcha resplandecía, visible entre gigantescos
árboles negros. Tom se estremeció y dio un paso adelante.
Primero vio el lobo muerto. La espada que tenía clavada en el vientre se movió.
De pronto Tom olió las flores de mostaza, olió el leve perfume de Rose que la
envolvía delicadamente. La herida en el vientre del lobo se abrió porque el lobo
estaba clavado al árbol por las patas, y la fuerza de gravedad lo atraía hacia abajo.
Colgaba debajo de la antorcha.
—Rose… —dijo—. Por favor…
Un hombre de negro salió del bosque. Capa negra, un sombrero negro que
ocultaba su rostro. Llevaba una espada ensangrentada y apuntaba con ella a un
espacio a poca distancia del pecho de Tom.
—¿Tienes mundos dentro de ti?
—No —no deseaba esos mundos.
—¿Quieres dominio?
—No.
—El vio el tesoro dentro de ti, hijo.
—Y lo aborreció.
—Honra al Libro.
—Ni siquiera lo conozco.
www.lectulandia.com - Página 265
—Tú perteneces a la Orden.
—No pertenezco a nada.
Tom temía que el hombre del rostro invisible le atravesara a él también, pero en
cambio dijo:
—Tú sabes lo que eres, hijo.
La espada ardió. El hombre la arrojó a un lado y señaló el camino que debía
seguir. El camino llevaba directamente hasta la sexta luz, ahora extinguida.
En la hondonada oscura, Del estaba acurrucado en el suelo dentro de su saco de
dormir. Tenía las manos bajo la cabeza. Después de desenrollar su saco de dormir y
meterse en él, Tom se tendió en el suelo, sintiendo que las irregularidades de éste se
amoldaban a su cuerpo. Oyó el canto de un grillo, un ruido de alegría mecánica e
idiota. Tom se puso boca arriba, adaptando su cuerpo a las irregularidades del suelo, y
miró la luna llena. Parecía dañada, como un casco deteriorado. Tú sabes lo que eres.
Volvió la cabeza, y sus ojos encontraron un árbol, partido por la mitad por un rayo.
Del se movió y gimió.
«Ayúdame, Rose. Sácame de esto.»
Un animal respiraba sobre él, bañando su rostro con un aire cálido y pestilente. Se
estremeció hasta despertarse totalmente; el animal se retiró. Tom sentía el miedo que
éste le tenía. Habían pasado horas; ya no había luna. Sólo veía el óvalo blanco del
rostro de Del, a tres metros de distancia. Pero aunque no veía nada, sentía a su
alrededor la presencia de cien vidas extrañas…, vidas animales. En los árboles
invisibles se oía un batir de alas.
—No —susurró; cerró los ojos—. Váyanse.
Algo se acercó a él. No le tuvo miedo, se sentía frío y firme. En los árboles
invisibles, los centenares de pájaros se movieron.
—Tú sabes lo que eres, muchacho.
Tom sacudió la cabeza, cerró fuertemente los ojos.
—Hay tesoros dentro de ti.
Trató de taparse las orejas.
www.lectulandia.com - Página 266
—¿Cuál es la primera ley de la magia?
La serpiente esperaba pacientemente que él respondiera. El no respondería.
—No tenemos dudas sobre ti.
Tom sacudió tan fuerte la cabeza que le dolió el cuello.
—Aprenderás todo lo que necesitas saber.
Entonces se aproximó otra cosa, algún animal que no podía identificar. La
serpiente se enroscó rápidamente, alejándose, y Tom cerró sus ojos aún más
fuertemente. Ese ser le transmitía la misma sensación de búsqueda, de avidez, que la
pequeña figura de Mesa Lane al comienzo de todo. Este animal tenía un aire de
maldad irredimible; no tranquila e insinuante e impersonal como la de la serpiente,
sino profundamente malvada. Pero hablaba con voz aguda y graciosa que parecía
esconder una risita. Era una voz loca, y el animal no era un animal, sino lo que el
hombre de la espada fingía ser.
—Traicionarás a Del.
—No.
—Te quedarás aquí para siempre, echarás a Del.
—No.
—Te damos la bienvenida, muchacho.
Inmediatamente todos los pájaros salieron de los árboles. El ruido era enorme,
casi oceánico. Tom se tapó la cara: pensó en los pájaros cayendo sobre él,
arrancándole pedazos de carne. Del sollozó en su sueño. Luego los pájaros
desaparecieron.
Tom se meció dentro del saco de dormir.
Cuando despertó, se dio cuenta de algo. Si Rose no se equivocaba con respecto a
la fecha, hacía varios días que su madre había recibido su carta. Pronto sería el
momento de escapar. Se dio la vuelta y miró a Del, sentado en la hierba al otro lado
de la hondonada, apoyado en un árbol.
—Buenos días —dijo Tom.
—Buenos días. ¿Adonde fuiste anoche? Quiero que me lo digas.
—Salí a caminar. Me perdí.
—No viste a mi tío.
—No. No lo vi. Ya te lo dije.
Del se movió y se frotó la mano en la hierba húmeda.
—No creo que te haya sucedido nada anoche. Es decir, algo como lo que él
www.lectulandia.com - Página 267
decía…
—¿Te sucedió a ti? ¿Te dieron la bienvenida?
—No —respondió Del—. No.
—A mí tampoco —afirmó Tom—. Creo que fue la noche más aburrida de mi
vida.
—Lo mismo me sucedió a mí —dijo Del, sonriéndole—. Pero me pareció oír
algo… muy tarde, creo que fue muy tarde. Un gran ruido, como si millones de
pájaros levantaran el vuelo al mismo tiempo. —Miró tímidamente a Tom—.
¿Entonces tal vez te dieron la bienvenida? ¿Tal vez fue eso?
—Vamos a lavarnos los dientes —dijo Tom—. Debe de haber comida en la casa.
Tom se puso la camisa, que estaba tan arrugada como un mapa en relieve.
Arrollaron sus sacos de dormir y los dejaron en la hondonada.
—Estás distinto —dijo Del.
—¿Cómo?
—Simplemente distinto. Mayor, creo.
—No dormiste mucho.
Estaban caminando por el bosque, bajo los árboles de grandes copas. En pocos
minutos llegaron al claro donde el hombre de la espada había dicho a Tom que sabía
lo que él era.
—Tal vez veremos a Rose hoy —dijo Del.
—Tal vez.
Tom caminó por el claro hacia el camino apenas visible, con hierbas aplastadas,
que llevaba a la plataforma rocosa.
—Tom, lamento haberme enojado contigo. Pensé que tratabas de estropear las
cosas… ¿sabes? Era una locura. De veras lo siento.
—Está bien.
Tom apartó unos helechos y volvió al bosque.
Después de un rato, Del habló nuevamente:
—¿Sabes?, creo que hace más tiempo que estamos aquí de lo que parece. El ya
hizo eso conmigo una vez.
—Sí, yo creo lo mismo.
—El sol está en otra posición. ¿No es extraordinario? Es como si él pudiera
mover el sol.
—Del, me duele la cabeza.
—Ah, probablemente es por eso que se te ve distinto. Oye, ¿qué te pareció Rose?
Sé que sólo la viste una vez, pero ¿qué te pareció? Espero que te haya gustado.
Espero que haya sido así.
—Me gustó —dijo Tom. Esto era insoportable. Pensó en una forma de lograr que
Del dejara de hablar con Rose. Giró sobre sí mismo en el sendero. Ahora veía el
www.lectulandia.com - Página 268
borde rocoso. Manchas de luz caían sobre ellos. Del levantó su mirada hacia él, ahora
confiado y amistoso como un cachorro—. Quiero preguntarte algo —dijo Tom.
—¿Sobre Rose? Puedes ser mi padrino, si eso es lo que deseas.
—Aquella vez que te fracturaste la pierna, ¿estuviste aquí más tiempo del que
pensabas?
—¿Cómo lo has adivinado? —Del lo miró asombrado—. Sí. Tienes razón.
—¿Recuerdas algo de lo que sucedió? ¿Cuando Bud vino a buscarte?
El asombro de Del se convirtió en perplejidad.
—Bien, es como si hubiera estado dormido durante largo tiempo o algo así. ¿Para
qué quieres saberlo? A veces recuerdo fragmentos de lo que sucedió…, pequeños
fragmentos, como se recuerdan los sueños.
Tom esperó.
—Bien, por ejemplo, recuerdo que Bud discutió con el tío Cole. Principalmente
eso.
—¿Discutieron sobre ti?
—Realmente, no. Bud quería que yo volviera a casa inmediatamente. Lo
recuerdo. Y lo consiguió. Volví a casa con él. Pero recuerdo que el tío Cole discutía
con él. Dijo que esperaba que Bud no estuviese incluido en mi testamento. Sé que fue
algo terrible, pero estaba furioso, Tom. Eso es todo, más o menos. Excepto…, bien,
recuerdo que Bud estaba sentado en un extremo del living y el tío Cole en el otro. Yo
seguramente estaba tendido de costado en el diván. Se miraban. Era como si pelearan
sin palabras. Entonces mi tío dijo:
»—Muy bien. Llévatelo, mujercita. Pero él volverá. Porque me quiere.
»Y Bud fue arriba a buscar mis cosas. Cuando bajó, todos fuimos al auto, y Bud
dijo:
»—No queremos actuaciones repetidas, señor Collins.
»Mi tío no respondió.
—No quería actuaciones repetidas.
—Eso es. —Ahora que la luz caía sobre él en discos y rayas, Del parecía parte del
bosque, camuflado como para confundirse fácilmente con una ardilla—. Pero fue una
tontería. Yo nunca volvería a fracturarme la pierna. Bud fue demasiado cuidadoso.
—Bien —dijo Tom; echó a andar hacia el borde rocoso.
—Realmente me pregunto si veremos hoy a Rose —dijo Del a sus espaldas.
Traicionarás a Del. Eso ya había sucedido. El resto, juróse Tom, no sucedería
nunca.
www.lectulandia.com - Página 269
DOS
VUELO
Las ventanas de la Tierra de las Sombras reflejaban el sol. Unas burbujas lechosas
entre las losas recogían la brillante luz. Del abrió las ventanas correderas y los dos
muchachos entraron en el living. En la alfombra se veían las huellas de la aspiradora;
persistía un olor a desodorante ambiental y a lustre para muebles. Los ceniceros
brillaban. Tom sintió de inmediato que estaba solo en la casa. La casa parecía vacía,
en venta, abierta para ser visitada.
—¿No es hermoso este lugar? —dijo Del mientras entraban en el vestíbulo. Más
olor a lustre de muebles. El pasamanos de la escalera brillaba—. Casi pienso…
—¿Qué?
—Que sería feliz aquí. Que podría vivir aquí. Como él. Y simplemente trabajar
con la magia. Profundizar cada vez más. No actuar nunca, sólo llegar a la perfección.
Es realmente puro.
—Ya veo a qué te refieres —dijo Tom—. ¿Crees que tomaremos el desayuno en
el comedor?
—Veamos, señor.
Del cruzó el vestíbulo y abrió la puerta al comedor.
La mesa estaba puesta para dos. Sobre un aparador había una serie de fuentes
tapadas. Allí y en la mesa, había brillantes fresias en jarrones.
—Ya lo creo que sí —dijo Del—. Qué bien. Veamos qué tenemos para comer. —
Levantó una tapa tras otra—. Ah, huevos. Tocino y salchichas. Tostadas con
mantequilla. Riñones. Hígados de pollo. Creo que a esto puede llamársele desayuno.
—Yo lo llamaría seis desayunos.
Llenaron sus platos de comidas y se sentaron. Tom se sentía un poco tímido ante
la inmensa mesa.
—Esto es maravilloso —dijo Del, atacando su comida— ¿Café?
—No, gracias.
—Es como ser rey, pero mejor aún. No necesitas salir a hablar a las masas ni
hacer nada de lo que hacen los reyes. Pero creo que él es un rey, ¿verdad? Por lo que
www.lectulandia.com - Página 270
decía ayer…
—Sí.
—Realmente no lo deseas, ¿verdad? —preguntó Del con timidez.
—No, realmente no. Sigue tú adelante.
—Y yo no estaría solo, como él. Es decir, no tendría que estar solo.
—Me duele la cabeza —interrumpió Tom—. Los riñones me han caído mal.
—Ah, lo lamento —tartamudeó Del—. Tom, pienso que tengo muchas cosas de
qué disculparme. Creo que me volví un poco loco. Sé que no había razón para estar
celoso, pero él pasaba tanto tiempo contigo… Pero eso sólo significa que serás un
mago fantástico, ¿verdad? Siempre necesitaré tu ayuda, Tom. Sé que él me eligió a
mí, y todo eso, pero… bien, pensaba que podrías usar un ala de esta casa para ti solo,
y que haríamos excursiones juntos, como hacía él con Speckle John.
—Eso estaría bien —dijo Tom; apartó su plato—. Del, ten cuidado. No todo está
arreglado.
No podía hablar a Del de escapar mientras, mentalmente. Del se asignaba la
categoría de reyezuelo.
—Tendremos que elegir nuevos nombres. ¿Ya has pensado en eso?
—Del, todavía no sabemos qué sucederá. —Del lo miró de mal humor por un
momento—. Lo único que te pido es que no te apresures. Aún tenemos muchas cosas
que descubrir.
—Bien, eso es cierto —dijo Del, y se concentró en su plato con huevos.
Tom avanzó un poco más.
—Nunca te pregunté esto antes. ¿Cómo murieron tus padres?
Del levantó la mirada, sobresaltado.
—¿Cómo? En un accidente de aviación. Era un avión de una compañía. Mi padre
lo pilotaba…, tenía licencia de piloto. Algo sucedió. —Del dejó su tenedor—. Ni
siquiera hubo un funeral porque el accidente fue una especie de explosión…, no
quedó nada. Sólo algunas partes quemadas del avión. Y mi padre había escrito en su
testamento que no quería ningún servicio religioso. Simplemente… desaparecieron.
Simplemente desaparecieron —su tenedor chocó contra el plato.
—¿Dónde estabas tú? ¿Cuántos años tenías?
—Tenía nueve años. Estaba aquí. Sucedió durante el verano. Yo estaba en una
escuela para internos en New Hamphire entonces, y fue terrible. Supe que después de
eso me marginarían. Y así fue. Si el tío Cole no hubiera sido tan bueno conmigo,
probablemente… me habría muerto. No sé —miró a Tom con incertidumbre; Tom
había apoyado el mentón en las manos—. El tío Cole me ayudó a salir adelante ese
verano.
—¿Por qué no seguiste viviendo con él después de eso?
—¡Era lo que yo quería, pero el testamento de mi padre decía que debía vivir con
www.lectulandia.com - Página 271
los Hillman. Mi padre no conocía muy bien al tío Cole. Creo que no le tenía
confianza. Puedes imaginar lo que los banqueros piensan de los magos. A veces
realmente tenía que rogar a mi padre que me permitiera venir aquí en verano.
Finalmente siempre me permitía venir, a pesar de todo. Siempre me daba lo que yo
quería.
—Sí —dijo Tom—. Mi padre también.
Después de un tiempo, Tom agregó:
—Creo que iré a acostarme. O saldré a caminar solo.
—Yo también estoy realmente cansado. Y quiero darme un baño.
—Buena idea —dijo Tom, y los dos muchachos se levantaron de la mesa.
Del fue al piso alto y Tom volvió al living. Se sentó en el diván; luego se acostó y
deliberadamente puso los pies sobre el diván. Se oyó correr agua por una cañería en
la pared. La gran casa, tan escrupulosamente limpia y pulida, parecía vacía; a la
espera. Si dejaba caer un fósforo y quemaba la alfombra, ¿la parte deteriorada se
repondría instantáneamente y por sí misma? Eso parecía…, que la casa estuviera
viva. Sus pies nunca ensuciarían la tela del diván. Y Del deseaba vivir aquí; en su
imaginación, ya era el jefe de la Tierra de las Sombras.
Tom saltó del diván y subió la escalera corriendo. La cama estaba abierta para la
siesta. Arrojó sus ropas en ella y fue al baño a darse una ducha.
El agua cantarina decía:
—No puedes.
La toalla limpia decía:
—Te venceremos.
Un nuevo tubo de pasta dentífrica en el lavabo decía:
—Serás nuestro.
Después de vestirse con ropa limpia, Tom arrojó su calzoncillo usado en el
canasto y lo cubrió con bolas de papel que tomó del escritorio. Este mínimo acto de
desafío le dio ánimos. Al menos había unos centímetros de la casa que no estaban tan
inmaculados. Salió de la habitación. Por las grandes ventanas del vestíbulo miró el
cobertizo de los botes: Rose con su vestido verde y sus tacones altos. Si se la veía
diferente, era por el hecho asombroso que había sucedido allí, no por los
acontecimientos mágicos que él había experimentado al volver al claro del bosque.
Sentía la casa alrededor de él como una piel. Sin oír un solo ruido, sabía que Del
ya estaba en cama, a punto de dormirse, un punto cálido en la fría perfección pulida
de la casa. Si Rose Armstrong estuviera adentro, la sentiría como un incendio.
Tom se apartó de la ventana y bajó la escalera. Le pareció que podía visualizar
cada centímetro de la casa, cada curva de la escalera, cada gota de agua en la pila de
la cocina.
www.lectulandia.com - Página 272
No se quedaría en esa casa un día más de lo necesario.
La veía desnuda de muebles, sólo las paredes y los suelos, brillantes de pintura
nueva esperando a su nuevo propietario. Y pensaba que la Tierra de las Sombras, un
feo nombre para una casa, estaba llena de secretos y cosas malas por todas partes, que
en todas partes había sombras porque la gente que la habitaba odiaba la luz. La Tierra
de las Sombras significaba ser desposeído. Y Coleman Collins parecía un hombre
perdido en sus propios poderes, una sombra en un mundo de sombras, insustancial.
Un viejo rey que sabía que tendría que sufrir en manos de su sucesor.
Al menos eso es lo que me contó Tom Flanagan a los treinta y seis años de
edad…, no habría usado esas frases a los quince, y más o menos he improvisado
sobre sus palabras, pero el muchacho de quince años parado al pie de la escalera, que
sentía que la casa lo llamaba, experimentó la desesperación y la piedad que el adulto
me describió. Porque él sabía que había sido elegido, aunque había rechazado el
ofrecimiento; sabía que él debía ser el nuevo Rey de los Gatos, aunque se negara a
eso también, si podía. Y el Tom adulto me dijo que a los quince años sabía que el
estacionamiento de Florida donde había visto un coche accidentado y dentro del
coche el cadáver de un hombre, era la imagen más verdadera de la Tierra de las
Sombras. No podía quitarse esa imagen de la cabeza.
De manera que echó a andar por el corredor hacia la puerta principal. No estaba
cerrada con llave. En el resplandor del sol, Tom salió al escalón más alto. Los
ladrillos brillaban. Entrecerrando los ojos, Tom bajó al asfalto. En el sendero había
charcos de agua.
¿Qué sucedería si avanzara por el sendero hasta el portón? Un hombre grande no
podía pasar entre los barrotes, pero él, Del y Rose podían hacerlo fácilmente. Desde
allí podrían caminar hasta Hilly Vale en menos de una hora, atravesando bosques y
campos si era necesario. Tal vez el acto físico de salir de la Tierra de las Sombras
sería el aspecto más simple de su huida; persuadir a Del sería el más difícil. Pero
Rose podía hacerlo, pensó. El fuerte sol le calentaba los hombros, la cabeza. Del
escucharía a Rose.
www.lectulandia.com - Página 273
El sendero hacía una nueva curva junto a la colina. Después de recorrerlo hasta la
mitad, vio los pilares del portón de entrada.
¿Por qué iluminan así el bosque?
Para poder ver lo que viene y lo que se va. Y qué ojos tan grandes tienes,
abuelita.
Entre los árboles veía la pared de ladrillo, a distancia del portón. Podrían
arreglarse para pasar si Del subía sobre sus hombros. Se acercó un poco más, y
comprobó que los barrotes del portón tenían una separación de casi treinta
centímetros entre sí. Sería fácil pasar por una abertura como ésta. Y si los hombres
les perseguían, tendrían que detenerse para marcar el código que abría las puertas.
Fue a abrirlas. Las puntas de cada barra parecían algo más que ornamentales. Y la
pared de ladrillo, según veía ahora, tenía trozos de vidrio roto clavados en el
hormigón. Sobre los vidrios había tela metálica. De manera que tendrían que pasar
por el portón. Miró a través de él el estrecho camino de tierra que les conduciría a
Hilly Vale.
«Cuando estés lista, Rose», pensó, y pasó el brazo a manera de prueba entre los
barrotes.
—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó una voz a sus espaldas.
Tom dio un salto. Tuvo la sensación de haberse elevado treinta centímetros en el
aire, y se volvió, tratando de no parecer asustado pero sin lograrlo. Thorn y Snail
acababan de surgir entre los árboles. Más que nunca parecían embrujados. Thorn
llevaba una camiseta de color azul oscuro llena de manchas. Bebió lo que quedaba de
una botella de cerveza y la arrojó al bosque. Snail llevaba una camiseta ordinaria de
color gris. Las mangas estaban cortadas, y los tatuajes aparecían en sus brazos
corpulentos como brillantes medallas.
—Te pregunté qué diablos estás haciendo —dijo Thorn—. No puedes salir por
allí. Nadie sale por allí.
«Su rostro de fantoche —pensó Tom— es el resultado de la cirugía.» Había
cicatrices alrededor de los ojos y de la boca.
—Yo no salía. No estaba haciendo nada —respondió Tom.
Los dos hombres se acercaron al borde del sendero y se detuvieron. Snail se puso
las manos en las caderas. La camiseta gris se abultaba sobre su pecho y su panza.
—Vamos, vamos, vamos —dijo Thorn. Snail rió—. Tú eres el que nos vio antes
—agregó Thorn.
El feo rostro pareció consumirse. Tom no sabía qué hacer, sentía una violencia
estúpida en los dos hombres… Perros furiosos que de pronto se encontraban al
mando de la perrera.
—Tal vez está buscando a su novia —dijo Snail sonriendo.
—Buscando a la muchacha bonita; ¿eh, muchacho? ¿Piensas que salió a tomar el
www.lectulandia.com - Página 274
aire?
Snail volvió a reír.
—Yo no buscaba a nadie —afirmó Tom—. Sólo estaba dando un paseo.
Se miraron con un rápido movimiento de comprensión en los ojos. «La cárcel —
pensó Tom—, han estado en…»
Se acercaban a él.
—No puedes salir de aquí —dijo Thorn.
Snail sonreía, golpeándose los puños e hinchando los músculos de su brazo.
—Tal vez aún esté buscando a ese tejón.
—Tal vez él es el tejón —señaló Snail.
Tom retrocedió hasta los barrotes del portón, demasiado asustado como para
pensar.
—¿Qué te parece? —dijo Thorn—. ¿Te cagarás en los pantalones antes de que
lleguemos ahí, o después?
No comiences cosas que luego no sabes cómo terminar. Tom sentía olor a piel
sucia, tosca, a cerveza rancia. Cerró los ojos y pensó en sus hombros abriéndose cada
vez más. En su mente estalló un rayo de color amarillo, y vio a Laker Broome
gritando órdenes desde el escenario lleno de humo: inmediatamente antes de que los
hombres llegaran a él, vio un cielo raso donde un pájaro gigantesco le gritó: Sí. Se
elevó a noventa centímetros del suelo, en línea recta. Las barras de la puerta rozaban
su camisa. Dios, sí. Subió otros noventa centímetros y abrió los ojos. Rió
enloquecidamente.
Thorn y Snail lo miraban con la boca abierta, y ya retrocedían.
—Eh —gruñó Tom, incapaz de hablar, y señaló un abedul de seis metros de alto
cerca de la pared de donde ellos habían venido. Sentía que le estallarían las venas en
la cabeza. Ahora, carajo. Se abrió una grieta en el suelo, se oyeron ruidos como de
armas de fuego entre los árboles. El abedul se inclinó hacia la izquierda y una raíz se
rompió con un fuerte crujido.
—¡Estás loco! —gritó Snail.
Tom gimió. El abedul saltó, arrastrando raíces y tierra. Quedó colgado en el aire,
paralelo a él, y Tom casi oyó al abedul gimiendo de dolor y conmoción. Lo dejó caer
como habría hecho con un ratón o con un conejo moribundo, con alguna pequeña
vida que él mismo hubiese dañado; se odiaba a sí mismo. Sin saber por qué, vio
mentalmente una planta de diente de león arrancada de raíz, imaginó que corría
sangre por sus manos.
Thorn y Snail desaparecían ahora en el bosque, cuando cayó en el asfalto. «Esto
es lo que quería Esqueleto», pensó. Sintió el impacto de la caída en la columna
vertebral, luego se apoyó en los codos y en las rodillas. El asfalto húmedo le raspó la
mejilla. «Ese malestar.» Si los hombres habían vuelto, le darían de puntapiés hasta
www.lectulandia.com - Página 275
dejarlo sin sentido.
Finalmente, Tom se levantó y caminó, tambaleante, por la ladera de hierba. La
Tierra de las Sombras brillaba ante él, bañada por la fuerte luz. La casa parecía
totalmente nueva. Los escalones de ladrillo lo llamaban, el picaporte rogaba que lo
tocaran. A Tom le dolía la cabeza.
Un inconfundible aire de bienvenida, cálido y fragante, lo invadía.
Tom recorrió el vestíbulo, tomó por el corto corredor lateral y abrió la puerta de la
habitación prohibida. No lo recibió ningún rostro sabio con gafas; la habitación no
era ni un estudio atestado de muebles ni un sótano. Estaba vacía. Las paredes eran de
color gris plateado, con bordes blancos y brillantes alrededor de las ventanas, y una
oscura alfombra gris. Vacía de vida, la habitación lo acogía.
Todo lo que veas aquí viene de la interacción de tu mente con la mía.
Una escena invisible se desarrollaba entre esas paredes, esperando que él entrara
para cobrar vida.
Tom retrocedió ante la escena invisible…, casi oyó el suspiro de desilusión de la
habitación. O de algo en la habitación… Algún gigante frustrado que se apartaba…
Tom cerró la puerta.
Y siguió por el vestíbulo hasta el Pequeño Teatro. La chapa de bronce en la puerta
ya no estaba vacía: ahora se veían tres palabras y una fecha grabadas en ella:
Wood Green Empire
27 de agosto de 1924
Tom abrió un poco la puerta y el público del mural lo miró con distintas
expresiones de placer, diversión, cinismo y voracidad. Por supuesto. Del otro lado de
la puerta se encontró tan cerca del escenario que casi estaba dentro de él. Retrocedió.
Caminó unos pasos por el vestíbulo y entró en el teatro grande. También brillaba;
hasta los asientos estaban lustrosos. Tom penetró más profundamente en el teatro.
Los cortinajes estaban descorridos y se veía el escenario. La madera pulida terminaba
en una pared blanca y vacía. Colgaban sogas a diversas alturas sobre la madera. Tom
caminó por un pasillo y se sentó en uno de los asientos tapizados. Deseaba sacar a
Rose y a Del de la Tierra de las Sombras esta tarde: no quería ver nada de la
actuación de despedida de Collins. Tal vez consistiría en más que una despedida, y
Tom lo sabía. Lo sabía del mismo modo en que conocía sus propios sentidos.
www.lectulandia.com - Página 276
Estos también parecían haber tomado parte en el cambio general dentro de él. Era
como si sus sentidos hubieran sido afinados y puestos a punto. Todo el día había visto
y oído con gran claridad. Desde que él y Del retornaron a la casa, esta intensidad de
percepción había aumentado. Lo acosaban sonidos corrientes, casi inaudibles, llenos
de sustancia. Lo más extraño de todo fue su percepción de Del, que dormía en su
cama: ese punto de calidez. Todavía tenía conciencia de esto. Del brillaba para él.
Luego Tom sintió un cambio en la casa, un movimiento de masa y de aire como si
se hubiera abierto una puerta. La casa se había organizado de otra manera para recibir
a un recién llegado. Tom oía a medias la sangre que corría por el cuerpo del recién
llegado; sus músculos comenzaban a ponerse tensos. Sabía que era Coleman Collins.
El mago lo esperaba. Estaba en algún lugar del teatro, aunque no se le podía
encontrar en ninguna parte si se intentaba una búsqueda común.
Tom se levantó de su asiento y caminó por el pasillo hacia el escenario vacío.
¿Qué era lo que había dicho Collins sobre los trucos, en la historia de los gorriones?
Le daban a uno lo que uno pedía, pero le hacían pagar por ello.
Cruzó la amplia zona frente al escenario y fue hacia el pasillo más alejado. Tom
recordaba haber visto esas paredes verdes que se formaban alrededor de él, uniéndose
como trozos de nubes. Las columnas blancas le recordaban los barrotes de la
puerta…, barrotes sólidos entre espacios abiertos. Luego supo dónde estaba el mago.
Sintiéndose tonto, pero sabiendo que tenía razón, Tom apoyó la palma de su mano
en la pared. Por un instante sintió yeso sólido, un poco más fresco que su mano.
Luego fue como si las moléculas del yeso se aflojaran y comenzaran a separarse. La
pared se hizo más cálida; durante una milésima de segundo el yeso le pareció
húmedo. Luego sólo quedó el color, con aspecto sólido, pero no era otra cosa que un
color. Su mano se había hundido hasta la muñeca. Del otro lado de la pared de color,
sus dedos eran oscuramente visibles y tenían un color verdoso. Tom siguió a su mano
a través de la pared.
Estaba en un inmenso espacio blanco, y su corazón daba saltos. Coleman Collins
estaba sentado en la silla de la lechuza mirándolo con afectuosa atención. Llevaba un
traje de franela color gris claro y brillantes zapatos negros. En el brazo de su sillón,
junto a su codo derecho, había un vaso lleno hasta la mitad de whisky.
—Lo supe cuando oí tu nombre por primera vez —dijo Collins, apoyando el
mentón sobre sus dedos entrelazados—, y estuve seguro cuando te vi por primera
vez. Felicitaciones. Debes sentirte muy orgulloso de ti mismo.
www.lectulandia.com - Página 277
—No estoy orgulloso.
Collins sonrió.
—Deberías estarlo. Eres el mejor en siglos, probablemente. Cuando hayas
terminado tus estudios, podrás obtener lo que quieras. Entretanto, quiero responder a
todas las preguntas que desees hacer. —Collins bajó la mano y encontró el vaso sin
mirarlo. Tomó un sorbo—. Sin duda hasta un novio poco dispuesto tiene algunas
preguntas que hacer.
—Del piensa que él es el elegido —dijo Tom.
—Eso no tiene importancia para ti. —Collins echó atrás la cabeza y adoptó un
aire seductor. Era como mirar a Laker Broome cuando trataba de ser encantador; Tom
percibió la tensión y la excitación del mago, oía a medias el tamborileo de su pulso
—. En realidad, sugiero que ya no puedes permitirte preocuparte por asuntos así. Uno
de los peligros de la altura, pajarito…, es que no puedes ver a los pájaros más
pequeños que aún tratan de encontrar su camino para salir de las nubes.
—Pero ¿qué le sucederá a Del cuando descubra esto? No quiero que lo descubra.
El mago se encogió de hombros y tomó otro sorbo de whisky.
—Puedo decirte una cosa. Este es el último verano de Del en la Tierra de las
Sombras. Pero no el tuyo. Tú vendrás aquí a menudo y te quedarás mucho tiempo.
Así debe ser, hijo. Ninguno de nosotros tiene otra opción. —Volvió a sonreír a Tom, y
tomó un sobre de aspecto familiar de un bolsillo de su chaqueta—. Iba a esto. Elena
me entregó este sobre, como tú sabrías que haría. Yo no podía permitir que saliera,
¿sabes? Todavía estoy considerando este insulto a mi hospitalidad.
Era la carta de su madre, y Tom la miró con miedo. Collins seguía sonriendo,
sosteniendo la carta entre dos dedos.
—Eliminémosla, ¿eh?
Apareció una llama en el ángulo superior del sobre. Collins lo sostuvo hasta que
la llama llegó a un centímetro de sus dedos, luego arrojó el papel en llamas hacia
arriba; sólo quedó la llama, y luego la llama misma desapareció desde abajo hacia
arriba.
—Ahora que esto ya no está entre nosotros —dijo Collins—, no habrá nada
parecido en el futuro. ¿Comprendes?
—Comprendo.
Tom se había puesto pálido…, de alguna manera la carta era una prueba de que
escaparía de la Tierra de las Sombras.
—Esto es mucho más importante para ti que el colegio, muchacho. Esta es tu
verdadera enseñanza. Y en realidad quiero mostrarte algo que seguramente me
preguntarás más tarde o más temprano. —Se inclinó y tomó un pequeño libro
encuadernado en cuero que había debajo de su asiento. No tenía título en la tapa ni en
el lomo—. Este es el libro. Nuestro Libro. El Libro que debemos honrar.
www.lectulandia.com - Página 278
La excitación del mago era casi palpable. Bajo su exterior frío, Collins hervía.
—Speckle John me lo dio. Con el tiempo será tuyo…, entonces ya lo habrás leído
cien veces. El original estuvo perdido durante siglos, y tal vez terminó su existencia
en el fuego de un árabe… La madre del hombre que descubrió unos evangelios
desconocidos lo usó como combustible antes de descubrir su valor en el mercado
negro. Pero hace siglos que tenemos nuestra copia, que ha pasado de mano en mano.
Los eruditos conocen desde hace unos treinta años una versión expurgada, llamada
Evangelio de Thomas. Pero ese pobre documento no revela nuestro secreto. ¿Cuál es
la primera ley de la magia?
—Como arriba, abajo —dijo Tom.
—¿Conoces el significado de esa frase? —Collins esperó; Tom sentía la atracción
gravitacional de su tensión—. Significa que los dioses son sólo hombres con un
entendimiento superior. Magos. Que han encontrado y liberado lo divino dentro de
ellos mismos. Jesús compartió este conocimiento sólo con algunos, y el conocimiento
se convirtió en nuestra tradición secreta —pasó los dedos amorosamente sobre la
encuadernación de cuero—. El Libro estará en la habitación donde te prohibí entrar.
Después de mi actuación, entra allí y léelo. Léelo como yo lo leí hace cuarenta años.
Aprende la verdadera historia de tu mundo.
—¿Habla del demonio? —preguntó Tom, recordando el ser que se le había
aproximado durante la noche.
—Dios, según el punto de vista ortodoxo, provoca hambre, plagas e
inundaciones. ¿Dios es malo? El mal es una ficción conveniente.
Tom miró el viejo rostro poderoso del mago. Lo que vio ardía tan fieramente que
tuvo que apartar la mirada.
—Evita analizar lo que viste anoche. De manera que no te obligaré, muchacho…,
eso vendrá solo. Pero debes saber que todos los muchachos de tu escuela fueron
tocados por nuestra magia, algunos en forma beneficiosa, otros no. Y no podría haber
sido de otra manera, ya que tú y Del estabais allí.
—Sé que las pesadillas provenían de mí —dijo Tom, con plena conciencia de su
culpa.
—Por supuesto. De lo que estaba oculto en ti, de algo que tú no sabías que estaba
dentro de ti. De tu tesoro.
—Mi tesoro.
—Cualquier tesoro encerrado en una habitación a oscuras comenzará a pudrirse y
a tratar de salir de ella. Eso sucede con un cadáver no embalsamado dentro de un
ataúd. Está en el Libro: «Si extraes lo que hay dentro de ti, lo que extraigas te salvará.
Si no extraes lo que está dentro de ti, lo que no extraigas te destruirá.»
—¿Es eso lo que le sucedió a Esqueleto Ridpath? —preguntó Tom.
—No arrojó afuera el poder que tenía dentro de él, como otro alumno de tu clase,
www.lectulandia.com - Página 279
sino que imploró poseer sus aspectos más crueles… cuando aún no estaba preparado
para ello. Ese muchacho quería que yo fuese a buscarlo, y eso hice. Junto con
Speckle John, yo ya había inventado el Cobrador. Originariamente era un objeto de
tela y goma, un juguete para asustar al público. Vi que podía ser un recipiente. Hay
muchos candidatos. Muchos voluntarios.
Las manos de Collins temblaban.
—Le di lo que pedía. —Levantó la mirada hacia Tom con una expresión de
salvaje desafío—. Ven conmigo. Ya verás lo que quiero decir.
Se alejó de la silla a grandes pasos. Ante el temor de quedarse solo, Tom se
apresuró a seguirlo. La alta figura del mago, con su traje gris, ya estaba
profundamente inmersa en la neblina blanca. La neblina rodeó a Tom cuando se
acercó a Collins, y por un momento fue lo suficientemente densa, como una nube
congelada, como para ocultar totalmente a Collins. Entonces Tom vio los anchos
hombros grises un poco más adelante, y corrió en esa dirección.
Salió de la niebla para pasar a un herbazal seco y arenoso. Estaban nuevamente en
Arizona, eso fue lo primero que comprendió. Los coches se hallaban estacionados en
filas alrededor de ellos. En la distancia se oían unos gritos.
—Rápido —dijo Collins, y Tom se quedó sin aliento; el mago se había envuelto
en un largo impermeable, y un sombrero de ala ancha daba sombra a su rostro.
Tom se acercó y vio dónde estaban.
A sus pies la tierra descendía hasta una planicie blanquecina…, el campo de
fútbol. Las tribunas estaban llenas de padres y muchachos. Dos equipos se
enzarzaban y luchaban en el campo. Collins dijo:
—Dos cosas me llamaron aquí. Ese muchacho perturbado en aquel banco, que me
mira en este momento…, y tú. Fíjate.
Tom vio el rostro de Esqueleto que irradiaba placer sobre su frágil pecho y sus
hombros cubiertos por las almohadillas del traje de fútbol. Con sus sentidos
aguzados, Tom percibía lo que sucedía dentro de Esqueleto, una intensa ola de
pasión. Entonces oyó un ruido de amor mezclado con miedo, y vio que Esqueleto
levantaba bruscamente la cabeza para mirar hacia las tribunas. Y allí estaba Del,
tratando de ponerse de pie en la última fila, mirando con ojos extraviados hacia
adelante. Los sentimientos que surgían de Del eran demasiado densos como para
captarlos todos, el amor, el terror y el horror a la traición y a la confusión se
mezclaban en toda su magnitud. Se vio a sí mismo, con un rostro vacío e inocente
haciendo volver a su asiento a Del.
—Basta —dijo Collins.
Dio media vuelta y echó a andar entre las hileras de coches.
La hierba era más alta y ya no había coches. Collins caminaba junto a él, entrando
www.lectulandia.com - Página 280
en el valle verde. Era Ventnor. Los desastrosos partidos de fútbol habían terminado.
—Hoy está sucediendo algo interesante —decía Collins—. Quiero que lo veas.
Mientras seguían caminando, Tom miró por encima de su hombro y vio un
sendero donde se habían detenido varios muchachos, y él mismo estaba entre ellos.
Del levantó su brazo vendado como para defenderse de un golpe. Una segunda ola de
traición, casi imperceptible. Nadie más lo veía…, no era más que la sombra de
Collins.
—Por supuesto, éste es el día del famoso robo —dijo el mago.
Caminaban por una zona verde, y Tom recordó haberla visto en un sueño, mucho
tiempo atrás… Sabía que Esqueleto Ridpath estaba esperando, lleno de alegría, cerca
del gimnasio de Ventnor.
—Cuando todos vivíamos en el bosque —dijo Collins—, podíamos convertirnos
en pájaros a voluntad.
Desaparecieron detrás de una pared de hormigón… Tom transpiraba, estaba al
borde del colapso…, y el mago se elevó del suelo, batiendo unas grandes alas grises.
Era una lechuza.
Tom agitó sus propias alas; él también se había convertido en un pájaro. Más
abajo y más atrás, Esqueleto aullaba. La transformación había sido instantánea e
indolora; adquirir alas era más fácil que ponerse una camisa. Dentro del pequeño
pájaro en que se había convertido, él seguía siendo Tom Flanagan; y cuando miró la
lechuza, vio a Coleman Collins dentro de ella. El mago sonrió, tenía el cabello
aplastado sobre su cabeza. La lechuza voló a cierta altura y luego volvió hacia los
edificios de Ventnor. Tom giró también, más abajo, y la siguió. Por lo que veía de sí
mismo, era un halcón.
—Un halcón peregrino —dijo Collins—. Veo que eres curioso —había risa en su
voz.
Tom miró el paisaje, y por un momento quedó maravillado por su belleza y su
extrañeza…, árboles, un lago brillante y grandes zonas verdes. Parecía el edén, un
lugar que brillaba por lo nuevo y promisorio. Más allá se extendía una red de caminos
zigzagueantes, otros rectos, algunas casas, el desierto. A kilómetros de distancia se
alzaban las montañas. Debajo de todo esto había tensiones geológicas y músculos
pletóricos de vida. Pequeños seres se escurrían por la hierba y la arena. Tom veía por
los ojos de un halcón.
Collins interrumpió su ensoñación.
—Hijo.
Tom miró hacia abajo y vio al mago sentado en un techo junto a una ancha lámina
de vidrio inclinada. Descendió de mala gana. Cuando aterrizó en el techo era Tom
otra vez y la maravillosa visión interna había desaparecido. Caminó hacia Collins,
apoyándose en la pendiente del techo.
www.lectulandia.com - Página 281
Ya ves, no todo es malo —dijo el mago—. ¿Acaso las normas ingenuas de moral
podrían darte algo así? —miró hacia abajo, a través del vidrio—. Pero ahora llega
nuestro momento. Mira.
Tom se vio a sí mismo y a Del en medio de un mar de cabezas, solos en medio de
una multitud, cerca de una mujer que servía té. Luego Marcus Reilly se aproximó a
él, empujado por Tom Pinfold, y Tom se vio a sí mismo apartándose para hablar con
ellos. Miró la cabeza rubia de Marcus como si pudiera ver dentro de ella y encontrar
el germen que había puesto a su amigo en este asunto sangriento.
—Pierdes el tiempo —dijo el mago, con brutal brusquedad—. Mira del otro lado
de la habitación.
Tom miró hacia allá. Esqueleto estaba apoyado en la pared más distante. Su rostro
se mostraba distorsionado pero era visible, parecía un robot en un piloto automático.
Tom miró nuevamente hacia atrás y hacia abajo y vio que Del se había apartado un
poco del Tom Flanagan que se encontraba allí: Del estaba solo, y su nariz señalaba
directamente a Esqueleto.
—Mi sobrino es más débil que Speckle John —dijo el mago. —Ya ves, se siente
amenazado, no sabe si puede confiar en sus ojos, pero ellos parecen decirle que su
mejor amigo está en secreta complicidad con su ídolo. No puede ignorar ni rechazar a
su mejor amigo. Pero debe golpear en alguna parte. Ha comenzado a admitir que la
persona que más teme y odia en el mundo también podría tener una secreta relación
con este ídolo.
Del estaba rígido por la concentración. El aire que lo rodeaba pareció oscurecerse.
Tom vio o sintió el esfuerzo de Del con los sentidos de pájaro que le quedaban.
—No necesitas ser un gran hombre —dijo el mago—, sé un gran asno.
Del otro lado de la habitación, Esqueleto se acercó a los estantes. Dejó flotar su
mano sobre los objetos de vidrio. La mano bajó y se cerró. Deslizó algo en su bolsillo
y mostró una sonrisa vacía.
A cierta distancia de Tom, Del se relajó. En cierto modo era una prueba. Tom se
apenó por Del, por Dave Brick (que tenía su regla de cálculo en la mano y miraba a
Esqueleto con la boca abierta), por sí mismo también: tanto malestar, tanta agitación,
tantos celos.
—Hizo uso de tus fuerzas —dijo Collins.
—¿Y la levitación…?
—Otra vez tu fuerza. —Collins se puso de pie, y Tom también, parpadeando—.
Ven.
La enorme lechuza gris se elevó sobre el vidrio y sobre el techo, dirigiéndose a
las nubes; Tom vaciló, levantó los brazos y descubrió que eran alas. Nuevamente esa
transfiguración instantánea. A su alrededor se amontonaban nubes blancas, la lechuza
había desaparecido; se encontró arrastrándose a cuatro patas hacia una zona verde.
www.lectulandia.com - Página 282
Cuando su mente se aclaró, estaba tendido en el suelo frente a la primera hilera de
asientos en el gran teatro.
Tom se metió en la cama y trató de descansar. No podía dormir. Siempre que
cerraba los ojos, estaba volando o cayendo.
Finalmente se puso de pie y bajó la escalera, y encontró el almuerzo servido en el
comedor. Jamón y carne, choucroute. Un vaso de leche helada. Tom comió tan
irreflexivamente como un animal, y luego llevó sus platos a la cocina y los depositó
en la pileta.
Durante algún tiempo Tom recorrió el living, mirando los cuadros. Luego pasó a
un gabinete con puertas de vidrio. En el estante más alto había un antiguo revólver
sobre el terciopelo de un estuche de cuero abierto. Debajo se hallaba una pastora de
porcelana con un bastón. A poca distancia había otras figuritas de porcelana, un
muchacho con una cartera repleta de libros, un gordo de la época isabelina con un
jarro de cerveza, unos borrachos con rostros contorsionados sosteniendo partituras
musicales. Volvió a mirar a la pastora y vio que tenía la cara de Rose…, una frente
alta y vulnerable, labios llenos, ojos muy espaciados. Parecía molesta por haber sido
colocada en un lugar aparte de los demás. La mano de Tom fue hacia la llave de la
puerta de vidrio; se detuvo al tocar el metal. Tema un miedo supersticioso de tocar la
figura de porcelana. Finalmente se alejó.
Esa noche se enfrentó con Del, después de una larga siesta.
Las puertas de corredera estaban abiertas hasta la mitad, dejando un arco iris entre
su habitación y la de Del. Tom pasó por la abertura y oyó el rumor del agua en el
baño. Se sentó en la cama.
Poco después Del salió del baño, con una toalla alrededor del cuello como una
capa, los cabellos húmedos y brillantes pegados a la cabeza. Entonces Tom se dio
cuenta de que Del le parecía un niño, tan frágil como si tuviera nueve años de edad.
—¡Me siento magníficamente bien! ¡Debo haber dormido todo el día! —exclamó
Del.
—Yo también —dijo Tom.
—Si seguimos así, pronto tendremos el horario de un mago…, estaremos
despiertos toda la noche y dormiremos durante todo el día. Pero eso está muy bien.
Me gusta la noche. ¿Y a ti?
www.lectulandia.com - Página 283
Del comenzó a secarse los cabellos con una toalla, sin ninguna conciencia de su
desnudez.
—Yo prefiero la luz del día.
Del se asomó bajo el borde de la toalla.
—¿Estás de mal humor?
Tom sacudió la cabeza y el rostro de Del desapareció detrás de la toalla.
—¿Tienes ganas de trabajar con la baraja cuando me haya vestido?
—Sí.
—Tenemos que practicar más… Hace una semana que no toco una baraja. Es
necesario practicar para no perder la habilidad. Podría mostrarte esa manera de
barajar sobre la que estaba leyendo.
—Muy bien.
Del se quitó la toalla de la cabeza y se secó las piernas. Tenía los cabellos
desordenados en las sienes, y aún colgaban, húmedos detrás de sus orejas. Dejó la
toalla y comenzó a ponerse ropa interior blanca.
—Muy pronto, tal vez mañana, oiremos el resto de la historia de mi tío.
—Así creo.
Abotonándose una camisa amarilla, Del miró a Tom casi con timidez.
—Espero que los dos podamos pasar los veranos aquí de ahora en adelante.
Podríamos aprender juntos, ¿no te parece?
Del no prestó atención al silencio de Tom, sino que fue a su escritorio, sacó una
baraja nueva y rompió la etiqueta de celofán.
—Bien, acerca una silla al escritorio —dijo Del, barajando las cartas.
Las manipulaba de un modo complicado que Tom no llegaba a ver, que requería
el uso de las palmas y que terminaba abriéndolas en abanico con las dos manos para
mezclarlas.
—Muy bien. Mira. —Las extendió en abanico sobre el escritorio. Los cuatro
doses estaban juntos. Los treses también, y así sucesivamente hasta los ases—. Muy
bueno, ¿no te parece? Se puede hacer prácticamente cualquier cosa con esa mezcla
triple. En un par de meses podré hacerlo tan bien que…
—Del —interrumpió Tom—. Cuéntame lo de la lechuza de Ventnor.
Su amigo lo miró con ojos alarmados y muy abiertos. Juntó las cartas y volvió a
mezclarlas.
—No hay nada que contar.
—Yo sé que sí.
Del miró sus manos.
—¿Lo gracioso es que todos piensan que lo que importa es la velocidad, y se
equivocan. Ninguna mano es tan rápida como el ojo. Tiene mucho que ver con la
finesse. La velocidad rara vez importa.
www.lectulandia.com - Página 284
—Háblame de eso, Del.
Del abrió las cartas en abanico; los dos reyes rojos brillaron en medio de un mar
de naipes negros.
—Yo quería perjudicar a Esqueleto —murmuró—. Quería que lo echaran —
dirigió a Tom una mirada atormentada—. ¿Cómo lo sabes, de todas maneras? ¿Cómo
lo descubriste?
—Me lo dijo tu tío.
El rostro de Del se puso blanco. Hizo un montón con los naipes, lo cortó, los
mezcló de forma convencional, y volvió a cortar. Tomó las cuatro cartas de arriba:
cuatro ases. Volvió a mezclar las cartas y levantó las cuatro de arriba: reyes.
—Estás buscando evasivas —dijo Tom.
Del intentó nuevamente el truco: tres reinas y un siete aparecieron sobre el
escritorio.
—Pero fue a causa de él… —se interrumpió…, trataba de no llorar—. Hasta
Esqueleto parecía robar al tío Cole… —Del se secó los ojos—. Yo quería crearle
problemas —miró el truco malogrado—. Yo lo observaba, pensaba en él… y tú
comenzaste a hablar a Marcus Reilly…, y yo me sentía muy mal por lo que Bobby
Hollingsworth había dicho después del partido… y después de verte con él, Tom,
porque yo te vi, y tú me miraste, pero nadie más podía verte…, fue como aquel día
que me fracturé la pierna…, sentí odio por todo, y no podía hablar contigo… —Del
se llevó la mano a los ojos—. Entonces pensé: me liberaré de Esqueleto. Pensé que el
señor Broome y todos los demás sabrían de inmediato que había sido él, nunca pensé
que todo se convertiría en una locura como sucedió… —gimió, levantando la mirada
hacia Tom—. De manera que hice que la tomara. Hice magia. Nunca había hecho
algo así antes, pero de pronto supe que podía hacerlo. Me concentré tan intensamente
que pensé que iba a explotar. Y logré que lo hiciera —miró hacia abajo, y luego
nuevamente a Tom—. De manera que creo que yo causé después todos esos
problemas. El incendio, lo que le pasó a Dave Brick, y… todo.
—No, tú no —dijo Tom—. El lo hizo.
—¿Esqueleto?
—Tu tío.
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Mira, Del —respondió Tom—. Las cosas que hace son… —puso sus manos
sobre los naipes—. Como esto. Los baraja, hace salir a uno, coloca su palma sobre
otro, te muestra un dos cuando esperabas un as…, ¿ves? Un incendio, una vida, para
él son como dos naipes más. No cree que pueda hacer nada malo. No cree en el bien
y el mal.
—Pero yo logré que Esqueleto lo hiciera —protestó Del.
—Y acabas de decirme por qué.
www.lectulandia.com - Página 285
—Hablas así porque no eres suficientemente bueno como mago —dijo Del,
comenzando a resentirse otra vez.
—No discutiré eso contigo —miró a su amigo con furia—. Del, Rose piensa que
deberíamos marcharnos de la Tierra de las Sombras. Piensa que tu tío está perdiendo
el control. Tiene miedo por nosotros. Por ella misma también.
Esto conmovió a Del.
—¿Rose tiene miedo?
—Tiene bastante miedo como para querer marcharse. Y llevarnos con ella.
—Bien, yo hablaré con ella sobre esto. Si lo que me dices es cierto.
Siguieron hablando…, fue una conversación que no llegó a conclusión alguna, de
manera que tuvieron que dejar las cosas como estaban, pero Tom se sentía agradecido
de que Del hubiese llegado hasta aquel punto sin pedirle que la conversación
terminara.
En realidad, se quedaron levantados hablando hasta el amanecer, y en cierto
momento Del fue a buscar una vela; la encendió y apagó las luces, y los dos
permanecieron sentados ante el pequeño escritorio, al principio Tom se sentía
receloso y Del culpable, pero más tarde surgió un reconocimiento no expresado de la
importancia de su amistad en sus vidas, y siguieron hablando a la cálida luz de la
vela, sobre magos, naipes, y acerca de la escuela. Y sobre Rose. A pesar de las cosas
silenciadas por ambas partes, fue la última noche y la mejor de su amistad, al menos
la última noche en que pudieron hablar de la manera cálida y espontánea propia de
una vieja amistad, y los dos comprendieron que así había sido.
Pasó una semana, la semana anterior a la enfermedad de Tom y a su encuentro
con el demonio; fue un extraño limbo durante el cual coincidieron casi
exclusivamente durante los abundantes desayunos y a la hora de la cena. La hora del
desayuno pasó de las ocho a las diez de la mañana y luego a cerca del mediodía, y
reemplazó al almuerzo. Los dos muchachos se quedaban levantados hasta la una o las
dos de la mañana, pero hablaban poco, como si aquella conversación de toda una
noche les hubiera secado la lengua. Del iba a menudo al teatro grande a practicar con
los instrumentos de prestidigitación. Cuando fuera llamado, Del quería estar listo, y
Tom lo advirtió.
Mientras Del barajaba y manipulaba los naipes, Tom nadaba en el lago, flotando
de espaldas con las orejas bajo el agua y al sol. Descubrió que podía cruzar el lago si
se relajaba y hacía una brazada lateral durante largos trechos. En el extremo más
www.lectulandia.com - Página 286
alejado del lago había una playa de sólo dos metros de ancho. La primera vez se
tendió desnudo en la arena y se quedó dormido. Cuando despertó tuvo la sensación de
que los hombres del señor Peet se habían acercado a él y se habían marchado sin
despertarlo. Luego vio que alrededor de él la arena estaba llena de huellas.
Al día siguiente echó a andar por el bosque a primera hora de la tarde. En el claro,
junto a la estrecha avenida bordeada de árboles, Tom se encontró con Del, que estaba
sentado sobre un tronco cortado.
—Hola —dijo Del, sobresaltado—. Estaba…, estaba sentado aquí. Salí a caminar.
—Yo también —respondió Tom—. Creo que iré un poco más lejos.
Los dos sabían que esperaban ver a Rose Armstrong. Tom saludó a Del con la
mano y se perdió entre los árboles. La expresión del rostro de Del le dijo que era un
intruso.
El terreno tenía una leve pendiente, y media hora después se hizo plano, a nivel
del agua. Tom veía retazos de azul de cuando en cuando, brillando entre los árboles;
luego vio una cinta de arena dorada.
Como era curioso, se abrió paso entre la maleza para llegar allí. Cuando salió a la
pequeña playa, observó que el muelle apuntaba hacia él como un dedo, el refugio de
los botes parecía una boca abierta; la Tierra de las Sombras, allá arriba, arrojaba luz
por todas sus ventanas. También parecía vivir. El resplandor daba un amarillo intenso
a las hileras de ventanas: los ojos de un dios demasiado absorto en sí mismo como
para atender asuntos terrenales.
Las huellas seguían en la arena.
Tom pasó sobre ellas para apartarse de la Tierra de las Sombras, atravesó hierbas
altas, y pronto se encontró en una zona como un parque con álamos y césped. Más
adelante, con una suave ondulación a la izquierda, había un pequeño camino.
Un minuto después vio una construcción deteriorada, con un toldo roto en el
pórtico. Una casita de verano: daba la impresión de que hacía años que estaba vacía.
Tres árboles la cubrían con su follaje. Tom se acercó lentamente, con cautela, a la
destartalada vivienda. Miró a través de un desgarrón del toldo. Había dos sillas
igualmente deterioradas en el pórtico, una de ellas con un cenicero lleno de colillas.
Sobre el suelo de madera del pórtico había una revista con una mujer desnuda en la
tapa que levantaba sus gruesas, piernas en el aire. Escuchó: no llegaban ruidos de la
casa.
Tom abrió la puerta y entró en el pórtico. Atisbo por una ventana. Una cama con
un saco de dormir y una almohada, un armario abierto donde colgaban camisas en
perchas de alambre. Láminas de mujeres desnudas en las paredes. Se apartó de la
ventana y fue hacia la puerta entreabierta
Entró. El living estaba lleno de muebles rotos y olía a cigarro: las puertas a los
lados de la habitación seguramente conducían a la cocina y a dormitorios más
www.lectulandia.com - Página 287
pequeños. En el suelo había botellas de cerveza vacías, y también botellas de otras
clases. Salía relleno blanco de la rasgadura de un sillón.
Luego Tom oyó cerrarse una puerta, y pasos que se acercaban. Quedó helado por
un instante, demasiado asustado para escapar, y luego retrocedió hasta la puerta de
entrada.
Rose Armstrong, con téjanos arremangados y una camiseta azul, entró pasando
bajo una arcada. Cuando le vio, dejó caer la toalla que llevaba.
—¿Qué haces aquí? —se quedó con la boca abierta.
—Miraba. —La vio recoger la toalla—. ¿Esto es tuyo…, es el lugar donde vives?
—Por supuesto que no. Salgamos de aquí. —Se acercó a él en medio del
desorden—. No tengo bañera, de modo que vengo aquí a usar la de ellos cuando han
salido. Vamos. Estar aquí me hace sentir mal.
—Podrías darte un baño en el lago.
—¿Y todos ellos mirándome? Uf.
Rose le tomó la mano y lo llevó fuera de la casa, cruzando el pórtico, hasta salir
sobre la hierba.
El rostro de Rose estaba brillante y pálido: parecía más joven y más pequeña que
la última vez que Tom la había visto. Además parecía más fuerte. Su rostro un poco
etéreo estaba endurecido por pequeñas líneas a los lados de la boca. Tom se dio
cuenta de que era la primera vez que la veía a la luz del día.
—Aquí —dijo ella, y lo llevó por un camino lleno de maleza hasta un grupo de
álamos—. Bien. Me alegro de verte, pero tienes que volver. No puedes quedarte aquí.
Te harán pedazos si te encuentran espiando. Te lo digo en serio.
—Te amo —dijo Tom.
Las pequeñas líneas desaparecieron en los ángulos de la boca de Rose.
—Yo también te amo, querido. Pero no tenemos tiempo… y me pone un poco
violenta… Bien, ya sabes.
—No tiene por qué ser así —dijo Tom—. Jamás podría pensar nada malo de ti.
—Todavía no me conoces bien —señaló Rose. Tom no comprendía su expresión
—. Bien, pensaba tratar de cruzar el lago un día de éstos. Habría ido hoy, pero me
sentía tan sucia.
—¿Dónde vives tú?
La joven señaló las profundidades del «parque», a la derecha del camino lleno de
malezas.
—En esa dirección. No podemos ir allá. Lo que quería decirte es que todos
esperan que se produzca algo…, fuegos artificiales y algunas otras cosas en su
espectáculo. Los hombres están cortando leña y cosas así. A veces van a Hilly Vale y
beben en la taberna. Allí están ahora. Pero podrían volver en cualquier momento. Me
he dado la ducha más rápida que puedas imaginarte.
www.lectulandia.com - Página 288
—¿Sabes algo más por Collins de lo que sucederá durante la actuación?
La muchacha negó con la cabeza.
—Pero piensas que debemos ir.
Rose dijo:
—Dime una cosa. ¿Tratarías de escapar de aquí si nunca me hubieras conocido?
—Sí. Ahora tengo que salir. Y tengo que sacar a Del también.
Arqueó las cejas.
—Muy bien.
—Pero tienes que hablar con Del. Piensa marcharse mañana —explicó Tom.
—Ay, Dios mío —dijo Rose—. A veces odio la magia.
—¿Por qué no te vas por tus propios medios? ¿Qué hay allí? —preguntó
señalando a una cierta distancia del lago.
—Una gran pared. Con vidrios en la parte superior. No podría saltar por allí.
Necesito tu ayuda.
—Bien, yo te necesito a ti —dijo Tom—. Pienso en ti todo el tiempo. Realmente
te amo, Rose.
Se sentía imbécil, pronunciando esas palabras banales: el vocabulario del amor
estaba tan manoseado.
—Y yo realmente te amo, hermoso Tom —afirmó Rose, comenzando a retroceder
y echando miradas laterales sobre su hombro a la casa de los hombres del señor Peet
—. Creo que podré venir dentro de un par de noches.
Entonces hablaré con Del. —Se interrumpió momentáneamente y lo miró,
iluminada por un haz de luz—. Tú nunca me odiarás, ¿verdad?
—¿Odiarte?
—Todavía debo hacer algún trabajo para él.
Tom sacudió la cabeza, y ella le arrojó un beso y desapareció entre los álamos. El
muchacho esperó unos minutos, sintiéndose inquieto por ella y a la vez
desconcertado, y luego volvió a la playa a través del bosque vacío.
Las cenas, durante este período de espera, eran a las ocho. Elena nunca aparecía;
cuando Collins bajaba, los tres iban al comedor y destapaban las fuentes. Junto al
plato de Collins había una botella de whisky y una de vino; ya estaba borracho
cuando se sentaba, y se ponía aún más borracho durante la cena. Del recibía un vaso
de vino, que le hacía arder las mejillas. El resto era para el mago. Mientras comían,
Collins les miraba fijamente, por turnos, y hablaba poco. Aparentemente, Del estaba
acostumbrado a esto, pero Tom esperaba las cenas con temor.
Del hacía preguntas. Tom se revolvía en su asiento y trataba de ignorar la mirada
vidriosa de Collins.
—¿Hiciste más curas por medio de la magia en el ejército, tío Cole?
—Una vez. —Los ojos vidriosos se centraban en Tom—. Una vez curé a cinco
www.lectulandia.com - Página 289
seguidos. No me importó que me vieran. Sabía que me marcharía pronto…, que iría a
París a encontrarme con Speckle John.
—¿Cinco?
—Ordené a las enfermeras que miraran hacia otro lado. Estaba impaciente. Mi
mente se encontraba en llamas. Podía haber hecho cien. Actuaba como un rayo.
—¿Trabajarás un poco más para nosotros?
—En cualquier momento.
Esto fue dos días después del encuentro de Tom y Rose en la casita de verano
destartalada. A la mañana siguiente Tom cruzó el lago a nado y estaba en la playa con
los calzoncillos empapados, pensando que Rose aparecería mágicamente del aire y el
agua. Horas más tarde, cuando un hombre gritó algo en el interior del bosque, Tom se
metió nuevamente en el agua tibia y nadó hasta el muelle.
Se puso la ropa seca sobre los calzoncillos mojados y fue a la casa. Del no estaba
por ninguna parte. Tom entró en el living…, otra tarde de aburrimiento, otra cena
aterradora. Sentía que la tensión podía llegar a enfermarlo. Siempre que Collins fijaba
en él sus ojos voraces durante la cena, pensaba que el mago sabía todo lo sucedido
entre él y Rose. Ahora se sintió enfermo de verdad: se sofocó. La sensación pasó, se
quedó mareado… como si hubiera parado frente a un horno encendido. Le daba
vueltas la cabeza. El malestar se alejó por un momento y Tom, que de pronto percibía
las sensaciones de su cuerpo, sintió un ardor en la garganta, la cabeza pesada; su
estómago enviaba una señal de candente dolor.
Se acercó a la superficie más cercana para apoyarse en ella, puso las manos en el
vidrio de la vitrina. Miró adentro. Las figuras se movían. Vio al muchacho de
porcelana en cuclillas sobre la madera pulida del estante, a los borrachos con los
rostros contorsionados que le daban puntapiés. El isabelino con barba que llevaba un
jarro de cerveza en la mano, miraba y sonreía. Estaban matando al muchacho,
pateándole las costillas y la cabeza. El muchacho se dio la vuelta, exponiendo la masa
ensangrentada que había sido su rostro. Había charcos de sangre en la madera.
—Ah, sí —dijo Tom—. Ah, sí. La Tierra de las Sombras.
La vaharada de calor volvió con mucha más fuerza, y caminó vacilante hacia el
baño del vestíbulo.
Estuvo enfermo con mucha fiebre durante tres o cuatro días. No llevaba el cálculo
del tiempo. Sentía como si el cuerpo pudiera quebrársele y agrietársele como una
roca demasiado seca…, hasta la sábana más suave le irritaba y le quemaba la piel.
www.lectulandia.com - Página 290
Aparecían personas que decían cosas incomprensibles; como alucinaciones, y
desaparecían. Del se detuvo frente a él, mirándole muy preocupado.
—No te asustes —quería decir Tom—. Esto es sólo un castigo, nada más.
Pero cuando lo dijo, le hablaba a Rose, que le cogía una mano entre las suyas.
—No, estás enfermo, eso es todo —dijo Rose.
—Te equivocas —dijo Tom a Elena.
Ella lo miró con el ceño fruncido y le dio una cucharada de sopa. Luego Tom
dijo:
—No despachaste mi carta.
Old King Cole le miró con falsa simpatía.
—Por supuesto que no —respondió—. La quemé ante tus ojos. Así.
Levantó la mano derecha y las llamas recorrieron su dedo índice.
—Cúrame —rogó Tom, pero hablaba con el desconcertado Del y con la
malhumorada Elena.
Su única conversación coherente durante la enfermedad fue con el demonio.
—Sé quién eres —dijo Tom, y se sintió preocupado por algo que recordaba: ¿no
había dicho eso mismo a otra persona, cuando todavía era nuevo en la Tierra de las
Sombras?
El demonio se sentó en el borde de su cama y le sonrió. Era un hombre de baja
estatura, pelirrojo, con un rostro delgado e inteligente…, el rostro de un comediante
de club nocturno.
—Por supuesto que sí —dijo el demonio. Estaba vestido como un profesor de
escuela, con una chaqueta de tweed de color castaño y pantalones de lana gris—. Al
fin y al cabo, nos hemos visto antes.
—Sí, ya recuerdo.
—Yo me presentaría, pero jamás recordarías mi nombre. Si te parece, puedes
llamarme por mi inicial, que es M.
—¿Fuiste tú quien me hizo enfermar?
—En realidad era la única manera de poder hablar directamente contigo. Y quería
mirarte mejor de lo que pude hacerlo la otra noche. Te preocupas demasiado por las
cosas, ¿sabes? Luchas contra el curso natural de los acontecimientos. Te agotarás. Si
yo no te hubiera hecho caer enfermo, tú solo lo habrías hecho muy pronto. En
resumen, Tom, me preocupo por ti.
—Prefiero que no lo hagas.
—Pero ése es mi trabajo. —M. se llevó la mano a la zona de la chaqueta de tweed
que representaba su corazón—. Mi tarea es cuidarte. Preocuparme por ti, si lo
prefieres —sus manos se abrieron bruscamente—. Podríamos hacer tantas cosas uno
por el otro. Todo lo que debes hacer es dejar de preocuparte. Tienes un gran talento,
un talento notable al fin y al cabo, y debo señalar, muchacho, que tú y tu talento estáis
www.lectulandia.com - Página 291
en un punto crítico. No me gusta ver cómo te desperdicias. Tampoco le gusta a tu
mentor.
—No es mi mentor —señaló Tom, y vio brillar el rostro del demonio con una
voracidad frustrada.
—Bien, ya ves, sólo hay dos caminos que seguir —dijo el demonio—. Puedes
tomar el camino alto, que es el que yo te recomiendo, sin duda. De ese modo te
convertirás en amo de la Tierra de las Sombras… o no, como prefieras. Pero serás tú
quien decidas. Te harás cada vez más fuerte como mago. Tu vida será plena, variada
y satisfactoria. Todo lo que desees llegará a ti con mucha facilidad. O podrías tomar
el camino bajo. No es aconsejable. Tendrás problemas casi inmediatamente. Pondrás
en peligro tu felicidad. Suceda lo que suceda, yo podré ofrecerte muy poca ayuda. En
realidad creo que así son las cosas, Tom. Ya ves por qué tenía que hablar contigo.
Quiero que te ahorres una gran cantidad de cosas desagradables.
—Tendré que pensarlo —replicó Tom. La conversación con el demonio le daba
mucha sed.
—Ahora, sé razonable —dijo M. —. Sé que tomarás la decisión correcta.
¿Sería porque no sólo estaba vestido como un profesor, sino que también hablaba
como un profesor? ¿Por qué esto le daba sed?
M. le guiñó un ojo.
—¿Diste vida a esos objetos de porcelana? —preguntó Tom.
Pero M. había desaparecido. Tom gimió y se dejó caer en las almohadas y, cuando
abrió los ojos, Del estaba frente a él.
—Hoy tienes mucho mejor aspecto —dijo Del—. Sin embargo, no entiendo de
qué hablas.
—¿Podrías darme un poco de agua, por favor? —pidió Tom.
Del fue al baño y volvió con un vaso lleno.
—Rose ha estado muchas veces aquí —dijo, dando el vaso a Tom. El agua tenía
el sabor más satisfactorio que Tom jamás hubiera probado… y era asombroso que
algo tan delicioso saliese de un grifo—. Me di cuenta de que le gustas, Tom.
—Sí. Ella me gusta a mí, también.
—Vio que yo estaba preocupado por ti. No entiendo lo que pasó…, caíste
enfermo tan repentinamente.
—Fue… —comentó Tom, pero no terminó—. Fue porque me cansé. Debo haber
pescado algún microbio mientras nadaba.
—Así creo. De todas maneras, hablé con Rose.
No dijo nada más, pero se le veía muy alegre.
—Muy bien.
—Creo que realmente tenemos que salir de aquí. Y estaba pensando…, apuesto a
que si vuelvo y explico todo al tío Cole, me dejará seguir trabajando con él.
www.lectulandia.com - Página 292
Comprenderá. ¿Estás lo suficientemente bien como para que hablemos de esto?
Tom sonrió. Del estaba tan impaciente por decírselo, que tratar de detenerlo
habría sido como contener una ola con una mano.
—Ya me siento mejor —dijo.
—Bien, ya ves, es mi tío. Se enojará conmigo, pero dará resultado, es mi tío.
—Tomaremos el camino bajo —dijo Tom, sonriendo—. Te preocupas demasiado
por las cosas.
—¿Hay un camino bajo?
—No importa. Tengo que dormir, “Del.
Cerró los ojos y oyó a Del que se alejaba de puntillas.
En cuanto Tom pudo levantarse de la cama, fue a la vitrina del living. Las figuras
de porcelana estaban en su lugar habitual, la muchacha con el bastón, el muchacho, el
isabelino, los borrachos. La cara del muchacho no presentaba daños: esa visión
horrible había sido un producto de su fiebre, una alucinación causada por la misma
tensión que lo había hecho caer enfermo. Las piernas de Tom parecían las de un bebé,
desacostumbradas a llevar su peso. Músculos que nunca había percibido antes le
tiraban y le dolían.
Durante la cena de esa noche, el mago le felicitó por su curación.
—Temí perderte, muchacho. ¿Qué crees que fue? ¿Una gripe?
—Algo así —dijo Tom. Y esquivó los ojos brillantes del mago.
—Habría sido una terrible ironía que murieras, ¿no crees?
—No puedo verlo tan objetivamente.
Collins sonrió y bebió un poco de vino.
—De todas maneras, tienes muy buen aspecto ahora. ¿No crees que está
espléndido, Del?
Del murmuró su asentimiento.
—Realmente espléndido. Se parece a Houdini cuando joven, ¿no crees? Lleno de
fuerza, salud y habilidad. Invencible. ¿Te sientes invencible?
—Me siento bastante bien —dijo Tom, molesto porque Collins le hacía sentirse
como un tonto.
—Magnífico. —Se acabó el vino de un sorbo—. Como has resucitado para
nosotros, mañana tendremos el penúltimo episodio de la historia de mi vida. ¿Te
sientes preparado, pajarito?
—Claro que sí —dijo Tom.
www.lectulandia.com - Página 293
—Entonces, mañana. No a la hora de siempre. A las diez de la noche, creo. Junto
a la sexta luz. Te esperaré allí.
10
Tom probó y fortaleció sus músculos nadando; además del ejercicio, que
necesitaba, eso le proporcionaba soledad. Collins se acercaba al final de su historia.
Al acercarse el final, también terminaba la estancia de Tom y Del en la Tierra de las
Sombras. A cada momento Tom esperaba recibir un mensaje de Rose. Rogaba que
ella no retrasara la huida hasta el día de la actuación final. Ahora que Del estaba al
menos teóricamente preparado para abandonar a su tío, cuanto antes se marcharan,
mejor.
El tiempo era aún cálido, pero la humedad del aire se había concentrado y
oscurecido. Había niebla en medio del lago y en el bosque. El aire parecía
confundirse de manera indivisible con las nubes. Contra su piel, el agua estaba casi
tan caliente como la de una bañera.
Oyó martillazos: toc-toc-toc: cada golpe de martillo amenazaba con clavarlo en la
Tierra de las Sombras.
Sabiendo que era en vano, esperaba que Rose les transmitiera un mensaje esa
tarde.
En cambio, la vio. La muchacha salió sola del bosque en medio de la niebla, se
desabotonó la falda escocesa y, con su traje de baño negro, se metió en el agua.
Tom nadó hacia ella, con el corazón medio enfermo de amor.
Rose le oyó chapotear (la emoción hacía que Tom nadase aún peor) y retrocedió
hasta la orilla, donde podía hacer pie. Tom se acercó a ella por el agua pesada y
cálida. Sólo la cabeza y el cuello de Rose quedaban visibles sobre la superficie.
—Gracias por venir a visitarme —dijo él—. Recuerdo haberte visto allí un par de
veces.
—Bien, yo hubiera quedado allí todo el tiempo, pero no quería molestar al señor
Collins.
Rose lo miraba directamente a los ojos con tranquila y mortal franqueza.
Tom avanzó en el agua hacia ella.
—Es bueno verte —dijo, y el rostro de Rose volvió a endurecerse.
—A mi también me gusta verte a ti —señaló la muchacha.
—¿No podemos salir pronto de aquí? ¿Tal vez hoy? El nos contará algo más de su
historia esta noche…, me pone nervioso.
—Hoy nos atraparían —dijo ella—. Esos hombres andan por todas partes. Es
www.lectulandia.com - Página 294
demasiado temprano. De todas maneras, no te sucederá nada hasta la gran actuación.
Ten paciencia. Yo hago lo que puedo.
—Confío en ti, Rose —dijo él—. Sólo que me estoy poniendo… no sé. Esta
espera me vuelve loco. Creo que por eso me puse enfermo.
Las manos de ella, entibiadas por el agua, subieron y se apoyaron en los hombros
de Tom. Unió las manos detrás del cuello del muchacho.
—No te portarás como un tonto cuando me veas esta noche, ¿verdad?
—¿Esta noche?
—Durante el relato de Collins. Entonces tendré que trabajar.
—Ah. Una de esas escenas.
—Algo así. Pero no…, ya sabes. No digas nada.
—No diré nada —temblaba.
El rostro de Rose se acercó; el roce de su boca extinguió las palabras de Tom.
Luego habló otra vez:
—Tom, no escuches nada de lo que diga sobre mí. Creo que sabe que te amo. Es
imposible ocultarle nada. Pero si habla sobre mí, serán mentiras. Aquí todo es
mentira.
Rose lo abrazó fuerte, y luego le dio una palmadita amistosa en la espalda.
—Ten paciencia —dijo—. Ahora debo irme.
Su cabeza se sumergió en el agua, su cuerpo se puso tenso y ejecutó una larga
brazada que la alejó de él.
Tom se dio la vuelta, conmovido, y vio una figura alta y delgada de pie en el
muelle, que lo miraba directamente. Era Coleman Collins. Buscó con los ojos a Rose,
pero ella seguía bajo el agua. Tom sintió un terror repentino, irracional, como si la
pequeña figura en el muelle hubiera oído lo que habían dicho Rose y él. Collins le
hacía señas. Se puso a nadar de vuelta a la Tierra de las Sombras por las aguas
cálidas.
Collins le indicó con un gesto que fuera al muelle. Cuando Tom llegó a poco más
de un metro del muelle, miró el rostro duro del mago.
—Entonces ya conoces a nuestra pequeña Rose mejor de lo que nos
imaginábamos —dijo Collins—. Ven aquí.
—Acabo de encontrarme con ella por casualidad —afirmó Tom.
—Sube al muelle.
Tom se acercó, y Collins se inclinó y le tendió la mano. Tom levantó su propia
mano y el mago lo ayudó a subir al muelle como si no pesara nada. Chorreando y
asustado, Tom quedó inmóvil frente a él.
—En este momento no te recomiendo distracciones —dijo Collins.
A Tom le llevó un momento comprender lo que quería decir.
—En realidad, una distracción excesiva de tu tarea podría resultar peligrosa, Tom.
www.lectulandia.com - Página 295
¿Comprendes? Necesitaré de toda tu concentración.
—Sí, señor.
—Sí, señor. Como un niñito de escuela. ¿Es posible que todavía no entiendas que
estás implicado en algo muy serio?
—Creo que comprendo —dijo Tom.
El mago parecía sobrio pero muy enojado.
—Creo que sí. Espero que sepas que no puedes dar ninguna credibilidad a las
palabras de Rose. No debes tenerle confianza. Si dejas que esa muchacha te desvíe de
tu camino, te hundirás. ¿Está claro?
Tom asintió.
—Veo que todavía no entiendes. De manera que te contaré uno de mis secretos.
Esa deliciosa criatura que estabas abrazando en el agua nunca ha visto la ciudad de
Hilly Vale. No tiene abuela, y nunca tuvo padres. Es una creación mía. No tiene
noción de la moral, y menos del amor.
Tom lo miró con gesto agrio, odiándolo.
—Ah, Dios mío. Creo que será mejor que te cuente una historia —dijo el mago
—. Siéntate y escucha.
11
La sirena
—Hace muchos años, cuando todos vivíamos en el bosque y nadie moraba en
ninguna otra parte, un viejo rey solitario residía junto a un lago en un castillo lleno de
corrientes de aire que había visto días mejores. En otra época había sido el castillo
más hermoso, y él, el rey más poderoso de todo el bosque, que cubría la mitad del
continente. Antes los tapices adornaban las paredes, las tazas de oro brillaban en la
mesa, y todo el castillo estaba iluminado por una luz que era el reflejo de la gloria del
rey. Pero la reina había muerto, y las princesas se habían casado con príncipes de
tierras lejanas, otros reyes del bosque habían conquistado parte de su territorio en las
batallas, y el viejo rey vivía solo y triste, sin gloria ni afectos. Sus soldados habían
muerto de viejos o simplemente habían desaparecido en el bosque, de manera que no
pudo incrementar sus tesoros por medio de la conquista. Sólo algunos leñadores y
cazadores seguían pagando sus impuestos, y los pagaban principalmente por lealtad a
lo que él había sido en otra época.
»Uno de los pocos placeres del viejo rey era caminar por la noche por la orilla del
www.lectulandia.com - Página 296
lago, cerca del castillo. El agua era profunda y azul, y de vez en cuando veía saltar un
pez, que perturbaba la sombría quietud con un ruido tan fuerte como el de una bala de
cañón, creando círculos que se extendían hasta la costa. En esos momentos el rey se
afligía, recordando la época en que la fama de su poder y de sus obras formaba
círculos que se ensanchaban a cientos de kilómetros de distancia en todas direcciones.
Los viejos tiempos del amor y el poder. ¡Cómo los ansiaba!
»Una noche, mientras daba su melancólico paseo junto al lago, vio a un enorme
pez que saltaba del agua, y se sintió tan conmovido por la nostalgia que murmuró
para sí mismo:
»—Ah, deseo…
»Entonces oyó una voz tan antigua y cascada como la suya:
»—¿Qué deseáis, majestad?
»El rey se dio la vuelta y vio a un viejo de cara astuta, con una túnica raída,
sentado sobre un tronco caído, medio oculto por la vegetación. No reconoció de
inmediato al viejo, porque no lo había visto desde los días que estaba añorando.
»—Ah, eres tú, brujo —dijo el rey—. Pensé que estabas muerto.
»—Vuelvo a morir todas las mañanas —señaló el brujo—. La tos me trae de
vuelta.
»—Trucos y confusión, eso es todo lo que me has dado —dijo el rey, apartándose
del lago con irritación.
»En realidad le agradaba volver a ver al brujo, a pesar de la exactitud de lo que
acababa de decir.
»—Halvor es muy importante ahora en el norte —dijo el brujo, como hablando
consigo mismo—, y Bruno se ha hecho un nombre en el sur, y Lester el Ambicioso,
en el oeste…
»—Cállate —gruñó el rey—. Sé todo eso. Supongo que te vendiste a ellos, como
todos los demás. Supongo que realizas tus malditos trucos para reptiles como Lester,
que llegó al poder envenenando a la mayor parte de sus parientes.
»El gran pez volvía a surgir del agua, dio un golpe con la cola, y el corazón del
rey se contrajo de dolor por todo lo perdido.
»—Tiene sus propios brujos…, arribistas que sólo piensan en el dinero. Si yo
trabajara para ellos, ¿no llevaría al menos una túnica nueva?
»—Mmmm… —dijo el rey—. Pareces un poco empobrecido, brujo.
»—No más de lo que me siento. Pero ¿no te oí expresar un deseo un momento
atrás? En nombre de los viejos tiempos, me ofrezco a ayudarte.
»—Y a embaucarme como hacías con todos aquellos a quienes ayudabas.
»—A los brujos hay que pagarles, como a todos los demás —dijo el viejo sentado
sobre el tronco—. ¿Qué deseas? ¿Un gran ejército? ¿Un arcón lleno de oro? —
Entonces miró al rey con astucia, y por un momento sus arrugas parecieron alisarse
www.lectulandia.com - Página 297
—. ¿O una esposa hermosa y joven para que te caliente los huesos? Una esposa joven
tal vez, con poder para devolverte tu reino y todo lo que has perdido…
»El rostro del rey se oscureció.
»—Creo que podría encontrar una esposa para ti —continuó el mago—, que
embrujaría a los ejércitos de Halvor y Bruno para que tú pudieras dominar los
territorios que una vez fueron tuyos, y luego obtener el tesoro necesario para invadir
la provincia de Lester el Ambicioso…, una esposa que, aunque incapaz de darte
hijos, te daría la ilusión del amor.
»—Sólo la ilusión —dijo el rey, desencantado.
»—Míralo desde mi punto de vista —señaló el brujo—. Todo amor es una ilusión
para un brujo. Y para poseer esta gran bendición de la cual vendrían todas las demás,
sólo necesitas decirme que sacrificarás tus cabellos grises y en cambio llevarás barba.
Es un negocio mejor que el que les propuse a los gorriones. La amarga verdad es,
majestad, que tengas menos que ofrecer que ellos.
»Aunque viejo, el rey todavía era vanidoso, y no le gustaba la idea de la calvicie.
»—¿Será una barba larga? —preguntó.
»—Una barba muy noble —respondió el brujo—. ¿Debo señalarte que no
necesitas de tu cabello para disfrutar del amor? Y la esposa que te daré te hará sentir
joven otra vez.
»—¿De dónde la sacarás? —preguntó el rey—. ¿Será algún horrible invento de
cera y grasa de oso?
»—En absoluto —sonrió el brujo—. La sacaré de aquí. —0Señaló el lago con la
cabeza, y en ese instante el gran pez apareció nuevamente en la superficie—. Ella
será muy hermosa, poseerá el don de encantar ejércitos, pero tendrá el corazón frío de
un pez. Sin embargo, mientras seas rey, creerás en su amor.
»—Espalda recta y carne firme —dijo el rey—. Y poder para encantar ejércitos.
—Tembló al borde de su decisión por un momento, temiendo estar a punto de
cometer un gran error, pero entonces pensó en una mujer muy hermosa, con poder
para volver a los ejércitos de Halvor y Bruno contra ellos, y le hirvió la sangre, y
susurró—: Acepto el trato, brujo.
»—Debes estar en este lugar a medianoche —advirtió el brujo, con una mueca
que hizo más profundas sus arrugas, y desapareció.
»A las once de la noche el rey estaba junto al lago.
A las once y media le dolían los huesos y se sentó en el tronco del brujo, ardiendo
de esperanza e impaciencia. Quince minutos más tarde vio estallar una gran burbuja
en la superficie del lago. Se puso en pie a la luz de la luna y se acercó a la orilla. Se
frotó las manos doloridas. Se mordió los labios. Ya se sentía años más joven. A
medianoche algo apareció en la superficie del agua, en el centro del lago.
Aterrorizado, el viejo rey dio un paso atrás mientras veía aparecer la cabeza de una
www.lectulandia.com - Página 298
mujer hermosa y joven. Los hombros de la mujer se elevaron del agua. Luego toda la
parte superior de su cuerpo, y también el cuello y la cabeza de un caballo. El viejo rey
retrocedió hasta que chocó con los arbustos detrás de él. La mujer salió totalmente,
vestida con un rico traje largo y montando un magnífico caballo blanco. Sus cabellos
eran de color rubio rojizo, su rostro era hermosísimo y el rey vio que realmente podía
encantar ejércitos
»—Ven, marido mío —dijo ella, y extendió una mano hacia él.
»Cuando el rey la tocó, sintió que era fría como si dentro de ella no corriera
sangre. Con la fuerza de un gigante, ella lo atrajo hasta la montura, y los dos,
montados en el caballo, fueron hasta el castillo. Y esa noche, después de dejar el
caballo afuera, el rey conoció las delicias del lecho matrimonial con tanta intensidad
como cualquier príncipe de veinte años.
»Al día siguiente fueron hacia el norte, hacia la tierra de Halvor, y se enfrentaron
a su ejército, que iba a aniquilarlos hasta que los soldados vieron el rostro de la reina.
Instantáneamente los soldados dejaron caer las armas y juraron fidelidad al viejo rey.
Luego fueron al castillo de Halvor y descubrieron que Halvor ya había escapado
hacia el norte, donde sólo vivían los ciervos y los lobos.
»Esa noche, el viejo rey conoció nuevamente los placeres del amor. Aunque su
novia era fría como un pez al tocarla, su belleza le conmovía y ella juró que le amaba.
Y el rey sintió nuevamente que recuperaba su juventud junto con la mitad de su reino.
»Al segundo día, él y su novia y el ejército de Halvor fueron hacia el sur, donde
los soldados de Bruno cayeron al suelo llorando, a manera de bienvenida. Bruno huyó
más hacia el sur, hacia la tierra donde las grandes serpientes y las lagartijas gigantes
se arrastraban sobre las rocas negras y se deslizaban en los ríos malolientes.
»El rey volvió a su palacio trastornado por la felicidad. En dos días había
recuperado su antiguo reino y aún más, y tenía un ejército para conquistar cualquier
tierra que deseara. Lester el Ambicioso caería algún día Su nueva amada lo miraba
con dulzura, y el rey supo que el brujo se había equivocado sobre su capacidad de
amar.
»Cuando el rey y su esposa y los ejércitos unidos llegaron al palacio, el rey vio al
brujo sentado junto al portón de entrada.
»—Hola, viejo rey —dijo el brujo—. ¿Estás satisfecho con el trato?
»—Estoy satisfecho con todo, amigo —respondió el rey, sintiéndose poderoso
sobre el gran caballo blanco.
»El rey y sus hombres entraron a darse una comilona de carne y cerdo y a beber
barriles de cerveza; y durante el festín el rey vio con orgullo cómo sus nobles, los
hombres más valientes y fuertes de los tres territorios, honraban a su reina; y observó
la perfecta conducta de la reina con los nobles: decía una palabra a uno, sonreía a
otro, pero reservaba lo mejor de sí misma para el rey, para que todos supieran que su
www.lectulandia.com - Página 299
corazón era sólo de él.
»Cuando el rey y la reina dejaron a sus huéspedes para ir al dormitorio real, el rey
cerró con llave la puerta tras él y avanzó hacia su novia.
»—Un momento, majestad —dijo el brujo, que estaba sentado en el alféizar de
una ventana
»El rey lanzó un juramento e hizo ademán de arrojar al intruso por la ventana,
pero el brujo levantó una mano y dijo:
»—Ya que tú estás satisfecho de que yo haya cumplido con mi palabra, ahora te
pediré que cumplas con la tuya.
»—Toma mis cabellos… y dame mi barba… ¡Pero márchate! —rugió el rey.
»La reina, que había comenzado a desnudarse, siguió haciéndolo.
»—Ya está —dijo el brujo, chasqueando los dedos, y el rey sintió un intenso
dolor, más fuerte que ninguno que hubiese conocido, un dolor que amenazaba con
hacerlo pedazos y con hundirle los ojos en la cabeza. Cayó de rodillas, aullando.
»Ante la reina, que terminó de desvestirse como si nada importante estuviera
ocurriendo, y ante el brujo, que se limitaba a sonreír tan fríamente como Lester el
Ambicioso al eliminar al último de sus parientes, el viejo rey quedó transformado en
una cabra. Sus cabellos se convirtieron en los pelos toscos de la cabra, y largos
bigotes de cabra surgían desde su mentón. Balaba y pateaba, pero no lograba
recuperar su forma humana. El brujo se acostó con la reina, la cabra fue enviada a la
cocina, y los nobles, maravillados, continuaron con su festín. Así el brujo terminó sus
días con una hermosa esposa, un gran ejército y la posesión de varios reinos.
12
—¿Y a qué viene todo esto? —preguntó Tom, temblando en el muelle.
El mago le sonrió: le sonrió tan fríamente como el brujo de su historia.
—¿Realmente necesito decirlo? Rose nunca podrá salir de la Tierra de las
Sombras. Bésala todo lo que quieras, pero no creas una sola palabra de lo que ella te
diga, porque no tiene idea de la verdad.
—Es una mentira… terrible…, ridícula… —Tom comenzó a alejarse de Collins
por el muelle.
—No te culpo por enojarte conmigo —gritó el mago, en medio de la niebla—,
pero, hagas lo que hagas, no olvides mi advertencia. No tomes a Rose demasiado en
serio.
Ahora Tom había llegado a la escalera de hierro. Al pisar el primer peldaño, oyó
gritar al mago:
www.lectulandia.com - Página 300
—Nuestras vidas toman caminos diferentes, Tom, y el rey de hoy es la cabra de
mañana. No seas tan tonto como para pensar que no pueda sucederte a ti.
www.lectulandia.com - Página 301
TRES
DOS TRAICIONES
Por la noche aún había niebla sobre el lago y en el bosque alrededor de los árboles.
Las luces en los claros brillaban como discos amarillentos.
—No nos separemos —dijo Del, y le tomó la mano mientras avanzaban
lentamente entre los árboles.
Cuando llegaron al claro de la sexta luz, Coleman Collins estaba esperándolos. Se
sentó en la silla de la lechuza con las piernas cruzadas por los tobillos.
Tom tragó saliva, sabiendo que vería a Rose en el sendero bordeado de árboles
antes de que concluyera esta parte de la historia.
—Los aprendices de hechicero —dijo Collins, volviendo la cabeza para
recibirlos. Su voz era pastosa. Los dos muchachos habían visto la botella que sostenía
entre los muslos—. Justo a tiempo, sí, y vagando entre la niebla como huérfanos.
Sentaos en vuestros lugares acostumbrados, muchachos, y escuchad. Hemos llegado
al penúltimo capítulo de mi historia, y el tiempo nos es propicio.
»En primer lugar, el día en que deserté de las fuerzas armadas de los Estados
Unidos había niebla. Era la primera semana de diciembre, y hacía tres semanas que
había terminado la guerra. Yo estaba en Inglaterra, esperando mis papeles con mi
baja. Speckle John había recibido la suya una semana antes y ya estaba en París. Yo
no veía razón alguna para no marcharme inmediatamente, excepto la estricta
interpretación que da el gobierno a cosas tales como el abandono prematuro del
servicio. En ese momento yo no estaba sirviendo a nadie, en realidad. Esperaba a que
mis papeles llegaran, en una casa de campo convertida en hospital y hogar para
convalecientes… en Surrey… y nadie me necesitaba. Los pacientes internados allí
tenían una licencia especial. Nadie sabía cuándo llegarían los papeles. Algunos de los
www.lectulandia.com - Página 302
hombres habían oído rumores de que no se les daría de baja, ni se los licenciaría, por
lo menos durante un año. No eran rumores infundados: algunos hombres aún estaban
en Francia ocho meses después.
«Supongo que ninguno de vosotros dos conoce Surrey. Es un condado bastante
hermoso. Antes de la guerra, y para los que tenían dinero, debía ser una especie de
paraíso. Pero el tiempo, al menos mientras yo estuve allí, era malísimo, frío y
neblinoso… El tiempo más expresivo que jamás he conocido, que de alguna manera
reflejaba nuestras esperanzas y expectativas muertas. Los ingleses habían perdido
casi una generación de hombres, y creo que en esos pueblos de Surrey sentían
particularmente la pérdida. Cuando llegó la carta de Speckle John, simplemente tuve
que marcharme.
»De manera que en la primera semana de diciembre me fui, llevándome sólo una
bolsa de mano con algunos libros, mi navaja de afeitar y mi cepillo de dientes.
Caminé tres kilómetros y medio para llegar al pueblo, esperé un par de horas en la
estación, y tomé el tren de Charing Cross. Desde el momento en que salí de aquella
casa fui un criminal y un fugitivo, que viajaba con papeles falsos que tuve el cuidado
de comprar en el mercado negro antes de salir de Francia. Al día siguiente tomé el
tren para París.
»El nombre que yo llevaba en mis papeles falsos era Coleman Collins. De esa
manera seguirían buscando al teniente Charles Nightingale.
»Porque se trataba de una persecución, y por esa razón yo había estado
secuestrado en Surrey. Durante la cena ya os conté, muchachos, lo de aquel día que
realicé cinco curaciones mágicas seguidas. Fue algo audaz, hasta estúpido…, sin
duda arrogante. Yo estaba ardiendo de impaciencia. Austria-Hungría acababa de
rendirse después de la victoria italiana en Vittorio Véneto. Todos sabían que
Alemania estaba agotada. Terminada. Yo quería marcharme. De manera que lo hice.
Cinco curaciones seguidas. La enfermera irlandesa creyó que había llegado el
demonio. Por supuesto, mi espectáculo causó conmoción. Withers vio lo que yo
estaba haciendo, y después de terminar su propio trabajo salió corriendo del lugar. Iba
a ver al coronel, sin duda. A mí no me importaba. De todas maneras, para ser breve,
antes de llegar a Inglaterra hubo nuevos rumores sobre mí. No sólo entre algunos
soldados negros, sino entre el público en general. Habían comenzado a aparecer
reportajes en periódicos ingleses y franceses. Milagro en el campo de batalla. Ese
tipo de cosas. Primero en un lugar, luego en otro. Cuando salí de Yorkshire, los
periódicos ingleses estaban realizando su propia investigación sobre el “doctor
milagroso”. Si yo hubiera codiciado esa clase de cosas, podría haberlas tenido al
momento, muchachos…, si hubiera deseado ser un mono de circo durante el resto de
mi vida. Pero lo que yo anhelaba estaba en París, trabajando en nuestra actuación y
buscando un teatro donde representarla. Lo que yo deseaba tenía sus secretos y su
www.lectulandia.com - Página 303
ciencia, que me transformarían por completo.
»Volví a pisar suelo francés el 5 de diciembre de 1918, agotado, sin afeitar, bajo
una lluvia fría. Mis papeles no levantaron sospechas, nadie los miró dos veces,
Después de unas semanas en París, sin embargo, vi que un diario había logrado
identificar al “doctor milagroso” como un tal teniente Charles Nightingale, que había
desaparecido extrañamente de un pueblo inglés poco antes de ser dado de baja en el
ejército, y que ahora era un desertor. Pero ya entonces los hechos del teniente
Nightingale no eran más importantes para mí que los del general Pershing.
»Speckle John había alquilado unas habitaciones en la rué Vaugirard, y tomé una
habitación debajo de las suyas. Se entraba al edificio por unas gigantescas puertas de
madera que daban a la calle y se pasaba a un patio abierto rodeado por altas paredes
de ladrillo gris. Unas puertas más pequeñas llevaban a las escaleras. A la derecha
estaba la oficina del portero; delante, las escaleras que conducían a las habitaciones
de Speckle John. Era un edificio tan deteriorado que estaba mohoso, pero a mí me
pareció hermoso. Lo veo como si lo tuviera delante. Y creo que vosotros también.
Los muchachos miraron por el sendero bordeado de árboles y vieron la silueta de
unas altas paredes grises en la niebla. Las ventanas oscuras contemplaban una figura
alta con sombrero. Luego una figura negra, con el rostro en sombras, surgió de una
puerta en la pared de ladrillo.
—Mi mentor, mi guía y mi rival me esperaba.
El hombre del sombrero y el abrigo avanzó entre la niebla hacia la silueta negra.
Luego se abrió otra puerta, y una muchacha esbelta pasó rápidamente entre los dos
hombres. Rose.
—Ese primer día, vi una muchacha que pasaba junto a nosotros, pero no la miré
con atención. Más tarde supe que se llamaba Rosa Forte, que era cantante, y que sus
habitaciones estaban en la planta baja debajo de la mía.
Rose había desaparecido entre los árboles; los dos hombres se desvanecieron
también; la escena al final del sendero bordeado de árboles quedó a oscuras.
—Al principio pensé que era la muchacha más encantadora que había conocido
jamás, valiente e inteligente, con un rostro que me deleitaba más que cualquier
pintura. Al cabo de unas pocas semanas me había enamorado de ella. Una vez vi una
pastora que tenía su rostro en una tienda provinciana de antigüedades, y como no
tenía dinero para comprarla, la robé… Me la metí en el bolsillo y la llevé a casa.
Cuando Speckle John y yo hacíamos nuestras giras, la llevaba conmigo. La miraba;
miraba dentro de esa figurita como si conociera misterios que Speckle John ignoraba.
En el estrecho espacio entre los árboles apareció Rose Armstrong, vestida con una
prenda blanca y larga perteneciente a un período indefinido. Llevaba un cayado de
pastor, y se quedó inmóvil como una estatua, mirando a Tom sin centrar sus ojos en
él.
www.lectulandia.com - Página 304
—Misterio, sí. El misterio es siempre doble, y una vez que conoces su secreto, es
doblemente banal. Con el tiempo llegué a pensar que Rosa Forte era como una
muchacha de una fábula, vacía para sí misma a pesar de todo su encanto superficial, y
que era propiedad de cualquiera que escuchara su historia.
Collins levantó la botella, y Rose Armstrong desapareció en medio de la niebla y
los árboles.
—Ah. Speckle John y yo comenzamos a trabajar casi de inmediato. Nos
contrataron teatros y salas de toda Francia. Yo tenía miedo de permanecer largos
períodos en Inglaterra por el asunto del «doctor milagroso», pero cruzamos varias
veces Inglaterra para actuar en Irlanda. Luego inventamos todo un espectáculo
diferente, utilizando las habilidades que poseíamos, y finalmente llegamos a la
cumbre. En realidad buscábamos la extravagancia, y podíamos manejar al público de
tal manera que al final de la actuación no sabía exactamente qué le había sucedido.
Cuando nos veían, comprendían que ningún otro mago podía igualársenos. Una de
nuestras más famosas invenciones fue el Cobrador, que comenzó casi como un chiste
mío. Sólo dieciocho meses después decidí que yo tenía el poder necesario para usar a
una persona real que representase al Cobrador.
Del jadeó, y el mago lo miró arqueando las cejas.
—¿Tienes alguna objeción moral? Speckle John también la tenía…, quería seguir
con el juguete no tan acertado que yo había inventado antes. Pero una vez que se me
ocurrió que podía llenar mi juguete, por así decirlo, con una persona real, el juguete
comenzó a parecerme inadecuado. El primer Cobrador fue un caballero llamado
Halmar Haraldson, un sueco que conocimos en París y que quería nada menos que ser
mago. Le parecía que era el camino de la venganza contra un mundo que no había
valorado su capacidad; y Halmar veía en nosotros algo más poderoso que lo que hay
en los magos teatrales. Lo que él creía, y tenía razón, era que la magia es antisocial,
subversiva, y odiaba tanto al mundo que tenía hambre y sed de nuestro poder.
Haraldson siempre llevaba vulgares trajes negros sobre los cuales su huesuda cabeza
escandinava flotaba como una calavera; tomaba drogas; era el exponente más extraño
del nihilismo de posguerra que yo haya conocido. Conscientemente o no, era como
una de esas apariciones en las pinturas de Edvard Munch. De manera que una noche
me encontré con él y lo llevé conmigo, y de allí en adelante mi juguete brilló con una
vida nueva. Halmar se movía dentro de él como un genio.
—¿Qué le sucede a la persona que usted utiliza? —preguntó Tom—. ¿Qué le
sucedió a Halmar?
—Finalmente lo liberé, cuando dejó de ser útil. Ya lo sabrás, hijo. Speckle John
insistió en abandonar totalmente al Cobrador, pero yo dominaba la representación. Al
fin y al cabo, yo era su sucesor, y mis poderes pronto fueron iguales a los suyos. No
podía insistir conmigo, aunque me daba cuenta de que él se sentía cada vez más
www.lectulandia.com - Página 305
desdichado cuando partíamos juntos en nuestras giras. Hablo de algo que sucedió
durante algunos años.
»Supongo que es un hecho frecuente e irónico. Los socios trabajan juntos y
logran éxitos, pero se distancian personalmente. Comenzó a hacerme entender que
pensaba que yo era un error…, que nunca debía haber sido elegido. Descubrí, con
desilusión, que Speckle John no tenía amplitud de miras, que sus ambiciones eran
pequeñas, que su concepción de la magia era pequeña. “La prueba de un verdadero
mago es que no usa sus poderes en la vida corriente”, dijo, y yo dije: “La prueba de
un verdadero mago es que no tiene vida corriente.”
»Rosa participó durante un tiempo en nuestra representación. Nunca había
llegado a nada como cantante y necesitaba trabajo. A Speckle le gustó, y como ella
había actuado en público, no le asustaba el escenario. Le enseñamos todos los trucos
básicos; le gustaban, y su actitud de chiquilla era eficaz para el público. Mi socio
adoptó una actitud paternal hacia ella, que yo creía ridícula. Rosa era mía, para que
yo hiciera con ella lo que deseara; pero no me opuse a que tuvieran largas
conversaciones, porque la ayudaba a conformarse con su situación. La otra razón de
que yo no me opusiera era que el afecto de mi socio por la muchacha me probó que
era él y no yo quien constituía un error. Mi pequeña pastora era totalmente de
porcelana, de hermoso aspecto, pero sólo reflejaba una luz ajena.
El viento dispersaba la niebla. Un frío más intenso entró en el claro.
—Cuando uno viaja como yo, comienza a conocer a todos los que han actuado en
los mismos teatros. Jimmy Nervo y Teddy Knox, Maidie Scott, Vanny Chard, Liane
D’Eve… Un grupo me interesó, el del señor Peet y los Muchachos Vagabundos.
Había seis «muchachos», acróbatas y atletas, tipos duros. Creo que todos habían
estado presos por crímenes violentos alguna vez…, por violación y rapto, por asalto.
Los otros actores no se les acercaban. En realidad sus volteretas eran apenas
correctas, no lo suficientemente buenas como para aparecer como número principal, e
intercalaban canciones cómicas y peleas ensayadas. De vez en cuando las peleas iban
más allá del escenario. Sé que en un par de ocasiones golpearon a unos hombres casi
hasta matarlos en una pelea de borrachos. Eran más bien una especie inferior de vida.
Yo quería contratarlos, y cuando abordé a su líder, Arnold Peet, éste estuvo de
acuerdo de inmediato…, era mejor ser el segundo en un número con éxito que
marchitarse siendo independiente. Y también estuvo de acuerdo en que sus
«muchachos» trabajaran como guardaespaldas míos cuando no estaban actuando. Al
final llegaron a temerme…, dependían de mí para comer…, sabían que yo podía
matarlos con una mirada y hacían todo lo que yo quería. Nuestra actuación
inmediatamente cobró fuerza también, se tornó más salvaje y más teatral, porque yo
asumí su dirección.
»Durante un tiempo, muchachos, fuimos los magos más famosos de Europa,
www.lectulandia.com - Página 306
gente muy conocida nos buscaba en todas partes, nos daba fiestas, venía a buscar
consejo. Conocí a todos los surrealistas, a todos los pintores y poetas; conocí a los
escritores norteamericanos en París; a duques y condes, y pasé muchas tardes
leyéndoles el porvenir a los que buscaban la ayuda de la magia para planear sus
vidas. Ernest Hemingway me pagó una copa en un bar de Montparnasse, pero no
quiso venir a mi mesa porque pensaba que yo era un charlatán. Le oí hablar de mí
como ese “Rasputín barato”, no me importó esa descripción. El verdadero Rasputín
barato era un inglés que imaginaba ser un demonio. Conocí a Aleister Crowley en
Inglaterra, y supe de inmediato que era un estafador enfermo que se engañaba a sí
mismo…, un pobre diablo cuyo talento brillaba en la farsa.
»Crowley y yo nos encontramos en el jardín de una casa de Kensignton
perteneciente a un rico y tonto aficionado a las ciencias ocultas que nos mantenía a
los dos y que deseaba saber qué sucedería si nos encontrábamos. Yo ya estaba en el
jardín cuando Crowley apareció por la puerta de la despensa. Era absolutamente
repulsivo; llevaba un caftán negro, los pies desnudos y sucios; la cabeza afeitada. Su
rostro era demente y ambicioso…, había una especie de tosco magnetismo en él.
Crowley me miró a los ojos, tratando de asustarme.
»—Hola, Aleister —dije yo.
»—¡Fuera, enemigo! —gritó, señalando mi rostro con un gordo dígito.
«Convertí su mano en una garra de pájaro, y casi se desmayó allí mismo.
»—Márchate tú —dije, y Crowley se metió la garra bajo el caftán y salió con gran
prisa.
»Supe que más tarde mostró la garra a una admiradora como prueba de sus
capacidades satánicas, y trabajó con encantamientos durante meses antes de poder
transformarla nuevamente en su propia mano.
Algo se movió en la luz indecisa entre los árboles.
—Por lo que ya he dicho, sabéis que ya no me inquietaba pasar un tiempo en
Inglaterra. Hacia 1921 viajamos gratis por toda Inglaterra, actuando en teatros desde
Edimburgo hasta Penzance, aunque la mayor parte de nuestro trabajo era en Londres,
especialmente en el Wood Green Empire. Pensé que el mundo había olvidado al
misterioso doctor Nightingale. Pero una persona lo tenía presente, y la encontré una
noche de verano después de una actuación. Esperaba junto a la puerta del escenario
del Empire, y vi sus cabellos rojos y supe quién era antes de ver su rostro.
Entre los árboles se vio una luz sobre un tramo de escalera, una pared de ladrillo,
una sugerencia de callejuela estrecha. La figura de abrigo y sombrero bajó por la
escalera. Tom vio a Rose siguiéndolo un poco atrás. El mago levantó su botella, como
si hiciera un brindis al que había sido antes, pero no bebió. Al oír la siguiente frase
del mago, Tom supo que no era a sí mismo a quien dedicaba el brindis.
—Allí está Rosa Forte, mi pastora de porcelana, mi pez encantado. Me alegraba
www.lectulandia.com - Página 307
el que estuviera allí…, quería que ella viera lo que yo podía hacer. Quería que supiera
que ni su código ni el de Speckle John podían detenerme por un solo momento. Y
quiero que vosotros, muchachos, lo sepáis también. Nada me detendrá.
La pequeña escena entre los árboles era oscura, inexplicablemente siniestra: el
doble de Collins, con sombrero y abrigo, la muchacha frágil detrás de él en la
escalera. Había algo salvaje en ellos…, una violencia mortal en la niebla.
Otro hombre salió de la niebla; sus cabellos rojos brillaban.
—Withers me dijo:
»—Sabía que eras tú. Tendría que haber sabido que acabarías así…, como un
parásito —sólo que lo dijo pronunciando mal las palabras—. Ahora te llamas
Coleman Collins, ¿verdad, asesino? Bien, has dado un buen espectáculo, eso debo
admitirlo. Espero que te dejen seguir actuando en el patio de la prisión.
»Se quedó allí, lleno de odio, y también de satisfacción, porque pensaba que me
tenía. Este pequeño médico sureño, racista, que viajaba por Europa con los dólares
norteamericanos tan despreciados, coleccionando anécdotas para contarlas de vuelta
en Macón o en Atlanta.
»Yo pregunté:
»—¿Me estás amenazando, Withers?
»—Eso hago —dijo Withers: simplemente se regocijaba—. Tú fuiste desertor. En
alguna parte, alguien sigue buscándote. Yo me ocuparé de que te encuentren.
»De manera que llamé a Halmar Haraldson, lo enloquecí y lo arrojé sobre
Withers.
El Cobrador avanzó bajo la luz indecisa, y en su rostro brillaba una alegría de
retrasado mental. El hombre pelirrojo retrocedió. En la escalera, detrás del doble de
Collins, Rose no podía ver por qué el hombre que representaba el papel de Withers
estaba tan asustado. Le miró fijamente, confuso y comenzando a alarmarse.
—En! —gritó el pelirrojo—. Eh, señor Collins…
Tom sintió un nudo en el estómago; esto era algo más que una representación. El
Cobrador cayó hacia adelante. Rose lo vio y chilló.
—No, lo han encontrado a usted, Withers —prosiguió su relato el mago—. Y
ahora observad qué bien cumple su cometido vuestro amigo el señor Ridpath.
—Ay, Dios mío —dijo Del, y comenzó a incorporarse.
Rose volvió a gritar, y Collins le aferró el brazo mientras se levantaba.
El Cobrador voló hasta el hombre de cabellos rojos, que gritaba:
—¡Deténgalo! ¡Deténgalo!
El Cobrador lo derribó.
—¡Collins! ¡Ayúdame!
Un objeto rojo y peludo saltó de la cabeza del hombre, y Tom vio que era el
hombre del tren, Esqueleto Ridpath con mucha más edad. El Cobrador lo había
www.lectulandia.com - Página 308
inmovilizado en el suelo y le golpeaba en la cara.
—¡Te encontré! ¡Te encontré! —chillaba.
Del estaba de pie, gritando; y Rose, incapaz de moverse, gritaba también.
—¡Silencio! —ordenó Collins, y Del guardó silencio.
Un puñetazo, otro; los puños huesudos del monstruo golpeaban una y otra vez la
cabeza del hombre. Rose se apartó y escondió la cara tras la escalera de ladrillo.
—Sí, como hice yo, ya veréis —dijo Collins con calma—. Tenéis que verlo. El
pobre diablo no lo sabía, por supuesto, pero ésa era la única razón de que estuviera
aquí. Para representar a Withers.
Esqueleto tarareaba desaliñadamente, golpeando la cabeza del viejo.
—Un personaje del que se puede prescindir totalmente…, un actor fracasado
llamado Creekmore, muy malo —Collins dio un resoplido de diversión—. Respondió
a un anuncio, ¿podrán creerlo? Me buscó. Withers hizo lo mismo. Withers sabía que
yo había robado el dinero de Vendouris. Como si tomar el dinero de un muerto fuera
un crimen.
Collins levantó la botella y bebió.
En la niebla, Esqueleto le estaba haciendo algo malvado al actor. Le salía sangre
de la cabeza… Tom veía la piel separada del hueso, se puso de pie y se alejó.
—Ni pienses en correr —dijo Collins desde su trono—.
Tu amigo te alcanzaría en pocos segundos. Y entonces todo esto sería real.
Tom se volvió a mirar el lugar donde había ocurrido la terrible escena. El
Cobrador se deslizaba nuevamente en la niebla. Su cuerpo había desaparecido; Snail,
Thorn y Pease estaban junto a la escalera con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿No era real? —dijo Tom.
—Ahora no, hijo. Withers ya no lo era. No te preocupes por Creekmore. Tiene
algunos arañazos, nada más. Mañana le pagaré y le diré que se vaya. Pensará en mí
con gratitud, te lo aseguro.
Del cesó gradualmente de temblar.
—Era Esqueleto —murmuró—. Le vi destrozarle la cara a… ese hombre…, toda
esa sangre.
—Unas bolsitas de sangre ocultas en la boca. Creekmore ya está en la casita
lavándose la cara y preguntándose dónde encontrará su próxima botella.
En la escalera, en medio de la niebla, Rose levantó lentamente la cabeza.
Collins sacudió la cabeza y la escena se oscureció.
—Para mí, el horror aún no había llegado.
Temblando, los muchachos volvieron a sentarse sobre el césped húmedo.
3
www.lectulandia.com - Página 309
—Hasta yo quedé sorprendido por el salvajismo de Haraldson. Lo que visteis era
un poco de sangre de cerdo y la insinuación de algo grotesco…, lo que yo vi fue un
hombre a quien lentamente le arrancaban los brazos y las piernas y lo dejaban vivo en
un absoluto tormento hasta el último segundo posible. Yo pensaba en el Cobrador
como en una especie de juguete, como era cuando lo inventé. Por supuesto, el poder
era mío, no de Haraldson. El no era más que una herramienta, un muñeco lleno de
mis propias imágenes. Y como Haraldson era ahora algo negativo, me di cuenta de
que debía reemplazarlo por cualquiera de los que me rodeaban…, incluso por uno de
los Muchachos Vagabundos si era necesario. Liberé a Haraldson lo más rápido
posible, después de asegurarme de que Withers estaba muerto. La policía lo encontró
casi de inmediato: el sueco estaba tan aturdido que lo llevaron a un hospital
psiquiátrico y lo condenaron, pero nunca lo ejecutaron por el asesinato de Withers. Se
habló un poco del suceso en los periódicos por un tiempo. Luego el asunto dejó de
interesar y nosotros estábamos lejos del lugar, trabajando en provincias; nadie
relacionaba a Withers o a Haraldson conmigo.
»La otra cosa que había percibido mientras el Cobrador se ensañaba con el pobre
Withers fue que yo ya no tenía necesidad de los Muchachos Vagabundos. El
Cobrador era suficiente guardaespaldas. Esto era sólo una semilla en mi mente, desde
luego. Pensé en eso mientras ofrecía a los Muchachos Vagabundos este único
entretenimiento: la caza del tejón. Siempre que estábamos en el campo compraban un
par de perros, y salíamos en mitad de la noche con nuestras palas y nuestras tenazas y
conseguíamos un par de tejones. La noche después que Withers fue despachado,
estábamos en la campiña cerca de York, y miré a esos seis engendros y a su jefe
trabajando para presenciar la matanza de algunos animales, y pensé: “¿Son realmente
necesarios?” Aparté la idea: tenía muchas cosas en la cabeza en ese momento.
»Por un lado, Rosa Forte. Se había tornado distante y malhumorada, y esto me
enfurecía. A menudo le pegaba cuando estaba borracho. No sabía si ella me amaba o
me odiaba, su actitud era tan contradictoria. Speckle John, que hacia 1922 era sin
duda mi segundo, trataba de darme consejos sobre ella, y sus consejos eran los de una
vieja. “Sé más amable con ella, trátala mejor, escúchala”, ese tipo de cosas. Ella iba
hacia él y lloraba. Yo les despreciaba a los dos. También pensaba en el dinero.
Aunque teníamos tanto como cualquier mago en aquellos días, yo constantemente
necesitaba dinero extra. Aun con lo que ganaba leyendo el futuro y haciendo
pronósticos para los ricos, no me sentía satisfecho. Quería vivir bien, quería una gran
actuación; yo entonces, creo que el germen de mi última actuación estaba en mi
mente. Una buena crisis es importante para cualquier actuación, y supe que cuando
me cansara de hacer giras, de arrastrar a otras nueve personas alrededor del mundo
conmigo, querría que mi espectáculo final fuera el más extraordinario que jamás se
hubiera visto.
www.lectulandia.com - Página 310
»Eso sería muy caro, y en realidad mis propios gustos se habían vuelto costosos.
Ya cobrábamos todo lo que podíamos. De manera que adopté otros medios, y
entonces los Muchachos Vagabundos me resultaron útiles.
»Fui sin anunciarme a ver a ese rico tonto de Kensington, Robert Chalfont, tarde
una noche. Cuando me abrió la puerta, vi en su rostro de escolar con grandes
mandíbulas, que se sentía a la vez halagado e inseguro, hasta un poco asustado. Eso
era perfecto. Sabía lo que yo había hecho a Crowley en su jardín ese mismo verano.
Chalfont me invitó a entrar y me ofreció una copa. Tomé un poco de whisky de malta
y me senté en la biblioteca mientras él se paseaba. Me había invitado a cenar varias
veces y yo no había ido; ahora yo estaba allí, y él estaba nervioso.
»—Le agradezco mucho que haya venido —dijo.
»—Quiero dinero —respondí sin ceremonias—. Mucho.
»—Mire, Collins —dijo Chalfont—. Creo que no puedo darle el dinero que me
pide, ¿sabe? Hay formas de hacer las cosas.
»—Y ésta es la mía —dije yo—. Quiero tres mil libras al año. Y quiero que firme
un papel declarando que me da ese dinero voluntariamente, en reconocimiento de mi
trabajo.
»—Bien, carajo, hombre, nadie respeta tanto su trabajo más que yo —afirmó—,
pero lo que usted pide es ridículo.
»—No. Usted es ridículo —respondí—. Tiene el privilegio de asociarse con
grandes magos. Quiere familiarizarse con sus secretos, quiere presenciar los
despliegues de su poder. Ya es hora de que pague por ese privilegio —y le recordé lo
que podía hacerle si se negaba.
»Me pidió tiempo para pensar. Le di dos días… Veía en su estúpido rostro bien
educado que deseaba haberse dedicado solamente a cazar y a pescar.
»Al día siguiente envié al señor Peet y a sus muchachos a su casa, donde hicieron
ciertos destrozos. Chalfont vino directamente a la suite de mi hotel y aceptó lo que yo
le exigía. Pero entonces yo ya había decidido exigir más…, todo, en realidad. Y él me
lo dio, todo lo que tenía.
—¿Simplemente le dio el dinero? —preguntó Tom—. ¿Así sin más?
—No exactamente —el mago sonrió—. Invité a Chalfont a participar en nuestro
espectáculo.
—Usted actuó como Cobrador —dijo Tom, horrorizado.
—Claro que sí. Una vez que tuvo una prueba de lo que significaba eso, firmó todo
lo que le di. Los muchachos de Peet permanecieron todos los días con él hasta que
hizo los arreglos. Y cuando tuve su nombre en los papeles y su dinero en mi cuenta,
volví a «cobrarle». El tendría que haberlo esperado. Dio una nueva dimensión al
Cobrador. En realidad, yo comencé a pensar que era una lástima que nunca hubiera
puesto a Crowley en el Cobrador. ¿Os imagináis qué Cobrador habría sido? Pero nos
www.lectulandia.com - Página 311
arreglamos con Chalfont durante todo el tiempo que permanecimos juntos. Y yo no
veía otro Cobrador, hasta que oí los ruegos de vuestro compañero de escuela y vi qué
útil sería para nosotros este verano.
Entre los árboles comenzó a brillar una leve luz, burlando a la niebla que se
movía lentamente a través de ella.
—Pero ahora prestad atención, muchachos. Llegamos al próximo gran
acontecimiento de mi vida…, una de las grandes vueltas hacia atrás, como la muerte
de Vendouris, o cuando conocí a Speckle John.
»Se había resuelto el problema del dinero, porque muchos de mis admiradores
ricos sospechaban lo que le había sucedido a Chalfont, y me dieron grandes sumas de
dinero siempre que las necesité. Pero yo me estaba cansando de Europa. Europa
estaba muerta. Percibí nueva vida en Norteamérica…, una vida que no olía a
cadáveres. Europa era realmente un cementerio, y en Norteamérica mi familia tenía
suficiente dinero como para mantenerme durante el resto de mi vida. Me marché por
un mes, fui en barco a los Estados Unidos y busqué un lugar adecuado para asentar
mis reales. Porque así pensaba yo: un lugar resguardado, alejado de cualquier ciudad,
donde pudiera extender la magia todo lo posible; sin las trampas que representa tener
una audiencia. Encontré este lugar, lo compré y contraté trabajadores para realizar las
mejoras que había pensado. El precio inicial era demasiado alto, pero persuadí a los
propietarios para que lo bajaran razonablemente. Y tomé precauciones para que nadie
viniese por aquí en mi ausencia.
Hubo un inmenso y aterrador batir de alas: una gigantesca lechuza blanca cobró
vida en la medialuz. Los dos muchachos se quedaron helados. La lechuza parecía un
ave de rapiña, más salvaje que el Cobrador; batió las alas una vez más, luego se
esfumó, integrándose en la niebla.
Todavía brillaba la luz, prometiendo otras visiones.
—Regresé a Francia en otoño de 1923. Sólo habían pasado cinco años desde mi
primera llegada, pero ¡imaginaos qué diferencia! Ahora yo sabía quién era y qué era:
Coleman Collins había encontrado y desarrollado el poder que Charles Nightingale
sólo se había atrevido a soñar que existía en él. Era suficientemente rico para hacer lo
que quería, y lo suficientemente famoso para atraer mucho público en todos los
lugares donde aparecía. Poseía una casa y una gran extensión de tierra en Nueva
Inglaterra. Y además, por supuesto, era el Rey de los Gatos, famoso en todo el mundo
oculto. Era una posición que pensaba sostener todo el tiempo que pudiera…, al
menos hasta que percibiera la llegada de un mago cuyos poderes fueran mucho más
grandes que los míos, tal como eran los míos con respecto a los de Speckle John.
Entonces, pensaba, ya veríamos.
La lechuza blanca aleteó nuevamente por el sendero bordeado de árboles; sus ojos
www.lectulandia.com - Página 312
ardían. Las grandes alas rozaban las hojas. Luego volvió a desaparecer.
—Íbamos en coche, el señor Peet y yo, él conducía el Daimler y yo viajaba
cómodamente en el asiento posterior, por Francia occidental hacia París. Esperaba ver
a Rosa Forte y a Speckle John. Muy especialmente a Rosa Forte. Pensaba llevarla de
vuelta a Norteamérica conmigo…, ella no podía sobrevivir sin mí, y yo lo sabía, y me
resultaría útil en mi nueva vida. Hasta el momento, todo era apenas un sueño vago.
Me preguntaba qué nuevos contratos habría logrado Speckle John para nosotros;
cuánto tardarían los muchachos de Peet en necesitar otra caza de tejón; me pregunté
qué invitaciones habrían llegado, qué mujeres me estarían esperando con las palmas
extendidas y las libretas de cheques abiertas; me pregunté también si Rosa me
recibiría tan cariñosamente como lo hacía por lo general cuando yo volvía de mis
largos viajes. Así seguíamos nuestro camino, a la increíble velocidad de cuarenta y
cinco kilómetros por hora, pasando por un pueblo tras otro, cada uno con su obelisco
con los nombres de los que habían muerto en la guerra. La luz era intensa, y los
castaños se teñían de color rojo y naranja; se levantaba polvo del camino; pensé en
toda la sangre vertida en esos campos, en los que estaba madurando la próxima
cosecha. Recordé lo que le había hecho al pobre diablo de Crowley, y solté una
carcajada… También pensé en los ataques que había recibido recientemente de
Gurdjieff y de Ouspensky, nombres importantes en el campo de las ciencias ocultas
en aquella época, que ahora se han olvidado totalmente. Esa luz intensa…, los
campos empapados de sangre, ahora color naranja… Rosa que me esperaba con su
piel de porcelana y sus muslos abiertos…, esa sensación del tiempo mismo que moría
alrededor de mí con una hermosa melancolía…
»Diez kilómetros antes de llegar a París vi a un campesino sonriendo con sus
impecables dientes blancos, y pensé en Vendouris gritando en medio del barro
helado… Pensé en él por primera vez en años, y me pareció que realmente era hora
de salir de eso: todo el hermoso otoño europeo parecía resumido en el brillo de los
dientes de un moribundo.
»Entramos en París desde el noroeste, levantando nubes de polvo, y cruzamos el
Sena por el Pont de Courbevoie y seguimos nuestro camino por las calles hasta los
jardines Ranelagh, donde vivíamos en el espléndido edificio de la Avenue Prud’hon.
Nos detuvimos frente al hermoso edificio. Se oían voces de niños en el aire pesado.
Los árboles de los jardines Ranelagh tenían un color dorado brillante, lo recuerdo
muy bien, y el césped un profundo verde oscuro. Siempre esa hermosa melancolía.
Invité a Peet a tomar una copa en mi casa, lo que le costó la vida. Subimos la
escalera, yo llevando una bolsa y Peet las dos maletas grandes del baúl del Daimler.
El interior del edificio olía a madera de sándalo. Abrí la puerta de mi piso y dejé
pasar a Peet. El dio unos pasos y dejó caer las maletas…, hicieron un ruido
particularmente fuerte. Lo seguí y vi su rostro, que mostraba embarazo y terror.
www.lectulandia.com - Página 313
Entonces los vi. Vi lo que cualquier chico hubiera sospechado mucho antes.
La luz resplandeció en los árboles, y Tom vio a Rose tendida desnuda sobre lo
que parecía una alfombra oriental. Alrededor de ella se veían los perfiles de una gran
habitación con paredes de color grisáceo. El inconfundible cuerpo de Rose estaba de
costado con respecto a Tom, y su cabeza rubia vuelta hacia otro lado. Un hombre
desnudo, musculoso y con gruesos brazos y muslos estaba sobre ella; su rostro se
hundía en el hombro de Rose. Tom se quedó rígido por el shock. Junto a él, Del dejó
escapar una exclamación. Las pesadas manos oprimían los pechos de Rose, el cuerpo
brutal penetraba y penetraba moviéndose ciegamente hacia la consumación; y Rose
se aferraba a las caderas del hombre. Tom estaba tan afectado que sentía el avance de
la conmoción en su interior, dejándole cada vez más helado. Ni siquiera podía pensar
cómo respondería Del a esta visión. No harás tonterías cuando nos veamos esta
noche, ¿verdad? Eso había dicho ella, uniendo sus manos detrás de su nuca cuando
estaban parados en el agua. Y antes: No me odiarás, ¿verdad? Todavía tengo que
hacer algún trabajo para él. A esto se refería.
Aquí todo es mentira.
Tom se aferró a eso hasta que la muchacha volvió la cara hacia el cielo y Tom vio
su frente ancha y alta, la boca que le había dicho que le amaba. Sentía como si
hubiera recibido un fuerte golpe. El hombre apresuró sus movimientos y tembló. Los
brazos y las piernas de Rose rodeaban al hombre. Luego la luz se apagó nuevamente
y Tom y Del quedaron solos con el mago. Los ojos de Del estaban opacos. Respiraba
pesadamente, casi jadeando.
No harás tonterías cuando me veas esta noche, ¿verdad?
Aquí todo es mentira.
No encontraba la salida.
—Por supuesto no era Root quien estaba disfrutando de mi Rosa, sino mi socio,
Speckle John. Yo sólo deseaba que ustedes, muchachos, sintieran mi conmoción y mi
furia…, y veo que lo he logrado. Arnold Peet escapó. Yo salí detrás de él. Cuando
volví, media hora más tarde, Rosa seguía allí, ahora vestida, fingiendo
arrepentimiento. Fingía que había sido la primera vez, pero yo sabía que no era así.
Le permití que me mintiera, y pensé en el consuelo que había sido Speckle John para
mi pobre Rosa. Ella esperaba que yo le pegara…, quería que le pegara, porque eso
habría significado perdonarla. No le pegué. Tampoco le pegué un tiro, aunque tenía
un revólver conmigo… Siempre lo llevaba en aquellos días. Sólo la dejé rogar y
llorar. Y cuando me encontré con Speckle John al día siguiente, ninguno de los dos
mencionó lo que había visto en el suelo de mi living. Comencé a planear mi
actuación final.
Collins se puso de pie.
—Mañana por la noche veréis cómo uní todos los hilos; cómo eliminé a Arnold
www.lectulandia.com - Página 314
Peet, que había presenciado mi humillación, junto con sus muchachos; cómo me
vengué de los que me habían humillado, y ofrecí la actuación más extraordinaria de
mi vida.
Miró a los dos muchachos consternados.
—Y esta noche permaneced en vuestras habitaciones. Esta vez no pasaré por alto
la desobediencia.
El mago ladeó la cabeza, como si le divirtiera la situación, se puso las manos en
los bolsillos, sus ojos divertidos encontraron los de Tom, y desapareció.
«Vete al infierno, vete al infierno», se dijo Tom. Se inclinó y ayudó a Del a
levantarse.
—¿Harás cualquier cosa que te pida?
—Cualquier cosa que me pidas —dijo Del. Aún parecía seguir en trance.
—Regresemos ahora. Saldremos de aquí lo más pronto que podamos esta noche.
No sé cómo, pero lo haremos. Estoy harto de este lugar.
—Me siento enfermo —dijo Del.
—Y escucha. De todos modos nunca volvería a invitarte. ¿Me entiendes? La
Tierra de las Sombras había terminado para ti. El me lo dijo. No ibas a ser elegido…,
dijo que éste era tu último verano aquí. De todas formas ya había terminado. De
modo que ahora marchémonos.
—Muy bien —dijo Del. Le temblaban los labios—.
Siempre que tú vengas conmigo. —Se secó los ojos—. ¿Y ella? ¿Y Rose?
—No sé —dijo Tom—. Pero nosotros saldremos de aquí esta noche tarde. Y
nadie nos detendrá.
Condujo a Del por el bosque hasta el borde del lago.
—Tú fuiste elegido —dijo Del. La luz de la luna iluminaba sus cabellos negros.
Se oyó croar un sapo a la orilla del lago. Había una neblina blanca sobre la superficie
del lago, como un velo, y llegaba hasta el borde. La escalera de hierro surgía de una
niebla gris como si saliera de una nube—. Tú fuiste quien recibió la bienvenida. ¿No
es así?
—Pero no devolví el saludo.
—Yo estaba seguro de que yo sería el elegido. Pero, interiormente, sabía que no
sería así.
—Quisiera que hubieses sido tú.
Caminaban por la arena. Del apoyó las manos en los peldaños de la escalera;
subió seis peldaños y se detuvo.
—Creo que todos me mintieron —afirmó, como si hablara consigo mismo.
—Esta noche —dijo Tom—. Y luego todo habrá terminado.
—Quiero que todo termine. Casi desearía que esta escalera se cayera y nos matara
a los dos.
www.lectulandia.com - Página 315
Mientras atravesaban el oscuro living, a Tom se le ocurrió una cosa.
—Espera.
Del se inmovilizó, esperando como un condenado. Tom fue a la vitrina del rincón
y abrió las puertas. La pastora de porcelana estaba rota en dos pedazos…, obra de
Collins. Era un chiste, o una advertencia, era como una moraleja de una fábula de
Perrault. Las mitades rotas estaban separadas sobre la madera, y había un poco de
polvo fino entre las dos. Todas las otras figuritas habían sido empujadas hasta el
fondo de la vitrina. Lo miraban. El muchacho con los libros, los seis borrachos, el
isabelino. Sus ojos estaban muertos, y también sus rostros. Entonces Tom
comprendió. Eran ellos quienes habían asesinado a la pastora. Era un mensaje
directo de Collins a él. Dejó de mirar las figuras y tomó un pedazo de la figura rota,
que se guardó en el bolsillo. Volvió a pensarlo, y tomó también la pistola y la metió
dentro de su camisa.
Siguió a Del al piso alto. Caminaron por el pasillo y pasaron frente a una ventana
oscura.
—Mira —dijo Del, y señaló.
Tom lo habría visto por sí solo: todas las luces del bosque habían sido apagadas.
No había más escenarios, no más teatros en el bosque. Sólo veían sus propios rostros
sobre una superficie negra.
Del desapareció detrás de su puerta.
Tom entró en su propia habitación. Las puertas de corredera estaban cerradas. Se
sentó en su cama, oyó ruidos. Dio unas palmaditas en la cama y oyó nuevamente un
crujido. Tom puso la mano bajo la colcha y tocó una hoja de papel. No quería verla.
No: en realidad quería verla. Quería verla con toda su alma. Cuando la sacó y se
permitió leerla, vio que decía:
«Si me amas, ven a la playita.»
De manera que también ella quería escapar esta noche. Tom vio a Coleman
Collins como una gigantesca lechuza blanca que se abalanzaba salvajemente hacia
todos ellos y los aplastaba con sus garras. Vio a Rosa destrozada por esas garras.
Dobló la nota y la puso entre el revólver y su piel. Luego tocó la figurita rota en su
bolsillo.
—Bien —dijo—. Muy bien, Rose.
Tom se acercó a las puertas y las abrió. Del estaba en la cama, en la oscuridad. Su
hombro se estremecía, una mano se estremecía como la de un bebé.
—¿Qué? —preguntó.
—Nos vamos ahora —dijo Tom—, y nos encontraremos con Rose.
Las figuras de porcelana, alineadas al fondo del gabinete, mirando su obra con sus
rostros muertos. Rosa Forte había sido asesinada por los Muchachos Vagabundos, y
www.lectulandia.com - Página 316
Collins quería que Tom lo supiera.
—Yo sólo quiero salir de aquí —dijo Del—. No soporto más estar aquí. Por favor,
Tom. ¿Adonde iremos primero?
Tom comenzó a bajar la escalera, seguido por Del; pasaron por el living y salieron
al aire fresco.
—Volveremos al bosque —dijo—. Esta vez lo atravesaremos.
—Lo que usted diga, jefe.
www.lectulandia.com - Página 317
CUATRO
EL JUEGO DE LAS SOMBRAS
Tom sacó el revólver de dentro de su camisa y lo embutió entre el cinturón y la
espalda.
—¿Qué es eso? —preguntó Del—. Es un arma. ¿Para qué necesitas un arma?
—Probablemente nunca la necesitaremos —dijo Tom—. La saqué de la vitrina.
Sólo trato de ser cuidadoso.
—Cuidadoso. Si fuéramos cuidadosos, todavía estaríamos en nuestras
habitaciones.
—Si fuéramos cuidadosos, nunca habríamos venido aquí, en primer lugar. Vamos
por Rose.
Comenzó a bajar por la tambaleante escalera de hierro. La escalera se movía. Tom
tragó saliva. Siempre le había parecido insegura.
—¿Algún problema? —gritó Del.
Tom respondió bajando la escalera lo más rápido que pudo. Echó a andar por la
playa en la oscuridad. Oía los pies de Del golpeando la arena al correr para alcanzarlo
—. Quería que te quedaras aquí, ¿verdad?, para siempre.
—Iba a hacer algo peor con Rose —dijo Tom—. Tenemos que llegar a esa playa
del otro lado del lago. Allí estará.
—¿Y entonces qué?
—Ella nos dirá.
—Pero ¿qué le diremos nosotros a ella, Tom? Ni siquiera puedo soportar…
Tom tampoco podía soportarlo.
—¿Quieres que tratemos de cruzar el lago a nado o que vayamos por el bosque?
—Caminemos —respondió Del—. Pero no te adelantes. No me dejes atrás, Tom.
—No haré eso. La verdadera razón de que viniera aquí fue por no perderte —dijo
Tom.
Aún se veía un poco de niebla en los bosques. Tom se deslizó entre dos árboles y
echó a andar hacia la primera plataforma.
—Tal vez podríamos llevarla a Arizona con nosotros —sugirió Del.
www.lectulandia.com - Página 318
—Tal vez.
—Dame la mano —dijo Del—. Por favor.
Tom tomó su mano extendida.
Rose los esperaba en la playita. La vieron antes de que ella les viera a ellos…,
una muchacha esbelta con un vestido verde, y los zapatos de tacones altos en la
mano. Fueron hacia ella, y la joven se volvió bruscamente para enfrentarlos…
asustada.
—Lo siento —dijo. Miró a Del, pero sus ojos estudiaban a Tom—. No sabía si
vendríais.
—Bien, vi esto —dijo Tom, y le mostró la pastora rota que llevaba en el bolsillo.
—¿Qué es? Déjame ver. —Con cuidado, como si temiera estar demasiado cerca
de él, se aproximó unos pasos—. Realmente se parece a mí. Qué raro. —Rose estudió
nuevamente el rostro de Tom: lo miró con una sonrisa dura, amarga—. ¿No te parece
gracioso? —Como él no le devolvió la sonrisa, sus ojos fueron nuevamente a la
pastora rota. Algo en su actitud dijo a Tom que deseaba escapar. Entonces Tom
comprendió. Tenía miedo de que él le pegara—. No te parece gracioso —agregó Rose
—. Muy bien.
—Eh, yo también estoy aquí —dijo Del.
Sintiéndose más cómoda de inmediato, Rose relajó la postura de sus hombros y se
volvió hacia Del.
—Sé que estás aquí, querido Del. Gracias por venir. —Sus ojos volvieron a los de
Tom—. No estaba segura de si…
—Tenías que estar segura, ¿verdad? —dijo Del. Le temblaba la voz—. Está loco,
eso es todo. No medio loco, sino loco del todo.
—Aquí todo es mentira —dijo Rose—. El hecho de que hayáis visto algo no
significa que realmente haya sucedido.
Tom asintió. Curiosamente se negaba a aceptar esa esperanza que ella le ofrecía.
Si se ablandaba, tal vez la aceptaría. En cambio, Del no sólo la aceptaba, sino que
corría hacia ella. Su rostro brillaba.
—Bien, estamos aquí, de todas maneras. Ahora, ¿adonde iremos?
—Al lugar donde estabas antes —dijo Rose—. Por aquí —y los llevó nuevamente
al bosque.
—¿Dónde estaba él antes? —preguntó Del—. ¿Dónde es ese lugar?
—Una vieja casa de verano —dijo Rose, andando entre la niebla y la noche sin
necesidad de luz para ver el camino—. Los hombres vivían allí, pero ahora se han
ido.
—Espera un segundo —dijo Tom, deteniéndose bruscamente—. ¿Esa casa? ¿Qué
sentido tiene ir allí?
www.lectulandia.com - Página 319
—El sentido en el túnel, Tom protestón —contestó Rose—. Y el túnel nos sacará
de aquí. Pasé todo el día preparando esto…, ya verás.
—Un túnel —dijo Tom, y Del repitió «Un túnel», como si ahora estuvieran
seguros de que volverían a sus casas.
—Nunca he llegado hasta allí —señaló Rose, siempre avanzando en la niebla—,
pero sé que existe. Creo que llega casi a Hilly Vale. Podemos permanecer allí dentro
toda la noche. Luego, por la mañana, podemos salir, caminar hasta la estación, y
tomar un tren. Hay un tren que sale temprano hacia Boston. Ya lo averigüé. Ni
siquiera nos echarán de menos hasta más tarde por la mañana, y entonces ya
estaremos fuera de Vermont.
—¿Y tu abuela? —dijo Tom.
—La llamaré desde cualquier lugar. —Sus ojos lo miraron inquisitivamente un
momento.
Como animales desconfiados, o como fantasmas de animales apenas visibles en la
niebla, salieron del confín de los bosques. Cuando Del vio la zona, parecida a un
parque, con el césped cortado y los árboles decorativamente colocados (también aquí
la fría niebla flotaba y se depositaba en los huecos), dijo:
—Yo ni siquiera sabía que esto estaba aquí.
Rose dijo:
—Creo que antes vivía otra gente aquí, hace mucho tiempo, pero el señor Collins
les obligó a marcharse.
Tom asintió: la enorme lechuza brillante les había echado.
—Creo que era un lugar de vacaciones —dijo Rose—. Y que la casa grande se
usaba como una especie de club nocturno y casino.
—Pero ¿para qué necesitaban un túnel?
—Creo que tenía algo que ver con la prohibición de bebidas alcohólicas —
respondió Rose.
—Claro —dijo Del, comprendiendo de pronto—. Este lado debe quedar cerca de
un camino. Seguramente entonces no estaba del todo amurallado. Cuando se
enteraban de que iba a haber una redada, podían esconder el alcohol y las ruletas y la
droga en el túnel.
—Sólo si el túnel volvía a la Tierra de las Sombras —señaló Tom.
Rose dijo:
—Del tiene razón. Hay más de un túnel. Ya lo veréis dentro de un minuto.
www.lectulandia.com - Página 320
La casa deteriorada parecía aún más vieja en medio de la niebla. La parte rota en
el pórtico se abría como una boca hambrienta.
Los tres fueron hacia la casa. Tom seguía viéndola en el pasado que Rose y Del
habían evocado, en un verano de posguerra, rodeada por otras casas similares…
ahora desaparecidas…, habitadas por hombres que llevaban blazer, y mujeres con
vestidos como el de Rose. Había canoas, en alguna parte un hombre tocaría el banjo,
y los cubos de hielo tintinearían en las jarras de martini.
Algo bueno. Preguerra. Vino de Canadá.
Nick, ¿por qué no cruzamos el lago y vamos a la feria esta noche?
Buena idea. Tengo ganas de jugar a la ruleta otra vez —Díganme, ¿no saben
nada sobre lo que esa lechuza de Philly dice haber visto anoche?
No, eso habría sido después. Sweet Sue era lo que interpretaba el banjo,
resonando en el aire de verano.
Sí, vayamos a la hostería esta noche. Creo que tendré suerte. Pasa un poco de gin
para este lado, muchacho, si eres tan amable.
—¿Estás soñando despierto? —dijo Rose—. ¿O simplemente tienes miedo de
entrar?
Tom subió al pórtico con los otros dos. Rose los hizo entrar en la casa y encendió
una sola lámpara. La vieja construcción daba la impresión de que nadie había entrado
en ella desde que el emisario alado del mago les había hecho salir a todos. Había
polvo sobre las sillas rotas, sobre la alfombra estropeada.
—Esos hombres se marcharán después de mañana por la noche —dijo Rose—.
Todas sus cosas se han arrojado a la basura o están en la casa. O tal vez en uno de los
otros túneles.
—Espera un segundo —dijo Del—. ¿Cuántos túneles hay?
—Tres. No te preocupes. Puedo encontrar el que corresponde —sonrió a Tom—.
Puse unos bocadillos y un termo y algunas mantas allí abajo. Estaremos bien esta
noche.
—¿Y dónde está ese túnel? —preguntó Del—. Mira, si hay ratas ahí abajo,
puedes matarlas de un tiro.
—Yo no he visto ratas —dijo Rose, y miró a Tom.
—Bien, yo traje este revólver —admitió Tom—. Tiene como cien años. No sé
cómo se dispara, de todas maneras.
—El túnel es por aquí. —Rose apartó una mesa de mimbre cubierta de polvo y
corrió la alfombra. Había una trampilla en la madera. Se inclinó, pasó los dedos por
la argolla y abrió la puerta—. Así se llegaba al pequeño sótano. —Unos anchos
escalones de hormigón llevaban a un negro agujero—. Hicieron los túneles después.
—Caramba —dijo Del—. Qué simple.
—¿Esperas algo? —preguntó Rose, y Del les miró a los dos, dejó escapar un
www.lectulandia.com - Página 321
«Ah» con voz temblorosa y comenzó a bajar lentamente los escalones—. Hay una
linterna en el escalón más alto.
—Ya la tengo. Vamos, muchachos.
El túnel era lo suficientemente alto como para estar de pie. El suelo y las paredes
eran de tierra apisonada; había vigas en el techo. Cuando Rose encendió la linterna,
vieron que el túnel tenía una ligera inclinación hacia abajo. En el punto en que
terminaba el haz de luz, a bastante distancia, parecía haber una curva.
—Bien, dijiste que tomaríamos el camino más bajo —observó Del—. Esto está
fresco. ¡Qué grande es! Creí que tendríamos que arrastrarnos.
—En absoluto —dijo Rose—. ¿Pensáis que os haría eso?
Movió la linterna mientras seguían adelante. El aire cambió; se tornaba cada vez
más frío y más seco en la oscuridad total alrededor del haz de luz.
En el lugar donde convergían las tres ramas del túnel la linterna reveló unos
objetos amontonados. El lugar del cruce era una caverna circular ligeramente más alta
que los túneles mismos. El techo era abovedado y con vigas.
—Este es nuestro dormitorio —dijo Rose—. Aquí hay mantas, comida y otras
cosas. —Se arrodilló y levantó la manta que cubría el cesto de mimbre del mago—.
Pensé que no echaría de menos esto. ¿Alguien tiene hambre?
La tensión había desatado un hambre voraz en los muchachos. Rose dejó la
linterna en el centro de la caverna abovedada y les entregó bocadillos envueltos en
papel impermeable. El jamón era de Collins; también el papel impermeable sería de
Collins. Cada uno de ellos se apoyó en una pared diferente para comer, de manera
que apenas se veían entre si. La luz de la linterna iluminaba de refilón sus rostros.
Del preguntó:
—¿Por cuál de estos túneles tomaremos, Rose?
—El que está más cerca de Tom. —Tom se inclinó para mirar. Una ola de aire frío
llegó hasta él desde una oscuridad impenetrable—. Uno de éstos solía llevar a otra
casa de verano.
Desde la fría oscuridad del túnel, Tom oyó el sonido del banjo y una voz no muy
educada, pero dulce, que cantaba:
Hay luna arriba
tra-la-la-la
dulce Susana,
www.lectulandia.com - Página 322
solamente tú.
—Creo que deberíamos tratar de dormir —sugirió Tom—. Arrójame una de esas
mantas, por favor, Rose.
El rostro de ella tomó color cuando se inclinó hacia adelante, y le echó una manta
escocesa.
—Buena idea —dijo la joven.
Acomodó las mantas sobre el suelo duro.
—Supongo que ustedes no oyen nada —dijo Tom.
—¿Oír? —dijo Del.
—Será sólo mi imaginación.
Rose se acercó al centro, y su cabeza y su tronco quedaron bañados por la luz
como los de una mujer aserrada por la mitad en el viejo truco. Transmitió a Tom un
mensaje líquido, diluido en sus ojos pálidos… «¿Me perdonas?» Luego el rayo de la
linterna pasó velozmente por las paredes curvas y encandiló por un momento a Tom,
al darle directamente en los ojos. Su sombra creció hasta tornarse gigantesca en la
pared a sus espaldas. El rayo de la linterna se alejó, y Tom vio el cuerpo de Rose
recortado contra la pared…, una figura de la década de los veinte con su vestido
verde, dando un paseo por ese sótano, como tal vez hiciera la gente de vacaciones.
¿Quién es esa señora que estaba contigo? ¿Eh, Nicholas?
Una señora que puede estar en dos lugares a la vez,
Esas voces capturadas.
El haz de luz bajó hasta la manta extendida de Rose. Sus zapatos cayeron
suavemente al suelo.
—Buenas noches, queridos míos.
—Buenas noches —respondieron ellos.
La linterna se apagó y quedaron sumidos en la oscuridad.
—Es como flotar —dijo Del—. Como estar ciego.
—Sí —susurró Rose.
El corazón de Tom se llenó de amor por los dos.
Se acostó sobre su manta y se envolvió con ella para combatir el frío. Como estar
ciego. Cuando oyó esas voces capturadas que flotaban en los túneles, supo que nada
sería tan fácil como pensaba Del…, que nada había sido nunca tan fácil…, y el miedo
mantuvo abiertos sus ojos, aunque él también estaba ciego.
(Ruido de agua: remo de canoa que se alza y baja, resplandor en los ojos que
proviene del claro del bosque, del otro lado del lago.)
En dos lugares al mismo tiempo, qué bien, Nick.
Los veranos son para divertirse, muchacho.
La señora enferma otra vez, ¿eh?
www.lectulandia.com - Página 323
El agua, dice. Tonterías, es más probable que sea el gin.
O algo que hay en el aire. Philly vio nuevamente esa lechuza anoche.
No hay ninguna lechuza, querido muchacho. Créeme.
«No confíes en él —se dijo Tom—, hay, hay una lechuza.»
La esposa de Philly es la única razón de que lo toleremos a él, al fin y, al cabo…
Luego llegaron voces de una época posterior del verano: Tom sentía llegar el frío,
la promesa de las hojas muertas y del agua gris, congelada.
No se puede trasladar a Joal. No lo entiendo…, los doctores tampoco. Es para
volverse loco.
Y vi la lechuza sobre tu cabaña, Nick…
No puedo sacarla, no quedo quedarme…
Y la esposa de Philly, muerta…, algo que había en el aire, o en el agua…
Supe que vendieron el lugar. Lo habrá comprado el demonio.
Pasa el gin para este lado, Nick. Sigo teniendo esas horribles pesadillas.
Los otros dormían en la perfecta negrura.
Tom seguía rígido en su manta, escuchando sus respiraciones regulares mientras
salían las voces capturadas de los túneles, que cambiaban hasta que por último sólo
quedó una voz.
Adiós, adiós a todos, adiós…, totalmente sólo. Sólo yo, el inspector de gallinas
número veintitrés, será mejor que me pases más gin…, solo, totalmente solo…, con la
luna arriba, tra-la-la…
Sabía que si miraba dentro de uno u otro de los túneles, encontraría un esqueleto.
Nick de la década de los veinte, con una provisión de gin de antes de la guerra, y algo
que sucedía a la esposa de Philly mientras su propia esposa enfermaba y moría, y
mientras un joven expatriado verosímil pero siniestro compraba el lugar de veraneo
donde había venido a pasar unas vacaciones agradables, jugando y haciendo el amor.
Nick de la década de los veinte, que se había quedado demasiado tiempo, y que ahora
nunca se marcharía…, cantando Dulce Susana en el túnel que le permitía a él y a su
amante estar en dos lugares a la vez.
Collins los había matado, había matado a los que no se asustaron lo suficiente
como para marcharse por sí mismos. Luego se adueñó del viejo lugar de veraneo y se
perfeccionó, jugando con Del Nightingale en los veranos cuando pensaba que Del
sería su sucesor; más tarde, perfeccionándose más aún, esperando que llegara el
sucesor, defendiéndose de cualquiera que intentara invitarse solo, sabiendo que con el
tiempo aparecería la única persona que significaría un peligro para él.
Y cuando se le terminó el dinero de sus extorsiones, mató a los padres de Del.
Hizo caer el avión en que viajaban y reclamó su parte de la herencia y luego mantuvo
los oídos atentos…, sabiendo que tarde o temprano se enteraría de la existencia de
algún joven que aún no sabía qué era él.
www.lectulandia.com - Página 324
Pásame un poco más de gin, muchacho.
En aquella época se bebía mucho. Brindo por ti, Nick.
Y yo por ti, dulce Susana.
Le pareció que alguien había hablado en la boca misma del túnel más cercano.
Tom se dio la vuelta dentro de la mente…, ¿o esto también era un sueño? Y sintió una
brisa fría que avanzaba hacia él.
El demonio, M., apareció envuelto en la brisa en la boca del túnel. Brillaba
pálidamente, como si estuviera iluminado por la luna. M. no iba vestido con el
uniforme de un profesor de escuela privada, sino que llevaba un blazer y camisa con
cuello duro. Su rostro irradiaba simpatía y una intensa aunque perversa inteligencia.
Se arrodilló ante Tom.
—De manera que tomaste por el camino bajo al fin y al cabo, y aquí estás.
—Déjame —dijo Tom.
—Vamos, vamos. Te doy una segunda oportunidad. No querrás terminar como
nuestro amigo, ¿verdad? ¿Como un arenque en conserva? Eso no es para ti.
—No —dijo Tom—. No es para mí.
—Pero, querido muchacho, ¿no ves que esto no tiene salida? Te doy tu última
oportunidad. Levántate y sal de aquí. Déjalos…, de nada te sirven. Dame la mano. Te
llevaré de vuelta a tu habitación —extendió la mano, que era negra y humeante—.
Ah, te dolerá un poco. Nada que no puedas soportar. Al menos salvarás la vida.
Tom se apartó estremecido de esa mano terrible.
—Vuelve a pensarlo. Te aseguro que esa criatura de quien crees estar enamorado
te venderá. Dame la mano. Sé que mi mano no es bonita, pero tienes que tomarla. —
Columnas de humo se elevaban de la mano extendida—. El señor Collins te lo ha
explicado todo. Ella no es una salida para ti, muchacho.
Tom advirtió el carácter inevitable de la situación: una doble traición, como la de
Rosa Forte.
—Sin embargo… —dijo.
M. retiró la mano, que ahora era rosada y suave.
—Me pregunto dónde terminarás. ¿Aquí? ¿En el lago? ¿Clavado a un árbol para
que te coman los pájaros? Volveré, y recuerda que traté de ayudarte.
—Puedes hacerlo —dijo Tom. «Te lo dije», seguramente era una de las frases
favoritas del demonio.
M. hizo una mueca burlona y desapareció.
«Así no», se dijo Tom a sí mismo.
www.lectulandia.com - Página 325
—¿Qué hora es ahora! —preguntó Del, varias horas más tarde.
La linterna se encendió: iluminó la muñeca de Rose y su brazo desnudo.
—Veinte minutos más tarde que la última vez que preguntaste. Son las seis y
cincuenta y uno. ¿Todos estáis despiertos?
—Sí —respondió Tom, arrancado a un sueño profundo.
Rose iluminó la cámara abovedada, el rostro de Tom y luego el de Del.
Finalmente volvió la luz hacia sí misma. Se hallaba sentada contra la pared, y a
diferencia de Del y de Tom, no tenía un aspecto descuidado. Sus cabellos estaban
peinados; Tom vio con asombro que aún tenía los labios pintados.
—Todavía hay café en el termo, y tengo unos huevos duros. Podemos desayunar
antes de partir.
—Tengo que hacer pis —dijo Del, avergonzado.
—Yo también —dijo Tom.
En la oscuridad fueron dando traspiés hasta el primer túnel y salpicaron las
paredes; volvieron guiados por la luz para comer los huevos duros.
—Bien, ¿por cuál túnel vamos? —preguntó Del.
—Por ése. —Rose apuntó con la linterna hacia un agujero en la pared curva.
Caminó hacia la entrada del túnel e hizo correr la luz sobre una línea de tiza blanca
—. Yo la tracé cuando traje las cosas. En éste. Era el que estaba más cerca de ti —
dijo Rose—. Uno se confunde en este lugar. Este es el que marqué.
—¿Hasta dónde llega? —preguntó Del.
—Es muy largo —repuso Rose—. Tendremos que caminar una media hora por él.
—¿Estás segura de que es éste? —preguntó Tom.
—Lo marqué. Estoy segura.
—…te venderá. Nada más que un mal sueño: ¿no era de este túnel que llegaban
las voces perdidas y capturadas en su eterno y terrible verano?
—Ilumina tu cara con la luz —dijo Tom—. Dame este gusto.
Rose levantó la linterna y la dirigió a su cara. Entrecerró los ojos ante el
resplandor, pero su mano estaba firme. Es la criatura que crees amar. Era la
muchacha de la ventana; era la muchacha de la capa roja, que llevaba un cesto por el
sendero del bosque. Tomó entre sus dedos la figura rota que tenía en el bolsillo.
Adiós, Nick. Vuelve en cualquier momento, dulce Susana.
¿En el lago? ¿Clavado a un árbol para que te coman los pájaros?
—Adelante —dijo Tom.
www.lectulandia.com - Página 326
La luz danzaba ante ellos, rozando el suelo. Sus pies se hundían en el barro. Una
imagen no reconocida, casi una sensación de déjà vu, preocupaba a Tom. Pero no era
un déjà vu, porque él sabía que nunca había estado en este lugar. Sin embargo, la
sensación de una experiencia paralela invadía su mente…, algo que había conducido
a…, ¿a qué? Un sabor de algo desagradable, de algo que estaba mal, de cosas que no
eran lo que parecía.
—¿Qué creíste oír allí atrás? —preguntó Del en voz baja.
—Creo que sólo estaba nervioso.
—Yo también —confesó Del.
Siguieron bajando, un poco a tientas. El aire en el túnel se tornaba más húmedo y
más frió. La linterna de Rose iluminó gotas de humedad en la pared.
—¿Realmente viniste aquí este verano para…, bien, para protegerme? —Del
pudo preguntar esto porque la oscuridad ocultaba su rostro.
—Creo que sí.
La voz de Tom, como la de Del, resonaba en la oscuridad total.
—Pero ¿cómo sabías que necesitaría tu ayuda? —la voz aguda de Del parecía
colgar en el aire, rodeada por un espacio cargado.
¿Cómo responderle? «Bien, tuve la visión de un brujo y de un hombre malo, y
más tarde vi que el hombre malo había dominado al brujo. Que sucederían cosas que
te harían daño, y yo debía impedirlo.» Era la verdad, pero no podía decirlo: no podía
hacer sonar su propia voz en la negrura para decir esas cosas.
—Creo que fue la noche de las «torres de hielo»… ¿Recuerdas?
—Cuando yo no sabía si estabas apartando al tío Cole de mí o no —dijo Del.
—Dios mío.
Del rió.
Entonces le vino a la memoria el día de inscripción: él caminaba por la escalera
hacia el despacho del director después de llenar los formularios en la biblioteca,
siguiendo la linterna de la señora Olinger y la vela del gordo Bambi Whipple. Era la
primera vez que vería a Laker Broome.
Durante largo tiempo caminaron en silencio y en la oscuridad, siempre bajando,
bajando, como si el túnel condujera al centro de la tierra en lugar de conducir a Hilly
Vale.
Mucho rato después, Tom sintió que el suelo cambiaba. El esfuerzo por frenar,
que cansaba sus piernas, se había convertido en el de remontar una pendiente. Ahora
www.lectulandia.com - Página 327
iban cuesta arriba: los músculos de la parte superior de sus muslos se estiraban como
bandas de goma.
—¿Ya recorrimos la mitad? —preguntó Del.
—Más —respondió Rose—. Pronto saldremos.
«Gracias a Dios», se dijo Tom: la constante oscuridad comenzaba a perturbarlo.
Un rostro como el de Thorn, un rompecabezas de carne y cicatrices, flotaba en el
aire y le hizo un guiño.
—¿Sucede algo? —preguntó Del.
—Estoy cansado.
—Me pareció que habías saltado.
—Es tu imaginación.
—O la tuya —dijo astutamente Del.
—¿Recuerdas cuando dijiste que habías oído algo? —preguntó Rose.
—Sí.
—Bien, ahora yo creo oír algo. Dejad de hablar y escuchad.
Otra vez el miedo inevitable. La linterna se apagó, y por un momento el
resplandor quedó grabado en la retina de Tom.
—Yo no… —comenzó Del.
Se interrumpió: él y Tom, que estaba a su lado, también lo habían oído…, un
ruido confuso, de golpes.
—Ah, Dios mío —susurró Del—. Nos persiguen.
—Rápido, rápido, rápido —rogó Rose. La luz se encendió, enceguecedoramente
brillante, e iluminó el largo túnel detrás de ellos. Estaba vacío hasta donde podían ver
—. Por favor.
Rose echó a correr con la linterna en la mano. Tom oía a los que venían detrás…,
tal vez eran dos hombres, o cuatro, o cinco, y parecían estar a bastante distancia…, y
luego él también echó a correr detrás de Del y Rose. Oyó los sollozos de pánico de
Del, el ruido que hacían al brotar de su pecho y su garganta. El haz de luz de la
linterna saltaba locamente.
—Sabían dónde buscarnos —gritó Tom.
—¡Corre! —gritó Rose,
Tom corría. Sus hombros chocaron dolorosamente contra un soporte de madera.
Estuvo a punto de caer, sintió el dolor en todo el brazo; se raspó la mano contra una
roca que salía de la pared y se enderezó.
En cuanto recuperó el paso llegó junto a Del, Del seguía emitiendo sonidos de
pánico total.
—Vamos, corre —dijo Tom—. Dame la mano.
Del se agarró a él y se puso de pie. Rose estaba seis metros más adelante,
moviendo la linterna con impaciencia, proyectándola en los ojos de los muchachos.
www.lectulandia.com - Página 328
Del saltó como un conejo.
—¡Ya os tengo! —gritó un hombre en el extremo del túnel.
Perros y tejones; el pozo sangriento. ¿Collins sabía que terminarían así? Tom
seguía corriendo.
—¡Os tengo!
—¡La escalera! —gritó Del—. ¡Encontré la escalera!
Tom sintió estallar una gran burbuja de alivio en su pecho. Todavía podían
escapar; todavía había una posibilidad. Siguió corriendo, jadeando. Oía a Del
subiendo la escalera, a pesar de los otros ruidos.
—Tom —Rose le tocó el brazo y le detuvo.
—Podemos lograrlo —jadeó—. Están mucho más atrás, podemos hacerlo.
—Te amo —dijo ella—. Recuérdalo.
Sus brazos lo rodearon y su boca cubrió la suya. De pronto el túnel quedó
brillantemente iluminado.
—Rose —rogó él, y caminó hacia la luz llevándola entre sus brazos.
El rostro de Rose tenía una expresión salvaje. El la hizo a un lado para ver los
escalones, la puerta abierta.
Algo andaba mal. Algún detalle…, su corazón latía furiosamente. Una gran
ruleta, tan polvorienta como el rojo y el negro se habían vuelto igualmente grises,
apoyada en los escalones. De pronto las piernas de Del se levantaron y salieron por la
abertura mientras alguien le sostenía desde afuera.
Un instante después Del gritó.
—¿Qué…? —no podía creer lo que sucedía. Del volvió a gritar—. Rose…
Ella se soltó de los brazos de Tom y caminó hacia la ancha escalera de hormigón.
—Será mejor que vengas —dijo Rose—. Tiene que ser así.
Tom estaba rígido; la vio subir el primero de los escalones y volverse a mirar.
Con su vestido verde y sus tacones altos, se alejaba de él; había cumplido con su
tarea.
No me odies.
—Nos trajiste de vuelta —dijo Tom. Sus labios y sus dedos habían perdido toda
sensibilidad—. ¿Qué eres?
—Tiene que ser así, Tom —dijo Rose—. Ahora no puedo decir nada más.
Los gritos de Del se habían convertido en gruñidos como los de un animal. Tom
volvió la cabeza para mirar por el túnel. Root y Thorn, sin correr, aparecieron ante su
vista. Se detuvieron en el borde mismo de la zona iluminada a través de la puerta
abierta, y esperaron que él actuara. Tom volvió a mirar a Rose, que también esperaba
con el rostro inexpresivo. Thorn y Root eran una pared de brazos cruzados y piernas
extendidas. Rose subió otro escalón y Tom fue hacia ella.
Coleman Collins cantaba alegremente: «Salid, salid, dondequiera que estéis», y
www.lectulandia.com - Página 329
antes de que Tom llegara a los escalones, una repentina y terrible claridad lo inundó y
se metió la camisa dentro de los pantalones, ocultando el arma.
En cuanto llegó a los escalones, miró hacia arriba y reconoció el final del túnel.
Era la habitación prohibida. Entonces supo cómo habían llegado y cómo se
habían ido los «hermanos Grimm».
—De manera que los pájaros han vuelto a casa —dijo Collins.
Tom entró en la habitación atestada. Rose estaba junto a Coleman Collins, y el
mago la miraba con expresión demoníaca y divertida, pasándose el dedo índice por el
labio superior. Los otros cuatro Muchachos Vagabundos estaban a un lado, con perros
sujetos con correas.
—Dios mío, qué casas —dijo Collins—. No puedo tolerar esto, especialmente en
la actuación de despedida. Lágrimas, tal vez, pero nunca mal humor.
Detrás de Collins, el señor Peet tenía aferrado a Del por el brazo y se lo oprimía
hasta hacerle daño. El rostro de Del estaba gris por la impresión. El señor Peet,
vestido con las ropas anticuadas del tren, sonreía maliciosamente y sacudía a Del…,
lo sacudía como a un muñeco.
—¿Por qué tiene que ser así, Rose? —preguntó Tom.
Ella le devolvió la mirada desde una gran distancia. Collins sonrió, dejó de
acariciarse el labio y tomó a la muchacha de la mano.
—¿Por qué tiene que ser así?
Del comenzó a gemir de terror.
—Yo responderé, si no les molesta —dijo Collins. Aún sonreía—. Tiene que ser
así porque no sois dignos de ser mis sucesores. Como acabáis de probarlo. Me temo
que el mundo tendrá que esperar a que aparezca otro niño dotado…, para ti no hay
esperanzas, Tom. Has vuelto a las filas. De espectador-participante. Bien, aquí están
los otros.
Primero Root, después Thorn, surgieron por la trampilla. Thorn respiraba
pesadamente: la carrera lo había cansado. Sus hombros ocupaban toda la abertura.
—Yo podía haber sido tu salvación —musitó Collins—. Y lo intenté. Pero ni el
mejor ceramista puede trabajar con arcilla de inferior calidad. —Se encogió de
hombros, pero sus ojos seguían danzando—. Ahora, veamos nuestro programa. —
Levantó la mano y la de Rose y miró su reloj—. Faltan varias horas para el acto final.
—Se inclinó y rozó la mano de Rose con sus labios. Cuando le soltó la mano se
volvió hacia los hombres—: Thorn, Pease y Snail. Conducirán a este muchacho al
www.lectulandia.com - Página 330
teatro grande. Rose, querida, quiero que esperes en mi dormitorio. Ustedes, lleven
afuera a mi sobrino y jueguen con él durante un par de horas. Si se queja, castíguenlo.
Ya es totalmente inservible.
«Rose es su novia —pensó Tom—. Su amante.» Una traición después de otra que
caían dentro de él como plomo. Dos de los hombres lo tomaron de los brazos. Miró a
Rose a los ojos.
No me odies…
—Vamos, Rose —dijo el mago.
Pero ella permaneció un momento a su lado, respondiendo a la mirada de Tom.
…por lo que tuve que hacer.
—Dije que se marcharan —Rose dio media vuelta y se alejó. Los ojos
enloquecidos de Collins lo retenían—. ¿Comprendes? —dijo el mago—. Tenía que
comprobar si realmente tratabas de marcharte. No mereces tu talento… Pero ahora no
vale la pena hablar de ello porque no lo tendrás mucho tiempo más. Cuando llegó el
momento, elegiste tus alas.
—Usted mató a todas esas personas —dijo Tom—. Mató a Nick, y a la esposa de
Philly. A todas esas personas de la cabaña de verano.
—Y a la esposa de Nick, también —dijo Collins.
—También mató a los padres de Del —prosiguió Tom—. Para quedarse con su
dinero.
Vio a Del que caía hacia atrás y era enderezado por el señor Peet.
—Pensaba que también obtendría la parte de Del, ¿sabes? —sonrió Collins—. En
cierto momento pensé que podría ser mi sucesor. Habría sido mejor. Yo podría
controlar a mi sobrino. Pero ahí estabas tú, brillando como el diamante más grande
del oeste.
Cuando Del comenzó a gemir, Tom observó nuevamente el parecido con Laker
Broome. Collins sonreía, fingiendo calma, pero sus nervios ardían…, ardía de furia y
de loca alegría.
—Quédese, señor Peet. Ustedes, los otros, llévense a este muchacho afuera.
Hagan lo que quieran con él.
Root, Seed y Rock fueron hacia Del. Seed sonreía como un oso. Clavó su garra en
el codo de Del y lo apartó del señor Peet.
—No se preocupen por traerlo de vuelta —dijo Collins. Seed comenzó a arrastrar
a Del hacia la puerta, y Root y Pease los siguieron—. Señor Peet, quiero que abra la
pared entre los dos teatros. Necesitaremos todo el espacio posible.
El señor Peet hizo un gesto de asentimiento y siguió a los demás por la puerta.
Ahora sólo quedaban en la habitación los tres hombres, Thorn, Pease y Snail, el
mago y el muchacho. Los hombres también llevaban los trajes de cuatro botones con
chaquetas Norfolk del tren, y parecían lobos, con sus ropas calurosas y ajustadas. El
www.lectulandia.com - Página 331
rostro contraído de Thorn estaba cubierto de sudor. Los tres se acercaron a Tom.
—¿Qué le harán a Del?
—Ah, no será tan interesante como lo que te sucederá a ti —dijo el mago—.
Serás crucificado.
—¿Eso es lo que le hizo a Speckle John?
—No. Le di un castigo para toda la vida, ¿no te lo dije? Lo convertí en sirviente.
Al fin y al cabo era hijo de Hagar, ¿o eso es demasiado bíblico para ti?
—Sé lo que quiere decir.
El mago sonrió y miró a los hombres sudorosos.
—Llévenselos ahora.
Snail puso sus manos enormes sobre los hombros de Tom. Con esas manos podría
haberle roto los brazos: Tom sentía una intención así en el contacto del hombre, que
era algo más que brutal. Estaba totalmente desprovisto de sentimiento humano. Lo
lastimarían y disfrutarían de eso, tanto más porque él les había humillado antes. Snail
lo levantó del suelo, apretándole con fuerza para lastimarlo, y lo sacó de la
habitación. Los otros dos rieron… con risas groseras.
«Ella no le ha dicho que tengo el arma —advirtió Tom—. Lo sabía pero no se lo
dijo.»
Esto lo salvó de desvanecerse.
Los dedos de Snail eran como barras de acero hundidas en sus músculos.
Mientras el hombre lo llevaba como a un muñeco sin peso por el corredor hacia los
teatros, agachó la cabeza y susurró en el oído de Tom:
—Mi padre me pegaba…, mi padre me arrancaba la piel…, ah, cómo me pegaba
mi padre —hizo un ruido grosero que un segundo después Tom reconoció como una
risa. Puso sus labios en el oído de Tom—: Y yo no tenía la piel tan blanca como tú —
rugió de risa.
Tom dio un puntapié que alcanzó a Snail en las piernas. El hombre le respondió
sacudiéndolo lo suficiente como para romperle el cuello.
—Pórtate bien, ahora —dijo Snail, dejándolo junto a la puerta del pequeño teatro.
La placa de bronce decía:
Wood Green Empire
27 de agosto de 1924
www.lectulandia.com - Página 332
Collins abrió la puerta y Snail hizo entrar a Tom.
Había desaparecido toda una pared. Los dos teatros estaban unidos en un solo
espacio enorme. El señor Peet se encontraba al fondo, mirando su retrato en el mural.
—Muy bueno —gritó a Collins—. Ese tipo se parece mucho a mí —parecía
complacido de una manera infantil, egotista.
—¿Eres idiota? —ladró Collins—. Apártate de ahí.
El señor Peet parecía malhumorado y ofendido. Bajó los escalones.
—Llévenlo al fondo —dijo Collins—. Una vez que comencemos, quiero que
pueda ver. Y apaguen las luces.
—Escuche, ¿realmente usted no…? —comenzó Tom, pero Snail le dio una
bofetada que le dejó dolorido todo un lado de la cara.
—Me pegaba en serio —dijo, haciendo una mueca—. Casi me ventilaba.
Como a Seed, también le faltaban algunos dientes. Arrastró a Tom por el
escenario más pequeño hasta llegar al espacio más grande. Las luces de arriba se
apagaron, y sólo quedó una tenue luz color ámbar en el escenario, que iluminaba las
filas de asientos vacíos. Snail lo empujó hacia adelante y hacia arriba.
—¿Qué me sucederá? —preguntó Tom.
—Yo sólo trabajo aquí —dijo Snail—. Pero ¿qué crees que le hará Root a tu
amiguito? —Tom vaciló y Snail agregó—: No intentes ninguna de esas tonterías. Si
lo haces te arrancaré las piernas
Esas tonterías… Snail se refería a la levitación. Pero había perdido esa capacidad.
Estaba demasiado asustado como para encontrar esa llave. Llegaron a la última fila
de asientos. ¿Crucificado? Recordó el sueño de mucho tiempo atrás, el buitre que
saltaba hacia adelante y le destrozaba las manos con su pico amarillo.
Una estructura de madera en forma de una gran X había sido fijada a la pared.
Tenía un aspecto temporal, provisional, el aspecto de algo que se ha colocado
apresuradamente, y que puede desmantelarse con facilidad después de ser usado.
Desde el centro de la X colgaba una cinta de cuero. En la alfombra había dos largos
clavos y un machete de madera.
—No puede hacer eso —dijo Tom.
—Mientras no me lo haga a mí, puede hacerlo —dijo Snail.
—Deja de hablar y levántalo —ordenó Collins—. Se resistirá, de manera que
tienes que sostenerlo con fuerza.
Tom saltó a un lado y trató de bajar otra vez la escalera, pero Thorn le rodeó el
pecho con un brazo y lo arrastró hacia atrás. Tom pateó, y Thorn le golpeó en la
cabeza con los nudillos.
—Dije que tienes que agarrarlo bien.
Collins se inclinó a recoger los clavos. Cuando los tocó, brillaron en la alfombra,
y cuando los tuvo en sus manos lanzaron un resplandor pálido como de plata, como si
www.lectulandia.com - Página 333
estuvieran iluminados desde dentro.
Pease le cogió las piernas con sus poderosas manos. Snail lo tomó por las
muñecas y no pudo moverse: se retorció para evitar el contacto, pero Thorn aumentó
la presión sobre su pecho y lo dejó sin aire. El señor Peet se alejó y se sentó en un
asiento junto al pasillo, desde donde podía contemplar la escena. El aliento fétido de
Thorn llegaba directamente a la cara de Tom.
—Observa los clavos —señaló Collins.
Agarró el mazo con la mano derecha. Los largos clavos habían tomado un color
rojo dorado, y parecían latir en la mano del mago.
—Buen truco —dijo Thorn.
—Apestas —dijo Tom, y Thorn volvió a golpearlo en la cabeza; sintió un dolor
agudo.
Con sólo la mitad de sus fuerzas, Thorn podía romperle el cráneo.
—Este muchacho es un mago. Necesitamos algo más para sostenerlo —Collins
mostró los clavos a Tom—. ¿Comprendes? Jamás los sacarás de las tablas. Creo que
tendrás que conformarte con esperar la actuación. —Se volvió hacia Pease y Snail—.
Levántenlo.
Los tres hombres llevaron a Tom hasta la estructura. Thorn caminando hacia
atrás.
—Sostenedle los brazos —dijo Thorn, y le liberó los brazos para poder abrazar a
Tom por la cintura con ambas manos—. Avanzad conmigo…, lo ataré.
Levantó a Tom, y lo sostuvo con una mano apoyada en su estómago mientras
trabajaba con la cinta de cuero. Tom se retorcía, pero la mano de Thorn empujaba su
estómago contra la columna vertebral.
El cinturón le cruzaba el vientre. Los hombres se apartaron. Estaba firmemente
sostenido y a sesenta centímetros del suelo. La cinta de cuero le lastimaba la piel; la
vieja pistola se clavaba en su espalda.
Collins levantó nuevamente los clavos. Ahora tenían franjas de color, como
prismas.
—Muy bien. Proseguiremos. Thorn, arrodíllate y apóyale los pies en la pared.
Thorn se inclinó y apoyó los talones de Tom.
—Snail, tómale el brazo derecho. Pease, tú el izquierdo. La palma hacia afuera
Le cogieron los brazos y se los estiraron, hasta que sintió que iban a salírsele los
codos. Tom aulló.
—¡No pueden! ¡No pueden hacerme esto!
—«Esta es tu opinión —dijo Collins, y se aproximó, con un brillante clavo entre
el pulgar y el índice, y el mazo levantado en la mano derecha.
—¡NOOO! —rugió Tom.
Pease le aplastó los dedos, exponiendo la palma.
www.lectulandia.com - Página 334
—El dolor no será tan fuerte como piensas —dijo Collins, y apretó la punta del
primer clavo en la palma izquierda de Tom.
Tom cerró fuertemente los ojos y luchó contra todos…, contra los hombres que lo
sostenían, contra el clavo que entraba en su piel.
Collins martilleó la cabeza del clavo. Hubo un gemido inmediatamente antes del
impacto: luego un dolor increíble, como si no sólo el clavo, sino también el machete
hubieran atravesado su palma. Aulló, y oyó el aullido en forma incorpórea,
alucinatoria: era visible como una bandera.
—Nos pagas poco —oyó decir a Pease.
—Ahora tú, Snail. Vuelve hacia atrás los dedos.
Los dedos de Tom se extendieron solos.
«Mis manos —pensó— ¿Alguna vez…?»
El pinchazo de la punta del clavo…, el esfuerzo de concentración; la violación de
su mano derecha.
¡Mis manos! Parecían tener el tamaño de todo su cuerpo, y ardían. Vio sus
propios gritos saliendo de él.
—No demasiada sangre —dijo Collins con satisfacción.
Tom salió de su cuerpo y flotó entre los brillantes gritos.
Un poco más tarde el dolor en sus enormes manos le hizo volver en sí. El sudor
chorreaba por su nariz, que le picaba terriblemente. Tenía la sensación de arena en la
garganta. Sus músculos se estiraban; sentía golpes en los oídos. De cuando en cuando
un fuerte ruido proveniente del exterior sacudía la estructura en que estaba
suspendido, y en su delirio pensaba que caían bombas, que estaban bombardeando la
Tierra de las Sombras, y entonces se dio cuenta de que las explosiones no eran más
que fuegos artificiales. Una tras otra, explosiones simples, dobles y triples, como
órdenes de mando sin palabras, que insistieran y volvieran a insistir.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Tenía miedo de mirar sus manos. Los tres estaban en los asientos de la última fila,
y de vez en cuando lo miraban sin curiosidad, como si fuera un cuadro que no les
interesara. Uno de los clavos impedía a un hueso estar donde debía estar, y la presión
que iba y venía, intensificaba todos los otros dolores. Trató de apretar un poco más
sus manos contra la madera, y durante todo el tiempo que pudo lo hizo, y aunque no
fue mucho, la agonía disminuyó.
Cuando sus manos se aflojaron, volvió el fuego. Pease y Snail lo miraban con
www.lectulandia.com - Página 335
verdadero interés.
—Canta bien —dijo Pease, y Thorn soltó una risita—. El chico tiene razón —
señaló Pease—. Hueles mal.
—Vete a la mierda —dijo Thorn.
Tom se arriesgó a echar una mirada a su mano izquierda, y le alivió descubrir que
no veía más allá de su muñeca. Había un poco de sangre seca en la correa de su reloj.
¿Eres mago, verdad?
«Nunca quise serlo.»
¿Pero lo eres?
«Sí.»
Entonces usa tu mente para quitarte los clavos.
«No puedo.»
Eso es lo que pensabas cuando él te dijo que levantaras el tronco. Inténtalo.
Lo intentó. Vio cómo los clavos salían de la madera, cómo sus manos se
liberaban, con facilidad y lentitud.
Tuvo la sensación de que le habían clavado alambres en las heridas; veía el brillo
de sus uñas, que se tornaban doradas, azules y verdes… Dejó escapar un chillido en
falsete y vio que se transformaba en una delgada tira que ascendía hasta el cielo raso.
—Ese chico parece una mujer alcohólica —dijo Pease.
¿Ves qué cosas extrañas aprendes? Si no lo hubieras intentado, jamás habrías
sabido que Pease es el chistoso de los Muchachos Vagabundos.
—No nos pagan lo suficiente por esto —dijo Pease, como había dicho antes—.
Los tejones son una cosa, esto es algo diferente.
—Explícamelo —gruñó Thorn.
—No me acerques tu cara cuando me hables.
Tom quedó colgado de la cinta de cuero.
Cuando volvió a mirar, el señor M. estaba sentado debajo de él, con las rodillas
recogidas, la espalda apoyada en el asiento de Thorn. Nuevamente llevaba el traje de
profesor de escuela.
—¿Te lo dije, o no te lo dije? Dame un poco de crédito.
Tom cerró los ojos.
—No puedo salvarte de esto, obviamente, pero puedo salvarte del resto —dijo—.
Abre los ojos. ¿Al menos estás preparado para admitir que te han vencido?
—Déjame solo —dijo Tom.
—¡Habla! —rugió Pease.
—Todavía puedo hacer mucho por ti —prosiguió M. con calma—. Esos clavos,
bien…, podría quitártelos ¿No te gustaría?
—¿Por qué? —preguntó Tom.
—Quiere saber por qué —dijo Pease.
www.lectulandia.com - Página 336
—Porque no me gustaría verte inmolado. Simplemente por eso. Tu mentor nos ha
hecho mucho bien durante estos años, pero tú…, tú serías extraordinario. ¿Quieres
que pruebe con esos clavos? Es un asunto simple, te lo aseguro.
—Vete —gimió Tom—. No quiero verte. Eres vil. No puedo soportar tu olor…
Tú eres estos clavos.
Su voz se quebró. Comenzó a transpirar por todo el cuerpo. Se congelaba. M.
desapareció, sin dejar de sonreír.
—Los chicos me ponen nervioso —señaló Thorn.
—Dale un descanso —dijo Pease—, no es muy fuerte. ¿Verdad, muchachos?
Vamos más allá.
—Qué carajo, está loco —dijo Snail—. Ha perdido la chaveta.
Se puso de pie. Los tres comenzaron a bajar la escalera hasta la primera fila. Tom
cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.
—Mira, hasta podemos salir, ¿eh? —oyó decir a Thorn—. ¿Quién dice que no
podemos?
Tom volvió a desmayarse.
Cuando volvió en sí otra vez, pensó que era de noche. Estaba solo en el vasto
teatro. Un resplandor color durazno emanaba de las cortinas. Tom estaba bañado en
sudor helado y sus manos estaban doloridas e hinchadas. El hueso luchaba contra la
presión del clavo, perdido y latiendo en su mano. Centenares de nervios gemían.
—Tom —dijo una voz aterciopelada que conocía.
—Basta —exclamó Tom, y movió la cabeza para mirar por el pasillo en dirección
a la voz. Bud Copeland estaba parado como una sombra más profunda en el oscuro
pasillo—. No es realmente usted —agregó el muchacho.
—No, realmente no. En realidad sólo puedo hablar contigo.
—Supongo que usted es Speckle John —dijo Tom—. Tendría que haberme dado
cuenta.
—Yo era Speckle John. Pero él me quitó mi magia. Pensó que eso era peor que la
muerte. —Bud se acercó. Tom se dio cuenta de que veía a través de él, veía la hilera
de asientos del fondo y la pared oscura en el extremo del pasillo a través de la camisa
blanca y el traje gris de Bud—. Pero me quedaba lo suficiente como para oír a Del
cuando nació. Y lo suficiente para conocerte a ti cuando te vi por primera vez. Y para
oírte ahora.
—¿Moriré? —preguntó Tom, y derramó algunas lágrimas ardientes.
—Si no bajas —le respondió la sombra de Bud—. Pero eres fuerte, muchacho.
Todavía no sabes cuan fuerte eres. Por eso hacen todo este escándalo contigo, ¿sabes?
Eres fuerte como un elefante…, lo suficientemente fuerte como para traerme aquí.
Sólo desearía poder hacer algo más que hablar. —Bud se movió con incomodidad, y
www.lectulandia.com - Página 337
su transparencia se hizo neblinosa—. El les hizo a los Muchachos Vagabundos lo
mismo que a ti… en los sótanos del Wood Green Empire. El señor Peet y todos…,
todos esos estúpidos que creían que podían vivir gratis a costa de él. Ah, dio un
espectáculo: dio un verdadero espectáculo, muchacho. Todavía está orgulloso de él.
Hizo un escándalo lo suficientemente grande como para que lo echaran de Europa.
—¿Qué le hizo a Rose?
—¿A Rosa? No te preocupes por eso, muchacho. Trata de salir de esa estructura.
Afuera, están divirtiéndose con Del. Lo matarán si tú no bajas.
—No puedo —gimió Tom.
—Tienes que poder.
Tom gritó.
—Así no. Hay una sola manera, muchacho. Tienes que usar esa fuerza. Tienes
que retirar tus manos. De ese modo funcionará.
—¡NO! —gritó Tom.
—Hazlo con una mano, la otra saldrá fácilmente. Tienes que elegir tu canción…,
tienes que elegir tus habilidades. Ya probaste tus alas, y no funcionaron. No puedes
escapar de él.
Tom apoyó la cabeza contra la pared y miró a Bud con sus ojos enrojecidos; le
hacía una pregunta muda.
—Yo intenté cantar, Tom. Pero él fue más fuerte que yo. Después de eso lo más
que pude hacer fue tratar de mantener a Del a salvo de él. Sabía que quería tener aquí
a ese muchacho…, hasta que se enteró de tu existencia, en todo caso. Ahora te toca a
ti. Y tú tienes que hacer algo más que salvar a Del. Ya sabes lo que tienes que hacer.
—Matarlo —dijo débilmente Tom.
—A menos que quieras que él te mate a ti. Haz lo que te digo, ahora. Tira tu mano
izquierda hacia adelante. Sigue tirando. Te dolerá terriblemente, pero…, caramba,
hijo, ¿no te duele ya mucho? Cuando liberes esa mano haz lo mismo con la derecha.
Los clavos no te lo impedirán. Sólo te impedirán que lo hagas de la manera más fácil.
—Solamente tirar.
—Tira con todas tus fuerzas, hijo. Si no lo haces, te sucederá algo peor que esto.
Y de Del no quedará lo suficiente como para preocuparse. ¿Oyes? ¿Le oyes a él?
Entonces Tom oyó a Del: oyó un aullido agudo, angustiado, como el grito que él
mismo había proferido poco antes.
Se concentró en su mano izquierda, y tiró. Cien mazos golpearon contra cien
clavos, y estuvo a punto de desmayarse nuevamente.
Eres fuerte.
Tiró lo más fuerte que pudo, y su mano quedó libre del clavo y totalmente
ensangrentada.
—Dios mío, hijo, ¡lo hiciste! Ahora, la otra…, por favor, muchacho, haz lo
www.lectulandia.com - Página 338
mismo con la otra…, tira fuerte…, no pienses en ello, sólo sácala de allí.
Tom llenó su pecho de aire, incapaz de pensar en la agonía de su mano izquierda.
Abrió la boca con toda la fuerza de sus pulmones, arqueó la espalda cuando comenzó
el grito, y tiró con la mano izquierda hacia adelante.
La mano salió inmediatamente. Brotó sangre que salpicó la hilera de asientos ante
él.
…ahora sabes por qué tomé este trabajo, muchacho…
La voz de Bud se esfumó, el resto de su persona ya había desaparecido.
Gimiendo, Tom colgaba de la cinta de cuero. La hebilla, la hebilla tenía un cierre.
Parecía cortarle por la mitad. «Y para mi próximo truco, señoras y señores…»,
levantó la mano izquierda y empujó con la base del pulgar el cierre de la cinta de
cuero. La sangre le manchaba la camisa, le mojaba el vientre. «Mi próxima actuación
es algo nunca intentado antes: el Muchacho que Cae.» Pasó la base de su pulgar
alrededor del cierre. La mano le dolía horriblemente, pero su pulgar se apoyaba
contra el cierre. Empujó, mientras chorreaba sangre de su mano, y la correa se soltó,
dejándole caer sobre la alfombra como un saco.
10
Del…, allí tenía que ir. Del estaba afuera, y los hombres lo estaban matando. Tom
se arrastró hasta los escalones, usando los codos y las rodillas, sin hacer caso de la
sangre que chorreaba por sus brazos. ¿Podía flexionar los dedos? Cuando llegó a lo
alto de la escalera, lo intentó con la mano izquierda, y el dolor nubló sus ojos, pero
los dedos se doblaron. ¿Y tú, mano derecha? El señor Thorpe: la capilla en una
mañana soleada; levantó su mano derecha: muchachos, ¡este valiente muchacho sacó
su cortaplumas y talló una cruz en la palma de su mano derecha! Seguramente lo
había hecho. Tom apretó los dientes e hizo mover sus dedos.
«Y en mi próxima actuación… el ASOMBROSO Muchacho que Cae intentará
ahora bajar una escalera.»
Tom se arrastró hasta el borde de los escalones. ¿Hacia adelante? Se vio caer, y su
cabeza chocó contra los costados metálicos de los asientos, se dio la vuelta, se sentó,
puso las piernas sobre el borde y prosiguió como un bebé de un año, arrastrándose
sentado.
«Ahora hay que hacer algo realmente difícil, Tom, muchacho. Caminar.» Sus pies
estaban en el suelo, su trasero en el segundo escalón. «Bien, no te apresures…,
primero ponte de pie, hazlo con comodidad.» Se incorporó apoyándose en sus brazos
ensangrentados, con la espalda dolorida y se encontró de pie. Inmediatamente sintió
www.lectulandia.com - Página 339
un mareo y apoyó el hombro contra la pared para sostenerse. Era increíble que el
cuerpo de uno pudiera soportar tanto dolor…, era como un balde lleno hasta arriba de
dolor. Uno pensaría que dejaría caer un poco de ese dolor por el camino. Pero el
balde sólo se agrandaba.
Ahora vamos afuera, muchacho, vamos a presenciar un milagro. Esqueleto estaba
escondido al fondo del escenario, esperando que el pianista se fuera para poder
observar sus exámenes robados, echar una mirada a la lechuza de Ventnor y ver si
tenía algo especial que decirle ese día… Simplemente se rompió, señor Robbin. Sí,
señor, simplemente se rompió.
Caramba, qué torpes son ustedes.
Fuimos nosotros, señor, hoy estamos muy torpes, lo único que podemos hacer es
ponernos de pie…
Se obligó a avanzar, empujando la puerta con el hombro. Sí, el viejo balde se
agranda. Tom vaciló en el corredor en penumbras, chocó con la pared opuesta con el
hombro, y se detuvo a descansar.
Esta no es una escuela fácil. ¡No! ¡No es una escuela fácil!
«Tienes que admitir que no mentían.»
Se inclinó hacia adelante; y sus pies lo siguieron por el corredor. Mientras
apoyase el hombro derecho en la pared, podía seguir andando y permanecer erguido.
De la silla a la mesa y luego al diván, y luego tendría que caminar sin apoyo.
No había príncipes ni cuervos. Los gritos desesperados de Del que flotaban hacia
arriba. Tom apoyó la mano izquierda delicadamente en el respaldo de una silla y
avanzó: en dos pasos llegó a la mesita del café.
Bud Copeland estaba sentado en el diván, y Tom veía la delicada tapicería azul y
verde a través de su traje.
—Lo has logrado hasta aquí, Tom, lo lograrás hasta el final del camino. Recuerda
que la pistola tiene un seguro, si lo olvidas te condenarás.
—No habrá repetición de las actuaciones —dijo Tom.
—Muy bien, hijo.
Por instinto, Tom volvió la cabeza para mirar la vitrina de cristal en el rincón.
Sintió un malestar en el estómago. La sangre salpicaba y caía en el interior del
vidrio…, volvía a salpicar, oscureciendo todo el estante detrás de una pantalla roja.
¡Bang!, continuaban los fuegos artificiales afuera. ¡Bang!
El preludio de la actuación.
—Lo lograrás por completo —dijo Bud.
Tom fue hacia la izquierda, puso la palma ensangrentada de su mano sobre la
mesa de café, dejando una huella, aspiró aire a causa del dolor, y prosiguió hasta las
puertas de vidrio, siempre encorvado e incapaz de enderezarse.
Se arrastró hasta el vidrio de las puertas de corredera.
www.lectulandia.com - Página 340
¡Bang!
A través de las manchas de sangre que sus manos dejaron en las puertas vio el
cielo: una flor color naranja que se doblaba y moría, mientras sus bordes se tornaban
azules… ¡Bang! Una columna roja crecía desde el centro de la flor y se extendía en el
aire gris.
Pronto sería de noche.
¡Bang! ¡Pam! Junto a la columna roja, una lechuza hecha de luz blanca estaba
descendiendo, sus alas eran anchas e imponentes, bajaban por el cielo cada vez más
oscuro.
—Abre esa puerta…, tienes que abrirla —dijo la voz de Bud.
Tom apoyó sus manos resbaladizas en el vidrio. Del gritaba en alguna parte a su
izquierda, y Tom usó los antebrazos para mover la puerta.
La guía de aluminio le atrapó el pie, y cayó hacia adelante sobre las baldosas. El
golpe vibró hasta sus hombros desde los codos; las manos le quemaban. Gimió. Se
puso de espaldas y extendió las piernas. Su corazón casi se detuvo de terror. La
lechuza de fuegos artificiales, una luz plateada en el cielo gris, descendía hacia él con
las garras extendidas, bajaba para atraparlo.
Tom cerró los ojos. «Muy bien. No puedo luchar contra eso. Llévame, haz lo que
quieras. Pero termina de una vez.»
Oyó otra explosión sobre él. Levantó la mirada y vio que la lechuza se estaba
muriendo, que se convertía en cenizas y se hacía pedazos, transformándose en algo
sin sentido. Tom se puso de pie.
Luego cayó de rodillas otra vez porque los vio, al costado de la casa. Los
Muchachos Vagabundos estaban en la ladera de césped, a menos de treinta metros de
distancia, antes del comienzo del bosque. Vio a Snail y a Root, que levantaron la
mirada por un momento, observando los últimos segundos de la lechuza, antes de
volver a su trabajo.
Del sollozaba.
Bien, saca la pistola. ¿Piensas que él es un valiente? Entonces saca la pistola de
tus pantalones. Arrodillado en las baldosas, con el rostro inclinado, trató de sacar la
pistola de su cinturón. El dedo índice de su mano izquierda tocó el metal bajo su
camisa; el mismo dedo milagroso levantó el faldón de su camisa.
Un poco más, vamos, Buck Rogers.
Otra vez. Ahora, la culata de la pistola había salido. Obligó a su mano a tocarla y
a llegar al punto donde pensaba que estaba el guardamonte. Siempre transpirando,
usó también su dedo índice.
¡Bang! Con una zona brillante alrededor, pero con el rostro apretado contra las
toscas lajas, no veía las formas que dibujaban los fuegos artificiales. Tiró nuevamente
del guardamonte y le dolió mucho la mano.
www.lectulandia.com - Página 341
Oyó un sonido muy dulce, el de la pistola que caía sobre la piedra, y se oyó
sollozar de alivio.
Tom se puso de costado y arrastró la pistola a él con ambas manos. La culata y el
guardamonte eran de color rojo brillante. El seguro. No sabía qué aspecto tenía, y dio
vuelta a la pistola entre sus dedos, buscando algo que debía ser el seguro. Finalmente
vio un pequeño botón, y lo empujó hacia adelante. Caminando de rodillas, se acercó
al costado de la casa, pasando de las baldosas al césped. Los seis hombres estaban en
círculo, a una distancia que ahora parecía imposible. Root y Snail bromeaban…, vio
abrirse la boca de Snail en una sonrisa a la que le faltaban varios dientes. Thorn se
enjugaba el rostro lleno de cicatrices con su manga. Seed, que tenía una camisa
demasiado grande, movía algo con el pie. Del chilló, casi invisible en medio de los
hombres.
Tom se echó en el césped y trató de hacer puntería. Pero era imposible. La pistola
le temblaba entre los dedos. Si llegaba a disparar, la bala se perdería en el bosque, en
el lago, se hundiría en el suelo.
—Basta —dijo.
Pero su voz no era más que un susurro. La pistola se le cayó de las manos. Pasó el
dedo índice en el gatillo nuevamente y se arrastró varios metros. Tenía la sensación
de avanzar con una lentitud irreal, imposible. Cantó un grillo. Los dientes de la sierra
en medio del césped aparecieron de pronto ante sus ojos. Avanzó unos centímetros
más.
—Veamos lo que puedes hacerle en las costillas —dijo Snail—. Te apuesto a que
de esa manera ya es tuyo.
—Basta —dijo Tom. Se sentó en el césped—. Basta. Dije basta.
Seed, que estaba frente a él, levantó la mirada, desconcertado. Tom buscó la
pistola y apuntó vagamente a los hombres. Vio que Snail le sonreía, Thorn se frotaba
el pecho. Se preguntó si la vieja pistola realmente funcionaría.
«Ahí va nada.» Tratando de mantener firme la pistola, apretó el gatillo. Al
principio le pareció que le había arrancado el brazo. El ruido fue mucho más fuerte de
lo que había esperado, y lo ensordeció por un momento. La pistola se le cayó
nuevamente de los dedos. Sus manos tenían el tamaño de globos.
Los hombres lo miraban con gran concentración, apartándose de sus lugares.
Una explosión dio color verde pálido al cielo.
Tom recogió la pistola y la apuntó hacia los hombres. Snail iba hacia él, con la
frente un poco arrugada.
—Eh —gritó Thorn—. Cuidado.
—Tiene agujeros en las manos, no puede hacer nada —dijo Snail.
Sin embargo, en su rostro había una cierta preocupación.
Tom apoyó la pistola en el centro de su pecho y sostuvo la culata con los dedos de
www.lectulandia.com - Página 342
su mano derecha mientras apretaba el gatillo con el índice de la izquierda.
Nuevamente el estampido le arrancó el arma de la mano. Le zumbaban los oídos.
Apareció una zona roja en el pecho de Snail. Parecía un botón. Snail cayó al
suelo.
Tom recogió nuevamente el arma y esperó. Lloraba y no sólo de dolor, ya que a
pesar de sus miedos y del tormento de sus manos y de sus brazos, sentía una gran
tensión nerviosa.
¡Bang! Todo el aire se tornó amarillo. Vio a Del acurrucado en el césped. Levantó
la pistola y apuntó a Pease.
Pease echó a correr hacia la escalera de hierro que llevaba a la playa.
Tom movió la pistola y disparó al azar contra los hombres. Esta vez logró
retenerla en sus manos. Thorn saltó hacia atrás y cayó pesadamente. De su garganta
salió un sonido como de burbujas.
Del se puso de costado y miró a Tom con sus ojos opacos. Su rostro estaba
totalmente rojo.
Los otros ya corrían por el bosque, marchándose para siempre, pensó Tom. No
eran más que empleados. No se les pagaba lo suficiente como para que aceptaran
recibir disparos. Tom se volvió y miró a Pease, que llegaba a lo alto de la escalera.
Recordó cómo el hombre le había doblado los dedos para que Collins pudiera hacer
entrar el clavo. Dejó caer la pistola, que se disparó y saltó en el lugar donde cayó,
enviando una bala al aire. Recordó a Pease, retorciéndose en su asiento, mirándolo
como si fuera una pintura de inferior calidad.
«Escalera —pensó—. Las trabas. Abrir las trabas.» Las vio: vio los hilos
oxidados, el hierro. Echó a andar hacia la escalera. Oía a Pease que bajaba con gran
ruido. Dos escalones, tres, cuatro…
Una explosión que sacudió la tierra. Una orquídea roja que florecía en el cielo.
Dejó encenderse su odio por Pease. «Fuera. Fuera.» En su mente las trabas
comenzaron a moverse, hacían el ruido de la libertad…, las vio saltar, caer dando
tumbos.
Pease gritó. En el silencio entre los fuegos artificiales, se oyó un repentino ruido
de metal destrozado, tan claro como un color. Tom obligó a sus piernas a andar más
rápido y llegó al borde del lugar a tiempo para ver a Pease cayendo lejos, aún
aferrado a la escalera de hierro. Pareció caer durante un largo rato, como en un sueño,
sin dejar de intentar subir los escalones. Finalmente sus pies se soltaron y sus manos
también, y él y la escalera cayeron juntos. Hubo un ruido de madera que se astilla
cuando Pease chocó contra el muelle. Un agujero abierto instantáneamente en la
madera. Un segundo después la escalera se partió en dos. Trozos del muelle volaron
hacia arriba. Luego surgió el agua.
Ahora sólo quedaba una salida.
www.lectulandia.com - Página 343
11
Volvió a Del y estuvo a punto de caerse, se sentó en la hierba junto a él. Del se
estaba secando la sangre de la cara con la manga. Le habían pegado en la cara antes
de decidirse a darle puntapiés hasta matarlo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
Los ojos de Del miraron hacia arriba. Los párpados aletearon.
—¿Te rompieron algo?
—Me duele todo.
Apareció saliva roja en los labios de Del. Miró sin interés el cuerpo de Thorn; el
de Snail, boca abajo, más cerca de la casa. Thorn murmuraba algo.
—¿Qué te hicieron? —preguntó Del—. ¿Te pegaron…?
—Algo así —respondió Tom.
El cielo se estremeció: después del trueno, una fuente de color azul resplandeció
en el aire.
—¡Vuelven otra vez! —gritó Del.
—No —dijo Tom—. Hemos terminado con ellos.
Del cerró los ojos y apoyó la cabeza en el césped.
—¿Puedes moverte?
—Quiero ir a casa.
—¿Quién no?
Las luces del bosque se encendieron; la casa estaba brillantemente iluminada.
Tom veía las manchas rojas en la pared de la ventana. Luego oyó arrancar un auto.
Oyó el ruido de las cubiertas en el sendero. ¿Era posible que Collins se hubiera
rendido tan fácilmente?
Se oía respirar dificultosamente a Thorn. Tom se volvió hacia él, horrorizado.
—Ah —dijo Thorn, y murió.
No se elevó ningún pájaro blanco de su pecho, pero Tom supo que había visto
cómo su vida terminaba.
—El coche… —dijo Del—. Se fue, Tom. ¡Se fue! Podemos irnos…, podemos
salir de aquí.
—No lo creo. ¿Ves todas esas luces? El espectáculo pasó a otro teatro, eso es
todo.
—Ay, Dios mío —dijo Del. Miraba las manos de Tom—. ¿Cómo fue que…?
—Tuve suerte —respondió Tom. Miró hacia la casa—. El todavía está allí, Del.
Creo que realmente acabamos de comenzar.
—Pero nosotros no podemos luchar contra él. —Del se encogió.
—«Haremos lo que tengamos que hacer.
No fue dicho con fuerza, pues Tom no se sentía fuerte… Sentía que ya no tenía
www.lectulandia.com - Página 344
recursos, que ya no podía hacer nada más que estar tendido en el césped, esperando
con desesperación que Collins produjera sus efectos especiales.
De pronto el cielo se llenó de fuegos artificiales, series de explosiones en el aire
nocturno. No tendrían que esperar mucho.
12
«¡BIENVENIDOS AL WOOD GREEN EMPIRE!» —La voz amplificada hizo
eco desde los árboles, desde el costado de la casa: como si los árboles y los tablones
de madera hablaran—. PRESENTAMOS UNA NOCHE DE ESPECTÁCULO Y
EMOCIÓN SIN PARALELO EN NINGÚN ESCENARIO DEL MUNDO. LA
ACTUACIÓN FINAL, LA ÚLTIMA APARICIÓN PROFESIONAL DEL AMADO
HERBIE BUTTER. ¿ES UNO O SON MUCHOS? DECÍDANLO USTEDES
MISMOS, DAMAS Y CABALLEROS. ESTAS HAZAÑAS DE CONJURO Y
PRESTIDIGITACIÓN VAN MUCHO MÁS ALLÁ DE LOS PODERES DE
CUALQUIER OTRO MAGO VIVO. PARA SU PROPIA PROTECCIÓN, NO
INTENTE SALIR EN NINGÚN MOMENTO DEL TEATRO.»
Del lloraba nuevamente, y su rostro húmedo estaba iluminado por las luces
brillantes de los juegos artificiales.
«PRESENTANDO… ¡AL SEÑOR HERBIE BUTTER!»
Las explosiones en el cielo redoblaron: se oyeron tambores por los altavoces.
Zonas enteras del cielo estallaban en color blanco, uniéndose como un rompecabezas
alrededor de unos huecos y de una gran boca abierta, sonriente. ¡Bang! Sobre la
cabeza del gigante el color era rojo intenso, y Herbie Butter se extendió por todo el
cielo, sonriendo. Era como una cara de dibujos animados, nítidamente dibujada y
bidimensional.
«¡EL ASOMBROSO MAGO MECÁNICO Y ACRÓBATA! EL REY DE LOS
GATOS.»
Collins parecía demasiado poderoso para Tom, demasiado lleno de recursos y
experimentado. Observó al enorme dibujo animado, que bajaba por el aire hacia ellos.
Luego volvió a mirar hacia la casa. Todas esas ventanas iluminadas: recordó su
primer día en la Tierra de las Sombras, cuando Collins era una figura con rostro de
lobo, que señalaba al otro lado de un abismo diciéndole que podía obtener todo lo que
quisiera. Luego sintió como si Collins lo estuviera clavando en el aire, atravesándole
el pecho con una lanza. Rose Armstrong lo miraba desde la ventana donde él la había
visto aquel día. Era el dormitorio de Tom. Aún aquel primer día, habían tomado parte
en la actuación de ensayo del mago.
www.lectulandia.com - Página 345
Tiene que ser así. Esta escuela no es fácil.
Rose miró hacia abajo con una expresión afligida. Le hizo señal de que se
quedara donde estaba: ella bajaría. Estúpidamente, él negó con la cabeza. Rose se
apartó de la ventana. Tom volvió a mirar hacia arriba: Herbie Butter seguía bajando
hacia ellos.
Tom vio la pistola, un bulto negro en el verde oscuro. No podía imaginar cómo la
había levantado. Ya salía muy poca sangre de sus heridas, pero tenía las dos manos
hinchadas. Las sentía como guantes.
—Viene Rose —dijo a Del. El miedo había borrado el color del rostro de su
amigo.
—Ah, no —gimió Del.
«¿quieren acercarse dos voluntarios del público, por favor?»
—Creo que el papel de ella ha terminado —dijo Tom. Tenía el corazón tan
paralizado como las manos.
«vengan, vengan… necesitamos la ayuda DE ESTOS JÓVENES VALIENTES.»
Rose salió corriendo del living al patio y siguió avanzando hacia ellos. El vestido
verde brillaba bajo las luces. Había algo blanco en su mano derecha…, unos trapos
blancos.
—¡Déjanos! —le gritó Del, y ella echó a andar por el césped. Miró temerosa los
dos cadáveres—. Vuelve adentro, Judas…
—Tenía que hacerlo —dijo Rosé—. No sabía lo que él…, pensé que esto era
parte de su espectáculo… Tom, lo siento tanto… —extendió los brazos—. De otro
modo me habría matado, pero ojalá lo hubiera hecho… Traje pañuelos para vendarte
las manos, es todo lo que pude encontrar, por favor, deja que lo haga. Por favor, Tom.
—¿Quién estaba en el auto? —preguntó Tom.
Del gritó:
—¡No dejes que te toque!
—Elena —respondió Rose—. Se escapó. Vio la sangre…, le abandonó. Quiero
ayudarte, Tom. Por favor. Tengo que hacerlo.
—¡Porque él dijo que lo hiciera! —gritó Del—. ¡Vete de aquí!
—El quería que yo esperara en su habitación —dijo Rose—. Vosotros no ibais a
verme nunca más. Pero pensé que sólo sería una actuación, Tom. Si hubiese
sabido…, podíamos habernos escondido en el bosque…, yo no os habría traído de
vuelta.
—¡Mientes! —gritó Del.
—No, es verdad —dijo Tom—. Ella no lo sabía. También fue engañada.
—¿Puedo curarte las manos?
—Bien —dijo él.
Rose se inclinó hacia adelante.
www.lectulandia.com - Página 346
«y nos detenemos a recordar a nuestra heroína de la guerra de crimea…, el ángel
del campo de batalla… ¡florencia nightingale!»
¡Bang! Los cohetes volaban hacia arriba, dejando huellas rojas en el cielo y,
¡pam!, explotaban convirtiéndose en la bandera británica.
—Nos atrapará —afirmó Del. Volvió a secarse la sangre de la cara con la manga
—. No hay manera…
—Apriétalos tan fuerte como puedas —dijo Tom.
Rose estaba doblando el primer pañuelo sobre su mano y atando los extremos.
—¿Quién se ha ido, Rose? ¿Quién se ha ido de la gente de casa?
—Sólo el señor Peet. Los dos estaban arriba cuando oímos los disparos. Al
principio pensaron que eran cohetes. Luego bajaron. —Comenzó a doblar el segundo
pañuelo para vendar la mano derecha de Tom—. Y él dijo algo sobre la escalera.
—¿Qué sucedió con la escalera? —preguntó Del—. ¡La escalera ha desaparecido!
—nuevamente era presa del pánico—. ¡No podemos bajar!
Volvió la cabeza hacia la casa y se quedó quieto. Coleman Collins estaba en todas
las ventanas que podían ver, lo suficientemente lejos del vidrio como para que la luz
lo mostrara con claridad.
¿Seis, siete…? No importaba cuántos, podrían ser cualquier número. Coleman
Collins idénticos, acariciándose sus idénticos labios superiores con dedos índices
idénticos.
—Tenemos que entrar allí —dijo Del, con cierto temor en la voz.
—Eso es lo que él dijo sobre la escalera. —Rose ató las puntas de los pañuelos.
Ya habían aparecido círculos rojos en los centros de los dos pañuelos—. Dijo que
tendrían que entrar.
—Pero no es más que un truco —afirmó Del—. Ahora solamente son dos, en
realidad… y el señor Peet correrá la misma suerte que esos hombres.
—Tal vez no —señaló Tom, tratando de mover los dedos—. Pero hay alguien
más. El quería dos voluntarios, ¿recuerdan? Tenía al otro todo el tiempo.
Las imágenes del mago desaparecieron de las ventanas.
—Estoy contigo, Tom —dijo Rose. Su voz era desesperada—. Te dije que no
sabía lo que él iba a hacer…, sabes que te estoy diciendo la verdad. Le dejé.
—No me refería a ti —dijo Tom, con más calma que la que realmente sentía—.
Todavía tiene a Esqueleto.
«¿tenemos otro voluntario? —se oyó decir por los altavoces—. ¿lo tenemos? ¿lo
tenemos? ¡ah! ¡EL APUESTO CABALLERO DEL TRAJE NEGRO!»
13
www.lectulandia.com - Página 347
Apareció una figura sombría en el césped, detrás de ellos: ¿o había estado
siempre allí, sin que ellos se dieran cuenta? Rose tomó a Tom del brazo. Del saltó
hacia atrás.
—Es Esqueleto —dijo, con voz muy por encima de su registro habitual, lo
suficientemente aguda como para parecerse al canto del pájaro; pero Tom vio que no
era Esqueleto.
La figura dio un paso adelante, la montura de carey de los lentes quedó iluminada
por la luz que venía de la casa.
—Esta escuela no ha ido bien —dijo Laker Broome—, y es hora de que cortemos
las ramas podridas —se acercó un poco más a ellos—. Hay que podar, caballeros…,
hay que podar. Es hora de limpiar nuestro jardín. —Tom veía las luces en el bosque a
través de su traje escocés—. ¡Los atraparemos! ¡Sabemos quiénes son y los
atraparemos! —Levantó un puño transparente, y Rose y los muchachos dieron un
paso atrás—. Hemos tenido indisciplina, alumnos que fumaban, suspensos y robo…,
y ahora tenemos la maldición de algo tan enfermo, tan maligno, que en todos mis
años como educador jamás he visto nada parecido, ¡JAMÁS! —Nuevamente dio un
paso adelante, empujándoles hacia las baldosas y hacia la luz—. Una mente y un
alma culpables son peligrosas para todos los que les rodean… son corruptas. Todos
ustedes, muchachos, han sido tocados por esta enfermedad. —Otro paso adelante,
enloquecido y amenazador—. Usted, Flanagan. ¿Usted robó esa lechuza?
—Sí —dijo Tom. Porque ésa era la verdad final.
El dedo índice señaló a Del.
—Usted, Nightingale. ¿Robó usted esa lechuza?
—Sí —dijo Del.
—Se presentará inmediatamente en mi oficina…, nos libraremos de usted, ¿oye?
Será expulsado, una palabra que significa borrado, omitido, echado…, mala causa et
quae requirit misericordia —su rostro parecía tener el tamaño de un cartel. Rose, que
seguía cogiendo a Tom por el brazo, gemía.
»Y veo que han traído a una muchacha a esta escuela. Ya nos ocuparemos de eso,
muchachos. Mucho me temo que no saldrán vivos de este edificio. Robo, suspensos,
alumnos que fuman, indisciplina… ¡e ingratitud! La ingratitud es un pecado capital.
Tom sentía las toscas baldosas bajo sus pies, y Laker Broome miraba con ojos
transparentes un reloj transparente y decía:
—Y ahora creo que veremos un espectáculo de magia por dos miembros de
nuestro primer año.
Del lo miró con los ojos desorbitados: comenzaban a aparecer hematomas en su
cara, púrpura en las sienes y verde en las mejillas y en las mandíbulas. En un par de
horas parecería un mandril.
Caras de animales: De pronto percibió una habitación atestada a su alrededor,
www.lectulandia.com - Página 348
con fotografías en las paredes…, un collage enloquecido en las paredes y en el cielo
raso, rostros horribles que lo miraban como en la casa del brujo del sueño, malignos
pero inmóviles, pegados en la pared para que nunca levantaran vuelo…
—To-o-m —gimió Del.
…Pero lo que flotaba era él, se elevaba de una extraña cama fétida hasta el cielo
raso. Los brazos de Rose lo retuvieron, luego lo soltaron, y él seguía elevándose hacia
esas láminas, hacia un hombre muerto en su coche con los sesos esparcidos en todas
las ventanillas, un auto en un estacionamiento vacío. «Escena del Asesinato. El ex
abogado de Miami fue descubierto a las siete y diez de la mañana de ayer. El
residente de Miami Herbert Finkel, amenazado por un joven vagabundo, que llevaba
camisa azul y pantalones marrones…»
…ascendía hacia un retrato de Coleman Collins con su abrigo Burberry y el
sombrero de ala ancha, su rostro era sólo un óvalo blanco vacío…
…hacia la escuela Carson, una fotografía aérea en blanco y negro con señales en
lápiz rojo…, llamas rojas, sobre la casa del campo de deportes y el auditórium, una
mancha de lápiz rojo que tapaba el arbolado del patio. Más cerca, más cerca, las
llamas dibujadas con lápiz parecían saltar, parecían calentar su rostro.
Los dedos de Rose le tomaron la mano derecha, torturando la herida, y gritó
mientras las llamas dibujadas con lápiz subían a su alrededor.
Estaban nuevamente en Carson. Del y Rose se encontraban a ambos lados de él,
de pie en el sólido entarimado del auditórium, el señor Broome en la plataforma, con
su cara de lunático, diciendo cosas incomprensibles. Cien muchachos se retorcían y
aullaban en sus asientos, muchos de ellos sangrando por los ojos y la nariz. De ellos
surgía un ruido como humo, y el señor Broome gritó:
—¡Quiero a Steve Ridpath! ¡A Esqueleto Ridpath! El único graduado de la clase
del cincuenta y nueve. ¡Venga a recibir su diploma!
Mostraba un documento en llamas, y Tom sintió que ascendía, que sus brazos y
sus piernas eran como las patas de una araña, que toda su piel estaba tan tensa que
podía partirse…
…mucho más abajo… ¿una fotografía? Se movía. Los muchachos muertos se
retorcían y aullaban. Un profesor vestido con una chaqueta Norforlk avanzó por el
suelo ennegrecido y agarró a Del por un brazo, lo sacudió salvajemente y lo arrastró
consigo. Tenía la cualidad de una fotografía, un momento detenido en el tiempo para
que uno pudiera mirar hacia atrás y decir: Sí, eso fue cuando el tío George se rasgó
los pantalones en la cerca, cuando Lulú se asomó al pozo, qué gracioso; cuando todo
comienza a andar mal y uno piensa en lo felices que éramos…, pero el rostro de Del
estaba tomando un color púrpura y verde, y Rose gritaba y el hombre no era un
profesor, era el señor Peet… Todavía estaba por encima de todos, flotando hacia
Laker Broome, quien extendió su mano en llamas y aferró la muñeca de Tom,
www.lectulandia.com - Página 349
quemándole la piel, sonriéndole y diciéndole:
—Dije que habría un poco de dolor, ¿verdad? Tendría que haber recuperado mi
autoridad en los túneles, muchacho. ¿No te parece que las cosas habrían andado
mejor de esa manera?
La mano ardiente le oprimió aún más la muñeca. No cometas el tonto error de
pensar que esto no está sucediendo, muchacho. Aunque así sea. Tom sintió que su
muñeca se freía bajo la mano del demonio. El señor Collins tiene a tu amigo. Tú
elegiste tu canción.
Entonces, cántala.
Bajo el blanco pañuelo del mago, su muñeca tenía un color rojo intenso.
—¡Tom! —gritó Del. Su voz se apagaba—. ¡Tom! ¡Tom!
Sacudió la cabeza, tratando de liberarse del mareo…, casi como si hubiera sido
Esqueleto Ridpath, viendo lo que Esqueleto había elegido ver, lo que había elegido
ver con todo su corazón…
—Nos trasladaron, nos trasladaron —gimió Rose—, ay, Tom, vuelve…, fue como
si hubieras muerto un momento.
Tom abrió los ojos, y miró el rostro asustado de Rose.
Ya ni siquiera era bonita. Su frente estaba arrugada como la de una vieja, y por un
segundo tuvo el aspecto de una bruja inclinada sobre él, sacudiéndole los brazos.
—Ah —dijo Tom.
Rose dejó de sacudirlo.
—Ese hombre te tocó y era como si hubieras muerto. El señor Peet salió y te trajo
aquí y se llevó a Del… Yo simplemente los seguí, le golpeé la espalda, pero ni
siquiera me miró; se llevó a Del, Tom. ¿Qué harás?
—No lo sé —dijo Tom. No sabía dónde estaba. Estrellas artificiales, luces
conocidas, que parpadeaban. ¿No había una rueda de color? ¿No había una banda? —
Polka Dots and Moonbeams —dijo—. Fielding saltó de la pared por encima de un
saxofonista. Seis vasos de ponche. Todos salieron y miraron el satélite, pero en
realidad era un avión. Esqueleto estaba allí, y tenía un aspecto terrible. Todo vestido
de negro.
Tom miró, perplejo, las luces conocidas. En el lugar donde debía estar la rueda de
color, sólo se veía un caño fino que atravesaba esa distancia, uniéndose con otro caño
en T.
—¿De qué estás hablando? —nuevamente Rose tenía cara de bruja.
—De Carson. De nuestra escuela. Cuando Del y yo… —sacudió la cabeza—. ¿El
señor Peet? Yo lo vi.
—Te trajo aquí. Y se llevó a Del.
Tom gimió.
—Nuestro director era un demonio —dijo—. ¿Piensas que realmente pudo
www.lectulandia.com - Página 350
haberlo sido? Y que tal vez él era el hombre de Mesa-Lane el verano pasado…, era su
primer año, ¿sabes? Los chicos nuevos no se dieron cuenta de eso. Pensaban que
siempre había estado allí. No es extraño que todos hayamos tenido pesadillas.
—¿Estás bien? —preguntó Rose.
—Un brillante guía el buen señor M. —dijo Tom, sonriendo.
—Tom.
—Ah, estoy bien. —Se sentó—. ¿Dónde estamos, de todas maneras? Ah. Tendría
que haberlo sabido. —Se encontraban en el teatro grande; como faltaba la pared, veía
el teatro pequeño. Las figuras del mural lo miraban con sus distintas expresiones de
placer, aburrimiento y diversión. Y una voracidad inhumana—. Collins tiene razón,
¿sabes? Dio a Esqueleto lo que él quería. Esqueleto quería exactamente lo que
sucedió. Hasta dibujó láminas que lo representaban.
—Pero ¿y ahora, qué? —dijo Rose—. Tom, ¿qué haremos ahora? Ni siquiera sé
de qué hablas.
—¿Sabes lo que pienso, Rose? Pienso que todavía te amo. ¿Crees que Collins
todavía ama a su pequeña pastora? ¿Realmente tienes una abuela en Hilly Vale,
Rose?
Nuevamente arrugas de preocupación en la frente de Rose.
Tom se puso de rodillas. El mural, un público real, les miraba con comprensivo
interés.
—En mi próxima actuación, algo que nunca se ha intentado antes en el
continente, damas y caballeros…
—¿Estás loco? ¿Ese hombre te afectó la mente?
—Cállate, Rose.
Todo el mural resplandecía: hasta podía ver las manos llevando comida a las
bocas, los veía hablar entre sí: «Echaré de menos al viejo Herbie, a pesar de lo que tú
digas; era el mejor. Convertía la mano de un hombre en una garra, ¿verdad? Fue en
Kensignton.» La gente que ocupaba los asientos más económicos, esperaba
impresionarse con el último espectáculo del señor Butter.
En el mural, el Cobrador volvió la cabeza para sonreír a Tom Flanagan.
«Qué bien está esa chica. Es francesa.»
—Quédate quieta —dijo él—. Ve a alguna parte…, escóndete en el escenario.
Encuentra un rincón, escóndete allí y quédate quieta.
—¿Qué…?
Tom hizo un gesto de despedida, esperando que ella encontrara el rincón más
seguro de la Tierra de las Sombras. Ahora no había ningún botón que oprimir para
convertir todo ese horrible asunto en una broma.
Se oyó por un altavoz:
«¡AH, SEÑOR! SÍ, USTED…, EL CABALLERO DEL TRAJE NEGRO.
www.lectulandia.com - Página 351
DAMAS Y CABALLEROS, TENEMOS NUESTRO SEGUNDO VOLUNTARIO.
UNA MANO GENEROSA. POR FAVOR…»
Aplausos de fantasmas, aplausos del año 1924, que rebotaban en las paredes.
El Cobrador se deslizó de la pared, sonriendo ciegamente y sin dientes a Tom.
«Bien, Mary, no sigas…, es obra de ese estúpido…, ¿te das cuenta? El es parte
del espectáculo. Es lo que se llama un imbécil.»
El Cobrador caminó tambaleándose hasta el extremo del pasillo desde la sala más
pequeña, siempre totalmente centrado en Tom. Un rostro sin personalidad alguna. El
Doctor Cobrador: en realidad ése era el aspecto que tenían todos: Esqueleto, Laker
Broomer, el mago, el señor Peet y los Muchachos Vagabundos, tan deformados por el
odio y la voracidad que robarían y matarían, estafarían y tiranizarían a cualquiera que
fuera menos poderoso. Collins había llegado al extremo de vaciar los bolsillos de un
muerto. Sí. Doctor Cobrador. Ofrecían sus propios estilos de salvación. ¿Quieres ser
un hombre? ¿Te convertiré en un hombre? Soy tu padre y, tu madre.
—Aquí estoy, Esqueleto —dijo.
Se sentía inundado de asco y de desprecio. Se puso de pie. Sus manos eran pesos
muertos, que no se hacían pedazos porque estaban envueltas en los pañuelos
anudados.
—Vamos, Esqueleto —dijo.
El Cobrador comenzó a bajar rápidamente la escalera.
14
La realidad es que Tom no tiene idea de cómo luchará contra el Cobrador.
Mientras oye los tacones altos de Rose repiqueteando en un ala del escenario,
recuerda la escena en que el actor Creekmore personificó a Withers, y el impulso que
lo llevó a enfrentarse a esta terrible representación de Esqueleto Ridpath comienza a
parecerle un error fatal. De pronto a Tom le parece muy probable que morirá…, que
morirá no demasiado agradablemente…, en el Grand Théâtre des Illusions, así como
Withers murió en una callejuela a la salida de una puerta trasera del teatro.
—¡Vendouris! —gritó el Cobrador—. Vi su lechuza, Vendouris.
Tom se aleja tan silenciosamente como puede, preguntándose ahora si podrá salir
del teatro y de alguna manera arrancarle a Del a Collins…, dejar al Cobrador vagando
y gritando dentro del teatro…, pero el Cobrador es un truco mágico.
—Quiero ver un poco de piel —susurra el Cobrador—. ¿Dónde estás, Vendouris?
Es una alucinación de magia, y Tom es un mago. En la escena alucinante que se
desarrolló cuando Laker Broome lo tocó, se percibía una clave, el olor de una
www.lectulandia.com - Página 352
respuesta lo suficientemente fuerte como para hacer que una parte de él supiera que el
Cobrador podía convertirse en alguien inofensivo.
—Un poco de piel —dice el Cobrador, abriendo la boca, cuyo interior es de una
negrura purpúrea.
Sus ojos vacíos brillan de deleite. Anda vacilante por el escenario del pequeño
teatro, guiándose como por el radar de un ciego hasta el Grand Théâtre.
Tom avanza rápidamente por el gran escenario, alejándose. ¿Cuál es la clave, la
respuesta? Puede recordar el auditórium lleno de muchachos muertos, él mismo
flotando sobre él, dentro del cuerpo de Esqueleto. Está allí, en alguna parte, la
respuesta. Tiene que pensar. Pero ¿cómo puede uno pensar, si su mente se transforma
en gelatina? No es más que magia, eso es todo, se dice a sí mismo, mientras llega
hasta la pared y apoya la espalda en ella, y oye al Cobrador que sale del escenario del
pequeño teatro. Dos pasos más lo llevarán a la habitación más grande. El Cobrador
babea, extiende los brazos, y Tom recuerda la sensación de estar dentro de Esqueleto,
sintiendo todo ese odio que era amor rechazado, el amor desvalido y mudo de
Esqueleto por Collins y por lo que Collins podía hacer.
—Yo no soy Vendouris —dice Tom, sintiendo aún su odio por Esqueleto como un
peso en el pecho.
—Ah —gime Esqueleto, y centra su mirada estática en Tom. Se estremece de
placer. Comienza a avanzar a tropezones hasta una hilera de asientos.
—Tu nombre es Steve Ridpath —dice Tom—. Hiciste trampa en los exámenes.
Eres el muchacho más desdichado de toda la escuela. En otoño irás a Clemson. Tu
padre es entrenador de fútbol.
—Cállate —susurra Esqueleto.
—Apártate de mí —dice Tom.
—¡Cállate!
—Prendiste fuego a la casa del campo de deportes —dice Tom, buscando
frenéticamente la clave para hallar lo que queda de Esqueleto dentro del Cobrador.
—Querías contemplar cómo morían todos.
—Apártate de ese maldito piano —susurra el Cobrador.
Ahora está en el extremo de la hilera de asientos donde se encuentra Tom, y a
pocos pasos del fondo del teatro grande. Detrás de él y a la izquierda, Tom ve la X de
la estructura de madera, irregularmente manchada de rojo.
«¿Pero por qué era yo Esqueleto?», se pregunta Tom. El horrible juguete baja la
escalera, buscando una señal de movimiento.
—Apártate —dice, en una especie de ruego.
El Cobrador desciende otros dos escalones: ahora Tom realmente está demasiado
asustado como para moverse; y sabe que si trata de correr, Esqueleto le ganará sin
esfuerzo, y lo hará caer con tanta facilidad como un león a una cebra.
www.lectulandia.com - Página 353
—Ah, Flanagini —susurra el Cobrador, a sólo cuatro pasos de Tom—. No
lastimar al señor Collins, Flanagini…, no lastimar al señor Collins.
—Te lastimaré —dice Tom, y levanta sus manos.inútiles.
—Puedo volar, Flanagini —susurra Esqueleto, que ya está casi sobre él.
—Eres una broma, Esqueleto —susurra también Tom, porque le resulta imposible
hablar en voz más alta.
Luego su mente se retuerce y se ve nuevamente en el interior de aquella
habitación, en medio de la penumbra y las láminas. Es como si fueran parte del
interior de su cráneo.
«Es lo que se llama un hombre de paja.»
Esqueleto aúlla de dolor o de alegría, baja el último escalón y sus manos
encuentran la garganta de Tom. Los ojos vacíos brillan ante Tom, brillan directamente
en su cerebro, y mientras las manos se aprietan alrededor de su garganta, Tom oye un
balbuceo de voces. Lechuza doctor Cobrador ver un poco de piel ver lechuza afuera
quedarse ahora láminas ventana sabía que estaba allí, ¡FUEGO! Fuego de lechuza
también, tú también, Vendouris, ¿viniendo de dónde? alegría cabeza de zorro fuego
de lechuza, FUEGO DE FLANAGINI. Cabeza de lobo bebe en una lanza luz que
brilla a través de la sangre vidrio cosa que se mueve en mi bolsillo. Un rosario
interminable de cosas incomprensibles que es el alma y la mente de Esqueleto y que
es más terrorífico que las manos alrededor de la garganta.
Luego la mente de Tom vuelve a retorcerse y levanta las manos inútiles,
defendiéndose de las imágenes y del conocimiento: «Fuego de Flanagini», la
conciencia derretida de Esqueleto le canta, las manos que aprietan continúan su
trabajo.
15
Rose se había abierto paso entre una extraña colección de accesorios teatrales
amontonados en un ala del escenario, derribando mesas y desparramando mazos de
naipes. Una baraja cayó en el suelo junto a ella, y Rose vio que sólo contenía ases de
corazones y dos de espadas. Desde el centro de la baraja esparcida en el suelo, un
Joker que era un demonio salió de una caja con resorte y sonrió, levantando un
tridente rojo. El único pensamiento de Rose era salir. Había visto a Tom morir una
vez, cuando el hombre transparente acercó su dedo a él y lo tocó, y ahora sabía que
Tom volvería a morir. Pasó junto a una alta estructura que parecía un portón, y la hoja
de un cuchillo cayó silbando hasta la parte inferior de la estructura.
Oyó leves aplausos que hacían eco desde detrás de los cortinajes, desde el lugar
www.lectulandia.com - Página 354
donde estaba Tom. ¿Aplausos? Era cierto lo que le había dicho a Tom mucho tiempo
atrás. El señor Collins había estado fuera de sí todo el verano, bebiendo más de lo
habitual y gritando durante su sueño, de manera que Rose sabía que la mente de
Collins estaba en otro tiempo, el tiempo que era un mito para ella, con Speckle John y
Rosa Forte y los Muchachos Vagabundos originales… Tom Flanagan era la causa de
todo eso…
Rose también sufría. Rose siempre sufría, y sólo el señor Collins lo sabía. Porque
cuando caminaba lo hacía sobre espadas, sobre vidrios rotos, sobre carbones
ardientes; el suelo hería sus pies. Sólo el señor Collins sabía que cuando caminaba
con tacones altos, los clavos atravesaban las suelas de sus zapatos, y cada uno de sus
pasos era una crucifixión como la de Tom…
Rose deseaba estar en un tren con él, poner los pies en el asiento frente a ella,
alejarse y alejarse y alejarse. Tom se asombraría de la alegría que ella podía darle, y
el reflejo de esa alegría la asombraría a ella también.
La mano de Rose encontró el borde de la puerta del escenario. Detrás de ella, del
otro lado del telón, el Cobrador aullaba, y Rose sabía que no habría tren, que el dulce
Tom no estaría junto a ella en la litera…, sólo el señor Collins sabía cómo meterse
dentro del Cobrador y hablar con el desesperado muchacho que se encontraba allí
dentro.
Rose buscó a tientas el picaporte. Se movió bajo su mano y la puerta se abrió al
corredor oscuro.
—Querida Rose —dijo el señor Collins, y Rose se quedó sin aliento.
El mago estaba parado en el vestíbulo, reclinado contra la pared con los brazos
cruzados sobre el pecho.
—Por favor —dijo ella.
Entonces vio…, no era el señor Collins, sino una de sus sombras, una de las que
habían aparecido en la ventana inmediatamente antes de que la criatura satánica con
lentes viniera gritando y señalando con el dedo. Rose siempre distinguía las sombras
del objeto real, aunque éste era uno de los mejores trucos de Collins. Del, que lo
había visto muchas veces, a veces lo distinguía también.
—¿Adonde vas, querida? —preguntó la imagen.
—A ninguna parte —respondió Rose con tono sombrío.
—Eso es cierto, ¿verdad? No vas a ir a ninguna parte. No puedes ir a ninguna
parte. ¿Lo recuerdas, no, Rose?
—Lo recuerdo —dijo la joven.
—¿Pensabas escaparte con él? ¿Tu pequeña actuación te hizo desear que esto
fuera real?
Ella miró la sombra, que le devolvió la sonrisa.
—¿Hablaste con él de Hilly Vale? —prosiguió—. Ah, soy malo con nuestra
www.lectulandia.com - Página 355
pequeña Rose de Vermont. No debo ser malo con alguien que me ha ayudado tanto.
—No, no seas malo —dijo Rose. Estaba al borde de las lágrimas.
—Si tu muchacho escapa de mi juguete, lo cual es muy improbable, tendremos
que dirigirlo, ¿verdad? Le haremos elegir otra vez. Y esta vez no elegirá
erróneamente. Porque pensará que es la única elección posible. Y luego tú me
ayudarás, ¿verdad, Rose?
—No, no te ayudaré —respondió ella.
—Un desafío… ¿de alguien a quien he ayudado tan a menudo? ¿Me estás
diciendo que te gustaría volver a tu casa, pequeña Rose?
Estaba tan tranquilo. Rose sabía que él ganaría. El señor Collins siempre ganaba.
Pero de todas maneras hizo un gesto negativo.
—Por supuesto, es una pregunta retórica —dijo la sombra—. Porque tú siempre
vivirás conmigo y serás mi reina. Al querido muchacho lo encontrarán en el fondo del
acantilado, junto con mi sobrino, y el próximo verano tal vez habrá otro muchacho
adorable. El próximo verano o dentro de cinco veranos…, un muchacho con cosas
extrañas dentro de él, un muchacho que no sepa quién es. ¿Unas voces más en los
túneles? El año que viene lo controlaré mejor, te lo prometo.
—Odio los túneles —añadió Rose.
—Mejor control el año que viene —prometió la sombra, desvaneciéndose—. Y
más control sobre ti, querida…
16
—Sujételo, señor Peet —dijo el mago—. Sujételo fuertemente, y pronto sabré si
necesitamos que él desempeñe su papel. ¿Hace falta decir que sus hombres no
desempeñaron muy bien el suyo?
—Si estamos solos aquí arriba, exceptuándolo a él… —el señor Peet tiró
salvajemente del cabello de Del con su mano libre—, exceptuando a esta pequeña
mierda, ¿necesita usted llamarme de esa manera?
El señor Peet, en realidad, era un marino llamado Floyd Imbush, que fue
expulsado del ejército en Corea por arrancarle las orejas a un coreano: a un
surcoreano. En la vida civil, Imbush había pasado cinco años en la prisión estatal de
Joliet por asalto con arma blanca. Este asunto del «señor Peet» le destrozaba los
nervios, como las referencias de su patrón al fracaso de los hombres que había
reclutado.
—Mientras usted esté en esta casa y en este lugar, usted es el señor Peet —
respondió el mago—. Usted comprendió mis condiciones cuando le contraté.
www.lectulandia.com - Página 356
—Las comprendí, ¿eh? —gruñó Imbush—. No comprendía mucho de este
maldito trabajo, y usted sabe que así era. Mire a este muchacho. ¿De eso debemos
defenderlo a usted?
Sacudió a Del en el aire, y los brazos y las piernas de Del se movieron como los
de una marioneta. Sus ojos eran grandes y vidriosos, su rostro tenía un color gris
enfermizo bajo su tez aceitunada. Imbush había visto una docena de hombres con ese
color en la cara cuando se daban cuenta de que les quitarían la vida.
—Su amigo peleó muy bien contra seis adultos —dijo Collins.
—Estaba armado —gritó Imbush—. Déle armas a un bebé, y será tan bueno
como un soldado en combate. Carajo, si está armado es un soldado en combate.
—Debo llegar a la conclusión de que usted es incapaz de realizar el trabajo para
el que está contratado.
—¿Me está llamando incapaz, hijo de puta? —Imbush dio un paso hacia Collins,
que estaba sentado en la silla de la lechuza y lo miraba con expresión lejana pero
apenada.
—Por supuesto que sí. Tres de mis hombres están muertos…, dos escaparon, los
cobardes…, ¿y usted quiere que yo vigile a este pequeño zombie? —Volvió a sacudir
salvajemente a Del—. Estoy preparado para marcharme ahora mismo.
—Y eso hará, señor Peet. Es evidente que ya ha dejado de sernos útil.
—Un momento. Usted parecía estar bastante en forma cuando buscábamos ese
tejón, no puedo dejar de admitirlo, está muy bien para su edad, pero yo puedo más
que usted. Mucho más. Me marcho de aquí.
—Es usted repugnante, señor Peet —dijo Collins, enderezándose en la silla de la
lechuza—. Se irá como yo le indique. Mira esto, sobrino.
Del gimió mientras Imbush lo soltaba y comenzaba a avanzar hacia Collins.
—Mira bien —dijo Collins, y cerró los ojos.
Una línea de sombra negra apareció a su alrededor, enmarcándolo por un
segundo. Imbush dejó de moverse. Una línea roja se unió a la negra y las dos líneas
se convirtieron en una línea gruesa de vibrante azul.
Imbush gritó.
El aura de Collins resplandeció por un momento. El grito de Imbush subió una
octava, y el hombre se agarró la cabeza con las manos. Un olor parecido al de la
pólvora invadió la habitación, y Floyd Imbush estalló como si tuviera una bomba en
los intestinos.
Tanto el hombre como el muchacho quedaron salpicados de rojo. Algo que
parecía comida para perros de color rosado golpeó a Del en el pecho con fuerza y se
adhirió a su camisa. Del se miró la mancha con lentitud, y su boca se abrió mientras
sus ojos se cerraban y sus oídos dejaban de oír. Del estaba a salvo: estaba en la
habitación manchada de sangre y no oía nada ni veía nada.
www.lectulandia.com - Página 357
17
Tom observa los brillantes ojos vacíos de Esqueleto. En parte por el balbuceo
demente que sale de la mente fundida de Esqueleto, en parte porque puede ver
claramente la historia de Esqueleto como si fuera una película en esos ojos muertos,
conoce profundamente a Esqueleto…, lo conoce demasiado bien. Ve a Chester
Ridpath dando palizas al joven Esqueleto, ve la espuma que vuela de la boca del
entrenador, oye sus maldiciones. Ve las manos de Esqueleto como si fueran las suyas,
abriendo la tapa del piano de Carson mientras la lechuza de vidrio golpea contra la
madera; ve los cuadros que se enganchan uno por uno en las paredes y el cielo raso.
Los pulgares de Esqueleto le oprimen la garganta, Esqueleto babea y tararea para
sí mismo.
«Estuve en tu habitación», piensa Tom, y la presión de los pulgares disminuye
milagrosamente.
«Esqueleto, estuve en tu habitación: vi la lechuza en tu ventana»: y la ve
realmente, la oye golpear contra el vidrio, golpear con sus grandes alas. Luego otra
imagen se apodera de su mente: «cabalgué en esas alas y oí la voz».
«¿Me oyes aquí adentro, Esqueleto?»
Bajo la charla incomprensible, hay una pequeña voz que dice: «Sí.» Ahora las
manos del Cobrador cuelgan, flojas, del cuello de Tom; el rostro primitivo del
Cobrador queda inmóvil como pintura en una pared.
«Yo robé la lechuza —piensa Tom dentro del cerebro de Esqueleto—. Prendí
fuego a la casa de deportes. Quería atraparte a ti, Esqueleto. No a él. No a Del. Tom
Flanagan.»
—Fuego de Flanigini —susurró el Cobrador.
«Fuego de Flanagini…, te escondiste en mi batería, Esqueleto, incluso antes de
que yo supiera que la tenía. —Tom odia estos pensamientos, violan lo que en otra
época sabía de sí mismo, todo lo que había deseado ser—. Mi incendio, mi
habitación, Esqueleto: no sólo estuve en tu habitación, fui tu habitación.»
«Yo fui tu habitación.» Este es el peor pensamiento de todos, peor aún que la
certeza de que solamente él había visto a Esqueleto colgado como una araña del techo
del auditórium porque en ese momento Esqueleto era una parte de sí mismo
desprendida y no deseada: esa cueva de horrores de Esqueleto, amorosamente
recortados de las revistas, era una descripción de alguna zona marginal de su mente,
la zona a la que Coleman Collins había abierto las puertas de su propia alma a
comienzos de 1920.
«Soy tu habitación», dice a la mente de Esqueleto, responsabilizándose de todo.
Su mente y la de Esqueleto son casi una sola…, «tu habitación soy yo…», y Tom
sabe verdadera y absolutamente que al decir esto por fin se ha convertido en un
www.lectulandia.com - Página 358
mago, no en un pobre chiflado, sino un gran mago, en la figura negra de la espada. Se
ha dado la bienvenida a sí mismo.
Después de eso, después de ponerse enfermo, sabe cómo liberar a Esqueleto
Ridpath del Cobrador. Observa la grotesca parodia de magia que se desarrolla ante él,
y ve a un muchacho de la escuela secundaria, con dientes de drácula de cera en la
boca y una peluca sobre sus cabellos cortos; un muchacho de la escuela secundaria
que quería dar miedo a los demás; y avanza hacia él.
«Vamos, Esqueleto —dice—. Puedes salir ahora. Puedes salir de ese recipiente.»
Hay una vibración en su mente, una vibración como un dolor de cabeza:
funcionará.
Tom busca adentro, y esta vez Esqueleto se aferra a su mano.
¡AFUERA!
Tom tira de él, y es como tratar de sacar un pez espada del océano, la gravedad lo
arrastra hacia Esqueleto, siente que está resistiendo contra el doble de su propio peso,
¡AFUERA! Está a punto de desmayarse por el esfuerzo.
La repentina liberación lo hace caer hacia atrás, un viento caliente golpea la
pared. Algo flojo como una bolsa está ante él: y junto a ello, un muchacho alto y
delgado con ojos negros rojizos. La bolsa cae, y por un momento el muchacho
delgado se derrumba también.
Tom se arrodilla. Mira al Cobrador para ver qué es cuando está vacío. Una cara de
goma, un objeto de tela y alambre. Junto a él, Esqueleto mueve los dedos como un
bebé, su rostro está cubierto de sudor. Tiene los ojos cerrados. Esqueleto gime.
—Flanagini. Ah. Fuego —dice.
—Eso ha terminado —afirma Tom, inclinándose hacia adelante. Los olores de un
cuerpo sucio y enfermo son muy fuertes. Esqueleto lleva jeans muy sucios y una
camiseta con extrañas quemaduras—. ¿Me comprendes, Ridpath? Ha terminado.
Estás libre.
—Ah —dice Esqueleto en la alfombra.
—¿Puedes moverte?
Esqueleto abre sus ojos sanguinolentos.
—¿Flanagan?
—Sí.
El rostro de Esqueleto se frunce.
—Estuve con él —dice—. Sí. Finalmente estuve con él.
—¿Puedes moverte? Tendrás que salir de esta casa.
—¿Qué pasa? —pregunta Esqueleto, y sus ojos parecen normales por primera
vez…, ojos del color del barro en la cuneta de un camino. Tom no quiere tocarlo.
De manera que se obliga a tocarlo. Sacude un hombro que parece arcilla cubierta
de grasa.
www.lectulandia.com - Página 359
—Ya no es importante para ti. Levántate y vete de aquí. Encontrarás la puerta.
Toma el sendero, deslízate entre los barrotes del portón y dobla a la izquierda.
Estamos en Vermont. Una ciudad llamada Hilly Vale se encuentra a media hora de
camino.
—Tú eres como él, ¿verdad? —Esqueleto trata de sostenerse sobre las manos y
las rodillas, y probablemente se siente débil como un potrillo, pero lo logra—. No
necesitas responderme. Lo sé.
Tom mira el rostro golpeado y odiado y ve…, ¡con consternación!, que en el hay
una repugnancia igual a la suya. Esqueleto le escupe. La flema amarilla resbala por la
mandíbula de Tom.
—Tú eres como él —dice Esqueleto.
Tom se limpia el mentón.
—Vete de aquí, Esqueleto. O te matará.
Una voz enloquecida en su propia mente, totalmente suya, le grita que use sus
poderes para levantar a Esqueleto y arrojarlo contra la pared, romperle los huesos,
hacerlo polvo… Ve la fotografía aérea de la escuela Carson pintada con infantiles
trazos rojos.
Esqueleto mira a Tom a la cara y se estremece, cayendo sobre la primera fila de
asientos.
—Sal de aquí —dice Tom, y Esqueleto camina tambaleándose hacia la puerta.
Las manos de Tom son pesas ardientes.
18
¿Aplausos, señores? Pero las figuras del mural han quedado nuevamente
inmóviles en sus lugares. Hasta el Cobrador estaba en la pared del pequeño teatro,
mirando a Tom como si todavía estuviera hambriento de él. «Ya no es necesario: ya
me has comido.» Tom volvió a sentir el terrible tirón absorbente dentro del Cobrador.
Si hubiera sido un poco más débil, estaría allí dentro ahora, compartiendo la eternidad
con Esqueleto Ridpath, y sus mentes serían dos bombillas de doscientos vatios.
Fue al escenario, y no tuvo fuerzas para subir.
—¿Rose…? —Ella no respondió—. Rose…
Tom caminó lo más rápidamente que pudo hasta el costado del escenario y subió
los escalones. Detrás del telón se encontró en un mundo subacuático. Una luz tenue y
rosada. Montones de cosas como bancos de coral, que brillaban desde inexplicables
bordes y rincones, como si las luciérnagas se hubieran posado en ellos. Un mazo de
naipes en abanico en el suelo mostraba a un demonio que saltaba y le sonreía. ¿Te
www.lectulandia.com - Página 360
gusta el camino bajo, muchacho? Una de las luciérnagas brillaba en lo alto de la
cuchilla de una guillotina.
—Rose.
Una mesa había caído de costado y sus patas se extendían como las de un animal
muerto. Pasó junto a ella y vio la puerta del escenario.
Rose estaba en el corredor oscuro, apoyada contra la pared. Tom se acercó en
silencio a la puerta del escenario y la miró unos momentos antes de que ella advirtiera
su presencia: se la veía desamparada con su vestido verde pasado de moda, como una
niñita abandonada en una fiesta de cumpleaños, y por un instante a Tom le pareció
que ella también había tenido que afrontar lo que era, una habitación de Esqueleto
que le pertenecía. Luego ella percibió que había alguien más en el corredor, y se dio
la vuelta bruscamente. De inmediato su rostro demostró una alegría incrédula.
—Lo lograste —dijo en voz baja, pero su voz resonó como una campana.
Tom asintió.
—¿Estás bien?
—Estoy bien ahora —respondió Rose—. Mientras pueda verte, estoy bien. —
Otra vez… ese chispazo de algo conocido, de la hermandad en el desdichado
conocimiento de sí mismos—. ¿Por qué me miras así? —preguntó.
A Tom se le ocurrió que podía investigar en su mente como había hecho con la
del Cobrador… Enviarle un pequeño signo de interrogación y ver qué era ese
parentesco.
Estuvo a punto de hacerlo: en realidad comenzó a hacerlo, pero algo le hizo
detenerse en el momento de comenzar. No sólo la certeza de que hacerlo era como
invadir el escritorio de un amigo para leer su correspondencia, sino también la
sensación terrible del primer contacto delicado con ella, una sensación de falta de
aire, de sofocación, de estar en un lugar extraño. Su mente se retrajo repentinamente,
después de haber tocado por un brevísimo momento un mundo en el que no había
señales conocidas y donde se encontraría helado y perdido.
—Del está arriba. Con él —dijo Rose.
Por un momento sintieron miedo y preocupación, como si los dos se conocieran
muy bien.
—Algo te ha sucedido a ti… mientras yo estaba allí dentro —dijo Tom de pronto;
y supo que tendría que haberlo percibido desde el principio—. ¿Qué fue?
—El señor Collins estuvo aquí…, no realmente él, sino una de sus sombras.
Como las que vimos por las ventanas. Me habló —Rose echó valientemente la cabeza
hacia atrás—. Dijo que yo nunca podría dejarlo.
—¿Le hará daño a Del?
—No hasta que tú decidas.
—Iré a buscar ese revólver que dejé caer —dijo Tom, y comenzó a andar por el
www.lectulandia.com - Página 361
corredor—. No le dejaré hacer daño a Del.
Sólo había recorrido un corto trayecto por el pasillo oscuro cuando Rose llegó
hasta él y pasó su brazo por el suyo.
19
Las luces del patio iluminaban dos vagos montículos que había en el césped, y
Tom dejó que Rose lo guiara en esa dirección. Había oscurecido mientras estaban en
la casa, y las estrellas llenaban el cielo, brillantes como reflejos más pequeños y más
fríos de las miríadas de luces que iluminaban el bosque a ambos lados.
—¿Puedes encontrarlo en la oscuridad? —preguntó ella.
—Tengo que encontrarlo —respondió él.
Trató de recordar dónde había estado al dejarlo caer. ¿Eso había sucedido antes de
que fuera hacia Pease y hacia la escalera, o había llevado el arma consigo un poco
más? Se vio dejando caer el arma, dejando que se disparara en el césped, arrojándola
con fuerza.
—Un momento, Rose —dijo—. Yo estaba por aquí. En algún lugar cerca de aquí.
Nunca me alejé demasiado de las piedras.
Veía suceder todo ante él. Del con su rostro ensangrentado, el grupo de hombres
que cumplían seriamente con su tarea. Snail con su delicado aspecto de preocupación,
adelantándose para recibir la bala. Miró hacia abajo y no vio el arma, y el pánico
volvió a surgir en él. Susurró:
—¡No lo veo! ¡No lo veo!
—Sigamos un poco más adelante —sugirió Rose.
Avanzaron un metro y medio más.
—No, estamos demasiado lejos —dijo Tom, al ver el cadáver de Snail en la
hierba.
Snail parecía un objeto para ser exhibido en el museo de cera. El otro cadáver, el
de Thorn, estaba sorprendentemente lejos.
—¿Snail se acercó tanto a ti? —preguntó Rose.
—No creo…, no lo sé.
Nuevamente vio a Snail que se aproximaba tranquilamente hacia él, sin dejar de
mirar a Tom con sus ojos casi bondadosos, y esa pequeña arruga que dividía su
frente.
Tom dio un paso atrás, recordando los lugares donde habían estado. Se desplazó
treinta centímetros a un lado y cuando miró hacia abajo vio la pistola negra sobre el
fondo casi negro del césped. Se puso de rodillas y la tomó con ambas manos. El
www.lectulandia.com - Página 362
cañón todavía estaba caliente. Se puso de pie y la exhibió como una ofrenda.
—Quedan dos balas —dijo—. Le meteré una bala entre los ojos.
Al mirar a Rose vio la aureola de sus cabellos iluminada por las luces del patio.
—Ayúdame —dijo—. Es un malvado, y le meteré una bala entre los ojos.
Seguía sosteniendo la pistola entre las manos. Sólo podría levantarla a la altura
adecuada una sola vez, y manipular el gatillo con su dedo índice izquierdo. Y
entonces le volaría la cabeza al mago.
Rose le ayudó a llegar al patio, y luego a cruzarlo. Entraron en el living, donde se
veían manchas de la sangre de Tom. No les recibió aquella atmósfera de éxtasis,
como en la mañana después de la bienvenida de Tom. La Tierra de las Sombras
esperaba, comprendió Tom. La Tierra de las Sombras era neutral. Llevó el arma hacia
su pecho. Olía a explosiones y a petróleo…, olía como un trombón quemado.
Sostenerla de esa manera aliviaba el dolor de sus antebrazos.
—¿Subimos? —preguntó Rose.
—Sí. Sin hacer ruido.
Salieron del living y subieron en silencio la gran escalera. Pasaron de una
oscuridad gris a una luz tenue. Frente al dormitorio de Collins, las luces difusas
iluminaban la parte superior de las paredes y las puertas de vaivén. Rose subió el
primer escalón y se volvió a mirar a Tom. Apretando el arma contra su pecho, Tom
hizo un gesto afirmativo y ella dio otro paso, sin ruido. Tom podía hacer esto solo.
Ponía los pies donde ella los había puesto, trataba de caminar exactamente por el
lugar donde ella había caminado… En algún momento, mientras él trataba de pasar
los dedos bajo el arma, Rose se había quitado los zapatos, que ahora llevaba en la
mano izquierda. Mientras Tom apoyaba los pies en donde habían estado los pies
descalzos de Rose, lo que aún pensaba que eran sus nuevos sentidos le transmitieron
la impresión de… cuchillos. Fuego. Miró hacia arriba, desconcertado, casi sintiendo
las puntas aguzadas y las llamas a sus pies, y vio que Rose subía un escalón tras otro,
con lentitud y en silencio. Tom movió su pie cinco centímetros a un costado: una
alfombra corriente. Cuando volvió el pie a su lugar, la impresión persistió…
cuchillos…, pero era cada vez más tenue. Se apartó de la barandilla y siguió subiendo
tras día.
Rose se detuvo en el rellano, esperando que él terminara de subir. Nuevamente
Tom sentía esa impresión de parentesco, tan fuerte como el amor, pero distinta a él,
de que había algo en ella que era como el mago que había en él, algo oculto. «Dijo
que yo nunca podría dejarlo.» ¿Dijo que siempre caminarías sobre cuchillos, Rose?
—Oh, Rose —murmuró Tom.
La joven sacudió la cabeza, tal vez para indicarle que guardara silencio o que ella
no podía responder la pregunta que sabía que iba a hacerle. Rose miró ansiosamente
las puertas de vaivén que cerraban el rellano; luego nuevamente a Tom «Concéntrate
www.lectulandia.com - Página 363
en lo que estamos haciendo, Tom.» El muchacho tomó firmemente el arma de manera
que el cañón sobresaliese de su pecho, lo sostenía con la mano derecha, ayudándose
con la izquierda.
Rose empujó suavemente una hoja de las puertas de vaivén y la abrió sin ruido.
Tom se deslizó en la oscuridad y vio luz alrededor de la puerta del dormitorio de
Collins. Estaba entornada y sólo le quedaba entrar.
Un ajuste final de sus manos: apoyó todo el paso del arma en la mano derecha y
apoyó el dedo en el gatillo.
«Entra y dispara —se dijo—. No te detengas a pensar. Aprieta el gatillo. Y todo
habrá terminado.»
Tomó fuerzas, y conscientemente se mantuvo inmóvil. Levantó el arma para
hacer puntería cuando estuviera en la habitación. Su corazón latía furiosamente.
Cuando estuvo dispuesto, dio un paso adelante y abrió la puerta de un puntapié, y
entró corriendo en el dormitorio.
Lo que vio le dejó frío. Un gigantesco cráneo manchado de sangre le sonreía, y su
boca era del tamaño de un tiburón.
—¡Del! —gritó, y el cañón de la pistola de Collins se sacudió mientras el índice
de su mano izquierda apretaba involuntariamente el gatillo.
20
La pistola dio un salto, pero su mano derecha la siguió y se aferró a ella. La
explosión estalló dentro de su cabeza: sentía los oídos como si hubiera caído quince
metros por una montaña rusa. Había salpicaduras de sangre en el techo. Toda la
habitación estaba en desorden. Frente a él la fotografía de un cráneo, manchada de
sangre: charcos de sangre en la cama y sobre los otros muebles, sangre que bajaba
desde el techo, cubierto con fotografías de lechuzas.
—¡Del! —aulló Tom, y vio en el suelo, donde había estado a punto de poner el
pie, un paladar postizo con un solo diente blanco.
—Estamos aquí, Tom —dijo la voz de Collins desde la derecha—. Espero que
querrás salvar la vida de tu amigo.
Tom dio media vuelta hacia la voz… Oyó la respiración de Collins. La pistola le
pesaba terriblemente. Collins estaba muy visible en la silla de la lechuza, con Del
sentado sobre las rodillas. Los dos se hallaban manchados de rojo.
—Queda una bala —dijo Tom, tratando de mantener firme la pistola dirigida
hacia el rostro divertido del mago. Del le miró sin reconocerlo—. Del, baja de sus
rodillas.
www.lectulandia.com - Página 364
—No te oye. No te oirá. Se ha rendido. Ha entrado y ha cerrado la puerta con
llave, Ahora, deja esa arma.
Tom trató frenéticamente de pasar el dedo índice izquierdo bajo el seguro del
gatillo.
—Puedo derretir esa arma en tu mano en un segundo —dijo Collins—. También
puedo matarte haciéndola explotar cuando dispares. Si has tenido alguna posibilidad
de hacerlo, la has perdido. Es hora de que hagas un sacrificio, Tom. Es hora de que
elijas. Como tuvo que hacer Speckle John. La actuación no ha terminado… En
realidad apenas ha comenzado.
Detrás de él, Tom percibió gradualmente otra fotografía ampliada: Rose
Armstrong vestida como una pastora de porcelana, con su rostro altivo, de otra época,
no un rostro norteamericano, sino de otro siglo y otro lugar.
Tom bajó el arma.
—Para salvar la vida de mi sobrino, ¿sacrificarás la pistola? Del sufre un shock
traumático, debo decírtelo. De todas maneras podría morir. Pero si tú no sacrificas la
pistola, detendré su corazón. Debes saber que puedo hacerlo.
—Entonces, ¿por qué no detienes el mío?
—Porque entonces no podría seguir con la actuación. Pero tú tienes que decidir.
—Volvió a sonreír—. Te daré otra opción. La opción es renunciar a tu canción. Deja a
Del. Deja a Rose…, tendrás que hacerlo de todas maneras. Y deja la magia.
Entrégame tus dones. Puedes salir caminando de la Tierra de las Sombras, y ser el
muchacho que eras cuando llegaste aquí. —Collins extendió las manos: era muy
simple—. Es la mejor opción que puedo darte. Sacrifica tu canción, y sírvete de tus
piernas para marcharte de la Tierra de las Sombras para siempre.
—Del muere, y usted retiene a Rose aquí. Yo me marcho ileso, si he de creerle.
Del se desmoronó en las rodillas del mago. Su rostro estaba gris, y apenas parecía
respirar.
—¿Y la otra opción?
—Dejas el arma. Tu canción contra la mía. La actuación continúa hasta que la
Tierra de las Sombras tenga un amo indiscutible, el nuevo rey o el viejo. ¿Qué te
parece, muchacho?
Toma mi magia y, déjame salir de aquí, gritó Tom en su interior. Oyó un
movimiento detrás de él y giró bruscamente la cabeza. Rose estaba en la puerta
abierta. Cuchillos. ¿Con cuánta frecuencia, cuántas noches, había estado ella en esta
habitación donde las lechuzas aullaban desde el techo? Le rogaba sin palabras, pero
su ruego podría haber sido a favor de cualquiera de las dos opciones.
—Canción —dijo Tom, y arrojó la pistola hacia la cama manchada de sangre.
Por el rabillo del ojo vio a Rose que salía por la puerta. La pistola cayó fuera de
su alcance, y las vísceras de Tom se convirtieron en un bloque de hielo. Te engañé, te
www.lectulandia.com - Página 365
engañé; el cántico burlón de Lonnie Donegan a los inspectores de Rock Island pasó
por él como una lanza, y supo que había sido forzado, que se había forzado a volver
al juego del mago.
—Bien. Por supuesto tú recuerdas el aspecto más importante de los brujos —dijo
Collins.
Te engañé, te engañé…
—Aprenden los trucos de la casa…, emplean sus propias barajas. Tendrías que
haberte ido caminando, muchacho.
Collins se puso de pie, con los ojos brillantes, y la silla de la lechuza quedó vacía.
Un pájaro encandilado aleteó por el suelo, las plumas de sus alas esparcieron la
sangre dibujando una delicada caligrafía japonesa.
21
Tom lo sabía. Collins le había preparado cuidadosamente para saberlo: se lo había
anticipado, había plantado las semillas de la traición final en su mente. «Una vez
fueron pájaros, pero fueron engañados por un gran brujo, y ahora aún tratan de cantar
y aún tratan de volar.» Este gorrión mareado que dibujaba letras japonesas con la
sangre del señor Peet en el pulido suelo de madera trataba de ponerse de pie y
moverse como un muchacho para poder cerrar su mente y quedar fuera de peligro. El
gorrión piaba, y Tom sabía que Del aullaba. Horrorizado, Tom le vio caer sobre un
costado y mirarle con un ojo como el de un loco: una piedrecilla negra presa del
pánico.
Los cuentos de hadas se habían mezclado y confundido, de manera que el viejo
rey tenía una cabeza de lobo bajo la corona, y el joven príncipe enamorado de la niña,
volaba y jadeaba en su cuerpo de gorrión, y Caperucita Roja caminaba eternamente
sobre cuchillos y hojas de espadas, y el mago sabio que aparece al final para resolver
todas las cosas era un muchacho de quince años arrodillado en el suelo manchado de
sangre, acercándose al cuerpo transformado de su mejor amigo.
—¡No puedo volver a transformarlo, Rose! —gimió.
El corazón del gorrión latía, mil veces más rápido que el suyo, contra las yemas
de sus dedos.
«¡No sé cómo volver a transformarlo!», oyó su voz como cuando le habían
atravesado los dedos con clavos, tan aguda que lo dejó congelado. El gorrión
temblaba en sus manos. Un ala golpeó débilmente su pulgar.
—Entonces tendrás que hacer que el señor Collins lo transforme —dijo Rose.
Estaba junto a la puerta, mirando a Tom con el pájaro asustado en las manos—.
www.lectulandia.com - Página 366
Oblígale a hacerlo —dijo con furia.
22
Salió del dormitorio con Del en las manos como antes tenía el arma, y Coleman
Collins estaba en lo alto de la escalera.
—Bien venido al Wood Green Empire —dijo el mago—. ¿Asientos de primera
fila? Excelente.
—Transfórmelo otra vez —dijo Tom.
—Lo lamento, no hay cambio ni devolución. Ahora tendréis que ocupar vuestros
asientos.
—Este no es él —señaló Rose junto a su hombro—. Es una sombra.
—Ah, me delataste —dijo la imagen, y desapareció convirtiéndose en un haz de
llamas.
«¡BIENVENIDOS AL WOOD GREEN EMPIRE!», atronó la voz metálica. El
pájaro tembló en las manos de Tom, piando frenéticamente, torciendo el cuello para
mirarlo a la cara. Las llamas murieron antes de caer, como los fuegos artificiales,
dejándolos en la oscuridad. En el vestíbulo, junto a Tom, la luz de la luna ponía
franjas plateadas en el suelo y en la pared; el resto de la Tierra de las Sombras estaba
tan oscuro como los túneles bajo la cabaña de verano.
Del quedó totalmente inmóvil en sus manos, y Tom pensó que había muerto.
Luego sintió un latido regular bajo sus dedos, el corazón del gorrión palpitaba, y
abrió la camisa y puso tiernamente a Del contra su piel. Abotonó su camisa hasta la
mitad. Las plumas le rozaban el pecho.
Afuera, los fuegos artificiales volvían a comenzar con una fuerte explosión que
repercutió en las ventanas del vestíbulo y envió rayos rojos y azules a través del
vidrio plateado de las ventanas. Acurrucado contra su piel, Del dejó escapar un grito
casi humano.
Un rayo de luz al pie de la escalera: Herbie Butter, destacándose contra la luz,
vestido con la chaqueta de gala, peluca y rostro blanco.
—¡Tenemos un voluntario, damas y caballeros…, el valiente Tommy Flanagan,
que viene desde Arizona, en los Estados Unidos de Norteamérica! ¿Estás listo,
Tommy? ¿Puedes cantar para nosotros?
—¡Vuelve a transformarlo! —gritó Tom, y Herbie Butter dio una voltereta y cayó
a sus pies, señalando el cielo con el dedo índice.
—¿Transformarlo? Es más fácil decirlo que hacerlo, muchacho…, pero eso
también es magia —y se disolvió convirtiéndose en llamas.
www.lectulandia.com - Página 367
«¡EL VIEJO REY! ¡EL ÚNICO REY!»
Tom bajó a tientas la escalera en la oscuridad.
…la esposa de Philly parece un poco vanidosa este verano, Nick…
…eso es lo que consigues estando en dos lugares a la vez…
Voces de los túneles, que se oían en la oscuridad.
Y voces del otro lugar que había sido la Tierra de las Sombras.
…sí un alumno de los últimos años deja caer sus libros al suelo, recógelos.
Llévalos donde él te indique que los lleves. Haz cualquier cosa que te indique un
alumno de los últimos años…
Bajó el último escalón y estuvo a punto de caer, porque esperaba otro.
…¿entendiste? Estarás condenado a la destrucción, ¡DESTINADO A LA
DESTRUCCIÓN!, si no aprendes las lecciones morales de esta escuela…
Olió el fuerte aroma del gin.
—¡Vuelve a transformarlo! —gritó; sintió que surgía en él la histeria y supo que
eso también podría destruirlo.
—Tienes que encontrar al verdadero —dijo Rose—. El quiere que tú lo
encuentres, Tom.
Tom encerró en sus manos el cuerpo tembloroso de Del. El gorrión había
encogido las patas y sus alas estaban inmóviles, y se le notaba pequeño y tibio dentro
de la camisa: pequeño, tibio y lo suficientemente aterrorizado como para morir por el
shock. Ese terror tornaba insignificante el suyo. Miró el pequeño hueco de su camisa,
y vio dos círculos de sangre en los lugares donde había apoyado las manos. Su
histeria, algo que no podía permitirse, disminuyó.
—Yo también lo deseo —dijo.
23
Volvieron al cuerpo principal de la casa. Una repentina luz le hirió los ojos, y
Coleman Collins estaba en medio de una columna de llamas junto a la hilera de
carteles teatrales. La luz naranja bailaba en la pared opuesta y en el techo.
—Fue una deficiencia tuya, ¿sabes? —dijo la sombra—. Simplemente no pudiste
aprender las lecciones morales. El Libro habría sido inútil para ti. Nunca le sirvió de
mucho a Speckle John, por lo que veo.
—Tú pervertiste el Libro —dijo Tom—. Pervertiste la magia. Speckle John
tendría que haberte dejado morir en aquella colina. El zorro tendría que haberte
destrozado la garganta.
La elegante figura entre las llamas soltó una risita.
www.lectulandia.com - Página 368
—Ahora hablas como Ouspensky —fingió bostezar y luego sonrió—. Sabes,
tenían miedo de mí, Ouspensky y Gudjieff. Por eso se comportaron así. Tenían miedo
de mí, como ese infeliz de Crowley.
La llama había comenzado a consumirse de abajo hacia arriba.
Afuera, los fuegos artificiales explotaban en el cielo.
La llama era una lágrima que colgaba en el aire; sólo la cabeza de Collins era
visible en ella.
—Y él era más fuerte que tú, querido muchacho…
La llama y la cabeza desaparecieron al mismo tiempo.
Estaba en la oscuridad con Rose, sintiendo palpitar a Del contra su estómago.
—Sabes, él tiene razón. No puedo hacer ninguna de las cosas que él hace.
Seguramente me vencerá, y lo sabe. —Sintió la conmoción que irradiaba de ella, y
dijo, todavía con una claridad fatalista—: No significa que no lo vaya a intentar, pero
no puedo hacer esas cosas. Simplemente no puedo.
—¿Alguna vez lo has probado? —preguntó la voz de ella.
—No…, proyectarme a mí mismo de esa manera…, no.
—Entonces inténtalo.
—¿Ahora mismo?
—Sí.
—Ni siquiera sé cómo empezar.
—¿Pero acaso no has mejorado, no has aprendido?
—Creo que sí.
—Entonces comienza. Inténtalo. Ahora. Para darte confianza.
Perdería confianza en sí mismo, reflexionó Tom, pero de todas maneras lo
intentó. Tenía que ser como todo lo demás, pensó. Tenía que haber un lugar en su
propia mente y sólo le quedaba encontrarlo. ¿Si hubiera un espejo ante ti, Tom? ¿Si
pudieras verte?
—Supongamos que hay un espejo —pudo decir Tom.
—Eres mejor que él, Tom —susurró Rose.
Del se apretó un poco más contra la piel de Tom, y Tom recordó haber volado en
la mente de Esqueleto y la sensación que había tenido…, esa sensación de ganar y
perder control a la vez, de volar hacia afuera…, mientras una llave giraba dentro de él
al pensar en Esqueleto, que balbuceaba cosas, y una esfera de luz parpadeó
momentáneamente en el corredor.
—Ah, hazlo, hazlo ahora —rogó Rose.
Tom se lanzó.
El Cobrador estaba allí, avanzando hacia él con ojos frustrados y una mueca
tonta…
¡BANG! Explotó un cohete sobre la casa, lo suficientemente grande como para
www.lectulandia.com - Página 369
enviar dardos de luz por la ventana sobre la puerta del frente.
Su mente se conmovió y el Cobrador cayó.
—Lo siento —dijo. Hasta llegó a reír—. Pero ¿viste? Esta vez no sucedió nada.
No había nadie dentro de él.
—Coloca a Tom allí —insistió Rose.
Tom extendió la mano hacia la llave, e imaginó no un espejo sino a sí mismo el
día que había conocido a Del, y sintió la impresión de flotar, de dejarse ir, y otro Tom
Flanagan tomó forma en una bola de luz en el vestíbulo. Tenía puesta una gorra que
sujetaba con dos dedos sobre su nariz. Sonrió, abrió la boca y dejó escapar un
gruñido. Desapareció.
—¿Ves? —dijo Rose.
Luego la luz iluminó la entrada del living y mostró el montón de cosas que antes
había sido el Cobrador, y Tom supo que lo había sacado del teatro grande sólo con
pensar en Esqueleto. Oyó un zumbido, como si unas máquinas hubieran comenzado a
funcionar.
Un segundo más tarde, Humphrey Bogart entró en el vestíbulo desde el living.
24
—¿Harás unos trucos de ilusionismo para nosotros, muchacho? —preguntó
Bogart. Llevaba un smoking negro y un cigarrillo humeaba entre sus dedos—. ¿Un
poco más del viejo abracadabra antes de que el telón baje?
—Del me habló de un verano cuando tenía doce años…, todo era como una
película… —murmuró Tom a Rose mientras el actor jugaba impaciente con su
cigarrillo. Tom miró hacia un lado, pero Rose había desaparecido en la oscuridad
detrás de él.
—Vamos, hay algunas personas que sienten interés por ti —dijo el actor, y
chasqueó los dedos—. Sí, por aquí. Entra y ven con nosotros.
Tom fue hacia la entrada del living.
Todas las luces estaban encendidas. Había una reunión de hombres, todos con
trajes de etiqueta, mujeres con trajes de noche. El olor del gin invadió nuevamente
sus fosas nasales.
—«Hola, hijito —dijo un hombre que Tom reconoció como William Bendix—,
¿cómo te va?
—Hola, Tom —dijo una rubia platino de labios muy rojos y rostro pícaro que
convertía su belleza en una deliciosa broma sensual.
—Amante de los pájaros, ¿eh? —preguntó Bogart, e hizo ademán de dar un
www.lectulandia.com - Página 370
golpecito en la camisa de Tom—. Yo tengo un par de perritos.
—Esa música…, no puedo soportar esa musiquita —dijo William Bendix, aunque
Tom no oía otra cosa que algunas voces que charlaban y aquel zumbido como de
máquinas. Bendix llevaba el sombrero en la parte posterior de la cabeza, y apoyó
ruidosamente su vaso de cerveza en la barra.
—Ah, déjenlo…, el pobre tiene muchas cosas en la cabeza —señaló Bogart,
arrastrando a Tom hacia donde estaba reunida la gente—. Creo que no conoces al
señor y la señora Nightingale. Han venido para conocerte.
Un hombre con rostro de perro apaleado y una mujer cuya cabeza era un muñón
carbonizado estaban junto al diván floreado, extendiendo las manos y luchando por
hablar con bocas que habían sido selladas. Tom tuvo náuseas y dio un paso atrás. Las
ropas de la gente humeaban; las llamas surgían del cuello del hombre.
—¡No puedo soportar esa música!
—No les prestes atención, muchacho —y una mano obligó a Tom a volverse—.
Están demasiado borrachos como para hablar bien… ¿Recuerdas las otras personas
que mencioné?
Snail y Thorn estaban de pie junto a la mesa. Tweedledund y Tweedledee vestidos
como para ir a bailar (ahora se oía la música, una trompeta y cuerdas, Jackie Gleason
Toca Solamente para Enamorados).
—¡No lo soporto! —aulló William Bendix, haciendo añicos su vaso de cerveza en
la barra.
Snail y Thorn sangraban por agujeros que tenían en la cabeza, aunque no estaban
en los lugares donde las balas de Tom les habían alcanzado, y sus rostros eran
impecables y blandos, desprovistos de emoción…
—Toma un trago…, ¿no eres un hombre? —Bogart sirvió algo que humeaba y
hacía burbujas en un vaso. Le guiñó un ojo, y la mitad de su rostro se contorsionó en
un tic—. Tómate esto, ahuyenta a las serpientes.
Tom buscaba a Rose, y Humphrey Bogart ponía el vaso humeante en su mano,
que estaba entera y sin heridas. Rose había desaparecido.
Luego una mujer pelirroja con un vestido negro muy escotado le miró con
sensualidad…, esa mujer es… es… un rostro de cien películas, con la nariz
respingona y una boca perfecta…, y de pronto en ese rostro aparecieron dientes
afilados y un hocico peludo…
Y toda la gente bien vestida de la fiesta tenía rostros de animales, de monos,
zorros y lobos, y le miraban con sensualidad; ahora, además de su charla, se oía «la
luz de la luna te queda bien». Los ojos de un tigre le hacían guiños.
Un ser con cabeza de cerdo levantaba un vaso burbujeante y lo llevaba a sus
labios. Bobby Hackett usaba su cornetilla para decirle a una muchacha que realmente
sabía qué ropa ponerse, y del otro lado de la habitación un hombre llamado
www.lectulandia.com - Página 371
Creekmore se inclinaba hacia adelante con el rostro colgante como una solapa y los
huesos a la vista. De sus hombros caían hierbas húmedas.
—¡Rose! —llamó Tom, pero los ruidos de la fiesta eran tan intensos como para
ensordecerlo, y Bobby Hackett tenía ahora una voz grosera y poderosa…, algo
amargo y ardiente le tocó los labios.
«¡LEJOS! —gritó dentro de su mente—. ¡SE HA IDO!» Cerró los ojos y la boca
y algo ardiente se deslizó por su mentón… Luego, silencio, como si todo el poder
hubiera muerto.
Rose le tocó la cara.
—Me asustas.
—¿Los viste?
Estaban solos en la habitación a oscuras. La luz de la luna entraba por las puertas
de vidrio, y revelaba muebles de plata, inmaculados y muertos.
—¿Si vi qué?
En el aire había olor a gin. El cuerpo de Del latía contra su piel.
—¿Qué te asustó, Rose?
También ella estaba iluminada por la luna; su rostro blanco como una vela de
barco.
—Estabas hablando solo…, comportándote de una manera rara.
El corazón de Del se calmó gradualmente.
Un estallido de fuegos artificiales tornó roja la habitación y su rostro: de un color
rojo rosado.
25
—No puedo describirlo —dijo Tom—. Creo que estuvo a punto de atraparme. A
punto de matarme. ¿No viste nada?
—Sólo a ti.
—¿Ni siquiera viste a ese actor, Creekmore?
Ella sacudió la cabeza.
—Está muerto. Algo más que bolsitas llenas de sangre y arañazos. Murió como
yo debía morir. —Otra explosión estalló afuera y el rostro de Rose tomó un color azul
pálido—. Rose, ¿qué pensabas que sucedería cuando nos trajiste nuevamente aquí?
La joven sacudió la cabeza.
—Nada parecido a esto. —Su rostro estaba contorsionado: iba a llorar—. Creí
que estaba dando un espectáculo. —Ahora lloraba—. Lo siento, Tom.
—¿Creías que nos sacarías de aquí, a mí y a Del? ¿No a ti misma?
www.lectulandia.com - Página 372
Empalidecida por la luz de la luna, la expresión de Rose cambió y las lágrimas
cesaron. Se enjugó los ojos.
—Por supuesto. Por supuesto, a mí misma también.
—¿Pero tenemos algo en común, ¿verdad? —Rose se apartó de él y comenzó a
retroceder hacia el vestíbulo—. ¿Por qué dijiste que no podías marcharte?
Rose lo miró, en medio de las sombras en la puerta.
—¿Por qué…?
¿Por qué te duele tanto cuando caminas? Tom metió la mano derecha en su
bolsillo y tocó los pedazos de la pastora rota. Los sacó. La parte superior de una
muchacha.
La parte superior de una muchacha.
Como…
Tom fue hacia la puerta del corredor, siguiéndola.
—Rose —echó a un lado el objeto roto.
Llegó un ruido atronador desde afuera: ¡BANG! ¡BANG!…, como si un pájaro
gigantesco, un pájaro más grande que la casa, la golpeara con sus alas.
—¡Rose!
«¡y ahora, damas y caballeros, el famoso muro de llamas!»
Una ola de calor lo arrojó hacia atrás, y gritó nuevamente el nombre de Rose. Un
segundo después, el punto en que el corredor entraba en la otra ala de la casa quedó
en llamas. Rose corría hacia él, cubriéndose la cara con las manos. Entre las llamas
algo se retorcía como cien serpientes juntas.
Rose corrió hasta chocar con él, y luego le rodeó el pecho con sus brazos. En el
cielo raso había manchas negras; el vidrio de uno de los carteles enmarcados estalló
con un fuerte ruido.
—Son serpientes —dijo Tom, mirando las formas que se retorcían entre las
llamas.
—No. Soy yo —dijo Rose, apretándose contra él.
Tom lo vio. Las parras se retorcían y se doblaban, las rosas caían, clavándose en
las espinas, hasta sangrar…, el vidrio de otro anuncio explotó.
¡BANG! Otra ala gigantesca que golpeaba desde afuera. Dentro de la camisa de
Tom, Del temblaba y trataba de empequeñecerse hasta desaparecer.
«¡y la muralla de hielo!»
Así como el calor había precedido al fuego, un intenso frío barrió el corredor un
momento antes de que el fuego quedara inmóvil y se convirtiera en algo de color
blanco grisáceo como un monumento.
La luz naranja desapareció con el fuego, y un único punto blanco quedó brillando
en el cielo raso, alumbrando una versión de Coleman Collins. El se apoyaba contra la
pared glacial con su camisa de cuello abierto.
www.lectulandia.com - Página 373
—Podrías haberte ido por allí, ¿sabes? Pero eso habría sido demasiado fácil…,
especialmente desde que escapaste de tu bebida en el living. En realidad yo esperaba
que salieras por allí. ¡Felicitaciones!
—Transforma nuevamente a Del —dijo Tom.
—Para eso, tendrás que hablar con el original —dijo la sombra—. El aún está
esperando. Quiere ver el final de la función también. Ha pasado mucho tiempo,
¿sabes? Más de treinta años. —La sombra sonrió—. Entretanto, ¿te gustó la imagen
del sufrimiento de la pequeña Rose?
Detrás de él, las flores heridas y retorcidas eran medio visibles en el hielo.
—La rosa que se retuerce sobre sí misma —dijo la sombra—. Agudo, ¿verdad?
Pero no tan terrible si piensas que ella lo deseaba. Suplicaba que sucediera. Rogaba.
Tal vez de la misma manera que tu viejo amigo el señor Ridpath rogaba que le
metieran dentro del Cobrador —señaló con la cabeza al Cobrador, caído contra la
pared.
Otro fuerte golpe de las alas resonó contra la casa, seguido del ruido
inconfundible de las puertas de vidrio del living que se hacían pedazos por el
impacto.
—Todos nos estamos impacientando con usted, señor Flanagan —dijo la sombra
—. ¿Por qué no encuentra al viejo rey y arregla las cosas?
—Estoy tratando de hacerlo —dijo Tom—. Maldito seas.
La sombra dio una palmada y la pared de hielo dejó de existir, convirtiéndose en
algo tan transparente que las rosas heladas brillaron un momento antes de
desvanecerse también en la transparencia.
—Esa persona amiga tuya podría ayudarte a distinguir lo verdadero de lo falso.
¿O no recuerdas tus viejos cuentos?
Luego desapareció, dejando tras él la impresión de una sonrisa y el olor de la
alfombra quemada y la pintura descascarada.
—¿Qué viejos cuentos, Rose? —Tom se volvió hacia ella—. Dime, ¿de qué
cuentos habla? Si lo sabías…
Rose dio un paso adelante, alarmada.
—No de mí —dijo ella—. No se refería a mí. No es posible.
Tom tuvo ganas de gritar de frustración.
—No hay nadie más. Realmente se refería a ti.
—Creo que se refería a Del —dijo Rose.
26
www.lectulandia.com - Página 374
—Piensa —dijo Rose—. Tú lo sabes y él sabe que tú lo sabes. Recuérdalo, Tom.
—¿Del? —Era un chiste casi fantásticamente cruel—. No puede ser. —Tocó dos
botones de la camisa, con el pulgar y el índice hasta que encontró los ojales. Del saltó
a su palma; extendió sus alas débilmente—. Ay, Dios mío. Ay, Del.
—Piensa en lo que él dijo —rogó Rose.
Otro vidrio de la puerta explotó en el living.
—Leíamos cuentos en la clase de inglés —dijo Tom, tratando frenéticamente de
recordar…—. ¿Un gorrión? Leímos «La Muchacha de los Gansos». Leímos «Los dos
hermanos». Esto no sirve de nada.
Lo que recordaba es que los pájaros lo habían perseguido: un gorrión en el césped
lo había mirado a través de una ventana y lo había perforado con sus ojos; un pájaro
desde un árbol en Quantum Heights se había reído de él mientras el mundo giraba y
el cielo se llenaba de brujas.
—De nada sirve —continuó Tom—. Nuestro profesor dijo…, ah, sí, en «La
cenicienta» un pájaro era el mensajero del espíritu. Un pájaro le dio lindos vestidos.
Otro pájaro les arrancó los ojos a sus hermanastras. Ah, espera. Espera. Es «La
cenicienta» —apartó a Del de su cuerpo—. Los pájaros dicen al príncipe que ninguna
de las hermanastras se casará con él. Le ayudan a encontrar a la cenicienta. Los
pájaros hacen que encuentre a su verdadera novia.
En la oscuridad, Rose le miraba con ojos brillantes. Del se movió en la palma de
su mano vendada.
—Encuéntralo —dijo Tom, sintiéndose un poco exaltado, un poco enfermo ante
la imposibilidad de su tarea y la de Del—. Encuéntralo.
Del levantó la cabeza; sus alas se extendieron. Y el corazón de Tom también se
alivió, y se llenó de gozo. En sus manos doloridas, ensangrentadas, el pájaro abrió las
alas y aleteó. Una vez. Dos veces. «Anda, pajarito. Anda, Del.» Por tercera vez las
alas se abrieron y batieron, y el pájaro levantó el vuelo de las manos de Tom.
El mensajero del espíritu ascendió en el aire. «Encuéntralo. Por nosotros, por ti.
Encuéntralo.»
El mensajero voló en círculos en el aire oscuro sobre ellos, y luego se posó una
vez en el hombro de Tom…, era como si le hubiera dado una palmadita en la cabeza,
un gesto cariñoso…, y echó a volar por el corredor.
27
Lo siguieron, pasando junto al Cobrador, abandonado en la oscuridad, por la
entrada de la habitación prohibida, por la puerta del Pequeño Teatro. Del volaba en
www.lectulandia.com - Página 375
círculos rápidos y excitados frente al Grand Théâtre des Illusions, dirigiéndose una y
otra vez hacia la puerta.
Rose llegó a la puerta antes que Tom.
Otro gigantesco golpe de ala estremeció todo el fondo de la casa. Tom oyó caer la
vitrina en el living, rompiendo las puertas de vidrio y astillando la madera. Dentro del
gabinete, las figuras de porcelana se habrían hecho pedazos.
—¿Qué es eso que hay afuera? —preguntó Rose.
—Una lechuza. Otro mensajero.
—¿No es él?
—No. Significa que alguien va a morir. Significa que alguien tendría que haber
muerto ya. La actuación iba a terminar un poco después de que ellos… —estuvo a
punto de desvanecerse, recordando precisamente el momento en que Collins sostenía
los clavos ardientes y los utilizaba para violar sus manos—. Quédate aquí —dijo.
—Voy contigo —afirmó la joven y abrió la puerta. Dio dos pasos y se detuvo.
El gorrión entró y se sumergió en la luz y el ruido. Había una multitud en las
butacas.
28
—Tienen dos asientos en primera fila —dijeron tres Herbie Butter sentados en
tres sillas con lechuzas—. Por favor, ocúpenlos.
Tom los miró, sin prestar atención al público que había fascinado a Rose. Gente
de otra época miraba a los tres magos, pelaba naranjas, se metía caramelos en la boca,
fumaba. A diferencia de sus imágenes pintadas, que eran visibles al fondo del
Pequeño Teatro, se movían en los asientos, levantaban los brazos, aplaudían, y hacían
comentarios inaudibles en medio del barullo general.
—Ya ven, les gustan mis pequeñas ilusiones —dijeron tres Herbie Butter al
unísono—. Y ahora mis voluntarios intentarán distinguir la realidad de su sombra. Si
no lo logran serán castigados, damas y caballeros.
Hubo gritos y silbidos.
—Transforma a Del —dijo Tom, levantando la voz por sobre el murmullo.
—¡Ah! El muchacho desea que yo haga magia con su gorrión, damas y
caballeros. Nuestro voluntario es muy extraño. —Levantó la palma de la mano—.
Pero es algo más que eso, amigos míos. El joven es un aprendiz de mago. Cree que
puede entretenerles tan bien como yo.
Gritos de entusiasmo; silbidos. Tom miró por sobre su hombro y vio a Rose que
se apartaba del público con una expresión consternada, horrorizada. En su rostro se
www.lectulandia.com - Página 376
veía la convicción de que no podían ganar. En la mitad de la fila veinte, los padres de
Del, con las cabezas rotas y las ropas quemadas, aplaudían cortésmente. Alrededor,
visibles detrás de Rose, hombres y mujeres con rostros de animales les gritaban a
ellos y a los que estaban en el escenario.
—Ya ves qué público tenemos, mi pequeño voluntario —dijeron los tres Herbie
Butter al unísono—. Todos los públicos son iguales. Quieren sangre simbólica…,
quieren resultados. No se puede jugar con el público. ¿Estás listo para hacer tu
elección?
Del público llegaron gritos de animales. Tom miró hacia atrás y vio que todos,
incluso los padres de Del, tenían cabezas de animales. Dave Brick estaba entre ellos
también, con la vieja chaqueta de Tom y una cabeza de oveja sobre los hombros.
—Ya ves, nunca debes… —dijo el Herbie Butter de la izquierda—…cometer el
error fatal de pensar… —dijo el Herbie Butter del centro—…que cualquier público
es amistoso —dijo el Herbie Butter de la derecha—. ¿Estás dispuesto a hacer tu
elección? ¡Serás severamente castigado si eliges mal! ¡te lo prometo! —gritó al
público, quien devolvió el grito en mil voces bestiales.
Tom levantó la mirada. El mensajero del espíritu volaba en círculos en lo alto,
tratando frenéticamente de encontrar una salida, como cualquier pájaro.
«¿Queda algo de Del en ti? —pensó Tom; su mente hacía un esfuerzo enorme, en
medio del ruido de aquel público de bestias—. ¿O te has perdido, y ahora sólo eres un
gorrión?»
El gorrión se apoyó en una tubería, y se hizo casi invisible, muy en lo alto. Tom
lo vio mover la cabeza de un lado a otro.
—Estamos esperando —dijeron tres voces.
«Encuéntralo —pensó Tom—. Encuentra a Collins.»
—Si no haces tu elección, te rechazarán —dijeron tres voces—. Serás parte del
público para siempre. Porque cada uno de ellos es importante, y cada uno de ellos es
parte del todo.
«Encuentra a Collins.»
—Tu pajarito no es el pájaro de un cuento —dijo el Herbie Butter de la izquierda.
—Es sólo un gorrión pestilente —dijo el Herbie Butter del medio.
Y así sería, pensó Tom. Los ángeles no les protegían. El mensajero del espíritu ya
no era un mensajero de nada. El espíritu de Del había muerto en el cuerpecito
inquieto y frenético.
—¡Del! —gritó.
—Uno de los centenares perdidos —dijo uno de los magos.
El gorrión bajó de la tubería y voló sobre el público, provocando gritos y
maldiciones.
«Encuéntralo. Encuéntralo. No importa quienquiera que seas ahora.»
www.lectulandia.com - Página 377
El gorrión describió una curva en el vuelo, y fue hacia el escenario. El corazón de
Tom se detuvo: la sangre comenzó a circularle con más lentitud. El gorrión voló en
línea recta sobre las tres figuras en el escenario, describió un círculo y volvió a volar
sobre ellas. Bajó bruscamente hacia el regazo del mago de la izquierda y Tom gritó:
—¡Basta! ¡Déjalo! Ahora…
El gorrión se posó en la rodilla del hombre de la izquierda.
—El joven es un mago, damas y caballeros —dijo Collins a través de la máscara
de Herbie Butter—. Esta parte de la función ha concluido. —Extendió los dedos y los
cerró tiernamente alrededor del cuerpo del gorrión, y sus compañeros se esfumaron
en zonas oscuras del escenario marcadas por luces opuestas—. Amigos míos del
público, el gorrión de este joven ha dado su vida para que su amo pueda subir a otro
nivel.
«Es lo que se llama un imbécil —susurró alguien detrás de Tom—. Ya verás. Es
todo parte de la actuación.»
Collins se levantó de la silla de la lechuza, con el gorrión en la mano derecha.
—Lo que ustedes ven es un pájaro verdadero —entonó—. Lo han visto volar.
¿Qué es? ¿La mascota de un muchacho, un roedor con alas, o un mensajero del
espíritu? Ya han oído cómo los pájaros mágicos saludan a sus amos en búsquedas y
adivinaciones, saben que vagan libremente por el mundo, trayendo rumores de aquí y
de allá, que vuelan sobre nuestras existencias terrenas… Damas y caballeros, ¿acaso
los pájaros no son la viva imagen de lo mágico?
Arrojó el pájaro hacia adelante, y el pájaro (Del) dejó escapar una cascada de
melodías desconocidas para cualquier gorrión, como si todo su cuerpo hubiera estado
lleno de esa canción.
«Ah, Del. Eres tú. Y no tienes miedo.»
—Ya ven… un pájaro especial. ¿No merece un lugar en la eternidad?
Aún surgió una cascada conmovedora de melodías del gorrión capturado.
—¿Necesito a mis violinistas?
—¡NO! —rugió el público de bestias.
—¿Necesito mi pipa y mis ceniceros?
—¡No!
—¡NO! Ustedes lo tienen, damas y caballeros. Ustedes comprenden. El pájaro
cantor es la magia misma. En realidad es el mensajero del espíritu. Y podría cantar, se
lo aseguro, cualquier melodía que ustedes eligieran, pero ya ha superado esos trucos
vulgares. De manera que propongo dar a este mensajero del espíritu con el permiso
de ustedes, damas y caballeros del perfecto público, su forma final. Su forma última.
—¡No! —gritó Tom, haciendo eco a los rugidos del público.
—Sí.
Collins le sonrió y liberó al pájaro. Se oyó la canción, que llegaba a Tom desde el
www.lectulandia.com - Página 378
alma de Del atrapada en el pájaro, la canción líquida y rebozante que era la única
forma de hablar de Del. Del ascendió unos centímetros sobre la mano del mago y…
NO, NO, NO, NO… por favor.
…quedó inmóvil, proyectando un surtidor de colores, y de pronto calló, la
canción milagrosa interrumpida en medio de una nota ascendente; el fantasma de una
nota llegó al cielo raso; y un pájaro de vidrio cayó en las manos del mago.
Del.
—Estás en la Tierra de las Sombras, muchacho —dijo Collins—. Eres parte de la
actuación. No puedes marcharte.
Se inclinó hacia adelante y Tom dio un salto para colocarse frente a él, temeroso
de que dejara caer eso en que Del se había convertido, como Del había roto
deliberadamente la lechuza de Ventnor. El público cesó de rugir. Tom vio vagamente
a Rose que iba hacia él con una expresión de total desesperación…, «no podemos
hacerlo, Tom, y pensé que podríamos pero me equivoqué, siempre estaremos
aquí»…, y tomó, temblando, el gorrión de cristal de las manos de Collins.
—Ahora, la conclusión —dijo Collins—. Ustedes saben que esto ha terminado,
¿verdad? Miren. Nuestro público se ha ido a casa.
Tom no quería mirar. Sabía que ahora los asientos estaban vacíos, esperando la
segunda función y luego la tercera.
—Rose ya es mía —dijo Collins—. Y ustedes también, pero todavía no lo saben.
Las luces se apagaron. Los dedos de Collins rozaron los suyos, y el gorrión de
cristal se llenó de muchas luces de colores.
29
Tom dio un paso atrás en la oscuridad, y después de un momento de intenso dolor
se dio cuenta de que el mago le había curado las heridas. En el momento de dolor, el
gorrión de cristal había saltado de sus manos y se había posado en la alfombra ante el
escenario, donde las luces internas se oscurecían y se apagaban.
Los pañuelos cayeron de sus manos.
—Tom.
—Espera —dijo el muchacho, y levantó el gorrión de cristal. No quedaban luces
dentro de él.
—Ahora te toca a ti, aprendiz —susurró Collins.
—¿Por qué me curaste?
Rose encontró su cintura, su brazo le rodeó y los dos retrocedieron juntos hasta la
primera fila de asientos.
www.lectulandia.com - Página 379
—Te quería como eras al llegar —dijo Collins—. Aura. No quiero que tengas el
aura de un faisán herido. Quiero al Tom Flanagan original, completo en todos los
aspectos…, el muchacho brillante.
Tom apartó a Rose hacia el lugar donde él recordaba que estaba la puerta.
—Me ves, ¿verdad? —susurró Collins—. Aun en la oscuridad, ¿verdad,
muchacho? Yo te veo perfectamente bien.
Y Tom percibía al mago, porque estaba rodeado por una banda de color intenso.
—Del no era suficiente. El otro mensajero te exige a ti.
—O a ti —dijo Tom.
Levantó la mano derecha. Estaba en la oscuridad, pero de ella salían haces de luz.
Rose contuvo el aliento, aterrorizada.
—Has asustado a nuestra querida Rose. Nunca te había visto antes vestido de
etiqueta. Nunca te vio en todo tu esplendor. Pero entonces, tú tampoco, ¿verdad?
—Soy tan bueno como tú —dijo Tom, sabiendo que no era así.
El mago se arrancó la peluca y la arrojó hacia el escenario, donde brilló y luego se
apagó como una bombilla barata.
—Speckle John pensaba lo mismo.
¡CRASH! Otro batir de alas ensordecedor, destructor.
—La lechuza quiere que la alimenten.
Tom apresó al gorrión de cristal en una mano; aferró la muñeca de Rose con la
otra y dio una señal, y echó a correr.
30
Atrás, en el teatro vacío, Collins se echó a reír, y Rose sólo alcanzó a dar unos
pasos antes de decir:
—No puedo. No puedo correr. Vete tú. Yo, de todas maneras, le pertenezco a él.
—No te quedarás.
La arrastró con él y pasaron por la puerta abierta.
—No podemos salir.
Miró más allá de Rose y vio una silueta temblorosa que se acercaba,
inexorablemente, a la puerta.
Mi niña tiene razón. Collins hablaba dentro de su mente como lo había hecho
dentro de la de Esqueleto. No puedes. Mírame.
La silueta ardió como un relámpago, tan intensamente que las radiaciones de
color púrpura y rojo brillaron por la puerta e hicieron resplandecer momentáneamente
la pared opuesta como un cartel de neón.
www.lectulandia.com - Página 380
Te sentirás bien en la Tierra de las Sombras, Tom. Ahora yo soy tu padre y tu
madre.
—Vamos —dijo Tom, y arrastró a Rose por el vestíbulo. Ella había empezado a
llorar, no de miedo, pensó Tom. De dolor—. Rápido —ordenó.
Tenían un solo recurso. Un recurso imposible, pero era el único. Si Collins
enviaba un mensaje a su mente, él podía también enviar un mensaje a la mente de
Collins. Devolver la pelota… Esqueleto lo había dicho, y sacándolo de un miserable
recuerdo de su infancia. «Muy bien, devolveré la pelota. Le arrancaré la cabeza con
ella.»
Rose sollozaba con cada paso.
—Un poco más. Falta muy poco. —Palpó la pared para encontrar la llave de la
luz junto a la puerta de la cocina, y sus dedos tocaron plástico—. Aquí.
Una luz amarilla les bañó.
Los carteles abarquillados, los vidrios rotos. La alfombra estaba totalmente
quemada. Había grandes ampollas de pintura en las paredes, rodeadas por otras más
pequeñas.
Ahora las sombras no eran necesarias.
Rose se sobresaltó de dolor o sorpresa junto a él, y Tom pensó que era a causa de
Collins. Pero ella miraba en la dirección opuesta… detrás de él, en dirección al living
y a la puerta de enfrente.
—Necesitarás un poco de ayuda, Colorado —dijo una voz aterciopelada.
En ese mismo momento, Tom dio media vuelta y el receptáculo lleno de
cicatrices del cual había sacado a Esqueleto Ridpath se estremeció a sus pies.
¿Subes, muchacho? ¿O tendré que empujarte?
—Sólo recuerda que tienes un gran poder —dijo Bud Copeland—. Hoy
descubriste muchas cosas sobre ti mismo, pero ahora tienes que olvidarte de eso.
Tienes que pensar en el trabajo, hijo.
El Cobrador estaba en el vestíbulo, chocando contra las paredes abrasadas y
descoloridas. Su cabeza vacía se volvía hacia Tom; hacia Rose; luego nuevamente
hacia Tom.
Bud se acercó a ellos, y sintieron la conmoción de ver nuevamente a través de él
hasta la pared llena de descascarillados. Parecían manchas en la tela de su traje.
Te daré un gran empujón. Realmente lo pasarás bien. Muy lejos allá abajo en el
montón de basura.
La mente de Tom sintió un desgarramiento repentino, y luego un enorme dolor.
—Recuerda lo que oíste, Colorado.
A cualquiera pueden cobrarle en cualquier momento.
Collins se puso a pescar en su mente, y el anzuelo enganchó la imagen que él
tenia de sí mismo y de Esqueleto en ese lugar, atrapados dentro del Cobrador. Dio un
www.lectulandia.com - Página 381
paso atrás, temiendo más a esa imagen que a cualquier otra que hubiera visto en la
Tierra de las Sombras; más que a la muerte.
—»No quieres escapar, ¿verdad, Colorado? Quieres permanecer cerca de donde
tienes que estar.
«Sí —pensó él—. Donde debo estar.»
Sintió a Collins que lo sacudía como un pez, y gritó:
—¡Afuera!
—Yo soy lo que tú sabes, Colorado —dijo Bud—. Esto es todo lo que soy
ahora…, tú me trajiste aquí…, para que pudiera decírtelo. No soy más que tu sombra.
Es tu poder el que funciona, Colorado.
«Pero yo no sé cómo usarlo —pensó Tom con desesperación—, a veces las cosas
simplemente suceden.»
—Como hiciste en la pared con los clavos que atravesaban tus manos —susurró
la voz de Bud. ¿O era su propia voz?—. No será más fácil. Pero yo le ayudé durante
mucho tiempo… y ahora te ayudaré a ti.
Desapareció, y de pronto Tom se sintió abandonado.
Collins apareció en la curva del corredor, rodeado de una luz con muchas facetas.
«Si te hice venir —dijo Tom para sí mismo—, entonces vuelve. Te necesito.
Ahora.»
—Ahora —repitió Collins, y la fuerza de su mente atrajo a Tom hacia él—.
Ahora, pajarito.
31
Era como estar en medio de un tifón. Un viento invisible lo empujaba, sólo
quedaba desesperación en sus pensamientos…, olvidó a Bud y a Rose mientras
luchaba por no caer. Luchaba por mantenerse apartado de Collins y del Cobrador,
pero el tifón le empujaba irresistiblemente hacia adelante. El viento le golpeaba
también desde los costados y su cabeza chocó contra la pared. Olor a quemado: el
olor de Carson en el camino de la destrucción. Dentro de su cabeza había unas manos
fuertes y en su cerebro un gancho que tiraban y tiraban.
Eres un pajarito fuerte, ¿verdad?
El gorrión de cristal que tenía en la mano tomó un color brillante. «¡No!», gritó su
mente, y el esfuerzo en sus manos se debilitó. El tifón le derribó. El rostro de Collins
se inclinaba a treinta centímetros del suyo… La boca burlona, la poderosa nariz. El
maquillaje de Herbie Butter se derretía sobre sus mejillas, desaparecía, como si se
quemara desde dentro.
www.lectulandia.com - Página 382
«Le cuesta trabajo a él también», comprendió Tom.
Envió un impulso desde su propia mente a los ojos de Collins, consciente de los
gritos de Rose en el living…, gritaba desde que él se había separado de ella. Collins
retrocedió, y Tom trató de seguir su impulso en la cabeza del mago.
Algo lo contuvo: no la ciega sensación de cuando penetró en la mente de Rose,
sino la de apartarse instintivamente de algo repugnante, de un cáncer… La mente de
Collins chocó contra la suya como dos espadas cruzadas.
Así no, muchacho. Es hora de ir a la cama.
Collins empujaba en su mente con fuerza terrible, y trastabilló entre imágenes de
pajaritos laqueados, cuerpos humeantes, un gran pájaro que bajaba para llevárselo.
Los circuitos dentro de su cerebro desprendían humo y fuego… encerrado en esa
habitación para siempre, muchacho, allí estarás…
En sus manos, el gorrión de cristal se tornó negro.
Manos, anzuelos, trampas de metal como las que atrapaban al tejón…, todo
penetraba en la mente de Tom y asía algo que parecía un pájaro blanco.
Hora de ir a dormir, niño.
Collins comenzó a levantarlo. El blanco de los ojos del mago estaba rojo.
Tom llamó a Bud Copeland con las últimas energías que le quedaban.
—Vuelve, Bud, ahora…, ahora…
—Otra vez tú —oyó decir a Collins, y la cruel maquinaria se abrió y se aflojó
dentro de él; y Tom tuvo un pensamiento fugaz: «Me traicionaste, pájaro…»
—Tú eres el traidor —oyó decir a Bud—. No el muchacho. Déjalo ir, doctor.
—¡Perdiste! ¡Déjame! —gritó Collins—. Te envié al mundo de los
insignificantes.
Tom se volvió hacia un lado, liberándose de Collins. El gorrión de cristal brilló
con una luz amarilla, y su calidez atravesó su mano, quemando parte del tejido
recientemente cicatrizado.
—Le dijiste al muchacho que todo lo que había aquí procedía del encuentro de tu
mente con la suya —dijo Bud—. Y eso es todo lo que soy. Supongo que le diste un
arma, doctor, sin saber que lo hacías.
Y luego una voz astuta dentro de su propia mente y en ninguna otra parte: una voz
que reconoció como la suya, aunque estaba envuelta en la voz de Bud: «¿Esperas el
próximo tren, muchacho?»
—«¡No! —gritó Collins—. ¡Tú le ayudaste! ¡Traidor!
Las alas sacudieron toda la casa, recordando a Tom la enormidad de los poderes
que tenía bajo la lengua y bajo los ojos.
—Mírame, asesino —dijo—. Voy a alimentar a la lechuza.
Sabía que el pájaro de cristal había tomado un color dorado rojizo, sabía que
transmitía un aura a toda la casa.
www.lectulandia.com - Página 383
—¡TRAIDOR! —gritó Collins, y sus ojos se encontraron con los de Tom.
Pero Tom ya entraba en él, se apoderaba de Collins como se había apoderado de
Esqueleto Ridpath, pasaba junto a imágenes de hombres muertos con los rostros
destrozados y aviones que explotaban, que caían al pantano de la existencia de
Collins. Nada podía retenerlo ahora, como si llevara una armadura blanca y Collins se
fundiera con él. Una explosión como un rayo lo sacudió, pero conservó el equilibrio,
se apoderó del ser de Collins y retrocedió. Ábrele esos dedos.
El secreto consistía en odiar bien.
—El dolor no será tan intenso como piensas —susurró.
Tiró con todas sus fuerzas, sintiendo que su poder se expandía y tragaba a Collins,
sintiendo que le rodeaba como una fuerza impresionante, y finalmente inevitable; y
quedó libre.
Algo invisible, que gritaba, estaba suspendido en el aire: algo traicionero y
furioso, algo que habría sido puro si no hubiera estado tan envilecido por el mal uso.
Tom gimió, y lo metió aún más profundamente dentro del Cobrador.
—Basura —murmuró.
Rose retrocedió, murmurando en medio de su terror, sin saber lo que había
sucedido. Frente a Tom, el cuerpo de Collins estaba tendido en el corredor, y parecía
estar en un coma profundo. Junto a él, el Cobrador, que nuevamente era una amenaza,
se dirigía hacia el muchacho con su hambre inagotable.
—Esta vez puedo recordar cómo terminar —dijo Tom, y dio un paso de lado,
seguido por el Cobrador, alargó un brazo hacia el interior del baño y oprimió el
botón.
32
Todo el cuerpo color púrpura, chamuscado por las llamas, pasó junto a Tom,
aullando sonidos incomprensibles, y cruzó por la puerta. Se aferró al marco con los
dedos. Los ojos fundidos encontraron a Tom, y el muchacho vio lo que no quería ver:
Collins dentro de él, tratando de liberarse, aún con fuerzas como para pensar que
podría escapar y tratando de salir de esa espantosa habitación y sus horrores, las
verdaderas heces de la miseria humana. «Tú lo hiciste —pensó Tom—. Es tuyo.» Los
dedos se debilitaron, y el Cobrador desapareció de la vista.
Tom entró en el baño. Encendió la luz. El espejo mostraba una confusión
humeante. Apagó la luz y salió tambaleándose.
—Tú lo hiciste —susurró Rose—. Yo apenas… creo que nadie…
—Sí —dijo Tom. Se sentó. Bud había desaparecido; pero Bud nunca había estado
www.lectulandia.com - Página 384
allí—. Bien. Tengo algo más que hacer.
Rose vaciló en la luz difusa.
—¿Algo más…?
—Damas y caballeros —dijo Tom, casi disfrutando de la trémula incertidumbre
de Rose—. Ven por aquí, Rose. No quiero que te hagas daño. Damas y caballeros…,
el asombroso Muro de Fuego.
Tenía fuerzas suficientes para buscar dentro de sí mismo y encontrar la clave que
debía haber allí. «Fuego», pensó, y algunas débiles llamas surgieron en la alfombra
directamente ante él. Rose se acercó a él.
—No se puede decir que sea una pared —dijo él, y rió, agotado—. Más bien
parece un cerco. Tratemos de mejorarla.
Y a pesar de su dolor de cabeza imaginó la pared. La hilera de llamas ascendió
por la pared y comenzó a lamer el cielo raso. Tom se sentó, agotado, en el vestíbulo,
mirando crecer el fuego. Este consumió el marco de la puerta del baño, y a Tom le
pareció tan hermoso como un jardín de rosas. Lo oyó extenderse por el vestíbulo,
alimentándose de la alfombra, para luego ir hacia el living. Le encantaría la escalera.
«Llévatelo todo», pensó, y no tuvo que recurrir más a sus fuerzas porque ahora el
fuego se lo tragaría todo.
Contempló cómo subía por los marcos de los carteles. Entre la alfombra y el cielo
raso que ardían, vio las llamas que entraban en el living.
Volvió a reír.
—Me olvidé de pensar en una salida, Rose. Siéntate y disfruta del hermoso fuego.
—Tomó el gorrión de cristal y lo colocó sobre sus rodillas—. ¿Lo oíste cantar, Rose?
¿Oíste eso? Era hermoso… Parecía tan feliz. Mejor aún que eso. —El fuego se acercó
a sus zapatos—. Lamento que no haya forma de salir, Rose.
—Por supuesto que hay una forma de salir —dijo ella.
—Como un trozo de carne asada. Siéntate y asémonos juntos. No sé qué eres,
pero de todas maneras, te amo.
Rose se acercó a él, y él levantó la mano. Ya le llegaba el calor, e imaginaba que
podría haber un minuto o dos de dolor, un poco peor que el que ya había sufrido.
Pero en lugar de sentarse junto a él y tomarle la mano, ella le obligó a levantarse.
—No puedo —dijo él, y ella seguía tirando, hasta que Tom se levantó
tambaleándose.
—Los túneles, estúpido —dijo Rose—. Podemos volver a pasar bajo el lago.
Rose tiró del escotillón y Tom miró por ultima vez la habitación prohibida.
—Sabes —dijo el muchacho—, realmente era un gran mago. Del tenía razón en
eso. Y al comienzo, es difícil creerlo ahora, pero al comienzo fue divertido, en cierto
modo. Yo trataba de descubrir en qué consistía todo.
Rose lo miró con curiosidad cautelosa pero casi maternal.
www.lectulandia.com - Página 385
—Hay algo en esta habitación —recordó Tom—. Rose, no puedo irme hasta que
lo encuentre.
—No hay nada aquí —dijo ella. Y parecía cierto.
—Collins dijo que dejaría algo aquí para mí… cuando pensaba que me quedaría
con él. Tengo que encontrarlo.
—No tenemos tiempo.
—No creo que lleve mucho tiempo.
Miró las paredes color gris plata. El día después de su «bienvenida», él se había
detenido en la puerta y había sentido allí la presencia de una escena invisible: la
Tierra de las Sombras quería que él leyera el Libro.
—¡Rápido! —exclamó Rose. El ruido del fuego avanzaba por el vestíbulo.
—Es aquí —dijo Tom soñadoramente.
Se volvió, todavía asombrado de poder tenerse en pie. Estaba mirando la pared
opuesta a la puerta. Tom pasó junto a la entrada de los túneles y tanteó la pared. Ya
estaba caliente. Pasó suavemente las manos por la pintura plateada.
Se abrió un panel en un pequeño nicho. El Libro estaba en un soporte de madera,
abierto por el medio y rodeado de terciopelo. Si Collins había pervertido el Libro, al
menos lo había guardado con reverencia. Tom tomó el volumen encuadernado en
cuero y lo deslizó bajo el cinturón donde había llevado la vieja pistola.
—Muy bien —dijo—. Ahora estoy listo.
Rose le condujo hasta el túnel.
33
El camino de regreso, como suele suceder, fue más fácil que el de ida. Tom no
oyó voces, ningún Nick de la década de los veinte cantaba Dulce Susana ni bebía gin
de antes de la guerra; el único ruido que oyeron, y que los siguió durante media hora,
fue el del fuego que consumía la Tierra de las Sombras; como si eso fuera todo lo que
el Nick de la década de los veinte necesitara oír para poder volver a su largo sueño.
La lechuza había sido alimentada.
—Estoy tan cansado —dijo Tom.
Rose caminaba delante de él iluminando con la linterna los soportes de madera y
las paredes desconchadas.
Pronto Tom vio los sacos de dormir extendidos en la caverna abovedada.
—Por favor, me voy a caer.
—Sólo faltan diez minutos de caminata para llegar a la casa —dijo Rose—.
Tengo una idea mejor. Puedes dormir en la playa. Al aire libre.
www.lectulandia.com - Página 386
Tom la siguió a la casa de verano.
34
Frotándose los ojos, Tom entró en el living oscuro. El gorrión de cristal era como
una pesada maleta en su mano izquierda. Rose relucía frente a él con su vestido
verde; se dio cuenta de que había recorrido descalza todo el camino desde la casa.
—Tú también querrás acostarte —dijo Tom—. ¿No hay camas aquí? Tengo
que…, podría hacer una siesta.
Le ardían los ojos.
—¿Qué cama quieres? —preguntó Rose—. ¿La de Thorn o la de Snail?
—Ah, Dios mío —Tom no podía dormir en esas camas—. Pero ¿por qué en la
playa?
Rose le abrazó.
—Falta tan poco, querido Tom. Sólo unos pasos más.
Salieron de la habitación al pórtico. La luna iluminaba con una luz plateada,
mágica, que transformaba todo lo que tocaba. El mundo era un lugar de maravilla. El
cielo sobre el horizonte tenía un leve matiz anaranjado.
—Me gusta esa playita —dijo Tom—. Yo te busqué ahí varias veces antes de caer
enfermo.
—Yo siempre te buscaba —afirmó Rose—. Te buscaba mucho antes de que
vinieras aquí.
—Vuelve a Arizona conmigo. ¿Podrías, Rose? —La joven bajaba los escalones
con él. El césped era aquel océano, iluminado por la luna, que él había visto antes—.
Del lo deseaba. Me lo dijo una vez. Podríamos encontrarte algún lugar donde vivir.
Estoy seguro.
—Creo que podríamos —dijo Rose.
—Podríamos casarnos cuando yo tenga dieciocho años. Trabajaré. Puedo trabajar,
Rose.
—Claro que sí.
Avanzaban por el sendero lleno de malezas. Cada hoja de los árboles brillaba con
una luz plateada. Los troncos eran de onix plateado y negro.
—¿Entonces te casarás conmigo? —preguntó Tom.
—Estamos casados para toda la eternidad.
—Ahora estamos casados para toda la eternidad —dijo Tom. Le parecía
maravilloso y absolutamente cierto—. Falta poco, ¿verdad?
Pasaron entre unos delicados arbustos a la playa, también plateada por la luna.
www.lectulandia.com - Página 387
Del otro lado se veía la Tierra de las Sombras en llamas. El humo surgía del techo,
más oscuro que el cielo. Permanecieron un momento en la arena, mirándolo
destruirse. Tom veía llamas ascendentes detrás de las ventanas del piso alto donde las
tentaciones de Collins se le habían ofrecido.
—Lo extraño es que estaba muy capacitado —comentó Tom—. Era exactamente
lo que decía ser.
—Acuéstate —dijo Rose—. No quiero seguir mirando eso. Necesitas dormir. —
Se extendió junto a él en la arena gris—. Por favor, acuéstate a mi lado.
—Eh…, ¿cómo saldremos de aquí? La pared…, el alambre de púas…, tendremos
que volver…
—No. Sigue un sendero detrás de la casa de verano. Conduce a un portón de
madera.
—Eres inteligente, Rose.
Se tendió junto a ella en la arena, puso el Libro junto a él, y el pájaro de cristal
sobre el Libro. Luego se volvió hacia Rose y tomó a la perfecta muchacha, a la magia
que no parecía magia sino belleza terrenal, en sus brazos.
35
No hicieron el amor. Tom se contentaba con abrazarla, con sentir la piel de pétalo
de sus hombros, la curva de su cabeza bajo sus manos. Podía haber cantado, como
Del hizo en sus últimos momentos, sobre la perfección de estas cosas. La luna
radiante, la arena cálida, la tranquila respiración de Rose que lo acunaba hacia el
sueño.
Por toda la eternidad estaban casados.
—Rose… —murmuró y ella respondió con un «¿Mmm?»—. El me contó una
historia…, una historia sobre ti.
—Chsss —susurró ella y se llevó los dedos a los labios, y todo se sumergió en la
oscuridad.
36
¿Rose dijo algo antes de marcharse? No lo sabemos. Creo que debe de haber
hablado con él, que habrá susurrado un mensaje en el oído del muchacho dormido,
pero ese mensaje habrá pasado a su corriente sanguínea como la canción final de Del,
www.lectulandia.com - Página 388
siendo imposible reconstruirlo con las palabras usuales de los hombres. Y, como la
canción de Del, que era la expresión de la totalidad y el final del cambio, habrá
hablado de una transformación necesaria e imprevista: el mensaje habrá sido el latido
del corazón de la magia.
En su sueño, Tom la oyó marcharse; y oyó el ruido del agua.
Cuando despertó, el día era cálido y sin nubes, el sol ya estaba alto. Vio que Rose
se había ido, y la llamó por su nombre. Volvió a llamar.
Al otro lado del lago, la Tierra de las Sombras era un agujero humeante en el
paisaje, humeaba como una vieja pipa.
—Rose —volvió a llamar Tom, y finalmente miró su reloj. Eran las once de la
mañana—. ¡Rose! ¡Vuelve!
Se puso de pie, miró hacia los árboles y no la vio, y por un momento se sintió
enfermo ante la idea de que Rose podía haber vuelto a la casa.
Pero no podía ser: la casa ya no existía. Seguramente la entrada del túnel estaba
cegada por los escombros. De la casa sobresalían algunas vigas, una chimenea sobre
una columna ennegrecida. Todo lo demás había desaparecido. Rose estaba libre de
eso.
Y él también. Por primera vez miró sus manos a la luz del día y vio las cicatrices
de forma circular.
Se sentó a esperarla. Aun entonces, sabía que aunque la esperara hasta que su
barba creciera hasta la cintura y los hombres bailaran en la luna y las estrellas, ella no
volvería. Sin embargo, la esperaba. No podía marcharse.
Tom la esperó todo el día. Los minutos se arrastraban…, había vuelto al tiempo
común, y nadie podía comprimir las horas como si fueran una baraja. Vio cambiar el
color del lago a medida que el sol lo cruzaba, pasando de un azul profundo a un azul
más pálido y luego a un verde claro, para tornarse de nuevo azul. En las últimas horas
de la tarde posó el gorrión de cristal sobre la arena y abrió el libro encuadernado en
cuero. Leyó las primeras palabras: «Estas son las enseñanzas de Jesús, hijo de Dios,
narradas por él y por su hermano gemelo, Judas Tomás.» Cerró el libro. Recordó lo
que había dicho Rose ante su frenética declaración de que tendrían que volver a pasar
por la casa destruida. «No, tú no.» No había dicho «nosotros no». Ella no iría por el
sendero hasta el portón con él; no entraría en el pueblo, tomada de la mano con él, ni
estaría a su lado mientras aguardaban el tren.
Tom esperó a que oscureciera. La Tierra de las Sombras seguía desmoronándose,
y aún se veían algunas chispas, que caían sobre una delgada capa de cenizas que la
lluvia borraría en otoño. Cuando las cenizas comenzaron a brillar como los ojos de un
tigre, se puso de pie.
Caminó hacia el agua, con el gorrión de cristal y el Libro. Se arrodilló en la arena
www.lectulandia.com - Página 389
húmeda junto al borde del agua. Dejó el gorrión y lo miró. En su centro había una
oscura luz azul. Quiso decir algo profundo, pero la profundidad estaba más allá de él:
quiso decir algo emotivo, pero la emoción le trababa la lengua.
—Vamos —fue lo que logró decir.
Arrojó el gorrión al agua. El gorrión flotó un instante y luego fue arrastrado por
las aguas. El azul del cristal era idéntico al azul del agua. La corriente lo arrastró tan
lejos que Tom dejó de verlo.
Tom se puso de pie, metió el Libro en su cinturón y desandó el camino por la
playa. Se abrió paso entre los delicados arbustos.
www.lectulandia.com - Página 390
Se avecina el fin del siglo
Se avecina el fin del siglo y la historia de Tom Flanagan versaba sobre
acontecimientos que habían pasado veinte años antes. La he oído en distintos lugares
del mundo, y me he preguntado qué clase de historia era y cuánto en ella era
invención. También me preguntaba constantemente qué había estado leyendo Tom.
Sin duda su imaginación había creado estas ilusiones tan extremas…, la aceleración
del tiempo, las transformaciones y las repentinas dislocaciones del espacio, también
las personas con rostros de animales, tomadas directamente de las obras de pintores
simbolistas, como Puvis de Chavannes…, y pensé que se había sumergido en novelas
tenebrosas y fantásticas. Había querido ofrecernos algo bueno.
La idea de que Laker Broome era un demonio menor es un buen ejemplo de ello.
Es verdad que yo, como todos los muchachos nuevos, suponía que hacía años que
estaba en Carson. Sin embargo, Broome sólo había sido director de Carson durante
nuestro primer año…, cuando volvimos en septiembre, un hombre capaz llamado
Philip Hagen ocupaba su lugar, y nosotros pensamos que afortunadamente Broome
había tenido que dejar su puesto a causa de la crisis nerviosa y de su conducta durante
el incendio.
Escribí a la Asociación de Directores de Escuelas Secundarias y descubrí que no
había información sobre Laker Broome. No estaba registrado allí. Una noche,
mientras aún trataba de descubrir qué había sido de él, llamé a Fitz-Hallan y le
pregunté si recordaba lo que le había sucedido a Broome. Fitz-Hallan pensaba que
había logrado obtener un puesto en… Nombró una escuela tan anodina como Carson.
Cuando escribí a dicha escuela, recibí una carta que decía que habían tenido el mismo
director desde 1955 hasta 1970, y que ninguna persona llamada Laker Broome había
trabajado allí. Sin embargo, una nota al pie, escrita a lápiz, decía que un tal Carl
Broome había estado en la escuela en 1959 como profesor de latín, solamente durante
un año. ¿Tal vez yo me había equivocado en el nombre? ¿Por qué habían prescindido
de Carl Broome un año después? Volví a escribir, pero me informaron que esos
asuntos «son confidenciales, y que ninguna escuela respetable facilita informes sobre
el personal que ha pasado por ella». Esto era un poco sucio…, ¿acaso no daban
recomendaciones? Pero era evidente que no deseaban decirme lo que yo quería saber;
y de todas maneras, estaba bastante seguro de que Laker no era Carl Broome, de
manera que no tenía sentido continuar. Laker la Serpiente perdió su puesto de trabajo
y desapareció. Eso es todo lo que supe de él.
La historia de Tom abandonaba a Steve Ridpath cuando éste (seguramente) salía
con cautela por la puerta de enfrente y se escurría por los barrotes de la entrada, e
imaginé que una conversación con Ridpath me diría de inmediato qué parte de la
historia de Tom era ficticia. Con esto tuve mucha más suerte que con Laker Broome.
www.lectulandia.com - Página 391
Esqueleto fue a Clemson y las universidades conservan excelentes registros. La
Oficina de Alumnos me dijo que Ridpath, Steve, se había graduado con notas bajas
en el año 1963. De allí había ido a una escuela de teología en Kentucky.
—¿Una escuela de teología? ¿Una escuela bíblica en Kentucky?
Parecía imposible, pero era cierto… El Instituto Teológico Headley de Francfurt
me dijo que el señor Ridpath había asistido a la escuela entre 1963 y 1964, año en
que se convirtió al catolicismo y pasó a un seminario de Lexington. El seminario de
Lexington, dirigido por una orden de monjes, me escribió finalmente que Steve
Ridpath se había convertido en el hermano Robert y que estaba en un monasterio
cerca de Coalville, Kentucky.
Fui de Conecticut hasta Coalville para tratar de hablar con él.
Coalville era un lugar muy pequeño…, de apenas trescientas personas. Edificios
feos en un paisaje aún más feo. En cualquier lugar donde hubiera algunos árboles se
extendía un descampado con montones de escoria y construcciones mineras
abandonadas. Había un motel, pero yo era el único huésped. Envié una nota al
monasterio. ¿El hermano Robert querría hablar conmigo de los motivos que lo habían
llevado a este extraño destino? Sugerí que estaba escribiendo un artículo o un libro
sobre la decisión de entrar en la Iglesia.
«Venga si quiere —decía la nota, que recibí por correo—. Supongo que ha hecho
un viaje inútil.»
Aparecí en la puerta del monasterio a la hora indicada por él. Aún no había
oscurecido…, había una granja en el lugar, y los hermanos se autoabastecían de los
alimentos que necesitaban. Hice sonar la gran campana, y esperé en medio del frío.
Finalmente un monje abrió las puertas. Llevaba un hábito de tosca tela marrón y
la capucha dejaba en sombras su rostro.
—¿El hermano Robert? —pregunté, sobresaltado por su aparición.
—El hermano Theo —respondió él—. El hermano Robert le espera en el jardín.
Se volvió sin decir una palabra más y lo seguí por un sendero de piedras.
Pasamos junto a un pabellón de ladrillo rojo.
—Nuestra granja —dijo el hermano Theo, e hizo un gesto para señalarla. Miré a
la izquierda y vi un granero y algunas vacas que acababan de ser ordeñadas. Aún me
parecía imposible que Esqueleto Ridpath estuviera en semejante lugar—. El gallinero
—dijo el hermano Theo—. Tenemos sesenta y ocho gallinas. Buenas ponedoras.
Finalmente llegamos a otro portón. Sobre un cerco de ladrillos vi muchos rosales.
Los hermanos pronto tendrían que comenzar a podar, porque había demasiadas rosas
y se veían descuidadas. Mi guía abrió la puerta. Un sendero de piedrecillas con
macizos de rosas a ambos lados.
—Siga por el sendero —dijo—. Dentro de quince minutos lo acompañaré para
salir.
www.lectulandia.com - Página 392
—¿Quince minutos? —pregunté—. ¿No puedo quedarme un poco más?
—El tiempo fue especificado por el hermano Robert.
Dio media vuelta y se alejó.
Eché a andar por el sendero. Llegué a una curva, y cuando entré en el jardín
propiamente dicho, me quedé sin aliento. Era como un jardín medieval, parcelado en
pequeños parterres donde crecían diversas hierbas y flores, un lugar de gran orden y
serenidad, mucho más grande de lo que yo había esperado. Había un monje sentado
en un banco de hierro frente a otro macizo de rosas. Junto a él en el banco había un
objeto que brillaba al sol: unas tijeras de podar. Cuando oyó mis pasos en el sendero,
levantó la mirada y se quitó la capucha.
Era Esqueleto: nadie le habría tomado por otro. Sus cabellos grisáceos estaban
muy cortos, y la barba le cubría las mejillas, pero seguía siendo Esqueleto Ridpath.
—¿Te gusta nuestro jardín? —preguntó.
—Mucho —respondí—. Es hermoso, en realidad. ¿Tú lo cuidas?
Pasó por alto la pregunta.
—Debo ocuparme de las rosas. Están en un estado lamentable. —Tomó las tijeras
de podar y me hizo un gesto sombrío, indicándome que me sentara—. Puedo
brindarte quince minutos —agregó—, pero debo decirte que estás perdiendo el
tiempo.
—Será mejor que yo decida eso —dije—, pero en todo caso, vamos al grano, si
no te molesta. ¿Por qué decidiste asistir al Instituto Teológico Headley al salir de
Clemson? No creo que pensaras eso cuando comenzaste la universidad.
Saqué un lápiz y un cuaderno.
—No entenderías —respondió, y cerró la tijera de podar.
—Ya que me has dado quince minutos, ¿por qué no ponerme a prueba? —
pregunté—. De otro modo tú también perderás el tiempo. Al menos veo que eres un
jardinero con talento.
Me miró ceñudo, rechazando el cumplido.
—¿Hubo una crisis en tu interior…, una crisis espiritual de algún tipo?
—Hubo una crisis —dijo él— Podría llamarse espiritual.
—¿Podrías describirla de alguna manera?
El hermano Robert suspiró: realmente ardía por volver a las rosas.
—Podrías seguir con tu trabajo mientras hablas conmigo —dije.
Inmediatamente se levantó del banco murmurando: «Gracias», y comenzó con las
rosas. Una gran rama llena de flores y algunos pétalos cayeron sobre el banco.
—En mi segundo año en la universidad —dijo, y por alguna razón sentí una
opresión en el pecho—, estuve a punto de abandonar. Tuve una visión perturbadora.
Luego resultó ser profética.
—¿Qué era? —pregunté.
www.lectulandia.com - Página 393
—La visión de uno de nuestros compañeros. —Se volvió y me miró con furia—.
Tuve una visión de Marcus Reilly. Vi su muerte. No una vez, sino muchas veces. —
Creo que dejé de respirar—. Estaba en su coche. Sacó una pistola del bolsillo. Colocó
la pistola junto a su oído. ¿Es necesario que siga?
—No —dije con un suspiro—, sé cómo murió Marcus.
Cayó otra rama llena de rosas. Más pétalos sobre el banco.
—Eso es lo que tengo que decirte. No comprenderías el resto. Estoy seguro de
que de todas maneras el resto fue muy normal. Acepté a Cristo primero y más tarde
acepté a la Iglesia. Lo único fuera de la corriente es que me convertí al catolicismo.
—Abandonaste tus alas, ¿eh? —pregunté.
—Jamás saldré de este lugar. Jamás querré salir. Si te refieres a eso.
De pronto parecía muy agitado.
—Hermano Robert, ¿qué sucedió en Vermont? —me atreví a preguntar; fue una
equivocación.
—Creo que nuestro tiempo ha terminado —dijo, sin mirarme—. Lamento haber
aceptado hablar contigo.
Ahora el banco estaba lleno de rosas, que caían al sendero.
—Si trajera aquí a Tom Flanagan, ¿aceptarías verlo?
De pronto eso me pareció una solución brillante.
El hermano Robert dejó de podar las rosas. Me miró, inmóvil por un segundo,
como si hubiera quedado helado al oír el nombre de Tom.
—De ningún modo. Además, jamás volveré a verte a ti, bajo ninguna
circunstancia. ¿Está claro?
Cortó otra rama llena de rosas, y allí terminó nuestra entrevista. No quería
dejarme ver su rostro.
—Gracias por lo que me dijiste —respondí, y volví al portón, donde me esperaba
el hermano Theo.
Parecía lamentar no haber escuchado la conversación; me preguntó si me había
gustado la visita.
Ese mismo año visité a unos amigos en Putnel, Vermont, y antes de marcharme
busqué Hilly Vale en un viejo mapa de Sunoco e hice un rodeo de más de ciento
cincuenta kilómetros en el camino de regreso. La ciudad se parecía mucho a lo que
describía Tom. En veinte años se habían producido pocos cambios en Hilly Vale.
Estacioné en la calle principal y entré en una tienda de alimentos dietéticos…,
seguramente éste era uno de los cambios. Un muchacho de cabellos largos y delantal
a rayas comía detrás del mostrador. El puso el toque final a mi teoría sobre los
cambios en Hilly Vale.
—Estoy buscando el lugar donde estaba la casa de Collins —dije—. ¿Puedes
ayudarme?
www.lectulandia.com - Página 394
Me sonrió.
—Sólo hace un año y medio que estoy aquí —respondió—. Tal vez la señora
Brewster lo sepa. —Hizo un gesto a una mujer de unos cincuenta años que estaba
arreglando una serie de monederos—. ¡Señora Brewster! —gritó—. Este señor
quiere… —me miró arqueando una ceja.
—El lugar donde estaba la casa de Collins, señora Brewster —dije—. Donde
hubo un gran incendio. Debe haber sido en 1959. Al final del verano.
—Ah, sí —dijo ella, y nuevamente sentí una opresión en el pecho—. Nadie se
enteró hasta que todo el lugar quedó destruido. No lo supimos hasta después de
algunas semanas. Algo terrible. El señor Collins murió allí. En otra época fue un
mago famoso, ¿sabe? —me miró con malicia—. Usted no será el señor Flanagan,
¿verdad?
—Claro que no —respondí, desconcertado— ¿Por qué lo pregunta?
—Creí que lo sabía. El lugar es de Flanagan ahora. Claro, no es una verdadera
casa, y eso es una vergüenza. Una tierra valiosa que haya quedado así…, a algunas
personas de aquí les interesaría comprar esas tierras. Usted no será de la inmobiliaria,
¿verdad?
—No —respondí—. Soy sólo un amigo del señor Flanagan. Pero no sabía que él
era el propietario.
—De todo —dijo ella—. Hasta del lago. Nunca viene aquí. Probablemente piensa
que somos poco para él. El también es mago…, ah, usted lo sabe. Pero no está a la
altura del señor Collins. No se parece al señor Collins. El señor Collins vivió aquí
desde 1925. Y nunca hablaba con nadie —hizo una enérgica afirmación con la
cabeza.
—No, entiendo que Tom no es como el señor Collins —dije.
—En mi opinión no le llega ni a la suela de los zapatos.
—¿Vio alguna actuación de Collins? —pregunté, sin poder creerlo.
—Ni siquiera lo conocí —dijo ella—. Pero puedo decirle cómo llegar al lugar, ya
que tiene tanta curiosidad.
Seguí sus indicaciones y pronto me encontré en la peculiar situación de estar en
un paisaje sobre el que había escrito sin haberlo visto. Llegué al lugar donde se
bifurcaba el camino, al sendero ascendente entre los árboles, y al lugar donde Tom
había visto los caballos. Estaba cubierto de hierbajos: necesitaba los cuidados del
hermano Robert.
Y, finalmente, llegué al sendero.
Aparqué el coche y bajé. Alguna vez había estado pavimentado. Alguien,
probablemente un grupo de adolescentes, había abierto el portón, y los años lo habían
cubierto de óxido. Las ramas de la parra se retorcían alrededor de los barrotes. La
pared que rodeaba la Tierra de las Sombras seguía en pie, sin embargo, y otras ramas
www.lectulandia.com - Página 395
de parra se enredaban entre los ladrillos del borde superior, en los lugares donde
estaban rotos. El alambre de púas ya no existía…, supongo que algún granjero
ahorrador se lo habría llevado.
Avancé por el camino accidentado, tropezando un poco con las piedras sueltas,
preguntándome cuándo vería la casa. Dejé atrás el sendero traicionero y seguí
caminando entre pastos altos. Era una mentira, pensé…, todo era una hermosa
mentira. No había casa. La casa nunca había existido.
Luego mi pie tocó un ladrillo y me di cuenta, consternado, de que en realidad
estaba en la casa. Había ladrillos cubiertos de musgo en el césped, y después de
buscar un poco más llegué a las ruinas de una chimenea de ladrillos, con su abertura
llena de basura y escombros. Envoltorios de O. Henry y Snickers; una botella de
cerveza entre la maleza; una vieja revista de historietas, casi totalmente deshecha.
Estaba en el sótano de la Tierra de las Sombras, donde había caído todo. Ahora era
poco más que un agujero en la tierra…, podría haber sido una depresión glacial. Me
incliné, recogí un ladrillo y lo limpié de hormigas. Estaba descolorido: ennegrecido
por el fuego.
Pero el peñasco seguía allí, y también el lago. Me abrí paso entre las altas hierbas,
perseguido por la extraña sensación de que caminaba con Tom Flanagan y Rose
Armstrong escapando de la casa en llamas, y salí del agujero. La tierra descendía
espectacularmente en una pendiente de unos cien metros, hasta un acantilado cubierto
de maleza. El lago reflejaba la luz del sol. El bosque de Tom se extendía a sus
costados. Yo no tenía idea de la escala, de que todo era tan grande y el bosque tan
extenso…, parecía terriblemente denso…, y el lago tan grande…, debía tener un
kilómetro y medio de ancho.
«Rose Armstrong», pensé, y entonces vi una pequeña franja dorada en el extremo
más alejado del lago. Mi corazón se detuvo. Estuve a punto de caer del peñasco. En
ese momento creí todo lo que me había dicho Tom.
Casi podía verlos, a Tom y a su Rose, abrazados en la estrecha playita de arena
junto al Libro y a un pájaro de cristal; casi veía a Rose susurrando en el oído de Tom
lo que le había dicho antes de… ¿De qué? ¿Habría entrado en el agua y dejado atrás
todo lo que era humano en ella, para quedar grabada en la memoria de Tom
Flanagan?
Llegaba un viento cálido de alguna parte. Flores de mostaza; gin; humo de
cigarros. Podía creer que captaba todos esos olores. La superficie del lago se
oscurecía y se henchía bajo la sombra de una nube. Me di la vuelta para cruzar las
ruinas de la Tierra de las Sombras y llegar a mi automóvil.
www.lectulandia.com - Página 396
PETER FRANCIS STRAUB, (n. el 2 de marzo de 1943, en Milwaukee, Wisconsin)
es un novelista, cuentista y poeta estadounidense especializado en el género de terror.
Sus historias macabras han recibido varios importantes premios en el ámbito
anglosajón: el premio Bram Stoker, el World Fantasy Award y el International Horror
Guild Award, lo que lo coloca entre los autores más galardonados del género en la
historia reciente.
Straub estudió en las universidades de Wisconsin-Madison y Columbia. Practicó
brevemente la docencia en el University School of Milwaukee. Luego se mudó a
Dublín, Irlanda, donde empezó a escribir profesionalmente.
Tras varias intentonas, atrajo la atención de crítica y público con su quinta novela:
Fantasmas (1979); la novela fue llevada al cine, protagonizada por el actor Fred
Astaire. Otras novelas de éxito: El talismán (1983) y Casa Negra (2001), en las cuales
colaboró con un antiguo amigo suyo: el escritor Stephen King.
Otras obras: Koko (1988), Misterio (1990), La garganta (1993) y Perdidos (2004).
Straub editó también un volumen de cuentos de H. P. Lovecraft. Su novela Míster X
homenajea igualmente a Lovecraft.
Como poeta, ha publicado los libros: My Life in Pictures (1971), Open air (1972),
Ishmael (1972) y Leeson Park and Belsize Square: Poems 1970 - 1975 (1983).
Existen rumores de que King y Straub podrían colaborar próximamente en una
nueva obra.
www.lectulandia.com - Página 397